Cordero Inmolado

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1.

Desde la posición óptica de Juan, a la que tantas veces hemos aludido, el Cordero tiene como
último fondo el trono; un poco más adelante más cerca de Él, están los cuatro seres vivientes; Él
se halla situado entre éstos y los 24 ancianos, antes de llegarse al trono para recoger el rollo.
Este último detalle bastaría para refutar a los que dicen que el Cordero estaba sentado desde el
principio en medio del trono.

2. Es de notar que Juan llama al Cordero arníon («corderito») las 29 veces que sale en
Apocalipsis, mientras que en el Evangelio lo designa con el nombre más común de amnós
(«cordero»). Ya lo hicimos notar en otro lugar. El «cordero» simboliza en la Biblia cuatro cosas:
mansedumbre, humildad, inocencia y pureza.

3. Que Jesús sea, a la vez, León y Cordero, lo comprenderemos si consideramos que, en la Cruz
del Calvario, fue ambas cosas: un león, al vencer al diablo y llevarse cautiva a la cautividad (Eph
4:8; Eph 4:9 (refs2)); un cordero, al ir al matadero sin revolverse ni pronunciar palabra, manso y
sumiso, como lo había profetizado Isaías (Is. 53:7, comp. con Exo 12:3; Joh 1:29; Act 8:32; Act
8:1 (refs4) P. 1:19).

4. Juan ve al Cordero de pie, es decir, resucitado y vivo para no morir jamás; de ahí, el participio
de pretérito perfecto esphagménon (lit. degollado), que indica un hecho acaecido en el pasado,
pero que tiene repercusiones para todos los tiempos posteriores. A la vez, lo ve «como
inmolado» (lit. degollado, como se hacía con las víctimas de los sacrificios), puesto que tanto su
muerte como su resurrección son hechos históricos que, aunque sucedidos en el tiempo, tienen
una vigencia eterna; de ahí que conserve las cicatrices como señales que apuntan a una función
sacerdotal intercesora permanente (Joh 20:27; Heb 9:14 (refs2) y ss., etc.).

5. Los siete cuernos simbolizan su pleno poder y su autoridad absoluta (v. Psa 75:4-7), mientras
que los siete ojos indican, a un mismo tiempo, la plenitud de su visión, su omnisciencia y la
plenitud del Espíritu Santo (Is. 11:1, 2; Zec 3:9). Muchas otras significaciones posibles de los 7
cuernos y de los 7 ojos pueden verse en S. Bartina (ob. cit., págs. 678-680), aunque creemos
que no hacen al caso.
(a) Poder (gr. dúnamis) es aquí la capacidad infinita que Dios tiene para llevar a cabo sus
proyectos.

(b) Riquezas (gr. ploútos) es la abundancia de toda clase de recursos que están a disposición del
Señor.

(c) Sabiduría (gr. sophía) es la perspicacia profunda, la cordura infinita y la inimitable destreza de
Dios para planificar y llevar a cabo su programa de acción en los destinos del mundo y de la
humanidad.

(d) Fortaleza (en sentido de fuerza; gr. iskhús) es el vigor, la robustez, la solidez y la resistencia
de una persona, que le facilitan la superación de todos los obstáculos.

(e) Honor (gr. timé) es la estima, la valuación y la consideración que se tienen respecto a la
dignidad y funciones que desempeña una persona.

(f) Gloria (gr. dóxa) es, por parte de las cosas creadas, el reconocimiento y la expresión del
esplendor que emana de los atributos divinos, especialmente del poder, del amor y de la
sabiduría que Dios despliega en la obra de la salvación.

(g) Finalmente, alabanza o, mejor, bendición (gr. euloguía) es, por parte del hombre, la
expresión digna y laudatoria de la plenitud de los atributos divinos en los que se basa la
salvación del hombre, mientras que, de parte de Dios, es la concesión de «toda buena dádiva y
de todo don perfecto» (Jas 1:17) y que, en la plenitud expresada por el verbo hebreo shalam, da
su sentido al término «paz» (hebr. shalom), con lo cual el bendecir que procede del hombre es
meramente un «bien-decir», mientras que el de Dios es un «bien-hacer».

