El Sentimiento Religioso y La Psicologia Del Nino
El Sentimiento Religioso y La Psicologia Del Nino
El Sentimiento Religioso y La Psicologia Del Nino
" Ln mor al evangl i ca y l a guer r a ", Revi s t a de Teol og a y de
Piloso fa, 11
9
12 (1914).
11
Leures de guerra de Robert Dubarl e, Prefaci o de Loui s Ilart hou,
1918, pags. 263-274.
63
. al go de conmovedor, es que se si ente por debaj o de el l as una
intensidad extraordinaria de sentimiento desinteresado.
FI si mpl e hecho de que l a patri a sea si empre vi sta como
una madre merece de ser subrayado. Nosotros podemos ente-
rament e del t odo j ust i f i car nuest ra adhesi n al suel o nat al
-como a l a ti erra de nuestros hi j os y hacer de l a patri a nuestra
hi j a. Pero senti mos i nsti nti vamente que esta concepci n prag-
mti ca, ms moral acaso, del patri oti smo, ser a una al teraci n
pr of unda. La pa t r i a- hi j a a nues t r o sent i mi ent o pat r i t i co
de l a mi sma manera que el j oven di os conqui stador de Wel l s
desconci erta nuestro senti mi ent o rel i gi oso. Uno y ot ro son,
por esencia, sentimientos filiales, respetuosos.
El estrecho parentesco de l os dos sentimientos no se mani-
f i est a sol ament e en l as al mas que se abandonan a ambos a
l a vez (rel i gi n patri ti ca) o a uno sol o de el l os con excl usi n
. del ot ro (ant i patri oti smo rel i gi oso), si no en aquel l as que re-
sisten a uno y otro 12.
"Ni Di os ni Seor ": el or i gen de est a f r mul a est en
t i na rebel i n del al ma i nf ant i l cont ra l a aut or i dad pat er na.
Un aut or contemporneo, al hacer l a psi col og a de l os movi -
mi entos revol uci onari os, descri be el estado de al ma de Al ema-
ni a e n 1 9 1 9 c o mo e l d e u na s oc i e d a d s i n pa d r e Fe l i z
Fr anci a, di ce, que e n el moment o mi smo e n que per d a l a
devoci n t r adi ci onal a s us s ober anos si nt i sur gi r en e l l a
el amor sagrado de l a pat ri a. Al l ha habi do a l a vez pi edad
filial y fe religiosa.
CAPTULO VI
DIOS EN EL MUNDO
En un pri nci pi o, el ni o ha adorado a sus padres, Cmo
transferir sobre un objeto lejano las perfecciones que comenz
por atri bui r a su padre y a su madre? La cuesti n no ha si do
todav a sufi ci entemente estudi ada. Apenas ha si do pl anteada.
Ser a necesari o que un observador i nf ormado se encont rara
en el moment o preci so cerca de un ni o que pasara por l a
cri si s que ya hemos del i neado, que fuera bastante venturoso
y hbi l para l eer en su al ma y en su i nt el i genci a l a seri e de
i deas y de razonami ent os que pueden ocurri r en el l as en el
l apso de uno o de dos aos. Los hermosos estudi os de Pi aget
en el Inst i t ut o J . - J . Rousseau han seal ado el cami no' . Sa-
bemos, graci as a l , cmo el ni o de sei s a di ez aos aproxi -
madament e se expl i ca el mundo y l os fenmenos natural es.
Fal t a descubr i r qu rel aci n hay ent re su cosmogon a y su
religin.
Los ni cos ni os, o . poco menos, cuyos senti mi ent os o
i deas rel i gi osas se han est udi ado hast a ahora, pert enecen a
f ami l i as cri st i anas. Se ha encont rado el aborada en su medi o
la nocin de un Dios todopoderoso, creador del cielo y de la
La reprsentai i on du morul e di ez renfant 11, a representaci n del
mundo en el Mito), Pars, 1925.
65
64
ti erra. Con fr ecuenci a, incl uso lo hemos vi sto, les ha si do
presentada antes que respondiera ti sus necesidades, y este Dios
so ha hallado en competencia con aquellos hacia los cuales iba
dirigida espontneamente su adoracin, Si podemos, en ciertos
casos privilegiados, como los de Gosse y de Hebbel, asistir
retrospectivamente al desplazamiento de las energas afectivas
de un ni o que abandona su pr i mera di vi nidad por el Dios
que le han enseado sus padres, el Dios de su nueva religin
no es, con todo, el fruto de una reflexin espontnea.
Durante largo tiempo sta fue una opinin corriente: que
la idea de creacin era particular a las religiones "reveladas";
y cuando Andrew Long, combatiendo las teoras entonces en
boga del naturismo y del animismo, atrajo la atencin sobre
el All Father, el Padre Creador, de muchas tribus australianas,
se lo hizo sospechoso de querer reintroducir, bajo la fachada
de la antropologa, la idea de una "revelacin primitiva".
Al existir en todas partes alrededor del nio la religin
y la teologa, dnde hallar ideas religiosas que son verdade-
ramente suyas, las que representen la sol ucin que l dara
por s mismo a la crisis de su religin primitiva?
Parece que no podemos pedirle ms que alguna de esas
"exper i enci as nat ur al es" que se i nst i t uyen a veces si n l a
intervencin del hombre. Ciertos recuerdos de sordomudos son,
en efecto, muy i nst r uctivos para medi tar : Wil l iam James 2
ci t l ar gament e l as not as de uno de el l os, Bal l ard, que no
recibi lecciones ms que a partir de la edad de once aos.
Mucho ant es, est e ni o se hab a pl ant eado cuest i ones que
merecen ser recordadas aqu:
Su padre lo llevaba consigo frecuentemente en sus paseos.
"Tengo un recuerdo muy vivo del placer que experimen-
2
Pril,ciples of Psychology, 1, ps. 26G-269.
66
taba observando los diversos escenarios que atravesbamos, las
diversas fases de la naturaleza animada O inanimada; aunque a
causa de mi enfermedad no podamos comunicarnos nuestros
pensamientos. Fue durante uno de esos deliciosos paseos, dos o
t r es aos ms o menos ant es que f uese i ni ci ado en l os
elementos del lenguaje escrito, cuando comenc a planteas-me
est a pr egunt a: "Cmo el mundo ha empezado a exi st i r ?"
Cuando ese problema se present en mi espritu, me puse a
pensar l ar gament e en l . Mi cur i osi dad fue desper t ada en lo
que concierne al origen de la vida humana y de su primera
apar i ci n sobr e l a t i er ra, de l a vi da veget al t ambi n, y l a
causa i gual ment e de l a exi st enci a de l a t i er r a, del sol , de la
luna y de las estrellas...
"No recuerdo qu fue lo que me sugiri primero el pro-
blema del origen de las cosas. Antes de esto, yo haba adqui-
rido ideas sobre la relacin de padres a hijos, la propagacin
de los animales y el crecimiento de las plantas a partir de las
semillas. La cuestin que se planteaba a mi espritu era sta:
De dnde han veni do el pr i mer hombr e, el pr i mer ani mal ,
la primera planta en esas lejanas distancias del tiempo, cuando
no haba hombres, ni animales, ni plantas. Pues yo saba que
todos haban tenido un comienzo y un fin. Me es imposible
decir exactamente en qu orden se plantearon en m esas dife-
rentes cuestiones sobre el hombre, los animales, las plantas,
l a t i er r a, el sol , l a l una, et c. . . El hombr e y l a t i er r a er an
l as dos cosas a l as cual es mi pensami ent o vol v a con ms
frecuencia.
"Pienso que yo tena cinco aos cuando comenc a com-
prender cmo los hijos descienden de padres y cmo los ani-
mal es se pr opagan. Ten a casi once aos cuando ent r en el
instituto en donde hice mi educacin, y recuerdo distinta-
mente que eso fue al menos dos aos antes que comenzara
67
a pl ant earme pregunt as sobre el ori gen del uni verso. Ten a
alrededor de ocho aos, no ms de nueve.
"Cre a que el sol y l a l una eran dos di scos redondos y
Ll anos de mat eri a l umi nosa; t en a por esos ast ros, en razn
de l pode r que pos e e n de a c l a r a r y c a l e nt a r l a t i e r r a , una
especi e de r ever enci a . De sus l eva nt e s y poni e nt es, de su
marcha t an regul ar a t ravs del ci el o, yo concl u a que deb a
haber alguna cosa que tena el poder de gobernar su curso...
"La fuente de donde provi ene el uni verso era In cuesti n
al rededor de l a cual vol v a mi esp ri t u en un vano esf uerzo
pa r a a s i r l o, o m s bi e n pa r a a br i r se un ca mi no ha c i a una
respuesta sati sfact ori a. Cuando me ocup de est e asunt o du-
r ant e un t i empo consi der abl e, adver t que era una mat er i a
mucho ms extensa como para que mi esp ri t u pudi era abar-
carla. Y recuerdo bien que fui perturbado de tal modo, por este
mi steri o, de tal modo pasmado por mi i ncapaci dad de apreden-
derl o, que dej el asunt o de l ado y l o apart de mi esp ri tu,
f el i z de escapar, por deci r as , del t orbel l i no de i nextri cabl e
confusi n en el cual me sent a arrastrado. Aunque me si nti ese
al i vi ado por est a escapat ori a, no pod a si n embargo resi st i r
el deseo de conocer l a verdad, y vol v a al asunto; pero, como
antes, despus de haber pensado en l ci erto ti empo, l o aban-
don. En este estado de perpl ej i dad, esperaba conti nuamente
a l c a nzar l a ve r dad, c r eye ndo t oda v a que c ua ndo m s me
dedi cara a pensar al respect o, m esp ri t u penetrar a ms en
el mi st er i o. As me agi t como una vel et a, vol vi endo a ese
pr obl ema y sal i endo de l , hast a el moment o en que ent r
en la escuela".
A los diez aos, Hellen Keller se plantea espontneamente
cuest i ones del mi smo gnero: "Qui n ha hecho el ci el o, el
mar y todo?"
68
"El muchachi t o ten a numerosas i deas en l . Cre a que
l a t i e r r a e r a pl a na y que e l s ol e r a una pe l ot a de f ue go.
Pri mero pensaba que hab a muchos sol es, uno para cada d a.
No c ompr end a cmo pod a n l eva nt ar se y acost ar se. Una
tarde vi o por azar a unos muchachos que arroj aban al ai re y
recog an ovi l l os de hi l o empapados en acei te y encendi dos.
Pens de nuevo en el sol y se dijo que deba haber sido lanzado y
recogi do de l a mi sma forma. Pero por qu fuerza? Supuso
entonces que deb a haber al l un hombre grande y muy escon-
dido de alguna manera detrs de las colinas de que est rodeada
San Franci sco, El sol era l a pel ota de fuego que l e serv a de
j ugue t e , y l s e di ve r t a e n l a nza r l a muy a l t o e n el c i e l o
todas las maanas y en recogerla todas las tardes,
"Despus que comenz a convencerse de l a exi st enci a
posi bl e de un di os tan poderoso, conti nu refl exi onando. Su-
puso que el di os encend a l as estrel l as para su uso personal ,
como nosotros Lacemos con los mecheros de gas. Cuando haba
vi e nt o, supon a que er a una i ndi c ac i n de s u humor , Un
vi ent o f r o mani festaba su cl era, una bri sa fresca, su buen
humor, Por qu? Porque hab a senti do 1 1 veces el sopl o que
escapaba de la boca de las gentes airadas, en tren de querellarse
: 1
' Wi l l i am James, "Tl i ongl i t . ' adore l anguage: a den( ni nt e' s recol l vc-
tion5", en Philusofical Perlero, I, 1892, tes. 613-624.
69
En l os recuerdos de un t ercer sordomudo amer i cano,
D' Est rel l a ", hal l amos menos i nqui et ud met af si ca, pero s
explicaciones parciales de los princi pales fenmenos naturales.
Ellos salieron a la .vez del animismo y del artificialismo.
-
Por art i f i ci al i sm
)
o un trmi no sacado de Brunschvi cg,
Pi aget desi gna "l a t endenci a a consi der ar a l a nat ural eza
como fabricada por el hombre, o como fabricndose ella misma
a la manera como procede la tcnica humana".
gr a n pi pa del di os, Por qu? Por que ha b a compr obado a
me nud o, c on a dmi r a c i n i nf a nt i l , c mo l a huma r e da de l a s
pi pas o de l os ci gar r os si l be en vol ut as, Las f or mas f ant s-
t i cas de l as nubes f l ot ando en el ai r e l o col maban con f r e-
cuenci a de respet o: qu pul mones poderosos t en a el di os!
La nebl i na era i magi nada por el ni o como su sopl o en l a ma-
ana fra, Por qu? Porque por ese mi smo tiempo, haba vi sto
a menudo su propi o al i ent o, Cri ando l l ov a, no dudaba que
el di os hab a t omado un gran t rago de agua y que l a escup a
con su i nme nsa boca baj o l a f or ma de un cha par r n, Por
q u ? Es q u e ha b a obs e r v a d o mu c ho c on q u
ha bi l i d a d los chinos asperjaban as la ropa para blanquearla.
"Ahora agrego est o sobre el ori gen del ocano. Un d a
y o f ui a l ma r c on mi s ami gos . El l os s e ba ar on. Yo e nt r
por pr i mera vez en el ocano si n saber nada del sabor del
agua ni ( l e l a f uerza de l as ondas. Fui vol cado, con l os oj os
y l a boca abi ertos. Poco hubi era bastado para que me ahogara.
No s a b a nadar . Cor r , e i ns t i nt i va me nt e me puse a a r r a s -
trarme por l a arena. Escup a el agua, preguntndome por qu
era tan salada: pensaba que era la orina de ese dios poderoso'".
Las representaci ones ani mi stas (con Pi aget, entendemos
por animismo"la tendencia de los nios a considerar las cosas
como vi vi ent es y consci ent es") del pequeo D' Est rel l a son
ms asombrosas an:
"Nada exci taba su curi osi dad como l a l una, Ten a mi edo,
pero en todo tiempo le gustaba observarla. Advirti el rostro
1
Todas nuest r as ci t as est n ext ra das del mi smo art cul o de James.
Los pas aj es a l a t ercer a per s ona est n s acar l os de un art cul o publ i cado
pri mero en 1889, pero redact ado ye par D' Est rel l a mi smo; l es ot ros son
extract os de Hun carta autobi ogrfi ca de notabl e i nters di ri gi da a W. James
por el sordomudo.
70
l a prueba de que l a l una est aba vi va o no, Empr endi est a
i nvesti gaci n por cuatro cami nos di ferentes, Pri mero sacudi
l a cabeza a derecha e i zqui erda, con l os oj os fi j os en l a l una.
Le pareci que segu a l os movi mi entos de su cabeza, subi r y
baj ar, avanzar y retroceder. Pens tambi n que l as l uces eran
vi vi ent es, pues l e hi zo experi enci as semej antes. En segundo
l uga r , c ua ndo mar c ha ba a l a i r e l i br e, mi r a ba si l a l una l o
segu a. Le pareci que su di sco l o segu a a t odas part es. En
tercer lugar, se prepritc5 con asombro por qu la luna apareca
regul armente. Pens que deb a haber sal i do sl o para verl o.
Se puso entonces a habl ar con gestos, y se i magi n que l a vea
sonre r o frunci r l as cej as. En fi n, descubri que hab a si do
ms a menudo cast i gado cuando l a l una est aba vi si bl e. Era
como si el l a l o vi gi l ara y denunci ara sus desl i ces a l a persona
c on qui e n vi v a ( e r a hu r f a no) . Se pr e gunt a ba a me nudo
qui n pod a s er el l a, Fi na l me nt e, l l e g a l a c oncl us i n de
que era su madre, porque en tanto que su madre hab a vi vi do,
j ams hab a
v
i st o l a l una. Ms t arde, de cuando en cuando,
miraba la luna y testimoniaba de su gentileza a sus amigos".
La l una est asoci ada a toda l a vi da moral del ni o, "El
muchachi t o no est aba nunca t ont o el domi ngo. Para l a pr i -
mavera no dej aba de i r a l a i gl esi a y a l a escuel a del domi ngo.
Por qu? Porque se i magi naba que l a l una desear a que l
ful era, corno ten a la costumbre de hacerl o con su madre. De
l a muer t e t e n a una i dea muy va ga . Ha b a vi s t o a un ni o
muer t o en un pequeo at ad, Se l e hab a ( l i di o que ya no
pod a comer ni beber ni habl ar, y que as se l o pondr a baj o
l a t i er r a y no vol ver a j a ms, j am s, Ot r a ve z, se l e ha b a
dicho que caera enfermo y que se ira a la tierra. Esto l o turb.
Decl ar que quer a subi r hasta el ci el o donde su madre-l una
deseaba tenerlo con ella".
71
Sobre el ori gen de esta rel i gi n de l a l una, que es, en un
grado not abl e, una rel i gi n de l a conci enci a, D' Est rel l a di o
al gunos detal l es i mportantes. Ti ene un recuerdo concreto del
amor de su madr e: "Mi ms ant i guo r ecuerdo es que yo l a
l l oraba. Pi enso que ten a entonces cuatro aos. Una maana,
mi madre me dej por pri mera vez sol o en una habi t aci n y
cer r l a puer t a con l l ave. Tuve mi edo por que nunca hab a
quedado sol o en una habi t aci n cerr ada. Me puse a l l or ar.
El l a vol vi en segui da y corri haci a m ri ndose. Me consol
y me cubri de ti ernos besos, Es todo l o que puedo i nsti nti va-
/tiente concebir del amor de una madre.
"En tanto que mi madre vi vi (es deci r, antes de l a edad
de ci nco aos) no supe que yo era sordo, Ya no ve a el sol y
l a s e s t r e l l a s ba j o una f or ma f i gur a da . Me a cue r do que no
hab a observado l a l una ms que una sol a vez con una especie
de asombro admirativo (tvonder). Era la luna llena.. ,"
Poco despus de la muerte ele su madre, fue colocado con
una muj er mej i cana que l o mal t rat aba,
"Hasta ent onces hab a teni do muy poco de l enguaj e i ns-
ti nti vo; apenas pod a hacer si gnos i ntel i gi bl es. Pero mi madre
comprend a mi s gest os provocados para l o que yo deseaba o
rechazaba. Por ej empl o, l a i dea el e al i mento era susci tada en
mi espri tu por la sensacin de hambre. Esto no constituye sino
una lgica de sensaciones, diferente, notadlo bien, de una lgica
de si gnos. Era absol utamente i ncapaz el e pensar y de razonar,
pero reconoc a a l as personas, ya con pl acer, ya con di sgusto.
Si n embargo, casi todas l as emoci ones humanas estaban ausen-
t es, y l a f acul t ad mi sma el e l a conci enci a me f al t aba. Todo
a mi a l r e dedor par ec a vac o ( bl a nk) e xce pt o l os pl a cer e s
moment neos de l a percepci n. Lo que hab a pasado en l a
casa no vol vi a mi memor i a ant es de haber ent r ado en l a
escuela. Este estado de aislamiento mental es debido entera-
72
ment e, creo, a mi r ecl usi n en l a casa, Ten a no obst ant e'
cinco aos.
" Pe r o a pe na s f ui de j ado e n l a s ma nos de e s t a muj e r ,
cuando el conoci mi ent o del bi en y del mal se abr i en m
l enta pero seguramente, Corno Mi nerva, di osa de l a sabi dur a,
sal i ar mada del cerebro de su padre, as mi vi da nueva se
form, aparentemente madura y compl eta, El trato i nhumano
que suf r f ue en verdad l a causa di rect a de l a evol uci n de
mi s sent i mi ent os i nst i nt i vos, o por deci rl o mej or, l at ent es,
haci a al guna cosa ms el evada, No sl o pude pensar en
i mgenes, si no casi espont neament e f ui capaz de aprender
pensar y a razonar, Aprend que hab a una di f erenci a ent re
el bi en y el mal , y a comprender que hab a una rel aci n de
causa a efecto. Esto prueba que mi conci enci a deb a estar en
v as de evol uci n; mi estado ment al se desarrol l favorabl e-
mente y desemboc en una lgica ele signos. No tena absoluta-
mente ni nguna conci enci a i nt ui t i va. Acaso hab a una i ndi ca-
ci n el e al go semej ante cuando pensaba en l a l una. (Ya os he
contado mi cosmologa)".
Si n embargo, se port como un suj eto bastante mal o, Se
habitu a robar. El relaci ona sus especul aci ones ani mi stas con
el suceso que lo hizo entrar en la buena senda.
Del caj n de un carnicero donde ya haba tornado di nero,
rob un d a una pi eza el e oro de di ez dl ares, cuando cre a
tomar una pi eza de pl ata el e ni cuarto de dl ar, Con. l a pi eza
en su mi mo, si n haberl a mi rado t odav a, se preci pi t en l a
confitera para comprar golosinas.
"Puse el di nero en el mostrador, Era oro! ' Di ez dl ares!
Tuve l a i mpr e s i n de ser un pe z, f uer a del agua, no ve a
en todas partes ms que el oro, Mi corazn palpitaba, Saba
73
Si mpl emente, porque ve a que hab a robado demasi ado. Los
oj os s e me s a l a n de l a c a be za . De i nme di a t o r e c obr mi
pi eza y me sal v, t embl ando de ser descubi er t o". Vuel ve a
. comprar gol osi nas. Se l e devuel ven monedas: muchas pi ezas
de pl a t a . " La pl a t a e r a de ma s i a do pe s a da pa r a que y o l a
l l e va s e f c i l me nt e . La c onc i e nc i a vi no, vi o y ve nc i . Me
f ui c a ut e l os a me nt e y oc ul t e l r e s t o e n un c a f . Me s e nt
l i br e, Pensaba i r a escuchar a l os cant ores esa t ar de. Cuan-
do l l e g e l mome nt o, f ui a bus c a r mi d i ne r o; ha b a de s -
apareci do, En un pri nci pi o qued chasqueado; pero a f i n de
c ue nt a s , e n mi c onc i e nc i a , me s e nt m s f e l i z que t r i s t e .
Cosa curi osa, nadi e, ni aun el carni cer o, me di o a ent ender
j ams que hab an sospechado de m . Cosa ms curi osa an,
j a m s vol v a r oba r di ne r o de s pu s . Fue r a de e s t o, t a m-
poco rob otras cosas, al i ment os por ej empl o, como t uve el
ma l h bi t o de ha c e r l o. Mi c onc i e nc i a de be ha be r e s t a do
bastante aguzada; comenz a desarrol larse cada vez ms, sobre
t odo gr a c i a s a l a i nf l ue nc i a de l a l una ( e r a l una l l e na l a
t a r de e n que mi di ne r o de s a pa r e c i ) . As s ur g i e r on mi s
especul aci ones cosmogni cas, como ya l o he di cho en mi s re-
cuerdos".
En l a Not i ci a sobre dos j venes ci egos sordomudos, de
Henri Hi rzel (Gi nebra, 1817) se encuentra anotado que uno
de el l os, Eduardo Mcystre, ten a un respet o espontneo mez-
clado con gratitud en relacin al sol.
Por i ncompl et as que sean est as i ndi caci ones sobr e l as
refl exi ones cosmogni cas, necesari amente todas espontneas,
de estos nios sordomudos, son preciosas, El nio puede, pues,
i ndependi entemente de toda i nfl uenci a exteri or, l l egar a poner
.en la naturaleza, o detrs de ella, a personas muy poderosas,
74
mudo, una de estas potenci as de l a natural eza, l a Luna,
para el pequeo D' Estrel l a parec a tener un carcter rel i gi oso:
es un di os, y aun un di os mor al . Lo poco que sabemos
sobr e el origen de la religin de este pequeo sordomudo nos
muestra que el ni o (como santa Teresa, ver pg. 33) proyecta
sobre un obj et o nuevo, a l a muerte de su madre, l os
sent i mi ent os que sta l e hab a i nspi rado. Ti ene l a cl ara
i mpresi n de que los mal os tratos a l os cuales estuvo sometido
por parte de una mujer perversa, liberaron su pensamiento.
Pero est a t ransf erenci a de amor y c e respet o haci a un
astro, es, por parte de un ni o, un hecho si no ni co por l o
menos del todo excepcional?
Ant es de r esponder a est a pr egunt a, val e l a pena men-
ci onar el rel at o de una experi enci a, narrada al comi enzo del
si gl o xi x por un tel ogo al emn, C. E. Si nteni s (1750. 1850).
Vamos a precederl a por al gunas l neas del P, Gi rard
a
,
al cual
debemos su conocimiento:
" M. Si nt e ni s ha b a vi vi do e n l a c i uda d y s e r e t i r a l
c a mpo a una peque a pr opi edad. Es t a ba t r i s t e por ha ber
perdi do una j oven ti ernamente amada, y no ten a de el l a ms
que un hi j o de cor t a e dad. El mi s mo l o educ e n un
ai sl a mi ent o compl et o y l o hi zo de modo ( pi e no pudi era
o r ni l e e r e l nombr e de l a di vi ni da d. . . Es t e hi j o - - l
mi s mo e s qui en nos l o cuenta, no ten a ms comuni caci n
que con su padre. La i nstrucci n se efectuaba comnmente
al ai re l i bre, Frente a l os obj et os y a l os fenmenos de l a
natural eza que ' conformaban el obj eti vo pri nci pal . A l as
l ecci ones de l engua latina se agregaron lecciones de la lengua natal,
Largo tiempo
De l ' ensei gnemeni 1
.
