La dictadura del tiempo abstracto

El trabajo como trastorno conductual de la modernidad

Robert Kurz
Revista Exit!,http://www.exit-online.org/textanz1.php?

tabelle=autoren&index=20&posnr=55
Trad. Mikel Angulo Tarancn, 2012

En la historia del pensamiento occidental, el lenguaje de la

filosofa y la ciencia se ha distanciado cada vez ms del de la gente
comn. Elitista, separado del resto de la sociedad, se ha vuelto el
idioma secreto de una casta sacerdotal del saber burgus. Y es que
existen pocos conceptos que pertenezcan al mismo tiempo a la esfera
de la reflexin terica y a la de la prctica del da a da. En cuyo caso
se trata, las ms veces, de objetos especialmente sesgados, que de
manera involuntaria remiten al absurdo de la sociedad burguesa.
Uno de tales conceptos es el de trabajo, que por un lado presenta
una categora filosfica, econmica y sociolgica, pero que por el

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otro es empleado tambin, y de manera desconcertantemente

diversa, en la praxis vital de todo ser humano. Especial carcter del
significado social de trabajo, que remite a un contexto universal del
mundo moderno. Pues no hay palabra tan clara a primera vista, ni
menos clara cuando se la piensa por segunda vez, como sta.
La ambigedad de la categora de trabajo se muestra ya de suyo
en el hecho de que es empleada tanto oposicional como
afirmativamente. El marxismo ha tratado siempre de reclamar para
s el trabajo como ideal positivo y deslindarlo as del supuesto notrabajo del mundo burgus y sus representantes. En sus
caricaturas, la prensa socialista del siglo XIX represent de hecho a
los capitalistas preferentemente como grasientos parsitos o como
dandis y flaneurs, los cuales llevaban una agradable vida sin trabajo
a costa de la clase trabajadora. De ah que se elevase ya a pretensin
central el apartar a un lado no la categora del trabajo, sino
simplemente a los ociosos. Ms bien son los seores feudales, los
rentistas de grandes fortunas, quienes propiamente se manifiestan
en tan ruda visin del enemigo, y no los managers modernos. Ya
que, como es sabido, los magnates industriales son esbeltos, hacen
footing diariamente, gozan de menos tiempo libre que un esclavo
del campo y acaban por necesitar ir a terapia, porque se han vuelto
trabajo-dependientes.
En verdad, el trabajo siempre ha sido un ideal burgus-capitalista,
mucho antes de que el socialismo descubriese para s tal concepto.
De ah que la presunta situacin actual del mismo, tan crtica con
el capitalismo, presente de por s una paradoja. Su alabanza es
cantada en los ms altos registros por la doctrina social cristiana; y
precisamente es el liberalismo el que ha anunciado la santidad del
trabajo y promete, al igual que el marxismo, su liberacin. Resulta
que todas las ideologas conservadoras, as como las de los radicales
de derechas, lo veneran. La religin del trabajo es el sistema de
relaciones comn a toda teora moderna, a todo sistema poltico y a

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toda clase social. Y concurren as unos con otros quienes rinden la

mayor de las devociones de cada da a esta religin, los mismos que
despojan al hombre de la mejor de sus capacidades.

La extraa evolucin del concepto de trabajo

Puede que, ante tales pensamientos, el hombre moderno comn
se sienta un tanto irritado. Pero es que uno debe trabajar. Acaso
no lo han hecho siempre los hombres? De lo contrario, no habra
alimento, ropa, vivienda ni cultura algunas. De la nada, nada viene.
Y es que, sin duda, para vivir, gozar, investigar y distraerse, el
hombre lleva produciendo cosas e ideas desde siempre. Pero es
trabajo el concepto correcto, suprahistrico y universal para ello?
Trabajo es ms bien una abstraccin, un trmino de una
generalidad polismica. Karl Marx, cuya relacin con el concepto de
trabajo positivo es del todo equvoca, dijo por una parte que se
manifiesta prcticamente verdadero en esta abstraccin slo como
categora de la sociedad moderna (Marx 1974/1857, 25). Sin
embargo, defendi esta generalidad indeterminada al tiempo como
suprahistrica, y aleg que se trata en cierto modo de una
abstraccin racional que expresa una referencia ancestral y vlida
para toda forma de sociedad (dem). Friedrich Engels lleg incluso
a afirmar que el trabajo desempe un cierto papel en la
transformacin del mono en hombre, con lo cual nuestros bien
velludos antepasados de barbas y agudos odos habran sido ya
partcipes de aquella benfica abstraccin racional.
Pero es esto cierto realmente? Una abstraccin racional sera un
macroconcepto general muy prctico para cosas cualitativamente
distintas pero correspondientes todas ellas a un plano determinado.
As quedan comprendidas, por ejemplo, manzanas, peras,
melocotones, naranjas y dems bajo el macroconcepto de fruta. En
ese sentido, trabajo como macroconcepto de actividades humanas

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no implica abstraccin racional alguna. Tambin pasear, jugar al

ajedrez o leer novelas son actividades humanas, sin que por ello se
consideren, comnmente, trabajo. Dnde debe ser trazada la lnea,
sin introducir aqu un momento de arbitrariedad? Para conseguir
algo de claridad, es preciso definir mejor el especial carcter social
del concepto abstracto de trabajo.
La generalidad social de ese concepto en tanto que supuesta
evidencia es, considerada en su historicidad, nada menos que
dudosa. Muchas culturas cazadoras, ganaderas y campesinas no
conocieron ningn concepto de esa clase en absoluto ninguno que
comprendiese actividades tan diversas. Pero no precisamente
porque careciesen de una capacidad tal de abstraccin. Es ms, les
habra parecido irracional en sumo grado, e incluso cosa alocada, el
reunir bajo un nico concepto de actividad en general actividades
como las de cazar, recolectar, cocinar, criar nios, cuidar enfermos y
llevar a cabo acciones clticas. En estas sociedades arcaicas (en la
medida en que se pueden reconstruir o existen an restos de ellas),
haba, por lo comn y para distintos mbitos de la vida, para
hombres y mujeres, para distintos grupos o prcticas sociales
(campesinos, artistas, guerreros) tambin conceptos distintos de
actividad que no corresponden en modo alguno al concepto
universal moderno de trabajo.
Cundo, en qu contexto de la historia ha surgido pues este
concepto abstracto-general de la actividad social y econmica? En la
lengua de ms de una cultura, la raz del trmino trabajo se
remonta hasta un significado que designa a los hombres inmaduros, a
los dependientes de otros o a los esclavos. En su origen, trabajo
no es, por tanto, una abstraccin neutral y racional, sino social: es la
actividad de aquellos que han perdido su libertad. Es indiferente
qu hagan o dejen de hacer estos hombres, si se matan a sudar en la
mina o en la plantacin, si como mayordomos sirven la comida en
una mansin, si acompaan a los nios al colegio o si abanican con

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una palma a la seora de la casa. El contenido de la abstraccin

trabajo es la existencia de esclavo. En este sentido, como
abstraccin socialmente delimitada, el concepto de trabajo no poda,
naturalmente, tomar el carcter de una forma de actividad social
general, como tampoco ser, en modo alguno, determinado de forma
positiva.
No sorprende, as, que el concepto de trabajo en la Antigedad
adquiriese el significado paralelo de tribulacin y de desdicha (al
menos en latn). Es tribulacin propia de aquel que est activo en ese
sentido negativo el que se tambalee bajo el peso de una carga
(laborare). Carga que puede tambin ser invisible, porque en verdad
se trata de la dependencia. Esto es lo que en ltima instancia se
refiere cuando en el Viejo Testamento de la Biblia se alude al trabajo
como maldicin del hombre infligida por Dios. Identidad semntica
de tribulacin y trabajo que, con todo, no se refiere a la mera fatiga.
Porque tambin un hombre libre puede fatigarse en determinadas
ocasiones, e incluso obtener placer en ello.
Por eso es errneo confundir el no-trabajo de los libres e
independientes de la Antigedad con el puro dolce far niente, y
con la simple pereza, como tan a menudo ocurre en la literatura
marxista vulgar. En Homero, el hroe Odiseo se muestra incluso
orgulloso de haber construido l mismo su lecho. Lo deshonroso no
era la actividad en cuanto tal, tampoco el trabajo manual, sino la
sumisin de un hombre a otro hombre o a un oficio. Un hombre
libre poda ocasionalmente montar una cama o un armario, pero no
tena por qu ser carpintero de oficio; poda tambin comerciar de
vez en cuando, pero no tena por qu ser comerciante; poda escribir
poemas, pero no tena por qu ser poeta (al menos no como medio
de lucro). Quien fuese formalmente libre, pero tuviera que
someterse, de por vida, a una tarea lucrativa cualquiera en alguna de
las ramas de la produccin, se volva, de cara a dicha actividad,
inmaduro, y apenas vala lo que un simple esclavo.

