La "Mala" Educación Musical
La "Mala" Educación Musical
La "Mala" Educación Musical
Quisiera comenzar estas reflexiones con aquello que es uno de los mitos centrales entre
quienes practican música a nivel profesional, en especial entre los músicos formados en
los conservatorios de música: para dedicarse a la música se debe poseer talento. Esta
convicción ha llevado muchas personas a excluirse de la posibilidad de vivencias
musicales, así sean éstas de cualquier naturaleza. En el pasado, por ejemplo, era común
que los profesores de música en la enseñanza escolar obligatoria dejaran de lado a los
supuestos "desafinados", impidiendo a éstos cualquiera posibilidad de participación en el
canto o en otras actividades musicales. La exclusión de los desafinados del canto junto a
otras personas estaría fundada en la creencia que "se nace musical", hecho que no
considera en lo más mínimo cualquier posibilidad de aprendizaje. Si quisiéramos
verdaderamente dar fundamentos biológicos a esta actitud, esto resulta absurdo, porque
el uso canoro de la voz no es automático, ya que se trata de entrenar numerosos
músculos que se activan durante la emisión en el canto. En consecuencia, saber cantar
resulta con certeza de un aprendizaje, en este caso, muy complejo, que involucra una
buena proporción de aprendizajes de tipo motor. Del mismo modo, se podría decir algo
parecido de la práctica instrumental, que requiere una enorme cantidad de horas de
estudio para alcanzar resultados artísticamente interesantes. Pero los músicos del
Occidente parecen no querer considerar precisamente todas las horas que se transcurren
haciendo este ejercicio para llegar a ser profesionales.
El hecho de que los "desafinados" fueran excluidos de las vivencias musicales escolares
podría hacer pensar que en nuestra cultura la música no es indispensable, que es posible
prescindir de su conocimiento, de su práctica y comprensión. Ésta es la convicción
implícita de aquellos profesores que en el pasado excluían a sus alumnos "desafinados"
del quehacer musical. El resultado de su modo de ver las cosas, de hecho, es que la
mayor parte de las personas, en todo caso, tienen contacto con la música, hoy presente
hasta en los lugares más insólitos (como los baños y los ómnibus, por ejemplo), pero
estas personas están obligadas a una escucha pasiva. Afortunadamente en el ambiente
escolar estas convicciones son cada día menos frecuentes. No obstante, persiste el temor
de enfrentarse con la música en términos de participación y, en el caso de las maestras
de escuela primaria, la cosa es aún más grave, porque deberían enseñar a participar en
actividades musicales, para las cuales "no se sienten seguras". Indudablemente, el temor
de ellas refleja la tendencia selectiva del quehacer musical en nuestra cultura, el sistema
jerárquico que tiende a excluir a quien "no tiene talento" para la música. Tal es el peso de
estas creencias, que muchas maestras (ya en edad adulta, obviamente) tratan de
recuperar la oportunidad perdida durante su formación escolar, asistiendo a cursos de
perfeccionamiento sobre educación musical.
Una primera distinción necesaria es aquella que está relacionada con lo que en cada
cultura se entiende por "sonido" y "ruido". Tocaré este tema sólo en el marco de nuestra
cultura, ya que las informaciones con las que cuento acerca de otras culturas son
insuficientes y, a decir verdad, ni siquiera en nuestra cultura occidental europea estos
conceptos son suficientemente claros. La noción de "ruido" cambia con el pasar del
tiempo; entonces, debe ser entendida también en términos históricos. Por ejemplo, aún en
1.980, en España, se usaba, en el ámbito de la educación musical, la distinción entre
sonido, es decir un sonido simple, en el cual las frecuencias de sus armónicos son
proporcionales a la frecuencia del sonido fundamental, y los "no-sonidos", o "ruidos", es
decir sonidos complejos, cuyas componentes no se podían relacionar matemáticamente
entre ellas. Se deduce que los sonidos musicales eran sólo aquellos "armoniosos" en
términos de proporciones matemáticas entre sus frecuencias constituyentes. Pero estas
aserciones no son verdaderas hasta sus últimas consecuencias, ya que no son capaces
de justificar la presencia de los instrumentos de percusión que emiten sonidos de altura
indeterminada dentro de la orquesta: ¿se trata de los encargados del ruido dentro de la
orquesta o se integran en el producto musical en su conjunto, interpretado por la
orquesta? Los sonidos producidos, por ejemplo, por un platillo, un bombo, un triángulo,
etc. no pueden efectivamente ser reducidos a las proporciones matemáticas que se dan
entre sus frecuencias constituyentes y, en términos lógicos, non podrían producir sonidos
musicales.
