Arte Colonial
Arte Colonial
Arte Colonial
El arte colonial, desarrollado por artesanos indios y maestros europeos, está al servicio de la misión
evangelizadora de los conquistadores, y por época y función social, corresponde claramente al
estilo barroco.
En cada pieza escultórica, catedral y pintura, los motivos religiosos son los gobernantes, así como
los parámetros de representación europeos; pero éstos fueron sutil y subterráneamente "digeridos"
por los aborígenes americanos, quienes colocaron en cada obra elementos propios de sus culturas
(símbolos religiosos y espirituales, figuras antropomorficas, zoomorficas y fitomorfas) de modo tal
que se entremezclaban con los imágenes católicas importadas, manteniendo de este modo, la
voluntad de forma de la producción artística indígena subsitiendo por debajo del arte europeo
impuesto a la fuerza.
Cabe destacar, además, que el arte precolombino es moderado, de líneas rectas y formas severas,
rigurosamente geométrico, todo lo cual provocó una contención del barroco español, mucho más
desatado y expresivo, decantando finalmente en la particular forma artística de nuestras colonias.
El arte colonial encuentra su fin con los inicios de la Independencia, donde la producción de
imágenes deja el ámbito religoso para abocarse a consolidar los caracteres nacionales diferenciados
de Europa y a los poderes autonómicos, para lo cual, paradojicamente, los artistas absorverán el
neoclásico e imitarán los modelos europeos de representación de la aristocracia.
Escuela cuzqueña
La escuela cuzqueña es una célebre escuela de pintura surgida en la ciudad virreinal del Cuzco. Fue
quizás la más importante de la América colonial española, se caracteriza por su originalidad y su
gran valor artístico resultado de la confluencia de dos corrientes poderosas: la tradición
artística occidental, por un lado, y el afán de los pintores indios y mestizos de expresar su realidad y
su visión del mundo, por el otro.
El aporte español, y en general europeo, a la escuela cuzqueña de pintura, se da desde época muy
temprana, cuando se inicia la construcción de la gran catedral de Cuzco. Es la llegada del
pintor italiano Bernardo Bitti en 1583, sin embargo, la que marca un primer momento del desarrollo
del arte cuzqueño. Este jesuita introduce en el Cuzco una de las corrientes en boga en Europa de
entonces, el manierismo, cuyas principales características eran el tratamiento de las figuras de
manera un tanto alargada, con la luz focalizada en ellas.
Nuestra Señora de Belén, pintura anónima del siglo XVII perteneciente a la Escuela Cuzqueña. La forma
triangular en forma de montaña de la imagen evocaría a la Pachamama o Madre Tierra de los
antiguos peruanos.
Durante sus dos estancias en el Cuzco, Bitti recibió el encargo de hacer el retablo mayor de
la iglesia de su orden, reemplazado por otro después del terremoto, y pintó algunas obras maestras,
como La coronación de la Virgen, actualmente en el museo de la iglesia de La Merced, y la Virgen
del pajarito, en la catedral.
Otro de los grandes exponentes del manierismo cuzqueño es el pintor Luis de Riaño, nacido
en Lima y discípulo del italiano Angelino Medoro. A decir de los historiadores bolivianos José de
Mesa y Teresa Gisbert, autores de la más completa historia del arte cuzqueño, Riaño se enseñorea en
el ambiente artístico local entre 1618 y 1640, dejando, entre otras obras, los murales del templo
de Andahuaylillas. También destaca en estas primeras décadas del siglo XVII, el muralista Diego
Cusihuamán, con trabajos en las iglesias de Chinchero y Urcos.
El barroco en la pintura cuzqueña es sobre todo el resultado de la influencia de la corriente
tenebrista a través de la obra de Francisco de Zurbarán y del uso como fuente de inspiración de los
grabados con arte flamenco provenientes de Amberes. Marcos Ribera, nacido en el Cuzco en
los años 1830, es el máximo exponente de esta tendencia. Cinco apóstoles suyos se aprecian en la
iglesia de San Pedro, dos en el retablo mayor y otro en un retablo lateral. El convento de Santa
Catalina guarda La Piedad, y el de San Francisco, algunos de los lienzos que ilustran la vida del
fundador de la orden, que pertenecen a varios autores.
La creciente actividad de pintores indios y mestizos hacia fines del siglo XVII, hace que el término
de Escuela Cuzqueña se ajuste más estrictamente a esta producción artística. Esta pintura es
"cuzqueña", por lo demás, no solo porque sale de manos de artistas locales, sino sobre todo porque
se aleja de la influencia de las corrientes predominantes en el arte europeo y sigue su propio camino.
