Simenon, Georges - La Muerte Ronda A Maigret
Simenon, Georges - La Muerte Ronda A Maigret
Simenon, Georges - La Muerte Ronda A Maigret
Georges simenon
Georges Simenon
CAPTULO UNO
EDAD APARENTE, 32; ESTATURA, 1,69...
C.I.P.C. a Direccin general de Seguridad, Pars.
Xvzust Cracovie vimontra m ghks triv psot uv Pietr-le-Letton Bremen vs tyz btolem.
El comisario Maigret, de la primera Brigada Mvil, levant la cabeza y tuvo la impresin
de que el ronquido de la estufa de hierro colocada en medio de su despacho y unida al techo por
un grueso tubo negro se haca ms dbil. Dej el telegrama, se levant pesadamente, regul la
llave y ech tres paletadas de carbn al hogar.
Despus de lo cual, de pie, dando la espalda al fuego, llen la pipa y se afloj el cuello
postizo, que, aunque era muy bajo, le molestaba.
Mir el reloj, que marcaba las cuatro. Su chaqueta colgaba de un gancho colocado detrs
de la puerta.
Se dirigi lentamente hacia la mesa de despacho, volvi a leer el telegrama y tradujo a
media voz:
Comisin Internacional de Polica Criminal a Direccin General de Seguridad, Pars:
Polica Cracovia seala paso y salida para Bremen de Pietr el Letn.
La Comisin Internacional de Polica Criminal (C.I.P.C.) reside en Viena y dirige, en total,
la lucha contra el bandolerismo europeo, encargndose ms particularmente del enlace entre las
diversas policas internacionales.
Maigret cogi un segundo telegrama, redactado tambin en polcod, lengua internacional
secreta utilizada en las relaciones entre todos los centros policacos del mundo.
Tradujo mientras lea:
Polizei-praesidium de Bremen a Direccin General de Seguridad de Pars: Pietr el Letn
sealado en direccin Amsterdam y Bruselas.
Un tercer telegrama, procedente de la Nederlandsche Cntrale in Zake Internationale
Misdadigers, el G. Q, G. de la polica neerlandesa, anunciaba:
Pietr el Letn embarcado compartimento G. 263 coche 5, a las once maana en la
Estrella del Norte, con destino Pars.
El ltimo telegrama en polcod proceda de Bruselas y deca:
Verificado paso Pietr el Letn 2 horas Estrella del Norte en Bruselas compartimento
designado por Amsterdam.
Maigret, ancho y pesado, con las manos en los bolsillos y la pipa en la boca se plant
delante de un mapa inmenso desplegado en la pared, detrs de la mesa de despacho.
Su mirada fue desde el punto que representaba Cracovia hasta otro punto que designaba el
puerto de Bremen; luego, de all a Amsterdam y a Bruselas.
Volvi a mirar la hora. Las cuatro y veinte. La Estrella del Norte deba rodar a ciento diez
por hora entre San Quintn y Compigne.
Sin parada en la frontera. Sin disminuir la velocidad.
En el coche 5, compartimiento G. 263, sin duda Pietr el Letn se ocupaba en leer o en
mirar el paisaje que desfilaba ante sus ojos.
Maigret se dirigi hacia una puerta que abra un armario, se lav las manos en una
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palangana de esmalte, pas un peine por su duro cabello castao oscuro, en el que apenas se
distinguan algunos hilillos blancos alrededor de las sienes, y luego se ajust de cualquier
manera una corbata que nunca haba logrado anudar correctamente.
Era noviembre. Caa la noche. Por la ventana pudo ver un brazo del Sena, la plaza SaintMichel y un barco, todo ello envuelto en una sombra azul que las farolas una tras otra
estrellaban.
Abri un cajn, y recorri con la mirada un telegrama del Despacho Internacional de
Identificacin de Copenhague.
Direccin General de Seguridad, Pars:
Pietr-le-Letton 32 169 01512 0224 0255 02732 03116 03233 03243 03325 03415 03522
04115 04144 04147 05221... etc.
Esta vez se tom el trabajo de traducir en voz alta e incluso de repetir varias veces, como
un colegial que recita una leccin:
Seas personales de Pietr el Letn: edad aparente, treinta y dos aos; estatura, 1, 69;
nariz rectilnea, base horizontal, saliente mximo, particularidad: tabique no aparente, oreja
reborde original, lbulo grande, atravesado en el lmite y dimensin mxima, antitragus saliente,
lmite del pliegue inferior convexo, lmite forma rectilnea, lmite particularidad surcos
separados, ortognato superior, cara alargada, bicncava, cejas despobladas rubio claro, labio
inferior prominente, gran espesor inferior colgante, cuello largo, aureola amarillenta, periferia
intermedia verdosa, cabellos rubio claro.
Era el retrato hablado de Pietr el Letn, tan elocuente para el comisario como una
fotografa. Se dibujaban en primer lugar los grandes rasgos del individuo: un hombre pequeo,
delgado, joven, de cabellos muy claros y cejas rubias y poco pobladas, de ojos verdosos, de
cuello largo.
Maigret conoca adems los menores detalles de la oreja, lo que le permitira, en medio de
la multitud, y aun cuando Pietr el Letn se hubiese maquillado, reconocerlo con seguridad.
Descolg su chaqueta, se la puso, se ech sobre los hombros un pesado abrigo negro y se
cal el sombrero hongo.
Dirigi una ltima mirada a la estufa, que pareca a punto de estallar.
Al final de un largo pasillo, en el descansillo que serva de antesala, hizo una
recomendacin a Jean:
No descuides el fuego, eh?
En la escalera le sorprendi el viento que vena de la calle, y tuvo que refugiarse en un
rincn para encender su pipa.
A pesar de la monumental cristalera, las borrascas barran los andenes de la estacin del
Norte. Varios cristales se haban desprendido de la marquesina y se haban hecho aicos entre
las vas. La electricidad funcionaba mal. La gente se arropaba contra el fro.
Ante una ventanilla, unos viajeros lean un cartel poco tranquilizador:
Tempestad en la Mancha.
Y una mujer, cuyo hijo se embarcaba para Folkestone, pona cara de angustia, con los ojos
enrojecidos. Hasta el ltimo momento le estuvo dando consejos. El muchacho tuvo que
prometerle que no permanecera ni un instante en la cubierta del barco.
Maigret estaba de pie a la entrada del andn nmero 11, donde la multitud esperaba a la
Estrella del Norte. Todos los grandes hoteles, adems de la agencia Cook, estaban representados
all.
No se movi. Otros se mostraban nerviosos. Una mujer, con un abrigo de visn, y las
piernas, por el contrario, con medias de seda invisible, iba y vena martilleando el suelo con sus
tacones.
l permaneca all, enorme, con sus hombros impresionantes que proyectaban una gran
sombra. Le empujaban al pasar y permaneca impasible como una pared.
La luz amarilla del tren asom a lo lejos. Luego fue un ruido estrepitoso: gritos de los
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dientes.
Si no hubiese visto salir al viajero del abrigo verde, si no le hubiera visto dirigirse en
compaa de un intrprete del Majestic, hubiera podido dudar.
Las mismas seas personales. El mismo bigotillo rubio en forma de cepillo de dientes, bajo
una nariz de arista pronunciada. Las mismas cejas claras y despobladas. Las pupilas de un gris
verdoso
Dicho de otro modo, Pietr el Letn!
Maigret no poda moverse en aquel lavabo reducido, donde el grifo que haba dejado
abierto segua corriendo y donde un chorro de vapor se escapaba de una junta mal apretada.
Tena las piernas contra el cadver. Levant el torso de ste y vio, en el pecho, en la camisa
y en la chaqueta, huellas de las quemaduras provocadas por un disparo a bocajarro.
Aquello formaba una gran mancha negruzca donde la sangre mezclaba su prpura
violcea.
Al comisario le sorprendi un detalle. Por casualidad, se fij en uno de los pies. Lo tena
doblado, torcido como todo aquel cuerpo que haban debido aplastar para poder cerrar la puerta.
Ahora bien, los zapatos eran un calzado negro muy vulgar, de saldo. Presentaba seales de
habrsele echado medias suelas. El tacn estaba gastado por un lado y, en medio de la suela, se
vea un agujero redondo que el uso haba ido produciendo lentamente.
Lleg el comisario especial de la estacin, con todos sus galones, muy seguro de s mismo,
y pregunt desde el andn:
Qu pasa ahora?... Es un crimen?... Un suicidio?... Que no se toque nada mientras
no llegan del Juzgado!... Cuidado!... La responsabilidad es ma!...
Maigret se vio apurado para salir de aquel lavabo donde estaba encajado entre las piernas
del muerto. Con un ademn rpido, profesional, le palp los bolsillos y se asegur de que
estaban vacos, absolutamente vacos.
Baj del vagn, con la pipa apagada, el sombrero torcido, una mancha de sangre en un
puo de la camisa.
Anda! Es Maigret... Qu piensa usted de todo esto?...
Nada! Veremos...
Un suicidio, verdad?...
Si le parece... Ha telefoneado usted al Juzgado?...
En cuanto me he enterado...
Una voz gritaba en el altavoz. Algunas personas, que se haban dado cuenta de que ocurra
algo anormal, miraban desde lejos el tren vaco, el grupo inmvil cerca del estribo del coche
nmero 5.
Maigret desapareci sin decir nada, sali de la estacin y llam un taxi.
Al Majestic!...
La tormenta redoblaba. Las calles estaban barridas por torbellinos que daban a los
transentes la silueta de borrachos. Una teja cay, en alguna parte, sobre la acera. Los autobuses
pasaban a toda marcha.
Los Campos Elseos se haban transformado en una pista medio desierta. Las gotas de agua
comenzaban a caer. El portero del Majestic se precipit hacia el taxi con su enorme paraguas
rojo.
De la polica!... Acaba de llegar un viajero de la Estrella del Norte?
El portero cerr el paraguas.
Ha llegado uno, s.
Abrigo verde... bigote rubio...
Eso es, pregunte usted en recepcin...
La gente corra para escapar del chaparrn. Maigret penetr en el hotel con el tiempo justo
de evitar unas gotas de lluvia del tamao de nueces, fras como el hielo.
Detrs del mostrador de caoba, empleados e intrpretes se presentaban con toda elegancia
y correccin.
De la polica... Un viajero con abrigo verde... Con un bigotillo rubio...
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CAPTULO DOS
EL AMIGO DE LOS MULTIMILLONARIOS
La presencia de Maigret en el Majestic tena fatalmente algo de hostil. Formaba en cierto
modo un bloque que la atmsfera del hotel se negaba a asimilar.
No porque se pareciese a los policas que las caricaturas han popularizado. No tena ni
bigote ni zapatos de suela gruesa. Su traje era de lana bastante fina, bien cortado. Adems, se
afeitaba todos los das y se cuidaba las manos.
Pero la figura era plebeya. Era enorme y huesudo. Bajo la chaqueta se dibujaban unos
msculos duros que deformaban pronto tambin sus pantalones ms nuevos.
Tena, sobre todo, una manera muy particular de acomodarse en cualquier sitio, lo cual no
dejaba de suscitar crticas de muchos de sus colegas.
Era algo ms que estar seguro de s mismo. Sin embargo, no era orgullo. Llegaba como un
bloque y, desde ese momento, pareca que todo tena que romperse contra ese bloque, ya fuera
que avanzara, ya fuera que se quedase plantado con las piernas un poco separadas.
La pipa formaba una pieza con la mandbula. No se la quitaba de la boca por el hecho de
estar en el Majestic.
No era tal vez, en el fondo, un propsito de vulgaridad, de confianza en s mismo?
Con un gran abrigo negro de cuello de terciopelo, era imposible no reconocerlo enseguida
en el hall iluminado donde las elegantes se agitaban entre regueros de perfume, risas agudas,
cuchicheos, saludos de un estilo que brillaba por su falsedad.
l no se preocupaba lo ms mnimo de todo esto. Permaneca apartado del movimiento.
Los ruidos del jazz que llegaban desde el dancing del stano tropezaban contra l como contra
una barrera impermeable.
Cuando comenzaba a subir por una escalera, le llam el liftman para que tomase el
ascensor. Pero ni siquiera volvi la cabeza.
En el primer piso le pregunt alguien:
A quin busca usted?...
La voz pareci no haber llegado hasta l. Miraba los pasillos cubiertos hasta el infinito de
alfombras rojas hasta producir nuseas y segua subiendo.
En el segundo, con las manos en los bolsillos, descifr los nmeros de las placas de
bronce. La puerta del 17 estaba abierta. Unos criados con chaleco de rayas metan las maletas.
El viajero, que se haba quitado el abrigo y que resultaba muy fino, muy delgado con su
traje de estambre, fumaba un cigarrillo emboquillado y daba rdenes.
El 17 no era una habitacin, sino un apartamento completo: saln, despacho, alcoba y
cuarto de bao. Las puertas se abran en el ngulo de dos pasillos, donde, como un banco en la
esquina de la calle, haban colocado un espacioso divn circular.
Maigret se sent all, exactamente enfrente de la puerta abierta, estir las piernas y se
desabroch el abrigo.
Pietr el Letn le vio y sigui dando rdenes sin manifestar la menor sorpresa ni desagrado.
Cuando los criados acabaron de colocar las maletas y los bales en los soportes, l mismo fue a
cerrar la puerta, no sin haberla dejado un instante entreabierta para observar al comisario.
Maigret tuvo tiempo de fumar tres pipas y despachar a dos camareros y una doncella que
fueron a preguntarle a quin esperaba.
Hacia las ocho, Pietr el Letn sali de sus habitaciones, ms delgado y ms pulcro todava
que antes, con un smoking de corte elegante en el que se vea la mano de un gran sastre ingls.
Iba con la cabeza descubierta. Su pelo, muy rubio y corto, comenzaba a despoblarse.
Presentaba unas grandes entradas que descubran una frente huidiza y dejaba adivinar una calva
rosada en medio del crneo.
Sus manos eran largas, plidas. En el anular izquierdo llevaba una sortija de platino con un
diamante amarillo.
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Estaba todava fumando un cigarrillo ruso emboquillado. Pas muy cerca de Maigret,
estuvo a punto de pararse como si le sedujese la idea de dirigirle la palabra, y luego,
preocupado, se dirigi hacia el ascensor.
Diez minutos ms tarde se sentaba en el comedor, a la mesa del matrimonio Mortimer
Levingston, que era el centro de la atencin. La seora Levingston llevaba un collar de perlas
que valdra por lo menos un milln.
La vspera, su marido haba evitado la bancarrota de una gran empresa francesa de
construccin de automviles, de la que se haba reservado, como es de suponer, la mayora de
las acciones.
Los tres empezaron a charlar alegremente. Pietr el Letn hablaba mucho, con una voz
discreta, inclinndose un poco. Se le vea a sus anchas, natural, desenvuelto a pesar de la
sombra silueta de Maigret que poda distinguir en el hall, a travs de los cristales de las puertas.
En la recepcin, el comisario reclam la lista de viajeros. Ley sin extraeza, en el lugar
donde haba firmado el Letn, el nombre de Oswald Oppenheim, procedente de Bremen,
armador.
No haba duda de que posea pasaporte en regla, documentacin completa con ese nombre,
como la posea con otros.
Tampoco haba duda de que ya en otros sitios se haba entrevistado con los Mortimer
Levingston: en Berln, en Varsovia, en Londres o en Nueva York.
No haba venido a Pars ms que para reunirse con ellos y realizar una de las estafas
colosales en las que estaba especializado?
Su ficha, que Maigret tena en el bolsillo, deca:Individuo sumamente hbil y peligroso,
de nacionalidad desconocida, pero de origen nrdico. Se cree que haya nacido en Letonia o en
Estonia; habla corrientemente el ruso, francs, ingls y alemn.
Muy instruido, pasa por ser el jefe de una poderosa banda internacional que practica
especialmente la estafa.
Esta banda ha sido localizada sucesivamente en Pars, Amsterdam (asunto Van Heuvel),
Berna (asunto de los Armadores Reunidos), Varsovia (asunto Lipmann) y en diversas ciudades
europeas donde sus procedimientos han sido menos claramente identificados.
Los cmplices de Pietr el Letn parecen pertenecer sobre todo a la raza anglosajona. Uno
de los que han sido vistos ms a menudo con l y que ha sido reconocido por haber presentado
el cheque falsificado en el Banco Federal de Berna, ha resultado muerto al ser detenido. Se
haca pasar por cierto mayor Howard, de la American Legin, pero ha podido establecerse que
era un antiguo bootlegger de Nueva York, conocido en los Estados Unidos por el mote de Fred
el Gordo.
Pietr el Letn ha sido detenido dos veces. La primera en Wiesbaden, por estafa de medio
milln de marcos a un negociante de Munich; la segunda en Madrid, por un asunto parecido
cuya vctima fue una alta personalidad espaola.
Las dos veces su tctica ha sido la misma. Ha tenido una conversacin con su vctima, a
quien ha afirmado sin duda que los fondos robados estaban en lugar seguro y que su detencin
no hara que los encontraran.
Las dos veces la denuncia ha sido retirada y los denunciantes verosmilmente
indemnizados.
Despus de eso nunca ha sido cogido en flagrante delito.
Contactos probables con la banda Maronetti (moneda falsa y documentos oficiales falsos)
y con la banda de Colonia (llamada de los perforadores de murallas).
Quedaba un rumor que circulaba por la polica de toda Europa: Pietr el Letn, jefe y cajero
de una o de varias bandas, deba tener a su cargo unos cuantos millones diseminados bajo
nombres diferentes en diversos Bancos, incluso invertidos en empresas industriales.
Pietr el Letn sonrea cortsmente al escuchar a la seora Mortimer Levingston, que le
contaba una historia, y su mano blanca iba arrancando del racimo unas uvas suntuosas.
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CAPTULO TRES
UN MECHN DE CABELLOS
Era cerca de medianoche cuando Maigret lleg al Quai des Orfvres, en plena tempestad.
Los rboles del muelle eran sacudidos violentamente y pequeas olas se levantaban alrededor
del barquichuelo.
Los locales de la P. J. estaban casi desiertos. Jean, sin embargo, estaba en su puesto, en la
antecmara a la cabeza de los pasillos bordeados de una multitud de despachos vacos.
Del cuerpo de guardia llegaba ruido de voces. Luego, de tarde en tarde, bajo una puerta,
sala un hilillo de luz: un comisario o un inspector que prosegua alguna investigacin. En el
patio se oan las detonaciones de uno de los coches de la Prefectura.
Ha vuelto Torrence? se inform Maigret.
Volver enseguida.
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Y el fuego?
Tuve que abrir un poco la ventana de tanto calor como haca en su despacho. El agua
rezumaba por las paredes!
Encrgame unas cervezas y unos bocadillos. Pan de miga no, eh?
Empuj una puerta y llam:
Torrence!...
Y el brigada Torrence le sigui a su despacho. Antes de salir de la estacin del Norte,
Maigret le haba telefoneado para que continuase la investigacin por este lado.
El comisario tena cuarenta y cinco aos. Torrence slo treinta. Pero ya haba en l algo
macizo que haca de l una reproduccin de Maigret apenas reducida.
Haban llevado juntos muchas investigaciones sin pronunciar una sola palabra intil.
El comisario se quit el abrigo, la chaqueta y afloj su corbata. De espaldas al fuego, dej
que el calor le penetrara durante un buen rato antes de preguntar:
Qu hay?
El Ministerio fiscal se ha reunido urgentemente. La Identidad Judicial ha hecho
fotografas, pero no pudo revelar las huellas digitales. Excepto las de la vctima, naturalmente!
