22 ABY CR 1.5 Escuadron Omega - Objetivos
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Karen Traviss
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Star Wars: Escuadrón Omega: Objetivos
—¿No disponen ya de policía civil para ese tipo de cosas? —preguntó Fi—. Lo
próximo será que dirijamos el tráfico.
—No cuando hay rehenes y uno de ellos es un Senador. —Niner tendió la mano a
Atin para enseñarle el Verpine, lo estudió y volvió a dejarlo—. Nunca se habían
enfrentado a nada parecido de estas proporciones y han oído que somos los adecuados
para solucionarlo.
Fi cogió su mochila de la taquilla.
—De todas maneras, no tenía ningún plan especial para esta noche. —Atin tenía
razón: era un fanfarrón. Se volvió a convertir en dos hombres, como solía hacer cuando
tocaba trabajar: el comando que estaba impaciente por poner a prueba sus fenomenales
aptitudes ganadoras y el chiquillo asustadizo, inseguro ante la posibilidad de no l egar
vivo al día siguiente. Entonces se vio preocupado por si había apuntado en el registro al
Verpine al salir del arsenal. De todas maneras, ¿supondría mucho esfuerzo un sitio
armado? Él tenía en su poder su coraza Katarn y, junto a sus camaradas, se enfrentaría a
un ejército reducido.
Todos ya sabían prácticamente cuál sería el resultado final.
Atin le dio un empujón y se metió al Verpine en el cinturón.
—Detrás de ti.
Quizás Atin estaba pensando lo mismo.
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Fi apoyó las piernas poniendo las botas en la parte exterior de la barandilla de la nave.
Aplicó un último apretón a la cuerda de rappel para comprobar que estaba segura antes de
descender quince metros hasta el suelo, preparado con su DC-17 en una mano, mientras
un océano de caras expectantes le observaban con la boca abierta desde detrás del cordón
policial.
De repente, notó un movimiento en su visión periférica, lo cual le hizo levantar el
rifle. Una cámara aérea con el logotipo RHN permanecía inmóvil cinco metros a su
derecha, muy alejada dentro del cordón, aunque destacaba en la limpia fachada blanca del
puerto. En realidad no había motivo para intentar ocultarse, puesto que estaba en las
noticias y probablemente su objetivo estaba vigilándole. El resto de la brigada podía ver
el campo de visión de Fi a través del icono de los comlinks de su casco.
—Yo diría que esa cámara jamás había visto un Decé —dijo la voz de Darman.
Fi puso sus botas en suelo firme sobre el pavimento y apuntó. La cámara aérea enfocó
a la izquierda y luego a la derecha de su alcance con cierta rapidez, pero no lo suficiente.
—Ahora sí.
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—Veo que vienes muy bien equipado —dijo Obrim, mientras observaba los DC-17
con un marcado aspecto de alarma. Entonces, deslizó suavemente su modesto blaster de
policía hacia la espalda—. Ya sabes que no llevarán tanques de la Federación de
Comercio.
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En ese momento, Fi confirmó que la policía tenía todavía mucho que aprender acerca
de sitiar un lugar. Uno podía hacer cualquier cosa con un Decé: con un solo giro de
muñeca podía convertirse en un rifle de francotirador, en un lanzador de granadas o en un
blaster normal. Incluso se podía golpear a alguien con el arma, aunque Fi todavía no se
había visto en la necesidad. Procedió a comprobar la hoja vibrante del guante de un modo
diferente al que solía hacerlo y el sonido sibilante al alargarse y contraerse hizo que
Obirm se estremeciera.
Niner volvió a rechinar los dientes de ese modo tan molesto y Fi entendió el mensaje.
—En primer lugar, debemos colocar una cámara ahí de manera que podamos ver qué
ocurre —dijo Niner. Entonces, hizo señas a Darman y a Atin para que se acercasen—.
Las fotografías, Comandante. Necesitamos saber a quién disparamos.
—Pareces impaciente.
—Si no eres un rehén, deberás apresarlos, lo cual significa que estarás muerto pocos
segundos después de entrar. Odio cometer errores.
—¿Qué quieres decir exactamente con «entrar»? —Entonces, el teniente FSC, que
llevaba una insignia que rezaba DOVEL, se interpuso entre ellos—. Soy el comandante
de forma provisional. Yo decido cómo y cuándo debemos entrar. Un Jedi va a venir a
negociar con el líder.