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Es por eso que la actividad del amateur libre no era, sin embargo,
ms torpe, o de peor calidad, que la del hombre de oficio no libre.
El ejercitarse en la prctica de diferentes artes y adquirir
conocimientos diversos era considerado un acto honroso; y por los
cuentos de distintos crculos culturales sabemos que, en las
sociedades antiguas, incluso los hijos de los reyes y los prncipes
deban aprender, junto con el arte de la guerra y el saber espiritual,
un trabajo manual pero no precisamente para ser un trabajador
tal de por vida, siendo as sometido a la tribulacin del trabajo, sino
para ser, en muchos aspectos, diestro, y para poder combinar unas
con otras y con libertad formas de actividad cualitativamente
distintas.
Fue el cristianismo el que por vez primera redefini el sentido
negativo de la abstraccin trabajo como positivo y, de forma
paradjica, como tribulacin y desdicha precisamente! Puesto que el
sufrimiento de Cristo en la cruz liber a la humanidad de sus
pecados terrenales, la fe reclama a los sucesores de Cristo. Lo que
significa echarse sobre los hombros, voluntaria y jubilosamente, el
sufrimiento. El cristianismo ennobleci tambin, en una forma de
masoquismo de la fe fe en el sufrir positivo el trabajo como meta
que vale la pena, ms o menos en el mismo sentido en que era
frecuente azotarse a uno mismo en piadoso xtasis. Los monjes y las
monjas se sometan consciente y voluntariamente a la abstraccin
trabajo, a fin de conducir sus vidas, como siervos de Dios, de
acuerdo con el sufrimiento de Cristo. De la misma mentalidad
histrica eran, y tal y como se ha advertido ya con tanta frecuencia,
la disciplina y el orden monsticos, es decir, la estricta distribucin
del horario de los das y de la ascesis monacal, precursores de la
posterior disciplina fabril y de la abstracta cronologa de la
economa de empresa. Pero esta misin especficamente cristiana
del trabajo se refera tan slo al sentido metafrico del concepto
como aceptacin religiosa del sufrimiento con miras al ms all; con

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ello no se persegua an fin positivo o terrenal alguno.

Fue el protestantismo, especialmente en su forma calvinista, el
que hizo del masoquismo cristiano del trabajar-sufrir un objeto del
ms ac: el creyente no deba cargar ya nunca ms con las penurias
del trabajo como siervo de Dios en el aislamiento monstico, sino
tener xito con ello en el mundo terrenal profano, y justamente para
poder probar y demostrar su predestinacin por Dios! Pero en
ninguno de los casos le era dado, como es natural, saborear los
frutos del xito, para no denigrar as la gracia de Dios en los
sucesores de Cristo; deba pues hacer, y no sin un aire de amargo
sufrimiento, del resultado de un trabajo el punto de partida de otro
nuevo trabajo, y amontonar riquezas abstractas incesantemente,
pero sin gozo alguno. En este extrao cruce de un montono ms
all con un fin terrenal igualmente montono surgi la primera
mentalidad verdadera, montona, del trabajo moderno del trabajo
como una forma de trastorno conductual.

Economa poltica de las armas de fuego

Ahora bien, seguramente no bastara con quedarse en la mera
evolucin histrico-religiosa de la categora de trabajo desde el
sufrimiento negativo al positivo. Para que el trastorno protestante de
la conducta pudiera mostrarse en todo el esplendor de su triunfo
terrenal, requera de la mediacin de poderosos intereses materiales.
Como es sabido, desde el Renacimiento la produccin de mercancas
progres a pasos de gigante, y comenz a crecer la economa natural
agraria. La mentalidad protestante se asoci con este ascenso de la
economa de mercado que luego desembocara en el capitalismo
moderno. Y como no poda ser de otra manera, la positivizacin de
la categora de trabajo estuvo implicada de lleno en esta relacin, la
cual se identifica hoy con el comienzo de la modernizacin y su
aparentemente interminable desarrollo.

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Es significativo que, al igual que el trabajo, la modernizacin fuera

tambin definida sobre todo de forma positiva por todas las
ideologas, por todas las reflexiones tericas y por todas las
corrientes polticas de la sociedad capitalista ascendente. En el
amanecer de su propio mundo, por acrrimas que fuesen como
enemigas suyas, no obstante queran, en lo esencial, conocer un
cierto progreso social. Para la ideologa burguesa, el
desencadenamiento de la produccin de mercancas y del
capitalismo es, naturalmente, sinnimo de una produccin de
riqueza en continuo crecimiento. Tambin el marxismo lleg a ver en
el desarrollo de las fuerzas productivas aun no siendo ste
ininterrumpido un progreso de la burguesa. En todo caso, los
avances positivos siguen siendo asumidos como los estmulos
originales de la modernizacin y, con ello, tambin del trabajo. Las
razones de peso para el take off de la modernidad deben de haber
sido, entre otras, las innovaciones artsticas y cientficas del
Renacimiento, las grandes conquistas geogrficas desde Coln, la
idea protestante-calvinista de la autorresponsabilidad del individuo
y la paulatina liberacin de la supersticin medieval.
Por otra parte, Marx describi, en el conocido captulo sobre la
acumulacin original del capital, el inaudito carcter terrorista de
la proto-modernizacin, la violenta expulsin de los arrendatarios
de sus campos, la guerra regular contra las masas empobrecidas, el
establecimiento a gran escala de instituciones disciplinarias y casas
de trabajo. Cmo se conjuga eso con el incremento presuntamente
pacfico de la produccin de mercancas? En los nichos de la
economa natural agraria se ha dado, en mayor o menor medida y
ya desde tiempos inmemoriales, un intercambio local, as como
tambin un comercio a distancia de mercancas especficas (de sal,
seda, minerales, armas y dems), sin que por ello surgiese alguna
vez un sistema productor de mercancas tal (alias capitalismo) que
abarcara la sociedad al completo, y en el cual el trabajo pudiera

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proseguir con su extraa evolucin y coronarse, en adelante, como

realidad substancial de todo ser humano.
Qu era pues, en los comienzos de la modernidad, aquello
realmente nuevo que inevitablemente trajo consigo como
consecuencia la historia de la modernizacin? Bien puede uno
concederle al materialismo histrico que la mayor y ms notable
significatividad reside no en el mero cambio de las ideas y de las
mentalidades, sino en el desarrollo en el plano de los hechos
puramente materiales. Con todo, no fue una fuerza productiva, sino,
por el contrario, una eficacsima fuerza destructiva, a saber, la debida
a la invencin de las armas de fuego, la que prepar el camino de la
modernizacin. Y a pesar de que esta relacin es bien conocida
desde hace ya bastante tiempo, no obstante ha sido expuesta, en las
ms conocidas y trascendentales teoras de la modernizacin,
siempre de forma completamente insuficiente.
Fue el historiador de la economa alemn Werner Sombart,
curiosamente poco antes de la 1 Guerra Mundial, en su estudio
Guerra y capitalismo (1913), quien con ms detalle profundiz en
esta cuestin; claro que slo para dejarse arrastrar luego, como
tantos otros intelectuales alemanes de aquel entonces, por el
entusiasmo ciego de la guerra. Slo en los ltimos aos han vuelto a
ser tematizados los orgenes tcnico-armamentsticos del capitalismo
y su economa de guerra. Es el caso del economista alemn Karl
Georg Zinn en su libro Caones y peste (1989) y del historiador
estadounidense Geoffrey Parker en su investigacin sobre La
revolucin militar (1990). Anlisis que no han tenido, sin embargo,
toda la repercusin que se merecen. Es evidente que al mundo
moderno occidental y a sus idelogos les es muy difcil aceptar el
juicio de que la razn de ser histrica ltima de su sistema hay que
buscarla en la invencin y perfeccionamiento de los instrumentos de
la muerte. Y esta correlacin result vlida no slo para el oscuro
origen de ese mundo, sino tambin para la democracia moderna;