Parece entonces evidente que cada cultura selecciona del espectro general de todos los
eventos sonoros, presentes en la experiencia de las personas comunes, sólo una parte
para asignarle un status de "sonidos musicales", mientras se excluyen otros,
considerándolos ruidos. Es importante no ignorar el criterio que cada cultura adopta para
distinguir el sonido musical de los demás sonidos o del ruido.
En nuestra cultura la música pertenece al campo específico de las artes y es algo que se
diferencia de otras actividades artísticas. En la historia del Occidente la música ha
ocupado un lugar de importancia desde la Antigüedad griega, pero en aquel entonces el
concepto de mousie no correspondía a aquello que nosotros hoy conocemos como
música: se trataba de un concepto más complejo referido a un conjunto de actividades
artísticas que comprendían la música, la poesía, la danza y, en parte, también la
gimnasia. Por lo tanto, a través de la historia la música, entendida como arte del sonido,
fue conquistando su autonomía respecto a las demás prácticas artísticas a las que se
encontraba unida en la antigua Grecia. Ya en el Renacimiento la música era un arte
separado de la poesía y de la danza y los músicos compositores se dedicaban
esencialmente a la creación musical. En síntesis, la idea de música que hoy conocemos
se ha transformado a través del tiempo y si quisiéramos averiguar qué se entiende por
música en otras culturas esto resulta aún más evidente: hay muchas culturas en las que
no existe ni siquiera una expresión que pueda corresponder a nuestra palabra "música".
Precisamente, en donde este término no existe, aquello que conocemos como "música"
está integrado en expresiones y prácticas más complejas, frecuentemente inseparables.
El hombre occidental consideró "musical", hasta aproximadamente el final del siglo XIX y
el comienzo del XX, aquello que era "tonal" y todo lo demás no entraba en el campo de la
música. Este modo de entender corresponde a una actitud etnocéntrica, que se refería
exclusivamente a la música europea, es decir la tonal, juzgada como patrón absoluto. A
medida que pasó el tiempo y con el conocimiento más profundo que se fue adquiriendo
acerca de las culturas musicales así llamadas "primitivas", el hombre occidental ha
empezado a darse cuenta de que las músicas de estas sociedades no eran simples como
parecían ser en su primera aproximación, y así, gradualmente, se llegó a tomar
conciencia de que en realidad antes no éramos capaces de comprenderlas. Un primer
modo de enfocar aquello que podía ser "música" resulta entonces ser una aproximación
en la que se buscan las características comunes a todas las músicas. Se plantea, en todo
caso, el problema de cómo el investigador occidental, el etnomusicólogo, pueda
reconocer rasgos que puedan ser pertinentes para distinguir entre música y no-música.
Aquí nos encontramos entonces en el ámbito de la investigación sobre los universales,
que pueden ser entendidos de dos maneras diferentes: por un lado, como presencia en
todas las músicas, o como presencia en todas las culturas. La primera aproximación es
problemática, porque los contenidos de las músicas, es decir, intervalos musicales
particulares o ritmos específicos, se diferencian entre ellos de modo decisivo de una
cultura a otra. El segundo modo de entender la universalidad se relaciona con el quehacer
musical en general, con las acciones musicales, que están presentes en todas las
culturas. Esta última aproximación es la de John Blacking, quien propone el estudio del
hombre como music-maker.
