NUEVOS PARADIGMAS DEL DERECHO PROCESAL.p PDF
NUEVOS PARADIGMAS DEL DERECHO PROCESAL.p PDF
NUEVOS PARADIGMAS DEL DERECHO PROCESAL.p PDF
Coordinación editorial
Isidro Saucedo
Vanessa Díaz
Cuidado de la edición
ISBN 978-607-02-7988-1
Contenido
Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XIII
Carina Gómez Fröde
Parte I
remembranzas
VII
VIII CONTENIDO
Parte II
CONCEPTOS PROCESALES
Parte III
El poder judicial
Parte IV
las pruebas
Parte v
reflexiones actuales en torno
al proceso
Parte vI
El arbitraje
Parte vII
Los medios alternos de solución
de controversias
PRESENTACIÓN
Este texto tiene un doble propósito. Por una parte, reconoce el trabajo de los
académicos, juristas y amigos de don Humberto Briseño Sierra, quienes res-
pondieron de inmediato a la invitación que les fue formulada para participar.
Cuarenta abogados hacen referencia al trabajo desarrollado por el maestro y
aportan nuevas ideas y visiones, diversas a la teoría general del proceso, con
temas muy variados que han sido divididos para efecto de otorgarle un orden
y estructura en siete partes: “Remembranzas”, “Conceptos procesales”, “El
Poder Judicial”, “Las pruebas”, “Reflexiones actuales en torno al proceso”,
“El arbitraje” y “Los medios alternos de solución de controversias”.
El segundo propósito es mucho más personal. He vivido inmersa en el
mundo del derecho procesal y, por tanto, tenido la suerte de conocer a los
más importantes juristas e intelectuales en la materia. Conocí al doctor Bri-
seño Sierra en el entorno familiar en los años sesenta y a pesar de que nunca
fui su alumna, las referencias a su obra y a sus ideas estuvieron presentes, a
partir de que decidí también estudiar la carrera de derecho y ser profesora
procesalista.
Recuerdo a mi padre refiriéndose con admiración a Briseño Sierra,
para quien el maestro era el único mexicano con una teoría propia reco-
nocida internacionalmente; las concepciones de la acción como instancia
proyectiva, los medios de confirmación o sus ideas en torno a la figura del
arbitraje constituyen reconocida doctrina para el mundo procesal.
Junto con sus numerosos seguidores fundó el Instituto Panamericano
de Derecho Procesal, dándole, así, una nueva presencia fuera de las fronte-
ras a estas ideas y proveyendo de un enorme orgullo y satisfacción al mundo
de los juristas dedicados al estudio de las materias procesales. Se puede afir-
mar que ningún otro procesalista mexicano llegó tan lejos como el maestro
Briseño Sierra.
A pesar de que no todos los profesores coincidan con su pensamiento y
sus ideas, estoy segura de que la mayoría ha reconocido siempre, el valor y la
importancia de sus aportaciones. Me gustaría añadir que para aquellos que
no comparten sus puntos de vista, más que estar en contra de sus ideas, las
consideran sumamente complejas y abstractas.
XIII
XIV PRESENTACIÓN
Parte I
remembranzas
Alberto Saíd*
4 Alberto saíd
la, autor de libros de filosofía y ciencia jurídica, pero también de una prác-
tica forense civil, incluía a la historia jurídica dentro de su sistematización.2
Finalmente, Cipriano Gómez Lara, en su principal aporte a la ciencia
procesal, su tesis doctoral, titulada Sistemática procesal,3 alude a los planos
conceptual, normativo y fáctico. En cuanto a la historia,4 que no desdeña
en sus libros ni en sus cátedras ni en sus gustos y aficiones intelectuales (bajo
la tutoría de su tía, la doctora Paula Gómez Alonzo, asistió más en sus mo-
cedades a congresos sobre historia que a los jurídicos), nos formula —por
método— la eterna pregunta: ¿es la historia del derecho un capítulo espe-
cial de la ciencia histórica o una especie del género jurídico?
Sea cual fuera la respuesta, lo cierto es que nos hallamos frente a una
asignatura digna de cultivo y promoción. A nadie daña y sí beneficia mucho.
2 Ballve, Faustino, Esquema de metodología jurídica, México, Botas, 1956, p. 18. En el epí-
grafe 18 de la citada obra nos ilustra: “Es imposible resumir la evolución del derecho a través
del tiempo sin tener en cuenta también la historia del pensamiento jurídico y viceversa”,
p. 109.
3 México, UNAM, 1988, passim.
4 Incluso mi interés por estos temas se produjo gracias a que el doctor Cipriano Gómez
Lara no atendió al programa oficial de la materia teoría general de proceso (a sus cátedras
asistí en 1983). Recuerdo que en clase nos dijo éstas o parecidas palabras: “La única ventaja,
si tienen que presentar examen extraordinario, radica en que no estudiarán lo temas históri-
cos, ni la evolución del pensamiento, ni la evolución legislativa procesal, pues no forman par-
te del programa oficial; mas para nuestro examen final: Estúdienlos”. Además, nos alentaba
adentrarnos en la magnífica Breve antología procesal del doctor Ignacio Medina Lima (México,
UNAM, 1973). De ella, Gómez Lara dijo: “Todo estudiante estudioso la debe leer”.
5 Pallares, Jacinto, Historia del derecho mexicano, México, Imprenta de la Secretaría de Fo-
mento, 1904, p. 14.
Huelga decir que me adhiero letra por letra a lo dicho por este sabio
profesor, quien con sus asertos tal vez no dijo todo, pero sí señaló una sana
postura, una nueva forma de ver la historia patria procesal.
Creo que son tres los más importantes. No me atrevo a dar una cifra cerrada
con total certidumbre, pues la historia es muy pudorosa y nunca se “devela”
del todo. La primera es la famosa bibliografía de don Manuel Cruzado;8 la
segunda, la Bibliografía sumaria de derecho mexicano, de Margarita de la Villa y
José Luis Zambrano (en la parte procesal se contó con el auxilio del doc-
tor Niceto Alcalá-Zamora) de 1957;9 y las “Notas bibliográficas de derecho
6 Gutiérrez, Blas, Apuntes sobre los fueros y tribunales militares, federales, y demás vigentes en la
República, México, Imprenta de J. M. Aguilar Ortiz, 1876, pp. 1 y 2.
7 Apuntes del primer curso de derecho procesal civil, Escuela Nacional de Jurispru-
dencia, 1930, mimeo, p. 3. El licenciado Carlos C. Echeverría fue presidente del Tribunal
Superior de Justicia del Distrito Federal en 1928 y colaborador de la Revista de Ciencias Sociales
de la Facultad de Jurisprudencia.
8 Bibliografía jurídica mexicana, México, Tipografía de la Oficina Impresora de Estampi-
llas, 1905.
9 México, UNAM.
6 Alberto saíd
10 Briseño Sierra, Humberto, Derecho procesal, México, Oxford University Press, 1999, vol.
I, passim.
11
Ibidem, p. 290.
8 Alberto saíd
no me entienden que me estudien que no estoy para hablar según sus enten-
dederas”. Y así escribió Briseño Sierra, no para “entendederas” particulares,
sino conforme a su peculiar estilo, que requiere de estudio.12 El dato no se
regala sin más por el autor, hay que buscarlo con tiento y calma. Si se hace
no se saldrá con las manos vacías.
Deseo enfatizar que quien desee conocer la evolución legislativa de las
instituciones del derecho procesal civil mexicano tiene como grande fuente
a otro texto del erudito Briseño Sierra, El juicio ordinario civil,13 que es la obra
más cercana a un tratado de derecho procesal civil mexicano.
Vaya pues, no un aplauso, sino una sincera ovación, por el benedictino
esfuerzo de don Humberto Briseño Sierra en su larga, dilatada y productiva
vida académica, que se tradujo en muchos e importantes aportes.
En los trabajos de Briseño Sierra encontraremos distintos materiales
para construir, como se debe, a la catedral de la ciencia, legislación y sana
práctica procesal de nuestro país.
Al darme el doctor Gómez Lara la triste noticia del fallecimiento del
doctor Humberto Briseño Sierra, me dijo: “Es el mejor procesalista mexica-
no del siglo XX”. Así lo creo. Fue hombre de trabajo ingenioso y genial. Su
obra en conjunto es de una solidez inusitada en el medio académico mexi-
cano del ayer y aún del hoy.
La última intervención pública,14 muy poco tiempo antes del viaje sin
retorno del doctor Briseño Sierra, fue en el seno del XII Congreso Mundial
de Derecho Procesal, celebrado en la Ciudad de México en septiembre del
2003.15 En la clausura de dicho evento expresé:16
12 Hace algunos años escribí: “El doctor Humberto Briseño Sierra es autor y padre de
numerosa obra original, profunda y por ello polémica”. En Saíd, Alberto, “Breves apuntes
sobre la evolución del pensamiento procesal”, Revista del Tribunal Fiscal de la Federación, Méxi-
co, núm. 14, septiembre de 1999, p. 353.
13 México, Trillas, 1988, dos volúmenes. Donde también estudia a los institutos procesa-
les conforme a los distintos códigos procesales civiles mexicanos.
14 Aludió al tema del arbitraje, donde citó brevemente, a pesar de los pesares, a su maes-
tro, el Doctor Niceto Alcalá-Zamora y Castillo.
15 En concreto don Humberto, participó el miércoles 24 de septiembre de 2003 en los
comentarios al tema: La relación entre el arbitraje y otras formas privadas y públicas de
impartición de justicia. La intervención por fortuna se grabó.
16 Saíd, Alberto, “Palabras pronunciadas en la ceremonia de clausura del XII Congreso
Mundial de Derecho Procesal”, Ciudad de México, 26 de septiembre de 2003.
mente correr para saludar —desear salud y ofrecer sus respetos— al doctor
Humberto Briseño Sierra; uno de los decanos del procesalismo mexicano,
quien en su convalecencia, en una actitud viril y valiente nos honró con su
presencia. Un grande saludó a otro grande.
6,123, las que arrojan un promedio de casi cuatro citas por página. Esa gran
cantidad de trabajo está respaldada por una calidad otorgada por el rigor
del análisis y por la profundidad de las reflexiones, así como por el notable
esfuerzo sistematizador que está presente a lo largo de todas sus partes.
La obra original comprendía, como ya lo hemos mencionado, cuatro
tomos. Ahora, la edición que comentamos está resumida en un solo volu-
men, el que, de todas suertes, conserva una división, en cuatro partes, que
corresponden a los cuatro tomos de la edición príncipe.
Con una pretensión esquemática podemos decir que la estructura del
libro es la siguiente:
Prolegómenos
Dos capítulos 4 apartados (1 a 4)
Primera parte
Nueve capítulos 51 apartados (5 a 55)
Segunda parte
Ocho capítulos 41 apartados (56 a 96)
Tercera parte
Diez capítulos 57 apartados (97 a 153)
Cuarta parte
Once capítulos 53 apartados (154 a 207)
Total de apartados: 206
Hay una parte introductoria a la que se denomina prolegómenos, que
contiene dos capítulos introductorios, en los que se trata la idea del dere-
cho, la estructura de la relación jurídica, la clasificación de las normas y de
las ramas jurídicas. Constituyen estos prolegómenos un punto de partida,
una verdadera plataforma inicial de lanzamiento de la cual se va a partir,
después de ubicarse lo esencialmente jurídico, la estructura de la relación
jurídica, la clasificación de las normas, el listado de las ramas jurídicas y, en
ese listado, la identificación de la rama en la que se va a trabajar, que no es
otra que la del derecho procesal, sobre la cual se desarrollará todo el trabajo
ulterior.
Primera parte. Corresponde a lo que en la primera edición había sido el
primer volumen. Contiene una perspectiva fundamentalmente histórica del
derecho procesal. Se va a repasar cómo ha evolucionado el proceso, pero
también cómo ha evolucionado la doctrina procesal, el pensamiento proce-
sal. Se arranca de la definición y del concepto del derecho procesal, para
llevarnos de la mano hasta el momento en que el autor cree que ya hay una
formación del derecho procesal y se entra a uno de los capítulos más largos
de la obra, en el que encontramos todas las concepciones básicas del dere-
cho procesal romano; en los siguientes capítulos, todos de enfoque histórico,
se trata el derecho hispánico, el derecho americano, el derecho colonial,
el desarrollo de la legislación en nuestra naciente República mexicana, en
materia procesal, y las zonas limítrofes de la legislación administrativa, fis-
cal y de la judicial. Se concluye con un listado de las legislaciones y de las
ejecuciones judiciales más importantes. Los tres últimos capítulos de esta
parte histórica contienen referencias analíticas de la legislación civil, la codi-
ficación procesal, la doctrina y la escuela procesal, la clasificación doctrinal,
para concluir con una referencia a la expresión doctrinaria y a la literatura
mexicana.
Segunda parte. Correspondería también al segundo volumen de la prime-
ra edición, y el autor la llama “conceptos estructurales”. La forman ocho
capítulos, y nos va a hablar de una serie de conceptos que, como él mis-
mo dice, son de estructura, y que son los conceptos fundamentales. Como
ya hemos tenido oportunidad de observarlo, Briseño habla de conceptos
básicos, fundamentales y elementales. Hemos comentado en algún trabajo
nuestro que no nos ha convencido esta clasificación del maestro,3 pero reco-
nocemos en ella un esfuerzo sistematizador importante. Sigue adelante en
su desarrollo y nos habla del juzgamiento, de la razón del proceso, y llega,
como un gran sector de la doctrina, a la consideración de que la razón de
ser del proceso es el litigio; luego examina las posiciones, que ya sabemos
que son de Carnelluti, y que también ha estudiado Alcalá Zamora y Casti-
llo respecto de los equivalentes jurisdiccionales. En el capítulo tercero nos
habla del derecho procesal, y trata de deslindar éste en relación con otras
disciplinas; entra al problema de las fuentes, y aquí precisamente aborda su
enfoque de los conceptos fundamentales, básicos y elementales. Concluye
este capítulo con una referencia a la sistematización procesal, que es un
tema de suma importancia. Hablar de un sistema es hablar de un conjunto
de elementos, de un todo, debidamente ordenados de manera armónica y
funcional. En su capítulo cuarto de esta segunda parte pasa al tratamiento
de lo que denomina “derecho dinámico”, o sea, el movimiento, la clasifica-
ción de las instancias, la naturaleza de la acción procesal, las teorías sobre
la acción, y aquí se contempla una de las grandes aportaciones del maestro
Briseño: la de la acción como una instancia proyectiva. Hemos tenido es-
pecial atención con esta posición doctrinal de Briseño Sierra, a la cual, en
3 Gómez Lara, Cipriano, Teoría general del proceso, México, UNAM, 1972, p. 94, en donde
criticamos esta idea de Briseño Sierra.
4 Gómez Lara, Cipriano, Teoría general del proceso, 8a. ed., México, Harla, 1991, cap. 23,
pp. 151-157.
RECUERDOS DE ALGUNOS
SEMINARIOS DE LA FACULTAD DE DERECHO
DE LA UNAM
I. Introducción
1 Becerra Ramírez, Manuel, Notas sobre la historia del derecho internacional público. Derecho
internacional público en México, p. 55, biblio.juridicas.unam.mx/libros/4/1855/9.pdf.
19
2
“Los juristas en el exilio español en la Escuela Nacional de Jurisprudencia”, biblioteca-
virtual.dgb.umich.mx.
3 “Reglamento de los Seminarios de la Escuela Nacional de Jurisprudencia”, biblio.juridi-
cas.unam.mx/libros/1/255/39.pdf.
4 Mendieta y Núñez, Lucio, Historia de la Facultad de Derecho, México, UNAM, 1975, pp.
355, 356, 426 y 427.
5 Arnaiz Amigo, Aurora, El Distrito Federal y la Facultad de Derecho: Vivencias, www.jurídicas.
unam.mx.
10
Idem.
11
Idem.
12 Seminario de Sociología General y Jurídica-Seminarios, 132.248.84.200/seminarios/
seminario_sociología/index.html.
13 Aguilar Cuevas, Magdalena, Maestros españoles en el exilio, cit., p. 4.
14 Martínez Báez, Antonio, Compendio de historial del derecho y del Estado, capítulo 31, p. 303
books.google.com.mx.
15 Aguilar Cuevas, Magdalena, Maestros españoles en el exilio, cit., p. 4.
16
Martínez Báez, Antonio, Compendio de historial del derecho y del Estado, p. 319, books. google.
com.mx.
Derecho agrario
1. Ángel Alanís Fuentes 1948-1963
2. José Castillo Larrañaga 1963-1964
3. Raúl Lemus García 1964-1972 primer periodo
1977-1983 segundo periodo
4. Esteban López Angulo 1972-1977 primer periodo
1983-2000 segundo periodo
5. Director, licenciado Manuel Ruiz 200017
Daza
17 18 19
Derecho civil
1. Francisco H. Ruiz
2. Eduardo Baz
3. Leopoldo Aguilar Carbajal
4. Raúl Ortiz Urquidi
5. Flavio Galván Rivera18 1987-1990
6. Iván Lagunes Pérez
7. José Barroso Figueroa
8. María Leoba Castañeda Rivas
Derecho constitucional
1. Mario de la Cueva19 1962-1971
2. Felipe Tena Ramírez
3. Miguel González Avelar
4. Ignacio Burgoa Orihuela 1971-1990
5. Francisco Venegas Trejo 1990-2004
17
Seminario de Derecho Agrario, 132.248.84.200/Seminarios/Seminario_agrario/ind...
18
Flavio Galván Rivera, Facultad de Derecho, UNAM, p. 1, www.derecho.unam.mx.
19 Martínez Báez, Antonio, Compendio de historial del derecho y del Estado. Algunas corrientes
filosófico-jurídicas y políticas de México, p. 316, books.google.com.mx.
Derecho mercantil
1. Jorge Barrera Graff
2. Raúl Cervantes Ahumada
3. Genaro David Góngora Pimentel
4. Miguel Acosta Romero
5. Guillermo López Romero
6. Vicente Toledo López
7. Pedro Astudillo Ursúa
8. Óscar Vázquez del Mercado
Derecho penal
1. Raúl Carrancá y Trujillo
2. Celestino Porte Petit
3. Raúl Carrancá y Rivas
4. Luis Rodríguez Manzanera
5. Luis Fernández Doblado23
Derecho procesal
Fundado en 1947
Materias que se estudian: derecho procesal (aplicado a cualquier materia
sustantiva), teoría del proceso, juicios especiales, práctica forense en materia
procesal, acciones colectivas
20
Becerra Ramírez, Manuel, Notas sobre la historia del derecho internacional público. Derecho
internacional público en México, p. 55, biblio.juridicas.unam.mx.
21
Oscar Treviño Ríos, Procuraduría General de la República, www.pgr.gob.mx.
22
“Influencia del derecho internacional en el derecho mexicano”, books.google.com.mx.
23
Seminarios, 132.248.84.200/Seminarios/Seminario_penal/directo ...
Estudios jurídico-económicos
1. Hugo Rangel Couto27
2. Manuel R. Palacios
3. Agustín Arias Lazo
4. Pedro Ojeda Paullada Hasta diciembre de 2012
24
Negrete Romero, Roberto, Niceto Alcalá Zamora y Castillo 1906-1985, foja 4, derecho.
procesal.unam.mx.
25
Historia del pensamiento jurídico, 132.248.84.200/seminarios/seminarios_romano/index.
html, José de Jesús Ledezma Uribe. Seminario de Derecho Romano e Historia del Derecho.
26
Breve historia y funcionamiento del Seminario de Derecho Romano. José de Jesús Ledezma Uribe,
132.248.84/seminario/seminario/romano/historia.htm.
27
Hugo Rangel Couto, juristasunam.com.
Sociología jurídica
1. Juan Pérez Abreu 1955-196332
2. Leandro Azuara Pérez33 1963-1978
3. Olga Sánchez Cordero 1980-1984
28
Martínez Báez, Antonio, Compendio de historial del derecho y del Estado, p. 305. books.google.
com.mx.
29
Seminario de Filosofía del Derecho, 132.248.84.200/seminarios/seminario_filosofia/in
dex.html.
30
David Rangel Medina (Discurso Premio Nacional de Jurisprudencia por Raúl Gonzá-
lez Schmall), www.juridicas.unam.mx.
31
Patentes, marcas y derechos de autor- Seminario, 132.248.84.200/seminarios/semina
rio_patentes/index.html.
32
Seminario de Sociología General y Jurídica-Seminarios, 132.248.84.200/seminarios/
seminario_sociología/index.html.
33
Martínez Báez, Antonio, Compendio de historial del derecho y del Estado, p. 314. books.google.
com.mx.
Comercio exterior
1. Luis Malpica Lamadrid 1997
2. Juan Manuel Saldaña Pérez
22 años. Durante ese tiempo mostró ser una persona trabajadora, seria,
cumplida, con una gran capacidad intelectual y destacada experiencia pro-
fesional, pues se dedicaba al litigio.
Al Seminario iba por las mañana y excepcionalmente por las tardes. El
doctor Medina asignaba a cada tesista un asesor; posteriormente éste le pre-
sentaba un proyecto de capitulado para que lo aprobara o hiciera las correc-
ciones pertinentes. Una vez concluido el trabajo se le presentaba al director.
El maestro Medina elaboró dos libros, el primero titulado Breve antología
procesal, donde hace alarde de su erudición, pues lo escribió en español y en
latín. Además, hizo otro libro llamado Remanso de historias, cuyo contenido
no es procesal.
Durante todo el tiempo que he estado en el Seminario de Derecho Pro-
cesal me percaté de muchas cosas, entre ellas que durante la dirección del
doctor Ignacio Medina Lima también colaboraron como profesores ads-
critos los maestros Carlos Cortez Figueroa y el ilustre doctor Humberto
Briseño Sierra, que entre otras cosas es el autor de la Teoría de la acción como
instancia proyectiva, quien a los medios de prueba les llamó “actos de confir-
mación”.
Estando en el Seminario un día, el doctor Ignacio Medina Lima me
contó que tiempo atrás, la embajada de Japón lo contrató como su abogado,
y le pagaba una mensualidad. Sin embargo, nunca le pasaron un problema
jurídico. Por lo que una tarde en su privado, viendo un diccionario tradu-
cido del japonés al francés, lo tomó, y al margen de cada palabra puso el
equivalente al español. Una vez que concluyó ese trabajo, lo presentó al em-
bajador y le entregó el diccionario, que ahora estaba traducido del japonés
al francés y de éste al español, diciéndole que estaba muy agradecido por
el contrato, pero que él no estaba acostumbrado a cobrar sin trabajar, por
lo que entregó el diccionario, diciéndole que ese era el trabajo que había
hecho, dando las gracias, y por último presentó su renuncia.
Creo que muchos de sus modales elegantes los aprendió de los japo-
neses, porque era muy ceremonioso, pues bajaba la cabeza para saludar
y despedirse, como lo hacen los japoneses. En una ocasión le oí decir: “La
cortesía nació en Japón, y la paciencia en China”.
Cabe decir que el maestro Medina hablaba perfectamente el francés, y
en su trato diario siempre utilizaba palabras en ese idioma. Por ejemplo, al
entregar un documento decía voilà, y en lugar de decir sí, decía oui. Tenía
costumbres afrancesadas, y en varias ocasiones me aconsejó ir a París, di-
ciéndome: “un día en París es un segundo en el paraíso”.
36
“Por la excelencia en el derecho”, Boletín de la Facultad de Derecho, núm. 51, primera
quincena de diciembre de 1993, entrevista al licenciado Héctor Molina González, director
del Seminario de Derecho Procesal, p. 1.
37
Idem.
38
Ibidem, p. 4
39
Decreto por el que se reforma la Ley Orgánica del Tribunal Superior de Justicia... www.idconline.
com.mx.
litigantes. Aclarando que los juzgados de paz eran orales y buscaban bajos
costos para los justiciables.
