Caida de Roma y Apocalipsis

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ISSN: 0213-2052

LA CADA DE ROMA: IMAGINACIN APOCALPTICA E


IDEOLOGAS DE PODER EN LA TRADICIN CRISTIANA
ANTIGUA (SIGLOS II AL V)
The Fall of Rome: Apocalyptic Imagination and power Ideologies in
the Ancient Christian Tradition (2
nd
-5
th
centuries AD)
Pablo FUENTES HINOJO
Fecha de recepcin: 10-10-2009
Fecha de aceptacin definitiva: 18-10-2009
BIBLID [0213-2052(2009)27;73-102]
RESUMEN: En el presente artculo se abordan problemas relativos a las actitudes de
las Iglesias cristianas hacia el poder romano, a travs de las imgenes apocalpticas reco-
gidas en textos literarios de los siglos II al V, y las ideologas alternativas de poder que
reflejan.
Palabras clave: Imperio romano, reino de Dios, Apocalipsis, escatologa, milenaris-
mo, Anticristo, Iglesia, godos, vndalos.
ABSTRACT: This article studies the problems related to the actitudes of the Chris-
tians Churchs towards the Roman power, throught apocaliptic imagines gathered in lite-
rary texts from the second to fith centuries, and the alternative ideologies of power that
they reflect.
Key words: Roman Empire, Gods Kingdom, Apocalypse, Eschatology, Millenarism,
Antichrist, Church, Goths, Vandals.
Ediciones Universidad de Salamanca Stud. hist., H. antig. 27, 2009, pp. 73-102
Desde sus orgenes, el cristianismo desarroll, en continuidad con la tradicin
hebrea, una escatologa o conjunto de creencias sobre el fin de los tiempos, centradas
en torno a la parusa o segunda venida de Cristo a la tierra, cuyos primeros testimonios
se encuentran en las epstolas de Pablo, los evangelios sinpticos y el Apocalipsis de Juan.
Ante la carencia de una teora poltica formal, los primeros cristianos extrajeron de estas
creencias una orientacin prctica para relacionarse con el Estado romano. La esperanza
en el prximo advenimiento del reino de Dios permiti definir, desde poca temprana,
dos lneas diferentes de actuacin. Por una parte, exista la posibilidad, como puso de
manifiesto Pablo, de renunciar a toda valoracin subversiva de los poderes mundanos y
adoptar ante ellos una postura de respetuosa distancia, sustentada por la expectacin
mesinica. Por otra, era viable, tomando como referencia el Apocalipsis, identificar a
Roma con la bestia, criatura de Satn, que hace la guerra a los santos, o con la ramera de
Babilonia, smbolo por excelencia de la ciudad idlatra, embriagada con la sangre de los
mrtires de Jess y condenada a la aniquilacin por designio divino. A travs de estas
imgenes simblicas se expresa un juicio metafsico, que tendra peligrosos efectos en la
vida cotidiana de las primeras hermandades cristianas. Ambas posturas, de respeto y aca-
tamiento una, de hostilidad y resistencia la otra, se hallan justificadas escatolgicamen-
te y constituyen un buen ejemplo de la diversidad de ideologas de futuro, a que poda
dar lugar la interpretacin de los textos sagrados en las comunidades primitivas. Sobre
estas bases se cimentar todo el pensamiento cristiano posterior relativo al lugar que
ocupa Roma en el plan divino de la salvacin y a las relaciones del hombre y la Iglesia
con el Estado.
LA FORMACIN DE LA TRADICIN APOCALPTICA CRISTIANA. SIGLO I D. C.
Los orgenes de la escatologa cristiana resultan difciles de deslindar de las expecta-
tivas mesinicas del judasmo palestino del siglo I d. C. De ellas participaron plenamen-
te los primeros seguidores de Jess de Nazaret, quien predic la inminente llegada del
reino de Dios, revitalizando as la apocalptica tradicional juda en su forma proftica
1
.
Para Jess, Israel se haba apartado del camino de Dios y estaba a punto de incurrir en su
ira. El nico modo de salvarse consista en cambiar la mente y el corazn, preparndose
para el advenimiento del gobierno de Dios mediante la conversin a la Ley
2
. No parece
que el reino que anunciaba tuviese implicaciones militaristas. Ms bien se trataba de una
esperanza utpico-religiosa, dotada de relevancia poltica, ya que cuestionaba la legitimi-
dad del orden instituido en Judea, sobre todo en lo que atae al reparto desigual del poder
y la riqueza. El hecho fundamental de la vida de Jess fue su arresto y condena a muerte
en Jerusaln alrededor del ao 30. Los motivos no estn del todo claros, debido a la dis-
torsin de los sucesos que ofrecen los evangelios, nuestra principal fuente de informacin.
En cualquier caso, se ha podido establecer ms all de toda duda razonable una serie de
acontecimientos, como son su entrada triunfal en Jerusaln, la purificacin del templo, y
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1. Sobre la relacin entre la apocalptica juda y el reino de Dios anunciado por Jess, cf. KLAUSNER,
J.: Jess de Nazaret, su vida, su poca, sus enseanzas. Barcelona, 1991 (prim, ed. inglesa, 1925); WEISS, J.: Jesus
Proclamation of the Kingdom. Londres, 1971; HIERS, H.: The Historical Jesus and the Kingdom of God. Gaines-
ville, 1973; VERMES, G.: The Religion of Jesus the Jew. Minneapolis, 1993.
2. Mt. 10.23; Mc. 9.1; 13.30.
el protagonismo de las autoridades romanas, representadas por el prefecto Poncio Pilato,
en su proceso y condena a muerte bajo el cargo de sedicin. Estos datos sugieren que, en
la ltima etapa de su vida, Jess asumi una identidad mesinica. Posiblemente, conven-
cido de que, al dar cumplimiento en su persona a los orculos de los profetas sobre el
Ungido de Israel, Dios intervendra milagrosamente e instaurara su reinado
3
.
Poco despus de la crucifixin de Jess, algunos de sus discpulos creyeron que, como
el profeta Elas, su maestro estaba an vivo, que Dios lo haba resucitado y que pronto vol-
vera en majestad, para conducirlos a la victoria
4
. La mayora de las ideas escatolgicas de
estos primeros seguidores de Jess procedan de la Ley y los profetas, as como de apcri-
fos y pseudoepgrafos judos, en especial del Libro de Daniel (siglo II a. C.)
5
, interpretados a
la luz de un nuevo mesianismo, que colocaba en el centro de sus expectativas de futuro la
parusa o manifestacin gloriosa de Cristo en su segunda venida. Pablo de Tarso (ca. 10-64
d. C.), autor de los textos cristianos ms antiguos que poseemos, tena la certeza de que
Jess regresara pronto, en el da del Seor, como juez de vivos y muertos y que, tras
someter toda potestad y poder terrenal, incluido el de la muerte, entregara el reino al
Padre, inaugurando un gobierno ultramundano y eterno
6
. Previamente, Israel reconocera
a Jess como el mesas anunciado por los profetas. Cuando, con el paso del tiempo, se hizo
evidente que esto no iba a ocurrir, al menos de manera inmediata, Pablo tuvo que readap-
tar su mensaje. De acuerdo con el nuevo plan, primero deban afluir al redil de Cristo los
conversos del paganismo, y al final los judos, excitados por el deseo de emularlos, acepta-
ran a Jess y se salvaran
7
. El reajuste pone de manifiesto la esperanza de Pablo en la res-
tauracin de Israel, a la vez que revela el marco escatolgico en que se mova, de ndole
espiritual y antimaterialista, capaz de coexistir con la realidad poltica del Imperio roma-
no. Pablo consideraba a los emperadores y magistrados como autoridades instituidas por
Dios, que el cristiano tena la obligacin de acatar, rindindoles honores y cumpliendo
puntualmente con el deber de pagar tributos y observar las leyes
8
. Al proclamar la proxi-
midad de la parusa y, por extensin, la naturaleza transitoria del mundo actual, brindaba
un respaldo pasivo al sistema poltico vigente. Las Iglesias que fund en Grecia y Asia
Menor, integradas principalmente por conversos procedentes del paganismo o del entorno
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3. MACCOBY, H.: Revolution in Judaea. Nueva York, 1980, pp. 115-157. Para el proceso de Jess y su
condena, cf. BRANDON, S. G. F.: Jesus and the Zealots. Manchester, 1967; COHN, H.: The Trial and Death of
Jesus. Londres, 1972; VERMES, G.: The Passion, Londres, 2006.
4. MACCOBY, H.: Op. cit. pp. 176-177.
5. Pseudoepgrafo judo del siglo II a. C. Consta de dos partes: una narrativa (captulos 1-6), donde se reco-
gen varios relatos haggdicos, escritos hacia 250-200 a. C. por distintos autores, que refieren vaticinios ya rea-
lizados; y otra proftica (captulos 7-12), redactada a finales de 164 a. C., durante la revuelta de Judas Macabeo,
que contiene varias visiones de cumplimiento futuro. En la primera de ellas, el profeta contempla cuatro bestias
surgidas del mar: un len, un oso, un leopardo y un monstruo con diez cuernos. Representan a los cuatro impe-
rios (babilnico, medo, persa y greco-macednico), que deban subyugar a Israel antes de la llegada del reino de
Dios. Aparece aqu, por primera vez en la historia de la apocalptica juda, el tema de la sucesin de los impe-
rios, tomado de la historiografa griega y presente ya en Hesodo, Herdoto y Polibio, cf. MOMIGLIANO, A.:
Daniel y la teora griega de la sucesin de los imperios, Pginas hebraicas, Madrid, 1990, pp. 69-74.
6. I Tes. 4.13-5.11; I Cor. 15.20-28. A fines del siglo I, un discpulo de Pablo, autor de la Epstola II
a los Tesalonicenses, intent moderar la intensidad con que stos esperaban la segunda venida de Jess, recor-
dndoles que antes deba producirse la apostasa y la revelacin del Anticristo (II Tes. 2.1-12).
7. Rom. 8.28-11, 36.
8. Rom, 13.1-7.
de la sinagoga, se mantuvieron fieles a sus directrices, lo que permiti que este modelo
prctico de relacin con los poderes temporales se consolidase y perpetuase.
No todos estaban de acuerdo con las enseanzas de Pablo. En Siria y Palestina, donde
predominaban los cristianos que observaban las prescripciones de la Ley y vivan al ampa-
ro de la sinagoga, muchos le consideraban un peligroso innovador. Estas comunidades se
sentan un grupo ms dentro del judasmo, con la peculiaridad de que aceptaban a Jess
de Nazaret como el mesas anunciado por los profetas y aguardaban su parusa. El levan-
tamiento de Judea en el ao 66 y el estallido de la guerra, que culmin con la toma de
Jerusaln y la destruccin del templo en el 70, reactiv sus expectativas mesinicas, pues
interpretaron el acontecimiento como el inicio de la parusa. Dada la especial vinculacin
que les una a la sinagoga, es posible que en algunas ciudades exceptuando Jerusaln, de
donde huyeron al principio de la contienda sufriesen persecucin tanto por parte de la
poblacin pagana como de los gobernadores provinciales, que no distinguan entre las
diversas ramas del judasmo
9
. Hasta aquel momento slo algunas Iglesias de habla grie-
ga como la de Roma haban padecido violencia. Estos acontecimientos resultaran decisi-
vos para el posterior desarrollo del cristianismo. Con el eclipse de la comunidad
judeocristiana de Jerusaln, cuyo rastro se pierde definitivamente en Transjordania, y la
represin romana se inicia un proceso de escisin entre la Iglesia y la sinagoga, que con-
ducir al ascenso de las comunidades de tradicin helnica. Aunque los grupos judeocris-
tianos conservaron cierta influencia en el Prximo Oriente hasta comienzos del siglo III,
su posicin a partir de este momento ser cada vez menos relevante.
Tras la crisis de la guerra juda y la destruccin del templo, la mayor parte de las
comunidades cristianas optaron por la prudencia en materia de testimonio pblico y
manifestaciones colectivas. Esta actitud timorata provoc reacciones encendidas por
parte de aquellos cristianos que, ante la catstrofe, se haban reafirmado en la esperanza
de la parusa y crean que Cristo iba a liberarlos pronto de la opresin de Roma y el paga-
nismo. De sus llamamientos a la unidad y a la esperanza surgieron las primeras obras de
la literatura apocalptica cristiana, ligada an a la tradicin juda, de la que tomarn la
mayor parte de sus imgenes y smbolos. La redaccin final del Evangelio de Marcos,
publicada en Roma hacia el ao 75, cuando la Iglesia local comenzaba a recobrar su acti-
vidad tras la persecucin de Nern, se estructura ya como un gran drama escatolgico.
El ministerio de Jess, desde su bautismo hasta su muerte, se presenta como el cumpli-
mento de la profeca de Daniel sobre el Hijo del Hombre
10
. Incluye, adems, un
pequeo apocalipsis o discurso escatolgico atribuido a Jess
11
, donde ste anuncia la
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9. Ya en el otoo del 66, se produjeron graves disturbios en las principales ciudades de Oriente, acom-
paados de matanzas indiscriminadas de judos, entre los que en ocasiones debi haber cristianos. Los habi-
tantes de Cesarea asesinaron a ms 20.000 judos (JOSEPH: Bell. Jud. II.457, THACKERAY, H. ST. J. (ed.):
Josephus. II-III, The Jewish War. Londres-Cambridge/Massachusetts, 1927-1928). En Alejandra, el prefecto
de Egipto acab con los enfrentamientos callejeros, haciendo que el ejrcito pasara por las armas a 50.000
(II.487-498). Y en Damasco, 10.500 fueron reunidos en el gimnasio y masacrados (II.559-561).
10. PIERO, A.: Gua para entender el Nuevo Testamento. Madrid, 2006, pp. 332-333.
11. Mc. 13.1-37. El discurso contiene materiales diversos, ensamblados por el evangelista, que incor-
por algunos aadidos propios. Para la estructura y contenido del evangelio de Marcos, cf. GNILKA, J.: Evan-
gelio segn Marcos, I-II. Salamanca, 1986-1987; MATEOS, J. y CAMACHO, F.: El Evangelio de Marcos. Anlisis
lingstico y comentario exegtico, I-III. Crdoba, 1993-2004.
ruina de Jerusaln y la profanacin del templo por las tropas romanas de Tito la abo-
minacin de la desolacin predicha por el mismo profeta
12
, como preludio de su
segunda venida. Los evangelios posteriores de Mateo y Lucas tambin recogen esta
pieza
13
, y aunque el ltimo procura atemperar la proximidad del fin
14
, sus lectores debie-
ron interpretar el texto en el sentido escatolgico que les era familiar.