Darman sacó un paquete de su mochila y empezó a extraer rollos de munición y
detonadores de alto rendimiento. Mientras tanto, miraba hacia las puertas de seguridad
como si hiciese cálculos.
—De todas formas colocaremos la munición en su sitio por si acaso.
—No, así no es como lo haremos —dijo Dovel—. No queremos que los rehenes se
carbonicen. Nada de asaltos ni actos heroicos. Todavía no.
De pronto, Obrim interrumpió su discurso.
—El Comité de Seguridad del Senado quiere que acabemos con esto lo antes posible
para demostrar a Hamrun Kal que controlamos la situación. Lo que no pueden hacer es
venir hasta aquí, secuestrar a un Senador y mantener a raya a las mejores figuras de la
República.
—Quizá las mejores figuras de la República, o tú, hablando con propiedad, deberíais
haberos centrado en garantizar que los Senadores se desplazaban de forma segura —dijo
Dovel—. ¿Qué ocurrirá entonces con los demás rehenes? ¿Acaso quieres explicarles a
sus familias que les han eliminado porque organizaste una gran movilización para salvar
a un político?
Niner aguardó un momento, con una paciencia pacífica pero engañosa. Cuando lo
conoció, Fi ya le había colgado la etiqueta de amargado, pero ahora le parecía una
persona firme y tranquilizadora, exactamente como debe de ser un sargento.
—Caballeros, aclaremos qué aspectos de nuestro entrenamiento debemos aplicar.
Entramos y sacamos a los rehenes por los medios necesarios. No pedimos identificación,
eliminamos a los objetivos, no prestamos atención a los daños que podamos ocasionar en
el mobiliario. En el momento en que nos envías allí, no hay oportunidad de acabar con un
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final feliz. —Entonces, se detuvo unos segundos para comprobar si sus palabras habían
surtido efecto—. Así pues, caminaremos por allí dentro y amañaremos los interruptores
de electricidad y luz, y lo demás consistirá en llamarnos cuando estés preparado para
entrar en acción.
Atin sacó de su mochila un par de cámaras que abultaban menos que una hoja de
papel de copia. Fi encendió el comlink interno de su casco.
—¿Crees que se trata de auténticos terroristas o de agentes del gobierno de Haruun
Kal que suben la apuesta?
Atin se encogió de hombros.
—Me trae sin cuidado mientras caigan cuando les disparemos.
Las instrucciones de la brigada estaban claras y Fi se alegraba de no ser Obrim o
Dovel.
Obrim hablaba por el comlink con Nurrin-Ar en un tono muy estudiado mientras la
brigada Omega escuchaba. Fi estaba muy concentrado en los sonidos de fondo, con una
intensidad propia de alguien que se ha educado en un entorno en que todo el mundo tiene
el mismo aspecto y emite los mismos sonidos, a excepción de las variaciones mínimas en
el tono y en la expresión.
De pronto, escuchó cómo una voz femenina decía: «Oh, Joz… oh, Joz…» una y otra
vez en un tono casi inaudible. De vez en cuando percibía una respuesta con el mismo
volumen procedente de un anciano. «No te preocupes».
Aquella situación le hizo sentirse incómodo, sin saber exactamente por qué motivo.
Obrim suspiró.
—Acaba de llegar el Jedi.
A Fi se le revolvió el estómago cuando vio el visor rojo característico de un capitán
de los Comandos Avanzados de Reconocimiento entre los sucios cascos blancos de la
línea de las Fuerzas de Seguridad de Coruscant (FSC). La línea desaparecía entre los
CAR: detrás de él se percibía una figura humana que vestía un traje impecable, un joven
Jedi Twiĺek, y…
…un hombrecillo desaliñado y enjuto que aparentaba la edad suficiente como para
parecer el padre de todos los que allí estaban, un hombre con tantas arrugas en la cara con
en su ropa, con el pelo canoso y una cojera que no le impedía hacerse con la calle como si
de un odupiendo de carreras se tratara.
—¡Sargento! —dijo Fi.
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una pared de rifles junto a las dos fuerzas de policía. Poco a poco, el pequeño espacio
entre las escopetas se fue agrandando lo suficiente para que Fi viera unas cuantas siluetas
apiladas allí dentro.
Kaim caminó hasta entrar.
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Entonces hubo una pausa. Fi no sabía a ciencia cierta en qué lugar Kaim se las había
ingeniado para colocar la cámara, pero de repente la cara del hombre de gris se acercó
cada vez más hasta que Fi vio dos ojos pálidos que le miraban directamente.
