El Arte y El Espacio
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varias oleadas polémicas entre los filósofos y, últimamente, también en la gran prensa
europea. Los tres escritos escogidos en este volumen son los principales documentos,
salidos de la pluma de Heidegger, acerca de la fase más controvertida y extraña de su
itinerario filosófico: su colaboración con el nazismo.
La autoafirmación de la Universidad alemana es el célebre discurso que pronunció en
mayo de 1933, al tomar posesión del rectorado de la Universidad de Friburgo. Es, sin
duda, el primer y más importante escrito «político» de Heidegger, donde expresa su
concepción de la Universidad y de la ciencia y la función de ambas en la nueva situación de
Alemania.
El Rectorado 1933-1934 fue escrito en 1945, momento en que una comisión universitaria
depuraba las responsabilidades políticas de Heidegger. Concebida como autodefensa, es
una justificación, filosófica e histórica a la vez, de su actuación bajo el régimen nazi.
La no menos célebre entrevista con la revista alemana Spiegel, que por deseo de
Heidegger no fue publicada hasta después de su muerte, supone el único momento en que
el filósofo aceptó hablar para el gran público sobre su actividad durante el Tercer Reich.
Concertada para entrar a fondo en ese tema, la dinámica de la conversación rebasa pronto
la actuación de Heidegger, para adentrarse en la difícil, desesperada situación del
pensamiento en este «tiempo de penuria».
Martin Heidegger
La autoafirmación de la Universidad
alemana - El Rectorado, 1933-1934 -
Entrevista del Spiegel
ePub r1.0
Titivillus 25.05.16
Título original: Die Selbstbehauptung der deutschen Üniversitat (1933); Das Rektorat 1933-1934 (1945); Tatsachen
und Gedanken (1966)
Martin Heidegger, 1983
Estudio preliminar, traducción y notas: Ramón Rodríguez García
Prefacio de La autoafirmación de la Universidad alemana: Hermann Heidegger
Diseño de cubierta: Rafael Celda y Joaquín Gallego
Hermann Heidegger
Attental, enero de 1983
LA AUTOAFIRMACIÓN DE LA UNIVERSIDAD ALEMANA
La aceptación del rectorado es el compromiso de dirigir espiritualmente esta escuela superior.
La comunidad de los que siguen, profesores y alumnos, sólo se despierta y fortalece arraigando
auténticamente y en común en la esencia de la Universidad alemana. Pero esta esencia sólo alcanza
claridad, rango y poder si, ante todo, los propios dirigentes[53] son en todo momento dirigidos;
dirigidos por lo inexorable de esa misión espiritual que obliga al destino del pueblo alemán a tomar
la impronta de su historia.
¿Sabemos algo de esta misión espiritual? Tanto si lo sabemos como si no, la pregunta sigue
siendo ineludible: ¿estamos nosotros, profesores y alumnos de esta alta escuela, enraizados
auténticamente y en común en la esencia de la Universidad alemana? ¿Tiene esta esencia auténtica
capacidad de informar nuestra existencia[54]? Sólo, ciertamente, si queremos esta esencia a fondo.
Pero ¿quién podría dudar de ello? Suele, por lo general, verse en su «autonomía»[55] el rasgo
esencial predominante de la Universidad; autonomía que debe ser mantenida. Sólo que ¿hemos
pensado del todo lo que exige de nosotros esta reivindicación de autonomía?
Autonomía significa: ponernos nosotros mismos la tarea y determinar incluso el camino y el
modo de su realización, para ser lo que debemos ser. Pero ¿sabemos realmente quiénes somos
nosotros, esta corporación de profesores y alumnos de la escuela superior del pueblo alemán?
¿Podemos saberlo, sin la más constante y severa autorreflexión?
Ni el conocimiento del estado actual de la Universidad ni tampoco la familiaridad con su
temprana historia garantizan ya un saber suficiente de su esencia; a no ser que, con claridad y dureza,
delimitemos para el futuro esta esencia, en tal delimitación, la queramos, y, en tal querer, nos
afirmemos nosotros mismos.
La autonomía sólo se justifica sobre la base de la autorreflexión. Pero la autorreflexión sólo
puede acontecer si la Universidad alemana tiene la fuerza de autoafirmarse. ¿La llevaremos a cabo?
¿Cómo?
La autoafirmación de la Universidad alemana es la voluntad originaria, común, de su esencia[56].
Para nosotros, la Universidad alemana es la escuela superior que, desde la ciencia y mediante la
ciencia, acoge, para su educación y disciplina, a los dirigentes y guardianes del destino del pueblo
alemán. La voluntad de la esencia de la Universidad alemana es voluntad de ciencia en el sentido de
aceptar la misión espiritual histórica del pueblo alemán, pueblo que se conoce a sí mismo en su
Estado. Ciencia y destino alemán tienen sobre todo que llegar, queriendo su esencia, al poder. Y lo
lograrán si, y sólo si, nosotros, profesores y alumnos, exponemos, por un lado, la ciencia a su más
propia necesidad y, por otro, nos mantenemos firmes en el destino alemán con todo su apremio.
Sin embargo, no experimentaremos la esencia de la ciencia en su más propia necesidad mientras,
al hablar de «un nuevo concepto de ciencia», nos limitemos a discutir a una ciencia demasiado actual
su autonomía y ausencia de supuestos. Este modo de obrar, meramente negativo y que apenas mira
más allá de los últimos decenios, es ya una mera apariencia del verdadero esfuerzo por llegar a
conseguir la esencia de la ciencia.
Si queremos comprender la esencia de la ciencia, tenemos antes que dejar bien clara la cuestión
decisiva: ¿debe, para nosotros, seguir existiendo aún la ciencia, o debemos dejarla correr hacia un
rápido final? Que deba haber ciencia no es algo incondicionalmente necesario. Pero, si debe haber
ciencia y si debe existir para nosotros y por nosotros, ¿en qué condiciones puede entonces realmente
existir?
Sólo si nos situamos de nuevo bajo el influjo del inicio de nuestra existencia histórico-espiritual.
Este inicio es el surgimiento (Aufbruch) de la filosofía griega. Con ella, el hombre occidental, por la
fuerza de la lengua de un pueblo, se erige por primera vez frente al ente en su totalidad,
cuestionándolo y concibiéndolo como el ente que es. Toda ciencia es filosofía, lo sepa y lo quiera, o
no. Toda ciencia sigue ligada a ese inicio de la filosofía. De él extrae la fuerza de su esencia,
suponiendo que siga estando a la altura de ese inicio.
Queremos aquí recuperar para nuestra existencia dos rasgos característicos de la originaria
esencia griega de la ciencia.
Entre los griegos circulaba un viejo relato según el cual Prometeo había sido el primer filósofo.
Es a Prometeo a quien Esquilo hace decir una máxima que expresa la esencia de la ciencia:
«Pero el saber es mucho más débil que la necesidad». Lo cual quiere decir: todo saber acerca de
las cosas permanece de antemano entregado a la hegemonía del destino y fracasa ante él.
Justo por eso el saber tiene que desplegar su máxima resistencia —sólo contra la cual se levanta
todo el poder del ocultamiento del ente— para fracasar realmente. Precisamente así es como el ente
se abre en su insondable inmutabilidad y ofrece al saber su verdad. Esta máxima sobre la impotencia
creadora del saber es una frase de los griegos, en quienes, con demasiada facilidad, se quiere
encontrar el modelo de un saber puramente asentado en sí mismo y, con ello, olvidado de sí, que se
nos presenta como la actitud «teórica». Pero ¿qué es la ϋεωρία para los griegos? Se suele decir: la
pura contemplación, que permanece ligada a la plenitud y exigencia de las cosas. Apelando a los
griegos, esta conducta contemplativa, se dice, habría de existir por ella misma. Pero esta apelación
carece de fundamento. Pues, por un lado, la «teoría» no tenía lugar por ella misma, sino únicamente
por la pasión de permanecer cerca del ente en cuanto tal y bajo su apremio. Mas, por otro lado, los
griegos luchaban justamente por comprender y por ejercer ese cuestionar contemplativo como una,
incluso como la suprema, forma de la ένέρχεια, del «estar-a-la-obra» del hombre. Su sentido no
estaba, pues, en asimilar la praxis a la teoría, sino al revés, en entender la teoría misma como la
suprema realización de una auténtica praxis. Para los griegos la ciencia no es un «bien cultural», sino
el centro que determina desde lo más profundo toda su existencia como pueblo y como Estado. La
ciencia tampoco es para ellos un puro medio para hacer consciente lo inconsciente, sino el poder que
abarca y da rigor a toda la existencia.
La ciencia es el firme mantenerse cuestionando en medio de la totalidad del ente, que sin cesar se
oculta. Este activo perseverar sabe de su impotencia ante el destino.
Esta es la esencia originaria de la ciencia. Pero ¿no han pasado ya dos milenios y medio desde
este inicio? ¿No ha cambiado el progreso del obrar humano también a la ciencia? ¡Sin duda! La
subsiguiente interpretación teológico-cristiana del mundo, así como el posterior pensamiento técnico-
matemático de la modernidad, han alejado a la ciencia, temporal y temáticamente, de su inicio.
Pero con ello el inicio no ha sido en absoluto superado ni reducido a la nada. Pues, dado que la
ciencia griega originaria es algo grande, el inicio de esta grandeza es lo más grande de ella. La
esencia de la ciencia no podría ser vaciada y aprovechada, como sucede hoy, pese a todos sus
resultados y todas las «organizaciones internacionales», si la grandeza de su inicio no se mantuviera
aún vigente. El inicio es aún. No está tras de nosotros como algo ha largo tiempo acontecido, sino
que está ante nosotros. El inicio, en tanto que es lo más grande, ha pasado ya de antemano por
encima de todo lo venidero y, de este modo, también sobre nosotros. El inicio ha incidido ya en
nuestro futuro, está ya allí como el lejano mandato de que recobremos de nuevo su grandeza.
Sólo cuando nos sometamos decididamente a este lejano mandato de recuperar la grandeza del
inicio, la ciencia se tornará para nosotros en la más íntima necesidad de la existencia. En caso
contrario, quedará como un accidente que nos ha sucedido, o como la tranquila comodidad de una
ocupación sin riesgo en el fomento del mero progreso del conocimiento.
Pero, si nos sometemos al lejano mandato del inicio, la ciencia tiene entonces que convertirse en
el acontecimiento fundamental de nuestra existencia espiritual como pueblo.
Y si incluso nuestra propia existencia está ante un gran cambio, si es verdad lo que decía el
apasionado buscador de Dios, el último gran filosofo alemán, Federico Nietzsche: «Dios ha muerto»,
si tenemos que tomarnos en serio este abandono del hombre actual en medio del ente, ¿qué pasa
entonces con la ciencia?
Pues que entonces el inicial perseverar admirativo de los griegos ante el ente se transforma en un
estar expuesto, sin protección alguna, a lo oculto y desconocido, es decir, a lo digno de ser
cuestionado[57]. El preguntar[58] ya no volverá a ser el mero paso previo hacia la respuesta, el saber,
sino que el preguntar se convertirá en la suprema figura del saber. El preguntar despliega entonces su
más peculiar poder de abrir lo esencial de todas las cosas. El preguntar obliga entonces a la extrema
simplificación de mirar a lo absolutamente ineludible.
Tal preguntar quiebra el encapsulamiento de las ciencias en disciplinas separadas, las recoge de
su dispersión, sin límite y sin meta, en campos y rincones aislados y expone la ciencia
inmediatamente de nuevo a la fecundidad y a la bendición de todas las fuerzas de la existencia
histórica del hombre, que configuran el mundo, como son: naturaleza, historia, lenguaje; pueblo,
costumbres, Estado; poetizar, pensar, creer; enfermedad, locura, muerte; derecho, economía, técnica.
Si queremos la esencia de la ciencia, en el sentido de ese firme mantenerse, cuestionando y al
descubierto, en medio de la inseguridad de la totalidad del ente, entonces esta voluntad esencial
instituye para nuestro pueblo un mundo suyo del más íntimo y extremo riesgo, es decir, su verdadero
mundo espiritual. Pues «espíritu» no es ni la sagacidad vacía, ni el juego de ingenio que a nada
compromete, ni el ejercicio sin fin del análisis intelectual, ni una razón universal, sino que espíritu es
el decidirse, originariamente templado y consciente, por la esencia del ser. Y el mundo espiritual de
un pueblo no es una superestructura cultural como tampoco un arsenal de conocimientos y valores
utilizables, sino que es el poder que más profundamente conserva las fuerzas de su raza y de su tierra,
y que, como tal, más íntimamente excita y más ampliamente conmueve su existencia. Sólo un mundo
espiritual garantiza al pueblo la grandeza; pues obliga a que la permanente decisión entre la voluntad
de grandeza y el dejarse llevar a la decadencia sea la ley que rige la marcha que nuestro pueblo ha
emprendido hacia su historia futura.
Si queremos esa esencia de la ciencia, tiene entonces el profesorado de la Universidad que
adelantarse realmente a los puestos más avanzados del peligro que la inseguridad incesante del
mundo presenta. Si se mantiene firme ahí, es decir, si desde ahí —en la vecindad esencial al apremio
de las cosas— le brota un preguntar en común y un decir templado en comunidad, entonces llegará a
tener la fortaleza para poder dirigir. Pues, en la dirección, lo esencial no es el mero ir delante, sino
la energía para poder marchar solo, no por obstinación y afán de dominio, sino en virtud de la más
profunda vocación y del deber más total. Una tal energía obliga a lo esencial, establece la selección
de los mejores y despierta, en los que se sienten captados por el nuevo ánimo, el auténtico afán de
seguir. Pero no necesitamos empezar por despertar el afán de seguir. El estudiantado alemán está en
marcha. Y lo que busca son unos guías, por cuyo medio quiere elevar a verdad fundada y consciente
su propia vocación, y así llevarla a la claridad de la palabra que interpreta y realiza, y a la obra.
De la decisión del estudiantado alemán de mantenerse firme en el destino alemán con todo su
apremio viene una voluntad de esencia de la Universidad. Esa voluntad es una verdadera voluntad,
en la medida en que el estudiantado alemán, por medio de la nueva legislación estudiantil[59], se pone
a sí mismo bajo la ley de su esencia y con ello delimita esta esencia por vez primera. Darse a sí
mismo la ley es la suprema libertad. La tan celebrada «libertad académica» es expulsada de la
Universidad alemana; pues, por puramente negativa, era inauténtica. Significaba predominantemente
ausencia de preocupación, decisión a capricho de propósitos e inclinaciones, ausencia de
compromiso en el hacer y omitir. El concepto de libertad del estudiante alemán es ahora cuando
vuelve a su verdad. En lo sucesivo, la vinculación y el servicio del estudiantado alemán se
desarrollarán a partir de él.
La primera vinculación es con la comunidad nacional, y obliga a participar, compartiéndolos y
coejerciéndolos, en los esfuerzos, anhelos y capacidades de todos los miembros y estamentos de la
nación. Esta vinculación se afianzará en adelante y arraigará en la existencia estudiantil mediante el
servicio del trabajo[60].
La segunda vinculación es con el honor y el destino de la nación entre los demás pueblos, y exige
la disposición —afirmada en el saber y poder, y adiestrada por la disciplina— de entregarse hasta el
límite. Esta vinculación abarcará y atravesará en el futuro la entera existencia estudiantil como
servicio de las armas.
La tercera vinculación del estudiantado es con la misión espiritual del pueblo alemán. Este
pueblo forja su destino colocando su historia en medio de la manifiesta hegemonía de los poderes de
la existencia humana que configuran el mundo y luchando, una y otra vez, por conseguir su mundo
espiritual. Exponiéndose así a la extrema problematicidad de la existencia humana es como este
pueblo quiere ser un pueblo espiritual. El exige, desde sí y para sí, a sus guías y guardianes la más
severa claridad del más elevado, amplio y rico saber. Una juventud estudiante, que tempranamente se
atreve a entrar en la edad viril y que extiende su voluntad sobre el destino venidero de la nación, se
obliga radicalmente a ponerse al servicio de este saber. Para ella, este servicio del saber no podrá
volver a ser la rápida y gris preparación para una profesión «distinguida». El político y el profesor,
el médico y el juez, el cura y el arquitecto dirigen la existencia del pueblo y del Estado y la protegen
y mantienen tensa en sus relaciones esenciales con los poderes que configuran el mundo; por eso,
estas profesiones —y la educación para ellas— están sometidas al servicio del saber. El saber no
está al servicio de la profesión, sino al revés: las profesiones hacen efectivo y administran ese
supremo y esencial saber que el pueblo tiene sobre la totalidad de su existencia. Pero este saber no
es para nosotros la tranquila captación de esencias y valores en sí, sino la aguda amenaza de la
existencia en medio de la hegemonía del ente. La problematicidad de la existencia exige del pueblo
trabajo y lucha, y le lleva forzosamente a su Estado, al que pertenecen las profesiones.
Las tres vinculaciones —por el pueblo al destino del Estado en el seno de una misión espiritual
— son, respecto del ser alemán, igualmente originarias. Los tres servicios que surgen de ellas —
servicio del trabajo, servicio de las armas, servicio del saber— son igualmente necesarios y de
idéntico rango.
El saber, que también es acción, acerca del pueblo, y el saber, que se mantiene siempre
dispuesto, acerca del destino del Estado, crean, a una con el saber de la misión espiritual, la esencia
plena y originaria de la ciencia, cuya realización nos está encomendada —en el supuesto de que nos
sometamos al lejano mandato del inicio de nuestra existencia histórico-espiritual—.
Esta ciencia es entendida cuando se define la esencia de la Universidad alemana como aquella
escuela superior que, desde la ciencia y mediante la ciencia, acoge, para su educación y disciplina, a
los jefes y guardianes del destino del pueblo alemán.
Este concepto originario de ciencia obliga no sólo a la «objetividad», sino, ante todo, a que el
cuestionar, en medio del mundo histórico-espiritual del pueblo, sea esencial y sencillo. Más aún,
sólo desde ahí es posible fundar auténticamente la objetividad, esto es, delimitar cuál es su tipo y
cuáles sus límites.
La ciencia, tomada en este sentido, tiene que convertirse en el poder configurador de la
corporación de la Universidad alemana. Lo cual significa dos cosas: que profesores y alumnos
tienen, cada uno a su manera, que estar y permanecer poseídos por este concepto de ciencia. Pero, a
la vez, que este concepto de ciencia tiene que insertarse, configurándolas, en las formas
fundamentales en cada una de las cuales profesores y alumnos ejercen su labor científica en
comunidad: Facultades y especialidades[61].
La Facultad sólo es Facultad cuando desarrolla una capacidad de legislación espiritual, arraigada
en la esencia de su ciencia, para integrar los poderes de la existencia que la constriñen en ese único
mundo espiritual del pueblo.
La especialidad sólo es tal cuando se sitúa, de antemano, en el ámbito de esa legislación
espiritual y así derriba las fronteras de su propio ámbito y supera lo hipócrita e inauténtico del
amaestramiento puramente exterior para la profesión.