Coincidiendo con la redaccin de los evangelios, apareci el Libro de la Revelacin o
Apocalipsis de Juan, obra compuesta en gran parte con material palestino, que probable-
mente sistematiza las esperanzas de futuro de un grupo de refugiados judeocristianos,
instalados en Asia Menor despus del 70
15
. En su estructura final pueden distinguirse
dos partes: las epstolas a las siete Iglesias de Asia (captulos 1-3) y las visiones (captu-
los 4-22). Estas ltimas se inspiran directamente en textos de la proftica y la apocalp-
tica judas. Al igual que Daniel, el vidente del Apocalipsis contempla una bestia surgida
del mar, criatura del dragn o Satn, dotada de siete cabezas y diez cuernos. La bestia
representa al Imperio romano, que tiene autoridad sobre toda tribu, y pueblo, y len-
gua, y nacin, y que persigue a los santos que se niegan a adorarla
16
. Su imagen diab-
lica se duplica, de acuerdo con las normas del gnero, en la ramera de Babilonia. Esta vez
el prototipo se toma de los profetas Oseas, Isaas y Ezequiel, que haban identificado a
ciudades ricas e idlatras, como Tiro, Babilonia y Nnive, con prostitutas
17
. Siguiendo
su estela, los captulos 17 y 18 del Apocalipsis refieren una visin en la que aparece una
mujer vestida de prpura y grana, y adornada de oro y piedras preciosas, que cabalga
sobre una bestia bermeja. La mujer sostiene en su mano una copa, llena de las impure-
zas de su fornicacin y est embriagada con la sangre de mrtires de Jess. Sobre su
frente puede leerse un nombre: Babilonia la grande, la madre de las rameras y de las
abominaciones de la Tierra. Como en el Libro IV de Esdras
18
, un pseudoepgrafo judo
contemporneo del Apocalipsis de Juan muy difundido entre las comunidades cristianas,
Babilonia simboliza a la ciudad idlatra de Roma, personificada en este caso por la rame-
ra, que perece entre las fauces de la bestia en cumplimiento de la voluntad de Dios
19
.
A continuacin, se introduce el primer combate escatolgico, la batalla de Armage-
dn, en la que el mesas en su segunda venida como rey guerrero captura a la bestia de
siete cabezas y diez cuernos y la lanza al lago de fuego
20
. Con el anuncio del triunfo
de Cristo sobre el poder temporal de Roma, el autor de la redaccin final del Apocalipsis
intenta devolver la esperanza a una comunidad angustiada por el temor a las persecucio-
nes
21
. Aade a modo de colofn escatolgico el relato del combate contra el dragn, al
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12. Dan. 8.9-19.
13. Mat. 24.1-51; Luc. 21.5-33; cf. PIERO, A.: Orgenes del cristianismo. Madrid, 1991, pp. 207-210.
14. Lc. 21.8-9.
15. Sobre los orgenes e interpretaciones del Apocalipsis de Juan, cf. ROLOFF, J.: The Revelation of John.
Minneapolis, 1993; PRVOST, J. P.: Para leer el Apocalipsis. Estella, 1994.
16. Apoc. 13.1-10. La bestia combina rasgos de las cuatro que aparecen de Dan. 7.3.
17. Os. 1, 2; Is. 23, 16; Ez. 16, 15-16; 23, 13.
18. IV Esd. 3.1-3.
19. Apoc. 17.1-18.24.
20. Apoc. 19.11-21.
21. MONSERRAT, J.: La sinagoga cristiana. Barcelona, 1989, p. 175, sugiere que la multitud de santos
a los que alude el Apocalipsis son los del pueblo judo, en el que se integran los cristianos como una de sus
sectas, sometidos a la opresin de Roma y el paganismo.
que finalmente un ngel encadena y arroja al abismo. A travs de esta imagen se pone
de manifiesto que el antagonismo entre la comunidad cristiana y el poder de Roma es
un mero trasunto del conflicto invisible entre las fuerzas del bien y del mal, entre Cris-
to y Satn. En seguida, el mesas inaugura su reinado de mil aos, en el que participan
todos aquellos que no han adorado a la bestia, incluidos los mrtires resucitados
22
. La
concepcin del milenio, enunciada aqu por primera vez en la historia de la literatura
cristiana, est tambin presente en otras obras coetneas de la apocalptica juda, como
el Libro IV de Esdras, donde la duracin del reinado mesinico es de cuatrocientos aos
23
.
Tras este perodo de dicha, Satn es soltado de su prisin para conducir a las naciones,
an no totalmente vencidas, a la batalla final. Esta vez el diablo y sus secuaces son defi-
nitivamente aplastados y precipitados a los infiernos. Comienza as el Juicio Final. La
tierra es destruida y se constituye una nueva tierra y un nuevo cielo. Todos los muertos
resucitan, si bien slo aquellos cuyos nombres estn escritos en el libro de la vida podrn
gozar del paraso. El resto sufrir la condenacin eterna
24
. Fiel al modelo apocalptico
judo, el autor sita el paraso en la tierra, por lo que la obra culmina con el descenso de
la nueva Jerusaln desde el cielo, para convertirse en morada eterna de los santos
25
.
Este tipo de llamamientos a la accin y al despertar de la fe estimularon de manera
notable la capacidad de resistencia de aquellas Iglesias, que ante las persecuciones haban
optado por la prudencia y la resignacin, infundindoles esperanza en una segura victo-
ria sobre sus enemigos. La apocalptica cristiana, como la juda, difundi una concepcin
determinista de la historia en la que el futuro de la humanidad dependa de un plan pre-
fijado. El triunfo final de las fuerzas del bien estaba garantizado, al igual que la aniqui-
lacin de los poderes malignos. La naturaleza trascendente del propio discurso
escatolgico, que vaticinaba un mundo venidero, del que participaran los justos
mediante la resurreccin, estableca adems un firme dualismo al distinguir entre el
mundo presente, dominado por potencias malficas, y el futuro, donde imperara el bien.
Esta actitud de hostilidad hacia los poderes temporales contrasta fuertemente con las
directrices paulinas. Mientras para la apocalptica el poder de Roma procede de Satn y
es de naturaleza maligna, para Pablo ha sido instituido por Dios y debe ser honrado y
respetado. En el primer caso se llama a la resistencia, en el segundo a la sumisin. Una dis-
paridad de posturas que no slo brot de visiones de futuro diferentes, sino tambin de una
experiencia de antagonismo entre el reino de Dios, tal y como lo conceban algunos cris-
tianos, y un poder imperial de base pagana. Atendiendo a estos principios, la apocalptica
cristiana fundamentara una prctica de oposicin radical hacia los poderes temporales, que
iba a dificultar la integracin de los cristianos en la sociedad grecorromana.
MILENARISMO, IGLESIA Y ESTADO PAGANO. SIGLOS II Y III D. C.
Muchos cristianos de finales del siglo I y comienzos del II interpretaron de manera lite-
ral los textos evanglicos y las visiones del Apocalipsis de Juan. La expectacin mesinica,
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22. Apoc. 20.1-6.
23. IV Esd. 7.28.
24. Apoc. 20.7-15.
25. Apoc. 21.1-22.5.
asociada desde este momento al milenarismo colectivo o quiliasmo (del griego chilias,
millar), era muy intensa. Comunidades enteras aguardaban la parusa como un aconte-
cimiento prximo, que regenerara el universo y transformara radicalmente sus propias
existencias. Tal es el caso de las hermandades judeocristianas de Siria y Palestina, como
los ebionitas (del hebreo ebion, pobre), que si bien negaban la naturaleza divina de Jess,
crean en su resurreccin e inminente retorno como glorioso mesas
26
. La Didach, un
compendio de enseanzas litrgicas y morales, compuesto hacia el ao 110, para el buen
gobierno de una de estas comunidades judeocristianas sirias, concluye con una exhorta-
cin final a la perseverancia, en la que se refleja la actitud expectante del grupo ante la
venida del Seor
27
.
Aunque difundidas en casi todas las Iglesias, fue en las de Asia Menor, cuna del Apo-
calipsis de Juan, donde las creencias milenaristas adoptaron una mayor variedad de for-
mas de expresin. A comienzos del siglo II, Cerinto, maestro y predicador cristiano
prximo an a la sinagoga, enseaba a sus discpulos que, despus de la resurreccin, el
reino de Cristo sera terrestre y que, durante mil aos, los santos habitaran en la nueva
Jerusaln y gozaran de toda suerte de bendiciones en una permanente fiesta nupcial
28
.
Esta concepcin del milenio, materialista y rebosante de optimismo, no se circunscriba
a grupos judeocristianos o a movimientos marginales; sino que era compartida por los
ms destacados representantes del cristianismo helenista desligados ya de la sinagoga.
Papas (ca. 69-150), obispo de Hierpolis de Frigia (Asia Menor), estimado entre los cris-
tianos cultos de la poca por su exgesis de los logia de Jess
29
, afirmaba que, despus de
la resurreccin de los muertos, habra un milenio, y que el reino de Cristo se establece-
ra corporalmente sobre la tierra
30
. Lo mismo crea Justino Mrtir (ca. 114-163)
31
, fil-
sofo de origen palestino, que se haba convertido al cristianismo en feso bajo el reinado
de Adriano (117-138). En su Dilogo con el judo Trifn, compuesto hacia el ao 155-160,
lleg a tildar de herejes y blasfemos a los cristianos que rechazaban la idea del milenio y
crean que, en el momento de morir, sus almas seran recibidas en el cielo
32
. El testimo-
nio de Justino demuestra que en su poca haba comunidades donde coexistan diversas
formas de representacin escatolgica. No todos los cristianos imaginaban el paraso de
la misma manera. Y eso afectaba a sus ideas sobre cmo organizarse en el presente y qu
tipo de relaciones mantener con la sociedad y los poderes mundanos.
El propio Justino, como otros cristianos milenaristas de la primera mitad del siglo II,
senta cierta desconfianza hacia el poder de Roma. En su primera Apologa, una carta abier-
ta redactada hacia el ao 150 y dirigida a los emperadores Antonino Po, Marco Aurelio y
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26. JUST.: Dialog. 47.1-3, RUIZ BUENO, D. (ed. y trad.): Padres apologetas griegos del siglo II. Madrid,
1979; IREN.: Adv. Haer., I.26.2-3, ROUSSEAU A.; DOUTRELEAU, L.; HEMMERDINGER, B. y MERCIER, CH.
(eds.): Sources Chrtiennes. Pars, 1965-1979; EUS.: Hist. Eccl. III.27.1-6, VELASCO DELGADO, A. (ed. y trad.).
Madrid, 1997.
27. Didach, XVI.1-8, RUIZ BUENO, D. (ed. y trad.): Padres apostlicos. Madrid, 1974.
28. IREN: Adv. Haer., I.26.1; HIPP. Refut., VII.33.1-2, WENDLAND, P. (ed.), Leipzig, 1916; EUS: Hist.
Eccl., III.28; VII.25.3; EPIPH: Pan., XXVIII. 6.1.6, MIGNE, J.-P. (ed.): PG, pp. 41-42. Pars, 1863.
29. HILL, C. E.: Papias of Hierapolis, The Expository Times, 117, 8, 2006, pp. 309-315.
30. EUS.: Hist. Eccl., III.39.12-13.
31. GIORDANO, O.: Giustino e il milenarismo, Asprenas, 10, 1963, pp. 155-171; BARNARD, L. W.:
Justin Martyrs Eschatology, Vigiliae Christianae, 19, 1965, pp. 86-98.
32. JUST.: Dialog., 80-81.
Lucio Vero, comienza dirigindose a ellos de manera respetuosa
33
. Pero, al referirse a su
trato hacia los cristianos, cambia de tono y cuestiona que merezcan los ttulos de piado-
sos y filsofos, guardianes de la justicia y amantes de la instruccin, con que los obsequia-
ba la propaganda oficial. Antes bien, considera que actan con violencia y tirana
cuando, llevados por prejuicios o movidos por rumores malvolos, permiten que inocentes
sean castigados como culpables de algn crimen
34
. Incluso llega a aconsejar a los empera-
dores que se mantengan en guardia, no sea que os engaen esos mismos dmones que noso-
tros acabamos de denigrar y os aparten de leer absolutamente y de entender lo que decimos,
pues ellos pugnan por teneros como sus esclavos y servidores
35
. Durante el siglo II, los
cristianos padecieron hostigamiento de manera espordica. Generalmente, por perodos
breves y en mbitos geogrficos muy definidos. Solan dirigir la accin magistrados loca-
les o gobernadores provinciales, a menudo atendiendo a las demandas de las masas, cuyos
excesos intentaban controlar. Desde la perspectiva del Estado romano, los cristianos eran
una minora religiosa extica y le dispensaban un trato parecido al que se daba a astrlo-
gos y magos
36
. Esta situacin cre inseguridad y recelo por ambas partes. Haba cristianos
que, an proclamndose sbditos leales de Roma, compartan las opiniones de Justino y
crean, conforme a la tradicin apocalptica, que los emperadores eran tiranos, sometidos a
poderes malignos en conflicto con el nico Dios verdadero
37
.
No obstante, su mensaje radical encontraba un auditorio cada vez menos receptivo
en las grandes Iglesias urbanas, cuya unidad doctrinal y complejidad organizativa iban
progresivamente en aumento. Durante el perodo apostlico, el sentido de inminencia
del da del Seor haba hecho superflua una organizacin estricta. La comunidad estaba
gobernada por el Espritu Santo, impartido liberalmente a profetas y maestros
38
. Pero a
medida que se prolongaba la espera escatolgica se hizo necesario dotar a las comunida-
des de una estructura de gobierno temporal, que garantizase su supervivencia. En prin-
cipio, predomin el modelo del episcopado o presbiterado mltiple, sustituido en todas
partes, a lo largo del siglo II, por el monarquismo episcopal. Cada localidad tuvo enton-
ces un solo obispo, al que estaba subordinado el colegio de los presbteros y diconos, y
que presida la Iglesia, como guardin de la fe y responsable de la disciplina eclesisti-
ca
39
. Este sistema religioso formalizado y jerarquizado aspirar con el tiempo a integrar-
se en las estructuras sociales e institucionales del Imperio romano. Para los cristianos que
participaron en su construccin, no exista rivalidad entre cristianismo y Estado roma-
no. Admitan el papel benfico del Imperio en la historia del mundo y consideraban que
su lucha como seguidores de Jess no era contra los poderes terrenales, instituidos por
Dios, sino contra las potencias demonacas del paganismo
40
.
Ediciones Universidad de Salamanca Stud. hist., H. antig. 27, 2009, pp. 73-102
80 PABLO FUENTES HINOJO
LA CADA DE ROMA: IMAGINACIN APOCALPTICA E IDEOLOGAS DE PODER
EN LA TRADICIN CRISTIANA ANTIGUA (SIGLOS II AL V)
33. ID.: Apolog., I.1, RUIZ BUENO, D. (ed. y trad.): Padres apologetas griegos del siglo II. Madrid, 1979.
34. Ibid. I.2.2-3; 3.2.
35. Ibid. I.14
36. CLARKE, G.: Third-Century Christianity, en BOWMAN, A.; CAMERON, A. y PETER GARNSEY, P.
(eds.): The Cambridge Ancient History, XII: The Crisis of Empire. Nueva York-Cambridge, 2005, pp. 616;
FREND, W. H. C.: Persecutions: Genesis and Legacy, en MITCHELL, M. M. y YOUNG, F. M. (eds.): The
Cambridge History of Christianity, I: Origins to Constantine. Nueva York-Cambridge, 2006, p. 510.