Versículos 6-17
Todo lo que sigue hasta el final del Apocalipsis viene a ser como un epílogo. En estos versículos
tenemos: 1) Una garantía de las visiones que Juan ha referido en este libro (vv. 6-9); 2) Un
último anuncio (aunque volverá a resumirlo en el v. 20) que Jesús hace de su próxima venida
(vv. 10-17).

1. Dicen los versículos 6-9 en la NVI: «Y me dijo el ángel: “Estas palabras son fidedignas y
verdaderas (gr. pistoí kai alethinoí, combinación ya bien conocida). El Señor, el Dios de los
espíritus de los profetas, ha enviado su ángel para mostrar a sus siervos las cosas que tienen
que suceder en breve (gr. en tákhei, con rapidez). ¡Mirad que vengo enseguida! (gr. takhú,
rápidamente). ¡Feliz el que guarda las palabras de la profecía contenida en este libro!” Yo, Juan,
soy el que escuché y vi estas cosas. Y después que las oí y las vi, caí de hinojos para
prosternarme a los pies del ángel que había estado mostrándomelas. Pero él me dijo: ¡No lo
hagas! (la misma expresión de 19:10). Soy un consiervo tuyo y de tus hermanos los profetas y
de todos los que guardan las palabras de este libro. ¡Adora a Dios!»

(A) Se acabó la revelación propiamente dicha. El ángel que comunicó a Juan lo último y más
importante de dicha revelación, repite ahora (v. 6), con ligeras variantes, lo que ya vimos en 1:1;
con lo que el libro acaba como empezó en cuanto a garantizar la completa verdad y la total
credibilidad de su contenido. Como las enseñanzas de Apocalipsis son, casi en su totalidad,
enseñanzas proféticas, «el Dios de los espíritus de los profetas, es decir, el que, en tiempos
pasados, comunicó a sus siervos el espíritu de profecía, ha enviado su ángel para mostrar, con el
mismo espíritu profético, a sus siervos, a todos los redimidos, lo que no tardará en suceder»
(comp. con 2 P. 3:9).

(B) La frase del versículo 7 «¡Y he aquí que vengo enseguida!» (lit.) puede entenderse como
dicha directamente por el propio Señor Jesucristo o, más probable, por el ángel mismo en
calidad de embajador del Señor. La frase es pronunciada, no para que la oigan los que ya están
en el cielo, sino aquellos a quienes el libro había de ser leído. Se refiere, pues, a la Venida de
Cristo para recoger a Su Iglesia. Y la misma voz que ha pronunciado dicha frase continúa
diciendo: «¡Dichoso (gr. makários, como en toda bienaventuranza) el que guarda las palabras de
la profecía contenida en este libro!» Ésta es la sexta de las siete bienaventuranzas que aparecen
en Apocalipsis, y es semejante a la primera (1:3), con la notable diferencia de que aquí no dice
«… el que lee», puesto que ya ha leído; sólo queda «guardar», es decir poner por obra lo que
Dios ha dicho (comp. con Mat 13:4; 1Th 5:20 (refs2)).

(C) Como notario excepcional, Juan pone (v. 8) su firma y rúbrica en garantía de que su
testimonio es fidedigno: «Yo (el pronombre es enfático en el griego), Juan, soy el que oye y ve
estas cosas» (lit. Comp. con 1:1, 4, 9). El testimonio de una de las columnas (Gá. 2:9) de la
primitiva Iglesia no podría menos de llevar la más profunda convicción al ánimo de los lectores.

