Sangre Dorada de Jack Williamson
Sangre Dorada de Jack Williamson
Sangre Dorada de Jack Williamson
Jack Williamson
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Sangre dorada
Jack Williamson
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Sangre dorada
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Sangre dorada
Jack Williamson
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Sangre dorada
Jack Williamson
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LA LEGIN SECRETA
En Arabia, a medioda, el sol se parece curiosamente al claro de
luna. Su cegador brillo, como el de la luna, elimina todos los colores,
en un despiadado contraste de blanco y negro. Los sentidos se
obnubilan ante su penetrante llama, y lo que los rabes llaman
kaylulah, la siesta, viene a ser un tiempo de supina rendicin ante el
superno da.
Price Durand, tumbado en el abrasador puente de la goleta bajo
una toldilla descolorida por el sol, se encontraba en ese curioso
duermevela en que uno suea a sabiendas de que est soando y
contempla las propias visiones como si se tratase de un espectculo.
Pero Price, o al menos la parte consciente de su mente, se sorprenda
de lo que vea.
Pues estaba contemplando Anz, la ciudad perdida de la leyenda, en
el mismo lugar en que se levantara, oculta, en el corazn del desierto.
Imponentes murallas cean sus arrogantes torres y a sus pies se
extendan los verdes palmares del gran oasis. En su sueo vea
abiertas las puertas de Anz, de slidos batientes de bronce. Un
hombre sali de ellas, montado en un gigantesco dromedario blanco,
un hombre con una brillante cota de malla de oro que llevaba una
pesada hacha de metal amarillo.
El guerrero franque las puertas, pas entre las altas palmeras del
oasis y penetr en medio de las leonadas dunas del desierto de
arena. Se diriga en busca de algo y sus dedos cogan firmemente el
mango de la gran hacha. El dromedario blanco estaba asustado.
Una mosca comenz a zumbar alrededor de la cabeza de Price,
quien se incorpor con un bostezo. Aquel s que era un sueo
condenadamente extrao! Haba visto la antigua ciudad tan
vvidamente como si la hubiese tenido delante de los ojos. Su
subconsciente deba de haber estado trabajando a partir de la
leyenda, pero en ella no se deca nada de un hombre con armadura
dorada.
A fin de cuentas, haca demasiado calor para preocuparse por un
sueo, demasiado calor incluso para pensar. Se enjug el sudor del
rostro y mir a su alrededor, entornando los ojos para protegerse de
la claridad cegadora.
El mar de Arabia llameaba bajo el implacable sol, era una llanura
de vidrio fundido. El inflamado cielo estaba teido de cobre; un calor
seco y punzante se derramaba de l. Una leonada lnea de arena
marcaba el horizonte norte, donde las desoladas y cambiantes dunas
de RubAl Khali se encontraban con el mar incandescente. La goleta
Ins, tan furtiva y siniestra como su negruzco patrn, originario de
Macao, permaneca inmvil sobre el clido y acerado ocano a una
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Sangre dorada
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milla de la costa, mientras sus velas sucias y flcidas arrojaban
enjutas e intiles sombras sobre los grasientos puentes.
Price Durand, echado debajo de su andrajosa toldilla, se hallaba
saturado de la obsesiva soledad del trrido mar y de las ardientes
arenas. La indefinida y melanclica hostilidad de aquel desierto
desconocido, tan prximo, flua a travs de l como una corriente
tangible, silenciosa y siniestra.
Durante aquellos largos das sus emociones haban llegado a
encontrarse singularmente contrapuestas, pensaba, desde que la
goleta dejara el mar Rojo, como si dos fuerzas luchando dentro de l,
se disputasen su persona.
Price Durand, soldado de fortuna maltratado por el mundo, tena
miedo de aquel desierto, el ms cruel y el menos conocido de todos
los del planeta, pero por supuesto no hasta el punto de querer
abandonar la expedicin; no era de ese tipo de gente capaz de
renunciar por miedo. Por eso luchaba contra el leonado y melanclico
poder del desierto, ferozmente determinado a no ser dominado por su
silencioso sortilegio.
La otra parte de l, la que se acababa de despertar, daba la
bienvenida al obsesivo espritu del desierto, entregndose a l
alegremente. La autntica soledad le haca seas, la oscura crueldad
se concretaba en una muda llamada. La misma hostilidad severa de
la regin que haba asustado al antiguo Price Durand atraa de
manera fascinante al nuevo.
Ah viene Fouad reson la voz tranquila de Jacob Garth desde el
puente de proa. Puntual al da de nuestra cita. El lunes nos
pondremos en marcha hacia el interior.
Price mir a Jacob Garth. Era un hombre inmenso y enorme, de
barba roja, con una engaosa apariencia de blandura que encubra su
fuerza de hierro. Su piel se vea blanca y tersa; no pareca quemada
ni bronceada por el sol, que haba tostado la de los dems hasta darle
el color del chocolate oscuro.
Sin soltar los prismticos con los que haba estado escrutando la
roja lnea de la costa, Jacob Garth se volvi lentamente, pero con
soltura. No evidenciaba excitacin alguna; sus plidos ojos azules
eran fros y desprovistos de emocin. Pero sus palabras despertaron a
la goleta de su sueo lleno de sol.
Joao de Castro, el atezado eurasitico de ojos oblicuos, escoria de
la degenerada Macao, sali de su cabina y comenz a hacer, con
evidente excitacin y chillando, todo tipo de preguntas en portugus
y en un ingls descompuesto. De Castro era pequeo, fsicamente
insignificante, y slo consegua imponer su autoridad a la tripulacin
por la fama de asesino que tena. Price no senta gran simpata por
ninguno de aquellos extraos compaeros de aventura; pero Joao era
el nico al que realmente odiaba. Aquel odio era natural e instintivo;
haba brotado de algn profundo pozo dentro de su naturaleza nada
ms verle; y Price saba que el hombrecillo de Macao le corresponda
cordialmente.
Jacob Garth acall las enfebrecidas preguntas del patrn con una
simple palabra, que pareci retumbar:
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All!
Pas los prismticos al hombrecillo, sealando la lnea de
ondulantes arenas, al otro lado del rielante e inflexible mar.
La atencin de Price recay en Garth. Al cabo de tres meses no
saba ms de aquel hombre que el da en que se haba encontrado
con l. Jacob Garth era un constante enigma, un acertijo que Price no
haba conseguido resolver. Su ancho rostro, blanco como el sebo, era
una mscara. Su espritu pareca tan reflexivo e imperturbable como
grande era su cuerpo. Price jams le haba visto manifestar la menor
sombra de emocin.
Presumiblemente, Garth era ingls. En cualquier caso, hablaba
ingls sin acento y utilizando el vocabulario de un hombre educado.
Price se imaginaba que quiz poda tratarse de un miembro de la
aristocracia arruinado por la guerra, que intentaba con aquella
fantstica expedicin recobrar su fortuna. Pero tal suposicin no
haba sido confirmada.
Resultaba extrao, y casi divertido, observar a Jacob Garth tan
inmvil e inmutable como un Buda, mientras la excitacin que haba
creado con sus palabras se extenda por el barco como una llama.
Los hombres se levantaron de un salto de los lugares en donde
haban estado echados sobre el puente, o echaron a correr por las
escaleras para alinearse a lo largo de la borda entre gritos y
empellones, olvidados ya del sol abrasador mientras escrutaban el
horizonte de arena.
Price examin la formacin con ojo crtico. Un puado de gente
ruda, aquella veintena de aventureros endurecidos por la vida, que se
denominaban a s mismos la Legin Secreta. Pero un puado de
gente ruda era precisamente lo que exiga aquella empresa; all no
haba sitio para novatos remilgados.
Cada hombre de la Legin Secreta haba servido en la Gran
Guerra. Aquello era esencial, vista la naturaleza real del cargamento
de la goleta, oficialmente calificado de maquinaria agrcola.
Ninguno tena menos de treinta aos y unos pocos pasaban de la
cuarentena. Slo uno, adems de Price, que haba sido granjero en
Kansas. Nueve eran britnicos, elegidos por Jacob Garth. Los otros
representaban a media docena de pases europeos. Todos los
hombres estaban entrenados en el uso de los artculos del
cargamento; y todos eran del tipo de gente capaz de usarlos con
desesperacin y valenta mientras buscaban el fabuloso tesoro que
Jacob Garth les haba prometido.
A simple vista, los hombres alineados cerca de la barandilla no
podan ver nada. A regaadientes, Price se puso en pie y cruz el
ardiente puente hasta el lugar donde estaba Garth. Sin mediar
palabras, el hombre obeso cogi los prismticos de las temblorosas
manos del capitn y se los pas a Price.
Eche un vistazo por encima de la segunda lnea de dunas, seor
Durand.
Ante las lentes desfilaron interminables filas de altas crestas de
arena roja. Despus, Price vio dromedarios, una lnea de puntos
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oscuros arrastrndose por el amarillento flanco de una larga duna,
que descendan hacia el mar en interminable procesin.
Seguro que son sus rabes? pregunt.
Desde luego contest Garth, con su voz atronadora. Como
ver, esto no es una carretera principal. Ya he hecho antes otros
tratos con Fouad. Le he prometido doscientas cincuenta libras de oro
al da por cuarenta guerreros montados y doscientos dromedarios
extra. Saba que podra contar con l.
Pero Price haba odo hablar antes de Fouad el Akmet y de su
banda de renegados, compuesta de beduinos harami o salteadores de
caminos, y saba que poco se poda contar con el viejo jeque, excepto
para cortar tantos cuellos como fuese posible en cuanto se
presentase la ocasin.
El lacerante sol condujo bien pronto a los hombres al amparo de las
exiguas sombras. Un silencio opresivo cay de nuevo, y la soledad
vasta y hostil del RubAl Khali la Morada Vaca aneg una vez
ms la pequea goleta con su claridad cegadora e implacable.
Al atardecer del da siguiente, los ms de cuarenta hombres de
Fouad haban desembarcado de la goleta los ltimos embalajes y
cajas, y los haban llevado playa adentro, fuera del alcance de las
olas. Las pilas de cajas, cubiertas de lonas embreadas, se levantaban
dentro del campamento, rodeadas de tiendas y de dromedarios
arrodillados.
Price, que vigilaba aquel depsito con una automtica al cinto,
sonri al pensar en la consternacin que sufriran ciertos crculos
diplomticos si llegasen a saber que la maquinaria agrcola de
aquellos embalajes haba sido utilizada para fines privados.
Mentalmente, pas revista al inventario rindose por lo bajo.
Cincuenta fusiles nuevos Lebel de calibre 315, de cinco tiros,
alcance de 2.400 metros, con una municin de 50.000 cartuchos.
Cuatro ametralladoras francesas Hotchkiss refrigeradas por aire
algo importante a considerar en la guerra en el desierto, tambin
de calibre 315, provistas de trpode, con una municin de 60.000
cartuchos en cargadores metlicos de treinta cartuchos.
Dos caones de montaa Krupp que tenan ms de veinte aos y
que haban estado en servicio en varias guerras balcnicas, y
quinientas granadas del tipo shrapnel de alta potencia explosiva.
Dos morteros de trinchera stokes y cuatrocientas granadas de diez
libras para los mismos.
Cuatro docenas de automticas de calibre 45 con su
correspondiente municin. Diez cajas de granadas de mano.
Quinientas libras de dinamita con mechas y fulminantes.
Y descansando cerca de l, al lado de una pila de bidones de aceite
y gasolina, el arma ms ambiciosa de todas: un carro de combate
ligero de tres toneladas, provisto de dos ametralladores y equipado
con cadenas anchas especialmente designadas para operar en
terreno arenoso.
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Price haba querido llevar, adems, un avin. Pero Jacob Garth se
haba opuesto a la sugerencia sin aducir buenas razones, excepto que
los aterrizajes y despegues seran difciles en el desierto de arena. Por
una vez, Price haba cedido, sin sospechar los motivos de la oposicin
del otro.
Muchas semanas de precauciones y ansiosos esfuerzos, as como
muchos miles de dlares del dinero de Price haban sido pagados
por toda aquella parafernalia de la guerra moderna con que se iba a
equipar a la pequea banda de individuos malencarados que se
llamaban a s mismos la Legin Secreta.
Desde el lugar donde se hallaba, cerca de las cajas cubiertas con
lonas embreadas, Price vio que Jacob Garth se alejaba de la vaca
goleta a bordo de una lancha. Observ con curiosidad que Garth
llevaba consigo a todos los hombres incluso a Joao de Castro, su
sombro y desmirriado capitn picando de viruelas. Cuando la lancha
se acerc a la arena, vio que Garth y De Castro estaban discutiendo;
o ms bien que el menudo eurasitico estaba gritando invectivas
estridentes contra el hombrn, quien pareca ignorarle plcidamente.
Mientras Price se preguntaba por qu no haban dejado a bordo
ninguna guardia, la goleta anclada se estremeci abruptamente. Una
detonacin apagada sali de ella y se propag por el mar en calma.
Price vio elevarse lentamente del puente fragmentos del maderamen,
mientras un humo amarillo comenzaba a brotar de portillas y
escotillas.
Con una lentitud y silencio singulares, la Ins se escor hacia
babor, levant por los aires su negra proa y se sumergi por la popa.
En aquel momento, la voz atronadora de Jacob Garth ahog la
vehemente protesta del rabioso capitn:
No necesitaremos el barco en el desierto. Y no quera que
tentase a nadie con el pensamiento de volver atrs. De Castro,
cuando encontremos el oro, podr comprarse el Majestic, si quiere!
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LA ESPADA AMARILLA
Tres meses antes, Jacob Garth haba abordado a Price Durand en
un bar de Port Said..., un hombre gigantesco, tremendamente
adiposo, con el plido y ojeroso rostro cubierto de una maraa de
barba rojiza. Sus ropas, antao blancas, estaban sucias y empapadas
de sudor; el salacot con que se tocaba estaba echado hacia atrs,
deformado y embebido de sudor.
El hombre posea una fuerza sorprendente. En sus ojos azul plido,
profundamente hundidos, haba algo duro y fro, un extrao centelleo
de voluntad y podero. Su mano, grande y ancha, no era blanca como
Price haba esperado; su apretn era aplastante.
Durand, no es as? haba dicho a Price, a guisa de saludo, con
su profunda voz de ricas sonoridades. Sus plidos ojos estudiaron con
inters el robusto cuerpo, de ms de seis pies y dos pulgadas, y la
rojiza cabellera de Price; sus fros y penetrantes ojos se encontraron
con los de Price, azul oscuro y de mirada tranquila.
Price le estudi a su vez, encontrando algo que pic su curiosidad.
Asinti con la cabeza.
Podra decirse que usted es un soldado de fortuna?
Quiz admiti Price. He cultivado cierta aficin a las cosas
excitantes.
Tengo algo que podra interesarle.
S? Price pas a la expectativa.
Ha odo lo que se cuenta de Anz en el desierto? No me refiero a
la ciudad de Anz, en Arabia del Norte, sino a la Anz del Oasis Perdido,
al otro lado de la cordillera de Jebel Harb.
S, conozco las leyendas rabes que se refieren a Mahainma y a
otras ciudades perdidas del desierto central. Unas nuevas Mil y una
noches.
No, Durand Garth baj su melosa voz. Las historias que los
beduinos cuentan de Anz, por fantsticas que sean, se basan en
hechos autnticos. Lo mismo pasa con la mayor parte de los cuentos
folklricos. Incluso las Mil y una noches que usted menciona tienen
un ncleo de autenticidad. Pero poseo algo ms que datos de odas.
Si tiene la amabilidad de acompaarme a mi goleta, le dar los
detalles. La Ins..., en la drsena exterior, cerca del rompeolas.
Por qu no aqu? Price seal hacia una mesa que estaba en
un rincn.
Hay ciertos artculos que quiero ensearle, a modo de evidencias.
Y... bueno, no me gustara que nos oyesen.
Price haba odo hablar de la reputacin de la Ins y de su siniestro
patrn, oriundo de Macao..., y siempre mal. Toda empresa en la que
estuviesen implicados supona una aventura un tanto dudosa. Pero en
su actual condicin, inquieto y cansado del mundo, aquello no le
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molestaba. As que asinti con la cabeza a la propuesta del
hombretn.
Joao de Castro recibi a Price a bordo con una sonrisa torva en su
atezado rostro, tan rodo por la viruela que careca de barba. Los
oscuros y oblicuos ojos del menudo eurasitico miraron fugazmente a
Jacob Garth, y Price capt una pregunta furtiva en ellos. El hombre
grande pas antes que l, un tanto bruscamente, y le mostr el
camino hacia una srdida cabina, en el centro del navo.
Cerrando la puerta tras de s, se volvi a mirar a Price con ojos
plidos y duros.
Est claro que no contar nada de esto, a no ser que acepte mi
proposicin.
Muy bien.
Estudi nuevamente a Price y asinti con la cabeza.
Confo en usted.
Invit a Price a sentarse mientras dispona una botella de whisky y
dos vasos encima de la mesa de la cabina. Price rehus la bebida, y
bruscamente Jacob Garth dijo:
Supongamos que me dice lo que sabe de Anz..., la Ciudad
Perdida de Anz.
Bueno, pues no sera nada ms que la historia de siempre. Que
antao el desierto interior era frtil o, al menos, habitable. Que
estaba gobernado por una gran ciudad llamada Anz. Que los
desiertos, al irse extendiendo, aislaron la ciudad del resto del mundo,
har ahora unos mil aos. Esto es exactamente lo lgico,
considerando la imaginacin de los rabes y el hecho de que Arabia
del Sur es la mayor zona deshabitada del planeta, adems de las
regiones polares.
Jacob Garth habl lentamente, a su manera, sin nfasis:
Durand, esa leyenda, tal y como usted la ha esbozado, es
verdadera. Anz existe. An est habitada... o, al menos, lo est el
antiguo oasis. Y es la ciudad ms rica del mundo. Botn para un
ejrcito.
Ya he odo a muchos hombres decir cosas como sa observ
Price. Me ha comprendido?
Juzgue la evidencia por usted mismo. He explorado los lmites del
RubAl Khali durante doce aos... desde la guerra. He vivido con los
beduinos y escuchado mil leyendas. Pero la mayor parte de ellas
resultaron ser versiones simplemente distorsionadas de la leyenda de
Anz. Y, Durand, he llegado hasta la cordillera de Jebel Harb.
Aquella declaracin increment la estima que Price senta por
aquel hombre. Saba que aquellas montaas eran consideradas tan
mticas como la propia Ciudad Perdida. Si Jacob Garth las haba visto,
deba de ser algo ms que la abultada masa de carne que pareca.
Dispona de cinco hombres prosigui. Llevbamos fusiles.
Pero no pudimos franquear el paso de Jebel Harb. Esas montaas
estaban guardadas! Me imagino que los habitantes de Anz saben ms
del mundo exterior que nosotros de ellos. Y no deben de estar
ansiosos por reanudar los contactos.
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Tenamos fusiles. Pero ellos nos atacaron con armas que... bueno,
los detalles son ms bien difciles de creer. Pero los cinco que me
acompaaban eran hombres valientes, por lo que regres solo,
aunque no con las manos vacas. sta es la evidencia de que le
hablaba.
Movindose con una especie de agilidad felina a pesar de su gran
tamao, Jacob Garth abri un armario y entreg a Price un rollo de
pergamino..., una larga y estrecha banda de piel curtida, seca y
quebradiza, cuya escritura apareca medio borrada por el paso de los
siglos.
Una pizca desvado, pero an legible dijo Garth. Lee el
espaol?
En cierta manera. Espaol moderno.
Esto est en un castellano excelente.
Price lo cogi con dedos impacientes, desenrollndolo
cuidadosamente, y estudi los antiguos caracteres.
Estaba fechado en Mayo del ao 1519.
El manuscrito era una breve autobiografa de un tal Fernando Jess
de la Quadra y Vargas. Nacido en Sevilla hacia 1480, se haba visto
obligado a huir a Portugal a los veintids aos, a causa de unas
circunstancias que no detallaba.
Tras ingresar en la armada del rey Manuel, fue miembro de la
expedicin portuguesa al mando de Alfonso de Albuquerque que, en
1508, conquist la costa este de Arabia. Una vez en ella, y al hallarse
implicado por segunda vez en un asunto que no describa, desert de
Albuquerque, siendo inmediatamente capturado por los rabes y
reducido a esclavitud.
Despus de algunos aos, tras escapar de sus captores y no
atrevindose a regresar a los asentamientos portugueses, decidi
cruzar Arabia a lomos de un dromedario que haba robado, con
direccin hacia su Espaa natal.
As deca el pergamino:
Grandes dificultades me aguardaban a causa de la falta de agua, en
medio de un pas pagano donde el Dios verdadero es tan desconocido
como el profeta del infiel. Durante muchas semanas slo dispuse para
beber de la leche de mi dromedaria, que se alimentaba de los espinos del
cruel desierto.
No tard en llegar a una regin de clidas arenas, donde la dromedaria
muri por falta de agua y alimento. Yo prosegu a pie y, por la gracia de la
Virgen Mara, llegu al Pas Dorado.
Pude confortarme en una ciudad que se encontraba cerca de un
palmar. Encontr a las gentes que dicen llamarse los Beni Anz sumidas
en la ms infernal de las idolatras. Adoran a seres de oro vivientes que
se aparecen por la montaa prxima a la ciudad y que moran en una
casa de oro en el corazn de dicha montaa.
Aquellos seres, la Gente Dorada, me llevaron cautivo a la montaa,
donde vi sus dolos, que son un tigre y una gran serpiente; y entrambos
estn vivos y se mueven, aunque sean de oro amarillo. Un hombre de
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oro, que es el Sacerdote de la Serpiente, me interrog y despus me
arranc la lengua, haciendo de m su esclavo.
Durante tres aos trabaj en la montaa y, por la gracia de Dios, mat
a mi guardin con su propia espada de oro que llevo conmigo. Una vez
ms, con un dromedario que me vino de la bondad de la Virgen, me dirig
hacia el mar, a lo largo de una ruta que se halla jalonada de calaveras
humanas.
De nuevo fui perseguido por la sed y por el maligno poder de los dioses
de oro. El dromedario ha muerto y yo me encuentro tullido; de suerte que
jams podr abandonar estas montaas, en las que he encontrado una
fuente. Morir en esta caverna, pero no sin antes rezar para que la
venganza de Dios se abata cuanto antes sobre el Pas Dorado,
purgndolo de su idolatra y maldad.
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Jack Williamson
S, es oro admiti Price. Era algo imposible de negar... lo mismo
que el hecho de que fuese ms duro que todo el oro que haba visto a
lo largo de su vida. Y el rub es genuino.
Est convencido? pregunt Garth.
Convencido de que usted tiene algo fuera de lo corriente... El
manuscrito era bastante fantstico en algunos pasajes. Pero... cul
es su proposicin?
Estoy organizando otra expedicin. Voy a reunir una fuerza lo
suficientemente fuerte para romper las lneas de defensa que
guardan el desfiladero, y desde luego para aplastar cualquier
resistencia que pueda ofrecer la gente de Anz. Un pequeo ejrcito, si
quiere llamarlo as.
La Arabia Central jams fue conquistada..., a pesar de que en los
ltimos cincuenta siglos muchas fueron las naciones que lo
intentaron.
No ser fcil record Garth. Pero la recompensa ser
incalculable. Recuerde lo que el espaol deca de la casa de oro.
Conozco el desierto; usted tambin. No somos unos novatos.
Y su proposicin?
Necesito unos 140.000 dlares americanos para acabar de
equipar a la expedicin. S que usted se halla en disposicin de
adelantar esa suma.
Es posible. Y qu tendra a cambio?
Sera el segundo en el mando... Yo soy el jefe, desde luego, y De
Castro el tercero. La mitad del botn se repartira entre los hombres.
El resto lo dividiramos en doce partes, de las que cinco seran para
m, cuatro para usted y tres para De Castro.
El dinero en s mismo no significaba nada para Price. Su propia
fortuna, que no se haba preocupado de incrementar, se aproximaba
a cuatro millones de dlares. Pero, a los treinta y un aos, se senta
como un vagabundo, aburrido de la vida, atormentado por un tedio
mortal, impulsado por vagos e inciertos deseos que no comprenda.
Durante una dcada haba errado sin tregua ni propsito a travs del
Oriente de los trpicos, buscando... algo, aunque sin saber qu.
El sombro y hostil misterio del rido desierto de arena, enmarcado
de montaas, el RubAl Khali la Morada Vaca, que incluso los
propios beduinos temen y evitan, supona para l un oscuro desafo.
Haba aprendido el rabe; conoca algo de la vida en el desierto;
haba visto las mrgenes del desierto an por conquistar.
El seuelo del tesoro no le atraa. La promesa de la accin, s. La
lucha contra la ms cruel de las naturalezas. La batalla si es que la
historia de Garth resultaba cierta contra los extraos poderes que
reinaban en el Desierto Central.
La aventura le atraa como si se tratase de una competicin
deportiva, como algo difcil y arriesgado, que todava no haba
conseguido ningn hombre. Y el oro del que hablaba Garth no tena
ms valor que un trofeo.
Price se haba apasionado de repente, y se senta ms interesado y
lleno de entusiasmo que lo que haba estado desde haca varios
meses. La decisin le lleg instantneamente. Pero algo en su interior
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se rebelaba ante la idea de tener que ocupar el segundo lugar en
cualquier cosa, de tener que recibir rdenes de otro.
Debo estar al mando dijo. Y podemos hacer partes iguales:
cuatro y media para cada uno de los dos.
Plidos y duros, los ojos de Jacob Garth escrutaron el rostro de
Price. Su profunda voz son casi con clera:
Ya oy mi proposicin y aadi: No vaya a pensar que
encierra deshonestidad alguna. Usted mismo puede administrar el
dinero. Creo que comprender que no me arriesgara a penetrar en el
RubAl Khali si no creyera en lo que hago.
Si no soy el jefe replic Price, sosegadamente, no puedo
aceptarla.
Finalmente, Garth acab por rendirse.
De acuerdo. Usted tomar el mando y haremos partes iguales.
Durante dos meses, la Ins se desliz furtivamente por los puertos
de Europa Oriental y de Levante, mientras Price y Jacob Garth
reunan, gracias a las tortuosas negociaciones que siempre requieren
tales empresas, el cargamento reseado en las declaraciones como
maquinaria agrcola, y la veintena de hombres que se llamaban a s
mismos la Legin Secreta.
Una vez realizadas las transacciones y con el cargamento a bordo,
la goleta franque el canal de Suez y baj hasta el mar rojo,
dirigindose al Este, contorneando la costa de Arabia, hasta el lugar
que Jacob Garth haba fijado como punto de encuentro con sus
dudosos aliados rabes.
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LA RUTA DE LAS CALAVERAS
El jeque Fouad al Akmet pareci dolorosamente sorprendido al
enterarse de que deba acompaar a una expedicin hasta el corazn
prohibido del RubAl Khali. Jacob Garth, al parecer, haba comprado
sus servicios con la promesa de doscientas cincuenta libras de oro al
da, y de un rico botn, sin especificar adnde haba que ir a
conseguirlo.
Salaam aleikum! exclam, empleando la antigua frmula del
saludo en el desierto, que sirve para desear la paz, cuando Price
Durand y Jacob Garth entraron en su negra tienda, la noche que
sigui al hundimiento de la Ins.
Aleikum salaam! le respondi Price, pensando al mismo
tiempo que el piadoso saludo del viejo beduino tendra poco
significado, llegado el momento de tener una posibilidad de atacar a
sus aliados farengi, o sea, ellos.
Price y Garth se sentaron sobre las gastadas alfombras dispersas
sobre la arena y tiradas encima de las sillas de montar dromedarios.
Fouad se sent enfrente de ellos, acompaado de una docena de los
renegados que eran sus secuaces, sentados en cuclillas, formando un
semicrculo. Uno de los rabes trajo un recipiente de cobre, del que
sirvi un caf espeso y viscoso, sin azcar, en una nica y minscula
copa, que fue pasando de mano en mano.
Price se humedeci los labios en el caf, retrasando la apertura de
las negociaciones; el rostro plido e inexpresivo de Garth era
inescrutable. La chispa de la curiosidad ardi ms fuerte en los
huidizos y negros ojos de Fouad, hasta que, finalmente, fue incapaz
de contenerse.
Saldremos enseguida? pregunt.
Seguro asinti Price. Pronto.
Incursiones contra el pueblo de El Murra? sugiri el viejo jeque
. Tienen muchos dromedarios, de la magnfica raza Unamiya le
brillaban los ojos. O, quiz vayamos a guerrear contra los farengi?
La mano de Jacob Garth descans en la funda de piel que llevaba al
cinto. Lentamente, desenvain la espada dorada y la empu.
Qu piensas de esto? pregunt en un rabe tan fluido como el
de Price.
Fouad al Akmet se levant, echndose hacia delante, con el brillo
de la hoja dorada reflejndose en sus ojos.
Oro? pregunt. Despus, al observar el motivo serpentiforme
de la empuadura de la espada y el gran rub que se encontraba
entre los colmillos de la serpiente, retrocedi sbitamente, con una
exclamacin ahogada: Bismillah!
S, es oro ratific Garth.
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Esa cosa est maldita! exclam. Proviene del Pas
Prohibido!
Entonces, quiz sepas por dnde cae la Ruta de las Calaveras
pregunt Garth, imprimiendo un tono monocorde y lento a su sonora
voz. Quiz hayas odo hablar de los tesoros que se encuentran al
final de esa ruta, ms all de Jebel Harb.
No, por Al! exclam el viejo beduino, con tanta vehemencia
que Price supo que menta.
En ese caso, yo te mostrar el camino dijo Garth, pues vamos
a saquear esa tierra hasta que no quede nada en ella.
Al lo prohbe!
El jeque hurgaba nerviosamente con uno de sus dedos en su
escasa y rojiza barba; el miedo se lea en sus ojos.
Cada uno de sus dromedarios estar cargado de oro! predijo
Garth.
Al creyente le est prohibido sobrepasar Jebel Harb exclam el
jeque con un fervor religioso poco habitual en l, acariciando el hijah
que llevaba suspendido al cuello. Ms all hay una tierra de extraa
maldad; Al y sus profetas son desconocidos en ella.
Entonces... por qu no emprender una jihad, una guerra santa?
coment Price maliciosamente.
Un susurro nervioso recorri la lnea de hombres sentados en
cuclillas. Price oy que hablaban de yinns e ifrits.
Qu es lo que hay que temer al otro lado de las montaas?
pregunt.
No lo s contest el jeque. Pero los hombres hablan en voz
baja de las cosas extraas que hay en la Morada Vaca.
Y qu son esas cosas extraas? insisti Price.
Por supuesto que yo no creo en ellas dijo Fouad, renegando a
regaadientes de su supersticin. Pero los hombres dicen que ms
all de Jebel Harb hay una gran ciudad, que ya era antigua cuando
lleg el Profeta. Sus pobladores, aunque rabes, no son creyentes,
sino que veneran a una serpiente dorada, y no son gobernados por
hombres, sino por unos diablicos yinns amarillos de forma humana.
Los yinns amarillos cabalgan montados en un tigre enorme, para
cazar a los que cruzan las montaas, y usan sus crneos para jalonar
el camino que sus diablicas caravanas siguen para llegar hasta el
mar. Y viven en un castillo de oro resplandeciente, que se levanta en
una montaa negra, llamada Hajar Jehannum.
Eso es lo que se cuenta en el desierto, pero, desde luego, yo no
creo en ello insisti nuevamente Fouad, cuando ya era evidente
todo lo contrario.
Ahora veo coment Price, en un aparte a Garth, al or hablar de
la Roca del Infierno, que era la traduccin de Hajar Jehannum de
donde sac nuestro viejo amigo espaol el material para su fantstico
diario.
He visto cosas extraas en el Jebel Harb dijo el otro. La
historia de Fouad es ms verdica de lo que usted se imagina. Nada
de cuestiones sobrenaturales, se comprende. La ciencia moderna
naci en esta parte del mundo, cuando Europa estaba sumida en la
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Sangre dorada
Jack Williamson
barbarie. Mi teora es que tendremos que vrnoslas con un ejemplo
de la civilizacin rabe preislmica, asentada en un oasis perdido.
Price se volvi hacia Fouad el Akmet, quien se haba vuelto a
sentar encima de su tapiz y miraba fascinado el yatagn de oro.
Estbamos hablando de la malignidad de la Morada Vaca
explic en rabe. Nuestros aliados no tienen nada que temer, ya
que traemos con nosotros las armas de los farengi. Incluso si ms all
de las Montaas Prohibidas hubiese esas cosas de las que habla la
gente, podramos destruirlas.
Maana os mostraremos nuestras armas aadi, afablemente,
Garth.
l y Price se levantaron y regresaron a sus respectivas tiendas,
dejando al viejo jeque murmurando, presa de incertidumbre,
obviamente indeciso, a causa del miedo a los inciertos terrores del
desierto y a la avidez que despertaban en l sus tesoros, igual de
inciertos.
Al atardecer del da siguiente, cuando el aire haba vuelto a ser
relativamente fresco, Price cabalg sobre un dromedario prestado, al
lado del viejo beduino y de un grupo de sus hombres, hasta una duna
desde la que se dominaba el campamento. Jacob Garth se haba
quedado detrs, para oficiar de director de ceremonias.
Tenis fusiles dijo Price, indicando las armas de avancarga que
llevaban los rabes. Pero, son como sos?
Movi un brazo, y las cuatro ametralladoras Hotchkiss, montadas
en sus trpodes, entonaron un staccato, mientras su granizada de
balas levantaba nubecillas de arena a lo largo de la playa.
Vuestros fusiles son rpidos admiti Fouad, pero, qu ms
les da a los yinns vuestros fusiles?
Tenemos grandes caones y Price agit nuevamente el brazo.
Los morteros Stokes y el par de viejos caones de montaa
dispararon al tiempo. El estruendo de las detonaciones y el silbido de
los fragmentos de las granadas, as como los agujeros que abran en
la dctil arena, resultaban impresionantes, incluso para Price. Los
ms precavidos de los hombres de Fouad hicieron retroceder a sus
dromedarios al amparo de la duna.
Y ahora nuestro carro de la muerte! exclam Price, haciendo
una nueva seal.
El tanque, que los rabes an no haban visto en movimiento,
cobr vida con un rugido y comenz a escalar la pendiente de la
duna, como si fuera un monstruo antediluviano gris, rechinando y
crujiendo, entre el feroz tableteo de sus ametralladoras. Durante un
momento, los espantados rabes se quedaron en el sitio; despus,
como un solo hombre, lanzaron sus dromedarios a una apresurada
fuga.
Lamento fueron las palabras con que les salud Garth a su
vergonzoso regreso al campamento que no os hayis quedado para
ver el resto de nuestras armas.
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Sangre dorada
Jack Williamson
Los dromedarios se asustaron explic Fouad, y no pudimos
dominarlos.
Lo mismo que les pasar a los que montan guardia en el desierto
dijo Price. Seguiremos maana la Ruta de las Calaveras?
El viejo jeque dud mientras segua rezongando para su capote.
Pagarais el oro prometido, aunque no encontrramos el tesoro?
pregunt finalmente a Garth.
S le asegur ste.
Price estaba dispuesto. Dio una orden, y cuatro hombres salieron
del campamento, vacilando por el peso de una gran caja de madera
de teca. Silenciosamente, la depositaron en la arena enfrente de
Price. ste, deliberadamente, sac la llave, abri la cerradura y
mantuvo levantada su tapa para exhibir el esplendor de los
relucientes soberanos de oro.
Dos hombres hubieran bastado para llevar la caja con facilidad;
pero su interior contena cinco mil libras esterlinas en oro, lo que
vena a suponer otro adelanto, salido del bolsillo de Price. Ech la
tapa hacia atrs, para que los rabes devorasen el contenido con sus
vidos ojos.
Por cada da os pagaremos lo que ahora os entregamos cont
doscientas cincuenta monedas que dispuso en varios montones y
dej que Fouad las palpase con sus temblorosas manos. Nos
llevaremos el tesoro aadi al carro de la muerte, y os lo
pagaremos todo junto cuando hayamos regresado al mar.
El viejo jeque regate, insistiendo en que se les pagase a diario.
Pero Price se mantuvo en sus trece, y aquella noche, en la ronda del
caf, Fouad se dio por vencido.
Wallah, effendi. Maana emprenderemos el viaje, y que Al se
apiade de nosotros.
Al da siguiente, de madrugada, una curiosa procesin abandonaba
el lugar donde haban desembarcado. El jeque Fouad el Akmet abra
la marcha, montado en su magnfico hejin blanco, o dromedario de
carreras. Era un hombre alto, de barba rala y nariz aguilea, con un
destello de depredador en la mirada que no desmenta su reputacin
de indeseable.
Tras l iban los dromedarios que llevaban la impedimenta,
cargados de cajas etiquetadas como palas, motocultores o
maquinaria agrcola.
Los rabes cabalgaban entre la impedimenta; la mayor parte eran
hombres delgados, como si hubiesen sido desecados y curtidos por el
sol del desierto, de rostro sombro y severo, labios delgados y
curvados y ojos penetrantes. Como Fouad, llevaban en la cabeza unos
flotantes kafiyehs de tela blanca y cubran su cuerpo con vestiduras
negras ms gruesas, abbas, de pelo de dromedario.
La mayor parte de los blancos iba en la retaguardia, pues, a
excepcin de Price y de Jacob Garth, no estaban acostumbrados a
montar en dromedario y continuamente se quejaban de que sus
monturas se encabritaban y los zarandeaban.
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Sangre dorada
Jack Williamson
El tanque cerraba la marcha, despidiendo un rugido de motores y
una vaharada de gasolina quemada. Los dromedarios se asustaban
de l... y los rabes le miraban como dudando que perteneciese a la
caravana. Avivara la incierta lealtad de Fouad pensaba Price,
especialmente si el oro iba en l.
Se haban levantado antes del amanecer, para cargar los
quejumbrosos dromedarios y desayunarse a toda prisa: los rabes,
dtiles y galletas medio cocidas; y los dems, bacon, caf y galletas
de municin.
Price se haba situado cerca de la cabeza de la larga hilera de
bestias de carga que comenzaba a escalar la primera lnea de dunas,
alejndose del mar y adentrndose en el corazn de gran deserto
desconocido, la Morada Vaca, en pos de una aventura
desesperada.
Todo aquello era lo que constitua el fuerte vino de la vida: la
tonificante y fresca brisa de la aurora; la gloria del amanecer
escarlata, encantando al desierto con el misterio de su prpura; la
marcha firme y alerta del bello animal que cabalgaba; los gritos de los
hombres... incluso los malhumorados gruidos de los dromedarios.
La caravana de una extraa aventura! Ante l flotaban visiones
vagas y prometedoras. Vea el Pas Dorado del manuscrito del
espaol, la Ciudad Perdida de Anz, al otro lado de las Montaas
Prohibidas. La desilusin y el aburrimiento se alejaron de l. Se senta
joven, libre y poderoso. Y supo que no haba vivido en vano, pues an
le quedaban por hacer portentosas hazaas.
Pero aquel breve arrebato fue extinguindose a medida que el sol
fue subiendo por el horizonte. La ilimitada extensin de las dunas en
forma de media luna, de tonos rojo oscuro y amarillo, oscilaba y
temblaba a causa del calor, irreal. El aire se fue haciendo cada vez
ms bochornoso, casi irrespirable, cargado de polvo alcalino del
camino, que formaba sofocantes nubes de color azafrn.
El sudor baaba su cuerpo y el polvo abrasivo se adhera a l. No
tard en sentirse sucio y miserable. Los ojos, irritados por el polvo, le
dolan a causa de la intensidad de la luz en la arena y difundindose
por todo el trrido horizonte.
Aunque el aire reseco le quemaba la garganta, se negaba a utilizar
el agua de su cantimplora porque Jacob Garth haba dicho que el
primer pozo estaba a tres das. La silla comenzaba a producirle
escozor. Los labios le sangraban en aquellos puntos donde el sol y el
polvo alcalino los haban agrietado.
Pero, a pesar de todo aquello, el extrao impulso que haba sentido
no muri del todo. Cada vez que alcanzaba la cresta de una nueva
duna conoca la feroz alegra de la conquista.
Cuando acababan justamente de perder de vista el mar al otro lado
de la virgen extensin ondulante de arena, el viejo Fouad llam la
atencin de Price al indicarle, no sin cierta aprensin, un objeto
menudo y blanco que relucan ante ellos, en medio de aquella aridez
rojiza.
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Sangre dorada
Jack Williamson
A regaadientes, el viejo beduino dirigi su dromedario hacia el
objeto. Cuando estaban ms cerca, Price vio que se trataba de un
crneo humano blanqueado por el sol, colocado en el extremo de un
alto poste hincado profundamente en el suelo. Al llegar a l poda
percibirse otro a simple vista, quiz una milla delante.
Quin lo habr puesto aqu? pregunt Price al jeque, movido
por la curiosidad.
Cmo voy a saberlo? contesto Fouad, nervioso. Los hombres
dicen que los yinns del Pas Maldito dejan aqu las calaveras de los
hombres que han atrado a la perdicin. Quiz sealen la ruta hacia
Iblis.
Price cabalg hacia el poste. Su dromedario se mantuvo apartado
del objeto poco familiar; desmont y se acerc a l a pie. El poste, de
unas tres pulgadas de dimetro, era de una oscura madera rojiza,
muy dura. Pero, aunque el crneo estaba a unos diez pies por encima
de su propia cabeza, consigui distinguir en l restos de cabello y
cartlagos adheridos a su superficie.
El rabe prosigui su camino, y Price esper a Jacob Garth.
Qu sabe de estas calaveras? le pregunt.
Que forman una lnea ininterrumpida desde aqu hasta el
desfiladero de Jebel Harb, donde encontr los huesos del espaol.
Presumiblemente, conducen a Anz... No consegu llegar ms all de
las montaas. Por lo menos debe de llevar unos cuatrocientos aos,
ya que De la Quadra y Vargas los menciona en su manuscrito.
Este crneo no tiene cuatro siglos! protest Price. Mrelo!
Es evidente que no. Ha debido de ocupar el puesto de otro ms
viejo.
Pero quin se ha preocupado de cambiarlo?
Creo que ya le he dicho que, segn mi opinin, los habitantes del
Pas Prohibido sabes ms del mundo de fuera que lo que este ltimo
sabe de ellos. Supongo que querran mantener el trazado de la ruta
que conduce hasta el mar.
Pero por qu usan como balizas calaveras humanas?
Porque resultan duraderas y son fciles de ver, supongo...
adems de baratas.
A lo largo de aquel da, Price recorri la lnea de la caravana varias
veces, para hablar con los hombres. La mayor parte de ellos no
saban nada de dromedarios. Desconfiaban de aquellos animales que
no les resultaban familiares y estaban despellejados y doloridos por
las vacilantes sillas de montar. Se quejaban de la falta de agua y del
calor y de la cegadora llama del incandescente cielo.
Cuando la temperatura del da era ms elevada, se detenan y
dejaban que los dromedarios se arrodillasen sobre la desnuda y
ardiente arena para descansar. Por la tarde, se ponan nuevamente
en marcha, hasta que estaba tan oscuro que no podan encontrar las
calaveras por las que se guiaban.
El da siguiente fue parecido, lo mismo que el que le sucedi.
A la maana del cuarto da llegaron a una estrecha llanura de
grava, una sombra cicatriz que surcaba las dunas de arena roja. All
encontraron un pozo... de forma cuadrada, a cielo abierto, del que
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Sangre dorada
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extrajeron agua para beber ellos y los animales, con ayuda de cubos
de cuero y cuerdas de pelo de dromedario. Un agua cenagosa,
amarga, salobre, casi no potable.
Poco antes de la tarde, cuando el ltimo de los dromedarios se
haba saciado y no quedaba ningn odre por llenar, se reanud la
marcha, con el chirriante tanque a la retaguardia, hacia otra nueva
zona de fina arena roja.
Otras dos noches ms acamparon entre dunas. A la maana del
sexto da de haber abandonado la costa, volvieron a encontrar grava
dura, que rodaba bajo sus pasos y que se extenda hasta una lgubre
y escarpada muralla de ridas montaas.
El Jebel Harb coment Jacob Garth a Price, donde antao tuve
que detenerme. Tendremos problemas antes de cruzarlo... y no s lo
que encontraremos despus.
En la difana atmsfera del desierto, las montaas parecan muy
cercanas. Las salientes empalizadas de granito negro surcadas de
speras gargantas y hostiles y marcados salientes, rabiosamente
coronados con diferentes capas de arenisca roja y pinculos de piedra
caliza, brillaban con un color leproso. Una muralla de muerte
ribeteada de basalto. Los desnudos y torturados farallones y picos
parecan tan callados y repulsivos como huesos blanqueados. En los
caones ceidos por tan impresionantes escarpaduras no se vea ni
rastro de verdor. La sombra y cruel escarpadura segua
ininterrumpida por todo el horizonte, una siniestra barrera que
defenda el Pas Maldito.
El desierto es engaoso. Aquella barrera pareca muy cercana,
pero, cuando iba a terminar el da y a empezar el crepsculo, la
caravana todava se encontraba en las gravosas laderas desprovistas
de agua e, incluso, de los usuales setos dispersos de acacias enanas y
de raquticos tamariscos.
Sin lugar a dudas, Fouad era un individuo aprensivo. Abandonando
su puesto habitual al frente de la caravana, se dirigi hacia la
retaguardia para acercarse a Price y a Jacob Garth. Sin l para
guiarlos, sus hombres se detuvieron, echando miradas de miedo no
disimulado a las siniestras e impresionantes escarpaduras de granito.
Sidi comenz a decir el jeque, quien a causa de su nerviosismo
se haba vuelto nuevamente ms respetuoso, Al nos prohbe ir
ms lejos. Ante nosotros se encuentran las montaas de la Tierra
Maldita, que Al entreg a las potencias del mal. Al otro lado nos
esperan los yinns, para poner nuestras cabezas en el extremo de sus
postes.
Bobadas! dijo Price. Acaso no viste las armas de los
farengi?
Fouad rezong para sus adentros y, astutamente, pidi que le
pagaran los siete das que se le deban, para distribuir el oro entre sus
recelosos hombres y as darles nimos.
Eso slo los animara a desertar contest Price, con dureza.
Ni una moneda hasta que no hayamos regresado de nuevo al mar!
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Sangre dorada
Jack Williamson
En las montaas hay agua dijo la voz resonante de Garth. Ya
sabes que la necesitamos.
Bisshai asinti Fouad. Los odres estn vacos y los
dromedarios sedientos. Pero incluso as...
En marcha zanj Price.
Y as, finalmente, el viejo beduino regres gruendo a la cabeza de
la columna. Poco antes del crepsculo ya haban cubierto la mitad de
la distancia que al principio los separaba del elevado desfiladero que
se encontraba ante ellos, entre las impresionantes y resquebrajadas
masas de granito negro, rematadas con bandas de fuertes tonos
rojizos y de blancos rabiosos.
Cuando el sol ya se haba puesto, observaron el primer fenmeno
inusual que preludiaba el fututo conflicto con los poderes
desconocidos del Pas Prohibido.
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Sangre dorada
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4
EL TIGRE EN EL CIELO
Una vez ms, Price aguijaba a su cansado dromedario hacia la
cabeza de la caravana para cabalgar al lado del viejo Fouad y
mantener viva la valenta del beduino. Jacob Garth se haba quedado
atrs, con el resto de los hombres. Como de ordinario, los
dromedarios avanzaban en fila india; entre la cabeza y el tanque que
cerraba la marcha, chirriando y traqueando sobre la pista de dura
grava, haba una milla de distancia.
Pero apenas a pocas millas de la cabeza de la caravana, los
colosales y escarpados precipicios de granito negro se precipitaban
hacia lo alto, para formar dos torres gemelas blanquirrojas de
arenisca y piedra caliza que guardaban siniestramente el desfiladero.
Ya Allah! grit extemporneamente el rabe renegado, presa
de terror. S misericordioso!
Entonces sac de su oscuro abba un brazo enflaquecido, que no
paraba de temblar, y seal con l algo que estaba encima del
desfiladero.
Al mirar hacia arriba, Price divis algo extrao en el cielo, al otro
lado de la boca del abismo, sobre las sombras y caticas rocas que
aparecan con tonos encarnados bajo el rojo relumbrn del atardecer.
Unos delgados rayos de luz se elevaban hacia lo alto, formando un
enorme abanico desplegado que se recortaba contra el azul violeta
del cielo oriental. Delgados y plidos haces de luz rosa y azafrn, que
parecan ser emitidos por un nico foco, oculto bajo la negra
cordillera.
Price se sinti sobrecogido; haba algo en aquella manifestacin
luminosa que pareca extraamente artificial. Sobreponindose al
miedo del momento, se volvi hacia el tembloroso Fouad, que estaba
todo lo blanco que le permita el color de su piel.
Qu es eso?
El diablico yinn del Pas Maldito que se levanta al otro lado de
las colinas!
No seas absurdo! Slo son los rayos del sol a travs de una
nube, que parecen converger por la distancia. Es un fenmeno
natural...
Rpidamente, Price escrut el cielo en busca de una nube que
pudiese probar su teora, pero la bveda de color ndigo estaba tan
despejada como de ordinario. Dud y prosigui al punto:
Quiz un espejismo. Siempre los vemos por la maana y por la
tarde. A veces son extraos. En cierta ocasin, cuando estaba en el
desierto de Sin, a cientos de millas del mar, vi un barco de vapor. Con
las chimeneas, el humo y todo lo dems. Incluso distingu los botes
salvavidas colgados de sus costados. Simple reflexin y refraccin de
la luz en la atmsfera...
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Sangre dorada
Jack Williamson
Bismillah wa Allahu akbar! gema el viejo jeque, demasiado
abrumado para escucharle.
Entonces Price vio que por encima del abanico de rayos de color
cobraba forma una imagen, como si fuese proyectada en el cielo
desde una colosal linterna mgica. Sin embargo, pareca
curiosamente real, estereoscpica.
Lo que vea no tena sentido. Saba que tena que ser un espejismo,
una grotesca quimera, una ilusin. Podra haberse tratado de una
alucinacin, la simple proyeccin en el cielo de los miedos de los
rabes. Pero l saba que no era eso, pues estaba seguro, sin saber
cmo, de que se trataba de una simple reflexin de algo real.
El tigre del Pas Maldito! gritaba Fouad. La mujer amarilla
del espejismo, cuya fatal belleza atrae a los hombres hacia el
desierto, para morir en l! Y el dios dorado, el rey de los malficos
yinns!
Sbitamente, el viejo beduino levant la aguijada y grit algo a su
montura, que dio media vuelta dispuesta a emprender una rpida
huida.
Haciendo caso omiso a la aparicin del cielo, Price desenfund su
automtica y llam al rabe con voz amenazadora:
Alto! No vas a salir corriendo de aqu. Puedo acabar contigo
antes de que lo hagan todos los ifrits de Arabia.
Fouad farfull y maldijo, pero detuvo su dromedario blanco. Sus
oscuros ojos, dilatados por el miedo, volvieron a mirar hacia el
desfiladero.
Un tigre haba aparecido en el cielo, por encima de los rayos
teidos de rosa y topacio. Tan inmenso como una nube, su imagen
era increblemente vvida y real. Una fiera enjuta y poderosa, de un
tamao descomunal, flotando sobre los abruptos picos. Sus flancos
estaban rayados de brillante y rojizo oro. Amplios msculos se
revelaban en sus slidos miembros. Desde lo alto del cielo miraba
hacia abajo a travs de sus felinos y terribles ojos, reducidos a negras
hendiduras.
Una curiosa silla de madera negra, en forma de caja, haba sido
enjaezada sobre el lomo de tan sobrenatural animal, como el howdah
que llevan los elefantes. En ella haba dos personas.
