Efectos de La Institucionalización.
Efectos de La Institucionalización.
Efectos de La Institucionalización.
Estudio para cursos de capacitación impartidos en el DIF del DF, el DIF (Desarrollo integral
de la familia), la institución gubernamental que en México se ocupa de la infancia y de las
familias en general.
EFECTOS DE LA INSTITUCIONALIZACION
El objetivo de este documento es hablar sobre los efectos de la institucionalización de
menores. Hablo desde mi experiencia como madre por adopción, no desde un título
profesional; como mamá que ha vivido de primera mano las múltiples y terribles
consecuencias que deja la institucionalización, sobre todo en bebés, niños menores de 3
años; como mamá que se negó a quedarse con un diagnóstico discapacitante y que
decidió buscar soluciones y respuestas, como madre que quiere que su hija sea feliz, que
pueda explotar todo su potencial. Como mamá que reconociendo que existe un daño no
aceptó sin más las dificultades, sino que esto fue el punto de partida desde el cual se
dedicó a buscar estrategias para alcanzar el mayor grado de desarrollo y bienestar posible.
Como mamá que reconoce el daño inflingido y sus efectos en mi hija, y que decidió
emprender con ella el camino de la sanación y la resiliencia.
Cuando inicié este camino me hubiera servido muchísimo la información que he ido
recabando a lo largo de más de 8 años, conocer el origen de ciertos comportamientos, del
retraso en el desarrollo hubiera servido para una intervención más temprana. Saber el
impacto que tiene el pasado en el presente de mi hija. Encontrar profesionales que
estuvieran familiarizados no sólo con el maltrato, sino también con la deprivación, que
pudieran unir los síntomas con las causas para poder generar respuestas acertadas.
Alguien que estuviera al tanto de los hallazgos en el campo de las neurociencias con quien
pudiéramos trabajar juntos: médicos y terapeutas, colegio y familia. Encontrar el
acompañamiento terapéutico adecuado para superar las dificultades y construir
herramientas, para hacerles frente.
Duele y asombra constatar el gran desconocimiento acerca de las secuelas que deja el
abandono, los malos tratos o la ausencia de buenos tratos, la falta de un referente afectivo
en los primeros años de vida, la deprivación. Este desconocimiento se da a todos los
niveles, con los médicos que hemos visitado, la falta de terapeutas especializadas en el
tema, y la falta de información adecuada en los colegios acerca de cómo se construyen los
procesos de aprendizaje. Ninguno de los muchos profesionales consultados habló nunca
de los efectos de las privaciones en todos los niveles del desarrollo de un niño. Por el
contrario, fui yo quien les compartió la información que fui encontrando, la que se
enfrentó a miradas escépticas, y luego con el tiempo y mayor conocimiento me dieron la
razón. La que viajó al otro lado del océano buscando respuestas y encontró no sólo
respuestas, sino también herramientas para trabajar. La que llegó a México con una
valoración y un plan de trabajo integral. La que al encontrar estas respuestas fue
adentrándose en el conocimiento de la huella dolorosa que una historia de privación y
ausencia de buenos tratos puede dejar en los niños.
No sabía, por ejemplo, que un cerebro dañado en su conformación, como consecuencia de
la deprivación en la primera infancia, era el origen de dificultades en comprensión de
textos, en procesos de memorización (ayer se sabía los números y hoy no es capaz de
recordarlos), dificultades para dominar operaciones matemáticas sencillas o la
lectoescritura y muchas dificultades más.
Las alteraciones neuronales no son observables, sólo lo son los síntomas que generan. Las
dificultades de aprendizaje suelen ser la cara visible de las alteraciones en el desarrollo
cognitivo esperable. En otro aspecto, las alteraciones relacionales, como la excesiva
reactividad y agresividad, son la cara visible de alteraciones del apego. Pero también lo son
la sumisión, la docilidad, la hostilidad, la reactividad a la frustración. Las respuestas de
hiperalerta, las alteraciones en el uso de la memoria, los episodios de evasión, son
síntomas derivados de la vivencia de episodios o experiencias traumáticas.
De acuerdo con estudios que se han hecho al respecto, entre los factores de mayor riesgo
para las complicaciones evolutivas en los niños en situación de vulnerabilidad se
encuentran malnutrición y/o consumo de alcohol en el embarazo, prematuridad, maltrato,
abandono negligente, abusos y tiempo de estancia en una institución. Y es precisamente
sobre este último punto del que se habla en este documento. Tiempo de estancia en una
institución que es el origen de la deprivación, sobre todo si el menor en cuestión ha sido
internado en su primera infancia.
CONTEXTUALIZACIÓN
En 2009, la Asamblea General de las Naciones Unidas estableció las Directrices sobre las
modalidades alternativas de cuidado de los niños, se trata de pautas de política y práctica
relativas a la protección de niñas, niños y adolescentes privados de cuidado parental o en
riesgo de encontrarse en esa situación. Es un instrumento que orienta tanto las decisiones
de los altos funcionarios de la infancia relativas a las políticas públicas y a la construcción
del sistema de protección integral, como a los profesionales y operadores idóneos que se
desempeñan en organismos, organizaciones y programas que se ocupan de la protección y
restitución de los derechos de niñas, niños y adolescentes, especialmente en lo que
concierne al derecho a la convivencia familiar y comunitaria.
La Convención sobre los Derechos del Niño exige a los Estados garantizar el interés
superior de las niñas y los niños, asegurar que crezcan en un ambiente familiar y sólo
utilizar el cuidado en instituciones como medida de último recurso. Si bien todos los
Estados de América Latina y el Caribe han ratificado la Convención sobre los Derechos del
Niño (CDN) y se identifican avances en la adecuación a sus estándares de la legislación y de
las instituciones internas, el número de niñas y niños que vive en instituciones continúa
siendo extremadamente elevado.