(D) Como en 19:10, Juan hace ademán de prosternarse en adoración, al ver en él a un


embajador de Dios (vv. 8, 9). Pero el ángel se lo impide de nuevo. No debe extrañarnos la
reacción de Juan por la tremenda impresión que estas revelaciones le han producido. Dice
Bartina (ob. cit., pág. 856): «Juan … se postró reverentemente en tierra (épesa), según la
costumbre oriental, para adorar o acatar al ángel, enviado por Dios para estas revelaciones. El
celeste mensajero corta de raíz todo asomo de adoración que pudiera ponerle incluso
aparentemente en rango superior a Jesucristo». Por su parte, Jamieson-Fausset-Brown hacen
notar que el ángel actúa «al contrario que el diablo (que dijo): ¡Póstrate y adórame! (Mat 4:9)».

2. Los versículos 10 y 11 deben leerse juntos para entender mejor su sentido: «Luego añadió:
“No selles las palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo de su cumplimiento está
cerca. Deja que el malvado continúe en sus maldades, y el vil, en sus vilezas; el justo, que
continúe por el camino de la rectitud, y el santo, por el camino de la santidad» (NVI).

(A) El rollo de 5:1 y ss. estaba sellado, porque no se conocía su contenido, y nadie podía
descubrirlo ni ponerlo por obra, excepto Dios y el Cordero, pues tienen la suficiente autoridad,
el conocimiento pleno futuro y el poder omnímodo para llevar a cabo los oráculos contenidos
en él. Pero ahora, el futuro está profetizado, revelado en toda su integridad. Por si fuera poco, el
tiempo de su total cumplimiento está cerca; así que, no hay por qué volver a sellar el libro. Dice
Bartina (ob. cit., pág. 857):

Lo que debía permanecer secreto se sellaba (5:1; 10:4). Se prohíbe a Juan cifrar, mantener
oculto o ininteligible, sellar las cosas de este libro profético … Por el contrario, a Daniel se le
mandó mantener secreta la revelación mesiánica, la del final, porque en su tiempo quedaba
todavía muy lejos (Dan 8:26; Dan 12:4; Dan 12:9 (refs3)). Aquí, en cambio, como la realización
de las profecías está cerca, se han de consignar claramente.

(B) El versículo 11 ha confundido a muchos, lectores y autores. Walvoord (ob. cit., págs. 334,
335) lo entiende del modo siguiente:

No quiere decir que los hombres queden inmóviles ante las profecías de este libro, sino más
bien que, si estas profecías se rechazan, Dios no tiene ya más que decir. Los impíos han de
continuar en su maldad y ser juzgados por el Señor cuando venga. Lo mismo pasa, al lado
opuesto, en los justos: que continúen santificándose. No hay neutralidad posible. Hay un
sentido también en el que las decisiones presentes fijan el carácter; viene un tiempo en que el
cambio será imposible. Las elecciones presentes se harán permanentes en su carácter.

De manera parecida habla Swete, citado por W. Smith (ob. cit., pág. 1.524):

No sólo es cierto que las tribulaciones de los últimos días tenderán a fijar el carácter de cada
individuo de acuerdo con los hábitos que ya ha formado, sino que llegará un tiempo en que será
imposible el cambio-cuando no se ofrecerá ninguna oportunidad más para el arrepentimiento
por una parte, o para la apostasía por la otra.

No puedo estar de acuerdo con estos autores. Mientras el Señor no ha llegado todavía, y
mientras hay vida consciente en la persona, siempre queda tiempo para ser convicto de pecado
y recibir, por fe en el Señor, la salvación. A eso viene, en realidad, la invitación del versículo 17.
Estoy completamente de acuerdo con Caird, cuando dice con respecto a las frases del versículo
11:

No hay ningún determinismo en esas palabras. Más bien, es una clara llamada al lector para que
ponga su vida en orden mientras hay todavía oportunidad para el cambio.
En efecto, se podrá hablar de dificultad para cambiar, dado lo breve del tiempo que queda, pero
no puede hablarse de imposibilidad.

