Por Que Perdimos La Guerra
Por Que Perdimos La Guerra
Por Que Perdimos La Guerra
Es la primera vez que hemos sido vencidos en la larga lucha por el progreso
económico y social de España en tanto que movimiento revolucionario
moderno; para encontrar en nuestra historia otra derrota auténtica tenemos que
remontarnos a los campos de batalla de Villalar en el primer tercio del siglo
XVI. Como el ave Fénix de sus cenizas, así nos habíamos repuesto siempre de
todos los descalabros, superando momentos terriblemente dramáticos de
inquisición política y religiosa, dejando jirones de carne palpitante en las garras
del enemigo. El hambre y las persecuciones, las cárceles y presidios, las
torturas y los asesinatos, todo fue impotente para humillarnos, para vencernos.
Los que caían en la brega eran sustituidos de inmediato por nuevos
combatientes. Se sucedían las generaciones en un combate sin tregua donde
lo más florido, lo más generoso e inteligente de un pueblo moría con la sonrisa
en los labios, desafiando a los poderes de las tinieblas y de la esclavitud,
puesta la esperanza en el triunfo de la justicia. Pero esta vez nos sentimos
vencidos. ¡Vencidos! ¿Para quien, para qué clase de hombres, para que razas,
para que pueblos tiene esa palabra ¡vencidos! la significación que tiene para
nosotros? ¡Felices los que han muerto en el camino, porque ellos no han tenido
que sufrir lo que es mil veces peor que la muerte: una verdadera derrota,
definitiva para nuestra generación.
Dígase lo que se quiera de nosotros. Dígase que somos pesimistas. Nos guía
la ambición de ser sinceros, de expresar nuestros sentimientos, de testimoniar
fielmente lo que hemos hecho y lo que hemos visto, y nos importa que se sepa
que, traicionados, vencidos, engañados, hemos caído con el pueblo español en
nuestra ley, sin haber arriado ni manchado nuestra bandera. A nuestro
alrededor se tejía una leyenda tenebrosa. Izquierdas y derechas políticas
competían en arrimar leña al fuego de todas las fantasmagorías que se nos
han atribuido, más aún, si cabe, las izquierdas que las derechas. Nuestras
organizaciones vivían y se desarrollaban en la clandestinidad, porque no se les
consentía una existencia pública, y eso nos impedía dar la cara y responder a
los calumniadores, porque habría sido tanto como delatarnos. La literatura
monárquica está sembrada de supuestos descubrimientos de nuestras
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vitalidad única que le ha hecho persistir contra los embates de los que porfiaron
en todos los tiempos por desviar el sentido y la dirección de su historia. En esa
resurrección es muy probable que no quede ni siquiera la supervivencia de los
viejos denominativos de partido y organización; otros hombres y otros nombres
ocuparán en la lid el puesto que nosotros hemos dejado vacante con la derrota
y harán revivir con más fuerza y más experiencia lo que ha sucumbido en
nuestra generación en ríos de sangre y de terror.
"No podríamos ser ya responsables, como hasta aquí, del porvenir de España,
y no podríamos, tampoco, ofrecer la propia sangre con la misma generosidad
que la hemos ofrecido. El juego nefasto está descubierto y el pueblo español es
llevado a la catástrofe. No sabríamos asegurar si está aun en nuestras manos
evitar el derrumbamiento de las ilusiones que surgieron en el mundo en torno a
nuestra guerra y a nuestra revolución. Ciertamente, quedan cartas por jugar, y
nuestros amigos sabrán jugarlas con decisión y a cualquier precio; pero el
panorama de hoy no es el mismo de meses atrás, y si callásemos, nos
haríamos cómplices del crimen que se prepara y en el cual no hemos tenido
parte alguna.
"Sirvan las líneas que siguen para esclarecer, ante los amigos y los
compañeros de los diversos países, algunas facetas de nuestro esfuerzo y para
prevenir, a los que no ven claro en esta situación, sobre los escollos que nos
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cercan por todos lados. Sería concebible el silencio cuando solo se tratase de
nosotros mismos en tanto que miembros de un partido o de una organización;
pero está en juego el destino de España y el porvenir de la humanidad por
muchos años, quizás por siglos. Y el derecho a hablar se convierte, en esas
circunstancias, en un deber.
"En medio de la traición que nos cerca por todos lados, es preciso que el
pueblo español y que nuestros amigos de todo el mundo sepan cual es el
destino que nos aguarda y cual es nuestra posición y nuestra actitud ante ese
negro panorama"...
Por otra parte, situándonos por encima de los intereses de partido, de las
aspiraciones individuales o colectivas de tendencia, quien será vencida en la
guerra ha de ser España, cuya economía quedará deshecha, con unos
millones menos de habitantes, muertos en la flor de la edad y del trabajo, con
ruinas por doquier, con una semilla de odio en la sangre que lo envenenará
todo durante muchas generaciones, en vasallaje político y económico.
Y pensábamos así los únicos a quienes no se nos podía acusar de eludir los
sacrificios de la lucha o de haberlos eludido.
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Había un sólo medio de convivencia de esas dos razas eventuales que pueblan
nuestro territorio: la tolerancia: pero la tolerancia es, desde hace varios siglos,
desde la introducción de la iglesia católica romana y la invasión de las
monarquías extranjeras, un fenómeno desconocido e inaccesible al partido
europeizante, de la Santa Alianza ayer, del fascismo y el comunismo hoy. La
tolerancia, y la generosidad han estado mucho más en el temperamento
español auténtico. Un historiador de nuestro siglo XIX han escrito: "En la
reacción está vinculado entre nosotros el terror, que en otros países se ha
repartido con la revolución; a la tiranía corresponde el privilegio de reacciones
degradantes y atroces, indignas de toda nación que no esté sumida en la más
repugnante barbarie: en España el triunfo de la libertad ha sido siempre una
amnistía harto generosa" (1).
(1)
A. Fernández de los Ríos: Estudio histórico de las luchas políticas en la
España del siglo XIX, tomo I, Pág. 153. Madrid 1880.
Cuando la historia deje de ser crónica clásica de los reyes y de los tiranos, es
decir, de las clases privilegiadas, y se convierta en la historia del pueblo en
todas sus manifestaciones y sentimientos, pocos países ofrecerán la riqueza de
heroísmo y de tenacidad que ofrece el pueblo español, desde sus orígenes
más remotos, en su pugna permanente por librarse de la esclavitud religiosa,
de la esclavitud política y de la esclavitud social. Se podría interpretar la historia
de España como una rebelión que ha comenzado con la resistencia a la
invasión romana por rebeldes que iban más allá de la lucha política, como
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Han cambiado los nombres de los partidos, los colores de las banderas, las
denominaciones ideológicas; pero el parentesco racial y la esencia del esfuerzo
de un Viriato, luchando contra los nobles romanos e indígenas, y un Durruti
acaudillando una masa entusiasta de combatientes para libertar a Zaragoza de
la opresión militar, es innegable.
Con la centralización política — importada del extranjero por reyes de otra raza
y por la iglesia romana impuesta por esos reyes — tuvimos la miseria, el
hundimiento, la ignorancia; con la libertad creadora, con la federación de las
regiones diversas hemos sido la luz del mundo.
Todo centralismo lleva en su seno el germen del fascismo, cualquiera que sea
el nombre y las apariencias que le circunden. Lo comprendió así Pi y Margall,
discípulo de Proudhon, y eso es lo que hizo de ese hombre extraordinario una
figura tan respetable de la vida política española. La decadencia de España en
todos los sentidos comenzó con su centralización política y administrativa. De
ahí provienen las desdichas y miserias que vamos arrastrando, como grilletes a
los pies, a través de los siglos que siguieron. España había sido, antes de los
Reyes Católicos, el foco más brillante de la civilización europea, el emporio de
la industria mundial. La centralización lo desecó todo. Los campos de cultivo
quedaron yermos; más de cuarenta Universidades famosas en el mundo de la
cultura quedaron convertidas en antros de penuria mental; los centros fabriles
desaparecieron y la indigencia ocupó el lugar de las antiguas prosperidades y
de las antiguas grandezas. Llegó a reducirse nuestra población a poco más de
7 millones de habitantes donde habían vivido más de cuarenta.
El centralismo fue causa principal de la muerte del impulso que había derrotado
a los militares en gran parte de España, y sin la acción y la inspiración de ese
genio del pueblo, cuando el terror y la violencia impusieron la centralización,
militar, administrativa, política, de propaganda, etc., el coloso del 19 de Julio se
redujo a la medida de un Indalecio Prieto o de un Negrín, y con esa medida no
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cabía esperar otros resultados que los que hemos obtenido, de derrota
vergonzante e infamante. No brilla justamente España por la categoría de sus
dirigentes; si hay algo permanentemente grande y digno de admiración es su
pueblo. Pero ese pueblo, por instinto racial, si podemos usar la palabra, está en
oposición irreductible a todo centralismo, y para que ocupe el puesto que le
corresponde, hace falta otro aparato que el de una burocracia central
incomprensiva e incapaz; hace falta la federación tradicional de las regiones y
provincias y la libertad de su iniciativa fecunda y de su decisión valerosa.
Se ha hecho popular la frase del ministro Bravo Murillo, cuando le pidieron que
legalizase la escuela fundada por Cervera, un maestro popular admirable, en
Madrid, para enseñar a los obreros a leer y escribir: "Aquí no necesitamos
hombres que piensen, sino bueyes que trabajen".
Los que han historiado los gremios medioevales, de los cuales el moderno
sindicalismo español es una fiel continuación, aunque la resurrección de
ideologías fundadas en ese sentido natural de asociación de los explotados en
Francia y en otros lugares haya puesto en circulación esa palabra para
caracterizarlos, no han podido menos de admirar el tesón y la habilidad con
que se ha manifestado, en todas las épocas, el espíritu solidario y combativo
del obrero y del campesino español en defensa de sus derechos. No obstante
la esclavización moral y material por la iglesia y por las clases dirigentes del
Estado, los trabajadores y los campesinos supieron organizarse y mantener
sus relaciones a la luz pública o en la clandestinidad, arrostrando todas las
consecuencias. Signos de ese espíritu son las rebeliones de los payeses de
remensa en el siglo XV, las germanias (hermandades) de Valencia y Mallorca
en 1519-22, de los comuneros en 1521, de los nyeros catalanes del siglo XVI,
uno de cuyos últimos jefes, Pero Roca Guirnarda, aparece en las andanzas de
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En todo el siglo XIX se cuentan por decenas las rebeliones armadas de los
obreros y los campesinos para reconquistar la libertad perdida y por la
implantación de un régimen social justiciero. Lo que han visto nuestros
contemporáneos en las gestas del movimiento libertario, lo vieron las
generaciones anteriores en los hombres de la Internacional, nombre adoptado
desde 1868 hasta pocos años antes de fin del siglo, y en numerosas y variadas
manifestaciones anteriores de un anhelo sofocado, pero no exterminado nunca
de nueva vida, de renovación espiritual y de transformación económica en
sentido progresivo. Y la combatividad fue siempre la misma. El general Pavía,
un López Ochoa de otra época, dijo, refiriéndose a las luchas que hubo de
sostener en Sevilla contra nuestros precursores, que los internacionales se
batían como leones.
III
UNO de los tantos focos de la guerra civil a mediados del siglo XIX, el
constituido por la Junta de Zaragoza en 1854, decía en un interesante
manifiesto a la nación, abogando por amplias reformas en las ideas, en las
instituciones y en las costumbres: "El imperio militar no es elemento de libertad
ni la ignorancia germen de prosperidad". Los republicanos de la segunda
República se olvidaron — como se habían olvidado los de la primera — de
esos postulados, y continuaron la obra que hubo de interrumpir, para evitar
males mayores, la monarquía desprestigiada y descompuesta.
Se fue el rey y quedaron sus generales, pues si algo supo crear la monarquía
borbónica fue un ejército propio, para su defensa, lo que no supo hacer la
República. Con los generales de la monarquía, servidores del altar y del trono,
quedó intacto el poder de la Iglesia, y la ignorancia popular fue tan
esmeradamente cultivada como lo había sido en todos los tiempos. En abril de
1931 había más de un 60 por ciento de analfabetos en España; las escasas
escuelas estaban infectadas por las supersticiones religiosas y por el odio
milenario de la iglesia a toda cultura.
Tuvieron los militares aludidos una idea para precipitar los acontecimientos. Se
trataba de apoderarse del gobierno en pleno, desde el Presidente de ministros,
liquidarlo en pocos minutos y llevar luego la rebelión a la calle. El procedimiento
adoptado era el siguiente: Se disfrazarían de ordenanzas de la presidencia
unos cuantos de los conjurados y se presentarían a los domicilios de los
ministros a citarles de parte del rey a una reunión extraordinaria urgente. El
uniforme de los ordenanzas hacía eludir toda posible sospecha. Por lo demás
ese era el procedimiento de la citación extraordinaria y urgente a los miembros
del gabinete. Cuando el ministro bajase a tomar el coche, los complotados lo
ultimarían a balazos y tratarían de desaparecer y ocupar su puesto en la
agitación de la calle que habría de seguir.
Esa mentalidad, que revela vivos resabios de herencia aristocrática, que mide a
los hombres por la posición social o de privilegio que ocupan, es la que explica
la política suicida de la segunda República. Para unos: "Tiros a la barriga", para
los otros el máximo respeto, aunque el delito de la rebelión contra el régimen
del 14 de abril de 1931 fuese el mismo.
Cualquiera que haya tenido algún contacto con las dependencias diversas del
Gobierno central habrá comprobado, lo mismo que nosotros, que los gabinetes
de gobierno tenían que fracasar en la impotencia, cualesquiera que fuesen sus
intenciones, ante el muro macizo de una burocracia que simpatizaba con el
enemigo mucho más que con la llamada República leal.
Estas ideas eran corrientes en los medios obreros y entre las filas liberales de
la España del siglo XIX. Pero los hombres que tomaron las riendas de la
segunda República se habían olvidado completamente de ellas. Ocuparon
algunos de los puestos de relieve, que no quiere decir que sean los puestos de
mando efectivo, y dejaron las cosas tal como estaban. En recompensa por esa
conducta traidora a las esperanzas populares, la casta militar, unida
estrechamente al clericalismo, se volvió cada vez más agresiva y exigente,
haciendo de la República la tapadera de todas las inmoralidades y vicios del
viejo régimen. Hasta nos atreveríamos a reconocer que, en los políticos de la
República, la incomprensión o la mala fe ante los verdaderos problemas
económicos y sociales de España eran, en mucho, superiores a los del viejo
conservatismo social.
No podíamos hacer otra cosa que eludir los zarpazos de las derechas y de las
izquierdas y, sin nosotros, el seis de octubre no fue en Cataluña más que un
propósito que cayó en el ridículo, dominado a las pocas horas por un par de
compañías escasas de soldados del general Batet, fusilado por los militares
facciosos en julio de 1936 en Burgos, en pagos quizás a su lealtad a la
abstracción republicana en octubre de 1934.
Tuvimos la feliz coincidencia del buen acuerdo entre algunos militantes cuya
opinión pesaba en nuestros medios, en los grupos de la F. A. I., en los
sindicatos de la C. N. T., en la prensa. Por primera vez, después de muchos
años, nos atrevimos todos a saltar por sobre todas las barreras infranqueables
de las frases hechas. Se tuvo la valentía de exponer la preocupación que a
todos nos embargaba, coincidiendo en no oponernos al triunfo electoral de las
izquierdas políticas, porque al hundirlas a ellas nos hundíamos esta vez
también nosotros mismos.
Por eso pudo continuar existiendo la República, de la que sabíamos bien lo que
podíamos esperar.
No se nos escuchaba de buena gana, y esto nos alarmaba, porque podía darse
el caso de que el fascismo asumiese cierta pose demagógica y fuese
implantado sin darnos cuenta. De ahí nuestra alegría enorme cuando, un par
de semanas antes del 19 de julio, vimos a los compañeros en su puesto,
esperando la hora de las jornadas que se presumían inminentes.
Vueltas las izquierdas al poder, gracias a nosotros, las hemos visto persistir en
la misma incomprensión y en la misma ceguera. Ni los obreros de la industria ni
los campesinos tenían motivos para sentirse más satisfechos que antes. El
verdadero poder quedó en manos del capitalismo faccioso, de la Iglesia y de la
casta militar. Y así como las izquierdas prepararon el 6 de octubre, con muy
poca capacidad, los militares se pusieron febrilmente a preparar un golpe de
mano que quitase por la fuerza, a los republicanos y a los socialistas
parlamentarios, lo que estos habían conquistado legalmente en las elecciones
del 16 de febrero.
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IV
Fue en Julio de 1854 cuando el pueblo de Madrid vivió las jornadas imborrables
de su lucha contra la dictadura del general Fernández de Córdoba, episodios
que nada desmerecen de otros que también pasarán a la inmortalidad, las
escenas del asalto al cuartel de la Montaña, en Julio de 1936.
Los generales que se levantaron contra España en maridaje indisoluble con los
obispos no hicieron más que seguir la tradición de todos los que, a través del
siglo XIX, merodeaban en torno a los gobiernos de Francia e Inglaterra,
implorando su ayuda militar y financiera para restablecer el absolutismo en
España (2) .
(2)
Detalles sobre esos antecedentes de la conspiración militar, pueden
encontrarse en Robert Brasillach y Maurice Bardéche, Histoire de la
guerre d'Espagne. (París, Plon). — Duchess of Atholl: Searchlight on
Spain (Harmondsworth, Penguin). — Genevieve Tabouis: Blackmail or
War (id. id.). J. Toryho: La independencia nacional, Barcelona, 1938.
Unos días antes del 19 de julio de 1936, cuando habría sido ya torpeza
imperdonable o suicidio la duda sobre la inminencia de la sublevación,
precipitada por la muerte de Calvo Sotelo, el Gobierno de la Generalidad de
Cataluña — sintiéndose en absoluto impotente para afrontar los
acontecimientos próximos, y no existiendo en la región autónoma ninguna
fuerza organizada capaz de oponerse a la rebelión militar fuera de la que
representábamos nosotros, — optó por la única solución honrosa que le
quedaba: la de plantearnos con toda su crudeza la verdad de la situación, que
conocíamos, y sus posibles alcances.
