Fallo Loscier y Otros
Fallo Loscier y Otros
Fallo Loscier y Otros
8) Cabe descartar que el carácter administrativo del procedimiento sumarial pueda erigirse en un óbice
para la aplicación de los principios reseñados, pues en el estado de derecho la vigencia de las garantías
enunciadas por el art 8 de la citada Convención no se encuentra limitada al poder judicial- en el ejercicio
eminente de tal función- sino que deben ser respetadas por todo órgano o autoridad pública al que le
hubieran sido asignadas funciones materialmente jurisdiccionales. Ha sostenido al respecto la CIDH que
cuando la convención se refiere al derecho de toda persona a ser oída por un tribunal competente para la
determinación de sus derechos, esta expresión se refiere a cualquier autoridad pública, sea administrativa,
legislativa o judicial que a través de sus resoluciones determine derechos y obligaciones de personas. Por la
razón mencionada, esa Corte considera “que cualquier órgano del Estado que ejerza funciones de carácter
materialmente jurisdiccional, tiene obligación de adoptar resoluciones apegadas a las garantías del debido
proceso legal en los términos del art 8 de la CADH”
En un fallo posterior esta doctrina fue ampliada por ese tribunal que consignó que si bien el art 8 se titula
“garantías judiciales”, su aplicación no se limita a los recursos judiciales en sentido estricto, sino al conjunto
de requisitos que deben observarse en las instancias procesales a efectos de que las personas estén en
condiciones de defender adecuadamente sus derechos ante cualquier tipo de acto del Estado que pueda
afectarlos. Es decir, en palabras de la mencionada Corte, que “cualquier actuación u omisión de los
órganos estales dentro de un proceso, sea administrativo sancionatorio o jurisdiccional, debe respetar el
debido proceso legal”, pues “es un derecho humano el obtener todas las garantías que permitan alcanzar
soluciones justas, no estando la administración excluida de cumplir con ese deber. Las garantías mínimas
deben respetarse en el procedimiento administrativo y en cualquier procedimiento cuya decisión pueda
afectar los derechos de las personas.” (caso Baena vs Panamá)
9) Tampoco es óbice a la aplicación de las mencionadas garantías la circunstancia de que las sanciones
como las aplicadas en el caso de autos hayan sido calificadas por la jurisprudencia de esta Corte como de
carácter disciplinario y no penal, pues en el mencionado caso “Baena” la corte interamericana aseveró que
la justicia realizada a través del debido proceso legal “se debe garantizar en todo proceso disciplinario, y
los Estados no pueden sustraerse a esta obligación argumentando que no se aplican las debidas garantías
del art 8 en el caso de sanciones disciplinarias y no penales, pues admitir esa interpretación “equivaldría
a dejar a su libre voluntad la aplicación o no del derecho de toda persona a un debido proceso”
10) Por lo dicho, el plazo razonable de duración del proceso al que alude el art 8, constituye, entonces, una
garantía exigible en toda clase de proceso, difiriéndose a los jueces la casuística determinación de si se ha
configurado un retardo injustificado de la decisión. Por ello, ante la ausencia de pautas temporales
indicativas de esta duración razonable, tanto la CIDH como el TEDH han expuesto en diversos
pronunciamientos ciertas pautas para su determinación y que pueden resumirse en: la complejidad del
asunto, la actividad procesal del interesado, la conducta de las autoridades judiciales y el análisis global
del procedimiento.
11)…la garantía a obtener un pronunciamiento sin demoras indebidas no podía traducirse en un número
fijo de días, meses o años.
Cuestión vinculada a la privacidad. Lo dispuesto en el sentido de que el personal del servicio exterior está
obligado a comportarse con honorabilidad, tanto en público como en privado, en modo alguno puede ser
interpretado en el sentido de que, por el mero hecho de serlo, sus funcionarios están privados de la parte
central de sus derechos individuales, entre ellos, el derecho de involucrarse en las particulares conductas
privadas, incluso físicas, que sean de su elección. Pues ni es asunto del Gobierno indagar lo que de manera
soberana los individuos deciden hacer o dejar de hacer en el ámbito de su intimidad, ni el hecho de que
ciertos grupos políticos o religiosos pudieran condenar tales conductas o considerarlas reprobables confiere
al Estado el derecho de imponer los juicios morales de dichos grupos sobre la totalidad de sus habitantes/
El ámbito de privacidad protegido por el art 19 no comprende exclusivamente las conductas que los
individuos desarrollan en sus domicilios privados, sino que también alcanza a las que, de modo reservado,
con la intención de no exhibirse, y sin que tengan trascendencia pública ni provoquen escándalo, aquéllos
llevan a cabo fuera del recinto de aquél. Sostener lo contrario significaría tanto como aceptar que la más
fundamental de las libertades personales sólo está constitucionalmente protegida en la medida en que se
la ejerza en el reducido espacio del ámbito domiciliario y debido a la circunstancia incidental de que los
individuos no pueden ser vigilados mientras permanezcan en él (cons. 8 y 9)
Luego trata el tema de la falta de proporción de medio a fin entre las medidas que el acto involucra…