3. Los versículos 12-16 contienen un urgente mensaje del Señor Jesucristo. Dicen así en la NVI:

«¡Mirad que vengo pronto! La recompensa viene conmigo, y yo le daré a cada uno de acuerdo
con lo que haya hecho. Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin.
Dichosos son los que lavan sus túnicas, para tener derecho al árbol de la vida y para entrar por
las puertas a la ciudad. Fuera se quedan los perros, los que practican las artes mágicas, los
sexualmente inmorales, los asesinos, los idólatras y todo el que ama y practica la falsedad. Yo,
Jesús, he enviado mi ángel para daros este testimonio destinado a las iglesias. Yo soy el Vástago
y la Estirpe de David, y el brillante Lucero de la mañana».

(A) El versículo 12 comienza repitiendo al pie de la letra la primera frase del versículo 7. Allí
teníamos el primer alerta de la Segunda Venida de Cristo. Ahora se introduce por segunda vez
con la misma expresión: «He aquí que vengo pronto» (lit. Gr. Idoú érkhomai takhú), lo cual
indica un futuro inminente. La repetición, pues, tiene carácter de urgencia. Pero aquí el Señor
añade que trae la recompensa para darle a cada uno de acuerdo con lo que haya hecho. Es un
juicio de obras. Con esto se echa de ver que Jesús está hablando ahora del momento, ya
inminente, en que vendrá a recoger a los Suyos. La recompensa se dará en el tribunal de Cristo
(v. 2Co 5:10; 2Co 5:11 (refs2)).

(B) El versículo 13 repite los epítetos que ya hemos visto en 1:8, 17; 21:6, y nos muestra que
Cristo posee la misma naturaleza divina y las mismas perfecciones que el Padre. Los tres pares
de títulos connotan la misma verdad: Cristo es el comienzo y fuente de todo, como también el
final y la consumación de todo.

(C) El versículo 14 comienza con la séptima y última de las bienaventuranzas del Apocalipsis.
Algunos MSS tienen «guardan sus mandamientos» (así lo tradujo Reina en 1569), en lugar de
«lavan sus túnicas». Los vocablos son parecidos en griego, ya que plúnontes tas stolás-«que
lavan las túnicas»-es parecido a poioúntes tas entolás-«que hacen los mandamientos»-. Está
mucho mejor atestiguada la lectura que trae la NVI: «lavan las túnicas». La diferencia es
importante, pues, como dice Walvoord, «la obediencia de los mandamientos no es la base
sobre la cual se otorga la vida eterna. Es don de Dios a todos los que creen (Joh 5:24)» (ob. cit.,
pág. 336, citando de W. Scott). En este sentido de justicia imputada, vimos ya la frase en 7:14.
Este pasaporte es, de suyo, suficiente para tener derecho al árbol de la vida y para entrar por las
puertas de la ciudad (NVI).

(D) El versículo 15 enumera (por tercera vez. V. 21:8, 27) los excluidos de la ciudad. El énfasis
(como en 21:8) recae sobre los que practican la mentira. La lista es parecida a la de 21:8, y
coinciden cinco de los grupos. Lo de «y todo el que ama y practica la falsedad» (NVI), del final
del versículo 15, es una excelente explicación de lo que significan los mentirosos del final de
21:8. Tenemos ahora un grupo que no se hallaba en 21:8. ¿Quiénes son «los perros» que
encabezan aquí la lista? Por supuesto, no se trata de animales, sino de personas de carácter vil,
corruptor (comp. con Php_3:2). Dice Bartina (ob. cit., pág. 859):

Son … los canes (hoi kúnes), como las bestias que infestaban las poblaciones y eran odiados de
los orientales. Merodeaban por las ciudades, igual que las personas corruptoras, y eran echados
fuera de las murallas (Deu 23:18; Mat 7:6 (refs2); Mr. 7:27; Php_3:2). Son los paganos, con todo
su cortejo de vicios, y también los malos cristianos (cf. 2 P. 2:22). En sentido más técnico, son los
dedicados a la prostitución sagrada masculina (Deu 23:18; Deu 23:19 (refs2)).