37. PAGELS, E.: Adn, Eva y la serpiente. Barcelona, 1990, pp. 79-84.
38. 1 Cor. 12.4-21.
39. JEDIN, H. y BAUS, K.: Manual de Historia de la Iglesia, I. Barcelona, 1965, pp. 233-241.
40. INGLEBERT, H.: Les romains chrtiens face a lhistoire de Rome. Histoire, christianisme et romanits en Occi-
dent dans lAntiquit tardive (III
e
-V
e
sicles). Pars, 1996, p. 53.
Las llamadas epstolas pastorales de Pablo, escritas hacia el ao 100 por un discpu-
lo del apstol, responden a las necesidades de unas Iglesias, que sin renunciar a la espe-
ra escatolgica
41
, haban comenzado a dotarse de una organizacin temporal, que inclua
normas de comportamiento propias de una comunidad asentada. Encabezaba esta lista el
deber de vivir sumisos a los prncipes y a las autoridades
42
y orar por ellos, a fin de
que permitiesen a los cristianos llevar una vida tranquila
43
. El milenarismo, bastante
extendido entre los cristianos de la poca, no era necesariamente incompatible con la
sumisin al emperador y el respeto a sus representantes. Ireneo de Lyon (130-202), dis-
cpulo de Policarpo de Esmirna y sin duda el telogo ms destacado del ltimo tercio
del siglo II, estaba convencido de que Cristo retornara en la plenitud de los tiempos,
para instaurar el reinado de mil aos en la tierra
44
. Ahora bien, su postura hacia los pode-
res temporales no era distinta a la de las comunidades a las que se dirigieron las epsto-
las pastorales. La bestia del Apocalipsis, para otros exegetas smbolo del poder malfico
de Roma, era para Ireneo la recapitulacin de toda la apostasa de seis mil aos
45
.
Del rechazo a las nuevas formas de organizacin eclesistica y a los avances de la cul-
tura grecorromana en las grandes Iglesias del Imperio nacera el movimiento de la Nueva
Profeca, el primero de origen rural. En una fecha difcil de precisar, alrededor del ao
160, un nefito llamado Montano comenz a profetizar en la aldea frigia de Ardabau la
prxima instauracin del reino mesinico de los mil aos, en el que participaran nica-
mente aquellos fieles que se purificasen mediante ayunos, continencia sexual y prepara-
cin al martirio. Poco despus, anunci que era la encarnacin del Parclito o Espritu
Santo, prometido por Cristo en la ltima cena, y que haba sido enviado, para prolongar
la revelacin contenida en el Evangelio y conducir a los elegidos a la salvacin. No tar-
daron en unrsele otros visionarios, como las profetisas Maximila y Priscila, creando una
hermandad de carcter rigorista y carismtico, dedicada a proclamar la segunda venida
de Cristo. Cuando Priscila vaticin el descenso de la Jerusaln celestial en la llanura de
Pepuza, cristianos de toda Asia se sumaron al grupo. Su actividad puso en marcha un
amplio movimiento de restauracin eclesial, estrechamente ligado a la larga tradicin
proftica de las primeras generaciones cristianas. All donde iban, los misioneros mon-
tanistas fundaban hermandades dirigidas por patriarcas, sacerdotes y profetas de ambos
sexos, mantenidos con las limosnas de los fieles. Gracias a esta eficaz organizacin, la
Nueva Profeca se difundi rpidamente por las provincias del Imperio
46
. En casi todas
hall una buena acogida, pues responda a la necesidad que sentan los cristianos ms tra-
dicionalistas de reafirmarse en los fundamentos de la fe ante los progresos de la cultura
grecorromana y la tibieza espiritual de muchos de sus correligionarios. La mayora de las
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PABLO FUENTES HINOJO 81
LA CADA DE ROMA: IMAGINACIN APOCALPTICA E IDEOLOGAS DE PODER
EN LA TRADICIN CRISTIANA ANTIGUA (SIGLOS II AL V)
41. II Tim. 6.13-15.
42. Tit. 3.1.
43. I Tim. 2.1-2.
44. IREN.: Adv. Haer., V.32.1-36.3, cf. DANILOU, J.: La typologie millnariste de la semaine dans
le christianisme primitif, Vigiliae Christianae, 2, 1948, pp. 1-16.
45. IREN.: Adv. Haer., V.29.2.
46. EUS.: Hist. Eccl., V.16; 18. Puede encontrarse un detallado relato de los hechos en LABRIOLLE, P.
DE: Le crise du Montanisme. Pars, 1913. Sobre los problemas relacionados con el papel de las mujeres caris-
mticas en el movimiento montanista, cf. TREVETT, CH.: Montanism: Gender, Authority and the New Prophecy.
Cambridge, 1996.
enseanzas de Montano se ajustaban a la ortodoxia. Fueron sus insistentes llamadas a la
renuncia sexual y al martirio voluntario, las que le granjearon la hostilidad de los obis-
pos. A este conflicto subyace una lucha por el control comunitario entre los carismti-
cos, que haban desempaado un importante papel en las Iglesias de los primeros
tiempos, y el nuevo episcopado monrquico, que reclamaba para s la exclusividad del
poder ideolgico y disciplinario.
A principios del siglo III, la Nueva Profeca se extenda ya por Asia Menor, Tracia,
Siria, Mesopotamia, el norte de frica, y las ciudades de Roma y Lyon. Tertuliano (155-
230), presbtero de la Iglesia de Cartago y brillante profesor de retrica latina, se uni
en 205 a las filas montanistas, cuyo rigorismo moral admiraba y comparta. Estaba con-
vencido de que la disciplina Dei, el cdigo de conducta cristiana, deba ser actualizado y
fijado con precisin mediante nuevos mandamientos, transmitidos por profetas como
Montano
47
. Al igual que ste, crea que Cristo regresara pronto a la tierra y reinara mil
aos
48
. Los cristianos deban estar preparados para entonces. En un intento de atraer la
mayor cantidad posible de conversos a la Nueva Profeca, adapt el ideario apocalptico
montanista a las tradiciones del cristianismo africano, fundando as su propia secta, la de
los tertulianistas, que perdur doscientos aos
49
. Pero la Iglesia de la populosa ciudad
de Cartago nada tena que ver con las pequeas hermandades cristianas de los valles y
aldeas de Frigia. Sus miembros, procedentes de todos los estratos sociales, formaban una
comunidad con necesidades complejas, que admita y disfrutaba de la proteccin de
hombres ricos, a menudo ms atentos a su prestigio y fortuna que a las exigencias de su
fe. Tertuliano, en cambio, convencido como estaba de la proximidad de la parusa, recha-
zaba todo compromiso con un mundo que crea abocado a su fin. A menudo, manifest
sus reservas a la participacin de los cristianos en la poltica o en el ejrcito
50
. Reservas
que procedan, en buena medida, de la presencia an general del paganismo en todas las
facetas de la vida pblica y militar, lo que a sus ojos haca a los cristianos extranjeros en
el mundo
51
. Aunque la sola idea de que algn da un emperador pudiese llegar a ser cris-
tiano, se le antojaba inverosmil
52
, estaba profundamente convencido de que el Estado
romano era una construccin querida por Dios. La paz del Imperio bajo Septimio Severo
(193-211) autorizaba a creer que la Providencia divina favoreca a Roma y que su destino
era perdurar hasta la llegada del Seor
53
. Como muchos cristianos de su poca, imaginaba
que la cada de Roma sealara el fin de los tiempos; pero tambin que su permanencia
actuaba como freno a la catstrofe
54
. Por eso, recomendaba orar por los emperadores, por
sus ministros y autoridades, por la situacin del mundo, por la paz y por la demora del
fin
55
.
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82 PABLO FUENTES HINOJO
LA CADA DE ROMA: IMAGINACIN APOCALPTICA E IDEOLOGAS DE PODER
EN LA TRADICIN CRISTIANA ANTIGUA (SIGLOS II AL V)
47. BARNES, T. D.: Tertullien. Oxford, 1971, pp. 130-142.
48. TERT.: Ad Scap., II.6, BULHART, V. (ed.), CSEL, 76. Viena, 1957; ID. Adv, Marc. III.24, KROY-
MANN, E. (ed.), CSEL, 47. Viena, 1906.
49. AUG.: De Haer., 86, MIGNE, J.-P. (ed.), PL, 42. Pars, 1841.
50. TERT.: De pallio, V.4-5, BULHART V. (ed.), CSEL, 76. Viena, 1957.
51. ID.: De idol., 17-19, REIFFERSCHEID, A. y WISSOWA G. (ed.), CSEL, 20. Viena, 1890; ID. De cor.,
13, KROYMANN, E. (ed.), CSEL, 70. Viena, 1942.
52. ID.: Apol., XXI.24, HOPPE, H. (ed.), CSEL, 69. Viena, 1939.
53. ID.: De pallio, II.8-9, BULHART V. (ed.), CSEL, 76. Viena, 1957.
54. ID.: Apol., XXXII.1-3.
55. Ibid., XXXIX.2
Contemporneo de Tertuliano fue Hiplito (ca. 170-235), presbtero de la Iglesia de
Roma y uno de los escritores cristianos ms prolficos de su poca. En su tratado De
Antichristo, compuesto hacia el ao 202 y dirigido a un tal Teofilo, intenta calmar las
inquietudes apocalpticas de los fieles. Recientemente se haban producido episodios de
violencia contra los cristianos en varias ciudades del Imperio y muchos crean prxima la
revelacin del Anticristo, el hijo de la perdicin, que de acuerdo con II a los Tesaloni-
censes
56
deba preceder a la parusa. Hiplito, sabiendo que algunos de sus contemporneos
consideraban a Roma como el Imperio del Anticristo, puntualiza que el Estado romano
es slo la cuarta bestia de la visin de Daniel y que la aparicin del Anticristo vendr des-
pus de su cada, acontecimiento an lejano
57
. Dos aos despus, en 204, public un
Comentarium in Danielem, donde reiterara la identificacin de la cuarta bestia con Roma
58
y su rechazo a la idea de la inminencia del advenimiento de Cristo. Critic adems la acti-
tud de algunos miembros de la jerarqua, envueltos en dudosas experiencias escatolgi-
cas. Entre ellos, destaca el de cierto obispo sirio que, a la cabeza de su Iglesia, sali al
encuentro del Seor en el desierto. Durante semanas, la muchedumbre vag por yermos
desolados, ante la alarma del gobernador provincial, que a punto estuvo de mandarlos
arrestar y ejecutar creyendo que se trataba de una banda de forajidos. Afortunadamente,
el episodio no tuvo mayores consecuencias. La esposa del gobernador, que era cristiana, lo
convenci para que enviase unos cuantos hombres, que trajesen de vuelta al grupo
59
.
Desde haca algn tiempo, la jerarqua de las grandes Iglesias vena aplicando dis-
tintas estrategias, para desacreditar el milenarismo. La primera de ellas consisti en des-
pojar de autoridad cannica a la literatura apocalptica cristiana. En este sentido, se halla
bien documentada la actuacin del presbtero romano Gayo, que a fines del siglo II
intent privar a los montanistas de todo fundamento doctrinal, negando la autora apos-
tlica y la canonicidad del Apocalipsis de Juan
60
. La lucha de la Iglesia contra las corrien-
tes milenaristas explica que de toda la produccin escatolgica de los primeros
doscientos aos del cristianismo
61
slo hayan llegado hasta nosotros, si exceptuamos
algunos textos gnsticos, tres obras: el Apocalipsis de Juan, admitido finalmente entre los
libros sagrados, el Apocalipsis de Pedro
62
, y El Pastor de Hermas
63
.
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PABLO FUENTES HINOJO 83
LA CADA DE ROMA: IMAGINACIN APOCALPTICA E IDEOLOGAS DE PODER
EN LA TRADICIN CRISTIANA ANTIGUA (SIGLOS II AL V)
56. Vase n. 5.
57. HIPP.: De Antichr., 25, ACHELLIS, H. (ed.), GCS, 1.2. Leipzig, 1897.
58. ID.: In Dan. IV.9, LEFVRE, M. (ed. y trad.), Sources Chrtiennes. Pars, 1947.
59. Ibid., IV.18-19.
60. EUS.: Hist. Eccl., III, 28;VII, 25, 1-4.
61. Ibid., VI.20.3.
62. Se conserva un fragmento importante en griego, KLOSTERMANN, E. (ed.): Apocrypha, I. Bonn,
1910, pp. 8-12; y la obra completa en una traduccin etipica, GREBAUT, S. (ed. y trad. francesa): Littra-
ture thiopienne pesudo-clementine, Revue de LOrient Chrtien, 1907, pp. 139-151; 1910, pp. 198-214;
307-323; 425-439. Compuesto entre 125 y 150, el Apocalipsis de Pedro describe, a travs de visiones, la bie-
naventuranza de los justos y las penas de los condenados. Segn EUS.: Hist Eccl. VI.14.1, Clemente de Ale-
jandra lo consideraba un libro cannico (CLEM. ALEX.: Stromm., I.11, MIGNE, J.-P. (ed.), PG, VIII-IX. Pars,
1857) y como tal figura en el Fragmento Muratoriano, la lista ms antigua del canon del Nuevo Testamento.
En el siglo V segua siendo ledo en las Iglesias de Palestina todos los Viernes Santos, cf. SOZ.: Hist. Eccl.,
VII.19, MIGNE, J-P. (ed.), PG, 67. Pars, 1864.
63. RUIZ BUENO, D. (ed. y trad.): Padres apostlicos. Madrid, 1985, pp. 937-1092.
Otro instrumento utilizado, a fin de controlar las expectativas milenaristas, fue la
cronologa. Durante el siglo II, haba emergido una modalidad del gnero apocalptico,
orientada a dilucidar la fecha en que sobrevendra el fin de los tiempos mediante cm-
putos de naturaleza simblica. Sus orgenes se remontan a la tradicin de la semana cs-
mica hebrea, que atribua a cada uno de los das creativos una duracin de mil aos,
basndose en la expresin del salmo: Seor, mil aos ante tus ojos son como un da
64
.
Los cristianos pensaban que, de la misma manera que Dios haba trabajado seis das en
la creacin del mundo, tras la cada de Adn su religin deba trabajar en medio de los
hombres otros seis das, es decir seis mil aos, durante los cuales prevalecera la maldad.
Al inicio del sptimo da o sbado csmico, correspondiente al ao 6000 de la creacin
de la humanidad, el mal sera erradicado de la tierra y reinara la justicia por los siguien-
tes mil aos. Sobre estas bases, Justino identific el futuro reino terrenal de Cristo con
el sptimo milenio. Es ms, atendiendo a la interpretacin juda del Libro de Daniel, que
anunciaba que el inicuo dominara la tierra tiempo, tiempos y mitad de tiempo
65
,
lleg a la conclusin de que deban transcurrir 350 aos (100 aos por tiempo) desde la
resurreccin a la parusa
66
, con lo que dot al milenarismo de un nuevo argumento.