Habíamos sido hasta allí la víctima propiciatoria del espíritu inquisitorial que se
ha transmitido en la política gubernamental, central y regional, desde hace
siglos. Hacía pocos meses que había caído en las calles de Barcelona uno de
los últimos verdugos del proletariado catalán, Miguel Badía, digno sucesor del
general Arlegui o del barón de Meer, y su muerte se atribuía a camaradas
nuestros. Las prisiones de Cataluña estaban otra vez repletas de obreros
revolucionarios, a pesar de la amnistía que habíamos logrado a consecuencia
de las elecciones del 16 de febrero.
Ante la amenaza, esta vez común, olvidamos todos los agravios y dejamos en
suspenso todas las cuentas pendientes, sosteniendo el criterio de que era
imprescindible, o por lo menos aconsejable, una colaboración estrecha de
todas las fuerzas liberales, progresivas y proletarias que estuviesen dispuestas
a enfrentar al enemigo. Para la lucha efectiva de la calle, para empuñar las
armas y vencer o morir, claro está, era nuestro, movimiento el que entraba en
consideración casi solo. Se constituyó un Comité de enlace con el Gobierno de
la Generalidad, del que formamos parte con otros amigos bien conocidos por
su espíritu de lucha y su heroismo.
Si esa era la actitud del Gobierno de Cataluña, que sabía que sin nuestra
intervención toda resistencia a las tropas de cinco cuarteles era imposible, el
comportamiento de los gobernadores del Frente popular en casi toda España,
aleccionados por el Gobierno de Madrid, que negaba los hechos y la verdad de
la sublevación, es de imaginar. Con días suficientes de antelación fue el
aviador Díaz Sandino a Madrid con amplia documentación probatoria de lo que
iba a acontecer y no fue escuchado. Las informaciones que tenemos, por
ejemplo, de León, Vigo y Coruña, cuyos gobernadores civiles han sido
fusilados después, nos demuestran la enorme ceguera de las gentes de la
República, más temerosas del pueblo que de los enemigos del pueblo y que,
por eso, se negaron terminantemente a entregar a los combatientes populares
las armas de que se disponía para vencer a los sublevados.
Eran las cuatro o cinco de la madrugada del 19 de Julio cuando se dió, en los
centros oficiales, la primera noticia de la salida a la calle de las tropas rebeldes
de la guarnición de Barcelona.
La proclamación del estado de guerra por los militares había llegado a nuestro
poder. No dejaba lugar a muchas ilusiones. Lo comprendieron así todos los
partidos y organizaciones, satisfechos de constatar que estábamos allí
nosotros para sacar las castañas del fuego. El plan trazado por los rebeldes era
una especie de paseo militar para ocupar los puntos estratégicos, los centros
de comunicaciones y los edificios gubernativos.
No se podía dudar, por parte de los que hasta allí habían abrigado algunas
dudas, de la verdad de la rebelión. Parecía que hasta la respiración había
quedado interrumpida. Solo nuestra gente se agitaba febrilmente entre las
sombras y corría al encuentro de las columnas rebeldes.
No despuntaban aun los primeros rayos del sol cuando vimos aglomerarse en
torno al Palacio de Gobernación a muchedumbres del pueblo que clamaban
insistentemente por armas. Hubieron de ser calmadas a medias desde un
balcón. Vimos allí los primeros gestos de fraternización entre los guardias de
asalto y los trabajadores revolucionarios. El guardia que tenía arma larga y
pistola se desprendía de la pistola para entregarla a un voluntario del pueblo.
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Fueron asaltadas algunas armerías, en las que no había ya más que escopetas
de caza, pero incluso estas fueron utilizadas en los primeros momentos.
Los fusiles de los barcos, las pistolas y revólveres de los serenos y vigilantes
de Barcelona, los restos de nuestros pequeños depósitos y el centenar de
armas cortas proporcionadas por la Generalidad, era todo lo que teníamos
contra el embate de 35.000 hombres de la guarnición. No teníamos seguridad
alguna en la fidelidad de las fuerzas de orden público, sobre todo de la guardia
civil, muchos de cuyos oficiales y tropa habían firmado la adhesión a la
rebelión, adhesiones que habían llegado en parte a las autoridades de
Cataluña. El armamento era enormemente desigual y la perspectiva de triunfo
insignificante o nula. Puede ser interesante destacar que mientras unos
acudíamos con un sentimiento del deber, pero sin optimismo ni esperanza,
otros estaban plenamente convencidos de que la victoria sería nuestra. Aún
estamos viendo el gesto de rabia y de desesperación de Francisco Ascaso en
la noche del 18 de Julio, cuando se hablaba de que los militares desistirían de
salir a la calle. Por nuestra parte habríamos preferido no tener que entablar la
lucha desigual a que nos veíamos obligados, y de la cual no podíamos esperar
otro fin que el de la muerte en la lucha o el fusilamiento subsiguiente a la
derrota. Pero cualquiera que fuese el estado de ánimo, tenemos la satisfacción
de constatar que no hemos visto una sola deserción. Los combatientes de la F.
A. I. ocupaban todos su puesto. Los que no tenían armas, iban detrás de los
que las tenían, esperando que cayesen para tomarlas a su vez. Aparecieron
dos o tres fusiles ametralladoras ligeros. Detrás de los que les manejaban se
formaban colas de envidiosos que quizás deseaban todos en su fuero interno la
muerte del camarada privilegiado que podía luchar con una arma de esa
especie. Era conmovedor el espectáculo.
Las fuerzas armadas leales se vieron de tal manera alentadas por el ejemplo
de nuestros militantes que cumplieron realmente con su obligación y lucharon
de veras.
minuto más terrible. Se atacaba por todas partes y cada paso de las columnas
rebeldes era contrarrestado con rápidas maniobras de nuestra gente, que
aparecía por todas partes y no daba la cara en masa en ninguna. En uno de
esos tiroteos furiosos, los soldados que bajaban por la calle Claris dejaron en
medio de la calle varias piezas de artillería para resguardarse en los portales.
En un abrir y cerrar de ojos, algunos elementos populares se lanzaron sobre
las piezas, apuntaron a la columna que avanzaba, sin afirmar los cañones, y
dejaron la calle sembrada de anímales muertos y de destrozos. Rendidos los
soldados de los alrededores y desarmados, con varias piezas de artillería en
nuestras manos, el efecto moral no podía tardar en manifestarse.
Alentados por esa gran victoria, que proporcionó un regular armamento, con la
fiebre del olor de la polvora, fue tarea fácil la limpieza de la plaza de la
Universidad, liberando a los presos que esperaban allí el peor destino.
Para algo valían todos los preparativos orgánicos anteriores, la idea de la lucha
moderna. Mientras unos luchaban en la calle, otros se consagraban a instalar
hospitales de sangre para los heridos y otros corrieron a las fábricas
metalúrgicas a preparar material de guerra, sobre todo bombas de mano. A
medio día la fiebre popular era ya incontenible; se luchaba en las Rondas y
habían quedado cercados todos los cuarteles. El cuerpo de Intendencia se
había pasado integramente con su jefe, el comandante Sanz Neira, a las
fuerzas leales al gobierno. En el aeródromo del Prat estaba Díaz Sandino, que
logró también imponerse después de no pocas alternativas.
— Mi general, lo siento mucho, pero mis informes son opuestos a los suyos y
me dicen que la rebelión está dominada. Le ruego que haga cesar el fuego,
donde aún se mantiene, para evitar más derramamientos de sangre. Además
pongo en su conocimiento que hemos resuelto darle a Vd. Media hora para
rendirse; al expirar ese plazo nuestra artillería comenzará a bombardearle.
Nosotros teníamos algo más importante que hacer y que pensar que en la
quema de iglesias y conventos. Mientras Gil Robles denunciaba en el
Parlamento incendios de iglesias en el período que media entre el 16 de
febrero y el mes de julio, ¿ha señalado, un solo caso de Cataluña, donde
nuestro predominio era bien conocido de todos? No hemos impedido que las
iglesias y conventos fuesen atacados como represalia por la resistencia hecha
desde ellos por el ejército y los siervos de Dios. En todos encontramos
armamento o hemos forzado la rendición de las fuerzas parapetadas en ellos.
El pueblo, por propia iniciativa, tomó sus venganzas bien comprensibles. Pero
lo hizo tratando de salvaguardar las obras de arte, las bibliotecas, los tesoros y
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Arzobispos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58
Obispados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 684
Abadías . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11.400
Capítulos eclesiásticos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 936
Parroquias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127.000
Conventos de frailes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46.000
Conventos de monjas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13.000
Hermandades y cofradías . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23.000
Clérigos seculares . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 312.000
Diáconos y subdiáconos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 200.000
Clero regular . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 400.000
Las rentas eclesiásticas han consumido la parte de león del producto del
trabajo del pueblo. Sus propiedades y empresas y privilegios eran causa
principal del atraso de España. Su alianza permanente con todas las causas
del absolutismo señalaron a la iglesia como un enemigo público número I. Era
cuestión de vida o muerte para el país el cercenamiento del poder y de la
riqueza de la iglesia.
Sin esperar los informes, resolvimos perder el menor tiempo posible. El Comité
de Milicias fue reconocido como el único poder efectivo de Cataluña. El
gobierno de la Generalidad siguió existiendo y mereciendo nuestro respeto,
pero el pueblo no obedecía mas que al poder que se había constituído por
virtud de la victoria y de la revolución, porque la victoria del pueblo era la
revolución económica y social. Iniciamos allí una colaboración de tendencias y
sectores que se desconocían la víspera y que, luego, en el contacto cotidiano y
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3° Estos equipos serán los únicos acreditados por el Comité. Todo aquél que
actúe al margen será considerado faccioso y sufrirá las sanciones que el
Comité determine.
4° Los equipos nocturnos serán rigurosos contra los que alteren el orden
revolucionario.
c) A los que justifiquen el caso de fuerza mayor que les obliga a salir.
Se hizo una primera división del trabajo: una secretaría general de carácter
administrativo, a cargo de Jaime Miravitlles, una sección de organización de
milicias, subdividida en milicias de Barcelona (a nuestro cargo) y en milicias de
comarcas — subdivisión que luego se evidenció impracticable quedando
unificada esa labor en nuestro departamento; una sección de operaciones (a
cargo de García Oliver), un departamento de investigación y de vigilancia (a
cargo de Aurelio Fernández, José Asens, Rafael Vidiella y Tomás Fábregas), un
departamento de abastecimientos (a cargo de José Torrents), y otro de
transportes.
Hicimos advertencias serias con vistas a reprimir, todo exceso, y por si llegaba
a creerse que esas advertencias no alcanzaban a todos, fusilamos a algunos
compañeros y amigos nuestro que se habían extralimitado.. Así cayó J.
Gardeñes, al cual no salvó el arrepentimiento de los hechos de que se confesó
lealmente autor, sabiendo que habíamos declarado que no los consentiríamos;
así cayó también el presidente de uno de los más grandes Sindicatos de
Barcelona, el de la Alimentación, a quien se acusaba de haber incitado a una
venganza particular y al que no valió de nada su condición de antiguo y
probado militante (1).
(1)
Quizás hubo exceso de rigor en la Federación local de Barcelona. La
verdad es esta: ese camarada, de Velilla del Ebro, había sido denunciado
años antes por sus ideas y sus actividades, por un matrimonio de su
pueblo y había sufrido torturas, persecuciones y prisiones sin fin. Cuando
estalló el movimiento del 19 de julio encontró a ese matrimonio en
Barcelona y juzgó que no podía menos de vengarse. Ese matrimonio
llevaba ya el carnet de la C. N. T.
Fijamos una fecha y una hora, el 24 de Julio a las diez de la mañana. El punto
de concentración era el Paseo de Gracia. Durruti y Pérez Farraz, como jefe
político uno y jefe militar el otro, saldrían al frente de la primera expedición.
Habíamos calculado necesarios para entrar en Zaragoza unos doce mil
hombres.
Unas horas antes no hubiéramos sabido asegurar de donde iban a salir los
milicianos, ni las armas, ni los medios de transporte; pero la columna salió en
dirección a Zaragoza el día y a la hora fijados. Mientras comenzaban a
concentrarse los milicianos llamamos a algunos oficiales y sub-oficiales que se
habían distinguido el 19 de Julio, a nuestro lado o que eran conocidos por su
conducta antes de esa fecha. Encontramos restos del Regimiento de Alcantara
en los cuarteles del Parque y a nuestro requirimiento, se ofrecieron voluntarios,
con el comandante Salavera a la cabeza, para integrar la expedición con
algunas ametralladoras y morteros. Fue la única fuerza organizada que desfiló
aquél día entre aclamaciones entusiastas por las calles de Barcelona.
Y se puso a nuestro lado, junto a los escasos militares profesionales que nos
ayudaban, con su consejo y su apoyo, organizando las baterías disponibles
para el frente, buscando oficiales leales para ellas. No todos los militares han
tenido la misma intuición. Los estatólatras de los diversos partidos y los
deslumbrados por las fantasías cinematográficas sobre el ejército rojo ruso,
trabajando por todos los medios contra la obra del pueblo y el "caos" se
convirtió, gracias a los rusos que llegaron a los tres o cuatro meses, en "orden",
al menos desde la "Gaceta", y el orden en derrota. Desde que las milicias se
transformaron en "ejército", en ejército sin cuadros de mando y sin el espíritu
que se había quebrantado en las jornadas de Julio, no hemos vuelto a tener
más que desastres. Los nuevos dirigentes de la guerra no estaban en
condiciones, o lo estaban demasiado, de comprender que no se podía luchar
simultáneamente contra la rebelión militar y contra el pueblo. Emprendieron la
lucha simultáneamente y perdieron primero al pueblo y luego la causa que
querían defender.
La obra del Comité de Milicias no puede ser descrita en breves notas fugaces.
Establecimiento del orden revolucionario en retaguardia, organización de
fuerzas más o menos encuadradas para la guerra, formación de oficiales,
escuela de trasmisiones y señales, avituallamiento y vestuario, organización
económica, acción legislativa y judicial; el Comité de Milicias lo era todo, lo
atendía todo, la transformación de las industrias de paz en industrias de guerra,
la propaganda, las relaciones con el gobierno de Madrid, la ayuda a todos los
centro de lucha, las vinculaciones con Marruecos, el cultivo de las tierras
disponibles, la sanidad, la vigilancia de costas y fronteras, mil asuntos de los
más dispares. Pagábamos a los milicianos, a sus familiares, a las viudas de lo
combatientes, en una palabra, atendíamos unas cuantas decenas de individuos
a las tareas que a un gobierno le exigían una costosísima burocracia. El Comité
de Milicias era un Ministerio de guerra en tiempos de guerra, un Ministerio del
interior y un Ministerio de relaciones exteriores al mismo tiempo, inspirando
organismos similares en el aspecto económico y en el aspecto cultural. No
había expresión más legítima del poder del pueblo. Había que fortificarle,
apoyarle para que llenase más cumplidamente su misión, pues la salvación
estaba en su fuerza, que era la de todos, la que podía sumarse, mucho más en
el fortalecimiento de la fuerza de los partidos y organizaciones, que debía
restarse la una de las otras. En esa doble interpretación, nosotros quedamos
aislados frente a los propios amigos y compañeros.
¿Por qué se nos ocurrió poner en funciones el Palacio de Justicia, que estaba
clausurado desde los días de la revuelta y nadie intentaba abrirlo? ¿Qué tenía
que hacer un poder judicial en la nueva vida que se organizaba? Angel
Samblancat apareció un día en nuestro cuartel general para que le
facilitásemos la ocupación del Palacio de Justicia, que había de pasar a
depender del Comité de Milicias. No teníamos tiempo para reflexionar sobre lo
qué podíamos hacer con ese instrumento de toda opresión, pero Samblancat,
aunque abogado, nos merecía toda la confianza y extendimos una orden de
allanamiento de sus dependencias, custodiadas por retenes de la guardia civil,
con el pretexto de hacer un registro en busca de armas. Franqueada la entrada
por la guardia, los milicianos que acompañarían a Samblancat se quedarían
allí.
Ni por el aparato judicial, ni por el aparato policial hemos tenido jamás gran
simpatía. ¡Qué mala ocurrencia hemos tenido al permitir el funcionamiento de
los llamados tribunales revolucionarios, cuando el mismo Comité de Milicias
podía cumplir esa tarea de juzgar los delitos de la contrarrevolución con mejor
criterio y más garantías! Habíamos asumido con el Comité de Milicias una
función de poder popular total; ¿por qué dividir ese poder y entregar funciones
tan esenciales y privativas de la labor que teníamos encomendada?
los comunistas, y su actuación posterior con las tchekas, los asesinatos de los
presos, las prisiones clandestinas, han descubierto que el móvil de sus críticas
no eran ningún deseo de superación de eventuales deficiencias. Libres de todo
pasionismo, un tanto hostil a las patrullas cuando las propias organizaciones
las acataban sin críticas, hemos sido sus defensores cuando las mismas
organizaciones las abandonaron los dictados represivos del poder central, y por
muchos que fueran sus errores y sus excesos, propios de la función policial, no
queremos que se compare su actuación con la de los que ocuparon su puesto,
antiguos guardias de asalto y policías o nuevos agentes de investigación al
dictado de Moscú.
En numerosas ocasiones hemos tenido que intervenir para que fuesen puestas
en libertad personas de cuya neutralidad política nos daban garantías, y hemos
podido observar que a los detenidos se les trataba como no habíamos sido
tratados nosotros nunca: como seres humanos. Había conspiradores en
nuestra retaguardia y es natural que no se les dejasen las manos libres para
dañarnos. Pero la población que ha vivido los primeros diez meses de la
revolución en Cataluña podrá testimoniar la diferencia desde el punto de vista
de los métodos represivos con lo que vino después, al amparo del "orden"
establecido por Prieto, por Negrín, por Zugazagoitia, con los antros de tortura
del Partido Comunista o de la Dirección General de Seguridad, que eran la
misma cosa, con los horrores del S. I. M., donde se perpetraron bestialidades
que ni la guardia civil de la monarquía habría podido imaginar.
