La Filosofía de La Educación de Paulo Freire PDF
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doi: http://dx.doi.org/10.15366/riejs2015.4.1
The purpose of this article is to make a re-reading of Freire's speech, which is, at
once, anthropological, historical-cultural, sociological, philosophical but also
pedagogical and political. There lies in for many the complexity of Paulo Freire.
We think that is where its relevance, richness and actuality appear to be. This leads
us to say that this wealth of thought can be compassed in the term of educational
philosophy, if seen as a way to perceive the world, society and the human being; but
also a theory of knowledge, a learning model and an educational practice that does
not ignore the axiological or overlook the political part.
Keywords: Freire, History of education, Educational philosophy, Politics, Social
justice.
Introducción
El pasado 19 de septiembre de 2015 celebramos el XCV aniversario del natalicio de
Paulo Reglus Neves Freire, conocido ampliamente en el mundo de la pedagogía y la
educación como Paulo Freire (1921-1997); pedagogo brasileño que legó a la humanidad
un método de alfabetización, una visión de la educación popular y una compresión del
proceso educativo y de los elementos que en él intervienen. Sin embargo, más allá de ello
dejó también abierta la posibilidad de una educación alternativa, liberadora como él
mismo la llamó. Una educación que aún vislumbramos muchos como esperanza y por la
que seguimos luchando.
No obstante, como bien advierte Jaume Trilla (2002) el nombre de Freire se ha utilizado
e instrumentalizado. Por ello afirma que si “cualquier cosa puede ser freiriana, si a Freire
se le puede hacer decir cualquier cosa, una de dos: o es inconsistente el pensamiento de
Freire o es arbitrario quien le hace hablar así” (p. 177). Sabemos, agregaba, que a Freire
se le atribuyen cosas que no ha dicho o bien que sostuvo pero que dichas afirmaciones
han sido sacadas de contexto. Por eso recomendaba “no usar el nombre de Freire en
vano” (p. 175). Obviamente sabemos también que su figura, sus ideas, ideales, críticas,
propuestas y aportaciones se han mitificado y que su nombre ha sido depositario de
múltiples representaciones y proyecciones que rebasan su humanidad.
Criticado y demonizado por muchos, idealizado y mistificado por otros, incomprendido
muchas veces y considerado desestabilizador y peligroso otras tantas, Paulo Freire es,
como lo recuerda Rosa María Torres (2007):
Para unos, un subversivo, un revolucionario, un exponente de la izquierda radical, sometido
como tal a prisión y exilio, y asociado por muchos al marxismo, el socialismo y hasta el
comunismo. Para otros, un educador apolítico, un tibio “humanista y culturalista”, un
ideólogo de la concientización sin un planteamiento político de genuina transformación
social. Para unos, un pensamiento complejo, una teoría y una praxis educativa avanzada.
Para otros, un pensamiento incompleto, falto de rigor científico, necesitado de elaboración
teórica, que continuó repitiéndose a sí mismo y perdió vigencia. (p. 107)
Odiado y admirado, cuestionado y aplaudido, Freire ha sido llamado: humanista,
culturalista, padre de la pedagogía de la liberación, alfabetizador político, pensador
radical e inspirador “de toda una corriente de pensadores críticos” (Torres, 2004, p. 4).
