Francisco Luna Luca de Tena - Cómo Confesarse Bien
Francisco Luna Luca de Tena - Cómo Confesarse Bien
Francisco Luna Luca de Tena - Cómo Confesarse Bien
CONFESARSE
BIEN
N. 3
I a - edicin, 1.000 ejemplares
2a- edicin, 2.000 ejemplares
3a- edicin, 3.000 ejemplares
FRANCISCO LUNA LUCA DE TENA
COMO
CONFESARSE
BIEN
TERCERA EDICION
SANTIAGO DE CHILE
ABRIL DE 1976
EL PECADOR
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vira cuanto hiciramos externamente
(Ibidem). Es decir, que la simple acu-
sacin de nuestras faltas hara intil la
confesin, si no fuese acompaada de
la penitencia interior.
Por eso es tan importante recono-
cer los pecados con humildad, no vaya
a ser que nos ocurra como al fariseo del
que nos habla Jess en el Santo Evan-
gelio : Dijo a ciertos hombres que pre-
suman de justos y despreciaban a los
dems, esta parbola: Dos hombres su-
bieron al templo a orar; el uno era fa-
riseo y el otro publicano. El fariseo,
puesto de pie, oraba en su interior de
esta manera: Oh, Dios, yo te doy gra-
cias porque no soy como los dems hom-
bres, que son ladrones, injustos, adlte-
ros, ni tampoco como este publicano/
Ayuno dos veces a la semana, pago los
diezmos de todo lo que poseo. El publi-
cano, al contrario, puesto all lejos, ni
aun los ojos osaba levantar al Cielo, si-
no que se daba golpes de pecho, dicien-
do: Dios mo, ten misericordia de m,
que soy un pecador. (Le. 18, 9-13).
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Al leer con atencin estas palabras
del Seor se sobrecoge el nimo, por-
que no es asombroso el parecido que
hay entre el fariseo y nosotros mismos?;
no es verdad que llegamos, como l, a
creernos buenos porque nuestra conduc-
ta est ms o menos de acuerdo con una
forma bastante cmoda de entender la
vida sobrenatural? El fariseo de la pa-
rbola se portaba aparentemente bien,
pero olvidaba una cosa: amar a Dios no
consiste solamente en dar limosna y
respetar la propiedad del prjimo o
ayunar. Seguramente el publicano ha-
ba cometido un nmero mayor de pe-
cados que l, pero a pesar de ello vol-
vi a su casa justificado, porque los ha-
ba reconocido con humildad y haba
pedido perdn por ellos.
Qu quiere decirnos el Seor con
esta parbola? Acaso no era verdad
cuanto deca el fariseo, y acaso no era
verdad tambin lo que repeta el publi-
cano? En los dos casos eran ciertas sus
afirmaciones, pero en el primero se tra-
taba de una verdad a medias. El fariseo
solamente vea el bien que haba prac-
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ticado, y comparaba su virtud, no con
las enseanzas de Jesucristo, sino con
una medida que l mismo se haba he-
cho de acuerdo con el egosmo, y olvida-
ba que la justificacin solamente se al-
canza cuando se pide perdn de los pe-
cados y se le da a Dios el corazn.
El fariseo no amaba a Dios, se ama-
ba a s mismo, y estaba orgulloso de su
virtud. Despreciaba a los dems y no
se daba cuenta de que sta era su falta
ms grave. El no poda arrepentirse de
haber robado ni de ser adltero por la
sencilla razn de que siempre haba res-
petado la propiedad ajena y la m u j e r
del prjimo. En esto era bueno y poda
tener la conciencia tranquila; pero no
lo era cuando despreciaba al publicano,
y no lo era porque en eso no se pareca
al Seor. Dios lo perdonaba y l lo des-
preciaba. Haba algo de lo que tena que
pedir p e r d n : su falta de amor al pr-
jimo. Era tan grande su amor propio
que pasaba por alto lo que ms impor-
taba : amar a Dios sobre todas las co-
sas y al prjimo como a s mismo. Este
era su error y en esto consista su ce-
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gera: la soberbia no le permita ver
que aunque haca algunas cosas buenas,
tambin l era un pecador, que si bien
cumpla la mayor parte de los manda-
mientos, no era fiel al amor a los dems.
Su pecado consista fundamentalmente
en pensar que no tena pecados, y co-
mo no reconoca su falta, no peda per-
dn, y por ello volvi a su casa tal y
como entr en el templo a orar.
Tal vez sea sta la razn por la
que, a veces, se tiene la conciencia tan
tranquila: la soberbia o el amor propio,
o la falta de sinceridad, nos impiden re-
conocer que en el fondo todos tenemos
algo de qu arrepentimos.
10
EL PECADO
11
rio, las ideas fundamentales de la mo-
ral cristiana para no caer en el error de
estimar como pecados acciones que no
lo son; o, por el contrario, llegar a creer
que no ofenden a Dios verdaderas deso-
bediencias a su ley, ya que difcilmen-
te podramos dar ese primer paso de la
conversin si no estamos en condicio-
nes de reconocer nuestras faltas.