Este nuevo arte cuzqueño se caracteriza, en lo temático, por el interés por asuntos costumbristas
como, por ejemplo, la procesión del Corpus Christi, y por la presencia, por vez primera, de la flora y
la fauna andinas. Aparecen, asimismo, una serie de retratos de caciques indios y de
cuadros genealógicos y heráldicos. En cuanto al tratamiento técnico, ocurre un desentendimiento de
la pespectiva sumado a una fragmentación del espacio en varios espacios concurrentes o en escenas
compartimentadas. Nuevas soluciones cromáticas, con la predilección por los colores intensos, son
otro rasgo típico del naciente estilo pictórico.
La anunciación de la Virgen, pintura de Luis Riaño de 1632. Discípulo en Lima del italiano Angelino
Medoro, Riaño se instaló en el Cusco hacia 1630, donde sus técnicas y temáticas fueron muy influyentes.
Un hecho ocurrido a fines del siglo XVII, resultó decisivo para el rumbo que tomó la pintura
cuzqueña. En 1688, luego de permanentes conflictos, se produce una ruptura en el gremio de
pintores que termina con el apartamiento de los pintores indios y mestizos debido, según ellos, a la
explotación que eran objeto por parte de sus colegas españoles, que por lo demás constituían una
pequeña minoría. A partir de este momento, libres de las imposiciones del gremio, los artistas indios
y mestizos se guían por su propia sensibilidad y trasladan al lienzo su mentalidad y su manera de
concebir el mundo.
La serie más famosa de la Escuela cuzqueña es, sin duda, la de los dieciséis cuadros del Corpus
Christi, que originalmente estuvieron en la iglesia de Santa Ana y ahora se encuentran en el Museo
de Arte Religioso del arzobispado, salvo tres que están en Chile. De pintor anónimo de fines del
siglo XVII (algunos investigadores los atribuyen a los talleres de Quispe Tito y Pumacallao), estos
lienzos son considerados verdaderas obras maestras por la riqueza de su colorido, la calidad del
dibujo y lo bien logrados que están los retratos de los personajes principales de cada escena. Por si
fuera poco, la serie tiene un enorme valor histórico y etnográfico, pues muestra en detalle los
diversos estratos sociales del Cuzco colonial, así como gran cantidad de otros elementos de una
fiesta que ya entonces era central en la vida de la ciudad.
El pintor indio más original e importante es Diego Quispe Tito, nacido en la parroquia de San
Sebastián, aledaña al Cuzco, en 1611 y activo casi hasta finalizar el siglo. Es en la obra de Quispe
Tito que se prefiguran algunas de las características que tendrá la pintura cuzqueña en adelante,
como cierta libertad en el manejo de la perspectiva, un protagonismo antes desconocido del paisaje y
la abundancia de aves en los frondosos árboles que forman parte del mismo. El motivo de las aves,
sobre todo del papagayo selvático, es interpretado por algunos investigadores como un signo secreto
que representa la resistencia andina o, en todo caso, alude a la nobleza incaica.
La parte más valiosa de la obra de Quispe Tito se encuentra en la iglesia de su pueblo natal, San
Sebastián. Destaca la serie de doce composiciones sobre la vida de San Juan Bautista, en la nave
principal del templo. De gran maestría son, asimismo, los dos enormes lienzos dedicados a San
Sebastián, el del asaetamiento y el de la muerte del santo. Famosa es, por último, la serie
del Zodiaco que el artista pinta para la catedral del Cuzco hacia 1680.
La adoración de los Reyes Magos, pintura anónima realizada entre 1740 y 1760, perteneciente a la escuela
Cuzqueña de Pintura. Es una representación mestizade una célebre pintura de Rubens.
Otro de los gigantes del arte cuzqueño es Basilio Santa Cruz Puma Callao, de
ascendencia indígena como Quispe Tito, pero a diferencia de éste, mucho más apegado a los cánones
de la pintura occidental dentro de la corriente barroca. Activo en la segunda mitad del siglo XVII,
Santa Cruz deja lo mejor de su obra en la catedral, pues recibe el encargo de decorar los muros del
costado del coro y de los brazos del transepto. En el cuadro de la Virgen de Belén, ubicado en el
coro, sobresale un retrato del obispo y mecenas Manuel de Mollinedo y Angulo que es considerado
por los especialistas obra capital de la Escuela cuzqueña de pintura.
Tal es la fama que alcanza la pintura cuzqueña del siglo XVII, que durante la centuria siguiente se
produce un singular fenómeno que, curiosamente, dejó huella no sólo en el arte sino en
la economía local. Nos referimos a los talleres industriales que elaboran lienzos en grandes
cantidades por encargo de comerciantes que venden estas obras en ciudades
como Trujillo, Ayacucho, Arequipa y Lima, o incluso en lugares mucho más alejados, en los
actuales Argentina, Chile y Bolivia. El pintor Mauricio García, activo hacia la mitad del siglo XVIII,
firma, por ejemplo, un contrato para entregar cerca de quinientos lienzos en siete meses. Por
supuesto que se trataba de lo que se conocía como pintura "ordinaria" para diferenciarla de la pintura
"de brocateado fino", de diseño mucho más elaborado y colorido más rico.
