Imaginarios Metropolitanos
Imaginarios Metropolitanos
Imaginarios Metropolitanos
EN LA METRÓPOLIS
Alicia LIN D Ó N
Miguel Ángel AGUILAR
Daniel H IER N A U X (Coords.)
A
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ANTHROPOS Casaabiertaaltiempo
UNIVERSIDAD AUTONOMA METROPOLITANA
UNIDAD IZTAPALAPA División de Ciencias Sociales y Humanidades
• cuadernos A
✓
Alicia Lindón, Miguel Angel Aguilar,
Daniel Hiernaux (Coords.)
Miembros del Área de Investigación Espacio y Sociedad
de la Universidad Autónoma Metropolitana campus
Iztapalapa (México D.F.) y profesores-investigadores
titulares de esta Universidad.
ISBN: 84-7658-777-5
9 788476"587775
www.anthropos-editorial.com
LUGARES e im agin arios en la m etróp olis / Alicia Lindón,
M iguel Angel Águilar y Daniel H íem aux (coords.). — Rubí
(B arcelona) : A nthropos Editorial ; M éxico : UAM -
Iztapalapa. Div. C iencias S ociales y H um anid ades, 2006
219 p. ; 24 cm . — (C uadernos A. Tem as de In novación
Social ; 22)
Bibliografías
ISBN 84-7658-777-5
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De la espacialidad, el lugar y los imaginarios
urbanos: a modo de introducción
Alicia Lindón, Daniel Hiemaux y Miguel Ángel Aguilar
UAM-Iztapalapa, México
Este libro analiza, desde distintos ángulos y en diferentes casos empíricos, la apro
piación simbólica del espacio a través de los imaginarios urbanos, que se construyen
socialmente en las interacciones entre las personas y el espado. Dicha apropiación
construye socialmente el espacio en múltiples «lugares». Por ello, la mirada que atra
viesa todo el libro es la del punto de vista del sujeto, en otras palabras, se recupera
analíticamente la «experiencia espacial» del sujeto habitante de las metrópolis contem
poráneas, en su vida práctica (la cotidianidad) y en su mundo de sentido.
El análisis de la construcción social del espacio metropolitano desde la mirada de
los imaginarios urbanos, en esta ocasión se focaliza en tres campos: la construcción
social de los espacios centrales, vale decir, la centralidad como construcción socio-
cultural; los espacios del miedo; y por último, la apropiación/pertenencia e identifica
ción «de» y «con» los espacios públicos.
Para estos efectos, se reflexiona —con un fuerte espíritu transdisciplinario— en
varios niveles analíticos: el epistemológico y teórico correspondiente a los campos
temáticos particulares que se van abordando, las estrategias metodológicas acordes
a la m irada particular de cada texto, así como aspectos empíricos diversos, pero
siempre interrogados desde esta mirada holística que denominamos «la espacialidad
y los imaginarios urbanos». A continuación presentamos algunas especificaciones
conceptuales acerca de estos dos campos sobre los cuales enfocamos la m irada co
mún: la espacialidad y los imaginarios urbanos. Posteriormente ubicamos este pro
ducto del trabajo colectivo con relación al campo tradicional de los estudios urbanos,
para concluir con su contextualización institucional.
La espacialidad
9
R to fu ú ív ti ia ce ririe p C Ío ri
La experiencia y la práctica humana, y en consecuencia la vida social en todas sus
expresiones, necesariam ente lleva consigo u n com ponente espacial: el hacer del ser
humano, en cualquiera de sus formas, casi siempre está espacializado. Asociado a esto,
encontramos que la palabra espacio ha sido siempre una «noción»1del lenguaje natu
ral vinculada precisamente a esa dimensión espacial insoslayable de la vida humana.
Sólo aposteñori se transforma en «concepto» científico a través de un ejercicio teórico
que se va desarrollando dentro de campos especializados del conocimiento.
La tarea —dilatada en el tiempo— de construir la noción en un concepto se ha
desarrollado en diversos contextos teóricos, epistemológicos y disciplinarios. Por esta
razón, actualmente nos encontramos con varios conceptos de espacio así como diver
sos usos del término en los distintos campos del conocimiento científico. Se utiliza la
palabra espacio en campos tan diversos como pueden ser la matemática, la lingüísti
ca, la geografía, la sociología, la psicología, la antropología, el urbanismo, la arquitec
tura... También es importante observar que las acepciones en estos campos no son
equiparables unas a otras, aunque tal vez podamos afirmar que responden a un tras
fondo común: la experiencia hum ana es necesariamente espacial, posiblemente por
esto mismo las metáforas espaciales son habituales o naturales en el lenguaje colo
quial. Eric Dardel en 1952 expresaba este fenómeno con las siguientes palabras: «Po
demos cambiar de lugar, marcharnos de un lugar, pero siem pre tendremos que buscar
un lugar donde estar [...]. Es necesario un aquí desde donde observar el mundo y un
allá adonde ir» (1990: 56). O bien, desde la perspectiva de Lakoff y Johnson (1995) la
espacialidad es reelaborada en las metáforas orientacionales a partir de una experien
cia física y cultural, en donde, por ejemplo, «andar por los suelos» se opone a «andar
por las nubes».
La noción de espacio: la palabra espacio procede del latín (Spatium) y expresa la
apertura, la amplitud o lo abierto. Sus antecedentes en griego {Chora}12 y en alemán
(Raum) también tenían un contenido muy semejante, sobre todo la raíz alemana que
expresaba directamente la idea de aclarar o abrir un claro en el bosque. En este senti
do, la noción de espacio también trasluce otro aspecto importante: el espacio, entendi
do como el claro en el bosque, se produce por la acción hum ana (Ortega Valcárcel,
2000:340-342). Entonces, en el lenguaje coloquial y desde tiempos remotos, el espacio
siempre ha referido a un producto humano o un producto de las prácticas humanas
que transforman la naturaleza.
En síntesis, la noción de espacio llevó consigo como un rasgo característico la idea
de amplitud, y ésta fue una forma de conectar al espacio con la extensión, conexión que
se puede apreciar más directamente en el adjetivo «espacioso». A su vez, la extensión se
relaciona con la noción de distancia. Con ello estamos destacando que la noción de
espacio siempre ha estado asociada a las de extensión y distancia, así como a la acción
hum ana que produce el espacio y lo espacioso.
El concepto de espacio: la tarea de construir al espacio en concepto necesariamen
te debe ser ubicada en el horizonte de la tradición grecolatina y la cultura occidental.
De manera muy sintética se pueden diferenciar al m enos dos raíces en esta tarea.
1. Hablamos de noción en tanto conocimiento elemental que se tiene de u n a cosa, es decir, el conocimiento
de sentido común (Diccionario de la Lengua Española).
2. Para el análisis fino de las dos tradiciones de espacialidad construidas a partir de Spatium y Chora nos
remitimos a Guy Di Meo (1991; 2000a; 2Q0G&).
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Una de ellas es la vertiente que ha concebido al espacio como un contenedor,
continente, soporte o receptáculo de los fenómenos. Para esta visión, el espacio geomé
trico o espacio euclidiano es el punto de partida. A la misma se han sumando muchos
otros aportes muy relevantes, como por ejemplo la concepción kantiana, según la cual
el espacio es una condición o posibilidad de existencia de los fenómenos, es decir, es un
fundamento necesario de los fenómenos. Un aspecto importante en esta perspectiva es
que el contenedor es casi siempre vacío o algo neutro que solo toma rasgos a partir de
lo que en él se coloca. Una variante contemporánea de esta mirada dentro de las cien
cias sociales (aunque ya sin la condición de vacío) —y en cierta forma, como una
versión aplicada— es la concepción del espacio como reflejo de la sociedad o escenario
de la sociedad, o de ciertos fenómenos sociales, o bien un telón de fondo de lo social
(Hiemaux y Lindón, 1993).
La segunda vertiente en la construcción del concepto de espacio es aquella de raíz
idealista (hegeliana) que lo ha concebido como una visión, como un modo de ver las
cosas, una intuición. En este mismo sentido, dos destacados geógrafos clásicos como
son Federico Ratzel y Alfred Hettner han dicho tempranamente que el espacio es una
forma de percepción o un esquema intelectual.
Ambas vertientes filsóficas han sido el sustrato para distintas concepciones más
especializadas de las cuales destacamos en particular los esfuerzos realizados desde la
geografía humana. Esta decisión se funda en que precisamente es ésta la disciplina que
ha abordado de modo más directo este desafío por haber construido su objeto de estu
dio en tomo al espacio, o más exactamente alrededor de la relación espacio/sociedad.
Los esfuerzos por construir un concepto de espacio en este campo parecen orientarse
hacia cuatro rumbos: 1) la concepción naturalista del espacio, 2) la concepción del
espacio absoluto-relativo, 3) la concepción del espacio material producido y 4) la con
cepción del espacio vivido-concebido.
Para la prim era de estas concepciones —la naturalista— el espacio es el medio
natural. Esta perspectiva tiene una larga tradición dentro de la geografía regional clási
ca, pero tam bién en las visiones tam bién clásicas del paisaje (tanto las regionalistas
como las culturales) y más recientemente los enfoques ambientales, retom an esta
visión.
La concepción del espacio absoluto es la más antigua y de m anera muy escueta
concibe al espacio como un plano homogéneo. Esta visión se enriqueció generando
más tarde la concepción del espacio relativo, es decir un espacio absoluto en el cual son
contenidos distintos elementos, que anulan así la homogeneidad geométrica. Esta tra
dición ha trabajado el espacio como puntos, líneas y áreas, que equivalen a lugares,
distancias y zonas/regiones. Los interrogantes planteados desde esta concepción se
orientan al «dónde» se localizan los distintos fenómenos. Esta concepción del espacio
relativo ha sido el eje del análisis Iocacional y de la geografía analítica o cuantitativa de
corte positivista. Específicamente se ha aplicado tanto en la geografía económica como
en la urbana, desarrolladas dentro de estas perspectivas cuantitativas. Algunos de los
temas abordados recientemente desde esta visión, cada día más complejizada, son las
ciudades globales, los flujos y redes, así como los distritos industriales.
La concepción del espacio material producido ha resultado de los esfuerzos por
comprender el espacio como un producto material de las sociedades. Estas elaboracio
nes se han dado a la luz de miradas marxistas, neo-marxistas y críticas. Para esta
concepción el espacio tiene una realidad material construida a lo largo del proceso
11
histórico de acumulación capitalista. La sociedad produce su espacio en función de su
desarrollo tecnológico, de sus necesidades, de sus instituciones, de su estructura so
cial, económica y política. Por su parte, el espacio produce a la sociedad en tanto le
representa «rugosidades» (Santos, 1990) resultantes de las ineludibles formas materia
les. Muchas veces, esas formas materiales vienen del pasado, representan relictos de
otros tiempos históricos pero que siguen presentes y frente a los cuales las sociedades
recrean nuevos usos, funciones y sentidos, o más bien, se ven necesitadas de hacerlo.
De esta forma, el espacio es observado y analizado a la luz de un movimiento dialéctico
y dentro de un horizonte histórico dado por el desarrollo de las sociedades modernas
en tanto sociedades capitalistas. El espacio aparece como un capital fijo vinculado al
proceso de producción y por lo mismo está fuertemente afectado por las inversiones de
capital y la circulación de los capitales (Harvey, 1998). Esta concepción también ha
estado presente en buena parte de la geografía económica, pero también urbana, aun
que en este caso de raíz crítica y radical.
La concepción del espacio vivido-concebido constituye nuestro foco de interés,
en parte por su particular articulación con los imaginarios urbanos y el punto de
vista del sujeto. Por esa razón nos extendemos algo más en su presentación. En este
caso la tarea de construir el espacio en concepto toma cuerpo en las perspectivas
subjetivistas, a veces más fenomenológicas, a veces más existencialistas o bien, más
constructivistas, tanto de la geografía hum ana como de la psicología social. En esta
perspectiva la palabra clave es «experiencia» (Tuan, 1977: 7), pero se trata de un tipo
particular de experiencia, la experiencia espacial.
Para esta visión «el espacio sólo deviene en objeto de estudio por los significados
y valores que le son atribuidos» (Gumuchian, 1991: 9), el espacio debe ser estudiado a
través de los sentidos y significados que las personas le otorgan. Algunos autores insis
ten en que en este rumbo se ha transitado en los últimos años desde una concepción
inicial del «espacio percibido» hacia otra más actual, el «espacio concebido» y/o «vivi
do»3(Pellegrino, 2000). Este tránsito alude a la profundización del camino constructivista
al subrayar que los sentidos y significados del espacio son construidos a través de un
proceso de contraste entre los elementos materiales y las representaciones, esquemas
mentales, ideas e imágenes con los que los individuos se vinculan con el m undo, que
por otra parte son de carácter socio-cultural. .
Esta concepción del espacio también dialoga con el lenguaje, precisamente por
que la construcción de sentidos y significados no puede darse fuera del lenguaje (Mon
dada, 2000), sino dentro de él. Así se plantea que el espacio puede ser considerado
como un texto, como un conjunto de símbolos. Al nom brar de cierta forma al espacio
y sus fragmentos, se le da sentidos específicos. No obstante, el problema de los sentidos
también es un problema de prácticas, del hacer cotidiano, de prácticas socio-discursivas.
Por eso, en esta concepción es necesario estudiar el espacio de la vida cotidiana, en
tanto espacio de vida y espacio vivido (Di Meo, 1991 y 2000a).
En este camino se ha construido (o mejor aún, reconstruido) el concepto de «lu
gar» como la forma clave de comprender el espacio a partir de la experiencia del sujeto
y con toda la carga de sentido que dicha experiencia lleva consigo. El lugar es conside
12
rado como «acumulación de sentidos». De esta forma, aunque la palabra «lugar»4 ha
sido muy utilizada en las diversas visiones del espacio, hoy nos encontramos en la
situación de que al hablar de «lugar» necesariamente nos estamos ubicando en este
cuarto rumbo geográfico que estamos esbozando respecto a la concepción del espacio.
Esta perspectiva recupera la vieja problemática del paisaje, pero con nuevos matices,
al abordarlo como «portador de signos que es necesario interpretar, cómo los perciben
los seres humanos, qué comportamientos producen» (Gumuchian, 1991: 8).5
Por todo lo anterior, el concepto de «lugar» hace referencia a espacios delimita
dos, con límites precisos, que para los sujetos representan certezas y seguridades otor
gadas por lo conocido (Tuan, 1977). A pesar de que el lugar alude a un espacio con
límites, dichos límites se extienden hasta donde lo hace el contenido simbólico de los
elementos objetivados en él y que pueden ampliarse a través de redes y relaciones de
sentido. Por ello, se puede considerar al lugar, siguiendo a Gumuchian, como «una
acumulación de significados». La acumulación de significados sobre un lugar también
es considerada a través de «iconos portadores de sentido que se lo confieren a los
lugares», como lo señaló Joel Bonnemaison (2000).
Así, con en énfasis en el concepto de «lugar» ha emergido un abanico muy amplio
de problemáticas «espaciales» de investigación. Muchas de ellas son retomadas en este
libro. Por ejemplo, algunas buscan «reconocer lugares frecuentados, definir itinera
rios, situar al hombre-habitante en su cuadro familiar de existencia» (Gumuchian,
1991:62). Asimismo, el concepto de lugar ha abierto un importante horizonte en tomo
al estudio de la «identidad del lugar» (Aguilar, 2000 y en prensa; Hiemaux, 2000) y el
«sentido del lugar» (Sense o f Place) (Eyles y Butz, 1997). Otra derivación del concepto
del lugar son los estudios sobre la memoria del lugar y los «lugares de memoria», para
retom ar la expresión que ha hecho célebre Pierre Nora (1997) (Javeau, 2000). Otros
ángulos abiertos a partir del concepto de lugar son las denominadas «fantasías geográ
ficas» (Rowles, 1978), las «topofilias», «topofobias» y los «paisajes del miedo» (Tuan,
1974,1990,1980), asimismo la tan polémica «deslugaridad» o Placelessness planteada
inicialmente por Relph (1976), la «atopía» (Turco, 2000; Lindón, 2005a), la «territoria
lidad» y la apropiación de los lugares (Sacks, 1983; Raffestin, 1977; 1982; 1986), así
como el papel de la retórica y sus tropos en la constmcción de los lugares (Debarbieux,
1995; Lindón, 2003). También esta visión del lugar ha producido una profunda renova
ción de los estudios del paisaje con énfasis cultural (Nogué, 1992 y 2001; Cosgrove,
1985 y 1989), muchas veces articulados a la indagación sobre identidades. En esta
última perspectiva lo innovador radica en no concebir al paisaje como simple produc
to cultural (como se hizo dentro de la tradición saueriana) sino reconocer la anterior
condición de producto cultural junto a su capacidad para incidir en la cultura.
Al mismo tiempo cabe destacar que esta forma de concebir el espacio ha traído
consigo importantes desafios metodológicos, vinculados precisamente a la dificultad
de estudiar la subjetividad, en este caso la subjetividad espacial. Esto ha tenido
4. D u ran te m u ch o tiem p o la palab ra lu g ar h a sido asociada particu larm en te con Vidal de la Blache, fu n d a
dor de la escuela de geografía clásica francesa, quien expresó que la geografía es la «ciencia de los lugares» con
lo cual el espacio co n creto era identificado com o «lugar».
5. E n esta perspectiva cabe d estacar los trabajos de algunos geógrafos h u m an istas sobre paisaje de m o n ta
ña, en p a rtic u la r sobre paisajes alpinos y pirenaicos. E n tre los prim ero s (alpinos) cabe d estacar los trab ajo s de
G um u ch ian y de D ebarbieux; entre los segundos (pirenaicos) se puede subrayar el intenso trab ajo de Joan
N ogué y Di Meo.
13
implicaciones en la producción de la información con la cual se la aborda, así como en
las posibles formas de analizar dicha subjetividad, Por ejemplo, algunos autores han
planteado que estas visiones del espacio requieren de la realización de un particular
tipo trabajo de campo, denominado «experiencial» (Rowles, 1978; Nogué, 1992). Ob
servaciones semejantes se pueden plantear con referencia a las formas de analizar la
información producida en dicho trabajo de campo. Asimismo se observa una reflexión
cada vez más profunda y continua respecto a qué tipos de trabajo de campo se pueden
hacer y cuáles son sus desafíos, cuando se estudia la espacialidad en esta perspectiva
—es decir, como lugares, como experiencia espacial, como espacios vividos. Este inte
rés se viene expresando de diversas formas, una de ellas es el hecho de que en 2001
una de las más destacadas revistas geográficas americanas, como es Geographical
Review, dedicó un extenso número (un número especial) al tema. Dicho número fue
titulado Doing Fieldwork (DeLyser y Starrs, 2001) y en más de 500 páginas reunió
cincuenta y seis artículos escritos por investigadores de diversa trayectoria, desde
doctorantes hasta profesores eméritos como Yi Fu Tuan.6
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En esta perspectiva, en este libro, se analizan las prácticas socio-espaciales que
conforman los lugares, se recuperan las retóricas y narrativas que se generan sobre las
prácticas socio-espaciales y los lugares, así como los procesos de semantización y
resemantización de los lugares. De esta forma, los distintos autores construyen así el
vínculo entre la simbólica de los lugares y la construcción de los imaginarios urbanos.
Las dos entradas analíticas presentadas más arriba —la espacialidad y los imagi
narios— en este libro toman cuerpo en las ciudades, y más aún, en las grandes ciuda
des actuales: las metrópolis.
Cuando nos referimos a lo urbano es imposible no recordar que desde hace al
menos tres décadas los estudios urbanos han cobrado una importancia creciente a
nivel nacional. De tal suerte que se han desarrollado numerosos programas de grado y
posgrado, en diversas disciplinas, centrados todos ellos sobre temas urbanos. Asimis
mo, se han realizado y se realizan numerosas investigaciones en diferentes centros
académicos sobre temas urbanos. En síntesis, se ha constituido una tradición dentro
del campo de los estudios urbano-regionales.
Sin embargo, tanto las transformaciones del entorno territorial en el mundo ente
ro como a nivel nacional, así como los concomitantes replanteamientos ocurridos den
tro de las ciencias sociales, están mostrando que el estudio de estos temas le ha dado
preeminencia a la componente material, ya sea en términos del espacio construido,
como también en términos de lo socio-económico. Evidentemente, esto ha permitido
avanzar en el conocimiento de las metrópolis desde esos ángulos y constituir así una
tradición bastante fuerte en relativo poco tiempo.
Hoy resulta notorio que ha quedado un tanto relegado el componente socio-cultu
ral de los procesos de conformación del espacio urbano durante largos años. Se ha
prestado poca atención a la comprensión de la espacialidad, la territorialidad, el senti
do del lugar, la «deslugaridad» o ausencia del lugar. Desde nuestra mirada, esta tradi
ción urbana que se centra en lo socio-económico y lo material —y para la cual el espa
cio se reduce a una localización— nos resulta insuficiente para comprender las
metrópolis actuales. Nuestra mirada se alimenta de las tendencias más innovadoras en
el campo de los estudios espaciales y territoriales —tanto a nivel nacional como inter
nacional— que asumen el desafío de incorporar la componente cultural, la subjetivi
dad social, los imaginarios, las representaciones, los significados, todo ello para enten
der la construcción social del espacio en la ciudad en las distintas escalas, desde los
micro-espacios hasta la ciudad como un todo. Éste es uno de los desafíos más fuertes
que enfrentan los estudios urbanos desarrollados en México (y en buena medida, en
América Latina), si es que pretenden seguir dando cuenta del pulso de lo urbano.
Las transformaciones recientes de las ciudades, particularmente de las metrópolis
latinoamericanas cuyas mutaciones se han revelado extremadamente aceleradas en
los últimos años, difícilmente pueden interpretarse sólo a partir de los postulados bási
cos de esa tradición de los estudios urbanos de los años setenta y ochenta. Los límites
de aquella tradición urbana emergen de diversas formas. El intento por edificar nue
vos esquemas de interpretación, como por ejemplo a través del estudio de la globalización
de las ciudades, no ha hecho más que intensificar el recurso a viejas concepciones que
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atravesaban los estudios metropolitanos del pasado. Asi, la relevancia de temas como
las migraciones--(hoy internacionales, ayer nacionales), la modernización de la base
económica (ayer por la industrialización, hoy por el terciario superior), la segregación
social y otros temas muy apreciados en la actualidad por los estudios sobre la
globalización de las ciudades, no parecen ofrecer las explicaciones complejas que exi
gen los cambios de las metrópolis de inicios del tercer milenio.
Ha sido una práctica reiterada en los estudios urbanos, y particularmente aque
llos relacionados con las grandes metrópolis, hacer hincapié en los fenómenos de ma
sas, como la urbanización periférica, por ejemplo, o el incremento del comercio ambu
lante y la informalidad, sin olvidar el transporte masivo. Frente a ello, la dimensión
subjetiva ni siquiera fue considerada en segundo plano para este tipo de estudios. Al
mismo tiempo, estas investigaciones asumieron que eran las leyes de los grandes nú
meros (aquello de la «mayoría de los casos») y la masificación de los procesos lo que
establecía qué ameritaba ser estudiado. Por ende, los estudios urbanos se alimentaron
por largos años de las tradiciones científicas acordes a estas miradas. Así, tuvimos
estudios urbanos durante mucho tiempo en los que la regencia la daban la economía,
la demografía y cierta sociología, aveces más estructuralista, otras, más funcionalista,
pero siempre carente de sujetos y subjetividad.
Afortunadamente, en la actualidad se están revisando tales planteamientos y se
empiezan a generar nuevas preguntas que apuntan hacia otras dimensiones de la vida
social: ¿será que la acumulación, la especulación inmobiliaria, las diferencias sociales
son suficientes para explicar los procesos urbanos actuales o incluso los del pasado? La
respuesta actual cada vez parece coincidir más en la negación. Si bien no puede redu
cirse el análisis de las metrópolis a unos fragmentos aislados de las subjetividades,
tampoco es aceptable que los grandes procesos que fueron considerados como deter
minantes y homogéneos para explicar las metrópolis el pasado sean suficientes para
comprender en profundidad el fenómeno, sobre todo cuando cada vez más la vida
social parece apartarse aceleradamente de las situaciones promedio.
La necesidad de inyectar nuevas temáticas en el estudio de lo metropolitano se ha
hecho evidente a los ojos de no pocos investigadores: así, entran en juego nuevas lectu
ras de este texto complejo (¿o hipertexto?) que son las metrópolis. Las miradas
innovadoras son cada vez más frecuentes y se plantean desde diversos ángulos. Pero,
aun así, todas son miradas emergentes, no consolidadas: por úna parte, la antropolo
gía parecería haber superado —o estar en ese proceso— el énfasis en las comunidades
tradicionales, y así redescubre la vida cotidiana de las «tribus urbanas posmodemas».
El llamado de varios autores de este campo del conocimiento, como Marc Augé o
Néstor García Canclini, a favor de antropologías «post» ha abierto la vía de los estudios
que excavan en terrenos metropolitanos, aún relativamente vírgenes.
Otras disciplinas experimentan transformaciones más o menos similares. La geo
grafía humana ha redescubierto que el individuo es un agente esencial para compren
der la transformación del territorio. Así, esta disciplina llegó a la paradoja de que, a
pesar de su nombre (geografía «humana»), recién en las últimas dos décadas se perca
ta de la «condición humana», del sujeto, del actor (aunque los clásicos decimonónicos
siempre lo incluyeron). Por ello, muchos geógrafos y geógrafas actuales intentan desa
rrollar miradas de escalas «grandes» (es decir, observar con gran detalle los mi-
croespacios). Así, en esta disciplina cobra un interés creciente el estudio de la vida
cotidiana, la espacialidad de las relaciones de género en el espacio urbano, el carácter
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efímero de los paisajes y de las configuraciones urbanas en general, los espacios del
miedo, las apropiaciones espaciales innovadoras que surgen de las nuevas configura
ciones tem porales de la vida hipermodema, com o algunos de los tem as em ergentes de
una geografía en plena ebullición.
Consideraciones similares pueden hacerse para las otras disciplinas sociales, como
la sociología, la psicología social. La prim era de ellas, la sociología, también es a partir
de las últimas tres décadas que logra cuestionar las miradas estructurales y estructu-
ral-funcionalistas, y así consolida teorías, perspectivas, enfoques, legítimamente reco
nocidos que toman como punto de partida el sujeto. A veces, lo paradójico es que estos
enfoques innovadores encuentran sus raíces en los inicios del siglo X X , aunque esas
raíces durante m uchos años quedaron más o menos desvalorizadas (como las
microsociologías interaccionistas). Y como la sociología también ha estudiado inten
samente las ciudades, estos cambios dentro de la disciplina no dejan de tener fuertes
repercusiones en sus miradas sobre la ciudad, lo urbano y lo metropolitano.
Todo esto conlleva dos tendencias portadoras de cambios en el horizonte nada
despreciables. Por una parte, se observa un «giro cultural» notorio en todas las cien
cias sociales y las humanidades. Este giro cultural ha implicado un interés creciente
por la subjetividad, los imaginarios, los significados... Y por otro lado, un giro geo
gráfico o espacialista, en general en las ciencias sociales que redescubren y se pre
guntan acerca del espacio, el territorio, el lugar. Por ejemplo, Peter Gould dice que el
siglo X X I será el «siglo espacial»: «se evoluciona hacia una fuerte conciencia es-
paciotemporal», «Un tiempo en que la conciencia de lo geográfico volverá a adquirir
una presencia destacada en el pensamiento humano» (1996). Los estudios urbanos se
encuentran en la encrucijada de ambas tendencias: la necesidad de profundizar en la
espacialidad y repensarla más allá del mero «soporte» y la necesidad de considerar de
lleno lo cultural, sin por ello caer en discursos generalizantes aunque de signo
culturalista.
En este cruce de tendencias innovadoras, un tema que genera cada vez más inte
rés es el de la subjetividad social. El fin de las grandes certezas epistemológicas del
pasado no es ajeno a este auge renovado de la subjetividad, que alcanzó gran reconoci
miento a inicios del siglo X X , tanto por los trabajos freudianos como por las aportacio
nes de la filosofía, entre otras el existencialismo y la fenomenología. Pero que luego
quedaron más o menos relegados.
Hoy en día, las corrientes subjetivistas han ganado terreno, paradójicamente en
un momento en el que los análisis positivistas parecerían mejorar sustancialmente,
sobre todo gracias a los saltos tecnológicos logrados en los últimos quince años. En
efecto, algunas disciplinas (por ejemplo cierta geografía, cierta sociología, la demogra
fía...) se embarcan en el desarrollo de modelos extremadamente sofisticados de análi
sis espacial y social cuantitativo y de representación computarizada por sistemas de
información geográfica. Pero, al mismo tiempo, no son pocos ni casos aislados, los
investigadores que —involucrados en los anteriores giros— prefieren recurrir al análi
sis cualitativo, recuperando saberes a veces muy antiguos, como la hermenéutica, o
apropiándose de técnicas (si pueden llamarse así) de análisis interpretativo-compren-
sivo similares a las que usaron tradicionalmente los etnólogos, o incursionando en
nuevas aproximaciones de análisis visual, de imágenes, de iconos.
Ello expresa la solidez y la validación social crecientemente adquiridas por el aná
lisis de la subjetividad social entre los científicos sociales. En este camino se tom a cada
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vez más importante el estudio de la subjetividad social y de la formación y refonnulación
constante de los imaginarios para comprender las ciudades.
El tema de los imaginarios y los lugares es transversal a las disciplinas que se
interesan por la metrópoli. Los imaginarios urbanos intentan interpretaciones acerca
de cuestiones como, por ejemplo, cómo se han construido las imágenes (cambiantes a
lo largo de la historia) que se hacen las sociedades, y sus individuos en particular, de la
ciudad y/o de sus fragmentos (barrios, colonias...); cómo esas imágenes se movilizan
en la vida práctica y cobran «realidad». Se abre así una perspectiva innovadora que se
nutre de la subjetividad pero en diálogo con otras dimensiones de la vida urbana, como
por ejemplo la materialidad de los lugares, las llamadas formas espaciales, a veces de
larga duración y otras efímeras.
Los imaginarios constituyen una entrada analítica potente para dilucidar las fuer
zas profundas que atraviesan los grandes procesos urbanos actuales. Así, por ejemplo,
la suburbanización no es sólo un proceso de evicción de las clases populares de los
espacios centrales, es también el resultado de imaginarios profundamente anclados en
todos los grupos sociales, entre los cuales está lo que Alicia Lindón ha llamado el mito
de la casa propia (2005&). También el regreso a los centros históricos, tema analizado
en este libro por Armando Silva, Anna Ortiz y Daniel Hiemaux, remite a su tum o a
imaginarios particularmente intensos en la actualidad.
Asimismo, las tendencias a la fragmentación del espacio materializadas en diver
sas formas espaciales como pueden ser las comunidades cerradas estudiadas en este
texto por López Levi, Méndez y Rodríguez, también responden a imaginarios del mie
do y la inseguridad, profundamente inscritos en el pensamiento y el actuar de las socie
dades actuales, no sólo latinoamericanas.
Todo ello apunta a señalar enfáticamente la relevancia del estudio de los imagina
rios para com prender las metrópolis actuales y para entrever qué horizontes se abren a
las formas urbanas y la vida en la ciudad en las décadas por venir.
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tantes de estos barrios, destacando la diversidad de visiones y la pluralidad de expe
riencias. En este conjunto de trabajos es clara la importancia contemporánea de los
centros urbanos, no sólo como nodos de actividades sino como áreas que experimen
tan una fuerte transformación física, social y simbólica.
El trabajo de Alicia Lindón abre el segundo conjunto de textos en donde los imagi
narios le otorgan al espacio habitado un sentido de riesgo y el miedo. En particular en
su trabajo se analiza un imaginario urbano dominante: «el suburbio como paraíso».
Este imaginario, que se puede rastrear en la idea del suburbio americano, está consti
tuido por las nociones de lo natural, lo extenso y abierto, lo vacío en términos materia
les y de memoria e historia local. Al relacionar este imaginario con las experiencias
latinoamericanas se encuentra su persistencia en ciertas estrategias de ocupación de la
periferia en las grandes ciudades. Al realizar un estudio de caso en la periferia oriente
de la ciudad de México analiza las resemantizaciones de este imaginario del suburbio
paraíso. Mientras que para algunos de sus habitantes mantiene vigencia, para otros,
principalmente mujeres, aquel imaginario de la apertura espacial periférica ha toma
do el sentido de una espacialidad del miedo, poniendo de manifiesto formas de habitar
topofóbicas que ponen en tela de juicio la noción de espacio público de las calles.
De igual modo, un tema recurrente en los textos presentados en este libro tiene
que ver con la idea del espacio público, en particular con la experiencia del espacio
público subvertido, con aquella promesa de la modernidad de mediados del siglo X X en
el sentido de que la ciudad podía albergar en su interior lo diferente, lo heterogéneo, y
todo esto podría coexistir en su seno sin una conflictividad excesiva o rupturas fuertes.
El panorama que se presenta en algunos textos no es el de la ciudad que ha sucumbido
ante lo heterogéneo, más bien es el de un espacio público deteriorado y degradado a
partir de los imaginarios y las prácticas sociales relacionadas con la inseguridad y el
miedo. En el artículo de Rosa María Guerrero referido a Santiago de Chile y el de
Roxana Martel y Sonia Baires en que se analiza la ciudad de San Salvador se proponen
algunas de las múltiples aristas del tema. Por un lado, hay un claro argumento en el
sentido de que todo proceso de construcción social del miedo lo es al mismo tiempo de
sujetos y espacios en los cuales cristalizan los temores sociales. Es decir, se desarrolla
un proceso de creación de figuras y lugares amenazantes que disgregan la experiencia
de la ciudad al someterla al principio de la amenaza y lo incierto.
Por otra parte, se enfatiza que el deterioro del espacio público es correlativo a las
difíciles condiciones de vida en las sociedades latinoamericanas. Las certezas vitales
(educación, empleo, salud, en fin, lo que se denomina actualmente como desarrollo
humano) se ven en situación de fragilidad ante los cambios estructurales en donde el
Estado-nación cede funciones al mercado. De aquí que no sea únicamente en el espa
cio público donde se experimenten estos cambios. Más bien, es el ámbito donde se
hacen socialmente visibles las separaciones físicas y simbólicas existentes a nivel so
cial. La elaboración de un nosotros y de un otros no sólo remite a las identidades
grupales, sino a la manera de asignar cercanías y distancias sociales en contextos de
incertidumbre.
Se podría pensar, y con razón, que hay mucho de nostalgia puesta en juego al
momento de evocar un presente social en donde la idea de lo público está rota por el
asedio de fantasmas sociales, y para argumentarlo se evocan, explícita o implícitamen
te, otros tiempos más armoniosos. Quizás no es sólo nostalgia, es tal vez una produc
ción imaginaria del pasado, una memoria inventada para darle sentido al presente
19
cuando es necesario encontrar alguna idea de continuidad social que señale que no
todo ha sido pérdida, y sobre todo, que hay u n estad© de cosas que es necesario resti
tuir. Memoria e imaginario social se tocarían en este punto: hay una invención del
pasado para poder dibujar un futuro en que podamos reconocemos. De aquí pueden
surgir tentaciones autoritarias con legitimidad social, o reinvenciones del pasado con
un sentido lúdico y de valoración de lo heterogéneo. En todo caso, las operaciones
simbólicas puestas en juego al momento de valorar lo público merecen atención, ya
que en ellas hay implícitamente un proyecto de pasado y futuro social.
La idea de lugar y espacio público es abordada por Miguel Ángel Aguilar desde la
relevancia de las estéticas cotidianas, por Abilio Vergara en relación con el parque,
Liliana López Levi, Eloy Méndez e Isabel Rodríguez lo hacen a partir de los frac
cionamientos cerrados. Éste es el inicio de la tercera parte del libro, dedicada a la
apropiación y pertenencia «de» y «a» los lugares.
En el texto de Aguilar se argum enta la pertinencia de analizar las estéticas coti
dianas en tanto que discurso sobre la vida urbana. En la relación entre sensibilidad y
producción de formas significativas se expresan imaginarios sobre las carencias y
los deseos urbanos. En el texto de Abilio Vergara el parque establece códigos de
comunicación y socialidad diferentes a los del entorno urbano que lo rodea. Las
nociones de tiempo, cuerpo y vínculos interpersonales cambian en la medida en que
se elaboran desde una pequeña ruptura con lo cotidiano. Esta ruptura se realiza
desde experiencias más cercanas al placer que al temor, al imbricarse con una de las
m aneras en que desde lo urbano se imagina a la naturaleza: lo arbolado, lo verde,
peatonal, tranquilo.
Los fraccionamientos urbanos se relacionan con la ciudad desde otra dinámica, la
de afirmar su tajante separación de ella. De acuerdo con López Levi, Méndez y Rodríguez
un sector del mercado inmobiliario apela a los imaginarios del castillo, la fortaleza, la
nobleza y el feudo al publicitar desarrollos habitacionales cerrados. Así, un título de
propiedad puede trastocarse en un título nobiliario y afirmar la realización material de
múltiples fantasías que al plasmarse en el territorio quedan no como algo real, sino
como algo que se disloca de ese ámbito: se vuelven hiperreales. Son lugares con una
doble espacialidad negativa: por un lado, no son ni están en la ciudad, ya que en su
diseño arquitectónico la niegan, y por el otro, tampoco están en la realidad.
Cierra este bloque temático el trabajo de Camilo Contreras sobre el «Puente Ati
rantado» en la ciudad de Monterrey, que actúa como un nuevo hito de la modernidad
y disparador de enfrentamientos de imaginarios sobre las obras públicas y particular
mente sobre la materialización del poder en el espacio público y los enfrentamientos
en tom o al paisaje urbano entre grupos de poder político.
E stas últim as experiencias de investigación (las estéticas, el parque, los
fraccionamientos cerrados y la conflictividad de la obra pública) se pueden ver como
una reflexión acerca de la dimensión simbólica de los lugares en la ciudad. Por más
que se quiera afirmar una distintividad, e incluso una ruptura, respecto a las imágenes
e imaginarios dominantes sobre lo que constiütye una ciudad, estos inevitablemente
aparecen: la estética de la reja y la barda requiere, a su vez, de la importancia simbólica
asignada a los lugares abiertos y vacíos en algunos proyectos habitacionales; estar en el
parque se disfruta por la oposición a los ritmos y tiempos urbanos; proyectos arquitec
tónicos de vivienda responden a temores sobre la ciudad y una obra pública hace emer
ger la disputa sobre quién puede actuar con legitimidad sobre la ciudad.
20
La importancia de los programas de radio como escenario en donde se despliegan
atributos identitarios con referentes espaciales es abordada por Marlene Choque al
plantear el caso de los sectores populares en la ciudad de La Paz, Bolivia. Por su parte,
Rosalía Winocur analiza el imaginario del progreso y el prestigio asociados a la tecno
logía, y particularmente al uso de la computadora y el acceso a Internet, en el caso de
una comunidad semi rural cercana a la ciudad de México. La capacidad para apropiar
se de los medios de comunicación y la tecnología por parte de sus usuarios es crucial
para entender la configuración de identidades en un espacio público mediático, y para
acceder a una espacialidad que incluye tanto lo cercano, los contactos con amigos y
vecinos, como lo transnacional, las comunicaciones con parientes que viven en Esta
dos Unidos.
En este contexto de abordajes innovadores y propuestas emergentes surge
este libro, expresión del trabajo colectivo im pulsado por un grupo de profesores
investigadores de la Universidad Autónoma M etropolitana, Unidad Iztapalapa. A
este proyecto se sum aron colegas adscritos a otras unidades de la UAM y a varias
instituciones de investigación y educación superior, tanto nacionales como inter
nacionales.
En términos institucionales queremos señalar que la UAM Iztapalapa inició, hace
unos años, más precisamente en 2000, una nueva licenciatura en Geografía Humana.
La apuesta fue doble, primero la apertura de un programa de estudios nuevo como
reto en sí. Luego, el diseño de un plan de estudios capaz de integrar las tendencias
recientes de las ciencias sociales y las humanidades, particularmente tomando en cuenta
esos procesos ya señalados que han dado en llamarse «giro geográfico» y «giro cultu
ral», experimentados no sólo en la geografía humana sino también en las otras discipli
nas sociales. Evidentemente, estos giros no son ajenos al giro lingüístico, sino más bien
derivaciones y concreciones del mismo.7
Esta circunstancia, si bien parecería un proceso independiente de los contenidos
de este libro, fue el detonador del trabajo colectivo de profesores investigadores de
varias disciplinas, quienes reforzaron sus inquietudes por las miradas transdisciplinarias,
por indagar en la visión de los demás colegas acerca de temas y campos de interés
compartido, por visitar las vecindades disciplinarias. Así las cosas, ello contribuyó a
que en nuestra Universidad sé constituyera uña nueva área de investigación, denomi
nada «Espacio y Sociedad», que fue impulsada por varios de los profesores investiga
dores que iniciaron la carrera de Geografía Humana, junto con otros profesores con
intereses afines. En última instancia, la nueva área de investigación fue propuesta y
lanzada por investigadores que son activos partícipes de estos «giros» en la búsqueda
de nuevas miradas para entender la ciudad. En esta área de investigación se definió
7. R ecordem os que el «giro lingüístico» fue plan tead o p o r G ustav B ergm an en 1964 y rep resen tó u n paso
esp ectacu lar al p ro p o n erse com o un parad ig m a a p a r tir del cual los filósofos lingüistas p o d ían d escrib ir el
m un d o m ed ian te el análisis de u n lenguaje adecuado. Con an terio rid ad al giro lingüístico, cu an d o la filosofía se
refería al lenguaje se in teresab a p o r la relación en tre la p a la b ra y el objeto. E n otros térm inos, la preo cu p ació n
estab a en los vínculos en tre los objetos y las p alab ras com o co nstrucciones culturales: C ada p alab ra da cu en ta
de u n objeto y cad a objeto es n o m b rad o de u n a cierta form a. E n ta n to que el giro lingüístico in co rp o ra otro
esqu em a de relaciones: Lo relevante p a sa a ser la relación en tre la p a lab ra y la acción que esa p a la b ra suscita.
E sto tiene enorm e rep ercu sió n p a ra el análisis de la espacialidad ya que la relación en tre el «objeto y la palabra»
(p o r ejem plo, en tre el reco rte te rrito ria l llam ado región y la p a la b ra región) puede ser rep en sa d a a través de la
m ed iació n d ad a p o r la acción con sentido, y en consecuencia el sujeto que despliega dicha acción con sentido en
el espacio, y así lo construye socio-sim bólicam ente.
21
una línea de trabajo llamada «Imaginarios y Lugares», en la cual se han registrado e
iniciado varios proyectos de investigación,8
A su tumo, el área de investigación se integró a un cuerpo académico, figura
innovadora promovida por las autoridades educativas nacionales para reforzar la in
vestigación. El cuerpo académico fue denominado «Estudios Socio-Espaciales». Al ser
evaluado a nivel nacional resultó ser reconocido desde el prim er momento como uno
de los únicos dos cuerpos académicos consolidados en ciencias sociales a nivel nacio
nal en 2004.
Estas afortunadas institucionalizaciones han permitido otorgar una visibilidad
peculiar a la línea de investigación «Lugares e Imaginarios», en la cual contribuyen con
su trabajo de investigación los tres coordinadores de este libro, junto con otros tres
profesores de la UAM.
Desde estos contextos institucionales mencionados (pero también contextos del
pensamiento), y sumándonos a las actividades conmemorativas de los XXX años de
nuestra Universidad, en octubre de 2004 realizamos un Coloquio Internacional titula
do «Imaginarios, Lugares y Metrópolis», cuyo éxito fue notorio, desde la convocatoria
abierta hasta los términos en los que se concretó como ámbito de encuentro, discusión
y reflexión colectiva en la búsqueda de nuevas alternativas para pensar la ciudad, fren
te a la tradición urbana más consolidada para la cual la «ciudad sobre todo se analiza
desde lo m aterial y desde lo socio-económico», y el espacio urbano se concibe
prioritariamente en términos relativos, o bien como producto material y social.
En este Coloquio Internacional se presentaron y discutieron más de 40 trabajos
desarrollados por especialistas en el tema, procedentes de instituciones y lugares diver
sos: Colombia, Chile, España, Brasil, El Salvador, Puebla, Monterrey, Guadalajara,
Nayarit, Michoacán, Toluca y el Distrito Federal. Los trabajos bordaron sobre seis ejes
temáticos albergados todos ellos en el tema general de Imaginarios, Lugares y Metró
polis. Como espacio de reflexión se destacó por el notorio nivel de análisis, lo que
evidencia que el tema de los imaginarios y los lugares ha permeado sistemáticamente
las ciencias sociales de numerosos países y ya está dando frutos destacados dentro del
pensamiento actual.
A partir de los trabajos presentados en ese coloquio, continuamos trabajando con
algunos de los autores cuyos temas y enfoques encontraban una mayor cohesión inter
na y cercanía a la de los coordinadores de este libro. Ese trabajo continuo nos permitió
llegar a esta obra.
Consideramos que tanto el Coloquio Internacional como este libro son una semi
lla de la difusión de los estudios sobre el tema que se ha propuesto el área de investiga
ción Espacio y Sociedad para los próximos años. También debemos destacar que tanto
el coloquio como el trabajo posterior que condujo a esta obra han contado con el apoyo
8. «El lu g ar com o cruce de sentidos» a cargo de M iguel Ángel Aguilar, «Lugares e Im aginarios en la ciudad
de México» cuyo responsable es D aniel H iem aux. «Figuras de la territorialidad: La casa y la calle en la construc
ció n social del lugar» a cargo de Alicia L indón. «Terruños im aginados» bajo la resp o n sab ilid ad de Federico
Besserer. Cabe su b ray ar que el Área de Investigación E spacio y Sociedad tiene o tra lín ea de investigación dedi
cad a a la reflexión m etodológica. E n esta ú ltim a línea y en diálogo co n los an terio res proyectos, se desarrollan
los siguientes proyectos de investigación: «En busca del espacio: L a geografía al en cu en tro de las ciencias socia
les» bajo la responsabilidad de Daniel H iem aux. «D im ensiones expresivas en to m o al espacio cotidiano: lengua
jes que con stru y en lugares» de M iguel Ángel Aguilar. «M etodologías cualitativas e n to m o a la relación lu g ar y
lenguaje» cuya responsable es Alicia Lindón.
22
de un fondo especial creado por la Rectoría General de la Universidad Autónoma Me
tropolitana en ocasión de las actividades conmemorativas de los treinta años de nues
tra casa de estudios. Nuestro más sincero agradecimiento a las autoridades de la UAM
por esta iniciativa que nos permitió realizar ese Coloquio Internacional y financiar
parte de esta publicación.
Por otra parte, tanto la Dirección de la División de Ciencias Sociales y Humanida
des de nuestra unidad Iztapalapa, como el Departamento de Sociología, a los cuales
estamos adscritos los coordinadores de esta obra, han apoyado en diversas formas
nuestras iniciativas, tanto en la vertiente de institucionalización de nuestro trabajo
colectivo como en esta publicación en particular. Por ende, no podemos dejar de agra
decer respectivamente al doctor Rodrigo Díaz Cruz y al maestro Víctor Alarcón Olguín
por su apoyo persistente y convencido a nuestro proyecto académico.
Finalmente, queremos mencionar que este libro es el resultado de un esfuerzo
colectivo de diversos especialistas que fueron convocados ex profeso para producir los
capítulos de esta obra. No podemos más que agradecer su confianza y reconocer la
calidad de los trabajos que nos ofrecieron para esta publicación.
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25
Los centros históricos; ¿espacios
posmodemos? (De choques de imaginarios
y otros conflictos)
Daniel Hiemaux
Universidad Autónoma M etropolitana, México
Un título como éste puede parecer una contradicción. Estamos, en efecto, mez
clando dos registros que, aparentemente, no pueden convivir: los centros históricos
son, en ojos de la mayoría de sus espectadores y de quienes pretenden vivirlos, un
remanente de un legado histórico, en otros términos, un patrimonio colectivo. Por
otro lado, los espacios de la posmodem idad refieren a esta fase, posterior a la moder
nidad, de la cual no es necesario en este momento describir las características, en la
que los tiempos y espacios se atropellan entre sí, como si viviéramos como ciegos
desafortunados.
El propósito de este ensayo es convocar a una suerte de confrontación entre
dos formas de concebir los centros históricos. Para ello, introducim os la espacio-
tem poralidad de dos tipos de imaginarios: los imaginarios posm odem os y los
patrim onialistas, bajo el supuesto de que es a partir de la coexistencia, confronta
ción y particularm ente de su conflicto, que pueden interpretarse las transform a
ciones aparentes y visibles de los centros históricos actuales. Nuestros análisis si
guientes no provienen de un caso en particular, sino de muchos, particularm ente
las ciudades latinoam ericanas y las europeas. El caso de las ciudades estadouni
denses es sensiblemente diferente, por ello difícilmente cabrían en nuestras pro
puestas analíticas.1
Como se ha observado recientemente en las ciencias sociales, la dimensión espa
cial se ha tomado ineludible en cualquier análisis que pretenda recuperar la compleji
dad. No obstante las fornias de tratar la espacialidad son variadas, y nuestra propuesta
no es hacerlo desde las perspectivas urbanísticas (sin negarles valor analítico y recono
ciendo su progresivo acercamiento a las ciencias sociales desde hace por lo menos tres
décadas) sino desde un enfoque que sitúa el tema del sentido del lugar en el centro de
las preocupaciones.
1. C iertam ente que n o to d os los centros históricos de E stados U nidos y C anadá d em u estran las m ism as
tendencias. P o r ejem plo, los cen tro s de las ciudades del N oreste del subcontinente —cu n a de la colonización
inglesa y francesa, tan to en C anadá com o en los E stados Unidos— con frecuencia se asem ejan a las ciudades
europeas, p o r lo m enos en cu an to al in terés m arcado en p reservar y revitalizar sus centros históricos de reco n o
cido valor p atrim o n ial.
27
Este interés en la espacialidad es parte del denominado giro geográfico experi
m entado por las ciencias sociales, que aunque fuera difícil en u n principio con el
paso del tiempo ha mostrado su carácter benéfico. En última instancia, esto ha im
pulsado una compenetración de conceptos derivados de la geografía hum ana con los
de las otras ciencias sociales. Si bien este proceso no ha escatimado dificultades
(como las relacionadas con el diálogo entre miradas aparentemente distintas), enri
quece tanto a las otras ciencias sociales como la misma geografía humana. En este
artículo nos ubicamos en esta perspectiva, para contrastar las lecturas tradicionales
de los centros históricos con nuevas orientaciones en cuanto a la percepción de la
espacio-temporalidad.
Nuestro planteamiento sobre los centros urbanos toma como punto de partida la
confrontación entre temporalidades: el presente y el legado del pasado. Retomamos,
así, una perspectiva benjamimana. Esta visión exige la introducción de los imaginarios
urbanos.
En una primera parte de nuestro trabajo realizamos una prim era aproximación al
tema de los imaginarios, para después presentar las dos líneas de fuerza sobre la toma
de posición de los diversos actores sobre los centros históricos.
28
llamada sociedad «civil» había manifestado intereses tan divergentes, contribuyendo a
perfilar una sociedad diferente. Lo belicoso, lo lúdico, lo creativo y lo explosivo de las
sociedades actuales, expresa una circunstancia histórica en la cual no sólo hay expan
sión global sino resistencia y actuación social.
Podemos definir entonces al imaginario urbano como una creación incesante de
figuras/formas/imágenes, a partir de las cuales solamente puede uno referirse a algo
(Castoriadis, 1985: 7). Esta definición preliminar pone el acento en la creación de ele
mentos que escapan a la materialidad dominante y que remiten a un componente de lo
hum ano que ha sido con frecuencia menospreciado: la subjetividad social.
Lo imaginario, por ende, está relacionado con procesos cognitivos y de memoria,
sin que ello niegue su expresión en formas materiales, tanto de tipo arquitectónico,
como en los graffitis, los performances u otras manifestaciones efímeras. Aunque estos
procesos también se manifiestan en otras cuestiones como el atuendo de las personas,
resultado del deseo de evidenciarse y ser reconocido/admirado/rechazado a través de
comportamientos que buscan mostrarse como extravagantes.2 En otras ocasiones la
búsqueda de ser reconocido como diferente a las masas informes que suelen poblar las
ciudades, recurre a las marcas físicas duraderas o efímeras.
La incorporación de lo subjetivo entre los elementos fecundos para analizar la
ciudad de hoy debe asociarse con el rechazo creciente a los análisis realizados uni
lateralmente desde las formas materiales o desde las imposiciones de la economía y la
organización social. Esta incorporación de lo subjetivo que había sido tocada ya por
Georg Simmel y posteriormente reforzada en parte por los estudios de la Escuela de
Chicago, desafortunadamente se fue diluyendo en el tiempo, sin que por ello no haya
dejado huellas importantes en la sociología y la psicología social, y en menor grado
también en los estudios de la ciudad.
Para comprender la ciudad a la que nos confronta el presente, tenemos entonces
que echar mano de la dimensión subjetiva que es constitutiva de las ciudades. Y una
forma de hacerlo es a través de la comprensión de la construcción simbólica individual
y colectiva de los territorios urbanos. Esto no implica sólo remitirse a las dimensiones
psicosociales, sino a todo lo que puede significar nuestra relación con la ciudad desde
la subjetividad.
La construcción de los imaginarios, es decir de un conjunto de figuras, formas e
imágenes por medio de las cuales nos representamos la ciudad pero también la cons
truimos, deviene entonces un material esencial para la empresa de comprender la di
mensión subjetiva de la ciudad, aunque no sea la única.