Otro de los retos del Seminario de Derecho Procesal en esa época y
hasta que concluí en 2003 fue que las figuras de derecho procesal, como el
proceso, ya no se concibiera como el conjunto de actividades que dentro
del proceso realizaban los sujetos procesales, pues ya era deficiente, por su
lentitud y costo, sino que debían buscarse nuevas soluciones alternativas que
sustituyeran al proceso, como las procuradurías (del Consumidor y Social)
y como las comisiones (Derechos Humanos) y defensorías.40 Mi propuesta
coincide con el hecho de que diez años después, en 2003, el Tribunal Su-
perior de Justicia del Distrito Federal creó el Centro de Justicia Alternativa,
como órgano del Consejo de Justicia Alternativa, para administrar y desa-
rrollar los métodos alternos de solución de los litigios. Cinco años después
se incluyeron dichos medios alternos en el artículo 17 constitucional, en la
reforma del 18 de junio de 2008.41 Con las mencionadas formas alternativas
se propicia una disminución en los costos, no únicamente para las partes,
sino también para los órganos jurisdiccionales, además de que ello hace que
se descongestionaran dichos órganos.42
Como director del Seminario dije que el atraso del proceso no sólo se
encontraba en materia común, sino también en materia federal, pues los
juicios de amparo eran lentos, y su costo, excesivo.43
Respecto de la jurisdicción, expresé que con la firma del Tratado de
Libre Comercio celebrado por México, Estados Unidos de América y Ca-
nadá, era necesario e inaplazable encontrar nuevos caminos procesales que
garantizaran la solución rápida, efectiva y conveniente de los problemas que se
presentarían en el futuro. Toda vez que en esos días se estaba creando una
integración económica entre varios países, así en Europa como en América,
y era evidente que debía elaborarse un derecho procesal comunitario, en el
que se fincaran las bases para resolver los problemas jurídicos comunes que
surgieran entre los países miembros involucrados. En ese renglón resalté la
importancia del arbitraje, como la figura procesal idónea para resolver esta
clase de litigios.44
40
Boletín Facultad de Derecho, cit., p. 4.
41
DOF, 18 de junio de 2008, Cámara de Diputados. www.diputados.gob.mx.
42 Poder Judicial del Distrito Federal, Boletín Judicial, Centro de Justicia Alternativa, www.
poderjudicialdf.gob.mx.
43 Boletín Facultad de Derecho, cit., p. 5.
44 Idem.
45
Idem.
46
Ibidem,
p. 5.
47
Molina y González, Héctor, Instrumento metodológico de teoría del proceso, México, UNAM,
División de Universidad Abierta, Facultad de Derecho, 1994.
48
Diario Oficial de la Federación, 29 de julio de 2010, www.diputados.gob.mx.
49
Gaceta Oficial del Distrito Federal-PAOT, www.paot.org.mx.
50
“Cuadernos Básicos de Administración Escolar”, Opciones de titulación en la UNAM, Mé-
xico, Secretaría General de Administración Escolar, Facultades y Escuelas, febrero de 2011,
pp. 57-60. www.pve.unam.mx/titulación/opcionestitu2011.pdf.
Los alumnos que cuentan con recursos económicos desde entonces han
optado por la opción 3, que consiste en pagar 20,000 pesos para cursar un
diplomado que casi les garantiza la aprobación. Los alumnos que no cuentan
con esa cantidad, o no se reciben o no les queda más que hacer su tesis.
Al salir del Seminario, del lado izquierdo había unos estantes, donde se
ubicaban las tesis concluidas, que podían ser consultadas.
Había varias mesas grandes, donde se estudiaba, cabrían unas cuatro
personas en cada una y al final de la sala de estudio había dos sillones indivi-
duales rojos, donde me sentaba con una amiga a estudiar y a platicar cuan-
do se cerraba el Seminario a las tres de la tarde. Frente a nosotros siempre
veíamos una especie de tarima de una altura mayor a la de un escalón, y
arriba colgados en la pared se encontraban los retratos de quienes confor-
man la tetrarquía del amparo: Manuel Crescencio Rejón (creador del juicio
de amparo en 1840), Mariano Otero (lo federaliza), León Guzmán (el salva-
dor, instituye el juicio de amparo en los artículos 103 y 107 de la Constitu-
ción de 1857) e Ignacio Luis Vallarta (estructurador del juicio de amparo).51
En septiembre de 1981 concluí mi servicio social, y agradecí al doc-
tor Francisco Venegas Trejo la oportunidad que me dio de trabajar con él,
aprender, desarrollarme y conocer el mundo del derecho constitucional.
51
La substanciación del juicio de amparo directo, www.buenastareas.com.
I. Introducción
41
II. Resumen
El insigne autor literario del siglo de oro español, Pedro Calderón de la Bar-
ca (Madrid, 1600-1681), fue el creador de la obra El alcalde de Zalamea, de
cuyo texto y significado puede derivarse como primer comentario la exalta-
ción del honor, sentimiento muy propio de la época en que fue escrita.
El presente ensayo propone algunas reflexiones sobre la relación que
existe entre la obra en mención y el derecho. El objetivo es tratar de demos-
trar la necesidad de reconocer la vigencia de los valores como fuente inspi-
radora de la norma positiva, pues es la única forma de mantener y respetar
el derecho como el supremo regulador de las relaciones sociales entre los
hombres.
Una breve reseña del drama que contiene la mencionada obra es necesa-
ria para colocar al lector en el contexto. El capitán, don Álvaro de Ataide,
atenta contra el honor de Isabel, hija del alcalde de Zalamea, Pedro Crespo;
éste le pide a aquél que repare la ofensa, llegando hasta el ruego, pero ante
su persistente negativa, lo hace ahorcar, a pesar de las protestas del general,
don Lope de Figueroa.
Enterado del caso, el rey Felipe II, no sólo no sanciona al alcalde Pedro
Crespo, sino que lo nombra alcalde perpetuo de la ciudad, respaldando así
3
Ibidem, p. 31.
4
Laporta, Francisco, Entre el derecho y la moral, México, Distribuciones Fontamara, 1993,
p. 73.
5
Calderón de la Barca, op. cit., p. 62.
6
Ibidem, p. 68.
7
Ibidem, p. 66.
8
Ibidem, p. 36.
9
Ibidem, p. 81.
Otro comentario que se infiere más del espíritu que del texto de la obra, y
que también continúa vigente, es el relativo a la distorsión que puede darse
del ejercicio del poder por parte de quien lo detenta, así como de la necesi-
dad de respaldar al derecho con la fuerza, para así efectivizarlo.
Esto puede inferirse de la respuesta que brinda el capitán Álvaro de
Ataide, cuando el alcalde Pedro Crespo ordena que lo detengan: “¡Buenos
son vuestros extremos! Con un hombre como yo, y en servicio del rey, no se
puede hacer”.11
En otras palabras, que por el solo hecho de ser quien era y más aún, en-
contrándose al servicio del rey, resultaba inmune a cualquier situación que
lo comprometiera o a alguna acusación que se le pudiera hacer.
La semejanza con lo que ocurre en la época actual es sorprendente. Son
numerosas las ocasiones en que el abuso del poder se puede apreciar fácil-
mente en cualquier lugar del mundo y en todo tiempo. Sin embargo, esta
reflexión no queda ahí; es frecuente observar la frustración del litigante de
10
Ibidem, p. 82.
11
Idem.
12
Ibidem, p. 77.
13
Ibidem, p. 88.
14
Ibidem, p. 67.
15
Ibidem, p. 76.
16
Ibidem, p. 93.
Nadie duda ahora respecto de que el derecho procesal es una ciencia con
contenido propio y sistémica de concepto. No obstante, su evolución histó-
rica no ha sido fácil en la transición del procedimentalismo al procesalismo.
Nos induce a este comentario la pregunta que hace don Lope al alcalde
Crespo: “¿Qué es el proceso?”,17 y la respuesta: “Unos pliegos de papel que
voy juntando, en razón de hacer la averiguación de la causa”.18
Bien sabido es que los tres conceptos fundamentales del derecho pro-
cesal son la acción, la jurisdicción y el proceso. También las tres han sido
materia de evolución conceptual. En lo que se refiere al proceso, no se le
debe confundir con el expediente; éste es el conjunto de papeles, a diferen-
cia de la respuesta del alcalde Crespo. En cambio, el proceso se define como
el conjunto de actos orgánicos y coherentes, relacionados entre sí, esencial-
mente teleológico, y que tiene como objetivo la realización de la justicia, a
través del reconocimiento de los derechos sustanciales. Por consiguiente,
puede afirmarse que el expediente es el cuerpo y el proceso es el alma.
Así las cosas, el abogado, al demandar o al contestar la demanda, y
especialmente el juez al sentenciar, no deben olvidar jamás que detrás del
expediente existe un proceso, y que detrás de éste vive un drama humano, el
mismo que ha de ser captado en su real dimensión para que la sentencia sea
un reflejo de la verdad material y no solamente de la verdad formal.
IX. Epílogo
17
Ibidem, p. 91.
18
Idem.
19
Ibidem, p. 95.
20
Idem.
21
Frase atribuida a Montesquieu.
I. Introducción
1
El Ciclo de práctica profesional es una asignatura que implica la aplicación de los co-
nocimientos adquiridos en los cursos de las distintas materias de grado. La materia depende
51
que alentar a las partes para que “pidan soluciones” se los debe dotar de he-
rramientas para que conozcan sus derechos y garantías, y acudan a solicitar
la defensa técnica correspondiente en tiempo y forma eficaz, descartando
un proteccionismo que no los considera como ciudadanos capaces de de-
fender sus derechos. Creemos que el ciudadano debe ser tenido en cuenta,
no como sujeto a proteger, sino como persona a respetar. Pensar que el jus-
ticiable debe ser protegido nos puede conducir a un peligroso paternalismo,
en que el Estado proteja y también controle a sus protegidos, combinación
improbable para un sistema republicano.
Por tanto, el rol de la enseñanza práctica del derecho adquiere una
relevancia suprema en el universo del acceso a la justicia de grupos vulne-
rables. El estudiante de derecho no sólo debe manejar el saber del derecho
de fondo y de forma, sino que también debe entrenar en el cómo hacer del
proceso. Y es preciso que este entrenamiento aproveche a las personas que
no podrían solventar un abogado privado.
1. Objetivos
2. Contenidos
En cuanto a los contenidos, entendemos que estarán fijados por los pro-
gramas de estudio de la práctica profesional de cada universidad. No obs-
tante, deseamos llamar la atención sobre cuatro tópicos que destacamos
como fundamentales en esta tarea, a saber:
1) La entrevista profesional: Estudio de la secuencia: saludo-estructura-
desarrollo (presentación, tiempo, espacio). La consulta: diversas cuestiones
planteadas: la consulta no siempre tiene contenido totalmente jurídico. La
comunicación con el cliente. Hechos relevantes, conducentes, complemen-
tarios, y prescindibles. Técnica de la entrevista. Abordaje práctico.
2) El encuadre jurídico: ¿qué es un caso? ¿Qué caso plantea el consul-
tante ya entrevistado? El abordaje del caso. Encuadre legal del caso: hechos
y normas. Esquema de análisis del caso. El significado de los hechos. Ámbi-
to de resolución del caso: judicial o extrajudicial.
3) El desarrollo del proceso: el caso en la práctica: las peticiones ante los
tribunales: escritos y audiencias.
4) Los métodos alternativos de resolución de conflictos: qué son. Dis-
tintos métodos alternativos de resolución de conflictos: negociación, media-
ción, conciliación, arbitraje. Su importancia en la búsqueda de la resolución
del caso. Las entrevistas y conversaciones antes del juicio: “una llamada
que podría evitar un litigio”. La técnica de las audiencias en un proceso de
mediación.
bién se opuso la excepción de falta de legitimación para obrar del actor, pa-
dre biológico de la menor, y se contestó la demanda rechazando la acción.
Alumnos y profesora pergeñaron la estrategia a llevar adelante, y reali-
zaron toda la actividad procesal tendente a resguardar el derecho al debido
proceso de la consultante: asistieron a audiencias (el Juzgado de Primera
Instancia ordenó, previo a todo trámite, convocar a las partes por sí o por
apoderado a una audiencia en virtud de las facultades propias del juzgador
—artículo 36 del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación—, con
presencia del Defensor de Menores), y solicitaron que fuera escuchada la
menor —artículo12 de la Convención de los Derechos del Niño y artículos
24 y 27 de la Ley 26.061 de Protección Integral de los Derechos de las Ni-
ñas, Niños y Adolescentes—. Se estudiaron pautas constitucionales y legis-
lación y doctrina nacionales e internacionales.
La actividad procesal fue profusa y fecunda, y redundó en experiencia
para el alumnado, así como garantía de acceso a la justicia para la consul-
tante.
V. Conclusiones
Parte II
CONCEPTOS PROCESALES
I. Introito
61
del problema de la vida que generó su creación y vigencia, que es lo que ver-
daderamente importa, pues permite comprender cabalmente el fenómeno
único e irrepetible del proceso judicial.
Creo que ello no es correcto, pues impide vincular adecuadamente los
dos extremos que se presentan en la aplicación de toda y cualquier norma:
la aparición del problema de convivencia y la solución que a ese problema
le otorga la ley.
De ahí que comienzo la explicación de este trabajo8 con una primaria
y obligada referencia a la causa del proceso: el conflicto intersubjetivo de
intereses.
En esa tarea, creo que es fácil imaginar que un hombre viviendo en ab-
soluta soledad (Robinson Crusoe en su isla, por ejemplo) —no importa al
efecto el tiempo en el cual esto ocurra— tiene al alcance de la mano y a su
absoluta y discrecional disposición todo bien de la vida suficiente para satis-
facer sus necesidades de existencia y sus apetitos de subsistencia.
En estas condiciones es imposible que él pueda, siquiera, concebir la
idea que actualmente se tiene del derecho.9
Fácil es también de colegir que este estado de cosas no se presenta per-
manentemente en el curso de la historia; cuando el hombre supera su estado
de soledad y comienza a vivir en sociedad (en rigor, cuando deja simplemen-
te de vivir para comenzar a convivir), aparece ante él la idea de conflicto:
un mismo bien de la vida, que no puede o no quiere compartir, sirve para
satisfacer el interés de otro u otros de los convivientes y, de tal modo, varios
lo quieren contemporánea y excluyentemente para sí (comida, agua, techo,
etcétera) con demérito de los apetitos o aspiraciones de alguno de ellos.
Surge de esto una noción primaria: cuando un individuo (coasociado)
quiere para sí y con exclusividad un bien determinado, intenta implícita o
expresamente someter a su propia voluntad una o varias voluntades ajenas
(de otro u otros coasociados): a esto le asigno el nombre de pretensión.10
11
El uso de la fuerza no refiere sólo a la fortaleza física que permite que uno pegue a
otro. También se muestra en la mayor velocidad que tiene el ladrón para escapar de su víc-
tima después de haberla robado, en la mayor inteligencia y picardía para usar algún ardid a
fin de defraudar a otro, etcétera.
1. La autodefensa
hace uso de la fuerza cuando el proceso llegaría tarde para evitar la consu-
mación del daño que teme o sufre.
En el derecho argentino se pueden ver numerosos ejemplos de auto-
defensa: en el Código Penal, en cuanto autoriza la legítima defensa,14 en el
Código Civil, en tanto se permite el uso de la fuerza para proteger la po-
sesión15 o para cortar raíces de árboles vecinos16 o para mantener expedita
una propiedad,17 etcétera.
Por lo demás, el derecho de retención, el despido, la huelga, etcétera,
son derivaciones del principio de autodefensa o autotutela.
2. La autocomposición
14
Código Penal, artículo 34, pfo. 6: “No es punible... el que obrare en defensa propia o de
sus derechos, siempre que concurrieren las siguientes circunstancias: a) agresión ilegítima;
b) necesidad racional del medio empleado para impedirla o repelerla; c) falta de provoca-
ción suficiente por parte del que se defiende”.
15
Código Civil, artículo 2470: “El hecho de la posesión da el derecho de protegerse en
la posesión propia y repulsar la fuerza con el empleo de una fuerza suficiente, en los casos en que los
auxilios de la justicia llegarían demasiado tarde; y el que fuese desposeído podrá recobrarla
de propia autoridad sin intervalo de tiempo, con tal que no exceda los límites de la propia
defensa”.
16
Código Civil, artículos 2628 y 2629: “El propietario de una heredad no puede tener en
ella árboles sino a una distancia de tres metros de la línea divisoria con el vecino, sea la pro-
piedad de éste predio rústico o urbano, esté o no cercado, o aunque ambas heredades sean
de bosques. Arbustos no pueden tenerse sino a distancia de un metro. Si las ramas de algunos
árboles se extendieran sobre las construcciones, jardines o patios vecinos, el dueño de éstos
tendrá derecho para impedir que se extendiesen en su propiedad; y si fuesen las raíces las que
se extendiesen en su propiedad, el dueño del suelo podrá hacerlas cortar por sí mismo, aunque los
árboles, en uno y otro caso, estén a las distancias fijadas por la ley”.
17
Código Civil, artículo 2517: “Poniéndose alguna cosa en terreno o predio ajeno, el
dueño de éste tiene derecho para removerla sin previo aviso si no hubiese prestado su consentimiento...”.
4. El desistimiento
5. El allanamiento
6. La transacción
acercar los intereses contrapuestos y lograr que ellas mismas puedan lograr
la anhelada disolución mediante uno de los medios directos ya vistos prece-
dentemente: desistimiento, allanamiento o transacción.
Esta actividad puede presentarse con tres distintas gradaciones que ge-
neran otras tantas denominaciones: amigable composición, mediación y ar-
bitraje.20 Las explico seguidamente.
9. La mediación
es ni uno ni otro). Y de ahí su calidad de imparcial, que implica tres condiciones: la imparcialidad
propiamente dicha (no tener interés directo ni indirecto en el resultado del pleito), la impartialidad (no
ser parte ni actuar como tal ni subrogar las tareas de ellas en el proceso) y la independencia
(no solo del poder político sino también de toda obediencia debida a las partes y, sobre-
manera, de todo prejuicio: de color, de raza, de religión, de tendencias, de sexo, etcétera).
20 Si el lector ya conoce el tema, advertirá que existe un caos autoral en cuanto al signi-
ficado exacto de cada una de las actividades que aquí describo: hay quienes sostienen que la
conciliación es cosa distinta de la mediación, por ejemplo, cuando de verdad existe entre am-
bos conceptos una relación de género a especie; otros afirman que el mediador resuelve (por lo
cual le exigen que sea un neutral) sin advertir la incompatibilidad lógica que existe entre mediar
y resolver, etcétera. Creo que el esquema de actividades aquí mostrado es el correcto: si bien
se mira el asunto, se hallan cubiertas en el texto todas las funciones posibles de ser cumplidas
por el tercero, sólo que sistémicamente presentadas.
21 Esta es la típica actuación del buen amigo del matrimonio desavenido que colabora
con sus consejos para evitar la separación de la pareja.
10. La decisión
El tercero, a pedido de las partes y dentro de los límites que ellas ex-
presamente fijen al efecto, asume un papel aún más preponderante: no sólo
intenta el acercamiento (cual lo hace el amigable componedor); tampoco
brinda únicamente propuestas de soluciones (cual lo hace el mediador) sino
que, luego de escucharlas en pie de perfecta igualdad, emite además la de-
cisión que resuelve de manera definitiva el conflicto, pues las partes se han
comprometido en forma previa a acatarla.
Como se ve, el caso es por completo diferente de los anteriores: aquí,
la actividad del tercero —al igual que la del juez en el proceso judicial—
22
Esto
fue lo que, precisamente, hizo monseñor Samoré cuando en su momento medió
exitosamente para finalizar lo que entonces era inmediato conflicto bélico entre Argentina y
Chile.
muestra una verdadera composición, sólo que privada, que deja de ser medio
para convertirse en resultado: el arbitraje o el arbitramento.
En otras palabras: no se trata ya de autocomposición, sino de hetero-
composición privada.
Cuando no media acuerdo de las partes interesadas y, por tanto, se
descarta la autocomposición (directa o indirecta), la solución del conflicto
pasa exclusivamente y como alternativa final23 por el proceso judicial. Y ello
muestra el otro medio posible de heterocomponer el conflicto.
El primero es de carácter privado (arbitraje y arbitramento). El segun-
do es:
a) por el uso de la fuerza, que debe descartarse a todo trance para mante-
ner la cohesión del grupo social. Claro está, la afirmación tiene algu-
nas excepciones, que mencionaré en el número siguiente;
b) por el uso de la razón, que iguala a los contendientes y permite el diálo-
go: éste posibilita lograr una autocomposición directa, que se traduce
en una renuncia total del pretendiente (desistimiento) (el supuesto
comprende también el del perdón del ofendido en materia penal); en
23
Es habitual leer que los métodos descritos en el texto son alternativos del proceso ju-
dicial cuando, en rigor de verdad, ocurre exactamente a la inversa. Nadie quiere adentrarse
alegremente en los difíciles meandros de un proceso sin haber intentado en forma previa un
medio de autocomposición. Sólo en ultimísimo caso se comienza el verdadero y peligroso
safari en el que se ha convertido actualmente el proceso judicial.
24 Quede en claro que el proceso nada tiene que ver con la búsqueda de la verdad, como
habitualmente se dice de su objeto o de su razón de ser. Escapa a la finalidad de este artículo
el desarrollo integral de esta idea, muy desarrollada en mi Debido proceso de la garantía consti-
tucional (Rosario, Argentina, Zeus, 2003). La misma obra se editó con el nombre de Debido
proceso versus pruebas de oficio (Bogotá, Temis, 2004), Garantismo procesal contra actuación judicial
de oficio (Valencia, España, Tirant lo Blanch, 2005) y La garantía constitucional del proceso y el
activismo judicial: ¿qué es el garantismo procesal? (Asunción, Paraguay, La Ley, 2011).
25
Dichoso del juez que se convierte en leyenda no por haber sido justiciero, sino por
reconocérselo como un auténtico dador de paz en el medio en el cual actuó.
ner la paz social, evitando que los particulares se hagan justicia por mano
propia.
Hechas estas aclaraciones previas, paso ahora a explicar el tema relativo
al derecho de instar.
26
Recuerde el lector lo que ya señalé en nota anterior: la autolesión y el intento de
suicidio nunca fueron delitos. Del mismo modo, todo lo que permanece en la esfera de la
intimidad de una persona está sólo sujeto al juicio de Dios y exento de la autoridad de los
magistrados.
27 Por razones obvias, no hay interrelación entre un hombre y una piedra o un gato, ya
que ambos son cosas en el derecho. Y es obvio que no puede haber interactuación entre un
hombre y una cosa.
a) es el legítimo derecho que respalda a la pretensión del actor (así, se habla de ac-
ción de alimentos, de acción de deslinde, de acción de divorcio, de acción
de filiación, etcétera) (respuesta del civilista);
b) es el título de crédito representativo de cada una de las partes en que se divide el
capital de ciertas sociedades (respuesta del comercialista);
c) es el elemento físico o de ejecución material y externo del delito (respuesta del
penalista);
d) es el medio legal de pedir judicialmente lo que es nuestro o se nos debe (respuesta
del procesalista).
28
Concepto: la idea o la representación mental de algo.
29
Proposición: la idea que se ofrece y se manifiesta para lograr un fin. En filosofía, la ex-
presión verbal de un juicio; en gramática, cada una de las partes que componen una oración
compuesta; en lingüística, la palabra o el conjunto de palabras que tienen un sentido grama-
tical completo.
30
Juicio: en lógica, la relación que se establece entre dos conceptos, afirmando o negando
el uno al otro y que suele expresarse en forma de proposición.
31
Argumento: el razonamiento usado para probar o demostrar algo o para convencer a
otro de algo que se afirma o niega
32
Razonamiento: el conjunto de pensamientos, ideas o conceptos que sirven para demos-
trar algo.