Una de ellas era hombre, de barba dorada, piel amarilla, vestido
con ropajes rojos y tocado con un casquete carmes. Su rostro, hosco
y cruel, estaba marcado por el sello de un siniestro poder.
Balancendose sobre sus rodillas, llevaba una gran maza erizada de
puntas, de metal amarillo.
La otra era una mujer, vestida de verde, reclinada en una actitud
de voluptuosa calma. Su piel tambin era amarilla; y su largo cabello,
que ondeaba libremente, era de oro rojo. Su delgado cuerpo, ceido
de verde, era esbelto y grcil, y su rostro era de una peligrosa
belleza.
Sus ojos, levemente sesgados, eran de un color entre verde y
marrn, muy parecidos a los del tigre. Sus prpados estaban
oscurecidos, como si en ellos se hubiese aplicado kohl. Sus labios
eran carmeses, sus doradas mejillas tenan un asomo de arrebol, las
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Sangre dorada
Jack Williamson
uas de sus delgados dedos haban recibido el rojo toque de la henna.
La suya era una belleza extica y siniestra.
El furtivo movimiento de Fouad atrajo de nuevo hacia s la atencin
de Price. Vio que toda la caravana se haba detenido. Incluso ya no se
escuchaba el estruendo metlico del tanque. Sinti el electrizante
miedo que recorra la caravana, de hombre en hombre, un miedo que
en cualquier momento poda convertirse en desastroso pnico.
Detente le avis Price, o te mato.
Estaba seguro de que el peligro no era inmediato y saba que los
rabes no desertaran sin su jefe.
Volvi la mirada a la imagen en el cielo, silenciosa y espantosa por
su tamao, infinitamente terrible por su sobrenatural extraeza. Los
astutos y cautelosos ojos del hombre amarillo escrutaban la
caravana. Y a Price le pareci que, al mirar hacia abajo, la mujer le
sonrea, a l.
Pero no era una sonrisa corts, sino ms bien misteriosa,
enigmtica, burlona. Su evasivo desafo suscit en Price un malestar
vago e indefinible; pues, por lo que fuese, aquella extica belleza
despertaba levemente sus deseos.
El rostro ovalado y ureo era adorable y atrayente, aunque
sutilmente malicioso. Los ojos pardo-verdosos hablaban de trridas
pasiones, de ardientes deseos y fulminantes odios, de caprichos que
no refrenaban ni miedos ni leyes. Reflejaban la sabidura de un
antiguo saber que no era completamente inocuo. Posean la osada
que da un poder ilimitado ejercido sin trabas. Miraban a Price,
especulando respecto a l, tantendole...
El hombre de barba dorada se movi. Con ambas manos levant la
dorada maza erizada de pas y la blandi por encima del desfiladero,
con un gesto claramente hostil y amenazador. Sobre su endurecido
rostro se lea la advertencia... y el odio.
La mujer sonri a Price, con un desafo en sus ojos pardos, y desliz
sus finos dedos entre la dorada masa de sus cabellos.
Mira, Howeja! exclam Fouad, casi sin resuello. Nos ordena
que regresemos!
Price no contest. Su mirada segua puesta en el cielo, en los
enigmticos ojos de la mujer, respondiendo al desafo con desafo. Su
mirada era dura. De repente, para evidente sorpresa del viejo rabe,
se ri burln, largamente y sin delicadeza, se ri de la mujer y le dio
la espalda.
Una Lilith moderna, eh? se dijo para sus adentros. Bueno,
vete preparando. Podemos comenzar a jugar cuando quieras.
En ese momento, tan lentamente como haba aparecido, la imagen
se fue difuminando, acabando por desaparecer en el oscuro cielo
amatista. El abanico de sutiles rayos que se ergua sobre el
desfiladero desapareci con ella.
Los negros contrafuertes de cordillera de Jebel Harb parecieron
hostiles al recortarse sobre el cielo oscurecido.
Price permaneci sentado en su dromedario, apuntando con su
automtica a Fouad el Akmet... y comenz a reflexionar sobre lo
sucedido.
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Sangre dorada
Jack Williamson
As que, despus de todo, los seres fantsticos del Pas Maldito no
eran una ficcin. Haba gente viviendo al otro lado de aquellas
montaas, gente que tena la piel del color del oro..., no amarillo
oscuro, como los individuos mongoloides, sino dorado; gente que
haba domesticado al tigre y que eran capaces de gobernar los
extraos poderes de la ciencia.
La aparicin, estaba seguro, haba sido una forma de espejismo.
Record la Fata Morgana, que, en una ocasin, haban contemplado
en el estrecho de Mesina; le vino a la memoria lo que se deca del
extrao fenmeno luminoso que ocurra en las montaas de
Alemania, conocido con el nombre de Espectro de Brocken, y que
consiste en la proyeccin sobre las nubes de unas sombras colosales.
Quiz aquella raza perdida dominaba las leyes del espejismo?
Gobernaba la ilusin?
Si haban sido recibidos con aquel delirio fantstico, entonces...
qu se encontraran al otro lado de las montaas?
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Sangre dorada
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EL SIGNO DE LA SERPIENTE
No olvidis esto dijo Price: Si cualquier hombre decide volver,
le perseguiremos con el carro de la muerte y dejaremos que su
crneo sirva de refugio a los escorpiones.
Fouad el Akmet murmur por lo bajo y se retorci la barba rala con
un dedo. La noche anterior, los rabes se haban negado a seguir, e
incluso protestado por la idea de acampar en aquel lugar. En aquellos
momentos, en la maana del da siguiente, el viejo jeque se opona
en vano a cualquier nuevo avance.
Sidi, bien sabes que la sombra era una advertencia. An
podemos salvar nuestras vidas del rey dorado de los yinns...
Slo si seguimos hacia delante y los vencemos!
En el paso hay agua dijo Garth. Un pozo de agua clara y
dulce. Y t sabes que las aguas amargas del ltimo pozo estn a
varios das de nosotros. Muy pocos de los tuyos conseguiran vivir
para probarlas.
Fouad dud de manera evidente.
Acordaos del carro de la muerte insisti Price. Y el oro que
hay en l ya es vuestro si os quedis.
Wallah! exclam finalmente el beduino, aunque sin gran
entusiasmo. Franquearemos el paso.
Las escabrosas masas de la cordillera del Jebel Harb se dibujaban,
escarpadas y negras, sobre el plido y perlado resplandor del Este,
mientras la caravana progresaba dificultosamente sobre los
deslizantes contrafuertes, prpura oscuro en la aurora.
La larga lnea de dromedarios penetr en el desfiladero, entre
elevadas y ciclpeas paredes de simple granito. El trozo de cielo que
se encontraba ante ellos se convirti en una altsima cortina de llama
escarlata; el desierto, a su espalda, estaba iluminado de tonos pastel,
azafrn y lavanda.
Price cabalgaba al frente, al lado de Fouad, para mantener viva la
incierta llama del valor del viejo. Garth iba detrs, con los hombres; el
tanque, como de ordinario, detrs.
La parte baja del desfiladero era una titnica garganta, una cicatriz
gargantuesca en medio de la roca viva. Sus amenazantes paredes,
que marchaban ms o menos paralelas, parecan cerrarse por arriba
sobre el escarpado suelo, sembrado de cantos rodados. Tanto Price
como el viejo rabe haban tenido la precaucin de tomar un camino
adaptado a las frgiles extremidades de los dromedarios. El sol se
levant hasta tocar los altos riscos con una pincelada de fuego
escarlata, pero el can sigui cubierto de sombras.
Escrutando las estrechas paredes que se encontraban ante l, Price
vio un brillo resplandeciente en la base de una columna de arenisca,
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Sangre dorada
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una milla ms lejos dentro de la garganta. Instintivamente, puso su
dromedario a cubierto tras una gigantesca piedra de granito cada.
El paso est vigilado dijo Fouad. He visto el reflejo de una
espada ms adelante. Tus hombres haran mejor en ponerse a
cubierto.
El viejo rabe gimi.
Price vio que el viejo jeque, inmovilizado por el terror, miraba
fijamente al hombre que cabalgaba justamente tras l.
Se trataba del rabe Mustaf, un joven guerrero que montaba una
dromedaria negra, de cuyo caminar y resistencia estaba
particularmente orgulloso. Desde su abrigo, tras el megalito cado,
Price vio a Mustaf quedarse sbitamente como congelado en una
extraa inmovilidad.
El joven rabe y su dromedaria negra estaban tan rgidos como
estatuas. La dromedaria, en el mismo acto de ir al paso, con una
extremidad adelantada. El hombre, inclinado hacia delante, con una
pregunta muda en su delgado rostro y una mano extendida, como si
quisiese proteger su vista. El oscuro abba y el flotante kafiyeh blanco
estaban tan tiesos como si fuesen de metal fundido.
Ya, Mustaf! exclam con una aullido, el viejo Fouad, presa de
terror.
Un extrao y rpido cambio se oper en la figura inmvil.
Cubriendo a hombre y animal aparecieron unas brillantes nervaduras
blancas. En segundos, una pelcula de escarcha los recubri a los dos.
Aquello pareca una blanca estatua ecuestre, brillando con los reflejos
del hielo.
Mientras contemplaba lo sucedido con estupor e incrdula
admiracin, Price oy unos bruscos crujidos que llegaban de la
estatua. Un soplo de aire, tan fro como una ventisca rtica, azot su
rostro, helando el sudor de su frente.
Entonces lo comprendi! Por supuesto que no haba cado en ello
en el momento en que sucedi, sino ms tarde: Mustaf haba sido
congelado hasta morir! Por algn mtodo extrao, la temperatura de
su cuerpo haba bajado sbitamente muy por debajo de cero. Haca
tanto fro que la escarcha se condensaba en el aire que le rodeaba.
Durante un momento, Price se sinti aturdido por el
descubrimiento, con todo lo que implicaba respecto a futuros
peligros. Despus, una mente y un cuerpo entrenados para
enfrentarse a emergencias insospechadas, respondieron al momento,
casi de manera automtica.
Deprisa! llam a los hombres que estaban tras l.
Resguardaos en la pared, fuera de la vista! e hizo un gesto.
Una veintena de beduinos y unos pocos occidentales haban estado
suficientemente cerca para contemplar la portentosa tragedia.
Cuando las palabras de Price rompieron el encantamiento de terror
que los atenazaba, emprendieron la huida en masa, obligando a sus
dromedarios a correr lo ms deprisa que podan. En vano les grit que
se detuvieran, hasta que desaparecieron en el can.
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Sangre dorada
Jack Williamson
Desmontando rpidamente, se asom por encima de la roca que le
protega y observ cuidadosamente la garganta que se extenda ante
l. No vio moverse nada; el ominoso silencio penda, expectante,
entre las hostiles paredes. Estudi la base del monolito de arenisca,
donde haba visto el furtivo y revelador reflejo que le haba salvado
de correr el mismo destino que Mustaf y estim rpidamente la
distancia.
A continuacin, sin prdida de tiempo, deshizo el camino andado y
encontr a toda la caravana reunida, en completo desorden,
alrededor del tanque, en el mismo lugar donde Jacob Garth haba
conseguido detener a los rabes en fuga. Los gritos de miedo cesaron
en cuanto apareci.
Refrigeracin en ensimo grado explic sucintamente. El
hombre ha sido congelado... instantneamente. El color blanco es
debido al hielo. A lo lejos, en el can, vi el reflejo del aparato que lo
hizo.
Ni el plido y graso rostro de Jacob Garth, ni sus fros y hundidos
ojos revelaron extraeza o miedo.
Nos vieron la ltima noche dijo con voz grave, con aquel...
espejismo. Estn preparados... lo mismo que antes.
Entonces les pagaremos con la misma moneda anunci Price.
Se volvi hacia sus hombres y comenz a darles rdenes precisas:
Mller, coja a su equipo y emplace los Krupp en batera. Apunte a la
base de aquella formacin de arenisca y precis: Alcance cuatro
mil yardas.
A la orden seor!
El pequeo teutn, que haba sido capitn de artillera en el ejrcito
austro-hngaro, salud enrgicamente y corri hacia los dromedarios
de la impedimenta que llevaban los caones de montaa.
Rpidamente, Price orden que las ametralladoras fuesen
desembaladas y situadas en posicin, para cubrir a las viejas piezas
de artillera. Reparti fusiles y automticas y apost francotiradores
para que abatiesen a cualquier enemigo desconocido que pudiese
aparecer.
Cuando las armas fueron desembaladas, envi los dromedarios a la
retaguardia, junto con los rabes que los cuidaban. Los animales
deban ser guardados a toda costa, ya que su prdida supondra la
ruina inevitable.
Jacob Garth esper en silencio a que Price terminase de impartir
sus rdenes, sin que su seboso y blanco rostro mostrase seal alguna
de satisfaccin o desacuerdo.
Vigile a Fouad le dijo Price, en voz baja. Si nos abandona,
llevndose los dromedarios, estamos listos. Me voy al tanque, ya que
desde l podr observar mejor los resultados de nuestro fuego e
indicar las correcciones.
Mientras los pequeos caones de montaa disparaban sus
primeros proyectiles de prueba, Price dio las ltimas instrucciones,
salt al blindaje del tanque y se desliz por la escotilla abierta hasta
el asiento del artillero. Habl rpidamente al flacucho Sam Sorrows,
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Sangre dorada
Jack Williamson
del estado de Kansas, que conduca el vehculo, y ste se puso en
marcha con un rugido.
Avanz por el desfiladero, adelant a la tropa de rabes asustados,
que an no haban desmontado, vigilados por Jacob Garth, y dej
atrs los pequeos caones de montaa que seguan escupiendo
fuego, as como las ametralladoras Hotchkiss y los francotiradores
que las protegan.
Al llegar al megalito cado, cerca del cual Mustaf segua blanco y
tan rgido como una estatua, Price salt del tanque y se arrastr por
el suelo para observar de nuevo la parte superior de las paredes de la
garganta. No haba enemigos a la vista. Divis los estallidos amarillos
de polvo y humo cerca de la base de la columna de arenisca, a
medida que las granadas explotaban, e inform a Sam Sorrows, que
segua en el tanque, de las correcciones necesarias, para que las
comunicara a la dotacin de la batera.
Veinte granadas llegaron silbando, pero el enemigo sigui sin dar la
cara.
Price volvi al ataque.
Dgales que dejen de disparar dijo. Posiblemente, lo nico
que estamos consiguiendo es malgastar municin. Avancemos un
poco, a ver qu podemos ver. No le parece?
Usted es el capitn contest el otro, con una mueca.
Ser arriesgado. No s con lo que nos encontraremos. Quiz
nuestros caones les hayan hecho huir; o quiz estn esperndonos.
La cosa que alcanz a Mustaf...
Sam Sorrows estaba subiendo al tanque.
Para m los riesgos son cosa de rutina, pues de lo contrario ya me
habra vuelto a Kansas coment. Adelante!
Price subi tras l, sonriendo. Aqul s que era un hombre! El
mismo Price jams se esforzaba demasiado por evitar los peligros;
tena una especie de fe fatalista en lo que llamaba la suerte de
Durand. Su filosofa era simple: sigamos el juego, y que las cartas
decidan el destino, kismet, como lo llamaban los rabes. Por eso se
alegraba de haberse encontrado con otro individuo hecho de madera
ms bien dura como l.
Vacilando y haciendo un estruendo metlico, mientras sus cadenas
pasaban por encima de la desnuda roca, el tanque se lanz rugiendo
entre las paredes de granito que se iban estrechando, en direccin al
pilar de arenisca. Y los helados dedos del miedo estrujaron el corazn
de Price: Las granadas se haban quedado cortas!
Algo metlico brillaba a ms de cien yardas al otro lado del
agrupamiento de cortantes y humeantes crteres creados por las
explosiones de las granadas, un artefacto fantstico, compuesto de
rutilante metal y cristal reluciente, rematado por un enorme espejo
con forma de paraboloide elptico, que resplandeca con fulgor
plateado.
Un nico hombre, vestido de azul, estaba inclinado detrs de la
mquina.
Aquel extrasimo mecanismo, como Price bien saba, era el que
haba acabado con Mustaf. El ligero blindaje del tanque sera
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Sangre dorada
Jack Williamson
proteccin suficiente contra el tremendo fro que haba congelado
vivo al rabe en una fraccin de segundo? l pensaba que no.
Se qued entumecido por el miedo ms mortal que jams haba
conocido. Un espasmo helado fue subindole por la espalda. Un sudor
glacial perl su rostro. Tenso por el peligro, se inclin hacia la
ametralladora.
Su spero balbuceo se impuso a la cancin del motor, al mximo
de revoluciones. Pero, movindose de un lado para otro en el tanque
traqueante, que pareca a punto de desarmarse, Price no poda
apuntar. Fragmentos de roca parecan bailar alrededor de la extraa
mquina resplandeciente, pero el anciano vestido de azul que se
esconda tras ella pareca invulnerable.
De repente, una luz violeta destell en el espejo con forma de
paraboloide elptico. Y el aire del interior del tanque se hizo
mortalmente fro. El aliento de Price casi se congel cuando lo
expuls en un involuntario sobresalto de terror.
Con las manos entumecidas, sigui disparando la ametralladora.
Por fin, una de sus rfagas consigui alcanzar la brillante mquina. Un
vvido resplandor de luz prpura la rode, una explosiva erupcin de
llamas que slo dej un montn retorcido de metal fundido y cristal
roto. Proyectado hacia atrs por la onda expansiva, el hombre de azul
cay al suelo y qued inmvil.
Cuando salieron del tanque y fueron a su encuentro, an viva, a
pesar de haber sufrido quemaduras a causa de la explosin y haber
sido alcanzado por las balas. Yaca en sus ropas ensangrentadas, y
mir fijamente a Price con una roja mueca de odio.
De joven haba sido alto. Sus rasgos eran del tipo rabe usual, de
nariz aguilea y labios delgados y crueles. Podra haber sido
confundido con cualquier beduino, ensangrentado y agonizante.
Price se acerc a l. Sus ojos negros se velaron de odio, mientras
susurraba, en un extrao rabe, con las inflexiones de un dialecto
desconocido:
Me muero. Pero sobre ti, intruso, caer la maldicin de la Gente
Dorada. Por Vekyra, por el Tigre y la Serpiente, y por Malikar, el
Maestro... t me seguirs!
Escupi sangre y muri, con un rictus de sangriento horror pintado
en el rostro.
Slo cuando cesaron sus ltimos espasmos, encontr Price el Signo
de la Serpiente... grabado sobre su frente, oculto hasta entonces por
la capucha de su albornoz azul, que era toda su vestimenta. De color
dorado sobre su piel oscura, tena la forma de una serpiente
enroscada. Pareca tatuada o grabada al fuego en la piel, indeleble.
Price la estudi con una especie de extraeza muy prxima al
horror. Qu significaba aquello? Sera el hombre muerto algn
miembro tatuado de algn siniestro culto a la serpiente?
Atravesemos el desfiladero sugiri de improviso Sam Sorrows.
Buena idea. Quiz podra haber ms.
Volvieron a subir al tanque, que estaba revestido de una plateada y
brillante armadura de hielo donde el rayo del mortal fro le haba
tocado. El desfiladero, que hasta entonces se estrechaba, fue
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Sangre dorada
Jack Williamson
ensanchndose, de suerte que fueron a dar a una elevada meseta de
arenisca.
Entonces vieron lo que haba al otro lado de las montaas.
Price haba esperado ver un oasis frtil y habitado, pero la
interminable llanura que se extenda hasta ms all del Jebel Harb,
rielando a travs de una humeante bruma de calor, era una
desolacin lgubre y sin vida.
Dunas de arena roja, tremendamente largas, como inmviles
ocanos de muerte. ridas graveras sombras. Espantosas vetas de
arcilla amarilla. Placas de sal, con un fulgor blanco leproso. Colinas,
de lvidas rocas calcreas y negro basalto, rebajadas por la edad;
esqueletos de antiguas cordilleras.
En efecto, el Pas Maldito! Su vasta extensin oscura no mostraba
un signo de vida. Nada se mova en ella, salvo el incesante y
silencioso temblor del calor, como las olas de un mar fantasma. O,
quiz, cuando soplaba el viento, las rojas y antiguas arenas,
susurrando secretos del pasado inmemorial.
Y la Ruta de las Calaveras atravesaba aquella desolacin. Gracias a
sus prismticos, Price pudo distinguir a lo largo de muchas millas los
blancos destellos de los macabros mojones, adentrndose en la
muerta soledad del Pas Prohibido.
Qu encontraran al final de aquella ruta? Eso, pens, si vivan
para verlo. Los peligros de una ciencia ajena..., el encuentro que
haban tenido en el paso le hacan pensar en ellos. El peligro
augurado por el agitar de la maza del hombre amarillo, en el
espejismo ocurrido sobre las montaas. Y el peligro que Price haba
ledo en los ojos provocativos y pardo-verdosos de la mujer dorada.
Jacob Garth fue a su encuentro, solo y a pie, cuando el tanque
regres trastabillando de la garganta. Una aprensin espantosa haba
cado en el corazn de Price como agua helada, antes de que hablase.
Los plidos ojos de su adiposo y grueso rostro eran ms fros e
inescrutables que nunca; su profunda y suave voz no expresaba ni
inquietud ni reproche para s mismo cuando dijo:
Durand, Fouad ha huido.
Con la garganta sbitamente seca, Price consigui susurrar:
Y los dromedarios?
Tambin han huido. Nos hemos quedado solos. Lo mismo que el
espaol.
La desesperacin de Price dio paso a una llama de ftil clera:
Le dije que le vigilara! Cmo...?
Observamos el tanque. Cuando se qued blanco y se par, los
rabes dieron media vuelta y emprendieron la huida antes de que
pudiramos detenerlos. Tambin se llevaron los dromedarios con las
provisiones. Tendremos que ir a pie.
Price tena las crticas en la punta de la lengua, pero se las call.
No habran servido para nada. En aquellos momentos, nada servira
para nada. Slo les quedaba luchar desesperadamente; pero no
contra los hombres, sino contra el desierto ms cruel del mundo.
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EL DROMEDARIO BLANCO
EL macizo de Jebel Harb, de negro granito, estaba a seis das de
viaje a sus espaldas. El orden del avance era el de siempre: el viejo
jeque Fouad el Akmet, montado en su hejin, conduca la caravana a lo
largo de la Ruta de las Calaveras; la interminable lnea de fatigados
dromedarios le segua, transportando a los beduinos renegados, a los
occidentales de la Legin Secreta y a la parafernalia de la guerra
moderna; el rugiente y estruendoso tanque cerraba la marcha.
Haban permanecido durante dos das en el pozo que se
encontraba entre las montaas; los occidentales pasaron la primera
noche amargados, solos, sin monturas, desamparados. Pero la aurora
haba trado consigo a los fugitivos rabes, que volvan de su
precipitada huida, avanzando con cautela para observar el desenlace
de la batalla. Su situacin era casi tan desesperada como la de los
otros, puesto que tanto hombres como dromedarios sufran por la
falta de agua, viendo que les resultara imposible cubrir la distancia
que los separaba del ltimo pozo de aguas alcalinas. El viejo Fouad
convencido, con gran asombro, de que los occidentales haban
resultado victoriosos al enfrentarse con el malvado yinn del Pas
Maldito, se senta contento de volver a la expedicin.
Desde que abandonaron la cordillera, la Ruta de las Calaveras los
haba conducido, en dos ocasiones, a unos pozos de agua salobre y
amarga. Pero no haban visto nada vivo en el dominio de muerte que
se extenda en aquel lado de la barrera montaosa.
Las giles gacelas, las hienas y los chacales furtivos, los
ocasionales avestruces de las mrgenes del desierto, haban quedado
muy atrs. En aquella tierra sin vida, incluso los tamariscos, la acacia
y la hierba seca que comen los dromedarios se echaban en falta. Los
omnipresentes insectos del desierto, hormigas, araas, escorpiones,
eran raros. Los rakham, los buitres de alas negras que
ominosamente, los haban seguido desde las montaas, haban
desertado desde haca tiempo.
Cuando la tarde estaba acabando, y la larga caravana atravesaba
una de las bandas de arena roja que cada vez iban siendo ms
frecuentes en direccin al lugar que haban escogido para pernoctar,
Price vio el dromedario blanco.
Un animal magnfico, de un blanco inmaculado, que recordaba los
dromedarios Unamiya, criados por la gente de El Murra en los lmites
de RubAl Khali, permaneca inmvil en lo alto de una duna rojiza, a
dos millas de la marcha de la caravana. Su jinete, una figura delgada,
vestida de blanco, pareca vigilarla.
Price se apresur a coger sus prismticos, pero cuando, a duras
penas, haba conseguido enfocarlos, el desconocido jinete
desapareci silenciosamente detrs de la duna roja.
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Sangre dorada
Jack Williamson
En aquel momento, Price, en calidad de jefe de la expedicin,
estaba ocupado, junto con el viejo jeque, en resolver una de las
dificultades que haban surgido, debido a la inclinacin al latrocinio de
los rabes y a los nervios en tensin de los occidentales. Mawson, un
menudo cockney que manejaba una ametralladora, haba atacado a
puetazos a Ahmed, uno de los rabes, acusndole de sacarle de los
bolsillos un reloj de oro y otras chucheras mientras dorma. Ahmed,
incapaz de negar que posea los artculos en cuestin, jur que se los
haba encontrado tirados en el suelo, despus de que levantasen el
campamento por la maana, y presento varios testigos perjuros para
dar cuerpo a su historia.
Era un asunto de rutina, pero que precisaba bastante diplomacia
para mantener una armoniosa disciplina en la expedicin. Dio tiempo
a montar las tiendas en una llanura de esquisto bordeada de arena,
antes de que el asunto quedase definitivamente zanjado. A Mawson le
devolvieron sus bienes y Ahmed qued en libertad tras una
amonestacin.
Slo entonces, Jacob Garth inform a Price de que haba enviado a
tres rabes en persecucin del jinete solitario que haban visto.
No queremos que nuestra llegada sea conocida dijo el hombre
grueso. Promet a los hombres que podran repartirse el botn.
Los tres beduinos ya estaban de regreso con el dromedario blanco,
que era un animal inapreciable, y su jinete. Haban capturado a una
mujer.
Es una autntica belleza aadi Garth. No puedo culpar a De
Castro por desearla.
Qu han hecho con ella? pregunt Price.
Se dividieron el botn en tres partes, y lo echaron a suertes. A
Kanja le toc la joven. Se sinti engaado porque a Nur le haba
tocado el dromedario, que es mucho ms valioso. La parte de Al
consisti en lo que llevaba la joven: la silla, los vestidos, y un largo
cuchillo de oro, una especie de jambiyah de hoja recta. Kanja no
estaba especialmente contento con lo que le haba tocado. Pero De
Castro vio a la mujer, mientras hacan el reparto. Al parecer, haba
suscitado sus deseos, as que se la cambi a Kanja por sus
prismticos. Debe de haberse encaprichado con ella... ya sabe cunto
apreciaba sus gemelos.
Dnde est ella ahora?
Joao la tiene atada en su tienda.
Cmo! exclam Price. No podemos tolerar una cosa
semejante!
Formaba parte de la naturaleza de Price el simpatizar con las
vctimas, con cualquiera que fuese maltratado o sometido a cualquier
vejacin, u oprimido simplemente por el hecho de que su opresor
fuese el ms fuerte. La narracin de Jacob Garth a propsito de la
joven esclavizada haba suscitado en l una sorda clera. Y debido a
que Price Durand era esencialmente un hombre de accin, aquel
resentimiento tena que concretarse en algo fsico.
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Sangre dorada
Jack Williamson
Estamos muy lejos de las leyes de los hombres blancos observ
Garth, plcidamente. Los ojos plidos y el largo, blanco y suave rostro
no expresaban sentimiento alguno.
Pero seguimos sindolo! insisti Price con animosidad.
Entonces, viendo que su interlocutor segua sin inmutarse, comenz a
buscar argumentos. E incluso dejando a un lado el honor y la
decencia, no es una manera sabia de tratar al primer ciudadano de
este pas con el que nos encontramos.
Quiz ella no sea un ciudadano muy importante replic Garth
, pues en ese caso no habra estado sola, medio muerta de sed.
De cualquier manera, si la tratamos amablemente podr darnos
valiosas informaciones.
Nos las dar dijo tranquilamente el hombretn. Por el
momento estaba malhumorada y se niega a hablar. Pero Joao de
Castro es un artista en desatar lenguas difciles.
No querr decir que sera capaz de torturar a una mujer!
Usted no le conoce.
Voy a verla dijo Price con tono decidido.
Sera mejor que la dejase sola advirti Garth, con la voz
inexpresiva de siempre. Joao se irritar si le interrumpe la diversin.
No podemos permitirnos ms problemas.
Sin responderle, Price se alej en direccin a la tienda de De
Castro, con una pequea y ardiente llama de clera en el corazn.
Un pequeo grupo de hombres, occidentales y rabes, estaba
reunido frente a la tienda. El dromedario blanco capturado estaba
atado cerca. Al enseaba orgulloso su parte del botn un abba de
suave lana blanca, un kamis y un cherchis de fina seda, y una
delgada daga dorada cuya forja, as lo declaraba excitado, era tan
buena como la del acero. Nur, con gestos y elaborada pantomima,
estaba contando la historia de la persecucin y de la fiereza con que
se haba defendido la joven; y se descubri un costado para
mostrarles una herida en la piel, infligida por la daga amarilla.
Kanja se sentaba aparte, mientras acariciaba, encantado, los
prismticos recientemente ganados, haciendo muecas de placer
infantil mientras fisgaba a travs de ellos, primero desde un extremo
y despus desde el otro.
Price atraves el grupo hasta detenerse al lado del eurasitico,
quien estaba de pie cerca de la entrada de su tienda, con su negruzco
rostro picado de viruela ardindole de lujuria. A su lado se encontraba
su secuaz, Pasic, natural de Montenegro, quien fuera su primer oficial
en la Ins, la goleta de Joao. De tez oscura, peludo, potente como un
toro, haca honor a su usual mote de Mono Negro.
Deseara dijo Price, ver a su prisionera, De Castro.
Esa zorra es ma dijo el hombrecillo de Macao, con aires ms
bien beligerantes, en su incierto ingls.
Durante un momento sostuvo la mirada de Price, pero sus
maliciosos, furtivos y oblicuos ojos no pudieron resistirse a los severos
y azules de Price. Se hizo a un lado.
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Sangre dorada
Jack Williamson
La joven descansaba sobre el rudo esquisto sobre el que se
apoyaba la tienda. Haba sido despojada de la mayor parte de sus
vestidos que formaban parte del botn de Al, y sus puos y
delgados tobillos haban sido atados con groseras cuerdas de pelo de
camello. Price haba comprendido que deba de ser atractiva para
tentar al eurasitico a desprenderse de sus preciados prismticos.
Pero su belleza le dej estupefacto.
Era joven; no deba de tener ms de dieciocho aos, pens. La piel
de su cuerpo fresco y liso era ms blanca que la suya. Incluso el valo
de su rostro no estaba apenas bronceado; lo achac a que,
usualmente, deba de usar velo.
Atada como estaba, la joven no poda levantarse. Pero cuando
Price mir al interior de la tienda, ella se incorpor a medias y le mir
con rabia regia. Enmarcado por una desordenada cabellera oscura, su
rostro era delicadamente recio, de labios rojos. Sus ojos eran de un
azul-violeta oscuro, y desprovistos de miedo.
Sin detenerse a analizar sus emociones algo que raramente haca
, Price supo de repente que no poda dejarla en manos del
eurasitico. Y, al mismo tiempo, pens que Joao sera capaz de causar
todo tipo de problemas, con tal de no perderla.
Se precipit impulsivamente en la tienda, para aflojarle las
ligaduras. Ella acerc su cuerpo semidesnudo hacia l e hiri su mano
con unos fuertes y blanqusimos dientes.
De Castro le agarr del brazo, sacndole de la tienda antes de que
pudiese reaccionar. Los sombros y oblicuos ojos le bizqueaban por la
pasin de los celos.
Es ma! sise. Maldito sea, fuera de aqu!
De Castro dijo Price, quiero que la deje en libertad.
Dejarla en libertad, cuando he dado por ella mis buensimos
prismticos? Al infierno!
De acuerdo. Le pagar lo que le costaron los prismticos. O le
dar los mos, si lo prefiere.
Lo que quiero es a ella, no sus malditos prismticos!
Le dar quinientos dlares...
Y una mierda! Qu importa aqu el dinero?
Escuche, De Castro dijo Price, imprimiendo a su voz una nueva
nota de autoridad. Haba comprendido que se haba equivocado al
recurrir a los buenos modos. Estoy al frente de esta expedicin y le
ordeno que suelte a la joven.
Dios! exclam el eurasitico, amenazndole con el puo en un
acceso de pasin.
Entonces yo lo har por usted.
Price entr de nuevo en la tienda. La amarillenta mano de De
Castro se perdi en el interior de su camisa. Una navaja se agit,
subiendo y despus bajando.
Pero Price, consciente de la familiaridad que la gente de la calaa
de Joao tena con esas armas, estaba alerta. Esquiv la
relampagueante hoja y lanz un pesado puetazo al rostro picado de
viruelas. Le invadi una salvaje alegra al sentir el ruido apagado que
hacan los dientes del otro al romperse por efecto de su golpe.
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Sangre dorada
Jack Williamson
Con un mugido de toro, el montenegrino carg para ayudar a su
compinche. Arrojndose sobre Price, quien no se lo esperaba, le rode
con sus largos y simiescos brazos, estrechndole salvajemente con
ellos, mientras que con las rodillas le asestaba unas traicioneras
patadas en las ijadas.
Retorcindose furiosamente, aunque sin poder librarse del abrazo
del Mono Negro, Price golpe su chato y piloso rostro, pero en vano.
Los rabes formaron un corro, aplaudiendo entusiasmados.
Pasic ech los hombros hacia atrs, levantando del suelo a Price,
inerme y medio ahogado por el simiesco abrazo que estaba dejndole
sin resuello. El montenegrino le arroj al suelo, cambiando
diestramente de llave, y Price supo que estaba a punto de lanzarle
por encima de su cabeza, probablemente para que al caer se
rompiese la espalda.
Luch desesperadamente para conseguir aprisionar su pierna, no lo
consigui, y lanz en vano varias patadas a las piernas de Pasic.
Entonces, con un sbito y salvaje tirn, consigui liberar el brazo
izquierdo de aquel aplastante abrazo. Acto seguido, sin perder ni un
instante, hundi el codo, con un movimiento seco y brusco, en el
plexo solar del montenegrino.
El hombre boque; la opresin del abrazo se afloj durante un
instante. Price se solt de los terribles brazos y dio un salto, cobrando
distancia para poder golpearle.
El Mono Negro, ms rico en fuerza y salvajismo que en ciencia,
carg nuevamente, moviendo el aire con sus largos brazos. Un rpido
izquierda-derecha contra aquel brutal cuerpo, y ste se par en seco,
con una expresin de extraeza pintada en su chato rostro. Otro
golpe a la mandbula, deliberadamente calculado e impulsado por las
ciento ochenta y dos libras de Price, y las rodillas del hombre
flaquearon. Se desplom pesadamente cerca del aullante
euroasitico.
Price entr en la tienda.
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Sangre dorada
Jack Williamson
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AYSA DEL PAS DORADO
LA joven atada le mir amenazante, un furioso odio brotndole de
sus ojos violetas. No retrocedi ante Price; no manifestaba ningn
miedo: slo ardiente ira. Su blanca dentadura relampague
nuevamente ante sus manos. No les prest atencin y se preocup de
deshacer los prietos nudos de las cuerdas que la retenan.
De repente, ella se calm; la rabia de sus ojos se mud en una
silenciosa pregunta.
Aflojadas las cuerdas, le aplic un masaje en puos y tobillos para
restablecer su circulacin; a continuacin, pas uno de sus brazos por
detrs de sus hombros y la ayud a levantarse del spero suelo de
esquisto sobre el que la haban arrojado.
Ella sigui mirndole, con la curiosidad y las ganas de preguntar
brillando en sus ojos violetas.
Aiee, Al! exclam Price, desde la entrada de la tienda.
El rabe se aproxim, con los vestidos que le haba tomado a la
joven an entre sus manos.
Dame la ropa de esta mujer orden Price.
El rabe comenz a gimotear, en tono de protesta. Price repiti la
orden en un tono ms apremiante, y el rabe, a regaadientes, le
entreg los vestidos. Sigui con la daga de oro al cinto y permaneci
cerca, vido.
Ahora, vete! dijo Price, sin ms.
Se volvi y entreg las ropas a la joven. Con los ojos violetas muy
abiertos, de mudo asombro, las acept mecnicamente. l mir su
cuerpo blanco y joven. Con un dbil grito, ella comenz a vestirse,
rpidamente y sin timidez.
Price esper a que terminara, escuchando los gemidos de De
Castro y de Pasic fuera de la tienda, y el excitado clamor de la
muchedumbre que se iba congregando. Sabiendo que el eurasitico
comenzara a crear problemas en cuanto recobrase el conocimiento,
Price tena prisa por alejar cuanto antes a la joven de la proximidad
de aquel individuo.
Cuando estuvo lista, la tom de la mano y la condujo fuera de la
tienda. Despus de haberle dirigido una mirada de interrogacin, ella
le sigui voluntariosa. Sin embargo, al salir fuera y ver a quienes la
haban acosado recientemente, la rabia se apoder nuevamente de
ella. Soltndose de su mano, se abalanz sobre Al y cogi de su
cintura la daga dorada. En un momento estuvo encima de Joao, que
gema, e intent sorprenderle.
Bismillah! Laanbuk! jur Al, saltando hacia ella para
recuperar la daga, de la que se haba prendado a causa de la
fenomenal dureza de su metal amarillo. Cogindola del brazo en el
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Sangre dorada
Jack Williamson
preciso momento en que la joven levantaba la hoja encima del
eurasitico, se lo retorci, hacindole dao.
Un grito de dolor, apenas reprimido, escap de los labios de la
joven; su rostro palideci. Dej caer el arma en el preciso momento
en que el puo de Price se estrellaba contra la mandbula de Al.
El beduino retrocedi titubeando y escupiendo sangre. La joven se
morda los labios; el brazo retorcido penda inerte. Pero el otro se
diriga a coger la daga dorada.
La garra amarilla de De Castro se le adelant.
Price pis con uno de sus pies el puo de Joao, se agach y arranc
el arma de su mano. Tomando firmemente a la joven de los hombros,
la condujo, sin que ella se opusiese, a su propia tienda.
Varios de los espectadores comenzaron a seguirlos. Volvindose,
les orden bruscamente que se dieran media vuelta. Se agruparon
alrededor de Joao, ofrecindole su simpata. Aunque Price haba
conseguido liberar a la joven, comprendi que su victoria era
momentnea; la posicin de la muchacha segua siendo precaria.
Como de costumbre, el tanque estaba estacionado cerca de la
tienda de Price. Sam Sorrows, el enjuto aventurero de Kansas que lo
conduca, montaba guardia muy cerca de l.
Problemas en el campamento, Sam le inform Price
brevemente.
A causa de la mujer?
Price asinti.
Ya me pareca. ste es un lugar bastante extrao para una mujer.
Pero lo cierto es que una como ella los creara por donde pasase.
No es culpa suya.
Nunca lo es.
Sam, me gustara que se metiese en el tanque y vigilase desde l
con las ametralladoras listas durante algn tiempo. Esto me huele a
motn.
O. K., seor Durand.
Aquel larguirucho, bastante entrado en aos, hizo una mueca,
como si la perspectiva del combate le agradase, y subi al tanque.
Price condujo a la joven hasta su tienda, y le indic que poda
entrar. Durante un momento, ella estudi su rostro, con los ojos
violetas llenos de asombro. Despus sonri y se desliz en su interior.
Por espacio de unos instantes, Price estudi la desorganizada
confusin del campamento que le rodeaba, levantado en la pequea
llanura rodeada de dunas de arena roja. Se encontraba cerca de su
centro. Tiendas, montones de provisiones, sillas de montar y
dromedarios arrodillados se encontraban dispersos a su alrededor. La
muchedumbre que comenzaba a congregarse cerca de De Castro iba
en aumento. A Price se le puso el corazn en un puo cuando
comprendi lo inevitable del conflicto. De los setenta hombres que le
rodeaban, Sam Sorrows era el nico en quien confiaba.
Cogiendo una cantimplora, Price entr en la tienda. Dentro, la
joven estaba expectante, tensa, plida. Destap la cantimplora, la
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Sangre dorada
Jack Williamson
agit, para que el agua sonase en su interior y se la ofreci. Ella se la
llev vidamente a los labios y bebi, hasta que Price, temiendo que
le sentase mal beber agua en exceso, se la retir.
Ella ri, mientras le miraba, interrogndole; l hizo una mueca que
quera parecer una sonrisa.
Entonces sucedi lo inevitable: los torturados nervios de la joven
acabaron por ceder. Rompi a llorar sbitamente, en una tormenta de
lgrimas. Consciente de que slo era una reaccin natural para
calmarla, y no sabiendo qu hacer, se acerc a ella y la tom de los
hombros compasivamente.
Sacudida
por
sollozos
incontrolables,
la
joven
sepult
confiadamente su rostro entre sus hombros. Su cabello oscuro, suave
y fragante, le acarici el rostro. Y entonces se encontr entre sus
brazos.
La tempestad de lgrimas ces tan bruscamente como haba
comenzado. La joven se apart de Price, compuso sus vestiduras y se
sec los ojos con la punta de su cherchis. Viendo que pareca
exhausta, Price extendi una manta en el suelo de la tienda y la
invit, con un ademn, a sentarse encima; ella lo hizo con una mirada
de gratitud.
Hablas rabe? pregunt Price gentilmente.
Ella dud durante un momento; despus, la comprensin se dibuj
en sus ojos violetas.
S! afirm. Es la lengua de mi pueblo, aunque t la hablas de
forma rara.
El rabe de la joven era claramente comprensible, aunque posea
una curiosa inflexin. Era evidente que deba de estar ms cerca de la
forma clsica que de la moderna conocida por Price. Pero sus
construcciones eran ms arcaicas, incluso, que las clsicas. La joven
hablaba un rabe que tena una antigedad de muchos siglos!
Eres bienvenida dijo Price. De veras que lamento
profundamente que hayas sido tratada de esta manera. Espero poder
repararlo.
Birkum contest ella, dndole las gracias, adaptndose con
tanta facilidad al acento moderno que Price pudo seguirla fcilmente
. Te estoy muy agradecida por haberme rescatado.
A punto estuvo de decirle que aquel rescate estaba lejos de haber
terminado. Pero no sera corts, pens, preocuparla innecesariamente
con la autntica gravedad de la situacin. Sonri y se limit a
preguntar:
Tu gente vive cerca?
Ella seal hacia el Norte y dijo:
En esa direccin se encuentra El Yerim. A tres das de
dromedario.
No te preocupes. Har todo lo posible para que regreses a l
sana y salva.
Sus ojos violetas se dilataron por el miedo.
Pero no puedo volver exclam. Me entregaran a la Gente
Dorada.
Tienes otros problemas adems de stos?
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Sangre dorada
Jack Williamson
Ella asinti con la cabeza.
Hblame de ellos.
Sois extranjeros. No conocis a la Gente Dorada?
No. Venimos de un pas lejano.
Bueno comenz a explicar, pues la Gente Dorada son seres
de oro que moran en una montaa cerca de El Yerim. Malikar, que es
un hombre de oro... o un dios; Vekyra, que es... bueno, su mujer. El
Tigre Dorado, al que montan cuando salen de caza. Y la Serpiente
Amarilla, que es el dios ms antiguo y ms poderoso de los cuatro.
Comprendo, contina.
En cada cosecha, Malikar baja hasta El Yerim, montado en el
Tigre, para escoger el grano, los dtiles, los dromedarios jvenes y las
esclavas que deben ser ofrecidas al Dios-Serpiente.
Lleg hace cinco das. Toda la gente de El Yerim haba sido
convocada por Yarmud, nuestro rey. Y Malikar haba pasado en medio
montado en su tigre, eligiendo a quienes tomara por esclavas. Me vio
y orden que fuese enviada junto con los camellos y el grano al da
siguiente.
aquella noche, mi casa estuvo guardada. Aunque los sacerdotes
dicen que es un honor ser ofrecida a la Serpiente, muy pocos piensan
como ellos la joven sonri cansinamente. Elud a los guardias y
me deslic en la noche. En el campo encontr el dromedario de mi
padre y me intern en el desierto.
Cabalgu durante cuatro das. No haba podido llevarme gran cosa
de agua o de alimentos.
Price se sent en cuclillas y encendi un cigarrillo operacin que
la joven observ con evidente extraeza, mientras meditaba en lo
que ella le haba contado. Su historia excit sobremanera su
curiosidad; pero crey que sera una indelicadeza seguir hacindole
preguntas, dado que se la vea cansada. No obstante, se sinti en la
necesidad de hacerle una pregunta.
El Tigre y la Gente Dorada... son realmente de oro? De metal
vivo?
No lo s. Es raro que aquel metal pueda poseer vida. Pero ellos
son del color del oro. Son ms fuertes que los hombres. No mueren...
Viven desde la poca en que Anz era grande.
Anz?
Price sinti una gran impaciencia al or el nombre de la ciudad
perdida de las leyendas. A fin de cuentas... sera posible que Anz no
fuera un mito, sino la mera realidad?
Anz explicaba la joven fue la gran ciudad donde antao viva
mi pueblo; an siguen llamndose los Beni Anz. Hace mucho tiempo,
las lluvias llegaban todos los aos y las tierras que abarcaba estaban
cubiertas de verde. Pero hace mil aos, el desierto conquist Anz y
las arenas la cubrieron, y mi pueblo tuvo que irse al oasis de El Yerim.
Y aadi:
Yo estaba buscndola.
Por qu, si est desierta?
Ella dud, sin decidirse a hablar. Le estudi con sus ojos fatigados.
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Sangre dorada
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No importa... comenz a decir Price, pero las palabras de ella le
interrumpieron rpidamente.
Pensars de m que estoy loca..., pero existe una profeca. El
ltimo gran rey de Anz fue Iru. Un bravo guerrero y un hombre justo.
Alto, como t sus ojos violetas se posaron en Price. Y sus ojos
eran azules como los tuyos, y su cabello rojo. La leyenda habla de
esas cosas, pues la mayora de mi gente es morena explic.
Y la profeca?
Quiz sea una historia sin fundamento nuevamente hizo una
pausa y prosigui, atropellndosele las palabras, pero, segn la
leyenda, Iru no est muerto. An duerme en las salas de su palacio,
en la Ciudad Perdida. Y espera que alguien vaya a despertarle.
Entonces volver de nuevo, con su gran hacha, y matar a la Gente
Dorada, liberando a los Beni Anz.
T crees en la leyenda? pregunt Price, sonriendo.
No contest. Aunque no lo s. Podra ser cierta. En la leyenda
se dice que una mujer que se llama igual que yo, ir a despertar al
rey y aadi: Cuando abandon El Yerim no tena otro lugar
donde ir.
La muchacha movi tristemente la cabeza, se ech hacia atrs,
irguindose, y sonri con cansancio a Price.
Slo una cosa ms y te dejar dormir dijo. Cmo te llamas?
Aysa musit. Y yo debo llamarte...
Price Durand y dijo, muy bajo: Aysa, Aysa del Pas Dorado.
Ella sonri y se qued dormida de repente, medio sentada como
estaba. Price se levant y la acomod en las mantas, dejndola en
una posicin ms confortable. No se despert cuando la movi, pero
sonri vagamente en su sueo.
Escuche, Durand. Tenemos que acabar con este feo asunto antes
de que d lugar a ms complicaciones dijo Jacob Garth a Price
cuando sali de la tienda.
Joao de Castro y Pasic estaban justo a su espalda, pasndose la
mano por los magullados rostros y murmurando entre ellos de
manera poco tranquilizadora. Fouad les segua junto con una
muchedumbre de individuos, occidentales y rabes, quienes, por lo
general, miraban a Price con hostilidad no disimulada.
Price avanz a su encuentro, intentando aparentar un aplomo que
no tena.
Desde luego concedi, no queremos complicaciones.
Tendr que devolverle la mujer a Joao dijo Garth, con voz
sonora, tona e inexpresiva. Su rostro abotargado, que segua
estando tan blanco como el sebo, como si el sol del desierto no le
hubiese tocado, era tan vaco como el de una mscara. Sin pestaear
ni mostrar el menor sentimiento, sus diminutos y plidos ojos miraban
fijamente a Price.
La joven no es de su propiedad declar secamente Price.
Dios! aull De Castro. Es que no he pagado por la zorra,
para que me la roben?
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Sangre dorada
Jack Williamson
Jacob Garth agit una mano blanca, como de trapo.
Todo va bien, Joao. Vamos a resolver esto... Durand, l ha pagado
por esta mujer. Usted no puede quedarse con ella de manera tan
desptica. Los hombres no lo consentirn.
No estoy dispuesto dijo Price a que nadie maltrate a la joven.
Garth se ech pesadamente hacia delante, y su voz tron,
persuasiva:
Escuche, Durand, lo que est en juego es importante. Nos
aguarda una fortuna. Muchas fortunas! Un golpe mucho mayor de lo
que jams soara hombre alguno. Tenemos que permanecer juntos;
no podemos permitirnos ninguna diferencia.
Estoy de acuerdo en hacer cualquier cosa que sea razonable. Le
pagar a De Castro la suma que usted crea que le corresponde.
No es una cuestin de dinero, con el oro prcticamente al
alcance de la mano. Seguro que no querr acabar con nuestras
esperanzas a causa de una mujer. Qu es una zorra indgena
comparada con el botn del Pas Dorado?
Le ruego que no se refiera a ella en esos trminos! exigi Price
bruscamente. A fin de cuentas, sigo siendo el jefe de la expedicin.
Si digo que aparten de ella sus sucias zarpas, tendrn que
obedecerme! De Castro no tendr a la joven!
Inmediatamente se arrepinti de aquella llamarada de clera, ya
que provoc en los hombres todo tipo de miradas torvas. Para reparar
el dao, se volvi al pequeo grupo de occidentales y coment, con
nimo de convencerlos:
Escuchad, amigos, quiero hacer las cosas como deben ser. No
quiero tratar descortsmente a De Castro. Le entregar mis
prismticos a cambio de los que l dio por la chica. Yo no la quiero
para m...
Una grosera risotada brot del grupo. Intentando disimular su
naciente clera con una sonrisa, prosigui:
Seguro que no querris ver maltratada a una mujer indefensa...
Ya es suficiente le interrumpi Garth. Debe comprender que
est tratando con hombres, y no con nios de la escuela dominical.
Supona que eran hombres y no animales.
Su oferta no suscit simpatas. Aquellos individuos eran gente
dura: nadie que no lo hubiera sido se habra decidido a intentar
aquella incursin desesperada en el corazn del desierto. La vida
dura, el miedo y la codicia haban destruido cualquier sentimiento
caballeresco que hubiesen podido albergar.
Un imperceptible esbozo de sonrisa sardnica cruz la plcida y
pelirroja faz de Jacob Garth.
Se le ha ocurrido pensar, Durand hizo una pausa deliberada,
que ha dejado de sernos til como jefe? Es posible, fjese, que
pudiramos prescindir de usted... ahora que ya no hay que firmar
ms cheques.
As que doble juego, eh? dijo Price con desprecio.
Garth se encogi de hombros, que eran impresionantes.
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Sangre dorada
Jack Williamson
Si lo prefiere... He venido a este infernal desierto a por el oro.
Ninguna mujerzuela indgena podr detenerme. Ni ningn
convencionalismo trasnochado.
De Castro no tocar a la joven mientras yo viva dijo Price
tranquilamente, con voz fra como el acero Qu dice ahora?
No deseo derramar sangre, Durand. Y veo que Sorrows nos est
apuntando desde el tanque. Haremos un pacto pacfico.
