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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Tercera serie, núm.

42, primer
semestre 2015, pp. 125-153

“Facundo Quiroga rehabilitado”. Una aproximación al contexto de


producción, repercusiones y aportes historiográficos del libro de David
Peña (1906)

María Gabriela Micheletti

Artículo recibido: 30 de mayo de 2014


Aprobación final: 19 de diciembre de 2014

Vate Peña: ¡No es nieto de Juan Facundo Quiroga!1


Francisco Barroetaveña

Introducción

Cuando en 1906 fue propuesta en la Junta de Historia y Numismática Americana (actual


Academia Nacional de la Historia) la candidatura de David Peña como miembro de número,
se generó cierto revuelo entre quienes frecuentaban ese cenáculo de eruditos estudiosos del
pasado.2 Las objeciones al nombramiento se centraban en el libro que acababa de publicar el
candidato aludido, en el que éste hacía la defensa del caudillo riojano Juan Facundo Quiroga,
y que en realidad consistía en la versión escrita de la serie de quince conferencias que había


IH-IDEHESI/CONICET.
1
Archivo de la Academia Nacional de la Historia (AANH), Fondo David Peña (FDP), Caja 2, “Nota de
Francisco Barroetaveña a David Peña”, 6 de septiembre de 1919. Barroetaveña tenía por costumbre dirigirse a su
amigo a través de la fórmula “Vate Peña”.
2
La JHNA fue fundada en 1893 por Bartolomé Mitre y otras personalidades distinguidas, y durante sus primeros
años revistió las características de la tertulia académica de elite. Un estudio detallado sobre la historia, orígenes y
evolución de esta institución en: Academia Nacional de la Historia, La Junta de Historia y Numismática
Americana y el movimiento historiográfico en la Argentina (1893-1938), t. I, Buenos Aires, ANH, 1995.
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pronunciado tres años antes como profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la


Universidad de Buenos Aires.

Este episodio, a menudo recordado por los historiadores de la historiografía argentina, ha


contribuido a ubicarlo a Peña entre los escritores considerados pre-revisionistas (como Adolfo
Saldías y Ernesto Quesada), en la línea de los antecedentes del revisionismo histórico que
eclosionó en los años treinta.3

Menos se han explorado, en cambio, las circunstancias en que se produjo la aparición de


la obra de Peña, y las repercusiones que generó en la prensa, así como su posible influencia en
otros espacios de intercambio intelectual, incluso más allá de los límites nacionales. Tampoco
se ha indagado la valoración del propio autor sobre su obra ni ahondado en la vigencia que
esta última siguió teniendo a través de los años y puesta de manifiesto a través de sucesivas
reediciones. Este artículo procura desentrañar algunos de esos interrogantes que subsisten en
torno al Juan Facundo Quiroga de David Peña. Para ello, echa mano de los archivos
personales de David Peña que se conservan en la Academia Nacional de la Historia y en el
Museo Histórico Provincial de Rosario “Dr. Julio Marc”, que reúnen una nutrida
documentación de fuentes heterogéneas que incluyen borradores y manuscritos, recortes
periodísticos e intercambios epistolares mantenidos por el autor con otros historiadores e
intelectuales de la época. Se trata de fondos documentales hasta ahora poco visitados por los
historiadores4, por lo que a través de esta investigación se espera contribuir a un mejor
conocimiento de la obra historiográfica de David Peña, al ponerla en relación, por un lado,
con escritos de carácter privado del autor y, por otro lado, con un conjunto de publicaciones

3
Fernando Devoto vincula a David Peña con los posibles “revisionistas” anteriores al revisionismo histórico
argentino. Resulta importante remarcar que esos tempranos “revisionistas”, aunque plantearon la mayoría de los
tópicos que luego serían retomados y desarrollados por el revisionismo propiamente dicho, no supusieron una
ruptura con la tradición liberal. En este sentido, la revisión de la historia que ellos promovieron, en tanto que
operación historiográfica –la aplicación de un método basado en la objetividad histórica y la compulsa
documental--, se diferenció de la operación política que abiertamente supuso el revisionismo de los años treinta
como impugnación del liberalismo y democratismo del sistema republicano argentino. Ver: Fernando Devoto y
Nora Pagano, Historia de la historiografía argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2009, pp. 203-205, y José
Carlos Chiaramonte, “Revisión del revisionismo: orígenes del revisionismo histórico argentino”, en Usos
políticos de la historia. Lenguaje de clases y revisionismo histórico, Buenos Aires, Sudamericana, 2013, pp. 145-
179.
4
Entre los autores que han buceado previamente estos archivos, aunque con un objetivo fundamentalmente
biográfico, cabe mencionar a Leopoldo Kanner, autor de varios trabajos sobre la vida de David Peña. La
utilización de estas fuentes desde una perspectiva historiográfica ha sido, en tanto, escasa.
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de la época que encierran valoraciones sobre el Juan Facundo Quiroga y que fueron, en
algunos casos, recopiladas por el mismo Peña y, en otros, rastreadas para este trabajo.5

El autor

Dos años antes de morir en 1930, David Peña fue instado a responder, para la popular
revista de noticias sociales y de actualidad El Hogar, una encuesta cuya resolución, a juicio
del requerido, alcanzó los contornos de una auténtica “autobiografía”. 6 Allí, refería su
nacimiento (1862) en momentos de “reorganizarse la República y ser establecida la unidad
nacional, es decir, cuando el primer presidente constitucional, general Urquiza, resolvía ceder
el gobierno a Buenos Aires para poner término a la separación […].” Para 1928, Peña se
reconocía ya “viejo”, y con mucho “déficit” en el haber de sus realizaciones.7

La breve “autobiografía” de Peña revela, por empezar, que el autor no se percibía como un
historiador profesional, o como un hombre que se hubiese dedicado de manera prioritaria a la
escritura de la historia, lo que guarda relación con el momento que le tocó vivir buena parte
de su vida, previo a la etapa de profesionalización de la disciplina. 8 Es indudable, en cambio,
que se autopercibía como un hombre público, con una actuación vinculada al ámbito de la
política, ya que es a este aspecto al que dedica sus principales y más detallados recuerdos.
También resulta evidente su interés por mostrarse próximo a las figuras argentinas más
destacadas de las últimas décadas del siglo XIX y de las primeras del XX, como forma de
5
En la actualidad, la historia de la historiografía es concebida como un campo de estudios que excede el análisis
de la producción histórica propiamente dicha, para abarcar también diversos productos intelectuales, discursos,
ideas, imágenes, instituciones, operaciones realizadas a través del Estado, monumentos, etc. Desde esta
perspectiva, las fuentes disponibles para ser utilizadas se han ampliado y pueden incluir desde las clásicas obras
de historiografía hasta documentación oficial, manuales escolares, obras de ficción, publicaciones periódicas,
películas, datos estadísticos, planes de estudio, cartas, memorias, etc. Ver: Alejandro Cattaruzza, “Por una
historia de la historia”, en Alejandro Cattaruzza y Alejandro Eujanián, Políticas de la historia. Argentina 1860-
1960, Buenos Aires, Alianza, 2003, pp. 194-195 y 212.
6
El hallazgo de este escrito –aún siendo breve- resultó sugerente para esta investigación, aunque su análisis
merece algunas consideraciones. Indudablemente menospreciado como género hasta hace unos años, en los
últimos tiempos ha sido revalorizada la utilidad de los textos autobiográficos de los historiadores como fuente de
historia intelectual y, más particularmente, como plataformas privilegiadas para una mayor comprensión de la
evolución de la disciplina. Inclusive han surgido términos como ego historia y autobiografía académica que
buscan realzar las potencialidades que pueden encontrarse encerradas en un escrito de carácter autobiográfico.
Ver: Jaume Aurell, “Del logocentrismo a la textualidad: la autobiografía académica como intervención
historiográfica”, Edad Media. Revista de Historia, núm. 9, Universidad de Valladolid, 2008, pp. 193-222.
7
AANH, FDP, Caja 3, “Junio 16 de 1928.”
8
En la Argentina se ha considerado como el primer grupo de historiadores profesionales –o más bien, como los
responsables de crear la historiografía profesional en el país- a los integrantes de la llamada Nueva Escuela
Histórica, la que se hizo visible hacia mediados de la segunda década del siglo XX, y que dio un significativo
impulso a los estudios históricos, teniendo su período de auge en las décadas de los años veinte y treinta.
Fernando Devoto y Nora Pagano, op. cit., pp. 139-200.
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acrecentar su propio capital político y social. Luego de recordar el especial nexo –casi filial--
con Juan Bautista Alberdi, de quien se desempeñó como “confidente y secretario”,
mencionaba su relación con otras personalidades –Victorino de la Plaza, Bernardo de
Irigoyen, José Gálvez, Julio A. Roca, Marco Avellaneda, Indalecio Gómez y José Figueroa
Alcorta- y concluía: “Me han favorecido con su trato, amistad y con sus cartas, varios
presidentes de la República, –casi todos-, desde Mitre a Sarmiento, de Avellaneda a Roca; de
ambos Sáenz Peña a Pellegrini y desde Plaza a Alvear.”9

Recién luego de ese posicionamiento entre los notables de la época, Peña se ocupaba de
aludir a su labor intelectual, por la que es actualmente, sin embargo, más recordado, ya que
como él mismo reconociera, sólo había ocupado breves puestos en la administración pública
nacional. Peña mencionaba, en primer término, su fecunda actividad periodística: “He actuado
en el periodismo desde mis primeros años. He fundado en Buenos Aires Las Novedades,
Diario Nuevo y la revista Atlántida (13 tomos); en Santa Fe, Nueva Época; en Rosario, La
Época y Revista Argentina.” A continuación, y de una manera por demás escueta, pero que
procuraba resultar contundente por la elocuencia de las cifras, refería su labor literaria y de
historiador: “Dejo 30 obras teatrales y 5 tomos de historia y literatura, de 500 páginas cada
tomo. Por todo, 8 tomos.” Y, enseguida, como si los frutos del intelecto y los de la sangre
debieran de alguna manera encontrarse ligados, agregaba: “Tengo seis hijos y seis nietos.”
Finalizaba Peña su escrito con una especie de testamento espiritual a los suyos, en el que
resaltaba la fuerza del amor, y en el que afirmaba haber manejado millones y no haber
conocido, sin embargo, hombre más pobre que él. Su pasión por la literatura, lo haría
imaginar de la siguiente manera su postrer morada: “Si hay un más allá o si al incorporarme al
Cosmos puedo elegir el lugar de mi preferencia y pedir una compañía excelsa, tengo por
seguro que ha de ser un sitio claro, manso y armónico y que querré estar donde vaguen las
sombras de Dante y de Shakespeare, para oír como discurren durante la quietud eterna!”10

Profundo admirador de Shakespeare, Peña fue, efectivamente, un destacado autor en el


género dramático, y puede ser considerado el iniciador del drama histórico en nuestro país.
Entre las obras de este tipo que escribió (Liniers, Dorrego, Alvear), también se cuenta un
Facundo, estrenado en el Teatro Argentino en diciembre de 1906, como corolario de la
9
AANH, FDP, Caja 3, “Junio 16…”, cit. En el mismo archivo se conserva otro texto de Peña en el que de modo
similar –y aun, de manera más detallada- destaca sus vínculos con los políticos más importantes de su época.
AANH, FDP, Caja 12, “Prospecto. Obras de Historia Argentina.”
10
AANH, FDP, Caja 3, “Junio 16…”, cit.
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exposición pública que hizo ese año de sus ideas acerca del caudillo. Entre sus obras
históricas se cuentan: Viaje político del Dr. Bernardo de Irigoyen al interior de la República;
Historia de las leyes de la Nación Argentina. Digesto anotado y concordado en orden
cronológico, alfabético y por materias de 1810 a 1916 y, la que ha gozado de mayor
trascendencia, Juan Facundo Quiroga. Conferencias en la facultad de filosofía y letras.
Contribución al estudio de los caudillos argentinos. Participó además Peña de un importante
proyecto editorial, La Biblioteca Internacional de Obras Famosas (Sociedad Internacional,
Londres, 24 volúmenes), que reunía reconocidas producciones literarias de todo el mundo, y
en el que intervinieron como recopiladores –al igual que Peña- una serie de personalidades del
campo de las letras de diversos países, tales como Marcelino Menéndez y Pelayo y José
Enrique Rodó. Le cupo ocupar a Peña, además, el cargo de secretario general de la Comisión
Nacional del Centenario, en el que desarrolló una laboriosa función.

