The Roots of Bioethics Health Progress Technology Death

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EIDON, nº 40

diciembre 2013, 40:116-118


DOI: 10.13184/eidon.40.2013.116-118
Hemos leído Lydia Feito

Callahan, Daniel (2012). The roots of


Bioethics: Health, progress, technology,
death. New York: Oxford University Press.
Callahan, Daniel (2012). In search of the
good: A life in bioethics. Cambridge, MA:
Mit Press.

Lydia Feito

Daniel Callahan es un filósofo nacido en Washington en 1930,


cofundador del Hastings Center –junto al psiquiatra Willard
Gaylin—, del que actualmente es Senior Research Scholar y
presidente emérito. Es miembro electo del Institute of Medicine
de la National Academy of Sciences (USA) y co-dirige el programa de Ética y Salud Pública del
Hastings en colaboración con la Universidad de Yale.

En su libro In search of the good: A life in bioethics, podemos encontrar muchas de las
claves de su recorrido personal y al frente del Hastings Center. Esta obra es una autobiografía
que no escatima autocríticas y que supone un esfuerzo de reflexión sobre la tarea realizada,
los logros y también los fracasos de su trayectoria. Resulta de especial interés ya que, en
buena medida, la vida de Callahan es también la vida de la bioética en Norteamérica, es el
inicio de todo un proyecto de concepción de la bioética como disciplina que ha ido cobrando
madurez e importancia.

Callahan llegó a la filosofía tras una carrera como nadador que acabó pronto. La
filosofía le pareció poco interesante, principalmente por estar alejada de las cuestiones
prácticas, y por ello trató de vincular la reflexión con la acción. Esta fue la razón principal para
fundar el Hastings Center. Callahan relata cómo fueron los inicios, y los problemas que hubo de
resolver. El primero de ellos fue elegir un nombre. Decidieron llamarlo Institute of Society,
Ethics and the Life Sciences, queriendo con ello expresar los puntos de interés fundamentales.
Pero lo que era una denominación informal “Hastings Center”, acabó por convertirse en el
nombre, sustituyendo al original.

El segundo problema era establecer el modo de trabajo, el modo de pensamiento,


teniendo en cuenta el carácter interdisciplinar del centro. Junto a éste se planteaba la
necesidad de ser parte de una Universidad, tanto para encontrar investigadores como para
tener acceso a fuentes bibliográficas. Sin embargo, la burocracia era enorme y había poca
receptividad a lo interdisciplinar. Por otro lado, era difícil competir con otras instituciones, y era
necesario lograr un cierto prestigio y encontrar público al que dirigir la tarea. Los temas
elegidos y el buen trabajo realizado fueron la clave para convertirse en un centro de referencia.

Callahan no estaba tan interesado en desarrollar la ética médica como en analizar los
problemas éticos relacionados con la vida humana y con los diferentes modos en que las
tecnologías biomédicas afectan a nuestro modo de pensar sobre la salud y la mortalidad. Su
tarea es de un incalculable valor, por haber logrado que la bioética sea considerada una
disciplina importante. Y sus reflexiones han sido controvertidas y muy comentadas,
especialmente Setting Limits: Medical Goals in an Aging Society, una obra de 1987 en la que
planteaba la necesidad de pensar sobre los límites en el uso de las tecnologías que permiten
extender el tiempo de vida y que, en el fondo, era una llamada de atención sobre la importancia
de aceptar la inevitabilidad de la muerte, evitando un optimismo ingenuo en la confianza de las

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posibilidades de la medicina. En una línea similar se expresaba en 1990 con What kind of Life?
The Limits of Medical Progress.

En esta autobiografía Callahan se pregunta, respecto al futuro de la bioética, qué


deberían estar intentando hacer quienes trabajan en este campo, y qué clase de personas
deberíamos ser para poder realizar esas tareas del mejor modo posible. Es una pregunta de
calado. No sólo se trata de lograr objetivos, sino de determinar cuáles serían los mejores
objetivos a perseguir y, sobre todo, cómo esa meta determina y marca las características de
quienes están llamados a lograrla. Y su respuesta también es clara: el fin de una buena ética
es lograr un observador ideal, caracterizado por la independencia, la racionalidad, la
impersonalidad y la desvinculación emocional. Algo que no tiene que ver con el carácter moral
de la persona, sino con el rigor filosófico, la inteligencia, el ingenio, el conocimiento del tema y
sus debates, los experimentos mentales atinados y la rapidez en la contra-argumentación.
Herramientas todas ellas análogas a las que serían necesarias, en opinión de Callahan, para
ser un buen jugador de ajedrez.

Esto responde a la preocupación por lo que, en su opinión, es la principal crítica y la


más persistente al modo actual de hacer bioética: la falta de rigor. La condición interdisciplinar
de la bioética coloca su tarea en un punto complejo que no satisface a ninguna de las
disciplinas implicadas: a los filósofos porque les parece que no hay precisión analítica ni
buenos argumentos, a los sociólogos porque consideran que hay poco apoyo empírico o poca
atención a los contextos socio-culturales, a los médicos porque se desconoce la realidad
clínica, etc. El trabajo interdisciplinar no dispone de criterios de rigor bien establecidos, aunque,
según comenta Callahan, la mayoría podemos distinguir el buen trabajo del malo.

