Supiot (2021) - El Trabajo No Es Mercancía

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Revista Internacional del Trabajo, vol. 140 (2021), núm.

El trabajo no es una mercancía.


Contenido y sentido del trabajo
en el siglo xxi
Alain SUPIOT *

Resumen: En su clase magistral de clausura como profesor del Collège de France,


Alain Supiot invita a un replanteamiento de la justicia social y del sentido del tra-
bajo. La crisis social y ecológica no se superará desmontando el Estado social, sino
reconsiderando su arquitectura, cuya piedra angular es el estatus que se dé al tra-
bajo. Frente a la quiebra moral, social, ecológica y financiera del neoliberalismo, el
horizonte del trabajo es su emancipación del imperio de la mercancía. Las formas
de trabajo que resisten al Mercado Total, como la investigación, no son «fósiles»
destinados a desaparecer, sino la simiente de un régimen de trabajo realmente hu-
mano que contemple su sentido y su contenido, es decir, la obra realizada.
Palabras clave: derecho, trabajo, revolución digital, crisis ecológica, justicia
social, mercado, empresa, trabajo universitario, investigación científica.

He publicado infinidad de dibujos, pero nada de lo que hice antes de cumplir se-
tenta años me satisface. Tan solo a mis setenta y tres comprendí, más o menos, la
forma y la verdadera naturaleza de los pájaros, de los peces, de las plantas... Así
pues, cuando cumpla ochenta años habré hecho muchos progresos. A los noventa
habré alcanzado el misterio de las cosas. A los cien lograré una obra asombrosa
y a los ciento diez, un punto, una línea, serán la vida. Pido a los que vivan tanto
como yo que estén atentos a ver si mantengo mi promesa (Katsushika Hokusai,
Posfacio a Cien vistas del monte Fuji, 1834).
Ha llegado ya –o quizás por fin– el momento de rendir cuentas. En concreto,
sobre este último año académico, que he dedicado a un análisis jurídico de las
transformaciones del trabajo en el siglo xxi. Dos certezas se desprenden de ese
análisis. La primera es que el impacto de la revolución digital en lo que respecta
a la organización y a la división del trabajo es, como mínimo, tan considerable
como el de la pasada revolución industrial, que dio lugar al Estado social. Ahora
* Profesor emérito del Collège de France; alain.supiot@college-de-france.fr. El texto aquí pre-
sentado corresponde a la clase magistral de clausura que el Profesor Supiot impartió en el Collège
de France el 22 de mayo de 2019. El original francés fue publicado por Éditions du Collège de
France (Alain Supiot, Le travail n’est pas une marchandise. Contenu et sens du travail au xxi e siècle,
coll. «Leçons de clôture» (París: Éditions du Collège de France, 2019); versión digital: https://books.
openedition.org/cdf/7026).
La responsabilidad de las opiniones expresadas en los artículos solo incumbe a sus autores,
y su publicación en la Revista Internacional del Trabajo no significa que la OIT las suscriba.

© Artículo original, el autor, 2021


© Compilación de la revista y traducción, Organización Internacional del Trabajo, 2021
2 Revista Internacional del Trabajo

bien, las mutaciones tecnológicas de semejante envergadura se acompañan nece-


sariamente de lo que André Leroi-Gourhan llamaba «la refundición de las leyes
de agrupamiento de los individuos»,1 es decir, de las instituciones. Segunda cer-
teza: nos enfrentamos a una crisis ecológica sin precedentes, imputable en gran
medida a nuestro modelo de desarrollo. Estas dos certezas nos obligan a replan-
tearnos nuestra concepción del trabajo, tanto desde el punto de vista técnico, es
decir, de nuestra relación con las máquinas, como desde el ecológico, es decir,
el de la sostenibilidad de nuestros modos de producción.
Es evidente que este cuestionamiento tiene una considerable dimensión ju-
rídica. El Derecho, al formar parte de la institución imaginaria de la sociedad,
no puede separarse de las condiciones materiales de la existencia en la que
esta se asienta, ni sustraerse de dichas condiciones. Se presenta siempre como
una de las posibles respuestas de la especie humana a los retos que le plantean
sus condiciones de existencia.2 Sin embargo, actualmente esta respuesta resulta
particularmente complicada debido a una tercera crisis, menos reconocida, que
afecta al Derecho mismo.
El orden jurídico, en cualquier nivel en el que se considere, es un orden ter-
nario que supedita la autonomía reconocida a cada cual –ya sea un contratista,
un propietario o un dirigente político o económico– a la heteronomía de un ter-
cero imparcial.3 Ahora bien, ese carácter ternario tiende a quedar oculto tras el
imaginario de la «tecnociencia económica» contemporánea, que proyecta sobre
las sociedades humanas la arborescente lógica binaria característica del funcio-
namiento de nuestras «máquinas inteligentes», del tipo < si p…, entonces q; si
p no…, entonces x…>.4 Es posible que esas máquinas tengan un día la capacidad
de calcular todo lo calculable, pero de lo que no cabe duda es que reducir las re-
laciones humanas a operaciones de cálculo de utilidad o de interés solo puede
conducir a la violencia. Como destacó Gilbert K. Chesterton con cierto sentido
del humor, solo las vacas, los corderos y las cabras viven como economistas pu-
ros.5 Las sociedades humanas no son rebaños. Para formarse y perpetuarse ne-
cesitan un horizonte común; un horizonte, es decir, un límite y un indicio, a un
tiempo, de un más allá, de un «deber ser» que arranque a sus miembros del so-
lipsismo y de la autorreferencia existencial.
El horizonte entraña un universo en tres dimensiones, por lo que no existe
en Planilandia, la tierra plana del pensamiento binario.6 De hecho, nuestra in-

1 André Leroi-Gourhan, Le geste et la parole II. La mémoire et les rythmes (París: Albin Michel,

1964), 50. [Traducción al español de Felipe Carrera D., El gesto y la palabra (Caracas: Ediciones de
la Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela, 1971), 243. Todas las notas de la traductora
se presentan entre corchetes].
2 Jean-Louis Gardies, L’Erreur de Hume (París: PUF, 1987), 118-119.
3 Alexandre Kojève, Esquisse d’une phénoménologie du droit (París: Gallimard, 1982).
4 Dany-Robert Dufour, Les Mystères de la trinité (París: Gallimard, 1990).
5 Gilbert Keith Chesterton, The Everlasting Man (Londres: Hodder & Stoughton, 1925). [Traduc-
ción al español de Mario Ruiz Fernández, El hombre eterno (Madrid: Ediciones Cristiandad, 2008)].
6 Véase Ota de Leonardis, «Nuovi conflitti a Flatlandia». En Giorgio Grossi, ed., I conflitti con-

temporanei. Contrasti, scontri e confronti nelle società del III millennio (Turín: Utet Università, 2008),
5 y sigs. Se trata de un ensayo sobre el relato de Edwin A. Abbott, Flatland, A Romance of Many
Dimensions (Londres: Seeley & Co, 1884). [Traducción del relato al español de José Manuel Álvarez
Flórez, Planilandia. Una novela de muchas dimensiones (Palma de Mallorca: José J. De Olañeta, Edi-
tor, 1999)].
El trabajo no es una mercancía 3

vestigación ha puesto de manifiesto múltiples síntomas de la erosión de la figura


del tercero imparcial y desinteresado en el mundo contemporáneo en general
y en las relaciones de trabajo en particular. Tal hundimiento del orden jurídico
no es un fenómeno inédito. Fue una de las características comunes a todos los
regímenes totalitarios del siglo xx, que trataron de fundarse, no sobre una refe-
rencia heterónoma, sino sobre leyes pretendidamente científicas e inmanentes,
ya fueran las del racismo científico o las del materialismo histórico. Los juristas
que aún hoy pretenden reconocer en esos regímenes totalitarios los atributos de
un Estado de derecho exhiben una peculiar ceguera. En la actualidad, el hundi-
miento del orden jurídico es corolario de la gobernanza por los números, que
conduce a subordinar el Derecho a cálculos de utilidad, a diferencia del liberalismo
clásico, que subordinaba los cálculos de utilidad al Estado de derecho.7 Desde
el momento en que el Derecho pasa a someterse a las leyes de la competencia
en un mercado de normas, se metamorfosea en puro tecnicismo evaluado en
función de la eficacia, fuera de toda consideración de justicia.

El espejismo del orden espontáneo del mercado


Así pues, no es sorprendente que el neoliberalismo anunciara, entre otras profe-
cías milenaristas de finales del siglo xx, la inminente disolución de lo que Frie-
drich Hayek denominó el «espejismo de la justicia social».8 Sin embargo, unas
décadas más tarde es más bien «el orden espontáneo del mercado» el que se
revela como un espejismo; en efecto, la dejación de las relaciones de derecho
ha abonado el terreno a las relaciones de poder. La acumulación de las injus-
ticias engendra necesariamente un descontento que, según los términos de la
Constitución de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), adoptada hace
exactamente un siglo, «constituye una amenaza para la paz y la armonía uni-
versales». El crecimiento vertiginoso de las desigualdades, el abandono de las
clases populares a la precariedad y al desclasamiento social, las migraciones ma-
sivas de poblaciones forzadas por la miseria y la devastación del planeta pro-
vocan una ira y una violencia proteiformes que están alimentando el retorno
del etnonacionalismo y de la xenofobia. La cólera latente engendrada por la
injusticia social que hace estragos actualmente en la mayoría de los países, co-
menzando por los que fueron estandartes del neoliberalismo, hace resurgir por
todas partes el cesarismo político –aun cuando sea de factura tecnocrática– y la
dicotomía «amigo-enemigo». Queda pues una vez más demostrada la pertinen-
cia de la afirmación del preámbulo de la Constitución de la OIT y de la Declara-
ción de Filadelfia, redactadas tras la Primera y la Segunda Guerras Mundiales,
respectivamente: «la paz permanente solo puede basarse en la justicia social».
Esta declaración no es la expresión de un idealismo desfasado, sino el fruto de
las experiencias más mortíferas que ha conocido la humanidad.