http://www.hablapormi.org/#
http://www.youtube.com/watch?v=rARbsg1b4ZE
Investigaciones sobre el desarrollo infantil han mostrado que, en algunos casos, los daños
causados por las instituciones en las niñas y niños “pueden incluir salud física deficiente,
graves retrasos en el desarrollo, discapacidad y daño psicológico potencialmente
irreversible. Los efectos son más severos cuanto más tiempo se prolongue la
institucionalización. El riesgo de daño psicológico y para el desarrollo es particularmente
agudo para los niños menores de 4 años; éste es un período crítico para que los niños y
niñas establezcan lazos con sus progenitores o cuidadores”. Las diferentes investigaciones
realizadas en el campo de la neurología, la etiología humana y las neurociencias han
brindado la información necesaria para que no quede ninguna duda que la maduración del
cerebro y del sistema nervioso de los infantes depende del cariño, la estimulación y los
cuidados que reciben del mundo adulto, en especial de sus madres y padres. Cuando esto
no ocurre existe un enorme riesgo de daños de las diferentes funciones mentales
necesarias para asegurar el aprendizaje, una adaptación sana al entorno y la participación
en relaciones interpersonales afectivas basadas en el respeto. Los buenos tratos, sobre
todo antes de los tres años de edad, son fundamentales para promover una infancia y una
adolescencia sana,
El Dr. Jorge Barudy, Director y fundador del Centro EXIL de Barcelona, una ONG centrada
en la atención terapéutica médico-psico-social a personas traumatizadas por diferentes
tipos de violaciones de los Derechos Humanos, que atiende, entre otros colectivos, a niños
y niñas víctimas de malos tratos, abusos sexuales y violencia de género, explica que uno de
los derechos fundamentales de los niños, las niñas y los jóvenes es que sus necesidades
sean satisfechas para desarrollarse y alcanzar la madurez. Esto es una tarea, no sólo de sus
padres y cuidadores, sino del conjunto de la sociedad. Es responsabilidad de cada adulto,
cada comunidad y cada Estado, crear las condiciones para que todos los niños tengan
acceso a los cuidados, la protección y la educación que necesitan para llegar a la
adolescencia y luego integrar la vida adulta, de una forma sana, constructiva y feliz. Esto es
necesario para que todos los niños lleguen a ser ciudadanos adultos, poseedores de una
postura ética y de los comportamientos necesarios para establecer relaciones conyugales,
parentales, familiares y sociales basadas en modelos de buenos tratos hacia sí mismos y
hacia los demás. Por ello insiste en la relación existente entre trastornos del desarrollo,
comportamientos agresivos y violentes, y otras manifestaciones de sufrimiento infantil y
juvenil, con el hecho que un número significativo de niños y adolescentes sean víctimas de
violencia en el ámbito familiar, institucional y social. La violencia y los trastornos del
comportamiento de los menores está en estrecha relación con el hecho que sus familias,
las instituciones y la sociedad no han podido asegurarles una infancia caracterizada por un
clima afectivo y un contexto educativo basado en los buenos tratos y en el desarrollo de la
resiliencia. Todos, absolutamente todos, dentro de una comunidad deberíamos
preocuparnos por los hijos de los demás, porque esos hijos de los demás son los que
conformarán la siguiente generación de población adulta, que determinará que una
sociedad sea sana, exitosa, etc.
Los malos tratos, así como la ausencia de buenos tratos, provocan diferentes tipos de
daños graves en los niños, aunque no siempre visibles: trastornos del apego y de la
socialización, trastornos de estrés traumático de evolución crónica, traumatismos severos
y alteración de los procesos resilientes. Y si los niños no reciben protección oportuna y
adecuada, ni tratamientos para reparar estos daños existe una gran probabilidad que en la
adolescencia el sufrimiento se exprese por manifestaciones como comportamientos
violentos, delincuencia, abusos sexuales, uso de drogas y alcohol.
La vida en una institución durante los primeros meses o años de vida pueden provocar al
niño consecuencias físicas y psíquicas derivadas de la falta de estimulación, de atención
sanitaria y nutricional y de apego: el llamado síndrome del niño institucionalizado.
Las posibles secuelas de la vida en una institución hay que tenerlas muy en cuenta a la
hora de entender el estado de salud y comportamiento a veces peculiar de los niños que
llegan a la adopción después de una larga estancia en una institución. No tienen por que
darse todos los trastornos en todos los casos, pero es muy habitual que se presente alguno
de ellos, en mayor medida cuanto más larga haya sido la institucionalización y según las
condiciones.
Sin importar que tan buenas puedan ser las políticas en materia de institucionalización,
nada ni nadie podrá sustituir el calor, la intimidad y la relación continuada y sostenedora
de la madre y la familia. Un niño internado presenta diversos signos que dan cuenta de un
verdadero síndrome del abandono, con síntomas diversos, sujetos a las variables
individuales. Durante el primer año de vida se observa: falta de atención, adelgazamiento,
palidez, relativa quietud, falta de respuesta ante la sonrisa, inapetencia, insuficiente
aumento de peso y de talla, sueño intranquilo, estados febriles continuos, succión
continua del pulgar, retraso en el lenguaje, retrasos motores (no se sienta, no gatea, no se
para, no usa cuchara). Estos niños pierden paulatinamente la posibilidad de transmitir sus
emociones y expresiones cariñosas y de a poco también pierden la conciencia de lo que les
pertenece, se van acostumbrando al trabajo con el sistema de premio-castigo como única
fuente de gratificación afectiva. Como dice Daniel Siegel en su libro El cerebro del niño,
cuando nace un bebé, ya está listo para relacionar lo que ve en los demás con lo que hace
él y siente en su interior. Pero ¿qué pasa si los demás sintonizan con sus necesidades sólo
en raras ocasiones? Al principio la mente del niño se verá invadida por la confusión y la
frustración. Sin los momentos íntimos en los que se produce una conexión sistemática con
sus cuidadores, puede acabar siendo una persona sin visión de la mente, sin comprender
la importancia de unirse a otros. Aprendemos muy temprano en la vida a usar nuestra
conexión con las personas de confianza para aliviar nuestra angustia interior. Eso
constituye la base de una relación afectiva segura. Pero si no recibimos una crianza así,
nuestro cerebro tendrá que adaptarse y arreglárselas como pueda.
Lo que sucede en las primeras etapas de la vida nos influye de manera poderosa en la vida
adulta. Las primeras impresiones que recibimos de quedan almacenadas en la memoria
emocional y nos informan sobre cuán confortable, confiable y seguro es el mundo de
fuera.
PROYECTO DE INTERVENCIÓN TEMPRANA DE BUCAREST
Durante más de una década se estudió a estos tres grupos de niños. Las conclusiones
sobre el efecto de la crianza de los niños en las instituciones son notables y, a la vez,
preocupantes. En primer lugar, se encontró que el desarrollo de los niños en instituciones
se encuentra muy por detrás de los niños que nunca han estado en una. En segundo lugar,
los niños en instituciones muestran una dramática reducción en su coeficiente intelectual,
su rendimiento en lenguaje y en la actividad eléctrica del cerebro (EEG). También
muestran una alta prevalencia de problemas de apego y de salud mental. Sin embargo,
también se encontraron poderosos efectos en la intervención. Se observó de forma
consistente que los niños previamente institucionalizados que fueron colocados en
hogares familiares de acogida o adopción mostraron un aumento en su coeficiente
intelectual, lenguaje y apego (por mencionar al menos tres efectos), particularmente en
los casos en que fueron acogidos antes de los 2 años de edad.
