El Proyecto de La Iglesia

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El proyecto de la iglesia: edificar con atención espiritual

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Introducción
Abres la caja. Sacas las tablas, la bolsita de tornillos, y te sientas en el suelo
con el cuaderno que explica el montaje. Sin palabras, sólo dibujos.
Bienvenido a "La república independiente de tu casa". Has comprado un
mueble de Ikea. Hay personas que se asustan frente a un proyecto tan
sencillo como montar un mueble de Ikea. O como hacer una reforma en tu
casa. Por eso hay programas de televisión que tratan de quitarle el miedo a
los televidentes. Sobre todo en tiempos de crisis. Salen libros a la venta, se
ofrecen cursillos sobre el bricolaje. Pintar la casa, vestir un armario, montar
una estantería: la diferencia entre pagar a otro y hacerlo uno mismo
empieza a animar la iniciativa bricolajística en estos tiempos.

El libro de Nehemías gira en torno a un gran proyecto de construcción:


levantar las murallas de la ciudad de Jerusalén. La nota dominante del libro
tiene que ver con la construcción y dedicación de las murallas, como luego
estructurar la vida de la ciudad contando con su protección (Neh 1:11) (Neh
2:5) (Neh 3:1-2) (Neh 4:6) (Neh 6:1) (Neh 6:15) (Neh 12:27) (Neh 13:19).
Edificar el muro es una empresa grande, algo que exige el esfuerzo
compartido de muchas personas, y que también ha despertado la oposición
de otras que no quieren cambios de ningún tipo. Éstos están empeñados en
que todo siga igual, que las cosas se mantengan como están.

Sin embargo, Dios tiene una prioridad: levantar una ciudad de luz.
Antiguamente era la ciudad de Jerusalén. Ahora es la iglesia local. La
intención del Señor es que la iglesia local cumpla todas las funciones que
antiguamente era propias de Jerusalén, para que sea "hermosa provincia, el
gozo de toda la tierra". La iglesia está llamada a encarnar las bendiciones
que son fruto de la cercanía al Dios de verdad: dirección, provisión,
renovación, protección.

El éxito del proyecto fluye de la clase de persona que es Nehemías. Su


preocupación por el testimonio, su dependencia de Dios, su energía al llegar
al lugar para implicarse personalmente, sus capacidades para la
organización, su astucia santificada en tratar con los adversarios, su
abnegación y su generosidad, todo esto inspira a los demás judíos y produce
en ellos la disposición de seguirle. En todo esto Nehemías anticipa la persona
de Jesucristo, que reclamaría la obediencia de las personas en virtud de su
carácter personal: "Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que
soy manso y humilde de corazón..." (Mt 11:29).

Las listas de Nehemías


El proyecto del libro de Nehemías es levantar las murallas de Jerusalén. El
capítulo tres, donde comienza el relato de reconstrucción, se trata de una
larga lista de personas, con lo que aporta cada uno. El estilo literario de esta
porción (una lista de nombres) parece monótono, pero encierra una verdad
muy importante. Esta lista, como todas las listas del libro de Nehemías,
destaca la atención divina hacia la persona particular. Dios se fija, Dios se
acuerda. Cada persona es importante para él. Las listas de este libro (como
también las de Esdras) apuntan al conocimiento divino de cada individuo y
cómo bendice a cada uno según su servicio. Hay promesas del Nuevo
Testamento que vienen anticipadas aquí.

(Neh 3:1-32) es una relación de las distintas familias que participan en la


obra, con algunas de sus circunstancias personales. Son personas que
cargan con bloques de piedra, mezclan el mortero, acarrean escombros, o
trabajan la madera de las puertas, con el fin de dejar rematada una porción
del muro. Trabajan largas horas. Se cansan. Es un esfuerzo sobrehumano. El
hecho de quedar registrados sus nombres quiere decir que Dios no se olvida
de los que sirven, atendiendo a los demás. El Nuevo Testamento lo expresa
con estas palabras:

(He 6:10) "Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo
de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los
santos y sirviéndoles aún."

En (Neh 7:5-73) se encuentra otra lista, los que volvieron con Zorobabel de
Babilonia a la tierra de Israel. Muchos judíos optaron por no volver. Ya
tenían su vida hecha en Mesopotamia: con amistades en el barrio, los niños
en la escuela, su trabajo establecido. Era más fácil quedarse allí donde
estaban. Pero los que hicieron maletas y tomaron la decisión de volver a la
tierra prometida, una vez promulgado el edicto de Ciro, sentían otra cosa. Su
afán era buscar a Dios y su reino. Conocían la promesa del Redentor, sabían
que éste llegaría a la tierra donde había vivido Abraham, y su único deseo
era participar en todo aquello. Son como las ovejas a que se refiere el Señor
Jesucristo: "Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me
conocen" (Jn 10:14). La lista de Nehemías 7 nos recuerda que Dios conoce a
todos aquellos que lo buscan de verdad. Conoce a su ovejas.