Algunos creen que para pecar se ne-
cesita una maldad especial y que sola-
mente se comete un pecado en el caso
de que se haga movido por el odio a
Dios, pero se equivocan los que piensan
as. Para cometer un pecado no es ne-
cesario hacerlo con la intencin con-
creta de enfrentarse con el Seor; en
realidad, el pecado es la desobediencia
voluntaria a la ley de Dios, y para caer
en l es suficiente conocer esa ley y no
cumplirla.
Esto significa que el pecado no es
una sorpresa con la que nos encontra-
mos de pronto, como algo llovido del
cielo, sino que para que ste exista real-
mente hace falta que se cumplan tres
condiciones: 1) que una cosa mala, o
12
que se crea as, sea objeto de pensa-
miento, palabra, deseo, obra u omisin;
2) darse cuenta de que aquello ofende
a Dios; 3) que se haga a sabiendas de
que con ello se obra mal.
Estas circunstancias se llaman, res-
pectivamente : materia, advertencia y
consentimiento, y una vez que se dan
las tres, ah existe un pecado personal,
porque se ha querido algo malo, a pe-
sar de saber que ofenda al Seor.
Y no se diga que si las cosas son
as, mejor sera desconocer la Ley de
Dios, porque los que afirmasen seme-
jante conclusin se equivocaran, ya que
en ese caso su ignorancia sera culpable,
y, por tanto, se haran responsables no
slo de ella, sino tambin de los peca-
dos cometidos a consecuencia de la mis-
ma, y se les podran aplicar las pala-
bras de Jesucristo: este pueblo ha endu-
recido su corazn, y ha cerrado sus o-
dos, y tapado sus ojos; a fin de no ver
con ellos, ni or con los odos, ni com-
prender con el corazn, por miedo de
que, convirtindose, yo le d la salva-
cin (Mt. 13, 15).
13
LA GRAVEDAD DEL PECADO
2.
tos, no por eso su pecado deja de ser
grave.
No, la malicia del pecado no se mi-
de por lo mucho o por lo poco que nos
conmueve interior o exteriormente; pa-
ra conocer la gravedad de una falta, en
primer lugar, hay que atender a lo que
Dios nos dice de ella, a sabiendas de
que la impresin que nos produzca no
es la medida de su maldad. El pecado
mortal o el venial siempre ofenden al
Seor; pero como generalmente no los
sentimos en nuestra propia carne, al
dejarnos llevar por este modo sensible
de entender las relaciones con Dios, f-
cilmente se llega a la conclusin de que
aqullo no tiene importancia o de que
la tiene menor, y as, poco a poco, se de-
forma la conciencia y se agranda la dis-
tancia que nos separa del U n i c o que
verdaderamente puede hacernos felices.
18
LA MISERICORDIA DE DIOS
20
En la escena comentada, lo ms es-
pectacular es lo que se realiza a la vis-
ta de todos, la curacin del enfermo,
pero lo ms admirable es que se le per-
donen los pecados y se le abran de par
en par las puertas del Cielo.
Esa misma maravilla se repite hoy
tambin al recibir el sacramento de la
penitencia, porque Jess no se limita a
prometerle a Pedro y a los dems aps-
toles el poder de perdonar los pecados
(cfr. Mt. 16, 19 y 28,18), sino que ade-
ms se lo concede efectivamente des-
pus de su Resurreccin con las siguien-
tes palabras : Recibid el Espritu Santo;
a quienes perdonseis los pecados les
sern perdonados; y a quienes se los re-
tuviseis les sern retenidos (Ioh. 21, 21-
23).
21
LA CONVERSION
23
LAS RECETAS
26
EL EXAMEN DE CONCIENCIA
28
consciente de su deber, no dejar que
ninguno de ellos se le pase por alto, por-
que de su recta interpretacin depende
la vida de los que en l confan. Y no
es que se quiera decir que el examen de
conciencia sea complicado y difcil; con
este ejemplo slo se pretende insistir
en que es necesario procurar que nada
de lo que. interesa quede olvidado en
cualquier rincn de la conciencia.
En cierta ocasin o contar lo que
le haba ocurrido a un profesor de la
Universidad. Se encontraba haciendo
la historia clnica de una paciente, y en
un determinado momento, extraado
ante unos sntomas a los que no encon-
traba justificacin, trat de averiguar
las enfermedades que haba padecido de
nia. Una vez que la enferma se las
enumer, aquellos sntomas continua-
ban sin tener una explicacin lgica. El
doctor, hombre con experiencia, le pre-
gunt si de pequea no haba tenido
otras enfermedades. La muchacha res-
pondi que no. Fue entonces cuando le
hizo la pregunta clave: Y de ms pe-
29
quea? A lo que la chica respondi: S;
de ms pequea, s.
