La Espiritualidad Del Ser Humano
La Espiritualidad Del Ser Humano
La Espiritualidad Del Ser Humano
Mariano Artigas
Seminario del CRYF, 15 de noviembre de 2005
Texto inédito.
El hombre es un ser de la naturaleza pero, al mismo tiempo, la trasciende. Comparte con los
demás seres naturales todo lo que se refiere a su ser material, pero se distingue de ellos
porque posee unas dimensiones espirituales que le hacen ser una persona.
De acuerdo con la experiencia, la doctrina cristiana afirma que en el hombre existe una
dualidad de dimensiones, las materiales y las espirituales, en una unidad de ser, porque la
persona humana es un único ser compuesto de cuerpo y alma. Además, afirma que el alma
espiritual no muere y que está destinada a unirse de nuevo con su cuerpo al fin de los
tiempos.
Esta doctrina se encuentra en la base de toda la vida cristiana, que quedaría completamente
desfigurada si se negara la espiritualidad humana.
A veces se dice que no puede establecerse un orden entre los seres naturales, como si unos
fuesen más perfectos que otros, y se añade que, en el fondo, una clasificación de este tipo
incurriría en el defecto de ser «antropocéntrica», porque pretendería colocar al hombre, de
manera egoísta, en el primer lugar de la naturaleza, justificando un uso indiscriminado de los
demás seres.
Sin embargo, prescindiendo de detalles que sólo interesan a las ciencias y sin intentar
justificar cualquier uso de la naturaleza, es evidente que la Iglesia describe una realidad
cuando afirma que entre las criaturas existe una jerarquía que culmina en el hombre.
«La jerarquía de las criaturas está expresada por el orden de los "seis días", que va de lo
menos perfecto a lo más perfecto. Dios ama todas sus criaturas (cfr. Ps. CXLV, 9), cuida de
cada una, incluso de los pajarillos. Pero Jesús dice: Vosotros valéis más que muchos
pajarillos (Lc. XII, 6-7), o también: ¡Cuánto más vale un hombre que una oveja! (Matth. XII,
12)»1.
La Iglesia enseña que la creación material llega a su punto culminante en el hombre: «El
hombre es la cumbre de la obra de la creación. El relato inspirado lo expresa distinguiendo
netamente la creación del hombre y la de las otras criaturas (cfr. Gen. I, 26)»2.
La creación material encuentra su sentido en el hombre, única criatura natural que es capaz
de conocer y amar a Dios, y, de este modo, conseguir ser feliz. El mundo material hace
posible la vida humana, y sirve de cauce para su desarrollo. Por eso, la Iglesia afirma que
«Dios creó todo para el hombre (cfr. Conc. Vaticano II, Const. Gaudium et Spes, 12, 1; 24,
3; 39, 1), pero el hombre fue creado para servir y amar a Dios y para ofrecerle toda la
creación»3.
El hombre se encuentra por encima del resto de la naturaleza y puede dominarla, aunque
debe ejercer ese dominio de acuerdo con los planes de Dios. El Papa Juan Pablo II afirma:
«Es algo manifiesto para todos, sin distinción de ideologías sobre la concepción del mundo,
que el hombre, aunque pertenece al mundo visible, a la naturaleza, se diferencia de algún
modo de esa misma naturaleza. En efecto, el mundo visible existe "para él" y el hombre
"ejerce el dominio" sobre el mundo; aun cuando está "condicionado" de varios modos por la
naturaleza, la "domina", gracias a lo que él es, a sus capacidades y facultades de orden
espiritual, que lo diferencian del mundo natural. Son precisamente estas facultades las que
constituyen al hombre. Sobre este punto, el libro del Génesis es extraordinariamente
preciso: definiendo al hombre como "imagen de Dios", pone en evidencia aquello por lo que
el hombre es hombre, aquello por lo que es un ser distinto de todas las demás criaturas del
mundo visible»4.
