Moore y Giacometti
Moore y Giacometti
Moore y Giacometti
-PREMBULO
El objetivo fundamental del presente trabajo es el de
establecer los valores expresivos del vaco a partir del anlisis de la obra de dos
escultores, Henry Moore y Giacometti, con el conocimiento y generalizacin de
cuyos trabajos se inicia lo que los historiadores han dado en llamar la era
contempornea, establecida a partir de los aos cincuenta.
No es nuestra intencin iniciar una aproximacin histrica,
entendiendo sta como la introduccin de una serie de principios matemticos para
fijar el tiempo en el que ocurrieron ciertos hechos notables de la historia, en nuestro
caso de la historia del arte, sino ms bien la idea de introducir un concepto como el
de vaco para aproximarnos desde l a los diferentes conceptos de espacio
gestados por los artistas modernos, y su traslacin al concepto de "nada" para
acercarnos a la escultura contempornea.
La eleccin de H. Moore y Giacometti no est, en este sentido
lato, exenta de intencin. Es evidente que los trabajos de ambos artistas no se
reducen a la dcada aludida, sino que se extienden evolutivamente a lo largo del
presente siglo con distintas repercusiones. Aqu, sin embargo, hemos querido
centrarnos en su consideracin a lo largo de los aos cincuenta, intentando escapar
a ese concepto matemtico de historia, y abogando por una serie de referencias
que, en la prctica, son ms dinmicas: cada grupo recuerda una lista de aos que
se caracteriza no tanto por un nmero, cuanto como por algn hecho importante
que le ocurri a dicho grupo: podemos as hablar de "el ao de la langosta" o el de
"la abundancia de agua", o "el ao de la riada", por ejemplo.
Por otra parte, cada generacin recuerda aquellas cosas
particularmente significativas y relativas a ella y a su grupo. Desde aqu es posible
preguntar Qu podemos nosotros ahora, desde nuestro mundo, calificado por los
ms de nihilista, recordar como relevante de nuestro pasado para dar significacin
a este fin de milenio? Aquellos hechos u obras del pasado con algn efecto especial
en la actualidad.
Si en 1900 hubo discusiones acerca de si ste era el primer
ao el siglo XX o si, en realidad, era el ltimo del XIX, no nos hallamos muy lejos de
estas diatribas cuando todos los ordenadores del mundo estn a punto de
devolvernos al ao mil1 irregularidades que tapan los nmeros, tal vez por ello, ms
prudente que pensar que el hombre empeora, mejora o se hace a s mismo, ser
pensar que mejora y empeora, que se hace y se deshace, se deshace l y deshace
lo que han hecho los dems, y puede ocurrir que un grupo de hombres que vivieron
en Mileto en el siglo VI a.C. sea perfectsimo a nuestros ojos frente a cientos de
miles y millones de hombres de hoy.
Herodoto, el llamado "padre de la historia", crea que la
soberbia era el mayor peligro que poda amenazar a un hombre o a un grupo de
hombres. Daba para ello causas tan religiosas como misteriosas. El hombre
soberbio, enorgullecido de sus triunfos y sus riquezas, es siempre objeto de la
envidia o el resentimiento de los dioses, que se arrojan sobre l y lo aniquilan. As
se hundieron, segn relata el autor citado, reyes, monarquas e imperios. Sin
embargo, aunque la explicacin del hundimiento por la clera celeste no nos puede
parecer hoy muy vlida, es cierto si constatamos cual ha sido la experiencia de
Occidente, que la soberbia embrutece y envilece a los hombres, lo que se puede
constatar una y otra vez si aludimos a diferentes ejemplos de lo que ha acontecido,
y no ser nuestra poca muy distinta en eso a aquella en la que decay el poder de
Creso. Los efectos de orgullos colectivos, de soberbias y cleras individuales, los
hemos padecido en nuestra poca tanto o ms que en cualquier otra.
lneas estuviese trazado el futuro desde el que explicar la vida de cada pueblo y
cada individuo, los augures lean los destinos para prevenir lo que de funesto
pudieran traer consigo nuevos tiempos.