Algunos piensan que no saben des-
cubrir sus faltas, y en la mayora de
los casos tienen razn, porque aunque
las tengan delante de los ojos no son
capaces de verlas. El encargado de un
faro que viva en una isla situada a es-
casa distancia de la costa, estaba tan ha-
bituado a la seal que se le haca desde
el puerto cercano un disparo de ca-
n para indicarle que no haba nove-
dad, que a pesar del ruido consegua
dormir de un tirn. Una noche, sin em-
bargo, se despert sobresaltado porque
no oy aquel estrpito que le resultaba
tan familiar. Y es que, a veces, se est
tan acostumbrado a un determinado
modo de actuar que slo nos llama la
atencin lo que se sale de lo ordinario.
Por eso, nuestra actitud al hacer el exa-
men de conciencia no debe limitarse a
echar una ojeada superficial a nuestras
obras, sino la de tomarnos el tiempo
necesario para encontrar las faltas que
se cometen de un modo habitual y que
poco a poco terminan por causar verda-
dero dao al alma.
30
La tibieza, las negligencias en el
cumplimiento del propio deber, la lige-
reza al hablar, los juicios ms o menos
exactos de las actuaciones de los dems,
lo que deberamos hacer por el prji-
mo y no lo hacemos, la mentira, el in-
cumplimiento de la palabra dada, la fal-
ta de sentido cristiano en las diversio-
nes y en las relaciones sociales o fami-
liares, las distracciones voluntarias en
la Santa Misa o en la oracin, los des-
cuidos en la vida espiritual, la resisten-
cia a la gracia de Dios que nos est pi-
diendo determinados actos de virtud,
etctera, etc., deberan llamar nuestra
atencin y ser objeto de una acusacin
sincera y llena de arrepentimiento en
el sacramento del perdn, y as, purifi-
cados con la gracia de Dios, avanzar un
poco cada da por ese camino de la
santidad personal al que nos llama el
Seor a todos.
31
EL ARREPENTIMIENTO
33
2.
Son varias las razones que se pue-
den tener para arrepentirse de los pe-
cados, pero no todas ellas nos disponen
para recibir la gracia en el sacramento
de la confesin. Por eso ser convenien-
te estudiarlas para no caer en el error
de ofender a Dios con un falso dolor que
nos apartara an ms de El.
Fundamentalmente, hay tres clases
de dolor de los pecados. Al primero se
le llama de amor y procede del corazn:
Dolor de Amor. Porque El es bueno.
Porque es tu Amigo, que dio por ti su
Vida. Porque todo lo bueno que tie-
nes es suyo. Porque le has ofendido
tanto... Porque te ha perdonado... El!...
a t i ! ! ! Llora, hijo mo, de dolor de
Amor. (Camino, n. 436).
Hay otro que se llama de temor, y
procede del miedo que se tiene al justo
castigo, que en la otra vida correspon-
de a nuestros pecados. No es tan per-
fecto y desinteresado como el anterior,
pero como de algn modo se refiere al
Seor, y aunque solamente nos relacio-
ne con El por el temor, es suficiente
para poder recibir la gracia del perdn.
34
Y existe un tercer dolor, ajeno a
la vida sobrenatural, al que podramos
llamar de soberbia porque tiene su ori-
gen, no en el amor ni en el temor de
Dios, sino en el amor propio que se sien-
te herido al comprobar la propia imper-
feccin, y es esa tristeza que bien podra
ser la envoltura de su soberbia (Cfr. Ca-
mino, n. 260). Cuando se tiene este do-
lor no es la ofensa a Dios lo que nos
duele, sino la propia pequeez que nos
humilla, y con l no podramos acer-
carnos dignamente a la confesin por-
que indica la falta de disposicin del
alma, que no pretendera alcanzar el
perdn de Dios, sino que se estara bus-
cando a s misma en un desordenado
afn de autoperfeccin.
35
EL PROPOSITO DE ENMIENDA
38
na haciendo las mismas cosas que le
llevaron a olvidar la Ley del Seor. No
quita las ocasiones de pecado el que
asiste a los espectculos que sabe le ha-
cen dao. Ni el que prosigue la lectura
de un libro que le despierta los malos
pensamientos en los que cae con facili-
dad. No nos engaemos ; cuando se quie-
re dejar de pecar se ponen los medios
para conseguirlo. El enfermo que desea
curarse toma las medicinas y sigue el
rgimen que le recet el mdico. Si no
obra as, no puede decirse, se mire co-
mo se mire, que de verdad quiere la sa-
lud.
Pero yo no quiero pecar, es que soy
dbil. Pues por eso, precisamente por
eso, porque somos dbiles, es por lo que
existe una obligacin especial de evitar
la ocasin de pecar.
Tambin se nota el verdadero pro-
psito en que se est dispuesto a poner
los medios positivos para fortalecer
nuestra debilidad. Estos medios son la
oracin, orad para que no caigis en la
tentacin (Le. 22, 46), el trato frecuente
y, si es posible, diario, con Jess en la
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Eucarista, y la devocin a la Virgen.
Cmo vamos a vencer en las tentacio-
nes de sensualidad, pereza, egosmo, etc.,
si no acudimos al Seor y a su Madre
para que nos alcancen la fortaleza ne-
cesaria para conseguirlo ?
