Colecistectomia Abierta
Colecistectomia Abierta
Colecistectomia Abierta
Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o
CL NICAS
CLÍNICAS
QUIRÚRGICAS
QUIR RGICAS
DE NORTEAMÉRICA
NORTEAM RICA
Surg Clin N Am 88 (2008) 1273–1294
Colecistectomía abierta
David McAneny, MD, FACS
Section of Surgical Oncology and Endocrinology, Boston University School of Medicine, FGH
Building, Suite 5008, 820 Harrison Avenue, Boston Medical Center, Boston, MA 02118, USA
Historia
John Stough Bobbs (1809 a 1870), cirujano de Pensilvania que estuvo presente
en la Guerra Civil, es el pionero en la operación de la vesícula biliar humana (fig. 1).
Practicó una colecistectomía en 1867 en la esquina de la calles Meridian y Wash-
ington de Indianápolis [1]. Carl Johann August Langenbuch [2] (1846 a 1901), jefe
de la Lazaruskrankenhaus, que más tarde pertenecería al sector francés del Berlín
oeste, realizó la primera colecistectomía el día 15 de julio de 1882 (fig. 2). Lan-
genbuch había ensayado la operación sobre animales y cadáveres antes de aplicarla
en la esfera clínica. Es más, había expuesto su desviación de la norma de trata-
miento al paciente, un hombre de 42 años, y había permitido que reflexionara
durante unos días acerca de su recomendación. Por eso, algunos consideran a
Langenbuch como padre de la noción del consentimiento informado [3]. El
paciente se recuperó sin complicaciones y Langenbuch acabó presentando una
serie de 24 pacientes, operados de colecistectomía, en el Eighteenth Congress of the
German Surgical Society en 1889, en el que señaló que sus resultados superaban los
de otras operaciones contemporáneas de la colelitiasis. Langenbuch explicó que la
colecistectomía eliminaba los cálculos biliares nocivos y también el órgano que los
producía. Publicó su primer volumen de «Chirurgie der Leber und Gallenblase»
(cirugía del hígado y de la vesícula biliar) en 1894. Era un cirujano biliar experto,
que también describió técnicas para la coledocolitotomía, la coledocoduode-
nostomía y la colangioenterostomía [4]. Langenbuch falleció a los 55 años, pro-
bablemente por una apendicitis aguda con peritonitis, curiosamente sólo 3 meses
1274 MCANENY
Figura 1. John Stough Bobbs (1809 a 1870) publicó la primera operación de la vesícula biliar, una
colecistostomía, en 1867. (Por cortesía de Nancy L. Eckerman, MLS, Special Collections Librarian,
Ruth Lilly Medical Library, Indiana University School of Medicine.)
Figura 2. Carl Johann August Langenbuch (1846 a 1901) realizó la primera colecistectomía en
1882.
nto descargado de http://www.elsevierinsituciones.com el 25/05/2010. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o
1276 MCANENY
Indicaciones
La mayoría de las colecistectomías se realizan por una colelitiasis sintomática o
por complicaciones de los cálculos (p. ej., colecistitis aguda, pancreatitis aguda,
ictericia obstructiva), y más del 90% de estas operaciones se efectúan mediante
laparoscopia. Casi todas las colecistectomías abiertas se producen cuando el ciru-
jano pasa de la laparoscopia a la cirugía abierta y la causa más habitual de esta
conversión es la presencia de una inflamación profunda, que impide reconocer la
anatomía del triángulo de Calot (fig. 3) [12]. Este está limitado, por definición, por
∆ hepatocístico
AHI
AC
CC CHC
∆ de Calot
CBC
Figura 3. Triángulo de Calot y triángulo hepatocístico. El triángulo de Calot está limitado por
el conducto cístico (CC), por el conducto hepático común (CHC) y por la arteria cística (AC). El
triángulo hepatocístico está definido por el CC, por el CHC y por el hígado. AHI, arteria hepática
izquierda; CBC, conducto biliar común.
nto descargado de http://www.elsevierinsituciones.com el 25/05/2010. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o
Figura 4. Visión crítica de Strasberg. (Tomado de Strasberg SM, Hertl M, Soper NJ. An analysis of
the problem of biliary injury during laparoscopic cholecystectomy. J Am Coll Surg 1995;180:113;
con autorización.)
1278 MCANENY
controlar de inmediato el sangrado sin poner en peligro las estructuras del hilio
hepático u otras vísceras adyacentes.