Una iglesia que combate así por las peores causas no tiene nada que ver con
la religión y no puede ser defendida contra las iras del pueblo. Pero una
organización revolucionaria como la F. A. I. no ha considerado, ni antes ni
después del 19 de Julio, que debía intervenir contra ella, una vez privada de
sus instrumentos de opresión espiritual y material. Respetaba las creencias de
todos y exigía un régimen de tolerancia y de convivencia pacífica de religiones
y credos políticos y sociales.
Entre los jefes militares que hemos tenido, el general Escobar, antiguo coronel,
jefe del 19 tercio de la guardia civil, héroe de las jornadas de Julio, era
profundamente religioso. Ante cualquier decisión el "Si Dios quiere" no se le
caía de los labios. Le oían los milicianos de la F. A. I. con asombro, primero, y
luego se encariñaban con aquél hombre que luchaba a su lado y sentía
sinceramente sus creencias religiosas.
55
Ninguna dictadura ha sido jamás creadora ni podrá serlo tampoco, sobre todo
en países como España, aunque fuese ejercida por nosotros. Una revolución
debe suscitar energías y dejar campo libre a todas las iniciativas fecundas; no
debe ser una fuerza de regimentación y de tiranía si quiere afirmarse en la
senda del progreso social.
VI
Que injurien y que maldigan todos los enemigos la epopeya de Julio de 1936 a
marzo de 1939; pero aunque lo quieran, no podrán desconocer que se entró
por intuición y por convicción en el verdadero camino de la reconstrucción
económica y social, que la capacidad de organización y la eficiencia del trabajo
organizado en la industria y en la agricultura no habían sido superadas antes y
no serán superadas jamás si no es volviendo a la ruta marcada, la ruta de Julio,
que encontró tanta incomprensión y tanto encono en la República del 14 de
abril de 1931 como en la rebelión militar.
59
Si la industria total de los transportes no funcionó al día siguiente del triunfo con
la misma intensidad que la víspera o con ritmo más perfecto, bajo la nueva
dirección obrera y revolucionaria, no fue porque hubiese faltado la capacidad
para ello, sino por la necesidad en que nos veíamos de ahorrar el carbón para
los transportes de guerra.
Echamos las bases del aprovechamiento de las riquezas naturales del país y
de las riquezas del subsuelo, que no son grandes en Cataluña, pero que
pueden permitir un rendimiento respetable. Grandes yacimientos de plomo
fueron puestos en explotación, organizando toda la industria del plomo y
vendiendo mineral aun en plena guerra. Se extrajo mineral de cobre, se fundió
e inició su electrolisis; se explotaron minas de manganeso en las que nadie
63
Por sobre toda preconcepción particular, se iba formando poco a poco una
magnífica unidad de hombres de todas clases y de todos los partidos que
comprendían, como nosotros, que la revolución es algo distinto de la lucha en
la calle y que, en una revolución verdadera, no tienen nada que perder los que
se sienten en disposición de ánimo y con voluntad para aportar su concurso
manual, intelectual, administrativo o técnico a la obra común.
Pero con ser importante, más que lo estudiado y legislado por el Consejo de
economía, lo fue la obra creadora de los trabajadores y los campesinos
mismos. Se comenzó por cultivar el primer año de la revolución un cuarenta por
ciento más que en años anteriores de la superficie cultivable. No quedó un
trozo de tierra sin roturar, por ínfima que fuese su calidad.
Sosteníamos desde muchos años antes del movimiento de julio que una
revolución, para ser provechosa y asentar sólidamente en el terreno de las
realizaciones positivas, debe acercar la ciudad al campo, el obrero industrial al
campesino. Considerábamos después del 19 de julio que no debían
escatimarse esfuerzo ni sacrificios para resolver en una unidad armónica ese
largo divorcio histórico.
En muy pocos momentos, y para encontrar algún vestigio hay que remontar
muchos siglos de historia, han tenido los campesinos una posición dominante
en la dirección de la vida económica, política y social de los pueblos.
Generalmente los trabajadores de la tierra — como siervos, como gleba, como
medieros, como rabasaires, como esclavos propiamente dichos — han
constituido una subclase una casta de parias con múltiples deberes, con muy
escasos derechos.
66
El campesino fue, y lo sigue siendo en gran parte, una bestia de trabajo desde
el punto de vista económico, un contribuyente sumiso para el erario del Estado,
un proveedor de carne de cañón para los ejércitos de los reyes y de los
capitalistas. ¿Es que ha de seguir siendo eso? ¿Es que el 19 de julio no había
de significar la superación del divorcio tradicional entre la ciudad y el campo,
entre la industria y la agricultura?
tienen razón para mirar con recelo a la justicia y a la libertad mismas! No son
ellos los culpables de ese recelo, de ese instinto heredado de desconfianza. La
culpa es de los que hemos huído del campo para disfrutar en las grandes urbes
de los placeres banales o de los goces superiores de la cultura, o para elevar el
propio nivel de vida; la culpa es de los que, pudiendo y debiendo hacerlo, no
hemos hecho entre los obreros de la tierra, la obra de propaganda y de
persuación que se hizo entre los obreros de la industria; la culpa es de todos
los que hemos tolerado la expoliación permanente de los campesinos en
nombre de Dios, del Rey, de la República, sin habernos interpuesto, como lo
hacíamos cuando se trataba de la explotación y de la represión contra los
obreros industriales.
Teníamos que cosechar los frutos del olvido en que hemos dejado al
campesino. Es decir, no habiendo sembrado cuando era la hora propicia, no
podíamos tener la esperanza de ricas cosechas. La revolución tendría que
sufrir las consecuencias del dualismo que hemos señalado.
Múltiples pueden ser las causas del fracaso o del éxito de una revolución. Una
de las más importantes es la política agraria que realice. Si no se obra de modo
que los campesinos presten su adhesión activa, entusiasta, a la nueva
situación, la revolución se pierde irremediablemente. Y para que presten su
adhesión no se ha de olvidar en ningún momento que hay desnivel entre la
preparación del obrero de la industria y la del campesino; que las mismas
palabras tienen distinto significado o son interpretadas diversamente en la
ciudad y en el campo, que los hechos que de un lado son favorables pueden
ser nocivos en el otro.
De una manera casi espontánea, por todas partes, sin esperar consignas,
acuerdos, recomendaciones, hemos visto surgir colectividades agrarias
compuestas, en su gran mayoría, por hombres del campo a quienes habían
llegado de algún modo las ideas revolucionarias o que conservaban latentes en
la memoria y en la tradición antiguos recuerdos de prácticas de trabajo común.
Fueron tomadas las tierras de los propietarios facciosos, se puso en cultivo
toda el área cultivable yerma, pero en lugar de repartir todo eso más o menos
equitativamente, esas tierras fueron puestas en común con los respectivos
68
Véase qué línea de conducta se fijaba en aquel congreso de Caspe para con
los reacios o los adversarios que se apartaban de las colectividades:
4º Ningún propietario podrá trabajar más fincas que aquéllas que le permitan
sus fuerzas físicas, prohibiéndoles en absoluto el empleo de asalariados.
Las colectividades de Aragón fueron arrasadas por las tropas comunistas con
una odiosidad repulsiva. Pero su arraigo había sido tal en tan poco tiempo de
existencia, que hubo forzosamente que consentir luego que revivieran
exactamente en la misma forma y con las mismas aspiraciones que antes. Y
cuando España quiera abordar decididamente la solución de su problema
agrario, tendrá que volver a la línea marcada por los campesinos mismos
desde julio de 1936 a comienzos de 1939.
Aunque partidarios del trabajo colectivo de la tierra, sin violencia alguna para
forzar la inclinación de los reacios o de los incomprensivos, no hemos de
olvidar una cosa: la experiencia de todos los países, en particular de los más
intensamente agrícolas, demuestra que la productividad de la tierra cultivada
familiarmente no es inferior a la de la que se trabaja en colectividad. Desde el
punto de vista del rendimiento, la existencia del cultivo familiar, tan arraigado en
los campesinos, es perfectamente tolerable. Lo que importa aquí más es la
especialización. No es recomendable que un campesino o que una colectividad
agraria, se dediquen a toda suerte de cultivos. Deben especializarse en
determinada producción y llegar en la rama elegida, al mayor
perfeccionamiento.
La desventaja mayor del trabajo familiar, que absorbe a todos los miembros de
la familia, al padre, a la madre, a los niños, a los abuelos, es el esfuerzo
excesivo. El campesino en esas condiciones, no tiene otra preocupación que la
74
Los niños que concurrían a las escuelas oficiales de Barcelona antes del 19 de
julio, eran 34.000; a los cinco meses del movimiento revolucionario asistían a
las escuelas 54.758. La creación de escuelas ha continuado en una progresión
jamás igualada. La población escolar de Cataluña casi se ha triplicado, sin
contar los perfeccionamientos del material y de la orientación pedagógica.
VII
Una política financiera audaz consiguió vencer los obstáculos de los primeros
meses mediante incautaciones en los establecimientos bancarios de Cataluña;
pero esas incautacions tenían un limite en las existencias precarias, y llegó el
instante en que, para hacer frente a necesidades urgentísimas, hubo que
recurrir a emisiones propias de las que no respondía el tesoro nacional. Así
llegamos a este dilema: o gestionábamos, por un lado, una entente con el
Gobierno central para que sufragase los gastos de guerra, o bien habíamos de
decidirnos a establecer un régimen de independencia política que,
probablemente, habría sido poco viable durante la contienda y, después de ella,
habría sido un mal para España y para Cataluña.
En los últimos días del gabinete Giral, que sucedió el funesto Casares Quiroga,
a cuya miopía se debía el levantamiento militar, fuimos con Díaz Sandino, no
por primera vez, a exponer al Gobierno de Madrid la situación de Cataluña, sus
necesidades y sus posibilidades. Desde la primera hora el Gobierno central
había rehusado categóricamente toda ayuda a nuestra empresa en Aragón y
79
en las Baleares. Pero no podíamos menos de tocar todos los resortes para
hacer comprender a los políticos de Madrid que Cataluña tenía en sus manos
el triunfo en la guerra y que era un crimen contra España y contra la cultura
amenazada por la bota militar, no poner a su disposición los elementos que le
faltaban para terminar la contienda en muy pocos meses.
Hablamos largamente también sobre el oro del Banco de España, que estaba
en peligro, y cuyo traslado inmediato aconsejábamos. Le mencionamos
antecedentes de otros países durante la guerra mundial y le hicimos ver que en
Madrid no estaba seguro y que la responsabilidad histórica del Gobierno de la
República si dejaba caer oro del Banco de España en manos del enemigo,
sería incalculable. Giral hizo llamar a sus consejeros financieros para que
80
Con hombres como Azaña era fatal la conspiración fascista y fatal la pérdida de
la guerra.
Nosotros, parte integrante del pueblo de donde hemos salido y del cual no nos
hemos separado, comprendíamos el inmenso dolor de los que habían de volver
hacia sus compañeros en todos los frentes con las manos vacías, a decirles
que el Gobierno de la República se negaba a auxiliarles.
82
si se les facilitaban medios para defenderse. Todas las tentativas que habían
hecho ante el Gobierno de Madrid para obtener algún armamento habían sido
estériles y los emisarios dirigieron sus pasos hacia Cataluña en demanda de
auxilio.
Aun teníamos relaciones telefónicas y era un clamor tan intenso, y tan sincero
el que nos llegaba que no podíamos permanecer indiferentes. No podíamos
abastecer a las milicias de Aragón que reclamaban en vano el envío de
municiones. Se planteó algunas veces el problema de Irún en el Comité de
Milicias; pero nuestras disponibilidades se habían agotado por completo.
Las llamadas de Irún eran cada vez más urgentes y el Douglas no llegaba.
Gritamos, insultamos en todos los tonos a los que, desde las poltronas
ministeriales de Madrid consentían flemáticamente en la pérdida de una
población donde algunos millares de hombres y mujeres estaban dispuestos a
sacrificarlo todo para conservar la posición preciosa en nuestro poder.
Todos los jefes del frente aragonés nos enloquecían con sus reclamaciones
continuas de armas y municiones. Con más insistencia y más tenacidad que
nadie, Durruti, que había establecido su cuartel general en Bujaraloz. Nos
improvisaba una filípica diaria con todo lo que necesitaba para hacer la guerra
y salir triunfante en la empresa.
Todavía nos parece estar oyéndole bramar al otro lado de la línea telefónica.
Era el desafío más grande y la ofensa más hiriente que se le podía hacer. Pero
era también la verdad; los puentes del Ebro, habían sido volados y Durruti no
podía atravesar el río sin que antes estuvieran a las puertas de Zaragoza las
columnas del Sur Ebro o las que habíamos enviado hacia Huesca.
Durruti fue enviado algunos meses más tarde por nosotros a defender a
Madrid, cuando más grave era la situación y más peligro corría de ser ocupado
por el enemigo. En lugar de las armas prometidas para el frente de Aragón,
todavía tuvimos que despojarnos de algunas decenas de ametralladoras y de
varios millares de fusiles, con tres o cuatro baterías, para contribuir a la
defensa de aquella ciudad, cuya caída habría significado, por la repercusión
moral e internacional, el fin de la guerra, Y murió allí, después de haber dado
magníficos ejemplos de heroísmo.
Nuestra penuria en cartuchería era más que dolorosa. Treinta mil hombres nos
reclamaban constantemente munición para combatir y no podíamos satisfacer
ese anhelo legítimo. El Gobierno central nos rehusaba todo auxilio y cuando
nos cedió alguna pequeña partida, se la hemos devuelto con hombres y todo.
O nos ha cedido material que no querían en otros frentes, como 600 famosas
ametralladoras Colt, deshechadas por el ejercito norteamericano antes de
1914, y que en los otros frentes tampoco podían ser utilizadas, por anticuadas
e ineficaces.
La solución política mas acertada y la más eficaz habría estado en una España
federal, en la que cada región tuviese la mas completa autonomía para
expresar libremente su sentido de la solidaridad nacional, como en todas las
ocasiones solemnes de la historia. Esa idea no ha prosperado, o no fue
comprendida en los días de fiebre y de acción que se vivían. No existía
preparación previa para ella y eso nos confirma en nuestra tesis de que una
revolución no da realmente más frutos que los que llevan ya en sus entrañas
los pueblos en relación a su grado de cultura.
revolución misma, sin advertir que ese sacrificio implicaba también el sacrificio
de los objetivos de la guerra.
Por primera vez en la historia del movimiento social moderno, los anarquistas
entramos a formar parte de un Gobierno con toda la responsabilidad inherente
a esa función. Pero no porque hayamos olvidado las propias doctrinas u
olvidado la esencia del aparato gubernativo. Circunstancias superiores a
nuestra misma voluntad nos llevaron a situaciones y a procedimientos que nos
repugnaban, pero que no podíamos eludir.
En plena guerra se podía avanzar mucho socialmente, ¿qué duda cabe? Pero
ese avance, esa transformación, ese progreso se harían al márgen o contra el
Estado, como siempre. Lo que se puede hacer desde el gobierno, y no es
siempre fácil, pero es posible mientras las masas populares mantienen alerta
su espíritu y su iniciativa, es allanar la legalización, el reconocimiento, la
sanción oficial de la revolución hecha fuera, en las fábricas, en los campos, en
las costumbres.
Una guerra moderna no se puede hacer como se hacían las viejas guerras
civiles e incluso internacionales. Requiere la existencia de una gran industria
que trabaje para ella a todo vapor, y esa industria presupone, en los países que
no tienen plena autarquía económica, vinculaciones políticas, industriales y
comerciales con los centros del capitalismo mundial que monopolizan las
materias primas.
La mayor parte, por no decir todas, las fábricas de guerra estaban en la zona
facciosa. Entre lo poco que nos quedaba, lo más importante eran las fábricas
de cartuchos de Toledo, sobre las cuales tenía dominio el Gobierno de la
República, que las dejó perder ignominiosamente.
90
Allí ha quedado todo esto, como han quedado modernas fábricas de gases,
instaladas desde el principio de la guerra, en previsión de ataques de esa
especie. Faltará el personal para la mayoría de las industrias de precisión y
químicas, instaladas durante los años de la revolución y de nuestra guerra,
pues de lo contrario esos establecimientos habrían podido en esta
eventualidad, constituir poderosos factores de trabajo para la Europa en armas
(1)
.
(1)
Por la Comisión de Industrias de Guerra de Cataluña se ha hecho un
Report d’actuació (confidencial), un grueso volumen mimeografiado, con
fecha de octubre de 1937. Dice Terradellas, su presidente, en un breve
prólogo: "La industria catalana, durante estos catorce meses, ha
realizado una verdadera epopeya de trabajo y de profunda inteligencia, y
Cataluña habrá de agradecer para siempre a todos estos trabajadores que
con su entusiasmo, con su esfuerzo y muchas veces con el sacrificio de
su propia vida, han trabajado para ayudar a nuestros hermanos que
luchan en el frente"... Luis Companys, presidente de la Generalidad,
resumió los datos más salientes de su informe, en su carta polémica del
13 de diciembre de 1937 a Indalecio Prieto. Se ha publicado en Buenos
Aires, por el Servicio de Propaganda España (agosto 1939) un pequeño
volumen: De Companys a prieto. Documentación sobre las industrias de
guerra de Cataluña (91 págs.) con datos extraídos del Report confidencial,
y otros documentos auténticos.
El odio y el recelo contra Cataluña eran tan grandes que se nos rehusó
categóricamente aquella fabrica paralizada y, pocas semanas más tarde podía
vanagloriarse Queipo del Llano de que las fábricas que no se habían querido
entregar a Cataluña estaban produciendo cartuchería para los rebeldes.
"Pero sobran todos los datos, porque el más ilustrativo es este: aun siendo
insuficiente todo el mecanismo industrial de la España leal para abastecer a
nuestros frentes, podemos constatar que no se utiliza ni siquiera un 50 por
ciento de los motores, máquinas, etc., etc., y lo que se utiliza no rinde un 50 por
ciento de sus posibilidades, por desmoralización del personal que trabaja sin
las debidas condiciones de alimentación, por la incompetencia que ha tomado
las riendas de las cosas de la guerra, por la ingerencia de intereses extranjeros
y por consideraciones de baja política partidista. Así no pueden continuar las
cosas. Y si continúan con nuestro silencio o nuestra pasividad, de ninguna
manera podremos quitarnos de encima la complicidad en la pérdida de la
guerrera y en los fabulosos negocios de los traficantes de la sangre de nuestro
pueblo" (1).