Pero también lo han motejado de múltiples maneras: apolítico, idealista, utopista e
ideólogo (Pérez, 2001). Incluso su pensamiento ha sido, por algunos, considerado
obsoleto o ingenuo. El mismo Freire (1998) reconocerá, sin aceptar, la crítica que le
hicieron de elitista por una parte o populista por otro. Pero más allá de todos esos
adjetivos, este pedagogo brasileño tuvo, desde nuestra lectura, la virtud de recoger
distintos aportes de la tradición educativa de su país y fundar, como señala Luis
Francisco Tremillo (2011), “una nueva corriente del pensamiento educacional brasileño
y (…) de la historia general de las ideas pedagógicas” (p. 8). No obstante aquella revisión
y recuperación de los aportes de la tradición educativa del Brasil y de la pedagogía
mundial efectuada por Freire, trajo como consecuencia que algunos de sus estudiosos le
atribuyeran, como aportes originales, ideas que ya habían sido trabajadas con
anterioridad. Ejemplos de lo que se afirma son las nociones de sociedad cerrada,
educación bancaria y concientización, que Paulo Freire retoma, respectivamente, de Karl
Popper (1902-1994), Pierre Furter (1931) y Álvaro Vieira Pinto (1909-1987) (Martínez,
2013). Sin embargo, la propia idea de que Paulo recoge y matiza planteamientos de otros
pensadores no es una aportación nuestra ni nueva. Ya José Eustáquio Romão había
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que vio también un arte gracias al cual “el hombre puede llegar a ser hombre”, esto es,
puede alcanzar su destino–, a diferencia también de la teoría de la educación, la filosofía
de la educación tiene, bajo nuestra óptica, un afán comprensivo global. Así lo pensaba
Freire (1989) cuando afirmó que todo “énfasis que llegue a la exclusión de los demás
componentes de la práctica educativa, nos lleva a equívocos, a ingenuidades. Hay que
comprender la importancia de la práctica educativa en su totalidad, en su globalidad” (p.
18).
En este sentido, mientras la pedagogía se nos presenta como un “esfuerzo sistematizado”
(Freire, 1989, p. 12) que es preponderantemente normativo; y la teoría de la educación
como una mirada en la que prevale una función descriptiva, la filosofía de la educación es
teleológica y axiológica porque, más que ocuparse del cómo y el qué de la educación, se
preocupa por el para qué y por qué educar. Estas preocupaciones fueron recogidas por
Paulo Freire cuando dice:
El papel de enseñar que tiene el profesor no se agota en la descripción del concepto del objeto.
Esto es, enseñar no es para mí describir, no es perfilar al alumno el concepto, muchas veces
alejado, demasiado ya, de la materialidad del contenido: ya que aprender no es memorizar
mecánicamente el perfil del objeto, o la descripción del objeto (…)
¿Qué es entonces lo que uno conoce en la práctica educativa? (…) ¿a favor de qué y a favor
de quién procuro conocer y enseñar en la práctica educativa? Y cuando pregunto a favor de
qué y a favor de quién enseño, automáticamente estoy preguntando contra qué y contra quién
trabajo/enseño.
Al trabajar con la educación, con la ideología o con matemática o con filosofía, pregunto
¿Cuál es el ideal de la sociedad en me gustaría vivir? ¿Cuál es mi sueño? Esta es la palabra.
Y esta cuestión, mis amigos, no es solamente pedagógica, es política. (pp. 12-13)
Sin duda, la filosofía de la educación de Paulo Freire nos heredó una concepción del
mundo y de la vida, una visión del hombre y la sociedad; desde luego, también defendió
una reflexión constante sobre la educación, sus problemas y desafíos, componentes y
retos. Y es que, como él mismo dijo, “toda práctica educativa implica una teoría sobre la
educación” (Freire, 1994, p. 37). Teoría que no puede ser sólo especulación o abstracción
estéril sino reflexión sobre la práctica educativa concreta para propiciar su
transformación. Práctica, pensó Freire, que en él “jamás se resistió de una reflexión
filosófica” (Freire, 1996, p. 165) y que “no tiene lugar jamás en el vacío, sino en un
contexto real, histórico, económico, político, y no necesariamente idéntico a ningún otro
contexto” (Freire, 1994, p. 37).