En (Neh 10:1-27) hay una lista de los príncipes (Neh 9:38) y los cabezas del
pueblo (Neh 10:14), con los sacerdotes y levitas. Son dirigentes entre el
remanente, y el hecho de figurar en la lista apunta a una gran verdad: Dios
toma nota de los que asumen responsabilidades. El Nuevo Testamento lo
expresa con las siguientes palabras:

(He 13:17) "Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos


velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo
hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso."
(1 P 5:4) "Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis
la corona incorruptible de gloria."

En (Neh 11:1-24) figura una relación de los que se trasladaron, cada uno de
su pueblo, a Jerusalén. Dejar la heredad ancestral de la familia representaba
un gran sacrificio que estas personas asumieron con el fin de dar
consistencia al testimonio de la ciudad de luz. Recuerda lo que haría José de
Chipre muchos años después, al vender su heredad para ayudar con las
necesidades de los nuevos creyentes en Jerusalén después de
Pentecostés (Hch 4:36-37). Su sacrificio voluntario aporta consuelo a los
necesitados, y por eso los apóstoles le ponen el mote de "Bernabé". La lista
de Nehemías sugiere que Dios recuerda a todos aquellos que asumen
sacrificios en pro del reino de Dios. Serán recordados y ampliamente
recompensados. Jesucristo lo dice así:

(Mt 19:28-29) "Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o


hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre,
recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna."

La reconstrucción del muro de Jerusalén es el tema principal del libro de


Nehemías. Las listas señalan que todos los que participan -de la manera que
sea- serán recordados y recompensados. Con esta certeza en mente, se
puede pasar a considerar el significado de "edificar" a la luz del Nuevo
Testamento.

La noción de edificar
Al terminar el Sermón del Monte, Jesús compara la respuesta que cada
oyente podría dar a sus palabras a una obra de construcción: "cualquiera,
pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre
prudente, que edificó su casa sobre la roca..." (Mt 7:24). "Edificar" comporta
ideas de esfuerzo, sabiduría y constancia. Cuesta trabajo, hay que "sudar la
camiseta". También se requieren ciertos conocimientos para edificar bien y
no mal. Hace falta saber qué hacer para no levantar un tabique torcido. El
hecho de edificar también sugiere todo un proceso: echando los cimientos,
colocando ladrillo sobre ladrillo, y rematando con los carpinteros al final.
Hace falta paciencia y constancia, porque hay toda una serie de pasos que
seguir. Roma no se levantó en un día, como Zamora tampoco cayó en una
hora.

La idea se aplica no sólo a la edificación de una vida, sino también al


levantamiento de un testimonio de Dios en la tierra. Cuando Jesús dice
"edificaré mi iglesia" (Mt 16:18), anuncia que él gastará energías (a través
de sus siervos, sosteniéndolos por su gracia), que transmitirá conocimientos
(para que lo hagan bien), y que será un proceso de larga duración. La nueva
asamblea del Señor invitará las miradas de los habitantes del mundo, pero
costará trabajo hacer que ésta llegue a ser todo lo que debe ser.

Esfuerzo, sabiduría y constancia son los ingredientes esenciales.


Los apóstoles asumen las palabras de Jesucristo. Pablo dice que no quiere
edificar sobre fundamento ajeno (Ro 15:20). El comprende que la intención
de Cristo ("yo edificaré mi iglesia") se plasma en la obra de sus siervos en
todo el mundo, ya que Cristo ahora vive en ellos por su Espíritu. Cada uno
de ellos ejerce en su lugar, edificando -de una manera u otra- la asamblea
local que encarna las cualidades de la asamblea universal. Cada siervo del
Señor lleva a cabo, en un sentido espiritual, la obra física que Nehemías
realizó en su día.

Pablo dice a los corintios que había trabajado entre ellos como perito
arquitecto (1 Co 3:10-15). Hacía falta conocer el oficio, dominar cierta
información (tanto con respecto al contenido bíblico como la manera de
acercarlo a las personas). También afirma que él puso el fundamento. Esto
se refiere a la predicación inicial del evangelio. Las personas necesitan, antes
que nada, un mensaje acerca de su condición ante Dios y cómo establecer
una relación verdadera con él mediante la fe en Cristo. La edificación de la
obra del Señor empieza con el anuncio del evangelio, el mensaje de
salvación.