Cuando se conoce la existencia preoperatoria de una masa sospechosa en la
vesícula, lo mejor es la operación abierta ante la posibilidad de que se precise con
una disección de las adenopatías hiliares, así como una resección en bloque de la
vesícula, de parte del hígado y quizá de un segmento de la vía biliar extrahepática.
Alrededor del 1% de las vesículas extirpadas por laparoscopia contienen carci-
nomas, argumento convincente para que el anatomopatólogo examine la pieza
durante la intervención si existen dudas sobre el estado de la vesícula. Si se reco-
noce enseguida el carcinoma, la operación puede transformarse en una técnica
radical abierta, siempre y cuando se disponga de la experiencia adecuada. Si esta
operación queda fuera de las competencias del cirujano y va más allá de las
capacidades locales, se podrá remitir el caso a un experto para que revise al
paciente. En un análisis multivariante se comprobó que la resecabilidad y el estadio
del carcinoma de la vesícula biliar predicen de forma independiente la supervi-
vencia, pero que una exploración previa (p. ej., colecistectomía abierta o lapa-
roscópica) no modifica negativamente el pronóstico a largo plazo [14]. Si se
realiza una operación radical después de una colecistectomía laparoscópica, la
resección también deberá incluir las heridas originales del trocar para erradicar los
posibles asientos de implantes tumorales. El que una operación abierta pueda
reemplazar con éxito la colecistectomía laparoscópica si se descubre una neoplasia
maligna en el examen anatomopatológico final depende de la profundidad
de invasión del tumor primario. Hay que evitar la resección radical si el tumor
se confina a la mucosa y submucosa (T1a), si bien la invasión de la capa muscular
de la vesícula (T1 b o más profundo) exige una resección radical [15]. La vesícula
en porcelana puede preludiar una neoplasia maligna [16]; por eso, en estos casos,
debe facilitarse la decisión de conversión a una colecistectomía abierta. Sin
embargo, en algunas series recientes se señala una posible sobrevaloración de
esta inquietud y el hecho de que una pared calcificada de la vesícula no siempre
augura malignidad [17]. Estos informes contradictorios quizá reflejen la detección
de la calcificación mural de la vesícula mediante radiografía o mediante examen
microscópico.
A veces, los pacientes con enfermedades cardiorrespiratorias graves no toleran
los efectos fisiológicos del neumoperitoneo, ni siquiera con una baja presión [18].
Parece razonable intentar la colecistectomía laparoscópica en estos casos y planear
la evacuación del neumoperitoneo, continuando con la cirugía abierta, si fuera
necesario. Otra opción es la minicolecistectomía.
La cirrosis puede convertir la colecistectomía en una intervención desalen-
tadora, en función de la gravedad de la hepatopatía y de la hipertensión portal
asociada. De hecho, la mortalidad operatoria de la colecistectomía en el seno de la
cirrosis se elevaba hasta el 7–26% hace tan sólo un par de décadas [19]; en una serie
de pacientes cirróticos, los cinco operados de la vía biliar fallecieron por hemo-
rragia masiva y sepsis [20]. Más recientemente y tras una selección adecuada de los
pacientes, se ha aplicado con seguridad la colecistectomía laparoscópica a pacientes
cirróticos sin que se produjera ninguna muerte, aunque con una incidencia de
complicaciones y una estancia hospitalaria mayores que las de los pacientes no
cirróticos [12,21]. Curiosamente, en una serie randomizada que comparaba la
colecistectomía laparoscópica y con la operación abierta se obtuvo una tasa
más baja de complicaciones, menos pérdidas hemáticas y estancias hospitalarias
nto descargado de http://www.elsevierinsituciones.com el 25/05/2010. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o
más cortas con la primera técnica [19]. Antes de la operación, el cirujano debe
maximizar la función hepática del paciente, lo que incluye una disminución de la
ascitis y la corrección de la coagulopatía. Ciertos datos intraoperatorios como un
hígado rígido, las varices portales, las varices en la pared abdominal y la fusión de
los tejidos hiliares vasculares pueden exigir la conversión a una operación abierta.
Si al disecar la vesícula del hígado se produce una hemorragia importante, una
opción es dejar la pared posterior de la vesícula in situ y coagular su mucosa. Ciertos
compuestos químicos administrados durante la intervención, como la octreotida o
la vasopresina en infusión, también disminuyen la cuantía del sangrado. Los signos
más ominosos de descompensación hepática, como la coagulopatía, la ascitis o la
malnutrición obligan a plantearse si resulta más seguro dejar la vesícula in situ o
efectuar una operación del tipo de una colecistolitotomía o una colecistectomía
subtotal.