Paulo Freire vio el mundo no como algo que es sino que está siendo. La realidad la
pensaba inacabada, inconclusa; por eso bajo su óptica no cupo nunca ni el inmovilismo ni
el fatalismo. Paulo creyó siempre en la capacidad humana de transformar el mundo pero
también estaba convencido de que dicha transformación depende de una comprensión
cabal. Fue por ello que, al referirse al trabajo de alfabetización que realizó con
campesinos, afirmó que era utilizando aquella realidad como punto de partida como los
campesinos habían de hallar en el contenido educativo la posibilidad de adquirir un
conocimiento acerca de las cosas y los hechos en niveles cada vez más sofisticados,
pudiendo comprender, asimismo, las razones que subyacen a los hechos.
Tenemos la convicción de que la filosofía de la educación de Freire no se redujo a una
reflexión sobre lo meramente intraescolar o educativo sino que se extendió a lo social.
Obviamente, esta filosofía nos brindó una visión de la sociedad, o mejor dicho de las
sociedades, pues Freire no sólo vislumbró la existencia de sociedades cerradas –en las
que ubicó a los países subdesarrollados que se caracterizan, según su visión, por ser
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Se aprecian o plantean posiciones filosóficas de fondo acerca del ser humano, de los fines de
la educación, el conocimiento especulativo y el práctico, la formación axiológica y ética, la
relevancia de la cultura, las diversas instituciones educativas y su proyección en la educación
del hombre, la política educativa y social, el papel de la historia, la tradición, las nuevas
tecnologías, la innovación pedagógica, el problema de la globalización y el
multiculturalismo, etc. (p. 17)
Todos estos aspectos fueron abordamos por Freire en sus distintas obras. En ellas nos
legó una teoría antropológica a partir de la cual los seres humanos son concebidos como
presencias en el mundo; presencias que no son neutras; seres a la vez naturales y
culturales; existencias temporales y por tanto históricas, capaces de aprender, conocer,
optar, decidir y transformar el mundo. Seres caracterizados por la vocación ontológica
de ser más que nace, pensaba Freire, justamente de nuestra condición de inacabamiento.
Es esta condición la que hace posible hablar de educabilidad, plasticidad, perfección
humana; y desde luego, educación.
Freire pensó a los humanos como seres de relaciones y no sólo de contactos; proyectos,
existencias ontológicamente abiertas a los otros y lo otro; seres que son posibilidad y no
determinación; seres espirituales y religiosos, capaces de trascender; seres, finalmente,
que tenemos como destino humanizarnos. Es en esto último donde radica el empeño de
la verdadera educación para Freire: en atender ese llamado a ser más, en reparar el
déficit que no sólo es característica sino condición humana. Por ello, una de las
categorías fundamentales de su pensamiento es la educabilidad, que alude precisamente
la ductibilidad, la plasticidad individual y la disposición o proclividad de los seres
humanos a ser mejores, a crecer como personas. A través de la educación, pensaba
Freire, el ser humano supera su inmadurez, su condición de desamparo y su invalidez
originaria.
Por otra parte, sabemos que Freire (1994), en su reflexión pedagógica, propuso un
método de alfabetización, una visión de la educación popular y una comprensión del
proceso educativo. Para él, el analfabetismo “es una de las manifestaciones concretas de
una realidad social injusta (y el) analfabetismo no es un problema estrictamente
lingüístico o exclusivamente pedagógico o metodológico. Es una cuestión política […]”
(pp. 35-36). Asimismo, la filosofía de la educación de Paulo Freire no se propuso analizar
la realidad del fenómeno educativo aisladamente; insertó este fenómeno en el amplio
campo de la praxis humana. Por ello concibió la educación como factor de cambio,
formación y transformación no sólo del sujeto sino de la sociedad en su conjunto; la
alfabetización es, en este sentido, lectura de la palabra pero también y sobre todo lectura
de la realidad, con lo que Freire quiso decir que la educación implica, a un tiempo, una
cuestión gnoseológica y política.