Luego se levanta un edificio sobre el fundamento de la conversión. Se puede


hacer bien (con "oro, plata, piedras preciosas") o mal (con "madera, heno,
hojarasca"). La calidad del material se evidencia con el fuego: "por el fuego
será revelada" (1 Co 3:13). La palabra "día" ("el día la declarará") parece
referirse al día de la prueba: cualquier experiencia fuerte que ponga a
prueba la calidad de la vida espiritual del cristiano, pero también -en última
instancia- la prueba final del tribunal de Cristo. La crisis, como la lluvia, los
ríos, y el viento mencionados por Jesucristo en el Sermón del Monte, tumba
la casa o golpea contra ella sin efecto relevante.

El contraste entre las dos clases de materiales y los resultados


consiguientes, alude a dos maneras distintas de enfocar la atención espiritual
hacia los creyentes. Son dos filosofías de ministerio, para lograr el
fortalecimiento de la iglesia. Se puede enseñar doctrinas humanas y emplear
métodos indignos del evangelio, pero será mucho mejor enseñar todo el
consejo de Dios, dando ejemplo de vida espiritual y colaborando con Dios a
cada paso, en lo que él quiere hacer para transformar la vida de los
creyentes. Este había sido el camino de los apóstoles, al proclamar al Cristo
crucificado y resucitado, como también la visión de Pablo y Apolos cuando
habían predicado en Asia. Pablo afirma que los efesios habían sido
"edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas" (al creer el
mismo evangelio que los primeros discípulos en Jerusalén, (Ef 2:20), y que
estaban siendo "juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu"
por el ministerio de los que habían seguido ministrando en Éfeso (Ef 2:22).

Edificar no se limita, sin embargo, a la actividad de apóstoles y profetas.


Pablo exhorta a los tesalonicenses a que se edifiquen mutuamente (1 Ts
5:11), y Judas dice lo mismo (Jud 1:20). Pablo alaba a los corintios por la
manera en que se edifican en las reuniones a través del ministerio mutuo de
la Palabra de Dios, tanto con la predicación (1 Co 14:4) como con la
oración (1 Co 14:17).

Muy llamativa resulta la exhortación del apóstol Pedro: "sed edificados" (1 P


2:4-5). La frase apunta a una actitud receptiva de parte de los que escuchan
(deseos de la Palabra, hambre y sed espiritual, ganas de aprender), como
también un compromiso de ministerio activo hacia otros hermanos de la
congregación. La idea es que en el cuerpo de Cristo todos han de ayudarse
unos a otros: a crecer espiritualmente, a madurar en la fe, a alcanzar la
"estatura de la plenitud de Cristo" (Ef 4:13).

Cuando Pedro dice que se dejen edificar como casa espiritual y como
sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, parece indicar que los
frutos que el ministerio mutuo han de producir son análogos a los sacrificios
levíticos (Lv 1-7):

 Si el holocausto anunciaba la entrega completa de la persona, el


ministerio mutuo ha de fomentar la entrega completa de cada cual: "que
presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo..." (Ro 12:1).

 Si la ofrenda de harina plasmaba la consagración de las obras de cada


persona, el ministerio mutuo ha de servir para que cada uno se plantee sus
obligaciones diarias para la gloria del Señor: "y todo lo que hagáis, hacedlo
de corazón, como para el Señor y no para los hombres..." (Col 3:23).

 Si los sacrificios de paz exteriorizaban la gratitud al Señor en todas las


cosas y la generosidad para con otros, el ministerio mutuo ha de fomentar
una respuesta parecida a la gracia de Dios: "De gracia recibisteis, dad de
gracia..." (Mt 10:8).

 Si el sacrificio por el pecado simbolizaba la confesión de pecado y la


esperanza en la expiación completa de Cristo, entonces el ministerio mutuo
ha de influir para animar la confesión y el perdón: "soportándoos unos a
otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra
otro..." (Col 3:13).

 Si el sacrificio por la culpa enseñaba la importancia de la restitución,


entonces el ministerio mutuo también debe promover iniciativas para
arreglar las ofensas cometidas contra otros: "Si traes tu ofrenda al altar, y
allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda
delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano..." (Mt 5:23-
24).