—¡Jedi embustero! ¡Inmundicia, espía! —dijo a gritos el hombre de gris, y entonces
la imagen se congeló y luego la pantalla quedó en negro.
—Fierfek… —dijo Atin.
A continuación oyeron un grito, pero no sólo de la anciana. Entonces, se produjo un
ruido sordo y alguien gritando:
—¡Cállate, cállate, cállate o morirás! —Entonces se hizo el silencio.
Fi miró al capitán CAR, apuntando con el rifle hacia las puertas. Darman elevó los
detonadores remotos con el guante, que representaba una solicitud tácita de autorización
para detonar las puertas.
—No dispares —dijo el capitán CAR.
Las puertas empezaron a separarse mientras Fi, Atin y Niner mantenían sus Decés en
el espacio cada vez más ancho. Fi podía apreciar las diferentes visualizaciones a través de
los alcances de su dispositivo de visualización.
—¡He dicho que no disparéis!
Algo resonó en el mármol pulido y empezó a rodar, de manera que las puertas
volvieron a cerrarse. Era Kaim. Fi y Niner fueron acercándose en primer lugar, con la
policía siguiéndoles muy de cerca. Fi se preguntaba hasta qué punto podían ver las
cámaras aéreas y los droides de retransmisión. ¿Podrían verles?
Kaim permanecía inmóvil. Niner tendió la mano con precaución para poder agarrar la
túnica del Jedi. Mientras tanto, Fi percibió un rayo de luz y oyó cómo Niner retenía la
respiración.
—Trampa de bobos… ¡Comencemos la cuenta atrás!
Fi no pensó.
Los agentes de policía estaban justo encima de él, sin protección alguna.
Se abalanzó sobre el cuerpo de Kaim, con los ojos bien cerrados para evitar ver la
cara destrozada, esperando durante largas fracciones de segundo para que la onda
expansiva le despidiera como a un peso muerto. Entonces, un ruido sordo invadió su
casco. Se sentía como si le hubieran agitado dentro de una gran caja de metal. Durante un
instante, veía una luz roja al cerrar los ojos.
No era capaz de calcular cuánto tiempo había transcurrido. Sin embargo, pudo oír al
capitán CAR que gritaba:
—¡Droide, esas cámaras! ¡Venga, ahora!
Podía oír gritos, de manera que todavía seguía con vida. Ya era algo positivo.
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—¿Qué dices que usas en lugar de cerebro, Fi? —gritó Skirata, apoyándose en los
hombros de Fi—. Eres di’kut.
Fi sentía que tenía todo el cuerpo magullado, pero finalmente consiguió incorporarse,
aunque con cierta dificultad.
—Gracias por preocuparse, Sargento. Estoy bien.
—Confías en esa coraza mucho más de lo que yo confiaría. —De repente, Skirata le
sacudió con violencia agarrándole por el hombro—. No vuelvas a asustarme de esa
manera, ¿has entendido? Dejemos que los policías se cuiden solos.
No había sido un gran dispositivo, tan sólo lo justo para eliminar o lisiar a unas
cuantas personas, pero no lo suficiente para quebrar la coraza de Katarn. Había contenido
la explosión y la metralla que expulsó. En ese momento, Fi no estaba seguro al 100% de
que la coraza absorbería la energía de la explosión y, ahora que la adrenalina había
dejado de circular por sus venas, se sentía débil.
El capitán CAR lo observó unos segundos, con los puños colocados en la cadera.
Skirata seguía llamándole Ordo: Skirata insistía en que las personas tenían nombres,
no números, al margen de lo que dijeran las normas.
—Buen movimiento —dijo Ordo.
—Bonita falda —indicó Fi refiriéndose a las polainas a modo de cinturón que
llevaban las marcas de la batalla, deshilachadas por la costura como si se tratara de una
bandera que se ha dejado abandonada en el mástil. Empezó a limpiarse la coraza, en un
intento de olvidar lo que había caído en la aleación de plastoide. Sin embargo, el hedor le
hacía recordar—. No le queda nada mal. ¿Se lava a mano?
La expresión de Ordo permanecía oculta tras el visor, pero no el tono de su voz.
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Ordo y Skirata se miraron como si de la nada hubiera surgido una especie de vínculo
entre ellos. Fi se preguntaba si tendrían algún comlink propio: de vez en cuando, Skirata
le ponía algo en la oreja y se lo volvía a quitar. Ordo ladeó la cabeza, pero Skirata sonrió
levemente y sin sentido del humor. Se dirigió hacia Rugeyan y le puso una mano con
cicatrices en la manga de su preciosa túnica.
