SCHLIEMANN El Hombre Que Creyo en Homero

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SCHLIEMANN, EL HOMBRE QUE CREYÓ EN HOMERO

Autor:Paulo Arieu

Los métodos científicos de excavación arqueológica fueron desarrollados en las décadas de 1880
y 1890 por hombres como Heinrich Schliemann y Arthur Evans (descubridor de la civilización
minoica y restaurador del palacio de Cnosos). Ellos fueron pioneros de la disciplina desde el
punto de vista técnico, pero, sobre todo desde le punto de vista divulgativo, haciendo de la
arqueología algo de interés general.

Pero cuando se nombra a estos dos grandes de la arqueología se suele olvidar a otros más
pequeños, como Wilhelm Dörpfeld, que fueron tal vez menos mediáticos pero fundamentales
para el desarrollo de esta disciplina

Azorín planteaba una vez que, dentro de algunos siglos, un consejo de críticos y eruditos se
reuniría para decidir que Martín Fierro es un poema colectivo, de diversos autores anónimos,
que una tradición de fines del siglo XX atribuyó a José Hernández, autor que en realidad no
existió nunca. El problema azorinesco tenía una base real: en el siglo pasado el historiador
George Grote, máxima autoridad en la materia, afirmaba en su Historia de Grecia (1846): "si se
nos preguntara si realmente hubo una guerra troyana, tendríamos que contestar que, así como
no puede negarse esta posibilidad, tampoco puede afirmarse su realidad. No poseemos más que
el propio poema épico, sin ninguna evidencia adicional". Así en el mundo académico se
planteaba la tesis de la improbabilidad de la existencia de Troya, del mundo descrito por
Homero, y por ende, del mismo Homero. Pero nadie podía imaginarse que un ínfimo empleado
de una empresa naviera iba a dejar sin validez las afirmaciones de los académicos, gracias
solamente a su fe en la poesía. Aunque asaz conocida, creemos que será siempre conveniente
rememorar la historia que empieza cuando un niño de siete años, en Ankershagen, Meklenburgo
(clásico lugar de "comedores de patatas", como los llamara Rimbaud), después que su padre le
lee La Iliada, se hace la promesa de ir al lugar de Troya, para sacar a la luz las ruinas cantadas
por Homero, yendo, por supuesto, contra la lógica de sus mayores, para los cuales el mundo
homérico era un mero mundo de ficción.

En septiembre de 1871 se inicia el más monumental trabajo de arqueología de campo a esa


fecha. Ochenta trabajadores empiezan a excavar, buscando las ruinas de Troya en el lugar de
Hissarlik, pues Schliemann había descartado la teoría antigua que señalaba a Bournabaschi
como emplazamiento primitivo. Para ello se apoyó literalmente en Homero, pues la hazaña de
Aquiles de perseguir dando tres vueltas alrededor de los muros troyanos a Héctor hubiese sido
irrealizable de haber estado situada la ciudad a orillas del escarpado Bali Dagh. La confianza en
la palabra poética fue favorable al arqueólogo, pues tras desenterrar restos de varias ciudades,
aparece una rodeada de muros calcinados, y luego, el llamado tesoro de Príamo, el 14 de julio de
1873.

Investigaciones posteriores establecieron que no era la ciudad indicada por Schliemann (la
séptima) la verdadera Troya homérica, situada en un estamento anterior. Pero de todos modos
la fecha del descubrimiento de Schliemann es la fecha de la apertura de una nueva ciencia: la
arqueología moderna. El ejemplo del afortunado meklemburgués conmovería a miles de
estudiosos y jóvenes que seguirían su camino.

Uno de ellos, Arthur Evans, futuro descubridor de los restos de la cultura minoica, escribió: "Por
grandes que hayan sido las hazañas e influencias políticas de Napoleón, Bismarck y Guillermo
II, no pueden reclamar como Heinrich Schliemann, el haber procurado nuevas bases para las
más hermosas tradiciones de la humanidad. Su profunda fe convirtió en ciertos los hechos
históricos de la Troya de los dioses, los tesoros y tragedias de Agamenón, que yacían entre las
ruinas y que para muchos eran sólo ficciones poéticas".

El bagaje humanístico de los arqueólogos se ha completado con ese cajón de sastre llamado
nuevas tecnologías y con el concurso de otros profesionales. El contacto interdisciplinar ha
ocasionado que una excavación moderna tenga poco que ver con las que se hacían hace apenas
veinte años. Ahora se lleva un control minucioso del espacio que se excava y de cada uno de los
elementos que aparecen en el lugar. Dibujos y análisis de la tierra que se mueve, análisis de las
muestras del polen, semillas, carbones o huesos, son algunas de las actividades que completan y
enriquecen el panorama del arqueólogo.