Poco despus, durante la dcada de 180, dos destacados eruditos cristianos, el obis-
po Teofilo de Antioqua
67
y Clemente, director de la escuela catequtica de Alejandra
68
,
situaron la vida de Jess a mediados del sexto milenio desde la Creacin. Aunque el dato
poda utilizarse para calcular el inicio del milenio, ninguno de ellos avanz en esa lnea.
Sera Hiplito de Roma quien utilizase por primera vez la cronologa con objeto de apa-
ciguar los temores apocalpticos de los fieles. En su Commentarium in Danielem, al que ya
nos hemos referido, incluy un minucioso cmputo, destinado a probar al lector que el
fin de los tiempos era, cuanto menos, un acontecimiento lejano y que, por lo tanto, no
haba lugar a desbordamientos de fervor escatolgico. De acuerdo con sus clculos, la
primera parusa haba tenido lugar en Beln el da 8 antes de las calendas de enero del
ao 42 del reinado de Augusto, correspondiente al 5500 de la Creacin de Adn. Pues-
to que la segunda venida de Cristo deba coincidir con el inicio del sbado csmico y este
no empezara hasta el ao 6000, quedaban casi 300 aos de espera
69
. Con estas conclu-
siones, Hiplito se convirti en el primer erudito cristiano que reafirmaba el valor can-
nico del Apocalipsis de Juan, de los textos escatolgicos de los Evangelios y de las epstolas
de Pablo y, al mismo tiempo, rechazaba de manera explcita la inminencia de la parusa,
definiendo as un milenarismo no apocalptico
70
.
Algn tiempo despus, hacia el 221, Sexto Julio Africano, antiguo oficial del ejr-
cito de Septimio Severo y ms tarde bibliotecario del emperador Severo Alejandro, uti-
liz cmputos semejantes a los de Hiplito para la elaboracin de su Chronographia. En
ella se fija el nacimiento de Cristo en el 5500 de la Creacin y su pasin 31 aos ms
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LA CADA DE ROMA: IMAGINACIN APOCALPTICA E IDEOLOGAS DE PODER
EN LA TRADICIN CRISTIANA ANTIGUA (SIGLOS II AL V)
64. Ps., 90.4.
65. Dan., 7.25. El texto original hace referencia a Antoco IV Epifanes.
66. JUST.: Dialog., 32.3.
67. THEOPH.: Ad Autolycum, III.28, RUZ BUENO, D. (ed. y trad. espaola): Padres apologetas griegos del
siglo II. Madrid, 1954.
68. CLEMENT. ALEX.: Stromm., I.21.
69. HIPP.: In Dan., IV, 16-24, LEFVRE, M. (ed. y trad.): Sources Chrtiennes. Pars, 1947.
70. DUNBAR, D.: The Delay of the Parousia in Hippolytus, Vigiliae Christianae, 37, 1983, pp. 313-327.
tarde. Dado que el mundo haba de durar hasta el 6000, el final de los tiempos distaba
unos 277 aos
71
. Con el detallado trabajo de Julio Africano y los clculos de Hiplito,
avalados por la prestigiosa escuela de Alejandra, el ao 5500 de la Creacin se convir-
ti en el fundamento de un sistema de cronologa cristiana, que en Occidente prevalece-
ra hasta el siglo V
72
. Este sistema permiti aglutinar los puntos de vista de los eruditos
con las esperanzas escatolgicas de los fieles, actuando como instrumento de control
sobre los movimientos apocalpticos. Por un lado, los crongrafos empleaban conceptos
milenaristas, que resultaban atractivos para el comn de los creyentes, mientras que por
otro privaban a los falsos profetas, cuyo ascendiente sobre los laicos preocupaba a la
jerarqua, de toda pretensin de conocer el momento en que se producira la llegada de
Cristo. De este modo, la prediccin del futuro se convirti en asunto reservado a erudi-
tos y eclesisticos expertos en cronologa.
Desde le punto de vista teolgico, el descrdito intelectual del milenarismo corri
a cargo de la escuela de Alejandra, cuyas especulaciones, de inspiracin neoplatnica,
partan de una interpretacin alegrica de las Escrituras. Orgenes (185-254), principal
representante de esta escuela y, sin duda, el pensador cristiano ms influyente del siglo
III, lleg a considerar el reino de Dios como un suceso de carcter espiritual, que tena
lugar en el alma de cada creyente
73
. Radicalmente opuesto a cualquier interpretacin
materialista, reemplaz la soteriologa colectiva del milenarismo por la doctrina de la
salvacin individual de las almas. En conformidad con su idea del reino de Dios, Orge-
nes sostuvo el principio de lealtad para con el Estado. Los cristianos tenan el deber inex-
cusable de cumplir las leyes, mientras stas no entrasen en conflicto con las demandas de
su conciencia, como en el caso de la participacin requerida por el Estado en el culto
imperial
74
. Adems, otorg una misin providencial a Roma, cuya paz y unidad haban
favorecido la difusin del mensaje de Cristo. Al establecer esta relacin de necesidad
entre el hecho histrico del Imperio romano y el religioso del cristianismo, Orgenes
resolvi la incompatibilidad entre Estado pagano e Iglesia. Aqul estaba al servicio de la
misin evangelizadora encomendada a sta. Por lo tanto, formaba parte del plan divi-
no
75
. Sobre estos argumentos se elevara en el siglo IV la teologa imperial.
APOCALIPTICISMO E INTEGRACIN SOCIAL
Aunque las enseanzas de Orgenes fueron aceptadas por numerosos cristianos cul-
tos y ejercieron una notable influencia en la vida de las grandes Iglesias de Oriente, ape-
nas modificaron las expectativas escatolgicas ni la percepcin del poder imperial, que
se tena en muchas pequeas comunidades rurales y urbanas. All la utopa quiliasta
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LA CADA DE ROMA: IMAGINACIN APOCALPTICA E IDEOLOGAS DE PODER
EN LA TRADICIN CRISTIANA ANTIGUA (SIGLOS II AL V)
71. JUL. AFR.: Chronogr., 16-19, MIGNE, J.-P. (ed.), PG, 10. Pars, 1857.
72. Sobre los orgenes de la cronologa occidental cristiana y su relacin con la apocalptica vase el
excelente artculo de LANDES, R.: Lest the Millennium be fullfilled: Apocaliptic Expectations and the Pat-
tern of Western Chronology 100-800 CE, en VERBEKE, W.; VERHELST, D. y WELCKENHUYSEN, A. (eds.):
The Use and Abuse of the Eschatology in the Middles Ages. Lovaina, 1988, pp. 137-211.
73. ORIG.: De Princ., IV.3.8, KOETSCHAU, P. (ed.). Leipzig, 1913; ID.: C. Celsum, VII, 28-29, RUIZ
BUENO, D. (ed. y trad. espaola). Madrid, 1967.
74. ID.: In Rom., IX.26-29, MIGNE, J.-P. (ed.), PG, 14. Pars, 1862.
75. ID.: Contr. Celsum, II.30.
segua ejerciendo una notable fascinacin sobre los fieles, pues les brindaba una recon-
fortante esperanza de futuro frente a la marginacin social y el hostigamiento de los
poderes pblicos. El cisma no tardara en estallar. Las Iglesias milenaristas de Egipto,
encabezadas por la de Arsino, cuyo obispo Nepote haba escrito un tratado contra la
exgesis alegrica de Orgenes, se apartaron de la comunin con Alejandra. En esta lti-
ma, se haban impuesto ya las tesis espirituales de su influyente escuela. La ruptura se
prolong hasta comienzos de la dcada de 260, cuando, tras jornadas de intenso debate,
el obispo Dionisio de Alejandra logr que los principales lderes milenaristas admitie-
sen la naturaleza espiritual y ultramundana del reino de Dios
76
.
La oleada de inquietud escatolgica no slo se extendi a lo largo del valle del Nilo.
Las guerras civiles, invasiones brbaras, carestas y epidemias de la dcada de 250 afec-
taron a amplias regiones del Imperio, alimentando la angustia de sus habitantes. A estas
dificultades de carcter general vino a sumarse, en el caso de los cristianos, el temor a la
persecucin. Desde principios del siglo III, los emperadores trataban de resolver el pro-
blema cristiano. Algunos de ellos, como Severo Alejandro (222-235) o Filipo (244-249),
haban tomado iniciativas favorables a la naturalizacin romana del cristianismo, por
ms que stas nunca llegasen a configurar una poltica capaz de regular los problemas
que planteaba una religin poco asimilable. Ciertamente, se haban producido ya varios
contactos de importancia. Orgenes, a requerimiento de Julia Mamea, madre del empe-
rador Severo Alejandro, haba acudido a Antioqua para exponer su fe ante la Corte. La
correspondencia del influyente telogo con el emperador Filipo constituye otro testimo-
nio ms de los avances de la tolerancia, as como el acceso de numerosos cristianos a car-
gos palatinos
77
. Pero la lentitud del proceso de integracin, especialmente necesaria en
momentos que demandaban una fuerte cohesin ideolgica, determin la puesta en mar-
cha de medidas anticristianas. En diciembre de 249, el emperador Decio (249-251),
firme defensor de las tradiciones romanas, promulg un riguroso edicto, que exiga a
todos los cristianos del Imperio participar en ceremonias pblicas de culto al emperador
y a los dioses tutelares de Roma
78
. En vsperas de la llegada del edicto a la provincia de
frica, el obispo Cipriano de Cartago (ca. 210-258), posiblemente un milenarista con-
vencido como su maestro Tertuliano, intent confortar a los fieles, apelando a las tradi-
cionales imgenes apocalpticas, que preludiaban la llegada del Anticristo y su derrota
ante el mesas guerrero, que vengara los padecimientos de los santos
79
.
Aunque las medidas anticristianas estuvieron poco tiempo en vigor, provocaron
numerosos mrtires y an muchas ms apostasas, lo que alter profundamente la vida
de la Iglesia
80
. La muerte de Decio en combate contra los godos cerca de Forum Terebro-
nii (Razgrad, Bulgaria), seal el fin de la persecucin. No obstante, unos meses despus,
Ediciones Universidad de Salamanca Stud. hist., H. antig. 27, 2009, pp. 73-102
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LA CADA DE ROMA: IMAGINACIN APOCALPTICA E IDEOLOGAS DE PODER
EN LA TRADICIN CRISTIANA ANTIGUA (SIGLOS II AL V)
76. HIER.: Comm. in Isaiam, 18, prol., MIGNE, J.-P. (ed.), PL, 24. Pars, 1843-1845; EUS.: Hist. Eccl.,
VII.24.1-9. Es en este contexto cismtico donde cabra encuadrar la aparicin del Apocalipsis de Pablo. Escri-
to en Egipto hacia 250, describe el ascenso del apstol hasta el tercer cielo, el Juicio Final, los gozos del
paraso y las penas del infierno. Aunque no acusa rasgos milenaristas, se muestra crtico con la jerarqua ecle-
sistica, a cuyos representantes incluye entre los condenados, cf. TISCHENDORF, C. (ed.): Apocalypses Apocry-
phae. Leipzig, 1866, pp. 34-60.
77. EUS.: Hist. Eccl., VI.21, 1-4; 36.3; VII.10.3.
78. Sobre el edicto de Decio, cf. GIORDANO, O.: I cristiani nel III secolo, Leditto di Decio. Mesina, 1964.
79. CYP.: Ep., 58.7, HARTEL, W. (ed.), CSEL, 3. Viena, 1872.
80. FREND, W. H. C.: Op. cit., p. 514.
en 252, una grave epidemia incit al emperador Treboniano Galo (251-253) a ordenar
la celebracin de sacrificios en todo el Imperio, para aplacar la ira de los dioses. Como
los cristianos se negasen a participar, la opinin pblica se volvi contra ellos. En el anfi-
teatro de Cartago, la plebe airada peda a gritos que Cipriano fuese arrojado a los leo-
nes
81
. A la peste vino a sumarse una sequa, que arruin las cosechas africanas, causando
carestas y hambrunas. Muchos gentiles, como el magistrado Demetriano, responsabili-
zaban de estos azotes a los cristianos por su infidelidad a los dioses de Roma. Cipriano
respondi a sus acusaciones, sealando que las causas reales de los problemas del Impe-
rio eran las injusticias de los poderosos, el acaparamiento de la produccin agraria, que
provocaba las carestas, la mala distribucin de la riqueza y, en definitiva, la insolidari-
dad hacia los necesitados. Un lcido anlisis, que sirve a su autor para respaldar una
visin de futuro apocalptica. Cipriano contemplaba con abatida resignacin lo que crea
el desmoronamiento del orden romano. La guerra, la peste y el hambre eran, a sus ojos,
signos inequvocos de la decrepitud del mundo y de la proximidad del juicio divino a
causa de la idolatra e inmoralidad de los paganos, que desafiaban a Dios persiguiendo
a sus siervos. Todos aquellos males constituan el preludio de la cada de Roma, del fin
de los tiempos y de la segunda venida de Cristo
82
.
La nueva ola de persecucin se extingui tras la muerte de Galo. Sin embargo, el
clima de angustia general continu caldendose. Las catstrofes se sucedan sin cesar.
Antioqua fue capturada y saqueada por los persas en 256. Al ao siguiente, los godos
devastaron Asia Menor y, entre tanto, la peste segua causando estragos. Todo haca pre-
sagiar un fin inmediato del Imperio y el mundo; temor presente de distintas maneras,
pero con igual intensidad, entre paganos y cristianos. Mientras los primeros se sentan
aterrados por viejas profecas, como el Orculo de Hispastes
83
, que vaticinaban el triunfo
de Oriente sobre Occidente; los segundos crean estar viviendo los ltimos das. En este
ambiente de pnico supersticioso lleg al trono el emperador Valeriano (253-260), un
pagano tradicionalista procedente de una antigua familia senatorial de origen etrusco.
En principio, se mostr tolerante con el cristianismo. Pero, a partir de agosto de 257,
adopt una serie de medidas anticristianas, dirigidas en principio contra el clero y los
bienes de la Iglesia, ms tarde contra los laicos de los rdenes superiores, senadores y
caballeros, y finalmente contra todos los fieles
84
. La persecucin vino sugerida ms por
la alarma, ante las desastrosas circunstancias polticas, militares y financieras, que por la
razn de Estado. Tambin la infiltracin del cristianismo entre las clases dirigentes parece
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81. CYP.: Ep., 59.6.1.