Su vida transcurrió entre las ciudades de Rosario, Santa Fe y Buenos Aires. Nacido en
Rosario, por cuestiones familiares debió trasladarse David Peña de niño a Buenos Aires, en
donde comenzó sus estudios en escuelas particulares y en el Colegio Nacional de esa ciudad.
De regreso a su ciudad natal, pudo continuar su formación en el Colegio Nacional que
acababa de ser establecido en Rosario. Más tarde estudió Derecho en la Universidad de
Buenos Aires, ciudad de la que se alejó nuevamente, pero a la que regresó para radicarse
sobre el final del siglo diecinueve. Su principal actividad política la desarrolló durante la
segunda mitad de la década de 1880, como secretario personal del gobernador santafesino
José Gálvez y director del periódico oficialista Nueva Época de Santa Fe. Por esos años se
desempeñó también como legislador y convencional constituyente provincial.11

El inicio de la defensa de Quiroga. Las conferencias

A poco de su retorno a la capital de la República, David Peña fue nombrado en 1899


profesor suplente de Historia Argentina, en la recientemente creada Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad de Buenos Aires (1896). La fundación de esta institución se había
llevado adelante con la idea de revertir la tendencia profesionalista de los estudios

11
Aspectos de la personalidad y obra de David Peña pueden encontrarse en: Leopoldo Kanner, Ideas
historiográficas de David Peña, Santa Fe, Imprenta de la UNL, 1957, David Peña y los orígenes del
Colegio Nacional de Rosario, Rosario, Banco Provincial de Santa Fe. Casa Rosario, 1974, y Proceridad y
niñez de David Peña, Separata del Boletín de la Academia Nacional de la Historia, vol. XXXVIII, Buenos
Aires, 1965.
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universitarios en el país, y con el objetivo de que la Facultad se constituyera en un centro de


reflexión y de generación de nuevos conocimientos sobre los problemas nacionales. 12 En ese
ámbito Peña se mantuvo durante treinta años, y llegó a ser consejero y académico. Y allí fue
en donde pronunció sus célebres conferencias de 1903, acerca del tema del caudillismo y de la
figura de Juan Facundo Quiroga, que parecieron responder acabadamente a aquel objetivo de
sacudir al movimiento intelectual argentino.

En su calidad de conferencista, una noticia periodística de la época presentaba a David


Peña como un “conferenciante perfecto”, por “la sencillez de la exposición, aunque henchida
de ideas, la dicción fluente sin una sola equivocación aunque no tiene papel por delante, la
sobriedad, casi diríase la austeridad del gesto”. La nota, además, daba cuenta de las polémicas
que suscitaban las lecciones de Peña, al explicar que:
[…] interpreta la materia desde un punto de vista personalísimo con marcada tendencia a
deshacerse de las opiniones hechas para escudriñar los fenómenos históricos por criterio propio.
Esto, naturalmente, puede dar motivo a controversias, en las cuales una persona imparcial no
podría decidirse por una o por otra de las opiniones más encontradas que se pueden sostener con
argumentos igualmente plausibles. Es que la historia no es una ciencia en el sentido más
estrecho de la palabra, pues pertenece al mundo moral, en el cual hay una cantidad infinita de
incógnitas contra otra muy pequeña de ecuaciones, y las leyes que producen fenómenos
históricos, son tantas, que la mayor parte de ellas quedan en la sombra para la posteridad. Esta
debe y puede formar su criterio solamente con el escaso material que encuentra a mano. 13

Esta visión moralizante y antipositivista de la historia, sostenida en este artículo


periodístico, había comenzado a desarrollarse en la Argentina desde fines del siglo XIX, y se
haría más fuerte en torno al nacionalismo cultural del Centenario. Con estas ideas, se buscaba
justificar que, aunque se pudiera “aprobar o desaprobar” el punto de vista y las deducciones
de Peña, se debía admirar “el afanoso empeño en descubrir la verdad para emitir con
ecuanimidad sus juicios sobre hombres y épocas y darnos la enseñanza filosófica del pasado”,
y se sostenía que por más que Peña no llegara “a hacer cambiar los juicios simbólicos-
sintéticos de la historia que la mayoría acepta ya formados”, de ningún modo se podría
“despreciar o ignorar en lo sucesivo” su opinión.14

Lo que el artículo dejaba entrever de una manera sutil, se correspondía en realidad con el
verdadero alboroto causado por las conferencias de Peña en el seno de Filosofía y Letras. Sus

12
Según Buchbinder, esos objetivos se presentaron, en la práctica, bastante difíciles de cumplir durante las
primeras décadas de vida de la Facultad. Pablo Buchbinder, Historia de la Facultad de Filosofía y Letras.
Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, Eudeba, 1997, pp. 26-30, 32-33 y 44.
13
AANH, FDP, Libro 3, “Conferenciantes y conferencias”
14
Ibídem.
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quince lecciones de 1903 lograron concitar gran interés y atraer buena cantidad de oyentes.
Pero también despertaron importantes reparos, y se hicieron llegar denuncias hasta las
autoridades universitarias, quienes asistieron como veedoras a la tercera clase, para
comprobar el tenor de las afirmaciones de Peña. Lo que acontecía era que el profesor suplente
de Historia Argentina, de poco más de cuarenta años, se había animado a tratar el espinoso
tema del caudillismo, centrando sus reflexiones en la figura del riojano Juan Facundo Quiroga
y refutando, en su desarrollo, los juicios sentados por Domingo Faustino Sarmiento (1811-
1888) en su célebre Facundo (1845). A través de un esfuerzo de revisión histórica, Peña
pretendía modificar la imagen que había forjado la tradición liberal acerca de la actuación de
los caudillos, y rehabilitar a quien la pluma del sanjuanino había constituido en el prototipo
del caudillo sanguinario. Resulta fácil suponer que Peña ya había previsto que sus lecciones
generarían inquietud, y por eso se había anticipado a las reacciones, según lo evidencia la nota
que había dirigido al decano de la Facultad, Miguel Cané (1851-1905), poco antes de iniciar
el dictado del curso de 1903. En dicha nota, Peña buscaba mostrar la continuidad de éste con
los de años anteriores –indicaba que en todos había tratado de explicar la historia de una
época a través de la figura de un héroe o caudillo, y últimamente se había ocupado de
Rivadavia-- y adelantaba que ese año lo dedicaría a Facundo al considerarlo clave, como
Sarmiento, para comprender el fenómeno de la guerra civil en la Argentina. La referencia a
Sarmiento, así como la inclusión de un largo listado bibliográfico como respaldo de sus
lecciones, parecían destinados a brindar tranquilidad sobre lo que pudiera enseñar. 15 La osadía
cometida por Peña con sus conferencias fue, a la vez, admirada y censurada, y si bien el
decano Miguel Cané debió a posteriori admitir que se había tratado de un “ensayo de
reivindicación de uno de nuestros más sombríos personajes, hecho por un joven profesor […]
lleno de brío y talento”, agregó también que se trataba de un ensayo “más brillante que
eficaz”, y reconvino que no se debía “chocar sin necesidad, contra opiniones y sentimientos
que son la base del organismo social”.16

Un libro atrevido y una polémica anunciada


Las conferencias de Peña habían logrado generar el suficiente ruido como para prever que
su publicación en un libro no pasaría inadvertida. Por eso, los anuncios periodísticos que en
mayo de 1906 se difundieron con el fin de publicitarlo, jugaron con ese factor para suscitar el
15
La nota de Peña a Cané ha sido analizada por Buchbinder. Pablo Buchbinder, op. cit., p. 63.
16
David Peña reprodujo las expresiones de Cané en la Advertencia con la que dio inicio a su libro. David Peña,
Contribución al estudio de los caudillos argentinos. Juan Facundo Quiroga. Conferencias en la Facultad de
Filosofía y Letras (con ampliaciones y notas), Buenos Aires, Coni, 1906, pp. VII-VIII.
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interés de los potenciales lectores. Así, la casa editora de Coni Hnos. daba a conocer, el día
anterior al de la aparición del Juan Facundo Quiroga, que el libro reproducía en lo sustancial
las conferencias pronunciadas tres años antes por su autor y que “tan calurosos aplausos”
habían recibido, “no sólo por la belleza literaria de la forma, sino, particularmente, por el
nuevo aspecto con que presentara a este caudillo, merced a una profusa documentación,
inédita en su casi totalidad, y que transforma tan radicalmente el concepto del mismo,
modelado por Sarmiento en su popular Facundo, que fue una real y grata sorpresa para su
auditorio.”17 El mismo día de la aparición del libro, por otra parte, una nota publicada en El
Tiempo completaba la idea, al vaticinar que “el nuevo libro está llamado a producir
controversias históricas dado el nuevo aspecto en que presenta el doctor Peña a Facundo”.18

Pero si esto era lo que prometían los breves anuncios publicitarios divulgados en el
momento de la aparición del libro, ya desde meses antes se venía llamando la atención en los
ambientes intelectuales acerca del novedoso enfoque y aportes que encerraba el libro que
Peña tenía en preparación. Posiblemente a solicitud del mismo autor, R.M. (¿José María
Ramos Mejía?) publicó en marzo de 1906 un comentario elogioso bajo el título: “Un libro de
resonancia. Facundo Quiroga rehabilitado. Especial para El Tiempo”. En ese artículo se
ponderaba la actitud de Peña de buscar “corregir los crueles juicios de la historia y rehabilitar
la memoria de un antepasado con quien no lo vincula ningún lazo de parentesco, ni de amistad
con sus descendientes”.19 Este comentario dejaba traslucir una característica que a menudo
distinguía a los textos históricos de carácter reivindicatorio que se habían comenzado a
escribir desde fines del siglo XIX: una buena parte de ellos eran elaborados por descendientes
del personaje puesto en entredicho, con el objetivo de rehabilitarlo y limpiar el buen nombre
de la familia.20 Por eso, la ausencia de este rasgo en la obra de Peña era un aspecto a destacar
para el articulista, quien continuaba:
Remover montones de pergaminos empolvados, aguzar la inteligencia para no errar el juicio,
evitar la parcialidad que trasluce a través del convencional concepto adquirido en el aula,
desbaratar incongruos dictámenes de contemporáneos que no escaparon a la influencia
disolvente de prevenciones y odios personales, y, finalmente, hacer resurgir de las sombras del
pasado una figura que no es la que conocemos, una figura histórica que no merece la aversión
implacable que le ha dedicado el pueblo, una personalidad vastísima, y no mezquina, ni cruel, ni
salvaje como la presentara un enemigo turbulento y a su propia vez no falto de reproche, he ahí