Por tanto, la reflexión teórica sobre el arte y sobre lo bello es sin duda característica de la
cultura occidental, pero no siempre esta preocupación está presente en otras culturas.
Esto, sin embargo, no excluye una preocupación por lo estético, que está presente, en
cambio, hasta en las culturas más elementales, que se encuentran en el límite de la
supervivencia: se podría considerar lo estético como un elemento unificador de la especie
humana. Es decir, lo que diferencia la cultura occidental de otras culturas es la presencia
de la reflexión sobre lo bello.
En otras culturas estos problemas no se han planteado jamás en estos términos, porque
la música vive sólo y exclusivamente cuando alguien escucha y participa en el evento
musical. Entonces, la música, entendida como proceso de comunicación, no puede
prescindir de un contexto social.
Con el carácter abierto de esta definición, que incluye las prácticas musicales de todas las
culturas, podemos entonces poner en discusión la definición común de música, utilizada
en los conservatorios, en donde se entiende sólo como "arte del sonido". Nuestra cultura
considera la música un arte y, si asumimos este punto de vista, las culturas que incluyen
la música en la vida de cada día, como actividad que se integra en las prácticas cotidianas
normales, ellos no harían música. La "música de arte", es decir la que se estudia en los
conservatorios, no estima como sus iguales ni siquiera a todas las otras músicas de
nuestra misma sociedad, precisamente porque no tienen ambición de ser "arte". Nuestra
cultura presupone entonces un sistema jerárquico de músicas de diversa naturaleza, en
cuyo ápice se encuentra la música de arte, mientras las demás músicas serían parte de
subculturas o, en todo caso, de culturas subordinadas.
Me gustaría proponer que se considere la música como un producto cultural, del cual es
necesario estudiar su conceptualización, las conductas ligadas a ella y el sonido mismo,
sin olvidar que el sonido retroactúa en los conceptos.
En especial, quisiera proponer los conceptos relacionados con el llamado talento, con el
carácter selectivo o no del quehacer musical y con las relaciones entre la cultura de la
música de arte y las demás culturas musicales de Occidente.
Habiendo confirmado que los seres humanos son productores de música, deberíamos
precisar que cada grupo humano la práctica de modo diverso. Los puntos de vista para
identificar las diferencias pueden estar referidos a los conceptos implícitos en la actividad
musical, las conductas (verbales y físicas, sociales), los modos de aprendizaje, los modos
de creación, los usos y las funciones de la música y otros aspectos más.
Respecto a los conceptos, el primero sobre el cual habría que reflexionar es precisamente
el de "música": como ya mencionamos, en algunas culturas no existe siquiera un término
con el que se pueda especificar aquello que nosotros entendemos por música. En todo
caso, está claro que podemos aseverar que hay rasgos comunes del quehacer musical en
todas las culturas. Como fondo de la actividad musical se encuentra un sistema
conceptual que comprende creencias, mitos, ritos y estos conceptos justifican el modo
específico de hacer música en cada una de las culturas.
Descuidaré el aspecto de las conductas físicas del quehacer musical en las diversas
culturas, que merecería un análisis por sí solo. Sin embargo, es oportuno evidenciar que
en la cultura occidental, según el género musical que se toca, es posible comprobar
conductas corporales diferenciadas: la postura y los gestos, por ejemplo, del músico de
jazz, de aquel que practica rock, o aún de quien toca la así llamada "música antigua" o
"clásica" están claramente caracterizados y se distinguen entre ellos.
Habría que nombrar también, en el ámbito de las conductas físicas, las técnicas
específicas de emisión del sonido, vocal e instrumental, pero éstas requerirían
profundización técnica no adecuada a este contexto.
Un aspecto que sin duda tiene carácter universal es el hecho de que todos los seres
humanos muestran respuestas fisiológicas a la música, pero la naturaleza de estas
respuestas no ha sido documentada y aclarada suficientemente hasta el día de hoy. Y, en
todo caso, se trata de respuestas que asumen características diferenciadas en las
diversas culturas.