—Hijo —exclamó—. No he podido evitar oír que llamáis «gruñidos» a mis chicos.
Que no se vuelva a repetir, ¿entendido?
Rugeyan miró a Skirata como si se hubiera dado cuenta en ese momento de que
estaba ahí y se retiró del comlink.
—Queremos que el Senador salga sano y salvo ahora. Esa es la prioridad.
—Me alegro de que me hayas dicho esto. —Fi no pudo ver qué era lo próximo que
hacía Skirata, pero dejó caer el brazo y de repente parecía que Rugeyan le prestaba
mucha atención. Los ojos se le salían visiblemente de las órbitas y emitió un leve uh.
—Ahora que he logrado captar tu atención, te sugiero que te retires de este incidente
y permitas que el Capitán Ordo y mis chicos hagan su trabajo.
Fi se quedó boquiabierto. Darman corrió veloz hasta el lugar.
—Munición a punto, Sargento. Estamos preparados.
El brazo de Skirata volvió a caer sobre su costado y Rugeyan inspiró profundamente
antes de cepillar su túnica y se fue dando grandes zancadas.
—Recuerdo ese movimiento —dijo Atin con tono de aprobación—. Vau nunca nos
enseñó nada parecido.
Sin embargo, Fi sabía que efectivamente Vau había enseñado a Atin los
procedimientos precisos para irrumpir en un edificio. Eso sí, se preguntaba si sería el
mismo caso de Ordo. Los CAR no eran precisamente amantes del trabajo en equipo.
—¿Le apetece un poco de acción para variar un poco, Capitán? —preguntó Fi—.
¿Vas a dar el día libre a tu Decé?
—No te preocupes, si la suerte te sigue sonriendo, estaré justo delante de ti —dijo
Ordo, con un tono inexpresivo—. En caso contrario, estaré detrás de ti.
Fi se quedó unos instantes pensando en eso. Entonces, empezó a preguntarse de
nuevo por qué Nuriim-Ar y sus colegas no habían raptado a los rehenes en el vehículo
antes de que aterrizara; se trataba de una ubicación mejor para resistir un asalto. Esos
bobos se estaban enfrentando a la muerte: no conseguirían cambiar la posición del
Senador. Y debían de ser muy estúpidos para no darse cuenta de ello.
Al fin y al cabo, su nivel de inteligencia no importaba demasiado. Comprobó su
Decé, ensayó el cambio rápido de modo, consciente de que Ordo le estaba observando.
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Uno de los oficiales FSC trajo una bandeja de café en unas tazas de aspecto endeble y
ofreció una a Fi en primer lugar. Y aquí surgía un elemento de camaradería que parecía
agradar a Fi. Los agentes de policía parecían intimidados ante lo que había hecho y a
partir de entonces se dio cuenta de que uno se siente bien cuando le tienen en cuenta en
ese sentido.
—¿Una galleta? —dijo Skirata con tono amable y cogió una taza.
Los miembros de la brigada se sacaron los cascos para beber. El oficial mostró un aire
distraído durante un instante, y se quedó ensimismado mirándoles.
—Veré qué puedo hacer —dijo.
—No esperes que te demos una propina —dijo Skirata. Fi le sonrió.
Obrim y Dovel estaban observando a cierta distancia y el grupo miraba fijamente el
holograma de la terminal que Ordo proyectaba en el espacio que les separaba.
—Es una sala alargada —dijo Skirata y sorbió de su taza de café—. No hay lugar
para acciones de gran estrategia. Tan sólo será cuestión de velocidad, fuerza y saber qué
vamos a hacer una vez dentro.
—¿Pero cómo vamos a evitar que accionen los dispositivos? —preguntó Dovel.
—Atacándoles antes de que puedan reaccionar —dijo Niner—. Hemos hecho esto
más de cien veces y sabemos de sobra la manera de pensar de cada uno. En su caso, es
posible que se trate de la primera vez.
—Y la última. —Ordo metió la mano en el guante y se dirigió al espacio virtual del
tejado del vestíbulo de la aduana—. Yo iré al tejado y mantendré en silencio a los rehenes
hasta que consigamos desactivar la bomba y enfrentarnos a los dispositivos.
—¿Todos los rehenes? —dijo Obrim.
—Entiendo que el Senador es prioritario.
Dovel no cesaba de morderse el labio, mostrando claramente que no quería más
supremacía en ese incidente. Fi pensó que se trataba de un buen cambio de opinión. Si
algo iba mal, sabía a quién culparían.