Quizás podamos hablar de «imaginario urbano», en sentido genérico, cuando
nos enfrentamos a un conjunto de elementos que apuntan a una construcción subje
tiva particular que tiene características propias y se distingue de otras. Pero en tér
minos generales, debemos reconocer la pluralidad de las construcciones imaginarias
sobre la ciudad, por lo que consideramos más oportuno hablar de «imaginarios ur
banos» en plural.
2. Hoy la fig u ra del «m etrosexual» p arecería im ponerse com o la de u n a p erso n a que busca el extrem o
refin am ien to en su ap arien cia, p ero no deja de ser significativo que este tip o de extravagancias se h ab ía p resen
tad o p o r lo m en o s desde inicio s del siglo XIX con los «Incoyables» en F rancia, p o sterio rm en te la figura del
dan d y (personificada en el «Beau Brum m el» com o figura paradigm ática) o del «Pachuco» en el m undo latino de
la segunda posguerra.
29
La complejidad misma de los imaginarios urbanos es, al mismo tiempo, el reflejo
de la selva subjetiva que habita el m undo urbano y la m anifestación de u n a riqueza
social con potenciales formidables: no hay una lectura, un pensamiento único que
surja y se modele a partir de los imaginarios urbanos, sino una pluralidad de sentidos
que se transmiten también en la extraordinaria complejidad de las manifestaciones de
estos imaginarios en la vida cotidiana; lo anterior, de paso, representa un reto muy
fuerte para la investigación urbana.
Los imaginarios urbanos no son estables, como ya se afirmaba anteriormente.
Son una creación constante, a la imagen de todo el trabajo de la mente urbana, que teje
y desteje constantemente, a diferencia de aquellos animales que construyen ru
tinariamente de forma irreversible y con patrones muy precisos sus redes para atrapar
a las presas. Afortunadamente, los imaginarios urbanos no operan de la misma forma,
ya que la subjetividad social actúa permanentemente para recomponer las figuras,
cambiar las formas, repensar las imágenes, de tal manera que los imaginarios suelen
ser precarios.
Por otra parte, es necesario reconocer que existen dos niveles sociales de cons
trucción imaginal: el individual, basado en las interpretaciones —siempre sociales—
de una persona, y el colectivo que se construye cuando las interpretaciones individua
les logran encontrarse para confluir hacia imaginario colectivo que integra —sin por
ello desvanecerlas— las diversas construcciones individuales. Los modelos de imagi
narios sociales pueden entonces ser entendidos como fuerzas transversales en el pen
samiento social, que imprimen una direccionalidad sólida hacia ciertos comporta
mientos colectivos.
Pero también se debe tener en mente que los imaginarios se deconstruyen con
cierta frecuencia: tanto en la confrontación con otros imaginarios, como por la perma
nente interacción cotidiana entre lo que se ha asimilado subjetivamente por el pasado
con las nuevas figuras-formas-imágenes que emergen o literalmente brotan de la reali
dad. Por ende, la construcción-deconstrucción-reconstrucción de los imaginarios ur
banos es un proceso permanente que m uestra una gran capacidad de adaptación a la
innovación social vehiculada en las prácticas de la vida cotidiana.
Podríamos concebir los imaginarios como construcciones subjetivas cuyas com
ponentes son esenciales ideas, por ende, cuerpos mentales sin reanaaa concreta y
tam bién sin espacio y sin tiempo. Es una forma de interpretarlos, quizás la forma
más frecuente en la literatura actual sobre el tema, forma que tiende a situar los
imaginarios en la esfera de la ideología. Lo significativo de esta postura es negarle a
los imaginarios todo tipo de vitalidad (vida). Dicha interpretación podría ser el resul
tado de la forma tradicional de pensar el desarrollo de las ideas y, también, podría
resultar de la supervivencia de concepciones estructuralistas que relegan las ideas a
un plano estrictamente etéreo.
Nos parece, por el contrario, que los imaginarios urbanos son perfectamente
identificables en su dimensión espacio-temporal. Esto no quiere decir que la espaciali-
dad de los imaginarios sea susceptible de ser relacionada con un espacio absoluto,
medible en términos de la geometría euclidiana. De manera similar, tampoco referi
mos a un tiempo lineal, igualmente medible y especializado, propio de la contraparte
temporal del mismo mundo espacial convencional.
Más bien, nos referimos a otra espacio-temporalidad: el imaginario se engarza en
un espacio subjetivo, no medible (de)formado por consideraciones no racionales,
30
susceptible de mutaciones que tienen poco que ver con su materialidad. De la misma
form a, el tiem po de los im aginarios urbanos es algo diferente al tiem po m edido.
Puede trastocar el orden tradicional, es decir el del pasado-presente-futuro, reorga
nizándose desde criterios y apreciaciones no lineales, sino curvadas por las presiones
ejercidas por la subjetividad y las sensaciones, a partir de las cuales se aprecia buena
parte de la realidad cotidiana. Los imaginarios operan entonces desde lo mental,
pero tom an cuerpo y se pueden entender sólo si se intuye su espacio-temporalidad
que forma parte del mismo imaginario, pero al mismo tiempo derivan en su m ateria
lidad inmediata o mediata.
La espacio-temporalidad de los imaginarios implica que no pueden ser analizados
solamente desde su dimensión mental, sino también a través de los tiempos que los
generan, de los espacios que los inspiran, de las nuevas temporalidades que hacen
emerger y de los espacios que contribuyen a crear.
Detrás de las manifestaciones materiales de los imaginarios, a veces escondi
dos en el discurso sobre la ciudad del individuo anónimo, emergen los motores
profundos de las transform aciones materiales de nuestras ciudades. Más que anali
zar los «hechos», la realidad «concreta» (que tam bién merece una lectura desde lo
subjetivo y los imaginarios), el gran desafío del analista es interrogarse acerca de,
por ejemplo, una expresión verbal aparentem ente secundaria, una expresión pictó
rica que parecería no trascender (la pinta, como un tatuaje no permanente), un
performance individual o social, no sólo en su sentido artístico actual sino adm itien
do que todos representamos un papel en el gran escenario que son nuestras ciuda
des actuales.
Estos interrogantes deben ser de acompañamiento y no de transgresión de la ac
tuación verbal o comportamental ni tampoco de imposición de una tram a de análisis
preestablecida, como solía hacerse por el pasado y sigue haciéndose en ciertos contex
tos de las ciencias sociales.
Podemos realizar muchos estudios sobre los imaginarios urbanos y, sin embar
go, todos serían insuficientes si quisiéramos conocerlos «todos». Nuevos imagina
rios se construyen en el momento mismo en que intentamos, tales Sísifos intelectua
les, co n stru ir el m odelo del im aginario estudiado, pensando —con cierta cuota de
idealismo o de ingenuidad— que quizás estamos construyendo un tipo ideal we-
beriano.
En las páginas que siguen tratamos de reconstruir las características centrales de
dos modelos de imaginarios, que consideramos esenciales para entender los centros
históricos actuales: éstos son los imaginarios patrimonialistas y aquellos que se deri
van del asalto posmodemo a nuestras ciudades latinoamericanas. Como ya lo mencio
namos en la introducción, estas construcciones que hacemos son a la vez resultados
del seguimiento de las transformaciones recientes de los centros históricos de las ciu
dades latinoamericanas y europeas, pero también son una suerte de modelo que he
mos intentado construir en diálogo con dichas transformaciones. Su valor no se deriva
entonces tanto de su capacidad de adaptación precisa para la comprensión de algún
caso particular, sino de que pueden ser figuras de referencia con las cuales las diversas
realidades concretas pueden confrontarse.
31
2. Los imaginarios patrim onialistas: dim ensión espacio-tem poral
32
sociedad de hoy y su forma de enfrentar el presente debemos asumir que nuestra m ira
da hacia el pasado puede ser una suerte de viaje a tierras desconocidas pero con gran
capacidad para explicamos, por analogía, el presente.
No es tema de este trabajo profundizar sobre la necesidad de este viaje al pasado
que deben realizar las sociedades actuales. Sólo abordaremos una faceta del mismo,
la m irada al pasado del imaginario patrimonialista que anunciábamos en el título de
este acápite.
El imaginario patrimonialista sería entonces el conjunto de figuras/formas/imá-
genes a partir de las cuales la sociedad actual, o por lo menos una parte de ella, concibe
la presencia de elementos materiales o culturales del pasado en nuestro tiempo y nues
tro espacio de hoy. También el imaginario patrimonialista es la guía de ciertos progra
mas sobre los centros históricos en particular, pero también sobre otras manifestacio
nes de las espacialidades del pasado todavía presentes en la actualidad.
Podemos calificar al imaginario patrimonialista como el sustrato que guía el in
tento individual y colectivo de algunos para imponer al resto de la sociedad, la preser
vación de las marcas físicas y de las manifestaciones culturales que estuvieron en boga
en épocas anteriores.
Por ende, el imaginario patrimonialista se ha vuelto una fuerza potente que no
sólo marca el pensamiento actual sobre las ciudades y particularmente sobre sus cen
tros históricos; ha devenido un verdadero referente al cual se remiten constantemente
aquellas personas o grupos que tienen alguna capacidad y poder para transformar de
raíz las formas materiales de las ciudades; entre ellos contamos a los políticos, los
promotores inmobiliarios, ciertos empresarios modernos, pero también aquellos sec
tores profesionales cuyas actividades están fuertemente enlazadas con la historia m a
terializada en huellas espaciales: arqueólogos, arquitectos, historiadores urbanos, en
tre otros.
El imaginario patrimonialista tiende a plantear que las manifestaciones materia
les de las culturas urbanas del pasado deben ser rescatadas, preservadas y enarboladas
por las sociedades actuales. Esto proviene de la perspectiva que busca revalidar un
pasado de fuerte presencia para la producción actual de identidades y formas de cohe
sión social.
Se defiende la idea de que el pasado es parte de nuestro presente y que, a la mane
ra de lo expresado por el geógrafo brasileño Milton Santos, el pasado se encuentra, en
cierta manera, cristalizado en las formas materiales del presente, bajo la forma de las
llamadas «rugosidades» (Santos, 1990: 20). Así, para entender nuestro presente, es
ineludible comprender nuestro pasado y, en particular, reconocer y valorizar sus for
mas materiales cristalizadas en el espacio actual, nuestro espacio de vida.
Los defensores de un imaginario patrimonialista, aquellas personas o grupos que
se han encargado de circular socialmente (difundir) este constructo, no dejan de utili
zarlo como sustento de su actuar cotidiano sobre los centros históricos. Ya sean em
presarios o asociaciones civiles que se construyen en tom o a la defensa del patrimonio
material urbano, todos sin excepción «operativizan» su imaginario en la concreción de
sus acciones. Por ende, este imaginario tiene un papel significativo en las transforma
ciones actuales y en el futuro de los espacios urbanos fuertemente marcados por el
pasado.
33
3. El Centro «revisitado»: el asalto posmoderno
La otra vertiente de los imaginarios urbanos sobre los centros históricos se impo
ne a partir de la deconstrucción de la concepción moderna del tiempo y el espacio. Los
nuevos imaginarios urbanos resultantes irrumpen en los centros históricos a partir de
las consideraciones espacio-temporales progresivamente impuestas por la moderni
dad acelerada: éste es el imaginario posmodemo sobre el centro histórico.
Iniciemos por esclarecer los rasgos esenciales de este imaginario a partir de sus
fundamentos espacio-temporales. Como ya lo han manejado varios autores (Giddens,
1997), el punto clave es la transformación en la concepción del tiempo a partir de las
potencialidades ofrecidas por la tecnología. Las consecuencias inherentes a un modelo
marcado por la fragmentación de la linealidad temporal es la pérdida de la continui
dad del tiempo lineal, propio de la modernidad pero construido a lo largo de varios
siglos. Así, la pedacería del tiempo, esta atomización de la duración en momentos sin
continuidad (Bachelard, 2002), conlleva una pérdida de memoria y de las tradiciones /•
históricas.
Cada momento es valorizado en sí mismo, es concebido como un fragmento pre
sente, un momento vivido, pero sin la profundidad ni la textura insertas en la referen
cia temporal de largo plazo. Esta vida del —y para el— instante, esta fragmentación de
la vida cotidiana, se traduce simultáneamente, por una desestructuración de las for
mas espaciales propias de la modernidad.
El espacio pierde, pues, su sentido de lugar, cargado de historia, de referentes
identitarios y de memoria colectiva. Se hace sólo un espacio genérico, que puede dife
renciarse de otro gracias a cualidades físicas distintas, a localizaciones evaluadas como
interesantes o en virtud de potenciales complejos.
Estamos asistiendo a lo que Henri Lefebvre había advertido en términos de la
indiferenciación del espacio a medida que avanza el capitalismo (Lefebvre, 1974). Este
espacio absoluto es una suerte de espacio indefinido, moldeable según las necesidades,
fragmentado según requerimientos particulares.
No es de extrañar entonces que este espacio no integre la profundidad histórica
anterior, y que los imaginarios susceptibles de construirse en tom o a él no reflejen más
que conjeturas sobre el sentido «présente» dé este espacio. Sentido del espacio que no
es, indudablemente, un sentido de lugar. Pero también, es un sentido del espacio sus
ceptible de modificarse en cuanto se modifiquen los intereses, se desplacen las imáge
nes acerca de los ideales de belleza, de valorización estética, de sentido para hacer
posible un nuevo instante presente.
El imaginario que se construye en este contexto no manifiesta el mismo interés
por el pasado y su cristalización espacial en sitios y monumentos, que aquel que suele
plantearse el imaginario patrimonialista. No por ello destruirá estos sitios y monu
mentos, sino que no dudará en refuncionalizarlos para necesidades ingentes, ligadas
con la percepción que en un momento dado se hace de este espacio al cual se encuentra
confrontado.
Por ende, no existe el sentido del estilo —como advertía también Henri Lefebvre a
fines de los sesenta (Lefebvre, 1972)—, se pueden mezclar los géneros arquitectónicos,
se pueden confrontar en un mismo conjunto marcas de un pasado dejadas por el paso
del tiempo con creaciones nuevas (Jameson, 1996). La nueva concepción de la armo
nía estética no viene de una adaptación de lo nuevo a lo viejo, sino de un choque,
34
frecuentemente voluntario, entre elementos pasados en su inserción con rasgos nue
vos, con muestras de la más refinada posmodemidad arquitectónica.
La yuxtaposición de estilos, vista como incongruente por el imaginario pa-
trimonialista, es percibida por el imaginario posmodemo como una forma una acu
mulación hic et nunc de lo que ha sido dejado por otros presentes. La diferencia entre
períodos de edificación no alcanza a tener sentido ya que cada uno de ellos fue «pre
sente» en un momento dado: el momento actual sólo recoge la «presentación» (la pues
ta en exhibición en la actualidad) o sea el hecho de insertar en el momento actual,
vivido, restos de un presente pasado que perdió su sentido como tal.
No existe pues incongruencia de estilo si todos los presentes anteriores se han
vuelto actuales, por lo que la vida urbana puede apropiarse de estos restos, de estas
ruinas que testifican otros presentes.
Los usos que pueden darse a los edificios dependen entonces tam bién del ins
tante vivido: los usos se desprenden de la piedra, sólo la ven como un recipiente
desprovisto de historia: así, la casa patricia se transform a en «antro»; luego el antro
deviene oficina de diseñadores, o ésta en un café de franquicia; todo es posible, por
que las porciones del pasado cristalizadas en el espacio de hoy se yuxtaponen sin
por ello forzosamente integrarse (en el sentido de lograr una integración de estilo,
uso y sentido) con el resto de las edificaciones.
La tradición de las escuelas estéticas no es entonces primordial, más bien puede
imponerse como confrontación, como voluntad de jugar con estilos y momentos en
collages espaciales de temporalidad limitada.
La vida urbana que se puede reinsertar en los centros históricos y en ese patrón
espacio-temporal, no podrá nunca adquirir las características de la urbanidad tradi
cional, donde la pertenencia se tejía entre espacios conexos, por las tradiciones y cos
tumbres ancladas en la piedra y en la memoria colectiva, con la certeza de actuar de
manera «adecuada» y avalada por la costumbre. Este modo de vida urbano tradicional
se ha desmoronado progresivamente por la embestida de la modernidad. Ésta insertó
progresivamente, en un proceso de décadas, piezas de un nuevo juego ajeno a la vida
tradicional de los barrios centrales. Los comercios nuevos, las actividades recreativas
no tradicionales, las nuevas pautas constructivas y la destrucción progresiva del patri
monio para fragmentarlo en piezas sueltas, inconexas, todas ellas fueron algunas de las
estrategias modemizadoras que llegaron progresivamente para imponerse y transfor
m ar de fondo los barrios tradicionales.
Sabemos que algunos barrios pudieron «resistir», en ciertos casos por la cali
dad de su patrimonio protegido por las autoridades, otros por la fuerza de su econo
m ía local, algunos otros por ofrecer anticipadamente servicios a la modernidad, sin
olvidar aquellos que por la marginación y pobreza fueron m antenidos como espa
cios de reserva para la modernidad en expansión. La mayoría de los barrios tradicio
nales fueron progresivamente perdiendo su vida urbana o protegiéndola con suma
dificultad.
Los cambios actuales entonces, no son el resultado de un pasado reciente, de los
últimos años de hipermodemización, de la llamada «globalización», son el fruto de
años de una transformación que suele ser lenta pero no por ello menos drástica (aun
que en algunos casos se hayan dado programas de «renovación urbana» con una re
construcción radical y de temporalidad acelerada). Hoy se vive algo que no puede
comprenderse de m anera profunda sin considerar el proceso que llevó a la degrada-
35
ción de la vida urbana anterior. Y en esos procesos, los imaginarios fueron y son
centrales.
Así, la vida urbana que se pretende reconstruir es diferente a la que mencionamos
antes en varios sentidos. En primer lugar, porque ha perdido esta profundidad históri
ca que citamos; en segundo lugar, porque no pretende recrear una vida tradicional, aun
cuando se instale en espacios tradicionales y construya escenarios teatrales miméticos
de ciertas pautas de la vida urbana anterior (los cafés con terrazas al aire libre, las vías
peatonales...); y finalmente, porque no hace realmente «ciudad» sino que introduce el
espectáculo urbano en la vida de quienes no conocieron pero anhelan nostálgicamente
una vida urbana desaparecida desde décadas atrás.
La dimensión espectacular es ciertamente la clave. En eso, los centros históricos
no son muy distintos de los parques de diversión, particularmente aquellos que han
usado la dimensión estética e histórica como atracción. La temporalidad del escenario
es diferente, pero el uso suele ser similar. Por ende, entre Las Vegas y el centro de
Cracovia o de la ciudad de México, la diferencia no es esencialmente el símil de vida
urbana que se constituye, sino la presencia de actores institucionales, que producen
este espacio y lucran con su uso, en forma evidentemente más intensa y «comodificada»3
en los parques de diversión.
Pero la «comodificación» del espacio es ahora parte inherente del uso de los cen
tros históricos. El estacionamiento pagado o los parquímetros fueron las primeras
expresiones de ese carácter monetario (aunque la venta sea efímera) de fragmentos del
espacio urbano; el café se paga más caro en la terraza y el mismo dueño del sitio paga
impuestos para usar el espacio público en su beneficio, en una suerte de privatización
temporal.4Las actividades pagadas se multiplican: ferias, museos, exhibiciones de cual
quier tipo, esculturas humanas requiriendo de su cooperación voluntaria (cuasi pago)
así como los organilleros. El transeúnte parece apreciar y justificar el precio que debe
pagar para usar este espacio y «jugar a ser un urbanita» tradicional.
El imaginario posmodemo permite así que un Ersatz5de vida urbana tradicional
sea parte de la vida espectacular a la cual nos invitan en todos los rincones de nuestra
existencia. El centro histórico es un espacio privilegiado para ello, un reservorio de
imágenes que también puede llamar a la superficie a aquellos recuerdos transmitidos
por las tradiciones familiares o reflejadas-en el cine local. Por ejemplo, podemos pre
guntamos si el imaginario posmodemo acaso no juega más Sobre las imágenes acumu
ladas en la historia mental de las personas, o si usa prioritariamente aquellas imágenes
vehiculadas por los medios masivos de comunicación.
Todo parecería indicar que es lo segundo, tanto más que las reconstmcciones his
tóricas o los escenarios tradicionales suelen ser frecuentes en las producciones televisivas,
como las telecomedias y las series históricas, para los cuales el recurso a asesores histo
riadores es frecuente. La «historia» (con «h» minúscula) de algunos historiadores es la
disciplina que hace verosímil las reconstmcciones «pseudo», ofreciendo así un nuevo
3. U sam os los neologism os «com odificar» y «com odificación» p a ra tra d u c ir los térm inos anglosajones refe
rid o s al proceso de tran sfo rm ació n de u n b ie n o u n a idea en algo «vendible».
4. E n u n aspecto se asem eja a aquello que G offm an plan teab a con el ejem plo de la apropiación efím era que
u n a perso n a puede hacer de u n a b an ca en u n a plaza, con la diferencia que en el ejem plo goffm aniano no en trab a
el pago p o r esa ap ro p iació n efím era.
5. Ersatz es la p alab ra alem ana p a ra referirse a sucedáneo, u n p roducto de reem plazo y se aplicó particular
m en te a ciertos su stitu to s de bienes de consum o escasos com o el café, d u ran te la S egunda G uerra M undial.
36
derrotero profesional a quienes no parecían tener lugar en un mundo que pierde cada
vez más la memoria.
El límite entre la «ciudad espectáculo» y la «ciudad farsa» es muy estrecho:6 las
necesidades de la rentabilidad y el deseo de producir actividades «comodificables» a
corto plazo, conllevan a emprender maniobras tales como disfrazar las actividades
«mal vistas» con el color y estilo del barrio (el McDonald’s del Barrio Latino en París,
disfrazado de cultura con falsos libros y un busto de Voltaire, presumiblemente de
plástico). También, en la ciudad de México, un falso tranvía turístico (un bus disfraza
do) recorre el centro histórico.
Los centros históricos se vuelven así, concretamente, lugares aprovechables para
imponer nuevos imaginarios de vida urbana, susceptibles a su tum o de engendrar
prósperas actividades.
4. El conflicto inevitable
Suele considerarse a los centros históricos como espacios del conflicto entre un
sector tradicional de la población que vive en el —y del— mismo y un sector «moder
no» que desea recobrar ese espacio. Vendedores ambulantes, población residente (con
frecuencia envejecida) e intereses meramente locales, formarían entonces un primer
grupo, mientras que jóvenes en busca de nuevos espacios de calidad para vivir, empre
sarios ilustrados, funcionarios y políticos bien intencionados que desean m antener el
patrimonio, formarían el segundo grupo en conflicto.
Esta forma de enfocar la situación social de los centros históricos plantea, de
forma simplista, que el problema medular principal de los centros es la presencia de
los sectores débiles, aquellos que forman parte del «circuito inferior de la economía
urbana» (Santos, 1975). Son vistos como invasores en el caso de los ambulantes, o
como un residuo de un pasado inaceptable, como personas incapaces de preservar el
valor patrimonial de los centros históricos; por ende, se les presenta como elementos
negativos. Este discurso es elaborado no sólo por las cámaras del comercio o agrupa
ciones empresariales, sino también por los políticos que comparten esta interpretación.
Para consolidar aún más este enfoque, se opera una asimilación entre la informalidad
y la baja integración social y económica con la peligrosidad: el referente renovado de
las «clases peligrosas», discurso propio de fines del siglo X IX , se ha reactivado últi
mamente.
Los estudios de Neil Smith sobre Nueva York evidencian que lo anterior es una
estrategia muy clara de ciertos grupos económicos asociados con una parte de la clase
política local, lo que se hizo evidente durante el mandato como alcalde de esta ciudad
de Rudolf Giuliani (Smith, 1996).
Tal enfoque no sólo es limitado: sobre todo descarta o esconde de tajo que los
intereses sobre el centro histórico son antagónicos. Este antagonismo se refleja enton
ces, en prim era instancia, entre quienes suelen ocupar el centro histórico de una ciu
dad y quienes desean reapropiárselo. Podemos afirmar que estamos frente a una visión
endógena de quienes viven o trabajan en el centro (es decir que tienen ya una presencia
6. Aquí cabe la referencia a A rm ando Silva que habla de período de producción, consum o, espectáculo y farsa.
37
fuerte, aun si no es una residencia permanente) confrontada con la visión y los intere
ses de aquellos grupos que manifiestan una visión transformadora del centro, lo que
incluye ta n to los enfoques p a trim o n ialista s m ás convencionales com o los
«posmodemos ».
Se detectan serias contradicciones entre los dos imaginarios recién citados, pero
tam bién en el seno mismo de cada uno. Los intereses son suficientemente comple
jos como para justificar su desmenuzamiento. Esto es justam ente lo que permite
dilucidar un abordaje desde los imaginarios. En este caso sólo hemos confrontado
dos imaginarios, los que consideramos más significativos o de fuerte emergencia.
Son aquellos que rem iten a las visiones exógenas sobre el centro histórico, es decir
aquellas que se sustentan una postura de conservación, y los que demandan una
reforma radical del sentido mismo del patrim onio en un contexto netamente más
emprendedor.
Debemos ubicar el sentido mismo del conflicto, es decir cuáles son las llaves
para entenderlo. Por una parte, parece que detrás de estas posturas está el sentido^
mismo de la historia: historia-recurso para los emprendedores versus historia-patri
monial para los otros. La apuesta no es m enor ya que es el sentido mismo de la
historia de las naciones, de los pueblos, la que está en juego. ¿Podemos perm itir que
la historia se vuelva un elemento más de la búsqueda exacerbada de ganancias, con el
riesgo de destruir los fundamentos de la identidad? ¿Es más importante, en esta fase
en la cual nos encontramos, pensar en patrimonio histórico o en historia «como
dificada»?
Por otra parte, el sentido de lo público y lo privado se ubica en el meollo de la
discusión. No solamente lo público como propiedad, lo que de por sí es relevante,
sino la idea misma según la cual los centros históricos son un patrimonio vivo que
pertenece a todos y no debe ser sujeto de una nueva producción para fines privados.
Éste es el sentido mismo de la preservación patrimonial y su transformación en un
capital cultural colectivo. La otra postura recupera los elementos relevantes de los
centros históricos para transformarlos en nuevos soportes privatizados de la vida
económica.
Finalmente, nos inquieta más cuál es el sentido mismo de la vida social y particu
larmente del tiempo libre que se encuentra en tela de juicio con estas transforma
ciones. Mientras que el imaginario patrimonialista no ha pensado a fondo en las
implicaciones sociales de la preservación patrimonial, justificándose esencialmente a
partir de la preservación de un capital cultural colectivo, la visión posmodema va mu
cho más allá.
Esa visión posmodema transforma los centros históricos en espacios privilegia
dos para el turismo y la recreación, por ende interviene en el impulso fuerte de visiones
mucho más integrales de la vida social que el imaginario patrimonialista. De tal suerte
que el tiempo libre queda cada vez más sometido a la presión del consumo, ya no en el
contexto de sus espacios tradicionales (tiendas departamentales, centros comercia
les. ..) sino en un entorno renovado susceptible de ser más atractivo para la población
(Judd, 2003). La posibilidad de ejercer una cierta transgresión7 (Giannini, 1987) o pe-
7. A dherim os a la definición de tran sg resió n de G iannini, com o «... cualquier m odo p o r el cual se suspende
o se invalida la rutina» (1987: 73).
38
queña subversión, como la llamamos en otro contexto (Hiemaux, 1999) frente a las
presiones sistémicas se ve reducida a nada.
En este sentido, parecería que el centro histórico como paisaje no es lo esencial en
la lucha de ambos imaginarios por el espacio central. Como lo hemos notado, es posi
ble para el imaginario emprendedor recuperar las formas materiales del pasado para
reconvertirlas. Es además uno de los elementos clave de su aceptación en el interior de
la clase política. Entre no poder preservar a secas un elemento patrimonial y aceptar
un uso comercial que sirva a la preservación u otorgar recursos para la misma, la
elección parecería evidente.8
El conflicto se centra entonces en el modelo de vida que se quiere integrar en el
centro. Este modelo implicaría eliminar las formas tradicionales (residentes pau-
perizados, comercios de mala calidad con dominante de ambulantaje). Se exacerba la
lucha abierta entre las dos propuestas.
Regresando al tema de las temporalidades, son pocos los casos en los cuales la
eliminación del modelo tradicional puede hacerse de una vez, por lo que la convivencia
suele ser larga y conflictiva.
Por ello, los centros históricos recuperados tienden a ser lugares de alta vigilancia,
con pautas de consumo y de comportamiento muy definidas y de represión a la trans
gresión. La vigilancia y la represión son entonces dos condiciones fundamentales para
la reconquista (calificada como «revanchista», según Smith, 1996) del entorno físico, y
para la transformación de su uso. La asociación entre la esfera política y la económica
se vuelve esencial, dando así lugar a la aparición de regímenes urbanos particulares
para los centros históricos.9 El caso de La Habana es particularmente ilustrativo en
este sentido, donde la extraterritorialidad del centro histórico está plenamente refleja
da en las modalidades de su gestión actual. En otros contextos donde la capacidad
autoritaria es menos notoria, como es el caso de las ciudades mexicanas, la mezcla
social es más fuerte, aunque la tendencia es a una progresiva separación o dualización
entre espacios «reconvertidos» y «espacios en transición».
Por su parte, el imaginario patrimonialista, sostenido por las instancias de go
bierno (a veces a regañadientes por la presión de los empresarios) podría perm itir un
uso socialmente más equitativo del espacio, un nivel de libertad mayor para las per
sonas, una integración de las poblaciones residentes en los Centros históricos. Pero
esto sería posible sólo si se desprende de su m anto de virtudes estrictamente restric
tivas y conservacionistas, para ofrecer propuestas con sentido para transform ar a los
centros históricos en espacios que posibiliten un modelo distinto de ciudad y de
sociedad.
8. H a sid o p a rtic u la rm e n te n o to ria esta d isc u sió n en el seno de las a u to rid a d e s a carg o del p a trim o n io
en M éxico: h a n aflu id o las d e m a n d a s de g ru p o s de p o d e r eco n ó m ico p a r a u s a r sitio s arq u eo ló g ico s p a ra
even to s co m erciales m ás o m en o s c u ltu ra le s (p o r ejem plo, u n c o n c ie rto de Jean -M ich el Ja rre co n lu z y
so n id o ) o p a r a «co m o d ificar» la o fe rta e n to rn o a o tro s ce n tro s, o sim p le m e n te p a r a re c o n v e rtir u n e d ifi
cio. Lo a n te rio r h a g en e ra d o fu e rte s p o lém icas en el sen o m ism o de la c o m u n id a d re la c io n a d a co n el
p a trim o n io .
9. Un aspecto in teresan te es que el régim en u rb a n o constituido p o r el m odelo de asociación público-privado
p a ra la g estión de los cen tro s h istóricos puede ap arecer com o fuertem ente diferente del resto del im aginario y
del discurso p úblico sobre la ciu d ad en general, situ ac ió n p articu larm en te evidente en la ciu d ad de México,
don d e el d iscurso sobre el cen tro es de tip o represivo-posm odem o (inclusive se llam ó a G iuliani p a ra aseso rar
los tem as de seg u rid ad pública) m ientras que es m ás de centro izquierda (apoyo a los desfavorecidos) en el resto
de la ciu d ad aunque, au n así, con m atices.
39
El conflicto abierto no es menor: tampoco remite sólo al centro histórico, sino al
sentido mismo de la vida urbana y a su gestión desde lo político. Resulta particular
mente ilustrativo que las posiciones de gobiernos de izquierda reflejen, en no pocos
lugares, un total acuerdo con la visión de la recuperación del espacio para su
comodifícación a favor de intereses privados.
Queda por construirse una reflexión sobre cómo evitar la degradación de los cen
tros, conjugando los diversos imaginarios en una visión unificada de los centros histó
ricos, menos excluyente pero también dinámica.
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41
Centros imaginados de América Latina1
Armando Silva
Universidad Externado de Colombia
43
calor de la fricción social y, poco a poco, se convierten en hecho público, en saber social
reconocido. La ciudad —desde estas visiones— pasa a ser un efecto imaginario de sus
ciudadanos. Por ello los distintos caminos para dibujar esos mapas de afectos ciudada
nos han de orientarse hacia su captación emocional. Si un sujeto siente un olor inexis
tente es sin duda de interés para la psicología individual, pero si la fantástica sensación
es colectiva rebasa las fronteras íntimas y entra en el campo de las culturas ciudada
nas: sus imaginarios urbanos.
¿Qué pueden aportar los estudios de los imaginarios sociales para dimensionar
los aspectos identitarios y culturales en los centros de las ciudades como hechos urba
nos, en especial ahora en el nuevo milenio?
Permítanme pasar primero por algunas aclaraciones conceptuales. Al hablar de
los imaginarios le damos algunos alcances al término. Mientras los sueños son de vida
nocturna, de carácter arqueológico y por tanto miran o viven hacia atrás, los imagina
rios se ponen de cara al futuro y lo visionan a su manera. Pensar al ser in futuro corres
ponde a una concepción pirra fuera de discusión realista. Sin embargo, el ser in futuro
aparece en formas mentales. Decir, como lo evidenció el lógico estadounidense Charles
Peirce, que el futuro no influye en el presente es un principio insostenible; «equivale a
decir que no hay causas finales o fines». Los imaginarios llevados al estudio urbano
contemporáneo averiguan hacia dónde sentimos que vamos, lo cual se constituye en
base para la conformación de la ciudad imaginada que pretendemos. En este caso se
trata de pensar la ciudad desde un ángulo diferente, en vez de la ciudad física de los
arquitectos se m ira hacia los habitantes, sus sentimientos y sus culturas. Estos estu
dios se fortalecen con una tendencia a la «desmaterialización de la ciudad» o, mejor
dicho, se concibe que los ciudadanos se urbanizan, se conforma un «ser urbano».
Urbanizar las ciudades significa cada vez más lo que recoge la presente perspecti
va de estudios. Esto es atender un efecto que viene desde afuera, desde las tecnologías,
los medios, los saberes, los desplazamientos físicos. Urbanizar adquiere así un nuevo
sentido, distinto de aquel más reconocido de urbanizar la ciudad como se entendió
desde el siglo XVIII, en cuanto a edificar y producir cascos citadinos. Pero también es
distinto al sentido de urbanidad, dado desde el siglo XIX, como normas de buena con
ducta ciudadana. Entonces, adquirir ahora el significado de urbano en su dimensión
cultural: los modos como los ciudadanos hacen un mundo urbano, lo comparten y lo
imaginan viviéndolo. Pero esa imaginación constructiva no«es reductible a la fantasía o
la simple quimera social, sino que adquiere la capacidad de actuar como modos socia
les cognitivos que definen percepciones colectivas de ciertos grupos según lo que lla
mamos «puntos de vista ciudadanos» (modos de recomponer un estudio de acuerdo
con categorías sociales que explico más adelante) o bien como imaginarios fundantes
de modos de ser locales, regionales o incluso, globales. A esta nueva perspectiva de
base imaginaria la hemos denominando urbanismo ciudadano3 y es desde ella que
presentamos estas reflexiones sobre sus centros imaginados. Por ello, se busca captar
cómo son vividos y proyectados los centros urbanos por parte de sus ciudadanos en el
caso de América Latina.
Este nuevo concepto de urbanismo ciudadano implica entender que la ciudad
visible, la de los mapas, de los edificios, de los límites geográficos, crece paralelamente,
3. AI respecto, p a ra u n a m ayor com prensión sobre lo m etodológico rem ito a Silva (2005).
44
o es absorbida, por la ciudad invisible, de las bases de datos, de las interacciones virtuales
y a su vez de los croquis imaginados. La Telé-polis o ciudad a distancia (de la que
hablan autores como Manuel Castells o José Echavarría) ya no se ve. Entre Polis y
Telépolis se agranda la diferencia y a su vez interactúan muy de cerca. Y es justo en ese
momento que la ciudad imaginada como categoría cobra su estratégico valor. Si la
ciudad se ve pero su urbanización es invisible por residir ahora en las culturas ciuda
danas, nuestras acciones de vida urbana son impulsadas cada vez más desde una con
dición imaginaria. Vivimos seguramente una primera vez en la historia cuando «ser
urbano» no significa vivir en la ciudad. Mientras la ciudad se desconcentra lo urbano,
entonces, se fortalece. De ahí lo discutible del concepto de «no lugares» del antropólogo
francés Marc Augé, pues sigue pensando en los espacios físicos citadinos, tradicionales
y estacionados, para concedemos la condición de urbanos, cuando la contemporanei
dad la temporaliza, desde el tránsito, desde la acción entre sujetos, desde sus nuevas
culturas y así entra en sus mentes cohabitadas mutuamente sin establecerse en algu
nos «lugares» específicos. Tal vez sea ésta la mejor manera de aceptar, ante la evidencia
misma, la existencia de las sociedades del conocimiento en la cuales vivimos y de las
cuales los imaginarios se constituyen en sus motores sociales.
Pero, ¿cómo entender desde una condición imaginaria a los centros tradicionales
que aparecen enclavados en nichos espaciales e históricos e incluso en ocasiones den
tro de límites concretos? Al someter a consideración de varios ciudadanos de trece
ciudades de América Latina algunos grandes temas urbanos para ser proyectados,4 se
revelan visiones colectivas, algunas compartidas y otras opuestas o hasta excluyentes
en búsqueda de alguna ciudad imaginada que los represente.
Para una mejor comprensión metodológica menciono, a título informativo, que
para el estudio de los imaginarios urbanos se utilizaron estadísticas cualificadas según
puntos de vista ciudadanos, tales como identificar en los ciudadanos encuestados zo
nas de residencia, desplazamientos diarios, género, estratos sociales y niveles de edu
cación, entre otros, que actuaban como filtros de la percepción.5 Estas estadísticas se
aplicaron en todas las ciudades del estudio según criterios de probabilidad matemática
que nos permitiese hacer proyecciones confiables para formar «croquis ciudadanos»
de percepción sobre temas urbanos variados, desde meras sensaciones como miedos o
afectos por lugares hasta evocaciones libres, tales como la percepción del futuro o
visiones catastróficas compartidas. De esta manera, mediante respuestas muy subjeti
vas, se pudo «zonificar» a los encuestados y generar diagramas con percepciones com
partidas. Junto a la técnica estadística se utilizaron otras entradas, como las que llama
mos crónicas de personajes reconocidos (en relatos de ciudadanos) y la fotografía de
lugares emblemáticos de la ciudad que revelarán imaginarios visuales y otros recursos
que no son relevantes para estas notas sobre los centros imaginados. En realidad las
apreciaciones que soportan este escrito sólo toman en consideración algunas proyec
ciones generales (sin distinguir puntos ciudadanos específicos) sobre percepciones de
las zonas centrales de algunas de las ciudades estudiadas.
4. Las ciu d ad es que h a n sido p arte de este estudio son: Asunción, B arcelona, Bcienos Aires, B ogotá, C ara
cas, C iudad de P an am á, La Paz, Lim a, M ontevideo, México DF, Q uito, Sao P aulo y Santiago. E sta investigación
h a sido g estad a p o r el C onvenio Andrés Bello (CAB) y la U niversidad N acional de Colom bia, 1999-2005.
5. P ara aspectos m etodológicos del Proyecto se puede co n su ltar Silva, 2005.
45
Así al abordarlos centros de algunas de las ciudades del estudio se puede observar
una gran variedad de hechos culturales que construyen esa ciudad imaginada, tales
como personajes que habitan los recuerdos de esos centros, algunas marchas que acon
tecen en calles comparables a expresiones estéticas del arte público, zonas céntricas
que no son imaginadas por sus ciudadanos (en nuestras encuestas ciudadanas) pero
que existen en la realidad o, al contrario, olores que se imaginan pero no existen en la
realidad empírica, sitios de gran poder imaginario compartido por distintos grupos,
adonde llegan marchas de un sector social o de donde parten las de otro sector popu
lar; sensaciones de peligro en centros de ciudades seguras o emblemas que concentran
una fuerte referencia ciudadana representada en esculturas, ríos o recuerdos. Y así
también se presentan otras experiencias que nos permitan poner de relieve la ciudad
imaginada que viven nuestros ciudadanos del continente. Asimismo, cabe destacar
que me baso en las consideraciones sobre cada una de las ciudades realizadas por los
autores de los libros que integran el Proyecto citado,6 que edito. Presento distintas
ciudades y trato de encontrar situaciones similares en todas o muy particulares de
cada una de ellas para avanzar en la caracterización urbana de un continente, lo que
acerca estas reflexiones a un hacer literario de los mismos ciudadanos.
Aclaro que los centros sobre los que reflexiono en este escrito no son todos imagi
nados de la misma manera —y ése puede ser uno de los criterios fundantes sobre cuán
distintos son los imaginarios— en las distintas urbes, pero tampoco me ha interesado
exponer los mismos perfiles en cada una, sino que, más bien, he dado libertad para
representar cada uno según sus desbordes imaginarios más representativos, confiando
en que, al mirarlos en conjunto, nos den una visión del continente que las habita. En
esta operación se puede reconocer, también, que ideologías de los mismos autores de
los libros a los que retom o permanentemente en un ejercicio de inter-textualidad y de
cita comentada serán otro factor distintivo en la apreciación de cada urbe, y como me
baso en sus escritos —y muchas veces son sus propias voces las que hablan— se po
drán apreciar unas diferencias de «tono emocional» al abordar las unas y las otras. Sin
embargo he terminado por reconocer que cada autor tuvo el logro de acercar mucho
su tono literario con la mentalidad de cada una de las ciudades.
En Montevideo la «Ciudad Vieja» apenas se piensa como City bancaria. Montevi
deo se fue construyendo como una no-Buenos Ajresi (puertoain porteños), que sondos
del otro lado del río de La Plata, como frontera que divide y*también integra. A pesar de
la «paradoja de rivales y hermanas, para los montevideanos no existe ciudad más afín
a la suya que Santa María de los Buenos Aires». Hoy, según constatan Luciano Álvarez
y Christa Huber en Montevideo imaginado, la bahía ya no figura en el imaginario de los
montevideanos:
Al seguir indagando por su centro o como allí se le llama, la Ciudad Vieja, encon
tramos que para los montevideanos es una figura representativa, pero no sólo de la
6. C uando las citas de los escritores de los libros del Proyecto son extensas, las tran scrib o en bastadiíía y de
esta m an era d ar cab id a en la m ism a escritu ra a las d istin tas voces autoriales.
46
arquitectura y de venta de platos locales como de su reconocida carne bovina: la ciu
dad del mundo que consume más carne por habitantes, sino que también corresponde,
en cuanto a espacio físico, a una área urbana lim itada p or la línea donde estuvieron,
hasta mediados del siglo XIX, los muros que rodeaban a la ciudad-fortaleza. Sin embar
go, la misma Ciudad Vieja pugna por salir de su alternancia entre City bancada y
tugurio portuario habitado por marginales y desgastadas prostitutas, que poco se pa
recen a la letra del tango. Mañana zarpa un barco: ya no son «muchachas de ojos
tristes» que nos vienen a esperar.
De acuerdo con nuestras estadísticas del Proyecto, en esa ciudad ante la pregunta
a los montevideanos sobre cuánto les gustan ciertos lugares, el 63 % sostuvo que el
Mercado del Puerto les gusta «mucho».
Foto 1: Venta de carne asada en Montevideo: la ciudad que más la consume en el mundo
(Foto de Óscar Bonilla)
47
liderada y administrada por el Estado a través de la Comisión Financiera de la Rambla
Sur, cuyas premisas eran: conectar eficientemente la península y los barrios costeros,
continuar el centro de la ciudad hacia la costa, proporcionar a la población de la Ciudad
Vieja un paseo marítimo, otorgar a «la ciudad del turismo» un poderoso atractivo y regu
larizar y embellecer el sector sur de la ciudad [Carmona, 1993: 89].
Los primeros [recorridos imaginarios] marcados por los trazos civilizatorios que
dieron forma a la ciudad del siglo XX, registrados en los imaginarios mediante diversos
sitios representativos del centro como el Obelisco, barrios como San Telmo en tanto
reservorio de la historia de la ciudad y en su opuesto Recoleta, como espacio de la moder
nidad, la elite y el ocio, el Teatro Colón, como fiel exponente dé la «alta cultura», entre
otros. Los segundos [recorridos imaginarios], pujando por dejar su huella sobreimpresa
en algunos de esos signos identificatorios y en otros territorios de la ciudad, a través de
itinerarios dibujados mediante la protesta visualizada en la forma de asambleas popula
res y/o barriales, cacerolazos que siguen los caminos locales y que desde los mismos
muchas veces han sido conducidos hacia la Plaza de Mayo, piqueteros que cortan calles,
rutas y puentes o bien a través de circuitos de la indigencia, marcados por los cartoneros,
los niños que piden, los nuevos ambulantes, la reproducción de los «amantes de Poní
Neuf», así como del empobrecimiento bajo los nuevos espacios de clubes de trueque, con
una suerte de auge hoy en franca decadencia y el retomo de las ferias de abastecimiento
en las calles de algunos barrios [Lacarrieu y Pallini, en prensa].
Los ciudadanos en nuestro estudio, según Buenos Aires imaginado (en prensa),
hacen de la ecuación centro = ciudad una fórmula de lo perturbador, por oposición a
los barrios, vistos como tranquilos y solidarios. Esta división se repite en otros centros
latinoamericanos donde las elites han migrado a «sitios tranquilos» hacia afuera de la
ciudad, lo que a su vez nos permite comprender las influencias de los Estados Unidos,
48
en especial del modo de vida califomiano. Esta apreciación es bastante entendible
desde la ocupación «real o física» de la ciudad: el centro o mejor el micro centro, en el
que se ubica la «City financiera y bancaria» aparece como un «lugar de paso o tránsi
to», ocupado entre las 9 y las 20 h y desierto los fines de semana cuando la gente no
trabaja (con excepción de algunas calles como Florida), mientras los ciudadanos resi
den en los barrios cercanos o alejados del centro.
El centro para los consultados, además de lo histórico, corresponde a la zona
bancaria, la denominada city porteña. Cuando se solicitó que se lo definiera en térmi
nos de tamaño, resultó que lo imaginan expandido y abarcando extramuros la zona de
los bancos y hasta tocándose con los límites de barrios como el Barrio Norte. No obs
tante, es muy común en esta ciudad, como en otras del mundo actual de comienzos del
milenio, referenciar diversos centros que tiene la ciudad, como el centro histórico (San
Telmo), el centro de poder político y religioso (Plaza de Mayo con sus edificios históri
cos), el centro comercial (variable según diversas centralidades como Florida, Santa
Fe), el centro de la cultura y el ocio (Corrientes, Recoleta), entre otros.
Varios residentes reconocieron, sin embargo, al centro histórico como un lugar al
que se accede a pie y se puede usar y en esto hay que hacer notar la diferencia, pues a
pesar del deterioro que ha sufrido Buenos Aires sigue siendo, no obstante, poseedora
de uno de los centros más usados, no sólo por sus habitantes, sino ahora por los nuevos
conglomerados turísticos que llegan de países de la región atraídos por los bajos pre
cios, por las divisas baratas y por los iconos de su cultura urbana, como Gardel, Borges,
Cortázar, el tango o, si no, el hoy más promocionado imaginario nacional, el fútbol,
encamado en la figura de Diego Armando Maradona. Imágenes de estos iconos porte
ños y nacionales pueblan parte del centro, se ven por las calles dispuestos a las fotos del
turista emocionado (véase foto 2).
Esos aspectos positivos que reconocen expertos en el mayor uso y referencia del
centro de Buenos Aires, respecto a otros centros de las ciudades del continente, se
deben a su accesibilidad a través de autobuses, trenes, Metro y de manera peatonal.
Todo ello contribuye a que hoy lo visiten durante el día cerca de dos millones de
ciudadanos.
La oposición centro-barrios, mencionada antes, remite también al centro del po
der y la periferia, también llamada antiguamente los bordes o arrabales de Buenos
Aires. Pero la definición de lo barrial y de cómo se constmye el sentido de este tipo de
espacio es lo que ayudará a clasificar lugares de la ciudad en tanto barrios o no-barrios,
al mismo tiempo que permitirá desde la misma ubicar la posición central, referente
ineludible y distante respecto de aquéllos.
El centro de Buenos Aires, al menos en su lado oriente, ha sido revitalizado en
algunos aspectos por la reconstrucción de Puerto Madero, pero se trata de un sitio
«m», enclave posmodemo y elitista de la ciudad, vigilado de modo privado, de alto uso
turístico. Se encuentra al lado del puerto, donde hoy viven alrededor de 100.000 habi
tantes que, luego de violentos desalojos, dejaron ver las condiciones perversas de las
actuales «recuperaciones» de lugares céntricos para una élite internacional, como lo
que ha pasado en Barcelona con la invasión turística que ha desalojado a sus habitan
tes, o en Santiago con su apertura. Este nuevo centro de Buenos Aires, según el estudio
de Lacarrieu y Pallini, creció al mismo tiempo que la crisis de los años noventa, la del
famoso «corralito» (retención del dinero de los ahorradores y cuentahabientes) que
puso en tela de juicio el sistema bancario y que, como ocurrió en otras partes como en
49
F o t o 2: Muñeco de Maradona con aire de tango en el centro de Buenos Aires
(Foto de Armando Silva)
7. Conclusión reiterad a p o r varios expertos en planificación que asistieron al encu en tro «Centros histórico
y suelo», en Quito.
50
como el lugar desde el cual se contempla la bonanza del país, la certeza de sus institu
ciones y la disciplina corporal de la ciudad» (Richard y Ossa, 2004). La taxjeta postal
que se estudió en Santiago hnaginado:
También habita este tiempo pues sus ftisios y escenas parisinas, sus cristalerías
británicas, sus valses y polcas, borran el rictus del temor y la violencia que coloca a los
«otros» (la chusma o el pueblo) fuera del perímetro geográfico de la legitimidad social
[Richard y Ossa, 2004],
□ negativa
■ positiva
□ otras
50 46____ 46
38
40 34 31 30
30
*
20
7,33
10
....
0
Zy
51
Desde la apertura económica de los años ochenta, los cambios en la situación de
la ciudad se han acrecentado vertiginosamente como se puede ver en su régimen de
exportaciones c importaciones, que superan con creces la producción local para el
consumo:
Los corredores que interconectan las céntricas calles Agustinas, Huérfanos y Com
pañía sirven de expresión de una microeconomía de objetos, vanidades, alimentos y cré
ditos que se juntan con lugares subterráneos habitados por peluqueros, reparadoras de
calzados, estudios fotográficos o talleres de «arreglarlo todo» para —finalmente— termi
nar en los pasillos de galerías saturadas de pequeñas tiendas de relojerías, carteras, pelu-
ches, ropa «íntima», etc. La trama da forma a un modelo de gavilla que retoma sobre sí
mismo: ni la vocación española del damero salva al centro del caos que nace de las
disjunturas entre fragmentos de vida y poses comerciales a menudo irreconciliables
[Richard y Ossa, 2004].
© Asunción
a Barcelona
a Bogotá
©Buenos Aires
© Caracas
B La Paz
a Lima
© México, D.F.
B Montevideo
© Panamá
a Quito
© Sao Paulo
a Santiago
52
El escritor Enrique Lihn, cuando se aprobó —bajo el régimen militar— la crea
ción del Paseo Ahumada desconfío del anhelo modemizador que ese paseo peatonal
buscó introducir en la ciudad como impostura:
El Paseo Ahumada iba a ser la pista para el despegue económico, un espacio para la
descongestión urbana. Se trataba de cultivar un oasis peatonal en medio de una ciudad
tan próspera como vigilada. La vigilancia es lo único que recuerda el proyecto, se la
mantiene con armas y perros policiales. En todo lo demás ocurrió lo que tenía que ocu
rrir. El Paseo es el pabellón en que se exhibe el quiebre del modelo económico. Son
razones de economía las que han convertido el Paseo en el gran teatro de la cmeldad
nacional y popular donde se practican todos los oficios de la supervivencia [Lihn, 1983].
La sonoridad fuerte y envolvente del centro puede ser otra característica de los
centros estudiados y a la cual se refieren Richard y Ossa para el caso de Santiago. Esta
hecha de una vocifería extraña y mutante que confunde las señales haciendo que todo
se reduzca a ruido.
Los consultados perciben a Santiago melancólica, sin goce y carente de alegría (34 %);
también la ven tocada por la tristeza (31 %), no la encuentran especialmente peligrosa,
pero se atreven a sentenciarla como insegura (33 %) y entre las contradicciones perceptivas
y los sentidos comunes hilvanados por la prensa, la política y el mercado, la vitalidad no es
un rasgo identificable (11 %).8Una calle emblemática del centro y que pesa en su proyec
ción simbólica es la Plaza Italia, que es recomendada por sus ciudadanos a quienes visitan
la ciudad, por lo que se deduce que es concebida como algo orguEoso para mostrar. En la
Plaza Italia converge la alegría deportiva con la rabia política, el festejo con la indignación
social.
También puede ser entendida desde sü misma ubicación geográfica como el eje que
ordena y distribuye la ciudad según escalas de pertenencia urbana que van desde lo alto
hacia lo bajo, tanto en lo topográfico como en lo social [Richard y Ossa, 2004],
La Plaza Italia separa al Santiago rico del pobre, a la vez que sirve de principal
sitio de encuentro colectivo que recibe todo tipo de espectáculos y fiestas:
[...] desde el festejo por triunfos deportivos de fútbol, la realización de misas al aire
libre de Semana Santa, los homenajes militares a la estatua del General Baquedano, hasta
mítines sindicales o políticos [...].9 Visitada —en su mayoría— por jóvenes, Plaza Italia
8. La p reg u n ta del cu estio n ario ¿Cómo percibe su ciudad? ofrecía cinco alternativas no excluyentes, p erm i
tien d o m a rc a r m ás de u n a, ra z ó n p o r la cual los au to res de Santiago Imaginado su m a ro n el to tal de respuestas
p a ra alcan zar el 100 %.