Otra conducta interesante para el análisis es la relacionada con los modos de recepción:
en África, por ejemplo, el público participa en la ejecución musical, ya sea cantando o
danzando. Y la participación activa, entendida como modo de recepción, no es exclusiva
de África: hay otras numerosas culturas en las que no existe ninguna separación entre
músico productor y público receptor. En la cultura occidental, en cambio, hay lugares
expresos a los que el público se dirige para sentarse y escuchar, en el espacio
identificado para este objeto, separado del escenario en el que el ejecutor propondrá
durante un tiempo determinado aquello que se llama concierto, es decir que se trata
entonces de una ocasión completamente separada de las actividades cotidianas de estas
personas. Es incluso necesario vestirse de modo especial, con un traje que se considere
adecuado para la circunstancia del concierto, y esto demuestra una vez más que se trata
de algo ajeno a la vida de cada día. En las demás culturas el quehacer musical es parte
integrante de la vida, está presente en numerosas ocasiones, delante de todos los
miembros de la comunidad.
La música que se concibe como medio para suscitar el goce estético no es prerrogativa
de la cultura occidental: este tipo de función se puede encontrar entre los árabes, en la
India, en China, Japón, Corea, Indonesia y en otras culturas más. En las culturas que no
poseen una escritura, en cambio, la conexión entre la música y el goce estético no resulta
haber sido confirmada.
La función comunicativa nos sugiere que aclaremos la creencia relacionada con la música
como "lenguaje universal". Este convencimiento se funda en general en la distinción de la
música respecto al lenguaje verbal: éste último tiene riqueza de matices de significado y
por ello puede prestarse para malentendidos, aun más evidentes cuando es necesario
servirse de la mediación de una traducción; en contraste con el carácter denotativo del
lenguaje verbal, la música daría lugar a un entendimiento "fraternal" entre personas que
no hablan la misma lengua, según quienes sostienen la universalidad del lenguaje
musical. Antes que nada, muchos estudiosos no concuerdan en la posibilidad de
considerar la música un "lenguaje". Pero dejando de lado este problema, podríamos
considerar la música integrada en un proceso comunicativo en el cual las personas
interactúan con un "objeto musical": ¿perciben todas las personas las mismas cosas,
independientemente de la cultura a la cual pertenecen? Ciertamente, no. Es decir, se trata
de músicas que comunican algo a aquellas personas que conocen ese lenguaje.
En síntesis, mientras la música en las demás culturas conserva usos y funciones más
cercanos a la participación de los miembros de la cultura en los eventos en los cuales la
música es elemento constitutivo, la cultura occidental mantiene la música en estado de
separación respecto a la cotidianeidad.
La habilidad musical, ciertamente, está ligada con el ejercicio específico que se prolonga
durante los años y es también seguro que no todos los músicos son igualmente brillantes.
Pero este hecho se reconoce en todas las culturas. Lo que es propio de la cultura
occidental es que la capacidad está integrada en un sistema cultural en el cual la
competición es determinante, con la consiguiente renuncia por parte de numerosas
personas a hacer música, porque no se consideran "suficientemente capaces".
En la primera mitad de nuestro siglo fueron hechas numerosas investigaciones para llegar
a una precisa medición de las habilidades musicales, que en gran parte se transformaron
en tests de aptitudes musicales. La aplicación de este tipo de herramienta en otras
culturas llevaría a resultados desilusionantes (o también a confirmar nuestra posición de
superioridad, desde un punto de vista fuertemente etnocéntrico), porque las habilidades
musicales están relacionadas con la cultura misma. En otras palabras, los materiales
perceptivos no son neutros, sino que están condicionados por el aprendizaje que se
realiza en la cultura a la cual se pertenece.