Cul?
Podr quedarse con ella esta noche. He convencido a De Castro
para que usted la poseyera el primero. Por la maana tendr que
devolvrsela.
No har nada semejante.
Pinselo le aconsej Garth, con su inexpresiva voz. Si no
decide ser razonable, se la quitaremos. Odio tener que separarme de
usted, Durand. Es un hombre vlido y eso es lo que necesitamos. Pero
no puede terminar con la expedicin. Pinselo!
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Sangre dorada
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LA SIWA HU
Price Durand no era del tipo de hombre que se rinde por las
buenas, ni incluso frente a un enemigo numeroso. En ocasiones haba
deseado poder ceder dcilmente a las circunstancias, como tantos
otros; en ms de una ocasin, aquello le habra hecho la vida ms
llevadera. Pero por alguna oscura razn, profundamente arraigada en
su manera de ser, se haba convertido en un luchador. El hecho de
que algo se le resistiese, suscitaba en l una rabiosa determinacin a
no ceder.
La sumisin no formaba parte de su naturaleza. Cuando
encontraba alguna oposicin, le resultaba imposible hacer cualquier
cosa excepto luchar con todas las fuerzas de que dispona. Tampoco
era dado a sopesar las consecuencias de una derrota. Su fe fatalista
en la suerte de Durand era suprema. Y aquella suerte jams le haba
fallado..., probablemente porque jams haba carecido de una
ilimitada fuente de recursos.
Cuando los hombres se fueron, Price se asom a su tienda. Aysa
segua echada encima de las mantas, respirando profundamente. Su
rostro ovalado estaba medio vuelto hacia l, fresco, adorable, con los
labios del color de la granada entreabiertos. Largas pestaas de tonos
oscuro-rojizos descansaban sobre sus pmulos.
Una mirada le bast para afirmarse en su decisin de no
entregrsela al insidioso eurasitico. La sangre le herva ante el
pensamiento de que aquella belleza dormida fuese violentada por el
atezado De Castro. No, no iba a entregrsela. Tena hasta la maana
siguiente para encontrar un medio de salvarla... a no ser que Joao de
Castro, mientras tanto, encontrase una oportunidad para matarle.
La luna amarilla, en cuarto menguante, se encontraba cerca del
cenit cuando sobrevino el crepsculo. Durante la primera mitad de la
noche, Price esper impacientemente en su tienda, cerca de la
dormida y exhausta joven.
Sam Sorrows se haba ofrecido amablemente a montar guardia en
el interior del tanque. Price acept encantado, dndole, como dudosa
prueba de confianza, la llave de la caja de oro que estaba en el
tanque. Price haba decidido abandonar la caravana llevndose a la
joven; le pareca la mejor salida, excepto una vergonzosa sumisin:
dos hombres no podan luchar contra toda la expedicin.
El campamento pareci quedarse gradualmente dormido, hasta
que le nico movimiento fue el de los centinelas usuales, dos
occidentales y dos rabes, que hacan su ronda al otro lado de los
camellos arrodillados, llamndose entre s ocasionalmente.
Al filo de la medianoche, la enrojecida luna se hundi tras las
ondulantes dunas, con lo que se desvaneci su breve resplandor;
entonces Price se dispuso a poner en prctica su plan.
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Sangre dorada
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Susurrndole algo a Sam Sorrows, se desliz sin hacer ruido en la
oscuridad tachonada de estrella. Furtivamente, ensill su propio
dromedario, que estaba arrodillado cerca, se hizo con dos odres
llenos de agua y los colg en los resaltes de la silla, junto con una
pequea bolsa de grano para el animal.
Al volver a la tienda, llen sus alforjas. Chocolate. Galletas de
municin. Carne seca. Rollos de la pulpa dura y seca de albaricoque
que los rabes llaman piel de burra. Botiqun de primeros auxilios.
Prismticos. Municin extra para el fusil y la automtica.
Cuando todo estuvo dispuesto, permaneci sentado escuchando la
respiracin pausada de la joven, sin decidirse a despertarla. Al final,
no se atrevi a demorarlo por ms tiempo. La despert con suavidad,
advirtindole que guardase silencio.
Totalmente a oscuras pues una luz habra puesto en alarma a
todo el campamento, le dio de comer y de beber. En ocasiones, sus
manos en movimiento rozaban las suyas; l encontr aquel contacto
vagamente excitante.
Los hombres que me acompaan dicen que debo entregarte a
aquel de quien te libr susurr. Como no puedo luchar contra
todos, vamos a huir.
Adnde?
Quiz a Anz? T ibas hacia all.
Iba. Pero Anz est muerta, es una ciudad de fantasmas. Ningn
hombre vivo la ha visto jams su leve susurro se hizo ms grave.
No quiero que mueras por protegerme. Djame que vaya sola.
No, te acompaar para protegerte. Pero no hables de morir.
Puedes contar con la suerte de Durand.
Pero mis enemigos son muchos... y poderosos. Mi propio pueblo
me dar caza, para escapar de la ira de la Gente Dorada. Y Malikar
me est buscando, montado en el Tigre Amarillo, persiguindome
con... la sombra!
Vmonos dijo Price.
Cogi las alforjas y se desliz de la tienda. Aysa le sigui en
silencio, empuando su daga dorada.
Price hizo una pausa para dirigir a Sam Sorrows una silenciosa y
cordial despedida y condujo a la joven hacia donde estaba arrodillado
su dromedario.
Monta susurr.
Espera objet Aysa. Quiz pueda encontrar a mi propio
animal. Escucha!
Durante varios minutos permanecieron inmviles. El campamento
estaba a oscuras, bajo la plida luz de las estrellas del desierto. Aqu
y all se recortaban las oscuras tiendas. Dromedarios, arrodillados o
echados de manera grotesca. Formas vagas de hombres que dorman
al raso, envueltos simplemente en sus abbas.
Un misterioso murmullo de sonidos flotaba en las tinieblas. La
respiracin de los hombres. Los lgubres y sordos gruidos de los
dromedarios dormidos. Los gritos distantes de los centinelas. El
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Sangre dorada
Jack Williamson
ocasional tintineo de las campanillas de uno de los animales. Pero
bajo todo aquello se distingua un extrao sonido, pues se haba
levantado el viento de la aurora, y la arena musitaba al reptar sobre
las dunas que rodeaban el campamento, con un irreal y apagado
susurro.
Aysa, movindose repentinamente, murmur:
La campanilla de mi dromedario!
Se desliz en medio de las tinieblas, sin hacer ruido, guiada por el
dbil tintineo que ni siquiera Price haba conseguido or.
Apunto estuvo de seguirla, alarmado. Despus se volvi hacia su
propia montura, tenso, escuchando, esperando. Los amortiguados
sonidos de los que dorman en el campamento le rodearon, lo mismo
que el tenue silbido seco de la arena movindose, como si los
fantasmas de aquella tierra muerta hubiesen sido despertados por el
viento de la aurora.
Price no se dio cuenta del dominio que Aysa, en muy pocas horas,
haba conseguido ejercer sobre sus sentimientos, hasta que el
apresurado grito de alarma de Nur hizo aicos el silencio hecho de
murmullos del adormilado campamento. El sonido le traspas como la
hoja de una espada. Sinti debilidad, casi cansancio fsico, inducidos
por el miedo y la desesperacin. Durante un momento, se ech a
temblar a causa de la seguridad de la joven, agitado por un escalofro
que jams haba sentido por s mismo.
Entonces, la fuerza y la determinacin volvieron a l. Salt a la silla
de su dromedario, le oblig a levantarse de un golpe y amartill su
automtica.
Nur, el rabe, segn supona l, deba de haber estado durmiendo
cerca de su recin adquirida montura, y deba de haberse despertado
cuando Aysa se preparaba a montar en ella.
En cosa de un momento, el campamento se llen de estruendo. Los
hombres se levantaron de un salto, gritando. Los dromedarios
grueron alarmados, se incorporaron y comenzaron a correr por todas
partes, cojeando. De las tiendas de los occidentales brotaron haces
luminosos. Disparos peligrosamente tirados al azar subrayaron las
maldiciones de estupor en varias lenguas europeas, y las apasionadas
llamadas a Al hechas en nombre de su Profeta.
A travs de toda aquella confusin, surgi un dromedario blanco
montado a pelo por Aysa, que blanda la daga de oro utilizada para
cortar sus ataduras.
Aiee, Price Durand! grit, y a Price le pareci distinguir una
exaltacin salvaje en su voz.
Coloc su hejin al lado del suyo, y ambos echaron a correr hacia
fuera del campamento.
Shaytan el Kabir! exclam Nur, lanzndose en su persecucin
. Tras ellos! Mi camello! Effendi Durand y la mujer!
Tranquila y reverberante, la voz de Jacob Garth dio una orden a los
centinelas:
Mller, Mawson! Detenedlos!
Una bala silb cerca de la cabeza de Price, mientras oa los gritos
chillones y excitados de Joao de Castro:
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Sangre dorada
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Capturarlos! Al ladrn!
Price y Aysa franquearon al galope los lmites del campamento. Los
centinelas, a pie, corrieron hacia ellos, buscndolos con sus linternas
elctricas, disparando a ciegas.
Agchate! dijo Price a la joven. Y galopa!
Le contest una risita ahogada. Y su voz clara lanz una despedida
con sorna a sus enemigos:
Wasalem!
Montad! era la voz del viejo jeque Fouad, aullando tras ellos.
Bismillah! Perseguidlos!
Entregar mi fusil grit De Castro al que me devuelva a la
zorra!
Cabalgando juntos, Price y Aysa haban dejado atrs a los
centinelas. Ante ellos, bajo la luz de las estrellas, se extenda el
misterioso desierto. Hicieron correr a sus dromedarios hacia la
salvacin momentnea que supona la oscuridad roscea.
Tras ellos avanzaba una confusin de gritos, dominados por el
Yahh! Yahh! con que sus perseguidores aguijaban sus monturas, y
las rpidas pisadas de muchas patas de dromedario.
Price se volvi en la silla. A la luz de las estrellas poda ver
vagamente la oscura masa de sus perseguidores, slo unos pocos
cientos de yardas a sus espaldas. La mitad del campamento iba tras
ellos, abrindose en un gran abanico.
El corazn se le encogi de desesperacin. Haba pocas
posibilidades de escapar, y lo saba, con sus perseguidores tan cerca.
Incluso si era capaz de posponer el momento en que los alcanzasen
hasta que fuese de da, los rabes, habilsimos en el arte del asar, o
sea, de seguir la pista del enemigo, los atraparan enseguida.
Galopando siempre codo con codo, alcanzaron la cresta de la
primera duna. En el momento en que sus siluetas se recortaban
contra las estrellas, crepit tras ellos una salva desordenada de
disparos.
Cuando sus monturas bajaban la pendiente, Price hizo una cosa
que le sorprendi hasta a l. Inclinndose hacia la joven, exclam:
Aysa del Pas Dorado, debo decirte algo, porque no tendr otra
oportunidad: Eres hermosa... y valiente!
Ella se ri.
Jams nos cogern! Tenemos todo el desierto! Son perros
cazando guilas!
En aquel momento, Price oy el rugido del motor del tanque,
despertando a la vida; el estruendo de sus cadenas metlicas,
cruzando como un trueno la llanura rocosa; la crepitante msica de
sus ametralladoras.
Acaso el viejo aventurero de Kansas se habra unido a sus
perseguidores? Claro que no! Sam Sorrows estaba haciendo lo nico
que podra salvarlos.
El bueno de Sam! exclam Price. Les est proporcionando
algo de qu preocuparse.
Los rabes, como bien saba, seguan teniendo un miedo mortal al
tanque. Su carga sbita en medio de ellos deba de haberlos
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Sangre dorada
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dispersado, presa de terror frentico. Y ninguno de los occidentales
cabalgaba lo suficientemente bien para constituir una seria amenaza.
El gemido del motor, el tableteo de las ametralladoras y el gritero
de los hombres ya sonaban muy lejos cuando alcanzaron la cresta de
la segunda duna de importancia. Despus de franquear la tercera, el
nico sonido que escucharon fue el seco roce de la arena
arrastrndose en el fro viento del amanecer, fantasmales murmullos
del mundo muerto que se extenda a su alrededor.
El primer fulgor rojizo del da del desierto rabe encontr a ambos
fugitivos marchando juntos a lomos de sus monturas. Sus cansados
dromedarios atravesaban lentamente una llanura alcalina muerta, de
un blanco leproso, que cruja bajo su paso con el mismo sonido que
hara la nieve.
Ante ellos se extenda otra lgubre lnea de desnudas e irregulares
dunas de arena roja, que tomaba tonos ensangrentados bajo la luz
del amanecer. A lo lejos, colinas bajas y negras, esqueletos granticos
de antiguas montaas. Interminables millas de muerta marea
arenosa. Estriles placas de sal reluciendo irreales, como los
fantasmas de los lagos que una vez fueron.
Ya los humeantes horizontes palpitaban con las interminables
ondulaciones del calor, y los plateados y falsos lagos del espejismo
matutino fluyeron a travs de las infernales y temblorosas llanuras,
retorcindose en las promesas, dignas de un Tntalo, de fros
refrescos, para salir huyendo y fundirse en el brillante cielo.
El campamento quedaba a muchas millas a su espalda y las
rampantes arenas impulsadas por el viento de la aurora ya haban
disimulado su pista. Incluso haban perdido de vista la ruta de la
caravana, sealada con calaveras. Los dos estaban solos ante la
rosada e invicta desolacin, luchando contra la mortal y hostil soledad
de la Morada Vaca.
La Siwa Hu! murmur Price, refirindose a la expresin que los
rabes aplican al desierto y que viene a decir lo siguiente: All donde
no hay nadie, sino l.
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LA CIUDAD DE ARENA
Era la tarde del tercer da y avanzaban dificultosamente por un
interminable y ondulante ocano de arenas amarillo-rojizas. Los
dromedarios medio muertos, los odres casi vacos, Price y Aysa
seguan adelante en su bsqueda de la ciudad de Anz. Tenan la boca
seca y hablaban poco puesto que el aire reseco era como arena
ardiente en sus gargantas. Pero, a pesar de todo, Price miraba con
frecuencia a la joven, quien segua aferrada a su hejin, cansada, pero
llena de una determinacin invencible.
El ovalado rostro bajo el blanco kafiyeh estaba lleno de ampollas,
los labios plenos, agrietados y sangrantes, por el sol y el polvo
alcalino, los cansados ojos violetas, inflamados por la radiacin de la
luz cegadora. Pero Aysa segua siendo bella y su rostro cansado le
sonrea con valenta.
Cun crueles haban sido aquellos tres ltimos das! Sin embargo,
Price slo se lamentaba de ello por las rudas pruebas que la joven
haba sufrido con tanto estoicismo. Una extraa satisfaccin le
embargaba; su antiguo y amargo tedio haba muerto. La compaa de
Aysa supona algo precioso, que vala tanto como la vida misma.
Ella haca de gua, encontrando el camino gracias a oscuras
referencias que slo conoca por la tradicin. Al atardecer se volvi
hacia l, turbada.
Anz debera estar ante nosotros susurr con voz rendida por la
sed. Deberamos haberla visto al subir la ltima cresta.
No te preocupes, pequea! dijo, intentando darle nimos, pero
su voz sonaba falsa y hueca. La encontraremos.
Anz debiera estar aqu insisti. Mi padre me ense los
signos antes de morir, como su padre le ense a su vez. Debiera
estar aqu.
Quiz, pens Price, la Ciudad Perdida estaba all. Segn la historia
de Aysa, nadie de su pueblo la haba visto en mil aos. Poda
encontrarse debajo de ellos, completamente enterrada! Pero se
guard aquel pensamiento para s.
Prosigamos dijo. Y quiso hacerse el sorprendido al descubrir
que en su odre an quedaba un poco de agua... que no haba
consumido la ltima vez que se haban detenido para beber. Despus
de un largo trago, ella intuy el heroico subterfugio y no quiso tomar
ms.
Animaron a los cansados dromedarios a proseguir la marcha,
mientras que el inflamado y malhumorado ojo del sol se apagaba. Y
continuaron si detenerse, en un mundo fantasmagrico iluminado por
la plida luz de la luna, a veces caminando y arrastrando tras de s a
los exhaustos animales, hasta que se derrumbaron, por la sed, la
fatiga y la desesperacin, y se quedaron profundamente dormidos.
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Sangre dorada
Jack Williamson
Al llegar la aurora, vieron Anz.
Las negras murallas, de ciclpeos bloques de basalto, se
levantaban a media milla. Las arenas, impulsadas por los vientos de
incontables eras, haban dejado en ellas profundos surcos. Aqu y all
se haban desplomado, convirtindose en colosales ruinas, como un
rompeolas roto por los embates de un amarillento mar de arena.
Rosceas y ondulantes dunas se apilaban contra ellas en crestadas
olas, en ocasiones cubrindolas completamente. Dentro de las
murallas se elevaban ruinas desoladas, a punto de desplomarse,
medio enterradas, sombras y misteriosas al amanecer, emergiendo,
lgubres y desoladas, de las sombras de la noche, como si lo hicieran
de las brumas de inmemoriales siglos.
Price despert a Aysa para ensearle todo aquello. Pero sus
esperanzas se desvanecieron rpidamente tras la excitacin de los
primeros momentos del descubrimiento. Realmente, Anz era una
ciudad de muerte, olvidada y cubierta por un sudario de arena. Pens
que en aquella negra necrpolis haba muy pocas posibilidades de
encontrar el agua que reclamaba a gritos cada fibra de sus cuerpos.
Aysa pareca llena de nuevo entusiasmo.
Entonces no me haba perdido! exclam. Franqueemos la
muralla!
Obligaron a sus dromedarios poco decididos a levantarse y se
pusieron lentamente en marcha hacia Anz.
La negras murallas se enfrentaban con la arena conquistadora,
tremendas, severas. Las puertas, poderosas planchas de bronce
cubiertas de una ptina oscura, seguan cerradas bajo las torres de
guardia, cubiertas por una acumulacin de arena tan alta que ni
siquiera el empuje de mil hombres habra podido abrirlas.
Conduciendo los vacilantes dromedarios hasta la cresta de una
duna que sobrepasaba la muralla, pudieron contemplar la ciudad que
albergaba en su interior. Era una ciudad tan extraa como un sueo.
Una ciudad muerta enterrada en la arena.
Por all emerga una torre en ruinas, inclinada sobre la arena roja,
como la extremidad de un hueso pudrindose. Por all, una
destrozada bveda de blanco mrmol, como una calavera blanqueada
por las eras. O una cpula de metal corrodo, que coronaba algn
edificio enterrado.
Sobre los silenciosos montculos de la ciudad invadida por las
arenas, Price senta planear el melanclico espritu de una antigedad
adormecida, el fantasma suspendido de un pasado olvidado. Durante
un instante, en su imaginacin, vio nuevamente intactos los
arruinados edificios, vio las amplias calles, libres de la arena,
magnficas avenidas atestadas de multitudes muertas desde haca
eones. Vio a Anz como antao fuera, antes de que la muerta Petra
fuese tallada en las rocas de Edom, antes de que Babilonia se elevase
a orillas del ufrates, antes de que los primeros faraones erigieran sus
imperecederos mausoleos a orillas del Nilo.
Durante un momento, vio viva a Anz. Despus, sus ruinas, vencidas
por la arena, destrozadas por el tiempo, le afligieron con un
melanclico sentimiento de muerte y disolucin.
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Sangre dorada
Jack Williamson
Aysa suspir desesperanzadamente.
Entonces, la profeca es una falacia susurr. Anz est
realmente muerta. Iru no podra estar esperando a nadie! Es una
ciudad de arena!
Pero en ella podemos encontrar agua Price intentaba mostrarse
animado. Podra haber pozos o depsitos.
Hicieron bajar a sus cabalgaduras de la duna y entrar en la ciudad,
dando comienzo a la pesada y, al parecer, ftil bsqueda en aquella
selva de ruinas.
Era casi medioda cuando se acercaron a un inmenso montn de
trozos de mrmol, que yaca sobre una vasta plataforma de titnicos
bloques de basalto, no cubierta totalmente por la omnipresente
arena. Los extenuados dromedarios se negaron a subir la blanda
pendiente arenosa que conduca a la plataforma, por lo que Price y
Aysa los dejaron y fueron a explorar la construccin, en busca de un
pozo.
Casi al instante, Price se maldijo por no haber cogido el fusil y la
pistolera con su automtica, que seguan colgados del pomo de su
silla. Pero estaba demasiado cansado para ir a recogerlos. Por otra
parte, Anz pareca una ciudad tan completamente muerta que no
pensaba que en ella hubiese ningn tipo de enemigo, al menos vivo.
Subieron hasta la plataforma que se desmoronaba y se detuvieron
bajo los restos de una columnata. Aysa estudi una inscripcin en el
arquitrabe, medio borrada, y se volvi hacia Price, con renovada
energa, musitando:
Esto era el palacio de Iru! El rey de la leyenda duerme en l!
Pasaron entre las columnas, franquearon el arco de la entrada y
penetraron en el patio del palacio.
Al Hamdu Lillah! exclam Price, sin aliento, incrdulo ante lo
que vea.
En el patio, rodeado de altas paredes, que la arena no haba
cubierto, sus sentidos recibieron la fresca y verde fragancia de un
jardn interior. Dentro del recinto se encontraba un pequeo y
esplndido oasis, un maravilloso jardn tropical en el corazn de la
desolacin ms siniestra, tan verde que era como una bendicin.
Con la ms dulce de las msicas, un hilillo de agua cristalina caa
de una fuente festoneada de piedra que se encontraba a un extremo
del patio, para correr entre una espesa jungla de palmeras, higueras,
granados, vias y arbustos de flores olorosas.
El jardn estaba salvaje, nadie lo cuidaba. Desde haca mil aos,
segn la historia de Aysa, ningn ser humano lo haba visto; aquellas
plantas deban de haberse reproducido por s mismas a lo largo de
generaciones.
Durante un momento, Price permaneci incrdulo. Aquella
maravilla de verdor, aquel canto de agua que caa era imposible! Un
producto de los febriles sueos del desierto.
Despus, con un grito spero y estrangulado, cogi a Aysa del
brazo y ambos bajaron corriendo los arruinados peldaos de granito,
que nadie usaba desde haca mil aos, hasta llegar al nivel en que se
encontraba el jardn secreto. Juntos cayeron de rodillas al borde de la
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Sangre dorada
Jack Williamson
fuente, se quitaron el amargo polvo que les cubra la boca y bebieron
hasta saciarse de aquella agua dulce y fresca.
Para Price, la hora que sigui fue un sueo de felicidad: una
enloquecida avalancha de deliciosas sensaciones, de beber agua
clara, de lavar de su cuerpo el pegajoso polvo del desierto, de
saciarse con frescas y deliciosas frutas, de permanecer al lado de la
alegre y risuea Aysa, bajo la relajante sombra, llena de verdor.
Entonces se acord de los dromedarios, por lo que ambos fueron al
encuentro de los extenuados animales, para llevarlos a aquel paraso
del desierto. Un involuntario grito de consternacin brot de los labios
de Price cuando lleg al borde de la plataforma y dirigi la mirada
hacia los hejins arrodillados.
Los animales seguan donde los haban dejado. Pero las alforjas
haban sido abiertas sin miramiento alguno, y parte de su contenido
tirado encima de la arena. El fusil y la automtica, que Price haba
dejado colgados de la silla, no estaban.
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Sangre dorada
Jack Williamson
10
EN LAS CRIPTAS DE ANZ
EL pillaje de las alforjas se convirti en un misterio. A pesar de
buscar por toda la ciudad muerta, despus de haberlo descubierto,
Price no consigui divisar ningn ser vivo. Un silencio opresivo los
rodeaba, tenso, expectante..., pero nada sucedi.
Descartando la impresin de un peligro inminente, Price y Aysa
centraron su atencin en los dromedarios. Con algo de dificultad,
Aysa tir de los ronzales, mientras Price, empujndolos y aguijndolos
por detrs, consegua que fuesen subiendo, uno tras otro, por la
plataforma, tras lo cual pudieron conducirlos al jardn que se
encontraba debajo.
Entonces, Price tom la daga dorada de Aysa, la nica arma que les
quedaba, y tall con ella un pesado garrote de una de los rboles del
jardn.
Descansaron nuevamente, tumbados cerca de la fuente, hasta el
crepsculo, y entonces se aventuraron en el exterior, para ver si
podan hallar algn rastro de las armas robadas. Ms frescos, aunque
empujados por un miedo obsesivo, exploraron minuciosamente las
ruinas amontonadas y cubiertas de arena de la Ciudad Perdida, sin
encontrar ni habitantes ni el menor indicio de lugar habitable.
Sin embargo, la desaparicin de las armas resultaba un hecho
innegable.
Al anochecer, cuando regresaban al jardn interior, Aysa se cogi al
hombro de Price con fuerza inducida por el terror, y seal en
silencio.
Una extraa figura hua por la columnata que estaba antes de la
entrada... Era un hombre alto, tan delgado como un rabe del
desierto, vestido con un traje largo con capuchn a la manera de
albornoz, y de un color azul muy peculiar. Mientras corra por la
plataforma, para dirigirse hacia la arena, Price observ que llevaba el
fusil robado.
Se detuvo un instante para mirar hacia atrs. Sobre su frente,
rematando su cruel rostro en forma de cuchillo, resplandeca una
marca dorada, la imagen amarilla de una serpiente enroscada.
Despus desapareci detrs de una columna rota.
Un hombre-serpiente musit Aysa, con voz alterada por el
miedo.
Un qu? pregunt Price, cogiendo una de sus temblorosas
manos y mirando en sus asustados ojos violetas.
Un esclavo de la Serpiente, a las rdenes de Malikar. El hombre
de oro deba de conocer la profeca que cuenta cmo una mujer
llamada Aysa despertar a Iru. Ha adivinado que me diriga a Anz y ha
enviado al sacerdote a capturarme.
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Sangre dorada
Jack Williamson
Price segua mirndola fijamente, un tanto extraado. Una Aysa
asustada supona una nueva experiencia para l. Cuando era una
prisionera desvalida del euroasitico De Castro, no haba mostrado
miedo. Ahora le resultaba chocante verla palidecer y temblar, con sus
ojos violetas desmesuradamente abiertos a causa del terror que
senta.
Aunque estaba muy preocupado por la prdida de las armas, no
pensaba que se encontraran en peligro inmediato. El individuo
vestido de azul acababa de huir de ellos.
Valor, pequea dijo. No creo que la cosa sea tan grave.
Aunque todo vaya mal, siempre nos quedar la suerte de Durand.
Se acerc un poco hacia l, quien la rode con uno de sus brazos,
sin dejar de estar alerta ante la penumbra que comenzaba a caer
rpidamente sobre el destrozado esqueleto de la Ciudad Perdida. Ella
se arrim an ms, murmurando suavemente: Malm!.
A partir de aquel momento, hasta el final, estuvo temerosa y
aprensiva. Las sombras de un extrao temor no dejaron de merodear
por sus ojos violetas. Intent olvidar, rer con Price. Pero su alegra
era forzada, artificial, febril.
Pas una semana y no volvieron a ver al hombre-serpiente. Ambos
estaban muy cerca de la suprema felicidad. El oasis era un jardn
maravilloso, que satisfaca todas sus necesidades fsicas. No les
habra importado olvidar el mundo exterior y quedarse a vivir en l
para siempre. Cada uno de ellos encontraba en el otro una alegra
jams sentida anteriormente, un xtasis an ms intenso por la
intrusin de las tinieblas de la ansiedad.
Uno de los muros del patio presentaba una entrada bajo arco a un
largo pasadizo de granito, que conduca de nuevo a las ruinas, cadas
y cubiertas por la arena, del antiguo palacio. Cerca del jardn todava
se vea bastante, gracias a la luz de cristales. Sin embargo, la arena
invasora haba cubierto completamente la parte de detrs,
convirtindola en un sombro tnel que conduca a las misteriosas y
enterradas ruinas.
Lo haban explorado hasta donde se vea, y ya que vena a ser el
nico techo disponible, decidieron vivir en la parte de su entrada.
Al otro extremo del pasillo se alzaba una torre de piedra, an en
pie, tan alta que dominaba las murallas de Anz. Price consegua subir
por sus escaleras medio hundidas. Lo haca varias veces al da, para
observar las ruinas de Anz y el desierto de los alrededores, en busca
de los enemigos de Aysa.
La maana del noveno da, hacia el Norte, divis un minsculo
punto oscuro arrastrndose en medio del ondeante ocano de dunas
amarillo-rojizas. Estuvo observndolo durante una hora, hasta que se
fue convirtiendo en un pequeo animal de color amarillo, con una
mancha negra en el lomo, que corra en direccin a la ciudad
sepultada.
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Sangre dorada
Jack Williamson
Acabo de ver al Tigre Amarillo que se dirige hacia nosotros dijo
Aysa, cuando se reuni con ella en las verdes sombras del jardn de
paredes de mrmol.
Pudo comprobar que aquella informacin suscitaba en ella un
terror extremo. Palideci y se ech a temblar, aunque intent
mantener la compostura.
Es Malikar que viene a capturarme, montado en el tigre! dijo,
en un susurro. Malm, debemos ocultarnos! Sin tus armas no
podremos luchar contra el hombre de oro! Dnde...?
Price indic el extremo del largo pasillo.
Por qu no ah? De cualquier modo tena ganas de explorarlo.
La joven neg con la cabeza.
No, estaramos atrapados dentro, en la oscuridad coment, y
result evidente que se le ocurri una nueva idea, pues aadi: No
importa! Apresurmonos!
Cogieron, cada uno, las rsticas antorchas que haban
confeccionado simples hojas secas de palmera, atadas entre s, y
se adentraron en el pasadizo.
El suelo, cubierto de arena roja, tena una anchura de veinte pies;
el techo arqueado una altura de treinta. A lo largo de varias yardas
dispusieron de suficiente luz, que se filtraba de la entrada y de las
ventanas superiores. Despus entraron en la sala principal del
palacio, una montaa de ruinas cadas y cubiertas de arena.
Encendiendo las antorchas, prosiguieron en medio de las tinieblas
y del opresivo silencio de una ciudad enterrada. Sus pies marchaban
sin hacer ruido sobre la arena; instintivamente, slo hablaban en voz
baja.
Unos pasillos, estrechos y sombros, se abran a intervalos a partir
del largo pasillo central. Se detuvieron para estudiarlos uno tras otro.
La mayor parte estaban cegados por la arena que les haba cado
desde arriba; algunos se encontraban bloqueados por las paredes que
se haban desplomado.
Finalmente, a varios cientos de pies de la entrada, aquel pasillo
central se termin en un muro de piedras exento. Price se sinti
desanimado; no haban encontrado ningn aposento secreto ni
ninguna estancia protegida; aquel pasillo no pareca ser otra cosa que
una trampa tenebrosa. Aysa le gui, animada, por el ltimo de los
pasillos laterales.
Era pequeo y bastante bajo, aunque prcticamente libre de arena.
Cuando haban caminado por l unos cien pies, pasaron por un
montn de madera podrida que antao haba sido una puerta. Ms
lejos, una esculida escalera conduca hacia abajo. Una oscuridad
total y un silencio que quitaba la respiracin parecan burlarse de
ellos desde las profundidades.
Price no pudo evitar que en su imaginacin tomasen forma las ms
disparatadas fantasas mientras bajaba a oscuras por aquella
escalera, que conduca a las entraas de una ciudad que llevaba
perdida mil aos. Dud, y slo cuando Aysa estuvo a punto de
adelantarle, sigui caminando.
Trescientos pies ms abajo, entraban en las criptas.
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Sangre dorada
Jack Williamson
Un tenebroso laberinto bajo la ciudad sepultada; largos pasillos, de
trazado complejo, tallados en la negra roca. El aire estancado era
acre, cargado del olor a polvo de la tumba, pero no era peligroso,
como comprob Price, al ver que las antorchas seguan ardiendo.
Se detuvieron al pie de la escalera, escrutando los alrededores con
bastante aprensin. La luz de las antorchas era demasiado dbil para
iluminar las amplias salas. Unas sombras grotescas fluctuaron y
saltaron hacia ellos, como demonios bailarines.
Creo que preferira salir fuera, al encuentro de Malikar susurr
Price. Supn que se apagasen las antorchas!
Las sombras bailaron como demonios por los tortuosos pasillos,
sostenidos por columnas, y un eco burln repiti, en tono de mofa:
... Se apagasen las antorchas...
Estamos en las criptas de Anz! exclam Aysa. Las tumbas
de los grandes de la antigedad! Aqu duerme Iru!
Y unos ecos fantasmales susurraron:
... Aqu duerme Iru...
Price sinti un escalofro. Arriba, a la luz del da, resultaba fcil
rerse de la profeca que hablaba de un antiguo rey que podra volver
a la vida; pero en aquellas hmedas y espeluznantes catacumbas,
cuya tiniebla rampante no haca ms que luchar contra la luz de las
antorchas, la cosa pareca siniestramente posible.
Ms bien a regaadientes, Price acompa a Aysa para efectuar
una inspeccin de las paredes, detenindose a estudiar las
inscripciones en las estrechas y verticales losas de piedra negra que
eran las puertas de las tumbas.
La tumba de Iru! exclam la joven de repente, y Price se
sobresalt.
Era una puerta de piedra, baja y estrecha, con un pomo de oro
deslucido. Ella lo gir, e hizo una sea a Price para que empujase con
uno de sus hombros. l dud y entonces ella le dio a entender que lo
hara sin su ayuda.
Cuando Price se apoy sobre la puerta, sta cedi hacia dentro,
girando sobre goznes silenciosos, con ms facilidad de lo que caba
esperar. As que cay al interior de la tumba. Aysa le sigui, inquieta,
en respuesta a su grito de sorpresa. Era una pequea cmara
cuadrada, tallada en la oscura roca. En una especie de largo nicho
que se abra en la pared del fondo se encontraban los restos de Iru.
Para la tranquilidad de Price, el viejo rey estaba muerto del todo.
Slo quedaban de l los mismsimos huesos.
Al final de la repisa reposaban sus armas: una camisola doblada, de
cota de malla, finamente trabajada en oro; un escudo circular, no
muy grande, que deba llevarse en el brazo izquierdo; y una gran
hacha de combate.
De manera apresurada, Price cogi el hacha: a fin de cuentas se
trataba de un arma. Su pesado y macizo mango era de oro, sin
mcula. Su afilada y curva hoja, la mitad de larga que su mango,
estaba grabada, como la espada de oro templado en posesin de
Jacob Garth, con inscripciones en una lengua que Price fue incapaz de
leer.
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Sangre dorada
Jack Williamson
El corto y delgado mango era de bano, o de alguna madera
similar, negra y dura. Pareca perfectamente conservado. Moldeado
por el uso, o esculpido adrede, en l haba la impronta de una mano,
con una depresin redondeada para cada dedo.
Price levant el hacha, como si fuese a lanzar un golpe con ella. Y
aquellas depresiones se amoldaron perfectamente a sus dedos, como
si el hacha hubiese sido hecha a medida de su mano, y no a la del
esqueleto que yaca a su lado, muerto desde haca mil aos, o ms.
Qu extrao! murmur. Se adapta perfectamente a mi
mano.
Es cierto susurr Aysa. Pero... realmente es extrao?
Intrigado por una inflexin de su voz, mir a la joven. Caba justo
dentro de la pequea tumba excavada en la roca, con las llameantes
antorchas en sus manos. Sonrea, recortndose contra la negrura de
las criptas, con los ojos violetas llenos repentinamente del misterio de
algn pensamiento enigmtico.
A Price jams le haba parecido tan bella como entonces, en medio
de la oscuridad de las catacumbas. La absoluta hermosura de la joven
le daba dolor de cabeza; tena ganas de tomarla de nuevo entre sus
brazos y besarla; lleno de desesperacin, quera apartarla de los
extraos peligros que se agazapaban a su alrededor, y dejarla en
algn lejano remanso de paz y seguridad.
Salgamos de aqu murmur.
Aysa se volvi y permaneci inmvil con un suspiro de horror
cuando la luz de las antorchas ilumin el rostro de un hombre que se
encontraba en la entrada, a su espalda... Un hombre alto, con rostro
de cuchillo y un tatuaje dorado, resplandeciendo en su frente, con la
forma de una serpiente enroscada!
Price salt hacia el intruso, girando la dorada hacha de guerra, que
segua llevando en la mano. Pero si Aysa haba manifestado espanto,
el hombre-serpiente demostraba un terror abyecto. Se qued
boquiabierto. Sus rasgos ntidos y crueles se distorsionaron por efecto
del ms intenso de los horrores que Price jams haba contemplado
sobre rostro humano alguno. Aullando y levantando los brazos,
retrocedi titubeando y se perdi en las negras y labernticas
catacumbas.
Un esclavo de la Serpiente musit Aysa. Malikar le envi para
buscarme.
Por qu se espant de esa manera? Pareca como si hubiese
visto algo..., no s qu.
Creo que lo s dijo Aysa, pausadamente. Vio a Iru vuelto a la
vida.
Iru vuelto a la vida? Qu quieres decir?
Que la profeca se ha cumplido en ti! exclam, con los ojos
violetas brillndole. T eres Iru, que ha vuelto para vencer a la
Gente Dorada y liberar a los Beni Anz!
Yo? Claro que no! Qu disparate!
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Sangre dorada
Jack Williamson
Por qu no? Eres alto, como Iru, con cabello rojo y ojos azules.
Acaso no se ajusta el hacha a tu mano?
Desde luego que haba alguna coincidencia. Pero Price siempre
haba mirado con cierta desconfianza las teoras de la reencarnacin.
Le pareca que una vida ya era de por s bastante carga, para tener
que asumir adems las de otras anteriores.
De cualquier manera aadi Aysa, con espritu prctico, que
el hombre-serpiente piense que t eres Iru puede servirnos de ayuda.
Por qu no te pones la cota de malla?
Amor mo, hara cualquier cosa para sacarte de esto asegur
Price.
Y quiz debas aprenderte la Cancin del Hacha que est en la
hoja sugiri. Iru siempre la cantaba en el combate.
A la luz de las antorchas, ella se la ley. Su ritmo extrao y
cantarn conmovi de un modo extrao su sangre:
Taja!
Justicia de la batalla!
Enemiga de toda maldad!
Hiere!
Hija del yunque!
Forjada por el trueno!
Hiende!
Korlu, la que golpea!
Templada por el rayo!
Asesina!
Korlu, el hacha de guerra!
Que bebe sangre vital!
Mata!
Korlu, la perdicin roja!
Guardiana de la puerta de la muerte!
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Sangre dorada
Jack Williamson
Una luz verdosa palpit escaleras abajo, y cinco hombres entraron
en las criptas. Cuatro llevaban vestiduras azules, con capucha; dos
iban armados con largas picas, mientras que los otros dos sostenan
unas antorchas que ardan con llamas extraamente verdes.
El quinto era el hombre de oro que Price haba visto montado en el
tigre. Gigantesco, ancho de espaldas, poderoso de brazos. Llevaba un
casquete rojo y un voluminoso traje carmes. Apoyaba en uno de sus
hombros su enorme maza, erizada de pas de metal amarillo.
Condujo a sus hombres derecho hacia la tumba de Iru.
Una expresin de triunfo malvado se dibuj en su rostro amarillo,
de rasgos duros y barba de oro. Un infame regocijo brill en sus ojos,
pardos y poco profundos. Ojos de edad y sabidura inhumanas, que
albergaban los sombros secretos de un pasado perdido.
Price aguardaba en la sombra, empuando fuertemente la antigua
hacha.
Los hombres vestidos de azul, lo vio claramente, estaban
asustados. Arrastraban los pies. Sus rostros aparecan plidos y llenos
de aprensin. Malikar pas brutalmente por delante de ellos, pero
tuvo que detenerse a la entrada de la tumba.
Ven, mujer! exclam rudamente.
Aysa no le contest.
El hombre amarillo arranc a uno de sus temblorosos
acompaantes la antorcha de las manos y entr sin miedo en la
tumba. Price dio unos pasos para encontrarse con l.
Durante un instante, aquellos superficiales ojos amarillos
mostraron un estupor incrdulo. Entonces Malikar, esbozando una
mueca, avanz.
Kalb ibn kalb! exclam, en el mismo rabe de inflexiones
extraas que hablaba Aysa. As que Iru no puede descansar... Pues
yo le har dormir de nuevo!
Lanz su antorcha al suelo, en el espacio que le separaba de Price,
donde su llama verde sigui ardiendo, sin extinguirse. Con ambas
manos levant la pesada maza erizada de pas.
Price golpe con el hacha amarilla, hacindole describir un corto
arco de circunferencia que deba acabar en el casquete rojo. El
hombre de oro dio rpidamente un paso hacia atrs, para refugiarse
en la puerta. La reluciente hoja del hacha pas, inofensiva, frente a su
rostro, pero su propio ataque qued anulado; no poda maniobrar con
su maza en el estrecho espacio de la entrada.
El hombre de oro carg nuevamente a travs de la puerta, y Price
comenz a entonar la Cancin del Hacha que Aysa le haba
enseado poco antes. De nuevo volvi a ver el miedo en aquellos ojos
poco profundos y leonados. Uno de los individuos de azul dej
escapar un vvido grito de terror.
Tras unos instantes de duda, Malikar se lanz hacia el interior de la
tumba.
Movindose al ritmo de su cancin, Price se ech a un lado,
esquivando la peligrosa maza, blandi el hacha de guerra y la abati
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Sangre dorada
Jack Williamson
con todas sus fuerzas sobre el casquete rojo. Realmente aquel fue un
golpe poderossimo!
Escuch el ominoso crujido del mango reseco por el tiempo,
mientras caa el hacha, y supo lo que haba sucedido en un instante
de tragedia.
Un crujido fatal, y el mango que tena entre las manos no era ms
que un palo inservible y frgil. La afilada hoja del hacha reson al
caer al suelo de la tumba, mientras Price retroceda, consternado, y la
Cancin del Hacha mora en sus labios.
Un extrao pesar se abri paso en su corazn. Se sinti
defraudado. La suerte de Durand acababa de fallarle.
Con una desagradable mueca de inesperado triunfo en su amarilla
faz, Malikar se lanz hacia delante, levantando deliberadamente su
tremenda maza erizada de puntas para aplastar el crneo de su
enemigo desarmado.
Con un agudo chillido de dolor y rabia, Aysa se lanz bajo la maza
que caa. La delgada daga relampague en sus manos.
Malikar esquiv el golpe, proyect uno de sus macizos brazos
dorados, cubierto de rojo, y captur el puo alzado de la joven. La
daga cay de sus dedos inermes, resonando en el suelo, y Malikar
lanz a Aysa, sin miramiento alguno y con una fuerza brutal, fuera de
la tumba, donde esperaban los hombres de azul.
Price salt hacia el hombre amarillo, lanzndole un directo con el
puo. La maza se abati sobre su cabeza. Fue un golpe corto,
maniobrado con un nico brazo. Price lo esquiv y levant el escudo.
La maza penetr a travs de su defensa y entonces vio las estrellas.
Price se levant en medio de la fra y hmeda negrura de la tumba
subterrnea. Las antorchas se haban apagado. Tena mucha sed;
haba un sabor amargo y metlico en su boca. Y supo que deba de
haber estado inconsciente durante muchas horas.
Se movi a tientas. En la tumba no haba nadie ms vivo, aparte de
l. Pero toc algo voluminoso, suave y vagamente esfrico que rod
ruidosamente por el suelo.
Luchando contra un pnico helado, se dirigi hacia la entrada. Una
superficie suave y continua de fra piedra se opuso a su salida.
Frentico, desliz los dedos a lo largo de la piedra bien ajustada.
Entonces record que la enorme puerta de piedra de la cripta se
haba abierto hacia dentro y que all no haba ningn pomo.
Estaba encerrado en la tumba de Iru!
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LA PISTA DEL TIGRE
AL cabo de un momento, Price ces en sus frenticos intentos de
forzar la cerrada puerta de la cripta y se dej caer de espaldas,
agotado, sobre el fro suelo de piedra de la antigua tumba.
El pnico no se hallaba lejos de l, ni la roja y ciega locura del
terror. Su cuerpo era un puro temblor, hmedo por los sudores
sbitos. Se sorprendi de encontrarse golpeando con sus puos la
pulida y fra piedra, al tiempo que la cripta se llenaba con sus intiles
y roncos gritos.
Una voz tranquila resonando en el interior de su cerebro le dijo que
se sentara, que no malgastase sus fuerzas y que pensara. Su
situacin era extrema, casi melodramtica..., encerrado en una
tumba, en las catacumbas de Anz, en lo profundo de una ciudad
conquistada por las arenas haca siglos. Hacer esfuerzos frenticos no
le servira de nada. Deba concentrar sus sentidos dispersos y pensar.
No quera ilusionarse esperando ninguna ayuda del exterior.
Malikar y sus aclitos, al marcharse con la cautiva Aysa, le haban
dejado all, obviamente, para que muriera. Tendra que abrir la cripta
por sus propios esfuerzos. Y no le quedaba mucho tiempo para
conseguirlo, ya que el aire se encontraba viciado. Sus pulmones lo
aspiraban a grandes bocanadas en aquella atmsfera lbrega. La
cabeza le zumbaba y le deba vueltas. Todava medio asfixiado, segua
dolindole del golpe final que le haba propinado Malikar.
Cogindose entre las manos la dolorida cabeza, Price intent
pensar. Deba inspeccionar su prisin, por si pudiese encontrar alguna
herramienta.
Busc las cerillas, ansiosamente, hasta que encontr la caja. Con
un suspiro de tranquilidad, encendi una y ech un vistazo a la
pequea estancia de planta cuadrada. Lo primero que vio entre los
desperdigados huesos humanos fue el mango roto del hacha y,
despus, ya cerca de la puerta, su resplandeciente hoja amarilla. El
escudo circular no estaba lejos, y la pesada cota de malla amarilla
an segua cubriendo su cuerpo.
Sintiendo repentinamente vrtigo por el dolor penetrante que
proceda de su cabeza, se apoy en la fra pared y encendi un
cigarrillo con la cerilla moribunda. El humo le despej un poco, ya que
ocultaba el olor a sepulcro y a moho de la tumba. Pero la cabeza
segua dolindole y tena la boca seca y llena de un sabor amargo.
Cuando termin de fumarse el cigarrillo, encendi otra cerilla y
examin la puerta, una espesa losa de granito pulimentado, tan bien
encajada que disimulaba la cerradura y los goznes. Fuera haba un
pomo dorado, pero su negra y lisa superficie interior era homognea.
Obligndose a pensar y a moverse sin apresuramientos, recogi del
suelo la hoja dorada del hacha. Envolviendo un pauelo alrededor del
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Sangre dorada
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filo, para protegerse los dedos, atac la puerta con la punta del
extremo opuesto.
Supona que el mecanismo oculto de la cerradura deba de estar
encerrado en una cavidad de la piedra, a la misma altura que el pomo
dorado. La capa de granito que lo protega deba de ser relativamente
delgada, por lo que, sin duda, no sera difcil romperla.
La piedra era bastante dura, y su herramienta poco manejable. El
dolor martillaba su cabeza y el aire se iba haciendo cada vez ms
irrespirable. Dando boqueadas, vacilaba mientras trabajaba, y
ocasionalmente encenda una cerilla para ver qu tal iba su trabajo.
Durante un tiempo, que le pareci una eternidad, sigui trabajando
con ahnco en una situacin donde cualquier otro hombre hubiese
acabado por maldecir y arrojar su herramienta, tirndose al suelo en
espera de la muerte. Pero la idea de derrota, de fracaso, no entraba
en la naturaleza de Price Durand. Tena gran confianza en que la
suerte de Durand a pesar de que recientemente le hubiera
defraudado acudiese en su ayuda, siempre que siguiera luchando.
Pensar en Aysa supona mayor acicate para l que preocuparse por
su propia seguridad. Saba que amaba a la morena fugitiva, alegre y
valiente. Era suya, por alguna ley de vida inmutable. El hecho de que
estuviese cautiva le llenaba de salvaje resentimiento.
La capa de granito comenz a sonar a hueco bajo los impactos del
pico del hacha y finalmente cedi. Entonces, casi al mismo tiempo,
cay al suelo. Manteniendo una cerilla en la mano izquierda, manipul
con la otra los resortes y tiradores de bronce de la antiqusima
cerradura.
Peleando a oscuras, fatigado y asfixiado, corri el gran cerrojo, hizo
girar la puerta hacia dentro y se abalanz por la abertura en busca
del aire ms puro del exterior.
Delirando de alegra, inhal aquel aire, que antes le pareciera oler
a moho y a viciado, hasta que pudo conseguir encender una de las
antorchas que l y Aysa haban llevado a las criptas. A continuacin,
despus de coger el hacha y el escudo, encontr la escalera y subi
por ella, vacilante, hacia la superficie.
Price ri, dbilmente y con voz incierta, de pura alegra, cuando
lleg, bajo la clida y blanca luz del medioda, al jardn oculto.
Durante un instante, se qued inmvil bajo el sol, medio cegado,
bebiendo la brillante luminosidad y el aire clido y puro.
No tard en acercarse, titubeando, hasta la fuente para mojarse la
boca y beber. Derrumbndose encima de la hierba que la rodeaba, se
qued dormido, totalmente agotado.
En el amanecer de un da despejado y tranquilo, se despert con
un hambre de lobo. Nuevamente tena las ideas claras, y la contusin
producida por la maza de Malikar pareca haber remitido. Mientras
encontraba las escasas reservas que le quedaban y se alimentaba de
ellas, su pensamiento se hallaba centrado en el rescate de Aysa.
Era caracterstico de Price que no se detuviera a preguntarse si
podra liberar a la joven. Su nico problema era el cmo.
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Sangre dorada
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Despus de comer, descubri las pisadas del tigre en la tierra
blanca donde se derramaba el agua de la fuente. Cuando las vio, no
supuso de quin seran, de lo inusualmente grandes que eran.
Aunque tenan la forma de las de cualquier felino, eran tan grandes
como las de un elefante.
Se apresur a seguir las profundas huellas a lo largo de uno de los
lados del jardn, sali del patio interior y fue a parar al amasijo de
ruinas de Anz, cubiertas por la arena. El viento an no haba
desplazado la arena suficiente para borrarlas.
Inmediatamente, decidi seguir la pista del tigre. se sera,
seguramente, el camino ms corto para encontrar a Aysa. No se
detuvo a considerar los peligros y las dificultades que aquello podra
acarrearle, sino a prepararse para vencerlos. No consideraba que
pudiese fracasar; la dilacin no se encontraba en su naturaleza, pues
Price era un hombre de accin.
Un retraso podra significar el desastre. La fina arena roja,
corriendo casi como un lquido bajo el viento, no tardara en borrar las
huellas. Pero tena que hacer algunos preparativos antes de
emprender el viaje.
En primer lugar, busc en el oasis un palo de madera dura; tall en
l un nuevo mango y lo ajust a su hacha de oro, que en aquellos
momentos constitua su nica arma.
Despus ensill los dos dromedarios, que haban recuperado la
mayor parte de sus perdidas fuerzas gracias a la abundante
vegetacin del oasis, y carg en el de Aysa los odres llenos de agua y
un saco de forraje verde.
Montado en su propio hejin y tirando del ronzal del otro, sali del
oasis oculto donde haba encontrado el cenit de la felicidad y el nadir
de la desesperacin, pas entre el amasijo de ruinas de Anz, la ciudad
vencida por las arenas, y franque una duna amarillenta que se haba
elevado por encima de sus negras murallas.
Durante todo el da sigui las gigantescas huellas. Le condujeron
hacia el Norte, a travs de un ocano ondeante de colinas
redondeadas. Al principio, la pista fue fcil de seguir. Pero, despus
del ardiente medioda, se levant un soplo de viento tan clido como
el de un horno, y la arena comenz a borrar las huellas.