(1)
Informe sobre las comisiones de compras, la subsecretaría de
armamento y el despilfarro escandaloso de las finanzas de la República.
Por la creación del ministerio de armamento, Barcelona, septiembre de
1938: Al pleno de regionales del movimiento libertario.
VIII
Roma con el Papado, después de las invasiones del Imperio Romano, luego en
fecunda combinación Papado o Imperio; París con el Rey Sol o con la Santa
Alianza, con Chateaubriand, con Thiers o con Guizot; Londres desde mil
factores y vehículos ostensibles o invisibles ha tenido en los últimos tres o
cuatro siglos la mano sobre los asuntos españoles, en asociación o
aisladamente. Confesaba una vez Guizot: "Francia e Inglaterra han observado
hasta hace poco una equivocada política en España, siendo aquél generoso
país víctima de las rivalidades y querellas de las dos grandes potencias ... Pero
el gabinete de Saint James y el de las Tullerías se han puesto al fin de acuerdo
acerca de su conducta en España ..."
Se equivocada, sin embargo, Rusia con España, si es que había llegado con el
propósito de establecer un intervensionismo duradero y no obraba ya en
connivencia con el Estado mayor alemán y con los intereses alemanes;
terminada la guerra, se habría liquidado su predominio y su ingerencia, que
rechazaba en absoluto el pueblo español, aunque haya habido suficientes
traidores para comprar sus ascensos y su hegemonía de una hora a cambio de
una profesión de fe staliniana no sentida. El día siguiente de la guerra habría
sido el primero de la liquidación del moscovitismo en España, si triunfaba la
República; lo fue, desgraciadamente, pero a través del triunfo de Franco, que
98
fue más afortunado con sus aliados de lo que lo ha sido la República con los
suyos.
La derrota del fascismo militar español podía tener una verdadera repercusión
en la vida económica y política europea. La guerra que habíamos declarado al
enemigo, dentro de las fronteras nacionales, era una guerra de espíritu y de
realizaciones revolucionarias, era una guerra que destronaba a las viejas
clases privilegiadas y anulaba el régimen de la economía capitalista, como
régimen dominante.
Teníamos prisa por superar los obstáculos que se oponían a la victoria total,
porque presentíamos que una guerra dilatada en el tiempo tenía que
transformarse fatalmente en una guerra internacional, aunque su escenario por
el momento quedase restringido a España.
Vimos a los pocos meses que se nos abandonaba como se había abandonado
a Abisinia, como se abandonaba a China, a pesar de los múltiples intereses
internacionales que encierra, y comprendimos que el deseo de impedir la
guerra mundial era lo que justificaba esa pasividad, incluso la de nuestros
propios amigos. Pero así como las viejas guerras balcánicas de 1912 gestaron
de manera irremediable la catástrofe de 1914-18, la invasión italiana en
Abisinia, por un lado, y la guerra de España contra el fascismo, por otra, con la
guerra chino-japonesa, eran preludios que no podían desestimarse de la
próxima hecatombe mundial.
Mr. Chamberlain y Mr. Eden, las figuras supremas de la política visible de Gran
Bretaña durante nuestra guerra, se equivocaron, sin embargo. Por peligrosa
que pudiese aparecer ante el mundo una experiencia revolucionaria en nuestro
suelo, España no era un país agresor, con pretensiones imperialistas, y aunque
fortalecida en su industria y en su agricultura, habría tenido que depender de la
economía internacional y por consiguiente de los mercados europeos y
americanos. No tenía la solución de aislarse ni era de temer su expansión
agresiva en busca de espacios vitales. En el orden nacional, las formas de la
economía capitalista privada serían desplazadas, pero el fascismo tampoco
respeta el capitalismo privado, pues, o bien lo suprime en aras del capitalismo
de Estado, o bien reduce a los capitalistas a la categoría de funcionarios sin
ninguna independencia, es decir, ataca la raíz misma de la economía
capitalista. Y la diferencia de régimen político y de estructura económica en
España, no habría significado ninguna ruptura en la economía europea, porque
nosotros estábamos dispuestos a tolerar el régimen que se diesen otros
países, siempre que también fuese tolerado el nuestro, y a mantener buenas
relaciones de vecindad con todas las potencias. En cambio, la derrota del
fascismo en España habría cortado definitivamente las alas al expansionismo
italiano, al alemán y al ruso. Sin quererlo y sin proponérnoslo, luchábamos por
la paz de Europa, por el predominio de las potencias llamadas democráticas
contra sus adversarios, los totalitarismos fascistas y comunistas.
En nuestro paso por la ciudad habíamos comprobado que todos los partidos y
organizaciones habían tomado las armas. ¡Había que impedir la matanza, a
toda costa! Propusimos declarar el estado de guerra y sacar las milicias a la
calle, a restablecer el orden. Contra las milicias no se habría atrevido a disparar
ningún sector, por las consecuencias que habría tenido. Se nos replicó que el
Consejero de defensa había abandonado su puesto y que, por lo demás, no
inspiraba confianza a los diversos sectores políticos y sindicales. Volvimos a
atravesar la ciudad, en medio de un tiroteo incesante, para llegar, primero a la
Casa del Comité Regional de la C. N. T. y de la F. A. I. y enterarnos de los
motivos reales de la lucha y de las condiciones de su paralización. En las
reuniones habidas, se puso como condición para cesar el fuego la separación
de sus cargos del Director General de Seguridad de Cataluña, el comunista
Rodríguez Salas, y del consejero de Gobernación, Aiguadé, de Ezquerra
republicana. Con esas condiciones nos dirigimos a la Generalidad, distante
pocos centenares de metros. Nunca hemos sido tan intensamente tiroteados
como ese día en ese breve trayecto. Pero llegamos al Palacio del Gobierno de
Cataluña sanos y salvos. Con nosotros acudían también, en representación del
Gobierno central, García Oliver, Ministro de Justicia, y en representación de la
C. N. T. y de la U. G. T., mariano R. Vázquez y Hernández Zancajo, llegados en
avión desde Valencia.
—No disparéis; estamos aquí nosotros. Pero llamad cada diez minutos. Si en
alguna de esas llamadas no respondemos, obrad como querráis.
Hicimos traer los ocho mozos de escuadra detenidos, para demostrar nuestra
buena voluntad. No teníamos nada que hacer en el Palacio del Gobierno. Pero
mientras tanto un decreto de Valencia se incautaba del orden público en
Cataluña y nombraba al coronel Escobar para ese cargo. El coronel Escobar
era un hombre que nos inspiraba confianza, pero era militar y no podía menos
de obedecer. Al ir a ocupar su puesto fue mortalmente herido. Se nombró
entonces un sustituto provisorio, el teniente coronel Arrando; con él seguimos
tratando de sofocar los últimos restos de la rebelión callejera. Y en tanto
hacíamos esto, avanzaban sobre Cataluña algunas columnas de guardias de
asalto y de carabineros en tono de guerra; pero el feje de las mismas, coronel
Emilio Torres, era amigo nuestro, Y no sólo se había hecho cargo el gobierno
de Valencia del orden público en Cataluña, sino que decretó el paso de las
milicias de Aragón a su control, nombrando para tal empresa al general Pozas.
Cuando el subsecretario de la Consejería de Defensa, Juan Manuel Molina, el
único de los altos funcionarios que había permanecido en su puesto, luchando
a brazo partido contra las milicias que querían intervenir en la lucha, y
deteniendo una gran columna motorizada que se había improvisado en el
frente de Huesca para acudir a Barcelona, al mando de máximo Franco, nos
pidió consejo sobre la conducta a seguir, tuvimos la intuición repentina de la
pérdida total de la autonomía catalana y de la pérdida de la guerra como
consecuencia. Era hora todavía de oponerse a ese desenlace y de dejar a las
cosas mejor situadas. No nos faltaba la fuerza material. Estábamos en
condiciones de devolver a Valencia al general Pozas y su escolta con nuestro
rechazo de su nombramiento, y estábamos a tiempo para detener las
columnas, de fuerza de asalto y de carabineros, que llegaban con el coronel
Torres. Pero nos faltaba confianza en los que se habían erigido en
representantes de nuestro movimiento; no teníamos un núcleo de hombres de
106
Había que reaccionar, había que volver por nuestros fueros. Todavía teníamos
la fuerza para ello, y si en lugar de una salida espasmódica, desorganizada,
intentásemos algo dando la cara y tomando la orientación de la lucha, como el
19 de julio, de poco valdrían las fuerzas que estaba situando en Cataluña el
gobierno de Valencia, ni las maniobras de sus aliados.
nada que hacer, sino esperar los acontecimientos y adaptarnos lo mejor posible
a ellos.
Nos felicitó por nuestros esfuerzos en las jornadas de mayo. Justamente sobre
ellas queríamos hablar. Se sabía que sin nuestra intervención los sucesos de
mayo habrían dado resultados muy distintos a los esperados. Por nuestra
parte, estábamos apenados por haber intervenido para apaciguar la lucha, al
contemplar el espectáculo que siguió. No hacía falta que hiciéramos resaltar
nuestra sinceridad. Antonov Ovsenko la conocía. Pues bien, quedaba treinta
mil fusiles en manos de la población de tendencia libertaria, bombas de mano
en cantidad ilimitada, ametralladoras y hasta artillería. Y los que habíamos
expuesto la vida por suspender el fuego estábamos tentados a exponerla otra
vez para reanudarlo, pero para reanudarlo y llegar al fin. Era imposible soportar
más tiempo lo que acontecía. ¡No era todavía hora para la contrarrevolución!
Según todas las noticias, Ovsenko ha sido fusilado en Rusia por sus relaciones
con los anarquistas y los catalanistas. En el fondo Ovsenko nos ha parecido
que tenía simpatías por nosotros, que nos quería, aun cuando, por otro lado,
108
"3° Que este Gobierno ha de tener como base las representaciones obreras
manteniendo la colaboración de los sectores antifascistas".
"Por toda la España leal un solo clamor, un solo grito cruza campos y ciudades:
¡Fuera el Gobierno Negrín! ¡Fuera el Partido comunista, causante de todas las
derrotas! ¡Exigimos un Gobierno con representación de todas las fuerzas
antifascistas que imponga una auténtica política de guerra!
que propiciaban las persecuciones mucho más que contra los miembros de
cualquier otro sector.
"Todo esto que sucede nos obliga a hacernos algunas preguntas. ¿Adónde
vamos? ¿Es que se lucha y se persigue sólo y exclusivamente perder la
guerra? ¿Es que se pretende sembrar de recelos la vanguardia y la
retaguardia, producir inquietud al pueblo y situar las cosas de tal forma que
llegue un momento en que sólo piensen todos en terminar la guerra, facilitando
de esta manera los propósitos de mediación que persiguen algunas potencias
extranjeras? ... ¿No ha llegado ya el momento de que cese la línea de
actuación partidista, de una etapa desacertada, y de que nos dispongamos
inmediatamente a examinar todos, con honradez y lealtad, la situación,
llegando a la conclusión de trazar una línea, en lo que a la guerra se refiere,
cuyos resultados no puedan ser los desastres que hasta la fecha se repiten, e
impida que prosperen ciertas actuaciones absorbentes que llegará un momento
en que habrán de ser cortadas, con la violencia, por quienes no pueden seguir
tolerando que a España se le quiera convertir en un país de autómatas sumisos
a la dictadura? ..."
IX
No quedó argumento por esgrimir ante nuestros milicianos para que fuesen
cada vez más disciplinados y actuasen de una manera responsable y
coordinada. Coincidíamos con los militantes de otras tendencias que abogaban
igualmente por la disciplina, pero coincidíamos en las palabras, no en el
espíritu.
La guerra nuestra no era una guerra de un ejército contra otros ejércitos, sino la
acción armada de un pueblo contra sus enemigos. Se ha cometido, el grave
error de querer convertir nuestra guerra de guerrillas, la típicamente española,
en una guerra regular. Y luego, naturalmente, una guerra regular hacia
imprescindible también un ejército regular, y el ejército regular suponía
igualmente un Estado central dirigente, un Estado Mayor que lo ordenase todo.
Con ese instrumental, teóricamente adecuado, prácticamente no hacíamos
más que allanar el camino de la contrarrevolución, porque nos alejábamos del
espíritu legitimo de nuestra guerra.
114
Entre una guerra del pueblo y una guerra del Estado la diferencia es
esencialísima. La guerra del Estado es siempre esclavizadora, esclavizadora
en los métodos y en las finalidades perseguidas. Cuando los pueblos, en
cambio, se levantan en armas lo hacen siempre para libertarse y para libertar.
Hasta aquí fueron mucho más numerosas las guerras de Estado que las
guerras verdaderamente populares. Las guerras populares y las revoluciones
se confunden hasta hacerse generalmente inseparables.
La revolución francesa dió origen a una guerra popular de muchos años que
trastrocó todos los métodos de la lucha e hizo fracasar los viejos postulados de
la estrategia militar. "Este Napoleón no entiende nada de la guerra", decía un
general austríaco. Los ejércitos de la convención, como nuestras columnas
expedicionarias de la primera hora, iban a la guerra con la canción en los labios
y el optimismo de saberse cruzados de una gran causa: eran tropas
desarrapadas, descalzas, casi inermes, pero con una gran pasión, que las
movía y las alentaba.
Un pueblo tiene siempre más recursos y más agilidad que un Estado, porque
un Estado centralizado reduce su medida a la medida de sus dirigentes, y en
España, recorriendo la historia, no encontramos gobiernos de un nivel superior
por su inteligencia, por su patriotismo, por su capacidad, al nivel de las masas
populares. Siempre han sido los dirigentes españoles, tomados
individualmente, inferiores al pueblo dirigido. Pero para que un pueblo como el
nuestro hubiera podido moverse libremente, teníamos que haber destruído todo
115
el viejo aparato estatal, y haber conservado, además de los nuevos órganos del
poder y de la economía, la cabeza en todas partes y el centro en ninguna.
El malogrado Fermín Galán ha escrito con exacta visión: "El Estado está
incapacitado para toda función administrativa. El régimen económico que
administre el Estado va irremediablemente al fracaso; la caída desastrosa de la
economía es inevitable". Si Galán hubiese podido tocar de cerca la experiencia
de superestatización de la economía después de mayo de 1937, habría
encontrado abundantísimo material en apoyo de su punto de vista, que es
también el nuestro.
Cuando la breve nota del alcalde de Móstoles: "La patria está en peligro.
Madrid perece victima de la perfidia francesa. Españoles, acudid a salvarle",
llegó a Sevilla, se produjo como una sacudida eléctrica en las clases populares,
que constituyeron una Junta suprema de España e Indias y declararon la
guerra a Napoleón y a Francia por mar y por tierra. No había escuadras ni
había ejércitos, pero eso importaba poco: la guerra no por eso iba a ser menos
eficaz y menos terrible contra el medio, millón de soldados de Napoleón. En
una proclama dirigida a las provincias, se recomendaba evitar las batallas
campales, hacer la guerra en pequeñas y numerosas partidas, acometer por
los flancos y retaguardia, no dejar un momento de descanso al enemigo,
interceptar sus convoyes y sorprender sus depósitos, cortarle toda
comunicación con Francia y Portugal, fortificar los puntos que ofreciesen
grandes ventajas naturales ... En una palabra, se recomendaba la guerra a la
española. Felizmente para aquella gesta gloriosa, no hubo Prietos ni rusos en
la dirección de la guerra de la independencia: hubo españoles que dejaron su
arado o sus rebaños, como el Empecinado o Jáuregui para tomar las armas y
atacar sin descanso, según las circunstancias, a las tropas invasoras. No
decimos nada que no se sepa universalmente cuando decimos que las
guerrillas populares, expresión legitima del alma de nuestro pueblo, derrotaron
a los ejércitos hasta allí invencibles del emperador francés.
podríamos ser peligrosos. Hubo que desistir, después de haber iniciado por
nuestra parte proficuas labores de relación con la zona de Franco, por medio
de hábiles y audaces emisarios.
Eran más de cien kilómetros los que había que recorrer entre la ida y la
vuelta.
Armados con una pistola y munición abundante, con algunos víveres para
el camino, salieron el 10 de octubre de 1936 cuatro guerrilleros, desde las
avanzadas de las milicias antifascistas en Fuendetodos, en dirección a
Zaragoza. ¡Más que la vida no se podía perder! Eran las seis de la tarde.
En breve seria de noche. Siguieron por la carretera de Jaulis hasta el
kilómetro 19, donde se cruza el camino que conduce al Túnel y a Cantera
de Puebla de Alborton. De allí llegaron fácilmente al camino que va a
Zaragoza. Sin mayores inconvenientes, al día siguiente a las dos de la
tarde entraron en la ciudad, habiéndose retrasado por una lesión que se
hizo incidentalmente uno de los guerrilleros.
Esta vez iban cinco, todos bien conocidos, uno de ellos, que ya había
hecho el viaje anterior dejó el hospital donde se curaba de una herida,
aun cuando los médicos le manifestaron que no podría resistir dos horas
de viaje a pie.
Hubo, entre otros, un grupo que llamaban Libertador, cuyo jefe, C., ha
realizado proezas heroicas en más de 40 kilómetros de radio desde las
filas enemigas, que atravesaba como si anduviese por su casa. Ese grupo
recibió el 5 de noviembre de 1936 orden de volar el puente de Falcino, en
la carretera de Mediana a Belchite, para evitar que por dicha carretera
llegasen refuerzos a Belchite, en ocasión de una operación proyectada.
Estaba ese puente a veinte kilómetros de las propias líneas. A las cinco
de la mañana del día siguiente, había volado el puente y por varios días
121
Hubo que dividir a la gente, dejando a una parte para el día siguiente en
una paridera del trayecto, para no correr el riesgo de fracasar del todo.