40
LA ACUSACION DE LOS PECADOS
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donseis los pecados les sern perdona-
dos, y a quienes se los retuvieseis les
sern retenidos (Ioh. 20, 23), y esto quie-
re decir que la posibilidad de perdonar
o de retener le est encomendada a sus
ministros en el sacramento de la peni-
tencia, y esta posibilidad exige el cono-
cimiento de los pecados y de las dispo-
siciones interiores, porque de otro mo-
do no sera razonable la concesin o la
negativa del perdn. Para que esta con-
cesin se haga con justicia, el peniten-
te debe manifestar sinceramente sus pe-
cados e indicar de este modo su arrepen-
timiento.
Es dogma de fe que los sacramen-
tos producen la gracia, siempre que no
se les ponga un obstculo. Y no sera
un obstculo acercarse a confesar sin
estar dispuestos a declarar los pecados?
Cuando hay verdadero arrepentimien-
to, al alma no le importa pedir perdn
en una acusacin sincera en la que se
declaran todos los pecados. Y si se quie-
re que sta sea una manifestacin de
las disposiciones interiores y produzca
su fruto, no es suficiente limitarse a de-
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cir que se ha faltado a tal o cual man-
damiento de la Ley de Dios o de su Igle-
sia, sino que hay que declarar tambin
el nmero de veces que se hizo. Cuando
este nmero no puede conocerse con
exactitud, bastar decir: m acuso de ha-
ber faltado a tal mandamiento, de pen-
samiento, de palabra o de obras, con tal
frecuencia durante tanto tiempo (he
faltado a Misa dos veces al mes duran-
te un ao).
A esta acusacin de todos los pe-
cados determinando su nmero es a lo
que los telogos llaman integridad de
la confesin. Y de la misma manera que
una cosa no est completa mientras le
falte algo, tampoco la confesin lo esta-
r si se omitiese la acusacin de algn
pecado o no se declarase su nmero.
La confesin debe ser sincera, muy
sincera. Es intil pretender disimular o
callar las faltas porque con ello lo ni-
co que se conseguira es aumentarlas
con una nueva, el abuso de un sacra-
mento, que tambin es una ofensa a
Dios, y en este caso, adems, no se nos
43
perdonara ninguno de los pecados con-
fesados.
Otra cosa bien distinta habra que
decir si esta omisin se debiese no a ma-
la voluntad, sino a un olvido involunta-
rio. Entonces, como el Seor se fija en
las buenas disposiciones, ese pecado
tambin se nos perdonara, pero queda
pendiente la obligacin de declararlo en
la siguiente confesin. Ocurre lo mismo
que cuando se tiene una deuda que se ha
pagado en parte, la obligacin de devol-
ver lo que falta permanece, aunque el
dueo de la cosa sepa que se tiene la in-
tencin de hacerlo.
Para evitar estos defectos se acon-
seja decir al principio de la confesin
lo que ms nos cuesta o lo que ms ver-
genza nos d, y as no se corre el peli-
gro de olvidarlo o de callarlo por azora-
miento en el ltimo momento. En algu-
nas ocasiones convendr advertir al sa-
cerdote que nos resulta difcil confesar
determinados pecados para que l nos
ayude con sus preguntas a hacer una
buena confesin. Una vez que se ha
obrado as, lo dems ser cuesta abajo.
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Es importante recordar que a la
confesin vamos a acusarnos de las fal-
tas personales. Esto quiere decir que las
del prjimo no hay por qu mencionar-
las, a no ser que se trate de pecados
que ha cometido por nuestra culpa o de
faltas que se cometieron junto con l. En
este caso habr que declarar el parentes-
co, la condicin o cualquier otra circuns-
tancia que modificase o agravase el pe-
cado, pero siempre con la prudencia y el
respeto de no indicar el nombre del pro-
pio cmplice.
Tambin la acusacin de los peca-
dos debe ser delicada. Es fcil suponer
que un nio pequeo, cuando se acer-
que al confesor, le mire a los ojos y le
diga: tonto, imbcil, idiota, feo, y otras
lindezas por el estilo, para aadir a con-
tinuacin que todo esto es lo que le ha
dicho a su hermanito. Desde luego, hay
que confesarse con la mayor educacin
que nos resulte posible, pero no hay
que agobiarse rebuscando una forma tan
fina de decir las cosas que el confesor
llegue a pensar que nuestros pecados
son poco menos que virtudes. Se acusa-
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rn los pecados, se dir si se trata de
pensamientos, palabras u omisiones y
el nmero aproximado de ellos, en el
caso de que no se conozca ste con exac-
titud, y despus se responder a las pre-
guntas que pueda hacernos el confesor.
Una vez hechas as las cosas, solamente
queda recibir la absolucin que nos har
salir de all con una profunda alegra de
corazn.