Los augures realizaban sus predicciones de forma oracular,
abriendo todo un campo semntico interpretativo desde el que poder describir las
sucesivas actuaciones en el mundo. Pero lleg el momento en el que las
predicciones no se cumplan, en el que las conexiones, autnticos caminos
interestelares se rompen, en el que los visionarios ya no pueden leer el destino en
las estrellas. As nace el deseo, entendido como "de-sidero" 3., con el significado
original de decepcin del augur que ya no puede leer el futuro en los astros, como
la cada del vaco a la tierra, presentimiento del sin sentido o el misterio de la vida.
El deseo: su formulacin como pregunta es el nacimiento del
enigma, el surgir de la propia filosofa. El deseo: su formulacin en el espacio un
intento de alcanzar lo inefable, el origen de la escultura. Cuando el vaco cae a la
tierra, el hombre comienza a interrogarse sobre su propia condicin, sobre su ser, el
ser del mundo y las diferentes relaciones entre ambos. Esa pregunta, inaugurada
por la duda, el temor, la inseguridad, interroga el mundo, el hombre y sus
relaciones, esa pregunta ha sido el origen de todas las filosofas: el asombro y el
misterio.
Muchos escultores se han cuestionado acerca del misterio que
constituye el espacio. Si los primeros griegos respondieron a l (recordemos que no
posean la palabra espacio) a travs de los conceptos de lo vaco y de lo lleno, al
igual que las primitivas culturas mexicanas y muchas de las africanas, esta
interrogacin sigue presente en la escultura actual.
4.3.-MOORE Y BERGSON
4.3.1.-LA DURACIN
Tanto Moore como Bergson se enfrentan a un mundo en el que
el auge del positivismo y el despliegue de las ciencias naturales y la biologa haban
centrado una concepcin del hombre basada en el mecanicismo y el automatismo,
su reduccin a lo fenomnico y lo mecnico, dejaba inexplicable el misterio
fundamental de la vida y de la muerte, porque adems no hay que olvidar que
ambos, contemporneos (aunque Bergson naci unos aos antes), atravesaron por
la experiencia de dos guerras mundiales en un mundo que, cada vez ms, perda
las esperanzas de cambio utpico y social. Frente a esa experiencia, ambos
reaccionaron con una clara apuesta por los valores citales frente a los cuales es
posible responder con cierta actitud teida de nostalgia, nostalgia por un tiempo en
el que las lneas del mundo y su explicacin estaban trazadas y el hombre formaba
parte de un todo, conviviendo en armona con la naturaleza, nostalgia, sin embargo
que tambin esta volcada hacia el futuro, hasta una libertad en la que se de un
nuevo respeto referido al mbito natural y la fusin orgnica con ste en un todo
universal.
Igual que todo escultor, todo filsofo es posible decir que
responde con sus diferentes trabajos a una pregunta. La pregunta en la que se
resume la filosofa de Bergson es la pregunta por el significado y la vitalidad de la
vida. Qu es la vida?, Cal es ese impulso o fuerza a la que ella responde, que la
constituye? Cmo podemos nombrarlo?. Comprender la vida, para Bergson,
necesita de una intuicin de la duracin. Pero Qu es para Bergson la duracin?
Tiene sta algo que ver con el vaco, tiene alguna relacin con la obra de Moore?
Para Bergson la duracin es la esencia de las cosas, y esto implica admitir que
existe un tiempo interior a las cosas, diferente del que podemos medir como
simples observadores externos dotados de fieles instrumentos. La duracin es ese
ritmo interior a lo orgnico, las sstoles y distoles del corazn del universo que se
ritman en nuestro propio corazn y en el de cada cosa.