17
AANH, FDP, Libro 3, “Bibliografía”
18
AANH, FDP, Libro 3, “Juan Facundo Quiroga. El libro del Dr. David Peña”
19
AANH, FDP, Libro 3, “Un libro de resonancia. Facundo Quiroga rehabilitado. Especial para El Tiempo.”
20
Fernando Devoto y Nora Pagano, op. cit., pp. 53-54.
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una tarea noble, una obra encomiable, un esfuerzo casi titánico que basta para rescatar los
livianos errores de quien ha osado y querido emprenderlo. 21

Como puede advertirse, en la última parte de la frase el autor del artículo aludía a
Sarmiento, a quien más adelante definía como el “Alejandro Dumas argentino, temperamento
impetuoso y ardiente, que juzgaba a los hombres y los hechos de su época según sus nervios y
al azar de sus arranques pasionales”. Frente a ese relato sarmientino subjetivo, la obra de Peña
era presentada como desprovista de “apasionamiento personal” y de “apreciación propia,
fuera de la rigurosa autenticidad de las notas en que se apoya. Todo ello es historia, y la
novela que demuele no puede reivindicar ya esa cualidad suprema que nunca ha tenido.”22

También en la prestigiosa Revista de Derecho, Historia y Letras –fundada por Estanislao


Zeballos en 1898- se publicó en 1906 a modo de adelanto el primer capítulo del libro de
David Peña, acompañado de un breve comentario que ayudaba a contextualizar sus alcances
desde el punto de vista historiográfico. Aún cuando Zeballos (1854-1923) evitaba definirse en
cuanto al posicionamiento adoptado por el autor del Juan Facundo Quiroga, advertía
acertadamente la importancia que revestía este libro para la disciplina histórica, que desde las
obras fundadoras de Bartolomé Mitre y Vicente F. López parecía no haber experimentado
avances de significación.23 No era un apoyo menor el hecho de que el reconocido intelectual
plasmara en su revista, acerca de Peña, conceptos como el siguiente:
Cualesquiera que sea el juicio definitivo sobre su trabajo, digno de una crítica acrisolada, él
rompió el silencio y la inacción reinantes en materia de historia nacional. Cristalizada ésta en las
obras prestigiosas de Mitre y de López y en algunas monografías o biografías, la obra del
historiador argentino, apenas abierta, está paralizada. […] La obra próxima a aparecer del doctor
Peña [abre] el debate y la comprobación sobre una época trágica e interesantísima de la vida
nacional, a la vez que [trae] a juicio la propaganda libertadora y sociológica, turbulenta,
apasionada, pero fundadora de Sarmiento, con sus grandes y resplandecientes bocetos de
hombres y de caracteres. El Facundo no fue un libro de ciencia, sino de política. En este
concepto debe ser examinado, reservando la admiración incondicional para el empuje homérico
y genial del autor. El doctor Peña nos ofrecerá pronto todo su bagaje y será el momento de
poner en la balanza de la crítica histórica al Facundo valeroso de los llanos y a su iracundo
fulminador, el Facundo literario.24

Ambos artículos, el publicado en El Tiempo y el de la Revista de Derecho, Historia y


Letras, coincidían en el diferente valor que debía atribuirse desde el punto de vista histórico a
21
AANH, FDP, Libro 3, “Un libro de resonancia…”, cit.
22
Ibídem.
23
Para una caracterización del momento historiográfico transcurrido entre la década de 1880 y la época del
Centenario de la Revolución de Mayo y la vigencia que durante ese lapso mantuvieron las obras de Mitre y
López: Tulio Halperin Donghi, “La Historiografía: treinta años en busca de un rumbo”, en Gustavo Ferrari y
Ezequiel Gallo, La Argentina del Ochenta al Centenario, Buenos Aires, Sudamericana, 1980.
24
“Juan Facundo Quiroga”, Revista de Derecho, Historia y Letras, t. XXIV, Buenos Aires, Imprenta, Litografía y
Encuadernación de J. Peuser, 1906, p. 498.
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cada uno de los dos libros referidos al caudillo riojano, ya que mientras el Facundo de
Sarmiento era un escrito de carácter literario, elaborado además con un claro objetivo político,
la obra de Peña reunía los atributos indispensables para ser considerada un verdadero libro de
historia, esto es, según el paradigma historiográfico rankeano vigente, estar basada en
documentos sometidos a crítica y evitar los juicios de moral. Ambos comentarios, también,
concordaban en la apreciación de que el libro de Peña no era un libro de historia más, entre
los muchos que se habían escrito en los últimos años siguiendo los caminos trazados por
Mitre y López desde mediados del siglo XIX, sino que reunía ciertas notas singulares que lo
distinguían como un modo de hacer historia que se apartaba de la historia testimonial o
familiar decimonónica y que aportaba una visión de la historia argentina que aparecía como
superadora de la provista por aquellas escuelas. En este sentido, la imagen negativa de los
caudillos provinciales, pergeñada por Sarmiento, López y –en menor medida-- Mitre, y que se
venía repitiendo en aulas y escritos de manera acrítica 25, resultaba fuertemente cuestionada en
la obra de David Peña que, con ello, demostraba que todavía había mucho por decir y por
revisar en la historia argentina.

Las noticias y comentarios mencionados en este apartado, por otra parte, sirven para
testimoniar que el libro de David Peña, ya desde antes de su publicación, fue presentado con
un aire de controvertida novedad que invitaba a la polémica y al debate.

Vínculos epistolares entre historiadores “revisionistas”

Las noticias sobre la aparición del Juan Facundo Quiroga también llamaron la atención
de algunos escritores de la historia que, al igual que David Peña, se habían empeñado en
revisar los juicios vertidos por los historiadores consagrados, con el objetivo de generar otras
miradas sobre el pasado. Son considerados “revisionistas”, no porque puedan ser asimilados a
quienes impulsaron el movimiento historiográfico que se desarrolló en el país a partir de los
años treinta –ya que su formación intelectual, su adscripción ideológica y sus objetivos, eran
divergentes- sino porque en sus escritos incoaron algunas ideas, como la reivindicación de
figuras del panteón federal, que luego serían retomadas y profundizadas por aquéllos (si bien
desde una perspectiva antiliberal y marcada por un fuerte móvil político).

25
Pablo Buchbinder, “Caudillos y caudillismo: una perspectiva historiográfica”, en Noemí Goldman y Ricardo
Salvatore (comps.), Caudillismos rioplatenses. Nuevas miradas a un viejo problema, Buenos Aires, Eudeba,
2005, pp. 32-39.
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Enterados de la publicación de la obra, algunos de estos primeros “revisionistas” se


pusieron en contacto con el autor, de manera epistolar, para transmitirle sus expectativas e
impresiones. En este punto, conviene tener presente que los archivos de correspondencias
personales en los últimos años han contribuido a abrir nuevos horizontes a la investigación
histórica, por ejemplo, a través del estudio de redes intelectuales. Tal como ha sido señalado,
la carta muchas veces se convierte en la exposición del criterio del autor sobre un tema
histórico, obra científica o literaria, o puede servir para exponer su propio pensamiento sobre
el asunto más vario.26 Asimismo, sirve para saber con qué otros intelectuales un escritor se
carteaba o, dicho de otra manera, cuáles eran sus contactos –esporádicos o habituales- y ayuda
a delinear cuál era el camino o circuito seguido por la difusión de las ideas. Dentro de esta
perspectiva, consideramos aquí al epistolario de David Peña, que conserva –entre muchos
otros corresponsales- cartas de Adolfo Saldías, José Ingenieros, Ernesto Quesada, Ricardo
Rojas, Carlos Ibarguren, Manuel Gálvez y de los paraguayos Juan E. O’Leary y Juan
Stefanich, es decir, un conjunto de historiadores que encarnaron (aunque desde un amplio
arco de ideas) posiciones de revisión histórica. De entre ellos, fueron Ingenieros, Saldías y
O’Leary, en particular, quienes se refirieron en sus cartas al Quiroga.

Desde París le escribió a Peña su amigo José Ingenieros (1877-1925), que sin haber
podido aún leer la obra se mostraba lo mismo muy interesado a partir de las noticias que había
recibido acerca de la publicación. El médico y sociólogo de ideas socialistas, y escritor del
positivismo27, manifestaba en su carta al autor compartir similares puntos de vista acerca del
caudillismo y del federalismo, para lo que invocaba explícitamente el vocablo “revisión”, y le
ofrecía confeccionar una reseña bibliográfica para alguna revista o periódico europeo:
Por los diarios de Buenos Aires he sabido el éxito de su Quiroga.
Me interesa mucho; en mis escritos de crítica sociológica argentina (que seguramente usted no
conoce) me he manifestado siempre partidario de la revisión del proceso histórico a Rosas,
Quiroga y los federales, difamados durante medio siglo por los escritores unitarios. Con ello
quiero explicarle mi positivo interés por su libro.
Desde tan lejos sólo puedo ofrecerle un juicio bibliográfico en alguna publicación parisiense o
española.28

26
Antonio Mestre Sanchis, “La carta, fuente de conocimiento histórico”, Revista de Historia Moderna, núm. 18,
2000, pp. 13-26.
27
Según Oscar Terán, José Ingenieros construyó el discurso positivista más difundido dentro del campo cultural
argentino. Oscar Terán, Vida intelectual en el Buenos Aires fin-de-siglo (1880-1910). Derivas de la “cultura
científica”, Buenos Aires, FCE, 2008, p. 289.
28
AANH, FDP, Caja 1, “Carta de José Ingenieros a David Peña”, París, 1906.
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Al no haberlo aún leído, Ingenieros seguramente desconocía que en una nota al pie del
capítulo I del libro de Peña había una directa referencia a él, en la que el autor disentía
abiertamente con la idea que aparecía en un artículo suyo sobre comparar al caudillismo con
el sistema feudal y con su afirmación de que Quiroga había demostrado sumisión respecto de
Rosas.29 La tesis desarrollada por Peña en su libro, por el contrario, mostraba a Quiroga y a
Rosas como personajes antagónicos y responsabilizaba al segundo del asesinato del primero.