46
CUMPLIR LA PENITENCIA
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nunca cesa el tormento y donde lo peor
es que nunca ms se llegar a amar a
Dios, el Bien Supremo, la Belleza Infi-
nita, el Amor. El pecado venial lleva
consigo la pena del purgatorio, en el que
se padece casi tanto como en el infierno,
pero donde el dolor est mitigado debi-
do a la esperanza del Cielo, de la felici-
dad sin fin. Segn nos ensea la divina
Revelacin, estas penas son consecuen-
cia de los pecados que han lesionado la
santidad y justicia divinas (Ibidem, n.
2). Esta es la herencia del pecado que
tanto mal trajo al mundo, y ste es el
origen de los sufrimientos que hemos de
padecer si de verdad se quiere disfrutar
de las alegras del Cielo.
Al recibir la absolucin sacramen-
tal, los pecados y tambin las penas que
nos corresponden por ellos, son perdo-
nados por el Seor; pero ocurre con fre-
cuencia que al acercarse a la confesin
nuestras disposiciones no son siempre
perfectas, y en este caso, que es el ms
corriente, efectivamente, se nos perdo-
nan los pecados, pero como nuestro
amor de Dios no alcanza el grado de pu-
48
reza necesario, no se consigue tambin
la remisin total de la pena debida a
nuestras faltas.
Hay una verdad de fe que viene a
confirmar esta doctrina. La existencia
del purgatorio nos demuestra que las
penas que hay que pagar o los restos del
pecado que hay que purificar pueden
permanecer, y de hecho permanecen, fre-
cuentemente despus del perdn de las
culpas, puesto que en el purgatorio se
purifican las almas de los difuntos, que
han muerto verdaderamente arrepenti-
dos, pero sin haber satisfecho por las
faltas cometidas. Y esas penas, conse-
cuencia de nuestros pecados, han de ser
purgadas en este mundo con los dolores,
miserias y tristezas de la vida y especial-
mente con la muerte, o bien por medio
del fuego, los tormentos y las penas de
la vida futura (Ibidem, n. 2). Con otras
palabras: el amor a Jesucristo no se ter-
mina con la fe en su palabra de perdn
y con la gratitud hacia El. El amor ver-
dadero lleva a compartir con El sus do-
lores y sufrimientos.
Aclarados estos conceptos, puede
49
2.
entenderse un poco mejor el sentido de
la penitencia que nos impone el confe-
sor. Cuando ste nos indica que recemos
tres Avemarias o que hagamos una visi-
ta al Santsimo Sacramento, al cumplirlo
no se sigue un buen consejo, sino que se
paga, con esa oracin, o con esa obra de
piedad, parte de la deuda que se ha con-
trado con el Seor al ofenderle.
En justicia, la penitencia debera
ser proporcional a la gravedad de las
culpas, pero como esto no siempre es
posible debido a las mil circunstancias
de cada u n o ; el confesor suele imponer
una penitencia pequea que sera como
el primer paso de una satisfaccin vo-
luntaria ejercitada con mayor generosi-
dad. Es mucho lo que se ofende a Dios,
y en justo desagravio es lgico que, en
la medida de sus fuerzas, cada uno expe
sus faltas con una vida llena de amor y
de sacrificio, a sabiendas de que con ello
no se paga toda la deuda contrada con
nuestros pecados, ya que es Jesucristo
quien carga con la parte ms pesada al
sufrir sobre su propia carne los dolores
de la Pasin y de la muerte en la Cruz.
50
EN ESTE MUNDO
54
ra. Por eso, la enfermedad, la contradic-
cin, la muerte misma, para un cristia-
no no son ms que una muestra del amor
que Dios nos tiene y de que quiere puri-
ficarnos de nuestros males y pecados pa-
ra poder tenernos lo antes posible junto
a El en el Cielo.
55
LA SEXTA SEMANA
56
y perseverar en la tarea de la propia san-
tificacin. Son muchas las dificultades
que se encuentran a lo largo de la jorna-
da para pretender superarlas y llegar a
parecemos a Jesucristo sin la ayuda del
Cielo que nos viene por medio de la con-
fesin frecuente.
Es ya antiguo el cuento del leador,
pero no por eso deja de tener un valor
de ejemplaridad que fcilmente puede
aplicarse a la confesin. Haba un labra-
dor que tena un borriquillo con el que
se ganaba la vida. En invierno sala de
su pueblo y se diriga al bosque. All cor-
taba la lea, la amontonaba en pequeos
haces y a continuacin la cargaba sobre
el lomo del animal. En verano sala tam-
bin, muy de maana, y se encaminaba
a las frescas fuentes de la montaa para
llenar los cntaros y llevar el agua a sus
paisanos.
Un da pens que podra ganar ms
dinero si consegua que el jumento co-
miese un poco menos. Era un pensa-
miento egosta, pero la ambicin pudo
ms. Decidi que el animal ayunara un
da a la semana. Dicho y hecho; el mir-
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coles, al llegar a su establo, el pollino se
encontr con que faltaba el alimento dia-
rio. Pas la semana, y como no haba
ocurrido nada de particular, nuestro
hombre decidi que a partir de entonces
seran dos los das de ayuno. As trans-
curri la segunda semana, y el burrito
continuada trabajando sin desmayo. A
la quinta semana eran cinco los das de
ayuno, y cuando lleg la sexta, el pobre
animal se muri. Entonces fue cuando el
campesino, lleno de filosofa, exclam
contrariado : Qu lstima, ahora que se
estaba acostumbrando!