(gul i cr (l e l a l angue nunernl l e l De la ense-
fianza regular de la lengua cuaterna].
75
se hi ci eron sl o de vi va voz, y el ni o no aprendi a l eer si no
mucho ms t ar de. A l a edad de di ez aos no hab a o do ni
ledo el nombre de Dios".
El P. Gi rard se engaa t omando por suj et o de l a expe-
ri enci a al autor mi smo del l i bro donde encontr l o narrado .
En el prefaci o de esa obra el narrador es presentado como un
tercero y l os detalles que i ntroduce el relato y que el P. Girard
ha resumido, no cuadran del todo con lo que nosotros sabernos
de Si nteni s mi smo
7
.
Se trata ent onces, o bi en de una fi cci n
edificante si n autenticidad ninguna, o bien l o que me parece
mucho ms veros mi l de una composi ci n l i terari a sobre
l a base de hechos real es de l os cual es Si nteni s habr a teni do
conocimiento, pero si n ser l mi smo el protagonista. Sea como
f uer e, est e t ext o concuer da de una maner a t an asombr osa
con l o que nosot r os sabemos por ot r a par t e de l a t eol og a
i nfanti l , que me ha pareci do i nteresante ci tarl o, a pesar de l a
duda que subsiste sobre su valor documental,
Damos ahora l a pal abra al propi o al umno:
"Mi padre t en a l a curi osi dad de aprender qu cl ase de
di sposi ci n de conocer a Di os hay en el hombre, si hay en l
al go ms que l a di sposi ci n a l os ot ros conoci mi ent os ( no-
ci ones), l a di sposi ci n raci onal . Tal fue el moti vo de l a educa-
cin que 100 dio.
"El mi smo hab a si do educado en una escuel a est ri ct a-
Pisievon, oder Ueber das Daseirz Gottes, 1800. Hemos tenido entre
les menos una tercera edicin (Leipzi g, 1809). Los resales que traducimos
aqu figuran en las n 121-130 (VII. Iletrachtting).
7
Cf. F. W. volt Schutz: C. F. Sinienis beben und wirken als Illensclz,
Schrillsteller und Kartzeltedner. Eine biographisclze Skizze, Zerbst, 1820.
8
La hipt esis de le invenci n equivaldra n reconocer e Sintenis una
ilititiciMt psicolgica verdaderamente genial,
76
ment e prot est ant e. Baj o l os auspi ci os de l os Hut t er, de l os
Gerhard, de l os Mel anchton, etc. , hab a aprendi do que exi ste
en cada hombre una noci n de Di os que ha si do como sem-
br ada, pl a nt ada , i mpr e sa y gr a bada e n l ; que e s i nna t o a
cada hombr e cr eer que Di os exi st e, que es ni c o, bue no,
gr ande, que debe ser honr ado, et c. Las medi das que t om
a mi r e s pec t o de b a n mos t r ar s i t odo e s o er a l a ver dad o
solamente una charlatanera piadosa.
"Ahora bi en, en l o que me conci erne, nada de todo eso
se ha mani festado. Todo l o que ha ocurri do ha si do l a obra
de mi r azn, despus que f ue desar r ol l ada hast a un punt o
notabl e por l as i nfl uenci as exteri ores, por mi s experi enci as y
por toda clase de conocimientos que me comunicaba mi padre.
Es ahora la necesidad causal (Verlangen nach Grum!) la que
me ha dado a este respecto la primera sacudida elctrica.
"En efecto, recuerdo an con toda exacti tud que yo atri -
bu a al sol l a causa de t odo eso que ni ngn hombre puede
operar y que se produc a si n embargo. Desde que no pude
atribuir algo a mi padre, o a otros hombres, l o atri bua sola-
mente al sol.
"En una pal abra, el sol era para m i nexpresabl ement e
ms que t odos l os hombres j unt os. Es que yo ve a i nf i ni t a-
mente muchas cosas que no eran producidas por l os hombres,
que no hal l aba que f uesen su obra. As , en real i dad, el sol
er a par a m Di os, si n que yo conoci ese l a pal abra Di os,
Todo l o que ocurra de noche tambin y de l o cual no conoca
l a causa, l o atri bu a al sol , y cre a que era i ncl uso una conse-
cuenci a del hecho de que hab a bri l l ado durant e el d a. Me
es i mposi bl e cr eer que en t oda l a r el i gi n del sol se haya
hal l ado una vest al que haya consagrado al sol un homenaj e
ms profundo y ms puro que el que yo l e rend a. Mi padre
l o observaba y se regoci j aba, Est e muchacho rendi r cual -
77
quien cosa, pensaba. Me dej as largo tiempo librado a m
mi smo. Fi nal mente, un da me sorprendi cuando yo estaba
ar r odi l l ado en el j ar d n t endi endo mi s manos haci a el sol
naciente. Pens que era tiempo de poner trmino a mis honestas
divagaciones. Esto es ms o menos lo que l mismo me cont
en seguida, y con frecuencia, durante largo tiempo despus:
no pudo haber me engaado, pues yo tena ya bast ante edad
para saber por m mi smo lo que haca, y para no olvidarlo.
Qu hizo entonces? Aprovech una noche muy clara de luna
llueva, y me inst a cont emplar la maj estad del ci elo estre-
llado y, por el momento, no me dijo nada, sino que todas las
estrellas innumerables que yo vea eran, con pocas excepciones,
tambin soles, y acaso an ms grandes soles que mi sol. Eso
fue, me acuerdo tan bien como si hubiera pasado hoy mismo,
cuino si me hubieran asestado un golpe mortal, A eso qued
reducida toda mi veneracin por el sol; no saba ya adnde
dirigir la veneracin que le haba consagrado hasta all. Lo
que habra sido ms natural, sin duda, era distribuirla entre
todos los soles. Pero esto no responda a mis deseos: desde haca
mucho tiempo yo consagraba la totalidad de mi veneracin
a un (mico sol . Este estaba, en adel ant e, i nfi ni tament e di s-
minuido. Perd una alegra que nunca me haba abandonado.
"Mi padre hizo como si no notara nada: me proporcion
desde entonces verdaderos conocimientos astronmicos. Yo lo
escuchaba como no hubiera podido escuchar ms que al mismo
Di os. Y, en real idad, er a a l a qui en escuchaba si n dar me
cuenta del todo. La asombrosa conexin del universo infinito
en una uni dad hi zo l a ms pr of unda i mpr esi n sobr e m .
Sur gi en m una pr egunt a que no hab a podi do pl ant ear
oyendo habl ar de i nnumer abl e mul t i t ud de sol es, por que
yo no saba nada todava de las mltiples relaciones que los
78
unan en un todo nico. Qu ocurri en fin? En una noche
de luna muy clara, como mi padre le conduca de nuevo al
j ar d n y me hac a r epet i r t oda l a l ecci n del ci el o que yo
conoca ya, aadiendo 3111S enseanzas an, la cuestin nacida de
lo ms profundo de m mismo se la plante a l, en forma
apremiante: Padre mo, mi querido padre, t has rebaj ado a
mi s oj os al sol . Er a a l a qui en yo me un a y del cual
crea que nos animaba, nos regocijaba, nos bendeca, a m y a
t odas l as cosas. Todos esos mi l l ones y esas mi r adas de
soles all arriba estn entre ellos en una relacin inexpresable, es
preciso entonces que haya uno que. . . Dime, dime cul es-de
t odos esos sol es el que. . . que. . . O bi en? Ent onces mi
padre intervino; me ense el sol de todos los sol es, el sol
originario, el invisible eterno y nico, causa de la relacin de
todos esos soles, que no puede residir en ninguno de los
sol es as uni dos. Apenas hab a habl ado cuando me ar roj , a
su cuello; juntos camos de rodillas. A partir de este instante
volv a ser tan alegre como antes y aun ms alegre que nunca.
Tena la impresin de ser ms sabio que lo haba sido nunca y
no crea poder serlo ms en adelante."
Los det al les de esta cit a que no habr si do demasi ado
l ar ga, yo l o esper o, me di spensan de t odo coment ar i o. He-
subrayado los pasajes del relato que aproximan lo ms mani-
fiestamente este caso a aquellos que ya hemos vi sto y que. le
dan a mis ojos toda su significacin. La cuestin del origen de
las ideas no se plantea ya para nosotros, en efecto, en los
mi s mos t r mi nos en que se l a f or mul aba haci a 1750, y l a
mayor parte de mis lectores tendrn el trabajo de ver en este
r el ato la demost racin que Si nt eni s crey hal lar en l, del
origen puramente racional de la idea de Dios. Y, por habernos
79
dado otra di sti nta que l a que se buscaba, el relato no es menos
interesante.
Pero sobre todo, es ti empo de deci rl o, l o que da su verda-
dero val or a l os casos excepci onal es que acabamos de ci t ar,
es l a confi rmaci n que hal l an en l a observaci n de l os ni os
normal es. Se encuent ran en l os l i bros, aqu y al l , preci osas
referenci as. Lay menci ona, en rel aci n con l a observaci n de
Bal l ard, l as pl egari as que su pequeo muchachi to de sei s aos
di ri g a de noche a l a l una . Pero hay mucho ms que casos
aislados.
En el curso de encuestas manteni das durante dos o tres
aos, sobre el pensamiento del nio, Jean Piaget ha establecido
que todos l os ni os, entre sei s y once aos, expl i can l a natu-
ral eza y el mundo por t eor as ani mi st as o ar t i f i ci al i st as, en
todo senti do semej antes a l as que acabamos de ci tar. A veces
at r i buye n a l os as t r os, a l vi e nt o, al agua, a l as nubes , una
conci enci a y una vi da que l os convi ert en en verdaderas per-
sonas, i ncluso sabias, si puede decirse: es l a corriente de pensa-
mi ent o ani mi sta. A veces todo l o que exi ste sobre l a ti erra y
en el cielo, el suelo, los rboles, las montaas, el mar, las costas,
l as nubes, el sol , etc. , es el producto de l a acti vi dad humana.
Son hombres, l os que han hecho l a f osa del mar, edi f i cado
l as montaas; l as nubes son formadas por l as humaredas que
se el evan de l as casas; si a l a t arde se col orean de r oj o, es
porque conti enen an un poco del fuego que l es di o ori gen. . .
Los hombres estn en el ori gen de t odo: es el art i fi ci al i smo.
Que esos hombr e s sea n a veces, en l a ser i e de i nf l ue nci as
exteriores, llamados "buenos dioses", Piaget muestra que esto
" _Dem knnn ich beifgen, dnss mein Knebe K. mit scelis Jahren,
els er abends nllein iin Zimmer war, zum Monde betete, den er von Fenstcr
nos soli", Ley, Expwrintentelle Didaktik, p, 50. .
80
no tiene importancia. Este Dios, o esos dioses, no se distinguen
en nada del hombre; su poder extraordi nari o no l es confi ere,
por s mi smo, un val or rel igi oso, pues esos poderes no ti enen en
pri nci pi o para el ni o ri ada de sobrehumano. El carcter muy
general de estas concepci ones, l as etapas caracter sti cas que
Pi aget di sti ngue en su evol uci n, i mpi den absol utamente
considerarlos como el reflejo de una enseanza religiosa llegada de
afuera.
Est e es j ust ament e el pensami ent o pr i mi t i vo, el pensa-
miento propio del nio.
Y contrari amente a l o que, en general , han i ntentado l os
antropl ogos, no hay por qu dar paso al ani mi smo sobre el
art i f i ci al i smo, o vi ceversa l as dos et apas de i nt erpret aci n
son si mul t neas y, como Pi aget l o muest ra, sol i dari as. Por
extrao que sea a nuestro pensami ent o de adul t o, l a i dea de
l a "fabri caci n de l o vi vi ente" no t i ene absol ut amente nada
que repugne al ni o. La mont aa, l a pl ant a, l a nube, el sol
mismo pueden ser vivientes y conscientes, siendo todos, directa
o i ndi rect ament e, pr oduct os de l a act i vi dad humana. Y un
estudi o atento prueba que, para el ni o, aqul l a es l a expl i ca-
ci n i mpl ci ta que l da del mundo que l o rodea. Muy aguda-
ment e Pi age t ha anal i za do l os f act or es e senci a l es de est a
creenci a; nosotros remi ti mos a esos bel l os estudi os. Li mi t.
monos a deci r que, para Pi aget , el pri mero de esos fact ores
es esta confi anza del ni o en l a omni potenci a de sus padres,
que nuest ros precedent es cap t ul os han i nt ernado poner en
claro. .
En resumen, estamos en posesi n de l as comprobaci ones
si gui entes: el ni o, a parti r de l os ci nco o sei s di os, se pl antea
espontneamente la cuestin de la explicacin de los fenmenos
nat ur al e s y del or i ge n de l as cosa s. Se r es ponde haci endo
intervenir personas, a las cuales otorga naturalmente los atri--
81
but os de poder, de sabi dur a y de bondad con l os que a sus
oj os estn revesti dos sus padres. Desde entonces, independi en-
t ement e an de t oda i nf or maci n rel i gi osa, est n dadas l as
condi ci ones para que cuando sobrevenga la cri si s que romper
l a fe del ni o en sus padres, hal l e, en el conj unto de l as cosas,
algo que pueda revestirse de los atributos paternos y divinos.
Ya l o hemos di cho: el det al l e y en part i cul ar l as et apas
cronol gi cas de est a t ransf erenci a nos son an i nsuf i ci ent e-
mente conoci dos, En est os t i empos en que l a psi col og a rel i -
gi osa del ni o susci ta tanto i nters, esperamos, seal ando aqu
cl aramente el l ugar de ese probl ema, i nci tar a i nvesti gaci ones
precisas que permitan resolverlo.
Li mi t monos a agregar que ent re l as per sonas a l a vez
poder osa s y sa bi a s con l as cual es el pensami e nt o del ni o
puebl a el mundo, hay una sobr e t odo que par ece pr est ar se
f c i l me nt e a s er " pa t er ni za da" , e l s ol . Re n n " l o ha c om-
pr obado ya: "Ant es que l a rel i gi n l l egara a pr ocl amar que
Di os debe ser puesto en l o absol uto y l o i deal , es deci r, fuera
del mundo, un solo culto fue razonable y cientfico: el culto del
s ol . El s ol e s nue s t r a madr e pa t r i a . . . "
Est e no es el si t i o para most rar l a asombr osa vi t al i dad
del cul to del sol , desde l os pri mi ti vos al mi tra smo, a nuestra
fi esta de Noel y de Jul i ano el Apstata, Ser a parti cul armente
i nteresante subrayar en esta teol og a l os atri but os pat ernal es
del sol y sus atri butos reales. Con mucha frecuenci a, en efecto,
l os di versos obj et os concurrent es de l a rel i gi n del ni o: el
padre, el rey, el sol, se han amalgamado de diversos modos.
Med tese en esta refl exi n de un moci to de cuatro aos y
medi o. ( De f a mi l i a cr i s t i ana, hace su pl egar i a en l a noche
y se l e ha bl a c on f r ec uenc i a de l bue n Di os ) . Sal e de s pu s
I
Dialogues philosophiques, p. 168.
82
de una f uer t e l l uvi a c on una de s us t a s . De gol pe , e l s ol
at ravi esa l as nubes: "Di os ha veni do sobre l a t i er ra", di ce.
"Por qu?", l e Pregunta su t a. "Porci no el sol ha descendido
sobre la tierra y Dios est en el sol".
La seori ta Guex, asi stente en el Insti tuto J. -J, Rousseau,
ha t e ni do a bi e n c omuni c a r me l a s r e s pue s t a s de un ni o
de ocho a os y medi o r e cogi da s en el cur s o de una de l as
encuestas que sostuvo:
"Para Lu s, el sol es un ser ani mado, vi vi ente, que nos
oye conversar, que ve el t i empo que l i nce. A veces, el sol
se va a otros pa ses, cuando aqu l l ueve, Otros das, cuando se
l evant a, ve que hace mal t i empo, ent onces va a ver donde
hace buen ti empo. Es que sabe que se l o l lama sol ? S ,
sabe que se l o qui ere mucho, es muy genti l al hacernos tener
cal or. Si se habl a al sol es que l oye? S , cuando se
l o r ue ga a l a t a r de . T l e ni e ga s ? Si . El
s a be l o que t l e pi des? S. Qui n te ha enseado a
rezarl e al sol ? En l a escuel a del domi ngo, se me ha di cho
que era preci so si empre orar al sol . . . El puede hacer bi en a
t odo el i nundo. El sol es el buen Di os? S , debe ser
el buen Dios, porque el buen Dios hace el bien y el sol tambin."
Se hal l a en estas respuestas de Lui s, con todos l os rasgos
que Pi age t ha t oma do de l a c osmol og a i nf a nt i l , una muy
cur i osa i de nt i f i caci n del s ol y del " bue n Di os ", El ni o
parece haber contado a su Di os todo l o que se l e ha di cho en
la escuela del domingo del Dios de los cristianos.
Anl ogos si ncreti smos se encuent ran muy repeti dos en
l as hi st ori as de rel i gi n. El anti guo obj eto del cul t o subsi ste
al l ado del nuevo, del cual se convi erte en soporte, en un atri -
but o o en un s mbol o, Rei nach l o ha demost rado par a l os
83
Psychological Phonomena al Clirislianity, p. 263.
95
Mucho ms cerca de nosotros, conocemos a l os padres
de un varonci to muerto a l os cuatro aos de una meni ngi ti s,
qui en, habi endo comenzado muy temprano corno M. y Mme.
Hur d l a i nst rucci n r el i gi osa de su l uj o, r el at an con una
emocin conmovedora el placer con el cual el pequeo cantaba
c nt i c os y l a a l e gr a que l e c a us a ba n ma ni f i e s t a me nt e l a
per spect i va de l as f el i ci dades cel est i al es y l a seguri dad del
amor de su Salvador.
Sobre l a muert e cri st i ana de una ni i t a de nueve aos,
se me han dado detal l es muy semej antes a l os que cont i enen
los relatos ms sorprendentes de "muertos triunfantes",
Los testimoni os de los revivalistas " muestran al nio muy
predispuesto al sentimiento del pecado.
Aunque rel atos como estos puedan causar a aquel l os que
l os l een una i mpresi n de mal estar, nosotros no t enemos ya
el derecho de i gnorarl os, como aquel l os que se vi ncul an a l a
i nf a nci a de l os gr a ndes sant os aut nt i c os : sa nt a Ter esa ( 6
aos) , sant a Cat al i na de Si ena ( 6 aos) , el conde de Zi nzer-
dorf (3 aos), por ejemplo.
Pues, f uera mi smo de t oda provocaci n vol unt ari a por
parte de l os adul tos, el ambi ente puede favorecer no sol amente
prcticas religiosas sino crisis morales decisivas:
A l os si et e aos apenas, Emi l i o Cook, "ya ser i ament e
preocupado de su sal vaci n' ' , f orm con su hermano, su her-
mana y un ami go una pequea reuni n de pl egar i as. Y es a
los nueve aos cuando "llega a la certeza de su salvacin"12.
Otros casos muestran que l a experi enci a m sti ca en sus
' diferentes grados (sentimiento de comunin con la naturaleza
Cf. Tr ammond, ci t ado por Conon, op. p, 267,
/2
V., Varia', Emite 1
,
', (fouk. Sou
p
enits, Paris, 1877, p. 57.
96'
y sent i mi e nt o de pr ese nci a) , y l a exper i e nci a mor al ( se nt i -
mi ento de l a fal ta, percepci n del i deal , senti mi ento de i mpo-
tenci a y de desesperanza, senti mi ento del pecado, conversi n
y a l e gr a de l a s a l va c i n) s e pr oduc e n c on f r e c ue nc i a e n
atmsferas que no tienen nada de superquemado.
Los hechos me parecen numerosos y bi en atest i guados.
Cuando se trat a de f ormas de pi edad que no compart i mos y
no aprobamos, estamos tentados de dej ar a nuestro j ui ci o de
val or que i nfluencie nuestra respuesta a l a cuesti n de hecho:
ponemos en duda l a aut ent i ci dad o l a real i dad de mani festa-
ci ones que depl oramos. Hemos si do i nj ustos, Si l a posi bi l i dad
de experi enci as rel i gi osas del ni o no estaba sufi ci entemente
probada por los mi smos hechos, podramos establecerla a priori
por el anl i si s de l as condi ci ones psi col gi cas de esas expe-
ri enci as. Constatar amos cmo l os factores que concurren a
su producci n estn i ncont establ emente presentes muy tem-
pr a no e n e l a l ma i nf a nt i l : Ve a mos m s bi e n, y pa r a e s t o
conservemos l a di vi si n cmoda en experi enci as m st i cas y
experiencias morales.
Las primeras estn condici onadas, en el adulto, por l o que
se ha l l amado un "vac o afecti vo" '
3
;
l as segundas suponen l a
apt i tud de reci bi r una consi gna
1 4
;
unos y otros se producen
notori amente en l os i ndi vi duos cuya vi da subconsci ente muy
de sar r ol l ada se pr e s t a a ger mi na ci one s l e nt a s y a f l or ec i -
mi entos sbi tos. Todos estas condi ci ones psi col gi cas son
mani fi estamente col madas por el ni o. Qui n, ms que l,
ti ene una vi da secreta de ensueos y de aspi raci ones que
escapan al cont r ol de l a conci enci a cl ara? Qui n, ms que
l , ama,
1 3
Cf , Fl o u r n o y , Une nl yst i que moder ne [ Un a m s t i c a mo d e r na ] ;
Del acroi x, Etudes sur l e mysticisrne; James, L' expri ence religi euse; Se.
gond, La pridre 1 La plegaria], ps. 85-103.
14
Cf. los artculos citados ms arriba.
97
admiraba ms que toda otra cosa, en Jess, el hecho de que
haba podido montar un borrico que jams haba llevado carga.
Sainte-I3euve relata la bizarra confusin de una religiosa
que haba cesado de lavarse porque haba sido puesta en guar-
dia contra el amor propio, y el embarazo de otra que distingua
mal humedad de humildad'.
. . . I gual que un j ovenci t o de una gener aci n ant er i or a
l a nuest r a, en cuyo esp r i t u l os l ui f s y el sui / for maban
una desconcertante identidad ".
Y esas apercepciones defor mantes, que no son particu-
lares del nio, mucho menos todava estn confinadas en el
dominio religioso: el verbalismo y, sobre la base de las confu-
siones de palabras y de metforas verbales, las construcciones
fantasistas, abundan por doquier. Basta para convencerse con
"una si mple obser vacin de historia nat ural". Los maestros
no sabran multiplicarlas bastante.
Si las ideas teolgicas del ni o son a menudo extraas
y disformes, sus experiencias religiosas son a veces singular-
mente elevadas y profundas.
M
p
ensamiento del nio y sus representaciones contrastan
. ente con las del adulto, pero, en su religin vivida,
no veo nada que los separe a uno del otro. Tanto en el dominio
mstico como en el terreno moral, pueden citarse experiencias
religiosas de ni os (tomo aqu la palabra en el sentido que
le he dado constantemente, como abrazando todo el perodo
ant er
;
l a cer can a de l a puber t ad, hast a l os doce aos ms
o menos
)
que no l e ceden a l as ms al t as exper i enci as de
En f rancs, humi di t d y humi l i t (1, respect i vament e [ N. del T, ] .
"
I r r i j ud o, y s ui l , s ebo.
94
los santos. Sin duda se me dir que esas grandes experiencias
religiosas son excepcionales entre los nios y yo no disiento
con ello ______ pero las grandes experiencias religiosas, no 5011
raras tambin entre los adultos?
Se pensar en primer lugar, tal vez, en casos en que el
medio familiar, por sus instrucciones y sus ejemplos, ha hecho
el efecto de invernadero, y produce frutos tan precoces que
parecen monstruosos. Ejemplos de esto se encuentran en todas
las confesiones:
El bigrafo de Nellie Organ, "la pequea violeta del Santo
Sacramento muerta en ol or de sant idad a la edad de cuatro
aos y ci nco meses", seala "sus i nt uiciones inexplicables
r espect o de l a Pr esencia r eal y de l a Exposicin del Santo
Sacramento, el respl andor de su rostro y la transfor macin
de sus rasgos en el momento de sus comuniones, la aparicin,
la visita del Dios santo, su don de oracin, sus largas horas de
acci n de gr aci as, sus l gr i mas de amor y de cont r i ci n,
de f uer za sobr ehumana en el sufr i mi ent o y su amor de l a
Cruz". Espera una beatificacin y menciona como ejemplos
de sant i dad i nfant i l : l a B. Fr anoi se d' Amboi se ( 4 aos) ,
sant a Magdal ena de Pazzi (5 aos) , l a B. Vernica Juli ani
(3 aos).