No corresponden a ninguna ficha dactiloscpica.
No posee el servicio la ficha del Letn? Slo su retrato hablado. Ni huellas, ni
medidas. Por lo tanto, nada nos prueba que no sea Pietr el que ha muerto. Pero nada
prueba que sea l!
Maigret haba cogido su pipa y una petaca que ya slo contena un poco de polvo marrn.
Maquinalmente, Torrence le alarg un paquete de gris abierto. Hubo un silencio. Luego oyeron
ruido de pasos y de vasos que se golpeaban detrs de la puerta que Torrence abri.
El camarero de la cervecera Dauphine entr, dej sobre la mesa una bandeja con seis
botellines de cerveza y cuatro gruesos bocadillos. Ser bastante? se asegur al comprobar
que Maigret no estaba solo. Vale as.
Sin dejar de fumar, el comisario se puso a comer y a beber, no sin antes haber ofrecido un
botelln de cerveza al brigada. Y qu ms?
Interrogu a todas las personas del tren. Se ha comprobado que un hombre ha viajado
sin billete. El muerto o el asesino! Se supone que subi en Bruselas, por la parte de la va. Se
oculta uno ms fcilmente en un vagn de lujo que en cualquier otro, gracias al gran espacio
que hay en cada coche reservado para los equipajes. El Letn tom el t entre Bruselas y la,
frontera, hojeando un montn de peridicos ingleses y franceses, entre los que haba varias
hojas financieras. Entre Maubeuge y San Quintn se dirigi al lavabo. El camarero lo recuerda
porque, al pasar por su lado, le dijo: Srvame un whisky.
Y volvi a su sitio despus?
Un cuarto de hora ms tarde estaba sentado a la mesa delante de su whisky. Pero el
camarero no le vio volver. Nadie intent despus ir al lavabo?
Perdn! Una viajera sacudi la puerta. La cerradura no funcion. Fue al llegar a Pars
cuando un empleado logr forzarla y descubri que el mecanismo haba sido parado con
limaduras.
Nadie hasta entonces haba visto al segundo Pietr? Nadie! Si no, habra llamado la
atencin, ya que llevaba una ropa rada que no se ve en los trenes de lujo. Y la bala?
Disparada a bocajarro. Revlver automtico, de 6 mm. El tiro ha provocado tal
quemadura, que el mdico dice que habra sido suficiente para causar la muerte.
No hay huellas de pelea?
En absoluto! Los bolsillos vacos.
Lo s...
Perdn! Sin embargo, encontr esto en un bolsillo interior del chaleco que estaba
cerrado con un botn.
Y Torrence cogi de su cartera un sobrecito de papel de seda donde se transparentaba un
mechn de cabello castao.
Dme...
Maigret no dejaba de comer y beber.
Cabellos de mujer o de nio?
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La foto que haba contenido aquel sobrecito deba de ser uno de esos cartones grandes,
como la mitad de una tarjeta postal, en los que la imagen est reproducida sobre una fina hoja de
papel blanca y brillante.
Hay todava alguien en el laboratorio? se inform de repente el comisario.
Supongo! Deben estar trabajando en el asunto del tren, revelando los cliss.
Slo quedaba un vaso lleno encima de la mesa. Maigret lo vaci de un trago y se puso la
chaqueta.
Me acompaa?... Estos retratos llevan de costumbre impresos el nombre y direccin del
fotgrafo...
Torrence comprendi. Recorrieron una red complicada de pasillos y escaleras,
deambularon por los desvanes del Palacio de Justicia y llegaron al laboratorio de la Identidad
Judicial.
Un especialista cogi el papel, lo palp e incluso pareci olfatearlo. Luego se instal bajo
un fuerte proyector, rod hacia l un aparato apocalptico colocado encima de una carretilla.
El principio es sencillo: una hoja de papel blanco, puesta durante cierto tiempo en contacto
con una hoja impresa o cubierta de escritura de tinta, acaba por impregnarse de los caracteres
que figuran en la segunda hoja.
El resultado es invisible a simple vista. Pero la fotografa revela esta impregnacin.
Desde el momento que haba una estufa en el laboratorio, Maigret no tena ms remedio
que colocarse all. Permaneci as durante ms de una hora, fumando pipa tras pipa, mientras
Torrence segua al fotgrafo en sus idas y venidas.
Por fin la puerta de una cmara oscura se abri un poco. Una voz dijo:
Y qu hay?
El retrato estaba firmado: Lon Moutet, fotgrafo de arte, muelle des Belges, Fcamp.
Haca falta un olfato de profesional para leer en la placa apenas impresa, en la que
Torrence, por ejemplo, slo distingua sombras indistintas.
Quiere ver las fotos del cadver? pregunt el especialista con buen humor. Son
magnficas! Y sin embargo, apenas tenamos sitio en aquel lavabo del vagn! Puede creerme
que han tenido que colgar el aparato del techo...
Se puede utilizar el telfono?
S... Despus de las nueve, la empleada de la centralita no est ah... Entonces me dan la
comunicacin...
El comisario llam al Majestic y le contest uno de los intrpretes.
Ha vuelto el seor Mortimer-Levingston?
Voy a informarme, seor. Con quin tengo el honor de hablar?
Polica!
No ha vuelto.
El seor Oswald Oppenheim tampoco?
Tampoco.
Qu hace la seora Mortimer?
Silencio.
Le he preguntado lo que hace la seora Mortimer.
Ella... Creo que est en el bar...
Dicho de otro modo, est borracha?
S, ha bebido algunos cocktails. Dice que no volver a su apartamento antes de que
regrese su marido... Cree usted que...?
Qu?
Oiga!... Aqu el gerente... pronunci otra voz. Sabe algo nuevo?... Cree usted
que esta historia saldr en los peridicos?...
Maigret colg cnicamente. Para dar gusto al fotgrafo, lanz una ojeada a las pruebas
colocadas sobre los secadores, que an estaban mojadas y relucientes.
Al mismo tiempo, habl a Torrence:
Usted, amigo, va a ir a instalarse en el Majestic. Y, sobre todo, no se preocupe por el
gerente.
Y usted, jefe?
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Voy a mi despacho. Hay un tren para Fcamp a las cinco y media. No vale la pena que
vuelva a casa y despierte a mi mujer. Oiga... supongo que la cervecera estar an abierta. Al
pasar, encrgueme cerveza...
Un botelln? dijo Torrence con aire inocente.
Lo que usted quiera, amigo! El camarero es lo bastante astuto para entender tres o
cuatro. Que aada algunos bocadillos.
Bajaron uno tras otro por una interminable escalera de caracol.
El fotgrafo, con una bata negra, una vez que se qued solo contempl por delectacin
personal las pruebas que acababa de sacar y empez a numerarlas.
Los dos policas se separaron al llegar a un patio glacial.
Si sale usted del Majestic por cualquier razn, deje all a alguno de los nuestros
recomend el comisario. En caso de que sea necesario, telefonear all...
Volvi a su despacho y atiz la estufa.
CAPTULO CUATRO
EL SEGUNDO OFICIAL DEL SEETEUFEL
La estacin de La Braut donde, a las siete y media de la maana, el comisario Maigret
abandon la gran lnea Pars-El Havre, le dio un anticipo de Fcamp.
Un barucho mal iluminado, de paredes sucias, con un mostrador en el que se enmohecan
unos pasteles secos y en el que tres pltanos y cinco naranjas intentaban formar una pirmide.
Aqu, la tempestad se senta con ms fuerza. Llova a cntaros. Para ir de una va a otra,
haba que chapotear con el barro hasta las rodillas.
Un tren feo y pequeo, formado con vagones de desecho. Unas granjas mal dibujadas en el
plido amanecer, medio borradas por la lluvia.
Fcamp! Un olor compacto a bacalao y arenque. Montones de barriles. Mstiles detrs de
las locomotoras. Una sirena muga en alguna parte.
El muelle des Belges?
Era todo derecho. Bastaba con andar por los charcos viscosos en los que brillaban las
escamas del pescado y en los que se pudran sus vsceras.
El fotgrafo de arte era al mismo tiempo tendero y vendedor de peridicos. Venda jerseys,
camisas rojas de marinero de tela de lona, cuerdas de camo y tarjetas de ao nuevo.
Era un hombre jorobado y plido, que recurri a su mujer en cuanto oy la palabra polica.
Ella, una hermosa normanda, mir a Maigret a los ojos y pareci provocarle.
Podra decirme qu fotografa ha contenido este sobre?
Result largo. Hubo que arrancar las palabras una tras otra al fotgrafo, pensar en su lugar.
Primero, el retrato databa por los menos de unos ocho aos, ya que desde ocho aos el
operador no haca fotos de ese modelo. Quin haba podido retratarse ocho aos antes? El
seor Moutet necesit un cuarto de hora para recordar que guardaba en un lbum un ejemplar de
todos los retratos ejecutados all.
Su mujer fue a buscar el lbum. Algunos marinos entraban y salan. Los chiquillos venan a
pedir un cntimo de caramelos. Fuera chirriaban los aparejos de los barcos. Se oa el mar que
haca rodar los guijarros a lo largo del dique.
Maigret hoje el lbum y precis:
Una joven de cabello moreno, muy fino...
Aquello fue suficiente.
La seora Swaann! exclam el fotgrafo.
Y encontr el retrato enseguida. Era la nica vez que haba tenido una modelo presentable.
La mujer era guapa. Pareca tener veinte aos. La foto caba justa en el sobre.
Quin es?
Sigue viviendo en Fcamp. Pero ahora posee un hotelito en el flanco del acantilado, a
cinco minutos del Casino...
Casada?
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Chorreando agua fue introducido en un saloncito acogedor, con visillos blancos en las
ventanas y con el suelo encerado.
Los muebles, que eran nuevos, eran del tipo que suele encontrarse en todas las casas de la
pequea burguesa. Eran de buena calidad, de un estilo que en 1900 llamaban moderno.
En roble claro. Unas flores en un jarrn de barro artstico se vea en medio de la mesa.
Los tapetes de bordado ingls.
En un velador, por el contrario, un magnfico samovar de plata labrada que vala l solo
ms que todo el resto del mobiliario.
Se senta ruido en algn sitio, en el primer piso. En otra parte, detrs de una de las paredes
de la planta baja, lloraba un nio y otra voz murmuraba algo con una entonacin sorda y
montona como para consolarle.
Por fin, unos pasos silenciosos en el pasillo. Se abri la puerta. El comisario Maigret se
encontr en presencia de una joven que se haba arreglado a toda prisa para recibirle.
Era de estatura mediana, ms bien regordeta que delgada y tena un bonito rostro grave
donde en aquel instante se reflejaba una vaga inquietud
A pesar de todo, sonri y dijo:
Por qu no se sienta usted?
Del abrigo de Maigret, de su pantaln, de su calzado caan chorritos de agua en el suelo
encerado y formaban pequeos charcos.
No poda sentarse as en los sillones de terciopelo verde claro del saln.
Es la seora Swaan, verdad?
S, seor...
Perdneme que la moleste... Se trata de una simple formalidad... Formo parte de la
polica de control de extranjeros... En este momento estamos levantando un censo...
Ella no dijo nada. No pareca por eso ni ms inquieta ni ms traquila.
Creo que el seor Swaann es sueco, no es verdad?
Perdn... Noruego... Pero para un francs es lo mismo. Yo misma, al principio...
Es oficial de marina?
Navega en calidad de segundo oficial a bordo del Seeteufel de Bremen...
Eso es... Entonces trabaja para una sociedad alemana.
Ella se sonroj un poco.
El armador es alemn, s... Al menos en los papeles...
Es decir?...
No creo que sea necesario ocultrselo... Usted sabe sin duda que despus de la guerra
hay una crisis de la marina mercante... Aqu mismo le citarn a usted capitanes de viajes largos
que, a falta de trabajo, se ven obligados a embarcarse como segundo o tercer oficial... Otros se
dedican a la pesca en Terranova y en el mar del Norte.
Ella hablaba con cierta precipitacin pero con una voz dulce, igual.
Mi marido no ha querido firmar un contrato para el Pacfico, donde hay ms trabajo,
pues no habra podido volver a Europa hasta dentro de dos aos... Unos americanos, poco
despus de nuestro casamiento, armaban el Seeteufel a nombre de un armador alemn... Y
precisamente si Olaf ha venido a Fcamp era para asegurarse de que no haba aqu otras goletas
en venta...
Comprende usted ahora... Se trataba de hacer contrabando de alcohol en los Estados
Unidos...
Se han fundado grandes sociedades con capitales americanos... Tienen su sede en Francia,
en Holanda o en Alemania.
Mi marido, en realidad, trabaja para una de esas sociedades. El Seeteufel hace lo que ellos
llaman la Avenida del Ron.
Por consiguiente, l no tiene nada que ver con Alemania...
Est navegando en este momento? pregunt Maigret sin quitar los ojos de aquel
lindo rostro que tena algo de franco y al mismo tiempo, a veces, de conmovedor.
No lo creo. Usted comprender que los viajes no son tan regulares como los de los
transatlnticos. Pero estoy calculando aproximadamente la posicin del Seeteufel. A estas horas
debe estar en Bremen o muy cerca de llegar all...
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CAPTULO CINCO
EL RUSO BORRACHO
Son cosas de las que uno no se enorgullece, que haran sonrer si se hablase de ellas y que,
sin embargo, exigen cierta calidad de herosmo.
Maigret no haba dormido. Desde las cinco y media a las ocho haba estado sacudido en
compartimentos llenos de corriente.
Desde La Braut, estaba empapado. Ahora, sus zapatos escupan agua sucia a cada paso,
su sombrero hongo estaba deforme, su gabn y su chaqueta calados.
El viento haca golpear la lluvia en su cuerpo como bofetadas. La callejuela estaba
desierta. Un simple sendero en cuesta, entre muros de jardines. Por en medio corra un torrente.
Permaneci un buen rato inmvil. Hasta su pipa, en el bolsillo, estaba mojada. Ningn
medio para ocultarse en los alrededores del hotelito. Lo ms que poda hacer era cobijarse lo
mejor posible contra un muro y esperar.
Si pasaba alguien, le veran y se volveran. Tendra que quedarse all tal vez durante horas.
No haba ninguna prueba formal de que hubiese un hombre en la casa. Y, si haba uno, sentira
la necesidad de salir?
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Sin embargo, Maigret, de mal humor, llenando de tabaco su pipa mojada, se apret lo ms
que pudo en un vago hueco...
No era el lugar de un oficial de la Polica Judicial. Necesidad de principiante, todo lo ms.
Haba montado guardias semejantes cien veces, entre los veintids y los treinta aos.
Le cost el mayor trabajo del mundo encender una cerilla. La lija de su caja se deshaca. Y
tal vez se habra marchado si uno de los extremos de la madera no se hubiese encendido.
Desde donde estaba, no vea nada ms que un muro bajo y la verja pintada de verde del
hotelito. Tena los pies en unas zarzas. Senta correr el fro por su nuca.
Fcamp estaba bajo l, pero no poda ver el pueblo. Slo oa el ruido del mar y, de vez en
cuando, el grito de una sirena, el paso de un coche.
Haca media hora que montaba la guardia cuando una mujer que tena el aspecto de una
cocinera subi el camino con una cesta de provisiones. No vio a Maigret hasta que pas por su
lado. Aquella silueta enorme, inmvil y pegada contra un muro, en la callejuela barrida por el
viento, la asust hasta tal punto que se puso a correr.
Trabajaba sin duda en uno de los hotelitos de lo alto de la costa. Unos minutos despus,
apareci un hombre en la curva, observ a Maigret de lejos, se reuni con l una mujer y los dos
entraron en su casa.
La situacin era ridcula. El comisario saba que de cien probabilidades no haba diez de
que su guardia sirviese de algo.
Y sin embargo sigui all, a causa de una vaga impresin, que ni siquiera hubiera podido
llamar presentimiento.
Ms bien era una teora propia, que por otra parte nunca haba desarrollado y que segua
siendo para l poco precisa, lo que a pesar de l llamaba la teora de la fisura.
En todo malhechor, en todo bandido, hay un hombre. Pero hay tambin y sobre todo un
jugador, un adversario, y es a l a quien la polica siente tentaciones de ver, a l a quien,
generalmente, atacan.
Se ha cometido un crimen o un delito cualquiera? Se emprende la lucha sobre los datos
ms o menos objetivos. Problema de una o varias incgnitas, que la razn trata de resolver.
Maigret actuaba como los otros. Tambin como los otros usaba utensilios extraordinarios
que los Bertillon, los Reiss, los Locard han puesto entre las manos de la polica y constituyen
una verdadera ciencia.
Pero l buscaba, esperaba, acechaba sobre todo la fisura. Dicho de otro modo, el momento
en que, detrs del jugador, aparece el hombre.
En el Majestic haba tenido delante suyo al jugador.
Aqu, presenta otra cosa. El hotelito apacible y ordenado no formaba parte de los
accesorios de la lucha emprendida por Pietr el Letn. Sobre todo aquella mujer, aquellos nios
que haba visto u odo, pertenecan a otro orden material y moral.
Y por eso, esperaba, por otra parte de mal humor, pues le gustaba mucho su estufa de
hierro, su despacho con cerveza espumosa sobre la mesa, para no sentirse desgraciado en
aquella maldita tempestad.
Cuando haba empezado su guardia eran un poco ms de las diez. Eran ya las doce y media
cuando unos pasos hicieron crujir la gravilla de un paseo, cuando la verja se abri con
movimientos precisos y rpidos, y cuando una silueta se perfil a diez metros del comisario.
El terreno no le permita retroceder. Por eso permaneci all, inmvil, ms bien inerte,
plantado sobre sus piernas que el pantaln empapado esculpa a grandes rasgos.
El hombre que sali del hotelito llevaba un trench-coat con cinturn y se haba subido el
cuello gastado. En la cabeza llevaba una gorra gris.
Aquella ropa le haca parecer muy joven. Con las manos en los bolsillos, los hombros
encogidos y tiritando a causa del cambio brusco de temperatura, baj por la costa.
Tuvo que pasar a menos de un metro del comisario. Eligi ese momento para detenerse,
sacar del bolsillo un paquete de cigarrillos y encender uno.
Se hubiera podido creer que le preocupaba poner la cara a plena luz, permitir al polica
que le detallase!
Maigret le dej dar an algunos pasos, luego ech a andar tras l, con el ceo fruncido. Su
pipa estaba apagada. Toda su persona respiraba desagrado, al mismo tiempo que una voluntad
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El comisario se estremeci. El hombre del trench-coat, que acababa de apurar, sin agua,
el contenido de su quinto vaso, se aproxim con paso indeciso, eludi a Maigret, y puso sus
manos al calor de la estufa.
Pngame un arenque... dijo.
Tena un acento bastante marcado, un acento ruso, por lo que el polica pudo deducir.
Estaban all, uno junto al otro por decirlo as. Ms de una vez, el hombre se pas la mano
por la cara, mientras sus ojos eran cada vez ms turbios.
Mi vaso?... se impacient.
Fue preciso ponrselo en la mano. Mientras beba fij la mirada en Maigret y esboz una
mueca de disgusto.
No haba error posible en aquella expresin! Adems, como para afirmar todava sus
sentimientos, tir el vaso al suelo, se apoy en el respaldo de una silla y gru algo en una
lengua extranjera.
El patrn, un poco inquieto, se las arregl para pasar junto a Maigret y susurrarle, creyendo
hablar bajo, pero tan alto que el ruso no perdi ninguna de sus palabras:
No haga caso! Siempre es igual.