7 Alain Supiot, La Gouvernance par les nombres. Cours au Collège de France (París: Fayard,
2015).
8 Friedrich A. Hayek, Law, Legislation and Liberty. A New Statement of the Liberal Principles

of Justice and Political Economy. Volume 2: The Mirage of Social Justice (Chicago: The University
of Chicago Press, 1976). [Traducción al español de Luis Reig Albiol, Derecho, legislación y libertad.
Volumen 2: El espejismo de la justicia social (Madrid: Unión Editorial, 1981)].
4 Revista Internacional del Trabajo

La dificultad que surge ahora es que, si bien los principios sobre los que se
fundó entonces la justicia social no han perdido ni un ápice de su valor, las con-
diciones para su aplicación han cambiado profundamente. Los retos que plantea
la revolución digital y el agotamiento de la Tierra reclaman nuevas respuestas
que corresponde a los seres humanos concebir y poner en marcha. Veamos cuá-
les son, en concreto, esos retos.
La revolución digital conlleva tanto riesgos como oportunidades. Los riesgos
son los que entraña la deshumanización cada vez mayor del trabajo. Al someti-
miento físico del trabajador se suma ahora el sometimiento mental. El trabajo de
las personas se concibe a partir del modelo de los ordenadores, es decir, como si
se tratara de la ejecución de un programa. Esta metáfora del programa –término
que etimológicamente significa «escrito con anterioridad»– es el último avatar
de las religiones monoteístas. Se ha extendido imprudentemente del ámbito de
la informática al de la biología y hoy se aplica también a los trabajadores. Con-
vertidos en eslabones de redes de comunicación destinadas a tratar durante las
24 horas del día un número de datos siempre en aumento, los trabajadores son
evaluados en función de indicadores de rendimiento que no tienen en cuenta
su experiencia concreta de la tarea que deben realizar. De ahí el dramático in-
cremento de las patologías mentales vinculadas al trabajo, que en Francia se
multiplicaron por siete en cinco años (entre 2012 y 2017).9 Esta gobernanza por
los números se traduce asimismo en un aumento del fraude y la malversación
que afecta también –ya volveremos sobre esto– a la investigación científica. Por
último, a pesar de que existe jurisprudencia que reconoce todas las caracterís-
ticas de la relación salarial en la gestión mediante algoritmos,10 los dirigentes
políticos, bajo la intensa presión de las plataformas digitales, mantienen férrea-
mente a los trabajadores «uberizados» en una situación «inferior al empleo».11
Este sombrío panorama no debe hacernos perder de vista las oportunidades
que brinda la revolución digital. Al ir liberándonos progresivamente de todas
las tareas calculables o programables, la informática nos obliga a reflexionar

9 Assurance Maladie, «Les affections psychiques liées au travai: éclairage sur la prise en charge

actuelle par l’Assurance Maladie – Risques professionnels», Santé travail: enjeux & action (enero de
2018).
10 Véase, en Francia, la sentencia del Tribunal Supremo (Sala de lo Social) en el caso n.o 1737,

de 28 de noviembre de 2018 sobre la empresa Take Eat Easy (Arrêt n.o 1737 du 28 novembre 2018
(17-20.079) – Cour de cassation – Chambre sociale – ECLI:FR:CCASS:2018:SO01737. Relatora, Sra. Sa-
lomon; Fiscal General, Sra. Courcol-Bouchard). La jurisprudencia en otros países (Australia, España,
Estados Unidos y Reino Unido) va en el mismo sentido. Sobre el caso estadounidense, véase Alyssa
M. Stokes, «Driving courts crazy: A look at how labor and employment laws do not coincide with
ride platforms in the sharing economy», Nebraska Law Review 95, n.o 3 (2017): 853-884; Nicolas
L. Debruyne, «Uber drivers: A disputed employment relationship in light of the sharing economy»,
Chicago-Kent Law Review 92, n.o 1 (2017): 289-315; y el sitio web http://www.uberlawsuit.com/, que
sigue la evolución de esta jurisprudencia.
11 Mencionemos el caso de Neelie Kroes, expresidenta de la Comisión Europea, quien durante

su mandato criticó acerbamente la condena por un tribunal belga de los servicios de UberPop y
posteriormente integró el comité asesor en política pública de Uber, del que también forman parte
el ex Secretario de Estado estadounidense de Transportes, Ray LaHood, el expresidente de la Se-
cretaría de la Competencia de Australia, un ex primer ministro peruano y una princesa saudita
(véase https://www.lemonde.fr/entreprises/article/2016/05/05/uber-se-dote-d-un-comite-de-conseil-en-
politique-publique_4914020_1656994.html, Le Monde, 5 de mayo de 2016).
El trabajo no es una mercancía 5

sobre la repartición del trabajo entre las personas y las máquinas. Si en lugar
de identificarnos con ellas, las «domesticamos», podrían permitirnos concen-
trar el trabajo humano en lo no calculable y lo no programable, es decir, en su
componente propiamente poiético, el que entraña libertad, creatividad o aten-
ción al otro, todo aquello de lo que no es capaz ninguna máquina. En la em-
presa informatizada, la función de cerebro no es ya exclusiva de los dirigentes.
La comparten todos los trabajadores, de los cuales se espera responsabilidad e
iniciativa, y entre los cuales puede y debe existir colaboración directa, indepen-
dientemente de su posición en la cadena de mando.12 La eficacia de una empresa
de este tipo requiere lo que Gilbert Simondon denominaba un «acoplamiento
entre las capacidades inventivas y organizativas» de todos sus colaboradores.13
Ahora bien, ese «acoplamiento» supone que la función dirigente no sea ya una
función de poder, sino de autoridad. El poder se expresa dando órdenes, mien-
tras que la autoridad se manifiesta confiriendo legitimidad a la acción. Una re-
lación de autoridad, a diferencia de una relación de dominación, implica por
parte de quien la ejerce estar también al servicio de la realización de una obra
que trasciende su interés individual y con la que puedan identificarse todos los
miembros del colectivo laboral. Si admitimos que la inteligencia humana no se
reduce a sus capacidades de cálculo, la revolución digital brinda una ocasión
histórica de establecer algo que supere al empleo asalariado, algo que la Cons-
titución de la OIT denomina «un régimen de trabajo realmente humano». Es
todo lo contrario, en realidad, de lo que vaticina esa otra profecía milenarista
neoliberal del «fin del trabajo».
Esta vía de libertad en el trabajo, y no solo del trabajo, es también la que ha-
bría que tomar para afrontar el reto ecológico. Es del todo evidente que la pre-
servación –o el deterioro– de nuestro ecosistema depende de la organización del
trabajo y de la elección de sus productos. Los trabajadores, en especial los más
jóvenes, que son particularmente conscientes de los peligros medioambientales,
deben optar a favor de una producción perdurable y sostenible tanto en sus mé-
todos como en sus resultados, no solo como consumidores, sino también como
productores. El reconocimiento de un derecho de alerta ecológica de los traba-
jadores, asalariados o no, en curso de debate a escala europea, es un indicio del
surgimiento de la tan necesaria democracia económica, que reconoce a todos y
a cada uno el derecho de control sobre los métodos y los fines de su trabajo.14
Al contrario de lo que vaticina una tercera profecía milenarista del neoli-
beralismo, este no marca el «fin de la historia», ya que la historia no tiene fin.
Se desarrolla en permanencia y son los seres humanos quienes la escriben. La
gran invención jurídica del siglo xx que constituyó el Estado social no se debe a

12 Michel Volle, «De la main-d’œuvre au cerveau d’œuvre». En Pierre Musso y Alain Supiot,

eds., Qu’est-ce qu’un régime de travail réellement humain? Colección Colloque de Cerisy (París:
Hermann, 2018), 341-355.
13 Gilbert Simondon, Du mode d’existence des objets techniques [1958] (París: Aubier-Montaigne,

2012), 342. [Traducción al español de Margarita Martínez y Pablo Rodríguez, El modo de existencia
de los objetos técnicos (Buenos Aires: Prometeo Libros, 2008), 268].
14 Propuesta de directiva del Parlamento Europeo y del Consejo relativa a la protección de las

personas que informen sobre infracciones del Derecho de la Unión (COM/2018/218 final – 2018/0106
[COD]).
6 Revista Internacional del Trabajo

ningún determinismo. Fue la respuesta democrática a la pauperización en masa,


a las masacres demenciales y a las experiencias totalitarias que engendró la se-
gunda revolución industrial. El mundo estaba todavía sumido en esos desastres
cuando en 1943 y 1944 unos hombres y mujeres concibieron el programa del
Consejo Nacional de la Resistencia en Francia, del que emergieron las bases cons-
titucionales de nuestra República social francesa, que algunos se empeñan hoy
en «desmontar metódicamente».15 Esta deconstrucción sistemática, que opera
desde hace al menos dos años, no puede constituir un horizonte político movi-
lizador. Sin otra perspectiva que el darwinismo social y la destrucción de la soli-
daridad democráticamente implantada, no tiene otro efecto que el agravamiento
de las desigualdades y el ascenso de lo que denominamos, de forma muy im-
propia, los «populismos». La crisis social y ecológica no se superará ni desmon-
tando el Estado social ni tratando de restaurarlo como si fuera un monumento
histórico, sino reconsiderando su arquitectura a la luz del mundo tal como es y
tal como queremos que sea. Al igual que en el pasado, la piedra angular de esa
arquitectura seguirá siendo el estatus que se dé al trabajo.