Cultor ' cita enteramente segn Abbot el caso de la pe-
quea Mar ion Lyle Hurcl, muerta a la edad de cuatro aos.
Cuando tena ocho meses sus padres le lean cualquier cosa
de los folletos de escuel a del domi ngo. Cuando muri, "en
todos los detalles esenciales, su piedad era completa",
9
E. Bernard des Ronces, Nellie, In pctir riolctle du Sainl-Sacremant
[ Ne l l i e , l a pe q u e a v i ol e t a de l S a nt o S a c r a me nt o] , Ma i s on d o Bon-
Pasteur, 1912.
to Psychological Phenomena pf Christianily, p, 2153.
95
Mucho ms cerca de nosotros, - conocemos a l os padres
. de un varonci to muerto a l os cuatro aos de una meni ngi ti s,
qui en, habi endo comenzado muy temprano como M. y Mi ne.
Hur d l a i ns t r uc c i n r e l i gi os a de s u hi j o, r e l a t a n con una
emoci n conmovedora el pl acer con el cual el pequeo cantaba
c nt i c os y l a a l e gr a que l e c a us a ba n ma ni f i e s t a me nt e l a
per spect i va de l as f el i ci dades cel est i al es y l a seguri dad del
amor de su Salvador.
Sobre l a muert e cr i st i ana de una ni i t a de nueve aos,
se me han dado detal l es muy semej antes a l os que cont i enen
los relatos ms sorprendentes de "muertos triunfantes".
Los testimoni os de los revivalistas " muestran al nio muy
predispuesto al sentimiento del pecado.
Aunque rel atos como estos puedan causar a aquel l os que
l os l een or a i mpr esi n de mal est ar , nosot ros no t enemos ya
el derecho de i gnorarl os, como aquel l os que se vi ncul an a l a
i nf a nci a de l os gr a ndes sant os aut nt i c os : sa nt a Ter esa ( 6
aos) , sant a Cat al i na de Si ena ( 6 aos) , el conde de Zi nzer -
dorf (3 aos), por ejemplo.
Pues, f uera mi smo de t oda provocaci n vol unt ari a por
parte de l os adul tos, el ambi ente puede favorecer no sol amente
prcticas religiosas sino crisis morales decisivas:
A l os si et e aos apenas, Emi l i o Cook, "ya ser i ament e
preocupado de su sal vaci n' ' , f orm con su hermano, su her-
mana y un ami go una pequea reuni n de pl egar i as. Y es a
los nueve aos cuando "llega a la certeza de su salvacin''''.
Ot ros casos muestran que l a experi enci a m st i ca en sus
diferentes grados (sentimiento de comunin con la naturaleza
96
y sent i mi e nt o de pr ese nci a) , y l a e xper i e nci a mor al
( se nt i mi ento de l a fal ta, percepci n del i deal , senti mi ento de
i mpotenci a y de desesperanza, senti mi ento del pecado,
conversi n y a l e gr a de l a s a l va c i n) s e pr oduc e n c on
f r e c ue nc i a e n atmsferas que no tienen nada de superquemado.
Los hechos me parecen numerosos y bi en atesti guados.
Cuando se trata de formas de pi edad que no comparti rnos y
no aprobamos, estamos tentados de dej ar a nuestro j ui ci o de
val or que i nfluencie nuestra respuesta a l a cuesti n de hecho;
ponemos en duda l a aut ent i ci dad o l a real i dad de mani festa-
ci ones que depl oramos. Hemos si do i nj ustos. Si l a posi bi l i dad
de experi enci as rel i gi osas -del ni o no estaba sufi ci entemente
probada por los mi smos hechos, podramos establecerla a priori
por el anl i si s de l as condi ci ones psi col gi cas de esas expe-
ri enci as. Constatar amos cmo l os factores que concurren a
su producci n estn i ncont establ emente presentes muy tem-
pr a no e n e l a l ma i nf a nt i l : Ve a mos m s bi e n, y pa r a e s t o
conservemos l a di vi si n cmoda en experi enci as m st i cas y
experiencias morales.
Las primeras estn condici onadas, en el adulto, por l o que
se ha l l amado un "vac o afecti vo" '
3
;
l as segundas suponen l a
apt i tud de reci bi r una consi gna '
1
;
unos y otros se producen
notori amente en l os i ndi vi duos cuya vi da subconsci ente muy
de sar r ol l ada se pr e s t a a ger mi na ci one s l e nt a s y a f l or ec i -
mientos sbi tos. Todas estas condici ones psi col gicas son ma-
ni fi estamente col madas por el ni o. Qui n, ms que l , ti ene
una vi da secreta de ensueos y de aspi raci ones que escapan
al cont r ol de l a conci enci a cl ara? Qui n, ms que l , ama,
1 3
Cf . Fl our noy, Une r ny s i i que mode r ne [ Una m s t i c a mode r na ] ;
Del acroi x, l i udes sur l e myst i ci sme; James, L' expri ence rel igi euse; Se
gond, La pri?re [La plegaria", frs. 85.103.
14
Cf. los artculos citados ms arribo.
97
y ms que l, sufr e la ausencia de los ser es que l qui ere?
Quin, ms que l, est puesto en posicin de obedecer y
de desobedecer? Hay aqu ---no mirando ms que el costado
humano de las cosas todo lo que es menester para que sean
posibles, por una parte, los raptos sublimes que confinan con
el xtasis, y por otra parte, las i mpotentes desesperanzas y
las conversiones iluminadoras.
Hace algunos aos, una seora ami ga ma me hizo leer
una carta que acababa de recibir de su hijo, un muchacho de
diez aos, muy precoz desde el punto de vista del sentimiento
y de l a expr es i n l i t er ar i a. Ref er a en el l a, en t r mi nos
sorprendentes, una experiencia religiosa que acababa de tener.
Me interes mucho, pues conociendo bien a la familia, saba
que en el l a se t em an l as mani f es t aci ones de una pi edad
exal t ada, y sobr e t odo que no est aban di spuest os a favor e-
cerlas. La experiencia mstica del pequeo mocito me pareca
entonces que
,
tena un carcter espontneo incontestable. Ped
permiso para copiar la carta. Hela aqu:
". . . Es pr eci so que t e r ef i er a un hecho sor pr endent e y
que participa del milagro. Fue ayer por la maana: mientras
te escriba tranquilamente sent de sbito una potencia enorme
enci ma m o e i nconscient ement e, casi a mi pesar, me puse
a rezar: fue el ms her moso moment o de mi vi da. He vi sto
a Di os y l e he habl ado. Est aba e n comuni n con l . Com-
prend que si estaba tan abatido y mal dispuesto, es porque
era infiel en la plegaria. Yo se lo he dicho todo y sent que
quer a ayudar me, t an segur ament e como si hubi er a est ado
del ante de m y me hubi era dicho: "Te ayudar ". Me he le-
vantado feliz como nunca. Una verdadera felicidad apacible y
98
grande. Me sent perdonado y lleno de coraje.. . Ahora estoy
completamente alegre. Esto ha sido para m una revelacin.
Soy tan feliz, tan feliz! Quisiera que estuvieras aqu para
comunicarle un poco de mi dicha!"
Los aos han pasado. Al encontrar hace poco al joven-
ci t o hecho hombr e, me he i nfor mado di scr et ament e del r e-
cuerdo que poda haber guardado de esta "revelacin" de su
infancia. La recuerda perfectamente, aunque no parece tener
sitio en su vida religiosa actual. Viendo el inters que yo tena
en este acontecimiento, puso espontneamente a mi disposicin
una especie de diario que l redactaba hacia aquella poca.
All encontr no solamente en el da indicado por la carta un
relato muy semejante al que haba referido a su madre, sino
incluso una explicacin psicolgica de todo lo que haba ocu-
rrido en los das precedentes, poco ms o menos tan completos
como se lo pudiera desear.
Fieles aqu: (El inters del documento excusar, si no me
engao, la extensin de la cita).
All se comprueba que el muchachito (tiene exactamente
10 aos y nueve meses) est en un perodo de vida intensa.
Vi br a pr of undament e y se fat i ga r pi do. Sus l ecci ones l o
apasionan. Su celo reli gi oso toma una for ma soci al: quiere
fundar una "j oven fal ange de vol unt ar i os par a Cr i st o, r eu-
niendo j venes que quier an hacerse mi sioneros". A ese res-
pecto escribi a un misionero retirado. El muchachito tiene
por su madre una ternura ardiente, Desdichadamente en ese
momento, y despus de algunas semanas, ella debi dejar le
casa, donde sus hijos la fatigaban demasiado. Ella volvi solo
por un da, y el pequeo Jorge escribi:
(Martes): "Qu alegra inmensa de volver a ver a mam!
No es ms que por 1111 da, pero es tan bello, es un consuelo...
99
Mam parte para visi tar a la Sra. 11. Yo la acompao para
estar ms tiempo a su lado... Qu felicidad estar juntos!"
Y el da siguiente (mircoles): "Cunto he gozado ayer
con mam! Qu felicidad estar un da j untos! Acompao a
mam al t r en y l a veo par t i r . Qu t r i st eza! Est l ej os ya.
Qu rpido que ha pasado! Volv triste y melanclico, medi-
t ando sobr e mi s t onter as. Ah! l a i ndi fer encia. Con todo,
estoy muy contento de haber visto a mam".
(Jueves): "Atravieso un perodo crtico de mi vida. Lo
siento bien, porque no estoy nor mal. Estoy ener vado y con
una sensibilidad fuera de lugar. Siento que algo debe ocurrir.
Ser algo feliz o desdichado? No s nada, pero siento que no
puedo conti nuar as y que se pr epara un i ncidente. Cmo
podra ser de otro modo dado el estado en que me encuentro?
Me sobreviene un atolondramiento fantstico. Vuelvo de la
ciudad y olvido de subir a mi bicicleta. La hubiera empujado
hasta la casa si un amigo no me hubiera encontrado y no me
hubiera preguntado por qu no suba en ella. Esto no puede
seguir as, Pierdo tanto tiempo! y me quedo a veces inmvil
frente al almacn del que acabo de salir. Me detengo un largo
rato y pienso en mam, en mi tontera o ms bien en mi lige-
reza y olvido del todo donde estoy. Soy un viej o soador y
pierdo mi tiempo en consideraciones intiles y malsanas".
( Sbado) : "Me si ent o ms r esuel t o y ms f i r me, ms
lleno de valor y con ms esperanzas. Buenas lecciones. Escribo
a mam".
(Domingo): El "acontecimiento" narrado en la carta ci-
tada ms arriba.
(Lunes): "Oh! Qu cont ento que estoy con el aconte-
ci mi ent o de ayer ! Es una r evel aci n; soy ver dader ament e
f el i z. Hemos hecho ayer un her moso paseo. . . Buenas l ec-
ciones esta maana Le he escri t o a mam par a habl arl e
de mi revelacin. Qu pensar ella?
De los dos rdenes de experiencias que nosotros distin-
guimos en seguida, las del orden afectivo que hemos llamado
msticas seran, tericamente, accesibles al nio en una edad
ms tierna aun que las del orden moral,
De stas, puede decirse que suponen la razn, con tal que
se d a esta viej a palabra su sentido clsico: la facultad de
concebir lo universal. Es preciso, en efecto, que aquel que
recibe una consigna entienda una vez por todas que es impe-
rativa, que vale en todos los casos en que ciertas condiciones,
que el sujeto debe estar en estado de reconocer, son llenadas.
A esta capacidad de concebir una ley estn ligados, si no la
experiencia de la obediencia y de la desobediencia inmediatas,
por lo menos los sentimientos caractersticos del deber, de la
buena conciencia, del remordimiento, unidos al cumplimiento de
una regla y, en consecuencia, las angustias de la impotencia
de hacer el bien, la voluntad compartida, la necesidad de un
i nfl uj o de fuer za ext eri or . Todo est o se l i ga muy est recha-
mente, se combina muy ntimamente con las necesidades del
corazn propiamente dichas; pues por regla general, son los
mismos padres objeto de un afecto tan intenso, que son tam-
bin los autores de las consignas que se imponen ms fuerte-
ment e al ni o: l a uni n del sent i mi ent o mor al y del sen-
timiento religioso es naturalmente realizada. Si n embargo,
si se quiere establecer un esquema cronolgico, se admitir
sin duda que la experiencia religiosa bajo su forma afectiva y
mstica es anterior a la experiencia moral.
Pero de todos modos se reconocer que, aun la edad de
la razn, en el sentido en que acabamos de definirla, viene
101
100
m s t e mpr a no de l o que di c e Rousseau. El vi e j o cnt i co de
las Escuelas del domingo est ms cerca que l de la verdad:
Ningn nio es demasiado pequeo.. ,
Es, por otra parte, lo que nuestra tesis fundamental sobre
l a i denti dad del senti mi ento rel i gi oso y del senti mi ento fi l i al
poda hacer prever.
En total , en el domi ni o que nos i nteresa, el ni o est muy
cerca de nosotros. Mucho antes de haber termi nado su i nstruc-
ci n rel i gi osa, podemos consi derarl o como "parti ci pante con
nosotros de la gracia divina". Y por otra parte, sobre el terreno
de l as i deas, no estamos nosotros muy demasi ado cerca (l e l
af n? Entre esas imgenes pueri les en l as cual es nos detuvi mos
hace poco y l os ms al tos conceptos de nuestras filosofas ms
abstractas, acaso existe otra cosa que una di sti nci n de grado?
No son unas y ot ras "i deas di sf ormes de l a di vi ni dad"? Si
el "Seor " que ci r cul a al l ar r i ba e n una of i ci na ador nada
de roj o est hecho a l a i magen de l o que el ni o conoce no
di remos otro tanto del Gran Ser, de l a Sustanci a, de l a Causa
y de todas l as enti dades? Podemos pensar de otra manera que
con nuestras cat egor as; y nuestras concepci ones no son tan
ne ce sa r i a me nt e c omo l as del ni o, "i dol t r i ca s y a nt r opo-
morfistas"?
Las "i mgenes di sf ormes de l a di vi ni dad" que se graban
en el esp ri t u de l os ni os no permanecen al l t oda su vi da,
como si l a enseanza y el ej empl o que r eci ben de aquel l os
que f uer on sus pri mer os di oses l es i mpi di eran l i berar se de
el l as. Si la i magen lej ana del vi ej o contador l os hace i ncapaces
de reconocer al amigo interior, si la figura traviesa de un
102
Di os que, a pedi do prodi ga pequeos mi mos ecl i psa l a
del maestro que da una tarea en l a vi da ' y l as f uerzas para
cumplirla si el jefe de clan queda para nosotros capaz de
ordenar que se pase a l os enemi gos a f i l o de espada- - hay
un "gran mal", en efecto.
103
SEGUNDA PARTE
EDUCACIN RELIGIOSA
C A P T U L O P R I ME R O
LA IIISTOBIA DEI, SENTIMIENTO FILIAL
Reconoci endo en l a adoraci n que sus padres i nspi ran al
pequeo hi j o l a pri mera mani f est aci n del sent i mi ent o rel i -
gioso, esbozando luego la historia de ese sentimiento, marcando
l as etapas caracteri zadas por l os di versos obj etos, menos pr-
xi mos a l , sobre l os cual es transfi ere sucesi vamente su senti -
mi ento fi l i al , hemos dej ado entender que ese desarrol l o pod a
sufri r detenci ones, hast a regresi ones, Es deci r que, para un
educador que en mat eri a rel i gi osa t i ene f rent e a s un i deal
al cual ambi ci ona hacer comprender a l os ni os que l e son
confiados, se le presentan muchos problemas.
Numerosos. Incl uso ant es de preci sar con qu esp ri t u y
por cules medios conviene abordarlos, nos es preciso volver
sobre l o que ya hemos di cho y compl etar nuestro esbozo de
l as transformaci ones del obj eto del senti mi ento reli gi oso, con
un esquema de l as al teraci ones de l os senti mi entos fi l i al es, a
parti r del momento en que, para el ni o que crece, su padre
ha cesado de ser su Dios.
Comprobamos, para empezar, l a asombrosa si met r a de
l as afi rmaci ones en l as cual es se expl i ci tan el punto de parti da
y, par a el educador cr i st i ano, el punt o ( l e l l egada: Al l , l a
r el i gi n de l pe que o ni o: " mi pa dr e e s un Di os" . Aqu , la
religin del cristiano: "Dios es. mi padre",
107
Entre ambos, toda una hi stori a, o ms bi en dos hi stori as
sol i dari as una de l a otra: l a del senti mi ento rel i gi oso (se l a
ha visto esbozada ms arriba), y la de los sentimientos filiales.
Esta hi stori a de l os senti mi entos fi l i al es se dej a
esquemat i zar en un desarrol l o l i neal que, cuando t odo
t ermi na bi en, hace pasar l a i mage n del padr e- Di os a l a
del padr e- ami go a t r avs de l os avat ar e s de l as
col or aci ones af ec t i va s muy diversas, determinando actitudes
muy diferentes tambin,
Cuando su padre cesa de ser para el ni o un Di os
t odopoderoso, queda an un buen gigante muy fuerte,
rodeado de misterio y cuyas acciones provocan el asombro.
Este hombre fuerte, es un amo, i mpone su voluntad;
hace tomar conci enci a al ni o de su i mpotenci a y de su
debi l i dad; a veces l o hace sufri r; y toma entonces l a fi gura de
un tirano, contra cuyas voluntades arbitrarias se rebela.
De pronto es un legislador, un juez, un gendarme, al cual
el nio obedece o desobedece.
Luego, son l os senti mi entos de hosti l i dad qui enes lo
conducen: este hombre fuerte y severo, este ti rano baj o el
cual se inclina, se transforma en un enemigo que se combate.
Si no se l o puede suprimir, se puede por lo menos tratarlo
de extrao: el sentimiento de ser incomprendido por l entraa
el de no tener nada de comn con l : una fuga efecti va, o un
"extraamiento" realizado en el plano interior con una deseada
indiferencia son los nicos que pueden liberarlo de su presencia.
De l as regi ones l ejanas de donde el ni o converti do en
adol escente-- huir, vol ver, si todo va bien, para reencontrar
l os brazos abi ertos del amigo que i nspi ra confi anza y afecto,
y reconciliarse con l.
No es si n duda por azar que encont ramos est a pal abra Ami go en el
t tul o del hermoso l i bro de Ch. Vagner, el hombre que nos
proporci onar nuestra pgina final.
108
Ser a si n duda un poc o ar t i f i ci al , per o no
i mposi bl e, asi gnar a cada una de estas etapas su fecha en la
vida del ni o. Todas son bi en conoci das; muchas han si do
est udi ados en detal l e. Hemos col ocado haci a el sexto ao
l a cri si s que hace pasar del padre-Di os al padre-gi gante. El
padre-ti rano contra e l cua l se r e be l a , e l padr e - enemi go
que se odi a , el padr e - ext r anj er o del que se huye o al
cual no se ot or ga ms que i ndi ferenci a, son t res f i guras
f ami l i ares a aquel l os que han escrutado el alma de los
adolescentes 2.
Ent re l a cri si s de l a i nf anci a y l a de l a adol escenci a,
l a et apa que est caract eri zada por el padre- j uez y
gendarme, aquel l a en que el ni o toma conci enci a de l as
noci ones de l ey y de j ust i ci a, y del sent i mi ent o de l a f al t a,
es de una i mpor t anci a capi t al ; desde Rousseau sobre t odo,
se ha di scut i do mucho para asignarle una fecha. Volveremos a ello.
Pero ms bi en que esmerarse sobre ese desarrol l o
l i neal de los sentimientos filiales, completemos nuestras
exposici ones precedentes sobre un punto capital:
Hemos habl ado hasta aqu de l os padres y del
senti miento f i l i al , como si padre y madre f ueran
i nt ercambi abl es. Est a no es toda la verdad. Es mucho ms
compleja.
El ni o ( que puede ser un varn o una ni a) t i ene
dos dioses: su madre y su padre,
Su amor filial, ya lo hemos dicho, tiene dos
componentes: el temor y el amor.
Y este amor mismo es ambivalente: no hay amor que no
Hemos tenido no obstante l a sorpresa de comprobar que l os cl si cos
franceses de l a adol escenci a, Nl encl ousse y Debesse, en sus hermosos l i bros
sobre L' tne de l ' adol escent [El al ma del adol escente] (1910) y La crise
de l ' ori gi nal i t j uvri i l e ( La cri si s de l a ori gi nal i dad j uveni l ) ( 1936) no
estn desti nados a estudi ar ni "l as facul tades nuevas" ni "l a rebel i n j uveni l
y l a afi rmaci n del yo", en rel aci n con l os confl i ctos fami l i ares que j uegan
un rol ten importante en ese desarrolla.
109
sea celoso, es decir que no tenga un poco de hostilidad, hasta de odio.
Pa r a e l ni o l a ma dr e es t a h , pr i me r o. Y e l pa dr e e s
una e s pe ci e de madr e , s obr e l a c ua l e l ni o t r a ns f i er e
na t ur al me nt e l os s e nt i mi e nt os pos i t i vos que t i e ne pa r a
e l l a ( l os ami gos de nuest r os ami gos son nuest r os ami gos) ;
y por ot ra parl e el padre tambi n, l sobre todo, es un ser
todopoderoso, como l a madre suel e deci r ,
Per o e l padr e e s t a mbi n l o c ont r ar i o de l a ma dr e:
ha y conf l i ct os ent r e l os padr es ; y s obr e t odo el padr e e s,
en l os af ect os del ni o por su madre, un ri val ; de aqu
deri van sent i mientos negativos que el nio puede transferir sobre la
madre.
Los efectos de estas dual i dades son, desde muy temprano,
ya una di vi si n, una repar t i ci n, de l os sent i mi ent os del
ni o que , por ej empl o, ama s obr e l odo a su madr e y t eme
s obr e t odo a s u padre. Est a di vi si n de l os sent i mi ent os del
ni o s e de sdobl a e n opos i c i one s pos i bl es e n l a i ma ge n que
s e ha ce de c a da uno de s us dos pa dr e s : a l pa dr e i dea l ( e l
s up e r y l egi sl ador que ordena l a obedi enci a) se opone el
padre- t i rano que susci ta l a rebel i n; a l a madre-refugi o, l a
"madre terri bl e". Estos desdobl ami entos deri van, por
supuesto, en acti tudes al terna nt e s . Ya el ni o a s pi r a a
i de nt i f i c ar se c on s u padr e, y a a abr i gar se en el r egazo de
su madr e, a ent r ar en el seno ma t er no; ya se opone al
padre: l as aspi raci ones de l a vol unt ad de pode r
s ubr a y a da s por Adl e r s e r e ne n, y c ompl e t a n l os mot i vos
sexual es sacados a l a l uz por Freud. El conf l i ct o del ni o
c on uno u ot r o de sus pa dr e s , o c on a mbos , es e l t i po,
de l conflicto mental inconsciente que nutre todos los complejos.
di st i nci n ent re conf l i ct os ext er i ores y
consci ent es, . por una parte, y conflictos exteriores e inconscientes, por
otra,
110
no t i ene l a i mport anci a que se est ar a t ent ado de at ri bui rl e
en un pr i nci pi o.
El t rmi no "conf l i ct o ment al " es ambi guo, en verdad:
se trata del rechazo afecti vo de l os choques que se producen
entre u n i ndi v i duo y q ui e ne s l o r ode a n, o de l c hoque
i nt e r i or de l as t e ndenci as cont r adi ct or i a s? Si n duda t i ene
mucha i mpor t anci a di st i ngui r l os dos casos. Pero a
menudo t ambi n se l o puede dej ar en l a penumbra, si n
i nconveni ente. Todo conf l i ct o. e xt e r i or r e s ue na a dent r o y
pue de , s i l a s c i r c uns t a nc i a s s e prestan, i nteri ori zarse tan
bi en que, l as turbaci ones cuyo punt o de par t i da ha n de j a do
de e xi s t i r a f uer a , se ma nt i e ne n e n l a subconci enci a.
Paral el ament e, t odo conf l i ct o i nt eri or t i ende a
exteri ori zarse: buscando en el mal estar que nos causa nuestra
desarmon a nti ma una j ust i f i caci n, proyectamos el ori gen
en al gui en de nuest r o al r ededor . Una vez desencadenado el
conf l i ct o, y, si puedo deci rl o, i nst al ado, su ori gen i mpor t a
menos de lo que parece.
Cua ndo s e t r a t a de ni os , y pue s t o que e nor me s
e l e ment os de l a i nf anci a subsi st en si empre en el
adol escent e y en el hombre hecho, est permi t i do deci r
si mpl ement e: para t oda a l ma huma na, el c onf l i c t o ext er i or
por excel e nci a es el conf l i ct o f ami l i ar. Y es baj o est a
f or ma t ambi n que t endern a exteriorizarse todos los conflictos
interiores de la infancia,
Para escapar a un conf l i ct o se present an dos medi os: el
s ue o, que s e de s pr e oc upa de l os he c hos pe r o no
di s c ut e . l os val ores afecti vos que han puesto en qui ebra el
pensami ento; y l a acci n adaptada, que manti ene por el
contrari o l os hechos en su lugar, pero acepta revisar los sentimientos,
Para resol ver el conf l i ct o f ami l i ar , el sueo propone
sus s ol uc i one s, que no s on i nf i ni t a s . Cua ndo se pr ese nt a
MI c onf l i ct o, cmo hacerl o cesar, si no supri mi endo una
de l as dos
111
fuerzas en lucha? Suprimir, por el alejamiento o por la muerte.