3. Fallo Baena.
106. En relación con lo anterior, conviene analizar si el artículo 9 de la Convención es aplicable a la materia
sancionatoria administrativa, además de serlo, evidentemente, a la penal. Los términos utilizados en dicho
precepto parecen referirse exclusivamente a esta última. Sin embargo, es preciso tomar en cuenta que las
sanciones administrativas son, como las penales, una expresión del poder punitivo del Estado y que tienen,
en ocasiones, naturaleza similar a la de éstas. Unas y otras implican menoscabo, privación o alteración de
los derechos de las personas, como consecuencia de una conducta ilícita. Por lo tanto, en un sistema
democrático es preciso extremar las precauciones para que dichas medidas se adopten con estricto respeto
a los derechos básicos de las personas y previa una cuidadosa verificación de la efectiva existencia de la
conducta ilícita. Asimismo, en aras de la seguridad jurídica es indispensable que la norma punitiva, sea
penal o administrativa, exista y resulte conocida, o pueda serlo, antes de que ocurran la acción o la omisión
que la contravienen y que se pretende sancionar. La calificación de un hecho como ilícito y la fijación de
sus efectos jurídicos deben ser preexistentes a la conducta del sujeto al que se considera infractor. De lo
contrario, los particulares no podrían orientar su comportamiento conforme a un orden jurídico vigente y
cierto, en el que se expresan el reproche social y las consecuencias de éste.
Estos son los fundamentos de los principios de legalidad y de irretroactividad desfavorable de una norma
punitiva.
107. En suma, en un Estado de Derecho, los principios de legalidad e irretroactividad presiden la actuación
de todos los órganos del Estado, en sus respectivas competencias, particularmente cuando viene al caso el
ejercicio del poder punitivo en el que se manifiesta, con máxima fuerza, una de las más graves e intensas
funciones del Estado frente a los seres humanos: la represión.
108. En lo que concierne al principio de legalidad, la Ley 25 sólo contenía un concepto muy amplio e
impreciso sobre posibles conductas ilícitas, cuyas características específicas no se establecían
puntualmente, y que sólo se caracterizaban bajo el concepto de participación en actos contrarios a la
democracia y el orden constitucional.
109. Por lo que hace al principio de irretroactividad desfavorable, en el presente caso la Ley 25 entró en
vigencia el 14 de diciembre de 1990 y se aplicó retroactivamente al 4 de los mismos mes y año. Las cartas
de despido entregadas a los trabajadores contienen actos administrativos dictados según una ley que no
existía al momento de los hechos. A los trabajadores despedidos se les informaba que su destitución se
debía a la participación en la organización, llamado o ejecución de acciones que atentaron contra la
democracia y el orden constitucional y señalaban a la participación en el paro nacional como la conducta
atentatoria de la democracia y el orden constitucional.
114. Es importante señalar que el “parágrafo” del artículo 2 de la Ley 25 señalaba que el Órgano Ejecutivo,
a través del Consejo de Gabinete, determinaría cuáles acciones se consideraban atentatorias contra la
democracia y el orden constitucional a los efectos de “aplicar la sanción administrativa de destitución”. No
fue sino hasta el 23 de enero de 1991, mediante Resolución No. 10 publicada en la Gaceta Oficial No.
21.718 el 4 de febrero de 1991, que dicho Consejo determinó que “atenta[ban] contra la democracia y el
orden constitucional los paros y ceses colectivos de labores abruptos en el sector público”. Dado que la
mayoría de los despidos se llevaron a cabo antes de la publicación de esta Resolución, fueron efectuados
con base en una tipificación de conductas -atentar contra la democracia y el orden constitucional mediante
un paro de labores- que sólo se realizaría con posterioridad a los hechos. Además, la Corte Suprema de
Justicia declaró, mediante sentencia de 23 de mayo de 1991, que el “parágrafo” del artículo 2 de la Ley 25
era inconstitucional “porque atribu[ía] al Consejo de Gabinete una función que compete [exclusivamente a
un órgano jurisdiccional, como lo es …] la Corte Suprema de Justicia” y porque “infring[ía] el numeral 14 del
artículo 179 de la Constitución que atribuye de manera exclusiva al Presidente de la República, con el
Ministro respectivo, la potestad de reglamentar las leyes.”