El artista más importante del siglo XVIII es Marcos Zapata. Su producción pictórica, que abarca más
de 200 cuadros, se extiende entre 1748 y 1764. Lo mejor son los cincuenta lienzos de gran tamaño
que cubren los arcos altos de la catedral del Cuzco y que se caracterizan por la abundancia de flora y
fauna como elemento decorativo.
El singular desarrollo artístico esbozado hasta aquí ha llevado a los ya mencionados José de Mesa y
Teresa Gisbert a afirmar que
"el fenómeno cuzqueño es único y señala en lo pictórico y cultural el punto en que el americano
enfrenta con éxito el desafío que supone la constante presión de la cultura occidental"
La escuela cusqueña
La pintura de los siglos XVII y XVIII en el Cusco, adquieren la categoría de Escuela, por las
múltiples características formales e iconográficas, por su amplia difusión territorial, y, por una
continuidad en materia técnica y estética de los talleres cusqueños, tanto de personalidades
identificados como de autores anónimos. En ella, se desarrollaron los más reelevantes
resultados de la convergencia de tradiciones occidentales y locales indígenas. Los estudios en
esta materia por connotados investigadores peruanos y extranjeros, han dado luz a aspectos
muy reveladores de esta importantísima parcela del arte peruano colonial.
Antecedentes
La pintura cusqueña de los siglos XVII y XVIII tiene antecedentes en las obras de Bernardo
Bitti, cuyo sello pictórico se mantendrá tanto en pintores de renombre como en los anónimos. El
manierismo del pintor jesuita queda expresado en una obra de la Catedral del Cusco, "La
virgen del pajarito". Otro pintor, discípulo del manierismo de Angelino Medoro, es Luis de
Riaño. Éste, al igual que su maestro ofrecen los primeros rasgos naturalistas que llevaran más
adelante al estilo propio de la escuela cusqueña, el barroco.
El comienzo de la escuela cusqueña tiene a dos personalidades indígenas. Diego Quispe Tito y
Basilio de Santa Cruz Pumacallao. Diego Quispe Tito (1611-1681) se inicia como pintor antes
del terremoto de 1650. Una de sus primeras obras es la "Visión de la Cruz" (1631) (Fig. 1). Una
composición en que lo celestial y lo terrenal se incorporan a una misma realidad, sin que esto
implique el racionalismo propio de la perspectiva espacial unitaria de origen occidental. Posee,
además, cuatro grandes series: "La infancia y pasión de Cristo", "La vida de San Juan
Bautista", "El Martirio de San Sebastián" y "Los Doctores de la Iglesia". Una de sus pinturas
más significativas es el "Retorno de Egipto" (1680) en el Museo Nacional de Historia del Cusco
(Fig. 2), basado en un grabado con la composición de Pedro Pablo Rubens (Fig. 3). La
reinterpretación del mismo tema que realiza nuestro autor, con una atmósfera idílica y la
incorporación de un espíritu de cotidianidad, implican el fervoroso ambiente popular y religioso
de la sociedad cusqueña. Finalmente, tenemos como ejemplo final de este autor, El signo
Acuario, con la escena de la "Huida a Egipto" en la "Serie del Zodiaco" para la catedral
cusqueña, más intelectual y refinada propia de las clases cultas y eclesiásticas (Fig. 4).
Fig. 1
Fig. 2
Fig. 3
Fig. 4
La otra personalidad artística es Basilio de Santa Cruz Pumacallao. Tiene varias obras, entre
ellas una serie sobre la "Vida de San Francisco Asís". Posee obras en la Catedral de claro
espíritu barroco y siguiendo las ideas contrarreformistas (Wuffarden, 2004) con "La imposición
de la casulla a san Idelfonso" y "El éxtasis de San Felipe Nieri". Otras obras son "La Virgen de
Belén" y "La Virgen de la Almudena". "La Virgen de Belén" (Fig. 5), es una composición de
diferentes pasajes de la trayectoria de la imagen desde su llegada al virreinato hasta su arribo
al Cusco. La virgen posee una composición triangular, que es el eje de una división tripartita, a
su lado, como orante y donante, el Obispo Molliendo. Nuevamente somos testigos, de una
exaltación popular, una ambientación idílica, aunque, en este caso los referentes son más
concretos, indicativo de una toma de conciencia de la población cusqueña y sus dirigentes, del
surgimiento de un fenómeno cultural y artístico novedoso y original.
Fig. 5
El conflicto gremial de 1688, entre los españoles frente a los indígenas por el derecho de
cargar el arco efímero, constituyó el inicio más creativo de la escuela cusqueña. La importancia
de los artistas nativos será cada vez mayor. Tenemos ejemplos como Antonio Sinchi Roca, con
la serie de evangelistas y profetas sobre los pilares de la Catedral (Wuffarden, 2004). Otro
maestro indígena, de estas tendencias cada vez más autóctonas, fue Francisco Chihuantito
con una obra firmada: "La Virgen de Monserrat" (Fig. 6).