Se presentan, pues, cuatro maneras de resolver en sueos el
conflicto familiar. Por la muerte: el nio suea la muerte de
.sus padres, o la suya propia. Por el alejamiento: el nio suea
que sus padres dejan la casa, o que l la deja, l, Se sabe con
cuanta frecuencia se presentan cada uno de estos sueos.
Pero si al exasperarse el conflicto el nio es llevado a
jugar su sueo, a vivirlo, las cuatro lneas de conducta que se
le proponan en el sueo se present an en condici ones muy
diversas. Sobre dos de ellas, que lo llevaran n1 parricidio o
al suicidio, se erigen formidables tabes nacidos de instintos
primordiales. Esa va est cerrada. A una tercera solucin,
el destierro de los padres por el nio, se oponen las condiciones
sociales casi absolutamente, De las cuatro conductas soadas,
una sola, en consecuencia, queda accesible para el nio: hacer
cesar el conflicto que lo atormenta dejando, l, la casa paterna,
"extrandose"
8
,
se habra dicho hace poco.
En estas relaciones deterioradas que no se compondrn
ms que por una conversin, podemos se lo hace corrien-
t ement e ya di sti ngui r muchos aspectos que se si t an en
etapas diferentes del camino que acabamos de recorrer.
Antes del extraamiento que, hablando estrictamente,
implicara la abolicin de todas las relaciones, est el senti-
miento de culpabilidad, frente a una j usticia sentida como
hostil, aun si el castigo es juzgado merecido.
La inexorable ley asiendo a su vctima,
como dice un cntico de Merle d'Aubign; de ah la necesidad
de un perdn, de una gracia inmerecida. Existe la conciencia
3
Consultar las notas del suplemento de Littr a propsito de este verbo
.en desuso ritrangeant].
4 112
de una falta, de una desobediencia, asociada a la imagen del
amo que t i ene el der echo ( l e or denar y de ser obedeci do.
Rebelin voluntaria, por consiguiente culpable, pero comn-
mente acompaada del sentimiento (le una esclavitud interior,
de una sujecin a hbitos, a pensamientos, a sentimientos de
los que se es incapaz de liberarse y que son experimentados
como cadenas que hay que r omper . Con l a sed de per dn,
la aspiracin a una liberacin. Este sentimiento de culpabi-
lidad, de falta, de pecado, sin el cual no hay aspiracin a la
sal vacin, es esenci al a l as gr andes r el i giones mor ales, y
especialmente al cristianismo. Est estrechamente ligado al
sentimiento filial como al sentimiento religioso:
"Padre mo, he pecado contra el cielo y contra ti; no soy
ms di gno de ser l l amado t u hi j o. . . " La exper i enci a que
traducen estas palabras del hijo que ha disipado su bien con
prostitutas, es una experiencia (le adulto, pero en los senti-
mientos que lo acompaan reviven los recuerdos y las expe-
riencias de nio.
A qu est asociada esta
,
conciencia (le la culpa en la -
vida del nio?
Creo haber establecido hace ya mucho tiempo que,
e1 sentimiento del deber bajo diversas formas y en particular
en la de la "mala conciencia" y los remordi mient os, i mpl i -
cado en la actitud de arrepentimiento, tiene por condiciones
necesarias una consigna explcita tal corno la dan diariamente
la mayor parte de los padres, y una actitud de respeto frente al
autor de la consigna. En su forma retrospectiva ("Yo hubiera
debi do hacer ", o: "yo no hubi er a debi do hacer ") el sent i -
miento de una mala conciencia es la conciencia de una desobe-
diencia, la conciencia (le haber enfrentado una consigna (dicen
113
san Pablo y san Juan I Juan, 3:1 definiendo el pecado:
"una transgresin de la ley").
A qu edad el nio toma conciencia de sus desobedien-
cias? Mucho ms temprano, en todo caso, de lo que pretende
Rousseau, que liga, hasta identificarlas, la edad del deber y
la de la razn. (Kant lo seguir en esta identificacin errnea.)
Se me puede objetar que, si la desobediencia es la ocasin
del sentimiento de culpabilidad, el nio no desobedece ms
que a los imperativos universales y diferidos del tipo de los
imperativos categricos de Kant (lo que es la definicin de
la consigna) sino tambin a las rdenes particulares e inme-
diatas. Es verdad, pero la objecin es menos grave de lo que
parece al principio, porque, en la base de todas las rdenes
particulares, est la consigna universal: "Todas las veces que
mam o pap t e di cen que hagas al guna cosa, es menest er
hacer la". Toda desobediencia par t icular viola as una con-
signa universal y se acompaa de la mala conciencia.
Ot ra obj ecin a mi ant i gua t esi s es ms gr ave, y muy
instructiva.
Los psi coanali stas i nsisten en el rol que j uegan en t u
gnesi s del senti miento de culpabilidad dos conductas que
se remontan ambas a la ms lejana infancia, y que interesan
en primer lugar a la educacin del amor. Son: 1
9
la hostilidad
al respecto del padre (esa famosa conducta de Edipo) nacida
del amor cel oso que el ni o siente por su madre,
2
el auto-
erotismo sensual del nio que halla en s mismo el objeto de
su deseo y de su goce.
Habra entonces, por as decirlo, pecados originales, reavi-
vando sit uaciones de la ms lej ana infancia ("onani smo do
los recin nacidos"). Para los psicoanalistas, incluso los de la
escuela de Freud, son universales, y universalmente experi-
mentados como faltas, independientemente de las consignas
114
explcitas de las que no siempre se puede afirmar que hayan
sido dadas. Para los adeptos de Jung, hay "arquetipos" impe-
rativos, consignas
-
implcitas naturales, tabes instintivos, que
dan lugar a un sentimiento de culpabilidad difusa, que sera
propiamente el sentimiento del pecado.
En el senti mi ento de la culpabilidad est i mplicada la
realizacin y el sufri miento de un confl icto, sent ido como
conf l i ct o i nt er i or ( "Hago el mal que no qui er o hacer ; no
hago el bien que deseo; siento dos hombres en m"), y como
conflicto exterior con el autor de la consigna. Ya hemos dicho
por qu no podemos y no queremos establecer entre esos dos
tipos de conflicto una demarcacin tajante.
El nio escapa a ella, como lo hemos visto, por el sueo o
por la realidad; y cada una de las soluciones que se imagina
toma desde entonces, en virtud de esta nocin de culpabilidad
que se introduce en su experiencia nueva, un carcter punitivo
(punicin de los padres, de los que se venga, o punicin de
s mismo, "autopunicin").
La conciencia que toma el nio de su propia culpabilidad
precede el juicio de condenacin que dicta contra los dems,
y que transfor ma su deseo de vengarse en una voluntad de
cast i gar . Ent r e l os dos se si t a ese moment o del cual l os
estudios de Piaget sobre el j uicio moral han demostrado la
importancia: la apercepcin subjetiva de una accin, distinta
del efect o mat er i al de est a acci n. Asi mi s mo, el ni o no
arriba al concepto de la mentira i ntencional, di st inta de la
afirmacin errnea, sino despus que l mismo ha mentido;
l no acusa a su padre de falta sino despus de haberse sentido
l mismo en falta.
Que la situemos en la etapa del padre legislador y juez,
compar ndol a a un del i t o; en l a et apa del padr e-amo, no
viendo en ella ms que una desobediencia; o, ms adelante
115
i ncl uso, l a experi enci a de l a fal ta es capi tal en l a hi stori a de
los sentimientos filiales y de las actitudes que ellos determinan.
A pe s ar de l a i nme ns a var i e dad de e pi s odi os , l o que
asombra en la historia que hemos esbozado, son las constantes.
En t odas part es, el conf l i ct o f ami l i ar ; en ese conf l i ct o, una
mi sma sal i da; y, si no queda el al ej ami ent o vol unt ari o, un
sol o remedi o: l a conversi n, l a medi a vuel t a que conduci r al
nio hasta su padre.
No hay que asombrarse del si ti o central que el est udi o
de la conversin ocupa en la psicologa de la religin. Tomando
l a pal abra conversi n en su acepci n pri mera l a que acaba-
mos de recordar nos ha ocurri do a nosotros mi smos pro-
t est ar cont ra l a expresi n de "conver si n l ent a" de l a que
muchos autores se sirven para desi gnar un desarrol l o reli gi oso
que parece prosegui rse si n cri si s si empre en una ni ca di rec-
c i n. Ac a s o nos he mos e qui voc a do. El hi j o ma y or de l a
parbol a, que no ha descui dado jams ni nguna de las rdenes
de su padr e, que no ha dej ado l a casa pat er na, necesi t a, l
t a mbi n, vol ver s obr e l a de ci s i n que l e ha i ns pi r ado su
envidioso despecho y da media vuelta.
La di sti nci n que Wi l l i am James ha t ornado de Franci s
W. Ne wma n ( no e l c a r de na l ! ) y popul a r i za do e n s u de s -
cri pci n de l as vari edades del sent i mi ent o rel i gi oso ( "Di os
posee sobre l a t i erra dos especi es de hi j os, l os que no han
naci do ms que una vez ( once borra) y l os que han pasado
por dos naci mi ent os (t wice born), cont radi ce tan deci di da-
mente el Evangel i o que si se l o admi te, es menester concl ui r
que todos los hijos de Dios no son "del mismo redil".
5
En nuestras notas crticas sobre el hermoso l ibro pstumo de Georges
Berguer, ' ' Ti -ci t de psycbol ogi e de l a rel i gi n", Lausana,
El temor del i nfierno ha j ugado en el pasado un eminente
papel en muchas conversi ones. Desde el punt o de vi sta edu-
cati vo, no hay l ugar, si n duda, para l amentar que no sea ms
as . Pero un educador cri sti ano se cui dar si empre de atenuar
el sent i mi ent o de cul pabi l i dad y de mi ser i a que par ece un
prl ogo normal , como una condi ci n necesari a de l a medi a
vuel t a, que es l a ni ca que val dr al pecador l a al egr a del
perdn, al al ma desgarrada l a uni dad, despus de l as cual es
suspiran,
El cuadr o que acabamos de cont empl ar at r ae nuest ra
atencin sobre las relaciones que existen entre los sentimientos
fi l i al es y l os senti mi entos fraternal es. Pod a ser el tema de un
largo captulo, de todo un libro. Limitmonos.
A l a ambi val enci a, a l as vari aci ones de l os senti mi ent os
y de l as acti tudes del ni o respecto de su padre y de su madre,
corresponden i gual mente acti tudes respecto de sus hermanos
y hermanas. Renunci o a ret ornar el desarrol l o l i neal de l os
sent i mi ent os f i l i al es t al como l os he esbozado ms arr i ba,
para hacer corresponder a cada una de esas actitudes sucesivas
del ni o f rent e a su padre, l as act i t udes que t oma f rent e a
sus hermanos. Est as osci l an ent re l as de un ri val i nspi rado
por l a envi di a, y l as de un camarada que se si ente sol i dari o
con sus compaeros de i nf or t uni o. La di st i nci n ent re l os
sent i mi ent os del hermano menor y l os del pr i mogni t o, es
capi t al . Y no se dude que no se t i ene por una hermana l os
mismos sentimientos que para un hermano.
La ambi val enci a de l os sent i mi ent os f rat ernal es es t an
evidente que es casi asombroso que la fraternidad haya podido
ser j er ar qui zada e nt r e l a s vi r t udes , y que l a di vi sa r evol u-
cionaria la haya insertado corno un ideal en la trinidad pro-
117
116
juramento del Grutli:
Nosotros queremos ser un pueblo unido de hermanos
Los hermanos enemigos son un lema repetido con tanta
frecuencia entre los clsicos, y particularmente en la historia
bblica: Can y Abel, Isaac e Ismael, Jacob y Esa, Jos y sus
hermanos, que el coeficiente afectivo corriente de la frater-
nidad bien hubiere podido ser tambin el de la envidia. "Yo
dara mis dos hermanas para no tener a mis tres hermanos",
es una frase autnt ica que ha hecho fortuna en mi familia.
Y r ecuer da l a de Ber nar d Shaw: " Si hay al gui en que una
joven inglesa bien educada pueda detestar ms que a su madre,
es segur ament e su her mana mayor ". He suger i do ant es de
ahora, en una conferencia sobre la familia, que el gran nmero
de hi j os ni cos que no t i enen ocasi n de pr obar sus sent i -
mientos fraternales, era hoy en Suiza, en empobrecimiento
para la democracia, un obstculo a su funcionamiento normal.
Esto no es evidente ni cierto.
Pestalozzi lo ha dicho y sin duda tiene razn: porque
el pequeo her mano es amado tambin por su madre, es la
razn por la que se convierte, para el hermano mayor, en un
obj et o de amor . Hay aqu una t r ans f er enci a. Y, sobr e el
plano ms vasto de la familia humana, ocurre lo mismo: es,
de paso por el Padre celestial, que es el Padre de todos, que
nosotros aprendemos a ver hermanos en los hombres, como
ha sido la patria la que nos hace ver her manos en nuestros
conci udadanos. No es sino para pasar de las soci edades
cerradas a la sociedad abierta como es el gnero humano
simple ampliacin de la familia, luego de la ciudad.
Un psicoanalista bien informado como Baudouin lo confir-
118
religiosa y, por excelencia, cristiana.
El primognito participa de los ' sentimientos que inspira
el padr e. Es sobr e t odo el her mano segundn qui en est
pr epar ado como un r i val , per o es t ambi n sobr e l que se
transfieren sobre todo los sentimientos de proteccin
.
y de
ternura imitados de los de la madre.
119
CAPTULO II
DE LA PSICOLOGIA A LA EDUCACION
En e l mome nt o de pa s ar , c omo va mos a hac er l o, del
pl ano de l a psi col og a descri pti va al de l a pedagog a, no nos
parece i nt i l present ar a nuest ros l ect ores al gunas observa-
dones generales y, una vez reconocida en el ni o la exi stencia
de un sent i mi ent o r el i gi oso espont neo, encar ar sucesi va-
ment e : 1
9
el per f ect o der echo de l a educaci n en ma t er i a
rel i gi osa; 2
9
l as precauci ones que ordenan al educador el reco-
noci mi ento de ese senti mi ento; 3
9
l a subordi naci n necesari a
de todo l o que es prcti ca, procedi mi ento, medi o educati vo, a
los fi nes (le l o que se considera deseabl e. Estos tres rdenes de
observaci ones nos parece que deben preceder l a consi de-
raci n de l os fi nes, el j ui ci o de val or al cual consagraremos
nuestro prximo captulo.
1. EL PERFECTO DERECHO DE LA EDUCACI ON
RELIGIOSA
Antes que nada, de la uni versal idad y de la espontaneidad
del genio religioso del nio, no hemos de concluir que debemos
dejar al nio librado a s mismo, y abstenernos de intervenir de
al guna ma ner a en es t e as pect o de su desar r ol l o. Si n duda
121
Una mam hal l un d a en su j ar d n un var onci t o de
cinco aos y medio en tr en de trit urar los pi mpol los de l as
fucsias. "Qu es lo que haces?" "Ayudo al buen dios a abrir
las flores". Cuntos padres hay que, para ayudar a abrirse
las almas de sus hijos hacen lo mismo, con buena intencin,
con la misma brutalidad ignorante!
Pero para que el sentimiento religioso se desenvuelva por
s mismo en el nio, no concluiremos que tenga primero que
desar r ol l ar se si n ni nguna i nfl uenci a del ext er i or . Cuando
Etienne Pascal, "espantado de la grandeza y de la potencia de
ese genio", se convenci perfectamente de la irresistible incli-
nacin de su hijo por la geometra, le hizo tomar lecciones.
Y todos los padres, si pueden, obran as en materia de dibujo
y de msica. Se estima que el nio, en la misma proporcin
en que su inters est vivo en cierto dominio, tiene todo por
ganar si se lo puede beneficiar con experiencias y descubri-
mientos hechos antes de l; tiene derecho a su parte del pa-
trimonio que la humanidad ha acumulado en su largo esfuerzo
de bsqueda; nada ayudar primero a su desarrollo como el
contacto con los grandes espritus que, antes que l, han son-
deado los mismos problemas, se han planteado las mi smas
preguntas.
De no ayudar al nio en su esfuerzo y sus aspiraciones,
qu ganaramos? En vez de las grandes i nfl uencias cuyos
beneficios podramos proporcionarle sufrira influencias for-
tuitas; por haberle rehusado sus padres darle una instruccin
religiosa, recibir la de los educadores que l no ha elegido
y que le impondr el azar. Hay muchas probabilidades para
122
Se t omar n pr ecauci ones par a que el ni o cr ezca al
abrigo de toda influencia en este dominio? No se har sino
retardar su desarrollo, o, en seguida, detenerlo en una etapa
inferior. El ejemplo de Sintenis es tpico.
Se vern mejor los peligros a los cuales se expone al nio,
pasando revista a las precauciones que deben tomarse, si se
quiero llevar la cuenta de los hechos que hemos presentado.
Si el carcter, por as decir, instintivo, del sentimiento
religioso no excluye, segn nuestro criterio, una educacin
concertada en este dominio, obliga, nos parece, a ofrecer esta
educacin con un espritu bastante distinto de aquel que la
dirige habitualmente.
Los ni os - - l o hemos vi st o est n mucho mej or pe-
par ados que nosot ros par a l as exper i enci as pr ofundas del
alma; o, si se prefiere otro lenguaje: son tan accesibles como
nosotros a la accin divina.
En este dominio, no somos superiores a los nios, Es
preciso recordar las pginas elocuentes de Pguy: " . . . es el
nio quien est pleno y es el hombre el que est vaco"? Basta
l a pal abr a de Cr i st o: "Si no os conver t s en un ni i t o, no
entraris en el reino de Dios".
Debemos, pues, mucho respeto a los nios, se ha dicho a
menudo; y puest o que el l os por s u par t e dan t est i moni o
nuestro, nuestras relaciones estarn, en ese terreno, teidas
con un matiz de senti mi ento muy particular. Para designar
a personas del mismo rango el alemn tiene un adjetivo del
cual nuest r a l engua democr t i ca no posee un equi val ent e
exacto: ebenbrtig; los nios son nuestros iguales en nobleza,
tienen derecho a las mismas atenciones que reclamamos de
ellos. El espritu con el cual nos dirigimos a ellos, la atmsfera
123
afecti va que crearnos al rededor de el l os, son esenci al es a l os
fines que perseguirnos.
Entre los dos componentes que hemos reconocido al senti-
mi ento rel i gi oso como a l a pi edad fi l i al , l as comprobaci ones
que acabamos de recordar nos obl i gan a sealar una diferencia
de valor, particularmente desde el punto de vista educativo.
"El t emor de Di os es el comi enzo de l a sabi dur a. El
amor perfecto excl uye el temor. Di os es amor, No tenernos
un esp ri t u de servi dumbre, si no un esp r i t u de f ami l i a; es
con este espritu que nosotros llamamos a Dios: Padre".
Est as afi rmaci ones yuxtapuest as han de di ri gi r nuestro
esfuerzo educativo.
Ama e t f ac ai r ad vi s , dec a san Agust n. Un varonci t o
de di ez aos enunci aba el mi smo pensami ent o cuando dec a
a s u madr e : " Ama r t e , e s ha cer t odo, por que s i se t e a ma
verdader ament e, no se t endr an def ect os". Y su her mano,
el e un ao y medi o mayor que l , t ransport ando est a expe-
ri enci a de senti mi ento fi l i al sobre el terreno de l a experi encia
rel i gi osa agregaba est e coment ari o: "Es una de l as grandes
verdades del inundo. El amor es todo... Dios es amor".
Si nuestra ambi ci n es l a de conduci r al ni o hast a ah ,
nos apl i caremos a no asoci ar en su esp ri t u el sent i mi ent o
rel i gi oso con experi enci as coerci ti vas. Dej emos caer, como
correspondi ent e a una et apa que hay que ayudar a superar
al ni o, l a i dea de "deberes rel i gi osos". 1, 1evmosl e ms bi en a
"la va real de la libertad". Esto no ir del todo solo.
La educacin religiosa es factor ele servidumbre o de libe-
racin?
La cuestin planteada en estos trminos por el congreso
124
de la Educaci n nueva de Chel tenham en 193(1 nos ha ll evado
a reflexiones que nos parece indicado recordar aqu '.
En todos l os pases o en ciertos pases, en todas las ciases
de la poblacin, la pregunta ha ele provocar una sola respuesta,
unni me, dada de buena f e. Sol ament e, segn l os pa ses y
l os ambi entes, estas respuestas unni mes sern exactamente
contradi ct ori as. Aqu , se excl aman; si n hesi taci n: "Pero, se
cae de maduro, l a educaci n rel i gi osa es una fuerza de servi -
dumbre; es la que debemos abandonar ante todo, si aspi ramos a
f ormar personal i dades l i bres". Al l , con l a mi sma convi c-
ci n, se afi rmar l o contrari o: "Pero, en verdad, l a educaci n
rel i gi osa es un f act or esenci al en l a l i beraci n de l as perso-
nalidades".
Ll evemos nuestra atenci n sobre esas respuestas contra-
di ctori as. Si no me engao, hay detrs de estas acti tudes dos
concepciones diferentes ele la religin, apoyadas sobre dos rde-
nes de i nvesti gaci ones ci ent fi cas i nfl ui das, una y otra, por l a
confesin cristiana que domina el pas donde tienen origen.
Por una part e, est l a def i ni ci n el e l a rel i gi n que Sa-
l mn Rei nach di o en 1909, en su pequeo manual de hi stori a
de l as rel i gi ones
2
:
"Un conj unto de escrpul os que
obstaculizan el libre ejercicio de nuestras facultades".
No es di f ci l ver cmo esta defi ni ci n se vi ncul a con l a
soci ol og a de Dur khe i m. Y se ent i e nde bi e n que su aut or
l a apl i que no sol amente a l as rel i gi ones de l os pri mi ti vos, en
l as cual es l os t abes t i enen t ant o l ugar , si no t ambi n a l as
religiones mucho ms evolucionadas: las prescripciones rituales
ponen tambi n obstcul os al l i bre ej erci ci o de nuestras facul -
tades. Y, en las religiones superiores, es toda la moral la que,
1
Han si do publ i cadas nt egrament e en novi embr e de 1938, en l a
revisto Para la Nueva Era, ps. 259.262.
2
Orplieus ],Pars, Picard.
125
un carcter religioso, impide no solamente los actos, si no l a s
maner a s de pensar y de sent i r : "T no har s est o o
aquel l o; u; no creers en est o o aquel l o; t no admi r ars
esto o aquel l o". El "l i bre pensami ent o" es l o cont rari o de l a
rel i gi n. Est a es una f or ma de l a coerci n soci al . El educa-
dor reli gi oso es, ante todo, segn la expresi n fami li ar, al guien
que impide bailar en la ronda.
Ot ra def i ni ci n de l a rel i gi n ha si do propuest a, i gual -
mente en el curso de este ltimo medio siglo, por los psiclogos.
Trata, menos de caracterizar la accin ejercida sobre el
i ndi -
indi viduo por la sociedad, que col ocarse, como deci rnos
si guiendo a William James, en la "experiencia religiosa" del individuo 3.
Muy l ej os de r educi r se a un sent i mi ent o de const r ei -
mi ento y de tortura, y aunque un elemento de temor no l e sea
extrao en sus or genes, hemos vi st o que esos son l os senti -
mientos del ni o que otorga a sus padres todas las perfecciones
di vi nas, que proveen el medi o ms adecuado de conduci r a
una mi s ma r a z l as f or mas muy di ver sa s de l a exper i enci a
r el i gi osa . Per o si el amor t i e ne en l a r el i gi n el l ugar que
hemos di cho, cmo asombrar nos que se asoci e rel i gi n y
l i beraci n? Encadenndonos enteramente a su obj eto, un gran
amor , l o sabemos bi en, nos l i ber a de mi l ser vi dumbr es de
dentro y de afuera, de hbi tos ego stas y del cui dado del qu
dirn.
Esas dos maneras, soci ol gi ca y psi col gi ca, de ver y de
est udi ar l a r el i gi n, pueden apr oxi mar se a l as dos f uent es
de l a moral que Bergson ha puest o en l uz t an f el i zment e ' :
1
Villinm James, The varielies o Raligious E..rperience, 1902. Trad.
L'r.rpt!rience religieuse, 1906.
daos sourcas da la ?anude al da In religion (Las dos fuent ees
de I : e l y de l a r el i gi n] , 1932. I . ns hab amos di s t i ngui do en 1912,
en nuesiro articulo sobre "Las condiciones psicolgicas de le obligacin de
conciencia", al cual ya nos hemos remitido.