La misiva de Ingenieros a Peña no constituye un hecho aislado de intercambio epistolar


entre ambos. Mantenían ya previamente una relación de amistad, y ésta se prolongó en el
tiempo, como lo demuestra una serie de cartas que se despliegan a lo largo de las décadas del
diez y del veinte, y que revelan el mutuo aprecio personal e intelectual que se tenían.30

Una muy sugerente carta remitió a David Peña el historiador de Rosas y su época, Adolfo
Saldías (1849-1914)31, luego de devorar en día y medio el ejemplar que el autor había tenido
la deferencia de hacerle llegar, no bien el libro había salido de la imprenta, con una
dedicatoria en la que lo llamaba “maestro”. Los vínculos con Saldías al parecer venían de
lejos, de la época en la que éste frecuentaba la casa en la que un todavía niño David Peña
habitaba con un tío en Buenos Aires.32 En su carta, Saldías devolvía el cumplido y replicaba a
Peña: “Yo me coloco en las bancas de sus discípulos y me declaro complacido de escuchar la
palabra elocuente y vibrante del maestro.” Más adelante, seguía el juicio crítico y sincero que
Peña había solicitado –adviértase la preocupación de Peña por remitir precisamente a este
historiador su libro y por pedirle su opinión--, en el que Saldías señalaba algunas debilidades
de la obra que acababa de leer. En primer lugar, Saldías cuestionaba a Peña el haberse dejado
llevar por la imaginación en su afán reivindicatorio:

29
Peña se refería a Ingenieros como una personalidad “apreciable”, pero era severo en su juicio: “Yo tengo para
mí que no se puede intentar la crítica, mucho menos la sociología en la historia, sin conocer antes los hechos, es
decir, la historia.” David Peña, op. cit., pp. 19-21.
30
En el epistolario de Peña hemos podido detectar otras cinco cartas firmadas por Ingenieros, en las que salen a
luz diversos temas de interés común a estos dos intelectuales –ambos, profesores en la Facultad de Filosofía y
Letras de Buenos Aires, según las épocas--, quienes departen sobre publicaciones y revistas, escritos y
asociaciones culturales. AANH, FDP, Cajas 1 y 2, “Cartas de José Ingenieros a David Peña”, Buenos Aires, 16
de septiembre de 1914, 26 de enero de 1915, 13 de marzo de 1918, 26 de marzo de 1920 y 3 de febrero de 1925.
31
Adolfo Saldías publicó su Historia de Rosas y de su época en tres tomos (1881, 1884 y 1887), que luego
amplió en Historia de la Confederación Argentina (1892, 5 tomos). Saldías era liberal y seguidor de Mitre y
procuró continuar la labor historiográfica de éste en donde el biógrafo de Belgrano la había dejado. Con
honestidad intelectual buceó en archivos y presentó una imagen de Rosas y de su gobierno que le valió su
silenciamiento por parte de la intelectualidad argentina. Mitre lo cuestionó duramente y la prensa lo ignoró.
32
Huérfano de padre, David vivió durante algunos años de su infancia en Buenos Aires, a cargo de un tío.
Leopoldo Kanner, David Peña y los orígenes…, op. cit., p. 47.
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Me parece que tanto y tanto ha ojeado y revuelto y escudriñado y releído a Sarmiento para sacar
de este escritor argumentos en favor de su personaje, que lo ha imitado sin quererlo en sus
brillantes vuelos. Ya en esta pendiente ha desplegado Ud. las alas de su rica fantasía. Y cuando
se escribe libros de historia fuerza es defenderse de las espontaneidades del espíritu […] 33

En segundo término, Saldías marcaba algunas falencias al método seguido por Peña,
minucioso en los detalles y, en cambio, con ciertas lagunas en puntos relevantes que una más
atenta indagación en fuentes y archivos le hubiera permitido resolver convenientemente.

En tercer lugar, el biógrafo de Rosas y precursor en esta perspectiva de revisión histórica


seguida por Peña, vertía en la misiva sus propias ideas acerca del rol desempeñado por
Facundo Quiroga y reclamaba a su interlocutor una mejor caracterización del personaje:
Quiroga en esos días más que un hombre era una bandera. Muerto Ramírez que había sellado
con su sangre el Pacto inicial del año 1831, era él el que representaba en el Interior la
Federación roja, bárbara, informe como la han llamado, pero la Federación que se cimentó al
fin, cuando suavizadas las costumbres y transformados los hombres por las lecciones
sangrientas de la guerra civil, se tradujo en disposiciones constitucionales ese famoso Pacto
Federal que subscribió Rozas con los gobernadores del Litoral. Ud. sabe que los constituyentes
del 853 declamaron que ese Pacto era lo que determinaba el régimen de gobierno que debía
tener la nación.
Quizá por estas circunstancias que apunto, no ha acentuado Ud. la fisonomía y el carácter de su
protagonista. Haciéndose eco de las opiniones de los demás respecto de Quiroga, no ha
condensado la suya, de manera que podamos adelantar algo sobre lo ya escrito respecto de ese
singular personaje que quedará en nuestra historia, –mal que pese a sus detractores
especulativos, apasionados o ignorantes–, como la encarnación genuina de la primitiva
democracia argentina. Quiroga –como Ramírez– con su altruísmo generoso, con los yerros en el
camino erizado de sus peregrinaciones patrióticas, espera la justicia de la historia. 34

En el párrafo transcripto, Saldías llamaba la atención sobre un punto que en general había
pasado inadvertido hasta entonces para la historiografía liberal porteña, pero que ya algunos
historiadores provinciales habían comenzado a sacar a luz35: los caudillos se encontraban en la
génesis del sistema constitucional argentino y eran los forjadores de la república federal
consagrada en la Carta Fundamental de 1853. Estas ideas se encontraban también presentes en
el libro de David Peña, y serían retomadas algunos años más tarde por Emilio Ravignani y
otros exponentes de la Nueva Escuela Histórica. 36 Teniendo en cuenta estos antecedentes de
análisis y puesta en valor sobre el sistema federal y el rol desempeñado por los caudillos, los
avances realizados en los últimos años en la historia de la historiografía argentina y en la
historia de las historiografías provinciales han ayudado a fechar un “primer revisionismo”
33
AANH, FDP, Caja 1, “Carta de Adolfo Saldías a David Peña”, Buenos Aires, 24 de mayo de 1906.
34
Ibídem.
35
Ver María Gabriela Micheletti, “Primeros esfuerzos historiográficos en defensa de las provincias y sus
caudillos: la Historia de López, de Ramón Lassaga”, Revista de la Escuela de Historia, Facultad de
Humanidades, Universidad Nacional de Salta, núm. 9, Salta, 2010, pp. 91-118.
36
Pablo Buchbinder, “Caudillos y caudillismo…”, op. cit., pp. 42-46.
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entre fines del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX, llevado adelante por historiadores
provinciales e historiadores vinculados al proceso de profesionalización de la disciplina, lo
que permite complejizar los orígenes del revisionismo y descentrar la importancia que se le ha
atribuido a una supuesta eclosión del revisionismo histórico (desde esta nueva perspectiva,
más bien, un “segundo revisionismo”) en la década de los años treinta. 37 Tanto Saldías como
Peña habrían formado parte, entonces, de aquel primer revisionismo, si bien el
reposicionamiento que hace Saldías de la figura de Juan Manuel de Rosas no alcanza a Peña,
que en su libro mantiene una visión fuertemente negativa del Restaurador de las Leyes. En
este aspecto, Peña se ubicaría más bien en la línea de los historiadores provinciales, tales
como Ramón Lassaga, Benigno Tejeiro Martínez y Bernardo Frías, que sin abandonar la
posición historiográfica hegemónica de severo enjuiciamiento al rosismo habían comenzado a
reivindicar a los caudillos locales.38 La nota singular que distingue a Peña es que, mientras lo
usual de esos historiadores fue reivindicar a los personajes de su propia provincia 39, Peña
eligió en Quiroga a un personaje al que no parecía unirlo ningún sentimiento lugareño que
posibilitara ver en su libro una muestra de provincialismo.

Por último, para terminar con el análisis de la carta de Saldías, resta agregar que éste
señalaba en dónde radicaba a su entender el mayor mérito de Peña: había abierto el camino,
que otros podrían recorrer en busca de ulteriores conclusiones.

Aunque en el archivo Peña se conserva esta única carta entre los dos historiadores, resulta
importante en cuanto pone en relación a dos historiadores polémicos, que fueron en su
momento cuestionados –Saldías, más que Peña- por su visión de la historia.

Otra muy interesante carta llegó a David Peña desde Asunción. En este caso, su autor era
el historiador paraguayo Juan E. O’Leary (1879-1969), iniciador de la revisión de la historia
en su país. O’Leary pretendía desmontar los discursos históricos que prevalecían en el espacio
público paraguayo en los que se condenaba la actuación de Francisco Solano López, como
responsable de iniciar una guerra desastrosa para el país, y rehabilitar su figura, su actuación y

37
José Carlos Chiaramonte, op. cit., pp. 147-148.
38
Ramón Lassaga, Historia de López, Buenos Aires, Imprenta de Mayo, 1881, Benigno Tejeiro Martínez, El
general Ramírez en la historia de Entre Ríos, Buenos Aires, Imprenta de la “Nueva Revista de Buenos Aires”,
1885, y Bernardo Frías, Historia del general Güemes y de la provincia de Salta , Salta, El Cívico, 1902.
39
Benigno T. Martínez, quien rescató la figura de Francisco Ramírez, era español pero se encontraba radicado en
Entre Ríos.
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sobre todo el heroísmo paraguayo en una lucha desigual.40 A principios de 1907, en momentos
en que se difundía en Paraguay el libro de Peña, O’Leary le escribió a éste manifestándole la
comunión de ideas que advertía entre ambos:
Años hace que me consagro a una obra semejante desde las columnas de la prensa de mi país.
No le asombre, pues, mi actitud, que ella es hija del entusiasmo que no puede menos que
producirme esta afinidad entre su pensamiento y el mío. Cuan pocos son los hombres que, como
usted, se atreven a desafiar los prejuicios en nombre de la justicia histórica. […] Créame, pues,
su admirador y cuénteme en el número de los que le acompañan en su cruzada de vindicación
[…]41

Paralelamente, O’Leary estampó en su diario personal, acerca del Juan Facundo Quiroga,
las siguientes impresiones:
Hermoso libro. Su lectura me ha dejado una grata impresión. Quiroga resulta un prócer
argentino. Desvanecida la sangrienta leyenda forjada por Sarmiento queda la vida del grande
hombre, reducida a sus justas proporciones. […] La teoría de Peña se puede fácilmente aplicar
al Mariscal López. Un libro así de reivindicación es mi más constante preocupación. Alguna vez
lo haré.
Francamente me seducen los hombres que, como David Peña, defienden a los perseguidos, a
quienes se ceba el odio inconsciente de las multitudes. David Peña ha vindicado a Alberdi
levantándole un monumento en Buenos Aires. Y ahora vindica a Quiroga. Los dos hombres más
odiados de su país. Tiene que ser un alma fuerte. Y son pocos en la Argentina: Saldías y él. Y si
Rosas y Quiroga tienen sus panegiristas ¿No podrá tenerlos el Mariscal López? 42

En sus reflexiones, O’Leary asociaba a Peña con Saldías –otro de los corresponsales de
Peña, según se ha visto-, como los argentinos que más se habían destacado hasta el momento
en la vindicación de personajes censurados de la historia, y prometía su propia biografía sobre
Francisco Solano López, que se concretaría algunos años después (1920). Es más, en sus
palabras, el Quiroga de Peña parecería estar en la génesis de su idea de reivindicar a través de
un libro al más execrado de los gobernantes paraguayos, lo que permite extraer interesantes
conclusiones acerca de la circulación de ideas e influencias recíprocas existentes a principios
del siglo XX entre los historiadores de diversos países de América del Sur, y avanzar en la