Y sin duda el suyo pertenece a este grupo del buen trabajo. Lo atestigua su trayectoria
y la influencia de sus obras, que ha dado lugar a que autores tan importantes como Tom
Beauchamp lo llamen “el decano de la bioética”. Una notable muestra de sus innovadores e
inspiradores escritos es la que podemos encontrar en The Roots of Bioethics: Health, Progress,
Technology, Death. Se trata de una compilación de textos de Callahan, de muy diversas
épocas y temáticas, desde la definición de la salud de la OMS en un artículo de 1973, hasta
otro sobre la implementación de la evaluación de tecnologías en sanidad, de 2012, pasando
por temas clave de su trayectoria, como el cuidado al final de la vida, la muerte y las decisiones
de retirada de tratamiento, el bien común y la política sanitaria, la distribución de recursos
escasos, o el recuerdo de los primeros años de la bioética y la fundación del Hastings Center.

Entre las muchas reflexiones aquí contenidas, queremos destacar la relativa al futuro
de la bioética, pues el pronóstico que puede hacer alguien que ha asistido al nacimiento,
crecimiento, expansión y quizá madurez de esta disciplina es de incalculable valor.

Uno de los problemas que se manifiestan como más importantes, desde un punto de
vista socio-político-económico, es el de la toma de decisiones en el ámbito sanitario, tanto en lo
relativo a la distribución de recursos como en las políticas públicas. En este contexto, Callahan
aporta una interesante reflexión expresando la ruptura existente, en el debate norteamericano,
entre quienes consideran que lo más importante son los valores éticos de la libertad y la
elección individual, y quienes enfatizan como esencial el bien común. Los primeros tienen más
en cuenta una clásica relación médico-paciente, mientras que los segundos se refieren a la
salud pública y hablan en términos de solidaridad, más cercanos al tipo de discurso que se
hace en Europa, insistiendo en la interdependencia de las personas y la obligación de apoyo
mutuo. Obviamente, unos serán hostiles a una regulación gubernamental fuerte, confiando en
el mercado como sistema clave de funcionamiento, mientras que los otros verán en el gobierno
un modo de facilitar y garantizar las obligaciones de asistencia en tiempos de necesidad.

Detrás de esta cuestión observa Callahan un problema político, ideológico y ético en el


que subyacen diversas visiones de la vida individual y colectiva. Por supuesto, la ética puede

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contribuir a introducir ciertos principios y reglas en un contexto en el que hay muchas


perspectivas diferentes y es necesario establecer alguna guía. Pero el problema parece
insalvable porque hay más de un sistema de valores que compite por imponerse. En su
opinión, no es que falte ética, sino que hay teorías éticas incompatibles, cada una de las cuales
defiende valores y perspectivas políticas diferentes, de modo que no se abren fácilmente a la
moderación o a la búsqueda de un acuerdo. El resultado es cierta intransigencia que aparece
en los políticos, pero también en el público en general.

Su propuesta para resolver este problema aporta dos claves: por un lado el desarrollo
de ciertas “virtudes analíticas”. Callahan afirma que la bioética puede sobrevivir y florecer sin
un acuerdo en cuanto a la fundamentación, pero no sin unas herramientas intelectuales que
permitan afrontar los problemas importantes del modo más rico y profundo, favoreciendo un
juicio comprehensivo. Esas virtudes son básicamente tres: la racionalidad, la imaginación y la
perspicacia. La racionalidad tiene que ver con un pensamiento consistente, lógico y basado en
el conocimiento. Sin embargo, Callahan nos avisa de que ser racional y tener razón no son
necesariamente sinónimos. Es necesario un análisis cuidadoso, típico del trabajo filosófico,
que, sin embargo, no nos garantiza resultados razonables.

Por otro lado, la imaginación permite idear el mundo posible que querríamos lograr, y
crear los escenarios o estrategias que puedan hacerlo real. La perspicacia, finalmente, hace
referencia a dos dimensiones, una de ellas es la capacidad de introspección para detectar
sesgos o preferencias del propio pensamiento que puedan desviar o interferir en un juicio
adecuado, modificando nuestras razones y nuestras emociones. La segunda es la habilidad
para entender el contexto o el marco cultural de un problema ético, que le dota de sentido.

Pero además de estas virtudes, Callahan apuesta por una teoría ética que en su
opinión se muestra como la más adecuada: el comunitarismo. En el debate entre el
individualismo y el bien común, considera que esta perspectiva puede encontrar una solución,
pues es capaz de transformar los principios de la bioética generalmente aceptados –que él
considera más comprometidos con la visión del individualismo liberal— en principios
comunitaristas, enriqueciéndolos.

El comunitarismo introduce la perspectiva de la comunidad como prioritaria, pero sin


renunciar al individuo, y por eso, es un sólido punto de inicio de una reflexión profunda sobre
las metas perseguidas por la tecnología y el conocimiento médico. En opinión de Callahan, un
comunitarismo bien formulado no será indiferente a los derechos y los valores de los
individuos, les dará espacio. Y por eso puede dialogar en profundidad con un pensamiento
conservador, tomando en serio nociones como el bien humano, de las que el individualismo
carece, y sin las que la bioética se arriesga a quedar vacía y a abandonar a las personas a su
suerte ante el desarrollo biomédico.

Como se puede apreciar con este breve resumen, ésta es, sin duda, una obra clave
para tener una idea cabal del recorrido de este gran autor que, a pesar de haberse distanciado
de su disciplina de formación básica, la filosofía, considera que adentrarse en este espacio
interdisciplinar ha sido una aventura muy interesante. Un recorrido del que se siente orgulloso y
en el que, según confiesa, se lo ha pasado bien.

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