Los más fuertes siguieron viaje y llegaron a su destino a las nueve de la
mañana del día próximo. Los expertos tenían que regresar por la tarde a
buscar a los que quedaban a mitad de camino, en la mayor inseguridad
sobre su porvenir, porque si ocurría algo a la primera expedición, todos
estaban condenados a morir. Pero era poco eso; había que volver
122
Los peligros, los sobresaltos, las dificultades, todo era compensado por
la alegría de una labor útil y solidaria. ¿Qué mejor premio a ese riesgo
permanente que el del abrazo cordial al amigo y al compañero rescatado
de la muerte? ¿No valía la pena perder, si era preciso, la vida por ello?
camino de las canteras hasta las Planas de María. En ese lugar apareció
una patrulla de falangistas. Se ordenó a la expedición que echase cuerpo
a tierra, y los guerrilleros, desplegados, se dispusieron a afrontar la lucha
inminente. Se ordenó que nadie disparase un tiro hasta que el primero
saliera de los falangistas. ¡Podían ser compañeros! El movimiento de
defensa y ofensa se hizo con tal precisión, con tanta disciplina, con tanto
arrojo que los falangistas se replegaron, ganaron un bosque próximo y
emprendieron una fuga veloz. ¡A enemigo que huye, puente de plata!
Las mujeres y los niños fueron turnándose en los mulos por orden de
cansancio. Y a las siete de la mañana la numerosa comitiva atravesaba,
en medio de aplausos y de lágrimas de alegría, las filas de los milicianos
antifascistas en Fuendetodos, descansando en el local de las Juventudes
libertarias y renovando sus fuerzas con comida abundante, cordialmente
servida por la población entera, que participaba de la alegría de todos los
antifascistas.
Un jefe del frente aragonés que había sabido conservar su dignidad ante
el derrumbe, justamente por disfrutar de confianza entre las tropas, el
teniente coronel Perea, autorizó a los guerrilleros aragoneses para actuar
a su manera. De inmediato recibió amonestaciones del Estado Mayor
Central para que rectificase la autorización, en el sentido de no consentir
126
Pero no fue solo por tierra por donde quisimos emplear la guerra pequeña,
española. Un día presenciábamos con algunos destacamentos de milicianos
cómo bombardeaba nuestras costas el acorzado enemigo "Canarias". No
disponíamos ni de un mal avión, ni de un submarino. Era desesperante nuestra
impotencia y nuestra rabia. Se conmovieron también los milicianos y algunos
se nos ofrecieron a pilotear una lancha cargada de explosivos y a estrellarse
contra el barco faccioso. Carlos Roselli, que nos acompañaba, nos insinuó el
empleo de lanchas torpederas, como los M. A. S. italianos. Al día siguiente se
inició la fabricación de lanchas torpederas magníficas embarcaciones que
navegaban 40 millas por hora, podían llevar dos torpedos funcionar 16 horas
consecutivas, de fácil manejo, de poco coste, pues empleábamos dos motores
viejos de aviación Hispano-Suizos de 550 caballos cada uno. Se les podía
aplicar un cañón de tiro rápido contra aviones y una ametralladora. Se hicieron
las pruebas suscitando gran entusiasmo. Era ministro de Marina y Aviación
entonces, Indalecio Prieto. Aprovechando algunos encuentros oficiales le
expusimos nuestro proyecto.
pedíamos cuatro unidades, para llevar una ofensiva en serio, aun a costa de
las embarcaciones y de su tripulación de cinco hombres, hasta dar caza al
"Canarias". Naturalmente, era una magnífica idea y no dudaba de los
resultados. Tendríamos los torpedos. Pero detrás del Ministro de Marina y de
Aviación, estaban los consejeros rusos y nos quedamos sin los torpedos y
nuestras lanchas torpederas sin poder entrar en acción. Franco encontró
alguna en perfectas condiciones de navegación. Se volvió a remover más
tarde, siendo Negrín ministro supremo de Defensa, el empleo de las lanchas
torpederas, pero la dirección de la guerra seguía en manos de los stalinistas
rusos y españoles y no hubo tampoco ningún éxito.
Cuando se resolvió suprimir las milicias, o mejor dicho, militarizarlas, para crear
un ejército según el modelo del ejército rojo, escribimos una memoria
confidencial para el Comité peninsular de la F. A. I., sobre ese funesto error.
Hemos podido encontrar una parte de ese escrito, que nos parece digno de ser
reproducido. No recordamos la fecha en que fue redactado, quizá hacia octubre
de 1937, ni el contenido de las partes que faltan, pero lo que ofrecemos a
continuación es un testimonio de nuestro criterio sobre las guerrillas y sirve
para desvanecer dudas sobre nuestra posición:
128
Las milicias tenían sus defectos, naturalmente; en primer lugar no eran todavía
fuerzas aguerridas para la campaña en descubierto, carecían de jefes
adecuados, y los pocos que se destacaron, Durruti en Aragón, Carrocera en
Asturias y otros en otras regiones, han pasado a la historia como héroes
auténticos. Algunos actos de indisciplina inevitables en tales momentos de
fiebre general, una cierta decadencia de la combatividad, vistos a la luz de
interesadas ampliaciones, crearon una atmósfera contraria a los milicianos
voluntarios, obligados a la pasividad casi siempre por la falta de armamento y
de municiones. Se sabe, por la experiencia de todas las guerras, lo que
desmoraliza y hace perder la combatividad la guerra de posiciones, la vida de
trincheras y parapetos.
No sólo nos parece que se ha cometido una injusticia, sino también un error de
consecuencias fatales para la guerra y para la futura orientación política de
España.
b) En tierra, para lo cual hemos formado alguno batallones que luego, sin
armas, habiendo sido frustrados todos los empeños para procurarlas, hubieron
de ingresar, desmoralizados, en las filas del ejército regular como otros
soldados más.
Para que un ejército sea eficaz necesita algo más que la mecánica de su
organización. Necesita:
No nos atreveríamos a hacer el balance del grado en que se han logrado esas
condiciones entre nosotros. Lo que sí diremos es que también el ejército
necesita un alma, un inspirador superior a la mediocridad. Si ese inspirador
existe, la disciplina es más firme y la eficacia se redobla. Si falta, las grandes
regimentaciones son más bien un obstáculo. Cuando se tiene un Napoleón no
hacen falta decretos ni rigores para dar unidad y vida a los grandes ejércitos. Si
no se tiene, los decretos y los rigores de la ordenanza no llenan el vacío.
Nuestras milicias eran un cuerpo todo lo informe que se quisiera, pero tenían
un alma, eran capaces de todos los sacrificios y heroísmo. Fueron
desorganizadas y decapitadas para dar vida a un ejército. ¿Se ha logrado
propiamente éste? ¿Ha sido provechoso privar a la guerra del concurso del
voluntariado? ¿Beneficia a la acción planeada por los Estados Mayores la
ausencia de francotiradores, guerrilleros, auxiliares de información y demás?
Nuestro ejército ha sido una creación rusa con más objetivos políticos que
militares. Fue en Rusia donde por primera vez, — ejemplo no secundado en
ningún otro país —, se ha considerado insoportable toda formación
espontánea, no controlada en absoluto por los dictadores supremos. De no
haber sido esa circunstancia de la iniciativa rusa en la formación del ejército
republicano, se habría buscado la manera de combinar la acción del ejército
regular con la acción de los cuerpos francos, populares, en un momento de la
historia de España, en que tantas energías se habían desencadenado sin
necesidad de coacciones y decretos. Trotsky, el creador del ejército rojo, ha
combatido con más ferocidad las fuerzas voluntarias populares que a los
enemigos de la nueva situación en Rusia. Si tuvo que entrar en pactos y
convenios con Néstor Machno en Ukrania, para combatir la ofensiva triunfal de
Denikin y la amenaza terrible de Wrangel, una vez logrados esos objetivos,
destruyó a traición las fuerzas de nuestro camarada. La hostilidad contra las
fuerzas armadas del pueblo y el aplastamiento de esas formaciones ha sido
inaugurada en los tiempos modernos por los bolchevistas rusos, super-
autoritarios y, en tanto que tales, iniciadores de las corrientes fascistas que
siguieron su ejemplo, no en el orden militar, sino en el de la reacción política.
131
Pero los técnicos de guerra del mundo entero están lejos de compartir ese
criterio, y podríamos entretenernos en aducir testimonios al respecto.
Todo habría sido tolerable, sin embargo, de haber combinado, como en todas
las guerras donde el estado de ánimo de la población lo ha permitido, la acción
regular del ejército con la acción irregular de un pueblo en armas y dispuesto a
la suprema defensa. No se hizo así porque hemos aceptado, o porque en
nombre de nuestra organización se ha aceptado, sin crítica, como buena, la
táctica introducida por la U. R. S. S., donde el ejército rojo salió triunfante
contra las formaciones populares revolucionarias, inspiradas siempre por la
buena fe y la generosidad, dando a los hombres de un partido dominante el
poder absoluto. En lo que no hay que olvidar que para que el ejército rojo
pudiese aplastar traidoramente al pueblo en armas, primeramente ha tenido
que ser apoyado por ese pueblo para vencer a los ejércitos perfectamente
equipados y dirigidos de la contrarrevolución.
acción, liquidar una guerra, pero su existencia significa para el enemigo una
amenaza inquietante, una preocupación obsesiva y muchas veces un riesgo
inmenso. El sabotaje en las líneas de comunicaciones, de avituallamiento y de
municionamiento, que pueden llevar a cabo los pequeños grupos audaces
infiltrados tras las líneas enemigas, es un factor formidable de desmoralización
y de derrota.
A pesar de cuanto la leyenda interesada ulterior nos diga del ejército rojo en
Rusia, fueron las guerrillas populares las que prepararon siempre el terreno a
sus triunfos. Y aparte de lo que todos sabemos por haberse hecho público,
podríamos relatar lo que nos han informado de su actuación personal, como
jefes de guerrilleros, algunos de los prohombres rusos que más han presionado
para suprimir esa forma de hacer la guerra en España. Por lo demás, se
comprende que ha tenido que ser así, porque el ejército rojo no se formó,
propiamente, hasta después de liquidar la guerra civil, con el aplastamiento de
Wrangel en Crimea. Para llegar a esa liquidación, el pueblo como pueblo, y sus
guerrilleros voluntarios, han influído de una manera fundamental.
Pero no hace falta que citemos siempre ejemplos de fuera. En nuestra guerra
de Marruecos, caracterizada por la impudicia del militarismo español, se
fomentó la acción de las harcas, aquellas guerrillas que operaban en territorio
enemigo por sorpresa y cuya acción fue la expresión más saliente de aquella
guerra. Nada nuevo ha inventado nuestro ejército con las harcas, pues el
mismo procedimiento se ha puesto en vigor en todas las guerras, en las
antiguas como en las modernas. En la de 1914-18, había cuerpos especiales,
grupos e individuos mimados, con paga especial, con recompensas
extraordinarias, que se dedicaban solamente a los golpes de audacia. De esas
lecciones han querido sacar nuestros genios de 1936-38 los cuerpos de
choque, empleados en el ataque frontal a las trincheras y parapetos enemigos,
en lugar de hacerles actuar por sorpresa y por donde el enemigo estuviese
menos protegido.
Parece inconcebible que a los pocos meses de las jornadas de julio, jornadas
eminentemente populares, en donde los combatientes voluntarios, los héroes
abnegados de la primera hora descompusieron en un gesto inmortal el aparato
militar poderoso de los rebeldes en las principales ciudades de España,
organizando luego espontánea y rápidamente el frente de lucha antifascista en
Aragón, Centro, Norte, Andalucía y Extremadura, Levante, sin armamento, sin
conocimientos militares; parece inconcebible, decimos, que a los pocos meses
hayamos olvidado a quienes se debía el triunfo de Julio y los hayamos
destruído con el pretexto de hacer más eficaz su obra de defensa de la libertad.
La militarización de las milicias ha sido un doble error:
1º Un error militar, porque ningún ejército improvisado, sin mandos, por fuerte
que sea en él la disciplina impuesta, podía competir en cualidades combativas
con aquel voluntariado entusiasta de la primera hora y de las horas
subsiguientes.
Hemos sido más ingratos con las milicias que un Fernando VII o que un
Narváez. Las hemos destruido antes de obtener la victoria sobre el enemigo;
en cambio Fernando VII, las atacó e intentó masacrarlas después de estar en
el tronco reconquistado por ellas, no antes, y Narváez las desarmó después de
haberse adueñado del poder, en parte con su ayuda o con su pasividad.
Nos importa, pues, que se tenga en cuenta que las milicias de Julio, triunfantes
sobre la militarada, no fueron deshechas, calumniadas y vilipendiadas por
razones de eficiencia militar, sino por una prematura especulación política. Y lo
deplorable es que las propias organizaciones libertarias dieron el visto bueno y
contribuyeron poderosamente a ese desenlace trágico para la guerra y la
revolución. ¡Dieron el visto bueno al propio suicidio!
A la rebelión militar, por tanto, había que atacarla de otra manera, como ataca
un pueblo en armas a un ejército invasor. Disponían nuestros adversarios de
mejor equipo que nosotros, de aviación abundante, de artillería de primer
orden, de carros de asalto potentísimos y de carne de cañón barata. En los
ataques frontales llevábamos las de perder. Eramos el pequeño David en
combate con el gigante Goliath. Pero lo mismo que habíamos vencido en Julio
hubiéramos triunfado en lo sucesivo si no abandonábamos el carácter de
pueblo en armas y en lucha por su libertad y su independencia. Quisimos
afrontar fuerzas más desiguales que las de Goliath y las de David en un cuerpo
138
Tampoco hemos de olvidar una cosa: que no son nunca los ejércitos de los
Estados los puntales más firmes de las dictaduras fascistas de la post-guerra,
en el mundo, sino las milicias del partido dominante, capaces de enfrentarse
con el ejército mismo, como en Alemania e Italia, donde coexisten, como en el
siglo XIX en tantos países, las formaciones regulares del ejército nacional con
las formaciones milicianas al servicio de determinados ideales o de
determinadas formas políticas. Mussolini e Hitler han surgido y se han impuesto
gracias a las milicias entusiastas que lograron crear para luchar contra sus
adversarios.
Pero una cosa era esa adhesión y otra cosa era la intención política de los
creadores de las brigadas internacionales con reclutas de diversos países. Han
llegado a España, entre esos reclutas, algunas personalidades ante quienes
nos descubrimos con respeto, y han acudido simples obreros sin trabajo a
quienes una propaganda especial supo engañar con atractivas promesas.
Acudían a España, no a morir en la guerra, sino a vivir de ella, como los viejos
soldados mercenarios. Pero por parte de los iniciadores y figuras de primer
plano de esas brigadas, los propósitos eran distintos.
Las milicias sabían batirse y obedecían tan bien como las brigadas
internacionales; sólo había una diferencia: las brigadas internacionales recibían
armamento moderno y eficaz, y los milicianos del pueblo solían ir descalzos,
con armas primitivas y en la mayoría de los casos sin municiones, y eran
perseguidos por un sabotaje permanente de la burocracia centralista de la
República.
Tuvimos que dejar la jefatura de las milicias catalanas por actitudes de esa
especie, hábilmente retorcidas por los rusos, y luego los llamados voluntarios
pasaron sin más inconveniente por tierras de Cataluña.
No teníamos todavía una noción clara del peligro que representaban esas
brigadas a disposición del gobierno central, y estamos seguros que muchos de
sus combatientes, los que no eran meros aventureros, no se habrían prestado
al juego que hacían si se hubiesen dado cuenta de que no eran las
necesidades de la guerra las que motivaban su creación, sino una política
desleal, de partido y la necesidad, por parte de los aspirantes a dictadores, de
apoyarse en una fuerza dócil, puesto que el pueblo español se empeñaba en
declararse mayor de edad.
veces por las deserciones que por la metralla enemiga, eran cubiertas por las
quintas movilizadas de soldados españoles.
SIEMPRE que hemos deplorado el suicidio a que nos llevó la burocracia de las
propias organizaciones en la revolución y en la guerra españolas, la de las
propias organizaciones, porque la que actuó en las demás, de modo
absolutamente idéntico, nos importa menos, se nos ha replicado que de esa
manera nos evitábamos ante la historia la acusación de haber perdido la guerra
por causa de nuestros gestos de rebeldía o de justicia. Es posible que una
actitud enérgica de represalia contra las ingerencias extranjeras en nuestro
territorio y una firme voluntad de defender los derechos del pueblo español
contra sus enemigos complotados desde las esferas gubernativas de la
República como desde las esferas del Gobierno de Burgos, habría acelerado el
fin de la guerra. Con ello habríamos caído en nuestra ley, nuestro pueblo habría
acortado su martirio estéril y es posible que la misma matanza que ha seguido
al triunfo de Franco hubiera sido menor. Los traidores a España del lado de la
República habrían podido enlodarnos en el primer instante, pero el tiempo
habría vuelto a poner las cosas en su lugar y habría demostrado que la guerra
la teníamos perdida después de caer el Norte de España. No nos hemos
movido, hemos obedecido y hemos callado, entregando los destinos de
millones de proletarios españoles a la alegre despreocupación de un Dr.
Negrín; hemos soportado injurias y un trato que no habíamos soportado jamás.
No ha sido cordura, no ha sido sensatez; ha sido cobardía burocrática y ha sido
traición a nuestro pueblo. No se nos acusará de haber perturbado los planes
del Gobierno republicano-comunista, pero se nos puede acusar por no haberlos
perturbado, y ante el porvenir esta acusación pesará mucho más.
que habían de ponerse a las órdenes del negrinismo, impidieron, por el mismo
sentido funesto de la responsabilidad, que una parte del oro del Banco de
España fuese a parar a Cataluña en lugar de ir a parar a Rusia.
Se tomaban acuerdos, bajo la presión de abajo, del pueblo, pero los que
cumplían tan al pie de la letra los acuerdos tomados en combinación con el
Gobierno, hacían todo lo que estaba en su mano por evitar que fuesen puestos
en práctica los tomados bajo la presión popular. Escribíamos en un informe de
la F. A. I. (1):
(1)
Pleno de Regionales del Movimiento libertario: Sobre la necesidad de
reafirmar nuestra personalidad revolucionaria y de negar nuestro
concurso a una obra de Gobierno necesariamente fatal para la guerra y
para la revolución, por el Comité Peninsular de la F.A. I., septiembre de
1938.