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pues la revolucin militar ha seguido siendo hasta hoy el mvil

secreto de la modernizacin.
La innovacin en el mbito de las armas de fuego destruy las
formas de dominio precapitalistas, ya que hizo de la caballera
feudal un frente militarmente ridculo. Ya desde antes de que
existieran las de fuego, se dejaban entrever las consecuencias
sociales de las efectivas armas de alcance, pues el Segundo Concilio
Laterano del ao 1129 prohibi el uso de la ballesta contra los
cristianos. No en vano, la ballesta importada alrededor del ao 1000
en Europa por culturas ajenas era considerada un arma propia de
ladrones, bandidos y rebeldes. Cuando se propagaron las an ms
efectivas armas de alcance conocidas como caones de fuego,
stas sellaron el hundimiento de los seores de la guerra, entonces
acorazados y montados.
Pero el arma de fuego ya no estuvo en manos de una oposicin
desde abajo contra el dominio feudal, sino que condujo a una
revolucin desde arriba por medio de los reyes y los prncipes.
Pues la produccin y movilizacin de los nuevos sistemas
armamentsticos no era posible en el marco de estructuras locales y
descentralizadas como las que haban marcado la reproduccin
social hasta entonces, sino que exigan una organizacin social
absolutamente novedosa en distintos aspectos. De hecho, las armas
de fuego, sobre todo los grandes caones, ya no podan ser
producidos en pequeos talleres, como lo haban sido hasta el
momento las armas de filo y de punta premodernas. Por eso empez
a desmarcarse entonces del resto una particular industria
armamentstica, industria que produca caones y mosquetes en
grandes fbricas. Al mismo tiempo, surgi una nueva arquitectura
de defensa militar en la forma de bastiones gigantescos, los cuales
deban hacer frente a los caones. Se llegara a una carrera de la
innovacin entre las armas ofensivas y las defensivas, y as a la
carrera armamentstica que hasta la fecha no ha concluido.

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Con las armas de fuego se transform radicalmente la estructura

de los ejrcitos. Los guerreros no podan armarse ya a s mismos,
sino que deban recibir sus armas de una autoridad central. La
organizacin militar se separ por ello de la organizacin burguesa
de la sociedad. En el lugar de los civiles movilizados para las
campaas segn la situacin, o de los seores locales con sus
familias armadas, aparecieron los ejrcitos permanentes. Surgi
lo militar como grupo social especial, y el ejrcito se volvi un
cuerpo social extrao en el seno de la misma sociedad. As, de ser el
compromiso personal de los civiles ricos, el status del oficial pas a
ser el de un oficio moderno. En relacin con esta nueva
organizacin militar y con las nuevas tcnicas de guerra, se
increment tambin sobremanera la magnitud de los ejrcitos:
Entre 1500 y 1700, las fuerzas armadas militares aumentaron en
torno a diez veces su tamao (Parker 1990, 20).
La industria y la carrera armamentstica por un lado y, por el otro,
el mantenimiento de ejrcitos organizados permanentemente,
separados de la sociedad civil y al mismo tiempo notablemente
acrecentados, condujeron necesariamente a una transformacin
radical de la economa y de toda la estructura social. El gran
complejo militar escindido de la sociedad requera de una
economa de guerra permanente. Esta nueva economa de la
muerte se desliz como una mortaja sobre la estructura econmica
natural de las viejas sociedades agrarias. Puesto que lo
armamentstico y lo militar no podan ya sostenerse sobre la forma
de produccin agraria local, sino que deban ser abastecidos
ampliamente y en una relacin annima con los recursos, por eso
mismo dependan de la mediacin del dinero. La produccin de
mercancas y la economa monetaria, elementos bsicos del
capitalismo, recibieron as a comienzos de la modernidad, con el
desarrollo de la economa armamentstico-militar, su primer
impulso decisivo.

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Este desarrollo gener y favoreci la subjetividad capitalista y su

mentalidad del plusvalor abstracto. La permanente demanda
financiera de la economa de guerra llev en la sociedad civil a un
ascenso de los capitalistas monetarios y del comercio, de los
acumuladores de capital y de los financieros de la guerra. Pero
tambin la nueva organizacin de los propios ejrcitos engendr esa
mentalidad capitalista. Los viejos guerreros del campo se
convirtieron en soldados, es decir, en beneficiarios de un
sueldo. Ellos fueron los primeros asalariados modernos, los
primeros que tuvieron que vivir sus vidas por entero ligadas al
ingreso de dinero y al consumo de mercancas. Y por eso no
lucharon ya ms por fines idealizados, sino tan slo por dinero. Les
era indiferente matar a tiros siempre y cuando el sueldo fuera el
acordado; y as se convirtieron, para el sistema productor de
mercancas moderno, en los primeros representantes del trabajo
abstracto (Marx). Fueron tambin, por cierto, los primeros que
podan quedarse en paro. Si las arcas de los seores de la guerra
se quedaban sin blanca, haba puestos de trabajo del ejrcito que
eran inmediatamente liquidados. Muchos mosqueteros y artilleros
fueron vctimas de despidos masivos; se quedaban literalmente en la
calle, llegando incluso a ser temidos como pordioseros, bandidos y
asesinos de ocasin ambulantes.
Los altos cargos y jefes de los soldados dependan del botn que
hicieran mediante los saqueos, y sobre todo de transformarlo en
dinero. El output del botn deba pues ser mayor que el input de los
costes de la guerra, lo que result ser un verdadero estmulo para el
nacimiento de la racionalidad empresarial moderna. La mayora de
los generales y jefes mercenarios de principios de la modernidad
invirtieron su botn de forma provechosa, siendo as partcipes del
capital monetario y del comercio. No el pacfico vendedor, ni el
ahorrador diligente, ni el ingenioso productor; ninguno de ellos se
halla, por tanto, en los inicios del capitalismo. Ms bien es al

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contrario: as como los soldados, en tanto que operarios

sangrientos de las armas de fuego, fueron los prototipos de los
asalariados modernos, as tambin los generales afortunados y
condotieros fueron los prototipos del empresariado moderno y su
disposicin al riesgo.
Como libres empresarios de la muerte, los condotieros
dependan con todo de las grandes guerras de las autoridades
estatales centrales y de su capacidad de financiacin. He aqu el
origen de la cambiante relacin moderna de mercado y Estado.
Para poder financiar su industria armamentstica y sus bastiones,
los enormes ejrcitos y las guerras, los Estados de principios de la
modernidad tuvieron que transformarse en dspotas militares, y
exprimir a sus pueblos hasta desangrarlos. Esto ocurri, en
correspondencia con lo anterior, precisamente en una forma nueva:
en el lugar de los viejos tributos naturales, se introdujo el impuesto
monetario. Los hombres estaban pues obligados a ganar dinero
para poder pagar al Estado sus impuestos. De esta manera, la
economa de guerra forzaba al sistema econmico de mercado de
forma no slo directa, sino tambin indirecta. As, en los pases
europeos, el impuesto monetario de las masas creci entre los
siglos XVI y XVIII hasta un 2000%.
Ese obligado ganar dinero para fines no propios sino extraos
y la monstruosa presin desptico-militar hicieron confluir por
primera vez la abstraccin del dinero y la del trabajo. No es
sorprendente, por tanto, que el protestantismo-calvinismo se
adecuase perfectamente como ideologa a esa economa
armamentstica en ciernes de principios de la modernidad. La
permanente economa de guerra de las armas de fuego provoc
durante varios siglos un levantamiento popular igual de
permanente, y con ello la permanente guerra hacia adentro; desde
las guerras campesinas de la primera modernidad hasta las