Vale la pena señalar que también se constató la existencia de algunos ámbitos en los que
los niños no se beneficiaron de la intervención de hogares de acogida. Por ejemplo, la
prevalencia del trastorno de hiperactividad con déficit de atención es muy alta
(aproximadamente del 20%) tanto entre los niños en instituciones, como en los niños ya
en los hogares de acogida. Del mismo modo, ambos grupos muestran alteraciones a nivel
de sus funciones ejecutivas (denominadas funciones cognitivas superiores, como es la
capacidad de planificación).
Este estudio ha sido muy importante como evidencia científica sólida en favor de la crianza
de niños en el seno de familias y contra la crianza de niños en instituciones. Por lo tanto,
hay importantes lecciones para los millones de niños huérfanos o abandonados en
Latinoamérica y el mundo.
A tenor de los resultados que nos aportan los estudios y las múltiples investigaciones en el
ámbito de las neurociencias, parece claro que el maltrato durante la infancia interfiere en
el desarrollo normal del niño dejando secuelas más o menos importantes a nivel
estructural, anatómico y funcional en su cerebro, principalmente en aquellas zonas
encargadas de la modulación de los estados afectivos y del control de impulsos.
Algunas de estas secuelas son irreversibles y tienen consecuencias a corto y a largo plazo,
especialmente si se producen durante la primera infancia cuando hay una mayor
inmadurez neurológica y emocional. Por otro lado, las investigaciones enfocadas al estudio
de los trastornos del apego nos permiten también comprender la gravedad de las
consecuencias del maltrato y del trauma, sea cual sea su formato.
Para los efectos de estas investigaciones, maltrato se refiere tanto a la falta de atención
adecuada (negligencia, desnutrición o abandono), como los hechos que lesionan la salud
física del menor (negligencia durante el embarazo, maltrato físico, abuso sexual, etc.), así
como las acciones que atentan contra la salud mental (maltrato psicológico).
El descubrimiento de las estructuras y sistemas dañados como consecuencia del daño a los
niños, es múltiple y no deja de aumentar. La conformación de redes neuronales
desajustadas e hipertrofiadas como consecuencia de la vivencia de traumas; la
descompensación de los niveles de cortisol como resultante de la exposición al estrés
temprano; la alteración de equilibrios entre los neurotransmisores fruto de una mala
interrelación entre cuidador-bebé; la alteración de las estructuras cerebrales resultantes
de la desnutrición, etc.; son algunos ejemplos de los descubrimientos que la literatura
científica aporta para constatar que el daño a los niños y niñas en los primeros momentos
de sus vidas, altera la conformación de su sistema nervioso y afecta al funcionamiento
posterior del mismo.
Ahora veamos cuáles son los efectos de la institucionalización en las diferentes esferas del
desarrollo de un niño.
Desarrollo físico
Esta es la esfera que por lo general presenta una más rápida recuperación en cuanto los
niños se integran a una familia. Una vez en casa, la introducción de alimentos ricos en
proteínas, calcio, hierro, zinc, flúor y vitaminas, junto con la mayor estimulación y el afecto
que recibe el niño, suelen provocar una recuperación espectacular de los retrasos de
crecimiento y una mejoría paulatina de los trastornos leves o moderados del desarrollo
psicomotor.
La díada madre-hijo es una relación especial y estrecha que debe formar parte del bebé en
desarrollo. La teoría del apego enfatiza el papel del cuidador para proporcionar
estabilidad, seguridad y protección, lo que influye en gran medida en el bienestar
emocional y en la salud de los pequeños. Que este cuidado sea un hecho evolutivamente
esperado significa que la ausencia de este ambiente podría tener graves consecuencias
para la salud del niño.
Tan importantes como las necesidades materiales (descansar lo suficiente, ingerir alimento
diario en cantidad y calidad, contar con vestimenta y techo que lo proteja del frío, atender
su salud para prevenir enfermedades, entre otras) son las necesidades emocionales, y la
no satisfacción de éstas pone en peligro su vida tanto como la no satisfacción de aquellas.
El bebé necesita comunicación (a través de las miradas, la palabra, el sentido de la
presencia) y contacto permanentes (ser “sostenido”, sentir el cobijo, el calor, el contacto
que le asegura que está protegido), que respondan a sus demandas. En definitiva, sentir la
presencia incondicional de aquella persona que lo cuida. Estas necesidades que son
básicas para la supervivencia del bebé sólo pueden ser cubiertas a través de una persona
con quien tenga un vínculo estable (como dijimos, su madre o un sustituto estable), quien
a partir de ese lazo que los une le brinda el cuidado personalizado, uno a uno, que él
necesita. Además, el bebé requiere que esa díada mamá-bebé esté inmersa en un
ambiente previsible, ordenado, coherente y seguro.
Un bebé desde que nace necesita cosas tan simples y tan básicas como que alguien le
toque, le hable, le mire a los ojos, entienda sus ‘señales’ como responder ante un lloro o
un balbuceo. Sin embargo, un niño que está en una institución no va a tener esa respuesta
inmediata porque lo normal es que las atenciones que reciba sean muchas menos que en
un hogar, y además, muy automatizadas, es decir, a todos los niños se les da el biberón o
se les cambia el pañal de la misma manera. Los bebés necesitan recibir atención especial y
establecer un vínculo de apego con una persona de referencia. El establecimiento de este
vínculo se produce alrededor de los ocho meses, edad a la que el niño ya tiene que haber
experimentado que es especial para alguien, que se siente protegido, que hay un entorno
cálido que le va a ayudar cuando tenga una necesidad. Cuando los bebés no reciben la
atención que necesitan o no perciben que sus necesidades emocionales están satisfechas,
sentirán una carencia afectiva.
A veces se produce también un rechazo hacia hábitos normales para nosotros como dejar
que le bañen o le corten las uñas o el pelo. Pueden presentarse también comportamientos
que manifiestan carencias afectivas, como pueden ser balanceos, succión del pulgar o
golpes rítmicos de la cabeza contra la pared o el cochón, de las manos entre ellas o contra
las piernas, etc.