82. ID.: Ad Demetr. 2-5, MIGNE, J.-P. (ed.), PL, 4. Pars, 1844.
83. Se trata de un pseudoepgrafo, atribuido al legendario monarca medo Histaspes, protector de
Zaratustra. Se compuso en Asia Menor hacia finales del siglo II a. C., posiblemente como instrumento
de propaganda antirromana, durante la guerra de Mitrdates IV del Ponto (132-63 a. C.) contra Roma. Del
texto original slo se conservan citas en obras de escritores griegos y romanos. Profetiza que durante 6.000
aos, el bien y el mal mantendrn una lucha sin cuartel. Al cabo de ese tiempo, el dios del Sol, Mitra, des-
truir al espritu del mal y reinar mil aos. Cf. BIDEZ, J. y CUMONT, F.: Les Mages Hellniss: Zoroastre, Osta-
ns et Hystaspe dans la tradicin grecque. Pars, 1938, pp. 217-222; 361-371; y WIDENGREN, G., Leitende
Ideen und Quellen der iranischen Apokalyptik, en HELLHOLM, D. (ed.): Apocalypticism in the Mediterranean
World and the Near East. Tubinga, 1983, pp. 121-26.
84. Para el desarrollo de la persecucin de Valeriano, cf. HEALY, P. J.: The Valerian Persecution. A Study
of the Relations between Church and State in the Third Century A. D. Londres, 1905.
haber avivado el temor a la ira divina
85
. El que senadores y caballeros, guardianes de la
tradicin, se negasen a participar en las ceremonias de culto era un hecho particularmen-
te grave, tanto desde el punto de vista poltico como religioso, ya que el Estado se iden-
tificaba cada vez ms con los dioses tutelares de Roma.
Bajo el impacto de la nueva persecucin, compuso Comodiano, poeta latino de ori-
gen africano, su Carmen Apologeticum
86
, un alegato contra el paganismo, en el que se
inserta una descripcin del fin del mundo, inspirada en la proftica hebrea, los Orculos
Sibilinos y el Apocalipsis de Juan. Violentamente antipagano, el autor intenta devolver la
esperanza a una Iglesia atemorizada ante el acoso de las masas paganas y de las autorida-
des imperiales. Arranca el poeta con el anuncio de la sptima y ltima persecucin. Acto
seguido, presenta a los godos avanzando sobre Roma, con nimo de aniquilarla. Pero, de
pronto, aparece Nern redivivus, el Anticristo de Oriente, que recupera la ciudad
de manos de los enemigos, y junto con otros dos emperadores inicia la persecucin. Al igual
que Cipriano, el poeta asocia la llegada del Anticristo con la ltima ofensiva del paga-
nismo contra los cristianos. Durante tres aos y medio, los siervos de Dios padecen tri-
bulacin. Entonces, un segundo Anticristo, el varn de Persia, llegado de Oriente,
aniquila a Nern e incendia Roma. Tras destruir la ciudad, se establece en Judea y all
realiza toda suerte de portentos, atrayendo a multitudes, que le rinden adoracin. Pero
un ejrcito de santos avanza triunfante sobre Jerusaln. Llegado a este punto, Comodia-
no emplaza a su auditorio a tomar las armas contra el Anticristo como soldados del mesas.
El trmino soldado opera aqu a modo de sinnimo de cristiano y las armas hacen refe-
rencia a la confesin de la fe, tal y como se desprende de una carta de Cipriano, donde
refirindose al papa Lucio dice que haba inducido a los fieles a tomar las armas de la
confesin y a sufrir el martirio y que preparaba a los soldados para el combate con
sus discursos y con el ejemplo de su fe
87
. Como colofn al poema, Comodiano refiere la
derrota del Anticristo, y la entrada del verdadero mesas y sus fieles en Jerusaln. Slo
entonces se produce la resurreccin de los mrtires, que junto con los supervivientes
gozan de un milenio de placer y felicidad bajo el reinado de Cristo.
Es probable que la referencia del poeta a Persia, como lugar de procedencia del Anti-
cristo, refleje el temor a las victorias sasnidas sobre los ejrcitos romanos en la frontera
oriental del Imperio. Precisamente la captura de Valeriano por los persas en 259 puso fin
a la persecucin. Su hijo y coemperador Galieno (253-269) derog las medidas contra los
cristianos y restituy a los obispos las propiedades confiscadas, inaugurando as un pero-
do de paz de cuarenta aos, durante el cual las Iglesias experimentaron un extraordinario
desarrollo interno y externo
88
. Quienes vivieron aquel perodo, lo recordaran ms tarde
como una poca de libertad, en la que se construyeron edificios religiosos, se predic el
evangelio a griegos y brbaros, y los cristianos ocuparon altos cargos en la Corte, la Admi-
nistracin y el Ejrcito
89
. Las Iglesias, que desde comienzos del siglo III venan acumulando
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85. EUS.: Hist. Eccl., VII.10.3.
86. COMM.: Carmen Apolog., 791-1060, DOMBART, D. (ed.), CSEL, 15. Viena, 1887; cf. GAG, J.:
Commodien et le moment millnariste du III
e
Sicle (258-262 ap. J.-C.), Revue dHistoire et de Philosophie
Religieuses, 41, 1961, pp. 335-378.
87. CYP.: Ep., 61.2.3.
88. EUS.: Hist. Eccl., VII.13; cf. FREND, W. H. C.: Op. cit., pp. 516-517.
89. Ibid., VIII.1.1-6.
cierto patrimonio, disponan de nuevo, gracias a la devolucin de sus bienes, de rentas
considerables, que los obispos empleaban para sufragar el culto y mantener al clero y a
los pobres
90
. La necesidad de conservar estos bienes, en una situacin legal que a pesar
de la tolerancia segua siendo precaria, oblig a las Iglesias a mantener buenas relaciones
con las autoridades. Una circunstancia que favorecera la aproximacin mutua. Slo los
jerarcas ms destacados percibieron este hecho. La masa de los fieles, reforzada en sus
expectativas escatolgicas por la terrible experiencia de las persecuciones, continu
soando con el momento en que el Imperio dara paso al reino de Cristo, mientras avan-
zaba rpidamente por la senda de la integracin en la sociedad grecorromana
91
. Hacia el
ao 300 una tupida red de Iglesias, slidamente organizadas y con un alto grado de cohe-
sin, se extenda a travs del Mediterrneo frente a un Estado que, tras superar la crisis,
comenzaba a reforzar sus bases. El encuentro se haca inevitable.
EL IMPERIO ROMANO CRISTIANO COMO IMAGEN DEL REINO DE LOS CIELOS
Con la llegada al trono de Diocleciano (284-305), un oficial conservador, fiel a los
cultos tradicionales, se inici una profunda reforma de las estructuras del Imperio roma-
no. El nuevo rgimen poltico por l instaurado, la Tetrarqua, se basaba en el gobierno
conjunto de cuatro emperadores, dos Augustos y sus correspondientes Csares o herede-
ros. Para legitimar el poder autocrtico de los tetrarcas, se desarroll una teologa polti-
ca inspirada en los valores de la religin tradicional romana
92
. Este sistema top desde un
principio con el rechazo de las Iglesias cristianas, cuyos miembros estaban ahora presen-
tes en todas los mbitos de la vida pblica. La oposicin de los cristianos se percibi como
un peligro para el rgimen imperial. Por esa razn, a partir de 303, los tetrarcas adopta-
ron una serie de medidas anticristianas, que fueron ampliando progresivamente su espec-
tro hasta abarcar a toda la Iglesia
93
. No tard mucho en hacerse evidente su fracaso. Los
emperadores haban subestimado el arraigo del cristianismo y su capacidad de resistencia.
Tras la abdicacin de Diocleciano en 305, la intensidad de la persecucin se vio sujeta a
los avatares de las guerras civiles entre sus sucesores. Una circunstancia que se prolonga-
ra hasta el ao 311, en que Galerio (293-311) promulg el edicto de Srdica, derogando
las leyes represivas
94
. Bajo la proteccin del emperador Constantino (306-337), el cristia-
nismo goz de una amplia tolerancia y del reconocimiento legal del Estado
95
. A partir de
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90. En tiempos del papa Cornelio (251-253), la Iglesia de Roma alimentaba a cuarenta y seis pres-
bteros, siete diconos, siete subdiconos, cuarenta y dos aclitos, cincuenta y dos entre exorcistas, lectores
y ostiarios, as como ms de mil quinientas viudas y menesterosos (EUS.: Hist. Eccl., VI.43.11).
91. TROCM, E.: El cristianismo desde los orgenes hasta el concilio de Nicea, en PUECH, H. CH.
(ed.): Las religiones en el mundo mediterrneo y en el Oriente Prximo, I: Formacin de las religiones universales de sal-
vacin, Madrid, 1978, pp. 394.395.
92. Sobre la restauracin de Diocleciano, cf. WILLIAMS, ST.: Diocletian and the Roman Recovery, Londres,
1985, pp. 161-162. Vase tambin, SESTON, W.: Diocletian and the Tetrarchy. Pars, 1946.
93. FREND, W. H. C. Prelude to the Great Persecution: The Propaganda War, Journal of Ecclesias-
tical History, 38, 1987, pp. 1-18; DAVIES, P. S.: The Origine et Purpose of the Persecution of AD 303,
Journal of Theological Studies, 40, 1989, pp. 66-94.
94. LACT.: De mort. pers., 34, MIGNE, J.-P. (ed.), PL, 7, Pars, 1844; EUS. Hist. Eccl. IX.10-7-11.
95. LACT.: De mort. pers., 48.
este momento, la Iglesia, dotada de un estatuto privilegiado y colmada de bienes por la
munificencia imperial, pasara a ostentar una posicin institucional de poder y riqueza,
que no se avena bien con la esperanza milenarista de un paraso terrenal.
Ya en los primeros tiempos del reinado de Constantino, algunos telogos y erudi-
tos cristianos, que no deseaban renunciar a la tradicin milenarista, optaron por espiri-
tualizarla, siguiendo los pasos del obispo Metodio de Olimpo (m. ca. 311)
96
, quien con
anterioridad a la persecucin de los tetrarcas haba desarrollado una sugestiva teora de
la historia de la salvacin. De acuerdo con sus ideas, los cinco primeros das de la sema-
na csmica o poca de las tinieblas se correspondan con los tiempos del Antiguo Tes-
tamento. El sexto da o poca de la imagen era el perodo del Nuevo Testamento y de
la Iglesia. Y el sptimo, que se abrira con la segunda venida de Cristo, corresponda al
milenio, que Metodio entendi como una etapa de descanso y paz espirituales y no de
disfrute sensual en la tierra. El reinado milenario de Cristo sealaba el comienzo de la
poca de la realidad, que se consumara en la eternidad del cielo el octavo da
97
.
Mayor xito tuvo, como instrumento de desactivacin del milenarismo apocalptico,
el sistema interpretativo del africano Lactancio (ca. 340-320), profesor de retrica latina en
Nicomedia. Entre sus primeras obras se encuentran las Divinae Instituciones, que empez a
escribir en 304, al comienzo de la gran persecucin, y que terminara hacia 313. Dirigida
al pblico pagano, su intencin apologtica resulta evidente, ya que presenta el cristia-
nismo como un conocimiento superior, por su naturaleza revelada, a cualquier filosofa
o sabidura profana. En el sptimo libro, dedicado al emperador Constantino y escrito
posiblemente tras su victoria sobre Majencio (306-312), expone las tradiciones escatol-
gicas referentes a la parusa y al reinado milenario de Cristo. Atenindose a la interpretacin
del septenario bblico, seala que tras la cada de Adn el mundo ha de permanecer seis mil
aos bajo el dominio del mal
98
. Al aproximarse el fin del sexto milenio, que siguiendo el
sistema cronolgico de Hiplico fecha en el 500 d. C.
99
, la situacin de la humanidad
empeorar, tanto en el plano moral (en los hombres no habr fidelidad, ni paz, ni senti-
miento humanitario, ni pudor, ni verdad) como en el social y poltico (habr tumultos
por toda la tierra, bramarn guerras por todas partes). Este deterioro slo puede ser resul-
tado de la cada de Roma
100
. Lactancio, siguiendo la versin cristiana del Orculo de Histas-
pes
101
, contempla la posibilidad de que el Imperio entre en decadencia, debilitado por la
divisin del poder y las guerras civiles una referencia a la descomposicin del sistema de
la Tetrarqua, y acabe siendo conquistado por los persas, acontecimiento tras el cual sobre-
vendr inevitablemente el fin del mundo
102
. Sin embargo, an queda una esperanza:
La propia situacin actual declara que la cada y final del mundo ocurrirn en breve
tiempo, salvo que Roma se mantenga, en cuyo caso no parece que haya que temer nada de
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96. HIER.: De Vir. Illustr., 83, MIGNE, J.-P. (ed.), PL, 23. 1845, Pars; SOC.: Hist. Eccl., VI.13, MIGNE,
J-P. (ed.), PG, 67. Pars, 1864.
97. MET. OLYMP.: Sympos., IX.1-5, MIGNE, J.-P. (ed.), PG. Pars, 1857; cf. VIZMANOS, F. B. (trad. espa-
ola): Las vrgenes cristianas en la Iglesia primitiva. Madrid, 1949, pp, 989-1088.
98. LACT.: Div. Inst., VII.14.7-14, BRANDT, S. (ed.), CSEL, 19. Viena, 1890.
99. Ibid., VII. 25.5.
100. Ibid., VII.15.7-11.
101. Ibid., VII.15.19.
102. LACT.: Div. Inst., VII.15.11-19.
esto. Pero cuando caiga esta capital del mundo y empiece a llegar su decadencia, de la cual
hablan las Sibilas, quin puede dudar de que ha llegado el final de la humanidad y del
mundo? Ella es la ciudad que todava lo mantiene todo, y debemos rogar y suplicar al
Dios del cielo que, si es posible aplazar las previsiones y decisiones, no venga tan pronto
como nosotros pensamos ese abominable tirano que trama tan gran desastre y que destrui-
r esa luz, con cuya desaparicin caer el propio mundo
103
.
Lactancio vincula el fin del mundo a la cada de Roma. Y sta le parece cercana. Su
crtica al rgimen colegiado de la Tetrarqua, en el que ve el germen de la decadencia,
denota sus simpatas por la causa de Constantino, en cuya poltica dinstica debi vis-
lumbrar el nico instrumento capaz de garantizar la perduracin del Imperio. Como
cristiano Lactancio se mantuvo apegado a la escatologa milenarista tradicional, muy
extendida an en su poca; pero como ciudadano romano no pudo por menos que asig-
nar al Imperio, siguiendo las huellas de Tertuliano, un papel providencial en el plan divi-
no para la salvacin. A Roma corresponda el cometido de frenar la llegada del Anticristo
y, por consiguiente, de aplazar sine die el fin de los tiempos.
Esta aguda sntesis entre milenarismo y providencialismo romano debi resultar
bastante atractiva para los cristianos ms conservadores. En cambio, no pudo satisfacer a
aquellos que rechazaban la utopa quiliasta, como el obispo Eusebio de Cesarea (263-
339), telogo de la Corte del emperador Constantino. Ya en su Chronica o Historia Uni-
versal (Pantodapes istorias), publicada en 303 y prolongada ms tarde hasta 325, denota
la intencin de desprestigiar las especulaciones milenaristas. Aunque la obra tuvo esca-
so xito en Oriente, su traduccin latina a cargo de Jernimo correra mejor suerte,
alcanzando gran difusin en las provincias occidentales a partir del ao 380
104
. Consta
de dos partes: una Chronographia, donde se exponen los sucesos de forma analstica segn
las diversas naciones (caldeos, asirios, hebreos, egipcios, griegos y romanos); y una serie
de cuadros sincrnicos (Chronikoi kanones) dispuestos en columnas paralelas. Para esta
ltima parte, tom como modelo a Julio Africano, si bien corrigi sus cmputos, con
objeto de probar que el sistema que ste haba desarrollado era errneo y careca de valor.