40
Juan O’Leary, Recuerdos de Gloria, Asunción, Servilibro, 2008, y Liliana M. Brezzo, “El Centenario en
Paraguay: historiografía y responsabilidades nacionalistas (1897-1912)”, Anuario del Centro de Estudios
Históricos “Profesor Carlos S. A. Segreti”, núm. 4, Córdoba, 2004, pp. 62 y 64-66, y “En el mundo de Ariadna y
Penélope: hilos, tejidos y urdimbre del nacimiento de la historia en el Paraguay”, Estudio preliminar a: Cecilio
Báez - Juan E. O'Leary, Polémica sobre la historia del Paraguay (compilación de Ricardo Scavone Yegros y
Sebastián Scavone Yegros), Asunción, Tiempo de Historia, 2008, pp. 11-63.
41
BIBLIOTECA NACIONAL DEL PARAGUAY (BNP), COLECCIÓN JUAN E. O’LEARY (CJO),
Correspondencia Oficial y Privada, “Carta de Juan E. O’Leary a David Peña”, Asunción, enero de 1907. La
correspondencia epistolar entre O’Leary y Peña, iniciada con esta carta, se prolongó por más de veinte años. Al
respecto: Liliana M. Brezzo y María Gabriela Micheletti, “La revisión de la historia en Argentina y Paraguay.
Los vínculos interpersonales entre David Peña y Juan E. O’Leary”, XIV Jornadas Interescuelas / Departamentos
de Historia, Departamento de Historia, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza,
2-5 de octubre de 2013.
42
BNP, CJO, “Diario de Juan E. O’Leary”. Agradecemos especialmente a la Dra. Liliana Brezzo, el habernos
facilitado esta documentación, relevada durante sus investigaciones en los archivos de Asunción.
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hipótesis de un origen común o compartido para sus respectivos procesos de revisión


histórica.43

Las cartas de Ingenieros, Saldías y O’Leary a Peña, a poco de aparecido el Juan Facundo
Quiroga, permiten vislumbrar la existencia de un núcleo de historiadores comprometidos con
novedosas perspectivas de interpretación del pasado, deseosos de vincularse entre sí para
intercambiar ideas y experiencias afines, en una época que aún continuaba siendo de plena
vigencia de los cánones establecidos por las tradiciones historiográficas decimonónicas.
Revelan, en definitiva, la necesidad de estos autores de reafirmar de una manera privada, a un
interlocutor por el que sentían que serían comprendidos, afirmaciones y juicios que habían
vertido ya en escritos públicos y que habían suscitado rechazos y controversias. Y sirven, a la
vez, para revalorizar los epistolarios como fuente privilegiada de conocimiento histórico en el
campo de la historia de los intelectuales y en el de la historia de la historiografía.

Juan Facundo Quiroga44


En junio de 1906 apareció publicado, por la casa Coni Hnos. de Buenos Aires, el libro de
David Peña. Sin embargo, el haber podido tomar contacto con el manuscrito preparado por el
autor para la edición, nos permite suponer que éste barajó en algún momento otras
posibilidades editoriales, ya que en la carátula, escrita de su puño y letra, figura al pie:
“Buenos Aires, Arnoldo Moen y Hno. Editores, Florida 323, 1906”. 45 No resulta extraño que
Peña hubiese pensado para la impresión de sus conferencias en esta última editorial, que ya en
1885 había publicado su Viaje político del Dr. Bernardo de Irigoyen al Interior de la
República, y que el mismo año de 1906 publicaba un libro prologado por él para Rómulo
Carbia.46 Desconocemos, en cambio, los motivos que determinaron la opción final por Coni, a

43
Esta hipótesis ha quedado planteada en: Liliana M. Brezzo y María Gabriela Micheletti, op. cit.
44
Un núcleo de trabajos se ha detenido a analizar la obra de David Peña, tanto para considerarla como un
contrapunto a la obra de Sarmiento, como para estudiar en el marco de la historiografía argentina la evolución de
las ideas en torno al fenómeno del caudillismo. Consultar, entre otros: Armando Raúl Bazán, “La historiografía
riojana. Desde Sarmiento a David Peña. El esquema ideológico de ‘civilización y barbarie’, influencia y
refutación”, Investigaciones y ensayos, núm. 29, ANH, Buenos Aires, 1980, pp. 113-154; Pablo Buchbinder,
“Caudillos y caudillismo…”, op. cit.; y María Rosa Lojo, “Algunas relecturas del Facundo a fines del siglo
XIX”, Silabario. Revista de Estudios y Ensayos Geoculturales, núm. 7, Córdoba, agosto de 2004, pp. 33-46.
Disponible en: http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/algunas-relecturas-del-facundo-a-fines-del-siglo-
xix/html/c110748b-1bd5-4ceb-bc74-a522ff0a67a4_3.html.
45
Archivo del Museo Histórico Provincial de Rosario “Dr. Julio Marc” (AMHP), Documentos manuscritos
clasificados por Legajos personales: David Peña, Caja 1, “Juan Facundo Quiroga. Conferencias pronunciadas en
la Facultad de Filosofía y Letras, con ampliaciones y notas”.
46
El libro en cuestión es: Rómulo Carbia, San José de Flores: bosquejo histórico: 1609-1906 [con prólogo de
David Peña], Arnoldo Moen, 1906.
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la que siguió eligiendo para posteriores publicaciones, incluida la de la revista Atlántida


(1911-1914).

Tal como explicaba una nota periodística al día siguiente de la aparición de la obra de
David Peña –y que evitaba aventurar un juicio de valor--, el libro Juan Facundo Quiroga,
“primorosamente presentado”, consiste en un conjunto de quince capítulos, que reúnen las
conferencias pronunciadas por el autor en la Facultad, ampliadas, ilustradas con notas y con
un buen número de manuscritos.47

Los capítulos, que siguen un orden cronológico en cuanto a la vida del caudillo
biografiado, se encuentran precedidos por uno en el que se pone de manifiesto en forma
explícita la razón de ser del libro, consistente en refutar la versión sarmientina sobre Quiroga.
El esquema del libro es el siguiente: I.- Origen del Facundo; II.- Juventud de Quiroga; III.- La
conjuración de San Luis; IV.- En la Rioja; V.- El Congreso del año 24 y las minas de la Rioja;
VI.- La Madrid; VII.- Coneta, Tala y Rincón; VIII.- La unidad vencida; IX.- El general Paz;
X.- Entre la Tablada y Oncativo; XI.- En derrota; XII.- La campaña de Cuyo; XIII.- La
conquista del desierto. En Buenos Aires; XIV.- La misión al Norte; XV.- Barranca-Yaco.

Según parece desprenderse del capítulo I, la piedra de toque para historiar la vida de
Quiroga y buscar derribar la mítica figura construida por Sarmiento, la constituyó en Peña el
haber dado con el comentario crítico sobre el Facundo dirigido por Valentín Alsina a su
autor,48 así como con el descargo publicado por éste a esas críticas en la Carta-Prólogo a la
segunda edición de su obra (1851). Alsina había observado a Sarmiento una serie de
incorrecciones contenidas en su obra, y Sarmiento había reconocido que no se trataba de un
escrito histórico sino político, redactado con pasión, sin el auxilio de documentos a la mano y
al calor del momento, argumento con el que había defendido el mantenerlo tal cual lo había
concebido. Sin embargo, con los años, muchos seguidores –y un clima de ideas proclive--
habían hecho de ese texto una fuente de verdad histórica, por lo que habían desvirtuado su
carácter y la intencionalidad de su autor al componerlo. Peña se proponía restablecer esa
verdad histórica, para hacer surgir la auténtica imagen de Facundo Quiroga que había sido
desvirtuada por la otra, interesada, elaborada por Sarmiento. En ese proceso de rehabilitación,

47
AANH, FDP, Caja 4, “Bibliografía. Juan Facundo Quiroga. El libro del doctor David Peña”.
48
Las “Notas al libro Civilización y barbarie” de Alsina aparecieron publicadas –muchos años después de haber
sido escritas-- en la Revista de Derecho, Historia y Letras, ts. X y XI, 1901.
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Peña no trepidaría en desacreditar a los enemigos de Quiroga: al general José María Paz, a
Gregorio Aráoz de Lamadrid, y al propio Sarmiento. Pero no hay que suponer una animosidad
previa de Peña hacia Sarmiento, y así se encarga de aclararlo él mismo en el capítulo I. En
realidad, por el contrario, Peña se había desempeñado como periodista en El Nacional de
Sarmiento y podía considerarse su discípulo, y hay testimonios de una correspondencia
privada e íntima entre ambos. Poco antes de morir en Paraguay en 1888, el ex presidente
dirigió al joven rosarino una carta emotiva a modo de despedida, en la que le confiaba algunos
de sus pensamientos más profundos.49

En cuanto a qué otros motivos pueden haber pesado en Peña –además del escrito de
Alsina- para llevarlo a rehabilitar a Quiroga, pueden considerarse varios factores. No parece
un dato menor, el mencionar que Peña en 1886 ya había participado activamente en los actos
de reivindicación y homenaje a otro caudillo federal, el santafesino Estanislao López, durante
su permanencia en Santa Fe como secretario del gobernador José Gálvez, en donde había
mostrado sintonía de ideas con el historiador local Ramón Lassaga. 50 Tampoco, el hecho de
que en sus escritos se haya ocupado de otros cuestionados de la historia: Liniers, Carrera,
Alvear, Dorrego y Alberdi, y el de que en 1911 haya dado a luz otra publicación sobre un
caudillo provincial, en ese caso, Martín Miguel de Güemes. 51 Por otro lado, la amistad con
Alberdi y la encendida defensa que había emprendido de su figura, lo ubicaban naturalmente
en una línea crítica hacia Sarmiento y hacia la historiografía liberal de cuño mitrista, lo que
podría haber influido en su interés por revisar algunos de sus postulados y supuestos.

Restablecer la verdadera imagen de Facundo consistía también, desde la perspectiva


elegida por David Peña, en presentarlo como un genuino representante del sistema federativo,
partidario de la sanción de una constitución y de la organización definitiva de la república.