A la puesta del sol, la pista era escasamente reconocible. Una
docena de veces Price la perdi al franquear las dunas, slo para
volverla a encontrar en las depresiones subsiguientes. Al anochecer,
tuvo que detenerse.
Los dromedarios estaban cansados. No se haban recuperado del
todo del terrible viaje a Anz. Y Price, en la desesperacin de su prisa,
les haba hecho avanzar sin descanso. Les dio de comer del forraje
verde, comi y bebi con impaciencia y se envolvi en una manta,
deseando que el viento cesase.
Ocurri lo contrario, que aument en intensidad. Durante toda la
noche, las secas arenas susurraron con la fantasmal voz del desierto,
en tono de burla, como si se chanceasen de la suerte que corra Aysa
en manos del dorado Malikar. Mucho antes de la aurora, la pista se
haba borrado completamente.
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Sangre dorada
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Poco antes de salir el sol, Price ensill nuevamente los hejins y
avanz en la misma direccin en que le haba llevado la pista,
conduciendo a los agotados animales hasta el lmite de su resistencia.
Al atardecer de aquel da, su montura se derrumb sobre la clida
arena y muri. Dio la mayor parte del agua que quedaba al
dromedario de Aysa y se mont en l, avanzando hacia el
desconocido Norte. Desde lo alto de la siguiente duna mir hacia
atrs, a la forma blanca que yaca al sol: un animal valiente; le haba
servido bien y lamentaba tener que dejarlo as tirado... y franque la
cresta.
En cierto momento del da siguiente cuando la sombra de la
locura del desierto se abata nuevamente sobre l; jams supo si era
por la maana o por la tarde dej atrs las dunas y lleg a una
vasta llanura de arcilla amarilla.
Entonces pens, con ese tremendo esfuerzo mental que precede al
delirio, que unas huellas gigantes no habran podido ser totalmente
borradas por el viento. Despus de una hora de avanzar hacia delante
y hacia detrs, encontr de nuevo las enormes huellas y las sigui
obstinadamente a travs de la llanura de arcilla.
Aquella noche agot el agua. Se tumb cerca del dromedario, en
un wadi seco. Tena la boca hinchada y seca; estaba demasiado
sediento para poder dormirse. Pero si no pudo dormir, al menos so.
So que haba vuelto con Aysa al oasis perdido, y beba del pozo con
reborde de piedra y recoga frutos frescos. Los sueos fueron
mudndose paulatinamente en realidad. Se sorprendi de estar
hablando con Aysa y se despert, con un sobresalto, en medio de la
soledad.
Cuando se hizo de da, se puso nuevamente en camino. Las febriles
ensoaciones no cesaron. Haba vuelto a Anz, con la adorable Aysa.
Se encontraba con ella en las profundidades de la tumba de Iru,
luchando contra Malikar. Haba vuelto al campamento de la Ruta de
las Calaveras, y la liberaba de las zarpas de Joao de Castro.
Pero, a travs de todas las visiones de su cuasidelirio, una nica
idea apareca con nitidez en el cerebro que le daba vueltas. Y por eso
urga a su cansado camello a seguir hacia el Norte, a lo largo de la
pista dejada por el tigre gigantesco.
Nuevamente, la pista resultaba difcil de seguir. La arcilla era
compacta, ms dura; las grandes extremidades slo haban dejado en
ella unas dbiles improntas. Poco despus del medioda, la llanura
amarilla y dura dio paso a una extensin desnuda de lava negra, una
meseta volcnica cuyas rocas, afiladas y retorcidas por la accin del
fuego, resultaban un terreno difcil de seguir por el dromedario, de
blandas extremidades; y lo que era peor, el tigre de oro no haba
dejado marca alguna en ellas.
De tal suerte, la pista haba quedado irremisiblemente perdida.
Price abandon cualquier intento de encontrar huellas de las enormes
patas y atraves en lnea recta el terreno rocoso hacia el Norte. Lleg
la noche, y con ella una tiniebla sin luna. Y siempre segua obligando
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al dromedario medio muerto a avanzar en la direccin de la Estrella
Polar, que brillaba, plida, sobre el desrtico horizonte.
La Polar bailoteaba, le llamaba, se burlaba de l. Extraas
imgenes de demencia surgan y desaparecan a la luz de las
estrellas en el desierto. Y Price segua adelante. A veces perda la
razn y se preguntaba qu era lo que encontrara bajo la estrella.
Pero segua cabalgando.
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12
LA ROCA DEL INFIERNO
Price se despert al alba, helado y temblando de fro a pesar de su
manta. El enflaquecido hejin se haba echado a su lado. Se levant a
duras penas, intentando en vano recordar cundo se haba detenido,
y entonces vio la montaa.
En el fro e inmvil aire del desierto, pareca muy cercana, a slo
unas pocas millas al otro lado de la rida y negra llanura volcnica, y
su forma se asemejaba a un cono truncado, de paredes abruptas y
accidentadas. En su cumbre se apreciaba una corona brillante, una
cresta dorada que estall en un resplandor titilante cuando la toc el
primer rayo del sol.
Lo primero que pens Price fue que deba de tratarse de un
espejismo o de una alucinacin; pero, como gracias al fro de la
aurora haba recobrado, al menos momentneamente, la cordura,
comprendi que aquella montaa no era un sueo y que, por otra
parte, era demasiado pronto para que se produjera un espejismo,
pues la montaa pareca demasiado inmvil y real.
Record la vieja leyenda de los rabes que haca referencia a una
montaa negra, Hajar Jehannum, o Roca del Infierno, donde los yinns
moraban en un palacio de metal amarillo.
El pergamino del viejo soldado de fortuna espaol, De la Quadra y
Vargas, le vino a la memoria, con su fantstica descripcin de la
Gente Dorada dolos de oro que viven y se mueven que moraba
en la casa dorada, encima de una montaa, y era adorada como si
sus miembros fuesen dioses por quienes vivan en el oasis que se
levantaba en sus estribaciones.
Todo aquello le haba parecido imposible. Pero el hecho es que
haba visto con sus propios ojos el tigre dorado y sus jinetes amarillos,
haba luchado contra Malikar y seguido la pista del tigre durante
largos y penosos das. Y acababa de divisar la montaa, con su
corona de oro. Imposible? Quiz. Pero no pasara con ella como con
las dems cosas imposibles, que haban resultado ser verdad?
Oblig al hejin, que grua y titubeaba, a levantarse; se encaram
en su silla y se fue hacia la montaa. Saba que Aysa haba sido
llevada a ella, a lomos del tigre dorado, por su captor amarillo. Por
eso se iba a acercar hasta all, en su busca. No sera fcil dar con la
joven y liberarla, pero tena que hacerlo. Si fracasaba, saba que an
podra contar con la suerte de Durand.
Durante todo el da se dirigi hacia la montaa. En ocasiones, el
dromedario tropezaba y titubeaba. Entonces, pona pie a tierra y
prosegua caminando llevando al animal de las riendas hasta que ste
consegua recuperarse.
La lgubre meseta de lava pareca extenderse a medida que
avanzaba. Pero, a la puesta de sol, pudo distinguir las torres y
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chapiteles del resplandeciente castillo, brillando, esplndidos, y
atrayndole con una fascinacin irresistible.
Prosigui su marcha a duras penas, hasta bien entrada la noche. Al
amanecer, la roca negra no pareca ms cercana, sino simplemente
ms grande. Sus lgubres y negras paredes de basalto cristalizado le
miraban con hostilidad desafiante. Parecan imposibles de escalar.
Price, en los momentos ms lcidos de su febril avance, se
preguntaba cmo podra llegar hasta el castillo.
Una almenada muralla de piedra negra remataba la cumbre de las
escarpaduras una muralla aparentemente intil, puesto que bajo l
se extenda media milla de escalofriantes precipicios. En el interior
se levantaba la masa del inalcanzable castillo. El llameante fulgor del
oro y el blanco brillante del alabastro. Torrecillas y cpulas retorcidas.
Grciles torres. Minaretes con balconadas. Anchos tejados y espiras
apuntadas. Oro amarillo y mrmol blanco.
El empinado castillo no era totalmente de oro. Pero aun as, el valor
del metal dorado que resplandeca en l era incalculable. El tesoro
que tena ante su vista habra podido rivalizar en valor con el oro
amonedado que contenan las cajas fuertes de todo el orbe.
Pero en aquellos momentos, el oro no significaba nada para Price
Durand. Segua rechazando las brumas de la locura, batallando contra
visiones y delirios, ignorando las torturas del agotamiento, de la sed
que resecaba todo su cuerpo. Estaba buscando a una joven. Una
joven con alegres ojos violetas cuyo nombre era Aysa.
De nuevo avanzaba a lomos de su dromedario. El encarnizado e
implacable sol se levant, una vez ms, a su derecha, e inund la
llanura de lava con su cruel luz. La breve cordura de la aurora se
desvaneci, y la locura de la sed volvi nuevamente al asalto,
cabalgando en los dolorosos aguijones del violento sol.
Poco despus, en el transcurso de aquel mismo da, el hejin estir
su blanco y serpentiforme cuello y mir hacia el Este, con mayor
vitalidad que la que haba mostrado hasta entonces. A partir de aquel
momento, intent continuamente volverse hacia aquel punto. Pero
Price, con su inmisericorde mashab, le guiaba hacia la montaa.
Al cabo de un momento, pudo distinguir unos hombres en lo alto de
la imponente y negra muralla. Minsculos muecos de azul. Poco ms
que pequeas chispas azules movindose. Pero l pens que se
chanceaban de l y le desafiaban a liberar a la cautiva Aysa, ellos,
que se encontraban a salvo tras sus murallas en lo alto de los riscos.
Y se sorprendi al ver que comenzaba a maldecirlos, con voz que
pareca un graznido ronco.
Despus, cuando estuvo ms cerca de la montaa, otros hombres
acudieron a su encuentro. Hombres vestidos con ropajes azules,
provistos de capuchn, montando blancos dromedarios de carreras.
Nueve de ellos iban armados con largas picas, cuyas extremidades
eran de color amarillo, y yataganes dorados.
Price oblig a su vacilante hejin a avanzar hacia ellos, mascullando
maldiciones dictadas por la locura. Saba que todos llevaban la marca
de la Serpiente Dorada, que eran los esclavos humanos del hombre
de oro, de Malikar, el secuestrador de Aysa.
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Se detuvieron en la desnuda lava, frente a l, y le esperaron.
Con brazo adormecido, levant el hacha de oro que colgaba del
pomo de su silla. Intentando, en vano, que su dromedario se pusiera
al trote, fue a su encuentro, entonando con voz ronca las estrofas de
la Cancin del Hacha de Iru.
De repente, los nueve hombres dieron media vuelta, como
asustados, ante aquel enjuto guerrero, cubierto de oro, que montaba
un esqueltico dromedario, huyeron en retirada hacia la montaa y la
contornearon.
La montura de Price segua intentando desviarse hacia la derecha,
pero l sigui a los nueve. Se distanciaron de l, pero, al final,
contorne la formidable excrecencia de basalto cristalino que se
proyectaba en colosales columnas hexagonales hacia el brillante
castillo, y alcanz el flanco Este de la montaa.
Cuando Price contorne la montaa, pudo ver de nuevo a los
fugitivos, montados en sus dromedarios y mirando con aprensin
hacia atrs. Hacan un breve alto y proseguan su camino. Se
dirigieron directamente al interior de la montaa.
Price continu su persecucin. En la cumbre de una pendiente
menor vio un oscuro tnel de seccin cuadrada excavado en la pared,
la abertura de una entrada horizontal al interior de la montaa
basltica.
Comenz a subir por la pendiente de lava. El hejin cay
blandamente de rodillas y se neg a levantarse. Price baj de la silla,
cogi el hacha de oro y el escudo amarillo y prosigui a pie.
Un fuerte sonido metlico reson en sus odos, y vio que la boca
del tnel haba desaparecido. En su lugar se encontraba una placa
cuadrada de oro brillante, encajada en la negra pared montaosa.
Era una locura. Saba que haba llegado ms lejos que cualquier
hombre. Saba que ya no poda fiarse de sus sentidos. Quiz, despus
de todo, all no hubiera ningn tnel. Los hombres que haban salido
huyendo quiz fueran producto de su delirio.
Pero segua escalando la pendiente, con la brillante cota de malla
de Iru, el hacha y la rodela del antiguo rey de Anz.
Lleg hasta el cuadrado amarillo encajado en el flanco de un tnel.
Las puertas de oro lo haban cerrado. Vea la lnea de unin en el
medio, los slidos goznes a cada lado. Enormes paneles de oro
amarillo, de veinte pies de altura, lisos y tan pulidos que poda ver en
ellos su imagen reflejada.
Se detuvo un instante, extraado. Aquel era Price Durand?
Aquella enjuta y grave figura, de ojos que no pestaeaban, hundidos
y vidriosos, de labios renegridos e hinchados, de rostro lgubre y
salvaje, sobre el cual se lea la locura y la muerte? Era Price Durand
ese enjuto espectro con malla de oro, que llevaba las armas de un rey
convertido en polvo desde haca siglos?
Aquel interrogante sobre su persona lleg y se fue, como el resto
de las ideas que se le ocurran a su cerebro, presa de la locura del
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desierto..., como cualquier idea, excepto la nica que no cambiaba, el
pensamiento inmutable de que deba encontrar a Aysa.
Entonces, su voz ronca exigi en rabe que le abrieran las puertas.
Escuch unos movimientos furtivos al otro lado de los xnticos
paneles, pero stos no se movieron.
Musit la Cancin del Hacha de Iru, y golpe con su hacha de
guerra las insolentes valvas de oro. Pero siguieron sin abrirse.
Sigui golpeando las puertas, mascullando maldiciones con voz
reseca, y graznando el nombre de Aysa. Pero un resplandeciente
silencio se burl de l.
Entonces, el principal empeo que le haba conducido hasta aquel
lugar, a lo largo de aquellos das terribles, se quebr. Su razn
encontr un santuario en la locura, huyendo de los sufrimientos de
una tierra demasiado cruel para vivir en ella. Y Price fue presa del
delirio.
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13
EL PAS DORADO
Durante varios das, Price fue pasando indolentemente de la locura
temporal a una lenta lucidez. Estaba entre rabes. rabes que vestan
de una manera extraa y hablaban un curioso dialecto arcaico. Eran
sus amigos o, ms bien, sus temerosos adoradores. Le llamaban Iru.
Recordaba vagamente haber odo antes aquel extrao dialecto.
Incluso el nombre de Iru. Pero necesit varios das antes de recordar
las circunstancias en que lo haba odo.
Estaba echado encima de alfombras y cojines en una amplia
habitacin, oscura y fra, con paredes de adobe cubiertas de enlucido.
Una escolta de aquellos extraos rabes siempre estaba cerca de l.
Y el hombre que deba de ser su jefe haba acudido a verle muchas
veces.
Yarmud era su nombre. Un rabe tpico, grande, de labios delgados
y nariz aguilea. A Price le caa bien. Sus ojos negros tenan mirada
franca y penetrante. Se comportaba con dignidad, sencillez y reserva.
Sobre su rostro delgado y moreno se lea una fiereza y un orgullo
severos, casi regios.
Resultaba evidente que Yarmud era el dirigente de aquellos
rabes, sin embargo, pareca respetarle como si se tratase de un gran
potentado.
Price dorma la mayor parte del tiempo. No haca ningn ejercicio,
salvo para beber agua o leche de dromedaria, o para tomar la comida
sencilla que sus huspedes le llevaban al lugar donde reposaba. No
intentaba hacerles ninguna pregunta, ni siguiera pensar. Por lo
dems, las pruebas de su terrible marcha en pos de la pista del tigre
le haban llevado a las puertas de la muerte. Poco a poco, su cuerpo
torturado y su imaginacin enfebrecida se fueron recobrando.
As pues, una tarde, cuando Yarmud entr en la habitacin, digna y
augusta figura en su largo abba negro de extraa factura, Price se
despert. Su mente estaba recuperada y nuevamente lcida. Se
levant a saludar al viejo rabe, aunque sintiese debilidad en las
piernas.
El viejo Yarmud tuvo una sonrisa resplandeciente al ver que se
levantaba.
Salaam aleikum, seor Iru dijo. Y para extraeza de Price, se
arrodill ante l.
Price le devolvi el inmemorial saludo del desierto y Yarmud se
irgui, preguntndole, solcito, por su estado de salud.
Hace cinco das, tu dromedario o el dromedario de la doncella
Aysa, que acudi a despertarte, regres al lago. T, Iru, estabas
atado al animal con una soga que rodeaba tu cuerpo y terminaba en
los pomos de la silla.
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Entonces Price comprendi que deba de encontrarse en la ciudad
de El Yerim, de donde Aysa haba huido. Aquella gente le haba
tomado por el legendario rey de Anz, vuelto nuevamente a la vida
para liberarlos de la esclavitud de la Gente Dorada. Era algo que no le
extraaba, dado que haba salido del desierto vistiendo las armas del
antiguo monarca y con aspecto ms de muerto que de vivo.
La montaa donde viva Malikar pregunt, est cerca?
Hacia el Oeste, a medio da de viaje dijo Yarmud, sealando
con uno de sus delgados brazos.
Price comprendi entonces que cuando su hejin, el ltimo da de su
viaje a la montaa, no haca ms que desviarse, lo nico que
intentaba era dirigirse hacia el oasis. Supuso que despus de haber
dejado de aporrear como un demente la puerta de oro, debi de
quedarle la lucidez suficiente para montar nuevamente en el
dromedario y atarse a la silla, aunque no recordaba nada de todo
aquello. Y el leal animal le haba conducido hasta all.
Y Aysa? pregunt, un tanto excitado. Sabes dnde puede
estar?
No. Fue elegida por Malikar para ir a la montaa, acompaando
al tributo de la Serpiente. Escap, no s cmo el viejo rabe mir a
Price, con una sugestin en la voz que equivala a un guio y fue en
busca de Anz, la Cuidad Perdida, para despertarte. As que no sabes
dnde est?
El corazn de Price se llen de simpata hacia Yarmud, al tener la
certeza de que haba contribuido a la fuga de Aysa.
No. Malikar lleg y se la llev. Me dej encerrado en las antiguas
catacumbas. Sal y segu la pista del tigre, que me condujo hasta la
montaa.
La liberaremos dijo Yarmud cuando destruyamos a la Gente
Dorada.
Al ver que Price estaba fatigado, el viejo jefe no tard en
marcharse, para dejarle que adoptase una decisin sobre el problema
que acababa de plantearse. Era obvio que aquellos rabes tomaban a
Price por su antiguo rey, milagrosamente resucitado. As pues, no
haba duda de que estaran dispuestos a seguirle en una guerra
contra la Gente Dorada.
Dado que llevaba las armas del antiguo rey cota de malla, hacha
y escudo se encontraban junto a su cama, le resultara muy fcil
seguirles el juego. Pero Price era de natural franco y leal. Todo en l
se revolva contra la idea de adoptar un disfraz.
A la maana siguiente se senta ms fuerte. Y ya haba tomado una
decisin.
Cuando Yarmud entr nuevamente, y estuvo a punto de
arrodillarse, Price le detuvo.
Aguarda. T me llamas por el nombre del rey de la perdida Anz.
Pero yo no soy Iru. Mi nombre es Price Durand.
Yarmud le mir, boquiabierto.
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He nacido en otro pas explic Price. He llegado hasta aqu
atravesando el mar y las montaas.
El rabe se recobr y objet, muy excitado:
Pero t tienes que ser Iru! Eres alto, tienes los ojos azules y el
cabello llameante! Aysa fue a buscarte y te encontr. T mismo dices
que saliste de la tumba. Volviste a Anz con el hacha de Iru y
canturreando su Cancin del Hacha.
Price comenz a explicarle su vida, la expedicin al desierto y
cmo haba conocido a Aysa.
S, esos extranjeros estn aqu reconoci Yarmud. Han
acampado al otro lado del lago. Toman nuestros alimentos, pasean
sus dromedarios por nuestros pastizales y no nos pagan por ello.
Desean que mis guerreros los acompaen para luchar contra la Gente
Dorada. Pero ninguno es, como t, imagen de Iru.
Finalmente, Price no consigui convencer a Yarmud de que no era
el antiguo rey que haba regresado de nuevo. Como Aysa, el anciano
admita su historia de buen grado, pero insista en que era Iru,
renacido. Y aunque Price se sintiera poco inclinado a admitir la teora
de que era la reencarnacin de un rey brbaro, no encontr
argumentos eficaces para oponerse a ella.
Promteme que no volvers a decir que no eres Iru pidi
finalmente Yarmud, con tono astuto, pues mis guerreros estn
impacientes por seguirte contra la Gente Dorada.
Y Price, en inters de Aysa, se sinti contento al prometrselo. A fin
de cuentas, quiz hubiera algo de cierto en las afirmaciones de
Yarmud. No tena intencin de devanarse los sesos por tal cuestin.
Los problemas de una vida ya eran suficientes para, adems, tener
que cargar gratuitamente con los de otra.
Aysa, como Price lleg a saber, era la hija del hermano de Yarmud,
quien haba sido jeque de los Beni Anz hasta que Malikar acabase con
l dos cosechas antes, por negarse a enviar el tributo anual a la
Serpiente. As pues, su sucesor, Yarmud, era to de Aysa..., otro hecho
que hizo crecer an ms la simpata que Price senta por aquel
anciano gobernante, severo y orgulloso.
Aquel mismo da, poco despus de que el sol comenzase a
declinar, Price sali por primera vez de la larga habitacin en la que
se haba despertado.
Despus de escaparse Aysa, Malikar aument el tributo de la
Serpiente explic Yarmud. Un dromedario cargado de dtiles y
grano, adems de otra doncella. Los hombres-serpiente han venido
hoy para llevrselo.
Price le pregunt si podra asistir a la partida de la caravana que
volvera al castillo con el tributo.
Claro que puedes convino Yarmud, pero tendrs que vestirte
como uno de mis guerreros. Sera aconsejable que Malikar no supiese
que ests aqu, o, al menos, no antes de que le ataquemos.
Visti a Price con un largo y flotante gumbaz, que se lleva por
dentro, un abba oscuro y un kafiyeh de vvido color verde, que
ocultaba su cabello rojo; le arm con una larga espada de bronce de
dos filos y una lanza de amplia hoja y astil de madera.
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Mezclndose con una veintena de hombres vestidos como l, Price
sali a la ciudad de El Yerim.
Se encontr en medio de las calles irregulares y llenas de polvo de
una ciudad medio oculta por palmares. Los arracimados edificios de
adobe, bajos, ms bien rechonchos, pertenecan a ese tipo de
arquitectura compacta y simple, tan vieja como Babilonia. Las calles
estaban desiertas, salvo por algunos grupos de guerreros rabes; una
atmsfera de temeroso silencio penda sobre ellos.
Dirigindose sin prdida de tiempo hacia el Norte de la ciudad,
siguiendo las paredes de oscuros adobes, la dejaron atrs y fueron a
dar a la orilla de grava de un pequeo lago. Su agua cristalina herva
a borbotones en el centro, como resultado de la violencia de las
caudalosas fuentes que lo alimentaban... y que hacan posible la
existencia de aquel vergel en medio del desierto, al que De Quadra y
Vargas llamara Pas Dorado.
Palmeras empenachadas de verde se alineaban en la orilla
opuesta, y debajo de ellas Price vio el campamento de la expedicin
con la que haba llegado al desierto. Las bien alineadas y pulcras
tiendas de color caqui de Jacob Garth y del resto de los occidentales.
Las hejras de piel de dromedario negro del jeque Fouad el Akmet y
sus beduinos. La silenciosa masa gris del tanque militar. Pequeos
grupos de hombres, de pie bajo las palmeras, miraban en una
direccin; entre ellos reconoci al voluminoso Jacob Garth y a su
enemigo, Joao de Castro.
Entonces, los ojos de Price siguieron la direccin en la que estaban
mirando los otros.
A doscientas yardas del lugar donde l y los guerreros rabes se
encontraban, a lo largo de la amplia banda de desnuda grava que
separaba la ciudad de adobes del pequeo lago, haba una docena de
dromedarios blancos. Hombres vestidos de azul, armados con
yataganes de un amarillo resplandeciente, estaban montados encima
de cinco de ellos, llevando a los dems de los ronzales. Uno estaba
cargado con grandes cestas que, segn supuso, deban de ser parte
del tributo.
Un tenue lamento de agona pareci brotar de las casas bajas de
adobe. Y los seis hombres-serpiente que faltaban aparecieron, dos de
ellos llevando consigo una joven que llevaba atadas las manos a la
espalda. Tras ellos avanzaba una mujer huraa, que gritaba y se
golpeaba el enflaquecido pecho.
La joven pareca sumisa, paralizada, quiz por el miedo. No se
defendi cuando la entregaron a uno de los jinetes, que coloc su
cuerpo inerte frente a l, ponindolo atravesado sobre la silla. Los
restantes hombres montaron en sus dromedarios y les hicieron darse
la vuelta, faltndoles poco para atropellar a la mujer sumida en la
desesperacin.
Price se ech hacia delante, impulsivamente, cuando los once
hombres tomaron el camino que contorneaba el lago, uno de ellos
tirando del dromedario cargado. Yarmud le cogi del brazo,
detenindole.
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Sangre dorada
Jack Williamson
Espera, Iru susurr. An no ests lo suficientemente fuerte
para montar. Ni nosotros listos para la batalla. Si intervenimos,
Malikar vendr y baar en sangre El Yerim. Y Vekyra... dar
comienzo a su cacera humana! Espera a que estemos dispuestos.
Price se detuvo, comprendiendo la sabidura que encerraban las
palabras del jeque. Pero la rabia ardiente le dominaba, el ferviente
resentimiento que siempre senta cuando vea al dbil maltratado por
el fuerte. Y su cuerpo se llen de la fra determinacin de destruir
totalmente los seres de oro ya fuesen humanos o de metal vivo,
que haban sometido a aquella raza a tan baja esclavitud. Antes
habra podido contentarse con liberar a Aysa. Pero en aquellos
momentos, senta la fra y desapasionada necesidad de aniquilar a los
seres que se la haban llevado de su lado.
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Sangre dorada
Jack Williamson
14
LA AMENAZA DEL ESPEJISMO
EL Price Durand que cinco das despus contorne el pequeo lago
para penetrar en el campamento de los farengi en compaa de
Yarmud y de cuarenta guerreros de los Beni Anz, no era el mismo
viajero inquieto que, varias semanas antes, llenas de azarosas
molestias, haba dejado atrs el mar de Arabia en compaa de la
expedicin.
En aquellos momentos, se senta completamente recuperado de los
sufrimientos de su ltimo viaje, excesivamente cruel, y estaba tan
embargado de la ardiente impaciencia de medir sus fuerzas con
Malikar, que no tolerara ningn retraso.
El sol del desierto haba tostado su piel, dndole el color moreno de
un rabe y absorbiendo de su cuerpo cualquier gota superflua de
humedad. Una nueva fortaleza de hierro le habitaba, surgida del
desierto contra el que haba luchado, vencindolo, y una resistencia
incansable.
Su espritu se haba endurecido lo mismo que su enjuto cuerpo. Se
haba unido a Jacob Garth, no en busca de oro, sino como un
individuo inquieto y descontento, como un deportista insatisfecho en
busca de un nuevo juego, como un vagabundo que recorra el mundo,
impulsado por vagas y oscuras aspiraciones, por un indefinible deseo
de contemplar extraos paisajes.
En el RubAl Khali haba encontrado a Aysa, una joven extraa y
adorable, que escapaba de un peligro fuera de lo corriente. Y haba
huido con ella a travs de las mudables arenas... y la haba amado en
el jardn oculto de una ciudad perdida... y le haba sido arrebatada por
un poder que an no era capaz de comprender.
En aquel momento, estaba decidido a encontrarla y liberarla, a
aniquilar a los seres que se la haban llevado. Era como si la vida en
el desierto hubiese cristalizado toda la energa de sus inquietudes en
una nica fuerza motriz que no cedera ante ninguna oposicin, ni
admitira ningn fallo.
Saba que peligros demasiado reales e inmediatos obstaculizaran
su empresa. Los poderes de la Gente Dorada, tal y como haba
vislumbrado, eran vastos y ominosos, espantosos. Pero no estaba en
la naturaleza de Price tomar en consideracin las consecuencias de la
derrota, salvo como preludio para otra batalla.
Jacob Garth sali de su tienda para ir al encuentro de Price y de su
guardia personal. Tan enigmtico como siempre, aquel voluminoso
hombre no haba cambiado. Su rostro hinchado, blanco como el sebo,
era como de costumbre blandamente plcido, como una mscara; sus
plidos y fros ojos mantenan su mirada fija e insensible por encima
del revoltijo de los rizos de su barba rojiza.
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Sangre dorada
Jack Williamson
Se detuvo y examin a Price durante un momento; entonces, su
voz lanz una frmula de saludo, cargada de sonoridad y exenta de
sorpresa:
Hola, Durand.
Buenos das, Garth.
Price mir hacia abajo, desde lo alto de su hejin un regalo de
Yarmud al grueso individuo, que rebosaba calma bovina e iba
vestido de caqui empolvado. Sinti los fros ojos que se fijaban en su
resplandeciente cota de malla, en su brillante escudo, en el hacha
amarilla.
Dnde ha estado, Durand? bram Garth de repente.
Price mantuvo su inquisidora e inescrutable mirada.
Tenemos muchas cosas de que hablar, Garth. Por qu no nos
sentamos en algn sitio resguardado del sol?
Quiere venir a mi tienda, que est ah enfrente, bajo las
palmeras?
Price asinti. Desmont y entreg las riendas de su dromedario a
uno de los hombres de Yarmud. Tras informar brevemente al viejo
jeque, sigui a Jacob Garth a su tienda, entrando antes que l. Garth
seal una manta extendida en el suelo de grava y ambos se
sentaron sobre ella.
El hombretn le mir fijamente en silencio, ms bien con aire
siniestro, y dijo de sopetn:
Supongo que comprender, Durand, que no volver a ocupar su
antiguo puesto de jefe de la expedicin. Desconozco, incluso, la
suerte que querrn reservarle los hombres despus de su...
desercin.
Lo ocurrido fue un motn contra mi autoridad! exclam Price.
Y contra todas las leyes de la decencia humana! No soy un desertor!
y recobrando el aplomo aadi: Pero no tenemos que llegar a
esos extremos. Y sus hombres no sern invitados a disponer de mi
persona.
Parece estar en buenos trminos con los indgenas observ
Garth.
Me han aceptado como su jefe. Estamos planeando un ataque a
la montaa de la Gente Dorada. He venido a ver si deseaba unirse a
la expedicin.
Jacob Garth pareci ms interesado.
De veras le seguiran? pregunt. Contra sus dioses
dorados?
As lo creo.
Entonces quiz podamos llegar a algn acuerdo aquella voz
profunda era como siempre, suave, monocorde. Llevamos aqu
desde hace semanas. Los hombres estn descansados y dispuestos
para la accin. Hemos hecho maniobras. Y explorado la regin.
Ya nos habramos puesto en marcha hacia la montaa, pero los
indgenas se niegan a unirse a nosotros. Y no me pareca una buena
estrategia avanzar y dejarlos con el control del agua. No confiamos en
ellos.
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Sangre dorada
Jack Williamson
Estoy seguro dijo Price de la lealtad total de los Beni Anz, o al
menos de su jeque Yarmud, hacia m. Propongo que unamos nuestras
fuerzas... hasta que aplastemos a la Gente Dorada.
Y entonces?
Usted y sus hombres podrn servirse a su antojo de lo que haya
en el Palacio de Oro. Todo lo que yo quiero es a Aysa sana y salva.
Se refiere a la mujer que le quit a De Castro?
Price asinti.
Bueno, supongo que Joao tendr algo que decir al respecto. Le
promet que podra elegir entre cualquiera de las mujeres que
captursemos. Pero, por mi parte, acepto sus trminos.
Entonces somos aliados?
Hasta que hayamos acabado con el poder de la Gente Dorada.
Jacob Garth extendi su blanca y blanda mano. Price la estrech,
sorprendindose como antao de la aplastante fortaleza que se
ocultaba bajo aquella piel blanda y suave.
Al amanecer del da siguiente, un verdadero ejrcito avanzaba a
travs de los palmares de El Yerim, alejndose del campamento y de
la cuidad al borde del pequeo lago. El ruidoso tanque abra la
marcha. Tras l avanzaban los hombres montados en sus
dromedarios, en una prieta columna de a dos.
Jacob Garth y el negruzco Joao de Castro, con ojos como endrinas,
iban a la cabeza de los farengi, una veintena de aventureros
endurecidos, cuyos animales de carga transportaban ametralladoras,
artillera de montaa, morteros Stokes y explosivos.
El jeque Fouad el Akmet cabalgaba al frente de sus cuarenta
nakhawilah, o renegados, quienes cean fieramente sus relucientes
cartucheras e iban armados con los nuevos fusiles Lebel.
Price Durand, resplandeciente en la dorada cota de malla de Iru,
cabalgaba al lado de Yarmud, a la cabeza de los cerca de quinientos
guerreros, los ms valientes de los Beni Anz.
Cuando la interminable hilera de combatientes dej atrs los vedes
palmares del frtil valle y se adentr en la desolada meseta, nacida
del fuego, qued a la vista la Hajar Jehannum, o Verl, como los Beni
Anz llamaban a la montaa..., una masa basltica de escarpadas
pendientes, el ncleo de un antiguo volcn, coronada por un palacio
lleno de torres, que resplandeca con una mirada de destellos de
blanco y oro que se abran en abanico.
Un estruendo de vtores recorri las columnas, a medida que cada
uno de los sucesivos grupos de jinetes llegaba a la vista de la
montaa y de la brillante promesa de su corona de mrmol y de
metal amarillo.
El corazn de Price se llen de entusiasmo. Involuntariamente,
oblig a su hejin a marchar ms deprisa, acariciando el duro mango
de Korlu, la gran hacha. Aysa deba de estar presa en el interior de
aquel castillo resplandeciente. Aysa, la bella y valiente hija del
desierto.
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Sangre dorada
Jack Williamson
Grande es el da! exclam Yarmud, cerca de l, aguijando su
dromedario hasta que se puso al paso del suyo. Antes del
crepsculo, el castillo de Verl ser nuestro. Por fin, la Gente Dorada
morir...!
El miedo apag su voz. Silencioso, repentinamente plido, apunt a
la lgubre montaa, que an distaba de ellos quince millas. La larga
columna se haba detenido con sorprendente sincronicidad; un sordo
murmullo de terror la recorra.
La sombra de la Gente Dorada! exclam Yarmud, con voz
ronca por el miedo.
Un brillante abanico de rayos luminosos se elevaba en el cielo
ndigo, encima de ellos. Estrechos haces de luz, rosa y topacio, se
mezclaban en una esplndida pirmide invertida de llamas. El vrtice
de la pirmide tocaba la torre ms alta del castillo. Los rayos
coloreados eran emitidos desde ella.
Por encima del esplndido abanico azafrn y rosa apareci una
imagen. Vaga al principio, como una sombra gigantesca proyectada
sobre la bveda de los azules cielos, rpidamente cobr forma, color,
realidad.
Una gigantesca serpiente, tan grande como una nube, se
enroscaba en el aire de encima de la montaa. Un cmulo de anillos
amarillos, la maligna cabeza erguida como una columna esbelta,
urea y reluciente. Una serpiente de oro. Cada una de las refulgentes
escamas reluca como metal pulido. La cabeza, desde el ms elevado
de sus anillos, mir hacia abajo, y sus ojos, que brillaban negros e
insidiosos, se posaron en la columna que se haba detenido presa del
miedo.
Al lado de la serpiente estaba una mujer... la misma que Price
haba visto montada en el tigre, en el espejismo que haba tenido
lugar sobre el desfiladero. Un anillo amarillo, tan grueso como su
cuerpo, descansaba a sus pies, y ella estaba medio reclinada en el
siguiente, que acariciaba con uno de sus brazos.
El cuerpo de la mujer era igual de amarillo que el de la serpiente, y
tena algo de su gracia esbelta y sinuosa. Una tnica adherente de
color verde lo cea, sin ocultar ninguna de sus curvas. Rojizo-dorado,
flotando suelto y abundante, el cabello le caa sobre los amarillos
hombros.
La mujer los miraba desde lo alto del cielo, con una sonrisa
burlonamente malfica en su rostro ovalado y extico. Sus labios
plenos, carmeses, eran voluptuosos y crueles; los prpados de sus
ojos, pcaros y oblicuos, estaban resaltados por una lnea negra; el iris
de aquellos ojos era pardo-verdoso.
Price observ aquellos oblicuos ojos verdosos que recorran la
expedicin, inquisidores, antes de fijarse en l. Al parecer, la mujer le
vea con tanta nitidez como l a ella, a pesar de lo extraa que fuese
la industria de aquella proyeccin. Le miraba desde las alturas,
provocativamente. En su mirada haba una curiosa intimidad.
De repente, el asombro y una vaga expresin de alarma asomaron
en aquellos ojos leonados, en el momento en que repararon en la
malla de oro, la rodela y el hacha amarilla. Pero no por ello dejaron de
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expresar un desafo burln y, tambin, una promesa enigmtica,
aunque extraamente turbadora. El delgado cuerpo amarillo se
abandon en medio de aquella reunin de serpentinos y dorados
anillos. Unos dedos rematados en unas uas pintadas de rojo agitaron
la cabellera de oro rojizo, que onde en una cascada deslumbrante.
Price se sinti invadido por un impulso de feroz deseo hacia aquel
cuerpo sinuoso, lleno de curvas. Experiment la urgente necesidad de
sostener la mirada burlona de aquellos ojos verdosos y sesgados.
Lujuria, no amor. Nada espiritual, nada reverencial.
Se ri mientras miraba a la mujer, chancendose. Bruscamente,
ella ech hacia atrs la sedosa y dorada red de su cabellera y la ira
relampague en los ojos leonados. No haba duda de que le haba
visto.
Price volvi la mirada hacia la serpiente. Incluso por comparacin
con la amenazante sombra de la mujer, era grande, y su cuerpo de
escamas doradas, ms grueso que el de ella. Como una ominosa
nube, penda del cielo que se encontraba sobre la montaa negra,
encima del desplegado abanico de flechas luminosas. Plana,
triangular, repelente, su gran cabeza los miraba.
Sus ojos rutilantes eran terribles; negros con una pincelada de
prpura, sin parpadear, ardiendo con fra luz. El pulso de Price se hizo
ms lento, debido al miedo instintivo que sinti cuando se encontr
con aquella mirada, y a lo largo de su columna bailaron unas agujas
de hielo. Los ojos de la serpiente eran pozos de fra maldad, que
refulgan con una sabidura siniestra, ms antigua que la humanidad.
Eran hipnticos.
Price se haba preguntado en ocasiones lo que siente un conejo,
congelado en el fascinado trance que sufre mientras avanza hacia l,
ondulante. En aquel momento lo supo. Sinti el choque fro y mortal
de una potencia maligna e irresistible, algo intangible e inexplicable,
pero terrorficamente real.
Haciendo un esfuerzo, apart su mirada de aquellos ojos inmviles
e hipnticos. Se sorprendi al comprobar que su cuerpo estaba tenso,
cubierto de sudor helado.
Volviendo la cabeza hacia atrs, para mirar a la expedicin, vio que
se haba abatido sobre ella una extraa quietud, un silencio casi de
muerte. Todos los hombres contemplaban, fascinados, el espejismo.
Los comentarios se haban acallado. No se oa ningn grito, ni
siguiera de asombro o de miedo.
Atencin! exclam. Y, despus, en rabe: No miris a la
serpiente. Daos la vuelta. La serpiente no tiene poder sobre vosotros,
a no ser que posis vuestros ojos en ella.
A su lado hubo un profundo suspiro. Era la voz de Yarmud, que
deca:
La Serpiente nos amenaza. Nuestra victoria no ser fcil. Sus ojos
pueden destruirnos.
Vamos Price hizo avanzar a su montura.
Entonces entona la Cancin del Hacha. Los hombres tienen
miedo.
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Jack Williamson
Price fue subiendo la voz a medida que desgranaba la cancin
guerrera del antiguo rey brbaro cuya armadura llevaba. Una oleada
de aclamaciones recorri la columna; dbiles e inseguras al principio,
fueron creciendo en intensidad.
Y la larga caravana reanud su lento avance.
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Sangre dorada
Jack Williamson
15
LOS ESPEJOS DE LA MUERTE
A medida que iban pasando las horas y la columna de dromedarios
progresaba hacia delante, el sobrenatural espejismo segua
suspendido, ominoso, en el cielo que se encontraba ante ellos, y los
ojos pardo-verdosos de la mujer dorada y los globos negro-prpura de
la serpiente no dejaban de mirarla. En ocasiones, el fenmeno pareca
curiosamente cercano. A medida que la expedicin avanzaba, daba la
impresin de que se haba ido apartando, de suerte que, en aquel
momento, se mantena a distancia constante.
Price especulaba sobre posibles explicaciones cientficas sin llegar
a conclusiones satisfactorias. Saba que el espejismo no deba de ser
otra cosa que la colosal reflexin de unas criaturas reales, producida
por la aplicacin de leyes pticas que el mundo exterior ignoraba.
Sin embargo, el efecto hipntico o paralizante de los ojos de la
Serpiente le resultaba ms desconcertante. Supona que el reptil
dorado posea sencillamente el leve poder de fascinacin de una
serpiente cualquiera, aumentado en proporcin a su tamao, y quiz
intensificado o amplificado de la misma manera segn la cual el
espejismo aumentaba su cuerpo.
Los hombres seguan transidos y espantados. El coraje de Fouad y
de sus beduinos slo se mantena vivo por su confianza en el tanque
y en las dems armas invencibles de la banda de farengi. Los Beni
Anz se vean sostenidos de un modo similar por la fe en Price, como
su libertador sobrenatural.
En muchas ocasiones, la columna detena su avance. Price, Jacob
Garth y Yarmud iban continuamente de la vanguardia a la
retaguardia, para animar a los hombres y advertirles que no mirasen
al enloquecedor espejismo suspendido frente a ellos, ya que los ojos
de la serpiente que formaba parte de l relucan con la fra y mortal
fascinacin de una antigua y siniestra sabidura.
Cuando se acercaron a la montaa, Price envi exploradores.
A cinco millas de la negra masa basltica, el frente de la columna
lleg al margen de la depresin de un wadi, un valle de mil yardas de
ancho. Cuando tres exploradores, montados en veloces hejins,
estaban en medio de aquella superficie, las pequeas colinas negras
coronadas de lava de la margen opuesta, cobraron una amenazadora
vida.
Varias docenas de hombres vestidos de azul aparecieron sin saber
de dnde, empujando hacia la cresta de la colina ms elevada unos
espejos con forma de paraboloides elpticos que brillaban al sol,
sostenidos por armaduras metlicas, como el que, en el desfiladero,
haba matado al rabe Ahmed con un invisible rayo de fro.
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Sangre dorada
Jack Williamson
Los grandes paraboloides oscilaron y relucieron al sol. De ellos
brotaron unos extraos relmpagos violetas, que, curiosamente,
hacan dao a la vista.
Nada ms divisar al enemigo, los tres exploradores volvieron
grupas y emprendieron una alocada huida, que no fue lo
suficientemente rpida para permitirles escapar de los espejos. El
dromedario que iba al frente tropez y cay. Jinete y montura se
hicieron aicos al chocar contra el suelo, debido a que sus cuerpos se
haban enfriado sbitamente, hasta el punto de convertirse en
quebradizos. Los fragmentos no tardaron en quedar plateados por el
hielo.
Un instante despus, el segundo hombre cay, en un torbellino de
copos de nieve. Y despus el tercero, rompindose como si fuese de
cristal.
El miedo barri la columna que permaneca en las bajas colinas de
lava que dominaban el wadi. Haban podido soportar la permanente
amenaza del espejismo porque estaba lejos, y slo era real a medias.
Pero aquellos espejos congeladores eran tan terrorficamente
extraos como inminentemente peligrosos. Los beduinos y los Beni
Anz se agitaron, incmodos; pero, viendo que Price y Jacob Garth
seguan al frente, mantuvieron sus posiciones.
La defensa fue organizada rpidamente. Garth dej escuchar su
profunda voz, al impartir rdenes precisas. Los caones de montaa
Krupp, las cuatro ametralladoras Hotchkiss y los dos moteros Stokes
fueron desembalados rpidamente y situados en posiciones cubiertas
a lo largo de la cresta de la colina.
Los hombres del jeque Fouad el Akmet se agruparon detrs del
tanque para seguirle en la primera carga. Los cuatrocientos cincuenta
guerreros de los Beni Anz, armados, salvo un centenar de arqueros,
slo con largas espadas y lanzas, permaneceran en retaguardia, pues
formaban la reserva.
Los dos pequeos caones comenzaron a disparar con regularidad,
vertiendo sobre el otro extremo del wadi un diluvio de sibilante
shrapnel. Las ametralladoras Hotchkiss rompieron a cantar con su
tableteante msica, y los francotiradores, tumbados en el suelo,
hicieron ladrar a sus fusiles.
Durante algunos minutos ms, los espejos relampaguearon con un
cegador resplandor violeta. Pequeos torbellinos de ventisca
aparecieron en el aire que rodeaba a los artilleros, y varios hombres
cayeron, castaetendoles los dientes, temporalmente paralizados.
Pero, al parecer, la distancia era demasiado grande para que los
espejos resultasen efectivos. De nuevo fueron llevados detrs de la
cresta de lava, fuera de la vista.
Price y Jacob Garth, cerca de donde estaban los caones,
observaron con sus prismticos el extremo opuesto del wadi. Una
docena de formas inmviles, vestidas de azul estaban desperdigadas
por el suelo, vctimas de las balas y de las explosiones del shrapnel.
Pero las que quedaban vivas haban desaparecido.
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Sangre dorada
Jack Williamson
Ahora nos toca a nosotros observ Garth, tan sereno e
inexpresivo como siempre. No podemos permitirnos dejarles la
iniciativa. Y la municin de los Krupp no nos durar toda la vida.
Se volvi y comenz a impartir rdenes.
El tanque de blindaje gris franque pesadamente la cresta de la
colina. Baj su pendiente a toda velocidad y pareci a punto de
desarmarse mientras pisaba el ptreo suelo del wadi, con las
ametralladoras tableteando. Tras l iban a la carrera los beduinos de
Fouad, con sus nuevos fusiles Lebel.
En una carga carente de disciplina, pero esplndida, los rabes se
lanzaron en pos del tanque, disparando sus armas en el transcurso de
su larga carrera. Cuando haban cruzado la mitad del valle, los
espejos congeladores fueron emplazados en la colina que se alzaba
enfrente de ellos, saliendo de unas trincheras ocultas.
Un rabe cay, junto con el animal que montaba, en un amasijo
congelado de fragmentos pulverizados. Otro, y dos ms, cayeron en
medio de nubes de reluciente hielo. Instantes despus, el tanque
qued baado de blanco, resplandeciendo con tonos plateados.
Durante unos pocos segundos, sigui avanzando. Price esper que
su blindaje hubiese podido resistir el efecto del rayo; record lo cerca
que haba estado de congelarse dentro de l, tiempo atrs, en el paso
de Jebel Harb. El rugiente motor vacil y muri. El tanque patin,
mostr uno de sus flancos al enemigo y se qued silencioso e inmvil,
como un fantasma plateado de lo que haba sido. Durante un breve
instante, Price sinti pena por el viejo Sam Sorrows.
Aunque los Krupp y las ametralladoras seguan lanzando su lluvia
de muerte sobre las dotaciones de azul de los espejos, el fracaso del
tanque acab con la moral de los rabes. Haciendo volver grupas a
sus dromedarios, lanzados a la carrera, emprendieron una huida
desordenada, en el transcurso de la cual cayeron otros dos ms.
El desastre estaba desagradablemente cercano, pens Price. El
arma ms poderosa de los farengi haba sido vctima de los espejos
congeladores. Otro fracaso como se, y los rabes huiran presa del
pnico.
Quiere intentar una carga con sus indgenas, Durand?
pregunt Garth. Es nuestra ltima posibilidad. Estaremos inermes
cuando se nos haya acabado la municin.
Price mir al otro lado del wadi, entornando los ojos. Costara
muchas vidas ganar la colina de enfrente; pero, si se retiraban,
entonces los Beni Anz jams volveran a tener el valor de avanzar de
nuevo.
De acuerdo dijo a Garth.
Buena suerte. Los cubriremos el hombre obeso le estrech la
mano con su blanda zarpa que era sorprendentemente fuerte.
Cinco minutos despus, Price baj al wadi, haciendo girar el hacha
dorada y levantando la voz mientras entonaba el brbaro canto de
Iru. Tras su hejin de carreras marchaban los guerreros Beni Anz, en
largas e irregulares filas y en grupos dispersos, separados a
propsito.
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Sangre dorada
Jack Williamson
Media milla delante se encontraba la colina baja, coronada de lava,
resplandeciente por la decena de enormes y mviles espejos que se
encontraban en su cumbre. Alrededor de ellos se hallaban varios
hombres vestidos de azul; aunque muchos caan por el fuego de
Garth, otros salan de las trincheras ocultas para reemplazarlos.
Las patas del dromedario golpearon el suelo de piedra con un vasto
sonido hueco, que pareca un trueno. Entonces brotaron ardientes y
exultantes gritos, que repetan algunas estrofas de la Cancin de
Hacha: Mata... Korlu, la perdicin roja... que bebe sangre vital...
guardiana de la puerta de la muerte.
Los espejos parablicos oscilaron y giraron, relampagueando con el
doloroso tono violeta.
Price no mir hacia atrs. Repitiendo con un rugido la Cancin del
Hacha, carg de frente; pero escuch los gritos de terror y los ntidos
sonidos de algo hacindose aicos, como si una mirada de cristales
de ventana se partiesen al unsono... Era el sonido de hombres y
dromedarios helados, quebrndose en mil fragmentos entre las rocas.
Una bofetada de aire helado le alcanz en el rostro, llena de una
bruma de minsculos cristales de hielo en suspensin... sofocndole.
Un rayo congelador haba cado peligrosamente cerca.
Prosigui avanzando. El salvaje martilleo de cascos que le segua
no se debilit.
Finalmente, el dromedario de Price se lanz hacia lo alto de la
colina, en direccin al espejo ms prximo. El paraboloide elptico,
grande y resplandeciente, se volvi hacia l: una placa de metal
plateado de seis pies de altura, instalada sobre un delicado y
complejo mecanismo.
Dos tnicas azules se encontraban detrs de l, con la reluciente
marca de la Serpiente sobre sus frentes. Mientras uno de ellos haca
girar el espejo, otro manipulaba una pequea llave.
Price vio un aura violeta vibrar alrededor del metal plateado.
Pero ya haba lanzado su dromedario contra la mquina. sta cay
al suelo, con un estruendo de metal aplastado. Tambin el hejin se
cay a todo lo largo. Price salt rpidamente de la silla y se lanz
hacia los dos individuos ataviados con tnicas azules, empuando la
gran hacha.
Todo aquello tuvo lugar con la desordenada rapidez de un sueo.
En un instante, una docena de hombres-serpiente vestidos de azul
haban rodeado a Price, armados de amenazantes yataganes de hoja
amarilla y doble filo. En el siguiente, la carga de los Beni Anz los
derrib como una ola infatigable.
El fuego de los Krupp y de las ametralladoras ces en cuanto
alcanzaron la cresta. Y los espejos de fro dejaron de funcionar a
medida que sus dotaciones iban siendo neutralizadas por los
guerreros montados en dromedarios.
El salvajismo de la batalla hizo estragos durante unos pocos
minutos a lo largo de la cresta de la colina, en la que no se dio ni
recibi cuartel. Doscientos de los Beni Anz yacan muertos sobre el
suelo del wadi, pero los que consiguieron sobrevivir y llegar a la
colina se cobraron un precio terrible por sus camaradas cados.