33
Todo estudiante asiste perplejo —¿qué otro remedio le queda?— a este torneo del
disparate que le proponen sus profesores... para quienes su respectiva asignatura es siempre
la más importante de todas, y por eso justifican un lenguaje propio y divorciado del que se
utiliza en el resto de las materias que debe estudiar. ¿Qué hace el estudiante así atosigado,
aprendiendo sin ton ni son cosas presentadas siempre como compartimientos estancos, donde
nada tiene que ver con nada? Pues hace lo único que le permite soportar todo ello sin en-
fermarse y salir indemne de la prueba a la que es sometido por un profesor exigente: estudia de
memoria cientos de páginas que nunca le servirán para algo útil; repite en el examen el texto
de muchísimas normas aprendidas con puntos y comas, que durante el resto de su vida podrá
leerlas tantas veces como fuera menester; y luego de aprobar el examen del caso, sin impor-
tar al efecto la nota que logró, olvida de inmediato y para siempre todo lo que tan absurdamente
aprendió... De ahí que el recién graduado en derecho que inaugura su chapa abogadil en la
puerta de calle, puede llegar al desmayo en el preciso momento en el que un vecino impor-
tante —de quien aspira sea su ¡primer cliente!— le pide que le explique en forma detallada
y comprensible para él ¡cómo se hace para cobrar judicialmente un pagaré!
37 También computo acá a la idea de lo penal, pues para lograr la sanción punitiva es
menester actuar ante el Estado, de la misma forma que para lograr un resarcimiento civil si
no media solución autocompositiva al respecto.
38 También coloco a los derechos sobre las cosas en esta interacción, pues ellos se dan
frente a los demás. Los conceptos de lo mío y de lo tuyo aparecen necesariamente ante alguien.
Son las que el legislador emplea para definir sus términos básicos (esta-
blece, por ejemplo, qué es o cómo se determina la competencia, quiénes son
incapaces, cuáles actividades constituyen delitos, etcétera) o para prometer
nuevas normas (asegura un derecho que debe ser reglamentado luego por
otra norma que establece una garantía al efecto).
Dados su contenido y modalidad, ajenos a la asignatura procesal, no
interesa su análisis en esta obra.
1. La denuncia
2. La petición
39
Y de ahí la necesidad de que, más allá de que se le haya reconocido en los últimos
años la posibilidad de convertirse en un actor legitimado para pretender civilmente en el
proceso penal inquisitivo, deba otorgársele inmediatamente la legitimación necesaria para
actuar como parte procesal en calidad de querellante autónomo sosteniendo pretensión cla-
ramente punitiva contra el causante del delito. Por cierto, falta mucho para ello, pues bien
saben todos que a los jueces penales y a los fiscales no les gustan los querellantes, a quienes
han guardado desde siempre particular aversión. Tanto, que fue la constante prédica de
ellos lo que hizo desaparecer a mediados de los años sesenta la querella como instancia
legislada.
3. El reacertamiento (o la reconsideración)
4. La queja
40
De donde resulta que no está conforme con ella, ya sea porque afirma que es ilegítima
o porque la cree injusta. Ésta es, precisamente, la base de la impugnación procesal.
41
Esto es obvio a poco que se acepte que el reacertamiento es instancia secundaria, pues
supone el rechazo de una petición primaria de contenido pretensional.
5. La acción procesal
42
Briseño Sierra la denominó instancia proyectiva.
43 Adviértase
así la notable importancia del concepto ideado por Briseño Sierra: logra
—nada menos— dar exacto contenido científico a la asignatura procesal y, con ello, al
método de enjuiciamiento que concuerda con la Constitución: el acusatorio.
44
Todo esto ya lo puso de resalto el inolvidable procesalista colombiano Carlos Ramírez
Arcila en sus obras Teoría de la acción (Bogotá, Temis, 1969); Acción y acumulación de pretensiones
(Bogotá, Temis, 1987) y Derecho procesal (Bogotá, Librería del Profesional, 2001).
45
Porque no quiero ser coartífice de ese triunfo, creo que vale la pena meditar aquí acer-
ca de cuánto horror se hubiera ahorrado la humanidad si Hitler no hubiera pensado como
quienes tal cosa sostienen…
I. Introducción
91
Los motivos fundamentales que daban origen a los conflictos era la ne-
cesidad de la satisfacción de las necesidades básicas. Hoy y siempre fueron
necesidades básicas la vestimenta, la alimentación y la vivienda o el hábitat.
Entonces, el hecho de que el más fuerte venciera físicamente al más débil,
y obtuviera de esa manera o una mayor cantidad de alimentos, o una parte
mayor, o mejor, del lugar donde vivían, o una mejor vestimenta (por ejem-
plo, una piel de animal más abrigada), no le garantizaba la estabilidad de
su conquista, porque en algún momento tenía que dormir, y ello podía ser
aprovechado por el vencido para vengarse. Además, el más débil físicamen-
te agudizaba su ingenio para engañar al más fuerte. El combate, entonces,
no solucionaba el conflicto, y esa conclusión tiene que haber motivado a los
integrantes de aquellas comunidades primitivas a buscar o imaginar otra
forma de hacerlo, que no significara el debilitamiento del grupo frente a
otros, y que evitara el permanente estado de tensión interna que generaba
la existencia del rencor, que desataba la venganza.
En definitiva, tenía que buscarse un sistema donde, sin la eliminación
física del adversario, pudiera solucionarse el conflicto. ¿Y cómo podía lo-
grarse esto? En algún momento los involucrados en un conflicto buscan la
intervención de un tercero al que lo ponen en conocimiento del diferendo
para que lo solucione. Se trata de un avance formidable en la civilización,
porque se cambia el arma por la palabra, que iguala a los contendientes.
Ya no importa quién es el físicamente más fuerte o el que tiene el arma más
poderosa, sino quien demuestra, con más sólidos y mejores argumentos, la
razón que le asiste.
1
Diccionario de la lengua española, 21a. ed., Madrid, Real Academia Española, 1992.
El “contenido” del proceso está constituido por las pretensiones hechas valer
por las partes, una de carácter procesal y otra de naturaleza sustancial, cuyo
V. Elementos
4 Alvarado Velloso sostiene que, técnicamente, el debido proceso “es aquél que se ade-
cua plenamente a la idea lógica de proceso: dos sujetos que discuten como antagonistas en
pie de perfecta igualdad ante una autoridad que es un tercero en la relación litigiosa (y, como
tal, impartial, imparcial e independiente)” (op. cit., en notas anteriores).
I. Introducción
El vocablo “proceso” tiene varias acepciones. Las principales son las acep-
ciones sociales y las acepciones jurídicas, con variación de conformidad con
el campo del conocimiento, lo cual es utilizado en el estudio concreto del
caso en examen científico.
109
C. Proceso administrativo
IV. Procedimiento
1. Procedimiento extrajudicial
2. Procedimiento judicial
En otra versión hay que habla del procedimiento judicial, que es de dos
componentes del proceso judicial, con su organización determinada por la
ley ordinaria, procesal, que disciplina el orden y la forma con la cual los ac-
tos procesuales serán realizados y actuará el sujeto activo, como también el
V. Demanda
La relación jurídica procesal deberá poseer una parte titular del polo
activo y otra titular del polo pasivo, como también el representante del
Estado jurisdicción en la persona del juez, que a su vez deberá ser investido
regularmente en las funciones y no poseer las máculas de la suspensión o de
la parcialidad.
La relación jurídica procesal será formada con la invitación del titular
de su parte pasiva para comparecer al juicio y participar de la audiencia de
conciliación (no siempre útil, en la mayoría de las veces la conciliación no
acontecerá).
Con la frustración de la conciliación habrá oportunidad de la presenta-
ción de la defensa del titular del polo pasivo de la relación jurídica procesal,
teniendo en cuenta la posibilidad de aplicación de los medios de anticipación
de la tutela querida a través de la pretensión procesal (pedido).
En segundo plano existe la figura del procedimiento judicial, que se ini-
cia con la presentación de la petición inicial poseedora del hecho lamentado
por el titular activo de la relación procesal y su pretensión procesal (pedido)
de solución fundada no en la ley.
Pensamiento igual es sustentado por el estudioso germánico Friedrich,
Lent cuando explica: “Il procedimiento ordinario codicia con la domanda,
davanti al tribunale, invece, quest’ultima forma è obligatoria, ed il rappre-
sentante debe essere un avvocato”.
como representación del poder del Estado para dar soluciones a los conflic-
tos de interés existentes en su territorio con autonomía y soberanía.
IX. Conclusiones
El vocablo “proceso” tiene varias acepciones. Las principales son las socia-
les y las jurídicas.
La palabra “proceso”, en su acepción simple o natural significa la su-
cesión de actos coordinados entre sí, que llevan a un acontecimiento final
capaz de promover alguna alteración en el mundo fático.
En la acepción jurídica, “proceso” es la sucesión de actos procesales
concatenados entre sí organizados de manera sistemática y producidos con
el propósito de promover la decisión de la pretensión procesal (pedido) pues-
ta en juicio.
Hay otras concepciones del proceso, como el proceso como procedi-
miento, el proceso como instrumento de la jurisdicción y el proceso admi-
nistrativo.
La naturaleza jurídica del proceso es controvertida entre los diversos
autores jurídicos, conforme su preferencia doctrinaria, pero las principales
corrientes son las del proceso como relación jurídica, como situación jurídi-
ca y como institución.
I. Introducción
2
Revista Alegatos 81, México, UAM, 2012.
3
Torres Zárate, Fermín (coord.), México, Editorial Eón y UAM, 2012.
4
Hervada, Javier, Introducción crítica al derecho natural, México, Minos, 1999.
5
“El acceso a la justicia y los no privilegiados en México”, Revista de Derecho Procesal,
Madrid, núm. 1, 1978, pp. 137-189 (aunque en esta obra el autor se refiere a la justicia civil,
sus observaciones también son aplicables a la justicia penal, laboral, constitucional, etcétera).
—— Fomentar la educación.
—— Tratar de fortalecer a la defensoría de oficio.
—— Instrumentar políticas públicas (legislativas, judiciales y ejecutivas).
—— Simplificar, esclarecer y agilizar el procedimiento judicial.
—— Crear recursos eficaces.
—— Hacer participar a las universidades y a las organizaciones no gu-
bernamentales.
—— Litigar estratégicamente.
—— Advertir que sin un mejor acceso a la justicia resulta vano ofrecer
e imposible recibir los servicios básicos, así como cumplir con las
metas de democratización en América Latina (BID y BM).
—— Denunciar que si no se mejora el actual estado de acceso a la justi-
cia no habrá oportunidad para la mayoría, y será imposible reducir
la pobreza y la desigualdad en Latinoamérica (BID y BM).
—— Recomendar y procurar un desarrollo con equidad (BID y BM).
—— Un medio esencial para el acceso a la justicia es el debido proce-
so, en el que se requieren: jueces competentes objetiva y subjeti-
vamente; equidad procesal; oportunidad para actuar: información,
audiencia, prueba, sentencia, así como racionalidad.
1. Consideraciones generales
3. Una audiencia pública con las debidas garantías ante un tribunal competente,
independiente e imparcial
—— Audiencia pública.
—— Competencia objetiva y subjetiva.
—— Independencia.
—— Imparcialidad.
4. Presunción de inocencia
—— En la consideración.
—— En el trato.
—— Debe prevalecer sobre la probabilidad de responsabilidad.
6. Menores de edad
—— Debido recurso.
9. La cosa juzgada
—— Su relatividad.
Artículo 8. Garantías judiciales. Toda persona tiene derecho a ser oída, con
las debidas garantías y dentro de un plazo razonable, por un juez o tribu-
nal competente, independiente e imparcial, establecido con anterioridad
—— Presunción de inocencia.
—— La fiscalía tiene la carga de la prueba para demostrar la culpabili-
dad más allá de toda duda razonable.
—— La decisión del acusado de testificar no altera la carga de la prueba.
—— El que el acusado no impugne que el crimen no ocurrió no afecta
la carga de la prueba.
—— El que el acusado base su defensa en una coartada no altera la carga
de la prueba.
—— El considerar los factores acordados en la declaración de culpabili-
dad no viola la carga de la prueba.
—— El derecho a permanecer callado/derecho contra la autoinculpación.
—— Existe una prohibición absoluta contra la consideración del silencio
en la determinación de culpabilidad o inocencia.
—— El referirse a la condena como parte de los alegatos finales no viola
el derecho a la no inculpación.
—— Derecho a un juicio público y justo.
—— Tiempo e instalaciones adecuadas para la preparación de la defensa.
—— Recurso eficaz.
—— Opinión (sentencia) razonada por escrito.
—— Derecho a contar con tiempo y facilidades adecuadas para la pre-
paración de la defensa.
—— Principio de “igualdad de armas”.
—— Derecho a la apelación.
—— El derecho de una persona acusada a un juicio justo/denegación
del debido proceso.
—— El derecho a un tribunal independiente e imparcial/audiencia pú-
blica y justa.
—— El derecho a la autorrepresentación.
—— El derecho a ser informado prontamente y en detalle de la naturale-
za y la causa de la acusación (práctica de la acusación).
9
ONU, Diagnóstico sobre la situación de los derechos humanos en México, México, 2004, p. 12.
10
El 95% de los casos que atiende la defensoría de oficio es condenado, ONU, Grupo de
Trabajo sobre los Derechos Humanos, informe de 2002.
11 Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos,
Diagnóstico sobre la situación de los derechos humanos en México, capítulo 2: Derechos
civiles, México, 2004, pp. 11-42.
ser tratadas durante todas las etapas del proceso, mientras no sean declara-
das culpables por una sentencia firme.
Asimismo, deben reducirse sustancialmente los supuestos constitucio-
nales para imponer la prisión preventiva y establecer su improcedencia en
los casos en que el delito de que se trate prevea una pena sustitutiva a la
prisión. Es necesario que se promueva una legislación integral en materia
de penas sustitutivas de la prisión.
La prisión preventiva debe ser totalmente excepcional, y debe desapa-
recer de las leyes y de la práctica el arraigo.
El Estado mexicano —recomendó el Alto Comisionado—, debe garan-
tizar el derecho a defensa de los reclusos y facilitar la labor de los defensores
y de las organizaciones no gubernamentales.
Debe poner freno a las acciones de la policía, quien frecuentemente es
señalada como ineficaz para la investigación de los delitos y para el mante-
nimiento de la seguridad y el orden públicos; pero, por el contrario, muy efi-
caz para la corrupción, las detenciones arbitrarias y las torturas. Junto con
el ejército y el Ministerio Público, la policía, en México, practica de modo
generalizado la detención arbitraria, la tortura y los malos tratos, en los
ámbitos estatal y federal (olvidaron señalar el municipal). Esas prácticas se
perpetúan y recrudecen —apuntó el diagnóstico—, porque las autoridades
no analizan debidamente las acusaciones por torturas y tratos inhumanos
que han provocado la muerte de las personas detenidas, decesos que han
sido muchos, y por ellos, debido a graves deficiencias en las investigaciones,
ningún funcionario público ha sido procesado, no obstante que dichos fun-
cionarios eran garantes de la seguridad de las personas sometidas a deten-
ción y tenían estrictamente prohibido torturarlas e infligirles tratos crueles
e inhumanos, además de que era su obligación oponerse enérgicamente a
que otro u otros se los propinaran y, en su caso, denunciar dichos abusos.12
Por todo lo anterior —demandó el Alto Comisionado—, el Estado
mexicano debe adoptar un sistema penal acusatorio y garantizar:
12 Asamblea General de las Naciones Unidas, Código de Conducta de los Agentes Encargados de
Hacer Cumplir la Ley, 17 de diciembre de 1979, Resolución 34/169.
Mexicanos está utilizando para imponer a las legislaciones estatales las re-
formas constitucionales. Veamos cómo es eso.
13
Decreto del Ejecutivo Federal, publicado en el Diario Oficial de la Federación el 18 de
junio de 2008.
estudien y propongan las medidas sustitutivas adecuadas; c) el cambio del sistema correccio-
nal tradicional hacia formas más elásticas, y que permitan la aplicación de los sustitutivos,
y d) un mayor acercamiento entre los diversos órganos de administración de justicia. Por su
parte, José Jesús Cázarez Ramírez, en Medidas procesales alternativas a la prisión preventiva en el
estado de Michoacán, México, Porrúa, 2008, pp. 126-131, propone, como medidas alternativas
a la prisión preventiva, 1. La detención domiciliaria, 2. El arresto de fin de semana, 3. La
obligación de someterse al cuidado o vigilancia de una persona o institución determinada,
4. La obligación de presentarse periódicamente ante el tribunal o autoridad que se designe,
5. El confinamiento, 6. La prohibición de concurrir a determinadas reuniones o de visitar
ciertos lugares, 8. El abandono inmediato del domicilio, 9. La prestación de una caución
adecuada o conforme a las posibilidades económicas, 10. La suspensión en el cargo o enco-
mienda, 11. El monitoreo electrónico.
17
Devis Echandía, Hernando, Teoría general de la prueba judicial, Buenos Aires, Víctor P. de
Zavalía-Editor, 1981, t. I, pp. 71-74.
18
El Código Modelo del Proceso Penal Acusatorio es el instrumento por medio del cual
se están incorporando a las legislaciones de los estados de la Federación las reformas que en
2008, en materia penal, realizó el Constituyente Permanente mexicano.
Nadie podrá ser sentenciado a una pena sino después de una sentencia o reso-
lución firme obtenida en un proceso tramitado en un marco de respeto irres-
tricto a los derechos fundamentales reconocidos en la Constitución Política
de los Estados Unidos Mexicanos, la Constitución del estado,19 los tratados
internacionales vigentes y en las leyes.
19
Dependerá del particular estado de la Federación en el que se esté implantando el
código modelo.
20
“Prisión preventiva. Su no contradicción con la garantía de audiencia deriva de
los fines que persigue y no de su carácter tutelar. Es decir, en esta hipótesis la prisión preven-
tiva pierde su carácter provisional; se reconoce que ésta y la prisión punitiva son idénticas”.
Semanario Judicial de la Federación, Novena Época, Pleno. Amparo en revisión 1028/96. Unani-
midad de diez votos.
En el artículo 4o. declara que el proceso será acusatorio, regido por los
principios de publicidad, contradicción, concentración, continuidad, igual-
dad de las partes e inmediación.
Esta declaración la anula el propio Código Modelo, al crear normas
que mandan la coincidencia o asociación entre el juez y el acusador, que
autorizan actuaciones y resoluciones secretas, que niegan el derecho de de-
fensa, que ordenan la suspensión del proceso a conveniencia del acusador,
que fingen ignorar el vergonzoso desequilibrio que existe entre las par-
tes y que provocan la falta de inmediación judicial integral, entre otras
preocupantes cosas.
El Código Modelo en su artículo 130 establece que el Ministerio Públi-
co llevará a cabo su investigación secretamente sin informar y mucho menos
dar oportunidad de defenderse a la persona contra quien dirige su investi-
gación, y una vez que tenga datos que hagan probable la participación del
investigado en la comisión de un delito, también en secreto irá con el juez de
control y con él, en secreto los dos, elaborarán la orden de aprehensión en
contra del investigado, quien será aprehendido y después de asegurado, ya
en prisión, será informado de que en su contra, secretamente, el Ministerio
Público, con la colaboración de su policía y la autorización del juez de con-
trol, ha llevado a cabo una investigación que lo encuentra probablemente
relacionado con la comisión de un delito, y que en ese momento se le da
oportunidad para que exprese lo que le convenga, mientras que al Ministe-
rio Público se le requiere para que haga formal la imputación que permitirá
al juez de control vincular a proceso al imputado y aplicarle, oficiosamente
o a petición del Ministerio Público, de la víctima del delito o de ambos, la
prisión preventiva, medida restrictiva de la libertad que también puede de-
cretar el juez de control cuando el imputado es puesto a su disposición por
haberlo detenido la policía, siguiendo órdenes del Ministerio Público, en
caso urgente o por haberlo recibido en caso de flagrancia. Lo importante
aquí es que, contra lo que enarbola el Código Modelo como principios de
publicidad, contradicción, igualdad, defensa, neutralidad del juez, en sus
artículos 130 y 187 autoriza las actuaciones secretas entre el Ministerio Pú-
blico y el juez para garantizar la privación de la libertad y el castigo de la
persona investigada.
Con el proceso penal reformado no puede pensarse que se cumplan
los principios de contradicción e igualdad de las partes, en virtud de que
las procuradurías generales de justicia de los estados y de la República son
dependencias directas y esenciales de los poderes ejecutivos respectivos, y
siempre serán más poderosas que el reo, como se vio en la parte introduc-
toria y se irá exponiendo a lo largo de esta investigación. En el proceso
criminal nunca habrá igualdad entre las partes, menos aun cuando el pro-
cesado se encuentre prisionero y el Ministerio Público libre y con el apoyo
voluntario y obligado de todas las personas particulares, así como de todas
las instituciones públicas: municipales, estatales y federales.
El principio de inmediación tampoco lo cumple el Código Modelo, de-
bido a que el juez que juzgará al procesado no es el mismo que ordenó o
ratificó su aprehensión, le escuchó contestar el cargo, le impuso la prisión
preventiva, lo vínculo a proceso, conoció de la acusación, depuró los puntos
del debate, admitió pruebas; ese juez, con el que ha estado relacionado el
procesado, con quien ha tratado, quien ha conocido de las etapas procesales
de investigación, expositiva y probatoria en parte, turnará el expediente a
otro juez, al que se hará cargo de la audiencia oral, que será quien, después
de recibir y valorar las pruebas, dicte la sentencia. Por estas sustituciones de
los órganos jurisdiccionales, es que no puede decirse que el nuevo modelo
procesal cumpla con el principio de inmediación, pues el juez resolutor no
ha tenido conocimiento inmediato del proceso ni ha estado inmediatamente
relacionado con las partes; sólo desahogará las pruebas y dictará la resolu-
ción definitiva. Es así como se reactiva la mecanización que siempre se ha-
bía tratado de evitar en el procedimiento penal.
El principio de continuidad también se ve contrariado por las figuras
de la oportunidad del ejercicio de la acción penal y de la suspensión del
proceso, ambas por decisión y a conveniencia del Ministerio Público, con la
aquiescencia del juez de control, según lo expresamente establecido por los
artículos 98, 99 y del 115 al 121 del Código Modelo.
En el artículo 8o., el Código Modelo reconoce que toda persona se pre-
sume inocente, en todas las etapas del proceso, mientras no se declare su
responsabilidad en sentencia firme, y que en caso de duda se estará a lo más
favorable para el imputado, así como que en la aplicación de la ley penal
son inadmisibles las presunciones de culpabilidad.
El Código está muy lejos de cumplir los principios de que hace gala. En
realidad, desconoce y viola la presunción de inocencia. Esto lo hace preci-
samente en su artículo 189, en el que admite que a solicitud del Ministerio
Público o del acusador particular, el juez podrá imponer al imputado, des-
pués de escuchar sus razones, la prisión preventiva. Si en verdad presumie-
ra su inocencia no tendría por qué privarlo de su libertad antes de que se
declarara su responsabilidad en sentencia firme. Al procesado se le presume
inocente, y deberá garantizársele la libertad en todas las etapas del proceso,
porque así expresamente lo ordenan la Declaración Universal de Derechos
Humanos: “Nadie podrá ser arbitrariamente detenido ni apresado” (artícu-
lo 9), y la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos: “Nadie
podrá ser privado de la libertad, sino mediante juicio seguido ante los tribu-
nales previamente establecidos, en el que se cumplan las formalidades esen-
ciales del procedimiento y conforme a las leyes expedidas con anterioridad
al hecho” (artículo 14, segundo párrafo). Se le presume inocente y debe ser
tratado como tal mientras no sea juzgado, sentenciado y encontrado culpa-
ble. El Código Modelo, violando la Declaración Universal, la Constitución
federal y su propio artículo 8o., ignora la presunción de inocencia e impone
al procesado la presunción de responsabilidad, al establecer, en sus artículos
186,1,a y 193, que cuando exista probabilidad de que el investigado haya
cometido un delito, se le aprehenda y se le sujete a prisión preventiva.
El Código Modelo, en su artículo 186,1,a; manda que en caso de duda
se esté a lo más perjudicial para el imputado; esto es así, porque dispone que
si hay probabilidad de que el reo haya cometido un delito, se le imponga la
prisión preventiva. Siendo que esa probabilidad, en el peor de los casos, se-
ría equivalente a la presunción de inocencia y si por un lado es probable la
comisión del delito y por el otro existe la presunción de inocencia, se genera
una situación de duda, que debe resolverse en favor del reo, según expresa-
mente lo manda el artículo 8o. del Código Modelo y, en consecuencia, pre-
valecería la presunción de inocencia, haciendo jurídicamente improcedente
la imposición de la prisión preventiva.