El hombre emiti una risa inarticulada de borracho. Se dej caer sobre una silla, se cogi la
cabeza entre las manos y se qued inmvil hasta que le pusieron entre los codos, encima de la
mesa, un plato con un arenque ahumado.
Algo de beber!...
El patrn levant los brazos y gru en son de excusa:
Estos rusos!
Y se puso un dedo en la frente.
Maigret se ech hacia atrs el sombrero. De sus ropas emanaba una especie de vaho
grisceo. Estaba, sin embargo, en su segundo fil-en-six.
Pngame tambin un arenque! dijo.
Estaba comindolo con un trozo de pan cuando el ruso se levant, mir a su alrededor sin
saber lo que hacer, y retrocedi mirando a Maigret.
Despus se desplom sobre el mostrador, cogi un vaso y tir una botella al suelo.
l mismo se sirvi sin mirar lo que tomaba y bebi haciendo chasquear la lengua.
Finalmente, sac de su bolsillo un billete de cien francos.
Es bastante, canalla? pregunt al dueo de la taberna.
Tir el billete, y el patrn hubo de cogerlo del suelo.
El ruso fue hasta la puerta, forcejeando para abrirla, estuvo a punto de originar una disputa,
porque el dueo quera ayudar a su cliente y ste le rechazaba a codazos.
El tipo del trench-coat se perdi por fin en la bruma y bajo la lluvia, a lo largo del
muelle, en direccin a la estacin.
Todo un caso! suspir el patrn, dirigindose a Maigret, que pagaba las
consumiciones.
Viene a menudo?
De vez en cuando... En cierta ocasin, pas la noche aqu, en el banco donde usted est
ahora sentado... Es ruso!... Marineros rusos que se encontraban en Fcamp un da en que estaba
l, me lo dijeron... Parece que era un hijo de buena familia... Observ sus manos?...
No encuentra que se parece al capitn Swaann...?
Ah! Le conoce usted?... Por supuesto! Pero no hasta el punto de tomarles por
gemelos. Aunque...! Yo cre durante mucho tiempo que era su hermano...
La silueta gris desapareci en un recodo. Maigret aceler.
Alcanz al ruso en el momento en que ste entraba en la sala de espera de tercera de la
estacin; se haba dejado caer en un banco y tena la cabeza entre las manos.
Una hora despus, estaban instalados en el mismo compartimento, en compaa de un
feriante de Yvetot que se puso a contar a Maigret historias divertidas en dialecto normando, y
que de vez en cuando le daba con el codo sealndole a su vecino.
El ruso se desliz insensiblemente y termin tumbado en el asiento, con la cabeza sobre el
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CAPTULO SEIS
AL REY DE SICILIA
A partir de La Braut, donde se despert, el ruso no volvi a dormirse. Era cierto que el
expreso El Havre-Pars iba atestado, y Maigret y su compaero permanecieron en el pasillo,
plantados cada uno delante de la puerta, mirando el confuso paisaje que la noche ocultaba poco
a poco.
El hombre del trench-coat no se inquiet ni siquiera una vez por la presencia del polica,
y en la estacin Saint-Lazare no intent aprovecharse de la muchedumbre para escapar.
Al contrario, baj despacio la gran escalinata y, al advertir que no tena cigarrillos, compr
una cajetilla en el estanco de la estacin e incluso estuvo a punto de entrar en el lavabo. Pero
cambiando de opinin se puso a recorrer las calles arrastrando los pies. Compona una figura
lamentable por su abandono.
De Saint-Lazare al ayuntamiento hay un buen trecho. Hay que atravesar todo el centro de
la ciudad, y hacerlo entre las seis y las siete de la tarde supone casi una heroicidad; los
transentes desfilan en oleadas por las aceras, los coches se deslizan por la calzada a un ritmo
tan constante como el de la sangre en las arterias.
Los hombros huesudos, el impermeable atado a la cintura, manchado de barro y de grasa,
los zapatos con los tacones rotos, vagabundeaba bajo las luces en un movimiento constante, sin
detenerse ni volverse.
Tom el camino ms corto por la calle del 4 de Septiembre y atraves Les Halles, lo que
demostraba que conoca el trayecto.
Alcanz el ghetto de Pars, cuyo centro es la calle Des Rossiers, pas al lado de tiendas con
inscripciones en yiddish, carniceras cachres, panaderas.
En un recodo, cerca de una calle estrecha y sombra que pareca un tnel, una mujer quiso
cogerlo del brazo, pero lo dej sin decirle una sola palabra, sin duda impresionada.
Por fin lleg a la calle del Rey de Sicilia, irregular, rodeada de callejones y de callejas,
patios ruidosos, mitad barrio judo, mitad colonia polaca, y despus de recorrer doscientos
metros, penetr en un hotel.
Un cartel en porcelana anunciaba: El Rey de Sicilia.
Debajo se lean inscripciones en judo, polaco y otros idiomas incomprensibles, y
probablemente tambin en ruso.
Al lado haba las ruinas de un edificio, que haba habido que reforzar con maderos.
Continuaba lloviendo, pero el viento no corra por aquella especie de pozo.
Maigret oy el ruido de una ventana que se cerraba bruscamente en el tercer piso del hotel.
Sin dudarlo un momento, entr.
No haba puerta. Una escalera, y en el entresuelo una ancha vidriera detrs de la cual se
vea comiendo a una familia juda.
El comisario llam, pero en lugar de abrir la puerta descorrieron el cerrojo de un
ventanuco. Un olor rancio a comida sali por l. El judo tena un gorro negro sobre la cabeza.
La gruesa mujer segua comiendo.
Qu pasa?
Polica! Cmo se llama el husped que acaba de entrar?
El hombre gru algo en su idioma, fue a buscar en un cajn un viejsimo registro y se lo
tendi al comisario sin decir nada.
Al mismo tiempo, Maigret sinti que alguien le observaba desde la oscura escalera. Se
volvi rpidamente y vio brillar un ojo, unos diez escalones ms arriba de donde se encontraba.
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Qu habitacin?
La 32...
Hoje el registro, y ley:
Fedor Yourovitch, veintiocho aos, nacido en Vilna, obrero, y Anna Gorskine, veinticinco
aos, nacida en Odessa, sin profesin.
El judo haba vuelto a la mesa y segua comiendo, seguro de tener la conciencia tranquila.
Maigret dio con los nudillos en el cristal. El tipo se levant despacio, con trabajo.
Cunto tiempo hace que est en el hotel?
Tres aos aproximadamente.
Y Anna Gorskine?
Ella vino antes que l... Cuatro aos y medio, quiz...
De qu viven?
No est en el registro?... Es obrero...
S, claro! dijo Maigret, con un tono de voz que hizo cambiar de actitud a su
interlocutor.
Lo que haga no me incumbe, no cree usted? contest ste. Paga regularmente... Va
y viene, pero no me pagan para seguirle.
Recibe visitas?
Algunas veces... Hay ms de sesenta huspedes, y no s la vida de cada cual... Mientras
no hagan nada contrario a las reglas... Usted es de la polica, y seguramente conocer el hotel...
Mis registros siempre han estado en orden... El brigada Vernouillet se lo puede decir... Viene
cada semana...
Maigret se volvi de repente y grit:
Baje usted, Anna Gorskine!
Hubo un ligero ruido en la escalera y despus pasos. Por fin, una mujer emergi de la
oscuridad.
Representaba ms de los veinticinco aos reseados en el registro. Sin duda, era una de las
caractersticas de las mujeres de su raza. Aunque, como la mayora de las judas de su edad, era
de una rara belleza. Los ojos, sombros, pero extraordinariamente blancos y brillantes, eran
magnficos.
Pero en el resto de su figura haba una dejadez que mataba esa impresin. Sus cabellos
negros, grasientos y despeinados, caan en gruesos mechones sobre el cuello. Iba con una bata
ya vieja, que se abra enseando su combinacin.
Las medias estaban enrolladas bajo las gruesas rodillas.
Que haca usted en la escalera?
Es mi casa, no?
Maigret supo enseguida con qu clase de mujer tendra que enfrentarse. Apasionada,
tozuda, buscaba la lucha. Con el menor pretexto, provocara un escndalo, conmocionara a toda
la casa, gritara histricamente, lanzara las acusaciones ms inverosmiles.
Se saba tal vez invulnerable? En todo caso, miraba al enemigo con aire de desafo.
Es mejor que vaya a cuidar a su amante...
se es asunto mo...
El dueo no dejaba de mover la cabeza de izquierda a derecha y de derecha a izquierda,
con gesto entristecido, reprobador, pero con ojos alegres.
Cundo se march Fedor?
Anoche... A las once...
Menta! Era evidente! Pero no hubiese servido de nada decirle lo contrario. La nica
solucin con una persona as, era cogerla por el brazo y llevrsela.
Dnde trabaja?
Donde quiere...
Su pecho temblaba y su boca adquiri una mueca dura y despectiva.
Para qu quiere la polica a Fedor?
Maigret prefiri susurrarle:
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Lrguese enseguida!
Me ir cuando yo quiera! No tengo por qu obedecer sus rdenes...
Para qu seguir y provocar un grotesco incidente que no hara ms que embrollar la
investigacin?
Maigret cerr el registro y se lo dio al dueo.
Est en regla, no es cierto? dijo ste, que antes haba hecho un signo a la mujer de
que se callara.
Pero ella no se fue, sigui all con los puos en las caderas, la mitad de su cuerpo
iluminada por la luz que sala del cuchitril del dueo, la otra mitad en la sombra.
El comisario la mir una vez ms. Ella sostuvo la mirada y gru:
No me da usted miedo...
Alz los hombros y baj la escalera, rozando con los brazos las rayadas paredes.
Al salir, tropez con dos polacos que se volvieron a mirarle. La calle estaba mojada, con
reflejos brillantes en el pavimento.
Por todos los rincones se adivinaba un hacinamiento humano, una vida sucia, lamentable.
De vez en cuando, algunas sombras recorran las paredes. En las tiendas se vendan productos
de nombres seguramente ignorados por los franceses.
Maigret, cogindole por los hombros, detuvo a un chico que corra.
Ve a buscar a un agente de polica a la plaza de Saint-Paul...
Maigret se dirigi entonces a uno de los mirones.
Toma cien francos... Y ve a buscar al poli de la plaza de Saint-Paul...
El tipo comprendi. Diez minutos despus, estaba all un agente de uniforme.
Llama a la Polica Judicial para que me enven cuanto antes un inspector... Si es posible,
Dufour...
Tuvo que esperar todava una media hora larga. Entraron y salieron personas del hotel,
pero la luz de la segunda ventana a la izquierda del tercer piso permaneci encendida todo el
rato.
Anna Gorskine apareci en la calle. Llevaba puesto un viejo abrigo sobre la bata. Iba sin
sombrero y, a pesar de la lluvia, calzaba unas sandalias rojas.
Atraves la calzada a saltitos. Maigret se ocult en un portal.
La mujer entr en una tienda y sali al poco rato con un montn de paquetes y dos botellas.
Atraves de nuevo la calle y se meti en la casa.
El inspector Dufour lleg al fin. Tena treinta y cinco aos y hablaba tres idiomas bastante
bien, lo que le haca indispensable en ciertos momentos, a pesar de su costumbre de complicar
las cosas ms sencillas.
De un vulgar robo consegua hacer un tenebroso drama, a la mitad del cual ya se haba
perdido.
Pero en una misin precisa, como una vigilancia, serva de maravilla, gracias a su
tenacidad poco comn.
Maigret le describi a Fedor Yourovitch y a su amante.
Luego te enviar a alguien. Si uno de los dos sale de la casa, le sigues, pero conviene no
perder de vista tampoco la casa... Comprendes?
Otra vez el asunto de La Estrella, del Norte!... Un golpe de la Maffia, no es eso?
El comisario opt por irse. Quince minutos despus llegaba al Quai des Orfvres, enviaba
un colega a Dufour y permaneca junto a la estufa, echando pestes contra Jean, que no haba
conseguido encenderla bien.
Su empapado abrigo colgaba del perchero, conservando la forma de sus hombros.
Llam mi mujer?
Esta maana... Le dijimos que estaba con una investigacin...
Ella ya estaba acostumbrada, y l saba que poda volver a casa y que ella se contentara
con abrazarle, remover las cacerolas en el fuego y prepararle un plato con algn guiso sabroso.
Todo lo ms, se atrevera a decir, pero esto cuando l estuviese dispuesto a comer:
Qu tal?
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CAPTULO SIETE
TERCER ENTREACTO
Maigret no encontr a su colega Torrence en el vestbulo, sino en una habitacin del primer
piso, donde estaba servida una excelente cena. El brigada esboz un guio.
Es por el gerente! dijo como explicacin. Prefiere verme aqu que abajo... Casi me
ha suplicado que acepte esta habitacin y las comidas que me manda servir...
Hablaba bajo. Seal una puerta.
Los Mortimer se encuentran al lado.
Regres Mortimer?
Hacia las seis de la maana, empapado, furioso, con los vestidos llenos de barro y de
cal...
Qu dijo?
Nada... Intent ir a su habitacin pasando inadvertido. Pero le anunciaron que su mujer
le esperaba en el bar. Y era cierto! Ella haba terminado por invitar a una pareja de brasileos...
El bar deba estar abierto slo por ella... Ella estaba lamentablemente borracha...
Y qu ms?
l palideci. Se mordi los labios. Dirigi a los dos brasileos un saludo seco y cogi a
su mujer y se la llev, sin una palabra... Parece ser que ella ha estado durmiendo hasta las cuatro
de esta tarde... No ha habido ningn ruido en su habitacin hasta entonces... Despus escuch
frases en voz baja... Y Mortimer telefone para que le subieran los peridicos.
No hablarn del asunto, verdad?
En absoluto! Han seguido nuestras instrucciones. Slo un prrafo diciendo que ha sido
descubierto un cadver en el Estrella del Norte y que la polica cree que se trata de un suicidio.
Sigue.
El muchacho le subi dos zumos de limn. A las seis, Mortimer baj al vestbulo y
estuvo paseando, preocupado. Despus envi cablegramas cifrados a su banco de Nueva York y
a su secretaria que se encuentra en Londres desde hace unos das.
Nada ms?
Ahora acaban de cenar. Ostras, pollo asado y ensalada. Estoy al corriente de todo. El
gerente est tan contento de tenerme aqu encerrado que se cortara en pedazos si se lo pidiera.
Incluso me vino a decir hace un rato que los Mortimer haban reservado entradas para el
Gymnase L'pope. Cuatro actos...
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Y la habitacin de Pietr?
Nada. Nadie entr. Cerr la puerta con llave y puse una bolita de cera en la cerradura, de
forma que nadie puede entrar sin que yo lo sepa...
Maigret cogi una zanca de pollo que devor sin ninguna vergenza, buscando en vano
una inexistente estufa. Termin por sentarse en el radiador y pregunt:
No hay nada para beber?
Torrence le sirvi un vaso de excelente vino blanco que bebi de un trago. Llamaron a la
puerta. Un camarero entr con aire de conspirador.
El gerente me ruega decirle que el seor y la seora Mortimer han ordenado que les
preparen un coche.
Maigret lanz una mirada a la mesa todava llena de alimentos; la misma mirada que haba
lanzado en su despacho hacia la estufa encendida.
Yo ir dijo con pena. Siga usted aqu.
Se arregl un poco delante del espejo, se limpi la boca y la barbilla. Un momento
despus, ya en el taxi, esperaba que los Mortimer-Levingston se acomodaran en su coche.
No tardaron en aparecer. l, con un abrigo negro que ocultaba su traje, ella envuelta en
pieles como la vspera.
La mujer deba de estar cansada, ya que su marido la sostena discretamente con una mano.
El coche arranc bruscamente.
Maigret, ignorante de que hubiese un estreno en el Gymnase, estuvo a punto de no poder
entrar. Guardias uniformados de gala estaban alineados en el vestbulo. A pesar de la lluvia, los
mirones observaban cmo los espectadores bajaban de sus coches.
El comisario tuvo que pedir una entrada al director y pasear por los pasillos escondindose,
pues era el nico que no iba vestido de gala.
El director estaba nervioso, gesticulaba.
Qu ms quisiera yo! Pero han venido ya veinte antes que usted a pedirme una entrada
y no hay ms. No hay ms entradas!... Adems, usted no viene vestido adecuadamente.
Era requerido por todos lados.
Lo ve usted? Pngase en mi lugar.
Maigret termin por permanecer de pie, junto a una puerta, entre los empleados y los
vendedores de programas.
El teln se levant, dejando ver un soleado jardn. Hubo chiss! Murmullos. Carraspeos.
Por fin, la voz del actor, todava insegura, pero que iba afirmndose, calm la atmsfera.
Aunque haba los eternos retrasados que llegaban todava, y los chiss! volvan a renacer
entonces. Una risita de mujer se dej or por alguna parte.
Mortimer era ms gran seor que nunca. Llevaba el smoking impecablemente.
Haba visto a Maigret? O tal vez no? Una acomodadora le llev una banqueta que hubo
de compartir con una gruesa seora vestida de seda negra y que era la madre de una de las
actrices.
Primero, segundo entreacto. Idas y venidas en los palcos. Artificial exaltacin. Nombres
murmurados, nombres de maharajs, financieros, polticos, artistas.
Mortimer sali tres veces de su palco. Fue a otro, charl con un antiguo presidente del
consejo, cuya risa sonora se oa desde lejos.
Fin del tercer acto. Flores en escena. Una ovacin a la protagonista. Ruido de estrapontines
levantados y de pasos sobre el pavimento.
Cuando Maigret se volvi hacia el palco de los americanos, Mortimer-Levingston haba ya
desaparecido.
Cuarto y ltimo acto. Era el momento en el cual los que podan se acercaban entre
bastidores o a los camerinos de los artistas. Otros acudan a los vestuarios. O se apresuraban en
buscar un taxi o dirigirse a su coche.
Maigret perdi ms de diez minutos en buscar por el interior del teatro. Despus, sin
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sombrero y sin abrigo, tuvo que informarse fuera, preguntar a los sargentos, a los guardias
municipales y a los porteros.
Supo por fin que el coche color aceituna de Mortimer acababa de irse. Le sealaron el
lugar donde haba estado aparcado frente a una taberna frecuentada por los revendedores.
El coche se haba dirigido hacia la Puerta de Saint-Martin. El americano no haba
reclamado su abrigo.
Haba grupos de espectadores fuera, donde podan estar resguardados de la lluvia y del
viento.
El comisario encendi una pipa y se meti las manos en los bolsillos, rabioso. El timbre
son. Las gentes se aglomeraron hacia el interior. Los guardias municipales desaparecieron
tambin para asistir al ltimo acto.
Los bulevares tenan su desolado aspecto de las once de la noche. La lluvia al trasluz de los
faroles pareca menos compacta. Un cine vomit sus espectadores, apag las luces y cerr las
puertas despus de haber entrado los carteles de anuncio.
Haba gente esperando un autobs bajo una farola. Cuando lleg hubo discusiones porque
iba casi completo. Hubo de intervenir un sargento, que permaneci todava largo rato despus
de que hubiese partido el autobs con uno de los indignados viajeros.
Un coche se desliz por el asfalto hmedo. Se abri la portezuela en el momento en que
aminoraba la marcha. Mortimer-Levingston sin sombrero y en smoking ascendi las escaleras
de la entrada y penetr bajo la clida luz de los pasillos.
Maigret mir al conductor: un americano tpico, de gesto agrio, mandbula prominente, que
permaneca inmvil en su sitio, rgido.
El comisario no hizo ms que entreabrir una de las puertas acolchadas. Mortimer estaba de
pie detrs, en su palco. Un actor gracioso lanzaba frases entrecortadas. El teln cay. Flores.