En el momento en que Facultades y especialidades pongan en marcha las cuestiones esenciales y
elementales de su ciencia, profesores y alumnos serán también poseídos por las mismas últimas
necesidades y apremios de la existencia del pueblo y del Estado.
Sin embargo, la configuración de la esencia originaria de la ciencia reclama una tal cantidad de
rigor, de responsabilidad y de paciencia soberana que, frente a ella, el, por ejemplo, escrupuloso
cumplimiento o la rápida rectificación de los modos vigentes de proceder apenas significan nada.
Pero, si los griegos necesitaron tres siglos para simplemente situar en tierra firme y en camino
seguro la pregunta qué es saber, con mayor razón no podemos nosotros pensar que el
esclarecimiento y desarrollo de la esencia de la Universidad alemana se consiga en este semestre o
en el próximo.
Pero, partiendo de la referida esencia de la ciencia, una cosa evidentemente sabemos: que la
Universidad alemana sólo llegará a tomar forma y poder cuando los tres servicios —del trabajo, de
las armas y del saber— se reúnan originariamente en una única fuerza conformadora. Lo cual quiere
decir:
La voluntad esencial del profesorado tiene que despertar a la simplicidad y amplitud del saber de
la esencia de la ciencia y fortalecerlas. La voluntad esencial del alumnado tiene que esforzarse por
llegar a la suprema claridad y disciplina del saber y, exigiendo y decidiendo, integrar el saber que ya
tienen[62] sobre el pueblo y su Estado en la esencia de la ciencia. Ambas voluntades tienen que estar
dispuestas a luchar entre sí. Todas las facultades de la voluntad y del pensamiento, todas las fuerzas
del corazón y todas las capacidades del cuerpo tienen que desarrollarse mediante la lucha, aumentar
en la lucha y conservarse como lucha.
Nosotros elegimos la lucha que sabe, la lucha de los que cuestionan, y confesamos con Carl von
Clausewitz: «Me considero libre de la frívola esperanza de una salvación que venga de la mano del
azar».
Pero la comunidad de lucha de profesores y alumnos sólo logrará transformar la Universidad
alemana en lugar de legislación espiritual y hacer de ella el medio de la más rígida reunión al
supremo servicio del pueblo en su Estado, si profesores y alumnos disponen su existencia de manera
más sencilla, más dura y más austera que los demás compatriotas. Toda jefatura ha de admitir la
fuerza propia de los que obedecen. Pero obedecer lleva consigo resistencia. Esta esencial oposición
entre mandar y obedecer no debe ser difuminada ni mucho menos extinguida.
Sólo la lucha mantiene abierta la oposición y sólo ella implanta en la corporación completa de
profesores y alumnos ese fundamental temple de ánimo, basándose en el cual la autoafirmación,
poniéndose límites a sí misma, permite a la autorreflexión decidida llegar a la auténtica autonomía.
¿Queremos la esencia de la Universidad alemana o no la queremos? De nosotros depende si
vamos —y hasta qué punto— a esforzarnos o no, a fondo y no de manera meramente ocasional, en la
autorreflexión y en la autoafirmación, o si, con la mejor intención, nos vamos a limitar a cambiar
simplemente antiguas instituciones y a añadir otras nuevas. Nadie nos impedirá hacerlo.
Pero tampoco nadie nos preguntará si queremos o no, cuando la fuerza espiritual de Occidente
fracase y éste se salga de su quicio, cuando la cultura espectral y muerta se desplome, y precipite
todas las fuerzas en el desconcierto y las deje asfixiarse en la locura.
Que tales cosas acontezcan o no, depende tan sólo de que nos queramos todavía, o más bien de
nuevo, como pueblo histórico-espiritual, o de que abandonemos tal querer. Cada individuo también
decide, incluso precisamente cuando evita esta decisión.
Pero queremos que nuestro pueblo cumpla con su misión histórica.
Queremos ser nosotros mismos. Pues la fuerza joven y reciente del pueblo, que ya está pasando
sobre nosotros, ya ha decidido.
Pero el esplendor y la grandeza de esta puesta en marcha (Aufbruch) sólo los comprenderemos
plenamente cuando hagamos nuestra la grande y profunda reflexión con la que la vieja sabiduría
griega pudo decir:
Hechos y reflexiones
En abril de 1933 fui elegido rector unánimemente por el pleno de la Universidad. Mi predecesor
en el cargo, von Möllendorf[64], había tenido que abandonar su puesto, tras un corto ejercicio, por
orden del ministro. El propio von Möllendorf, con el que a menudo había hablado detenidamente
sobre su sucesión, deseaba que yo aceptara el rectorado. Igualmente el anterior rector, Sauer[65],
había intentado convencerme de que aceptara el cargo en interés de la Universidad. Todavía durante
la mañana del día de la elección vacilaba y quería retirar mi candidatura. Carecía de relaciones con
las autoridades competentes del gobierno y del partido; ni siquiera era miembro del partido ni había
ejercido actividad política en ninguna de sus formas. Era, pues, dudoso que yo fuera a ser oído, allí
donde se concentraba el poder político, acerca de lo que yo imaginaba como una tarea necesaria.
Pero era igualmente dudoso en qué medida la Universidad iría por sí misma a encontrar y configurar,
de una forma más originaria, su propia esencia, tarea que yo había ya expuesto públicamente en mi
conferencia inaugural del verano de 1929.
En las frases introductorias de la conferencia inaugural «Qué es metafísica» se dice: «Nos
preguntamos, aquí y ahora, para nosotros. Nuestra existencia —en la comunidad de investigadores,
maestros y discípulos— está determinada por la ciencia. ¿Qué esencial cosa nos acontece en el
fondo de la existencia cuando la ciencia se ha convertido en nuestra pasión? Los dominios de las
ciencias están muy distantes entre sí. El modo de tratar sus objetos es radicalmente diverso. Esta
dispersa multiplicidad de disciplinas se mantiene, todavía, unida, gracias tan sólo a la organización
técnica de las Universidades y Facultades, y conserva una significación por la finalidad práctica de
las especialidades. En cambio, el enraizamiento de las ciencias en su fundamento esencial se ha
perdido por completo»[66]. En 1933 esta conferencia estaba ya traducida al francés, italiano, español
y japonés.
Podía, pues, saberse en cualquier parte cómo pensaba yo sobre la Universidad alemana y qué
consideraba su objetivo más urgente. La Universidad debía renovarse desde su fundamento esencial,
que es justamente el de las ciencias: la esencia de la verdad misma, y, en lugar de aferrarse a la
unidad ilusoria de la organización técnico-institucional, recuperar la viva unidad original de los que
cuestionan y saben.
Sobre la esencia de la verdad hablé en 1930 en una conferencia, que fue pronunciada, incluso, en
diversos lugares de Alemania hasta 1932, y que era conocida a través de múltiples copias. Apareció
impresa por primera vez en 1943[67]. Por la misma época de esa conferencia di. una lección de dos
horas sobre el concepto griego de verdad al hilo de una interpretación del mito platónico de la
caverna. Esta lección fue repetida durante mi rectorado, en el semestre de invierno de 1933-1934 y
completada por un seminario muy concurrido sobre «Pueblo y Ciencia». La interpretación del mito
de la caverna apareció impresa en 1942 en el Jahrbuch für die geistige Überlieferung II con el
título «La doctrina platónica de la verdad»[68]. La cita y la recensión de esta conferencia fueron
oficialmente prohibidas por el partido, e igualmente fueron prohibidas la edición de separatas y su
venta en librerías.
Lo que hasta el último día me hizo vacilar en aceptar el rectorado era saber que, con mi proyecto,
había necesariamente de oponerme, por partida doble, a lo «nuevo» y a lo «viejo». Lo «nuevo» se
había presentado, entretanto, bajo la forma de la «ciencia política»[69], cuya idea se funda en un
falseamiento de la esencia de la verdad. Lo «viejo» era la aspiración a quedarse en la
«especialidad», fomentar su progreso y utilizarla en clase, y rechazar, como abstracta y filosófica,
toda reflexión sobre los fundamentos esenciales o, en todo caso, admitirla como mero ornamento
externo, pero sin hacerla efectiva como reflexión, y sin basar en este ejercicio el pensamiento y la
pertenencia a la Universidad.
Existía así el peligro de que mi intento fuera combatido de igual forma por lo «nuevo» y por lo
«viejo» —que entre sí estaban enfrentados—, y convertido en imposible. Lo que desde luego, al
aceptar el rectorado, no había visto aún y no podía esperar es lo que ocurrió en el curso del primer
semestre: que lo nuevo y lo viejo terminaran, de mutuo acuerdo, por unirse para neutralizar mis
esfuerzos y, finalmente, eliminarme.
A pesar del doble peligro que corría mi proyecto de una fundación originaria de la esencia de la
Universidad, me decidí por fin a aceptar el cargo en virtud de la presión de muchos colegas de la
Universidad, en especial del dimitido rector von Möllendorf y del anterior rector, entonces
vicerrector, Sauer. Lo hice atendiendo ante todo a la posibilidad, que K. Sauer hizo valer, de que, si
yo renunciaba, alguien sería impuesto como rector desde fuera de la Universidad.
En suma, lo que me llevó a aceptar el rectorado fue una triple consideración:
1. En el movimiento que llegaba al poder vi, entonces, la posibilidad de unir y renovar
interiormente al pueblo y una vía para encontrar su destino en la historia de Occidente. Creía que la
Universidad, renovándose a sí misma, podía ser llamada a participar, marcando la pauta, en la unión
interna del pueblo.
2. Por tanto, vi en el rectorado una posibilidad de conducir a todas las fuerzas más capaces —
con independencia de su pertenencia al partido y de la doctrina de éste— al proceso de reflexión y
renovación, fortaleciendo y asegurando su influjo.
3. De esta forma esperaba poder hacer frente a la penetración de personas inadecuadas y a la
amenazadora hegemonía del aparato y de la doctrina del partido.
Es un hecho que por entonces mucha mediocridad e incapacidad, mucho egoísmo y envidia
campaban por sus respetos. Pero esto, considerando la situación general de nuestro pueblo, era, para
mí, una razón más para intentar poner en juego las fuerzas más capaces y los objetivos esenciales.
Ciertamente, habría sido más fácil quedarse al margen, mirar por encima del hombro a esa «gente
impresentable»[70] y alabar lo hasta ahora vigente, sin reparar en la situación histórica de Occidente.
Un simple dato puede dar a entender cómo veía yo entonces la situación histórica. En 1930 había
aparecido el artículo de Ernst Jünger sobre «La movilización total», en el que se anunciaban los
rasgos básicos de su libro El trabajador, aparecido en 1932[71]. Estos escritos los había estudiado,
con mi ayudante de entonces, Brock[72], en círculos reducidos y había intentado mostrar cómo en
ellos se expresaba una comprensión esencial de la metafísica de Nietzsche, por cuanto en el
horizonte de esta metafísica están vistas y previstas la historia y la actualidad de Occidente.
Pensando a partir de estos escritos, y más esencialmente aún a partir de sus fundamentos,
pensábamos lo que había de venir, es decir, tratábamos de afrontarlo debatiéndolo. En aquel
entonces, muchos otros también habían leído estos escritos; pero, junto con otras muchas cosas de
interés, que también se leían, se los dejó de lado y no se reparó en su trascendencia. En el invierno
de 1939-1940 estudié otra vez, con un grupo de colegas, el libro de Jünger El trabajador y
comprobé cuán extraños eran aún entonces estos pensamientos y cómo resultaban chocantes, hasta
que fueron ratificados por «los hechos». Lo que Ernst Jünger piensa con las ideas del dominio y la
figura del trabajador y lo que ve a la luz de estas ideas es el dominio universal de la voluntad de
poder en la historia, vista en su extensión planetaria. Todo se encuentra hoy en esta realidad, llámese
comunismo, fascismo o democracia mundial.
Partiendo de esta realidad de la voluntad de poder veía yo, ya entonces, lo que es. Esta realidad
de la voluntad de poder se puede enunciar también, en el sentido de Nietzsche, con la frase «Dios ha
muerto», frase que, por razones esenciales, introduje en mi discurso rectoral. Nada tiene que ver esta
frase con la afirmación de un vulgar ateísmo, sino que significa: el mundo suprasensible,
especialmente el mundo del Dios cristiano, ha perdido su vigencia efectiva en la historia (cfr. mi
conferencia de 1943 sobre la frase de Nietzsche «Dios ha muerto»)[73]. Si esto no hubiera sido así,
¿habría sido posible la Primera Guerra Mundial? Y, sobre todo, si esto no hubiera sido así, ¿habría
llegado a ser posible la Segunda Guerra Mundial?
¿No había, pues, razón bastante y suficiente necesidad esencial como para, en una reflexión
original sobre la superación de la metafísica de la voluntd de poder, pensar más allá de ella; lo cual
quiere decir abrir un debate con el pensamiento occidental, a partir de un retorno a su inicio? ¿No
había, pues, razón bastante y suficiente necesidad esencial como para intentar, entre nosotros, los
alemanes, despertar y llevar a la palestra a ese lugar que funciona como sede del cultivo del saber y
del conocimiento, la Universidad alemana, con vistas a esta reflexión sobre el espíritu de Occidente?
Sin duda, el argumento contra la marcha de la historia que empieza diciendo: «¿Qué habría
sucedido, si… y si no…?» es siempre arriesgado. Pero es lícito plantear la cuestión: ¿qué habría
sucedido y qué se habría podido prevenir si en 1933 todas las fuerzas más capaces se hubieran
puesto en camino, en secreta alianza, para, lentamente, purificar y moderar al «movimiento» que
llegaba al poder?
Sin duda, el que los hombres lleven a otros, hombres la cuenta de sus culpas y se las apunten, es
siempre una arrogancia. Pero si se buscan culpables y se miden las culpas, ¿no existe también la
culpa que consiste en una omisión esencial? Aquellos que, ya entonces, estaban tan dotados de
capacidad profética que vieron todo lo que había de venir tal y como vino —mi sabiduría no llegaba
a tanto—, ¿por qué esperaron casi diez años para actuar contra el desastre? ¿Por qué, en 1933, los
que creían saberlo, por qué, justamente ellos, no se pusieron entonces en camino para llevar todo, y
desde su raíz, hacia el buen fin?
Sin duda, la reunión de todas las fuerzas más capaces habría sido difícil; difícil también habría
sido el paulatino influjo sobre el movimiento en su totalidad y sobre su posición hegemónica; pero no
más difícil que lo que luego tuvimos que soportar.
Al aceptar el rectorado me atreví a intentar salvar lo positivo, depurarlo y afirmarlo. Nunca fue
mi intención realizar simplemente la doctrina del partido y actuar de acuerdo con la «idea» de una
«ciencia política». Pero tampoco estaba yo dispuesto a simplemente defender lo hasta ahora vigente,
a poner todo al mismo nivel mediante una labor de mera mediación y equilibrio y a mantenerlo en la
mediocridad. Había en juego —estaba plenamente convencido— cosas demasiado esenciales que
sobrepasaban con mucho todo lo que afectaba a la Universidad.
Pero también estaba para mí muy claro que, ante todo, habían de acentuarse y afirmarse las
posibilidades positivas que yo veía entonces en el movimiento, con el fin de preparar una unión de
todas las fuerzas más capaces que estuviera fundada objetivamente y no de forma puramente fáctica.
La simple e inmediata oposición no habría estado de acuerdo con mi convicción de entonces —que
nunca fue la de un creyente en el partido— ni habría sido prudente.
Para caracterizar mi actitud fundamental durante el rectorado hay que establecer firmemente lo
siguiente:
1. No fui nunca llamado por ninguna instancia del partido a ningún tipo de deliberación política;
ni nunca busqué tampoco una tal colaboración.
2. Tampoco mantuve ninguna clase de relación personal o política con funcionarios del partido.
El propósito y la actitud de mi rectorado se encuentran expresados en el discurso rectoral de
mayo de 1933.
Sin embargo, en él, como en cualquier palabra hablada, todo depende de la interpretación y de
que se tenga la disposición de acogerse a lo esencial y de ponerlo ante la mirada. El núcleo del
discurso del rectorado, que ya sólo por su extensión se hace perceptible, es la exposición de la
esencia del saber y de la ciencia, en la que se basa la Universidad, y que es el fundamento sobre el
que debe afirmarse en su esencia también como Universidad alemana. El servicio del saber no es
mencionado en tercer lugar, junto con el servicio del trabajo y el servicio de las armas, porque se
subordine a ellos, sino porque el saber es lo que auténtica y primordialmente concentra la esencia de
la Universidad y, por ende, la reflexión. En lo que toca al mencionado servicio del trabajo,
permítaseme recordar que este «servicio» surgió y tomó forma, por exigencias de la época y por
voluntad de la juventud, mucho antes de 1933. Y el «servicio de las armas» no lo mencioné en un
sentido militarista ni en un sentido agresivo, sino que lo pensé como legítima defensa.
El núcleo del discurso se propone la explicación de la esencia del saber, de la ciencia y de las
profesiones, cuya preparación se basa en la ciencia. En su contenido son de destacar cuatro
momentos principales:
1. La fundamentación de las ciencias en la experiencia del ámbito esencial de su campo de
objetos.
2. La esencia de la verdad entendida como dejar ser al ente como es.
3. El mantenimiento de la tradición del inicio del saber occidental en el mundo griego (cfr. mi
curso de dos horas semanales, «El inicio de la filosofía occidental», en el semestre de verano de
1932)[74].
4. De acuerdo con ello, la responsabilidad de Occidente.
En todo ello hay un decidido rechazo de la idea de «ciencia política», propagada por el
nacionalsocialismo como grosera simplificación de la concepción de la verdad y del conocimiento
de Nietzsche. La recusación de la idea de ciencia política está, además, claramente expresada en el
texto.
La actitud del reflexionar y del cuestionar está orientada a la «lucha». Pero ¿qué significa
«lucha» en el discurso? Si lo esencial de la reflexión se retrotrae a la επιστήμη griega, esto es, a la
άλήνεια, puede fácilmente suponerse que la esencia de la «lucha» no está concebida a capricho. La
«lucha» está pensada en el sentido del fragmento 53 de Heráclito. Pero, para comprender esa
sentencia —tan frecuentemente citada y con la misma frecuencia malentendida—, hay que atender
previamente a dos cosas, a las que a menudo ya me refería en mis cursos y seminarios:
1. La palabra πολεμος, con la que empieza el fragmento, no significa «guerra», sino lo mismo que
la palabra ’εοις, que Heráclito usa con el mismo sentido. Pero ésta significa «disputa», pero no
disputa en el sentido de riña, altercado o mero desacuerdo, y menos aún de empleo de la fuerza y
derrota del enemigo, sino posición-de-uno-frente-a-otro[75], de tal manera que en ella la esencia de
los que se ponen en frente se expone al otro y, así, se muestra y sale a la luz, lo que en griego
significa: salir a lo desoculto y verdadero. Puesto que la lucha es el exponerse a lo esencial,
reconociéndose mutuamente, se habla siempre en el discurso, que coloca este cuestionar y reflexionar
en la «lucha», del «estar expuesto». Que esta expresión está en la dirección de la sentencia heraclítea
lo atestigua la propia sentencia con toda claridad. Pero hay que atender aún a un segundo punto.
