LEYENDAS
LEYENDAS
LEYENDAS
Esto hace que sus ruedas hagan demasiado ruido, provocando que la gente se
quede en sus casas hasta que el estruendo cesa. En vez de toldo, ese
transporte se encuentra cubierto por una sábana de color blanco.
En vez de caballos, los animales que sirven para remolcarla son un par de
bueyes, los cuales por su aspecto parece que los sacaron de un cementerio.
Uno de estos es de una tonalidad negruzca, en tanto que el otro tiene un pelaje
muy similar al color del melocotón.
Lo extraño es que jamás dobla en las esquinas. Si por alguna razón se topa con
una o llega a un callejón, simplemente se desvanece y aparece en otro sitio del
poblado.
Pues según lo que me dijo un amigo nicaragüense, cada vez que se escucha el
rechinido de sus llantas, una persona muere al día siguiente de manera
inexplicable.
La Iracunda Serpiente de Catedral
Las dimensiones de este reptil son tan grandes que su cola llega a tocar los
cimientos de la Iglesia de Sutiaba. El motivo por el que no ha podido moverse
de esa ubicación, se debe a que su cuerpo se encuentra sujeto por uno de los
cabellos de la Virgen de la Merced.
La culebra ha tratado de zafarse durante años, sin embargo, por más que se
mueve, se estira y se contrae, su cuerpo continúa perfectamente aprisionado
por ese “pelo divino”.
Hay quienes dicen, que es el alma de aquel sujeto quien suplica a Dios que lo
deje entrar al cielo. No obstante, hay otro grupo de gente que dice que se trata
de un alma que únicamente quiere espantar a las personas de la localidad.
A pesar de esto, hubo algunos hombres que llegaron a desafiar esa norma,
provocando la ira del protector, quien ni tardo ni perezoso usó un
encantamiento para convertirlos en reses.
En la población de Sutiaba
existe una de las leyendas
más interesantes que hemos
encontrado. La gente mayor
cuenta que en algún lugar de
esa localidad hay un tesoro
escondido.
Este cangrejo dorado sale de las profundidades del Océano Pacífico y nada
hasta llegar a la puerta de la iglesia más importante de ese poblado. Ahí espera
hasta que los primeros rayos del sol del Jueves Santo iluminan su metálica piel.
Hay algunas personas que han tratado de atrapar al Punche de oro, pues se
cree que la persona que lo atrape podrá encontrar el sitio exacto en donde fue
enterrado del tesoro y por tanto convertirse en un individuo inmensamente
rico.
Desgraciadamente para todos los cazadores de fortunas, les tenemos una mala
noticia y es que, como parte de estas leyendas nicaragüenses, no podemos
dejar de mencionar que, de acuerdo a los relatos, quienes logran tocar al
cangrejo, pierden el habla de manera inmediata al menos por una semana.
Otra versión de esta misma historia nos indica que el Punche es el alma de un
viejo cacique, a quien el ejército español condenó a muerte, ahorcándolo en
un palo de tamarindo.
Dicho árbol mítico permanece lleno de frutos los 365 días del año. No
obstante, nadie puede probarlos, puesto que, si lo hacen, fallecen en ese
mismo instante.
En contraste, el cadejo negro busca a los sujetos que andan fuera de sus
domicilios, porque salieron a beber y/o a fumar y como sabes éstas no son
conductas que deben imitarse.
Sin embargo, si el cadejo blanco llega a tiempo, ambos canes lucharán hasta
que uno resulte vencedor.
Algo que no hemos mencionado es que estos perros no tienen los ojos iguales
a los del resto de los galgos que conocemos, ya que poseen un brillo muy
especial que posibilita el que una persona pueda ver a gran distancia que un
cadejo se acerca.
La Mocuana de Sébaco
Después de la conquista, soldados
españoles llegaron a Sébaco. Allí fueron
recibidos por un indígena noble y generoso
quien fungía como alcalde de ese territorio.
Como única condición, el hombre les dijo que debían abordar sus
embarcaciones y no volver nunca más a pisar suelo nicaragüense.
Sin embargo, los conquistadores querían el tesoro sólo para ellos. Esto hizo
que el cacique escondiera todo el oro en un lugar en el que solamente su hija
y él conocieran la ubicación.
Luego de unos años la joven murió y se convirtió en lo que desde esa fecha se
conoce como la Mocuana, un espanto que invita a los forasteros a seguirla
hasta la cueva en donde fue encerrada, para luego dejarlos abandonados a su
suerte.
Hasta hoy nadie ha podido ver su cara. Es decir, sólo se puede apreciar su
delgada y delicada silueta y su larga cabellera de color Ébano que cubre por
completo su espalda.
La hora de salida es entre las ocho y nueve de la mañana cualquier día. Se dice
que los duendes son invisibles para los ojos de los adultos, sólo los niños
pequeños y los mudos los ven y del miedo se ponen a llorar.
Por eso dicen que nunca hay que dejar a un niño solo porque los duendes se
lo roban y se lo llevan a la montaña y lo convierten en duende si no ha sido
bautizado, aunque también se dice que los duendes se llevan a los niños ya
bautizados para perderlos en las montañas.
Los duendes son como niños de cinco años pero con cara de viejos. Son
morenos aindiados, de pelo corto, liso.
A ellos también les gustan las muchachas jóvenes sin casarse. Las invitan a que
se queden a vivir con ellos.
La piel del cocodrilo
Tantos halagos recibían que, una noche se les ocurrió permanecer hasta el
amanecer fuera del pantano, así los rayos del sol podían reflejar su preciosa
piel y más animales pudieran admirarles.
Fueron pasando los días, las semanas, los meses, los años y los cocodrilos
salían del pantano cubiertos con barro y aguardaban a que los rayos del Sol
reflejaran sobre su dorada piel para continuar por siempre siendo admirados
por semejante belleza.
Pero, sin darse cuenta, poco a poco el Sol comenzó a resecar su preciosa y
dorada piel. El barro, seco ahora sobre su piel tornó a esta arrugada y seca.
Casi sin darse cuenta, los cocodrilos pasaron de ser admirados por todos los
animales a ser completamente ignorados.
Dicen que fue tan intensa la amargura y tristeza que ellos sintieron que
comenzaron a refugiarse en sus pantanos y a salir solo por las noches para no
volver a ser vistos y, cuando alguien se les acerca sigiloso para admirarles, ellos
solo asoman su gran nariz y sus ojos saltones pues ya no pueden mostrar su
flamante cuerpo dorado y liso, ahora arruinado por la vanidad.
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