Naturaleza del ministerio mutuo


Recopilando los datos del Nuevo Testamento, uno comprende que edificar
significa acercar la Palabra de Dios a las personas. Se trata de una atención
espiritual personalizada, para ayudar a cada persona a echar mano de Cristo
constantemente por la fe. Como dice Pedro: "acercándoos a él... sed
edificados..." (1 P 2:4-5). Esto supone reuniones, donde se enseña y se
escucha la Palabra, donde se ora y se comparte, donde hay conversación
antes y después. Pero también supone un acercamiento personal
intencionado, creando espacios para la comunión fuera de las reuniones
establecidas. Significa quedar para tomar café, comer, pasear, todo con el
fin de fomentar amistades genuinas dentro del marco de un compromiso
compartido, de andar con Cristo y honrarle en nuestras vidas. El apóstol
Juan lo tenía muy claro: "si andamos en luz, como él está en luz, tenemos
comunión unos con otros..." (1 Jn 1:7).

Se empieza la atención espiritual personalizada con la persona inconversa, el


que tiene inquietudes espirituales o se siente atraído hacia la iglesia. Alguien
toma la iniciativa, propone una cita para tomar café, profiere gestos de
amistad. El fundamento de la edificación -de una vida, de una congregación-
es la conversión a Cristo, y esto requiere un acercamiento intencionado.

Pero el principio también se aplica a los que ya son de Cristo: el creyente


con más experiencia toma la iniciativa -llamando, proponiendo, quedando,
visitando- para forjar un vínculo con otro creyente más joven en la fe. Es un
acercamiento con naturalidad, más en clave de amistad sincera que de
maestro y estudiante. Uno propone quedar simplemente, y mientras charlan
de las cosas de la vida, también introduce temas espirituales: algo que ha
aprendido del Señor, alguna oración que Dios ha contestado, algún texto
bíblico que le ha hablado, alguna lección que las circunstancias de la vida le
han enseñando. No es tanto dar lecciones en clase magistral, sino compartir
en tono fraternal.

El objetivo, cuando buscamos la manera de quedar con las personas, es


transmitir y reproducir ciertos valores en la vida del otro. Arrancamos de
nuestro ejemplo personal de vida cristiana (como Pablo decía, "sed
imitadores de mí, así como yo de Cristo"), compartiendo de nuestra
experiencia. Pero también oramos y escogemos los temas de conversación
con el fin de animar a que los valores de entrega, consagración, gratitud,
confesión, y restitución lleguen a plasmarse en su vida. Si crece la confianza,
podríamos plantear algún tema de estudio a seguir durante una serie de
reuniones programadas (con un cuaderno o libro, o directamente de la
Biblia).

A veces conviene formar un grupo pequeño para el estímulo mutuo -entre


varias personas- al amor y a las buenas obras. Con tres o cuatro personas
las aportaciones se enriquecen; el estudio, la oración, y la reflexión para
aplicar la Palabra a la vida puede resultar más edificante. Puede ser un
grupo fijo cerrado -por un tiempo limitado o por tiempo indefinido- o un
grupo abierto y más espontáneo. Se puede plantear que cada uno comparta
libremente (sin estructura alguna en cuanto a los temas), o se puede seguir
un tema de estudio que hayamos escogido.

La obra de edificación, con sus matices novotestamentarios, sugiere dos


aplicaciones importantes:
No es suficiente hacer cultos. Algunos piensan que si mantenemos reuniones
que incorporan los elementos de (Hch 2:42) (doctrina de los apóstoles,
comunión, partimiento del pan, oraciones), entonces hemos cumplido. La
vida de iglesia, sin embargo, consiste en mucho más. Si hemos de dar
cuerpo a las bendiciones que fluyen de la cercanía al Dios viviente, haciendo
que nuestra iglesia local (la ciudad "asentada sobre un monte que no se
puede esconder", en palabras de Jesucristo) cumpla todas las funciones
antiguas de la ciudad de Jerusalén, entonces es imprescindible un
acercamiento personalizado hacia los hermanos.

No es suficiente exhortar a los hermanos a que asistan. La asistencia a la


reunión no es el colmo de la espiritualidad; el objetivo divino es un
compromiso de vivir con y para Cristo durante toda la semana, siendo
transformados a su imagen. Para esto, los hermanos necesitan ayuda. Si
procuramos que tengan apetito por la Palabra, no es suficiente reprenderles
por su desgana. También hay que proporcionarles sermones y estudios que
inspiren, que edifiquen, que consuelen. El hambre espiritual se crea desde el
púlpito. Si pretendemos que los hermanos tengan un compromiso con la
intercesión, no es suficiente exhortarles a que asistan a la reunión de
oración. Hay que estructurar la reunión de una manera participativa y
amena, donde se enseñe a orar y donde todos se marchen con la sensación
de haberse acercado al trono de la gracia. No hemos practicado la comunión
sentándonos en bancos, mirando adelante y escuchando todos callados un
sermón. Hacen falta medios que fomenten la conversación, que propicien el
intercambio personal, que favorezcan el crecimiento de amistades genuinas
en el pueblo de Dios. Son grupos de coloquio, estudios participativos, células
en las casas, además de comidas de iglesia, excursiones, y retiros de fin de
semana.