Con demasiada frecuencia nos ocu-
rre lo mismo que al personaje del cuen-
to. Un da, porque no se tienen ganas;
otro, porque no se encuentra la ocasin
de confesar; un tercero, porque ya lo ha-
remos en otro momento, y el hecho bien
cierto es que se acaba por perder la gra-
cia de Dios o por caer en la tibieza. Y la
causa de todo esto hay que buscarla en la
falta de amor al sacramento de la peni-
tencia, que nos impide acercarnos a l
con la frecuencia debida.
Es cierto que no puede darse una
58
norma fija acerca de la periodicidad con
que se debe confesar. Para unas personas
ser suficiente acudir cada quince das,
y otras, en cambio, necesitarn hacerlo
semanalmente. En todo caso, como de-
pende de muchas circunstancias, lo me-
jor ser pedir consejo al confesor, quien
prudentemente nos indicar lo que con-
viene hacer en nuestra situacin con-
creta.
Hay un precepto de la Iglesia que
manda confesar a lo menos una vez den-
tro del ao, y como aprendimos en el ca-
tecismo, o antes si se est en peligro de
muerte o se ha de comulgar. Pero no
siempre se entiende bien este manda-
miento. Como todo el mundo sabe, la
obligacin de confesar los pecados sola-
mente se refiere a los que son graves.
Esto quiere decir que en el caso de que
una persona no tuviese pecados morta-
les no tendra que hacer la confesin an-
tes de comulgar y ni siquiera en peligro
de muerte, ni tampoco una vez al ao.
Pero una cosa es la obligacin y otra
muy distinta lo que conviene hacer si de
verdad se desea que aumente nuestro
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amor por el Seor. No hay obligacin de
besar a una madre, ni de escribir a las
personas que se aman, ni de alimentarse
todos los das, ni de arreglarse para sa-
lir a la calle, pero cualquier persona de
bien lo hace.
La vida espiritual no la constituyen
solamente unas cuantas obligaciones que
se cumplen, sino un amor que se de-
muestra. Dios no se cansa de nuestras
infidelidades. Nuestro Padre del Cielo
perdona cualquier ofensa, cuando el hi-
jo vuelve de nuevo a El, cuando se arre-
piente y pide perdn. Nuestro Seor es
tan Padre, que previene nuestros deseos
de ser perdonados, y se adelanta, abrin-
donos los brazos con su gracia. Por esto
se recomienda con tanta insistencia que
la confesin se haga semanalmente o ca-
da quince das o, a ms tardar, una vez
al mes.
Hay quienes por miedo a la rutina
distancian sus confesiones, unas de
otras, ms de lo conveniente, y esto se
debe a que generalmente no quieren
2
J. Escrivd de Balaguer, Es Cristo que pasa, N ? 64.
60
acostumbrarse a hacerlo despus sin de-
vocin. Y hacen bien en tener miedo a la
rutina, pero no en espaciar sus confesio-
nes, porque no deberan olvidar que la
rutina no es lo mismo que la confesin
frecuente y piadosa. No se cae en este
defecto por el hecho de acercarse a con-
fesar dos, tres o cuatro veces al mes, si-
no cuando acudimos a este sacramento o
a cualquiera de ellos sin las debidas dis-
posiciones. Por eso puede haber quienes
tengan rutina, aunque solamente se con-
fiesen una vez al ao.
Es aconsejable confesarse a menu-
do, y si se desea progresar en la vida es-
piritual, en el amor de Dios, es impres-
cindible. A ello nos ayudar muchsimo
procurar encontrar un confesor fijo que
nos entienda y que nos diga las cosas
claras, que llegue a conocernos bien y
pueda asesorarnos en nuestras dificulta-
des. Si hay sinceridad en la confesin,
nos podr orientar en la vida espiritual
de forma que no caigamos en el error
de llegar a creer que lo malo es bueno.
Si se trata de alguien que rene estas
condiciones podr indicarnos lo que es
61
pereza y nosotros le llamamos actividad,
lo que es sensualidad y le llamamos
amor, lo que es amor propio y se le lla-
ma caridad con el prjimo, lo que es en-
vidia y se le llama justicia.
A las personas que se confiesan con
frecuencia conviene recordarles que
cuando lo hacen, tendran que fijarse ms
en la raz de sus defectos que en la enu-
meracin detallada de faltas pequesi-
mas. Una cosa son los pecados mortales,
que hay que decir, y otra muy diferente,
la minuciosidad casi escrupulosa de al-
gunos que llegan a perder de vista que
la confesin no es ms perfecta por des-
cender a detalles innecesarios, sino por-
que el dolor es ms profundo y el pro-
psito de enmienda ms decidido.