A veces hay que extirpar la vesícula durante el embarazo y la decisión de operar
sólo puede tomarse tras sopesar los riesgos relativos de la colelitiasis (para la madre
y el feto) frente a los peligros de la colecistectomía. Menos del 1% de las mujeres
manifiestan enfermedad colelitiásica durante el embarazo, pero esta puede oca-
sionar la pérdida fetal, un adelanto del parto y un parto prematuro, entre otros
problemas. Así, la pancreatitis biliar se ha asociado con una incidencia del 70% de
recidivas sintomáticas o complicaciones de los cálculos durante el mismo embarazo
y del 10 al 20% de pérdidas fetales [22]. Por otro lado, cualquier operación durante
la gestación puede acarrear teratogenia fetal, abortos espontáneos, adelanto del
parto o parto prematuro, traumatismos uterinos y una mayor probabilidad para la
madre de hernia incisional, complicaciones tromboembólicas o problemas pul-
monares. Las experiencias más recientes señalan que se puede aplicar una cole-
cistectomía laparoscópica con bastante seguridad durante el embarazo y que lo
ideal es hacerlo en el segundo trimestre para minimizar la teratogenia [22]. Es
curioso que, según un modelo de análisis de decisiones de Markov, la cole-
cistectomía laparoscópica resulte mejor para la salud materna y para la evolución
fetal que el tratamiento conservador de la enfermedad de la vía biliar durante el
primer y el segundo trimestres de la gestación [23]. Este análisis reveló un incre-
mento medio de 4 semanas de embarazo de calidad durante el primer trimestre y de
2 semanas de embarazo de calidad en el segundo. El tamaño del útero durante el
tercer trimestre aumenta la posibilidad de traumatismo directo para el útero y otras
vísceras, dada la falta de espacio para manipular los instrumentos. Por eso, durante
las últimas etapas de la gestación suele precisarse la colecistectomía abierta, si no se
logra posponer la intervención hasta después del parto.
Las colecistectomías abiertas se llevan a cabo durante algunas operaciones
abdominales mayores, como la pancreatoduodenectomía, la resección hepática, la
extirpación de quistes coledocianos, la esfinterotomía transduodenal, la resección
del colédoco, el trasplante hepático y las laparotomías por traumatismos, entre
otras. Además, hay que considerar la extirpación de la vesícula cuando se descu-
bren cálculos o una masa al operar vísceras adyacentes. Así, en una serie se com-
probó que la colecistectomía concomitante por colelitiasis asintomática no elevaba
la tasa de complicaciones de la cirugía colorrectal, mientras que la probabilidad de
que el paciente precise una colecistectomía posterior parece importante [24].
De manera similar, conviene extirpar una vesícula denervada con cálculos, como
cuando se realiza una vagotomía por diátesis péptica o durante una esofagogas-
trectomía. Otra indicación para la cirugía abierta es la necesidad de explorar el
nto descargado de http://www.elsevierinsituciones.com el 25/05/2010. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o
1280 MCANENY
Técnica
La extirpación de la vesícula, sea laparoscópica o abierta, es una operación seria
que requiere prestar una cuidadosa atención, así como considerar la posibilidad de
encontrar anomalías anatómicas. El cirujano no puede despreciar la admonición
nto descargado de http://www.elsevierinsituciones.com el 25/05/2010. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o
de que «no existe nada llamado operación rutinaria de vesícula» sin colocarse él
(y el paciente) en peligro.
El paciente puede estar ya anestesiado cuando se tome la decisión de proceder a
la colecistectomía abierta, casi siempre durante una intervención laparoscópica.
Por eso, muchas colecistectomías abiertas se realizan bajo anestesia general; otras
modalidades más raras son las técnicas regionales (p. ej., epidural o raquídea) y,
raramente, la anestesia local. La inyección pleural de sustancias locales se ha uti-
lizado para la analgesia perioperatoria, pero no constituye un elemento habitual en
la actualidad [30]. Los antibióticos se administran de forma profiláctica y ciertas
medidas, como las botas de compresión gradual o la heparina por vía subcutánea,
reducen la posibilidad de que se produzca una trombosis venosa profunda.
Para la colecistectomía se coloca al paciente en decúbito supino, pero a veces
ayuda la introducción de una sábana doblada bajo la parte derecha de la espalda.
