Domingo Placido INTRODUCCION AL MUNDO ANTIGUO PDF
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AL MUNDO ANTIGUO:
PROBLEMAS TERICOS
Y METODOLGICOS
Domingo Plcido
L 1
EDITORIAL
SINTESIS
Consejo Editor:
Coordinadores:
ANTIGUA
Diseo de cubierta: Juan Jos Vzquez
Domingo Plcido
EDITORIAL SINTESIS, S. A,
Vallehermoso, 32, 28015 Madrid
Telfono (91) 593 20 98
ISBN: 84-7738-184-4
Depsito Legal: M, 20.095-1993
7
1.5. La Historia Antigua y la historicidad del hombre actual... 38
1.5.1. Las relaciones entre los tiempos............................ 38
1.5.2. El presente y el pasado........................................... 41
1.5.3. Los problemas del colonialismo y el eurocen-
trismo........................................................................ 41
1.5.4. Conciencia nacional e Historia de la Antigedad 42
1.5.5. La historicidad de las primitivas creaciones
ideolgicas............................................................... 43
1.5.6. El prsente y el pasado de los nacionalismos...... 44
1.5.7. Ideologa y economa.............................................. 45
1.5.8. Religin y sociedad................................................. 46
1.5.9. El racismo de las interpretaciones histricas....... 49
1.5.10. La percepcin del pasado por el hombre actual. 50
1.5.11. El estudio de la Historia y las actitudes ante el
mundo actual............................................................ 53
1.5.12. La Historia de la Antigedad y la perspectiva
del Tercer Mundo................................................... 54
1.5.13. El estudio de la Antigedad como vehculo para
la comprensin general de las relaciones socia
les .............................................................................. 55
1.5.14. La percepcin experimental del presente y la
comprensin de los fenmenos histricos del
pasado...................................................................... 58
1.5.15. La percepcin actual de la guerra antigua y de
los modos concretos de la actuacin poltica...... 59
1.5.16. La alteridad.............................................................. 60
1.5.17. Progreso y ciclicidad.............................................. 63
1.5.18. La historicidad del hombre actual......................... 69
1.6. La objetividad ante el mundo antiguo................................ 74
1.6.1. Las condiciones actuales de la objetividad........... 74
1.6.2. La objetividad y la alteridad................................... 77
1.6.3. La comprensin del otro......................................... 79
1.6.4. La obj etividad y las fuentes.................................... 79
1.6.5. Objetividad y perspectivas de futuro................... 80
8
2.3.1. Tribu y nacin.......................................................... 95
2.3.2. Imperios, pueblos y seores.................................. 95
2.3.3. El hombre primitivo y las sociedades antiguas.... 96
2.3.4. Las mujeres.............................................................. 97
2.3.5. Individuo y sociedad................................................ 99
2.3.6. Cultura popular y cultura dominante..................... 103
2.3.7. Relaciones sociales y formas culturales............... 103
2.3.8. La poltica................................................................. 105
2.3.9. Las mentalidades..................................................... 107
2.3.10. La lucha de clases................................................... 108
2.3.11 El trabajo en la Antigedad.................................... 110
2.3.12 El imperialismo........................................................ 111
2.4. El clasicismo........................................................................... 111
2.4.1. El mundo clsico como modelo............................ 111
2.4.2. Clasicismo y cristianismo........................................ 113
2.4.3. Clasicismo, libertad y democracia........................ 114
2.4.4. La recepcin histrica del clasicismo................... 115
2.4.5. Las bases antiguas del clasicismo......................... 117
2.4.6. El clasicismo y el mundo oriental........................... 117
2.5. La Historia Antigua en la historiografa antigua.................. 119
2.5.1. Las condiciones histricas del nacimiento de la
historiografa............................................................ 119
2.5.2. Mitos y leyendas...................................................... 120
2.5.3. El nacimiento de la historiografa griega............. 121
2.5.4. Herdoto y Tucdides............................................. 122
2.5.5. La historiografa en la crisis de la ciudad estado
y en el mundo helenstico....................................... 124
2.5.6. La historiografa romana......................................... 125
2.5.7. Las preocupaciones de la historiografa antigua.. 126
2.6. Los lmites de la Historia Antigua......................................... 128
2.6.1. Definicin del concepto de Antigedad............... 128
2.6.2. Los inicios de la Historia Antigua. Escritura y
oralidad..................................................................... 130
2.6.3. Las transiciones a la Edad Media.......................... 134
2.6.4. Historia Universal Antigua e Historia de Espaa
Antigua...................................................................... 136
2.7. Periodizacin.......................................................................... 140
2.7.1. Generalidades......................................................... 140
2.7.2. Oriente...................................................................... 141
2.7.3. Grecia....................................................................... 142
2.7.4. Roma......................................................................... 145
2.8. Historia Moderna de la Historia Antigua............................ 152
2.8.1. La Antigedad hasta el siglo XVIII........................... 152
9
2.8.2. El siglo XIX ............................................................... 156
2.8.3. La transicin al siglo xx........................................... 161
2.8.4. Historia de los estudios del Prximo Oriente...... 162
2.8.5. Historia Antigua e Historia Contempornea......... 163
10
Prlogo
11
Problemas tericos de los
estudios de la Antigedad
Las realidades histricas del siglo xrx permitieron que se produjera una
autntica revolucin cientfica que no se traduce slo en los avances nota
bles de las ciencias positivas, sino tambin en la posibilidad de un nuevo
enfoque de las ciencias humanas, lo que afecta al conocimiento histrico
en mltiples planos. Bsicamente, por el hecho de que repercute en la
epistemologa misma de la Historia y del acceso del hombre al conoci
miento del pasado, resulta fundamental la revolucin experimentada en las
ciencias del lenguaje. A partir de los estudios emprendidos entonces acerca
de las relaciones de ste con el conocimiento, se sabe que constituye un ins
trumento expresivo, no porque imite, ni mucho menos porque reduplique, la
realidad, sino porque traduce la voluntad fundamental de los que hablan.
Del mismo modo, ya en tiempos recientes se produce una segunda
acometida en este sentido, dentro de los presupuestos del pensamiento
actual, en el que permanece vigente la obra de Foucault (1966). En el pla
no de las relaciones entre el lenguaje y las ciencias, al intentar penetrar en
el funcionamiento de las ciencias humanas en su propia esencia, se plan
tea de nuevo el problema, como modo de comprender las relaciones exis
tentes entre el objeto y el sujeto del conocimiento, slo posibles a travs
del lenguaje.
Este planteamiento afectara a las posibilidades de conocimiento del
mundo antiguo en dos planos por lo menos. Por una parte, para poder ha
13
cer una lectura de las fuentes es necesario conocer la voluntad del ha
blante antiguo, conocimiento al que slo se llega, por otra parte, a travs
del estudio de las fuentes como tales. As, los textos adquieren por s mis
mos el estatuto de acontecimiento histrico de pleno derecho, dignos de
ser estudiados para la comprensin misma de la Historia (ver La Capra,
1992, 430). (Sobre estos planteamientos, cerrados en s mismos en princi
pio, pero abiertos a formas de estudio que permiten una gran capacidad
de profundizacin, .se tratar en el epgrafe 3.3). Del mismo modo que, co
mo vio Lled (:97B, L'26), no conocemos el pensamiento, sino el lenguaje
en que se expresa, as, tampoco conocemos los hechos de la Historia, si
no el lenguaje en que se han transmitido. Tal planteamiento resulta, pues,
fundamental para el estudio de las fuentes de la Historia Antigua.
El estudio del lenguaje permite, por otra parte, desde el siglo xix, saber
que no es un transmisor de la representacin objetiva, lo que es tambin
fundamental desde el punto de vista del manejo de las fuentes (ver 3,3). El
lenguaje es igualmente objeto de reflexin porque es objeto de manipula
cin, porque es expresin de quien habla o escribe, Hay que estudiar no
slo lo que se dice, sino por qu se dice, El lenguaje que habla de los
acontecimientos ha de ser objeto de conocimiento histrico en tanta medi
da como los acontecimientos mismos, pues es mediacin para cualquier ti
po de conocimiento. De ah la necesidad constante de exgesis, que es lo
que viene a caracterizar el pensamiento contemporneo, de Marx, Nietzs
che, Freud. Otra alternativa del pensamiento contemporneo en relacin
con el lenguaje es la representada por la formalizacin como medio de
control del mismo. En esta lnea, el pensador ms importante, como alter
nativa a la interpretacin representada por Freud, es Bertrand Roussel,
que propone formalizarlo o conocerlo en su libertad. En el mbito de los
conocimientos histricos, parece ms positiva la segunda opcin, pues si
se formaliza el lenguaje, no es en cambio posible someter la realidad de
la misma manera, lo que tal vez fuera el sueo terico de los formalistas,
como lo es de algunos psiclogos no freudianos.
Desde Nietzsche resulta evidente que, para conocer el mundo antiguo,
es preciso preguntar quin haba cuando alguien emplea una terminologa
que implique juicios de valor, como cuando dice agaths o deils, noble o
vil, pues vara completamente la representacin de la realidad que trata de
transmitir. Aqu est ya presente el principio fundamental de la crtica de
las fuentes antiguas y de las posibilidades de interpretacin, aunque es
preciso ir ms lejos, hasta el punto de poder definir el conocimiento hist
rico como el derivado de las posibilidades de interpretacin del len
guaje,
Ahora bien, por otro lado, de un modo ms inmediato, pensando en la
actual capacidad de acceso a determinados conocimientos dados por su
puesto y como verdades establecidas, gracias a tales planteamientos es
14
posible tomar conciencia de que dichos conocimientos en su totalidad,
toda la ciencia que se posee, estn encuadrados en una tradicin historio-
grfica adquirida y elaborada a lo largo de los tiempos, con lo que vienen
a ser el resultado, en gran medida, de la voluntad interpretativa de quie
nes los elaboraban, desde un momento determinado del pasado, remoto
o prximo. De este modo, se sabe que el corpus general de los conoci
mientos adquiridos expresa la voluntad fundamental del que ha hablado,
del sujeto promotor, en cada caso, de cada una de las tradiciones que lo
configuran. No hay lenguaje historiogrfico que no sea resultado de esa
voluntad, como no hay lenguaje en general que no sea resultado de esa
voluntad, por lo que es preciso conocer dnde, cundo y en qu condi
ciones se originan las interpretaciones dominantes en cada tema, e inclu
so la configuracin de los datos, porque la voluntad interpretativa acta
incluso en el lenguaje descriptivo y clasificatorio, cuando se realiza un ca
tlogo o un estudio prosopogrfico. Se trata, por tanto, de desentraar la
voluntad interpretativa y las condiciones histricas en que surge cada una
de las formas de expresarse la voluntad interpretativa.
Por todo ello, resulta de gran importancia hacer una historia de las di
ferentes interpretaciones y de los principales problemas suscitados dentro
del campo de la Historia Antigua (aspecto ste que se estudia en el ep
grafe Historia Moderna de la Historia Antigua, 2.8).
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productiva entre los pueblos cazadores, para propiciar el acceso a las ma
nadas y las posibilidades de captura, como garanta de la supervivencia
del grupo en su conjunto, una vez monopolizadas por minoras especiali
zadas, se integran en un conjunto ideolgico que garantiza la solidaridad
del grupo al servicio de esas minoras, sin que dejen de estar presentes,
como populares, las connotaciones que hacen revivir la primitiva identifi
cacin con la colectividad, que es precisamente lo que proporciona efica
cia consensuada al sistema religioso al servicio de los dominantes. As, sin
duda, si bien es cierto que- cultura popular y cultura aristocrtica se con
traponen como las clases mismas, en su contraposicin se producen, sin
embargo, fenmenos alienantes que permiten que la expresin de la co
lectividad sea utilizada por las minoras como mecanismo justificador de
su dominio. En ello desempea un importante papel instrumental el len
guaje, como herramienta nica de comunicacin de que se sirve tanto la
cultura popular, que se identifica con l, como las elaboraciones culturales
minoritarias. La lengua como creacin colectiva se convierte en instru
mento de las minoras para controlar a las colectividades, porque stas si
guen siendo las depositaras del lenguaje. Slo en ese sentido puede ad
mitirse la visin romntica del lenguaje como creacin colectiva y expre
sin de la colectividad, en tanto en cuanto se vea corregida y matizada con
la afirmacin de que, en todo caso, reproduce la Historia de las contradic
ciones de la sociedad. En la ciudad griega, las manifestaciones colectivas
que hacen uso del lenguaje en rituales de estirpe popular se transforman
en elementos de cohesin, como la pica o, ms evidentemente, la trage
dia, aunque en casos como stos contine siendo la expresin colectiva
del pueblo, pero cuando el pueblo ya se ha convertido en dominante en el
imperialismo de la ciudad democrtica, con lo que la relacin se hace ms
compleja. En otras ocasiones, como en la lrica, se produce en cambio una
apropiacin de la fiesta colectiva por las minoras aristocrticas,
Parecido es lo que ocurre con la lengua misma, cuando se crea la nor
mativa que, por ejemplo, separa al latn clsico escrito del latn vulgar, En
el latn clsico es difcil distinguir la creacin colectiva del elemento confi-
gurador de las armas de la explotacin, El romanticismo del siglo xix sim
plific la cuestin porque quiso ver cmo la burguesa era quien repre
sentaba al pueblo al identificarse con l. Es el mismo fenmeno que se
produce en la msica, cuando los grandes compositores adaptan a la m
sica sinfnica los temas de la msica popular y los convierten en patrimo
nio de la burguesa, con lo que la tradicin popular se siente vinculada a
la burguesa y dependiente de ella. Cuando los ritmos populares pasan a
formar parte de una sinfona o los cnticos a entonarse como coro de una
pera, las colectividades asumen su identidad como una realidad slo ca
paz de cobrar sentido artstico elevado cuando se halla en manos de los
dominantes.
16
El fenmeno vuelve a tener trascendencia en dos niveles para el es
tudio de la Antigedad. Por un lado, en lo que atae a la cultura clsica
misma, se producen mltiples fenmenos como el citado, referente a la
poesa lrica, que se ha convertido en patrimonio de la aristocracia, El se
gundo aspecto se refiere una vez ms a la cultura de los tiempos moder
nos, que crea una imagen del clasicismo vlida para reforzar sus propios
modos de dominio en el terreno ideolgico, para controlar as el mundo
de lo imaginario. La manipulacin del lenguaje permite controlar mejor es
te mundo, El hecho mismo de atribuir carcter popular a la cultura clsica
permite su manipulacin como elemento de control de las clases popula
res, porque, al mismo tiempo, se fomenta una imagen del clasicismo que
enmascara los autnticos aspectos populares de las culturas de la Anti
gedad (para algunas variantes en el concepto de clasicismo y su funcio
nalidad, ver el epgrafe 2.4, El clasicismo),
En definitiva, si los fenmenos culturales se hallan en ntima dependen
cia del modo como se relacionan las colectividades humanas, en el pre
sente y en el pasado, en las relaciones entre el presente y el pasado, el
lenguaje resulta ser el elemento intermediario donde se encuentran las
fuerzas que los impulsan. Por ello, slo la conciencia de que el lenguaje es
el instrumento privilegiado de tales relaciones, permite comprender los fe
nmenos culturales y, en consecuencia, las formas en que se desarrollan
las colectividades a lo largo de la historia.
17
char con el lenguaje como instrumento, es preferible ser consciente de su
tirana que creerse libre, pues eso slo conduce a actuar complaciente
mente bajo esa tirana.
Ante estos planteamientos, se llega a la formulacin de una pregunta
fundamental: ser posible en el futuro la elaboracin de un modo de pen
samiento que permita reflexionar al mismo tiempo sobre el ser histrico
del hombre y el ser del lenguaje?
Trasladada a nuestros intereses, la pregunta se plantea como progra
ma: el esfuerzo que debe estar presente en una Introduccin como sta
consiste en intentar reflexionar simultneamente sobre la Antigedad y so
bre el lenguaje que empleamos para comprenderla, es decir, sobre noso
tros, para hacer una Historia Antigua que se plantee constantemente su pa
pel en el conjunto general de la cultura universal.
De este modo, el problema del lenguaje en relacin con el estudio de
la Historia Antigua se plantea como problema de fuentes y como proble
ma de la comprensin de los conocimientos transmitidos a lo largo de la
tradicin historiogrfica, pero tambin como problema tocante al papel del
historiador de la Historia Antigua en el mundo contemporneo, tal como se
ver en el Eplogo. As, por un lado, se hace preciso estudiar el lenguaje
de las fuentes antiguas y evitar caer, tanto en la lectura plana, en la idea de
que los textos de los autores que nos dan a conocer las realidades son un
espejo fiel, como en el escepticismo resultante del hecho de que no di
gan la verdad, pues slo el estudio del lenguaje y de la intencionalidad li
teraria de los historiadores permite comprender lo que hay de histrico en
las relaciones entre realidad y transmisin textual. Por otro lado, tambin
es necesario llevar a cabo el anlisis del lenguaje literario en los historia
dores del mundo moderno, creadores de la concepcin mental del mun
do antiguo que permanece en gran parte vigente, pues de se ha elabora
do en ambientes culturales que exigan que los contenidos se expresaran
en formas determinantes en gran medida del panorama que hoy se nos
ofrece. Nunca debe olvidarse que la concepcin del Principado de Au
gusto que hoy es dominante est determinada por una tradicin que se ex
presa en el lenguaje literario del siglo xix, permio Nobel de literatura,
cuando la literatura era sobre todo el modo de expresin de la burguesa
romntica que tenda a consolidar los grandes estados europeos de la
poca contempornea.
1.1.4. El vocabulario
Entre los problemas tericos que se tiene que plantear el actual histo
riador de la Antigedad muchos se refieren a cuestiones de vocabulario,
pues es inevitable que las palabras usadas para aludir al pasado estn car
gadas de connotaciones procedentes de pocas ulteriores. Ello se agrava
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constantemente debido a la necesidad de traducir el lxico antiguo con
trminos de pocas actuales, como en el caso de la palabra hetaira, de la
que es difcil hallar equivalentes que no connoten nuevas representaciones.
As pues, la lengua, en este plano, plantea problemas especialmente
graves por el hecho de ser la principal transmisora de los hechos e ideas
de la Antigedad. Las lenguas clsicas, as como las de los otros pueblos
antiguos, no slo estn alejadas de nosotros por su distancia en el tiempo.
De hecho, ste, en s mismo, slo constituye el marco en que se producen
las transformaciones, pero no es el causante de las modificaciones en las
realidades sociales y culturales. Por ello, lo verderamente importante es
que las lenguas antiguas constituyen el modo de expresin fundamental de
unas sociedades basadas en presupuestos muy diferentes. Su capacidad
de abstraccin es diferente y sus trminos no corresponden a un conteni
do semntico similar al de las lenguas modernas. As, para comprender el
trmino griego nomos, no basta con traducirlo por ley o costumbre,
etc., y con acertar con un equivalente en cada caso, sino que es preciso
tener en cuenta el conjunto de su campo semntico, los variados usos que
tiene en griego, con sus connotaciones, la historia del trmino, los diferen
tes contextos en los que se emplea... Que algunos conceptos respondan a
una forma lexicogrfica heredada en tiempos posteriores no quiere decir
que el concepto se herede como tal. Precisamente por ello, los griegos ac
tuales tienen ms dificultades que ventajas a la hora de trasladar los con
ceptos antiguos a su comprensin moderna, pues manteniendo la palabra
modifican su campo semntico. Esto es igualmente importante, en trmi
nos latinos, para la comprensin de ciertos conceptos jurdicos, como iniu-
ria, que posee en Derecho Romano connotaciones que ha perdido en el
uso de las lenguas romnicas. Pero, si es complejo el acercamiento al
mundo antiguo por su divergencia en los criterios morales, las bases eco
nmicas y las formas de conceptuacin, la solucin no ha de hallarse bus
cando paralelos con nuestro mundo, sino con nuestro esfuerzo intelectual
para acercarnos a aqul. En efecto, cualquier intento de comprender el
pasado a base de acercarlo, creyendo encontrar en l aspectos de la His
toria que realmente se han creado en tiempos posteriores, como el con
cepto de burguesa o de capitalismo, actividades industriales o proletaria
dos similares a los posteriores a la revolucin industrial, clases medias
como las creadas en la sociedad moderna, produce como nico efecto el
an mayor falseamiento de la realidad y la mayor lejana.
En este plano, es preciso distinguir el uso de conceptos procedentes
del desarrollo cultural e intelectual del mundo moderno, que permiten
comprender mejor las realidades antiguas, como sera el concepto de cla
se social, instrumento til para penetrar en las sociedades de cualquier
poca de la historia aunque haya nacido en el siglo xix, de la utilizacin de
trminos que connoten realidades diferentes, inaplicables al mundo anti
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guo, como los mencionados en el prrafo anterior, pues, por seguir con el
mismo ejemplo, pueden provocar la impresin de que las clases son las
mismas en todas las pocas. Con el concepto de clase social se puede pe
netrar en las relaciones sociales antiguas sin necesidad de identificarlas
con las clases propias de la poca en que se gest el concepto de clase y
de lucha de clases. Aqullas funcionan en las sociedades antiguas,
20
Es, desde luego, difcil guardar el equilibrio cuando se plantea ion pro
blema de valoraciones. As, frente a la alabanza indiscriminada de lo clsi
co como modlico, se halla tambin otra postura consistente en el juicio
negativo, por ejemplo contra la conquista romana. Una cosa es encon
trar el anlisis adecuado de definir el imperialismo y otra dedicarse a juz
gar a los protagonistas, en lugar de intentar analizar para poder compren
der la realidad. Sin duda, el historiador, como ciudadano, tiene y debe te
ner criterio moral que lo impulsa al juicio individual y colectivo, pero, al
tiempo, es preciso hacer un esfuerzo, en su labor ante la colectividad que
tiende igualmente a ello, para evitar que los juicios se conviertan en ele
mentos oscurecedores de la realidad en su conjunto, incluso porque ese
mismo juicio puede oscurecer el juicio ms general de las responsabilides
histricas. La lgica antipata por el dictador puede enmascarar las res
ponsabilidades de la clase dominante que lo sustenta. Por ello, la respon
sabilidad del historiador estriba en que tiene que obligarse a evitar que
sus propias actitudes lo impulsen de modo inmediato al juicio resolutorio,
a limitarse a explicar y analizar los hechos contextualizados y hacer com
prender as el problema de las relaciones humanas en sus diferentes con
textos, lo que no deja de ser un modo de exponer su propio criterio ante
las actitudes del hombre indivual y colectivo. El contexto de la Antigedad
clsica es uno ms, especfico como todos, diferente, pero que puede so
meterse al mismo proceso de anlisis. El hecho de ser clsico y especfi
co no debe hacer perder de vista su carcter histrico. El hecho de ser
histrico no debe hacer olvidar su especificidad dentro de la historia de
las sociedades humanas.
Tambin ahora hay que partir de las reflexiones de Foucault (1966, 339),
acerca del modo de funcionamiento del conocimiento del hombre en las
relaciones humanas, lo que se traduce en el modo de funcionamiento de
las ciencias humanas. Dice que, si en lo superficial las relaciones intelec
tuales se establecen en el terreno de lo tico y lo poltico, en lo profundo
el hombre avanza hacia el otro, siempre en el plano intelectual, para ha
cerlo mismo. El pensamiento actual, el representado por Foucault y su
escuela o sus seguidores lejanos, est de este modo en condiciones de
plantear una nueva actitud cientfica en el terreno de la Historia y en los
modos de aproximarse el hombre cientfica e intelectualmente a la Anti
gedad.
El conocimiento de la especificidad del mundo antiguo se enmarca den
tro de otro tipo de hallazgos, resultado de la investigacin actual en cien
cias humanas, el de que el pasado es otro y es lo mismo que lo actual. La
especificidad es un fenmeno slo aprehensible en la capacidad de con-
ceptualizacin del hombre actual, dentro de su presente, por lo que las re
laciones entre el presente y el pasado se traducen en un esfuerzo para la
comprensin en el que ambos instrumentos sirven como vehculo hacia el
21
otro. Presente y pasado se desvelan y se enmascaran mutuamente. La pe
netracin en la realidad presente permite la comprensin del pasado, en
su especificidad, pero los problemas de la sociedad presente pueden con
vertirse en obstculo para la comprensin del pasado.
Sobre estos presupuestos, la Historia, como forma de conocimiento del
hombre que se encuadra en el pensamiento actual, sa b e que el conoci
miento histrico es tico y poltico, procede de una toma de posicin tica
y poltica, porque el conocimiento del hombre en la Historia es la captacin
del otro para hacerlo lo mismo que el sujeto. El movimiento entre el otro y
el sujeto es constante en ambas direcciones. Slo la conciencia de que lo
otro se hace yo permite al sujeto comprender que el yo se hace otro en el
conocimiento histrico.
La condicin, la determinacin del hombre, est en el origen, que nun
ca es contemporneo del Pensante, es el otro, pero ese otro es tambin,
por ello, el mismo, contina Foucault (pgs. 350, sigs.). As, la Historia An
tigua es conocimiento del otro como mismo para ser conocimiento del
mismo. Pero tiene que ser conocimiento com o otro. De este modo, se pro
duce el juego dialctico a travs del pensamiento moderno hacia la Histo
ria en su conjunto, que viene a ser el nico modo posible de conocer la
Antigedad.
Se trata de un proceso de ida y vuelta, pero Foucault insiste en que la
importancia hay que drsela de un modo especial a la conjuncin y, al pro
ceso de ida y vuelta unitariamente considerado.
22
ciones culturales, en los cambios que se producen entre los orgenes,
vinculados al mundo primitivo y prehistrico, y el Imperio romano, basa
do en un sistema complejo de estructuras administrativas y jurdicas, entre
la pica arcaica, expresin de una sociedad guerrera, y la novela helens
tica, manifestacin de la vida urbana de sectores de la sociedad esclavis
ta en decadencia, entre el arte de la ciudad y el de los grandes imperios
territoriales.
23,
que todo historiador necesita como fundamento la comprensin viva de la
propia Historia. Como primera cuestin se plantea el problema de las
similitudes y las diferencias de nuestro tiempo con el pasado y, en con
creto, con ese pasado, el del mundo antiguo, pues en gran medida de ah
depende la apertura de las realidades y las posibilidades de lo que s e p e r
cibe d esd e nuestro tiempo, lo que entra dentro de nuestro capacidad de
saber, por similitud, desde la alteridad o a travs de otras posibilidades
abiertas en toda la tradicin intelectual anterior que, por medio de tcni
cas de estudio y de anlisis tericos del conocimiento, hace posible el
acercamiento a realidades de muy diversa ndole.
Complementariamente, hay que aadir a ello la posesin de una meto
dologa de la comprensin viva, de una metodologa de la comunicacin
interhumana y de una metodologa de la hermenutica. De acuerdo con
esto, el objetivo inalcanzable sera que el historiador supiera cul es el
mtodo para comprender al hombre actual para as poder comprender
sus limitaciones para el conocimiento de la Antigedad. Pero tambin ten
dra que saber cmo se comunican los hombres entre s para poder llegar
a comprender las posibilidades de que el hombre actual se comunique
con el hombre del pasado. Finalmente, no puede dejar de acercarse a los
mtodos interpretativos de todos los modos de comunicacin humana. Tal
deseo, por el hecho de ser inalcanzable, no puede desecharse. Por el con
trario, el historiador ha de tratar constantemente de lograrlo, como propo
ne Schaff (1976), de modo que su tarea consista siempre en el estudio de
la Historia y de las condiciones de su conocimiento.
Como en todo conocimiento referente al hombre, es necesario com
prender su finitud, que es lo que hace posibles las positividades en su mo
do de ser concreto. Lo fundamental en el estudio de la Historia, para que
sea positivo, es precisamente la comprensin de que el objeto est situa
do en el tiempo. Es lo mismo que ocurre con la Etnologa, que es histri
ca en ese sentido, no en relacin con la sucesin temporal, sino en su
relacin precisa con el tiempo. La Etnologa slo llega a ser objeto de es
tudio a partir del momento en que se comprenden las relaciones del eu
ropeo con el hombre colonizado, objeto de la Etnologa. En cierto modo,
la relacin es similar a la que puede tener el hombre actual con el hombre
del pasado, sobre todo con el que vivi en el mundo antiguo,
En efecto, el hombre actual ve el mundo antiguo en una posicin para
lela a la del colonizador, en primer lugar, entre otras cosas, porque los es
cenarios son en gran medida los mismos en que viven los pueblos coloni
zados, Es evidente que en la elaboracin de las primeras inteipretaciones
acerca de la Historia Antigua de los pueblos del Prximo Oriente y del Me
diterrneo oriental influyeron las relaciones coloniales establecidas en el
siglo XIX, como se ve en la contemplacin de las colecciones musesticas
del British de Londres, Louvre de Pars, Pergamum de Berln. Pero, ade
24
ms, tambin desde un punto de vista vertical, el estudio de la Antigedad
sirve de fundamento a las teoras segn las cuales la evolucin conduce
desde ella a nuestra cultura, como cultura suprema y superadora de todos
los pasos anteriormente dados. As, del mismo modo que la Etnologa
slo es posible a partir de la soberana histrica del pensamiento europeo,
la Historia Antigua slo es posible desde la soberana histrica del pensa
miento actual (para ms referencias a estos problemas, ver 1.1.3),
En las Meninas, el rey est en el centro del cuadro, sin estar. Las cien
cias del siglo xix pusieron al hombre en el centro de la Biologa, de la Eco
noma y de la Lengua, sin estar. stas son reflexiones de Foucault (1966,
pgs. 323, sigs.). Es afirmacin general que la Historia tiene como centro
al hombre, pero es menos general que la Historia tiene como centro al
hombre actual, como para Herdoto el tema central era Atenas aunque ha
blara de los escitas o para Marco Polo el tema era Venecia aunque habla
ra de Asia (Hartog, 1980) (Importa consultar, para estos temas, 1.6 y 2.1).
Por una parte, todo ello significa el final de la Metafsica, pero, por otra
parte, tambin significa el descubrimiento de las condiciones histricas, s o
ciales y econm icas del conocimiento del hom bre p o r el hombre. Del mis
mo modo que el conocimiento de la vida social requiere el conocimiento
de las condiciones sociales de ese conocimiento, as tambin el conoci
miento histrico requiere el conocimiento de las condiciones histricas de
ese conocimiento. La conciencia de tales planteamientos podr tener con
secuencias importantes en la percepcin del papel social de la labor de
los historiadores en el mundo actual (ver Eplogo).
El problema estriba en hallar el mtodo para que el hombre pueda ser
el sujeto/objeto del estudio de una poca que existi sin l y, en general,
para el estudio del hombre. Realmente, el objeto/sujeto del estudio hist
rico es el hombre actual, aunque esa relacin est profundamente me
diada por el hombre del pasado: el hombre actual se plantea su propio es
tudio como objeto cuando estudia el hombre del pasado, pues slo el
estudio del hombre del pasado permite una verdadera profundizacin en sus
relaciones con la realidad, al ser el hombre mismo un producto histrico.
Del mismo modo que no se puede pensar sin pensar que quien piensa
es el hombre, slo se puede hacer historia si se sabe que quien la hace es
el hombre, e igualmente slo se puede hacer Historia Antigua cuando se
25
piensa que era el hombre quien viva en la Antigedad, el hombre capaz
de pensar, que, como tal, dej huellas de su existencia, nunca totalmente
objetivas. Por eso mismo, es necesario siempre ver la relacin que pue
de existir entre yo y ese otro ser del pasado que es yo por el hecho de
que es un ser pensante (ver infra, 1.4). Todo ello es obvio y, al mismo tiem
po, nuevo, porque el hombre es objeto de preocupacin reciente, en el
plano cientfico, sobre todo para tener en cuenta los cambios que se pro
ducen en las disposiciones fundamentales del saber. En Historia, las preo
cupaciones acerca del hombre como ser pensante y estudioso de la His
toria, al mismo tiempo, han conducido, cuando han existido, al pesimismo
y al subjetivismo, pero no se han aprovechado para profundizar en el es
tudio de la Historia. Quien defenda la Historia lo haca como si sta pu
diera ser objetiva y estar al margen del hombre, con lo que se defenda
un conocimiento tericamente objetivo, pero efectivamente irreal.
Slo el conocimiento del hombre puede permitir la profundizacin en
el estudio de la Historia como instrumento para el conocimiento del hom
bre, en una especie de crculo, no vicioso, sino productivo, en un tipo de
conocimiento que se base, de acuerdo con Lukcs (1966-67, III, 49-50), en
sistemas de apelacin intuitivos, que son los que permiten, no el conoci
miento de lo eternamente humano, sino el del ser-hombre producido
por el trabajo. Lukcs aclara que no se trata de entender al semejante, si
no al hombre en sus relaciones sociales, en una aproximacin que a mu
chos puede parecer no cientfica. Se trata del conocimiento de la expe
riencias colectivas de las relaciones sociales y de sus repercusiones en el
hombre individual, el objeto de la Historia y el estudioso de la misma, as
como el posible transmisor antiguo de sus propias experiencias.
26
(ver infra, 3.3). Ahora bien, tambin ha ocurrido en tiempos pasados que
determinados perodos han sido ms favorables para la reflexin sobre las
relaciones humanas, pues la complejidad de las relaciones sociales de la
ciudad democrtica misma o de la crisis de la Repblica romana permiti
el desarrollo de ciertas formas de pensamiento, con capacidad para com
prender las relaciones sociales, como es el caso de Tucdides y de los
sofistas o, desde otro punto de vista, de Platn y de Aristteles, y de Cice
rn... Ello hace que determinados perodos resulten especialmente atrac
tivos desde el punto de vista del anlisis del pensamiento histrico y de
sus relaciones con la realidad.
Sin embargo, puede tratarse de un arma de doble filo, pues, en deter
minadas circunstancias, la complejidad de las relaciones sociales puede
producir una tendencia a la bsqueda de explicaciones ligeras, evasivas
de esa realidad difcil de controlar intelectualmente, en busca de un mundo
idlico, al igual que ocurre en algunos sectores de la sociedad actual que
tienden a nuevas formas de misticismo y a aceptar el mundo fcil repre
sentado en determinadas formas de historia mgica, o de explicaciones
unilaterales y directas, como la famosa de la nariz de Cleopatra, o los
dolores de barriga de Augusto, Tal vez se trate del resultado de las faltas
de expectativas de la realidad vivida, que no permite el anlisis orientado
hacia soluciones en el plano social. Ello que induce a representarse la rea
lidad social de esa manera, a rechazar la complejidad del anlisis histri
co y a refugiarse en soluciones cientficas que ms bien podran definir
se como mecnicas. As se produce la sensacin de que al menos se
controla alguna parte de la realidad, Hay, pues, que distinguir, en la reali
dad social compleja, la que ofrece mximas posibilidades de explicacin,
con expectativas reales, de la que carece de ellas, al menos como ten
dencia general, en el plano de las posibilidades objetivas de que ciertas
pocas sean buenas para la difusin y profundizacin del conocimiento y
de la reflexin acerca de la Historia, o de que resulten por el contrario to
talmente negativas y esterilizantes.
Ahora bien, tal vez cada perodo tenga sus aspectos positivos y, as, en
estos momentos, despus de una poca verdaderamente eufrica, en que
los conocimientos histricos resultaban los ms atractivos para una buena
parte de la juventud progresista, lo que, desde luego, ha sembrado el
campo de modo fertilizador, el pesimismo permita una reflexin ms pro
funda. En efecto, como no es posible percibir salidas positivas que per
mitan comprender como lineal el proceso imaginado, lo posible y lo
preciso es exactamente la comprensin de las sutilezas que pueden des
27
arrollarse en el plano de los mecanismos de control de las sociedades hu
manas. No es necesario, ni fcil, hallar los mecanismos directos de opre
sin y reaccin, la lucha de clases como combate armado o como tensin
constante con violencia sica. En nuestros tiempos se tiende a no percibir
la lucha de clases porque el combate est reducido a aspectos tnicos, na
cionalistas o territoriales. Nuestros tiempos, sin embargo, deben procurar
las condiciones para comprender los mecanismos del funcionamiento del
poder, gracias a las experiencias obtenidas a travs de las sutilezas que
se ofrecen constantemente en el mundo de la poltica, la publicidad, la li
teratura explicativa, la historia light, la no historia, etc., donde parece que
todos los esfuerzos se orientan a desconectar el fenmeno de la explota
cin de la realidad aparente.
28
das para intentar la penetracin en la complejidad de las sociedades anti
guas. Tal vez sea el caso que preocupaba al propio Lukcs, El juego est
establecido entre la cualidad que parte de la complejidad misma para per
mitir comprender la complejidad en otros planos y su capacidad de oscu-
rer la complejidad, con el efecto de retraer los intentos de penetracin cr
tica en el estudio de las sociedades humanas.
En otro orden de cosas, cuando se habla del hombre como objeto del
estudio histrico, siempre se plantea el problema de las relaciones entre
el individuo y la sociedad, que, para los estudios de las sociedades anti
guas, resulta especialmente grave, dado que ningn historiador antiguo se
plante este tipo de estudio, sino que se limit, en general, a hacer el es
tudio de los protagonistas. Como alternativa, no se trata de eliminar los
nombres propios de la historia, lo que resultara esterilizante en una histo
ria plagada de ellos. El problema estriba precisamente en hallar las rela
ciones entre los protagonistas y la sociedad, de tal modo que, desde el
punto de vista de la comprensin de las sociedades antiguas y del papel
que puede desempear el historiador dentro de las sociedades actuales
(ver el Eplogo y el epgrafe 2.3,5, sobre Individuo y sociedad, as como el
3.4.8, que trata de Prosopografa), es posible el planteamiento de que
existan buenas biografas, e incluso cabe la posibilidad de llegar a conclu
siones globales a partir del estudio de las clases dominantes, que son las
que se conocen a travs de las fuentes, siempre que se lleve a cabo bus
cando su relacin con la sociedad en su conjunto y tratando de averiguar
cmo es sta a travs de las reacciones individuales o minoritarias. Desde
luego, se trata de una empresa difcil, pero tambin constituye el reto con
tra el que en la actualidad merece la pena hacer Historia Antigua para
quienes la dedicacin histrica responde a las preocupaciones por el con
junto de la humanidad. Resulta tambin de gran inters intentar compren
der cmo se quiere atribuir carcter cientfico a fenmenos irracionales y
buscar lo que da la apariencia cientfica a una explicacin esquemtica
unvoca. Esto ocurre tambin en las ciencias ms duras, que se quieren
exactas, como cuando se busca el nacimiento del mundo en un momento
precis, en la famosa teora de los agujeros negros y del Big-Bang, mo
mento ltimo en el anlisis cientfico, donde algunos abandonan la in
vestigacin, pues perciben la accin divina, del mismo modo que algunos
observadores se encuentran satisfechos al explicar el complejo proceso
de la transicin poltica mediante la descripcin del papel desempeado
por Surez o la personalidad del monarca, sin atender a los fenmenos co
lectivos. Estamos al nivel de los libros de Indro Montanelli y de los dolores
29
de barriga de Augusto como causas de la formacin del Principado, o inclu
so de la muerte de Calvo Sotelo como causa de la Guerra Civil espaola.
Desde Vico sabemos- que la Historia es obra del hombre y la ciencia
histrica el estudio de los hechos de los hombres. En eso basaba su teo
ra del conocimiento histrico a travs del principio del verum igual a fac
tum. El problema es el modo en que se establece la relacin entre el hom
bre y la Historia. De hecho, si cada acto es individual, es comprobable que
el conjunto de las decisiones individuales admite una explicacin colectiva
que responde a los factores de la poca y que puede encuadrarse en la
cronologa como marco capaz de dar una visin racionalizable del fen
meno en su conjunto. El individuo importa, sin duda, pero importa en co
lectividad. Lo mismo puede decirse con respecto al individuo sobresa
liente, al gran hombre. Bauer (19573, 101), define ya la situacin: slo
pudieron llevar a cabo su obra teniendo en cuenta los momentos econ
micos y sociales y la disposicin de nimo de las masas, y que ellos mis
mos haban estado bajo la influencia de esos momentos. Importa, pues,
para la Historia la relacin que existe entre las decisiones individuales y el
trasfondo social. Las decisiones individuales pueden ser determinantes,
pero no explican nada. La Historia se interesa, en cuanto a ellas se refiere,
por las condiciones existentes para que tales decisiones y actos volunta-
ristas puedan ser eficaces. Los actos de un individuo con tanta trascen
dencia como la que ha atribuido la Historia a los producidos por la locura
de Nern no pueden quedar zanjados explicando exclusivamente sus ca
racteres psicolgicos. Las condiciones de la poca hicieron posible su
existencia, su acceso al poder, su forma de actuacin, agudizaron las con
tradicciones de su mente y la situacin inestable en que se encontraba po
ltica y subjetivamente. Caracteres tan sobresalientes como los del poder
personal del siglo i d.C. deben provocar la reflexin sobre el conjunto del
contexto histrico, ms, y no menos, que en otras condiciones en que tal
poder personal no se da. Las posibilidades del poder personal no se dan
siempre, sino en condiciones histricas determinadas.
Sin duda, hay pocas de mayor importancia del individuo que otras.
ste es el verdadero objetivo del estudio del historiador en este aspecto.
El renacimiento y la poca en que florece la lrica griega pertenecen a es
te tipo de situaciones. Las condiciones histricas generales en las que ta
les procesos aparecen constituyen la explicacin histrica del individualis
mo y de las posibilidades de trascendencia de las decisiones personales
en el mecanismo de los acontecimientos. Las fases primitivas de la con
ciencia histrica tienden a atribuir a un solo individuo el proceso histrico
en su conjunto. Los atenienses atribuan a Teseo el largo proceso del sine-
cismo y cada una de las constituciones era para los griegos obra de un so
lo hombre. Ya se sabe que la llamada constitucin de Licurgo es el re
sultado de siglos de evolucin, aunque se puedan determinar ciertos hitos
30
dentro de ella. pocas crticas tambin atribuyen a la accin del individuo
una mayor trascendencia, igual que se les atribuyen los sucesos pura
mente accidentales. Plutarco y todo el gnero biogrfico constituyen un
sntoma de tal situacin en la poca de la decadencia del mundo clsico,
como Tcito lo es en la decadencia del poder de los sectores senatoriales
de Roma. En cualquier caso, es siempre ms fcil juzgar a un individuo
que tratar de explicarse el conjunto de las circunstancias que dan lugar a
una determinada situacin y atribuir la transformacin del sistema poltico
romano a la obra de Augusto que a la crisis y las contradicciones del siste
ma republicano. El juicio no slo no explica nada, sino que cierra el paso
a las posibilidades racionales de explicacin y, sobre todo, si el juicio recae
sobre un individuo, impide observar cules son las caractersticas del
sistema existente detrs de las apariencias.
Ahora bien, tampoco se trata de dar a la masa frente al individuo una
entidad propia, ajena al factor personal. La masa no es ms que la suma
de individuos y el nmero de ellos tiene su importancia. Si una masa acta
de un modo determinado, lo importante es buscar la razn para que un
nmero mayor de individuos reaccione de ese modo. Los casos aislados,
los rebeldes, no son simples excepciones debidas al exceso de individua
lismo. La sociedad en su conjunto tambin se define por el nmero y por
las caractersticas de aqullos que quedan fuera del proceso general de
evolucin, as como de su capacidad de xito, de los marginados. El pro
ceso general de la democracia ateniense responde sin duda a las lneas
generales condicionantes de la voluntad de los habitantes de la ciudad en
el momento. El hecho de que se asesinara a Efialtes es significativo de la
existencia de un nmero reducido de oposicin, pero la rpida sustitucin
de Efialtes en la misma corriente poltica indica cul es la importancia real
de ese grupo reducido.
Sin duda, una poca como la de Pericles hace concebir en la mente
ideas de voluntarismo. No cabe duda de que las condiciones de la demo
cracia ateniense en su tiempo hacan posible que realmente fuera impor
tante la voluntad de un estratego como l. De hecho el voluntarismo pue
de representar una ideologa triunfante en pocas en las que la voluntad
puede tener una eficacia. El factor voluntarista del leninismo est sin duda
en relacin con la situacin de la Rusia prerrevolucionaria, cuyas condi
ciones hacan posible la actuacin eficaz de los grupos revolucionarios so
bre ella. Otros leninistas, tan voluntaristas como Lenin, en condiciones his
tricas diferentes, han visto sus teoras convertidas en utopas. La Grecia
de los tiranos era escenario adecuado para que un hombre actuara pro
vocando cambios sociales que se encontraban implcitos en la situacin.
Dice V. Gordon Childe (1971, 70): (Alejandro) avanz sobre el camino
que la Historia estaba empezando a recorrer; ms que modificar el curso
de la Historia, lo que hizo fue seguirlo.
31
1.4. L a H istoria A ntigua y el p en sam ien to a ctu a l
32
lectividad y no posee ima existencia abstracta al margen de las personas.
Paralelamente, se permite comprobar la historicidad del inconsciente indi
vidual, para hacer del Psicoanlisis una ciencia histrica, donde las condi
ciones individuales y las colectivas se conjugan dialcticamente en el indi
viduo. De este modo, afirma Foucault (1966, pgs. 391, sigs,), se produce
una apertura hacia los problemas ms generales que pueden plantearse a
propsito del hombre, En definitiva, la Historia, hoy, con el desarrollo de
las nuevas formas de pensamiento, tiene que plantearse dentro de estos
mbitos. Ahora bien, tampoco hay que olvidar que el inconsciente colecti
vo resulta, no de la cohesin real de la sociedad, sino de la cohesin ima
ginaria creada en funcin de realidades, con frecuencia conflictivas, que
as quedan enmascaradas.
La consecuencia concreta consiste en que las culturas antiguas se estu
dian como si se tratara del insconsciente del hombre histrico antiguo, del
hombre como producto de las tensiones de la realidad social, mientras
que la historia del hombre antiguo se integra en el inconsciente de la cul
tura antigua. En efecto, el inconsciente y la historia vienen a identificarse
en tanto en cuanto sta no es ms que el conjunto de los condicionamien
tos que forman el inconsciente y ste no es ms que el resultado oculto del
conjunto de los condicionantes que enmascaran las tensiones, al mismo
tiempo que las desvelan al observador actual. Al estudiar la cultura anti
gua, se intenta comprender el proceso complejo de elaboracin del in
consciente del hombre antiguo y desvelar el inconsciente mismo como re
sultado (ver tambin epgrafe 1,6.1 ). sta es una perspectiva fundamental
para el estudio de algunas manifestaciones colectivas de las que son tan
frecuentes en la Antigedad, como el mito, pues el discurso mtico se ha
ce significativo precisamente a partir del anlisis del inconsciente cultural,
como resultado de las preocupaciones de los antiguos, que as tratan de
plasmarlas y, al tiempo, de ocultarlas.
33
nada si no est expresado en el discurso histrico. Slo adquiere valor la
afirmacin de Pericles de que Atenas es una isla cuando se inserta en el
discurso ideolgico de la democracia ateniense y de sus condiciones so
ciales y econmicas. Correlativamente, en la Antigedad, las cosas slo
acceden a la realidad a travs de un sistema significante mtico, con lo que
slo la descodificacin del mito permitir acceder a la cultura antigua,
como aproximacin a la realidad histrica y al inconsciente del hombre
antiguo. As, a partir del desarrollo de las ciencias que elaboran y que son
elaboradas por el pensamiento actual, se pone una vez ms de relieve la
necesidad de plantearse la cuestin sobre qu es el lenguaje para acce
der al conocimiento histrico.
34
(Lvque, 1985). Ahora bien, la configuracin del mundo fantasmtico
constituye ya, en s misma, una parte del proceso de separacin de lo co
lectivo y lo individual, porque se va imponiendo como instrumento del do
minio de las minoras, Pero es que, adems, lo que hace el platonismo es
precisamente sistematizar ese saber primitivo y hacerlo til para formas
nuevas de dominacin en la sociedad de la polis. El estudio del platonismo
puede resultar interesante para comprender la sociedad, la cultura y el
insconsciente antiguos, siempre que se observe en esta dimensin, como
instrumento de control de esa sociedad, desde dentro de esa sociedad,
desde luego, no como instrumento extrao a la sociedad misma en que na
ce.
35
de quien se deca que lo que realmente andaba buscando debe ser el ser
supremo. Es preciso adems que exista la conciencia histrica consisten
te en comprender cmo la visin modlica del pensamiento platnico
puede convertirse en una utilizacin para prestigiar una vez ms el pen
samiento idealista, al margen del contenido. En cierto modo, lo que se
puede hacer hoy con Platn era lo que haca el propio Platn, al racionali
zar formas de concebir la realidad que parten de lo irracional, por ejem
plo si intentamos convertir el Bien en objeto de nuestras principales preo
cupaciones (ver infra, 1.6.18).
36
to de Jarauta (1992, pgs, 77, ss.), En el pasado se produjo el estableci
miento de una concepcin especfica de la racionalidad, contra la que
reacciona el tiempo presente creando novedades en el terreno del pensa
miento al margen del supuesto orden. Aqulla fue la ilusin de que todo
puede someterse a una razn como si fuera extraa a la realidad, cuando
se trata igualmente de un producto histrico. Jarauta dice que desde Go
ya, en el campo del arte, se ha producido la crisis de esa racionalidad cl
sica. La racionalidad moderna intenta imaginar un orden en la realidad,
lo que da lugar a reacciones que pretenden buscar la ruptura del cerco
creado. En ese intento se encuentra el hombre actual desde Nietzsche y
Proust, seguidos por Benjamin, que despierta la conciencia acerca de la
miseria del pasado, as como por Kafka y por Musil. En toda la corriente
crtica del racionalismo se llega, a pesar de las mltiples tendencias, a una
conclusin comn, la de que nada es definitivo y todo es proyecto. Al mar
gen de los peligros de irracionalismo que puede haber en algunas de es
tas corrientes, para lo que debe verse el Asalto de Lukcs (1967), se trata
de reflexiones bsicas para la Historia, para evitar creer en el posible es
tablecimiento de racionalidades cerradas cuando se intenta explicar las
realidades antiguas.