La ficción del trabajo como mercancía


Uno de los rasgos característicos del capitalismo es su tratamiento del trabajo,
de la tierra y del dinero como mercancías. En realidad, son lo que Karl Polanyi
llamó «mercancías ficticias».16 Se actúa como si fueran productos intercambia-
bles en el mercado, cuando en realidad constituyen las condiciones mismas de la
producción y del intercambio. Para poder mantenerse, esas ficciones necesitan
apoyarse en montajes jurídicos que las hagan compatibles con el principio de
realidad porque, tal como afirma con fuerza la Declaración de Filadelfia (1944),
«el trabajo no es una mercancía».17 En efecto, el trabajo no puede desligarse de
la persona del trabajador y su ejecución requiere un esfuerzo físico, una inte-
ligencia y unas competencias que se inscriben en la singularidad histórica de
cada vida humana. Así pues, para que la ficción del trabajo como mercancía se
sostuviera, ha hecho falta que el Derecho adscriba a todo contrato de trabajo
un estatus que tenga en cuenta la longitud temporal de la vida humana, más
allá del corto plazo del mercado. La noción de mercado de trabajo descansa así
sobre una ficción jurídica. Ahora bien, las ficciones jurídicas no son ficciones
novelescas en las que puedan ignorarse las realidades biológicas y sociales, sino
técnicas inmateriales que permiten hacer concordar nuestras representaciones
mentales con dichas realidades.
Me incomoda un poco tener que recordar ideas tan elementales pero estoy
obligado a hacerlo, pues en nuestra época se toman por realidades las ficciones

15 Denis Kessler, «Adieu 1945, raccrochons notre pays au monde!», Challenges.fr, 4 de octubre

de 2007.
16 Karl Polanyi, La gran transformación. Crítica del liberalismo económico [1944]. Traducción

y edición de Julia Varela y Fernando Álvarez-Uría (Madrid: Ediciones de la Piqueta, 1989),


capítulo 6.
17 Acerca de los orígenes de ese «principio fundamental», véase Sandrine Kott, «L’OIT en ten-

sion: entre travail humain et productivisme». En Musso y Supiot, eds., Qu’est-ce qu’un régime de
travail réellement humain?, 399-413 (véase la nota 12).
El trabajo no es una mercancía 7

jurídicas que sirven de base a los conceptos de «contrato de trabajo» y de «de-


recho de propiedad». El concepto de «capital humano» se ha convertido tam-
bién, junto con el de empleo, en el paradigma a partir del cual se aborda hoy la
cuestión del trabajo.18 El pretendido carácter científico de ese concepto fue con-
sagrado por Gary Becker, en su día galardonado con el denominado «Nobel de
Economía»,19 pero suele olvidarse que quien lo acuñó fue Iosif Staline20 y que el
único sentido estricto que puede atribuírsele se encuentra en el activo de los li-
bros de cuentas de los propietarios de esclavos.21 Al mismo tiempo, el ecúmeno,
al que el ser humano da forma –o, llegado el caso, devasta– mediante su tra-
bajo, es entendido como un «capital natural» al que ha de asignarse un precio
de mercado.22
Para tener alguna posibilidad de escapar de esta hegemonía cultural del
Mercado Total, hay que comenzar por tomar conciencia de la normatividad que
rige en la economía y la sociología contemporáneas cuando aplican los concep-
tos de «capital» y de «mercado» a todos los aspectos de la vida. Razonar en esos
términos nos confina efectivamente en la representación del trabajo típica del
siglo xx, cuando la revolución digital y la crisis ecológica deberían, en realidad,
obligarnos a desecharla.
El núcleo normativo de esta representación que aún impera es el contrato de
trabajo, al que la economía se vinculó a partir de la segunda revolución indus-
trial. En virtud de ese contrato, la causa del trabajo o, más exactamente, según
la terminología jurídica más reciente, su contrapartida,23 es el salario, es decir
una cantidad de dinero que se debe al asalariado. Trabajar es para el asalariado
un medio al servicio de ese fin. Sin embargo, el asalariado no conserva ningún
derecho sobre el producto de su trabajo, es decir, sobre la obra realizada, que
no se contempla en absoluto en este montaje jurídico, puesto que pertenece en
exclusiva al empleador. Incluso para dicho empleador, esa obra no es sino un
medio al servicio de un fin financiero. En efecto, el objetivo de las sociedades
civiles o mercantiles, que asumen frecuentemente la función de empleador, es,
según el Código Civil francés, «compartir el beneficio» de una empresa común
a los asociados «o disfrutar del ahorro que de él pudiera derivarse» (art. 1832).

18 Banco Mundial, Informe sobre el desarrollo mundial 2019. La naturaleza cambiante del tra-

bajo (Washington: Banco Mundial, 2019).


19 Gary S. Becker, Human Capital: A Theoretical and Empirical Analysis, with Special Reference

to Education [1964]. Tercera edición (Chicago: The University of Chicago Press, 1994).
20 Iosif Staline, El capital más precioso es el hombre. Discurso pronunciado el 4 de mayo de

1935, saludando a la nueva promoción de oficiales del Ejército Rojo (Madrid: Ediciones Europa-Amé-
rica, 1935).
21 Yannick Lemarchand y Cheryl S. McWatters, «Quelques aspects de la gestion de la traite

négrière française au xviii e siècle», Droits 51, n.o 1 (2010): 55-74; Cheryl S. McWatters y Yannick
Lemarchand, «Accounting representation and the slave trade: The Guide du commerce of Gaignat
de l’Aulnais», The Accounting Historians Journal 33, n.o 2 (2006): 1-37.
22 Banco Mundial, The Changing Wealth of Nations: Building a Sustainable Future (Washington:

Banco Mundial, 2018); véase en particular el capítulo 4: «Expanding measures of productivity to


include natural capital», 85-95.
23 En relación con este cambio terminológico, véase Muriel Fabre-Magnan, Droit des obliga-

tions. Tome 1: Contrat et engagement unilatéral. Quinta edición actualizada (París: PUF, 2019), 477
y 508 y sigs.
8 Revista Internacional del Trabajo

Una vez más, estamos ante una instrumentalización de la obra concreta reali-
zada por la empresa, que no tiene otro propósito que el de obtener un beneficio.
Esta instrumentalización se agravó a finales del siglo xx con el giro neoliberal
que supuso la corporate governance, cuyo objeto y efecto es someter a los direc-
tivos de las empresa al único fin de crear valor para los accionistas.24
Esta privación total del sentido y del contenido del trabajo se encuentra tam-
bién a la escala de las naciones. Los fines encomendados al Estado social son
también definidos cuantitativamente, en términos de aumento del producto inte-
rior bruto o de reducción de la tasa de desempleo. La aspiración a la democracia
económica, que anteriormente había marcado la historia social, se ha abando-
nado o bien ha tomado la forma de nacionalizaciones, sin incidencia sobre el
régimen de trabajo en el sector privado. El giro neoliberal iniciado hace treinta
años no ha llevado a reabrir un debate democrático sobre la cuestión de qué
producir y cómo producirlo; más bien ha asignado a los Estados nuevos objeti-
vos cifrados en términos de disciplina presupuestaria o fiscal y de reducciones
de impuestos y de prestaciones sociales.
Así pues, tanto a escala empresarial como nacional, la explotación del tra-
bajo no se perpetra ya mediante la promesa de un enriquecimiento sino me-
diante la amenaza del desclasamiento social, la pobreza y la miseria. En las
empresas, esta amenaza toma la forma de lo que el Tribunal Supremo francés
ha calificado de «gestión por el miedo».25 En la esfera pública consiste, tal como
ha observado Jacques Rigaudiat, en utilizar la deuda como «un arma de disua-
sión social masiva».26
Aplicado a empresas y a naciones, el paradigma del trabajo como mercancía
ha conducido a reducir el perímetro de la justicia social a los términos cuanti-
tativos del intercambio salarial –intercambio de tiempo de trabajo subalterno
contra garantías de seguridad física y económica–, y a excluir del mismo, por
el contrario, estas dos cuestiones cruciales: ¿cómo y por qué trabajar? Dicho
de otro modo, se excluye el trabajo en tanto que tal, su contenido y su sentido.