Al desautorizarle esperaba, sin duda, erradicar toda huella de milenarismo de la crono-
loga cristiana y, de paso, privar de un argumento bsico a aquellos que utilizaban este
tipo de cmputos, para reforzar sus proclamas apocalpticas.
Como obispo y consejero del primer emperador cristiano, Eusebio fundament un
modelo de pensamiento poltico antiapocalptico, basado en una ontologa platnica
monista, que liga los destinos de la Iglesia a los de Roma
105
. Al igual que Orgenes,
cuyos argumentos desarrolla ampliamente, Eusebio est convencido de que el reino de
Dios es una construccin de naturaleza espiritual
106
. La soberana divina, nica e indivi-
sible, reside en el Padre, quien ha otorgado el gobierno del universo al Logos-Cristo.
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103. Ibid., VII.25.6-8.
104. MIGNE J.-P. (ed.), PG, 19. Pars, 1857. Prueba de su escasa repercusin es que el texto griego
completo se ha perdido. No obstante, ha podido reconstruirse a partir de los eptomes realizados por cron-
logos bizantinos, como Jorge Sincelo. Las tablas cronolgicas de la segunda parte se han conservado por com-
pleto en la traduccin latina de Jernimo. Y ambas partes perviven adems en una traduccin armenia.
105. Sobre la figura de Eusebio, cf. BARNES, T. D.: Constantinus and Eusebius. Cambridge/Massachus-
setts-Londres, 1981, pp. 81-190.
106. EUS.: Hist. Eccl., III, 39, 11-13.
ste, a su vez, ha creado al emperador y al Imperio romano a imagen y semejanza de la
basileia celestial, concedindoles un papel de primer orden en la historia de la salvacin.
Su finalidad es la de servir como instrumento de la Providencia, para purificar a la huma-
nidad del politesmo y la poliarqua
107
. El rgimen monrquico, propio del Imperio
romano, corresponde al monotesmo, de la misma manera que el politesmo refleja la
escisin poltica del mundo. El Imperio, nico y universal
108
, est llamado a perdurar
tanto como el cristianismo
109
. Ambos han coexistido desde sus orgenes. La monarqua
universal de Augusto surge en la poca del nacimiento de Cristo y la pax romana facili-
ta la expansin del cristianismo. A medida que la Iglesia se va universalizando y el Impe-
rio cristianizando, las dos instituciones tienden a converger en una sola: el Imperium
romanum christianum
110
.
Eusebio considera que el plan divino sobre la historia se realiza precisamente con
Constantino en el Imperio cristiano. A partir de este momento, el mundo tiene un solo
Dios y un solo emperador. En l culminan todas las expectativas escatolgicas y se veri-
fica la salvacin
111
. No en vano, desempea el papel mesinico de mediador entre Dios
y los hombres, reforzado por el ejercicio de las funciones de juez y legislador supremo,
obispo universal o hierofante, y defensor y propagador de la fe, lo que le permite arbi-
trar en cuestiones eclesisticas. As lo har Constantino, promoviendo el consenso a tra-
vs de concilios, como el celebrado en Nicea el ao 325, con objeto de resolver la
controversia arriana
112
. El emperador cristiano est, adems, coronado de las virtudes
inherentes a Dios (razn, prudencia, sabidura y bondad), como imagen que es del Padre,
as como de las virtudes adquiridas por imitacin de Cristo
113
. Es amigo predilecto de
Dios, quien est siempre a su lado y le concede la victoria sobre sus enemigos en el
campo de batalla, iluminndole en el desempeo de sus funciones, mediante visiones en
las que le revela el futuro
114
. Esta teologa poltica, que justifica metafsicamente la exis-
tencia del Imperio romano, se convirti para amplios sectores de la Iglesia en la base de
su posicin frente al Estado, sobre todo en las provincias orientales, donde se perpetua-
ra a travs de Bizancio.
El pensamiento poltico de Eusebio contribuy en buena medida a sacralizar la figu-
ra del emperador y a cristianizar su culto. Tambin la literatura apocalptica del siglo IV
incorpor a su imaginario la figura del emperador romano, investido de funciones mesi-
nicas. El xito de esta novedad fue tal que, durante la Edad Media, la figura del Cristo
guerrero del Apocalipsis de Juan se vio reemplazada por la del emperador de los ltimos
das. Su primera aparicin la encontramos en los famosos Orculos Sibilinos, una modali-
dad del gnero apocalptico muy difundida en el judasmo de poca helenstica. Aunque
estos textos se presentan como vaticinios de profetisas paganas, en realidad, se trata de
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107. EUS.: De Laud. Const., I-X, MIGNE, J.-P. (ed.), PG, 20. Pars, 1857; ID.: Vit. Const, I.5, MIGNE,
J.-P. (ed.), PG, 20. Pars, 1857; cf. GURRUCHAGA, M. (trad. espaola): Vida de Constantino. Madrid, 1994.
108. EUS.: Vit. Const., I.8.4; II.19.1-2.
109. EUS.: De Laud. Const., IX.8.
110. FARINA, R.: LImpero e lImperatore cristiano in Eusebio di Cesarea. Zurich, 1966, pp. 27-31.
111. EUS.: Vit. Const., I.41.1-2.
112. BARNES, T. D.: Constantinus and Eusebius. Cambridge/Massachussetts-Londres, 1981, pp. 208-223.
113. EUS.: De Laud. Const., II.4-5; V.8; VII.12; XI.1; Vit. Const., I.44.
114. FARINA, R.: Op. cit., pp. 187-235.
autnticos instrumentos de propaganda monotesta, dirigidos a la conversin de los gen-
tiles al judasmo. Los cristianos adoptaron el gnero en el siglo II con la misma finali-
dad. En principio, la funcin libertadora recay sobre el Cristo guerrero. Pero a partir
del reinado de Constantino pas a ser ejercida por la figura del emperador. As se obser-
va en la llamada profeca Tiburtina, compuesta hacia mediados del siglo IV. Reinaban
entonces los hijos de Constantino: Constancio II (337-361) en Oriente y Constante
(337-350) en Occidente. La controversia arriana se hallaba en su punto lgido y mien-
tras Constancio buscaba una frmula de compromiso, que cerrase la brecha entre las fac-
ciones religiosas enfrentadas, su hermano Constante se inclinaba a favor del credo de
Nicea y protega a sus partidarios. La Tiburtina fue redactada precisamente en crculos
nicenos occidentales, como reaccin al asesinato de su defensor, el emperador Constan-
te
115
. La sibila del orculo vaticina un tiempo de persecucin, durante el cual los tiranos
oprimirn al pueblo de Dios. Pero un emperador llamado Constante, procedente de Gre-
cia, acabar con ellos y unir ambas partes del Imperio, para a continuacin inaugurar
un reinado de 120 aos de paz y prosperidad. Su principal labor, durante ese perodo,
consistir en convertir a toda la humanidad al cristianismo, incluyendo a los judos. Al
producirse este hecho, las fuerzas del mal se alzarn contra l. Conjurada la amenaza,
Constante marchar hacia Jerusaln, a fin de ceirse la prpura en el Glgota y reinar
sobre el entero orbe cristiano. Entonces, aparecer el Anticristo, pero Dios mediante el
arcngel Miguel acabar con l, dando paso a la parusa.
Este tipo de orculos responde, en buena medida, a las nuevas necesidades creadas
por la competencia entre las distintas confesiones cristianas, que a lo largo del siglo IV
se disputaron el favor del emperador y la proteccin del Estado romano. El gnero apo-
calptico brindaba ahora a los grupos cristianos no privilegiados o excluidos una espe-
ranza de futuro alternativa, basada en la promesa divina de una victoria prxima y segura
sobre sus rivales religiosos. Cuando Magnencio hizo asesinar en enero de 350 a Constan-
te, su hermano Constancio se dirigi con su ejrcito hacia Iliria, donde derrotara al usur-
pador en la batalla de Mursa el 28 de septiembre de 351, siendo proclamado a
continuacin soberano de todo el Imperio. Ahora bien, Constancio no despertaba
muchas simpatas entre los cristianos nicenos de Occidente, que le consideraban un here-
je por promover la bsqueda de una frmula de consenso. En tales circunstancias, la
Tiburtina vino a expresar los temores y anhelos de una Iglesia que acaba de perder su
antigua posicin de privilegio, al tiempo que sirvi de vehculo para contrarrestar la pro-
paganda favorable a Constancio. El 7 de mayo de 351, mientras el emperador se hallaba
en Sirmium ocupado con los preparativos de la campaa contra Magnencio, una cruz
luminosa haba aparecido en el cielo de Jerusaln, extendindose desde el Glgota hasta
el monte de los Olivos. El fenmeno pudo observarse durante varias horas. Su impacto
popular fue tal que diez fuentes patrsticas diferentes nos han trasmitido la noticia, entre
ellas una carta enviada al emperador por el obispo Cirilo de Jerusaln
116
. Segn su rela-
to, hombres, mujeres y nios, naturales de la ciudad y extranjeros, cristianos y paganos,
se dirigieron a los santos lugares para orar a favor de Constancio. La aparicin de la cruz
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LA CADA DE ROMA: IMAGINACIN APOCALPTICA E IDEOLOGAS DE PODER
EN LA TRADICIN CRISTIANA ANTIGUA (SIGLOS II AL V)
115. Para el texto latino vase, SACKUR, E. (ed.): Sibillynische Texte und Forschungen: Pseudomethodius,
Adso und die tiburtinische Sibylle. La Haya, 1898, pp. 177-187.
116. CYR. JER.: Ep. ad Constantium, MIGNE, J.-P. (ed.), PG, 33. Pars, 1886; cf. DRIJVERS, J. W.: Cyril
of Jerusalem: Bishop and City. Boston-Leiden, 2004, pp. 159-161.
luminosa sobre Jerusaln lleg en el momento oportuno, pues las masas populares podan
interpretarlo fcilmente como un signo de victoria para el soberano, semejante al que
haba recibido su padre Constantino antes de la batalla del puente Milvio. En una poca
en que el xito en los campos de batalla se consideraba una muestra del favor divino, el
triunfo sobre Magnencio brind a Constancio un excelente argumento a favor de su pol-
tica religiosa. Dada la naturaleza de la propaganda oficial, los nicenos slo podan res-
ponder en trminos escatolgicos.
Cuando en 380, el emperador Teodosio I (379-395) otorg en exclusiva la protec-
cin del Estado a la Iglesia nicena, haciendo de su credo la religin oficial del Imperio,
sta asumi en solitario la responsabilidad de controlar las expectativas escatolgicas de
los fieles. Para ello desarroll dos estrategias. La primera respetaba las concepciones tra-
dicionales, adecundose al modelo interpretativo de Lactancio, para quien la llegada del
Anticristo poda verse aplazada sine die por la accin de un Imperio romano renovado. La
segunda, inspirada en el pensamiento de Eusebio, rechazaba de plano la idea del mile-
nio en favor de un paraso de ndole estrictamente espiritual y presentaba al Imperio
romano cristiano como imagen de ese reino celestial. Numerosos eclesisticos y eruditos
cristianos mantenan esta ltima postura. Entre ellos se encontraba Jernimo de Estri-
dn (347-420), reconocido exegeta y escriturario, que calific las creencias milenaristas
de fabulas judaicas
117
. En 379, durante su estancia en Antioqua, comenz a traducir
al latn la Chronica, que Eusebio de Cesarea haba escrito medio siglo antes, y la prolon-
g desde el ao 325, punto en que ste la haba dejado, hasta el 378
118
. La traduccin
tuvo un gran xito, contribuyendo a difundir en Occidente el enfoque histrico de Euse-
bio y su conciencia de la dimensin universal cristiana de Roma. En pocas dcadas, te-
logos y eclesisticos modificaron sus perspectivas, para situar la historia del Imperio
romano en el centro de los debates sobre la historia divina
119
. Adems, pudieron aproxi-
marse a los cmputos cronolgicos de Eusebio, que con el tiempo se convertiran en la
base de la historiografa occidental cristiana
120
. Jernimo los utiliz ya para fechar el
nacimiento de Cristo en el ao 5199 de la Creacin de Adn, socavando as la autoridad
de Hiplito y Julio Africano. Puesto que desde la Creacin hasta el decimocuarto ao
del reinado de Valente (378 d. C.), en que concluye su Chronicon, haban transcurrido
5579 aos, el fin del sexto milenio quedaba aplazado a los remotos albores del 800 d. C.
Pese a la gran difusin que tuvo la obra de Jernimo, hizo falta ms de medio siglo,
para que sus cmputos se impusieran en Occidente. Unos veinte aos despus de la
publicacin del Chronicon, Quinto Julio Hilariano escribi un Libellus de mundi duratio-
ne, que tomaba como referente cronolgico los clculos de Hiplito, Julio Africano y
Lactancio. Al igual que stos, dat el nacimiento de Cristo en el 5500 de la Creacin
y calcul que desde su muerte, acaecida treinta aos despus, hasta el momento presente
haban transcurrido 369 aos, por lo que quedaban an 101 para la parusa y el inicio del
milenio
121
. La reticencia de un autor antiapocalptico, como era Hilariano, a adoptar el
sistema cronolgico de Eusebio demuestra que, a finales del siglo IV, los cmputos de
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EN LA TRADICIN CRISTIANA ANTIGUA (SIGLOS II AL V)
117. HIER.: In Ezech., XI. Cap. XXXVI.1, MIGNE, J..P. (ed.), PL, 25, Pars, 1845.
118. MIGNE, J. P. (ed.): PL, 27, Pars, 1846.
119. INGLEBERT, H.: Op. cit., p. 202.
120. LANDES, R.: Op. cit., p. 151.
121. JUL. HIL.: Chronol., XVII, MIGNE, J. P. (ed.), PL, 13, Pars, 1845.
Hiplito gozaban an del reconocimiento y apoyo de la mayor parte de las Iglesias de
Occidente. Tambin se mantuvieron fieles al viejo sistema la Chronica de Sulpicio Seve-
ro (360-425)
122
, compuesta en 403, los populares Acta Pilati, cuya versin definitiva
data del 424, y el Liber Genealogus
123
, completado a mediados del siglo V
124
. El apego de
estas obras a los cmputos de Hiplito puede considerarse como una concesin a las exi-
gencias de un pblico, que crea estar viviendo en los ltimos tiempos.