(E) En el versículo 16, Jesús mismo atestigua el origen divino e inspirado de este mensaje (comp.
con el v. 8). Son frases semejantes a las del prólogo del libro. El propio Señor Jesucristo pone
ahora su firma y rúbrica a todo lo que ha revelado por medio del ángel que envió (gr. épempsa-
envié-, en aoristo). Así, el Rey de reyes y Señor de señores pone todo el peso de su divina
autoridad sobre lo que leemos en el Apocalipsis (comp. con 1:1 «revelación de Jesucristo»). Los
títulos que aquí se atribuye a sí mismo los hemos visto en 2:28; 5:5, y estaban ya profetizados
en Num 24:17; Isaías 11:1. Y, por única vez, desde 4:1, sale aquí el vocablo «iglesias». Nótese
que Jesús dice literalmente: «Yo, Jesús, envié mi ángel para atestiguaros estas cosas sobre (gr.
epí) las iglesias»; es decir, «CON DESTINO A LAS IGLESIAS». ¡Y pensar que el libro del Apocalipsis
es el menos leído, estudiado y predicado en las iglesias! Es cierto que lo de las «iglesias» va
dirigido primordialmente a las mencionadas en los capítulos 2 y 3, pero sabemos muy bien que
todas las iglesias de todos los tiempos, y todos los miembros de cada una de las iglesias, son
también destinatarios de este libro, lo mismo que de todos los demás libros de las Sagradas
Escrituras.
4. El versículo 17 constituye como una respuesta a la voz de Jesús, seguida de un conciso
mensaje evangelístico: «El Espíritu y la esposa dicen: “¡Ven!” Y el que escucha, diga: “¡Ven!”
Todo el que esté sediento, venga; y el que lo desee, tome gratis del agua de la vida» (NVI).

(A) Esta respuesta ardiente, conmovedora, la dan el Espíritu y la esposa, es decir, la Iglesia,
rogando al Señor que venga, que acelere su Venida, no sólo para que libre a los suyos de
quienes les oprimen, sino, sobre todo, para consumar la redención (Rom 8:16; Rom 8:23; Rom
8:26; Heb 9:28 (refs4), al final). Lo dice el Espíritu, por cuanto Él es el alma de la Iglesia (v. Eph
4:5) y el que intercede en el interior del creyente con gemidos inefables (Rom 8:26; Rom 8:27
(refs2)). Él es quien actúa en la comunidad eclesial, tanto en la oración como en la adoración y
en la acción (v. Act 13:14; Act 15:28 (refs2), entre otros lugares).

(B) El autor sagrado pide al que escucha la lectura en público del libro (comp. con 1:3) a que
ruegue también al Señor: «¡Ven!» A mi juicio, que es el de otros muchos autores, no cabe duda
de que este ruego («¡Ven!») se hace al Señor, no «a todos», contra la opinión de Walvoord.

(C) El versículo 17 se cierra con otro conciso mensaje evangelístico, que contiene dos
ofrecimientos equivalentes, aunque el segundo amplía la invitación del primero: (a) «El que
tenga sed, venga» (lit.). ¿Quién no estará sediento de salvación, la cual únicamente se halla en
Cristo? (Act 4:12); (b) «El que quiera, tome gratis el agua de vida» (lit.). Oímos la misma
invitación que ya se halla en Isaías 55:1. La vida eterna es un regalo de Dios (Rom 6:23); no se
merece ni se gana con esfuerzos humanos; pero Dios no la niega a nadie que quiera tenerla. Por
supuesto, nadie puede quererla sin que antes la gracia de Dios le ilumine los ojos del corazón (v.
Eph 1:18), para que pueda ver su miseria natural, así como el remedio (comp. con Joh 3:14-16).
Dice D. D. Turner (ob. cit., pág. 127, col. 2.a):