La iglesia local ha de encarnar las cualidades que antiguamente se daban en


la ciudad de Jerusalén. Para que así sea, no basta con programar reuniones.
Hace falta que los responsables analicen delante del Señor cómo hacer cada
cosa lo mejor posible, para que la iglesia reunida verdaderamente sea una
fuente de dirección, provisión, renovación, y protección. Para que la cercanía
al Señor redunde en beneficios tangibles para la vida de las personas.

Aspectos de la edificación
El capítulo 3 de Nehemías sugiere toda una serie de reflexiones sobre la
tarea de edificación espiritual. Para Nehemías, se trata de una obra de
construcción netamente física, pero para el creyente del Nuevo Testamento,
hay aplicaciones espirituales que orientan el proceso de echar el
fundamento, de edificar a otros, de edificarse unos a otros, y de dejarse
edificar.

Edificar significa esforzarse para algo que va más allá de la familia y el


trabajo. Frente a una infinidad de problemas -de pura superviviencia- los
judíos que volvieron de Babilonia con Zorobabel estaban continuamente
tentados a replegarse en lo íntimo, lo personal y familiar. Era demasiado
difícil levantar el templo del Señor de nuevo, con tantos enemigos alrededor
y tan pocos medios materiales. Los profetas Hageo y Zacarías, sin embargo,
recuerdan al pueblo que Dios honra a los que le honran, y que ese "honrar al
Señor" pasa por trabajar seriamente para levantar un testimonio para su
nombre. Si los creyentes colaboran en la obra con fervor, habrá bendiciones
ahora y la certeza de bendiciones aún más espectaculares en el futuro.

En nuestros días, hay cristianos que limitan su compromiso espiritual a la


asistencia a algunas reuniones. A veces hay buenas razones: los horarios
laborales son cada vez más absorbentes, y muchas veces los dos cónyuges
tienen que trabajar. Para algunos, la distancia entre el hogar y la capilla (un
problema en las grandes ciudades, por el elevado precio de la vivienda),
acaba cansando y debilitando la implicación en las cosas del Señor. Algunos
están de vuelta de experiencias de sobrecompromiso en el pasado, y no
quieren cometer los mismos errores. Otros se sienten limitados por las
necesidades de sus niños pequeños. Otros simplemente sienten hastío
respecto a la vida eclesial, y no ven motivos para asistir a más reuniones.

Edificar significa acercar la Palabra de Dios a personas concretas, de una


manera intencionada. Se requiere más que coincidir en reuniones solamente.
Es una cuestión de buscar maneras de forjar vínculos personales con el fin
de ayudar, bendecir, estimular en el crecimiento cristiano. Proverbios dice,
"Hierro con hierro se aguza; y así el hombre aguza el rostro de su amigo" (Pr
27:17). Las palabras claves son "rostro" y "amigo". La afiladura mutua (es
decir, el estímulo mutuo en las cosas del Señor) ocurre en un contexto de
amistad, de relación.

Lo que se aprecia en el capítulo 3 de Nehemías es el número de personas


que anteponen el proyecto de edificar a sus propios intereses. Hay plateros,
perfumeros, y comerciantes que aparcan sus negocios habituales para
dedicar dos meses a levantar la parte del muro que se les ha asignado (Neh
3:8,31-32). También hay oficiales municipales y provinciales, desde
gobernadores a humildes funcionarios, que abandonan sus tareas
administrativas durante un tiempo para dar prioridad a la edificación (Neh
3:7,9,12,14,15,16,17,18,19,29).

La idea en todo esto es que el cristiano está llamado a glorificar a Jesucristo


en todos los frentes: "Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo
todo para la gloria de Dios" (1 Co 10:31). No existe ninguna disyuntiva entre
lo sagrado y lo secular. El creyente vive para Cristo en todas las esferas,
buscando honrarle en su trabajo, en su familia, con su dinero, en su tiempo
de ocio, y en sus amistades. En todo, sin embargo, siempre se esforzará
para bendecir a otras vidas. Participará activamente en su iglesia local para
-desde la iglesia- acercarse intencionadamente a alguien, con el fin de
ayudar al otro a conocer a Jesucristo mejor.