24 Véase el Informe Cadbury: Report of the Committee on the Financial Aspects of Corporate

Governance (Londres: The Committee on the Financial Aspects of Corporate Governance and Gee
and Co. Ltd., 1992). Véanse también los Principios de gobierno corporativo de la OCDE 2004 (París:
OCDE, 2004), y Randall K. Morck, ed., A History of Corporate Governance around the World. Family
Business Groups to Professional Managers (Chicago/Londres: The University of Chicago Press, 2007).
Ciertos juristas han visto en ello «el fin de la historia del derecho empresarial» (Henry Hansmann
y Reiner Kraakman, «The end of history for corporate law», Georgetown Law Journal 89, n.o 2
(2001): 439-468). Dicha doctrina se basa en la afirmación, sin fundamento jurídico, de un derecho
de propiedad de los accionistas sobre la empresa (Jean-Philippe Robé, «À qui appartiennent les en-
treprises?», Le Débat 3, n.o 155 (2009): 32-36). Esta metamorfosis de la empresa en objeto especu-
lativo socava los marcos institucionales de la libertad de empresa (véanse los artículos recopilados
en Alain Supiot, ed., L’entreprise dans un monde sans frontières. Perspectives juridiques et économi-
ques (París: Dalloz, 2015).
25 Véanse las siguientes sentencias del Tribunal Supremo francés (Sala de lo Social), relativas

a la empresa Soredis: Cour de cassation, Chambre sociale, 6 de diciembre de 2017, n.os 16-10885,
16-10886, 16-10887, 16-10888, 16-10889, 16-10890, 16-10891.
26 Jacques Rigaudiat, La dette, arme de dissuasion sociale massive (Vulaines-sur-Seine: Éditions

du Croquant, 2018).
El trabajo no es una mercancía 9

El trabajador y su obra
Por supuesto, ello no quiere decir que tanto los trabajadores como los directivos
empresariales sean indiferentes a estas cuestiones; la mayoría sabe muy bien
que, en el fondo, hacer dinero es como no hacer nada. Algunos de ellos han
obrado recientemente para que la noción de «razón de ser de la empresa» se
introduzca tímidamente en el derecho mercantil.27 Además, todas las encuestas
muestran que muchos de ellos no están motivados solamente por el monto de
su salario neto o de su activo circulante sino también por lo que Maurice Hau-
riou llamaba en su teoría de la institución una «idea de obra a realizar».28 Las
empresas prósperas y duraderas son, por otra parte, aquellas que tienen una
«razón de ser» en la que pueden reconocerse, puesto que es la que confiere
sentido a su trabajo. Por supuesto, para que la obra se lleve a cabo es necesario
que todos los que trabajan en la empresa tengan una idea clara de dicho sen-
tido. En el relato La muralla china, de Franz Kafka, el protagonista se pregunta
por qué se había decidido construir la muralla por tramos y no de forma lineal.
Según el narrador, solo ese sistema de construcción parcial podía dar sentido
a la vida de los que, a diferencia de los jornaleros, cuya única perspectiva es el
jornal, estaban animados por el placer del trabajo bien hecho y la ambición de
ver un día su obra acabada. De no haber procedido así, escribe, «la futilidad de
un trabajo que excedía el término natural de la vida de un hombre los hubiera
incapacitado para la obra».29 Esa futilidad es la que se cierne hoy sobre todos
aquellos cuyo trabajo no tiene otra razón de ser que la financiera.
El análisis jurídico confirma pues el diagnóstico pesimista de Cornelius
Castoriadis:
Y esta actitud –hacer siempre lo mejor que se pueda sin esperar de ello un prove-
cho material– no tiene lugar en el andamiaje imaginario del capitalismo. De ahí
[…] el vacío moral actual […]. En este plano, el capitalismo vive agotando las re-
servas antropológicas constituidas durante los milenios precedentes. Así como vive
agotando las reservas naturales.30

Esta lúcida constatación debería llevarnos a replantearnos la justicia social en el


siglo xxi. Según su definición actual, posee dos dimensiones: la de la distribución

27 La Ley 2019-486, de 22 de mayo de 2019, sigue las recomendaciones al respecto del informe

de Nicole Notat y Jean-Dominique Sénard titulado L’Entreprise, objet d’intérêt collectif (La empresa,
objeto de interés colectivo; informe a los Ministros de la Transición Ecológica y Solidaria, de Justi-
cia, de Economía y Finanzas, y de Trabajo, marzo de 2018). Así pues, la referencia a la razón de
ser de la empresa puede ya figurar en los estatutos de las empresas en Francia (Code civil, art. 1835,
y Code du commerce, arts. L. 225-35 y 225-64).
28 Maurice Hauriou, «La théorie de l’institution et de la fondation», Cahiers de la nouvelle jour-

née 4 (1925). Reeditado en Aux sources du droit. Le pouvoir, l’ordre et la liberté (París: Bloud & Gay,
1933), 89-128. [Traducción al español de Arturo Enrique Sampay, La teoría de la institución y de la
fundación. Ensayo de vitalismo social (Buenos Aires: Abeledo-Perrot, 1968), 52-53].
29 Franz Kafka, La muralla china (Madrid: Alianza Editorial, 2015). Traducción de Adan

Kovacsics.
30 Cornelius Castoriadis, «Réponse à Richard Rorty» [1991]. En Une société à la dérive. Entre-

tiens et débats (1974-1997) (París: Seuil, 2005), 131. [Traducción al español de Sandra Garzonio, Una
sociedad a la deriva. Entrevistas y debates (1974-1997). Edición de Enrique Escobar, Myrto Gondicas
y Pascal Vernay (Buenos Aires: Katz, 2006), 116].
10 Revista Internacional del Trabajo

de las riquezas y la del reconocimiento de las identidades. Sin embargo, con la he-
gemonía cultural del neoliberalismo, la justicia del reconocimiento, vinculada al
ser, ha hecho desaparecer de la agenda política la justicia distributiva, vinculada
al tener. De ahí la imperiosa necesidad de reducir las desigualdades de riqueza,
que han aumentado con la deconstrucción del Estado social. Ahora bien, por muy
necesario que sea, este restablecimiento de la justicia distributiva no bastará para
responder a los retos tecnológicos y ecológicos de nuestro tiempo. También habrá
que tener en cuenta el carácter insostenible del modelo de desarrollo inherente a
la globalización. Si lo que deseamos es, por el contrario, una mundialización respe-
tuosa de la diversidad de culturas y de entornos naturales, conviene pues abrirse a
una tercera dimensión de la justicia social: la de la justa división del trabajo, que,
vinculada al hacer, responde también al reto que plantea la revolución digital.
La Declaración de Filadelfia nos brinda una definición de esta justa división
del trabajo, útil como brújula en estos tiempos de desorientación. Propone como
meta para «todas las naciones del mundo» fomentar programas que permitan
«emplear trabajadores en ocupaciones en que puedan tener la satisfacción de
utilizar en la mejor forma posible sus habilidades y conocimientos y de contri-
buir al máximo al bienestar común». Este rotundo y elocuente enunciado res-
ponde a un tiempo a la cuestión del sentido del trabajo, o «¿por qué trabajar?»
–contribuir al máximo al bienestar común–, y a la de su contenido, o «¿cómo
trabajar?»: con la satisfacción de utilizar en la mejor forma posible las propias
habilidades y conocimientos. El enunciado define lo que hemos propuesto deno-
minar una concepción ergológica del trabajo, siguiendo a Georges Canguilhem e
Yves Schwartz, aunque en una acepción más amplia,31 es decir, una concepción
que, partiendo de la propia experiencia del trabajo, restaure la justa jerarquía
de los medios y los fines vinculando el estatus del trabajador a la obra que ha
de realizar y no a su producto financiero.
A decir verdad, esta concepción sigue todavía presente, no solo de hecho, en
quienes siguen trabajando lo mejor posible sin esperar un beneficio material,
sino también de derecho, en el estatus jurídico otorgado a ciertas funciones. Es
el caso de las profesiones liberales, cuyos servicios no se han dejado a merced
de las leyes del mercado (al menos todavía no completamente), puesto que su
calidad requiere el respeto de criterios técnicos propios a cada una de ellas. Por
consiguiente, en dicho caso es la naturaleza del trabajo la que determina su ré-
gimen jurídico, mientras que el monto de su retribución sigue siendo, en princi-
pio, no evaluable, lo cual justifica el pago de honorarios y no de salarios. Ello nos
recuerda que la ficción del trabajo como mercancía, al igual que la de la tierra
como mercancía, es reciente y no se concretó jurídicamente hasta el siglo xix.
Antes de que ello ocurriera, el concepto de trabajo se reservaba a tareas que no

31 Yves Schwartz, Reconnaissances du travail: pour une approche ergologique (París: PUF, 1997).

Esta concepción responde asimismo a las «condiciones de un trabajo no servil» definidas por Si-
mone Weil tras su experiencia de la vida obrera (véanse los capítulos de Robert Chenavier, Yves
Clot e Isabelle Vacarie en Alain Supiot, ed., Mondialisation ou globalisation? Les leçons de Simone
Weil (París: Éditions du Collège de France, 2019), 107 y sigs.). A diferencia de Hannah Arendt, Weil
no opone trabajo y obra de forma radical (véase Dominique Méda, «Simone Weil et Hannah Arendt,
deux philosophes du travail post-modernes». En Musso y Supiot, eds., Qu’est-ce qu’un régime de tra-
vail réellement humain?, 27-39 (véase la nota 12)).
El trabajo no es una mercancía 11