9. R ich a rd y O ssa (2004: 52) m u e stra n que el 35,5 % de los consultados aso ciaro n a la P laza Ita lia co n el
encu en tro , la celebración, el tu m u lto o la aglom eración de personas, lo que viene a consolidar u n h áb ito in au g u
rad o d u ran te las m an ifestacio n es políticas de los ochenta, y que se traslad a du ran te los noventa a la celebración
deportiva o futbolística, prin cip alm ente.
53
hospeda el frenesí de una cultura ex-céntrica que busca entre el Parque Forestal y Bellavista,
lo usual (el paseo) y lo transgresivo (la drogadicción). El papel de «límite simbólico» y
geográfico que ostenta la Plaza la dispone a la trashumancia juvenil. Es una frontera
sorda donde a determinadas horas de la madrugada se encuentran y se obvian pandillas,
traficantes, taxistas, puestos improvisados de comida casera, niños-vendedores,10 borra
chos y trabajadores que circulan por el sector según su tumo laboral. La performance
territorial de la Plaza hace converger en ella la diversidad de los viajeros del Metro que,
subterráneamente, se desparraman por la ciudad a partir de una estación —Baquedano—
que hace de punto de conexión [Richard y Ossa, 2004: 52 y ss].
No hay que olvidar que la Plaza Italia de Santiago es el lugar desde donde se
controla las actividades ciudadanas con cámaras (foto 3).
Si pensamos ahora en ciudades ubicadas más al norte del continente, tenemos que
sus centros son aún más abandonados o menos atendidos. Quito, en especial en las horas
de la noche, se tom a casi de uso exclusivo de sectores populares o indígenas, abriéndose
una doble personalidad en su concepción: la diurna y la nocturna, como también ocurre
en Bogotá, Santiago, y en el Distrito Federal de México, así como en Caracas y otras más.
En Caracas, por ejemplo, se habla en lenguaje cotidiano de «minas» en referencia a la
zona donde quedaban las pomposas torres del afamado Hotel Hilton, en pleno centro. Al
preguntar en México DF por los lugares de la ciudad a los cuales llevaría a pasear a
familiares que vinieran de provincia, aparecen mencionados con intensidad sitios cén
tricos como El Zócalo y la Catedral Metropolitana, los mismos que muestran las fotos de
prensa o las postales (Aguilar, 2003). Esto permite plantear, y ampliándolo a otras ciu
dades latinas, que «la iconografía urbana m ira al centro», pero también sus habitantes
—sin excepción— en las ciudades estudiadas ubican su primer sitio de reconocimiento
de la ciudad en esa misma zona central (gráfica 4).
mi. U E |
Foto 3: Plaza Italia en Santiago, lugar donde se inician las cámaras de seguridad ciudadana
(Foto de José Errázuriz)
10. E n Chile, según la OIT, el 2 % de la población infantil trab aja p a ra ay u d ar a sus hogares, rep resen tan d o
u n to tal de 125.000 n iños que tien en en tre 6 y 17 años, y obtienen en prom edio p o r sus faenas n o ctu rn as (espe
cialm en te de jueves a dom ingos) ingresos en tre 5.000 y 25.000 pesos (R ichard y Ossa, 2004: 93 y ss.).
54
En contraste, el centro se desocupa y el crecimiento de su población es negativo en
la mayoría de las ciudades grandes del continente, convirtiéndose en lugares de paso.
Tal pareciera ser, entonces, que el proceso de urbanización en Latinoamérica aleja
cada vez más a la ciudad de su centro mientras éste adquiere mayor relevancia a nivel
simbólico y político.
Quito, fiel representante de las ciudades andinas, fue la primera en lograr que su
centro histórico fuese inscrito en la lista de la Convención del Patrimonio Mundial de
la Unesco. Hernán Crespo, ex director de Cultura de ese mismo organismo, señala que
en América Latina la conservación de los monumentos había sido, antes del reconoci
miento de Quito, una tradición más que centenaria, especialmente en México y Perú,
pero también en otros países en los que el legado de las culturas prehispánicas y sus
excepcionales edificaciones del período colonial habían propiciado el interés de algu
nos científicos e intelectuales por su estudio y conservación. Sin embargo, no era opi
nión generalizada, ni mucho menos, la necesidad de conservar los testimonios del
devenir cultural y social de los pueblos que podían no tener un valor excepcional si no
se los vinculaba con el contexto histórico y antropológico. Así, este autor señalaba:
Se creía, más bien, que esos testimonios que no tenían carácter monumental, que
habían pasado de generación en generación, debían desaparecer de los centros de las
urbes puesto que eran una rémora para el progreso [Crespo, 2004].
55
conciencia —incorporada en los planes reguladores de las ciudades continentales. En
particular esto se observa como una concepción de los planes para el futuro. Así, todo
plan de ordenación debiera realizarse de forma tal que permita integrar al conjunto
urbanístico los centros o complejos históricos de interés ambiental o paisajístico. En
las «Normas de Quito» prevalecen, de acuerdo con Crespo (2004), «criterios pragmáti
cos que vinculan la conservación del patrimonio especialmente con el desarrollo turís
tico y sus consecuencias económicas». Se desprende así que la cultura empieza a
asumirse en varios casos como ingrediente fundamental del desarrollo, y así lo aceptan
varios organismos financieros internacionales que financian obras de reestructura
ción de los centros históricos.
Los autores de Quito imaginado, Milagros Aguirre, Femando Cam ón y Eduardo
Kingman, sostienen que la expansión urbana plantea la distinción entre la ciudad colo
nial y la ciudad moderna, dando lugar al nacimiento del llamado centro histórico. En
1966 se delimita por primera vez el área y se definen políticas de preservación, siendo
una de ellas:
56
Gráfica 5. Sitios que identifican a Quito,
según sus ciudadanos
Sus calles estrechas son, por las mañanas, lugares de constante congestión, tanto
vehicular como peatonal. Pero por las noches viene el silencio. La ciudad histórica duer
me, se va convirtiendo en un espacio vacío, los intentos por darle vida son muchos, entre
ellos, la recuperación de casas para vivienda de la clase media. El centro ha sido descui
dado, se envejeció y, como viejo, ha quedado abandonado a su suerte hasta épocas muy
recientes. Las élites se mudaron a partir de la década de los veinte en el siglo pasado. Al
abandonarlo desarrollaron una nostalgia por el centro, hablan de recuperarlo y en los
últimos años han apoyado políticas dirigidas a hacerlo. Pero el centro tiene un significa
do distinto para los sectores populares que, por el contrario, permanecen ahí [Aguirre,
Camón y Kingman, 2005].
Cada nueva situación desdibuja los límites de la ciudad. Durante los levantamien
tos indígenas, por ejemplo, los parques de El Ejido y de El Arbolito se convierten en
frontera entre un norte y un sur imaginados. Las marchas indígenas generalmente par
ten de ahí para dirigirse al centro, representación simbólica del poder, mientras que las
concentraciones organizadas por las elites parten siempre del norte, por lo general la
avenida de los Shyris, junto al parque de La Carolina, y terminan en El Ejido [Aguirre,
Camón y Kingman, 2005].
Esta referencia a unas fronteras imaginadas y que actúan como marcas sociales,
aparecen también en varias otras ciudades. Por ejemplo, es también éste el caso de
Caracas con referencia a la autopista del Este que conecta al centro y que marca dife
rencias entre sectores medios adinerados y los sectores populares, en una evidente
visualidad (foto 4). Pero también es el caso de Sao Paulo detrás de la Plaza de la Repú
blica, donde en verano ciertos ciudadanos pueden bañarse, dándole al centro un parti
cular uso recreativo para sus habitantes.
57
F o t o 4: División visual y social de Caracas según la Avenida Oeste
(Foto proyecto Caracas Think Tank)
Otra ciudad andina, como es La Paz, se reconoce por un rasgo cultural evidente:
alberga una presencia de población indígena más intensa que en todas las demás ciu
dades de la región americana. El rostro aymara, quechua y mestizo es una presencia
visual constante en el centro de la ciudad. De acuerdo con las estadísticas (INE, 2002),
un 45 % de la población urbana de La Paz es indígena y proviene de las masivas migra
ciones del altiplano boliviano que se dan desde mediados del siglo XX. Al mismo tiem
po, casi un 53 % es mestiza, pero con profundos rasgos indígenas. En La Paz, el por
centaje de grupos de origen europeo es muy bajo, menos del 3 %.
Carlos Villanueva (en prensa), autor de La Paz imaginada, analizando el centro de
su ciudad pone de relieve lo siguiente:
•
Es la ciudad que se bloquea y autoflagela por todos los males nacionales en pago a
una exacerbada centralidad que dura casi un siglo. Por ser el crisol nacional, donde se
hierven centenariamente los problemas políticos de todos, cada pliegue de la topografía
urbana conlleva su propia historia y su verdad política: asesinatos, revoluciones, mítines,
masacres, conspiraciones y revueltas son huellas indelebles en el paisaje urbano paceño.
Pero paradójicamente, la protesta convive con la fiesta. En esta ciudad jamás se han
acallado los ritmos y los bailes ancestrales que se recrean año tras año en las variadas
entradas folklóricas que toman por asalto la ciudad y que son convocadas por motivos
religiosos o por razones de pervivencias culturales. Miles de danzarines y decenas de
bandas de música bailan o ensayan sus bailes durante todo el año. Sin miramientos a la
condición de clase o a la escala económica, la fiesta folklórica es un movimiento conti
nuo y un sonido persistente que siempre se percibe en la atmósfera paceña y junto a los
pliegues topográficos bailan también los pliegues de las polleras de las cholitas que giran
sin pausa en nuestro imaginario colectivo. En una superposición incomprensible, sin
prioridades visibles, los paceños conviven el día a día entre el baile y la retórica política,
sumidos a plenitud en una dualidad cíclica, de raigambre precolombina, que muy difícil
58
mente puede digerir una visión occidental afincada en la coherencia y la consistencia
[Villanueva, en prensa].
La Paz posee una estructura simbólica y una red de imaginarios urbanos que se
basan en representaciones y narraciones de fuerza y extensión locales y enraizadas.
Seguramente, este imaginario se ha podido gestar en un encierro natural de fuerte
autorreferencia.
Villanueva, destaca que después de 1985, la ciudad sufre una inaudita e incom
prensible división. Por un decreto originado en presiones de intereses políticos, el área
de la ciudad que se halla en el altiplano a 4.000 metros de altitud, llamada El Alto, se
escindió formando artificialmente una ciudad distinta. Ésta es una característica pro
pia de esta ciudad, que no se presenta en las otras ciudades latinoamericanas estudia
das. Ello ha generado una serie de manifestaciones y demandas en permanente con
frontación entre una ciudad que tiene más, como La Paz, y otra que es desposeída, El
Alto, creándose una delicada pugna entre ellas.
Las encuestas aplicadas en el proyecto sobre La Paz imaginada revelan un fuerte
reconocimiento de la topografía y las montañas circundantes como la mejor manera
de imaginar y dibujar el centro de la ciudad. Junto a su topografía elocuente que se
impone por su altura a quienes allí llegan (piénsese en los futbolistas internacionales
derrotados desde antes del partido por la altura), la ciudad de La Paz se caracteriza
porque su centro presenta una tram a urbana estrecha extendida sobre un solo eje
troncal, la Avenida El Prado. Esta avenida se fue consolidando históricamente y permi
te ahondar las tensiones cuando un grupo social toma cualquiera de sus calles o plazas.
«Con sólo m archar por El Prado y sus prolongaciones, la ciudad en toda su extensión
puede ser literalmente bloqueada» (Villanueva). Esta situación ocurre con frecuencia y
genera, para los transeúntes, una visión de tumulto, de protesta o de fiesta colectiva.
Este accionar colectivo según Villanueva tiene un guión perverso y puede poner en
la escena callejera los actos imaginados por la mente más proíífica que pudiera existir
en la dramaturgia urbana.
Con una necesidad de renovación constante, las protestas paceñas han inventado
las formas más creativas y trágicas para conmover al transeúnte y por ende a las autori
dades. Aquí y con mucha anterioridad (a las actuales intervenciones del arte público
urbano) se han recreado crucifixiones colectivas en el eje central en una imagen intermi
tente de despojos humanos atados a improvisadas cruces, a lo largo de las principales
avenidas de la ciudad. Rentistas o jubilados de la tercera edad o infortunados mineros
despedidos por la mutación violenta de las relaciones del mercado, se han amarrado en
cruces pegadas a los postes de iluminación, a las rejas de la Universidad o a los muros de
los edificios públicos. En un fenómeno político y social que lacera cotidianamente y que
tiende a incrementar las tensiones del drama social y urbano; a finales del siglo XX y
comienzos del XXI, el espacio público en la ciudad de La Paz es prioritariamente el esce
nario de confrontación que reúne la lucha de clases que se da en todo el contexto nacio
nal. En ese abanico de múltiples protestas, los crucificados en La Paz son la representa
ción social, inserta en el paisaje urbano, de la exclusión y del empobrecimiento que se
automartiriza como forma inusual de protesta, que prefiere sacrificarse a sí misma para
generar una catarsis colectiva de corte masoquista y lastimero [Villanueva].
59
sale de los museos a las calles, pero por otro lado las ciudades entran a los museos y sus
aconteceres se vuelven museables, como exhibición de fotos urbanas, instalación de
cafeterías y restaurantes en los museos o incluso la llegada a los museos de nuevas
tecnologías y de exhibiciones mundanas con temas urbanos como shopping y sus mo
dos de relacionar a los ciudadanos con el consumo, o también el hecho de ver cine en
galerías, como antes se hacia en los barrios. En estas situaciones La Paz, en especial en
su uso de la calle, informa sobre estos vínculos entre el arte y el espacio público.
Según Carlos Villanueva, podríamos afirmar que en La Paz suceden a diario una
serie de performances artísticas hirientes y de gran intensidad que dejan a los artistas
locales y a sus obras como pálidos reflejos de alguna intensidad creativa. El grupo
político, artístico y de género «Mujeres Creando»:11
Ha pintado penes al pie del obelisco principal de la ciudad como una alusión perver
sa al machismo local que es, sin duda, de una patética falocracia; ha recreado pública
mente actos de amor lésbico entre sus participantes y ha regado de tinta roja —a modo
de sangre— las piedras de la Plaza Murillo o de la casa de un ex presidente, como accio
nes que tienen múltiples interpretaciones y efectos en el mundo de los significados urba
nos [Villanueva].
Un aspecto que llama la atención en La Paz es la exhibición del cuerpo. Desde las
mismas cholas que muestran sus atavíos vistosos, hasta la congestión de transeúntes
en los días de huelga —y casi todos lo son— y los actos de arte que se ven a diario, todos
ellos muestran que la experiencia corpórea en su relación con la materia urbana es
directa y brutal. Un ejemplo de esto es:
11. «M ujeres C reando» es u n colectivo fem inista que produce arte visual, literario y m usical, que realiza
acciones de arte. E stá conform ado p rincipalm ente p o r M aría G alindo y Ju lieta Paredes, quienes h a n d esarrolla
do u n am plio espectro de p ro p u estas políticas y artísticas.
60
no es para la perspectiva de los imaginarios urbanos, como podría pensarse desde una
sociología de corte tradicional, una sobrevivencia de lo rural en lo urbano, sino muy
por el contrario, el surgim iento de nuevas m aneras de ser urbanos en el continente.
Esto es parte de nuestro patrimonio de seres urbanos en el continente.
En el caso de Bogotá, otra de las ciudades andinas que comparte varias de sus
características con las anteriores, sus ciudadanos han sido educados para entender el
centro como parte concreta de una división física. Si Bogotá se compone de veinte
localidades distribuidas en seis zonas geográficas, el centro será una de ellas, y cada
una arroja distintos aportes poblacionales: occidental (33 %), sur-oriental (23 %), sur-
occidental (16 %), norte (12 %), centro (11 %), chapinero (5 %). Así, lo que se llama
centro, dentro del cual está el centro histórico, es algo como la décima parte de la
totalidad de la ciudad. Para los ciudadanos consultados, los siete sitios reconocidos
como suyos son los siguientes:
50 ,
Uno de los aspectos más significativos de estos lugares es que todos ellos están
ubicados en el centro. Estos lugares se han convertido en emblemas urbanos de la
arquitectura bogotana. Esto muestra —como en las otras ciudades ya consideradas,
desde México D.E hasta Buenos Aires— que Bogotá en su centro posee una alta con
centración simbólica. Contrasta con esta circunstancia su poco uso social, ya que es
uno de los lugares menos preferidos para visitar por sus ciudadanos de clases medias y
altas, a no ser en plan turístico. El centro histórico de Bogotá lo visitan diariamente
alrededor de un 1.500.000 ciudadanos y sólo lo habitan cerca de 250.000 personas.
Al revisar (Silva, 2003b: 69) la riqueza arquitectónica de Bogotá encontramos que
los bogotanos tienen «zonas mentales» sobre la belleza construida que se pueden orga
nizar de acuerdo a seis tipos de objetos: barrios, plazas, iglesias, edificios, entidades y
parques. Dentro de los barrios resultan característicos del centro de Bogotá los si
guientes, considerando que suman el 80 % del total: La Candelaria, Teusaquillo, Palermo,
61
Santa Fe, Macarena, Concordia, Cruces, Egipto, San Victorino y Centro Internacional.
En cuanto a las iglesias, en el centro se reconocen a la Catedral Primada de Colombia,
Monserrate, San Francisco, 2b de julio, con u n 73 % del total. E n el plano délos edifi
cios se apuntan: la Biblioteca Nacional, Maloka (Museo de Ciencia), Museo Nacional,
Museo del Oro, Museo de Arte Moderno, Planetario, Auditorio León De Greiff, Plaza
de Toros, Avenida Jiménez, Campín, Quinta de Bolívar o Camarín del Carmen. El 90 %
del total de los edificios reconocidos están en el centro. Además de esto, en el centro se
reconocen varias de las universidades y escuelas más prestigiosas de la ciudad, lo que
contribuye a que sus calles por momentos, durante las horas del día, se constituyan en
paseos de jóvenes universitarios revitalizando sus espacios.
Cuando la memoria de los bogotanos identifica los lugares más representativos, o
bien cuando piensa la ciudad como una totalidad, no reconoce sitios del sur de la
ciudad. Esto es similar a lo que ocurre en Quito, donde también la ciudad se divide,
imaginariamente, en una zona sur para los pobres y una zona norte para los ricos, y
unos pocos lugares en el occidente, sólo lugares de tránsito. Se reconoce a la Bogotá del
centro y luego a la del nororiente como representativas de la ciudad visual. No es que
no haya expansión hacia el sur y occidente, donde habita el 72 % de los bogotanos y,
por lo tanto, son las zonas de mayor concentración poblacional. Suba, en el noroccidente,
es una de las zonas más habitadas de Bogotá. Sin embargo, mereció escasas mencio
nes en nuestras estadísticas. No obstante, el nuevo desarrollo de la llamada Ciudad
Salitre le ha dado un nuevo peso al occidente y al sur, y se espera que adquiera aun
mayor auge con la creación de zonas verdes (lo que más extrañan sus habitantes) y lo
mismo con la construcción de ciclovías y complejos habitacionales, así como bibliote
cas públicas.
La construcción de ciclovías en Bogotá (foto 5) puede considerarse el aconteci
miento que mayor vida le ha dado a la ciudad y al mismo centro, ya que permiten que
los domingos y días festivos, se usen las calles con fines exclusivamente peatonales.
Una de ellas, la Carrera Séptima, la más importante de la capital colombiana, llega y
atraviesa al mismo centro caracterizándolo y creando una rica diversidad de paseos
dominicales desde todos los rincones de la ciudad, dándose el muy famoso y
bogotanísimo «septimazo».
El nororiente de Bogotá, donde se ubican los sectores sociales más privilegiados
económicamente, representa también, junto con el centro mencionado, la zona de «si
tios» más reconocidos de la ciudad. Esto es desalentador pues con diferente informa
ción para indagarla ciudad imaginada (estadísticos, colecciones de fotos, asociaciones
verbales, representación de la ciudad en los medios), se encontró algo similar, sus ciu
dadanos representan la ciudad por el centro y el nororiente. Algo parecido ocurre en
relación con su representación arquitectónica y zonal de la ciudad: la Bogotá que apa
rece en las mentes, como hecho cultural, es elitista y excluyente. Vale ahora la pena
examinar otra memoria, no la de los sitios sino la de los hechos, para seguir avanzando
en las cualidades de sus croquis urbanos.
En la memoria, como construcción imaginaria, también el centro es determinan
te en Bogotá. Más del 50 % se refiere a dos hechos de sangre. Uno es «la toma del
Palacio de Justicia» (ubicado en el centro) por parte del grupo guerrillero M-19 que
terminó con la orden militar de evacuarlo a sangre y fuego, bajo la presidencia de
Belisario Betancourt en 1986 (29,7 %). Si revisamos la memoria en la historia de la
ciudad, la situación también es céntrica. La segunda parte del siglo XX en Colombia
62
Foto 5: Ciudadano en cidovía bogotana: una de las conquistas para caminar el centro
(Foto Guillermo Santos)
nace, efectivamente, con el asesinato ocurrido en 1948, del líder popular Jorge Eliécer
Gaitán. Ese acontecimiento tuvo lugar en una esquina de la Bogotá vieja. Este hecho es
considerado por un 60 % de los consultados como la gran herida de Bogotá, situándose
imaginariamente como el (verdadero) inicio de la violencia colombiana de su actual
etapa y como una de las bases para el desarrollo urbanístico de la ciudad moderna.
Este drama bogotano dejó también profundas huellas en la creación cultural, en la
arquitectura, el arte y los medios. La literatura misma, como el cine o luego la televi
sión, fueron rápidamente receptores de tales acontecimientos.
Si se explora la memoria sobre la riqueza botánica, el centro vuelve a sobresalir.
De los cerros orientales del centro bajan todavía burros cargados con hojas de eucalip
to, con sahumerio purificador y la flor del saúco que riega su aroma dulce por patios y
calles de la ciudad. Hoy en día el centro bogotano se llena de parques y las obras de la
vieja Plaza España y del Parque del Tercer Milenio y una alameda que los une van a
constituirse en uno de los parques más grandes de América Latina y, sin duda, en el de
mayor esfuerzo reciente para ganar naturaleza en zonas céntricas de las ciudades de
este continente.
Se puede decir entonces, como conclusiones preliminares, que los centros de las
ciudades de América Latina m antienen aspectos comunes tales como la concentra
ción del poder simbólico, como lugares de ejercicio del poder y como lugares de
desarrollo de las zonas financieras. Los centros son lugares en donde se concentran
las mayores riquezas arquitectónicas de las ciudades latinoamericanas. Los centros
han caído en el abandono por parte de sus élites sociales. Los centros viven ahora
ciertos impulsos de renovación urbana que llegan con fuertes olas especulativas. Los
centros se llenan de ventas callejeras, en especial de comidas y en algunos casos de
productos de baratija de la economía global.
En su proyección inmaterial también habría que subrayar algunos temas que
cruzan los centros de América Latina. Uno de ellos es que son referidos como lugares
63
de la mayor importancia histórica y, por tanto, tienden a verse como lugares del pasa
do. Los medios refuerzan su poder de representación en las noticias diarias. La pro
ducción industrial de tarjetas postales muestra una gran concentración en la ecuación
centro = ciudad. Los espacios centrales poseen más conexiones con la red mundial,
mientras las actividades culturales siguen siendo de importancia en sus representa
ciones colectivas.
Otras conclusiones para algunas de las ciudades estudiadas, y posiblemente en
proceso de convertirse en tendencias generales, es que hay varios planes de reestructu
ración en ciertas ciudades en franca lucha con la idea de recuperar los centros por
corporaciones privadas que term inan privatizando espacios públicos para pequeñas
élites nacionales e internacionales. Otra tendencia favorable en algunas ciudades co
rresponde a un uso escolar y universitario en casonas y edificios del centro, lo que
podría revalorizar estos espacios en las horas nocturnas como ya lo ha hecho en el día.
Y quizás otra conclusión relevante pasa por el turismo, el cual puede ser, además de
importante fuente de recursos, motor para impulsar importantes reformas en su espa
cio y en su habitación. En este aspecto no puede desconocerse que el turismo desbor
dado y superestimulado, como en el caso de Barcelona, puede conducir a una especie
de enajenamiento de los sitios y a una ruptura imaginaria desde sus propios habitantes
que pueden sentir que sus centros —y por extensión su ciudad— ya no les pertenece
(Escoda, 2004). Otra pista final para la comprensión de la mayoría de estos centros,
relacionada con la percepción de mugre e inseguridad, es reconocer a la policía y los
nuevos controles de las industrias de seguridad como nuevos protagonistas urbanos en
América Latina.
En fin, hablar de los centros de las ciudades es ponemos en el centro mismo del
litigio contemporáneo: ¿hacia dónde van las ciudades en pleno auge y desarrollo de la
inteligencia artificial y de las mayores telepresencias urbanas? En otras palabras, cómo
los ciudadanos, al dimensionar su futuro, lo ven como un «hecho tecnológico», lo que
quiere decir que la ciudad se irá usando menos, frente a la casa todopoderosa e
hiperconectada. Así, los centros producen fascinación, incluso para actos terroristas
(como el del 11-S de Nueva York, el del 11-M en Atocha [Madrid] y luego en el Metro de
Londres, por citar tres casos internacionales recientes). Los centros también inspiran
nostalgia, como se pudo ver en todas las ciudades estudiadas. De este modo los centros
de las ciudades latinoamericanas conllevan hoy fuertes Conexiones contradictorias en
sus evocaciones, entre miedos, esperanzas y nostalgias como tal vez los tres mayores
sentimientos que despiertan. Se trata quizás de la llegada de una nueva época para
América Latina, donde las ciudades temen desaparecer para en su lugar crecer urbani
zaciones que sólo miran al centro desde lejos.
Los significados políticos de las ciudades perm anecen intactos. Al examinar los
acontecimientos políticos de los últimos días se puede ver el uso del centro como el
lugar privilegiado de la contienda. Ejemplos de ello son las m archas ciudadanas que
concluyeron con la caída del coronel Lucio Gutiérrez en Quito en abril de 2005, que
se realizaron por la Avenida Amazonas en el centro de la ciudad; los movimientos de
protesta contra la visita de Bush a la Cumbre de las Américas en Mar del Plata en
noviembre de 2005, que derivaron en manifestaciones en la capital argentina alrede
dor de la Plaza de Mayo (ya de por sí hecha mítica por el movimiento de las madres
después de la dictadura); las últimas manifestaciones en pro y contra de Chávez en
Venezuela que se concentran en la Plaza Altamira, o los movimientos ciudadanos en
Bogotá para que los habitantes desplazados que llegan de otras provincias sean es
cuchados, que se hacen tomando como escenario las iglesias ubicadas en el centro
de la ciudad.
Al imaginar los centros de sus ciudades, los ciudadanos sin percatarse suficiente
mente relacionan intenciones con estados emocionales tales como creencias, rabias,
recuerdos, nostalgias, anhelos, que dibujan sus futuros urbanos. Así, el centro no sólo
es un hecho geográfico, sino un lugar del desprendimiento hacia otros modos de orga
nizar las nuevas urbes.
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65
Uso de los espacios públicos
y construcción del sentido de pertenencia
de sus habitantes en Barcelona
Anna Ortiz Guitart
Universidad Autónom a M etropolitana, Unidad Iztapalapa, México
y Universidad Autónom a de Barcelona, España
Este trabajo muestra, por un lado, el uso y la apropiación de las mujeres y los
hombres de unos espacios públicos determinados de Barcelona y, por otro lado, la
construcción del sentido de lugar y de pertenencia de los residentes de los barrios
donde se han localizado los espacios públicos estudiados.1Los espacios públicos selec
cionados para el estudio son la Via Júlia, en el barrio de Prosperitat, y la Rambla del
Raval, en el barrio del Raval, situados, respectivamente, en los distritos de Nou Barris
y de Ciutat Vella de Barcelona.12
Los objetivos principales de este trabajo son, en primer lugar, mostrar el impacto
que tienen los espacios públicos en las actividades de las personas en la ciudad con el
fin de conocer los efectos y las repercusiones (uso y apropiación)3de los espacios públi
cos sobre la vida cotidiana de los residentes, ya que solamente de esta forma podrán
conocerse los aciertos y los fallos de su proyección y mejorar la planificación y el dise
ño de nuevas operaciones urbanísticas sobre los espacios públicos en la ciudad. En
segundo lugar, entender cómo se construyen los sentidos de pertenencia de las perso
nas en un lugar determinado y cómo éstos pueden fortalecerse mejorando la calidad
urbanística y ambiental del entorno donde viven mediante la potenciación de la parti
cipación ciudadana en la toma de decisiones.
1. E ste tra b a jo es u n a v ersió n re su m id a de la tesis d o cto ral titu la d a «G énero, espacios p ú b lico s y co n s
tru c c ió n del se n tid o de p e rte n e n c ia en B a rcelo n a (los b a rrio s de P ro sp e rita t, el V erdum y el Raval)», d e fe n
d id a en el D ep artam en to d e G eografía de la U niversidad A utónom a de B a rcelo n a (E sp añ a) e n a b ril de 2004.
A dem ás este tra b a jo se e n m a rc a d e n tro del p ro y ecto «K onzepte u n d S tra te g ie n in R a u m p la n u n g u n d -
g estaltu n g , die au s fe m in istish e r S ich t zu m A bbau vo n so c ial-rau m lich er A usgrenzung b eitrag en » , fin a n c ia
do p o r la F u n d ació n V olksw agen (2000-2003) y en el que p a rtic ip a ro n la U níversitát H an n o v er (A lem ania), la
U niv ersid ad A u tó n o m a de B a rcelo n a (E sp añ a) y el C entre N atio n al de la R ech erch e S cien tifiq u e de P arís
(F rancia).
2. El m u n icipio de B arcelona, co n u n a superficie de 10.096 hectáreas y 1.582.738 h ab itan tes, está dividido
en diez d istrito s ad m in istrativ o s (dos de ellos son N ou B arris y C iutat Vella) y dividido a la vez en num erosos
b a rrio s histó rico s que co n fig u ran los d istrito s (P ro sp eritat y el Raval so n los nom bres de algunos de los b arrio s
que co n fig u ran Nou B arris y C iu tat Vella) (A yuntam iento de B arcelona, 2004).
3. El uso del espacio público hace referencia al n ú m ero y perfil de los usuarios, m ien tra s que su apropiación
h ace referen cia a las form as de uso específicas, a las actividades y relaciones que tien en lu g ar en el espacio
público (Paravicini, 2002; K ram er, 2002).
67
Los espacios públicos en la ciudad: diversos enfoques y perspectivas
68
tos domésticos o familiares (recogiendo a los hijos/as del colegio, acompaftándolas/las
al médico/a, a actividades extraescolares, comprando, etc.) (Justo, 2000).
Los espacios públicos tienen significados múltiples y variados según las activida
des cotidianas de la gente que los usa. Algunos autores consideran que los espacios
públicos urbanos han contribuido a liberar a las mujeres de la dominación masculina
y las normas burguesas (Wilson, 1995). Estas visiones contrastan con las de otros auto
res que ven los espacios públicos como espacios inaccesibles y peligrosos para las mujeres
(Valentine, 1989; Pain, 1997).
Para terminar con estas reflexiones, pensamos que el éxito o el fracaso de la plani
ficación urbana en la creación o la remodelación de espacios públicos urbanos debería
ser evaluada midiendo por un lado el número de usuarios y usuarias y por otro m iran
do la diversidad de perfiles de la gente que los usa, así como la variedad de actividades
e interrelaciones que tienen lugar en ellos. Si los espacios públicos alcanzan resultados
satisfactorios en ambos sentidos pueden contribuir significativamente a mejorar la
interacción social y reducir la exclusión basada en la clase social, el origen étnico, la
edad o el género.
69
La geógrafa Fenster (2003,2004) ha profundizado recientemente sobre los múlti
ples significados que se encuentran dentro del concepto de sentido de pertenencia. La
autora deconstruye el sentido de pertenencia —asociado tradicionalmente a los luga
res sagrados, simbólicos y al territorio— y lo defíne como el conjunto de sentimientos,
percepciones, deseos, necesidades... construido sobre la base de las prácticas y activi
dades cotidianas desarrolladas en los espacios cotidianos. Fenster (2003) propone apro
vechar el conjunto de conocimientos que da la experiencia de la vida cotidiana en un
lugar concreto (el local embodied knowledge, según la autora) para potenciar la partici
pación ciudadana en la práctica de la planificación urbanística y crear y fortalecer, de
esta forma, el sentido de pertenencia de las personas en el entorno donde viven.
Estas ideas teóricas, tanto las relacionadas con los espacios públicos como con la
construcción de los sentidos de lugar y de pertenencia, han sustentado el trabajo empí
rico que se presenta a continuación, previa presentación de la metodología utilizada y
el contexto urbanístico y social de los barrios estudiados.
70
en el barrio. Un tercer grupo sería el de las personas «inmigradas» procedentes de
países extracomunitarios con niveles de renta bajos y diferentes niveles de instrucción.
Como se ha indicado anteriormente, se efectuaron también entrevistas informati
vas a agentes sociales, profesionales de la arquitectura y urbanistas con el objetivo de
conseguir un conocimiento más profundo de las asociaciones de vecinos y de la vida
cultural del barrio, así como de las consecuencias socioespaciales de las actuaciones
urbanísticas llevadas a cabo en los distritos.
Finalmente, se realizaron observaciones directas en los espacios públicos selec
cionados: la Via Julia y la Rambla del Raval. Estas observaciones permitieron mapificar
el uso de estos espacios públicos según las variables de sexo y grupos de edad. Los
mapas de uso y de apropiación tienen como objetivo ilustrar el número de personas
que usan el espacio público, su localización dentro del espacio, así como las
interrelaciones entre las personas y las actividades allí desarrolladas. Durante la ob
servación se registraron, además, descripciones detalladas del ambiente general en
cada uno de los espacios públicos. Estas descripciones pretendían captar detallada
mente la vida en el espacio público haciendo especial énfasis en la descripción del uso
y de la apropiación de las personas usuarias.
71
Una de las prioridades del nuevo Ayuntamiento fue buscar soluciones para estos
problemas anteriormente señalados en los barrios periféricos y céntricos de la ciudad,
incluyendo en esta estrategia la creación de espacios públicos de calidad. Además de la
escasez de plazas y espacios verdes, la red de transporte público y de infraestructuras
sociales y culturales era muy débil, y por ello era objeto de fuertes críticas por parte del
activo movimiento social y vecinal de Barcelona. Según Braja y Muixí (2001: 70), las
acciones llevadas a cabo en los espacios públicos constituyeron «una oportunidad para
la justicia urbana», y fueron un factor que contribuyó a reforzar los sentimientos de
pertenencia y de identificación con el lugar de los residentes en la ciudad (García Ramón,
Albet, 2000). Como resultado de este proceso las plazas y los espacios públicos en gene
ral se transformaron en elementos organizadores de la planificación urbana y en el
punto de partida de un ambicioso proceso de renovación urbana que todavía hoy no ha
finalizado. Conozcamos brevemente a continuación los espacios públicos estudiados.
La Via Julia
La Via Júlia fue uno de los proyectos urbanísticos mejor concebidos durante los
años ochenta por el Ayuntamiento de Barcelona. Este paseo, inaugurado en el año 1986,
se urbanizó sobre un terreno previamente no urbanizado con el objetivo principal de dar
continuidad al barrio de Prosperitat, separado por un desnivel de hasta tres metros de
altura en algunas cotas. Su urbanización consiguió cumplir una serie de objetivos: impul
só la regeneración urbanística de Prosperitat y «monumentalizó» y dignificó la periferia
a través del diseño urbano de calidad. Las obras de urbanización de la Via Júlia permitie
ron «convertir aquello que era casi infranqueable en un eje cívico y de relación ciudada
na» (Ayuntamiento de Barcelona, 1987: 62). La V a Júlia, con una extensión de un kiló
metro de largo por cuarenta de ancho, es un paseo central semielevado con una marquesina
central, bancos de piedra y madera situados en los laterales del paseo, dos esculturas, una
gran variedad de árboles y un área de juegos infantiles. Es, además, un eje cívico vertebrador
del conjunto de espacios libres del barrio, a la vez que uno de los ejes comerciales más
dinámicos del distrito de Nou Barris.
La Rambla del Raval ha sido rma operación urbanística enmarcada dentro del
Programa de Revitalización del Centro Histórico de Barcelona. El proyecto de urbani
zación comportó una serie de operaciones: expropiación del suelo, construcción de
viviendas para el realojamiento de las familias afectadas, derribo de cinco manzanas
de casas y rehabilitación de los edificios más degradados (Artigues y Cabrera, 1998). El
coste de las obras corrió a cargo de las tres administraciones públicas: la estatal, la
autonómica y la municipal, junto con las ayudas de los Fondos de Cohesión de la
Unión Europea, que aportaron un 85 % del total de la operación (ARI, 2000). El nuevo
espacio público, de 58 metros de ancho y 317 metros de largo, fue inaugurado el 24 de
septiembre de 2000 y consta de un paseo central formado por un conjunto lineal de
bancos, parterres y árboles.
72
Diversidad en la apropiación de los espacios públicos
y en la construcción de lo s sentidos de pertenencia
73
un área de juegos infantiles en la Rambla del Raval afecta, de alguna forma, la presen
cia de mujeres adultas y de niños y niñas en el paseo central.
Evidentemente, otros grupos de identidades diversas, además de los ya nombra
dos, usan y se apropian de los espacios públicos estudiados a lo largo del día y durante
todos los días de la semana. Lo comentado anteriormente sería el resultado cuantitati
vo de los grupos de personas que predominan durante los días de observación realiza
dos en cada uno de los espacios públicos estudiados.
Se puede afirmar, sin ninguna duda, que los dos espacios públicos estudiados, la
Via Júlia y la Rambla del Raval, han mejorado la vida cotidiana de las personas, ya que
han ofrecido a los barrios donde están ubicados espacios de encuentro, interacción y
comunicación. Estos espacios públicos han sido exitosos en la medida que han cumpli
do una serie de expectativas: presentan una diversidad de personas según el sexo, la
edad y el origen étnico; presentan una gran diversidad de actividades; y propician
oportunidades para la interacción y la comunicación social (Paravicini, 2002; Project
for Public Spaces, 2002; Whyte, 1980).
Si bien es cierto que ningún grupo de usuarios se apropia de forma única o exclu-
yente de alguno de estos espacios, también lo es que la elevada proporción de hombres
paquistaníes y marroquíes en la Rambla del Raval es percibida por algunas personas
entrevistadas, sobre todo mujeres, como un factor que cohíbe su uso. Las siguientes
citas de personas entrevistadas muestran esta percepción:
Es muy bonita. Pero es lo que yo te digo: ahora pasas por allí y está llena de
paquistaníes. No hay un banco vacío, allí no te puedes sentar [Paquita, 53 años, vecina
«autóctona» del Raval).
No tengo tiempo [...] por eso no me puedo sentar allí. Cuando estoy libre tiene
mucha gente [...] por eso no puedo sentar [...]. No puedes sentar... aquí en la Rambla del
Raval hay muchos hombres, y mujeres na pueden sentar porque no hay sitio. No hay
mucho sitio [Jadicha, 23 años, vecina «inmigrante» paquistaní del Raval],
Está llena de marroquíes, de paquistaníes y todo eso. Se han «apoderao» de la Ram
bla del Raval, esa gente [...]. Los asientos los ocupan todos ellos. Los 8 o 10 bancos que
hay los ocupan ellos [Augusto, 70 años, vecino «autóctono» del Raval],
74
Teniendo en cuenta todo este conjunto de elementos que ayudan a medir el mayor
o menor éxito de los espacios públicos y considerando paralelam ente las opiniones de
las personas residentes entrevistadas, se concluye que la Via Julia es un espacio público
más exitoso que la Rambla del Raval.
La planificación urbanística y el diseño de los dos espacios públicos estudiados
tienen un papel fundamental en la seguridad objetiva (la que se constata) y la subjetiva
(la que se percibe) de las personas entrevistadas, y especialmente de las mujeres, que
son las que manifiestan más explícitamente una mayor inseguridad en los espacios
públicos abiertos (Bowlby, 1996; Morrell, 1998; Michaud, 2002).
Ningún hombre ni mujer entrevistada cita específicamente la Via Júlia o la Ram
bla del Raval como espacios inseguros o espacios que eviten cruzar por razones de
seguridad. El hecho de que los espacios públicos seleccionados estén situados en áreas
multifuncionales y rodeados por bloques de viviendas, comercios, equipamientos, etc.
proporciona vivacidad y dinamismo a su alrededor y, al mismo tiempo, una mayor
sensación de seguridad. Además, la diversidad del perfil de usuarios que ocupan los
espacios públicos, la diversidad de actividades que se desarrollan y la animación que
proporcionan las terrazas de los bares situadas en los mismos paseos provoca que se
genere una «vigilancia natural» entre los mismos usuarios y, por tanto, llega a crearse
una mayor sensación seguridad (Loudier, Dubois, 2002). La buena accesibilidad, visi
bilidad e iluminación de estos espacios y el casi siempre correcto mantenimiento del
mobiliario urbano hacen de estos dos espacios públicos lugares considerados seguros
para las personas entrevistadas.
A la asociación de vecinos venían señoras con sus zapatillas... no era fácil distinguir
quiénes eran militantes políticos, quiénes eran activistas sociales y quiénes eran los veci
nos que estaban allá porque pensaban que hacía falta una escuela o que llegase el trans
porte [Jordi Boija, 2001].
En las luchas participaron muchas mujeres. Durante el franquismo la mayoría de
cosas la hacían las mujeres, porque eran las que menos les paraban [...]. Muchas mujeres
que han sido amas de casa y que sus maridos han estado trabajando y muchas han
participado en la lucha [...]. A la vez han sido capaces de llevar una casa, de cuidar unos
crios... Y las luchas han estado reconocidas a los hombres [Paula, 22 años, vecina de
Prosperitat],
75
Los agentes sociales y los vecinos y vecinas entrevistados, especialmente los de
mayor edad, que vivieron personalmente las lachas y las reivindicaciones sociales y
urbanísticas, sienten que sin su esfuerzo no se habría conseguido ni la mitad de las
mejoras obtenidas en los barrios. La participación ciudadana en la defensa de los espa
cios públicos ha ayudado a fortalecer el sentido de pertenencia de los habitantes de los
barrios. Estas narraciones muestran estas opiniones:
Este barrio siempre ha sido un barrio combativo. Siempre se ha movido por impul
sos como: ¿necesitamos esto?, pues vamos a tenerlo. Nunca hemos retrocedido. Ahora
tenemos muchas cosas, muchas más que otros barrios de Barcelona [Ricardo, 33 años,
vecino de Prosperitat].
Haber conocido el barrio hace cuarenta y tantos años a ahora... Lo han dejado
estupendo. Que no te dan ganas de irte al centro. Antes tenías que irte al centro porque
antes todo eran viñas, y no podías. No había nada [Josefa, 59 años, vecina de Prosperitat],
La Via Júlia es, quizás, uno de los espacios públicos más emblemáticos de los pro
yectados en Barcelona por el Ayuntamiento durante los primeros años de gobierno de
mocrático. Su creación coincidió con uno de los momentos culminantes para los movi
mientos sociales urbanos, circunstancia que resultó especialmente interesante ya que
combinó el saber profesional por parte del equipo técnico de la administración local y el
conocimiento de las necesidades y preocupaciones cotidianas de la población por parte
de las asociaciones vecinales.
Los vecinos y las vecinas entrevistados de Prosperitat opinan, casi unánimemente,
que los cambios urbanísticos experimentados en las últimas décadas han supuesto una
mejora considerable y esto ha provocado, paralelamente, una mayor satisfacción e
identificación con sus barrios. Esta satisfacción no se traduce, como cabría esperarse,
en un sentimiento conformista con la situación actual, sino más bien, ha ayudado a
fortalecer el sentido de compromiso que las asociaciones y las entidades vecinales tie
nen hacia sus conciudadanos, a la vez que continúan reivindicando mejoras y un diálo
go más abierto con el gobierno local.
Contrariamente, el proceso urbanizador de la Rambla del Raval, concebida des
de sus orígenes como un espacio para servir al barrio y a la ciudad, no contó con un
movimiento vecinal fuerte capaz de cohesionar las demandas y las reivindicaciones
de los vecinos y vecinas del Raval. Seguramente con una mayor voluntad por parte
del gobierno local podría haberse asegurado una auténtica participación ciudadana
en el proceso de urbanización de la Rambla del Raval y se hubiese podido conseguir
un mayor hibridismo en su diseño para conjugar mejor las diferentes necesidades y
deseos.
El movimiento social y reivindicativo en el Raval ha estado menos cohesionado
que el de Prosperitat, hasta el punto de que diversas asociaciones del barrio que reivin
dican, desde su pequeña esfera de influencia, mejoras sociales y urbanísticas para la
población del barrio, lo hacen de espaldas unas de oirás sin establecer bases de diálogo
para la consecución de objetivos comunes.
Las transformaciones urbanísticas llevadas a cabo en el Raval lian tenido un im
pacto menos evidente en el fortalecimiento de los sentidos de lugar y de pertenencia de
los residentes entrevistados. Las actuaciones urbanísticas ivalizadas en el Raval han
sido más complejas y han provocado cambios extremadamente significativos en el
76
paisaje urbano del barrio. Sólo la creación de la Rambla del Raval ha supuesto el derri
bo de cinco bloques de viviendas en el corazón del barrio y ha provocado la casi total
relocalización de los vecinos afectados en viviendas de nueva construcción de protec
ción oficial en el Raval.
La Rambla del Raval ha sido una de las operaciones urbanísticas más ambiciosas
y polémicas de las realizadas por el Ayuntamiento de Barcelona en el centro histórico
de la ciudad. Ha sido ambiciosa, por la profunda renovación del tejido urbano, por la
construcción de viviendas de promoción pública y la voluntad de realojar en el mismo
barrio a las familias afectadas por los derribos. Según Martí Abella (2001), otro de los
arquitectos entrevistados y responsable de Foment Ciutat Vella, solamente un 10 % de
los afectados sufrió una expulsión «directa» y tuvo que aceptar una compensación
económica por falta de viviendas disponibles. Y ha sido polémica por las críticas surgi
das en tom o a las dimensiones del espacio, la destrucción irreversible del patrimonio
histórico, la desaparición del tramado viario y la toponimia, la escasa calidad arquitec
tónica de los edificios de nueva construcción y la especulación inmobiliaria generada
alrededor de las obras de renovación.
Es evidente que el urbanismo no puede por sí solo corregir, mediante actuaciones
físicas, desigualdades sociales si no va acompañado paralelamente de políticas sociales
(Gans, 2002). No obstante, actuaciones urbanísticas concretas en barrios degradados y
marginados pueden mejorar la calidad de vida de la población mediante la creación de
espacios públicos de calidad proporcionando lugares de encuentro, mejoras ambienta
les y la incentivación de la inversión económica a su alrededor.
La Rambla del Raval, junto con otras operaciones urbanísticas en el barrio como
el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), el Museo de Arte Contem
poráneo de Barcelona (MACBA) y la Facultad de Geografía e Historia de la Universi
dad de Barcelona, ha influido también, de una forma espectacular, en la transforma
ción estética, social, económica y urbanística del barrio. El Raval, en general, es un
espacio de nueva centralidad sometido a una presión constante por parte de entidades
públicas y operadores privados interesados en ganar espacios céntricos y simbólica
mente emblemáticos para la consolidación de una oferta de servicios financieros, co
merciales y hoteleros (Pujadas, Baptista, 2001).
Esta presión insistente por parte especialmente de operadores privados está sien
do vivida de primera mano por algunos vecinos y vecinas del Raval y de otros barrios
de Ciutat Vella a través del fenómeno bautizado como mobbing. Esta palabra definiría
la presión que ejercen las empresas inmobiliarias sobre sus inquilinos para que aban
donen su residencia lo antes posible con el fin de poner nuevamente a disposición los
departamentos a través de nuevos contratos de alquiler o venta con precios muchísimo
más elevados (Cia, 2004).
Con todo este proceso de renovación urbanística no es extraño que se hayan insta
lado en el barrio nuevos residentes «elitizadores»5con una mayor capacidad adquisiti
va, antiguos residentes y nuevos residentes extranjeros «inmigrantes» atraídos por sus
redes sociales y unas condiciones más asequibles de los precios de alquiler de las vi
viendas más antiguas y sin rehabilitar. Esta variedad de población con identidades
5. De acuerdo con la reflexión de la geógrafa Luz M arina G arcía (2001) se utiliza el térm in o «elitización» en
vez del neologism o «gentrificación» proveniente de la p alab ra inglesa gentrification.
77
diversas muestra hasta qué punto el Raval está inmerso en un proceso dinámico de
transformación social y urbana y como esta población vive en plena fase de definición
y redefinición de los sentidos de lugar y de pertenencia.
Veamos qué opina cada uno de los grupos entrevistados en el Raval. Los residen
tes «autóctonos» entrevistados valoran las operaciones urbanísticas realizadas en el
barrio, pero una gran parte de ellos minimizan los resultados obtenidos, ya que la
preocupación y la inquietud que les provoca la presencia de los nuevos vecinos y veci
nas inmigradas (especialmente la de los colectivos paquistaníes y marroquíes) desluce
cualquier percepción de mejora en su vida cotidiana.
Los residentes «recién llegados» entrevistados se sienten satisfechos por vivir en el
barrio. Sin embargo, son las personas que tienen una opinión más critica sobre la
concepción, la evolución y el resultado final de las actuaciones urbanísticas en el ba
rrio. El hecho de que este colectivo, por su perfil sociocultural, tenga un acceso más
directo a la producción cultural más crítica con las transformaciones urbanísticas po
dría explicar su posicionamiento.
El tercer grupo estudiado en el Raval, el de los residentes «inmigrados» entrevista
dos, lejos de tener unas opiniones uniformes, y como muestra de la variedad de identi
dades individuales y de sus múltiples experiencias, tienen opiniones diversas: algunos
encuentran muy positivas las actuaciones urbanísticas realizadas en el barrio, mien
tras que los más politizados y con niveles educativos más altos comparten puntos de
vista y opiniones con los residentes «recién llegados».
Como se ha podido ver, los sentidos de pertenencia de los residentes entrevistados
en el Raval son múltiples y se han visto poco fortalecidos por los cambios urbanísticos
hechos en los últimos años. Es evidente que la situación de degradación física que
sufría el barrio en los años ochenta reclamaba una actuación urbanística contundente,
pero también lo es que quizás con una mayor participación de las asociaciones vecina
les y un mayor consenso entre las partes implicadas podía haberse actuado de una
forma más sensible y menos agresiva con el entorno urbano del barrio.
Siguiendo las líneas teóricas apuntadas por algunas geógrafas como Massey
(1995) y Fenster (2004), este artículo ha pretendido deconstruir el sentido de perte
nencia —asociado tradicionalmente a los lugares sagrados, simbólicos y al territo
rio— para definirlo con el conjunto de sentimientos, percepciones, deseos, necesida
des, etc. construidos sobre la base de las prácticas y actividades cotidianas
desarrolladas en los espacios cotidianos. La memoria tiene un papel fundamental en
la construcción del sentido de pertenencia a un lugar determinado y es uno de los
aspectos esenciales de la propia identidad basada en la acumulación de pequeños
acontecimientos de la infancia y del pasado.
Los hombres y las mujeres entrevistadas en Prosperitat y el Raval construyen sus
sentidos de lugar y de pertenencia basándose en sus múltiples experiencias individua
les y cotidianas, así como en relación con todo aquello que, de una forma u otra, confi
gura la identidad del barrio.
Se han observado diferencias notables entre las construcciones de los sentidos de
lugar y de pertenencia entre los vecinos y vecinas entrevistadas de una y otra área de
78
estudio. Mientras que los hombres y las mujeres de Prosperitat se sienten fuertemente
arraigados a sus barrios, los del Raval tienen un sentido de lugar más debilitado y
desorientado. En las dos áreas de estudio, las mujeres son las que más insisten en la
importancia de sentirse a gusto entre la comunidad donde viven. Son ellas las que, a
causa de la división de funciones que socialmente y tradicionalmente se les atribuyen a
los distintos sexos, desarrollan más actividades de la vida cotidiana en el barrio, hecho
que provoca que tengan más oportunidades para establecer relaciones personales con
otros residentes y personas que trabajan en el barrio.
Los residentes entrevistados de Prosperitat se sienten muy a gusto en el barrio
donde viven y muy identificados con su entorno. Expresan su satisfacción por vivir en
un barrio donde las relaciones interpersonales que se establecen son cordiales y agra
dables, resultado de la convivencia cotidiana a lo largo de muchos años de residencia
en el mismo barrio. Gran parte de las personas mayores que viven en este barrio
llegaron hacia los años cincuenta y sesenta del siglo X X y fueron configurando el pai
saje físico y humano. La homogeneidad social (clase obrera que ha ido ascendiendo
socialmente hasta tener una capacidad adquisitiva y educativa similar a la media de la
ciudad) ha ayudado a crear una personalidad propia y una dinámica particular basa
da en la gran estima de los habitantes por su barrio (Costa, Ros, 1997). Por otro lado,
una importante proporción de los hijos y nietos de los primeros habitantes del barrio
se ha quedado a vivir en éste y ha mantenido muy presente la memoria colectiva y la
memoria individual basada en la acumulación de acontecimientos de la infancia arrai
gados al lugar.