Entender la duracin es entender la vida, y, para ello, podemos
entender nuestra propia vida inicialmente, la de nuestra conciencia, pero ello
pasando por el mundo exterior y lo orgnico.
El modo de ser de nuestras vivencias es elevado por Bergson a
arquetipo de existencia. En lo ms profundo de nuestro ser encontramos la realidad
de un devenir sin rupturas, en el amplio reino de la vida, en el Universo.
La duracin se articula como vaco en las obras de Henry
Moore. Observemos las siguientes imgenes
El
propio
Moore
confiesa su descontento de la maqueta. En ella el guerrero ya ha fallecido, mientras
que l confiesa haber querido capturar el ltimo momento de la vida, ese en el que
el guerrero herido est a punto de morir. Para ello confiesa necesitar del vaco. El
uso del gerundio en la obra definitiva es especialmente significativo a este respecto,
en la medida en que implica una accin an no finalizada, en curso de realizacin.
El vaco que se encuentra en la parte inferior de la figura es lo
que le otorga la vitalidad que esta requiere para capturar ese ltimo instante de
vitalidad que tanto le interesa al escultor referido. Por otra parte, esta idea
contrasta fuertemente con el uso de formas reducidas al arquetipo humano general:
no es la destruccin pura y simple de la vida. Cuando nos enfrentamos a la muerte,
esta siempre es la de un individuo en particular. Sin embargo la figura podra ser
vlida para cualquier guerrero: es la vida, tan particular como universal lo que
interesa a Moore.
Es interesante, adems destacar el desplazamiento del escudo
con respecto a la maqueta de los pies a la cabeza, reproduciendo con ello todo su
trabajo sobre los cascos, surgido, como l mismo confiesa, de la experiencia en los
refugios londinenses durante la Segunda Guerra Mundial, experiencia de la que
surgieron series de dibujos y grabados.
Aquellos se asemejaban a la corteza terrestre, como si la
superficie de nuestro planeta pudiera proteger al hombre del hombre mismo,
mostrando la aoranza de un tiempo en el que los valores picos de los antiguos
guerreros pudieran recuperarse retomando la idea de la madre tierra.
La circularidad o esfericidad ser una caracterstica comn a
estos trabajos, que parecen reproducir parte de la idea, bin los cascos y ropajes de
los primitivos guerreros, en plena lucha por la supervivencia frente al aparataje
tecnolgico que ya se manejaba en la Segunda Guerra Mundial, bin una vuelta al
lado natural, en el que, no sin lucha, los hombres parecemos encontrarnos
biolgicamente resguardados en un medio no hostil, precisamente por ser el medio
en que nos corresponde.
Esas capas externas de proteccin contnuamente rodean las
obras de Moore que parece jugar con el espacio en una dialctica entre lo interno y
lo externo que se reproduce en obras de caractersticas muy diferentes.
La duracin, ya lo hemos dicho, se articula como vaco en las
piezas de Moore. Afirmar la duracin es, para ambos, diluir todas las cosas en el
ritmo universal que las envuelve. Durar es desplegar el tiempo en el espacio, ese
tiempo que horada desde dentro las formas otorgndoles vida y energa.
El propio Moore estim al respecto que sus esculturas
respondan a una articulacin de formas reducidas a lo esencial: as es posible de
observar en su obra Forma Interna Externa Vertical En ella Moore trabaja sobre los
movimientos en el interior del bloque, o la relacin fsica y espiritual entre varios
organismos en el mismo espacio circundante.
los objetos parecan flotar en el mundo en cuanto procuraba fijar sus coordenadas
en el espacio. Esa sensacin de provisoriedad, de movimiento contnuo, la
incapacidad sentida para fijar algo de modo definitivo, de encontrar algo "grave",
es, reconoce Giacometti, lo que le anim a trabajar, sobre cualquier otra cosa, en
escultura, como si a travs de sus obras pudiera agarrarse al mundo de alguna
forma, fijar ese contnuo espacio que se desvanece, lograr algn tipo de
certidumbre para declinar la pura contingencia de los hombres y los
acontecimientos, la provisionalidad y alcanzar, al menos, una significacin efmera y
anticipadora de su propia cada en la insignificancia y en la indiferencia. As confiesa
necesitar la escultura para sobrevivir en un mundo donde todo cambia
permanentemente y en el que, al intentar fijar la familiaridad de cualquier rostro, en
el que estudiar especficamente los rasgos de cualquier corporeidad, slo se
consigue que stos se borren y se difuminen en ese caos de lneas que caracteriza
sus retratos.