La mesa de quirófano debe orientarse para poder efectuar la colangiografía. Hay
que invertir la cama de forma que la cabeza del paciente se coloque al final, lugar
habitualmente reservado para los pies. De esta manera queda espacio para el arco
en C, que no quedaría obstaculizado por la base de la cama. Si se prefiere una
radiografía estática al estudio dinámico, el cirujano se asegurará de que pueda
introducirse el chasis radiográfico bajo la espalda del paciente para visualizar el
tracto biliar. El cirujano suele colocarse a la derecha del paciente, enfrente del
ayudante, aunque los cirujanos zurdos prefieren el lado contrario.
La mayoría de las colecistectomías abiertas se realizan a través de una incisión
subcostal derecha (Kocher) que se coloca unos dos traveses de dedo bajo el reborde
costal derecho. (El epónimo Kocher también se refiere a la incisión cervical
transversa frecuente en las operaciones tiroideas y paratiroideas.) Aun cuando el
cirujano trate de efectuar una colecistectomía laparoscópica, hay que planificar las
incisiones con trocar de forma que la mayoría de ellas puedan incorporarse
a una incisión de Kocher en el supuesto de conversión. Tras la incisión de la
fascia anterior, se dividen los músculos recto y laterales (oblicuo externo e interno
y transverso del abdomen) del lado derecho del abdomen, manteniendo la
hemostasia con el electrocauterio. Se ligan los vasos prominentes de la pared
abdominal, como las anastomosis entre los vasos epigástrico profundo y mamario
interno, sobre todo cuando existe hipertensión portal. Se puede sujetar y dividir
el ligamento redondo e incidir después parte del ligamento falciforme. Sin
embargo, el ligamento redondo movilizado puede servir como pedículo vascula-
rizado valioso para envolver una anastomosis o a lo largo de una línea de grapas
durante operaciones como las resecciones de páncreas, en cuyo caso es preferible
dividir el ligamento a la altura del ombligo [31]. A veces, se opta por la incisión en la
línea media si se van a realizar otras operaciones o si el paciente tiene un
ángulo costal reducido. La incisión paramedia derecha (Mayo) para la cole-
cistectomía ha quedado relegada a una curiosidad histórica, si bien el autor utiliza
esta exposición para la pancreatoduodenectomía siempre que se adapte a la ana-
tomía del paciente.
En la medida de lo posible y en función de la constitución del paciente y de la
presencia de bridas, se inspeccionarán y palparán las vísceras abdominales en busca
de lesiones concomitantes. Es posible que esta medida ofreciera mayor rendi-
miento antes de la difusión de las imágenes transversales, pero sigue constituyendo
una práctica útil, sobre todo para los cirujanos en fase de formación. Se puede
desplegar un protector de las heridas para proteger los tejidos blandos de la pared
nto descargado de http://www.elsevierinsituciones.com el 25/05/2010. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o
1282 MCANENY
abdominal, sobre todo si se prevé una enfermedad biliar supurativa. Los sistemas
retractores configurados automáticos son duraderos y han permitido ver la ope-
ración real a una generación de estudiantes y jóvenes residentes de medicina sin
experimentar fatiga, sudoración o desdén por el quirófano.
El cirujano palpa e inspecciona el hígado y se deja que entre aire en el espacio
subfrénico para que desplace inferiormente el hígado y exponga mejor su cara
inferior. El colon, el intestino delgado y el estómago se retraen de forma traumática
con almohadillas de laparotomía para exponer la vesícula biliar, el hilio hepático y
el duodeno. Si es posible, se conectan pinzas hemostáticas a las lengüetas extra-
corporales de las almohadillas de laparotomía para evitar que se dejen inadverti-
damente cuerpos extraños en el abdomen. Se inciden las adherencias para exponer
la vesícula biliar en toda su longitud y se palpa cuidadosamente el órgano en busca
de cálculos y masas. La inflamación grave puede remedar un tumor, por lo que las
vesículas biliares duras y contraídas acaban finalmente abriéndose (lo hace el
patólogo o el cirujano fuera de la mesa) para evaluar las lesiones de la mucosa.
El cirujano puede examinar el hilio hepático introduciendo un pulgar en el orificio
de Winslow y utilizar los dedos índice y corazón para palpar cálculos o tumores. No
obstante, una inflamación intensa o la cirrosis con hipertensión portal pueden
obliterar este orificio. La identificación de un pulso en la cara lateral (derecha) del
hilio hepático implica la presencia de una arteria hepática derecha reemplazada,
variante que nace de la arteria mesentérica superior y se produce en el 20 al 25% de
la población.