El Raval ha sido a lo largo del siglo XX un territorio de acogida para la población
llegada a la ciudad y, a la vez, un territorio de paso donde los habitantes que progresa
ban socialmente dejaban un lugar excesivamente denso, degradado físicamente y dete
riorado socialmente para trasladarse a otro con mejores condiciones de vida. Este ir y
venir de población ha repercutido, sin duda, en la cohesión social del barrio creando
un sentido de lugar y de pertenencia menos cohesionado y quizás más debilitado que
en Prosperitat.
En el Raval, las personas entrevistadas tienen un sentido de lugar muy variado
dependiendo de su identidad social, étnica y cultural. Nuevamente sentirse a gusto en
el espacio cotidiano va estrechamente relacionado con la percepción de las personas
que comparten este mismo espacio y las relaciones interpersonales que se establecen.
La mayoría de mujeres y hombres «autóctonos» entrevistados sienten que la llega
da de población extranjera está haciendo perder la esencia identitaria del barrio. El
debilitamiento de su sentido de pertenencia puede explicarse por la pérdida de poder y
control sobre el barrio provocado por el desconocimiento y la desconfianza hacia el
«Otro»,6la presencia de personas de otras etnias y culturas y la proliferación de comer
cios étnicos que modifican el paisaje urbano tradicional. Las condiciones de precarie
dad del mercado laboral y el escaso desarrollo del Estado de bienestar en España (en
comparación con otros países europeos) explicarían el sentimiento de inseguridad que
tienen estos grupos sociales y la competitividad que se crea para acceder a los recursos
sociales (Navarro, 2002). A pesar de este sentimiento casi generalizado entre los resi
6. Con el objetivo de en fatizar la im agen im aginada, falsa y d isto rsio n ad a que se tiene de las p ersonas
inm ig rad as se u tiliza el térm in o «Otro». S an tam aría (2002) h ace u n excelente estudio sobre el uso de este co n
cepto y u n a in teresan te reflexión sobre la con stru cció n social de la «inm igración» en la sociedad española.
79
den tes «autóctonos» se observa que son, junto con los residentes «inmigrados», los que
ocupan más espacios del barrio (compran en los comercios del barrio, llevan a sus
hijos a las escuelas del barrio, utilizan más los espacios públicos de éste, etc.).
Los sentidos de lugar y de pertenencia de los vecinos y vecinas «inmigrados» en
trevistados se van construyendo a medida que aumen ta el tiempo de llegada y enrique
cen el substrato de memoria, experiencias y actividades cotidianas desarrolladas en el
barrio. Casi todos ellos se sienten a gusto viviendo en un barrio tan multicultural, ya
que la misma heterogeneidad social y cultural del Raval les ayuda a pasar desapercibi
dos y les concede un mayor grado de anonimato, a la vez que les permite estar más
cerca de las personas de su misma cultura. Los grupos «autóctonos» e «inmigrados»
comparten, de esta forma, una gran variedad de espacios en su vida cotidiana, hecho
importante para fortalecer el conocimiento mutuo y las relaciones interpersonales.
Por lo que se refiere a los vecinos y vecinas «recién llegados» entrevistados, se
sienten a gusto en el barrio que han escogido vivir y les gusta su multiculturalidad. Así
lo muestran estas citas de dos mujeres entrevistadas:
Estoy muy contenta [...}. Es un barrio que tiene gente muy diferente, muy dinámi
co, muy variado [...]. La diversidad de la gente que vive. Cuando voy a otros barrios te
sorprende que sean todos tan unificados o tan iguales [Mercé, 35 años, vecina «recién
llegada» del Raval].
Creo que el tema de la mezcla de culturas es fascinante, es encantador, me gusta
mucho, pero no es un barrio que se pueda hablar de una comunidad, de los vecinos que
se conocen... [Linda, 33 años, vecina «recién llegada» del Raval].
Reflexiones Anales
Para finalizar se destacan las ideas principales que surgen a lo largo de este traba
jo. En primer lugar, se ha podido observar cómo los hombres y las mujeres con identi
dades individuales diversas muestran diferentes pautas espaciales en el uso y la apro
piación de los espacios públicos; en segundo lugar, se ha podido ver cómo las
intervenciones urbanísticas dirigidas a la creación de espacios públicos de calidad han
mejorado las condiciones sociales y ambientales de los barrios estudiados; en tercer
lugar, se ha mostrado cómo sentirse a gusto en el lugar donde se vive es imprescindible
para construir sentidos de lugar y de pertenencia; y, finalmente, se ha podido compro
80
bar cómo las identidades de los barrios son cambiantes y se configuran a través de las
experiencias y las prácticas cotidianas.
A modo de síntesis cabría insistir en la necesidad de superar la cientificidad, uni
versalidad y neutralidad del conocimiento subyacente en las prácticas profesionales de
la planificación urbanística que no tienen en cuenta la diversidad cultural ni las rela
ciones de poder dentro de las comunidades donde tienen lugar. En estas dinámicas el
espacio es concebido solamente por sus dimensiones físicas y «absolutas» sin tener en
cuenta las relaciones sociales que se establecen y olvidando que las personas perciben,
usan y viven el espacio de forma diferente según su propia identidad personal y social
(Fenster, 2004).
Como sucedió con el diseño y la planificación de uno de los espacios públicos
estudiados, la Via Júlia, los profesionales del urbanismo y los gobiernos locales debe
rían aprovechar los conocimientos que da la experiencia de vivir cotidianamente en un
lugar concreto, potenciar así la participación ciudadana en la práctica de la planifica
ción urbanística y fortalecer, de esta forma, los sentidos de lugar y de pertenencia de las
personas en el entorno donde viven. Con este fortalecimiento se favorecería el uso y la
apropiación de los espacios públicos, a la vez que se potenciarían los lugares de en
cuentro, de intercambio, de comunicación social y de expresión colectiva en la ciudad.
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83
Del suburbio como paraíso a la espacialidad
periférica del miedo
Alicia Lindón
UAM-Iztapalapa, México
En este trabajo tomamos como punto de partida un imaginario que llegó a consti
tuirse en dominante, como es el que asocia la idea de espacio abierto de los suburbios
con la de libertad y acercamiento a la naturaleza. Indudablemente nos referimos al
imaginario que se va constituyendo a mediados del siglo XX en los suburbios de las
ciudades americanas. Así, antes que centramos en el proceso de suburbanización en
su aspecto material, colocamos el foco en el imaginario que ha acompañado la exten
sión material de la ciudad en su entorno. No obstante cabe observar que esta mirada
no implica asumir al imaginario como una representación directa de las formas mate
riales. Ambos aspectos —materialidad e imaginario— terminan siendo los complejos
marcos en los cuales se desarrollan modos de vida urbanos particulares.
Las ciudades latinoamericanas, y mexicanas en particular, han estado muy abier
tas a estos ideales suburbanos y también a los patrones urbanos americanos, sin per
der otros rasgos propios como sus cinturones de pobreza urbana. De hecho, la ciudad
de México ha sido una de las primeras ciudades latinoamericanas que empieza el pro
ceso de americanización.1Actualmente, el llamado modelo Los Ángeles12aparece como
un horizonte instaurado o al menos próximo —aunque aún sea de modo parcial o
intersticial— incluso en las ciudades de América Latina que han sido más reticentes a
este patrón urbano, como son las del Cono Sur por sus herencias urbanas más euro
peas que americanas. En otras palabras, buena parte de las formas urbanas que hace
tres y cuatro décadas parecieron marcar profundamente el estilo de las ciudades ameri
1. C uando h ab lam o s del m odelo de ciudad am erican a nos referim os a la ciudad que se extiende p o r su
periferia (o su b u rb io ) y el autom óvil se constituye en u n elem ento cen tral en este proceso u rbano, con las
im plicaciones socio-culturales que ello supone. A veces se habla de m an era m ás p a rtic u la r del m odelo de c iu
dad, Los Ángeles.
2. R especto al llam ad o m odelo Los Ángeles cabe tra e r a colación el p lan team ien to de C ynthia G horra-
G obin (1997): en b u e n a m ed id a se h a considerado en p a rtic u la r a Los Ángeles com o la ciu d ad em blem ática del
m odo de vida am erican o p o r se r la ciu d ad am erican a que a nivel del paisaje u rb a n o casi no se diferencia en tre
el cen tro y los sub u rb io s. P o r ello, au n q u e p arezca u n sinsentido o u n a con stru cció n discursiva contrad icto ria,
el llam ad o m odelo Los Ángeles refiere a u n a ciu d ad u n ifo rm em en te «suburbana», o dicho de o tra form a, lo
que fue característico del su b u rb io en u n m o m en to se p re se n ta hoy com o el todo. E n otros casos se h a se ñ a la
do que el m odelo Los Ángeles refiere a ciudades sin centro, lo que se ría el anverso de lo expresado m ás arrib a.
S in em bargo, p o sib lem en te la ex presión «sin centro» no re su lta ta n ilu strativ a del perfil com o sí lo es la p ro
p u e sta de G ho rra-G o b in que la caracteriza com o u n a ciu d ad en teram en te su b u rb an a.
85
canas, ahora las encontramos cada vez más presentes en las latinoamericanas.3En este
nivel, nuestro interrogante se define no sobre esas formas espaciales materialmente
definidas, sino sobre las ideas que acompañan a la expansión de la ciudad y con las
cuales sus habitantes le otorgan sentido a esos territorios de la expansión metropolita
na, haciendo uso tanto de la memoria, como de la capacidad representacional y tam
bién de la creatividad y la fantasía.4 En síntesis, no analizamos la americanización de
las ciudades latinoamericanas, ni de la ciudad de México, pero sí exploramos la difu
sión de ese imaginario americano acerca del suburbio como paraíso, como una utopía
fuerte que acompaña a la expansión periférica de la ciudad de México. En nuestra
investigación empírica hemos hallado que ese imaginario americano dominante, en la
ciudad de México ha estado presente —y lo sigue estando— incluso en las periferias
más pauperizadas. Esto resulta significativo si se tiene en cuenta que en Estados Uni
dos estas ideas son propias de las clases medias y medias altas, es decir, quienes habi
tan esos suburbios.
De esta forma, en la primera parte del capítulo se analiza ese imaginario america
no dominante para el cual el suburbio es libertad y contacto con la naturaleza, gene
rando así un habitar topofílico (el afecto por el suburbio). Luego, en la segunda parte
se plantea la difusión de ese imaginario, para considerar en la tercera parte la
resemantización de dicho imaginario en el caso de la periferia del oriente de la ciudad
de México. De las distintas formas de resemantización de los suburbios/periferia5pre
sentamos una que concibe a ese territorio como un espacio del miedo, por lo que el
habitante lo vive de manera topofóbica.
Es importante subrayar que nuestro análisis se desarrolla exclusivamente en el
plano del imaginario suburbano o periférico, es decir, nos interesa presentar las ideas,
concepciones, percepciones y vivencias, y no los hechos objetivos. Esto no quiere decir
que ese plano del imaginario no tenga relaciones, a veces cercanas, otras lejanas, a
veces directas y otras inversas, con los fenómenos materiales. Así por ejemplo, cuando
se plantea que el suburbio es concebido como un territorio vacío ello no significa que
efectivamente lo estuviera, sino que así era concebido por sus habitantes. El valor de
esa construcción radica en que es constitutiva del fenómeno, quienes la asumen reali-
záñ prácticas específicas articuladas con esa idea, que tienen efectos de realidad.
Por último es necesario destacar que la investigación empírica que está detrás de
estas reflexiones se viene desarrollando desde hace más de 15 años, centrada particu
larmente sobre la periferia oriental de la ciudad de México conocida como Valle de
3. E n las ciudades latin o am erican as actuales se extiende de m a n e ra creciente y acelerad a u n rasgo que no
estab a p resen te en las ciudades am ericanas. Nos referim os a la llam ad a «m edievalízación de la ciudad» o
«am urallam iento», o sim plem ente, los fraccionam ientos cerrados. S in em bargo, vale la p e n a te n e r e n cu en ta
que este rasgo ta n an alizado e n los estudios u rb an o s actuales —la m u ralla o la condición de espacio cerrado—
opera co n relació n al resto de la ciu d ad o co n respecto a lo que q ueda afu era de ella. P ero, in tern am en te esa
m u ralla tien e u n a fu n ció n central, que es la de p o sib ilitar u n a convivencia al m ejo r e stilo del su b u rb io am erica
no, es decir, con ap aren te «libertad».
4. Abilio V ergara es enfático en la creatividad y lo fantasioso com o com ponentes cen trales de los im agina
rios (2001: 12).
5. E n esta ocasión no ab o rd am os directam en te la d iscusión en tre las expresiones «suburbio» y «periferia»,
deb ate que hem o s to cad o en o tra ocasión (H iernaux y L indón, 2004). P ero m encionam os sólo de m an era
aclarato ria, que estam os reservando la expresión su b u rb io p a ra las ciudades am erican as y p eriferia, p a ra las
latinoam ericanas.
86
Chalco.6 En estos años hemos realizado muy diversas fases y etapas de trabajo de
campo, con diversos instrumentos, aunque dándole prioridad a los acercamientos usual
mente denominados cualitativos. Los aspectos de la vida local que se analizan en esta
ocasión sólo se alimentan de información y análisis cualitativos, básicamente de análi
sis de los relatos de vida libres y abiertos de los habitantes anónimos del lugar. No
obstante, no estamos incorporando voces particulares en este texto, ya que no es nues
tro objetivo en esta ocasión realizar una presentación del caso, sino retomar ideas-
fuerza que hemos hallado en ese contexto y traerlas a la discusión para pensar el pro
blema de las periferias de manera más amplia. En última instancia nos estamos valiendo
del caso concreto de Valle de Chalco por su carácter paradigmático de la expansión de
la periferia metropolitana registrada a partir de los años ochenta y más aún, noventa,
en la ciudad de México. Por otra parte cabe destacar que se trata de ideas-fuerza que
han sido reiteradas en otras investigaciones sobre diferentes periferias de la ciudad.
Cuando a mediados del siglo XX (y de manera más intensa desde los años seten
ta),7las ciudades americanas empiezan a extenderse sobre su entorno, constituyendo y
extendiendo los suburbios, el espacio abierto deviene una forma espacial diferente a lo
conocido para el habitante de la ciudad.8Será ante esta nueva espacialidad suburbana
que los habitantes de la ciudad comienzan a entretejer una tram a de sentido en tom o a
esa forma material del suburbio y la vida allí desarrollada. Esta constmcción de senti
do respecto a cómo entender el suburbio va a articular con otras ideas en auge en la
cultura americana en ese momento, como la de progreso y movilidad social ascenden
te. Este imaginario sobre el suburbio también resulta del contraste con otras ideas,
difundidas en diversos países, como son las de rechazo a las ciudades y la vida urbana
debido al entorno que en ellas había producido la industrialización del siglo XIX e
incluso de inicios del XX. En el discurso urbano especializado posiblemente Lewis
Munford (1959) fue uno de los autores que plasmó de manera más acabada la fisono
mía de aquellas ciudades. Aunque la idea de la «ciudad carbón» nace en Inglaterra (con
referentes empíricos concretos) , pronto circula por el occidente que se industrializaba,
y las ciudades americanas no escapan a ello. De esta forma, en las ciudades americanas
de mediados del siglo XX, estas ideas de rechazo al deterioro de la ciudad habían sido
incorporadas. Esto no fue ajeno al enorme peso que en esta sociedad adquiere en esa
época la idea de progreso y movilidad social. La conjunción de estas visiones termina
6. A títu lo sólo ilu strativo cabe re co rd ar que Valle de Chalco cu en ta con u n a población to tal de algo m ás de
m edio m illón de h ab itan tes, y la ocupación de estas tierras p a ra uso u rb an o se inició de m an era irreg u lar a fines
de los añ o s setenta.
7. B au m g artn er (1988:6) destaca que de acuerdo con la inform ació n censal, en la década de los setenta, casi
todos los centros de las ciudades am ericanas h an perdido población, m ientras que los suburbios la in crem entaron
en ese m ism o p erío d o en u n 17 %. E ste a u to r concluye que en u n futuro no lejano se p uede prever que la
m ayoría de los am erican o s vivan en suburbios.
8. Cabe re c o rd a r que los estudios u rb a n o s de la época m a n e ja ro n la m etáfo ra de la «m ancha de aceite»
p a ra d a r cu en ta del pro ceso d e su b u rb an izac ió n o periferización. T iem po después el vocabulario u rb a n o espe
cializado generó la ex presión « m ancha u rb a n a » , com o derivación de la m an c h a de aceite que se extiende e n el
territo rio . F in alm en te, estas expresiones y m etáfo ras re su lta n cercan as a lo que aq u í estam os den o m in an d o
«ap ertu ra espacial».
87
conformando un imaginario respecto a los suburbios como un paraíso, que llegará a
ser dominante, a diferencia del sentido que tenía hasta ese momento: el suburbio era el
lugar de la gente más pauperizada y de distintos intercambios desagradables (Tuan,
1990:248). En cambio, en este nuevo imaginario el suburbio-paraíso reuma las venta
jas del campo por su naturalidad y las de la ciudad, sin ninguna desventaja.
Este imaginario se articula con ciertos elementos materiales del paisaje suburba
no; aunque no lo hace ni linealmente ni de manera unívoca. Así, el imaginario subur
bano se ancla en unos elementos mientras que otros no son registrados. El rasgo mate
rial que puede considerarse como el desencadenante de una serie de asociaciones que
terminan construyendo una tram a de sentido es la «apertura espacial» y la «exten
sión», que siempre han caracterizado al territorio en el cual se extiende la ciudad, sea
que se llame suburbio, o periferia como resultará más frecuente con posterioridad en
las ciudades latinoamericanas (Hiernaux y Lindón, 2004). La apertura espacial, como
forma material, se expresó en varios elementos, desde la presencia de lotes baldíos, el
tipo de viviendas (separadas unas de otras), la monotonía del paisaje (Relph, 1976:
132-134) hasta otros como las carreteras. A estos rasgos materiales (apertura espacial
y extensión) y en aquel contexto, se le han asociado dos atributos principales: uno es la
noción de libertad y el otro el contacto con la naturaleza.
Las carreteras han sido un elemento material clave en el nuevo paisaje suburbano,
expresando de la manera más acabada la asociación entre la apertura espacial/exten
sión y la libertad. Esta asociación entre la forma espacial básica del suburbio y la
libertad se configura en contraste al menos con dos cuestiones principales. Una es el
orden urbano establecido y materializado en la retícula de la traza urbana (más aún en
el centro de las ciudades). Así, la traza urbana cerrada si lele vivirse cnmn la restricción
de la libertad (Tuan, 1990,1980a y 1977),precisam ente porque la traza misma impide
ciertos movimientos, da visibilidades a algunos lugares y se la reduce o niega a otros.
La traza urbana establece las posibilidades para la movilidad espacial, no sólo por las
reglas y códigos de circulación, sino también por la maicrinlidad misma de las cons
trucciones. En esta perspectiva, la ciudad densa puede Ilegal- a representar lo opuesto
a la libertad. Pero, ese sentido del tejido urbano cerrado como una restricción sólo
surge cuando aparece el suburbio porque ese nuevo contexto abre la posibilidad de
hacer una analogía entre ambas formas urbanas.
La segunda cuestión que contribuye a la asociación entre la apertura espacial
suburbana y la libertad es el hecho de que los espacios abiertos, sin un limite claro
9. De acuerdo con Tuan, la tra z a u rb a n a ce rra d a es u n obstáculo a la libertad. No obstante, a inicios del siglo
XX, Sim m el p lan teó que la a lta densidad p ro p ia de las grandes m etrópolis p uede oto rg arle lib erta d al in d ividuo
a trav és d e la fig u ra del an o n im ato y a través de la ac titu d blassée, es decir, la indiferencia com o estrategia de
h a b ita r e n u n m edio sa tu rad o de personas, de im ágenes y estím ulos sensoriales de todo tipo. Posiblem ente, las
interp retacio n es opuestas de fenóm enos sem ejantes que h acen am bos autores haya que ub icarlas en su s respec
tivos contextos históricos. M ientras que p a ra Sim m el lo que ofrecía la ciu d ad h a b ía que en ten d erlo com o una
salid a frente a los controles sociales de la sociedad tradicional (la com unidad) que em pezaba a retroceder. P ara
Tuan, la den sid ad de los cen tro s u rb an o s debe en ten d erse en u n contexto (en los añ o s setenta) en el cual la
m o d ern id ad in d u strial y cap italista ya h ab ía prod u cid o nuevos m ecanism os de opresión.
(como los suburbios americanos de mediados del siglo XX pero no exclusivamente),
fácilmente se conciben como un desafío a lo conocido y lo instituido, precisamente por
la falta de límites. Por ello, el espacio abierto —el suburbio que se extiende «sin solu
ción de continuidad»— se asoció sin dificultad con la atracción por lo desconocido, y
ello suele venir de la mano del sentido de la aventura. Así, el habitante de los suburbios
(pero también de la periferia), aun de manera no consciente, recrea la figura del pione
ro y la épica de la aventura.
Además, hay que tener en cuenta que en la sociedad americana la noción de liber
tad —en este caso atribuida a una forma espacial— tenía un fuerte arraigo cultural ya
que articulaba con la noción de independencia, y ésta a su vez, con la concepción de los
vínculos comunitarios débiles como una forma de sortear las ataduras y controles
sociales.
La apertura espacial del suburbio no sólo es vista como libertad, también se asocia
a la idea de la «tierra no cultivada», tierra yerma, el territorio natural o Wildemess. 10En
suma, la apertura espacial también permite concebir al suburbio como un territorio no
transformado por el ser humano. Ésta es la concepción del suburbio americano como
Wildemess que integra lo natural con lo vacío en tanto territorio virgen, en sentido mate
rial y también cultural. De acuerdo a Tuan, el poder del concepto de Wildemess radica en
su capacidad para evocar admiración por la armonía del orden natural (1990:133).
La naturaleza
10. Tuan h a an alizad o en diversas ocasiones el concepto de Wildemess, incluso ha revisado el sentido que ha
tom ad o en d istin tas trad icio n es religiosas y en d istintos m om entos históricos. Y concluye que no puede ser
definido objetivam ente po rq u e es ta n to u n estado del esp íritu com o un a descripción de u n orden n a tu ra l frente
al cual el se r h u m an o ex p erim enta ad m iració n y respeto (Tuan, 1990: 112).
89
presencia de lotes baldíos, tan frecuentes en los suburbios. Este fenómeno no se pre
sentaba en los centros de las ciudades, y cuando aparecía un lote vacío no tenía el
aspecto de «recorte de la naturaleza» sino de área de destrucción. En términos preci
sos el suburbio no es «natural», es tan construido como otras zonas de la ciudad, pero
lo que nos interesa destacar es cómo es concebido. Además, esa naturalidad no conlle
va la condición de ruralidad, que era una de las formas de lo natural que la cultura
urbana reconocía. Así, no es una naturalidad en la que se realicen trabajos rurales ni se
carezca de las comodidades de la ciudad.
La naturalidad del suburbio tampoco correspondía con la otra forma de naturali
dad conocida, la que se relaciona con paisajes lejanos, remotos, no habitados (aunque
en esencia estén habitados de alguna forma), verdaderas Teme Incognitae (en el senti
do otorgado por John K. Wright en 1947 a esta expresión). En ese conjunto de concep
ciones, el suburbio como territorio natural conjuntaba ambas ventajas: era natural
pero sin ser ni remoto ni un fragmento de la vida rural. Se crea la fantasía de que es
más natural que el centro de la ciudad. Así, el suburbio como Wildemess era la fantasía
geográfica11 de unir lo atractivo de la vida rural con lo atractivo de la vida urbana.
El vacío de materialidad
El vacío de memoria
11. U tilizam os el concepto de «fantasía geográfica» e n el sentido que le d iera G rah am Row les (1978), es
d ecir la cap acid ad de las p erso n as de unir, en la experiencia cotidiana, espacios físicam ente rem o to s y construir
los así en u n espacio de vida integrado.
12. Vale la p en a señalar q u e Simmel planteó tempranamente la m ultiplicidad d e estím ulos sensoriales com o
algo pro p io de la ciu d ad y de las grandes m etrópolis e n particular.
90
Wildemess también está vacío de memoria. Desde una perspectiva de valorización de la
historia, se podría presum ir que un espacio sin memoria tiene menos valor.
Sin embargo, en estos suburbios americanos se valorizó esa ausencia de memoria
porque, por un lado, ello dejaba abierta la posibilidad de construir la historia y no
recibirla construida. Esto puede verse como construir una historia nueva de logros y
éxitos. Por otro lado, esa ausencia facilita volver a relocalizarse, práctica frecuente
entre los habitantes de los suburbios americanos.
91
conceptos a medio construir, sólo aspiran a explicar el fenómeno mismo, tanto en su
configuración espacial como en los procesos que los producen.
Queda un vacío que estas expresiones ni explican ni se proponen explicar y que no
carece de relevancia: cómo estos nuevos fenómenos urbanos —ya sea que los
conceptualicemos como archipiélagos urbanos, megalópolis, edge ciñes u otros— son
semantizados en la experiencia concreta de sus habitantes. En otras palabras, esa idea
del suburbio como puerta a la libertad y al contacto con la naturaleza se configura
cuando materialmente los suburbios eran próximos a zonas rurales o, al menos, a
tierras vacantes en apariencia verdes y naturales, es decir, cuando los suburbios repre
sentaban una zona intermedia entre las áreas urbanas centrales y las áreas rurales.
Cuando los suburbios se densificaron, las carreteras que los conectan se saturaron de
vehículos y un suburbio se unió con otro, y ese con otro y otro, es posible preguntamos
qué ocurre con aquella idea del suburbio verde, natural, tranquilo y libre. No obstante,
nuestro análisis en esta ocasión no se orienta hacia la resemantización del suburbio
americano en aquel contexto, sino a la resemantización que ocurre con este imaginario
una vez que «migra» y se difunde en otros contextos. Concretamente optamos por
darle seguimiento a ciertos vestigios de este imaginario americano que hemos hallado
en la periferia oriental de la ciudad de México y cómo han sido resemantizados en
algunos casos.
13. P lanteam os lo «situado» en la perspectiva goffxnaniana, av eces llam ada «situacionism om etodológico»,
es decir, e n don d e el foco es la «situación de interacción». E sto es la relación cara a ca ra en u n espacio-tiem po
y d en tro de u n cierto m arco (elframe goffmaniano).
92
Entre los ideales americanos que afloran en nuestras periferias está el del acerca
miento a la naturaleza y la valoración de distintos elementos que expresan lo natural.
Sin embargo, al mismo tiempo encontramos que otros elementos constitutivos de aquel
im aginario am ericano que daba sentido al suburbio han sido profundam ente
replanteados y otras veces omitidos, como ha ocurrido con el sentido de libertad. Posi
blemente, la periferia excluida mantiene el sentido de la libertad pero no en los térmi
nos americanos. Si la periferia excluida puede ser sinónimo de libertad es en la pers
pectiva de que al habitante le representa independizarse de la parentela y su control
social, con la cual compartía residencia. Este fenómeno lo hemos analizado en otras
ocasiones (Lindón, 1999; Hiemaux y Lindón, 2003), aunque no calificándolo como
libertad sino como independencia respecto a la parentela. Pero posiblemente, sea una
forma de libertad asociada al individualismo contemporáneo.
Uno de los atributos otorgados a la apertura espacial en las ciudades americanas y
que hemos hallado en nuestra investigación empírica sobre la periferia oriental de la
ciudad de México es la asociación entre la apertura espacial y la naturaleza. En esta
periferia lo natural se particulariza en «lo verde», lo extenso, igual que en los suburbios
americanos. Aunque en este caso se agrega otro elemento paisajístico particular, como
son las figuras de los volcanes, como un signo indiscutible de lo «natural», pero tam
bién de la fuerza de la naturaleza. No obstante, cabe subrayar que en este contexto
particular hemos hallado que este sentido de la «periferia natural» (verde, extensa, con
los volcanes en el horizonte) está particularmente presente en los discursos masculi
nos. Por su parte, los discursos femeninos suelen destacar otros elementos naturales, e
incluso, darle sentidos adversos a muchos de ellos.
En esta investigación también encontramos que este sentido de lo natural se aso
cia a otro: la vida en la periferia es «más sana», extensamente documentado en muy
diversos procesos de periferización y suburbanización de diferentes latitudes y de dis
tintos momentos históricos.14 Los «hechos objetivos», en la periferia oriental estudia
da, muestran que no necesariamente hay más sanidad en esta periferia ya que casi
siempre la naturaleza está deteriorada y lo urbano no es lo suficientemente consolida
do como para asegurar la sanidad. No obstante, es relevante observar que las ideas
acerca de ciertos fenómenos materiales no se construyen directamente sobre la mate
rialidad evidente e insoslayable. Esta forma de darle sentido a la apertura espacial de la
periferia metropolitana pauperizada del oriente de la ciudad de México parece más
apegada a la subjetividad espacial del suburbio americano que a las formas materiales
periféricas inmediatas con las cuales se convive. Posiblemente este caso pueda resultar
un ejemplo de una idea reiterada en el discurso teórico sobre imaginarios: los imagina
rios no «representan», es decir, no necesariamente construyen una imagen a partir de
los elementos materiales presentes. Los imaginarios suelen incorporar elementos «au
sentes» en términos materiales. En el ejemplo, lo que se incorpora es algo ausente
localmente (la sanidad natural) aunque presente en otros contextos lejanos y no vivi
14. Jam es Scobie, en su análisis de B uenos Aires, reproduce u n anuncio p ublicitario publicado en los p e rió
dicos de aquella ciu d ad en 1902, que resu lta ilustrativo de este im ag in ario de la n atu raleza san a de la p eriferia/
sub u rb io . El an u n cio exhortaba: «O breros, D ejad el conventillo y com prad u n lote en la F loresta (al oeste de
Flores) o en cu alq u ier otro p araje sano, si queréis la salud de vuestros hijos y deseáis vivir contentos». O tro
anu n cio p u b licad o en 1904 pregonaba: «El G ran rem ate del Día p a ra los Pobres» (Scobie, 1977: 236-237).
93
dos. Como planteara Starobinski, la im a g i n a c i ó n nos permite representamos cosas
alejadas y distanciamos de las realidades presentes (1974:137),
Estos hitos o marcas van delimitando fragmentos de ese espacio vasto y extenso
sin límites nítidos, ponen límites dentro de un territorio caracterizado por la ausencia
de límites. Los límites demarcan áreas, muchas veces invisibles al simple observador.
Al mismo tiempo, las marcas sirven para nom brar los lugares, incluso con el correr del
tiempo contribuyen a la toponimia. Esos trozos o fragmentos no están definidos de la
misma forma para todas las personas, no son evidentes en sí mismos como lo puede
ser una gran avenida que divide de m anera evidente dos zonas de la ciudad. Algunos
habitantes y transeúntes de estos espacios periféricos reconocen ciertos fragmentos en
función de algunas marcas importantes para sí, pero que otras personas ni siquiera las
perciben. Esto implica que ese territorio vasto y extenso que es la periferia está cargado
de elementos que lo marcan, lo diferencian de un lugar a otro. La identificación de
estas marcas y áreas demarcadas por los mismos hitos «experienciales» está relaciona
da con lo vivido en esos territorios.
En ese proceso de construcción de una historia cotidiana reciente, muchas
veces la apertura espacial se vive como un aum ento del riesgo de agresión. Por ello,
encontram os relatos de sus habitantes en los cuales se construye la apertura como
el espacio por el cual pueden circular los otros peligrosos, amenazantes, figuras
que acechan. Este sentido otorgado a la apertura espacial viene a integrar la pers
pectiva del riesgo, que de por sí ya es una figura condensadora de fenómenos de
varios planos de la vida social local. Entonces, junto a las narrativas —muchas
veces masculinas— que retom an la idea am ericana de la apertura como el contacto
con la naturaleza, tam bién hallamos otras narrativas —a veces femeninas, pero no
siempre— en las cuales la apertura espacial es concebida como una espacialidad
del miedo.
94
En nuestra investigación sobre esta periferia encontramos que muchas de estas
marcas y áreas diferenciadas están relacionadas con experiencias de miedo a la agre
sión, o de agresión experimentada. La fuerza de este miedo (ya sea por daño real o
imaginado) está en que se espacializa y, en consecuencia, perdura en el tiempo. El
espacio queda marcado por el miedo. Así, la apertura espacial resulta asociada al
miedo e incluso al pánico, y no a la libertad, como se observa en el imaginario ameri
cano. Algunos autores que han estudiado el miedo desde enfoques espaciales, como
Denis Duelos (1995), han reconocido largas tradiciones en Occidente en las cuales se
asocian los espacios abiertos y el miedo, claro, tam bién hay otras que relacionan el
miedo con los espacios cerrados.
El caso de los espacios abiertos como fuente de miedo, según este autor, implica
que el miedo se experimenta como una amenaza externa. Éste es el tema por excelen
cia de las fobias espacializadas. Por ejemplo, la conocida agorafobia como un caso
particular de topofobia. En estos casos, el miedo es una construcción de sentido que se
conforma en relación con ciertas formas espaciales: la apertura espacial es concebida
como una forma espacial que favorece el desplazamiento de los agresores. Vale compa
rar con la construcción del sentido de la apertura espacial observada en los suburbios
americanos de mediados del siglo XX. Allí, la apertura espacial se concebía como lo que
le permitía subjetivamente al individuo sentirse protagonista de su libertad, de su avan
zada sobre lo desconocido como fuente de innovaciones, sentirse artífice de algo que
iba a construir. En las periferias actuales como la analizada, la apertura espacial no le
sirve subjetivamente a la persona para posicionarse en sí misma, sino para referir a las
posibilidades que le otorga a los otros, cuando además la alteridad representa por
encima de todo la amenaza.15Incluso en situaciones de peligro real, esa misma apertu
ra espacial podría ser vista como la posibilidad de huir del agresor. Pero lo relevante es
que para muchas voces que habitan esta periferia, esa apertura sólo es concebida como
una posibilidad para que el otro concrete su amenaza.
Esta forma de darle sentido a la apertura espacial se alimenta de experiencias
vividas (pasadas) de amenazas o directamente de agresiones, pero también de mitos y
leyendas localmente reconocidos y transmitidos (Lindón, 2005c). No por ello queda
limitada a un simple recuerdo del pasado, a la imagen que se puede rememorar. Al
mismo tiempo que se recuerda anecdóticamente, se constituye en un esquema con el
que el habitante de la periferia se orienta y actúa en el presente, como un verdadero
dispositivo cognitivo espacial. Conforma las prácticas actuales y aun las futuras de la
persona. La proyección de ese esquema en el presente y aun en el futuro es el rechazo
al «estar» en un lugar público, en las calles. Pero como no es posible para ninguna
persona evitar totalmente el espacio público, esto alimenta el sentido de que el espacio
público sólo es para circular y cuanto más rápidamente y más breve sea la exposición
al mismo, el sujeto se siente más protegido. El habitar estos espacios ha transitado
hacia formas topofóbicas (Lindón, 2005a y 2005b), a diferencia del habitar topofílico
de los espacios abiertos del suburbio americano. Así, aun cuando muchas veces las
personas llegaron al lugar movidas por un sueño de progreso, y depositaron en la aper
tura espacial muchos sueños y quimeras, la experiencia cotidiana muchas veces lleva a
reconstruir ese imaginario topofóbicamente.
15. E n o tra ocasión hem os analizado en p articu lar experiencias de agorafobia en la m ism a periferia oriental
de la ciu d ad de México (Lindón, en prensa).
95
Dado que esta construcción de sentido de la apertura como un espacio del miedo
está particularmente presente en ciertas narrativas como las femeninas, es bastante
notorio que también contribuye a profundizar una apropiación más diferenciada de
los espacios públicos, de acuerdo a perfiles de habitantes. Este imaginario ayuda a
excluir a las mujeres de estos espacios públicos, pero también a otros habitantes que
asumen esta espacialidad del miedo.
96
ciudad de México, aun cuando sus vacíos (espacios no construidos) pudieran llamarse
Wildemess, lo natural toma un sentido muy diferente. Aquí lo natural expresa lo que
se impone a sus habitantes como una perturbación angustiosa —es decir, como mie
do—, o bien, lo que dificulta la vida cotidiana. De modo tal que lejos de generar una
armonía admirable, parece producir una desarmonización de lo cotidiano porque obliga
a convivir con expresiones naturales que dificultan la vida cotidiana, como los lodazales,
las lluvias que devienen inundaciones y desbordamientos de aguas negras, o las
tolvaneras de la estación seca que todo lo cubren.
Al mismo tiempo hay que destacar que la noción de vacío de objetos se resemantiza
en el sentido de carencias, falta de lo básico para la vida cotidiana. La baja densidad de
residentes, por su parte, lejos de ser vista como tranquilidad, toma el sentido de la
desprotección ante las posibles agresiones, es decir, como una circunstancia en la cual
no hay otros que puedan ofrecer ayuda.
Por su parte, el vacío de m em oria —que tam bién está presente en la periferia
excluida— lejos de construirse con historias de progreso y éxito como en el subur
bio americano, tom a otro sentido: la m em oria local se va llenando con experiencias
de miedo, agresión y daño m aterial y simbólico, desprotección, carencias y sufri
miento.
16. E ste tem a lo hem os trab ajad o con detalle en varias ocasiones, en p arte relacionado con el m ito de la
casa pro p ia. Nos rem itim o s a esos trab ajo s ya que su tratam ie n to nos alejaría del objetivo de este artículo
(Lindón, 2005d; L indón 2003; H iem au x y L indón, 2002; H iem au x y L indón, 2004).
97
fundiza la función circulatoria de las calles (heredada de los ideales lecorbusianos y
reforzada por el modo de vida americano suburbano). Por otro lado, el sentido del
miedo también viene a reforzar la perspectiva circulatoria de las calles: el no estar sino
sólo pasar. Se llega así, a la convergencia entre las ideas socialmente aceptadas, de raíz
lecorbusiana, de que las calles son para circular con las ideas que asocian las calles al
peligro, el miedo y, en consecuencia, también son para circular rápidamente, y no para
permanecer.
Se construye de esta forma un imaginario de la periferia excluida que parece
ubicar de manera cada vez más distante la posibilidad de reconquistar el espacio de
las calles de las periferias como espacios para «estar», excepto para quienes sean
capaces de asumir el rol de agresores, o por distintos medios asuman el control de
dicho espacio. Indudablemente, estos sujetos no son quienes construyen las narrati
vas de la espacialidad del miedo, como las consideradas anteriormente. En este senti
do cabe recordar que aun cuando el sentido del miedo directamente es de una «per
turbación angustiosa por un riesgo o daño real o imaginado» (Diccionario de la Lengua
Española, 1992: 1.369-1.370), el miedo también reconoce otro sentido, el de la emo
ción (Abbagnano, 1996: 804).
El habitar topofóbico es un conjunto de prácticas dominadas por el desagrado por
el lugar. En este caso ese desagrado resulta del miedo en tanto perturbación angustio
sa. Esto es, desde el punto de vista de ese tipo de sujetos, una parte de los habitantes de
dicha periferia. Sin embargo, ese territorio periférico es habitado simultáneamente
por otros sujetos que no lo experimentan topofóbicamente por miedo, sino que lo
viven como el espacio de fuertes emociones. Son los sujetos que lo viven como un
territorio controlado en el cual la emoción deriva del someter o dañar a otros.
Desde la perspectiva del género se ha enfatizado reiteradamente la participación
de las mujeres en los mercados de trabajo, incluso esto se constata en casos como las
periferias pobres. Sin embargo, esta construcción de sentido respecto al espacio públi
co abierto en téiminos de miedo, indica que aun cuando estas mujeres participan
ineludiblemente del espacio público (de las calles) por su inserción laboral, en buena
medida es una presencia desde el miedo.
Si traemos a colación una f e s e conocida y citada en distintas ocasiones de Eric
Dardel (1990), «la ciudad como realidad geográfica es la talle», caben nuevos
cuestionamientos: si las calles son parte central de la ciudad, pero en las periferias
excluidas las calles se constituyen en espacios del miedo por los que sólo se circula y
que orientan al sujeto a recluirse en espacios cerrados, entonces es posible plantear un
interrogante respecto a si hay alguna posibilidad para la vida urbana como fenómeno
colectivo en este tipo de periferias metropolitanas.
El cuadro siguiente sintetiza los principales rasgos del imaginario del suburbio
americano como paraíso y su resemantización en el imaginario periférico del miedo.
4. Reflexiones finales
98
Cuadro 1 . E l su b u rb io y la p eriferia: ra sg o s d e la co n fig u ra ció n
esp a cia l, sig n ifica d o s y resignificación d el esp a cio
SUBURBANA/
PERIFÉRICA X
N om bre S u b u rb io (am erica n o ): re fie re a
la re la c ió n c o n la c iu d a d («sub»)
P P eriferia (excluida): só lo refiere
a la relació n c o n la c iu d a d e n lo
9BrH
d e fo rm a a u tó n o m a c o n re sp e c to
a la c iu d a d
HBP
Ll n o m b re d a c u e n ta de c ie rta
a u to n o m ía re sp e c to a la c iu d a d
A v en tu ra p o r la a tra c c ió n a n te lo
c L ejanía, p u e s aísla o d ific u lta el
acce so a o tro s lu g ares
d esco n o cid o
A v en tu ra p o r el u so del
i L ejanía p o te n c ia d a p o r la s larg as
c a m in a ta s o b lig a d a s o p o r los
a u to m ó v il e n u n te rrito rio
d ista n te
a ex ten so s d e s p la z a m ie n to s en
lia n s p o r te p ú b lic o
L os e le m e n to s e m b lem ático s
S 1 i ■- C em entos em b le m á tic o s de
la n a tu ra le z a cóm plice: las
d e lo n a tu ra l: lo verde,
la v eg etació n , lo s árb o les, la
lu m in o sid a d ....
i in u n d a c io n e s, el lodo
L os elem en to s em b le m á tic o s de
99
mos la subjetividad espacial en estos términos, nuevamente terminaríamos acercándo
nos a los reduccionismos, aun cuando ahora fuesen reduccionismos subjetivistas. Por
eso, la resemantización de los imaginarios dominantes es una veta fecunda, pero al
mismo tiempo exige del microanálisis.
Esta perspectiva puede resultar difícil si el/la investigador/a sigue apegado/a a los
principios de exhaustividad y a la consecuente ilusión de que la subjetividad espacial
puede ser conocida totalmente. Nunca será posible conocer todas las expresiones sub
jetivas de la espacialidad y, además, siempre serán cambiantes, mutantes. Por eso, aun
cuando los imaginarios urbanos sean una vía fértil también se debe tener en cuenta
que sólo son asibles de manera fragmentada.
Otra cuestión que no se puede perder de vista es que en términos de la subjetivi
dad sobre el espacio, cabe la incongruencia, los contrasentidos. Un mismo sujeto pue
de experimentar un espacio de m aneras diferentes, incluso opuestas: ahora una
topofobia intensa y en unos instantes una topofobia efímera.
En términos de contenidos particulares, resulta altamente significativo el hallaz
go de ideas suburbanas americanas y notoriamente clasemedieras, arraigadas en con
textos de pobreza urbana en la ciudad de México. Posiblemente, esto sea parte del
proceso, que desde otros ángulos analíticos, ha dado en denominarse «americanización»
de las sociedades. Por eso en un inicio planteamos que el punto de partida estaba en un
imaginario «dominante», aun cuando en su difusión se multiplica en muchos imagina
rios diferentes, pero siempre conectados con el dominante.
Asimismo, es importante destacar que la faceta «naturalista» del imaginario subur
bano americano se difundió y arraigó en el contexto de las periferias mexicanas, pero no
lo hizo así la faceta de la libertad espacializada. Y en sustitución del ideal de «libertad»
asociado a la apertura espacial, se construyó uno de «miedo» ante las amenazas externas
que tom a frágil al sujeto. Aunque también hay que considerar que este aspecto del ima
ginario periférico para el cual la apertura espacial toma el sentido de un espacio del
miedo, sobre todo se alberga en narrativas femeninas. Y como los imaginarios se relacio
nan con nuestras prácticas cotidianas, tanto con las que hemos realizado como con las
que vamos a desplegar, este tipo de construcciones de sentido terminan profundizando el
desigual usoy apropiación que los distintos sujetos sociales realizan del espacio público,
Cabe destacar también que los imaginarios urbanos se resisten a ser comprendi
dos desde lógicas binarias. Por ejemplo, sería discutible plantear que los territorios
poco instituidos, como las periferias nuevas, se constituyen en espacios del miedo, en
tanto que los espacios muy instituidos (como podrían ser los barrios consolidados más
céntricos en las ciudades) son vividos como lugares de la seguridad.
Posiblemente, el microanálisis de los imaginarios urbanos y la experiencia de ha
bitar los centros históricos también muestre la vivencia del miedo a pesar de ser espa
cios más instituidos. En esos casos, seguramente que el miedo no se anclaría en dimen
siones como la presencia de lotes baldíos, la apertura espacial, la falta de iluminación,
sino en otras cuestiones. En otras palabras, es importante no arrastrar al campo de la
subjetividad espacial esquemas analíticos propios de otro tipo de aproximaciones, como
es el caso de los planteamientos dicolómicos, precisamente porque la subjetividad es
pacial (como todos los ámbitos ele la subjetividad) incluye las contradicciones y los
aparentes sinsentidos, y excluye las clasificaciones binarias.
Para cerrar estas reflexiones queremos observar que el tema del miedo en la ciu
dad contemporánea, aun en su periferia, se puede retroalimentar reiteradamente del
100
pensamiento de Tuan. Así, cabe recordar que su revisión del miedo a través de la histo
ria (1980) lo llevó a destacar que en períodos como la Edad Media el miedo era propio
tanto de las ciudades como de las áreas rurales, aun cuando fuera diferente en unas y
otras. En las primeras estaba muy relacionado con los asaltos a la propiedad, en tanto
que en el campo el miedo resultaba más ligado a experiencias de agresiones físicas a las
personas, incluidos los asesinatos. Esto nos lleva a incorporar una pieza clave que no
incluimos en el cuerpo del trabajo: el habitar topofóbico y la posibilidad de que un
conjunto de sujetos habitantes construyan su espacio de vida a través del miedo, es un
proceso que también ocurre en relación con otros individuos que realizan prácticas
con las cuales dañan, agreden o perturban a aquél. En otros términos, comprender las
topofobias y los espacios del miedo también requiere del reconocimiento del agresor o
el delincuente.
En esta perspectiva, Tuan (1980: 133) observa un detalle relevante para nuestro
análisis: en la Alta Edad Media europea, en las zonas rurales existían los llamados
«delincuentes de las carreteras», que se escondían a los costados de los caminos o en
los bosques cercanos. Así, de los diversos sujetos sociales, los viajantes —aquellos que
se desplazaban atravesando áreas despobladas— eran los más azotados. Si en un juego
analógico contrastamos estos hallazgos de latitudes diversas y tiempos remotos con el
miedo en la periferia oriental de la ciudad de México, surge que la figura del delincuen
te que en la Edad Media acechaba escondido y oculto a los costados de los caminos,
ahora se encuentra en las calles oscuras y solitarias de las periferias metropolitanas
excluidas. En parte, estas periferias ofrecen condiciones físicas que entran en compli
cidad fácilmente con el delincuente, como antes ocurrió con la vera del camino rural o
los bosques próximos: ahora es la oscuridad y el lugar por el que necesariamente va a
pasar una persona que se traslada (ahora, un transeúnte intrametropolitano). Las peri
ferias actuales también suman otras condiciones que no tenían los caminos rurales de
la Edad Media, como la posibilidad de acechar a muchas más personas, todas aquellas
que regresan al hogar después de una jom ada de trabajo, estudio u otras actividades.
En suma, la periferia actual tiene las condiciones de espacio desolado semejantes a las
que podía tener la vera del camino rural medieval, pero agrega otras que potencian a
las anteriores, como una mayor afluencia de posibles acechados sin que sean tantos
como para que peligre el agresor.
A esto hay que agregar otras condiciones, muy presentes en las periferias actuales
(aunque también suelen estarlo en otros territorios), que también contribuyen a la
constmcción de los espacios del miedo desde las prácticas del agresor. Nos referimos a
la presencia de pandillas (sujetos colectivos) para las cuales las calles se constituyen en
su principal espacio vivido, se apropian de ellas, las marcan y controlan territorios
dentro del espacio público. En parte este fenómeno está asociado con otro proceso
emparentado, aunque no abordado en este trabajo, como es el fenómeno creciente
denominado homelessness, es decir, la presencia de personas sin casa. Cuando muchos
individuos han visto degradado o desaparecido su espacio de vida básico, la casa, la
apropiación de espacios públicos suele compensar lo perdido. Así, se llega a la situa
ción en la cual significados y sentidos que en otros contextos eran atribuidos a la casa,
como las emociones o los mecanismos de control, para algunos homeless se trasladan
al espacio público. Es necesario reconocer que ese traslado no se reduce a lo elemental,
un lugar en donde estar o un lugar en donde dormir, sino que en algunos casos, las
personas suelen hacer suyos fragmentos del espacio público y buscan controlarlo, como
101
algunos lo hacen dentro de un espacio privado, es decir, sometiendo a los otros (en
este caso, el transeúnte).17 Dicho sea de paso, al analizar los espacios del miedo
desde una mirada de espacio vivido (en la perspectiva del hum anism o geográfico),
vale decir desde la mirada del sujeto, tam bién se hace notorio que aquel espacio que
para unos sujetos toma el sentido del miedo, para otros puede ser un espacio de la
«emoción».
Estas dos dimensiones del miedo consideradas más arriba (el agresor solitario
que se oculta y el sujeto colectivo que busca el control de un territorio) no son ajenas
a esa condición de territorio escasamente instituido tan característica de la periferia
excluida. El bajo nivel de lo instituido de este tipo de periferias, desde el punto de
vista de sus habitantes es algo evidente. Por ejemplo, en el discurso de los habitantes
de la periferia estudiada se señala reiteradam ente que «éste es un lugar en el cual se
refugia m ucha gente que huye de una condena». Para el habitante, lo poco institui
do socialmente permite, entre otras cosas, que quienes se ocultan de «la ley» puedan
pasar desapercibidos en este lugar. No obstante, lo poco instituido emerge en m u
chos otros aspectos: desde las viviendas a medio construir, los lotes baldíos, la falta
de servicios e infraestructuras, la falta de legalidad en cuestiones como la propiedad
de la vivienda, hasta otros aspectos más relativos a la socialidad, como la dificultad
o el rezago en la construcción de lazos de vecindario sólidos, que en el mejor de los
casos se sustituyen por redes sociales. También es una expresión de lo mismo, la
escasa difusión de actividades y servicios urbanos que puedan contribuir a la vida
urbana más diversificada, es decir más allá de la exclusiva función residencial. En
suma, lo no instituido socialmente se relaciona con la baja consolidación en térm i
nos urbanos. Este tipo de periferias excluidas, pauperizadas, más o menos recien
tes, están menos instituidas que el resto de la ciudad, tienen menos historia urbana
y en consecuencia hay menos aspectos establecidos, fijados, regulados, negociados,
menos rigideces. Esa condición de territorio que no está totalm ente instituido es lo
que contribuye a que el residente se sienta desprotegido y frágil y construya su espa
cio de vida de m anera topofóbica, y al mismo tiempo, el agresor se pueda sentir más
libre y lo construya como un espacio de la aventura y la emoción. Una vez más este
problema nos recuerda el pensamiento de Tuan (1980), cuando señalaba que la ciu
dad ha sido durante largo tiempo una expresión del «orden» que resulta tanto de las
formas materiales como sociales, y como tal restringe, limita. La asociación entre la
ciudad y el orden se expresa de muchas formas, que van desde las construcciones
como formas físicas que imponen pautas, perm iten ciertas prácticas y formas de
vida y no otras, hasta la legalidad misma de las ciudades que establece lo que se
puede hacer y lo que no es posible, o las condiciones bajo las cuales es posible reali
zarlo. Parecería que las periferias excluidas como la analizada representan el rever
so del sentido de la ciudad planteado por Tuan, se aproximan más bien al sentido
que este autor le daba a las zonas rurales, en su propuesta, expresiones del caos y la
falta de límites.
17. No en todos los casos, e¡ homeless se asocia con la agresión a ios otros. Indudablemente. en muchos casos
to m a la fo rm a del indigente o incluso, del h ab itan te de u n albergue o refu g ia tem poral CSormnejTñlle, 1992).
102
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«Nosotros y los Otros»:
segregación urbana y significados
de la inseguridad en Santiago de Chile
Rosa María Guerrero Valdebenito
Universidad Nacional Autónoma de México, México
107
1. Santiago, inseguridad en una ciudad de fronteras
1. E n Chile la u b icació n estam en tal de sus individuos tiende a asen tarse. La claSe a!ta; lá d é m ayores ingre
sos, rep re sen ta u n 7 % de las fam ilias y co n tro la m ás del 60 % de los ingresos del país. E n 1990, el 20 % m ás rico
recib ía 14 veces m ás que el 20 % m ás pobre. E n el año 2000, diez años m ás tarde, recib e 15,5 veces m ás (E ncues
ta Socioeconóm ica Nacional-Casen, 2000).
108
extensivamente,2poco se ha indagado por los significados y creencias que construido
esta creciente inseguridad, prevaleciendo un discurso social elaborado en torno a la
seguridad objetiva,3que tiende a homogeneizar las causas y sentidos de la inseguridad
como un problema que afecta a todos de igual manera.