Muchos aplausos.
Oleada hacia la salida, y de nuevo chiss! El actor anunciaba el nombre del autor, y recoga
a ste del palco proscenio, para conducirle al centro del escenario.
Mortimer besaba algunas manos, estrechaba otras y dej cien francos a la empleada que le
llev su abrigo.
Su mujer estaba plida. Cuando estuvieron los dos en el coche, hubo un momento de
indecisin.
La pareja discuta. La seora Levingston protestaba, nerviosa. Su marido encendi un
cigarrillo, y apag el mechero con un gesto rabioso.
Por ltimo, dijo algo al chfer y el coche arranc, seguido por el taxi de Maigret.
Eran las doce y media de la noche. Calle de La Fayette. Columnas blanquecinas de La
Trinit. Calle de Clichy.
El coche se par en la calle Fontaine, frente al bar Pickwick's. Portero vestido de azul y
oro, guardarropa. Humo y aires de tango.
Maigret tambin entr. Permaneci cerca de la puerta en una mesa que deba de estar
siempre vaca, pues reciba todas las corrientes de aire.
Los Mortimer se haban instalado cerca de la pista. El americano consult la carta e indic
el men. Uno de los bailarines se inclin sobre su mujer.
Ella sali a bailar. Levingston la sigui con los ojos con una chocante insistencia. Ella
cambi algunas frases con su compaero, pero no se volvi ni una sola vez al rincn donde se
encontraba Maigret.
All, adems de smokings, haba tambin algunos extranjeros en ropa de calle.
El comisario rechaz con un gesto a una profesional que quera sentarse en su mesa.
Delante de l pusieron una botella de champaa.
Haba muchas serpentinas colgadas del techo. Bolitas de algodn volaban por el aire. Una
de ellas le dio en la nariz, y el comisario lanz una feroz mirada a la vieja seora que se la haba
tirado.
La seora Mortimer volvi a su mesa. El bailarn, despus de errar un rato por la pista, se
dirigi a la salida encendiendo un cigarrillo.
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De repente, alz las cortinas rojas y desapareci. Pasaron ms de tres minutos antes de que
a Maigret se le ocurriese echar una ojeada fuera.
El bailarn no estaba all.
El resto fue largo y aburrido. Los Mortimer cenaron copiosamente: caviar, trufas al
champaa, carne a la americana y queso.
La seora Mortimer no volvi a bailar.
Maigret, a quien horrorizaba el champaa, beba a pequeos tragos para no alterarse. Sobre
la mesa haba almendras tostadas que por desgracia se le ocurri probar y que le dieron una sed
inextinguible.
Mir la hora en su reloj. Eran las dos.
El cabaret se vaciaba. Una bailarina haca su nmero ante la indiferencia general. Un
extranjero borracho, con tres mujeres en una mesa, haca l solo ms ruido que todo el resto de
los consumidores juntos.
El bailarn, que slo estuvo un cuarto de hora fuera, invit todava a bailar a algunas
seoras. Pero ahora todo haba terminado. En el ambiente se respiraba aburrimiento.
La seora Mortimer tena la tez del color del plomo, los prpados hinchados.
Su marido hizo una sea a un camarero. Les llevaron las pieles, el abrigo y el sombrero.
Maigret tuvo la impresin de que el bailarn, de pie junto al que tocaba el saxo, le miraba
sin dejar de hablar.
Llam al camarero, que se hizo esperar. Transcurrieron algunos momentos perdidos.
Cuando por fin el comisario pudo salir, el coche de los americanos torca por el ngulo de
la calle Notre-Dame de Lorette. Junto a la acera haba varios taxis estacionados.
Se dirigi a uno de ellos.
Son un disparo seco y Maigret se llev la mano al pecho. Mir alrededor y no vio nada,
pero oy pasos que se alejaban en la calle Pgalle.
Recorri todava algunos metros, arrastrado por una fuerza extraa. El portero acudi y le
sostuvo. La gente sali de Pickwick's para ver lo que pasaba. Entre ellos, Maigret pudo
distinguir la crispada figura del bailarn.
CAPTULO OCHO
MAIGRET YA NO JUEGA
Los chferes nocturnos de Montmartre comprenden las cosas con slo insinuarlas,
incluso a veces comprenden cuando no se les dice nada.
En el momento en que estall el disparo, uno de los que estaban estacionados frente al
Picwick's fue a abrir la portezuela de su coche para que entrase Maigret. No conoca su
identidad, pero, adivin por su aspecto que se trataba de un polica?
Los consumidores de un bar cercano acudieron tambin. En unos momentos, se reuni
alrededor del herido una verdadera asamblea. Entonces el conductor, decidido, ayud al portero
que sostena al comisario y que no saba qu hacer con l. Y antes de un minuto, el coche se
haba alejado. Maigret estaba echado en el asiento.
El coche rod con Maigret as durante unos diez minutos, y se par en una calle desierta.
El conductor baj de su asiento, abri la portezuela y vio a su cliente sentado casi normalmente,
con una mano debajo de su chaqueta.
Veo que no es nada, como me haba imaginado. Dnde tengo que llevarle?
Maigret tena, sin embargo, el rostro congestionado, seguramente porque la herida era
superficial. Su pecho estaba desgarrado. La bala haba rozado una costilla y haba salido cerca
del omoplato.
Prefectura de Polica...
El conductor gru algo ininteligible. Pero durante el trayecto, el comisario cambi de
idea.
Al Majestic... Djeme en la puerta de servicio, por la calle Ponthieu...
Su pauelo, hecho una bola, lo haba puesto en la herida, y comprob que ya no tena
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hemorragia.
A medida que iban hacia el centro de Pars, su rostro expresaba menos dolor y ms
inquietud.
El conductor quiso ayudarle a bajar del taxi. Pero l se neg con un gesto y atraves la
acera con paso firme. En un pasillo estrecho, detrs de una ventanilla, se encontr al sooliento
portero.
No ha ocurrido nada?
Qu quiere decir?
Haca fro. Maigret volvi a pagar al taxista, que gru de nuevo, porque por el esfuerzo
realizado slo recibi cien francos.
Maigret, inmutable, tena un aspecto impresionante. Su mano, con el pauelo, segua
apretada en su pecho, bajo la camisa. Tena un hombro ms alto que el otro y a pesar de todo
tuvo la precaucin de no abusar de sus fuerzas. Se senta algo mareado. A veces tena la
sensacin de flotar, y deba hacer un esfuerzo para recuperarse, para recobrar la claridad de sus
percepciones y de sus actos.
Subi por una escalera de hierro que conduca a los pisos, abri una puerta, encontr un
pasillo, se perdi en un laberinto y fue a parar a otra escalera semejante a la anterior, pero que
tena otro nmero.
Err por los bajos del hotel. Por suerte, se tropez con un cocinero con gorro blanco que le
vio avanzar horrorizado.
Acompeme al primero... A las habitaciones del seor Mortimer.
Pero el tipo no conoca el nombre de los clientes, y adems estaba impresionado por varias
manchas de sangre que Maigret haba dejado en su rostro al pasarse la mano.
Le aterrorizaba aquella especie de gigante en los estrechos pasillos del servicio, con un
abrigo negro echado sobre los hombros, la mano colocada obstinadamente en su pecho,
deformando el chaleco y la chaqueta.
Polica! dijo Maigret, impaciente.
Empezaba a sentir vrtigos. La herida le arda, como atravesada por largas agujas.
El cocinero acab por echar a andar sin volverse. Un poco despus los pies de Maigret
pisaron suelo alfombrado, y comprendi que haba salido de los servicios y que estaba en los
pasillos de los pisos altos; Mir los nmeros de las habitaciones. Se encontraba en el lado de los
impares.
Por fin descubri a una camarera, que se asust.
La habitacin del seor Mortimer?
Abajo... Pero... Usted...
Maigret baj una escalera, pero ya entre el personal de servicio se haba corrido la voz de
que un hombre extrao y fantasmagrico, que estaba herido, erraba por el hotel.
Se apoy un momento en la pared y dej una marca de sangre; tres gotitas de un rojo
oscuro que cayeron a la alfombra.
Termin por divisar las habitaciones de los Mortimer, y tambin la puerta de la habitacin
en la que se haba instalado Torrence. Lleg hasta ella tambaleante y la empuj...
Torrence...!
La habitacin estaba iluminada. La mesa segua llena de comida y de botellas.
Las espesas cejas de Maigret se juntaron. No vea a su colega. Por el contrario, la
atmsfera le ola a hospital.
Dio algunos pasos, siempre tan indecisos. De repente, se par delante de un divn.
Por debajo de l asomaba un zapato de cuero negro.
Tuvo que hacer un esfuerzo para reponerse. Nada ms retirar la mano de la herida, la
sangre comenz a correr de manera alarmante.
Termin por coger la servilleta que haba en la mesa y metrsela bajo el chaleco. El olor
que reinaba en la habitacin daba nuseas.
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Levant dbilmente un lado del divn, haciendo bailar el mueble sobre dos patas.
Se lo esperaba: era Torrence el que estaba all, encogido, con un brazo torcido, como si le
hubiesen roto los huesos para meterle en un espacio pequeo.
Un trapo sin anudar le cubra la boca. Maigret se arrodill.
Todos sus movimientos fueron lentos, incluso muy lentos, sin duda a causa de su estado.
Su mano tembl al palpar el pecho, y cuando lleg al corazn el comisario qued paralizado,
inmvil sobre la alfombra, con los ojos fijos en su compaero.
Torrence haba muerto! La boca de Maigret se torci insensiblemente. Cerr los puos. Y
al mismo tiempo que su mirada se enturbiaba, lanz un terrible juramento en el oprimente
silencio de la habitacin.
Aquello poda resultar grotesco, pero era trgico, horrible!
El rostro de Maigret se haba endurecido. No lloraba, deba de serle imposible, pero senta
tanta rabia, tanto dolor al mismo tiempo que tanta sorpresa, que se haba quedado idiotizado.
Torrence tena treinta aos. Haca slo cinco que trabajaba, casi nicamente, con el
comisario.
Tena la boca abierta como si hubiese hecho un desesperado esfuerzo para respirar.
Alguien, en el piso de arriba, se quitaba los zapatos, precisamente encima del muerto.
Maigret mir a su alrededor buscando un enemigo. Su respiracin era jadeante.
Transcurrieron varios minutos. Cuando se levant, Maigret sinti que la herida haba ido
empeorando.
Se dirigi a la ventana, la abri y vio la solitaria calzada de los Campos Elseos. Dej que
la brisa refrescara durante un momento su mente, y luego fue a recoger el trapo que haba
arrancado del rostro de Torrence. Era una servilleta bordada con el monograma del Majestic.
Ola todava fuertemente a cloroformo. Maigret permaneci de pie, desorientado, con slo
algunos informes pensamientos que se golpeaban en el vaco con dolorosas resonancias.
Una vez ms, como haba hecho en los pasillos, apoy el hombro en la pared y su rostro se
contrajo bruscamente. Pareca envejecido, decepcionado. Tal vez, en aquel momento, estaba a
punto de llorar? Pero era demasiado grande, demasiado duro para hacerlo.
El divn estaba atravesado, y tocaba la mesa an puesta, con colillas mezcladas con huesos
de pollo.
El comisario tendi la mano hacia el telfono. Pero no lo toc, chasque los dedos con
rabia, y se volvi hacia el cadver que se qued mirando fijamente.
Con una mueca de irona y de amargura, pens en el reglamento, en la Prefectura, en las
formalidades, en las medidas a tomar.
Contaba todo aquello? Se trataba de Torrence. Era como si hubiese sido l mismo!
Torrence, que era de la Casa, que...
Le desabroch el chaleco, tan febril bajo su aparente calma, que arranc dos botones. Y
entonces vio algo y palideci.
En la camisa, a la altura del centro del corazn, haba un puntito oscuro.
Ni siquiera del tamao de un guisante! Slo haba una gota de sangre seca tan grande
como una cabeza de alfiler.
Maigret, los ojos hmedos, hizo una mueca de indignacin imposible de expresar.
Era repugnante y al mismo tiempo el colmo de la habilidad en materia criminal! No
necesitaba buscar ms! Conoca el procedimiento, que haba estudiado unos meses antes en una
revista de criminologa alemana.
Primero la servilleta con cloroformo que en veinte o treinta segundos reduca a la vctima a
la impotencia. Luego aquella larga aguja que el asesino, sin prisa, hunde entre dos costillas
buscando el corazn, eliminando la vida, sin ruido y sin huella.
Exactamente el mismo crimen haba sido cometido en Hamburgo seis meses antes.
Una bala puede fallar o herir slo. Maigret tena la prueba. Hace ruido, y ensucia.
La aguja que se introduce en el corazn de un hombre inerte mata cientficamente sin error
posible.
El comisario record un detalle. Aquella misma noche, cuando el gerente haba anunciado
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la salida de los Mortimer, devoraba un muslo de pollo, sentado en el radiador, y feliz, haba
estado a punto de quedarse all y enviar a Torrence al teatro.
Aquel pensamiento le agit. Mir a su colega, molesto, presa de un malestar general, sin
poder precisar si era a causa de su herida, de la emocin, o del olor a cloroformo.
Ni siquiera le vino la idea de comenzar una investigacin regular, ordenada. Era Torrence
el que estaba all! Torrence, su compaero de los ltimos aos! Torrence, al que no tena ms
que decir una palabra, hacer una sea, para ser comprendido!
Torrence, con la boca abierta, como en un intento fallido de respirar, de vivir a pesar de
todo. Y Maigret, que no poda llorar. Se senta enfermo, inquieto, con un peso sobre los
hombros y un malestar en el pecho.
Se dirigi de nuevo hacia el telfono y habl tan bajo que tuvieron que hacerle repetir dos
veces su pregunta.
Prefectura... S... Oiga!... Prefectura... Quin est al aparato?... Eh?... Tarraud?...
Escuche... Vaya a ver corriendo al jefe... S, a su casa... Dgale... que venga a reunirse conmigo
en el Majestic... Enseguida... Habitacin... No s el nmero, pero le acompaarn... Eh?... No,
nada ms...
All... Qu dice?... No, no me pasa nada...
Colg, ya que su colega le preguntaba, encontrando su voz extraa y la orden dada ms
extraa todava.
Permaneci un momento con los brazos colgando. Evitaba mirar al rincn donde se
encontraba Torrence. Vio su imagen en un espejo y comprob que la sangre haba atravesado la
servilleta.
A duras penas pudo quitarse la chaqueta.
Cuando una hora ms tarde el director del Servicio de Investigacin llam a la puerta,
acompaado de un empleado del hotel que le guiaba, vio la silueta de Maigret perfilarse en el
delgado resquicio de la puerta entreabierta.
Puede marcharse! dijo el comisario con voz sorda al empleado.
Y no abri del todo hasta que el hombre hubo desaparecido. Fue entonces cuando el
director pudo ver que Maigret tena el torso desnudo. La puerta del cuarto de bao estaba
entornada. En el suelo haba charcos de agua enrojecida.
Cierre de prisa! dijo el comisario sin preocuparse de la jerarqua.
Tena una herida muy grande, tumefacta, en el lado derecho. Los tirantes le colgaban por
los muslos.
Seal con la cabeza el rincn donde estaba Torrence y puso un dedo en sus labios.
Chiss!...
El director se estremeci. De repente, agitado, pregunt:
Est muerto?
La cabeza de Maigret volvi a caer.
Quiere echarme una mano, jefe?... murmur en un tono apagado.
Pero... Usted... Es grave...
Chiss!... Lo principal es que la bala ha salido! Aydeme a poner todo esto en el
mantel...
Haba dejado los platos en el suelo y cortado el mantel en dos.
La banda del Letn... explic. Quisieron acabar conmigo... Y lo han hecho con
Torrence...
Se ha desinfectado la herida?
Con jabn y luego con yodo...
Cree que...?
Basta por el momento!... Una aguja, jefe, le han matado con una aguja despus de
haberle dormido...
No era ya el mismo. Tena la sensacin de ser visto y odo a travs de una cortina de tul
que deformaba las imgenes y los sonidos.
Alcnceme la camisa...
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CAPTULO NUEVE
EL MATN
Las bandas internacionales, especializadas en el robo a gran escala, matan rara vez.
En principio se puede incluso decir que no matan nunca. Emplean para el robo mtodos
ms cientficos y la mayora de sus afiliados son caballeros cuyos bolsillos no contienen ningn
arma.
Cuando matan es por un ajuste de cuentas. Cada ao, uno o dos crmenes imposibles de
esclarecer son cometidos en alguna parte. Lo ms corriente es que la vctima no sea identificada
y que se la entierre bajo un nombre que se sabe falso.
Se trata en estos casos de un traidor, de un hombre al que el alcohol ha vuelto locuaz y que
ha cometido imprudencias, o de un comparsa cuya ambicin amenaza la situacin de la banda.
En Amrica, pas standard, tales ejecuciones no son nunca obra de un miembro de la
banda. Se llama para ello a especialistas, a matones, que, constituidos en verdugos oficiales,
tienen sus tarifas y sus ayudantes.
En Europa, esto se ha producido algunas veces, y entre ellas est la famosa banda de los
polacos, cuyos jefes terminaron ajusticiados, y que fue varias veces desintegrada por
malhechores de bandas rivales.
Maigret saba esto cuando descendi la escalera y se dirigi hacia la oficina del Majestic.
Cuando un cliente pide la comida, a quin le pasan la comunicacin? pregunt.
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El coche se par frente al cabaret. El cierre estaba echado. Por abajo, sin embargo, se
filtraba un hilo de luz. Maigret no ignoraba que en la mayora de los establecimientos nocturnos,
el personal, a veces de cuarenta hombres o ms, tena la costumbre de comer algo antes de irse.
La comida tena lugar en la sala que los clientes acababan de abandonar, entre las mujeres
de servicio ocupadas en limpiar el local.
Sin embargo, no lleg a llamar en el Pickwick's. Volvi la espalda al cabaret, divis un barestanco en la esquina de la calle Fontaine, donde los que trabajan en los cabarets nocturnos
tienen por costumbre reunirse, ya sea durante la velada, en algn rato libre, o al final, y se
dirigi a l.
El caf estaba todava abierto. Cuando entr Maigret, tres hombres acodados en el
mostrador beban caf humeante y hablaban de sus asuntos.
Est aqu Pepito?
Hace un buen rato que se fue contest el dueo.
El comisario comprob que uno de los clientes, que tal vez le haba reconocido, haca una
sea al dueo para que se callara.
Estaba citado con l a las dos...
A esa hora se encontraba en su trabajo...
Ya lo s!... Le mand un recado por medio de alguien.
Por Jos?...
Eso es. Debi decirle a Pepito que yo no poda ir.
En efecto, Jos estuvo aqu... Y creo que estuvieron hablando...
El cliente que haba hecho una sea al dueo tamborileaba con los dedos en el mostrador.
Estaba plido de rabia, pues algo de lo que haba dicho el dueo bastaba para explicar lo
ocurrido.
A las diez de la noche o un poco antes, Pepito asesinaba a Torrence en el Majestic.
Deba tener instrucciones precisas, pues dej enseguida el servicio, pretextando una
llamada telefnica de su hermano, para ir al bar de la esquina de la calle Fontaine, y all esper.
Poco despus, el tal Jos atravesaba la calle y le transmita un mensaje que era pueril de
adivinar: disparar contra Maigret cuando ste saliese del Pickwick's.
Dicho de otra manera, en unas pocas horas dos crmenes. Y as desaparecan los dos
personajes peligrosos para la banda del Letn!