La cuestin se puede plantear tambin en otro plano para la Antige
dad clsica, en el sentido de que debe evitarse buscar en ella un modelo
de racionalidad cerrada. En efecto, un problema subsidiario que puede
presentarse al tratar estos temas, los relativos a la intelectualidad fuerte, es
no slo el de que se interprete como necesidad de aplicar una racionali
dad fuerte, cerrada, sino tambin el de que pretenda buscarse en la Anti
gedad clsica, sobre todo en la Grecia clsica, un modelo de esa clase
de racionalidad, que suele encontrarse en todo caso en el modelo platni
co o aristotlico. Por ello, el hombre actual, con su capacidad, entre el ra
cionalismo y el irracionalismo, en la razn dialctica, para la comprensin
de la razn abierta, puede elegir el campo de atencin y el modelo anti
guo que trata de situarse como ejemplo de clasicismo, porque est en dis
posicin de plantearse de nuevo la cuestin: qu Antigedad? Junto a la
racionalidad reaccionaria, existe una racionalidad antigua abierta, la re
presentada por los sofistas, mientras que hay otra tendente a la racionali
zacin, en el sentido en que ya se ha visto ms arriba. Estos problemas de
la racionalidad y la racionalizacin los plantea muy bien Morin, en Droit
(1991, 400). Aqu se concibe la racionalidad como algo abierto frente al ra
cionalismo (el cerrado criticado por Jarauta, 1992) y a la racionalizacin. La
racionalidad, en cambio, se produce como consecuencia del dilogo con
la irracionalidad, no de la descalificacin de sta, La actitud racional, no ra
cionalista ni racionalizada, se halla en los sofistas del siglo v y en la trage
dia, Es la razn actuando siempre en dilogo con lo irracional y vigilante
contra s misma, y actuando adems como arma contra la salvacin. Tam
37
bin Brunschwig, en Droit (1991, pgs. 52, sigs.), y el mismo Droit en la
Presentacin (pg. IS), se plantean el problema de qu Antigedad es
la que debe estar presente en las preocupaciones intelectuales actuales.
En este terreno vienen bien algunas matizaciones, como las que ya se han
visto en 1,4.5, a propsito de Platn y el Bien Puede servir como modelo
alguna bsqueda especfica del Bien en la Antigedad? Mattei, en Droit
(1991, 86), busca el lado positivo del platonismo en el hecho de que la
bsqueda del Bien puede representar un fortalecimiento tico, pues es ne
cesario elaborar presupuestos verdaderamente fuertes para combatir el
fascismo, es necesario aceptar del platonismo el hecho de que la preocu
pacin bsica del hombre se encuentre en el presupuesto filosfico del
Bien, El problema es que as se cae en el terreno del enemigo, pues se
buscara la salvacin contra el fascismo en teoras igualmente idealistas,
que tienden a fortalecer las estructuras sociales opresivas. Es necesario
encuadrar el Bien platnico en todo su contexto ideolgico para entender
lo y no obviar a qu concepcin general del mundo responde,
38
hacer referencias especficas a Renacimientos o Neoclasicismos, ello no
quiere decir que no tengan que tenerse en cuenta los otros momentos en
que la Antigedad ha sido menos valorada, como el del triunfo del cristia
nismo en la Edad Media o el Barroco, pues tambin en ellos se han introdu
cido elementos que han contribuido a la elaboracin de aquellas relaciones.
El cambio entre los tiempos constituye un planteamiento verdadera
mente fuera de lugar. La cuestin revela su naturaleza de una manera ima
ginaria en el anlisis de la novela de H. G. Wells, Time Machine. Cuando el
inventor de la mquina del tiempo en el relato llega al tiempo futuro, que
corresponde a una poca muchos miles de aos posterior a la suya, los
habitantes de ese mundo tendran que estar acostumbrados a la llegada
de hombres del pasado que aparecieran por all con cierta frecuencia,
pues entre su invento y ese momento posterior la mquina habra tenido
que perfeccionarse y habra dado lugar, por lo menos, a que para los ha
bitantes del futuro la frecuentacin desde el pasado no fuera rara.
Con un planteamiento as, el autor habra suscitado una importante
cuestin que puede afectar a la labor y a la mentalidad del historiador, a
su postura terica. Se trata del modo en que se relacionan entre s los
tiempos, A partir de la mquina del tiempo, las relaciones de los hombres
con su futuro tendran que ser diferentes. Tambin lo seran las relaciones
de los hombres con su pasado. Desde ahora se puede recibir la visita de
alguien procedente de cualquier poca posterior a H. G. Wells, Las rela
ciones entre los tiempos necesariamente cambian.
Pero tambin, desde luego, han cambiado desde la publicacin del re
lato. Ah se plante una especfica concepcin del tiempo donde se hace
posible la comunicacin entre pocas diferentes. En otro orden de cosas,
tambin ha ocurrido algo parecido, en el desarrollo de la historiografa
moderna, que ha permitido la frecuentacin especfica del pasado. Ahora
vamos a un pasado que sabemos ha sido frecuentado ya por multitud de
visitantes, pero que los habitantes mismos de ese pasado no saban visita
do, por lo que pueden ayudar poco y, posiblemente, pueden ayudar ms
quienes lo han frecuentado e incluso quienes han analizado su mundo en
cada caso antes de irse al pasado. Los del pasado no saban dnde esta
ban situados dentro del desarrollo general de los tiempos.
Este problema se agudiza cuando se sabe que, en el pasado, la per
cepcin del tiempo resultaba muy diferente a la que posee el hombre de
la edad contempornea, poca desde la que estudia la Antigedad el hom
bre actual. Las preocupaciones de Wells corresponden a las de este hom
bre actual, como, en otro plano, las de Marcel Proust. En la Antigedad, en
ocasiones, la percepcin del tiempo se limitaba a la experiencia de las cla
ses de edad, que diferencia a las generaciones entre s dentro de la comu
nidad (Whitrow, 1990, 23-4). Esto importa para poder comprender cmo se
vean a s mismos en la Historia los hombres del pasado y cmo compren
39
dan su pasado en ocasiones transformado en mito, mitos de edad, de eda
des y eras, donde se coordina en un tiempo limitado toda la estructuracin
de la sociedad.
La concepcin del tiempo global como fenmeno histrico, donde se
integren los cambios, y no slo las sucesiones, es un hecho del presente,
de la modernidad. Slo en la poca moderna es posible plantearse como
objetivo el estudio de la Historia total, como se plantea en el epgrafe 2.1.
Ni el calendario maya ni los relojes chinos, significan, segn Whitrow (1990,
pgs. 130, sigs.), un progreso en la concepcin del tiempo histrico. Ello
slo ocurre cuando se transforma la sociedad, como en la Europa moder
na y, de un modo ms limitado, en la Antigedad clsica. Posiblemente,
dentro de las relaciones entre los tiempos, slo la Antigedad clsica po
see algunos de los rasgos propios de los tiempos modernos, lo que hace
tambin posible su penetracin e identificacin, mucho mayor que en los
tiempos pasados y desde otras civilizaciones. La preocupacin por el
tiempo renace en la ciencia moderna, con Galileo, seguido por Barrow y
Newton, como defensor de una teora antiaristotlica.
En definitiva, el concepto del tiempo no es un concepto previo como
quera Kant, sino una consecuencia de las experiencias mismas del tiem
po por parte de los hombres, una consecuencia de la Historia, importante
para la Historia, en la idea de que el estudio actual de la Historia es posi
ble porque se ha llegado a la nueva concepcin del tiempo, hija de la po
ca contempornea (sobre el tiempo antiguo ver 3.4.10, sobre Cronografa
y cronologa).
Gracias a las posibilidades de anlisis de las realidades actuales se
puede comprender la realidad antigua mejor que nunca. Seguramente, ni
Plutarco comprenda ya bien la democracia ateniense, que hoy s se pue
de intentar comprender, desde mentalidades no dogmticas en lucha con
tra el dogmatismo, pero siempre que se adquiera conciencia de las dife
rencias; por ejemplo, para comprender esa democracia antigua, es preci
so tener conciencia de que existe dentro del estado esclavista y de que
por ello mismo es profundamente diferente de todas las formas de demo
cracia que puedan existir en el mundo moderno, dentro de estados capi
talistas, (ms adelante se plantean otros problemas relacionados con la
existencia de la esclavitud antigua y nuestro conocimiento de la Antige
dad como justificante de coartadas como la de que hemos abolido la es
clavitud), Sin embargo, dentro de la conciencia de la peculiaridad, cabe
encontrar similitudes, al menos con la Grecia clsica, correspondientes a la
existencia de una comunidad y de sus especficas relaciones con las es
tructuras estatales, sobre la base de que uno de los problemas de la His
toria, en el plano de la comprensin de los diferentes momentos, estriba en
la captacin de los cambios en las relaciones entre estado y comunidad,
40
La cuestin fundamental es precisamente el establecimiento de la rela
cin existente entre cm o conocem os el p asad o y e s e pasado, es decir:
entre cm o som os como resultado de cm o conocemos el pasado y cm o
conocemos como conocemos como resultado de cm o conocemos el pa
sado y de cmo pensamos que conocemos el pasado, Aqu creo que es
tara expresada la complejidad del tema. Ahora bien, la cuestin se plan
tea dentro de la dinmica de la Historia misma: cmo negar precisamen
te la existencia de la Historia si B.-H. Lvy (ver epgrafe 1.5.16) ha llegado
a su peculiar concepcin de que la Historia no existe? Ese planteamiento
sera imposible en un mbito cultural diferente al que al nuevo filsofo
francs le toc vivir, por ejemplo en un ambiente de predominio positivis
ta, con las implicaciones histricas concretsimas que ello implica. Si se
puede llegar a esta concepcin de la Historia es, entre otras causas, por
la evolucin histrica misma. El conocimiento de la Historia y la concep
cin histrica marchan ejercindose mutuas influencias. El planteamiento
es que nuestra construccin de la Historia es progresivamente comprensi
va, del pasado y del presente, segn progresan tanto nuestra situacin his
trica como la comprensin del presente (ver Schaff, 1976).
Las ventajas que ofrece el desarrollo del pensamiento actual para com
prender el mundo antiguo van acompaadas de otras consideraciones re
ferentes a la Historia actual, la que sirve de base al desarrollo mismo del
pensamiento. ste se apoya en experiencias para elaborar un cuerpo doc
trinario capaz de colaborar en la comprensin del mundo antiguo, pero las
mismas experiencias, ya pensadas, tambin configuran al hombre actual
histricamente para que, desde ah, pueda percibir la posibilidad de nue
vos acercamientos. Por ello, es el momento de plantearse cules son las
lecciones que es posible extraer de las experiencias ms recientes para la
comprensin del mundo antiguo, con lo que tambin es lcito intentar bus
car en el mundo antiguo lo que pueda servir para acercarse a la com
prensin de la historia ms reciente.
41
una nueva imagen de la Antigedad, tal vez hoy ya no tan revolucionaria
como el autor parece creer, gracias a las preocupaciones que en la ac
tualidad se plantea el hombre acerca de las relaciones internacionales. Sin
duda, algunas concepciones bsicas siguen teniendo una presencia que
posiblemente no es fcil de eliminar por mltiples motivos. Me refiero a la
separacin entre Prximo Oriente Antiguo y Antigedad clsica, en la que
cabe la pregunta de si est basada en diferencias fundamentales o si se
trata de una creacin europea producida al encuentro del colonialismo
con las realidades antiguas. El aumento de la masa de conocimientos, la
necesidad de especializaciones muy difciles y las tradiciones universita
rias impiden que puedan legar a constituirse ya como una sola disciplina.
El gran reto para el especialista actual estriba en que los rboles no le
impidan ver el bosque, lo que repercute ideolgicamente al evitar esta
blecer diferencias que, planteadas como metodologa, se transformen en
criterios de valoracin, pues el cierre de las fronteras del conocimiento
delimitando el mundo clsico como entidad provoca el riesgo de caer en
una concepcin colonialista de las relaciones entre clsico y oriental,
derivada de las caractersticas del mundo contemporneo y del eurocen-
trismo cultural de la Edad Moderna.
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inscrito en las colectividades, es muy diflcil de erradicar, a pesar de los
aos de represin, y muy fcil de utilizar como modo de control por los
poderes econmicos. Ahora bien, por ello mismo resulta relativamente
sencilla la manipulacin consistente en hacer de las creaciones colectivas,
generalmente primitivas y, por ello, tambin muy irracionales, un instru
mento de cohesin que no sirva, como en su origen, para definir la colec
tividad y procurar su defensa, sobre la base de la autoconciencia, sino que
se vea convertido en instrumento vlido para la manipulacin, para que
esa misma colectividad, al aparecer como algo coherente, prescinda de
sus conflictos interiores. stos quedan integrados dentro de una entidad
unitaria mayor, al fomentarse, con el nacionalismo, nexos horizontales den
tro de las comunidades jerarquizadas, por lo que resultan ficticios cuando
se erigen en bandern en defensa de las libertades. Lo que en sociedades
primitivas igualitarias era un elemento de cohesin real se convierte as en
arma de ocultamiento, en la solidaridad horizontal, de las tensiones verti
cales, en la creencia de que por encima del conflicto social existe un bien
colectivo superior. Esto repercute en los conocimiento de la Antigedad,
tanto en lo que puede haber de manipulacin de las entidades tnicas an
tiguas para uso de nacionalismos modernos, como en la comprensin mis
ma del mundo antiguo como mbito donde tiene un enfoque diferente el
problema de las realidades tnicas, formadas a partir de diferentes tipos
de aglomeracin y de creacin de solidaridades en evolucin a partir de
colectividades primitivas todava prximas en el tiempo (sobre problemas
del tipo de la cuestin nacional y otros similares, ver Prieto, 1985).
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pensamiento laico. ste coincide histricamente con aqullas, pero repre
senta un fenmeno en cierto modo contradictorio. Por ejemplo, la nacionali
dad blgara se manifiesta como un fenmeno profundamente religioso.
Tambin lo es la nacionalidad vasca. Es difcil, por otra parte, con respecto
a otras regiones o pueblos, separar lo que a veces se define como espri
tu del pueblo de las concepciones religiosas que sirven como elementos
de cohesin. La Virgen de Covadonga o Santiago Apstol son manifestacio
nes de esa religiosidad que est detrs, clara u ocultamente, de muchas de
las manifestaciones populares que tratan de encarnar la ambigua entidad de
los espritus del pueblo. Con ello renace, desde la sociedad laica, la fun
cionalidad del fenmeno religioso, venerable y respetable, que nadie pue
de violar sin ganarse el desprestigio ante los dems. El fenmeno puede lle
gar a derivar en puro nacismo, dominado por la irracionalidad, Pero, aun sin
llegar a esos extremos, slo aceptados en pocas de verdadera crisis, pue
de tambin producir una radicalizacin religiosa y nacionalista, mutuamente
potenciadas, de modo que por lo menos sirva para enmascarar las diferen
cias sociales reales que existen dentro de la comunidad.
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cos, se transforman en sus contrarios. Ello ocurre sobre todo con referen
cia al sentido conservador o revolucionario del nacionalismo, cuando ste
va unido, y va casi siempre, a elementos religiosos o, por lo menos, sufi
cientemente espiritualizados como para poder actuar del mismo modo
contradictorio en que suelen actuar las religiones en tales procesos,
En cada uno de estos elementos, as como en el conjunto complejo, co
herente y poliactivo formado por todos ellos, se introduce un nuevo factor
de complejidad cuando se habla de la economa. Como modelo histri
co, tomando este concepto con todas las salvedades posibles, dado que
en s resulta peligroso, es de todos modos interesante ver cmo se ha
producido en las transiciones de los pases del Este la confluencia de ele
mentos que se ha sealado: revolucin burguesa y nacionalismos, revolu
cin socialista y presencia religiosa, problemas econmicos actuales y re
accin nacionalista y religiosa, pretensiones reformadoras desde dentro
mezcladas con presiones para acabar con el sistema.
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servira para demostrar que la pervivencia de formas de control puede re
flejarse en la expresin ideolgica de tales formas de control y hacer til
la persistencia de la mitologa para afirmar la sociedad en sus cambios.
Pero seguramente se tratarla de un error metodolgico, pues en la transi
cin del mundo antiguo al mundo medieval no hay ms que una transfor-
, macin de la clase dominante, mientras que en la transicin al socialismo
tendra que haberse producido una desaparicin de las clases dominan
tes. Que perviva el cristianismo indica, sin duda, que no se ha producido
tal desaparicin, pues, aunque no sea patrimonio exclusivo de la clase do
minante, s ha nacido, se ha estructurado y transformado como sistema v
lido para cualquier clase dentro de las sociedades de clase,
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ligiones en instrumento d e dominio d e las clases dominantes. Especfica
mente, dentro del mundo antiguo, cabe preguntarse si, cuando se con
vierte en religin cvica, tiene la relign ms o menos fuerza que cuando
era (popular y qu tipo de sociedad es necesario para que una religin
se haga cvica.
En otro orden de cosas, el nacionalismo tambin influye en las posibi-
liadades de conocimiento del mundo antiguo porque entonces se tiende a
utilizar los monumentos antiguos en un sentido prximo a la instrumentali-
zacin, como objeto definidor de la nacionalidad, aunque, en general, en
momentos de exaltacin nacionalista, prevalece la Prehistoria sobre la
Antigedad clsica (Demoule, 1982, 744), porque sta ltima resulta de
masiado intemacionalista, salvo tal vez en el caso de la misma Roma, Ita
lia, o de Grecia, como ahora con el caso de Macedonia (ver 3.4.2, acerca
de la Arqueologa como instrumento justificador de una teora de la gran
deza nacional), El uso suele consistir en identificar las agrupaciones na
cionales con etnias antiguas. En Espaa es frecuente este tipo de identifi
cacin, como en el caso de Tarteso para el nacionalismo andaluz, o de los
cntabros o astures. No se produce, en cambio, una identificacin con la
Antigedad clsica como totalidad. Sera interesante conocer si en el Hu
manismo de Cisneros existe alguna identificacin del Imperio espaol con
el Imperio romano, cuando Castilla defiende la unidad del Imperio y de la
Iglesia frente a particularismos como el galicano. Sera el fenmeno con
trario al nacionalismo reducido, para defender el Imperialismo unificador.
En las sociedades antiguas tiene una presencia dominante la religin,
como fenmeno propio de la ciudad y, en forma de mito, como expresin
de las preocupaciones propias de la colectividad en ese preciso momen
to del desarrollo histrico. Dentro de esas sociedades, en un momento de
terminado, se desarroll, primero parcial y clandestinamente, para triunfar
luego y hacerse predominante, el cristianismo, Desde un momento como
el presente, en que es evidente la duracin de este ltimo fenmeno y su
capacidad para adaptarse a los cambios sociales, la comprensin de la
Antigedad como escenario de determinados movimientos y fenmenos
religiosos se hace especialmente difcil, pues ya se sabe que la concep
cin del mundo que al final de la Antigedad result triunfante fue el cris
tianismo.
Hoy, resulta curioso presenciar el espectculo de las relaciones del fe
nmeno religioso con los recientes sucesos del mundo europeo oriental.
A lo largo de toda la historia de las relaciones del hombre actual con
la Antigedad ha estado presente el cristianismo. Lactancio mismo intenta
realizar una sntesis de clasicismo y tradicin bblica donde apoyar la nue
va realidad, cristiana, pero no revolucionaria (ver el epgrafe 2.4 sobre
clasicismo). De la lectura de los recuerdos de Renan (1992), se despren
de el peso del cristianismo en el debate sobre las culturas antiguas en los
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pases catlicos hasta bien entrado el siglo xix, que es la poca en que se
forma la mayora de las ideas acerca de la Antigedad en el mundo occi
dental. De este modo, en esta tradicin, todo viene a girar en tomo al cris
tianismo, de donde resulta difcil prescindir de la mentalidad dominante
para cualquier interpretacin. Aunque tambin es preciso tener en cuenta
que, para muchos de los representantes ms conspicuos de la cultura oc
cidental, el cristianismo est profundamente impregnado de cultura clsi
ca. Holderlin, por ejemplo, considera a Cristo como una figura intermedia,
situada entre Dioniso y Heracles, como divinidad salvadora y, al mismo
tiempo, tendente al universalismo (Bodei, 1990, pgs. 84, sigs.). Esta intui
cin permanece oculta tras el carcter exclusivista y dominante del cris
tianismo, pues Holderlin no es ms que el eco de otras teoras antiguas,
tradicionales en el pensamiento occidental, como la de Rabelais, que con
sidera a Cristo como heredero de Pan, como el Gran Pastor, en lo que hay
gran parte de verdad, ya que el cristianismo viene a ser como una religin
ms de las que en el mundo antiguo hacan interpretaciones variadas de
las realidades agrcolas y sociales, pero, al mismo tiempo, al imponerse
como religin dominante, impone igualmente su lgica y, si en algn mo
mento ha adoptado rasgos del paganismo en sus diferentes formas, luego
impone a la visin del paganismo su propia lgica y hace de las teoras pa
ganas un precedente de sus propios planteamientos ms que a s mismo
como heredero y adaptador del paganismo.
De este modo, cuando Bossuet expone su propia teora providencialis-
ta, el cristianismo no se define como una posicin alternativa y diferencia
da con respecto al paganismo, sino que la Historia de Grecia y de Roma
se incluyen en el conjunto como una parte de la Historia del cristianismo,
pues se consideran relevantes como factores para el establecimiento del
mismo dentro de una suite regle (Whitrow, 1990, pgs. 179, sigs.). De
este modo, la ruptura de la cronologa bblica, que preconizaba los seis
mil aos de antigedad para el mundo, slo fue posible en el siglo x v iii ,
momento adecuado para la integracin de los conocimientos sobre la An
tigedad dentro de las estructuras mentales vlidas para la comprensin
del presente. En esta lnea de pensamiento se encuadra la teora ilustrada
de Diderot, Kant, Buffon, tendente a eliminar de la Historia las grandes ca
tstrofes vlidas para explicar los cambios, actitud enunciada por Hutton,
en lo que resulta ser una postura cientfica ms histrica y menos crea-
cionista que la de los partidarios del Big Bang, la teora que tiene sus pre
cedentes en los defensores del establecimiento de los lmites temporales,
como las de Kelvin (ver Eplogo).
El estudio de la mitologa puede entenderse, en relacin con lo que se
dice en el epgrafe 1.6.3, como un instrumento ms, encuadrado dentro de
los esfuerzos que hay que realizar para comprender el conjunto de la An
tigedad, al ver en los mitos el modo ms caracterstico de expresarse los
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antiguos, El mito puede resultar un importante instrumento para compren
der la Historia si se estudia en la Historia, si se tiene en cuenta cules son
las condiciones de la creacin del mito en la transicin de la Edad Oscura
griega al arcasmo, los modos de adaptacin a las necesidades de la ciu
dad clsica a travs de la filosofa y de la tragedia y las adaptaciones fina
les a la vida burguesa del mundo helenstico, como lectura esteticista y
complaciente. Tambin las adaptaciones de la poca romana, en cada ca
so, resultan significativas, desde el sincretismo arcaico en que las tradicio
nes primitivas del Lacio y Etruria se helenizan, hasta el uso del mito por
parte de los cristianos del Bajo Imperio, como modo de sealar su perte
nencia a la clase culta, pasando a travs de los sucesivos perodos de Re
nacimiento y Helenizacin que caracterizaron la Historia de la Repblica
y del Imperio, siempre como modo de afirmar la cohesin de las comuni
dades sobre la posesin de una herencia comn.
La validez de la percepcin de hombre actual como ser histrico se
manifiesta, entre otras cosas, en la capacidad para percibir las relaciones
entre espontaneidad y manipulacin en el mundo de las religiones, que es
tn en la base de su funcionalidad como modo de enmascaramiento del
conflicto social.
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espaol de la guerrilla al general Moscard. No son los espaoles. El pro
blema puede ampliar su campo, como cuando se habla de las diferencias
naturales de los antiguos, sobre todo de los griegos, para explicar sus lo
gros en el terreno de la cultura y del arte. Por una parte se manifiesta co
mo un problema de definicin de los espaoles o de los germanos,
como si se trataran de identidades eternas, al margen de la historia, como
razas de identidad perenne. Son as. Pero, por otra parte, para los griegos
o para los egipcios, por ejemplo, es necesario igualmente buscar un ar
gumento racista para explicar que ya no sean as.
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el poder actuaba para oprimir y la clase dominante para dominar. Para es
tos tericos, lo cmodo es aceptar la prphasis, como, por ejemplo, que
Bush ataca Irak para defender la democracia, n lo que se muestran me
nos crticos que Tucdides, que saba distinguir entre los motivos esgrimi
dos y la causa ms verdadera. As, es difcil que se imponga la eviden
cia, frente a la opinin dominante de los media, pero tambin frente a la
tendencia colectiva a aceptar las explicaciones no problemticas.
Los mass media tienden a imponer la visin individualista, tanto para el
presente como para el pasado. Es ms fcil aceptar que las cosas pasan
porque las decide alguien que como manifestacin compleja del conflicto
social.
En el mismo orden de cosas, se puede decir que se aprende lo que se
quiere aprender. Es lo que ocurre con las creencias, como vio Csar, en
la Guerra civil (III, 18, 6): quod fere libenter homines id quod volunt credunt
(se pueden ver frases similares en Mazzarino, 1974, II, 2, 100). Los resul
tados pueden ser variados y, en algunos casos, graves. Una primera im
presin es la de concluir en la impotencia del intelectual y en la tristeza del
estudio de la Historia. Slo la tristeza proporcionada por el estudio de la
Historia es comparable a la que procura el estudio antropolgico (Davies,
1992). El realismo consiste en concluir que es intil pensar en que se pue
de influir slo con el pensamiento, Slo se cambian las creencias cuando
se cambia lo que se quiere y para que se cambie lo que se quiere tiene
que cambiar la realidad, pero el cambio de la realidad depende de lo que,
consciente o inconscientemente, los hombres quieren, pues el hombre es
el motor de la Historia. La situacin resultante es de permanente perpleji
dad.
La Historia se mueve en un campo indeterminado en este sentido, y
nunca ser el lugar apropiado para buscar soluciones. De ah se llega a
la conciencia de la imposibilidad de hacer comprender determinadas for
mas, conflictivas, de ver la Historia. El problema de la cultura como algo
ldico choca con el de la cultura como comprensin de la conflictividad. El
ideal sera que la comprensin de la complejidad fuera capaz de ser di
vertida, de que hubiera diversin en la problemtica sin solucin fcil de
la Historia. Gustar la Historia tendra que significar gustar este tipo de plan
teamientos, el de querer buscar constantemente la complejidad y no la so
lucin de los problemas.
El hombre actual, el que hoy puede tener inters en estudiar la Anti
gedad, vive en un mundo capitalista y, desde l, es difcil comprender las
realidades de las sociedades antiguas. Sin embargo, al mismo tiempo, da
la impresin de que, de todos los perodos histricos pasados, el nuestro
es el que, como ya se ha adelantado, se halla en mejores condiciones
para comprender la Antigedad, precisamente a partir del desarrollo del
capitalismo, de la poca de Condorcet o de Hegel, como si las preocupa
51
ciones por comprender el mundo cambiante en que vivan, en el que se
implantaba la nueva sociedad, despertara la curiosidad por la Antigedad
y permitiera penetrar al menos en algunos de sus aspectos,
Caben dos posibilidades y cabe tambin que sean complementaras.
Por un lado, la percepcin del cambio permite penetrar en lo diferente.
Por otro, existe la posibilidad de que la Antigedad, a pesar de la lejana,
posea algunas caractersticas ms prximas a nuestra poca que a todas
las pocas anteriores, ulteriores a la Antigedad clsica. Ahora bien, en
cualquier caso, existe un rasgo diferenciador fundamental que es la exis
tencia de la esclavitud. La aparente paradoja yace en el hecho de que la
esclavitud, factor poco reconocido por los admiradores del clasicismo an
tiguo como modelo, es tambin el que, al introducir la mercanca como
elemento clave de las relaciones sociales y econmicas, permite que de
algn modo sea real la similitud entre la Antigedad clsica y las socieda
des actuales. Por ello, la gran revolucin de nuestra sociedad con respec
to a la de la Antigedad clsica est en haber prescindido de la esclavitud,
en que los esclavos de nuestra poca no son esclavos, sino proletarios, con
posibilidades de llegar a poseer conciencia de clase. En el mundo actual,
sin embargo, la realidad representada por los explotados del Tercer Mun
do introduce un factor de complejidad que favorece la explotacin, no
slo por la existencia del posible ejrcito de reserva, con mayores difi
cultades para consolidar una conciencia de clase activa, sino tambin por
que ello convierte en privilegiados imaginarios a los proletarios de los pa
ses industrializados, que pasan as a enfocar sus derechos democrticos
en un sentido exclusivista. As, la incapacidad de toma de conciencia por
quienes se hallan en la situacin de los esclavos es posible observarla tam
bin en la actualidad, entre quienes, por las especiales condiciones de sus
relaciones laborales, se encuentran en una posicin similar, como es el ca
so de los inmigrantes (ver Derechos Humanos, 1992, 82-83), lo que re
percute en el conjunto de la sociedad. En la Edad Media no haba escla
vos ni proletarios. El mundo de la esclavitud se mueve en unos parme
tros para los que las condiciones materiales del capitalismo permiten un
acercamiento intelectual, que en cambio es difcil en otros momentos en
que las dependencias son absolutamente ajenas al mercado. Las depen
dencias antiguas son las ms prximas al mercado, aparte de las propias
del mundo capitalista, absolutamente afincadas en l, aunque determina
das condiciones crticas permitan a veces formas de explotacin ten
dentes a asimilarse a la esclavitud.
Por otro lado, en condiciones como las antiguas, con un importante fun
cionamiento del mercado, dentro del que se enmarca la dependencia es
clavista, se pudo conseguir la libertad del hombre y las posibilidades de
alcanzar grandes alturas intelectuales, como vio Grote (1846-56), que pen
saba que la sofstica slo era posible en condiciones como las de la de-
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mocracia antigua, igual que el pensamiento contemporneo slo era posi
ble en la democracia parlamentaria, pero, lo que no vio Grote fue que ha
ba esclavos y eso haca imposible que se alcanzaran condiciones mate
riales para el pensamiento equivalentes a las actuales. Puede pensarse
que en la actualidad el hombre es igualmente esclavo, pero tal esclavo tie
ne en sus manos las posibilidades de liberarse de la esclavitud, aunque en
los precisos momentos de hoy tal pensamiento pueda resultar extrao,
debido al triunfo inmediato del derrotismo, avalado por una especie de au-
toconfianza transmitida a base de pensar que lo poltico tiene una vida in
dependiente al margen de las realidades econmicas y sociales y que la
democracia liberal es el nico camino posible, cuyas formas de esclavitud
vendran a definirse como inevitables. A pesar de todo ello, el hombre
puede liberarse de esta esclavitud, sencillamente porque no es esclavitud
(ver Walbarik, 1978). Para el hombre actual, el estudio de la Historia Anti
gua puede llevar consigo algn tipo de enseanza, siempre que se tenga
en cuenta la diferencia entre trabajo esclavo y trabajo proletario.
Aqu se encuentra la alteridad fundamental (sobre la alteridad como
modo de comprensin de las realidades antiguas, ver infra, 1,5.16), Desde
esa perspectiva, son varias las cuestiones que se plantea alguien capaz de
percibir las diferencias sociales: tiene el hombre de hoy bastante con ser
libre?, lo cree as cuando se enfrenta al pasado y compara las situacio
nes? El problema queda planteado como dilema entre la satisfaccin de no
ser esclavo o la creencia de que es tan esclavo como en el pasado. En es
te caso, el resultado sera un modo de castracin, dado que el esclavo es
t incapacitado para la revolucin, aunque no para la rebelin ocasional, a
pesar del optimismo histrico de Howard Fast y de Stanley Kubrik en la
novela y pelcula, respectivamente, sobre Espartaco, cuando lo represen
tan con la esperanza de que vendrn millones de rebeldes!, frente al pe
simismo de Arthur Koestler, que da a entender que toda revolucin o in
cluso rebelin engendra dictadores.
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sido igual, Todos estos aspectos son partes, importantsimas, de la reali
dad, Pero hay otra cara de la misma y consiste en que, al mismo tiempo,
slo con el conocimiento de la Historia es posible llegar a adoptar postu
ras verdaderamente revolucionarias, es decir, capaces de comprender las
necesidades y las posibilidades de cambio de la sociedad (ver Eplogo),
Sin saber Historia, toda actitud revolucionaria es visceral y utpica, por
mucha conciencia de la injusticia que se posea. Esto no significa rechazar
el valor de la utopa en las actitudes revolucionarias, pero, junto a ella, es
necesario el conocimiento histrico, pues, en caso contrario, todo puede
llegar a convertirse en un constante dar golpes contra la realidad, Ahora
bien, tambin es cierto que la Historia, como conocimiento de la realidad,
puede traer consigo el escepticismo conformista anteriormente aludido.
Aqu se puede situar el problema de fondo de las relaciones entre el co
nocimiento de la Historia y la Revolucin. El revolucionarismo sin Historia
es intil. La Historia sin revolucionarismo conduce al entreguismo. La cues
tin planteada lleva implcita una solucin en que necesariamente estn
presentes am bas cosas. De lo contrario, el revolucionarismo iluminado,
que busca la va directa y fcil, lleva al famoso desencanto. El hombre ac
tual, en su momento histrico, se interesa por la Historia si sta se presen
ta como parte integrante de la concepcin cambiante del mundo, comple
mento de la utopa revolucionaria. Si no, como divertimento, conduce a la
lectura de Indro Montanelli y Drag.
De todos modos, cada vez que, con relacin a los estudios de la Anti
gedad, se hace referencia a las condiciones presentes, se corre el ries
go de simplificar el mundo actual y de tener slo en cuenta el llamado
mundo desarrollado, Catalano (1980, 305), citando a Boucher, se haca la
pregunta: para qu ensear nada sobre la Antigedad clsica a los jve
nes nigerianos? Naturalmente, ste es un problema que se puede plan
tear en Nigeria, pero que se plantea tambin en nuestro pas: para qu...
a los jvenes del sur de Tenerife o del barrio de San Blas? Las circunstan
cias en realidad pueden ser variables. Parecera que la educacin prima
ria debera ir orientada a la realizacin de labores productivas, pero de
este modo quedan indefensos ante la explotacin, aunque ms capaces de
producir en beneficio del explotador.
Por ello, se puede orientar la enseanza slo hacia tareas productivas?
A veces se ve acompaada slo de los elementos culturales que sirven
para imbuir la ideologa de la explotacin. Desde luego, si se orienta la en
seanza de los jvenes nigerianos slo hacia tareas productivas, no cabe
duda de que se est colaborando a la divisin internacional del trabajo. La
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cuestin que debera plantearse sera ms bien la contraria, la de buscar
la posibilidad de hacer til el conocimiento de la Antigedad, pero, en
realidad, la cuestin yace en la concepcin de lo til dentro del mundo
comtemporneo, tanto para la sociedad nigeriana como para la nuestra o
para la alemana.
El enfoque positivo de tal planteamiento debe estar orientado hacia la
concepcin de un conocimiento y una enseanza del estudio de la Anti
gedad clsica que se vean integrados en las necesidades del mundo con
temporneo, que tal conocimiento no sea concebido como un lujo, al que
slo tengan acceso las clases dominantes, o los servidores intelectuales de
las clases dominantes, Si se considera que lo que importa a las clases tra
bajadoras son los conocimietos productivos, lo mismo que se podra de
cir de los pueblos subdesarrollados, lo que se consigue es reproducir la
divisin social e internacional del trabajo: que los pueblos aprendan a pro
ducir para que haya quien pueda dedicarse al estudio de Platn, o para
que existan unos pocos intelectuales improductivos capaces de dar lus
tre a la estructura social dominante, que as cobra prestigio, hacia afuera y
hacia adentro, para reproducirse sobre la base de su propia bondad. La
cuestin ms difcil es plantear la alternativa de una manera prctica y re
volucionaria.
El hombre que trabaja la tierra o en una fbrica y se plantea la renova
cin revolucionaria de su pueblo podr hacerlo mejor si conoce el pasa
do humano y la Historia de la divisin social del trabajo, pues esto es lo
que realmente significa conocer la Historia en general y la Historia de la
Antigedad clsica en particular.
De todos modos, hay una posibilidad en la actual situacin de los merca
dos productivos, de que las Humanidades comiencen a plantearse como
tiles, en el sentido de servir de fundamento formativo para el ejercicio de
determinadas funciones valoradas en los mercados venideros. Ante esta
realidad, convendra estar tericamente armados, para aceptarla en su
practicidad y juzgarla crticamente, para hacerla comprender en su verda
dero sentido, sin desdearla, con objeto de que los estudios permanezcan
como instrumento creador de armas de la comprensin revolucionaria del
mundo.
55
toria de la Antigedad haya de convertirse en el centro de toda formacin,
pero si los trabajadores nigerianos conocen el origen de la divisin social
del trabajo tal como se da en la Antigedad clsica, aunque esa no sea su
Historia, sin embargo, dado que es parte de la Historia de la humanidad,
dentro de cuyo proceso general se han inscrito por vicisitudes histricas
que pueden o no gustar, pero que constituyen una realidad, la consecuen
cia es que as pueden llegar a comprender cmo liberarse de esa divisin
que ellos mismos sufren como herencia de aquella otra, pues las formas
dominantes de la explotacin representan una sucesin coherente dentro
de las que se han inscrito, a travs del colonialismo, los pueblos que ha
ban permanecido en su propio mundo hasta ese momento, Todo ello den
tro de que se admita que, en el proceso de liberacin de la humanidad,
desempea un papel importantsimo la toma de conciencia histrica de la
humanidad dentro de la evolucin universal de la humanidad.
De este modo se complican las relaciones del hombre civilizado ac
tual, el que se considera heredero de la tradicin clsica, con esa tradicin
y con sus aspectos ms primitivos, planteadas de manera triangular con
los llamados (primitivos actuales o simplemente con el Tercer Mundo.
En un terreno prximo, aunque con problemas especficos, se halla la
cuestin actual de las entidades nacionales (ver, a propsito de los nacio
nalismos, el epgrafe 1.5.4), que sirve en gran medida para condicionar la
visin de las agrupaciones del pasado, pero tambin se desarrolla un me
canismo equivalente en una direccin en cierta manera contraria, pues
gracias a la percepcin de la realidad actual se nota cmo existieron au
tnticas comunidades tnicas en el pasado que se utilizan simplemente
como pretexto para la invencin de comunidades tnicas que en la actua
lidad ya no existen. Es el caso de los guanches, por ejemplo, con los que
tratan de identificarse comunidades actuales que son un producto cultural
absolutamente ajeno a aquellas otras comunidades, que, por otra parte,
tampoco eran ms que un producto histrico de otro tipo (ver el epgrafe
2.3, sobre Unidad y diversidad, as como 1.6.8, supra).
Por ello, la interrelacin de los conocimientos del pasado y del presen
te permite acercarse a importantes matizaciones, frente a las identificacio
nes mecanicistas. Si en la Antigedad se habla de la autonoma de los gru
pos, se trata de un uso absolutamente diferente al que predomina en la
actualidad, en un mundo hijo de las revoluciones burguesas. En efecto, en
la Antigedad, aunque cuando se trata de lo tnico se habla igualmente de
la comunidad de rasgos culturales, sin embargo se puede considerar que,
dentro d e esos rasgos culturales, desempean un importante papel los vn
culos de sangre, pues, en definitiva, en las sociedades primitivas, las rela
ciones de parentesco aparecen como parte de las bases estructurales de
la produccin y en ese sentido son ms autnticas, por su papel social,
porque no pertenecen solamente al mundo de las superestructuras (Go-
delier, 1978, cap. VII).
56
De este modo tambin deberan estos problemas poner en la pista so
bre algunas de las cuestiones relativas a la integracin de los pueblos an
tiguos, por lo que fueron y por las herencias que han dejado, as como por
el tipo de problemas planteado, que puede ser comparable en algunos ca
sos y con las reservas correspondientes. As, las formaciones polticas an
tiguas mejor conocidas dejan fuera a comunidades que pueden ser o no
absorbidas y crean problemas ajenos a la concepcin generalmente ad
mitida de lo que es el mundo civilizado, Las relaciones entre formacio
nes dominantes y formaciones marginales constituyen la base de la com
prensin de los desarrollos desiguales, fundamental para la comprensin
del mundo mesopotmico tanto como del Imperio romano (de esto se tra
ta tambin en el epgrafe 2.3.3, sobre El hombre primitivo...),
En el mundo actual, el desarrollo de las clases, de las naciones mo
dernas y de sus estados, de las entidades multinacionales, tras las expe
riencias nacionalistas del siglo xix, hace muy diferente la aspiracin a la
autonoma o la independencia de lo que poda ser en la Antigedad el sen
timiento tnico, relativamente identificado con las bases de la produccin,
mientras que sta hoy es internacional. Ya en la Antigedad, la formacin
de ciudades se produca mediante procesos de integracin, dando lugar a
organizaciones cvicas que integraban en sus tribus, transformadas de t
nicas en polticas, a las poblaciones marginales, aunque paralelamente ha
ba agrupaciones que quedaban fuera y se convertan en asociaciones de
bandidos, o entidades tribales como la de los etolios, no organizadas en
ciudades.
As pues, la etnia es, en la Antigedad, ms real porque est vinculada
a la produccin propia del mundo primitivo, pero, al mismo tiempo, ya se
constituyen grupos productivos tnicamente mixtos, como las organizacio
nes urbanas e incluso los grupos migratorios que se mueven en momen
tos crticos, indoeuropeos o pueblos del mar.
Ms aguda an es la diferencia cuando se trata de hablar de entidades
amplias. Es necesario precisar cul era la naturaleza de la entidad hele
nos para los griegos mismos. Sobre la ambigedad del trmino helenos,
cf., especialmente, el artculo de Moretti en Bianchi-Bandinelli (1980-84,
vol, V), donde se trata el caso de los macedonios, ejemplo muy significati
vo y tal vez, profundizando, revelador de lo que era este trmino para los
griegos mismos, y de lo que no era (ver, tambin, Ribeiro, 1983).
En definitiva, los grupos se van formando y, al mismo tiempo, se crea
la conciencia de su identidad, tanto de los ms reducidos como de los ma
yores, como griegos (ver, para el proceso de formacin de los pueblos
en Italia, Torelli, 1988). En poca arcaica aparece bastante clara la imagen
de lo que una a los griegos, en lugares comunes y tradiciones elaboradas
a lo largo del proceso de su formacin como pueblo, Ms complicado es
57
saber si tambin se ha fijado la diferencia griegos/brbaros (Ribeiro, 1983,
pgs. 187, sigs.; ver pg. 208): no hay desprecio en el uso del trmino br
baros, o si esto se configura de manera clara slo con las Guerras Mdicas,
que es cuando se inicia la idea de inferioridad (ver pg. 230 y Hall, 1989).
La relacin dialctica entre agrupaciones reducidas, tribales, y grandes
unidades tiene un comportamiento diferente al que existe en el mundo
posterior a los nacionalismos del siglo xix y en plena poca de las multi
nacionales, deseosas de quebrar actuaciones sociales superiores, dentro
de unas fronteras cuanto ms reducidas mejor.
Problema significativo es el de la influencia del hecho de vivir momen
tos difciles sobre las posibilidades de comprender mejor lo histrico, co
mo por ejemplo, el hecho de presenciar un, golpe de estado. Desde lue
go, la Historia tiene momentos de difcil comprensin para el hombre que
vive una situacin normal en el mundo de hoy. No se trata de hacer la apo
loga de los momentos excepcionales como pedagoga para la enseanza
de la Historia. Tambin los momentos normales pueden ser pedaggicos.
Por ejemplo, en la Espaa de Franco, los momentos normales, parlamen
tarios y democrticos, de la Europa contempornea, desde la Revolucin
francesa, podan ser, y lo eran, de difcil comprensin para el joven estu
diante de bachillerato, que preguntaba por ejemplo cul era el Caudillo
de la Francia republicana. La propia situacin poltica sirve de modelo pa
ra los esquemas intelectuales de la persona que recibe unos instrumentos
de conocimiento histrico.
58
Cul es el tipo de preguntas que se hace el historiador ante tal reali
dad? Me estoy refiriendo, por supuesto, al historiador que se plantea los
problemas de modo ms o menos racional, no al historiador que cree en
la personalidad, en que Augusto tuvo mayor personalidad para llevarlo a
cabo que Csar o que Sila, o que Pisistrato tuvo ms personalidad que Ci-
ln, o Napolen ms que Robespierre, Cul es el mecanismo concreto
por el que se realiza la toma del poder? Cmo es posible que ante una
comunidad se lleve a cabo tal toma del poder? A veces, la percepcin di
recta de determinado tipo de fenmenos, vividos crticamente, puede per
mitir la comprensin de procesos que respondan a mecanismos similares,
difciles de percibir desde etapas alejadas de procesos crticos, que favo
recen una concepcin ms bien esttica, No se trata, desde luego, de que
quien tenga la vivencia de los hechos histricos sea ms capaz de com
prenderlos, sino de que los mecanismos inmediatos de las reacciones so
ciales, difciles de controlar a travs de las fuentes, pueden permitir la
comprensin analgica de aquello que se pretende conprender en acon
tecimientos del pasado,
59
el trmino partido. Este trmino no corresponde a nada en griego ni en la
tn, porque son realidades que no corresponden a la Historia antigua. Otra
cosa es el trmino clase, porque s hay explotacin del hombre por el
hombre (ver el epgrafe 2,3,10, sobre la Lucha de clases), mientras que las
formas de relacionarse polticamente en el mundo antiguo se definen me
jor con otra terminologa, Connor (1971, 8), pone de manifiesto el peligro
de confundir posturas polticas: oligarcas, moderados, demcratas..., con
clases sociales: ricos, clase media, pobres... Desde luego, la cuestin es
averiguar cmo funciona l relacin compleja entre las clases y las formas
de manifestarse polticamente, Una aproximacin al problema general de
las clases puede verse en Vidal-Naquet (1977).
Tambin pertenece al mundo especfico de las relaciones antiguas el
papel de la amistad en la poltica, las formas de influir,.., lo que tambin
trata Connor (1971, pgs. 64, sigs.), Son igualmente especficos los am
bientes en que hay que entender el ostracismo, donde stn presentes
unas relaciones muy concretas entre los individuos y la sociedad, como
eliminacin del personaje popular sospechoso de aspirar a la tirana.
Otro problema en que no est ajena la cuestin del vocabulario (ver
epgrafe 1.1,4), siempre considerada como reflejo de problemas de fondo,
es el del estado. Dice Castoriades, en Droit (1991, pgs. 240, sigs.), que en
la Antigedad no hay estado separado de la comunidad. Ante estas consi
deraciones se plantea la necesidad de definir lo que es estado. Puede que
en la Antigedad no sea algo separado de la comunidad poltica, pero s
separador de la comunidad poltica frente a los dependientes (esto tam
bin afecta a los comentarios que se hacen ms adelante epgrafe 1.5.16,
sobre Detienne a propsito del papel de lo sagrado en la comunidad anti
gua), lo que lleva a concretar determinadas funciones: no es estado por
igual el ths que el strategs, pero la profesonalizacin de determinadas
personas com o estado es mayor en el mundo moderno. Castoriadis llega
a la conclusin de que la democracia actual, en las condiciones actuales,
es mejor que la griega, pero el reto consiste en luchar por desprenderla
de las condiciones actuales, de la excesiva importancia de la economa y
de la falta de universalizacin.
1.5.16. Laalteridad
60
para nosotros. esto es cierto1.Pero: la hacemos porque somos producto de
la historia y somos capaces de hacer la historia desde nosotros porque s o
m os productos de esa historia. Desde nuestra perspectiva hacemos una
historia que es una nueva interpretacin de aquello que nos ha llevado a
ser lo que somos, precisamente porque som os producto de esa historia y
estamos en las condiciones precisas porque conocemos el resultado de un
pasado, aunque no p od am os revivir ese pasado. Lo que hacem os es
nuestra interpretacin -como fenmenos histricos, nosotros-, de las cir
cunstancias histricas que han podido llevar a ser lo que somos. Esto es
precisamente lo importante: la conciencia de que no podemos reconstruir
el pasado. Pero la historia s existe. Tomando conciencia de que tal exis
tencia es una existcia slo cognoscible por nosotros desde nosotros, y
no desde el pasado. Ni falta que hace! Desde el pasado ya la conocieron
ellos, Y desde el pasado slo era posible conocerla com o la conocie
ron ellos. Si se intentara estudiar desde el pasado y se alcanzara ese ob
jetivo, el resultado sera que la Atenas del siglo v slo podra conocerse
como la conocieron Herdoto y Tucdides. Y es mucho. Peor es cmo co
nocieron su poca, por ejemplo, los historiadores medievales. Lo que
importa de la Historia es precisamente nuestra capacidad de hacerla. Pe
ro de que ese pasado s existe nos da prueba precisamente el que noso
tros existamos com o existimos.
De todos modos, es preciso tener cautela al plantearse los problemas
de la alteridad, pues a veces pueden resultar consecuencias ambiguas.
Por ejemplo, Detienne, en Droit (1991, 265), parece creer que en la ciudad
lo sagrado es parte de la comunidad, con la que mantendra relaciones id
licas, pues es ella, mientras que yo creo que, de todas maneras, tambin
all lo religioso desempea un papel legitimador, tan enmascarador como
en otras civilizaciones, porque la sociedad es igualmente clasista y hay ex
plotacin. Es cierto que lo sagrado se vincula a la comunidad, pero sin ol
vidar que la comunidad tiende a asentarse en poblaciones dependientes.