Dios convida pero no obliga a nadie a ser salvo en contra de su propia voluntad. El agua de vida
es gratuita, pero hay que acercarse a la Fuente. Esperamos que cada lector de estas páginas se
haya apropiado ya de la oportunidad de esta invitación, y sepa por experiencia propia lo que es
tener al Espíritu Santo en su vida Joh 7:37-39). Si no lo ha hecho todavía, que venga ahora
mismo, antes de que sea demasiado tarde.
Versículos 18-19

Estos versículos contienen una severísima amonestación a los que se atrevan a quitar o añadir
algo a la Palabra de Dios. Dicen así en la NVI:

«Yo advierto a todo el que escuche las palabras de la profecía de este libro: Si alguno les añade
algo, Dios le añadirá las plagas descritas en este libro. Y si alguno quita algo de las palabras de
este libro de profecía (lit. del libro de esta profecía), Dios le quitará su parte en el árbol (mejor
que “libro”, lectura que no tiene apoyo en los MSS griegos) de la vida y en la ciudad santa, que
están descritos en este libro».

1. No es la única vez que, en la Biblia, se amonesta contra las añadiduras o las omisiones con
respecto a la Palabra de Dios. Ya en el Antiguo Testamento pueden verse textos similares (v. Deu
4:2; Deu 12:32; Pro 30:6 (refs3); Is. 8:20). En cuanto a las falsificaciones, recordemos las
palabras de Jesús contra los fariseos (por ej., en Mat 15:6 «Así anuláis la Palabra de Dios bajo
pretexto de vuestra tradición»-NVI. Comp. con Gá. 1:6-9-).

2. Con esto se muestra que la Palabra de Dios puede ser corrompida o quebrantada
ilegítimamente (v. Joh 10:35) por parte de más lo mismo que por parte de menos. El liberalismo
y el modernismo, tanto en el análisis como en la interpretación de las Escrituras, hacen de
menos la Palabra de Dios. En cambio, los gálatas, por ejemplo, añadían algo a la Palabra de Dios:
fe más circuncisión. Igualmente, la Iglesia de Roma añade muchas tradiciones a la Biblia,
teniéndolas por tan autoritativas como las Escrituras. Todos ellos anulan así la Palabra de Dios.
El sola Scriptura de la Reforma debe ser, en esto, el lema de todo verdadero creyente cristiano.

3. Es obvio que estas amonestaciones van dirigidas a gente de iglesia, no a los de fuera, ya que
los de fuera no reconocen en la Biblia la Palabra de Dios. Sin embargo, sacaría una conclusión
falsa quien de esta porción dedujese que un sincero cristiano puede perder la salvación si quita
algo de la Palabra de Dios. Como dice Walvoord, eso equivaldría a sacar el texto de su contexto.
Y añade (ob. cit., pág. 338):
Esta porción supone que un hijo de Dios no va a entremeterse en estas Escrituras. Es el
contraste de la incredulidad con la fe, del intelecto ciego y caído del hombre en contraste con el
creyente iluminado y aleccionado por el Espíritu. Aun cuando el verdadero hijo de Dios no
comprenda todo el sentido del libro del Apocalipsis, reconocerá en él una declaración de su
esperanza y lo que se le ha asegurado de gracia por medio de su salvación en Cristo.