Puede resultar difícil manipular la vesícula cuando está muy distendida, como
ocurre a veces si se impacta un cálculo en el cuello o con la ictericia obstructiva. El
cirujano puede descomprimir el órgano insertando un trocar metálico o un catéter
intravenoso de gran calibre en el fondo y aspirando la bilis mediante un sistema
tubular de aspiración conectado. La ausencia de pigmento en el material aspirado
revela una obstrucción prolongada del conducto cístico. Hay que minimizar el
escape de bilis a la cavidad peritoneal aplicando una pinza hemostática sobre
el fondo cuando se retire el trocar. Para manipular el órgano se colocan unas pinzas
hemostáticas más largas en el infundíbulo. La vesícula se puede movilizar desde el
fondo hasta el hilio hepático (técnica retrógrada) o desde el hilio hasta el fondo
(técnica anterógrada). Los cirujanos jóvenes suelen preferir este último método,
quizá por su experiencia laparoscópica [29].
La técnica retrógrada es la de referencia para muchos cirujanos experimentados
y resulta particularmente útil en casos de inflamación grave (fig. 5). El cirujano
incide el peritoneo visceral del fondo vesicular a 1 cm aproximadamente de su
inserción hepática y continúa la incisión a lo largo de la vesícula, paralelamente al
hígado. El ayudante puede emplear un dispositivo de aspiración de punta ovalada
para mantener el campo operatorio seco y establecer un plano a lo largo de la
fosa cística, mientras el cirujano asegura y divide las inserciones, que suelen
incluir las diminutas venas colecísticas. Estas venas suelen controlarse mediante
electrocoagulación, aunque a veces, en casos de hipertensión portal o de distensión
de la vesícula, hay que ligar las venas prominentes. Las laceraciones hepáticas se
tratan mediante compresión directa y con sustancias hemostáticas tópicas. Así,
se moviliza por completo la vesícula del hígado antes de disecar dentro del
triángulo de Calot y a lo largo del hilio. Por tanto, «no se quema ningún puente»
antes de reconocer inequívocamente las estructuras críticas, con lo que se reducen
las posibilidades de lesión de la vía biliar. En caso de inflamación importante,
nto descargado de http://www.elsevierinsituciones.com el 25/05/2010. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o
A. cística
Conducto cístico
1284 MCANENY
A
VES.
HÍGADO COLÉDOCO
B
A. HEP.
ARTERIA DE ARTERIA DE
COLÉDOCO LAS 9 LAS 3
EJE CELÍACO
DUOD.
Figura 7. La perfusión de la vía biliar extrahepática tiene lugar a través de los vasos de las 3:00 y de
las 9:00 con aportaciones de las arterias hepática, gastroduodenal y cística. (Tomado de Bolton JS,
Braasch JW, Rossi RL. Management of benign biliary stricture. Surg Clin North Am 1980;60:23;
con autorización.)
1286 MCANENY
principio, al cabo de unos días si no sale líquido bilioso. Si hay bilis en el drenaje, hay
que continuar el estudio, ya sea mediante una gammagrafía biliar (p. ej., estudio con
ácido iminodiacético hepatobiliar [HIDA, del inglés hepatic imido diacetic acid]),
una ecografía o una técnica de imagen transversal (tomografía computarizada)
para cerciorarse de que no se acumula la bilis no drenada en el abdomen.
El tracto biliar se puede explorar durante la colecistectomía abierta mediante
palpación, colangiografía intraoperatoria y ecografía intraoperatoria. En general,
la colangiografía se realiza sujetando un catéter dentro del conducto cístico. El
catéter se puede introducir a través de una incisión parcial del conducto cístico o
meterse en el muñón central de un conducto cístico dividido. Al margen del
método, el cirujano deberá palpar primero el tracto biliar y exprimir suavemente
cualquier cálculo del conducto cístico hacia la luz de la vesícula, si es posible. Otros
métodos para canular el tracto biliar comprenden la inserción de un pequeño
catéter de mariposa (p. ej., calibre de 25 gauge) a través de la pared anterior del
colédoco (es decir, cuando no se reconoce el conducto cístico o no tiene una
longitud o calibre suficientes) o la inyección directa de contraste en la vesícula
(colecistocolangiografía), sobre todo si no está clara la anatomía ductal. Aunque las
válvulas de Heister puedan dificultar la introducción del catéter colangiográfico, en
general se pueden sortear de forma segura con paciencia. Se conectan dos jeringas a
una llave de paso, que se une a la cánula del catéter; una jeringa lleva la solución
salina inyectable y la otra el contraste (yodado o no yodado). Hay que eliminar el
aire del sistema para que las burbujas no generen una exploración falsamente
positiva. El autor utiliza el contraste semiconcentrado, puesto que los compuestos
más densos enmascaran a veces los cálculos de la vía biliar. Se puede administrar
un antihistamínico o un corticoide si el paciente refiere antecedentes de reacción
al contraste. Para minimizar el espasmo del esfínter de Oddi, la solución salina
y el contraste tendrán una temperatura próxima a la corporal, y se podrá admi-
nistrar también 1 mg de glucagón por vía intravenosa poco antes de inyectar el
contraste. El contraste se inyectará lentamente para evitar el reflujo colangiove-
noso o pancreatitis. Hay que inclinar ligeramente a la derecha al paciente para
separar las imágenes biliares de la columna, y conviene ajustar correctamente
el ángulo del arco en C o del equipo portátil de rayos X. Las medidas de protección
radiológica revisten importancia para el equipo del quirófano, incluidos los
delantales de plomo. La colangiografía dinámica con un sistema móvil de
radioscopia e intensificador de las imágenes con arco en C resulta ideal para la
visualización minuciosa y eficiente. Si no se dispone de radioscopia, se puede
efectuar una colangiografía estática, aunque resulta laboriosa. El cirujano inyecta
una pequeña cantidad (p. ej., 2 a 3 cm3) de contraste con la primera proyección para
minimizar el contraste que llena el duodeno y evitar la visualización de la vía biliar
distal, lugar con más probabilidades de alojamiento de los cálculos pequeños.