La probabilidad de responsabilidad también deviene en jurídicamente
inaceptable, porque expresamente la prohíbe el mismo artículo 8o.: “En la
aplicación de la ley penal son inadmisibles las presunciones de culpabilidad”.
Si tenemos la presunción de inocencia por un lado y la probabilidad de
la responsabilidad por el otro, y sabremos cuál de las dos figuras prevalece
sólo hasta que contemos con una sentencia firme, la cuestión debe resolver-
se en la forma que más favorezca a la persona o que menos le perjudique;
esto, en aplicación estricta de los principios in dubio pro reo y pro homine. En
consecuencia, no puede decretarse la prisión preventiva, debe decretarse la
libertad provisional con la condición o caución que el juez determine y que
el procesado debe aportar.
En el artículo 9 expresa: “Las audiencias serán públicas”.
Eso es inexacto. Las audiencias que celebran el Ministerio Público y el
juez para investigar y detener al denunciado son secretas. En las audiencias
más importantes de la etapa de investigación se guarda reserva y confiden-
cialidad respecto del indiciado y su defensor, a quienes no se les informa de
actuaciones, registros o documentos que obran en el expediente o carpeta
de investigación y mucho menos se les permite intervenir, contradecir ni
ejercer el derecho de defensa. Esto lo autoriza el artículo 242, apartado
3, del Código Modelo, instrumento que fija un plazo de 40 días para ese
ponga la prisión preventiva en cualquier estado del juicio, sin importar que
antes la hubiera negado, la amenaza siempre penderá sobre el procesado.
La experiencia nos muestra que la prisión, tanto preventiva como defi-
nitiva, sólo contribuye al aumento de la criminalidad. La víctima no estará
segura, por más que el indiciado se encuentre en prisión, pues quien se pro-
ponga causarle daño lo puede hacer más impunemente desde el interior de
la prisión que desde el exterior. La seguridad de la víctima y los terceros sólo
se garantizará cuando el Estado y sus dependencias cumplan sus respectivas
obligaciones.
El desarrollo del proceso y el éxito de la investigación son responsabili-
dad del juez y del Ministerio Público, respectivamente. No pueden culpar al
indiciado por sus respectivos y públicos fracasos.
La facultad para que el juez actúe de oficio cuando favorezca la libertad
del imputado es una ilusión. Los jueces casi nunca han utilizado sus faculta-
des para beneficiar a los procesados, los han visto como enemigos públicos;
además, se sienten amenazados de ser denunciados por corrupción, por
incompetencia, por actuar contra la administración de justicia, así que pre-
fieren no arriesgarse y actuar como les exige el Poder Ejecutivo, o sea, rete-
niendo al procesado. Como ejemplo podemos mencionar el hecho que tuvo
lugar la segunda semana de julio de 2011, cuando la Suprema Corte de Jus-
ticia de la Nación, orientada por varias sentencias condenatorias dictadas
por la Corte Interamericana de Derechos Humanos en contra del gobierno
mexicano y sus fuerzas represivas, resolvió que los militares acusados de
violar derechos humanos debían ser juzgados por el fuero civil y no por el
fuero militar, que únicamente los encubría. La reacción del Poder Ejecutivo
Federal, en la persona del presidente de la República, no se hizo esperar, y
en esa misma semana advirtió que su procuradora general, galardonada por
el gobierno de los Estados Unidos de América, procedería en contra de los
jueces federales respecto de quienes se consiguieran indicios de corrupción.
Estos arrebatos no son nuevos en nuestro sistema, hoy sólo se invocan para
fundamentar nuestra aseveración de que los jueces, para no arriesgarse a
verse investigados y, en su caso, procesados, justa o injustamente, prefieren
cargarle al sujeto más débil de la relación, es decir, al indiciado. Eso mis-
mo hizo el juez vigésimo quinto de paz penal, dos semanas después de la
amenaza presidencial: condenó al procesado por andar poniendo anuncios
donde no debía, a 1955 años de prisión. Él no corre riesgos.
La facultad que el Código Modelo confía al juez para actuar oficiosa-
mente en favor de la libertad del procesado finge emparejar las cosas con
el mandato expreso que la Constitución federal impuso al juez de decretar
oficiosamente, entiéndase forzosamente o sin solicitud de parte, la prisión
Puntualiza que sólo podrán ser considerados delitos cometidos por me-
dios violentos los siguientes: homicidio doloso, secuestro, desaparición for-
zada de personas, tortura, robo cometido con armas de fuego. Se conside-
rarán delitos contra el libre desarrollo de la personalidad: trata de personas,
pornografía y lenocinio, estos dos últimos en agravio de menores de edad.
Esta cuestión de la oficiosidad de la prisión preventiva que la Constitu-
ción y el Código Modelo le ordenan al juez ha sido considerada por un sec-
tor como una obligación del juez de decretar la prisión preventiva cuando se
investiguen los delitos que se relacionan, mientras que otro sector considera
22
Este segundo criterio lo adoptó el estado de Durango, y el maestro Hesbert Benavente
Chorres lo considera acertado, según puede verse en El amparo en el proceso penal acusatorio y
oral, México, Flores Editor y Distribuidor, 2010, p. 241. Por contrariar los fundamentos del
sistema procesal penal acusatorio, tanto el legislador de Durango como el maestro Hesbert
están equivocados.
V. Conclusiones
I. Introducción
El tema del debido proceso es un asunto que suscita el interés no sólo de los
procesalistas, sino que avanza más allá hasta situarse en una esfera de evi-
dente prevalencia1 y atrae la mirada de juristas de otras especialidades, sobre
todo porque conforme uno avanza en la indagación hay temas relacionados
que resultan incluyentes y se suman al corpus obligado de conocimiento.
1
Fix-Zamudio señalaba al respecto que “a) el concepto del debido proceso, que en su
configuración original en el derecho angloamericano, coincide con el principio del derecho
hispánico del derecho de ser oído y vencido en juicio, tenía una dimensión de carácter ad-
jetivo o instrumental, es decir, comprendía sólo la defensa procesal. Sin embargo, esta idea
primitiva ha evolucionado en la actualidad; el debido proceso comprende un conjunto de
principios que tutelan tanto los derechos de los justiciables, como la independencia judi-
cial, y abarca aspectos del contenido material de las resoluciones judiciales”, además, “b)
Los aspectos esenciales del debido proceso son analizados en la actualidad tanto por los
cultivadores del derecho procesal, como por los estudiosos de los derechos constitucional
e internacional, en virtud de que tales instituciones se han consagrado en los textos de las
Constituciones contemporáneas y también en las declaraciones y tratados internacionales,
como derechos fundamentales de los gobernados”. Fix-Zamudio, Héctor, “El debido proce-
so legal en los derechos constitucional e internacional”, Lex. Difusión y Análisis, México, núm.
9, 15 de septiembre de 1987, pp. 3-7.
155
2
Idem.
3 Valadés, Diego, “Un proyecto para garantizar el acceso a la justicia”, Estudios en home-
naje al doctor Héctor Fix-Zamudio en sus treinta años como investigador de las ciencias jurídicas, México,
UNAM, 1988, t. III, p. 2491.
igualdades sociales, en especial entre los pueblos indígenas, que vieron poco a
poco mermada su capacidad de constituirse en actores sociales y económicos
y terminaron por precipitarse en la marginación, analfabetismo y miseria.
Las actuales políticas públicas orientadas a los pueblos indígenas, lejos
de buscar el mejoramiento de tales condiciones, sirvieron durante mucho
tiempo para paliar ciertas carencias y perpetuar desigualdades. Las reformas
constitucionales en 2001 en materia indígena pretenden colmar la ausencia
de políticas públicas eficaces y vienen a constituirse como basamento para
estructurar una sociedad más igualitaria.4 Dentro de este nuevo paradigma,
el artículo 2o. constitucional se ocupa in extenso del tema, y pretende aportar
propuestas y soluciones a las reivindicaciones de los grupos indígenas.
Por ello, creemos conveniente, en esta obra en homenaje al doctor Hum-
berto Briseño Sierra, reflexionar sobre un tema de naturaleza tan compleja
para los procesalistas mexicanos. Sobre todo por el interés que puede repre-
sentar un análisis pormenorizado de la regulación procesal en materia de
lenguas indígenas, dado que la jurisprudencia nacional ha estado orientada
en su mayor parte a la concepción del idioma español versus los idiomas ex-
tranjeros, soslayando las ahora denominadas lenguas nacionales.
De entrada debe decirse que el marco constitucional para el acceso
pleno a la jurisdicción estatal como expresión de la autonomía reconocida,
en el marco de la libre determinación, a los pueblos y comunidades indíge-
nas, resulta prima facie gratificante.5 El lector atento podrá percatarse de que
cuando se señala el derecho que tienen los indígenas a ser asistidos en todo
tiempo por intérpretes y defensores que tengan conocimiento de su lengua
y cultura, se da la circunstancia de que el texto constitucional amplía el ám-
bito de aplicación a todos los juicios y procedimientos en que sean parte; no
tan sólo a los ámbitos penal y agrario, sedes en las que era normal encontrar
tales prevenciones, sino que esta relaboración constitucional obliga incluso
a plantearse la forma en que reaccionará el ordenamiento jurídico mexica-
no, dados los principios procesales fundamentales,6 que son diversos según
se trate de uno u otro campo procesal.
El tema del derecho de acceso a la justicia o, como lo menciona la doc-
trina española, derecho a la tutela judicial efectiva,7 contenido en los artí-
culos constitucionales que consagran derechos fundamentales de naturaleza
procesal, tiene un alcance bastante significativo tratándose de los mexicanos
pertenecientes a minorías lingüísticas.
La Ley General de Derechos Lingüísticos de los Pueblos Indígenas
(LGDL), publicada en marzo de 2003, nos ofrece excelente oportunidad
para volver los ojos al tema del ejercicio de los derechos de naturaleza cul-
tural enfrentados con las nuevas tendencias administrativas sobre el recono-
cimiento de la diversidad cultural en el marco de las actividades del Estado.
Y en tal contexto no puede dejarse de lado un tema que, aunque aparece
prima facie vinculado al tema de los derechos lingüísticos, siempre ha sido tra-
tado como un derecho de naturaleza procesal, inmerso en cuanto principio
general de lo que suele denominarse derecho a la tutela judicial efectiva: el
reconocimiento del derecho a utilizar la lengua propia en los procesos ju-
risdiccionales.
En nuestro país, el derecho procesal, civil y penal sufrió modificaciones
para adecuarlo al contenido del artículo 2o. constitucional. En diciembre
de 2002, sendos decretos variaron las reglas procesales por cuanto hace
al aspecto lingüístico, tratándose de los pueblos indígenas.8 Sobre tal tópi-
6 Seguimos aquí lo apuntado por Ovalle Favela, sobre lo que él denomina principios
formativos, indispensables para explicar los tipos de proceso: principio dispositivo, principio
de igualdad por compensación y principio publicístico, que se corresponden con la tipología
propuesta por Fix-Zamudio donde se encuentran los procesos de interés individual o privado
(civil y mercantil) regulados por el derecho procesal dispositivo; los procesos de interés social
(laboral, agrario y de la seguridad social), correspondientes al derecho procesal social, y los
procesos de interés público (penal, administrativo, familiar y del estado civil, constitucional
y electoral), que corresponden al derecho procesal publicístico. Ovalle Favela, José, Teoría
general del proceso, 5a. ed., México, Oxford University Press, 2002, pp. 53 y ss.
7 Para Jesús González Pérez, el derecho a la tutela jurisdiccional es el derecho de toda
persona a que se le haga justicia; a que cuando pretenda algo de otra, esta pretensión sea
atendida por un órgano jurisdiccional, a través de un proceso con unas garantías mínimas.
El derecho a la tutela jurisdiccional, Madrid, Civitas, 2001, p. 33. Ovalle Favela menciona que
este derecho se manifiesta en tres derechos fundamentales: el derecho a acceder a los órganos
jurisdiccionales, el derecho a un proceso justo y razonable, y el derecho a que se ejecute lo
resuelto por el tribunal. Ovalle Favela, Teoría general del proceso, cit., p. 415.
8 Se trata del Decreto por el que se reforman y adicionan diversas disposiciones del Códi-
go Federal de Procedimientos Civiles, y el Decreto por el que se reforman y adicionan diversas
disposiciones del Código Penal Federal y del Código Federal de Procedimientos Penales, pu-
blicados en el Diario Oficial de la Federación, el 18 de diciembre de 2002, primera sección.
El primer decreto reforma la fracción VII, y el segundo párrafo de la fracción VIII del
artículo 24; adiciona una fracción IX al artículo 24; un segundo párrafo al artículo 107;
un segundo párrafo al artículo 180; el artículo 222 bis; los párrafos segundo y tercero del
artículo 271, recorriéndose el actual segundo para pasar a ser el cuarto y último párrafos; y
el artículo 274 bis.
El segundo decreto reforma el párrafo primero del artículo 51 y la fracción V del artículo
52, ambos numerales del Código Penal Federal. Por cuanto hace al Código Federal de Procedi-
mientos Penales, reforma el párrafo segundo del artículo 6o. y la fracción IV del artículo 128,
y adiciona un párrafo segundo al artículo 15, un párrafo tercero al artículo 18, un párrafo
tercero al artículo 124 bis, un párrafo segundo al artículo 154 [recorriéndose en su orden el
vigente segundo y los tres últimos, para quedar como párrafos tercero, cuarto y quinto (sic)],
un párrafo tercero al artículo 159, y un párrafo segundo al 220 bis.
También son de mencionarse las reformas introducidas a la Ley para el Tratamiento de
Menores Infractores para el Distrito Federal en materia común y para toda la República en
materia federal, mediante decreto publicado en el Diario Oficial de la Federación del 25 de junio
de 2003, pp. 2 y 3.
9 Entendemos por política pública el conjunto de programas, proyectos, acciones y omi-
siones realizados por la administración pública para hacer frente a determinados aspectos
de la dinámica social, política y económica del Estado, y que producen efecto en el ámbito
territorial del mismo Estado. En el caso de la denominación política lingüística, hacemos
referencia a las políticas públicas que ponen énfasis en la lengua o lenguas utilizadas por los
grupos culturales al interior del Estado. Si seguimos a Gregorio Salvador, puede afirmarse
que “el conjunto de actividades y actitudes deliberadas que, o bien acentúan, o bien atenúan
los contrastes implicados por la alteridad, constituyen la política lingüística. La política lin-
güística puede afirmar y promover una alteridad histórica determinada y suele pretender
gobernar, directa o indirectamente, el comportamiento lingüístico de una comunidad desde
una consciente planificación idiomática”. Política lingüística y sentido común, Madrid, Istmo,
1992, pp. 72 y 73.
11
Pleno, Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta, Novena Época, t. VI, septiembre
1997, p. 204. Tesis: P. CXXXV/97. Amparo directo en revisión 698/96. Emilio Ocejo Gu-
tiérrez y otra. 4 de agosto de 1997. Unanimidad de diez votos. Ausente: Guillermo I. Ortiz
Mayagoitia. Ponente: Mariano Azuela Güitrón. Secretario: Ariel Alberto Rojas Caballero. En
la misma tesis, el Pleno argumenta que tal interpretación es correcta atendido el hecho de que
“el artículo 13 constitucional proscribe la aplicación de ‘leyes’ que no sean generales, abstrac-
tas y permanentes; de tribunales distintos a los ordinarios creados por la ley con competencia
genérica y jurisdicción diferente para las personas, en función de su situación social”.
12
Segunda Sala, Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta, Novena Época, t. XIII, mayo
de 2001, p. 456. Tesis: 2a. XLVIII/2001. Amparo en revisión 873/2000. Arbomex, S. A.
de C. V. 17 de abril de 2001. Cinco votos. Ponente: Juan Díaz Romero. Secretaria: Silvia
Elizabeth Morales Quezada.
13
En cita a Vittorio Denti señala: “El principio de la igualdad de las partes en proceso
ha sido criticado porque al limitarse a proclamar una igualdad meramente formal de las
partes dentro de sociedades caracterizadas por graves desigualdades materiales, no garantiza
la justicia de la solución, sino que constituye una ratificación jurídica de privilegios sociales”.
Ovalle Favela, Teoría general del proceso, cit., pp. 194 y 195.
14 Pleno, Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta, Novena Época, t. IV, noviembre de
1996, p. 139. Tesis: P. CXXXVI/96. Amparo en revisión 6/95. G.S. Comunicaciones, S. A.
de C. V. y otros. 6 de agosto de 1996. Unanimidad de once votos. Ponente: Genaro David
Góngora Pimentel. Secretario: Neófito López Ramos.
15
Señala Díez-Picazo que acción positiva es una traducción de affirmative action, “expresión
de origen norteamericano que designa todo trato formalmente desigual cuya finalidad es
avanzar hacia la igualdad sustancial, en especial a favor de personas pertenecientes a gru-
pos tradicionalmente preteridos”. Díez-Picazo, Luis María, “Sobre la igualdad de la ley”,
La democracia constitucional. Estudios en homenaje al profesor Francisco Rubio Llorente, t. I, Madrid,
Congreso de los Diputados, Tribunal Constitucional, Universidad Complutense de Madrid,
Fundación Ortega y Gasset-Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2002, p. 480.
16 Pleno, Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta, Novena Época, t. XI, abril 2000, p.
121. Tesis: P. LXV/2000. Amparo en revisión 73/99. José Francisco Zavala Aguilar. 24 de
enero de 2000. Once votos. Ponente: Juan Díaz Romero. Secretario: José Luis González.
17 Díez-Picazo, “Sobre la igualdad de la ley”, cit., pp. 480 y 481. A pesar de lo benéfico
que puedan resultar las asignaciones de medidas de igualación en el ámbito procesal, tratán-
dose de hablantes de lenguas indígenas, convendría detenerse a reflexionar sobre el alcance
de tales decisiones. Díez Picazo señala que “es difícil determinar hasta qué punto la acción
positiva es compatible con el principio de igualdad ante la ley, al menos tal y como éste ha
venido siendo entendido por el constitucionalismo contemporáneo”. Máxime que, como ad-
vierte este autor, “la introducción de excepciones a la asignación de derechos y deberes sobre
la base de características personales exige una extremada prudencia, pues puede perjudicar
a personas que de ningún modo son responsables de la situación que se trata de paliar”.
18 Según datos del INEGI, menos del 1% de la población mexicana son hablantes mo-
nolingües de una lengua distinta al español. Como mencionamos supra se estima que unos
800,000 indígenas no hablan español.
19 Conforme a la posición de Agirreazkuenaga, la oficialidad de una lengua implica tres
notas características: a) la posibilidad de “ser empleada sin trabas, con plenitud de efectos
jurídicos, en todo tipo de relaciones tanto públicas como privadas”; b) la obligación a cargo
del poder público de “incorporar a sus planes educativos la enseñanza de la lengua, de tal
suerte que se asegure su conocimiento una vez que se haya superado la educación obligato-
ria”; y, c) el reconocimiento de “que no cabe alegar la ignorancia de la lengua oficial en que
la administración se manifiesta, siempre y cuando ésta, de conformidad con el deber cons-
titucional que le corresponde, garantice eficazmente la enseñanza en los centros escolares”.
Agirreazkuenaga, Iñaki, “Reflexiones jurídicas sobre la oficialidad y el deber de conocimien-
to de las lenguas”, Estudios sobre la Constitución española. Homenaje al profesor Eduardo García de
Enterría, Madrid, Civitas, 1991, t. II, pp. 682-684. También debe mencionarse la sentencia
82/1986 del Tribunal Constitucional español que, declaró que por oficialidad de una lengua se
debe entender “su utilización como medio de comunicación normal en y entre los poderes
públicos y en su relación con los sujetos privados, con plena validez y eficacia jurídica”. Así,
Leguina Villa considera que la oficialidad es una aptitud jurídica que acompaña a la lengua
para ser vehículo de comunicación normal tanto en ámbitos públicos como privados y en
las relaciones entre sujetos públicos y privados. Aptitud jurídica cuyo fundamento está en la
voluntad del constituyente y del legislador”. Leguina Villa, Jesús, “Principios constitucionales
y estatutarios en materia lingüística: su aplicación en la actividad de los órganos judiciales”,
La administración de justicia en un estado plurilingue, Madrid, Consejo General del Poder Judicial,
1999, pp. 263 y 264.
20
Al expedirse la LGDL se reformó el contenido de la fracción IV del artículo 7o. de la
Ley General de Educación, que establecía como uno de los fines de la educación impartida
por el Estado: “Promover, mediante la enseñanza de la lengua nacional —el español—, un
idioma común para todos los mexicanos, sin menoscabo de proteger y promover el desarrollo
de las lenguas indígenas”.
21 Ovalle Favela, Teoría general del proceso, cit., p. 278.
22 Incluso evitaremos la mención que aparece recogida en algunos trabajos, en referencia
a la lengua dominante, como “lengua de los derechos”, usada por Eduardo García de Ente-
rría en su trabajo histórico La lengua de los derechos. La formación del derecho público europeo tras la
revolución francesa, Madrid, Alianza, 1999.
23 Señala García Mouton que el uso del vocablo castellano para designar el español tiene
el problema de que, en términos lingüísticos, la voz español sirve para denominar la lengua, y
castellano, la variedad del español de Castilla (o en su defecto, la primera etapa de formación
y expansión del actual español). García Mouton, Pilar, Lenguas y dialectos de España, 4a. ed.,
Madrid, Arco Libros, 2002, p. 24.
24
Párrafo adicionado por decreto publicado en el Diario Oficial de la Federación del 18 de
diciembre de 2002, primera sección, p. 2.
25
Idem.
26
Idem.
judiciales designa en forma genérica “todos los actos procesales del órgano
jurisdiccional”. Quedan comprendidas las resoluciones judiciales, las au-
diencias, los actos de ejecución y las comunicaciones procesales. Sin em-
bargo, por la redacción del citado numeral nos inclinamos por considerar
únicamente a las resoluciones judiciales dentro del concepto “actuaciones
dictadas en los juicios”, por considerar que ni las audiencias ni los actos de
ejecución pueden dictarse, sino celebrarse o tener lugar, y por cuanto hace a
las comunicaciones procesales, éstas se llevan a cabo, no se dictan.27 Ovalle
Favela señala que las resoluciones judiciales, que consideraremos contenido
del artículo 271 del CFPC, “son los actos procesales por medio de los cuales
el órgano jurisdiccional decide sobre las peticiones y los demás actos de las
partes y los otros participantes”.28
Otro de los puntos que suscita interés es el relacionado con la exclusión
a que se someten los extranjeros, pues para ellos la traducción de las resolu-
ciones judiciales se convierten en una carga que no soportan los hablantes
de lenguas indígenas. Habrá que recordar las palabras de Díez-Picazo sobre
la pertinencia de establecer medidas que pueden “perjudicar a personas que
de ningún modo son responsables de la situación que se trata de paliar”.29 El
argumento primero que se relaciona con el principio de oficialidad es que,
dado que el Estado mexicano no ha cumplido con la obligación de estable-
cer un sistema eficaz que permita que todos los habitantes del país conozcan
(entiendan, hablen, lean y escriban) el idioma mayoritario (que pudiera ser
considerado oficial), entonces corresponde al Estado la obligación de hacer
accesibles todas sus actuaciones (las procesales en este caso) a la población
que no conoce el idioma de los órganos públicos. Esta justificación dejaría
fuera la idea de que se actúa de manera discriminatoria contra los extranje-
ros que van a juicio, y tienen que soportar la carga que implica la traducción
de las resoluciones judiciales.
El otro ámbito de regulación procesal privada es el mercantil. Al res-
pecto, debemos señalar que el Código de Comercio señala en su numeral
1055, fracción primera, que “todos los ocursos de las partes y actuaciones
judiciales deberán escribirse en idioma español”, y en la fracción segunda,
que “los documentos redactados en idioma extranjero deben acompañar-
se con la correspondiente traducción al español”.30 Igual ocurre con una
27
Ovalle Favela, Teoría general del proceso, cit., pp. 287-292.
28
Ibidem, p. 288.
29
Díez-Picazo, “Sobre la igualdad ante la ley”, cit., p. 482.