entrañaban la aplicación de destrezas personales o, como diríamos en la actua-


lidad, de calificaciones profesionales. Esas tareas eran el sino de los «braceros»
o «jornaleros», cuyo trabajo, a diferencia del de los artesanos o «gentes de ofi-
cio», podía medirse en unidades de tiempo.32 Por el contrario, cuando la tarea
suponía la aplicación de la inteligencia no se hablaba de trabajo, sino de obra,
de forma que, en su Enciclopedia, Diderot y D’Alembert clasificaban en la cate-
goría de «obreros» (ouvriers) tanto a los artesanos como a los artistas, sin hacer
diferencia pues entre las artes mecánicas y las liberales.
El otro estatus profesional que continúa escapando a la ficción del trabajo
como mercancía es el de la función pública, organizada también sobre la base
de valores no mercantiles de interés general. Es importante mencionarla, ya
que algunas de sus características parecen constituir una respuesta a los pro-
blemas planteados por la revolución digital y por la crisis ecológica. Esta última
nos obliga a considerar el impacto del trabajo sobre ese bien público por exce-
lencia que es nuestro ecúmeno. En cuanto a la revolución digital, para que re-
sulte eficaz se requiere la adhesión de todos los trabajadores a una obra común.
El espíritu de servicio público reposa precisamente sobre esta idea de obra. El
vínculo de subordinación no es un vínculo binario de dominación, ya que el su-
perior jerárquico está, a su vez, al servicio del público. Todo trabajo en este ám-
bito se organiza en torno a la prestación de dicho servicio, con el cual todos los
funcionarios han de identificarse y que confiere una dignidad a la función de
cada uno, por modesta que esta sea. Este espíritu de servicio público es el que
anima todavía a todos los actores de una institución como el Collège de France,
a quienes quisiera rendir homenaje aquí por su compromiso y por su dedica-
ción a nuestra misión común de creación y de transmisión de conocimientos.
Tal como se refleja en su estatus jurídico, la retribución de quienes obran así en
una misión de interés general no es sino un medio al servicio de ese fin: se trata
de una remuneración cuyo monto debe permitirles vivir dignamente, no de un
salario establecido según los baremos del mercado de trabajo.
Es bastante obvio que la función pública, así concebida, está hoy amena-
zada por la aplicación extendida del paradigma del trabajo como mercancía a
todas las actividades que todavía se le escapan. Tal es el sentido del proyecto
de reforma de la función pública en proceso de debate, que prevé la apertura
a la competencia, tanto en el sector privado como en el público, de ciertas ta-
reas de dirección33 o el recurso a la contratación en vez de al nombramiento de
funcionarios «cuando la naturaleza de las funciones o las necesidades del ser-
vicio lo justifiquen».34 Hace tiempo ya que los propios sindicatos favorecieron

32 Véase William H. Sewell, Gens de métier et révolutions. Le langage du travail de l’Ancien Ré-

gime à 1848 (París: Aubier, 1983), 46, que es la traducción al francés de Work and Revolution in
France (Cambridge: Cambridge University Press, 1980). [Traducción al español, Trabajo y revolución
en Francia: el lenguaje del movimiento obrero desde el Antiguo Régimen hasta 1848 (Madrid: Taurus,
1992)].
33 Projet de loi de transformation de la fonction publique (proyecto de ley de transformación

de la función pública), NOR: CPAF1832065L/Bleue-1, de 27 de marzo de 2019, artículo 6. [El pro-


yecto se aprobó el 6 de agosto de 2019, convirtiéndose en la Ley n.º 2019-828 (https://www.legi
france.gouv.fr/jorf/id/JORFTEXT000038889182/)].
34 Ibíd., artículo 9.
12 Revista Internacional del Trabajo

esta situación reivindicando la equiparación de los funcionarios públicos con


los asalariados cada vez que ello podía favorecerles. Sin embargo, es sobre todo
un sector reducido, aunque influyente, de la alta función pública –el de los oli-
garcas a la francesa– el que ha comprometido a la misma en un proceso de de-
generación corporativa, acumulando las ventajas de lo privado y de lo público
y cultivando la idea de una equivalencia funcional de los servicios de interés
general con los del mundo de los negocios. Esta amalgama se refleja en Fran-
cia en la estructura de los estudios de ciencias políticas, en la que la noción de
affaires publiques ha suplantado recientemente a la de administration publique.35
Las funciones ejecutivas centrales tampoco escapan a esta tendencia. A lo largo
de nuestra investigación nos hemos encontrado con un curioso caso de subcon-
tratación de una empresa privada para la tarea de redacción de la exposición
de motivos de la ley sobre movilidad.36 Más frecuente aún es la forma en que
el trabajo del juez se halla hoy sometido a la competencia o relegado en el de-
recho norteamericano –así como en los tratados internacionales de inversión–
en beneficio de un mercado del arbitraje que priva de facto a los justiciables de
todo recurso a un tercero imparcial y desinteresado.37 Ello es emblemático del
carácter autodestructor del Mercado Total, porque no hay mercado real que
pueda funcionar adecuadamente en una comunidad política donde la justicia
es también administrada como un mercado.38 Esta dinámica del paradigma del
trabajo como mercancía podría inducirnos a considerar las formas de trabajo
que aún se le escapan como «fósiles» destinados a engrosar los manuales de
historia del Derecho. Sin embargo, los retos planteados por la revolución digital
y por la crisis ecológica nos inducen más bien a ver en ellos la simiente de un
nuevo estatus del trabajo que contemple su objeto –es decir, la obra realizada–
y no solamente su valor de cambio. En otras palabras, esos retos nos incitan a
restablecer la justa jerarquía de los fines y los medios, reemplazando la concep-
ción mercantil por la concepción ergológica del trabajo que ya se vislumbra en
la Declaración de Filadelfia.

35 Véase la presentación de la nueva «School of Public Affairs» en la página web en inglés de

Sciences Po, www.sciencespo.fr/public/en.html. [«Affaires» en francés tiene el doble significado de


«asuntos» y de «negocios»].
36 Véase la oferta pública del Ministerio francés de la Transition Ecológica y Solidaria y del

Ministerio de la Cohesión Territorial (DGITM-SAGS-EP3-02-2018) para «una prestación destinada a


apoyar a los servicios de la Dirección de infraestructuras y transportes terrestres y marítimos
(DGITM) para la redacción de la exposición de motivos del estudio de impacto del proyecto de ley
de orientación de la movilidad» (https://centraledesmarches.com/marches-publics/Ministere-de-la-
Transition-ecologique-et-solidaire-Ministere-de-la-Cohesion-des-Territoires-Prestation-d-appui-et-de-re
daction-des-documents-annexes-au-projet-de-loi-d-orientations-des-mobilites/3361658).
37 Matthew W. Finkin, «L’arbitrage aux États-Unis, une véritable histoire d’amour», Droit so-

cial 2 (2017): 128-135.


38 Este posicionamiento de la justicia fuera del mercado se afirma ya en 1215 en la Carta

Magna (cláusula 40), que establecía que «Nulli vendemus, nulli negabimus, aut differemus rectum
aut justiciam» (No venderemos a nadie, ni negaremos ni postergaremos justicia o derecho a nin-
gún hombre). En la actualidad este principio se recoge en el artículo 6 del Convenio Europeo de
Derechos Humanos, en virtud del cual «Toda persona tiene derecho a que su causa sea oída equi-
tativa, públicamente y dentro de un plazo razonable, por un Tribunal independiente e imparcial,
establecido por ley».
El trabajo no es una mercancía 13

Un caso de manual: el trabajo universitario


Para concluir, propongo que exploremos esta vía que acabo de evocar mediante
un caso práctico. Y no un caso cualquiera: un caso de manual, expresión muy
adecuada al mismo, ya que se trata del estatus del trabajo universitario. Segu-
ramente piensen que quiero terminar con un último ejercicio de autoanálisis,
y no se equivocarán, porque el examen de la experiencia personal no debería
obviarse jamás en el ámbito de las humanidades. Sin embargo, la elección de
este caso también se justifica por el hecho de que transferir a nuestras nuevas
máquinas todas las tareas que tienen que ver con lo calculable y lo programa-
ble lanza el devenir del trabajo hacia el «trabajo creador», al que está dedicada
la cátedra de mi querido colega Pierre-Michel Menger. Los académicos ocupan
solo una modesta porción de ese vasto ámbito, pero su experiencia es tan rica
como la de cualquier otro acerca de las condiciones más adecuadas para poner
las máquinas al servicio de la creatividad humana y contribuir de la mejor ma-
nera posible al bienestar común.
Las reflexiones en torno al estatus del trabajo del sabio datan de antiguo.
Encontramos controversia ya en Platón, para quien los sofistas se descalifica-
ban y descalificaban su filosofía cobrando por sus clases. En un magnífico libro
titulado El precio de la verdad, Marcel Hénaff recoge la historia de esos debates
desde la Antigüedad hasta el Siglo de las Luces,39 aunque sin hacer justicia a la
contribución crucial de los intelectuales del Medievo. En efecto, la condición ju-
rídica del oficio del sabio nació con las primeras universidades en los siglos xii
y xiii, de las que seguimos siendo hoy herederos.40 Es cierto que dicho periodo
estuvo a su vez marcado por una disputa entre los maestros seglares, que co-
braban sus cursos a los estudiantes, y los clérigos de las órdenes mendicantes,
que impartían sus enseñanzas de forma gratuita.41 Estos últimos invocaban el
adagio «Scientia donum Dei est, unde vendi non potest» (El conocimiento es un
don de Dios, por lo tanto no puede venderse), derivado del versículo x, 8, del
Evangelio de Mateo.42 Sin embargo, los canonistas consiguieron sin esfuerzo
glosar ese adagio de manera que legitimara la remuneración de los profesores
de las universidades. Para ello, distinguieron entre la scientia (el conocimiento),
que no podía venderse, y el labor (el trabajo) requerido para la enseñanza, el
cual, por el contrario, podía evaluarse y retribuirse.43 Los mismos recursos her-
menéuticos se movilizaron cuando la invención de la imprenta brindó a los au-
tores la posibilidad de percibir una remuneración proporcional a la difusión
de sus obras. En dicho caso se hizo una distinción entre el derecho real sobre

39 Marcel Hénaff, Le prix de la vérité. Le don, l’argent, la philosophie (París: Seuil, 2002). [Tra-

ducción al español de Isabel Cadenas Cañón, El precio de la verdad. Don, dinero, filosofía (Santiago
de Chile: LOM Ediciones, 2017)].
40 Jacques Le Goff, Les intellectuels au Moyen Âge [1957] (París: Seuil, 1985). [Traducción al

español de Alberto L. Bixio, Los intelectuales en la Edad Media (Barcelona: Gedisa Editorial, 1996)].
41 Jacques Verger, Culture, enseignement et société en Occident aux xii e et xiii e siècles (Rennes:

Presses universitaires de Rennes, 1999), capítulo xii, 69-181.