Las imágenes radiológicas adicionales se proyectan después de administrar de
15 a 20 cm3 adicionales de contraste lentamente. En principio, la colangiografía
ilustrará:
1288 MCANENY
Para lograr estos objetivos, a veces hay que inclinar al paciente (p. ej., en posi-
ción de Trendelenburg), inyectar más contraste o ajustar la posición del catéter. La
basculación ayuda a separar la coledocolitiasis de las burbujas de aire, pues estas
últimas flotarán hasta una posición contraria a la declive.
La colangiografía intraoperatoria se ha empleado para definir la anatomía del
tracto biliar, evaluar la presencia de cálculos no sospechados en el colédoco y
reconocer las lesiones de la vía biliar. Sin embargo, los cirujanos han debatido si
esta técnica debiera aplicarse de forma selectiva o rutinaria. Se espera que un
metaanálisis reciente sobre colangiografía para la colecistectomía laparoscópica
resuelva el dilema [35]. En esta serie se apreció una incidencia no sospechada
de cálculos retenidos en el colédoco del 4%, pero los datos revelan que sólo el 15%
de ellos se manifiestan en clínica. Además, las secciones transversales y las
lesiones menores del colédoco son poco habituales y su incidencia no difiere entre
los pacientes sometidos a colangiografía rutinaria o selectiva. Hay que admitir que
la colangiografía comporta cierto riesgo, ya que un estudio falsamente positivo
puede llevar equivocadamente a la exploración de conductos biliares de tamaño
normal o a una colangiopancreatografía retrógrada endoscópica (CPRE) posterior
con sus peligros propios. Considerando la posibilidad de obtener estudios falsos
positivos y que sólo el 0,6% de los pacientes tenían cálculos ocultos en los conductos
biliares pero con repercusión clínica, en este estudio se calculó el impacto de la
detección de los cálculos importantes del colédoco para un único paciente. Los
autores determinaron que habría que efectuar colangiogramas intraoperatorios
innecesarios a 167 pacientes, así como ocho exploraciones del colédoco o CPRE
para encontrar un caso como el indicado. En otra publicación se calculó que el
coste económico del reconocimiento de un paciente con un cálculo oculto y clíni-
camente significativo en la vía biliar extrahepática ascendería a 500.000 dólares
[36]. Así pues, parece que lo mejor es efectuar una colangiografía intraoperatoria
selectiva durante la colecistectomía. La colangiografía selectiva se propone en
estos casos:
Complicaciones
Tradicionalmente, la frecuencia de complicaciones tras la colecistectomía
abierta ha oscilado entre el 6 y el 21%, aunque estos datos no reflejan necesaria-
mente la práctica contemporánea [27]. Los problemas frecuentes, como las infec-
ciones de las heridas, las complicaciones cardiorrespiratorias o tromboembólicas y
las infecciones urinarias, en el pasado se producían con una incidencia del 2 al 6%
cada una [9]. Además, del 3 al 5% de los pacientes tienen que reingresar en el
hospital. Las complicaciones abdominales, como el sangrado, la peritonitis, la fuga
biliar, la retención de cálculos en el colédoco, la obstrucción intestinal, el íleo, la
disfunción hepática, el absceso, la pancreatitis, la hemorragia digestiva y la nece-
sidad de reoperar, son bastante raras, y así se producen en menos del 1% de los
casos. Como sucede con otras operaciones, los abscesos abdominales y las colec-
ciones perihepáticas de bilis se tratan, por lo general, mediante drenaje percutáneo.