Freire (1994) escribió al respecto que:
Es importante apreciar que la realidad social puede transformarse; que está constituida por
hombres y que los hombres la pueden cambiar; que no es algo intocable, un destino que sólo
ofrece una alternativa: la acomodación. Es esencial que la concepción ingenua de la realidad
dé lugar a una visión de percibirse a sí misma, que el fatalismo sea reemplazado por un
optimismo crítico que pueda impulsar a los individuos hacia un compromiso cada vez más
crítico con el cambio social radical. (p. 61)
Paulo Freire defendió de esta manera una filosofía de la educación que no puede verse
como saber abstracto e inútil; tampoco como simple reflexión especializada sobre la
educación. Su filosofía es, utilizando las palabras de John Dewey, “producto del
descontento respecto a la educación tradicional” (2000, p. 13) pero no es meramente
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reactiva; es una reflexión sobre la educación y sus fines, sobre la instrucción y los
contextos en que tiene lugar, sobre la autoridad y la disciplina, la escuela y los maestros,
el conocimiento, la enseñanza, el aprendizaje, el estudio, la formación docente, la
formación humana, la participación política, la justicia y la transformación social. Es
entonces no sólo reflexión sino acción, práctica concreta, experiencia paralela que
emerge, sí, como reacción a una educación que ve el aprendizaje como asimilación y
absorción intelectual, y el conocimiento como producto acabado e inamovible que puede
ser depositado o transferido a los estudiantes, pero va más allá.
Freire advirtió sobre los riegos que implica, en el proceso educativo, priorizar un
elemento por encima de otros. Decía por ello que “la escuela tradicional enfatiza la figura
del maestro enormemente. Enfatiza, por ejemplo, el papel de paradigma, de modelo. Las
escuelas nuevas, por otro lado, enfatizaron el papel del alumno, del discípulo, olvidando a
veces el papel del educador” (Freire, 1989, p. 18). Sin embargo, la de Freire es una
filosofía de la educación que al entender el proceso educativo globalmente, reconoce la
politicidad de la educación, recupera la unidad dialéctica entre enseñanza y aprendizaje,
y el saber de experiencia (también llamado saber común, saber rutinario o doxa) como
elemento clave del proceso educativo. Es una filosofía que recupera la dimensión
individual, local y regional de la educación, sin excluir lo social, nacional y mundial.
Filosofía de la educación que piensa la profesión docente y reconoce que si bien ésta se
caracteriza por una falta de estima social, igualmente es una tarea apasionante,
eminentemente ética, sustantivamente política, adjetivamente pedagógica e
intelectualmente exigente. Profesión que requiere, pensaba Freire, una formación sólida
y una actualización constante.
De la misma manera, la filosofía de Freire nos invita a reflexionar sobre la educación con
el objeto de recuperar su sentido teórico y práctico. Es una filosofía que reconoce que el
aprendizaje no es producto exclusivo de la enseñanza ni mucho menos de la
escolarización. Es una filosofía que restituye a la educación su carácter político e
ideológico y que advierte que, en las visiones que se tienen de la enseñanza, el
aprendizaje, la evaluación, el alumno y el maestro, subyacen creencias que encubren la
realidad o pretenden distorsionarla (Villoro, 1985).
En suma, la filosofía de la educación de Paulo Freire es una invitación a volver la mirada
a lo intraescolar sin dejar de advertir que la escuela se enmarca en un contexto político,
económico, social, cultural e ideológico que la condiciona aunque no la determina. Dicha
filosofía es, igualmente, una defensa por la educación y la escuela pública:
Una escuela pública realmente competente, que respete la forma de estar siendo de sus
alumnos y alumnas, sus patrones culturales de clase, sus valores, su sabiduría, su lenguaje.