Los niños y niñas que han vivido experiencias prolongadas de abandono y maltrato en
instituciones u orfanatos de baja calidad tienen muchas probabilidades de presentar
alteraciones en el vínculo de apego (no son los únicos pero sí una de las poblaciones en
riesgo). Pueden ser niños/as que tiendan a evitar las relaciones sociales, desconectándose
interiormente de lo que sienten en relación a otros y no sintiendo la necesidad de
relacionarse; pueden ser niños que, al contrario, se hiperactiven en la relación con los
demás, no sean capaces de entrar en interacciones co-reguladas, muestren dudas sobre la
disponibilidad de los otros y experimenten emociones muy intensas en las relaciones
sociales; y, finalmente, pueden ser menores de edad que presenten una mezcla de ambas
tendencias pero sin mostrar una estrategia coherente. En cualquier caso, los tres
comparten como características comunes los problemas para relacionarse socialmente,
bien porque evitan o niegan necesitar estar con los demás bien porque, por exceso, no
sintonizan ni se regulan con los otros en la convivencia, resultando ésta problemática.
Uno de los problemas que suelen tener los niños que han sufrido trauma temprano y
crónico es la dificultad para contener los impulsos y las emociones. Además, los límites, la
aceptación de las reglas y normas de convivencia en el mutuo respeto, pero también los
límites del yo (del propio cuerpo), donde termino yo y empieza el otro, han sido
difusamente desarrollados por estos menores. La tarea de la madre durante el primer año
de vida es por un lado, la de reflejar (mirroring) los estados internos del infante y la de
holding (contener, sujetar) los impulsos y emociones indeseadas, de malestar o excitación,
dando forma mediante palabras y el contacto físico calmante y contenedor (los brazos) a
todo el mundo interno del bebé.
Los niños que han sufrido abandono y/o maltrato durante los tres primeros años de vida y
que presentan alta probabilidad de sufrir trauma temprano, con apego desorganizado,
presentan grandes déficits en la regulación emocional, la coherencia de la mente, el
mantenimiento de un sentido coherente de sí mismos a lo largo del tiempo y, algunos de
ellos, en la aceptación de la autoridad y los límites normativos. Un sentido de contención,
entre otros aspectos, ha fallado gravemente en el desarrollo de estos niños que no han
contado con una experiencia de apego seguro, con unos cuidadores rápidos, sensibles y
empáticos para satisfacer sus necesidades no sólo biológicas sino emocionales. Las
necesidades emocionales consisten en que el adulto mediante la interacción cálida, lúdica
y afectuosa refleje el mundo interno del infante y le proporcione las claves verbales y no
verbales para desarrollar una auto-regulación emocional y conductual posterior, y también
constituirse en un contenedor seguro de las emociones, excitaciones y deseos negativos e
intensos que pueden desorganizar a un bebé si no se les da forma (con el lenguaje y la
palabra calmante) y andamiaje físico (contacto y abrazo corporal) Un niño encuentra, por
lo tanto, en un adulto, estable emocionalmente, coherente y organizado los elementos y
las claves para desarrollar la seguridad en sí mismo. Además, esta experiencia prolongada
durante los primeros años de vida (y en especial, el primero) sienta las bases para una
futura capacidad de regulación y contención emocional y de impulsos. El sentido del límite
(el cuidador le ha proporcionado al niño una experiencia co-regulatoria que le ha
permitido darse cuenta de que tiene una mente diferenciada de la de aquel) en
consecuencia, se desarrolla gracias a esta relación de apego segura y contenedora. En la
díada cuidador/niño está la primera y necesaria escuela de aprendizaje emocional y social.
Hay menores -con historia de abandono y/o maltrato durante los primeros años de su
vida- que pueden además, desarrollar unas carreras morales antisociales en las que ya no
es que no puedan contenerse y aceptar el límite sino que, a veces, no quieren ni aprender
a hacerlo. Se sienten resentidos. Quieren resarcirse de lo que ellos consideran vejaciones y
humillaciones pasadas de un sistema social que sienten se ha cebado con ellos. Una de sus
creencias nucleares es “toma lo que quieras que te lo mereces” Proyectivos y
exonerándose de toda responsabilidad en sus actos, no acatan las normas y las reglas de
convivencia y van contra ellas y contra quienes las defienden y representan frente a ellos,
con un malestar emocional interno y con una actitud de huida y escape (a veces con
consumo de sustancias) y conductas o rasgos antisociales. La primera mini-sociedad -que
son los primeros cuidadores- les hizo daño. Y posteriormente, el niño (por diversas causas)
no desarrolla un vínculo significativo que le dé sentido de pertenencia e identidad con un
tutor de resiliencia que le acepte. El menor va desarrollando conductas antisociales e
incluso, posteriormente, una personalidad con rasgos antisociales. El sufrimiento interno
sostenido durante años queda enmascarado por estos síntomas.
El bebé, al nacer, no diferencia el mundo interno del mundo externo, no sabe de dónde
provienen los estímulos y sensaciones que percibe (hambre, dolor, frío, ruidos, etc.). Si
observamos el malestar de un bebé de pocos días o semanas captamos un alto nivel de
desesperación, de irritabilidad y una hiperresponsividad; son intensas vivencias
movilizadas por las sensaciones abrumadoras que percibe y siente. Al no poder acceder
internamente a ningún tipo de pensamiento, al no poseer lenguaje interno, el bebé carece
de la capacidad para poner en marcha recursos personales que le alivien y le contengan,
que den sentido y esperanza de calma. Es necesaria la existencia del/de la cuidador/a
adulto quien, ante esas abrumadoras sensaciones y vivencias, capte ese malestar, se haga
cargo de él y le transmita, a través de las palabras, del tono de voz y de su actitud,
suficiente serenidad hasta calmarlo. Esa función de contención del adulto es lo que
permitirá al bebé registrar esa experiencia con buen final a pesar de la angustia y el
malestar intensos; la repetición de muchas otras experiencias de esa misma naturaleza y
con variados matices esencialmente pre verbales y pre simbólicas es lo que permitirá que
quede registrada (impresa) en la memoria implícita la sensación/ vivencia de confianza en
que, a pesar del malestar y la frustración, existe la esperanza de que alguien proporcione
bienestar. El lenguaje verbal y la gestualidad del adulto van dando sentido a las
experiencias del bebé posibilitando en él la construcción interpretativa de cuanto
acontece, la configuración de su modo de entenderse a él mismo y a los demás, lo cual
revertirá en las expectativas concernientes a sus experiencias e interrelaciones posteriores
gestándose un apego seguro con las figuras de referencia. Esas vivencias compartidas con
el adulto permiten al bebé iniciar la construcción del símbolo, germen del pensamiento y
de la capacidad de mentalización. Sin embargo, si en la respuesta del adulto hay
repetidamente falta de contención, o bien si no hay quien se haga cargo de esas
ansiedades tan desestabilizadoras y caóticas, el niño, al quedar atrapado sin posibilidad de
resolución, registra en su memoria implícita el protagonismo de esa intensa ansiedad que
inhibe aquellas regiones y procesos cerebrales que son partes constituyentes de la
capacidad de mentalizar. Posiblemente entonces, para lograr sobrevivir emocionalmente,
pondrá en marcha mecanismos de defensa primarios desconexión, disociación, negación
etc. Que serán también fijados cual mecanismos de protección ante futuras experiencias
similares. Los estudios revelan que la reacción psicobiológica del infante frente a los malos
tratos y al trauma abarca dos patrones separados de respuesta: hiperactivación y
disociación.