En la edificación del testimonio del Señor, los obreros, ancianos, y


colaboradores son catalizadores para que la obra se lleve a cabo, aunque no
hacen toda la obra. En tiempos de Nehemías, el primero en levantarse a
poner manos a la obra fue Eliasib, el sumo sacerdote, con "sus hermanos los
sacerdotes" (Neh 3:1). Luego los sacerdotes, los levitas, y los sirvientes del
templo ocupan un lugar destacado en todos los tramos de la muralla (Neh
3:17,22,26,28). Esto sugiere el principio espiritual de que los responsables
en la iglesia local han de espolear el progreso de la obra. Esto lo hacen
primero con su ejemplo de carácter cristiano: "...siendo ejemplos de la
grey" (1 P 5:3). Así el apóstol pudo decir, "os ruego que me imitéis" (1 Co
4:16).

Los guías de las iglesias también adelantan la obra con su enseñanza de la


Palabra. Hageo y Zacarías profetizaron en su día, y como resultado los judíos
se levantaron y comenzaron a reedificar la casa de Dios (Esd 5:2). Los
pastores y maestros están puestos en las iglesias para "perfeccionar a los
santos para la obra del ministerio" (Ef 4:12). La obra del ministerio es de
todos los santos: todos participan, pero los pastores y maestros los
capacitan para que los demás sepan qué hacer y lo hagan bien.

La formación para la obra parte, en primer lugar, de un ejemplo de vida


cristiana coherente. Luego se articula con la enseñanza de la Palabra, y se
dinamiza con un ejemplo de servicio activo e incansable (1 Co 16:15-16).
Habiendo sentado estas bases, aun se requiere algo más. Cuando (He
13:17) habla de los pastores que velan por las almas de los fieles, y que han
de dar cuenta al Señor de su pastoreo, sugiere la necesidad de un "sobrever"
(siendo ellos los episkopoi, los sobreveedores, del rebaño) responsable: no
sólo para que se convoquen las reuniones estipuladas, sino para que todas
las facetas de la vida de iglesia cumplan tres propósitos: 1) que sean fieles a
las exigencias bíblicas, 2) que tomen en cuenta las personas particulares que
configuran la congregación, y 3) que el programa de la iglesia se ajuste para
que estas personas -desde su contexto y con su bagaje personal- avancen
en su amor a Jesucristo. Este último punto exige una evaluación constante
de las distintas actividades eclesiales, para asegurar que no se programe
sólo por inercia ("siempre lo hemos hecho así"), sino movidos por el Señor y
sensibles a la dirección del Espíritu. Entonces se podrá modificar el programa
de la iglesia donde sea necesario.

Edificar significa centrarse en la iglesia local. Nehemías levanta las murallas


de Jerusalén porque esta ciudad era el lugar escogido por Dios para
manifestar su nombre. En el Nuevo Testamento encontramos que Pablo
insiste a Timoteo que la iglesia (es decir, la iglesia local, la de Éfeso en este
caso) es "columna y baluarte de la verdad" (1 Ti 3:15). La concreción
histórica y geográfica del pueblo de Dios es lo que permite manifestar la
virtudes de Jesucristo ante los ojos de la sociedad. Cuando Jesús dice a sus
discípulos que "en esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis
amor los unos con los otros" (Jn 13:35), se refiere a la expresión tangible
del amor entre un grupo concreto de personas conocidas. La dinámica local
testifica de la grandeza del Señor.
Llama la atención en Nehemías 3 la participación de personas que vienen de
otros lugares para trabajar en el muro de Jerusalén. Hay hombres de
Jericó (Neh 3:2), de Tecoa (Neh 3:5), de Gabaón y Mizpa (Neh 3:7), de
Zanoa (Neh 3:13). Hay una referencia a los "varones de la llanura" (Neh
3:22). Para todos ellos, Jerusalén era lo más importante, porque iba a ser el
lugar donde Dios se manifestaría una vez más a través del ritual del templo
(aun sin el arca de la alianza, que había desaparecido).

Cuando Jesús traslada las cualidades de Jerusalén a todos los lugares donde
se iban a reunir sus discípulos (Mt 5:14), sugiere que ese lugar -para cada
uno en su caso- sería la prioridad. La preeminencia de Jerusalén se traduciría
en la preeminencia de la iglesia local, dondequiera que cada uno se
encontrara para vivir con Cristo y servir al Señor. Esto sugiere que la iglesia
local ha de ocupar el lugar preferente, antes que otros ministerios, otras
iglesias, o incluso la obra nacional. Antes de "arreglar la casa del vecino",
hemos de aportar para que nuestra propia congregación llegue a ser todo lo
que debe ser en el plan de Dios. "Aportar" en este caso significa
preocuparse, pensar, hablar, orar, y analizar los distintos aspectos de la vida
eclesial, para que todo refleje con la máxima nitidez las bendiciones que
fluyen de la cercanía a Dios: su dirección, su provisión, su renovación, su
protección.