126
el cui dado del Deber que real i zara l a j usti ci a, y l a aspi raci n
al Bi en, emparentado con l a bsqueda de l o bel l o ms que del
der echo. Por una
-
par t e, una mor al de equi l i br i o est t i co,
ef ect o de una presi n soci al anni ma; por ot ra, una moral
de aspi raci n, ent er ament e di nmi ca, l i bre respuest a al l l a-
mado y al ejemplo de las grandes individualidades.
Bergson pone estas dos experi enci as moral es en rel aci n
con dos ti pos de sociedades. El llama a las pri meras sociedades
cerradas: l os deberes que resul ten de l as vi ol enci as que l uego
descri bi mos, no son vl i das ms que en el i nt eri or de l a so-
ci edad que l as i mpone, Bast ant e l o sabemos, ! ay! , l a guerra
hace cosa omi so, respecto del enemi go, l os mandamientos mas
sagrados, aquel l os que, en el i nteri or del Estado, son sanci o-
nados del modo ms severo. A l a otra soci edad evocada por
Bergson a propsi to de esta aspi raci n al Bi en que no conoce
l mi t es, l a l l ama soci edad abi erta: abi ert a a un progreso i nf i -
nito, engloba a todos los humanos.
Esta di sti nci n entre dos ti pos de soci edad, a l o l argo de
l a hi st ori a, se ha i mpuest o al pensami ent o de l os f i l sof os,
f uer a mi smo de l a t radi ci n ecl esi st i ca. Lei bni z, Kant , y
c e r c a de nos ot r os , Cha r l e s Se c r e t a n
6
,
Gour d ha n pl a n-
teado frente a l os Estados, soci edades cerradas, una soci edad
de personal i dades l i bres. Mol est os de l l amarl a si mpl ement e
l a Igl esi a, l e han dado ot ros nombres. Y est o nos conduce a
nuestro obj eto preci so, pues l a educaci n rel i gi osa est estre-
chamente l i gada a l a soci edad rel i gi osa en nombre de l a cual
se brinda.
A cul de los dos tipos de sociedad distinguidos por Berg-
son pertenecen nuestras sociedades religiosas, nuestras iglesias?
Nuestra experiencia en el pasado y en el presente, es hoy
127
t odav a l a exper i enci a de l as soci edades cerradas. El Di os
que hacen conocer a l os ni os que educan, es todav a el de l a
f ami l i a grande, de un cl an ( como l o l l amar nos pr ecedent e-
ment e, en el cap t ul o V) . Las i gl esi as t i enen apenas menos
r esponsabi l i dades que l os Est ados en l as guerr as y en l os
odios del pasado. La responsabi lidad de la enseanza reli gi osa
en el anti semi ti smo que ha desembocado en Ausschwi tz, ha
.sido puesto a la luz de modo sobrecogedor'.
Las iglesias que tenernos a la vista son sociedades cerradas;
lo he sentido, por mi parte, de una manera directa, en Turqua;
se me perdonar este recuerdo personal : el hecho puede ser
instructivo para otros.
Era en 1930; me hab an i nvi tado a habl ar de cuesti ones
pedaggi cas en una escuel a normal . Despus de mi charl a,
con una ampl i tud de corazn y una confianza que nunca hall
i gual , esos j venes del Inst i tut o me pl antearon al gunas pre-
gunt as. Y, para mi gran asombr o pues est aba al t ant o de
l a maner a r adi ca l con que acababa de ser r eal i zada en su
pa s l a separaci n de l a Escuel a y l a Mezqui ta, vol vi eron
i nsi stentemente sobre l a cuesti n rel i gi osa. "Cmo dar una
i nstrucci n rel i gi osa si n l l egar al fanati smo?" Con mi educa-
c i n y mi pe que a e xpe r i e nc i a c r i s t i a na , me a pr e s t aba a
responder: "Es preci so t ener una noci n de Di os bast ant e
el evada, bast ant e gr ande par a que abar que t odo el gner o
humano; es preci so el evarnos a l a noci n del Padre cel esti al
que Cri sto nos ha revel ado, a un amor total del cual su cruz
es el s mbol o. . . " Est as pal abras quedaron det eni das en mi s
l abi os. No era que no correspondi esen para m a l a verdad,
si no que esta cruz de Cri sto, que es para nosotros el s mbol o
.del amor y del don de s, representaba para mis oyentes otra
7
Ver In "conclusin prctica" del gran libra de filias Isaac, Psil s 4.!
lsr'ai 1, Pars, 1948. "a correccin necesaria de la enseanza cristiana".
128
cosa: el embl ema guerrer o que hab a i nf l amado a nuest ros
antepasados contra su puebl o; l a cruz de l os Cruzados enmas-
caraba l a del Cal vari o. Del hecho de l as Igl esi as, del hecho
de l os cri sti anos, l a noci n del Padre cel esti al tal como l a ha
revelado Cristo, se ha convertido en la doctrina de una sociedad
cer r ada; yo no pod a pr ocl amar l a si n hacer el papel de un
hombre de partido.
Cul es l a concl usi n? Debemos i nferi r, de l os l mi tes
de nuestra experiencia religiosa, que toda experiencia religiosa,
necesari ament e, acorral a y apri si ona? Eso ser a desconocer
l os hechos. Si l os psi cl ogos nos muestran en l a rel i gi n una
pasi n que, como l as ot r as, puede l evant ar y l i berar el ser
enteramente, es que l a han vi sto as en l a hi stori a de un gran
nnero de vi das humanas. Pensemos en l a l i bertad de act i -
tudes de san Francisco de Ass, en la liberacin que represent
para Lut ero su experi enci a de Erf urt . Ci t o a propsi t o dos
ej empl os muy di f erent es; se podr an seal ar muchos ot ros:
l i beraci ones del mi smo gnero se producen an cada da entre
nosot ros. Que seamos el evados por el amor di vi no, y t odas
l as contrari edades del ext eri or y de l o nt i mo que paral i zan
nuestra personal i dad caern; as l i berados, seremos verdadera-
mente libres. Esto es verdad. Es preciso saberlo y decirlo.
Este es el l ugar de recordar el curi oso pasaj e donde Cl a-
parede
8
,
ci tando a Seashore, vi ncul a l a rel i gi n y el j uego:
"Como el j uego, reposa sobre el senti mi ent o de l a l i bert ad,
sobre l a ausenci a de suj eci n"; "como l , i mpl i ca proyecci n
y e xt e nsi n de l a pe r s ona l i dad; e s un f e nme no de cr ec i -
mi e nt o, una pr e pa r a c i n pa r a una vi da m s gr a nde " . Es
af i rmar i mpl ci t ament e el carcter nat ural , i nst i nt i vo, de l a
necesidad religiosa.
8
Psychologie de rentan', Le dveloppement mental 11'sicologla del
nio, El desarrollo mental], ed. pstuma, p. 144.
129
En presenci a de estos hechos, se pl antea l a cuesti n: Los
hombres que han si do testi gos de l as l i beraci ones que acabo
de recordar, t i enen un mt odo que proponernos para hacer
benefi ci ar a nuestros hi j os? Val e l a pena preguntrsel o, pues
aun reconoci endo que l a experi enci a rel i gi osa puede ser , o
que ha si do a menudo y que es an, un poder oso f act or de
l i ber aci n, si gue si endo verdad que l a educaci n r el i gi osa
arriesga siempre ser un factor de servidumbre.
Un l l amado de atenci n emana de este hecho para todos
aquel l os que estn convenci dos del poder l i berador de l a rel i -
gi n: Mantengamos si empre vi vo en nosotros el respeto de l a
persona humana y de su mi steri o; demos a l os ni os que estn
a nuestro cargo l a ocasi n de admi rar a l as i ndi vi dual i dades
l i bres y l i beradas que l a hi stori a nos presenta; mostrmosl es
que, como el Cri stbal de l a l eyenda, es si tuando muy al to su
i deal del ni co maestro digno de ser servi do que su "servi ci o"
se ha convert i do, segn l a f rase de l a l i t urgi a angl i cana, en
"perfecta libertad".
Pero, sepmosl o: mant ener as en nuest ros ni os y en
nosotros mi smos ese respeto por l os hombres l i bres, es com-
prometerl os a admi rar muchos herti cos y mrti res y qui n
sabe?, a sufrir con ellos.
2. PRECAUCIONES
Todo l o que acabamos de deci r sobre el sent i mi ent o de
t orment o, de suj eci n, de servi dumbre que acompaa t an a
menudo l a educaci n rel i gi osa, i mpl i ca que el educador no
buscar i mponer l o que l cree, o presentar como obl i gatori as
las opiniones y las doctrinas que le satisfacen.
Pero acaso val e l a pena i nsi st i r sobre el hecho de que,
130
especi al mente, no buscaba present ar como obl i gat ori o l o
que no cree. A veces se encuent ra en presenci a de padres
que, habi endo el l os mi smos dej ado de creer en tal es o cual es
afi rmaci ones tradi ci onal es o b bl i cas, conti nan teni endo una
tal fe como deseable. En su deseo de asegurar a su hijo eso de lo
cual el l os mi smos estn pri vados, se dedican a no dejar ver
nada de su esceptici smo o de sus negaci ones, y trasmi ten, tal
como el l os l a han reci bi do en su i nfanci a, y con el mi smo
carcter de obl i gaci n que l es ha si do i mpuesto, l a doctri na
que, para el l os, permanece como l a opi ni n j ust a, l a
ort odoxa. Hay a veces una f orma de cobard a i nt el ect ual
que no merece ni nguna i ndul genci a, el snobi smo rel i gi oso de
gentes que "creen deber", por fal ta de si nceridad tanto como
de reflexi n' . Pero ot ras veces, est e caso es prof undament e
emot i vo: el adul t o si ent e conf usament e el val or de una
creenci a y cree por su afirmacin asegurar el beneficio al nio.
Es necesari o deci r que, para procurarl e esta vent aj a, el
mtodo que si gue es absol utamente i nefi caz. Es vano, en este
domi ni o como en otros, pret ender ci ar a otros l o que no se
posee por s mi smo: l a educaci n reli gi osa no puede ser hecha
ms que por al mas rel i gi osas: Ayudari s mucho ms a vuestro
hi j o dej ndol e ver l o que vuestra sed de verdad y de j usti ci a
t i ene de i nsosegado an, que fi ngi endo una paz en l a que l
adivinar el efecto de una coercin.
Pero t oda educaci n rel i gi osa, por ms l i bre que se l a
suponga, i mpl i ca una part e de i nst rucci n, por l o t ant o, de
prcticas: plegaria, lectura de la Biblia, asistencia al culto, etc-
tera; de hechos: historia santa; de doctrinas: existencia de Dios,
inmortalidad, etc.
We must never, never doubt. What nobody is sure about.
(Esta muy mal poner en duda eso de lo cual nadie est seguro).
131
En cada uno de estos dominios, la palabra de sus padres
o de sus maestros tendr para el nio un peso considerable.
Si tenemos el cuidado de no dar al ni o el sent imi ent o de
que la instruccin religiosa lo liga, no bastar que nos absten-
gamos de presentarle como obli gatorias las prct icas o las
cr eenci as en l as cual es l o i nst r ui r emos; ser pr eci so que
nos dediquemos a proporcionar nosotros mismos al nio algo
as como un contrapeso al prestigio indebido que la adhesin
por nosotros conferir muy ciertamente a nuestras opiniones y
a nuestro ejemplo.
Si no, si n que lo hayamos querido, el mito se at rasar
en una fase que, nor mal ment e, debe super ar t empr ano; el
juego natural del sentimiento filial aliado al instinto religioso
transformar en dogmas absolutos, que corrern el riesgo de
ser ocasin de crisis y de desgarramientos, nuestros relatos y
nuestras opiniones.
En materia de prcticas me parece que no debemos dejar
ignorar al nio que las nuestras no son las de todo el mun-
do; no t odos r ezan de l a mi s ma maner a: hay cat l i cos ,
mahometanos, ateos, No presentaremos como rprobos, o como
desdichados es preciso decirlo a aquellos que no com-
par ten nuestra maner a de adorar . Di gamos a los ni os las
razones que tenemos para creer en lo que creemos, y digmosle
las suyas ".
Lo mismo en materia de doctrinas: debemos decir lo que
i gnor amos, al mi smo t i empo que l o que cr eemos; ant e el
mi sterio del ms all, si hacemos alusin a las soluciones
ant i guas u ori entales, acr eceremos en el al ma del ni o no
solamente el sentido del misterio de la vida y de la muerte,
10
No resi st o el deseo de seal ar como un model o del gnero un l i bro
de i nst r ucci n rel i gi osa para adul tos. Jean Besson, Catholique ou protestant?
Journal d'un chercheur, Neuveville, 1916.
132
sino el sentimiento del valor de las afirmaciones cristianas;
son los problemas frente a los cuales, desde hace miradas
de aos, el hombre se detiene, busca, espera.
Por qu inducir al nio a creer que todo es tan simple?
Tambin para la historia santa, se ahorrarn al nio las
sorpresas ", hasta choques a veces mortferos, si se empieza
por contarle otras hi stor ias her mosas que han pasado hace
mucho t i empo y a pr opsi t o de l as cual es l a poes a de l a
leyenda ha podido mezcl arse en la relacin de los hechos:
Tel l y l os Gr ut l i , Cl ovi s, l os r eyes de Roma, l a guer r a de
Troya. Y la atmsfera de las Fioretti puede ayudara relatar
ciertos milagros de la Biblia, sin que lo maravilloso se vuelva
oprimente para el alma infantil.
No es preciso decir que no prohibiremos mucho ms
aun: que no haremos una regla-- juzgar los relatos del Antiguo
Testamento a la luz de l a conciencia cristiana, Ambiciona-
remos para nuestros hijos ms que un dios tribal o nacional;
el Dios de Jess no ordena masacres.
Ha de hallarse en estas sugestiones un matiz de escepti-
cismo? Me disgustara. Me parece incontestable que muchas
de l as grandes exper ienci as cri sti anas ter mi nan en afi r ma-
ciones universales de un contorno limpiamente definido, del
cual no s e es f umar a el di buj o s i n al t er ar l a i magen; l a
doct ri na del pecado ori gi nal, l a de la di vi nidad de Cr i st o,
la del valor universal del Cristianismo, la de la suficiencia
de las Escrituras, estn en ese nmero, No se trata de discu-
t i r l as aqu , ni si qui er a de for mul ar l as; doy a cada una de
ellas su nombre tradicional, sin pretender por eso suscribir
todas esas proposiciones. Pero, aun admitiendo su carcter
universal y absoluto, es lcito preguntarse cmo es preciso
r r
" Mam, l a hi st or i a sant a no t i ene un aspect o t an verdader o corno
In historia de Francia",
133
s e pl a nt e a n l a mi sma cuest i n e n l o que c onc i e r ne a
l a s proposiciones cuya universalidad y necesidad no son negadas.
En i nt ers de t i na rel i gi n en que el amor debe excl ui r
el temor, nos parece que el mtodo i nducti vo y emp ri co, ese
que parle de los hechos concretos y de los valores individuales,
es preferi bl e a una enseanza aut ori t ari a que presentar a de
gol pe, baj o su f or ma absol ut a, l os dogmas en l os cual es, a
Travs de l os sigl os, se ha cri stal i zado la experienci a cri stiana.
Podemos deci r de entrada a nuestros hi j os, como se dec a a
nuestros padres: "Vosotros seri s si empre i ncapaces por vos-
ot r os mi smos de ni ngn bi en". Podemos t ambi n dej ar l os
descubri r poco a poco, y por el l os mi smos, su debi l i dad, su
i mpotenci a. Podemos deci rl es al pri nci pi o el l ugar ni co que
nosotros atri bui rnos a Cri sto entre l os humanos, o a l a Bi bl i a
ent r e l os l i br os. Podemos t ambi n present ar l es, al mi smo
t i e mpo que J e ss de Naza r e t , a Sc r a t e s , Ma homa , Buda ,
Gandhi ; o al gunos de sus ms grandes di sc pul os, san Fran-
cisco, Juana de Arco, Nicols de Fine, Zwinglio, Penn, el padre
Gi rard, Vi erre Cersol e, y dej arl os descubri r l a i nmensa di s-
tancia que los separa a todos del Maestro.
El mt odo que l l am hace un rat o i nduct i vo me parece
deci di damente superi or. Evi tar que l as negaci ones anti cri s-
t i anas se r evi st an del at r act i vo y de l a maj est ad del
pensami ent o l i bre. Contri bui r a fundar sobre el testi moni o
i rrefutabl e de l a l uz i nteri or l as afi rmaci ones esenci al es de l a
vi da del al ma. Sl o ese mt odo, en una pal abra, me parece
i nspi r ar s e ver dade r a me nt e e n e se r e s pet o ha ci a e l ni o
que e l est udi o de l os hechos recomi enda al psi cl ogo y del
cual l a sol emne advertenci a del Maest ro ( Mateo, XVIII, 6-
10) hace un deber para el cristiano.
Per o, no l o ol vi demos, est os no son t odav a ms que
es la educacin.
3. FI NES Y MEDI OS
En el domi ni o de l a educaci n como en Iodo l o que
respecta a una ci enci a apl i cada l as i nferenci as prcti cas, l as
"tcni cas" como se di ce hoy, dependen del fi n, del i deal que
se persi gue. Toda tcni ca, todo arte, est i nspi rado en un fi n
que e s , e n c i e r t a me di da , e xt r a o a l os ma t e r i a l e s que e l
t cni co t i ene a su di sposi ci n. Aun despus de haber reco-
noci do l as vet as de su bl oque, el t al l ador de pi edra t i ene l a
libertad de preguntarse:
Ser dios, mesa o cubeta?
As l os educadores, aun despus de haber est udi ado al
ni o, guardan cada uno sus ambi ci ones propi as: sacan parti do
l as fuerzas que t i enen del ante de el l os para ori ent arl as a
derecha o a i zqui erda haci a l os fi nes que j uzgan l os mej ores.
No pensamos que nue st r o i deal r el i gi os o debe , y aun
puede, estar enteramente determi nado por hechos como aque-
l l os que hemos pasado en revi sta relatando al gunas etapas del
desarrol l o reli gi oso del ni o, en relaci n con l os obj etos a l os
cuales atri buye sucesi vamente las perfecci ones paternales. Nos
parece i ndi spensabl e que un maest r o t enga cuent a de esos
hechos; pero sabemos que, frente a cada uno de l os aspectos
del crecimiento del nio, dos educadores pueden ver los mismos
hechos e inducir reglas de conductas diferentes, hasta opuestas,
porque han elegido conducir al nio hacia objetivos di ferentes.
Ya hemos dejado ver qu objetivo nos haba sido sugerido
en la educacin religiosa del nio. Digmoslo explcitamente.
134 135
C a p t u l o I I I
EDUCACION RELIGIOSA Y EDUCACION
CRISTIANA
Los medi os que hemos de preconi zar y por l os cual es
ya seal amos nuest ra pref erenci a dependen de l a concep-
cin que nos hacemos del objetivo de la educacin.
Con ri esgo de abri r al gunas puertas ya abi ertas di gamos
pues, expl ci tamente, a qu aspiramos. El viej o procedi miento
de l os l gi cos que se si rven de antni mos en sus defi ni ci ones
nos prestar un buen servicio.
La educacin. Esta pal abra ha tomado para nosotros un
sent i do bi en def i ni do. Lo que ha ayudado a eso es, en pri n-
ci pi o, la i mportante contri buci n que las cienci as y especial-
mente l a psi col og a del ni o ha proporci onado a este arte.
Hay ci enci as de l a educaci n, de l as cual es l os hombres que
profesan credos fi l osfi cos y rel i gi osos muy di versos, pueden
juntos estudiar y reconocer las leyes.
Despus del congreso de l a Educaci n Nueva, en Ni za, en
1932, l a Civilita catlica publ i caba un art cul o del P. Barbera,
S. J. Tratando de caracteri zar l a acti tud de l os di ri gentes de
nuestra Li ga, se asombraba de ver al l agrupados a "posi ti vi stas
franceses, pragmat i stas angl o-saj ones y tesofos gi nebrinos".
No discutir esas denominaciones; no quiero destacar
137
mas que esto: hombres de creenci as di vergentes (el P. Barbera
habr a podi do y debi do seal ar i ncl us o l a pr ese nci a e n l a
mi sma Li ga de muy f i el es angl i canos y l a de muy pi adosos
catlicos) concuerdan sobre los medi os tcnicos, sobre los pro-
cedi mi ent os ms ef i caces para hacer obra educat i va. Y est o
i mpl i ca que el l os concuerdan tambi n, en ampl si ma medi da,
sobre el fi n de l a educaci n el mi smo que l a bel l a frase de
Vi ne t nos ha he c ho f a mi l i a r : " . . . e l hombr e due o de s
mi smo par a que sea mej or servi dor do t odos. . . " Es Vauve-
nargues. "Para darse, es necesario pertenecerse" desarrollado
a c a s o e n e s t os t r mi nos : " Pa r a que t e nga m s pa r a da r ,
apl i qumonos a dej ar abri rse tan ri camente como sea posi bl e
la personalidad del nio".
Ahora bien, esta defi nici n de l a educaci n l os ti empos
actual es nos hacen prestar atenci n a eso no es l a de tecl a
pedagog a. Frent e a l a educaci n que apunt a ( par a el bi en -
de la comunidad) al desarrol l o optiman? de la persona, est el
adiestramiento, para el cual una colecti vidad (Estado, partido,
r a za , c l a s e ) e s un f i n e n s . Be r gs on l o ha s e a l a do bi e n:
.-i las dos morales y a las dos reli gi ones, de l a sociedad cerrada
y de la sociedad abierta, corresponden tambin dos pedagogas.
Pero sobre el sentido de la palabra educacin es posible ponerse
de acuerdo: i mpl i ca un reconoci mi ento del val or de l a perso-
nalidad individual, de su libertad y de su responsabilidad.
Si l a educaci n i nt egral est concebi da de est a manera,
de un sol o gol pe se ha dado un sent i do a esas par l es de l a
educaci n que nosotros l l amarnos: educaci n f sica, educaci n
i nt el ect ual , educaci n art st i ca, educaci n moral , educaci n
. soci al . Si empre se t rat a del desarrol l o, del creci mi ent o, del
florecimiento de la persona.
Y as , el fi n de l a educacin religiosa ser vi sto de fuera,
como tambin el conjunto de las disposiciones tornadas por el
138
educador para favorecer el sentimiento religioso , la sati sfaccin, como
se dice ,de las necesidades religiosas" de las cuales hemos reconocido la
presencia en el nio.
No ser de ni ngn modo i nt i l di st i ngui r educaci n y
adiestramiento, poner en guardi a contra procedi mi entos que
no s i r ve n que pa r a a s e gur a r c i e r t o c ompor t a mi e nt o del
ni o, para darl e ci ertos hbi t os conf orme a l os de un grupo
soci al cerrado, si n que ese comportami ento responda verdade-
ramente a un deseo, a una necesidad reli gi osa. Hay, en materia
de prct i cas rel i gi osas, un adi est rami ent o que no se podr a
evi tar del todo, porque se apoya en un i nsti nto gregari o que se
desprende de l a educaci n soci al , en ampl i o senti do, que pro-
porci ona i ncl uso a sta su pri mera et apa, pero que no ti ene
nada en CO1111
.
111 con la educaci n rel igi osa en el senti do espec-
fico de este trmino.
Si, de acuerdo con nuestra concepcin general de la educa-
ci n, nosotros defi ni mos, corno acabamos de hacerl o, l a edu-
cacin religiosa, qu diremos de la educacin cristiana?
La frase de Tertul i ano: ani ma natural i t er chri sti ana nos
recuerda que, para l os cri sti anos, l a educaci n cri sti ana no es
otra cosa que l a ni ca educaci n rel i gi osa que responde verda-
d e r a me nt e a l a s a s pi r a c i one s d e l d e l a pe r s ona , y q u e
l a sati sfacen. Inqui etud est cor nostrum, Domi ne, dones i n
te requi escat . Confrontada desde l os or genes con l a l ey de
Moi s s, no l a al i ol i : uno que l a "cumpl i ". Y s an Pabl o,
en Atenas, anunci a a l os fi el es del pol i te smo gri ego, al Di os
que el l os honr an si n conocer l o; el mensaj e cr i st i ano hace
culminar el esfuerzo religioso de la humanidad.
Tal es, vi sta, por as deci rl o, de adentro, l a relaci n entre
educaci n rel i gi osa y educaci n cri st i ana. De af uera, l a rel a-
ci n que se est abl ece ent re l a educaci n rel i gi osa y l a edu-
caci n cri st i ana, es l a del gnero a l a especi e; l a educaci n
139
cristiana, es la educacin religiosa que se inspira en Cristo, en su
enseanza y en su ejemplo.