Imagen de Dios
Todas las criaturas reflejan, de algún modo, las perfecciones divinas. Pero, entre los seres
naturales, sólo el hombre participa del modo de ser propio de Dios: es un ser personal,
inteligente y libre, capaz de amar. La Sagrada Escritura, al narrar la creación, lo pone de
relieve diciendo que el hombre está hecho a imagen de Dios: «Dios creó al hombre a su
imagen, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó (Gen. I, 27). El hombre ocupa un
lugar único en la creación: "está hecho a imagen de Dios"»5.
Que el hombre es imagen de Dios significa, ante todo, que es capaz de relacionarse con Él,
que puede conocerle y amarle, que es amado por Dios como persona. «De todas las
criaturas visibles sólo el hombre es "capaz de conocer y amar a su Creador" (Conc. Vaticano
II, Const. Gaudium et Spes, 12, 3); es la "única criatura en la tierra a la que Dios ha amado
por sí misma" (ibid., 24, 3); sólo él está llamado a participar, por el conocimiento y el amor,
en la vida de Dios. Para este fin ha sido creado y ésta es la razón fundamental de su
dignidad»6. Cuando se buscan los factores que distinguen al hombre de los demás seres
naturales, éste es el fundamental: el hombre es capaz de relacionarse con Dios; sin duda,
existen otras diferencias importantes, pero ninguna es tan profunda como ésta.
El hombre es persona, no es simplemente una cosa. La persona tiene una dignidad única:
nadie puede sustituirla en lo que es capaz de hacer como persona. Y sólo entre personas
puede darse la amistad y el amor. «Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano
tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de
poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas; y es llamado, por
la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que
ningún otro ser puede dar en su lugar»7.
No tendría sentido utilizar la ciencia natural para negar, en nombre del progreso científico, la
diferencia esencial que existe entre el hombre y los demás seres de la naturaleza, alegando,
por ejemplo, que el hombre tiene una constitución material semejante a otros seres y que
las diferencias se deberían únicamente a la organización de los componentes materiales. Por
el contrario, la ciencia natural proporciona una de las pruebas más convincentes acerca de
las peculiaridades del hombre; en efecto, pone de manifiesto que el hombre, a diferencia de
otros seres, posee unas capacidades creativas y argumentativas que resultan indispensables
para plantear los problemas científicos, buscar soluciones, y poner a prueba su validez. El
gran progreso científico y técnico de la época moderna ilustra las capacidades únicas de la
persona humana, y no tendría sentido utilizarlo para negar lo que, en último término, hace
posible la existencia de la ciencia.
Unidad y dualidad
Cuando intentamos comprender nuestro ser, tropezamos con una realidad innegable: que
somos un sólo ser, pero poseemos dimensiones diferentes. «El hombre es una unidad: es
alguien que es uno consigo mismo. Pero en esta unidad se contiene una dualidad. La
Sagrada Escritura presenta tanto la unidad (la persona) como la dualidad (el alma y el
cuerpo)»8 .
Alma y cuerpo
Para expresar la dualidad constitutiva del ser humano, durante siglos se ha utilizado una
terminología ya clásica, según la cual el hombre está compuesto de alma y cuerpo. La Iglesia
ha utilizado esta terminología en sus formulaciones, introduciendo a la vez las aclaraciones
necesarias: por ejemplo, que alma y cuerpo no son substancias completas, y que el alma es
forma substancial del cuerpo. Cuando la Iglesia habla de alma y cuerpo, se refiere a las
dimensiones espirituales y materiales de la persona humana, que es un ser único; pero
también subraya que el alma espiritual trasciende las dimensiones materiales y, por tanto,
subsiste después de la muerte, cuando las condiciones materiales hacen imposible la
permanencia de la persona en el estado que le corresponde en su vida terrena.