De hecho, a partir de la dcada de 390, las fuentes constatan un resurgimiento esca-
tolgico slo comparable al que haba vivido el cristianismo a mediados del siglo III. La
diversidad de sus manifestaciones expresa una amplia expectacin popular. En la Galia,
el principal movimiento apocalptico que conocemos aparece ligado al circulo asctico
de Martn de Tours (316-397), cuyos seguidores crean que el Anticristo ya estaba ope-
rando en el mundo
125
. Por la misma poca hubo en Hispania un joven que, tras obrar
mltiples portentos, se proclam Elas
126
. Arropado por masas enfervorizadas, acab asu-
miendo una identidad mesinica y fue adorado como Cristo en su parusa, incluso por
un obispo
127
. En Oriente se dieron casos parecidos. Segn cierta profeca pagana, que cir-
culaba a finales del siglo IV, la Iglesia perecera 365 aos despus de la muerte de Cris-
to, es decir, el 398 d. C.
128
. Al llegar esa fecha se produjo una autntica conmocin en
Constantinopla. Un soldado anunci, a travs del patriarca, que la ciudad iba a ser des-
truida por una lluvia de fuego. Extraos fenmenos atmosfricos acaecidos el da predi-
cho, sembraron el pnico entre la poblacin, que busc refugio en las iglesias, creyendo
que haba llegado el da del Juicio
129
. La enorme variedad de imgenes apocalpticas,
ideologas de futuro y sistemas cronolgicos, que circulaban en la poca, constituyen un
testimonio a favor de la pervivencia de la utopa milenarista tanto entre el clero como
entre los laicos. El asentamiento de los pueblos germnicos en Occidente iba a incidir
sobre una sociedad predispuesta a interpretar cualquier acontecimiento excepcional
como signo premonitorio de la cada de Roma y del fin de los tiempos.
EL SAQUEO DE ROMA Y LA CRISIS DEL SISTEMA IMPERIAL EN OCCIDENTE (SIGLO V)
Los conflictos del Imperio con los brbaros, desde la batalla de Adrianpolis en 378
al saqueo de Roma en 410, conmovieron profundamente al mundo romano. El optimismo
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LA CADA DE ROMA: IMAGINACIN APOCALPTICA E IDEOLOGAS DE PODER
EN LA TRADICIN CRISTIANA ANTIGUA (SIGLOS II AL V)
122. SULP. SEV.: Chron., I.2.1; II.27.1, MIGNE, J..P. (ed.), PL, 20. Pars, 1840-1845.
123. El Liber Genealogus, redactado entre 405 y 428, tuvo dos continuaciones una hasta 455 y otra
hasta 463, cf. MOMMSEN TH. (ed.): MGH, AA, IX. Berln, 1892, pp. 154-196.
124. Acta Pilati XIX, SANTOS OTERO, A. DE (ed. y trad. espaola): Los evangelios apcrifos. Madrid,
1988, pp. 396-465.
125. SULP. SEV.: Dialog., II.14, MIGNE, J. P. (ed.), PL, 20. Pars, 1840-1845; cf. PRETE, S.: Sulpicio
Severo e il Millenarimo, Convivium, 26, 1958, pp. 394-404.
126. Sin duda, se inspir en las palabras de Mal. 4.5-6, que anuncian la llegada del profeta Elas como
heraldo del da de Seor
127. SULP. SEV.: Vit. Mart., 24.1. FONTAINE, J. (ed. y trad. francesa): Sources Chrtiennes. Pars, 1964;
CODOER, C. (trad. espaola), Madrid, 1987.
128. AUG.: Civ. Dei., XVIII.53.2, SANTAMARCA DEL RO, S. y FUERTES LANERO, M. (ed. y trad. espa-
ola), Madrid, 1988;
129. ID.: De Urbis excidio, VI.7, MIGNE, J..P. (ed.), PL, 40. Pars, 1845.
de Eusebio de Cesarea, que haba otorgado al Imperio un papel providencial, qued
arrumbado en Occidente. Telogos y eclesisticos retomaron el viejo tema historiogr-
fico de la decadencia y lo reinterpretaron en clave apocalptica cristiana. Incluso un
adversario del milenarismo como Jernimo pronostic la inminente cada del Imperio,
tras conocer los efectos devastadores de la invasin de las Galias por vndalos, suevos,
alanos y burgundios la ltima noche del ao 406. En su Liber comentariorum in Danie-
lem, publicado pocos meses despus, identifica a Roma con el cuarto reino de la imagen
metlica del sueo de Nabucodonosor, representado por las piernas de hierro y los pies
de hierro mezclado con barro
130
. De acuerdo con la interpretacin de Jernimo, el
Imperio romano haba sido en sus orgenes tan fuerte como el hierro; pero ahora que se
aproximaba a su fin era dbil como el barro. Una debilidad que el exegeta atribuye al
reclutamiento masivo de federados brbaros llevado a cabo por Estilicn, el magister
utriusque militiae del Imperio de Occidente. Su crtica, que no pas desapercibida en la
Corte del emperador Honorio (395-423), culminaba con el anuncio de la cada y des-
membracin del Imperio
131
. Cuando se public el comentario de Jernimo, la paz de
Italia se hallaba amenazada por las tropas de dos caudillos godos, Alarico y Radagaiso,
y varias profecas, tanto paganas como cristianas, instrumentos de propaganda contra la
poltica de Estilicn, anunciaban la cada de Roma. Los mecanismos de censura del sis-
tema funcionaron con puntualidad. Los Orculos Sibilinos ardieron en la hoguera y Jer-
nimo recibi instrucciones de modificar su interpretacin de las visiones de Daniel
132
.
Cosa que no hizo. Algn tiempo despus, hacia 409, en una carta dirigida a la noble
viuda romana Geruquia, con objeto de prevenirla contra un segundo matrimonio,
recordara que los males que padeca Roma en aquellos momentos eran fruto de la pol-
tica de Estilicn, un traidor semibrbaro, que con nuestras riquezas ha armado a los
enemigos contra nosotros
133
.
Para entonces, poda expresar libremente su opinin. En agosto de 408, un golpe
de palacio haba precipitado la cada de Estilicn. Los nuevos consejeros de Honorio
haban decidido abandonar su poltica, ignorando las demandas de los godos. Como
resultado, aquel otoo, Alarico, que careca de recursos con los que mantener a sus hom-
bres, march sobre Roma y la puso sitio, a fin de forzar un acuerdo. No lo logr, pero el
Senado hubo de pagarle 5.000 libras de oro, 30.000 de plata, y gran cantidad de espe-
cias, sedas y pieles para que levantase el cerco. La propaganda oficial hizo recaer la res-
ponsabilidad sobre Estilicn, cuya esposa e hijo, acusados de conspirar a favor de Alarico,
haban sido ejecutados antes de que ste llegase a la ciudad
134
. Tras una nueva marcha
sobre Roma, que concluy con la efmera promocin al trono del emperador ttere talo,
el monarca godo intent negociar con Honorio. Pero todos sus esfuerzos fueron en vano.
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130. Dan., 2.1-44.
131. HIER.: In Dan., II.7; VII.7-8, 11, MIGNE, J. P. (ed.), PL, 25. Pars, 1845.
132. RUT. NAM.: De reditu suo, II.51-52; 55, VESSEREAU, J. y PRCHAC, F. (ed. y trad, francesa). Pars,
Les Belles Letres, 1961; cf. DEMOUGEOT, E.: Saint Jerme, les oracles sibyllins et Stilichon, Revue des tu-
des Anciennes, 54, 1952, pp. 83-92.
133. HIER.: Ep., 123.16-17, VALERO, J. B. (ed. y trad. espaola). Madrid, 1995.
134. Puede encontrarse una detallada descripcin de acontecimientos que se sucedieron entre 407 y
410 en DEMOUGEOT, E.: De lunit la division de lempire romain. Essai sur le gouvernement imprial (395-410).
Pars, 1951, pp. 376-494.
Incapaz de alcanzar los objetivos que se haba propuesto, someti a Roma a un tercer
asedio y el 24 de agosto de 410 entr en la ciudad, permitiendo que sus hombres la
saqueasen durante tres das. Se trataba del ltimo y desesperado recurso de un jefe mili-
tar cuya poltica haba fracasado. Pero las clases dirigentes romanas no lo entendieron
as. Para ellas supuso un golpe desmoralizador. Tanto paganos como cristianos se sent-
an confundidos. Unos porque crean que la eternidad de Roma estaba garantizada por
los dioses
135
; y los otros porque estaban convencidos de que, purificada de la adoracin
a los dolos y protegida por los sufragios de los mrtires, pervivira hasta el fin de los
tiempos
136
.
Muchos cristianos empezaban a pensar que haba llegado ese momento. Jernimo,
aunque sumido en el pesimismo por lo que crea un golpe mortal contra el Imperio
137
,
combati con energa esta nueva ola de milenarismo, que haba levantado el saqueo de
Roma. Al parecer, no fue el nico que adopt esta actitud. En su Liber commentariorum in
Ezechielem, hace referencia a ciertos cristianos que aseguraban que deban pasar 430 aos
desde el bautismo de Cristo hasta la parusa
138
. Seguramente eran clrigos que intenta-
ban calmar los temores apocalpticos de los fieles, divulgando cmputos que demoraban
en el tiempo la segunda venida de Cristo, como ya lo haban hecho en su momento
Hiplito y Julio Africano. De hecho, mientras, en el siglo IV, los clculos escatolgicos
sumaban 350 365 aos a la encarnacin o pasin de Cristo para calcular la fecha de la
parusa; en el siglo V, se impuso la tendencia, adoptada ya por Hilariano, de aadir 430
o 470 aos
139
. De este modo, el fin de los tiempos quedaba aplazado 50 aos. Pero haca
falta algo ms que una demora, aunque fuese de 400 aos, como apuntaba la cronologa
del propio Jernimo, para aplacar el fervor escatolgico de las masas.
Sera Agustn de Hipona (364-430) quien elaborase la doctrina que demandaban las
nuevas circunstancias. Hasta el ao 400 haba defendido la creencia en un milenarismo
espiritual
140
. Pero nuevas consideraciones exegticas, expuestas en De Civitate Dei, le
indujeron a cambiar de opinin e interpretar el Apocalipsis de Juan como una alegora,
en la que el milenio representa el tiempo transcurrido entre la primera venida de Cristo
y su manifestacin gloriosa al fin de los tiempos
141
. Para Agustn, la realizacin de la
esperanza escatolgica alcanza su plenitud en el seno de la Iglesia, identificada con el
reino de los cielos. No es, por lo tanto, necesario aguardar al fin de la sexta edad para que
Cristo inaugure su reinado, porque de hecho ya reina junto a los santos. El poder de pro-
nunciar sentencia, otorgado a stos en el Apocalipsis, tampoco se posterga hasta el da del
Juicio Final, sino que cobra dimensin actual a travs de la potestad que ejercen los obis-
pos como jueces en el gobierno de sus respectivas Iglesias
142
. Con esta interpretacin,
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PABLO FUENTES HINOJO 97
LA CADA DE ROMA: IMAGINACIN APOCALPTICA E IDEOLOGAS DE PODER
EN LA TRADICIN CRISTIANA ANTIGUA (SIGLOS II AL V)
135. AUG.: Sermo, 296.6.7 MIGNE, J.-P. (ed.), PL, 38. Pars, 1845..
136. Ibid., 296.5.6,
137. HIER.: In Ez., I, praef., MIGNE, J.-P. (ed.), PL, 25. Pars, 1845.
138. ID.: In Ez., IV.4
139. AUG.: Ep., 199.20; cf. LANDES, R.: Op. cit., p. 159.
140. ID.: Serm. 259.2.
141. Ibid., XXII.30.4-5; DANIELOU, J.: La typologie millnariste de la semaine dans le christianis-
me primitif, Vigiliae Christianae, 1948, pp. 1-16; ID.: La tipologa de la semaine au IV
e
sicle, Recherches
de Science Religieuse, 35, 1948, 382-411.
142. AUG.: Civ. Dei, XX.9.1-2.
Agustn salva el tiempo milenario. El presente es el milenio de los mrtires y los santos,
el tiempo cristiano, en el que se produce la primera resurreccin. Llegado a su conclu-
sin, dar paso al sptimo da, un perodo de plenitud y reposo sabtico, en el que se pro-
ducir la segunda resurreccin y la humanidad redimida gozar de la santificacin de
Dios. Entre el sptimo y el octavo da no hay ruptura, sino continuidad en el descanso.
Los temores apocalpticos quedan as disipados ante la esperanza del octavo da en la
eternidad del paraso celestial.
A diferencia de otros telogos de la poca, como Ambrosio de Miln o Jernimo,
que unan los destinos de la Iglesia y el Imperio, Agustn los disocia por completo, opo-
niendo el carcter eterno de la primera a la naturaleza temporal y transitoria del segun-
do. En De civitate Dei manifiesta expresamente su rechazo a la doctrina poltica de
Eusebio de Cesarea, quien haba presentado el surgimiento del Imperio romano en tiem-
pos de Augusto como un hecho providencial en la historia de la humanidad. Agustn,
en cambio, identifica a Roma con Babilonia y otras potencias de la Antigedad, en tanto
que todas ellas se ajustan al prototipo del Imperio universal y, por consiguiente, son una
forma de expresin de la civitas terrena, categora moral en la que incluye a cuantos, en
el pasado y presente, se han apartado del amor de Dios y se han mostrado rebeldes a su
autoridad
143
. Refuerza esta idea con una serie de acerados juicios sobre la historia de
Roma, a la que considera un Estado fundado mediante la expansin militar y el estable-
cimiento de un dominio poltico injusto sobre otros pueblos
144
. Para Agustn, todas las
formas de Estado, incluido el Imperio cristiano, son consecuencia y expresin del peca-
do; necesarias para contener y enmendar la conducta desarreglada de los hombres y, por
consiguiente, manifestacin de un orden disciplinario, que al corregir a los pecadores
procura su salvacin
145
. En este sentido, el Estado es un don de Dios y como tal consi-
dera al Imperio cristiano, pero en modo alguno admite que sea una forma de orden pol-
tico establecido por la Providencia
146
.
La distancia entre estas ideas y la teologa imperial resulta evidente. La doctrina
poltica de Eusebio, fundamentada en el pensamiento neoplatnico, que no reconoce la
existencia de ningn poder esencialmente malo, estableca una analoga entre el orden
metafsico de la basileia celestial y la terrena, asimilando la historia del Imperio romano
a la historia de la salvacin
147
. A un sistema que excluye la accin del pecado original,
Agustn opone una ontologa que lo ubica en su mismo centro, permitindole definir el
mundo, de acuerdo con una concepcin dualista, como la civitas diaboli. De ah, su des-
confianza hacia todas las instituciones humanas, que concepta manchadas por el peca-
do. Sin embargo, existe un punto en comn entre la teologa imperial y el modelo
agustiniano. Ambos consideran los poderes temporales existentes como ordenados por
Dios y se muestran dispuestos a colaborar en su mantenimiento.