49
Motivó la misiva el haberse enterado Sarmiento, que Peña estaba por fundar el periódico La Época en Rosario.
De esta carta, expresó David Peña que “fue la última página del gran hombre” y que: “Todo Sarmiento está en
ella”. Algunos años más tarde, fue publicada por la revista dirigida por Estanislao Zeballos bajo el título “La
imprenta en el Rosario”. AANH, FDP, Caja 12, “Prospecto…”, cit., y Domingo Faustino Sarmiento, “La
imprenta en el Rosario”, Revista de Derecho, Historia y Letras, t. III, 1899, pp. 485-490.
50
María Gabriela Micheletti, “Memoria local y política provincial en la celebración de un homenaje. La
conmemoración del centenario de un caudillo federal en la Argentina decimonónica”, Memoria y Sociedad, vol.
17, núm. 35, Bogotá (Colombia), julio-diciembre 2013, pp. 59-74.
51
David Peña, Páginas de historia argentina. El general Martín Miguel Güemes y su inmortalidad ante la
historia, Córdoba, Imprenta Argentina, 1911.
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Sin entrar a un análisis exhaustivo del Juan Facundo Quiroga –lo que escaparía a los
alcances de este artículo- baste con citar a manera de síntesis los párrafos finales de la obra:
¡Sombra ensangrentada! No has sido entonces el mito aterrador que el nombre de Facundo
evoca. Fuiste el general Juan Facundo Quiroga, nervio, centro, fuerza, pensamiento y acción
representativos de esas entidades humildes, candorosas y lozanas, que se llaman las provincias,
en la hora crepuscular de su incorporación a este núcleo incontrastable que formara la patria.
Representas en germen un ideal que unido al del vasto pensamiento, da origen después a la
organización de que hoy gozamos.
Yo no te exalto: te defiendo de la pasión tormentosa que ha cubierto tu recuerdo con un cendal
de crímenes, y te señalo a la luz de la verdad histórica como expresión de una edad que elaboró
el destino de esta nación que aún tiene en su naturaleza agreste tu mismo sello personal y
portentoso.
Y en cuanto a aquel que tanto daño te hizo, escucha y sabe ¡oh Facundo! que algo como una
vindicación suprema, última, nació de la propia pluma que te hiriera. Es Sarmiento quien,
hablando de su sangre y de la tuya, nos lega este desahogo:
“¡Nuestras sangres son afines!”.52

Las críticas e impugnaciones

El éxito cosechado en poco tiempo por el Juan Facundo Quiroga llevó a los amigos del
autor a homenajear a éste con un banquete en la confitería El Águila de Buenos Aires. 53 Sin
embargo, no todos fueron elogios para Peña. Ya se ha visto que las notas periodísticas que
anunciaban la aparición del libro también preveían el surgimiento de polémicas (reeditando
las que se habían suscitado tres años antes con motivo de las conferencias), y las objeciones
no tardaron en hacerse oír.

Apenas pocos meses antes había fallecido Bartolomé Mitre, y con él había desaparecido la
palabra que se tenía por más autorizada para expedirse sobre la historiografía nacional. Sus
epígonos, de todos modos, procuraron levantar su bandera frente a la aparición del libro de
Peña, y así lo hizo Jorge Mitre desde las columnas de La Nación: “Deploramos la perniciosa
enseñanza que puede inculcar en el espíritu desprevenido del pueblo, la representación de esta
obra, sutil y talentosa, pero profundamente falsa.”54

Algunos, aunque señalaron la tarea ardua y peligrosa en la que se había embarcado Peña
al lidiar contra el Facundo de Sarmiento y reconocieron que había logrado destruir de éste
“todo lo que se podía destruir, bien porque fuese fruto de la pasión partidista, u originado por
52
David Peña, op. cit., pp. 444-445. En la última frase citada, Peña hace alusión a un escrito de 1885 de
Sarmiento publicado en el diario El Debate, en el que el autor había desplegado un gesto de conciliación hacia el
caudillo. Ver: María Rosa Lojo, op. cit.
53
AANH, FDP, Caja 4, “David Peña”.
54
Cit. en: Armando Raúl Bazán, op. cit., p. 141.
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imperfecta información del autor”, sostuvieron que en realidad “la obra de Sarmiento queda
grande como antes y saldrá victoriosa de cualesquiera arremetida”. Así lo sostenía un artículo
de crítica bibliográfica publicado por la revista La Cultura, que cuestionó la imagen de
Quiroga provista por el autor rosarino, como alejada de la realidad histórica. El articulista
negaba sustento a la idea que presentaba al caudillo como precursor de la unidad nacional, y
le quitaba a su figura significación histórica:
[…] su vindicador no ha podido con todo su hábil discurso, hacer surgir de esa sombra, la
personalidad que él se propone ofrecernos. [...]
El caudillo riojano es un hombre valiente, y se anotan en su favor muchos actos generosos, mas,
no es un intelectual ni ha podido nunca ser una personalidad nacional como lo sueña su biógrafo
reciente. […] No fue pues, sino lo que pudo ser: un caudillo de provincia. No tenía talla de
estadista, ni ideas políticas amplias y definidas como para ser árbitro de una nación. Y no fue
estadista, porque vivió en un ambiente impropio para ello; sin contacto con personas de valer
intelectual o con práctica en la vida democrática. La vida de cuartel […] no engendra hombres
de gobierno, y mucho menos estadistas, y la vida azarosa de Quiroga, entre combates y marchas
a través de las pampas, no pudo, en manera alguna, hacer de él una personalidad nacional. 55

Más duro fue el comentario publicado a principios de 1907 en La Razón por Ricardo
Adriano Paz (1887-¿?), un escritor y periodista de escaso relieve dentro del mundo intelectual
porteño.56 Admirador de Sarmiento, sintió el deber de defenderlo de la osadía cometida por
David Peña. Ricardo A. Paz coincidía con O’Leary en asociar a Peña y Saldías por la
reivindicación que habían realizado de personajes federales, pero difería sustancialmente en la
valoración de sus escritos, ya que para él, Rosas y Quiroga habían sido figuras siniestras, y
resultaba cuestionable el historiador que se dedicaba a rehabilitarlas. Según Paz: “Saldías
vindicó a Rosas, ese genio de la perversidad y del ensañamiento; Peña vindica a Facundo,
pero a diferencia de aquél, que sólo trató de cubrir con mano maestra las lacras de su
vindicado, éste realza al suyo, deprimiendo a porfía a los pocos que tuvieron el coraje de
afrontarle.” Criticaba, también él, la imagen presentada de Quiroga, pero en este caso, porque
Peña mostraba heroico y gallardo a un personaje funesto, a la vez que indicaba debilidades de
quienes se le habían opuesto:
Engañoso en su forma, el libro de usted, doctor Peña, nos presenta al caudillo riojano sublimado
por los derroches de su fantasía. Aleja hábilmente de la vista del lector, los tintes oscuros y
vigoriza su personaje con todas las luces excepcionales que ha rastreado de su existencia […]
¡No le basta aún eso! Necesita […] cargar sombras, muchas sombras sobre sus adversarios, y
entonces las arroja en montones sobre ellos, así como haces de luz desparrama sobre aquél. [...]

55
AANH, FDP, Libro 3, La Cultura, “Juan Facundo Quiroga”.
56
En una crónica periodística, Ricardo Adriano Paz figuraba entre los escritores asistentes al banquete que se
realizó en 1913 en homenaje a Leopoldo Lugones, que partía hacia Europa enviado por La Nación. Además, Paz
fue autor del libro Sobre tablas. Farsa satírica de vanguardia en cuatro jornadas, Buenos Aires, Talleres
Gráficos Argentinos de L. J. Rosso, 1929. María Pía López, Lugones: entre la aventura y la cruzada, Buenos
Aires, Colihue, 2004, p. 157.
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¡Mal filósofo y peor historiador, el que para levantar a un caído, necesita vilipendiar a los que
están en las alturas!57

Una crítica tan despiadada, de un escritor de segunda línea, posiblemente no preocupara


demasiado a David Peña, quien no obstante se tomó el trabajo de recortarla y guardarla en su
archivo personal. Más le deben haber inquietado los reparos que algunos miembros de la
Junta de Historia y Numismática Americana –prestigiosa institución que nucleaba a
verdaderas personalidades del mundo de la historia y de la cultura- opusieron en agosto de
1906 a su candidatura para integrarla. Defendida por Samuel Lafone Quevedo (1835-1920) y
por Gabriel Carrasco (rosarino al igual que Peña, 1854-1908), la propuesta despertó en
cambio el rechazo de algunos miembros, como el de José Juan Biedma (1861-1933), que
acababa de ser elegido vicepresidente primero, y que reaccionó con su renuncia indeclinable a
formar parte de la institución. Sin llegar a tales extremos, otros miembros también expresaron
sus reparos. Lo que más se objetaba no eran los méritos de Peña, sino que Lafone Quevedo
hubiese mencionado y elogiado, entre dichos méritos, al Juan Facundo Quiroga. Según el
correntino de adscripción liberal mitrista Manuel Florencio Mantilla (1853-1909), 58 por
ejemplo, el libro encerraba “apreciaciones y citas erróneas” y estaba escrito “con un criterio
completamente equivocado”. Mantilla aclaró que iba a votar por la admisión de Peña, pero en
modo alguno porque fuese autor de dicho libro. Puesta a votación, la candidatura fue
finalmente aprobada, aunque días después fue necesario que la corporación ratificara
unánimemente que para la designación de Peña no se había tenido en cuenta a la controvertida
obra. Además, para no dejar lugar a dudas sobre la negativa de algunos miembros de la Junta
a aceptar la versión de Peña sobre el caudillismo y la figura de Quiroga, Carlos M. Urien
(1855-1921) leyó algunos capítulos de un libro que estaba preparando con el objetivo de
refutarla, y que fueron muy aplaudidos por los demás miembros presentes.59

El libro del abogado, profesor y publicista Carlos María Urien fue publicado en 1907 bajo
el título Caudillos argentinos. Quiroga, estudio histórico constitucional por Carlos M. Urien.
De 406 páginas, pretendía “hacer verdadera luz sobre la personalidad moral” de Facundo
Quiroga y demostrar, al pasar, errores en los que Peña había incurrido al historiarlo. 60 Pero fue

57
AANH, FDP, Caja 4, “Tribuna libre. Sobre Facundo”.
58
Sobre Mantilla y su obra historiográfica: María Gabriela Quiñonez, “Intelectuales, historiografía y política en
Corrientes a fines del siglo XIX. La obra de Manuel Florencio Mantilla”, Res Gesta, núm. 46, Instituto de
Historia, Facultad de Derecho y Cs. Sociales del Rosario, UCA, 2008, pp. 165-192.
59
Boletín de la Junta de Historia y Numismática Americana (BJHNA), vol. 4, 1927, pp. 329-330, 332 y 346.
60
Carlos M. Urien, Caudillos argentinos. Quiroga, estudio histórico constitucional por Carlos M. Urien,
Talleres gráficos de la compañía general de fósforos, 1907, pp. 308-309.
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un libro preparado apresuradamente, para que la crítica a Peña no resultara extemporánea, y


sin mayores aportes desde el punto de vista heurístico, elaborado con el sólo y expreso
propósito de mostrar que la actuación del caudillo no podía tener “rehabilitación” alguna.61

Al igual que el de Peña, el libro de Urien también mereció un comentario bibliográfico en


la Revista de Derecho, Historia y Letras, que consistía, en realidad, en un intento de análisis
comparativo de los dos libros, y que concluía que la versión contenida en ambos era parcial, y
que la verdadera y más equilibrada imagen de Quiroga era la retratada por Sarmiento. Según
el autor de la nota, P. Giménez Melo: “En él [Facundo] se ven clarear los rasgos de nobleza
que Peña acentúa y magnifica en provecho de su tesis; en él también aparecen los bestiales
instintos en que Urien se detiene con pluma vengadora.” Lo que no queda bien claro es cómo
llegaba a esta conclusión Giménez Melo, un devoto sarmientino que se quejó de “la tentativa
extraña del doctor Peña” de presentar un Quiroga distinto al que plasmó el sanjuanino.62