2. No sólo no podemos pensar πόλεμος como guerra ni tampoco emplear la frase —que se supone
de Heráclito— «la guerra es el padre de todas las cosas» para invocar la guerra y el combate como
el supremo principio del ser y, de esta forma, justificar filosóficamente la guerra:
Tenemos sobre todo que, a la vez, darnos cuenta de que la sentencia de Heráclito —citada de la
forma habitual— todo lo falsea, porque así desaparece la totalidad de la sentencia y, con ello, lo
esencial. Dice íntegramente:
«La disputa es en efecto la siembra de todo, pero también (y sobre todo) es lo supremo de todo
—lo que todo mantiene—, pues permite a los unos aparecer como dioses, a los otros como hombres,
pues a los unos les permite salir a lo abierto como esclavos, a los otros como libres».
La esencia del πόλεμος radica en el δεικνύναι (aparecer) y en el xotειν (pro-ducir), que en griego
significa: colocar delante, abierto a la vista. Esta es la esencia de la «lucha» filosóficamente
pensada, y lo que se dice en el discurso está pensado de manera puramente filosófica.
Ejerciéndose como disputa, esta reflexión sobre su ámbito esencial tiene que realizarse en todas
las ciencias, de lo contrario se quedan en «ciencia» sin saber[76]. A partir de tal reflexión sobre el
todo de las ciencias, la propia Universidad se pone a sí misma sobre su fundamento esencial, que
sólo es accesible para el saber que ella cultiva; por ello su esencia no puede ser determinada desde
ningún otro lugar, la «política» o cualquier otra instancia.
De acuerdo con esta concepción y con esta actitud básicas el discurso lleva el título de La
autoafirmación de la Universidad alemana. Muy pocos se dieron claramente cuenta de lo que ya
este título de por sí significaba en el año 1933, pues sólo pocos de aquellos a los que iba dirigido se
tomaron el trabajo de, sin ideas preconcebidas y sin ofuscarse por habladurías, pensar con claridad
lo que se dijo.
También se puede, evidentemente, proceder de otro modo. Puede uno dispensarse de la reflexión
y atenerse a la fácil idea de que, inmediatamente después de la toma del poder por el
nacionalsocialismo, un rector recién elegido pronunció un discurso sobre la Universidad, que
defiende «el» nacionalsocialismo, es decir, que propaga la idea de «ciencia política», idea que
significa, toscamente entendida, «verdadero es lo que sirve al pueblo». De donde se deduce, desde
luego con razón, que así se niega la esencia de la Universidad alemana en su mismo centro y se
trabaja por su destrucción, con lo que el título habría más bien de decir: «La autonegación de la
universidad alemana»[77]. Puede procederse así, cuando se tiene la suficiente falta de juicio e
incapacidad para la reflexión, cuando se tiene la suficiente comodidad para dejarse llevar por las
habladurías, cuando se tiene la suficiente dosis de malevolencia.
Puede procederse tan irresponsablemente en la interpretación del discurso; pero no es lícito
entonces pretender pasar por alguien que se dice responsable del espíritu y de la salvación de la
Universidad alemana. Pues pensar con tal superficialidad, y con tal superficialidad parlotear en
público, corresponde quizá a métodos políticos, pero contradice el espíritu de objetividad que es
intrínseco al pensamiento y que, sin embargo, se pretende salvar.
El discurso no fue entendido por aquellos a quienes iba dirigido; no fue entendido su contenido ni
tampoco el punto de vista desde el que decía lo que iba a ser, durante mi actividad en el cargo, la
clave para distinguir lo esencial de lo menos esencial y de lo puramente superficial.
El discurso, y con él mi actitud, fue aún menos comprendido por el partido y las instancias
dirigentes, pero, sin embargo, fue «entendido», en la medida en que enseguida se intuyó su oposición.
El ministro Wacker[78] me dijo ya el mismo día, tras la comida ofrecida por el rectorado en el
«Kopf», cuál era su «opinión» sobre el discurso que acababa de oír.
1. Se trataba de una especie de «nacionalsocialismo privado», que eludía las perspectivas del
programa del partido.
2. Sobre todo: el conjunto del discurso no estaba construido sobre la idea de raza.
3. No podía aceptar el rechazo de la idea de «ciencia política», aunque podía comprender que
dicha idea no estaba aún suficientemente fundada.
Esta toma de posición del ministro no era indiferente, puesto que enseguida fue dada a conocer al
entonces jefe estudiantil de la región[79], Scheel, al profesor de medicina Dr. Stein y a Krieck[80] en
Francfort. Estos tres dominaban, por lo demás, desde el principio, el ministerio de cultura en
Karlsruhe y tenían completamente en sus manos al de por sí inocente y bondadoso encargado de
asuntos universitarios, el consejero ministerial Fehrle.
Poco tiempo después de la fiesta de toma de posesión del rectorado me fue dado a entender,
estando personalmente en el ministerio, lo siguiente: 1. Que en el futuro no era deseable la presencia
del arzobispo en tales celebraciones; 2. Que mi discurso en la sobremesa de la fiesta del rectorado
cometía un desliz al destacar de la Facultad de Teología al colega Sauer y acentuar lo que yo le debía
en mi formación científica y académica.
Que el ministerio pusiera sobre el tapete cosas tales no era sólo significativo de su actitud
general, sino que ponía de manifiesto que en absoluto se estaba dispuesto a acoger lo que yo, por
encima de toda disputa o querella, pretendía para la renovación de la Universidad.
Ya antes llevaba algunas semanas en el cargo. Mi primera disposición oficial fue, en el segundo
día de mi rectorado, prohibir que se colgara el «cartel de judío» en ningún lugar de la Universidad.
El cartel colgaba ya en todas las Universidades alemanas. Le expliqué al jefe estudiantil que,
mientras yo fuera rector, ese cartel no tendría sitio dentro de la Universidad. Tras lo cual se marchó
con sus dos acompañantes, advirtiendo que comunicaría esta prohibición a la jefatura de estudiantes
del Reich. Aproximadamente ocho días después recibí una llamada telefónica de la oficina
universitaria de la jefatura suprema de las SA, por medio del jefe de grupo Dr. Baumann. Exigía que
se colgara el cartel de judío; en caso contrario, podía contar con mi destitución, si no con el cierre de
la Universidad. Me negué de nuevo. El ministro Wacker explicó que no podía hacer nada contra las
SA, que adoptaban entonces el papel que luego tomaron las SS.
El referido suceso era sólo el primer indicio de una situación que, a lo largo del año de mi
rectorado, apareció cada vez con mayor nitidez: los más diversos grupos de presión políticos y las
más diversas comunidades de interés tomaban a la Universidad como campo de sus exigencias y
reclamaciones; el ministerio desempeñaba a menudo un papel secundario y estaba además ocupado
en asegurar una autonomía frente a Berlín. Lo único que por doquier estaba en juego eran luchas de
poder, cuyos contendientes se interesaban por la Universidad sólo porque, como institución —como
estudiantado y profesorado—, representaba un factor de poder. Además, los grupos profesionales de
médicos, jueces y profesores declaraban sus pretensiones políticas y reclamaban la eliminación de
los catedráticos que les resultaban incómodos o sospechosos.
Toda esta atmósfera de confusión dominante no ofrecía posibilidad alguna de poner en práctica,
ni siquiera de dar a conocer, aquellos esfuerzos a los que únicamente me apliqué y que fueron la
razón de que aceptara el cargo: la reflexión sobre la actitud científica y sobre la esencia de la
enseñanza. El semestre de verano pasó y se malgastó en discusiones personales e institucionales.
Lo único fructífero, aunque sólo en un sentido negativo, consistió en que pude impedir, en la
«purga» que, con frecuencia, amenazaba sobrepasar toda finalidad y todo límite, injusticias y daños a
la Universidad y a mis colegas.
Los resultados de esta labor meramente preventiva no aparecían públicamente, e incluso era
innecesario que los colegas supieran de ella. Colegas considerados y meritorios de las Facultades de
Derecho, Medicina y Ciencias se asombrarían si supieran lo que entonces se reservaba para ellos.
En las primeras semanas de actividad en el cargo se me hizo saber que el ministro tenía interés en
que los rectores pertenecieran al partido. Un día se personaron en el rectorado el entonces jefe del
distrito[81], Dr. Kerber[82], el subjefe y un tercer miembro de la dirección del distrito para invitarme a
entrar en el partido. Aunque nunca antes había pertenecido a ningún partido, acepté la invitación
únicamente en interés de la Universidad —que en el juego de fuerzas políticas no tenía ningún peso
—, pero sólo con la condición, expresamente reconocida, de que nunca aceptaría para mi persona, y
mucho menos como rector, un cargo en el partido ni ejercería ningún tipo de actividad en él. He
mantenido siempre esta condición, lo cual no ha sido difícil, puesto que desde que dimití en febrero
de 1934 (cfr. después) se me consideraba políticamente dudoso y era vigilado de manera creciente
cada año.
El ingreso en el partido fue una pura formalidad, dado que sus dirigentes no pensaron atribuirme
papel alguno en sus deliberaciones sobre cuestiones universitarias, culturales o de educación.
Durante todo mi rectorado nunca participé en ningún tipo de deliberación, diálogo o toma de decisión
de la dirección del partido o de cualquiera de sus diversos órganos. La Universidad seguía siendo
sospechosa, pero al mismo tiempo se la quería utilizar para los fines de la propaganda cultural.
Yo mismo estaba cada día más ocupado con cosas que, respecto de mis verdaderos proyectos, no
podía por menos que considerarlas carentes de importancia. No sólo no estaba interesado en la
gestión formal de esos vacíos asuntos burocráticos, sino que carecía de experiencia, pues siempre
hasta entonces había rechazado todo cargo académico y era, por tanto, un principiante. A ello se
añadía la desafortunada circunstancia de que el jefe de la secretaría estaba sólo desde hacía poco en
el cargo y era igualmente inexperto en las cosas de la Universidad. De esta manera, se produjeron
algunas insuficiencias, incorrecciones y faltas de precaución que, al parecer, fueron lo único que
ocupó a los colegas. El discurso del rectorado fue en vano y se olvidó al día siguiente de la fiesta;
durante todo el tiempo que duró el rectorado ni uno solo de los colegas hizo ningún tipo de
pronunciamiento sobre el discurso. Seguían moviéndose en las, desde décadas, trilladas sendas de la
política universitaria.
Toda esta confusión y la preponderancia que en ella tomaba lo inesencial habrían sido
soportables si en el curso del semestre de verano del 33 no se anunciaran, cada vez más nítidamente,
dos peligros para la Universidad.
Con ocasión de una conferencia en la Universidad de Heidelberg sobre la esencia de la ciencia,
supe por el Dr. Stein y Scheel de la existencia de planes para cambiar varias cátedras en Friburgo.
Había que situar en los puestos clave de la Universidad a miembros de confianza del partido, con lo
que se abría la posibilidad de, sobre todo, ocupar los decanatos con miembros del partido. Se
afirmaba que ahora, de momento, para ocupar esos puestos no importaba tanto el rango científico y la
aptitud como profesor, cuanto la confianza política y la eficacia activista. También en estas
manifestaciones y propósitos se mostraba de nuevo que la influencia de Krieck aumentaba desde
Francfort en Heidelberg y Karlsruhe. Se me dio a entender en Karlsruhe que no sería tolerable
mantener en su puesto a los hasta ahora decanos: las Facultades necesitaban una dirección
nacionalsocialista. Era, pues, necesario, para precaverse contra esta amenaza a la esencia de la
Universidad, actuar de forma adecuada.
El segundo peligro venía de fuera, y pudo conocerse en la conferencia de rectores que tuvo lugar
en el semestre de verano en Erfurt. Consistía en el intento de que la entera actividad académica de
las Facultades fuera determinada por las exigencias y necesidades de las corporaciones
profesionales de médicos, jueces y maestros, con lo que la Universidad se desharía en escuelas
técnicas. No sólo se hallaba amenazada la unidad interna de la Universidad, sino también el tipo
fundamental de la enseñanza académica, es decir, aquello que yo intentaba salvar mediante su
renovación y que fue la única razón de que aceptara el rectorado.
Traté de hacer frente a los dos peligros que amenazaban, el de Heidelberg y el de la tendencia a
escuelas técnicas, mediante la propuesta de un cambio en la constitución de la Universidad[83];
cambio que debía permitir que los decanatos se ocuparan de forma que pudiera salvarse la esencia
de las Facultades y la unidad de la Universidad. El motivo del cambio de constitución no era en
absoluto un afán de activismo revolucionario y ansioso de novedad, sino la evidencia de los
referidos peligros, que, si se miraba a la distribución y al juego de las fuerzas políticas, no eran, en
modo alguno, imaginarios.
En el interior de la Universidad, donde siempre se permanecía exclusiva y unilateralmente
aferrado a lo hasta ahora vigente, el cambio de constitución se miró de modo únicamente institucional
y jurídico; al mismo tiempo, el nombramiento de los nuevos decanos se valoró sólo desde el punto de
vista de la promoción o la postergación personales.
Como decanos para el semestre de invierno de 1933-1934 nombré a colegas que, no sólo a mi
personal parecer, sino de acuerdo con el parecer general, tenían un nombre en su especialidad y en el
mundo científico y ofrecían la garantía de que, cada uno a su manera, pondrían el espíritu de la
ciencia en el centro de su trabajo en la Facultad. Ninguno de ellos era miembro del partido. La
influencia de los funcionarios del partido fue excluida. Existía la esperanza de mantener y reavivar la
tradición del espíritu científico en las Facultades.
Pero las cosas sucedieron de otra manera. Todas las esperanzas fueron defraudadas. Todo
esfuerzo por lo auténtico fue en vano.
Un indicio curioso que presagiaba el desarrollo del semestre de invierno del 33-34 fue el
«Campamento de Todnauberg», que debía preparar a profesores y estudiantes con vistas al verdadero
trabajo del semestre y esclarecer mi concepción de la esencia de la ciencia y del trabajo científico,
sometiéndola a discusión y diálogo.
La elección de los participantes en el campamento no se llevó a cabo en función de que
pertenecieran al partido ni de que actuaran de conformidad con el nacionalsocialismo. En cuanto el
plan del campamento fue conocido en Karlsruhe, llegó de Heidelberg el expreso deseo de que se les
permitiera enviar algunos participantes. Inmediatamente Heidelberg se puso de acuerdo con Kiel.
Con una conferencia sobre Universidad y ciencia, intenté aclarar el núcleo esencial del discurso
del rectorado y presentar más rigurosamente la tarea de la Universidad, refiriéndola a los
mencionados principios. Surgieron enseguida, en grupos aislados, fructíferos diálogos sobre el saber
y la ciencia, saber y creer, fe y concepción del mundo. Por la mañana del segundo día aparecieron en
coche —de repente y sin previo aviso— el jefe estudiantil de la región, Scheel, y el Dr. Stein, y se
pusieron a hablar vehementemente con los participantes de Heidelberg en el campamento, cuya
«función» se hizo poco a poco patente. El Dr. Stein pidió dar también él una conferencia. Habló
sobre la raza y el principio de la raza. La conferencia fue escuchada por los participantes en el
campamento, pero no la debatieron después. El grupo de Heidelberg tenía la misión de hacer saltar el
campamento. Pero no se trataba en realidad del campamento, sino de la Universidad de Friburgo,
cuyas Facultades no podían ser dirigidas por miembros del partido. Fueron hechos desagradables, en
parte dolorosos, pero que tuve que aceptar, si no quería que se echara a perder de antemano el ya
inminente semestre de invierno. Quizá habría sido mejor dimitir ya en ese momento. Pero entonces no
contaba aún con lo que pronto salió a la luz: la agudización de la oposición por parte tanto del
ministerio y del grupo de Heidelberg, que en él mandaba, como de los colegas.
Aunque el ministro estaba formalmente de acuerdo con el nombramiento de los nuevos decanos,
encontraba sin embargo extraño no sólo que ningún puesto fuera ocupado por miembros del partido,
sino que incluso me hubiera atrevido a nombrar decano de la Facultad de Medicina precisamente al
hombre que, seis meses antes, el ministro había rechazado por considerar intolerable que ocupara el
cargo de rector. Además, del ministerio llegaba cada vez más nítidamente el deseo de que la idea de
ciencia política había de ponerse en práctica en la Universidad de Friburgo con mucha más seriedad
de lo que hasta ahora se había hecho.
Fue, sin embargo, sorprendente que en el curso del semestre de invierno se me aconsejara
repetidas veces, desde círculos de la Facultad de Medicina y de la Facultad de Derecho, que
procediera a un cambio en los decanatos y que sustituyera por otros a los colegas von Möllendorf y
Wolf[84]. Yo había atribuido estos deseos a disputas y rivalidades dentro de ambas Facultades y no
les había prestado mayor atención. Hasta que, al acabar el invierno, hacia el final del semestre del
33-34, fui llamado a Karlsruhe, donde el consejero ministerial Fehrle, en presencia del jefe
estudiantil de la región, Scheel, me manifestó que el ministro deseaba que relevara de sus puestos a
estos decanos, von Möllendorf y Wolf.
Inmediatamente le expliqué que en ningún caso lo haría y que no podía responder, ni personal ni
objetivamente, de un tal cambio. En caso de que el ministro insistiera en su deseo, no me quedaba
más remedio que dimitir de mi cargo como protesta contra esta exigencia. El señor Fehrle me dijo
entonces que, especialmente respecto del colega Wolf, era también deseo de la Facultad de Derecho
que el decanato fuera ocupado por otro. A lo cual repliqué que dimitía y que solicitaba una entrevista
con el ministro. Mientras lo decía, una sonrisa pasó por el rostro de Scheel, el jefe estudiantil de la
región: se había logrado por esta vía lo que se buscaba. Pero también se había puesto de manifiesto
inequívocamente que círculos de la Universidad, que se irritaban con todo lo que pareciera
nacionalsocialismo, no temieron conspirar con el ministerio y con el grupo que en él dominaba para
apartarme del cargo.
En la entrevista con el ministro —que aceptó enseguida mi dimisión— se mostró con claridad
que existía una divergencia insuperable entre la concepción nacionalsocialista de la Universidad y de
la ciencia, y la mía. El ministro declaró que no deseaba, sin embargo, que esta oposición, que para él
descansaba en la incompatibilidad de mi filosofía con la visión nacionalsocialista del mundo,
trascendiera públicamente como un conflicto entre la Universidad friburguesa y el ministerio.
Respondí que yo no podía tener ya ningún interés en ello, puesto que la Universidad y el ministerio
marchaban al unísono y a mí no me interesaba, por un conflicto, exponer mi persona a las
habladurías. El ministro respondió que, si la dimisión no era muy llamativa, era muy dueño de hacer
lo que creyera necesario.
Y algo hice, dado que, en la ceremonia de transmisión del rectorado, me negué à participar de la
forma habitual como rector saliente y a dar el correspondiente informe. En la Universidad se
entendió este rechazo y, por supuesto, no se me invitó a las deliberaciones ulteriores, como
habitualmente se hacía y, después de mí, se siguió haciendo con el rector saliente.