Nuestro cerebro tiene tres pisos. El de más abajo, el tronco del encéfalo, lo compartimos
con los reptiles. El del medio, el sistema límbico, con los mamíferos. El de más arriba, el
cortex, es el propio de los humanos. Toda la maduración neurológica tiene que darse de
abajo hacia arriba. Sin embargo, cuando en los pisos de abajo hay lagunas, los síntomas
siempre los vamos a ver arriba, en forma de dificultades de aprendizaje o de
comportamiento.
A menos que tengamos una gran madurez, en situaciones de estrés siempre van a tomar el
control del cerebro los pisos de abajo y a responder conforme a su programa propio.
Cuando un niño se siente inseguro o amenazado (sea de la manera que sea), la parte de su
cerebro que normalmente va a tomar el mando de la situación es el tronco del encéfalo.
Este tronco del encéfalo dirige respuestas automáticas como mecanismos de
supervivencia.
Los niños que han estado institucionalizados desde muy pequeños, o que han sufrido
abandono no conocen el proceso de empatización. Estos niños permanecen solos en la
cuna si lloran, mientras que los bebés que han sido cuidados por su madre, al llorar no
sólo son atendidos y consolados cuando lo necesitan, sino que su madre les va a ir
reflejando de manera natural sus emociones: cuando llora, cuando ríe, quien le cuida le va
contando lo que le sucede (cuando se asusta por ejemplo le dice “¡ay pobre, que susto se
ha llevado mi niño!”) Estos gestos tan naturales van a ayudarle a modular sus emociones,
gestos de los que los niños institucionalizados no gozan, por lo que muchos de estos niños
ni siquiera son conscientes de sus propias emociones.
La mayoría de los problemas o dificultades con los que nos encontramos son producto del
déficit emocional de nuestros hijos, a veces no sólo se trata de un problema de apego, sino
que puede tratarse de un problema de desarrollo alterado. Esto significa que su desarrollo
físico puede no estar equiparado con su desarrollo psíquico. Algo que suele resultar
bastante desconcertante.
Esto es importante y puede ayudar a muchas familias que no entienden qué es lo que
sucede: el desarrollo personal se sustenta en campos tales como lo cognitivo, lo social, lo
moral, lo sexual, lo emocional y por su puesto lo físico. Pero el gran problema es cuando
este desarrollo se encuentra alterado y nos encontramos con un chico de 13 años con un
físico de 12 (o superior) un desarrollo emocional de 4, uno sexual de 8 y el desarrollo
moral que correspondería a un niño de 2 años. Tenemos un niño de 13 años y le pedimos
que actúe como un niño de 13 años y obtenemos comportamientos y respuestas
completamente asincrónicos, porque se comporta moralmente como un niño de 2 años y
con sus 13 años de vida puede que sea un niño incapaz de mantener la norma más allá de
que el adulto esté presente, (por ejemplo: quiere una cosa y la toma y no prevé las
consecuencias), el desarrollo moral de los niños está muy ligado al cognitivo.
La primera fase es la de los bebés, el ejemplo anterior (quiero algo y lo tomo) se ubicaría
en una segunda fase, propia de niños de hasta más o menos 2 años. En la tercera fase de
desarrollo se encontrarían los niños que son capaces de no realizar una acción si hay un
castigo. Llegando a la cuarta fase los niños ya son capaces de desarrollar un pensamiento
acción-consecuencia: “si hago esto y mamá me descubre se va a enojar“ y por eso dejan
de hacerlo. Es en esta fase cuando empiezan a tener en cuenta a los demás. Y finalmente
en la quinta fase, los niños empiezan a no hacer lo que está mal porque ellos se sienten
mal, o sea no hace lo que sabe que es malo sobre todo por él mismo. Esta fase suele darse
a partir de los 8 años en niños cuya evolución se encuentra dentro de lo normal.
El ser humano nace en unas condiciones de inmadurez que no pueden compararse a otras
especies animales. El bebé humano nace con un cráneo flexible y un cerebro inmaduro
que se desarrolla después del nacimiento. Al nacer, el cerebro de un ser humano se ha
desarrollado en un 25%, lo que significa que el otro 75% habrá de hacerlo tras el
nacimiento. Los bebés experimentan un desarrollo vertiginoso en sus primeros meses de
vida, gracias a la interacción con el ambiente y a la estimulación mediada a través de una
figura que proporciona seguridad y bienestar: la madre. Satisfechas las necesidades físicas
y emocionales, el cerebro se prepara para vivir cambios asombrosos que le harán recorrer,
en apenas unos meses, millones de años de evolución de la historia del hombre sobre la
tierra.
Al momento del nacimiento el ser humano presenta millones de neuronas que deben
conectarse entre sí formando una compleja red de carreteras por las que transite la
información dentro del cerebro. Si bien la cantidad de neuronas tiene cierta importancia
en el desarrollo, lo verdaderamente crucial para que pueda darse una adecuada
organización neurológica son las conexiones que se realicen entre ellas.
Estas conexiones, llamadas sinapsis, serán la clave que permita la maduración de las
distintas áreas del cerebro encargadas tanto de las funciones orgánicas necesarias para la
superviviencia – respiración, digestión, sueño, etc.- como del desarrollo motor, del
procesamiento emocional, del rendimiento cognitivo y del comportamiento social.