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revueltas de los ludditas (los presuntos asalta-mquinas) en la

poca de la industrializacin. Para recabar tan desmesurados
impuestos, las autoridades centrales estatales tenan que montar un
aparato policial y administrativo igualmente desmesurado: se
volvieron absolutistas. Todos los aparatos modernos del Estado
provienen de esta historia. La administracin centralizada y
jerrquica sustituy a la autoadministracin local por medio de
una burocracia cuyo ncleo fue constituido por los aparatos
tributarios y la presin interna.
El posterior desarrollo efectivo de las fuerzas productivas
industriales acarre tambin consigo el estigma de estos orgenes.
La industrializacin del siglo XIX fue, tanto en lo tecnolgico como
en lo relativo a la organizacin y la mentalidad histrica, un
descendiente de las armas de fuego, de la produccin
armamentstica moderna y de sus subsecuentes procesos sociales.
Por eso es apenas sorprendente que el desarrollo capitalista de las
fuerzas de produccin, ya desde la primera revolucin industrial,
no haya podido nunca efectuarse ms que de forma destructiva,
incluso en el caso de las innovaciones tcnicas aparentemente ms
inocentes.
No slo en lo tecnolgico, sino tambin en su estructura social, la
democracia occidental moderna no puede pues ocultar que es
descendiente directa de la dictadura armamentstica y militar de
principios de la modernidad. Bajo la fina superficie de los rituales
electorales democrticos y de los discursos polticos, encontramos
el monstruo de un aparato que dirige y disciplina a los ciudadanos
aparentemente libres en nombre de la economa total y, por lo
tanto, tambin de la economa de guerra vinculada a ella hasta hoy.
Un componente central de esta estructura es la administracin
laboral. En ninguna sociedad de la historia se ha dado tan alto
porcentaje de funcionarios y empleados de la administracin, de

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policas y soldados, como en sta; ninguna desbarat una parte tan

grande de sus recursos para tropas y armamento.
La economa desquiciada
Si uno intenta captar la lgica socioeconmica general de aquello
que los dspotas militares absolutistas de principios de la
modernidad pusieron a funcionar en la sociedad, entonces puede
definirse esta lgica como el desprendimiento absoluto del dinero en
aras de su propia autonoma y, con ello, tambin la forma de
actividad trabajo correspondiente. El hambre de dinero literal
del absolutismo tena todava un fin material y especfico (con todo
ya independiente), a saber, precisamente el de la nueva economa
poltica de las armas de fuego y sus exigencias. Pero la lgica del
hacer dinero, de una vez para siempre ya en el mundo, empez a
dejar atrs los restringidos propsitos del absolutismo, que pronto
se vio a s mismo en el papel del aprendiz de brujo. Pues el
plusvalor en forma de dinero, una vez desencadenado, ya no se
limit a un empeo en cierto modo exterior (acaso en la forma del
impuesto monetario) acorde con el modo de produccin conocido
hasta el momento, sino que se convirti en el motor interno de un
nuevo modo de produccin, el cual abarcaba a la totalidad de los
cuerpos sociales.
Ya los regmenes absolutistas mismos tendieron a crear empresas
productivas propias junto al impuesto monetario y al margen de los
gremios y las corporaciones tradicionales, cuyo objetivo ya no era la
satisfaccin de las necesidades, sino nica y exclusivamente la
obtencin de dinero. Por primera vez, las manufacturas y
plantaciones estatales produjeron exclusivamente para vastos
mercados annimos, los cuales, finalmente, se convertiran en el
prerrequisito bsico de la libre competencia. As, el dinero pas de
ser un simple medio marginal a ser un requisito general y, al mismo
tiempo, el fin ltimo de la totalidad de la vida social. En adelante, y

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como resultado definitivo, ya no podra producirse hogaza de pan

alguna sin que ello fuera sometido a la forma de actividad
capitalista, es decir, al trabajo abstracto en tanto que transformacin
autonomizada de energa humana en dinero. Karl Marx fue el
primero que analiz con precisin este absurdo mecanismo
econmico, as como tambin el trnsito de medio a fin incluido en
el mismo. El dinero lleg a ser, en cierto modo (irracionalmente), el
alimento bsico. No se trataba ya de un medio para satisfacer una
parte de las necesidades, sino que, precisamente al contrario, las
necesidades se quedaron tan slo en simples medios (y su
satisfaccin en un mero producto residual) para procurar la
valorizacin del dinero retroalimentada, una y otra vez, consigo
misma.
Con ello, el movimiento perpetuo de la transformacin de trabajo
en dinero, lejos ya de sus fines originarios, se cerr en un sistema
ciberntico. Este carcter de sistema hermtico encontr tras el
absolutismo a sus nuevos representantes en aquel empresariado
libre que derivaba en lnea ascendente de los generales de guerra
de principios de la modernidad, de los recaudadores de impuestos
chupasangres y de los gerentes de las manufacturas de reclusos y de
las plantaciones de esclavos absolutistas. Bien puede uno imaginarse
qu concepto de libertad crearon estos ilustres seores en su
ideologa del liberalismo (econmico), concepto que volvieron
contra los padres absolutistas, a saber, la libertad, para unos, de
estar emprendedoramente activo en este sistema en aras de una
acumulacin de dinero exenta de todo disfrute, y, para otros, la
libertad de someterse incondicionalmente a las supuestas leyes
naturales de este sistema autnomo de trabajo social forzado, de
valorizacin del dinero y de mercado annimo (!).
Los regmenes absolutistas se volvieron disfuncionales para el
posterior desarrollo del sistema, ya que la forma de gobierno
dinstica no estaba adecuada a las estructuras objetivas creadas. Lo

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que quedaba era aquella lgica desencadenada cuyo arquetipo

haban sido los caones: nos encontramos frente a la herramienta
que comienza a dominar a su creador. Y as es como se conform,
por primersima vez, una esfera de la economa separada del resto de
la vida, la llamada economa nacional en sentido moderno.
Este trascendental aspecto ha sido analizado sobre todo por el
historiador de la sociedad y la economa Karl Polanyi. En su ya
clsica obra La gran transformacin (Polanyi 1995/1944) se ocup,
a diferencia de Marx, no tanto de la lgica y la finalidad inherente a
la valorizacin del dinero y sus regularidades, como del hecho de
que la economa, que en su sentido antiguo original era sinnimo
de economa domstica de la necesidad, se ha transformado en esa
inquietante esfera independiente, ya desvinculada de todo orden
social trascendente. A la vista de esta inaudita novedad, que ha sido
trocada en naturaleza humana por los idelogos liberales, dice
Polanyi: Seguramente, ninguna sociedad puede pasarse sin un
sistema que asegure la produccin y el reparto de los bienes. De ello
no se sigue, sin embargo, que deban darse instituciones econmicas
separadas; por lo comn, el orden econmico no es ni ms ni menos
que una funcin del orden social en que est incluido La sociedad
del siglo XIX, en la que la actividad econmica se deslig y se
atribuy a un mpetu especficamente econmico, supuso de hecho
una variacin notable Un patrn institucional tal no poda
funcionar, excepto si la sociedad era de algn modo supeditada a
sus exigencias. Una economa de mercado slo puede existir en una
sociedad de mercado Como consecuencia de este desarrollo, la
sociedad humana se redujo a mero accesorio del sistema econmico
(Polanyi, ibd. 106ss.)
Mientras que en todas las dems sociedades integradas, como
las llama Polanyi, la actividad econmica quedaba supeditada a un
determinado contexto cultural, independientemente de cmo se
valore ste, el capitalismo, por su parte, da al traste con la relacin

89

de economa y sociedad: el orden social no es sino una funcin del

orden econmico que, frente a todos los mbitos sociales y toda
necesidad, se ha vuelto autnomo. Con esta alteracin queda
fundada no slo la mera oposicin de autonoma y
autorresponsabilidad, a saber, el perfecto autosuministro del fin en
s mismo del dinero, sino tambin la desmesura de un infinito afn
de crecimiento, puesto que ya no se da retroalimentacin alguna
para las necesidades, la reflexin espiritual y las determinaciones
culturales, sino nicamente la retroalimentacin del medio
econmico autnomo a s mismo. Lo que comenz no con el
capitalismo desquiciado del siglo XIX, sino ya entonces con la
desquiciada economa de las armas de fuego de los regmenes de
principios de la modernidad; aun cuando fuera la industrializacin
capitalista desde finales del XVIII la que trajo la completa ruptura
con esta lgica.
Trabajo en sentido moderno es, por tanto, y ms exactamente
definido segn el sistema de relaciones impersonales creado, la
forma de actividad especfica de la economa desquiciada. As
como para la actividad de los antiguos esclavos definida como
abstraccin social trabajo, donde era indiferente qu se hiciera,
puesto que se trataba siempre, precisamente, del gasto de energa
servil, as tambin el contenido de la reproduccin social se ha
vuelto in-diferente, porque aqu se trata siempre de la misma
transformacin de energa humana abstracta en dinero. En tanto que
casi toda la actividad se ha concentrado en esa esfera autnoma
enajenada y desquiciada de la economa, la abstraccin antes
socialmente delimitada que era el trabajo como servidumbre ha
mudado hacia una forma de actividad social-general. Significa, en
definitiva, que en general no existe sino la servidumbre, aun cuando
el seor no sea un seor personal, sino el sistema de relaciones
annimo.