Desde abril de 1934 viví fuera de la Universidad, por cuanto ya no me ocupaba de los
«acontecimientos», sino que intentaba cumplir, de acuerdo con mis fuerzas, lo más necesario de mis
deberes de profesor. Pero incluso la enseñanza fue, en los años siguientes, más que nada un diálogo
del pensamiento esencial consigo mismo. Quizá lograba todavía encontrar y despertar, aquí y allá, a
algunas personas, pero no se plasmaba en una estructura que, desarrollándose a partir de un
comportamiento definido, pudiera dar lugar de nuevo a algo original.
El caso, en sí mismo insignificante, del rectorado de 1933/1934 es un signo del estado metafísico
esencial en que se encuentra la ciencia, que ya no puede ser dominada por intentos de renovación y
que no puede ser detenida en su transformación esencial en pura técnica. No llegué a comprender
esto hasta los años siguientes (cfr. «La fundación de la imagen moderna del mundo por la
metafísica»)[85]. El rectorado fue un intento de ver en el «movimiento» llegado al poder, por encima
de sus insuficiencias y tosquedades, lo que apuntaba más allá y que podía quizá llevar un día a una
concentración en torno a la esencia histórica occidental de lo alemán. En manera alguna debe negarse
que yo creía entonces en tales posibilidades y que para ello renuncié, en pos de una acción
administrativa, a lo más propio del oficio del pensamiento. En manera alguna se debe quitar
importancia a lo que mi propia insuficiencia en el cargo produjo. Sólo que desde esta perspectiva no
se alcanza lo esencial, que fue lo que me llevó a aceptar el cargo. Los diversos juicios sobre este
rectorado, hechos en el horizonte de un ejercicio académico normal, pueden, a su modo, ser correctos
y tener razón, pero no afectan a lo esencial. Y hoy la posibilidad de abrir los ofuscados ojos al
horizonte de lo que es esencial es aún menor que entonces.
Lo esencial es que estamos en medio de la consumación del nihilismo, que «Dios ha muerto» y
que todo espacio-tiempo para la divinidad está cerrado. Que, sin embargo, la superación del
nihilismo se anuncia en el pensar poético y en el cantar de lo alemán; lo cual, evidentemente, no es
percibido todavía, en lo más mínimo, por los alemanes, pues se afanan en organizarse según las
pautas del nihilismo circundante y no conocen la esencia de una autoafirmación histórica.
SPIEGEL: Profesor Heidegger, constantemente hemos podido comprobar que su obra filosófica
está un tanto ensombrecida por ciertos sucesos de su vida, que no duraron mucho y que nunca han
sido aclarados, bien porque ha sido Vd. demasiado orgulloso, bien porque no ha estimado
conveniente pronunciarse sobre ellos.
HEIDEGGER: ¿Se refiere a 1933?
SPIEGEL: Sí, antes y después. Querríamos plantear este tema en un contexto más amplio y, desde
él, llegar a cuestiones que parecen importantes, tales como: ¿qué posibilidades hay, partiendo de la
filosofía, de actuar sobre la realidad, también sobre la realidad política? ¿Existe aún esa
posibilidad? Y si existe, ¿cómo es?
HEIDEGGER: Son cuestiones importantes, que no sé si podré responderlas todas. Pero, por lo
pronto, tengo que decir que de ninguna manera, antes de mi rectorado, había actuado políticamente.
Durante el semestre de invierno de 1932-1933 tuve vacaciones, y la mayor parte del tiempo estuve
arriba, en mi cabaña.
SPIEGEL: ¿Cómo llegó entonces a ser rector de la Universidad de Friburgo?
HEIDEGGER: En diciembre de 1932 fue elegido rector mi vecino von Möllendorf, catedrático de
Anatomía. La toma de posesión del nuevo rector era, en esta Universidad, el 15 de abril. Durante el
semestre de invierno del 32-33 hablamos con frecuencia sobre la situación, no sólo política, sino
especialmente universitaria, sobre la situación, en buena parte sin perspectivas, de los estudiantes.
Mi juicio era el siguiente: por lo que yo puedo ver, sólo queda una posibilidad: intentar, con las
fuerzas constructivas, que aún están realmente vivas, controlar el desarrollo futuro.
SPIEGEL: ¿Veía Vd., pues, una relación entre la situación de la Universidad alemana y la situación
política general de Alemania?
HEIDEGGER: Evidentemente seguía los acontecimientos políticos que tuvieron lugar entre enero y
marzo de 1933 y hablé sobre ellos ocasionalmente con jóvenes colegas. Pero mi trabajo estaba
dedicado a una interpretación global del pensamiento presocrático. Al empezar el semestre de
verano me volví a Friburgo. Entretanto, el 15 de abril, el profesor von Möllendorf había tomado
posesión como rector. Apenas dos semanas después era relevado de su cargo por el entonces
ministro de Cultura de Baden, Wakker. La ocasión, que presumiblemente estaban esperando, para esta
decisión del ministro la ofreció el hecho de que el rector había prohibido que en la Universidad se
colgara el llamado «cartel de judío».
SPIEGEL: Von Möllendorf era socialdemócrata. ¿Qué hizo tras su destitución?
HEIDEGGER: Ya el mismo día de su destitución vino von Möllendorf y me dijo: «Heidegger, ahora
tiene Vd. que aceptar el rectorado». Yo puse en consideración que carecía de experiencia en la
administración. Sin embargo, el entonces vicerrector Sauer (teólogo) me presionó para presentar mi
candidatura a la nueva elección de rector, porque, si no lo hacía, existía el peligro de que el
ministerio nombrara rector a un funcionario. Jóvenes colegas con los que desde hacía años había
discutido cuestiones universitarias me asediaban para que aceptara el rectorado. Vacilé largo tiempo.
Finalmente, declaré que estaría dispuesto a aceptar el cargo, y sólo en interés de la Universidad,
cuando estuviera seguro de la máxima adhesión del pleno. Pero, entretanto, se mantenían mis dudas
sobre mi idoneidad para ejercer el rectorado, de manera que la misma mañana del día fijado para la
elección me dirigí al rectorado y les dije, al depuesto colega von Möllendorf, allí presente, y al
vicerrector Sauer, que no podía aceptar el cargo. A lo cual ambos contestaron que la elección estaba
ya preparada y no podía volverme atrás.
SPIEGEL: Tras ello se declaró Vd., por fin, dispuesto. ¿Cómo se desarrollaron entonces sus
relaciones con los nacionalsocialistas?
HEIDEGGER: Dos días después de mi toma de posesión apareció en el rectorado el «jefe
estudiantil» con dos acompañantes y exigió de nuevo que se colgara el «cartel de judío». Me negué.
Los tres estudiantes se alejaron advirtiendo que la prohibición sería comunicada a la jefatura de
estudiantes del Reich. Algunos días después recibí una llamada telefónica del jefe de grupo de las
SA Dr. Baumann, desde la oficina universitaria de la jefatura suprema de las SA. Exigía que se
colgase el «cartel de judío»; en caso contrario, podía contar con mi destitución, si no con el cierre de
la Universidad. Lo rechacé e intenté conseguir el apoyo del ministro de Cultura de Baden. Pero me
explicó que no podía hacer nada contra las SA. Sin embargo, no retiré mi prohibición.
SPIEGEL: Hasta ahora esto no se sabía.
HEIDEGGER: El motivo fundamental que me llevó a aceptar el rectorado está ya en mi lección
inaugural de Friburgo, titulada ¿Qué es Metafísica: «Los dominios de las ciencias están muy
distantes entre sí. El modo de tratar sus objetos es radicalmente diverso. Esta dispersa multiplicidad
de disciplinas se mantiene, todavía, unida, gracias tan sólo a la organización técnica de las
Universidades y Facultades, y conserva una significación por la finalidad práctica de las
especialidades. En cambio, el enraizamiento de las ciencias en su fundamento esencial se ha perdido
por completo»[101]. Lo que intenté, mientras estuve en el cargo, en relación con esta situación de las
Universidades —hoy degenerada hasta el extremo— está expuesto en mi discurso rectoral.
SPIEGEL: Queremos intentar descubrir si estas manifestaciones de 1929 coinciden con lo que Vd.
decía en su discurso inaugural como rector en 1933, y de qué manera. Sacamos ahora de su contexto
esta frase: «La tan celebrada “libertad académica” es expulsada de la Universidad; pues, por
puramente negativa, es inauténtica»[102]. Creemos que puede suponerse que esta frase expresa,
parcialmente al menos, ideas de las que Vd., aún hoy, no está lejos.
HEIDEGGER: Sí, estoy de acuerdo. Pues esta «libertad» académica era en lo fundamental
puramente negativa: liberarse del esfuerzo de comprometerse con lo que el estudio académico exige
de meditación y reflexión. Por lo demás, la frase que Vd. ha extraído, no debe verse aislada, sino en
su contexto; entonces se verá claro lo que quise dar a entender con «libertad negativa».
SPIEGEL: Bien, eso se comprende. Sin embargo, creemos percibir en su discurso rectoral un tono
nuevo, cuando habla en él, cuatro meses después del nombramiento de Hitler como canciller del
Reich, de «la grandeza y el esplendor de esta puesta en marcha»[103].
HEIDEGGER: Sí, estaba convencido de ello.
SPIEGEL: ¿Podría explicar esto algo más?
HEIDEGGER: Con mucho gusto. Yo no veía entonces otra alternativa. En medio de la confusión
general de las opiniones y de las tendencias políticas de veintidós partidos, había que encontrar una
orientación nacional y sobre todo social, más o menos en el sentido de Friedrich Naumann[104]. Sólo
a título de ejemplo podría citar aquí un artículo de Eduard Spranger, que va mucho más allá de mi
discurso rectoral[105].
SPIEGEL: ¿Cuándo comenzó Vd. a ocuparse de los asuntos políticos? Los veintidós partidos hacía
tiempo que existían. También había ya millones de parados en 1930.
HEIDEGGER: En esa época estaba todavía enteramente absorto en cuestiones que están
desarrolladas en Ser y Tiempo (1927) y en los escritos y conferencias de los años siguientes,
cuestiones básicas del pensamiento, que afectan también, indirectamente, a cuestiones nacionales y
sociales. Como profesor en la Universidad, tenía directamente ante la vista la pregunta por el sentido
de las ciencias y, con ello, la determinación del cometido de la Universidad. Este esfuerzo está
expresado en el título de mi discurso rectoral, La autoafirmación de la Universidad alemana. Un
título así nadie se habría atrevido a ponerlo en ningún discurso rectoral de la época. Pero los que
polemizan contra este discurso, ¿lo han leído a fondo, ponderándolo y comprendiéndolo a la luz de la
situación de entonces?
SPIEGEL: Autoafirmación de la Universidad, en un mundo tan turbulento, ¿no resulta un poco
inadecuado?
HEIDEGGER: ¿Por qué? «Autoafirmación de la Universidad», esto va contra la llamada «ciencia
política», que en aquella época exigían el partido y el estudiantado nacionalsocialista. Ese nombre
tenía entonces un sentido completamente distinto; no significaba, como hoy, politología, sino que
quería decir: la ciencia en cuanto tal, su sentido y su valor, han de evaluarse por su utilidad práctica
para el pueblo. La oposición a esta politización de la ciencia se expresa intencionadamente en mi
discurso rectoral.
SPIEGEL: ¿Quiere Vd. decir entonces que, cuando acogió en la Universidad lo que Vd. entonces
estimaba como una puesta en marcha, pretendía afirmar la Universidad contra corrientes quizá
demasiado poderosas, que no habrían respetado a la Universidad su peculiaridad?
HEIDEGGER: Exactamente, pero la autoafirmación debía a la vez plantearse la tarea positiva de
recuperar, frente a la mera organización técnica de la Universidad, un nuevo sentido, reflexionando
sobre la tradición del pensamiento europeo occidental.
SPIEGEL: Profesor, ¿hemos de entender, pues, que Vd. creyó entonces que podía lograrse una
mejoría de la Universidad colaborando con los nacionalsocialistas?
HEIDEGGER: Eso está expresado de manera falsa. No en colaboración con los nacionalsocialistas,
sino que la Universidad debía otra vez renovarse a partir de su propia reflexión y lograr así una
posición firme frente al peligro de una politización de la ciencia, en el sentido que antes mencioné.
SPIEGEL: Y por eso proclamó Vd. en su discurso rectoral estos tres pilares: «Servicio del
trabajo», «Servicio de las armas», «Servicio del saber». ¿Pensaba Vd. que de esta forma el servicio
del saber debía ser elevado al mismo rango que los otros dos, posición que los nacionalsocialistas
no le concedían?
HEIDEGGER: No se trata de «pilares». Si Vd. lee atentamente, el servicio del saber está desde
luego situado en tercer lugar, pero por su sentido su puesto es el primero. No hay que dejar de pensar
que el trabajo y la defensa armada, como cualquier actividad humana, se fundan en un saber, que los
ilumina.
SPIEGEL: Tenemos todavía que mencionar una frase —enseguida acabamos con estas citas inútiles
—, que no podemos imaginar que hoy siga suscribiendo. Decía Vd. en el otoño de 1933: «Ni los
dogmas ni las ideas son las reglas de nuestro ser. El Führer mismo y sólo él es la realidad alemana
actual y futura, y su ley».
HEIDEGGER: Estas frases no están en el discurso rectoral, sino en el periódico local de los
estudiantes de Friburgo, a principios del semestre de invierno de 1933-1934[106]. Cuando acepté el
rectorado, tenía claro que no podía pasar sin compromisos. Las citadas frases hoy ya no las
escribiría. Cosas de ese tipo ya no las volví a decir a partir de 1934. Pero todavía hoy repetiría, y
con más decisión que entonces, el discurso sobre La autoafirmación de la Universidad alemana,
obviamente sin referirlo al nacionalsocialismo. La sociedad ha ocupado el lugar del «pueblo». De
todos modos, el discurso habría sido hoy tan en vano como entonces.
SPIEGEL: ¿Nos permite que le interrumpamos otra vez? Hasta ahora, en el curso de esta
conversación, se ha mostrado con claridad que su actitud en 1933 se movía entre dos polos. En
primer lugar, Vd. tenía que decir algunas cosas ad usum Delphini. Este es uno de los polos. El otro
era, sin embargo, positivo: Vd. lo expresa así: yo tenía la sensación de que aquí había algo nuevo,
una puesta en marcha. Así lo ha dicho Vd.
HEIDEGGER: Así es.
SPIEGEL: Entre estos dos polos se ha… A partir de la situación esto es totalmente creíble.
HEIDEGGER: Cierto. Pero tengo que recalcar que la expresión ad usum Delphini es insuficiente.
Yo creía entonces que en el debate con el nacionalsocialismo podía abrirse un camino nuevo, el
único posible, para una renovación.
SPIEGEL: Vd. sabe que, en este contexto, se han elevado contra Vd. algunos reproches que afectan
a su colaboración con el NSDAP y sus asociaciones y que en la opinión pública aparecen aún como
no desmentidos. Así, se le ha reprochado que Vd. habría participado en la quema de libros
organizada por los estudiantes o por las Juventudes Hitlerianas.
HEIDEGGER: Yo prohibí la planeada quema de libros que debía haber tenido lugar ante el edificio
de la Universidad.
SPIEGEL: Además se le ha reprochado que Vd. permitiera que se retiraran de la Biblioteca de la
Universidad y del Seminario de Filosofía los libros de autores judíos.
HEIDEGGER: Como director del Seminario sólo podía disponer de su biblioteca. No accedí a las
reiteradas exigencias de retirar los libros de autores judíos. Antiguos participantes en mis
Seminarios podrían hoy atestiguar que no sólo no fue retirado ningún libro de autores judíos, sino que
estos autores, sobre todo Husserl, fueron citados y comentados como antes de 1933.
SPIEGEL: Queremos dejar esto claro. ¿Cómo se explica Vd. el surgimiento de tales rumores? ¿Es
mala voluntad?
HEIDEGGER: Por lo que sé de su origen, creo que así es; pero los motivos de la calumnia son más
profundos. La aceptación del rectorado es presumiblemente sólo la ocasión, no la razón
determinante. Por ello, la polémica probablemente se reavivará de nuevo cada vez que se ofrezca una
ocasión.
SPIEGEL: Vd. tuvo también, después de 1933, estudiantes judíos. Su relación con ellos,
probablemente no con todos, pero sí con algunos, debe de haber sido cordial.
HEIDEGGER: Mi actitud después de 1933 siguió siendo la misma. Una de mis más antiguas y más
dotadas estudiantes, Helene Weiss, que más tarde emigró a Escocia, se doctoró en Basilea con un
trabajo muy importante sobre Causalidad y azar en la filosofía de Aristóteles, impreso en Basilea en
1942, cuando su doctorado ya no fue posible en la Facultad de aquí. Al final del prefacio la autora
escribe: «El ensayo de interpretación fenomenológica, cuya primera parte presentamos aquí, ha sido
posible gracias a las interpretaciones inéditas de la filosofía griega de M. Heidegger». Puede Vd. ver
aquí el ejemplar que la autora me envió con una dedicatoria de su puño y letra en abril de 1948.
Antes de su muerte en Bruselas visité a la Sra. Weiss varias veces.
SPIEGEL: Durante largo tiempo fue Vd. amigo de Karl Jaspers. Después de 1933 empezó a
enturbiarse esta relación[107]. Se dice que este enturbiamiento guarda relación con el hecho de que la
mujer de Jaspers era judía. ¿Puede Vd. decir algo sobre esto?
HEIDEGGER: Eso que Vd. dice es mentira. Era amigo de Karl Jaspers desde 1919. Les visité, a él
y a su mujer, en el verano de 1933 en Heidelberg. Entre 1934 y 1938 me envió todas sus
publicaciones «con un cordial saludo». Aquí las tiene.
SPIEGEL: Aquí dice: «Con un cordial saludo». Pero el saludo no sería «cordial» si antes hubiera
habido un enturbiamiento[108]. Otra pregunta similar: Vd. fue discípulo de su predecesor judío en la
cátedra de la Universidad de Friburgo, Edmund Husserl[109]. El le propuso a Vd. como sucesor en la
cátedra. Su relación con él no puede haber estado exenta de agradecimiento.
HEIDEGGER: Vd. tiene la dedicatoria de Ser y Tiempo[110].
SPIEGEL: Claro.
HEIDEGGER: En 1929 redacté el escrito de homenaje para su setenta cumpleaños y en la fiesta de
su casa pronuncié el discurso que, también en mayo de 1929, fue impreso en las comunicacioens
académicas.
SPIEGEL: Pero es más tarde cuando se enturbian las relaciones. ¿Puede Vd., si lo desea, decirnos
a qué hay que atribuirlo?
HEIDEGGER: Las diferencias, desde el punto de vista objetivo, se habían agudizado. A comienzos
de los años treinta Husserl llevó a cabo públicamente un ajuste de cuentas con Max Scheler[111] y
conmigo en términos inequívocos. Qué movió a Husserl a pronunciarse con tal notoriedad contra mi
pensamiento, no he podido saberlo.