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Sangre dorada
Jack Williamson
Un breve momento de confusin. Los hombres-serpiente con
ropajes azules se congregan alrededor de los espejos. Los
dromedarios avanzan entre ellos, aplastando, coceando, mordiendo
con sus amarillentos colmillos. Hombres y animales caen ante
flechas, yataganes y lanzas.
Price, a pie firme, resista. La gran hacha beba sangre y el brbaro
canto de Iru segua sonando.
Y entonces, abruptamente, sorprendentemente, se gan la batalla.
A lo largo de la cresta de la colina se levantaban los grandes
espejos, retorcidos, destrozados. A su alrededor y en el suelo de las
trincheras poco profundas excavadas en la lava, yacan inertes gran
nmero de cuerpos, con ropajes azules, ensangrentados: los siervos
de la Serpiente, que haban luchado hasta el ltimo hombre. Aqu y
all se vean dromedarios muertos o moribundos. Los supervivientes
de los Beni Anz, que no llegaban a ms de la mitad de los que haban
comenzado la carga, desnudaban a toda prisa a los muertos,
cargando el botn en sus dromedarios.
Tras ellos se extenda el siniestro suelo negro del wadi, salpicado
de blanco, los fragmentos de lo que haban sido hombres y
dromedarios, adems del plateado y silencioso tanque.
Price mir hacia la montaa.
Cinco millas ms lejos, en medio de la lgubre y sombra
desolacin de los campos de lava, se levantaban sus formidables
formaciones baslticas; negros y ciclpeos pilares y columnas,
elevndose hasta ms de dos mil pies, rematados por el reluciente
esplendor de la blancura marmrea y del bruido gualda del palacio
de la Gente Dorada.
Desde la cpula de la ms alta y resplandeciente de sus torres
segua brotando el abanico de los haces luminosos de tonos rosa y
topacio. Por encima de ellos, el sobrenatural espejismo continuaba en
el cielo. Desafiando a los hipnticos ojos de la serpiente, Price se
aventur a mirarlo de nuevo.
La mujer amarilla, siempre al lado de la serpiente gigante, a la que
segua acariciando, se enfrent a su mirada con una sonrisa burlona,
de desdn, y encogi sus esbeltos hombros amarillos, como si dijera:
Quizs hayas vencido, pero... y despus?.
Malikar! gimi uno de los rabes, presa del terror sbito.
Viene Malikar! Montado en el tigre dorado!
Apartando sus ojos del espejismo, Price vio al tigre dorado
cruzando la llanura de lava, como si viniese de la montaa. Un animal
gigantesco, que daba la talla de un elefante adulto, llevaba encima el
howdah de bano, en donde se encontraba sentado Malikar, el
hombre de oro.
Aun a varias millas de distancia, el felino gigante reduca las
distancias a una velocidad sorprendente. Obviamente aterrorizados,
los guerreros Beni Anz reunieron a toda prisa el botn que les
quedaba por recoger y comenzaron a conducir sus cabalgaduras
hacia el wadi.
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Sangre dorada
Jack Williamson
16
LOS EXTRAOS OJOS DE LA SERPIENTE
Era medioda. La implacable llama blanca del sol se abata sobre la
estril llanura volcnica, detrs de cuyos lmites se acercaba a la
carrera el tigre amarillo, y hera las escarpadas pendientes de lava
que se encontraban bajo el imponente cono basltico de la Hajar
Jehannum. No soplaba el viento; el aire temblaba bajo el lacerante
calor.
Tras unos instantes de reflexin, Price decidi retirarse al wadi, que
acababa de cruzar al precio de tantas vidas humanas, para esperar la
llegada de Malikar. No le gustaba retroceder ante un solo hombre.
Pero como no estaba seguro de que Malikar lo fuera, quera
encontrarse cubierto por los caones de Jacob Garth.
A medio camino del suelo rocoso, donde los macabros montones
de restos blancos se estaban volviendo rojos, hizo detenerse a los
rabes y aprovech para enviar un mensaje a Jacob Garth, en el que
le informaba de la victoria de la colina, previnindole de la inminente
llegada de Malikar.
Muy pronto, el tigre amarillo apareci sobre la colina, entre los
destrozados espejos congeladores y los cadveres de azul. Durante
un instante, la gigantesca fiera permaneci inmvil, mientras Malikar,
sentado en el howdah, miraba a su alrededor.
Entonces los caones Krupp comenzaron a disparar de nuevo. Price
escuch el silbido de los shrapnel por encima de su cabeza. Y vio una
nube de humo blanco elevarse cerca del tigre inmvil, all donde
estaban cayendo las granadas de gran poder expansivo.
Entonces sucedi algo extrao.
Malikar se levant del howdah y se volvi para mirar el espejismo
que an permaneca en el cielo de encima de la montaa negra. Acto
seguido, alz los brazos, como si ordenase algo.
La mujer amarilla mir a la serpiente y pareci que hablaba con
ella.
Gigantesca, increble, con las brillantes escamas resplandecindole
con tonos metlicos de amarillo jantina, la gran serpiente se agit en
el cielo. El extremo de su cabeza, plano y en forma de cua, se irgui
sobre la delgada y reluciente columna de oro de su cuello, y comenz
a oscilar de un lado para otro, lenta y regularmente, con un
resplandor hipntico en sus ojos de color negro-prpura.
Price intent apartar sus ojos de la serpiente... y no pudo!
Extraos y framente malficos, aquellos oscilantes e hipnticos
globos le suman en una siniestra fascinacin. Tena paralizado todo
el cuerpo. Apenas poda respirar. La cabeza le lata con tremendo
dolor; su garganta estaba seca y contrada; senta fro en los
miembros.
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Sangre dorada
Jack Williamson
El sonido de los disparos de los caones, al otro lado del wadi haba
cesado; Price supo que los dems tambin haban sido presa de
aquella increble parlisis.
De un brillante negro-prpura, los ojos de la serpiente relucan con
la fra fuerza de la maldad absoluta. Un siniestro saber se encontraba
en su interior..., ms viejo que las razas de los hombres. Una
avasalladora e irresistible voluntad.
Price hizo esfuerzos para moverse. Una parlisis mortal se haba
apoderado de l. Un peso en el cerebro le impeda pensar; la cabeza
le daba vueltas. Se ahogaba. El fro se iba abriendo paso por sus
miembros, que se le iban quedando entumecidos.
Pero no iba a rendirse. No iba a dejar que le hipnotizase una
serpiente. Ni aunque fuese una serpiente de oro, en un espejismo de
locura. Era una cuestin de voluntad. Nadie iba a sojuzgarle!
Su cabeza se volvi, involuntariamente, para seguir los oscilantes
ojos de la serpiente. Tens los msculos del cuello, luchando para
mantener la cabeza inmvil, para mirar hacia el suelo.
Entonces, todo su cuerpo permaneci en tensin. Tuvo la increble
sensacin de que la serpiente, consciente de sus esfuerzos
aumentaba la potencia hipntica que le encadenaba. Price apret las
mandbulas y agach la cabeza.
Tuvo que poner en aquel empeo toda su voluntad. Y una cuerda
de maldad pareci romperse. Estaba libre. Dbil, temblando, con una
sensacin de nusea en el hueco del estmago... pero libre! Se
atrevi, incluso, a volver a mirar a los ojos de la serpiente. Y la
espantosa parlisis no volvi. Acababa de demostrar que era el ms
fuerte.
Price se volvi, titubeando. Y vio un espectculo indescriptible.
A su lado, de pie como l, se encontraba una veintena de guerreros
Beni Anz. Todos se haban quedado rgidos por efecto de la parlisis,
mirando fijamente al espejismo. Un terror mudo e impotente se lea
sobre sus rostros plidos y cubiertos de sudor. Sus ojos estaban
vidriosos y respiraban dbilmente, casi ahogndose. Y Malikar los
estaba matando.
El gigante dorado haba desmontado del tigre amarillo, que se
encontraba a cuarenta yardas de distancia. Rpidamente, pasaba de
uno a otro de aquellos hombres, inmviles en su parlisis, mientras
les hunda en el pecho, metdicamente, una larga espada de doble
filo.
Los hombres seguan con la rigidez de su parlisis, mirando
fijamente al fatal espejismo, girando la cabeza ligeramente para
seguir los oscilantes e hipnticos ojos de la serpiente. Un horror
desnudo e impotente se lea en sus rostros, no eran conscientes de la
proximidad de Malikar.
El hombre amarillo trabajaba rpidamente, hundiendo su hoja con
diestra pericia en los desprotegidos pechos, retirndola de un tirn
cuando empujaba hacia atrs a sus vctimas, para hacerlas caer entre
borbotones de sangre roja.
Indignado, a punto de enfermar del horror que le produca ver
aquello, Price grit algo y salt hacia l.
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Sangre dorada
Jack Williamson
Malikar se volvi sbitamente, con sus rojas vestiduras mojadas de
sangre fresca. Durante un momento, pareci alarmado, y se qued
inmvil, con un miedo inconfundible en sus ojos pardos, carentes de
profundidad. Entonces se dirigi al encuentro de Price, blandiendo su
espada manchada.
Price bloque la estocada con su rodela dorada e hizo ondear el
hacha. El hombre amarillo se ech hacia atrs; pero, cuando la hoja
del hacha le ara en un hombro, la espada ensangrentada se le
escap de los dedos, cayendo sonoramente al suelo.
Price se lanz hacia delante en aquel suelo rocoso para
aprovecharse de su ventaja. Pero la suerte estaba en su contra. Pis
una piedra suelta y resbal, cayendo pesadamente de rodillas.
Mientras titubeaba e intentaba ponerse de pie, Malikar se alej de
un salto, cogi un pesado bloque de lava y se lo lanz. Price intent,
en vano, esquivarlo. Sinti el impacto del proyectil en su cabeza; al
mismo tiempo, una llama carmes pareci explotar, abrasando todo
su cerebro.
Cuando Price se incorpor con un gemido, el sol acababa de
ponerse. El fro viento que le haba despertado soplaba desde la
negra montaa que se encontraba al norte de aquella extensin de
lgubre lava. Bajo la rosada y evanescente luz, el palacio de blanco y
oro que se ergua sobre las amenazadoras paredes se asemejaba a
una esplendorosa corona. Y el espejismo haba desaparecido.
Price se despert en el lugar donde Malikar le haba derribado. El
ptreo suelo del wadi apareca rojo del amasijo de carne tajada y
huesos rotos. Cerca de l estaba la veintena de hombres, ya
cadveres, que Malikar haba atravesado mientras se hallaban
indefensos y contemplaban con terrible fascinacin la serpiente, y sus
oscuros abbas y blancos kafiyehs tenan manchas escarlatas.
Estaba a solas con los muertos. Malikar se haba ido, llevndose al
tigre. Lo mismo que los Beni Anz, los hombres de Fouad y los de Jacob
Garth. Pero la tanqueta an segua all, donde el rayo de fro la haba
detenido, en medio del wadi.
Con un pesado y embotado sentimiento de desesperacin, Price
comprendi que, una vez ms, Malikar le haba vencido. Record
amargamente la piedra que se haba movido bajo su pie. La suerte de
Durand le haba fallado de nuevo.
Sus aliados deban de haberse retirado de mala manera, a toda
prisa; quiz haban conseguido vencer el encantamiento del
espejismo, como l, y emprendido la huida. El abandono del tanque,
de l mismo y de lo que quedaba en los cadveres que en aquel
momento le rodeaban, eran pruebas suficientes de la misma.
Saba que despus de aquel revs, los Beni Anz no volveran a
seguirle. Iru habra cado en descrdito y Aysa la adorable Aysa de
los mil temperamentos, seria y sonriente, reservada y alegre, extraa
y audaz fugitiva de la desolacin del desierto An segua encerrada
en la fortaleza de la montaa que tena enfrente, ms perdida y con
menos esperanzas que nunca.
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Sangre dorada
Jack Williamson
Un proyectil roz la cabeza de Price y fue a estrellarse
sorprendentemente en la desnuda lava. Oy el ruido de unos pies que
corran, y despus un grito de rabia y odio. Todava aturdido, y lento
de movimientos, Price se puso en pie con dificultad, y se volvi para
enfrentarse al asaltante que se haba acercado furtivamente hacia l
a la luz del crepsculo.
Con el amenazante yatagn en alto, el hombre cargaba hacia l en
la penumbra, a una docena de yardas de distancia. Era un rabe alto,
vestido con un extrao traje azul con capucha. Deba de ser, como
Price, un superviviente de la batalla. Cojeaba mientras corra, o
saltaba grotescamente. Y uno de los lados de su rostro era un horror
rojo, en mitad del cual, un enloquecido ojo, milagrosamente ileso,
arda con odio fantico. En lo alto de la frente llevaba la reluciente
marca amarilla de una serpiente enroscada.
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17
EL ESCLAVO DE LA SERPIENTE
Cuando Price Durand se levant, vacilante, el mundo comenz a
moverse y a dar vueltas a su alrededor. El dolor resonaba en su
cabeza. Vacil, y luch para conservar el equilibrio, mientras el ptreo
suelo del wadi, salpicado de cadveres, le envolva como un
torbellino. La negra y basltica masa de la Hajar Jehannum, con su
corona de oro y mrmol, lgubre en el rojo atardecer, estaba ora a un
lado, ora a otro. Una ola de negrura se elev a su alrededor, y
despus se retir. Entonces, el bailoteante desierto se qued quieto.
Durante un momento, Price perdi de vista a su atacante. Cuando
volvi a ver al rabe, ste avanzaba hacia l, con aire feroz, a pesar
de su cojera, haciendo ondear su yatagn. Como llevaba a rastras
una pierna, avanzaba con una serie de saltos. La mitad de su rostro
era una tremenda herida, una mueca escarlata; en sus ojos se lea el
ansia del asesino.
Price luch para dominar su vrtigo y retrocedi, titubeando, para
ganar tiempo. La pesada hacha de oro descansaba en el suelo, detrs
de l, pero en aquel momento no tena tiempo ni fuerza para ir a
cogerla y empuarla.
Titube sobre el suelo de spera lava, vacil y recobr el equilibrio
con dificultad. Entonces sinti que comenzaba a volver parte de su
fuerza.
En un instante, el hombre-serpiente estaba encima de l,
silencioso, respirando con rpidas y sonoras boqueadas, como si
fuese un animal perseguido o le impulsara algn hado salvaje y
fantico. El yatagn de doble filo se elev en el aire, y Price se lanz
adelante, bajo la hoja, aferrando con una mano el brazo del rabe que
tena el arma.
La loca carrera emprendida por el herido le hizo chocar contra
Price. A pesar de que el brazo de ste intentase apartar el yatagn,
su hoja dorada le golpe en el costado, rozando la cota de malla
amarilla que llevaba. A continuacin, rode con sus brazos al hombreserpiente, y ambos cayeron enlazados en un abrazo al suelo de
piedra.
Con demonaca energa, el rabe intent liberarse para usar su
maligna espada. Price mantuvo desesperadamente su presa,
mordindose los labios para vencer el mareo que senta.
Sufriendo slo contusiones y agotamiento, con los msculos
relajados por el largo perodo de inconsciencia, Price iba recobrando
sus fuerzas gracias a la accin. Y el hombre-serpiente, habiendo
perdido mucha sangre, animado slo por un odio ciego y demente,
comenzaba a derrumbarse.
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Sus esfuerzos fueron decayendo y, de repente, qued inerte entre
los brazos de Price, desvanecido. La herida del costado le sangraba,
ya que se haba abierto de nuevo al luchar.
Apropindose del yatagn, Price se alej un poco, permaneciendo
de pie, sin resuello, observando con desconfianza al hombreserpiente.
Seor Durand?
Price se sobresalt al escuchar, de improviso, aquellas dos palabras
en tono de interrogacin, muy cerca de l. Se dio rpidamente la
vuelta y se encontr con el larguirucho Sam Sorrows, su amigo de
Kansas, que llegaba por detrs, cargado de todo tipo de objetos.
Hombre, Sam! exclam.
Supuse que sera usted, seor Durand, a pesar de esa cota de
oro. No saba que quedara vivo nadie ms.
Ni yo, Sam. Pero ramos tres.
Tres?
Price seal al rabe, que an segua inconsciente.
tele dijo Sam, y vngase al tanque. Con este botn
podremos cenar los dos y seal con la cabeza el cargamento que
llevaba encima.
Price at al hombre-serpiente en puos y tobillos con los kafiyehs
que tom de los guerreros Beni Anz que haban muerto, hizo un
vendaje de circunstancias en la herida abierta de su costado, que era
poco profunda y sin importancia, y sigui a Sam Sorrows al interior
del tanque, donde el hombre mayor acababa de dejar su cargamento:
saquitos de dtiles secos, harina sin refinar, carne de dromedario, con
ms polvo que otra cosa, y un odre lleno de agua fresca.
Encontr todo esto en las trincheras coment, apuntando con
la cabeza hacia el otro extremo del wadi.
Apoyndose en la mole gris de metal que se recortaba en el
crepsculo, comieron y bebieron.
No le alcanzaron los espejos, cuando iba en el tanque?
pregunt Price al cabo de un tiempo.
S. Mawson, el ingls, iba conmigo. Est muerto. Yo iba
conduciendo. Supongo que estaba ms protegido. Pero he debido de
estar fuera de combate durante un buen rato.
Me senta terriblemente mal cuando volv en m. Haca ms fro
que en el Hades, y no haca ms que temblar. Mawson segua all,
completamente tieso. Intent arrastrarme y salir a la luz del sol.
Saqu la cabeza por la escotilla y vi un montn de rabes alrededor
del tanque. Todo estaba en calma. Y todos miraban al espejismo, a
aquella maldita serpiente. La cosa oscilaba de un lado para otro. Los
haba embrujado a todos. Slo me atrev a echarle un vistazo, puede
creerme!
Entonces vi al viejo tigre, all cerca, tan grande como un elefante,
con una silla en el lomo. Y un hombre amarillo, delante de l, que iba
atravesando a los tipos que seguan mirando el espejismo.
En ese momento usted salt hacia el tipo amarillo y l le dej
inconsciente con una piedra.
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Sangre dorada
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Me parece que, por aquel entonces, algunos de los dems ya
haban conseguido liberarse del maldito encantamiento. O los
caones disparar una o dos veces y las granadas de fragmentacin
silbar sobre nosotros. El hombre amarillo volvi corriendo a su tigre y
los rabes emprendieron la retirada. En aquel momento me volv a
desvanecer.
Y Jacob Garth? pregunt Price. Tambin se fue?
Supongo que s. Cuando me desmay me dio la impresin de que
se disponan a recoger la artillera. Imagino que ya haba tenido
bastante.
Qu pensaba hacer usted?
Me senta bastante mareado cuando me despert, har cosa de
una hora el hombre mayor esboz una sonrisa. As que fui a
buscar comida. Pensaba dormir en el tanque esta noche e intentar
alcanzar el oasis por la maana. Le parece bien? As estaramos en
l a medioda.
Price se content con mover la cabeza, asintiendo. Estaba
pensando.
Volviendo al lado de su cautivo una hora despus, Price descubri
que el hombre-serpiente haba recobrado el conocimiento. Despus
de debatirse durante un momento contra sus ligaduras, permaneci
inmvil, mirando fijamente a Price con ojos llenos de odio.
Quin eres? pregunt Price en el rabe arcaico de los Beni
Anz.
El otro no contest, pero por el obstinado movimiento de su cabeza
a la luz de la luna, Price supo que le haba comprendido.
Regres al tanque, donde Sam Sorrows revisaba el motor, en
previsin de una salida anticipada, y cogi una cantimplora medio
llena de agua. La agit ruidosamente cerca del hombre y repiti la
pregunta.
Despus de media hora, el rabe se movi y una voz brot de la
roja ruina que era su rostro:
Soy Kreor, un esclavo de la Serpiente, a las rdenes de Malikar,
Sacerdote de la Serpiente.
Y gimi, pidiendo la cantimplora.
No dijo Price. Si quieres beber, tendrs que contarme ms
cosas y prometerme tu ayuda.
He jurado fidelidad a la Serpiente dijo el hombre, con un silbido
. Y t eres Iru, el antiguo enemigo de la Serpiente y de Malikar. Los
ojos de la Serpiente me perseguirn y me matarn si la traiciono.
Velar para que seas mi dakhile, mi protegido le asegur Price
. Olvida la Serpiente, si quieres beber, y srveme.
El rabe qued en silencio durante un largo rato, siguiendo
fijamente y con desprecio el recorrido en el cielo de la luna. Price
comenz a apiadarse de l, y estaba a punto de renunciar a sus
planes, cuando el hombre-serpiente musit:
As sea. Renuncio a la Serpiente y a servir a Malikar en nombre
de la Serpiente. Soy tu esclavo, Iru... Y tambin tu dakhile?
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Sangre dorada
Jack Williamson
Tambin le asegur de nuevo Price.
Pero la voz del rabe tena una nota de astuta duplicidad que no le
agrad. Le hubiera gustado que la luna diese ms luz para poder ver
el rostro de aquel hombre.
Ahora dame agua, seor Iru.
Price reprimi nuevamente sus sentimientos.
Antes tienes que probar tu fidelidad. Contstame a esta
pregunta: Dnde est la joven llamada Aysa, a quien Malikar se llev
de Anz?
El hombre-serpiente dud, contestando a regaadientes:
Aysa duerme en las brumas de oro, en la madriguera de la
Serpiente.
Qu significa eso? Dnde est esa madriguera?
Bajo la montaa. En el templo que se yergue sobre el abismo de
las brumas de oro.
Dices que duerme. A qu te refieres? el pnico asom en su
voz. Quieres decir que est muerta?
No. Duerme el largo sueo del vapor dorado. Malikar la honra. Ir
a formar parte de la Gente Dorada.
Mejor ser que me lo expliques ms detenidamente dijo Price,
en tono de amenaza. Cuntame una historia verosmil si quieres
beber. Qu es eso de la bruma dorada?
Nuevamente el rabe dud, mientras le miraba fijamente con una
mirada astuta, donde el odio an no haba muerto. Price agit la
cantimplora; el otro cedi.
De las cavernas que hay bajo la montaa brota el vapor de oro,
el hlito de la vida. Quienes lo respiran se duermen. Y mientras
duermen se convierten en seres dorados, como Malikar, e inmortales.
Entonces, Aysa est a punto de transformarse en uno de ellos?
pregunt Price, incrdulo.
S. Su sangre pronto ser dorada. Cuando despierte ser la
Sacerdotisa de la Serpiente. As se explica que Vekyra est furiosa al
enterarse de que Malikar ya se ha cansado de ella.
Vekyra? inquiri Price. Quin es?
La antigua Sacerdotisa de la Serpiente. Una mujer dorada.
Sacerdotisa... y amante de Malikar.
Ser la que vi en el espejismo, encima de la montaa?
En el cielo? S. Tambin es la Duea de la Sombra. Vekyra posee
poderes que le son propios. Malikar no se desembarazar fcilmente
de ella.
Price no confiaba en aquel hombre. Apenas se puede esperar la
verdad de un prisionero atado y reducido a la impotencia que, tan
slo una hora antes, salt a la garganta de uno. Adems, un tono de
odio y de chanza, escasamente velados, se insinuaban una y otra vez
en su voz. Pero, obviamente, el rabe no quera morir. Podra sacarle
alguna ayuda, posiblemente alguna informacin verdica. Todo se
reduca a un juego de voluntades.
Acaso Aysa estaba a punto de convertirse en otro monstruo
dorado, gracias a alguna qumica diablica? Era muy posible que se
tratase de una mentira absurda del hombre-serpiente. Pero aquella
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Sangre dorada
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historia tena cierta plausibilidad siniestra que alertaba y pona los
nervios de Price en tensin.
Conoces algn camino por el que pudiramos deslizarnos
furtivamente en la montaa hasta el lugar donde se encuentra Aysa?
pregunt Price. Aquel tnel est siempre guardado?
Kreor permaneci en silencio; temblaba.
Respndeme! exigi Price. Dime si puedes conducirme hasta
donde se encuentra la joven.
La ira de la Serpiente y de Malikar... rezong el rabe.
Recuerda que eres mi dakhile.
Pero estoy herido protest el hombre-serpiente. Jams podr
llegar hasta la montaa.
Tus heridas no son serias le asegur Price. Maana podrs
caminar, aunque quiz te resulte un poco doloroso. Habla.
Jams podrs franquear las puertas. Siempre estn cerradas y
guardadas.
No hay otro camino?
El hombre dud nuevamente y se retorci en el suelo.
Lo hay, seor Iru. Pero es muy peligroso.
Cul?
En el extremo superior de la pared norte de la montaa hay una
grieta que conduce a una gran cueva. De esta cueva sale un camino
que lleva a los tneles que descienden a la bruma dorada. Pero el
peligro es grande, Iru. La escalada no es fcil; por encima de la
madriguera de la Serpiente hay guardias.
Iremos a ese lugar dijo Price, con voz templada, en cuanto
puedas caminar. Y que la desgracia caiga sobre ti si no me has dicho
la verdad.
Entonces dej que bebiera. Trajo alimentos del tanque, le quit las
ataduras de las manos para que pudiese comer, y volvi a atarle.
Aquella noche, Price y Sam Sorrows durmieron por turnos. Mientras
Price estaba sentado, apoyado en el tanque, durante las largas horas
de su guardia, con el punzante aire del desierto a su alrededor y las
fras estrellas mirndole desde lo alto, medit largamente sobre el
curso que haban tomado sus aventuras en aquel mundo perdido, y
sobre lo que debera hacer a la maana siguiente.
Por la maana, podra regresar a El Yerim con el tanque y la
aventura habra terminado. Los Beni Anz, podran jurarlo, no
combatiran de buen grado bajo su mando; el viejo Yarmud recordara
que haba negado ser Iru. Y difcilmente podra unirse al grupo de
Jacob Garth, dado el odio que le profesaba Joao de Castro.
Si volva, no le quedaba por hacer otra cosa que procurarse un
dromedario, o dos, y partir en busca de la civilizacin. Jams podra
resolver los extraos misterios con los que se haba enfrentado: el
misterio del espejismo, el de la Gente Dorada. Y, lo que era
infinitamente peor, jams volvera a ver a Aysa.
Por otra parte, poda quedarse con Kreor hasta que se recuperase y
asaltar, solo, la montaa. Era un plan desesperado. Era obvio que el
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rabe le odiaba y que le traicionara en cuanto se le presentase la
ocasin. Y era seguro que no le faltaran ocasiones.
La probabilidad de salir vivo de la montaa pareca
extremadamente escasa. Sin embargo, Price no tuvo ninguna duda.
La decisin era inevitable.
A medioda volvemos al campamento predijo con buen humor
el larguirucho de Sam Sorrows, mientras se desayunaban.
No ir con usted coment Price.
Cmo!
Voy a intentar penetrar en la montaa por mi cuenta. Obligar a
ese pajarraco azul a que me gue. Nos esconderemos aqu hasta que
pueda caminar.
Pero, seor Durand... protest el buen hombre. No..., no me
resisto a dejarle que emprenda ese viaje, seor. Yo no me fiara de
ese tipo. Es... una serpiente!
No confo en l. Pero es mi nica posibilidad.
Sam Sorrows se qued mirndole fijamente, hizo una mueca y le
estrech la mano.
Suerte, seor Durand. Es una empresa insensata, seor. Pero
usted quiz lo consiga. Le dejar el odre y los vveres. Posiblemente
pueda encontrar ms en las trincheras.
Media hora despus, el tanque emprendi el camino de vuelta,
pesadamente, hacia el oasis. Atando una larga cuerda al cuello de su
prisionero, Price liber sus tobillos y le condujo a un lugar a cubierto,
entre las masas de lava cada, a media milla del wadi. Kreor coje y
rezong, pero fue capaz de caminar.
Atndole de nuevo, Price regres al abandonado campo de batalla
para buscar en l alimentos y agua, llevndose todo lo que pudo
cargar.
Durante dos das, Price mantuvo atado al rabe, curando sus
heridas con sumo cuidado. En los ltimos momentos del atardecer del
segundo da, mientras Price dorma, el individuo se solt de sus
ataduras.
Alertado por algn incierto aviso de peligro, quiz por algn dbil
sonido de las pisadas del hombre-serpiente, o por el ruido de su
respiracin, Price se despert, levant la vista y vio que Kreor estaba
encima de l y sostena con ambas manos una enorme y cortante
piedra de lava.
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ESCARCHA DE ORO
Empuando la antigua hacha de combate, que siempre tena a su
lado, Price se ech al otro lado de la roca a cuya sombra se haba
echado. La piedra cay, aplastndose en el lugar donde haba estado
su cabeza.
Con un simple movimiento elstico, Price se puso de pie y blandi
el hacha. El rabe hizo ademn de saltar hacia l, pero,
comprendiendo lo indefenso que estaba ante el hacha, se detuvo, se
cruz de brazos y mir fijamente a Price, con un odio demente en los
ojos.
Mtame, Iru murmur el rabe. Hiere, para que sea
bienvenido en el abismo de la Serpiente.
No hay nada que hacer. Pero esta noche vas a llevarme hasta
Aysa. Si eres capaz de matarme, tambin sers capaz de andar.
Disponemos de la suficiente luz de luna. Si intentas cualquier nueva
infamia, habr llegado el tiempo de partirte en dos la cabeza.
El hombre asinti, con una aparente docilidad que a Price le
pareci inquietante.
De acuerdo, Iru. Hasta que los dioses te despierten, no intentar
nada ms contra ti.
Price at la cuerda alrededor del cuello del hombre, para prevenir
cualquier intento de fuga por su parte. Se terminaron el agua y los
alimentos que les quedaban y comenzaron a atravesar los campos de
lava, en direccin hacia los macizos baslticos de la montaa, que
adquiran un aspecto siniestro a la luz de la luna.
Les faltaban cinco millas en lnea recta para llegar a la montaa;
quiz ocho o nueve por el camino que seguiran hasta la vertiente
norte. Price no soltaba la cuerda, obligando a su gua a marchar
delante de l. El hombre cojeaba ligeramente, de suerte que, cuando
alcanzaron el precipicio, pasaba de la medianoche.
La luna estaba baja; en la sombra de la montaa no se vea nada.
Sera imposible, apunt Kreor, realizar una escalada a oscuras.
Descansaron sobre la lava desnuda. El rabe respiraba con cierta
fatiga y pareca dormitar, mientras Price empuaba con fuerza el
hacha y luchaba contra el sueo.
Mantena la cuerda tensa. Cerca del alba dej de estarlo; supo que
Kreor se le iba aproximando y dio un tirn de ella. El rabe qued
tendido encima de la roca que estaba cerca de l, exclamando, entre
protestas, que slo se haba levantado para desentumecer los
msculos.
Con la primera luz del da, comenzaron la peligrosa escalada por
una estrecha chimenea que se encontraba entre unas columnas de
basalto. El hombre-serpiente iba delante, Price le segua, con la
cuerda atada a la cintura para poder usar ambas manos.
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Sangre dorada
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Media hora de penosa ascensin los llev hasta trescientos pies de
altura encima de la cara de la pared ms vertical de la montaa.
Kreor, que segua en cabeza, al llegar a un estrecho saliente que le
permiti tener libres las manos, comenz a intentar frenticamente
liberarse del nudo que le oprima la garganta.
Con toda intencin, haba elegido el momento preciso en que Price
precisaba de todos los dedos de sus extremidades para agarrarse a la
roca. Era una carrera desesperada en la que se jugaba la vida; una
vez libre de la cuerda, Kreor podra precipitar fcilmente a su captor
desde una altura de varios cientos de pies.
Price escalaba con una prisa temeraria. El rabe deshizo el primer
nudo; pero l, en previsin de que pudiese ocurrir algo parecido,
haba hecho varios ms.
Al final, temblando y ahogndose por el esfuerzo, Price alcanz una
grieta, disponiendo as de una mano libre. Entonces, cogiendo la
cuerda, tir de ella, de suerte que poco le falt al hombre-serpiente
para caerse del saliente.
Avanza orden Price, y mantn la cuerda tirante.
Gruendo de rabia frustrada, el rabe se desliz como un cangrejo
dentro de una estrecha fisura de encima del saliente. Detrs de l,
pero manteniendo siempre la cuerda tensa, Price alcanz el saliente y
penetr a travs de la fisura en una caverna pequea y oscura.
Kreor pasaba de una cmara oscura y hmeda a otra. La luz del da
fue disipndose rpidamente; las tinieblas eran abisales. Paredes,
techo y suelo eran de piedra tosca y desigual. A veces, casi no caban
por los tneles. En dos ocasiones, tuvieron que arrastrarse,
ayudndose de pies y manos.
Una y otra vez, Price advirti a su gua que mantuviese la cuerda
tensa. Continuamente le haca preguntas, para que sus respuestas,
aunque contestadas como susurros, le revelasen dnde se
encontraba.
Finalmente llegaron a una caverna mayor. Price no poda estimar
su tamao en aquella completa tiniebla, a pesar de que los dbiles
sonidos que ambos hacan al avanzar volvan a sus odos en tensin
como si reverberasen en las paredes de una vasta cmara.
Price cont doscientos sesenta pasos, mientras que el rabe, al
otro extremo de la cuerda en tensin, le conduca a travs de
aquellas tinieblas misteriosas. Intentaba memorizar las distancias y la
direccin de las vueltas, de forma que, si realmente llegaba a
encontrar a Aysa, pudiese conducirla sin peligro hasta la salida.
Por aqu entramos en los tneles, Iru dijo Kreor.
Habr hombres cerca?
No lo creo. Estos tneles estn apartados.
Vuelve aqu.
Y Price tir fuertemente de la cuerda, trayendo al hombre de nuevo
a la caverna. Kreor emiti un sonoro aullido.
Silencio! dijo Price, casi silbando. No voy a matarte. chate!
Encendi una cerilla para comprobar que el otro le haba
obedecido. Entonces le maniat, tapndole la boca con un pauelo y
anudando un kafiyeh alrededor de su cabeza.
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Sangre dorada
Jack Williamson
Levntate orden, y condceme hasta donde est Aysa. Te
soltar si salgo de aqu con ella.
Hosco y a regaadientes, Kreor sali de la caverna tallada en la
spera roca a un tnel, de suelo liso. Un aire fresco y hmedo
circulaba por l; deba de servir, pens Price, para la ventilacin.
Ciento ochenta pasos, y el hombre-serpiente gir hacia la
izquierda. Entraron en un pasaje ms amplio, aunque igual de oscuro.
Con paso seguro, el rabe avanz por l.
Una luz verde se reflej sbitamente en la pared negra que se
levantaba ante ellos; unas sombras bailaron en ella, aumentadas de
tamao, fantsticas.
Con un tirn de la cuerda, Price hizo que su gua se detuviese.
Qu sucede? pregunt. Entonces, viendo que Kreor era
incapaz de responderle, aadi: Escondmonos! Deprisa!
El hombre sigui inmvil. Price se senta desamparado. No tena ni
idea de adnde ir a esconderse. Y cualquier intento para conseguir
que el rabe le obedeciese alertara a los que se aproximaban.
Tres hombres encapuchados de azul entraron en el sombro pasaje
a unas cincuenta yardas de ellos, desde un pasadizo lateral. Dos
llevaban unas largas picas de hoja dorada; el tercero, una antorcha
que arda con una extraa y vvida llama verde.
Kreor hizo un ftil intento de gritar a travs de su mordaza. Price
tir salvajemente de la cuerda y apret con ms fuerza el mango del
hacha.
Los tres recin llegados se detuvieron en el tnel, mientras el
portador de la antorcha haca algn comentario. Los dos piqueros se
rieron brevemente, como si se tratase de algn chiste. Y entonces los
tres tomaron el sentido contrario.
La luz verde, titilando sobre las paredes, el suelo y el techo, los
enmarcaba. Figuras oscuras en un pequeo recuadro verde. El marco
fue hacindose ms pequeo. Entonces la luz desapareci; el pasaje
doblaba hacia algn lado.
T delante susurr Price. Y no intentes otra vez dar la alarma.
De nuevo avanzaban en la oscuridad. El rabe no pareca necesitar
luz. Price mantena tensa la cuerda y contaba los pasos. Kreor dobl
nuevamente hacia la izquierda, para tomar un pasadizo que iba en
declive, con una pendiente muy pronunciada y que se curvaba
progresivamente hacia la izquierda.
La pendiente, estim Price, era de un pie cada cuatro. Contando los
pasos, pudo calcular groseramente el nmero de pies que haba
descendido.
Cuando distingui por primera ver la luz amarilla, haban
descendido ochocientas yardas a lo largo del pasaje inclinado. Aquello
significaba que el tnel en espiral les haba llevado unos seiscientos
pies hacia abajo, y quiz unos trescientos por encima del nivel de la
llanura que rodeaba la montaa.
Haba una difusa radiacin dorada, al principio casi imperceptible.
A medida que descendan por el silencioso pasaje, mientras el
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Sangre dorada
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malhumorado rabe segua abriendo la marcha a la distancia que le
permita la cuerda que llevaba al cuello, se fue haciendo ms densa,
convirtindose en una niebla amarilla de minsculos tomos dorados,
que danzaban interminablemente.
En aquel momento poda ver las paredes del pasaje, excavadas en
el basalto negro del antiguo corazn del volcn, cinceladas con tanta
pericia que las marcas dejadas por las herramientas eran
prcticamente indiscernibles. El tnel tena, posiblemente, unos ocho
pies de ancho, con una altura un poco superior, y se curvaba hacia
abajo en una gran espiral.
Se encontraba, segn estimaciones de Price, a unos doscientos
pies por debajo del pasaje iluminado de amarillo, cuando pasaron por
el extremo de un tnel horizontal. A pocas yardas de l, Price oy
voces que salan de dentro. Eran de un hombre y de una mujer.
Cortantes, excitadas, airadas.
Vuelve rega a Kreor.
Oblig al rabe a entrar en el tnel horizontal. Era de las mismas
dimensiones que el otro. Una bruma amarilla, clara y centelleante lo
llenaba con una radiacin xntica y desprovista de sombra.
Bruma dorada. Ambas palabras acudieron repentinamente al
cerebro de Price. El hombre-serpiente le haba contado que Aysa
dorma en lo profundo de la montaa, rodeada de un vapor dorado
que iba cambiando su carne en metal viviente. Sera aquella
portentosa luz la bruma dorada? Sera cierta aquella fantstica
historia?
Mientras Price segua al recalcitrante rabe, observ una cosa
extraordinaria que se refera a las paredes. Estaban cubiertas de
escarcha amarilla. Sobre el negro de jade del basalto, finamente
tallado, haba una pelcula de cristales relucientes, un delicado encaje
de copos dorados. Incluso el suelo estaba espolvoreado de ellos.
Escarcha dorada!
Era sorprendente. Los cristales resplandecientes, estaba seguro,
deban de haber sido depositados por la bruma amarilla. Aquello
significaba que la bruma estaba formada por algn componente
voltil de autntico oro metlico, formado probablemente en el
laboratorio natural creado por las fisuras volcnicas que existan bajo
la montaa.
Price comprenda, en lneas generales, el proceso de fosilizacin,
durante el cual las clulas ms pequeas y los tejidos de un animal
van siendo perfectamente reemplazados por minerales para
convertirse en un registro geolgico de una antigedad de millones
de aos. Era fcil comprender cmo un proceso semejante podra
convertir un animal o un ser humano en oro.
Pero, podra tener lugar sin destruir la vida?
Obviamente no, si los tejidos fueran reemplazados por oro puro.
Pero aquel vapor amarillo no poda ser de oro puro. Para existir en
forma de vapor a temperatura ambiente, ste debiera haber sido tan
voltil como el agua.
El agua es la base de la vida, de todos los componentes
protoplsmicos. No tendra aquella bruma amarilla algn
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Sangre dorada
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componente de oro, destilado en la enorme retorta natural del volcn,
capaz de reemplazar el agua del cuerpo, sin perturbar el equilibrio
qumico? La idea, aunque sorprendente, no era imposible.
Absorto en aquella conjetura, Price casi haba olvidado al hombre
amordazado al otro extremo de la cuerda. Y, de repente, descubri
que sta haba dejado de estar tensa. Mientras se hallaba pensando,
haba salido del tnel y se encontraba en un estrecho balcn, con
balaustrada de piedra. Ms adelante, y por debajo, se encontraba el
vaco, ocupado por la bruma de oro.
Desde uno de los lados de la entrada del tnel, el hombre-serpiente
se abalanz hacia l con silenciosa ferocidad.
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Sangre dorada
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19
LA LUCHA POR LA DOMINACIN
DE LA SERPIENTE
Por simple instinto, Price solt el extremo de la cuerda, hasta
entonces atada al cuello del rabe, mientras daba un paso hacia atrs
ante aquel ataque inesperado, y levantaba la gran hacha para
defenderse. Kreor debi de haber pensado en una reaccin
semejante, pues interrumpi repentinamente su carga suicida y ech
a correr por el pasaje escarchado de oro.
Price se lanz de inmediato en su persecucin, pero la cojera del
hombre-serpiente pareca haberse curado milagrosamente. ste
penetr en el pasaje, ganado rpidamente terreno, y desapareci por
donde iba a dar al tnel en espiral.
Al llegar, slo unos momentos despus, al tnel inclinado, Price
mir arriba y abajo a travs de las cambiantes brumas doradas. El
rabe se haba esfumado, sin hacer ruido.
Maldiciendo su descuido al dejar que Kreor se le escapase, Price no
pudo evitar sentir cierta admiracin por quien, hasta haca poco,
haba sido su prisionero. No haba duda de que el rabe era un aclito
del insidioso Malikar, el adepto tatuado de un maligno culto a la
serpiente; haba intentado matarle a cada momento. Su autntica
determinacin y el feroz empeo mostrado le haban valido la estima
de Price, en tanto que adversario esforzado.
Aun sabiendo que aquel hombre se apresurara a dar la alarma,
Price no lament del todo que se hubiese escapado.
Durante un momento, permaneci en el extremo del pasaje, sin
saber si deba volver al balcn, donde haba notado la desaparicin de
Kreor, o proseguir por el camino inclinado. La curiosidad le llev de
nuevo al balcn; desde l, y durante los breves segundos que
precedieron a la fuga del rabe y su persecucin, haba tenido una
vista tan extraa como maravillosa.
El balcn tena veinte pies de ancho y doce de largo, con una
balaustrada baja de piedra. Ms all de la balaustrada se extenda un
espacio ciclpeo, una sala circular, al menos de cuatrocientos pies de
dimetro, escavada en la roca viva. El techo era una cpula vasta y
continua, cubierta de una corteza amarilla de escarcha de oro, igual
que las paredes.
Aquella sala colosal, tallada en la roca, estaba llena de titilante
bruma amarilla. Su inmensidad e irrealidad se impusieron a Price.
Casi tmidamente, se acerc al balcn y mir al otro lado de la
balaustrada.
El suelo estaba a varios cientos de pies ms abajo. Cuajado de
escarcha, como las paredes, y resplandeciendo por una infinidad de
cristales amarillos, formaba frente a l un gran semicrculo. La parte
de la sorprendente sala que iba a dar justamente debajo de la galera
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Sangre dorada
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no tena suelo. La roca, escarchada de oro, terminaba en una lnea
abrupta. Ms abajo se encontraba un espacio cavernoso, un inmenso
vaca lleno de bruma amarilla. Deba de ocupar millas y ms millas
o as lo pareca y caer en las profundidades verde-doradas de un
ilimitado abismo.
La sala circular estaba tallada en el basalto, por encima de la gran
cueva. Y la mitad de aquella sala slo tena la caverna por suelo. Era
un colosal templo, que dominaba el laboratorio natural en cuyos
volcnicos crisoles naca el enigmtico vapor dorado.
Inclinndose sobre el parapeto de piedra, lleno de escarcha helada,
Price vio el puente, una estrecha franja de piedra negra, que cruzaba
aquel escarpado abismo verde y oro. Naciendo desde el muro,
directamente bajo la galera, se lanzaba al encuentro del escarpado
borde del suelo, cerca del centro de la vasta sala. Increblemente
estrecho, desde donde se encontraba Price, no pareca mayor que
una simple lnea negra.
La sala era como un teatro. La mitad del suelo era el escenario. El
abismo que se encontraba bajo el estrecho puente era el pozo de la
orquesta... al que se le hubiese hundido el suelo. El elevado balcn
donde Price se encontraba, un palco que hubiera quedado en pie.
Mientras Price segua mirando por encima de la balaustrada, los
actores salieron a la escena para interpretar un drama sorprendente
e irreal.
Codo con codo, salieron por la abertura cuadrada de un pasadizo
tallado en la roca, para ir a dar al suelo tapizado de amarillo. Malikar
y Vekyra. Tan lejanos que parecan muecos.
Malikar, el hombre dorado con quien Price haba combatido dos
veces. Delgado de cuerpo, de barba amarilla, vestido de carmes y
tocado con un casquete rojo. Enrollado en una de sus grandes manos,
llevaba un largo y grueso ltigo.
Price no haba visto antes a Vekyra, salvo en aquellas
extraordinarias proyecciones en el cielo. Su extica belleza, salvaje y
apasionada, era casi apabullante. Grcil y aureolado de amarillo, su
cuerpo estaba enfundado de verde. El cabello rojo-dorado lo llevaba
recogido en una ancha banda negra. Los prpados de sus ojos,
oblicuos y pardo-verdosos, estaban pintados de negro, mientras que
los labios, las mejillas y las uas de los dedos lo estaban de rojo.
Ambos caminaban ligeramente separados y parecan discutir; Price
comprendi que eran sus voces las que haba odo en el interior del
tnel en espiral. En aquel momento le llegaban claras, la de Vekyra
alta y cantarina, incluso a pesar de su clera; la de Malikar,
desagradablemente ronca.
Sin embargo, Price no comprendi lo que decan, pues hablaban
muy deprisa; el sonido se perda en medio del resonar de los ecos de
la vasta sala. Ni siquiera estaba seguro de que hablasen un lenguaje
familiar.
De repente, la mujer se apart de Malikar y subi corriendo la
rampa que conduca a una plataforma de piedra con aspecto de altar,
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Sangre dorada
Jack Williamson
situada en un nicho al final del gran escenario. Price no haba
examinado detalladamente la plataforma antes de entonces. En aquel
momento vio a la serpiente por primera vez. El autntico reptil dorado
cuyo espantoso reflejo haba visto en el espejismo. Imponente,
inmvil, sus escamas doradas brillaban en aquella luz sin sombra.
Enroscada en un cmulo de resplandecientes y ondulantes anillos, el
gracioso pilar de su refulgente cuello se ergua en medio de ellos.
Vekyra se detuvo al borde del altar que se encontraba delante del
reptil y comenz a cantar. Elev sus desnudos brazos amarillos en la
luz dorada. Su voz era clara, lquida y dulce hasta lo indecible. Y la
cancin posea un ritmo extrao y arcaico.
La cabeza de la serpiente, maligna y triangular, oscilaba al ritmo de
la cancin de Vekyra, y sus ojos negro-prpura la observaba,
refulgiendo con llamas inmemoriales. Lentamente, la cabeza fue
inclinndose hacia Vekyra, hasta llegar a la altura de sus hombros.
Entonces la cancin ces y ella corri hacia el reptil. Sus brazos
amarillos rodearon la inmvil y horizontal columna de su cuello, en
una extraa caricia, pasando la mano por la aplanada cabeza dorada.
En aquel momento, Price escuch el grito de clera de Malikar.
Manifiestamente descontento de lo que estaba sucediendo, avanz
con aires de beligerancia hacia la plataforma, balanceando el pesado
ltigo.
Apartndose rpidamente de la serpiente, Vekyra baj corriendo la
rampa para ir a su encuentro, llamando a la serpiente que estaba a su
espalda con un extrao grito, casi musical.
La serpiente desenrosc su brillante y ondulante cuerpo a todo lo
largo y baj la rampa tras ella. Era, como comprob Price, del tamao
de la boa ms larga; su longitud, por lo que estim, alcanzaba no
menos de cincuenta pies.
Vekyra se detuvo al pie de la rampa, y la serpiente se le adelant
para acercarse a Malikar. La cabeza triangular estaba levantada; las
fauces abiertas; la brillante lengua se mova como un ltigo; los dos
largos colmillos dorados relucan malignos. Y la serpiente silbaba
mientras atacaba a Malikar; un rugido silbante amenazador,
sorprendentemente ruidoso, que despertaba ecos de irrealidad en el
vasto templo.
Malikar permaneci valientemente en su camino, y le grit con voz
que son como un gong de bronce.
La serpiente se detuvo ante l, impresionada. Segua silbando,
colrica y tempestuosa. Vekyra corri tras ellas, llamndola en un
tono agudo y apremiante. Entonces la serpiente atac, y movi su
cabeza armada de colmillos hacia Malikar.
Con sorprendente prontitud, el sacerdote dio un salto hacia atrs e
hizo restallar su negro ltigo. Reson como un pistoletazo. La cabeza
plana retrocedi, como si estuviese herida. Malikar avanz hacia
delante, blandiendo el ltigo. Comenz a gritarle a la serpiente, con
voz metlica y tonante.
La serpiente sigui huyendo y sus silbidos se redujeron a un
incierto susurro de odio.
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Vekyra corri al lado del reptil. Sus delgados brazos amarillos
acariciaron nuevamente sus escamas. Su voz reson en notas
lquidas y plateadas.
La serpiente ces en su retirada. La enorme cabeza gir y frot el
dorado cuerpo de la mujer, acaricindolo. Ella le pas la mano por
encima.
Malikar avanz. Vekyra habl a la serpiente, suplicndola,
lisonjendola, obligndola. La dorada masa que era su cabeza se
apart de su cuerpo y volvi hacia Malikar, temerosa e insegura.
El sacerdote segua gritando. La serpiente pareci encogerse ante
aquellas entonaciones roncas, que sonaban como el bronce; el silbido
lleno de odio muri. Se aprest a salir huyendo. Malikar lanz un
aullido salvaje; el reptil se detuvo.
Avanz hacia sus anillos retrctiles y la llam con voz potente. La
golpe con el ltigo. Un temblor recorri a todo lo largo su cuerpo
dorado; los mgicos ojos negro-prpura seguan fijos en l. La azot
de nuevo y el reptil ni se movi.
Vekyra se lanz hacia ella y comenz nuevamente a acariciar sus
anillos, suplicndole con voz llena de dorada elocuencia. Pero no le
hizo caso y sigui con sus ojos negros a Malikar.
Finalmente, el sacerdote baj el ltigo y, speramente, dio una
orden. Lentamente, y como con duda, la amarilla cabeza cubierta de
escamas avanz hacia l, manteniendo cerrada la boca, armada de
colmillos. Entonces el hombre la abofete una docena de veces, tan
fuerte que Price, en lo alto de la galera, pudo escuchar el ruido de los
golpes.
A continuacin, Malikar le dio una orden en un tono desptico. La
gran cabeza se dirigi hacia la mujer, quien grit, y sus tonos
argentinos se quebraron, totalmente aterrorizada. El lento avance no
ces. La serpiente silb nuevamente, como el susurro de un viento
lejano. Vekyra lanz un grito estrangulado, como si fuese presa de
terror extremo. Sali huyendo a travs del suelo cuajado de escarcha
amarilla, hacia el pasaje por el que ella y Malikar haban entrado. La
gran serpiente se desliz tras ella, rpida y sibilante.
La mujer desapareci. La serpiente se detuvo. Malikar la llam y
ella lleg, ondulando, hasta su lado, en silencio. Una vez all, se
enrosc en un montculo de relucientes anillos dorados y baj su
plana cabeza, quedndose contemplando al sacerdote con ojos
negro-prpura.
Malikar comenz a azotarla.