Desde diversos estudios (Arraigada y Godoy, 1999; Concha-Eastman, 2000;
Dammert y Lunecke, 2002; Dávila, 2000; Espinoza y Márquez, 2000; Lechner, 1998 y
2002; Martín Barbero, 2000) se ha evidenciado que los significados y la vivencia de la
inseguridad son procesos diferenciados. Como lo expresa Naredo (1998), la percep
ción de inseguridad está relacionada con factores como las condiciones personales
(edad, sexo), condiciones sociales (entorno, trabajo), redes de socialización y hábitos
de vida y mayor o menor vulnerabilidad al mensaje violento de los medios de comuni
cación de masas (Naredo, 1998:2). En una ciudad conviven grupos heterogéneos: an
cianos, jóvenes, migrantes, mujeres, gente de clase media y alta, etc. Las vivencias y
necesidades de uno y otros van a determinar su percepción de seguridad, que será
distinta u opuesta para cada grupo (Concha-Eastman, 2000).
La segregación urbana, como reflejo de la desigual distribución de los beneficios
sociales, económicos y culturales en el interior de la ciudad, pone de manifiesto los
distintos significados sociales que están en juego en la construcción de la inseguridad
urbana. Las experiencias sociales y territoriales construyen los significados de la inse
guridad de acuerdo a las necesidades y posibilidades de cada grupo, a su historia y al
marco social dentro del cual ésta se desarrolla. Las fisuras urbanas, las barreras al
interior de la ciudad, aparecen entonces como la expresión y el recurso de integración
e identificación en el interior de cada grupo social, pero también de exclusión y distin
ción en relación al resto de la sociedad. El proceso de consolidación de la segregación
urbana en Santiago, como lo expresa Márquez (2003), tiene también como efecto la
radicalización de sus consecuencias sociales e identitarias. Paralelamente a los muros
sim bólicos que levanta la inseguridad va tam bién aparejado el electo de la
estigmatización de ciertos grupos sociales y la percepción de éstos de «estar de más»
(Márquez, 2003).
La segregación y las fronteras espaciales no son sólo un reflejo de las desigualda
des sociales en el acceso y distribución de los beneficios sociales de la ciudad, sino que
también ayudan a elaboraría. La segregación urbana permite dar cuenta de la consoli
dación progresiva de un modelo de ciudad de fronteras, marcada por la afirmación de
una ciudadanía privada y una comunidad fuertemente fragmentada.
Ubcado en este marco concreto, el estudio se cuestionó: ¿cuáles son los múltiples
significados que articulan la inseguridad como una narrativa de la experiencia urbana
de Santiago? ¿La ubicación territorial de los grupos en el interior de la ciudad es un
marco de sentido para la elaboración de los significados que adquiere la inseguridad
en las prácticas sociales urbanas y en el uso y acceso de los espacios públicos? En tom o
a estas interrogantes el estudio rescata la desigual distribución social y territorial exis
2. P ara m ás an teced en tes respecto a la pro b lem ática de la in seguridad en S antiago ver: E stad ísticas de
F u n d ació n Paz C iudadana, índice de temor ciudadano 1998-2001; F undación F uturo, Mapa del Temor Área Me
tropolitana de Santiago-, A rraigada, I., Godoy, L (1999); C oncha-E astm an, Alberto (2000); D am m ert, L ucía y
Alejandra Lunecke (2002); Dávila, M ireya (2000); Espinoza, Vicente, M árquez, F rancisca (2000); Lechner, N orbert
(1998,2002).
3. La Seguridad Objetiva se tr a ta del grado real de seguridad de u n a sociedad m edida en base a elem entos
m en su rab les tales com o los índices de crim in alid ad y estadísticas oficiales (Perogaro, 2000).
109
tente en la ciudad como un elemento relevante en la construcción de los significados
que adquiere la inseguridad en los espacios públicos urbanos. Se abordó la segrega
ción urbana a partir de entrevistas en profundidad a habitantes de dos comunas4
periféricas fuertemente diferenciadas. Por un lado los habitantes de Cerro Navia, un
barrio de fuerte marginalidad social, económica y territorial y que desde las estadísti
cas es considerado como un barrio de alta peligrosidad social,5y por otro Las Condes,
un barrio también en el borde urbano, de nivel socioeconómico alto y considerado de
bajo nivel de inseguridad.
Uno de los objetivos del estudio se orienta a conocer cuáles, según ambos grupos
de entrevistados, son las causas o factores que dan origen a la inseguridad urbana del
Gran Santiago.6 El sentido de este interés es explorar las creencias y sentidos a partir
de los cuales los distintos grupos elaboran una explicación simbólica respecto a la
inseguridad urbana, sus fuentes, causas y consecuencias y en como ésta se contextualiza
en el marco de procesos sociales y urbanos que dan forma a la ciudad y a sus proble
máticas. Los hallazgos nos permiten observar que en los significados que ambos gru
pos le atribuyen a las causas y factores que dan origen a la inseguridad urbana del Gran
Santiago confluyen las distintas experiencias sociales y territoriales a través de las cua
les éstos perciben el desarrollo social del país y de la ciudad. Ambos grupos represen
tan dos polos de experiencias urbanas y sus significados de inseguridad están profun
damente delineados por las oposiciones y fronteras sociales, espaciales y económicas
que están presentes en la ciudad.
Para los entrevistados de Cerro Navia, la emergencia de la inseguridad urbana en
Santiago tiene tres grandes causas o fuentes. La primera de ellqs nos dice que la inse
guridad es resultado de pérdida de referentes sociales y personales de seguridad. Esta
fuente de explicación se refleja en dos procesos. Por un lado, en la ausencia del Estado
como referente de seguridad social y como un mediador y orientador de procesos de
desarrollo equitativos, y por otro en la pérdida progresiva de seguridades personales,
4. Las co m u n as son las u n id ad es adm inistrativas m enores d en tro del o rg an ig ram a del p o d e r del E stado.
S on dirig id as p o r el Consejo C om unal, cuya m ag n itu d d ep en d er de la can tid ad de gente q u e h a b ita n en la
com una, que es p residido p o r u n Alcalde. El M unicipio, o gobierno com unal, tiene am plias esferas de acción en
varios aspectos de la vida de sus h ab itan tes, com o p o r ejem plo la salud, la educación, la vivienda, la higiene
pública, el m an ten im ien to de lu g ares de recreación, etc. (Vignoli, 1993).
5. E stad ísticas de F u n d ació n Paz C iudadana, índice de temor ciudadano 1998-2001; F u n d ació n F uturo,
Mapa del Temor Área Metropolitana de Santiago.
6. El G ran Santiago, que fue nu estra u n id ad de análisis de estudio, hace referencia a la P rovincia de S antia
go, la cu al está dividida en 32 com unas, las que co n ju n tam en te con las C om unas de P u en te Alto (Provincia
C ordillera) y de San B ernardo (Provincia de M aipo) conform an actualm ente el Área M etropolitana de Santiago.
L a p o b lació n de S antiago alcan za u n to tal de 6.038.974 h ab itan tes según el censo de p oblación de 2002, lo que
rep re sen ta u n 40,1 % del to tal del país (S abatini, 2001).
110
tales como la estabilidad del trabajo y el acceso equitativo a la justicia. Esta pérdida de
referentes de seguridad se refleja también en procesos más amplios Tos ontrevistarlnc
perciben una agudización de la marginalidad y un aumento de las diferencias entre
los distintos grupos sociales, procesos que consecuentemente han generado sentimien
tos de apatía y desconfianza que han replanteado el significado de las relaciones socia
les. De una desconfianza hacia las instituciones y hacia el desarrollo social, como
fuente de beneficios y condiciones equitativas para todos, se ha pasado a una descon
fianza en el otro como referente para la construcción de proyectos personales y colectivos.
Para este grupo, una segunda fuente desde donde emerge la inseguridad es el tipo
de vida urbana. La «locomoción excesiva», los «atropellos», la «gente estresada», la
rapidez y falta de sanciones son fenómenos y problemas que para los entrevistados
resultan descriptivos de la vida en la ciudad. Estas formas de vivencia urbana produ
cen sensaciones de «intranquilidad», «inseguridad», «preocupación»; reorientando tanto
sus acciones: «me siento adelante», como sus percepciones: «la preocupación hace que
los días sean más cortos».
Una tercera causa que para este grupo da origen a la inseguridad urbana es la que
vincula a ésta como resultado de un deterioro de las relaciones familiares. La inseguri
dad es el resultado de relaciones sociales que se han ido estructurando en tom o a la
desconfianza y el temor. Estos sentimientos emergen como resultado de relaciones
familiares desvinculadas y marcadas por la falta de responsabilidad en la toma de
roles. El alcohol, la violencia intrafamiliar y la despreocupación de los padres son con
diciones que van generando conductas agresivas, especialmente en los jóvenes. Estas
conductas se constituyen en fuente de desconfianza e inseguridad para los otros. La
pérdida de seguridad en el interior de la familia se transforma, entonces, en la base que
elabora inseguridad hacia el resto de las relaciones sociales.
Para los habitantes de Las Condes la emergencia de la inseguridad adquiere otras
fuentes y sentidos, vinculados ciertamente a las mejores posibilidades sociales, econó
micas y culturales que este grupo tiene en relación al anterior. Una prim era fuente de
la inseguridad urbana para este gmpos esta vinculada a la segregación urbana. Para
los entrevistados, la distribución diferenciada de los gmpos al interior de la ciudad
relativiza el sentido de la inseguridad. Inseguridad es cualquier espacio que no es
conocido. El espacio seguro es él espacio propio, en el cual tienen acceso a todo lo que
necesitan. En función de ello y mientras se mantengan en «su» espacio, con su gente,
estarán protegidos de las amenazas de la ciudad, de su dinámica y de los otros actores
urbanos.
Una segunda fuente de inseguridad urbana para este grupo está vinculada a un
cierto tipo de individualismo que tiene dos sentidos. Una falta de cultura grupal y de
baja tolerancia con las diferencias: «la gente en la calle es muy fría», «pensamos como
muy en nosotros». Y, segundo, no se observan las diferencias. En la medida que cada
persona está tan concentrada en sí misma, estresada y preocupada, no logra ver a los
demás y observar las posibles diferencias que hay entre irnos y otros. «Ver al otro»
implica ver las diferencias y similitudes con respecto a uno y, por ende, permite elabo
rar ciertas prácticas de protección o de acercamiento. Esta significación de la inseguri
dad permite observar la importancia que tiene para este grupo la elaboración de la
diferencia como elemento constmctor de seguridad. Estar atento a los otros, delinear
la diferencia y establecer ciertas distancias parecieran ser elementos estructurantes de
seguridad.
111
Una tercera vertiente desde donde fluye la inseguridad para este grupo es el dete
rioro de las relaciones sociales producto deu n a pérdida de valores. Desde esta significa
ción sientes seguridad cuando percibes que los demás te van a respetar a ti, a tu fami
lia, a tus bienes y tu espacio, es decir, cuando las otras personas comparten ciertos
valores básicos de convivencia, como el «respeto» y la «honestidad». Sin embargo,
estos valores se lian erosionado progresivamente, lo que ha alimentado el surgimiento
de miedos personales que toman forma en diversos estereotipos sociales: «miedo aú n a
persona que se viste de negro»; y en miedos más difusos: «a que te mientan», «a que te
ofendan», «un miedo que está siempre». En definitiva, la erosión de valores fundamen
tales de convivencia para este grupo cimientan la emergencia de diversos miedos que
van elaborando las relaciones sociales en torno a la sospecha y la desconfianza como
elemento estructurante de las mismas.
Los distintos significados que ambos grupos atribuyen a las fuentes de la inseguri
dad urbana permiten observar que la segregación urbana es un marco significativo
para comprender los sentidos opuestos a partir de los cuales se construyen la vivencia
y la aprehensión de los procesos sociales y económicos que han configurado la ciudad.
Para el primer grupo, la inseguridad los confronta con la manera desigual como se han
distribuido los beneficios y consecuencias del desarrollo urbano, proceso que es perci
bido más bien como desestructurador que integrador. Para el otro, las fuentes de la
inseguridad pone de manifiesto la relevancia que la segregación adquiere como un
elemento positivo de orden social y de generación de seguridad. Desde ambos grupos,
las fuentes de la inseguridad urbana nos dejan entrever la coexistencia de imaginarios
sociales que no sólo se oponen entre si, sino que también dan cuenta de las formas
desiguales y conflictivas a partir de los cuales se elabora el sentido del habitar urbano.
Otro interés de nuestra investigación era indagar cómo eran significados los espa
cios públicos a través de la inseguridad y la seguridad, en el entendido de que los
espacios públicos en su sentido tradicional son lugares de encuentro y sociabilidad
donde las dinámicas urbanas se recrean y adquieren sentido. Sin embargo, la fragmen
tación urbana, la violencia y la inseguridad están reorientando las prácticas de uso y
significado de estos espacios. De esta forma, éstos se han constituido también en luga
res donde se reflejan las tensiones, fracturas y conflictos sociales entre los distintos
actores urbanos.
Como una vertiente común para ambos grupos la inseguridad siempre proviene
del afuera, de un lugar que no es el nuestro y de un otro que no es como nosotros. Para
112
los habitantes de Las Condes la inseguridad se ubica en los barrios periféricos, lugares
que concentran los diversos estereotipos sociales que desde los medios y la narrativa
social han sido tipificados como los sujetos portadores de las inseguridades colectivas.
En los barrios bajos están los pobres, los vagabundos, las prostitutas, los delincuentes;
aquellos que por opción o condición sienten «frustración» y «animadversión» hacia
ellos y que por ende son fuente de amenaza. Unos «otros» que no se conocen más que
por los medios, pero que no es necesario que se los conozcan para saber cómo son.
Sujetos que representan la antítesis valórica y estética de lo que ellos son. Por ello, «lo
mejor es no ir a esos lugares», la seguridad es moverse dentro de lo conocido y los
conocidos.
Para los entrevistados de Cerro Navia la inseguridad tam bién es el afuera, pero
no tiene un territorio definido. La inseguridad es un relato de lo social, circula por
todos los intersticios de la ciudad; en la calle, en el micro, en los otros barrios. La
droga, la violencia, la agresividad, las personas sospechosas como fenómenos y suje
tos de la inseguridad, provienen de otros barrios, de otras comunas, del «afuera», no
de los espacios que ellos habitan o en los cuales circulan cotidianamente. Para los
entrevistados de Cerro Navia, los otros amenazantes son los desconocidos, los dife
rentes, los estereotipos sociales: los delincuentes, los hombres de la noche, los que
están acechando en cualquier lugar de la ciudad; pero también hay un otro amena
zante que está dentro de la comunidad y que altera la sociabilidad del barrio. Ese
otro son los jóvenes, los que por las circunstancias personales y sociales son «la m an
cha» de la comunidad, lo que los confronta con sus limitaciones y conflictos y que no
les permite elaborar un «nosotros» que les proteja.
Un espacio público común donde confluyen las inseguridades de ambos grupos es
el Centro de la ciudad. El Centro —el casi único lugar de la ciudad donde aún confluye
la heterogeneidad urbana— es el espacio público que según los entrevistados concen
tra la inseguridad urbana, donde confluyen las inseguridades de unos respecto a otros.
El Centro para ambos grupos pareciera representar la manera conflictiva que tienen
de convivir con la diferencia y la heterogeneidad social. El Centro es el lugar donde se
ubica ese otro, que no conozco, que está sumergido en la multitud, el lugar donde
«cualquiera puede ser cualquier cosa», lo que lo hace aún mas amenazante.
113
seguridad comunitaria se libra a partir de una lucha por borrar las nominaciones exter- i
ñas que los estigmatizan: pobres, delincuentes, marginales. La construcción de seguri- |
dad, desde ambos sentidos, se instala como una tarea colectiva por configurar valores !|
positivos a la vida comunitaria. En este marco, el barrio emerge como un «lugar» de
significados comunes y de sentido de pertenencia. Un lugar de cobijo y de protección
donde se puede vivir bien, un espacio positivo en el cual se desarrollan relaciones más
cercanas y afectivas. El lugar donde se han desarrollado ¡experiencias colectiva^e indi
viduales de alto significado personal, el espacio de recuerdos y vivencias agradables, f
Seguridad, para este grupo, implica reelaborar la pertenencia al territorio habitado
como una dimensión central de la identidad colectiva.
Para los habitantes de Las Condes, la seguridad es ante todo m antener una co
m unidad homogénea, una comunidad de iguales que comparte símbolos, costum
bres, valores y objetos que los diferencia del resto y que configura las fronteras de la
identidad propia. El barrio representa un refugio en la medida que es el lugar protegi
do del devenir urbano y de sus efectos, la comunidad de iguales, el lugar que mantiene
valores, como la confianza, la solidaridad, valores que estructuran seguridad. Una
comunidad que ha sido construida a la medida de sus necesidades, la representación
del «espacio anhelado» e idealizado, frente a un espacio urbano que no los satisface.
Los entrevistados se sienten a salvo y encuentran lo que desean en su barrio: «un aire
más puro», «vistas a la naturaleza», posibilidades de generar una vida de más vecin
dad entre sus iguales, un lugar que les proporciona una tranquilidad que no encuen
tran en las calles de Santiago. El barrio es el lugar que pone un límite a la ciudad
caótica y hostil, marcando el contraste. Es el lugar «agradable», «bonito», «limpio» y
«ordenado», un espacio armónico que deja fuera el caos y la fealdad. El barrio es el
lugar que «escapa» de la ciudad, la cual, geográfica y simbólicamente, se sitúa en los
márgenes, en el «afuera». El barrio no posee los defectos de la ciudad (ruido, locomo
ción contaminante, aglomeraciones, edificaciones de altura, etc.), aun con la ventaja
de que se está en ella y se accede a sus beneficios. Para los entrevistados de Las
Condes el barrio es la representación de la ciudad que anhelan, es una micro-ciudad
armónica, de paisajes verdes, agradable, tranquila, que ellos han construido, un en
torno que contrasta con la otra gran ciudad y que la m uestra más hum ana y agrada
ble de vivir.
114
La inseguridad despoja progresivamente a los espacios públicos urbanos de los
diversos sentidos sociales que éstos adquieren en la construcción de ciudadanía. Per
un lado, la segregación urbana pone de relieve el acceso inequitativo a los espacios
públicos urbanos, lo cual no sólo simboliza territorialmente las diferencias sociales ya
existentes, sino que también es el corolario de un modelo social y económico que ha
estructurado divisiones sociales, culturales y económicas que aún se mantienen y que
surgen como estructurantes en la elaboración de los significados de la inseguridad. Por
otro lado, los espacios públicos se constituyen además en el lugar donde se plasman las
fronteras y límites que articulan la relación con los otros y con nosotros mismos. Lo
que configura un espacio público como seguro o inseguro no es el espacio en sí, ni sus
características físicas, sino un «alguien» que establece la distinción entre un «nosotros
y un otro». Así, los espacios públicos son siempre la representación de un otro, y en el
marco de la inseguridad, otro que es diferente y amenazante.
La relación entre iguales que promueve la segregación urbana y la consecuente
homogeneidad residencial y barrial de la ciudad ^bre paso a un imaginario y una prác
tica de vida comunitaria que a partir del relato de la inseguridad refüéraaypfotege"aí
ñosotmsdeTos embates y K p e E ^ ^ c ^ ^ I ^ o f r o ^ T a a liS S tte e lS B ^ e ig ic E is nrác-
ticas por parte del relato medial y político va progresivamente colmándola de sujetos y
lugares, reforzando con ello un imaginario urbano fragmentado y excluyente. La se
gregación urbana como marco de elaboración de los significados de inseguridad pare
ciera dar cuenta de un imaginario urbano que no encuentra asideros sociales y perso
nales para convivir con la heterogeneidad urbana y sus desigualdades.
La segregación urbana y la percepción de las desigualdades en la distribución de
los beneficios y logros del desarrollo urbano y social parecieran ser los marcos de
sentido a partir de los cuales nuestros entrevistados elaboran los significados de la
inseguridad en los espacios públicos urbanos y en las relaciones con los otros. Cada
grupo, desde sus limitaciones y posibilidades, va haciendo frente a sus miedos reafir
mando las fronteras reales y simbólicas que lo separan de los otros y lo unen a su
comunidad. La comunidad se constituye entonces en el principal referente del sentido
de identidad urbana, haciendo difícil construir un sentido de integración en tom o a
referentes sociales y territoriales más amplios. En este marco, el estudio nos deja una
serie de interrogantes: ¿cómo reelaborar puentes simbólicos que permitan conectar la
diversidad urbana? ¿cómo rearticular los espacios públicos para que éstos sean espa
cios abiertos a la interacción y comunicación social? ¿Cómo hacer frente socialmente
a las inseguridades colectivas en una sociedad urbana dividida, que convive y tolera la
desigualdad y la segregación?
La presencia de los miedos como un relato colectivo de la ciudad nos confronta
no sólo con nuestras formas conflictivas de enfrentar socialmente la diferencia y la
diversidad, sino también con el tipo de sociedad que se está construyendo. Incita a
repensar quiénes son los que participan en el establecimiento de los acuerdos políti
cos y sociales y cuáles son los temas y actores ausentes en la construcción de ellos. Los
olvidados, las ausencias, la memoria relegada son, siguiendo a Lechner (2002), ele
mentos que quizás perm itan comprender, reelaborar y procesar los miedos colectivos
y constituirse en mecanismos activos para la construcción social de la integración
social y urbana.
115
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Sonia Baires.
119
tos espacios y de las representaciones sociales de su población usuaria en relación con
la seguridad/inseguridad que los rodea.
Metodológicamente, el estudio se realizó en tres etapas. En primer lugar, se elabo
ró un marco conceptual y un diagnóstico de la problemática de la violencia y el espacio
público. En El Salvador hay una diversidad de estudios sobre violencia, pero muy
pocos abordan específicamente la violencia urbana. Los estudios que retoman este
fenómeno lo hacen desde un enfoque epidemiológico o judicial, por lo que esta prime
ra etapa resultó fundamental. En la segunda etapa de la investigación se realizaron
estudios de caso basados en un trabajo de observación participante y de entrevistas
colectivas con usuarios y usuarias de esos espacios.
Se observaron, en el estudio completo, cuatro zonas-tipo que representan la diver
sidad de formas que adquiere el espacio público en San Salvador y los complejos pro
cesos de socialidad que de ellas se desprenden. Para este artículo se retoman los resul
tados parciales de dos de las zonas estudiadas, a saber, Comunidad Iberias y Metrocentro.
Se abordan estas dos zonas porque desde ellas puede analizarse con mayor claridad el
papel de los imaginarios urbanos y las representaciones en la construcción social y
simbólica de la ciudad y el fenómeno de la violencia. Se presentan en la tabla 1 los
criterios de selección de las cuatro zonas seleccionadas en el estudio completo.
Durante la tercera etapa se hizo una revisión general de las políticas, programas y
proyectos de las instituciones gubernamentales y no gubernamentales relacionadas
con el espacio público y la violencia.
En la aproximación empírica a esta difícil relación de la violencia urbana y los
espacios públicos, dos categorías conceptuales permitieron volver inteligibles los hallaz
gos: las «geografías de la inseguridad» (Reguillo, 1997) y los «imaginarios del miedo». La
primera se estructura a partir de los recorridos de las personas en las zonas estudiadas y
tiene como elemento central la identificación de sitios y sujetos hecha por los usuarios.
La segunda es una adaptación de la categoría trabajada por Comelius Castoriadis (2002).
Este autor dice que el imaginario refiere a algo «inventado» —ya se trate de un «invento
absoluto» o de un desplazamiento de sentido, en el que unos símbolos ya disponibles
están investidos con otras significaciones que las suyas «normales o canónicas».
imaginarios del miedo serán, entonces, la invención personal o colectiva que
| se hace de la ciudad construida y que tiene como fundamento la vivencia cotidiana de
| la inseguridad, y que permite que se constituya una representación determinada de los
| espacios urbanos, principalmente los públicos. Es desde los imaginarios del miedo que
j se constituyen las formas de nom brar (y estigmatizar) estos sitios y sujetos sociales
1 -^identificados con la inseguridad y el riesgo.
El primer eje que estructura esta reflexión es el imaginario de la inseguridad ciu
dadana que se ha venido construyendo en el uso de los distintos espacios públicos
(derivada de un alto índice de casos de violencia social y simbólica) en el país. Un
análisis más profundo de las condiciones de estos espacios y sus habitantes en el plano
de lo simbólico muestra que la relación inseguridad-violencia es uno entre los varios
aspectos que intervienen en el deterioro de lo público. Sin embargo, otras cuestiones
como las inadecuadas regulaciones urbanas, los cambios en los usos del suelo y el
déficit de las municipalidades para mantener los espacios existentes y crear otros, apa
recen también como importantes.
El problema entonces no es si la violencia constituye el único factor explicativo del
deterioro del espacio público, sino hasta qué punto ella y los imaginarios de la insegu-
120
Zonas C o m u n id ad C en tro M etro cen tro Z o n a R o sa
Ib erias h istórico
V aria b les .
R e la c io n a d a s co n e l u so d el esp acio
* La Policía N acional Civil, PNC, clasifica las zonas según la peligrosidad establecida po r los índices
delincuenciales registrados p o r la institución. D atos obtenidos en la entrevista con el com andante V ladim ir
Cáceres, febrero de 2003.
ridad que genera están interviniendo o influyendo en las prácticas sociales observadas
en el mismo, y cómo el Estado, a través del gobierno central y los gobiernos locales,
está manejando estas cuestiones.
Finalmente, se discute la posibilidad de fortalecer los procesos de construcción
de los espacios públicos sin una visión romántica que suponga retom ar el pasado,
pero tam bién sin perder de vista los cambios que se han operado entre lo público y lo
privado, y rescatando el sentido de bien común que tienen esos espacios y la respon
sabilidad del Estado al respecto. Aquí volvemos al tema del espacio público y la ciu
dadanía.
121
1.1. Iberias: la construcción de la ciudad desde los estigmas
122
niñas (quemaduras), agresiones sexuales, venta y tráfico de drogas. Estas prácticas
están territorializadas. Hay lugares y sujetos m arcados que los habitantes del sector
pueden identificar y desde ellos nombran las inseguridades propias de las comunida
des. Lugares como la calle principal, la avenida Las Flores, la Cruz Verde, el límite
entre jardines de Don Bosco e Iberia B, la cancha de El Hoyo y la línea férrea son
lugares señalados en las distintas entrevistas como lugares inseguros.
Los homicidios son adjudicados, en su mayoría, a los conflictos entre maras. En
el sector puede identificarse la presencia de la Mara Salvatrucha (MS) y la Mara 18
(M I8). Territorialmente, la MS se localiza en el sector de Iberias A y B (los de abajo)
y la M I8 en el sector de Concepción y Don Bosco (los de arriba). Los conflictos
territoriales entre ambas han provocado una serie de hombres jóvenes m uertos o
heridos, sobre todo en dos de las comunidades.
Pistolas, granadas y cuchillos tienen tam bién un papel im portante en la
cotidianidad de la comunidad. La presencia de armas de fuego, el alto grado de
armamentización —como recurso de defensa o para m arcar el territorio— es una
característica presente en la comunidad. Esta situación posibilita que la amenaza de
homicidios y lesiones sea mayor.
Aunque no aparecen contabilizadas como tal en las estadísticas policiales, pare
ce importante hacer énfasis en las agresiones físicas recibidas por niños y niñas en la
comunidad. Éste es un tipo de violencia cotidiana, expresión de la agresividad y hos
tilidad con la que se matizan las relaciones sociales en este asentamiento. Esta violen
cia focalizada en los niños y niñas tiene efectos perversos en su socialización ya que
se ven amenazados no sólo por la violencia que se ejerce entre vecinos jóvenes y
adultos, sino porque ellos mismos son víctimas. La respuesta agresiva de ellos des
pués de una agresión parece integrarse casi naturalm ente en las prácticas cotidianas
de todo el sector.
La violencia intrafamiliar es otra de las caras que adopta la violencia. Aunque no
siempre deviene en violencia criminal, el maltrato, las agresiones físicas y sexuales
hacia niños y niñas, jóvenes y mujeres es una de las preocupaciones de los habitantes.
Ésta aparece como una de las áreas de trabajo enfatizadas en los talleres Policía-Comu
nidad (FESPAD, 2003). Como otros estudios señalan, el grupo social más vulnerable
ante esta amenaza es el femenino.
Un último hecho de violencia criminal registrado en la comunidad es el tráfico y
venta de drogas. Además de propiciar el consumo, los conflictos y pleitos entre las
personas que venden drogas se convierten en un problema más de inseguridad y
violencia.
123
La violencia generada en la Comunidad Iberias no es sólo instrumental. Hay mu
cho de violencia simbólica: verbal, gritos, gestos que advierten, amenazan, condenan.
Éstas son el tipo de agresiones verbales que niños, niñas, jóvenes y adultos, hombres y
mujeres, producen y reciben. Las mujeres y los niños suelen ser los receptores de este
tipo de violencia. Irrumpir en los espacios que se consideran propios, el ruido, la risa,
son condenados e incluso penalizados con agresiones físicas.
c) Factores de amenaza
Además de estos tipos de violencia, que se tejen en la cotidianidad y forman parte de
la cultura de la Comunidad Iberias, se encuentran otros factores más bien de amenaza a la
seguridad. Estos factores los podemos clasificar en tres tipos: sujetos, prácticas y espacios.
Los sujetos que se configuran como factores de amenaza son, principalmente, las
vecinas que no toleran los juegos de los niños y niñas en los pasajes. Además de agresio
nes físicas y verbales (que se traducen en los tipos específicos de violencia desarrolla
dos anteriormente), en el discurso de los niños aparece como generadora de miedo y
rechazo la imagen de la señora que les arroja agua caliente. Este sujeto, con una prác
tica social específica, entra en conflicto por el uso del espacio.
Podríamos citar una práctica que aparece en la matriz discursiva de los distintos
actores y usuarios: la apropiación de los espacios públicos para actividades privadas.
Zonas verdes y pasajes utilizados como tendederos, cocinas, lavaderos, son escenas
vistas en todo el sector. Lo público como una extensión de lo privado que dificulta la
convivencia, la recreación, el encuentro y el juego. Si no es el uso privado de espacios
públicos, es la utilización de estos para depositar la basura. Costumbres, insuficiente
sistema de recolección de basura, ausencia de depósitos, ausencia de comodidades...
todo se combina para formar un espacio que además de los otros usos, debe «acoger»
el de vertedero de basura. Es necesario aclarar que, si bien es cierto que los factores
anteriores están presentes en todo el sector, la limpieza y el cuidado de los pasajes
depende, sobre todo, de los vecinos y las vecinas. En las distintas comunidades hay
pasajes —aunque no es la mayoría— que se mantienen limpios y ordenados.
Los espacios también se convierten en fuente de amenaza. Las amenazas presentes
en éstos se relacionan coxr las condiciones físicas. Un factordeterminante y presente en
todas las comunidades es el deterioro e insuficiencia de la infraestructura. Pasajes, ca
lles, casas comunales, todas tienen en mayor o menor grado problemas por el deterioro
y el inadecuado mantenimiento.
Un factor de amenaza en la cotidianidad del sector, generado en el espacio públi
co, es el de las condiciones en que se encuentra la calle principal. Ésta, con una
función de centralidad simbólica por la concentración de usos y convivencias, ha
sufrido un deterioro evidente a lo largo de todas las comunidades que cruza. Este
deterioro se manifiesta en falta de pavimentación, la insuficiencia en los sistemas de
desagüe, los tramos sin aceras, etc. que se convierten en amenazas para los automó
viles y los transeúntes por igual. No sólo se corta la posibilidad de tránsito, sino la de
socialización. A falta de espacios, la calle es el sustituto. Si sus condiciones son pre
carias la socialización que de ella se deriva se tom a igual de precaria.
124
de conflictos. En este punto interesa enfatizar dos de los conflictos más fuertes alre
dedor del espacio público. El prim ero está relacionado con el tránsiíu vehiculai y
peatonal. La calle Renovación es una calle de acceso que conecta al sector con la
ciudad. Cruza todas las comunidades y juega un papel importante en la construcción
social y simbólica del barrio. La ausencia de espacios públicos para el juego, para el
comercio, para la conversación hacen que la calle acoja estos usos, aun cuando esto
riña con su funcionalidad primaria: el tráfico vehicular. Las aceras a lo largo de la
calle son insuficientes, están deterioradas o son inexistentes, por lo que los peatones,
los vehículos —livianos y pesados—, los niños y jóvenes que juegan o comparten el
espacio tienen que «luchar» por el uso. Distintas historias relatan las experiencias
que esta diversidad de usos en la calle ha llegado a provocar, incluso accidentes.
Otro conflicto en tom o al espacio público es el generado por el uso del estaciona
miento que tiene una de las canchas deportivas. Esto pone en evidencia, nuevamente,
la insuficiencia de espacios en el sector.
Si bien es cierto que los conflictos alrededor del tránsito vehicular-peatonal y el
uso de las canchas deportivas son registrados como conflictos en el espacio, todos
aquellos que devienen de la violencia —criminales o no— y de los factores de amenaza
son también conflictos alrededor del espacio. ¿Quién tiene más derecho a usar este
espacio o el otro?, ¿qué uso es el que tiene más fuerza?, ¿qué actor tiene más poder
para hacer valer su uso? Todas son preguntas que se responden desde la cotidianidad y
según la «ley del más fuerte». Nunca hay respuestas únicas. Los marginados del espa
cio cambian permanentemente. Todo depende de las negociaciones y las luchas simbó
licas y físicas que se hacen alrededor del mismo. Los niños y niñas son quienes más
sufren por ser los que menos poder tienen con relación a los jóvenes y adultos.
A partir del trabajo de campo en este asentamiento se puede decir que, en térm i
nos de representaciones sociales, el espacio público está constituido por geografías de
la inseguridad que conviven con formas desde las que la sobrevivencia es posible. Geo
grafías acompañadas de imaginarios de la hostilidad y la muerte. Geografías constitui
das por fronteras, límites y bordes que marcan los espacios en los que se pueden mover
y en los que no.
a) Lugares marcados
La geografía de la inseguridad tiene como elemento central la identificación de
«lugares». Estos son construidos discursivamente por los y las habitantes del sector
con la oposición seguridad-inseguridad. De esta relación se pueden delimitar los luga
res seguros e inseguros en las comunidades, conformados bajo la relación inseparable
entre lo público y lo privado. Fronteras confusas y ambiguas en un espacio tan reduci
do y altamente poblado.
Un imaginario construido en las geografías simbólicas es el de los bordes, como el
espacio de frontera. Los bordes seguros son configurados por los límites de cada co
munidad hacia adentro. El «nosotros» y el «ellos» se construyen espacialmente. Un
«nosotros» que protege, que acuerpa.
En oposición a éstos aparecen los bordes inseguros. Estos bordes tienen dos di
mensiones. La primera son los límites de las comunidades hacia afuera. De nuevo, la
125
relación «nosotros-ellos». En las otras comunidades no se está seguro. Estos límites
están marcados, principalmente, entre los niños y los jóvenes de ambos sexos de las
comunidades. El conflicto de pandillas juega un papel importante en esta construc
ción. Anteriormente se comentó sobre la presencia de pandillas en la comunidad. En el
sector Iberia A y B viven y conviven jóvenes de la MS. En los sectores Concepción y
Don Bosco, la MI 8. Jóvenes y niños que no necesariamente pertenecen a estas pandi
llas construyen estas fronteras desde su discurso que expresa un imaginario urbano.
Otro borde que se construye desde la inseguridad es el de la Comunidad Iberias en
relación con el resto de la ciudad. La entrada al sector de comunidades es un espacio
liminar entre el «adentro» y el «afuera». Aunque el sector se construya desde la hostili
dad, las negociaciones y los pactos, es «su territorio». Quienes expresan su seguridad
en la relación sector-ciudad son, sobre todo, los jóvenes, hombres, por las acciones de
la Operación Mano Dura.3 Los hombres de apariencia joven y de sectores populares
son los principales sospechosos del delito de «portación de cara» (Reguillo, 2003).
Entre las zonas seguras, otra representación en la geografía de la inseguridad es la
calle Renovación, que no sólo es un lugar de paso, sino de encuentro, también los
pasajes, como ya se expuso antes; y las canchas deportivas —para los sectores de la
propia comunidad. Las zonas inseguras están marcadas, sobre todo, por dos fantas
mas que rondan el sector: las pandillas y el tráfico de drogas. No es la presencia de las
pandillas lo que en sí mismo causa inseguridad, son los conflictos entre ambas y el uso
de armas de todo tipo que éstas hacen.
El tráfico y el comercio de drogas también producen la inseguridad de determina
das zonas. En la Comunidad Iberias, los diferentes actores localizan esta inseguridad
en algunos pasajes y en la calle principal.
Para concluir la presentación de esta geografía de la inseguridad, es necesario
ubicar un último elemento: las marcas distintivas. Las marcas visibles con mayor im
portancia simbólica —por sus significados y lo que eso representa en la construcción
de rutas de tránsito y convivencia— son los graffitis. Éstos son una de las expresiones
más visibles de los jóvenes de mara. Son marcas que identifican un territorio domina
do por la mara representada en él. Los graffitis marcan un dominio, pero también
rinden tributo a «los caídos». Aparecen en las paredes de las comunidades, aunque las
acciones gubernamentales quieran borrarlos. ,
Una segunda marca, invisible4pero que pesa en la construcción social y simbólica
de los espacios públicos del sector, es la de la muerte. La muerte como un hecho coti
diano. No sólo por problemas de salud —que los hay y no son pocos— sino por la
violencia que se produce y reproduce cotidianamente. Estas muertes, aunque en su
mayoría son generadas por los conflictos entre las pandillas, también se dan por el
3. Acción ejecutada p o r el Ó rgano E jecutivo de El S alvador desde 2003 en el m arco de su política de segu
rid a d ciu d ad an a. La O peración M ano D ura se p lan teó com o la m a n e ra de erra d ic a r el p roblem a de las m aras.
Fue d eclarad a en los p rim ero s m eses de su aplicación com o an tico n stitu cio n al y que violaba derechos funda
m en tales de los jóvenes. E n tre o tras cosas, la O peración M ano D ura arre sta b a a jóvenes solam ente porque
p o rta ra n tatu ajes que se id en tifica ran con alguna de las m aras, po rq u e estuvieran reu n id o s m ás de dos en el
espacio público, po rq u e h u b iera u n a den u n cia que señ alara a algún joven com o perten ecien te a m aras. U na de
las acciones sim bólicas que la O peración co ntem plaba era b o rra r cualquier graffiti de las p aredes que identifica
ra n a alg u n a m ara.
4. Al u tilizar invisible, nos referim os a esas m arcas que au n q u e no se ven co tid ian am en te p esan y quedan
allí, com o m arca indeleble en la h isto ria de u n territorio.
126
tráfico de drogas, por ajustes de cuentas entre las bandas, por conflictos producidos o
alim entados p o r el alcohol, p or descuidos en el uso de arm as de fuego, p or la violencia
intrafamiliar —menos visible que la producida por las pandillas, pero igual de temida.
Las víctimas mortales son, principalmente, hombres jóvenes, tal como se apuntó en el
apartado de violencia criminal.
b) Sujetos marcados
En la construcción de la geografía simbólica de los espacios públicos de esta zona
juegan también un papel importante los sujetos. Se pueden identificar cuatro tipos de
sujetos sociales: los jóvenes de maras, los traficantes, la policía y las vecinas que no
permiten a los niños y niñas jugar en los pasajes.
La representación social de los jóvenes de m ara (o pandilleros) es una construc
ción ambigua. La imagen del pandillero está vinculada a la muerte, al riesgo, a las
armas. Pero también esta figura está vinculada al territorio, al sentimiento de grupo, a
la defensa de su espacio. La mayoría de los jóvenes que ahora pertenecen a pandillas
fueron amigos de juegos en la infancia de los otros, lo que convierte a los primeros en
cercanos. Así como los jóvenes de pandilla defienden su territorio, los otros jóvenes
reclaman que las comunidades sean vistas con un mayor respeto.
Un segundo sujeto «marcado» y que marca el territorio es el traficante de drogas.
Éste es conocido y posee un espacio delimitado. «Si no nos metemos con ellos, no nos
molestan», dicen los jóvenes. También, como en el caso de las maras, reconocen el
peligro que generan a la comunidad y temen las consecuencias en la generación de
violencia criminal.
Un tercer sujeto marcado son los agentes de la PNC. Relación ambigua que se teje
entre los jóvenes, principalmente, y la PNC, si bien es cierto que ellos representan la
esperanza de la tranquilidad y la seguridad, también representan el abuso de autori
dad y la indiscriminación en el trato a los delincuentes.
Un cuarto imaginario son las vecinas que no permiten a los niños jugar en el
pasaje. Esta figura se construye desde el temor y el rencor. Niños y niñas asustados que
aprovechan los momentos en que pueden desafiar a este otro-amenaza.
127
podido hacer para disminuir los problemas de la delincuencia común y organizada,
antes de la Operación Mano Dura, pese a que el sector ya aparecía como uno de los
lugares en los que ocurrían hechos criminales. La confianza que produce la Operación
viene dada por la atención y presencia constante de agentes policiales y de la Fuerza
Armada en el sector.
Los habitantes de Iberias reconocen el problema que intenta erradicar la Opera
ción, pero saben que no es el único. Hay otros problemas, igual de importantes en la
comunidad como la falta de atención médica, la falta de provisión de servicios, la po
breza, etc., y a los cuales no se les está prestando la adecuada atención. El sentimiento
de confianza que produce «Mano Dura» es contrastado con la desconfianza y el temor
con los que, sobre todo los jóvenes, ven a los agentes policiales. En el apartado sobre la
violencia no criminal se expuso el problema del abuso policial. Esta Operación posibi
lita esta forma de abuso.
5. M etrocentro es u n com plejo integrado p o r u n gran centro com ercial y u n hotel de cu atro estrellas, el cual
p erten ece al G rupo Roble, u n a de las com pañías d esarrolladoras m ás im p o rtan tes de la región centroam erica
na. A ctualm ente, en alian za con el em presario m exicano Carlos Slim, trab aja en la con stru cció n del p rim e r
S an b o rn s en S an Salvador, d entro de u n com plejo com ercial de escala regional, no sólo m etro p o litan a sino
sobre todo centroam ericana.
128
con las figuras dominantes de la inseguridad. En su paso o estancia en esta zona, los
peatones, los automovilistas y los residentes experimentan sentimientos opuestos de
inseguridad y seguridad. Mientras la inseguridad está en la calle, la seguridad está
dentro del centro comercial y se asocia con una alta presencia policial (privada o públi
ca), cuestión que como se verá más adelante llama a la reflexión sobre las nociones
actuales de seguridad y convivencia.
129
Asimismo, la alta concentración de personas y de automóviles, especialmente en
las horas pico y en los días de más afluencia, se constituye en sí mismo en un factor de
am enaza, tanto en las afueras com o en el centro comercial.
Las geografías de la inseguridad y los imaginarios del miedo en esta zona, los
abordamos a partir de los lugares marcados, los sujetos marcados y la marca de la
seguridad. .
6. U na revisión in teresan te sobre los debates alrededor del espacio público es la de Salcedo, 2002.
130
litados. Estos recorridos están marcados en general por los robos y asaltos, el inten
so tránsito vehicular y las prácticas de los actores, volviéndose el cruce de las calles
en algunos de ellos una verdadera «aventura». Un factor adicional que hace que
algunos de estos recorridos sean percibidos como peligrosos es lo angosto de las
aceras que hace que las personas tengan que cam inar sobre la calle donde transitan
vehículos.
Los nodos inseguros son lugares donde la aglomeración de personas y el tránsito
vehicular intenso producen con más facilidad hechos delincuenciales como robos y
asaltos, generando angustia y sobre todo una sensación de caos a los peatones. Para los
peatones estos nodos inseguros son las paradas de los autobuses, los semáforos o las
intersecciones de calles y el centro comercial mismo. Los nodos inseguros para los
automovilistas son los semáforos o las intersecciones de las calles. Estos lugares gene
ran temor principalmente porque se identifican con sujetos marcados como peligro
sos, tales como los limpiavidrios, los lanzallamas y vendedores ambulantes de todo
tipo. En cuanto al centro comercial es percibido como inseguro tanto por la delincuen
cia (robos y hurtos) que dentro de él se pueda dar, como por la alta concentración de
personas que plantea riesgo para la evacuación en caso de una emergencia (terremo
tos, por ejemplo).
Las zonas inseguras son aquellas a las cuales se puede entrar, atravesar e identifi
car por rasgos distintivos que las diferencian de otras zonas. En el estudio, tres zonas
fueron mencionadas como inseguras: la zona del Redondel México, las comunidades
Tutunichapa y la Zona Real, siendo la primera la que tuvo más menciones, por identi
ficarse con el tráfico de drogas.
La Alameda Juan Pablo II constituye un borde inseguro, un límite donde term i
na el centro comercial y comienza otra zona donde se encuentran hospitales y ofici
nas gubernamentales (sobre la 1.a calle poniente). Es una calle límite identificada
con la venta de drogas y con las actividades de las personas que piden dinero en las
intersecciones.
131
cuestión que a veces linda también con la solicitud de una limosna. La diferencia entre
estas personas y las del grupo anterior es que éstas se definen como trabajadoras por
cuenta propia.
Finalmente, tenemos la figura del delincuente, que por delinquir desde el anoni
mato genera también ansiedad en los usuarios y usuarias. En esta zona circulan «car
teristas» que abordan los autobuses en las horas pico y los ladrones de vehículos, espe
cialmente en el interior del centro comercial, en los estacionamientos techados más
solitarios, de día pero especialmente de noche.
Otro tipo de sujetos marcan tam bién el espacio con su presencia. Los conductores
de autobuses/microbuses y los vigilantes de Metrocentro generan temor por conducir
a altas velocidades sin importar las consecuencias. Los conductores de autobuses y
microbuses han adquirido en el imaginario de las personas un papel destacado porque
m arcan muy fuertemente el espacio y porque sus prácticas pueden ocasionar lesiona
dos y muertes.
Por otra parte, los vigilantes de Metrocentro también son personas que marcan el
espacio en el interior del centro comercial y en las aceras inmediatas. Ellos son el ojo
vigilante del promotor inmobiliario que controla, observa y hace sentir su presencia
como forma de disuasión a los usuarios/as.
132
En el caso de Iberias, la experiencia urbana que los jóvenes y niños tienen de la
ciudad es mucho más reducida en relación con los usuarios de Metrocentro. Pareciera
ser que la frontera simbólica entre las zonas seguras y las inseguras la marca el Centro
de San Salvador. Es del centro hacia el oriente donde los usuarios entrevistados ubican
las zonas peligrosas. Peligros que responden a asaltos, homicidios, pleitos entre pandi
llas, tráfico de drogas.
Esa misma zona de la ciudad es también la más utilizada para usos recreativos.
En ese sentido, la ubicación de zonas seguras e inseguras hace visible cómo la expe
riencia de ciudad se hace con la matriz de la inseguridad como mediadora importante.
Las imágenes de lo inseguro deriva de tres fuentes principales: experiencias perso
nales, relatos de otras personas y relatos difundidos desde los medios de comunica
ción. Estos últimos repiten de manera recurrente los mapas de la inseguridad que la
Policía Nacional Civil tiene de los lugares. Los usuarios de la Comunidad Iberias reco
nocen que la imagen que de ellos y de su zona tiene la población es en buena parte por
lo que en los medios se dice de ellos. Asimismo, ellos señalan a otras zonas en situación
de precariedad social y económica como inseguras (Chacra, Tutunichapa).
En el caso de los usuarios de Metrocentro, cuando pasamos a la escala metropoli
tana, su geografía de la inseguridad muestra rasgos interesantes. Un primer rasgo ca
racterístico es que hay más lugares inseguros que seguros en el AMSS, con lo cual
puede inferirse que la ciudad en su globalidad es percibida como insegura. Un segundo
rasgo de estas geografías es que la mayor parte de los lugares señalados como insegu
ros se encuentran en el municipio de San Salvador y unos pocos fuera del mismo. Si
bien esto podría relacionarse con distintos factores como el origen y la movilidad en el
AMSS de las personas entrevistadas, el estudio completo reflejó bastante coincidencia
en los lugares identificados como peligrosos.
En este último sentido, algunas calles parecieran estar definiendo líneas divisorias
entre las zonas seguras e inseguras de la ciudad, una de ellas es el Boulevard de Los
Héroes, y otra la Carretera Panamericana. Las zonas seguras y de recreación, por su
parte, tienden a estar localizadas en zonas habitadas por grupos sociales de ingresos
altos y medios (norponiente); mientras las zonas inseguras están más distribuidas en el
reste del municipio^
Un elemento interesante, en contraste con el mapa mental de la ciudad construido
por los usuarios del centro comercial, es que los habitantes de la Comunidad Iberias
reconocen como zonas de esparcimiento y diversión los espacios ubicados en el centro.
Para ellos, estos lugares representan espacios de encuentro. En este sentido la relación
es contradictoria pero posibilita establecer vínculos sociales con el «otro» de manera
más clara. Son los usuarios de estos sectores los que reivindican el derecho a mejores
espacios en el centro y en zonas que identifican como inseguras.
Esta investigación tuvo como eje central la relación que existe entre la violencia y
los espacios públicos en San Salvador. El trabajo de campo y la revisión de documen
tos institucionales han permitido hacer un mapa simbólico de ambas problemáticas a
partir de las representaciones e imaginarios de los usuarios. El estudio saca a la luz la
133
complejidad que supone la relación entre la violencia y los espacios públicos, más allá
de lo que se aprecia en u n p rim er acercam iento. El abandono o deterioro de los espa
cios públicos no se genera solamente por las formas de violencia física que en él se dan.
Tampoco es correcto que los espacios privados, como los centros comerciales que aho
ra concentran algunas de las actividades históricamente relacionadas con los espacios
públicos, se perciban como seguros sin ninguna duda. La complejidad de ambos fenó
menos, la vinculación que tienen los procesos de construcción social de los espacios y
las formas en que los distintos sectores de la población viven una realidad violenta
expresada de tan diversas formas han sido algunas de las evidencias arrojadas por el
estudio. El contexto con sus complejidades y la lectura que hacen de éste los usuarios
permiten que la construcción de los imaginarios matice de m anera contundente las
formas de expresión de ciudadanía.
Si la ciudadanía es la condición a partir de la cual nuestros derechos políticos,
sociales y culturales, son ejercidos, vivir la ciudad y sus espacios desde el miedo no
contribuye a su ejercicio pleno. La construcción de la ciudad y sus espacios desde el
miedo, la inseguridad, hace que el «otro» no sea visto como un ciudadano, sino como
una amenaza.
Partimos del supuesto de que los espacios públicos son elementos importantes en
la construcción de la convivencia social y la ciudadanía en una sociedad democrática.
El acceso a ellos deviene de una concepción inclusiva de la sociedad. Los espacios
públicos son los lugares donde el bien común es expresado de manera concreta. En
este sentido los espacios públicos se convierten en un derecho humano.
Los espacios observados parecen tener en su centro la violencia y la inseguridad.
Es desde allí que se viven los espacios públicos. Ésta es una lógica perversa ya que el
espacio público, centro de la deliberación política, del reconocimiento de la diversi
dad, de la construcción colectiva de una sociedad tolerante con la diferencia se convier
te en el lugar-amenaza por antonomasia.
En la revisión de las distintas políticas institucionales puede verse cómo el modelo
de urbanismo que se ha venido implementando en los últimos treinta años se ha desen
tendido de los espacios públicos como apuesta política. Por el otro lado tenemos una
cada vez más coercitiva política de seguridad ante los problemas de violencia social
que, sin embargo, no disminuye la percepción de inseguridad generalizada. Ambos
procesos parecieran no permitir pensar y soñar los espacios públicos como una posibi
lidad de convivencia social.
Niños, niñas, hombres y mujeres tienen derecho a construir la convivencia coti
diana desde espacios acondicionados para ello. La construcción de una sociedad en la
que la convivencia social sea posible no se limita al trabajo desde los espacios públicos,
pero éstos se pueden convertir en detonantes de procesos más integrales. Esta situa
ción se vuelve prioritaria cuando la construcción de esos espacios se hace desde los
imaginarios de sujetos y personas estigmatizadas o degradadas a la situación de exclu
sión social.
En esta percepción, los niños, niñas y jóvenes se llevan la peor parte. Están
bajo sospecha, sobre todo los de los grupos sociales más desfavorecidos, y además
en muchas ocasiones son criminalizados por los distintos usuarios de los espacios
públicos.
Es necesario reconocer la importancia de los espacios públicos sobre los demás
espacios de la ciudad «con la intención de conformar un escenario colectivo urbano que
134
permita a través de la planeación, la intervención y el mantenimiento, favorecer el uso
colectivo y que fortalezca a su vez la convivencia ciudadana» (Suárez, 2004).
Bibliografía
135
La dimensión estética
en la experiencia urbana
Miguel Ángel Aguilar
Universidad Autónom a M etropolitana, Unidad Iztapalapa, México
1. Id ea que p o r lo dem ás tam p oco e s tru c tu ra el cam po de las artes visuales. E n p alab ras del crítico A rthur
C. D anto (2002): «Es el sello del período co ntem poráneo en la histo ria del arte que no haya lím ites que gobier
n en la fo rm a en que d eb erían verse los trab ajo s de arte visual. U n trab ajo artístico puede verse com o cualq u ier
cosa y estar hecho de cu alq u ier m aterial —todo es posible».
137
artes visuales. Con todo, algo que interesa abordar es no sólo la esfera de la ciudad
concebida, sino más bien la de la ciudad practicada y representada. La de aquella
que es transformada a cualquier escala por los habitantes, a partir de cambios o
adaptaciones que bien pueden realizarse con el objetivo de perdurar en el tiempo, y
así expresar algún proyecto cualquiera, o bien, son incidentales, veloces, condenadas
a la fugacidad, y ante la falta de proyecto lo que expresan de m anera definitiva es una
sensibilidad que podríamos llamar urbana, o por ponerlo en las palabras de Michel
de Certeau, un arte del hacer.
