07 Maldito Allende

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¡Maldito Allende!

Jorge González y Olivier Bras


ECC, 2017

E
n septiembre de 2013, y con cubierta de
Gipi, aparecía el primer número de la revista
de información La Revue Dessinée, una pu-
blicación trimestral de actualidad compuesta por
investigaciones periodísticas en viñetas. Era uno
de esos proyectos que solo pueden darse en merca-
dos editoriales fuertes, como el francés, y que tras
cuatro años de recorrido se ha consolidado con
una tirada de alrededor de veinte mil ejemplares y
con unos seis mil abonados. Para aquel número de
estreno se presentaron reportajes acerca de temas
tan variados, como el fenómeno de los «cuarenta
aullantes», que es el nombre que reciben los vien-
tos que corren entre los paralelos 40 y 50, o como
las polémicas explotaciones de gas de esquisto en
Québec. Con un nivel medio más que interesante,
destacaba, por encima de todas, una historieta del
corresponsal francés Olivier Bras y del dibujante
argentino Jorge González —«Allende, le dernier
combat»— centrada en las últimas horas de Salvador Allende como presidente de Chile
y en la toma del Palacio de la Moneda por parte de los militares, episodios de los que, por
entonces, se cumplían justamente cuarenta años.

En ese breve cómic, el papel de narrador lo ejercía un miembro de la guardia personal de


Allende. Pese a que dicho personaje era ficticio, todo lo que explicaba trataba de ser lo más
fiel posible a la realidad. Para lograrlo, Bras y González se basaron en cualquier fuente útil
y fiable, consiguiendo dar forma a un retrato fidedigno de cuanto pudo suceder aquel día.
Iniciaba su relato paseando por las salas del edificio el martes 11 de septiembre de 1973,
mientras describía el ambiente que se vivía en el interior del mismo a primera hora de la
mañana. Sin embargo, llega un punto en el que los acontecimientos se precipitan y se con-
firma la colaboración en el golpe del ejército, comandado por el general Augusto Pinochet, a
quien se creía fiel al gobierno. A partir de ese instante, empiezan a alternarse los escenarios,
variando entre las acciones destinadas a ocupar el palacio y la resistencia opuesta desde den-
tro. El desenlace llegaba, por supuesto, con el suicidio del presidente. «Pagaré con mi vida la
lealtad del pueblo», había dicho, y así lo hizo.

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Con el tiempo, aquellas intensas dieciséis páginas —que habíamos tenido la ocasión de leer
en castellano gracias a la revista bonaerense Orsai, que las incluyó en su penúltima entre-
ga— han crecido por voluntad de sus autores, hasta convertirse en un álbum de 144, extras
y portafolios incluidos. Efectivamente, ¡Maldito Allende! ha tomado forma alrededor de ese
núcleo, a partir de él, como una bola de nieve que crece al descender por la ladera —una me-
táfora visual muy de tebeo, hay que reconocerlo—. Por supuesto, esa génesis, esas planchas
originarias, se han visto obligadas a mutarse, los textos se han cambiado, igual que el orden
de algunas viñetas o el tamaño de otras para resultar coherente con el resto de la obra. La
razón es lógica, el protagonismo ahora ya no recae en aquel guardaespaldas anónimo, sino
que es plenamente compartido entre tres figuras, las de Allende, Pinochet y Leo, un joven
chileno que retorna al país en las fechas en que el dictador fue retenido en Londres como
consecuencia de un proceso penal en su contra diligenciado desde España.

Se pretende que este último, hijo de pinochetistas exiliados laborales en Sudáfrica, actúe
como hilo conductor de la novela, y que sus descubrimientos del pasado sean también los
de los lectores. Aunque, hasta cierto punto, su presencia es caprichosa, si se limita a actuar
de agente introductor el invento llega a funcionar, básicamente porque, poco a poco, se va
diluyendo, de manera afortunada y obligatoria, en lo que de verdad importa: los actores y
hechos históricos. La comparecencia de Leo no es molesta, es simplemente accesoria, pues
la propia realidad es lo suficientemente emocionante y turbadora como para captar toda
nuestra atención. Las biografías del presidente y del comandante en jefe, convertidos con
el tiempo en mutuas contrapartidas, se dibujan en paralelo hasta confluir, al principio de
manera tangencial, y, después, frente a frente. Personalidades que poseen tal cantidad de ma-
tices, de vivencias, que se erigen por sí mismas en caracteres de peso sumamente atractivos
para cualquier tipo de narración, siempre y cuando se sepan manejar.