SPIEGEL: ¿Con ocasión de qué fue eso?
HEIDEGGER: En la Universidad de Berlín Husserl habló ante 1600 oyentes. Heinrich Mühsam
habló en uno de los grandes periódicos de Berlín de un «ambiente de palacio de deportes»[112].
SPIEGEL: En nuestro contexto la disputa en sí misma no tiene interés. Sólo interesa que no hubo
una disputa que tuviera algo que ver con el año 1933.
HEIDEGGER: En lo más mínimo.
SPIEGEL: Esa era también nuestra idea. Pero ¿no es cierto que más tarde Vd. retiró de Ser y
Tiempo la dedicatoria a Husserl?
HEIDEGGER: Es cierto. He explicado este hecho en mi libro De camino hacia el lenguaje[113]. En
él escribí: «Con el fin de hacer frente a falsas afirmaciones, ampliamente extendidas, hay que hacer
notar aquí expresamente que la dedicatoria de Ser y Tiempo, mencionada en el texto del diálogo
(p. 92), se mantuvo también en la 4.a edición de 1935. Cuando el editor vio en peligro la quinta
edición del libro —por una posible prohibición— se convino finalmente, a propuesta y por deseo de
Niemeyer[114], retirar la dedicatoria en esta edición, con la condición, que yo puse, de que se
mantuviera la nota de la página 38, que es donde realmente esa dedicatoria recibe su fundamento, y
que dice: “Si la siguiente investigación da algunos pasos hacia adelante por el camino que abre las
‘cosas mismas’, lo debe el autor en primera línea a E. Husserl, que le familiarizó durante los años de
estudio del autor en Friburgo con los más variados dominios de la investigación fenomenológica,
mediante una solícita dirección personal y la más liberal comunicación de trabajos inéditos”»[115].
SPIEGEL: Entonces ya no necesitamos preguntarle si es cierto que Vd., como rector de la
Universidad de Friburgo, prohibió la entrada o la utilización de la Biblioteca de la Universidad o del
Seminario de Filosofía al profesor emérito Husserl.
HEIDEGGER: Eso es una calumnia.
SPIEGEL: ¿Y no hay tampoco una carta en la que se expresa esta prohibición a Husserl? ¿De dónde
ha salido ese rumor?
HEIDEGGER: Tampoco lo sé, no encuentro para ello explicación alguna. Que todo este asunto es
inverosímil, puedo demostrárselo a través de algo que tampoco se conoce: Durante mi rectorado, el
ministerio pretendió retirar al director de la Clínica Universitaria, profesor Tannhauser, y al profesor
de Química y Física, futuro premio Nobel, von Hevesy, ambos judíos; tras una visita al ministro,
logré mantenerlos en sus puestos. Que mantuviera a estos dos hombres y que al mismo tiempo
actuara, de la forma que se ha divulgado, contra Husserl, profesor emérito y mi propio maestro, es
absurdo. Impedí también que estudiantes y profesores prepararan una manifestación contra el
profesor Tannhauser delante de su clínica. En la esquela que la familia Tannhauser publicó en el
periódico de aquí se dice: «Hasta 1934 fue el respetado director de la Clínica Universitaria en
Friburgo i. Br. Brocline, Mass., 18.12.1962». Sobre el profesor von Hevesy informaban las
Freiburger Universitätsblätter, Heft 11, febrero de 1966: «Durante los años 1926-1934 von Hevesy
fue director del Instituto de Física y Química de la Universidad de Friburgo i. Br.». Cuando yo
dimití, ambos directores fueron cesados de sus cargos. Había entonces profesores, que se habían
quedado sin cátedra, que pensaban: ahora es el momento de ascender. A toda esta gente la rechacé
cuando venía a verme.
SPIEGEL: Vd. no participó en 1938 en el entierro de Husserl. ¿Por qué?
HEIDEGGER: Sobre esto sólo querría decir lo siguiente: el reproche de que rompí mis relaciones
con Husserl carece de base. En mayo de 1933 mi mujer escribió a la Sra. Husserl, en nombre de los
dos, una carta en la que le testimoniábamos nuestro inalterable agradecimiento, y se la envié a casa
con un ramo de ñores. La Sra. Husserl contestó enseguida, dando las gracias de manera formal y
diciendo que las relaciones entre nuestras familias se habían roto. Que durante la enfermedad y
muerte de Husserl no le testimoniara una vez más mi agradecimiento y mi respeto, es un fallo
humano, del que más tarde pedí disculpas por carta a la Sra. Husserl.
SPIEGEL: Husserl murió en 1938. Ya en febrero de 1934 había Vd. dimitido del rectorado. ¿Cómo
sucedió?
HEIDEGGER: Aquí no tengo más remedio que remontarme un poco más atrás. Con la intención de
superar la organización técnica de la Universidad, es decir, de renovar las Facultades desde dentro,
partiendo de sus tareas objetivas, propuse nombrar como decanos para el semestre de invierno de
1933-1934 en algunas Facultades a colegas jóvenes, pero, sobre todo, destacados en su especialidad,
y desde luego sin mirar cuál era su posición respecto del partido. De esta manera fueron decanos los
profesores Erik Wolf en la Facultad de Derecho, Schadewalt[116] en la de Filosofía, Soergel en la de
Ciencias y von Möllendorf, que en primavera había sido destituido como rector, en la de Medicina.
Pero ya durante las Navidades de 1933 estuvo claro que no podría sacar adelante la renovación de la
Universidad, que yo imaginaba, contra la resistencia de mis colegas y contra el partido. Por ejemplo,
los colegas tomaban a mal que metiera a los estudiantes en responsabilidades administrativas de la
Universidad, justo como ocurre hoy. Un día me llamaron de Karlsruhe, donde el ministro, por boca
de su consejero ministerial y en presencia del jefe estudiantil de la región, me exigió que sustituyera
a los decanos de Derecho y Medicina por otros colegas que fueran bien vistos por el partido.
Rechacé estas pretensiones y ofrecí mi renuncia al rectorado, si el ministro permanecía en sus
exigencias, lo que fue el caso. Esto fue en febrero de 1934; me retiré tras diez meses en el cargo,
cuando los rectores permanecían entonces dos o tres años. Mientras la prensa de dentro y de fuera
del país comentó de diversas maneras mi aceptación del rectorado, no dijo una palabra de mi
dimisión.
SPIEGEL: ¿Tuvo Vd. entonces tratos con Rust[117]?
HEIDEGGER: ¿Cuándo es «entonces»?
SPIEGEL: Se habla aún de un viaje que Rust hizo aquí, a Friburgo, en 1933.
HEIDEGGER: Se trata de dos hechos diferentes. Con ocasión de una conmemoración ante la tumba
de Schlageter[118] en su ciudad natal, Schonau im Wiesental, tuve ocasión de saludar de manera breve
y meramente formal al ministro. Luego, el ministro no supo más de mí. No me esforcé entonces por
tener ninguna conversación con él. Schlageter era estudiante de Friburgo y pertenecía a una
corporación católica de las que llevan colores[119]. La conversación tuvo lugar en noviembre de 1933
en Berlín con ocasión de una conferencia de rectores. Le expuse mi concepción de la ciencia y la
posible configuración de las Facultades. Tomó atenta nota de todo, hasta el punto de que abrigué la
esperanza de que lo que le expuse podía tener efecto. Pero no fue así. No comprendo cómo esta
entrevista mía con el entonces ministro de Educación se convierte en un reproche, cuando por la
misma época todos los gobiernos extranjeros se apresuraban a reconocer a Hitler y a prestarle la
habitual reverencia diplomática.
SPIEGEL: ¿Cómo se desarrollaron sus relaciones con el NSDAP, una vez que se retiró del
rectorado?
HEIDEGGER: Tras la retirada del rectorado retorné a mis tareas docentes. En el semestre de verano
mis clases versaron sobre «Lógica»[120]. En el siguiente semestre 1934-1935 di el primer curso sobre
Hölderlin[121]. En 1936 empezaron los cursos sobre Nietzsche[122]. Todos los que pudieron oírlas
entendieron que se trataba de una discusión con el nacionalsocialismo.
SPIEGEL: ¿Cómo se desarrolló la transmisión del cargo? ¿No participó Vd. en la ceremonia?
HEIDEGGER: No, rehusé participar en ella.
SPIEGEL: ¿Fue su sucesor un miembro comprometido del partido?
HEIDEGGER: Era de Derecho; Der Alemanne, el periódico del partido, anunció su nombramiento
como rector con grandes titulares: «El primer rector nacionalsocialista de la Universidad»[123].
SPIEGEL: ¿Tuvo Vd. después dificultades con el partido o cómo fue la cosa?
HEIDEGGER: Estaba permanentemente vigilado.
SPIEGEL: ¿Puede Vd. dar un ejemplo?
HEIDEGGER: Sí, el caso del Dr. Hanke.
SPIEGEL: ¿Cómo llegó a saberlo?
HEIDEGGER: Porque él mismo vino a decírmelo. Se había ya doctorado en el semestre de invierno
de 1936-1937, y durante el semestre de verano del 37 fue miembro de mi seminario. Había sido
enviado por el SD para vigilarme.
SPIEGEL: ¿Y cómo decidió de repente ir a verle?
HEIDEGGER: Tras mi seminario sobre Nietzsche del semestre de verano del 37 y tal como en él se
desarrolló el trabajo, me confesó que no podía ya aceptar la vigilancia que le habían encomendado y
que quería poner en mi conocimiento esta situación, con vistas a mi ulterior actividad académica.
SPIEGEL: ¿No tuvo Vd. además otras dificultades con el partido?
HEIDEGGER: Sólo sé que mis escritos no podían ser reseñados, por ejemplo, el artículo «La
doctrina de Platón acerca de la verdad». Mi conferencia sobre Hölderlin[124], que pronuncié en 1936
en el Instituto Germánico de Roma, fue atacada de forma rastrera en la revista de las Juventudes
Hitlerianas Wille und Macht. La polémica que en el verano de 1934 se inició contra mí en la revista
de E. Krieck Volk im Werden deberían volverla a leer los interesados. En el Congreso Internacional
de Filosofía de Praga, en 1934, no formé parte de la delegación alemana ni fui invitado a participar.
De igual forma, seguí siendo excluido en el Congreso Internacional de Descartes de París, en 1937,
lo cual resultó en París tan extraño que la dirección del Congreso allí —el profesor Bréhier, de la
Sorbona— se dirigió por su cuenta a mí para preguntarme por qué yo no formaba parte de la
delegación alemana. Contesté que podrían informarse de este caso en el ministerio de Educación del
Reich, en Berlín. Algún tiempo después me llegó de Berlín el requerimiento de integrarme con
posterioridad en la delegación, cosa que rechacé. Las conferencias «¿Qué es Metafísica» y «De la
esencia de la verdad» tuvieron que venderse, sin título en la cubierta, bajo cuerda. Después de 1934,
el discurso del rectorado fue inmediatamente retirado de la venta por orden del partido. Sólo debía
ser comentado en los campamentos de profesores nacionalsocialistas como objeto de polémica
política.
SPIEGEL: Cuando en 1939 la guerra…
HEIDEGGER: En el último año de guerra, quinientos de los más conocidos científicos y artistas
fueron liberados de cualquier tipo de servicio militar. A mí no me incluyeron entre ellos; al contrario,
fui destinado en el verano de 1944 a trabajos de atrincheramiento al otro lado del Rin, en
Kaiserstuhl.
SPIEGEL: En el otro lado, en la parte suiza, cavó trincheras Karl Barth[125].
HEIDEGGER: Es interesante cómo sucedió. El rector invitó a todo el cuerpo docente a ir al aula 5 y
pronunció un breve discurso del siguiente tenor: lo que iba a decir había sido acordado con el jefe
del distrito y con el jefe de la región del NS. Quería dividir todo el cuerpo docente en tres grupos:
primero, el de los profesores de los que se podía prescindir totalmente; segundo, el de los que se
podía prescindir a medias; y el tercero, el de los imprescindibles. En el primer lugar de los
totalmente innecesarios fue citado Heidegger y luego Ritter[126]. En el semestre de invierno de
1944-1945, cuando acabé de cavar trincheras en el Rin, di un curso con el título: «Poetizar y
pensar»[127], en cierto sentido una continuación de mi curso sobre Nietzsche, es decir, de la discusión
con el nacionalsocialismo. Después de la segunda hora, fui enrolado en la Volkssturm[128]; de los
profesores que fueron llamados, yo era el más viejo.
SPIEGEL: Creo, profesor Heidegger, que no es necesario que oigamos los hechos hasta su
jubilación de facto o, digamos, hasta su jubilación legal. Son, ciertamente, conocidos.
HEIDEGGER: Conocidos, desde luego, no son. Es un asunto bastante feo.
SPIEGEL: A no ser que Vd. quiera decir algo.
HEIDEGGER: No.
SPIEGEL: Quizá debamos resumir: en 1933 cayó Vd., como persona apolítica en sentido estricto,
no en sentido amplio, en la política de ese supuesto resurgimiento…
HEIDEGGER:…en el camino de la Universidad…
SPIEGEL:…en el camino de la Universidad. Un año después, más o menos, abandonó Vd. la
función que había aceptado. Pero en un curso de 1935, que fue publicado en 1953 con el título de
Introducción a la Metafísica, decía Vd.: «Lo que hoy —se trata, pues, de 1935— se ofrece por ahí
como filosofía del nacionalsocialismo, pero que no tiene lo más mínimo que ver con la interna
verdad y la grandeza de este movimiento (a saber, con el encuentro de la técnica, extendida en todo el
planeta, y del hombre moderno), pesca en esas turbias aguas de los “valores” y las
“totalidades”»[129]. ¿Añadió Vd. el texto entre paréntesis en 1953, en el momento de imprimir —
como si quisiera explicar al lector de 1953 dónde había visto Vd. «la interna verdad y la grandeza
del movimiento», es decir, del nacionalsocialismo— o estaban ya los paréntesis explicativos en
1935?
HEIDEGGER: Estaban ya en mi manuscrito, lo cual correspondía exactamente a la concepción que
yo entonces tenía de la técnica, y no todavía a la concepción posterior de la esencia de la técnica
como im-posición. Si no lo expuse oralmente fue porque estaba convencido de que mis oyentes lo
entenderían correctamente; los tontos, espías y fisgones entendieron otra cosa… que es lo que
querían.
SPIEGEL: Seguramente incluiría Vd. también ahí al movimiento comunista.
HEIDEGGER: Sí, por supuesto, como determinado por la técnica planetaria.
SPIEGEL: ¿Quién sabe si no incluiría Vd. también la totalidad de los esfuerzos norteamericanos?
HEIDEGGER: También eso lo diría. Mientras, a lo largo de los últimos treinta años, se ha hecho
cada vez más claro que el movimiento planetario de la técnica moderna es un poder cuya capacidad
de determinar la historia apenas puede apreciarse. Hoy es para mí una cuestión decisiva cómo podría
coordinarse un sistema político con la época técnica actual y cuál podría ser. No conozco respuesta a
esta pregunta. No estoy convencido de que sea la democracia.
SPIEGEL: Pero «la» democracia no es más que un concepto colectivo, bajo el que caben muy
diversas ideas. La cuestión es si todavía es posible una transformación de esta forma política.
Después de 1945 se ha manifestado Vd. sobre las aspiraciones políticas del mundo occidental y ha
hablado también de la democracia, de la expresión política de la concepción cristiana del mundo y
también del Estado de Derecho, y ha denominado a todas estas aspiraciones «medias tintas»
(Halbheiten).
HEIDEGGER: Ante todo le pido que me diga dónde he hablado yo de la democracia y de todo lo
demás que Vd. ha enumerado. De «medias tintas» podría, sí, calificarlas porque no veo en ellas una
efectiva discusión con el mundo técnico, porque tras ellas está siempre, a mi modo de ver, la idea de
que la esencia de la técnica es algo que el hombre tiene en sus manos, lo cual, en mi opinión, no es
posible. La técnica en su esencia es algo que el hombre, por sí mismo, no domina.
SPIEGEL: ¿Cuál de las corrientes que hemos esbozado sería, a su modo de ver, la más adecuada a
su tiempo?
HEIDEGGER: No lo sé. Pero sí veo en ello una cuestión decisiva. Habría que aclarar, por lo
pronto, lo que Vd. entiende por «tiempo». Más aún, habría que preguntar si la adecuación a su tiempo
es la pauta de la «verdad interna» de la acción humana, si la acción que marca la pauta no es el
pensar y el poetizar, a pesar de la mala fama de ese giro.
SPIEGEL: Pero es evidente que en ninguna época el hombre ha dominado sus instrumentos, véase
el aprendiz de brujo. ¿No es demasiado pesimista decir: no dominaremos este instrumento,
indudablemente mucho más grande, de la técnica moderna?
HEIDEGGER: Pesimismo, no. Pesimismo y optimismo son, en el ámbito de la reflexión que estamos
intentando, posturas que se quedan muy cortas. Pero, sobre todo, la técnica moderna no es un
instrumento y no tiene nada que ver con instrumentos.
SPIEGEL: ¿Por qué tenemos que estar tan fuertemente dominados por la técnica…?
HEIDEGGER: Yo no digo dominados. Digo que aún no tenemos un camino que corresponda a la
esencia de la técnica.
SPIEGEL: Sin embargo, se le podría objetar de manera completamente ingenua: pero ¿qué es lo
que está aquí dominado? Todo funciona. Cada vez se construyen más centrales eléctricas. Cada vez
se producirá con mayor destreza. En la parte del mundo altamente tecnificado, los hombres están bien
atendidos. Vivimos en un estado de bienestar. ¿Qué falta en realidad?
HEIDEGGER: Todo funciona. Esto es precisamente lo inhóspito, que todo funciona y que el
funcionamiento lleva siempre a más funcionamiento y que la técnica arranca al hombre de la tierra
cada vez más y lo desarraiga. No sé si Vd. estaba espantado, pero yo desde luego lo estaba cuando vi
las fotos de la Tierra desde la Luna. No necesitamos bombas atómicas, el desarraigo del hombre es
un hecho. Sólo nos quedan puras relaciones técnicas. Donde el hombre vive ya no es la Tierra. Hace
poco tuve en Provenza una larga conversación con René Char[130], el poeta y resistente, como Vd.
sabe. En Provenza se han instalado ahora bases de cohetes y la región ha sido devastada de forma
inimaginable. El poeta, que no es precisamente sospechoso de sentimentalismo y de glorificar el
idilio, me decía que el desarraigo del hombre, que está sucediendo, es el final, a no ser que alguna
vez el pensar y el poetizar logren alcanzar el poder sin violencia.
SPIEGEL: Sin embargo, hay que decir que estamos bien aquí y que en nuestro tiempo no tendremos
que marcharnos; pero ¿quién sabe si el destino del hombre es estar en la Tierra? Es pensable que el
hombre no tenga destino alguno. Pero, de todos modos, puede contemplarse también como una
posibilidad humana salir de la Tierra a otros planetas; para lo cual falta aún seguramente mucho
tiempo. Pero ¿dónde está escrito que el hombre tenga aquí su sitio?