Así, pues, vemos la historia de Schliemann como la de un hombre que cree en la poesía que se le
revelara en su infancia y luego como la persistencia en mantener su creencia en ella y en sus
sueños será la clave de su éxito. Esta obstinación premiada nos recuerda el caso de un coetáneo
de Schliemann; el cartero Ferdinand Cheval, el que después de ver en una revista ilustrada la
imagen de un palacio hindú, se dedica día tras día, durante más de treinta años, a construir solo
su propio "palacio ideal" —reproducción fiel del palacio hindú— que ahora se alza, como mudo
testimonio de los sueños realizados, en la aldea de Hauteville, al sur de Francia.

"Tres rasgos fundamentales caracterizaban a Schliemann, señala Emil Ludwig: obsesión


romántica por el pasado, determinación inflexible y tendencia a interpretarlo todo literalmente".
El sentido práctico aliado a la ensoñación, la aventura aliada al orden. El joven Schliemann
concibe una determinación inflexible: hacerse rico. Pero no creemos que por mero "amor al
oro", como asegura Ludwig. Pues el oro era sólo el medio (como lo prueba más tarde) de cumplir
el propósito clave de su vida, que va como ovillo de Ariadna, de la infancia a la madurez:
desenterrar las ruinas de la antigüedad clásica.

Schliemann empieza su tarea primigenia con un fracaso: se embarca para Estados Unidos, pero
naufraga frente a las costas holandesas. Náufrago, desvalido, sale del hospital y se procura un
puesto de dependiente en la casa Schroeder, empresa naviera de Amsterdam. De su escueto
salario, aparta la mitad para comprar libros y pagar clases de idiomas, para los cuales estaba
especialmente dotado, tanto como llegar a leer y escribir catorce, uno de ellos el turco, que
aprendió en dos semanas, cuando le fue necesario tratar con los funcionarios del Sultán en su
primera gran empresa arqueológica. Un empleado de tal índole progresa rápidamente.
Schliemann llega a ser el hombre de confianza de la casa Schroeder, y comisionado por ella
recorre toda Europa y Estados Unidos, para luego independizarse. No está de más indicar que el
nitrato chileno constituyó uno de los rubros principales del comercio de Schliemann, de esta
manera nuestro suelo contribuyó en algo para proporcionarle los medios de su empresa
grandiosa (como más tarde a Nóbel).

De pronto, Schliemann el comerciante afortunado que en sus viajes arrienda pisos enteros de los
mejores hoteles, se transforma en Schliemann el arqueólogo, dispuesto a todas las privaciones.
Pero antes de iniciar su tarea de resucitar Troya (y por ende, de resucitar su infancia), da una
nueva muestra de su carácter sorprendente. Pues este austero comerciante, casi sexagenario,
decide desposarse con una griega, que le sirva de digna compañera a su aventura. La encuentra
por medio de un sacerdote ortodoxo. Ella se llama Sofía, tiene dieciséis años, y responde
perfectamente las preguntas que Schliemann le hace sobre los poemas homéricos (requisito que
el sabio exigía cumplir para contraer matrimonio).

En septiembre de 1871 se inicia el más monumental trabajo de arqueología de campo a esa


fecha. Ochenta trabajadores empiezan a excavar, buscando las ruinas de Troya en el lugar de
Hissarlik, pues Schliemann había descartado la teoría antigua que señalaba a Bournabaschi
como emplazamiento primitivo. Para ello se apoyó literalmente en Homero, pues la hazaña de
Aquiles de perseguir dando tres vueltas alrededor de los muros troyanos a Héctor hubiese sido
irrealizable de haber estado situada la ciudad a orillas del escarpado Bali Dagh. La confianza en
la palabra poética fue favorable al arqueólogo, pues tras desenterrar restos de varias ciudades,
aparece una rodeada de muros calcinados, y luego, el llamado tesoro de Príamo, el 14 de julio de
1873.
Investigaciones posteriores establecieron que no era la ciudad indicada por Schliemann (la
séptima) la verdadera Troya homérica, situada en un estamento anterior. Pero de todos modos
la fecha del descubrimiento de Schliemann es la fecha de la apertura de una nueva ciencia: la
arqueología moderna. El ejemplo del afortunado meklemburgués conmovería a miles de
estudiosos y jóvenes que seguirían su camino. Uno de ellos, Arthur Evans, futuro descubridor de
los restos de la cultura minoica, escribió: "Por grandes que hayan sido las hazañas e influencias
políticas de Napoleón, Bismarck y Guillermo II, no pueden reclamar como Heinrich
Schliemann, el haber procurado nuevas bases para las más hermosas tradiciones de la
humanidad. Su profunda fe convirtió en ciertos los hechos históricos de la Troya de los dioses,
los tesoros y tragedias de Agamenón, que yacían entre las ruinas y que para muchos eran sólo
ficciones poéticas".