Una confesin bien preparada no
debe durar mucho tiempo. Y esto debe
aplicarse tambin a las personas que re-
ciben direccin espiritual. Por eso con-
vendr, en todos los casos, ir al grano
desde el principio. Se dirn los pecados,
los graves y los leves, con sinceridad y
claridad, y solamente despus de hacer-
lo as se harn las consultas necesarias o
62
se pedirn los consejos oportunos para
nuestra vida espiritual o moral. De otro
modo, la confesin resultara confusa y
haramos perder el tiempo al confesor y
a los que esperan para recibir tambin
el sacramento. Indicara poca delicadeza
con los dems, el que, por no tener nos-
otros la debida preparacin, los que
aguardan para confesarse tuvieran que
declarar como la primera d sus faltas
haberse impacientado con nosotros. To-
do esto no significa que deba hacerse con
el atorrullamiento de la prisa; cada uno
que se tome el tiempo que necesite para
confesarse, pero despus de prepararse
convenientemente para ese abrazo con
Cristo en su Iglesia que es el sacramen-
to de la penitencia.
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EXAMEN PARA UNA CONFESION
PRIMER MANDAMIENTO
DE LA LEY DE DIOS.
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Me he acercado indignamente a recibir algn
sacramento?
He ledo o retenido libros, revistas o peridi-
cos que van contra la fe o la moral?
Los di a leer a otros?
Trato de aumentar mi fe y mi amor a Dios?
Pongo los medios para adquirir una cultura re-
ligiosa que me capacite para ser testimonio de Cris-
to con el ejemplo y la palabra?
He hecho con desgana las cosas que se refie-
ren a Dios?
SEGUNDO MANDAMIENTO
65
2.
TERCER MANDAMIENTO Y
A 4? DE LA IGLESIA
66
CUARTO MANDAMIENTO
Hijos
67
Padres
Desobedezco a mis superiores en cosas impor-
tantes?
Permanezco indiferente ante las necesidades,
problemas, sufrimientos, etc., de la gente que me ro-
dea, singularmente de los que estn cerca de m por
razones de convivencia, trabajo, etc.?
Soy causa de tristeza para mis compaeros de
trabajo por negligencia, descortesa, mal carcter,
etc.?
He dado mal ejemplo a mis hijos no cumplien-
do con mis deberes religiosos, familiares o profesio-
nales? Los he entristecido con mi conducta?
Los he corregido con firmeza en sus defectos o
se los he dejado pasar por comodidad? Corrijo siem-
pre a mis hijos con justicia y por amor a ellos o me
dejo llevar por motivos egostas o de vanidad perso-
nal, porque me molestan, porque me dejan mal ante
los dems, porque me interrumpen, etc.?
Los he amenazado o maltratado de palabra o
de obras, o les he deseado algn mal grave o leve?
He descuidado mi obligacin de ayudarles a
cumplir sus deberes religiosos, de evitar las malas
compaas, etc.?
He abusado de mi autoridad y ascendiente for-
zndoles a recibir los sacramentos, sin pensar que
por vergenza o excusa humana, podrn hacerlo sin
las debidas disposiciones?
He impedido que mis hijos sigan la vocacin
con que Dios les llama a su servicio o les he puesto
obstculos o les he aconsejado mal?
68
Me preocupo de un modo constante de su for-
macin en el aspecto religioso?
Al orientarles en su formacin profesional, me
he guiado por razones objetivas de capacidad, me-
dios, etc., o he seguido ms bien los dictados de mi
vanidad o egosmo?
Me he opuesto a su matrimonio sin causa razo-
nable?
Permito que trabajen o estudien en lugares don-
de corre peligro su alma o su cuerpo? He descuida-
do la natural vigilancia en las reuniones de chicos y
chicas que se tengan en casa procurando no dejarlos
solos? Soy prudente a la hora de orientar sus di-
versiones?
He tolerado escndalos o peligros morales o f-
sicos entre las personas que viven en mi casa?
Me he preocupado de la formacin religiosa y
moral de las personas que viven en mi casa o que
dependen de m?
Sacrifico mis gustos, caprichos, diversiones, etc.,
para cumplir con mi deber de dedicacin a la fa-
milia?
Procuro hacerme amigo de mis hijos? He sa-
bido crear un clima de familiaridad evitando la des-
confianza y los modos que cohiben la legtima liber-
tad de los hijos?
Doy a conocer a mis hijos el origen de la vida,
de un modo gradual, acomodndome a su mentali-
dad y capacidad de comprender, anticipndome lige-
ramente a su natural curiosidad?
69
Evito los conflictos con los hijos, quitando im-
portancia a pequeeces que se superan con un poco
de perspectiva y de sentido del humor?
Hago lo posible por vencer la rutina en el cari-
o a mi esposa?
Soy amable con los extraos y me falta esa ama-
bilidad en la vida de familia?
He peleado con mi esposa? Ha habido malos
tratos de palabra o de obra? He fortalecido la auto-
ridad de mi cnyuge, evitando reprender, contrade-
cirle o discutirle delante de los hijos?