Fig. 6
El aporte iconográfico de los jesuitas nos ha llegado con los cuadros del "Matrimonio de Martin
García de Loyola con la ñusta Beatriz" (Fig. 8). Las relaciones entre la orden religiosa y los
curacas incas coloniales quedan manifestadas en esta pintura. "La violenta historia de la
conquista se ve transformaba en una ceremonia nupcial entre vencedores y vencidos"
(Wuffarden, 2004). El mestizaje cultural, como idea socializadora, queda formulada en una
estética pictórica, que modelará el pensamiento visual de nuestro pasado hasta nuestros dias.
Fig. 8
Por otro lado, la escultura, con imágenes de vírgenes y santos y la elaboración de púlpitos y
retablos, adquieren una coherencia barroca, que los programas eclésiasticos y la habilidad de
los indígenas supieron congeniar. En este sentido destaca la figura, algunas veces tradicional
de Juan Tomas Tayri Tupac, a quién se le atribuyen "La Virgen de la Almudena " y la joya del
tallado barroco cusqueño "El púlpito de la Iglesia de San Blas" (Fig. 9).
Fig. 9
El siglo XVIII, de una riqueza artística pocas veces alcanzado en América colonial, lleva las
consecuencias del siglo anterior a una proliferación de grandes talleres alcanzando su punto
más alto de difusión territorial, llegando a invadir las ciudades más importantes de América del
Sur.Dos iconografías aparecidas en el siglo anterior se difundirán durante el siglo XVIII: "Los
Arcángeles arcabuceros" y "La defensa de la eucaristía" (Figs. 10 y 11). Demostrando por un
lado, la seguridad formal de sus innovaciones iconográficas, y por otro, la calidad técnica de su
pintura cusqueña.
Fig. 10
Fig. 11
El primer artista cuya personalidad se conoce en el siglo XVIII, es Basilio Pacheco. Este autor
realizó los lienzos de la vida de San Agustín en el claustro del Convento de San Agustín en
Lima. La importancia de la escuela cusqueña queda reflejada con este encargo desde la capital
del Virreinato. Además se hace un autorretrato y coloca la ciudad y la catedral del Cusco como
paraje principal en una de las series, que es una declaración de su muevo status adquirido.
Como ejemplo de este autor tenemos "La Circunsición" (fig. 12) con el uso de una perspectiva
de filiación renacentista.
Fig. 12
De este mismo contexto de producción artística destaca la figura de Marcos Zapata. Son
características de su estilo el uso de los colores rojo y azul, una belleza de rostros gráciles y la
presencia de querubines, como lo hace en sus representaciones de la virgen. El cuadro de "La
Visitación" (Fig. 13), es un destacado ejemplo de este autor, la claridad ecenográfica, la
variedad tipológica de la escena, el movimiento de las personajes, la ligereza de las túnicas y
mantos, con una ambientación ya conocida y repetida desde del siglo XVII. Algunos seguidores
de autor son Cipriano Gutiérrez, Antonio Vilca e Ignacio Chacón.
Fig. 13
Algunas otras iconografías que destacan en el siglo XVIII, en la vertiente anónima pero
de programas iconográficos clericales e intelectuales son "La genealogía de los Incas" (Fig. 14)
y principalmente, las destacadas pinturas de carácter universitario, como "El jardín de San
Antonio" (Fig. 15) que el historiador del arte Francisco Stasnty ha denominado como una
"guerra iconográfica" en la cual los diferentes estratos sociales del Cusco (españoles, criollos,
mestizos e indígenas) pugnan con una sutileza ideológica y de claridad de pensamiento sus
aspiraciones sociales. Conflictos que el arte cusqueño refleja en casi todas sus pinturas y que
tendrá como epilogo la revolución de Tupac Amaru II, que desencadenará la drástica pero no
completa desaparición de la escuela cusqueña.
Fig. 14
Fig. 15
Arquitectura virreinal peruana
Catedral del Cuzco de estilo barroco mestizo del plateresco xiloformo.
Índice
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1Estilo renacentista
2Estilo barroco
o 2.1Estilo barroco churrigueresco
o 2.2Estilo barroco francés o rococó
3Estilo neoclásico
4Véase también
5Bibliografía
Estilo renacentista[editar]
Catedral de Lima con portada central de estilo renacentista y torres de definido estilo neoclásico.
Fachada de estilo barroco del Palacio de Torre Tagle, con artísticos balcones de estilo mudéjar.
Capilla Central, de estilo neoclásico y de forma octogonal, del Cementerio Presbítero Matías
Maestro.
Estilo barroco[editar]
El barroco se distinguió y caracterizó por su recargada ornamentación, de líneas
predominantemente curvas, que daban un aspecto de libre movimiento. Predominaron los
elementos decorativos en las columnas, pilastras (columnas embebidas), cornisas,
además de una modificación de las formas clásicas; las columnas griegas pierden su
pureza al retorcerles, como gruesas serpientes, sus fustes hasta formar la columna
salomónica y los adornos adquirieron gran exuberancia.