Cabe hacer notar que estas transformaciones realizadas por los habitantes usual
mente no son abordadas sistemáticamente por las ciencias sociales en la medida en que
es difícil adscribirlas a un proyecto disciplinario particular. Entre la antropología y la
sociología urbana, o la psicología del espacio y las artes visuales, relativamente poco se
ha indagado sobre la virtud comunicativa de lo intersticial, de aquello que en su fugaci
dad no puede pensarse que forme un sistema o se adscriba de manera contundente a una
cultura particular. No habría una voluntad explícita de significar en las maneras de cami
nar por la calle, o en la forma de dirigirse a un desconocido para pedir una dirección, con
todo, es en la manera de hacerlo que se revela una pertenencia social o se configura un
mundo sensible urbano a una escala reducida, pero llena de sentido compartido.
Es en este contexto que la vida urbana cobra una dimensión metacomunicativa.
No se trata sólo de pensar los actos cotidianos como poseedores de un sentido único e
instrumental, son actos expresivos en múltiples direcciones, dicen algo sobre la natu
raleza del espacio en que se desarrollan, sobre los lenguajes que permiten entenderlos.
Esta idea se puede trazar con claridad en los planteamientos del antropólogo Clifford
Geertz (1990) sobre la dimensión significativa de la cultura. Para Geertz la antropolo
gía interpretativa se propone analizar significados situados socialmente, elaborados en
contextos culturales donde toman sentidos particulares. La noción de «expresiones
culturales simbólicamente marcadas» (Cruces, 2004) recupera igualmente este afán
por entender el potencial de sentido encamado en prácticas urbanas usualmente pen
sadas como residuales.
Este texto, por último, no pretende formular una visión acabada sobre el tema,
m ás bien apunter rasgos e ideas p ara hacer visible un tipo particular de estética coti
diana y urbana que alimente nuestra reflexión sobre la naturaleza cultural y conflictiva
de las formas de estar en la ciudad.1
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La mirada sobre la estética cotidiana, así enfocada, produciría un punto intere
sante de abordaje hacia aquellas formas expresivas de las cuales participan los ciuda
danos y que no son estrictamente individuales o personales. Toman su carácter colecti
vo del hecho de poseer una dimensión simbólica capaz de ser entendida por y con
otros. Es una estética que podría llamarse necesaria, emparentada con la idea de
socialidad cotidiana, en la medida en que posibilita el reconocimiento y la distinción a
nivel social a partir de un componente lúdico que le es inherente. También merece
señalarse que la dimensión estética es el ámbito de expresión de un discurso sobre lo
cotidiano puesto en actos, es una manera de decir que no necesariarñente surge en
enunciaciones de carácter textual, son las prácticas, del estar y del hacer, las que mani
fiestan una valoración singular de un entorno.
La vida urbana no sólo transcurre entre formas ya dadas o preexistentes al indivi
duo y la colectividad, también supone su creación recurrente, expresando maneras
emergentes de sentir en común y haciendo visibles, y en muchos casos legitimando, las
formas de expresión que le son inherentes. Si pensamos que el cuerpo en la ciudad se
vuelve parte de ella, podremos admitir que la moda o ciertas estrategias de arreglo
personal comienzan de manera incierta y llegan con el tiempo a estar ampliamente
codificadas, produciendo adscripciones y distinciones en un juego social en donde hay
un algo más que eso. El algo más sería justamente la apelación a la dimensión estética
y a la sensibilidad para hacerla significativa.
Por otra parte, el presente social se encuentra fuertemente cruzado por procesos
de mundialización cultural, lo que implica reconocer, con Martín-Barbero (2004), «las
transformaciones de las condiciones de existencia y operación de las culturas naciona
les y locales. Es desde dentro que cada cultura se mundializa hoy. Y ello tanto si esa
mundialización resulta en la apropiación de prácticas o expresiones de otras culturas
reelaborándolas y enriqueciéndose, o en el empobrecimiento de lo propio y hasta en su
disolución como cultura». Esto obligaría a pensar entonces en lo propio y lo comparti
do en las sensibilidades urbanas, que también pueden ser vistas bajo la óptica de local-
global, en la medida en que la ciudad es el territorio privilegiado de acceso a tecnolo
gías de comunicación e innovaciones culturales.
Aquel que recorre la ciudad contemporánea se ve expuesto a diversidad de estilos
arquitectónicos, a la traza dé barrios antiguos y nuevos, a los panoramas que el medio
de transporte utilizado le deja ver de la ciudad. Algunos de estos lugares le resultarán
cercanos, descifrables, le dicen algo en el sentido de poder interpretar afectivamente
sus características visibles. Se puede pensar que en buena medida estos espacios se
rán «locales» en cuanto a que permiten una sensibilidad particular derivada de la
experiencia y la memoria. Sin embargo, también habrá quién encuentre en los gran
des desarrollos de vivienda y edificios corporativos de alta tecnología un eco, tal vez
no de una historia común, pero si de un conjunto de imágenes arquitectónicas de
aquello que puede ser llamado como presente global, texturas, materiales, volúmenes,
que remiten difusamente a la sensación de ser contemporáneo. Ambas sensibilidades,
con todo, no son excluyentes, se imbrican y crean competencias particulares de desci
framiento del lugar. Esto plantea una vez más el tema de la expresividad y la estética
urbana como pertinente en la medida en que el habitante participa de un proceso de
diversificación permanente de los referentes de lo social urbano (Vergara, 2005).
Sin embargo, antes de explorar el presente es conveniente situar algunas coorde
nadas que hagan referencia tanto a la escala urbana como a la temporalidad. En la
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medida en que se propone en este texto la idea de sensibilidad cabe señalar que esta no
se encuentra desanclada de contextos históricos precisos, emerge y es formada por
ellos. Así, en un primer momento se propone considerar el análisis de los proyectos de
desarrollo urbano no sólo como expresión de modos de gobierno y de satisfacción de
necesidades, sino también como una propuesta de forma urbana guiada bajo princi
pios que podrían calificarse de estéticos. En el lenguaje de estos proyectos los términos
de orden, equilibrio, proporción, ocupan un lugar importante y dan testimonio del
acercamiento entre proyectos urbanos y estética. Ésta sería una primera escala a nivel
macro en el análisis del vínculo entre estética y ciudad. Es en ella donde se crean y se
asientan proyectos modemizadores que recogen ideas de la época y forman parte inte
gral de las representaciones de lo urbano.
Por citar un caso, el Paseo de la Reforma en la ciudad de México es trazado en
1865, en tiempos de Maximiliano de Hasburgo, lo que ocasiona una redefinición del
centro de la ciudad, que se ve ahora ligado al bosque de Chapultepec a partir de la
nueva estructura de circulación. «La geometría urbana de Maximiliano es una geome
tría más dinámica y también personal, abre espacios a fin de que sea posible la circula
ción (Fernández, 1997)». Durante el resto del siglo XIX la necesidad de fijar el pasado
como referente de identidad convirtió al Paseo de la Reforma, de inspiración clara
mente europea, en una suerte de panteón nacional en donde héroes de la historia fue
ron enaltecidos con su estatua. Al conectar el centro de la ciudad con el bosque de
Chapultepec no sólo se crea una estructura vial, se pone en m archa una suerte de
mirador peatonal y vehicular desde el cual la ciudad se hace visible para sí misma a
partir del valor de representación de lo urbano asignado a la centralidad.
Siguiendo el vínculo entre proyecto urbano y la generación de valores estéticos,
dando un salto en el tiempo, también se puede citar como caso significativo el de la
construcción y ocupación del multifamiliar Miguel Alemán en la colonia del Valle en la
ciudad de México. El multifamiliar se construye en 1949 en un momento importante
en la vida de la ciudad en el siglo XX. Como bien se documenta en el libro coordinado
por Graciela de Garay sobre el tema (2004), la trayectoria del arquitecto Mario Pañi lo
había colocado como uno de los principales promotores de las propuestas del movi
miento funcionalista en arquitectura. En particular las ideas de Le Corbusier lo anima
ron a realizar un conjunto habitacional que albergara poco más de mil viviendas y que
igualmente fungiera como un dispositivo de desarrollo urbano para una zona de la
ciudad que se encontraba en proceso de expansión.
Al mismo tiempo, el Estado conformaba una política de consolidar instituciones
de manera amplia, lo que significó no sólo una organización administrativa, sino tam
bién incrementar los beneficios a los que podían acceder los trabajadores de estas
instituciones. Esto evidentemente no sólo promovió una modernización del país, tam
bién dotó al Estado de efectivos instrumentos de control social. En este contexto el
multifamiliar Alemán es concebido como una forma de proporcionar vivienda de cali
dad a sus trabajadores y hacer visible la idea de modernización promovida por el régi
men. Así, el corporativismo estatal y la arquitectura moderna dieron origen a marcas
urbanas con múltiples lecturas posibles.
Al plantear brevemente estos dos casos interesa puntualizar que en el desarrollo
de aquello que podemos llamar de m anera sucinta como estéticas urbanas hay un
elemento nodal que es el desarrollo histórico y social del marco espacial en el cual se
constituyen y expresan. En el caso de México durante buena parte del siglo XX es difícil
140
pensar en desarrollos urbanos sin la participación de un Estado nacional y su proyecto
modemizador. Con todo, para algunos autores (Tamayo, 20011 este proceso no crea
necesariamente una imagen coherente de ciudad, más bien plasma archipiélagos de
modernidad urbana en donde la fragmentación es el principio recurrente, al menos en
el caso de la ciudad de México. Al final del siglo XX cuando el Estado pierde su papel
protagónico en la vida social se hacen visibles con intensidad nuevas maneras de aproxi
marse y recrear lo urbano, en las próximas secciones quisiera explorar algunas de ellas.
141
Una de las estrategias discursivas mediáticas en que se muestra con mayor elo
cuencia esta desvaloración social de lo público se encuentra en lo que podríamos deno
minar «la narrativa de la invasión». Ésta se configura desde la invocación de la ruptura
de un orden cotidiano por la presencia de vendedores ambulantes que es juzgada como
disruptiva per se, sea por las disputas entre ellos o en relación a figuras de autoridad, lo
que impide a fin de cuentas la circulación peatonal o vehicular como valor relevante de
lo urbano. Igualmente emerge con regularidad la discusión sobre la degradación de la
calle, ocupada por presencias que restan valor al entorno en que se ubican, de manera
tal que se conforma la figura de la calle amenazante.
Desde las fotografías y los discursos en la prensa escrita emerge un tropo que es
revelador y configura una dimensión estética del comercio ambulante, a saber, la esté
tica de lo mucho, de lo excesivo, lo abigarrado, e incluso de lo irremediable. Abundan
imágenes en donde se conjuntan objetos de cualquier tipo, peatones y compradores,
enfatizando así la característica de que todo está afuera, todo se muestra. Parece desde
estos referentes que el comercio en la calle es un dispositivo de compresión del espacio
que desemboca en su secuestro. El peatón, por su parte, experimenta esta situación
desde la sensación del túnel, el desplazarse entre objetos y otros peatones como único
mundo visual y sensorial. En esta narrativa mediática no se apela a nadie en particular,
se recrea la situación de expulsión del habitante de un espacio que en términos abs
tractos tendría que pertenecerle, pero del cual ha sido despojado para ser encapsulado
en un entorno imprevisto. Vuelve así la imagen del ciudadano como víctima, tan recu
rrente en los discursos sobre la violencia y la inseguridad.
Esta persistente narrativa abre discursivamente un tema que luego queda a la
deriva, a saber, si el espacio público ha dejado de pertenecerle al ciudadano común y
corriente, cuál es ahora su lugar social. O, puesto en otros términos, ¿a dónde se va
luego de la exclusión? Éste no es tem a de interés de los medios, sin embargo es visible
la operación simbólica de afirmar a la ciudad como conjunto de espacios intersticiales
desde los cuales los habitantes disputan algún lugar. Otra interpretación podría ser la
de configurar habitantes cuyo lugar en la ciudad es no estar en ella, sino en un aden
tro de otro tipo: la vivienda, espacios recreativos o de trabajo.
Estas dos maneras de m irar la ciudad, la recreación de lo cotidiano que búsca la
complicidad y la exclusión desde la ocupación de la calle, apelan a diversas modalida
des de experiencia y sensibilidades situadas. Con todo, su recepción social puede pen
sarse que es desigual: los guiños desde lo cotidiano buscan a sujetos que puedan evocar
con libertad desde las fotografías mostradas, los paisajes urbanos desde lo repleto si
bien pueden encontrar ángulos y elocuencia en lo multitudinario, en muchas ocasio
nes tienden a reproducir la sensibilidad del agobio y reproducir un discurso ya muy
reiterado.
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las nociones de público y privado continuamente a partir de sus recursos simbólicos y
materiales es p articu larm ente visible en zonas residenciales, barrios, conjuntos
habitacionales. En este incesante mover los límites de lo mío y lo ajeno se producen
marcas y delimitaciones que precisamente podrían constituir elementos para pensar
en una estética de lo cotidiano en lo local.
Tomando el caso de los conjuntos habitacionales, de suyo relevante por su impor
tancia cuantitativa en términos de número de viviendas en esta tipología en la ciudad
de México, es posible apreciar elementos reveladores. Al estar en un régimen de vivien
da de tipo condominal se parte de una capacidad de organización y agrupación entre
los habitantes para llegar a acuerdos sobre los servicios cotidianos y el mantenimiento
en general de los edificios. Lo que es patente es que esta capacidad no existe más que en
muy contados casos, y mostraría una gran dificultad para llegar a acuerdos entre esos
iguales. El resultado es el deterioro persistente de las condiciones materiales y sociales
de vida en estos conjuntos (Aguilar, Cisneros y Urteaga, 1998; Villavicencio, 2000).
Para el habitante y el observador en estos conjuntos habitacionales lo común es
encontrar fachadas con huellas lejanas de pintura, graffitis desperdigados en cualquier
superficie, canchas de fútbol dibujadas en el asfalto de los estacionamientos, y, sobre
todo, rejas y bardas, muchas de ellas. Delimitando el interior del conjunto de su exte
rior, protegen un área verde, resguardan el auto en el espacio abierto del estaciona
miento, están en la entrada de los edificios, y también en las ventanas de los departamen
tos. Todo esto convive con las plantas, en macetas o directamente sembradas en el piso,
algunos nichos con imágenes religiosas puestos en las entradas de los edificios, anun
cios dispersos con ofertas variadas («se peina», «se pinta», «se visten niños dioses», «se
cuidan enfermos», etc.). Si se partiera del supuesto de que las modificaciones y ade
cuaciones en estos entornos son parte de un proceso de extemalizar las imágenes de la
ciudad y de lo público que practican sus moradores, restaría entonces preguntarse por
lo que dicen, cómo interpretar su carácter expresivo.
Una primera veta es que todo esto muestra un delirio del deslinde, de m arcar
límites frente a otros, a los cuales siempre hay que jerarquizar. Son los vecinos de la
colonia colindante, los del edificio de enfrente, los del departamento de abajo. A pesar
de lo deteriorado que pueda estar el espacio en que se vive hay un esfuerzo por no
confundirse con los demás, por m arcar alguna distancia que devuelva la sensación de
que lo que está adentro, la vivienda, todavía puede ser un otro espacio, distinto a ese
exterior múltiple. Se trata entonces de definir la idea del individuo, o la familia, a partir
de la exclusión de los otros cercanos. Se evidencia la estética del individuo, o grupo
familiar, que marca fronteras para deslindarse, y al hacerlo probablemente transgrede
los límites de lo que en algún momento llegó a ser considerado como espacio público
(áreas abiertas, jardines) o simplemente los límites que otros han marcado para sí. En
un contexto de este tipo, persisten las islas de comunidad como los pequeños altares,
los comercios que se convierten en lugares de reunión, o las canchas improvisadas y
mercados ambulantes algún día a la semana. La lógica de la reja como conjuro de
algún tipo convive con los lugares de encuentro creando así un doble discurso sobre la
vida en común.
Más allá de la dimensión del uso y las apropiaciones del lugar a través de su trans
formación, un elemento revelador es el del discurso sobre el mismo. Al indagar sobre
los espacios más significativos en los conjuntos habitacionales suele ocurrir que son
las áreas abiertas las que son contadas como animadas o peligrosas, sitios lúdicos o de
143
encuentros. Al tratarse de espacios con muy escaso o nulo mobiliario urbano se puede
pensar que en este «vacío» se realiza la proyección de lo deseado, lo temido y lo posible.
Hay una labor de un imaginario del habitar en el que se fantasea y se construye algún
tipo de referencia de realidad a partir de lo no estructurado, anclado justamente en un
«vacío» por el que se transita diariamente. En tom o a éste ocurren apropiaciones invi
sibles que, como tales, no se inscriben directamente en el espacio, sino en las aspiracio
nes y fantasías de los habitantes. Este juego entre el espacio cercano al que se ponen
límites y los deseos que se expresan a partir de lo abierto supondría que hay un imagi
nario sobre la ciudad constmido a partir de la estética de lo cerrado y de lo abierto, del
límite y la posibilidad. La estética de lo cerrado se manifestaría en las múltiples formas
de m arcar el espacio que se fantasea como propio, la de lo abierto se encontraría en
aquellos usos disruptivos del espacio que lo convierten efímeramente en otra cosa.
Otras prácticas en espacios residenciales pueden ser vistas como soluciones ima
ginadas por los habitantes a las carencias o problemas urbanos. Pensemos en un con
junto de botellas llenas de agua y puestas sobre una pequeña área de paste afuera de las
viviendas en zonas residenciales de nivel medio en la ciudad de México. Usualmente se
ponen dos o tres botellas juntas, incluso se les da una alineación pareja, para que no se
vean mal y ése es un patrón que se repite por algunas calles, luego cesa. ¿Para qué
sirven? En rigor para nada, sin embargo el discurso es que impiden que los perros
arrojen sus deshechos sólidos en el pasto. No hay, de hecho relación causa y efecto
entre las botellas y el fin que persiguen. A un nivel todo es imaginario, la eficacia de la
solución, la capacidad de los dueños de los perros para descifrar el mensaje, lo que si
hace es reivindicar una mínima acción colectiva para evitar las calles sucias, a través de
un discurso que marca con materiales desechables el espacio común. El acuerdo re
quiere solamente la racionalidad de la imitación y clonación estética.
Si bien se puede argumentar que muchas de las transformaciones realizadas en
los espacios habitacionales obedecen más a la necesidad que a una lógica que enfatice
valores estéticos, en el acercamiento aquí propuesto el tema nodal es el de producción
de formas que le dan al espacio un sello distintivo. Estas formas producen y son inter
pretadas desde una sensibilidad particular: la del encierro, la del contacto intermiten
te, la de la fantasía escenificada frente a otros.
4. Derivas de lo público
144
Para abordar este tema quisiera relatar brevemente aspectos significativos de dos
trabajos sobre la imagen y los imaginarios en tom o a la ciudad de México. El primero
de ellos trata sobre las formas de evocación de la ciudad tomando como punto de
partida las respuestas a una encuesta sobre las prácticas y puntos de referencia m etro
politanos (Aguilar, Nieto y Cinco, 2002). El segundo trabajo es un ejercicio en recons
trucción de marcas emblemáticas de la ciudad a partir de fotografiar espacios en la
ciudad evocados como significativos en donde a partir de un corpus amplio de imáge
nes fotográficas se realizó una lectura transversal de ellas para encontrar consistencias
temáticas (Aguilar, 2005).
Un aspecto interesante de estas experiencias fue encontrar, por un lado, que son
bastante previsibles las áreas y arquitecturas de la ciudad valoradas positivamente y
que cumplen una función emblemática. Es decir, el habitante de la ciudad cuenta con
un acervo de lugares públicos que han cristalizado en la memoria y prácticas urbanas
como poseedores de un valor indiscutible. Sin embargo, el número de tales lugares es
relativamente limitado y tiende a concentrarse en el centro de la ciudad. Esto mueve a
preguntarse sobre el destino del resto de la ciudad en términos de su capacidad para
ser imaginada e integrada en lo que podríamos llamar áreas socialmente significativas.
Se tiende a pensar actualmente en la idea de ciudad difusa al referirse al crecimiento
de las periferias, en donde los límites de la ciudad han perdido nitidez. Sin embargo,
tal vez la misma imagen de lo difuso puede aplicarse a la ciudad consolidada que no
posee marcas urbanas o arquitectónicas claras capaces de crear puntos de referencia
distintos a los tradicionales y a los centrales.
El espacio público, de entrada abierto, de uso común, no supone necesariamente
una intensa vida pública asociado a él. Más bien este rasgo sería una excepción. Am
plias avenidas, paraderos de transporte, ciertas colonias y barrios en la ciudad, no
poseen una vida pública que sea particularmente amplia y heterogénea. Se pierden en
una suerte de ruido blanco de las imágenes en que lo urbano no puede ser leído con un
carácter común y positivo.
Por otra parte al mirar, en la segunda experiencia de investigación, el conjunto de
fotografías sobre los espacios señalados como importantes en la ciudad emergieron
temas no buscados originalmente. En particular, llamó la atención lo notorio de la
vigilancia en éstos lugares públicos significativos. Buscando fotografiar las actividades
cotidianas que en estos espacios se realizaban, al tiempo en que se procuraba captar
sus rasgos arquitectónicos, aparecían recurrentemente las presencias vigilantes. Y apa
recían no sólo en la imagen, también antes de ella. Y es que al estar en ese espacio con
cámara fotográfica y de video, rápidamente emergían agentes de seguridad preguntan
do los comunes quién y para qué. ¿Saber que la mirada está siendo escudriñada cambia
la sensibilidad frente al lugar? ¿En qué medida la experiencia del espacio urbano está
siendo mediada por esas miradas que parten de ubicar al ciudadano como sospecho
so? Se trata en este caso de una dimensión previa a la de una experiencia que se podría
llamar estética del lugar, pero que en todo caso construye una sensibilidad particular:
la de quien se siente seguro, la de quien elabora alguna estrategia para burlar estas
vigilancias pertinaces, la de quien se siente en el filo de algo.
Sabemos ampliamente que uno de los rasgos del espacio público es el de permitir
la visibilidad colectiva en un contexto de heterogeneidad social; otro elemento que
emerge ahora es el de la visibilidad sospechosa. Mirar con la fijeza de una cámara
significa ser mirado por otros, con el sesgo contemporáneo de que los límites y las
145
formas de sanción no son sociales, es decir, a cargo de otros transeúntes, se opera
ahora desde cuerpos de seguridad con sus propias maneras de interpretar la situación.
Así, la idea de usos previstos y transgresivos del espacio público toma un nuevo giro
ante la idea de una mirada flotante sobre el ciudadano.
Con todo, en la misma experiencia de investigación se acudió a un lugar urbano
marcado como significativo, pero por su carácter de «lugar prohibido». Se trata de una
zona de la ciudad caracterizada fuertemente como insegura. Lo relevante aquí fue
encontrar una intervención artística auspiciada por el gobierno de la ciudad y realiza
da con la colaboración de los propios habitantes y trabajadores del barrio. Consistía en
tom ar los materiales de trabajo usados ahí, todo tipo de partes de automóviles, y con
vertirlos en otra cosa (esculturas, objetos) y montarlos sobre las calles. Se ha propuesto
en este texto que podríamos considerar las alteraciones ciudadanas al espacio público
como un diálogo con la ciudad: algo se afirma al realizar una alteración o un añadido.
Una acción desde el ámbito artístico supondría, al menos en teoría, realizar una re
flexión múltiple sobre el espacio, los objetos que lo componen y los «efectos» buscados.
En el caso que se relata se puede entender con relativa facilidad que al recurrir a un
discurso distinto al del estereotipo social se buscaba desactivar esta imagen estigmati
zada de la colonia, y brindar a los habitantes nuevos referentes identitarios.2Esto seña
la, en su escala, el potencial de los discursos artísticos en el ámbito urbano al ampliar
la gama de lenguajes con los que pueden nombrarse las experiencias comunes al tiem
po que se propicia la creación de un vínculo social, un nosotros, desde la apropiación
de objetos que en principio pueden parecer enigmáticos, y ése es tal vez su poder.
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2. Con todo, sobre la intervención artístic a en lugares públicos tam b ién puede ejercerse un a m ira d a crítica.
S eñ ala C onrado Tostado (2003), quien fu era directo r del M useo de la C iudad de México: «La ru tin a es m onóto
na: se establece el contacto con la comunidad...: se interviene; [...] se documenta y entonces sí, com ienza la
pro d u cció n p recio sita de la pieza...; se instala [...] y e n seguida, se documenta... p a ra m o stra r el m aterial a otros
cu rad o res [...] y ser invitado a en trar en contacto con nuevas com unidades. La indiferencia de fondo de m uchos
artistas an te la sociedad se revela, p o r supuesto, en su despreocupación p o r el público».
146
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147
Espacio, lugar y ciudad: etnografía
de un parque
Abilio Vergara Figueroa
Escuela Nacional de Antropología e Historia, México
Esta etnografía explora un cierto tipo de nodos urbanos desde donde dialogan los
urbícolas con su ciudad. Este diálogo involucra conocimientos, emociones, proyeccio
nes imagínales y representaciones. Aquí intentamos, brevemente, des-cubrir las
implicaciones emosignificativas entre cuerpo, espacio público y urbanidad.
Las dos sensaciones —que se vive como sentimiento casi ontológico— que carac
terizan a la residencia en la ciudad de los urbícolas, son las de miedo y placer. Ambas
se colocan en dos polos que son habitados de m anera diferencial; no obstante, y para
dójicamente, muchos pueden poseer ambas, intermitentemente, o ser poseídos por
alguna con mayor frecuencia, siendo, según la prensa y ciertos imaginarios, la insegu
ridad y el miedo los sentimientos mayoritarios y de mayor intensidad. Sin embargo,
pienso que entre ambos polos, la mayoría de los urbícolas recorre sus zonas interme
dias y pasa, en diferente grado, de unas a otras y, a veces, quizás más frecuentemente,
puede quedarse en esa zona neutra de la indiferencia simmeliana.1 Dentro de este
contexto, el parque puede constituirse en uno de los pocos lugares de urbanización,
relajamiento12y placer.
«¿Por qué se acentúa en nuestros días la preocupación por lo que significa vivir en
común, y por qué identificamos la ciudad como lugar estratégico donde esta comunidad
acontece o está en riesgo? ¿Qué hace que las ciudades, especialmente las megalópolis,
sean la sede de los peligros, incluso del pánico? », se interrogaba —en septiembre de 2001,
en el marco del Simposio «Reabrir espacios públicos»— Néstor García Candín! Hoy este
cuestionamiento se vuelve más dramático por el asedio extendido de la sospecha y el
recelo; no obstante que el proceso puede revertirse por la participación ciudadana.3
1. Ver Sim m el, 1988. E s posible afirm ar, m ás allá de Sim m el, que esta indiferencia se está convirtiendo en
facto r p o lítico con el que cu en ta la c o rru p c ió n política, p a ra o p e ra r con im punidad. E sa m ism a indiferencia
puede co n trib u ir a h ip erb o lizar el p o d er de la corrupción.
2. Como u n a expresión in ten sa de su carácter, m uchos asisten a él com o terapia, p o r p rescripción m édica.
3. Un in d icad o r im p o rtan te en este sentido lo constituye la m u ltitu d in aria m anifestación de la sociedad civil
co n tra el secuestro, la inseguridad, la violencia y la injusticia social realizada el 27 de ju n io de 2004, en la que los
m an ifestan tes expresaron pro b lem as que excedieron a los form ulados p o r sus convocantes iniciales, enfocando
a pro b lem as estru ctu rales com o «m ientras h aya pobres, no h a b rá tran q u ilid ad p a ra los ricos».
149
La ciudad da placer porque se abre a la diversidad, la novedad y la sorpresa;4 no
obstante, por ello mismo puede causar temor e incertidumbre. Para unos es invitación
a realizar sus búsquedas —cognitivas, emotivas, identitarias— y para otros, su dimen
sión crece incontrolable, de modo uniformemente opresivo y obliga a la rutina y la
reclusión. Esa posibilidad del encuentro y la diversidad requiere de espacios públicos
para realizarse. No obstante, en las actuales grandes ciudades dichos espacios son los
que más se han deteriorado en términos de uso y mantenimiento, contribuyendo a ello
la inseguridad —«real» o «imaginaria», distinción que aquí no interesa ser discutida—,5
así como la intensificación y masificación del uso de la televisión, el vídeo, Internet y las
computadoras, privilegiando el urbícola la oferta cultural a domicilio.
Si toda relación social se establece en cronotopos6 caracterizados por una cultura
trabajada en la historia, ahora asistimos a su radical transformación. Un componente
fundamental de la reconstrucción del tiempo y del espacio en el mundo actual lo cons
tituye nuestra relación con los medios modernos de comunicación. La separación en
tre los medios de transporte y los medios de comunicación (Giddens, 1995) —que tuvo
como una de sus consecuencias que la información «ya no pesara», como una carta o
un documento hecho en papiro o en cerámica— pareciera haber repercutido en lo que
Paul Virilio (1997) ha denominado «retomar sin partir», relativizando las distancias,
afectando los sentidos de la duración; pero más aún recolocando —y aun destruyen
do— las redes sociales en presencia, para construir redes virtuales que pueden poster
gar la interacción cara-a-cara y prácticamente arrancan al individuo de su entorno
comunitario7y aun familiar.
En el «mundo de mundos» o la «sociedad-mundo» en que vivimos, la sobre
valoración de los circuitos informáticos pareciera retener el presente en detrimento del
futuro —y de la memoria— y de las rutinas en la prioridad de los problemas de las
ciencias sociales. Sin embargo, para un sector importante, mayoritario, creo que aún
son las trayectorias e itinerarios de los habitantes de la ciudad los que articulan los
lugares pertenecientes a diferentes circuitos y campos, y son esos recorridos los que
actualizan una m anera de ver, representar, habitar, imaginar y recorrer la ciudad
(Vergara, 2003); las biografías de las personas siguen construyéndose entre el trabajo y
4. Com o u no de sus co m ponentes, lo que no niega que el re-conocim iento, el encu en tro con lo esperado y
conocido, con lo que perm anece, sea tam b ién causal de agrado. Asim ism o, la indiferencia que dificulta el com
prom iso pu ed e co n v ertir la vida pública u rb a n a en espectáculo.
5. E sta (in )distinción pu ed e expresarse, p o r ejem plo, en la polém ica que desató en el contexto de la m arch a
indicada, el valor de la info rm ación estadística. El gobierno del D istrito F ederal acude a ella, p a ra d ecir que h a n
d ism in u id o los delitos —m o stran d o cifras, cuadros com parativos con años an terio res—, y que el m iedo actual
es m an ip u lad o p o r los m edios de com unicación m asiva; m ien tra s que éstos —que parad ó jicam en te endiosan en
el raiting—, algunas organizaciones civiles y m uchos intelectuales, dicen que u n a vida no es u n núm ero, que ella
«no pu ed e h a b ita r en la estadística» (M onsiváis). Lo com plejo del asunto se ve porq u e am bas posiciones tien en
la razón: n o se puede plan ificar sin ver proporciones y tendencias; pero u n m u erto tra e u n inm enso dolor que se
resiste a esconderse en un o s cu adros estadísticos; y m enos aú n en la com placencia con dichos avances, que
aparecen grotescos an te el d o lo r singularizado.
6. La bella alu sió n de Sim m el a la «cita» com o u n a expresión ejem plar del cronotopo —la cita requiere de
u n lu g ar y u n tiem po fijos— p uede servir p a ra ir m ás allá y ejem plificar esta im plicación; p o r ejem plo, en
México es posible citarse de v arias form as: a h o ra fija, p o r ejem plo, p a ra u n a re u n ió n co n sid erad a im portante;
de m an era m ás o m enos in cierta cuando u n grupo de m u ch ach o s que asiste a la escuela dice: «nos vem os en la
tarde», h acien d o que el cro n o to po crezca, se vuelva elástico; y, en tercer lugar, de m a n e ra m anifiestam ente
am bigua, sin te n e r la posib ilid ad de definir sus lím ites, cu an d o dicen: «nos vem os luego».
7. Lo que n o im plica que su nueva com unidad, virtual, no am plíe sus horizontes, ni, al con trario , lo lance
hacia u n a in fin id ad de posibilidades.
150
la casa, las celebraciones familiares, el trámite administrativo en una dependencia
gubernam ental, la m isa dom inical o conm em orativa, la asistencia al cinc o a los salo
nes de baile, el «vitrineo» en las tiendas o en los grandes centros comerciales, así como
en las visitas a las cantinas, cafés, «tianguis», en el estar en los parques y plazas, etc.,
prácticas que contribuyen aún a construir o mantener el tejido social, quizás ya laxo,
quizás fugaz, pero que son importantes para la conservación de nuestras identidades e
identificaciones urbanas, y más aún para elevar la calidad de vida. No obstante, es
pertinente también reconocer que un campo de actividades crece en detrimento del
otro: quien prefiere el vídeo en casa disminuye su asistencia al cine, y por lo tanto hace
menos ciudad.
En este sentido, el parque se constituye en un lugar privilegiado de estar en —y
hacer— la ciudad, así como se constituye en un punto de enfoque8 de la vida urbana:
permite reposar de las prisas citadinas, m irar el entorno y en nuestro interior, reflexio
nar acerca de lo posible y de las limitaciones de la experiencia de vivir la ciudad. A este
carácter, digamos positivo, de la experiencia conjunta en un lugar público diferente de
la calle o la plaza, se le opone la inseguridad que atenta contra su realización como
entidades urbanizantes, pues el asedio de la violencia delincuencial y la corrupción
consecuente generan un clima inapropiado para la construcción de una ciudadanía
participativa y reflexiva al limitar el acceso a los lugares donde se puede estar con los
otros. No obstante, esta misma carencia puede ser un punto importante de la agenda
ciudadana y gubernamental. Por ello, aun con las limitaciones que le impone su entor
no, el parque es todavía un territorio de urbanidad.
El parque
8. Se p u ed e realizar u n a analogía con Claude Z ilberberg cuando, cita a Rousseau: «El gusto p o r la vista del
p an o ram a y la lejan ía p rocede de la inclinación que la m ayoría de los hom bres tien en de com placerse en el sitio
en que n o se hallan», p a ra luego concluir que «para R ousseau el p u n to de vista constituye u n a h u id a h ie ra del
tem plum » (1999: 179). D iría tam bién, p o r m i parte, que posicionarse en u n p u n to de enfoque es com o p o n e r la
ciu d ad a d istan c ia y d eten er el tiem po lineal del trabajo, el de la responsabilidad y del proyecto, conjugándolos
p ara d eb ilitarlos en la en so ñ ación que p ro p icia la atmósfera del parque.
9. S itu ació n que tien e que v er con u n a especialización del espacio y otorga a los actores las posibilidades y
lim itaciones se acceso y uso, pues, p o r ejem plo, el feligrés no puede estar sentado en la silla del confesionario, lo
m ism o que u n invitado recien te —en determ in ad o s sectores sociales— no puede p asar a la cocina sin u n a
invitación de los d u eñ o s de la casa.
151
unen a través del desplazamiento —en cuya duración puede introducir «pies de pági
na», «citas», glosas, por ejemplo cuando mecido por el viaje «visita» con la memoria o
la imaginación otros ambientes—101del urbícola.
Entonces, en primer término, si bien no lo agota —ni pretende, obviamente—, el
parque se asocia a un lenguaje y a unas imágenes que las elaboran: desde su aspecto
físico hasta las figuraciones subjetivo-expresivas, el parque produce —y es producido
por— e irradia un campo semántico-estético con el que habla y es narrado, traduce y
sintetiza las contradicciones entre sociedad y naturaleza11 y las utopías que dicha
interrelación produce. En segundo lugar, esas imágenes y ese lenguaje se realizan en la
atmósfera especial que generan,12 así como en las sensaciones que des-atan en los
parquéfilos. De alguna manera, en este sentido, el parque funciona como un espacio
emosignificativo opuesto a la calle y el espacio público defeños: calle y estrés se oponen
a parque y relajación, constituyéndose en un oasis en la megaciudad. Aun las propias
irrupciones de la ciudad en el parque se asumen como argumento de su oposición; así
un usuario decía: «Ayer pasó un policía arm ado... con la metralleta, por ahí atravesó,
pero yo me imagino que custodia valores, o no sé, alguna cosa, por ahí parecida, y tiene
que entrar; pero a veces es necesario porque, si en otros lados hay atracos y todo eso, al
menos aquí hay más seguridad, tranquilidad. Las señoras vienen a practicar su ejerci
cio, imagínese que se expongan, si luego cuando uno sale en la madrugada, las señoras
las asaltan ahí cerca de la lechería. Yo vivo a dos o tres edificios de la lechería, y nos han
platicado las señoras, ¿no?».
Asimismo, el parque es opuesto al centro comercial, al museo, a la iglesia, al me
tro, porque, por ejemplo, permite usar el espacio, leerlo, por cualquier vía, en cualquier
dirección. No hay un libreto que oriente ni los desplazamientos ni el estar, no existe
una secuencia obligatoria que ordene el tiempo, el ritmo o la extensión a usar: cada
quien puede llegar y quedarse quieto, contemplando, y salir cuando se aburra;13 no
obstante, algunos se imponen metas —tres vueltas al perímetro, corriendo o caminan
do o intercalando velocidades que leen las energías y los años, las urgencias, el esfuerzo
o el placer—, pero siempre a voluntad; alguien se detiene no en lo que ofrece el parque
institucional, sino en la ocurrencia de un niño, en la presencia de alguna avecilla o el
rocío enlos pequeñosupinos o mirando la «actuación» de un grupo que irrumpe inespe
rado, precisamente por aquello que posibilita el parque por ser tal; aunque, por ejem
plo, en los senderos casi todos se desplazan, unos caminan, otros corren, tomando la
10. Un caso m uy expresivo es el que n a rra Julio C ortázar en su cuento El perseguidor, donde el protagonista,
en el tran scu rso del viaje de u n a estación a o tra en el m etro —en m enos de u n m in u to y m edio— im agina lo que
n a rra d o pu ed e o cu p ar fácilm ente m ás de u n a h o ra y m edia.
11. El p o eta p eru an o José Santos Chocano expresaba bellam ente la relación entre la alam eda y el río Rímac:
«Tu A lam eda —an acró n ica y solem ne alam eda— / que luce su follaje de en carru jad a seda / com o u n a dam a
an tig u a su acuchillado traje / a lo largo del río con su esp u m a de encaje» (en P orras, 1987: 82).
12. Aquí podem os estab lecer u n a analogía en tre la p ro p u esta de E d m u n d L each sobre el funcionam iento
sim bólico o el que p ro p o n e Je an B au d rillard p a ra el «sistem a de los objetos»: en el p arq u e n ad a h ab la p o r sí
solo: el can to de la aves y el m u rm u llo de las hojas dialoga so rd am en te con el jad eo de quienes corren; así com o
habla, e n los viajes interiores, autoreflexivos —o com o u n a deam bulación interior, perdidos sin m eta— de quie
nes cam in an sin p o d er correr, o se sie n ta n a contem plar. El piso hum edecido p o r la lluvia se em p añ a m ás si en
el cielo aso m an n u b arro n es o, p o r el co n trario , b rillan alegres cuando el sol sonríe con él y co n las h ierbas y
flores que se m u estran rad ian tes a quienes los ven.
13. El ab u rrim ien to extiende el tiem po, así com o «pasarla bien» lo contrae, pues la vivencia del tiem po tiene
que ver m u ch o con la afectividad.
152
dirección izquierda de las entradas, de modo que son muy pocos que van «contra
corriente» —corriente que hicieron, espontáneamente, como masa que se desplaza—;
lo que, a su vez, permite que los rostros casi no se miren, que los individuos o grupos,
al m archar en la misma dirección, muestren la espalda, y así puedan ser mirados sin
que nadie se percate —aunque todos saben que son mirados—, así tampoco los ojos
pueden «encontrarse». Las secciones del parque esperan, quienes asisten llegan, los
usan o los ignoran, por ahora, pues mañana puede ser otra la historia, o puede ser la
misma, quizás.
Defino al parque como un espacio urbano amplio —como la plaza—, usado en un
tiempo que interrumpe las actividades citadinas ordinarias —del desplazamiento ins
trumental—, con una delimitación espacial interna distinguible que especializa las áreas
—aunque en su conjunto realiza el ideal de proximidad con la naturaleza—; está den
tro de la ciudad, pero quiere ser otro, 14 enfatiza la convivencia, los valores de acceso
igualitario y la expresividad estética —redundo para subrayar—, de actividad cultural
intensa centrada en el cuerpo y la sociabilidad: incide decisivamente en la calidad de
las interacciones que mutuamente se posibilitan los urbícolas que convoca. Su condi
ción abierta y extensa1415 lo opone físicamente a la calle, y por extensión su ritmo, su
velocidad o quietud, su falta de imperativos físicos signan su especificidad. Cabe agre
gar que —para enfatizar su especificidad y autonomía—, como lo señala Emilio García
Montiel (1998: 95), es «un espacio en una zona urbanizada y no un coto alrededor de
los templos o santuarios».
Por otro lado, y de m anera paradójica, en el parque ocurre una interesante
trasmutación de la relación público-privado. En este sentido, si consideramos que la
imaginación de la ciudad tiene como un ordenador importante dicha división,16vere
mos que el parque posibilita que el cuerpo expuesto en público sea más parecido al del
ámbito privado: se le descuida un poco en su presentación, se le expone en sus males
tares o alegrías, se camina con dificultad sin mayor vergüenza, se reza, se come, se
cumple años y conmemora, se enamora y acaricia, etc. En esa dirección, la funcionalidad
del tiempo del desplazamiento al trabajo se opone al descanso dominical, así como al
dejarse estar en un parque o en una caminata sin rumbo, porque en estas prácticas
gratuitas y «sin sentido», los límites —del tiempo y del espacio— requieren menor
definición, como tiempo a invertir y como ruta a recorrer. Así, las actividades definidas
por la política o la economía, como actividades encaminadas a un objetivo específico y
controlado por una cronometración que permite la coordinación, también se oponen a
un estar en el parque —que asemeja más al ámbito doméstico—, aunque posiblemente
—de manera «invisible», aunque internamente imperativa— esas presiones actúen más
de lo que los cuerpos muestren; y allí también está esa cualidad positiva del parque.
14. Q uizás sea el tiem po el que puede ejem plificar m ejor esta disposición: en el parque, el tiem po se detiene,
se despoja de sus p resiones de la coordinación y la sincronía funcional del trab ajo o el estudio; asim ism o,
p erm ite tam b ién co n sid erarse a u n o m ism o quizás sin u n a sum a u tilitaria, y se ab re a placeres cotidianos
p oten ciad o s p o r su atm ósfera: com o u n brinco ju n to al hijo que ríe o la m ira d a p erd id a que la ensoñación
propicia.
15. G iannini señala tam bién esta característica p a ra las plazas —de arm as o zócalo— de m an era m uy expre
siva: «En otras palabras: significa “h acer espacio” a u n a presencia. Lo que sólo puede o cu rrir en lo abierto: en la
ap ertu ra física de u n espacio y en la ap e rtu ra espiritual de cierta disponibilidad p ara lo O tro (no estar ocupado)»
(1999:63).
16. E n cuya o cu p ació n y trán sito el cuerpo se pone en escena y cuestión, expresándose en tran q u ilid ad ,
seguridad, b ien estar o m iedo, inseguridad, p risa y ansiedad.
153
Una hipótesis de la que partimos es que el parque se constituye en un lugar desde el
cual se piensa a la ciudad de otra manera, porque pone en suspenso a la ciudad cotidia
na: es un mirador desde donde podemos evaluar la calidad de la vida urbana y pensar en
el ejercicio de una ciudadanía menos aprensiva; entre otras causas porque la vegetación
y la naturaleza refuerzan nuestra (des)atención espontánea, posibilitan que nuestro sis
tema sensorial se relaje y nos infunde nuevas energías y nos permite m irar la contami
nación, la inseguridad, las presiones, el estrés y «nuestras responsabilidades» desde
otra perspectiva y otra temporalidad. No obstante, el parque también es un lugar donde
solamente se está —y puede ser depositario de soledades—, también puede ser el lugar
donde se refuerzan las relaciones ya adquiridas y no se muestre apertura a la novedad ni
la otredad: la mayoría de los entrevistados me ha dicho que no ha hecho amigos en el
parque, que en algunos casos sí, a «punta de verse frecuentemente», pueden «saludarse,
y no más». No obstante que en términos «objetivos» esa potencialidad del parque no se
traduce en la ampliación de las redes personales o familiares, la mayoría ha manifesta
do que le gusta mirar a la gente, observar cómo, «inclusive los que están malitos se
alegran», cómo otros «festejan juntos», o cómo cada quien —como individuo o como
grupo— puede estar sin ser molestado, situaciones fundamentales de la convivencia
urbana, extrañados en la ciudad.
Así, el parque es uno de los pocos lugares donde la alteridad puede ser observada
con mayor detención: al estar en disposición de sus tiempos, los sujetos permanecen
expuestos más tiempo y con menor resguardo de sus fachadas personales (Goffman,
1989); por lo tanto, el parque se constituye en el espacio de construcción de la convi
vencia, donde se entiende al cuerpo que sufre y va a curarse, como también al cuerpo
que va a perfeccionarse, lo que se traduce en la coexistencia o copresencia de las dife
rentes velocidades y ritmos con que ellos circulan, están y miran e incluso ignoran.
Desde esta perspectiva, el parque es un espacio de educación ciudadana y uno de los
pocos espacios, en la actualidad, en los que se hace ciudad —aunque quizás, paradóji
camente, negándola.17Asimismo, el parque posibilita el aprendizaje a través de la expe
riencia directa —el cuerpo como dispositivo cognitivo (Kauffman, 1995)— y no sólo a
partir de lo que hacen los medios o la abstracción.
Esa posibilidad de obnubilar las fronteras de lo público y lo privado, de poner a la
ciudad a distancia para ser mirada —que no necesariamente*deviene opinión—, así
como esa facultad para hacer del cuerpo un instrumento de cognición especial, hacen
que el parque desarrolle un cierto sentimiento de territorio, es decir de identidad. Es
posible pensar que, por lo menos en los usuarios frecuentes, se construyan lazos de
identidad hacia este espacio que va siendo su lugar, casi como en el sentido que Vicente
Guzmán (2001) descubre para las calles y plazas dacotalpeñas, donde mi calle y mi
plaza son formulaciones identitarias.
17. Com o dice un u su a rio que viene p o r p rescrip ció n m édica: «Más que n a d a la tran q u ilid ad , la alegría con
que se viene a p racticar algún deporte, en ocasiones hay m úsica, no h ay obstáculos com o bicicletas, aunque en
ocasiones hay m u ch o ch am aco ... Los sábados y dom ingos es m ás p esa d o ... están las versiones de las bicicletas
m últiples, y a son p o r fam ilia y se llena m ás, o sea no se p uede p ra c tic a r ta n to el ejercicio... De lunes a viernes
está bien, está tran q u ilo , la gente se co n creta a lo que es del ejercicio...».
154
El entorno: las redes del lugar
Para entender el lugar, en primer término, hay que emplazarlo en el espacio físico
social en el que se encuentra ubicado, y, al mismo tiempo, en la red conceptual e imaginal
en que se inserta, y que no necesariamente tiene que ver sólo con proximidade¡ físicas
A este nivel, el parque se ubica en el dominio de los espacios del tiempo libre y del
entretenimiento, es decir, opuesto a las actividades y movimientos instrumentales.18
El parque-zoológico Los Coyotes se encuentra en la Delegación Coyoacán, en la
zona de Los Culhuacanes, entre las calles calzada de La Virgen, Escuela Naval, el eje 3
y Tepetlapa. Frente al parque está la Secretaría de la Marina y a un costado (hacia el eje
3) la Escuela Superior de Estudios Marítimos. Cada mañana, a las seis, se escucha la
diana y los gritos de los marinos y de vez en cuando el ruido de disparos.19Al frente
también está una tienda muy grande de la compañía norteamericana Walmart, que
viene «secando» a la tienda del ISSTE que se ubica a un costado del parque. A dos
cuadras del parque está Bachilleres 4, adonde asisten mayoritariamente jóvenes de
sectores populares. Frente a la puerta secundaria del parque está la Dirección Zonal
«Los Culhuacanes».
La población que habita en la zona es diversa, pero puede ser caracterizada entre
popular y media baja y se diferencia levemente entre los que viven en casitas y en
edificios de cinco hasta más de diez pisos. Destacan las colonias de CTM Culhuacán y
de la Alianza Popular Revolucionaria Americana, más conocida como Fovisste. Cerca
también están las colonias Avante, Presidentes ejidales y Carmen Serdán, esta última
muy conocida como zona de residencia de delincuentes: ellos, dicen los vecinos,
incursionan en las colonias antes señaladas, de hecho, algunas tiendas han cerrado
bajo su presión (y la de Walmart).
Por otro lado, Los Coyotes es uno de los tres zoológicos que hay en la ciudad de
México,20por lo que su condición de parque tiene una singularidad que las distingue de
Viveros o Alameda del Sur, para señalar otros dos que también convocan gente que va
a entretenerse, estar juntos y/o hacer deporte: por ser un zoológico está cercado y se
accede a él por dos puertas vigiladas, también por ello se prohíbe el acceso de perros.21
Su administración y cuidado dependen de la Delegación de Coyoacán, lo cual lo inser
ta en una red administrativa y burocrática.
Quizás sea el parque uno de los lugares en los que la jerarquización interna pro
puesta por la planificación no se realice completamente, pues cada usuario o grupos de
28. E s posible m a tizar esta afirm ación: quien va bajo la recomendación del especialista a recu p erar su salud
o quien va a h a c e r ejercicio p a ra p erfeccionar o tra b a ja r su «físico» so n d istintos a quienes v an a en so ñ arse o
«pasar el rato».
19. U na m añ an a, a eso de las 10, cu an d o entrevistaba a u n a señora, se escucharon fuertes detonaciones del
lado de la S ecretaría de la M arina; la n iñ a que estaba con ella p reguntó con fingida angustia a su m adre: «¿co
m en zó la guerra?».
20. Los o tro s dos so n C hapultepec y Aragón.
21. Siendo esta característica destacad a p o r los usuarios, quienes la com p aran con las p equeñas plazas que
tien en cerca de sus casas en las que los p erro s pasean, dejan sus excrem entos y allí m ism o ju eg an niños, ju n to a
herm an o s y m adres, que p arecen hab erse insensibilizado al olo r y sus riesgos.
155
usuarios traza sus propios itinerarios y sus estancias, aun cuando, en determinadas
horas, fundamentalmente cuando hay mayor afluencia, cada sección del parque fun
cione más de acuerdo a la planificación: palapas festivas, gimnasios deportivos, sende
ros para desplazarse.
El territorio del parque Los Coyotes se puede dividir en estancias y conexiones;
unos permiten mayores intercambios y otros posibilitan ensimismarse y refirmar más
que explorar. Allí podemos encontrar una más clara diferencia entre las «palapas» y los
senderos; aquellas promueven la sociabilidad entre la microcomunidad socioafectiva
convocada por algún acontecimiento que se festeja, y reafirma o actualiza sus lazos,
mientras que los senderos permiten mirar a los otros en su desplazamiento, acompañarse
aunque no se diga nada, seguir con el movimiento y cierta atención reservada y pruden
temente disimulada22 a quienes son compañeros efímeros de ruta.23 El campamento,
que convoca fundamentalmente escolares, puede, desplegar características semejantes
a ambos: es una comunidad que comparte, pero sus miembros se exponen más íntima
mente que de costumbre —en la escuela los niños pueden resguardar mejor algunos
aspectos de su personalidad—, pues al descansar, dormir o compartir los alimentos,
relajan algunos de sus controles y su presentación ante los otros los des-cubre más. Los
espacios de la cafetería y el puesto de venta de jugos y frutas —el primero más formal,
concesionado, el segundo ubicado cerca de la puerta principal, bajo un techo de lona
que cada día montan y desmontan— son también lugares donde la gente puede inten
tar una comunicación más detenida, aunque prudentemente controlada. No obstante,
el sudor, la agitación y el vestuario, posibilitan una comunicación y exposición m utua
diferente.
En el siguiente cuadro se sintetiza el uso de los diferentes espacios y sus valores en
cuanto a la convivencia y significación social:
22. A unque algunos, m uy pocos u suarios, salu d an con m u ch a expresividad a gentes que no conocen, y
co n tin ú an su carrera, al p arecer m ás satisfechos luego del saludo.
23. Inclusive la velocidad de unos fren te a la len titu d de otros oficia com o un m ecanism o que increm enta las
posibilidades de m ayor exposición frente a los otros.
156
Remarco que los usos de los espacios no son únicos y tampoco se agotan en los
que se planificaron es posible distinguir la distribución de los espacios oficiales de
los usos informales, innovadores o disidentes incorporados por los usuarios, los
que no sólo se realizan por la intención por infringir, sino por la disposición del
espacio a ser ocupado indistintam ente, de la falta de rigidez en sus estructuras y
fronteras, y están condicionados por los horarios de uso, la presencia/ausencia de
los otros, los acompañamientos propios, etc. por ejemplo, hay parejas en las palapas
entre semana, gentes que juegan fútbol o practican la bicicleta en el «lago seco», el
bosque se convierte en sendero para algunos, y un sendero se transform a en gimna
sio para otros.