¿Nos hemos olvidado de infamias como la de la nota del Bureau político, del
Partido comunista el 31 de julio de 1937? El partido de la máxima
irresponsabilidad no puede estar a nuestro lado y ser tratado de igual a igual.
¿Es que ha cambiado de procedimientos, de moral, de propósitos?
Creemos que la incompatibilidad entre los objetivos y los métodos del Partido
comunista y los del movimiento libertario es absoluta y que debe romperse toda
relación con esos agentes del gobierno ruso causantes de nuestros mayores
desastres.
Todo esto es bien sabido del movimiento libertario. Lo que importa es deducir
las enseñanzas y obrar en consecuencia... "
Sobraban hechos y argumentos todos los días para justificar la rebelión armada
o por lo menos la delimitación de responsabilidades frente al Gobierno Negrín.
No los callábamos esos hechos y esos argumentos, pero la Celestina de la
guerra, como la llamó Largo Caballero, servía para ocultar todas las infamias,
todas las complicidades, todas las cobardías.
Uno de los aspectos que más nos sublevaba era la introducción de los métodos
policiales rusos en nuestra política interior. Las torturas, los asesinatos
irresponsables, las cárceles clandestinas, la ferocidad con la víctimas culpables
o inocentes estaban a la orden del día. Era imposible tolerar y aplaudir a un
Gobierno que había superado los tradicionales rigores de la Guardia civil contra
los perseguidos. Hasta en ese aspecto nos igualábamos al enemigo a quien
combatíamos, pues también allí la Gestapo alemana y la Ovra italiana habían
impuesto sus procedimientos de persecución y de eliminación de adversarios.
En la España leal, en lugar de la Gestapo y la Ovra, teníamos la G. P. U. rusa.
Nombres diversos y una sola bestialidad verdadera.
dejaba en la carretera todas las noches la tcheka del castillo. Hubo días en que
se encontraron 16 hombres asesinados, todos antifascistas, pero contrarios al
comunismo.
Uno de los sectores más afectados es el ocupado por las fuerzas del XXIII
Cuerpo de ejército, el cual se halla bajo el mando del conocido comunista
teniente coronel Galán. El mencionado sector se distingue por la facilidad
pasmosa con que desaparecen allí los elementos no afectos al Partido,
elementos que unas veces pueden calificarse de indiferentes y otras de
francamente izquierdistas. Tal el caso de un socialista del pueblo de Peters,
elemento de viejo historial revolucionario, al cual le fue aplicada la ley de fugas
(junto con otros cinco detenidos del citado pueblo) por Bailén, capitán de
información del citado Cuerpo de ejército, individuo de pésimos antecedentes
que, con anterioridad al movimiento, se dedicaba a cobrar contribuciones como
agente ejecutivo, siendo el peor de toda la región, y que en la actualidad se
dedica a limpiar la zona de los elementos que pueden comprometerlo.
El fusilamiento antes mencionado se llevó a cabo por orden del jefe del XXIII
Cuerpo de ejército, a pesar de la intervención del Comité provincial socialista
de Almería, del Gobernador civil de la misma y del coronel Menoyo, el cual
llegó a hablar directamente con el Ministro de Defensa (Prieto), quien dió orden
de detención directamente contra el citado capitán (1). En la actualidad el
Partido comunista está trabajando activamente por echar tierra al asunto,
valiéndose de todos cuantos medios tiene a su alcance".
(1)
Seguramente ha logrado lo que con su orden de detención del "Negus",
un maestro comunista, comandante del ejército, que andaba visitando los
cuarteles generales para incitarles a una rebelión contra Prieto. El Partido
Comunista amparó a su afiliado, se comprobaron todos los cargos que le
hacía el Ministro de Defensa, y no obstante, la orden de detención no fue
cumplida. Véase el informe de Prieto, Cómo y por qué salí del Ministerio
de Defensa Nacional. Intrigas de los rusos en España, Pág. 23.
Este caso, con ser muy grave, es poca cosa comparado con el que vamos a
relatar a continuación:
Era Ministro de Defensa Nacional el Dr. Negrín, y la prueba del caso que habrá
hecho a denuncias de esa especie, es que dió a Galán, en ocasión de la
increíble provocación de marzo de 1939, uno de los mandos más importantes
en su proyecto de golpe de Estado en la región Centro y Levante, después de
la caída de Cataluña.
Pero el Gobierno ignora hasta la fecha que una gran parte de sus propios
proveedores de material de guerra, de sus técnicos industriales y militares han
sido detenidos en Santa Ursula y otros han desaparecido para siempre.
Vinieron a España con todas las garantías, personales y económicas. En la
Embajada de París les facilitaron todas las credenciales, papeles y contratos
necesarios. Y hoy han desaparecido. El Gobierno les cree en el extranjero.
Pero cometieron el delito de ser concurrentes especializados de la Rusia
amiga. Y la brigada especial se encargó de suprimirlos.
"Por la noche, poco más o menos a las doce, fuí trasladado al piso superior
para sufrir un interrogatorio. Primero y muy atentamente se me comunicó que
la denuncia anterior había sido retirada y que ahora se me acusaba de haber
tomado parte directamente o por lo menos en la preparación del atentado
contra Andreu, el presidente de la Audiencia de Barcelona.
152
Expliqué dónde había pasado el día del atentado, afirmé que nada sabía del
mismo y que lo condenaba como lo hacía la organizaciones a través de la
Solidaridad Obrera.
Sabían perfectamente que no había tomado parte. Lo que a ellos les interesaba
era saber el nombre de los verdaderos autores. Y continuaron insistiendo, en
ese sentido. Mi respuesta fue contundente: "Sí; he sido yo, con Azaña y
Companys". Era el hundimiento de sus esperanzas. Tuvieron que darse por
vencidos. Había llegado el momento de cambiar de procedimientos.
Dalmau se levantó. "Ya sabéis lo que tenéis que hacer", dijo a sus
subordinados. Los policías sacaron las pistolas y pusieron la bala en la
recámara. Aquello era el principio del fin. Calero intentaba esposarme las
muñecas a las espaldas. Mi reloj pulsera impedía la maniobra. Tranquilamente
me desabrocho el reloj y se lo entrego a Calero: "Toma, para que me des el tiro
de gracia lo antes posible".
Tengo el obscuro recuerdo de que comencé a golpear con todo el cuerpo, con
la cabeza, los hombros, los brazos. Perdí el conocimiento. No puedo
imaginarme el tiempo que pasé en esa situación. Cuando volví en mí estaba
fuera del agua y echado sobre una silla tapizada, colgando las piernas por un
lado y la cabeza por otro. Había vomitado extraordinariamente. El jabón era un
excelente vomitivo. Todo el cuerpo me dolía.
Ante el fracaso del interrogatorio fuí metido otra vez en la bañera en medio de
las injurias y de los juramentos de los policías. Esta vez tardé pocos segundos
en perder el conocimiento. Cuando volví a recobrarlo estaba vomitando,
echado sobre la silla. Los policías habían perdido también el control de sus
nervios y se mostraban con toda la brutalidad de que eran capaces. Me
golpeaban a puñetazos y a puntapies con frases groseras ...
Un poco más restablecido fuí nuevamente llamado al tercer piso para declarar.
El hecho se repitió otras dos veces. Vivía los nervios en punta, convencido de
que aquellas declaraciones acabarían fatalmente en el cuarto de baño.
Afortunadamente me equivoqué. Una noche me mandaron subir a un coche
particular. Ibamos, según los policías, a verificar un careo con mi acusador.
Comprendí bien. El coche enfocó por la calle Salmerón y se dirigió hacia la
Rabasada. Fuera de Barcelona encontramos otro coche parado en medio de la
carretera. Seguramente nos estaba esperando. Me obligaron a descender. Me
llevaron a la cuneta; la carretera estaba a obscuras. Los focos de los coches
iluminaban el lado opuesto. Vi claramente que había llegado mi fin.
Me mantuve impertérrito. Si había llegado hasta allí, bien podía llegar hasta el
final.
155
Algo se supo hacia afuera, por diversas caminos. Era imposible matar a ese
hombre sin provocar venganzas de los amigos. Fue rodando por varias
cárceles y luego cayó de nuevo en la de Barcelona, donde quedó retenido
gubernativamente y donde escribió el relato transcrito, que circuló
clandestinamente con otros documentos por el estilo, pero del cual se enviaron
copias a las autoridades.
presos
30 de enero de 1937 ................... 2.727
gubernativos
10 de febrero de 1937 ................... 2.587 " "
26 de febrero de 1937 ................... 1.761 " "
Que defiendan esos procedimientos policiales los que los han aplicado.
Nosotros denunciábamos que por ese camino no podíamos llegar más que al
triunfo de Franco, porque nos privábamos del auxilio y de la adhesión del
pueblo. Y no nos hemos equivocado. Si algo concreto se supo sobre esos
métodos, fue por obra nuestra. Los demás partidos y organizaciones, aun
disgustados, han callado, porque, decían, así lo exigía la guerra. Nosotros
entendíamos que la guerra exigía todo lo contrario: la terminación de esos
horrores enseñados y organizados por los comunistas rusos y el castigo
fulminante de cuantos se habían prestado, desde puestos directivos o como
simples instrumentos, a deshonrar nuestra guerra y a deshonrar nuestra
revolución.
156
No es ningún atenuante el que en la zona de Franco las cosas hayan sido más
horribles aun; las descripciones que se han hecho (1), parten el alma; pero el
empleo de los mismos procedimientos bajo la bandera de la República nos
llena de vergüenza, aun cuando no hemos pecado ni siquiera por el delito del
silenciamiento de esos crímenes.
(1)
Antonio Bahamonde y Sánchez de Castro: Un año con Queipo.
Memorias de un nacionalista. Buenos Aires, 1938. — Ruiz Vilaplana: Doy
fe... Un año de actuación en la España nacionalista.
Como quiera que sea, la marinería salvó una buena parte de la escuadra,
quedando en posesión de un acorazado, el "Jaime I°", tres cruceros, 10
destructores, 12 submarinos (6 tipo B y seis tipo C), los buques auxiliares Lobo,
Tofiño, Artabro, 3 torpederos, 4 guardacostas, etc. La flota rebelde tuvo un
acorazado, 3 cruceros, un destructor, 2 torpederos, submarinos alemanes e
italianos.
Al principio se tenía la ventaja del dominio del estrecho, a causa de los dos
cruceros enviados a reprimir el levantamiento de Marruecos, aunque faltaban
157
bases adecuadas próximas. Pero despues el Gobierno hizo salir hacia el Norte
las unidades que guardaban el estrecho y el enemigo se posesionó de él desde
sus bases de Cádiz y de Ceuta. Cuando la escuadra estaba en manos de la
marinería y de los técnicos leales, se pidió al Ministro de Marina, Indalecio
Prieto, que fuese fortificada Málaga como base para las operaciones navales
sobre el Estrecho; no fueron atendidos, y hubo que llegar a Cartagena.
Bajo la protección de los rusos — ocho eran los que actuaban de una manera
más destacada, uno en el Estado Mayor de la base de Cartagena, otro en el
Ministerio de Marina de Valencia, otro en la flotilla de destructores, etc., etc. —,
y de los agentes de Prieto, abanderados de la "disciplina", quedaron en la
escuadra, en los servicios de la base de Cartagena, en la administración naval,
etc., mas elementos afectos a los rebeldes que en el mismo ejército de tierra.
Pero para que esos elementos quedasen operando al servicio del enemigo fue
preciso descartar casi totalmente la influencia que la vieja marinería del 19 de
julio tenía en los barcos, y con más razón tenían que estorbar los oficiales
antifascistas no comunistas. El 15 de diciembre de 1938 el Estado Mayor de la
marina estaba completamente compuesto por comunistas, a excepción del
segundo jefe, el comandante J. Sánchez, buen técnico en materia naval. He
aquí la composición de ese Estado Mayor a las órdenes del ruso "Nicolás":
158
XI
Ascendían los jefes militares con cada nueva derrota que apuntaban en su
haber, y consolidaban su posición los políticos a cuya actuación se debían esos
desastres. Partidos y organizaciones rivalizaban en incienso a los héroes de los
desastres, en servilidad, en incondicionalidad.
Prieto se retiró del Gobierno después del derrumbe del frente de Aragón, donde
se puso de manifiesto bien claramente cuáles eran los métodos que nos
llevarían a la victoria... de Franco. Toda su ambición consistía en conseguir
alguna embajada, alguna misión especial en América, lejos de la contienda. Así
pudo encontrarse en la hora final, a la que tanto había contribuído, a buena
distancia del teatro de los sucesos.
Cesó toda crítica, toda observación. La objeción más insignificante fue tachada
de derrotismo. La prensa, la radio, los servicios de orden público, la
magistratura, todo se dedicó a fortificar la autoridad del gobierno. Y lo que no
lograba la persuación, lo lograba el terror, las persecuciones bestiales, la
inmovilización, cuando el interfecto no se rendía al soborno y la corrupción. Las
Cortes republicanas, los partidos y organizaciones fueron domesticados con
una unanimidad sorprendente y única en nuestra historia. Y los escasos
individuos a quienes no se pudo doblegar, fueron aislados como perros
sarnosos. Muy escasos militantes socialistas, anarquistas y republicanos, se
cuentan, por desgracia, entre esos casos de excepción. Nos referimos a las
personalidades conocidas, no al grueso del pueblo español, a las grandes
masas que no pecaron más que por exceso de fe en sus dirigentes.
hacían ver la similitud, el parentesco entre una España fascista y una España
comunista del tipo moscovita.
"1.º Sólo el Gobierno tiene facultad para efectuar incautaciones; por tanto,
todas las llevadas a cabo sin previo acuerdo del mismo, son nulas, y las
industrias deben devolverse a sus antiguos dueños, salvo si se trata de
facciosos, en cuyo caso pasan a la Caja de reparaciones (Decretos del 17 de
marzo de 1938).
Por tanto, ningún organismo oficial puede reconocer validez a actas, escrituras
notariales, contratos de compraventa o cesión, etc. referente a bienes de
propiedad de españoles, si no van acompañados de la correspondiente
autorización ministerial.
En los momentos actuales hay que examinar algunos puntos en relación con
nuestra participación gubernamental:
Declarábamos en ese informe también que "la política del Dr. Negrín no es la
política de la victoria..., el gobierno Negrín no es el Gobierno que exije la
guerra"...
intereses, sin ser siquiera la sombra de lo que han sido los fundadores, los
abanderados de esa organización en sus comienzos.
¿Es que no hay manera de eludir ese círculo vicioso? Nos esforzamos
unos años o algunas generaciones en dar vida a un potente instrumento de
lucha social progresiva. Cuando creemos tenerlo a punto, acrecida su
potencia por sacrificios sin fin, cuando el enemigo no lo deshace a fuerza
de persecuciones, de sangre y de terror, ese instrumento en manos de la
burocracia surgida de su seno, se convierte en casi un enemigo de sus
ideales anteriores, o por lo menos en un obstáculo para el logro de los
objetivos mismos a los que debe su existencia.
Los esfuerzos que hicimos durante los días que duró la crisis para inclinar
a los Comités superiores del movimiento libertario, que se empeñaban en
mantener un ministro estéril en el gobierno Negrín, ministro elegido por el
propio Negrín, al que no se consultaba y al que nada se informaba
referente a las cosas de interés vital, no son para descritos. El acopio de
razones, de informes, de datos que hemos expuesto para hacer
comprender lo perjudicial que nos era la colaboración en semejante
gobierno y lo funesto que éste era para una solución honrosa de la guerra,
habrían debido hacer reflexionar un poco más a los reacios al
pensamiento. Nada, sin embargo, hemos conseguido. Se declaró
previamente que, cualesquiera que fuesen nuestras razones, nada se
modificaría en su actitud. La C. N. T., o los presuntos representantes de la
C. N. T., se mantuvieron firmes en sus trece, a pesar de todas las
humillaciones de que fueron objeto incluso durante la tramitación misma de
168
grande que registra la historia española, pero ¿es qué todos los partidos y
organizaciones temían de igual manera un poco de luz? El tiempo, quizás,
esclarezca lo que nosotros no acertábamos a explicarnos entonces, ni hora
mismo (1).
(1)
Una tentativa del mismo género que la nuestra en el Frente popular,
hizo Araquistain en la Diputación permanente de las Cortes, reunida
en Paris 1º de abril de 1939, después de la caída total de la República.
Proponía Araquistain "que a toda colaboración entre la Diputación
permanente y el titulado Gobierno Negrín, preceda una labor de
fiscalización de la Comisión que se nombre al efecto, para que dicho
Gobierno rinda cuenta de su gestión".
sangre y lodo. ¡Otro desengaño! Como los enamorados pasan por sobre
los defectos de la persona objeto de sus ilusiones y de sus amores, así se
quiso cerrar los ojos hasta en los sectores de auténtico abolengo
revolucionario, sobre la personalidad moral y política del Dr. Negrín.
"Se han puesto en manos del Dr. Negrín los destinos de España,
y nuestra C. N. T. no ha querido constituir una excepción. ¿Tiene
calidad ese hombre para merecer una confianza que hemos
rehusado sistemáticamente a otros políticos de mayor altura
moral y de más capacidad intelectual?
¿Podía tener la guerra otro desenlace que el que ha tenido? ¿No había
que deplorar, como deplorábamos nosotros, la sangre derramada, las
ruinas originadas por la guerra?