Un elemento característico de éste estilo es el almohadillado que aparece en los muros de
la Basílica y Convento de San Francisco de Lima. Este estilo predominó desde mediados
del siglo XVII hasta fines del siglo XVIII. Dio origen al churrigueresco y rococó. Son
representativas muestras del barroco en Lima, el Palacio de Torre Tagle, las iglesias de
San Francisco y San Marcelo. En Cuzco la Catedral del Cuzco (barroco mestizo), las
iglesias de Santo Domingo y San Sebastián. En Arequipa la Iglesia de la Compañía.
Estilo barroco churrigueresco[editar]
Fue la forma más recargada del barroco y se distinguió por el empleo complicado y
caprichoso de los adornos en forma exagerada, su propugnador fue
un arquitecto español llamado José Benito de Churriguera. Son magníficas muestras de
este estilo en Lima la fachada de las iglesias de Nuestra Señora de la Merced y San
Agustín.
Estilo barroco francés o rococó[editar]
En el siglo XVIII, con la introducción de la dinastía francesa de los Borbones, llegó
a España este estilo que se caracterizó por los balcones que no son redondeados, la
disminución de los adornos en la ornamentación en las columnas (estas son menos
retorcidas), sin dejar las características propias del barrocoque son el empleo de las líneas
curvas y ondulantes.
Son características del estilo rococó la Quinta de Presa, la Casa de Larriva (fachada en
estilo rococó pero granadino), la Casa de las Trece Monedas (fachada en estilo rococó
limeño), la Casa de Osambela y el Paseo de Aguas, todas ubicadas en Lima.
Estilo neoclásico[editar]
A fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX llegó el estilo llamado neoclásico, que se
caracterizó por el predominio de una tendencia hacia el retorno de los estilos clásicos de
la arquitectura greco-romana (empleo de columnas románicas con capiteles corintios y sin
ninguna ornamentación, líneas rectas y sencillez en las mismas, además de frontis
triangular).
Era pues, una reacción contra el barroco. Son magníficas muestras de este estilo el altar
mayor y las torres de la Catedral de Lima, la fachada de la Basílica y Convento de San
Pedro, el altar mayor de la Basílica y Convento de San Francisco, las pilastras de la Casa
de Osambela, la fachada del Fuerte de Santa Catalina y el Cementerio Presbítero Matías
Maestro.
Pintura en el Perú
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Este aviso fue puesto el 26 de diciembre de 2015.
Índice
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1Pintura rupestre
2Época precolombina
3Pintura durante el Virreinato
o 3.1Las primeras Expresiones (1532-1620)
3.1.1Etapa barroca
3.1.2Escuela de Zurbarán en Lima
3.1.3Escuela Cusqueña
3.1.4Escuela Limeña (siglo XVII)
3.1.5Pintura Limeña (siglo XVIII)
o 3.2La Paleta de Colores
4Pintura republicana del siglo XIX
o 4.1La pintura durante la guerra de la Independencia (1821-1825)
o 4.2El ocaso del arte colonial (1825-1840)
o 4.3Costumbrismo y Paisaje
o 4.4El Costumbrismo Limeño
o 4.5El Paisaje del Progreso
o 4.6El Otro Costumbrismo: El aporte regional
o 4.7El resurgir de la pintura
o 4.8El Rostro de la Modernización (Lima, 1845-1879)
o 4.9Pintura durante la Reconstrucción Nacional (1883-1919)
5Pintura durante el siglo XX
o 5.1Principios del siglo XX
6Véase también
7Referencias
8Enlaces externos
Pintura rupestre[editar]
La pintura en el Perú tiene su origen más remoto en el arte rupestre,
destacando Toquepala y Lauricocha, cuya antigüedad se fechaba en unos 10.000 años.
Época precolombina[editar]
En las civilizaciones andinas, el poblador peruano plasmó su arte principalmente en
la cerámica, distinguiéndose en ello, las
culturas Nazca, Mochica, Chimú, Tiahuanaco y Wari. Sin embargo, el Imperio incaico, se
limitó a copiar los queros tiahuanaco.
En la Cultura Mochica, los artistas creaban altorrelieves en los murales de los templos,
como el friso ubicado en las Huacas del Sol y de la Luna , a 5 km. de la ciudad de Trujillo.
Durante la primera mitad del siglo XVII la pintura cuzqueña recibe la influencia del maestro
italiano Bernardo Bitti quien dejó allí varios discípulos como Pedro de Vargas y Gregorio
Gamarra. Estos fueron continuadores del estilo manierista. Sin embargo, la segunda mitad
de este siglo presenta características totalmente diferentes debido en parte a la influencia
de los dibujos y grabados flamencos como los de Martín de
Vos y Halbeck respectivamente, así como de la pintura de Zurbarán. Igualmente, durante
este periodo a algunos de los pintores eran de origen indio y mestizo. Entres estos artistas
podemos destacar a Juan de Calderón, Martín de Loayza, Marcos Rivera, Juan Espinoza
de los Monteros, Basilio Santa Cruz Puma Callao y Diego Quispe Tito.