Las secciones y usos específicos del parque son: el zoológico —donde frecuente
mente se ven niños con sus padres, parejas de jóvenes, personas solas— dividido en
varios ambientes de diferente dimensión y población: el aviario, las dos zonas de los
venados, la zona de los coyotes, la de los teporinos; las palapas, estructura circular,
techada, con una diámetro de aproximadamente seis metros, que se adorna con globos
inflados de colores llamativos y piñatas, donde se festejan cumpleaños principalmente
de niños,24 al que concurren entre 20 y 60 personas;25 los cuatro gimnasios —uno de
ellos techado, al que se accede previo pago, mientras que los otros son abiertos y de
entrada libre—, los dos espacios de juegos infantiles, las áreas de bosque y jardines
temáticos,26 las de los viveros, y dos espacios sagrados: una gruta pequeña, ubicada al
extremo que da hacia la calzada de la Virgen, alejada del sendero por donde la gente
corre, trota o camina, atravesada por un aviso que prohíbe la entrada a los visitantes,27
y otro, ubicado junto a un espacio de juegos infantiles, visible desde el sendero, situado
en un árbol que tiene dos troncos ligeramente separados, lo que permite sostener —en
ésa su abertura— una especie de altar donde la figura predominante es un Cristo cru
cificado y tiene a su lado pequeñas esculturas de santos y vírgenes, entre las que desta
can la Virgen de Guadalupe, San Judas Tadeo, estampas grandes o cuadros de La últi
ma cena, Saint Chabrel, además de numerosas estampitas. Por la parte de atrás están
colgadas cuatro o cinco botellas grandes de refrescos con agua cristalina. Dos ramos de
flores artificiales penden del árbol y al pie crecen flores y hierba.
Podemos también, entonces, ubicar dos lugares que se contraponen y comple
mentan: el lugar sagrado y el gimnasio . En ambos se trabajan diferentes sectores del yo;
no obstante, esta distinción no siempre aflora a la conciencia: para unos constituyen
dos ámbitos completamente separados, para otros son uno mismo o son complemen
tarios: quien va a rezar ante la figura del Cristo y otras figuras sagradas —muchas de
24. Se solicita este espacio con u n a anticip ació n de dos m eses de prom edio, previo u n pago de 208 pesos. El
arreg lo se realiza desde m u y tem p ran o . E s usu a l ver al p a p á y algún hijo y/o h ija que lo acom pañan. Si no h a n
podido lograr el acceso a las palapas, algunas fam ilias cercan u n espacio con un a delgada soga que atan entre los
árboles y arbustos, y am a rra n globos p a ra d a r visibilidad y p restan cia a dicho cerco y festejan allí. D em arcan así
u n espacio p ro p io p a ra el día.
25. Q uisiera destacar lo siguiente: las reuniones que convocan las palapas, decía, son confirm atorias, refuer
zan lazos m icro co m u n itario s y fam iliares. E sto puede verse tam bién en la form a física de la palapa y la disposi
ción que asu m en los cuerpos: p o r la ubicación circular de su delim itación, a través de u n m uro bajo —esta
fro n te ra se logra tam b ién p o r la proyección de éste con el techo, am bos producen la sensación de u n afuera y u n
aden tro — que se hizo tam b ién p a ra servir de asiento a los asistentes, la gente da la espalda al parque: se m iran
entre ellos, p u ed en olvidar el entorno.
26. D estacan las dos áreas destinadas a Jas hierbas silvestres del valle y la de las hierbas utilizadas p a ra
h a c e r el té cotidiano.
27. Aviso ju stificad o p o r la presencia, en la ru ta, de u n vivero y un pequeño espacio donde cultivan m aíz.
157
ellas depositadas por las mismas personas, haciendo más singular su vinculación con
los sagrado— que están en el árbol, encomienda su salud a ese ser sagrado, mientras
que los que asisten regularmente al gimnasio, trabajan su cuerpo no sólo buscando
salud, sino belleza. Hay quienes hacen las dos cosas; mientras muchos ignoran ambos
espacios.
28. H u m b erto G iannini dice al respecto: «En otros tiem pos, este espacio festivo, gratuito, al que las cosas
vienen a m o strarse, en los días de fiesta em pezaba a anim arse lentam ente de m ovim iento hum ano: de vidas que
se d ab a n cita p a ra red esc u b rir el goce de entrar, tam b ién ellas, en este espectáculo circular: de m o strarse en las
m irad as, en el saludo, en las p alabras. El goce de d ejarse encontrar» (1985: 64).
158
cuerpos; conversan riendo a carcajadas, mientras uno de los niños, de aproximada
m ente cuatro años, cabalga en las espaldas de tres de las señoras subidas de peso,
pasando de una a otra, la primera se luce separando alternativamente la panza irnos
diez centímetros del suelo para simular el ¡putukum, putukum! de los caballos, mien
tras las otras dos quieren imitarla, pero no pueden alejarse ni un centímetro, mas las
tres son festejadas. Todos miramos a todos: los cuerpos parecen dispuestos, despreo
cupados se exhiben, aunque en círculos pequeños: en nuestro caso de tres grupos cer
canos y uno que otro que se asoma por alguna circunstancia y se va. No obstante, este
llegar e irse es también una forma de hacer ciudad.
Por otro lado, en el parque habría que explorar más el papel de los niños: para
muchos posibilita «regresar» a esa etapa, regresar a la —hoy coactada— espontanei
dad, cambio permitido sin mayor censura que una prudente discrecionalidad que se
olvida muy pronto, por lo que, por ejemplo, es posible invadir con la mirada el territo
rio del otro, sin mayor riesgo. Aquí es fundamental el papel de los niños, ellos invaden
a los otros con mayor facilidad —la torpeza en el desplazamiento de los más pequeños,
que caen literalmente en el terreno de los otros, es un recurso social que hace que los
adultos se hablen—, son propiciatorios de ligeros toques comunicativos entre extraños
de una macrourbe, promueven sonrisas que iluminan el entorno, y el extraño se pro
yecta hacia el otro y esa iluminación se traduce en —cierta, aunque limitada— confian
za. La comunicación, fácil, entre los pequeños también conjunta a los mayores: por
ejemplo la pequeña hija de Claudia, una joven señora, dice contenta que allí conoció a
Lalo, un niño que ahora es su amigo y de quien habla con entusiasmado afecto. Pero la
función de los niños no queda allí: ellos transforman también, aunque sea momentá
neamente, a los mayores: «Una vez vine con una hermana, y nos pusimos a jugar como
niñas, en uno de los juegos que dan vueltas... y a mí me causó gracia, porque pues,
¡oye, ya, parecemos niñas!».
La socialidad —en el sentido presentista simmeliano, aquella relación que no quiere
la duración ni el lazo— promueve lo urbano, no obstante mina lo comunitario, pero
también es recurso para vivir la multiculturalidad creciente de nuestras urbes. Por otro
lado, en los parques se redefine la relación público-privado, mostrando espacios del ser
que esas fronteras obligaban a controlar respecto al acceso de los otros, lo que genera
la posibilidad de verse en el otro y establecer una relación distinta entre ciudadanía y
cultura, lo que involucra también a las relaciones de género, redefiniendo los imagina
rios, expresados en símbolos y estéticas urbanas que peculiarizan la relación global-
local y, por ende, del cuerpo y la identidad. Este trabajo quiso mostrar, a través del uso
del tiempo libre en un espacio público, la construcción de la urbanidad y las funciones
de la imaginación en la ampliación de la vida, lo que permite reconocer los diferentes
espesores, densidades y estratos de lo real y la relación con la otredad. Quiere también
m ostrar que la antropología puede servir para hacer mejor y más bella la convivencia
citadina.
En este sentido, si consideramos que la voluntad de percibir puede deformar aque
llo que percibimos, en el parque encontramos el espacio como para que dicha voluntad
se relaje y predomine la percepción más inocente; de esta manera aquello que percibi
mos adquiere las formas que la atmósfera relajada del parque posibilita: es éste un
momento y una situación fundamentales para trabajar la empatia, puesto que las «ca
tegorías invasoras» (Giannini, 1987) que construyen las demarcaciones también se
debilitan, aunque sea momentáneamente.
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ellas depositadas por las mismas personas, haciendo más singular su vinculación con
los sagrado— que están en el árbol, encomienda su salud a ese ser sagrado, mientras
que los que asisten regularmente al gimnasio, trabajan su cuerpo no sólo buscando
salud, sino belleza. Hay quienes hacen las dos cosas; mientras muchos ignoran ambos
espacios.
28. H u m b erto G iannini dice al respecto: «En o tro s tiem pos, este espacio festivo, g ratuito, al que las cosas
vienen a m o strarse, en los días de fiesta em pezaba a an im arse len tam en te de m ovim iento hum ano: de vidas que
se d ab an cita p a ra red esc u b rir el goce de entrar, ta m b ié n ellas, en este espectáculo circular: de m o strarse en las
m irad as, en el saludo, en las p alabras. El goce de dejarse encontrar» (1985: 64).
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cuerpos; conversan riendo a carcajadas, mientras uno de los niños, de aproximada
m ente cuatro años, cabalga en las espaldas de tres de las señoras subidas de peso,
pasando de una a otra, la primera se luce separando alternativamente la panza unos
diez centímetros del suelo para simular el ¡putukum, putukum! de los caballos, mien
tras las otras dos quieren imitarla, pero no pueden alejarse ni un centímetro, mas las
tres son festejadas. Todos miramos a todos: los cuerpos parecen dispuestos, despreo
cupados se exhiben, aunque en círculos pequeños: en nuestro caso de tres grupos cer
canos y uno que otro que se asoma por alguna circunstancia y se va. No obstante, este
llegar e irse es también una forma de hacer ciudad.
Por otro lado, en el parque habría que explorar más el papel de los niños: para
muchos posibilita «regresar» a esa etapa, regresar a la —hoy coactada— espontanei
dad, cambio permitido sin mayor censura que una prudente discrecionalidad que se
olvida muy pronto, por lo que, por ejemplo, es posible invadir con la mirada el territo
rio del otro, sin mayor riesgo. Aquí es fundamental el papel de los niños, ellos invaden
a los otros con mayor facilidad —la torpeza en el desplazamiento de los más pequeños,
que caen literalmente en el terreno de los otros, es un recurso social que hace que los
adultos se hablen—, son propiciatorios de ligeros toques comunicativos entre extraños
de una macrourbe, promueven sonrisas que iluminan el entorno, y el extraño se pro
yecta hacia el otro y esa iluminación se traduce en —cierta, aunque limitada— confian
za. La comunicación, fácil, entre los pequeños también conjunta a los mayores: por
ejemplo la pequeña hija de Claudia, una joven señora, dice contenta que allí conoció a
Lalo, un niño que ahora es su amigo y de quien habla con entusiasmado afecto. Pero la
función de los niños no queda allí: ellos transforman también, aunque sea momentá
neamente, a los mayores: «Una vez vine con una hermana, y nos pusimos a jugar como
niñas, en uno de los juegos que dan vueltas... y a mí me causó gracia, porque pues,
¡oye, ya, parecemos niñas!».
La socialidad —en el sentido presentista simmeliano, aquella relación que no quiere
la duración ni el lazo— promueve lo urbano, no obstante mina lo comunitario, pero
también es recurso para vivir la multiculturalidad creciente de nuestras urbes. Por otro
lado, en los parques se redefine la relación público-privado, mostrando espacios del ser
que esas fronteras obligaban a controlar respecto al acceso de los otros, lo que genera
la posibilidad de verse en el otro y establecer una relación distinta entre ciudadanía y
cultura, lo que involucra también a las relaciones de género, redefiniendo los imagina
rios, expresados en símbolos y estéticas urbanas que peculiarizan la relación global-
local y, por ende, del cuerpo y la identidad. Este trabajo quiso mostrar, a través del uso
del tiempo libre en un espacio público, la construcción de la urbanidad y las funciones
de la imaginación en la ampliación de la vida, lo que permite reconocer los diferentes
espesores, densidades y estratos de lo real y la relación con la otredad. Quiere también
m ostrar que la antropología puede servir para hacer mejor y más bella la convivencia
citadina.
En este sentido, si consideramos que la voluntad de percibir puede deformar aque
llo que percibimos, en el parque encontramos el espacio como para que dicha voluntad
se relaje y predomine la percepción más inocente; de esta manera aquello que percibi
mos adquiere las formas que la atmósfera relajada del parque posibilita: es éste un
momento y una situación fundamentales para trabajar la empatia, puesto que las «ca
tegorías invasoras» (Giannini, 1987) que construyen las demarcaciones también se
debilitan, aunque sea momentáneamente.
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Es también importante, en este colofón, señalar que se va al parque albergando
expectativas diversas. Ésta es una característica que lo diferencia de otros espacios
públicos como la Plazas de Armas, o los museos o hasta el centro comercial: al parque
se llega con disposiciones más que con finalidades; se llega como buscando algo, para
dójicamente conocido, más que tratando de encontrar lo sorpresivo. Esta disposición
es también un recurso social que se orienta hacia la interlocución. En el parque, aun en
la quietud, todo transcurre, más que ocurre.
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Isabel Rodríguez Chumillas, Universidad Autónoma de M adrid, España
La construcción de la hiperrealidad
En términos generales, dentro del ámbito cultural se pueden distinguir las esferas
de la realidad, la ficción y la representación. Hay una idea generalizada de que la pri
mera es físicamente concreta, la segunda se le opone y la tercera es una manera de
161
plasm ar a las otras dos. Se piensa que existe una clara diferencia entre las tres y, sin
embargo, lo fantástico cada vez invade más a este mundo posmodemo y lo aleja de
las certezas absolutas de antaño, para fundir lo real, lo ficticio y lo simbólico en uno
solo. En palabras de Baudrillard hemos caído en una «condición en la cual la reali
dad ha perdido su referente, y los modelos, simulaciones o discursos se han converti
do en más reales que la realidad misma» (Baudrillard, 1983,1987, citado por Tuathail,
1992: 157).
El proceso se ha llamado hiperrealidad y consiste en la generación de modelos de
la realidad que no se originan en la realidad misma (Baudrillard, 1983: p. 2), pero que
son vividos como tales. Lo anterior ha sido considerado como punto de partida para la
caracterización y análisis de diversos espacios tales como los parques temáticos, cen
tros comerciales, museos y hoteles, entre otros (Eco, 1983).
La hiperrealidad se conforma a través de la dinámica cultural de hoy en día y de la
forma como se incorporan los diversos discursos a la vida cotidiana. En consecuencia,
surgen nuevos espacios y cambian los significados que adquieren. En particular nos
interesa centramos en aquellos, donde se combinan la lógica de consumo, la inseguri
dad y el miedo para recrear fantasías sociales, previamente conformadas en los medios
de comunicación masiva, y que nos remiten a las viejas estructuras medievales euro
peas. De manera tal que generan una versión posmodema de los castillos fortificados y
de las ciudades amuralladas, donde los habitantes se entregan a los placeres del consu
mo para convertirse en príncipes y princesas, encerrados por tem or al dragón, por
miedo a los bárbaros que amenazan con derribar los muros e invadir la seguridad de
su espacio. Es decir, quedan de pronto inmersos en un mundo donde fantasía y reali
dad se confunden, donde los medios masivos y el márketing dictan la forma en que
debemos interpretar y decodificar el mundo que nos rodea y, en función de ello, cons
truir nuestros espacios palpables, ideales y virtuales, aquellos que en el fondo conside
ramos reales. Las simulaciones resultantes de este proceso tienen que ver, tanto con
estas aperturas globales como con los encierros.
Las relaciones entre el espacio social construido y las fantasías ciudadanas que
dan plasmadas en los edificios, en los espacios habitacionales, en las calles cerradas, en
los letreros, en los anuncios, en la televisión, en el cine y las revistas. Por todos lados
vemos rastros de un universo donde realidad, representaciones e imaginarios dejan de
ser opuestos para fusionarse en una misma cotidianidad, donde un mundo alternativo
se transporta para poblar nuestras zonas urbanas.
La decisión de encierro compete a todos y a todo. El encierro habitacional urbano
tiene sus antecedentes en las Gated communities de finales del XIX, crece lentamente a
partir de los años cuarenta y desde 1970 el fenómeno tiene un crecimiento exponencial
que logra consolidar el fenómeno para la última cuarta parte del siglo XX (Cabrales,
2003: 58).
La tendencia a fortificar los espacios de vivienda ha generado fraccionamientos
cerrados que se consolidan como barrios defensivos que excluyen los elementos nega
tivos de la ciudad y se quedan con un ideal fantástico.
Como muestra de la forma en que se tejen los discursos para promover la confor
mación y consumo de los fraccionamientos cerrados aludiremos a una de las revistas
mexicanas de sociales de mayor circulación, la revista Quien del 28 de mayo del 2004.
Este número se dedica a difundir que el príncipe de Asturias, futuro rey de España, se
casó en una boda de ensueño, con una plebeya. Dicho en palabras de los redactores de
162
la revista, «este sábado 22 de mayo será recordado por el Príncipe de Asturias como el
día en que cumplió su más grande anhelo: contraer matrimonio no con la mujer im
puesta por la tradición monárquica sino con su verdadero amor».
En las páginas interiores están todos los detalles, la ceremonia, los asistentes, la
ropa que usaron, la vida pasada de la que se convertirá en la reina de España, etcétera.
Entre las fotos de los solteros más codiciados de la aristocracia y el elenco de todas las
mujeres que sin ser parte de la realeza se casaron con príncipes europeos, nos encon
tramos ventanas hacia el mundo externo a la revista; textos e imágenes que tratan de
comunicarse con el lector mexicano para proponerle el mejor estilo de vida. ¿Y qué
mensajes publicitarios hay para aquellos que se interesan en la nobleza? Se trata de
nuevos desarrollos inmobiliarios que ofrecen seguridad, naturaleza y comodidad. «Ya
no existen límites para una vida mejor», dice el anuncio de Palmetto, «Más allá de los
sueños. Todo lujo, confort y seguridad». En otra hoja, se m uestra otro conjunto
habitacional cerrado, «Torres bosques: un sueño hecho realidad».
Como salidos de un cuento de hadas, los fraccionamientos cerrados se vuelven
accesibles para la gente indicada a través del crédito, la realidad se presenta en m an
cuerna con el consumo, el cual no se basa en la racionalidad sino en las emociones.
Con ello se producen espacios cerrados que simulan la fortificación y con ello preten
den ser espacios seguros, en armonía con la naturaleza, pero sin renunciar a las como
didades de la ciudad y de una vida ligada al consumismo.
Uno de los rasgos más importantes del encerramiento es que permite ocultar in
comodidades y problemas urbanos, generar comunidades con identidades vacías, uni
das por ser clientes del mismo sujeto, deslumbrados por un discurso de exclusividad y
riqueza que no corresponde con la situación de la mayoría de la población y acentuado
por el miedo, la desconfianza y la paranoia, para generar la necesidad de reproducir la
fortificación.
Retórica-arquitectura-simulacro
163
Desde luego, el diseño expresa y condiciona la relación social prevista. La traza
urbana ha ido por lo mismo evolucionando desde la retícula funcionalista abierta has
ta los ejes curvilíneos ramificados en cortos tramos de calles locales con retomo, for
mando el esquema cul-de-sac, o fondo de saco. Todos los extremos se cierran, forman
do en cada fondo un pequeño vecindario, o pretendida comunidad, a su vez agmpada
con otras para constituir un barrio que, sumado a otros, constituyen la unidad
habitacional. Claro, hay variantes según las dimensiones de cada unidad.
La tipología arquitectónica suele ser, en consecuencia, cerrada. El cerramiento se
resuelve empleando lenguajes formales que intentan responder a un supuesto imagi
nario regional con raigambre histórica. Con mucha frecuencia el orden formal de las
construcciones se viola por los avecindados, pero no lo suficiente como para anular la
propensión al cierre, virtual y fáctico.
¿Por qué se cierra la casa mediante el retom o a la forma vernácula? La cerca y la
barda no marcan sólo la vuelta al recinto medieval, también se remiten a referentes
más cercanos, el casco de hacienda, o los grandes patios o huertos circundados de las
pequeñas ciudades provincianas con impronta rural. Pasado similar tienen las casas
de fachada casi cerrada hacia la calle. Éstos serían sin duda antecedentes regionales y
aun nacionales que legitiman decisiones actuales de diseño.
Historicismo y regionalismo arquitectónicos han coincidido con el aumento de la
demanda de espacio habitable hermético. Es un ascenso que corresponde al declive del
movimiento moderno y con él la arquitectura de espacios abiertos. Las barreras sim
bólicas son así desplazadas y hasta reforzadas con las barreras físicas. Pero el fenóme
no está lejos de reducirse a este cambio, ya que la figura de la casa tradicional se
revalora en el marco de las connotaciones de un mundo con certidumbre, más ordena
do, armónico, seguro, de relaciones cara a cara, familia cohesionada y relaciones más
amables con la naturaleza. De m anera que la recuperación de este imaginario pasa por
la reconstitución física del hogar y su entorno, aunque sea una simulación de ambien
tes sociales irrecuperables. Lo novedoso es la barda de contención que mantiene
encapsulado al vecindario para retener incontaminada la utopía.
A nadie se le ocurriría presentar como opción viable de vivienda una casa de vi-
drio protegida eon la rejilla metálica de una jaula sobrepuesta. La búsqueda de la casa
apropiada mantiene liga inevitable con la búsqueda de la libertad familiarizada con la
fluidez de movimiento seguro en el interior y sus alrededores. Entonces, la oferta de los
promotores inmobiliarios es la fórmula del vecindario cercado, figura intermedia en
tre la ciudad y la casa, aún factible de ordenamiento y control, esfera de libertad condi
cionada.
También la casa recupera el om ato como aspecto visible de la flexibilización del
diseño. Elementos formales desterrados por el modernismo lucen a través de copias
facsimilares, o en nuevos barroquismos de montajes ajenos a los criterios académicos
y con frecuencia animadores de eclecticismos exóticos. Se imitan viejas arquitecturas,
a la vez simuladas en sus componentes (materiales, formas, fachadas), propiciando el
empleo de la nueva tecnología y los nuevos materiales para parecer otra tecnología,
otros materiales, otras formas, otros tiempos, otra arquitectura. Es la resaca tras el
minimalismo moderno, es sed de un entorno construido ordinario, accesible, entendible
y por tanto identificable. La estética resuelta en claves cifradas por especialistas y diri
gidas a observadores atentos, es ahora sustituida sin ambages por el kitsch a través de
la reproducción de modelos emblemáticos como estrategia recurrente de diseño, ad
164
virtiendo una ética ajustada al pragmatismo del valor de cambio. Igual sucede con la
unicidad de la experiencia artística cuando la etiqueta de autor reconocido es dirigida
a poner en valor las grandes inversiones inmobiliarias.
El nuevo urbanismo adoptado en México se confunde con las variantes del vecin
dario defensivo. O, si se quiere, el autodenominado nuevo urbanismo da cuerpo con
ceptual a la práctica de los asentamientos cerrados. Desde que los principios neo urba
nísticos proclaman el modelo del pequeño pueblo tradicional, se materializan en
asentamientos con población límite, siguiendo el ejemplo de las fundaciones utópicas
difundidas en Norteamérica en el siglo XIX. Pero a diferencia de éstas, acotadas por el
número de habitantes y establecidas sin límite de suelo en territorio rural, las nuevas
suelen ser periurbanas, extendidas en el interior de barreras físicas artificiales y natu
rales; son totalidades acabadas, no admiten crecimiento ni la extensión a través de la
tram a vial de la ciudad, según permite la retícula moderna.
La raigambre tradicional del nuevo urbanismo le otorga la impronta historicista.
Por ello el diseño urbano está condicionado a configurar pueblos y barrios con
centralidad propia definida en equipamientos colectivos, emplazados y tratados de tal
manera que son investidos en centros simbólicos y dotados desde el origen con capaci
dad ordenadora. Las figuras estratégicas de la estructura urbana convencional pierden
sentido desde el momento que carecen de cualidades de elementos primarios, así como
tampoco inciden en la valoración diferencial del suelo, propiedades transferidas a la
maqueta del proyecto y sostenidas por los reglamentos internos. Resulta paradójico: el
historicismo del proyecto se plasma en un asentamiento sin historia, de manufactura
total e instantánea.
Con estas premisas se ingenian los cada vez más abundantes proyectos de distin
tas características y tamaños, cuyo impacto en el tejido urbano está aún por manifes
tarse a plenitud y a los tipos les falta consolidarse. Destacan los casos más ambiciosos
de largo plazo que pretenden conformar ciudades completas. Para ello se reúnen intra
muros los ingredientes que, según el nuevo urbanismo, eran necesarios en la coexisten
cia armónica de los pueblos tradicionales: a) mezcla de población de distintos estratos
sociales; b) fuentes de trabajo; c) equipamiento colectivo de una pequeña ciudad sol
vente (escuelas, comercios, centros de salud y deportivos), y d) lugares de esparcimien
to (jardines, canchas, club de golf).
Al mismo tiempo, el vecindario es dotado de una forma de autogobierno garante
de la seguridad y orden internos, así como para la gestión de servicios con las autorida
des municipales. Los enunciados de la propaganda escrita y gráfica explicitan el plus del
nuevo urbanismo y sus bondades. Las pre-formas del diseño tradicional establecidas en
los reglamentos de construcción se ensamblan de las maneras más distintas con la in
tención de obtener la homogeneidad visual del entorno construido por el vecindario. Se
montan entonces perspectivas casuales que integran una riqueza de accidentes visuales
planeados con resquicios, recodos, remates, salientes, cambios inesperados de pavi
mentos, secciones de calle o de vegetación. Reglas comunes en las variadas experiencias
persisten en la percepción de los distintos planos del escenario, que ha de mantenerse
transparente y legible. Nada más lejos de la experimentación y libertad estética, donde
el orden y la seguridad es una sensación antes que una realidad.
Con la reglamentación constructiva, que es también de diseño, del gusto y del
estilo, se sientan las bases de coexistencia cifradas en lo previsible, lo conocido, lo
convencional. Es un mecanismo para regular la competencia, donde no caben las ex
165
cepejones de la casa inacabada, o deteriorada, ni la audacia formal, o irreverente, ni el
lucimiento exagerado, o exótico, como también se excluyen la austeridad y la exacerba
ción expresivas. Nada más anti-modemo en la ciudad de la información y los flujos que
el lugar estático, anclado en la normalización y modulación acordes a patrones fijos.
Sí se logra, sin duda, que los avecindados perciban un entorno construido respetuo
so de las reglas. Hay entendimiento y relación sin tensiones con lo que se observa, como
tampoco hay sorpresas, ni sobresaltos. Reina un presumible consenso, condescendencia
y autosatisfacción. Parece cerrarse el ciclo abierto con la arquitectura moderna.
Esta práctica del enclaustramiento que promueven los vecindarios defensivos avan
za, además, social y espacialmente. Se ha extendido desde las zonas elitistas dentro del
espacio urbano, donde se atrinchera concentrada espacialmente, a nuevas áreas para
la clase media colonizando la periferia difusa.
Nuevos y clónicos desarrollos de diseño cerrado se programan masivamente con
apoyo del crédito en versiones populares. Esta modalidad del estilo de vida encerrado
popular es más comunitaria y se fabrica en serie. Por razones obvias, no se consigue
desprender del síndrome de las estrecheces formales en las que se expresa su función
de servir a los mismos sueños de otros con menos capacidad económica para comprar
el estilo que mejor emule el patrón del encierro comunitario. De modo que ahora la
casa apropiada del estilo de vida ideal se aparea en módulos de edificaciones o es
adosada a la interminable hilera de iguales, cuando no se agrupa en minicomunidades
casi consanguíneas de tres, cuatro y cinco unidades. Todas, variantes de la producción
masiva indiferenciada pero consumida y ofrecida dentro del discurso del nuevo estilo
de vida del encierro, empaquetada con los símbolos de la seguridad.
La opción, estilo arquitectónico, formas y tamaños, con todo y pese a ello, mues
tran la unidad del producto y su destino social de clase media mediante la repetición
del mismo modelo de casa o los idénticos cierres traseros de las unidades, contorneando
clónicos pequeños patios. Forman, a su vez, clónicas islas de viviendas en la periferia
extensa y difusa, con el sello inequívoco del interés social en los intensivos aprovecha
mientos del suelo y en las seriadas disposiciones en hileras.
Los modos de nom brar e identificar el producto definen las múltiples variantes
del estilo de vida del encierro popular clasificadas en función de las distintas categorías
socioeconómicas y culturales, pero sobre todo, las diferentes opciones resultan de la
holgura económica que el crédito posibilita a los destinatarios potenciales.
Los fraccionamientos cerrados constituyen hoy un elemento notoriamente recu
rrente en las periferias y junto con los centros comerciales son dos ingredientes
definitorios de los hinterland extensivos en los modelos de ciudad compacta en des
composición por las tendencias suburbanas. Ambos contribuyen a la configuración de
un ambiente no consolidado o en vías de consolidación en los cuales actúa un orden
provisional determinado por una serie de intervenciones todavía esporádicas que aún
no configuran una organización sistemática.
El producto de cerrada popular es un esperpéntico resultado de la mezcla del
ideario del Nuevo Urbanismo con la arquitectura moderna, es una formulación que
recoge am bas influencias. La reproducción clónica de m odelos seriados del
166
funcionalismo se encaja en los clichés simbólicos del Nuevo Urbanismo expresados en
evidencias de hermetismo antifuncional, principalmente a través del cierre con el muro
con el objeto de forzar la génesis de un nuevo espacio para un nuevo orden social y
urbano. La delimitación es requisito para la separación del resto y el nuevo ideario
aunque en su propia homogeneidad formal ya muestran procesos de selección social
(Le Goix, 2002).
Las cerradas populares mantienen a la perfección la deontología de la arquitectu
ra moderna. No han abandonado el principio del funcionalismo y la reproducción
clónica, al contrario, son una exacerbación individualizada de sus principios más tos
cos. La búsqueda de las formas mercantilmente más operativas a las prácticas y nece
sidades sociales, con el horizonte abierto por la ciudad-negocio, se reorientan a sumi
nistrarlas series de elementos acoplados a moldes funcionales. La arquitectura buscaba
deshacerse de todo artificio para unlversalizarse y rendirse a la riqueza, naturalidad y
acciones impredecibles de los hombres. La producción en serie de vivienda unifamiliar
es algo, por otra parte, nada original. Sin embargo, su combinación con el lenguaje y
las finalidades del urbanismo en comunidad cerrada resulta novedosa, así como su
evidencia más clara: el mensaje de la aceptación social del cierre. Ahora, a diferencia
de otras ocasiones en las que se intentó, la producción de conjuntos de casas idénticas
para clases medias-bajas resulta una modalidad competitiva. Las condiciones genera
les de producción de la economía y el deseo y gustos de la sociedad han cambiado. La
oferta inmobiliaria ha respondido, lo que permite interpretar, en el sentido señalado
por Pierre Bourdieu, que se produce una homogeneización de los dos sectores que se
enfrentan en la dimensión horizontal del espacio social, desde el punto de vista de la
estructura del capital «categorías que hasta entonces habían sido poco proclives a con
vertir la adquisición de su vivienda en una inversión de primer orden, han entrado,
gracias al crédito y a las subvenciones del gobierno, en la lógica de la acumulación de
un patrimonio económico» (Bourdieu, 2000: 55). A la élite, la primera y más proclive
demandante de los encapsulamientos de la urbanización, la calle y la propia casa, se le
suman los consumidores de clase media en determinación de nuevos productos espe
cíficos de consumo de vivienda como éstos que emulan los estilos de vida de la élite.
La aparición de modelos parecidos en el mercado muestra, además, prácticas de
producción masiva bien experimentadas y más ventajosas por reducir costos en la
estandarización pero, sobre todo, por ampliar mercado. Esta emergencia, más o me
nos simultánea, de similares ofertas inmobiliarias, una eclosión de cerradas populares,
denota tanto la vigilancia y plagio de nuevos productos entre empresas competidoras
como la reacción, ante el retraimiento o ralentización del mercado, para conquistar
con nuevos productos a otras categorías sociales (Bourdieu, 2000: 93).
Las empresas de promoción inmobiliaria para captar nuevos compradores inten
tan hacerse con un mercado sostenido en las nuevas condiciones del sistema financie
ro de subvención y de crédito y en productos presentados como innovadores aplicando
la fórmula del urbanismo clónico y formas cerradas. Como señala Bourdieu (2000:
92): «Esta diversificación no es exclusiva de una estandarización evidente de los pro
ductos de la propia empresa y de una homogenización de los productos de las empre
sas que ocupan posiciones próximas en el campo [...] es resultado directo de la necesi
dad técnica de reducir los costos [...] y del efecto de la competencia que impulsa a las
principales empresas a ofrecer a sus clientes unos productos capaces de competir con
los que tienen más éxito entre sus competidores más directos (en la circulación de la
167
información los propios clientes tienen, sin duda, un papel importante [...] informan a
los vendedores sobre los argumentos de venta de sus competidores —en su aprendizaje
inmobiliario en el proceso de observación y decisión de su compra—)».
Los productos capaces de competir con mayor éxito en el mercado son los que
ofrece el encerramiento que concretan los códigos del miedo y el consumo y que deman
dan las clases solventes, altas, medias o medias bajas, todas embarcadas en el mismo
viejo sueño de vivir bien. Responden a prácticas comunes del sector inmobiliario que
atiende los distintos nichos del mercado dirigiéndose indistintamente a las clientelas
más exclusivas y al resto de las categorías sociales estandarizando el producto con los
modelos cerrados de producción masiva. Esta versatilidad de destino social ha ampliado
extraordinariamente el mercado y con ello ha reactivado el sector inmobiliario.
El cerramiento y la arquitectura hermética aliada a la producción clonada mues
tran ser una fórmula de gran rentabilidad económica porque permiten recuperar
plusvalías de los suelos intersticiales y suelos desvalorizados en las mejores condicio
nes de mercado. Estas tipologías urbanas son fórmulas de gran capacidad de respuesta
a cualquier parte de la ciudad y tipo de demanda residencial.
Conclusiones
168
Más allá de las fantasías que reflejan, los fraccionamientos cerrados denotan un
declive del espacio público urbano y, por lo tanto, la desintegración de la ciudad como
tal. Son una fantasía iniciada en las clases altas, pero que poco a poco, a la sombra de
un dragón y en el marco de la vorágine del consumo, se fueron abriendo camino hacia
los estratos más bajos. Ahora las palabras cerrado, seguridad y vigilancia forman parte
de la promoción de casi cualquier conjunto de viviendas.
El símil que hacemos con el medioevo nos muestra que el ser humano lleva su
esencia a través de la historia; cambia el entorno, cambian los espacios, cambia la
tecnología, pero los temores y los sueños permanecen. Dice Joaquín Sabina en una de
sus canciones que «las niñas ya no quieren ser princesas...», pero no, las pequeñas aún
quieren ser princesas y los niños siguen jugando a los superhéroes que luchan contra el
mal. Pero ahora, los personajes que representan no sóp únicos porque deben ajustarse
a los productos promovidos por el capital y los medios masivos de comunicación. Las
princesas vienen de los cuentos tradicionales retocados por la industria Disney y pro
movidos a través de películas, objetos y parques temáticos; los héroes vienen de las
historietas, pero han sido socializados a través de la televisión y el cine. El mundo de
los adultos no sigue reglas tan diferentes, pero es considerado más real, pues se tiene la
idea de que un centro comercial no es tan fantástico como Disneylandia.
La organización urbana que contempla nuevos castillos y ciudades amuralladas
no puede ser un elemento de progreso ni una evolución positiva de la planeación terri
torial, es un negocio lucrativo que sigue las dinámicas del consumo para garantizar
ganancias, contribuir a la segregación de los espacios sociales y a la desarticulación del
conjunto urbano.
Bibliografía
169
Paisaje y poder político: la formación
de representaciones sociales
y la construcción de un puente
en la ciudad de Monterrey
Camilo Contreras Delgado
El Colegio de la Frontera Norte, Dirección Regional de Monterrey, México
171
E l p a is a j e c u ltu r a l u r b a n o
1. El estudio del p aisaje en la geografía h a tra n sita d o p o r posiciones diversas, d entro de la propia disciplina
podem os en co n trar nociones com o el paisaje urb an o , paisaje ru ral, paisaje in d u strial, paisaje cultural, h asta
paisaje m oral, en tre otras. O tra g ran división d entro de las subdisciplinas está m arcad a p o r las perspectivas
objetivistas y subjetivistas. D entro de la geografía cu ltu ral los prim ero s esfuerzos se d ieron en las escuelas
alem an a (con O tto Schlüter, H ahn); francesa (con P aul Vidal de La Blache, Je an B ruhnes); la estadounidense
(con Cari O. S auer y la escuela de Berkeley). P ara m ayor inform ación de estas prim eras escuelas puede consultarse
Claval (1999).
2. P o r supuesto que esto es lógico p a ra los propósitos de la arqueología: a p a rtir del descubrim iento interesa
en ten d erlo en «su tiem po», en el tiem po en que jugó u n rol y no en el tiem po en que fue descubierto o rescatado.
De m an era que el tiem po «actual» del descubrim iento no será ta n ú til com o el tiem po «pasado». Sin em bargo,
p a ra la geografía in teresa el tiem po pasado, ya sea el tiem po en que apareció el elem ento del paisaje analizado,
y au n el tiem p o an terio r a la ap arició n del paisaje en cuestión, p ero, adem ás, tam b ién in teresa el tiem po actual
del paisaje, a d iferencia de la arqueología.
172
E l p a is a j e y la n u e v a g e o g r a fía c u ltu r a l
Paisaje y poder
173
ideología en la producción y uso del paisaje, así como definiendo los significados de
esos paisajes. Lo anterior produce paisajes de poder, es decir, paisajes que reflejan y
revelan el poder de aquellos quienes los construyen, definen y mantienen. Una vez
construidos, esos paisajes tienen la capacidad de legitimar al poder, afirmando las
ideologías que los han creado pues ya serán parte de la construcción de la realidad, y,
como en un ciclo, esos paisajes contribuyen en la construcción social de ideologías.
Ahora bien, dado que el poder está presente en diversos niveles, es de esperarse que la
producción de paisajes de poder suija desde diferentes frentes como el Estado, los siste
mas religiosos, el capital, la ideología racial y de género, así como sus combinaciones3
(Winchester, Kong y Duna, 2003:67). El poder hegemónico, sea cual sea su fuente (del
Estado, del capital, de género, étnico, de clase...) se erige como árbitro del buen gusto
y de la estética, impone su propia visión para todos.
Los paisajes de poder no se imponen y aplastan o uniformizan las conciencias de
los subalternos. Se han acuñado una serie de conceptos en las ciencias sociales para
dar cuenta de las resistencias por parte de los dominados: tácticas (De Certeau), rebo
tes de poder (Foucault), rituales (Hall y Jefferson). De esta m anera el paisaje es tam
bién el sitio de resistencia y de lucha activa. Uno de los tipos de resistencia simbólica
más común son los nombres (formales o sobrenombres) de sitios, edificios, calles,
plazas, etc. El mencionado Faro del Comercio en Monterrey conocido como «falo del
comercio» es uno de esos casos. El puente que ahora nos ocupa no escapó a esta resis
tencia: su nombre oficial es el Puente de la Unidad o bien técnicamente se le conoce
como Puente Atirantado, este nombre ha derivado peyorativamente en el «puente ata
rantado», «elefante atirantado» (en referencia al elefante blanco por costoso e inútil), y
el «puente de la unidad de todos contra ellos» entendiéndose por «ellos» a la adminis
tración gubernamental que lo construyó. Otros ejemplos de resistencia paisajista son
el carnaval, las marchas, los desfiles, el graffiti.
Las representaciones
En el problema empírico que abordamos en este trabajo están presentes una serie
de factores que nos hicieron voltear a la teoría de las representaciones sociales. Está
presente una controversia, la imposición de un estilo de infraestructura por parte del
poder hegemónico gubernamental, las protestas activas de organizaciones de colonos
de clase socioeconómica alta y otras organizaciones civiles y la activa participación de
3. E jem plos de pro d u cción de paisajes de p o d e r h ay m uchos tales com o la segregación residencial en cam
pos m in ero s según el estatu s de los trab ajad o re s en las em presas, y según la nacionalidad; la destrucción de
p irám id e s y tem plos de cu ltu ras precolom binas y su su stitu ció n p o r co nstrucciones de la C orona española y
religiosas. Tam bién hay ejem plos de reap ro p ia ció n de edificios que perten eciero n a poderes precedentes, p o r
ejem plo cuando In donesia se independizó no dem olió el centro de poder de los colonizadores holandeses (K ing's
S quare) m ás bien se ap ro p ió de ese espacio, lo cual es consistente con la concepción indígena de las relaciones
de p o d er en las cuales el p o d er de los enem igos d erro tad o s es absorbido p o r el vencedor p a ra a u m e n ta r su
p rop io poder. Medan Merdeka es el m ás poderoso sím bolo de la in dependencia precisam ente po rq u e invoca el
largo tiem p o del p o d er holandés. E n M onterrey existen diversos reflejos del p o d e r económ ico en el paisaje. El
F aro del Com ercio localizado en la «M acroplaza» es u n a de esas construcciones controvertidas. Inicialm ente se
plan eó p ara que a p a rtir de allí em itiera u n rayo láser. S in em bargo, esto fue cu estionado p o r inútil. Hoy el rayo
h a d ejado de em itirse. E n el tiem po de la controversia se le conoció tam bién p o r sus d etracto res como el «falo
del com ercio», o b ien se le co m p arab a con u n a p a re d de frontón. O tro ejem plo de paisajes form ados p o r el
capital en M onterrey es la pro liferación de plazas com erciales (Malls).
174
los medios de comunicación. Pero sobre todo, se generó una discusión generalizada
en el Área M etropolitana de Monterrey en la que la mayor parte de la población
tuvo una opinión. Este último factor, sin que los demás dejen de ser importantes,
nos llevó a utilizar a las representaciones sociales com o estrategia teórico-
metodológica.
Para Moscovici (1979:17), principal impulsor del enfoque de las representaciones
sociales, éstas son una modalidad particular de conocimiento, cuya función es la ela
boración de los comportamientos y la comunicación entre los individuos. Las repre
sentaciones sociales permiten a los individuos «estar al día» y sentirse dentro del am
biente social. Fair (1983:655) señala que las representaciones sociales aparecen cuando
los individuos debaten temas de interés mutuo o cuando existe el eco de los aconteci
mientos seleccionados como significativos o dignos de interés por quienes tienen el
control de los medios de comunicación. Las representaciones sociales tienen una do
ble función: hacer que lo extraño resulte familiar y lo invisible perceptible, lo cual
puede manifestarse en actividad cognoscitiva de orden social, producción de significa
dos por parte del sujeto, forma de discurso, práctica social donde se reflejan las institu
ciones sociales (Peña y Gonzáles, 2001: 332).
Estos sistemas cognitivos con lógica y lenguaje propios dejan ver que las represen
taciones tienen su grado de autonomía, o como lo dicen Peña y Gonzáles (Peña y
Gonzáles, 2001: 328), las representaciones no son simple reproducción, sino también
construcción del objeto representado. Esta autonomía supone la acción tanto indivi
dual como colectiva, acciones que tienen que ver con las condiciones socioeconómicas
e históricas de una sociedad así como con las biografías individuales.
Según Moscovici, y en eso también concuerda nuestro caso empírico, las repre
sentaciones tienen como denominador común el hecho de surgir en momentos de
crisis y conflictos. Las representaciones sociales del «puente atirantado» surgieron en
medio de un descrédito de la administración gubernamental (panista) que impulsó la
obra, continuaron (la formación de representaciones) en medio de la contienda para
elegir gobernador, que si bien no son conflictos propiamente dichos, si son hechos
extraordinarios que exacerbaron la generación y el sostenimiento de las representacio
nes sociales.4
Una consideración que permite que el análisis de las representaciones trascienda
el tiempo en que se da el acontecimiento en cuestión es lo que se conoce como anclaje.
Es decir, se precisa identificar y entender las ligas de la representación con el marco de
referencia de la colectividad, con el sistema preexistente de pensamiento. Esto, ade
más de reconocer la historicidad del fenómeno, posibilita captarlo en su complejidad
por los factores circundantes (sistemas de creencias y valores en los que se entenderán
las actitudes a favor o en contra). Esto último nos llevó a considerar la ideología
4. De acu erd o con este autor, p a ra la em ergencia de representaciones sociales, se requiere: a) disp ersió n de
inform ación; (no suficiente, con diferentes niveles de calidad); b) focalización (aparecen fenóm enos a los que se
debe atender); c ) p resió n a inferencias (por m edio de opiniones y discursos, de sa car conclusiones, fijar posicio
nes). P ara M oscovici las rep resen tacio n es sociales tien en tres dim ensiones: a) la inform ación, referid a a la
organ izació n o su m a de cono cim ientos que posee u n g rupo sobre u n fenóm eno en particular. La in form ación
pued e ser evaluada, de acuerdo a su can tid ad y calidad, com o estereotipada, trivial u original; b) el cam po de
represen tació n , referido a la org anización del contenido de la rep re sen tació n en form a jerarq u iza d a con varia
ciones Ín ter e in trag ru p al; y c) la actitud, referid a a la orientación favorable o desfavorable en relación con el
objeto de rep resen tació n social.
175
hegemónica así como su representación en otros elementos del paisaje anteriores al
puente (como la Macroplaza y el Faro del Comercio).
En relación con las representaciones sólo resta comentar algunas experiencias
con este recurso teórico desde la geografía en particular. La geografía cultural aprove
cha y adecúa la perspectiva de las representaciones sociales en tanto que asume que
éstas no sólo son textos, palabras y pinturas, sino que también incluyen la cultura
material como el paisaje. Si bien se reconoce que el paisaje no es simplemente una
referencia de uno a uno entre la realidad y el sentido, es claro que el paisaje comunica
una multiplicidad heterogénea de mensajes donde la gente selecciona, se apropia, re
compone y particulariza los significados de fenómenos materiales y culturales.
Apunte m etodológico
IDEOLOGÍA
HEGEMÓNICA ----------► PUENTE
COMO SU EXPRESIÓN REPRESENTACIONES
EN EL PAISAJE ------------ ► DE GRUPOS SUBALTERNOS
A PARTIR DEL PUENTE
176
propias personas entrevistadas. En esta parte de la investigación (en la «representa
ción de la representación») dedicada a las representaciones en los grupos subalternos
otros de los indicadores fueron las diferentes expresiones de resistencia a lo que se
consideró una decisión unilateral, entre las que podemos encontrar los sobrenombres
(como rebotes de poder, en términos de Foucault), hasta las demandas y protestas
organizadas (como tácticas en palabras de De Certeau).
Finalmente, es importante destacar la importancia de la coyuntura. La controver
sia tuvo sus momentos más rispidos en los meses finales de la administración guberna
mental que construyó el puente y en medio de las campañas políticas para elegir gober
nador y presidentes municipales. Por tanto, el análisis abarca diferentes temporalidades:
la formación histórica de la ideología regiomontana dominante, la coyuntura en que
fue construido el puente y el tiempo actual en que se indagaron las representaciones de
grupos e individuos con opinión desfavorable a la obra en cuestión.
En este apartado traemos sólo algunas observaciones que intentan dar cuenta de
la idea de grandiosidad de Monterrey que detentan los grupos dominantes (a veces
empresarios, a veces gobernantes y a veces la combinación de ambos en un mismo
sujeto). Este apartado dará elementos para encontrar el «anclaje» del puente en un
marco preexistente de pensamiento. Para esto nos apoyamos en revisión bibliográfica
fundamentalmente.
En la construcción de las identidades es común la sobrevaloración que hacen los
grupos (etnocentrismo) y los individuos (egocentrismo) de sus cualidades. De esta
manera, los grupos y los individuos organizan su relación con el mundo y con los
demás sujetos. La búsqueda de la diferenciación, de la comparación, de la distinción
implica lógicamente la búsqueda de una valorización de sí mismo con respecto a los
demás. Los individuos y las colectividades tienden, en primera instancia, a valorar
positivamente su identidad, lo que tiene por consecuencia la estimulación de la
autoestima, la creatividad, el orgullo de pertenencia, la solidaridad grupal, la voluntad
de autonomía y la capacidad de resistencia contra la penetración excesiva de elemen
tos exteriores (Giménez, 1997:21). Sin embargo, el estudio de las identidades enfatiza
también la dispersión de éstas. Con esto queremos señalar que: a) en la identidad
regiomontana uno de los valores destacados es la grandiosidad; y b) en la dispersión de
la identidad, esta idea de grandiosidad es propia de grupos dominantes que pueden ser
grupos políticos en el gobierno, o grupos empresariales (que por cierto en ocasiones se
trata de un mismo grupo con las dos características).
El estado de Nuevo León y más particularmente Monterrey y su área metropolita
na han sido identificados (desde los grupos hegemónicos) como la vanguardia y el
símbolo del progreso y del trabajo de México. En lo que sigue citamos algunos autores
que dejan ver este aspecto de la ideología.
Ésta es una ciudad excepcional (a pesar de lo que afirman sus críticos) que no pasa
inadvertida. Su gente y sus empresas constituyen una especie de símbolo y de testimonio
177
de la grandeza del capitalismo... ese grupo [Grupo Monterrey] de hombres cuyo princi
pal pecado ha sido el de haber propiciado la industrialización, en forma admirable, de la
ciudad de Monterrey y con ésta, sin duda, la de buena parte del resto de las regiones
industrializadas de México. Monterrey es grande por sus empresas y, naturalmente, por
sus empresarios. Guste o no, los «burgueses» regiomontanos han sido, sin duda, hom
bres ilustres cuya gran obra es la ciudad industrial que unos admiran y otros aborrecen
[Arreóla, s.f: pp. 6, 21, 94].
Nuevo León, el más progresista de los Estados de la República... transformaron a
Monterrey, como dice Neimeyer, «de una ciudad desértica y lánguida en un centro indus
trial: el Chicago de México» [Fuentes, 1976: 38].
En ningún Estado como en el nuestro las diferencias sociales son menos sensi
bles. Desde tiempo inmemorial, aquí la clase media es la dominante, y a ésta corres
ponde una buena parte de la obrera y campesina, que sólo es proletaria de nombre, por
titularse asalariada. La indígena pura puede decirse que no existe, apenas comienza a
conocerse la rica en el sentido estricto de la palabra, pues los pocos que han podido
amasar una fortuna lo deben a sus personales esfuerzos, después de haberse educado
en la escuela de las necesidades. No faltan, como sucede en todas partes, quienes se
hayan enriquecido con explotaciones inicuas, pero constituyen muy contadas excep
ciones. Y la clase miserable, que habita en los suburbios y mantiene aún hábitos de
gente primitiva, podemos decir con orgullo que no vio la luz primera en suelo de Nuevo
León, pues es producto de constantes inmigraciones de otros lugares del país [texto
citado por De León, 1968: 18-19].
178
la plaza no sólo implicó la demolición de algunos edificios con importancia histórica y
simbólica para la ciudad, además se incurrió en irregularidades legislativas a fin de
agilizar la construcción.5
Otra construcción que ya es parte del paisaje regiomontano es el Faro del Comer
cio. En el mismo libro de secundaria, no sólo se destacan las cualidades de esta cons
trucción sino que los autores van más allá al ponerse en el pensamiento de los «visitan
tes» y asegurar lo que el monumento significa para éstos. Independientemente de si
aciertan o no, lo que podemos destacar es que, para los autores, es importante dar
cuenta de lo que consideran es el carácter distintivo de la ciudad: la industria y la
tecnología:
5. «Prim ero se in staló PROURBE (el organism o encargado de las obras); después se c o m p raro n los te rre
nos; m ás ta rd e se inició la dem olición de edificios y todavía después el Congreso del E stado aprobó la creación
de PROURBE... M ás ad elan te se instaló la p rim e ra p ie d ra p a ra c o n stru ir el Teatro de la C iudad, el G obierno del
E stad o aplica el Im p u esto de A um ento de Valor y M ejora E specífica de la P ropiedad y hoy (exactam ente seis
m eses después de in iciad a la dem olición), p o r fin, se pide el visto buen o de los legisladores p a ra realizar la o b ra
y a p ro b ar el im puesto» (N uncio, 1982:113).
179
Fue construido para conmemorar en 1984 el primer centenario de la Sección
Monterrey de la Cámara Nacional de Comercio. Tiene setenta metros de altura, es el
monumento más alto de la República y uno de los más originales; cuenta en lo alto con
su rayo láser que, proyectado por las noches hacia el Cerro de la Silla, recuerda a los
visitantes el carácter industrial, tecnológico de la ciudad. La obra fue diseñada por el
arquitecto mexicano Luis Barragán y ejecutado por el arquitecto Raúl Ferrá [Treviño et
alii, 1997: 105].
Desde que el proyecto del puente se hizo público a finales de 2001, inició una
discusión donde participaron «en una esquina» el gobierno estatal y los municipales
de Monterrey y San Pedro, y en la «otra esquina» organizaciones como Colegios de
Ingenieros, Asociaciones de Colonos, medios de comunicación (prensa escrita y tele
visión), así como participaciones individuales. Se esgrimieron todo tipo de argumen
tos desde técnicos, presupuéstales, de licitación,7 políticos, estéticos, hasta de sospe
chas de plagio del diseño al arquitecto español Santiago Calatrava (diseñador de un
puente similar en Sevilla llamado Puente del Alamillo). Por ahora lo que queremos
destacar, entre los argumentos del gobierno que construyó el puente es aquello que
está referido con los aspectos estéticos y cómo éstos se relacionan con la idea de
ciudad que se tiene desde la instancia gubernamental.8
Los cuestionamientos llevaron al presidente municipal de San Pedro Garza García
y al Secretario de Obras Públicas del Gobierno del Estado a declarar que no era nece
sario someter el proyecto a la opinión de la ciudadanía, «ya que los ciudadanos deben
confiar en las decisiones de sus gobernantes» (Robles et alii, 2001:20 de diciembre). La
administración gubernamental que impulsó el proyecto del puente trascendió lo fun
6. El P uente A tirantado es p arte de u n sistem a de in fraestru c tu ra m ás am plio denom inado P uente Viaducto
de la U nidad q u e une las avenidas R ogelio C antó Gómez, en M onterrey, con la avenida H u m b erto Lobo, en San
P ed ro G arza G arcía. E L conjunto tien e u n a.lu ag itu d .d e 1,2 kilóm etros, de los que 300 m etros corresponden al
P uen te A tirantado.