HEIDEGGER: Si no estoy mal orientado, sé, por la experiencia e historia humanas, que todo lo
esencial y grande sólo ha podido surgir cuando el hombre tenía una patria y estaba arraigado en una
tradición. La literatura actual, por ejemplo, es en gran parte destructiva.
SPIEGEL: Nos molesta la palabra destructiva en la medida en que suena a nihilismo, palabra que,
debido precisamente a Vd. y a su filosofía, ha ampliado enormemente su contexto significativo. Nos
sorprende oír la palabra «destructiva» con relación a la literatura, aunque Vd. podría o tendría que
verla formando parte íntegramente de ese nihilismo.
HEIDEGGER: Yo diría que la literatura a la que me he referido no es nihilista en el sentido que esta
palabra tiene en mi pensamiento (Nietzsche, II, p. 335 y ss.).
SPIEGEL: Vd. ve con toda claridad, y así lo ha expresado en su obra, un movimiento universal que
conduce o ha conducido ya al Estado tecnológico absoluto.
HEIDEGGER: ¡Sí! Pero justamente el Estado técnico corresponde poquísimo al mundo y la
sociedad determinados por la esencia de la técnica. Frente al poder de la técnica, el Estado técnico
sería su más servil y ciego esbirro.
SPIEGEL: Bien. Pero ahora se plantea la cuestión: ¿puede el individuo influir aún en esa maraña
de necesidades inevitables, o puede influir la filosofía, o ambos a la vez, en la medida en que la
filosofía lleva a una determinada acción a uno o a muchos individuos?
HEIDEGGER: Con esta pregunta volvemos al comienzo de nuestra conversación. Si se me permite
contestar de manera breve y tal vez un poco tosca, pero tras una larga reflexión: la filosofía no podrá
operar ningún cambio inmediato en el actual estado de cosas del mundo. Esto vale no sólo para la
filosofía, sino especialmente para todos los esfuerzos y afanes meramente humanos. Sólo un dios
puede aún salvarnos. La única posibilidad de salvación la veo en que preparemos, con el
pensamiento y la poesía, una disposición para la aparición del dios o para su ausencia en el ocaso;
dicho toscamente, que no «estiremos la pata», sino que, si desaparecemos, que desaparezcamos ante
el rostro del dios ausente.
SPIEGEL: ¿Hay una relación entre su pensamiento y la venida de ese dios? ¿Hay entre ellos, a su
juicio, una relación causal? ¿Cree Vd. que podemos traer al dios con el pensamiento?
HEIDEGGER: No podemos traerlo con el pensamiento, lo más que podemos es preparar la
disposición para esperarlo.
SPIEGEL: Pero ¿podemos ayudar a ello?
HEIDEGGER: Preparar esa disposición sería la primera ayuda. El mundo no es lo que es y como es
por el hombre, pero tampoco puede serlo sin él. Esto guarda relación, en mi opinión, con que lo que
yo denomino «el ser» —usando una palabra que viene de muy antiguo, equívoca y hoy ya gastada—
necesita del hombre, que el ser no es ser sin que el hombre le sea necesario para su manifestación,
salvaguardia y configuración. La esencia de la técnica la veo en lo que denomino la «im-
posición»[131]. Este nombre, malentendido con facilidad por los primeros oyentes, remite lo que dice,
rectamente entendido, a la más íntima historia de la metafísica, que aún hoy determina nuestra
existencia. El imperio de la «im-posición» significa: el hombre está colocado, requerido y
provocado por un poder, que se manifiesta en la esencia de la técnica. Precisamente en la experiencia
de que el hombre está colocado por algo, que no es él mismo y que no domina, se le muestra la
posibilidad de comprender que el hombre es necesitado por el ser. En lo que constituye lo más
propio de la técnica moderna se oculta justamente la posibiliadad de experimentar el ser necesitado y
el estar dispuesto para estas nuevas posibilidades. Ayudar a comprender esto: el pensamiento no
puede hacer más. La filosofía ha llegado a su fin.
SPIEGEL: En otros tiempos —y no sólo en otros— se ha pensado que de todos modos la filosofía
actúa indirectamente con frecuencia, directamente rara vez, pero que podría actuar indirectamente
muchas veces, que ha ayudado a que irrumpan nuevas corrientes. Si se piensa, tan sólo entre los
alemanes, en los grandes nombres de Kant, Hegel, hasta Nietzsche, por no mencionar a Marx, puede
comprobarse cómo, mediante rodeos, la filosofía ha tenido un enorme efecto. ¿Cree Vd. que este
efecto de la filosofía ha terminado? Y cuando Vd. dice que la filosofía ha muerto, que ya no existe,
¿se incluye en ello la idea de que este efecto de la filosofía, aunque alguna vez se dio, hoy ya no se
da?
HEIDEGGER: Lo acabo de decir: mediante otro pensamiento es posible un efecto indirecto, pero
ninguno directo, como si el pensamiento pudiera ser la causa de un cambio del estado de cosas del
mundo.
SPIEGEL: Discúlpenos, no queremos filosofar, de lo que no somos capaces, pero estamos en el
punto en que convergen política y filosofía, por lo cual le pedimos que nos perdone, si le arrastramos
ahora a un diálogo sobre ello. Vd. ha dicho exactamente que la filosofía y el individuo no pueden
hacer otra cosa que…
HEIDEGGER:…ese preparar la disposición de mantenerse abiertos para la llegada o la ausencia
del dios. La experiencia de esa ausencia no es algo negativo, sino una liberación para el hombre de
lo que en Ser y Tiempo llamé la caída en el ente. A ese preparar la mencionada disposición pertenece
la reflexión sobre lo que hoy hay.
SPIEGEL: Pero en realidad aún tendría que venir el famoso impulso exterior, un dios o lo que sea.
Así pues, el pensamiento, por su cuenta y bastándose a sí mismo, ¿ya no puede hoy producir efectos?
En otra época los produjo, en opinión de los que en ella vivían y, creo yo, en la nuestra.
HEIDEGGER: Pero no de forma directa.
SPIEGEL: Hemos nombrado ya a Kant, Hegel y Marx como grandes incitadores. Pero también de
Leibniz han partido impulsos para el desarrollo de la física moderna y, con ello, para el surgimiento
del mundo moderno. Creemos —lo ha dicho antes— que Vd. no cuenta ya hoy con tales efectos.
HEIDEGGER: En el sentido de la filosofía, ya no. El papel que la filosofía ha tenido hasta ahora lo
han asumido hoy las ciencias. Para esclarecer suficientemente el «efecto» del pensamiento
tendríamos que dilucidar más detenidamente qué significan aquí efecto y acción de producir. Sería
necesario distinguir cuidadosamente entre ocasión, impulso, fomento, ayuda, impedimento y
cooperación. Pero sólo lograremos la dimensión adecuada para estas distinciones cuando hayamos
dilucidado suficientemente el principio de razón. La filosofía se disuelve en ciencias particulares: la
psicología, la lógica, la politología.
SPIEGEL: ¿Y quién ocupa ahora el puesto de la filosofía?
HEIDEGGER: La cibernética.
SPIEGEL: ¿O la devoción, que se mantiene abierta?
HEIDEGGER: Pero eso ya no es filosofía.
SPIEGEL: ¿Qué es entonces?
HEIDEGGER: Yo lo llamo el otro pensar.
SPIEGEL: Vd. lo llama el otro pensar. ¿Podría formularlo un poco más claramente?
HEIDEGGER: ¿Ha pensado Vd. en la frase con la que acaba mi conferencia «La cuestión de la
técnica»: «Preguntar es la devoción del pensamiento»?[132].
SPIEGEL: Hemos encontrado en el curso sobre Nietzsche una frase iluminadora. Dice Vd.: «Como
en el pensamiento filosófico domina la más alta vinculación posible, por ello todos los grandes
pensadores piensan lo mismo. Pero este “lo mismo’’ es tan fundamental y rico que nunca un individuo
lo agota, sino que cada uno se vincula a los otros cada vez más rigurosamente». Sin embargo,
precisamente este edificio filosófico parece, en su opinión, haber llegado a su fin.
HEIDEGGER: Ha llegado a su fin, pero no ha desaparecido, sino que se hace presente de nuevo en
el diálogo. Todo mi trabajo en los cursos y seminarios de los últimos treinta años sólo ha sido, en lo
fundamental, interpretación de la filosofía occidental. El retorno a las bases históricas del
pensamiento, repensar las cuestiones todavía no cuestionadas desde la filosofía griega, no es
disolver la tradición. Pero sí afirmo: el modo de pensar de la metafísica tradicional, que ha acabado
con Nietzsche, no ofrece ya posibilidad alguna de experimentar con el pensamiento la era técnica que
ahora comienza.
SPIEGEL: Hace aproximadamente dos años, en una conversación con un monje budista[133], habló
Vd. de «un método de pensamiento completamente nuevo, que sólo sería practicable por pocos
hombres». ¿Quería Vd. dar a entender con ello que sólo muy poca gente puede tener las intuiciones
que, a su modo de ver, son posibles y necesarias?
HEIDEGGER: «Tener» en el sentido absolutamente original de que pueden, de alguna forma,
expresarlas.
SPIEGEL: Sí, pero transmitirlas para su realización es algo que, en ese diálogo con el budista, no
ha expuesto con claridad.
HEIDEGGER: No puedo hacerlo. No sé nada de cómo este pensar «actúa». Puede ser que hoy el
camino del pensamiento conduzca al silencio, para preservarlo de que, al cabo de un año, sea
malvendido. Puede que se necesiten trescientos años para que «actúe».
SPIEGEL: Lo comprendemos muy bien. Pero como no vamos a vivir dentro de trescientos años,
sino que vivimos aquí y ahora, el silencio nos está vedado. Nosotros, políticos, semipolíticos,
ciudadanos, periodistas, etc., tenemos inexcusablemente que tomar decisiones. Con el sistema en el
que vivimos tenemos que organizamos, que intentar cambiarlo, tenemos que atisbar la angosta puerta
de las reformas, la todavía más angosta puerta de la revolución. Esperamos ayuda de los filósofos,
naturalmente una ayuda indirecta, mediante rodeos. Y entonces oímos: no puedo ayudaros.
HEIDEGGER: Yo tampoco.
SPIEGEL: Lo cual tiene que descorazonar a los no filósofos.
HEIDEGGER: No puedo, porque las cuestiones son tan difíciles que iría contra el sentido que la
tarea del pensamiento tiene presentarse inmediatamente en público a predicar y repartir censuras
morales. Quizá haya que aventurarse a decir: al misterio del poder planetario de la esencia
impensada de la técnica corresponde la provisionalidad y la modestia del pensamiento que intenta
meditar sobre eso que permanece impensado.
SPIEGEL: ¿No se cuenta Vd. entre los que, si fueran oídos, indicarían un camino?
HEIDEGGER: ¡No! No conozco el camino de una transformación inmediata del actual estado de
cosas del mundo, en el supuesto de que tal cosa sea humanamente posible. Pero me parece que el
pensamiento que yo he intentado podría despertar la ya mencionada disposición, esclarecerla y
fortalecerla.
SPIEGEL: Una respuesta clara. Pero ¿puede un pensador lícitamente decir: esperad, que dentro de
trescientos años se nos ocurrirá algo?
HEIDEGGER: No se trata sólo de esperar hasta que, pasados trescientos años, se le ocurra al
hombre algo, sino de, sin pretensiones proféticas, pensar el futuro a partir de los rasgos decisivos de
la época actual, apenas pensados. El pensar no es pasividad, sino, en sí mismo, la acción que está en
diálogo con el destino del mundo. Me parece que la distinción entre teoría y praxis, surgida de la
metafísica, y la idea de una transmisión entre ambas cierra el camino a la clara visión de lo que yo
entiendo por pensar. Ta vez deba mencionar aquí mi curso titulado ¿Qué significa pensar?[134], que
apareció en 1954. Es tal vez un signo de nuestra época que sea precisamente éste el escrito menos
leído de todas mis publicaciones.
SPIEGEL: Siempre ha sido, claro está, un malentendido de la filosofía pensar que el filósofo debía
producir directamente con su filosofía algún tipo de efecto. Volvamos al principio. ¿No cabría
entender el nacionalsocialismo como la realización de ese «encuentro planetario», por un lado, y, por
otro, como la última, peor, más fuerte y a la vez más importante protesta contra ese encuentro de la
«técnica planetariamente establecida» y el hombre moderno? Manifiestamente hay en Vd. una tensión
interna, pues muchos productos secundarios de su actividad no pueden verdaderamente explicarse
más que porque Vd. se agarra con distintas partes de su ser, que no afectan al meollo filosófico, a
muchas cosas que, como filósofo, sabe que no tienen consistencia, tales como los conceptos de
«patria», «arraigo» o similares. ¿Cómo se armoniza esto, técnica planetaria y patria?
HEIDEGGER: Yo no diría eso. Me parece que Vd. toma la técnica como algo demasiado absoluto.
Yo veo la situación del hombre en el mundo de la técnica planetaria no como un destino inextricable
e inevitable, sino que, precisamente, veo la tarea del pensar en cooperar, dentro de sus límites, a que
el hombre logre una relación satisfactoria con la esencia de la técnica. El nacionalsocialismo iba sin
duda en esa dirección; pero esa gente era demasiado inexperta en el pensamiento como para lograr
una relación realmente explícita con lo que hoy acontece y que está en marcha desde hace tres siglos.
SPIEGEL: Esa explícita relación, ¿la tienen hoy los norteamericanos?
HEIDEGGER: Tampoco la tienen. Están todavía enredados en un pensamiento que, como buen
pragmatismo, ayuda sin duda al operar y manipular técnico, pero al mismo tiempo obstruye el camino
de una reflexión sobre lo peculiar de la técnica moderna. Entretanto en los EE. UU. se suscitan aquí y
allí intentos de liberarse del pensamiento pragmático-positivista. ¿Y quién de nosotros puede decidir
si un día en Rusia y en China no resurgirán antiguas tradiciones del «pensamiento», que colaboren a
hacer posible para el hombre una relación libre con el mundo técnico?
SPIEGEL: Pero si nadie la tiene y si el filósofo no puede dársela…
HEIDEGGER: Hasta dónde podrá llegar mi pensamiento y en qué medida vaya a ser acogido y
fructifique, es algo que no depende de mí. En 1957, en una conferencia titulada «El principio de
identidad»[135], que pronuncié con ocasión del jubileo de la Universidad de Friburgo, me atreví a
mostrar en unos pocos pasos en qué medida, a una experiencia pensante de aquello en lo que
descansa lo peculiar de la técnica moderna, se le abre la posibilidad de que el hombre experimente
la relación con una exigencia, que no sólo puede oír, sino que él mismo pertenece a ella. Mi
pensamiento está en una ineludible relación con la poesía de Hölderlin. Tengo a Hölderlin no por un
poeta cualquiera cuya obra es, junto a otras muchas, tema de los historiadores de la literatura.
Hölderlin es para mí el poeta que enseña el futuro, que espera al dios, y que, por tanto, no puede
quedar como mero objeto de investigación histórico-literaria.
SPIEGEL: A propósito de Hölderlin —le pedimos disculpas porque, una vez más, tenemos que
citar—: en su curso sobre Nietzsche decía Vd. que «el tan citado antagonismo entre lo dionisíaco y lo
apolíneo, entre la pasión sagrada y la representación serena, es una oculta ley de estilo que determina
históricamente lo alemán, y tenemos que prepararnos y estar dispuestos a que un día cobre forma. Esa
oposición no es una fórmula con la que nos limitemos a describir “cultura”. Hölderlin y Nietzsche
han colocado, con este antagonismo, un signo de interrogación ante la tarea que los alemanes tienen
de encontrar su esencia histórica. ¿Entenderemos este signo? Una cosa es segura: si no lo
entendemos, la historia nos lo hará pagar caro». No sabemos en qué año escribió Vd. esto, pero
suponemos que en 1935.
HEIDEGGER: Presumiblemente la cita pertenece al curso sobre Nietzsche de 1936-1937 La
voluntad de poder como arte. Pero puede haber sido escrito en los años siguientes.
SPIEGEL: Sí. ¿Podría Vd. explicar esto algo más? Pues es algo que nos lleva de un camino general
a un destino concreto de los alemanes.
HEIDEGGER: Lo que esa cita dice podría también decirlo así: estoy convencido de que sólo
partiendo del mismo lugar del que ha surgido la técnica moderna puede prepararse un cambio, que no
puede producirse mediante la adopción del budismo zen o de cualquier otra experiencia oriental del
mundo. Para una transformación del pensamiento necesitamos apoyarnos en la tradición europea y
reapropiárnosla. El pensamiento sólo se transforma por un pensamiento que tenga su mismo origen y
determinación.
SPIEGEL: Precisamente en ese lugar, en el que ha surgido el mundo técnico, tiene él, cree Vd…
HEIDEGGER:…que ser superado en sentido hegeliano, no eliminado, sino superado, pero no
únicamente por el hombre.
SPIEGEL: ¿Atribuye Vd. a los alemanes una tarca especial?
HEIDEGGER: Sí, en el sentido del diálogo con Hölderlin.
SPIEGEL: ¿Cree Vd. que los alemanes tienen una cualificación específica para ese cambio?
HEIDEGGER: Pienso en el particular e íntimo parentesco de la lengua alemana con la lengua de los
griegos y con su pensamiento. Esto me lo confirman hoy una y otra vez los franceses. Cuando
empiezan a pensar, hablan alemán; aseguran que no se las arreglan con su lengua.
SPIEGEL: ¿Se explica Vd. así que en los países románicos, sobre todo en Francia, haya Vd. tenido
tan gran influencia?
HEIDEGGER: Porque ven que con toda su gran racionalidad no consiguen calar en el mundo actual,
cuando se trata de comprender el origen de su esencia. El pensamiento se traduce tan escasamente
como la poesía. Como mucho puede transcribirse. En cuanto se hace una traducción literal, todo
resulta alterado.
SPIEGEL: Un pensamiento desazonante.
HEIDEGGER: Sería bueno que esta desazón trajese seriedad a gran escala y se considerase por fin
qué decisiva transformación ha sufrido el pensamiento griego al ser traducido al latín, un
acontecimiento que aún hoy nos impide una comprensión suficiente de las palabras clave del
pensamiento griego.
SPIEGEL: Profesor, nosotros realmente siempre partiríamos de la posición optimista de que algo
se comunica, de que algo se puede traducir, pues, cuando cesa el optimismo de que determinados
pensamientos pueden comunicarse por encima de las fronteras lingüísticas, amenaza el
provincianismo.
HEIDEGGER: ¿Calificaría Vd. de «provinciano» al pensamiento griego frente al modo de
conceptuar del Imperio romano? Las cartas comerciales pueden traducirse a todos los idiomas. Las
ciencias —que para nosotros hoy significan las ciencias de la naturaleza con la física matemática
como ciencia fundamental— son traducibles a todas las lenguas, o, mejor dicho, no se traducen, sino
que hablan el mismo lenguaje matemático. Estamos rozando aquí un campo amplio y difícil de
recorrer.