Por otro lado, la alteridad es un concepto realmente operativo, pues es
evidente, y eso es necesario tenerlo siempre presente en el momento de
hacer Historia, que el mundo presente es el marco de la nica sociedad
donde le es posible vivir al hombre actual, como dice el propio Veyne
(idem, pg. 449), Todo intento de hacer creble que el hombre actual est
en un escenario antiguo resulta engaoso histricamente, como esas prc
ticas de algunos museos de reproducir lugares de habitacin antiguos y
de hacer trajes para los nios que visitan la parte infantil (Fowler, 1992), o
la recreacin del pasado a travs de la novela histrica. Resulta un arma
de doble filo, porque s es cierto que puede despertar el inters por la His
toria, inters que luego puede reorientarse, pero a veces da la impresin
de que no es posible tal reorientacin: es ms fcil dedicarse a la buena
historia para quienes se han interesado antes por la Filologa o la Lings
61
tica, que para quienes desde pequeitos creen tener inters por la His
toria, pues suele tratarse de un inters anecdtico que, si es muy fuerte, no
se borra nunca ni resulta superado por el inters verdaderamente intelec
tual por el pasado como parte del presente. Por ello, despertar el inters
por el otro anecdtico y raro puede ser contraproducente desde el punto
de vista de quienes deseen hacer de la Historia un arma intelectual fuerte.
La alternativa est situada, en efecto, en la teora de que, para todo el
saber del hombre, el objeto es l mismo, en su alteridad (ver Marx, 1978,
424). Ah est la verdadera clave del tema. La Historia Antigua interesa
mientras se considere que su objeto es el hombre actual.
Cuando hablamos de Historia Antigua estamos hablando de nosotros,
como Herdoto hablaba de Atenas y Marco Polo de Venecia (ver epgra
fe 1.3.1). Ahora bien, el estudio de la Historia Antigua como propio resulta
t y productivo si se lleva a cabo en la diversidad, no en la similitud. No
se trata de hablar de las realidades antiguas como si fueran realidades ac
tuales, sino con el objeto de sealar las diferencias, para comprender el
presente en su alteridad. Al estudiar el pasado en su alteridad se revela la
alteridad del presente (ver epgrafe 1,6.18) dentro de la totalidad.
La conciencia actual de que la Historia se hace hoy corre el riesgo de
llevar, sin embargo, a actitudes de escepticismo en relacin con el cono
cimiento, que pueden resumirse en el subjetivismo de Veyne (ver Berme
jo, 1983, 37), expuesto sobre todo en Comment on crit l'histoire?, 1978,
pero tambin en todas sus publicaciones tericas y prcticas (por ejem
plo, en La sociedad romana, 1991; ver la resea de ABC, 13 de julio), Con
respecto al primer libro citado, Gorman (1987), critica la actitud de su au
tor, pues cree que slo interesa como ejemplo de una forma actual de la
narrativa de la comunicacin, pero no en absoluto como aportacin a la
bsqueda del conocimiento histrico. En la misma lnea se encuentra Katz
(1992), en la resea al libro en que Veyne se planteaba la cuestin de si
los griegos crean en sus mitos. Katz cree que es un libro sobre nosotros
ms que sobre los griegos, que no se plantea el problema de la pluralidad
de la verdad, que podra servir de fundamento para entender que noso
tros hablamos de nosotros cuando hablamos de los griegos, pero que te
nemos que hacer el esfuerzo de Schaf (1976), para acercamos a la posi
bilidad de hablar de los griegos. El problema, segn Katz, es que Veyne
niega la posibilidad de la verdad, porque piensa que la realidad es el
resultado de la imaginacin constitutiva de nuestra tribu, y se dedica al
estudio de nosotros, cuando la postura correcta, tambin para compren
demos a nosotros, estara en la bsqueda de la verdad pasada mediada
por nosotros, en la conciencia de que est mediada por nosotros, en la
conciencia de que la verdad es tambin histrica, pero es la nica verdad
que existe. El planteamiento mismo del ttulo de Veyne, para llegar a la
conclusin subjetiva, es falso, porque se plantea como bsqueda de una
62
verdad que no existe y concluye que no existe la verdad, lo que no ocu
rrira si buscara una verdad histrica, sin planteamientos escolsticos. El
objeto de los estudios sobre la antigedad es el pasado, desde el presen
te y para el presente, no el presente para negar el pasado, para negar la
realidad histrica, como histrica, cambiante y pluridimensional.
La cuestin estriba en que, al eliminar como nuestra cualquier interpre
tacin, vuelve a admitir como una realidad el acontecimiento, como muy
bien dice Bermejo (1983, 106). La alteridad absoluta de la Antigedad la
hace anecdtica. Ilustrativo puede ser el caso de la percpecin que habi
tualmente se tiene de Egipto, sentido como tan lejano y ajeno que slo des
pierta un inters anecdtico, hasta que se percibe como no absolutamen
te ajeno y entonces los nexos establecidos permiten observar una realidad
menos episdica y se vislumbra la verdadera dimensin de la formacin
social correspondiente y su misma alteridad.
El estudio de la Historia como totalidad significa la superacin de pos
turas antagnicas exclusivistas, como las que pretenden que la Historia es
tudia el individuo o la sociedad, el espritu o la materia, que se rige por el
azar o por la necesidad, El todo admite todo y lo estudia todo, el individuo
en la sociedad, las relaciones entre espritu y materia, las caractersticas
del azar y su funcionamiento en las condicionantes de la Historia, en la
conciencia de que engloba realidades muy diferentes, desde lo imprevisi
ble hasta lo desconocido. La clave para la resolucin del problema del
presentismo o la alteridad de la Historia Antigua se encuentra en el plan
teamiento de los mismos dentro de la totalidad de las sociedades antiguas
(ver, infra, 2,2).
63
volucionaria, capaz de percibir los cambios de manera permanente. Lue
go viene Spengler. La Historia acumulativa ms tarde se hace arma de
una clase distinta, que ahora se opone a los pasos atrs que ya asimila
el capitalismo. Tambin cambia el cristianismo, que en principio sostiene
una concepcin lineal del tiempo histrico, hasta que se hace arma del ca
pitalismo. Este hecho se produce cuando el capitalismo necesita volver a
la Edad Med^a y recupera el corporativismo en el fascismo o los imperios
del pasado (romano, germnico o castellano). Nietzsche, vg., es para Lvy,
anticapitalista porque cree lessentielle irrgularit du cours des choses
et des hommes. As no hay mercado posible, dice, y el mercado es b
sico en la sociedad capitalista. Parece ignorar que la burguesa, en un
momento determinado, deja de ser progresiva, necesita hacerse cclica y
abandona el planteamiento racionalista que tiene en sus orgenes (como
muestra Lukcs, 1967). Nietzsche es parte del pensamiento burgus, pero
en un momento histrico diferente para la burguesa.
Lvy se refiere ms tarde a la concepcin burguesa de la Historia
como obra del hombre, en una sociedad que basa su progreso en el tra
bajo. Algunos de sus argumentos tienen valor sobre todo contra esta His
toria, la Historia positivista, contra la que en definitiva dirige sus ataques.
Por ello, cuando dice que la Historia no existe, lo que realmente es objeto
de su anlisis es un tipo de Historia. La tcnica ha consistido en rechazar
la Historia y luego definir el objeto del rechazo y hacer una definicin ab
soluta de lo que es, en s mismo, un producto histrico. Poda haber hecho
una definicin de la historia burguesa -positivista- y luego rechazarla, As
habramos estado todos de acuerdo. Efectivamente, en el fondo, Lvy es
t haciendo Historia, por ejemplo cuando dice: cette conception ntait
possible qu lge dune bourgeoisie croyant la technique et ses pou
voirs dmiurgiques. De acuerdo!
Luego, ataca a los socialistas por heredar esta concepcin en el nom
bre del progresismo. Sin embargo, pueden hacerse al menos dos objecio
nes:
1. El concepto de progresismo ha dejado de ser burgus. La bur
guesa ha adoptado otros criterios. Ya no cree en las formas cam
biantes de las sociedades de que ella era un resultado. Se opone a
' esta posibilidad una concepcin esttica, que ahora culmina en el fi
nal d e la Historia, y contemporaneizante que impide comprobar la
existencia profunda del cambio social.
2. El progresismo socialista, que no responda a los intereses de
la burguesa, toma de sta los aspectos positivos de su concepcin
progresista, pero los lleva ms all y los incorpora a los intereses del
proletariado. Cmo? Poniendo de relieve la lucha de clases. Existe
un problema supletorio con los nuevos planteamientos de los parti
dos socialistas a partir de la Guerra Fra.
64
Cuando se habla de progreso, con mucha frecuencia se est hablando
de desarrollo tecnolgico (ver los ejemplos de Morgan, citados por Harris,
1978, 153). Pero es preciso tener en cuenta ms factores y, sobre todo, las
relaciones entre ellos. Ha habido momentos en que el desarrollo tcnico
no ha coincidido con el progreso social. Por ejempplo, la revolucin in
dustrial trajo consigo una importante serie de problemas para el campesi
nado ingls. Ver los temas tratados por E.P. Thompson (1979), y los men
cionados por Georges Thomson (1946), al referirse a Shelley a propsito
del Prometeo liberado. Tambin sirven de ejemplo los problemas que se
manifiestan en la obra de Hesodo, donde el desarrollo tcnico ha provo
cado problemas como los reflejados en su versin del mito de Prometeo,
o los que crea el desarrollo de la esclavitud. La nica manera de contem
plar estos temas de manera racional es a travs de la dialctica: el pro
greso no es lineal, Hay que estudiar la resultante del vector. Ahora bien,
en qu momento puede estudiarse la resultante? Desde luego, en el
nuestro. Pero el nuestro es el nuestro para nosotros. Y aun as, hay una
gran dosis de pesimismo en nuestros das.
Lo que no parece tener sentido desde el punto de vista del historiador
es la postura nostlgica, pues el pasado es pasado y el hecho de superar
lo es progreso, en el sentido derivado del verbo progredior. Slo se pue
de hacer la Historia sobre la base de la irreversibilidad del tiempo.
De todos modos, la cuestin extraa es que en nuestros das se pueda
ser pesimista. Hay razones para ser pesimista, si se conoce la Historia de
la humanidad? Slo si se conoce p o c o -temporalmente hablando- de la
Historia de la humanidad. En efecto, el estudio de la Historia es amargo,
pero slo g. corto plazo. Es amargo ver el triunfo de la injusticia, pero es
amargo a corto plazo. En el presente y en el pasado. El estudio de la His
toria es todo lo contrario a amargo. El estudio de la Historia es ver la su
peracin de la esclavitud en la Historia de la humanidad, y de esa otra es
clavitud que fue, o es, el feudalismo. Y, en definitiva, de esa otra esclavitud
que es la sociedad primitiva. La sociedad primitiva es igualitaria. Bien. Pe
ro es igualitaria en la esclavitud, en el comunismo de la miseria. Es decir:
la esclavitud de toda la humanidad ante la naturaleza. Es bueno ver en
esto un objetivo? Es cierto que la sociedad de clases ha dado lugar a lu
chas entre los hombres. Qu duda cabe? Pero la sociedad del comunis
mo miserable era el escenario de una constante lucha entre los hombres
por los pocos bienes que le ofreca la naturaleza. La prueba de que la so
ciedad comunista primitiva no era buena est en que en sus condiciones
se engendr la lucha de clases. No haba lucha de clases, pero contena
las condiciones necesarias para que sta se desarrollara y para que se de
sarrollara el pensamiento irracional que luego sirve de eficaz arma a la
opresin. No es el ideal volver a la sociedad sin clases primitiva, pero me
nos an lo es volver a la Edad Media, donde est vigente el feudalismo,
65
una forma de opresin contra la que no slo lucharon los burgueses, sino
los socialistas utpicos. Las actitudes histricas optimistas o pesimistas
dependen en gran medida de la realidad presente del historiador, no s
lo en los siglos xix y xx, en los que el desarrollo de la conciencia histrica
ha incitado tambin a crear concepciones tericas que afectan a la Histo
ria misma (Whitrow, 1990, pgs. 226, sigs.), sino tambin en la historio
grafa pasada, donde se percibe la amargura de Tucdides o de Tcito, ge
neralmente como actitud que resulta ser de las ms ricas en la creacin de
una historiografa reflexiva en la Antigedad.
Puede considerarse otra civilizacin la que en estos momentos vive en
unas condiciones similares a las de la Edad Media cristiana, como la de las
sociedades islmicas? Es algo tan profundo la diferencia entre islamismo
y cristianismo? Lo importante es la relacin social. Y sta es la misma. Hay,
desde luego, elementos diferenciadores. Ahora hay petrleo. Esto, desde
luego, influir en el tipo de desarrollo que puede tener lugar en las socie
dades islmicas, pero toda sociedad que va por detrs de otra est in
capacitada desde ese momento para experimentar el mismo proceso, Ya
existe la otra. Aqu est la cuestin. La humanidad es una en el fondo. No
hay diferencias de civilizacin. Hay diferencias culturales. Mejor dicho: no
hay desarrollos histricos distintos. Hay desarrollos paralelos, pero mutuas
interferencias. No est influyendo en este momento en la llamada civiliza
cin occidental la existencia de pueblos en diferentes etapas de desarro
llo? No influy en el Imperio romano la existencia de los pueblos africa
nos? S. Pero: el vector! Ante esta metfora siempre se plantear la cues
tin de si el historiador o el observador de la realidad vivida es capaz de
colocarse en una actitud tan distante como para observarla, para ver el
bosque a pesar de los rboles de la realidad cotidiana o de los hechos
precisos, irritantes, de la opresin. Es evidente la influencia de los germa
nos en la Edad Media. Pero ya est demostrado que no es eso lo impor
tante. Lo importante es el ncleo de ese desarrollo que exista en esa
etapa del Imperio romano, el que impona su coherencia, Ahora lo impor
tante es la etapa en que se encuentra el capitalismo occidental, el que im
pone su coherencia, Nosotros, hijos de la problemtica tercermundista, te
nemos que planteamos de un modo diferente los problemas del Imperio
romano. Pero nosotros, historiadores del mundo antiguo, tenemos que de
cir algo de la problemtica tercermundista. La cuestin es el progreso so
cial, sin duda. El progreso social que, en definitiva, signific la llegada de
la Edad Media, que no fue producto de la llegada triunfante de un tercer
mundo de la Antigedad, como pudo ser el mundo germnico, aunque el
mundo germnico podra significar una menor injusticia social, pero la
vuelta al primitivismo, mientras que el proceso social de la poca se dio
en el propio desarrollo del mundo romano. El desarrollo del mundo ro
mano trajo consigo la desaparicin de la esclavitud, desarrollo, natural
66
mente, en un sentido crtico. Antes, se haba extendido con l la esclaviza
cin de las poblaciones primitivas. El problema se centra en la capacidad
de observar el desarrollo positivo sin dejar de mostrarse sensible a la
creacin de desigualdades en el planteamiento de los desarrollos mismos.
En las caractersticas del Tercer Mundo la opresin es ms fcil. Por
la religin islmica, por ejemplo, Ahora bien, el mundo germnico'coope
r a la realizacin de la sociedad medieval. Tambin el Tercer Mundo co
opera de hecho en la realizacin de la sociedad futura. Como Grecia
cooper a la creacin de la sociedad esclavista frente a la oriental. Pero a
partir de condiciones dadas. No desde su propia situacin, sino como va
lor nuevo que asimila e impulsa el movimiento desde la etapa en que se
halla ms desarrollada en ese momento. No quiere esto decir que tenga
que pasar por las mismas etapas. Esto es una interpretacin mecanicista
del marxismo. Seguramente cualquier pas puede realizar mejor la socie
dad socialista que la U.R.S.S., aspecto ste que se plantea de manera es
pecialmente aguda al colocamos ante nuevas posibilidades programticas
despus del estallido del fracaso. Pero la U.R.S.S. pudo realizar lo que
pudo realizar mejor que cualquier pas que pudo llegar a las condiciones
adecuadas a principios del siglo xx. Que reconozcamos que puede ser
una pas del Tercer Mundo ms capaz de realizar el socialismo no quiere
decir que la condiciones actuales de cualquier pas del Tercer Mundo se
an ms justas, ni siquiera igualmente justas. Son ms justas nuestras con
diciones sociales que las de Marruecos y ms justas las francesas o ale
manas que las nuestras. No quiere ello decir que las condiciones futuras de
Marruecos no puedan ser ms justas que todas ellas juntas. Pero de mo
mento son m s injustas. El problema del llamado mundo occidental es que
tales condiciones ms justas slo pueden ser admitidas si vienen de su pro
pia historia, no de una historia que en otros aspectos es ms atrasada. Co
mo el mundo romano acept el igualitarismo brbaro a partir de sus
propias condiciones, cuando el mundo romano fue capaz de asimilarlo.
Pero nuestra sociedad es distinta a todas la anteriores. Hoy existe el
proletariado. Y ste es adems un elemento difusivo importante. Incluso en
los pases ms atrasados, en la actualidad hay proletariado. Y adems
todos somos proletarios. Digo todos, y con ello me refiero a todos los que
trabajamos sin la propiedad de los medios de produccin. Tambin me
refiero a los servidores del estado. Esto es muy diferente a lo que pasaba
en la Antigedad, incluso en el Imperio romano. Todo servidor del estado
se converta en miembro de la clase dominante. Hoy da tambin en par
te es as, pero los servidores del estado somos demasiados para conver
timos en miembros de la clase dominante, aunque pueden establecerse
distinciones importante e influyentes en funcin del salario y de la respon
sabilidad poltica, capaces de configurar las relaciones sociales. Pudieron
serlo, ms fcilmente, los servidores napolenicos o los franquistas de los
67
aos cuarenta. Tal vez algunos grupos de funcionarios o los militares: s
tos se hallaban en una situacin muy especial a partir de la poca de los
Severos, Tambin lo estn en el mundo occidental actual y seguramente lo
estaban en el mundo sovitico.
Se plantea hoy el problema de si la posible consideracin de una
sociedad ms justa en el futuro puede contar con algn logro de los obte
nidos en la U.R.S.S. El cambio histrico es un concepto perteneciente a la
larga duracin. El final del sistema esclavista y de sus imperios dur una
eternidad, pero el cambio existe,
Tambin puede plantearse el problema de si el historiador debe mirar
al futuro o su concepto de progreso tiene que quedar delimitado a ver el
vector de la linea del progreso en el presente y desde el presente y llegar
a la conclusin de Leibniz de que, siempre, estamos en el mejor de los
mundos posibles (Whitrow, 1990, pgs. 189, sigs.), que viene a ser lo que
se deduce de una actitud que vea el proceso histrico como un todo, en la
lnea ilustrada y progresista del tipo de la sostenida por Turgot, Condor-
cet..,, Kant,.,, lo que lleva a la aceptacin del sentido hacia el que se diri
ge el proceso, aunque no necesariamente de manera fatalista. La cuestin
estara en conjugar la aparente paradoja de que el pasado es irreversible
mientras que el futuro es resultado de la accin humana, porque ese pa
sado irreversible tambin lo ha sido, para llegar a la conclusin de que se
conoce cmo ha actuado el hombre colectivo para hacer ese pasado. En
cualquier caso, nunca en la idea de que el pasado ensee porque se re
pite y se pueda actuar en el futuro en situaciones parecidas a las que la
Historia ha presenciado. La Historia nunca ensea para actuar en las mis
mas situaciones, porque todas las situaciones son nuevas, Yo creo que ni
siquiera Tucdides pensaba hacer el ktma es ael porque pensara que las
situaciones se repetiran, sino por la posibilidad de aprender sobre la for
ma de actuar del hombre, sobre la naturaleza humana, En nuestros tiem
pos, Whitrow (1990, pgs. 233-4), detecta un doble movimiento encontra
do, significativo de nuestra realidad: por un lado, cierto optimismo futuris
ta tiende a olvidar que el presente procede del pasado y que slo en ste
se entiende, pero tambin existe la tendencia contraria, que incita, a varios
niveles, a intentar comprender las relaciones entre pasado y presente, El
problema estriba en que tal aspiracin pueda ser manipulada por los m e
dia para difundir interpretaciones banales y aspirantes a una falsa cientifi-
cidad claramente explicativa, para que se entienda todo.
En efecto, al margen de cul pueda ser la historia de las relaciones en
tre concepciones progresistas y cclicas de la Historia, los tiempos moder
nos y los conocimientos de las ciencias positivas favorecen el desarrollo,
desde el conocimiento de la radioactividad, de la concepcin unidireccio
nal del tiempo, de la no ciclicidad (Whitrow, 1990, 203) (en la Tercera par
te, en el epgrafe que trata de las ciencias positivas, se puede aadir algo
de esto). En cierta medida, el progreso en el conocimiento cientfico, en
focado dentro del conocimiento de la lucha de clases, es el que permite
ampliar la capacidad de poder actuar sobre los acontecimientos (de
acuerdo con las aspiraciones de Stent, recogidas por Whitrow, 1990, 230).
En cualquier caso, el progreso histrico no es lineal, pero s acumulati
vo (ver tambin infra, 2.1.1).
El progresismo debe estar matizado de todos modos por lo que se di
ce en el epgrafe 2.3.3, donde se trata del hombre primitivo. No todo lo
posterior es ms progresista que lo anterior, pero tampoco lo primitivo es
de por s bueno.
Para Lvy (1977, 66), toda lucha pasada es puntual y trata de olvidar la
Historia y terminar el tiempo. Lhistoire n'existe pas comme projet et lieu
de rvolution. Para l slo existe la Historia instrumentalizada. Frente a
ello cabe la defensa del conocimiento histrico como posible y como po
sibilidad revolucionaria.
Naturalmente, para ser, el conocimiento histrico ha de estar constan
temente cuestionado en el presente, en la conciencia de que todo estudio
histrico forma parte del conjunto total de la cultura actual (Coarelli, 1982,
725). De aqu puede y tiene que partir cualquier renovacin, tanto de los
monumentos como de las interpretaciones histricas, de las necesidades
actuales. Se trata de construir nuestra interpretacin histrica, de un mo
numento, de la realidad que hay detrs, de un acontecimiento o del senti
do general de la democracia ateniense. En la arqueologa se producen
problemas especficos, pues el pasado arqueolgico se ve necesariamen
te plano, sincrnico, por lo que se requiere un esfuerzo histrico frente a
la monumentalidad impuesta por el presente (Ibid., pgs. 729-730) (ver in
fra, 3.4.2).
69
conciencia del lenguaje, tratados en el epgrafe 1.1, con el que esta parte
sigue muy identificada).
El problema de las preocupaciones actuales se plantea en varios pla
nos. Las preocupaciones actuales como tales no pueden convertirse en
dominantes, pues de hecho se hallan muy manipuladas y orientadas por
caminos raros. Veyne, en Droit (1991, 442), defiende que hay que atender
las preocupaciones dominantes por los problemas psicolgicos, ms do
minantes como problema general que las preocupaciones por conocer
una poca concreta. Ah est la cuestin que se ofrece a partir de un en
foque como el de Veyne, quien pretende que es preciso plantear proble
mas como el de el suicidio, interesante para todo el mundo, como alter
nativa al estudio de las condiciones sociales de la Antigedad, en las que
se producen muchos fenmenos, entre otros algunas formas especficas
de suicidio. El suicidio de Sneca se entiende mejor como caso dentro
de las condiciones de la sociedad altoimperial y de los problemas de la
clase senatorial renovada en la Revolucin augustea, que como problema
psicolgico de lo que es para el hombre el suicidio. Ahora bien, como
caso que puede despertar el inters del hombre, s puede resultar esti
mulante para que el observador intente comprender las condiciones en
que se produce. Por ello, tal planteamiento slo ser vlido en la Historia
(ver el epgrafe 2.1, El objeto..., sobre lo que hay que entender como to
talidad cuando se habla del objeto de los estudios histricos).
Es posible que para muchos sea interesante que se aclare el concepto
de democracia y que por ello busquen la colaboracin de quienes sepan
algo de la democracia antigua. Tal vez, entonces, el historiador tenga la
obligacin de escribir y de hablar pensando en el lector u oyente no eru
dito, cultivado, preocupado por los problemas humanos, pero siempre ten
dr la obligacin de hacerlo histricamente, sin caer en la tentacin de
Veyne, en Droit (1991, 444), que quiere ver la misma epistemologa que
para la Antropologa y la Sociologa, pero con tema diferente, pues con
ello se eliminara el factor tiempo, fundamental para el conocimiento de la
Historia, de la realidad en su historicidad, sin caer en el condicionamiento
determinante de nuestra historicidad, que pone de moda esas discipli
nas a costa de la Historia (esto tambin puede relacionarse con lo que es
t contenido en el epgrafe 2'. 1). Una cosa es buscar la alteridad, lo que no
es nosotros, y otra es la consideracin de que ello es irreductible a noso
tros, La Historia es diferente, pero es parte de nosotros, no un objeto del
conocimiento antropolgico, curioso. El pasado es el reino de la alteridad,
pero nosotros no somos ajenos al pasado. Si ese pasado, diferente, im
porta, es porque es parte de nosotros, ha pasado a constituir parte de no
sotros y lo es ms cuanto mejor y ms crticamente lo conozcamos (las re
laciones entre alteridad y similitud se ponen otra vez de manifiesto en el
epgrafe 2.3.7, Relaciones sociales...).
70
Otro problema complejo planteado por las circunstancias en que hoy
se mueve la historiografa es de la llamada Historia de las mentalidades.
Veyne lo trata en Droit (1991, 445), pero, para l, todo importa igual, lo
trascendente y lo no trascendente, la reforma de Clstenes y los vicios de
Alcibiades. Hay que hacer, segn eso, la Historia de todo.
Es preciso establecer ahora algunas cautelas ante posibles confusiones.
Lo que dice Veyne no tiene nada que ver con la Historia total, pues no es
lo mismo hacer la Historia de la vida privada, por ejemplo, como algo que
tiene inters por s mismo, porque atiende a algunas curiosidades, a veces
malsanas, que hacer una Historia en que entra la vida privada dentro de
un todo coherente y en que los vicios de Alcibiades se expliquen dentro
de un proceso de crisis de la aristocracia inserto en la Historia de la de
mocracia ateniense.
En algunas cuestiones bsicas, las relaciones con los problemas anti
guos slo tienen inters planteados histricamente, no modlicamente. Por
ejemplo, al tratar de entender los problemas antiguos planteados en tomo
a las relaciones entre la democracia y el binomio libertad/esclavitud, no
por ello se plantean nuestras propias relaciones con la libertad, sino que
por el contrario existen peligros de caer en determinadas coartadas para
hacer de necesidad virtud y defender el trabajo asalariado como ms
productivo que la esclavitud, segn los planteamientos de Mattei, en Droit
(1991, 71), que ve claros los peligros de la autojustificacin del mundo ac
tual, complacido con el hecho de que hemos abolido la esclavitud. Aho
ra bien, es cierto que no vale slo saber que hoy no hay esclavitud y que
por tanto es mejor la democracia actual porque existe ms libertad. Esto,
como vimos, se convierte en una coartada justificadora del sistema capita
lista. Tambin es cierto que, para combatir el fascismo, es necesario tener
algo ms slido. Lo que no est claro es que eso pueda ser la concepcin
platnica de la prioridad del bien, como se discuti en el epgrafe 1.4.7.
En definitiva, el hombre actual no puede ser ms que el hombre actual.
Aqu est enunciada, simplemente, una buena parte de los problemas de
las relaciones entre antiguos y modernos. Hartog, en Droit (1991, pgs
131, sigs.), recuerda las palabras de Constant, segn las cuales a cada une
hay que entenderlo en sus condiciones, frente a toda tendenciadescalifi-
catoria. Son muchos los problemas que plantea esta circunstancia y que
afectan a las actitudes presentes ante el pasado y a las funcionalidades de!
pasado en el presente. Entre otras cosas, se plantea aqu el problema de
la doble lectura de la libertad, de las dos libertades, la nostalgia por el
placer vivo de la libertad antigua frente' a la tranquila libertad burguesa
moderna, donde se traducen las dicotomas burguesas del romanticismo,
entre la aventura y la estabilidad, la representatividad de la democracia
moderna frente al rechazo de la misma por Rousseau. Ms adelante, Har
tog vuelve a citar a Constant: el hombre de los derechos actuales no p u e
71
de ser el de la ciudad antigua. Lo contrario era el producto de la confu-
sinde los jacobinos entre tiempos y lugares. Se haba convertido en pro
grama, j 3fclamando unas aspiraciones que, con el cambio de los tiempos,
se hacan irrealizables. Cuando se deca que, en la Antigedad, la afirma
cin del individuo se consegua a travs de la colectividad, se elaboraba
una imagen antigua coincidente con el programa de la Revolucin, que ni
era realidad antigua ni er realizable en el momento de programarse,
pero revela las aspiraciones del momento y permite comprender los pa
sos dados en la elaboracin de una imagen de la Antigedad.
En efecto, la democracia antigua no sirve como modelo, pero s sirve,
incluso como programa, saber que era no igualitaria y que no tena nada
que ver con el liberalismo, pues en la Antigedad, en su conocimiento, la
libertad sta delimitada, mientras que, en el liberalismo, la libertad abso
luta sirve como mscara de la dominacin. Tl es el planteamiento de Te-
rray en Droit (1991, 151): entre los antiguos, la igualdad provocaba la li
bertad, mientras que en el mundo moderno la igualdad sirve de sustento
a la falta de libertad.
De todos modos, estas afirmaciones necesitan matizarse, pues el autor
se refiere sin duda al liberalismo y, si los antiguos pueden servir de mo
delo, no es precisamente al liberalismo, sino al igualitarismo, pues la de
mocracia viene a definirse como la sumisin de todos a la voluntad colec
tiva. Ahora bien, en otro plano, s tiene que matizarse, histricamente, con
las caractersticas propias de la sociedad antigua: la esclavitud, las reglas
propias de la comunidad de la polis, la real preponderancia de los pocos
(estrategos o cnsules). Cuando la sociedad moderna real, la liberal, ha
bla de igualdad, slo utiliza una apariencia que sirve para ocultar la domi
nacin, contina Hartog, pues se trata slo del resultado de un pacto reali
zado en el plano poltico, mientras que, en el plano econmico, dominio
del liberalismo, la desigualdad natural se considera positiva como motor
de la concurrencia. La democracia antigua, concluye, tiende a la igualdad
real, mientras la democracia moderna sirve como modo de ocultamiento y
mixtificacin de la desigualdad real, Dentro del sistema esclavista, la de
mocracia antigua tiene vocacin de universalidad, de que sea partcipe to
da la comunidad, todo el cuerpo cvico, aunque de hecho era singular y
contingente y slo existi en la Atenas de un perodo histrico preciso (ver
Droit, 1991, 251, resumiendo a Castoriadis). Frente a ello, la democracia
moderna ofrece entidades independientes de la comunidad, como son la
burocracia, el gobierno y los ejecutivos.
Ante las realidades antiguas, se plantean problemas de inteleccin de
rivados muchas veces de la tendencia a establecer juicios susceptibles de
utilizarse por las ideologas actuales, como puede ser el caso de la discri
minacin de los extranjeros, utilizada hoy como argumento discriminatorio
por la extrema derecha francesa, segn Loraux, en Droit (pgs. 177, sigs.),
72
Frente a los juicios, se trata de intentar comprender el modo de funcionar
las libertades antiguas, en sus condiciones, a travs de nuestros mecanis
mos mentales. La nica arma contra el abuso es la comprensin, sin ten
der a la creacin de modelos idealizadores de la democracia antigua, al
estilo de Glotz o de Grote, ni tampoco a su descalificacin como esclavista
o discriminatoria. stas son las posturas de los contrarrevolucionarios del
siglo XIX o de los ultras de hoy, que justifican su enfrentamiento a la de
mocracia sobre la base de que solamente puede existir si comete una in
justicia mayor, la esclavitud, segn aparece en la introduccin del libro de
Wood (1988), o que apoyan su propia actitud racista sobre la base de que
as era ya el rgimen ms prestigioso por sus logros intelectuales, el de la
ciudad clsica. Frente a la idealizacin y a la censura, slo cabe el uso del
anlisis y de la comprensin, en el sentido de intentar penetrar en la cohe
rencia de las realidades antiguas, no en el de la justificacin, porque se
terminara justificando cualquier salvajada en nombre de los condicionan
tes histricos. No se justifica la esclavitud antigua, se explica.
Se trata de comprender lo que puede servir de m odelo, aunque haya
existido en unas condiciones completamente diferentes de las realidades
actuales, para lo que siempre es preciso comprender bien las realidades
actuales. Por ello, para poder estudiar con utilidad las realidades antiguas,
es preciso no separarlas de los intentos de comprensin del presente, no
valen los estudios desde torres de marfil, sino en el mundo.
Las condiciones caractersticas de la Europa occidental moderna son
las que mejor permiten el acercamiento a la cultura clsica, por su coinci
dencia en la capacidad de ir siempre ms all en la Filosofa y en la Polti
ca, por el hecho de no depender de un libro ni de leyes de origen ajeno a
la sociedad misma. As lo puso de relieve Castoriadis en Droit (1991, 236).
La posibilidad actual de comprender la sociedad antigua se plantea en es
tos trminos, como posibilidad de que exista una filosofa no dogmtica, al
estilo de la sofstica, y ua poltica democrtica, capaz de asumir las con
tradicciones de la realidad, De todos modos, hay que reconocer que hoy
el mundo occidental tiende a recuperar el dogmatismo, con fenmenos
como el representado por el Papa Woytila (en el epgrafe 1.4, se planteaba
ya la posibilidad de la sofstica como modelo, para definir una Antigedad
ms atractiva que la representada por el platonismo o el Imperio ro
mano).
Nicole Loraux, en Droit (1991, 189), advierte contra el peligro de dejar
en manos de la derecha la defensa de las lenguas clsicas, un sntoma ms
de que estn acaparando el debate poltico e intelectual. En este mismo
campo, Olender, en Droit (1991, 221), llama la atencin sobre la revista
Krisis en Francia.
73
1 .6. L a objetividad an te el m undo antiguo
74
objetividad plantea problemas. El cambio de contenido de servus en la
Edad Media impone la utilizacin de un trmino de origen posterior para
la esclavitud grecorromana. Igualmente plantea problemas la traduccin
de trminos como imperium o respublica, cargados de factores constitu
cionales propios de etapas posteriores de la Historia. Sin embargo, la His
toria se ve obligada a aplicar conceptos de origen o descubrimiento pos
teriores, como totem o tab, a instituciones antiguas. Tales aplicaciones
pueden condicionar la inteipretacin del contenido. Sobre todo, es nece
sario que ciertos trminos definidos histricamente sean utilizados co
gran precaucin. Es frecuente la aplicacin del trmino feudalismo a insti
tuciones egipcias o de la Grecia homrica. Frente a ello, surge la ten
dencia a aplicarlo slo a aquellas instituciones en que aparece el trmino
feudo. La solucin se halla en la bsqueda de un contenido significativo de-
finitorio de una situacin histrica. Sin embargo, ello no es siempre fcil y
queda al arbitrio de la concepcin del mundo de los historiadores. A pe
sar de que desde Marx el trmino capitalismo ha tomado un sentido
bien especfico y que define una situacin histrica clara y determinada
(Bloch, 1952, 131-2), sigue utilizndose como extensivo a aquellos reg
menes econmicos donde el capital de los prestamistas ha desempeado
cierto papel.
Slo la percepcin de las dificultades de la objetividad puede abrir pa
so a la superacin de los obstculos ms importantes para llegar a ella. Los
lmites del conocimiento histrico constituyen en definitiva dos caras de la
misma moneda. Lo que la realidad nos transmite de s misma, siempre
condicionado por la propia situacin y por la visin que se quiere, incons
cientemente, transmitir, y nuestro propio condicionamiento histrico para
comprender la realidad. La superacin de los obstculos, a travs del co
nocimiento, se convierte en factor de avance del conocimiento histrico.
As progresa la capacidad interpetativa de las fuentes y la ampliacin de la
visin del hombre actual para su comprensin. Cada nueva poca, desde
sus propios condicionamientos, puede abrir nuevas puertas a la compren
sin del fenmeno histrico. As se puede Regar a la sntesis propuesta por
Carr (1967, 40), entre el fetichismo de los hechos y los documentos propio
del positivismo y la creacin de la Historia por el historiador, el proceso
continuo de interaccin entre el historiador y los hechos, el dilogo sin fin
entre el presente y el pasado. El hecho habla cuando el historiador le pre
gunta. Cuando el historiador encuentra algo, slo lo entiende si ya sabe lo
que busca (Febvre, 1970, 236). Por tanto, se hace imprescindible la conti
nua y simultnea colaboracin entre el planteamiento de la hiptesis y el
trabajo con los hechos. Ambos por separado se convierten en dilettantis-
m o histrico o en acumulacin de datos.
En relacin concreta con los estudios de la Historia Antigua, el hecho
de que el hombre actual se encuentre menos implicado en los aconteci-
75
mientas del pasado remoto que en los del pasado reciente, al tiempo que
reduce el inters inmediato de sus estudios como problema presente, per
mite, como compensacin, que stos no se encuentren condicionados por
programas demasiado concretos y de actualidad. Es ms posible alcanzar
un determinado tipo de objetividad en los estudios referentes a la Anti
gedad que en los de la Historia Contempornea, e incluso que en los re
ferentes a perodos en que las relaciones con el presente estn demasia
do claras, como la formacin de los estados modernos o la definicin de
entidades nacionales. De todos modos, es bien sabido que tambin la An
tigedad es manipulable y hoy lo es por el estado griego en el momento
de reivindicar el nombre de Macedonia, cuando se dice que es griega
desde que con Alejandro fue conquistada por Grecia, como declaraba un
deportista este verano olmpico de 1992.
Ahora bien, ms complicado que el problema de la utilizacin del pa
sado es el problema del conocimiento histrico mismo como epistemolo
ga. En definitva, todo conocimiento se basa en la capacidad subjetiva de
establecer referencias, por lo que la subjetividad misma no se supera nun
ca del todo, aunque la conciencia de este fenmeno permite el acerca
miento a su superacin (Lukcs, 1966-67, III, 58). La objetividad ha de con
templarse, pues, como un trmino relativo y reconocer la imposibilidad
del simple retrato de la realidad antigua al estilo de Ranke, lo que, por otro
lado, sera siempre incompleto y poco significativo. Ms realista es el plan
teamiento de Lane (1970), para quien la verdad objetiva es el lugar don
de las personas pueden encontrarse, y encontrar juntos el trmino que po
dra reconciliar sus aspiraciones insensatas, para dar sentido a su vida
en ei mundo y realzar su libertad siempre amenazada, todo ello desde lue
go a costa de un constante combate. La objetividad as planteada es tam
bin un producto histrico donde se logra la objetivacin de las aspiracio
nes subjetivas. El valor de la actitud de Lane se justifica en el hecho de re
conocer que toda objetividad histrica pasa por la subjetividad.
El hombre percibe slo el instante presente y todo lo dems lo perci
be slo en relacin al presente. El mayor logro como pensamiento histri
co se halla, antes de la poca contempornea, en quienes han conseguido
percibir el presente como cambio; Agustn en la teora de la Historia pro-
videncialista, Holbein en la pintura, Montaigne, Ovidio... (Whitrow, 1990,
pgs. 218 sigs.). Descartes piensa en cambio que el mundo se recrea en
cada instante. Slo la Ilustracin, desde el siglo xvm, dara un paso impor
tante en la percepcin de la duracin. Diderot la percibe a travs de una
concepcin dual, donde la conciencia del instante depende de la duracin
de lo que existe, por lo que slo es posible a travs de una sntesis de ob
jetividad y subjetividad, base de otras concepciones como la del devenir
de Bergson, o la de Einstein, donde la percepcin del tiempo depende del
observador.
76
El conocimiento histrico requiere el conocimiento de sus propios con
dicionantes, elemento que habitualmente no est presente en el historiador
y, menos tal vez, en el historidor del mundo antiguo, credo en su capaci
dad de ser objetivo ante un mundo tan lejano, precisamente por los facto
res antes reseados como positivos. La confianza en la propia objetividad
se convierte en un elemento negativo para comprender las propias condi
ciones del conocimiento del pasado,
La relacin entre el pasado y el presente fue percibida ya como pro
blema por lo menos desde la poca de la Ilustracin, pues Montesquieu
vio como una de las posibles fuentes de error la atribucin al pasado de
las ideas propias de la poca en que se vive (Whitrow, 1990, pgs, 192,
sigs,), ste es un error que hoy consigue evitarse en general, pero se
peca frecuentemente de creer que se ha superado totalmente. Se llega a
creer que es posible pensar como los antiguos, ver desde la antigedad,
olvidando la mxima de Vico, segn la cual el hombre slo puede conocer
de verdad lo que ha creado, es decir, que si puede conocer la Historia es
porque es su obra, porque se est estudiando a s mismo. La Historia
es comprensible, contina Whitrow, exponiendo la teora viquiana, porque
estudia las creaciones humanas y por ello el hombre slo puede estudiar
se histricamente, como creacin del hombre. As, el conocimiento del pa
sado, visto como parte del presente del hombre, puede servir de base pa
ra el conocimiento del presente, con el esfuerzo intelectual preciso con
sistente en distinguir lo que es propio del desarrollo posterior, elemento
slo susceptible de conocerse cuando se conoce la Historia posterior a
partir igualmente del presente. Tambin existe aqu otro peligro, consis
tente en la tendencia a la analoga, con el intento de la comprensin legiti
ma, pero que puede hacer caer en la concepcin cclica de la Historia (ver
el epgrafe 1.5.17, sobre Progreso y ciclicidad). Es posible la definicin de
un perodo como crtico, pero es peligroso pensar en las crisis cclicas co
mo procesos incontrolables. En cada crisis es preciso buscar la originali
dad y las causas concretas y especficas, producto de la accin humana,
por muy escondida que se halle.
Para terminar, como resumen, vale una nueva referencia a la Esttica
de Lukcs (1966-67, III, p. 154), donde expone que, desde el punto de vis
ta del sujeto historiador, slo la ms profunda subjetividad puede llevar a
la objetividad general, la que provoca la capacidad de evocar a todos los
hombres. La generalidad histrica slo es posible cuando el hombre es
consciente de que es hombre.
En efecto, como dice R. Barthes, citado por Lozano (1987, 134), no se tra
ta slo de que el historiador introduzca la subjetividad, sino que introduce
77
necesariamente el tiempo del discurso. La objetividad es slo ilusin
referencia1, es decir, el historiador pretende que es el referente el que ha
bla, pero realmente siempre habla el historiador. Por ello, como el cono
cimiento est impregnado por la subjetividad, es precisa la constante
reflexin sobre el yo que conoce y sus relaciones con el mundo, en su
constante cambio y movidad, tanto del yo como del mundo, el cambio in
dividual y el cambio de la totalidad, as se adquiere la conciencia de ser
otro y ser el mismo, lo que hace que, a travs del yo, se haga comprensi
ble la Historia al tiempo que la Historia como conciencia del cambio per
mite la autocomprensin. Ello vale como anlisis personal donde se en
marca la relacin entre sociedad e individuo, entre cambio y perennidad.
La Historia aparece as como una forma de conocimiento cuya objetividad
slo es posible a travs de la conciencia de su subjetividad, lo que, al mis
mo tiempo, le confiere todo su sentido como autoconocimiento del hombre
en la sociedad y en el tiempo. En esa relacin, por fin, es donde es posi
ble la comprensin del otro como otro y mismo al mismo tiempo, tanto en
lo particular como en lo general. Como dice L. Canfora (1982, 20), el con
tenido de nuestro yo es parte integrante de la comprensin histrica (ver
epgrafe 1.5.16).
ste ltimo aspecto resulta especialmente apropiado en el estudio del
mundo antiguo, donde las caractersticas culturales son tan diferentes de
las nuestras como para que, a primera vista, resulten poco comprensibles
o se tiendan a modernizar en la visin del hombre actual. El programa es
intentar comprender a los antiguos como otros. Para ello el esfuerzo in
telectual requerido es grande, pues se trata de comprender que no tienen
necesariamente que sentir como nosotros. Cuando es posible el estudio
de los aspectos menos anquilosados es cuando se plantean mayores pro
blemas, como, por ejemplo, para comprender el sentido festivo de deter
minados rituales o la capacidad de participacin ciudadana en ciertos ac
tos, cuando se intenta estudiar su sentido de la diversin o su distribucin
del tiempo. El hombre actual no puede vivir la Antigedad, aunque, en
cambio, sepa que el hombre antiguo tambin es hombre, pero precisa
mente la cuestin estriba en comprender que el mismo hombre, en cir
cunstancias histricas diferentes, es otro. De ese modo, el estudio de la
Historia permite percibir la capacidad del hombre para cambiar de acuer
do con los cambios de la sociedad y para cambiar la sociedad. La admi
sin consciente de la subjetividad permite la reversin subjetiva de la
utilidad del conocimiento histrico. As se hace posible llevar a cabo un
anlisis productivo del pasado, cuando se realiza, como el de un texto pa
sado (Lled, 1978, 184), hacindose preguntas sobre el pasado, pero tam
bin sobre el papel del pasado en el presente.
78
1.6.3 La comprensin del otro
79
forma de pensar muy ajena a las formas modernas, En este tema, sin em
bargo, se plantean varios problemas. Por una parte, resulta evidentemen
te cierto que es preciso comprender a Aristteles desde Aristteles. As se
puede llegar a comprender igualmente la coherencia del pensamiento
aristotlico y su relacin con la realidad artstica, conocida en las tragedias
conservadas, lo que nos lleva a intentar entender el conjunto del pensa
miento aristotlico en relacin con la realidad en su conjunto, para ver c
mo su actividad, intelectual esquematizaba, lo que puede hacer percepti
ble cmo esquematizaba tambin en otras obras para poder entenderlas
en relacin con esa realidad. Pero el grave problema histrico, el colecti
vo, consiste en averiguar a qu condiciones sociales y mentales corres
ponde el fenmeno representado por la tragedia, actuacin colectiva en
que se implicaba la sociedad de la polis. Ahora bien, no hay ms remedio
que interpretar la tragedia antigua en su realidad histrica y el pensa
miento aristotlico con los parmetros de nuestro modo de pensar, en pri
mer lugar, porque lo contrario no es posible y, en segundo lugar, porque
se es el nico modo de avanzar en el conocimiento histrico, interpre
tando cada vez gracias a los nuevos parmetros que proporciona al inte
lecto cada nueva situacin histrica. Eso no quiere decir que, en una re
presentacin dramtica, se interprete la tragedia antigua de acuerdo con
nuestros gustos. Tal cosa slo puede valer si se quiere crear una obra ar
tstica (tambin se trata de esto en el Eplogo). Ahora bien, si no se trata de
realizar una obra nueva, sino de intentar relacionar el pasado con nuestros
intereses, entonces hay que buscar la manera de comprender la relacin
de la tragedia con su pblico para reproducir una relacin similar, a tra
vs del estudio compenetrado de Literatura e Historia. El problema de la
teora de la tragedia estaba en que cada interpretacin de la teora aristo
tlica ha servido para elaborar una teora acorde con los gustos e intere
ses de cada circunstancia.
80
mente edificaban las ciudades y moran masivamente en los campos de
batalla, el hombre, por el hecho de serlo, y no porque las condiciones es
pecficas de la sociedad en que viva le hubiera adjudicado en papel de
protagonismo individual que, por su apariencia, hiciera posible que la his
toriografa le siga atribuyendo mritos y resposabilidades. Importa el
hombre tebano, y no slo Layo, Yocasta, Edipo, Antigona, Eteocles, Polini
ces...
81
Los contenidos
de la Historia Antigua
83
convencional, sino tambin las consecuencias. No cabe duda de que la so
ciedad medieval colabora a la comprensin de todo el final del mundo an
tiguo que se disolvi en ella. Todo perodo es interesante, no slo por su
inters intrnseco (Collingwood, 1965, 74), sino porque ocupa un lugar en
el desarrollo general de la Historia. De ser de otro modo, slo llamaran la
atencin los perodos de grandes hegemonas y esplendor, o de grandes
catstrofes. De hecho, esto ha sucedido en gran parte de la historiografa.
En definitiva, el inters por las guerras es una de las rmoras de la Histo
ria feudal (Bourd, Martin, 1983), Pero tambin es cierto que tales aconte
cimientos pueden ser especialmente significativos, como puede serlo tam
bin un personaje en un momento determinado. Ya Tucdides consider
que el inters de la Guerra del Peloponeso estaba en que en ella se pona
de manifiesto la realidad de la naturaleza humana. Sin llegar tan lejos, s es
importante por ser el momento cumbre de la crisis de la democracia es
clavista. Puede tratarse por tanto de un sntoma especialmente importante
y significativo. Como tal, el gran acontecimiento tiene inters histrico,
siempre que no se asle de su contexto, Pero aquellos aspectos, aparente
mente menos interesantes, forman igualmente parte de todo el com
plejo pasado, cuyo estudio hace la Historia interesante para el hombre actual.
Pero la Historia como una totalidad slo puede estudiarse a partir de
sus partes. La consecucin de una sntesis que elabore los grandes rasgos
del pasado, o de algunas parcelas del pasado, slo se logra desde el es
fuerzo concreto realizado en lo particular (Bauer, 19 573). Son los estudios
de los procesos concretos de transformacin los que ayudan a compren
der el carcter general de la transformacin de la sociedad humana. De
ah parte la necesidad de que el autor de la sntesis sea el mismo que el
especialista en lo particular y de que la sntesis histrica no se realice por
alguien ajeno a la problemtica concreta de la Historia. Por ello, cualquier
definicin de la Historia era para Febvre una crcel: se trata del hombre
en el tiempo, en sus aspectos totales y parciales al mismo tiempo.