La célebre escuela de pintura cuzqueña o pintura colonial cusqueña, quizá la más
importante de la América colonial española, se caracteriza por su originalidad y su gran
valor artístico, los que pueden ser vistos como resultado de la confluencia de dos
corrientes poderosas: la tradición artística occidental, por un lado, y el afán de los pintores
indios y mestizos de expresar su realidad y su visión del mundo, por el otro.
El aporte español y, en general europeo, a la Escuela cuzqueña de pintura, se da desde
época muy temprana, cuando se inicia la construcción de la gran catedral de Cusco. Es la
llegada del pintor italiano Bernardo Bitti en 1583, sin embargo, la que marca un primer
momento del desarrollo del arte cusqueño. Este jesuita introduce en el Cusco una de las
corrientes en boga en Europa de entonces, el manierismo, cuyas principales
características eran el tratamiento de las figuras de manera un tanto alargada, con la luz
focalizada en ellas y un acento en los primeros planos en desmedro del paisaje y, en
general, los detalles.
La creciente actividad de pintores indios y mestizos hacia fines del siglo XVII, hace que el
término de Escuela Cuzqueña se ajuste más estrictamente a esta producción artística.
Esta pintura es "cuzqueña", por lo demás, no solo porque sale de manos de artistas
locales, sino sobre todo porque se aleja de la influencia de las corrientes predominantes en
el arte europeo y sigue su propio camino.
Escuela Limeña (siglo XVII)[editar]
La pintura de caballete en Lima estaba fuertemente influenciada por la pintura flamenca,
más cerca hacia lo académico y con intencionalidad dinámica, motivo por el cual no tuvo
mucha acogida el claroscurismo. De esta etapa destacan cuatro pintores Francisco
Escobar, Diego de Aguilera, Andrés de Liebana y Pedro Fernández de Noriega. Estos
artistas recibieron el encargo de realizar la denominada Serie de la vida de San
Francisco compuesta por 12 pinturas que se encuentran en el claustro mayor del convento
limeño.
Pintura Limeña (siglo XVIII)[editar]
Por su carácter efímero, una gran parte de estas imágenes patrióticas no ha llegado hasta
nuestros días. Un caso excepcional es la estampa ejecutada por el grabador
limeño Marcelo Cabello, que reproduce una pintura hecha para la entrada de Bolívar a la
capital en 1825. Encargada por la Municipalidad de Lima al pintor Pablo Rojas (1780-?). La
imagen revela la función representativa que tuvo la figura de Bolívar en el proceso de la
independencia; ninguna otra personalidad política, incluyendo a San Martín, ocupó un
lugar equivalente. Bolívar se convirtió en el héroe símbolo de la independencia. Su retrato
se paseaba por las calles y plazas antes de que el propio Libertador llegara a las ciudades.
Al igual que tantos otros gestores republicanos, el paseo del retrato tenía un sólido
antecedente colonial. La estrategia aseguraba así el reconocimiento del héroe entre la
población, pero sobre todo, expresaba el reemplazo imaginario del rey. De esta forma, la
necesidad de formular respuesta a las imágenes coloniales condicione la personalización
de un vasto proceso político en la figura del militar venezolano.
En este juego de equivalencias, las formas del retrato colonial se impusieron también en la
elaboración de la imagen pública de los próceres. De hecho, el principal retratista de la era
de la independencia, el pintor mulato José Gil de Castro (1780-1840) se había formado en
los talleres limeños del último periodo colonial. Su capacidad para transformar a los héroes
de la Independencia en iconos republicanos señala la diferencia entre la obra de Gil de
Castro y la de los otros retratistas locales como, Mariano Carrillo, Pablo Rojas, o José del
Pozo, y aún más la de los pintores europeos llegados al Perú en la misma época. Uno de
los primeros en venir fue el austriaco Francis Martin Drexel (1792-1863), quien recorrió
Bolivia, Chile, Ecuador y Perú entre 1826 y 1839. Drexel introdujo nuevos estilos que
ejercieron influencia en los artistas locales, incluso en Gil de Castro, y que anunciaban los
cambios que se operarían pronto en la pintura peruana.