Le he desobedecido o injuriado? He dado con
ello mal ejemplo?
Me quejo delante de la familia de la carga que
suponen las obligaciones domsticas?
He dejado demasiado tiempo solo a mi consorte?
He procurado avivar la fe en la Providencia y
ganar lo suficiente para poder tener o educar ms
hijos?
Pudiendo hacerlo he dejado de ayudar a mis
parientes en sus necesidades espirituales o materia-
les?
70
QUINTO MANDAMIENTO
71
Me he embriagado, bebido con exceso o tomado
drogas?
Me he dejado dominar por la gula, es decir, por
el placer de comer y beber ms all de lo razonable?
Me he deseado la muerte sin someterme a la
Providencia de Dios?
Me he preocupado del bien del prjimo, avisn-
dole del peligro material o espiritual en que se en-
cuentra o corrigindole como pide la caridad cris-
tiana?
He descuidado mi trabajo, faltando a la justi-
cia en cosas importantes? Estoy dispuesto a repa-
rar el dao que se haya seguido?
Procuro acabar bien el trabajo, pensando que a
Dios no se le deben ofrecer cosas mal hechas? Rea-
lizo el trabajo con la debida pericia y preparacin?
He abusado de la confianza de mis superiores?
He perjudicado a mis superiores o subordinados o
a otras personas hacindoles un dao grave?
Facilito el trabajo o estudio de los dems o lo
entorpezco de algn modo, vg., con rencillas, derro-
tismo, interrupciones, etc.?
He sido perezoso en el cumplimiento de mis de-
beres? Retraso con frecuencia el momento de po-
nerme a trabajar o estudiar?
Tolero abusos o injusticias que tengo obligacin
de impedir?
He dejado, por pereza, que se produzcan graves
daos en mi trabajo? He descuidado mi rendimien-
to en cosas importantes con perjuicio de aquellos
para quienes trabajo?
72
SEXTO Y NOVENO MANDAMIENTOS
73
xo? Haba alguna circunstancia de parentesco, etc.,
que le diera especial gravedad? Tuvieron consecuen-
cias esas relaciones? Hice algo para impedirlas?
Despus de haberse formado la nueva vida? He co-
metido algn otro pecado contra la pureza?
Tengo amistades que son ocasin habitual de
pecado? Estoy dispuesto a dejarlas?
En el noviazgo, es el amor verdadero la razn
fundamental de esas relaciones? Tengo el constante
y alegre sacrificio de no poner el cario en el peli-
gro de pecar? Degrado el amor humano confundin-
dolo con el egosmo y con el placer?
El noviazgo debe ser una ocasin de ahondar en
el afecto y en el conocimiento mutuo me mueve el
afn de posesin o el espritu de entrega, de com-
prensin, de respeto, de delicadeza?
Me acerco con ms frecuencia al sacramento
de la Penitencia durante el noviazgo para tener ms
gracia de Dios? Me ha alejado de Dios mi noviazgo?
Esposos
74
c"He tomado frmacos para evitar los hijos? He
inducido a otras personas a que los tomen? He in-
fluido de alguna manera consejos, bromas, actitu-
des, etc. en crear un ambiente antinatalista?
SEPTIMO Y DECIMO
MANDAMIENTOS Y 5? DE LA IGLESIA
75
He llevado con sentido cristiano la carencia de
cosas necesarias?
He defraudado a mi esposa en los bienes?
Retengo o retraso indebidamente el pago de jor-
nales o sueldos?
Retribuyo con justicia el trabajo de los dems?
Me he dejado llevar del favoritismo, acepcin de
personas, faltando a la justicia, en el desempeo de
cargos o funciones pblicas?
Cumplo con exactitud los deberes sociales, vg.,
pago de seguros sociales, etc., con mis empleados?
He abusado de la ley, con perjuicio de tercero, para
evitar el pago de los seguros sociales?
He pagado los impuestos que son de justicia?
He evitado o procurado evitar, pudiendo hacer-
lo desde el cargo que ocupo, las injusticias, los es-
cndalos, hurtos, venganzas, fraudes y dems abu-
sos que daan la convivencia social?
He prestado mi apoyo a programas de accin
social y poltica inmorales y anticristianos?
OCTAVO MANDAMIENTO
76
He reparado de alguna manera, vg., hablando de
modo positivo de esa persona?
77
He revelado secretos sin justa causa? He he-
cho uso en provecho personal de lo que saba por
silencio de oficio? He reparado el dao que caus
con mi actuacin?
He abierto o ledo correspondencia u otros es-
n,,nt
critos que por su modo d e des-
prende que sus dueos no ...
He escuchado conversaciones contra la voluntad
de los que las mantenan?
78
I N D I C E
El pecador 5
El pecado 11
La misericordia de Dios 19
La conversin 22
Las recetas 24
El examen de conciencia 27
El arrepentimiento 32
El propsito de enmienda 36
Cumplir la penitencia 47
En este mundo 51
La sexta semana 56
1 . _ VOCACION CRISTIANA
Josemara Escriv de Balaguer