Lo mismo puede decirse del planteamiento de la Historia como totali
dad de todos aquellos aspectos de la actividad humana que forman la uni
dad del hombre. Nihil humani a m e alienum puto, puede ser una afirmacin
enunciada por la Historia misma. Es importante, por ello, que el historiador
considere fuente de su conocimiento al arte, la filosofa, la economa, la
poltica,las ideas en general, etc, Todo lo que ha sido y es considerado
Historia parcial es al mismo tiempo auxiliar de la Historia y sta le sirve de
auxiliar para ampliar su capacidad de comprensin. La delimitacin del
campo de la Historia a cualquiera de sus aspectos es una mutilacin. Por
ello criticaba Lucien Febvre la afirmacin de que la Historia se hace con
textos. Cualquier aspecto de la actividad humana que deje una huella es
til para el historiador. Pero, incluso dentro de los textos, no ha de limitar
se al texto histrico tradicional. Para la Guerra del Peloponeso, no es sufi-
84
cente la Historia de Tucdides, sino que hay que utilizar tambin las obras
de Aristfanes o el pensamiento de los sofistas, por ejemplo, para ampliar
el campo visual de la actividad humana de la poca. Hay que buscar al
hombre no slo en los textos de Historia. Todos los aspectos completan la
visin del hombre, sin que ninguno sea exclusivo sobre los dems.
Como liberacin de la Historia exclusivamente dedicada a los hechos
polticos, surgi la Historia de la Civilizacin, trmino que no siempre ha
adquirido un contenido uniforme ni ha sido unnime la opinin sobre lo
que debe contener. Tal Historia, como la Historia de la Cultura, resulta v
lida, siempre que no signifique el aislamiento con respecto a los dems as
pectos. V. Gordon Childe (1971), insiste en la importancia de la ciencia y
de la tecnologa para la comprensin total de la Historia. Las invenciones
son un reflejo del estado general del conocimiento, pero su aplicacin tec
nolgica y el grado a que en sta se llega son ndices del estado de la
sociedad del momento. Es indicativo que se produzcan ciertos descubri
mientos, pero tambin que se apliquen a fines prcticos, o que por el
contrario caigan en desuso y haya necesidad de redescubrirlos, o simple
mente que ciertos avances cientficos queden relegados a usos no utilita
rios. Pierre Vilar (1965), insiste sobre los peligros de considerar toda la
Historia como Historia econmica y resalta en cambio la necesidad para la
Historia de utilizar todos los hallazgos de cualquiera de los aspectos espe
cializados de los temas histricos. De igual modo, la Historia total abarca
ra tanto los problemas de estructuras como los coyunturales: en la vida de
cualquiera, junto a la situacin general en la que se encuentra, inciden los
acontecimientos. Toda la crtica frente a la Historia evenemencial ha
sido absolutamente positiva para alejamos de la pura relacin de aconte
cimientos, pero es imprescindible evitar la cada en el extremo de anular
totalmente de la Historia el acontecimiento. Colaboracin entre Historia co-
yuntural e Histroria estructural es la Historia total para Braudel, (1968, 59).
El mismo problema se plantea con respecto al estudio de la larga dura
cin. La sntesis estara en introducir tambin en ella los fenmenos de cor
ta duracin explicados en su contexto de desarrollo y progreso. Si la His
toria es el hombre en sociedad, pues la biografa del hombre que se asla
tambin se estudia como fenmeno que se produce en la sociedad, como
resultado de condiciones sociales especficas, cualquier aspecto que cola
bore a su estudio es vlido cientficamente y no es necesario limitarse a nin
guno de ellos, econmico o poltico (aspecto ste que puede ser recupera
ble para la Historia estudiado dentro del contexto social y como expresin
de lo social, en la totalidad), largo o corto, actual (tendencia de cierto tipo de
historiografa que, insistiendo en la importancia del presente, olvida los tiem
pos anteriores) o remoto, siempre que todos estn sometidos al intento
constante de establecer mutuas relaciones para que ninguno quede aislado.
85
Dentro del conjunto de estos problemas, puede situarse tambin el de
la Historia Universal, considerada como Historia de la totalidad sincrnica
del mundo (ver epgrafe 2.6,4), En su contenido concreto, tal sincrona uni
taria slo podra establecerse en los tiempos modernos (Schafer, 1969),
Sin embargo, desde la Antigedad, ha habido concepciones unitarias del
mundo habitado que se han plasmado en intentos historiogrficos valiosos.
El desarrollo de las colonizaciones, cuya sntesis historiogrfica est re
presentada por la obra de Herdoto, empieza a permitir la observacin,
desde la ciudad como centro del mundo y, en concreto, en Herdoto, des
de la ciudad de Atenas como punto de referencia universal, la totalidad del
mundo conocido. Ms tarde, Polibio ya titula su obra Historia koin y kat-
holik, as como Diodoro Siculo. La situacin procede de la ruptura de los
lmites de la ciudad y de Grecia por obra de Alejandro (Bauer, 19573, 149,
sigs.), que de hecho puso en relacin, para la posteridad, los diferentes
puntos geogrficos y ampli el radio del mundo conocido. Con todo, tales
historias se han limitado al aspecto enciclopdico, como muchas de las
posteriores, incluso modernas. Son Historias Universales en tanto que tra
tan de todos los rincones del mundo en un momento dado. Posteriormen
te se han estalecido sincronas y se ha insistido en las relaciones mutuas,
como en el caso de Neumann (Bauer, 19573, 160), que hizo una Historia
Universal de la Antigedad en que trataba de Oriente, Grecia, el mundo
helenstico y romano en aquellos aspectos que los unan entre s y en sus
mutuas influencias, labor sin duda interesante para evitar la independencia
con que suelen tratarse tales aspectos. Sin embargo, el estudio de la His
toria como Universal parecera ms bien requerir un planteamiento en que
cada uno de los aspectos fuera visto con una perspectiva tal que lo situara
en la totalidad de la Historia humana. Considerando lo dicho con respecto
a la finalidad de la Historia como autoconocimiento humano, cabra adap
tar a las circunstancias actuales la definicin de Schlzer (Bauer, 19 5 73,
158), por la que sera la compilacin sistemtica de hechos por medio de
la cual se puede comprender fundadamente el estado actual de la tierra y
de la estirpe humana. Toda Historia que tiene como finalidad colaborar
en tal comprensin, sea en s estudio parcial o total, formara parte de la
Historia Universal.
Slo dentro de la Historia total y Universal se entiende la aplicacin a la
Historia de la idea de progreso. La imagen del vector tiene la ventaja de
procurar una idea clara de la no repeticin de los hechos. Nihil novum sub
sole es una afirmacin contraria a la Historia. Las teoras cclicas tienen en
cuenta en general slo aspectos parciales de la Historia (ver supra, 1.5.17):
la reproduccin de ciertas costumbres o hbitos blicos, pocas de paz y
formas de vida ms o menos cortesanas o hedonistas, pero no tienen en
cuenta el fondo de las situaciones que, no slo no se repiten, sino que
slo gracias a la situacin anterior pueden explicarse. En la llamada suce
86
sin de los imperios, cada uno es diferente del anterior y diferentes son las
fuerzas sociales impulsoras. Por eso tambin suele ser parcial la nostalgia
del pasado, pues en general responde a un sector social que ha salido
perjudicado. V, Gordon Childe pone de manifiesto que el factor tecnolgi
co hace impensable el desarrollo cclico de la Historia. Por ello es necesa
ria la visin totalizadora de la Historia para entender el proceso progresi
vo. Lo que importa es la resultante del conjunto de fuerzas que componen
la Historia (Chatelet, 1978, Introduccin), Tal lnea recta, sin embargo, no
debe confundirse con la lnea dirigida hacia un fin. El ltimo paso con que
cuenta en historiador es el presente y la proyeccin de la lnea ms all de
ese presente se sale fuera de la Historia. Por tanto, la concepcin progre
siva de la Historia ha de observar la realidad cronolgica, hasta el pre
sente, y social, sin dejarse engaar por ninguna visin parcial, lo que cons
tituye una condicin y una consecuencia de la Historia Universal.
El historiador Amiano Marcelino hablaba de lo que es digno de ser na
rrado (citado por Bravo, 1985, 34), pero, en realidad, la Historia slo es
comprensible como estudio de la totalidad Ahora bien, el estudio de todo
tiene que plantearse como tal todo, no como cada cosa, Se trata de ver
lo general y lo particular en sus mutuas relaciones. Otra cuestin es que
quiera hacerse objeto de la Historia todo, en el sentido de lo ms banal,
porque sea ms o menos atractivo para determinado pblico, como pare
ce ser el proyecto de Veyne, en Droit (pgs. 442, sigs.), dentro de la lnea
seguida en su ltima etapa por la Escuela de los Anales y que, en lo que
se refiere a la historiografa antigua, se inclina en favor del anecdotario he-
rodoteo frente a los intentos de Tucdides de comprender la complejidad
de las relaciones entre hombres y entre ciudades (Ver ms adelante el
epgrafe 2.3.5, Individuo y sociedad). Una frase de un texto literario, en su
contexto general, puede ayudar al conocimiento de lo general. Los casos
aislados pueden resultar especialmente ilustrativos incluso cuando se tra
ta de casos lmites, al convertirse en representativos de los lmites de la to
talidad, pero slo cuando su estudio se enfoca en esa direccin, como ha
ce Ginzburg (1981, 22).
Lo mismo ocurre en relacin con la economa, tal como aparece en los
planteamientos de Pierre Vilar (1965, pgs. 301, sigs,), cuando aconseja no
encerrarse en los hechos econmicos, sino integrarlos en la totalizacin. Si
no se puede eliminar la economa en un planteamiento histrico, tampoco se
puede eliminar la guerra, pues lo verdaderamente histrico es el estudio
de los mecanismos de todo el conjunto histrico donde el hombre vive,
crea, lucha y muere (ver epgrafe 3.4.11, Economa), En el epgrafe indi
cado sobre Individuo y sociedad (epgrafe 2,3.5.), se citan las considera
ciones de Hobsbawn (1980), sobre cmo da lo mismo ver el mundo a tra
vs del telescopio o del microscopio, con tal de que se vea el mundo. Lo
importante, dice, es que en el estudio de los distintos aspectos de la reali
87
dad stos no aparezcan acumulados, sino integrados a travs de sus co
nexiones, para lo que, idealmente, lo mejor es el uso del microscopio y del
telescopio. Cuando se estudia realmente la totalidad, desaparece o, por lo
menos, pierde trascendencia la contradiccin entre narrativa y anlisis tal
como est planteada en la actitud polmica de Stone citada por J. Lozano
(1987, 158). El anlisis puede hacerse en la narracin y la narracin pue
de ser analtica (McCullagh, 1984). Cabe la posibilidad de ir narrando los
acontecimientos y al tiempo analizarlos. Si se admite que lo que es histri
co en la Historia social, frente a la Sociologa, es el cambio (Casanova,
1991, 58), es evidente que la mejor manera de hacer Historia social ser
en la narracin y la explicacin de los cambios, En la misma lnea se pro
nuncia Fontana, 1982, La totalidad significa para l integracin de los he
chos de la poltica y de su interpretacin, donde busca la globalizacin
desde lo particular y la integracin de lo particular dentro de lo general.
Lo poltico y militar no puede obviarse, sino superarse a travs de la His
toria de la cultura y de la civilizacin en busca de la economa y de la tec
nologa para hacer Historia total, que viene a ser la Historia del hombre en
la sociedad, en el campo de las estructuras y en el de las coyunturas, En
ella tiene que estar presente el acontecimiento objeto de la Historia tradi
cional, la Guerra del Peloponeso como marco de la sociedad ateniense,
con la ayuda de Aristfanes y de Fidias, de la Historia de los tributos y del
estancamiento tecnolgico, todo lo que permite la comprensin total del
momento histrico. El historiador tiene que hacer, al mismo tiempo, el tra
bajo del especialista en el anlisis de fuentes y el esfuerzo de sntesis.
Esto significa tambin romper con los lmites impuestos por la moda de
estudia?^o~ms^pTYim^T(Chrcr 49).pasado es importante para 1
sente,joero no slo por su inmediatez, sino como- conjunto, para la com
prensin general del proceso de la evolucin humana y de la relacin de
ssparts entre s. Las relaciones mutuas entre el pasado y el presente se
establecen en la totalidad. Para la comprensin del hombre importa todo
el pasado y, por lo tanto, tambin cualquier perodo del pasado. Ahora
bien, no slo bastan los argumentos negativos del estudio de la Antige
dad como parte de la totalidad, tan importante como el resto de las po
cas. Los estudios de la Antigedad adquieren valor en s dentro de los co
nocimientos del hombre actual. La Edad Antigua importa, en efecto, como
parte del todo, pero tambin,, incluscTmi7m^ se pro
dujo el salto a la civilizacin desde las organizaciones humanas primi
tivas, un salto cualitativo denlro del desarroZo cuantitativo do la humani
dad.
Dijo Marx: Slo en el mundo moderno ha vuelto la humanidad -como
antao Grecia, tras la ensoacin del mundo oriental- a la percepcin sen
sible, es decir, limpia, objetiva, de lo sensible, es decir, real; precisamen
te as es como ha accedido a s misma (en Feuerbach, III, pgs. 308-309,
Aportes, pgs. 155-156, citado por Ripalda, en nota 73 a pg. 383 de OME,
V, Marx, 1978). Aqu tambin se muestra la especificidad del estudio de
Grecia dentro del pasado como precedente del mundo moderno, porque
desempea un papel especfico en la configuracin de la humanidad co
mo la conocemos. La conciencia de alteridad hay que tenerla en cuenta de
una manera especial (ver supra, 1,6.18).
Dentro de la concepcin que implica que el objeto de los estudios
realizados por el hombre es algo ajeno a l, la Historia Antigua reviste unas
caractersticas especiales. El ser objeto la convierte en algo ajeno. Es dif
cil de concebir por el hombre moderno la idea de que la Historia Antigua
le pertenece, como parte integrante de su biografa colectiva. Es ms fcil
que haga suya la Historia Contempornea, incluidas las partes que difcil
mente pueden incorporarse a su biografa, como pueden ser las corres
pondientes al mundo oriental, islmico o africano, aunque se trate de un
europeo de tradicin cristiana. En cualquier caso, y en ello recientemente
insisten los planteamientos de Bemal, 1987, tratados infra, en el epgrafe
2.4, sobre el Clasicismo, el mundo clsico es preciso estudiarlo hoy como
producto de las confluencias tnicas de la Antigedad. Su riqueza viene de
esa confluencia y no de la pureza tnica. En los conocimientos exticos
contemporneos se buscan a veces salidas a algunos de los problemas de
la sociedad occidental contempornea, en la India de los hippies, en el
mundo musulmn de algunos grupos andaluces o en el Afrocn de ciertos
sectores canarios, En cambio, quien visita Atenas ve all un objeto ajeno, lo
mismo que quien visita Roma o quien lee las biografas de Suetonio o de
Plutarco. La dificultad estriba en modificar estas actitudes. En efecto, la His
toria Antigua es nuestra Historia y lo es ms que la Historia de Marruecos
o la India, Nuestra sociedad no puede ser comprendida sin Grecia y Ro
ma (ver supra, epgrafe 1.5). Es lo que la define. Cuando hayamos apren
dido a comprender la Historia de Grecia y Roma como parte fundamental
de nuestra Historia y, lo que es tal vez ms difcil, como parte de la Histo
ria de Marruecos o la India, habremos dado un gran paso en la compren
sin de nuestro presente. Sin embargo, tales estudios, desde una pers
pectiva progresista, estn desprestigiados, Ello se debe, en buena parte, a
la concepcin espiritualista e idealista del Renacimiento, que ha imprimido
una imagen idealizada de la Antigedad clsica, Por lo menos desde enton
ces se dibuja ese problema, que sigue siendo el nuestro, cuya comprensin
es precisamente lo que convierte al historiador de la Historia Antigua en
un luchador por la cultura actual, lucha indisolublemente unida a la que in
tenta despejar una imagen real, no idealizada, de la Antigedad clsica.
89
2 .2 . L a H istoria A ntigua y las C ie n cia s H um anas
90
Desde el punto de vista metodolgico, la Historia es ciencia porque
busca la interpretacin y la explicacin de los fenmenos partir de los tex
tos o de otras fuentes, pero no porque busque causas mecnicas. La bs
queda de la causa inmediata, como simplificacin positivista, corre el evi
dente peligro de caer en la banalizacin. El proceso cientfico consiste en
buscar el lugar que ocupan en el proceso histrico ciertos hechos fortui
tos y aislados, del tipo de decisiones personales de carcter efmero,
para intentar encontrar su coherencia, o en buscar los mecanismos que
vinculan los acontecimientos a la dinmica de las estructuras. La Historia
cientfica se mueve a travs del planteamiento y contestacin de pregun
tas de este tipo. As se puede llegar a la comprensin global y al anli
sis coherente de los fenmenos concretos dentro de la generalizacin que
explique las pocas (hay reflexiones sobre esto en los epgrafes 3.4.11,
Economa, y 2.1, El objeto...).
91
en un sentido comparable al de las ciencias de la naturaleza, con lo que la
Historia quedaba relegada a un lugar secundario, pues se hizo evidente
que no podan establecerse causas mecnicas ni leyes cientficas, como se
haca con la naturaleza, acerca del comportamiento de las sociedades hu
manas. Por otra parte, la bsqueda de las causas no es propiamente una
invencin del positivismo, pues el nacimiento de la Historia est ligado a
ella, ya que Herdoto, en el planteamiento de su Historia, se propone la
bsqueda de las causas para los acontecimientos que va a relatar. Tales
causas estn planteadas como la exposicin panormica de un amplio
campo de antecedentes, en los que se narran situaciones complejas de to
dos aquellos pueblos que de algn modo tuvieron que ver con el tema
central de su estudio. Sin duda, Herdoto, por la influencia de la logogra
fa, calcula mal cules son los lmites necesarios para que tal explicacin
sea suficiente, y no excesiva. Sin embargo, la perspectiva que est en el
fondo de tal panormica recibe hoy nueva vitalidad en la visin actual de
las causas histricas. En efecto, no se trata ya de la bsqueda de una cau
sa. Tales pretensiones llevan normalmente a un esquematismo extremado
y a simplificaciones de la realidad, pero no sirven para dar ninguna expli
cacin racional del pasado humano, La investigacin histrica precisa ms
bien del estudio amplio de un sistema de causas, establecido jerrquica
mente, que conduzca de lo particular a lo general, para llegar a una cam
po extenso donde se expliquen las partes y que pueda ser considerado
como la causa en ltima instancia. La relacin cientfica de cada hecho
no es la que se establece entre lo particular y lo particular como relacin
de causa/efecto, sino el mecanismo que pueda vincular lo uno a lo gene
ral (Carr, 1967, 88).
La amplia masa de hechos que puede encontrarse como antecedente
causal de cualquier fenmeno histrico requiere un estudio diferenciado
que investigue qu puede tener un carcter ms general y qu puede
aparecer como accidental dentro del proceso. Sera ridculo negar la exis
tencia de los hechos casuales y su incidencia en los procesos histricos.
Un historiador no puede olvidar que en los primeros aos de la Guerra del
Peloponeso azot Atenas una epidemia de peste. Sin embargo, ese histo
riador no puede explicar ciertos hechos posteriores de la Historia de Ate
nas y del desarrollo de la guerra p o r tal epidemia, aunque sin duda algu
na incidi en el proceso. La situacin general de la Grecia del momento,
de Atenas en particular, la etapa correspondiente de la evolucin de la de
mocracia, la poltica de Pericles y sus vinculaciones sociales, explican, sin
necesidad de la peste, todo el proceso sufrido en los aos inmediatos. De
la misma manera, Bloch (1952, 149), ante la afirmacin de que la peste ne
gra fue la causa de la despoblacin de Europa, afirma que aqulla se pro
pag rpidamente debido a las condiciones sociales del momento y que
sus efectos morales se explican por una predisposicin de la sensibilidad
92
colectiva. Lo mismo se podra decir de las luchas entre Antonio y Octavio.
La situacin general del Mediterrneo en esa poca, la situacin concreta
del campesinado itlico y del mundo helenstico, los antecedentes roma
nos personificados en la poltica de Csar, explican racionalmente tales lu
chas as como sus desenlaces, sin necesidad de acudir al amor de Antonio
por Cleopatra ni al famoso tema de la nariz de esta ltima, El azar es im
portante slo en tanto en cuanto sus resultados dependen del sistema so
bre el que acta. Lo mismo puede decirse del hecho individual, acciden
tal y concreto. De acuerdo con Montesquieu, puede afirmarse que si una
causa particular, como el resultado de una batalla, ha reducido un estado
a la nada..., es porque haba una causa general que hizo que dicho estado
pudiese hundirse en una sola batalla. Ya Tucdides puso de manifiesto que
las cuestiones de Potidea, Corcira y Mgara fueron pretextos o motivacio
nes inmediatas, pero que la verdadera causa de la Guerra del Pelopone-
so haba que buscarla en la situacin de Atenas y en el temor que su im
perialismo produca en otras ciudades.
La importancia dada al azar o al accidente suele acrecentarse en mo
mentos de decadencia, Ya Gibbon puso de manifiesto que la importancia
atribuida a la tfche por Polibio estaba en relacin con la decadencia del
mundo helenstico. Los griegos no atribuan al mrito de Roma su triunfo
sobre ellos mismos, sino a la fortuna. En general, tal situacin est condi
cionada por la incapacidad de dominio de la realidad y por la conciencia
de tal incapacidad, que conduce a la falta de comprensin del proceso his
trico. No siempre, desde luego, se trata del desconocimiento de alguna
causa para atribuirla a los hechos. El hecho puede ser fortuito en s mis
mo. Lo que importa es la influencia que se atribuye a tal hecho sobre el
proceso general.
La bsqueda de las causas histricas, as entendida, significa tratar de
hallar un amplio sistema de relaciones, mutuos condicionamientos, combi
naciones, enlaces e interferencias, nexos, diferentes tipos de transiciones
entre las etapas, etc., a partir del que puede establecerse una explicacin
racional, tendente a la generalizacin. Pero el establecimiento de lo que
podra llamarse, tomando la expresin cum grano salis, ley general, revis
te una serie de dificultades y peligros. Existe, por una parte, la posibilidad
de confundir ley cientfica con causa. Berr ya hizo ver con claridad que la
ley de la gravitacin no es la causa de la cada de los cuerpos, sino la abs
traccin general de todas las cadas, Pero, al mismo tiempo, est el peli
gro en el que cay el positivismo. En Historia, el conocimiento de una se
rie de hechos y sus mecanismos de transformacin puede dar lugar a una
verdad general que nunca alcanza el carcter de ley en sentido cientfico
natural. La creciente masa de conocimiento y experiencia histrica hace
tambin creciente la capacidad del historiador, as como del hombre en
general, para la comprensin cada vez ms profunda de la relacin de los
93
fenmenos histricos y sus sistemas casuales. No se trata de convertir al
historiador en un previsor del futuro. De acuerdo con Pierre Vilar (1969,
8-9), ste (el historiador) intenta descubrir a posteriori los mecanis
mos que vinculan los acontecimientos a la dinmica de las estructu
ras.
El trmino estructura se encuentra en la cita matizado gracias a su
dependencia del sustantivo dinmica. En efecto, la estructura en s ayu
da a comprender mejor la relacin en que se encuentra cada una de las
partes, pero no ayuda a comprender la causalidad histrica en tanto que
dinmica. En efecto, la causalidad histrica requiere una explicacin en el
tiempo, insistiendo en la anterioridad y la posterioridad de cada fenme
no. En el polo opuesto a la concepcin estructural podra situarse el siste
ma habitual de la Historias de las instituciones, consistente en buscar la
explicacin en los orgenes. Ante ellos reacciona Bloch (1952, 31): un
fenmeno histrico nunca puede ser explicado en su totalidad fuera del
estudio de su momento. La misma institucin cambia de contenido de
acuerdo con el sistema general en que se encuadra en cada poca. El ori
gen de la p leb s no explica por s solo el contenido que corresponde a es
te trmino dentro de la sociedad imperial, como tampoco su encuadra-
miento dentro de la estructura de la sociedad del Imperio explica por s
solo sus reacciones a lo largo de la Historia de Roma. De aqu que la bs
queda d e las relaciones entre los hechos y situaciones histricas haya de
intentarse dentro del marco de la cronologa entendida como cuadro abs
tracto en el que estn inmersos los acontecimientos. Que stos tengan lu
gar en una fecha o dos aos despus importa desde el momento en que
en esos dos aos ocurren cosas que les afectan. Ningn hecho histrico
puede entenderse fuera de su encuadramiento cronolgico y la relacin
cronolgica como tal, entendiendo as la relacin existente entre los dife
rentes factores, hace explicables los acontecimientos histricos (Bloch,
1952, 26). Del mismo modo, se entienden al encuadrarlos en su contexto
cronolgico los fenmenos atribuidos a factores geogrficos, sin eliminar
la posible influencia que el marco geogrfico tiene en ocasiones. La ex
pansin martima griega slo se entiende contando con la existencia del
mar, pero la explicacin histrica del fenmeno se encuentra en las con
diciones del desarrollo de la sociedad griega en los siglos anteriores.
Tambin se entienden cronolgicamente los fenmenos que suelen atri
buirse a criterios como el del pueblo o la raza. La belicosidad o carc
ter aventurero, por ejemplo, de ciertos pueblos responden a realidades
histricas cada vez ms claras. Los iberos o vascos muestran las mismas
reacciones que los escitas, a pesar de su diferencia de origen, sin duda
porque su situacin en el desarrollo social es similar. El carcter lacnico
de los espartanos se explica por su posicin histrica, agudizada frente a
la evolucin ateniense. En general todos los problemas de psicologa
94
colectiva son susceptibles de recibir una explicacin histrica (ver supra,
1.4.2).
2 .3 . Unidad y diversidad
95
tnicas que igualmente tendan a ceder a fuerzas centrfugas en momentos
crticos. Con el ejemplo del frica actual o de la Unin Sovitica se puede
comprender la unidad y diversidad del mundo antiguo. De este modo se
impone, para el historiador del mundo antiguo, la necesidad de aproxi
marse a la Prehistoria, no slo por tratarse del lmite anterior donde se ori
ginan los rasgos caractersticos de la Antigedad, sino porque las caracte
rsticas de la Prehistoria estn presentes a lo largo de toda ella,
El problema subyace, de todos modos, en los fundamentos econmi
cos del proceso. Es conveniente hacer la pregunta acerca de... cui bono?.
La disgregacin del Imperio romano favoreca a las comunidades que se
liberaban del peso del Imperio, pero, en ltima instancia, favoreca a los
seores feudales en formacin, a los que permita un mayor control de las
comunidades por va extraestatal. La unidad de grandes estados ha favo
recido el control por parte de las burguesas. Tal vez, ahora, el internacio
nalismo del capital acte mejor sobre entidades ms reducidas, controla
das por grandes aparatos tecnocrticos, en manos de los expertos, al
estilo de la ciudad platnica, pues ya Scrates defenda que slo deban
gobernar los especialistas. Debe de tratarse de una buena solucin oli
grquica cuando la situacin es institucionalmente democrtica.
La diversidad antigua era popular y, al mismo tiempo, feudalizante. La
unidad favoreca a la plebe urbana y a los sectores vinculados al estado
central. Ni las formas estatales ni la organizacin territorial son reflejos au
tomticos de los intereses de una clase, sino que los conflictos se mani
fiestan de manera compleja. Las burguesas que, en los inicios de la Edad
Contempornea, apoyaban al nacionalismo coincidan con las comunida
des que pretendan liberarse del control del estado feudal. El proletariado
intemacionalista no coincide ahora con el capital internacional. ste en
cambio coincide con el proletariado que pretende liberarse de la tutela de
grandes estados convertidos en mquinas burocrticas absorbentes. El
Estado tardoimperial romano no fue capaz de contener la disgregacin
feudal apoyando a las masas urbanas, que se refugiaron precisamente en
las ciudades convertidas en centros donde dominaban los nuevos seores
de la Iglesia. El defensor plebis no estaba en condiciones de proteger a la
plebe, porque era el agente de un Estado que, contradictoriamente, pre
tenda apoyar a quienes buscaban esa transformacin que impeda que
perdurara una plebe urbana parasitaria. Slo en su diversidad es com
prensible la unidad del mundo antiguo, como la del actual.
Del texto de Bachoffen citado por Marvin Harris (1978, 164), donde se
dice que el patriarcado favoreci el desarrollo de la espiritualidad del
gnero humano, parecera deducirse, a contrario, que las relaciones ma
triarcales favorecen el materialismo. La capacidad de abstraccin partira,
segn eso, de la concepcin masculina de la naturaleza, alejada de la pro
duccin. Es cierto que, en determinadas sociedades, la materialidad pro
ductiva est muy relacionada con las mujeres, en fiestas y rituales, y en
otras formas de manifestarse en general. Los presupuestos de su mundo
imaginario son los de la vida material. La formacin del mundo imaginario
femenino mantiene unas relaciones muy directas con la produccin: la ora
cin de las mujeres pide cosas muy directamente relacionadas con la pro
97
duccin, la alimentacin y la reproduccin, la vida y la muerte, La ideali
zacin, en la formacin de un mundo imaginario alejado de la produccin,
se producira como forma de justificacin del dominio masculino, pero,
con el desarrollo de ese dominio, se transfiere a la mujer, porque halla ah
el modo de enmascararse su nueva situacin, su papel subordinado en la
produccin y en la reproduccin, con lo que desarrolla, como factor de su
bordinacin, el instinto de la reproduccin, com o madre. Sin embargo,
la configuracin de las diferencias funcionales entre los sexos y la creacin
de un imaginario que exalta el alejamiento de la produccin y la sublima
cin de la reproduccin resulta un fenmeno histricamente paralelo al
desarrollo de la explotacin del trabajo entre clases sociales, lo que lleva
a una imbricacin de los problemas, sin duda inseparables, pero necesi
tados de mltiples matices. Las relaciones de las mujeres con la produc
cin y la reproduccin hacen, por ejemplo, que Ste.-Croix (1988), dedique
un captulo (II, vi) a intentar demostrar que, al menos en el mundo anti
guos, constituan una clase social, criterio que requiere los correctivos
procedentes del anlisis de una variedad de factores, entre los que no es
el menos importante la consideracin de que el ocio, sin duda improduc
tivo, de muchas mujeres de las aristocracias antiguas se apoyaba en el
trabajo de los/las esclavos/as (Plcido, 1984) o el de que el hecho de fun
damentar las relaciones de clases en criterios biolgicos llevara natu
ralmente a afirmar la inamovibilidad de las relaciones sociales, dado el
carcter casi inamovible de las condiciones biolqicas de la sexuali
dad.
Para el problema de la sexualidad en el mundo antiguo resulta de gran
inters el estudio de su evolucin, cuando se reduce al estado de natura
leza a travs de la enajenacin econmica (ver la nota 65 a p. 377 de
OME, S [Marx, 1978], por J. M. Ripalda). El sistema esclavista crea unos
mecanismos especiales en las relaciones entre hombre y mujer condicio
nados por el sistema mismo. La prostitucin antigua es tan fuerte como la
del mundo contemporneo y lo mismo podra decirse de la homosexuali
dad. La sexualidad humana pasa de lo natural) a lo civilizado a travs
de la explotacin propia de propiedad privada. En la Antigedad, la se
xualidad est condicionada por la propiedad privada y la esclavitud, como
se ve en el famoso texto de Demstenes: esclavas, esposas (propiedad),
pero existe la hetera, que cumple en cierto modo una funcin amorosa,
como el efebo, Ahora bien, aqu se interfiere el asunto de la transmisin de
los valores, el aspecto ideolgico de la divisin en clases (ver Cantarella,
1991, y la resea de Revista d e Occidente, 139, 1992, 165-7).
Este tema es preciso encuadrarlo dentro del intento de comprender
cm o eran las relaciones antiguas entre los hombres, entre hombres y mu
jeres.
98
2.3.5. Individuo y sociedad
99
do en la poca de la transicin espaola, ante los argumentos basados en
los intereses de la clase dominante para sealar que la democracia es
taba garantizada porque ya le interesaba y haba hallado el instrumento
poltico vlido para aplicarla y hacerlo, en un contexto general, sin riesgos
de agitacin, era muy frecuente el contraargumento de que los grupos
ms o menos minoritarios de la derecha, deseosos de determinado tipo de
involucin, no usaban el mismo tipo de anlisis, no conocan cules eran
esos argumentos, cules eran los argumentos de esa clase, ni siquiera sa
ban que ellos actuaban en su nombre. En este sentido es til la prctica
del historiador, cuando es capaz de hallar los lazos entre los hechos y las
circunstancias objetivas en que se producen. Podra enunciarse la pre
gunta de cul es en la mayor parte de los casos la conciencia histrica de
los grupos que tienen un objetivo definidamente poltico, Slo la clase
obrera, cuyo hipottico triunfo nunca significara la creacin de un nuevo
dominio opresivo y explotador, puede ser capaz, en circunstancias muy
favorables, de tomar conciencia de la oportunidad histrica y de los inte
reses que defiende, aunque es mucho ms frecuente que se halle aliena
da por infinitos medios de control. En general, no hace falta que lo sepa pa
ra que un grupo sea representante de los intereses de una determinada
clase o sector dentro de la clase. Para saberlo hara falta una conciencia
histrica de la que en general las clases en decadencia y sus represen
tantes polticos carecen. No es casualidad que se pasen la vida dicendo
que son interclasistas. Por ello precisamente, tienen que buscarse otras
motivaciones, una falsa conciencia que les haga creer que el manteni
miento de lo antiguo es lo positivo e incluso, en ciertas ocasiones, lo pro
gresivo, buscando elementos conservadores en lo que realmente, desde
el punto de vista social, representa lo progresivo. Pero la realidad histri
ca es la que se impone. La colectividad es la que decide su futuro por me
dio de la resultante de una serie de fuerzas cuya capacidad de influencia
vara, El problema estriba en que no slo influye el nmero, aunque ste
es un factor importante en las sociedades actuales. Ahora bien, la resul
tante de las mltiples fuerzas depende ms bien de la real capacidad de
actuacin, habida cuenta de la estructura social de ese momento histrico.
Aunque el proletariado sea numricamente superior, su fuerza es menor
incluso dentro de los parmetros de un sistema democrtico. La fuerza y
capacidad de influencia se mide por unos criterios mucho ms complejos
que el nmero,
Es necesario centrar la cuestin. Puede existir un grupo poltico que
crea responder a unos intereses mayoritarios o ms fuertes y que tal
creencia sea falsa. Ellos no lo saben. La ideologa fascista responde a los
intereses de unos grupos. De que tales grupos sean fuertes depende que
pueda llegar a triunfar, La fuerza de tales grupos no slo depende de su
situacin objetiva, sino tambin de que otros grupos afines se encuentren
100
en condiciones tales que el sistema fascista pueda favorecerlos. Si esto no
es as, el grupo fascista no es objetivamente fuerte. Ellos no lo saben, pero
es la realidad histrica la encargada de ponerlo de manifiesto. Los milita
res golpistas, d e hecho, eran menos fuertes de lo que crean. En caso con
trario, su intento del 23F habra triunfado, y no lo hizo a travs de una opo
sicin fundamentalmente burguesa. El golpe no responda a los intereses
dominantes de la burguesa, lo malo es que slo se sabe de verdad una
vez que ha ocurrido. De todo modos, la fuerza que tienen, aunque no triun
fen, se nota en los resultados, como en el mismo caso del 23F, donde se
imprimi una determinada direcin a la democracia espaola.
Pongamos un ejemplo clsico, algunas de cuyas circunstancias pueden
resultar ilustrativas: los nobles romanos del grupo de Bruto y Casio, cuan
do planearon el asesinato de Csar, crean contar con una fuerza mayor de
la que realmente tenan dentro de la clase dominante romana de mediados
del siglo i a.C. Pero la realidad histrica no permita el triunfo de una pos
tura como la suya, que intentaba frenar el proceso que desembocara en
el Imperio. Ellos no saban cul era ese proceso histrico. Posiblemente ni
siquiera lo saban -tomando el trmino en el sentido de una clara concien
cia histrica- los protagonistas del proceso que ellos trataban de frenar.
Porque no lo saban mataron a Csar, pero fracasaron a la larga, dado que
el proceso era independiente de la voluntad de un grupo de nobles ro
manos, igual que era independiente de la voluntad del propio Csar, cuya
voluntad, con otros objetivos explcitos, s pareca capaz de imponerse.
Por ello, ms bien, en ese proceso, la voluntad de un grupo de nobles ro
manos que deseaba la repblica en el sentido ms tradicional era dbil
dentro del cmputo de fuerzas que operaban en Roma en el siglo i a.G.
Pero s hay que tener en cuenta que con su muerte se eliminaron algunos
de los aspectos que no convenan a los sectores dominantes de la poca y
aparecieron, con. Octaviano, nuevos matices concordes con esos intere
ses, Tambin es ilustrativo, en otro sentido, el caso de los Graco, que, se
gn hoy puede deducirse, al actuar con intenciones que aparentemente se
oponan al desarrollo del sistema esclavista, colaboraron de hecho a su im
plantacin definitiva y a crear las condiciones de su consolidacin en Italia.
El problema est en que en toda la Historia Antigua estamos en la mis
ma situacin y con ello hay que contar, Por eso la Historia Antigua es ms
aleccionadora que cualquiera otra. Es muy fcil en la Historia Contempo
rnea entender el criterio individual o de grupo para intentar explicar los
acontecimientos histricos, En la Historia Antigua esto es prcticamente
imposible. En consecuencia, es ms necesario, si se quiere entender el
proceso histrico, acudir a explicaciones genricas. En ellas es necesario
buscar el papel del individuo, el poder personal y el voluntarismo, as co
mo el'del hombre rebelde y, en general, todo lo que parece que en prin
cipio podra atribuirse a la accin de un hombre aislado.
101
Por ejemplo, las reformas de Efialtes son obras personales en un con
texto que las explica. Tambin su muerte es significativa de que existan
grupos de oposicin a la democracia, pero la oposicin de Pericles signi
fica mucho ms: las fuerzas democrticas eran tan fuertes como para so
portar la muerte en atentado de su prosttes. Ellos no conocan este proce
so, pero eso no impidi que a la larga su intento de frenarlo fuera un fra
caso (ver Lukcs, 1966-67, II, 267),
Tampoco se puede caer en la consideracin de la masa como una en
tidad abstracta. La Historia la hacen los hombres, en su colectividad y en
sus relaciones. Importa, en cada caso, el nmero concreto de hombres y
su posicin en el conjunto de esas relaciones, que hacen posible la capa
cidad de influencia en la Historia, por cantidad o por posicin, ms o me
nos dominante dentro del conjunto de las fuerzas.
Tambin se producen las reacciones e interpretaciones contrarias.
Cuando algn personaje toma una decisin o se encamina en una deter
minada direccin, tiende a creer, l mismo y sus intrpretes, en su propia
inteligencia o, incluso, en su carisma, como en el caso de Alejandro, de
Augusto, etc., en los que la inteligencia se encuentra en todo caso en la ca
pacidad de percibir por el anlisis o la intuicin la tendencia de la clase
fuerte. Ahora, el proletariado est dbil y slo obtiene lo que quiere la cla
se dominante y, as, reivindican cosas como autonoma, independencia...
No se trata de prescindir de los individuos en la Historia, como no se
trata de prescindir de los hechos concretos, del microscopio frente al te
lescopio (Hobsbawn, 1980), sino en ver lo general en lo concreto y lo con
creto a travs de lo general. Todo ello es muy diferente a que se trate de
hacer de la microhistoria el nico objeto de la Historia (ver Fontana, 1992,
17-24). Como explica Lled (1978, 164), la interpretacin psicologista no
tiene valor por s sola, porque no hay psych ms que en el dominio de la
polis. El individualismo puro sirve, tanto para exaltar determinadas figuras
carismticas y eliminar la creencia en los protagonismos colectivos, como
para eliminar las responsabilidades de clase, como las que pueden atri
buirse a Hitler, como nico causante de la Guerra Mundial y del nazismo
(Casanova, 1991, 73, que cita a Taylor, 1961, autor de un estudio que acla
ra colectivamente los acontecimientos) (ver el epgrafe 3.3, y supra, 2.1).
Se puede hacer Historia Social a partir de los conocimientos existentes,
que casi siempre tienden a ser individualistas, incluso a travs de la pro-
sopografa, que es desde luego un mtodo que permite caer en la Histo
ria de las personalidades, a no ser que el enfoque consista en pretender
comprender la sociedad y sus conflictos. Sin embargo, de la misma ma
nera se puede hacer una Historia denominada social y convertirla en un lu
gar donde realmente se tratan problemas parciales, donde la sociologa se
transforma en un instrumento contra la comprensin de las sociedades y
sus conictos. Casanova (1991, 57), explica que el mtodo consiste en
102
convertir el concepto de clase en un tipo de estratificacin social desliga
do de sus determinantes econmicos o coger la herramienta 'movilidad
social' para explicar la estabilidad de la sociedad industrial y o m itir as el
anlisis de la accin colectiva revolucionaria. En la Historia del Mundo
Antiguo se dan algunos ejemplos significativos, como los de Alfldy y
Gschnitzer, donde, bajo el ttulo de Historia social, se encubre la descrip
cin de una sociedad segmentaria en la que los cambios parecen ajenos a
cualquier tipo de dinmica social (ver el epgrafe 1.6.19 sobre Progreso y
ciclicidad, e infra, 3.4.12).
103
que las refinadas necesidades del rico. En este planteamiento se ponen de
manifiesto, por lo menos, algunos aspectos de la produccin cultural. Des
de luego es preciso establecer determinas matizaciones. El rico puede
comportarse de manera grosera hacia abajo, en la explotacin, pero sta
misma tiende a enmascararse, al margen de que tambin existe el ever-
getismo y la caridad, e incluso la exhibicin del refinamiento para de
mostrar la superioridad individual y colectiva de la clase dominante o de
la finura comprensiva. De hecho, el trato entre clases adopta formas muy
complicadas que a veces se muestran colectivamente en manifestaciones
culturales, por ejemplo en las vas de acceso de los pobres a la alta cul
tura. En la lrica griega no hay acceso, sino monopolizacin, dentro de la
prctica del banquete, que significa en s misma una operacin de exclu
sividad, pero s hay acceso en la pica, precisamente para que llegue al
pueblo la evidencia del prestigio y mrito de los dominantes, y en la tra
gedia, a partir de una manifestacin colectiva que no ha sido monopoliza
da, pero s adaptada a las intenciones dominantes de integrar el pasado en
el presente de la ciudad donde se fragua la democracia.
Las relaciones sociales parecen adoptar formas ms elevadas donde
las manifestaciones culturales masivas son tambin elevadas, como la
tragedia griega. Sin duda se trata de un caso muy especial. La masa, el
plthos, el demos, participa de los problemas colectivos con una capaci
dad crtica tal que permite que sea eficaz un modo complicado de expre
sin intelectual. Tal puede ser la definicin social de todo el clasicismo:
buena retrica y arte pblico de alto nivel, no romnico (Ver infra el ep
grafe 2.4, sobre el clasicismo).
Acerca de la mayor rentabilidad de las rudas necesidades del pobre
tambin cabran algunas matizaciones. De una manera global, en el plano
econmico, es ms rentable producir para el pobre porque se puede ob
tener un beneficio de las necesidades de la masa de la poblacin, porque
cada pobre que trabaja para subsistir trabaja tambin para el rico, en cual
quier sociedad. El propietario es rico porque los pobres trabajan la tierra
con nimo de atender a sus rudas necesidades, que slo quedan cubier
tas porque el rico redistibuye el excedente que ha acaparado a travs del
trabajo del pobre. El evrgeta obtiene beneficios a travs de las necesi
dades del pobre, que l mitiga con sus obras de beneficencia, porque as
se somete ms complacientemente a la explotacin. Sin embargo, tambin
parece rentable para el rico producir bienes refinados dentro de las so
ciedades de clases, no slo por la capacidad de gasto de los ricos, aunque
formen grupos reducidos, sino tambin porque desempean una misin
en la creacin del prestigio ante los pobres. Los fabricantes de estatuas o
de cermica fina en la Antigedad clsica parecen haber tenido bastante
rentabilidad. Ahora bien, en esta lectura se llega a la conclusin de que la
frase estaba en lo cierto ya que toda la produccin se lleva a cabo con una
104
proyeccin sobre el pobre, para alimentar sus necesidades, pero tambin
para satisfacer las necesidades derivadas del hecho de que pueda estar
controlado.
Ahora bien, como en la Atenas democrtica era grande el peso espe
cfico del demos, al ser en cierto modo clase dominante en la ciudad es
clavista, pero que permaneca vinculada a las necesidades inmediatas de
la realidad material, la consecuencia en el plano cultural fue que la per
cepcin sensible permaneci como algo fundamental, en lucha victoriosa
frente al idealismo eletico o platnico. Adems, atender a las necesidades
culturales del pobre era motivo de produccin elevada, no de produc
cin deleznable, como en nuestro tiempo, pero tampoco se centraba la
produccin en el refinamiento del rico, alejada de la realidad, sino en la
capacidad sensible del pobre que, adems, tiene acceso a los bienes cul
turales. En el epgrafe primero de este captulo se pone de relieve que es
ta capacidad de acceso a la cultura de lo sensible es propia del mundo an
tiguo y del moderno. Tambin conviene recordar aqu el problema
que plantea en este caso concreto la concepcin de la alteridad (en
1.6.18).
2.3.8. La poltica
105
La poltica se presenta como lugar de cohesin de la unidad de una for
macin social, pero tambin como punto en que se imbrican varios modos
de produccin, donde se manifiestan las relaciones de fuerza, por lo que
resulta un estudio especialmente importante en los perodos de transicin.
El Estado es el producto de la sociedad en un momento determinado
de su desarrollo, pero sta engendra, como tal, en esa produccin, una
contradiccin insoluble consigo misma, segn expresin de Engels en el
Origen d e la Familia. En las contradicciones de la sociedad nace la nece
sidad de un poder que amortige los conflictos, pero ese poder, nacido de
la sociedad, se coloca por encima de ella y se hace ajeno a ella. El Estado
se define as, por Engels en el Anti-Dhring, como el resumen oficial de la
sociedad, es decir, el resumen de sus contradicciones, y Lenin define lo
poltico como lo econmico condensado. El problema es que, al estar
condensado, aparece como menos claro, en un entramado complejo entre
lo real y lo imaginario, entre lo que tiene funciones reales y lo que las tie
ne en el plano de lo ideolgico, como medio de enmascaramiento.
Una Formacin Social es un sistema de equilibrio inestable en cuyo in
terior el estado desempea un papel de reguladora, con el objeto de al
canzar la finalidad de lograr la cohesin en el conflicto de las clases a es
cala poltica. Dentro de este papel se han de captar todas las funciones
restantes del estado, entre las que predomina la de mantener la cohesin
especfica que permite que la clase dominante sea dominante, con lo que
se hace directamente correspondiente con los intereses polticos de clase
de los dominantes. La clase social se define as como efecto global de las
estructuras en el dominio de las clases sociales. En este plano, el Estado
como tal no es el poseedor del poder y slo puede referirse a las clases
sociales que detentan el p o d e r (Poulantzas, 1976, 140), cuyo p o d e r s e
debe a las relaciones con las estructuras.
Los cambios en los elementos constitutivos del estado definen la locali
zacin y la topografa de la Historia social, pues el estado se define como
el elemento de unificacin de una sociedad dividida en clases, pero sirve
tanto para el ejercicio de la dominacin de clases como para el desempe
o de la tareas comunes de la sociedad (Therbom, 1979, 46-8). La segun
da funcin sirve para enmascarar la funcin parcial de la primera como si
respondiera tambin a los intereses totales de la sociedad. La cuestin es
triba entonces en averiguar cmo se relaciona la funcin total del estado
con su funcin parcial, cm o s e articula su papel representativo de la co
munidad con su papel de instrumento de la clase dominante. Por otro la
do, la Historia poltica se hace imprescindible para la comprensin de la
Historia social (Bermejo, 1983, 73). De esta recuperacin de la Historia po
ltica como Historia del poden) se hace eco tambin Casanova (1991, 121).
Con relacin a la Antigedad se plantean problemas especficos al tra
tar de interpretar el carcter social de sus movimientos polticos. Es nece
106
saria la creacin de ciertos esquemas inteipretativos a partir de una ter
minologa, antigu; que no resulta claramente definida. Por ejemplo, qu
quiere decir hyp to plthous en Tucdides (IV, 66, 1)? Ver Ste.-Croix
(1972, pg. 243, n. 25). Esto conduce a la necesidad de analizar tambin el
vocabulario de las relaciones sociales, plthos, pollo, etc., cuando se tras
pasan al mundo de la poltica, como cuando se trata del dmos, en que no
estn claros los lmites entre el uso como pueblo y el que suele tradu
cirse como partido populan) o sistema democrtico. En una frase como
dialyein tn dmon, en contextos referidos a la lucha contra la democracia,
puede preguntarse si equivale a disolver el sistema poltico o a debilitar-
destruir al pueblo. Desde luego, la accin citada se lleva a cabo quitndo
le las armas con que puede mantener su fuerza y su cohesin. Lo poltico
como expresin de lo social es, en cierto sentido, ms claro para la Anti
gedad que para la Historia contempornea, donde se busca la indepen
dencia de los factores. La Antigedad, en efecto, tiene lo poltico como
forma privilegiada de manifestacin.
Dentro de la Historia poltica del mundo antiguo, sin embargo, las rela
ciones entre lo poltico y lo social tambin varan, pues son grandes las di
ferencias entre los imperios y los sistemas ciudadanos. Dentro de stos,
por otra parte, destaca de modo especial el carcter social de la demo
cracia. Efectivamente, en cierto modo, la democracia griega resulta ser,
desde una perspectiva de fondo, ms social incluso que la democracia
contempornea, que tiende a ser ms individualista (Paz, 1992, 14). Por
ello, la Historia de la democracia y de la polis es Historia social.
Finalmente, reflexionar sobre la Antigedad como Historia de transicio
nes (Plcido, 1990), ayuda a combatir la visin reaccionaria de la Antige
dad como realidad esttica, sobre si todo si se incluyen para la compren
sin de los cambios los factores procedentes del contacto intercultural
(Alvar, 1990), pues de ese modo queda definitivamente superada, ade
ms, la disyuntiva entre evolucionismo y difusionismo como explicacin de
las transformaciones histricas.