42 Gaines Post, Kimon Giocarinis y Richard Kay, «The medieval heritage of a humanistic ideal:

Scientia donum Dei est, unde vendi non potest», Traditio 11 (1955): 196-234.
43 Véase Françoise Waquet, Respublica academica. Rituels universitaires et genres du savoir

(xvii e-xxi e siècle) (París: PUPS, 2010), 69 y sigs.


14 Revista Internacional del Trabajo

sus libros en tanto que objetos materiales, fuente de ingresos lícitos, y su dere-
cho moral, personal e intransferible por «no tener precio». Estas distinciones se
han mantenido operativas hasta nuestra época, como muestra, por ejemplo, el
extenso estudio que Gérard Lyon-Caen dedicó en 1965 a «la publicación de los
cursos de profesores de universidad».44
A decir verdad, no merece la pena siquiera plantearnos si los investigado-
res y profesores universitarios pueden ser remunerados, ya que la respuesta es
más que obvia. El problema es más bien si el dinero que perciben es el fin en sí
mismo, o bien un medio al servicio de otro fin, el conocimiento científico, que no
tiene precio. La auténtica cuestión es pues si su trabajo puede tratarse como una
mercancía. A lo largo de estos años de docencia hemos visto que la dinámica del
Mercado Total iba en ese sentido. Concretamente, ello se hace evidente en el con-
cepto de «mercado de ideas», acuñado por otro galardonado con el denominado
«Nobel de Economía», Ronald Coase,45 concepto del que actualmente se sirve el
Tribunal Supremo de los Estados Unidos para definir los marcos jurídicos de la
democracia o la religión.46 ¿Por qué entonces no admitir que la ciencia es tam-
bién un mercado de ideas y que los científicos pueden venderse al mejor postor?
A semejante ampliación del concepto es posible oponer el peso de una tra-
dición milenaria que demuestra que la investigación científica libre no puede
existir sin un marco institucional que la garantice y la proteja. Desde finales del
siglo xii, a fin de evitar que se mezclara a Dios con la resolución de las quere-
llas mundanas, el derecho canónico prohibió las ordalías e impuso el recurso a
pruebas consideradas «racionales»,47 cuya jerarquía anunciaba ya las ciencias
experimentales.48 En efecto, tanto en la Ciencia como en el Derecho, la verdad
solo se descubre a partir del respeto de tres condiciones: probar los hechos alega-
dos;49 interpretarlos,50 y someterlos a la prueba del principio de contradicción.51
Con estas tres condiciones se establece jurídicamente una «República de las Le-
tras»,52 es decir, un orden ternario que somete las relaciones entre sus miem-

44 Gérard Lyon-Caen, «La publicación de los cursos de profesores de universidad», Revue in-

ternationale du droit d’auteur 52 (1967): 136-175.


45 Ronald Coase, «The economics of the First Amendment. The market for goods and the mar-

ket for ideas», American Economic Review 64, n.o 2 (1974): 384-391.
46 Alain Supiot, «Democracy laid low by the market», Jurisprudence 9, n.o 3 (2018): 449-460;

Laurent Mayali, ed., Le façonnage juridique du marché des religions aux États-Unis (París: Mille et
une nuits, 2002).
47 Véase Jean-Philippe Lévy, La hiérarchie des preuves dans le droit savant du Moyen Âge de-

puis la renaissance du droit romain jusqu’à la fin du xiv e siècle (París: Sirey, 1939); Henry Lévy-Bruhl,
La preuve judiciaire. Étude de sociologie juridique (París: Marcel Rivière et Cie, 1964).
48 En la parte más baja de esta jerarquía se encuentran «todos los modos que no reposan

sobre un conocimiento directo o indirecto de la verdad a través de los sentidos» (Lévy, La hiérar-
chie des preuves..., 162 [véase la nota 47]).
49 Code de procedure civil (Código francés de procedimientos civiles), artículos 9-11.
50 Ibíd., artículo 12: «[el juez] debe dar o restituir a los hechos o actos litigiosos su exacta ca-
lificación independientemente de la que las partes puedan atribuirles».
51 Ibíd., artículos 14-17.
52 Hans Bots y Françoise Waquet, La République des Lettres (París/Bruselas: Belin/De Boeck,
1997).
El trabajo no es una mercancía 15

bros a una misma referencia en la búsqueda de la verdad. Al fijar y sancionar


algunas de estas reglas, el Derecho entra a formar parte de lo que Robert Merton
denominó «la estructura normativa de la ciencia».53 En definitiva, si el Derecho
puede perfectamente prescindir de bases científicas, la Ciencia, sin embargo, no
puede prescindir de bases jurídicas. Sé que será muy difícil convencer de esto a
muchos de mis colegas, proclives a defender la libertad sin tener en cuenta las
condiciones institucionales que la hacen posible, pero lo intentaré.
Para que la investigación científica se desarrolle libremente es absoluta-
mente necesario que sea reconocida jurídicamente como un fin en sí misma,
cuya consecución no debe verse obstaculizada por consideraciones políticas,
ideológicas, económicas o religiosas. Este principio, heredado de la Ilustración
y de los ideales de la República de las Letras, no se vio desmentido, sino más
bien corroborado por la experiencia histórica de Estados que, pretendiendo fun-
darse en bases científicas (como el racismo científico o el socialismo científico),
prohibieron o desacreditaron toda investigación que se alejara de sus dogmas.
Una experiencia rica en enseñanzas que demuestra que la libertad de investi-
gación no puede reposar sobre sí misma. Necesita un fundamento jurídico que
le otorgue valor y protección, y donde más peligro corre es precisamente en un
sistema normativo que se funde en una verdad científica oficial. Esta imposibi-
lidad de la investigación científica para «autofundamentarse» se explica, como
bien comprendió Max Weber, por el hecho de que el sentido y el valor de las
acciones humanas no son cuestiones que puedan tratarse a través de las cien-
cias naturales:
Las ciencias naturales [...] dan por sentado que merece la pena conocer las últi-
mas leyes acerca del acontecer cósmico, en la medida en que pueden establecerse
mediante dichas ciencias. Y ello no solo porque dichos conocimientos nos permi-
ten obtener ciertos resultados técnicos, sino sobre todo porque tienen valor «por
sí mismos», dado que representan en realidad una «vocación». Sin embargo, nadie
podrá jamás demostrar ese supuesto, y todavía menos que el mundo que tales
leyes describen merezca existir, que tenga «sentido» o que habitarlo no sea fruto
de un absurdo azar.54

Este «valor por sí mismo» del trabajo de investigación se reconoce en la Carta


de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, en virtud de cuyo ar-
tículo 13 «Las artes y la investigación científica son libres. Se respeta la libertad
de cátedra». Está claro pues que lo que hace la Carta es dotar a la investiga-
ción científica de un fundamento jurídico, y no dotar al Derecho de una base
científica. Entre los fundamentos jurídicos de la investigación científica
libre se encuentra el estatus profesional otorgado a los investigadores. A par-
tir de la Edad Media, la búsqueda de la verdad fue tarea de una categoría par-
ticular de clérigos que reivindicaron, desde muy temprano, el reconocimiento

53 Robert K. Merton, «The normative structure of science» [1942]. Reeditado en Sociology

of Science. Theoretical and Empirical Investigations (Chicago: The University of Chicago Press, 1967),
267-278. [Traducción al español, La sociología de la ciencia: investigaciones teóricas y empíricas
(Madrid: Alianza Editorial, 1977 [1973])].
54 Max Weber, Wissenschaft als Beruf [1919]. [Traducción al español de Francisco Rubio Llo-

rente, El político y el científico (Madrid: Alianza Editorial, 1979). Traducción del fragmento repro-
ducido a partir de la edición en francés citada por el autor].
16 Revista Internacional del Trabajo

de la dignidad e independencia de sus funciones. Desde el siglo xii, los expertos


juristas de las primeras universidades europeas se autodenominaron domini,
es decir, señores, como los nobles y prelados.55 Los estatutos de estas primeras
universidades garantizaban ya su autonomía. Para defender sus libertades y pri-
vilegios, la Universidad de París recurrió a la huelga y a la escisión, hasta que
en 1231 fue reconocida como institución autónoma por la bula Parens scientia-
rum.56 Más próximo de nuestro tiempo está el ideal del científico de la Inglaterra
del siglo xviii, tal como lo encarnaba Robert Boyle: un gentleman cuya fortuna y
condición le garantizaban independencia e imparcialidad frente a cualquier tipo
de influencia, incluso procedente del propio ámbito de especialización profesio-
nal.57 Esa condición se consideraba necesaria para preservar la búsqueda de la
verdad como un fin en sí mismo, como un bien común, incompatible con cual-
quier interés económico, político o religioso. En Francia, fue la figura del acadé-
mico la que encarnó en esa misma época este ideal aristocrático del intelectual,
que obra a un tiempo por el avance del conocimiento y por el bien público.58
La exigencia de independencia e imparcialidad del intelectual, aun consti-
tuyendo un ethos común, ha cobrado diferentes formas en función de la cultura
jurídica específica de cada país. En nuestra época, este montaje institucional ha
adoptado en Francia la forma de cuerpos específicos de funcionarios públicos
que disfrutan a un tiempo de empleo indefinido y de una gran libertad en el
ejercicio de sus funciones. En países donde los académicos no dependen del Es-
tado, sino de la universidad que los emplea, se han establecido garantías com-
parables en un marco contractual. Es el caso de las tenures de las universidades
estadounidenses, cuyo origen medieval es explícito, y que confieren a su titu-
lar libertad económica y seguridad laboral para la realización de una misión.
Se trata del equivalente seglar de lo que en derecho canónico se definía como
el beneficium asociado a un officium. Los países con mayor actividad científica
también son aquellos que otorgan a los investigadores confirmados un estatus
profesional que combina libertad académica y seguridad laboral. Este tipo de
estatus a menudo se asemeja al de los jueces, que también deben estar en con-
diciones de servir al interés general con plena independencia.
Sin embargo, la eficacia de este tipo de estatus jurídico depende del respeto
de un código deontológico particular, que obliga a los académicos o a los ma-
gistrados a mostrarse dignos de los privilegios que les corresponden. Así pues,
el principio de independencia de los profesores universitarios reconocido en