Las sinapsis se crean mediante la estimulación en los primeros meses y años de vida, y van
creciendo de manera ramificada y ascendente, es decir, primero se organizan los centros
más primarios del cerebro y posteriormente maduran los más evolucionados. A medida
que los niveles inferiores se van desarrollando, los superiores pueden empezar a generar
sinapsis creando una red que será más compleja y sofisticada
La estimulación que necesita el cerebro para madurar proviene tanto del interior como del
exterior. Por una parte contamos con un programa interno que lleva al feto y al recién
nacido a ejecutar una serie de movimientos que en primer término son involuntarios y
estereotipados y posteriormente llegan a ser controlados y voluntarios. Por otra,
necesitamos de fuentes externas de estimulación táctil, auditiva, visual y kinestética; es
decir, necesitamos del contacto físico, el lenguaje, el movimiento y de un mundo entero
para descubrir con nuestros ojos. Sin duda, la principal fuente de estimulación será la
madre quien a través de sus abrazos, caricias, palabras y juegos se convertirá en una figura
primordial para el desarrollo del bebé.
En último término se encuentra el neocórtex, que es la capa que cubre exteriormente todo
el cerebro y que encuentra un alto grade de especialización funcional en sus diferentes
áreas, aquí se procesan los estímulos visuales, auditivos, táctiles, kinestésicos. El neocórtex
debe integrar toda esta información, interpretarla y generar una respuesta adecuada. Aquí
se encuentran las estructuras responsables del habla, la lectura, la escritura, el
pensamiento lógico y la abstracción, entre otras. Y también es el encargado de las
funciones ejecutivas entre las que se encuentra la atención, la motivación, la planificación,
el autocontrol, y la integración entre la emoción y el pensamiento. Para que el neocórtex y
el córtex prefrontal puedan madurar es necesario que las otras estructuras como el tronco
del encéfalo, el sistema límbico y el cerebelo se hayan desarrollado de manera adecuada.
Existen una serie de factores neuropsicológicos que son de crucial importancia para el
aprendizaje y el comportamiento, se desarrollan durante el período prenatal y durante los
primeros meses y años de vida. Los más importantes para el desarrollo del aprendizaje son
el desarrollo motor, la audición y la visión.
Veremos cómo son las condiciones que necesitan para su adecuada maduración y en qué
medida pueden encontrarse insuficientemente desarrolladas en niños adoptados, dadas
las circunstancias en las que ha transcurrido su primera infancia.
Desarrollo motor
Ya en la vida intrauterina el bebé experimenta el movimiento. Desde entonces, y de modo
crucial a partir del nacimiento, su desarrollo motor será una de las claves que permita la
organización neurológica mediante la generación y mielinización de las sinapsis que van a
permitir el procesamiento de la información en nuestro cerebro. En los primeros
momentos de vida el movimiento viene predeterminado por ciertos patrones involuntarios
y estereotipados, dirigidos desde el tronco del encéfalo, llamados reflejos primarios. Estos
reflejos tienen la importante misión de asegurar la supervivencia del recién nacido en un
medio aún desconocido. Son reflejos como el de succión −que permite la alimentación del
bebé en contacto con el pecho materno−, el de prensión −vestigio de nuestros
antepasados primates que necesitaban asirse al pelo de la madre desde el nacimiento−, o
el de Moro, que desempeña una importante función como regulador del sistema de alerta
y amenaza. Estos reflejos, a medida que el bebé crece y madura, se inhiben para dejar
paso a movimientos voluntarios controlados por centros cerebrales más sofisticados.
Esta maduración tiene lugar gracias a los movimientos espontáneos que realiza el bebé en
interacción con el medio y a la estimulación que recibe de sus cuidadores,
fundamentalmente de su madre. Cuando un bebé chupa el pecho de la madre no sólo
recibe nutrición y afecto sino también una importante estimulación para poder inhibir su
reflejo de succión y permitir el desarrollo de un sistema de alimentación más complejo
contribuyendo, a su vez, a la maduración de algunas de las estructuras necesarias para el
habla. Cuando un bebé agarra el dedo de su madre está entrenando sus manos para llegar
a manipular objetos a voluntad, lo que constituye un paso decisivo en el desarrollo de la
inteligencia y permite, entre otras cosas, la preparación de una importantísima función en
nuestro mundo: la escritura.
Audición
Por lo que respecta al oído, éste no sólo tiene que ser capaz de oír sino también de
procesar correctamente la estimulación sonora. El fascinante sistema de procesamiento
auditivo central funciona en modo semejante a una radio: en sus primeros meses de vida
necesita sintonizar los sonidos que escucha, situando cada uno de los fonemas de su
lengua materna en la frecuencia correspondiente. Ello le permitirá crear un registro
fonológico para poder adquirir el lenguaje, asociando a cada sonido o conjunto de ellos un
significado y, posteriormente y en coordinación con las estructuras encargadas del habla,
ser capaz de pronunciar sus primeras palabras. A lo largo de los tres primeros años el niño
tiene abierta la ventana auditiva para registrar los distintos sonidos de su lengua materna
−o de aquellas lenguas a las que esté expuesto− y pasado ese plazo, el aprendizaje de
cualquier idioma será mucho más costoso. Una de las habilidades que el sistema auditivo
necesita desarrollar es la discriminación auditiva –esto es, el diferenciar entre unos
fonemas y otros− y de ello depende, en gran medida, el dominio del lenguaje y la correcta
adquisición de la lectura. Cuando un niño no ha logrado discriminar perfectamente entre
ciertos pares de fonemas, como pudieran ser /f/ y /z/ en el castellano, tendrá dificultades
a la hora de reconocer su grafía y de reproducirla, es decir, podrá presentar problemas de
lectoescritura. El ser humano sólo puede reproducir verbalmente aquello que percibe a
través del oído. Si éste no ha tenido oportunidad de tener una rica, completa y abundante
estimulación auditiva difícilmente podrá dominar el lenguaje, tanto en la vertiente
comprensiva como en la expresiva. Pensemos en un niño que ha pasado la mayor parte del
día solo con una muy escasa interacción con los adultos. O un niño que durante sus
primeros años de vida ha experimentado un ruido de fondo constante que le impide
escuchar con nitidez. En cualquiera de los dos casos, su estimulación auditiva ha sido
pobre por lo que su lenguaje, su pensamiento y su capacidad de abstracción se resentirán.
Las carreteras que soportan la información auditiva estarán infradesarrolladas y con ellas
todo lo que tenga que ver con la comunicación verbal lo que se transferirá, llegado el
momento, a los procesos de lectura y escritura.