90

El trabajo mismo ha ocupado el lugar de Dios, de tal manera que

ahora todos los seres humanos son siervos de Dios que se
distinguen unos de otros tan slo por la posicin funcional que
ocupan en la jerarqua de una actividad atribulada general, la cual
no tiene el sentido ms que en s misma. Tambin la gestin es parte
del trabajo y toma para s esta cruz terrenal, a fin de hallar en ello su
poder masoquista en adelante totalmente secularizado, liberado
incluso de los motivos protestantes y ya inconsciente de sus propios
orgenes. El hroe Odiseo habra despreciado como siervos
miserables a los llamados mandatarios de hoy en da, porque estos
se arrojan a s mismos bajo el yugo del trabajo, y con ello se rinden a
esa forma de inmadurez que se ha vuelto social-general. El trabajo
como trastorno conductual de la modernidad ha conducido a una
sociedad de general imputabilidad.
Y no deja de ser extrao cmo el marxismo lleg a ser cmplice
involuntario de esta imputabilidad, y en la misma medida a marcar
tendencia en el propio desarrollo capitalista, en tanto disidente del
liberalismo, cuyo concepto positivo de trabajo, a finales del siglo
XIX, acept. Mientras que Marx, como terico oscuro para la
conciencia positivista, y junto con su crtica radical de las formas
econmicas independizadas (lo que, como es sabido, denomin
fetichismo), al menos lleg siquiera a acercarse a la crtica del
trabajo, el movimiento obrero llamado marxismo permaneci
anclado en la categora abstracta de trabajo errneamente
determinada como suprahistrica. Ah se observa que el famoso
movimiento obrero acaso no fue el comienzo de un nivel de
reflexin superior de la crtica de la sociedad, sino ms bien el
resultado de una derrota histrica de los viejos movimientos
rebeldes contra el trabajo habidos desde el siglo XVI. En su
desconocimiento de las verdaderas relaciones de peso, los partidos
del trabajo hicieron el vano intento de criticar al capitalismo con su
propio concepto de actividad.

91

La economa de empresa como espacio de tiempo abstracto

En la economa desquiciada, y junto con la forma de actividad
abstracta trabajo, adquiere tambin el tiempo incluido en ella una
cualidad extremadamente peculiar, y en cierto modo fantasmal. El
tiempo de la produccin se escinde de toda necesidad y de toda
finalidad establecida por los propios productores; ella misma se
torna un recurso a explotar. Sabido es que el tiempo es oro; por eso
ha jugado siempre un papel tan decisivo para el capitalismo. Pero
bajo la fijacin de sus fines independizada y absuelta de todo lo
dems, tambin el tiempo se vuelve abstracto con consecuencias,
claro est, extremadamente desagradables para todos aquellos seres
humanos que han estado, o estn an, expuestos a este tiempo la
mayor parte de sus vidas.
La reflexin filosfica decisiva, vlida hasta la fecha, del concepto
moderno de tiempo, se encuentra en la obra de Immanuel Kant
(1724-1804). Kant descubri que el tiempo y el espacio no son
conceptos contenidos en el pensamiento humano, sino formas
apriricas de nuestra capacidad de percepcin y entendimiento.
Podemos conocer el mundo tan slo bajo las formas de espacio y
tiempo inscritas en nuestra razn, es decir, dadas con anterioridad a
todo conocimiento. Pero Kant describe estas formas de tiempo y
espacio de manera completamente abstracta y a-histrica, como
igualmente vlidas para toda poca, toda forma de sociedad y toda
cultura. El tiempo es, para l, lo temporal en general, sin cualidad
determinada alguna. En consecuencia, llama a tiempo y espacio
formas puras de la intuicin. El tiempo es pues para Kant un flujo
de duracin abstracto, vaco y siempre uniforme, cuyas unidades
son todas idnticas: Tiempos diversos son slo partes de uno y el
mismo tiempo (Kant 1979/1781, 104).
Desde hace aos sabemos, por las investigaciones histricoculturales llevadas a cabo, que esta definicin a-histrica de la

92

vivencia y de la percepcin del tiempo es simplemente insostenible.

Ante todo, se sabe que las culturas agrarias premodernas pensaban
no en un tiempo lineal uniforme, sino ms bien uno cclico; en cierto
modo, en ritmos de tiempo que retornan, formados segn los ciclos
anuales (agrarios) y csmicos. Por tanto, aun cuando el tiempo no
fuese sino una forma de percepcin inscrita de manera apririca en
la capacidad de conocimiento humana, dicha forma estara, con
todo, sujeta a una evolucin cultural e histrica. Las ltimas
investigaciones acerca de los diferentes tiempos culturales han
confirmado esta tesis. En todas las culturas extraas a la
modernidad capitalista, el tiempo no slo pasa de forma distinta,
sino que adems coexisten formas totalmente distintas de tiempo,
formas que discurren en paralelo y en conformidad siempre con el
objeto o mbito de la vida al que la percepcin de este tiempo se
refiera, porque cada cosa tiene su propio tiempo.
Al haber transformado la economa independizada del capital las
abstracciones de dinero y de trabajo en aquel fin en s mismo y
retroalimentado a s mismo del que hablbamos, lo que se invirti,
en general, fue la relacin de abstracto y concreto: la abstraccin
(por ejemplo de trabajo o de tiempo) ya no es la expresin de un
mundo concreto y sensible, sino que, por el contrario, todas las
relaciones concretas y los objetos sensibles fungen tan slo como
expresiones de esa abstraccin capitalista que, en su forma
objetivada del dinero, domina la sociedad. Sin embargo, la medida
del trabajo y, por ende, tambin del dinero, no es sino el tiempo.
Desde luego, tambin ste deja de ser un tiempo concreto y dado de
forma cualitativamente distinta segn sus respectivas referencias. Se
vuelve, antes bien, y en correspondencia con el fin en s mismo de la
acumulacin de capital, aquel flujo de duracin abstracto, uniforme
y lineal que Kant dio errneamente por supuesto. Ya nada hay que
tenga su propio tiempo de acuerdo con los contextos culturales, ni
con las correspondientes necesidades, sino que todas las cosas tienen

93

uno y el mismo, el cual fluye siempre a idntica velocidad, y

siempre en la misma direccin.
Esta dictadura del tiempo abstracto, ejecutada por el mecanismo
de la competencia annima, cre a su medida el correspondiente
espacio abstracto, es decir, ese espacio funcional del capital que,
separado del resto de la vida, obedece a su propia racionalidad
(empresarial). Surgi as, en cierto modo, un espacio-tiempo muerto,
culturalmente indiferente, que comenz entonces a devorar el
cuerpo social. La forma de actividad abstracta trabajo encerrada
en este espacio-tiempo tuvo pues que ser purificada de todos los
elementos disfuncionales de la vida, a fin de no interrumpir el flujo
lineal: trabajo y vivienda, trabajo y vida personal, trabajo y cultura,
etc. se introdujeron de modo sistemtico. Slo entonces surgi
tambin la disyuncin moderna y el dualismo de tiempo de trabajo
y tiempo libre. Algo que apenas nos viene ya a la mente pero con lo
que queda dicho, de forma implcita, que el tiempo de trabajo es un
tiempo no libre, un tiempo forzado (e incluso violento en sus
orgenes) para un fin en s mismo y extrnseco a los individuos,
determinado por la dictadura de las abstractas, homogneas
unidades temporales de la produccin capitalista.