El ltigo era largo, tan grueso cerca del mango como su puo, y
despus se iba adelgazando. Lo manejaba como un experto. Su
delgado extremo tocaba a la serpiente y restallaba sonoramente. El
animal temblaba; ondulaciones de dolor recorran sus brillantes
escamas, pero los ojos negro-prpura no cesaban en su mirada
impertrrita. A veces, el hombre amarillo se rea por lo bajo, con risa
innoble y malvada, como si obtuviese un placer sdico con la tortura.
Al final se detuvo y qued sin moverse durante largo tiempo,
mirando fijamente a la serpiente. Entonces apunt con el extremo del
ltigo hacia la plataforma en forma de altar y lanz un grito metlico.
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La resplandeciente serpiente amarilla se desliz por la rampa y volvi
a enroscarse en el interior del nicho, quedndose inmvil.
Malikar recogi el ltigo. Balancendolo en una mano, cruz el
suelo hasta el borde del abismo verde-dorado y ech a andar por el
estrecho puente. De ms de doscientos pies de largo, sin barandilla,
no tena ms de dos pies de ancho. Bajo l se encontraba el
vertiginoso vaco, luminoso, de un verde xntico, vasto como el
abismo entre los soles.
Con paso seguro, el sacerdote vestido de rojo avanz por el
espeluznante puente hasta que lleg a su mitad, directamente
encima del abisal pozo. De repente se detuvo. Lo primero que pens
Price fue que el vrtigo haba podido con l. Pero se limit a cambiar
mecnicamente el ltigo de mano y rascarse la cabeza, con aire
ausente e indiferente.
Acto seguido, Malikar regres rpidamente sobre sus pasos, como
si hubiese olvidado algo. Lleg hasta el abrupto extremo del suelo y,
cruzndolo, desapareci por el camino que haba tomado Vekyra.
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Sangre dorada
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LA DURMIENTE EN LA NIEBLA
El extrao duelo entre Vekyra y Malikar, por el control de la
serpiente dorada, haba ocupado toda la atencin de Price. Por el
momento, haba olvidado completamente al prisionero que se le
haba escapado, Kreor, quien era seguro que volvera tan pronto
como encontrase ayuda. En cuando Malikar desapareci, Price fue
consciente de que deba abandonar rpidamente la galera si deseaba
continuar sus libres vagabundeos por el interior de la montaa.
Un simple vistazo le inform de que slo haba una manera de salir
de la galera: el pasaje por el que haba llegado. As que se apresur a
recorrerlo, decidindose, mientras caminaba por l, a proseguir su
exploracin por los corredores iluminados por la luz amarilla.
Kreor la haba dicho que Aysa yaca en alguna parte ms abajo,
dormida. Price no confiaba en la veracidad del hombre-serpiente. La
historia tena un elemento de fantasa que la haca increble; pero al
menos, supona l, la probabilidad de que la muchacha estuviese all
abajo era la misma de que se encontrase en cualquier otra parte.
Cuando Price haba llegado al tnel en espiral y comenzado un
descenso cauteloso, oy ante l ruido de pasos y unos gruidos en
voz baja, teidos de clera. Retirndose rpidamente hasta el final
del pasillo horizontal, entr en l y se peg contra la pared.
Instantes despus, Malikar pasaba delante de l, con el amarillo
rostro fruncido, gruendo para sus adentros. Preguntndose cunto
tiempo tardara en volver, Price esper hasta que dej de orle, y
entonces entr nuevamente en el tnel en pendiente y baj por l
corriendo, con el odo atento al sonido de la alarma de Kreor deba de
estar difundiendo.
Los tomos de oro que danzaban en el aire se hicieron ms
espesos a medida que descenda, hasta que comenz a caminar a
travs de plidos sudarios de reluciente bruma xntica. Entonces
sinti una extraa sensacin de picor en las fosas nasales, un leve
sofoco. Pero preocupado como estaba por otros peligros, no hizo caso
de la amenaza que supona aquella bruma amarilla.
El tnel se enderez y qued horizontal. Price lo sigui hasta
penetrar en la gran sala circular que haba observado desde lo alto
del balcn. Las paredes curvas, cubiertas de escarcha dorada, se
levantaban a su alrededor hasta llegar a la cpula, cientos de pies
ms arriba. En lo alto de ella, y a travs de la calina dorada, distingui
el balcn.
El borde mellado del suelo espolvoreado de amarillo estaba a
doscientos pies de l. Ms all de aquel borde se encontraba el puro
vaco, con la simple cinta del puente para llegar hasta la pared que se
encontraba debajo de la galera en donde haba estado. En el otro
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Sangre dorada
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extremo del puente vio un gran nicho en la pared, una amplia
plataforma encima del abismo.
A su derecha, en el suelo, a unas ochenta yardas, se encontraba el
estrado con forma de altar en donde reposaba la reluciente serpiente
en toda su longitud. En cuanto comprendi que haba entrado en la
madriguera de la serpiente, Price se retir, lleno de aprensin, hacia
el pasillo.
Pero la plana cabeza amarilla del reptil reposaba tranquilamente
sobre los brillantes anillos. Los espantosos ojos negro-prpura
seguan cerrados. Pareca no haber notado su llegada.
El delgado puente ejerca sobre Price una especie de fascinacin.
Tema poner los pies encima de l; saba que no podra guardar
fcilmente el equilibrio en lo alto de aquel portentoso abismo de
vapor verde y oro. Pero tena la sbita conviccin de que Aysa deba
de encontrarse en el nicho que haba al otro lado.
No era momento para andarse con titubeos. Malikar, por lo que
saba, poda volver en cualquier instante. Sin duda, Kreor estara
pronto de vuelta, buscndole con una patrulla. O lo que era peor, la
gigantesca serpiente podra descubrir su presencia.
Sin detenerse a deliberar sobre su actual situacin, Price se desliz
tan silenciosamente como pudo por aquellos intensos bajos, hasta el
reborde irregular que se encontraba en su centro. La serpiente segua
inmvil. Lleg hasta el puente y comenz a cruzarlo.
Liso, sin barandilla, la pasarela tena menos de dos pies de
anchura. Por debajo se abra el puro y espantoso vaco, una
vertiginosa inmensidad que reluca con tonos verde y oro.
Un acrbata profesional, con sentido del equilibrio bien
desarrollado, no habra encontrado la travesa difcil. Pero Price vacil.
Sinti un momento de nusea y tuvo que cerrar los ojos para recobrar
el equilibrio.
Intent no mirar al pozo y mantener los ojos fijos en la piedra
orlada de amarillo que se encontraba a sus pies. Pero el abismo atraa
su mirada con siniestra fascinacin.
Apret el paso, llegando en ocasiones a correr. Senta el estmago
extraamente ligero. Un sudor fro perlaba su rostro. Vacil y apret
los puos, hasta que las uas se le clavaron en las palmas de las
manos.
El vrtigo se apoder nuevamente de l, en una onda cargada de
nuseas. Se detuvo para recuperarse. Dese con toda su voluntad
olvidarse del amenazante y brumoso vaco. Intent pensar en Aysa.
En la noche en que los rabes la capturaron y vendieron a Joao de
Castro. En su fuga a medianoche de la caravana. En los dulces,
aunque fugaces, das transcurridos en el jardn oculto de Anz.
Con la cabeza de nuevo despejada, apret el paso.
Cuando Price estaba a medio camino, percibi, ya sin gnero de
dudas, que el sueo se apoderaba de l. Al llegar a la zona en que el
vapor de oro se haca ms espeso, haba sentido un curioso picor en
las fosas nasales que le impeda respirar hondo.
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En aquel momento, el sueo le sumerga como si fuese una especia
de marea. Sus miembros estaban sbitamente entumecidos, tan
pesados como el plomo. Le pesaban los prpados. Su cerebro
trabajaba lenta y confusamente.
Alarmado, sigui avanzando a travs de la niebla xntica.
Con un suspiro de alivio incierto pis vacilante el suelo firme,
cubierto de la escarcha de oro, a salvo ya del abismo. Haba llegado
al nicho. Pero el sueo inducido por aquella espesa niebla amarilla
an le asaltaba en oleadas. Tiraba de l hacia abajo..., hacia abajo...,
hacia abajo...
Con un sbito conocimiento de lo que le estaba ocurriendo,
comprendi que no podra seguir despierto para poder cruzar de
nuevo aquel espantoso puente, donde un nico paso en falso podra
precipitarle a un espacio ilimitado.
Intent seguir avanzando y examin el gran nicho. Su suelo era
semicircular, con un radio de quiz cuarenta pies; y la roca negra,
escarchada de amarillo, se curvaba por encima de la cavidad.
En el interior se encontraban cuatro grandes losas oblongas
escarchadas de oro, como enormes mesas. Tres de ellas se hallaban
vacas. Pero sobre la cuarta descansaba una figura dormida, envuelta
en ropajes que brillaban con el resplandor de finos cristales de oro.
Con un vvido dolor apualndole el corazn, Price corri hacia la
losa y mir con inquietud a la figura que respiraba profundamente.
La durmiente era Aysa.
El adorable rostro de la joven, lo mismo que sus ropas estaba
cubierto de finos cristales de escarcha amarilla. Con el corazn
latindole con sbita desesperacin, Price le acarici tiernamente una
mejilla. Para su consuelo, el polvo de oro se desvaneci, revelando la
suave piel blanca.
Quiz estaba siendo transformada lentamente en metal vivo. Pero
si tal cosa ocurra, aquel cambio misterioso no era aparente.
Aysa! Aysa! Despierta! dijo, mientras la zarandeaba; pero
ella no se movi.
El vapor ureo era, obviamente, somnfero. La joven estaba sumida
en un sueo innatural que l sinti descender sobre s.
Levant su cuerpo. Estaba completamente relajado, abandonado al
olvido. Haba calor en l, y su respiracin era regular. Pero no
consegua despertarla.
Una negra desesperacin se apoder de l, que resultaba an ms
punzante al coger en brazos a la adorable muchacha. La haba
encontrado... pero slo para encontrarse tambin con que la haba
perdido. Sin la influencia cada vez mayor del vapor soporfico, habra
podido sacarla fuera, al aire libre, donde habra recobrado la
normalidad. Pero no se atreva a cruzar el estrecho puente, corriendo
el espantoso riesgo de que su anormal somnolencia los precipitase a
ambos hacia la muerte.
Price segua estando junto a la losa, manteniendo a Aysa levantada
por los hombros, luchando contra el siniestro sueo de la bruma
dorada y mirando fijamente el puente que no se atreva a cruzar,
cuando vio a Malikar.
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Sangre dorada
Jack Williamson
Con el ltigo negro an enrollado en la mano, el sacerdote de rojo
caminaba por el suelo, al otro lado del abismo, hacia el extremo del
puente.
El primer impulso de Price fue soltar a la joven para intentar
ocultarse. Pero comprendi que el hombre dorado ya le haba visto.
Aunque si tal no era el caso, no tardara en comprobar que Aysa no
estaba en la misma posicin que antes y que el polvo amarillo haba
desaparecido de su rostro.
As que, con mucho cuidado, volvi a dejar a la joven, que segua
inconsciente, sobre la mesa de roca, y esper de pie en uno de sus
lados, apretando el mango de la antigua hacha. Malikar lleg hasta el
puente y comenz a cruzarlo.
Una desesperacin funesta brot en su pecho, una rabia, muda e
impotente, contra el destino. Por qu tena que apoderarse de l
aquel insidioso sueo, justo cuando acababa de abrirse camino hasta
la joven? Por qu tena que volver Malikar en ese momento, para
rematar el desastre? La suerte de Durand... se rea de l?
Sinti el cuerpo muy pesado. Su respiracin era lenta y dificultosa;
la bruma amarilla an le segua picando en las fosas nasales. Se le
cerraban los ojos. Y las olas del sueo seguan golpendole desde el
ocano del olvido.
Hizo esfuerzos para mantener los ojos abiertos, para enfocarlos
sobre el fornido sacerdote amarillo que con tanta confianza cruzaba el
puente. Intent dominar su cuerpo, al menos para poder abatir el
hacha de Iru, aunque slo fuese una vez. Pero las olas del sueo
comenzaron a subir, cada vez ms altas..., cubrindole... y
arrastrndole hacia el olvido.
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Sangre dorada
Jack Williamson
21
A MERCED DE MALIKAR
Price despert del sueo producido por la niebla amarilla en medio
de una oscuridad total. Completamente desnudo, yaca encima de un
pequeo montn de paja, o de hierba seca, que le haca dao en la
piel. Presagiando el peligro, se levant de un salto y su cabeza choc
contra el cielo raso de piedra.
Aturdido, cay de rodillas y explor con las manos el estrecho
espacio que le rodeaba. Estaba en una mazmorra bastante exigua, de
unos cuatro pies de ancho por siete de largo, con un techo tan bajo
que no poda ponerse de pie. Las paredes eran de piedra fra,
toscamente talladas. La puerta era una vieja verja metlica, a travs
de la cual soplaba un aire estancado y viciado. Sus dedos, que no
haban dejado de explorar, no encontraron nada ms en aquella
celda, salvo el montn de paja hmeda.
El cansancio de la desesperacin se apoder de l. Era un cautivo
indefenso de Malikar. El hecho de que su infortunio fuese previsible
desde el comienzo de su loca aventura en el interior de la montaa
no haca ms llevadera la situacin.
Intent zarandear la reja metlica. Pareca inamovible; ni siquiera
consegua hacer que sonase. Entonces grit a travs de ella. Su voz
reson extraamente por los sombros corredores, hasta que fue
tragada por el silencio.
Frustrado e impotente, se ech nuevamente sobre la paja. Estaba
hambriento. Tena la boca seca y amarga por la sed.
Era como si se encontrase en una tumba dentro de la montaa.
Aparentemente olvidado de todos. Un hombre que hubiese
naufragado en un planeta desconocido no habra estado ms aislado,
pensaba..., aunque al menos habra tenido la ventaja de contemplar
paisajes interesantes con los que entretener su atencin.
El tiempo fue arrastrndose lentamente, a lo largo de incontables y
penosas horas, mientras resista la tortura de la sed y del hambre y
experimentaba la desesperacin final de la desesperanza.
Volvi a dormirse, y la luz verde le despert, filtrndose a travs de
los barrotes. Tres hombres de azul estaban fuera, armados con picas
y yataganes; uno de ellos llevaba una antorcha que llameaba con
fulgor verde.
Abrieron la verja y empujaron hacia el interior dos cuencos de
cermica, uno con agua y otro con un pedazo de carne rebozado en
harina. Mientras esperaba, Price se bebi el primero y atac
vidamente el segundo.
Cuando los cuencos estuvieron vacos, los hombres-serpiente
abrieron de nuevo la verja, que haban vuelto a cerrar con llave
mientras Price estaba comiendo, y uno de ellos orden con voz seca:
Ven!
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Sangre dorada
Jack Williamson
Le condujeron a lo largo del sombro corredor, despus escalaron
un empinado tnel, que avanzaba en espiral, similar al que haba
seguido antes de entrar en la madriguera de la serpiente, y
finalmente pasaron por un amplio pasaje abovedado que conduca a
una habitacin, poco menos que sorprendente. Era una larga cmara,
excavada en la negra masa volcnica de la montaa. De veinte pies
de ancha y el triple de larga, tena un techo abovedado. Lo primero
que extra a Price fue que se encontrase iluminada con bombillas
elctricas instaladas en unas pantallas.
A lo largo de cada pared se encontraba una docena de hombresserpiente, hierticos, vestidos de azul, mirando impvidos al frente,
armados con picas y yataganes.
Al otro extremo de la habitacin estaba sentado Malikar. Bajo un
cmulo de globos elctricos cubiertos de escarcha dorada,
descansaba detrs de un pesado escritorio de caoba que poda haber
provenido de cualquier oficina de Manhattan. Encima de l se
encontraba un ventilador elctrico, que giraba ruidosamente; a su
lado estaba el largo ltigo negro con el que anteriormente haba
castigado a la serpiente.
Vestido de rojo y cubierto por un casquete del mismo color, el
hombre amarillo descansaba sus pesadas manos doradas encima del
escritorio. Los extraos ojos que asomaban en su rostro duro pardos y
sin profundidad, observaron a Price desde el momento de su entrada.
A lo largo del muro de piedra que se encontraba a espaldas de
Malikar, podan verse archivadores metlicos pintados de verde,
estanteras repletas de libros encuadernados al estilo occidental, y un
largo banco lleno de instrumentos cientficos: microscopio compuesto,
balanzas, tubos de ensayo, reactivos, una cmara de fotos y un
telescopio de latn.
Ms arriba haba un gran mapamundi mural, fechado en 1921, con
el distintivo de una famosa editorial norteamericana.
Aquellos retazos de civilizacin occidental sorprendieron tanto a
Price como cualquiera de las portentosas maravillas que haba
encontrado en el Pas Prohibido. Y Malikar pareca leer su extraeza,
mientras los hombres-serpiente se detenan ante el escritorio.
Sorprendido de descubrir que soy un cosmopolita, eh?
pregunt el sacerdote amarillo, con su fuerte voz, carente de
inflexiones. El lenguaje que utilizaba era el ingls.
S contest Price. Lo estoy.
Es ingls, no?
Norteamericano.
Ah! Visit Nueva York hace diez aos. Una ciudad interesante.
Price se qued mirndole fijamente.
He estado saliendo fuera con frecuencia... desde los tiempos de
la cada de Roma aadi el hombre amarillo. Mi ltimo viaje tuvo
lugar de 1921 a 1922. Pas algunos meses en Oxford y Heidelberg,
para ponerme al corriente de los ltimos descubrimientos de su
civilizacin primitiva, y he dado la vuelta al mundo para regresar a
este lugar, pasando por su pas. Por supuesto que us un disfraz, que
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Jack Williamson
ahora no juzgo necesario en este lugar. Por cierto, creo que usted
sigui la ruta que tom cuando volv por el mar.
Se refiere a la Ruta de las Calaveras?
Precisamente. Los crneos humanos resultan jalones ciertamente
resistentes, son visibles desde muy lejos... Pero ahora deseara
conseguir algunas informaciones respecto a usted y a las
circunstancias a las que debo tan inesperada visita.
Price enrojeci ante la irona sarcstica que subyaca bajo aquella
voz fra, sin matices.
Cmo se llama?
Price Durand.
Sabe que le han tomado por un antiguo caudillo llamado Iru...,
cuya tumba al parecer ha violado?
Podra ser.
Los ojos pardos, sin profundidad, miraron fijamente a Price.
Seor Durand, podra explicarme el propsito de su visita.
Price dud, y despus se decidi a hablar. No tena necesidad de
andarse con cautela; nada podra hacer que su situacin fuese ms
desesperada.
Estaba buscando a Aysa. La joven que usted secuestr.
Me alegra que al menos sea honesto coment con sorna el
hombre de oro. Pero, desafortunadamente para usted, esa joven ha
sido elegida para cumplir un destino ms alto que el que usted haba
previsto para ella. Ser Sacerdotisa de la Serpiente... y mi consorte.
La est convirtiendo en oro? pregunt Price, controlndose,
sin mostrar su estado de nimo.
La Serpiente no aceptara como sacerdotisa a un ser humano
corriente explic Malikar, en tono de bufa. Deber ser de sangre
dorada. No conoce la transformacin? La bruma amarilla que brota
de la madriguera de la serpiente posee un raro componente aurfero,
formado en el corazn volcnico de la tierra. Al condensarse en las
paredes del templo forma una escarcha amarilla. Cuando es inhalado
por un cuerpo vivo, este componente ocupa el lugar del agua
protoplasmtica, dando lugar a una sustancia viva, del color del oro,
que es mucho ms fuerte y resistente que la carne humana.
Y espera que Aysa se entregue a usted? pregunt Price,
bastante airado. Bien sabe que ella le odia... y con razn!
Me temo que sus sentimientos para conmigo no se excedan
precisamente en amabilidad dijo Malikar, con tono cnico. Pero
cuando sea de sangre dorada, no se me escapar fcilmente. No
podr buscar refugio en la muerte. Domarla puede resultar una
diversin placentera... y el tiempo no tiene importancia para los
afortunados inmortales. Ella aprender a amarme.
Malikar se ech hacia delante, rindose en sus barbas con refinada
maldad. Recogi del escritorio el negro ltigo y acarici su delgado
extremo con sus dedos amarillos, con delectacin, casi sugiriendo
algo.
La roja rabia rept por el cuerpo de Price, al simple pensamiento de
la adorable Aysa prisionera de un cuerpo dorado del que no podra
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escapar, esclava y juguete de placer de aquel sarcstico demonio
amarillo.
Fulmin a Malikar con una mirada cargada de clera, desando
ardientemente estrujar entre sus dedos el delgado cuello del
sacerdote amarillo.
De repente, el hombre dorado se inclin, abri un cajn del
escritorio y extrajo un delicado pincel y una redoma llena de lo que
pareca ser oro lquido, fluido. Colocando el pincel y la redoma encima
del escritorio, mir a Price con sus planos e inescrutables ojos
amarillos.
Seor Durand dijo con voz suave, voy a ofrecerle una
oportunidad inusual. Podra utilizar sus servicios para exterminar a los
estpidos buscadores de oro que llegaron con usted hasta este lugar.
Libere a Aysa... comenz a decir Price, apasionadamente.
No le interrumpi Malikar. Pero le doy una oportunidad para
salvar su miserable vida.
Y consistira en...
Esto es lo que le ofrezco: jure fidelidad a la Serpiente y a m, su
sacerdote. Pintar el smbolo de la Serpiente en su frente y le
perdonar la vida para que pueda emplearla en Su servicio.
No har nada parecido...
Esto es lo que le ofrezco repiti Malikar con siniestra irona:
convertirse en esclavo de la serpiente y vivir, o ser el esclavo de esta
serpiente... y acogi los negros anillos del ltigo, y morir en la
mazmorra!
La autocomplaciente y sarcstica crueldad de aquella voz, dura y
sin timbre, le hizo perder a Price los estribos. Una clera roja le
sumergi. Desnudo como estaba, se volvi hacia el hombre-serpiente
que se encontraba a su lado, le arranc la pica de hoja dorada,
dejndole sin habla, y se lanz salvajemente hacia el hombre vestido
de rojo que se encontraba detrs del escritorio.
Dos de los guardias le apresaron antes de que hubiese dado tres
pasos.
Malikar abandon con viveza el gran escritorio, con un
desagradable regodeo en su risa e hizo deslizar la fina cuerda del
extremo del ltigo a lo largo de sus dedos.
Soltad al perro dijo secamente a los guardias, en rabe.
Soltaron a Price y volvieron de un salto a sus puestos en las
paredes.
De nuevo, l se lanz hacia delante, con la pica levantada.
El largo ltigo le alcanz, temblando como un tentculo que tuviese
vida propia. No toc a Price, slo se enroll alrededor del mango de
madera de la pica.
El arma fue arrancada de la mano de Price, y recorri el suelo de la
estancia. Pero aquello no le detuvo, pues, con los puos cerrados e
impulsado por una rabia loca y ciega hacia el impasible y sarcstico
demonio amarillo, se lanz contra l.
De nuevo se abati el ltigo, con un golpe seco. En su roja ira, Price
no senta el dolor. Pero la piel de su pecho qued llena de cortes,
como por obra de un cuchillo.
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Sigui corriendo, con los puos crispados, para llegar hasta el
cuerpo de Malikar.
Como si estuviese animado de una vida malfica, el ltigo le
alcanz nuevamente y se enrosc alrededor de sus tobillos.
Trabndose con l, tropez y cay pesadamente al suelo.
Mientras se pona en pie, el ltigo dibujaba una fra lnea de dolor
por todo su cuerpo desnudo. Nuevamente cay al suelo.
El largo azote se enrosc una y otra vez alrededor de su cuerpo,
atndole de brazos. Malikar tir de l y le envi rodando al suelo una
vez ms.
Mientras Price se levantaba con gran esfuerzo, vio que el tigre
dorado haba entrado en la amplia sala y se encontraba a sus
espaldas. Sobre su howdah se sentaba Vekyra, la mujer amarilla,
quien le observaba con sus ojos oblicuos, pardo-verdosos..., distantes,
impersonales, inmisericordes.
Nuevamente el ltigo cay sobre sus hombros como una hoja
aguzada. Price oy a Malikar regodearse en su risa, con un placer
infame y sdico. Se volvi y avanz titubeando hacia el sacerdote,
intentando capturar con las manos, que slo asieron el vaco, el ltigo
animado de vida que le torturaba.
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Sangre dorada
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22
EL INVITADO DE VEKYRA
La rabia salvaje que Price senta contra su torturador acab
ahogndose en la sangre que manaba abundantemente a lo largo de
su cuerpo. De repente comprendi que lo nico que conseguira sera
darle a Malikar el placer de matarle, intilmente.
Interrumpi su ltima carga contra el hombre dorado y permaneci
inmvil en la larga estancia, bajo las apantalladas luces elctricas, tan
portentosamente incongruentes al lado de las sorprendentes
maravillas de aquella tierra olvidada.
De nuevo el ltigo le toc, haciendo brotar su sangre como una
hoja acerada; tembl sin quererlo. Pero cruz los brazos y se qued
mirando a Malikar.
Le parece suficiente, seor Durand? pregunt el hombre
dorado, en tono de burla.
Price se mordi los labios y no dijo nada.
Malikar hizo un gesto a los hombres-serpiente que le haban
llevado hasta aquella habitacin. Le rodearon... para conducirle de
nuevo al hmedo horror de la mazmorra, o al menos eso fue lo que
pens. Y supo que posiblemente jams volvera a salir vivo de ella.
Price se volvi y vio nuevamente al tigre. Un colosal gato dorado,
elefantino en el tamao, que segua inmvil en medio de la
habitacin. La mujer amarilla, Vekyra, estaba inclinada en el borde de
su howdah negro, observando a Price, con una curiosa especulacin
en sus ojos verdosos.
Una esperanza desesperada e ilgica se abri paso en su cerebro.
Saba que la mujer y Malikar se llevaban bastante mal. Haba asistido
a su duelo por el control de la serpiente dorada. Vekyra, sospechaba,
no deba de estar maravillada por la pasin que Malikar senta por
Aysa.
As que, de repente, se escap de sus guardias y ech a correr
hacia el tigre, gritando:
Vekyra, quieres ayudarme? Puedes ver cmo me entierran
vivo?
Era un ruego sin esperanza. Ella haba estado contemplando la
escena mientras Malikar se ensaaba con l. Y no haba mostrado
piedad en su rostro ovalado.
Cansado por el dolor de las heridas que sangraban, aturdido,
titubeante, Price segua aferrndose a la ltima y ftil brizna de
esperanza.
Oh, Vekyra, aydame! Oh, hermosa...!
Finalmente, ella acab por sonrer, radiante y enigmtica. Sus ojos
verdosos mostraron inters, pero no compasin por l.
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Sangre dorada
Jack Williamson
Los guardias que llevaban a Price, dudaron sin saber qu hacer,
mantenindose a respetuosa distancia del tigre amarillo. Malikar les
orden con un rugido:
Arrojad al perro a su mazmorra!
Aquella spera orden hizo en Vekyra el efecto que Price haba
intentado en vano. Los ojos oblicuos relampaguearon de malicia
verde. Ella sonri de nuevo.
Extranjero, eres mi invitado dijo con su voz argentina. Sube a
mi lado.
Y lanz una venenosa mirada a Malikar.
El hombre es mo exclam el sacerdote dorado. Y si ordeno
que se pudra en las mazmorras, se pudrir.
No Vekyra sigui insistiendo, con su venenosa mirada, si le
llevo conmigo a mi palacio.
Adelante! aull Malikar. Coged a ese hombre.
Tmidamente, los individuos de azul avanzaron.
Tocadle asegur dulcemente Vekyra, y esta noche el tigre
tendr una magnfica cena.
Se detuvieron y miraron temerosos a Malikar.
El sacerdote dorado atraves la sala con su ltigo, rojo por la
sangre de Price, que se retorca y silbaba como una serpiente de
verdad. Los hombres-serpiente se apartaron y se fueron a las
paredes.
Vekyra ri, y su risa fue musical, argentina, burlesca.
Quiz tu ltigo pueda amaestrar a la serpiente, oh, sacerdote
dijo, pero no a Zor, o as me lo parece. El tigre lleva a mi lado
mucho tiempo.
Malikar dud visiblemente; pero sigui avanzando hacia Price, con
el ltigo retorcindose y restallando furiosamente ante l.
A duras penas capaz de mantenerse en pie, Price se acerc,
titubeando, al tigre. Sus heridas abiertas le escocan terriblemente. La
nusea y la debilidad estaban a punto de dejarle fuera de combate,
como resultado de tantos das de duras pruebas, as como del dolor
del momento presente y de la prdida de sangre. El suelo de la gran
sala daba vueltas y ms vueltas, y las bombillas elctricas situadas en
las alturas se movan salvajemente en crculo.
Vekyra se inclin hacia delante en el howdah, murmurando algo al
tigre, que inclin hacia atrs una gran oreja para escuchar mejor.
Entonces, la colosal fiera dorada avanz al encuentro de Malikar y
se ech en el suelo, sentndose sobre las patas posteriores. Gru
amenazadoramente. El sonido era como un rugido sordo, que llen la
amplia estancia con ardiente furor.
Malikar se detuvo; el silbante ltigo golpe el suelo.
Mujer! chirri su voz, poderosamente cargada de odio.
Pagars por esto. Acaso piensas que no puedo azotarte porque seas
de sangre dorada?
S que no me azotars..., porque no puedes!
Has de saber que ya no eres la Sacerdotisa de la Serpiente... y
que no volvers a serlo. Otra ocupar tu lugar.
Aquella otra, como Price bien saba, era Aysa.
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Sangre dorada
Jack Williamson
Ya estaba al corriente respondi la mujer, con voz teida de
clera. Pero quiz haya encontrado a alguien capaz de convertirse
en el Sacerdote de la Serpiente y seor de la Gente Dorada. Acaso
no fue Iru, antao, tan grande como Malikar?
Y seal a Price con uno de sus delgados brazos dorados.
Ese cachorro no es Iru rugi el sacerdote. Slo es un
usurpador que ha saqueado la tumba del rey.
No fue Malikar un usurpador como l? pregunt, acerba, la voz
plateada. Y aadi con una nota de advertencia: Guarda bien a tu
nueva sacerdotisa, Malikar, no vaya a ser que se caiga al pozo o,
quiz, sirva de alimento a la serpiente, en lugar de ser la oficiante de
su culto.
Una vez ms, Vekyra se inclin hacia delante, susurrando algo en
la oreja del tigre. La gigantesca fiera amarilla se ech hasta que su
vientre pardusco toc el suelo. Con gracia y desenvoltura, la mujer
salt del howdah.
Corriendo al lado de Price, se despoj de la tnica verde que cubra
su vestido adherente y rode con ella sus ensangrentados hombros.
Ven! susurr a su odo con voz urgente. Sube antes de que
ese gobernante de esclavos cometa una nueva maldad!
Vacilando, sin saber qu hacer, Price se apoy en ella y se dirigi
hacia el tigre, que segua echado. Un delgado brazo amarillo,
desnudo, rode sus hombros doloridos. Vekyra, sorprendentemente
fuerte, la subi hasta el gran howdah, donde l se hundi,
agradecido, entre cojines.
Malikar corri rpidamente hacia su escritorio y comenz a hacer
sonar un enorme gong de bronce que estaba a sus espaldas, cuyas
vibrantes reverberaciones llenaron la estancia con el insistente
clamor de la alarma. Vagamente, con la cabeza que le daba vueltas
de dolor y agotamiento, Price fue consciente de los gritos y del sonido
de las armas que se agitaban en los pasillos cercanos.
Vekyra, saltando con facilidad al howdah y sentndose junto a
Price, volvi a musitar algo en la oreja del tigre. La gran fiera se puso
en pie con fuerza irresistible, como si no le costase trabajo, todo lo
contrario del sobresalto desmaado de un dromedario al levantarse.
Vekyra grit de nuevo, y el animal gir hacia un lado y ech a
correr en direccin a la salida, con el howdah bailotendole sobre el
lomo, como un barco aspirado por una poderosa corriente. Tras ellos,
Malikar grit ominosamente:
Mujer, por esto probars mi ltigo. Y el perro con el que ensucias
tus manos ser...
No tardaron en salir y llegar a un negro pasaje, iluminado slo por
ocasionales tederos encendidos: la luz elctrica pareca hallarse
restringida a una habitacin. Era de ocho pies de ancha por cerca del
doble de alta; pero aquello no era demasiado espacio para el tigre,
que segua corriendo.
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Sangre dorada
Jack Williamson
Debemos apresurarnos murmur Vekyra, con un leve toque de
alarma en la voz, o Malikar cerrar las puertas y nos impedir llegar
a mi palacio.
Una enorme oreja, ribeteada de amarillo, apunt hacia atrs para
escuchar, en el momento en que Vekyra dio otra orden. El tigre
apret el paso, hasta que Price tuvo la sensacin de volar. Dobl a
toda velocidad una esquina y comenz a subir una pendiente.
Enfrente de ellos, Price vio un rectngulo incandescente de cielo,
de un azul casi cegador para sus ojos, sensibilizados por la oscuridad
que le rodeaba.
Vekyra hundi una mano entre los cojines y sac un pequeo arco
metlico de extraa factura. Tomando una flecha de la aljaba llena de
ellas que se encontraba en uno de los rincones del howdah, la mont
en el arco y esper, alerta.
Unas sombras siluetas que se apresuraban aparecieron de repente
en el brillante rectngulo que se iba haciendo cada vez ms grande.
Entonces comenz a empequeecerse. El desagradable chirrido de
unas poleas lleg a los odos de Price. Vio que unas grandes valvas de
metal amarillo se cerraban rpidamente.
Vekyra lanz la flecha a una de las cabezas. Price escuch el
cantarn taido de la cuerda del arco y, ms adelante, un grito agudo.
El chirrido de las poleas ces.
El tigre se desliz en el espacio que quedaba entre las puertas
medio cerradas, tan escaso que los jaeces del howdah rechinaron.
Entonces emergieron a una luz del sol tan brillante, que durante unos
instantes Price no vio nada.
Dbil y mareado, cay de espaldas entre los cojines, protegindose
los ojos con un brazo. Entonces sinti los suaves brazos de Vekyra
deslizarse sobre sus hombros.
S bienvenido susurr ella a mi castillo de Verl. Descansa y
no temas nada, pues eres el invitado de Vekyra.
Le levant y su susurro se hizo suave, seductor y acariciante,
mientras aada de manera extravagante:
Y yo soy tu esclava.
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Jack Williamson
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LA GENTE DORADA
Durante unos pocos minutos Price yaci, completamente relajado,
en los brazos de Vekyra mientras el tigre prosegua hacia delante su
marcha cabeceante. El calor y la cegadora luz del sol se vertan sobre
l, con una sensacin sorprendentemente deliciosa para alguien que
se haba salvado, de manera tan inesperada, de las negras
mazmorras
de
Malikar.
Su
penetrante
fuerza
resultaba
agradablemente estimulante. As pues, no tard en incorporarse
sobre su asiento, impulsado por la curiosidad de ver aquel extrao
palacio que coronaba una montaa.
Las suntuosas maravillas de los jardines orientales aparecieron
ante l. El tigre atravesaba un amplio patio, rodeado de paredes y
columnatas de refulgente oro y de un mrmol que resplandeca en su
blancura. Una hierba sombra y lujuriante bordeaba los estanques
cristalinos, donde las palomas blancas chapoteaban alegremente en
el agua. Unas graciosas palmeras elevaban al cielo sus
empenachados troncos esmeralda. Arbustos de flores brillantes
embalsamaban el aire con frescas fragancias.
Alrededor del patio se erguan las torres oro y alabastro de Verl.
Balcones de arabescos que dominaban jardines siempre verdes,
sostenidos por esbeltas columnas retorcidas. Altas ventanas, de
arcada trilobulada, que contemplaban cpulas y apuntados
minaretes. La arquitectura era tpicamente arbiga; pero toda era de
mrmol nevado y de oro resplandeciente.
Bajo el blanco restallido del sol de medioda, los esplendores del
palacio habran resultado dolorosos si no hubiera sido por las frescas
sombras verdes de los jardines.
Deliberadamente, el tigre dorado llev el traqueante howdah a lo
largo de un camino de grava, bajo una arcada de palmeras. Price
miraba a su alrededor, en un maravillado silencio. La escena era tan
parecida a la que haba visto en sueos a lo largo de tantos das
crueles, que de repente tuvo la sensacin de que todo aquello no era
sino ilusin, locura, espejismo.
Estara delirando de nuevo?
Haciendo desesperado acopio de todas sus fuerzas, se volvi con
salvajismo hacia la mujer que se sentaba a su lado dentro del
howdah, cogindola de uno de sus desnudos y dorados brazos y
mirando fijamente a su rostro. Su piel brillaba como el oro plido, y
pareca levemente metlica al tacto. Pero haba calor y elasticidad en
sus dedos; y bajo ellos sinti msculos firmes y vibrantes.
Mujer de oro pregunt, eres real?
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Sangre dorada
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El rostro era extrao. Ovalado. Exticamente adorable. Del color
del oro plido, enmarcado en cabellos de oro rojizo. Los ojos
levemente oblicuos, verdosos, como los del tigre. Detrs de sus
pestaas de un fuerte color de oro, eran enigmticos, inescrutables.
Ms real que t, Iru. Pues soy de oro, mientras que t slo eres
de frgil carne: cuando Anz an viva y su gente se contaba por
millones, yo estaba como ahora. Y as seguir cuando tus huesos
estn como los huesos de Anz.
Sonri y l ley en sus ojos un extrao desafo.
Ya lo veremos, abuelita rezong Price en ingls. Pero acepto
tu desafo y te seguir el juego.
Su fuerza de voluntad no pudo mantener alejado por ms tiempo el
deseo de olvidarlo todo. Un mar de noche cay sobre l y volvi a
desplomarse entre los brazos de Vekyra.
Price se despert en la estancia ms magnfica aunque quiz no
la ms confortable que jams haba ocupado, inmensa y muy alta,
con una amplia arconada a la entrada y cortinas de seda. El suelo de
mrmol estaba cubierto de alfombras, unas encima de otras, de
colores rojo oscuro y azul. Las altas paredes eran de alabastro
lechoso, con artesonado de oro.
Desde su historiado lecho de baldaqun, poda ver a travs de las
ventanas desprovistas de vidrios, por encima de las paredes
baslticas de Verl, la llanura de lava negra que se encontraba a
media milla debajo y que se estiraba hasta ms all del trazo verde
que era el oasis del El Yerim, y, ms lejos, las rosceas soledades del
desierto rojo, desprovisto de accidentes, y los relucientes horizontes
que rielaban a lo lejos a causa del calor.
Price se sinti sorprendido por una sensacin de bienestar y por el
hecho de que los cortes de los latigazos estuviesen completamente
curados. Aquella recuperacin no era cosa de un da. Supuso y
Vekyra ms tarde lo admiti que haba permanecido durante
algunos das en el olvido inducido por sus drogas salutferas. Pues, al
parecer, ella tena conocimientos de qumica y de medicina.
Para aumentar an ms su confusin, el da en que despert se
encontr en la amplia estancia a seis asistentes personales que
estaban velndole. Todas eran mujeres jvenes, altas, ms bien
atractivas, de cabello negro, labios delgados y nariz aguilea que
delataba en ellas la sangre rabe. Vestan tnicas cortas de color
verde y cada una llevaba al talle un jambiyah de oro, largo y curvado.
En su frente poda apreciarse la marca amarilla de la Serpiente.
Le llevaron ropajes de seda blanca (los suyos an seguan en poder
de Malikar) y le ofrecieron alimentos, agua y vino. Intent mantener
una conversacin con ellas; pero aunque pareciesen patticamente
ansiosas de servirle, evitaron sus preguntas.
Sintindose an dbil, sin energa, no hizo esfuerzos para
abandonar la gran sala hasta ltimas horas de la tarde, cuando
Vekyra fue a visitarle. Su delgada silueta de oro plido estaba
moldeada en una oscura tnica, verde bosque; su cabellera, oro rojo,
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le caa en llameante cascada. El sesgo de sus ojos de prpados
sombreados daba un toque de misterio a su faz ovalada.
Price se levant para saludarla. Ella le devolvi el cumplido
llamndole Iru, le pregunt por su salud y termin sentndose en un
sof cubierto de cojines. Las jvenes Price no estaba muy seguro de
si eran sirvientas o carceleras se retiraron discretamente.
Tengo que decirte una cosa comenz a decir Price, casi de
sopetn, deseoso de no adjudicarse atributos que no le correspondan
. Me has llamado Iru, pero no soy l. Mi nombre es Price Durand.
Nac en el otro extremo del mundo.
Lentamente, aquellos ojos, verdes y oblicuos, estudiaron su rostro
y sus miembros, esbeltos y musculosos. Price, acusando an la
laxitud de la convalecencia, se sent frente a la mujer dorada.
T eres Iru, rey de Anz acab por decir Vekyra con suma
lentitud. Pues yo conoc bien al antiguo Iru... mejor que nadie. T
eres l. No importa que hayas nacido de nuevo y en un pas lejano.
As que le conociste? pregunt Price, interesndose por el
tema. Senta una vvida curiosidad por el antiguo gobernante con
quien haba sido confundido en varias ocasiones. Y estaba dispuesto a
no mostrar ningn temor ante Vekyra.
Ya no te acuerdas de m? Entonces tendr que contarte la
historia del antiguo Iru, que slo es el comienzo de la misma historia
que estamos viviendo de nuevo... T y yo, y Malikar y Aysa.
Al or el nombre de la joven, Price se sobresalt visiblemente.
Vekyra insinu una sonrisa oblicua y murmur:
Ah, veo que te acuerdas de ella!
Conozco a una joven que se llama como ella admiti Price.
Intent dar a su voz un tono impersonal, pero la mujer debi de
adivinar sus sentimientos, ya que su rostro ovalado se endureci
repentinamente, presa de ira.
Aysa, como t, ha renacido! dijo entre dientes. De nuevo
estamos juntos los cuatro para terminar la historia que comenz
cuando Anz era joven.
La pasin desapareci de su rostro dorado tan rpidamente como
haba nacido. Extendi su flexible y brillante cuerpo sobre los cojines
y ech hacia atrs la abundante y rutilante cabellera.
Cuando era una muchacha, y mi sangre an no era dorada, Iru
reinaba en Anz. La gente le amaba, porque era bello y fuerte, famoso
por su valenta y su destreza con el hacha dorada. Y t eres igual
que l!
Price neg con la cabeza.
Tienes su misma figura, alta y delgada, sus ojos azules, su
cabello rojo..., peculiaridades muy raras en nuestro pueblo. Adems...
reconozco tu rostro!
Por aquel entonces, Anz era grande, y su gente se contaba por
millones. Las reptantes arenas an estaban lejos. Las lluvias llegaban
todos los inviernos; los lagos y los depsitos siempre estaban llenos,
las cosechas y pastizales eran abundantes.
En aquella poca no haba seres dorados, excepto la Serpiente.
Haba vivido en la montaa desde antes del alborear del hombre. En
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Sangre dorada
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ocasiones sala de ella a cazar y pasaba por una caverna. La gente de
Anz pens que era un dios por la extraa fascinacin de sus ojos y
le construy un templo bajo la montaa.
Por la poca de Iru, Malikar era sacerdote de la Serpiente. Hombre
audaz, siempre estaba en busca del saber. Como otros tantos
sacerdotes, supo la verdad acerca de su dios. Penetr hasta muy
dentro de la cueva y encontr el abismo de vapor de oro, que brota
de los fuegos del interior de la tierra, convirtiendo a todos los seres
que lo respiran en dioses inmortales.
La Serpiente no era ms que un reptil comn y corriente que
haba hecho su madriguera en el interior de la montaa y haba
respirado la bruma. No era ms dios que cualquier serpiente. Malikar
hizo unas pruebas y descubri el secreto de la sangre dorada.
T o Iru eras un guerrero, y tambin cazador. No conocas el
secreto de la Serpiente, pero estabas convencido de que era un ser
malvado. As que decretaste que, en adelante, los esfuerzos y las
vidas de los Beni Anz no fueran malgastados en los sacrificios.
Ordenaste a los sacerdotes que abandonasen el templo. Malikar te
odi por eso y decidi destruirte, para poner a su dios por encima de
los dems y gobernar l mismo como sacerdote y rey.
Pero haba otro motivo de disputa entre t y el sacerdote; yo,
Vekyra, quien, como ya dije, era una joven princesa de Anz, y mi
sangre an no era dorada como ahora. T me amabas. Entonces
dijiste que era hermosa. Nos habamos prometido en matrimonio.
Pero Malikar tambin me deseaba.
Iru condujo a sus soldados al templo. Los sacerdotes salieron
huyendo ante su hacha dorada. Destruy el templo y sell la caverna
de la Serpiente.
Malikar huy cuando vio que la batalla estaba perdida,
abandonando a los dems sacerdotes. Por un camino secreto, lleg al
interior de la montaa y se adentr en la bruma dorada. All durmi
durante varios das, hasta que el vapor de oro penetr en su cuerpo y
cambi sus tejidos en oro resistente e inmortal.
En lo que concierne a la joven Aysa, te dir que era una esclava.
Yo la haba comprado a unos mercaderes del Norte, como sirvienta.
Un da, Iru la vio y la dese. Y como estbamos a punto de casarnos,
aquello no me agrad. Le dije que podra tener a la muchacha...,
siempre que me diese a cambio un tigre domesticado.
Mientras Malikar dorma entre la bruma dorada, Iru se fue a las
montaas y luch con una tigresa, para volver cargado con su cra. La
domestic y me la entreg, por lo que me vi obligada a concederle la
esclava. Pero mejor habra sido para l quedarse con la fiera!
Aquellos ojos oblicuos llamearon con destellos verdes.
Malikar se qued en la montaa hasta que fue un hombre
completamente de oro. Entonces sali con la Serpiente y fue a
predicar su nueva religin a los clanes del desierto que se asentaban
ms all de Anz. Dijo que haba muerto y renacido... liberado de la
Serpiente, en un cuerpo de oro.
La gente del desierto le crey. Pues, acaso su cuerpo no era de
oro y tan resistente que dej que le hiriesen con sus espadas? Malikar
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los condujo contra Anz, con la Serpiente a su lado, para paralizar a los
hombres con el hielo de su mirada.
Pero t eras un gran guerrero. Ordenaste que el ganado y los
campesinos se refugiasen en el interior de las murallas. Entonces
saliste fuera de ellas, acompaado de tus guerreros y de Korlu, tu
hacha, y dispersaste a los hombres del desierto, hacindolos
retroceder a sus soledades.
No pudiste matar a Malikar y a la Serpiente, porque eran de oro.
Lo nico que pudiste hacer fue regresar a Anz y cerrar las puertas
ante ellos.
Entonces Malikar decidi utilizar la astucia. Orden a la Serpiente
volver a la montaa. Pintando su cuerpo dorado para hacerse pasar
por un hombre como todava sigue haciendo cuando viaja por el
mundo, se desliz en el interior de Anz para matarte.
Pero t estabas rodeado por tus guerreros, y la gran hacha
siempre estaba a tu lado. As pues, Malikar no poda acercarse hasta
ti y sorprenderte.
Por eso ide un nuevo plan. Fue a ver a Aysa, la esclava. Cmo
consigui ganrsela es algo que ignoro. Quiz con la promesa del oro
que llenaba a rebosar la caverna de la Serpiente. Quiz asustndola
con el dios-serpiente. O quiz con unos simples besos.
Aysa deposit su veneno en tu copa y t te lo tomaste con el vino.
Moriste. Pero la esclava gan bien poco por su traicin. Iru percibi el
sabor del veneno, y supo lo que ella haba hecho, as que la mat con
su propia hacha antes de caer.
Acto seguido, Malikar se present como el Hombre de Oro y el
vengador de la Serpiente. Sin jefe, los Beni Anz se inclinaron ante l.
Le enviaron ofrendas de esclavas para la Serpiente y l los gobern,
como rey y sacerdote.
Cuando Iru hubo muerto, Malikar me llev por la fuerza a la
montaa y me dej durmiendo en el vapor amarillo hasta que me
convert en oro. Le haba gustado convertirme en su esclava para
siempre, pero la cra de tigre que Iru me haba entregado a cambio de
la joven esclava me sigui, tras domesticarla, al interior de la
montaa.
Una vez all, fue presa del sueo y al despertar ya se haba
convertido en un animal de oro. Malikar no pudo matarlo, y el animal
me am y me sirvi. Y ao tras ao fue creciendo en tamao quiz
porque an no era adulto cuando se qued dormido, hasta tal punto
que incluso la Serpiente le teme.
Y sta es la historia de la Gente Dorada.
Price permaneca mudo de estupor. No crea en la reencarnacin;
pero tampoco la negaba. Saba que cientos de millones de personas
la haban convertido en la base de su religin.
La historia de Vekyra era interesante. Buena parte de ella resultaba
extraamente plausible. Pareca explicar muchas de las cosas que se
haba estado preguntando. Estaba dispuesto a admitirla globalmente
como posiblemente autntica... excepto en lo que concerna al hecho
de que Aysa fuese el avatar de una asesina.
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Vekyra se levant del sof y se acerc hasta donde se encontraba
Price. Se inclin en el brazo de su silla, y su perfumada cabellera cay
como un torrente de llamas rubicundas sobre sus hombros, y poco
falt a su esbelto cuerpo, ceido de verde, para tocar el suyo.
sta es la historia, Iru. Durante cien generaciones he vivido en
este palacio de Verl que Malikar construy para m, sufriendo una
vida sin amor, desprovista de la misericordia de la muerte...,
esperndote a ti, a mi Iru. En muchas ocasiones he deseado
arrojarme al abismo dorado. Pero saba que algn da naceras de
nuevo y volveras a m... incluso aunque del mar surgiesen nuevas
tierras, y nuevos desiertos te cerrasen el camino.
La mujer dorada se desliz al lado de Price, su clido cuerpo
vibrando contra el suyo. Sus delgados brazos amarillos le rodearon,
suaves y al mismo tiempo fuertes. Levant el valo de su rostro
enigmtico, sus ojos verdosos brillaron de ardor, sus labios rojos se
entreabrieron en una vida invitacin.
Durante un momento, l dud, casi como acobardado. Despus, la
ardiente promesa que brotaba de todo su ser le sumergi. Se inclin
hacia ella, y pas un brazo alrededor de su esbelto cuerpo. Los
clidos labios de Vekyra se posaron en los suyos, prendindose en
ellos, vidos... y su contacto le hundi en una llama blanca, toda
delicias.
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24
LAS ARTES DEL ESPEJISMO
Cuando Vekyra se march, Price se sinti turbado y un poco
culpable al pensar en Aysa. Pero la mujer dorada le haba salvado la
vida, sin lugar a dudas, se dijo. Y unos pocos besos no constituan un
precio excesivo.
Pudo haber encontrado otras excusas para el momento en que se
rindi a los encantos de la belleza dorada. Sus buenos oficios
parecan ser el nico medio posible de socorrer a Aysa..., aunque un
tanto incierto, visto el odio que Vekyra profesaba a la infortunada
joven. Desagradar a Vekyra podra significar el rpido, y posiblemente
permanente, regreso a las mazmorras de Malikar. Pero, siendo
honesto consigo mismo, Price admiti que ninguna consideracin de
ese gnero se le haba ocurrido en los momentos de ardor en que se
encontraba en los brazos de Vekyra.
A la maana siguiente, despus de desayunarse, Price sali para
dar un paseo por el palacio, escoltado por cuatro miembros de su
squito femenino, que llevaban sus jambiyahs de oro. Mientras
marchaba a su cabeza, pasando por suntuosos jardines y columnatas
de oro y mrmol, estaba ojo avizor ante cualquier posibilidad de
escapatoria.
Haba decidido abandonar Verl, si es que tal cosa era posible.