Sin duda, lo más importante es el contenido de la doctrina; las palabras con que se expresa
pueden variar, siempre que se respete el contenido auténtico de la doctrina. Con respecto al
alma humana, entre «lo que, en nombre de Cristo, enseña la Iglesia», se encuentra lo
siguiente: «La Iglesia afirma la supervivencia y la subsistencia, después de la muerte, de un
elemento espiritual que está dotado de conciencia y de voluntad, de manera que subsiste el
mismo "yo" humano. Para designar este elemento, la Iglesia emplea la palabra "alma",
consagrada por el uso de la Sagrada Escritura y de la Tradición. Aunque ella no ignora que
este término tiene en la Biblia diversas acepciones, opina, sin embargo, que no se da razón
alguna válida para rechazarlo, y considera al mismo tiempo que un término verbal es
absolutamente indispensable para sostener la fe de los cristianos»12.
La unidad de la persona humana siempre ha sido enunciada por la Iglesia, frente a los
dualismos exagerados. En uno de los Concilios ecuménicos, se utilizó la terminología
aristotélica para subrayar precisamente que alma y cuerpo forman una única realidad: «La
unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que se debe considerar al alma como la
"forma" del cuerpo (cfr. Conc. de Vienne, año 1312: DS 902); es decir, gracias al alma
espiritual, la materia que integra el cuerpo es un cuerpo humano y viviente; en el hombre, el
espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única
naturaleza»14.
En definitiva, «el hombre creado a imagen de Dios es un ser a la vez corporal y espiritual, o
sea, un ser que por una parte está unido al mundo exterior y por otra lo trasciende: en
cuanto espíritu, además de cuerpo es persona. Esta verdad sobre el hombre es objeto de
nuestra fe, como también lo es la verdad bíblica sobre su constitución a "imagen y
semejanza" de Dios; y es una verdad constantemente presentada, a lo largo de los siglos,
por el Magisterio de la Iglesia»15 .
En algunas épocas, la Iglesia ha debido subrayar la bondad del cuerpo, frente a quienes
proponían un espiritualismo que condenaba como malo todo lo relacionado con lo material.
En la actualidad, con frecuencia se debe hacer frente al extremo opuesto: un materialismo
que desconoce las dimensiones espirituales y pretende reducir al hombre a las dimensiones
materiales que pueden ser estudiadas mediante los métodos de las ciencias empíricas.
En este contexto, el Papa Juan Pablo II ha subrayado que el hombre se parece más a Dios
que a la naturaleza: «Son conocidas las numerosas tentativas que la ciencia ha hecho y
continúa haciendo en varios ámbitos para demostrar los lazos del hombre con el mundo
natural y su dependencia de él, a fin de insertarlo en la historia de la evolución de las
diversas especies. Respetando tales investigaciones, no podemos limitarnos a ellas. Si
analizamos al hombre en lo más profundo de su ser, vemos que se diferencia del mundo de
la naturaleza más de cuanto se asemeja a ese mundo. En este sentido proceden también la
antropología y la filosofía cuando intentan analizar y comprender la inteligencia, la libertad,
la conciencia y la espiritualidad del hombre. El libro del Génesis parece salir al encuentro de
todas estas experiencias de la ciencia y, hablando del hombre como "imagen de Dios",
permite comprender que la respuesta al misterio de su humanidad no se encuentra en el
camino de la semejanza con el mundo de la naturaleza. El hombre se parece más a Dios que
a la naturaleza. En este sentido dice el salmo 82, 6: "Sois dioses", palabras que más tarde
citará Jesús»19.
La Iglesia afirma, junto con la espiritualidad del alma humana, su inmortalidad: cuando el
hombre muere, el alma espiritual continúa su existencia. La inmortalidad del alma humana
ha sido afirmada en diferentes ocasiones por el Magisterio de la Iglesia 22 , y el Concilio
Vaticano II enseña: «Al afirmar, por tanto, en sí mismo la espiritualidad y la inmortalidad de
su alma, no es el hombre juguete de un espejismo ilusorio provocado solamente por las
condiciones físicas y sociales exteriores, sino que toca, por el contrario, la verdad más
profunda de la realidad»23.