Esta defi nici n, an enteramente verbal , no nos di spensa
de decir l o que, desde nuestro punto de vi sta, cuali fica espec -
fi camente l a educaci n rel i gi osa cri sti ana. No apel aremos ni o
los concilios, ni a los sumidos (1110, despus do haber formulado
confesi ones de fe han redactado cateci smos, Fi eles 1 1 1 mtodo
<I IIC hemos segui do hasta aqu , subrayaremos si mpl emente l a
concordancia de l o que Jess mi smo col oca en el centro de su
enseanza, con l o que l a hi stori a del desarrol l o rel i gi oso del
ni o nos ha conduci do a consi derar corno l a et apa f i nal : l a
at ri buci n de l as perf ecci ones pat ernal es a Aquel del cual
toda familia, toda patria, saca su nombre.
EL PRIMER MANDAMIENTO
Re l e a mos un t ext o muy conoci do:
"Y pregunt uno de el l os, i ntrprete de l a ley, tentndol e
y di ci endo: Maestro, cul es el ms grande mandami ento en
l a l ey? Y Jess l e di j o: Amars a l Seor tu Di os de todo tu
corazn, y de t oda t u al ma, y de t oda t u ment e. Est e es el
pri mero y el ms grande mandami ento. Y el segundo es seme-
j ante a ste: Amars a tu prj i mo como a u mi smo. De estos
dos mandamientos depende toda la ley y los profetas 1".
El gi ro que nosotros traduci mos por el prj i mo es t pi ca-
ment e b bl i co. Desi gna, en suma, a aquel l os haci a qui enes
tenernos deberes. Pero, preci samente, qui nes son? La l ey
hace una di f er enci a ent re el "her mano hebreo" y el ext r an-
1
Mateo, XXII, 31-10.
140
j e r o? El pr j i mo pe r t e ne c e a l o que Be r gs on l l a ma una
"soci edad cerrada"? 1os deberes haci a aquel l os que forman
parte de sta cesan d exi sti r respecto de aquel l os que estn
afuera? "T amars a tu prj i mo y t odi ars a tu enemi go".
Est as pal abras ci tadas por Jess despus de otros t ext os de
la Ley dar an que pensar, por cuanto no se hal lan en los li bros
de Moi ss; se l os ha i ncri mi nado i ncl uso como una ci ta fal sa.
Pero el pensami ent o que trasl ucen es tan natural al corazn
humano que no tenemos ni ngn trabaj o en creer que pueda
exi st i r un doct or que i nterprete de este modo rest ri cti vo el
mandamiento del Levtico.
No obstante, el espritu de la 1ey de Moiss no es dudoso.
Bast a recor dar l os her mosos t ext os del Lev t i co y del
Deuteronomi o; "Y Cuando el extranj ero morare cont i go en
vuest ra t i erra, no l e opri mi ri s, Corno a un nat ural de vos-
otros tendri s al extranj ero que peregri nare entre vosotros; y
mal o como a ti mi smo; porque peregri nos fuistei s en la tierra
de Egi pt o. Yo Jehov vuest ro Di os
a
" .
"Un mi smo derecho
t endri s: como el extranj ero, as ser el natural : porque yo
soy J ehov vuest r o Di os "". "Amari s pues al ext r anj er o:
porque extranjeros fuisteis en tierra de Egipto 4".
En cuanto a Jess, l a pri mera vez que l torna l a pal abra
en Nazaret, pone en su contra a sus oyentes oponi endo a su
naci onal i smo l a vi uda de Sarept a y el l eproso de Damasco;
en el Sermn de l a montaa, es tambi n expl ci to al mxi mo:
si ami s corno l os que os aman.. . gentes que no se preocupan
absol utamente de observar l a Ley no hacen l o mi smo? Y, en
san Lucas, l o que si rve de respuesta a l a pregunta del escri ba,
es el ej empl o de un samar i t ano. Est os t ext os, t an sor pr en-
2
Levtico, XIX, 33, 34.
3
Levtico, XXIV, 22.
4
Deuteronottlio, X, 19.
',
141
dentes como otros, llevan a pensar que Jess ha estado influido
por una concepci n ms estrecha: "No vayis con l os paganos;
no e nt r i s e n l a s ci uda de s de l os s a mar i t a nos " , di ce n sus
i nstrucci ones a l os Doce. . "Yo no he si do envi ado ms que a
l os rebaos perdi dos de l a casa de Israel ", es l o pri mero que
di ce a l a muj er si ri a.
Qui n es el prj i mo? --Es "el otro' ' , si n duda, en el ms
l at o senti do (Rom. XIII, 8) ; pero Jess no procede por una
frmul a general ; i nsi ste sobre dos grupos concretos haci a l os
cuales no se i ncl i na natural mente nuestro amor: l os enemi gos,
primero, l os samaritanos y despus l os mi serables, l os estro-
peados, aquellos que es necesario ir a buscar en los matorrales,
"los ms pequeos"; dos grupos que evocan poco ms O menos
l o que nosot r os l l amar amos l as oposi ci ones de razas y de
naci onal i dades por una parte, y l as di sti nci ones de cl ases so-
ci al es por otra; dos causas t pi cas de guerra, exteri or y ci vi l ,
di ferencias que supri me, con otras, l a cual i dad de disc pul o de
Jess: "No hay ms judo, ni griego, ni esclavo, ni libre. , ."
A este prj imo as defi nido ----o ms bien as li berado de
t oda del i mi taci n-- qu l e debemos? Jess responde con l a
"regl a de oro": "Lo que queri s que l os hombres os hagan,
eso mi smo hacedl es". "Est a es l a l ey y l os pr of et as". Est as
l ti mas pal abras empl eadas tambi n en su respuesta al doctor,
son si gni fi cati vas: preci san, en otros trmi nos, el mi smo amor
del prj i mo. De l as dos versi ones de l a "regl a de oro", una
i ns i s t e s obr e l a c a r i da d ( " Todo l o que que r i s . . . " ,
VII, 12) , l a ot ra sobre l a cual i dad, sobre el modo ( "Y como
queri s que os hagan l os hombres, as hacedl es tambi n vos-
ot ros, Luc. , VI, 31) . Pero, aun aqu , l os ej empl os concret os
aport an preci si ones. La parbol a del Jui ci o det al l a l as si tua-
ci ones en que puede hal l arse "el ms pequeo de nuest r os
hermanos": hambriento, trastornado, desnudo, enfermo, ex-
142
tranj ero, pri si onero, y compara, hasta i denti fi carl os, a ambos
mandamientos corno "semejantes".
"Amad a vue st r os' enemi gos. . . N i nvi t i s a vuest r os
veci nos ri cos, si no a l os pobres y l os coj os". "Si al gui en di ce:
Yo amo a Di os, y odia a su hermano, es un menti roso. Si t
no amas al hermano, que t ves, cmo amar as a t u Padre,
que no ves?"
"Lo que queri s que l os hombres os hagan, hacedl es vos-
otros tambi n". Lo que qui eres que Di os te haga, hazl es. Es l a
parbol a de l os dos deudores. "Si no perdoni s a l os hombres
sus ofensas, Di os no os perdonar l as vuestras tampoco". Los
mi seri cordi osos obt endrn mi seri cordi a. Los que perdonan
sern perdonados. Vosotros seris perfectos como vuestro Padre
es perfecto,
"Hacerse semejantes a Dios tanto como sea posi ble". Este
programa de Pl at n toma un senti do nuevo para l os hi j os de
un Padre "que hace bri llar su sol sobre l os mal os y l os buenos,
que hace caer la lluvia sobre los justos y sobre los injustos".
UN MANDAMIENTO NUEVO
Est o no es ot ra cosa que l a Ley de Moi ss. El "manda-
miento nuevo" de Jess va ms all.
Ha y a l guna c os a m s a l l de l c ompe ndi o de l a Ley?
El mi smo aut or sagrado duda: "Est o no es un mandami ent o
nue vo. . . s i no un ma nda mi e nt o a nt i guo. Con t odo, e s un
mandami ent o nuevo" ( 1 Juan, II, 7- 8) , Es el cumpl i mi ent o.
de la ley.
Quiero citar aqu una pgina de mi padre 5:
5
Fl i x Bovet , L c u r e s ( 10 Gr a n d c h a t h p , La l I nconni t re, 1934, p. 137.
Est as l neas est n di ri gi das por F. Bovet a su ami go Charl es Secret an. Y
ste responde: "Estamos de acuerdo, pero en todo punto de acuerdo y-
hasta los Ultiinos
143
1.
"El precepto: T' amars a tu prj i mo como a ti mismo,
. es real mente el ms al t o pri nci pi o de moral que Jess haya
pretendi do dar? Si fuera as , Jess no ti ene, en l a hi st ori a
de l a moral , el rol que se l e at ri buye. En ef ect o, no habr a
emi t i do un nuevo pri nci pi o puest o que st e hab a si do f or-
mul ado largo ti empo antes que l ; no tendra, como morali sta,
otro mri t o que haber hecho ver apl i caci ones nuevas, como
se l o hace an despus de l , Si est a f rmul a es l a f rmul a
supr e ma, el gr a n hombr e en l a hi st or i a de l a mor al no es
entonces Jess, sino el autor del Levtico.
"Segn l os evangel i os, Jess no pretendi j ams dar este
precepto (T amars, etc. ), como una frmul a que adoptaba
pa r a r e sumi r e n l su mor a l ; . . . l a ha c i t ado s i mpl e me nt e
como l a ms el evada de l as f rmul as exi st ent es ant es de l
de los mandamientos de la Ley.
"Me parece no di una frmul a suya si no cuando di j o:
Este es mi mandamiento: que vosotros os ami s unos a l os
otros como yo os he amado, l o que expl i ca i nmedi atamente
agregando: Nadie tiene ms amor que dar su vida por aquellos
que ama. Dar su vi da por otro, no supera amar como a s
mi smo?. . . Jess no habr a teni do necesi dad de ponerse por
de ba j o de s us di sc pul os y de l a va r l e l os pi e s pa r a ha ber
cumpl i do toda justi ci a; no habr a hecho ms que l o que era
l o sa nt o y l o j us t o. Ni nguna l ey, ni ngn pr i nci pi o, pod a
exigir esto de l ..."
Es t e manda mi ent o de a mor "excesi vo" es , ver dader a-
mente, el nudo del Evangelio. Nos hace sentir, mejor que todo,
nuestra i ncapacidad profunda para hacer el bi en, nuestra i nsu-
f i ci enci a, l a necesi dad que t enemos de graci a y de perdn.
Nos hace pr e sent i r el se nt i do de l a cr uz, Dar a necesar i a-
mente un sentido viviente a las frmulas muertas cine hemos
144
heredado de l a tradi ci n sobre l a uni dad esenci al de l as per-
sonas di vi nas: el amor es el pri mero de l os frutos del Esp ri tu
santo; el hi j o de Di os ha encarnado el amor ("Di os ha amado
t ant o el mundo. . . ") ; Di os es amor.
EL FI N DE LA EDUCACI ON
Los mandamientos de amor tienen, en nuestra naturaleza,
ra ces profundas. Di os ha hecho el hombre a su i magen. La
forma que el l egi sta j ud o da a su pregunta revel a el carcter
del esp r i t u del puebl o de l a Ley. Un gri ego no se hubi era
preguntado sobre "pri mer mandami ento" si no sobre "l a ms
al t a vi rt ud" o sobre "el soberano bi en". Cal vi no pr egunt a:
" Cu l e s e l pr i nc i pa l f i n de l a vi da huma na ? " Por qu
estarnos en este mundo? Aquel l os de nosotros, padres y maes-
tros, que tenemos al mas a nuestro cargo, dar amos vol untari a-
mente a l a mi sma pregunta otra forma, que revel ar a nuestras
preocupaciones profesionales: "Cul es el fin de la educacin?"
A todas estas preguntas, un mi smo verbo, amar, una mi sma
pal abra, amor, podr an responder. Reempl azar est a l t i ma
por caridad, como hacen al gunas versi ones del Nuevo Testa-
ment o, es marcar l a di sti nci n profunda que hay entre est o
amor y aquel de los sentidos, pero tiene el grave inconveniente
de separar el texto de san Pabl o (I Cor. , 13) del de l os Evan-
gel i os ( Mat . , XXII; Marc, XII; Luc X) y de san Juan.
"Cul es el fi n l ti mo, el fi n supremo de l a educaci n?"
Aprender a amar. Tal es, en sus propi os t rmi nos, l a res-
puesta de Pestalozzi.
" La i dea de l a e duc ac i n el e me nt a l , e n e l e sc l ar eci -
6
Pestalozzi dice: "Elementarbilling". Este trmino designa, corno
su sala
.
, en flertlioucl y en Yveribin, la educacin que ha descubierto la
110111111 en el cuidado de seguir paso a paso In marcha de la naturaleza,
a partir de los elementos.
145
miento terico y prcti co de la cual. . . yo he consagrado la
par t e ms gr ande de mi edad madur a, no es ot r a ms que
el designio de conformarse a la naturaleza para ensanchar y
cul t i var l as facul t ades de l a especi e humana. . . Per o par a
estar en condiciones de presentir la esencia y el alcance de
este designio de conformarnos a la naturaleza, es preciso ante
t odo plant ear nos est a cuest i n: "Qu es l a nat ur al eza hu-
mana? Cul es su esencia propia? Cuides son las diferencias
caractersticas de la naturaleza humana en s?"
A la pregunta que plantea en estos trminos, hacia el fin
de su vida, frente
,
a su Chau! du Cygne (1826), Pestalozzi
respondi ya en 1805.
"Incontestablemente, en toda la gama de los sentimientos
humanos, el sentimiento del amor en el nio es el nico que
expresa en su pureza la esencia de la naturaleza humana y su
significacin ms alta. Es el punto central de donde es preciso
ordenar, guiar, animar, definir todos los otros sentimientos
para mantenerse en armona con la suprema significacin de
nuestra nat uraleza. El amor, y una acti vidad espiritual que
en el nio nace con el amor, es as, manifiestamente, l origen
comn, positivo, inalterable, de donde parte y- debe partir el
crecimiento y el ennoblecimiento de nuestras disposiciones".
"El pr i mer si gno de l a vi da i nt er i or del ni o, es una
sonri sa cel est ial. Hay en el la al go humano que es i nfi ni t a-
mente superior y aun del todo opuesto a todo lo que no
es ms que animal: la expresin del contentamiento, de la paz
interior, de la alegra especficamente humana que procuran
al nio los cuidados y el amor humano del cual es objeto, es la
primera marca de algo que germina y se expande en el nio:
aprende a reconocer el amor".
Ayudar a la expansin de este germen especficamente
humano, "formar la especie --nuestra especie humana en
146
el amor ", he ah muy pr eci sament e l a t ar ea del educador,
su nica tarea respecto de la cual todos los fines subalternos
que se propone no son ms que medios.
Sera necesario citar aqu todo el Discurso de Yverdou
de 1809, y todo el principio del Chunt du Cygne, y muchas
otras pginas ms. Esto nos llevara demasiado lejos: se sabe
que la elocuencia de Pestalozzi no era concisa.
En muchas partes, como en el capitulo de 1801 del cual
hemos citado ms arriba, su muy emoti vo comienzo, Pesta-
lozzi, precisando el fin de la educacin ("educar en el amor")
i ndi ca t ambi n al educador el ni co medi o que t i ene a su
disposicin para alcanzarlo:
"Busco con mi accin educar la nat uraleza humana en
l o que t iene de ms el evado, de ms nobl e --busco educar
por el amor y no es sino en la fuerza sagrada del amor que yo
reconozco el instrument o de la cultura de mi raza en vist a
de todo lo que hay de di vi no, de todo lo que hay de eterno
en su naturaleza. El amor es el nico, el eterno instrumento
para formar en la humanidad nuestra naturaleza.
"Se ha cometido un grave error, se ha consumado una
increble mistificacin creyendo que se buscaba el desarrollo
de la naturaleza humana en el cultivo de un saber exclusiva-
mente mental, que yo lo buscaba por el clculo y matemtica
solamente; no, yo lo busco por el amor que todo abraza. No,
no; no busco una for maci n en l a mat emt i ca; busco una
for macin en l a humani dad, y st a no ti ene su fuent e ms
que en el amor.
"Que vuestra vida, que vuestra vida entera, mis nios,
muestre que todo el fin de mi accin no es ms que el amor
y la elevacin a la humanidad por el amor".
147
CAPTULO IV
E D U C A C I O N R E L I G I O S A Y E D U C A C I O N
FUNCIONAL
"El hombre no expande el germen de su vi da moral , el
amor y l a fe, ms que por el hecho mi smo de amar y de creer
segn l a nat ural eza. Igual ment e, el hombre no desarrol l a el
germen de su f acul t ad ment al , de su pensami ent o, ms que
por el hecho mi smo de pensar segn l a natural eza. Y, de l a
mi sma manera, no expande l os gr menes de sus f acul t ades
tcni cas y profesi onal es, sus senti dos, sus rganos, sus mi em-
br os, ms que por el sol o hecho de que si r ven segn l a na-
turaleza".
Este texto, que se l ee al pri nci pi o del Canto del Ci sne,
en l a s mi s mas p gi nas de l as cual e s hemos ci t ado ya f r a g-
mentos, podr a hacer de Pestal ozzi uno de l os profetas de l a
educaci n f unci ona l , c omo l o qui er e Loui s Meyl an
1
;
y es
Loui s Meyl an, Pestalozzi , Cl aparde el l' ducation fonaionnel le,
Ginebra, 1946. El Canto del Cisne es rus de veinte aos posterior a los
descubri mi entos expuest os en Cometen! Ger-ulule instru ! ses enlatas
[Cmo Gertrudis instruye a sus hijos]. Es preciso admitir que Pestulozzi
ha llegado tardamente a algo mucho ms fecundo que las frznulas corrien
temente ligadas a su obra? En este caso, sera necesario concluir que ese
gran progreso habra sido inconsciente: Pestalozzi lin guardado hasta el fin
en su doct ri na el noi nbre de El ementar-bil ling que l e haba (I ndo en
Ilerthoud en 1801 y que, en l mismo, subraya cualquier cosa, menos una
idea funcional.
149
s o r p r e d e n t e
tual , cuando se trata de l a pal abra, del nmero y de l a forma,
Pestal ozzi haya tenido tan poco en cuenta del programa entre-
visto, que haya aplicado tan mal sus propios principios,
Pero no son estos procedi mi entos de enseanza de Pesta-
l ozzi l os que i nteresan aqu . Hemos teni do que reconocer l a
perfecta concordanci a de nuestra defi ni ci n de l a educaci n
y de l a suya: expandi r l a per sonal i dad i ndi vi dual si gui endo
l a mar cha de l a nat ural eza; y est a compr obaci n nos ha l l e-
vado, segui dament e, a ver el l ugar que t i ene normal ment e
en una educaci n as concebi da l a i nspi raci n rel i gi osa, como
f ue l a de Pesi al ozzi . Las l neas anteri ores nos hacen dar un
paso ms recordando, de acuerdo con t oda l a psi col og a del
ni o tal como nos l o hacen conocer un Claparde y un Dewey,
e l r ol pr i mor di a l de l a ac t i vi dad e n e s t a e xpa nsi n de l a s
facultades humanas.
"Escuel a act i va" o, para usar mej or pal abras de Cl apa-
r de, "educaci n f unci onal ' ' . Es posi bl e hacer l e un l ugar
en nuestras consi gnas en l a educaci n rel i gi osa? Val e l a pena
preguntrselo, y somos los primeros en hacerlo.
Det er mi nemos pri mer o de qu se t rat a. Tres l neas de
Claparde bastarn para el lo: Se trata de "encarar los procesos
ment al es como f unci ones que ent ran espont neament e en
j uego cuando se present an ci er t as necesi dades. . . En conse-
cuenci a, para hacer acti vo al ni o, basta col ocarl o en ci rcuns-
tanci as propi as para despertar esas necesidades, esos deseos".
Poner al ni o, sus i ntereses, sus necesi dades, en el centro de
l a educaci n es con rel aci n a l a prcti ca anti gua en que el
ni o est ah por el pr ogr ama, si no por el maest r o una
revolucin que se ha calificado de "copernicana".
Tempranamente l os hombres ocupados de l a educaci n
religiosa han prestado atencin a esas ideas y al alcance que
150
orden han propuesto al cuerpo pastoral suizo aplicar a la pedagog a
rel i gi osa l os pri nci pi os que tri unfaban en otras partes.
Queremos habl ar del fol l eto d Oskar Pfi ster (no era an e l
hombr e que he mos di c ho, a que l que , pr i mer o que nadi e,
vi o el al cance educat i vo del psi coanl i si s) : Pdagogisches
Nculand ni Rcligions-unicrriclu (1909) y del notable
artculo de Maurice Vui lleumi er en la "Revue de Thol ogie et
de Phi l osophi e", en 1913; uno y otro pueden an ser l e dos con
provecho.
No obstante, los mtodos activos han tocado bastante poco,
hasta ahora, la prctica de la educacin religiosa, si se compara
este domi ni o en otros campos de l a educaci n: l a educaci n
f si ca que ha bri ndado un apreci abl e l ugar a l os j uegos al ai re
li bre; la enseanza de las l enguas, las lecci ones de toda especie
i nspi radas por l os centros de i nters y preocupadas por l a per-
sonal i dad; l a educaci n art sti ca, con el di buj o l i bre, l a educa-
ci n moral y soci al (con l as escuel as-ci udades y l as coopera-
ti vas escol ares); l a educaci n c vi ca (el scouti smo es, de toda
l a doct ri na funci onal , l a ms maravi l l osa demostraci n) . Y
no es necesari o deci r, que, respecto de todo este movi mi ento
de i deas. l os hombres de Igl esi a han evi denci ado a menudo
u n a d e s c o n f i a n z a y p o c a s i mp a t a v e r d a d e r a ?
P o r qu ser?
Si n duda, una pr i mera respuest a ha de asombrar , si l a
formul amos en estos abruptos trmi nos: Los cri sti anos no se
interesan en la educaci n. Estn tan persuadidos qu el "viej o
hombre" debe mori r para hacer l ugar al hombre nuevo, que
se cuidan muy poco de "expandi r grmenes siguiendo las leyes
de l a natural eza", para habl ar como Pestal ozzi . Los frutos de
l a cul t ura no son par a el l os, segn l a f rase de Ter t ul i ano,
ms que "vicios esplndidos".
151
Un ejemplo de esta actitud nos es proporcionado por el
P. Ravi er , j esui t a. A una t esi s ( 1941) sobr e el Emi l i o de.
Rousseau, le dio por ttulo L'ducation de l'homme nouveau, y
por ep gr afe est a fr ase de Jean-Jacques: "Emi l i o, s un
hombre nuevo". No puede reprocharse al P. Ravier que ca-
rezca de simpata hacia el autor: su obra est consagrada, en
suma, a hacer ver que la Iglesia se ha equivocado al no adver-
tir todo lo que haba en el Emilio de valerosamente favorable
al cristianismo. El P. Ravier concluye sin embargo oponiendo
la pedagoga de Rousseau a la del Evangelio: "El hombre no
se innova" escribe----, "se renueva".
No ha de verse en esto un juego de palabras enteramente
ocasional . En 1938, un art cul o j ustament e di st ingui do de
Pi er r e Lest r i ngant publ i cado en l a r evi st a "Fe y Vi da" e
inspirado en la lecciones dadas en la facultad protestante de
teologa de Montpellier por el profesor Cordier de Giessen,
procesaba severamente a la educacin actual, oponindola a
la que l llama la "pedagoga evanglica": "No hay, propia..
mente, ms que un educador, Dios!", conclua. La impresin
que dej an en el lector sus machacados aforismos es que la
pedagoga de la que l habla no tiene, en definitiva, ninguna
relacin con lo que corrientemente se asocia bajo el nombre
de educacin.
Comn a protestantes y catlicos, la actitud que nosotros
sealamos no est, como podra creerse, en relacin con los
desarrollos recientes de la doctrina pedaggica.
Algunos de los ms clebres cristianos que se han ocupado
de la educacin recomiendan lo que podra llamarse una peda-
goga negativa. Su actitud merecera, mucho ms que la de
Rousseau, este epteto con el cual bastante ininteligible-
152
mente, por no decir deshonestamente se hace todava, por
lo comn, un agravio al ciudadano de Ginebra 2,
Para las gentes de Port-Royal, escribe Sainte-I3euve, "el
ni o es el l i br o de l a Gr aci a abi er t a en el ar t cul o Pr edes-
tinacin, en el pasaje ms oscuro". "Dios har todo", escriba
Jacqueline Pascal dando cuenta de sus principios de educacin a
su superior ". Los consejos positivos ms dignos de alabanza de
esos hombres de la Cada y de la Gracia, nos confirman en
nuest ra i mpr esin. "M. de Sai nt -Cyr an reduca or di nar ia
mente lo que precisaba hacer junto a sus nios, a tres cosas:
hablar poco, brazos cruzados, rodillas hincadas la actitud
que designan estos tres trminos caracteriza la concepcin
cristiana de la educacin?