Ciertamente, Vekyra no le ayudara, conscientemente ni de grado, a
rescatar a Aysa. Sospechaba que la mujer dorada albergaba
proyectos respecto a l, un tanto cuestionables. Pero la huida le
pareca un asunto desesperado, desarmado como estaba y vigilado
sin cesar por las mujeres marcadas con el signo de la serpiente.
Effendi Durand!
El saludo, expresado en voz que le resultaba familiar, le sobresalt.
Al volverse, vio al jeque Fouad el Akmet acercndose a l por una
avenida de palmeras. El viejo beduino estaba desarmado, y a su lado,
con una proximidad ms que familiar, marchaba una de las jvenes
de Vekyra, con un curvo jambiyah a la cintura.
Que la paz sea contigo, oh, jeque dijo Price, a guisa de saludo,
y camin a su encuentro. As que tambin eres husped de
Vekyra?
El viejo rabe llev a Price a un lugar apartado de las jvenes
guerreras y musit, a travs de su negra y rala barba:
Aywa, Sidi! mir precavidamente con sus huidizos ojos negros
a las jvenes que los contemplaban y aadi: Hace tres das, el
Howeja Jacob Garth me envi, junto con mis hombres, a explorar la
montaa. La maligna mujer dorada, la yinni que cabalga el tigre
dorado, nos atac por sorpresa. La fiera mat a tres de mis hombres.
Y ella me llev a este castillo de Iblis.
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El viejo jeque ech nuevamente un vistazo a sus espaldas y baj la
voz an ms.
Pero todava puedo escaparme. La mujer que est conmigo sabe
lo que es un hombre esboz una sonrisa llena de fatuidad. Se
llama Nazira. La ltima noche prometi que me ayudara. S tratar
bien a las mujeres, eh?
Price hizo una mueca, a modo de contestacin. Fouad susurr
nuevamente:
Effendi, cuando llegue el momento... Vendrs conmigo?
Bismillah! No me gusta estar solo en este pas de ifrits.
S contesto Price, aunque no confiaba demasiado en la
habilidad del viejo rabe para seducir a su carcelera y menos an en
que, incluso con la ayuda de aquella mujer, la escapatoria pudiese
tener xito.
El beduino se volvi, sonriendo con familiaridad a la joven que le
esperaba. Price, junto con su escolta, prosigui su recorrido por los
esplendores de Verl.
Poco despus Vekyra, montada en el tigre, se reuni con l. Oblig
a la fiera dorada a tenderse a su lado y alarg un esbelto brazo
dorado.
Vekyra haba cambiado sus ropajes verdes por una tnica ceida
de un violeta luminoso, que reluca como el metal cuando cimbreaba
su flexible cuerpo. Su cabello rojizo, que llevaba peinado hacia atrs
gracias a una ancha diadema del mismo tejido que el vestido,
adquira un brillo deslumbrante al contrastar con l.
Iru dijo. Me gustara que esta maana cabalgases a mi lado a
lomos del espejismo.
A lomos del espejismo?
S. Soy la Artfice de la Ilusin. T ya lo has visto. Se trata de uno
de los secretos de la antigua Anz. Sus viejos sabios dominaron las
leyes de la ilusin e inventaron espejos, y otras cosas ms, para
controlar el espejismo.
Cmo...?
No tardars en verlo en la Sala de la Ilusin.
Dijo algo al tigre, y el gigantesco felino, que no llevaba brida ni
freno, se puso rpidamente en marcha, llevndolos bajo una
magnfica columnata de mrmol blanco y oro.
La mujer arregl los cojines del howdah y atrajo a Price hacia ella,
de suerte que sinti la elstica y clida fuerza de su cuerpo, y respir
el denso y embriagador perfume de su cabellera.
El tigre los condujo hasta el edificio central del castillo y subi por
una pendiente en espiral que, como Price bien saba, conduca a la
gran torre central de rutilante oro. A travs de las aberturas
desprovistas de vidrio en las paredes, vislumbr las alas blanco y oro
del edificio y, ms abajo, el siniestro e ilimitado mar del sombro
desierto, azul en la calina producida por el calor.
Finalmente, entraron en una extraa habitacin que se encontraba
en la mismsima cspide de la torre. Al acabarse la pendiente por la
que haban subido, el tigre avanz, silenciosa y precavidamente,
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hacia un vasto espejo, una placa continua de cristal que constitua el
suelo.
Price contempl, asombrado, la Sala de la Ilusin. No slo por el
hecho de que el suelo fuese de cristal, sino porque las paredes
tambin eran espejos, de formas singulares y curvaturas an ms
extraas. De tal suerte, al sufrir las imgenes infinitas reflexiones,
dando una impresin engaosa de lo que se reflejaba en los espejos,
resultaba imposible determinar las dimensiones reales de la
habitacin. La mitad del techo daba al cielo turquesa y la otra mitad
era un brillante plano de cristal inmaculado.
Mil veces cien mil veces, en los espejos de las paredes, del
suelo y del techo, Price vio los reflejos de s mismo y de Vekyra
montados en el tigre. La imagen se repeta al infinito, a veces
alcanzando un tamao gigantesco, otras reducida tanto que llegaba a
convertirse en un punto, perdindose.
Vekyra alarg la mano y toc cinco discos minsculos. Price no los
haba visto antes; parecan suspendidos en el espacio que rodeaba al
tigre. En aquel momento observ que se proyectaban a travs de una
lmina de cristal que se hallaba cerca de ellos, tan pulimentada que
era invisible.
Vekyra oprimi un botn carmes. Price escuch bajo sus pies el
latido regular de una maquinaria oculta. Los espejos se desplazaron y
giraron; los reflejos bailaron a su alrededor de manera molesta.
Las mil imgenes desaparecieron repentinamente. Un suelo plano
de cristal azul y reluciente se extenda en todas direcciones, hasta el
infinito. Sobre aquella llanura luminosa corrieron las imgenes
reflejadas del tigre, se redujeron a minsculos puntos oscuros y
desaparecieron.
Slo la luz azul del cielo fue reflejada por los cristales; Price se
sinti raro, como si el tigre estuviese suspendido en medio de un
vaco azul.
Vekyra toc un disco verde. El gemido agudo de otro mecanismo
oculto subi hasta ellos. De repente, la atmsfera estaba cargada,
tensa. Price not el olor picante del ozono y supuso que a su
alrededor deban de estar actuando poderosos campos elctricos.
Contempla exclam Vekyra el sometimiento de la luz y el
nacimiento de la ilusin!
Price vio aparecer en los espejos unos puntos negros, all donde
sus reflejos se haban desvanecido; y vio los puntos negros
expandirse en lneas oscuras de lejanos horizontes: Retazos del
distante desierto, que se hicieron rpidamente ms prximos, de
suerte que lo primero que distingui fue una calima azul en lo alto, y
despus las ondulantes filas de dunas amarillo-rojizas; manchas
singulares del desierto; atisbos de arena y de cielo zafreo. Y todo ello
mezclado fantsticamente en un rompecabezas demente de ilusin,
expandindose rpidamente, precipitndose hacia ellos.
De repente, aquella confusin cobr forma. Los retazos del desierto
se fundieron en un todo. Como si estuviese cientos de pies ms abajo,
una marcada pendiente de arena suelta levantaba su rida cresta
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amarillo-rojiza. A lo lejos, las dunas en forma de media luna parecan
alejarse hacia los clidos y rutilantes bordes del mundo.
La ilusin era increblemente real.
Price poda ver su propio cuerpo, la mujer dorada echada a su lado
en el howdah tapizado de cojines... y abajo, a lo lejos, el desierto de
arena. La montaa. Las coladas de lava negra que la rodeaban haban
desaparecido.
Vekyra le sonri, como si experimentase un malicioso placer ante
su sorpresa, y oprimi un disco amarillo. Y entonces, aunque Price no
sintiese desde luego ninguna sensacin de movimiento fsico, el
desierto pareci desfilar rpidamente bajo ellos. Vastas placas de sal,
relucientes bajo el sol, brillaron como lagos vestidos de nieve.
Floraciones amarillas de piedras calizas. Llanuras ridas de pedernal y
arcilla. Negros campos de lava.
Price aventur una mano hacia los discos, a guisa de exploracin.
Donde sus ojos le decan que slo haba aire, sus dedos tocaron
cristal pulimentado. Un extrao estremecimiento le hizo retirar
involuntariamente el brazo.
Cuidado advirti Vekyra. Toda la torre est cargada con la
energa que doblega la luz. Y no eres inmortal..., an.
Y toc un resalte verde. A Price, quien se inclinaba de nuevo hacia
fuera del howdah, le pareci que estaban suspendidos, inmviles,
sobre el oasis de El Yerim.
Una ancha franja verde por las palmeras datileras y los campos de
csped, cruzando la llanura de lava. El pequeo lago, bordeado de
verde. Las casas cuadradas de adobe, pegadas unas junto a otras, del
pueblo. Al otro lado del lago, el campamento de sus recientes aliados.
Tiendas blancas, agrupadas a lo largo de la orilla. La masa gris del
tanque... Sam Sorrows haba conseguido volver a salvo. Provisiones
amontonadas, cubiertas con telas impermeabilizadas. Las tiendas
negras de los beduinos de Fouad, los rebaos de dromedarios.
Y dos cosas sorprendentes. La primera, una serie de hilos metlicos
tendidos paralelamente, que brillaban al sol y que partan de unos
postes que antes haban sido troncos de palmera: una inconfundible
antena de radio. La segunda era un campo liso y exento de
obstculos en la gravera detrs del campamento, con dos aviones
inmviles en l. Eran dos biplanos de combate en excelente estado,
de fuselaje gris, cuyas ametralladoras se vean amenazantes encima
de las carlingas, que cargaban bombas ligeras en los soportes que al
efecto tenan bajo las alas. Cerca del fuselaje de uno de ellos vio a
Jacob Garth, inconfundible en su descolorido uniforme caqui y su
blanco topi, mientras los miraba, con los ojos puestos en el cielo.
Durante un momento, Price se sinti aturdido. Despus, la
explicacin de todo aquello se abri paso en l. Garth haba insistido,
con demasiada insistencia, en la obligatoriedad de no llevar
aeroplanos en la expedicin, con el simple pretexto de la dificultad
del aterrizaje en un desierto de arena.
Pero en secreto haba hecho otros planes, dejndolos en manos de
aliados insospechados. Deba de haber escondido un transmisor de
radio porttil entre la impedimenta, oculto para todos los miembros
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de la expedicin. Una vez preparado el campo de aterrizaje, haba
enviado sus rdenes por radio.
Entonces Price comprendi por qu Garth no haba dudado en
dinamitar la goleta. Con los aviones ya no la necesitaba. As se
explicaba, adems, el hecho de que Malikar buscase su ayuda para
luchar contra los buscadores de tesoros.
Son mquinas de guerra? pregunt Vekyra, sealando a los
aviones.
S. Los hombres vuelan en ellos... para ir a luchar.
Crees que los utilizarn para atacar esta montaa?
Te lo puedo asegurar. Jacob Garth no es de los que renuncian.
Jacob Garth... Era tu jefe?
No lo era. Pero ahora es el que manda.
Puedes verle?
Es ese individuo grande, al lado de aquella mquina seal
Price.
Vekyra le estudi atentamente y asinti.
Esto era lo que quera saber.
Sac un esbelto brazo fuera del howdah y toc el disco central.
El vibrante gemido de los mecanismos ocultos, que Price haba
olvidado para centrarse en lo que estaba viendo, muri bruscamente.
La escena a sus pies se disloc en mil fragmentos, en los reflejos
deformados de mil espejos.
El brillo de los fragmentos de las imgenes se desvaneci. Durante
un instante, los espejos se quedaron en blanco, reluciendo con el
brillo ultramar del cielo. Acto seguido, un millar de puntos negros
apareci ante ellos. Motas que crecieron se acercaron hasta ellos y se
expandieron en la imagen del tigre y de sus jinetes.
Con suavidad, el tigre atraves el suelo de cristal y sali de la Sala
de la Ilusin.
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LA CORONA DE ANZ
A la maana siguiente, Price se levant al amanecer, para
encontrarse con que tres de sus seis sirvientas o guardianas le
estaban esperando en su grande y esplndida estancia. Le llevaron el
desayuno; y, cuando se lo hubo tomado y salido de la pieza, ellas le
siguieron discretamente, a una distancia de diez yardas.
De nuevo vag por el amplio edificio, con la esperanza de descubrir
algo que pudiese suponer una forma de escapar. Dado que Jacob
Garth dispona de aviones, seguramente volvera a atacar la
montaa, y en esa ocasin con cierta probabilidad de xito. Price
dese ardientemente poder estar libre para unirse a l y ayudar a
Aysa, de manera definitiva.
Durante dos horas merode por el castillo. Las tres muchachas, con
sus jambiyahs amarillos, no se separaron de l. Y las murallas de
gigantescos bloques de basalto que cean la plana cspide de la
montaa tenan cuarenta pies de altura, estando guardadas por otras
mujeres armadas que se encontraban en las torres que las
remataban. Pareca imposible, hasta el punto de sentir que se le
rompa el corazn, abandonar Verl sin el permiso de Vekyra.
Una vez ms, mientras volva a sus aposentos, se encontr con el
jeque Fouad el Akmet, que marchaba con gran intimidad al lado de la
joven tatuada con la marca amarilla.
Fouad movi la cabeza hacia ella y lanz un guio bastante
artificioso a Price. Rozndole mientras pasaba a su lado, susurr:
A medianoche, Effendi, en el lado este del patio central.
La joven sigui a su lado mientras hablaba; l la mir de reojo,
dndole un amistoso codazo. Ella sonri con aire travieso.
Estars all, Sidi?
Price asinti y el viejo beduino hizo una mueca de astucia bajo su
barba.
Su sospecha de que la joven tena encandilado al viejo rabe fue
en aumento. Pero, incluso si era sincera, Price no vea cmo podra
prepararse una fuga. Ciertamente no a travs de los pasadizos del
interior de la montaa, guardados por Malikar y sus hombresserpiente. Y l no haba visto ningn camino para evitar los
precipicios de media milla que se abran al otro lado de las murallas.
Pero decidi encontrarse con el viejo..., si es que poda librarse de sus
propias guardianas. No haba ninguna razn para que no debiera.
Exista una posibilidad...
Vekyra fue a sus aposentos aquella tarde, seguida de una esclava
que llevaba las ropas de las que le haba despojado Malikar, la rodela
de oro, la cota de malla y la gran hacha que haba sido de Iru.
Hice que Malikar me lo entregase explic. Deseas quedarte
con el hacha?
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Claro que s dijo Price, desconcertado, extraado y deleitado
por aquella inesperada devolucin de lo que le perteneca.
Entonces, promteme que no la usars en Verl.
Lo prometo.
La palabra de Iru es tan poderosa como los muros de Anz
coment. Y, sonriendo provocativamente, aadi: Iru, quisiera que
cenases conmigo al ponerse el sol. Las esclavas te llevarn la ropa
que habrs de ponerte.
Y casi al momento, declinando la ayuda que le propona una de las
jvenes armadas, Price se atavi con esplndidos ropajes brbaros.
Kamis de pura seda blanca y difana finura. Abba de hilo de plata y
seda carmes, bordado de rojo brillante. Y pens que algo
extraordinario iba a ocurrir.
Cuando estuvo listo, las jvenes le condujeron fuera de sus
aposentos y le guiaron por una larga arcada, cuyas retorcidas
columnas eran de mrmol y oro alternativamente, hasta una larga
sala que no haba visto anteriormente.
En las altas paredes barnizadas de oro se haban intercalado
grandes paneles de nveo alabastro, embellecidos con motivos
fantasmagricos en colores negro y carmes. En las paredes, tederos
de plata llameaban con resplandores verdes y violetas.
El da comenzaba a desvanecerse y las luces de colores se vean
tenues; unas sombras misteriosas se agazapaban en la gran sala. El
aire sorprenda por lo delicioso de su frescor; flotaba en l el efluvio
punzante de una fragancia poco familiar, como si en los tederos se
estuviese quemando incienso.
Las jvenes armadas se detuvieron ante la entrada cubierta por
una cortina. Price avanz en solitario sobre las suaves alfombras,
hasta el lugar donde le esperaba Vekyra. Durante un momento, fue
consciente
de
hallarse
incomodo
con
aquellas
prendas
desacostumbradas; el manto plateado le pesaba y le haca moverse
con rigidez.
Dos triclinios haban sido dispuestos en el otro extremo de la sala,
amplios y bajos, de alguna oscura madera lacada de carmes. En uno
de ellos se encontraba Vekyra, apoyada en unos lujosos cojines que
se hundan bajo su peso. Con gracia felina, se levant, fue al
encuentro de Price y le tom de las manos.
Su ajustado vestido escarlata moldeaba su cuerpo oro plido hasta
el punto de dar casi un tono blanco a su piel. Una ancha diadema
negra que cea su cabeza realzaba el resplandor rojizo de su cabello
rebelde. No llevaba joyas; su vestido era de una rica simplicidad.
Unas luces peligrosas llameaban en sus ojos orientales.
Silenciosamente, le condujo a uno de los lechos e intent atraerle
hacia s. l se apart rpidamente y se sent enfrente de ella.
La mujer se agit, airada.
Escchame, Vekyra comenz a decir Price, sin ms
prolegmenos. No quiero discutir contigo. Pero quisiera que
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comprendieras que no intento concluir una vieja historia de amor que
comenz hace dos mil aos. Lo que yo quiero...
Imperiosamente, ella hizo un gesto con uno de sus grciles y
desnudos brazos, que pareca mucho ms blanco en contraste con su
tnica carmes, y pregunt:
Acaso no soy hermosa?
l la mir. Esbelta y de graciosas curvas, ceida de seda escarlata,
era hermosa. Pero su belleza era tan radiante como cruel y terrible.
Lo eres admiti.
Qu es lo que deseas, Iru, que yo no puedo darte? dijo en un
susurro.
Mira, Vekyra, hay algo que no puedes comprender...
Ella le interrumpi, moviendo airada la cabeza.
Qu es lo que los hombres desean ms que cualquier otra cosa?
pregunt con una voz que pasaba de la suavidad a la fiereza. El
amor? La juventud? La riqueza? El poder? La gloria? La
sabidura? Iru, yo no te ofrezco una cualquiera de esas cosas..., sino
todas!
Oh, pero no ves...!
Ella se encogi impacientemente de hombros.
Dices que soy hermosa. Te entrego un amor que ha perdurado a
lo largo de cien generaciones. Un amor que te ha hecho volver de la
muerte, por la simple fuerza de su poder!
Price pens responder, pero vio que no podra decir nada que no la
hiriera, as que escuch en silencio.
Juventud? pregunt, con su voz argentina. Cuando tengas la
misma sangre dorada que yo, sers joven para siempre. Unos pocos
das en el vapor amarillo... y tu juventud durar para siempre!
Sus ojos sesgados ardan mientras prosegua sus argumentos con
extraa elocuencia.
Riqueza? Mira a tu alrededor. Mi castillo es tuyo si lo quieres, y
todo el oro que haya en la madriguera de la serpiente. Acaso es
poco? Gloria? Ser tuya si la buscas, cuando te conviertas en el ms
fuerte de los hombres y el ms poderoso, y seas inmortal Sabidura?
No te preocupa conocer los antiguos secretos de Anz? Tengo los
libros que escribieron sus sabios. La Sala de la Ilusin. Los espejos de
oro. Muchas cosas ms. Desprecias la sabidura?
No ves... intent hablar nuevamente Price, pero ella segua sin
escucharle.
Y, sin embargo, te ofrezco an ms. Aquello que los hombres
desean ms que nada en el mundo. Aquello por lo que daran
alegremente todo lo dems. De qu se trata? Del poder! Te entrego
las armas de la antigua Anz. El poder mandar sobre el Tigre y la
Serpiente. Poder para conquistar todo el mundo!
Vekyra bati palmas enrgicamente con sus pequeas manos, y
una esclava penetr en la habitacin, llevando un cojn de seda roja,
sobre el que descansaba una corona, hecha de un metal blanco,
engastado de perlas y de gemas rojas y amarillas, enormes y
toscamente talladas.
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Sangre dorada
Jack Williamson
La corona de Anz! exclam Vekyra. Es tuya Iru. Una vez la
llevaste. Te la devuelvo.
Tom lo corona entre sus manos; la joven desapareci en silencio.
Price hizo un gesto solemne.
Lo siento, Vekyra, pero escucha mis razones. No he dicho que no
seas hermosa, pues lo eres. Y comprendo que me ofreces muchas
cosas. Probablemente, habra muchos hombres que se sentiran
contentos de vivir contigo.
Ella se levant, enfurecida, con la corona entre sus manos. Price
hizo un gesto de que volviera a su triclinio.
Mejor ser que sepas la verdad, aunque te duela. Amo a Aysa...,
y no me importa que digas que es la reencarnacin de una asesina. Y
pienso arrancrsela a Malikar, aunque me lleve el resto de la vida. Si
an es humana, tanto mejor. Pero si ya ha sido cambiada en oro,
entonces ser mi turno de irme a dormir en medio de aquella bruma.
Lamento que haya podido hacerte dao. Pero me ha parecido mejor
que lo supieras.
Vekyra haba estado escuchndole atentamente, con el busto
agitado y los ojos leonados relampaguendole. Intent ponerse en pie
y tuvo que sentarse de nuevo. La clera desapareci de su rostro,
como si se hubiese arrancado una mscara. Sonri sesgadamente a
Price, con una dulzura capaz de desarmas a cualquiera, cargada de
peligro.
Iru, mi seor dijo con voz musical y melosa, no discutamos. El
festn est a punto.
Bati nuevamente palmas, y unas sirvientas entraron por la cortina
de la puerta. Los platos que llevaban ofrecan una sorprendente
variedad de alimentos. Dtiles frescos. Granadas escarlata. Enormes
racimos de uvas violetas. Pequeas nueces sin cscara de fragante
aroma, que Price no conoca. Carne asada. Pasteles con especias, de
muchas formas y sabores. Distintas variedades de queso. Gran
diversidad de vinos, en grandes botellas, fluidos o espesos como
jarabe, dulces o acres, rojos, blancos y prpura.
Price observ a Vekyra y vio que haca como que coma. Elega un
bocado de cada uno de los platos; pero raramente se lo llevaba de
veras a los labios. Lo mismo pas con el vino. Se pregunt si
realmente necesitaba la comida. Quiz lo nico que precisasen los
seres dorados para vivir fuese respirar la bruma amarilla.
As pues, decidi comer y beber con la misma parsimonia que
Vekyra. Una intuicin le previno de que se acercaba una crisis; se
neg a drogarse con la comida. Como ella, se limit a catar y gustar,
hasta que los platos dejaron de llegar.
Vio un atisbo de contrariedad en los ojos de Vekyra y se felicit por
haberse abstenido.
Escuchemos un poco de msica musit ella finalmente, y volvi
a batir palmas.
Entonces se escucharon suaves acordes, procedentes de msicos
ocultos, extraos y cautivadores. Graves, sordos, insistentes,
brbaros como los tam-tams de la jungla.
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Sangre dorada
Jack Williamson
Ahora que ya has cenado y los sesgados y leonados ojos
lanzaron una mirada maliciosa, bailar para ti.
Avanz como si flotase sobre una alfombra de tonos azul intenso y
carmes oscuro y se detuvo, oscilando con el ritmo ondulante y lento
de una danza arcaica. A travs de sus pestaas doradas, sus ojos
sesgados observaban a Price, misteriosos y enigmticos.
l intent desviar su mirada un instante, para conseguir el dominio
de s mismo, pues senta que un encantamiento malfico se teja
deliberadamente a su alrededor.
Todo aquello pareca una puesta en escena con el nico propsito
de influir en l. La larga y extraa sala, incierta en la coloreada e
irreal luz de los llameantes tederos, llena de un perfume
embriagador. La singular msica, que pareca hecha de sollozos, y
Vekyra bailando, esbelta y lfica en su tnica carmes, con su
cabellera de oro rojo suelta, como una red con la que quisiera
atraparle.
En aquel momento comenz a entonar una extraa cancin,
sencilla y obsesiva:
Las rojas llamas bailan, llamas de la jungla...
bailan y llaman.
Los tambores retumban, tambores de la jungla...
retumban y llaman.
La luna resplandece de blancura, la luna de la jungla...
resplandece y llama.
Raudo late el corazn, mi corazn...
late como un tambor.
Corre ardiente la sangre, mi sangre...
ardiente como la llama.
La pasin resplandece en mi pecho...
resplandece como la luna.
La luna palidece; las rojas llamas menguan; el tambor se calla.
Sin embargo, yo aguardo siempre aguardo a mi amor.
Pasan las eras; la Tierra envejece... pero yo aguardo.
Sangre dorada
Jack Williamson
cuerpo, arrojndola al suelo y girando, como un torbellino, a su
alrededor.
La msica casi muri, quedndose en unos obsesivos acordes
lejanos, mientras ella se acercaba a Price. Casi desnuda. Como una
estatua de oro plido que hubiese cobrado vida y caminase. Sus ojos
pardo-verdosos ardan de pasin.
Se dej caer cerca de donde estaba Price y le rode con sus brazos
desnudos. El deseo recorri rpidamente su cuerpo, como un viento
ardiente. Involuntariamente, Price pas un brazo alrededor de sus
hombros, delicadamente moldeados, atrayendo hacia s aquel cuerpo
palpitante. Ella levant un rostro plido y ovalado, mientras sus ojos
almendrados llameaban de apasionada exultacin.
Durante un instante, mir fijamente a aquellos ojos verdosos,
dementes, y experiment un sbito sentimiento de terror. Apart su
rostro de sus labios vidos, intentando huir de ella. Pero los desnudos
brazos amarillos se agarraron a l con una fuerza sorprendente. Le
atrajo hacia su cuerpo y lanz un grito.
Una esclava entr en la habitacin, con una copa de cristal llena de
vino prpura.
Bebe, mi seor Iru susurr Vekyra, mientras Price se debata en
sus brazos dorados. Bebe y olvida.
Se aferr a l y la joven le puso la copa de vino en los labios.
l no quera golpear a una mujer... pero aquella vampiresa dorada
no era una mujer.
Liberando uno de sus brazos, tir el vino al suelo, donde se
derram como si fuese sangre. Vekyra segua aferrada a l, por lo que
dirigi su puo hacia sus labios llenos de carmn.
Ella cay hacia atrs en el reclinatorio, con los fuegos del infierno
brillndole en los ojos.
Golpeas a Vekyra? silb. A m? A Vekyra? Reina de Anz y
Sacerdotisa de la Serpiente?
Price se levant, titubeando, y se dirigi hacia la entrada tapada
por la cortina.
Vete! exclam, enfurecida. Y no implores la clemencia de
Vekyra para ti... o para la miserable esclava a la que amas!
Deliberadamente, Price avanz sin prisa a todo lo largo de la sala.
Ya casi estaba en la cortina de la entrada cuando Vekyra le llam:
Iru! Qudate, mi seor Iru!
Mir hacia atrs y vio que ella corra a su encuentro por encima de
las ricas alfombras, plida y hermosa en las tenues y palpitantes
luces verdes y violetas. Dej caer la cortina y oy, al otro lado, un
grito apagado de rabia y odio.
Mientras atravesaba la esplndida arcada que conduca a sus
aposentos, en el palacio baado por la luz de la luna, Price record
una cita que le sumi en gran inquietud:
La ira del Infierno no es comparable a la de una mujer
desdeada.
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Sangre dorada
Jack Williamson
26
LA VENGANZA DE VEKYRA
Incluso en aquellos momentos, Price se hallaba bien lejos de
conocer lo sutil de la naturaleza de Vekyra. Mientras regresaba a sus
aposentos, escoltado por las jvenes armadas, y cambiaba los
resplandecientes ropajes ceremoniales por sus propias vestiduras,
que ella le haba devuelto, esperaba que en cualquier instante cayera
sobre l su furia destructora. Estaba seguro de que la enfurecida
mujer intentara vengarse, pero no consegua vislumbrar de qu
manera.
Las jvenes, con sus jambiyahs, se haban retirado a la entrada de
la habitacin. Una vez que hubo terminado de cambiarse, se puso por
encima la cota de malla de Iru y se ech sobre la cama, con la rodela
y el hacha dorada del antiguo rey al alcance de su mano.
No se durmi. Esperaba que en cualquier momento fuese a ocurrir
algo. Desconoca cmo se vengara Vekyra de l. Acudira
personalmente a matarle? Enviara el tigre en pos de l? O,
simplemente, lo entregara de nuevo a Malikar?
La luna brillaba, pero como las amplias ventanas de su habitacin,
desprovistas de cristales, daban al sudoeste, la luz plateada no
entraba por ellas. Las guardianas de la entrada se alumbraban con
una antorcha, que arrojaba escasa luz, hasta que comenz a palpitar
y acab por apagarse. Price prest atencin a lo que decan las
jvenes. Durante algn tiempo estuvieron hablando en voz baja. Pero,
ms tarde, las voces cesaron y Price pudo or el sonido de
respiraciones profundas, por lo que dedujo que se haban quedado
dormidas.
De repente, record la promesa que haba hecho al viejo jeque de
reunirse con l a medianoche, en el patio central. No cifraba grandes
esperanzas en que resultase nada positivo del encuentro, pero en
todo caso sera una manera interesante de pasar la noche, o al menos
algunas horas. Y si poda salir del castillo y utilizar nuevamente el
hacha de oro...
Las jvenes de la puerta ni se enteraron cuando se levant
silenciosamente de la cama y cruz la habitacin a oscuras hasta las
ventanas que no tenan cristal. Sin hacer ruido, se subi al alfizar y,
cogindose de l con ambos brazos, cay suavemente en el paseo de
grava. No hubo ningn ruido de alarma; todo result
sorprendentemente fcil.
El castillo apareca extraamente iluminado. La luz de la luna
reverberaba al incidir en el mrmol brillante y el oro pulimentado,
llenando los patios y las columnas con esplendor silencioso y
espectral.
Un hombre no habra podido ocultarse fcilmente ante tanta
claridad. Pero, al parecer, no haba nadie por los alrededores. Price se
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Sangre dorada
Jack Williamson
desliz a lo largo de las dormidas avenidas, hasta que lleg al patio
central. Tambin estaba vaco y anormalmente tranquilo bajo el
portento del claro de luna.
Se sinti casi como un tonto por haber llegado hasta all; era
ridculo confiar al viejo beduino nakhawilah el plan de su escapatoria.
Price dudaba entre volver a sus aposentos o acometer un intento
suicida de escalar los muros del castillo y bajar por los precipicios.
Eres t, Effendi? pregunt Fouad, en un susurro, desde las
sombras de un macizo de arbustos.
Price se dirigi hacia l. El viejo rabe sali a la luz de la luna.
Estaba armado con una larga jabalina. La mujer que haba sido su
guardiana se encontraba a su lado, jambiyah a la cintura y un rollo de
cuerdas al hombro.
Wallah, Sidi! barbot el jeque. Me alegro de verte! Mal lugar
es ste a la luz de la luna. No me gusta la yinni dorada!
Guardad silencio murmur la joven.
Y los condujo por una arcada de palmeras, cubierta por las
sombras, hasta el muro este del castillo. Colgada de la barrera de
basalto se encontraba una escala de cuerda, justo al norte de una de
las torres que sobresalan de las murallas.
Subid susurr. No hagis ruido. Y esperad en la sombra de la
torre.
Price subi por ella, seguido de Fouad. La joven fue tras ellos,
siempre con las cuerdas. Se detuvieron en el extremo superior de la
pared, que tena seis pies de anchura. Hacia un lado se encontraba
Verl, plateada, gloriosa bajo la luz de la luna; hacia el otro, media
milla de vaco, encima de la llanura de lava que no era sino siniestra
desolacin.
La muchacha at el extremo de la cuerda a los ganchos de metal
que sostenan la escala de cuerda, dejndola caer despus sobre la
cara exterior de la muralla.
Bajad deprisa dijo, en un susurro. Encontraris un camino
tallado en la roca. No hagis ruido. Y apresuraos antes de que el ama
despierte.
Fouad avanz hacia la joven, como si fuese a abrazarla. Ella se
encogi de hombros, impaciente, y le empuj hacia la cuerda. La
cogi y desapareci al otro lado del muro. Price esper a que la
cuerda dejase de estar tensa. Se senta turbado. Aquella fuga pareca
demasiado fcil. Haba algo que no marchaba, pero exactamente el
qu... eso era lo que no saba.
Baj a su vez por la cuerda, dejndola deslizar entre sus manos.
Las de Fouad le cogieron y le guiaron hasta una cornisa estrecha.
Solt la cuerda. No tard en ser subida.
La cornisa iba en pendiente hacia su derecha, hasta llegar a un
camino de dos pies de ancho, cortado en la roca. Era liso; el granito
sobresala por ambos lados. Price comenz a recorrerlo sin perder
tiempo, con Fouad detrs de l.
Segua preocupndole la fuga. Todo haba sido demasiado sencillo.
Pero de una cosa s estaba contento. Se hallaba fuera del castillo. Ya
no debera mantener su promesa de no usar el hacha dorada.
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Sangre dorada
Jack Williamson
El camino zigzague a travs de la cara este de la montaa. Al
llegar a una pendiente lisa y abrupta se termin, y medio escalando,
medio deslizndose, llegaron a la llanura de lava.
Codo con codo, se alejaron corriendo de la montaa.
Wallah, Effendi dijo Fouad, sin resuello. Estaremos en El
Yerim al amanecer.
Cuando haban recorrido una milla, Price mir hacia atrs. La negra
masa de la montaa se levantaba a su espalda, funesta y
amenazante. Divis el cuadrado amarillo de las puertas ante las que,
antao, haba pedido en vano que le dejaran entrar. Arriba, a lo lejos,
se levantaba el castillo, una reluciente y opalescente corona bajo la
luna.
No haban dejado de correr. Price estaba asustado. An no
comprenda cmo haban podido escapar. Haba algo que no iba bien.
Ya Allah! grit de repente Fouad, cuando ya haban recorrido
cerca de unas dos millas del campo de lava que los separaba del
oasis. Su voz estaba tensa y distorsionada por el miedo.
Miraba a su espalda. Price se volvi, a su vez, y observ la ominosa
masa negra de la montaa, al otro lado del desierto inundado de luz
de luna. El cuadrado dorado haba desaparecido. Las puertas del
tnel estaban abiertas!
Entonces vio al tigre, un monstruo dorado, avanzando en medio de
los campos de lava, con el howdah sobre su lomo. Ya haba recorrido
media milla. Poda distinguir la silueta menuda de Vekyra encima de
la vacilante fiera.
Entonces supo por qu la evasin haba sido tan simple y tan fcil.
Y conoci el sutil horror de la venganza de Vekyra. Haba planeado
todo aquello. Una trampa! Fouad no haba causado a su carcelera
una impresin tan grande como supona; no era extrao que ella se
sintiese impaciente de que bajase por la cuerda.
Todo aquello haba sido planeado, incluso antes de que su hubiese
ganado la ira de Vekyra. Ella le haba perdonado, por el momento,
porque ya haba puesto el cebo y dado los pasos para comenzar el
sutil juego de su venganza.
Ya Allah! Ya gharati! se quej a gritos el viejo jeque. La
yinni slo nos enga para poder cazarnos de nuevo!
Su voz se hizo ronca y muri en sus labios. Sobre el desierto, a
travs de la tranquila lluvia de plata de la claridad lunar, reson el
rugido ululante de un tigre cazando.
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Sangre dorada
Jack Williamson
27
EL CAMPAMENTO DEL WADI
Price y el viejo beduino siguieron corriendo, a pesar de los rugidos
del tigre dorado. En su punzante y desacostumbrado tono haba algo
que alteraba los nervios y despertaba terrores ciegos y atvicos. Ya
haban dejado de ser seres racionales. Aquella nota aguda, con todo
lo que significaba, haca de ellos simples animales asustados.
Seguan corriendo juntos a travs de los lvidos campos de lava,
baados por la luz de la luna, impulsados por el miedo, en un
esfuerzo sobrehumano. Cuando Price se recobr, un dolor espantoso
quemaba sus pulmones extenuados; cada inspiracin se converta en
una boqueada estrangulada. Estaba baado de sudor ardiente; la
noche le pareci sbitamente opresiva; sus miembros se encontraban
tensos y pesados como el plomo.
Hizo un esfuerzo y se detuvo. El oasis estaba a una docena de
millas; llegar a l corriendo delante del tigre era algo obviamente
imposible. Aquella fuga alocada no le servira para nada, Slo para
aumentar el placer de Vekyra en su diablico plan de venganza.
Price se tumb boca abajo, jadeando, detrs de una protuberancia
erosionada de lava negra. Fouad sigui corriendo, invocando a cada
paso a Al y a su Profeta.
Amparado en la sombra de la roca, Price mir hacia atrs, sobre la
oscura y estril llanura iluminada de plata, en direccin a la montaa,
viendo cmo la incierta forma amarilla apareca y desapareca en el
espectral manto de luz de la luna. Zor, el tigre dorado; Vekyra
siguindole la pista.
Se qued quieto, acariciando el mango del hacha dorada. Era una
locura, desde luego, pensar en batirse contra el elefantino tigre, pero
no ms suicida que salir huyendo; y siempre se haba sentido mejor
luchando que corriendo.
Observ al tigre, que corra con paso suave, como si no le costase
esfuerzo, como si flotase en las ondas del blanco claro de luna. Se
dirigi derecho hacia l y despus vir ligeramente. Escuch el
triunfante grito de guerra de Vekyra, con acordes plateados.
Ella le haba visto. No. Deba de haber visto a Fouad. Al amparo de
la sombra de la roca an deba de ser invisible para ella. Pero,
ciertamente, le descubrira en cuando se le acercase. Y si el gran
felino amarillo se guiaba por el olfato...
Sus pensamientos se vieron interrumpidos por las sbitas
detonaciones de varios fusiles, que procedan de la direccin que
haba tomado Fouad. Las balas zumbaban y silbaban sobre su cabeza,
dirigindose, cantando, hacia el tigre.
La fiera, lanzada al galope, se detuvo al punto y permaneci
inmvil. Estaba a menos de quinientas yardas de l. Price poda ver el
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Sangre dorada
Jack Williamson
howdah y a Vekyra sentada en l. Ella se levant, mirando un
momento hacia Fouad, mientras las balas silbaban a su alrededor.
Acto seguido, volvi a sentarse; el tigre dio media vuelta y huy.
Su silueta amarilla se detuvo un instante sobre la cresta lejana; y
despus pareci disolverse en la luz de la luna.
Price se puso en pie, lanzando juramentos de alegre incredulidad.
La brusca reaccin a la extrema tensin nerviosa a que se haba visto
sometido momentos antes le haba hecho sentirse curiosamente dbil
y tembloroso. Tena unas extraas ganas de rer.
Por astuto que hubiera sido el plan de Vekyra, de suscitar la
esperanza de sus vctimas al permitirles realizar tan milagrosa fuga
para despus correr tras ellos montada en el tigre, haba fracasado.
Pues les haba dado la libertad con la que tanto haba querido
infligirles el suplicio de Tntalo.
Caminando en la direccin en que Fouad haba huido, Price no
tard en ver media docena de hombres, fusil en mano, que rodeaban
al viejo jeque. Uno de ellos le dijo que se identificase; l anunci a
gritos su nombre, y el viejo Sam Sorrows, el aventurero de Kansas de
cara larga, fue corriendo a su encuentro.
Qu tal, seor Durand? dijo, sorprendido. Y, cuando estuvo
ms cerca, aadi: Bueno, qu tal le fue?
La dama que iba en el tigre haba salido a hacer un poco de
deporte, caza mayor, con Fouad y un servidor como blanco. Por
fortuna llegamos hasta ustedes.
Puede ser Sam Sorrows baj la voz hasta convertirla en un
susurro. Mejor har en no quitarle el ojo de encima a ese mestizo
de De Castro, seor. Ese canalla no le tiene en gran aprecio desde
que le arranc aquella joven de sus manos amarillas. Dgame,
encontr algo...?
Si, Sam. Pude verla. Est en el corazn de la montaa. Aquel
diablo dorado, Malikar... la est convirtiendo en oro. Pero, qu ocurre
con el de Macao?
Bueno, no creo que bese la tierra que usted pisa. Y todos los
hombres se llevan bien con l. Y... bueno, ya ve..., o sea...
El hombre mayor hizo una pausa, dudando, mientras daba unos
golpecitos sobre su Lebel a la luz de la luna.
Qu ocurre, Sam?
Bueno, seor Durand, ver... es que no s cmo, ayer le vimos en
el espejismo.
Oh! Price record su alucinante experiencia en la Sala de la
Ilusin. Y qu?
Bueno, seor. No me agrada decirlo. Pero se vea a las claras que
usted y la mujer amarilla nos estaban espiando. Daba la impresin de
que ella se encontraba en muy buenos trminos con usted. Los
hombres decan...
Qu es lo que decan? insisti de nuevo Price.
Desde luego yo no dudo de usted, seor Durand a Price le
extra percibir un atisbo de incertidumbre en la entonacin del viejo
aventurero, como si no estuviese convencido de lo que deca. Pero
los hombres piensan que usted nos ha vendido. De Castro estaba
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Sangre dorada
Jack Williamson
haciendo algunas observaciones desagradables respecto a lo que
sucedera si llegbamos a echarle la mano encima. Por eso he
pensado que sera mejor ponerle en guardia.
Gracias, Sam dijo Price, y estrech su nudosa mano.
Tendr que explicarles bastantes cosas, seor. Puede parecer
extrao que apareciese de repente de esta manera, con la mujer
persiguindole. Los hombres pensarn que usted lo plane para
volver de nuevo al campamento y ver lo que estbamos preparando.
Pero Fouad tambin estaba conmigo.
Y eso qu importa? el curtido norteamericano se volvi para
regresar con los dems. Buena suerte, seor. Y recuerde que yo
estoy con usted.
En un wadi poco profundo, detrs de la cresta, Price descubri un
pequeo campamento, sin fuegos ni tiendas. Los occidentales, en
nmero de una veintena, estaban por lo general tumbados o
acurrucados cerca de la impedimenta. Los rabes de Fouad, de los
que quedaban poco ms de treinta, se haban congregado en un
ruidoso grupo alrededor de su recin recuperado jeque. Cerca de ellos
estaban los dromedarios, arrodillados o tumbados por las buenas. Y
tambin la masa gris y silenciosa del tanque.
Jacob Garth fue al encuentro de Price cuando ste, en compaa
an de Sam Sorrows, dej atrs el pequeo grupo de centinelas de la
cresta. Tan inmenso y grueso como siempre, llevaba su adiposa
cabeza descubierta para recibir en ella la brisa de la noche, y el topi
colgado al cuello.
No confe demasiado en l susurr el delgado norteamericano
. Hara cualquier cosa con tal de agrandar a De Castro y a los
dems... hasta que tenga el oro en sus grasientas manos!
Como aqul de quien hablaban estaba cerca, Price no respondi.
As que ha vuelto de nuevo, eh, Durand? retumb la voz de
Garth, tan sonora y desprovista de emocin como siempre.
S.
No se le ha ocurrido pensar que suele desertar y volver con
demasiada frecuencia para que se le tome en serio?
No lo haba pensado. Puedo explicarlo.
Tambin puede explicar por qu le vimos en el espejismo ayer
por la maana, y en trminos tan evidentemente ntimos con la mujer
dorada..., de la que ahora pretende estar huyendo?
S.
Adelante.
Escuche, Garth. Podr pensar que soy un traidor. Admito que he
tenido una oportunidad o mejor dos de jugar con usted un doble
juego. Si estaba huyendo de ese tigre es porque no quise
aprovecharlas. Garth, he estado de veras en el interior de la montaa
y conozco un montn de cosas que, as me lo parece, podran serle
muy tiles si planease otro ataque a ella..., como supongo que piensa
hacer.
Veo que est jugando a varias bandas, no?
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Sangre dorada
Jack Williamson
Price enrojeci e intent controlar el tono de su voz.
Garth, no le he dado ningn motivo para dudar de mi honor. Le
contar con toda sinceridad lo que conozco de nuestros enemigos.
Pero antes debe asegurarme que usted, y sus hombres, respetarn
mi vida y mi libertad.
Plidos y helados a la luz de la luna, los ojos del hombre
observaron a Price desde la gran mscara blanca de su hinchado
rostro.
Muy bien, Durand dijo finalmente. Le dir lo que es
inminente: vamos a atacar en cuanto salga el sol. Dentro de pocos
minutos, Sam Sorrows volver a El Yerim con rdenes para los
aviones. Van a bombardear el castillo. Se conseguir con ello acabar
con ese maldito espejismo?
Slo si alcanzan su maquinaria. Un complicado dispositivo de
espejos y dems que se halla instalado bajo la cpula de la torre ms
alta.
Bien. Su informacin puede sernos til despus de todo. Con los
aeroplanos, el tanque y los caones podremos aplastar cualquier
oposicin. Con la dinamita nos abriremos paso en la montaa. Tiene
que contarme lo que sepa. Venga conmigo en uno de los aviones. Le
prometo que estar a salvo. Pero tendr que mantenerle vigilado
hasta que comience la batalla.
Otra cosa... comenz a decir Price.
Todava se acuerda de la chica? Bueno, Durand, debiera
comprender que se la he prometido a De Castro si volvamos a verla.
Tendr que olvidarla.
Me resulta injusto...
La justicia es algo que no me preocupa, Durand. Lo que voy
buscando es el oro. Cunteme lo que sabe, si quiere, y le proteger
de los hombres. Si no, le entregar a De Castro. Creo que le gustara
muchsimo meterle un cuchillo en el cuerpo. Est despierto. Quiere
que le llame?
Despus de haber luchado en vano, a Price no le qued ms
remedio que rendirse. Cuando an segua relatando sus aventuras y
describa los tneles y pasadizos del interior de la montaa, se
organiz un sbito revuelo entre los centinelas de la cresta que
dominaba el campamento. Un disparo de advertencia y un grito que
peda el santo y sea.
Jacob Garth! Jacob Garth! Jacob Garth!
Una voz plateada resonaba en el claro de luna. La voz de Vekyra. El
corazn de Price comenz a latir ms fuerte. Qu poda significar
aquello?
Venga conmigo dijo Garth, cogindole del brazo.
Ambos se dirigieron a la cresta. Doscientas yardas en el interior de
la lava baada por la luna estaba Vekyra, una figura incierta, casi
espectral en la luz argenta. Iba a pie; no se vea al tigre por ninguna
parte.
Es ella? le pregunt Garth a Price.
S. La mujer dorada. Se llama Vekyra.
Qu deseas? grit Garth en rabe.
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Sangre dorada
Jack Williamson
La voz lquida volva de nuevo:
Jacob Garth! Jacob Garth!
El hombre obeso dud. Mir hacia atrs, donde estaba el
campamento, y nuevamente hacia el rosceo desierto iluminado de
blanco. De repente, su voz son tranquila, tan imperturbable como
siempre:
Me voy a hablar con ella. Si ocurre algo fuera de lugar, disparad.
Y guardadle a buen recaudo dijo, sealando con la cabeza a Price.
Cuidadle bien; puede sernos til.
Jacob Garth penetr en el desierto. Los centinelas seguan sobre la
colina, Price entre ellos. Vieron a Garth detenerse cuando se encontr
cerca de la mujer y oyeron un dbil murmullo de voces. Al cabo de un
momento, ambos se apartaron un poco y se sentaron en el suelo,
frente a frente.
Se levantaron cerca de una hora ms tarde. La espectral forma de
la mujer se alej rpidamente hasta disolverse en el claro de luna,
volvi a aparecer y ya no se la vio ms. Jacob Garth regres
caminando lentamente hasta donde se encontraban los centinelas.
Aunque todos ellos ardan de curiosidad, ninguno se atrevi a dirigirle
la palabra.
Se ha enterado personalmente de cules eran mis relaciones
con esa mujer? pregunt Price.
Garth le mir y habl lentamente.
S, Durand. Ha debido de comportarse como un loco con ella.
Acrquese.
Le condujo a un lugar apartado de los guardias y baj la voz:
Durand, ya no necesitaremos sus servicios. Y estoy convencido,
por lo que me ha dicho esa mujer, de que no nos causar (no podra
causarnos) ninguna molestia. As que puede irse.
Irme? pregunt Price, atnito.
Irse del campamento, lo mismo que vino. Y cuanto antes mejor.
Joao de Castro no le tiene ninguna simpata. Ni la mujer. As que lo
mejor ser que se vaya mientras pueda.
Se volvi a los centinelas y dijo con voz tonante:
El seor Durand nos abandona, caballeros. Denle diez minutos
para ponerse fuera de tiro.
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Sangre dorada
Jack Williamson
28
EL CENTINELA SERPIENTE
Lamento que todo haya ocurrido de esa manera, seor Durand
dijo Sam Sorrows, haciendo una mueca. Pero podra haber sido
peor.
Se haba acercado a su dromedario, que estaba arrodillado.
Entreg a Price una pequea cantimplora llena de agua y una bolsa
llena de dtiles, carne de dromedario y galletas de municin.
Con esto tendr suficiente hasta que llegue al oasis, seor. Y
buena suerte.
Las lgrimas asomaron a los ojos de Price mientras estrechaba la
mano del viejo aventurero de Kansas y echaba a andar bajo la
amenaza de los fusiles de los centinelas.
Media milla ms lejos, una cresta de lava se interpuso entre l y el
campamento y los centinelas, ocultndole de su vista. Caminaba
apesadumbrado, a travs de la soledad, oscura y hostil, del desierto
de lava iluminado por la luna. Lo haba intentado todo; su ltima
oportunidad acababa de desvanecerse.
Pero el renunciar no estaba en la naturaleza de Price. Jams haba
tenido la intencin de regresar tranquilamente al oasis, como los
dems haban supuesto. Y un plan desesperado relampague
sbitamente en su mente.
Conoca un camino que conduca al interior de la montaa..., el
camino por el que antao le guiara Kreor, el poco voluntarioso
hombre-serpiente. Todava recordaba de l lo suficiente para poder
seguirlo solo. Podra hallarse vigilado, pero se era un riesgo que
tena que correr. Y todava segua llevando el hacha de oro.
En el interior de la montaa haba peligros que no le resultaban
agradables. Los fanticos aclitos de Malikar. El mismsimo hombre
de oro, lleno de insidia. La serpiente amarilla, ante la que deba pasar
para llegar hasta Aysa... Se estremeci una vez ms, al recordar la
fra y antigua maldad que arda con fuego hipntico en los ojos de la
serpiente.
Pero lo que ms tema era la bruma urea. El siniestro sueo de
vapor dorado ya le haba vencido anteriormente. Incluso si consegua
escapar a los dems peligros, no tendra tiempo para llegar hasta
Aysa y sacarla fuera antes de que el sueo le venciera.
Pero quiz pudiese idear algn medio de proteccin! Una
improvisada mscara de gas. Rebusc frenticamente en su memoria
lo que conoca sobre la materia. Las mscaras que al principio haban
sido usadas en Ypres, para defenderse de los primeros ataques
alemanes con gas, no eran ms que simples paos mojados. Poda
intentarlo con un trapo hmedo. A fin de cuentas, si el gas amarillo se
mezclaba con el agua o la reemplazaba en el cuerpo humano, era
porque deba de tener una especial afinidad con ella.
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Sangre dorada
Jack Williamson
Lleno de una nueva esperanza que ignoraba la abrumadora
posibilidad en contra de culminar con xito su nueva empresa, se
encamin hacia el Oeste, contorneando el correspondiente flanco de
la montaa. Agotado, despus de una noche tan agitada, se ech al
suelo cuando alcanz el punto donde Kreor haba comenzado la
escalada del precipicio del Norte, cortado a pico, y repos durante
una hora, aunque no se atrevi a quedarse dormido.