Antes que nada se debería decir que la función primordial de la mayoría de los
conservatorios occidentales es la conservar limpios e incontaminados los panteones de la
cultura musical oficializada. Frecuentemente estas instituciones ocupan edificios antiguos
que en otros tiempos tuvieron funciones diversas de las que tienen hoy. Entonces, los
nombres de las "deidades" no se exponen siempre en la fachada del edificio o en la sala
de conciertos. Sin embargo, en las conversaciones entre los profesores es posible
reconocer su permanente existencia. Además, la jerarquía del panteón se corrobora en
los programas de estudio de los conservatorios, en los cuales están presentes,
cuantitativamente, en número más alto, los representantes más relevantes del panteón:
en el caso del piano, por ejemplo, se encuentra a la cabeza Beethoven, que simboliza el
genio que debió trabajar duramente y Mozart, considerado genio que, además de no
deber esforzarse, era capaz de jugar con el lenguaje musical. Los programas de canto,
diversamente respecto a los de piano, reflejan el panteón del belcanto italiano, también
éste organizado jerárquicamente, con Verdi en el ápice, a quien le siguen Puccini, Bellini,
Donizetti y Rossini, en orden de importancia. Este panteón resulta ser muy interesante,
porque tiene carácter "local": se excluyen los compositores alemanes o de otras naciones,
reflejando así, el espíritu decimonónico, del cual es un producto la redacción de estos
viejos programas.
Existe también una jerarquía entre los instrumentos: al piano se le considera instrumento
"completo", al que siguen las cuerdas. Al final de la lista se encuentran los instrumentos
que forman las bandas: clarinetes, trompetas, trombones, tuba. Son, en síntesis, los
instrumentos más populares, aquellos que se tocan en las plazas y en las fiestas
tradicionales de los pueblos. La guitarra (como excepción), los instrumentos antiguos y la
percusión son adquisiciones relativamente recientes, que tienen una colocación aparte, un
poco "aristocrática", como lo era anteriormente el arpa.
Es probable que no sea ni siquiera posible hablar de "cultura" juvenil, porque la realidad
de los jóvenes es extremadamente heterogénea y variada, en medida tal que no es
posible calificar a todos los jóvenes como miembros de una cultura, es decir la "juvenil".
Una de las razones fundamentales de este modo de ver las cosas es, precisamente, que
los adolescentes en realidad se caracterizan por no sentirse más parte de algo: el
adolescente deja de ser niño, pero la sociedad no lo considera tampoco adulto. Esta
condición lo empuja a querer diferenciarse, algunas veces a toda costa, y esto se puede
realizar en parte gracias a la recepción musical. Los géneros musicales que los
estudiosos han recogido bajo la etiqueta de "popular music" son en realidad muchos, y
entre ellos podemos citar algunos: rock, hard rock, reggae, rasta, rap, punk, disco music,
jazz, cantautores. Es muy interesante observar que algunos grupos musicales acogen
alrededor de sí sólo a muchachas, otros son claramente masculinos, algunos
corresponden a grupos de edad, pero también hay de aquellos que atraen a los adultos
nostálgicos.
Otra característica que tienen los conciertos de música pop es que se supone que se trata
de un evento único e irrepetible, un lugar en el cual la espontaneidad y la improvisación
ocupan un espacio privilegiado. Mientras el concierto de música clásica es repetitivo, nos
esperamos que el músico sea fiel a la partitura, y se pretende la ejecución perfecta, los
conciertos de música pop deben contener algún elemento imprevisible. La modalidad
perceptiva del concierto de música de arte presupone una continuidad, mientras que en el
concierto de música pop la escucha es fragmentaria, discontinua. Todo esto se encuentra
en neto contraste con la modalidad de recepción de la música de arte.
El hecho de que los músicos de las bands, con sus actitudes anticonformistas representen
un estilo de vida diferente respecto a la "normalidad" conformista, y que sus vidas
colinden frecuentemente con los excesos ligados al sexo, el alcohol y las drogas,
constituye un problema grave. Más bien, los conciertos son el mercado para la difusión de
las drogas: el consumo de droga es parte del evento. Por tanto, a través de la necesidad
de diferenciación, con la reunión alrededor de los grupos pop, los jóvenes se exponen a
todo lo que la droga implica.