Pepito dispar y huy. Su misin est cumplida. Nadie le ha visto. Puede ir tranquilamente
a recoger sus maletas del hotel Beausjour...
Maigret pag su consumicin, sali, se volvi y advirti que los tres clientes hacan gestos
reprobadores al patrn.
Llam a la puerta del Pickwick's, y le abri una de las mujeres de la limpieza.
Como l ya saba, el personal estaba comiendo. Se vean restos de pollo, de entremeses, de
todo aquello que la clientela no haba consumido. Treinta cabezas se volvieron hacia el
comisario.
Hace mucho rato que se fue Jos?
Ya lo creo... Enseguida que...
Pero el jefe del personal reconoci al comisario, ya que era l mismo quien le haba
servido, y dio un codazo al que hablaba.
Pero Maigret no estaba para bromas.
Su direccin! Y exacta! De lo contrario, me encargar de usted...
Yo no s nada... El patrn...
Dnde est el patrn?
En su casa de La Varenne.
Dme el registro.
Pero...
Silencio!
Fingieron buscar en los cajones de un despachito instalado detrs del estrado de la
orquesta. Maigret apart a todos los que se agitaban de aquel modo y enseguida encontr el
registro, donde ley:
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Maigret no se inmut. Y las noticias llegaron todas al mismo tiempo. Primero, fue una
llamada telefnica de la comisara de Courcelles:
Un tal Jos Latourie, de profesin bailarn, ha sido encontrado muerto junto a la verja
del parque Monceau. No le han robado la cartera. Se ignora cundo y en qu circunstancias se
cometi el crimen.
Maigret, por su parte, no lo ignoraba! Se imagin al momento a Pepito Moretto detrs del
joven, a la salida del Pickwick's, encontrndole emocionado y capaz de traicionarse. Le asesin
sin esforzarse en quitarle su cartera y su documentacin, tal vez como desafo.
Pretender de esa manera hacernos frente? Muy bien! pareci decir.
Las ocho y media. Al telfono, el gerente del Majestic:
Oiga!... El comisario Maigret?... Es increble, inaudito!... Hace unos minutos, llam
el 17... El 17...! Recuerda?... El que...
S, Oswald Oppenheim... Y qu?
Le he enviado un camarero. Oppenheim, acostado como si nada hubiese ocurrido, ha
pedido el desayuno...
CAPTULO DIEZ
EL REGRESO DE OSWALD OPPENHEIM
Maigret permaneci dos horas todava all, inmvil. Cuando quiso levantarse apenas poda
mover los brazos y tuvo que llamar ajean para que le ayudase a ponerse el abrigo.
Llmame un taxi...
Algunos minutos despus, penetraba en la casa del doctor Lecourbe, en la calle Monsieur
Le Prince. Seis clientes esperaban en la antesala, pero le hicieron pasar a travs de otra
habitacin y, cuando el doctor estuvo libre, le recibi.
Sali una hora despus. Su torso estaba ms rgido. Sus ojeras eran tan profundas que hasta
la mirada haba cambiado, como si Maigret se hubiese maquillado.
Calle del Rey de Sicilia! Ya le dir dnde es...
De lejos, vio a sus dos inspectores paseando enfrente del hotel. Baj del coche y se acerc
a ellos.
No ha salido todava?
No... Uno de nosotros dos siempre ha estado vigilando...
Quin ha salido del hotel?
Un viejecito y dos jvenes y tambin una mujer de unos treinta aos...
Maigret se alz de hombros y suspir.
Tena barba el viejecito?
S.
Los dej sin decir nada, alcanz la estrecha escalera y pas por delante de la recepcin. Un
poco despus llamaba a la puerta de la habitacin 32. Una voz de mujer le contest en una
lengua que l desconoca. La puerta se abri y vio por fin a Anna Gorskine, medio desnuda,
saliendo de la cama.
Y tu amante? pregunt.
Hablaba con prisa, sin preocuparse en examinar el lugar.
Anna Gorskine grit:
Salga usted de aqu!... No tiene ningn derecho a...
Pero l, flemtico, fue al perchero a coger el trench-coat que ya conoca. Pareca buscar
otra cosa. Vio al pie de la cama el sucio pantaln de Fedor Yourovitch.
En cambio, no haba zapatos de hombre en la habitacin.
La juda, ocupada en peinarse, lanzaba sobre l una mirada furiosa.
Usted cree que porque somos extranjeros...
No le dej seguir. Tranquilamente sali, cerr la puerta que ella abri en cuanto l hubo
bajado unos escalones. Sin embargo, ella se limit a mirarle sin decirle nada. Inclinada sobre la
barandilla, le sigui con los ojos; no pudiendo ms y sintiendo la necesidad apremiante de hacer
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algo, le escupi.
La saliva cay con un ruido seco muy cerca del comisario.
El inspector Dufour le pregunt:
Y bien?...
T te encargars de vigilar a la mujer... Ella no podr transformarse en viejecito...
Quiere usted decir que...?
Claro que no! l no quera decir nada. No tena ganas de empezar una discusin. Subi a
su taxi.
Al Majestic...
El inspector, confundido, humillado, le vio marcharse.
Haz lo que puedas! le grit Maigret.
Tampoco quera apenar a su colega. Si se haba dejado engaar, no era por su culpa.
Acaso l, Maigret, no haba permitido que matasen a Torrence?
El gerente le esperaba a la puerta, lo que era una actitud nueva.
Por fin!... Usted comprende... Ya no s lo que hacer... Han venido a buscar a su... A su
amigo... Me han asegurado que los peridicos no diran nada... Pero el otro est all... Est
all!...
Nadie le ha visto entrar?
Nadie!... Es precisamente eso lo que... Oiga... Como le dije por telfono, l llam... Y
cuando lleg el camarero le pidi el desayuno... Estaba en la cama...
Mortimer...?
Cree usted que hay una relacin?... No es posible!... Es conocido... Ministros y
banqueros le han visitado aqu...
Qu hace Oppenheim?
Acaba de tomar un bao... Creo que se est vistiendo...
Y Mortimer?
Los Mortimer todava no han llamado... Duermen.
Hgame una descripcin de Pepito Moretto...
S... Me lo han contado... Personalmente nunca le he visto... Quiero decir, no me he dado
cuenta de l... Tenemos tanto personal... Pero me he informado... Es un hombre bajo, moreno,
de pelo negro, que pasaba das enteros sin decir nada...
Maigret transcribi lo dicho en una hoja, la desliz en un sobre y puso la direccin de su
jefe. Con las huellas digitales, que sin duda haban sido cogidas de la habitacin en la cual
Torrence haba muerto, era suficiente.
Lleve esto a la Prefectura...
S, seor comisario...
El gerente estaba suave, tena la sensacin de que los sucesos iban a tomar proporciones
desastrosas.
Qu va a hacer usted?
Pero el comisario se alejaba ya, torpe y trabajosamente. Se coloc en medio del vestbulo
como los visitantes en los monumentos histricos, cuando tratan de adivinar, sin ayuda del gua,
lo que hay en ellos de curioso.
La luz del sol penetraba y el vestbulo del Majestic estaba todo iluminado.
A las nueve de la maana no haba nadie en aquel vestbulo. Slo algunos viajeros que
desayunaban en mesas alejadas, mientras lean los peridicos.
Maigret termin por dejarse caer en un silln. Cerca de l haba una pecera de cermica
con peces rojos, que permanecan obstinadamente inmviles, con la boca que se abra y cerraba.
Esto record al comisario la boca abierta de Torrence. Debi quedar fuertemente
impresionado, ya que se agit durante largo rato antes de encontrar una postura a gusto.
Delante de l, pasaban camareros. Maigret los segua con los ojos, sabiendo que una bala
poda apuntarles de un momento a otro.
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se mordi los labios y de que sali ms alterada, dando una orden precipitada al conductor.
Llamaban al gerente, y el comisario se encontr solo, de pie frente a la fuente que
inesperadamente se puso a funcionar. Deban soltar el chorro de agua a horas fijas.
Eran las diez.
Tuvo una ligera sonrisa, y se afeit trabajosamente pero con cuidado, ya que cualquier
pequeo movimiento le produca pinchazos en la herida.
Eliminan a los dbiles...
Ya que, naturalmente, era eso! Despus de Jos Latourie, juzgado poco fuerte y al que
haban puesto fuera de combate de tres cuchilladas en el pecho, apartaban a la seora Mortimer,
ella tambin demasiado impresionable. La enviaban a Berln! Era un trato de favor!
Quedaban los fuertes: Pietr el Letn, que no terminaba nunca de vestirse, MortimerLevingston, con el mismo aire distinguido de siempre, y Pepito Moretto, el matn de la
banda.
Ambos, unidos por hilos invisibles, se preparaban.
El enemigo estaba all, entre ellos, en el centro de un vestbulo que comenzaba a llenarse
de gente, inmvil en un silln de mimbre, las piernas estiradas, soportando en su rostro las gotas
del agua que venan de la fuente con el ruidito de flauta.
Un ascensor se par en el vestbulo.
Pietr el Letn sali de l, con un traje caro y llamativo y un Henry Clay en la boca.
Estaba en su ambiente. Pagaba por ello. Desenvuelto, seguro de s mismo, vagabunde por
el vestbulo, parndose, mirando a la gente y las vitrinas que las grandes firmas comerciales
tenan instaladas. Pidi fuego a un camarero, se detuvo a menos de tres metros de Maigret,
contemplando los peces de la fuente, que parecan artificiales, y por fin se encamin al saln de
lectura.
CAPTULO ONCE
EL DA DE LAS IDAS Y VENIDAS
Pietr el Letn recorri con la vista varios peridicos, detenindose ms que en otros en el
Revaler Bote, diario estoniano del cual slo haba en el Majestic un nmero atrasado,
probablemente olvidado por algn viajero.
Un poco antes de las once, encendi un nuevo cigarro, atraves el vestbulo y envi a un
ordenanza a buscarle su sombrero.
Gracias al sol que baaba toda una mitad de los Campos Elseos, haca un tiempo bastante
suave.
El Letn sali sin abrigo, con un sombrero de fieltro gris, y subi hasta l'toile con pasos
lentos, la imagen perfecta del millonario paseante.
Maigret le segua de cerca, sin tratar de esconderse. La herida, que le molestaba al
moverse, no le haca nada agradable este paseo.
En la esquina de la calle Berry oy un ligero silbido cerca de l, que no tom en
consideracin. Pero el silbido volvi a orse. Entonces se volvi y vio al inspector Dufour
dedicado a una misteriosa pantomima para hacerle comprender a su jefe que tena algo que
decirle.
El inspector sigui en la calle de Berry, aparentemente absorto en la contemplacin del
escaparate de una farmacia; sus gestos parecan dirigirse a la cabeza de una mujer de cerca cuya
mejilla estaba cuidadosamente cubierta de eccema.
Ven!... Deprisa...
Dufour estaba a la vez apenado e indignado. Haca una hora que merodeaba por los
alrededores del Majestic, desplegando toda su astucia, y he aqu que el comisario le ordenaba
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Una perfeccin que no era slo superficial! Maigret tambin haba interpretado a otras
personas. Si la polica se disfraza no tan a menudo como se piensa es a veces por necesidad.
Pero Maigret, maquillado, segua siendo Maigret en algunos rasgos de su persona, en una
mirada o en un gesto.
Maigret en feriante de ganado, por ejemplo (le haba sucedido, y con xito), interpretaba al
feriante de ganado. Pero no lo era. El personaje era slo superficial.
Pietr-Fdor era o Pietr o Fedor interiormente. Y la sensacin del comisario poda resumirse
en que era a la vez el uno y el otro. No slo por la ropa, sino tambin esencialmente.
l viva alternativamente muchas vidas por completo distintas, sin duda desde haca mucho
tiempo, tal vez de siempre.
Esto eran ideas deshilvanadas, que asaltaban a Maigret mientras recorra con pasos lentos
una atmsfera de una sabrosa ligereza.
De repente, sin embargo, el personaje del Letn se escam.
Las circunstancias que produjeron el suceso fueron significativas. Se haba detenido a la
altura del Fouquet's y comenz a atravesar la avenida con la evidente intencin de tomar el
aperitivo en el bar de este establecimiento de lujo.
Entonces cambi de idea, ech a andar a lo largo de la acera y, de repente, apresurndose,
tom la calle Washington.
Haba all una taberna, como suele haber hasta en los barrios ms elegantes, destinada a los
conductores de taxi.
Pietr entr. El comisario entr detrs de l, precisamente en el momento en que peda una
copa de ajenjo.
Estaba de pie delante del mostrador, que un camarero limpiaba de vez en cuando con un
trapo sucio. A su izquierda haba un grupo de obreros en ropa de faena. A su derecha, un
cobrador de la compaa del gas.
El Letn extraaba all, por su correccin, por el lujo refinado de los menores detalles de
su vestimenta.
Se vea brillar su bigotito, demasiado rubio, y sus extraas pestaas. Mir a Maigret, no de
frente, sino en el reflejo del espejo.
Y el comisario percibi un temblor de labios, un imperceptible estremecimiento de nariz.
Pietr debi observarse. Comenz a beber despacio, pero enseguida termin de un trago lo
que quedaba en su vaso, y esboz un gesto con el dedo como diciendo:
Otro...!
Maigret pidi un vermouth. En el estrecho bar pareca ms grande y ms ancho todava. No
quitaba los ojos del Letn.
En cierta manera viva dos escenas a un tiempo. Como antes, las imgenes se juntaban. El
srdido caf de Fcamp se deslizaba tras el de ahora y Pietr se desdoblaba. Maigret le vea a la
vez en traje impecable y con gabardina vieja.
Yo voy a arreglar esto ahora mismo! deca uno de los obreros golpeando con su vaso
el mostrador.
Pietr beba su tercer aperitivo color de palo, que a Maigret le produca un cosquilleo en la
nariz.
Por un movimiento del empleado del gas, los dos hombres se encontraron codo a codo.
Maigret era mucho ms alto que su compaero. Ambos se miraban al espejo que haba
enfrente.
Fue por los ojos por donde la cara del Letn comenz a nublarse. Llam con sus dedos
blancos y secos, seal su vaso y se pas la mano por la frente.
Y entonces, poco a poco, hubo una especie de lucha en sus gestos. En el espejo, Maigret
vea tan pronto la cara del husped del Majestic como la figura torturada del amante de Anna
Gorskine.
Pero esta figura no sala nunca completamente a la superficie. Estaba oculta por un
esfuerzo desesperado de sus msculos. Slo los ojos seguan siendo los del ruso.
La mano izquierda estaba enganchada al borde del mostrador. Su cuerpo se balanceaba.
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Georges Simenon
Maigret ensay una experiencia. Tena en el bolsillo el retrato de la seora Swaan que
haba sacado del lbum del fotgrafo de Fcamp. Cunto le debo? pregunt al camarero.
Cuatro francos...
Aparent buscar en su cartera, y dej caer la foto, que flot entre el lquido del mostrador.
No se preocup de ello, y ofreci una moneda de cinco francos. Pero su mirada permaneca
fija en el espejo.
El camarero, que haba recogido el retrato, estaba molesto y lo limpiaba con un trapo.
Pietr el Letn apret su vaso, los ojos duros, los rasgos fijos.
Despus, de repente, hizo un ruido inesperado, tan claro que hasta el dueo, ocupado con
la caja, se volvi asombrado.
La mano del Letn se abri, y dej deslizar por el mostrador los trozos de cristal.
Lo haba hecho pedacitos. Un ligero corte le haca sangrar un dedo.
Tir un billete de cien francos sobre el mostrador y sali, sin mirar a Maigret.
Ahora caminaba erguido hacia el Majestic. Ningn indicio de borrachera. Su silueta era la
misma que al salir, su manera de andar igual de precisa.
Maigret, obstinado, segua tras sus talones. Estaban ya muy cerca del hotel, y vio ponerse
en marcha un coche que reconoci. Era el coche de la Identidad Judicial, que llevaba los
aparatos destinados a tomar fotografas y las huellas digitales.
Este encuentro le hizo detenerse. Por un momento perdi confianza, se sinti
desconcertado, sin punto de apoyo.
Pas delante del Select. El inspector Dufour le dirigi, a travs del cristal, una sea que
quera ser confidencial, pero que designaba claramente y para todo el mundo la mesa de la
juda.
Mortimer? pregunt el comisario, parndose en la recepcin del hotel.
Acaba de hacerse acompaar hasta la Embajada de los EE. UU., donde estaba invitado a
una comida...
Pietr el Letn se sent en su mesa, en el vaco comedor.
Va a comer usted tambin? pregunt el gerente a Maigret.
S, ponga mi cubierto en su mesa.
El otro se alter.
En su...? Eso no puede ser! El saln est vaco y...
He dicho en su mesa.
El gerente no se dio por vencido y corri detrs del polica.
Escuche! Seguramente, l va a provocar un escndalo... Puedo instalarle en un sitio
donde pueda verle tambin.
He dicho en su mesa.
Fue entonces, mientras paseaba por el vestbulo, cuando se dio cuenta de que estaba
cansado. Un cansancio sutil, que afectaba a todo su cuerpo, incluso a todo su ser, carne y alma.
Se dej caer en el mismo silln de mimbre de la maana. Una pareja, compuesta de una
seora muy madura y de un joven demasiado acicalado, se levant y la mujer dijo, para que
todos la oyesen, mientras balanceaba nerviosamente su bolso:
Estos hoteles se estn haciendo imposibles...! Fjese en eso...!
Eso era Maigret, que ni siquiera sonri!
CAPTULO DOCE
LA JUDA DEL REVLVER
Oiga!... Humm!... Es usted, verdad?
S, Maigret suspir el comisario, que haba reconocido la voz del inspector Dufour.
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Chiss!... En dos palabras, jefe... Ida lavabo... Bolso sobre la mesa... Aproximado...
Contiene revlver.
Sigue all?
Est comiendo.
Dufour, en la cabina telefnica, deba de tener aspecto de conspirador y esbozar gestos
cabalsticos. Maigret colg sin decir nada. No tena valor para contestar. Estos pequeos
contratiempos, que de costumbre le hacan sonrer, le producan ahora nuseas.
El gerente se haba resignado a poner un cubierto enfrente del Letn, que una vez instalado
pregunt al camarero.
A quin est destinado este sitio?
No s, seor, tengo orden de...
Y no haba insistido. Una familia inglesa, compuesta de cinco personas, hizo irrupcin en
el comedor, quitndole un poco de su frialdad.
Maigret, dejando su sombrero y su pesado abrigo en el guardarropa, atraves la sala y se
detuvo un momento antes de sentarse y esboz una especie de saludo.
Pero Pietr pareci no verle. Los cuatro o cinco aperitivos que se haba bebido estaban
olvidados. Estaba fro, correcto, preciso en sus gestos.
No dej traslucir la menor sombra de nerviosismo, y, la mirada lejana, daba la impresin
del ingeniero absorto en un problema tcnico.
Bebi poco, pero haba elegido uno de los mejores borgoas de los ltimos veinte aos.
Comi ligeramente: tortilla paisana, escalope y helado. En cada plato, esperaba sin
impaciencia, con las dos manos colocadas sobre la mesa, sin ocuparse de lo que pasaba a su
alrededor.
El comedor se iba llenando.
Se le est despegando el bigote... dijo de repente Maigret.
No se inmut; unos instantes despus, se content con pasar descuidadamente dos dedos
por sus labios. Era verdad, aunque apenas perceptible.
Al comisario, cuya calma era famosa en la Prefectura, le costaba trabajo conservar su
sangre fra.
Y durante el resto de la tarde, sta iba a ser puesta a prueba.