A la salida del sol ya estaba escalando penosamente la pared,
expuesto a mil peligros. El zumbido de los motores de los aeroplanos
lleg a sus odos y, ms tarde, el retumbar de varias explosiones de
gran potencia que parecan provenir de la mismsima roca de la
montaa.
As que Garth haba comenzado el ataque; con Vekyra
probablemente como aliada. El corazn se le encogi al imaginarse lo
que podra suceder en el caso de que llegaran a la madriguera de la
serpiente antes que l. Aysa, odiada como lo era por Vekyra, podra
correr una suerte peor que el abrazo de Joao.
Finalmente lleg a la fisura y se desliz por ella en las sombras y
tortuosas cavernas del interior de la montaa. No tard en
encontrarse en una completa oscuridad, sin ms gua que su
memoria. Muchas veces tropez dolorosamente contra piedras
speras, de cortes afilados. Pero al fin lleg a una caverna ms
amplia y, a travs de ella, al primero de los pasajes excavados en la
roca.
Siguiendo hacia delante, encontr el camino con relativa facilidad,
tras contar los pasos y girar donde l y Kreor lo haban hecho.
Finalmente, lleg hasta el tnel en espiral y se apresur a bajar por
l, en medio de las ms completas tinieblas.
De nuevo, la masa rocosa se estremeci por una explosin.
Despus, durante unos instantes, oy un confuso gritero y el tableteo
distante de armas ligeras, que deba de provenir de algn corredor
situado ms abajo.
Haba esperado encontrarse con algunos guardias. Pero quiz
todas las fuerzas de Malikar estaban concentradas en otra parte del
pasaje, para enfrentarse a la entrada de Jacob Garth y de Vekyra.
Mas, como no tardara en descubrir, Malikar haba dejado un centinela
ms terrible que cualquier ser humano.
El ruido del combate ces y Price lleg finalmente a una atmsfera
teida de una leve pincelada de luz amarilla. A medida que fue
descendiendo se hizo cada vez ms fuerte, hasta que lleg al extremo
del tnel que conduca a la galera desde la que haba visto por
primera vez la madriguera de la serpiente.
Una vez all, la luz de los rutilantes y bailarines tomos de oro se
hizo mucho ms intensa, y todas las paredes del tnel
resplandecieron con el roco de los cristales amarillos, lfica tracera
de escarcha xntica.
El tnel se hizo horizontal y derecho y l penetr, una vez ms, en
la vasta sala del templo. Aquella maravilla le impresion nuevamente.
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Sangre dorada
Jack Williamson
De planta circular, con una alta cpula, llena de un resplandeciente
vapor amarillo, sus paredes de piedra negra se hallaban cubiertas de
una corteza de oro.
Un furioso silbido, que alcanzaba la sonoridad de un rugido, le
recibi cuando pis el amplio suelo, escarchado de amarillo, que se
extenda entre la entrada y el estrecho puente que salvaba el
vertiginoso abismo verde-dorado.
Retrocediendo alarmado, de un salto, vio a la serpiente de oro,
enroscada entre l y el puente que deba conducirle hasta Aysa.
Los espesos anillos del reptil estaban recogidos en una forma
vagamente cnica. Cada escama brillaba con tonos amarillo-dorados,
resplandecientes, metlicos. La ahusada columna de oro de su cuello
se ergua. Diez pies por encima del suelo, su vasta cabeza plana se
balanceaba de un lado para otro mientras silbaba.
Price la mir fijamente durante un momento, fascinado una vez
ms por aquellos terribles ojos. La fea cabeza pareca un capirote
triangular de oro. Las vastas fauces, de colmillos amarillos,
permanecan abiertas mientras silbaba con una sonoridad
sorprendente por lo elevada.
Los ojos le traspasaron. Ojos espantosos, negro-prpura, que
relucan con el extrao fuego de una antigua era y de una sabidura
diablica. Duros y fascinantes como gemas gigantes. Price se
sorprendi de encontrarse oscilando, inconscientemente, al ritmo que
le dictaban aquellos ojos, mientras senta el fro que emanaba de
ellos derramarse en su cuerpo, congelando sus miembros,
sofocndole, oprimiendo su respiracin y paralizando los latidos de su
corazn.
A la desesperada, luch contra el poder de la serpiente. En una
ocasin, cuando el reptil se le haba aparecido en el espejismo, pudo
liberarse de l. Podra repetirlo! Y haba visto a Malikar dominar a la
serpiente, azotndola hasta someterla. La propia serpiente no era
inmune al miedo.
Haciendo acopio de todos los tomos de su voluntad para mover
cada uno de sus pies, Price camin envarado, con dificultad, como un
autmata, dirigindose hacia la serpiente. De manera desmaada,
levant el hacha dorada con sus manos dormidas y sin fuerza.
Malikar, lo record de repente, haba gritado a la serpiente.
Price encontr que tena la garganta seca, y al hablar, ms pareca
que croase de manera ronca. Pero, a pesar de todo, comenz a
entonar en frases cortas y secas la Cancin del Hacha de Iru.
El ondulante movimiento de la cabeza plana ces. sta fue hacia
atrs y, sin dejar de silbar, se lanz contra Price, que llam en su
ayuda a sus debilitados msculos para levantar la rodela y protegerse
el rostro.
Pero la cabeza amarilla no lleg a tocarle. La serpiente estaba
asustada. Retrocedi nuevamente y sus movimientos fueron
inciertos, temerosos.
El fro causado por la extraa fascinacin abandon el cuerpo de
Price. Entonando ms alto la Cancin del Hacha, continu su
deliberado avance.
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Sangre dorada
Jack Williamson
La cabeza en forma de cua retrocedi nuevamente. Repos sobre
los xnticos anillos y qued inmvil. Los ojos negro-prpura miraron a
Price con un brillo extrao, hostil..., pero an teido de miedo.
l se movi nuevamente hacia delante, dispuesto a luchar,
intentando disimular el desnudo horror que embargaba su alma
asqueada.
Sus piernas tocaron las fras escamas del anillo ms prximo a l.
La cabeza plana, encapuchada de amarillo, estaba a su misma altura,
con sus extraos ojos observndole con resplandeciente ahnco,
ardiendo malficos con sobrenatural inteligencia, terrible porque
encerraban un saber ms antiguo que el hombre.
Estremecindose, Price abofete la espantosa cabeza, como haba
visto hacer a Malikar, con la palma de su mano. Estaba enfermo de
miedo, dbil y tembloroso. Cada fibra de su cuerpo se encoga,
temblando ante el contacto con la serpiente. Pero de lo que tena
miedo era de lo que podra pasar si dejaba de abofetearla.
El grueso cuerpo que se apoyaba contra sus piernas tembl
ligeramente, pero la gran cabeza de siniestros y refulgentes ojos no
se movi.
Con la mano abierta, golpe la fra cabeza de escamas metlicas
una docena de veces, tan fuerte que los dedos le dolieron, mientras
segua entonando el Canto del Hacha.
Entonces se volvi, obligndose a caminar sin demostrar recelo y a
no mirar hacia atrs. Avanz hasta el extremo del estrecho puente, y
pis sobre el vertiginoso camino que cruzaba el cavernoso abismo de
luminosidad verde-dorada, hasta el nicho donde haba encontrado a
la durmiente Aysa.
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Sangre dorada
Jack Williamson
29
SANGRE DORADA
Curiosamente, Price no sinti mareos ni miedo de caerse, mientras
cruzaba una vez ms aquel vertiginoso puente, inmerso en la espesa
y rutilante bruma de oro. Un nico arco de roca negra escarchada de
oro, que abarcaba de uno a otro lado el vaco infinito, de tonalidades
amarillo-verdosas, sin barandilla, y que no tena ni dos pies de
anchura. En su preocupacin por la joven durmiente, no tena
consciencia de ningn peligro.
Mientras haba estado bajo tensin, durante su extraordinario
combate contra la serpiente, se haba olvidado del efecto soporfero
del vapor de oro. Casi haba cruzado la mitad del abismo, cuando le
vino a la memoria al sentir una sbita a irresistible laxitud, un
aturdimiento de la razn y un cansancio de la vista.
Retuvo el aliento para recorrer a la carrera los cien pies que le
quedaban hasta llegar al gran nicho, con sus cuatro losas encima del
abismo. A salvo ya, en el otro lado, busc apresuradamente su
pauelo, lo humedeci con el agua de la cantimplora que tan
generosamente le haba entregado el bueno de Sam Sorrows, y lo
anud alrededor de la parte inferior de su cabeza, de suerte que le
cubriera nariz y boca.
Aysa reposaba, inmvil, sobre la losa. De nuevo contempl su
adorable rostro, reluciendo por el polvo de oro. Segua sumida en un
sueo profundo, respirando regular y pausadamente. Lleno de miedo,
frot su frente y sus mejillas, sus pequeas manos... y lanz un grito
de profunda alegra! Bajo el polvo amarillo, sus manos y rostro
seguan siendo suaves y flexibles, y no haban perdido su color
blanco. El terrible cambio an no haba tenido lugar. Deba de
requerir meses, quiz incluso aos.
Intent despertar a la joven. Totalmente inerte, completamente
relajada, ni se movi cuando la zarande, ni respondi cuando
pronunci su nombre.
En aquel momento, un poderoso silbido reson en el interior del
templo. La serpiente, enroscada ante la entrada de la ciclpea sala,
haba vuelto a silbar encolerizada. Y Vekyra se diriga hacia ella, a
lomos del tigre dorado.
Silbando salvajemente, el gigantesco reptil amarillo se lanz contra
los invasores. Vekyra, saltando gilmente del howdah, corri a su
encuentro, mientras el tigre se sentaba, rugiendo ferozmente.
La rica voz de la mujer dorada comenz a desgranar extraas y
misteriosas slabas. Se aproxim sin miedo a la sibilante serpiente. El
reptil no la atac, sino que se enrosc nuevamente ante ella, bajando
la cabeza que tena levantada.
Vekyra permaneci un momento frente al reptil, mientras su voz
segua sonando, hasta que finalmente la serpiente baj la cabeza, de
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Sangre dorada
Jack Williamson
suerte que se encontr a la misma altura que la de la mujer, quien dio
un paso adelante, la acarici y rode con sus brazos amarillos la gran
columna de su cuello. Su voz se redujo a un murmullo.
Se volvi bruscamente, dejando al reptil enroscado y quieto. El
tigre segua rugiendo, incmodo; ello lo hizo callar con una simple
palabra. El felino se apoltron sobre sus patas y continu vigilando a
la inmvil serpiente.
Sacando de su tnica una resplandeciente hoja de oro, tan fina y
afilada como un estilete, ech a correr, dejando atrs a la serpiente y
acercndose al estrecho puente. Price comprendi que haba venido
para matar a Aysa, la joven durmiente que inocentemente se haba
ganado sus celos y su clera.
Aferrando el hacha dorada, Price se precipit sobre el puente para
encontrarse con ella. Saba que la pasin que senta por l se haba
mudado en odio. Tendra que luchar por su propia vida, as como por
la de Aysa.
Las mieles del triunfo que no ocultaban el maquillado rostro dorado
de Vekyra se trocaron en la incredulidad de la sorpresa. Y la sorpresa
dio paso a un siniestro regocijo.
Se encontraron a cien pies del extremo del puente escarchado de
oro. Vekyra se detuvo a una distancia de doce pies de Price,
recibindole con una sonrisa de desprecio, mientras sus sesgados
ojos pardo-verdosos brillaban maliciosamente.
La paz sea contigo, Iru dijo con su sedosa voz cargada de
desafo. La paz... siempre que la desees.
Que contigo tambin est replic Price con solemnidad,
siempre que te vayas.
Lah! Pero, Iru, no has cambiado de parecer? su tono indicaba
que se estaba riendo de l. Sabas que la ltima noche estuve
hablando con Jacob Garth. Le promet todo lo que te promet a ti.
Acept; entramos juntos en la montaa. Ahora est luchando contra
Malikar en los niveles superiores. Yo misma me he abierto camino y
he venido hasta aqu con intencin de despedazar a esa miserable
esclava y arrojarla al abismo, para que no pueda causar ms
molestias.
Price la maldijo, con palabras dictadas por la ira.
Ella le sonri, enigmtica.
Y bien, Iru, has cambiado de parecer? Olvidars a la esclava y
aceptars la corona de Anz?
En absoluto! contest Price, con fiereza. Mrchate... o
pelea!
Vekyra se ri. Con su hoja dorada que pareca un estoque, apunt a
la reluciente sima que se abra bajo ellos. Involuntariamente, Price
contempl el iluminado pozo verde-dorado; la cabeza comenz a
darle vueltas por la enorme vastedad del abismo que se encontraba
bajo el vertiginoso puente.
Entonces, t y tu apreciada esclava estaris unidos para siempre
se mof de l, ah!
Y se lanz gilmente contra l, y la hoja amarilla silb.
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Sangre dorada
Jack Williamson
Price detuvo su punta con la rodela dorada, y blandi la antigua
hacha. Vekyra retrocedi con elegancia y el impulso que Price llevaba
le hizo perder el equilibrio y estar a punto de caerse del puente.
Mientras luchaba desesperadamente para recobrarlo, la mujer
amarilla se lanz de nuevo, y su espada relampague cerca de su
garganta. Price tuvo que ceder terreno para salvarse y uno de sus
pies sobresali del puente.
Vekyra lanz una carcajada a causa de la sbita desesperacin que
el hombre no pudo borrar de su cara.
Recuerda, Iru, que la Gente Dorada no puede morir dijo,
chancendose de l, y que eras mortal..., aunque hayas podido
nacer de nuevo para venir a matarme.
Nuevamente se ech hacia delante, lanz una estocada, retrocedi
y volvi a repetir el proceso, con rapidez pasmosa. La antigua cota de
malla par el golpe. Pero cada vez se iba haciendo ms evidente para
Price que se haba encontrado con un oponente formidable.
La cota y la rodela le daban una ventaja que slo era aparente,
pues su peso haca ms lentos sus movimientos, impidindole
mantener el equilibrio. Y no poda manejar de manera efectiva la gran
hacha, por miedo a que la fuerza del golpe le hiciese salirse del
puente.
Vekyra, al parecer dotada de un perfecto sentido del equilibrio,
danzaba de delante a atrs de la longilnea roca escarchada de oro,
lanzando estocadas, rpida como el rayo, con su estrecha hoja, y
esquivando fcilmente los golpes que su contrincante le asestaba.
Una y otra vez, Price se vio obligado a retroceder peligrosamente a
lo largo de tan estrecho camino. Casi lamentaba el impulso que le
haba llevado hasta el vertiginoso puente; sin embargo, no se habra
atrevido a enfrentarse con Vekyra en la plataforma, por miedo de que
se le escapara y apualase a la joven dormida.
As pues, decidi alcanzar el otro extremo del puente, donde podra
tener mayor juego de piernas y mantener apartada a Vekyra del
acceso a Aysa.
Desviando una veintena de relampagueantes estocadas, mientras
se retiraba, se encontr finalmente en el reborde de la plataforma.
La bruja dorada, Vekyra, an segua bailando encima del puente.
Desde donde l se encontraba, poda manejar la enorme hacha sin
preocuparse de que su peso le precipitase en la espantosa sima
verde-dorada.
Vekyra atac una vez ms, apuntando con su hoja amarilla a la
garganta de Price. sta, agarrando con fuerza el hacha, la descarg
con furia.
El hacha mordi el hombro de la mujer. El brazo que aferraba la
espada qued inerte. La hoja cay de l, reson con rumor metlico al
borde del abismo, y se hundi silenciosamente en la llama de oro
verde.
Con un grito sordo de rabia y odio, Vekyra retrocedi por el
estrecho camino, apretando con una mano plida la herida. No era
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Sangre dorada
Jack Williamson
profunda, pero la sangre manaba abundantemente de ella, cayendo
en pequeas gotas relucientes sobre el puente.
Se detuvo durante un momento sobre el puente, fulminando
malvolamente a Price con su sesgada y leonina mirada. Despus,
saltando con la silenciosa ferocidad de una tigresa, se lanz para
atacarle con las manos desnudas.
Price permaneca de pie, con mirada funesta, guardando el
extremo del puente, el hacha en lo alto. Intent herir nuevamente a
Vekyra mientras sta saltaba hacia l, pero comprob que no poda.
Alguna fuerza ciega, en lo ms profundo de su ser, se rebelaba ante
la idea de atacar a una mujer desarmada..., aunque aquella mujer
fuese Vekyra.
Dejando caer el hacha tras l, dirigi su puo hacia la bruja dorada.
Con increble agilidad, ella esquiv el golpe y le atac. Haba
recobrado el uso del brazo, momentneamente paralizado por la
herida.
Price lament al instante el ciego e instintivo impulso caballeresco
que le haba hecho arrojar el hacha. Aquella bruja dorada no era una
mujer! Hecha una tigresa, se arroj sobre l, arandole con sus uas
amarillas y mordindole.
Ante su empuje, l cay al suelo, arrastrndola consigo sobre la
escarcha dorada, hasta llegar al borde del abismo.
Durante algunos momentos, rodaron y se retorcieron en el suelo,
como resultado de una lucha encarnizada. La mujer dorada era ms
fuerte de lo normal; luchaba con salvaje y demonaca energa.
Despus se levantaron, titubeando, an enlazados en un abrazo de
desamor.
Price conoca algo de lucha, pero no lo suficiente para vencer la
demencial fuerza de la mujer. Estaba cubierto de sudor; su
respiracin entrecortada silbaba a travs del trapo que le cubra el
rostro, y senta que comenzaba a ahogarse. El cuerpo le dola y el
cansancio oprima todos sus miembros.
Tambin Vekyra respiraba de forma entrecortada, echndole
encima su agitado aliento. Su clido cuerpo estaba empapado con su
propia sangre dorada. Pero una y otra vez eluda sus manos,
clavndole en cambio las suyas amarillas, en una presa invencible.
Lenta e inexorablemente, le iba empujando al borde del abismo.
Entonces l le ech una zancadilla y ambos volvieron a caer al suelo.
El afilado borde del pozo le mordi en la espalda. Su cabeza colgaba
encima del vaco. Tuvo una momentnea visin de las
resplandecientes profundidades verde-doradas.
Instintivamente, estrech el abrazo con el que se agarraba a aquel
cuerpo dorado. Si caa al abismo, no ira solo.
La mujer amarilla grit, luchando desesperadamente para
liberarse. An juntos, dieron lentamente varias vueltas en el borde de
la sima. Vekyra le solt, en un ltimo esfuerzo frentico para salvarse.
Viendo que ella no se podra agarrar a nada, Price la solt y se
aferr desesperadamente al borde del precipicio. Sus dedos se
clavaron en la afilada arista de la roca y un instante despus qued
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Sangre dorada
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suspendido de ella, con todo su peso, mientras sus msculos,
fatigados por tanto esfuerzo, se tendan a punto de romperse.
La mujer dorada cay al vaco. Un nico chillido de terror agnico
subi hacia lo alto, mientras iba siendo engullida por el vapor verdedorado del pozo.
Con un mudo agradecimiento al hecho de que fuese l, y no
Vekyra, quien se encontrase ms prximo al borde de la roca, y por
eso con posibilidades de cogerse a l en aquel instante de frenes
final, Price qued suspendido precariamente de sus brazos.
Lentamente, con esfuerzo infinito, iz su cuerpo sobre el borde de la
negra roca y se dej caer, temblando, en ella.
Mientras se pona en pie, respirando dificultosamente y sin dejar de
temblar, escuch el estruendo de los caones y el sonido metlico del
tanque y el rugido de su motor. Observando a travs de la bruma
dorada que cubra el abismo, vio un pequeo grupo de hombresserpiente,
vestidos
de
azul,
que, sin
dejar
de
luchar
encarnizadamente, a pesar del fuego de los fusiles que tenan en su
contra, se estaban retirando por la gran sala.
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Sangre dorada
Jack Williamson
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HIERRO Y ORO
Con el corazn en un puo, Price observ la batalla que tena lugar
al otro lado del abismo. Poco le importaba su resultado. Si los
hombres-serpiente vencan, l y Aysa estaran de nuevo a merced de
Malikar. Si los victoriosos eran los invasores, su suerte no mejorara
en manos de Joao de Castro y de los dems. Apenas ms que un
puado, cada vez ms menguado, los sacerdotes de azul se haban
hecho fuertes a la entrada, oponindose salvajemente al avance de
los invasores con picas y lanzas. Poco despus, la abultada silueta
gris del tanque se lanzaba rugiendo contra ellos, mientras sus
ametralladoras entonaban su cancin de muerte.
Los hombres-serpiente los pocos que haban sobrevivido se
dispersaron en desorden por el amplio suelo de la caverna, cubierto
con la escarcha de oro. Pero lo invasores an no podan considerarse
vencedores. La serpiente gigante, silbando nuevamente, se lanz
hacia ellos desde el lugar donde la haba dejado Vekyra.
El tanque se par en seco, lo mismo que el pequeo grupo de
occidentales que avanzaban tras l. Price vio cmo la cabeza del
reptil comenzaba a oscilar de un lado para otro y supo que los
atacantes deban de estar experimentando la mortal fascinacin de
sus terribles ojos.
Apartando la mirada de la batalla, Price volvi al lado de Aysa e
intent nuevamente despertarla. Era evidente que su improvisada
mscara de gas le estaba protegiendo de la somnfera influencia del
vapor dorado. Quiz la joven pudiese llegar a recuperarse si llegaba a
respirar por otra similar. Al menos podran estar juntos durante
algunos minutos antes del fin.
Le quit el kafiyeh, lo limpi del amarillo polvo metlico que lo
cubra, lo empap en agua y lo extendi sobre el plcido rostro de la
joven. Estaba a punto de humedecer nuevamente su propio pauelo,
cuando un espantoso coro de furibundos gruidos y silbidos hizo que
su atencin volviera a centrarse en lo que ocurra al otro lado del
abismo.
El tigre dorado haba atacado a la serpiente. Ambos seres
monstruosos rodaban en colosal combate sobre el suelo cubierto de
amarillo. El tigre, tan enorme como un elefante, y ms fuerte, que
segua ensillado con el howdah negro, produca con garras y dientes
tremendas heridas al reptil.
Pero la serpiente no era un oponente fcil. Mientras Price estaba
mirando, el reptil lanz, con la fuerza de un ltigo, uno de sus anillos
sobre el grueso cuerpo del tigre, despus otro, y luego otro,
constrindole con fuerza demoledora. Sin dejar de silbar, le hiri una
y otra vez con sus colmillos amarillos.
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Sangre dorada
Jack Williamson
Un conflicto titnico entre gigantes semimetlicos, cada uno de
ellos preternaturalmente fuerte y poderoso y con una edad de varios
siglos. Los insignificantes hombres que se encontraban ante ellos,
empequeecidos por aquel espectculo, se detuvieron durante un
momento para contemplar, atnitos, aquella regia batalla.
Entonces el tanque volvi nuevamente a su agitada vida. Rechin
sobre el vasto suelo. Las crepitantes ametralladoras se movieron a
uno y otro lado y los ltimos hombres-serpiente, que contemplaban,
pasmados, la gigantesca batalla que tena lugar entre sus dioses,
cayeron sobre la escarcha xntica.
Fiera y reptil parecan hallarse parejos; por el momento, los
antiguos aliados de Price eran dueos de la situacin. Vio cmo se
agrupaban alrededor del tanque..., pigmeos en tan colosal lugar. El
grueso y enorme Jacob Garth. Joao de Castro, alerta, activo. El
inmenso y simiesco Pasic, el montenegrino. Y una docena de otros
ms.
Sam Sorrows, el leal amigo de Price, que habra podido ayudarle de
nuevo, no estaba entre ellos. Sam, como record, haba vuelto al
oasis con rdenes para los aviones. Mller, quien estaba asomado por
la escotilla. El austriaco se encogi de hombros y se meti en el
tanque. El motor rugi de nuevo y el tanque avanz pesadamente a
travs de la espesa bruma amarilla.
El resultado de la ciclpea batalla segua siendo incierto. Los anillos
de la serpiente seguan constriendo cada vez con ms fuerza el
cuerpo del tigre. El reptil haba dejado de silbar; pero los colmillos
amarillos seguan relampagueando.
El tigre, lejos de estar vencido, rodaba sobre el suelo espolvoreado
de oro, tajando desesperadamente los anillos de la serpiente con sus
salvajes garras amarillas. El cuerpo de la serpiente, resplandeciente y
cubierto de escamas que parecan metlicas, haba sido desgarrado
en muchas partes, que exudaban una brillante sangre dorada.
El tigre, evidentemente alarmado por el hecho de que el tanque
rugiese, se incorpor del suelo, levantando consigo a la serpiente que
segua enroscada en su cuerpo. Pero el tanque choc contra l antes
de que pudiese hacerse a un lado. La fuerza de la colisin le envi a
rodar, dando tumbos, hacia el abismo. Cay de nuevo, con los
inexorables anillos de la serpiente apretndole cada vez ms.
El tigre haba cado peligrosamente cerca del borde del abismo. Y,
al parecer, se dio cuenta del peligro, pues, olvidndose de los
esfuerzos que haca para librarse de la serpiente, luch arduamente
para levantarse una vez ms, ya casi medio muerto por la presin de
los anillos dorados.
El motor del tanque se haba calado. Durante un breve intervalo de
tiempo, la mquina de guerra pintada de gris qued inerte; despus,
volvi a la vida con un rugido. Cuando el tigre, cargado con el peso de
la serpiente, acababa de ponerse sobre sus cuatro patas, el tanque le
golpe de nuevo. El impacto le envi una vez ms, rodando, hacia el
borde de la sima. El tanque se qued parado durante un momento y
le persigui.
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155]
Sangre dorada
Jack Williamson
Nadie supo si el conductor perdi momentneamente el control del
tanque, aunque tambin pudo ocurrir que no viera el abismo. En
cualquier caso, tanque, tigre y serpiente franquearon juntos su borde,
como un nico cuerpo. Price los vio caer libremente dentro del gran
vaco verde-dorado, girando lentamente sobre ellos mismos, el tigre
an prisionero del abrazo mortal. El vapor amarillo los ocult...
El rugido del enloquecido motor muri en las profundidades y Price
volvi a mirar al otro lado del abismo.
Sus aliados de antao eran victoriosos, dueos por fin del tesoro
por el que haban luchado durante tanto tiempo. Escuch dbilmente
sus voces, febriles y excitadas, vio cmo caan de rodillas, para
arrancar con las manos desnudas los gruesos cristales de oro del
suelo.
Observ a Joao de Castro y a Pasic, afanndose frenticamente en
llenar un pequeo saco de tela, que antes haba contenido comida, de
polvo amarillo. Cuando estuvo lleno, ambos se lo disputaron. Pasic lo
cogi; el eurasitico se le ech encima, sacando a relucir un cuchillo.
Lucharon, sin darse cuenta de que el oro volva a derramarse sobre el
suelo amarillo. Lenta y deliberadamente, Jacob Garth desenfund su
automtica y les dispar con fra brutalidad.
Enloquecidos por el ansia del oro, los dems no le prestaron
atencin. Siguieron arrancando el polvo xntico, hasta que el siniestro
sueo del vapor dorado hizo presa de ellos. Jacob Garth, advirtindolo
alarmado, se dirigi hacia la salida, con un ronco grito de advertencia.
Pero ya era demasiado tarde...
No, aquellos individuos no se haban convertido en dueos del
oro... l se haba adueado de ellos. Yacan tirados por el suelo,
donde haban cado, inmviles, en el sueo que durara hasta que
fuesen hombres de oro.
El corazn de Price por poco no se sali del pecho, de incrdula
alegra, cuando comprendi lo que aquello significaba. En aquel
momento, el camino estaba despejado para sacar a Aysa fuera.
Cuando estuviese a salvo, regresara para dar a aquellos hombres
toda la ayuda que pudiese. Pero la esperanza de aquel glorioso
momento qued brutalmente reducida a nada.
Malikar penetr en la enorme sala, siniestro, diablicamente
gigante en sus ropajes carmeses, con una maza dorada, erizada de
pas, encima del hombro. Con una precaucin digna de su
antigedad, se haba mantenido apartado de sus enemigos,
esperando a que se hubiesen dormido y quedaran indefensos.
Uno a uno, se acerc a los hombres que yacan inertes. Implacable
y metdicamente, cambi su sueo por uno que no tendra fin. Al
terminar, permaneci entre ellos durante unos instantes, apoyndose
en la gran maza que ya no era amarilla sino carmes, de tanta
sangre y sesos, como un dios vengador, dorado y vestido de rojo.
Despus, volvindose a echar al hombro la ensangrentada maza,
comenz a cruzar el puente.
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Sangre dorada
Jack Williamson
31
KISMET
Haba sido un error tctico encontrarse con Vekyra en el puente,
pens Price, porque haba sido ms rpida y gil que l. Pero en el
caso de Malikar, los mismos argumentos no eran aplicables. Vekyra
haba demostrado ser sorprendentemente fuerte; el cuerpo de
Malikar, mucho ms voluminoso, sin duda era ms fuerte. En una
confrontacin basada simplemente en la fuerza, Price poda estar
seguro de perder; as pues, su lucha deba apoyarse en la destreza. Y
destreza y rapidez contaran an ms sobre la vertiginosa pasarela.
Una negra premonicin de desgracia le oprima el corazn. Tres
veces antes se haba encontrado con Malikar; y las tres veces haba
sido vencido.
Se inclin y quit con sus labios el roco dorado que cubra los de
Aysa. Poco antes se haba visto llevando a la joven a la luz del sol y al
aire abierto, donde era seguro que despertara. Pero en aquellos
momentos, su breve copa de felicidad se haba roto. Malikar,
desaparecidos ya el resto de sus enemigos, era ms peligro que
nunca.
Un rugido de rabia y de sorpresa inform a Price que Malikar le
haba visto a travs de la bruma. Blandiendo la ensangrentada maza,
el gigante amarillo llegaba a la carrera. Reemplazando el pao
mojado que cubra el rostro de la joven, aferr la antigua hacha y
corri al encuentro del sacerdote.
Al reconocerle, Malikar se detuvo. Apoyando descuidadamente la
maza sobre la estrecha pasarela, lanz una risotada de malfico
triunfo.
Otra vez t, Iru? exclam. Loco! Acaso no sabes que soy
un dios y que jams podr morir?
No, no lo s replic Price, sin dejar de avanzar.
Jams podrs vencer al kismet! el sacerdote amarillo se ri
obscenamente, mientras la impudicia del mal asomaba a sus ojos
pardos y poco profundos. Nos hemos encontrado en tres ocasiones.
Y las tres veces has tenido al destino en contra tuya. En las
catacumbas de Anz, el kismet quiso que se rompiera el mango de tu
hacha. Cuando luchamos en el wadi, nuevamente el kismet puso una
piedra suelta bajo tu pie. Despus luchamos aqu mismo, y el kismet
envi el sueo contra ti. No slo luchas contra m. Tambin lo haces
contra el kismet!
Consciente de que las palabras de Malikar slo intentaban socavar
su moral, Price dio un paso adelante para comenzar el combate, pero
las burlonas palabras del sacerdote ya haban cumplido su propsito.
Le haban proporcionado la idea sin fundamento, pero no por ello
menos turbadora, de que toda su aventura no haba sido nada ms
que el juego de fuerzas invisibles, de dioses que jugaban a tirar de las
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Sangre dorada
Jack Williamson
cuerdas de las marionetas, la idea de que l slo era el juguete de un
destino cruel.
Mientras se aproximaba, Malikar levant la ensangrentada maza y
la hizo describir un arco de arriba abajo. Alzando la rodela, Price par
el golpe. ste empuj el escudo hacia su cabeza con tremenda fuerza,
que le adormeci el brazo y los hombros.
Durante un instante, vacil. Las profundidades verde-doradas que
se abran bajo el estrecho puente giraron como confusos torbellinos.
Hizo un desesperado esfuerzo para que se le aclarasen las ideas.
Korlu, la antigua hacha, estaba en lo alto. Malikar no haba
levantado an la pesada maza, despus de su tremendo golpe. Price
hizo acopio de toda su fuerza y la transform en un tremendo
hachazo dirigido al rojo casquete del sacerdote.
Malikar se agach, pero la cortante hoja le alcanz en un hombro.
El golpe haba sido extraordinario; habra hendido hasta el
abdomen a un hombre corriente. Pero Malikar era casi metlico. Su
piel presentaba un corte que rezumaba sangre dorada, pero la herida
era insignificante.
La violencia del embate estuvo a punto de lanzar a Price fuera del
puente. Titube a duras penas para volver a recobrar el equilibrio,
mientras Malikar blanda la erizada maza para asestar otro golpe.
Price recobr el equilibrio, dio un paso hacia atrs y dej pasar la
maza ante l. Cuando la inercia de su maza arrastr a Malikar hacia el
borde del puente, Price atac rpidamente con su hacha, con la
esperanza de que su contrincante se descontrolase. Pero Malikar
nivel fcilmente su cuerpo y escap al hacha.
Price tuvo que luchar contra un sentimiento de lgubre
desesperanza. Los msculos y los huesos de un hombre no podran
resistir muchos ms golpes como los que haba recibido, tan terribles;
adems, el hacha, a pesar de que la manejaba con todas sus fuerzas,
no haba conseguido herir seriamente al hombre dorado. Como Price
saba muy bien, en un simple intercambio de golpes estara
condenado. Slo tena una nica posibilidad de vencer: llevar a
Malikar a una posicin crtica y hacer que, desde el puente, cayera en
las fauces del abismo. Pero el sacerdote pareca dotado de prudencia
y de un sentido felino del equilibrio.
Obligado por las circunstancias, Price tuvo que cambiar de tctica.
Evit el combate cuerpo a cuerpo. Guardaba las distancias, incitando
a Malikar a que le golpease, esquivando cuando poda la
demoledora maza, aguardando el momento en que bastase un golpe
rpido para precipitar al sacerdote al abismo.
El gigante amarillo avanzaba continuamente, de suerte que Price
se vea obligado a ceder terreno a cada golpe, retrocediendo a riesgo
de perder pie sobre el vertiginoso puente. Sin embargo, cada paso
acercaba a Price al nicho donde descansaba Aysa, reduciendo sus
posibilidades de victoria. Pues, en cuanto Malikar ganase la
plataforma, la batalla estara perdida.
En otras dos ocasiones, el hacha lleg a su objetivo. Goteaba
sangre dorada; pero Malikar no pareca molesto por sus heridas.
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Sangre dorada
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Price vacilaba. Una y otra vez, la maza haba cado sobre su rodela
a pesar de sus esfuerzos por esquivarla. El brazo y el hombro
izquierdos le dolan por tan terrorficos choques. La cabeza le
zumbaba por las contusiones, oprimida por las rojas brumas del dolor.
El agotamiento estaba a punto de llegar. La fatiga acumulada
durante tantas horas se abata sobre l. Los esfuerzos que haca en
aquellos momentos no eran, en absoluto, ligeros...: echarse
rpidamente hacia detrs para esquivarla, hender el aire con el hacha
dorada cuando se presentaba la ocasin.
Price no se atreva a mirar detrs, para no ver lo que le quedaba de
puente. Pero no tard en observar a sus pies las relucientes gotas de
sangre dorada que haba vertido Vekyra. Entonces supo que slo unos
pocos pies le separaban de la plataforma, donde se hallara a merced
de Malikar.
Desesperadamente se aferr a su posicin, mientras la maza suba
y bajaba una vez ms, lanzando la rodela contra su cabeza con
asombrosa fuerza. La antigua hacha se lanz de nuevo hacia el
grueso cuello de Malikar, impulsada por toda la fuerza que le quedaba
a Price.
La fatiga y la debilidad de las conmociones entorpecan su brazo.
Malikar retrocedi. La hoja amarilla relampague ftilmente ante su
cuello.
Medio aturdido, Price titube hacia el borde del puente, impulsado
por la inercia de su hacha. Oscil un momento en el extremo de la
estrecha pasarela mientras el vaco verde-dorado que se encontraba
bajo l daba vueltas alocadamente.
Antes de que pudiese recobrar el equilibrio, Malikar golpe a su vez
con la dorada maza erizada de pas. Aunque su golpe fue apresurado
y relativamente poco enrgico, su impacto fue tremendo.
Le alcanz en el hombro derecho. Un doloroso entumecimiento le
corri por el brazo. Sus dedos, paralizados, soltaron la presa que
hacan sobre el mango del hacha, que penda sobre el vaco. El arma
dorada cay de su mano y se adentr, dando vueltas, en la bruma
verdoso-amarillenta.
La aturdida mente de Price vacil al comprender el alcance del
desastre, como si acabase de recibir un segundo golpe. Una vez ms,
el hado haba entrado en escena, para derrotarle.
Kismet! exclam Malikar, con una mueca de triunfo.
Y se abalanz sobre l, con la erizada maza en alto. Indefenso,
Price retrocedi, sin saber qu hacer, luchando consigo mismo a fin
de mantener su mente lo suficientemente clara para seguir estando
encima de la estrecha pasarela.
El brillante charco formado por la sangre de Vekyra estaba justo
delante de Malikar, resplandeciendo como una enorme gota de oro
fundido. Y cuando dio un paso hacia delante, el kismet intervino
nuevamente en la batalla.
Aquella pisada cay encima de la sangre dorada de la mujer. Como
si la maliciosa mano de la mismsima Vekyra le hubiese cogido del
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Sangre dorada
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tobillo, su pie resbal. Dio un traspi hacia delante y orient la pesada
maza de suerte que le ayudase a mantener el equilibrio.
As se present la oportunidad por la que Price haba estado
luchando tan desesperadamente. Con todo el cuerpo aturdido por la
fatiga y el dolor, se prepar y lanz un puetazo a la cabeza del
sacerdote de oro.
En aquel gancho iba concentrado el ltimo y convulsionado
esfuerzo de su torturado cuerpo. Cuando sinti que su puo
encontraba carne y hueso, y no el vaco, unas luces parpadeantes y
brillantes brotaron del vaco verde y oro, y las tinieblas le
sumergieron.
Cay a todo lo largo sobre el estrecho puente, estirando las manos
para agarrarse a la roca escarchada de amarillo.
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LA ANTIGUA AYSA
Malm! Malm!
Aquella voz, dulce y familiar, lleg a los odos de Price sobre alas
plateadas, a travs de nubes opacas, cargadas de dolor. Unas manos
delicadas, estaban amoldando sobre su frente un fro trapo
humedecido. Su memoria estaba en blanco; su mente, lo mismo que
su cuerpo, estaba contusionada, rgida, inerte.
Amo! Amo! segua llamndole en rabe aquella voz
insistente.
Con una impresin vaga y confusa de que una emergencia grave,
algn desastre, se haba cernido sobre l, Price hizo esfuerzos para
abrir los ojos.
Yaca encima de una larga plataforma de piedra, completamente
lisa y extraamente cubierta de la escarcha formada por brillantes
cristales amarillos. Estaba apoyado contra una enorme losa de
basalto. Ante l se encontraba un pozo insondable de luz verdedorada, surcado por un pozo fantsticamente estrecho. La atmsfera
estaba cargada con una espesa bruma urea que pareca danzar...
aquella bruma, segn poda recordar de manera incierta, tena algo
de amenaza.
A su lado, arrodillada, se encontraba una joven. Volvi
dolorosamente la cabeza y la mir. Una joven adorable. Su cabello
era moreno y ondulante, su piel una lisa y clida oliva. Plena y
delicada, su boca era roja como una granada.
Sus ojos eran maravillosos. En cierta forma, le hacan sentir que la
conoca. De iris azul-violeta, eran profundos y misteriosos bajo unas
largas pestaas. Una viva piedad se lea en aquel momento en sus
sombras profundidades y, tambin, cansancio.
Como las rocas que los rodeaban, las vestiduras de la joven
brillaban a causa de la escarcha amarilla. Manchas de polvo dorado
relucan en rostro y brazos.
Ella le haba hablado insistentemente en rabe, llamndole amo.
Era imposible que pudiese tener derecho alguno sobre ser tan
adorable! Pero si lo tena... la circunstancia sera singularmente
afortunada!
Cerr los ojos, escarbando en su memoria. Aquel lugar irreal, lleno
de vapores de oro, fantstico hasta lo imposible, le resultaba
vagamente familiar. Y estaba seguro de que conoca a la joven de
antes, no saba cmo. El hecho de verla suscitaba en l una clida
llama de placer.
Conoca su nombre. Se llamaba sonde las opacas brumas de sus
embotados recuerdos, se llamaba... Aysa!
Aysa! Sus labios apenas haban pronunciado su nombre. Al orlo, la
joven lanz un grito de alegra. Se dej caer a su lado y le rode con
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Sangre dorada
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sus brazos. Qu extrao que aquel abrazo le resultara tan agradable!
Una joven deliciosa. Le gustaba que estuviese a su lado; no deba de
separarse de ella jams. Su proximidad le llenaba de sbita y
estremecedora alegra.
Era bueno seguir echado all, mientras ella le rodeaba con sus
brazos. Pero no deba. Haba algn peligro: la bruma amarilla... Luch
contra aquella idea: bruma dorada..., eso era; la bruma transformaba
a la gente en oro. Los convertira a l y a Aysa en cosas doradas. Y l
no quera que eso ocurriese.
Busc a tientas el trapo hmedo que la joven le haba aplicado
encima de la frente y le hizo seas de que deba de taparse con l el
rostro. Ella lo comprendi en seguida y le tap a l con otro. Los
brazos le dolieron cuando se movi... Deba de haber estado
luchando, para sentirse tan dolorido y aturdido... S, recordaba haber
golpeado a un hombre amarillo.
Respir a travs del trapo mojado y cerr los ojos para sondear los
recuerdos que hacan referencia al hombre dorado..., un gigante de
oro, vestido de escarlata... Tena que recordar su nombre... Malikar!
Tena que preguntarle a la joven por l; ella hablaba rabe.
Dnde est Malikar? susurr.
Ella seal al abismo resplandeciente.
Me despert, malm, con un trapo mojado encima del rostro, y
te vi luchando. Malikar te golpe con su maza. Despus t le diste un
puetazo, y l se precipit en el abismo. T quedaste tendido sobre el
puente y yo te traje hasta aqu.
Las ideas se le haban ido aclarando desde el momento en que
haba comenzado a respirar a travs de la tela.
Pero cmo has podido llegar tan deprisa desde Anz, malm?
Fue justo la pasada noche cuando Malikar te encerr en la tumba de
Iru y me dijo que habas muerto.
Un brillo de extraeza llenaba sus ojos violetas.
El conocimiento se abri camino en su cerebro, disipando las
pesadas brumas del olvido. En aquel momento, todo estaba claro.
Y Aysa estaba con l, despierta y libre. La querida Aysa, por quien
haba luchado tanto. No haba sido encerrado en las catacumbas de
Anz la ltima noche, sino mucho antes. Pero no haba ninguna
necesidad de sacarla de su error, por el momento.
Desliz un brazo dolorido alrededor de sus hombros. Ella se arrim
a l, contenta, y mir hacia arriba con sus ojos violetas, que brillaban
de contento...
No deban quedarse all. El sueo del vapor dorado poda
sorprenderlos de improviso, con su extraa transmutacin. Aysa an
no haba sido transformada. Pero deban irse, mientras pudieran...
Ests cansado, malm musit Aysa. Reposemos un poco
aqu.
El sol estaba bajo, y la negra masa basltica de la Hajar Jehannum
estaba tres millas a sus espaldas, al otro lado de las lisas coladas de
lava, con el oro y el alabastro del palacio de Ver reluciendo
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Sangre dorada
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mgicamente en el rojo atardecer. Haca dos horas que haban
franqueado las puertas de oro, retorcidas por la explosin, por donde
haba entrado Jacob Garth, para dar comienzo a su larga marcha
hacia el oasis.
No sigas llamndome amo dijo Price, mientras estaban
sentados, masticando las galletas de municin y la carne y los dtiles
que el viejo Sam Sorrows le haba entregado.
Por qu no? Acaso no soy tuya? Y no me compraste antao
por la mitad de mi peso en oro? se ri. Acaso no deseo otra cosa
que ser tuya?
Qu quieres decir, cario? Qu te he comprado?
No lo recuerdas? No recuerdas la historia de Aysa e Iru, en la
antigua Anz? No me digas que nunca la has odo! Tengo que
contrtela.
Entonces, cuando Iru era rey, hubo en Anz una mujer llamada
Aysa?
Claro que s, malm. Me llamaron como ella porque mis ojos son
azules, como los suyos. Muy pocos, como bien sabes, de la gente de
los Beni Anz tienen los ojos azules. La antigua Aysa era una esclava;
Iru la compr en el pas del Norte.
Price se sinti extraamente turbado. La extraa narracin de
Vekyra iba a ser, a fin de cuentas, cierta? Era Aysa su enamorada
e inocente Asa, el homnimo, si no el avatar, de una asesina?
Pero no te preocupes de eso, amada! dijo Price.
Pos uno de sus doloridos y cansados brazos sobre sus esbeltos
hombros y la atrajo con firmeza hacia s. Ella se ri levemente, como
una nia, con una risa llena de felicidad, y sus ojos violetas le miraron
resplandecientes.
No iba a permitir que nada le alejase de ella. De ninguna parte de
ella. Iba a olvidar la estpida historia de Vekyra. Adems, no crea en
todos esos cuentos de la reencarnacin... Bueno..., no demasiado...
Te voy a contar la historia, malm susurr Aysa, en sus brazos.
No, dejmoslo. No me importa. Somos tan felices que no quiero
que nada enturbie...
Pero, malm, si la historia no puede arruinar nuestra felicidad.
Bueno, pues entonces cuntamela.
Desde que era un nio, el rey Iru, segn la voluntad de su madre,
haba sido prometido a Vekyra, quien era la hija de un poderoso
prncipe... Aadir que, por aquel entonces, an no era de oro. Segn
la leyenda, Iru am a la esclava Aysa. Y Vekyra sinti celos. Una
noche emborrach al rey y le gan la esclava en un juego de fortuna.
Comprendo perfectamente que pudiera hacerlo dijo Price,
recordando su propia aventura en el castillo de Verl.
Cuando Iru estuvo sobrio, pidi a Vekyra que le devolviera la
esclava. Ella no se atrevi a negarse. Pero exigi el precio ms
elevado que pudo ocurrrsele. Dijo a Iru que le entregara la joven a
cambio de un tigre perfectamente domesticado para la monta. De tal
suerte, Iru se fue a las montaas, captur una cra de tigre y lo dom.
Cuando hubo crecido, se lo dio a Vekyra, y ella tuvo que entregarle la
esclava... pero sigui odiando a Aysa.
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Sangre dorada
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La inquietud se apoder nuevamente de Price. Era la misma
historia que le haba contado Vekyra, de la esclava mimada y
adorada... que iba a matar a su adorador. Se resisti al impulso de
interrumpir a la muchacha. Despus de todo, lo que haba ocurrido
haca veinte siglos no podra interponerse entre ellos en el presente.
A Iru no le gustaba el cruel culto de la serpiente. Destruy los
templos de la serpiente y mat en combate a sus sacerdotes. Pero
Malikar, cuando todos le crean muerto, regres, convertido en un
hombre de oro, para vengar la profanacin del templo. En vano hizo
la guerra a Iru, por lo que, al final, se disfraz y se desliz en el
interior de Anz, para matarle a traicin. Y encontr a una mujer que lo
hara por l.
A Price se le encogi el corazn. Era la misma historia llena de
maldad.
Ignoro lo que le cont a Vekyra. Debi ofrecerle la vida inmortal
del oro, que ms tarde hizo efectiva, y el gobierno de Anz a su lado.
Vekyra an deba de odiar a Iru, a causa de la esclava. Y por eso,
Vekyra envenen el vino de Iru...
Un pen de alegra brot del corazn de Price. Atrajo
repentinamente hacia s a Aysa y acall sus palabras con besos.
Por qu ests tan contento de que Vekyra envenenase el vino?
pregunt ella inocentemente.
No importa, cario. Sigue con la historia.
La mismsima Vekyra tendi a Iru la copa. La esclava se hallaba
cerca. Vio la expresin del rostro de Vekyra y avis, gritando, a Iru de
que no bebiera. Entonces Vekyra, para salvarse, dio a entender que
estaba muy enfadada. Maldijo a la esclava. Y dijo que ella misma se
bebera el vino si Iru le devolva a la joven. Pero Iru se neg. Era
demasiado valiente para comprender que alguien pudiese hacer una
cosa semejante. En la precipitacin de su clera, se llev la copa a los
labios. Aysa intent quitrsela de las manos, pero l la rechaz.
Entonces Aysa implor al rey que le dejase beber a ella. Pero l apur
hasta la ltima gota y se derrumb al instante. Emple su ltimo
aliento para prometer que volvera para destruir a Vekyra. La esclava
se arroj sobre su cadver. Vekyra los atraves a los dos con una
larga daga que haba ocultado entre sus vestiduras, por si el veneno
fallaba. Abandonndolos de tal suerte, se fue del palacio en busca de
Malikar, quien la recompens por lo que haba hecho.
Price guard silencio. La narracin haba disipado la ltima duda
involuntaria, la ltima barrera que los separaba. En aquel momento
eran una sola persona. A Price le daba la impresin de que acababa
de cumplirse un vasto designio. Una unidad, una plenitud total
acababa de surgir del confuso y doloroso conflicto que, hasta
entonces, haba sido su vida. Supo que cada uno de los incidentes de
sus aos de descontento vagabundeo no haba sido ms que un paso
hacia el momento de su encuentro en el desierto con Aysa.
El sol comenzaba su ocaso, enrojecindolo todo. Ocano prpura,
la vasta sombra de la Hajar Jehannum inundaba la erosionada llanura
basltica que quedaba tras ellos. Un aire ms fresco roz con su
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Sangre dorada
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aliento sus rostros cubiertos de ampollas; la salvaje violencia del da
se renda a la misteriosa paz del crepsculo.
Aysa se agit ligeramente, suspirando de felicidad, y se distendi
contra l. El brazo de Price sirvi de almohada a su hermoso rostro. El
inmvil desierto los envolvi con una paz ms profunda que todo lo
que Price haba conocido, con una felicidad tranquila que lleg a ser
tan inmutable y duradera como el propio desierto.
Aquella nueva paz no se rompi cuando Aysa se envar
repentinamente entre sus brazos, escuchando, y acto seguido
pregunt:
Qu es eso que zumba como una gran abeja?
Price escuch el zumbido distante. Seal el punto gris que iba
aumentando de tamao sobre el profundo color azul del cielo
meridional. Comprendi que era uno de los aviones de combate del
grupo de Jacob Garth. Se diriga hacia el Norte, siguiendo la pista.
Price y Aysa se levantaron cuando se aproxim; Price se quit la
camisa y la agit. El aparato gris los localiz y pas rugiendo sobre
sus cabezas. Price vio cmo Sam Sorrows, el viejo aventurero de
Kansas, que iba a cabeza descubierta, se inclinaba temerariamente
en la carlinga y les haca seales con los brazos. l agit los suyos en
respuesta y el avin regres al oasis.
Es una mquina voladora de mi gente dijo a Aysa. Si quieres,
podremos viajar en ella hasta mi tierra. El hombre que nos haca
seales es amigo mo. El suelo es tan duro que no poda posarse aqu.
Pero maana volver a buscarnos.
Con las pupilas dilatadas por tanto portento, ella le hizo muchas
preguntas, mientras el ronroneo del aeroplano mora en el atardecer
prpura. Price le respondi, mientras la antigua paz del ptreo
desierto volvi al lugar y el amplio disco dorado de la luna
despuntaba sobre el descarnado horizonte.
Aysa se senta llena de pasin, excitada. Pero la reciente paz de
Price, plena de alegra, se asentaba en un mundo de luz plateada y de
sombras prpuras, que se aunaba con un misterio y un silencio que
haban durado un milln de aos. Ella se sent a su lado bajo la luz de
la luna y l se sinti contento.
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