El ocaso del arte colonial (1825-1840)[editar]
Los años que siguieron a la independencia vieron el lento pero definitivo ocaso de los
talleres coloniales. Al cerrar la década de 1830, mientras José Gil de Castro pintaba sus
últimos retratos, fallecían en Lima, Matías Maestro y Francisco Javier Cortés. Y aunque se
sabe poco del destino final y de la obra última de artistas como Cabello, del Pozo y Rojas,
sus nombres habían dejado de aparecer en la escena artística hacia mucho tiempo.El
reducido mercado local para el retrato en miniatura, era disputado por algunos pintores
extranjeros que mantenían residencia en Lima por cortos periodos, como el
italiano Antonio Meucci o el ecuatoriano José Anselmo Yáñez. Pero pronto ellos se
encontrarían desplazados por la competencia que supuso la aparición de la fotografía,
introducida en la sociedad limeña en mayo de 1842 por Maximiliano Danti.
La debilidad del Estado en la Iglesia, limitaron las comisiones. Los artistas se volcaron al
emergente mercado para retratos, favorecido por el auge de nuevas clases dirigentes. A
diferencia de la pintura religiosa, la práctica del retrato exigía la presencia del pintor en el
lugar del retratado. Todo ello explica el surgimiento de artistas trashumantes de diversa
procedencia, que recorren la región en esta época, y en particular, del gran número de
pintores ecuatorianos que pasan por entonces al Perú. Desde fines de la Colonia, Quito
había cobrado importancia como centro pictórico regional. Los artistas ecuatorianos, que
habían asentado su actividad sobre el comercio de exportación, se encontraron ante un
género, como el retrato, que no podía ser exportado y una capacidad productiva que
excedía ampliamente las posibilidades del mercado local. En las décadas que siguieron a
la Independencia, numerosos artistas ecuatorianos como Antonio Santos, José Anselmo
Yáñez, Idelfonso Páez, Manuel Ugalde, Miguel Vallejos y los hermanos Elías, Ignacio
y Nicolás Palas, emprenden el viaje hacia el sur. La mayoría seguirían su camino de la
itinerancia, pasando de ciudad en ciudad, ofreciendo en cada punto sus servicios en los
periódicos locales. El predominio del retrato se explica no solo por ser un género
favorecido por las necesidades sociales de una clase media en ascenso, sino también por
la debilidad de otras tradiciones pictóricas. Un ejemplo es la pintura de historia, un género
que por entonces cobraba nuevo impulso en Europa, y que no tuvo paralelo en la pintura
sudamericana de la época.
La falta de una formación en los artistas de la región se pondrá en evidencia con la llegada
de nuevos modelos artísticos. Se introducen así, en simultáneo, y muchas veces a
destiempo, modelos derivados de las más diversas escuelas y estilos. Mientras todavía
regía el gusto neoclásico en Lima, un pintor como Raymond Monvoisin (1790-1870),
residente en la capital entre 1845 y 1847, introducía el más reciente romanticismo francés.
Esta brecha será parcialmente cerrada solo con la formación de una nueva generación de
pintores peruanos en la década siguiente. Pero la fragilidad de instituciones republicanas,
como la Academia de Dibujo, y la ausencia de centros de enseñanza artística comparables
en el resto del país, marcará el desarrollo de las artes plásticas durante todo el siglo XIX.
Costumbrismo y Paisaje[editar]
La pintura colonial casi no dejó testimonios visuales de las costumbres o del paisaje local.
Su estrecha vinculación con la devoción religiosa favoreció más bien la representracion de
un mundo de figuras ideales y escenas imaginarias. Pero hacia fines del siglo XVIII,
cuando el pensamiento empiricista de la Ilustración se difundió en la región andina, se
consolidó rápidamente un creciente interés por fijar en imágenes el entorno inmediato,
dejando un registro minucioso de la naturaleza y la sociedad. El Mercurio Peruano (1791-
1795) fue el principal portavoz de las nuevas ideas. Las expediciones botánicas
promovidas en la misma época por la Corona española también contribuyeron a consolidar
esta vocación descriptiva.
Uno de los repertorios de imágenes más ambiciosos de esta época es sin duda la serie de
acuarelas comisionadas por el obispo Baltasar Jaime Martínez Compañón durante su
visita a la diócesis de Trujillo entre 1780 y 1785. Los anónimos dibujantes locales, cuya
escasa formación en el dibujo se revela claramente, lograron sin embargo construir un
vasto catálogo visual que casi no tiene paralelos en la tradición peruana.
El Costumbrismo Limeño[editar]
Durante una buena parte del siglo XVIII las formas barrocas mantuvieron su vigencia,
ya fuese como continuadoras de las que habían surgido en el siglo XVII o como
resultado del triunfo en los ambientes cortesanos de la estética característica del
rococó. Sin embargo, conforme el siglo avanza, puede observarse un cierto
agotamiento de estas tendencias artísticas y su progresiva sustitución por un nuevo
estilo, el arte neoclásico.
En la aparición del neoclasicismo confluyen varios fenómenos: de un lado una
tendencia hacia el redescubrimiento de los principios que habían caracterizado al arte
clásico, propiciada por los impactantes hallazgos arqueológicos de Pompeya y
Herculano; por otra parte, la difusión de las ideas de la Ilustración y su vinculación a la
nueva clase social en ascenso, la burguesía, que acabó produciendo una crítica al
estilo rococó, asociado a los ambientes cortesanos y nobiliarios, considerados ahora
como propios del Antiguo Régimen.