Ordo se levantó y preparó su cuerda de rappel antes de apretársela al cinturón.
—Me colocaré en posición —dijo—. Y voy a conectarme al canal general del
comlink. Entramos a las 19:15 horas. Darman se encargará de la cuenta atrás y Obrim de
las luces, ¿de acuerdo?
De pronto, el comunicador de Dovel sonó. Contestó la llamada y adoptó esa mirada
de media distancia que suele tener la gente cuando intenta concentrarse en algo que no
esperaba oír.
—Es Nuriin-Ar —dijo—. Está pidiendo cubos, comida y agua.
—Ah, he aquí el poder de la necesidad de un refresco —dijo Obrim—. Parece que
esos tíos duros se están ablandando.
—Incluso la gente que planea asesinatos necesita hacer turnos —dijo Skirata.
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—Una tabla de comida a la brasa —dijo con las armas alejadas del costado,
insinuando una imagen de sumisión—. Y…umm… unas instalaciones.
Fi le vio pasar hasta llegar al pasillo siguiente: los rehenes seguían divididos en dos
grupos. Uno de los objetivos se acercó a Skirata y le colocó en la frente la punta de su
blaster.
—El hombre de verde —pensó Fi, y trató de memorizar el modo de caminar del
objetivo. Podía disparar y acertar sin duda, pero no en ese preciso momento. La señal de
sonido no era del todo clara, aunque suficientemente audible.
—Deja los cubos en el suelo y aléjate.
Skirata, con su escasa estatura y su aire enjuto e indiferente, arrastraba la pierna
izquierda y tenía el mismo aspecto que un conserje. Fi sabía que el hombre de verde no
vería qué estaba pasando.
—¿Qué pasa con la pareja de ancianos? —dijo Skirata—. ¿No crees que ya han
sufrido bastante? ¿Por qué no les dejáis marchar? Capturadme a mí en su lugar.
Sigue. Sigue, déjale entrar…
El hombre de verde se detuvo e hizo un gesto con su arma para que entrara.
—Podrás hacerles compañía —dijo—. Eres demasiado altruista para ser mensajero.
Será mejor que te registremos.
Las puertas se cerraron.
—Espera —dijo Niner.
Se colocaron en posición a ambos lados de las puertas: Fi y Niner a la izquierda, Atin
y Darman a la derecha. Podían sentir la respiración de Skirata, a pesar de que se notaba
que la controlaba en esas circunstancias, y el ruido ocasional del tejido de su ropa. En
esos momentos le estaban cacheando. Al parecer el audífono no le llamó la atención; sin
embargo, el dispositivo era demasiado evidente.
—Señora, ¿está usted bien? —dijo la voz de Skirata. Se oyó una respuesta entre
dientes, probablemente de la mujer de Garqi—. Túmbese, así se encontrará mejor.
—Cállate —se oyó que decía una nueva voz—. El hombre de marrón, claro —pensó
Fi: había conocido esa voz la siguiente vez que la había oído—. Ya le llegará su turno.
No es nada personal, tan sólo profesional.
De nuevo, se oyeron las voces de Skirata y de los objetivos. Fi se detuvo, cada
palabra era importante: probablemente Skirata estaba arriesgando su vida o al menos se
arriesgaba a que le golpearan en la boca con el extremo del blaster para evitar que
hablara.
—Escucha, hijo, déjame echar un vistazo a ese cronómetro que llevar ahí… Caramba,
debe de haberte costado un riñón… ¿En qué trabajas? ¿De dónde eres? Mayro, ¿no?
¿Cómo te llamas?
—Silencio.
—Mayro. Nunca he estado allí… eres Nźaet Nir, ¿verdad?
—Cállate —dijo el hombre de marrón.
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—De acuerdo, no te alteres. Me sentaré aquí con Joz y Cira… estás bien, ¿verdad?
No te preocupes.
—Cállate, Thwack.
Se olían diferentes sonidos del tejido y algunos sollozos y respiraciones de diferentes
personas. Fi trató de no pensar en qué sería el thwack, pero al menos le habían puesto
nombre al último rehén. Podría ser importante.
Cerró los ojos unos momentos y visualizó la imagen. Seguramente Skirata estaría
cerca de tres rehenes, lo cual significaba que la posición del Senador Hill y la de su
asesor seguían siendo desconocidas. No obstante, ya era un dato positivo.