7. Con relación a la licitación los constructores e ingenieros cu estionaban el apresuram iento con que ésta se
llevó a cabo. A rgum entaron que u n a o b ra de esa m ag n itu d no podía te n e r u n plazo de licitación de 19 días. Esos
19 días eran insuficientes p a ra p re p a ra r p ro p u estas y aú n m ás p a ra co m p rar las b a se s. El proyecto fue an u n cia
do el 17 de d iciem bre de 2001 y el día 21 fue lan zad a la p rim e ra licitación. Adem ás se atravesaba u n período
vacacional. E s m ás, p a ra dem o strar que efectivam ente se tra ta b a de u n ap resu ram ien to desm edido, se dieron a
conocer los tiem pos de o tras licitaciones vigentes, de m en o r envergadura: C om pra de niples, conexiones y tu b e
ría p a ra agua y drenaje: 26 días en tre la fecha de publicación de la convocatoria y la fecha de ap e rtu ra de
p ro p u estas técnicas; am pliación de ca rre te ra en El Carm en, N uevo León: diferencia de días, 21; construcción de
taludes y revestim iento en el Arroyo Topo Chico: diferencia de días, 39; [...] (Ram os, 2001: 28 de diciem bre). No
cabe d u d a que el gobierno del estado quería asegurar, a to d a costa, que la inau g u ració n del p u en te estuviera aú n
d en tro de su gestión. Las p risas rep ercu tie ro n adem ás en la m ala calidad de term in a ció n de algunas partes: u n a
vez in au g u rad o y ya in stalad a la siguiente ad m in istració n g u b ern am en tal (ah o ra del PRI), fue necesario hacer
rep aracio n es en d iferentes p artes del puente.
8. E n diciem bre de 2001 co m en tab a el S ecretario de O bras P úblicas del G obierno del Estado: «El puente
atiran tad o que cru zará el río S anta C atarina, adem ás de ser u n a ob ra que resp etará p o r com pleto el lecho del río
al n o in terponer b arre ra alguna sobre su cauce, se erigirá com o u n nuevo elem ento de la iconografía del M onterrey
m etro p o litan o de hoy... De m an era adicional, esta o b ra co n stitu irá u n sím bolo que con su presen cia atra e rá
visitantes, convirtiéndose en u n orgullo m ás p a ra quienes h ab itam o s la zona m etro p o litan a de M onterrey y en
resp u esta a la van g u ard ia e idio sincrasia de los nuevoleoneses... E s tiem po de p en sar y corresp o n d er a la dim en
sió n d e la ciu d ad y su gente» (Bulnes, 2001: 23 de diciem bre).
180
cional para, por medio de una «marca» estética, herrar el paisaje. El puente fue la
m anifestación más clara del deseo de tra sp a sa r el tiem po de gestión gubernam en
tal. Pero no sólo se trató de un hecho narcisista de los actores políticos de tum o, es
a la vez una práctica de reproducción y legitimación de la ideología dom inante
desde el poder político. Por tanto, sin im portar qué partido esté en el poder, la
tendencia será reproducir los valores hegemónicos. Por supuesto que cada gestión
preferirá m arcar el paisaje a su modo. Esto último explica la insistencia de la
adm inistración que heredó (más no concibió) el puente, de desacreditar la obra,
es decir evitar a toda costa que el puente se instalara en el im aginario colectivo
metropolitano.
181
a) Categorías relacionadas con aspectos técnicos y funcionales
Hay muchas necesidades, por ejemplo, reforzar la seguridad pública, la lucha con
tra el narcotráfico, el transporte público, el drenaje pluvial pues cada vez que llueve en
Monterrey hay daños cuantiosos, ahogados... [Dirigente de la Asociación Alianza por San
Pedro, radicado en el municipio de San Pedro Garza García],
Ésta es una de las categorías que presenta mayor coincidencia en todas las entre
vistas. Denota la calificación que la gente otorga al gobierno que impulsó la construc
ción del puente, así como el reconocimiento de la debilidad con que se ven a sí mismas
ante el poder dominante.
Porque haga de cuenta que aquí no toman en cuenta a la gente, ellos dicen: «voy a
hacer esto y lo voy a hacer aunque la gente diga que no, que no lo haga»... la gente dice:
«no, está mal, no lo hagas», y de todos modos lo hacen... Porque ellos son gente de dinero
y no saben ver a la gente pobre que tiene diferentes necesidades [Juez Auxiliar, residente
en el municipio de San Pedro Garza García].
182
«Todos los gobernantes se quieren lucir, todos quieren dejar huella»
Lo hicieron (el puente) con la idea de que fuera un magno proyecto, distintivo de
la ciudad, del paisaje urbano. Pero cuando ves todas las necesidades urbanas como
drenaje pluvial y cosas así te das cuenta de que lo que menos les importa era la
funcionalidad, ni las necesidades reales de la ciudad sino más bien la ostentación, el
símbolo que va a caracterizar ese período de ese gobernador. Del anterior gobernador
otro juguete fue la serie Cart. Ahora el juguete de Natividad (actual gobernador) será el
F orum ...9 Enferm os de poder, todos quieren dejar algo que les recuerde
[Profesora Universitaria].
Con esta categoría la gente se explica la complicidad de las otras fuerzas políticas
con el poder ejecutivo. Denota la frustración por la actitud de fuerzas que se suponen
oponentes (como los partidos políticos diferentes del PAN, miembros del poder legisla
tivo diferentes del PAN), así como de la actitud de gobiernos locales (municipales) que
se suponen más cercanos a la población inconforme.
Desconocemos mucho el tejido, el tejido que existe entre los partidos porque
da la impresión de que están peleados el PAN el PRI y luego salen abrazados y
que están peleados con el PRD y luego salen y están también abrazados con el PT, y
lo s ú n ico s que estam os com o fich a s de ajedrez som os los ciu d ad an os
[Dirigente de la Junta de Residentes de la Colonia del Valle, A.C.].
9. El F o ru m fue llevado a cabo, en su p rim e ra edición, en B arcelona, en 2004. Tuvo críticas en aquella
ciu d ad p o r la escasa concurrencia. El gobierno actual «peleó» p o r conseguir la sede an te u n a débil com petidora:
S udáfrica. La m ejo r p ro p u esta de aquel país fue co m p artir el F orum con Monterrey, p ro p u esta que fue rech aza
da de inm ediato. N ingún o tro país se m o stró interesado en la re c ta final p o r d isp u tar el Forum . E ste evento será
el escenario de lu cim ien to del gobierno de tu m o . Com o in stru m en to de p o d er hegem ónico, las exposiciones
tien en p ro p ó sito s económ icos y políticos a través de desarro llar intercam bios com erciales, de prom o v er lo
local, de realzar las am biciones políticas, de consolidar la influencia política así com o de o frecer educación y
en treten im ien to (W inchester, Kong, Dunn, 2003: 91). El gobierno actu al p o r u n lado desacredita al p artid o rival
con la p erm an en te crítica al p u en te atiran tad o , m ien tra s que p o r o tro lado, se apoyará en u n a exposición que le
p e rm itirá te n e r el g ran sello distintivo de su gestión. A hora, el m ism o p artid o que en el p o d er construyó el
pu en te en cuestión, critica al gobierno actu al p o r «el derroche de recursos» que se h a rá en la celebración del
F orum . Los d etracto res del F o ru m op in an que existen carencias m ás im p o rtan te p o r resolver que realizar even
to s de lucim ien to in tern acio n al.
183
«La gente los castigó»
[La gente los castigó] no sólo por el puente, pero sí por todas las decisiones unilate
rales. Hubo mucho abstencionismo, pues también es una manera de castigar... ya se
dieron cuenta que la gente tiene un voto de castigo y yo creo que esa manera de gobernar
que tuvo Canales pues se reflejó en que el PRI volviera a ganar, o sea, si no hubiera sido
tan impositivo, si hubiera escuchado un poco más, quizás hubiera otra versión del go
bierno panista, bueno, si hubieran escogido otro candidato y no Mauricio tal vez
[Profesora Universitaria].
A casi tres años de que fue anunciado el proyecto que incluía el puente, y a más de
un año de su inauguración (28 de septiembre de 2003) el asunto sigue en debate. La
administración estatal actual se ha encargado de mantenehel cuestionamiento de la
obra y con ello de la imagen del PAN y la administración anterior. Los motivos de los
cuestionamientos han variado: desde la mala calidad en la terminación, las auditorías,
y más recientemente por las permutas de terrenos que fueron afectados (se aduce que
hubo favoritismo a propietarios de filiación panista). No sorprendería que esta estrate
gia se prolongue o reavive en las siguientes elecciones gubernamentales.
«Será un icono»
Es evidente que la gente no está peleada con la estética, reconocen que la obra es
«bonita», «bella», «majestuosa», en esto se apoyan para suponer que en el futuro será
una obra representativa de Monterrey.
Reflexiones finales
185
sentido común» resultante de las representaciones sociales es posible identificar la capa
cidad de organización e interpretación de la gente, donde traspasa tiempo y espacio. En
la formación de «sus teorías» la gente echa mano, además de la información proporcio
nada por los medios, de su propia experiencia urbana. También es relevante aclarar que
si bien sólo consideramos las representaciones desfavorables hacia el puente, esto no
quiere decir que éstas fueran uniformes. Cada subgrupo mostró sus propias formas de
organizar la información generada a propósito del puente y de interpretarla en los mar
cos de referencia colectivos (anclajes) para concluir en una actitud desfavorable.
Bibliografía
Hemerografía
186
Territorio e identidades: el espacio como
referente de identificación en los discursos
radiales de los sujetos populares
de la ciudad de La Paz, Bolivia
Marlene Choque Aldana
Universidad Intercontinental, ciudad de México
1. Fides p erten ece a la C om pañía de Jesús. Con sus 19 em isoras en las principales ciudades bolivianas
constituye un o de los m ás influyentes consorcios radiales del país.
187
ción de las demandas colectivas de los pobladores de los barrios pobres de La Paz. El
conductor y su equipo acudían cada día a un barrio diferente para escuchar y amplifi
car las solicitudes, denuncias y reclamos que los vecinos realizaban en vivo a las auto
ridades. La Calle llegó a ser un importante punto de encuentro que posibilitaba la
interacción mediática y cara a cara entre los vecinos y las autoridades municipales.
Gracias a la intermediación del conductor, muchos barrios consiguieron la realización
de obras importantes para su vida cotidiana.2
1. El escenario y el enfoque
2. Se tra ta b a de dotació n de servicios básicos, in fra e stru c tu ra vial, con stru cció n de equipam iento com uni
tario y protecció n del p atrim o n io público.
3. E sta u b icación es altam ente riesgosa p o r la am en aza co n stan te de deslizam ientos, que no siem pre es
con sid erad a p o r la po b lació n o las autoridades.
188
es precisamente el nom bre que la población aymara da a La Paz, El segundo m om ento
es el cerco que los indígenas liderados por Túpaj Katari infligieron a la ciudad en 1781,
privando a la población citadina criolla, española y mestiza de comunicación, alimen
tos y agua. Para las organizaciones aymaras, este hecho inauguró una memoria de
resistencia —todavía vigorosa— frente a la ciudad como símbolo de la dominación
colonial, mientras que en el imaginario colectivo citadino se incrustó un temor endé
mico —igualmente vigente— ante la amenaza de la invasión y el cerco. La topografía
—el cerco de las montañas— sustenta este temor por más de dos siglos. Ambos ejem
plos afirman una tendencia particular a la segmentación y la segregación basada en las
características del terreno en que se instaló la ciudad.
Hechas estas precisiones, analizaremos cómo es vivenciado, apropiado y repre
sentado el espacio vital por los sujetos populares a través de los medios radiales. Inda
garemos el uso del espacio en la construcción de sentidos de referencia y pertenencias
comunitarias: espaciales (de la calle, del barrio) e intersubjetivas (modos de ser, pensar,
sentir y actuar en referencia a sus semejantes). Para ello tomaremos en cuenta los
discursos emitidos en el programa La Calle.4
El estudio de la identidad en la sociología enfrentó varios problemas. A decir de
Maffesoli, éstos se deben al predominio del paradigma de la modernidad y una lógica
de la identidad como algo estable. Una forma de resolverlos fue introducir en la discu
sión el concepto de identificación. Desde su propuesta de socialidad empática, Maffesoli,
siguiendo a Weber, propone pensar en términos de constelaciones indeterminadas,
polimorfas y cambiantes y, por tanto, de identificaciones sucesivas, de acuerdo con una
concepción relacional que varía según las situaciones y la acentuación de determina
dos valores, donde la relación con uno mismo, con el otro y con el entorno siempre
pueden ser modificadas (Maffesoli, 1990: 123, 280).
La identificación, en principio, se constituye sobre la base del reconocimiento de
un origen común u otras características compartidas con otro —persona, grupo o ideal—
y con la solidaridad y lealtad establecidas sobre estas bases. Esta concepción se enri
quece al considerar la identificación como una construcción permanente: «un proceso
nunca acabado —siempre «en proceso» [...] es finalmente condicional, sujet(o) a con
tingencia [...] es un proceso de articulación, una sutura, una sobredeterminación y no
una subsunción» (Hall, 1996: 3). Además, como todas las prácticas significantes, está
sujeta al «juego de la diferencia» e implica un trabajo discursivo, la unión y señala
miento de límites simbólicos, la producción de «efectos de frontera». Las identificacio
nes pertenecen al imaginario: «son la sedimentación del "nosotros” en la constitución
de cualquier yo, el presente estructurante de la alteridad en la mera formulación mis
ma del yo» (Butler, 1993: 105, en Hall, 1996: 23-24).
Siguiendo a R. Gallisot, podemos distinguir dos tipos de identificación: la identifi
cación por pertenencia y la identificación p o r referencia. La primera es la adscripción a
colectivos situados en el espacio social inmediato (espacios del hábitat, del trabajo, de la
vida cotidiana), caracterizada por interacciones de alta frecuencia y por su relativa «visi
bilidad». La segunda es la autoproyección de los individuos a comunidades imaginadas
4. N uestro análisis se basó en la observación, grabación, registro y tran scrip ció n literal de cinco em isiones
com pletas realizad as en tre 1998 y 1999, las m ism as que fu ero n seleccionadas aleatoriam ente de u n a m u estra
m ayor (de 10 em isiones).
189
más amplias que desbordan los espacios de las interacciones de alta frecuencia y se definen
por su carácter imaginario, invisible y anónimo (Gallisot; 1987:16, Giménez, 1993:25).
En este texto consideramos las identificaciones no como atributos o propiedades
intrínsecas del sujeto, sino con un carácter intersubjetivo y relacional. Se construyen a
partir de la autopercepción de un sujeto en relación con los otros y con el entorno, a lo
que corresponde a su vez el reconocimiento y aprobación de los otros sujetos. Para
Stuart Hall, al igual que la identidad cultural, las identificaciones no se constituyen
sólo alrededor de los puntos de semejanza y de diferencia; éstos son múltiples (las
identificaciones de clase, género, edad, etnicidad, nacionalidad y religión), y cada una
de esas posiciones o situaciones discursivas es de por sí inestable (Barker, 2003: 60).
Para examinar la identidad como producto de una sucesión nunca acabada de
identificaciones, preguntamos cómo se estructura la «representación» que los sujetos
tienen de sí mismos, de los otros y del entorno. Primero, en términos de un principio de
diferenciación. Se trata de un proceso lógico primordial por el cual todos los sujetos
(individuales y colectivos) se representan a sí mismos, «se auto-identifican [...] por la
afirmación de su diferencia con respecto a otros individuos y otros grupos» (Giménez,
1992: 189). Estos rasgos «distintivos» pueden adquirir ulteriormente connotaciones
«buenas» o «malas» (Devereux, 1975: 148).
Segundo, el principio de diferenciación coexiste y se complementa con el principio
de integración unitaria o de reducción de las diferencias hacia el interior del grupo. Hall
señala que las identidades son construidas a través —no fuera— de las representaciones
y de las diferencias: «Esto implica el reconocimiento radicalmente perturbador de que es
solamente a través de la relación con el Otro, [...] su exterior constitutivo que el significa
do “positivo” de cualquier término —y de esta manera es su “identidad”— puede ser
construido» (Hall, 1996:6, parafraseando a Derrida, 1981; Laclau, 1990; Butler, 1993).
Proponemos superar la visión del vecindario como una comunidad homogénea
que se autoconfirma y reflexionar sobre los elementos que permiten la integración y la
diferenciación desde el interior de la misma. Nos interesa ver lo vecinal sobre todo como
una experiencia de identificaciones, sin negar que constituye un espacio social complejo
cia”, que reconozca la importancia del diálogo sobre nuestras diferencias inerradicables»
(Donald, 2000, siguiendo a Nancy, 1991).
Así, las identificaciones vecinales son parte de un sistema de relaciones que tiene
entre sus referencias el territorio. Se vinculan con representaciones y prácticas de perte
nencia —a un barrio o vecindario— a partir de las cuales se definen las fronteras —reales
o imaginarias— de un territorio que, desde el punto de vista de los sujetos, posee una
identidad que lo distingue de otros (Safa, 2001:157).
Las identidades se constituyen en la acción social y se refrendan en el ámbito
simbólico; y ya que los procesos de identificación requieren de la sanción social, impli
can una dimensión discursiva. Las identificaciones serían tam bién construcciones
discursivas formadas o reguladas en el discurso, y por lo tanto son contingentes. No
obstante, las múltiples narrativas de los sujetos no sólo son resultado de los significados
cambiantes del lenguaje, sino de la proliferación y diversificación de las relaciones so
ciales, de los contextos y de los lugares de interacción (si bien, podría decirse, constitui
dos en y a través del lenguaje). En lo que sigue observaremos cómo se ponen en juego
y (re)construyen discursivamente —en los espacios mediáticos «participativos»— las iden
tificaciones espaciales de los habitantes de los barrios populares de la ciudad de La Paz.
190
El análisis del discurso fue u n a técnica fructífera en el exam en de los referentes
de identificación. Permitió dar cuenta de los contenidos —manifiestos y subyacen
tes— de los mensajes mediáticos que el programa radial pone en circulación. Parti
mos de la premisa de que: «Es en y por el lenguaje como el hombre se constituye
como sujeto; porque el solo lenguaje funda en realidad, en su realidad que es la del
ser, el concepto de "ego”» (Benveniste, 1999: 180). Los ejes del análisis son las clases
de acciones discursivas (sobre todo las autoconstrucciones) realizadas en las
autopresentaciones de los sujetos populares. El análisis del discurso se sustenta en
los diferentes recursos textuales que más utilizan los participantes, con los cuales
construyen los referentes identitarios (espaciales, de rol, socioespaciales), así como
las representaciones de sí mismos y de los otros.
Operativamente, la tarea se centró en la identificación y análisis de los siguientes
recursos lingüísticos: i) el sistema pronominal (pronombres personales y posesivos);
ii) los morfemas verbales de persona y iii) las nominalizaciones.
Los vecinos que participan en La Calle inician usualmente sus intervenciones con
una breve presentación de sí mismos. Aquí no interesa estudiar las autopresentaciones en
sí mismas sino los recursos empleados en ellas y en la formulación de demandas (indivi
duales o comunitarias), las cuales implican una autodefinición y un posicionamiento
frente a algún grupo, hecho o necesidad. Analizaremos las modalidades diferenciadas
que adoptan las acciones discursivas en dichas autopresentaciones y su vínculo con el
espacio vital de las actividades cotidianas. Encontramos seis acciones discursivas bási
cas (ver Tabla 1), de las cuales examinaremos la autoconstrucción y sus tres subtipos: la
autoconstrucción individual, la colectiva y la dual (individual-colectiva). En el caso de la
primera autoconstrucción se realizará un análisis diferenciado por sexo para mostrar
cómo varían los recursos usados por los hablantes según sus adscripciones genéricas.
F u en te: E la b o ra c ió n p ro p ia.
2 . 1 . L a s a u to c o n s tr u c c io n e s in d iv id u a le s d e lo s v e c in o s
5. Es u n tipo de acción discursiva en la cual el h ab lan te se coloca com o figura cen tral de lo expresado
asum e u n papel protagónico. La noción de acción discursiva deriva de la teo ría de los actos de habla, cuya base
fue establecida p o r Jo h n Austin al se ñ alar que «el acto de expresar la o ración es realizar u n a acción, o p a rte de
ella» (1971: 45-46).
192
En las autopresentaciones masculinas la variante está dada por quienes ocupan
posiciones de estatus y desempeñan roles de autoridad ante la comunidad. Los diri
gentes apelan habitualmente a su identidad de rol dirigencial («yo» dirigencial). Esto
les permite mostrarse afirmativamente y de forma individualizada, asumiendo la res
ponsabilidad individual de sus actos de habla, a través de la primera persona singular
—en pronom bres o flexiones verbales— o m ediante los vocativos de sus roles
dirigenciales, con lo que mantienen el centro deíctico6 de la persona que habla. Se
trata de un «yo» que, como advierten Calsamiglia y Tusón, implica riesgo y compro
miso, ya que con él los hablantes se responsabilizan públicamente del contenido de
sus enunciados (1999: 139).
Así, éstos son los únicos hablantes del programa que se presentan con nombre
propio completo. Usualmente, combinan dos referentes de identificación —espacial y
de rol, dando predominancia al último. Su identidad de rol los ratifica como fuentes de
información autorizada o «portavoces oficiales» de su comunidad y da legitimidad a
sus actos de habla ante su propia comunidad y ante el resto de la audiencia, con lo que
a la vez refrendan su estatus como dirigentes.7
Como se puede ver, en los enunciados de los dirigentes vecinales destaca el lugar
predominante dado a la identidad de rol. No obstante, la referencia espacial sigue
jugando un papel significativo. Si bien sobresale el cargo que ocupan, opera sola
mente si se explícita un ámbito de referencia espacial. Se es dirigente de una zona,
una junta vecinal9 o un sector específico de la ciudad. Se requiere de estos dos ele
mentos —la identificación de rol y la referencia espacial— para sustentar ciertos
actos de habla —críticas directas y duras en contra de autoridades y funcionarios
municipales— que para un vecino común serían muy comprometidos.
6. El cen tro deíctico constituye el centro de orientación de las locuciones lingüísticas desde el p u n to de vista
del h ab lan te (Koike, 1989: 191, en H av e rk ate, 1994: 130).
7. El posicionamiento del h ab lan te com o m ensajero autorizado y acto r decisivo es fu n d am en tal p a ra la
realizació n «feliz» de cierto s actos de h ab la (órdenes, pedidos, advertencias, prom esas). E s el caso de ciertas
aseveraciones audaces que sólo p ueden ser «felices» sobre la base de la au to rid ad del h ab lan te (Cf C hilton y
Scháffner: 2000: 314).
8. Las O rganizaciones T erritoriales de Base (OTBs) son los principales sujetos sociales de la gestión m u n i
cipal. La Ley de P articip ació n P o p u lar (1994) c o n sid é ra la adscripción territo rial com o el criterio m ás universal
y eficaz p a ra la p articip ació n social en la gestión. Según esta reform a, el derecho de definir el destino de los
recu rso s públicos se su sten ta en el hecho de h a b ita r u n d eterm inado territorio.
9. Las ju n ta s vecinales rep re sen tan los intereses de los pobladores de las áreas u rb a n a s del país. Son reco
n o cidas com o OTBs.
193
2 . 1 .2 . A u to c o n s tr u c c ió n in d iv id u a l d e la s m u je re s: e l « y o » e s p a c ia l a n ó n im o
Las mujeres de sectores populares recurren en menor proporción que los varones
a la autoconstrucción individual y explícita.10 Siguen el patrón generalizado que apela
referentes espaciales de identificación con base en la zona de residencia y en
sustantivaciones:
Buenas tardes, señor Torrico. Habla una vecina de Villa Copacabana, quisiera hacer
una denuncia [vecina, 18/11/98],
Mire, soy una vecina de la zona de Ovejuyo [vecina, 16/11/98].
Tal como podremos corroborar en la siguiente parte —al tratar las demandas
propiamente dichas—, las referencias espaciales no son meramente formales sino que
expresan una experiencia de pertenecer, que «significa mucho más que solamente ha
ber nacido en un lugar. Significa formar parte de lo que constituye la comunidad, ser
recipiente de la distintividad y conscientemente preservar la cultura, ser un deposita
rio de valores y tradiciones, y un actor de sus habilidades, un experto en el lenguaje e
idiosincrasia de tal manera que cuando se le nombre se le reconoce como miembro de
una comunidad como un todo» (Cohén, 1982: 9, en Safa, 2001: 156).
10. El u so del «yo» sólo adquiere preem inencia e n denuncias directas relativas a preocupaciones fam iliares
de las particip an tes. E ste posicionam iento afirm ativo puede explicarse p o r el sentim iento de enojo, indignación
o im p o ten cia an te las adversidades cotidianas. E s el «yo» de la indignación o de la necesidad.
194
Más que todo yo como vecina de esta calle., me siento feliz [..,3 nos sentimos felices,
porque usted sabe siempre necesitamos los vecinos tener una callecita empedrada [veci
na, 18/11/98],
Yo llevo la portavoz de mi calle más que todo [...] hemos pasado mucho calvario
[...] para obtener esa maquinaria, pero lo hemos logrado; eso es lo importante [vecina,
18/11/98],
Yo le llamé hace casi tres meses atrás acerca de este pasaje [...] ya hemos hecho el
trato [...] Ahora estamos en un barrial, hemos ido a la Subalcaldía tanto tiempo [...] yo no
sé qué le pasa al Subalcalde que no quiere por nada empedrar [...] no sabemos ya dónde
recurrir [...] de balde pagamos impuestos, no nada, son 18 años que este pasaje no se ha
hecho nada [vecina, 18/11/98],
11. Se p resen ta cu an d o el h ab lan te u sa la p rim e ra p erso n a en plural, en p ronom bres, flexiones verbales o
adjetivos posesivos. El «nosotros» exclusivo corresponde a «yo» + x (m enos «tú» o «vosotros/as»).
12. E n la investigación co m pleta aparecen otros tipos de n osotros que no desarrollarem os aquí: el «noso
tros» exclusivo restringido dirigencia! —los dirigentes— y u n a con stru cció n híbrida, e l «nosotros¡>/«ellos».
195
2 . 3 .1 . E l « n o s o tr o s » c o m u n ita r io e x c lu s iv o r e s tr in g id o : la v e c in d a d
Este referente de identificación colectiva usado de manera frecuente por los veci
nos constituye el menor grado de colectivización del enunciador y también está estre
chamente asociado al ámbito espacial a partir del cual se construye. Alude sólo al
hablante individual y al círculo más circunscrito y homogéneo del «nosotros», y lo
denominamos «nosotros» exclusivo comunitario restringido. No se dilata hacia el lado
del destinatario, sino que refuerza la exclusividad respecto del hablante (Chiricó, 1987:
73-74). En los discursos de los vecinos este colectivo de identificación comprende ge
neralmente a los vecinos activos de la zona.
La desfocalización producida por el uso de la primera persona del plural exclusivo
(«nosotros» en vez de «yo») provoca una extensión de la zona deíctica del hablante
hasta desdibujar los límites de la misma. Así permite un distanciamiento respecto al
enunciado. Sugiere que lo que se asevera no corresponde a un punto de vista personal,
sino a una verdad generalmente aceptada o reconocida por un colectivo más amplio.
La generalización, desde luego, tiene como fin aumentar la fuerza persuasiva de la
aserción (Haverkate, 1994:132). El uso de un «nosotros» exclusivo comunitario restrin
gido: la vecindad es un medio eficaz para sustentar denuncias, reclamos y demandas
desde la zona o comunidad hacia las autoridades municipales. Veamos estos ejemplos:
Nosotros queremos gente que trabaje como don Macario [...] si no hay las carpetas,
señor Torneo, parte de Villa Copacabana nos vamos a declarar y vamos a ir a la Subalcaldía
a pedir que se vaya nomás el señor Vega [vecina, 18/11/98].
Agradecerle mucho por esta visita a nuestra humilde zona ¿no? Es un rinconcito
pero es muy cálido, el lugar es bonito [...] a nuestro señor Alcalde que nos complemente,
por ejemplo, no hay control, foco, luminaria [...] ahora mismo esta semana ya no tene
mos luz [vecino, 30/08/99],
El uso del «nosotros» produce una pluralidad ficticia que puede ir acompañada
algunas veces del nombre de la zona aludida. En otras ocasiones puede presentarse
con una referencia sustantivada: nuestra zona, nuestro sector, nuestra urbanización,
nuestro «rinconcito».13La situación compartida de múltiples necesidades, de olvido y
sufrimiento sustenta y refuerza el sentimiento de solidaridad grupal del «nosotros»
exclusivo restringido: nuestra zona.
Aquí la identificación con la vecindad se sustenta en compartir ciertos códigos
contextúales y prácticas sociales que intervienen para dibujar las fronteras y señalan a
13. Aquí el sentido de pertenencia está reforzado p o r el pro n o m b re posesivo en p rim e ra perso n a del plural,
que aco m p añ a al lu g ar de residencia. Los sustantivos se asocian a adjetivos que en general tien en orientaciones
poco favorables p a ra ex p re sa rla au topercepción y la au todenom inación de los vecinos: zonas «olvidadas», «ne
cesitadas», «alejadas», «hum ildes», «sufridas».
196
los que son incluidos e integrados dentro del «nosotros». Las fronteras son m arcadas
porque las comunidades interactúan de una u otra manera con entidades de las cuales
se distinguen o quieren ser distinguidas (Southerton, 2002: 174-175). Si bien las fron
teras simbólicas «presuponen la inclusión y la exclusión y son construidas a través de
las prácticas sociales, actitudes o valores que se afirman y reafirman mediante la
interacción» (175), el proceso de llegar a ser incluidos (pertenencia) requiere además
un «trabajo discursivo de frontera», el mantenimiento activo y la negociación de los
marcos que guían la inclusión.
Su brillante programa realmente nos ha hecho un gran favor en las laderas [...] nos
han ayudado para las zonas laderas, especialmente y aquí para las seis zonas marginales
que tantos años hemos anhelado, hemos luchado, hemos reclamado, pese a pesar que
nunca hemos sido escuchados [vecino, 30/08/1999],
Este lugar ya está abierto, tan temible que era el cerro montaña [...] Esto es hoy día
para nosotros también un gran día para todos [...] vecinos de estas laderas, como potjemplo
[s/c] para Cusicancha, para Rincón Portada, para Alto Villa Victoria, para Barrio Villani,
Mirador Munaypata, asimismo Munaypata encima Autopista, mire, imagínense son seis
zonas y Alto Portada [vecino, 30/08/1999],
Soy una vecina también de aquí de Villa Copacabana [...] apoyo la moción del diri
gente que acaba de hablar y como vecina que hemos visto que aquí se han hecho las
obras, creemos [necesario que se] vayan haciendo por toda la circunscripción [...] Ojalá
puedan hacer por Villa San Antonio lo que están haciendo por Villa Copacabana [vecina,
16/11/98].
Nosotros estamos gozosos para cooperar en nuestra sede social, de nuestra zona
Kupilupaca Central [...] Entonces todas las zonas aledañas de la Avenida Periférica nosotros
invitamos en este momento la presencia [de] nuestros vecinos aledaños [dirigente, 19/11/98].
197
Yo vengo a nombre de Cuarto Centenario a solidarizarme con el-la junta vecinal de
Kupilupaca Central porque tiene que recuperar su área verde para que realmente se cons
truya un complejo deportivo [...] es lo que está ocurriendo en todas las zonas [...] el Cuarto
Centenario que se están loteando áreas verdes, está ocurriendo en Barrio Minero que se
están apropiando [...] nosotros llamamos a todos de vecinos de Barrio Minero, Cuarto
Centenario, a recuperar las áreas verdes [dirigente, 19/11/98],
El análisis realizado permite dar cuenta de la importancia del espacio en los pro
cesos de identificación. La autoconstrucción individual no es la m ás com ún
autorreferencia y en general es usada en las presentaciones y posicionamientos para
aludir al interés comunitario. Los recursos y estrategias usados se sustentan en la ape
lación a referentes de identificación espacial y varían más en función del estatus de
198
partida y el rol ante la comunidad que del género del hablante. Así, los varones dirigen
tes apelan a su identidad de rol (el «yo» dirigencial) y a la autoridad que les da esta
situación para legitimar sus actos de habla. El resto optan por el anonimato y se
subsumen en la sustantivación de vecino de una determinada zona —identificación
por pertenencia.
La autoconstrucción colectiva constituye la forma más usual en que los vecinos se
refieren a sí mismos. Su uso generalizado puede explicarse por dos factores. Primero,
el efecto desfocalizador que produce la primera persona del plural permite sustentar
ciertos actos de habla comprometidos sin asumir una responsabilidad individual. Se
gundo, y más importante, al tratarse de un «nosotros» exclusivo, se expresa la identifi
cación e integración de los hablantes en un colectivo inmediato —la vecindad— o más
amplio —las laderas. Éste refuerza la cohesión y la solidaridad grupal, y permite una
integración simbólica con otros actores con los que se comparten características im
portantes —identificación por referencia. Sentirse parte de una comunidad más am
plia —»las laderas»— es particularmente significativo. Debido a los procesos de seg
mentación territorial y sociocultural, los pobladores de las laderas no se sienten
plenamente integrados a la sociedad paceña.
Es clara la importancia que los referentes espaciales y los estatus de las zonas de
residencia tienen para la identificación de y dentro de las categorías sociales, así como
para las autoconstrucciones individuales y colectivas. Los procesos identitarios se
sustentan en la interacción social y en las formas de sociabilidad y copresencia, en
aspectos tangibles como el compartir un espacio geográfico o social o una historia, y
luego trascienden o traspasan a los procesos de diferenciación en una dimensión
subjetiva —los modos de ser, pensar, sentir y actuar en referencia a los semejantes.
Las interpelaciones mediáticas diarias operan como referentes sociales y simbó
licos desde y a través de las cuales se van generando procesos de reconocimiento e
identificación que constituyen la base de una intersubjetividad compartida y de la
pertenencia a una cierta comunidad geográfica y política. A partir de estos referentes
de autoconstrucción, los residentes de áreas populares se adscriben, autodefinen y
autonombran desde diferentes posicionamientos: una autopercepción socioeconómica
—desde la necesidad, la carencia, la marginación—; una demarcación socioespacial
—como residentes de áreas marginales, las laderas— y, sobre todo, una autovaloración
sociocultural —como los olvidados, no escuchados, burlados o excluidos.
Las acciones discursivas predominantes de los residentes de áreas populares de la
ciudad de La Paz evidencian que en la producción del espacio y sus significados persis
ten y se siguen reproduciendo relaciones de poder asimétricas, expresadas en estructu
ras de exclusión, desigualdad y privilegios. Las acciones mismas tienden a sustentar
estas estructuras, riaturalizándolas. Por un lado, están los actores con «poder», que
viven en la zona sur. Por otro lado, los residentes de zonas populares —que no pueden
ejercer plenamente sus derechos porque son considerados ciudadanos de segunda cla
se y, cuando pueden hablar, no son escuchados por la alteridad.
La asunción de referentes espaciales no se agota en las demandas de mejora de las
zonas o barrios. Recubre o connota la pertenencia a un determ inado estrato
socioeconómico (los sectores «populares») y a un grupo étnico particular (los aymaras).
El nombre de «laderas» (y no «villas miseria», «pueblos jóvenes» o «barrios margina
les», como en otras ciudades latinoamericanas) expresa cabalmente la enorme influen
cia de la topografía en la conformación segmentada de La Paz y la persistencia de
199
criterios de discriminación que se enmascaran en la influencia de los atributos físicos
de la ciudad. Como en otros casos, los márgenes (los límites físicos del crecimiento
urbano) pueden ser interpretados como internos o como externos a la ciudad depen
diendo del posicionamiento de los sujetos.
Bibliografía
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201
El imaginario popular sobre
la incorporación de la computadora
en la casa, la familia y el vecindario 1
Rosalía Winocur
Universidad Autónom a M etropolitana, Unidad Xochimilco, México
1. E ste articu lo p resen ta los resu ltad o s de u n a investigación cualitativa que se llevó a cabo en el añ o 2003
con 100 fam ilias del poblad o de S an L orenzo C him alpa, ubicado en el M unicipio de Chalco, estado de M éxico.
C ontó con la p articip ació n de los alum nos del proyecto de investigación y servicio social: «Redes virtuales y
com u n id ad es m ediáticas. Nuevos núcleos de sociabilidad y pertenencia» de la UAM-Xochimilco.
203
ir y venir entre San Lorenzo, el centro de Chalco, la ciudad de México, y California. A
este entramado de afectos y extrañamientos, de permanencias y tránsitos, de certezas
e incertidumbres, los habitantes de San Lorenzo Chimalpa le llaman «comunidad».
La ilusión de poseer una comunidad de lazos sólidos, permanentes y originarios,
tiene un fuerte sentido de realidad en la medida que permite generar estrategias sim
bólicas de contención de la conducta diaspórica de sus habitantes, dándole un sentido
de retom o obligado al hogar. Estas estrategias se organizan en diversos flujos que, por
una parte, permiten ordenar los tránsitos cotidianos entre el vecindario-casa-iglesia-
tianguis-milpa y la ciudad-centro-trabajo-servicios-escuela-universidad; y, por otra, el
flujo migratorio de ida y vuelta con Estados Unidos. En el sentido expuesto, las remesas,
el teléfono, el celular y los viajes, constituyen los canales privilegiados de comunica
ción e intercambio.
El imaginario acerca de la incorporación de la computadora y de Internet hay que
entenderlo, por una parte, en el contexto de estos desplazamientos cotidianos, flujos
mediáticos y migratorios, y por otra, asociado a las expectativas de movilidad social
vinculadas a la educación y al sentido de lo público.
204
Cuando se piensa en la incorporación de la computadora en la casa también se
piensa en la necesidad de compartirla con los vecinos y la familia extensa, al igual que
sucedió con la radio y la televisión en sus orígenes, cuando los primeros aparatos eran
compartidos en las aceras o en las cantinas:
Pues si se la podríamos prestar a los estudiantes que no tuvieran en donde hacer sus
trabajos y pues si uno tiene el aparato no debe uno de ser egoísta, porque siempre nece
sitamos favores y pues entre nosotros tenemos que ayudamos [Mujer, 56 años, primaria,
comerciante],
Aníbal Ford plantea refiriéndose a países donde aún hay 200 o 300 televisores por
cada 1.000 habitantes, que «la desigualdad puede generar fenómenos interesantes como
la escucha colectiva» (1999: 161). Si lleváramos esta reflexión para el caso de San Lo
renzo Chimalpa, podríamos pensar que desde el punto de vista imaginario están crea
das las condiciones para propiciar una socialización y apropiación colectiva de Internet,
fincada en las necesidades de la comunidad de recreación de lo local y de conexión con
lo global:
La prestaríamos ya que entre todos debemos de echamos una manita, así que si
alguien llegara a requerirla con gusto se le prestaría [...] ya sean familiares o vecinos.
[...] puesto que todos nos conocemos y nos debemos de echar la mano. Aun siendo
personas que no fueran de la familia siempre nos hemos echado la mano [Obrero, 30
años, secundaria].
[...] la pondría en el cuarto donde está mi sala, en una esquina con una mesita y pues
le haríamos su camisa, sino imagínese, deben ser bien delicados esos aparatos [Ama de
casa, 56 años, primaria]
[...] le pondría una mesita con su mantel y algo para que la tapen cuando ya no la
usen [Ama de casa, 52 años, primaria]
[...] la taparía con una tela muy delgada o alguna sábana para que no se fuera a
maltratar y no se llenara de polvo [Ama de casa, 41 años, primaria],
205
exclusión social como veremos a continuación. Una de las imágenes que aparece en
forma recurrente es la de la computadora como una especie de big brother, capaz de
controlar la vida de las personas y de invadir los ámbitos más recónditos de la intimidad:
He visto en la tele que averiguan muchas cosas por la computadora, [...] saben su
dirección, [...] saben el dinero, todo averiguan ahí [...], hasta los rateros de ahí sacan
muchas cosas, mucha investigación para las personas [Ama de casa, 40 años, primaria].
«una guerra de botones: [...] también ha avanzado para mal, yo siento que inclusive
una guerra a futuro va a ser a base de botones, ya no se van a pelear, a base de botones se
va a escribir el mundo [Hombre, 70 años, secundaria, Comerciante].
En el caso de San Lorenzo Chimalpa, sólo el 12 % de los hogares posee una com
putadora,2 sin embargo el 70 % de los entrevistados respondió que de tener, o reunir
dinero, en un futuro próximo, sí comprarían un aparato porque lo consideran necesa
rio para facilitar la educación de sus hijos. A pesar del desempleo y la falta de oportu
206
nidades, las familias aún tienen fuertes expectativas de movilidad social a través de la
educación y empiezan a visualizar en la computadora un atajo a los costosos y largos
ciclos de la educación media y superior:
[...] ya no tienes que estar leyendo, ya no tienes que estar hojeando libros, que nada
más aprietas un botón y ya aparece, se puede decir que, un resumen de un libro ya lo
puedes encontrar en la computadora y no estar leyendo todo el libro [Hombre, auxiliar
de cocina, 24 años, primaria],
Y es desde ese lugar que los hijos desde muy pequeños presionan en sus hogares
para que sus padres incorporen dentro de sus prioridades de consum o la com pra de
una computadora. La necesidad se plantea en términos de desventajas y de marginación,
y así se lo transmiten a sus padres: si no tengo la com putadora no sólo no voy a gozar
de sus ventajas sino que voy a quedar fuera de lo que socialm ente se ha vuelto significa
tivo en términos de acceso al conocimiento, prestigio, placer, visibilidad, competitividad,
reducción de complejidad y oportunidades de desarrollo:
[...] ahora sí que en el tiempo que estamos deben de saber estudiar, manejar apara
tos, lo que es computadora, la Internet, máquinas de escribir y todo eso, porque pues
ahora sí que tampoco quiero que mis hijos se queden como yo hasta la secundaria y
namás con eso... ya para encontrar un trabajo está muy diñcil, ya te piden papeles, qué
carrera sabes, qué es lo que sabes hacer, y pues más que nada por eso sí me gustaría tener
eso o aprende!... porque pues ahora sí que yo al menos, como me doy cuenta, como que
se les facilitan más las cosas [Obrero, 28 años, primaria].
Los jóvenes que tienen acceso a una computadora en la escuela o en los cafés
Internet van socializando en el imaginario de la familia, los amigos y los vecinos sus
usos y posibilidades y legitimando un discurso acerca de la necesidad de incorporar un
aparato a corto, mediano o largo plazo, particularmente vinculado a nuevas exigencias
escolares y a su capacidad de simplificar las labores escolares:
Yo creo que aunque uno no quiera, pues en algún momento la tenemos que com
prar porque cada día se las exigen más en la escuela. Me doy cuenta con mis sobrinos que
estudian la secundaria y otros la prepa, siempre tienen que ir a Chalco para hacer sus
tareas en la computadora y dicen que les sale caro. Para facilitarle las cosas a Marlene yo
creo que sí la compraríamos y pues tendríamos que empezar a ahorrar desde ahorita
[Ama de casa, 30 años, secundaria].
Otro dato importante que refuerza la idea de que esta aspiración ya forma parte
del imaginario es que el 40 % de los entrevistados había generado alguna clase de
207
estrategia para acercar o facilitar el recurso tecnológico a sus hijos. En algunos casos,
utilizando las redes familiares, o en otros, dando dinero a sus hijos para que renten
computadoras en el centro de Chalco, distante unos 20 minutos del pueblo, o para
pagar a alguien que les resuelva su tarea bajando información de Internet. La mayoría
de los cafés Internet en el centro de Chalco tienen empleados que por encargo de los
padres o de los niños llevan a cabo las tareas escolares y/o apoyan a los niños para
realizarlas. Primero buscan la información en Internet y luego la editan y le dan una
presentación adecuada:
Pues a veces uno de mis sobrinos le ayuda porque él tiene computadora en su casa,
entonces Lupita (su hija) le llama por teléfono y él le trae los trabajos el fin de semana,
pero cuando los trabajos son de un día para otro pues tenemos que ir a Chalco a rentar
una, o con un amigo de Lupita que vive por aquí cerca y que le presta la computadora de
sus hermanos, pero cuando ellos también tienen tarea pues es más difícil [Ama de casa,
37 años, secundaria].
[...] podría considerarse a los cibercafés como puntos de difusión de una innova
ción cultural profunda. Son lugares donde se permite el acceso, casi sin supervisión ni
censura, a contenidos culturales ajenos, exóticos, eróticos, prohibidos y muy contrastantes
con los códigos cotidianos de los usuarios jóvenes [Robinson, 2003: 2],
[...] los lugares públicos son la calle, un mercado, una feria, o sea, un lugar a donde
puede entrar todo el que quiera [Ama de casa, 30 años, secundaria].
208
En otros, como la escuela, significa tener el derecho a usufructuar un servicio
público:
Las cosas públicas podrían ser las actividades que yo realizo en la calle, como ir al
mandado o a la tienda, pues son lugares en común con otras personas [Ama de casa, 37
años, secundaria].
Llevar a mis hijos a la escüela, eso es público yo creo, salir a trabajar, la rutina de
uno, el mandado... [Ama de casa, 39 años, primaria].
Todos estos espacios son imaginados y representados como lugares donde no exis
ten restricciones para el acceso, es decir, constituyen una forma de acceso a lo público,
y también una forma de inclusión en lo público. La tienda representa la dimensión de
lo público en el ámbito de lo local, lugar de encuentro con los vecinos y de rumores,
chismes y comentarios sobre los acontecimientos locales.
Veamos ahora tres cualidades que conforman la representación de lo público en el
imaginario popular que fueron transferidas a la computadora y a Internet:
[Internet] es público porque uno puede buscar lo que quiera sin que te diga nadie
que no busques, o que te diga qué es lo único que tienes que buscar, además pues, mucha
gente lo usa, privado sólo que fuera un libro que sólo tú puedes leer [Ama de casa, 52
años, primaria],
La segunda idea que asocia a estas nuevas tecnologías con lo público es la del
objeto compartido en un espacio y en un tiempo común:
Yo creo que es público porque todos los estudiantes ocupan los mismos aparatos
para hacer sus tareas [Despachadora, 56 años, primaria].
La idea de compartir, socializar y aprovechar con otros sus ventajas apareció con
mucha fuerza en varias de las entrevistas. Hay que recordar que en los sectores popu
lares el consumo de los medios casi siempre es una actividad compartida con otros, y
209
es probable que esta experiencia esté resignificando el uso de la computadora y de
Internet:
[...] público porque luego pueden estar varias personas ahí viendo la computadora,
y la computadora es para todo público [Ama de casa, 39 años, primaria].
[...] yo digo que ha de ser público porque se puede hablar con cualquier persona, y
se pueden integrar otras personas [Campesino, 44 años, primaria].
En esta última cita aparece la idea de integración, que también alude a la preocu
pación permanente que orienta todas las estrategias de comunicación desarrolladas
por los habitantes de San Lorenzo Chimalpa: comunicación significa visibilidad, para
dójicamente sólo lo que fluye y es visible puede garantizar que lo primario, lo origina
rio, lo local, lo comunitario no se diluya.
En cuarto término, la computadora e Internet también fueron definidos por la
mayoría de los entrevistados como objetos y espacios esencialmente públicos vincula
dos con el acceso al saber y a la información. Respecto a su capacidad de acumular
saberes que todo el mundo puede consultar y valerse de ellos, su carácter público se
vincula a la educación, poseer una computadora colocaría a sus usuarios en ventajas
competitivas respecto a lo que ofrece la escuela, es decir, no sólo quedarían incluidos
socialmente al participar del saber, sino que lo harían con ventajas comparativas.
Y por último, apareció una definición de lo público que vinculó la dimensión de lo
público local representado en la tienda, con lo público global representado por la com
putadora e Internet.
210
E n el im aginario popular la com putadora es «humanizada» gracias a su capaci
dad tecnológica de reemplazar al hombre, al mismo tiempo que deshumaniza las habi
lidades manuales de los trabajadores al volverlas socialmente innecesarias para la pro
ducción:
Ya se está dando, incluso en trabajos de fábricas automotrices que he visto que hay
brazos que hacen labores que el hombre antes hacía o hace y es colocar muchas cosas...
imagínate más adelante [Obrero, 20 años, preparatoria].
Además, perciben que esta amenaza también podría extenderse al lazo social. La
computadora, al resolver las tareas de varios hombres, elimina la línea de producción,
lo cual también afecta el engranaje colectivo donde unos dependen de los otros para
term inar la pieza, creando lazos solidarios que se extienden más allá de la fábrica.
Comentarios finales
El punto de vista que hemos asumido para plantear el problema del imaginario
popular sobre las nuevas tecnologías y su probable inserción en los ámbitos locales,
nos obliga a replanteamos el estatus de lo local, que ya no puede ser pensado sólo
vinculado al territorio y a la vida social y productiva de la comunidad, sino que es
necesario concebirlo en relación con los Sujos mediáticos y migratorios, no en el senti
do de que el territorio desaparezca ni pierda su importancia sino en el sentido de cómo
se reconstituye en el entretejido de las relaciones virtuales y cara a cara. En esta pers
pectiva, lo local se entiende como...
[...] algo primariamente relacional y contextual, en vez de algo espacial o una mera
cuestión de escala. Lo entiendo como una cualidad fenomenológica compleja, constitui
da por una serie de relaciones entre un sentido de la inmediatez social, las tecnologías de
la interacción social y la relatividad de los contextos [Appadurai, 2001: 187],
211
que habla James Clifford. Por más importante que siga siendo encontrar hogares, las
identidades se forman hoy con múltiples pertenencias y necesitan ser compartidas por
una antropología multilocalizada [García Canclini, 2004: 14].
212
Es preciso que entendamos la tecnología, en especial nuestras tecnologías mediáticas
e informacionales, justamente en ese contexto, si pretendemos captar las sutilezas, el
poder y las consecuencias del cambio tecnológico. Puesto que las tecnologías son cosas
sociales, impregnadas de lo simbólico y vulnerables a las eternas paradojas y contradic
ciones de la vida social, tanto en su creación como en su uso [Silverstone, 2004: 54].
Este imaginario, al igual que sucedió con otras tecnologías mediáticas en su mo
mento, organiza y reorganiza los sentidos, las expectativas y las demandas de las perso
nas acerca de los usos de la tecnología en la intersubjetividad colectiva, donde se com
binan sentidos y representaciones de diversos universos simbólicos a nivel social e
individual. Lo cual no sólo impacta las prioridades del consumo, la relación con el
conocimiento, las formas de inclusión y exclusión social, las redes de sociabilidad y los
estilos de vida, sino, también, los discursos políticos, las políticas públicas y las estrate
gias de visibilidad en la esfera pública.
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213
Autores
M iguel Áng el Aguilar D íaz, es candidato a doctor en Ciencias Antropológicas por la Uni
versidad Autónoma Metropolitana, unidad Iztapalapa, maestro en urbanismo por la Universidad
Nacional Autónoma de México y psicólogo social por la Universidad Autónoma Metropolitana.
Actualmente se desempeña como profesor-investigador titular en el Departamento de Sociología
(área de investigación Espacio y Sociedad) de la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad
Iztapalapa, en las Licenciaturas en Psicología Social y Geografía Humana. Sus temas de investiga
ción giran alrededor de la dimensión simbólica y narrativa en la cultura urbana. Ha realizado
publicaciones sobre estos temas. Correo electrónico: mad@xanum.uam.mx
215
D aniel H iernaux N icolás , es ingeniero civil arquitecto y maestro en Ciencia y Programa
ción Urbana y Regional por la Universidad de Lovaina, Bélgica y Doctor en Geografía por la
Universidad de la Sorbona Nueva, París ni. Actualmente es profesor investigador titular de
tiempo completo (en el área de investigación Espacio y Sociedad) y Coordinador de la Licen
ciatura en Geografía Humana de la División de Ciencias Sociales y Humanidades de la Uni
versidad Autónoma Metropolitana, unidad Iztapalapa de la ciudad de México. Es miembro
del Sistema Nacional de Investigadores con el nivel IH. Sus temas actuales de investigación
son: geografía del turismo; imaginarios urbanos y lugares; geografía urbana y centros histó
ricos; teoría geográfica. Correo electrónico: danielhiemaux@yahoo.com.mx
216
tropolitana, unidad Iztapalapa de la ciudad de México. Es miembro del Grupo de Estu
dios de Geografía y Género de la Universidad Autónoma de Barcelona. Sus temas actua
les de investigación son: geografía urbana, geografía del género y geografía de los niños/
as. Correo electrónico: anna.ortiz@uab.es
R osalía W ino cur I parraguirre , es maestra en Ciencias Sociales por FLACSO, sede Méxi
co y doctora en Ciencias Antropológicas por la Universidad Autónoma Metropolitana, plantel
Iztapalapa. Actualmente es profesora e investigadora titular de tiempo completo en el De
partamento de Educación y Comunicación de la Universidad Autónoma Metropolitana,
plantel Xochimilco. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Sus temas ac
tuales de investigación son: Usos sociales, imaginarios y prácticas de las nuevas tecnologías
en diferentes grupos sociales de la ciudad de México. Correo electrónico:
rosaliawinocur@yahoo.com.mx
217
índice
Autores........................................................................................................................ 215
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