Visión
La vista procesa unas dos terceras partes de toda la información que es enviada al córtex y
supone un importante consumo energético. Cualquier dificultad encontrada en el
procesamiento visual tendrá un fuerte impacto en el aprendizaje y el comportamiento del
niño. Es importante tener en cuenta que el sistema visual madura en paralelo al desarrollo
motor. No estamos hablando del órgano de la vista, sino del procesamiento de la
información que llega al cerebro a través de los ojos. Una cosa es el ojo y otra la carretera
que va del ojo al cerebro. El hecho de tener dos ojos nos da el enorme privilegio de tener
una visión tridimensional, de poder calcular la profundidad y las distancias gracias a la
superposición de las imágenes enviadas por cada uno de nuestros ojos al cerebro. Pero
cuando nacemos, el sistema visual está muy lejos de ser capaz de hacer esto; precisa de un
importante recorrido en el que la visión de ambos ojos ha de adquirir varias habilidades
hasta poder ser eficiente, integrando en una única imagen los estímulos visuales y siendo
capaz de ver con nitidez los objetos en movimiento y a diferentes distancias de manera
rápida, cómoda y precisa. Una de esas habilidades, que juega un destacado papel tanto en
el aprendizaje como en el comportamiento, es la convergencia, la fusión de las imágenes
enviadas por ambos ojos en una sola. Para que ello pueda producirse es necesario que el
sistema visual sea estimulado a través de contrastes de luz y oscuridad y de juegos
realizados con el bebé, como aquellos en los que se mueve un objeto llamativo frente a
sus ojos o se le invita a chocar o apilar juguetes. Esta convergencia será la que evite la
visión doble y la que permita ver el mundo circundante en tres dimensiones; la que
posibilite reconocer las letras para leer y la que la que nos haga ser capaces de seguir una
pelota en movimiento.
Esta coordinación binocular experimenta un importante empuje durante algunas fases del
desarrollo motor del niño como el gateo, en el que el patrón cruzado que se realiza al
gatear pone en relación ambos hemisferios cerebrales potenciando la maduración del
cuerpo calloso y el trabajo en equipo de los dos ojos, por lo que los niños que han vivido
una escasa estimulación o una limitación de la exploración motora del entorno
difícilmente han podido desarrollar de manera adecuada su sistema visual.
En uno de sus estudios, Mc. Phillips et al. ponen de manifiesto la relación entre las
dificultades lectoras, el desarrollo neurológico temprano y la terapia de integración de
reflejos primitivos. Esta terapia se basa en la repetición de ciertos movimientos
semejantes a los generados por los reflejos primarios en el periodo fetal y neonatal con el
fin de madurar las correspondientes estructuras cerebrales. En este estudio, se demostró
la relación entre la presencia del reflejo tónico asimétrico del cuello y las dificultades
lectoras y se evidenció la eficacia de un programa de intervención basado en la inhibición
de dicho reflejo a través de movimientos específicos para la mejora de la lectura.
Desarrollo cognitivo
Los niños que han sufrido abandono y/o han pasado los primeros años de su vida en una
institución o en un ambiente poco estimulante, tienen más posibilidades de tener
problemas de aprendizaje.
La teoría que hay detrás del déficit acumulativo es que los niños que son privados de
enriquecerse con experiencias cognoscitivas durante sus primeros años, son menos
capaces de aprovecharse de la situación ambiental debido a una desarmonía entre su
madurez cognoscitiva estructural y las nuevas exigencias, como pueden ser las situaciones
escolares más avanzadas.
Características del déficit cognoscitivo acumulativo:
1. Deficiencia de lengua cognoscitiva, que bloquea el tratamiento cognoscitivo.
2. Carencia de habilidades cognoscitivas propias de su edad, causando una progresiva
incompetencia cognoscitiva y conductual.
3. Insuficiente motivación intrínseca en las actividades cognoscitivas, que puede parecer
como un problema de memoria y de atención. (En muchos casos confundido con
hiperactividad).
4. Disarmonía crónica entre el estudio de la capacidad de un niño y su situación escolar.
La teoría que hay detrás de este déficit es que los niños que no reciben estimulación de las
funciones cognitivas durante sus primeros años, especialmente los dos primeros, son
menos capaces de aprovechar los beneficios de una nueva situación ambiental, debido a
una desarmonía entre su madurez cognoscitiva estructural y las nuevas exigencias
escolares.
Desarrollo social
Las largas institucionalizaciones dan como resultado en general que los adolescentes una
vez que alcanzan la mayoría de edad, carezcan tanto de redes y lazos afectivos como de
preparación para la vida adulta autónoma.
Las situaciones de abuso sexual y maltrato grave en las instituciones son una realidad más
presente en las prácticas de lo que se logra conocer. Las víctimas suelen callar las
vejaciones, en ocasiones muchos años después de producido el hecho es posible
conocerlo. Otras los perpetradores quedan en el silencio y la impunidad. Las relaciones de
poder ejercidas entre los responsables/ cuidadores y los niños y niñas dejan sin
escapatoria a las víctimas, la vulnerabilidad es extrema. La asimetría es enorme, la falta de
otros referentes en el afuera (familia, amigos, autoridades que fiscalicen, otras
instituciones) hace que no haya canales de manifestación y denuncia.
La Convención sobre los Derechos del Niño, ratificada por todos los países de
Latinoamérica, enumera los derechos con los que cuentan todos los niños, sin distinción
alguna. Sin embargo, los niños que están en riesgo de perder el cuidado parental y
aquéllos que ya lo han perdido sufren sistemáticas violaciones a todos sus derechos. No
sólo la falta de cumplimiento del derecho fundamental a vivir en familia sino de otros igual
de fundamentales.
Derecho a la no discriminación
Es común denominador de la mayoría de los niños privados del cuidado parental, que se
encuentran viviendo en instituciones o en situación de calle, sufrir discriminación en
diversos ámbitos como la escuela, los centros de salud y la comunidad en general.
La vulneración de este derecho está rodeada de prejuicios que influyen en el trato que
reciben los niños sin familia. En el caso de aquéllos que viven en instituciones, se produce
el aislamiento y la falta de integración. Todavía hay muchas instituciones que proveen
salud, educación y recreación “intramuros”. Esto crea una fuerte dependencia del niño
hacia la organización/institución, la que se ve caracterizada por un marcado aislamiento.