Una escuela que no evalúe las posibilidades intelectuales de los niños de clases populares con
los parámetros usados en los niños cuyos condicionamientos de clase les dan indiscutible
ventaja sobre aquellos. (Freire, 1997a, p. 49)
Podemos entonces, a manera de conclusión, decir que esta filosofía de la educación, al no
ser sólo especulativa sino también práctica, se hizo desde y para Latinoamérica e,
incluso, es una filosofía que nos exhorta a “re-latinoamericanizarnos” (Freire y De
Quiroga, 1995, p. 46), pues:
ü Implica una visión e interpretación del mundo y, consecuentemente, una forma
de vivir en él y con él.
ü Parte de la realidad concreta, situada en un momento histórico dado.
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ü No se reduce al estudio del fenómeno educativo sino que aborda éste desde una
condición estructural donde el binomio Estado-poder juega un papel decisivo
dentro de la sociedad y las relaciones sociales existentes.
ü Descubre las contradicciones de la realidad social y promueve la interrogación
permanente sobre ellas.
ü Desmitifica expresiones, categorías, conceptos y prácticas políticas que ocultan
el sentido real del ejercicio de la dominación tanto en la sociedad como en la
escuela.
ü Identifica elementos alienantes en el ámbito social y escolar.
ü Invita a romper con el silencio e incentiva la movilización popular para
asegurar mejores condiciones de vida, impulsando lo que Freire denominó una
cultura de la resistencia.
ü Vincula la teoría y la práctica y es por ello una filosofía de la praxis.
ü Implica una visión de la política y particularmente de la democracia, por la que
Freire luchó desde la escuela.
ü Entraña una postura ética y por tanto axiológica y teleológica, además de
estética.
ü Promueve valores que deben ser vividos, encarnados, desembocando con ello
en una especie de filosofía práctica que es, a un tiempo, política e ideológica.
ü Sugiere alternativas concretas para asegurar el cambio y la transformación
social.
ü Es crítica, pues no se aferra a la defensa de las clases dominantes sino que
denuncia la explotación que éstas hacen de los desposeídos y se compromete
con estos últimos.
ü Es autocrítica, pues se revisa y cuestiona constantemente para identificar
yerros, superar deficiencias y afianzar aciertos.
ü Busca superar la idealización del pasado y del futuro para vivir, con una
conciencia verdaderamente crítica y lúcida, el presente; sin omitir desde luego
la historia ni pasar por alto la importancia de la esperanza, el sueño y la utopía,
pensada éste como futuro deseable y posible.
Una filosofía de la educación así entendida, piensa Mario Magallón (1993),
No puede reducir su trabajo de reflexión a incursionar sólo en los factores educativos, como
son el enseñar, aprender, proceso educativo, formas de saber, qué enseñar, para qué aprender,
en una palabra, a lo que se ha venido defendiendo tradicionalmente como la filosofía
aplicada a la educación. Yendo más allá, esta filosofía debe tener como objetivo la
utilización de las herramientas de la ética, la metafísica, la estética, la lógica y la
epistemología, y aplicarlas a la construcción de una filosofía práctica que nos lleva a tomar
conciencia de nuestra situación de opresión y alienación […] Debe ser una construcción
teórica y de utilidad práctica propiciatoria de una metodología que permita usar los
instrumentos de la filosofía latinoamericana y de la filosofía en general para discutir
críticamente las teorías educativas. Es, en resumidas cuentas, una forma de discusión
sistemática de los problemas didácticos, hechos, teorías científicas, problemas sociales,
políticos y culturales encaminados al proceso de formación. (p. 145)
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Hemos dicho que la filosofía de la educación de Freire es, según sus propias palabras, un
intento por tomar distancia de la realidad para preguntar en torno a ella, objetivarla y
conocerla mejor. Sólo así es posible tener, desde su perspectiva, una visión menos
ingenua de las cosas. Toda ella implica una reflexión global sobre la práctica educativa.