Schliemann, por cierto, no ocultó su descubrimiento. Eludió la vigilancia del Gobierno de


Turquía, llevando los tesoros de Príamo a Grecia, y luego se dedicó a publicar y difundir la
relación y el resultado de sus hallazgos. Para él fue desilusionante la acogida encontrada en
Alemania, en los medios oficiales: "La falta de preparación arqueológica de Schliemann era para
los alemanes un motivo de indignación. Por el contrario, en Inglaterra su fe ciega en la poesía de
Homero encontró un gran eco", dice Arthur Evans. Así fue cómo en Albión más de treinta
sociedades científicas se disputaron el honor de tenerlo entre sus miembros, y el Primer
Ministro, Gladstone, se mostraba orgulloso de prologar un libro del sabio. Incansable y
optimista, Schliemann reinicia, luego de una gira por Inglaterra, sus investigaciones. Ahora se
dirige a la "áurea Micenas", el terreno clásico de la Tragedia, de nuevo en compañía de su esposa
Sofía. Tras largas y penosas faenas, matizadas con constantes luchas con las autoridades griegas,
realiza quizás el más importante de sus descubrimientos: la tumba de Agamenón, que provoca
lo que se llama una tempestad polémica. Y de esas excavaciones surgen los testimonios de los
enigmáticos "keftiu" (como los egipcios llamaban a los egeos), que permiten a Evans tomar el
hilo que le permitió llegar a Cnossos a reconstituir los esplendores de los Minos. Después de las
búsquedas en Micenas, a las que le llevó la lectura de Homero, los Trágicos, y Pausanias,
Schliemann se dirige, en 1884, a Tirinto, "la de las grandes murallas", ahora en compañía de un
joven ayudante, el sagaz arqueólogo Dörpfel, "uno de sus mayores descubrimientos", según
acota Leonard Cottrell en su bello libro El Toro de Minos. Nuevas excavaciones y nuevos
hallazgos. Después, otro rumbo: hacia Creta, donde están la gruta en que nació Zeus, el
Laberinto, el palacio de Minos, Cnossos. Pero esta vez, el espíritu práctico del comerciante
triunfa sobre el arqueólogo. Schliemann se niega a comprar un predio en que está situado
Cnossos, pues el dueño ha tratado de engañarlo con un precio excesivo. Schliemann lo
sorprende y no hace el trato. Queda así sin efectuar una tarea que emprendería años más tarde
Sir Arthur Evans.

Pero la imaginación de Schliemann no envejecía. Esta vez confía en las palabras de Platón –
como antes en Homero, Pausanias o Sófocles– y piensa dirigirse a México, en donde supone
estuvo situada la Atlántida. La muerte lo detiene. Es cuando, contra todos los consejos médicos,
viajaba en Navidad a reunirse con su familia desde Italia hasta Alemania.
Para hacer una frase retórica: Schliemann muere, pero su ejemplo sigue vivo: el de cómo un
hombre que se deja guiar por la poesía y por los sueños de la infancia, o sea, alguien considerado
habitualmente insensato por los círculos oficiales (como fueron considerados Stephenson,
Edison, Fulton) puede conseguir transformaciones que no logran aquellos que sólo poseen
erudición muerta. El hombre de imaginación, aún sin títulos oficiales, debe ser siempre
considerado por las instituciones, a las que a veces un peligroso respeto supersticioso por los
títulos y grados puede llevar a dañinos estancamientos. Tal podría ser la lección de la vida de
Schliemann.
Reconstruccion de la Acrópolis de la Troya Homérica

Su primer objetivo fue encontrar la ciudad de Troya que cantaba Homero.


Este descubrimiento como reconocería décadas después no correspondía a los habitantes de la
narración épica sino a los habitantes de esa misma ciudad pero de casi mil años antes (2.200 a.
C.). El traslado de las joyas a Grecia sin permiso del Imperio turco le creó un grave conflicto con
el país, lo que le imposibilitó seguir excavando en la zona durante algunos años.

Al dar por descubierta Troya y no poder volver por Turquía, comenzó un nuevo proyecto
descubrir la ciudad de Micenas. La verdad es que Micenas estaba localizada desde la
Antigüedad. Pausanias en su libro de viajes sobre Grecia (entre el 155-75 d. C.) ya la mencionaba
como ruinas monumentales y animaba a los viajeros de entonces a visitarla. Así pues, Micenas
nunca estuvo del todo sepultada como ocurrió con Troya. Como podemos ver en los cuadros
románticos sobresalía su muralla ciclópea e incluso el relieve de la famosa puerta de los Leones.
También estaba a la vista, el conocido Tesoro de Atreo.
En 1876 empezó las excavaciones con el libro de Pausanias en la mano. Según el escritor
griego las tumbas de de Agamenón y de sus fieles se encontraban dentro de la murallas y las de
los traidores Clitemnestra y Egisto fuera. Así que con esas pocas indicaciones empezó a excavar
en el interior del recinto fortificado junto a la puerta monumental e inmediatamente encontró
lápidas esculpidas (estelas). En breve tiempo desenterró un espacio circular rodeado por una
doble hilera de losas verticales donde encontró una serie de tumbas, el Circulo A.