30
Ahora bien, dado que como hemos mencionado el carácter consensual de la relación
lingüística es elemento indispensable en el diálogo intercultural, resulta importante advertir
cómo la jurisprudencia se inclina en considerar que cuando se utilizan términos en idioma
Los datos que ostenten los productos o sus etiquetas, envases y empaques y la
publicidad respectiva, tanto de manufactura nacional como de procedencia
extranjera, se expresarán en idioma español y su precio en moneda nacional
en términos comprensibles y legibles conforme al sistema general de unidades
de medida, sin perjuicio de que, además, se expresen en otro idioma u otro
sistema de medida.
Las actuaciones se podrán practicar a toda hora y aun en los días inhábiles,
sin necesidad de previa habilitación y en cada una de ellas se expresarán el
lugar, la hora, el día, el mes y el año en que se practiquen; en ella se usará
el idioma castellano, salvo las excepciones en que la ley permita el uso de otro,
en cuyo caso se recabará la traducción correspondiente; y en el acta que se
levante se asentará únicamente lo que sea necesario para constancia del desa-
rrollo que haya tenido la diligencia.
Cuando intervengan en las actuaciones personas pertenecientes a los pue-
blos o comunidades indígenas deberán ser asistidos por intérpretes y defen-
sores que tengan conocimiento de su lengua y cultura, debiendo asentarse tal
circunstancia en el acta respectiva.33
33
Párrafo adicionado por decreto publicado en el Diario Oficial de la Federación del 18 de
diciembre de 2002, primera sección, p. 2.
34
Al respecto, debemos recordar que resulta preceptivo procurar en todo momento la
comprensión para las parte del procedimiento en el cual se ponen en juego derechos y liber-
tades. El Convenio para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fun-
damentales, mejor conocido como Convenio de Roma (1950), reconoce en su numeral 6o.,
y en relación con el tema abordado, dentro del derecho a un proceso equitativo, que “Todo
acusado tiene, como mínimo, los siguientes derechos: a ser informado, en el más breve plazo,
en una lengua que comprenda y detalladamente, de la naturaleza y de la causa de la acusación
formuladas contra él... [y] a ser asistido gratuitamente de un intérprete, si no comprende o no
habla la lengua empleada en la audiencia” [6.2.a) y e)].
35
Párrafo adicionado por decreto publicado en el Diario Oficial de la Federación del 18 de
diciembre de 2002, primera sección, p. 2.
Revisados los casos tanto del derecho procesal privado (civil) como del de
carácter público (penal), corresponde al derecho procesal social, del cual he-
mos optado por analizar las disposiciones contenidas en los ordenamientos
tanto en el ámbito agrario como en el laboral. Como ocurre con los otros
ámbitos ya analizados, civil y penal, conviene señalar que el laboral será
abordado nuevamente en el siguiente apartado, referido a la presentación y
traducción de documentos en lenguas extranjeras e indígenas.
Materia agraria. De manera similar a las contenidas en las reformas lega-
les al CFPC y al CFPP, en el ámbito agrario también encontramos disposi-
ciones relacionadas con la igualación procesal de los hablantes de lenguas
indígenas. El artículo 164 de la Ley Agraria (LA) señala:
36
El artículo 2o. de la Ley Agraria señala en su primer párrafo: “En lo no previsto en
esta Ley, se aplicará supletoriamente la legislación civil federal y, en su caso, mercantil, según
la materia de que se trate”. En relación con el contenido del artículo 164, habría que men-
cionar respecto de la medida de igualación tiene como objeto, según criterio del Segundo
Tribunal Colegiado del Quinto Circuito, “proteger a la parte más débil en los conflictos
agrarios” [Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta, Octava Época, t. 68, agosto de 1993, p.
74. Tesis V.2º. J/71]. Este criterio puede ampliarse siguiendo el criterio de la Segunda Sala
de la SCJN, la cual señaló, en contradicción de tesis, que “la finalidad primordial de la tutela
es la de resolver, con conocimiento pleno la controversia, y no únicamente colocarlos en
una situación de igualdad procesal durante la tramitación” [Semanario Judicial de la Federación
y su Gaceta, Octava Época, t. 80, agosto 1994, p. 18. Tesis 2ª./J 12/94]. Por cuanto hace a
la supletoriedad del ordenamiento procesal civil federal, el Segundo Tribunal Colegiado del
Décimo Primer Circuito señaló que “sólo procede en defecto de las disposiciones agrarias
y no de manera absoluta, amén de que debe ser únicamente respecto de las instituciones
que expresamente aquélla establezca y que no se encuentren reglamentados, o que lo estén
deficientemente, de tal forma que no permitan su aplicación, y todo ello a condición de que
los ordenamientos supletorios no pugnen directa o indirectamente con los postulados de la
ley en cita” [Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta, Novena Época, t. V, junio 1997, p.
785. Tesis: XI.2º.13 A].
37
Fix-Zamudio, Héctor, “Justicia administrativa en México”, Conferencias magistrales, Mé-
xico, Instituto Federal de Defensoría Pública, 2002, p. 77 y 78.
que sea obligación del órgano jurisdiccional efectuar las traducciones de los
documentos que en idioma extranjero vengan a juicio, en razón de que, dicha
traducción es una carga procesal que corresponde al interesado en el ofre-
cimiento y desahogo de la documental que obra en idioma extranjero, por
tanto, si el recurrente fue omiso en realizar la traducción en comento, debe
estarse a las consecuencias de esa omisión.39
38 Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta, Novena Época, t. VII, febrero 1998, p. 492.
Tesis: II.A.23 A. Véase Semanario Judicial de la Federación, Séptima Época, vols. 97-102, cuarta
parte, 89, rubro: “Documentos redactados en idioma extranjero. Deben exhibirse con la
traducción respectiva”.
39 Tribunal Colegiado del Vigésimo Circuito, Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta,
Novena Época, t. II, agosto de 1995, p. 509. Tesis: XX.25 K. Amparo en revisión 144/95.
43
Segundo Tribunal Colegiado del Noveno Circuito, Semanario Judicial de la Federación,
Octava Época, t. XII, agosto 1993, p. 423. Amparo directo 202/92. Juan Delgado Carlos.
20 de mayo de 1992. Unanimidad de votos. Ponente: Pedro Elías Soto Lara. Secretario:
Vladimiro Ambriz López.
44
Tercera Sala, Semanario Judicial de la Federación, Octava Época, t. I, primera parte-1,
enero-junio de 1988, p. 361. Amparo directo 8294/86. Atoyac Textil, S. A. 15 de diciembre
de 1987. Cinco votos. Ponente: Mariano Azuela Güitrón. Secretaria: María Estela Ferrer
Mac Gregor Poisot. Séptima Época, vols. 97-102, cuarta parte, p. 89.
45
Segundo Tribunal Colegiado del Noveno Circuito, Semanario Judicial de la Federación,
Octava Época, t. V, segunda parte-1, enero-junio de 1990, p. 194. Amparo directo 129/90.
Martín Carrillo Martínez. 10 de abril de 1990. Unanimidad de votos. Ponente: Juana María
Meza López. Secretario: Miguel Ángel García Covarrubias.
46
Quinto Tribunal Colegiado en Materia Civil del Primer Circuito, Semanario Judicial de
la Federación, Octava Época, t. XIII, marzo de 1994, p. 423. Amparo directo 3645/93. A.C.
Polymers INC. 20 de enero de 1993. Unanimidad de votos. Ponente: Efraín Ochoa Ochoa.
Secretario: Walter Arellano Hobelsberger.
47
Tercer Tribunal Colegiado del Cuarto Circuito, Semanario Judicial de la Federación, Oc-
tava Época, t. VI, segunda parte-2, julio-diciembre de 1990, p. 522. Amparo en revisión
37/90. Myriam del Socorro Pérez Herrera y otros. 28 de marzo de 1990. Unanimidad de
votos. Ponente: José Antonio Hernández Martínez. Secretario: Carlos R. Domínguez Avilán.
Ello no obsta para que, si la parte contraria puede obtener algún be-
neficio o considere idóneo su perfeccionamiento para probar alguno de los
extremos alegados, sea precisamente la parte contraria la que presente una
traducción ante el tribunal. Con esta traducción se seguirá similar procedi-
miento al ya mencionado. Y puede darse la paradoja de que la parte que en
un primer momento presentó el documento sea quien objete la traducción
ofrecida.
El procedimiento pertinente queda delineado con el criterio sostenido
por el Segundo Tribunal Colegiado del Quinto Circuito, en noviembre de
1990, que señaló, en interpretación del artículo 269 del Código de Proce-
dimientos Penales del Estado de Sonora, relativo a la forma en que deben
presentarse en un proceso penal los documentos privados redactados en
idioma extranjero:
48
Primer Tribunal Colegiado del Noveno Circuito, Semanario Judicial de la Federación, Oc-
tava Época, t. IX, abril de 1992, p. 582. Amparo en revisión 3537/91. Q. Javier Delgadillo
Flores y coags. 16 de enero de 1992. Unanimidad de votos. Ponente: Guillermo Baltazar
Alvear. Secretario: Guillermo Salazar Trejo.
49
Segundo Tribunal Colegiado del Quinto Circuito, Seminario Judicial de la Federación, Oc-
tava Época, t. VII, enero de 1991, p. 236. Amparo directo 274/90. Gilberto Ayala Botello.
8 de noviembre de 1990. Unanimidad de votos. Ponente: Pablo Antonio Ibarra Fernández.
Secretario: Secundino López Dueñas.
50
Tercera Sala, Semanario Judicial de la Federación, Octava Época, t.I, primera parte-1, ene-
ro-junio de 1988, p. 361. Amparo directo 8294/86. Atoyac Textil, S. A. 15 de diciembre de
1987. Cinco votos. Ponente: Mariano Azuela Güitrón. Secretaria: María Estela Ferrer Mac
Gregor Poisot.
51
Octavo Tribunal Colegiado en Materia Civil del Primer Circuito, Semanario Judicial de
la Federación, Octava Época, t. XV-I, febrero del 1995, p. 175. Tesis: I.8o.C.93 C. Amparo di-
recto 701/94. Industrial Perforadora de Campeche, S. A. de C. V. 19 de enero de 1995. Ma-
yoría de votos de los magistrados Guillermo Antonio Muñoz Jiménez y María del Carmen
Sánchez Hidalgo en contra del voto del magistrado José Luis Caballero Cárdenas. Ponente:
Guillermo Antonio Muñoz Jiménez. Secretario: Benito Alva Zenteno.
52
Tribunal Colegiado en Materia de Trabajo del Tercer Circuito, Semanario Judicial de la
Federación y su Gaceta, Novena Época, t. III, febrero 1996, p. 468. Tesis: III.T.11 L. Amparo
directo 499/95. Carlos Valle Gil. 31 de enero de 1996. Unanimidad de votos. Ponente: Al-
fonsina Berta Navarro Hidalgo. Secretario: Eugenio Isidro Gerardo Partida Sánchez.
53
Tercer Tribunal Colegiado del Cuarto Circuito, Semanario Judicial de la Federación, Oc-
tava Época, t. XV-II, febrero de 1995, p. 316. Tesis: IV.3o.166 L. Amparo directo 76/94.
Rubén Niño de Ramírez. 23 de marzo de 1994. Unanimidad de votos. Ponente: Juan Miguel
García Salazar. Secretaria: Angélica María Torres García.
54
Párrafo adicionado por decreto publicado en el Diario Oficial de la Federación del 18 de
diciembre de 2002, primera sección, p. 3.
En distintos preceptos de los citados líneas atrás aparece la figura del intér-
prete como elemento de primer orden en el cumplimiento de los derechos
fundamentales de naturaleza procesal. No puede dejar de mencionarse que
ésta ha sido una actitud constante de los ordenamientos penales hacia los
hablantes de idiomas indígenas (y extranjeros), puesto que ello garantiza de
manera adecuada el respeto al derecho de defensa procesal.
No conviene perder de vista que, conforme al artículo 5o., LGDL, hay
una obligación del Estado para reconocer, proteger y promover la preser-
vación, desarrollo y uso de las lenguas nacionales indígenas. Y que, en lo
que interesa a los efectos de este trabajo, tal obligación se reafirma con el
sexto numeral de la LGDL: “Las lenguas indígenas serán válidas, al igual
que el español, para cualquier asunto o trámite de carácter público...”. Esta
validez queda condicionada a la presencia del intérprete en el ámbito ju-
risdiccional, no sólo en el ámbito penal, sino también extendida “en todo
tiempo”, es decir, a “todos los juicios y procedimientos en que sean parte,
individual o colectivamente”.
55
El artículo 4o. de la LGDL, señala: “Las lenguas indígenas que se reconozcan en los
términos de la presente Ley y el español son lenguas nacionales por su origen histórico, y
tienen la misma validez en su territorio, localización y contexto en que se hablen”.
56
La regla apreciable en la Ley de Amparo se encuentra en el artículo 3o.: “En los juicios
de amparo todas las promociones deberán hacerse por escrito, salvo las que se hagan en las
audiencias y notificaciones, así como en las comparecencias a que se refiere el artículo 117
de esta Ley”. Las promociones mencionadas en el artículo117 de la Ley de Amparo son
aquellas por las cuales se solicite amparo contra “actos que importen peligro de privación de
la vida, ataques a la libertad personal fuera de procedimiento judicial, deportación, destierro
o alguno de los prohibidos por el artículo 22 de la Constitución federal”.
57
Párrafoadicionado por decreto publicado en el Diario Oficial de la Federación del 18 de
diciembre de 2002, primera sección, p. 4.
58
Fracción reformada por decreto publicado en el Diario Oficial de la Federación del 18 de
diciembre de 2002, primera sección, p. 4.
Por cuanto hace al proceso penal, es el artículo 154 del CFPP, ubica-
do en el capítulo dedicado a la “Declaración preparatoria del inculpado
y nombramiento del defensor”, el que establece las formalidades a cubrir
por el juzgador. Conforme al citado numeral, primer párrafo, la declara-
ción preparatoria comenzará por las generales del inculpado, en las que se
incluirán también los apodos que tuviera, el grupo étnico indígena al que
pertenezca, en su caso, y si habla y entiende suficientemente el idioma caste-
llano y sus demás circunstancias personales. A continuación se le hará saber
el derecho que tiene para defenderse por sí o por persona de su confianza,
advirtiéndole que si no lo hiciera, el juez le nombrará un defensor de oficio.
Si bien aparece prima facie que en el supuesto de hablantes monolingües
de lenguas indígenas no podría establecerse esa comunicación entre el juz-
gador y el inculpado, no menos cierto resulta que, derivado de la obligación
impuesta por los artículos 124 bis y 128 del CFPP, existe la presunción de
que se encuentran asistidos ya de un intérprete y de un defensor, lo cual
posibilitaría tal entendimiento. A pesar de ello, el artículo 154, segundo pá-
rrafo, CFPP, reitera: “Si el inculpado pertenece a un pueblo o comunidad
indígena, se le hará saber el derecho que tiene de ser asistido por un intér-
prete y por un defensor que tengan conocimiento de su lengua y cultura, en
términos del artículo 2o. de la Constitución Política de los Estados Unidos
Mexicanos”.
Finalmente, en el artículo 159 del CFPP, se regula el supuesto en que
en el lugar de residencia del tribunal o juzgado federales no se cuente con
defensor de oficio (federal) y se tenga que recurrir al nombramiento de uno
de entre los “defensores de oficio del orden común”. En tal hipótesis, se pre-
vé, en el tercer párrafo, que “cuando el inculpado pertenezca a un pueblo
o comunidad indígena, la designación del defensor de oficio recaerá sobre
aquel que tenga conocimiento de su lengua y cultura”.59
La reiteración de esta formalidad es importante. El legislador, compren-
diendo la importancia del derecho a la tutela judicial adecuada, imprime la
exigencia de que el inculpado, en los supuestos de miembros de pueblos y
comunidades indígenas, pueda comprender los alcances que tiene el proce-
so penal. La mejor manera de ello es reconocer como formalidad del pro-
cedimiento el derecho a expresarse en su lengua y a que se consideren, al
momento de dictar sentencia, las peculiaridades culturales del grupo en que
se desenvuelve. Y la única forma de lograrlo es mediante un intérprete,
que conociendo su lengua y cultura le preste asistencia en el desarrollo de
las etapas procesales.
59
Párrafo adicionado por decreto publicado en el Diario Oficial de la Federación del 18 de
diciembre de 2002, primera sección, p. 5.
60
Tribunal Colegiado del Vigésimo Circuito, Semanario Judicial de la Federación, Octava
Época, t. XIII, abril de 1994, p. 361. Amparo directo 825/93. Enrique Hernández Ruiz. 20
de enero de 1994. Unanimidad de votos. Ponente: Ángel Suárez Torres. Secretario: Ramiro
Joel Ramírez Sánchez.
63 Aquí convendría citar el criterio del Primer Tribunal Colegiado en Materia Penal del
Sexto Circuito, quien en interpretación de la legislación del estado de Puebla consideró que
en el aspecto de las probanzas, el hecho de que un testigo no supiera leer y escribir no le
restaba valor a su declaración, toda vez que la circunstancia del analfabetismo no autoriza a
la asistencia por parte de un tercero, lo que sí ocurre, como lo señala el artículo 155 del Có-
digo de Procedimientos en materia de Defensa Social de dicha entidad, cuando los testigos
fueran “ciegos, sordos, mudos o ignoren el idioma castellano”, estableciendo en la primera
hipótesis, “que sean acompañados de otra persona que designe el funcionario que practique
la diligencia y en las demás por un intérprete”. El mencionado órgano colegiado consideró
que “la ley no prevé un trato especial a las personas que no saben leer ni escribir, porque su
declaración la pueden hacer de viva voz en el idioma castellano, lo que se hace constar en
el acta; además de que en las reglas de valoración de la prueba testimonial establecidas en el
diverso 201 del Código en comento, no existe como condición la de que el testigo sepa leer
y escribir, por lo que este particular de ninguna forma tiene por qué restarle valor a dicha
prueba”. Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta, Novena Época, t. XIV, diciembre 2001,
p. 1823. Tesis: VI.1o.P.156 P.
EL DERECHO PROCEDIMENTAL
I. Introducción
191
seguridad, la salud o el sosiego de los habitantes del predio del que es pro-
pietario o inquilino se perjudique.
De manera que debemos considerar, para partir de una base, que la li-
bertad es la conducta no exigida, lo que tampoco significa que la conducta
debida, normada, no es libertad.
La conducta normada es tan libre como la conducta no exigida, pero la
primera tiende a ser una conducta típicamente regulada por la normativa.
Por ello, y al igual que lo mencionamos con la propiedad, sin preten-
der definir la libertad voluntaria o imperativa, lo importante será observar
cómo la norma jurídica va acotando esa libertad, porque el derecho no pue-
de crearla, sino que sólo nos servirá para acotar la conducta y otorgarle un
mayor ámbito o restringir el mismo.
En este sentido, no se puede afirmar que se tiene derecho a pensar,
creer, nacer o vivir; en todo caso, lo que la norma genera es la certeza de
que nadie pueda ser privado de creer, nacer o vivir.
Ejemplos del acotamiento a estos derechos los encontramos de forma
abundante en nuestra legislación. En el Distrito Federal se establece como
normativa positiva el que la mujer decida de forma voluntaria procrear o
no, con la limitante de que sólo podrá hacerlo hasta antes de la decimase-
gunda semana del embarazo (artículo 144, Código Penal para el Distrito
Federal); para contraer matrimonio con personas del mismo sexo, para vivir
en sociedad, o para disolver voluntaria y unilateralmente el vínculo matri-
monial.
El hombre vive entonces en un mundo de amplias libertades reguladas
por el legislador —quien por su parte tiene que actuar de forma libre, pero
que al ser su trabajo la creación de normatividades y disposiciones, esta
libertad está condicionada a la reflexión de su quehacer— y sólo en el mo-
mento en que, como siempre ocurre, esa voluntad se topa, cruza o enfrenta
a otra voluntad (también libre), es que surgirá el problema, o el conflicto, y
será en ese preciso momento en que este choque de voluntades genere una
idea de pretensiones.
Estas pretensiones podrán ser resueltas de forma pacífica, normada por
el legislador, a través de la figura de la autocomposición, y mediante un
acuerdo, un convenio o un contrato, se dará origen a varias formas proce-
dimentales que han sido previstas y reguladas por la norma, para otorgarles
la eficacia que el legislador prevé.
Podrá ser que las partes en conflicto resuelvan sus pretensiones, otor-
gando mutuas concesiones, ya sea que el pretensor conceda parte de sus
pretensiones, ya que el pretendido conceda parte de las suyas, o que ambas
partes resuelvan conceder mutuamente.
Podrán, de igual forma, y como una variante, someter su acuerdo ante
una autoridad para que ésta lo sancione, le otorgue certeza y seguridad jurí-
dica a lo hecho entre las partes; pero también puede suceder que por tradi-
ción, costumbre o hábitos sociales, el acuerdo generado no sea sancionado
por la autoridad o la norma vigente, y aun así procurar su eficacia.
Existen, sin embargo, como lo hemos mencionado, limitaciones a este
derecho de autocomposición, para todas aquellas situaciones en donde la
norma expresamente determine la necesidad de actuar y limitar a los particu-
lares, como ocurre cuando la pretensión atañe a situaciones o circunstancias
restringidas al Estado, como lo son sobre situaciones de orden público.
A) Unilaterales
1
Proceso, autocomposición y autodefensa, México, UNAM, 1970, p. 15.
B) Bilaterales
c) Transacción Ambos Duelo
2
Alvarado Velloso, Adolfo, Introducción al estudio del derecho procesal. Primera parte, Buenos
Aires, Rubinzal-Culzoni Editores, 1989, p. 14).
3 Gómez Lara, Cipriano, Teoría general del proceso, México, UNAM, 1979, p. 121.
4 Montero Aroca, Juan, Introducción al derecho procesal, Madrid, 1976, p. 180.
5 Montero Aroca, Juan, Trabajos de derecho procesal, Barcelona, Librería Bosch, 1988, p. 228.
6
Ibidem, p. 229.
7
Ibidem p. 228.
Para Oskar von Bülow el proceso es una relación jurídica pública, siem-
pre en constante movimiento y se reinventa, o se transforma, en cada una
de las ocasiones que se presenta, dado que la relación jurídica privada que
se muestra entre las partes y que constituye la materia de la litis, en el debate
judicial se presenta como totalmente concluido.
Von Bülow enumera los elementos o “prescripciones” necesarios para la
constitución de un proceso: 1. La competencia, capacidad e insospechabili-
dad del tribunal; la capacidad procesal de las partes y la legitimación de su
representante; 2. Las cualidades propias e imprescindibles de una materia
litigiosa civil; 3. La redacción y comunicación (o notificación) de la deman-
da y la obligación del actor por las cauciones procesales, 4. El orden entre
varios procesos.8
Las llamadas “prescripciones”, a las que finalmente propone el autor se
les bautice como “presupuestos”, son finalmente la suma de los elementos
que permiten la marcha del procedimiento; es decir, sin la concurrencia de
estos elementos el proceso no sería posible.
Lo ha explicado Becerra Bautista,9 cuando señala que en el proceso
se observa una relación jurídica necesaria, que tiene como fundamento la
vinculación de tres sujetos, capaces de intervenir positivamente en un pro-
ceso para resolverlo: el juez, como representante del Estado, imbuido de
derechos y obligaciones, y el ciudadano, también sujeto de derechos y obli-
gaciones. Y como son tres los sujetos de la relación jurídica procesal, actor,
demandado y órgano jurisdiccional, éstos constituyen los sujetos de la rela-
ción jurídica procesal. Representantes de esta corriente lo son Ugo Rocco,
Chiovenda, Calamandrei, Betti, Redenti, Zanzucchi, etcétera.
8 Bülow, Oskar von, La teoría de las excepciones procesales y los presupuestos procesales, trad. de
Miguel Ángel Rosas Lichtschein, Buenos Aires, EJEA, 1964, p. 5.
9 Becerra Bautista, José, El proceso civil en México, 14a. ed., México, Porrúa, 1992, pp. 2 y 3.
10
Goldschmidt, James, Teoría general del proceso, 2a. ed., Buenos Aires, EJEA, 1961, p. 61.