Una complicación de la incisión de Kocher es la aparición de dolor postoperatorio
crónico o de parestesias por debajo de la cicatriz, generalmente por la división del
noveno nervio intercostal. La neuralgia puede responder a la inyección en el nervio
de un anestésico local, a un antiinflamatorio o a un neurolítico. Durante los años
treinta, más del 6% de los pacientes operados de colecistectomía fallecían, sobre
todo a causa de la enfermedad subyacente de la vía biliar, de cirrosis, de errores
quirúrgicos y de complicaciones de la anestesia. La tasa de mortalidad se redujo
hasta menos del 2% en 1950 y durante los años ochenta se estabilizó en torno al
0,5% (habitualmente motivada por enfermedades cardiovasculares). La mortali-
dad y la morbilidad suelen depender de la edad avanzada del paciente y de las
operaciones urgentes (p. ej., colecistitis aguda).
nto descargado de http://www.elsevierinsituciones.com el 25/05/2010. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o
1290 MCANENY
1292 MCANENY
Este tipo de realidad virtual quizá no llegue tan pronto como se sospechaba [42].
Como ocurre con cualquier operación, el cirujano deberá guiarse por el conoci-
miento profundo de la anatomía, por su posesión de unas capacidades técnicas
perfeccionadas y por un juicio clínico saludable, así como por su capacidad para
resolver problemas. Además, el cirujano no debe dudar en solicitar ayuda a colegas
con mayor experiencia en las operaciones biliares complejas cuando se presenten
casos difíciles.
Bibliografía
[1] Davis CA, Landercasper J, Gundersen LH, et al. Effective use of percutaneous cho-
lecystostomy in high-risk surgical patients. Arch Surg 1999;134:727–32.
[2] Langenbuch C. Ein Fall von Exstirpation der Gallenblase wegen chronischer Cholelithiasis:
Heilung. Berliner Klin Wochenschr 1882;19:725–7.
[3] Harding Rains AJ. A thought for Carl Langenbuch (1846–1901): a centenary. Ann R Coll
Surg Engl 1982;64:268–9.
[4] Halpert B. Fiftieth anniversary of the removal of the gallbladder. Arch Surg 1932;25:
178–82.
[5] Reich A. Accidental injection of bile ducts with petrolatum and bismuth paste. J Am Med
Assoc 1918;71:1555.
[6] Cole WH. The development of cholecystography: the first fifty years. Am J Surg 1978;136:
541–60.
[7] Mirizzi PL. La cholangiografia durante las operaciones de las vias biliares. Bol Soc Cir Buenos
Aires 1932;16:1133–61.
[8] Gallbladder survey committee. Ohio Chapter, American College of Surgeons. 28,621 cho-
lecystectomies in Ohio. Am J Surg 1970;119:714–7.
[9] Scher KS, Scott-Conner CEH. Complications of biliary surgery. Am Surg 1987;53:
16–21.
[10] Braasch JW. Anthony Eden’s (Lord Avon) biliary tract saga. Ann Surg 2003;238:
772–5.
[11] Seale AK, Ledet WP. Minicholecystectomy. Arch Surg 1999;134:308–10.
[12] Ibrahim S, Hean TK, Ho LS, et al. Risk factors for conversion to open surgery in patients
undergoing laparoscopic cholecystectomy. World J Surg 2006;30:1698–704.
[13] Strasberg SM, Hertl M, Soper NJ. An analysis of the problem of biliary injury during lapa-
roscopic cholecystectomy. J Am Coll Surg 1995;180:101–25.
[14] Fong Y, Jarnagin W, Blumgart LH. Gallbladder cancer: comparison of patients presenting
initially for definitive operation with those presenting after prior noncurative intervention.
Ann Surg 2000;232:557–69.
[15] Steinert R, Nestler G, Sagynaliev E, et al. Laparoscopic cholecystectomy and gallbladder
cancer. J Surg Oncol 2006;93:682–9.
[16] Polk HC Jr. Carcinoma and the calcified gall bladder. Gastroenterology. 1966;50:
582–5.
nto descargado de http://www.elsevierinsituciones.com el 25/05/2010. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o
[17] Towfigh S, McFadden DW, Cortina GR, et al. Porcelain gallbladder is not associated with
gallbladder carcinoma. Am Surg 2001;67:7–10.