Existía un riesgo enorme de caer en la simplificación maniquea, de personificar todos los


males en Pinochet y de presentar a Allende como una efigie sin mácula. No obstante, el
oficio se ha impuesto por encima de cualquier veleidad sentimental, e incluso de tendencias
ideológicas personales, y tanto Bras como González han intuido cuál debía ser su cometido.
Son simples transmisores, cronistas de unos sucesos concretos, que no entran a interpretar.
No hay opinión, sino investigación y recreación, clara y sintética, de un contexto y de una
coyuntura determinada. Demuestran con creces que la historia contemporánea de Chile
puede entenderse a la perfección a través de la evolución de dichas figuras. Uno y otro re-
presentaron, y lo siguen haciendo, si no dos bandos, sí dos formas diferentes de comprender
la realidad política y social de su país, y de plantear las soluciones para transformarlo, una
democrática, arriesgada y endeble, necesitada, por esa misma condición, de consenso y am-
plio apoyo popular, y otra autoritaria reforzada por intereses foráneos. Un conflicto que se
venía repitiendo en el subcontinente sudamericano desde inicios del siglo xx, más todavía
desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Esa complejidad expositiva contagia asimismo al trabajo de Jorge González, un dibujante


superlativo, que traza unos perfiles de Pinochet y Allende no solo fieles a la realidad, sino
coherentes con el propio tono del cómic, con la reconstrucción que ellos han decidido ela-

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borar. Su habilidad en el manejo de diferentes técnicas hace crecer la historieta, que baila
entre el naturalismo y la abstracción con absoluta fluidez. Hay páginas repletas de pequeños
paneles que dejan paso a otras con una sola ilustración. Hay cuadros oscuros rayados con un
lápiz furioso, que dan entrada a bocetos a tinta moteados de notitas a modo de bocadillos.
Hay rostros desfigurados con cuatro rayas, con correcciones pegadas encima, que antece-
den a primeros planos de base fotográfica. Hay recortes de periódico, capturas de pantalla,
portadas de revistas, carteles electorales, pasquines, reproducidos sobre papel marrón, que
rompen el discurso de las viñetas y sirven de transición entre escenarios diferentes. Hay,
resumiendo, variaciones dialectales de un mismo lenguaje, rico y aprovechado a conciencia.

A diferencia de libros más personales, caso de Fueye o de Dear Patagonia, o de sus tebeos
con Horacio Altuna, en ¡Maldito Allende! González podría haberse visto constreñido por las
exigencias de la veracidad. El margen de maniobra estaría entonces limitado, condicionado
por numerosas circunstancias. Si ha sido así, hay que aclarar que no se nota lo más mínimo.
Su estilo es el mismo, su grafismo igualmente emancipado, moviéndose con total indepen-
dencia sin por ello traicionar lo acaecido hace casi medio siglo.

¡Maldito Allende! es, concluyendo, un ensayo en forma de cómic, novelado por momentos,
que está basado en una prolongada y seria investigación. Es directo, reflexivo y analítico.
En sus objetivos es asimilable a las monografías de Patricia Verdugo (La Casa Blanca contra
Salvador Allende) o de Óscar Soto (El último día de Salvador Allende), con el añadido de que
crea una nueva y arriesgada iconografía de esa realidad.

Óscar Gual

Óscar Gual (1973), bibliotecario de profesión, viene colaborando en diferentes medios especializa-
dos en el mundo del cómic como Tebeosfera o Entrecomics. Es, además, autor del libro Viñetas
de posguerra: Los cómics como fuente para el estudio de la historia (2013).

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