108
transformacin, con el inicio del Imperio estable, sin conquistas, y la intro
duccin de sistemas de explotacin colectiva de poblaciones libres en
tre los pueblos conquistados.
El problema que puede plantearse hoy es el de si se transform real
mente la produccin con la Revolucin de Octubre o slo hubo un despla
zamiento de las clases aristocrticas, que coincidi con el de la poca bur
guesa que pretenda asentarse, y un final de las relaciones feudales en el
campesinado, sustituido por un sistema capitalista, en que unos pocos
explotaban a la masa, pero mal.
En el sistema de clases antiguo es necesario introducir matizaciones
correspondientes a las relaciones peculiares de un sistema esclavista. Por
ejemplo, en la ciudad antigua los desposedos no constituyen el trabajo. El
enfrentamiento de los deposedos con los propietarios est fundamentado
sobre las formas en que se desarrollaba la esclavitud en cada caso. Pero
tales enfrentamientos hay que tomarlos con gran precaucin, pues Marx
(1978), en Manuscritos de Pars, en OME (V, p. 367), en nota aclaratoria,
se refiere a las contradicciones entre propietarios terratenientes y capita
listas como puras fantasas. Ambos son explotadores del trabajo del pro
letario, ambos son capitalistas en la sociedad capitalista. Plantear este tipo
de contradiccin en el mundo antiguo no es hacer trasposicin del mundo
moderno (por el hecho de que no puede plantearse una contradiccin si
milar entre sociedad feudal y sociedad capitalista cuando se habla de pro
pietarios d tierra y comerciantes), sino que se basara en una realidad,
matizada, pues tambin existe una contradiccin que es igualmente apa
rente, ya que unos y otros son explotadores del trabajo esclavo. De acuer
do con los planteamientos de Poulantzas (1976, pgs. 6-7), lo que hay en
la Antigedad es una formacin social esclavista porque est dominada
por el modo de produccin esclavista, aunque existen otros, y ello condi
ciona el modo de presentarse la lucha de clases, incluso entre libres. La
trasposicin histrica, derivada de la percepcin de los problemas de la
sociedad capitalista, puede hacerse en tanto que hay una adecuacin si
milar. As como en el mundo moderno, con la aparicin de la sociedad
burguesa, la propiedad de la tierra se adapt a tal sociedad, tambin en el
mundo antiguo, con la aparicin del trabajo esclavo, se hizo posible la ac
tividad mercantil que facilit el empleo de mano de obra esclava y la pro
piedad de la tierra se adapt al trabajo esclavo. Con ello, se aprovech de
sus ventajas del mismo modo que hizo el propietario moderno con el traba
jo asalariado, pero se manifestaban contradicciones superficiales, no antag
nicas, entre quienes explotaban la tierra y quienes accedan a los mercados.
Por ello, siempre existe el peligro de confundir la lucha de clases con
el conflicto entre explotadores, pero ste suele ser reflejo de las transfor
maciones en las relaciones entre clases antagnicas. Las transformaciones
en las clases dominantes en el paso de la Repblica al Principado refleja-
109
ban las transformaciones en la explotacin del trabajo, plasmadas en la ex
pansion de la esclavitud y la sumisin de poblaciones limtrofes (Cascaje
ro, 1990). Subsidiariamente, como elemento instrumental y con funciones
intermediarias, se halla la creacin de la funcin urbana para modelar el sis
tema de relaciones entre libres y el modo de distribucin desigual del ex
cedente del trabajo esclavo. El modo de estudio de las sociedades antiguas,
dentro de la globalidad de la Historia y del conocimiento de la Antigedad,
as como en el plano general de la teora y de los nuevos medios de acce
so a la informacin, aparece planteado en Clavel-Lvque, Favory (1917).
Marx (1978, 3S5), da una definicin positiva del trabajo, como relacin
del hombre con la naturaleza, pero esa visin se transforma en la Historia
social y, frente a la visin negativa de la sociedad esclavista, en las socie
dades feudal y burguesa se desarrolla una visin positiva, pero como apo
loga del trabajo enajenado. La primera enajenacin del trabajo, la escla
vitud, el sistema servil comunitario o individual, produjo un rechazo en la
conciencia de la clase ociosa de la visin del trabajo (aunque hay que di
ferenciar la esclavitud como tal de los sistemas comunitarios, como el
Aquemnida, ver Briant, 1982). Con la explotacin, el trabajo deja de ser
autoconciencia del hombre como especie dentro de la naturaleza, aunque
esa autoconciencia tambin creaba una conciencia enajenada donde se
desarrollan las religiones.
La abolicin de la esclavitud se vio acompaada de una alabanza del
trabajo, pero del trabajo enajenado. Es importantsimo, desde el punto de
la Historia de las Ideologas, confrontar la falsedad que tal visin repre
senta como parte de la ideologa de la clase ociosa, llamando aqu clase
ociosa a la clase dominante para poner ms de relieve su peculiar relacin
con la ideologa del trabajo. Marx se introduce luego en la complejidad de
las relaciones entre trabajo, explotacin e ideologa: ei comportamiento
real, prctico, del trabajador en la produccin y con respecto a su pro
ducto (como actitud psicolgica) reaparece como talante terico en su
opuesto, el que no trabaja. El autor sigue: el que no trabaja hace contra
el trabajador todo lo que el trabajador hace contra s mismo, pero nada de
lo que hace contra el trabajador lo hace contra s mismo. Ahora bien, el
dominante tambin se maneja a s mismo, por ejemplo con la religin, en
que se elabora su propia enajenacin, y la falsa conciencia.
Sin embargo, tal vez pueda existir dentro de la sociedad antigua una vi
sin positiva del trabajo, con autoconciencia del hombre como especie
dentro de la naturaleza (ver Descat, 1986, 21, que lo ve as en lo concreto,
como resultado de una idea antigua, pero para quien, tambin en lo con-
110
creto, de acuerdo con Marx, el concepto abstracto, negativo, es el pro
ducto de las circunstancias histricas).
2.3.12. El imperialismo
2.4. El clasicism o
111
que se comprenda en su conjunto, en el hoy y en la tradicin misma, pues,
en palabras de Adrados (1991, pgs. 417, sigs,), se juntan ah la tradicin
misma y las tendencias normalizadoras que se van configurando en la im
posicin de las formas de manifestarse la cultura, por ejemplo, en los g
neros literarios, que pasan a constituir los marcos en que se manifiesta lo
clsico. Todos los esquemas de la cultura se fraguaron all y se constituyen
constantemente en normas. La actitud de Adrados es diferente a la de Eu-
ben, 1990, que pretende mostrar (p. 304) que el estudio de la tragedia
griega y de la teora poltica clsica pueden fortalecer nuestras sensibili
dades polticas y tericas. Euben parece hallarse al borde de la teora del
clasicismo como modelo, para lo qu puede verse infra, Elvira (1991),
donde el clasicismo se muestra ms bien como un fenmeno histrico
identificable en cada caso. Otra cosa es que sea un importante elemento
de consolidacin de todo el bagaje cultural actual el hecho de conocer to
das sus races y, en concreto, las del mundo clsico, por lo que fueron
y por el papel que ha desempeado en la Historia general de la cultura.
En gran medida, el clasicismo consiste en haber producido, en la so
ciedad democrtica, un arte bueno y relacionado con las sensaciones. La
otra cara del clasicismo estriba en la consideracin del mundo antiguo en
trminos de paradigma ideal (ver Coarelli, 1982, 724), tal como vino defi
nido, en la Arqueologa, en la obra de Winckelmann (ver infra, 3.4.2, Ar
queologa). El clasicismo se caracteriza, primero, por convertir en esttico
un perodo del pasado como modelo, lo que permite hacerlo imitable por
el presente, para terminar haciendo esttico el propio presente, Es lo que
se define como clasicismo, en un proceso consistente en acercar aparen
temente ambos extremos. La postura clasicista se inicia en la misma An
tigedad, en el helenismo de los romanos, hecho de aculturacin que al
mismo tiempo responde a aspiraciones utilitarias, planteamiento que
viene a ser fundamental para comprender en cada caso la capacidad de
vitalidad de la cultura griega (Veyne, en Droit, 1991, 57) y que est hoy vi
gente, cuando se plantea la utilidad del humanismo y de las Facultades
de Humanidades. Veyne cree que en Grecia s hubo una actitud autnti
camente desinteresada y que la lgica y la fsica se planteaban como as
piraciones que iban ms all de la soucie d e soi en el sentido de Foucault.
De todos modos, estas ideas de utilidad e inutilidad, la teora de que los
romanos moralizan el pensamiento griego porque lo hacen todo til frente
a la inutilidad de la concepcin de los griegos (Brunschwig, en Droit, pgs.
52, sigs., et passim) pueden estudiarse ms bien en relacin con aspectos
diferentes del mundo intelectual que responden a diferentes enfoques
dentro del Modo de Produccin esclavista, las mismas que justifican la
evolucin ideolgica que hace aparecer el estoicismo y se dirige luego
hacia el cristianismo. Incluso es preciso notar las diferencias que existen
112
entre tipos de griegos y tipos de romanos, y evitar, como dice Droit, caer
en un monolitismo de definiciones, los griegos, los romanos y nosotros. As,
es posible ver las alabanzas del ocio en Egipto segn Aristteles y la uti
lidad de los conocimientos sobre las crecidas del Nilo para Herdoto. Se
trata ms bien de problemas de Historia concreta de las relaciones de
cada hombre con su entorno social, donde hay que evitar los esquematis
mos tnicos.
Incluso en el terreno de las artes, desde nuestros tiempos caben actitu
des ms estrictamente histricas, en que se busque la comprensin del
pasado y del presente y las relaciones entre los distinos momentos de la
Historiadla explicacin mutua y la posibilidad de explicar las razones de
los retornos clasicistas. Como historiador del arte, M. A. Elvira (1991, 434),
en el planteamiento de las supervivencias del arte clsico, piensa que nun
ca debe tratarse de un asunto de preceptivas, sino de fenmenos espon
tneos que retoman en momentos histricos relajados. En esa lnea im
porta la bsqueda de los momentos en que triunfan las mentalidades cla
sicistas, desde la misma antigedad, como en la poca de Augusto y en la
de Adriano, Seguramente, en cada ocasin las razones histricas se apo
yan en condiciones diferentes que pueden ser analizadas (sobre el clasi
cismo renacentista, ver 2.8, Historia moderna...).
En otra vertiente, este pensamiento perdura, como puede deducirse
cuando se ven ciertas consideraciones sobre el clasicismo como propio
de espritus selectos (Lasso de la Vega, 1991, 401).
113
2.4.3. Clasicismo, libertad y democracia
114
2.4.4. La recepcin histrica del clasicismo
115
dualistas y personales, pues el propio Aristteles, que no pudo vivir la de
mocracia ms que en su decadencia, era capaz de percibir slo estos mis
mos aspectos y l es quien ha imprimido carcter a la transmisin del cla
sicismo en este y en otros terrenos. Sin embargo, Aristteles vea que el
hroe individual se identificaba con el espectador, en lnea con el prece
dente del clasicismo moderno representado por algunas figuras como
Lessing.
En la Historia del clasicismo caben sin duda diversos grados de apro
ximacin a la realidad antigua con resultados diferentes. En el siglo v, el
h roe es desde luego el protagonista, pero desempea una funcin colec
tiva de toma de conciencia positiva y de represin, dentro del mundo de
las prcticas aristocrticas con que se identifica el hroe, modelo de las
contradicciones de la sociedad que se transforma. Comeille (ver supra,
2.4.2) transforma la tragedia en moral ejemplar, para que no nos pase lo
mismo, lo que le llega, no slo a travs de la teora esquematizadora de
Aristteles, sino a travs del teatro de Sneca (Kommere, 1990, 140), mo
delo literario del fenmeno clasicista en el Imperio romano, donde se co
piaban en el estilo marmreo las estatuas vivas del clasicismo vitalista ate
niense, precisamente porque quera transformarlo en norma moral. La
concepcin francesa clsica de la tragedia podra considerarse, en todo
caso, heredera del senequismo.
En cambio, el teatro trgico del siglo v tenda a impresionar la vida co
lectiva desde el distanciamiento, al estilo de Brecht, posiblemente el ms
clsico de los autores del mundo moderno, porque en definitva es el que
mejor ha comprendido el fenmeno colectivo del teatro de la ciudad anti
gua y de la ciudad industrial, en sus diferencias y en sus posibilidades de
percepcin analgica. El historiador actual no puede prescindir de los me
dios para acercarse a los motivos de esa visin condicionante hasta nues
tros das, donde es posible la alteracin de esa lnea directiva y la crtica
y anlisis de su razn de ser. Parece inevitable que la imagen del mundo
griego se halle condicionada por el trnsito a travs del mundo latino, en
arte, como puso de relieve Bianchi-Bandinelli (1982), o en la filosofa, co
nocida sobre todo a travs de la visin sistemtica y eclctica de Cicern
(Nicolas, en Droit, pgs. 302, sigs.), base de toda la filosofa medieval y
moderna, pues incluso Descartes utiliza un latn de corte ciceroniano. De
todos modos, Sissa (en Droit, pgs. 319, sigs.), encuentra que aqu existe
un rasgo positivo, pues presenta la realidad en su dissensio, con lo que es
posible comprender la diversidad de las sociedades histricas, mientras
que Aristteles presenta todas las discordancias como si estuvieran orde
nadas en una verdad inamovible,
Entre Fichte, para quien el clasicismo, al estilo de los romnticos ingle
ses, era el vehculo de la emancipacin de todos, y Schiller, para quien re
presentaba el equilibrio de unos pocos, Holderlin se encuentra en un dile-
116
ma (Bodei, 1990, 19) y refleja menos esquemticamente, tanto la comple
jidad real del mundo clsico, como las contradicciones de la poca ro
mntica. En efecto, l fue el primero en saber que el mundo griego no s
slo el mundo armnico, solar, de Winckelman o Schiller, sino que es tam
bin ctnico, oscuro, mortfero, recorrido por las contradicciones irreduc
tibles que luego estarn presentes en Hegel, Bachofen, Fustel, Nietzsche
(dem, pg. 77) (sobre Winckelman, ver ms abajo, 3.4.2).
117
sicismo como racismo, pero que la cultura griega se forma en la icoin me
diterrnea junto con los fenicios y que no es de naturaleza aria ya estaba
visto. Ver, por ejemplo, desde Mazzarino (1947), por lo menos. La con
cepcin antisemita ha existido, pero tambin esa otra forma de clasicismo
orientalista que salvaba a los semitas antiguos de la degeneracin de los
semitas modernos. La solucin no est ahora en reivindicar a los semitas,
pues los griegos no eran arios, pero tampoco eran semitas. Lo que hay
que reivindicar es el aspecto popular y democrtico del clasicismo, como
estructura social, no por razones racistas, y ser conscientes de que los sis
temas desarrollados en las ciudades estados eran posibles al margen de
cualquier consideracin tnica. El libro de Bemal revela un fundamento un
poco simple.
De todos modos, el clasicismo de Winckelman y de Herder tienen tam
bin una gran importancia en el desarrollo de la conciencia crtica de la
cultura contempornea, antifeudal (ver referencias de la Historia moderna,
dentro del epgrafe 2.8).
Por otra parte, segn lo dicho ms arriba (en el epgrafe 2.4.5, sobre la
cita de Tourraix), la reaccin de Bemal contra la erudicin moderna y ra
cista tendra que tener en cuenta cmo, en las estructuras sociales anti
guas, se producen desarrollos tendentes a la diferenciacin, sobre la base
de justificar determinadas formas racistas de explotacin del trabajo, por
el hecho de ser brbaros, hasta definir a los griegos por exclusin. Lo
interesante es estudiar las bases sociales de tales diferenciaciones. La con
clusin de McNeal (1992) es la de que el libro tiene valor slo como so
ciologa del conocimiento, como estudio de las actitudes ante la Antige
dad clsica, pero no como estudio de la Grecia antigua, En la misma lnea
se encuentra Levine (1992), para quien Bemal, en lo que se refiere a la An
tigedad, se basa slo en hiptesis, sobre orgenes fenicios o egipcios,
por lo que no contribuye a mejorar el conocimiento del mundo antiguo. Es
positivo el anlisis del racismo dominante en la historiografa europea de
1785 a 1985, aunque tambin piensa Levine que no soluciona el problema
del racismo interpretativo, sino que lo agrava, porque da explicaciones
racistas y difusionistas: los avances de la civilizacin tienen un origen
racial.
De todos modos, si cabe la crtica del clasicismo, conviene, en cambio,
no caer en la descalificacin, como se advierte en el epgrafe 1.6.18, sobre
La alteridad.
Los contenidos de la Historia Antigua estn formados por el Clasicismo,
pero tambin por la marginalidad no clsica y por las relaciones comple
jas en el mundo clsico entre helenismo y latinismo, que estn en la base
de una de las dinmicas ms importantes para la comprensin del mundo
antiguo, la derivada de las relaciones entre Grecia y Roma (ver Tourraix,
en Droit, 1991, 58).
118
2 .5 . L a H istoria A ntigua en la h isto riografa an tig u a
119
dad en que s hay una concepcin histrica del tiempo y se define como
una reaccin fundamentalmente esttica.
120
ciudad, en los primeros momentos de la Historia ateniense, refleja, por
ejemplo, las ltimas huellas de las instituciones matrilineales, la fusin de
los griegos con los pobladores anteriores, los caracteres de la primitiva
institucin monrquica, al tiempo que explica los cultos de la ciudad y al
gunos de sus ritos en concreto.
Las transformaciones sociales propias de los orgenes de la civilizacin,
que ponen en primer plano la funcin guerrera, aaden al contenido de los
mitos la transmisin legendaria de las hazaas de los hroes. El poema de
Gilgamesh, en medio de las luchas por la hegemona de las ciudades su-
merias, as como los poemas homricos, en la poca heroica de los gue
rreros aqueos, responden a tales necesidades. Ahora, el poeta, ya no co
mo representante de las tradiciones de la comunidad, se pone al servicio
de la clase dominante de los hroes y canta sus hazaas. Con la desapari
cin del mundo heroico, el contenido de los poemas se convierte en re
cuerdo del pasado. Se trata simplemente de evocar e idealizar la antigua
magnificencia. El propsito est lejos de las intenciones explicativas de la
Historia, pero es uno de los factores que contribuyen a su formacin.
El mundo oriental ha dejado adems algo que podra asimilarse a lo
que posteriormente se llam Historia rerum gestarum, pura narracin de
hechos, con tendencia a exaltar las hazaas realizadas o los beneficios
otorgados por un gobernante, con carcter de crnica y no de poesa, que
Collingwod (1965, pgs. 23, sigs.), propone llamar Historia teocrtica,
porque, aun siendo el relato de hechos conocidos para la informacin de
personas que los desconocen, se trata de poner de manifiesto con ellos
la actuacin del dios por medio de los hechos humanos.
121
ros. Los mismos intereses surgidos de las nuevas estructuras econmicas,
la necesidad de conocer la ecmene, el mundo dentro del que se crean
las nuevas relaciones, estn en la base de la aparicin del perodos g s de
Hecateo de Mileto: la decripcin, a partir de la observacin, de los luga
res de la tierra que ahora es preciso visitar. Son consideraciones de tipo
geogrfico y etnogrfico, fundamentalmente, pero a ellas se unen datos
histricos. El hstor observa y recoge tradiciones de los lugares que quie
re dar a conocer. Esta postura ante el mundo va ligada a una actitud crti
ca ante los escritos anteriores y ante las mismas tradiciones recogidas.
Aqu se encuentra un paso previo para la comprensin de la figura inte
lectual de Herdoto.
En efecto, ste recoge la tradicin anterior y da un gran impulso hacia
adelante en la creacin de la Historia cientfica. Asimila el mito, la logo
grafa y la epopeya y las supera al plantear por primera vez el estudio de
las causas de los acontecimientos humanos, sin dejar de estar condiciona
do por sus precedentes. En parte, es un poeta pico, en cuanto busca con
servar la memoria de las hazaas de los hombres, con la salvedad de que
ahora se trata de las acciones del pueblo ateniense, y no de los hroes in
dividuales. Tambin es un loggrafo, en cuanto describe costumbres y re
produce leyendas y narraciones de todos los pueblos que, de algn mo
do, participan en las Guerras Mdicas, tema que sirve de enlace unitario
para ofrecer una perspectiva del conjunto ecumnico de la realidad trata
da. Por lo que respecta al mito, en ocasiones acepta su valor simblico, sin
dejar de someterlo a crtica. Es significativa, en la obra de Herdoto, la di
ferencia cuantitativa que existe entre los cuatro primeros libros y los cinco
restantes. Los acontecimientos del presente son los que realmente ocupan
su atencin. En definitiva, el terreno en que puede aplicar sus criterios ra
cionales es el de la actualidad. Entonces, la Historia como ciencia posible
era slo la Historia contempornea, donde se podan aplicar criterios de
valoracin de las fuentes que fueran dignos de crdito, encabezados por
la autopsia. Si se hace un corte esquemtico, se puede considerar que
la primera parte de su obra es precientfica y la segunda es cientfica,
slo en tanto que es contempornea.
122
cionan su propia -visin de los hechos. Existen dos niveles en su sistema
causal, cada uno de los cuales es imprescindible para comprender el otro.
En el terreno de las instituciones, la libertad griega es la causa de la victo
ria sobre un ejrcito muy superior en medios materiales, pero sometido a
la esclavitud y a la tirana de un dspota. Ahora bien, tal dualidad tiene un
trasunto en la concepcin tradicional del mundo dominante en la poca de
Herdoto: la soberbia del que tiene el poder personal desptico conduce
a su propia perdicin, favorecida por la accin de la divinidad. De este
esquema mental hay abundantes ejemplos a lo largo de la obra. De otro
lado, la victoria sobre los persas esclavos permite el desarrollo de la es
clavizacin de los brbaros, diferentes de los griegos, esclavos por natu
raleza. El conflicto grecopersa impuls, pues, a Herdoto a hacer un an
lisis de los acontecimientos del momento, explicando la realidad histri
camente, aprovechando los instrumentos que para ello tena entonces en
su mano, superndolos y dndoles un nuevo giro para crear un gnero ca
paz de explicar racionalmente, con las limitaciones histricas propias de
su poca, los hechos humanos. El desarrollo de la nueva sociedad y la
percepcin de los cambios permiten el desarrollo del pensamiento hist
rico as como, dentro de l, la definicin de lo helnico, como diferente y
dominador de un mundo susceptible de ser esclavizado.
Nuevas condiciones, ms dramticas para la sociedad griega, sirvieron
de base para una nueva interpretacin de la humanidad a travs de los he
chos histricos. La Guerra del Peloponeso puso de manifiesto las contra
dicciones de la democracia ciudadana ateniense y del sistema de la ciu
dad estado griega en general. Los acontecimientos llevaron a Tucdides a
la percepcin profunda de la marcha de la accin histrica. Los violentos
conflictos que aparecieron a sus ojos conformaron una visin del mundo
igualmente conflictiva con la que el historiador analiza los mismos hechos
que condicionaron su mentalidad. Cada una de sus consideraciones sobre
los hechos refleja estas contradicciones y el mismo mtodo de anlisis, el
de los discursos antilgicos, es un resultado de la realidad misma. Todos
los protagonistas se mueven por deseo de dominio y por miedo a ser do- ;
minados. La ideologa es tambin reflejo de tales circunstancias: el pacifis
mo es slo el resultado de las situaciones de debilidad y de temor. Todo
pueblo que pueda dominar a otro justificar ideolgicamente ese dominio.
El pesimismo producido en Tucdides por tales realidades lo lleva a con
siderar estas reglas como normas generales de la naturaleza humana: en
la guerra slo se revela con violencia algo que permanece oculto en otros
momentos en la naturaleza humana, pero que forma parte integrante de su
esencia; slo domina la ley del ms fuerte. Con ello Tucdides utiliza los
acontecimientos para dar una visin general ms amplia del hombre. Su
Histona es por ello ktma es ae, posesin para siempre, e inicia la histo
riografa psicolgica: extrae leyes sobre la psicologa humana a base de la
123
interpretacin de los hechos histricos. Pero su obra sigue siendo ms
h bien interpretacin del presente que del pasado. Como en Herdoto, el
pasado permanece en el terreno de los psicolgico, pero por su capaci
dad de anlisis Tucdides ha recibido a veces el apelativo de historiador
moderno.
124
social se abre a una realidad multiple y la Historia abandona los temas mo
nogrficos centrados en unidades culturales y cronolgicas para hacerse
universalista y diacrnica, Pero tal posicin requiere un elemento que tam-
bin proporciona la concepcin de la cultura vigente en el mundo hele
nstico: la acumulacin del material anterior. Del mismo modo que la crisis
de la polis democrtica hace posible la construccin de un mundo univer
sal, la crisis de la concepcin histrica de esa polis da paso a la nueva con
cepcin histrica en consonancia con el nuevo sistema social. El nuevo1
mtodo se bas en la compilacin y el criterio para la aceptacin de las
fuentes era simplemente el de autoridad. De ah que la Historia Universal
perdiera en valor crtico lo que haba ganado al extender su campo. Al
mismo tiempo, los factores determinantes del mundo social helenstico
permanecen ocultos a los espritus intelectuales del momento, con lo que
las corrientes ideolgicas tienden a la superficialidad dominando el saber
formal, la polymatha, sobre la profundizacin. Por ello la nueva Historia
pierde en explicacin lo que gana en exposicin,
Polibio es al mismo tiempo el representante ms importante de este ti
po de Historia y quien supera algunos de sus aspectos negativos. Su refe
rencia al pasado tiene lmites, pues slo trata algunos aspectos en los que
piensa poder utilizar fuentes con cierto sentido crtico, aunque su crtica
historiogrfica deja mucho que desear, a pesar de las dificultades de eva
luacin para la crtica actual, dada la prdida de las obras criticadas por
l. Reduce as el contenido general de la observacin de la Historia para
darle un carcter nuevo como ciencia con entidad propia centrada en los
aspectos polticos. Pero, adems y sobre todo, aporta a la idea de la uni
versalidad helenstica un factor unificador representado por Roma, a se
mejanza del papel desempeado por este nuevo estado en la dispersin
caracterstica del mundo helenstico. Roma significa, polticamente, la sn
tesis de cuanto ha existido, disperso, en Grecia. La Historia queda fijada
como ciencia poltica e institucional y la evolucin se desarrolla en un sen
tido unificador y sinttico.
125
cesidad de compilar, de modo ms o menos indiscriminado, todo lo que
puede ser til, que haga referencia a los tiempos pasados. El motivo de su
concepcin est en la ideologa dominante en la poca, en la elaboracin
de la idea de la Roma aetem a. As, se convierte en el proceso de desarro
llo de una ciudad a lo largo de ms de siete siglos, al final de los cuales lle
ga a ser el centro del mundo.
La ulterior historiografa romana adolece de los defectos que se des
prenden de la especial situacin de la clase dominante a lo largo de su de
sarrollo histrico. Con mayor o menor profundidad, dominan el individua
lismo, el factor moralizante, la retrica, lo que da lugar a la creacin de
magnficas obra literarias, pero a muy pocas aportaciones al proceso de
desarrollo de una concepcin cientfica de la Historia.
Precisamente es la crisis de la sociedad antigua y del Imperio romano
y la generalizacin de la nueva ideologa cristiana como ideologa domi
nante la que posibilita la aparicin de nuevas perspectivas en la confor
macin de la visin histrica. El providencialismo cristiano, representado
fundamentalmente por Agustn de Hipona y, en la prctica, por Paulo Oro
sio, hace depender todo desarrollo histrico de la voluntad divina. Toda
creacin humana es efmera por igual, ninguna institucin es eterna y los
actos de los hombres, en todo tiempo y lugar, tienen el mismo rango, en
tanto en cuanto estn subordinados como partes del proceso ms amplio
de la voluntad divina. Al desaparecer de hecho Roma como factor unifica-
dor y al hacerse patente tal desaparicin, se hace posible percibir el pa
pel de Roma como elemento integrante de un proceso histrico ms am
plio. Lo que da unidad a la Historia es el hombre como ejecutor de la
voluntad divina, por lo que toda la Historia de la humanidad queda unifi
cada en una sola periodizacin en tomo a la vida de Cristo.
Zeuxis, para Luciano ('Zeuxis, 3), era un pintor que evitaba t dem de y
ta koin (lo popular y lo comn) porque no pintaba batallas, ni temas simi
lares. Son ambientes distintos el de Luciano y el de Zeuxis. Es probable
que en el de Zeuxis lo popular fuera evitar los temas propios de las clases
oligrquicas, porque, en principio, la guerra es el objeto de la Historia por
servir de cohesin favorable a los intereses de stas, aunque se impone y
se transforma en popular, de tal modo que los temas pacficos se defi
nen como no populares ni comunes. En la poca de Zeuxis, en con
creto, la guerra se halla en manos de los jefes y mercenarios. Tcito tam
bin expresa una opinin significativa a este respecto, cuando se queja de
que no puede escribir sobre guerras en la poca que hace objeto de sus
narraciones histricas. De todas maneras, cabe plantearse como problema
126
cules eran realmente los intereses del lector de Tcito, las batallas o las
intrigas de la corte imperial, pues la queja de Tcito puede referirse al pa
sado,-;a la tradicin historiogrfica, que sin duda poda mantenerse en un
determinado nivel de la conciencia, en que todos pensaran que lo propio
de la Historia es la narracin de las guerras, las gestas de los hroes y las
conquistas del pueblo romano, lo que ya no se produca por haberse
transformado las condiciones histricas. En la historiografa antigua se pro
ducen algunas oscilaciones y alternancias en el gusto por los temas histo-
riogrficos; el mito, la batalla, el discurso explicativo, la intriga de corte, el
valor de los individuos, todos ellos coincidentes en mltiples ocasiones.
Gustos y preferencias van cambiando, no de manera lineal y global, sino
dejando entrever las diferencias sociales, de modo que Luciano piensa
que lo popular es la batalla, como si en su poca la clase dominante pre
firiera ya otros temas y la batalla se hubiera convertido en una herencia
dejada al pueblo, tanto en la historiografa como en la temtica de las ar
tes plsticas, de las narraciones de vario orden y en cualquier otro gne
ro artstico o literario. Las clases dominantes deban de preferir ya leer a
ese Tcito que no poda narrar guerras, pues ya no era necesaria la re
produccin militar del sistema esclavista.
De este modo, se ve cmo la historiografa no debe ser objeto de es
tudio slo por los hechos que narra, sino porque sus mtodos en cada ca
so, as como los temas que le interesan y los modos de tratarlos, son igual
mente consecuencia de las realidades histricas en que nace, Por ello,
resulta de gran inters conocer cundo nace cada tema y las preocupa
ciones de cada momento. Como caso especialmente interesante puede ci
tarse la poca de Augusto, creadora de una visin especfica del pasado
capaz de transmitirse y generar una tradicin historiogrfica, cuyos rasgos
deben condcerse para poder interpretar lo que de ella nace como visin
del pasado, donde se encuadran los datos referidos a los orgenes o a de
terminados momentos de la Historia de Roma, pero tambin para poder
conocer la poca de Augusto misma en su profundidad y en la imagen que
pretenda hacerse de s misma. Segn estudia Braccesi (1981, 45), los e lo
gia del Forum Augusti, recogidos por la tradicin historiogrfica, exaltan en
Colatino, Bruto, Publicola, los valores fundamentales propuestos por el r
gimen augusteo. Seguramente, hay valores que Augusto pretende resuci
tar para dar solidez a su rgimen apoyndose en un pasado parcialmente
real, pero, al mismo tiempo, la victoria del heredero de Csar, aspecto en
que insiste Braccesi (1981, 117-8), emulando a R. Syme, signific el naci
miento de la mitologa del Principado, la configuracin de una Historia nue
va donde converge la Historia del pasado. De este modo, se elabora un
pasado en la Historia de Roma, sobre la base de realidades prestigiosas
ya anteriormente elaboradas en la formacin de una historiografa aristo
crtica gentilicia. Pero, adems, se crean las bases para afirmar el valor
127
carismtico del momento histrico augsteo, afirmado luego por el provi-
dencialismo de Orosio, capaz de establecer paralelos entre Augusto y
Cristo, lo que significa el inicio del papel atribuido al cristianismo en el de
sarrollo de la Historia Antigua, tal como se ha visto en el epgrafe anterior.
Anlisis como el de Braccesi revelan su importancia en el momento de la
lectura de las obras sobre el pasado cuando ste se ha visto a travs del
cambio operado en la poca de Augusto, pero tambin hacia la poca
posterior, pues la fuerza ideolgica del fenmeno es tal que influye en am
bos sentidos, en la visin del pasado y en la elaboracin del futuro en el
plano ideolgico, en la imagen que el hombre colectivo se va haciendo de
s mismo, permanente heredero de las transformaciones de poca de Au
gusto remodeladas en el cristianismo. La historia ideolgica del Imperio
romano es, en buena medida, la de la bsqueda del apoyo mimtico en el
pasado augsteo para consolidar en cada caso las formas de dominio que
se van amoldando a las distintas maneras de manifestarse las relaciones,
sociales. Todava Dion Casio trata de apoyar las formas especficas de do
minio de poca severiana en la imagen del Principado augsteo. En la An
tigedad, la huella no queda slo en la historiografa, sino tambin en la
epigrafa, documento pblico en muchas ocasiones transmisor de mensa
jes ideolgicamente cargados y bien definidos (ver epgrafe 3.4.3).
128
que de los ms escurridizos, por la misma naturaleza de la Historia, dado
que el tiempo humano se muestra rebelde a toda uniformidad y al frac
cionamiento rgido (Bloch, 1952, 145). Los ciclos creados en las periodiza-
ciones tienen siempre algo de subjetivo,'dsde el momento en que se
est configurando la realidad y adaptndola a una concepcin elaborada
sobre olla. Tanto ms vlida ser cuanto mayor sea su dependencia de esa
misma realidad y los condicionamientos por parte de la misma. Pero, sin
duda, siempre existe el peligro de aplicar prejuicios ideolgicos, intereses
parciales, esquemas demasiado rgidos, como el condicionante de los si
glos, o excesivos personalismos. Desde luego, casi toda la periodizacin
histrica que hoy se maneja est condicionada por la Historia de la Euro
pa occidental.
Los primeros intentos de periodizacin de la Historia Universal estn li
gados a la concepcin Ecumnica del cristianismo, que colocaba a Cristo,
como centro de todo el desarrollo de la humanidad. Todava en 1900 ha
ba quienes dividan la Historia en dos perodos, con Cristo como eje y con
un perodo de transicin entre los siglos i y rv, desde el nacimiento de
Cristo hasta el triunfo del cristianismo. La periodizacin general que hoy
se utiliza, con todo, responde a ciertos cambios importantes dentro de la
Historia de Occidente. La prueba est en que, salvando ciertas matizacio-
nes en la concrecin de la fechas, a pesar de todas las crticas recibidas,
sigue vigente con el paso del tiempo,
La elaboracin del concepto de Antigedad depende de las relaciones
entre la Edad Media y el Renacimiento, donde colaboran quienes desean
volver a aqulla en la idea de superar en el Renacimiento la poca oscura
que queda como intermedia entre dos edades de oro (Montero, 1948), Los
hombres de la poca profanizaron el trmino medium aevum, que antes se
refera a la vida temporal frente a la sobrenatural, para aplicarlo a la po
ca histrica comprendida entre el mundo antiguo y los nuevos tiempos en
que se volva al clasicismo, Medium aevum, m edia aetas, media tempestas,
son ciertamente despectivos, ndice de una interpretacin que considera
estos siglos como una etapa negativa y superada, sin percibir lo que el Re
nacimiento les deba. Pero lo que aqu importa es que, como consecuen
cia, se acu el trmino y el concepto de Edad Antigua.
La divisin, en principio, estaba fundamentada en la Filologa y se ba
saba en la diferente utilizacin del latn, medieval como inferior, como re
vela el ttulo de la obra de Du Cange, Glossarium m ediae et infimae Latini
tatis, de 1678 (Montero, 1948, 71), y se traslad a la Historia por Keller,
Cristophorus Cellarius, que en 1685 escribi su Historia Antiqua que finali
zaba en la poca de Constantino.
A ese concepto colabora Maquiavelo, pero siguen colaborando en la
Ilustracin tanto Montesquieu como Gibbon, en la idea de que el final del
mundo antiguo es un perodo de decadencia. Ms tarde, fueron los ro-
129
mnticos, encabezados por Heine, quienes comenzaron a valorar la Edad
Media, perodo especialmente elogiado en el terreno artstico por Viollet
le Duc. El movimiento alcanz tal auge que algunos transfirieron el con
cepto de Edad Media hacia la misma Antigedad, donde H. Leo conside
ra que el perodo ms sobresaliente de la Historia de Grecia, el que va de
las Guerras Mdicas a la conquista macednica, es comparable a una
Edad Media, lo mismo que el perodo que va desde la Guerras Pnicas
hasta el Imperio de Augusto para la Historia de Roma.
130
toria los restos materiales. Ya se sabe cmo la Historia Antigua utiliza en la
actualidad los restos materiales con tanta frecuencia al menos como los
textos, por lo que el criterio se limitara a la falta de stos. Por lo dems, se
tiende a buscar un criterio que refleje algo real, una diferencia en el desa
rrollo, como ha ocurrido para los otros cortes establecidos en la Historia,
En tal intento, la escritura no ha perdido su cometido. Considerando que
lo ms significativo, en coincidencia con el nacimiento de la Historia, es el
nacimiento de las civilizaciones urbanas y la creacin de formas estatales
y organizaciones en las que se fraguan las diferencias de clases, se ha
considerado que con todo ello suele coincidir la aparicin de la escritura
con una frecuencia tal que se puede estimar tan significativa por lo menos
como cualquiera de las otras caractersticas (Childe, 1973, 21, y 1965). Por
otra parte, tal aparicin es totalmente variable y en ese sentido hay Prehis
toria a lo largo de prcticamente toda la Historia de la humanidad. Para la
Antigedad, el lmite general o, ms bien, inicial, a partir del cual comien
za a encuadrarse todo dentro de la Historia, ha sido dado gracias a las in
vestigaciones arqueolgicas de Egipto y Prximo Oriente asitico y a la
unificacin de sus resultados (Bengtson, 1970, 3-4). Para Grecia habra que
establecer el origen de la Historia a mediados del milenio y para Roma
a mediados del i, aunque sobre este punto, como sobre tantos otros a
este respecto, sigue habiendo discusin.
El problema se complica si consideramos que la situacin prehistrica
significa un modo determinado de comportamiento de las sociedades hu
manas. Desde este punto de vista, no slo es imposible prescindir de ella
en los momentos iniciales de la Historia para poder establecer explicacio
nes cientficas, sino que adems nos encontraremos con que estos pueblos
histricos, estn en contacto constante con los que conservan an la situa
cin anterior. La formacin del estado en Egipto y Mesopotamia reviste el
carcter de un proceso amplio que roza el campo de la Prehistoria, lo mis
mo que la formacin del mundo micnico, el nacimiento de la ciudad de
Roma, etc. Al mismo tiempo, gran parte de la ideologa posterior, incluso
en perodos avanzados, est sustentada en bases que se erigen en tiem
pos prehistricos: religin, literatura, incluso estructuras polticas, se han
hecho comprensibles gracias a la comparacin con formas, supervivientes
en la actualidad, propias de pueblos en situacin prehistrica. Los estudios
de Frazer (ver 1974) sobre las instituciones religiosas y polticas, as como
los de Morgan (1971), sobre las sociedades primitivas han colaborado a la
comprensin de las instituciones proximoorientales y grecorromanas. En
efecto, la profunda transformacin de las estructuras productivas, que se
inicia con el cambio de una economa recolectora a una productora, slo
se entiende en la propia evolucin del proceso y en la configuracin pa
ralela del sistema cultural histrico. Por otro lado, incluso las mismas fuen
tes de la Historia Antigua estn constantemente entrando en contacto con
131
pueblos que, ellos mismos, conservan organizaciones arcaicas. Los nma
das del Prximo Oriente, que colaboran en la destruccin de los imperios
del primer milenio, los escitas de Herdoto, los galos de Csar, los ger
manos de Tcito obligan al manejo de los conceptos considerados habi-
tualmente propios de la Prehistoria. Con ello hay que contar tambin para
estudiar procesos tan importantes como la colonizacin griega, la forma
cin del Imperio romano, los contactos con los pueblos no romanizados a
lo largo de toda la Historia del Imperio, las transformaciones de los ger
manos en contacto con ste, la formacin de tropas mercenarias y de
auxilia y las caractersticas de sus componentes. Todo ello hace que la
Historia Antigua se halle en ntima relacin con los aspectos de la Prehis
toria que se encuentran ms cerca de ella y que sta tenga que ser consi
derada como una ciencia fronteriza cuyo campo no le es completamente
ajeno.
Al historiador de la Antigedad, por otra parte, le interesa la escritura,
no slo como medio de acceso a los testimonios, sino como fenmeno
constituyente de cambio, tanto en los orgenes de la ciudad de la Edad del
Bronce, al erigirse como medio de control estatal, como, tambin, en una
segunda etapa, con un sentido diferente, en los orgenes del arcasmo, en
Roma y en Grecia. Sin embargo, en esta cuestin, es precisamente Grecia
la que desempea el papel principal, por el hecho de haber sido vehcu
lo de transmisin de la escritura oriental a la occidental. En Grecia, la es
critura, con los signos voclicos, se exibiliz hasta hacerse posible ins
trumento para la transmisin del pensamiento en un largo perodo en que
la oralidad coincide de modo dominante con la expresin escrita (ver Ha
velock, 1982).
El proceso es sin duda complejo y no siempre est claro cules son las
diferencias funcionales entre unos modos de escritura y otros, pues, en
principio, para A. Schnapp-Gourbeillon (1982, pgs. 715, sigs.), entre el
uso de los griegos y el de los semitas no hay una radical diferencia. El me
ro hecho de la existencia de la escritura, adems de su influencia en el de
sarrollo de los sistemas de poder, tambin implica la modificacin en la
concepcin del mundo, lo que importa para comprender los fenmenos
antiguos mismos, pues la pura esquematizacin en cuadros y columnas,
sistematizando el nmero de filas, donde se aplican tcnicas grficas al
material oral, indica, segn Goody (1979, 139), que se modifica tambin la
concepcin del mundo que tericamente permanece al margen de la
escritura, Tambin la escritura de los grandes imperios representa un
cambio mental. El lenguaje escrito, simplemente en el hecho de organizar
listas, interviene, segn Goody (1979, pgs, 185 y sigs,), en la realidad
cristalizando la discontinuidad que era propia del lenguaje oral. En ste, la
realidad slo puede exponerse sucesivamente, mientras que la escritura
representa varios niveles al tiempo, con lo que eterniza las jerarquas, el
132
orden, los niveles, todo ello como reflejo de la sociedad, entre la realidad
que se quiere conservar y el imaginario que se pretende crear.
No puede decirse, por tanto, que el cambio dado por los griegos al uso
de la escritura produjera un cambio tambin en sus concepciones intelec
tuales, pero s que las transformaciones de la Grecia arcaica en varios pla
nos favoreci la transformacin en el uso de la escritura que a su vez fa
voreci otros cambios en el plano de la vida intelectual. En Grecia, la es
critura se une ms claramente al desarrollo de la literatura, a partir de los
versos, como fenmeno propio de la oralidad que, al cristalizarse en len
guaje escrito, se inmovilizan e inmovilizan la oralidad misma. Los versos
pasan as a representar otra forma expresiva diferente, capaz de dar paso
a la prosa como fenmeno especfico y propio de la escritura. Por eso M.
Jourdain no poda hablar en prosa.
Tampoco se puede decir que el uso ms importante de la escritura ori
ginariamente fuera el de las relaciones comerciales y desde luego menos
an para la escritura griega renovada. Los cambios se refieren a otro or
den de asuntos que afectan a la vida social. Frente a las listas de las gran
des organizaciones estatales de Oriente, los primeros indicios de escritu
ra en la ciudad griega se refieren a la vida privada, al mundo religioso y
potico, lo que refleja de manera evidente cmo funcionan las nuevas for
mas de dominacin de la polis, no a travs de los sistemas estatales de re
presin y control, sino de sutiles relaciones personales, en que la escritu
ra se convierte en instrumento de atraccin a travs del prestigio de los
poseedores de artes esotricas. La posesin de la religin y de la poesa
se traduce en la posesin de la escritura, lo que deja al pueblo desarma
do culturalmente y a merced de los dominantes. Por eso existe una coin
cidencia cronolgica larga con la oralidad, cuando sta cae bajo las .nor
mas de los organizadores de grandes festivales panhelnicos, campo de
accin social de los dominantes de las distintas ciudades en formacin, en
los momentos en que el control, en la ciudad misma, puede parecer en pe
ligro. La escritura refuerza el papel de la oralidad, al tiempo que se con
trapone a ella, porque la oralidad puede, paralelamente, mantenerse co
mo modo de expresin libre de los sectores oprimidos (ver Cascajero,
1991). Ahora bien, desde que existe la escritura, la oralidad misma altera
su sentido, al someterse al dominio de la escritura o situarse determina
damente frente a ella.
El control de la escritura se convierte, por ello, en un instrumento de
prestigio que fortalece el poder de las clases dominantes en la misma po
ca en que lo era la posesin del bronce para poder realizar ofrendas en
los grandes santuarios del mundo griego, concluye Schnapp-Gourbeillon
(1982, 721).
Un segundo paso en el desarrollo de la escritura estara representado
por la aparicin de la historiografa (ver supra, 2,5), sntoma de la existen-
133
cia de una determinada conciencia paralela al desarrollo de la sociedad,
esa forma de sociedad que permite la autoconciencia colectiva, coinci
dente en gran parte, en su inicio y en su final, con la Antigedad. Final
mente, que haya o no escritura e historiografa repercute en la capacidad
del historiador para acceder a esas realidades: ver infra, 3.2, Instrumen
tos).
134
ra su riqueza a la res publica, poco a poco la res publica va sirviendo al
emperador, hasta el punto de convertirse en res privata. Es el proceso de
desaparicin de la res publica, no ya en el sentido poltico, sino en el sen
tido econmico. Al fin y al cabo, res es en el vocabulario latino fundamen
talmente un trmino econmico, El emperador convierte la res publica en
res privata y el proceso coincide con que el emperador se hace un pro
pietario de res privata ms, aunque de ms res privata que otros. Pero la
diferencia se hace exclusivamente cuantitativa. En lo poltico tambin se
transforma simplemente en un primus inter pares.
La formacin del poder de Augusto consisti en hacerse un magistrado
por encima de los magistrados, pero con una provincia mayor. Los que go
biernan las provincias imperiales son legati suyos, como todos los dems
magistrados tienen igualmente sus legati. Tambin asume todas las clien
telas, como todos los nobiles tienen las suyas. Es la sublimacin y la su
perposicin de un nobilis ms por encima de los otros. l tiene al pueblo
romano como cualquiera tiene a sus dependientes y a sus legati como los
tiene cualquier magistrado. De ah nace el Emperador. La decadencia del
Imperio occidental consiste en el proceso inverso. El emperador se hace
uno ms de los potentes y pasa a integrarse de nuevo en la clase podero
sa de la que sali, slo que esta clase ya no es la misma de antes. Con el
desarrollo de la esclavitud, la clase poderosa urbana imperial necesitaba
al emperador. Con la decadencia de la esclavitud, la clase poderosa ya no
necesita al emperador ni la unidad del Imperio. El cristianismo y la agrari-
zacin se relacionan con el desarrollo de las relaciones de dependencia
de carcter colonial frente al apogeo del sistema esclavista, que favorece
el paganismo como religin predominante.
En lo concreto, los lmites finales de la Historia Antigua se establecen
sobre criterios que son necesariamente arbitrarios, en los que importa la
funcionalidad para la comprensin de los procesos de cambio y las trans
formaciones sociales. Segn distintos criterios formales, el final del mundo
antiguo se puede establecer en el Concilio de Nicea, ao 325, con lo que
se da un protagonismo especial a la presencia del cristianismo; en la pre
sencia de los godos en Occidente, el ao 375, con lo que se pone el acen
to en el problema de las invasiones; en la divisin del Imperio del ao 395,
para recalcar la diferencia entre la Historia occidental y la oriental; en la
deposicin de Rmulo Augstulo, del 476, donde importa el final del Im
perio occidental y la presencia de los reinos brbaros; en la muerte de
Justiniano, de 565, con lo que parece importante el ltimo intento de unifi
cacin y la codificacin del derecho. En realidad, todos los factores son in
fluyentes y, al mismo tiempo, resultado de la presencia de los dems fac
tores.
En todo caso, el conocimiento de la Edad Media, desde cualquier pun
to donde se establezca su inicio, resulta fundamental para comprender el
135
fin del mundo antiguo, en el conocimiento de aqullo en que desemboca
el proceso de transformacin.
136
ciones estatales mucho ms desarrolladas, con centralizacin del poetes
poltico, sacerdocio poderoso y funcionariado. As, se forman el Retal An-
tiguo egipcio y las dinastas unificadoras sumerias y acadias, que clfenr
den poco a poco su influencia a los pueblos vecinos, de forma que adop
tan los metales y se consolidan como tribus pastoriles. En tal situacin se
introducen en el mundo antiguo los pueblos portadores de lenguas indo
europeas,
En el segundo milenio los estados llegan a su mximo apogeo, en el
Reino Medio egipcio y el Imperio babilnico de Hammurabi, y entran en
la rbita de la sociedad estatal desarrollada las tribus del norte de Meso
potamia, de Capadocia, y crecen en Siria, Palestina, Fenicia y el Egeo for
maciones estatales de clase. Es la poca de la civilizacin del Minoico
Medio.