Al año siguiente aparecía Estudios y notas (1908), el primer libro del abogado tucumano
Juan B. Terán (1880-1938), quien con el tiempo sería fundador y rector de la Universidad
Nacional de Tucumán, presidente del Consejo Nacional de Educación y miembro, también él,
de la Junta de Historia y Numismática Americana. Conformado este libro por capítulos breves
de misceláneas y críticas historiográficas y bibliográficas, uno de ellos se titula “Juan
Facundo Quiroga por David Peña”. Allí, Terán reflexiona en torno al género de la “oratoria
histórica” elegida por Peña, “poderosa y deslumbrante”, pero a la vez, “peligrosa y
deceptiva”. Advierte que “la oratoria no es, sin duda, el instrumento de la enseñanza
histórica”, ya que transmite ideas “por seducción”, aunque admite que tiene la ventaja de
concitar la atención y el interés. Señala que el desconocimiento del pasado colonial ha llevado
a Peña a incurrir en error, al asociar el nacimiento del caudillismo a los proyectos de gobierno
monárquico. Terán brinda, en este punto, su propia interpretación sobre el origen del caudillo:
“creación anterior a la revolución; nació como floración salvaje de la ausencia de autoridad y
de freno”, y encuentra su antecedente en el jefe de armas de la época de la conquista. Con
todo, la crítica de Terán busca ser moderada:
Hay en este libro, pues, calidades que se comentan mutuamente y explican y definen un
temperamento: historia contemporánea, cuestiones cuyo debate repercute en nuestros prejuicios
y predilecciones, estilo movido y oratorio, la escuela de polémica del autor, que es un periodista.

61
Ibídem., p. 7, y Armando Raúl Bazán, op. cit., pp. 141-142.
62
P. Giménez Melo, “Caudillos argentinos. ‘Quiroga’ por Carlos M. Urien”, Revista de Derecho, Historia y
Letras, t. XXVII, 1907, pp. 585-588.
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Pero suscita una cuestión de historia intelectual que interesa el fondo de la ciencia. ¿El error que
una leyenda o una versión poética o simbólica envuelve habrá de mantenerse inconmovible ante
la comprobación científica que la disipe o deforme?
¿El Facundo que Sarmiento modeló y ha fijado e incorporado al concepto histórico ha de
sobrevivir a la demostración de su irrealidad?

He ahí, en definitiva, el meollo de la cuestión planteada por el Juan Facundo Quiroga de


David Peña. Terán reacciona contra quienes han respondido a esta pregunta por la afirmativa
y sostenido la ineficacia del libro. Tal tesis significaría “la negación total de la historia y de la
ciencia, la más mortal ironía para la ascética consagración de los estudiosos, el fracaso
irremediable para la causa de la verdad y de la 1ógica, que es su camino.” Los móviles de
Sarmiento y de Peña han sido distintos, y queda claro que ha sido legítimo el intento del
segundo de revisar la leyenda de Facundo a la luz de la crítica.63

El reconocimiento detrás del libro

Juan B. Terán era por entonces presidente de la Sociedad Sarmiento de Tucumán (1882) 64,
y hacia esa ciudad partió Peña en junio de 1908, a invitación de la mencionada institución,
para pronunciar una serie de conferencias sobre Rivadavia, Dorrego y Alberdi. Al anunciarse
por la prensa su arribo a Tucumán, se destacaba en especial su autoría respecto de un libro que
“ha puesto de relieve la valentía de sus ideas y ha revelado estudios profundos del período en
que dos tendencias distintas sostuvieron la lucha que Sarmiento llamó de ‘civilización y
barbarie’ y que Peña presenta con caracteres enteramente nuevos, como la resultante de un
choque entre el metropolitanismo de Rivadavia y el provincianismo de Quiroga.” 65 Las
conferencias contaron con gran concurrencia y fueron muy ovacionadas, y Peña fue objeto de
diversas demostraciones por parte de la sociedad culta tucumana, halagada por la presencia de
un “huésped distinguidísimo”.66

Para ese momento, su fama de historiador –más allá de la de “periodista” a la que prefería
circunscribirlo Terán en Estudios y notas- se había difundido por las provincias, a la par de la
rapidez con la que se había vendido el libro en distintos puntos del país. En el archivo de

63
Juan B. Terán, Estudios y notas, Tucumán, [s.e.], 1908, pp. 196-204.
64
Sobre los orígenes e importancia de la Sociedad Sarmiento y sobre la figura de Juan B. Terán y su rol en el
movimiento intelectual tucumano de principios del siglo XX: Soledad Martínez Zuccardi, “Un grupo intelectual
en Tucumán a comienzos del siglo XX. En torno a la Revista de Letras y Ciencias Sociales (1904-1907) y sus
realizadores”, Andes, núm. 21, 2010, pp. 223-260.
65
AANH, FDP, Libro 3, “Dr. David Peña”, El Orden, 20 de junio de 1908.
66
Ibídem., y “Las conferencias del Dr. Peña. Alberdi y su obra. Demostración merecida.”
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David Peña, por ejemplo, se conserva un afiche impreso por la librería “Hijos de José Alsina y
Cía.”, de Paraná (Entre Ríos), que anunciaba la reciente aparición de esa “interesante obra de
historia”, y prometía enviarla a cualquier punto de la República por 0,50 centavos más,
sumados a los 6 $ moneda nacional que costaba. 67

Algunos autores provinciales, por su parte, irían paulatinamente dando cuenta de la lectura
de esta obra en sus propios trabajos de investigación histórica. Así, al año de aparecer, el libro
de Peña era incorporado a la bibliografía citada por el santafesino Manuel Cervera en su
Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe (1907).68

Pero además, la recepción del Quiroga parece haber excedido con holgura al núcleo de
letrados dedicados al estudio y a la escritura del pasado a principios del siglo XX, alcanzando
otros espacios de la vida cultural argentina. Revelador al respecto resulta un discurso
pronunciado en Posadas (Misiones) el 11 de septiembre de 1907 y reproducido en El Monitor
de la Educación. Al conmemorar a Sarmiento, una educacionista hacía en su texto una rápida
alusión al libro de David Peña, responsable según ella de haber “iniciado un análisis más
severo y científico de la interesante personalidad” del sanjuanino, y reflexionaba acerca de
que el Facundo podía ser por entonces “materia de discusión, porque el criterio histórico ha
variado”.69 La presencia de esta referencia en el órgano de difusión del Consejo Nacional de
Educación, que procuraba erigirse en el principal medio de comunicación entre el Ministerio
de Instrucción Pública de la Nación y los docentes de todo el país, ayuda a calibrar mejor el
impacto que pudo haber tenido el Juan Facundo Quiroga en su momento.

Otro dato indirecto para evaluar dicho impacto lo brinda la cantidad y frecuencia de las
reediciones. La primera edición de Coni, de mayo de 1906, fue seguida por otra de ese mismo
año, y por una tercera y una cuarta que vieron la luz, respectivamente, en 1907 y 1909. Es
decir, que el Juan Facundo Quiroga de Peña alcanzó en sólo tres años las cuatro ediciones de
Coni, que serían todas las que saldrían en vida del autor. Ya fallecido éste, y luego de un
lapso, nuevas ediciones se sumaron a las anteriores: la de Editorial Americana, de 1953 (con
prólogo de Manuel Rey Tosar); las tres de Eudeba, de 1968 (con prólogo de Jorge Mayer),

67
AANH, FDP, Libro 3, “Acaba de aparecer”.
68
Cervera cita el libro de Peña –al que se refiere como “una obra recién publicada”-- al ocuparse de la muerte de
Quiroga y de las hipótesis sobre las responsabilidades de Rosas y López, que el autor santafesino niega. Manuel
Cervera, Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe. 1573-1853, t. II, Santa Fe, La Unión, 1907, p. 726.
69
Nora A. de Mantovani, “Sembrando ideas”, El Monitor de la Educación, 1907, pp. 263-265.
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1971 y 1977; la de Hyspamérica, de 1986; la de Emecé, de 1999; y por último, una de


Editorial Libertador, de 2008. Un total de once ediciones del Quiroga, según hemos podido
localizar.

Asimismo hemos hallado, en el fondo documental Peña, un texto escrito a máquina


firmado por Luis Gudiño Kramer (1898-1973), confeccionado con posterioridad a 1958 para
la introducción de una edición del Quiroga de la editorial Colmegna de Santa Fe. Sin
embargo, al parecer la misma no se habría concretado. En ese texto, compuesto muchos años
después de la aparición del libro, Kramer ubicaba a Peña en la línea del revisionismo histórico
y, asimismo, junto a Ernesto Quesada y a Adolfo Saldías “en el plano admirativo hacia la
figura del caudillo federal”, y deploraba que el reconocimiento debido a Peña como hombre
de letras e historiador se hubiese visto afectado por la parcialidad política.70

En efecto, la recuperación de David Peña como historiador en buena medida se dio de la


mano del afianzamiento del llamado revisionismo histórico, lo que explica las renovadas
reediciones de su obra ya avanzado el siglo XX, luego de las cuatro que produjera Coni. En
este sentido, es interesante apuntar que la Editorial Americana, la primera en reeditar el
Quiroga de Peña, también publicó obras de Adolfo Saldías, Pedro de Angelis y Manuel
Bilbao, entre otros, todos autores revisitados por los historiadores revisionistas, que creyeron
encontrar en alguno de ellos a sus propios precursores.71 En tanto, Peña Lillo, una editorial
muy vinculada al movimiento revisionista,72 recuperó y editó en 1965 otra obra de David
Peña, bajo el título Alberdi, los mitristas y la Guerra de la Triple Alianza. Si la posición
crítica de David Peña hacia el relato sarmientino y hacia el mitrismo podía resultar ya de por
sí atractiva a quienes le sucedieron en etapas posteriores como revisores de la historia, a ello
se sumó el particular interés que los caudillos provinciales (Quiroga, Varela, Peñaloza)