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LA CADA DE ROMA: IMAGINACIN APOCALPTICA E IDEOLOGAS DE PODER
EN LA TRADICIN CRISTIANA ANTIGUA (SIGLOS II AL V)
143. Ibid., XVIII.22; XIX.24.
144. Ibid., IV.3; 15; XVIII.22; XIX.21.2; 24.
145. DYSON, R. W.: St. Augustine of Hippo: the Christian Transformacin of Political Philosophy. North-
folk, 2005, pp. 48-88
146. AUG.: Civ. Dei, IV.23; V.24-26.
147. Sobre el influjo de la teologa de Eusebio en la concepcin del Imperio romano cristiano y sus
relaciones con la Iglesia, cf. GREENSLADE, S. L.: Church and State from Constantine to Theodosius. Londres, 1954.
A pesar a los esfuerzos de Agustn en desligar los destinos de la Iglesia y el Impe-
rio, para las lites cristianas del siglo V no haba duda de que el Estado romano era una
construccin poltica querida por Dios y que perdurara hasta el fin de los tiempos. Por
eso, el saqueo de Roma y las invasiones brbaras desataron todo tipo de expectativas apo-
calpticas, especialmente en frica, donde el asentamiento de los vndalos, a partir de
429, se hara a costa de la expropiacin de los provinciales ms acomodados. El propio
Agustn hubo de asistir, en los ltimos meses de su vida, al desplome del sistema impe-
rial. Tras los muros de Hipona, asediada por las milicias brbaras de Genserico, se haci-
naba una desordenada multitud de refugiados, vestigio de la antao prspera sociedad
romana. Las distinciones de riqueza y estatus se haban desvanecido. Hombres y muje-
res, que unos meses antes vivan rodeados de lujo, se entremezclaban ahora con pobres y
mendigos en el interior de las baslicas. El orden social pareca haberse desplomado
148
.
Ante el rpido deterioro de la situacin, el clero catlico hizo un llamamiento a la uni-
dad de los fieles frente al invasor, enfatizando la oposicin entre los barbari arriani, sal-
vajes herticos que asolaban frica, y los romani catholici, fieles y devotos sbditos del
emperador e hijos amados de la Iglesia
149
. En una poca de inestabilidad poltica, en que
la maquinaria militar del Imperio se mostraba incapaz de garantizar la seguridad de los
provinciales, cualquier afirmacin de unidad deba descansar sobre elementos culturales,
particularmente de naturaleza tnica y religiosa.
El establecimiento de la dominacin vndala sobre el norte frica fue acompaado
del desarrollo de una rica literatura polmica, a la que contribuyeron con sus obras los
obispos Quodvultdeus de Cartago, Vctor de Cartena, Voconio de Castellum, Fulgencio
de Ruspe y Vigilio de Tapso
150
. Las primeras manifestaciones del gnero estuvieron asocia-
das a la predicacin. Es el caso de los dos sermones De Tempore Barbarico de Quodvultdeus
de Cartago (ca. 395-453)
151
. Pronunciados tras la ocupacin de Cartago por las tropas de
Genserico en el otoo de 439, reflejan el estado de inquietud de los provinciales, despo-
jados de sus fuentes de riqueza y poder, al tiempo que ofrecen una explicacin de la cats-
trofe y una esperanza de futuro
152
. A ojos de Quodvultdeus, los males que azotaban
frica eran una manifestacin de la clera divina. Dios estaba indignado con los habi-
tantes de Cartago a causa de sus pecados
153
. Incluso en los momentos ms dramticos,
cuando la entera provincia afrontaba el fin de su existencia, muchos haban continua-
do frecuentando los teatros y el circo
154
. Ni siquiera el clero poda considerarse libre de
culpa. Por eso, la Providencia haba elegido a los vndalos como instrumento de castigo.
Ahora, era necesario que todos los fieles hiciesen penitencia
155
. Dios no olvidara a los
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PABLO FUENTES HINOJO 99
LA CADA DE ROMA: IMAGINACIN APOCALPTICA E IDEOLOGAS DE PODER
EN LA TRADICIN CRISTIANA ANTIGUA (SIGLOS II AL V)
148. AUG.: Sermo, 345.2-4.
149. COSTANZA, S.: Vandali-Arriani e Romani-Catholici nella Historia persecutionis Africae provin-
ciae di Vittore di Vita. Una controversia per luso del latino nel concilio Cartaginese del 484, Oikoumene.
Studi paleocristiani pubblicati in onore del Concilio Eucumenico Vaticano II. Catania, 1964, pp. 223-241.
150. COURTOIS, CH.: Les vandales et lAfrique. Pars, 1955, p. 223, n. 6.
151. BRAUN, R. (ed.): CCL, 60. Turnhout, 1976.
152. Sobre el pensamiento apocalptico de Quodvultdeus, vase FREND, W. H. C.: Quodvultdeus of
Carthage. The Apocalyptic Teology of a Roman African in Exile. Strathfield, 2003.
153. QUODVULTD: De Temp. Barbar., I.1-2, II.2-3.
154. Ibid., I.
155. Ibid., I.1, II.11.
arrepentidos y pronto aniquilara a sus opresores. La violencia que frica sufra a manos
del invasor constitua una seal inequvoca de la proximidad del fin de los tiempos: Sed
fuertes deca a su auditorio Quodvultdeus utilizando palabras de san Pablo
156
, que la
tribulacin del mundo no os quebrante; el Seor est cerca, no os inquietis
157
.
La visin apocalptica de Quodvultdeus dista mucho de las enseanzas de su maes-
tro Agustn, quien durante veinte aos haba intentado en vano erradicar toda inquie-
tud escatolgica y milenarista. Pero las circunstancias haban cambiado radicalmente. La
Iglesia catlica haba perdido la proteccin estatal, de que gozaba bajo la administracin
imperial, a favor de los arrianos. Al afirmar la esperanza en una liberacin providencial,
el obispo de Cartago estaban alentando a los fieles a rechazar el arrianismo y a oponerse
al sistema poltico que lo sustentaba. El clero arriano, con escaso conocimiento de la len-
gua latina, se hallaba en desventaja frente a los eclesisticos catlicos, que entorpecan la
divulgacin de su credo. En consecuencia, Genserico aplic medidas de censura contra
la predicacin
158
. Esto no hizo ms que agravar las tensiones, de modo que finalmente
decidi despojar a la Iglesia catlica de su patrimonio y embarcar a Quodvultdeus para
el exilio junto con su clero
159
. Instalado en Npoles, el prelado dedic el resto de sus das
a la propaganda contra los vndalos. Hacia 450 escribi el Liber promissionum et praedicto-
rum Dei, donde enumera sistemticamente todas las seales del fin de los tiempos e indi-
ca cules se han cumplido y cules estn an por llegar. Convencido posiblemente de que
la parusa se producira 430 470 aos despus del bautismo de Jess, sita el presen-
te en plena poca del Anticristo, al que identifica con el clero arriano. Sobre l recae la
ignominia de haber promovido la gran apostasa, que de acuerdo con la Epstola II a los
Tesalonicenses deba preceder al advenimiento de Cristo
160
. Considera adems que vnda-
los y godos, en tanto que protectores de la Iglesia arriana, son Gog y Magog, los temi-
bles ejrcitos del mal aliados del hombre de la iniquidad
161
. A todos ellos les aplica
las palabras del Apocalipsis: Pelearn contra el Cordero, y el Cordero los vencer
162
.
Digno representante de las lites que gobernaron el Imperio romano cristiano,
Quodvultdeus haba logrado armonizar su identidad de ciudadano de Roma con el ejer-
cicio de un alto cargo eclesistico y crea que los destinos temporales de la Iglesia esta-
ban indisolublemente ligados a los del Imperio. Tras la cada de Cartago, pens que ste
no se recuperara jams del golpe e, incapaz de imaginar un mundo sin l, lleg a la con-
clusin de que el fin de los tiempos era inminente
163
. Si en tales circunstancias un aven-
tajado discpulo de Agustn no poda sostener las enseanzas de su maestro, mucho
menos otros eclesisticos con una formacin ms modesta. La expectacin escatolgica
entre los exiliados africanos era muy intensa y las incursiones vndalas contra las costas
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100 PABLO FUENTES HINOJO
LA CADA DE ROMA: IMAGINACIN APOCALPTICA E IDEOLOGAS DE PODER
EN LA TRADICIN CRISTIANA ANTIGUA (SIGLOS II AL V)
156. Philipp., IV.5-6.
157. QUODVULTD.: De Temp. Barbar., I.3-4.
158. VIT. VIT.: Hist. Persec., I.22, HALM, C. (ed.), MGH, AA, III.1, Berln, 1879. Sobre el uso de los
sermones como instrumento de propaganda contra los vndalos por parte del clero africano, cf. COURCELLE,
P.: Histoire littraire des grandes invasions germaniques. Pars, 1964, pp. 136-139.
159. VIT. VIT.: Hist. Persec., I.15.
160. II Tes. 2.1-4.
161. QUODVULTD.: Liber Promiss., IV.9.22, BRAUN, R. (ed.): CCL, 60. Turnhout, 1976.
162. Apoc., 17.14.
163. INGLEBERT, H.: Op. cit., pp. 611-622.
del sur de Italia, que culminaron con el saqueo de Roma en 455, contribuyeron a man-
tenerla viva. Fue, sin duda, en estos crculos donde se identific por primera vez a Gen-
serico con el Anticristo
164
, al constatar que la suma de los valores numricos de las letras
que formaban su nombre en griego daba la cifra 666, inscrita sobre la bestia del Apoca-
lipsis
165
. Algn tiempo ms tarde, un clrigo annimo, probablemente tambin un exi-
liado africano, calcul de acuerdo con el sistema de Hiplito y Julio Africano que el ao
vigsimo cuarto del reinado de Genserico, el 463 d.C., corresponda con el 5984 de
la Creacin, lo que significaba que tan slo faltaban 16 aos, para que se completase la
sexta edad del mundo y se produjese la parusa
166
.
Antes de que se cumpliese ese plazo, Odoacro, jefe de las milicias brbaras que
defendan la regin del Po, destron al joven Rmulo Augstulo (475-476), ltimo
soberano del Imperio romano de Occidente, y envi las insignias imperiales a Constan-
tinopla. Ninguna voz se alz entonces para proclamar la cada de Roma. Aos despus,
entre 493 y 496, unas tablas pascuales procedentes de Italia registran la actividad de
ciertos movimientos apocalpticos de carcter popular, que predicaban la llegada del
Anticristo
167
. Despus se hace el silencio en las fuentes, lo que no debe interpretarse
como una actitud de indiferencia hacia los temas escatolgicos. A finales del siglo V, la
concepcin espiritual del milenio acuada por Agustn se haba convertido en la doctri-
na oficial de las Iglesias occidentales, que adoptaron junto con ella el sistema cronolgi-
co de Jernimo, abandonando definitivamente los cmputos de Hiplito y Julio
Africano. La alta jerarqua eclesistica pareca decidida a erradicar la especulacin esca-
tolgica. Entre las decrtales del papa Gelasio (492-496) se conserva un documento
sobre los libri recipiendi et non recipiendi, publicado en la dcada de 490, que condena casi
todas las obras milenaristas conocidas en Occidente y pasajes de textos patrsticos que
an no haban sido convenientemente expurgados
168
. Ante el rechazo institucional, el
discurso milenarista hubo de discurrir por otras vas. El hecho de que los mismos escri-
tores del siglo VI, que adoptan la posicin autorizada de Agustn, continen realizando
cmputos, para establecer la llegada del ao 6000, denota que el temor al fin de los
tiempos no se haba disipado.
En cambio, la ansiedad ante la cada de Roma pareca haber quedado muy atrs.
Durante la dcada de 530, el emperador Justiniano (527-565), creyendo que el sistema
de reinos brbaros instaurado en las antiguas provincias de Occidente careca de estabi-
lidad, desencaden una ofensiva militar destinada a restablecer la autoridad imperial
sobre la regin. Los contemporneos, tanto en Oriente como en Occidente, quedaron
impresionados con los resultados. Entre 533 y 555, las tropas imperiales recobraron el
control del Mediterrneo occidental, lo que inclua el norte de frica, las islas de Crce-
ga, Cerdea, Baleares y Sicilia, toda Italia, Dalmacia, y la costa sudeste de Hispania. La
propaganda oficial, fundamentada en la teologa poltica de Eusebio que una los desti-
nos de la Iglesia cristiana a los del Imperio, se encarg rpidamente de proclamar la eter-
nidad de la Nueva Roma como imagen perfecta de la basileia celestial. En el Imperio
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PABLO FUENTES HINOJO 101
LA CADA DE ROMA: IMAGINACIN APOCALPTICA E IDEOLOGAS DE PODER
EN LA TRADICIN CRISTIANA ANTIGUA (SIGLOS II AL V)
164. Lib. Genealog., 618.
165. Apoc., 13.17-18.
166. Para el cmputo de 463, vase MOMMSEN, TH. (ed.): MGH, AA, IX. Berln, 1892, p. 157.
167. Pasch. Camp. a. 493; 496, MOMMSEN, TH. (ed.): MGH, AA, IX. Berln, 1892.
168. GELAS.: De recipiendis libris, MIGNE, J.-P. (ed.): PL, 59. Pars, 1847, cols. 163-183.
cristiano, el pueblo de Roma y el pueblo de Dios se haban fundido en una sola y nica
comunidad. Los sermones de los eclesisticos, los panegricos de los poetas ulicos, las
monedas y el ceremonial cortesano pregonaban el origen divino de la autoridad impe-
rial. Coripo, autor de un panegrico latino, compuesto con motivo de la coronacin de
Justino II en 565, se refiere al Imperio como el honor divino con que a ti te adorn
el padre Todopoderoso
169
. Ni los estragos de la peste, que azot de manera recurrente
a la poblacin desde 542, ni la desintegracin del sistema poltico justinianeo, a partir
de 570, lograraran acallar las voces que cantaban la gloria eterna de la Roma cristiana.
La creencia de la continuidad del Imperio hasta el fin de los tiempos se estaba consoli-
dando. Cuando a finales del siglo VI resurjan los temores apocalpticos, el tema de la
cada de Roma no figurar ya entre los tpicos del gnero. Para hombres como Grego-
rio Magno
170
, Gregorio de Tours o Juan de feso, convencidos de la inminencia del da
del Juicio
171
, lo importante era saber cmo afrontara la Iglesia sus ltimos das. Si des-
garrada como estaba por querellas intestinas y por toda suerte de herejas, sera capaz de
congregar a todos los pueblos de la tierra ante el trono del Cordero.
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102 PABLO FUENTES HINOJO
LA CADA DE ROMA: IMAGINACIN APOCALPTICA E IDEOLOGAS DE PODER
EN LA TRADICIN CRISTIANA ANTIGUA (SIGLOS II AL V)
169. CORIPP.: Paneg., I.49, PARTSCH, J. (ed.); MGH, AA, III.2. Berln, 1879
170. MARKUS, R. A.: Gregory the Great and his World. Nueva York, 1998, pp. 51-59.
171. HILLGARTH, J. N.: Eschatological and political concepts in the 7
th
century, en FONTAINE, J. y
HILLGARTH, J. (eds.): The 7th Century: Change and Continuity. Londres, 1992, pp. 212-235.

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