SPIEGEL: Quizá esto entre también en este tema: en este momento, hay, sin exageración, una crisis
del sistema democrático parlamentario. La hay desde hace mucho. Especialmente en Alemania, pero
no sólo en Alemania. La hay también en los países clásicos de la democracia, Inglaterra y
Norteamérica. En Francia ya no hay crisis. La pregunta es: ¿no pueden venir de los pensadores, si
Vd. quiere como productos secundarios, indicaciones de que este sistema tiene que ser sustituido por
otro y qué aspecto deba tener el nuevo, o indicaciones de que tiene que ser posible una reforma, y
también de cómo podría hacerse? De lo contrario, seguimos en lo mismo: que el hombre no educado
filosóficamente —que es normalmente quien tiene el control de la situación (aunque él no la haya
dispuesto así) y quien está controlado por la situación— saque conclusiones falsas, y quizá incluso
tome decisiones espantosas. Así pues, ¿no debería el filósofo estar dispuesto a pensar cómo pueden
los hombres arreglar su convivencia en este mundo, que ellos mismos han tecnificado y que quizá les
supera? ¿No se espera con razón del filósofo que dé indicaciones de cómo imagina él una vida
posible? Y si no lo hace, ¿no falta el filósofo a una parte, que por mí puede ser pequeña, de su oficio
y de su vocación?
HEIDEGGER: Por lo que yo veo, un individuo no está en condiciones de captar la totalidad de
mundo con el pensamiento como para poder dar orientaciones prácticas; y esto es así incluso en lo
que se refiere a la tarea de encontrar una nueva base para el propio pensamiento. En la medida en
que, de cara a la gran tradición, se toma a sí mismo en serio, se le exige demasiado al pensamiento si
tiene que aplicarse a dar orientaciones. ¿Con qué derecho podría hacerlo? En el ámbito del
pensamiento no hay argumentos de autoridad. La única medida del pensamiento proviene de la cosa
misma que ha de pensar. Pero ésta es ante todo problemática. Para hacer comprensible esta situación
sería necesario ante todo una dilucidación de las relaciones entre la filosofía y las ciencias, cuyos
resultados técnico-prácticos hacen que un pensamiento al estilo de la filosofía aparezca hoy cada vez
más como algo superfluo. A la difícil situación en la que, respecto de su propia tarea, el pensamiento
se encuentra, corresponde una extrañeza, nutrida precisamente de la posición preponderante de las
ciencias, ante el pensamiento que tiene que rehusar responder a las cuestiones prácticas e
ideológicas, que la actualidad exige.
SPIEGEL: Profesor, en el ámbito del pensamiento no hay argumentos de autoridad. Tampoco puede
entonces sorprender que también al arte moderno le sea difícil proponer argumentos de autoridad.
Sin embargo, Vd. lo llama «destructivo». El arte moderno se entiende a sí mismo con frecuencia
como un arte experimental. Sus obras son intentos…
HEIDEGGER: Yo me dejo gustosamente enseñar.
SPIEGEL:…intentos de salir de una situación de aislamiento del hombre y del artista, y entre cien
intentos surge, de vez en cuando, el éxito.
HEIDEGGER: La gran pregunta es ésta: ¿dónde está el arte? ¿Cuál es su lugar?
SPIEGEL: Bien, pero Vd. exige del arte algo que ya no exige al pensamiento.
HEIDEGGER: Yo no exijo nada del arte. Tan sólo digo que hay que preguntar qué lugar ocupa.
SPIEGEL: Y si el arte no sabe cuál es su lugar, ¿por eso es destructivo?
HEIDEGGER: Bien, táchelo. Pero querría dejar claro que no veo en qué sentido el arte moderno
puede dar una orientación, que, sobre todo, sigue siendo oscuro dónde ve él lo más propio del arte o
por lo menos dónde lo busca.
SPIEGEL: También el artista carece de vínculos con la tradición. Podría perfectamente
encontrarlos y decir: sí, así se pudo pintar hace seiscientos, trescientos o treinta años. Pero ahora él
ya no puede pintar así. Aunque quisiera, no podría. Pues entonces el pintor más grande sería el genial
falsificador Hans van Meegeren, que podía pintar «mejor» que los otros. Pero eso no puede ser. Así
pues, el artista, el escritor, el poeta se encuentran en una situación similar a la del pensador. ¡Cuántas
veces tenemos que decir: cierra los ojos!
HEIDEGGER: Si se toma como marco para la coordinación de arte, poesía y filosofía la «actividad
cultural» entonces se tienen que poner al mismo nivel. Pero si se vuelve problemática no sólo la
actividad, sino lo que se denomina «cultura», entonces la reflexión sobre esa problematicidad cae
dentro del cometido del pensamiento, cuya crítica situación apenas puede dejar de pensarse. Pero la
máxima penuria del pensamiento estriba en que hoy, por lo que puedo apreciar, no habla aún ningún
pensador que sea lo suficientemente «grande» como para llevar al pensamiento, inmediatamente y de
forma plástica, ante su tema y ponerlo así en su camino. Para nosotros, los hombres de hoy, la
magnitud de lo por pensar es demasiado grande. Quizá podamos esforzarnos en construir la pasarela,
angosta y que no lleva muy lejos, de un tránsito.
SPIEGEL: Profesor Heidegger, le damos gracias por esta conversación.
MARTIN HEIDEGGER, (Messkirch, 1889 - Friburgo de Brisgovia, 1976) es una de las figuras clave
de la filosofía contemporánea. Estudió con Husserl y fue profesor de filosofía en las universidades
de Marburgo y Friburgo. En esta última ejerció como rector entre 1933 y 1934. Su obra filosófica
gira en torno al concepto del Ser, empezando por una hermenéutica de la existencia y pasando por la
dilucidación de la noción griega de la verdad.
Notas
[1]La reciente polémica en la que han participado buena parte de los historiadores alemanes
(«Historiker-Streit») muestra con toda claridad cuán difícil es disociar las dos caras del nazismo,
realidad histórica y categoría moral, y cómo, sin embargo, sigue siendo imprescindible conseguir una
mínima asimilación del fenómeno histórico-espiritual del nazismo. <<
[2] Aubenque (1988), p. 122. <<
[3] Véase la serie de artículos citados en la Bibliografía. <<
[4]Ott cita, a partir del diario del vicerrector Sauer, la intervención decisiva en pro de Heidegger del
gran filólogo clásico Wolfgang Schadewall y la carta del también filólogo clásico Wolfgang Aly al
encargado de asuntos universitarios del ministerio de Educación de Baden, conservada en su archivo,
cuyo tenor es inequívoco: «Poniendo en práctica el primero de los punios discutidos en nuestra
reciente entrevista, referente a la conjunción de los profesores nacionalsocialistas, hemos
comprobado que el profesor Heidegger ya ha entrado en contacto con el ministerio prusiano de
Cultura. Tiene nuestra más completa confianza, de forma que le pedimos que le considere por ahora
nuestro hombre de confianza en la Universidad de Friburgo» (cfr. Ott (1988a), p. 67). <<
[5] Cfr. infra, p. 35. <<
[6]En la misma carta citada en la nota 3, Aly continúa: «El colega Heidegger no es miembro del
partido y tampoco considera práctico, por el momento, llegar a serlo, para tener las manos libres
frente a los otros colegas, cuya posición no es aún clara o es incluso enemistosa». <<
[7] Cfr. infra, p. 28. <<
[8] Citado por Ott (1984a), p. 109. <<
[9] Cfr. Ott (1984a), p. 110. <<
[10] El texto completo del decreto se encuentra en Martin (1986), pp. 62-64. <<
[11] Cfr. infra, p. 37. <<
[12] Véase nota 18 de la entrevista al Spiegel. <<
[13] Todas ellas están contenidas en los documentos publicados en Schneeberger (1962). <<
[14] Cfr. Ott (1984a), pp. 124-126. <<
[15] Cfr. Ott, op. cit., p. 117. <<
[16] Cfr. Ott, op. cit., p. 118. <<
[17] Cfr. Martin y Schramm (1986), pp. 25-26. <<
[18] Cfr. Ott (1984b), pp. 356-357. <<
[19]Testimonio del aislamiento y soledad en que Heidegger se veía es, por ejemplo, la carta a Jaspers
del 1 de julio de 1935. <<
[20] Farías (1987), p. 213. <<
[21] Löwith (1986), p. 57. <<
[22] Biemel (1986), p. 72. <<
[23]El texto proviene de una nota que Heidegger envió al profesorado en los momentos de la crisis
del decanato de Wolf. Citado por Ott (1984a), p. 116. <<
[24] Löwith (1946), pp. 350-351. <<
[25] Cfr., por ejemplo, el testimonio de Max Müller en Martin y Schramm (1986), p. 15. <<
[26] Op. cit., p. 351. <<
[27]Martin (1986), que ha realizado un estudio sobre el eco del Discurso en las restantes
Universidades, lo considera, en ese contexto comparativo, como una auténtica excepción. <<
[28] Aubenque (1988), p. 120. <<
[29] 29 Infra, p. 14. <<
[30] Gesamtausgabe (GA), 40, p. 41. <<
[31] 31K. D. Bracher ha insistido en esta infravaloración de los elementos revolucionarios del
nazismo en Controversias de historia contemporánea sobre fascismo, totalitarismo y democracia,
Alfa, Barcelona, 1983. <<
[32] 32A este respecto son muchos los intérpretes que conceden un valor simbólico de confrontación
cultural, y no sólo filosófica, al enfrentamiento público de Davos entre Heidegger y Cassirer sobre la
filosofía de Kant. La clara victoria de aquél sobre éste poseía un alto significado. Cfr., por ejemplo,
Jonas (1988), Aubenque (1988), Farías (1987). <<
[33] Sein und Zeit, p. 298. <<
[34] Cfr. infra, pp. 25-26. <<
[35] Die Zeit des Weltbildes, en Holzwege, V. Klostermann, Frankfurt, p. 69. <<
[36] 36 Einführung
in die Metaphysik, GA, 40. p. 208. La aparición de este texto en 1953 dio lugar a
una fuerte polémica que abrió Habermas, entonces estudiante, y en la que intervino el propio
Heidegger con una carta a Die Zeit. <<
[37]
No ignoro que el capítulo sobre temporalidad e historicidad de Ser y Tiempo contiene in nuce las
bases de la posterior hermenéutica de la historia del ser e introduce, brevemente, algunos de los
conceptos mencionados. Pero el grueso de la analítica existencial no se ha instalado aún en la
perspectiva histórica radical que se anuncia desde los años treinta. <<
[38] Sebastian Haffner, Anmerkungen zu Hitler, Fischer, Frankfurt, 1981, p. 47. <<
[39] Brief über den Humanismus, GA, 9. <<
[40] Nietzsche, II, Neske, Pfullingen, 1962, p. 309. <<
[41] Überwindung der Metaphysik, en Vortrage und Aufsätze, I, Neske, Pfullingen, pp. 85-86. <<
[42] Op. cit., pp. 81-82. <<
[43]Cfr. a este respecto mi libro Heidegger y la crisis de la época moderna, Cincel, Madrid, 1987,
pp. 191-192. <<
[44] Cfr. Petzet (1983), pp. 102-105. <<
[45]
Sólo un Dios puede salvarnos todavía, en Revista de Occidente, tercera época, n.º 14, diciembre
1976, trad. de Carlos Gurméndez. <<
[46] Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei (partido obrero alemán nacionalsocialista). <<
[47]
Aufbruch es traducido aquí por «resurgir», pero también, posteriormente, por «surgimiento» y
«puesta en marcha». <<
[48]La colocación de carteles contra los judíos en el interior de las Universidades fue una de las
iniciativas de la campaña «contra el espíritu antialemán» que, apoyada por el ministerio de
Goebbels, lanzó en el mes de abril de 1933 la Nationalsozialistische deutsche Studentenbund (Liga
de estudiantes alemanes nacionalsocialistas) de Berlín y que inmediatamente se extendió a toda
Alemania. Su acto culminante fueron las célebres quemas de libros de mayo del 33. En el contexto de
esta campaña se inscribe el decreto del gobierno de Baden de 5 de abril de 1933 por el que se
licenciaba a todos los funcionarios judíos y cuya aplicación a la Universidad fue uno de los
problemas del rectorado de Heidegger. <<
[49]
Georg von Hevesy (1885-1966), catedrático de Química en la Universidad de Friburgo de 1926 a
1934. La intervención de Heidegger coadyuvó a que no se le aplicara el mencionado decreto. No
obstante, emigró a Copenhague en 1934. En 1943 recibió el premio Nobel de Química. <<
[50]Siegfried Tannhauser (1885-1962), catedrático de Medicina y director de la clínica universitaria
de Friburgo, fue retirado forzosamente de su puesto en 1934, emigrando a Boston. <<
[51]Se trata de la traducción de Gérard Granel, publicada por T. E. R. (Editions Trans-Europ-
Repress), Paris, 1982. Con posterioridad, la revista Le Débat ha publicado una nueva traducción, a
cargo de François Fédier, que recoge también las notas y reflexiones de 1945: «L’Université
allemande envers et contre tout elle-même» y «Le rectorat, 1933-1934», Le Débat, n.º 28,
noviembre, 1983. <<
[52] Nur noch ein Gott kann uns retten (Sólo un Dios puede aún salvarnos), Der Spiegel,
n.º 23/1976. Incluida en este mismo volumen. <<
[53] Führer es traducido indistintamente por «dirigente», «guía» y «jefe». <<
[54]Traduzco Dasein por «existencia». Aunque, como es bien sabido, Dasein es un término técnico
del pensamiento heideggeriano que designa el hecho de que el hombre es el lugar o el «ahí» del ser,
no me parece necesario, en el contexto de este discurso, hacer explícita referencia, mediante una
traducción como «ser-ahí» o «ahí del ser», a esa especial característica ontológica. «Existencia» o
«existencia humana» son suficientes para una correcta comprensión de este texto de Heidegger. <<
[55]Selbstverwaltung: literalmente, «autoadministración», «autogobierno». Dejo «autonomía» por ser
en español el término típico en el ámbito universitario. <<
[56]Die Selbstbehauptung der deutschen Universität ist der ursprüngliche, gemeinsame Wille zu
ihrer Wesen. La expresión «voluntad de esencia» es poco castellana, pero prefiero dejarla así, para
mantener el tono rotundo y enfático del discurso, que se rompería si se tradujera —quizá más
acertadamente—, mediante la paráfrasis interpretativa «voluntad de que [la Universidad] sea lo que
en su esencia es». <<
[57]Fragwürdige: lo traduzco literalmente como «lo digno de ser cuestionado», sentido que
Heidegger ha acentuado en múltiples ocasiones, y no simplemente como «lo problemático». <<
[58] Fragen es traducido indistintamente por «preguntar», «interrogar», «cuestionar». <<
[59] «El nuevo derecho estudiantil» hace referencia a los inicios de la reforma legislativa —
comenzada en mayo de 1933 y finalizada en 1933—, por la que, en aplicación del Führerprinzip, se
unificaban las asociaciones estudiantiles y se sometían a una estricta organización jerárquica. <<
[60]Arbeitsdienst. El servido del trabajo, voluntario u obligatorio, era una figura ya existente, que
Heidegger no hace más que integrar en su discurso. Desarrollado a partir de los campos de trabajo
de los movimientos estudiantiles de los años veinte, la idea de un trabajo voluntario al servicio de la
comunidad fue promovida legalmente, en el contexto del creciente paro, por el gobierno de Brüning
en 1931. El régimen nazi lo estableció como una obligación para todos los jóvenes de ambos sexos
comprendidos entre los dieciocho y los veinticinco años. <<
[61]Fachschaften. Traduzco Fachschaft como «especialidad», significando tanto el ámbito propio de
una ciencia organizado institucionalmente, como también la reunión o agrupamiento de todos los que
estudian esa especialidad. <<
[62]Traduzco Mitwissenschat por «el saber que ya tienen». La idea que el discurso expresa es que el
estudiantado, por su enraizamiento en el pueblo y su Estado, tiene ya un saber sobre ellos que no
debe ser desechado, sino elevado a la forma de ciencia. <<
[63]Alles Grosse steht in Sturm. El texto griego, llanamente traducido, dice: «todo lo grande está en
peligro (corre el riesgo de perecer)». La traducción poetizante de Heidegger, con la introducción de
la palabra Sturm («tempestad», pero también «asalto»), muy utilizada por el lenguaje nazi, deja un
cierto aire de ambigüedad. <<
[64]Wilhelm von Möllendorf, catedrático de Anatomía, fue elegido rector el 17 de diciembre de 1932
y, según la costumbre de la Universidad de Friburgo, no tomaba posesión hasta el comienzo del
semestre de verano siguiente, el 15 de abril de 1933. Perteneciente al partido socialdemócrata.
estuvo tan sólo cinco días en el cargo. Presentó su dimisión al senado de la Universidad el 20 de
abril ante las presiones de la prensa nazi y de las autoridades locales de Friburgo, no tanto del
ministerio (cfr. para todo lo relacionado con el rectorado de Heidegger el exhaustivo estudio de
Hugo Ott «Martin Heidegger als Rektor der Universität Freiburg i. Br. 1933/34», en Zeitschrift des
Breisgau-Geschichtsvereins («Schau-ins-Land»), n.º 102 (1983) y 103 (1984). <<
[65]Joseph Sauer, catedrático de la Facultad de Teología, reputado historiador de la Iglesia y
arqueólogo, fue rector de la Universidad de Friburgo desde el 15-4-1932 hasta el 15-4-1933. Sus
diarios, consultados por Hugo Ott, son una importante fuente documental para el conocimiento de esta
época de la Universidad friburguesa. <<
[66]La traducción del texto de ¿Qué es Metafísica? que Heidegger cita la tomo de la versión de
Xavier Zubiri, publicada en la revista Cruz y Raya, n.º 6 (1933), por ser precisamente la traducción
española a la que Heidegger se refiere. Was ist Metaphysik? se publicó en Friedrich Cohn, Bonn,
1929. Recogido en Wegmarken, tomo 9 de la Gesamtausgabe (Obras completas) —GA en lo
sucesivo—, Klostermann, Frankfurt, 1976. Además de la citada traducción de Zubiri, existe otra de
Oberdam Coletti en ¿Qué es metafísica? y otros ensayos, Siglo XX, Buenos Aires, 1967. <<
[67]
Vom Wesen der Wahrheit, Klostermann, Frankfurt, 1943; recogido en Wegmarken, GA, tomo 9.
Trad. castellana de E. García Belsunce, Sobre la esencia de la verdad, en Ser, verdad y fundamento,
Monte Avila, Caracas, 1968, y de Carlos Astrada en Cuadernos de Filosofía, Buenos Aires, n.º 1
(1948). También la citada edición de ¿Qué es metafísica? y otros ensayos incluye traducción. <<
[68] Platonslehre von der Wahrheit, recogido en Wegmarken, GA, tomo 9. Trad. castellana de J.