70
AANH, FDP, Caja 12, “Editorial Colmegna da a publicidad…”
71
Para una aproximación al revisionismo histórico argentino y su evolución a través de los años: Alejandro
Cattaruzza, “El revisionismo: itinerarios de cuatro décadas”, en Alejandro Cattaruzza y Alejandro Eujanian, op.
cit., pp. 143-182. El libro de David Peña, así como los de Pedro de Angelis, Manuel Bilbao, Adolfo Saldías y
Ernesto Quesada, entre otros, son citados, por ejemplo, por José María Rosa, en su Historia Argentina, t. IV:
Unitarios y federales (1826-1841), Buenos Aires, Editorial Oriente, 1972. También menciona a David Peña Julio
Irazusta en su: Vida política de Juan Manuel de Rosas a través de su correspondencia, t. IV, Buenos Aires,
Albatros, 1953, p. 13. La figura de David Peña fue rescatada, asimismo, por Jauretche: Arturo Jauretche, La
“colonización pedagógica” y otros ensayos. Antología, Centro Editor de América Latina, 1982, p. 53.
72
La casa editorial de Arturo Peña Lillo publicó, a partir de 1954, obras de José María Rosa, Ernesto Palacio,
Arturo Jauretche, Jorge Abelardo Ramos, Raúl Scalabrini Ortiz y Juan José Hernández Arregui, entre otros.
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despertaron en los neorrevisionistas de izquierda de la década del sesenta, aún cuando en su


interpretación se alejasen notablemente del autor del Juan Facundo Quiroga.73

Pero aun antes del auge del revisionismo, y todavía en vida de David Peña, el Quiroga –
para elogio o para crítica- fue una marca imborrable de su trayectoria. Más allá de sus otros
escritos de carácter histórico, así como de sus éxitos como autor teatral y de sus actuaciones
en el periodismo y en la política, su autoría con respecto al libro sobre el caudillo caló hondo
en la sociedad de la época y en los círculos en los que se movía, en los que nunca dejó de
recordarse su audacia para poner en cuestión juicios que en su momento parecían
inamovibles. Sus allegados no dejaron de hacer notar ese hecho, traído a colación de cualquier
otro asunto que tuvieran a la sazón entre manos. Y así como su gran amigo Francisco
Barroetaveña en tono de simpática broma estampó alguna vez al pasar, en una hoja
cualquiera, la frase que figura en el epígrafe de este artículo, también Osvaldo Magnasco o
José Antonio Saldías, para citar dos ejemplos, recordaron su valor y perspicacia en
correspondencia muy posterior a aquel suceso.74

El mismo David Peña fue consciente de la proyección de su Juan Facundo Quiroga, y así
lo plasmó en el borrador de un Prospecto a sus Obras de Historia Argentina, que nunca vio la
luz, y que quedó inédito entre sus papeles personales. Peña planeaba publicar, en varios
tomos, sus escritos de carácter histórico, incluidos sus discursos y conferencias y parte de su
epistolario. La colección estaría encabezada por el libro sobre el caudillo, en lo que, de
73
Según apunta Tulio Halperin Donghi, para el neorrevisionismo revolucionario Rosas perdió centralidad,
mientras que sus exponentes redireccionaron su interés hacia los caudillos provinciales, en quienes creyeron ver
a representantes de las clases oprimidas y a paladines de la lucha contra el imperialismo y el capitalismo
extranjeros. Uno de ellos, Rodolfo Ortega Peña (1936-1974) –autor junto con Eduardo Luis Duhalde de un texto
titulado Facundo y la montonera--, era nada menos que nieto de David Peña. Tulio Halperin Donghi, El
revisionismo histórico argentino como visión decadentista de la historia nacional, Buenos Aires, Siglo XXI,
2006, pp. 40-43.
74
En 1913, David Peña lamentaba que Osvaldo Magnasco hubiese declinado su invitación a participar del
Ateneo, y decía que, a aquel que preguntase por esa ausencia, “no sabré qué contestarle, yo, que he sabido
encontrar respuesta, sin embargo, a las mortificantes interrogaciones relativas a Facundo”. En su respuesta,
Magnasco, pretextando humildad, se excusaba: “No se verá, pues, en apreturas el perspicaz historiador de
Facundo”. En 1928, José Antonio Saldías (hijo de Adolfo) pidió opinión a Peña sobre su obra de teatro Romance
Federal, la que no le fue demasiado favorable. Un tanto ofendido, J. A. Saldías hizo responsables a su padre y a
Peña por haberlo animado, con sus ejemplos, a escribir a favor de Rosas, así como a defenderse de las críticas
recibidas: “Me ha llevado a esta actitud, no el tradicional concepto de la obediencia filial, sino la admiración por
su valentía en consonancia con mi inquieto afán porque revisemos nuestra fábula histórica. / Usted que es el
maestro de Facundo tiene también un poco la culpa de que yo me haya arriesgado así. / Su severidad me ha
templado, por eso le pido que cargue entonces con parte de las consecuencias.” AMHP, Documentos
manuscritos clasificados por Legajos personales: David Peña, Caja 1, “Carta de David Peña a Osvaldo
Magnasco”, 26 de julio de 1913 y “Carta de Osvaldo Magnasco a David Peña”, 28 de julio de 1913; y AANH,
FDP, Caja 3, “Carta de David Peña a Adolfo Saldías”, 14 de abril de 1928, y “Carta de Adolfo Saldías a David
Peña”, 17 de abril de 1928.
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concretarse, vendría a ser su quinta edición pero en una versión más completa que las
anteriores (ya agotadas), y así lo explicaba Peña en el Prospecto mencionado, en el que
además sostenía: “Es fuera de duda que este libro ha contribuido a cambiar el concepto que se
tenía del caudillo, a base del libro de Sarmiento.”75

Como suele a menudo ocurrir, la hora de los balances llegó con motivo del fallecimiento
de David Peña en abril de 1930, ocasión en la que varios de sus panegiristas se refirieron a su
valentía para abrir nuevos surcos a la investigación histórica y al debate de ideas, así como al
carácter de reivindicación que encerraban sus escritos, y volvieron a recordar el suceso que en
su momento habían significado las conferencias de 1903 y su publicación en un libro tres años
después. Con el agregado de que el tiempo transcurrido, permitía apreciar mejor las
repercusiones y alcances del Quiroga. Entre los discursos pronunciados por entonces –varios
de ellos publicados en la revista literaria Nosotros-, hay dos que hemos seleccionado por
haber sido emitidos en el marco de la Junta de Historia y Numismática Americana, la
institución en la que Peña había sido particularmente cuestionado. En uno de ellos, del
vicepresidente segundo de la Junta, Mariano de Vedia y Mitre (1881-1958), se decía:
Lo que consideraba la verdad lo llevó [a David Peña] a emprender la rehabilitación de Facundo
Quiroga. Con recordar que se ponía frente a la otra verdad, la consagrada por varias
generaciones, está dicho el tamaño de la empresa, pero si se recuerda sólo que rebatía el
tremendo alegato de Sarmiento se evocará qué alma titánica era la suya. Son muchos, son
legión, los que aún recuerdan sus lecciones de la Facultad de Filosofía y Letras, en que un
auditorio anhelante siguió el curso de su palabra ágil, de timbre inolvidable, lecciones en que
nació su libro sobre el caudillo. [...] Cualesquiera sean las disidencias que puedan señalarse con
su obra histórica, tan múltiple, tan varia, sería vano negar que está llena de esa independencia de
espíritu que en este muerto amado fue el rasgo substancial de su carácter. No trabajó en vano.
Su obra queda incorporada definitivamente a nuestra ya copiosa bibliografía histórica y para
ocupar en ella un lugar predilecto.76

El otro discurso fue pronunciado en 1932 por Octavio Amadeo (1878-1955), con motivo
de su incorporación a la Junta. En su conferencia, Amadeo –que era yerno de Peña, e
ingresaba para ocupar el sitial que éste había dejado vacío-- se refirió al tema “David Peña y
sus obras”. Recordó en su suegro al “abogado de los grandes procesados de la historia” y
evaluó el sentido de “revisión” que encerraba su libro:
Quiso [Peña] levantar la formidable lápida con que estaba cubierto el cadáver de Facundo.
Tomó a su cargo esa defensa difícil del caudillo, dos veces muerto, primero por las manos
cobardes de un asesino, y después entre los puños del cíclope de San Juan. […]
Su Quiroga fue un golpe de piqueta a lo consagrado, a lo que parecía intangible, al magister
dixit. Quedó abierta la brecha por donde pasaron los nuevos a rever, al examen benedictino de
los papeles amarillos. […]
75
AANH, FDP, Caja 12, “Prospecto…”, cit.
76
“David Peña”, Nosotros, año XXIV, t. LXVIII, abril-junio de 1930, p. 102.
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Peña cometió esa irreverencia patriótica; proclamó el libre examen, exigió la revisión de
muchos fallos. Fue una novedad simpática. Hoy ya no se discute esa revisión; está decretada por
todos. […]
Sarmiento ha agrandado y deformado con su imaginación y vehemencia la figura de Facundo,
creando el anticristo de nuestra historia. Peña ha hecho la defensa. Naturalmente el alegato no
puede ser la sentencia ni el abogado el juez. Peña no ha pretendido decir la última palabra, sino
rebatir la acusación. Así hay que tomar su obra. 77

Ambos discursos ponían el acento en el tenor polémico de la obra de David Peña, que se
había lanzado contra los criterios de autoridad instituidos, e inclusive, admitían que podía
disentirse con ella.78 Pero a la vez, convenían que encerraba valores intrínsecos al quehacer
historiográfico y que sus aportes a una disciplina –que recién se encontraba en construcción-
resultaban relevantes, no tanto por la rigurosidad del método y el alcance de sus conclusiones,
sino debido a las posibilidades que había abierto al revisar un relato que parecía haber
quedado abroquelado en sus primeras manifestaciones.

Tal como había anticipado Estanislao Zeballos en 1906, Mitre y López habían encontrado
en Peña a un interlocutor agudo, que sin romper con la tradición que ellos mismos habían
iniciado, había logrado imprimirle –junto a un puñado de otros historiadores, como Saldías y
Quesada-- un giro notable. La embestida revisionista de los años treinta vendría a confirmar la
provisionalidad de aquella tradición en muchos de sus más firmes postulados.

77
BJHNA, vol. VIII, 1936, pp. 217 y 220-221.
78
De hecho, al año siguiente del fallecimiento de Peña, un contemporáneo de éste, que en 1931 era presidente de
la Junta de Historia y Numismática Americana, Ramón Cárcano (1860-1946), publicó un libro sobre el caudillo
en el que se retomaba la versión crítica sostenida por Sarmiento, y que también contó con sucesivas reediciones,
lo que evidencia la vigencia del planteo historiográfico liberal sobre el tema del caudillismo aún en la época de
auge del revisionismo histórico. Ramón J. Cárcano, Juan Facundo Quiroga: simulación, infidencia, tragedia,
Buenos Aires, Roldán, 1931.
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Resumen
A través de la variada y poco conocida documentación existente en los archivos
personales de David Peña (1862-1930), este artículo procura arrojar nueva luz sobre su Juan
Facundo Quiroga (1906). Para ello, se busca poner en relación esta obra –una de las primeras
en iniciar en el país la revisión histórica del caudillismo--, con el epistolario y diversos
manuscritos de su autor, así como con otras publicaciones de la época, a fin de avanzar en la
construcción de una historia de la historiografía no sólo interesada en el análisis interno de
una obra, sino también particularmente atenta a indagar los contextos de producción, los
vínculos e influencias entre historiadores y la recepción esperada o conseguida.

Palabras clave: revisión histórica – caudillismo – David Peña – Juan Facundo Quiroga –
historiografía

Abstract
Through the diverse and little known documentation of David Peña’s (1862-1930)
personal archives, this paper seeks to shed new light on his book Juan Facundo Quiroga
(1906). For this purpose, it seeks to link this work –one of the first in Argentina which wanted
to initiate the historical reappraisal of the caudillos-, with the personal letters and several
author’s manuscripts, as well as other publications from the same period, in order to move
ahead in building a history of historiography not only concerned about a work’s internal
analysis, but also particularly attentive to its contexts of production, links and influences
between historians, and the expected or achieved public reception of their work.

Keywords: historical review – warlordism – David Peña – Juan Facundo Quiroga –


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