Versículos 20-21

Termina el libro y, con él, la Biblia en estos dos versículos, en los que tenemos: 1) La última
declaración que hace el Señor de Su Segunda, y cercana, Venida (v. 20a); 2) La normal reacción
de todo creyente, al escuchar esa declaración (v. 20b); y 3) La bendición final del propio autor
sagrado (v. 21). 1. En la primera parte del versículo 20, se nos declara el testimonio del mismo
Señor Jesús en cuanto a su próxima Venida: «El que da testimonio de estas cosas dice: Sí, vengo
pronto». Ésta es la tercera vez que, en este mismo capítulo (vv. 7, 12 y aquí), hace Jesús esta
promesa, pero aquí añade un «sí» (gr. nai), que equivale a «¡de seguro que sí!», con lo que se
refuerza la afirmación.

2. Juan, en nombre de la Iglesia, contesta a estas palabras del Señor Jesús con una vehemente, y
ardiente, plegaria: «¡Amén. Ven, Señor Jesús!» (v. 20b). Es como la súplica de una novia a su
amado, que se marchó para un largo viaje, pero con la promesa de volver para casarse con ella.
Seiss (citado por Walvoord, ob. cit., pág. 339) lo expone así:

La fantasía lo ha descrito bajo la imagen de una doncella cuyo prometido la dejó para ir de viaje
a Tierra Santa, con la promesa de que, a su regreso, la haría su amada esposa. Muchos le decían
a ella que jamás volvería a verle. Pero ella creía en la palabra de él, y tarde tras tarde bajaba al
solitario puerto y encendía una luz frente a las rugientes olas, para dar la bienvenida al navío
que había de devolverle a su amado. Y junto a aquella luz vigilante estaba ella ocupando su
puesto cada noche, rogando a los vientos que diesen prisa a las perezosas velas, para que
pudiese llegar pronto aquel que lo era todo para ella. Así también aquel bendito Señor que nos
ha amado hasta la muerte, se ha marchado a la misteriosa Tierra Santa de los cielos,
prometiendo que, a su vuelta, nos tomará como a su dichosa y eterna Esposa. Algunos dicen
que se ha ido para siempre y que nunca más lo veremos aquí. Pero su última palabra fue: «¡Sí,
vengo pronto!» Y sobre la oscura y caliginosa playa que se hunde en el mar eterno, cada
creyente verdadero monta guardia junto a la luz encendida por el amor, mirando y orando y
esperando por el cumplimiento de su obra, no contento con otra cosa que con su firme
promesa, y llamando constantemente desde el fondo amoroso de su alma: «¡AMÉN! ¡VEN,
SEÑOR JESÚS!» Y alguna de esas noches, mientras el mundo está ocupado en sus alegres
frivolidades, riéndose de la doncella del puerto, una forma se levantará de las turgentes olas,
como otrora en Galilea, a vindicar para siempre toda esa espera y devoción, y traer a ese fiel y
constante corazón un gozo, una gloria y un triunfo que nunca tendrán fin.

¡Ah, si cada uno de nosotros, escritor y lectores, se lo dijésemos así al Señor, rubricando con una
vida realmente consagrada el anhelo que tenemos de su Venida! Eso es lo que indica Pedro
cuando nos dice (2 P. 3:11, 12): «Deberíais vivir una vida santa y piadosa, aguardando con
expectación el día de Dios y acelerando su advenimiento» (NVI).

3. Aunque parezca otra cosa, «el libro del Apocalipsis-dice S. Bartina (ob. cit., pág. 865)-tiene
forma epistolar y, según el uso corriente, ha de acabar con una bendición». Así hace también
Pablo, aun en las epístolas más largas y repletas de doctrina. Según los MSS más fidedignos, la
bendición final del libro dice así literalmente: «La gracia del Señor Jesús (sea) con todos». La NVI
traduce, en lugar de «con todos», «con el pueblo de Dios», y añade el «Amén» que figura en
muchos MSS. Así, pues, mientras el Antiguo Testamento termina (en nuestras versiones, no en
la Biblia Hebrea) con una maldición (v. Mal 4:6), el Nuevo Testamento termina con una
bendición. De esta manera, la maldición de la Ley de Moisés contrasta con la bendición del
Evangelio.

SOLI DEO GLORIA

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