—¿Por qué ha repetido Mayro? —preguntó Darman—. ¿Dónde está Mayro?
De pronto la voz de Niner inundó su cráneo.
—Es el Sector Corporativo. Ordo, ¿estás preparado?
Fi respiró profundamente y activó el piloto de su casco para comprobar el cronómetro
en la placa que llevaba en el antebrazo. Cuando las puertas explosionaron, lo
suficientemente brillante y fuerte para que dejara atónitos a la mayoría de especies
durante los primeros segundos, y Niner voló con ella, hizo un giro de 270 grados hacia su
izquierda, entró y apuntó con la intención de eliminar el primer objetivo reconocible que
se cruzara en su camino, una tarea que ya había hecho en bastantes ocasiones.
—Equipo al tejado, preparado —dijo Ordo—. ¿Darman?
—Preparado. —Darman levantó el puñó—. A la de tres. Uno, dos… ¡Tres!
¡Boom!
La luz de la explosión sobresalió el límite de las puertas hechas añicos y Fi corrió en
esa dirección con el Decé levantado. El tiempo pareció detenerse como si de una
secuencia congelada se tratase. Un hombre que vestía una túnica verde estaba atónito,
intentaba levantar su blaster y gritó «¡No!» con una voz que Fi había memorizado como
objetivo. Inmediatamente Fi le colocó su arma en el pecho. Entonces empezaron a
parpadear y entrecruzarse haces de luz en la sala. Debris descendió del tejado mientras
Ordo cayó justo a unos metros de Fi. Atin tumbó al hombre de gris de dos disparos.
Entonces se produjo un segundo de silencio absoluto. De pronto, alguien vestido de
marrón oscuro se levantó del suelo y Darman y Niner dispararon al tiempo.
—¡Todo el mundo al suelo! ¡Al suelo! —dijo Ordo, que apuntaba con su rifle a un
grupo de rehenes—. ¡Todos quietos! ¡Fuerzas de la República! —Y, mientras tanto,
Darman gritaba—: ¿Dónde está el hombre de marrón claro? ¿Dónde está?
Fi vio cómo la luz de su piloto recorría la pared hacia la izquierda y a continuación
una luz marrón proyectaba la silueta de Skirata, que en ese momento gritaba:
—¡No, Fi, no! —Fi notó cómo su dedo se disponía a apretar el gatillo sin la
intervención de su mente y creyó que el tiempo se detenía eternamente.
—¡Fi, no! —dijo Skirata, que se había cruzado con la silueta del abrigo marrón claro.
—¡Es un rehén, Fi! ¡No dispares!
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Star Wars: Escuadrón Omega: Objetivos
El dedo de Fi se detuvo. De nuevo se produjo un silencio total, roto tan sólo ante el
golpeteo de los paneles del techo que seguían cayendo a trozos sobre el suelo cubierto de
azulejos.
—Casi le mato, casi mato a Skirata.
Ordo, que se encontraba delante de los rehenes, de pronto disparó su Decé contra uno
de ellos y les ordenó a voces que estuvieran quietos. La luz de emergencia empezó a
parpadear de nuevo. Seis civiles estaban aterrados.
—Fierfek —dijo Atin—. Por un momento creía que había disparado a un rehén.
—Deshazte de toda la artillería antes de que toda esta gente se ponga a gritar de
histeria —dijo Ordo—. Y consigue que liberen al Senador en primer lugar.
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Había un hombre que vestía un traje caro, estirado en el suelo entre los demás rehenes
y con un rifle al lado.
—Tenía un arma —dijo Ordo—. Se lo han regalado. Debe de haberse cambiado el
traje con nuestro hombre de negocios.
Ahora que todos los objetivos estaban eliminados, Fi sólo podía pensar en la
expresión de terror que Skirata tenía al ver que le apuntaba con el haz de luz. Sin
embargo, reprimió el impulso de disculparse. El viejo guerrero estaba de rodillas delante
de los rehenes que, con aspecto atónito, comentaban con aire alegre y tranquilizador que
todo iba a salir bien si permanecían callados algún tiempo más.
Todos ellos tenían restos de explosivos y cerca de ellos el cuerpo de un terrorista
todavía desprendía algo de humo. A pesar de todo, los rehenes permanecían quietos y en
silencio. Por lo general, todos ellos hacían lo que Skirata les decía.
Entonces Skirata miró a Fi.
—Bueno, no es que se trate de una técnica de manual, pero la muerte es la muerte.