Sin duda, es imposible imaginar el estado del alma humana separada del cuerpo, porque
nuestra imaginación necesita datos sensibles que, en ese caso, no poseemos. Pero, por el
mismo motivo, tampoco podemos imaginar a Dios, y esto no afecta en absoluto a su
realidad: tenemos la capacidad de conocer las realidades espirituales, remontándonos por
encima de las condiciones materiales.
La Iglesia afirma también que el alma humana es creada inmediatamente por Dios. El Papa
Pío XII, a propósito de la aplicación de las teorías evolucionistas al hombre, advirtió que el
cuerpo podía proceder de otros organismos, y señaló que, en cambio, «la fe católica nos
obliga a mantener que las almas son creadas inmediatamente por Dios»24. En el Credo del
Pueblo de Dios, formulado por el Papa Pablo VI, se lee: "Creemos en un solo Dios (...) y
también creador, en cada hombre, del alma espiritual e inmortal"25 .
Con esta doctrina, el Magisterio de la Iglesia, a lo largo de los siglos, ha salido al paso de
diferentes errores, como el priscilianismo, el traducianismo y el emanacionismo. Los
priscilianos, siguiendo a Orígenes, afirmaban que las almas tenían una existencia previa y
que, como consecuencia de algún pecado, habían sido arrojadas a la existencia terrenal 26.
Los traducianistas, queriendo explicar la transmisión del pecado original, afirmaban que el
alma humana es engendrada por los padres27. Según los emanacionistas, el alma humana es
una parte de Dios28.
En nuestra época, a veces se habla de una emergencia de las características humanas, que
provendrían, en definitiva, de la materia. Pero las dimensiones espirituales no se pueden
reducir a un resultado de fuerzas y procesos materiales, porque se encuentran en un nivel
superior al material. En esta línea, el Papa Juan Pablo II, recordando la enseñanza de Pío XII
a propósito de la evolución, afirma: «La doctrina de la fe afirma invariablemente, en cambio,
que el alma espiritual del hombre es creada directamente por Dios (...). El alma humana, de
la cual depende en definitiva la humanidad del hombre, siendo espiritual, no puede emerger
de la materia»29.
La creación inmediata del alma humana no significa que otras realidades estén sustraidas a
la acción divina, y tampoco significa un cambio por parte de Dios, que es inmutable. La
acción divina se extiende a todo lo creado, pero en el caso del alma humana, el efecto de la
acción divina posee un modo de ser que trasciende el ámbito de la naturaleza material. Y ese
modo de ser, la espiritualidad, es lo más característico del hombre: lo que le hace persona,
capaz de amar y de ser feliz, partícipe de la naturaleza divina, sujeto irrepetible e
insustituible que es objeto directo del amor divino.
Por ejemplo, la vida moral no tendría sentido si no se admitiera la libertad, que supone la
espiritualidad. De hecho, algunas confusiones doctrinales y prácticas arrancan de esa base:
se niega la espiritualidad, se reduce la persona a los condicionamientos materiales
(características genéticas, impulsos instintivos, condiciones físicas de vida), y se niega que
exista auténtica libertad; en consecuencia, el cristianismo se reduciría a la lucha por unas
metas que pueden ser legítimas, pero que se refieren sólo a la vida terrena. La lucha por
alcanzar la virtud y evitar el pecado no tendría sentido, o en el mejor caso, las nociones de
virtud y pecado deberían reinterpretarse, alterando toda la enseñanza moral de la Iglesia.
Si se altera la doctrina sobre el alma, también se alteraría la doctrina sobre Jesucristo, que
tomó cuerpo y alma, bajó a los infiernos después de su muerte, resucitó al tercer día, y está
realmente presente en la Sagrada Eucaristía también con su alma humana.