El mi smo r epr oche que el P. Ravi er hace a Rousseau
fue dirigido a Pestalozzi por Ramsauer, por Niederer y por
Blochmann. Y entre nuestros contemporneos, educadores
que, como F. W. Foerst er o Baden-Powel l, se han credo y
han querido ser firmes sostenes de la educacin cristiana, se
han odo tratar como gentes peligrosas por las mismas razones.
Se est de acuerdo en que cada uno de esos hombres es
un educador y si n duda un cr i st iano, pero se ni ega que la
educacin que cada uno preconiza sea una educacin cristiana.
Ret omemos una vez ms una cuest i n que ya hemos
planteado bajo una forma apenas diferente. Nos liemos pre-
guntado cul era el fin de la educacin cristiana, y los grandes
textos del Evangelio han inspirado nuestra respuesta. Pero,
al servicio de este fin supremo, por encima de la iniciacin
en el amor, hay procedimientos propios en un mtodo cris-
tiano de educacin?
2
Cf. el libio de B. Kevolkian, L' mile de Rousseau el l' mile des
coles normales, Delachaux, 1941.4
3
Cf. Burnier, 1, 97.
153
hubiera ocurrido hace algunos aos, cuando en el norte del
Transvaal, el misionero Alexandre Jaques me mostraba, a dos
pasos de su est acin, en una parte la escuela de iniciacin
de las jovencitas paganas y en otra parte el primer campo de
las Exploradoras negras, las I'Vaylarcrs. Aqu, una pedagoga
pagana; all la educacin cristiana; ningn equvoco era po-
sible. De la misma manera, el hechicero que arroja sus huese-
cillos para encontrar el origen de una enfermedad y la enfer-
mera del dispensario representaban all lejos la medicina pa-
gana y la medicina cristiana.
Entre nosotros, hay una medicina cristiana, distinta de
la medicina, ni ms ni menos? Es pertinente preguntrselo.
Que haya mdicos cristianos y otros que no lo sean, nadie lo
duda. Pero la ciencia, y aun el arte mdico de unos, difieren
de los de los otros? Y yo no entiendo solamente la obstetricia
y la ptica; en medicina mental incluso, no hemos conocido
mdicos cristianos que seguan exactamente la tcnica de un
Dubois de Berna, por ejemplo, cuya profesin de fe era total-
mente determinista? Psicoanalistas cristianos, cuyos procedi-
mi ent os son idnt i cos a l os de sus col egas i ncrdulos? Un
mdico que cura es, en frica como en Europa, un mdico
mej or que uno que no cur a, aun s i aquel convi r t i a s u
enfermo en el lecho de muerte. No sera lo mismo tratndose
de un educador? El educador tiene por tarea educar al nio,
desarrollar su personalidad, no regenerarla. Sera completa-
mente incapaz para ello.
Hay dos planos que importa no confundir.
Todo el Nuevo Test ament o nos ensea a di st i ngui r l o
"ani mal" y lo "espiritual ", lo "psquico" y lo "neumtico",
l a vida nat ural que comi enza con el naci mi ent o y l a "vida
sobrenatural" (corno dicen los autores catlicos) que comienza
154
mentalistas; con la conversin, pura los metodistas y los nom-
bres del Despertar). El hombre nuevo no es, para el cristiano,
la cul mi nacin de una educacin (de la vida nat ural), si no
el pinito de partida de una educacin (de la vida espiritual).
Este recin nacido, dado a luz a la vida por el Espritu,
est llamado a desarrollarse, es verdad. El apstol habla de
su rgimen alimentario (I Cor. , 3), y de una educacin a la
cual est sometido, que le es dada por sus maestros (Efes., 1)
hasta que llegue al estado de hombre hecho, que haya acabado
su crecimiento y haya cesado de ser 1111 nio; pero esta educa-
cin cristiana si se desea llamarla as 110 ocupa el lugar
de la otra, como tampoco la leche y la comida de las cuales
habl a san Pabl o no di spensan a l os padr es de r ecur r i r al
carnicero y al lechero. Es preciso distinguir ambos planos.
Reprochar a la educacin que trabaja sobre el plano na-
t ur al de no t r abaj ar sobr e el pl ano espi r i t ual es t ambi n
inj usto, tan falso como reprochar a la medicina dedicarse a
conser var l a vi da del enfer mo, como si t odo t ermi nar a en
l a t umba, como si J es s no hubi er a di cho: "No t emi s a
aquellos que matan el cuerpo"; o a la economa social querer
multiplicar las riquezas y acrecer el bienestar, corno si Cristo
no hubiera dicho: "Amasad los tesoros en el cielo".
La medicina, la econom a social, la pedagoga, tienen,
cada una sobre el plano humano, su fin y sus mtodos propios
que dependen de conocimientos (fisiolgicos, econmicos, psico-
l gi cos) que l as afi r maci ones y l as cer t ezas cr i st i anas no
podran reemplazar. En este sentido, no hay concepcin cris-
tiana de la medicina, de la economa social o de la pedagoga,
sino solamente una concepcin clara y honesta de esas artes,
un esfuerzo de esas artes para alcanzar su objetivo fundndose
sobre el conocimiento de los hechos, es decir, sobre la bsqueda
155
de la verdad. Acusarlas de ser "l ai cas" es hacer una confusi n
de i deas. "Que t odo l o que es verdadero, respet abl e, j ust o,
puro. . . sea el obj et o de vuestros pensami ent os" (Fi l i p. , 4).
Esto es sufi ciente para recomendarlas. Y es posi ble constatar,
en efecto, qu consi derabl e espaci o l a i nspi raci n rel i gi osa y
especialmente la inspiracin cristiana han tenido en la medicina
(fundacin de hospitales, preparacin de enfermeras religiosas y
l ai cas), en l a econom a soci al (cooperaci n, mutual i dad, pro-
tecci n del trabaj o, anti al cohol i smo, paci fi smo) , en l a peda-
gog a ( Lutero, Comeni us, J. -B. de l a Sal l e, Pestal ozzi sobre.
todo).
Es muy c or r i e nt e e l mal e nt e ndi do que ha r ec l ama do
nue s t r a a t e nc i n. Se ha l l a e n l a hi s t or i a de mucha s a r t e s
apl i cadas. Reconocerl o obl i ga a comprobar que no hay peda-
gog a "sacada de l a Escri t ura Sant a" ( es bi en sabi do que l a
Poltica que se brinda a t tul o tal no ha recogido l os sufragi os
de t odos; y nadi e pi ensa hoy en sacar de l a Bi bl i a una medi -
ci na o, como haca Huarte, una diettica, recomendando, para
el pri mer ao, un rgi men fundado sobre la palabra de Isa as:
"Comer crema y mi el ") .
Se ha veri fi cado no obstante que muchos pedagogos han
ci ado a l a frase de l os Proverbios: "No economi ci s el l ti go
para el ni i to" un senti do que ese-precepto no merec a verda-
deramente. (Es Lhotzki , creo, qui en seal aba que si Sal omn
era el aut or, l a manera con l a cual l hab a t eni do xi t o en
l a educaci n ( l e su hi j o Roboam habr a debi do bast ar para
hacer dudar de la excelencia de la mxima).
La mi sma confusi n de ambos pl anos que acabamos de.
seal ar , expl i ca l a host i l i dad i nst i nt i va que l a masa de l as
gentes reli gi osas siempre ha opuesto a l os progresos de la edu-
cacin como ay! y por las mismas razones, a muchos pro-
156
presos de la medici na ("T parirs con dolor") y en economa
social ("Habr siempre pobres entre vosotros").
Esta hosti l i dad es parti cul armente acentuada en l os m-
todos acti vos de l a educaci n funci onal . El pequeo ej empl o
que presentamos es tpico. Los educadores han sentido siempre
que el ni o no se desarrol l aba ms que actuando: l a campaa
di ri gi da por Rousseau contra l a mal l a que traba l a educaci n
f sica, simboli za todas las emanci paci ones educatrices. Ahora,
l a mal l a preci samente si rve al autor catl i co del si gl o XVII,
Forti n de l a Hoguette, (ci tado por Burni er, I, 92) para hacer
compr ender a sus l ect ores l o que debe ser l a educaci n re-
ligiosa:
"Tan pr ont o como el cuer po ha naci do, se l e prepara
paal es bl ancos, se l e acuesta con l os oj os para arri ba, se l e
est i r an l os br azos y l as pi er nas en l a post ur a ms nat ur al ,
y se l o l i ga con una f aj a f i rme y cmoda para mant ener en
una si t uaci n cmoda t odas esas par t es por t emor de que
alguna se disloque.
"Es menester tener el mi smo cuidado tan pronto como el
al ma ha dado l a pri mera indi caci n de su naci mi ento, propor-
cionarle sabios e inocentes consejos, acostarla hacia arriba para
que el eve su conoci mi ento haci a el Ci el o al cual debe aspi rar,
recti fi car sus apeti tos y sus afectos, que son sus mi embros. . .
No se debe j a ms ac or dar nos el us o de nuest r a vol unt ad,
ni de l a l i bertad, si n que el al ma no haya mani festado pri mero
al gn si gno i ndudabl e de que se basta para conduci rse bi en"
Este curi oso fragmento atrae nuestra atenci n sobre un
nuevo aspecto del probl ema que se nos ha pl anteado; i mporta
no descui darl o. Para l a educaci n i nt el ect ual , l a educaci n
157
art sti ca, 1a educaci n moral y soci al tambi n, como para l a
educaci n f si ca, el pri ncipi o fundamental de l os mtodos acti -
vos: "Aprender obrando" Learning by doing se apl i ca en
todas partes.
Sin tomar en todo su rigor el Dios liar todo de Jacqueline
Pascal , cual qui era da un l ugar a l a Gr aci a en el desar r ol l o
rel i gi oso, y en este creci miento ofrece el pri mer lugar a l a acti -
vi dad de Di os y no a l a del hombre.
No obstante, en l a educaci n de l a conci enci a --a la cual
l os prot est ant es si empre han dado t ant a i mport anci a, y que
es una part e muy esenci al de l a educaci n cri st i ana nadi e
sabr a i gnorar el precept o f unci onal f ormul ado por Cri st o,
dndol e su ms el evada apl i caci n: "El que qui si ere hacer
Su vol unt ad, conocer . . . " ( Juan, VII, 17) .
Uno de l os consej os de Sai nt - Cyran nos conduce en l a
mi sma di recci n y hasta el propi o nudo de nuestro tema. Se
lo ha parafraseado en una frase emoci onante: "Lo que i mporta
no es habl ar mucho de Dios a nuestros hi j os, es habl ar mucho
de nuestros hi j os a Di os". La educaci n cri sti ana es una edu-
caci n en donde se ruega por l os ni os; donde se ensea a
l os ni os a orar, donde se l es esti mul a y se nutre en el l os, si
puede expresarse as, el gusto y la necesidad de la plegaria.
En el comi enzo de su hermoso l i bro' , Hei l er ha reuni do
una seri e sorprendente de afi rmaci ones que emanan de hom-
bres tan diferentes en lo posible unos de otros, que todos hacen
consi st i r l a rel i gi n en l a pl egari a. Una educaci n rel i gi osa
es una educaci n en l a pl egari a. Esta educaci n, cmo ha de
hacer se, si no f unci onal ment e? La enseanza de or aci ones
clsicas, el adiestramiento en hbitos tradicionales presentados
como obl i gat ori os ( o como provechosos) arri esgan ya l o
4
Frederic Ileiler, La prire [1,a alvgarial, Paris, 1931, ps. 7.10.
hemos di c ho ant es , er r ar t ot al me nt e su it
he mos di c ho a nt e s , e r r a r t ot a l me nt e s u e ns e a nza . El
e j e mpl o
, aqu como en ot r os par t es, es ms ef i caz. Y si no me-
engao, acabamos de asi st i r en l a cri st i andad, gr aci as a l os
"grupos l l amados de Oxford", al descubri mi ent o de una tc-
ni c a que de s ec he l o que e s t e l l amado a l ej e mpl o a r r i e s ga
de tener de vago, que faci l i ta l a enseanza "funci onal " de l a
pl egari a si se me permi t e est e t rmi no pedant e. "Encarar
los procesos mentales como funci ones que entran
espontneamente en j uego
r
cuando estn presentes ci ertas
necesi dades", leemos ms arri ba. No han de fal tar al educador
l as ocasi ones de compartir con su alumno este deseo de orar. A
propsi to de una fal ta del ni o, por ej empl o, que debe dar a
ste l a ocasi n de o r l a voz de su conci enci a, el educador no
ora sol amente f rent e al ni o (l o que, en el pasado, equi val a a
menudo a orar. de a l guna ma ne r a c o nt r a 1) , y j uni o a l
( un poc o a l a manera del Fari seo rogando al l ado del
publ i cano) si no con l , poni ndose baj o l a mi rada de Di os
como l , entrando en s mi smo como l . Los resul t ados que
han l l egado a nuest r o. conoci mi ent o por al gunos l i bros
7
,
o
l os t est i moni os i ndi vi duales, son sorprendentes.
Pero entre l os medi os tradi ci onal es de l a educaci n cri s-
t i a na , e l que t i e ne e l pr i me r l uga r e s a no duda r l ola
enseanza.
6
Hacer servi r l as i nt errogaci ones sobre el cat eci smo corno 011a i mi t a-
ci n acti va de l es ni os en l a pl egari a, era uno de l os cui dados de 17rancke.
Cf . "Von dem Knt echi smusexamen i n dcr Anf i i l mi ng der Ki ndr r 7 . 1 ) 1 1 1
Gebet. ,. ", 1693, en A. II, Francke' s, Parlagogisclze Schriftrn, ed. F. : Toner,
Langensalza, 1885.
.
159
158
CAPTULO V
LA ENSEANZA RELIGIOSA
Es preci so conveni r que l as consi deraci ones que hemos
presentado hasta aqu sobre el fin y los medios de la educacin
rel i gi osa estn si ngul armente al ej ados de l a prcti ca segui da a
travs de los siglos por la Iglesia cristiana.
Para sta, en el ori gen, l a educaci n rel i gi osa era l a pre-
paracin de los nefitos para el bautismo. La catequesis, como se
l a l l amaba, comprend a por una part e una educaci n, un
entrenamiento para el nuevo gnero de vida al cual l os nefitos
i ban a const rei r se; y por ot ra par t e, una i nst r ucci n, una
enseanza de l as verdades de l as cual es hab an si do l l amados a
hacer profesi n confesando su fe nueva. Los catecmenos,
como se l os l l ama, deben mostrar que conocen, que saben en
qu consi ste l a fe de l a Igl esi a y a l o que el l a obl i ga. De ah el
l ugar que parece haber si do hecho desde muy temprano al
smbolo apostlico, o en tal otro documento equivalente, al Pa-
dre Nuestro, y por l o mi smo que no se trata de j ud os, que lo
conocen ya al Declogo.
Con la generalizacin del bautismo de los ni os (corriente
desde el si gl o III) l a si tuaci n cambi a enteramente. Son desde
entonces los padres, as como los padrinos y madrinas tambin,
qui enes van a t ener el ca r go de hacer conocer al ni o l os
161
el ement os de est a f e que el baut i smo ha admi t i do en el l os
como i nfuso e i mpl ci to. Durante t oda l a Edad Medi a, ya no
es una de l as t ar eas ese nci al e s de l a Igl esi a l a i ns t r ucci n
religiosa de los nios.
Deforma i naugura a este respecto un per odo entera-
mente nuevo que se data haci a 1525, momento en que reapa-
rece en l as cartas de Lutero l a pal abra cat equesi s. En 1529, con
al gunos meses de diferencia, Lutero hace aparecer primero su
cateci smo mayor y l uego su pequeo cateci smo. El pri mero se
di ri ge a l os past ores, el segundo a l os padres de f ami l i a;
pero desde el pri mer ao, aparece una traducci n l ati na que
l l eva baj o su t tul o pro pueri s i ra schol a. La i nstrucci n aparece
nt egrament e en f orma di al ogada, con pregunt as y res-
pue s t a s . El ma e s t r o e s e l que pr e gu nt a y e l ni o qui e n
responde. No se t r at a de una apl i caci n i nt empest i va de l a
mayut i ca de Scr at es , s i no que se t r at a de ar r i bar a una
pr of esi n de f e, como l a que seal aba el obj et i vo del cat e-
ci smo en l a Igl esi a anti gua: es preci so asegurarse que el ni o
comprende l o que si gni f i can l as pal abras del s mbol o, de l a
oraci n domi nical, del decl ogo. Lutero mi smo, en su segundo
prefaci o al gran cateci smo, expl i ca en est os trmi nos l o que
ha pretendido hacer: cine Kinderlehre, die ein jeglicher Christ zur Noth
wissen soll, al so dass, der sol ches nicht weiss, nicht ki i nne unt ar di e
Chr i s t e n g e zhl t und zu de m Sakr ar ne nt gel assen werden, una
i nstrucci n desti nada a l os ni os sobre l o que t odo cri st i ano
debe saber necesari ament e; t ant o que s i no l o s a be no
podr a s e r c ont a do e n e l nme r o de l os cristianos, ni ser
admitido en el Sacramento.
"El Sacramento" ya no es el Bautismo; se trata de la Cena,
aunque l a ceremoni a de la conf i rmaci n, como concl usi n de l a
catequesi s, no se general i za en l as i glesi as protestantes ms que
en los siglos xvII y xvIII (Francfort, 1666, Suiza francesa,
162
si gl o y medi o ms tarde, por i ni ci ati va de Osterval d, i nfl uen-
ciado a su vez, por el pietismo),
El cat eci smo de Lut er o encuent ra i mi t adores de
i nmedi ato. En 1536, un pri mer cateci smo de Cal vi no,
extra do de l a Inst i t uc i n, se traduce al l at n en 1538, pero no
ti ene cun l a forma di al ogada que tendr el cateci smo de
1545. El catecismo reformado de Heidelberg (Catechismus oder cluistlicher
Unt e r r i c ht ) es de 1563. Fue precedi do en 1554 por el cat e-
cismo catlico de Canisi us (S
'
unzan doctrinae el i nstil utiozzis
chri st i anae), redactado en 1566 con el t tul o de Inst i t uci ones
christianae pietatis, donde los tres documentos que han servido de
hi l o conductor a Lutero y a Cal vi no se vi ncul an con l a Fe (el
s mbol o), con l a Esperanza (el Padre Nuestro) y el Amor ( el
Decl ogo) . El cat eci smo de Cani si us ser reempl azado bien
pronto por el catecismo romano.
As , como se ve, l a enseanza por medi o de preguntas y
r espue st a s, que const i t uye el cat eci smo y que es si n duda
teni do por muchos de mi s l ectores como una i nsti tuci n pro-
pi amente catl i ca, es, por l o contrari o, una i nnovaci n carac-
terstica de la Reforma. Este modo de enseanza ha subsi stido
l argo t i empo en ] as i gl esi as protest antes. Cuando en 1843 y
durant e un curso sobre el padre Gi rard en Gi nebra, Ernest
Novi l l o cri ti c el mtodo catequ sti co apl icado a la enseanza
rel i gi osa en l a escuel a, l a Venerabl e Compa a se conmovi ;
una entrevi sta con el moderador Muni er conduj o a Navi l l e a
expl icar a sus oyentes, en una lecci n posteri or, que sus obser-
vaci ones no hab an encarado el cat eci smo t al como era em-
pl eado ent onces en l a i nst rucci n de l os catecmenos, si no
sol amente l as preguntas y respuestas aprendi das de memori a
por los nios '. Veinticinco aos antes, en Ginebra tambin,
163
el regente de la V clase del Colegio, Csar Malan, haba sido
desti tuido por haber empl eado un mtodo de instrucci n reli -
giosa ms funci onal, diramos, que el del catecismo: l pona un
inters indebido en los mtodos activos y en las novedades
pedaggicas de la poca.
Saber su cateci smo, mucho ms, hacer l a prueba de que se
est en estado de leer por s mismo su catecismo
2
,
es indis-
pensable para ser admi tido en la Santa Cena. De ah el lugar
eminente del aprendizaje de la lectura; la escritura y el clculo no
se ensean ms que a los nios que saben leer.
No conozco ni nguna historia, aunque poco general, de la
enseanza rel i gi osa en un pa s protestante. Si j uzgo segn mi
i gnoranci a, ser a extremadamente i nstructi va. Si n duda, los
elementos se encuentran en las enciclopedias teolgicas y
pedaggicas. Se precisara completarlas despojndol as de las
deliberaciones de los Consejos de educacin do nuestras dife-
rentes ciudades " y, ms generalmente, de nuestras autoridades
eclesisti cas y escolares. Podran entonces constatarse en di-
versas recensi ones el rol capi tal ci ne se atri bu a en el pasado
(pero, a menudo, se l ee entre l neas que nuestros abuel os ya
hab an di cho de buena gana: a fal ta de al go mej or) al hecho de
asi sti r regul armente a l os sermones del domi ngo y de l a
semana.
En cuanto a Suiza, la hermosa historia del protestantismo en
el si gl o xvIII de Paul Wernl e, enci erra i nformaci ones del
mayor inters. All se nota la influencia ejercida por el pie-
publ i cado, en el Bull eii n pdagogique de Fri burgo ( 15 de mayo de 1950) l a
l ecci n de Nnvi l l e sobre l a enseanza del V Gi rar y el modo con que el
gran educador completaba el catecismo diocesano,
2
Cf. Wernle, 1, 60.
3
Cf. por ej empl o, en nuest ras Ecoles nouvelles il' auf rel oi s [ Nuevas
escuel as do antes] , Gi nebra, 1918, p. 41 y G2, l as i nformaci ones sobre l as
cues t i ones quo s e pl ant ean ei k, Chnux de- Fonds ( 1817 y 1827) y Neu-
clifitel (1808, 1817, 1818 y 1821).
ti smo, por una parte, y l as "l uces" por otra parte, sobre l a
enseanza rel i gi osa en l a escuel a y sobre l a i nstrucci n de los
catecmenos, entonces tan estrechamente asociadas. Para el
cantn de Vaud, Henri Vui l l eumi er di o en 120 pgi nas, que
son un model o de preci si n, "l a hi stori a de l os cateci smos
que han est ado en uso en l a Igl esi a del pa s de Vaud desde
los tiempos de la Reforma" hasta 1874, fecha en la cual l a
enseanza de l a rel i gi n en l as escuel as fue reducida a l a de la
historia santa, en el momento mismo en que, despus de diez
aos de esfuerzos, el snodo de la Iglesia nacional reorganizada
adoptaba el Catecismo evanglico destinado a reemplazar el catecismo
de Ostervald.
Es con el Abrg do c at c hi sme [ Compendi o del Catecismo]
de Ostervald, publicado por l en Neuchtitel en 1702, que la
historia santa haba entrado corno tal en el plan de la elssefianza,
con el mismo ttulo que la doctrina y los deberes de la religin
cristiana que hasta ese entonces era el objeto exclusivo de los
catecismos. Aquella fue introducida en la misma forma, es decir,
en una serie de 200 preguntas seguidas de otras tantas respuestas
para aprender de memori a' . Y sobre este punt o, como sobre
otros, Osterval d segu a el ej empl o del pi eti smo alemn.
Si el catecismo, corno lo veremos, dio lugar a criticas de
di versos rdenes l a enseanza de l a hi st ori a sant a no tuvo
menos problemas, ni suscitado menos crticas,
No podemos ni soar con pasarles revista,
Una de las ms clebres, la de Ferdinand Buisson, enton-
4
Mar a es muy buena al umna; es l a pr i mer a en el cat eci smo, pero
ha l l egado t a r de, Repi t e de c or r i do l a s r e s pue s t a s a l as pr egunt as de l
compendi o: se t rat a de l a hi st ori a de Abraham. Ent ra en cl ase t ot al ment e
despei nada. El past or ya est ah . "Buen di a, Mar n, qui en t e ha pei nado
esta maana?" Y la pequea, sin minar aliento: "Fue Lot, su sobrino".
165
164
ces profesor de filosofa ,en su conferencia :Une rforme ur g e nt e da ns
l i ns t r uc t i on pr i mai a . Una ref orma urgent e en l a i nst rucci n
pri mari a era, por propi a confesin del autor, una
proclamaci n del cri sti ani smo l iberal, y l as numerosas
respuest as a l as cual es di o l ugar desbordan t oda s el ma r c o
de l a e nse a nza . Los a gr a vi os de Bui s s on (-Amura l a
enseanza de l a hi st ori a santa son de dos cl ases: 1
9
, Segn l ,
esa enseanza ti ene tanta i nfl uenci a noci va sobre el
desarr ol l o de l a conci enci a; y 2
9
, perj udi ca el desarr ol l o
intelectual de los nios.
Ms tarde, habr de tomarse l a hi stori ci dad de l os rel atos
b bl i cos y se l os refundi r con l os manual es en uso para tener
en cuent a l a cr t i ca del Ant i guo Test ament o, por ej empl o,
ayudando a l os maest r os y al umnos a ver "l as et apas de l a
Revelacin en Israel" .