Los oficiales encargados de recoger los explosivos fueron a comprobar las mochilas y
la brigada se retiró. Fi miró su cronómetro: el asalto había durado menos de 30 segundos.
Podía sentir cómo la adrenalina fluía por su cuerpo que, por mucho entrenamiento que
realizara, intentaba afrontar las repercusiones del esfuerzo realizado. Su propia
respiración le resonaba en los oídos mientras se sentaba.
—Despejado. —El oficial encargado de los explosivos salió del pasillo con una
mochila abierta que hacía ruido cada vez que daba un paso—. Totalmente despejado.
Estas bolsas sólo contienen componentes usados de comlinks. Nos han engañado.
Skirata caminó hasta Fi y se sentó a su lado.
—No nos gustan este tipo de bromas, ¿verdad, chicos? —dijo. Hizo el ademán de
quitarse el casco—. Esa panda de di’kute se lo tiene muy merecido.
Obrim miró hacia las puertas, totalmente destrozadas, con aspecto desconcertado.
—¿Eso es todo? —dijo—. ¿Nos pasamos más allá de las horas hablando sobre esto y
os cargáis la sala en sesenta segundos?
—Veinte —dijo Fi automáticamente.
Todo parecía tranquilo en el exterior y probablemente habría tenido mejor aspecto
para las holocámaras. Fi sólo podía pensar que había faltado muy poco para hacer algo
que creía que nunca sería capaz de hacer. Si Skirata no hubiera identificado al hombre
como rehén, Fi podría haber matado a ambos de un solo disparo.
—El Sargento Kal es prácticamente un padre para nosotros —pensó.
Entonces, se quitó el casco y se pasó la mano por la frente, todavía incapaz de
eliminar de la mente la imagen de Skirata.
—Faltó muy poco para que me dieras, ¿eh? —dijo el viejo sargento con voz ronca.
—Sargento, lo siento, yo…
—Tranquilo, eres un buen chico. —Parecía que pudiera leer cada pensamiento de Fi,
igual que mientras le entrenaba—. Tan sólo te limitaste a seguir lo que te había enseñado.
¿Qué dije?
LSW 24
Star Wars: Escuadrón Omega: Objetivos
Fi tragó saliva.
—La prioridad es eliminar al contrincante, Sargento.
—Bien. Me siento orgulloso de ti. Los sentimentalismos pueden matarte. —El
sargento le dio unos cuantos cachetes amables a Fi en la mejilla—. Y ese hombre de allí
es mucho más afortunado que todos nosotros. Supongo que le hicieron cambiarse ropa
por alguna buena razón. Forma parte del Sector Corporativo.
El hombre de negocios, Nźaet Nir, todavía estaba en la pared, examinando la
chaqueta y los pantalones marrón arrugados, como si se sintiera horrorizado de tener que
llevar unas ropas tan desgastadas. Por entonces ya debería haberse sometido a una
revisión de rutina, pero lo que había dicho le había garantizado estar ahí, esperando. Se
dirigió a Obrim.
—Tengo que irme ahora mismo.
—Señor, debería pasar esa revisión.
—Tengo una reunión muy importante. Soy miembro del Direx de la Autoridad del
Sector Corporativo y es vital que asista.
—Tan vital como que usted esté de una pieza —dijo Skirata—. Creo que sus colegas
de gobierno no encontrarán divertido que le hayamos podido disparar por error,
especialmente cuando los explosivos eran un engaño.
Nir parecía haber olvidado el terror que había sentido unos minutos antes.
—No, no lo encontrarían divertido. Espero no estar en medio de vuestros conflictos
con los Separatistas. ¿Me puede devolver mi traje? Además, ¿quién pagará los daños?
Fi pensó que un «gracias» sería un buen detalle, pero se dio cuenta de que se había
perdido algo en el momento en que Obrim y Skirata se miraron.
Niner caminó hacia ellos y Ordo le seguía. Ninguno de los dos parecía que nada les
dejara temblando.
—¿Qué me he perdido?
—No era el Senador —dijo Obrim—. El Senador no era el rehén clave. Era un cebo
para que asaltásemos el lugar y matáramos a la baza real que guardaban.
—¿Quiere explicar esto, Sargento?
Skirata se rascó la cabeza.
—La Autoridad del Sector Corporativo es neutral y el Direx es su organismo de
gobierno. Tiene en su poder grandes sumas de diseño y armamento, de manera que no
debemos hacer que se enfaden. Así pues, si Fi hubiera disparado a un miembro del Direx,
las consecuencias políticas habrían sido de enormes proporciones: el Sector Corporativo
habría tenido que decidirse por un bando y probablemente pondría su dinero y sus armas
del lado de los Separatistas. ¿Queréis que continúe?