55 Véase Ernst H. Kantorowicz, «Kingship under the impact of scientific jurisprudence». En

Marshall Clagett, Gaines Post y Robert Reynolds, eds., Twelfth-Century Europe and the Foundations
of Modern Society (Madison: University of Wisconsin Press, 1961). [Traducción al español, Historia
social de la verdad. La hidalguía y la ciencia en la Inglaterra del siglo xvii (Buenos Aires: Prometeo
Libros, 2016)].
56 Véase Verger, Culture, enseignement et société..., capítulo viii , 117-129 (véase la nota 41).
57Véase Steven Shapin, A Social History of Truth. Civility and Science in Seventeenth-Century
England (Chicago: The University of Chicago Press, 1994).
58 Roger Hahn, The Anatomy of a Scientific Institution: The Paris Academy of Sciences, 1666-

1803 (Berkely/Los Ángeles/Londres: University of California Press, 1971). Traducción al francés,


L’Anatomie d’une institution scientifique. L’Académie des sciences de Paris, 1666-1803 (París: Éditions
des archives contemporaines, 1993).
El trabajo no es una mercancía 17

Francia por el Consejo Constitucional debe entenderse tanto como una fuente
de deberes como de derechos.59 El estatus jurídico del profesor universitario
continúa fundándose en los valores aristocráticos cultivados por el mundo eru-
dito desde el siglo xvii: desinterés, imparcialidad y dedicación al bien común.
Estos valores están en las antípodas de los ideales mercantiles de búsqueda del
beneficio y maximización del interés individual. Forman parte de lo que Émile
Durkheim denominaba una «moral profesional», indispensable, en su opinión,
para proteger cualquier función social del «desenfreno de los intereses econó-
micos».60 La erosión de esta moral conduce inevitablemente a una formalización
jurídica de las reglas de la profesión, como pone de manifiesto la actual profu-
sión de textos destinados a prevenir conflictos de intereses y fraudes en el ám-
bito de la investigación científica.
Este estatus profesional universitario, que combina libertad, seguridad y
responsabilidad, está hoy amenazado por la asimilación de la enseñanza supe-
rior y de la investigación a un mercado sometido a exigencias de rendimiento
y de competitividad.
Así, según los términos del artículo 179 del Tratado de Funcionamiento de
la Unión Europea, esta «tendrá por objetivo fortalecer sus bases científicas y
tecnológicas, mediante la realización de un espacio europeo de investigación
en el que los investigadores, los conocimientos científicos y las tecnologías cir-
culen libremente, y favorecer el desarrollo de su competitividad, incluida la de
su industria, así como fomentar las acciones de investigación que se conside-
ren necesarias en virtud de los demás capítulos de los Tratados». Nos encon-
tramos de nuevo con la fantasía de un orden político «basado» en la ciencia
y en la tecnología. En efecto, si estas «bases» deben favorecer el desarrollo de
la competitividad, es el orden de la competencia el que se revela, sin sorpresa,
como el fundamento real, «determinante en última instancia», de este mon-
taje normativo.61 Estamos ante un sistema autorreferencial, ya que el impera-
tivo de la competitividad ha de derivarse, a su vez, de un orden espontáneo
descubierto por la ciencia económica. La investigación deja de ser un fin en sí
misma para convertirse en instrumento al servicio del logro de objetivos eco-
nómicos, sometida a los mismos métodos de gestión por objetivos que aplican
las empresas con fines de lucro.
La «organización científica del trabajo» inherente a la segunda revolución
industrial no había afectado a los académicos. No sucede así con la gobernanza
por los números, que proyecta actualmente el imaginario cibernético sobre todas
las actividades humanas. Como cualquier trabajador, el investigador es tratado
como un ser programable, sometido al logro de objetivos cuantificados en un

59 Conseil constitutionnel, Decisión no 83-165, de 20 de enero de 1984. En relación con esta

interpretación, véase Alain Supiot, «Sur l’ouverture de l’Université». En Convergences, Études offer-
tes à Marcel David (Quimper: Calligrammes, 1991), 417 y sigs.
60 Émile Durkheim, Leçons de sociologie. Segunda edición (París: PUF, 1969), 41-78. [Traduc-

ción al español, Lecciones de sociología: Física de las costumbres y del derecho (Granada: Editorial
Comares, 2006)].
61 En relación con el retroceso de la concepción de la ciencia como bien público, véase Helga

Nowotny et al., The Public Nature of Science Under Assault. Politics, Markets, Science and the Law
(Berlín: Springer, 2005).
18 Revista Internacional del Trabajo

proceso interminable de benchmarking, como exigen los cánones del new pu-
blic management.62 Si alguien puede creer que un buen investigador es un ser
programable, ciertamente nunca ha conversado con ninguno. Los mejores son
absolutamente improgramables e impredecibles, al menos en sus obras. Esta es
la razón por la que la programación de la investigación los obliga a gastar una
energía demencial para lograr concentrarse en las cuestiones que la realidad
verdaderamente les plantea fingiendo que responden a las que les obligan a
plantearse. Bergson, Valéry, Foucault o Bourdieu habrían tenido sin duda gran-
des dificultades para producir sus obras si se hubieran visto obligados a defen-
der su «cachet» con semejante gimnasia mental.
En la actualidad, la contractualización de la financiación de la investiga-
ción va unida a la desestabilización de sus instituciones, cuyos recursos esta-
bles no dejan de menguar en una dinámica de reestructuración permanente.
Considerada demasiado costosa, la evaluación cualitativa del trabajo univer-
sitario tiende a ser suplantada por un enfoque cuantitativo basado en indica-
dores; no solo indicadores bibliométricos –número de patentes o de artículos
en revistas revisadas por pares y otros «índices h», cuya consulta permite eva-
luar publicaciones sin leerlas–, sino también indicadores de fund raising (do-
naciones conseguidas), que en suma determinan el «precio de mercado» de los
investigadores, alentados a incluir dichos indicadores de manera prominente
en su curriculum vitae, ya que abre expectativas de enriquecimiento para las
instituciones que puedan contratarlos. Desde esta perspectiva, Grigori Perel-
man, uno de los mejores matemáticos de su generación, quien jamás publica
su trabajo en revistas arbitradas y ha rechazado los premios más prestigiosos,
no vale nada como investigador.
Los objetivos cuantificados se han hecho también prioritarios en lo que
atañe a la inversión pública en investigación. El indicador de este tipo más céle-
bre es la clasificación de universidades de Shanghái, y conviene recordar que se
trata de un subproducto de la planificación soviética y de las «cifras de control»
de las que se dotaba el Gosplan para medir los avances en la construcción del
socialismo científico en los principales ámbitos de actividad. Francia se ha em-
barcado en un ejercicio de creación de conglomerados mastodónticos mediante
fusión de instituciones de investigación, dando por sentado que ello mejorará su
lugar en dicha clasificación. No hace falta mucha experiencia legal para predecir
que estos combinats se desintegrarán tan pronto como se les supriman las inyec-
ciones de fondos públicos. Si el objetivo es que la investigación francesa salte a
la cima de ese podio mundial, sería suficiente con fusionar todas sus universi-
dades en una sola, que podríamos denominar «Universidad de Francia». Ahora
bien, si de lo que se trata es de crear condiciones institucionales óptimas para
la investigación, sería mucho más coherente promover comunidades de trabajo