A mediados del milenio, estas formaciones estatales entran en crisis
por la accin de los nmadas exteriores que sufran la disolucin de sus
propias relaciones comunales y por las mismas condiciones internas
(Thomson, 1961, 16). Los nuevos estados, a partir de la segunda mitad del
II milenio, se caracterizan por su tendencia a la expansin territorial: reino
hitita, Imperio Nuevo egipcio, Imperio asirio, y por la formacin de nuevos
estados que se incorporan al proceso: Cnosos se hace preponderante en
Creta y Micenas en el continente tiende igualmente al dominio territorial.
Las transformaciones tcnicas debidas a la introduccin del hierro au
mentaron la productividad del trabajo de los pequeos agricultores y ar
tesanos y facilit la disgregacin de las monarquas despticas, aunque se
conserv la tendencia de los reinos a la expansin territorial, agudizada
precisamente por el proceso disolvente de la nueva poca. As, todas las
posibilidades de Asira se hallaban en la guerra, pero el Imperio persa se
apoy en bases ms adecuadas a las nuevas circunstancias, para sobrevi
vir, con el sistema tributario, en medio de las transformaciones. Grecia al
canza las condiciones propias para su desarrollo peculiar, la polis, basada
en la libertad del ciudadano y en la esclavitud. Pero, por las mismas con
diciones de su desarrollo, deja de ser representativa de su contenido ori
ginario y, al perder fuerza el mismo ciudadano libre, despus de un pe
rodo de luchas destructoras entre ciudades, pas a ser unificada por Ma
cedonia, que haba conservado precisamente un sistema en que el cam
pesinado permaneca libre (Thomson, 1961, 16). Con las conquistas de
Alejandro se unifica todo el Mediterrneo y el Prximo Oriente y se ponen
las bases para la asimilacin de todo el mundo antiguo por parte de Roma.
Con Alejandro y el mundo helenstico primero y con Roma despus, se
conforma una Historia verdaderamente unitaria de todo el antiguo Medite
rrneo.
Sin embargo, contina existiendo una marcada diferencia en los grados
de desarrollo de los diferentes pueblos, que se nota en especial en los mo
137
mentos crticos de la Historia romana y que precisamente influye en las
transformaciones del final del mundo antiguo. Al mismo tiempo, la intensi
dad de los contactos cambia constantemente, por lo que en muchos as
pectos, slo es posible considerar de modo terico la unidad del mundo
antiguo, dado que sin ningn gnero de dudas hay que realizar gran can
tidad de estudios por separado aunque naturalmente sera deseable que
se propagara la costumbre de realizar trabajos de sntesis que unificaran,
no slo acumulativamente, los procesos histricos, hasta ahora aislados, en
un momento determinado de su desarrollo.
La misma relacin entre lo general y lo particular sirve como funda
mento para enfocar el estudio regional, necesariamente incluido dentro de
una visin generalizadora y universalista. Tal planteamiento resulta espe
cialmente importante cuando se programa el estudio de la Historia de Es
paa Antigua, slo vlido como parte de la Historia general del mundo an
tiguo, no como el de una entidad particular dentro de la Antigedad. Sus
captulos, en lneas generales, tendrn que enfocarse como parte de las
migraciones europeas, las colonizaciones mediterrneas, la formacin del
Imperio romano, la crisis del mundo antiguo...
El enunciado de una Historia de Espaa en la Edad Antigua plantea
problemas de mtodo difciles de resolver (Vigil en Cabo, 1973, pgs.
271, sigs.). Todo pueblo del mundo antiguo est inmerso en un desarrollo
general de la Historia de la Antigedad y sus problemas requieren un en
foque que se refiera a la totalidad. Eso es as para Grecia y para Roma, pe
ro esas entidades tienen una indudable unidad en el desarrollo a pesar de
los contactos exteriores: Roma entra en contacto con el mundo helenstico
y es imprescindible tener en cuenta la situacin de los estados en esta zo
na. Sin embargo, aunque esto es inevitable en cualquier momento de la
Historia, no impide enunciar la Historia de Roma como una unidad, ya que
el hilo de la continuidad es perceptible y el propio desarrollo romano es
el que mejor explica su propia Historia. La Historia de Espaa en la Anti
gedad, en cambio, depende constantemente de los desarrollos exterio
res y slo puede alcanzar un alto nivel cientfico como parte del todo mu
cho ms amplo de la Historia del mundo mediterrneo.
La Protohistoria espaola admite una mayor independencia de estudio,
dado que, al ser los contactos exteriores mnimos y, en todo caso, poco
significativos, no resulta de tan inmediata necesidad la constante referen
cia a los cambios generales del mundo mediterrneo. En cambio, se plan
tean problemas de unidad. La pennsula Ibrica no es en su fase prerro
mana una entidad histrica y slo con la influencia exterior, posterior, al
canz cierto grado de unidad social y poltica. Por tanto, se trata ms bien
del estudio de una amplia serie de formas culturales, a cuya comprensin
coopera el conocimiento de las diversas formas de civilizacin universales
que puedan ser comparables. Estudios generales de Antropologa, de
138
transformacin de las sociedades, influencia del proceso de extensin del
hierro en Europa, son los tipos de estudio que aclaran la posicin de los
habitantes de la pennsula en tiempos protohistricos. Hay que tener en
cuenta, por otra parte, que, durante el perodo abarcado por la Historia
Antigua, tales situaciones perviven y que los contactos con los diferentes
pueblos inmigrantes, en etapas ms avanzadas de desarrollo, estn condi
cionados recprocamente por la situacin de esos pueblos y la de los ha
bitantes de la pennsula.
La cuestin de las colonizaciones est inmersa en una problemtica
que comprende todo el mundo mediterrneo. El papel de Tarteso en las
rutas de los metales, as como las colonizaciones fenicias y griegas, se en
tienden en un conjunto de hechos histricos que afectan de modo amplio
a la cuenca oriental del Mediterrneo, pero de modo muy estricto a todo
el Occidente. Su proceso est vinculado a las razones de la expansin
fenicia y griega, a los problemas planteados en el siglo vi entre unas colo
nias y otras, al papel de Masilia, a la aparicin de Roma como potencia oc
cidental, a la creciente importancia de la colonia fenicia de Cartago, a la
intervencin de los etruscos, a la batalla de Alalia, etc. Tales cuestiones es
tn en la base de la intervencin de Roma y Cartago en las Guerras Pni
cas. Aqu el problema adquiere una mayor complejidad. Roma y Cartago
luchan en la pennsula, pero en ella estn tambin los indgenas peninsu
lares, cuya participacin y cuyas lealtades, pactos, etc., desempearon un
papel en el complejo desarrollo de la guerra y ese papel estuvo condicio
nado por su propia situacin poltica y social, situacin que a su vez se ha
ba visto influida por la anterior, de contacto o aislamiento con los pueblos
colonizadores. En cierto modo, es la reunin, en una sola situacin histri
ca, de dos aspectos diversos del mundo antiguo, las colonizaciones feni
cias y griegas, por un lado, y la conquista, expansin e imperialismo
cartagins y romano, por otro, para dejar ambos su impronta en otros pue
blos que se encontraban en desarrollo dinmico a partir de formas socia
les arcaicas.
La conquista romana de la pennsula Ibrica hay que entenderla dentro
del contexto de expansin de la Repblica y de las transformaciones que
se operaron en el panorama de las instituciones, al tiempo que la propia
actuacin romana est condicionada por sus contactos con los pueblos pe
ninsulares, cuya situacin, a pesar de la conservacin de sus arcasmos so
ciales e institucionales, se desenvuelve paulatinamente en el sentido im
puesto por la propia conquista romana. Igualmente, hay que tener en
cuenta que en Roma se desarrollan los inicios de la situacin crtica del fi
nal del siglo II que tendr sus repercusiones ms hondas en el siglo i Ta
les conflictos no dejan de tener influencia en el comportamiento de los ma
gistrados romanos encargados de desempear sus cargos en la pennsu
la. El planteamiento econmico general de Roma es el fondo por el que se
139
explica el tipo de relacin establecido con Hispania, la explotacin de mi
nas, la imposicin de tributos, la exportacin y venta de esclavos, etc.
Hasta la poca de Augusto, el factor determinante de la evolucin de la
pennsula hay que situarlo en Roma, Las continuadas luchas civiles se re
flejan en la actuacin de Sertorio, en la poltica de Csar y de Pompeyo y
la misma poltica exterior y econmica de Augusto tiene su vertiente en las
Guerras Cntabras. Todo el proceso de la romanizacin es, pues, sin du
da, parte integrante de la Historia de Roma, al tiempo que de la evolucin
de los factores internos de la pennsula. El rgimen municipal establecido
en sta, su evolucin, sus instituciones como factores de romanizacin, su
importancia en la formacin del ejrcito imperial, etctera, son tambin
los que dan sentido pleno a la Historia de Hispania en el Imperio. Tambin
la crisis del siglo in en Hispania constituye un aspecto de la crisis de
descomposicin de las bases en que se sustentaba todo el Imperio ro
mano.
La unidad geogrfica representada por la pennsula Ibrica no es,
pues, una unidad histrica en la Antigedad y no puede estudiarse, ni por
cuestiones de fondo ni de mtodo, como una entidad en contacto con las
dems pero con personalidad propia, Se trata simplemente de aislar algu
nos aspectos del mundo antiguo que son de hecho geogrficamente inte
resantes desde nuestro punto de vista, pero lo que en realidad conforma
histricamente a los habitantes de la pennsula para tiempos posteriores y
sirve para explicar su proceso evolutivo es la Historia del mundo antiguo
en general.
2.7. Periodizacin
2.7.1. Generalidades
140
van para determinar los ritmos de transformacin de la sociedad (Casano
va, 1991, 148).
En el final del vi Milenio se establece la aparicin de la primeras formas
estatales y la centralizacin del poder poltico.
El apogeo de tales estados se sita ya en el 11 Milenio, en la poca de
Hammurabi en Babilonia y del Reino Medio egipcio y en la extensin del
sistema a pueblos nmadas. Luego, el asentamiento paulatino de stos l
timos termina en un perodo de crisis.
Los nuevos estados tendrn una base militar cada vez ms fuerte, pe
ro, al mismo tiempo, el desarrollo del uso de hierro favoreci la indepen
dencia de ciertas formaciones urbanas.
La cumbre de la civilizacin urbana se encuentra en el desarrollo del
sistema de la polis en Grecia y su momento ms caracterstico y modlico,
aunque no generalizado, pero s paradigmtico, es el que coincide con el
apogeo de la dem ocracia, sistema que, por otra parte, se apoya en la es
clavitud, elemento que tiende a definir los perodos subsiguientes. La p o
lis s e disuelve en el estado territorial. Es preciso, sin embargo, hacer una
divisin tripartita, entre Oriente, Grecia y Roma, a pesar de que ello lleve
consigo el riesgo de superposiciones.
2.7.2. Oriente
141
en Lagash, bajo el reino de Gudea, comienza el llamado renacimiento su-
merio, que contina desde 2100 en otra poca de esplendor correspon
diente a la m Dinasta de Ur. Entre 2180 y 2040, Egipto se vio alterado por
el llamado I periodo intermedio,
Hacia 2003, los reinos sumerios se vieron arrasados por los amorritas
y los elamitas, pero el mundo mesopotmico se articular internamente,
por medio de las parciales hegemonas de Isn (s. xx) y Larsa (s. xix) y, fi
nalmente, por los asirios, en la poca de Sargn y Samshi-Adad. El Reino
Medio egipcio dura de 2040 a 1785,
Tras el perodo de apogeo de Mari, Hammurabi, en el siglo xviii funda
,
2.7.3. Grecia
I. El Bronce Egeo
142
movimientos de pueblos y transformaciones culturales. El perodo del
Bronce se suele definir, como en otras secuencias culturales, en Antiguo,
Medio y Reciente. En el escenario de la Historia de Grecia, cada uno de
ellos se divide geogrficamente en Cicldico, Minoico y Heldico. Aunque
el Bronce Medio es ya escenario de importantes culturas palaciales en
Creta (Minoico Medio), la Historia empezara ms bien en el Bronce Re
ciente, que, en general, se conoce como perodo Micnico, debido a que
la cultura de la ciudad de Micenas, conocida gracias a las excavaciones de
Schliemann, es la que se considera como prototipo para definir una civili
zacin relativamente homognea extendida por todo el territorio, peninsu
lar e insular, a partir de mediados del Primer Milenio. Entonces se gene
raliza la escritura lineal B, adaptacin a la lengua griega de otra, lineal A,
todava no descifrada. A pesar del claro predominio de los griegos, per
duran los pueblos llamados prehelnicos, que contribuyen en gran mane
ra a la configuracin de la posterior civilizacin griega en mltiples as
pectos, sobre todo en la formacin del mundo religioso.
II. Los S ig l o s O sc u r o s
III. El a r c a s m o
143
constituir la polis definan su propia identidad como heredera de los h
roes del Bronce. Es el Renacimiento griego, momento en que la adopcin
de la escritura fenicia permite el desarrollo del nuevo alfabeto, herra
mienta fundamental para la evolucin y configuracin de la cultura y del
pensamiento, el contenido de la herencia clsica. En el arcasmo se difun
de la moneda y, con ella, los intercambios, facilitados por la expansin
colonial, caracterstica bsica de la poca. Con todo, la polis, con sus ins
tituciones y sus problemas, con sus tiranas, sus leyes y su democracia,
constituye el elemento bsico para definir la poca, como marco del de
sarrollo de una formacin social original, en que el ciudadano se define
como posesor de una parcela de la tierra comn, capaz de defenderla en
el ejrcito hopltico. Dentro del perodo ya se perfila el protagonismo de
dos ciudades, mejor conocidas que las dems, Esparta y Atenas, con de
sarrollos desiguales, paradigmas extremos de las formas de evolucin y
sistematizacin poltica que pueden adoptar.
V. El h elen ism o
144
portante sntesis de helenismo y orientalismo. Para algunos, ahora entrar
amos en una nueva etapa en que la Historia de Grecia volvera a formar
parte de la Historia de Oriente, con modos de explotacin similares a los
de los grandes imperios del Bronce. Por otro lado, la ciudad en crisis se
convierte en fuente capaz de proporcionar, no ciudadanos libres dispues
tos a defender su tierra con las armas del ejrcito hopltico, sino soldados
mercenarios, que cobran un salario por combatir en beneficio de los gran
des seores de la guerra, capaces a su vez de llevar a los ejrcitos a la
victoria, cargados de carisma, aspirantes a ejercer un poder desptico
igualmente similar al de los imperios de Oriente. Para apoyarse en ellas
como reyes, los jefes helensticos se dedicaron a atraerse a las masas po
pulares con medidas demaggicas, que a veces perjudican en realidad a
las oligarquas, ahora tendentes a buscar la solucin de sus problemas en
la posible intervencin de la Repblica romana.
2.7.4. Roma
I. P e r o d o d e lo s O r g en es
145
gua indoeuropea no perteneciente al mismo grupo que el latn. En Tosca-
a, Umbria y el Lacio, los rasgos conviven, pero se definen los grupos en
el momento del desarrollo de la Historia propiamente dicha, mientras en
Toscana se notan rasgos especficos, con la presencia de un pueblo, los
etruscos, de origen misterioso, cuya civilizacin se forma all mismo, re
sultado de los contactos y las evoluciones. Los ilirios en la costa Adritica
y la colonizacin griega y fenicia completan el panorama tnico en el mo
mento del nacimiento de la Historia en la pennsula Itlica.
3 La monarqua
146
clientes se integran en la gens del pater y el conjunto del populus Romanus
queda controlado por la aristocracia gentilicia. El pueblo se rene por cu
rias en la Asamblea popular, los comicios curiados, expresin de la co
munidad agrcola y guerrera, que trabaja y protege las tierras, pero que
tiende a funcionar igualmente sometida al sistema clientelar. Entre los p a
tres se forma el senado, como consilium regium, organismo encargado de
elegir al rey y de cubrir con su gobierno directo los perodos intermedios
entre la muerte de un rey y su sucesin, el interregnum, pues el poder del
rey quedaba as limitado.
II. La r e p b l ic a
147
bilitamiento general de los etruscos a finales del siglo vi De este modo,
acumulando el poder en sus manos, los patricios crearon la base del nue
vo sistema, las magistraturas, el senado y los comicios, adaptacin de las
instituciones monrquicas.
Patrcios y p leb ey os
La expansin romana
148
quisicin de tierras y la creacin de los latifundia, con el paralelo enrique
cimiento de los publicani, los que se hacen cargo privadamente de las fun
ciones pblicas que van unidas a dicho crecimiento, y la consolidacin del
ordo equester. La actividad monetaria y el crecimiento de los cambios uni
dos a la conquista favorecen el desarrollo de la esclavitud (Annequin,
1985). Sin embargo, al mismo tiempo se complica la administracin por la
necesidad de crear nuevas magistraturas que deben (desempearse en las
provincias, lo que favorece el enriquecimiento del ordo senatorius y crea
el escenario para las carreras polticas de los miembros de las grandes fa
milias, en una cierta contradiccin entre el nuevo estado y las instituciones
propias de la civitas.
III. La c r is is d e l a r e p b l ic a
Esclavos y campesinos
149
Los dirigentes polticos
150
vean en l un monarca demaggico que se apoyaba en los populares, pe
ro lo nico que lograron como consecuencia de su muerte fue la desapa
ricin de tales aspectos monarquizantes, porque el resultado fue la crea
cin del Imperio por Augusto, con la consolidacin de un ejrcito profe
sional de proletarios, para proteger un territorio complejo, y la integracin
de los equites dentro de las estructuras gobernantes controladas por el
Princeps. El Segundo Triunvirato fue de hecho una alianza entre los here
deros de la concepcin cesariana del estado.
IV . E l Im perio
El Alto Imperio
151
autosuficiencia, La crisis de los intercambios favorece la tendencia a la
contraccin frente a la fluidez de la circulacin. El estado tiende a aumen
tar la presin fiscal, que, aplicada al propietario, recae realmente sobre el
productor, La promulgacin de la Constitutio Antoniniana, por la que se
concede la ciudadana romana a todos los habitantes libres del Imperio,
resulta significativa tanto de las preocupaciones fiscales, pues as se igua
lan todos ante la presin de los impuestos, como de la prdida del valor
de la ciudadana, cuando ya no sirve para proteger de la esclavitud, insti
tucin que entraba en decadencia al tiempo que se tenda a someter a de
pendencias ms sutiles a todos los ciudadanos pobres y empobrecidos
del Imperio. La nueva unidad econmica tiende al colonato, entrega de tie
rras a libres que deben dar al patrono una parte de la produccin, en
grandes concentraciones latifundistas tendentes a la autarqua. Poltica
mente, el estado trata de fortalecerse frente a la autonoma de los latifun
dios, lo que da lugar a las situaciones anrquicas que caracterizaron el si
glo ni, al faltar la concordancia entre las clases dominantes y los instru
mentos del poder,
El Bajo Imperio
152
En efecto, la masa de conocimientos transmitida desde el pasado ha
adquirido carta de naturaleza, Sin embargo, la asimilacin y nueva trans
misin de tal masa ha de hacerse con espritu crtico. Ella es tambin un
producto histrico. Las sociedades subsecuentes al mundo antiguo han ido
reelaborando los conocimientos, de modo que lo que hoy recibimos es
una visin histrica a su vez histricamente determinada. Cada poca es
capaz de reelaborar su propia interpretacin del pasado y, en concreto,
del mundo antiguo. A ello coopera, no slo el descubrimiento de nuevas
tcnicas y modos de anlisis de las fuentes, ms perfeccionados, sino tam
bin el propio desarrollo histrico que puede favorecer la percepcin de
problemas que en el pasado no eran -visibles al observador. Las nuevas
perspectivas logradas no slo hacen visibles los nuevos problemas, sino
tambin permiten analizar crticamente las concepciones histricas del pa
sado, Cada interpretacin histrica adquiere su propia dimensin cuando
a su vez se estudian las condiciones histricas en que ha surgido, Ello no
le quita valor; ms bien ensea hasta qu punto es positivo para el pro
greso del anlisis histrico el hecho de que el historiador se sienta inte
grado en los problemas de la poca en la que vive y preocupado por los
cambios que la sociedad experimenta en sus propios das. Dado que la
posibilidad de penetrar en el conocimiento histrico es infinita, hay que
partir del hecho de que cualquier interpretacin histrica es susceptible
de revisin y mejora. Ahora bien, al tiempo que se admite la posibilidad
de mejorar hoy la profundizacin histrica del pasado y de que a su vez
en el futuro se experimente una mayor profundizacin, sin embargo, no to
do es siempre progreso, El conocimiento histrico, en nuestros tiempos
como en todos los tiempos, est sometido a la conflictividad social e ideo
lgica propia de cada momento, Por ello, las tensiones son constantes. La
capacidad de profundizacin experimenta alteraciones de acuerdo con las
vicisitudes de la conflictividad ideolgica. Ello es especialmente evidente
en la Historia Social. Siempre estarn presentes las tensiones que tratan de
borrar el aspecto social de la Historia, o de apartar lo social como objeto
de una ciencia especfica al margen de la totalidad, como si la Historia So
cial no fuera realmente la Historia toda, slo que poniendo el acento en ese
aspecto como modo interpretativo bsico del proceso histrico global; o
finalmente de llamar Historia Social a cualquier cosa, como puede ser la
Historia exclusiva de determinadas familias e individuos (ver el epgrafe
2,3.5, sobre Individuo y sociedad).
Hay que distinguir, pues, entre la transferencia al pasado de los propios
problemas de la poca en que se vive y la vivencia de stos como tram
poln de la sensibilidad para penetrar en los procesos histricos pasados,
Pero, al mismo tiempo, hay que reconocer que es imposible conseguir ha
cer esta distincin de forma absoluta, El anlisis y la crtica constante faci
litan un acercamiento cada vez ms objetivo a la realidad del pasado, al
153
tiempo que los nuevos problemas presentes abren el abanico que per
mite una mayor perspectiva de la realidad pasada. Por ello es preciso el
planteamiento metodolgico inicial de conocer cules son las condiciones
actuales del conocimiento de la Historia Social de la Edad Antigua.
El planteamiento de los grandes problemas referentes a la Historia An
tigua est relacionado siempre con los grandes problemas del presente,
con la vinculacin del historiador con la actualidad en cada caso. Antes
del siglo xix, el atractivo por el mundo clsico slo se traduca en el esta
blecimiento de modelos,1literarios o artsticos, a travs de los neoclasicis
mos y renacimientos, idealizadores como tales del pasado, capaces de
despertar el gusto por las lecturas de autores antiguos y por la Arqueolo
ga clsica (ver, en el epgrafe 2.4, el Clasicismo y, en la Tercera Parte, el
epgrafe 3.4.2, Arqueologa).
Toda la historiografa medieval, condicionada por la concepcin provi-
dencialista, prescinde normalmente de cualquier carcter nacional o local.
Su objetivo es la narracin de los gesta Dei. Dentro del pensamiento hist
rico cristiano medieval tal vez haya que destacar a Gioacchino da Fiore,
del siglo x i i , ya que realiza una periodizacin que es al mismo tiempo una
interpretacin del desarrollo histrico. Divide la Historia de la humanidad
en Edad del Padre, antes de la encamacin, Edad del Hijo, en el presente,
y Edad del Espritu Santo. Como visin escatolgica, se desplaza del cen
tro de gravedad de la Historia, pero al mismo tiempo indica un esfuerzo
por percibir en el proceso histrico unas lneas de evolucin que tienden
hacia unas direcciones determinadas, al tiempo que prescinde cualquier
evolucin lineal y trata de entender, dentro del proceso general represen
tado por la voluntad divina y, por tanto, dirigido hacia un buen fin, la sig
nificacin de los perodos histricos conflictivos.
El Renacimiento conceba una visin cclica del tiempo, opuesta al cris
tianismo y al linealismo medieval. Frente a la tendencia finalista de la Edad
Media, el Renacimiento cree haber llegado al final del progreso, repre
sentado como vuelta a la Antigedad clsica. Es el caso de Vasari y de Ba
con (Whitrow, 1990, pgs. 173, sigs.) en el momento final de su vida, des
pus de haber manifestado una confianza optimista en el progreso. sta
era la contradiccin del momento, pues la vuelta al mundo clsico poda
producir el doble efecto: todo haba sido dicho y hecho, frente a la actitud
de confianza en que, de ese mismo espritu confiado en el pasado, surga
el progreso, la idea de que en la Antigedad no estaba todo el conoci
miento, sino que era el fundamento para la nueva experiencia, que somos
nosotros, sobre la base de que ventas filia temporis, para pasar a situar la
nueva Edad de Oro en el futuro, rechazando el escolasticismo. Por ello,
tambin el Renacimiento presenta una doble cara en relacin con el pasa
do clsico, la del apego al aristotelismo y la de la confianza en el futuro so
bre la base del pasado. En los historiadores, o polticos dependientes de
154
la interpretacin de la Historia, buscadores de causas, como Maquiavelo,
Guicciardini o Bodin, predomina la vision cclica del pasado. Las concep
ciones se van alternando y en cada caso las explicaciones parten de oca
siones especficas y de la Historia concreta. No puede decirse que una
cualquiera signifique siempre lo mismo. Junto a la Historia como decaden
cia a partir del mundo antiguo, concepcin propia de Raleigh o de Lutero,
se plantea el Renacimiento como regreso, conservacin y renovacin de
manera voluntarista, doctrinal. La poca del racionalismo se caracteriz
por el planteamiento de una nueva oscilacin entre los intentos de some
ter la Historia a normas cientficas, propios de Escalgero, y su rechazo co
mo actividad no cientfica, como haca Descartes.
La aportacin fundamental del Renacimiento desde el punto de vista
historiogrfico fue la eliminacin de los factores procedentes de la aplica
cin de las ideas preconcebidas cristianas. No hubo grandes avances po
sitivos. Sin embargo, la Britannia de WiHiam Camden (1551-1623) signific
un precedente en la utilizacin cientfica de los datos para la construccin
histrica. Asimismo, la crtica cartesiana de la investigacin histrica como
no cientfica puso las bases para la elaboracin de una Historia cientfica.
Descartes presagia, dice Collingwood (1965, 67), una actitud crtica au
tntica de lo histrico, que, de desarrollarse plenamente, sera la rplica a
su propia objecin. De hecho, as fue, en la paradjicamente llamada es
cuela historiogrfica cartesiana,
Es el caso de la Histoire des Empereurs, escrita por Tillemont en el si
glo XVII, que, para enfrentarse al pirronismo cartesiano, intenta la reconci
liacin de las fuentes por medio de un estudio sistemtico. En general, sin
embargo, no se plantean problemas propiamente histricos, en que la
percepcin del presente despierte el inters por interpretar el pasado. El
mayor logro de la escuela cartesiana fue, en efecto, el estudio de las fuen
tes y de las tradiciones, tratando de llegar en ellas al mayor grado posible
de credibilidad.
Sin embargo, el impulso ms importante frente al cartesianismo fue
obra de Giambattista Vico. Partiendo del principio verum et factum con
vertuntur y de que la Historia es la obra del hombre, piensa que a travs
de ella se puede llegar al verdadero conocimiento. El hombre es el ver
dadero protagonista y actor de la Historia y lo que en ella importa es el
punto de vista humano. Vico comparte una concepcin de la Historia con
el conocimiento directo de ella. As, alcanza la capacidad de abstraccin
suficiente para establecer principios generales desde la realidad misma,
no alejados de ella. La poca de la Ilustracin represent un momento cul
minante del desarrollo de la cultura europea, que despert el inters por
el proceso de la decadencia porque, al mismo tiempo, la sociedad del An
tiguo Rgimen y del Imperialismo empezaba a sentir las amenazas de la
barbarie, de origen social o tnico (Furet, 1982, 190).
155
Dentro del pensamiento vinculado a la Ilustracin, en el que en general
el pasado histrico se observa con una perspectiva reformista y cuya con
sideracin de la inmovilidad de la naturaleza humana le impide una mayor
profundizacin en el proceso mvil de la Historia, conviene destacar un as
pecto del pensamiento kantiano, expresado en 1784, donde se comienza
afirmando la distincin entre los actos humanos considerados como no
menos, en cuyo caso se rigen por leyes morales, y los mismos considera
dos como fenmenos, que hay que determinar de acuerdo con leyes
naturales, como efecto de causas especficas. Con ello se inicia una va
aclaratoria dentro del generalizado problema del individuo y su papel en
la Historia. Si cada acto individual puede ser el resultado de una toma de
postura personal y voluntarista, de hecho se demuestra que la resultante
es una situacin global y una panormica colectiva que se deduce de un
sistema general de causas, que es para Kant, un plan de la naturaleza,
aunque la expresin tenga carcter metafrico,
El siglo xviii se introdujo tambin en el campo de las expiraciones his
tricas, sobre todo en un problema que preocup sobremanera a la Ilus
tracin en tanto que de algn modo segua sintindose vinculada al mun
do antiguo y trataba de desligarse de todo cuanto de una manera o de otra
tuviera relacin con el mundo medieval, el cristianismo y las relaciones
feudales, Por ello se ocupa del problema de la decadencia del mundo an
tiguo. La obra de Montesquieu, Considrations sur les causes d e la gran
deur des Romains et d e leur dcaden ce (1734), es explicativa por intereses
propios, pues busca causas naturales para la evolucin histrica, para re
chazar el triunfo del cristianismo sobre el mundo romano. Su capacidad de
penetracin es importante, sin olvidar los condicionamientos propios de la
poca y de su forma de pensar. Gibbon, History o f the Declin and Fall o f
the Roman Empire (1737-1797) enfoca el problema de modo distinto: es el
cristianismo y la barbarie lo que ha producido la decadencia del mundo
romano y la oscuridad medieval, despus de la Edad de Oro de los Anto-
ninos
156
del conocimiento universal que a l se vinculan, pero tambin, en el plano
ideolgico, por la tendencia a la exaltacin del pasado, en la bsquda de
antecedentes para definir la civilizacin occidental en sus caractersticas
contemporneas vinculadas a la revolucin, y a encontrar en los escena
rios de la cultura antigua una civilizacin que fuera antecedente de la~civi
lizacin occidental frente a la cultura de los actuales ocupantes de sus te
rritorios o escenarios. Estos procesos mentales provocan el espejismo de
que se trataba de un mundo parecido al europeo occidental, con lo que se
agudiza la tendencia ya presente desde el Renacimiento a encontrar las si
militudes, en el mundo de la ciudad, de la posesin libre de la tierra, del
comercio, de la democracia, de la poltica republicana, segn las diferen
tes tendencias propias de la vida intelectual del siglo xix. All se en
cuentran antecedentes de problemas nuevos, para los que los tiempos
inmediatamente pasados no podan ofrecer referencias, como ahora en
contraban los revolucionarios en las figuras de los hermanos Graco. Para
el historiador actual es importante conocer cmo ha surgido un tema y
cules son los tratamientos que lo marcan desde los orgenes dentro de la
Historiografa. Por otro lado, este nuevo enfoque de los problemas slo se
entiende en el mismo ambiente en que surge el hegelianismo (ver el ep
grafe 2.4,4), heredero de la Ilustracin, pero capaz de comprender mejor
la historicidad de los fenmenos culturales, de la Filosofa, del Arte, de la
Filologa, encamados en el desarrollo histrico del espritu absoluto, fe
nmeno idealista, pero, al mismo tiempo, profundamente arraigado en los
problemas de la realidad, sobre todo en la percepcin de la presencia de
los elementos cambiantes. Nace la actitud opuesta a los intentos de descu
brir estabilidades, presentes o futuras, en las satisfaccin del mundo
actual o en la expectativa de una edad de oro, actitud tradicional prehe-
geliana, pero todava viva como tentacin ideolgica (Vilar, 1974, 53). La
visin del mundo griego de Hegel se caracteriza, adems, por explicar el
fenmeno helnico al margen del racismo. Los griegos son el producto de
la confluencia de pueblos diversos (Filosofa d e la Historia, ed. Zeus, 1970,
250).
En este ambiente se plante por primera vez Niebuhr, en 1804, los pro
blemas de la Historia social de la Roma republicana, cuando, en tiempos
de Federico Guillermo III, los seores prusianos accedan al capitalismo li
beral y, contra la revolucin, se planteaba la reforma por la que los sier
vos accedan a la libertad y se afirmaba la propiedad privada. De este mo
do, los Graco en Roma aparecan como defensores de transformar el ager
publicus para convertirlo en objeto de la possessio, al tiempo que la plebe
se liberaba como lo haca el campesino alemn, que ahora se manifiesta,
no como el revolucionario francs, sino culturalmente, a travs de las ba
ladas populares, expresin del alma de la nacin liberada, en un ambien
te similar al de la reconciliacin entre patricios y plebeyos, donde tambin
157
se fraguara, como poesa popular, la Historia primitiva de Roma (Momi
gliano, 1977, 241). La capacidad interpretativa llev a Niebuhr a la crtica
de las fuentes y a descubrir en Tito Livio a un historiador condicionado por
el patriotismo militante, cuando la realidad bsica se hallaba en los pro
blemas de los campesinos como granjeros (Collingwood, 1965, 132). As,
entre 1811 y 1812, public su Romische Geschichte, donde se haca uso de
nuevas fuentes, gracias a los avances llevados a cabo por Savigny, en la
Historia del Derecho, Borghesi, en la Epigrafa, y Eckhel, en la Numismti
ca (sobre las fuentes para la Historia de Roma, ver infra, 3.3.4).
Droysen escribe la Historia de Prusia como motor de la unificacin ale
mana y encuentra el precedente en la Historia de Macedonia como estado
unificador, capaz de acabar con los problemas presentados por las ciuda
des como unidades independientes, al estilo de los presentados, desde su
punto de vista, por los estados feudales alemanes, que la burguesa bus
caba unificar, pero de manera autoritaria, a travs de la realeza prusiana,
como si fuera la realeza macednica en Grecia. Con ello se enfrenta a la
idea tradicional de que la decadencia griega comienza a la muerte de De-
mstenes, lo que no viene a ser ms que el resultado de la propaganda ro
mana, que justificaba as su intervencin imperialista, como si lo hiciera
para salvar a la Grecia clsica frente a los actuales reyes degenerados
(ver Momigliano, 1977, 307-319). En esa direccin, en 1833, escribe la His
toria d e Alejandro y, entre 1836 y 1843, la Historia del Helenismo, despus
de haberse realizado la Unin Aduanera, la Zollverein, de 1834, cuando
Federico Guillermo IV representaba las expectativas de la Unificacin Ale
mana. El Helenismo significaba la superacin de la diversidad, el escena
rio donde sera posible la difusin del cristianismo, despus de haberse
convertido en cuna de los sincretismos orientales,
Grote, en cambio, defensor de la Grecia liberal y demostnica, vive la
Inglaterra de la formacin de la democracia parlamentaria donde, desde
1830, se nota la fuerza de los whigs, acompaada del desarrollo de la ban
ca y del comercio, y de los Trade Unions, desde 1824. El resultado fue la
democratizacin del voto, pero ello iba acompaado del desarrollo del im
perialismo democrtico, que se traduca en las constituciones de Nueva
Zelanda y Canad. En este ambiente, entre 1846 y 1856, George Grote es
cribi su Historia d e Grecia, donde la democracia griega aparece como la
expresin de los intereses, no slo del pueblo frente a los ricos, sino de to
da la sociedad, como lugar de origen de todo gobierno democrtico,
nica posibilidad de existencia del pensamiento y de la investigacin
racional, como se ve en la misma Grecia, pues all nace el pensamiento so
fstico, sntesis de la dem ocracia griega y del desarrollo del pensamiento
intelectual.
Entre tanto, hacia el ao 1847, Henri Wallon escriba su Historia d e la e s
clavitud en la Antigedad, inspirado en las tendencias abolicionistas pre-
158
dominantes en Francia en relacin con los problemas que se fraguaban en
Amrica durante este perodo, que el autor identificaba con las ideas cris
tianas, triunfantes en el Imperio romano cuando se abola el sistema escla
vista. A pesar de todo, gracias a ello Wallon vio por primera vez cul era
el papel de la esclavitud dentro de las relaciones sociales propias del
mundo antiguo,
Mommsen es hijo del nuevo liberalismo alemn de 1848 y est preo
cupado por la formacin del estado alemn y por las especficas relacio
nes que se dan en ese proceso entre libertad y poder personal, que lo
llevan a plantearse el problema de la formacin del Principado como la
sntesis de ambos elementos, traducidos en la teora de la diarqua, como
gobierno del emperador y del senado concordes entre s. Era la traduc
cin de las contradicciones de la burguesa alemana, que buscaba la li
bertad en los resultados de la revolucin francesa, pero que tambin vea
la necesidad, para su propio sostenimiento, de un estado fuerte. Cuando
escribi, en 1854, sobre la Roma primitiva, pona el acento en la propie
dad de la gens, como grupo de familias asentadas en las aldeas, para ex
plicarse los fundamentos de la expansin romana. sta era la estructura
bsica que explicaba, a la larga, la formacin del Imperio bicfalo y dual,
caracterstico de las aspiraciones de los demcratas alemanas, erigidos en
representantes de los campesinos, demcratas, pero crticos y desconfia
dos a partir del fracaso de la revolucin de 1848. Ahora su confianza se
depositaba nicamente en la existencia de un estado fuerte. Paralelamen
te, Mommsen, impregnado del positivismo cientfico que caracterizaba al
espritu triunfante de la burguesa, emprende la gran obra del Corpus Ins
criptionum Latinarum, smbolo de la veneracin por el dato preciso que ca
racterizara a esa escuela historiogrfica. La Historia poda equipararse
con las ciencias de la naturaleza y someterse a leyes, que podan estu
diarse con precisin si se tena el control preciso de los documentos, que
ahora reciben una veneracin especial. La evolucin histrica, como la na
tural, poda someterse a estudios precisos a partir del estudio de los or
genes, si se transferan los principios cientficos del darwinismo (Colling-
wood, 1965, pgs. 129, sigs.)
Fustel de Coulanges escribe su Ciudad Antigua en 1864. Su estudio se
centra en las relaciones de la familia, principalmente de las familias patri
cias, con el cultivo de la religin como fundamento de la propiedad. En
1870, mientras defenda, frente a Mommsen, el carcter francs de la Al-
sacia, escribi en favor de Francia como heredera de la tradicin roma
na, insertada entre los galos, donde desde la Antigedad exista la propie
dad privada (Momigliano, 1977, 329-330). No por casualidad fue muy
apreciado en la corte de Napolen III (Fontana, 1982, 22).
El ltimo cuarto del siglo xix viene marcado, en Alemania, por la pre
sencia de un concepto no cronolgico del espritu griego entendido
159
como una entidad atemporal, tal como se refleja en la Historia de la Cultu
ra Griega de Jacobo Burckhardt, concrecin de la generalidad de la cultu
ra alemana, heredera de un hegelianismo en el que permanecen sobre to
do los aspectos ms idealizantes y estticos. Los conflictos, entre el poder
material y la cultura espiritual, entre las masas y los individuos, entre la su
misin religiosa y la independencia del humanista, pasan a formar parte de
la naturaleza de las cosas, como en los propios tiempos de la Alemania fi
nisecular, en la idea de que el pesimismo de ellos resultante se transforma
en fuente de placer esttico, amenazada por el pueblo, En lo concreto, la
actitud se traduce en una antipata hacia la democracia y una simpata ha
cia la aristocracia agonstica y hacia el individuo que huye de la poltica en
el mundo helenstico (ver Momigliano, 1977, 295-302). El espritu griego se
convierte as en un modelo atemporal, que pervive en la cultura alemana,
cuya presencia se revela sistemticamente cuando el espritu se enfrenta al
estado, en un planteamiento anarquista y aristocrtico al mismo tiempo.
El sistema de oposiciones engendrado dentro del proceso dialctico
hegeliano se centraba en las ideas. Marx cambi el factor fundamental: las
oposiciones se engendran en la lucha de clases de acuerdo con los dife
rentes modos de produccin, La dialctica idealista qued convertida en
dialctica materialista y, desde entonces, las contradicciones econmicas
creadas en el sistema de las sociedades de clases ocupan un lugar im
portante en la interpretacin de los diferentes procesos histricos. Para los
estudios de Historia Antigua son evidentes las aportaciones realizadas por
el marxismo gracias, sobre todo, a su insistencia en el problema de la es
clavitud (Mangas, 1971).
En 1884 publicaba Federico Engels El Origen d e la Familia, d e la Pro
p ied ad Privada y del Estado, donde se recogan de manera divulgadora y
un tanto simplificadas las ideas de Marx acerca de la Antigedad, revesti
das de las teoras antropolgicas de Morgan, para poner de relieve que en
el mundo clsico era precisamente donde se haban desarrollado las tres
caractersticas expresadas en el ttulo como modo de definicin de las so
ciedades de clases (Plcido, en Tras, 1985),
En el ao 1891 public Max Weber su Historia Agraria d e Roma. En ella
se plantean los problemas derivados de la proyeccin de las riquezas de
los patricios en el mbito del comercio, sobre todo del comercio martimo,
y de las hipotticas relaciones del sistema econmico antiguo con el mun
do capitalista, slo posibles hasta que faltaron los esclavos, poca en que
se instaura el colonato, sntoma de la decadencia. Los nuevos grandes pro
pietarios resultan as un elemento negativo, como los junkers de la Prusia
moderna, promotores del aislamiento del campo frente a la ciudad y del
abandono de sta (Momigliano, 1977, 29-30). Tal tipo de anlisis permiti
a Weber percibir las diferencias sustanciales entre la sociedad antigua y la
sociedad capitalista, lo que da lugar a la corriente, opuesta a la de Meyer
160
y conocida como primitivista, segn la cual la ciudad antigua, centro de
consumidores, unida inseparablemente al campo, sustentada en la escla
vitud, se basa en un funcionamiento sustancialmente diferente al propio de
las economas actuales, El fin del mundo antiguo represent el final de la
unin entre campo y ciudad. En esa ciudad, por otra parte, Weber vea el
escenario de la accin privilegiada de los hombres carismticos capaces
de conducir a las multitudes. De este modo se forma una concepcin indi
vidualista de la democracia griega con proyeccin en tiempos ulteriores
(ver Finley, 1986), Finley, a pesar de su confesado weberianismo, encuen
tra en este autor a uno de los responsables de la difundida concepcin de
la democracia griega como fenmeno fundamentalmente carismtico.
161
Paralelamente, Wilamowitz, representante conspicuo de la Filologa
Clsica ms destacada en el aspecto acadmico, identificado con los jun
kers, se define como defensor de una Grecia aristocrtica, representante
de la desigualdad como virtud, patria de Pndaro como poeta cantor de las
glorias de las grandes familias de toda la Hlade, modelo para la aristo
cracia prusiana. En cierto modo, Wilamowitz se halla prximo a Nietzsche,
a pesar de los conflictos que surgieron entre ellos por razones especficas,
pues aqul defiende a Scrates y a Eurpides de los ataques del segundo
(Momigliano, 1977, pgs; 57-8). ste plantea de modo ms radical las al
ternativas, definidas en tomo al dualismo entre Apolo y Dioniso, como de
fensa de la aristocracia y del pueblo idealizado al estilo de Ricardo Wag
ner, a quien declara en una carta que en todos sus estudios est tratando
con los problemas estrictamente alemanes surgidos de la Revolucin fran
cesa. De este modo, su crtica representa el enfrentamiento romntico con
la burguesa capitalista, destructora, como Eurpides y Scrates, de los
valores del pueblo y de la aristocracia. En el perodo de entreguerras,
concretamente en 1921, Pndaro apareca as como el modelo de la des
igualdad y el Helenismo como bandera de la jerarqua aristocrtica que se
forma en un proceso histrico dominado por la guerra (Canfora, 1989,
pgs. 80, sigs.).
Croce es el representante de una corriente que podra definirse como
hegelianismo cultural, cuyo rasgo fundamental estara en la consideracin
de toda la Historia como contempornea, lo que lleva a tomar plena con
ciencia de los condicionantes presentes de la visin del pasado, al tiempo
que plantea determinadas dificultades en tomo a las posibilidades de per
cibir los rasgos propios de cada poca en su propio tiempo.
El positivismo del siglo xx, ms que en una concepcin determinada
del pasado clsico, ha dejado su huella gracias a la tendencia a la acumu
lacin de datos, con la esperanza de acercarse lo ms posible a la reali
dad histrica, lo que se traduce en la grandes colecciones de fuentes, cor
pora de inscripciones, recopilacin de datos arqueolgicos en colecciones
de excavaciones (ver epgrafe 3.3).
En el plano estrictamente historiogrfco, la primera parte del siglo xx
se caracteriza principalmente por las grandes obras de sntesis: L volu-
tion d e l'humanit, Clio, CAH, Peuples et civilizations,.,, que han servido de
fundamento para la transmisin de los conocimentos universitarios a lo lar
go de toda la centuria.
162
glo XVIII exclusivamente se utilizaban las fuentes griegas y latinas y la Bi
blia. Slo el gran impulso colonialista de fines de siglo y, sobre todo, del
siglo XIX favoreci el conocimiento directo, el aflujo de viajeros y el desa
rrollo de los intereses por crear una imagen del mundo oriental antiguo di
ferenciado del actual, civilizado, frente a la barbarie de los pueblos isla
mizados. El inters de los grandes museos de las capitales imperialistas
impuls la Arqueologa y permiti el conocimiento del mundo sumerio y,
posteriormente, el inicio de las lecturas de las inscripciones y el descifra
miento de las lenguas orientales antiguas. El desarrollo del siglo xix es tal
que hoy se permite la especializacin en Asiriologa, Sumeriologa, He
brasmo, Hititologa, lo que, por otro lado, impone el imperio de los estu
dios lingsticos y que, en muchos casos, este instrumento sea tan absor
bente como para impedir que el desarrollo de los estudios histricos pro
piamente dichos permita el acercamiento a problemas interpretativos que
induzcan a conocer los funcionamientos de las sociedades. Paralelamente,
el desarrollo de la ciencia como amplitud de los contenidos resulta un im
pedimento para mantener la unidad histrica como problema total y com
prensible en su globalidad.
163
ocasiones por las preocupaciones nacionalistas. Esto provocaba fuertes
deformaciones, condicionantes por el peso que podan tener en la poltica
ms rastrera, en la publicidad que quera ver los rasgos de una nacin ya
definidos en tiempos prehistricos. Sin embargo, en lneas generales, pue
de decirse que permanece como un estudio ms indefinido, donde en
cierto modo es posible mantener una neutralidad mayor en el momento de
hacer interpretaciones ms audaces. Lo malo es que por eso mismo des
pierta poco inters, salvo en lo ms anecdtico y novelesco, experiencia
todava vigente en la actualidad.
La Historia de la Historia demuestra que toda Historia y toda teora his
trica se ha hecho siempre desde la propia Historia y condicionada por
ella. Al tiempo que significa la toma de conciencia del proceso de consti
tucin de la especie humana es tambin el mejor reflejo de las propias
condiciones histricas, Por ello, no es slo la Historia de los progresos en
los estudios histricos, sino tambin la Historia de la autoconciencia huma
na.
En cualquier caso, el progreso de lo estudios histricos no es lineal, pe
ro s acumulativo. Cada Histora es resultado de su poca y de la masa de
ciencia histrica acumulada desde pocas anteriores. El proceso de com
prensin es, en principio, tambin creciente, pues la accin interpretativa
del hombre sobre el pasado es siempre perfectible ahora bien, para su
perar la interpretacin del Imperio romano de Rostovtzeff, es preciso es
tudiar tanto la Historia del Imperio romano como a Rostovtzeff, en sus con
diciones histricas y sus actitudes, su preparacin y sus posibilidades ob
jetivas de llegar al conocimiento. As, nuestra Historia es hija de nuestra
poca y de la herencia pasada. Se trata de comprenderlo para poder ha
cer la Historia Antigua propia de nuestra poca,
164
Problemas de mtodo
3.1. G eneralidades
165
3 .2 . Los in stru m en tos de la H istoria A ntigua
166
3.2.2. Los nuevos instrumentos
167
nas respectivamente. Sobre las necesidades de una metodologa de la
comunicacin como instrumento de la Historia de la Antigedad, ver ep
grafe 1.7.1).
La Historia se hace a travs de la interpretacin y de la explicacin de
los fenmenos transmitidos por las fuentes. La exposicin del sistema ade
cuado puede verse en Clavel-Lvque, Favoiy (1977).
3.3.1. Generalidades
168
los aspectos problemticos planteados por las fuentes es el del lenguaje
(ver Foucault, 1966, 303). La fuente hay que leerla como expresin del
mundo antiguo, no como imitacin o reduplicacin de la cosa representa
da por la realidad antigua, pues, como ya se ha visto, el lenguaje no trans
mite una representacin objetiva. Ello se agrava si se tienen en cuenta las
reflexiones que introduce Cascajero (1991, pgs. 11, sigs.), sobre las fuen-_
tes escritas como reflejo parcial de la sociedad, dado que la escritura vie
ne a ser un instrumento de control de las clases dominantes en las socie
dades antiguas y se convierte, en su parcialidad, en el nico acceso a la
totalidad (ver tambin supra, 2.3.6).
Como muy bien seala Cascajero, la falta de acceso a la oralidad con
diciona de manera mltiple la capacidad de conocer la Historia Antigua, no so
lamente porque en ese perodo fuese mucho ms frecuente que la mayora
de las experiencias se expresaran al margen de la escritura, sino porque
incluso en los terrenos en que pudiera adentrarse el investigador para acer
carse a lo no transmitido a travs de la escritura, sta, como dice Goody
(1979, 50), condiciona igualmente nuestra lgica para acercamos a ellos,
con lo que se aade un nuevo condicionante epistemolgico para acceder
al conocimiento de las pocas en que predomina la oralidad, aunque
haya escritura, As, igualmente, cuando se utiliza una fuente escrita deri
vada de la tradicin oral, tambin es preciso contemplar sus caracteres
especficos, como por ejemplo, en la pica, el sentido que poda tener pa
ra un auditorio asiduo el uso, para nosotros artificial, de los eptetos for
mularios del tipo Aquiles ligero de pies. No se trata de declarar la false
dad de los eptetos o de la obra que los reproduce, sino de estudiarlos, de
acuerdo con los planteamientos de M. Parry (1971), no como retrato, sino
como efecto reflejo de una poca, de unos autores y de un pblico some
tidos a especficas condiciones dentro del mundo de su cultura, como re
alidad en transformacin. Desde la perspectiva del historiador, no se trata
slo de que Parry haya demostrado que los poemas homricos hay que
entenderlos como poesa oral, e incluso de que la cultura griega arcaica,
la pica como la lrica, haya que entenderla como una cultura oral, sino de
la perspectiva creada para comprender la sociedad urbana en formacin
(Russo, 1971), capaz de manifestarse precisamente de esa manera.