11
México, Editorial José M. Cajica Jr., 1956, p. 139.
12
Carnelutti,Francisco, Sistemas de derecho procesal civil, trad. de Santiago Sentís Melendo
y Niceto Alcalá Zamora y Castillo, Buenos Aires, 1944, p. 102.
13 Larroyo, Francisco y Cevallos, Miguel A., La lógica de la ciencia, México, 1948, pp. 270
y 271.
14
Alchourrón, Carlos E. y Bulygin, Eugenio, citado por Calvinho Gustavo, El sistema
procesal de la democracia, San Marcos, EIRL, 2008, p. 22.
15
Larroyo y Cevallos, citados por Briseño Sierra, Humberto, op. cit., pp. 130 y 131.
16
Briseño Sierra, op. cit., p. 131.
puestos precitados. Para lanzar la pregunta se parte, claro está, de las ideas
ya conocidas de reposo absoluto y cuerpo. Sin estas nociones previas que
involucran un conjunto de leyes rigurosas, la pregunta no tendría sentido
alguno, y así en este orden regresivo. En otras palabras, cualquier problema
científico ya adquirido; respuesta a su vez que implica con forzosidad mani-
fiesta una pregunta determinada y así sucesivamente. Pero este orden tota-
lizador de problemas y soluciones en torno a un objeto de conocimiento es,
puntualmente, lo que desde siempre se ha llamado sistema. De este modo la
matemática, la física, la química y en general todas las ciencias se van ela-
borando, perfeccionando; y así la filosofía —la investigación en torno a las
condiciones supremas de la cultura, el estudio, en suma de los valores— no
podrá sustraerse; perdería eo-ipso su necesidad científica, aporía y sistema
no pueden ser conceptos excluyentes, categorías incompatibles en la investi-
gación científica poco importa que se trate de la filosofía. Al contrario, son
instrumentos inseparables en el trabajo auténtico de las ciencias. Orden de
fundamentación (sistema) e interrogantes: he ahí las fases metódicas que se
implican esencialmente en la tarea del pensar científico.17
De manera que cuando en la materia jurídica, se define al procedimien-
to como “una serie de actos vinculados causalmente entre sí, de tal modo
que cada uno supone el anterior y el último supone al grupo entero”, lo per-
tinente será analizar, si en el derecho el procedimiento no es la unidad, sino el
conjunto, los problemas que con ello se refiere irremediablemente.
Briseño Sierra nos explica en su obra El derecho procedimental, la impor-
tancia que reviste el analizar al derecho como un serie de elementos que se
generan en un grupo, como el social, que a diferencia de las ciencias natu-
rales, las ciencias sociales en las que se encuentra incluida el derecho, en
donde a diferencia del primero, las relaciones que vinculan a los elementos
que conforman al conjunto para generar el sistema, no tienen un carácter
preponderantemente causal, sino que su motivación se encuentra en la fina-
lidad que motiva su conjunción.
Acordes con esta corriente, debemos entender que las normas jurídicas
se generan como la finalidad para establecer en el grupo la eficaz convi-
vencia y para prever la resolución de cualquier conflicto o situación que en
ella se genere, siempre pensada a futuro, ya que verlo de forma contraria;
es decir, que la norma se genere por efecto de la causa, es considerar una
situación aberrante jurídicamente hablando.
17
Larroyo y Cevallos, citados por Briseño Sierra, op. cit., pp. 131 y 132.
18
Briseño Sierra, Humberto, op. cit., p. 135.
19
Villoro Toranzo, Miguel, Metodología del trabajo jurídico, 4a. ed., México, Limusa, 1988,
p. 3.
20
Briseño Sierra, Humberto, op. cit., p. 42.
Al efecto, cada una de ellas tiene un método que le es propio y que em-
plean para fijar conocimientos.
Con respecto a los problemas abordados científicamente, ellos lo son
desde la macro-semiótica de la ciencia, no así de los anteriores por la validez
de sus métodos, universalidad y comprobabilidad. El método empleado es
el de la eficacia.
Con relación a los no científicos, son aquellos donde no se utiliza el
método científico, sino alguno de las macro-semióticas, que preceden a la
ciencia: jurídico-estatal, de lenguajes naturales y del mundo natural. Los
métodos empleados son, respectivamente, reflexión, autoridad y tenacidad.
De manera que al hablar del procedimiento jurídico se enfoca la globa-
lidad del mundo jurídico que comprende el desarrollo de las conductas que
condujeron a esas relaciones.
En el procedimiento jurídico, a diferencia de otras disciplinas humanas,
en las que los elementos se presentan como constantes continuas e inamo-
vibles, en el procedimiento jurídico, específicamente en las normas procedi-
mentales, estas conductas observan un sentido, una intención de referencia
hacia otras normas, normalmente denominadas sustantivas, que al inte-
grarse con las otras (procedimentales) van forjando una cadena de conduc-
tas con destino y destinatario.
También encontramos que en esa concatenación de nociones, los datos
de referencia no están siempre o en ciertos ámbitos vinculados de antece-
dentes o consecuencia o de necesaria eficacia, como sí ocurre en el sector
de lo jurídico.
El rasgo determinante se encuentra en ser de un carácter lógico de rela-
ción o de normatividad que campea el rasgo del debe ser.
Las secuencias procedimentales se presentan al observárseles apareja-
das, pero no al azar ni de manera indiscriminada, sino como razones lógicas
de causa a efecto. De pretensión a prestación o de mandato a cumplimiento.
Como todo fenómeno complejo, las conductas sociales pueden ser ob-
servadas desde distintos ángulos o puntos de vista. En principio, es primor-
dial observar los datos esenciales, que definen al fenómeno. La sustancia
que no altera lo esencial de la secuencia en la conducta de los individuos, que
puede ser modificada, en razón del tiempo y el espacio en que se compor-
tan, y hasta en la forma en la que interactúan.
Cuando estos fenómenos se producen, generan cambios en la normati-
vidad sustantiva a efecto de adecuarla; y en ciertos momentos para adaptar-
la a situaciones económicas, administrativas, de seguridad social imperan-
tes, o bien para garantizar satisfactores sociales.
21
La
justicia administrativa en France, París, 1898. Briseño Sierra, Humberto, “La enseñanza
del derecho procesal”, ponencia presentada en el XV Encuentro Panamericano de Derecho
Procesal, Rosario, Argentina, 2001.
22
Los fundamentos de la semiótica, México, 1996, p. 121.
25 Semanario Judicial de la Federación, Sexta Época, vol. LXXXII, cuarta parte, Tercera
Sala, p. 9, amparo 904/1958.
26 Boletín de Información Judicial, Oficialía Mayor de la Suprema Corte de Justicia, Segunda
Sala, 1958, p. 220, amparo en revisión 3519/1957).
27 Semanario Judicial de la Federación, Informe de la Presidencia de 1958, Segunda Sala, p. 62,
revisión fiscal 404/1957.
28
Boletínde Información Judicial, Oficialía Mayor de la Suprema Corte de Justicia, Segunda
Sala, 1960, p. 726, amparo en revisión 5378/1956.
29 Ferrer Mac-Gregor, Eduardo, Los tribunales constitucionales en Iberoamérica, México, 2002
pp. 49 y 50.
V. Conclusiones
1. Inicialmente debemos observar que los fenómenos del proceso y del pro-
cedimiento encuentran su distinción desde el momento mismo de su con-
cepción y creación.
2. En el estudio del procedimiento jurídico, específicamente en las nor-
mas procedimentales, estas conductas observan un sentido, una intención
de referencia hacia otras normas, generalmente denominadas “sustantivas”,
que al integrarse con las otras (procedimentales) van forjando una cadena
de conductas con destino y destinatario.
3. Las secuencias procedimentales se presentan al observárseles apa-
rejadas, pero no al azar ni de manera indiscriminada, sino como razones
lógicas de causa a efecto de pretensión a prestación o de mandato a cum-
plimiento.
4. El procedimiento se encuentra definido por sus elementos, los cuales
se significan en el interés y la instancia, y un elemento que necesariamente
I. Introducción
217
cho subjetivo, cualidades también que han marcado la exégesis del derecho
procesal constitucional, como una moderna disciplina jurídica, científica y
autónoma.
Lo anterior no se traduce en el sentido de que con antelación no exis-
tía esta materia, sino que su estudio se había hecho a un lado, aun cuando
ya se le identificaba con la terminología de control, justicia o jurisdicción
constitucional.
Con el surgimiento de los tribunales constitucionales, después de la Pri-
mera Guerra Mundial y mayormente en la segunda posguerra, es cuando
el derecho procesal constitucional se fortalece desde los ámbitos de la doc-
trina, la jurisprudencia y la legislación; en tanto que su estudio se orientó
principalmente hacia los mecanismos de resolución de conflictos motivados
por la aplicación de normas constitucionales, y los órganos de decisión res-
pecto de esas controversias.
Alrededor de la disciplina en examen, cabe considerar que existen gran-
des estadios evolutivos que se presentan como referentes fundamentales; el pri-
mero, la Constitución Federal de los Estados Unidos, 1787, mediante el cual
se otorga a los jueces ordinarios la facultad de desaplicar normas generales
ordinarias que estimen contradictorias a la Constitución; y el segundo, el
estudio científico y sistemático que hiciera Hans Kelsen de los instrumentos
procesales y organismos de decisión constitucionales;2 y el tercero, la Cons-
titución de Francia (1958).
Con base en lo anterior, cabe concluir que en torno al derecho procesal
constitucional, desde su exégesis se dieron dos sistemas de control cons-
titucional: el difuso, sustentado básicamente en el modelo americano, y el
concentrado, acorde al diseño austriaco o europeo continental concebido por
Kelsen; aunque para el estudio de esta temática conviene referirse también
al de tipo político, reconocido en la Constitución francesa, ciertamente, de
menor influencia en el mapa de la jurisdicción constitucional.
La sentencia del caso Marbury vs. Madison (1803). Este antecedente impor-
tante, ya que afirma la técnica del control de constitucionalidad de las leyes
e inaugura la judicial review.3 En este sentido, el modelo estadounidense de
cia presentada al XVII Congreso Mexicano de Derecho Procesal y Sexto curso de prepara-
ción y capacitación para profesores de derecho procesal, 19-21 de julio, México, 2004, pp.
10-12; y Quiroga León, Aníbal, Derecho procesal constitucional (materiales de enseñanza), Lima,
julio de 2004, p. 101, y Sagüés, María Sofía, “Perfil actual de la Corte Suprema estadouni-
dense como tribunal constitucional en la tutela de los derechos humanos. Proyecciones de la
doctrina de «Lawrence v. Texas»”, Revista Iberoamericana de Derecho Procesal Constitucional, Proceso
y Constitución, México, núm. 1, enero-junio, 2004, pp. 200 y 201.
4 Landa Arroyo, César, Teoría del derecho procesal constitucional, Lima, Palestra Editores,
2003, pp. 28 y ss.; Celotto, Alfonso, “La justicia constitucional en el mundo: formas y mode-
los”, Revista Iberoamericana de Derecho Procesal Constitucional, Proceso y Constitución, México, núm.
1, enero-junio, 2003, pp. 3 y ss.
5 Eto Cruz, op. cit., pp. 54 y 55, citando a Nino, Carlos, “Los fundamentos del control
judicial de constitucionalidad”, Fundamentos y alcances del control judicial de constitucionalidad, Ma-
drid, Centro de Estudios Constitucionales, 1991, p. 100.
6
Eto, op. cit., p. 57.
7
Ibidem, pp. 58 y 59.
8 Ibidem, pp. 59 y 60. Véase Quiroga León, Aníbal, “El proceso transnacional y el siste-
ma interamericano de protección de derechos humanos: el debido proceso”, cit., pp. 20-28.
9 Eto Cruz, Gerardo, “Un artífice del derecho procesal constitucional: Hans Kelsen”, en
Ferrer Mac-Gregor, Eduardo (coord.), Derecho procesal constitucional, cit., pp. 85 y 86.
10 Ibidem, pp. 58 y 59 y 88.
11 Ibidem, pp. 92-97.
12
Constitución de 1958, artículos 56-63.
13
Pegoraro, Lucio, “La circulación, la recepción y la hibridación de los modelos de jus-
ticia constitucional”, separata del Anuario Iberoamericano de Justicia Constitucional, trad. de Fran-
cisco Fernández Segado, núm. 6, 2002, p. 395.
14
Ibidem, p. 235.
15
Al respecto, Ferrer Mac-Gregor señala que en las resoluciones del justicia mayor de
Aragón y de sus lugartenientes se utilizó la palabra “amparar”, por lo cual se considera que
es a través del ordenamiento castellano la manera en que se introduce dicho vocablo como
sinónimo de protección en la América española.
16 Ferrer Mac-Gregor, Eduardo, La acción constitucional de amparo en México y España, estudio
de derecho comparado, México, Porrúa, 2000, pp. 13-18.
17 Ferrer Mac-Gregor (coord.), Derecho procesal constitucional, cit., pp. 236-237.
18 Ferrer Mac-Gregor, La acción constitucional de amparo en México y España, apunta que usa
la expresión “amparo novohispano”, porque jurídicamente la Colonia no existió en la Nueva
España, aunque de facto lo fue. El régimen político-jurídico de la Nueva España y, en general,
de las Indias, no fue de colonia, sino de “provincias”, incorporadas al reino de Castilla y
León, op. cit., pp. 55-59.
19
Idem.
20
Favoreu, Luis, Los tribunales constitucionales, trad. de la 2a. ed. francesa, Les tours cons-
titutionelles, de Vicente Villacampa, Barcelona, Ariel, 1994, citado por Ferrer Mac-Gregor,
Eduardo, Los tribunales constitucionales en Iberoamericana, México, FUNDAP, 2002, p. 55.
21
Ferrer Mac-Gregor, Los tribunales constitucionales..., cit., p. 59.
prema Corte, hechos éstos que le han permitido fortalecerse como tribunal
constitucional.
25 Revista de la Facultad de Derecho de México, núm. 24, octubre-diciembre, 1956, t. VI, pp. 191-
211, citado por Ferrer Mac-Gregor, “Aportaciones de Héctor Fix- Zamudio...”, cit., p. 206.
26 Ibidem, p. 207.
que, al contrario de las tesis de Jellinek, Duguit y Rodolfo Reyes, catalogó los
medios de defensa de la Constitución en preventivos, represivos y reparadores.27
2. La defensa de la Constitución
27
Reyes, Rodolfo, La defensa de la constitucionalidad. Los recursos de inconstitucionalidad y de am-
paro, Madrid, Espasa-Calpe, 1934; Duguit, León, Soberanía y libertad, trad. de José G. Acuña,
Buenos Aires, Tor, 1943; y Jellinek, George, Teoría general del Estado, trad. de Fernando de los
Ríos U., Madrid, 1915, citados por Ferrer Mac-Gregor, op. cit., p. 211.
28
Ferrer Mac-Gregor, “Aportaciones Héctor Fix-Zamudio...”, cit., pp. 212 y 213.
dadano (artículo 99, fracción V); el juicio político (artículo 110); el procedi-
miento ante los organismos autónomos protectores de los derechos huma-
nos (artículo 102, apartado B); y más recientemente, la responsabilidad del
Estado (artículo 113, párrafo segundo).29
29
Ibidem,pp. 213 y 214, y la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, en
Compendio de derecho procesal constitucional, México, Porrúa, 2003.
30
Alcalá-Zamora y Castillo, Niceto, Proceso, autocomposición y autodefensa, México, UNAM,
1991, pp. 214 y 215.
31
Ferrer Mac-Gregor, “Aportaciones de Héctor Fix-Zamudio...”, cit., p. 215. Véase tam-
bién, Fix-Zamudio, Héctor, Veinticinco años de evolución de la justicia constitucional 1940-1965,
México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1968, pp. 17 y 18.
los Derechos Humanos y sus protocolos adicionales. Con motivo del surgi-
miento de esta jurisdicción constitucional transnacional, algunos estudiosos
han señalado que con esto nace una nueva disciplina, que es el derecho pro-
cesal transnacional. Al respecto, Fix-Zamudio señala:
d) Derecho procesal constitucional local. Otro sector, el cual no ha sido del todo
estudiado, pero que conviene tener presente, es el derecho procesal constitucional
local, que se ocupa del estudio de los diversos instrumentos para proteger
los ordenamientos, Constituciones o estatutos de los estados, provincias o
comunidades autónomas. Al respecto, Argentina, Alemania y España han
desarrollado ampliamente esta materia. En este último, el tribunal consti-
tucional tiene competencia para conocer de los conflictos en defensa de la
autonomía local; en Alemania existe una doble jurisdicción constitucional:
la del Tribunal Constitucional Federal y de los tribunales constitucionales
de los Länder, existiendo la posibilidad para que éstos cedan su jurisdicción
al Federal, con el fin de que resuelva conforme a la Constitución del Land.37
Respecto del sistema constitucional local en México, Eduardo Ferrer
Mac-Gregor ha sido su principal impulsor. A la fecha, en la geografía na-
cional se registra al estado de Veracruz, que incluye en su Constitución la
creación de una Sala Constitucional, integrada por tres magistrados dentro
de la estructura del Poder Judicial estatal, con jurisdicción para conocer del
control constitucional local, a saber: el juicio para la protección de los dere-
chos humanos por actos o normas de carácter general, acciones de incons-
titucionalidad (control abstracto), controversias constitucionales (conflictos
de atribuciones y de competencias entre órganos estatales) y las acciones por
omisión legislativa. También la Constitución del Estado de Coahuila esta-
blece la institución de una justicia constitucional local, que tiene por objeto
resolver de manera definitiva e inatacable los conflictos constitucionales a
través del Poder Judicial local, que funge como tribunal constitucional lo-
cal. Sustancialmente han continuado esta tradición los estados de Tlaxcala,
Chiapas, Quintana Roo y, recientemente, el del Estado de México.38
36
Ferrer Mac-Gregor, “Aportaciones de Héctor Fix-Zamudio...”, cit., p. 219.
37
Ibidem, p. 220.
38
Idem.
39
Ibidem,
p. 221.
40
EtoCruz, Gerardo, “El pensamiento del derecho procesal constitucional en Domingo
García Belaunde”, en Ferrer Mac-Gregor, Eduardo (coord.), Derecho procesal constitucional, cit.,
p. 123.
IX. Conclusión
41
Ibidem, pp. 124 y 222.
1. La inexistencia
Es, en cierto modo, el problema del ser o no ser del acto. No se refiere a la efi-
cacia, sino a su vida misma. No es posible a su respecto hablar de desviación,
235
1 Couture, Eduardo, Fundamentos del derecho procesal civil, 3a. ed., Buenos Aires, Depalma,
1993, p. 377.
2. La nulidad
3. La inoponibilidad
2
Ibidem,
p. 374
3
Alsina,
Hugo, Las nulidades en el proceso civil, Buenos Aires, Ediciones Jurídicas Europa-
América, 1958.
II. La jurisdicción
4
Couture, E., op. cit., p. 39.
5
Serra Domínguez, Manuel, Estudios de derecho procesal, Barcelona, Ariel, 1969, p. 21.
IV. El proceso
8
Chiovenda, G., Principios de derecho procesal civil, Madrid, Reus, 1922, t. II, p. 231.
9
Couture, E., op. cit., p. 121.
10 Calamandrei, P., Instituciones de derecho procesal civil, Buenos Aires, Depalma, 1943, p. 241.
11 Carnelutti, F., Instituciones del proceso civil, Buenos Aires, EJEA, 1959, t. I, p. 22.
12 Chiovenda, G., Instituciones del derecho procesal civil, Madrid, Revista de Derecho Privado,
1949, t. 1, p. 57.
13
Couture,
E., op. cit., pp. 376 y 377.
14
Carnelutti,
F., Instituciones del proceso civil, cit., t. I, p. 556.
15
Guasp Delgado, J., Comentarios a la Ley de Enjuiciamiento Civil, Madrid, t. 1, p. 692.
Esto es, un sujeto activo que deduce la acción que pone en marcha la
actividad jurisdiccional, y un sujeto pasivo, que es aquel en contra de quien
se dirige la acción, sea para sancionarlo, en el caso de un proceso penal, sea
para colocarlo en la necesidad de dar, hacer o no hacer una cosa a favor del
demandante, en el caso de un proceso civil.
Es de la esencia de este requisito que las partes estén clara y precisa-
mente identificadas. Esto es, que no haya duda alguna en cuanto a quién o
quiénes son los actores, quién o quiénes son los sujetos pasivos de la acción
y quién o quiénes están afectos a lo que resuelva la sentencia.
En materia civil, se requiere que una persona o personas determinadas
deduzcan la acción que ponga en marcha el accionar jurisdiccional desti-
nado a satisfacer las pretensiones contenidas la acción. Lo mismo ocurre en
materia laboral y en juicios de familia. En materia penal, hay que estarse
a la respectiva legislación. En Chile se requiere que el imputado haya sido
sometido a una audiencia de formalización, y la acusación sólo procede res-
pecto de aquellos delitos por los cuales fue formalizado.
16
Sierra Domínguez, M., Estudios de derecho procesal, cit., p. 459.
Artículo 8o. Garantías judiciales 1. Toda persona tiene derecho a ser oída,
con las debidas garantías y dentro de un plazo razonable, por un juez o tri-
bunal competente, independiente e imparcial, establecido con anterioridad
por la ley, en la sustanciación de cualquier acusación penal formulada contra
ella, o para la determinación de sus derechos y obligaciones de orden civil,
laboral, fiscal o de cualquier otro carácter.
propios de todo acto jurídico y con las normas especiales que la ley procesal
establece para su validez, según su propia finalidad.
Lo anterior determina, como ya se ha señalado, que no hay que con-
fundir el proceso en sí con los actos jurídico-procesales que lo van integran-
do. El proceso, como tal, tiene requisitos de existencia y de validez que son
distintos de la validez del acto jurídico procesal aisladamente considerado.
Ello no obstante, es posible que la nulidad de un determinado acto jurídico
procesal acarree la nulidad de todo lo obrado si la existencia válida de dicho
acto es requisito de validez del proceso.
El profesor Couture expresa:
La irregularidad del acto procesal, esto es, el desajuste entre la forma deter-
minada en la ley y la forma utilizada en la vida, es en todo caso una cuestión
de matices que corre desde el apartamiento gravísimo, alejado en absoluto de
las formas requeridas, hasta el levísimo, apenas perceptible. En este sentido
se han distinguido siempre tres grados de ineficacia: en un primer grado, de
ineficacia máxima, la inexistencia; en un segundo grado, capaz de producir
determinados efectos en condiciones muy especiales, la nulidad absoluta; en
un tercer grado, con mayores posibilidades de producir efectos jurídicos, la
nulidad relativa.17
Es muy habitual confundir el término “proceso” con “el juicio” y éstos con
“la litis”, en circunstancias que no son la misma cosa. Puede haber proceso
sin haberse formalizado el juicio, pero no puede haber juicio sin proceso; más
aún, puede haber proceso, juicio, y faltar la litis.
El proceso es el modo o la forma que la ley establece para el ejercicio de
la jurisdicción frente a un determinado conflicto de relevancia jurídica. El
juicio es el conjunto de actos jurídico-procesales que se realizan en el proce-
so, una vez nacido éste, conforme lo establece el artículo 39, ya citado. La
litis es la controversia que se suscita entre las partes, y que puede recaer en
la ocurrencia de los hechos y/o en el derecho aplicable a éstos.
Conceptualmente, el juicio nace al perfeccionarse la relación procesal.
Esto es, desde que se notifica válidamente a la parte demandada y ha trascu-
rrido el término de emplazamiento. De aquí que, si se anula la notificación,
no se anula el proceso. Este existe, por cuanto hay una acción válidamente
17
Couture, E., op. cit., p. 376.
nes siguientes dejan de estar unidos a ella y, por tanto, dejan de formar parte
de la misma.
De producirse el efecto extensivo de la nulidad, lo que sucede es que los
actos posteriores se han producido extemporáneamente, con anticipación
a la oportunidad que les fija la ley y, por ende, carecen de valor dentro del
proceso. En otras palabras, carecen de existencia legal y tanto el órgano
jurisdiccional como las partes no pueden considerarlos de manera alguna.