Los debates de l os profesores de hi stori a, el d a si gui ente
de l a Pri mera Guerra Mundi al ' y aquel l os que l os si gui eron,
hasta 1950 i ncl uso, en l a conferenci a convocada en Brusel as
por l a Unesco, por ej empl o, pl ant ean t odas l as enseanzas
hi st ri cas, y para t odas l as hi st ori as naci onal es, para l a hi s-
t ori a del puebl o de Israel en consecuenci a, y para l a de l os
Orgenes de la Iglesia, la cuestin de la eleccin a hacer entre
5
So me permi t i r recordar aqu I n de mi padre, que t uvo una j ust a
resonancia y que merece ser l eda todav a hoy. Fl ix Bovet, Examen d'une
brochure de M. E. Neuchrttel, 1869.
<I
Es el T tul o de un l i bro publ i cado en 1908 baj o el cui dado de l l en
Gui san, que agrupo una seri e de conferenci as hechas por ci nco profesores,
por i nvi t aci n de l as Uni ones cri st i anas de j venes. Es i mport ant e t ener
present o en el esp ri t u el pel i gro que hoce cor rer al desar rol l o rel i gi oso
del ni o ci ert o bi bl i ci smo, para el cual l as masacres que el l i bro de Josu
presenta romo ordenadas por Jehov y ci ertas i mprecaci ones de l os Sal mos,
son acept ados como si el l os no se vi ncul aran, t ant o cor no es posi bl e, con
el Evangelio.
edades. Una l ecci n de hi stori a, o l a redacci n de un manual
impone al maestro de otros problemas di sti ntos n aquell os que
preocupan a un hi st ori grafo, un hi stori ador. Este punt o de
vi sta propiamente pedaggico y didctico es todav a poco com-
prendi do f uer a del cuerpo educaci oni st a. Tambi n al l es
necesar i a una r evol uci n, si e mpr e l a mi sma: el pr ogr a ma
de hi storia est ah para el ni o. Esto se apl ica al programa de
Historia santa como al de historia general. Esto puede conducir
lejos: un orden psicolgico, el de los intereses y las capacidades
del nio, ha de sustituir al orden lgico del catecismo, acaso
orden cronol gico de la hi storia santa. Y no sl o esto: pues
ya se puede prever que ha de reprocharse a l os i nnovadores de
no ver en el Evangel i o y en Di os mi smo ms que un medi o
de sat i sf acer l a neces i dad r el i gi osa del ni o; e st o ha de
par ecer bl a sf ema t or i o a l as ge nt e s par a l a s cual e s Vi ne t y
Frommel son sospechosos. "Revolucin copernicana! " El pedi-
cent r i smo de Cl apar de no ser mej or comprendi do que el
heliocentrismo de Galileo. E pur si muove.
A propsi to de hi stori a santa, todos l os procedi mi entos
puest os en obra en l as ot ras enseanzas hi st ri cas, baj o el
i mpul so de l as consi gnas de l a educaci n funci onal l os "m-
todos acti vos" de l os cual es no hemos sabi do hacer bastante
uso cuando se trataba de educacin religiosa en el pleno sen-
tido de la palabra, hallan un magnifico campo de aplicacin.
Aq u n o p o d e mo s d e t a l l a r l o s . J a r a r e mi t i r a l a s
publ i caci ones tan i nteresantes y tan i ngeni osas, de Zwi ngl i o
Verl ag de Zuri ch, a l as del pastor Pi erre Monasti er de Ni mes
par a l as Escuel as del domi ngo de Franci a, del past or Paul
Vaucher para l as Uni ones de j ovenci t os, de l as comi si ones
gi neb
r
i na y neuchantel esa de l a enseanza rel i gi osa y yo me
disculpo por ignorar y de dejar ignorar sin duda muchas otras
166 167
cosas buenas para i ndi car que un muy her moso esfuerzo
ha sido cumplido y se contina cumpliendo. Los resultados
son incontestablemente estimulantes.
Muchos catecismos catlicos de uso en Francia, donde,
si n tocar esto va de suyo-- al texto de las 207 preguntas
y respuestas, se han dedicado a presentarlos de manera bas-
t ante at rayent e y t ambi n "act i va" tanto como es posible:
los libros de Marie Fargues
8
,
el esfuerzo del Museo catequs-
tico de Dijon, muestran que esas mismas preocupaciones son
experimentadas en los medios catlicos.
Pero no son estas las nicas consideraciones que pueden
hacer valer la psicologa del nio.
La ambivalencia de los sentimientos filiales y fraternales,
los avatares del sentimiento religioso nos han llevado a volver a
los relatos del Antiguo Testamento, a las parbolas del Evan-
gelio (el Padre que se fue, el Rey del cual se rehsa la invita-
cin, el Maestro que se convierte en enemigo) que constituyen
una parte importante de lo que llamamos "la historia santa"
y consideramos como una parte esencial de la enseanza reli-
giosa que ha de darse a los nios.
Esos relatos interesan a la educacin religiosa por ms
de un ttulo, en efecto. Son el patrimonio comn de la cris-
tiandad; son las historias que Jess oy cuando era nio, las
que relat a las multitudes que se apretaban a su alrededor,
las que l ha comentado con sus discpulos. Esos relatos se
dirigen no tanto a nuestra memoria y a nuestra razn como
a nuestra imaginacin, a nuestro corazn, a nuestra conciencia.
Despus del anlisis que hemos intentado de los senti-
8
Por ej empl o, Mari e Fargues, Les mdthodes act ives dans Vensei gne-
nieto religieux I tos mtodos nctivos en la enseanza religiosa].
168
mientos del nio y del adolescente, podemos dar un paso ms.
y constatar que muchos relatos bblicos resuenan en nuestro
subconsciente; ponen all en movimiento los complejos a los.
cuales corresponden; interesan en primer lugar al sentimiento
religioso, al sentimiento filial en su devenir.
Es un hecho que a cada una de las actitudes y tendencias
permanentes del inconsciente, corresponden relatos famosos.
Se habla corrientemente del complejo de Edi
l
es, del de Diana,
del de Can. Si queremos dar un nombre comn a esos grandes
relatos clsicos, lo que viene ms natural mente al esprit u -
-espero no di sgustar a ni nguno de mi s l ectores-- es el de
mito. A cada complejo corresponde un mito relato histrico
o legendario, cuento popular sacado del folklore o creacin
artstica (las grandes obras de la tragedia y de la epopeya).
Platn se ha servicio sistemticamente del mito, y es mucho
lo que se ha discutido sobre lo que caracteriza ese tipo de
r el ato. Lo que se ve muy bi en es lo que lo di st ingue de la
demost r aci n ( l ogos) . El l ogos apel a a l a r azn; el mi t o,
a la intuicin profunda.
Ahora bien, los relatos de la historia santa o al menos
muchos de ellos llenan las mismas funciones que algunos
mitos ele las religiones antiguas. Grandes obras misteriosas
que no tienen el ordenamiento lgico de nuestras tragedias
francesas estimulan a hablar de los complejos de Hamlet,
de Lear, de Macheth, de Otelo, de un complejo de Guillermo
Tell, de un complejo de los Burgraves u.
Se puede, sobre el terreno del psicoanlisis y de sus m-
todos, hablar de una mitologa experimental, a propsito de
los procedimientos de las seoritas Rambert y Duss: ellas
Aquel l os de mi s l ect ores a l os cual es son f ami l i ares l os modos de
Pensami ent o do Marcel I l nymond o Al bert I l gui n, no se sorprendern de
mis comparaciones.
169
i nvi t an a l os ni os a crear mi t os que respondan a sus com-
plejos y los revelen.
Ahora bien, todo esto puede, y sin duda debe formar parte
de l a experi enci a del maestro que rel ata a l os ni os l as hi sto-
ri as de l a Bi bl i a con el propsi to de hacerl es servi r a su educa-
ci n rel i gi osa. Est as hi stori as son frecuentemente compren-
di das por el cor azn. Escl ar ecen y l i ber a n, Rec ur dese al
e f ec t o una l ecc i n s obr e l a Ca da de W. Fr s t er , o s obr e
ot ro gran rel at o del Gnesi s por l as seor i t as Br i od y Duc
( Art . pas des enl ant s) , o en l o que l a seor i t a Il our i et ha
referi do sobre el enri queci mi ento que el mtodo Dessoi l l e ha
aportado a su enseanza de l a hi st ori a santa. Con demasi ada
frecuenci a y no sol amente en l a poca de l as campaas del
pr i mer l i ber al i smo se han emi t i do s obr e l os r el at os del
Ant i guo Test ament o cr t i cas i nspi radas por Vol t ai re o por
l i omai s, es deci r, por gentes a l as cual es l os fi nes espi ri tual es
de la educaci n rel igi osa son del todo extraos. Basta recordar
que dos de l os rel atos a l os cual es se va habi tual mente, el de
Bal aam y el de Jons, est n ent re l os ms cargados de ense-
anza moral y religiosa.
En l as representaci ones afectadas de un coefi ci ent e rel i -
gi os o, se pamos di s t i ngui r por una par t e l a s que vi ene n al
encuent r o de l a i magi naci n y del cor azn y son acogi das
por el l os, y por otra part e, l os dogmas i mpuestos a l a razn
que se rebel a ant es de darl es su asent i mi ent o. Est os, ya l o
hemos di cho, ti enen a nuestros oj os, desde el punto de vi sta
educat i vo, el muy grave def ect o ( l e asoci ar l a rel i gi n y el
t emor , o par a vol ver a nuest r a hi s t or i a del sent i mi e nt o
f i l i al de mantener al ni o en el estadi o i nferi or del padre
que i mpone l o que hay que hacer y l o que hay que creer.
El mej or de e sos r el a t os que se i mponen al c or azn,
.aquel que, en la educacin religiosa que se define como "la
170
educaci n en el amor por el amor" ()clip el lugar central,
ese al cual , a travs (l e toda l a hi stori a ' del Cri sti ani smo, se
vi ncul an el mayor nmero de "conversi ones", de "reconci l i a-
ci ones" del ni o cul pabl e con su padre, es, seguramente, el
relato de la Cruz,
Este rel ato entronca con el ms
mi steri oso de todos l os compl ej os, aquel que da a l a muer t e
una f unci n de vi da. Es, para Goethe, el complejo del grano de
trigo:
Aber so Do dies nicho Haza,
Dieses: "Stirb und werde", Bis/
Du nur ein trber Gast Auf der
dunklen Erde.
"Si el gr a no no muer e, se queda s ol o; per o si muer e,
aporta mucho fruto."
Es el nul o del pel cano en l a Noche de Mayo, comentada
por Vi nci : "Est a comparaci n mer ecer a ser apl i cada a un
tema ms ilustre. Dante, en la Divina Comedia (Paraso XXV,
113), llama a Jesucristo nuestro Pelcano".
Este rel ato de l a Cruz no es i naccesi bl e a l os ni os ms
que a l os adul tos. Zi nzendorf ha respondido a l desde su ms
t i er na i nf anci a. La mayor par l e de l os adul t os ( pi e l o han
comprendi do ( un est oy ent re el l os) no han l l egado al l mas
que a travs de largos combates.
Todos aquel l os que han est udi ado l os cateci smos refor-
mados que se han sucedi do en el curso ( l e l os aos en nues-
t r as escuel as, t i enen acer ca de el l os el mi smo j ui ci o y l os
acusan de i ntel ectual i smo. En el arti cul o que sealamos ms
arri ba, aprovechando l os estudi os hi stricos de su padre, Mau-
rice Vuilleumier ha sealarlo a fondo que este intelectualismo
171
estaba condenado a la vez por l o que nosotros sabernos de l os
intereses y de las capacidades intelectuales del nio es decir,
por r azones pedaggi cas y por l a di st i nci n que hemos
aprendi do o que empezamos a aprender a hacer ent re l a
teol og a y l a rel i gi n es deci r, por razones espec fi camente
religiosas.
La defi ni ci n de l a rel i gi n que todos nuestros padres y
abuel os han aprendi do de memori a en el Compendi o del cate-
ci smo de Ost erval d por Georges Pol i er: "La rel i gi n es l a
ci enci a que nos ensea a conocer a Di os y a servi rl o", seal a
bi en l o que ti ene para nosotros t otal mente de i naceptabl e el
punt o de vi st a habi t ual de hace dosci ent os aos. Ant es de
Kant , ant es de Rousseau, no se encuent ra a nadi e que haya
di cho: La r el i gi n es una ci enci a. . .
"El ms necesari o de t odos l os conoci mi ent os", dec a
Ostervald.
En cuanto a Calvi no mismo, se lee frente a su cateci smo:
"Cual es el pr i nci pal f i n de l a vi da humana?" Respuest a:
"Es conocer a Dios".
En l os medi os cri st i anos se hace un enor me agravi o a
Rousseau por haber pedi do que se renunci ara a ensear l a
rel i gi n al ni o hasta que estuvi era en estado de comprender
de l o que se l e habl a . Se ol vi da, al r epr oc har es o, en qu
consi st a en 1762, en Gi nebra como en Par s, l a i nstrucci n
religiosa. La protesta del Emilio es perfectamente legtima.
La distincin entre educacin e instruccin se ha impuesto
en todos los dominios de la pedagoga.
"La i nst rucci n es rel at i va al esp r i t u y se t rat a de l os
conoci mi ent os que se adqui eren y por l os cual es se devi ene
hbi l y doct o. La educaci n es rel at i va a l a vez al corazn y
al espritu, y se extiende de los conocimientos que se adquie-
,
172
ren y de l as di recci ones moral es que se da a l os senti mi entos"
(Littr).
La i nstrucci n se si ta en frente de una cera pronta para
reci bi r una i mpresi n. El l l amado a l a memori a, a l a pl ast i -
ci dad nervi osa que da su fi j eza a l os hbi tos, es aqu consi de-
rable. No se evi ta el adi estramiento en materia de i nstrucci n.
Es l a j ust i f i caci n de l a escuel a t radi ci onal , l a "escuel a re-
ceptiva".
La educaci n no se conci be si n l a i nst rucci n, est o es
verdad. Pero l a di st i nci n se i mpone t ant o ms cuant o que
los conoci mientos y l os hbi tos a adquirir, las tcnicas, tienen
ms l ugar. Se ve cl arament e, por ej empl o, que l a educaci n
musi cal es al go di st i nt o que el aprendi zaj e del pi ano o el
conocimiento de las grandes fechas de la historia de la msica.
Pues bi en: en el domi ni o de l a pedagog a rel i gi osa l a
di st i nci n ent r e educaci n y enseanza par ece haber si do
menos cl arament e perci bi da que en ot ras part es. La l engua
est al l para al go. La pal abra i nsti tuci n en Insti tuci n
cri sti ana, por ej empl o ha si do, en l os si gl os xvi y hast a
e l xvi i i , e l e qui va l e nt e de l o que nos ot r os l l a ma mos hoy
educacin", en el sentido pleno del trmino.
En el si gl o xvr, insti tuci n e instrucci n parecen poco
ms o menos i ntercambi abl es. Leamos a Cal vi no, Au Boy de
France, al frente de l a Insti tuci n cri sti ana: "Mi propsi to
ha sido el de ensear algunos rudimentos, por los cuales aque-
10
Educacin es una palabra r ecient e, se lee en Littr sub verbo (1863).
Ant i guament e se dec a nourri l i t re (al i ment o). T. Jonckheer ha reuni do
(Revire des Sciences pdagogiques, 1945, N" 29), ' ' a propsito del origen
de la palabra instinneur", muchos textos interesantes. [En la poca clsica
FO/ T1111111, "educare" significaba "criar", Educare apros, "criar jabales", por
ejemplo (N. del T.)].
l l os que estuvi eran t ocados por una buena di sposi ci n haci a
Di os, f uesen i nst rui dos en l a verdadera pi edad. . . "Yo l o he
adaptado (a mi l i bro), a l a ms si mpl e forma de ensear que
me ha si do posi bl e. Me ha pareci do posi bl e hacer servi r este
l i bro t ant o de i nst rucci n a l os que pri merament e yo hab a
deseado ensear COMO tambin de confesin de fe hacia vos..."
Pero bajo las palabras es preciso ver las ideas.
Si conocer a Di os es el fi n de l a vi da, hacerl o conocer
es la pri nci pal tarea que se propondr la educaci n, Y no debe
sorprender que "hacer conocer" sea comprendi do como un
sinnimo de "ensear",
Se sabe a qu extraos abusos ese cui dado de "hacer co-
nocer" Di os al ni o ha l l evado a l os hombres mej or i ntenci o-
nados, y no slo entre los Reformados.
"Desde que un ni o comi enza a habl ar , escr i be Li nde-
brog, un aut or cat l i co del si gl o XVII ci tado por Burni er ( I,
15'
;
'1. es preciso que su madre le ensee a responder a estas
t as y a ot ras semej ant es: "Cunt as per sonas hay en
Di os? Cmo se l l aman? Qui n ha creado el i nundo? Qui n
lo ha redimido? De quin viene la santificacin?"
Si no podemos suscri bi r l os reproches di ri gi dos ms a
menudo al Emilio, nos sorprendernos no obstante con razn
de que Jean-Jacques preci samente l no haya visto que el
ni o es maravi l l osament e accesi bl e a ot ra especi e de educa-
ci n rel i gi osa que esa que consi ste en ensearl e l os nombres
de l as perfecci ones di vi nas. Pero es que nosotros no pode-
rnos desarrollar aqu esta asombrosa constataci n Rousseau
i gnora el corazn del ni o: l os sent i mi ent os de t ernura no
aparecen para l sino en la adolescencia. Jean-Jacques escribe
174
cor no s i e l amor del ni o por s u ma dr e hubi er a e sca pado
total mente a su observaci n. El contrast que presenta a este
respecto con Pestalozzi
-
del cual esta observacin, precisamente,
expl i ca t odo el pe nsa mi ent o y t oda l a vi da, no podr a ser
ms grande.
Y esto nos hace dar un l ti mo paso, Cuando, yendo mas
al l del si gl o XVI, nos hemos preguntado con el doctor de l a
Ley en qu se resumen "l a Ley y l os profetas", Jess mi smo
nos ha hecho o r ot ro verbo di sti nt o del de el cateci smo de
Gi nebr a. El f i n de l a vi da humana, es amar a Di os y amar
al prjimo.
La t ar e a pr i nc i pa l de c ua l qui er a que qui er a da r ur na
i nstrucci n rel i gi osa, es ent onces "hacer amar". Hacer cono-
cer haci endo amar. Si el cui dado de hacer conocer conduce
a ense ar , el de hacer amar no puede c onduci r ms que a
amar,
Sl o el amor hace conocer y provoca el amor. Hace poco,
en Cagliari, despus de un debate en que habamos chapoteado
mucho se trataba sobre todo del catecismo y de los mtodos
acti vos en la enseanza rel i gi osa fue l a concl usi n a l a cual
nos l l ev por su t est i moni o per sonal una madre de f ami l i a
i t al i ana. Y est o ha t ransf ormado para m en precept o peda-
ggi co el famoso i mperati vo de san Agust n que se ci ta habi -
tualmente a propsito de las reglas morales: Ama et fac quod'
vis. "Amad, y despus de eso, haced todo lo que queris".
En su hermoso libro Education religieuse et psycholog,ie.
de l ' i nconsci ent ", del cual t uve conoci mi ent o cuando era
redactado, Ferrire llega a la mi sma conclusin: "La educaci n
rel i gi osa se reduce a reci bi r de arri ba y a t rasmi t i r al ni o,
esta fuerza ms fuerte que todas las fuerzas, el amor".
II
Ediciones Labor y Fides, Ginebrn, 1950, p, SR.
175
Entiendo a la perfeccin y debo decirlo explcitamente
que no hay contradi cci n entre l a pri mera respuesta del cate-
ci smo de Cal vi no, que encuent ro muy bel l a, y l a t area que
consi ste en hacer conocer al ni o que "Di os es amor". Pero
l os hechos parecen i ndi car que si no hay ni nguna oposi ci n
en l as i deas, s ha podi do exi st i r y hubo, de hecho un
divorcio entre las dos acti tudes de espritu. Di os es amor. Este
carcter, o esta esenci a de Di os, i ndi cada en dos ocasi ones en
l a pri mera ep stol a de san Juan, ha si do frecuentemente per-
di da de vi sta. La Insti tuci n cri sti ana de Cal vi no remi te a
4. 000 pasaj es b bl i cos; pero esos dos vers cul os de san Juan
no son menci onados. Las 129 respuestas del Cateci smo de
Heidelberg son sostenidas por 800 pasajes: una treintena estn
t omados de l a pri mera ep st ol a de san Juan, pero "Di os es
amor" no est. Los ni os de nuestras comarcas han aprendido
su rel i gi n en este cateci smo durante ms de un si gl o; se l es
ha dejado ignorar que Dios es amor?
Y l os Reformados no parecen estar sol os en este asunto.
En l os vei nti n vol menes de l a pri mera edici n (1854-1866)
de la Enciclopedia teolgica de Ilerzog, el texto "Dios es amor"
est ci tado una sol a vez, a propsi to de l a bul a Uni geni tus,
que condena una proposicin que los evoca.
Es i mposi bl e dej ar de uni rnos a aquel l os que anhel an,
despus de l a Igl esi a de Pedro y l a de Pabl o, el adveni mi ento
de una Iglesia fundada sobre san Juan.
Si el f i n de l a educaci n es de hacer amar a Di os y al
prj i mo, Di os en el prj imo, no se puede hacer amar ms que
amando. Es el cami no que ha seguido nuestro Padre celesti al .
No nos hubi er a di cho: "Amadme", si su amor no hubi era
precedi do el nuestro. "Nosotros amamos porque hemos si do
amados".
176
" Seor, presrvanos del rayo, cuando tratemos de deci r cosas
t an gr andes y t an ci er t as! ' "
Est a pl egar i a de Pi erre Crsol e que se cal i f i ca vari as
veces de "antiguo moni tor de escuela del domingo", se impone a
m , y no me siento con el derecho de vol ver a mi conclusi n
si n hacer me o r a m mi smo, o si n haber hecho l eer a mi s
lectores una pgi na muy dura, ell os mi smos dirn si se debe
calificarla tambin de muy justa.
"Se me ha enseado l a rel i gi n cri sti ana como a ustedes.
Ustedes saben cmo.
"El ni o si ente con mucha rapi dez l a i nfi ni ta tri steza de
esta enseanza. Tri steza que es l a de l a menti ra. Adverti mos
que nuestros padres, nuestros maestros, nuestros pastores quie-
ren ensearnos al go grave, muy seri o, cuya gravedad y seri e-
dad hemos adi vi nado. Pero vemos tambi n que en el fondo
no l l egan a creer el l os mi smos en l o que ensean; y, pese
al deseo que t enemos de ser persuadi dos, senti mos que una
abrumadora duda, que nadi e osa conf esar , recubre t oda l a
escena como un ci el o t orment oso; un desast re, un err or; y
nadie osa hablar.
"La verdad nos es entregada envuel t a en un sudari o de
mentira.
"Al mi smo t i empo, se ha not ado muy rpi dament e que
las gentes predicaban el Evangel io y no l o aplicaban; que cada
uno admi t a i ncl uso como evi dente l a i mposi bi l i dad de prac-
t i carl o. Amar a su pr j i mo como a s mi smo es una regl a
si ngul ar para of recer, puest o que el amor no se ordena, y,
aun l os si gnos ext er i or es que seal an un esf uer zo en est e
Pkrre Cersol e, Vi vr e sa Wr i h; [Vi vi r su YOnIndl , Cerni s de
viaje, NeuchAtel, 1919, p. 2'7 (1941) y p. 116 (1917).
177
s e nt i do f a l t a n. Ha y e n l a s I gl e s i a s ge nt e s muy pobr e s
y gent es muy r i cas, y como el j ovenci t o del Evangel i o,
esos r i cos se van muy t r i st es cuando Cr i st o l es di ce que
deben abandonar sus bi enes; se van muy tri st es; vuel ven a
sus hermosas mansi ones; dej an a sus hermanos haci narse en
m seros bar r i os . Per o e l l os hace n pe or : e nt r a n en l a
i gl es i a por l o menos y cant an por ej empl o el hi mno
i ngl s; Toma mi oro y mi pl a t a .
"El nio siente todo eso, ve que es falso y feo.
"Por l o t ant o, si ent e por i nst i nt o que esas cosas
l amentabl es recubren al go ms i nfi ni tamente grande. Lo
si ent o en l a angust i a mi sma de t odos esos mendaces, en
su vol unt ad de mentirse a ellos mismos.
"Y, con todos esos mentirosos, se asir dcilmente a
todas esas cosas del Evangel i o, que se leer, que se di r, para
consolarse de no poder practicarlas.
" Se da c ue nt a que e st a c os a que de b a ser l a
pr i me r a es en realidad la ltima, que no tiene fuerza, no tiene verdad.
"Me tomar el trabaj o de muchas gentes que habl an
as ; per o es pr e ci s o de j ar me hac er ; no y o: una mul t i t ud
c uy o corazn est i nf i ni t ament e pesado, ms pesado que
l o que creen, y que no se atreven a confesarl o. Un temor,
un ahogamiento".
CONCLUSIN
178