Es cierto que no esperaba que el Letn, a quien no perda de vista, pudiera arriesgarse a
hacer algo que le comprometiese.
Pero, no haba en l, por la maana, un comienzo de fracaso?
Y no se poda esperar que llegase hasta el fin por la presencia de aquella silueta, siempre
presente, como una pantalla inerte entre l y la luz?
El Letn tom caf en el vestbulo, mand que le trajesen un abrigo, baj por los Campos
Elseos y entr, un poco despus de las dos, en un cine del barrio.
No sali hasta las seis, sin haber dirigido la palabra a nadie, sin haber hecho el menor gesto
equvoco.
Bien instalado en su butaca, haba seguido con inters las peripecias de una pelcula pueril.
Si se hubiese vuelto, mientras se diriga luego hacia la plaza de la pera, donde tom el
aperitivo, habra comprobado que a la silueta de Maigret le faltaba nervio.
Y tal vez habra intuido que el comisario empezaba a dudar de l?
Era tan cierto que durante las horas pasadas en la oscuridad frente a una pantalla donde se
agitaban imgenes que no intentaba distinguir, el polica no haba omitido la posibilidad de un
arresto prematuro.
Pero saba tambin lo que le esperaba en tal caso?
No tena ninguna prueba material precisa. Por el contrario, todo un juego de influencias
asaltaran al juez de instruccin, al ministerio de Asuntos Extenores y al de Justicia.
Caminaba un poco absorto. Su herida le dola, y el brazo derecho estaba casi paralizado.
Ahora bien, el mdico le haba recomendado:
Si el dolor aumenta, acuda sin prdida de tiempo! Es que la herida est infectada...
Y adems... Acaso tena tiempo para pensar en ello?
Fjese en eso...! haba dicho por la maana una cliente del Majestic.
S, Dios mo! Eso era un polica que trataba de impedir a los malhechores de
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era dos Maigret. Un bloque tallado en viejo roble, o mejor en un gres compacto.
Apoy sus dos codos en el respaldo de la silla. Se le vea capaz, a punto de coger por el
cuello a su hombre con una de sus anchas manos y golpearle la cabeza contra la pared.
Ha vuelto Mortimer? articul.
El Letn, que miraba el papel quemado, levant calmosamente la cabeza.
Lo ignoro...
Sus dedos estaban crispados, y Maigret lo advirti. Tambin not que una maleta, que
antes no estaba en la habitacin, se hallaba junto a la puerta de la alcoba.
Era una bolsa de viaje vulgar, que todo lo ms valdra unos cien francos, y que no
armonizaba con el resto.
Qu hay dentro de ella?
No hubo ninguna respuesta, pero s un movimiento nervioso, convulsivo. Por fin una
pregunta:
Me detiene?
Y se dira que haba cierto alivio en su voz, a travs de un fondo de ansiedad.
Todava no...
Maigret se levant, fue a buscar la maleta, que empuj con el pie hasta la chimenea, y la
abri.
Contena un traje gris de confeccin nuevo, al que haban olvidado arrancar la etiqueta
marcada con cifras convencionales.
El comisario descolg el telfono.
Oiga!... Ha vuelto Mortimer?... No?... Y no ha habido nada para el 17?... Oiga!...
S... Un paquete de una camisera de los grandes bulevares?... Es intil que lo suba...
Colg y pregunt abotagado:
Dnde est Anna Gorskine?
Por fin tena la sensacin de avanzar!
Bsquela...
Dicho de otro modo, no est aqu... Pero ha venido... Y ha trado esta maleta, y tambin
una carta...
Con gesto precipitado, el Letn aplast las cenizas del papel quemado, de tal manera que
slo qued polvo.
El comisario comprendi que no era el momento de decir algo, que dominaba la situacin,
pero que el menor paso en falso le hara perder esta ventaja.
Llevado por la costumbre, se levant, se acerc al fuego, tan bruscamente, que Pietr se
sobresalt, y esboz un gesto de defensa que le hizo sonrojarse, ya que Maigret iba slo a poner
la espalda en el fuego. Fum la pipa a pequeas chupadas.
Y el silencio se volvi tan pesado que era nocivo para los nervios.
El Letn estaba a punto de estallar, aunque se esforzase por disimularlo. Como rplica a la
pipa de Maigret, encendi un cigarro.
Maigret se puso a dar vueltas de un lado para otro, y estuvo a punto de romper la mesita
donde estaba el telfono al apoyarse en ella.
Su compaero no vio que pulsaba el botn sin descolgar el aparato.
El resultado fue inmediato. Son el timbre. Y preguntaron de la centralita:
Oiga!... Han llamado?
Oiga!... S... Cmo dice?
Oiga!... Aqu la recepcin del hotel...
Y Maigret, imperturbable:
Oiga!... S... Est abajo Mortimer?... Gracias... Le ver enseguida...
Oiga!... Oiga!... Oiga!...
Apenas haba colgado el telfono, cuando de nuevo son el timbre.
La voz del gerente insisti:
Qu pasa?... No comprendo...
M...! tron Maigret.
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Apoy su mirada en el Letn, que se haba vuelto mucho ms plido, y que por lo menos
durante un segundo sinti deseos de precipitarse hacia la puerta.
No es nada! le dijo el comisario. Es Mortimer-Levingston que vuelve. Haba
pedido que me avisasen.
Vio unas gotas de sudor en la frente de su interlocutor.
Estaba hablando de la maleta y de la carta que la acompaaba... Anna Gorskine...
Anna no tiene nada que ver en todo esto...
Perdn... Cre que... No es de ella la carta?
Escuche...
El Letn temblaba... Era un hecho flagrante. Estaba inusitadamente nervioso. Todo su
rostro, toda su persona, estaban agitados por mltiples tics.
Escucho! dijo Maigret, volvindose y enfrentndose a l.
Su mano se haba deslizado hacia su revlver. No necesitaba ms que un segundo para
tenerle a tiro. Sonri, pero a travs de su sonrisa se adverta una atencin llevada al paroxismo.
Y bien?... Puesto que le digo que escucho...
Pero el Letn, cogiendo una botella de whisky, articul con los dientes apretados:
Peor para usted!
Y se llen un vaso, lo bebi de un trago y mir a su interlocutor con la mirada turbia de
Fedor Yourovitch, mientras que en su barbilla brillaba una gota de alcohol.
CAPTULO TRECE
LOS DOS PIETR
Maigret nunca haba visto una borrachera semejante. Nunca haba visto tampoco a un
hombre beberse de un trago un vaso grande lleno de whisky, llenarlo otra vez, volverlo a vaciar,
llenarlo una tercera vez, agitar la botella y vaciarla hasta las ltimas gotas de su alcohol de
sesenta grados.
El efecto fue impresionante. El rostro de Pietr el Letn se volvi de color prpura y un
momento despus exange...
Pero haba todava huellas rojas en sus mejillas. Sus labios perdan el color. Dio algunos
pasos titubeantes y luego dijo con la falsa soltura del borracho:
Usted lo ha querido, no es as?...
Y ri con risa turbia, que quera expresar miedo, irona, amargura, tal vez desesperacin.
Tir una silla al querer apoyarse, y limpi su hmeda frente.
Piense que usted solo no lo hubiese conseguido... Es la casualidad...
Maigret no se movi. Estaba tan a disgusto que quera terminar con esta escena, aunque
para ello tuviera que emborrachar del todo a su interlocutor.
Asisti a la misma transformacin de la maana, pero diez veces, cien veces ms fuerte.
Antes tuvo que enfrentarse con un hombre dueo de s, de una aguda inteligencia
alimentada por una voluntad poco comn...
Un hombre de mundo y un sabio, de una correccin extremada.
Pero de repente aquello se haba convertido en un montn de nervios, en una marioneta
enloquecida, en un rostro gesticulante, en unos ojos que expresaban el pnico.
Ahora rea! Pero al rerse, al agitarse sin parar, escuchaba y se inclinaba como si hubiese
odo ruido a sus pies.
Abajo estaban las habitaciones de los Mortimer.
Todo ha estado muy bien planeado! dijo con una voz rasgada. Y usted no ser
capaz de derrumbarlo! Es slo la casualidad, le repito, una serie de casualidades!
Esquiv la pared y luego se ados a ella, el cuerpo de lado. Hizo un gesto, porque esa rabia
artificial deba producirle dolores profundos en la cabeza.
Bien!... Intente decirme, si todava es tiempo, la clase de Pietr que soy! En su lengua,
Pietr quiere decir payaso, no es cierto?...
Era a la vez angustioso y triste, cmico y repugnante. Y cada segundo haca aumentar el
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delirio.
Qu curioso que no vengan!... Pero vendrn!... Y entonces... Vamos!... Adivnelo!...
Qu clase de Pietr?...
Cambi de repente de actitud, se tom la cabeza entre las manos. Su rostro traicion un
gesto de dolor.
Usted no comprende... La historia de los dos Pietr... Es algo as como la historia de Can
y Abel... Usted debe ser catlico, naturalmente... En mi pas son protestantes, y viven con la
Biblia... Yo estoy seguro, convencido, de que Can era un muchacho bueno, ingenuo... Mientras
que Abel...
Se oyeron pasos y la puerta se abri.
Maigret apret ms an la pipa entre sus dientes.
Ya que era Mortimer quien haba entrado, con la expresin alegre del hombre que acaba de
cenar excelentemente y en buena compaa.
Un olor a licores y a cigarros flotaba a su alrededor.
Su expresin cambi, sin embargo, nada ms entrar. El rojo de sus mejillas desapareci y
Maigret observ algo anormal en l, algo difcil de localizar, pero que daba a su fisonoma un
aire turbio.
Se vea que llegaba de la calle, y sus ropas conservaban an el aire fresco de la atmsfera.
Pero el espectculo era a doble banda. Al comisario le resultaba difcil verlo a la vez.
Miraba con preferencia al Letn. Pasada la primera conmocin, intentaba recobrar su
lucidez. Pero no pudo. La dosis haba sido demasiado fuerte. Se senta a s mismo y tena
desesperadamente en tensin toda su voluntad.
Su rostro se descompona. Deba de ver las personas y los objetos tras una cortina que los
deformaba. Tropez con una mesa y estuvo a punto de caer. Recobr milagrosamente el
equilibrio, cuando iba casi a besar el suelo.
Querido Morti... verdad...? empez a decir.
Se encontr con la mirada del comisario, y articul cambiando la voz:
A la m..., verdad...? A la...
La puerta se cerr de golpe, y se oyeron pasos precipitados alejndose. Eran de Mortimer.
El Letn se desplom en un silln.
Maigret se dirigi hacia la puerta. Pero se qued all, escuchando.
Por desgracia, era imposible distinguir los pasos del americano entre los mltiples ruidos
del hotel.
Le repito que usted lo ha querido!... balbuce Pietr, que continu torpemente su
discurso en un idioma extrao.
El comisario cerr la puerta con llave, recorri el pasillo y baj a grandes zancadas por una
escalera.
Cuando lleg al descansillo del primer piso, tuvo tiempo de ver la imagen de una mujer
que hua. Percibi un olor a plvora.
Agarr con su mano izquierda el vestido de la mujer, mientras la derecha se abata contra
su mueca. El revlver cay al suelo y la bala fue a incrustarse en los cristales del ascensor.
La mujer se revolva en sus brazos. Tena una fuerza extraordinaria. El comisario no
encontr otra manera de inmovilizarla que retorcindole la mueca. Cay a sus pies,
murmurando:
Cobarde!...
El hotel se llen de gente, y un rumor inslito lleg de los pasillos y del vestbulo.
La primera persona en aparecer fue una de las criadas que alz los brazos al cielo,
aterrorizada, y ech a correr.
No se mueva! dijo Maigret, dirigindose no a la mujer que escapaba, sino a su
prisionera.
Pero ambas quedaron rgidas y la criada grit:
Perdn!... Yo no he hecho nada...
El caos fue en aumento. La gente sala de todos los rincones. El gerente gesticulaba en
medio de un grupo. Se vean mujeres con traje de noche y del conjunto se elevaba una
cacofona.
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Maigret puso las esposas a su prisionera. Se trataba de Anna Gorskine. Ella se defendi. En
la lucha, desgarr su vestido, qued despechugada como de costumbre, magnfica, con los ojos
brillantes, la boca torcida.
La habitacin de Mortimer... dijo el comisario al gerente.
Pero ste no saba ya a qu atender. Y Maigret se encontraba solo en medio de la gente que
chocaba, llena de pnico, mientras las mujeres, para mayor confusin, gritaban, lloraban o
pataleaban.
Las habitaciones del americano se encontraban slo a algunos pasos. El polica no necesit
abrir la puerta, que estaba entornada. Vio en el suelo un cuerpo sangriento que an se mova.
Entonces fue corriendo al piso superior, se peg a la puerta que l mismo haba cerrado
con llave, no oy nada y la abri.
Las habitaciones de Pietr el Letn estaban vacas!
La maleta segua en el suelo, al lado del hogar, con el traje de confeccin colocado
atravesado.
Por la ventana abierta llegaba un aire helado. Daba a un patio ancho como una chimenea.
Abajo se distinguan los rectngulos oscuros de tres puertas.
Maigret volvi a bajar pesadamente y vio a la multitud ms tranquila. Entre los viajeros se
encontraba un mdico. Pero las mujeres no se preocupaban en absoluto por otra parte los
hombres tampoco! de Mortimer, sobre el cual estaba inclinado el doctor.
Todas las miradas se dirigan a la juda cada en el pasillo, con las manos unidas por las
esposas, con la boca huraa, lanzando injurias y amenazas a los espectadores.
Se le haba cado el sombrero y unos mechones relucientes colgaban por su rostro.
Un intrprete de la recepcin sali del ascensor en compaa de un guardia.
Hagan evacuar orden Maigret.
Oy a su espalda una protesta confusa. Tena aspecto de llenar l solo todo el pasillo.
Pesado, se acerc al cuerpo de Mortimer.
Y bien?...
El mdico era un alemn que conoca mal el francs y que comenz una larga explicacin
mezclando las dos lenguas.
La parte baja del rostro del millonario haba desaparecido. Era tan slo una gran herida
roja y negruzca.
Sin embargo, la boca se abri, una boca que no era ya exactamente una boca, y surgi un
balbuceo con sangre.
Ni Maigret ni el mdico como pudo saberse ms tarde, profesor de la Universidad de
Bonn, ni tampoco las otras dos personas que se hallaban cerca, lo comprendieron.
La alfombra estaba salpicada de cenizas de cigarro. Una de las manos permaneca abierta y
los dedos separados.
Est muerto?... pregunt el comisario.
El doctor le hizo una sea negativa y ambos se callaron.
En el pasillo, el rumor se alejaba.
El agente haca retroceder a los curiosos que permanecan all todava.
Los labios de Mortimer se juntaron y luego se separaron. El mdico permaneci inmvil
algunos segundos.
Despus, levantndose, y como desembarazado de un gran peso, dijo:
Muerto... Era difcil...
Alguien haba andado sobre la alfombra dejando una clara huella de zapato.
En el marco de la puerta abierta, el guardia municipal, con sus galones plateados, guard
un momento de silencio.
Puedo hacer algo?...
Haga salir a todo el mundo, sin excepcin orden Maigret.
La mujer est gritando...
Djela que grite...
Y fue a situarse junto a la chimenea, donde el fuego se haba apagado.
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CAPTULO CATORCE
LA CORPORACIN UGALA
Cada raza tiene su olor, que las otras razas detestan. El comisario Maigret haba abierto la
ventana y fumaba sin descanso. Ruidos sordos continuaban molestndole.
Estaba impregnado de ellos el hotel del Rey de Sicilia? O la calle? Ya llegaban oleadas
de aquel olor cuando el gerente, con gorra negra, abra su ventanilla. A medida que se suba por
la escalera, el olor se haca ms denso.
En la habitacin de Anna Gorskine era ms compacto. Haba restos de comida por todas
partes. Salchichones de un rosa feo, blandos y llenos de ajo. En un plato, haba pescado frito
nadando en una salsa agria.
Colillas de cigarrillos rusos. Restos de t en el fondo de media docena de tazas.
Y sbanas que parecan estar an hmedas, y con el olor guardado de no ser nunca
aireadas.
En el colchn que haba descosido, era donde Maigret haba descubierto aquella bolsita de
tela gris.
De la bolsa se haban cado unas fotos y un diploma.
Una de las fotos representaba una calle en cuesta, bordeada de casas viejas con una torreta,
como las que se ven en Holanda, pero embadurnadas de blanco crudo en la que se dibujaban
agudas las lneas negras de las ventanas, puertas y cornisas.
La casa que estaba en primer plano tena una inscripcin con letras de un estilo que
recordaba al mismo tiempo al gtico y al ruso:
6
Rtsep
Max Johannson
Tailor
El edificio era grande. De la torreta sobresala una viga que tena una polea destinada en
otro tiempo a almacenar el trigo en los graneros.
En la planta baja haba una entrada de seis escalones, con una barandilla de hierro. En esta
entrada se hallaba reunida una familia alrededor de un hombre de unos cuarenta aos, pequeo
y apagado, con toda seguridad el sastre, que tena un aspecto serio y desenvuelto.
Su mujer, con un vestido de satn ajustadsimo, estaba sentada en una silla labrada. Sonrea
de buena gana al fotgrafo, aunque con una ligera mueca en los labios, que haca elegante.
Por ltimo, delante de ellos, haba dos nios que se daban la mano. Eran dos chicos de seis
a ocho aos, con pantalones hasta media pantorrilla, medias negras, cuellos de marinero blancos
bordados y con adornos en los puos.
La misma edad! La misma estatura! Un parecido extraordinario entre ellos y con el
sastre.
Sin embargo, era imposible no notar la diferencia de caracteres.
Uno tena una expresin decidida. Miraba fijamente al aparato con un aire agresivo, como
una especie de desafo.
El otro miraba a su hermano de reojo, le miraba con confianza, con admiracin.
El nombre del fotgrafo se lea incrustado: K. Akel, Pskov.
La segunda foto era ms grande y ms significativa. Haba sido tomada durante un
banquete. Tres largas mesas en perspectiva, cubiertas de platos y de botellas, y al fondo, contra
una pared gris, una panoplia con seis banderas y un escudo, del que se distinguan mal los
detalles, dos espadas cruzadas y un cuerno de caza.
Los invitados eran estudiantes de dieciocho a veinte aos, con una gorra de visera estrecha,
ribeteada de plata, cuyo casquete de terciopelo deba de ser de ese verde lvido que tanto les
gusta a los alemanes y a sus vecinos del Norte.
Tenan el cabello muy corto, y la mayora de los rostros eran de rasgos muy marcados.
Unos sonrean ingenuamente al objetivo. Otros tendan su jarra de cerveza, de un curioso
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Bella unos momentos antes, ahora se haba puesto horrible, se arrancaba manojos de pelo,
sin preocuparse por el dolor.
Maigret no se inmut. Ya haba visto cien crisis de esa misma clase. Fue a coger el botijo
que haba en el suelo. Estaba vaco.
Llam a un guardin.
Llnalo de prisa...
Un poco despus, verta el agua fra por encima del rostro de la juda, que jadeaba, abra
los labios vidamente, le miraba sin conocerle, para luego caer en un pesado sopor.
De vez en cuando, la recorra un escalofro.
Maigret arregl el fino colchn de la cama que estaba pegada a la pared y levant a Anna
Gorskine con un gran esfuerzo.
Hizo todo aquello sin una sola sombra de rencor, con una dulzura de la que se le hubiera
credo incapaz; baj el vestido hasta las rodillas de la desgraciada, le tom el pulso y, de pie a la
cabecera, la mir durante largo rato.