No vamos a tratar aqu de las relaciones de Giacometti con los
planteamientos surrealistas, ni de sus trabajos realizados bajo ese tipo de premisas.
Nos vamos a circunscribir a las obras realizadas con posterioridad a la Segunda
Guerra Mundial., en su taller de Paris , en los que predominan esculturas de mayor
tamao que en los anteriores aos.
Despus de la guerra, y tras una etapa en la que Giacometti
haba detenido su produccin plstica, empieza a desarrollar su obra ms rica. Los
trabajos anteriores se encontraban esparcidos de pie en el espacio catico en el que
trabajaba, o por el suelo, sucumbiendo, destruidos, por una "falta de espacio". No
era extrao que Giacometti volviese una y otra vez a estas figuras destruidas, como
volva a sus modelos, en medio de un mundo que se le revelaba catico y azaroso y
en el que intentaba encontrar su propio orden, una imposible serenidad.
5.2.-GIACOMETTI Y SARTRE
La amistad entre Giacometti y Sartre es bien conocida, hasta
el punto de que con frecuencia se interpreta la escultura del primero como un
reflejo del pensar existencialista. El propio Giacometti neg, sin embargo, que
hubiese una conexin directa entre las obras de Sartre y sus esculturas,
reconociendo , a pesar de esto que ambos respondan a un mismo mundo y a un
mismo concepto de hombre, no en vano encarg al primero diferentes textos acerca
de sus trabajos y sus exposiciones.
Los textos que pertenecen a Sartre no son, sin embargo, una
mera excusa para exponer sus propios pensamientos. En ellos es posible
desentraar un autntico acercamiento a la obra de Giacometti y descubrir aquellos
puntos que son comunes a ambos. No se trata simplemente de forzar o someter
unos planteamientos a otros, sino de descubrir conexiones entre dos personas a las
que no slo una un conocimiento como personalidades contemporneas que se
movan en los mismos crculos, sino como amigos a los que unen una serie de
planteamientos y una visin del mundo que es, en muchos casos, similar.
5.2.1.-EL VACIO
Para atender a la importancia del vaco en la obra de
Giacometti, basta con aludir a una ancdota que el propio Sartre recoge en uno de
sus textos. Sartre cuenta que Giacometti arrastraba consigo el vaco, como un
caracol arrastra su concha, hasta el punto de que en diferentes ocasiones mostraba
su preocupacin por el vaco y la soledad en las tertulias que realizaba con sus
amigos en algunos de los cafs cercanos a su estudio, cafs que visitaba con
asiduidad y en los que sola cenar antes de realizar sus trabajos en el taller, puesto
que trabajaba durante la noche. Uno de sus amigos, cuyo nombre Sartre no cita,
tras una de estas conversaciones, decidi acompaarlo a su taller esa noche y
permanecer con l, para que su soledad le resultara ms soportable, y se qued a
5.2.5.-ROSTROS
El cuarto objeto es un hombre sin cabeza. Curioso cuando
menos, en la medida en que una de las obsesiones del propio Giacometti eran los
rasgos faciales. Trabajaba casi siempre con modelo, pero su obsesin era la de no
poder atrapar los rasgos con la mirada. Estos se le borraban, desaparecan las
personas que los llevaban. Sartre nos cuenta cmo un da hizo de modelo para
Giacometti. Este se maravill de los rasgos de fuerza de las lneas de su cara. Sartre
confiesa su propia sorpresa, puesto que l estimaba que su rostro era bastante
insulso.