También en el caso de los niños la música de arte es ajena respecto a su experiencia; por
esto el maestro debería echar las bases para desarrollar una recepción de música variada
y abierta, posiblemente sin prejuicios.
Los agentes identificados son los maestros que, en el caso de la música de arte en la
cultura occidental, son los músicos profesionales, independientemente de eventuales
relaciones amistosas o de parentela. Como ya mencionamos anteriormente, la enseñanza
es esencialmente individual. También en los conservatorios se puede verificar una
especie de período de iniciación, que coincide con el estudio del curso de "teoría y solfeo"
y con la asistencia a la escuela media anexa, en los conservatorios en donde ésta existe.
El reconocimiento final es la licencia en teoría y solfeo, que permite entonces proseguir
con el "verdadero" estudio musical profesional.
En la escuela primaria habría aún mucho por hacer en este sentido. Precisamente, es
indispensable una formación musical adecuada de las maestras.
Creo que ahora habrá quedado claro que la educación para el sonido y para la música y
la educación musical deberían ser propuestas en términos de comunicación entre dos
culturas: la del profesor y aquella de los alumnos. En la escuela primaria la maestra
debería interesarse por conocer el mundo musical de los niños, esencialmente ligado a la
recepción televisiva (dibujos animados y programas para niños); no se puede prescindir
de esto en un primer momento, pero luego se debería pensar en ampliar las experiencias
de los alumnos con proposiciones que vayan más allá de las experiencias cotidianas de
ellos, para poder dar así a los niños la ocasión de enriquecerse, además de realizar otras
experiencias significativas.
No es secundario todo lo que está relacionado con la música pop, inclusive el problema
del consumo de drogas ligeras y duras. Como afirma Harrison (1.988), el problema debe
ser planteado en términos constructivos, es decir, sin recurrir al terror, sino buscando el
diálogo para poder echar las bases para que los jóvenes puedan elaborar modelos y
estilos de vida relacionados con la búsqueda de la calidad de la vida. Sin duda la música,
es decir, la educación musical, podría constituir un puente para la apertura del diálogo. Me
ha sucedido que escuché ejemplos de experiencias de jóvenes con dificultades escolares,
con rendimiento escolar muy bajo en las materias "importantes" (lengua y matemáticas),
mientras logran abrirse, proponerse en términos productivos y creativos, en el ámbito de
la educación musical. Naturalmente este tipo de experiencia se refiere a profesores
competentes en materia de enseñanza, además de la música, que logran dar un espacio
adecuado a estas problemáticas y que luego las manejan de modo positivo para los
jóvenes.
Con frecuencia los profesores se ven sometidos a las presiones sociales y culturales que
derivan de la "sociedad de los espectáculos": la formación queda en segundo plano,
mientras la presentación navideña o de fin de año se transforman en la meta principal de
la actividad educativa. Con una competencia adecuada y un buen diálogo con los padres,
el profesor podrá encontrar la justa medida, sin descuidar aquello que es una solicitud
característica de nuestra cultura. Y luego es también importante que los alumnos puedan
proponer a un público lo que han tenido ocasión de aprender.
La música de arte puede entrar en la escuela, pero esto debe suceder en términos de
comunicación entre personas diversas y no en términos de dominio de la cultura del
profesor por encima de la de los alumnos. Este último modo ha sido la única propuesta
escolar durante mucho tiempo. Hoy es indispensable una amplia difusión de los métodos
que se propongan en términos de comunicación entre un profesor adulto y la variedad de
individuos que se encuentran en su clase. El punto de vista debería ser aquel que
considere a los individuos con sus diferencias, pero sigue siendo necesaria la elaboración
de un modelo que permita la integración de las diferencias en un sistema de reglas
adecuado.