115. De lo expuesto se deduce claramente, a criterio del Tribunal, que los actos del Estado que derivaron
en la destitución de los trabajadores supuestas víctimas del presente caso se hicieron en contravención del
principio de legalidad por el que se debe regir la actuación de la administración pública. Por todo ello, la
Corte concluye que el Estado violó los principios de legalidad y de irretroactividad consagrados en el
artículo 9 de la Convención Americana, en perjuicio de los 270 trabajadores relacionados en el párrafo 4 de
la presente Sentencia.
123. Es evidente que la Ley 25 no se refiere a materia penal puesto que no tipifica un delito ni sanciona con
una pena. Se ocupa, por el contrario, de un tema administrativo o laboral. Corresponde a esta Corte, por
lo tanto, determinar el ámbito de incidencia del artículo 8 de la Convención y, en particular, si éste se aplica
únicamente a procesos penales.
125. La Corte observa que el elenco de garantías mínimas establecido en el numeral 2 del artículo 8 de la
Convención se aplica a los órdenes mencionados en el numeral 1 del mismo artículo, o sea, la
determinación de derechos y obligaciones de orden “civil, laboral, fiscal o de cualquier otro carácter”. Esto
revela el amplio alcance del debido proceso; el individuo tiene el derecho al debido proceso entendido en
los términos del artículo 8.1 y 8.2, tanto en materia penal como en todos estos otros órdenes.
127. Es un derecho humano el obtener todas las garantías que permitan alcanzar decisiones justas, no
estando la administración excluida de cumplir con este deber. Las garantías mínimas deben respetarse en
el procedimiento administrativo y en cualquier otro procedimiento cuya decisión pueda afectar los
derechos de las personas.
129. La justicia, realizada a través del debido proceso legal, como verdadero valor jurídicamente protegido,
se debe garantizar en todo proceso disciplinario, y los Estados no pueden sustraerse de esta obligación
argumentando que no se aplican las debidas garantías del artículo 8 de la Convención Americana en el caso
de sanciones disciplinarias y no penales. Permitirle a los Estados dicha interpretación equivaldría a dejar a
su libre voluntad la aplicación o no del derecho de toda persona a un debido proceso
130. Los directores generales y las juntas directivas de las empresas estatales no son jueces o tribunales en
un sentido estricto; sin embargo, en el presente caso las decisiones adoptadas por ellos afectaron derechos
de los trabajadores, por lo que resultaba indispensable que dichas autoridades cumplieran con lo
estipulado en el artículo 8 de la Convención.
1. Fallo "Astorga Bracht, Sergio y otro c/ COMFER — dto. 310/98 s/ amparo ley 16.986". 2004.
6°) Que el art. 3° inc. a, de la resolución COMFER 16/99 resulta violatorio del art. 18 de la Constitución
Nacional y de las convenciones internacionales de derechos humanos, que cuentan con jerarquía
constitucional, en cuanto resguardan el derecho a la tutela administrativa y judicial efectiva (arts. XVIII y
XXIV de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, 8° y 10 de la Declaración
Universal de Derechos Humanos, 8° y 25 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, 2° inc. 3°
aps. a y b, y 14 inc. 1° del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos).
7°) Que ello es así pues la citada disposición, en los términos generales en que ha sido redactada, restringe
en forma ilegítima y arbitraria la posibilidad de que los particulares que pretendan participar en concursos
para la adjudicación de licencias de radiodifusión puedan impugnar cualquier resolución administrativa del
COMFER y la CNC vinculada al servicio en cuestión, en contradicción de la garantía mencionada en el
considerando anterior, que supone la posibilidad de ocurrir ante los tribunales de justicia — a lo que cabe
agregar, ante las autoridades administrativas competentes— y obtener de ellos sentencia o decisión útil
relativa a los derechos de los particulares o litigantes (Fallos: 310:276 y 937; 311:208) y que requiere, por
sobre todas las cosas, que no se prive a nadie arbitrariamente de la adecuada y oportuna tutela de los
derechos que pudieren eventualmente asistirle sino por medio de un proceso — o procedimiento—
conducido en legal forma y que concluya con el dictado de una sentencia — o decisión— fundada (Fallos:
310:1819).