Esto no implica que la nulidad de un determinado acto jurídico proce-
sal conlleve la nulidad de todos los actos jurídicos procesales materializados
con posterioridad a él. Estos actos posteriores son válidos a menos que, en
sí, adolezcan de algún vicio de nulidad o el acto jurídico declarado nulo
—conforme al orden consecutivo legal— sea requisito previo para la mate-
rialización de los posteriores.
Los actos procesales posteriores, que están de manera directa vinculados
a la validez del acto procesal que legalmente debe antecederlo, pasan a ser
procesalmente inexistentes, no pueden ser ratificados, sino que deben mate-
rializarse de nueva cuenta. En consecuencia, son actos procesales conexos con
el acto declarado nulo aquellos que sean una consecuencia directa y necesa-
ria de éste. Conforme a lo expuesto, si el acto procesal es declarado nulo y el
agravio causado no puede ser reparado de otra forma que declarando su nu-
lidad, ésta provoca el rompimiento de la cadena procesal y el orden consecuti-
vo legal, por lo cual todos los actos procesales realizados posteriormente, aun
cuando de forma individual sean válidos, dejan de tener existencia procesal
si consecutivamente estaban ligados de modo directo al acto declarado nulo.
Al efecto, el profesor Serra Domínguez, señala:
Habida cuenta la peculiar naturaleza del proceso, integrado por una sucesión
ordenada de actos, viniendo cada uno de ellos determinado por el anterior y
encaminado hacia el que le sigue normalmente, la nulidad de un acto proce-
sal acarreará la nulidad de los restantes actos procesales que traigan causa de
él. La ineficacia inicial de un acto priva de su eficacia a los actos que le siguen,
pese a haber sido éstos realizados en forma correcta.18
Artículo 19, numeral 3 (se trascribe nada más lo que interesa en la nulidad
procesal): Toda persona tiene derecho a defensa jurídica en la forma que la
ley señale y ninguna autoridad o individuo podrá impedir, restringir o pertur-
bar la debida intervención del letrado si hubiese sido requerida…
Nadie podrá ser juzgado por comisiones especiales, sino por el tribunal
que señalare la ley y que se hallare establecido por ésta con anterioridad a la
perpetración del hecho.
Toda sentencia de un órgano que ejerza jurisdicción debe fundarse en un
proceso previo legalmente tramitado. Corresponderá al legislador establecer
siempre las garantías de un procedimiento y de una investigación racionales
y justos.
Deben sumarse los artículos 8o. y 9o. del Pacto de San José de Costa
Rica.
Declarada la nulidad, el acto en sí no existió nunca, y jamás pudo pro-
vocar efecto jurídico alguno, por lo cual todo lo obrado en razón de éste
pasa a ser nulo, y la situación se retrotrae a la fecha de su ejecución.
Por otro lado, quienes incurrieron en el acto nulo son responsables, per-
sonal, administrativa y civilmente, de las consecuencias que tal acto puede
haber ocasionado. En lo administrativo quedan afectos a la sanción que la
ley establezca para tal proceder y, en lo civil, pasan a ser responsables de los
daños materiales y pecuniarios que su conducta o las consecuencias del acto
nulo hayan causado a terceros.
LA UNIDAD DE LA RELACIÓN
JURíDiCo-PROCESAL
Sin duda alguna, los dos grandes desarrollos intelectuales que lograron es-
tablecer el parteaguas donde el derecho procesal llegó a su madurez fue el
tratamiento del concepto fundamental de la acción bajo su autonomía res-
pecto del derecho sustantivo, y el establecimiento, por ende, de una nueva
relación jurídica denominada “procesal” (relación jurídico-procesal), diversa
de la material, por lo cual el universo del derecho se dividió en dos mundos:
el material y el procesal, ligándose entre sí por la acción,1 pero distinguidos
por su relación jurídica bajo diversos conceptos, principios e instituciones,
y por lo cual surge a mediados del siglo XIX la corriente del procesalismo
científico,2 cuya principal aportación fue resaltar dicha autonomía y forta-
255
obligación alguna. Es decir, la acción es “un poder jurídico frente al adversario no contra al
adversario, cuyo efecto es la verificación de la condición para la actuación concreta de la ley”.
3 Véase anexo 1.
4 Véase anexo 2.
5 Véase anexo 3.
6 Véase anexo 4.
7 Hegel; Bethmann-Hollweg; Bülow; Kholer; Binding; Wach; Hellwig; Kisch; Stein;
Schonke; Rosenberg; Chiovenda; Calamandrei; Redenti; Liebman; Ugo Rocco; Alsina; Al-
calá Zamora; Couture; Becerra Bautista y Vescovi entre otros grandes procesalistas científi-
cos que defendieron esta posición con sus respectivos puntos de vista.
8 Goldschmidt sostenía que las categorías o nexos procesales (“expectativas” de una
mandrei (1943), traducción y estudio preliminar por Santiago Sentís Melendo, Buenos Aires,
Ediciones Jurídicas Europa-América (1986). También Alcalá Zamora, Niceto, “suponer que
mediante el aprovechamiento de elementos de una y otra doctrina acaso se llegue a la explica-
ción satisfactoria”, cita 195 de Proceso, autocomposición y autodefensa, México, UNAM, 1991.
Igualmente, Prieto Castro (Tratado, t. 1, p. 15), con mayor profundidad expone que las teo-
rías privatistas (contrato y cuasicontrato) y las teorías publicistas (relación jurídica y situación
jurídica) respecto de la naturaleza del proceso no se excluyen sino que se complementan, adu-
ciendo: “...la teoría del contrato veía sólo el aspecto externo... actos orientados hacia la misión
final: la sentencia; la de la relación jurídica procesal es un examen de su contextura interna que
da un sentido ‘unitario’ a los actos del procedimiento; la de la situación jurídica es la fundamen-
tación sociológica del proceso, visto éste no como una unidad jurídica sino como una realidad
de la vida social; aquélla [la de la relación jurídica] explica ‘cómo debe ser’ el proceso cuyo fin
es que quien tenga razón triunfe; éste explica [la de la situación jurídica] ‘cómo es’ el proceso
en la realidad y en el cual triunfa quien mejor defiende su derecho mediante el cumplimiento
de las cargas procesales”. Citado por Alsina, Hugo (12/1) p. 424 de su obra Tratado teórico prác-
tico de derecho procesal civil y comercial, 2a. ed., Buenos Aires, Ediar, t. I, 1963.
Ya se vislumbraba dicha integración desde la escuela moderna alemana de principios del
siglo XX cuando el propio James Goldschmidt en su obra Principios generales del proceso, pp. 40
y 41, ante las críticas de Kohler y Rosenberg por la tesis de estos últimos de que la relación
jurídico-procesal se desenvuelve en situaciones, aduce que “...la situación procesal no es una
situación de la relación pública abstracta, sino del derecho material, o más precisamente
aquella situación en que las partes se encuentran con respecto a este derecho a consecuencia
de que el mismo se ha hecho valer procesalmente...”.
10
Rocco expone: “Una cosa es, pues, la obligación que el órgano o el oficio jurisdiccional
tiene, como tal, de prestar su actividad en orden a los ciudadanos (actor o demandado), a la
cual responde un derecho de los ciudadanos a que se conceda dicha prestación, y otra cosa
es la obligación que el funcionario del orden judicial tiene frente al Estado, de cumplir las
funciones de su oficio. La primera es una relación procesal, puesto que encuentra su fuente
en las leyes procesales y regula las relaciones que nacen del proceso civil y del ejercicio de
la jurisdicción; la segunda es una relación igualmente de derecho público, pero no procesal,
puesto que regula las relaciones entre el Estado y los funcionarios del orden judicial, es decir,
una relación de servicio público (relación de derecho público judicial)”. Rocco, Ugo, Tratado
de derecho procesal civil, trad. de Santiago Sentís Melendo y Máximo Ayerra Redín, Buenos
Aires, Depalma, 1983, p. 287.
11
Bülow, en su afamada obra Excepciones y presupuestos procesales, manifiesta respecto del
término proceso”, lo siguiente: “En lugar de considerar al proceso como una relación de de-
recho público, que se desenvuelve de modo progresivo, entre el tribunal y las partes, ha destacado siempre
únicamente aquel aspecto de la noción de proceso que salta a la vista de la mayoría: su mar-
cha o adelanto gradual, el procedimiento, unilateralidad que tiene su origen en la jurisprudencia
romana de la Edad Media y que ha sido favorecida por la concepción germánica del dere-
cho. Se ha hecho, lamentablemente, de la palabra ‘proceso’ un monumento imperecedero y
un punto de apoyo muy difícil de abatir. Quien pretenda extraer la idea de la palabra, será
llevado, desde el principio, por la expresión ‘proceso’ hacia un camino, si no falso, bastante
estrecho. Sin embargo, los juristas romanos no se habían quedado con la idea superficial
del proceso como pura serie de actos del juez y de las partes, sino que habían concebido la
naturaleza de aquél como una relación jurídica unitaria (judicium)”, Oskar von Bülow (1868),
Excepciones y presupuestos procesales, México, Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal,
Dirección General de Anales de Jurisprudencia y Boletín Judicial, 2001, pp. 3 y 4. Igualmen-
te Calamandrei: cuando desarrolla en su obra Instituciones, que doctrinalmente se habla de
relación jurídico-procesal cuando la ley habla de “proceso” o “procedimiento” y la utilidad
doctrinal la considera muy importante en tres fases, a saber: i) la relación jurídico-procesal es
la fórmula mediante la cual se expresa la “unidad” y la “identidad” jurídica del proceso dado
que la serie de actos complejos que constituya el procedimiento procesal circundan alrededor
de una relación jurídica única; ii) la relación procesal permite entender la “continuidad del
proceso”, no importando sus “transformaciones”, dado que la relación jurídico-procesal es
“dinámica” con un fin determinado, que es el de alcanzar la providencia jurisdiccional final
y mientras no se suspenda o se termine por cuestiones determinadas en la ley continuará con
dicha finalidad y por último; iii) la noción relación jurídico-procesal es útil para señalar la
diferencia entre “proceso” y “causa”; entre “derecho procesal” y “derecho sustancial”; entre
la “acción” y la “regularidad del proceso”, esto último cuando se refiere a los “presupuestos
procesales”. Calamandrei, Piero, Instituciones de derecho procesal civil, Buenos Aires, EJEA, 1986,
pp. 342 y 345.
12
Wach expone: “Los sujetos de las relaciones procesales son por lo menos tres: el actor,
el demandado y el tribunal... Las relaciones de estas personas entre sí sólo muestran las di-
versas facetas de una misma relación jurídica”. Wach, Adolf, Manual de derecho procesal civil, t.
I, trad. de Tomás A. Banzhaf; estudio preliminar Niceto Alcalá-Zamora y Castillo, Buenos
Aires, Ediciones Jurídicas Europa-América, 1977, p. 70.
A D
Relación
jurídico-procesal
Contenciosa Voluntaria
Juez Juez
13
El proceso voluntario, también llamado “proceso no contencioso” (véase Alcalá Za-
mora Niceto, Proceso, cit., p. 144) o “jurisdicción voluntaria”, que implica por su naturaleza
una relación jurídico-procesal bilateral, por su trascendencia merece su espacio particular
(al efecto, trabajaremos un ensayo dirigido sobre el tema); empero, no dejemos de advertir
que la naturaleza compleja (transformaciones) de la relación jurídico-procesal que se desa-
rrollaran a lo largo de este ensayo se pueden igualmente dar en un proceso no contencioso
o voluntario (nos estamos refiriendo a las incidencias respecto de presupuestos procesales,
así como impugnaciones de resoluciones y actos de causación llevados a cabo en un juicio
voluntario no contencioso, de orden bilateral).
14 Bülow escribe: 1) “Desde que los derechos y las obligaciones procesales se dan entre
los funcionarios del Estado y los ciudadanos… esa relación pertenece, con toda evidencia,
al derecho público y el proceso resulta, por lo tanto, una “relación jurídica pública”; 2) “El
proceso es una relación jurídica que avanza gradualmente y que se desarrolla paso a paso”;
3) “...la relación jurídica procesal está en un constante movimiento y transformación”. Oskar
von Bülow, Excepciones y presupuestos procesales, cit., pp. 1-3.
15 “En suma, en esos principios (Bülow se refiere a las prescripciones jurídicas sobre
competencia; capacidad procesal; legitimación de su representante; cualidades propias de
una materia litigiosa civil [integración de la litis]; la redacción y comunicación [emplaza-
miento] de la demanda; y el orden entre varios procesos, es decir, conexidad, prejudicialidad
y prevención) están contenidos los elementos constitutivos de la relación jurídica procesal;
idea tan poco tenida en cuenta hasta hoy, que ni una vez ha sido designada con un nombre
definido. Proponemos, como tal, la expresión presupuestos procesales”. Bülow, Excepciones, cit.,
pp. 5 y 6.
16 Chiovenda llegó a definir el concepto de presupuestos procesales como las condiciones
o elementos necesarios para tener derecho a una sentencia cuando aduce en su magna obra
Principios de derecho procesal civil, cit., p. 129: “Llámense presupuestos procesales, como vimos, las
condiciones por las que se obtiene cualquier resolución favorable o desfavorable sobre la
demanda”. Obra laureada por la R. Academia Dei Lincei con el premio real para ciencias
jurídicas, México, Cárdenas, Editor y Distribuidor, 2001. Discípulo de Chiovenda, Cala-
mandrei, siguiendo a su maestro, expone que los presupuestos procesales son “las condicio-
nes que deben existir a fin de que pueda tenerse un pronunciamiento cualquiera, favorable
o desfavorable, sobre la demanda, esto es, a fin de que se concrete el poder-deber del juez
de proveer sobre el mérito... los presupuestos procesales se deberían, pues denominar más
exactamente: presupuestos del conocimiento del mérito extremos exigidos para decidir el
mérito; condiciones de la providencia de mérito...”. Calamandrei cita a Redenti (Profili) y a
Betti (Dir. proc. civ.), pp. 351 y 353, Instituciones de derecho procesal civil (1943); Piero Calamandrei,
op. cit.
17
El maestro uruguayo Enrique Véscovi nos refiere la clasificación doctrinal: a) subje-
tivos (relativos a los sujetos del proceso, como son la capacidad procesal “legitimación ad
processum”; personalidad de las partes “parte material y parte formal” y la competencia tanto
objetiva respecto del juzgador como subjetiva del juzgador y sus funcionarios secretarios) y
objetivos (al propio proceso como entre otros, el “emplazamiento”, la “conexión”; la “preclu-
sión de la acción”, y la “caducidad de la instancia”); b) generales (comunes a todo proceso,
capacidad, competencia, emplazamiento, etcétera) y especiales (a cierto tipo de juicios como
el ejecutivo donde el título ejecutivo es presupuesto o requisito indispensable); c) presupues-
tos de la acción (capacidad del juez y de las partes y caducidad de la acción (así como la pre-
clusión de la acción); d) presupuestos al proceso, para que se constituya la relación jurídica
procesal válida y se desarrolle la misma (emplazamiento del demandado “caducidad de la
instancia”; la “vía”; otorgamiento de “vistas” por el contradictorio); e) de la pretensión y de
la sentencia (como lo son el interés, posibilidad jurídica y legitimación en la causa) aunque
el autor considera estos dos últimos como presupuestos materiales o condiciones para que la
sentencia sea favorable y no propiamente presupuestos procesales; en otras palabras cuestio-
nes prejudiciales de la acción. Véscovi, Enrique, Teoría general del proceso, 2a. ed., Santa Fe de
Bogotá-Colombia, Temis, 1999, pp. 81-83.
18
El maestro mexicano Ovalle Favela presenta en su obra Derecho procesal civil, Méxi-
co, Harla, 1995, pp. 71-74, una clasificación de los presupuestos procesales en previos a la
demanda y previos a la sentencia. Siguiendo al gran maestro, ahora pretendemos integrar
dicha clasificación, para su mejor entendimiento; es decir, previo a la sentencia como pre-
tendemos ahora, existen situaciones diversas acerca de la relación jurídico-procesal que la
deben distinguir (integración; regularización y desarrollo de la misma); siendo que, por otra
parte, el concepto de extinción de la relación jurídico-procesal se nos hace más apropiado
para analizar la duración de la misma por las diversas situaciones procesales al efecto (ca-
ducidad de la instancia, muerte de las partes, desistimiento de la demanda y/o instancia,
resolución por sentencia interlocutoria de alguna cuestión [como una excepción procesal]
que dé por terminado el juicio con efecto de cosa juzgada formal entre otros), amén de la
propia sentencia definitiva.
19 Calamandrei expone: “La estructura dialéctica que, como se verá, es propia del proceso,
exige que todos los actos realizados por una parte sean llevados a conocimiento de la parte
contraria, a fin de que ésta pueda reaccionar oportunamente en defensa propia: el principio
el contradictorio es la expresión fundamental de esta exigencia... El carácter dialéctico del proceso: la relación
procesal... Estas personas que colaboran en el proceso (los sujetos del proceso) son, al menos,
tres: el órgano jurisdiccional, que tiene el poder de dictar la providencia jurisdiccional, y las partes:
esto es, la persona que pide la providencia (actor en el proceso de cognición; acreedor en
el proceso de ejecución) y aquella frente a la cual la providencia se pide (demandado, en el
proceso de cognición, deudor en el proceso de ejecución: iudicium est actus trium personarum, ac-
toris, rei, judicis... Es este el carácter que se podría denominar dialéctico [el autor cita que dicha
expresión se le debe a Redenti en su obra “Profili”, p. 59, quien habla de la estructura dialéc-
tica del proceso], del proceso en virtud del cual, el proceso se desarrolla como una lucha de
acciones y de reacciones, de ataques y de defensas, en la cual cada uno de los sujetos provoca,
con la propia actividad, el movimiento de los otros sujetos, y espera, después, de ellos un
nuevo impulso para ponerse en movimiento a su vez...”. Calamandrei, Piero, Instituciones, cit.,
pp. 332, 333 y 334.
20 Al maestro Humberto Briseño Sierra le gustaba teorizar alrededor de trilogías, como
lo hizo en el capítulo “Teoría de la impugnación”, pp. 396-7 de su libro Compendio de derecho
procesal, México, Humanitas, Centro de Investigación y Posgrado, 1989, cuando señaló: “tres
son los recursos procedimentales... tres las razones suficientes... tres los resultados...”, y como
discípulo seguimos su escuela en tal sentido.
21 Alcalá-Zamora comenta: “Al alzar su sistema sobre dos pilares, a saber, la acción y la
relación jurídica procesal, Chiovenda sigue la trayectoria de Wach... en el desarrollo de los
dos conceptos, Chiovenda está muy fuertemente influido por Wach...”, Alcalá-Zamora y
Castillo, Niceto, Estudios de teoría general e historia del proceso, México, UNAM, 1992, t. II, p. 557.
Igualmente, Chiovenda, (siguiendo las huellas de Wach) desarrolló su obra más importante
Principios de derecho procesal civil, bajo dos conceptos fundamentales: “La acción” y la “Relación
jurídica procesal”, que según palabras de su autor “...son las dos bases fundamentales de
mi sistema...”. Chiovenda, Giuseppe, Curso de derecho procesal civil, obra compilada y editada,
México, Editorial Pedagógica Iberoamericana, 1995, Introducción.
22
Carnelutti basó toda su magna obra (Sistema y/o principios) alrededor de la “litis”; al
efecto, Calamandrei expone: “...es necesario, a ejemplo de Chiovenda, considerar la ‘acción’
como uno de los conceptos fundamentales del sistema procesal; parece, en efecto, que la
construcción del proceso, hecha por Carnelutti sobre el concepto de ‘litis’, en lugar de hacer-
la sobre la ‘acción’, choca, en un cierto sentido, con la realidad del proceso actual en el que
el juez se halla en contacto, no con la ‘litis’ sino con la ‘acción’, en cuanto es llamado, no a
establecer cuál es la regulación jurídica que corresponde mejor a la realidad social directa-
mente observada, sino simplemente a decidir si merece ser acogida, en relación a un hecho
específico ya encuadrado por el ajuste en un esquema jurídico, la propuesta de providencia
que le es presentada por su necesario colaborador”. Calamandrei, Piero, Instituciones..., cit.,
pp. 236 y 237.
23 Al respecto, el procesalista científico uruguayo, J. Couture considera que “La relación
jurídica procesal consiste en el conjunto de ligámenes [siguiendo al maestro Kisch], de vincu-
laciones, que la ley establece entre las partes y los órganos de la jurisdicción recíprocamente,
y entre las partes entre sí. El hecho de que esos ligámenes y vínculos sean muchos, no obsta a
que el proceso sea en sí mismo una ‘unidad’, una relación jurídica”. Couture, J. Fundamentos
de derecho procesal civil, Uruguay, Editorial Nacional (1942), p. 122.
(Acción)
Accesoria Cuestiones Cosa juzgada formal
(Acción/Relación
jurídico-procesal)
Impugnativa Error de Decisión Cosa juzgada
formal material/
Cosa juzgada formal
Causa/Cuestiones
(Acción) (Acción/Relación
jurídico-procesal)
27
Rocco expone en su obra: “Según lo hemos dicho, Carnelutti ha negado el carácter
de ‘unidad’ y ‘unicidad’ de la relación jurídica procesal, pero nosotros no logramos concebir
dicha relación, en sus distintas fases y desarrollos, sino con un carácter de ‘unidad’ y esto
porque, como lo hemos dicho reiteradamente, la prestación de la actividad jurisdiccional,
varía en sus actos, en sus estadios, en sus grados, es siempre ‘una y única’, por lo cual es ‘una
y única’ también la relación jurídica que es el desenvolvimiento de la actividad jurisdiccional
viene a formarse”. Rocco, Ugo, Tratado, cit., p. 410
28
Wach expone en su obra Handbuch (1885): “Se ha dicho que el proceso civil es una
relación jurídica unitaria que se va desenvolviendo y liquidando paso por paso en el procedi-
miento... lo que interesa es si esas relaciones se articulan, como subordinadas y relativamente
inautónomas, dentro de un amplio conjunto unitario... Pero el hecho de que las personas
sean varias no excluye la suposición de que la relación jurídica sea una... La relación jurídica
procesal es susceptible de transformación y de desarrollo. Al cambiar los sujetos procesales
al suceder una persona a otra en el papel de parte, al pasar una causa del juzgado al tribunal
regional, al cambiar el objeto (modificación de la demanda), al pasar la causa a una instancia
superior, etc.; no se fundamenta una relación jurídica nueva; hay solamente una transforma-
ción”. Wach, Adolf, Manual (Handbuch, 1885), cit., pp. 64, 65, 67, 69 y 70. A su vez, Chioven-
da expone en su afamada obra Principios (1906): “Nos queda por ver qué efectos son los que
produce en el proceso, inmediatamente y por sí misma, la demanda, la que, en cuanto acto
constitutivo de la relación procesal, independientemente de que sea o no fundada (y éstos son
los llamados efectos procesales de la demanda). Estos efectos se traducen en el principio de
la unidad de la relación procesal. Todos los actos del proceso se encuentran unidos entre sí
por un vínculo común, y hay que referirlos todos a la demanda judicial, de la que dependen.
Como la actuación futura de la ley se toma como si ocurriera en el momento de la demanda,
la relación procesal se considera contenida, como en embrión, en el acto y momento de la
demanda”. Chiovenda, Giuseppe, Curso de derecho procesal civil, cit., p. 372.
29
El artículo 705 del CPCDF expone: “Si no se presentara apelación en contra de la
sentencia definitiva, se entenderán consentidas las resoluciones y autos que hubieran sido
apelados en efecto devolutivo de tramitación conjunta con la definitiva, salvo lo dispuesto en
el párrafo tercero del artículo 692 Quáter”.
30
En su obra Instituciones, Carnelutti distingue el litigio material del litigio procesal, o
más bien el derecho material del derecho procesal, cuando relaciona el derecho y el proceso.