Se puede sintetizar la situación en relación al derecho a la no discriminación de niños en
Latinoamérica a partir de lo planteado en el informe de México:
Derecho a la identidad
El derecho a la identidad es vulnerado en muchos de los niños privados de familia. Tiene
distintas dimensiones: el resguardo de la historia, el respeto por los orígenes, la
preservación de la cultura, el poder contar con documentos identificatorios. Los centros
destinados al alojamiento de niños y niñas, muchas veces se encuentran ubicados lejos de
su lugar de origen. Ello provoca que la inclusión en las instituciones implique un cambio de
colegio, de amigos, de barrio y estar alejados, entonces, de su familia y comunidad. De
este modo, la reconstrucción de los lazos familiares se dificulta, lo que perpetúa la
permanencia de los niños en las instituciones y genera la pérdida de su historicidad en
familia y comunidad. Es extrema también la vulneración de este derecho a niños y niñas
que ingresan sin el debido registro oficial, hecho agravado por ser indocumentados.
Derecho a la libertad
La regla 11.b de las Reglas de Beijin, un instrumento de las Naciones Unidas que establece
lineamientos para el resguardo de derechos de niños y niñas, define que la inclusión en
establecimientos de los que no puedan salir por propia voluntad es “privación de libertad”.
Es aplicable este criterio a muchas de las instituciones en las que viven niños que han
padecido privaciones por maltrato, pobreza, orfandad, estar en la calle. Entran a estos
lugares de modo involuntario, no tienen otros ámbitos donde vivir, sus redes familiares
están fracturadas y carecen de autonomía y recursos que les permitan hacer algo propio.
Derecho a la participación
La conclusión generalizada de los expertos de los 13 países latinoamericanos estudiados
en los informes de RELAF es que la opinión de los niños no es tenida en cuenta. No se
construyen para los niños privados de familia espacios ni canales de participación
ciudadana conforme a las leyes internacionales vigentes. De este modo, no son
escuchados por los organismos competentes cuando se toman decisiones sobre su
situación. Lo mismo sucede en las instituciones donde viven. En algunas ocasiones se les
da el espacio para ser escuchados, pero luego, sus opiniones no son tomadas en cuenta.
Esto produce que no se vean a sí mismos como sujetos con capacidades y opinión propia,
lo que muchas veces provoca que no denuncien situaciones de vulneración de derechos
debido a miedo, desconocimiento, baja autoestima o inseguridad.
Ana María Dubaniewicz es una psicóloga argentina que pasó gran parte de su vida interna
en instituciones. Su padre aparecía y desaparecía, la madre era emocionalmente muy
frágil. Actualmente Ana María es una destacada activista en la lucha por la no
institucionalización de menores, que considera un crimen de Lesa Humanidad.
Ha escrito varios libros sobre el tema, uno de ellos autobiográfico, La Virgen de Piedra, en
el que narra lo que para ella fue vivir internada, nos ofrece desde su mirada de niña
algunas de las trayectorias que atraviesan muchos niños cuyas circunstancias familiares los
colocan en situación de gran vulnerabilidad social. Ella no era una niña problemática con
necesidades de tratamiento especial, sino que las condiciones de soledad y desamparo en
las que vivía su madre la posicionaron en situación de no poder hacerse cargo de sus hijos.
Para Ana María, las cuestiones más triviales en el libro aparecen teñidas de desamparo y
soledad: la enuresis frecuente – acompañada de la vergüenza, el estigma y el temor al
castigo, los mocos y la falta de pañuelo, las inquietudes por el crecimiento y el desarrollo
(ella se refiere específicamente al vello púbico y a la menstruación). El hambre persistente
y la mala calidad de la comida, la falta de privacidad (en el baño, en la regadera), los
permanentes castigos, la sensación de estar a merced de la más absoluta discrecionalidad,
la impotencia de no poder hacer nada. Ella y todas y cada una de sus compañeras y amigas
de encierro tienen un común denominador en su historia: la tristeza, el dolor, el abandono,
estar encerrados y sin amor es lo más triste del mundo que te pueda pasar en tu vida,
donde no hay consuelo posible. Y ahí mismo determina que a ella que tanto le gusta
escribir, escribirá un libro en el que cuente a toda la gente de Argentina lo que se sufre ahí
dentro, para que en el futuro no se creen leyes que permitan encerrar a los niños y que
todos, absolutamente todos estén obligados a buscar una familia para cada uno.
Estar internado es:
Bajar la mirada.
Esperar el golpe.
Compartir promiscuidad.
Esperar todos los días un llamado telefónico que justifique las ausencias familiares.
Esperar en cada cara, en cada sonrisa, en cada mirada a alguien que podría
quererlo.
Perder contacto con sus hermanos y primos.
Ser discriminado y agredido y por la estatura, el color de piel y posición social por
parte de los adultos cuidadores.
Convencerse a sí mismo de que está encerrado para recibir y por siempre obtener
su justo merecido por su maldad interior.
Desear morir por lo que vive, por lo que ve, por lo que escucha, por que las noches
y los días se alargan y se sufre.
Los efectos más duros son los que no se ven, los efectos invisibles, esos que ni imaginamos
que son el resultado de la ausencia de buenos tratos, la disfunción en las funciones
ejecutivas, el miedo impreso con fuego en la memoria implícita, el déficit cognitivo
acumulativo. Como mamá adoptiva considero que es importante dar a conocer que esto
sucede, que tiene una razón, y que conociéndola podemos buscar las herramientas para
trabajarla.
A modo de conclusión me gustaría citar al Dr. Jorge Barudy: Los niños con experiencias
positivas, buenos tiempos familiares y que graban en sus memorias emocionales estos
buenos recuerdos, van conformando su representación sobre sí mismos como seres
queribles y no sólo queridos, con capacidades y habilidades, inteligentes, listos, guapos,
etc., porque la autoestima se construye en el día a día de la interacción con ese entorno
familiar cargado de una sana afectividad.
Sin embargo, los niños que no han contado con este entorno nutritivo presentan una gran
dificultad para poder contar con una imagen positiva de sí mismos; su autoestima negativa
o pobre emerge sin duda de una ausencia o carencia de buenos tratos. Estos niños han
internalizado la creencia de que son malos, no queribles, fuente de frustración y no de
gratificación para los adultos. Por tanto, intentarán protegerse de las adversidades y
agresiones del mundo adulto intentando muchas veces compensar esta baja autoestima
con conductas omnipotentes, controladoras, oposicionistas y con una búsqueda de control
constante sobre su medio y sus relaciones interpersonales.
MUCHAS GRACIAS!!
FUENTES CONSULTADAS: