Terapia Culpa Reparación Perdón
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RESUMEN
Las nociones de culpa y perdón se han secularizado en el mundo moderno formando
parte inseparable de los problemas de la vida y, por tanto, de la clínica. Este trabajo
pretende ser un análisis de la culpa, de su relevancia en la clínica y utilidad en la
práctica psicoterapéutica. En esta tercera parte se exploran las posibilidades que abre
este análisis para el tratamiento psicológico. Se analiza la noción de disfuncionalidad
asociada a la culpa y se revisan diferentes narrativas de culpa en psicoterapia. Se
sugieren etapas y tareas terapéuticas para ayudar a la persona a cambiar estrategias
disfuncionales por otras que permitan seguir adelante con la vida.
Palabras clave: Culpa, perdón, psicopatología, psicoterapia, reparación.
ABSTRACT
The notions of guilt and forgiveness have been secularized in the modern world
becoming an inseparable part of the life problems, and therefore, the clinic practice.
This research aims at analyzing guilt, its relevance in clinical practice and usefulness
in psychotherapeutic practice. In this third part we show the possibilities that this
analysis opens for psychological treatment. We analyze the dysfunctional notion
associated the guilt and we review different narratives of guilt in psychotherapy. We
suggest therapeutic stages and tasks to help patients change their dysfunctional
strategies for others that allow them to go on with their lives.
Keywords: Guilt, forgiveness, psychopathology, psychotherapy, repair.
ISSN: 1130-5142 (Print) –2339-7950 (Online)
1. “Sé que es una tontería, pero no puedo evitar sentirme culpable”: culpa
ante transgresiones menores.
2. “¿Y si hiciera algo realmente malo sin conciencia de ello?”.
3. “Podría haber hecho algo para evitarlo...”.
4. “Sabía que iba a pasar...”.
5. “Ahora me doy cuenta de que hice algo indebido”: reevaluación retros-
pectiva de lo hecho como transgresión moral.
6. “De todos modos te sentirás culpable”: el dilema de la decisión imposi-
ble.
7. La culpa en víctimas de violencia: cuando la ofensa muta en culpabili-
dad.
8. Culpa y género.
1. “Sé que es una tontería, pero no puedo evitar sentirme culpable”: culpa ante
transgresiones menores.
La persona que acude a consulta dice sentirse culpable por acciones (u
omisiones) que, desde la perspectiva del interlocutor, resultan insignificantes, y, sin
embargo, al sujeto le genera un terrible sufrimiento psicológico (moral) que parece
incapacitarle para la vida. Rousseau ejemplifica esta situación. Al final del segundo
libro (redactado hacia 1766) de sus Confesiones (cuya primera parte fue publicada
en 1787), Rousseau asegura haber escrito éstas para librarse de la pesada carga
impuesta por los remordimientos y aliviar así su conciencia de una falta cometida
en su juventud. Esta falta, que él califica de “acción atroz” consiste en robar una
pequeña cinta y echar la culpa del robo a una joven cocinera (Aramayo, 2003). Esta
mentira, si hemos de creer su testimonio, abrió en su alma una herida de intensos
remordimientos que duró toda su vida. Según sus propias palabras: “Este recuerdo
cruel me trastorna y altera hasta el punto de ver en mis insomnios a esa pobre chica
reprocharme mi crimen como si lo hubiera cometido ayer”. Y “aquella espantosa
mentira cometida en la primera juventud, cuyo recuerdo me ha perturbado toda mi
vida e incluso continúa durante mi vejez entristeciendo un corazón afligido por
tantas otras cosas...”. Resulta irónico que pese a su “sensibilidad moral”, no dudara
en abandonar a sus cinco hijos en un hospicio.
Desde un punto de vista terapéutico, cuando la culpa deriva de situaciones que
desde nuestra óptica parecen irrelevantes, hay que entrar en la lógica de la culpa
desde una perspectiva emic, adoptando la óptica del sujeto de la culpa (de qué se
culpa, por qué se culpa, y qué sentido tiene desde dentro) para poder diseñar la
intervención. Hay que evitar caer en la trampa de ofrecer prematuramente razones
por las que, desde una lógica racional, desde afuera, el consultante no debería
sentirse culpable, pues aunque la culpa pueda ser refutada desde la razón, no por ello
la gente deja de sentirla. Así, el intento de aliviar la culpa mediante razonamientos
lógicos (por ejemplo mediante un análisis de evidencias a favor y en contra), no sólo
fracasa estrepitosamente, sino que contribuye a su persistencia y a la incomprensión
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denunciarse como culpable (aunque sólo sea para que se verifique su inocencia). Si
el miedo a comportarse de manera irresponsable se acentúa, la persona puede
recurrir a conductas compulsivas para prevenir la amenaza de la culpa (Mancini,
2000). Pero aquí, en realidad, se lucha contra la posibilidad de ser culpable, y, por
tanto, imposible de vencer (porque nunca se refuta), con lo que, paradójicamente,
el sujeto acabará atrapado en la cárcel de sus propios intentos compulsivos de
prevención. El sujeto vivirá ahora solo y exclusivamente para prevenir un futuro que
no existe, y, en la soledad de su celda, la culpa será su única compañía; el precio
psicológico que se paga es sin duda mucho mayor que el daño que se pretendía
prevenir.
La terapia aquí puede tomar dos direcciones:
1) Bloquear la paradoja pensar en no pensar, mediante técnicas de la terapia
sistémica breve y estratégica (Fisch, Weakland y Segal, 1994; Nardone y Balbi,
2009; Nardone y De Santis, 2012; Watzlawick, Weakland y Fisch, 1992).
2) Bloquear la fusión entre eventos privados automáticos y la connotación
moral que se desprendería de ellos en caso de ser ejercidos en la acción. Aquí se
trataría de romper la literalidad con que se vive el pensamiento, según la cual tener
un pensamiento sobre una acción es como realizarla. Importa insistir en la noción
de responsabilidad: uno es responsable de lo que hace (hacia otros, hacia sí mismo),
pero no de lo que piensa y siente, que muchas veces resulta involuntario; y, sólo en
base a lo que hacemos (no en base a lo que sucede en el espacio íntimo), nos ganamos
una reputación moral. La primacía del hacer externo se cumple también para el
creyente, pues aunque el pensamiento pueda ser pecaminoso, sólo a través de la
confesión-penitencia, que es acción externa, se accede al perdón de Dios. La terapia
de aceptación y compromiso (Hayes, 2013; Wilson y Luciano, 2002) cuenta con
numerosas estrategias, como la de-fusión cognitiva, para cambiar la relación con las
propias experiencias internas. Un ejercicio para promover la aceptación de los
pensamientos, al mismo tiempo que ayuda a que uno pueda verse como un
observador de sus propios pensamientos, distanciándose de ellos, es el de Hojas
flotando en la corriente. La terapeuta invita al consultante a imaginar un río y un
montón de hojas en blanco. “Ahora, hazte consciente de tus pensamientos. Cada vez
que surja un pensamiento en tu mente, imagina que lo depositas en una de las hojas
y la arrojaremos lejos de nosotros, a la corriente del río observando cómo se aleja
de nosotros y la perdemos de vista” (Hayes, 2013). A lo que se pretende llegar con
esta intervención es a que la persona aprenda a mirar hacia la culpa más que a ver
el mundo desde ella.
Resumiendo: el objetivo de la intervención consistirá en desmontar el bucle
por el que la angustia de poder-llegar-a-ser-culpable aún antes de la acción que
conllevaría a la culpa se transforma en condena a cadena perpetua a través del
intento de prevenir la misma. Esta situación mantenida en el tiempo puede ser caldo
de cultivo para las ideas de referencia. En efecto, bajo los efectos de la culpa y
remordimientos que torturan la conciencia, aumenta la propensión a cometer
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errores lógicos, como relacionar todo cuanto sucede con uno mismo, y suponer en
la actitud de los demás hechos sutiles que le confirman a uno su culpa y/o que uno
es tratado de acuerdo a su condición culpable. El pesar por lo hecho, el temor a ser
descubierto, la imagen depreciada de sí proyectada a los demás,... puede generar un
estado tal que se cumpla la máxima: lo que más se teme se anticipa como realidad.
Castilla del Pino (1991) dice que lo que en el dinamismo paranoide ocurre es que,
de alguna manera, imaginamos en los otros aquella actitud que lógicamente
debieran adoptar de ser sabedores de nuestra culpa. Esta dinámica, si no se detiene,
abonará el terreno para que germinen ideas delirantes de autorreferencia.
Javier, de 37 años, soltero, vive con su madre, está diagnosticado de
esquizofrenia desde los 17 en que sufrió un “brote psicótico” por consumo
de drogas. Desde entonces acude regularmente al Centro de Salud Mental
a poner su medicación inyectable. En la historia clínica existen numerosos
informes, cada uno con un diagnóstico distinto, y diferentes escritos
realizados por el mismo Javier donde compila sus síntomas y los compara
con los criterios diagnósticos de los principales manuales diagnósticos del
mismo modo que uno rellena un test de una revista dominical para conocer
su nivel de autoestima. Hace unos meses fue derivado a petición propia a
consulta psicológica para ayuda psicoterapéutica. Se trata de una persona
profundamente religiosa y de una estricta conciencia moral. En el análisis
de su historia biográfica se obtiene que desde los 20 años participa en
diferentes grupos religiosos. A día de hoy continúa. En la actualidad lo que
más preocupa a Javier es, en lenguaje psiquiátrico, quizás resultado de su
participación en un grupo de psicoeducación meses antes, ciertas “manías
persecutorias” y “pensamientos obsesivos”. Las manías persecutorias
consisten en que imagina que su hermana piensa de él que es un “pederastra”
o un “depravado” y que lo van a denunciar ante la policía. Esto hace que
se sienta continuamente angustiado acerca de tal posibilidad. Ha sido
tratado con antidepresivos, neurolépticos y eutimizantes sin demasiados
resultados. Los pensamientos obsesivos consisten en “pensar cosas ma-
las”, por ejemplo, “el pensamiento siguiente yo no tengo ningún deseo de
tenerlo y no corresponde a mis deseos. Me avergüenzo de tenerlo: ¿Y si
violo a María?”. María es su sobrina. Estos pensamientos surgieron por
primera vez hace 11 años, cuando su hermana tuvo a su primera hija.
Tener estos pensamientos le generaron tanta angustia (eran tan disonantes
con su conciencia moral) que decidió emprender una lucha titánica contra
ellos: estrategias de distracción, parada de pensamiento, racionalizaciones,
uso de fármacos de todo tipo, etc., no hicieron sino alimentar aún más la
resonancia de esos pensamientos. Desde entonces los ocultó como quién
oculta un crimen. Pocos días después empezaron las” manías
persecutorias”. (Las historias clínicas utilizadas en este texto correspon-
den a consultantes atendidos en los servicios públicos de salud mental. Los
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barca contándose cuentos. Tras este inocente episodio quisieron persuadir a la niña
de que había cometido un gran pecado. Cuando Ana tiene 14 años, resignifica
aquella aventura y, asumiendo que el pecado del que se le acusaba era cierto, se
sumerge en la vergüenza y decide reprimir su espontaneidad.
Mucho después, cuando su inocencia perdió el último velo y pudo ella ver
claro, ya estaba muy lejos aquella edad: recordaba vagamente su amistad
con el niño de Colondres, sólo distinguía bien el recuerdo, y dudaba,
dudaba si había sido culpable de todo aquello que decían. Cuando ya nadie
pensaba en tal cosa, pensaba ella todavía, y confundiendo actos inocentes
con verdaderas culpas, de todo iba desconfiando (Clarín, 1991, p. 72).
