CAPÍTULO 2 Cuadrado
CAPÍTULO 2 Cuadrado
CAPÍTULO 2 Cuadrado
Con gran frecuencia se afirma que la actividad económica y las decisiones sociales que
se toman respecto a ella giran alrededor de las respuestas que puedan darse a tres
preguntas clave: ¿qué producir?, ¿cómo producir? y ¿para quién producir?
Históricamente, las sociedades han puesto en práctica diversas respuestas a estas
preguntas, de las cuales se han derivado distintas formas de organizar la actividad
económica propiamente dicha, aunque la mayor parte de ellas han tomado como
referencia un determinado modelo básico de organización. Los posibles «modelos» (p. ej.,
la economía de mercado o los sistemas basados en la propiedad colectiva de los medios
de producción, ya sean con decisiones centralizadas o no centralizadas) se basan en un
conjunto de principios esenciales que dan coherencia al modelo, pero también en la
existencia o el reconocimiento de determinadas instituciones y en unas reglas que, con
posibles variantes, regulan las relaciones entre los sujetos y el desarrollo de las
actividades económicas propiamente dichas.
Los debates sobre las virtudes, la viabilidad y las supuestas ventajas de los distintos
sistemas económicos han generado miles de páginas en los medios de comunicación y
en la literatura científico-académica de carácter político, sociológico y filosófico. Una de
las conclusiones que se deduce de los análisis comparativos es que ningún sistema
económico ha resultado ser plenamente satisfactorio. Algunos sólo son ya reliquias del
pasado. Otros, como los ensayados por la URSS y en los países que estuvieron en su
órbita, han fracasado de forma bastante estrepitosa, aunque en su haber puedan anotarse
determinados logros. Y los sistemas que actualmente existen en los países democráticos,
esencialmente basados en los principios del mercado, han mostrado siempre dificultades
para combinar de forma satisfactoria los principios de eficiencia y de equidad.
En su obra Capitalismo, socialismo y democracia, publicada por primera vez en 1942, J.
A. Schumpeter manifestó importantes reservas a la idea de considerar el sistema
económico como un simple «medio». Al comparar, desde una perspectiva esencialmente
teórica, el capitalismo y el socialismo «puros», no sólo puso en duda la primacía del
primero sobre el segundo en términos de eficiencia, sino que se permitió traspasar el
terreno estrictamente económico y propuso «valorar» ambos sistemas desde una óptica
bastante más amplia: la sociopolítica. «Incluso si la humanidad fuera tan libre para elegir
como lo es el empresario entre dos máquinas competitivas —afirma Schumpeter en la
citada obra—, no se desprende ningún juicio de valor de los hechos y relaciones que he
intentado poner de relieve. En cuanto se refiere al rendimiento económico, no se
desprende que los hombres sean “más felices” o que “estén mejor” en la sociedad
industrial moderna de lo que lo fueron en un condado medieval... Además, como tendré
ocasión de señalar al discutir la alternativa socialista, uno puede preocuparse menos por
la eficiencia del proceso capitalista al producir valores económicos y culturales, que por la
clase de seres humanos que resultan del mismo». Y añade seguidamente: «Incluso si
todos los sistemas socialistas que pueden imaginarse fueran menos eficientes que
cualquiera de las múltiples variedades que puede adoptar la economía capitalista, un gran
número de individuos se sentirían “mejor”, “más contentos” o “más felices” en un sistema
socialista que en uno de carácter capitalista»; «los socialistas convencidos se sentirán
satisfechos por el hecho de vivir en una sociedad socialista».
Pero para que este libre juego de intercambios pueda darse es necesario que el «sistema
económico» reconozca algunos principios institucionales básicos, entre los que destacan
especialmente los cuatro siguientes:
a) Los factores de producción trabajo, tierra o recursos naturales, capital y tecnología son
de propiedad privada y la producción se realiza gracias a la iniciativa de unas empresas
que son privadas.
Sin que el orden en que se presentan indique su mayor o menor relevancia, las
principales ventajas que suelen destacarse son las siguientes:
1. El sistema de mercado permite que los recursos económicos se asignen con más
eficiencia que cualquier otro sistema. El mercado implica especialización, por lo que cada
uno producirá aquello para lo que está mejor dotado o en lo que tiene una ventaja
comparativa.
2. El comportamiento egoísta (búsqueda del propio bien o, mejor, del propio beneficio) y
competitivo de los agentes conduce a lograr la solución más adecuada para el conjunto.
En cada sector de la vida económica los mercados aseguran en principio—la coordinación
entre las decisiones independientes de los agentes individuales. Un mercado es el
encuentro y confrontación entre los oferentes y los demandantes.
6. Los desequilibrios que se producen en una economía de mercado tienden a ser sólo
temporales. El funcionamiento de un mercado concurrencial tiene la ventaja de eliminar
automáticamente (o con un desfase de tiempo relativamente corto) cualquier desequilibrio
que sea consecuencia de un choque que haya afectado a la oferta o a la demanda
3. Bienes públicos.
4. Rendimientos crecientes.
Como señalan C. Wolf, C. Wattin y otros autores, frente a los «fallos del mercado» hay
que tener también en cuenta los fallos del sector público, los cuales pueden agruparse en
las siguientes categorías:
a) Imperfecciones derivadas del mercado político. Nada hace suponer que, si los
individuos operan en el sector privado guiados por finalidades egoístas tratando de
maximizar su nivel de bienestar, cuando operen en el sector público vayan a olvidar estos
comportamientos y actúen de forma altruista y desinteresada, en busca del bien común.
f) Ignorancia de los costes reales con los cuales se está operando en la Administración o
en los organismos y empresas dependientes de ella debido a la inexistencia de
competencia y del riesgo de quiebra.
1. Liberalización de los precios, ya que han dejado de ser controlados por las autoridades
para determinarse de acuerdo con las leyes del mercado. Este cambio ha sido relevante
no sólo para las empresas, que ahora tienen en los precios las señales que les orientan
sobre los costes reales, las demandas de la sociedad y su capacidad competitiva frente a
otros países, sino también para los ciudadanos, que sólo ven restringida la satisfacción de
sus deseos y necesidades por los precios, pero no por regulaciones y planes impuestos
por la autoridad.
2. Privatización del sector productivo. Ha implicado que las empresas estatales que
anteriormente existían se han transferido, en gran parte, a los capitales privados.
Señalemos, con todo, que las diferencias por países fueron y son todavía bastante
importantes.
Algunos analistas han señalado que la evolución de la «transición» hacia una economía
de mercado depende en gran medida de la velocidad a la que se reestructuren las
empresas estatales que anteriormente existían y, asimismo, de la aceptación social de
que los sectores y los ciudadanos no pueden seguir razonando en términos de
«subvenciones» y «ayudas» estatales.