The Roots of Bioethics Health Progress Technology Death
The Roots of Bioethics Health Progress Technology Death
The Roots of Bioethics Health Progress Technology Death
Lydia Feito
En su libro In search of the good: A life in bioethics, podemos encontrar muchas de las
claves de su recorrido personal y al frente del Hastings Center. Esta obra es una autobiografía
que no escatima autocríticas y que supone un esfuerzo de reflexión sobre la tarea realizada,
los logros y también los fracasos de su trayectoria. Resulta de especial interés ya que, en
buena medida, la vida de Callahan es también la vida de la bioética en Norteamérica, es el
inicio de todo un proyecto de concepción de la bioética como disciplina que ha ido cobrando
madurez e importancia.
Callahan llegó a la filosofía tras una carrera como nadador que acabó pronto. La
filosofía le pareció poco interesante, principalmente por estar alejada de las cuestiones
prácticas, y por ello trató de vincular la reflexión con la acción. Esta fue la razón principal para
fundar el Hastings Center. Callahan relata cómo fueron los inicios, y los problemas que hubo de
resolver. El primero de ellos fue elegir un nombre. Decidieron llamarlo Institute of Society,
Ethics and the Life Sciences, queriendo con ello expresar los puntos de interés fundamentales.
Pero lo que era una denominación informal “Hastings Center”, acabó por convertirse en el
nombre, sustituyendo al original.
Callahan no estaba tan interesado en desarrollar la ética médica como en analizar los
problemas éticos relacionados con la vida humana y con los diferentes modos en que las
tecnologías biomédicas afectan a nuestro modo de pensar sobre la salud y la mortalidad. Su
tarea es de un incalculable valor, por haber logrado que la bioética sea considerada una
disciplina importante. Y sus reflexiones han sido controvertidas y muy comentadas,
especialmente Setting Limits: Medical Goals in an Aging Society, una obra de 1987 en la que
planteaba la necesidad de pensar sobre los límites en el uso de las tecnologías que permiten
extender el tiempo de vida y que, en el fondo, era una llamada de atención sobre la importancia
de aceptar la inevitabilidad de la muerte, evitando un optimismo ingenuo en la confianza de las
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posibilidades de la medicina. En una línea similar se expresaba en 1990 con What kind of Life?
The Limits of Medical Progress.
Y sin duda el suyo pertenece a este grupo del buen trabajo. Lo atestigua su trayectoria
y la influencia de sus obras, que ha dado lugar a que autores tan importantes como Tom
Beauchamp lo llamen “el decano de la bioética”. Una notable muestra de sus innovadores e
inspiradores escritos es la que podemos encontrar en The Roots of Bioethics: Health, Progress,
Technology, Death. Se trata de una compilación de textos de Callahan, de muy diversas
épocas y temáticas, desde la definición de la salud de la OMS en un artículo de 1973, hasta
otro sobre la implementación de la evaluación de tecnologías en sanidad, de 2012, pasando
por temas clave de su trayectoria, como el cuidado al final de la vida, la muerte y las decisiones
de retirada de tratamiento, el bien común y la política sanitaria, la distribución de recursos
escasos, o el recuerdo de los primeros años de la bioética y la fundación del Hastings Center.
Entre las muchas reflexiones aquí contenidas, queremos destacar la relativa al futuro
de la bioética, pues el pronóstico que puede hacer alguien que ha asistido al nacimiento,
crecimiento, expansión y quizá madurez de esta disciplina es de incalculable valor.
Uno de los problemas que se manifiestan como más importantes, desde un punto de
vista socio-político-económico, es el de la toma de decisiones en el ámbito sanitario, tanto en lo
relativo a la distribución de recursos como en las políticas públicas. En este contexto, Callahan
aporta una interesante reflexión expresando la ruptura existente, en el debate norteamericano,
entre quienes consideran que lo más importante son los valores éticos de la libertad y la
elección individual, y quienes enfatizan como esencial el bien común. Los primeros tienen más
en cuenta una clásica relación médico-paciente, mientras que los segundos se refieren a la
salud pública y hablan en términos de solidaridad, más cercanos al tipo de discurso que se
hace en Europa, insistiendo en la interdependencia de las personas y la obligación de apoyo
mutuo. Obviamente, unos serán hostiles a una regulación gubernamental fuerte, confiando en
el mercado como sistema clave de funcionamiento, mientras que los otros verán en el gobierno
un modo de facilitar y garantizar las obligaciones de asistencia en tiempos de necesidad.
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Su propuesta para resolver este problema aporta dos claves: por un lado el desarrollo
de ciertas “virtudes analíticas”. Callahan afirma que la bioética puede sobrevivir y florecer sin
un acuerdo en cuanto a la fundamentación, pero no sin unas herramientas intelectuales que
permitan afrontar los problemas importantes del modo más rico y profundo, favoreciendo un
juicio comprehensivo. Esas virtudes son básicamente tres: la racionalidad, la imaginación y la
perspicacia. La racionalidad tiene que ver con un pensamiento consistente, lógico y basado en
el conocimiento. Sin embargo, Callahan nos avisa de que ser racional y tener razón no son
necesariamente sinónimos. Es necesario un análisis cuidadoso, típico del trabajo filosófico,
que, sin embargo, no nos garantiza resultados razonables.
Por otro lado, la imaginación permite idear el mundo posible que querríamos lograr, y
crear los escenarios o estrategias que puedan hacerlo real. La perspicacia, finalmente, hace
referencia a dos dimensiones, una de ellas es la capacidad de introspección para detectar
sesgos o preferencias del propio pensamiento que puedan desviar o interferir en un juicio
adecuado, modificando nuestras razones y nuestras emociones. La segunda es la habilidad
para entender el contexto o el marco cultural de un problema ético, que le dota de sentido.
Pero además de estas virtudes, Callahan apuesta por una teoría ética que en su
opinión se muestra como la más adecuada: el comunitarismo. En el debate entre el
individualismo y el bien común, considera que esta perspectiva puede encontrar una solución,
pues es capaz de transformar los principios de la bioética generalmente aceptados –que él
considera más comprometidos con la visión del individualismo liberal— en principios
comunitaristas, enriqueciéndolos.
Como se puede apreciar con este breve resumen, ésta es, sin duda, una obra clave
para tener una idea cabal del recorrido de este gran autor que, a pesar de haberse distanciado
de su disciplina de formación básica, la filosofía, considera que adentrarse en este espacio
interdisciplinar ha sido una aventura muy interesante. Un recorrido del que se siente orgulloso y
en el que, según confiesa, se lo ha pasado bien.
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