La luz de la Ilustracin
El abstracto espacio-tiempo empresarial viene necesariamente
determinado por esa desmesura que caracteriza al infatigable afn
capitalista de la acumulacin de dinero. Uno de los motivos de la
ilustracin burguesa ms ignorados adquiere, con ello, un
significado tan extrao como destructivo. La historia de la
modernizacin se huelga, como es sabido, en la metfora de la luz.
El resplandeciente sol de la razn atravesar las tinieblas de la
supersticin y har visible el desorden del mundo para organizar, al
fin, la sociedad segn criterios racionales. A decir verdad, esta

94

supuesta razn es, sin embargo, el irracionalismo social de la

economa desquiciada. En cuyo contexto la luz de la Ilustracin no
es en modo alguno un mero smbolo del reino de las ideas. Antes
bien, posee un fuerte significado socioeconmico.
Es fatal que, justo en este punto, el marxismo y el movimiento
obrero de la historia se hayan reconocido herederos de la Ilustracin
y de su metafrica social de la luz. En la Internacional, el himno
del marxismo dice lo siguiente acerca del maravilloso futuro
socialista: Entonces brillar el sol sin cesar. Un caricaturista
alemn tom literalmente la frase, y muestra en el reino de la
libertad a hombres sudorosos que clavan su vista en el sol
abrasador y claman: Tres aos ha que brilla, y ya no se pondr
jams.
No se trata de una simple broma. En cierto modo, la
modernizacin ha hecho efectivamente de la noche el da. En
Inglaterra, pas pionero de la industrializacin, se introdujo el
alumbrado de gas ya a principios del siglo XIX, y pronto se extendi
por toda Europa. A finales del mismo siglo, la luz elctrica sustituy
a las lmparas de gas. Naturalmente, uno podra decir que ello
conlleva una expansin de las posibilidades humanas, siempre y
cuando la iluminacin artificial sea empleada para fines no
inducidos y, por tanto, en arreglo a la necesidad y a un compromiso
libre. Pero precisamente de eso es de lo que no se trata en la
totalizacin capitalista de la luz. El de la noche es un anti-apagn
que permanentemente est encubriendo la superficie de la tierra,
aunque haya sido ya hace largo tiempo probado por la medicina que
ello provoca daos fsicos y psquicos. A qu se debe, entonces, esta
iluminacin planetaria que hoy en da ha alcanzado incluso hasta el
ltimo de los rincones?
En principio, el desorbitado afn del modo de produccin
capitalista no puede tolerar tiempo alguno que permanezca a
oscuras. Pues el tiempo de la oscuridad es tambin el tiempo de la

95

calma, de la pasividad, de la contemplacin. En oposicin a lo cual

el capitalismo exige la expansin de su actividad hasta las ms
remotas fronteras fsicas y biolgicas. En lo temporal, estas fronteras
vienen determinadas por la rotacin de la tierra con respecto a s
misma, esto es, por las 24 horas del da astronmico, que tiene un
lado claro (vuelto hacia el sol) y otro oscuro (oculto al mismo). La
tendencia del capitalismo pasa por hacer de la del sol la parte activa
total, y ocupar as la totalidad del da astronmico. La parte
nocturna interfiere en ese deseo. La produccin, circulacin y
distribucin de mercancas deber pues tener lugar da y noche.
Este proceso es anlogo al de la modificacin de la medida
espacial. El sistema mtrico fue introducido en 1795 por el rgimen
de la Revolucin Francesa, y se extendi igual de velozmente que el
alumbrado de gas. Sin embargo, el paso a este sistema no se dio en
Alemania hasta 1872. El patrn de medida propio del cuerpo
humano (pie, vara, etc.) fue sustituido por la medida abstracta del
metro, que debe corresponder a uno de los catorce millones que
abarca la superficie entera de la tierra. Una unificacin abstracta de
la medida espacial que se ajustaba perfectamente a la cosmovisin
mecanicista de la fsica newtoniana, y que sirvi de nuevo de
modelo para la lgica mecanicista de la economa de mercado
moderna, tal y como Adam Smith (1723-1790), el fundador de la
economa nacional terica, la analiz y propag. La imagen del
mundo y de la naturaleza como una nica y gigantesca mquina
concordaba con la mquina econmica mundial del capital, y las
medidas abstractas de espacio y tiempo se volvieron una forma
comn a la mquina fsica y econmica del mundo para el mundo
tanto como para la desquiciada produccin de mercancas.
Slo el flujo temporal astronmico hizo posible correr el da del
trabajo abstracto hacia la noche y devorar el tiempo de la calma y el
reposo. Y slo as pudo ser desligado el tiempo abstracto de las
relaciones y de las cosas concretas. El marxismo, en su obsesin por

96

la razn ilustrada, se ha preocupado poco de estas cosas, y as ha

quedado reservado para idelogos conservadores como por
ejemplo Ernst Jnger en su Libro del reloj de arena el concebir el
tiempo abstracto de la modernidad a su manera, y en un contexto
que siempre fue de todo menos emancipatorio (vid. Jnger, 1954).
Pero justamente en aras de la emancipacin social, es importante
tematizar el problema del tiempo abstracto des-ligado de las
relaciones vitales, reales, y compararlo con otras formas de tiempo
de las que ya no somos tan conscientes, para obtener un concepto
general de la insoportable temporalidad capitalista. La mayora de
los antiguos cronmetros, como los relojes de arena o los de agua, no
decan qu hora era, sino que estaban calibrados para procesos
concretos, esto es, para mostrar su debido tiempo. Uno podra
quiz parangonarlos con el cocedor de huevos elctrico, que
anuncia, por medio de un zumbido, cundo un huevo est duro o
slo pasado por agua. La cantidad del tiempo no es abstracta aqu,
sino que viene dada por una determinada cualidad. En cambio, el
tiempo astronmico del trabajo abstracto est libre de toda cualidad.
Permite, por ejemplo, y con independencia de la estacin del ao y
los ritmos corporales, fijar el comienzo de la jornada laboral a las 6
horas.
Por eso es la poca del capitalismo tambin la de los
despertadores, de los relojes que, con su estridente seal, arrancan
de su sueo a los hombres para arrastrarlos luego hasta sus
artificialmente iluminados puestos de trabajo. Y como el comienzo
de la jornada laboral se adelant hasta horas bien tempranas de la
madrugada, as tambin pudo correrse el final de la misma hasta
bien entrada la noche. Esta modificacin tiene a su vez su lado
esttico. De la misma manera como el medio ambiente acaba siendo
desmaterializado por la racionalidad empresarial abstracta,
debiendo someterse la materia y sus relaciones a los criterios de la
rentabilidad, acaba siendo tambin, y debido a la misma y no otra

97

racionalidad, desdimensionado y desproporcionado. Si los edificios

antiguos nos resultan, en ocasiones, de algn modo ms bellos y
confortables que los modernos, y cuando advertimos despus que,
al tiempo y en contraste con las funcionalistas construcciones
actuales, de alguna manera parecen no ser sino irregulares, ello se
debe a que las suyas son dimensiones corporales, y que a menudo
sus formas se adaptan al paisaje. La arquitectura moderna, por el
contrario,
emplea
dimensiones
astronmicas
y
formas
descontextualizadas, desligadas del entorno. Lo que vale, no
obstante, tambin para el tiempo. Porque tambin la arquitectura
moderna del tiempo es desproporcionada y descontextualizada. No
slo el espacio, por tanto, se ha vuelto odioso. Tambin el tiempo.
En el siglo XVIII y a principios del XIX, la introduccin del flujo
de tiempo abstracto-astronmico en la actividad vital fue percibida
ya como un suplicio. Debido a la industrializacin, haca tiempo que
los hombres se oponan, desesperados, al turno de noche. El trabajar
desde el alba hasta la misma puesta de sol era considerado nada ms
y nada menos que inmoral. Aquel artesano que en la Edad Media
debiese hacer horas de noche con motivo de algn plazo, ese mismo
era remunerado como un noble, y tratado a cuerpo de rey. El trabajo
nocturno era un caso excepcional. Y pasa por ser uno de los
grandes progresos del capitalismo el que le haya dado buenos
resultados el hacer del suplicio del tiempo la medida normal de la
actividad humana.
Nada ha cambiado, en ese sentido, desde los inicios del
capitalismo. Es ms, a lo largo del siglo XX, el llamado trabajo por
turnos no ha hecho ms que expandirse. Con una actividad de dos y
de hasta tres turnos diarios, las mquinas deben funcionar lo ms
ininterrumpidamente posible, haciendo breves paradas slo para
ajustes, inspeccin y limpieza. Asimismo, las horas de apertura de
los comercios y grandes almacenes deben acercarse lo mximo
posible a la frontera horaria de las 24 horas, como se echa de ver en