Pero, ¿cómo se produce este cambio? El hecho es que de un “mismo suceso”
podemos generar diferentes caracterizaciones de uno mismo o de los demás según
las atribuciones de sentido, significado y valor que manejemos. Una mirada
diferente asignada por una persona significativa (familia, amigos, pareja...), o una
nueva valoración tras la adquisición de nuevos conocimientos, experiencias…,
pueden cambiar el sentido de los sucesos y acontecimientos. Watzlawick (1992,
1995) diferencia dos clases de realidades: realidad de primer orden y realidad de
segundo orden. La primera se refiere a las propiedades físicas de los objetos que nos
transmiten nuestros órganos sensoriales, la segunda se refiere a la atribución de
sentido, significado y valor que conferimos a las percepciones. Los objetos son, para
el sujeto, poliedros simbólicos que darán lugar a significados múltiples, a veces
incluso irreconciliables, dependiendo de la interpretación que se les otorga. El
tablero sobre el que juego al ajedrez es de madera de roble con decoraciones árabes
color lapislázuli, pero los recuerdos que me trae de mi infancia y el valor sentimental
que le confiero depende de mis atribuciones, de mi historia vital. Se trata de una
distinción análoga a la que establece Castilla del Pino (1998, 2000) entre denotación
y connotación (interpretación). La apreciación de que ahí hay un cuchillo, sobre la
mesa, es una denotación (susceptible de ser probada o refutada); la pregunta, por
ejemplo, de “por qué” el cuchillo está ahí es una connotación de aquello denotado,
es decir, un juego de interpretaciones más o menos verosímiles que hacemos del
denotado mismo. La interpretación de un denotado es el significado de que lo doto.
“Pero mi interpretación no es la interpretación de la intención con que se puso el
cuchillo, y si lo es no podría probarla” (Castilla del Pino, 1998, p. 137). Sólo los
denotativos pueden ser probados o refutados (rige el principio de verificación), no
así los connotativos (que serán más o menos verosímiles). Así, se puede probar o
refutar la conducta y sus efectos, no así la índole de la intención que la guía, pues
pertenece al espacio íntimo. La intencionalidad nunca se prueba, se presume.
Adriana tiene 21 años, soltera, nació en Argentina pero vive en España con
su familia desde los 3 años. Acude a Salud Mental derivada por su médico
de atención primaria con la queja de ser una chica insegura, con un gran
miedo al fracaso. Estos rasgos se manifiestan firmemente a la hora de
afrontar sus estudios, en sus relaciones interpersonales y en sus constantes
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8. Culpa y género.
Diferentes estudios apuntan a que las mujeres tienden a sentir más culpa que
los hombres en diversos ámbitos (Etxebarria, 1999, 2006). El género está conectado
al problema de la culpa, pero, sobre todo, a la subjetividad y a la identidad. Los roles
asignados tradicionalmente a la mujer inciden en la vulnerabilidad de éstas a
experimentar más culpa que los hombres. Por ejemplo, la creencia de que las
mujeres deben ocuparse y cuidar de los demás sin derecho a recibir el mismo trato
a cambio hace de caldo de cultivo para la culpa cuando se aspira a un trato más
respetuoso o cuando se decide romper una relación abusiva. En nuestra opinión,
muchas mujeres viven atrapadas en un falso dilema: cuidar al otro versus cuidar de
sí mismo; y en esta disyuntiva, donde se implican opositivamente el “egoísmo” y
el “altruismo”, parecería que el problema de la mujer radica en su incapacidad para
cuidarse a sí misma, de ser “más egoísta”. En este sentido, muchas propuestas
psicoterapéuticas hacen énfasis en que la mujer se dedique más a sí misma y menos
a los demás. Si bien estamos de acuerdo en la necesidad del autocuidado (necesario,
por otro lado, para el bienestar de cualquier persona), pensamos que los problemas
de las mujeres no radican exclusivamente en el conflicto psicológico individual:
“cuidar al otro versus cuidar de uno mismo” sino en realidades sociohistóricamente
construidas (ideología patriarcal....) que son también raíz de la dificultad de muchos
hombres para cuidar y hacerse cargo de necesidades ajenas. Y es que, si tanto
hombres como mujeres sólo se dedicaran a sí mismos, siguiendo así un cálculo
egoísta, el mundo sería inhabitable. La conciliación entre el autocuidado y el
heterocuidado recíprocos son esenciales para el bienestar psicológico de hombres
y mujeres. En nuestra opinión, la terapia ha de hacer visible y cuestionar las
creencias, en el sentido de Ortega (Ortega, 1977), que sostienen normas y patrones
de interacción que favorecen la culpa y vergüenza disfuncionales. En este sentido,
la perspectiva de género es esencial para comprender y trabajar los conflictos
morales ligados a la culpa en la mujer.