177
XII
Los que no habían contraído ningún compromiso secreto para que la guerra
terminase en un desastre, es decir, las gentes honestas, de espíritu liberal y
progresivo, de mediana capacidad de reflexión, los que habían conservado un
mínimo de personalidad independiente, comprendían que la situación era
grave, que no se podía continuar mintiendo a la opinión, que urgía un remedio
eficaz en la orientación política general y en la dirección de la guerra en
particular. No podíamos conformarnos con manifestar a nuestros militantes una
realidad que había tanto interés en ocultar. No nos era posible apelar a las
grandes masas para que ellas presionasen de mil modos sobre el gobierno. La
tentativa que había hecho un año antes Largo Caballero le había llevado a una
condición de prisionero en su domicilio. No es que a nosotros nos asustase esa
u otra peor perspectiva, pero en el régimen imperante ni siquiera un sacrificio
personal lograría nada positivo. En más de una ocasión, la prensa
gubernamental, y casi toda lo era, insinuaba que por menos motivos que los
dados por nosotros, había muchas personas en la cárcel o habían ido al
fusilamiento. Y se atribuía a generosidad gubernativa el que pudiésemos
circular por la calle. Efectivamente, por menos motivos habían ido a la cárcel o
habían sido fusilados muchos españoles dignos. También lo denunciábamos
como una de las tantas razones para un procesamiento y una ejecución del
peor gobierno que ha conocido España en muchos siglos.
El propio general Rojo, jefe del Estado Mayor central, que se ha sentido
hondamente afectado por nuestras observaciones, tenía que reconocer: "...
Indudablemente el documento es de sumo interés y aunque ya tenía
conocimiento por habérmelo dado para informe el Sr. presidente, les agradezco
mucho que se hayan acordado de mí para remitírmelo. De él, solamente les
diré, que suscribo muchos de sus apartados, cuya orientación estimo justa y
beneficiosa para la guerra, y muchos de los cuales ya han sido repetidamente
formulados por este Estado Mayor en algunas propuestas" ... (1 de
septiembre).
Luis Araquistain (31 de agosto) nos decía entre otras cosas: "Felicito a su autor
o autores por la competencia técnica que el trabajo revela y por el acto cívico
de denunciar crímenes, anomalías y abusos tan funestos e intolerables que si
no se corrigen rápidamente, nos llevarán, como Vds. dicen muy bien, al
desastre fatal. Es lástima que tan magnífica exposición de inteligencia y
españolismo bien entendido, no llegue a conocimiento de todos los españoles
antifascistas y de alma independiente".
El coronel Emilio Torres: "Muchas de las sugerencias que hacéis coinciden con
sugerencias mías, orales y escritas, siendo de esperar que tengan, por parte
179
Comenzábamos por reconocer que los progresos militares del enemigo habían
sido constantes en los dos años de lucha que llevábamos, habiéndonos sido
conquistados por las armas, territorios extensísimos y capitales importantes de
nuestras provincias.
"Podemos decir que nuestro ejército no ha hecho hasta la fecha más que
resistir con mayor o menor fortuna, y las reacciones ofensivas que ha
emprendido, han sido neutralizadas casi siempre por el enemigo, el cual en la
mayor parte de las ocasiones, ha reconquistado con creces el terreno perdido
en ellas, gracias a una masa importante de maniobra que nosotros
necesitaríamos formar, para ganar la guerra, con doble efectivos que los de
nuestros enemigos...
"No vale, pues, engañarnos a nosotros mismos. Por el contrario, creemos que
vale la pena señalar los propios errores en documentos no destinados a la
publicidad y afianzados en la experiencia que hemos vivido en nuestra
campaña con el propósito de verlos corregidos. De lo contrario solo podemos
esperar una solución internacional de mediación en nuestro pleito, mediación
que sería seguramente poco favorable para la república. O esto o la espera del
consabido milagro que nos salve de un fracaso definitivo"...
Luego mencionábamos las causas por las cuales se había llegado a tan difícil
situación militar.
b) El Comisariado de Guerra
"En buena doctrina militar el que manda debe serlo todo para el soldado, el
cual ha de ver en él un amigo paternal, un fiel administrador, un maestro que le
guía en todo (y que incluso le enseña a leer), proporcionándole un aprendizaje
de cultura y de convivencia social. Si un oficial no tiene esas condiciones debe
ser separado de las filas del ejército, pero no está la solución en poner a su
lado un comisario para que las cumpla, o como ocurre casi siempre, para que
no las cumpla tampoco. El soldado ha de ver en el que manda un hombre
superior que puede conducirle acertadamente en el momento trágico y terrible
de la lucha. Ha de ver en el oficial un modelo y un ejemplo para poner en sus
manos el supremo sacrificio de la vida. La vida no puede ser puesto
arbitrariamente en juego, por muy justa que sea la causa que se defienda. El
sacrificio debe ser coronado por la victoria, es decir, por la ocupación del
objetivo designado por el mando. El mando dual no ha existido jamás en la
historia, pues aun en las épocas del Senado romano, los dos cónsules que se
nombraban lo ejercían alternativamente...
182
"Nos quejábamos antes del enorme peso que representaba para el país un
efectivo de 22.000 oficiales. Calcúlese lo que representará en el porvenir la
agregación, a los 45.000 oficiales que poseeremos, de otros 45.000
comisarios...
"La parte que afecta al comisariado está muy acertada y ojalá se tomara en
consideración, puesto que el comisario ha olvidado la función que le pertenece
y todo por querer servir al partido que le proporcionó el nombramiento. Muchas
veces estas actuaciones partidistas han dado resultados nefastos para la
unidad del ejército". (Hilario Esteban, Sección Coordinación del Comité
Regional de Cataluña de la C. N. T. (1º de septiembre).
Por nuestra parte hemos tratado numerosos miembros del equipo militar de la
U. R. S. S. y hemos podido apreciar su pesadez de concepción, su escasísima
vivacidad para resolver problemas imprevistos. Por eso, generalmente, cuando
una operación no resultaba como ellos habían propuesto, se desconcertaban y
dejaban al azar las medidas susceptibles de contrarrestar el fracaso. Y en
cuanto a los coroneles y generales que nos enviaron como técnicos en el arte
de hacer la guerra, no pasaban, y es mucho decir, del nivel medio de
cualquiera de nuestros capitanes medianamente formados.
184
"La aviación es, según la frase consagrada, "el ojo del ejército" y el "puño
izquierdo para el boxeo del mando". Y es lamentable convenir que desde este
punto de vista nos hallamos en el ejército popular muy próximos a la ceguera
total y que nuestros mandos sólo pueden utilizar para el boxeo sus puños
derechos constituidos por la artillería" (1).
(1)
Al comentar con algunos aviadores españoles el hecho de seguir la aviación
en manos de los rusos o de sus testaferros y la escasa eficacia de un arma tan
decisiva en manos del adversario, se llegaba a la conclusión de que la aviación
republicana se mantenía sobre todo para una fuga eventual precipitada de los
elementos más responsables. Se atribuye al presidente Azaña una frase, de
cuya autenticidad no respondemos. Rebatiendo la política negrinista de la
resistencia, Azaña habría dicho: "Considero que el período de los heroísmos
extremos y estériles ha pasado. Sin embargo, estoy dispuesto a una nueva
Numancia, pero... sin aviones".
"En estas condiciones se ha producido un clima moral que dista mucho del
ambiente sano, noble y de ejemplar compañerismo en el combate que debería
185
reinar entre la oficialidad leal, y en ello hay que buscar la causa de muchas
evasiones, de muchos fracasos y de la inexistencia de buenos mandos" ...
"Las exenciones de servicio en los frentes, por razones de índole política, los
llamados indispensables en la administración civil, los afectos a las industrias
de guerra, los que estando comprendidos en quintas movilizadas prestan
servicios en carabineros, cuerpo de seguridad y uniformados, S. I. M. (Servicio
de investigación militar), y en la policía, producen un malestar grande entre los
combatientes y sus familiares. Debe ser enmendado todo ello con mano dura y
de forma imparcial. Un ejemplo: hace pocos días, el sub-secretario de
propaganda, al servicio del Partido comunista, ha sido movilizado como
perteneciente a industrias de guerra, y es que desde allí sirve al partido
lanzando toneladas de propaganda comunista".
"Ya hemos esbozado lo que debe ser un ejército del pueblo, no de un partido o
fracción. Ahora queremos aludir a otra forma de lucha armada que en todos los
países se designa como guerra a la española o guerrilla. Incluso la palabra
guerrilla ha pasado a todos los idiomas como expresión de la guerra irregular.
Son los chinos los que actualmente han vuelto a poner de manifiesto las
grandes perspectivas de esa forma de guerrear.
"Pero si los guerrilleros y cuerpos francos han sido mimados por las
autoridades militares y civiles en todos los tiempos y en todos los países, en
ninguna parte como en España han jugado un papel tan decisivo. Fueron los
guerrilleros voluntarios y populares los que decidieron la suerte de los ejércitos
napoleónicos en nuestro territorio; y fueron los guerrilleros los que resolvieron
la primera guerra carlista de siete años a favor del sistema que al pueblo le
parecía menos despótico y retrógrado.
"La supresión a rajatabla de las milicias populares, que habrían podido prestar
servicios auxiliares en retaguardia y habrían centrado su acción principal en los
golpes de mano, en las infiltraciones en territorio enemigo, en mil acciones
esporádicas, pero inquietantes para los invasores, nos ha privado de un
soporte popular activo y nos ha quitado de las manos un instrumento precioso
de cooperación eficaz con el ejército".
"Por ejemplo, hay que sancionar al jefe que pistola en mano obliga a un grupo
de artillería a tirar a cadencia superior a la que permite el material, ocasionando
la inutilización de varias piezas; al que roba y saquea el país que ocupa; al que
fusila ilegalmente; al que se excede en sus atribuciones y al que no estudia y
se capacita para el mando a que se le destina, sin perjuicio de las sanciones
que marca el código por traición y cobardía para todos los componentes del
ejército.
"3º Justa fijación de las funciones del comisariado de guerra, que no podrán
nunca mermar las atribuciones y responsabilidades del mando militar.
188
"El terror poco inteligente no es un arma que pueda favorecer nuestra causa.
La elección de agentes ignorantes e inexperimentados no puede conducir más
que a justificar sueldos con servicios de mero chismorreo y apartados por
completo de la gran tarea a realizar"...
Pero si una victoria militar era imposible, el enemigo tenía su talón de Aquiles
vulnerable, que era su retaguardia propensa a descomponerse y a
desmoralizarse. Naturalmente, una rebelión de esa retaguardia no era dable
esperarla por una simple acción de propaganda. Había que combinar varios
factores, aparte de esa acción, por ejemplo una labor equivalente en Marruecos
y una acción militar de resonancia y de efectismo y un mayor empleo de la
guerra irregular.
5º Cada zona debería poseer por lo menos un agente director, uno o varios por
cada partido político encargados de informar y de ejecutar órdenes,
propaganda, etc., etc., un centralizador de informaciones y transmisor de las
mismas, uno o varios saboteadores.
6º En cada división del ejercito rebelde se debería contar por lo menos, con un
agente de nuestro servicio secreto, y si fuera posible con uno en cada
periódico, ministerio o entidad importante.
(1)
Una operación muy semejante, a iniciativa del general Asensio, se llevó a
cabo algunos meses más tarde, aunque no con los medios y la preparación
previstas en nuestra memoria. Nos escribía este general (15 de septiembre):
"Estoy conforme con las líneas generales de las acciones para ganar la guerra,
pero no en los detalles, que deben ser de quien tenga la responsabilidad de la
ejecución. Como orientación son admisibles y los juzgo de primordial interés".
"La política militar tiene que ser de carácter únicamente técnico, estableciendo
una unidad de acción y de voluntad para lograr la mayor eficiencia en el empleo
y coordinación de las fuerzas de mar, de tierra y de aire. Concretamente, esa
política se ha de referir al empleo de las fuerzas militares, elección de los
teatros de operaciones, distribución de fuerzas y elementos entre ellos y
sistema de guerra a emplear en cada caso, sin que intervengan para nada,
como no intervienen en las investigaciones científicas o en las aplicaciones
técnicas, los idearios y la política de los partidos, ni las aspiraciones de clase".
"Más de dos años de experiencia bastan y sobran para poder asegurar cual es
el camino de la derrota militar. Hemos intentado señalarlo. Proponemos la
necesaria corrección.
192
XIII
La lógica del pueblo no siempre coincide con la lógica de sus directores. Como
resultado de la victoria de julio, el pueblo quedó a su merced, dueño de sus
destinos, de su voluntad. Si esa liberación pudo llevar el pánico a los
gobernantes profesionales, si dió origen a algunos excesos particulares, si al
amparo de esa libertad brotaron también, junto a las buenas, algunas malas
semillas, la grandiosidad del espectáculo sublime no por eso desmerece.
Mientras el pueblo tuvo la iniciativa, rebasando a sus jefes, políticos, militares,
sindicales, no se dió un paso atrás en el campo de batalla. En la medida en que
se fue privando al pueblo de su iniciativa, decayó el espíritu constructivo en
economía, la combatividad y el heroísmo en el frente, el funcionamiento
apasionado de todos los resortes de la vida, del trabajo, de la creación.
Consideraciones generales.
Sin nuestro apoyo, la militarización no habría sido posible. La sola presión o los
decretos del Gobierno no habrían bastado para acallar el descontento y reducir
el espíritu de resistencia instintiva a una militarización que tenía otros
propósitos que el de la mera disciplina, como se vio claro más tarde (1). Nos
faltó visión para proponer las dos formaciones, la regular del ejercito y la
irregular de las milicias del pueblo. Pusimos así nuestros destinos, los destinos
de la España revolucionaria y los destinos de la guerra, en manos de nuestros
enemigos naturales e irreconciliables, los usurpadores de la llamada ayuda
rusa, que no fue tal ayuda, sino un escandaloso negocio de venta de algunas
armas, muchas veces de pésima calidad, y una hipoteca vergonzante de la
dirección de la política española y de la guerra.
(1)
Las revelaciones del general Krivitsky sobre la política staliniana en
España muestran un poco de luz sobre los móviles de la militarización, de
la creación de las Brigadas internacionales y de todo el tinglado
burocrático y militar inspirado por los emisarios rusos. (The Saturday
Evening Post, 15 abril 1939, Filadelfia).
Comenzó en las filas del ejército una obra de aplastamiento de las mejores
cualidades del combatiente español. Se quiso imponer una disciplina brutal por
el terror. Para asegurarla se crearon grandes ejércitos de orden público, los de
Carabineros, los Guardias de Seguridad y asalto, Policía, Servicio de
investigación militar, etc. Había en todo el territorio español, en 1930, 694 jefes
y oficiales de carabineros, 14.526 hombres de tropa de infantería, 350 de
caballería. Compárense esas cifras con los 100.000 carabineros actuales en un
territorio tan restringido que sólo equivale a una quinta parte de nuestro país.
En lo relativo a las otras fuerzas de orden público, la proporción del aumento es
más o menos equivalente. ¿Se pensó en las necesidades de la guerra o se
tuvieron en cuenta más bien las apetencias políticas de predominio cuando se
dió vida a esos cuerpos monstruosos de retaguardia que fracasaron
rotundamente siempre que se pusieron en contacto con el enemigo del otro
lado de las trincheras?
"Es muy difícil que a un hombre que no ha comido en dos días y no tiene ropa
ni calzado le pueda bastar, para conformarse, una conferencia o un discurso
político" ...
"El Ejercito de Extremadura ha sido estos dos años terreno abonado para la
política del Partido comunista, que se resume en un descarado favoritismo en
los mandos y en el proselitismo entre la tropa. No sólo la totalidad de los altos
mandos, desde jefe de ejército a jefe de brigada, eran feudo de los comunistas,
sino que en ellos se ejercía, a presión del Partido, una rápida rotación del
personal, en satisfacción de ambiciones ... Así, brigadas como la 91, cambiaron
en seis meses más de seis jefes.
No obstante, para taparnos los ojos, se dice que ganamos posiciones (2), que
estamos mejor que ayer. Aparte del error que significa el suponer que el
nombramiento de algunos mandos, el logro de algunos ascensos, la colocación
de algunos comisarios, que no pueden pesar en ninguna determinación
fundamental, equivale á ganar posiciones, tampoco es verdad desde el punto
de vista numérico, pues del predominio indiscutible que teníamos en la
dirección de la guerra al fascismo hemos pasado a la categoría de simple carne
de cañón.
(2)
Pondríamos citar esa expresión a través de numerosas circulares del
Comité Nacional de la C. N. T., que engañaba así a sus organismos.
El chantaje comunista.
Cuando fue invadido Aragón por las divisiones comunistas, como para preparar
así la invasión de esos territorios y de Cataluña por las divisiones de Franco,
hemos protestado públicamente contra los crímenes, depredaciones y acciones
contrarrevolucionarias de un Lister, por ejemplo. Hemos publicado un informe
de la Regional aragonesa de la C. N. T. en el que se destacaba la
reconstrucción económica llevada a cabo por los campesinos, obra que la
brutalidad de los invasores moscovitas destruía de una manera caprichosa (1).
(1)
Habiendo perdido toda nuestra documentación, son muy pocos los
datos concretos que podríamos dar sobre esa obra gigantesca de las
colectividades agrarias en Aragón, sobre las experiencias hechas y los
resultados obtenidos. Esas empresas están por encima de todo elogio, y
si no hubiese otras razones, ellas solas justificarían nuestra revolución
estrangulada y la harían perdurar a través de los tiempos en la memoria
de los que la vivieron.
Ascensos.
"Se viene realizando una política de ascensos arbitraria. Desde las operaciones
de Teruel se ha ascendido a elementos comunistas y a otros que integraban
ciertas camarillas. En cambio se niega el ascenso sistemáticamente a
elementos de probada capacidad y diligencia. Ejemplos: Matilla, Guarner,
Casado y bastantes otros que no son del caso. Se da el caso de que un
teniente de la C. N. T. que forma parte del Estado mayor, es propuesto, con
201
En el mismo informe se habla del "monopolio" de los altos mandos por parte de
los comunistas en los ejércitos de la zona catalana, mencionando como prueba
la Agrupación de ejércitos del Ebro, con Modesto, el quinto cuerpo de ejército
con Lister, el quince con Tagueña, el doce con Etelvino Vega, el dieciocho con
del Barrio, el once con Galán.
Se asesina ilegalmente.