98

la controversia en torno a la hora de cierre de los comercios en la

Repblica Federal Alemana. En muchos pases, como en Estados
Unidos, no existe hora de cierre establecida por la ley, y en
numerosas tiendas luce el cartel: Abierto las 24 horas del da.
Desde que la tecnologa de la comunicacin microelectrnica
globaliz el flujo de dinero, la jornada financiera de un hemisferio
de la tierra se corre sin viso de ruptura alguna hacia el otro. Como
dice el anuncio de un banco japons: Los mercados financieros
nunca duermen.
La luz de la razn Ilustrada no es sino la iluminacin del turno de
la noche. Y en la medida en que la competencia de los mercados
annimos se vuelve total, el imperativo externo, social, se convierte
tambin en una presin interna para los individuos. El sueo se
vuelve un enemigo tan hostil como la noche, pues mientras se
duerme, se pierden las oportunidades, y uno se muestra indefenso
ante el ataque de los otros. Por eso el sueo del hombre de mercado
se acorta y debilita como el de una bestia salvaje, y tanto ms cuanto
ms exitoso quiera llegar a ser este hombre. El tormento laboral
impuesto por el mecnico turno de noche se manifiesta en el plano
de la gestin como renuncia voluntaria al sueo. Existen ya
incluso seminarios de gestin en los que pueden ejercitarse tcnicas
de minimizacin del sueo. Las escuelas de la autogestin afirman
hoy con total conviccin: El hombre de negocios ideal no duerme
nunca, igual que los mercados financieros!
Pero el sometimiento del hombre al trabajo abstracto y a su
medida astronmica no es posible sin un control igualmente total.
Un control ubicuo requiere a su vez de una observacin igual de
ubicua, y la observacin slo es posible al amparo de la luz: como en
el caso del polica que, en el curso de un interrogatorio, vuelve el
foco de su cegadora linterna sobre la cara del presunto delincuente.
No en vano, la palabra Ilustracin posee en alemn un significado
paralelo militar, a saber, el de espionaje del enemigo,

99

averiguaciones sobre el mismo, etc. Y una sociedad en que cada

uno se vuelve enemigo del otro y de s mismo, porque todos deben
servir al mismo dios secularizado del trabajo, desemboca por su
propia lgica interna en un sistema de la observacin y de la autoobservacin total. Aqu no se discute ya por libre sobre el sentido y
la finalidad del propio actuar, sino que se desilumina todo sin
piedad, para ejecutar as el fin en s mismo de la economa
desquiciada.

La expropiacin del tiempo

La expropiacin del hombre de las condiciones de su propia
reproduccin est relacionada, en consecuencia, tambin con la
expropiacin sistemtica del tiempo. Lo que es cierto en un sentido
no slo cualitativo, sino tambin cuantitativo, como se echa de ver
en la dilatacin del tiempo de trabajo hasta la esfera del da
astronmico. Pese a que engulle la mayor parte del tiempo de
actividad diaria, el tiempo de trabajo no es, para la inmensa mayora
de quienes producen, tiempo de vida propio, particular, sino que se
trata de un tiempo muerto y vaco que, como en una pesadilla, es
barrido del reino de la vida. A la inversa, y visto desde el punto de
vista del espacio-tiempo capitalista, la libertad de quienes producen
aparece como un tiempo vaco y propiamente intil. De ah que
exista en el capitalismo una tendencia fuertemente objetiva a
minimizar la libertad o, cuando menos, a racionalizarla con no poco
rigor. No slo debe darse el mximo de rendimiento da y noche,
sino que tambin la explotacin de los individuos-de-trabajo
singulares tiene que ser llevada a la mxima proximidad posible con
respecto a ese lmite absoluto que es el tiempo abstracto.
Como ya dijera Marx en los Grundrisse (Elementos fundamentales
para la Crtica de la Economa Poltica), de ello resulta una paradoja
que compromete por completo al llamado progreso burgus: La

100

ms avanzada maquinaria obliga por tanto al trabajador a trabajar

por ms tiempo de lo que el salvaje o de lo que l mismo, con las
ms simples y rudas herramientas, lo hizo nunca (Marx 1974/1857,
596). Esta tan curiosa desproporcin deja pues a las claras que
quienes producen no pueden ni siquiera decidir por s mismos a qu
fin desean orientar el crecimiento de la propia productividad. Como
del resto de las decisiones, tambin de sta, es decir, de aquella que
tiene que ver con la lgica del funcionamiento capitalista, han sido
despojados. Bien es cierto que, en las viejas sociedades agrarias, el
bajo nivel de las fuerzas productivas gener no pocas
arbitrariedades (por ejemplo, tradiciones severas y dependencias
por parentescos de sangre) y en ocasiones incluso problemas de
abastecimiento (por las malas cosechas). Pero el fin de la produccin,
a pesar de la escasez de medios, no era nunca un fin en s mismo
abstracto como el que prevalece bajo la situacin impuesta por el
sistema productor de mercancas moderno. Se trataba, ms bien, del
placer y del ocio.
Concepto antiguo y medieval, ste del ocio, que no se debe
confundir con el concepto moderno de tiempo libre. Pues el ocio no
era un proceso de actividad para la obtencin de una fraccin
residual, sino un momento de la vida completamente sustancial. Por
eso mismo, un aumento de la productividad era, por regla general,
empleado antes para un mayor ocio que para una mayor
produccin. En cambio, la racionalidad empresarial de reduccin de
pagos transforma cada progreso tcnico nica y exclusivamente en
una necesaria, desproporcionada produccin adicional, y por tanto
tambin en trabajo adicional, pero nunca en un ocio adicional del
productor.
No en vano, y a pesar del bajo nivel tcnico dado en la
Antigedad y en el Medievo, slo la pura cantidad externa de
tiempo productivo ya tenda a ser mucho menor que en el
capitalismo. Por lo que sabemos de las reglas monsticas de la Alta

101

Edad Media, que como precursoras de la disciplina laboral

contienen ya ciertos elementos del tiempo abstracto, se conoce que,
curiosamente, a la sufrida pasin del trabajo apenas se dedicaban
ms de seis o siete horas diarias as pues, y como se echa de ver,
entonces se tena por un acto de piadosa castidad y de
autosuperacin lo que hoy, si bien slo en ciertos sectores y en los
llamados pases felices del mercado global, los sindicatos
celebran como un enorme logro de la reduccin del tiempo
laboral (!).
La explosiva expansin del tiempo laboral vino precisamente
de la mano del trabajo mismo. Los expertos en tiempo libre
modernos no caben en su asombro al constatar lo siguiente: Para
los pueblos agrarios primitivos y en la Antigedad en general, los
das de asueto cubran, a menudo, la mitad del ao (Tambin) el
trabajo asalariado de los esclavos empleados y de los incultos estaba
menos intensivamente ligado a la vida laboral de lo que uno, desde
su perspectiva moderna, podra llegar a aceptar En tiempos de la
repblica romana, a mediados del siglo IV, se contaban no menos
de 175 das libres (Opaschowski 1997, 25ss.). Slo con la gloriosa
modernidad comenzaron a reducirse cada vez ms los tiempos
festivos, y slo a fin de ampliar ese espacio-tiempo del trabajo.
Pero por muy poderosamente que lo obstaculizasen, hay otra
razn de peso por la que el rendimiento anual de los productores
era notablemente ms bajo que en el capitalismo. Pues en las
sociedades agrarias de la vieja Europa tambin se daban, en lo que
respecta al volumen de actividad, grandes diferencias de
temporada. En la estacin templada (en pocas de cosecha,
aproximadamente) haba ms tareas por desempear que en
invierno, el cual la poblacin campesina pasaba con relativo sosiego
y empleaba, con frecuencia, para la celebracin de fiestas privadas,
como a menudo puede apreciarse por el cancionero que ha llegado