Esperanza, de 50 años, trabaja en el sector de la limpieza. Acude a consulta
acompañando a su marido Mario, quién ha sido remitido por el médico de
atención primaria para ayuda psicoterapéutica tras el fallecimiento de un
hijo común. En la primera entrevista Esperanza cuenta que su marido la
abandonó a ella y a sus dos hijos (un chico y una chica) por otra mujer
mucho más joven hace ya varios años. Hace dos años murió en accidente
de tráfico el hijo de ambos. Mario entró en un proceso de duelo que se está
complicando por intensos sentimientos de culpa (la separación, no haber
estado allí...). En esta situación, la amante, incapaz de ayudar a Mario,
decide dejar la relación y éste queda sólo y sin saber cuidar de sí mismo.
Esperanza y la hija sienten lástima de verlo así. Al verlo tan desamparado,
Esperanza dice que siente culpa si no lo ayuda ya que piensa que no podrá
afrontar la vida sin el cuidado de una mujer. Sólo pensar en no ayudarlo
le hace sentir “mala persona”. A pesar de haber sido abandonada y
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3. EL TRABAJO DE LA CULPA
El término trabajo de la culpa está tomado y es análogo al de trabajo del odio
(Castilla del Pino, 2000), que a su vez remite al concepto de trabajo que usa Freud
cuando habla de trabajo del sueño, trabajo de duelo o trabajo de la neurosis. El
trabajo del odio describe los procesos diversos de la relación del sujeto que odia con
el objeto odiado, consistente en toda la serie de secuencias que van desde el deseo
de destrucción a la destrucción en forma de acciones varias, desde la estrictamente
material del objeto hasta la de la imagen o reputación. Del mismo modo, con el
término trabajo de la culpa pretendemos describir la dinámica de la relación del
sujeto de la culpa con la norma transgredida y con el sujeto receptor de la acción
indebida. Consiste en la secuencia de procesos y estrategias que van desde la acción
que transgrede la norma o acción ligada al daño hasta la reparación, pasando por el
pesar, el arrepentimiento, la petición de perdón y el restablecimiento de la relación
originaria. Pero también, en la dirección opuesta; la secuencia que va desde la
transgresión o daño recibido, pasando por el rencor, el resentimiento o el deseo de
venganza, hasta la reconciliación a través del perdón dado. Con el término trabajo
de la culpa planteamos una concepción activa y constructivista del sujeto de la
culpa. Lo que se sugiere es que la experiencia psicológica de la culpa, en sí misma,
puede estar poblada de elecciones y de acciones. La persona que enfrenta la culpa
puede escoger entre diferentes caminos o posibilidades de afrontamiento en un
proceso de elaboración continua. Lejos de constituir una reacción pasiva en que la
culpa golpea al sujeto, nuestra concepción defiende un papel activo del sujeto en la
génesis y resolución de problemas psicológicos. ¿Cuál es el trabajo de la culpa por
lo que respecta al sujeto que siente culpa en su relación consigo mismo y con el otro?
El trabajo de la culpa es un proceso por el que quien lo realiza es capaz de reparar
en lo hecho para reparar lo hecho y así estar en condiciones de evitar futuros errores.
Este procedimiento integraría cuatro elementos: 1) reparar en lo hecho como hecho
indebido, 2) utilizar el pesar asociado a la culpa como oportunidad de aprendizaje,
3) reparar el daño y/o evitar daños futuros, y 4) reconstruir el significado de la
experiencia culpógena de un modo que haga posible integrarla en la propia biografía
y permita continuar adelante con lo ocurrido, en el mejor de los casos, a pesar de,
en el peor.
al consultante como si fuera un objeto físico, sino que hace el consultante con ayuda
del terapeuta. La psicoterapia no se recibe como quién recibe un electroshock, una
lobotomía o una inyección de insulina (García-Haro y Fernández-Briz, 2014). En
este sentido, Villegas (2013) plantea re-construir la psicoterapia como una relación
de colaboración mutua, rompiendo con una expectativa inicial de posicionarse
como un organismo pasivo, dispuesto a llevar a cabo las acciones que se le indiquen
para la mejora sintomática.