Así, al ocuparse del qué, por qué y para qué de la educación, entraña una teleología. Pero
al estudiar el marco social, económico y cultural, las estructuras escolares y las
circunstancias concretas, es decir, al interesarse por el contexto en que se da el acto
educativo, dicha filosofía se liga también a la sociología de la educación. Asimismo, al
preocuparse de los sujetos que intervienen en el proceso educativo (educador-educando)
Freire le apuesta a la psicología (Freire, 2007). Y obviamente a la didáctica cuando le
interesa el cómo de la educación, con qué medios, materiales, tiempo, ritmo, etcétera,
tiene lugar el aprendizaje y la enseñanza que el filósofo brasileño liga a un proceso
mayor, el de conocimiento.
La de Freire no fue una reflexión sobre la metodología solamente; tampoco partió de
algún ismo ya conformado; el pensador brasileño reflexionó sobre la educación e hizo
educación, por lo que su filosofía se tradujo en una práctica constante: la práctica de
pensar la práctica, como le gustaba decir; la práctica de intentar describir pero sobre
explicar, la razón de ser de los hechos. Por ello pensamos que su filosofía es también un
intento serio y riguroso por asomarse al futuro no sólo de la práctica educativa sino del
mundo. De ahí que Freire sea visto hoy por diversos estudiosos no como moda o mito
sino como símbolo (Freire, 2004).
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pasivo e ignorante, ser que se mira como mero recipiente. Este dogma, que da por cierto
el supuesto conocimiento, que impide que éste sea analizado, da asimismo, y según
palabras de Juan Delval (1999) “poder al que lo suministra, pero sobre todo fomenta la
sumisión” (p. 15).
Superar esta visión implica, como ha sugerido Verónica Peinado (2011) el
reconocimiento de la insuficiencia en relación con el deseo de saber. Esto es, subrayar el
papel de la falta. Desde su perspectiva, sólo la aceptación de la propia penuria y la
escasez abren la posibilidad del deseo de conocer. Así, sólo cuando entendamos que el
maestro es un discípulo algo más maduro (Pullias y James, 1999) y que es, como sus
propios alumnos, un estudiante más, podremos superar una educación que mira el
conocimiento como depósito y donación. En este orden de ideas, el conocimiento
debemos entenderlo como el resultado de un acto en el que educador y educando asumen
su papel de sujetos cognoscentes y son mediatizados por el objeto cognoscible que
buscan conocer. Objeto que ninguno de los dos posee y que, por lo mismo, hay que ir en
su búsqueda. Objeto que los desafía, que exige ser aprehendido y comprendido; objeto
que no se muestra sino que está siempre por develarse o descubrirse.
Freire (1998) dijo al respecto que “estudiar es una preparación para conocer, es un
ejercicio paciente e impaciente (…) es desocultar, es alcanzar la comprensión más exacta
del objeto, es percibir las relaciones con los otros objetos” (p. 36). En este sentido
estudiar es un quehacer que exige hábito y disciplina; esto es, práctica constante y
educación del comportamiento. Estudiante es, por ello quien lleva a cabo un quehacer
intelectual que es a la vez reflexivo, crítico, creativo y recreativo; estudiante es quien
concibe el aprendizaje como una tarea ligada a su motivación, interés genuino y
experiencia personal.
Vista de esta forma, toda educación digna de llamarse así, ha de dar lugar a una relación
de complicidad entre quien enseña y aprende. Dicha relación, a la que Freire hizo
referencia, involucra un estrecho vínculo con el otro porque implica una relación de
intimidad, incluso de amor. Sin embargo, como bien señala Luis Tamayo (2004), un
discípulo no es “un ‘seguidor fiel’ sino más bien un ‘hereje’, uno que interroga las fuentes
de su maestro y puede, por ello, realizar aportaciones valiosas” (p. 16). George Steiner
(2004) señalaba al respecto que la enseñanza tiene que ver con una dinámica en la que se
busca “construir una comunidad sobre la base de la comunicación, una coherencia de
sentimientos, pasiones y frustraciones compartidas” (p. 33). El mismo Freire (2013) decía
a sus estudiosos: “para seguirme, lo fundamental es no seguirme” (p. 63). Con estas
palabras, este pedagogo y educador brasileño subrayó un hecho fundamental: en la
relación que se da entre docente y discente, éste debe aprender a disentir, a no estar de
acuerdo del todo con su maestro, aunque se halle agarrado, mordido, seducido por sus
palabras y las problemáticas que aborda.