Donde sea posible, la edificación puede ser un proyecto de familia. Hay un


hombre que trabaja en la muralla, un tal Salum, que edifica con sus
hijas (Neh 3:12). Esto testifica de una visión compartida en el seno de la
familia. Los hijos han adoptado los mismos criterios que los padres, y luchan
codo a codo con ellos para que haya un testimonio de Dios en la tierra.

Una familia que sirve al Señor juntos goza de un testimonio extraordinario.


Hay un peso específico que convence. Así fue el caso de Estéfanas en
Corinto: "Hermanos, ya sabéis que la familia de Estéfanas es las primicias de
Acaya, y que ellos se han dedicado al servicio de los santos" (1 Co 16:15).
Cuando Pablo dice que el anciano de iglesia debe tener a sus hijos en
sujeción con toda honestidad (1 Ti 3:4), se refiere a una situación en que los
hijos abrazan libremente los mismos valores espirituales que sus padres.
Para que esto ocurra, debe haber un ejemplo de vida que los atraiga y una
convivencia -con Cristo como centro- que les parezca mejor que todas las
otras opciones vitales.

Hay muchas maneras de plantear un servicio desde la familia. El fundamento


de ello es la visión de llegar todos juntos a la meta, aunque esto signifique
correr más despacio a veces. Así fue la visión de Jacob, que por un tiempo
tuvo que avanzar "al paso de los niños", para que toda la familia llegara sana
y salva (Gn 33:13-14). El servicio no es de uno solo; si puede ser un
ejercicio compartido, la bendición espiritual será mayor a la larga.

Hay muchas maneras de aportar a la edificación de la obra, aun teniendo


limitaciones. Varias personas edifican un tramo de la muralla justo enfrente
de su casa: Jedaías (Neh 3:10), Benjamín y Hasub (Neh 3:23), los
sacerdotes (Neh 3:28), Sadoc (Neh 3:29). Hay uno, un tal Mesulam, que
edifica enfrente de su cámara (Neh 3:30), que sugiere una restricción aún
mayor.

Si recordamos que el hecho de edificar significa acercar la Palabra a las


personas, en un contexto de confianza y amistad, entonces hay que tener en
cuenta que no todas las épocas de la vida ofrecen la misma libertad. A veces
hay fuerzas físicas, una mente despejada, y un horario que permite muchos
compromisos. En esas temporadas, conviene servir mucho, en muchas
cosas, con el fin de bendecir a muchas vidas. En otros momentos, sin
embargo, las fuerzas flaquean. Se dan enfermedades, surgen problemas a
nivel familiar o laboral, o hace falta cuidar a la abuela. La madre con niños
pequeños se encuentra limitada, como para servir al Señor haciendo muchas
cosas por allí fuera.

Sean cuales fueren las limitaciones impuestas por las circunstancias de la


vida, sin embargo, siempre hay alguien en cuya vida el creyente puede
influir para bien. Un vecino de habitación en el hospital, un compañero de
trabajo, una dependienta donde se compra el pan. Edificar significa asumir el
compromiso de bendecir a otra persona, a tocar otra vida, aunque las
circunstancias hayan reducido el círculo de contactos al mínimo. Siempre se
puede edificar en alguien, aun cuando sea "delante de tu cámara".

Edificar es una vocación vitalicia; el creyente nunca se jubila de ello. Los


tecoítas restauran una porción del muro (aun sin sus dirigentes, (Neh 3:5),
pero luego restauran otro tramo más (Neh 3:27). Son incansables. Tienen
"nervio" para hacer el bien. Su iniciativa nos recuerda que siempre habrá
más cosas que edificar: más vidas que tocar, más temas en que profundizar.
Edificar se refiere al acercamiento intencionado a otras personas con el fin
de ayudarlas a crecer en Cristo. Hay conocimientos que transmitir,
costumbres que demostrar, hábitos de vida que comunicar. La plena
formación espiritual de un ser humano dura toda la vida, y un creyente con
más experiencia en la fe siempre puede aportar algo para que el proceso
siga adelante.

Se trata de construir las murallas y colgar puertas con cerraduras y cerrojos.