[18] Gebhardt H, Bautz A, Ross M, et al. Pathophysiological and clinical aspects of the CO2
pneumoperitoneum (CO2-PP). Surg Endosc 1997;11:864–7.
[19] Ji W, Ling-Tang L, Wang Z-M, et al. A randomized controlled trial of laparoscopic versus
open cholecystectomy in patients with cirrhotic portal hypertension. World J Gastroenterol
2005;11:2513–7.
[20] Schwartz SI. Biliary tract surgery and cirrhosis: a critical combination. Surgery 1981;90:
577–83.
[21] Cucinotta E, Lazzara S, Melita G. Laparoscopic cholecystectomy in cirrhotic patients. Surg
Endosc 2003;17:1958–60.
[22] Glasgow RE, Visser BC, Harris HW, et al. Changing management of gallstone disease during
pregnancy. Surg Endosc 1998;12:241–6.
[23] Jelin EB, Smink DS, Vernon AH, et al. Management of biliary tract disease during pregnancy:
a decision analysis. Surg Endosc 2008;22:54–60.
[24] Juhasz ES, Wolff BG, Meagher AP, et al. Incidental cholecystectomy during colorectal sur-
gery. Ann Surg 1994;219:467–74.
[25] Ayantunde AA, Agrawal A. Gallstone ileus: diagnosis and management. World J Surg
2007;31:1292–7.
[26] Johnson LW, Sehon JK, Lee WC, et al. Mirizzi’s syndrome: experience from a multi-insti-
tutional review. Am Surg 2001;67:11–4.
[27] The Southern Surgeons Club. A prospective analysis of 1518 laparoscopic cholecystectomies.
N Engl J Med 1991;324:1073–8.
[28] McLean TR. Risk management observations from litigation involving laparoscopic cho-
lecystectomy. Arch Surg 2006;141:643–8.
[29] Visser BC, Parks RW, Garden OJ. Open cholecystectomy in the laparoscopic era. Am J Surg
2008;195:108–14.
[30] El-Naggar MA, Schaberg FJ, Phillips MR. Intrapleural regional analgesia for pain manage-
ment in cholecystectomy. Arch Surg 1989;124:568–70.
[31] Ianniti DA, Coburn NG, Somberg J, et al. Use of the round ligament of the liver to decrease
pancreatic fistulas: a novel technique. J Am Coll Surg 2006;203:857–64.
[32] Halasz NA. Cholecystectomy and hepatic artery injuries. Arch Surg 1991;126:137–8.
[33] Sarr MG, Parikh KJ, Minken SL, et al. Closed-suction versus Penrose drainage after cho-
lecystectomy. A prospective, randomized evaluation. Am J Surg 1987;153:394–8.
[34] Gurusamy KS, Samraj K. Routine abdominal drainage for uncomplicated open cho-
lecystectomy. Cochrane Database Syst Rev 2007;(2) CD006003. 10.1002/14651858.
CD006003.pub2.
[35] Metcalfe MS, Ong T, Bruening MH, et al. Is laparoscopic intraoperative cholangiogram a
matter of routine? Am J Surg 2004;187:475–81.
[36] Snow LL, Weinstein LS, Hannon JK, et al. Evaluation of operative cholangiography
in 2043 patients undergoing laparoscopic cholecystectomy. Surg Endosc 2001;15:
14–20.
[37] MacFadyen BV. Intraoperative cholangiography: past, present, and future. Surg Endosc
2006;20:S436–40.
[38] Sarli L, Iusco DR, Roncoroni L. Preoperative endoscopic sphincterotomy and laparoscopic
cholecystectomy for the management of cholecystocholedocholithiasis: 10-year experience.
World J Surg 2003;2:180–6.
[39] Ros A, Gustafsson L, Krook H, et al. Laparoscopic cholecystectomy versus minilaparotomy
cholecystectomy: a prospective, randomized, single-blind study. Ann Surg 2001;234:
741–9.
nto descargado de http://www.elsevierinsituciones.com el 25/05/2010. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o
1294 MCANENY
[40] Majeed AW, Troy G, Nicholl JP. Randomised, prospective, single-blind comparison of
laparoscopic versus small-incision cholecystectomy. Lancet 1996;347:989–94.
[41] Sicklick JS, Camp MS, Lillemoe KD, et al. Surgical management of bile duct injuries sustained
during laparoscopic cholecystectomy. Ann Surg 2005;241:786–95.
[42] Dunham R, Sackier JM. Is there a dilemma in adequately training surgeons in both open and
laparoscopic biliary surgery? Surg Clin North Am 1994;74:913–21.