Los esqueletos encontrados yacían con sus ajuares: máscaras de oro tapaban los rostros de los
hombres y diademas del mismo metal se ceñían a las sienes de las mujeres.
Schliemann en compañía de su esposa registraron cuidadosamente miles de objetos contenidos
en esas tumbas que la arqueología posterior probó pertenecían al siglo XVI a. C., cuatrocientos
años antes del relato de Agamenón.

Con anterioridad a la excavación del círculo de tumbas, Schliemann y su mujer habían llevado a
cabo algunas investigaciones en torno a ciertas construcciones subterráneas en forma de tholos
que se hallaban ladera abajo de la ciudad y que según una tradición muy extendida habían
servido para que los soberanos guardaran en ellas sus tesoros. Una de tales construcciones, la
conocida como de Clitemnestra (la legendaria esposa de Agamenón), había sido saqueada en los
primeros años del siglo XIX por el gobernador turco, quien para introducirse en ella, había
derrumbado zafiamente la falsa cúpula. Los trabajos fueron dirigidos personalmente por la
mujer de Schliemann para acceder a su fachada.

Tumba de Clitemnestra. En primer plano la señora Schliemann.

Schliemann volvió a Troya, visitando de camino Ítaca, donde esperaba encontrar un palacio de
Ulises. Entre 1878-79 la segunda ciudad de Troya fue expuesta, junto con el "palacio de Príamo",
una serie de grandes pasillos interconectados. Esto fue seguido de excavaciones en la Grecia
central que dejaron al descubierto otra tumba en Orcomenes, Beocia.

En 1882 convenció a Dörpfeld para que se uniera a su aventura, consiguiendo con ello que sus
trabajos no fueran los del buscador de tesoros sino los de un verdadero arqueólogo. Éste le
ayudó a reinterpretar la estratigrafía de Troya (ahora es cuando se conoce que las ciudades eran
siete y no cuatro), continuar las excavaciones de Micenas y Orcomenos y a excavar la ciudadela
de Tirinto, no muy lejos de Micenas.

Schliemann murio en 1890. Wilhelm Dörpfeld continuó su trabajo

Wilhelm Dörpfeld (1853-1940)

Wilhelm Dörpfeld trabajaba desde finales de los 70 en localizaciones arqueológicas de Grecia


como Olimpia y la acrópolis de Atenas. Este joven arqueólogo es el que enseñó a Schiliemann a
datar la cronología de un edificio mediante el examen de detalles arquitectónicos tales como: el
perfil de una columna; el tamaño de sus piezas; o el tipo de grapa de plomo utilizada para unir
los sillares. También desarrollo la técnica estratigráfica. Fue el científico que a la sombra del
gran hombre participó sacando a la luz vestigios perfectamente documentados.

W. Dörpfeld y los Schliemann ante la Puerta de los Leones, 1885.


Las excavaciones de Micenas continuarían. No fueron descubrimientos espectaculares como los
anteriores pero sirvieron para terminar de conocer la civilización micénica. Entre los
arqueólogos debemos destacar a Alan J.B. Wace que se aplicó a la reconstrucción del fastuoso
portal del Tesoro de Atreo y de los megarones . Y, por supuesto, de los arqueólogos griegos como
Stamakatis, Cristos Tsountas, D. Evangelides,y A. Keramopoulos, Mylonas, Papadimitriou...

• Puede descargar una monografia sobre este tema aca

fuentes bibliograficas:

• http://www.biografiasyvidas.com/biografia/s/schliemann.htm
• En Boletín de la Universidad de Chile, N°25, octubre, 1961,SISIB y Facultad de Filosofía
y Humanidades Universidad de
Chile.http://www.uchile.cl/cultura/teillier/artyentrev/22.html
• http://es.wikipedia.org/wiki/Heinrich_Schliemann
• http://algargosarte.lacoctelera.net/post/2009/09/07/heinrich-schliemann-
descubridor-troya-y-micenas-la
• http://digital.el-esceptico.org/numero.php?anno=2000&numero=79
• http://algargosarte.lacoctelera.net/post/2009/09/07/heinrich-schliemann-
descubridor-troya-y-micenas-la

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