102

hasta nosotros. Fue a dicha restriccin del cuanto de rendimiento

anual por razn del cambio de estaciones a lo que no se le hall
alternativa alguna, una vez que la obligacin de rendir fue
sistemticamente extralimitada por el flujo de tiempo astronmico
propio de la funcionalidad empresarial.
Y no hay que olvidar que aquello que en las sociedades
precapitalistas semejara ser un da de labor corriente no se
caracterizaba en modo alguno por esa tensa actividad que tiene
lugar bajo el control de un poder econmico objetivo. Haba, por
ejemplo, pausas desde la perspectiva moderna tan
extremadamente largas que el rgimen empresarial no las habra
permitido jams; sobre todo largas horas de pausa al medioda para
almorzar con tranquilidad costumbre para la que se ha venido
reservando ms tiempo en los mediterrneos y en general en los
pases meridionales que en los del norte, hasta que tambin
aqullos tuvieron que seguir el ritmo de la industrializacin
capitalista, para adaptarse as al comps del tiempo abstracto.
La productividad precapitalista como tal estaba, con todo, menos
condensada visto desde nuestra perspectiva actual, era pues muy
lenta y menos intensa. En el caso de una actividad determinada por
s misma, sin la presin de la competencia, ese ritmo moderado del
producir sera a todas luces el modo natural como los hombres se
comportan en su actividad. Nosotros, en todo caso, no conocemos
ya una experiencia tal. Es ms, bajo la presin muda de la
competencia en los mercados annimos, el tiempo desquiciado
del trabajo se ha vuelto cada vez ms denso: la sofisticacin en la
succin de energa vital se ha visto multiplicada con la ayuda de la
llamada racionalizacin del tiempo que hoy contina en vigor.
As es como a lo largo del siglo XX la lgica neurtica del ahorrar
tiempo se convirti en toda una paranoia. Para poder alimentar el
ya de por s demente fin en s mismo capitalista de forma

103

permanente, y con un rendimiento cada vez mayor, pese a la

limitacin absoluta que supone el da astronmico, cada vez ms y
ms espacio deba ser empacado en las unidades idnticas de ese
abstracto flujo de tiempo astronmico.
Tan absurdo afn deseara, en resumidas cuentas, hacer saltar por
los aires incluso el mismsimo da astronmico pues a la lgica
capitalista del trabajo nada le est vetado que no pueda, por medio
del tiempo, seguir acosando a quienes producen el capital. En Japn
abogan de esta forma, por lo visto con toda seriedad, por el da de 28
horas, como refiere la prensa: Ms de uno ha habido ya que
gustara de tener ms tiempo pero el da tiene an tan slo 24
horas, y para todo lo que hay que hacer, no son suficientes.
Entonces, por qu, propiamente, 24 horas? Porque la rotacin
terrestre dura tantas, reza la usual respuesta. Despus se fija el ritmo
del da y de la noche. Pero, cun relevante es eso, realmente, en
nuestra vida actual? No sera un horario bien adecuado a nuestro
ritmo de vida humano aquel que obedeciera a nuestro ritmo
cardaco? Por cada hora se genera un excedente de 600 segundos, en
un da de 24 horas, 14.400 segundos. Eso hace un total de cuatro
horas exactamente. Dicho en pocas palabras, acaso no es, por tanto,
el da de 28 horas la medida de tiempo adecuada a nuestra especie?
Hasta el siglo XIX, muchos relojes tenan slo un indicador de
horas en Japn, hasta los aos setenta del siglo pasado, no se
conoca an palabra alguna para referirse al segundo. Pero hoy
estamos ya acostumbrados a ver avanzar el segundero cuando llega
la hora de los anuncios en la televisin. De esta manera razona, en
cualquier caso, Sports Train, la empresa japonesa que recientemente
sac al mercado Montu, el primer reloj de 28 horas Los
empresarios sacaran una buena tajada, con la jornada de 28 horas
ahorraran un da entero por semana. De hecho, Montu prefigura
la semana de seis das (Coulmas, 1999).
Dadas las experiencias del siglo XX, es comprensible que tambin

104

la utopa socialista del trabajo haya ido evaporndose

paulatinamente junto con el viejo movimiento obrero. Aun cuando
apenas haya quien tenga un concepto crtico de ello, instintivamente
se sabe, no obstante, que no hay modo de acertar en el corazn del
capitalismo mediante una sublimacin de su propia forma de
actividad. Igual de instintivamente, se saca la conclusin de que ya
no hay crtica del capitalismo posible. Mientras el apremio al trabajo
general sigue vigente, el conjunto de los movimientos sociales se
relaja. Los capitalistas tratan de refugiarse cada vez ms en una
utopa individualizada de la libertad. Pero ah es donde les espera,
sonriente, el capitalismo, el mismo que hace tiempo que coloniz el
tiempo libre hasta hacer de l un puro complemento del de trabajo.
Pues ya que el trabajo no es a priori sino una condicin de la
incapacitacin, tambin el tiempo libre tena que (y sigue teniendo
que) convertirse en ello.
El tiempo libre no es un tiempo liberado, sino un espacio funcional
secundario del capital. No se trata de un ocio libre. Se trata de un
tiempo funcionalizado propiamente para el consumo permanente (y
extremadamente intenso) de mercancas. De esta manera, por una
parte, la industria cultural y del tiempo libre genera nuevas esferas
laborales, y por la otra, el tiempo libre como tal no hace sino
amoldarse al del trabajo. El hombre capitalista de hoy en da es un
trabajador no slo cuando gana dinero, sino tambin cuando lo
gasta. Estado de cosas que refleja, ms que nada, cmo la tendencia
general de la economa desquiciada paulatinamente penetra los
mbitos de vida escindidos y fragmentados con su propia lgica en el
transcurso del desarrollo capitalista, y cmo, en cierto modo, hace
caja mediante ellos: la vida se vuelve un todo de nuevo, pero uno
integrado, a su vez, en el todo capitalista.
La contradiccin de este modo de produccin y de vida absurdos,
que se hizo valer en el pasado tambin como contradiccin subjetiva,
como protesta ante los excesos, se ha llegado a objetivizar ya casi por

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completo, y hasta tal punto que se presenta en el desempleo como la

realidad que es. Lo que en la dimensin global aumenta, por
supuesto, de manera dramtica. El desempleo en el capitalismo no
significa ms tiempo libre en absoluto. Significa tan slo tiempo de
pobreza. Los parados estn expuestos no a un tiempo del que
disponen libremente, sino a la superfluidad de su persona. Y claro: el
principio que deja de estar as en vigor no es el del trabajo, es la
existencia misma de los parados. La continuacin del trabajo
adquiere pues otra cualidad: el de los parados consistir en tener que
buscarse a duras penas un puesto de trabajo nuevo, acosados y
humillados por esa administracin burocrtica del trabajo y la
pobreza.
Una vez que la utopa del tiempo libre ha fracasado tan
vergonzosamente como la del trabajo, quiz el recurso redentor
consista tan slo en desechar el entero sistema de relaciones, y escapar
as de la jaula de las categoras capitalistas. Pues no es posible un
regreso a la sociedad agraria premoderna, ni tampoco deseable. El
anlisis histrico puede tener tan slo una finalidad: la de destapar el
grotesco malentendido que ha servido a todo ese monstruoso
desarrollo moderno de las fuerzas de produccin para reducir el ocio
libre casi hasta su extincin. En otras palabras, puede abrirse un
proceso contra el capitalismo, pero slo si se procesa antes al propio
trabajo. Y para superar el apocamiento del movimiento obrero en
cuanto al concepto positivo de trabajo, hay que consultar de nuevo a
Marx claro que no a cualquier Marx, sino a aquel oscuro Marx que
los marxistas del trabajo no han hecho sino hojear con desconcierto
una y otra vez. En sus propias palabras: El trabajo es, segn su
esencia, la actividad oprimida, inhumana y asocial que est
condicionada por la propiedad privada y que es generadora de la
misma. La superacin de la propiedad privada slo se har realidad
cuando se la conciba como superacin del trabajo (Marx 1845).

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Bibliografa
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