Y es que la educación es, como sugiere Tamayo (2004) al recuperar las palabras de
Verónica Peinado (2004) “una actividad erótica en el mejor sentido de la palabra” (p. 16).
Porque “eros es un concepto que contiene la posibilidad de enfrentar al ser humano con
la conciencia de su propia falta” (Peinado, 2011, pp. 18-19). Esto fue, pensamos, lo que
llevó a Paulo Freire –consciente como Karl Marx de que el educador debe ser educado–,
a afirmar que quien “enseña aprende al enseñar y quien aprende enseña al aprender”
(1997b, p. 25). Defendemos que la filosofía de la educación de Paulo Freire es vigente y
es una filosofía para nuestro tiempo. Quizá él mismo lo intuyó cuando dijo, en 1993:
“estoy convencido de que la Pedagogía del Oprimido, con uno u otro corte, con una u
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otra rectificación, es un libro hoy más pero mucho más actual que cuando salió hace 23
años” (Freire, 1989, p. 23). Y precisaba:
Si uno llega los Estados Unidos por ejemplo, y visita lo que yo llamo “tercer mundo del
primero” y va a los guetos negros, y ve la discriminación racial, convive con los llamados
chicanos, que son los hijos de los mexicanos, y sabe cómo son maltratados los negros, y se
pregunta ¿será que realmente se acabaron los oprimidos?, y los opresores, porque para que
haya oprimidos tiene que haber opresores, ¿será que se acabaron también? (Freire, 1989, p.
76)
Si bien podemos pensar que las categorías que Freire usó hoy resultan hoy insuficientes,
es propio añadir que, en la actualidad, los despojados, desvalidos, marginados,
empobrecidos, manipulados y oprimidos de los que habló Freire, son simplemente
negados, son nadie. Sin embargo una filosofía de la educación como la de Freire permite
entender una serie de problemas que, si bien no tienen su origen en esta época, siguen
vigentes en tanto sus soluciones están pendientes.
En diversas obras de Freire podemos apreciar la agudeza con la que pensó diversos
problemas. Advirtió, por ejemplo, antes de su muerte, que los países viven divididos
entre quienes tienen acceso a la información y al conocimiento y los que sólo son sus
usuarios o, incluso, ni siquiera a eso pueden aspirar. Reconoció que la brecha entre los
países desarrollados y los que están en vías de desarrollo no sólo es más ancha sino cada
vez más profunda. Se percató que los países industrializados y los subdesarrollados se
distancian cada vez más y que la generación y aplicación del conocimiento no se
comparte con aquellos países que aún dependen económica, política e incluso
espiritualmente de los países en avanzada. Reconoció que asimismo que el número de
pobres había aumentado, que el analfabetismo no se ha erradicado y que la atención y
educación de la primera infancia no se ha cubierto a cabalidad. Se dio cuenta de que la
escolarización en enseñanza primaria, si bien ha crecido, presenta aún altas tasas de
deserción, reprobación y repetición. Aunado a esto, notó que el aprendizaje de los
jóvenes es insuficiente y la cualificación de los docentes es, cada vez más, puesta en tela
de juicio. También advirtió que la desigualdad entre los sexos es una triste realidad;
como lo es la falta de financiamiento a las escuelas en sus diferentes niveles, desde las
que atiende la educación básica hasta la que se refiere a la educación superior. Nunca
negó la existencia de diversos problemas: la calidad de la enseñanza, la resistencia al
cambio, el anquilosamiento de las instituciones, la rutinización de los quehaceres, la
sobre-administración o burocracia excesiva, el malestar docente que hoy podemos ligar
al malestar directivo y estudiantil, y que conjugados, se traduce en un mal-estar
generalizado.