62 Puede encontrarse un análisis general de esta doctrina en Owen E. Hughes, Public Mana-

gement and Administration. An Introduction [1994]. Cuarta edición (Basingstoke/Nueva York: Palgrave
Macmillan, 2012). En cuanto a los efectos perversos de su aplicación a la investigación científica,
véase Giuseppe Longo, «Science, problem-solving and bibliometrics». En Wim Blockmans, Lars En-
gwall y Denis Weaire, eds., Bibliometrics: Use and Abuse in the Review of Research Performance
(Londres: Portland Press Limited, 2014), 9-15.
El trabajo no es una mercancía 19

a escala humana, donde pueda cultivarse el arte de la conversación científica,


cuyo papel primordial en el surgimiento de nuevas ideas desde el nacimiento
de la ciencia moderna ha puesto de relieve Françoise Waquet.63 El Institut d’Étu-
des Avancées de Nantes, donde tengo la suerte de trabajar, es una institución
de este tipo que contribuye a una verdadera mundialización de la investigación
en el ámbito de las ciencias humanas. Este Instituto, reconocido por sus pares
como uno de los mejores del mundo, corre tanto riesgo como cualquier otro de
ser sometido a la normalización a corto plazo de la política de investigación pú-
blica del Gobierno francés.
Los efectos perversos de la gobernanza de la investigación por los números
son de hecho bien conocidos: incitación al conformismo, restricción de los mé-
todos de evaluación a bucles autorreferenciales, maquillaje de resultados hasta
el fraude, etc. Según un estudio en el ámbito de la investigación biomédica, la
tasa de retractación por fraude de artículos publicados en revistas científicas se
había multiplicado por diez entre 1975 y 2012.64 Los conflictos de intereses afec-
tan en la actualidad a todas las disciplinas, incluida la investigación jurídica,65
aunque los casos más mediatizados en los últimos años se han producido prin-
cipalmente en los ámbitos de la economía, la biología y la medicina. Esto genera
en el público una duda creciente sobre la fiabilidad de los conocimientos cien-
tíficos, duda que afecta incluso a las instituciones de más alto rango dentro del
ámbito de la medicina, comenzando por la Organización Mundial de la Salud
(OMS).66 Consciente de esta desconfianza en aumento, el legislador aprovechó
la oportunidad para asignar a las humanidades una misión que las salvara de
la sospecha recurrente de inutilidad que se cierne sobre ellas. Según el artícu-
lo L.111-2 del Código de Investigación francés:
La política de investigación a largo plazo se fundará en el desarrollo de la investi-
gación básica en todos los ámbitos del conocimiento. En particular, se dotará a las
humanidades y a las ciencias sociales de los medios necesarios para que puedan de-
sempeñar su papel en la restauración del diálogo entre ciencia y sociedad.

Cabe pues inferir que lo que se considera «investigación básica» en el ámbito


de las humanidades y justifica seguir financiándolas es promover las ciencias
exactas. De hecho, muchos creen incluso que deben fusionarse por completo
para que las humanidades merezcan el nombre de «ciencia». Así, un informe re-
ciente de Alliance Athéna, organismo que coordina todas las instituciones públi-
cas francesas de investigación en ciencias sociales, preconiza, para hacer frente
a la radicalización religiosa, aplicar a los terroristas los métodos conductuales y

63 Françoise Waquet, Parler comme un livre. L’oralité et le savoir (xvi e-xx e siècle) (París: Albin

Michel, 2003).
64 Ferric C. Fang, R. Grant Steen y Arturo Casadevall, «Misconduct accounts for the majority

of retracted scientific publications», Proceedings of the National Academy of Science 109, n.o 42 (2012):
17028-17033.
65 Véase Alain Supiot, «Ontologie et déontologie de la doctrine», Recueil Dalloz, n.o 21 (2013):

1421-1428.
66 Véase Consejo de Europa, The Handling of the H1N1 Pandemic: More Transparency Needed.

Informe Flynn, de 4 de junio de 2010, sobre la gestión de la epidemia de gripe A (H1N1), y el edi-
torial de Fiona Godlee, «Conflicts of interest and pandemic flu. WHO must act now to restore its
credibility, and Europe should legislate», British Medical Journal 340 (2010): c2947.
20 Revista Internacional del Trabajo

neurobiológicos que se practican actualmente en animales.67 El problema es que,


perros rabiosos, sí se han visto muchos, pero perros terroristas, de momento,
ninguno. El objeto de estudio propio de las ciencias humanas es el enorme apa-
rato simbólico, técnico y lingüístico del que se ha dotado la especie humana. El
anclaje del homo faber en su aparato biológico es obvio, pero no puede reducirse
al mismo sin hacer desaparecer el objeto que se pretende esclarecer, al igual
que no podría reducirse la medicina al arte veterinario.
La gobernanza por los números y el cientificismo se conjugan hoy de este
modo poniendo en peligro la libre investigación en el ámbito de las humani-
dades. Y la mejor defensa contra esta amenaza es un estatus profesional que
proteja al investigador de las presiones económicas, políticas o religiosas. La
condición para la libertad científica es pues el estatus, y no el contrato, así como
para la asunción de riesgos y para la reflexión crítica sobre los paradigmas es-
tablecidos y el mainstream, o corriente imperante, corriente en la que, según la
expresidenta del Consejo Europeo de Investigación, solo nadan los peces muer-
tos.68 Para que esta libertad pueda ejercerse, se necesitan instituciones estables,
que no estén concebidas como empresas que operan en un mercado universita-
rio, sino como lugares de polinización del conocimiento y de serendipia. Institu-
ciones donde la capacidad de reflexión de la ciencia no esté amenazada por la
ultraespecialización y por la primacía de la competencia sobre la cooperación.
Instituciones cuya administración practique las artes del jardinero, prestando
atención a las condiciones de eclosión del genio propio de cada planta, y no las
del pastor que conduce a su rebaño empuñando el palo.69
Estas artes del jardinero son precisamente las que deberían cultivar todas
las empresas que desean aprovechar al máximo las herramientas digitales y
emprender la transición ecológica. Frente a la quiebra moral, social, ecológica y
financiera del neoliberalismo, el horizonte del trabajo en el siglo xxi es su eman-
cipación del reinado hegemónico de la mercancía. El camino hacia el futuro no
consiste en supeditar el trabajo de los seres humanos a máquinas supuestamente
inteligentes, sino en estimular y coordinar sus capacidades creativas y organi-
zativas, es decir, en otorgarles libertad en el trabajo. Independientemente de la
posición jerárquica de cada persona, todas deben tener oportunidad de expre-
sarse individual o colectivamente acerca de lo que hacen y de cómo lo hacen.
Si admitimos que nuestras nuevas herramientas pueden y deben ayudarnos a
liberar el potencial de inteligencia de quienes las utilizan, el poder en la em-
presa debe dar paso a la autoridad, es decir, a un modo de organización jerár-

67 Alliance Athéna, Recherches sur les radicalisations, les formes de violence qui en résultent et

la manière dont les sociétés les préviennent et s’en protègent. État des lieux, propositions, actions. In-
forme presentado en marzo de 2016 (París: Alliance nationale des sciences humaines et sociales,
2016), 10 y 14.
68 European Research Council (ERC), Opening Address of Prof. Helga Nowotny, President of the

European Research Council. Quinto aniversario del ERC (Bruselas, 29 de febrero de 2012), 7.
69 Debo a una conversación con Jean-Pierre Vernant mi descubrimiento de esta tipología de

las formas de poder elaborada por André-Georges Haudricourt, «Domestication des animaux, cul-
ture des plantes et traitement d’autrui», L’Homme. Revue française d’anthropologie 2, n.o 1 (1962):
40-50. Reeditado en La technologie, science humaine. Recherches d’histoire et d’ethnologie des tech-
niques (París: Éditions de la Maison des sciences de l’homme, 1987), 277.
El trabajo no es una mercancía 21

quica en el que quien dirige sea asimismo responsable de la realización de una


obra colectiva y en el que el dinero sea solo uno de los medios para su realiza-
ción. Si no deseamos que un número ingente de personas queden sumidas en
una situación «inferior al empleo», el Derecho del trabajo debe abrirse a algo
«superior al empleo».70 La ficción del trabajo como mercancía, que convierte la
obra en un simple medio al servicio de objetivos financieros, ya no es ecológi-
camente sostenible a escala planetaria. Debe dar paso a un estatus del trabajo
que combine libertad, seguridad y responsabilidad. La creación de tal condición
en las organizaciones productivas, inclusive en las cadenas de subcontratación,
requiere que la responsabilidad de cada cual se vincule al grado de libertad y
de seguridad que se le confiere, es decir, a la capacidad de acción que se le re-
conoce realmente.71
Gracias al Collège de France y a una audiencia tan atenta y exigente como
la que he tenido, yo he podido disfrutar de esa seguridad, ejercer esa libertad y
sentir el peso de esa responsabilidad en el trabajo. A menudo, los académicos
sufrimos de lo que podríamos llamar el «síndrome de Josefina» –la ratoncita
cantora protagonista del último relato escrito por Kafka– y tomar por un canto
singular lo que no es más que un alarido bastante ordinario. Como yo mismo
emito desde hace ya demasiado tiempo ese tipo de alaridos, entiendo a Josefina
cuando reivindica el derecho a no trabajar como todo el mundo. Sin embargo,
el pueblo de los ratones tiene razón al negarle ese privilegio puesto que, en
una sociedad justa, cada cual debe asumir su ración de penas y de alegrías en
el trabajo. Tanto más si pensamos que las penas no son eternas porque, con el
tiempo –y termino pues con las palabras finales del último relato de Kafka–, Jo-
sefina «entrará, como todos sus hermanos, en la exaltada liberación del olvido».72

70 Véase Alain Supiot, ed., Au-delà de l’emploi [1999]. Segunda edición (París: Flammarion,
2016).
71 Sobre esta cuestión, veáse Alain Supiot y Mireille Delmas-Marty, eds., Prendre la responsa-

bilité au sérieux (París: PUF, 2015); Alain Supiot, ed., Face à l’irresponsabilité: la dynamique de la so-
lidarité, colección Conférences (París: Collège de France, 2018).
72 Franz Kafka, «Josefina la cantora o el pueblo de los ratones». En Un médico rural y otros

relatos pequeños. Traducción de Pablo Grosschmid (Madrid: Impedimenta, 2010).


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