Las prácticas históricas asociadas a las nociones de culpa, perdón y reparación
se han secularizado formando parte de los problemas de la vida diaria, y penetrando
por tanto, en los escenarios de la clínica y la práctica psicoterapéutica. Nuestro
punto de partida es que muchos de los motivos de queja que traen las personas a
terapia podrían entenderse como expresión de conflictos valorativos o transgresio-
nes normativas (morales) ligadas a sensaciones de culpabilidad. Para escapar de la
culpa y sus efectos las personas empleamos, consciente o inconscientemente,
diferentes estrategias, llámesele de afrontamiento, procesos defensivos,... Depen-
diendo de cuáles sean y de sus interacciones con las que emprendan los demás
podrán aparecer diferentes manifestaciones clínicas, tales como angustia, irritabi-
lidad, trastornos del sueño (pesadillas, insomnio), depresión, rituales obsesivos,
alcoholismo, delirios de persecución y de sufrir perjuicios, que a su vez, serán
enfrentadas por nuevas estrategias.
La culpa como queja raramente constituye un motivo de consulta, al menos por
dos razones: 1) los consultantes no suelen admitir espontáneamente que se sienten
culpables con la misma facilidad con que comunican sentirse angustiados o
deprimidos, y 2) se requiere cierta capacidad de elaboración psicológica para poner
en relación una vivencia de culpa irresuelta con las manifestaciones clínicas. Los
conflictos valorativos o transgresiones normativas (morales) asociados a la culpa
son rápida y eficazmente ocultados para evitar la desestima que acontece tras la
concienciación de la culpa. El terapeuta ha de indagar acerca de la posibilidad de
que las quejas puedan remitir a núcleos culpógenos (bucles de gestión disfuncional
de la culpa). Pero que durante la conversación psicoterapéutica podamos detectar
un tema de culpa, y que éste es relevante para entender la expresión de la queja, no
quiere decir que necesariamente debamos señalarlo, ni que debamos convertir la
culpa en foco de trabajo. Antes conviene reflexionar prudentemente, con responsa-
bilidad profesional, acerca de las ventajas e inconvenientes de iniciar un trabajo
centrado en la culpa (relación entre clínica-culpa, relación terapéutica segura,
expectativas de beneficio con dicho trabajo), pues es preferible la abstención y/o
aplazamiento terapéutico, al riesgo de actualizar el dolor y reabrir una herida que
pudiera estar cerrando. En este sentido, conviene señalar que trabajar la culpa
cuando hay responsabilidad real en el daño (el superviviente que conducía borra-
cho, el familiar que cometió una negligencia clara en el cuidado del niño...) es
cuando menos una aventura terapéutica arriesgada. Una vez que se ha establecido
la culpa como foco del trabajo psicoterapéutico, conviene decidir con quiénes
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Utilizamos el término tareas para significar una actitud más activa y construc-
tiva por parte del sujeto en el proceso de elaboración de la culpa. El trabajo
terapéutico con estas tareas no tiene por qué seguir un orden secuencial ni tampoco
son tareas mutuamente excluyentes sino que el terapeuta las ha de adaptar a las
particularidades de cada caso. Así pues, habrá ocasiones en que sea necesario
trabajar todas las tareas, mientras que en otras se trabajará solamente alguna. Por
otro lado, mediante estas tareas terapéuticas se pretende reabrir el proceso de
elaboración de la culpa, buscar nuevas soluciones, más que cerrar definitivamente
la herida de la culpa. El trabajo de la culpa no es un proceso sencillo y el intento de
buscar atajos puede llevar a cometer solemnes desaguisados, o a complicaciones
inesperadas en el mejor de los casos.
Imaginemos ahora que la culpa no fuera algo malo en sí mismo, sino una
señal de la que podemos aprender;¿qué te estaría diciendo acerca de ti
mismo y de tu manera de funcionar?¿De qué da testimonio esta culpa acerca
de lo que es apreciado para ti?¿Qué cambios tendrías que hacer ahora para
evitar su repetición en el futuro? Se puede sugerir al consultante que
reflexione y realice anotaciones en casa sobre el asunto. Preferimos no
trabajar esta tarea en víctimas de violencia o abuso por los efectos de
culpabilización y retraumatización que puede generar.
Mario tiene 52 años, trabaja en una empresa de lácteos, está casado y vive
con su mujer. Acude por indicación de su psiquiatra para recibir ayuda
psicoterapéutica tras varios meses de incapacidad para conducir. Refiere
que una mañana, mientras conducía como siempre hacia su trabajo,
atropelló a una persona y desde entonces no consigue centrarse ni seguir
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