En todas las unidades del ejercito, no obstante tener nosotros, como hemos
dicho, el cuarenta por ciento de los combatientes, funcionan células de partido
con una red de relaciones que siembran el disgusto y la desconfianza entre los
soldados y los mandos. Nosotros, que no somos partidarios de un ejercito de
partido, sino de un instrumento bien organizado y coordinado para la liberación
del país, hemos rehusado y obstaculizado la formación de nuestros núcleos de
organización, de control y de lucha para contrarrestar toda maniobra y toda
extralimitación posibles. Y sin embargo estamos convencidos de que en ese
terreno nuestra actuación no podría ser igualada, porque contamos con la
experiencia de muchos años de conspiración revolucionaria y se encuentran a
nuestro lado los hombres mas valerosos y abnegados.
que, con menos valor personal que nuestros camaradas, tuvieron que darse de
alta en el Partido comunista para no verse postergados, vejados y perseguidos.
Del informe del capitán Pedro Ucar, brigada 72, entresacamos lo que sigue:
El tal Moisés García, jefe de la tcheka, le disparó dos tiros en la sien al mismo
tiempo que le decía: "Toma, cabrón, para que no molestes más". El hecho se
llevó a cabo en la carretera de Ainsa a Bielsa, el día 6 o 7 de abril. Su cadáver
fue enterrado en La Fortunada, un pueblecito del valle de Bielsa. Un buen
testigo de este hecho es el comisario de compañía Augusto Sánchez, pues el
propio matador el dio cuenta de la hazaña" ...
"Al llegar a dicha base los oficiales fueron invitados a subir a la oficina del
comandante y al entrar en ella fueron desarmados, para lo cual el comandante
hizo formar a los soldados y les hizo un discurso con palabras bastante
groseras. A continuación hizo pasar la compañía de cinco en cinco y rendir
armas. Después dijo a los soldados que siguieran su camino hacia su base. Un
sargento de la compañía, al ver que no salían los oficiales, preguntó al
204
Sostiene dicho compañero que no hubo tal consejo de guerra, que los oficiales
fueron pasados por las armas por pertenecer a la 26 división.
No vale la pena que sigamos haciendo esta relación macabra. Basta resumir
diciendo que muchos compañeros activos del frente tienen más temor a caer
asesinados por los aliados comunistas que a morir en lucha con el enemigo del
otro lado de las trincheras.
Tal estado de cosas no es accidental, sino endémico, desde que los agentes de
Moscú se han infiltrado en las filas del ejército. Colaborar con ellos, con el
pretexto de que la guerra lo exige, es algo más que pecar de tontos (1).
(1)
En otro de los informes presentados a ese Pleno mixto de regionales
del movimiento libertario, nos referíamos concretamente a ese aspecto de
la inconveniencia de contribuir con nuestro apoyo al sostén de un
gobierno necesariamente fatal para la guerra y para la revolución.
"En los hospitales militares hay un problema latente. Es este: se hace la más
baja, la mas rastrera de las políticas; y a los enfermos, a los hermanos heridos,
se les hace blanco de ella. Se cotiza su dolor y sus heridas, se condiciona su
bienestar de enfermos a su afiliación política". El mismo Sindicato denuncia la
manera de emboscar comunistas por supuestas enfermedades y hace
206
declaraciones que no pueden pasar por alto sin desdoro para la propia
organización confederal que tolera todo ello desde fuera y desde dentro del
Gobierno en que participa.
En un informe bien concebido y realizado sobre la situación del ejército del Este
por un oficial de la 26 división, después de exponer con lujo de detalles la
situación militar y moral, y después de explicar la razón de muchos fracasos y
desastres, se nos hacen advertencias como éstas:
"Creemos que se puede y que se debe exigir respeto y el valor que cada uno
en sí representa, y nuestro movimiento, tanto por sus individualidades como
por su organización, debe exigir e imponerse si es preciso para evitar que sus
hombres se vayan desanimando y desalentando por no estar respaldados por
el movimiento libertario al cual se deben y al cual no deben renunciar bajo
ningún concepto, por muy crítica que sea la situación y por muchos obstáculos
que encuentren en el desarrollo de su cometido como hombres de
responsabilidad" ...
"El ejército es más partidista que nunca, nuestros soldados y oficiales jamás
rendirán lo que se espera de su valor y saber mientras el empleo de sus
cualidades se supedite a una dirección política determinada y se persista,
desde el órgano directriz de la guerra en alimentar influencias y mirar los
problemas de la misma a través de sus alternativas de matriz.
Coincidimos también con esta apreciación final: "Estos hechos son de tal
volumen y gravedad, por las consecuencias que de los mismos se derivan, que
silenciarlos por nuestra parte y aun soslayarlos por el Gobierno es delinquir" ...
La consigna de la resistencia
No somos los anarquistas los que hemos de aflojar, ni aun terminada la guerra,
por la cuenta que nos tiene. Pero no queremos tampoco hacernos culpables de
la aprobación de una consigna que no dice nada o que no se practica por los
mismos que la pregonan.
3° Nada se sabe si queda o si se han agotado totalmente las reservas oro del
Banco de España. Pero hacer un hecho que habla con elocuencia: Rusia ha
adquirido los tejidos almacenados en Cataluña y otros productos por valor de
muchos centenares de millones de pesetas, y se sospecha con razón que esas
adquisiciones sirven como garantía de pagos. La política financiera del
Gobierno de la República se ha llevado, desde que estalló la guerra, en un
secreto que no se había conocido jamás en la historia, ni siquiera en los
regímenes del despotismo imperialista. Nosotros, y suponemos que tampoco
ningún partido político de los que intervienen en la cosa pública, no sabemos
absolutamente nada de lo que acontece con nuestras finanzas, de su situación
aproximada. Y para comprometernos sin objeciones en una consigna de
absoluta resistencia, lo primero que habíamos de haber conocido y estudiado
es la propia situación financiera. Con unas finanzas en quiebra, sin una
211
Hemos pagado todo lo que nos ha exigido. Quizás nos ha cobrado cien por lo
que sólo vale diez. Pero este es otro asunto.
Los consejeros rusos no tienen calidad técnica para dirigir nuestra guerra,
teniendo como tenemos militares españoles leales que pueden dar buenas
lecciones de táctica y de estrategia a los generales, coroneles, comandantes y
demás que nos ha enviado Stalin para enseñarnos a ganar batallas como la de
Brunete, la de Teruel, la del derrumbe de los ejércitos del Este, Levante y
Extremadura.
La dirección de la guerra
Esos errores no los atribuye ese informe al propósito de perder la guerra, "más
bien creemos, dice, en la incapacidad de las cabezas rectoras de este ejército"
...
Y las doctrinas, los métodos, las órdenes de los consejeros rusos son las que
traduce para nuestras unidades el general Rojo, jefe del Estado mayor central.
El general Rojo no es un hombre a la altura de su misión y de su cargo. Y
después de los desastres que tuvieron lugar desde que lleva ocupando la
jefatura que detenta, era hora oportuna de una destitución fulminante, sin que
eso implicase un delimitación de sus responsabilidades.
Sin embargo, basta por ahora. No hemos tocado sino una milésima parte de lo
que sería preciso decir sobre la guerra, sobre su dirección y sobre las
condiciones que son inevitables para ganarla. Pero lo dicho, no por nosotros,
sino por documentos no rechazados que obran en los archivos de nuestras
organizaciones, es suficiente para tomar una decisión. Y si la argumentación no
fuese bastante elocuente, que se repase el mapa de la península y se verán los
millares de kilómetros cuadrados que se perdieron durante la gestión dirigente
de los actuales responsables de la política de guerra, y la cantidad enorme de
ciudades que pasaron al enemigo, entre las cuales abundan algunas de suma
importancia: Bilbao, Santander, Gijón, Lérida, Castellón, Teruel, Caspe, Alcañiz,
Morella, Vinaroz, Balaguer, Tremp, Castuera" ...
16) Se velará porque el reparto del armamento y los servicios auxiliares del
ejército se hagan equitativamente a todas las unidades.
17) Coordinará los mandos del ejército de tierra, de las fuerzas del aire, de la
flota y de los tanques.
Sobre estas bases y esta orientación, una Comisión mixta puede asegurar la
unidad de acción y de interpretación de nuestro movimiento y dar un mínimo de
satisfacción a los camaradas que luchan y mueren por la causa antifascista.
217
Leído a distancia, fuera ya del teatro de la guerra, que hemos perdido, parece
imposible que el cúmulo de acusaciones graves que resumíamos en este
informe, no haya merecido decisiones radicales, un cambio de la línea de
conducta, una negativa de todo apoyo al gobierno que inspiraba o consentía
ese estado de cosas en el ejército. Hasta tal punto se había hecho de la
mentira, de la simulación, un arma política, que cuando se presentaba a los
dirigentes de los partidos y organizaciones la verdad desnuda, se tapaban los
ojos voluntariamente para no verla. Política de avestruces. Nuestros propios
amigos temían la verdad y prefirieron dejarse adormecer por los cantos de
sirena del negrinismo. Continuamos solos, una minoría restringida apenas al
Comité peninsular de la F. A. I., al que sólo sostenía la persuasión de que la
gran masa combatiente estaba con nosotros, de que el pueblo de la
retaguardia pensaba como nosotros pensábamos. Pero a la altura a que
habíamos llegado nos faltó la fuerza necesaria para afirmar con hechos nuestra
actitud; todo vehículo hacia la gran masa nos había sido cortado por la
presunta política de guerra, y hacia afuera, hacia el mundo exterior, hacia los
que no podían adivinar nuestros esfuerzos, participando incluso en el equipo
gubernamental de Negrin, la impresión de la unidad, del acuerdo armónico y
solidario de todas las tendencias políticas y sociales, no dejaba lugar a ninguna
duda.
XIV
primer instante una red de espionaje que penetró en todos los lugares vitales
de la economía, como se había hecho en el ejército, en la marina, en la
aviación (1) ... No se tomaba ninguna decisión sin contar con los rusos, sin que
éstos dieran su visto bueno. Lo mismo en la guerra que en la economía, en las
finanzas o en la política internacional.
(1)
Un ejemplo entre muchos: el de las fábricas de papel de fumar. Es
sabido que el papel de fumar español, de Levante y de Cataluña, tenía un
mercado mundial seguro. Los rusos, cuando las fábricas de papel tenían
que cerrarse por falta de materia prima, ofrecieron ésta, sueldos
extraordinarios y víveres a sus obreros y técnicos para trabajar sin
descanso con destino a Rusia. De esa forma el stalinismo comenzó a
hacer suya la clientela de esa producción y sus técnicos industriales se
pusieron en condiciones de trasladar a Rusia esa especialidad, llevando,
en algunas ocasiones, hasta las máquinas de las fábricas. Cuando
España vuelva a ponerse en situación de continuar la fabricación del
papel de fumar, se encontrará con una competencia hasta ahora
desconocida: la de Rusia.
Favorecidos Por cl chantage de la ayuda staliniana, que no fue tal ayuda, sino
un desvalijamiento escandaloso de nuestras finanzas y de nuestra economía
por los delegados comerciales rusos, los comunistas españoles, insignificantes
en número, tan insignificantes como en calidad, al estallar el movimiento de
julio (1), se atrajeron poco a poco a todos los que no tenían cabida en los otros
partidos y organizaciones a causa de sus antecedentes dudosos e impusieron
su predominio en todas las esferas de la vida pública. Adhesión popular
espontánea no tenían ninguna. Si por nuestra parte no habríamos sabido elegir
entre la victoria de Franco y la de Stalin, por parte de la población políticamente
indiferente, se prefería ya el triunfo de Franco, en la esperanza vaga de que lo
haría mejor, de que el sufrimiento al menos no sería más duro y que las
persecuciones y las torturas no serían más salvajes. Y por odio a la dominación
rusa que se tenía que soportar en la España republicana, se minimizaba el
hecho que del otro lado la dominación italiana y alemana no eran más suaves
ni distintas esencialmente por sus procedimientos y sus aspiraciones.
(1)
En las jornadas del 19 de julio en Barcelona, se nos informó, como una
novedad extraordinaria, que había sido visto en la calle un comunista,
antiguo obrero metalúrgico de la C. N. T.
Pero para volver a contar con el pueblo como factor activo de la contienda era
preciso, en el orden político, un cambio de gobierno, sobre todo el alejamiento
del doctor Negrin y de su criado para la política exterior, Alvarez del Vayo,
agentes de Rusia, dictadores al dictado de los comunistas, y en el orden militar
se imponía una reorganización a fondo de los cuadros de mando, una
revalorización de la personalidad del combatiente, la utilización de los jefes y
oficiales postergados y perseguidos a pesar de su historial antifascista y de su
competencia, la supresión de los crímenes que se perpetraban constantemente
en las filas del ejército por motivos de predominio partidista ...
Aunque sólo sea para servir a la verdad, es necesario que digamos cual ha
sido nuestra posición, cual nuestra actitud en una guerra que se debía a
222
(1)
El coronel de artillería Jiménez de la Beraza, el alma de las industrias de
guerra de Cataluña, fue llamado una vez a consulta por la Subsecretaría
de Armamento para investigar cuál podría ser la causa del escaso
rendimiento de la artillería, que se inutilizaba a los pocos disparos. Se
hablaba por unos de la calidad de las pólvoras, por otros de sabotage de
los artilleros, etc. El coronel Jiménez de la Beraza sostuvo que la causa
de las deficiencias señaladas se debía al hecho que no habían sido
fusilados los que compraban el material.
Tal era el tono del lenguaje de la F. A. I., en el Frente popular, el nexo político
en que decía apoyarse el Gobierno.
Las noticias del frente confirmaban cada día nuestros temores y presunciones.
La desmoralización del Ejército era completa. Las únicas unidades donde se
mantenía la disciplina y la voluntad de resistencia, por motivos ajenos a la
propaganda gubernamental, o precisamente porque en ellas la propaganda y la
acción corrosiva del Gobierno no podían operar, eran aquellas donde nuestro
predominio era más o menos completo.
Nuestra inseguridad sobre la situación militar era compartida por los que no
habían querido dejarse sobornar por los amos de la hora, agentes de los
turbios planes de Stalin. Nos agitábamos para que se buscasen salidas
honrosas, si es que no se querían aceptar las que nosotros propiciábamos, de
cambio de Gobierno y de honda remoción de los mandos militares y de los
altos cargos en el Ejército y en la administración. ¡Inútil esfuerzo!
En compensación por cuanto hacíamos para preservar a España del fin trágico
y vergonzoso a que se avanzaba velozmente los agentes de Moscú tomaron la
medida heroica de desterrar al general Asensio a Wáshington, ordenaron
detenciones que no podían llevarse a cabo sin producir serios disgustos, se
236
Negrín tuvo conocimiento, horas más tarde, de nuestra entrevista con Azaña,
de nuestras reivindicaciones. Pero no ha debido inmutarse, porque nuestra
independencia, nuestro sentido de dignidad, nuestra resistencia a la corrupción,
eran contrarrestadas ampliamente por la actitud de todos los demás partidos y
organizaciones, uncidos a su carro victorioso.
acuerdo, por arriba, por la cima, parecía, pues, completo. El Gobierno Negrín
era un Gobierno fuerte, sostenido por la opinión oficial de los partidos, de las
organizaciones sindicales, de los Gobiernos autónomos. En ese concierto
faltaba nuestra pobre voz, que representaba algo más que una organización de
lucha y de ideas, representaba a España, a la España del trabajo y de la
guerra, a la España popular, de la que nadie se acordaba.
El Jefe del Estado Mayor central, general Rojo, informó favorablemente desde
el punto de vista de la eficacia militar, pero Negrín nos hizo comunicar por su
240
Sabíamos que era mentira lo que se nos decía, sabíamos cómo se cargaba y
dónde era quemada la propaganda oficial para la zona de Franco, sabíamos
que se habían creado algunos servicios que no habían logrado otra cosa que
situar a sus hombres en buenos hoteles franceses e informar desde allí de lo
que decía la prensa.
XV
Conclusión
El fracaso del fascismo en España era el primer peldaño del derrumbe del
fascismo en Europa y en el mundo. Comprendemos la trágica situación de
Inglaterra, que ha sostenido al fascismo italiano desde que comenzó a
despuntar como instrumento liberticida, puesta ante la obligación, atendiendo al
propio interés, de ayudar al antifascismo español. Los acontecimientos que
estamos viviendo nos muestran que optó a favor de Italia y contra nuestra
España, contra esa España a la que en 1808 creyó de su deber auxiliar en su
lucha contra Napoleón, y lo hizo esta vez en propio daño.
Podemos ahora hablar de muchas cosas que nos atribuyen sin razón, y de las
que no nos atribuyen, porque se ignora cuales han sido sus fuentes y
determinantes.
Esas cifras dicen algo de la epopeya popular más grandiosa de los tiempos
modernos. Ni siquiera la derrota disminuye su gloria y su trascendencia
histórica. Esos cadáveres abonan la vitalidad de la España eterna, que
resucitará de sus cenizas, más pujante e invencible que nunca.
con armas o sin ellas, era sólo la ambición de disfrutar después del desastre,
solos, del botín logrado con nuestra derrota, que era su victoria.
Casi tres siglos duró el aplastamiento del espíritu ibérico después de la derrota
de los comuneros de Castilla y de los agermanados de Valencia por el
emperador Carlos V, y de la liquidación de las libertades de Aragón por Felipe
II. ¿Quién podía figurarse que nuestro pueblo estuviese todavía vivo en 1808?
En aquella gesta gloriosa de seis años volvió España a entrar en la Historia.
Pero en 1823, el tirano abyecto Fernando VII, creador de escuelas de
tauromaquia, logró imponer de nuevo su despotismo sobre ríos de sangre y
martirios infinitos. Desde aquella época hasta julio de 1936, entre guerras
civiles, rebeliones populares y períodos de cansancio y de agotamiento, un
intervalo de poco más de un siglo, ¿cuántos profetas anunciaron la muerte de
España? En 1936 se mostró nuestro pueblo otra vez tal como es, heroico en la
lucha y genial en la reconstrucción económica y social, recuperando en pocos
meses de libertad el propio ritmo. La derrota de 1939 durará más o menos;
pero sólo a costa del exterminio total del pueblo español podrá cambiar
definitivamente el espíritu de ese gran pueblo y se logrará sofocar la esperanza
de la nueva vida, de la nueva aurora.