—Fierfek —dijo Fi. Pero no se sintió tan cerca de acertar como casi de eliminar a
Skirata—. Algo nuevo para el manual de entrenamiento.
—Tú mismo lo has dicho. Los radicales de la República reaccionan de forma
exagerada, protagonizan un asalto y matan a un miembro destacado del Sector
Corporativo. Menuda proeza, sea quien sea.
LSW 25
Karen Traviss
Rugeyan se mostraba tan petulante como Obrim esperaba. Al cabo de un rato regresó al
vestíbulo de la terminal seguido de periodistas y una nube de cámaras aéreas que
rezumaban satisfacción. Obrim le detuvo y le llevaron a un lado, hasta la multitud de
comandos y policía que esperaba junto a las puertas destrozadas.
—En primer lugar, deberías saber que los explosivos eran un engaño —dijo el
comandante.
Fi no detectaba ni un ápice de expresión en la cara de Rugeyan.
—¿Y…?
—Aparentemente se trataba de un cebo para que provocáramos una revuelta y
disparásemos a un miembro del Direx del Sector Corporativo, lo cual no tiene nada que
ver con el Senador. No estamos seguros de quién está detrás de todo esto, de manera que
será mejor empezar a investigar antes de cantar victoria.
Rugeyan mantuvo durante unos segundos su expresión neutra en silencio.
Entonces, esbozó una sonrisa.
—Comandante, esos matones han retenido a personas inocentes y han asesinado a un
Maestro Jedi cuya única preocupación era el bienestar de los rehenes. El Senado no tolera
LSW 26
Star Wars: Escuadrón Omega: Objetivos
acciones terroristas de ningún tipo. Nos enfrentamos a los terroristas con firmeza y esta
noche hemos demostrado a miles de espectadores lo que le espera a cualquiera que se
proponga poner a prueba nuestra determinación. —Y, de pronto, su sonrisa desapareció
como si se apagara una luz—. Lo demás son detalles y no debería plantear problemas a
nuestros medios de vigilancia.
De nuevo mostró su sonrisa y reculó hacia el lugar en que se encontraban los medios.
—¿Recordará todo eso para las cámaras? —preguntó Fi.
—Seguramente habla así hasta en sus sueños —dijo Obrim—. De todas maneras, sólo
tengo ganas de llegar a casa… a menos que os apetezca ir a tomar una copa.
Skirata esbozó una media sonrisa.
—Siempre estamos de servicio, Comandante, de manera que no debemos beber. Pero
gracias, nos vamos a casa.
Fi no era capaz de encontrar una broma para la situación: le encantaba la intimidad
que le ofrecía el casco.
—Seguramente habría disparado —pensó.
Darman le dio con el codo en la espalda, en un gesto de picardía más que de molestia.
—Nos hemos perdido la cena —dijo—. Quizá podrías hablar con los cocineros para
que nos preparasen algo al llegar.
Ordo estaba escuchando por su comlink privado, con la cabeza agachada.
—Un gesto instintivo de los CAR —pensó Fi—. El transporte FSC ya está aquí para
llevarnos de vuelta al cuartel —dijo mientras alzaba la mirada—. Debéis estar preparados
para un nuevo despliegue mañana a las 06:00 horas, Omega.
Skirata sacudió la cabeza un instante, en un gesto de consternación y esbozó una
sonrisa que no ocultaba su nerviosismo.
—Asegúrese de que lo primero que hagan sea cenar como es debido, Capitán.
Señaló con el dedo en dirección al lugar donde ellos se encontraban, luego pareció
como si pensara en otra cosa y les dio una palmadita en la espalda.
—Nada de daños en las instalaciones del gobierno, ¿entendido? Algún día tomaremos
una copa, os lo prometo.
Guiñó un ojo y avanzó con dificultad entre la multitud y las luces de los vehículos
que circulaban por la Ciudad Galáctica, cambiando ante sus ojos de comando oportunista
y anciano anónimo, con la misma seguridad que podía cambiar de forma un Gurlanin.
—Nunca he tomado una bebida alcohólica como es debido —dijo Atin—. Ni unos
cacahuetes warra.
—Bien, si gozan de libertad, es una buena razón para seguir viviendo —dijo Fi,
poniéndose el casco para volver a convertirse en el poder disuasorio definitivo de la
República.
LSW 27