En esa lnea, conviene destacar la importancia de conocer el estatuto
del texto, antiguo y moderno (ver Lozano, 1987, con resea de Plcido, en
Gern, 6, 1988, 291-2). El anlisis del discurso ha de realizarse en su in
terior y en relacin con lo extralingstico, pues la realidad histrica viene
a desprenderse de la unin indisociable del conocimiento de la actividad
de los hombres y la manera en que ellos mismos se representaban su pro
pia actividad.
En La histora, hoy, la IV parte: Historia social e historia de las mentali
dades, resulta fundamental para el anlisis del discurso, dentro de las re-
169
flexiones tericas y prcticas sobre la ideologa: la realidad histrica es la
unidad indisoluble de la actividad de los hombres y de la manera en que
s e representan esta actividad, como relacin en movimiento, y no esttica.
Por eso hay que hacer anlisis de textos que permitan desenmascarar la
realidad a travs de la opacidad esencial de todo discurso, pero tambin
a travs de la evidencia, de lo que aparentemente se presenta de modo
claro, lo que quiere decir que el objetivo es desestructurar el discurso
para establecer la distincin denotacin /connotacin, entre lo que se di
ce y lo que viene a la mente a partir de los puntos de referencia estable
cidos por el lenguaje.
En concreto, en relacin con la Historia Antigua, las fuentes son indivi
dualistas, lo que repercute en la creacin de problemas para el conoci
miento de la Historia Social. sta se conocer slo a travs del anlisis de
la connotacin, describiendo, en el caso ms simple, cmo, en los textos
griegos, los trminos morales malo, despreciable, se refieren a las
clases dependientes, dentro de los jurdicam ente libres (v er epgrafes
1.3.1, El sujeto del conocimiento histrico, y 2.3.5, Individuo y sociedad).
Para el estudio de la Historia Antigua, las fuentes son relativamente ma
nejables, pero limitadas, condicionadas y parciales. Ahora bien, del hecho
de que, en muchos casos, transmitan una imagen deformada de la reali
dad, no se puede deducir que no son utilizables. Toda fuente puede re
sultar engaosa, hasta un dato material concretsmo, si no se conoce su
funcin en la sociedad antigua. Por eso, el estudio de la Historia Antigua es
al mismo tiempo el estudio de las condiciones en que se produce la fuente.
En estas condiciones, para la Historia Antigua es necesario y producti
vo el uso como fuente de todo, no slo de la historiografa, sino tambin de
la literatura, incluso de la ms fantstica. Un ejemplo demasiado clsico es
el de Virgilio, que sirve de fuente no slo porque transmite datos a travs
de un tradicin recogida acerca de los tiempos oscuros de la pennsula It
lica y del mundo mediterrneo en general, sino porque refleja el espritu
de una poca. Toda obra literaria ha de analizarse histricamente, pero a
travs del uso de los mtodos de la crtica literaria.
En cada caso, la fuente es adems ella misma un producto histrico y
slo puede utilizarse aquello que el propio perodo permite que se pro
duzca. Ginzburg (1981, 103), pone un ejemplo significativo. Para que sa
liera a la luz la cultura del molinero en los inicios de la Edad Moderna, tu
vo que producirse la Reforma. Fenmenos parecidos se dan con frecuen
cia. La Epigrafa es fuente slo para determinadas pocas y el hecho de
que exista es ya de por s un fenmeno significativo del tipo de conviven
cia que se lleva a cabo en la ciudad, slo en determinados casos capaz de
tener una produccin significativa de inscripciones.
Gza Alfoldy (1983, pgs. 43, sigs.), hace saber que, desde su punto de
vista, el hallazgo de las fuentes y el anlisis de su elaboracin constituan
170
el principal modo de avance en el estudio de la Historia Antigua, mientras
que hace suyo el desprecio de la interpretacin nmero cien de Zim-
mermann, y considera que existe una disyuntiva ante el ordenamiento del
material, o bien seguir el modelo propuesto por las fuentes mismas o se
guir otro modelo de origen terico, como el de Hopkins, Sin duda, Alfoldy
y otros como l establecen una disyuntiva extrema, aunque tambin es
verdad que del mismo modo acta Hopkins. En sus ataques, Alfoldy suele
tener razn, pero no ofrece defensa: pues en definitva se cree a Ranke,
preconizador de la Historia que se plantea como objetivo el conocimiento
de los hechos como ocurrieron. Para Alfoldy el problema estriba en que
toda interpretacin histrica se fundamenta en alguna ciencia o saber di
ferente, en lugar de basarse en la Historia misma. Falta en sus plantea
mientos tal vez una cierta idea de la unidad del conocimiento. De hecho,
para l, segn cita Bravo (1985, 25), resulta cierta la frase de Weber de
que es peligrosa la mezcla de teora e Historia. Yo dira que es lo nico po
sitivo: teora y fuentes en completa unidad es lo que constituye la Historia.
Teora que se elabora con el conocimiento histrico que se va compren
diendo gracias a la teora. La teora y la Historia, entendida como recopi
lacin de datos, se deben relacionar entre s de manera dialgica y mu
tuamente provocativa, segn las palabra de La Capra (1992, 433). La teo
ra, como explica Casanova (1991, pgs. 147-8), consiste en un sistema de
conceptos que sirve para explicar y organizar los datos, que no debe de
rivar slo de las fuentes, pero tampoco de la pura deduccin. Ayuda a
comprender casos particulares tanto como a realizar sntesis, en una labor
epistemolgicamente condicionada como nica e indistinta.
Como es frecuente en tiempos recientes considerar los planteamientos
historiogrficos marxianos como modelo de teoras previas a las que se
trata de doblegar el sentido de las fuentes, conviene aclarar que tales in
terpretaciones no se caracterizan por la aplicacin a las fuentes de un es
quema predeterminado, sino por el intento de averiguar en cada caso el
papel de la produccin y de la explotacin del hombre por el hombre.
Contra la anterior teora hoy se encuentran todos los historiadores, mar-
xistas y no marxistas. Tambin G. Bravo (1985, 24), se empea en que el
marxismo trata con la historia de verifican) una teora, cuando en realidad
esa teora es el resultado del anlisis de la Historia Contempornea, que
algunos han tratado de convertir en frmulas mecnicas para aplicar a la
realidad histrica.
Ms bien, la tendencia actual, entre la teora previa y la eliminacin de
la teora, trata de buscar la sntesis entre crtica e interpetacin de las fuen
tes, sobre una postura terica que a su vez parte de la Historia, a base de
hiptesis que requieren una teora como concepcin mental flexible que
permite hacer preguntas, de modo que se establezca constantemente la
relacin entre hiptesis y realidad reflejada, capaz de permitir el nuevo
planteamiento de hiptesis.
171
As pues, frente al escepticismo en el uso de las fuentes, el camino
productivo est formado por la idea de que, en la Historia Antigua, el do
cumento est constituido por cualquier cosa, vg. por la poesa pica. Aho
ra bien, es preciso tener en cuenta que los textos son pluridimensionales
o que requieren anlisis que afectan a la teora del relato y a la crtica
literaria en general, al estudio del texto, del lxico, etc. Quien quiere
utilizar slo documentos propiamente dichos tiene que limitarse en la
Historia Antigua al uso de la Epigrafa, sin olvidar que, por muy autntico
que sea el documento, no por ello deja de estar mediatizado, lo que indi
ca que no hay que esperar encontrar all ningn grado de espontanei
dad.
Por el contrano, lo ms productivo, dentro de la utilizacin de cualquier
fuente, es su anlisis, en sus contradicciones y en sus falseamientos, apro
vechando tanto las ocasiones en que hay slo una como las que ofrecen
varias que puedan ser diferentes entre s, como hace Hammond (1973),
para estudiar la rhetra de Licurgo y para analizar el texto de Tirteo, gra
cias a las versiones relativamente contradictorias de Diodoro y de Plutar
co. A partir de un anlisis positivo puede determinarse lo que fue aadido
en cada caso y con qu intenciones, con lo que se llega a un forma de co
nocimiento productivo de la realidad arcaica, que no por estar mal trans
mitida ha de dejarse por imposible. En Historia Antigua, es preciso apro
vechar la fuente nica, pero tambin las deformaciones y hasta las con
tradicciones.
En relacin con las fuentes, es necesario superar la polmica entre los
tradicionalistas, que admitan cualquier relato como histrico, y los hiper-
crticos, capaces de rechazar cualquier fuente que ofreciera la ms mni
ma duda, paralelamente a la superacin de la disyuntiva existente entre
modernistas, que quieren encontrar en las fuentes antiguas una sociedad
como la contempornea, y primitivistas, que creen que siempre se escon
de la Prehistoria. Que las fuentes no valgan para la Historia vnementielle
no quiere decir que no valgan para otro tipo de Historia de mayor inters.
No s e trata de creerse la historicidad de los reyes de Roma, sino de bus
car la realidad en que se crea la leyenda de los reyes de Roma. Coarelli
(1982, 728), expone interesantes argumentos en relacin con la validez de
las fuentes referentes a los orgenes de Roma para la Historia jurdica y
para la Historia religiosa, siempre que se tenga en cuenta la importancia
que para aclarar la cuestin tienen las excavaciones, acompaadas de un
nuevo enfoque de las fuentes anticuaras y de Dionisio de Halicarnaso, jun
to con la analstica, para el conocimiento de los orgenes de Roma y de la
poca arcaica, en una conjuncin que, para l, podra denominarse topo-
grala histrca. Para completar el anlisis de la fuentes, ver infra, 3.4,12.
172
3.3.2. Las fuentes para la Historia del Antiguo Oriente
173
de los pases imperialistas, sino tambin para completar la visin histrica
que proporcionan los documentos escritos (ver Garelli, 1969, pgs. 1,
sigs.; Roldn, 1975; Plcido, 1983).
174
temas y su lenguaje parecen acordarse con las vicisitudes de los griegos
tras la cada del mundo micnico. A aclarar estos aspecto tambin colabo
ra el estudio de la evolucin dialectal de la lengua griega.
Por lo dems, el perodo anterior al siglo viii cuenta con pocas fuentes,
al margen de que se pueda seguir haciendo uso de la mitologa y de las
leyendas. Se suman, por supuesto, los estudios cermicos, que reciente
mente han recibido una mayor claridad gracias a las investigaciones de
Snodgrass (1971). Sin duda, la expansin de la cermica protogeomtrica
de Atenas a Jonia est vinculada a las migraciones de los siglos oscuros y
posiblemente tambin a la transmisin de los poemas homricos. Igual
mente se heredan las fiestas religiosas y ciertas instituciones, como las dis
tribuciones de tipo gentilicio y tribal. Tucdides, en su Arqueologa, es
pecie de introduccin protohistrica contenido en el libro I de su obra,
proporciona tambin algunos datos interesantes sobre el proceso de
transformacin de Grecia tras la poca heroica. Tambin hay referencia
en los parenthkai, comentarios que intercala Herdoto a lo largo de su
Histora.
Hesodo, al final de la poca oscura, es quien da cuenta de los resulta
dos del proceso de transformacin. Con l se encuentra ya formado un
mundo diferente, pero, al tiempo, su condicin de escritor de estilo pico
y de autor de una Teogonia, juntamente con su propia condicin social, lo
llevan a reflejar las caractersticas generales del proceso que se ha ope
rado. Una nueva forma de disfrutar de la tierra y de trabajarla, al tiempo
que un modo nuevo de ejercer el poder poltico, no ha surgido de la na
da, Sus nostalgias conducen a la anterior situacin, calificada de edad de
oro, y al proceso seguido. La Odisea, igual que Hesodo, refleja el nuevo
mundo y, al tiempo que ofrece sus propias caractersticas, permite perci
bir el desarrollo de los siglos oscuros. Se han formado nuevas institu
ciones panhelnicas y la situacin presenta los resulados de procesos que
slo permiten intuir las transformaciones anteriores, objeto de discusin.
Las fuentes son escasas y de un tipo muy especial.
Para la Historia de Esparta, en la poca de formacin de la ciudad, con
sus caractersticas peculiares, las fuentes son variadas, al tiempo que con
fusas. Las referencias de Aristteles, aparte de reflejar los condiciona
mientos propios de la ideologa de la clase dominante ateniense en su
poca, son muy remotas y excesivamente sistematizadoras. Tucdides
hace alusiones inconcretas y Plutarco recoge una tradicin muy elabora
da. La crtica, pues, ha de agudizar su perspicacia para entresacar de to
do ello los rasgos fundamentales de la Historia espartana, pero las discu
siones siguen siendo a veces irreconciliables. Tirteo es la fuente ms di
recta que subsiste y, naturalmente, est condicionado por su carcter de
poeta exhortativo. Con todo, representa siempre el dato que pone un po
co de orden en el marasmo de las tradiciones, a pesar de que el estudio
175
de sus textos debe estar sometido a una crtica muy rigurosa. Alemn sir
ve para completar la visin de Esparta en aspectos constitucionales, restos
de tradiciones prehistricas, costumbres religiosas, etc, Con cautela, no
pueden olvidarse las referencias hechas por la opinin filoespartana ate
niense, representada principalmente por Platn y Jenofonte.
Para Creta, las fuentes literarias son muy escasas, adems de estar con
dicionadas por la opinin tradicional de que prcticamente todas las legis
laciones griegas partan de la cretense. La fuente ms extensa, Polibio, se
encuentra ya en una poca en que las caractersticas de la Creta aristo
crtica se enfocan de modo distinto, debido al peso de las corrientes
ideolgicas del siglo n, adems de que, junto con alguna precisin en la
transmisin de los datos, aporta una visin bastante desenfocada de la si
tuacin poltica y social cretense. Por lo dems, es la Epigrafa la que apor
ta un panorama ms completo de la Creta postminoica.
A las colonizaciones se hace referencia en las obras de Herdoto y Tu-
cdides, que han servido para datar los asentamientos coloniales griegos y
crear las bases para los posteriores estudios arqueolgicos, en los que ha
desempeado un papel fundamental la cermica. Sobre las colonias tam
bin son importantes las obras de Diodoro, Estrabn, Escimno de Quos y
otros autores de Periplos, as como Pausanias, Plinio el Viejo, etc. Aristte
les transmite la forma y el origen de algunas constituciones coloniales. l
mismo, en la Poltica, junto con Herdoto, da a conocer la Historia del de
sarrollo poltico de la ciudad griega en la poca arcaica, las transforma
ciones de la sociedad aristocrtica y la aparicin de las tiranas, as como
las luchas sociales que representaban el teln de fondo de los cambios po
lticos. Interesante tambin para la comprensin de los cambios produci
dos en la poca a lo largo de las distintas ciudades griegas, cambios que
ofrecen variantes significativas entre las ciudades y, por ello mismo, reac
ciones diferentes, es el estudio de la poesa lrica en sus diferentes ramas,
as como el de la ciencia jnica y el nacimiento del pensamiento metafsi-
co en el sur de Italia. En esta situacin, sobresale como fuente directa la
poesa de Teognis de Mgara, la ms clara expresin de la reaccin aris
tocrtica a los cambios sociales que se producen en su poca.
La evolucin social y poltica ateniense se refleja en diversas fuentes,
sobre todo gracias a las alusiones hechas por Herdoto y Tucdides y por
Plutarco en algunas de sus Vidas, especialmente en la de Teseo. Sin em
bargo, destaca por encima de las dems la Constitucin d e Atenas de Aris
tteles, que detalla los pasos hacia la democracia, con algunas lagunas.
Como obra de escuela, posiblementte base de estudio, con otras muchas
constituciones perdidas, para la elaboracin de la Poltica, contiene un
cierto esquematismo, por lo dems propio del pensamiento de su autor. La
Historia es slo la base para una teora de las constituciones polticas, no
la intencionalidad final del escrito. Con todo, su inters es innegable y gra-
176
cas a su hallazgo se ha hecho posible la elaboracin detallada de la His
toria del tica. Entre los episodios de su evolucin, sobresale, desde el
punto de vista de las fuentes, el de las reformas de Soln. En este caso, a
las fuentes anteriormente citadas se suman los versos del propio reforma
dor, que expone por s mismo sus intenciones y sus fracasos, as corno la
base social en que se asentaban sus reformas.
Herdoto es sobre todo el historiador de las Guerras Mdicas, pero en
su plan ocupa un lugar importantsimo la exposicin de los antecedentes.
Por ello conocemos las etapas inmediatamente anteriores, tanto en Atenas
como en el resto del mundo egeo, dado que puede decirse que todo l se
vio, de un modo u otro, implicado en la contienda. Las distintas constitu
ciones polticas y situaciones sociales por l reseadas proporcionan la
clave, en mltiples ocasiones, para la comprensin de las reacciones pos
teriores, en el momento de la agresin persa. Para las guerras, pues, con
sus antecedentes y consecuencias, es Herdoto la fuente fundamental, con
toda la crtica que se desprende de su propio carcter como historiador.
Junto con algunas vidas de Plutarco y con Aristteles, Tucdides, en
(I, 89, sigs.), proporciona importantes detalles sobre el perodo de la Pen-
tecontecia, adems de algunos historiadores tardos, como Diodoro Sculo,
que recoge la tradicin de foro, En general, las fuentes del perodo estn
recogidas en G, H. Hill, Sources for G reek History betw een the Persian and
the Peloponnesian Wars, Oxford, 1962, donde se recopilan tambin ins
cripciones y monedas. Aparte del relato de los hechos, merecen ser
tenidas en cuenta obras de otro tipo, como la Constitucin d e Atenas, del
Pseudo Jenofonte, que manifiesta la reaccin antidemocrtica con una vi
sin extraordinariamente clarividente de los planteamientos en que est
fundamentado el sistema por l atacado, a partir de la exposicin meridia
na de cules eran las causas reales por las que l se opona. Resulta tam
bin interesante el anlisis histrico de las corrientes intelectuales del mo
mento, representadas principalmente por los sofistas, exponente claro de
las transformaciones estructurales operadas en Atenas durante estos aos,
igualmente plasmadas en los poetas trgicos, reflejo vivo de las contradic
ciones de la poca. Esquilo refleja de manera vivaz las satisfacciones de la
polis capaz de haber superado las contradicciones que se reflejan en lu
chas aparentemente insuperables. Meritt, W ade-Gery y MacGregor
(1939-1953), han recogido la documentacin epigrfica referida a las rela
ciones econmicas entre Atenas y los aliados.
La Guerra del Peloponeso, hasta el ao 411, tiene su glorioso historia
dor en Tucdides, Su colaboracin directa, as como su capacidad de per
cepcin de los problemas de fondo del momento, lo convierten en una
fuente de excepcional importancia dentro de la historiografa de la Anti
gedad. Se sabe por l que los discursos que transmite no son material
mente reales, pero s la expresin de lo que l pensaba que era el fondo
177
de la cuestin en cada momento. Es Historia interpretativa y no slo Histo
ria expositiva. Ofrece, pues, la ventaja de no representar la exposicin fra
de unos acontecimientos ms o menos importantes, sino que los hechos
quedan reflejados por medio del impacto que causaron en un testigo cons
ciente de los problemas humanos que tales hechos planteaban. Son tam
bin hechos minuciosamente contados, pero no en fro, sino a travs de
una mente perspicaz del momento en el que ocurran. Tales rasgos cons
tituyen sin duda, ms que nada, un dato favorable para la valoracin de
Tucdides como fuente histrica.
A todo ello hay que aadir la evolucin misma de la tragedia. Las obras
de Sfocles comienzan a reflejar ya los problemas planteados por el Im
perio ateniense y su violencia tirnica. Eurpides entra directamente en un
contexto blico, a veces sin concesiones, y refleja las contradicciones que
la democracia ateniense se planteaba a s misma, por medio del reflejo
que estos problemas tenan en la mente de un demcrata crtico. Tambin
responde al mismo momento la evolucin de la sofistica y el desarrollo de
la ideologa de la ley del ms fuerte. Los efectos de la guerra en la
poblacin campesina, vctima y no beneficiaria de los plantemientos estra
tgicos de la democracia, obtienen una sublime representacin en la
comedia de Aristfanes. El final de la guerra y los aos inmediatamente
posteriores estn narrados en la obra de Jenofonte. Este autor carece de la
capacidad para percibir el fondo de los problemas que caracterizaba a
Tucdides, pero la misma decadencia del sistema historiogrfico es snto
ma de la decadencia del sistema democrtico, cuyas contradicciones con
formaron la capacidad perceptiva de su predecesor, Jenofonte cuenta la
Historia y siempre en sus narraciones pueden percibirse intenciones mo
rales, La postura del historiador actual ante tal fuente ha de ser especial
mente cautelosa, precisamente por su apariencia de objetividad.
En el siglo iv, la historiografa pierde su impulso anterior. En foro y
Teopompo influyen las tendencias retricas. Su progreso consiste en ten
der a la generalizacin y, por tanto, proporcionar datos acerca de un ma
yor nmero de ciudades y pueblos. Ambos se utilizaron abundantemente
por la historiografa posterior. Los atidgrafos, en cambio, se limitaron a la
Historia de Atenas. Posiblemente, ms interesante que la historiografa sea
para el siglo iv la utilizacin de la oratoria. Lisias, por ejemplo, ofrece un
cuadro realista de la vida cotidiana de Atenas, al tiempo que refleja los
problemas polticos y las tendencias existentes al final de la Guerra del Pe-
loponeso, as como, en el Discurso Olmpico, los planteamientos ideolgi
cos que suscitaba la Paz del Rey. Igualmente interesante es la evolucin in
telectual de Iscrates, del panhelenismo bajo hegemona ateniense a la
postura promacednica. Por supuesto destaca el debate dialctico entre
Demstenes y Esquines. Para completar la visin del siglo iv importa estu
diar el desarrollo del pensamiento y, sobre todo, la filosofa de Platn como
178
sntoma de los caminos elegidos por los sectores oligrquicos de la po
blacin tras la crisis de la ciudad estado.
A los historiadores griegos posteriores los conocemos normalmente a
travs de Diodoro de Sicilia, que realiz un gran compendio d@ todos
ellos, para crear una Historia Universal, de valor desigual, pero en muchos
casos imprescindible. Ante Diodoro, la cuestin crtica ms importante es
la de sus propias fuentes, ya que la variedad de stas es la que hace ms
variable tambin el criterio de credibilidad. Entre sus fuentes destaca Ti
meo de Tauromenio, que cuenta la Historia de Sicilia, una d e las partes
mejores de la Biblioteca de Diodoro. Son interesantes tambin los escritos
de Trogo Pompeyo, recogidos en el Eptome de Justino, referidos a Mace
donia y los reinos helensticos. Arriano de Nicomedia, en el siglo ir d. C,,
recogi una parte de la tradicin historiogrfica sobre Alejandro y redac
t :su Anabasis sobre los escritos de Aristobulo de Casandria y Ptolomeo.
Muchos personajes siguen siendo objeto de Vidas por parte de Plutarco,
Sobre la poca de los sucesores de Alejandro, el ncleo de informacin
ms importante fue la obra de Jernimo de Cardia, que escribi desde la
muerte de Alejandro a la de Pirro y de la que slo quedan fragmentos y
alusiones, gracias a la utilizacin que hicieron de ella otros historiadores,
como Arriano, Plutarco y Nepote. Para la poca posterior a la batalla de Ip
so hay muy pocas fuentes literarias, recogidas por Diodoro, el resumen de
Justino y las Vidas de Demetrio y Pirro de Plutarco, que siguen tambin en
parte a Jernimo de Cardia. Las fuentes arqueolgicas, epigrficas ypapi-
rolgicas llevan la primaca para el conocimiento del mundo helenstico, a
las que luego se unen las fuentes latinas y Polibio.
Este autor constituye la fuente principal al partir del ao 221, donde in
troduce un nuevo sentido al concepto de Historia Universal. En muchos te
mas, en que se han perdido sus textos, se conserva parcialmente su pun
to de vista en Tito Livio, en Diodoro, en el Eptome de Justino, en Apiano,
en Dion Casio, resumido por Zonaras, en las Vidas de Arato y Filopemen
de Plutarco, posiblemente de las mejores, y en las de Flaminino, Emilio
Paulo y Catn. Desde el ao 145, Posidonio continuara a Polibio, pero se
ha perdido y slo queda lo que tomaron de l Estrabn y Diodoro.
179
nos, y los griegos de poca romana, Livio, Dionisio y Diodoro, cuentan la
Historia de Alba Longa y de la llegada de Eneas, tomndola de los Analis
tas. En ello no se diferencian de los poetas. Por lo tanto, requieren el tra
tamiento tpico de la tradicin oral, ya que, en definitiva, no es ms que
eso, trasladado hacia el futuro, primero oralmente y, luego, plasmado por
escrito en los analistas y en la historiografa. Entre la aceptacin incondi
cional de la tradicin oral y su rechazo absoluto, se ha llegado, sin em
bargo, a una postura crtica basada en los hallazgos arqueolgicos, dis
puesta a aceptar concomitancias, y en el anlisis interno de la tradicin
oral misma. Suele considerarse que a mediados del siglo v comienzan a
aparecer rasgos propiamente histricos, contrastados con la aparicin de
las instituciones republicanas, con el apoyo de la difusin del alfabeto grie
go a partir de las colonias calcdicas de Campania. De todos modos, la do
cumentacin sigue siendo muy escasa y los historiadores griegos no ayu
dan, porque slo se ocupan de la pennsula Itlica hasta Npoles o Brun
disio o, como mucho, ya en el siglo iv, da comienzo la tradicin del nstos
de Eneas. Todo tiene que basarse en la tradicin oral, Ante la tradicin se
plantea, desde el siglo xvn, el problema de la credibilidad, con actitudes
hipercrticas que llegan a negarle todo valor como fuente. Como mucho,
se admite el carcter etiolgico, como leyendas creadas para explicarse
la existencia de instituciones o cultos. Por ello surgieron otros mtodos de
anlisis que acudan a los restos arqueolgicos, a la onomstica o al anli
sis de las tradiciones conservadas en los escritos anticuarios y a los ritos
practicados en tiempos posteriores como huella de costumbres anteriores,
en un anlisis comparativo con las tradiciones y rituales de otros pueblos,
analizados histrica o antropolgicamente. Sin embargo, las excavaciones
del Foro y del Palatino permitieron adoptar actitudes ms finas, que no ad
mitan ni negaban las tradiciones, sino que permitan ver en ellas la elabo
racin en el terreno de lo imaginario de realidades histricas importantes,
En este sentido resulta interesante el libro de Grandazzi (1991). Ya Momi
gliano (1955, 79), puso de relieve cmo el desarrollo del anticuariado favo
reci la crtica de las fuentes, pero tambin permiti el desarrollo del pi
rronismo histrico.
El proceso de crecimiento de las fuentes escritas es claro a partir del
decenvirato y llegan a hacerse predominantes en los ltimos siglos de la
Repblica. Las fuentes epigrficas son importantes por la conservacin de
textos legales, las relaciones de las ciudades itlicas con Roma y las ins
cripciones dialectales, que denuncian la distribucin de la poblacin y las
relaciones entre los diferentes pueblos habitantes de la pennsula. Por la
Numismtica se conoce el nacimiento y los primeros pasos de la economa
monetaria en la ciudad de Roma.
Las fuentes documentales, escasas, se ven reforzadas por las referen
cias de historiadores y oradores, pero hay restos de actas de magistrados,
decretos, actas de senado, entre las que destaca el Senatusconsultum d e
180
Bacchanalibus, del ao 186, leyes y deliberaciones del populus, tratados,
actas de los colegios sacerdotales, sobre todo los Commentarii Pontificum,
que se extractan en los Annales Pontificum, recogidos retrospectivamente
en los Annales Maximi, el ao 130 a.C., por el Pontfice Mximo Publio Mu
do Escvola.
Sin embargo, los primeros fragmentos literarios son los de Apio Clau
dio, censor del 312., las tragedias histricas de Nevio, restos de los Ana
les de Ennio y las comedias de Plauto. stas son las que dan una visin
ms amplia de la sociedad del momento. El carcter fragmentario del res
to crea una situacin difcil, ya que a ello se suma su naturaleza como
obras literarias, carentes de la suficiente amplitud como para dar lugar a
un juicio de conjunto.
De las primitivas fuentes analsticas se conserva muy poco, slo frag
mentos debidos a los anticuarios posteriores, como Aulo Gelio, Verrio Fla
co, Valerio Mximo, y algunas obras griegas. Sin embargo, la Analstica tu
vo una enorme influencia en toda la historiografa, griega o latina, que se
ocup de la Historia de Roma, y fue la fuente de toda ella. En la Analstica
suelen distinguirse tres perodos. En el primero los Anales se escriben en
griego y narran la Historia desde los orgenes de Roma. En la poca de la
Segunda Guerra Pnica, destacan Quinto Fabio Pctor y Lucio Cincio Ali
mento y, hacia el ao 150, Postumio Albino y Cayo Cecilio.
Fueron seguidos por Marco Porcio Catn el Censor, que vivi entre
234 y 149. Escribi los Orgenes, de los que slo se conservan fragmentos.
En su obra inaugura la historia latina en prosa y, adems, se interesa por
los pueblos itlicos, y no slo por Roma. Fue tambin el primero que se
preocup por conservar los discursos, dado que la oratoria era habitual en
la vida poltica romana desde sus orgenes, pero slo l consider que de
ban conservarse, incluso cambindolos o redactndolos l mismo, con in
tenciones de propaganda poltica, Se han conservado fragmentos de casi
ochenta discursos de Catn. A ste se debe tambin el primer documen
to de la vida econmica de la Repblica, con el De agricultura, importante
para el conocimiento de la economa rural y para la vida religiosa ligada a
los calendarios agrarios.
Hacia el ao 150 escribieron Postumio Albino y Cayo Cecilio, miem
bros de la clase senatorial que dieron forma a la concepcin de los orge
nes de Roma tal como se conceba posteriormente, al tiempo que configu
raron muchas de las ideas sobre la evolucin de las instituciones romanas
que han condicionado la visin de su Historia hasta las crticas ms re
cientes, que no se limitan a eliminar lo legendario, sino que ven aspectos
ideolgicos en ciertas narrativas y, sobre todo, en la exposicin del modo
en que aparecen ciertas instituciones, se crean alianzas, se forman las re
laciones con los pueblos latinos, etc. Nevio y Ennio toman su temtica de
este tipo de Analstica, Paralelamente se empieza a narrar la Historia latina
181
en forma pica, primero, por Nevio, en verso saturnio, luego, con Ennio,
en hexmetros latinos, A partir de la poca gracana se producen obras de
mayor valor histrico, al desarrollarse el gusto por la erudicin y las ex
periencias personales, con el intento de distinguir los aspectos legenda
rios. Entre estos autores se encuentran Lucio Calpumio Pisn y Quinto Fa
bio Mximo Serviliano. A los siglos y i pertenecen los analistas menores,
como Valerio Antias, que altera la verdad en la lnea de lo que Cicern lla
ma opus maxime oratorium, imitadora de la historiografa retrica de los
griegos, lleno de exaltacin patritica y de adulacin gentilicia, amplia
mente utilizado por Livio, Licinio Macro, Quinto Elio Tubern, Claudio
Cuadrigario, de los que tambin se conservan pequeos fragmentos, ade
ms de los correspondientes a los cuarenta libros acerca de la Antigedad
de Roma, de Marco Terencio Varrn, que vivi entre los aos 116 y 27.
Comelio Sisena se dedic a la Historia contempornea, coincidiendo
con las memorias de Emilio Ecauro, Lutacio Catulo y, sobre todo, del pro
pio Sila. Salustio continuara sus Historias donde las haba dejado Sisena.
Es un hombre comprometido con la poltica de su poca y con una con
cepcin pesimista, resultado de su participacin y de sus consecuencias,
buen reflejo de la poca que vive y retrata. Completas se han conservado
sus dos monografas sobre la Conjuracin d e Catilina y la Guerra de Yu-
gurta, de importante valor como fuente histrica de lo que pas y de las
fuerzas polticas y sociales que haba detrs de los acontecimientos.
Los autores mejor conservados son Diodoro de Sicilia, contemporneo
de Csar y Augusto, que en el ao 30 public una Biblioteca Histrica, que
recoge a los analistas y a Fabio Pctor; Dionisio de Halicarnaso, que en el
ao 29 public sus Antigedades Romanas, donde recoga datos de Fabio
Pctor y de Varrn hasta mediados del siglo m; y Tito Livio, que utiliza a los
analistas menores y puede l mismo considerarse el ltimo de los analis
tas, que consigue su finalidad patritica sobre todo gracias al estilo litera
rio y al uso de la lengua, que convierte su Historia en una autntica obra
de arte. Se conservan, de los 142 escritos, los libros I-X y XXI-XLV, ade
ms de los resmenes (Periochae) y los compendios de Floro, Rufo Festo,
Eutropio, Julio Obsecuente, Orosio y Casiodoro.
Csar tiene para el historiador el inters de ser al mismo tiempo pro
tagonista de los hechos que narra, lo que por otro lado es el motivo de que
su utilizacin sea muy peligrosa, dado que es un hombre suficientemente
hbil como para mostrar una especie de neutralidad en el relato que ocul
ta todo lo que puede haber de propaganda poltica. En la misma poca, se
introduce en Roma el gnero biogrfico, que proporciona semblanzas, co
mo las de Nepote, sobre diversos personajes griegos y romanos. Las Ima
gines de Varrn, en cambio, se han perdido.
Para el ltimo siglo de la Repblica se van imponiendo las fuentes lite
rarias, incluso las primarias, de tal modo que, para el perodo comprendi
182
do entre los aos 70 y 43, casi se pueden seguir los acontecimientos da a
da. Tienen gran valor los discursos, conservados en buena medida de
manera fragmentaria, de Catn y los Graco, pero sobre todo de Cicern,
del que se conservan muchos enteros, de suma importancia para conocer
la marcha concreta de los acontecimientos polticos, al mismo tiempo que
un nutrido epistolario. En poca imperial escribieron sobre la Repblica
Apiano y Dion Casio, as como Plutrarco en muchas de sus Vidas.
Cicern es el personaje intelectual ms importante de fines de la Re
pblica, al mismo tiempo que poltico activo dentro del proceso que
seguramente refleja l mismo con ms precisin que nadie. Sus tratados
polticos reflejan ideas que tenan peso en ese proceso. Cicern est vin
culado a la tradicin del pasado, pero al tiempo se va adecuando, de
acuerdo con su propia del idea del necessitati p a rere, a las necesidades
histricas creadas en momentos de tan dinmicos cambios. Su propio pen
samiento filosfico es tambin la sublimacin de la ideologa por l tan
perfectamente representada. Su epistolario nos lleva a terrenos ms ape
gados a la realidad histrica, lo mismo que ocurre con sus discursos, Sin
duda, estudiado cronolgicamente y comparando las distitntas facetas de
su labor intelectual, puede verse en Cicern una consecuencia absoluta,
dentro de que el momento condiciona que lo consecuente sea precisa
mente el constante cambio y capacidad de adaptacin.
En el paso al Imperio tambin es preciso tener presente la figura de
Virgilio, campesino del norte de Italia, poeta profundamente intuitivo, que
sigue los mismos pasos que la compleja poltica de su poca, ya que,
despus de haber participado en la esperanza puesta en Antonio como
heredero de Csar, el pueblo itlico dirige su mirada a Octavio como re
presentante de los intereses de Italia frente a un Antonio universalista y
vertido hacia el mundo helenstico. La gloga IV, y la Eneida pueden ser
los dos polos opuestos de la diferente atraccin sentida por Virgilio y el
campesinado itlico. Esta misma tendencia se ve en algunas Odas de Ho
racio, laudatorias de Italia frente a los tradicionales atractivos de Grecia
Para los aos iniciales del Imperio tienen un carcter excepcional como
fuente las Res Gestae Divi Augusti, donde no slo se cuentan las hazaas de
Augusto desde el punto de vista militar en las luchas exteriores e interio
res, sino tambin los pasos dados hasta llegar a la mxima magistratura,
con todos los elementos ideolgicos que en su momento desempearon
un papel y sirvieron de base para el desarrollo de las instituciones del
Principado.
Al parecer, a principios de la poca imperial el gnero historiogrfico
permaneci en manos de miembros de la clase senatorial que preconiza
ban el ideal republicano, lo que los llev a permanecer ocultos e incluso a
ver sus obras quemadas, como en el caso de Tito Labieno, apodado Ra-
bieno por su violencia. Los autores cuyas obras se han conservado son de
183
segunda fila, como en el caso de Veleyo Patrculo, que escribi una His
toria Universal, en la que resume de forma muy abreviada los perodos an
tiguos, pero que trata problemas poco habituales, como el de la fundacin
de colonias, y estudia muy ampliamente los reinos de Augusto y Tiberio,
condicionado por su inters biogrfico y por su carcter de militar al ser
vicio del ltimo, en Germania, Para l, los aos 4 al 14 d.C. estn domina
dos por la personalidad de Tiberio. Los aos de Augusto pueden comple
tarse con los fragmentos conservados de la Vida d e Augusto de Nicols de
Damasco,
Los problemas de la historiografa perduraron a lo largo de los reina
dos de los Julioclaudios y de los Flavios, durante los cuales parece que hu
bo algunos autores que tuvieron que permanecer ocultos. Slo en la po
ca de Trajano vuelve a salir a la luz en la persona de Tcito, que se dedi
c a la Historia despus de la muerte de Domiciano, Sus primeras obras
histricas son de tipo biogrfico, como la Vida d e Agrcola, que es al mis
mo tiempo un escrito de exaltacin poltica de Trajano frente a Domiciano,
adems de la Germania, en que muestra una gran capacidad de sntesis a
travs de los datos recogidos acerca de la situacin de los pueblos ger
manos. Pero sus grandes obras son las Historias, que abarcan de la muer
te de Nern a la de Domiciano (69-96), y los Anales, desde la muerte de
Augusto a la de Nern (14-68). Por su parte, Suetonio convierte en gnero
lo que era una tendencia general de la poca, la biografa.
Ms tarde, recogeran datos procedentes de los anticuarios republica
nos Aulo Gelio, del siglo d.C., en sus Noches ticas, Macrobio en sus Sa
turnales, alrededor del ao 400, y Servio, en sus comentarios a Virgilio, a
finales del siglo iv, adems de Prisciano, en el siglo vi, y Festo, con datos
reunidos por Pablo Dicono en el siglo viii. Otros datos aparecen reunidos
por Plinio, en su Historia Natural, por Ateneo, en el Banquete d e los Sofistas,
y por Focio, en su Biblioteca, ya en el siglo ix. Slo quedan fragmentos de
autores como Fenestela y de Pompeyo Trogo, resumido por Justino, mien
tras que se conservan enteras las obras de Valerio Mximo y los libros de
Estratagemas.
Dion Casio es un representante del renacimiento helnico de los siglos
IIni que, junto a su actividad como cnsul y gobernador bajos los Severos,
administrador y soldado imbuido de tradicin senatorial, tuvo una activi
dad intelectual que se plasm en su Historia Romana, en ochenta libros,
que abarcaba desde los orgenes de Roma hasta el ao 229 d.C, Para la
poca ms antigua sus fuentes se asemejan ms a las de Dionisio que a las
de Livio, para la poca comprendida entre el ao 200 y el 146 utiliza a Po-
libio y para el resto de la poca republicana principalmente a Livio. Sin
embargo, el problema de sus fuentes sigue estando en discusin. Slo se
conservan los libros XXXVI-LX, que comprenden los aos entre el 68 a.C.
184
y el 46 d.C, El resto se conoce por los excerpta bizantinos y el compendio
de Zonaras.
Segn Bengtson {1970, pgs. 99-100), la Historia Augusta es el resulta
do de la propaganda pagana entre los aos 350 y 400 d.C. Se trata de las
biografas de los emperadores romanos desde Adriano, redactadas nomi
nalmente por seis autores, para las que se ha planteado toda clase de pro
blemas de autenticidad y en relacin con su valor como fuentes.
Las fuentes monumentales resultan de gran valor para las zonas perif
ricas de Italia, Etruria y Magna Grecia. Las inscripciones son muy frecuen
tes para documentar las relaciones de Roma con los pueblos conquistados,
itlicos y griegos principalmente. Las fuentes documentales romanas, ac
tas, cartas, leyes, tratados, slo se conservan de manera fragmentaria.
3.4.1. Generalidades
185
aplicarse a un personaje como Marco Antonio, pero importa ms percibir
la comprensin del futuro de Italia all presente, pues indica que, de modo
sutil, funcionan elementos caractersticos y definitorios del proceso que va
a seguir, perceptibles por la planificacin augstea, pero tambin por la
intuicin virgiliana.
La Arqueologa, la Epigrafa y la Numismtica son ciencias que no slo
aportan datos especficos para el conocimiento de la Historia Antigua en
cualquier terreno, sino que cubren, a veces, campos enteros, cronolgicos
o temticos, como es el caso de la poca de los siglos oscuros o el mun
do de las colonizaciones y, en lneas generales, la vida militar o la vida pri
vada. Es preciso tener en cuenta que la literatura suele ser expresin de
sectores reducidos de la sociedad y de determinadas preocupaciones so
lamente, y que, en ciertos aspectos, no slo no tiene intencin de darlos a
conocer, sino que les sirve de enmascaramiento.
3.4.2. La Arqueologa
186
cuencia es la necesidad de que los estudios de Historia Antigua se basen
en relaciones cientficas interdisciplinares (ver infra en el epgrafe Estudios
clsicos). El idealismo esteticista tambin puede ser todava una tentacin
del arquelogo cuando se aparta de la Historia y cree en los valores est
ticos de la obra clsica aislada de las sociedades. De hecho, el mismo
Coarelli (1982, 731) hace constar que una Arqueologa superficial tiene
que revisarse, para el caso concreto de las excavaciones del Foro de Ro
ma, a partir de los textos anticuarios, por ejemplo para comprender el re
corrido de la Va Sacra. Los arquelogos, dice, han procedido a rechazar
como inverosmiles los textos que se oponan a sus conclusiones, con lo
que nada era comprensible hasta que se ha intentado coordinar anlisis de
los textos con Arqueologa. El mismo autor (pg. 738) pone de relieve c
mo la Arqueologa, estudiada a travs de los anticuarios antiguos, al apli
carse al Foro romano, favorece la comprensin de los orgenes de la ciu
dad, donde los lugares pblicos sirven de centro de consenso entre los
grupos reunidos, lo que da nuevo valor al mito de latinos y sabinos. El es
pacio pblico entre aldeas se hace lugar de mediacin, el comitium, la va
sacra, la puerta Mugonia, como centros cvicos del Foro romano, lugares
extraurbanos que acogen a los miembros de la comunidad.
As pues, como ciencia que colabora al conocimiento de la Historia, la
Arqueologa tiene que ser una ciencia histrica. El arquelogo debe ha
cerse preguntas acerca de la vida social, econmica y cultural, como en
los libros (Binford, 1988, y Hodder, 1988) reseados por D. Plcido (Ge-
rin, 7, 1989, 336-7). Por ejemplo, Hodder (1988, 64) insiste en que la Ar
queologa es una ciencia humana, no una ciencia dura. En este plano
tambin se sitan los proyectos metodolgicos de Snodgrass. ste (1982,
pgs. 801, sigs.) parte de la consideracin de que la Arqueologa de la ex
cavacin tambin ha llegado a un punto en que necesita cierta revisin co
mo mtodo, al haber alcanzado determinados lmites, puestos de relieve
por el autor en ste y otros trabajos. Segn avanzan las necesidades de
llegar a conclusiones histricas, no estrictamente clasificatorias o cronol
gicas, sino tendentes a sustituir a otras fuentes precisamente all donde s
tas no alcanzan debido a sus propias limitaciones, en la Arqueologa se
plantea la necesidad de nuevos mtodos, con el fin de acceder al conoci
miento de determinadas realidades para las que las conclusiones de la ex
cavacin resultan demasiado aleatorias y condicionadas por los propios
mtodos de trabajo, al margen de que son demasiado caros para los re
sultados obtenidos. Frente a ello, la prospeccin ofrece la posibilidad de
alcanzar conclusiones menos particulares y ms generales, acerca de la
poblacin y de los modos de poblamiento, de adquirir conocimientos del
mundo rural, a lo que la excavacin llega difcilmente. Snodgrass defiende
la prospeccin intensiva, mejor que la extensiva, pues no se trata de co
nocer un amplio territorio, sino de encontrar formas de vida. El sistema tie-
187
ne, desde luego, sus problemas. Ver otros argumentos de Snodgrass, en
su colaboracin en Crawford (1986), en Arqueologa d e Grecia (1990), con
la resea de ABC, del 4 de agosto,
Tambin se debe en gran parte a Snodgrass (1971, 237) la aplicacin
de mtodos de reflexin histrica que evitan las consecuencias demasia
do mecnicas del anlisis de los materiales arqueolgicos. En ese sentido,
Demoule (1982, 735) pone igualmente de relieve que uno de los proble
mas especficos de la Arqueologa hoy se halla en la tendencia a llegar a
creerse una ciencia dura y no dependiente de la ideologa y de las con
diciones histricas del momento en que se hace, Posiblemente, en este te
rreno el aspecto que ms consecuencias ha tenido en el anlisis histrico
de un perodo es el de los estudios de los materiales correspondientes al
perodo de la llamada edad oscura de la Historia de Grecia, En efecto,
Snodgrass ha concluido que en poca geomtrica se usaba el bronce por
razones estticas, por sus posibilidades de decoracin, con lo que se de
duce que ha alterado su funcin con respecto a la Edad del Bronce pro
piamente dicha y que, por tanto, su hallazgos en contextos geomtricos no
indican la continuidad de unas prcticas, sino la recuperacin (idem, pg,
283), dentro de la mentalidad renacentista de la poca, que pretende
apropiarse los rasgos culturales del pasado para asimilarse a l lo ms po
sible y as hacerse con unas seas de identidad arraigadas en una tradi
cin ms o menos manipulada, La Arqueologa cobra as todo su sentido
cuando se estudian los datos materiales en el contexto de las realidades
culturales y de las mentalidades.
Otros avances interpretativos se han producido tambin, gracias a esta
forma no mecanicista de hacer arqueologa, en el estudio de las escenas
pintadas en la cermica con figuras geomtricas (Snodgrass, 1980), Las fi
guras heroicas all representadas aparecen como escenas del siglo vin, y
no slo utilizan temas de la pica homrica, sino tambin de otros ciclos
legendarios, como el de Heracles, o del propio ciclo troyano en episodios
no tocados por la Ilada y la Odisea. Igualmente representaban un material
militar que se guardaba en la memoria como perteneciente a la poca he
roica, pero sus usos actuales se transfieren a realidades referidas al mun
do religioso y a ceremoniales rituales. La pintura, igual que la pica, est
interesada en el mundo heroico, pero lo adapta a los nuevos intereses. No
representan, pues, una realidad, sino algo imaginario, en que lo viejo se
adapta al mundo nuevo, como ocurre con la pica misma, donde el hom
bre del siglo vin se identifica con el pasado heroico, pero hay connotacio
nes de ambos mundos.
En esta misma lnea, la Arqueologa tambin ha descubierto que en las
tumbas micnicas las ofrendas no corresponden a una misma poca, sino
que proceden del perodo comprendido entre 750 y 650, cuando se de
sarrolla la pica y los hombres rinden culto a los lugares identificados con
188
los de la pica. Ahora bien, hay diferencias entre las distintas zonas. Don
de hay renacimiento en el plano ideolgico, se reutilizan los thloi con
nuevas ofrendas, por ejemplo en Mesenia, Corinto, la Arglide, Beocia y
tica, mientras que, donde no hay renacimiento, siguen utilizndose co
mo lugares de enterramiento y no cobran prestigio para transformarse en
depsito de nuevas ofrendas (Coldstream, 1976), como en Laconia, Acaya,
Tesalia. Las ofrendas se realizan en tumbas prehistricas que, al producir
se el Renacimiento, se identifican con tumbas de los hroes de la pica
que ahora tambin se difunde por toda Grecia al mismo tiempo, Segn
Snodgrass (1988), el culto a los hroes en tumbas prehistricas es en prin
cipio independiente de la tradicin homrica. Son hroes annimos que se
identifican con los antepasados de las nuevas comunidades en formacin
y consolidacin. En este sentido, Snodgrass y otros han colaborado a la
formacin de unos importantes fundamentos para la comprensin de la
Grecia arcaica (ver 1981), pero tambin para abrir metodolgicamente
una serie de vas de comprensin vlidas para hallar las relaciones entre
Arqueologa e Historia en general. Son de especial trascendencia los estu
dios sobre el valor y funcionalidad de los santuarios en las sociedades ar
caicas, donde se tiende a hacer un uso especfico del pasado tanto en las
artes plsticas como en la literatura, adecundose a ese pasado, idealiza
do, hasta el punto de mostrarse las figuras con armas que ya no son utili
tarias, sino que slo sirven para crear la sensacin de que se identifican
con los guerreros del pasado, porque ahora se tiende a la utilizacin de
nuevas tcticas, de nuevos armamentos y de nuevas instituciones unidas a
la formacin del mundo hopltico, donde aparecen nuevas oligarquas y
formas de dependencia que se apoyan ideolgicamente en el pasado, De
este modo, dentro de una Historia ideolgica, la Arqueologa da nueva
vida a la comprensin de la Grecia arcaica en su totalidad.