Así pues, debemos entender al arte neoclásico como el que caracteriza el espíritu de
un siglo, el XVIII, en el cual los principios de la razón van a ir adquiriendo
progresivamente, de la mano del movimiento ilustrado, una mayor importancia, hasta
dar por el suelo con los planteamientos sociopolíticos que habían regido a Europa
desde la Edad Media. Por ello, en cierto sentido, el arte neoclásico, con su pureza de
líneas y su búsqueda del orden y la armonía, es el arte del siglo de las revoluciones.
El pensamiento ilustrado:
El arte neoclásico quiere ser arte moderno, comprometido a fondo con la problemática
de su tiempo. (...) Los arquitectos neoclásicos saben que un nuevo orden social exige
un nuevo orden de la ciudad y todos sus proyectos se inscriben en un plano de
reforma urbanística. La nueva ciudad deberá tener, como la antigua, sus monumentos;
pero el arquitecto deberá preocuparse también del desarrollo social y funcional. Se
construyen iglesias a modo de templos clásicos, pero también escuelas, hospitales
mercados, aduanas, puertos, cuarteles, cárceles, almacenes, puentes, calles, plazas.
Los escultores y los pintores trabajan para la ciudad: estatuas, adornos, grandes
representaciones históricas que sirvan de ejemplo a los ciudadanos. Y prefieren sobre
todo el retrato, un modo de analizar y aclarar la relación entre la naturalidad
(sentimiento) y la sociabilidad (deber) de la persona. ... El arte neoclásico acompaña la
transformación de las estructuras sociales con la transformación de las costumbres. El
Neoclasicismo no está rígidamente unido a la ideología revolucionaria, aunque se dé
el caso de que el arte del tiempo de la revolución y del imperio sea neoclásico. (...) De
hecho, el Neoclasicismo, como estilo, no tiene una propia caracterización ideológica,
está disponible para cualquier demanda social.
Al ideal barroco de la técnica «virtuosa» le sucede el ideal neoclásico, de la técnica
rigurosa ... A la imaginación barroca le sucede la ideación neoclásica; que aún es una
imaginación, si se quiere, pero que uniforma sus propios procedimientos con los de la
razón. La verdadera técnica del artista es la de proyectar, todo el arte neoclásico está
rigurosamente proyectado. La realización es la traducción del proyecto mediante
instrumentos operativos que no son exclusivos del artista, sino que forman parte de la
cultura y del modo de vivir de la sociedad.
En este proceso técnico-práctico de adaptación se elimina por fuerza el toque
individual, la arbitrariedad genial del primer hallazgo, pero en compensación la obra
adquiere un interés directo para la colectividad y cumple esa tarea de educación cívica
que la estética iluminista le asigna al arte, en lugar de su antigua función religiosa y
didáctica. Era un sacrificio que la ética de la época consideraba necesario; no se
puede fundar una sociedad libre y ordenada sin limitar el arbitrio individual, aunque
sea de un genio. El artista ya no aspira al privilegio del genio, sino al rigor del teórico;
no da al mundo hallazgos admirables sino proyectos realizables. (...)
La reducción de la técnica propia del arte a técnica (o método) del proyecto, señala el
momento en que el arte se separa definitivamente de la tecnología y de la producción
artesanal, y la primera posibilidad de unión entre el trabajo ideador del artista y la
naciente tecnología industrial. (...)
El arte neoclásico se sirve, sin ningún prejuicio, de toda disposición. En la arquitectura,
el principio de la correspondencia de la forma con la función estética lleva al cálculo
escrupuloso de los pesos y las tensiones, al estudio de la resistencia intrínseca de los
materiales. Es precisamente la arquitectura neoclásica la que experimenta los nuevos
materiales y revaloriza, en el plano estético, la investigación técnico-científica de los
ingenieros. En las artes figurativas, la base de todo es el dibujo, el fino trazo lineal, que
sin duda no existe en la naturaleza ni se da en la percepción de lo real, pero que
traduce en cognición intelectual la noción sensorial del objeto. (...) Se quiere educar en
la claridad absoluta de la línea, que reduce a lo esencial y no da lugar al probabilismo
de las interpretaciones.
Aunque la transformación del arte realizada por la cultura iluminista se dé en un lapso
que cubre casi todo el siglo XVIII, sólo se puede hablar de auténtico Neoclasicismo a
partir de la mitad del siglo, tras la teorización de Winckelmann y de Mengs; su fase
culminante, de expansión por toda Europa e incluso por los Estados Unidos de
América, es la que va desde principios del siglo XIX hasta el final del Imperio, y toma
el nombre, precisamente por ello, de «estilo imperio». Tomado de Giulio Carlo
Argán.- El arte Moderno.