Giacometti modelaba remarcando fuerzas centrpetas. Cada
una de sus actuaciones sobre la materia revelaba una especie de espiral, una
crculo enroscndose sobre s mismo. Alrededor no parece existir ningn contorno,
slo lo lleno. Por ello en sus piezas se dan las superficies vibrantes, tremendamente
trabajadas: las cosas no poseen perfiles claros. Adems de remarcar la distancia, no
tiene perfil, no son lmite, de ah que se expandan y generen el vaco.
Desde aqu, para Sartre en los bustos de Giacometti hay ser, y,
de golpe, hay nada, sin transicin de un perfil o una lnea. Entre el ser y la nada no
es concebible ninguna transicin, ninguna zona intermedia. Las lneas de sus
retratos son centrpetas, obligan al rostro a seguirlas y lo devuelven siempre al
centro de la figura. Sus superficies parecen estallar en el vaco como un pez en las
profundidades devuelto al fondo del agua
Adems, a pesar de ser bustos o retratos, stos no parecen
acabar. Los brazos o los torsos se pierden en un reflejo o espejeo de luces que lo
escamotea. Se nos hace asistir a esa brusca desmaterializacin: el vaco desintegra
lo que le falta al cuerpo.
Giacometti quiere, sin embargo, esculpir lo que ve. Quiere que sus
figuras, en el corazn de su vaco original, pasen y vuelvan a pasar de lo contnuo a
lo discontnuo. La cabeza puede ser aislada, es una especie de periscopio viviente
que todo lo ve, un ser cuya mirada jirafa determina el mundo, una cabeza, soberana
prolongacin del vientre. Los ojos, la nariz, la boca, separados, pero fundidos en un
todo. El trabajaba con los ojos cerrados intentando retener con su imaginacin los
rasgos peculiares del modelo que quera reproducir.
5.2.6.-EL TIEMPO
El tiempo, ese reloj parado del estante, lleva al hombre hacia
la dispora de sus actuaciones, al sin sentido. El tiempo es como un reloj parado.
Genet, que ha escrito tal vez uno de los ms hermosos textos acerca de las
esculturas de Giacometti (LAttelier dGiacometti) cuenta cmo ste una vez quiso
crear una escultura para enterrarla, no para que fuera descubierta por futuras
generaciones, cuando su nombre o incluso quizs el nombre de los hombres tal y
como hoy lo conocemos haya desaparecido, sino para enterrarla y cedrsela a los
muertos, como un homenaje, porque sus esculturas parecen estar en el fondo del
tiempo, en el orgen de todo.
El propio Giacometti ha elegido a sus contemporneos: el
hombre de Altamira, porque su obra encierra el enigma y el misterio del hombre
desde el inicio de los tiempos, desde que el vaco cay a la Tierra y comenzamos a
formularnos preguntas.
La obra de Giacometti abarca al hombre. No al general, al
hroe o al atleta famoso. El hombre: el primer modelo para el hombre. Sus largas
siluetas caminan por el horizonte del tiempo, en ese Sahara infinito que media entre
las dos ventanas de la nariz. Sus esculturas, hombres en los que podemos
reconocernos, se preguntan, nos preguntan las mismas cosas que en un principio
aquel primer hombre que ide un hombre se preguntaba: quin es (quienes somos),
de dnde ha venido (de dnde venimos), a dnde va (a dnde vamos).
6.-EPLOGO
Como en los autnticos fetiches, las esculturas de Moore y
Giacometti, poniendo en juego el vaco, un vaco interno que surge de la plenitud
orgnica de la materia, un vaco externo, del que nace la exterioridad filiforme de
hombres que son una pasin intil en su interior), reflejan al hombre, ese hombre
que se nos parece y que es la forma idolatrada de nuestro deseo, la formulacin del
enigma mismo que somos.