La esencia del proyecto consiste en levantar un baluarte para proteger a los
que están dentro, de otros que están fuera. Es la noción antigua de ciudad
que se aprecia en toda la Biblia, a partir del huerto de Edén: un recinto
cerrado que incluye por un lado, y excluye por otro. Hay seguridad para los
que viven cerca de Dios, y una barrera que impide que los impíos alteren la
paz de los redimidos. En tiempos de Nehemías, se repite lo de las cerraduras
y los cerrojos (Neh 3:3,6,13,14). Para que el culto del templo se celebrara
en paz, hacía falta una barrera defensiva. Si no, los enemigos se llevarían los
animales para los holocaustos, con el trigo, el aceite, y el vino que los
acompañaban. Sin seguridad, los adoradores no se arriesgarían a subir a
Jerusalén para las fiestas estipuladas. Estarían expuestos a la violencia de
los que no compartían la misma visión espiritual. Para que el ritual se
pudiera celebrar -con el consiguiente anuncio de Cristo que daba sentido a
todo ello- era imprescindible marcar las diferencias entre los que estaban
dentro y los que estaban fuera.

Las murallas y las puertas sugieren varios conceptos importantes para la


iglesia local (¡que va más allá de poner candado a la puerta de la capilla!).
"Muralla" habla de separación. Si la sal ha de frenar la podredumbre del
mundo, tiene que ser diferente al mundo. Si la sal se vuelve insípida, no
sirve para nada. La muralla alrededor de la iglesia es el mensaje de la
Palabra de Dios, que contrasta radicalmente con los valores de este mundo
(en Ez 13:5 el muro se refiere a la profecía verdadera). Esto implica una
declaración de fe clara y una enseñanza doctrinal sin ambigüedad en los
asuntos principales.

Hay prácticas eclesiales que también mantienen la diferencia entre los que
están dentro y los que están fuera, como el bautismo -con la necesaria
preparación previa para asegurar que ha habido una verdadera conversión- y
la mesa del Señor, limitando la participación a las personas que han dado
testimonio público de su fe a través del bautismo. La disciplina eclesial, en
sus múltiples manifestaciones, también sirve de muralla para la iglesia. Si
una persona profesa la fe de Cristo pero no vive conforme a lo que profesa,
se le excluye en algún sentido: tal vez de algún ministerio o servicio, o de la
participación de la mesa del Señor, o de la membresía (la excomunión total).
La doctrina bíblica, el bautismo, la mesa del Señor, y la disciplina forman un
conjunto de medidas que marcan la diferencia entre los que están dentro y
los que están fuera.

Al mismo tiempo, sin embargo, "puerta" habla de una invitación. Las puertas
admiten a los que están fuera, para que no sigan alejados. Las cerraduras de
la puerta sugieren que la persona que entra debe pasar por la experiencia de
la conversión a Cristo ("pasar por el aro"), y el hecho de la puerta anuncia
una bienvenida para toda persona sincera que quiera acercarse a Dios.
"Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré
descansar" (Mt 11:28).

El apóstol Pablo anima a los corintios a pensar en los incrédulos e indoctos


que podrían asistir al culto, y modificar el desarrollo de la reunión para que
éstos no se escandalicen (1 Co 14:23). Del mismo modo, hacemos bien en
analizar los distintos elementos del culto con "ojos de inconverso". La
persona de la calle, ¿qué pensaría de lo que hacemos? ¿Lo entendería? ¿Hay
algo que podría representar un estorbo? Evidentemente, no se trata de
abandonar principios fundamentales para ofrecer un espectáculo televisivo.
Precisamente uno de los aspectos de la iglesia que más atrae es su arraigo
en las cosas eternas e inmutables. El hombre y la mujer posmoderna
anhelan la estabilidad de un mensaje que permanece intacto en medio de las
turbulencias de la sociedad. Pero queremos que brille el atractivo inherente a
la nueva vida en Cristo, sin que ninguna práctica heredada levante barreras
y acabe ofuscando el mensaje de salvación.
Nehemías resalta un nombre en la lista de los que colaboraron en la obra,
Baruc hijo de Zabai (Neh 3:20). La cualidad que llama la atención en Baruc
era su fervor: "con todo fervor restauró otro tramo". Es un buen ejemplo
para el cristiano de hoy. Aportar para que se levante un testimonio del Señor
en la tierra, acercando su Palabra a personas concretas (es decir,
edificando), requiere entrega, ganas, deseos, entusiasmo. No hay proyecto
que merezca la pena tanto como éste. Sólo este proyecto da fruto para toda
la eternidad.

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