Freire reconoció que en el plano mundial las cosas tampoco andan bien. La paz se halla
permanentemente amenazada y la intervención militar es una estrategia política que se
pretende justificar en pos de supuestos desarmes, cuando sabemos que estos últimos han
permitido y alentado el saqueo y la devastación. Ésta, lo sabemos, no sólo ha sido
económica sino ecológica. Hoy, como nunca, la salud del planeta y por ende la nuestra,
está en peligro. La agresión antropogénica del hombre respecto al medio es una
situación que lejos de disminuir se agrava. El calentamiento global, la degradación de la
biodiversidad, las crisis que se derivan y que vendrán pronto a partir de la extinción del
petróleo –financiera y energética, pero también y quizá más ferozmente sanitaria y
alimentaria–, traerán consecuencias desastrosas para una sociedad que es incapaz de
tener una visión de futuro. De ahí que, como sugiere Luis Tamayo (2010, 2014) se haga
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necesaria una educación para este siglo que tome en cuenta estos y otros muchos
problemas.
Pero incluso la filosofía de la educación de Paulo Freire no omitió esta cuestión. Al
defender el amor al mundo, a los hombres y a la Tierra, el educador brasileño inspiró un
movimiento que hombres como Moacir Gadotti han puesto en marcha. En su Pedagogía
de la Tierra, Gadotti (2002) habló sobre la sociedad y educación sustentable, la
conciencia, ciudadanía y civilización planetarias, la eco-pedagogía y, desde luego, refirió
también la educación del futuro. Educación que toma conciencia de la posibilidad, por
primera vez en la historia de la humanidad, de la capacidad que tiene el hombre de
destrucción de toda la vida del planeta.
Este tipo de educación, pensada por Gadotti (2002), nos dice, como lo hizo Freire en su
oportunidad:
Los contenidos de las disciplinas del saber escolar reflejan aún el currículo clásico. La vida
cotidiana, la violencia, la sensibilidad y la subjetividad no son tomadas en cuenta.
[Afortunadamente, en] los últimos años las nuevas propuestas curriculares comienzan a dar
cada vez más importancia a los llamados “temas transversales” –ética, salud, medio
ambiente, diversidad cultural, género, consumo, etc.–, realzando los vínculos entre educación
y vida. (p. 39)
Requerimos una educación y una escuela diferente porque los tiempos que nos han
tocado vivir y las circunstancias son distintos. Y es que, como escribió Howard Gardner
(2005) en Las cinco mentes del futuro: sólo hay “dos razones legítimas para adoptar
nuevos métodos educativos. La primera es que las prácticas actuales no funcionen
debidamente (…). La segunda razón es que las condiciones del mundo han cambiado de
una forma sustancial” (p. 10). Él mismo señalaba que “la educación sigue siendo
básicamente una preparación para el mundo del pasado en lugar de ser una preparación
para los posibles mundos del futuro” (p. 18). Mundos que no conocemos, que
sospechamos sí, pero de los que no estamos seguros; mundos que exigen una pedagogía
diferente, que deje de ser dogmática y se vuelva enigmática. Pedagogía que ha de
contribuir a la comprensión y resolución de los problemas que nos aquejan, incentivando
el diálogo, favoreciendo la discusión, recogiendo las aportaciones de las distintas
ciencias, aportando nuevas ideas y razones a los desafíos del porvenir. Básicamente, esta
pedagogía ha de luchar, de forma permanente, por avivar el asombro y mantener el
pasmo que la posibilidad de existir y de ser más de lo que somos nos brindan; pasmo o
perplejidad sin los cuales la filosofía de la educación no existiría.
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