D. García Bacca, Doctrina de la verdad según Platon y Carta sobre el Humanismo, Universidad de
Chile, Santiago de Chile, 1950, y de Norberto V. Silvestti en Cuadernos de Filosofía, Buenos Aires,
n.º 10-12 (1952-1953). <<
[69]Como Heidegger señala más adelante, lo que el texto denomina «ciencia política» nada tiene que
ver con la disciplina académica «ciencia política» o «politología», sino con una concepción
politizada de la ciencia, es decir, con la idea de que la investigación científica y, por ende, la entera
actividad académica debían subordinarse a los valores e intereses del pueblo conformado en el
Estado. Sirvan como expresiva muestra de esta concepción las palabras que el nuevo ministro de
educación de Baviera, Hans Schemm, pronunció ante un grupo de profesores de la Universidad de
Munich: «A partir de ahora no les debe importar si esto o aquello es verdad, sino sólo si está de
acuerdo o no con el sentido de la revolución nacionalsocialista» (citado por Karl Dietrich Bracher,
La dictadura alemana, 1, Alianza, Madrid, 1973, p. 357). <<
[70]Heidegger está refiriéndose, sin duda, a la actitud despectiva para con el nacionalsocialismo que
tenían la aristocracia y la alta burguesía conservadora y culta, actitud bastante extendida en los
ambientes académicos. <<
[71] La relación intelectual de Heidegger con Jünger, iniciada en los años treinta, quedó plasmada en
el artículo «Über die Linie», que Heidegger publicó en 1955 en el volumen de homenaje a E. Jünger
titulado Freundschaftliche Begegnungen (Klostermann, Frankfurt), respuesta, a su vez, a otro
artículo que con el mismo título Jünger había publicado en el volumen de homenaje a Heidegger con
motivo de su sesenta cumpleaños (Anteile, Klostermann, Frankfurt, 1950). Posteriormente Heidegger
publicó por separado su artículo con el nuevo título «Zur Seins frage», recogido hoy en GA, tomo 9.
Trad. castellana «Sobre la cuestión del ser», de Germán Bleiberg, Revista de Occidente, Madrid,
1958. <<
[72]Werner Brock (1901-1974) se habilitó bajo la dirección de Heidegger en 1931 y trabajó ayudante
suyo hasta que fue retirado de la docencia en octubre de 1933 al aplicársele el decreto contra el
funcionariado judío. Emigró a Cambridge y en 1946 volvió a Friburgo con un encargo docente
especial. <<
[73]
Nietzsches Wort: Gott ist tot, en Holzwege, GA, tomo 5. Trad. castellana de J. Rovira Armengol,
Sendas perdidas, Losada. Buenos Aires, 3.a ed., 1979. <<
[74]Der Anfang der abendländischen Philosophie (Anaxitnander und Parmenides), anunciado como
el tomo 35 de la GA, aún sin publicar. <<
[75]Aus-einander-setzung. Traduzco esta expresión, tal como sugieren los guiones que separan los
distintos componentes de la palabra, de manera literal: «posición de uno frente a otro». El sentido
habitual de Auseinanderselzung es debate, discusión, pero Heidegger quiere resaltar el carácter
manifestativo, revelador de cada uno de los contendientes que la discusión, en cuanto posición-de-
uno-frente-a-otro, tiene. <<
[76]Juego de palabras entre Wissenschaft (ciencia) y Wissen (saber), imposible de mantener en
castellano. <<
[77]Selbstenthauptung, literalmente «autodecapitación». Juego de palabras con Selbstbehauptung,
«autoafirmación», basado en la raíz Haupt, «cabeza». Sin embargo, para mantener en español la
contraposición a «autoafirmación» he traducido Selbstenthauptung por «autonegación». <<
[78] Se trata del entonces ministro de Enseñanza y Cultura del Land de Baden. <<
[79]Gaustudentenführer. La organización territorial interna del NSDAP estaba dividida en Gauen,
nombre antiguo que el nazismo recuperó, equivalentes a regiones —por ejemplo, el Gau de Friburgo
era Baden—, al frente de las cuales se situaba un Gauleiter. El siguiente escalón territorial era el
Kreis (distrito), también con su correspondiente jefe (Kreisleiter). El mismo esquema se repetía con
las organizaciones estudiantiles. Gustav Adolf Scheel era, pues, el Gaustudentenfürer (jefe
estudiantil de la región) de Baden. La idea que presidía toda esta organización era que el partido,
para el mejor control del Estado, debía poseer una estructura paralela a éste. <<
[80]
Ernst Krieck (1882-1947), profesor de enseñanza secundaria, fue nombrado en 1933 catedrático
de Pedagogía en la Universidad de Francfort y, al poco tiempo, rector. Posteriormente pasó a la
Universidad de Heidelberg. Fue uno de los principales inspiradores de la educación bajo el Tercer
Reich. <<
[81] Véase nota 16. <<
[82]Como jefe del distrito de Friburgo del NSDAP y redactor jefe de Der Alemanne, periódico local
del partido, Kerber desempeñó un importante papel en las presiones que forzaron la dimisión de von
Möllendorf. Inmediatamente después fue nombrado alcalde de Friburgo. <<
[83]El cambio de constitución universitaria que Heidegger menciona no es otro que el decreto del
ministerio de Educación de Baden de 21 de agosto de 1933, por el que la Universidad adaptaba su
organización al Führerprinzip: el rector asumía las competencias del senado, nombraba y revocaba
libremente los decanos, etc. <<
[84]Erik Wolf (1902-1977), catedrático de Derecho Penal y Filosofía del Derecho en Friburgo desde
1930. Vinculado intelectualmente a Heidegger, aceptó, por deferencia a éste, el decanato de la
Facultad de Derecho. Posteriormente, su distanciamiento creciente del régimen nazi le llevó a
participar en la Bekennende Kirche, el grupo de la Iglesia evangélica que combatió activamente el
nazismo. <<
[85]
Conferencia pronunciada en Friburgo el 9 de junio de 1938. Recogida en Holzwege (GA, tomo 5)
con el título «Die Zeit des Weltbildes». Trad. castellana: «La época de la imagen del mundo» en la
edición de Sendas perdidas, citada en la nota 9. <<
[86]Fecha de la célebre «Noche de los cuchillos largos» en la que, de manera sangrienta, fue
liquidada en Munich, por orden de Hitler, la plana mayor de las SA, con Ernst Rohm a la cabeza,
acusados de conspirar contra el régimen y preparar un supuesto golpe de Estado. <<
[87]
Alfred Baeumler (1887-1968), catedrático de Pedagogía Política en la Universidad Humboldt de
Berlín en 1933, fue uno de los más significativos filósofos del nazismo e inspirador de su política
educativa. Desde el punto de vista filosófico, su interés se centraba en el pensamiento de Nietzsche.
<<
[88]
Alfred Rosenberg (1893-1946), principal ideólogo del nazismo, fue, a partir de 1933, jefe del
departamento de política exterior del NSDAP y, a la vez, «Comisionado del Führer para la
supervisión de toda la educación espiritual e ideológica del NSDAP». <<
[89]Hans Georg Gadamer (1900) es quizá el discípulo más conocido de Heidegger. Representante
destacado de la filosofía hermenéutica contemporánea, fue alumno de Heidegger en Marburgo desde
1923 hasta que se habilitó bajo su dirección en 1929. Catedrático en Leipzig (1939) y después de la
guerra en Francfort y Heidelberg. Gerhard Krüger (1902) fue catedrático en Tubinga, Francfort y
Heidelberg. Walter Bröcker (1902) se habilitó con Heidegger en 1934; ayudante suyo en Friburgo,
fue desde 1940 catedrático en Rostock y desde 1948 en Kiel. <<
[90]
«Der Ursprung des Kunstwerkes», recogida en Holzwege, GA, tomo 5. Trad. castellana de
Samuel Ramos, «El origen de la obra de arte», en Arte y poesía, Fondo de Cultura Económica,
México, 1958, además de en la citada edición de Sendas perdidas. <<
[91] Véase nota 22. <<
[92]«Hölderlins Hymne “Wie wenn am Feiertage…”». Recogida en Erläuterungen zu Hölderlins
Dichtung, GA, tomo 4. Trad. castellana de José M.a Valverde, «Como cuando en día de fiesta», en
Interpretaciones sobre la poesía de Hölderlin, Ariel, Barcelona, 1986. <<
[93]Hölderlingedenkfeier. Se trata de la conferencia Heimkunft. An die Verwandten que Heidegger
pronunció el día del centenario de la muerte de Hölderlin en la Universidad de Friburgo. Trad.
castellana: «Retorno a la patria. A los parientes» de J. M.a Valverde en la edición citada en la nota
anterior. <<
[94]
SD: Sicherheitsdienst («Servicio de seguridad»: órgano policíaco de control dentro del
NSDAP). <<
[95]
Johannes Lotz (1903), profesor, desde 1952, de la Universidad Gregoriana de Roma. Karl Rahner
(1904-1984), profesor de Teología en Innsbruck, Munich y Münster. <<
[96]Los hermanos Hans y Sophie Scholl, estudiantes de la Universidad de Munich, fundaron durante
la guerra, junto con el profesor de Filosofía Kurt Huber, un pequeño movimiento de resistencia al
régimen nazi, de carácter católico, que denominaron «La rosa blanca». En 1943, cuando repartían
panfletos, fueron detenidos y fusilados. <<
[97] Sein und Zeit. Apareció por primera vez en el Jahrbuch für Phänomenologie und
phänomenologische Forschung, Max Niemeyer, Halle, 1927. Recogido en GA, tomo 2. Trad.
castellana de José Gaos, El ser y el tiempo, Fondo de Cultura Económica, México, 1951. <<
[98]
Se trata de Kant und das Problem der Metaphysik, aparecido en 1929. Recogido en GA, tomo 3.
Trad. castellana de G. Ibscher Roth, Kant y el problema de la metafísica, Fondo de Cultura
Económica, México, 1955. <<
[99]Nicolai Hartmann (1882-1950), sucesor de Natorp en la cátedra de Filosofía de Marburgo, fue
luego profesor en Colonia, Berlín (desde 1931 a 1945) y, tras la guerra, en Gotinga. <<
[100]Systhematische Philosophie, editada por Hartmann, apareció en la editorial Kohlhammer,
Berlin/Stuttgart, en 1942. El artículo dedicado a la filosofía de la existencia lo escribió Otto
Friedrich Bollnow. <<
[101] Véase nota 3, p. 22. <<
[102] Cfr. supra p. 14. <<
[103] Cfr. supra p. 18. <<
[104]Friedrich Naumann (1860-1919) fundó en 1896 la Nationalsozialer Verein (Unión social
nacional), grupo político partidario de una democracia social autoritaria bajo el Káiser.
Posteriormente evolucionó hacia un liberalismo radical y fue el primer presidente del Deutsche
Demokratische Partei, partido liberal fundado en 1918. <<
[105][El artículo «Marzo de 1933» apareció en la revista Die Erziehung (La educación), editada por
A. Fischer, W. Flittner, Th. Litt, H. Nohl y E. Spranger en 1933, p. 401 ss. —N. del E. alemán.]
Spranger (1882-1963) fue catedrático en Leipzig y desde 1919 en Berlín. A partir de 1946 desarrolló
su enseñanza en Tubinga. <<
[106]Las frases provienen de la llamada a participar en el plebiscito del 12 de noviembre de 1933
que Heidegger dirigió a los estudiantes de Friburgo y que publicó el Freiburger Studentenzeitung,
VIII semestre (XV), n.º 1, 3 de noviembre de 1933. <<
[107]Karl Jaspers (1883-1969), era catedrático de filosofía en Heidelberg desde 1921. Sobre su
controvertida relación con Heidegger véase su libro, editado por Hans Sauer, Notizen zu Martin
Heidegger, Piper, München/Zürich, 1978. <<
[108]
[El libro que Heidegger muestra es Vernunft und Existenz. Además Heidegger enseña el libro de
Jaspers Descartes und die Philosophie, con una dedicatoria de Jaspers a Heidegger del año 1937.
—N. del E. alemán.] <<
[109]Edmund Husserl (1859-1938), fundador de la fenomenología, fue catedrático en Gotinga y, desde
1916 y hasta 1928, fecha de su jubilación, en Friburgo. Allí Heidegger colaboró estrechamente con él
hasta 1923, en que marchó a la Universidad de Marburgo. Cuando en 1928 Husserl se jubiló,
propuso como sucesor en la cátedra a Heidegger, que tomó posesión de ella en 1929. <<
[110]
La mencionada dedicatoria reza: Edmund Husserl in Verehrung und Freudenschaft zugeeignet
(A Edmund Husserl, con admiración y amistad). <<
[111]
Max Scheler (1874-1928), catedrático de Filosofía en Colonia y, poco antes de su muerte, en
Francfort. Muerto en plena madurez, Heidegger le dedicó su libro Kant und das Problem der
Metaphysik (1929). <<
[112]
La expresión «Sportpalast-Stimmung» indica el ambiente enfervorizado, propio de un mitin más
que de una conferencia. Es una expresión típica de las grandes concentraciones nazis. <<
[113]
Unterwegs zur Sprache, aparecido en 1959. Recogido en GA, tomo 12. Trad. castellana de Yves
Zimmermann, De camino al habla, Ed. del Serbal, Barcelona, 1987. <<
[114]El editor Max Niemeyer fue un gran promotor de la fenomenología. En su editorial se publicaba
el Jahrbuch für Phänomenologie und phänomenologische Forschung, editado por Husserl, y en el
que aparecieron las obras más importantes del movimiento fenomenológico, entre ellas Ser y Tiempo
de Heidegger. <<
[115]
La cita de Ser y Tiempo la tomo de la traducción de José Gaos, Fondo de Cultura Económica,
México, 3.a ed., 1968, p. 49. <<
[116]
Wolfgang Schadewaldt (1900-1974), catedrático de Filología clásica en Königsberg, Friburgo,
Leipzig, Berlín y, desde 1950, en Tubinga. Según Hugo Ott, desempeñó un papel decisivo en la
elección de Heidegger como rector. <<
[117]
Bernhard Rust (1883-1945), ministro de Educación de Prusia y posteriormente de todo el Reich,
cuando en 1934 se fundó el Reichsministerium für Wissenschaft, Erziehung und Volksbildung. <<
[118]Albert Leo Schlageter (1894-1923), estudiante, voluntario en la Primera Guerra Mundial,
mantuvo la resistencia contra la ocupación francesa tras la derrota de 1918. Detenido tras un atentado
en la región del Ruhr, fue fusilado el 23 de mayo de 1923. Convertido en símbolo nacionalista,
anualmente se celebraba la conmemoración de su muerte. Los actos de 1933 —décimo aniversario—
tuvieron especial solemnidad. <<
[119]Algunas corporaciones estudiantiles se caracterizaban por tener un color como distintivo, que
sus miembros portaban visiblemente, frente a las demás, llamadas «negras», que carecían de tal
símbolo. Las corporaciones de estudiantes fueron disueltas en 1934, pasando buena parte de ellas a
integrarse en la Nationalsozialistische Deutsche Studentenbund (Liga de estudiantes alemanes
nacionalsocialistas). <<
[120]Se trata del curso Über Logik als Frage nach der Sprache (La Lógica como pregunta por el
lenguaje), GA, tomo 38, sin publicar. <<
[121]Se trata del curso Hölderlins Hymnen «Germanien» und «Der Rhein», publicado en GA, tomo
39. <<
[122]Los cursos sobre Nietzsche empezaron en el semestre de invierno de 1936-1937 con el titulado
Nietzsche: Der Wille zur Macht als Kunst (Nietzsche: La voluntad de poder como arte), GA, tomo
43. <<
[123] [La cita no ha podido hasta ahora ser comprobada. —N. del E. alemán.] <<
[124]Se trata de «Hölderlin und das Wesen der Dichtung», contenida en Erläuterungen zu Hölderlins
Dichtung, GA, tomo 4. Trad. castellana de José M.a Valverde, «Hölderlin y la esencia de la poesía»,
en Interpretaciones de la poesía de Hölderlin, Ariel, Barcelona, 1986. <<
[125]Karl Barth (1886-1968), quizá el teólogo protestante más importante de este siglo, fue profesor
en Gotinga, Münster y Bonn. Miembro activo de la Bekennende Kirche, por su oposición al régimen
nazi tuvo que refugiarse en Basilea, de cuya Universidad fue profesor. <<
[126]Gerhard Ritter (1888-1967), catedrático de Historia en la Universidad de Friburgo de 1925 a
1956. Fue detenido en 1944 en relación con el atentado contra Hitler del 20 de julio. Liberado por
los aliados, formó posteriormente parte de la comisión del senado de la Universidad que en 1945
depuró las responsabilidades políticas de Heidegger. <<
[127] Denken und Dichten, GA, tomo 50, sin publicar. <<
[128]Volkssturm: organización creada hacia el final de la guerra como apoyo al ejército en la defensa
del suelo alemán. Reclutó a todos los hombres disponibles entre los dieciséis y los sesenta años. <<
[129] 29
Einführung in die Metaphysik, Max Niemeyer, Tübingen, 1953; recogido en GA, tomo 40.
Trad. castellana de Emilio Estíu, Introducción a la metafísica, Nova, Buenos Aires, 1956. La frase
se encuentra en la p. 152 de la edición de 1953 (208 de GA, 40) y en la 233 de la trad. castellana. <<
[130]
René Char (1907-1988) fue el anfitrión de los seminarios que Heidegger dirigió en Le Thor
(Provenza) durante los años 1966, 1968 y 1969. <<
[131] Ge-stell. Gestell, en lenguaje corriente, significa «armazón», «estantería», «bastidor»,
«dispositivo». Como derivado de stellen («poner»), el sentido que le da Heidegger parece mejor
traducido mediante «imposición» (sigo en ello a Manuel Olasagasti, Introducción a Heidegger,
Revista de Occidente, Madrid, 1967, y a Adolfo P. Carpio, traductor de «Die Frage nach der
Technik» («La pregunta por la técnica»), en Epoca de Filosofía, n.º 1, 1985, Barcelona. <<
[132]«Die Frage nach der Technik», en Die Technik und die Kehre, Neske, Pfullingen, 1962. Trad.
castellana citada en nota anterior. <<
[133]
Se trata de la conversación que Heidegger mantuvo con el monje Bikkhu Maha Mani, profesor de
Filosofía de la Universidad budista de Bangkok, y que, según el amigo y biógrafo de Heidegger W.
H. Petzet (Auf einen Stern zu gehen, Frankfurt, 1983, pp. 179 ss.) se desarrolló en dos sesiones: una
pública, registrada por la televisión, y otra estrictamente privada, en casa de Heidegger. <<
[134]
Was heisst Denken, Max Niemeyer, Tübingen, 1954. Recogido en GA, tomo 8, sin publicar.
Trad. castellana de H. Kahnemann, ¿Qué significa pensar?, Nova, Buenos Aires, 1958. <<
[135]
«Der Satz der Identität», en Identität und Differenz, Neske, Pfullingen, 1957. Trad. castellana de
H. Cortés y A. Leyte, «El principio de identidad», en Identidad y diferencia, Anthropos, Barcelona,
1988. <<