La cuestin de la monumentalidad afecta a las relaciones entre pasado
y presente y a las posibilidades de que desde el presente se vea el pasa
do en movimiento o, ms bien, tiende a descubrirse lo esttico, lo que se
parece a la actualidad, Ver los comentarios de Coarelli, recogidos en el
epgrafe 1.6.19.
Un problema que puede estar relacionado con el anterior, dado que la
monumentalidad suele unirse a programas propagandsticos, es el de la
utilizacin de los restos arqueolgicos como medio para el desarrollo de
ideas acerca de la grandeza nacional (Schnapp, 1982, 774). Ver el ep
grafe 1.6.6.
Un importante avance en el estudio de las relaciones de los hombres
con su tierra se ha dado a travs de los estudios del territorio, parte muy
especfica de la Arqueologa (ver Chouquer y otros, 1982). En general se
trata de estudiar las formas de propiedad y los catastros establecidos so
bre el territorio para analizar la materializacin sobre el suelo de las rela-
189
ciones sociales. Los mtodos cuentan con las modernas tcnicas de carto
grafa y fotointerpretacin, sobre todo a partir de la fotografa area, aun
que resultan tambin de utilidad los datos tomados sobre el terreno, en
una concepcin de la Arqueologa que busca de manera extensa ms que
de modo intenso en el terreno. As, con todos los datos y sus contradiccio
nes, los fenmenos en que se superponen modos de explotacin y de
propiedad, los contactos entre culturas materializados en el terreno, com
plican el estudio pero tambin permiten llegar a realidades complejas. En
este sentido importa haber llegado a conclusiones interesantes tambin a
travs del anlisis de los textos pertinentes, sobre todo de los agrnomos,
para deducir que no se trata de fenmenos simples, y que no siempre los
catastros estn claramente relacionados con una ciudad, ni tampoco con
las vas. Los catastros pueden relacionarse, en la Historia de Roma, con las
villae o con los vid, de modo que resulta especialmente interesante entrar
en las diferentes funcionalidades concretas segn los detalles de la reali
dad histrica concreta, cundo se implantan en favor de los indgenas, o
cundo se realizan precisamente para su integracin o para su marginali-
zacin (ver Fernndez, 1989),
3.4.3. La Epigrafa
190
inscripciones griegas, de las letras y de los usos, el tipo de informacin
que proporcionan en cada poca, segn los rasgos del momento histrico
correspondiente, y los principales smbolos y abreviaturas utilizados. Lue
go, se aaden los datos institucionales tiles para la comprensin e inter-
petacin de las inscripciones, magistraturas, tipos de legislacin segn las
ciudades, las pocas y los regmenes, funcionalidad cvica y honoraria, fu
neraria, de las distintas clases de inscripciones, principales centros donde
se han hallado inscripciones en nmero considerable, festivales y cultos
que suelen conmemorarse epigrficamente, Tambin se explican las ins
cripciones ms conocidas y tiles dentro de la Historia de sus descubri
mientos.
Para el estudio de la epigrafa latina se cuenta recientemente con el li
bro de I. Di Stefano Manzella (1987), que estudia desde los instrumentos
materiales bsicos para tratar una inscripcin hasta la interpretacin de los
datos, utilizando sistemas informticos.
3.4.4. La Numismtica
191
y multiples modos de aprovechamiento para la ampliacin del espectro en
el conocimiento de la sociedad en toda su complejidad,
3,4.5. La Filologa
3.4.6. La Peleografa
192
es un auxiliar de la Epigrafa y de la Papirologa, Por ello, para Bauer,
1957, 226, junto con la Cronologa, es la nica ciencia auxiliar propiamen
te tal, en cuanto es un camino para el esclarecimiento y comprensin de
las fuentes. Antes de pasar al anlisis y a la comprensin historicocultural
de la fuente, se requiere la tarea prctica representada por la Paleografa:
lectura del texto, establecimiento de la fecha y origen, posible autor o co
munidad autora del escrito y posible modelo de la copia, Por ello se re
quieren conocimientos de Historia de escritura, ntimamente ligada a la
Historia del arte. La genealoga resulta bsica como dato para establecer
una prelacin de las variantes, A los datos conocidos gracias a las tcnicas
paleogrficas y a las genealogas, hay que aadir los conocimientos filol
gicos, dado que la eleccin de una lectura u otra depende de las posibili
dades reales que la lengua como tal ofrezca. Ambas ciencias se encuen
tran ntimamente unidas en la fijacin de un texto a partir de uno o varios
manuscritos. Tambin los conocimientos histricos y culturales influyen en
la seleccin de una u otra lectura. De ah se origina la interdependencia
entre Paleografa y Filologa, por una parte, y ciencia historicocultural por
otra. El texto editado, al tiempo que sirve de instrumento para el historia
dor, puede recibir de este ltimo tiles sugerencias.
3.4.7. La Papirologa
193 ,
sigue resultando complicada la utilizacin de sus logros por parte del his
toriador.
El papiro tiene normalmente el carcter de fuente documental, aunque
tambin hay papiros literarios e historiogrficos importantes para el histo
riador. En cualquier caso, es una fuente escrita como cualquiera otra. Hay
abundantes escritos oficiales, como leyes y edictos, y judiciales, pero av e
ces existen archivos unitarios, de carcter domstico o familiar, como los
famosos papiros de Zenn.
3.4.8. La Prosopografa
194
grupos, como hace, por ejemplo, Wiseman (1971), que, a travs de los
cambios en la riqueza y en el status de los personajes conocidos, llega in
cluso a la comprensin de las nuevas ideologas. De algn modo, adems,
se hace posible, con el desarrollo de las tcnicas y el apoyo de la epigra
fa, la ampliacin de los estudios prosopogrficos a otros sectores que per
miten elaborar una configuracin ms completa de la realidad histrica,
como es el caso de los libertos, negociantes de diverso origen. De todos
modos, no hay que olvidar que los datos son siempre muy limitados y que
pueden dar lugar a confusiones, pues la onomstica, base del sistema, re
sulta muy resbaladiza. Ello se nota especialmente cuando se ha aplicado a
la Historia de Grecia (ver Kirchner, 1966, Davies, 1971, Develin, 1989),
donde los nombres se repiten con frecuencia y pueden producirse graves
confusiones, dado que no es bien conocido el funcionamiento de la ono
mstica. En cualquier caso, constituye un modo de acercamiento a la rea
lidad que puede aclarar relaciones familiares, facciones, influencias a tra
vs de clientelas, grupos o alianzas, etc.
De todos modos, hay que distinguir entre los repertorios prosopogrfi
cos, de gran utilidad si estn bien hechos, o los estudios que pretenden
hacer la interpretacin prosopogrfica de un momento histrico, que es el
caso de Gruen.
3.4.9. La Geografa
195
para que se considere el lugar privilegiado de la civilizacin helenistico-
romana, como sntesis de Oriente y Occidente,
Para los griegos, las preocupaciones geogrficas consistan principal
mente en intentar comprender su propia situacin en relacin con los pue
blos limtrofes, ante los que se sentan amenazados, pero en los que tam
bin vean un posible objeto de conquista y sumisin, sobre todo desde
que se desarroll, en la poca clsica, la explotacin cuantitativamente im
portante del trabajo esclavo, circunstancia que se prolong en el posterior
desarrollo de la geografa helenstica y romana, As, un momento espe
cialmente fructfero en el conocimiento de los espacios fue la poca de las
colonizaciones, en la que la percepcin del mundo mediterrneo, de His
pania al Cucaso, se plasm en la definicin de un espacio delimitado por
mojones del tipo de las columnas de Hrcules, percibido como si se trata
ra de un crculo, con un centro identificado frecuentemente con Delfos, ro
deada por el Ocano, flanqueado por otros mundos situados en la barba
rie o en el misterio, cuya percepcin da lugar a fenmenos mixtos donde
no siempre es fcil distinguir los elementos conocidos de los imaginarios.
Paralelamente, en Jonia, sede de las primeras preocupaciones de tipo
cientfico, se desarrolla una concepcin del mundo que transfiere a lo abs
tracto la percepcin del mundo geogrfico, con Tales de Mileto y sus con
tinuadores, donde la importancia del agua la haca compartir protagonis
mo con los elementos en que se perciba el origen del mundo fsico. En el
ao 550 se elabor el mapa de Anaximandro, tambin de Mileto, y Arist-
goras, tirano de la misma ciudad, se present en Atenas y en Esparta a
buscar ayuda frente a los persas, llevando un mapa donde poda mostrar
los territorios que deban de interesar a aquellas ciudades, en proceso de
crecimiento expansivo. Ms tarde, Hecateo de Mileto elabor un mapa, en
que el mundo griego se define claramente como el centro, situado en el
Mediterrneo, de un crculo delimitado por el Ocano, en el que se colo
can los pueblos limtrofes, celtas, hiperbreos, isedones, libios, divididos
por dos lneas, una horizontal que atraviesa el Mediterrneo y separa Eu
ropa de Africa, otra vertical, representada por el Danubio y el Nilo, que se
para Europa de Asia, Europa se erige as en el punto de referencia ante
dos mundo perifricos,
Herdoto contina en la misma lnea, pero ms elaborada, en un mun
do donde ya estn presentes los grandes imperios de Oriente, pero tam
bin pueblos como los escitas, de los que se ocupa abundantemente, por
que en cierto modo ofrecen todas las caractersticas para considerarlos lo
ms opuesto posible al mundo griego de las ciudades, como los masage-
tas y los etopes, habitantes de los confines, y la Bactriana, as como el
mundo colonial, pues ya interesa incluso la salida al Ocano Atlntico, Por
los mismos tiempos, el autor annimo de un tratado mdico titulado Aires,
Aguas, Lugares, se preocupa de definir las caractersticas diferenciales de
196
los lugares del mundo conocido que pudieran influir en la salud de los
hombres.
El final de la poca clsica y la expansin alejandrina abri nuevas
puertas para el conocimiento de mundos exticos, pues primero hubo
mercenarios griegos que llegaron con los persas hasta Babilonia, lo que
recogi Jenofonte en Anbasis, mosaico, sin duda superficial, de todos los
pueblos que se encontraron en el camino, y luego el viaje de Alejandro
abri los caminos hasta la India para afirmar los conocimientos que Ctesias
haba obtenido de modo indirecto.
A partir de ah, el desarrollo de los reinos helensticos y del Imperio ro
mano abri las puertas al conocimiento de los pueblos y los espacios has
ta llegar al desarrollo de un gnero, resultado tanto de las observaciones
de los viajeros como de las pretensiones polticas de dominar el mundo,
no slo en su realidad fsica, sino tambin en la capacidad de mostrar sus
lmites y sus caractersticas principales, smbolo de un dominio imaginario
capaz de influir ideolgicamente en la consolidacin del dominio real (ver
Nicolet, 1988), Aqu preocupan los pueblos pertenecientes al Imperio y su
integracin en un todo coherente, pero tambin los pueblos limtrofes y
perifricos, los que dan sentido a la unidad interior. De este modo, las
fuentes antiguas se convierten en vehculo para acceder a las realidades
deformadas de las relaciones antiguas entre centro y periferia, as como a
la propia mentalidad de los antiguos ante estas realidades, las relaciones
interculturales y la aculturacin. Como problema, la Geografa sirve as pa
ra plantearse los problemas que afectan a las caractersticas del Imperio
como unidad y diversidad, como conjunto heterogneo de civilizaciones y
de entidades econmicas y como unidad homognea en tomo a un slo
sistema productivo, dominante y, por ello, capaz de imponer su lgica so
bre la diversidad. En la realidad geogrfica antigua es donde cabe el es
tudio de la Historia Econmica de la Antigedad.
197
cin a travs del calendario, en la determinacin de los Fasti, con lo que
se marca el tiempo festivo y de trabajo, as como los ritmos de la vida p
blica. El calendario juliano y las reformas de Augusto representan por s
mismos modos de actuacin pblica indicativos de las preocupaciones de
un estado desarrollado, necesitado de controlar el tiempo de manera ra
cional. Los detalles resultan importantes para la fijacin de las fechas de un
perodo de gran actividad donde es preciso determinar con exactitud la
sucesin para comprender el significado de las transformaciones augs-
teas. Por eso importa sealar las intercalaciones y las rectificaciones, pro
ducidas por ejemplo en el establecimiento del bisextilis dies, la duplicacin
que se realizaba para corregir las seis horas en que aproximadamente ex
cede cada ao los trescientos sesenta y cinco das fijados en el calendario
egipcio. La expresin quarto quoque armo puede interpretarse en latn de
manera que el ordinal incluya primero y ltimo, cada tres aos, o de la
misma manera que si fuera un cardinal, cada cuatro aos. Para ello, Au
gusto tiene que eliminar, a partir del ao 9 a. C., las intercalaciones de di
cho da, con el fin de corregir el error acumulado desde el ao 45, Csar
haba necesitado, por su parte, la intercalacin de noventa das para co
rregir las sucesivas intercalaciones republicanas que se haban realizado
de manera irregular, a partir de criterios en que se mezclaban conside
raciones prcticas con creencias religiosas y prejuicios supersticiosos.
Tambin se llev a cabo una reforma general del calendario en poca
de Numa, segn la tradicin, que pondra el primero de ao en el mes de
enero, donde se sealan las necesidades prcticas de controlar la vida
productiva y las relaciones entre los miembros de la colectividad con la
concepcin religiosa del tiempo. De todos modos, tambin los antiguos re
alizaron importantes avances en el control del tiempo, en logros que, en su
generalidad, permanecieron encerrados en los ambientes cientficos, sin
trascender a la vida pblica, dominada en general por las tendencias site-
matizadoras, como el ao decimal de Clstenes de Atenas, adecuadas a las
formas racionales de la organizacin de la vida poltica, o por las imposi
ciones de la religin, de los rituales y de las fiestas estacionales. Para la or
ganizacin del ciclo de Metn y sus interioridades astronmicas, ver Whi-
trow (1990, pgs. 240, sigs). La mezcla de ciencia y religin queda reve
lada en la organizacin de los sistemas para fijar la fecha de la Pascua, por
la necesidad de adecuar al calendario solar juliano y gregoriano una fecha
originariamente fijada con criterios basados en el ciclo lunar.
Sobre la importancia de la concepcin del tiempo en la historiografa
clsica, ver Mazzarino (19744, nota 555).
Por otro lado, la Cronologa pretende establecer criterios y mtodos
para determinar las fechas antiguas, a travs de las noticias conocidas
acerca de los fenmenos, los sincronismos con datos de fecha conocida,
las listas u ordenamientos sucesivos, el conocimiento de las eras, a travs
198
del estudio de los sistemas antiguos de fijar momentos iniciales para la su
cesin del tiempo histrico. Para la Historia de Roma, los detalles pueden
conocerse en el volumen sobre la repblica del libro de Gianneli y Maz-
zarino (19 653).
Uno de los aspectos que ms problemas plantea es precisamente la ca
rencia de eras en casi toda la Historia Antigua, slo establecidas tarda
mente, de manera que ni siquiera se usaron de modo sistemtico en los
documentos, Es lo que ocurre con las fechas que se datan en relacin con
las Olimpadas o las referencias a la fundacin de Roma, lo que por otra
parte contiene variaciones en las distintas interpretaciones, claro que tam
bin hay error en el establecimiento de la Era Cristiana por Dionisio el Exi
guo, Es ms til el conocimiento de los aos por magistrados epnimos,
cnsules romanos o arcontes atenienses. En poca tarda se sealan las
cronologas a travs de una serie de escritos recogidos por Mommsen en
el volumen I de los Monumenta Germaniae Historica,
De todos modos, los grandes avances en el conocimiento de la crono
loga antigua, como en el de toda la cronologa histrica, se sitan en el
siglo XVII coincidiendo con las primeras preocupaciones modernas por
controlar el tiempo en el plano productivo. En esos momentos se inici el
verdadero estudio de la Historia Universal de la Humanidad, con rectifica
ciones y precisiones cronolgicas (Whitrow, 1990, pgs, 170, sigs.), para
lelas a la concepcin universalista que necesitaba coordinarse de manera
cientfica para dar una imagen ideolgica eficaz del tiempo total, tan con
trolado como el particular, En esos momentos se intent la aplicacin de
tcnicas cientficas para establecer la cronologa del mundo antiguo, muy
entremezcladas con las pretensiones de fijar la cronologa de la Biblia, que
se pretenda coordinar con los datos del mundo clsico que cada vez se
van conociendo mejor, Newton intent determinar fechas como la de la ex
pedicin de los Argonautas a travs de las tcnicas astronmicas. La im
portancia del tiempo en esta poca se revela en la concepcin religiosa,
de gran trascendencia, que identificaba a Dios con el relojero, artfice y
controlador del tiempo.
3.4.11. La Economa
199,
nificativos, que slo son posibles en casos aislados muy especficos, cuan
do existe un grupo de documentos homogneo, como en el caso de los
hroi atenienses (piedras que sealan lmites y datos sobre la propiedad)
o en los documentos de Jucundo encontrados en Pompeya. Sin embargo,
el estudio de Andreau (1974), que Finley parece adoptar como modelo de
posible estudio de Historia cuantitativa y serial, ms que ofrecer resultados
en ese sentido, revela una realidad profesional y econmica de tipo gene
ral, sobre el modo de funcionamiento de los prstamos, las personas que
participan en ellos, el papel de los oligarcas imperiales y del ordo munici
pal, pero no llega el autor a conclusiones numricas relevantes. Viene a
ser la sistematizacin de algunos datos numricos cuyo valor en el con
junto de la economa no se seala, Algo parecido es lo que ocurre con el
estudio de Ampolo (1981), acerca de las finanzas de Merocles, un ate
niense del siglo iv, donde se pone de relieve la importancia de la vida fi
nanciera ateniense en relacin con la democracia y se deduce que la eco
noma slo puede estudiarse en la poltica y en la sociedad, no como enti
dad independiente.
Por su parte, Canfora (1982a), cree que no se pueden rechazar los da
tos numricos por el hecho de que parezcan exagerados o estn aislados,
pues pueden responder a circunstancias especficas, significativas en su
peculiaridad dentro de la realidad total del mundo antiguo. Canfora de
muestra, as, el valor del anlisis de determinados textos cuando se reali
za con este espritu. Entre ellos cita la famosa referencia de Ateneo a la po
blacin del tica en tiempos de Demetrio de Falero, segn la cual habra
entonces en la ciudad cuatrocientos mil esclavos. Ni por exagerado ni por
excepcional se puede rechazar el texto. El historiador debe tratar de com
prender el valor especfico del texto. Es la misma lnea representada por
Ginzburg (1981).
Dentro de las caractersticas de las fuentes para la Historia Antigua, pa
recera lo ms productivo, en la lnea de Canfora, la aceptacin del nme
ro aislado cuando se conoce, sometido a su entendimiento como hecho
significativo, en su excepcionalidad o no, pues, en ocasiones, la serie mis
ma puede resultar poco significativa, ya que en ningn caso la acumula
cin va a ser total. El problema aparece planteado para el mundo del Pr
ximo Oriente en Garelli (1970, 227-9),
Viene a ser similar a la propuesta de Vilar (1965, 301 y 312), segn la
cual la Historia econmica no debe encerrarse en los hechos econmicos,
sino, por el contrario, estudiar lo econmico como la totalidad. La Historia,
concebida como ciencia integradora, no puede prescindir de lo que hay:
datos econmicos o crnicas de guerra, integrados en la totalidad, cori el
objetivo de toda la Historia, la comprensin del hombre, no para hacer es
tadstica ni quedarse en el dato numrico como objetivo (ver supra, 2.1).
Si sta es la propuesta de Vilar, concebida para el estudio de la Historia
200
Moderna, en relacin con la Antigedad estos presupuestos son an ms
necesarios, pues para cualquier tipo de Historia ha de aprovecharse todo,
sometido a un m todo d e pensamiento, ms que encasillado en tcnicas
concretas de investigacin, Algunas pretensiones seriales o duramente
cuantitativas son pueriles, segn Vilar, incluso para la Historia de poca
reciente y, aunque pueden resultar tiles en ocasiones los estudios que re
copilan datos de este tipo, en lo que l considera una forma de Econom e-
tra retrospectiva, nunca puede suplantar a la Historia como ciencia inte-
gradora, donde cobran solidez todos los conocimientos acerca del hom
bre (sobre la ecuacin cuantificacin igual al ciencia, ver infra).
Ante estas afirmaciones de un historiador de Historia econmica mo
derna y ante las consideraciones tericas de Foucault, ver infra, se llega a
la conclusin de que el historiador del mundo antiguo no tiene ningn mo
tivo para sentirse frustrado por el hecho de no hacer tal Economa retros
pectiva, pues eso no es la Historia, sino un instrumento ms, til cuando
puede servirse de l, lo que no es el caso para la Antigedad. El conoci
miento de la Historia como comprensin del hombre en el tiempo consti
tuye una labor que puede intentarse sin necesidad de los datos cuantita
tivos. Casanova (1991, 128), llega ms lejos y piensa que la cuantificacin
puede convertirse en un modo de evasin de los verdaderos problemas
histricos. Si tales datos existen en alguna coyuntura especfica, pueden
convertirse en un instrumento til, como puede serlo la aparicin de una
nueva inscripcin, que aclare determinados extremos, siempre que se
usen a partir de la Historia y para la Historia, sin tranformarlos en la pana
cea de todos los males del historiador de la Antigedad. Por ello, el histo
riador puede aprovechar todos los datos, incluso los numricos, que per
mitan explicar los procesos histricos, pero para ello no hace falta que
sean cuantiativamente exactos. Si se conoce un salario, aunque sea ex
cepcional, puede resultar significativo. De los datos, valen los que haya, en
cualquier caso, pero especialmente para la Antigedad, siempre en rela
cin con el resto de los datos y nunca como dato aislado, como si por el
hecho de ser numrico valiera al parecerse ms a las ciencias.
201
cation es confundir el contraefecto de superficie con lo fundamental. Para
l, las ciencias humanas cobran valor de ciencia positiva precisamente
cuando estn en condiciones de comprender sus propias relaciones con el
lenguaje (sobre los estudios numricos, ver supra, 3.4.10).
Tambin se buscan con frecuencia Leyes generales, como en la teora
defendida por Hempel, como si hubiera un condicional universal que pue
de irse confirmando o rectificndose de acuerdo con los hallazgos empri
cos (Lozano, 1987, 147). Es otro intento de hacer una Historia parecida a
las ciencias de la naturaleza, donde la experiencia ha dado lugar a leyes,
como la de la gravedad, que se puede comprobar empricamente en ca
da caso. El problema es que en las ciencias humanas no hay manera de
experimentar nada. Aqu se pueden hallar frecuencias y regularidades
susceptibles de comprobarse para comprender la naturaleza de las rela
ciones humanas, donde han de introducirse variables e imprevistos para
los que a su vez hay que buscar explicacin en las relaciones humanas
mismas. Las relaciones que puedan encontrarse sern siempre concretas,
entre hechos concretos, para sacar como nica conclusin general de la
Historia su complejidad, derivada de la complejidad del ser humano y de
las relaciones entre los hombres, de forma que nada es positivamente pre
visible, aunque de las frecuencias y de la confluencia de determinados fac
tores es posible deducir verosimilitudes en relacin con los sucesos ulte
riores. Por eso el historiador slo analiza a posteriori, aunque pueda ir
adoptando posturas, Sin embargo, la cada de la U.R.S.S., para muchos que
crean ir controlando la marcha del proceso histrico, ha sido una gran sor
presa,
Otro de los caminos por los que algunos historiadores tratan de identi
ficar sus estudios con los de las ciencias positivas consiste en encontrar un
lenguaje de la demostracin que introduzca la sensacin de rigor al hablar
de (pruebas o de hechos probados o demostrados, tanto para apo
yar las afirmaciones propias como para rechazar las consideraciones de
los dems. Siempre es posible considerar que algo no est probado,
sobre todo cuando se trata de interpretaciones de orden global, precisa
mente las que tratan de explicar la realidad y hacer de la Historia un co
nocimiento vlido para el intento de comprender al hombre en su colecti
vidad y en su dinmica. Para la Antigedad, desde luego, nunca estarn
demostradas las grandes lneas interpretativas que hacen comprensi
bles los cambios, porque su funcionamiento consiste en una constante ela
boracin a partir de estudios concretos y anlisis globales que permitan
matizar y rectificar, sin rechazar nada por el hecho de que no est de
mostrado. La actitud que se orienta en este sentido puede llegar a Con
vertirse en una autntica rmora para el avance del conocimiento histri
co. El rigor cientfico en los estudios histricos de la Antigedad tiene que
orientarse por otros derroteros, porque buscar lo probado es caer en el
202
pirronismo y en el escepticismo esterilizante, que slo permitira la colo
cacin, ms o menos ordenada, de algunos hechos. Ese tipo de prueba
buscada por tal sistema slo puede encontrarse en lo que histricamente
es ms banal. Es preciso dar ms pasos, menos demostrables de mane
ra positiva.
Ante hechos y circunstancias concretos, el historiador se encuentra con
verdaderos problemas, como el de si es posible demostrar la decadencia
de las ciudades en el siglo m d.C. Los datos en que hay que basarse son
aleatorios. Sin estadsticas, no es fcil demostrar que haya despoblacin,
En Arqueologa no es fcil distinguir cundo no hay poblacin de cundo
no est en condiciones de dejar rastro o cundo no tiene intenciones de
dejar rastro, De la primera hiptesis se podra extraer una conclusin de
mogrfica, de la segunda una conclusin econmica, de la tercera una
conclusin ideolgica, Tampoco es tan sencillo ni tan serio utilizar deter
minados argumentos positivos para destruir una hiptesis. El hecho de
que en una ciudad se construya o se restaure un teatro puede indicar que
existe una vida urbana boyante o que una minora dominante y poderosa
quiere imitar a sus antecesores en el dominio de la ciudad, cuando esto
significaba realizar importantes inversiones en la vida urbana, pues ni si
quiera podra el investigador estar seguro de que el teatro se us. El
pirronismo es demasiado fcil, pues de todo puede decirse que no est
suficientemente demostrado y es evidente que las fuentes pueden consi
derarse invenciones o manipulaciones con demasiada frecuencia. Pero,
sobre todo, es prcticamente imposible demostrar cualquier afirmacin
general. Siempre cabe argumentar que no es verdad porque se conoce un
dato que la contradice y, en una mentalidad positivista, eso es definitivo.
La teora de la demostracin es de hecho ideolgica, porque hay acon
tecimientos, circunstancias, personas, que dejan ms posibilidades de so
meterse a demostracin que otros. En realidad, no podra existir la Histo
ria de las clases oprimidas. De hecho, no la hay. Todo lo que puede de
cirse de ellas est sometido a especulacin, En efecto, la Historia de las
clases oprimidas tiene que ser necesariamente especulativa. Hay que de
ducir cmo trabajaban casi slo a partir de la vida que se daban los otros
a travs del conocimiento de los recursos existentes, datos que tambin-
estn sometidos a especulacin, porque a los antiguos no les interesaba
transmitir casi nada que se refiriera a la produccin, inters que es tam
bin deducido de manera especulativa. Sobre la falta de testimonios acer
ca de las clases explotadas ver la cita de Ginzburg en Lozano (1987, 92):
necesidad de utilizar indicios oscuros y remotos de modo especulativo
para constituir un modelo epistemolgico.
Hay aspectos de la Historia que slo se pueden conocer as. Renunciar
es continuar la trayectoria de la Historia com o amia d e la reaccin (Prieto,
1976, ver Eplogo), que exhibe el comportamiento de las clases domi-
203
nantes y se deja engaar por sus intenciones propagandsticas y enmas-
caradoras. Ningn documento es inocente. Por eso Foucault, citado por
Lozano (1987, 86), dice que hay que organizar y trabajar el documento
porque el documento no vale en s. Es el mismo planteamiento de Furet,
con respecto al hecho histrico de los positivistas (Lozano, 1987, 84).
Ahora bien, el texto s puede ser objeto de anlisis histrico como pro
ducto de la Historia, no como documento inerte,
En cambio, tiene gran inters aprovechar algunos conceptos bsicos
extrados de las ciencias positivas, como la linealidad del tiempo demos
trada gracias a los descubrimientos relacionados con la radiactividad
(Whitrow, 1990, 203, y epgrafe 1.6,19), De todos modos, lo principal para
el historiador es interesarse en comprender la aleatoriedad de muchos co
nocimientos positivos, incluso los matemticos.
En definitiva, el historiador tiene ante s muchas posturas posibles entre
la narrativa vnementielle y la ciencia dura, la que busca la rigidez de las
relaciones causa-efecto, las leyes generales o la demostracin cientfica.
204
cesidades de cambio, como ocurre con la lex Julia d e maritandis ordinibus,
reflejo de la realidad tardorrepublicana as como de los planteamientos
polticos de Augusto.
205
tragedia. ste sera un problema tocante al aspecto temtico. En el aspec
to formal, interesa conocer las condiciones que permiten el uso del ritmo
y de la geometra como formas para controlar el mundo, en la idea de que
sas son algunas de las caractersticas del arte clsico y posiblemente las
que lo hacen convertirse en clsico.
Ambos aspectos pueden conjugarse en el planteamiento de un nuevo
problema, el de que en ocasiones la evocacin esttica no slo no se pier
de sino que aumenta en la perspectiva de los tiempos posteriores, como,
por ejemplo, ocurre para nosotros con el arte clsico, al que contempla
mos en su carcter de reflejo de una concepcin del hombre como gne
ro humano. Sin embargo, en la perspectiva del historiador, resulta nece
sario conocer hasta qu punto esta visin responde a una forma de per
cepcin por parte de los contemporneos, pero tambin cules eran las
realidades que permitan un tipo de creacin que a nosotros nos produce
esta forma de evocacin, o que ha permitido el desarrollo de una tradicin
cultural tan fuerte como para crear esa fuerza expresiva, histricamente
condicionada, no slo en el momento de su nacimiento, sino tambin en el
proceso de transmisin. El arte tiende a convertirse en posesin universal
y eterna, pero importa entender histricamente las condiciones en que se
crea y en que se transmite. De hecho, no siempre se han percibido los
mismos valores estticos, por las condiciones concretas de cada poca y
por la constante universalizacin, ampliacin, afinamiento y profundiza-
cin de los sistemas de sealizacin. Las necesidades sociales que crean
el arte se enriquecen con el desarrollo del sentido educador del arte a lo
largo de la Historia, que le da un sentido nuevo en cada caso, que lo hace
ms comprensible y hace ms difcil hallar las condiciones concretas de su
nacimiento. En resumen, los dos aspectos que es necesario estudiar son:
la misin social inmediata del arte en su nacimiento y las formas de histo
ricidad que hacen esa creacin una posesin permanente. Segn Lukcs,
el arte generaliza una nueva situacin de la Historia de la humanidad bus
cando su tipicidad concreta y convierte el descubrimiento del artista en
posesin duradera del gnero humano. Por ello el arte antiguo se con
vierte en una posesin vlida para toda la historia de la humanidad, pero,
en cada caso, el arte posee un lenguaje que tiene que aprenderse. El arte
no se disfruta como efecto de una reaccin instintiva, sino como un pro
ducto de la Historia de la cultura y, por ello, necesita el aprendizaje, El
arte no es nunca un fenmeno natural ni espontneo, sino un producto his
trico y cultural, Si la poltica cultural quiere que no sea posible disfrutar
de determinadas formas artsticas, lo conseguir, a no ser que la capaci
dad de reaccin de la colectividad sea muy fuerte y, lo que es ms difcil,
se oriente en esa direccin, pues precisamente siempre sera una reac
cin dirigida desde la cultura. Por ello, en general, el arte clsico slo se
percibe en la alta cultura y se convierte en un producto de la cultura eli
206
tista. As, es difcil comprender que la tragedia griega pueda llegar a con
vertirse en algo popular, por muy populares que fueran sus orgenes.
Cabe pensar que el arte antiguo mantiene su capacidad comunicativa,
como sostiene Yvars (1992, pgs. 110, sigs.), porque es capaz de acer
camos su universo intelectual, que est lleno de referencias vlidas para
nosotros. El problema estriba en saber si las formas imitativas del arte an
tiguo pueden tener la misma vigencia, o si la vigencia del arte antiguo se
puede fundamentar en las imitaciones ms o menos valiosas, como pare
cen defender algunos enseantes con la intencin de conservar la validez
de las enseanzas sobre el mundo antiguo, como parece ser el caso de
Muoz, en Guzmn (1992, pgs. 335, sigs.) Es evidente que el arte como
tal, como se entiende en la cultura actual, como acto de cultura, es un fe
nmeno que se arraiga en el mundo antiguo. La cuestin sera crear la
conciencia de que toda la cultura es cultura clsica, pues viene a ser una
tensin entre formas expresivas populares y las basadas en una tradi
cin culta identificada de una u otra manera con la Antigedad erigida en
realidad modlica
El problema estriba, en gran medida, en la imagen de la Antigedad
clsica que ha llegado a nosotros que, en muchos casos, es la Grecia de
Francia, que amaba Rubn Daro ms que la Grecia de Grecia (Ylamos,
en Guzmn, 1992, pgs. 323, sigs.). sa es una gran realidad. Muchos
aman la Grecia inventada por los neoclasicismos y el romanticismo, y es
natural. La pervivenda del mito a veces plantea problemas delicados, por
gue, para algunos, pretende convertirse en un motivo de alienacin susti
tutorio de otros, que es lo que parece plantear el propio Ylamos en el ar
tculo citado.
Ahora, en el mundo actual, no es posible observar el pasado ms que
desde el presente. En el terreno del arte, para el hombre antiguo la obra
de arte tena una eficacia real, porque lo que evocaba era la realidad,
aunque esa realidad fuera falsa (Lukcs, 1966-67, III, 104). Evocaba para el
contemplador o lector el mundo imaginario real, el que realmente lo ro
deaba, el que estaba presente en su ambiente. Para nosotros, evoca tiem
pos lejanos, no realidades, por mucho que, como tales tiempos lejanos,
formen parte de nuestro mundo imaginario. Su realidad, empero, como
mundo imaginario, slo se identifica en el marco de las realidades histri
cas. Desde este punto de vista, la comprensin de la Historia Antigua im
plicara la comprensin de las claves evocadoras de su arte y de su litera
tura, lo que la convierte en un problema planteado por lo menos en dos
direcciones. Por una parte, se pretende, histricamente, llegar a la com
prensin actual del arte antiguo, lo que significa la comprensin de sus
condiciones histricas, es decir, la creacin de la capacidad actual para
comprender la Historia Antigua. Por otra parte, la aproximacin a las rela
ciones pasadas del hombre con su realidad, en los modos especficos en
207
que el hombre se relaciona con su realidad a travs del arte, permite pro
fundizar en la configuracin del ser humano como ente capaz de relacio
narse con su entorno de ese modo especfico, es decir, en la comprensin
del hombre mismo como ser histrico.
En efecto, en el aspecto primero, sera un enorme paso para la com
prensin de la Historia Antigua comprender el sentido del arte del hombre
antiguo, lo que evoca para l como realidad. Habra que partir del enun
ciado de algunas preguntas como las siguientes: qu realidad evoca en la
Atenas del siglo v la representacin de las hazaas de Teseo?, acaso la
poca heroica, en tomo a la guerra de Troya, precedentes y consecuen
cias?, las desgracias de los hroes?, la superioridad ateniense? Artsti
camente expresada, la relacin es siempre difcil. Es cierto que siempre
nace de la realidad, de las necesidades de los hombres que viven en ella
y se enfrentan continuamente con ella (Lukcs, 1966-67, III, pgs. 105,
sigs.), pero nunca nace como reflejo mecnico de esa realidad. Ms bien,
podra decirse que muy frecuentemente nace de la elaboracin de las for
mas de enmascaramiento de la realidad y de sus problemas.
En el segundo aspecto, Lukcs parte de la afirmacin marxiana de que
la formacin de los sentidos artsticos es producto de toda la Historia Uni
versal. Por ello, el estudio de las relaciones pasadas del hombre con el
arte permite comprender la formacin y sustento de la capacidad actual
de la creacin artstica y comprensin del arte, actual y antiguo. Sin em
bargo, por ello mismo se hace ms difcil el estudio del hombre antiguo
ante el arte antiguo, porque nuestra comprensin del arte antiguo pasa por
la elaboracin histrica del sentido artstico a lo largo de los siglos. Toda
aproximacin resulta as un esfuerzo entre el presente, con la sensibilidad
del hombre actual, y el pasado, reconocible slo a travs del esfuerzo que
implica un movimiento hacia el pasado desde esa sensibilidad actual. La
cuestin es cmo llegar a la sensibilidad del hombre antiguo, para lo que
no cabe la ficcin de que se prescinde del presente, sino plantearse el
problema desde el presente, desde la capacidad presente para compren
der las relaciones humanas de la sociedad antigua, los mecanismos de su
funcionamiento, desde los presupuestos histricos del presente que per
miten el planteamiento de preguntas anteriormente no pensadas, como,
por ejemplo, las referentes a las transferencias entre los hombres y el tra
bajo, de los hombres entre s y de ellos, individual y colectivamente, con
el trabajo. Cuando se trata de relaciones humanas, la inteligibilidad del ob
jeto se debe a su carcter social y la capacidad nuestra para comprender
la sociedad antigua se basa en el desarrollo del pensamiento que permite
percibir su carcter social.
208
Epilogo
209
ria una ciencia difcil por su inexactitud, porque es ms necesaria la refle
xin que la memoria, porque para la comprensin del proceso es necesa
rio hallar las relaciones entre el pasado y el presente, con lo que eso tiene
de capacidad de compromiso, de esfuerzo de implicacin en la colectivi
dad general, al tomar conciencia de que el historiador en su presente
construye la Historia. El instrumento se apoya en la capacidad de entrar
en la imprescindible relacin entre particularidad y totalidad. La profe
sin est necesitada de entusiasmo y de inteligencia compleja, para com
binar la teora con el conocimiento positivo, La nica forma de emprender
el estudio de la Historia es a travs de la comprensin de su dificultad.
Todos los rasgos que definen la dificultad del estudio de la Historia co
mo virtud se concentran en el hecho de que quien hace Historia habla del
pasado y, al mismo tiempo, de hoy, se habla del pasado en la actualidad.
Slo el alejamento del presente hace del estudio de la Historia una ocupa
cin realmente intil, que ni siquiera vale para afirmar en la sociedad ac
tual el sentido de la inutilidad del trabajo intelectual no productivo, porque
no habra conciencia del valor actual de esa inutilidad. El resultado sera el
estudio del ocioso que busca el barniz cultural, la huida hacia el mito y la
magia o la reclusin en actividades superespecializadas accesibles slo a
grupos de iniciados. Frente a ello, la complejidad de la realidad actual fa
cilita la comprensin de la Historia y sta colabora a hacer comprensible
dicha complejidad. Slo desde hoy el pasado existe y es inteligible, slo
el pasado permite al hombre de hoy ser historiador. En tal situacin es
preciso evitar creer que todo el pasado es una copia del presente. Para
ello, el acercamiento a la Historia Antigua ha de realizarse a travs de una
profundizacin en las fuentes que llegan desde la Antigedad, a travs de
la tcnicas especializadas, sin limitarse a ello, para conseguir el equilibrio
entre la aproximacin a las fuentes y la constante crtica actual de la reali
dad histrica, para evitar tambin, por otro lado, que se perpete la visin
creada por los grandes historiadores del cambio de siglo, de valor indu
dable para asentar los conocimientos presentes, pero influidos por su pro
pia realidad histrica, optimista ante el triunfo de la burguesa europea ca
paz de sostener una intensa actividad intelectual, Por eso es necesario co
nocer cmo se ha hecho la Historia (ver supra, 2.9).
La actividad del historiador de la Historia Antigua slo tiene sentido si
se interpreta como actividad social en el sentido expuesto por Marx en
OME (V, 1978, pgs. 380-381), aunque sea solitaria esa actividad social. El
problema est en cmo hacerlo. El historiador est solo, pero ante la so
ciedad (ver los argumentos en 1,3.3). Su papel puede representarse como
el del eje entre la sociedad antigua y la contempornea, para lo que tiene
que reflexionar constantemente sobre el presente y sobre los hombres de
su propia poca. Adems ha de evitar el desprecio hacia stos y la sensa
cin de que su posicin le atribuye algn tipo de superioridad, para tam
210
bin el riesgo de adoptar el papel del raro o desplazado, ajeno al pre
sente. Sera muy interesante, por ejemplo, en estos momentos, que el his
toriador de la Antigedad hiciera un esfuerzo intelectual grande para in
tentar comprender lo que ha ocurrido en la U.R.S.S., pero tambin para
aproximarse intelectualmente a comprender las aspiraciones del hombre
actual y sus atractivos hacia el consumo, los terrores de la sociedad con
tempornea. La importancia de la Antigedad para la Humanidad estriba
en la comprensin de las diferencias y similitudes con el hombre actual,
para acceder a la percepcin de los cambios y lo permanente. La com
prensin de las circunstancias histricas sobre el mismo hombre es lo que
le da valor pedaggico, a diferentes niveles, desde el nio al investigador.
Sin embargo, en esa comprensin, en un camino aparentemente inver
so, tendra que intentar mostrar, a travs de la experiencia intelectual del
hombre del pasado, el carcter positivo de la accin revolucionaria, el as
pecto positivo de las luchas del hombre en general, con el nimo de con
tradecir el carcter intrnsecamente triste del estudio de la Historia. Pues,
en efecto, existe el peligro de difundir el pesimismo y la pasividad ante el
carcter inevitable de las cosas, as como el de creer que todo vale por
que todo se explica. La dificultad est en asimilar lo que Garaudy, La al
ternativa (pg. 155), expresaba al definir el pasado como la objetivacin
de lo posible. El presente tiene ante s todas las posibilidades y no est ob
jetivado como el pasado, no se ha hecho inevitable.
El resultado es que el historiador est siempre al borde de convertir su
labor en antisocial, contraria a los movimientos sociales. Si todo se explica
por las condiciones histricas, no hay nada que hacer. La propuesta es
intentar responder a la cuestin de cmo hacer de la Historia Antigua un
estudio socialmente positivo. Desde luego, no se trata de sacar lecciones
del pasado, como la que intenta sacar Garca Moreno (1992), cuando po
ne en guardia contra la democratizacin, porque sta, dice, fue una de las
caractersticas propias del perodo que condujo al final del mundo anti
guo. Fundamentalmente, la respuesta se halla en el anlisis crtico y no en
juzgar lo bueno y lo malo de las acciones pasadas: lo revolucionario es
analizar, no juzgar.
De hecho, el historiador puede convertirse, como dice Bermejo (1983,
61), en el artesano del trabajo ideolgico para justificar la necesidad del
orden del mundo. Lo malo es que Bermejo parece considerar que sa es
la funcin inevitable de quien se dedica a la Historia, pues la Historia es
eso. Aqu hay en cierto modo un anlisis ahistrico de la Historia, que en
cada caso puede desempear una funcin diferente, sobre todo en tiem
pos donde son posibles los anlisis del tipo del realizado por Bermejo, in
dicativos de que el esfuerzo intelectual, crtico, autorreflexivo, se puede re
solver en el tipo de Historia que no tiende a la justificacin del orden social,
sino al anlisis de los intereses que juegan realmente en la existencia de
211
las realidades histricas, para definirlos y poder adoptar actitudes ante la
realidad representada en general por los modos de relacionarse los hom
bres entre s. La actitud de Bermejo lleva a la pasividad y al anlisis dis
tanciado y elitista de cmo los historiadores, definidos de forma indife-
renciada, se dedican a ese trabajo sucio y yo los observo desde un lugar
al que no llega la suciedad. Es ms combativa la actitud de Prieto (1976),
que trata de definir y combatir los usos reaccionarios de la Historia, sin
pensar que el analista est libre de peligros.
Al lado de los aspectos crticos, Prieto (1976, 30), igual que Febvre
(1970, 69), cree que la Historia sirve para eliminar el miedo, Tambin Vey-
ne, en Droit (1991, 454), cree que la posible utilidad del conocimiento de
la Antigedad estara en p erd er el miedo. Con ello el estudio de la Historia
desempeara el mismo papel que la ciencia y el estudio de la naturaleza
en el epicureismo, que permite al hombre perder el miedo. En nuestro ca
so, el miedo no desaparece porque el hombre, a travs de la Historia,
haga previsible la realidad, sino porque llega racionalmente a la seguri
dad de que no es previsible. As, del mismo modo que el hombre llega en
el epicureismo, gracias a la percepcin del cambio de la naturaleza, a la
tranquilidad hedonista del contemplador, tambin el estudio de la Historia
produce, ante la contemplacin del cambio y del conflicto social, la prdi
da del miedo y el consiguiente hedonismo intelectual, la tranquilidad de
quien sabe que la realidad cambia y todo es posible, El irracionalismo, en
cambio, el favorecido por las interpretaciones como las de Drag, favore
ce el miedo y hace que el hombre termine encontrando a Dios, a veces in
cluso a travs de una ciencia manipulada, donde se intenta buscar el prin
cipio y el estallido de los agujeros negros (ver supra 2,6). Epicuro puede
servir como modelo en los tiempos actuales, para impedir que la poltica
se identifique como forma de dominacin y para permitir que el conoci
miento sea liberacin, y no una forma de control.
A lo largo de la Historia, el hombre se ha ido procurando instrumentos
que pudiera usar como arma contra la opresin y, entre ellos, el arma li
beradora de mayor eficacia es sin duda el conocimiento, pues slo es po
sible usar las armas en determinadas condiciones que slo se manejan si
se conocen, El conocimiento es arma porque constituye el apoyo de cual
quier otra arma, Naturalmente, todas las armas pueden terminar usadas
contra el propsito inicial, de tal modo que los instrumentos del conoci
miento, como el lenguaje, se convierten en un nuevo instrumento de opre
sin. ste es, para Lled (1978, pgs, 25, sigs.), uno de los factores a los
que hay que enfrentarse, a la manipulacin a travs del mundo simblico
que precisamente ha sido creado por el hombre como forma de libera
cin. De este modo, el estudio del hombre se convierte, en general, en el
modo de conocer el manejo de los instrumentos que lo controlan. Tambin
en el terreno de la Historia Antigua, pueden usarse contra el hombre los
212
conocimientos logrados en la bsqueda de la liberacin, desde el mo
mento en que puedan transformarse en armas de la irracionalidad. Ante
ello, segn Lled, es preciso acercarse con el arma del anlisis simblico
del lenguaje (ver supra, 1.1), para evitar que se imponga la concepcin
que ha transformado los smbolos filosficos en smbolos polticos. Impor
ta por ello profundizar en el verdadero sentido de las palabras en la polis,
antes de su manipulacin, no para reproducirlo, sino para comprender su
sentido y retomar a su valor. Las palabras tienen que estar relacionadas
con las realidades, no son autnomas, ni capaces de imponerse en una
ciencia exacta, contina Lled, porque, as considerado, el lenguaje solidi
fica la Historia, mientras que el hombre lo que necesita precisamente es
descubrir su temporalidad a travs del lenguaje, analizndolo y comba
tindolo. Lled cita a Guiraud, para declarar que la posicin correcta es la
de darse cuenta de que se vive entre signos, para poder comprender la
realidad que se vive y la que se transmite a travs de las fuentes y la que
se percibe, del pasado, en el lenguaje actual, Slo accedemos al pasado
por signos actuales.
Aqu se inserta otro aspecto de las relaciones del historiador de la An
tigedad con la sociedad presente, el que plantea Demoule (1982, 753),
cuando se refiere a la demanda social, enfocada en los momentos actuales
hacia temas como el de los extraterrestres, con el que algunos autores se
han hecho muy populares e incluso muy ricos. Demoule se plantea la po
sibilidad de descubrir la responsabilidad social del cientfico que no ha
respondido a la demanda para dar un enfoque racional, dejando el campo
libre a los vendedores de irracionalismo. Seguramente es porque la aten
cin prestada por los historiadores, a travs de explicaciones cientficas,
no habra satisfecho esa demanda. Pero, entonces, se puede plantear la
cuestin de si, ante la agresin a la Historia por parte de individuos como
Snchez Drag, el historiador debe quedarse impasible, si se logra algo
interviniendo o si, por el contrario, se entra en el juego buscado por ellos
mismos, En un plano relativamente ms cientfico se encuentran los peli
gros expuestos por Fowler (1992), sobre los intentos de reconstruir el pa
sado, de la living History, que pretenden hacer creer que se vive el pasa
do, naturalmente en un mundo idlico no conflictivo,
Otra agresin a la Historia en el mundo presente es la representada por
los tericos del final de la Historia, contra quienes pueden esgrimirse los
argumentos polticos de E. Haro (1992), en la revista Derechos Humanos,
que no puede creer que el nuevo orden acabe con la Historia al tiempo
que sobreviven las realidades actuales, consagradas as como inamovi
bles, pero los argumentos de fondo han de hallarse en la larga duracin,
donde se muestra la imposibilidad del final de la Historia, argumento vli
do para evitar hoy la desesperacin, el acomodamiento, 1a. bsqueda de la
evasin y la autocomplacencia de los poderosos (ver Fontana, 1992).
213
4 . 2 , L a H isto ria A n tigu a en e l m a r c o g e n e ra l d e la c u ltu ra
actu a l
214
No se trata, por tanto, de hacer actual el espectculo antiguo para que la
cultura actual sea consciente de s misma como resultado de un proceso
histrico, pero s que intente comprender la Antigedad como totalidad
(ver supra, 2.1). Hoy no se trata de hacer renacer el Humanismo, pero s
de comprender las bases humanistas de nuestra propia civilizacin y de
nuestra percepcin del pasado y del presente, el marco cultural actual de
la Historia Antigua. Slo as es posible llegar a comprender el lugar cultu
ral en que se inscribe el inters de las personas que se preocupan por la
Antigedad, el mvil para que hoy un estudiante decida hacer Historia An
tigua, los posibles estmulos para que esa persona se introduzca seria
mente en tales estudios, para que no tenga el inters propio de quien se
siente atrado por un ttulo moderno. En definitiva, todo el problema es
triba en la comprensin del sentido de que se estudie Historia Antigua en
la sociedad actual.
215
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