Vista de aquella manera, tena el rostro fatigado de una mujer de treinta y cinco aos.
Sobre todo la frente estaba surcada de finas arrugas que no se vean de costumbre.
Por el contrario, las manos, regordetas, con las uas embadurnadas de un esmalte malo,
eran de una forma delicada.
Llen su pipa, moviendo su ndice a pequeos gestos lentos, como un hombre que no sabe
muy bien lo que va a hacer. Durante unos momentos, se pase por la celda cuya puerta haba
quedado entornada.
De repente, se volvi, asombrado, dudando de sus sentidos.
Acababan de cubrir el rostro de Anna Gorskine con la sbana. sta no era ya ms que una
masa informe bajo el algodn de un gris feo.
Y aquella masa se mova con sacudidas rtmicas. Al escuchar podan adivinarse unos
gemidos ahogados.
Maigret sali sin hacer ruido, volvi a cerrar la puerta, pas por delante del guardin y
luego, despus de haber recorrido diez metros, volvi sobre sus pasos.
Haga que le traigan las comidas del restaurante Dauphine! pronunci muy de prisa
con voz gruona.
CAPTULO QUINCE
DOS TELEGRAMAS
Maigret se los ley en voz alta al juez de instruccin Comliau, que se mostraba aburrido.
El primero era una respuesta de la seora Mortimer-Levingston al telegrama que le
anunciaba el asesinato de su marido.
Berln. Hotel Modern. Enferma, fiebre alta, imposible viajar. Stones ser necesario.
Maigret tuvo una sonrisa amarga.
Comprende? Por el contrario, mire el telegrama de la Wilhelmstrasse. Est en polcod.
Traduzco:
Seora Mortimer llegada por avin, alojada en el Hotel Modern, Berln, donde encontr
telegrama Pars al volver del teatro. Se meti en la cama e hizo llamar doctor americano
Pelgrad. Doctor se ampara en el secreto profesional. Hay que imponer visita experto? Criada
hotel no ha notado ningn sntoma.
Como puede ver, seor Comliau, esta mujer no quiere ser interrogada por la polica
francesa. No pretendo que sea la cmplice de su marido. Al contrario. Estoy convencido de que
le ocultaba el noventa y nueve por ciento de sus asuntos. Mortimer no era hombre que se
confiase a una mujer, sobre todo a la suya. Pero por lo menos conoce un mensaje que transmiti
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Est hecha en Rusia! Tuve que consultar un atlas. Cerca del Bltico! All hay varios
pases muy pequeos: Estonia, Lituania, Letonia... Y despus, limitndolos, Polonia y Rusia.
Las fronteras no coinciden con las razas. De pueblo en pueblo, a veces, el idioma cambia. Y
existen adems los judos que, diseminados por todas partes, forman, sin embargo, otro pueblo.
Y aada los comunistas! Se pelea en las fronteras y hay guerrillas de los nacionalistas! Las
gentes viven de los pinos de los bosques. Los pobres son ms pobres que en cualquier otra parte.
Mueren de hambre y de fro.
Algunos intelectuales prohiben la cultura alemana, otros la eslava, otros incluso los viejos
dialectos...
Hay campesinos en Laponia y en Calmuk, grandes diablos rubios y tambin la raza
mestiza de los judos que se alimentan de ajos y matan a los animales de manera diferente que
los otros...
Maigret cogi la fotografa de las manos del juez, que la haba mirado sin gran inters.
Qu chicos tan curiosos! not solamente.
Devolvindosela al magistrado, el comisario pregunt:
Podra decirme a cul de los dos busco?
Quedaban todava tres cuartos de hora antes de la salida del tren. El juez Comliau
examin a cada uno de los muchachos, al que pareca desafiar al objetivo y al que se volva
como para pedirle consejo.
Es terriblemente elocuente una foto como sta! dijo Maigret. Uno se pregunta
cmo los parientes y los profesores que los conocieron, no adivinaron enseguida lo que les
reservaba el destino.
Observe bien al padre... Le asesinaron una noche, cuando peleaban en las calles
comunistas contra nacionalistas... l no era ni de unos ni de otros... Haba salido de su casa para
comprar pan... Lo s por boca del hotelero del Rey de Sicilia, que procede de Pskov...
La madre, que vive todava, contina en la casa. El domingo se pone el traje nacional con
el alto gorro que le cae a los dos lados de la cara...
Los muchachos...
Se interrumpi.
Mortimer dijo cambiando la voz naci en una granja de Ohio y comenz vendiendo
peridicos en San Francisco. Anna Gorskine, natural de Odessa, pas su juventud en Vilna. La
seora Mortimer, por ltimo, es una escocesa emigrada a Florida desde su infancia.
Todos ellos estn ahora aqu y mi padre era guardabosques de una de las ms antiguas
propiedades del Loira.
Mir la hora una vez ms y seal en el retrato al muchacho que miraba a su hermano con
admiracin.
Ahora se trata de ir a echarle el guante a este chico!
Sacudi la pipa en el carbn y estuvo a punto de encender de nuevo el fuego.
Unos momentos despus, el juez Comliau dijo a su secretario mientras limpiaba sus gafas
bordeadas de oro:
No cree usted que Maigret es otro? Me ha parecido... Cmo expresarme?... Un poco
nervioso... Un poco...
Busc en vano la palabra y se cort.
Qu diablos vienen a hacer todos estos extranjeros a nuestro pas?
Despus de lo cual, cogiendo con un gesto brusco la carpeta de Mortimer, dict:
Tome nota: el ao mil novecientos...
Si el inspector Dufour se encontraba en la misma esquina en que Maigret haba esperado la
salida del hombre de la trinchera durante una maana de tempestad, es porque no haba ms que
aquella esquina en la callejuela en cuesta, que despus de dejar atrs los hoteles a cada lado, se
converta en un sendero y acababa por borrarse en la hierba rasa.
Dufour llevaba botines negros, un abrigo corto de gamarra y un casquete de marino como
el que lleva todo el mundo en Fcamp y que deba de haberse comprado nada ms llegar.
Y bien? pregunt Maigret acercndose a l en la oscuridad.
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Al seor Swaan?
No!... Yo... era... el... cuado de la seora... me pidi que le entregara una carta a mi
seora...
Dnde estaba?
Frente a la carnicera... esperndome...
Te haba hecho otras veces este tipo de encargos?
No... Nunca... Nunca le vea fuera de la casa.
Sabes dnde ha citado a la seora Swaan?
No s nada... La seora ha estado muy nerviosa durante el da... Tambin ella me ha
hecho muchas preguntas... Quera saber cmo estaba... Le he dicho la verdad... Que tena el
aspecto de un hombre que iba a cometer una desgracia... Incluso al acercrseme, sent miedo.
Maigret, de repente, sali sin cerrar la puerta tras l.
Andaba con paso rpido, detenindose de vez en cuando, mirando a su alrededor con
angustia creciente.
CAPTULO DIECISIS
EL HOMBRE DEL ACANTILADO
El agente Bornier, novato en el servicio, se emocion al ver pasar corriendo ante l a su
jefe, rozndole y sin decirle nada mientras la puerta de la villa quedaba abierta.
Le llam dos veces:
Comisario!... Comisario!...
Maigret no se volvi. Slo unos momentos despus disminuy el paso al entrar en la calle
de Etretat, por la que circulaban algunos transentes, gir a la derecha, chapote en el barro de
los muelles y, reemprendiendo la carrera, embisti el rompeolas.
Apenas haba avanzado unos cien metros en aquella direccin, cuando distingui una
silueta femenina. Se desvi para pasar ms cerca de ella. Una barca de pesca estaba
descargando, con una lmpara de carburo colgada del escotilln.
Se detuvo esperando que la mujer entrara en el crculo luminoso. Vio el rostro convulso de
la seora Swaan. Tena la mirada vaca y su andar era rpido y torpe como si hubiera errado a
travs de las cinagas, evitndolas por milagro.
El comisario estuvo a punto de abordarla, incluso lleg a dar algunos pasos hacia ella, pero
vea ante l el desierto rompeolas, como una larga lnea negra en la sombra limitada por los
lados por la espuma de las olas.
Se precipit hacia aquella direccin. Ms all de la barca de pesca no haba un alma. La luz
verde y roja del paso perforaba la noche. El faro, clavado en las rocas, iluminaba cada quince
segundos una gran extensin de mar y en el tiempo de un relmpago lanzaba sus rayos sobre el
acantilado, que naca y mora en forma fantasmal.
Maigret tropez con las bitas de amarraje, subi a la pasarela montada sobre pilotajes y
qued sumergido entre el ruido de las olas.
Sus ojos escrutaban la oscuridad. Se oa la sirena de un barco solicitando la salida del
canal.
Frente a l, el mar indefinido y ruidoso. Tras l, la ciudad, sus tiendas y su asfalto.
No conoca el terreno: queriendo atajar, dio mayor rodeo. La pasarela sobre los pilones le
llevaba hasta el pie de un semforo en el que haba tres bolas negras que cont sin darse cuenta.
Ms lejos, se inclin sobre el parapeto y sobre las grandes charcas de espuma blanca que
penetraban entre los penachos.
Su sombrero vol. Lo persigui sin poder impedir que cayera al mar. Las gaviotas
lanzaban agudos gritos y de vez en cuando sus alas blancas se dibujaban en el cielo.
Acaso la seora Swaan no haba encontrado a nadie en la cita? Su compaero, habra
tenido tiempo de alejarse? Estara muerto?
Maigret estaba inquieto, convencido de que era asunto de segundos.
Lleg a la luz verde dando vuelta a las viguetas de hierro que la sostenan.
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Nadie! Y las olas, una a una, rompan contra el dique, enhiestas, a trompicones, huyendo
en un amplio hueco blanquecino para regresar con nuevo mpetu.
Un ruido intermitente de guijarros machacados unos contra otros y el edificio confuso del
casino vaco.
Maigret buscaba a un hombre!
Dio media vuelta. Deambul por la playa sorteando las piedras que, en la oscuridad,
parecan patatas monstruosas.
Quedaba a la altura de las olas y stas le salpicaban el rostro.
Fue entonces cuando se dio cuenta que era marea baja y que el rompeolas estaba rodeado
por un cinturn de negras rocas entre las que bulla el agua.
Vio al hombre como por milagro. De buenas a primeras se le antoj un objeto inanimado,
como una sombra vaga entre las sombras.
Mir atentamente. Estaba sobre la ltima roca, donde la ola ergua su cresta ms orgullosa
antes de desplomarse como polvo de agua. Algo viva...
Maigret, para llegar hasta all, tuvo que deslizarse entre el conjunto de estacas que haba
recorrido pocos minutos antes.
Las algas recubran la piedra. Las suelas resbalaban. Se oa un rumor mltiple, como la
huida de centenares de cangrejos, el estallido de burbujas de aire o de conchas marinas y el
estremecimiento imperceptible de los moluscos incrustados hasta media altura de los maderos.
Por una vez, Maigret pis en el vaco y su pierna se hundi hasta la rodilla en una charca
de agua.
Haba perdido de vista al hombre, pero iba en direccin cierta.
Seguramente el otro habra llegado all cuando la marea era ms baja, ya que el comisario,
de repente, se vio obligado a detenerse ante una charca de unos dos metros de ancho. Tante el
fondo con el pie derecho; estuvo a punto de caer hacia delante. Al fin, se suspendi a los
arbotantes de las vigas.
Era una de esas situaciones en las que ms vale no ser visto. Se esbozan gestos para los que
no se est preparado. Se falla todas las veces, como un mal acrbata, aunque, por decirlo as, se
sigue avanzando a pesar de todo. Se cae y se recupera. Se borbotea, sin prestigio, sin belleza.
Maigret se cort en la mejilla y ms tarde no hubiera podido decir si haba sido al caer de
bruces sobre las rocas o rozando algn clavo saliente de los maderos. Volvi a ver al hombre,
tan inmvil, con un aspecto tan parecido a esta clase de piedras que de lejos tienen forma
humana, que dud de s mismo. Llegado a cierta distancia el agua se removi entre sus piernas.
No era marino. Avanz con precipitacin involuntaria.
Por fin lleg a las mismas rocas donde estaba situado el hombre. Estaba a un metro de
distancia, a unos diez o quince pasos. Sin acordarse de su revlver, anduvo de puntillas todo
cuanto se lo permita el terreno. Hizo rodar algunas piedras cuyo ruido qued confundido con el
del reflujo. De repente, sin transicin, salt sobre la silueta ptrea y con su brazo doblado le
agarr el cuello y lo derrib hacia atrs.
Ambos estuvieron a punto de resbalar y de ser tragados por una ola que rompa ms
violenta que las dems. No ocurri as gracias al azar. Si otras diez veces hubieran intentado el
mismo ejercicio, diez veces les hubiera salido mal.
El hombre, que no haba visto a su agresor, se debata como una anguila. Con la cabeza
inmovilizada agitaba el resto del cuerpo con una elasticidad que, en aquel ambiente, tomaba
proporciones sobrehumanas. Maigret no quera ahogarlo. Tan slo trataba de inmovilizarlo y
con la punta de un pie se agarraba a la ltima estaca. Aquel pie los mantena a ambos.
Dur muy poco la resistencia del adversario. No haba sido ms que una resistencia
animal, espontnea.
En cuanto hubo reflexionado o quiz en el momento en que vio a Maigret, cuyo rostro
estaba rozando el suyo, se inmoviliz.
Con un parpadeo le dio a entender que se entregaba, y cuando sinti libre su cuello seal
vagamente la masa viva del mar, balbuciendo con una voz todava poco firme:
Cuidado!
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Quiere que hablemos, Hans Johannson? pregunt Maigret, cuyas uas estaban
hundidas en las algas viscosas.
Luego confesara que, en aquel preciso momento, su compaero le hubiera podido echar al
agua con un simple puntapi.
Fue cuestin de un segundo, pero Johannson, agachado cerca de la primera estaca, no se
aprovech de ello. Tambin ms tarde, Maigret confesara que, por un momento, tuvo que
agarrarse al pie de su compaero para remontar la cuesta.
Luego, ambos, sin decir palabra, rehicieron el camino en sentido inverso. La marea haba
crecido ms todava. A dos pasos de la orilla se vieron bloqueados por el mismo charco que
haba detenido al comisario, entonces todava ms profundo.
El Letn fue el primero en entrar en el agua, perdi pie cuando hubo recorrido tres metros,
chapote, escupi y emergi por fin con agua hasta la cintura.
Maigret lanzse hacia delante. Por un momento cerr los ojos con la impresin de ser
absolutamente impotente para mantener en la superficie su cuerpo demasiado pesado.
Los dos hombres se reunieron sobre los guijarros de la playa calados hasta los huesos,
chorreando.
Ha hablado? pregunt el Letn con voz inaudible, una voz en la que no quedaba
nada de aquello que aferra a un hombre a la vida.
Maigret tena derecho a mentir.
Prefiri declarar:
No ha dicho nada... Pero s...
Era imposible continuar all. A causa del viento, sus trajes mojados se convertan en una
compresa helada. El primero en castaetear los dientes fue el Letn. Bajo la tenue luz de la luna,
Maigret constat que sus labios estaban morados.
No llevaba bigote. Era la cara inquieta de Fedor Yourovitch, la del nio de Pskov que
devoraba a su hermano con la mirada. Pero a pesar de que sus pupilas eran del mismo gris
turbio, las suyas tenan una fijeza cruel.
Girando casi en redondo hacia la derecha, ambos vean el acantilado salpicado por dos o
tres puntos luminosos: las villas, entre ellas la de la seora Swaan.
Y cuando pasaba la pincelada del faro, se adivinaba el techo que la cobijaba, a ella, a los
dos nios y a la asustada criada.
Vamos... dijo Maigret.
A la comisara?
Su voz era resignada, o mejor, indiferente.
No...
Conoca uno de los hoteles del puerto, Chez Len, y haba observado que tena una entrada
que slo utilizaban en verano los baistas que venan a pasar la temporada en Fcamp. La puerta
daba a una habitacin que, durante el verano, se converta en un comedor casi lujoso. En
invierno, los pescadores se contentaban con beber y comer ostras y arenques en la sala del caf.
Fue aqulla la puerta que empuj Maigret. Junto a su compaero atraves la sala a oscuras
y fue a parar a la cocina, donde una criada muy joven lanz un grito de estupor.
Llama a tu patrn!...
Seor Len! Seor Len! grit sin moverse.
Una habitacin... dijo el polica cuando el seor Lon apareci.
Seor Maigret!... Pero si est usted empapado... Acaso?...
Una habitacin... dijo el polica cuando el seor Lon intentaba acercrsele.
No est encendido el fuego en las habitaciones... y una bolsa de agua caliente en modo
alguno bastar para...
Pero tendr al menos dos batas?
Naturalmente... las mas... Pero
El comisario por lo menos era unos tres palmos ms alto!
Trigalas!
Treparon por una escalera empinada y de alambicados recodos. La habitacin estaba
completamente limpia. El seor Lon cerr los postigos y propuso:
Un ponche, verdad?... y bien cargado!
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CAPTULO DIECISIETE
LA BOTELLA DE RON
Quiz sera exagerado pretender que, en muchas investigaciones, nacen unas relaciones
cordiales entre el polica y aquel a quien debe hacer confesar.
Sin embargo, casi siempre y a menos de tratarse de un bruto, se establece cierta intimidad.
Sin duda, esto se debe al hecho de que, durante semanas y a veces meses, polica y malhechor
viven pendientes el uno del otro. El investigador trabaja encarnizadamente para penetrar hasta el
fondo del pasado del culpable, intenta reconstruir sus pensamientos y prever sus mnimos
reflejos. En la partida, ambos se juegan la piel. Y cuando se encuentran, las circunstancias son
suficientemente dramticas como para hacer desaparecer la indiferencia corts que suele
presidir diariamente las relaciones entre los hombres.
Se ha visto a inspectores que, tras haber detenido con penas y trabajos a un malhechor, le
han ido tomando afecto, le han visitado en la crcel y lo han sostenido moralmente hasta el
cadalso.
Esto explica, en parte, la actitud de los dos hombres al quedarse solos en la habitacin. El
hotelero haba trado un infiernillo de carbn de madera y el agua herva en una caldera. Al lado,
entre dos vasos y una azucarera, se ergua una botella de ron.
Los dos tenan fro.
Envueltos en sus batas prestadas, se inclinaban sobre el infiernillo, demasiado pequeo
para calentarles. En su actitud haba el abandono de un cuerpo de guardia, de cuartel, aquel
dejarse ir que slo existe entre los hombres para quienes las contingencias sociales ya no
cuentan momentneamente.
Quiz era, simplemente, que tenan fro? Era ms probable que fuera debido al cansancio
que pesaba al mismo tiempo sobre ambos.
Aquello era el fin! No necesitaban hablar de ello para sentirlo.
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Se dejaron caer, cada uno sobre una silla; acercaban sus manos a la caldera y miraban
vagamente el infiernillo de esmalte azul que les serva de nexo.
Fue el Letn quien tom la botella de ron y quien prepar los ponches con gestos precisos.
Despus de unos sorbos, Maigret pregunt:
Quera matarla?
La respuesta lleg enseguida y con la misma simplicidad.
No he podido.
El rostro del hombre se estremeci agitado por unos tics que ya no iban a abandonarle. Lo
mismo parpadeaba varias veces consecutivas y con gran rapidez, que alargaba sus labios en
todos sentidos y que se le ensanchaban y cerraban las aletas de la nariz.
La fisonoma voluntariosa e inteligente de Pietr se esfumaba. Poda ms la del ruso, el
vagabundo de nervios hipertensos cuyos gestos no le interesaban a Maigret.
Fue as como no se dio cuenta de que la mano de su compaero tomaba la botella de ron.
Llen y vaci el vaso de un tirn y sus ojos empezaban a brillar.
Pietr, era su marido?... Hacan uno, con Olaf Swaan, verdad?...
El Letn se levant, incapaz de mantenerse en el sitio. Busc cigarrillos a su alrededor y, al
no encontrarlos, pareci desesperarse. Al pasar cerca de la mesa en la que estaba el infiernillo se
escanci ms ron.
No es por ah por donde hay que empezar dijo.
Luego, mirando de frente a su compaero, continu:
Resumiendo: que usted lo sabe todo, o casi todo.
Los dos hermanos de Pskov... eran gemelos, no? Usted es Hans, el que miraba al otro
con admiracin y docilidad...
De pequeos, a l ya le diverta tratarme como a un criado... y no cuando estbamos los
dos solos, sino tambin ante nuestros compaeros... No deca criado, deca esclavo... Se haba
dado cuenta de que aquello me gustaba... y me gustaba... todava ahora no s por qu... no vea
ms que con sus ojos... me hubiera dejado matar por l... luego, cuando ms tarde...
Cundo ms tarde?...
Crispaciones. Parpadeos. Sorbo de ron.
Encogimiento de hombros como queriendo decir:
Despus de todo...
Y una voz contenida:
Luego, cuando ms tarde am a una mujer... no creo haberla amado a ella con mayor
abnegacin... mucha menos, sin duda!... Amaba a Pietr como... no s!... Me pegaba con los
compaeros que no admitan su superioridad y, como yo era el ms dbil, reciba los golpes con
una especie de jbilo.
Ese tipo de dominio es frecuente entre los gemelos observ Maigret, sirvindose un
segundo ponche. Me permite un momento?
Fue hasta la puerta y grit a Lon que le subiera la pipa y el tabaco olvidados en su traje.
El Letn intervino:
Cigarrillos para m, quiere?
Y cigarrillos, patrn!... Gauloise azul!
Regres a su sitio. Los dos esperaron en silencio que la criada trajera lo que haban pedido
y que se retirara.
Estaban juntos en la Universidad de Tartu? prosigui Maigret.
El otro no consegua sentarse ni permanecer quieto. Fumaba, mordisqueando el cigarrillo y
escupiendo briznas de tabaco. Daba vueltas por la habitacin con paso vacilante, cambiaba de
sitio un jarrn de la chimenea, lo desplazaba, hablaba con fiebre creciente.
S...; all empez todo! Mi hermano era el estudiante mejor. Todos los profesores se
ocupaban de l. Los alumnos sufran la influencia de su prestigio hasta tal punto que, a pesar de
ser uno de los ms jvenes, fue elegido presidente del Ugala.
Se beba mucha cerveza en las tabernas; yo, sobre todo. Ignoro por qu empec a beber
tan pronto. No tena ningn motivo. En realidad, siempre he bebido.
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Creo que era debido sobre todo a que, despus de unos vasos, me imaginaba un mundo a
mi manera en el que yo desempeaba un magnfico papel...
Pietr era muy duro conmigo. Me llamaba "cochino ruso". Usted no puede comprenderlo.
Nuestra abuela materna era rusa y en nuestro pas, a los rusos, despus de la guerra, los tenan
por perezosos, borrachos y soadores.
En aquella poca, se produjeron ciertos disturbios provocados por los comunistas. Mi
hermano se puso al frente de la corporacin Ugala. Fueron a buscar armas a un cuartel e
iniciaron el combate, en plena ciudad.
Yo tuve miedo... No era culpa ma... tena miedo... Ni siquiera poda andar... permanec en
una taberna con los postigos cerrados y estuve bebiendo mientras dur todo aquello.
Crea que mi destino era convertirme en un gran dramaturgo como Chejov, cuyas obras
conoca de memoria. Pietr se rea.
T!... Siempre sers un fracasado! pretenda.
Aqul fue un ao de disturbios, revueltas, de vida trastocada. El ejrcito no bastaba para
mantener el orden, los habitantes haban formado legiones para defender la ciudad.
Mi hermano, jefe de los Ugala, se iba conviertiendo en un personaje a quien incluso los
ms dignos tomaban en serio. Era todava un imberbe y ya se hablaba de l como de un futuro
hombre de Estado de la Estonia liberada.
Pero el orden se restableci y se descubri cierto escndalo que fue preciso tapar. Al
hacer las cuentas vieron que Pietr haba utilizado Ugala para incrementar su fortuna personal.
Miembro de varios comits, haba manipulado en todos los papeles.
Se vio obligado a abandonar el pas. March a Berln y me escribi para que fuera a
reunirme con l.
Fue all donde debutamos juntos.
Maigret observaba la cara excitada del Letn.
Quin haca las falsificaciones?
Pietr me ense a imitar cualquier tipo de escritura y me oblig a seguir un curso de
qumica... Yo viva en una pequea habitacin y me pagaba doscientos marcos al mes... Algunas
semanas ms tarde, l se compraba un coche para llevar a pasear a sus amantes...
Nos dedicbamos, sobre todo, a la falsificacin de cheques... Un cheque de diez marcos
lo converta en uno de diez mil y Pietr lo haca pasar a Suiza, Holanda e incluso, en cierta
ocasin, a Espaa...
Yo beba mucho y l me despreciaba. Me trataba con maldad. Cierto da estuvieron a
punto de apresarle por mi culpa a causa de una falsificacin menos perfecta que las dems.
Me peg a bastonazos...
Yo call! y segu admirndolo... Ignoro por qu... Adems, se impona a todo el mundo.
De haberlo querido, en cierta ocasin hubiera podido casarse con la hija de un ministro del
Reich... Por culpa del cheque fracasado tuvimos que pasar a Francia, donde viv, primero, en la
calle de l'Ecole-de-Mdecine...
Pietr ya no trabajaba solo. Se haba afiliado a varias bandas internacionales... Viajaba con
frecuencia por el extranjero y cada vez se serva menos de m. Slo algunas veces para ciertas
falsificaciones, ya que yo me haba convertido en un experto en la materia...
Me daba poco dinero.
Nunca servirs para nada ms que para beber, "cochino ruso" repeta.
Cierto da me anunci que se iba a Amrica para un asunto colosal que le convertira en
multimillonario. Me mand instalarme en provincias porque, en Pars, la polica del
departamento de extranjeros me haba ya interpelado varias veces.
nicamente te pido que permanezcas quieto... No es mucho, me parece!...
Al mismo tiempo, me encargaba una serie de pasaportes falsos que yo le proporcionaba.
Pas a El Havre...
Y all encontr a la que ms tarde sera la seora Swaan...
Se llamaba Berta...
Hubo un silencio. La nuez de Adn del Letn se estaba hinchando.
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Al fin estall:
Cunto pude desear entonces poder convertirme en algo...! Ella era cajera del hotel en
el que yo viva... todos los das, me vea regresar borracho... entonces, me rea...
Era muy joven, aunque seria. A m me evocaba un hogar y unos nios.
Cierta noche en que yo no estaba borracho del todo y en que ella me reprenda, me ech a
llorar en sus brazos y creo que jur convertirme en otro hombre.
Creo que hubiera mantenido mi palabra. Todo me asqueaba! Estaba harto de
arrastrarme!...
Aquello dur cerca de un mes... Se reir! Porque es una tontera, ya lo s... pero los
domingos, los dos asistamos a los conciertos pblicos. Estbamos en otoo... solamos regresar
por el puerto y veamos los barcos...
No hablbamos de amor... deca que era amiga ma... pero yo saba que algn da...
Ah s!... cierto da mi hermano regres... necesitaba de m con urgencia... llevaba una
maleta llena de cheques para falsificar... cualquiera poda saber de dnde los haba sacado!...
Pertenecan a los bancos ms importantes del mundo...
Por aquel entonces se haba convertido en oficial de marina y se haca llamar Olaf
Swaan...
Vivi en mi hotel durante varias semanas, y ya que se trataba de un trabajo delicado,
mientras yo falsificaba los cheques, l se dedicaba a recorrer los puertos de la costa para
comprar barcos...
Porque su nuevo negocio marchaba viento en popa. Me explic que se haba puesto de
acuerdo con uno de los ms importantes financieros americanos, quien, naturalmente,
desempeara un papel oculto en aquella combinacin.
Se trataba de reunir, en una sola mano, todos los hilos de las grandes bancas
internacionales.
Se haba realizado ya el acuerdo de los bootleggers... se necesitaban barcos de pequeo
tonelaje para el contrabando de alcohol...
Es necesario que le explique el resto? Pietr me haba cortado la bebida para obligarme a
trabajar... Viva encerrado en mi habitacin entre lupas de relojero, cidos, plumas, tintas de
todas clases, e incluso, una imprenta porttil...
Cierto da entr en la habitacin de mi hermano.
Berta estaba entre sus brazos...
En aquel momento agarr con fuerza la botella que estaba casi vaca y se la bebi de un
trago.
Me fui! concluy con una voz muy extraa. No poda hacer otra cosa. Me fui...
Tom el tren. Desde entonces he deambulado das y das por todos los bares de Pars. Hasta que
fui a parar a la calle del Rey de Sicilia, borracho como una cuba y enfermo a morir.
CAPTULO DIECIOCHO
EL MATRIMONIO DE HANS
Parece ser que yo slo soy capaz de inspirar piedad a las mujeres. Cuando me despert,
haba una juda a mi lado cuidndome...
Tambin a ella se le meti en la cabeza impedirme beber!... Al igual que la otra, me
trataba como a un nio.
Se ech a rer. Tena los ojos empaados. Resultaba agotador seguirle en sus
desplazamientos y en sus cambios de expresin.
Slo que ella no solt prenda. En cuanto a Pietr... sin duda por algo somos gemelos y, a
pesar de todo, existen muchas cosas en comn entre los dos...
Ya le he dicho que hubiera podido casarse con una alemana de la alta sociedad... Pues
no! Algo ms tarde se cas con Berta, cuando acababa de cambiar de sitio y estaba trabajando
en Fcamp... No le dijo la verdad.
Lo comprendo perfectamente!... Se da cuenta? Es la necesidad de tener un rincn
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propio, tranquilo...
Tuvo hijos!...
Se dira que aquello ya fue demasiado! Su voz se quebr. En sus ojos brillaban ya
autnticas lgrimas, pero se secaron inmediatamente como si sus prpados estuvieran
quemando.
Todava esta maana estaba convencida de haberse casado con un capitn autntico, de
carrera brillante...
De vez en cuando pasaba unos das y hasta un mes junto a ella y los crios...
Yo, durante aquel tiempo, no poda sacarme de encima a la otra, a Anna...
No creo que nunca encuentre nadie capaz de explicar por qu me quera. Pero me quera y
esto es un hecho...
Yo la trataba como mi hermano siempre me haba tratado... la injuriaba... la rebajaba
constantemente...
Cuando me emborrachaba, ella lloraba... y yo, beba a propsito!...
Luego, caa enfermo y ella me cuidaba durante semanas... porque esto terminaba por
romperse...
Y al decir aquello mostraba su cuerpo con repugnancia.
No quiere mandar que suban ms bebida? suplic.
Maigret vacil slo un instante y desde el descansillo grit:
Ms ron!
El Letn no le dio las gracias.
De vez en cuando me escapaba y marchaba hacia Fcamp rondando alrededor de la villa
en la que Berta estaba instalada... Todava la veo llevando el cochecito de su primer beb...
Pietr se haba visto obligado a decirle que yo era su hermano, a causa de nuestro
parecido...
Cierta vez tuve otra idea... Cuando ramos chiquillos me las ingeniaba para copiar los
andares de Pietr...
Para abreviar, estaba carcomido por tantos pensamientos turbulentos, que un da me vest
como l y me encamin hacia all...
La criada no sospech nada... Pero en el mismo momento en que me dispona a entrar,
lleg el chiquillo y empez a gritar:
Pap!...
No soy ms que un imbcil! Me escap! Sin embargo, esto ha quedado grabado en mi
cabeza...
De tarde en tarde, Pietr me citaba... Necesitaba ms falsificaciones...
Yo las haca! Por qu?
Lo odiaba y, sin embargo, estaba sometido a su autoridad...
Manejaba millones, frecuentaba palacios, salones...
Jams me he interesado por su organizacin, pero usted debe adivinarla como yo mismo.
Mientras haba estado solo o con un puado de cmplices nicamente haba intentado asuntos
de mediana envergadura...
Pero Mortimer, a quien he conocido recientemente, se dio cuenta de ello... Mi hermano
tena la habilidad, la cara dura, el puede decirse genio; el otro, posea la apariencia y una slida
reputacin en todo el mundo...
Pietr se ocupaba de reunir a los grandes estafadores bajo su autoridad, y organizaba el
golpe.
Mortimer era el banquero del asunto...
Todo aquello me resultaba indiferente... Tal como me deca mi hermano cuando yo no era
ms que un estudiante en Tartu, yo era un fracasado... y al igual que todos los fracasados, beba,
pasando peridicamente de la exaltacin al abatimiento...
Slo una cosa se mantena a flote en medio del naufragio y an me pregunto por qu. Sin
duda porque era la primera vez que entrevea una posible felicidad: Berta...
Tuve la mala suerte de ir all, el mes pasado... Berta me dio consejos... y aadi:
Por qu no toma el ejemplo de su hermano?
Entonces, bruscamente, tuve una idea. No comprend por qu no se me haba ocurrido
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Entonces, de repente, con los codos sobre el mrmol de la chimenea, estall en sollozos, no
como un hombre sino como un nio. Explic con voz entrecortada por el llanto:
No tuve valor... estbamos en la sombra... aquel mar que ruga... y aquel rostro en que
naca la inquietud... lo dije todo... todo!... Y el crimen!... S, con el cambio de ropas en aquel
lavabo estrecho... luego, por su aspecto de loca, le jur que no era verdad... Aguarde!... No lo
del crimen, sino que Pietr fuera un canalla... llegu a gritarle que haba inventado todo aquello
para vengarme... Debi creerlo... Estas cosas siempre se creen... Dej caer el bolso con el dinero
que haba trado. Y me dijo: No!, no pudo decir nada...
Levant la cabeza mirando hacia Maigret con el rostro convulso. Intent caminar, pero
vacil y tuvo que agarrarse a la chimenea.
Eh, usted! Pseme la botella!
Y en aquel usted se adivinaba un afecto spero.
Oiga... quiere prestarme aquella foto un momento?... Ya sabe...
Maigret sac el retrato de Berta de su bolsillo. Fue el nico error que cometi en todo el
proceso, el de creer que la muchacha estaba dominando los pensamientos de Hans en aquel
momento.
No... la otra...
La de los dos chiquillos con cuello de marinero bordado!...
El Letn la mir como un alucinado. El comisario la estaba viendo al revs, pero perciba
la admiracin del ms rubio de los chiquillos hacia su hermano.
Se han llevado el revlver con mi traje! dijo de pronto Hans, sin acento, con voz
neutra y mirando a su alrededor.
Maigret estaba congestionado. Indic torpemente la cama donde estaba el suyo.
Entonces, el Letn solt la chimenea y ya no vacil. Deba apelar a toda su energa.
Pas a menos de un metro del comisario. Ambos llevaban la bata. Haban compartido las
botellas de ron.
Todava quedaban las dos sillas, cara a cara, una a cada lado del infiernillo de carbn de
madera.
Sus miradas se cruzaron. Maigret no tena valor para volver la cabeza. Esperaba un
momento de pausa.
Pero Hans pas rgido y se sent al borde de la cama, cuyos muelles rechinaron. En la
segunda botella todava quedaba algo de alcohol. El comisario la tom. El cuello de la botella
tintine contra el vaso.
Bebi lentamente. Tal vez simulaba beber? Su respiracin se mantena en suspenso.
Por fin, un disparo. Termin de un trago el contenido del vaso.
Aquello, en lenguaje administrativo, se tradujo por: El... de noviembre... de 19... a las diez
de la noche el llamado Hans Johannson, nacido en Pskov, Rusia, sbdito estoniano, sin
profesin, domiciliado en Pars, calle del Rey de Sicilia, tras haberse reconocido culpable del
asesinato de su hermano Pietr Johannson, cometido en el tren llamado Estrella del Norte, el...
de noviembre, del mismo ao, se ha suicidado con un disparo en la boca, poco despus de su
detencin en Fcamp por el comisario Maigret, de la Primera Brigada Mvil.
El proyectil de calibre 6mm., atravesando la bveda del palatino, se aloj en el cerebro. La
muerte fue instantnea.
El cuerpo ha sido enviado, para realizar los exmenes pertinentes, al Instituto Mdico
Legal, que ha acusado recibo del mismo.
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Georges Simenon
CAPTULO DIECINUEVE
EL HERIDO
Los enfermeros marcharon, pero no sin que antes la seora Maigret les hubiera obsequiado
con un licor de ciruelas que ella misma preparaba cuando pasaba sus vacaciones de verano en el
pueblo de Alsacia del que era oriunda.
Una vez cerrada la puerta y mientras desaparecan los pasos en la escalera, penetr en el
dormitorio, tapizado con papel estampado de ramos de rosas.
Maigret, algo cansado, con ojeras, estaba extendido en el gran lecho sobre el que destacaba
un edredn de seda roja.
Te han hecho dao? pregunt su mujer, mientras ordenaba la habitacin.
No mucho...
Puedes comer?
Un poco...
Y pensar que te ha operado el mismo cirujano que opera a reyes y a personas como
Clemenceau y Corteline!...
Abri la ventana para sacudir una alfombra en la que un enfermero haba dejado marcadas
sus pisadas. Luego, fue a la cocina, cambi una cazuela de sitio y sac la tapadera para ponerla
al travs.
Dime, Maigret... dijo al regresar.
Qu? pregunt l.
T crees en esta historia de los crmenes pasionales?
A quin te refieres?
A la juda Anna Gorskine, que pasa esta maana por el banquillo de acusados. Una
mujer de la calle del Rey de Sicilia que, segn dice, amaba a Mortimer y lo ha matado por
celos...
Ah! Es hoy?
Esto no hay quien lo crea...
Bah! La vida es tan complicada!... Sabes?, tendras que levantarme un poco la
almohada...
La absolvern?
Se absuelve a mucha gente!
Eso es exactamente lo que yo digo. No estaba mezclada en tu asunto?
Muy vagamente... suspir Maigret.
La seora Maigret se encogi de hombros.
Pues s que merece la pena ser la mujer de un oficial de la polica judicial!
Pero aquello lo deca sonriendo.
Siempre que pasa algo aadi es la portera quien me informa... tiene un sobrino
periodista... ella!...
Maigret tambin sonri.
Antes de su operacin haba ido a ver por dos veces a Anna en Saint Lazare.
La primera vez le ara en el rostro.
La segunda le proporcion indicaciones que le permitieron, al da siguiente, poder detener
a Pepito Moretto, el asesino de Torrence, y de Jos Latourie, en un meubl de Bagnolet.
Das y das sin noticias. De vez en cuando, un telefonazo, apenas tranquilizador, llegado
del quinto infierno. De pronto, una maana, Maigret lleg con el aspecto de un hombre que ha
terminado sus fuerzas y dejndose caer sobre un silln balbuceaba:
Ve a buscarme un mdico...
Ella trotaba contenta por el piso, fingiendo refunfuar, para guardar las apariencias;
remova el fricot que crepitaba en la cazuela, agitaba los cubos de agua, abra y volva a cerrar
las ventanas y preguntaba de vez en cuando:
Una pipa?...
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Georges Simenon
Libros Tauro
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