“El proceso sirve al derecho, para su constitución o para su integración [el autor se refiere al
DSM]; el derecho sirve al proceso garantizado el desenvolvimiento de él [el autor se refiere
al DSP]...”, y, entonces Carnelutti advierte que pueden existir litis dentro del proceso (litis
procesales), que puedan amenazar el desenvolvimiento y el éxito del proceso, refiriéndose
al conflicto de intereses de los sujetos que intervienen en el proceso, estableciendo para ello
que “...no hay otro camino que seguir que el de componer tales conflictos por medio del
derecho...” [el autor se refiere a los conflictos internos dentro del proceso (que el juez no
quiera decidir; que el testigo no quiera declarar, etcétera) y por lo tanto de los poderes y
deberes procesales (facultad, derecho subjetivo, de potestad, de carga, de obligación, de res-
ponsabilidad), en consecuencia no cree en la teoría de que el proceso es una relación jurídica,
sino que los conflictos de intereses dentro del proceso componen lo que él llama relaciones
jurídicas procesales, cuando expone: “...hoy el proceso no es ya una relación jurídica, aunque
para su desenvolvimiento la ley, atribuyendo a las partes, a los defensores, a los oficiales, a los
encargados, a los terceros, poderes y deberes, compone entre ellos relaciones que, puesto que
atañen al proceso, son relaciones jurídicas procesales”. Carnelutti, Francesco, Instituciones del
proceso civil, Buenos Aires, Librería El Foro, 1997, vol. I, pp. 289-291.
31 El artículo 137 bis, fracción X, inciso b), del CPCDF, establece la suspensión del pro-
ceso [se refiere el no dictar la sentencia definitiva] en los casos que sea necesario esperar una
resolución de una cuestión previa o conexa (principio de prejudicialidad). Veáse Alsina, H.,
Las cuestiones prejudiciales..., cit., pp. 45 y 46.
finitiva para evitar que, según hemos venido exponiendo, se termine la rela-
ción jurídico-procesal principal sobre la cual giran en “unidad” dichas con-
tiendas accesorias o incidencias,32 y por lo cual se ha venido denominando
“accesoria” a la relación jurídico-procesal que deviene de las mismas, por
su carácter de dependiente de la relación jurídico-procesal “principal”, al
igual que la relación jurídico-procesal “impugnativa”, que de la misma for-
ma guarda dependencia con la relación jurídico-procesal “principal”:
PRINCIPAL
Accesoria Impugnativa
32
El maestro Briseño Sierra nos enseña que el procedimiento [refiriéndose a la relación
jurídico-procesal], en su totalidad es una complicada red de actuaciones que se unen por la
conversión [suma de unidades], dado que, al terminar todos los procedimientos vuelven a
su unidad teleológica, y por lo tanto, señala, “Ésta viene a homogeneizar las actuaciones, de
manera que lo previo, lo prejudicial, los desplazamientos que entrañan las impugnaciones
intermedias, todo, vuelve a la unidad...”, Briseño, Humberto, Compendio..., cit., p. 357.
33
Agradezco como siempre la colaboración de la actual coordinadora de la revista Ius
Procesal, próxima a editarse en la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Azcapot-
zalco, la licenciada Yazmín García Salazar por su apoyo en la realización de los cuadros
sinópticos de este ensayo.
PRINCIPAL JD
ORDINARIA PRINCIPAL
(A) (D)
ACCIóN CAUSA
JD
http://www.juridicas.unam.mx
RECONVENCIONAL
http://biblio.juridicas.unam.mx
(T)
CUESTIONES
JD
DE PARTES (AI) (DI)
ACCESORIA
ACCIóN RJP
(A) (D) (A) (D)
JD
INCIDENCIAS (AI) (DI)
CAPACIDAD
IMPUGNATIVA VICIOS CONSENTIMIENTO (A) (T) (D) TERCERO
ERRORES DE TERCEROS PERJUDICADO
(LATU FORMALIDAD
SENSU)
OMISIONES (A) (T) (D)
http://biblio.juridicas.unam.mx/libros/libro.htm?l=4250
Libro completo en
Este libro forma parte del acervo de la Biblioteca Juridica Virtual del Instituto de Investigaciones Juridicas de la UNAM
Este libro forma parte del acervo de la Biblioteca Juridica Virtual del Instituto de Investigaciones Juridicas de la UNAM
http://www.juridicas.unam.mx Libro completo en
http://biblio.juridicas.unam.mx http://biblio.juridicas.unam.mx/libros/libro.htm?l=4250
Como el lector observará de las actitudes de las partes, sobre todo del
demandado e inclusive de terceros, la relación jurídico-procesal sufrirá
transformaciones.
No es lo mismo que se siga una causa en rebeldía del demandado o
que éste simplemente se defienda negando la demanda (relación jurídico-
procesal principal ordinaria donde existe una relación entre actor, juez y
demandado), que cuando el demandado tome la actitud de pretender “re-
conviniendo” al actor por diversa causa conexa (existiendo con ello una litis
principal compleja constituida por dos causas: una principal y otra recon-
vencional, donde la relación jurídico-procesal se transforma, en virtud de
que el actor de la causa principal se convierte al mismo tiempo en demanda-
do de la reconvención planteada por el demandado principal, advirtiendo
una relación jurídico-procesal principal, pero compleja).
Y más aún, existiendo litisconsorcio activa o pasiva, donde la pluralidad
de partes por el efecto de solidaridad en ciertos casos hace que la relación
jurídico-procesal trascienda a la RJM, como en el ejemplo de una acción
reivindicatoria sobre un predio en copropiedad que intenta uno de los co-
propietarios en contra del poseedor infructuosamente, en virtud de que pros-
peró la excepción propia sustantiva de prescripción positiva o usucapión,
que si bien dicho contraderecho no fue reclamado en reconvención por no
estar presentes en la relación jurídico-procesal los demás copropietarios, el
efecto de la prosperidad de la referida excepción, que constituye una decla-
ración de certeza negativa (sentencia absolutoria) tiene trascendencia sobre
los demás copropietarios, por ser un precedente que afecta a los mismos
(RJM) aunque no hayan litigado, por el efecto solidario de la relación jurí-
dico procesal en relación con el alcance de la acción.34
Los ejemplos son variados, sobre todo en tratándose de cuestiones del
estado civil, que por disposición de la ley (artículo 93 del CPCDF) la rela-
34
“Acción reivindicatoria. Ejercicio de la, por los copropietarios (legislación del estado
de Puebla). Si en un juicio reivindicatorio, el bien materia de la acción, pertenece a diversos
copropietarios, la sentencia que se pronuncie favorece a todos los condueños, a pesar de que
en el juicio no intervengan todos. Y aunque el Código de Procedimientos Civiles del Esta-
do de Puebla no prevé el caso de un comunero que ejercita la acción reivindicatoria sin el
concurso de los demás copropietarios, debe de aplicarse el principio general del derecho que
llena el vacío de la ley de acuerdo con los artículos 14 constitucional y 18 del Código Civil
de Puebla, principio que permite que un comunero pueda deducir las acciones relativas a la
cosa común como dueño. En tal virtud, las acciones ejercitadas por uno de los copropieta-
rios benefician al otro, puesto que mientras se encuentren en la indivisión, cada uno de ellos
participa de su parte alícuota que se extiende a todo el bien y a cada una de sus moléculas”.
Amparo directo 1950/60. Luz y Senorina Tetzicatl. 27 de abril de 1962. Unanimidad de
cuatro votos. Ponente: Gabriel García Rojas.
35
Liebman expone: “Se puede presentar la eficacia erga omnes de las sentencia en las
cuestiones de estado como una consecuencia de su naturaleza especialísima, que justificaría
en estos casos la desviación de la regla general de la eficacia inter partes de la cosa juz-
gada... este es el resultado, más o menos confesado, al que llegan la doctrina francesa [el
autor cita entre otros autores franceses a Merlin; Aubry; Josserand; Planiol y Ripert; Colín
y Capitant y Sovatier, entre otros]; y la alemana [el autor cita entre otros autores alemanes
a Rosenberg y a Goldschmidt]. Liebman, Enrico Tullio, Eficacia y autoridad de la sentencia,
México, TSJSF, 2002, pp. 228 y 229.
36
Para mayor profundidad en el tema de los incidentes (litis accesoria) sugiero que se
analice el ensayo del suscrito editado en la revista Alegatos, núm. 59, enero-abril, 2005, de la
UAM Atzcapotzalco denominado: “Los incidentes en el proceso civil”.
37
Igualmente, para mayor comprensión del tema tratado véase mi ensayo denominado
“La instancia procesal impugnativa civil” (teoría de la impugnación), a editarse por la revista
Alegatos, de la UAM Azcapotzalco.
Por lo tanto, de igual manera se puede concluir que: “Si no hay relación
jurídico-procesal principal no pueden existir las demás relaciones jurídico-
procesales (accesorias e impugnativas), porque estas últimas giran alrededor
de la primera”.
Conociendo a través de la dialéctica procesal la relación jurídico-pro-
cesal y su efecto de transformación con relación a la acción y la litis, pero
siempre bajo un reconocimiento de “unidad” y dependencia en razón de la
causa principal, como se ha venido esbozando a lo largo de este ensayo, se
podrá profundizar acerca de la complejidad del proceso.
En efecto, como lo hemos venido sosteniendo, el procedimiento com-
plejo del proceso contencioso dentro de su concepción unitaria gira alre-
dedor de tres fases: una principal, que sostiene la “unidad” de la relación
jurídico-procesal, y las otras dos (accesoria e impugnativa), dependientes de
la primera, que hacen advertir su efecto de transformación.
Por lo tanto podemos ya visualizar al proceso contencioso por cuanto
a su procedimiento y atento a la dialéctica procesal de la relación jurídico-
procesal, de la siguiente manera:
LITIS IMPUGNATIVA
(RELACIóN JURÍDICO-PROCESAL IMPUGNATIVA)
(RELACIóN JURÍDICO-PROCESAL PRINCIPAL
DEMANDA
EJECUCIóN
POSTULATORIA
PROBATORIA
PRECONCLUSIVA
SENTENCIA
DEFINITIVA
LITIS INCIDENTAL
(RELACIóN JURÍDICO-PROCESAL INCIDENTAL)
Anexos
Anexo 1
38
Cuando en 1920 Zitelman sostuvo en el congreso de estudiantes de Götingen que
“emprender el estudio del derecho procesal sin conocer previamente el proceso de un modo
práctico, es tan inconcebible como pretender nadar en terreno seco, mediante fórmulas teó-
ricas”, tal temeraria tesis hizo que se elevara la réplica contundente de Wach que ahora se
cita en lo conducente, extraído del prólogo dedicado por Niceto Alcalá-Zamora y Castillo
a su obra Handbuch traducida al español. Wach, Adolf, Manual de derecho procesal civil, cit., pp.
XXVIII-XXIX.
Anexo 2
Anexo 3
Anexo 4
I. Introducción
Isaías, 54:2-3
Pero es preciso asumir, de entrada, que todo aquello que podemos escri-
bir sobre un autor constituye siempre una interpretación de su vida y obra, y
como tal implica el inevitable condicionamiento que impone la significación
que sobre ese hacer y pensar realiza quien homenajea.
En este caso en particular, y tal como se desprende de lo antedicho,
no escapamos a ese límite que impone la semiosis (o significación) que
engendra todo discurso. Y, sin embargo, en éste subyace la enorme riqueza
que implica transitar la aventura del re-conocimiento hacia ese “alguien”,
pues, como la palabra lo indica, re-conocer entraña un doble proceso de
conocimiento: un conocer como esfuerzo de intelección de las ideas de un
autor (en tanto aprehensión) y, a partir de ello, un re-conocer la relevancia
de las nociones basales que definen su pensamiento, lo que conlleva un vol-
ver a significar lo significado por el autor; esto es, un proceso de “resignifica-
ción” como paso previo a la trascendencia de las ideas. En este sentido, el
discurso, aunque siempre limitado a la perspectiva desde la cual intentamos
penetrar en el objeto de análisis, es la vía más expedita para posibilitar esa
doble faceta del conocer que supone todo reconocimiento. Esto quiere decir
que el discurso desde el cual significamos el legado de un autor constituye
el único material concreto de que disponemos los seres humanos para hacer
público ese re-conocimiento. La razón es fácilmente comprensible: el texto
no sólo es el proferir de quien escribe sobre alguien, sino también, y por
excelencia, la semiosis que se construye en un contexto intersubjetivo. En efecto, no
hay re-conocimiento sin la fuerza inmanente que instala el texto en un con-
texto; esto es, un compartir la mirada de uno en el cruce de las miradas de
los demás sujetos. De ahí que todo discurso conlleva una dimensión prag-
mática, ya que el texto como tal crea, por fuerza misma de la semiosis que
comporta, la validación de los significados en el seno de una comunidad.
Por lo tanto, este proceso de escribir un texto homenaje a un autor cons-
tituye una aventura “apasionante”, dado que en él se conjuga la realidad y
la imaginación —pues no podría ser de otra manera—, por las razones ex-
presadas. Esto no implica que uno incurra en un deslizamiento subjetivo al
hablar de la trascendencia de un intelectual en un campo de conocimiento
determinado. Todo lo contrario. Un trabajo riguroso es aquel que es capaz
de soterrar las impresiones subjetivas en el proceso del conocer para hacer emer-
ger aquello que trasciende al propio autor y sus obras, y lo que trasciende es,
en este caso, su pensamiento en la ciencia del derecho. Vale aquí la máxima
bíblica que reza: “Por sus obras los conoceréis”.
Por ello, esta tarea exige, a mi entender, focalizarnos en el legado de un
autor, o sea, en sus producciones académicas, porque constituye la forma
más fidedigna de captar esa esencia que trasciende al propio sujeto y que
perdura en tanto las obras humanas tengan algún sentido para la comuni-
dad afín.
Por otra parte, hay dos formas de llegar a inteligir esa sustancia que
hace al sujeto homenajeado. Una, quizá la más percatable y aprehensible en
términos valorativos, es referirnos a alguien por medio del contacto directo
con esa persona, lo que supone partir de la vivencia o de la estrechez que
crean las experiencias cotidianas (sean provenientes de relaciones familiares,
amistosas o laborales). La otra sutil y difícil de realizar, porque constituye
una vía de entrada indirecta; implica re-construir el pensamiento de un autor, e
incluso, poder inferir las experiencias de vida que le han llevado a generar
esas ideas. Y para esto es necesario partir del producto final, o sea, de la es-
tructura acabada de su proceso investigativo o de su desarrollo académico;
esto es, posicionándonos en sus obras concretas a fin de descubrir las nocio-
nes claves que sostienen su pensamiento. La primera vía corre el riesgo de
un apego mayor al autor; la segunda encuentra su limitación en la lejanía
de la vivencia. Así, mientras al discípulo le cuesta despegarse de su maestro,
la segunda vía tiene la ventaja de permitir el vuelo propio en el proceso del
conocimiento. Y llegados a este punto es preciso hacer la siguiente aclaración.
En mi caso, no he tenido la oportunidad de conocer en persona a Hum-
berto Briseño Sierra, no sólo por una razón de distancia geográfica (dada
mi nacionalidad argentina), sino además porque no pertenezco al campo
jurídico. No obstante, considero que esto no es un impedimento para escri-
bir este artículo, pues, a mi modo de ver, el conocimiento no tiene barreras
disciplinarias. Más aún, pienso que un autor se vuelve fecundo y alcanza
el mérito de perdurabilidad cuando sus ideas pueden ser valiosas en otros
campos del conocimiento. Es decir, cuando es capaz de plantear nociones
que tienen potencial heurístico para hacer avanzar el proceso del conocer más
allá de las fronteras de origen. Y este es el caso de Briseño Sierra.
Debo confesar, con total honestidad, que cuando su hijo Marco me invitó
a participar de esta aventura de escribir un texto homenaje a su padre, no úni-
camente lo asumí porque conocía a Marco, quien fue mi alumno en la maes-
tría en derecho procesal en Rosario, sino también por otra razón de peso, que
seguidamente comentaré. Permítame el lector narrar la siguiente anécdota.
Cuando aquella cohorte de maestrandos, a la que pertenecía el hijo de
Briseño Sierra, terminó su cursado, Marco me obsequió un libro que acaba-
ba de escribir su padre, titulado El derecho procedimental. —Nunca indagué en
las razones que habría tenido Marco y que lo llevaron a tener ese gesto con-
migo; me conformé con pensar que un libro es un muy buen obsequio para
alguien que se dedica de lleno a la labor académica—. Y como casi siempre
sucede por falta de tiempo, ese libro estaba allí, en mi biblioteca, esperando
ser leído. Avancé lentamente en su lectura, y debo admitir que aún no he
La pregunta que desveló a los filósofos desde muy antiguo es ésta: ¿qué
es el ser? Pero este planteo no resuelve el problema, ya que nos instala en
otro mayor, pues, en el intento por responder o querer especificar los atri-
butos que hacen al ser se cae, inevitablemente, en la necesidad de tener que
definir su opuesto: la nada. Este asunto, harto complejo, fue advertido y
tratado por Hegel,4 quien postuló que es imposible definir el ser in abstracto,
es decir, el ser en tanto ser, por volverse inabarcable e imposible de inteligir.
Concluyó entonces que el ser es lo mismo que la nada, y esto significa, para el
análisis filosófico, un callejón sin salida, ya que nos instala en un círculo vi-
cioso, inaccesible para el conocimiento.
En consecuencia, Hegel considera que el problema principal consiste
en un posicionamiento erróneo frente al asunto que se pretende conocer.
Para él, partir del ser in abstracto no tiene solución. Todo lo que puede hacer
la filosofía es partir de un algo concreto; es decir, de un “ser determinado”,
lo cual es ya un paso cognitivo importante en el proceso intelectivo por el
cual el ser tiende a degradar su plenitud hasta devenir en la “nada”. Partir
del ser determinado —como se verá más adelante— significa admitir la di-
mensión de génesis en el advenimiento de aquello que es, lo que nos sitúa en la
dinámica del conocimiento, pues, para Hegel, lo pensado y lo real se funden
en una única perspectiva que constituye el desarrollo del conocimiento como tal.
Para comprender esta idea que, debo reconocer, resulta difícil de captar,
es conveniente considerar primero por qué el problema del ser (in abstracto)
se torna irresoluble.
Nótese que en cuanto queremos encontrar una respuesta al problema
del ser, éste nos desliza el pensamiento hacia la existencia y la consistencia, pero
he aquí que esto, a su vez, nos abre cuatro preguntas. La existencia nos
plantea: 1 ¿Qué existe”, y 2 ¿Quién existe?, mientras que la consistencia nos
conduce a las preguntas: 3 ¿En qué consiste?, y 4 ¿Quién consiste? Veamos
qué se deriva de estos planteos.
Es evidente que la primera pregunta no tiene respuesta, pues nos re-
torna al problema de partida (¿qué es el ser?). La segunda pregunta (¿quién
existe?), en cambio, sí tiene respuesta, dado que nos lleva a un señalamiento:
existe esto o aquello… pero, he aquí el inconveniente: no podemos explicar
la existencia sin aludir a la consistencia; es decir, sin decir en qué consiste
eso que existe. Así entonces, la tercera pregunta (¿en qué consiste?) prima
facie sí tiene solución, ya que podemos decir, consiste en esto o en aquello;
en cambio, directamente, la cuarta pregunta (¿quién consiste?) no tiene res-
puesta, porque no sabemos quién hace consistir a eso que consiste.
4
Hegel, G. W. F., Fenomenología del espíritu, México, Fondo de Cultura Económica, 2002.
DEVENIR
Algo nuevo
ta, dado que, para Hegel, objeto y sujeto son parte de una misma entidad;
esto es, el desarrollo del conocimiento que opera tanto sobre una dimensión
del ser como sobre la condición cognitiva (o de sujeto) que esa porción del
ser alberga o reclama para sí. En sus palabras: “Según mi modo de ver,
que deberá justificarse solamente mediante la exposición del sistema mis-
mo, todo depende de que lo verdadero no se aprehenda y se exprese como
sustancia, sino también y en la misma medida como sujeto”8 (las palabras
destacadas son del autor). La imagen de cara y cruz de una moneda puede
constituir una buena metáfora para comprender el fenómeno de la mutua
dependencia entre la cosa (o hecho) a conocer y la actividad (operatoria del
pensamiento) de quien conoce.
Tan relevante es esta frase, que Juan Samaja la ha hecho la idea princi-
palísima de su propuesta epistemológica al fundar el doctorado en ciencias
cognitivas en la Universidad Nacional del Nordeste,9 ya que lo cognitivo “in-
tegra” tanto los trazos de la realidad existencial concreta (sobre la que opera
nuestro pensamiento y todo proceso de semiosis mediante el cual podemos
que engendra el pensamiento. Mediante este recorrido (que para Hegel es un “movimiento”
y no un proceso secuencial), el concepto puede “elevarse”, y, por esta vía, “suprimir” las
determinaciones empíricas con que se muestra en el plano de lo fáctico o —parafraseando a
Kuhn (1980)— trascendiendo las diversas “realizaciones ejemplares” de la idea. Sólo así se
puede alcanzar el concepto en su máxima indeterminación, que es, aunque suene extraño,
el momento de su mayor “concreticidad” en tanto idea. Por lo tanto, no hay en esta pers-
pectiva expresión de “idealismo” (si por este término se entiende un estado deseado de algo,
cualquiera que sea su naturaleza), sino todo lo contrario, constituye una concepción sobre la
actividad del pensamiento que no tiene sentido por sí misma, ni puede ser plasmada a priori,
ya que el pensamiento, para ser tal, reclama la referencia al dominio de lo empírico, única
forma que el concepto pueda describir algo; es decir, remitir a un significado. Esta fuerza de
desborde hacia la universalidad, intrínseca a todo concepto, no condice, de ningún modo, con la
conjetura que postula un idealismo, porque esto último privilegia el desempeño de la razón
por sobre (y fuera de) la realidad misma. No está de más señalar, como se verá seguidamente,
que para Hegel, “pensamiento” y “realidad” no constituyen dos planos separados, sino parte
esencial de un mismo movimiento que los incluye, contradictoriamente. Dicho movimiento no
es otra cosa que la dinámica del conocer, fenómeno (y producto) éste que no existe indepen-
dientemente de estas dos dimensiones constitutivas y constituyentes de eso que llamamos, en
su forma resultante, “conocimiento”. En explicar el desarrollo del conocer a partir de estas
facetas que entran en contradicción consiste toda la propuesta hegeliana. La dialéctica no es
más que eso.
8 Hegel, G. W. F., op. cit., p. 15.
9 Fundado por Juan Samaja seis meses antes de su muerte. Cabe señalar que, cuando
comenzó su dictado, a mediados de 2006, constituyó el primer y único doctorado en su tipo
en Argentina, y quizá en América Latina, sustentado en un enfoque sui generis de la cogni-
ción, pues, no solo ancló en el pensamiento dialéctico, sino también en el constructivismo y
en ideas de la biología teórica, la inteligencia artificial, la sicología cognitiva, la cibernética,
la semiótica y la metodología, entre otros aportes.
La mayoría de las veces que enfrentamos la tarea de definir algo se suele partir
de la noción a definir. Otras veces, en cambio, se define algo estableciendo lo
que no es, como sucede con el “debido proceso”, como lo remarca Alvarado
Velloso.11
La primera de estas tendencias conduce a un método analítico; la se-
gunda, a una tarea que no busca una definición conceptual del ser-en-sí,
sino la eliminación de atributos no pertinentes al objeto examinado. Esto
último es lo que se conoce como definición “negativa”. Empero, esta fase
puede ser comprendida desde la lógica dialéctica, ya que tal tarea no es
otra cosa que la exaltación del momento de la negatividad del pensamiento,
pero, claro está, si la tarea del pensar muere allí, no existe avance concep-
tual; es decir, no hay posibilidad de alcanzar la esencia de una idea y, por
ende, no hay definición desde la positividad.
Sin desmerecer ambos métodos, existe otra manera de encarar el pro-
blema de la aprehensión conceptual. Podemos concebir un objeto de cono-
11
Adolfo Alvarado Velloso nos advierte que el “debido proceso” casi siempre fue defini-
do en función de aquello que no es; es decir, de manera negativa. En sus palabras: “…y así,
se dice que no es debido proceso legal aquel por el que —por ejemplo— se ha restringido
el derecho de defensa o por tal o cual otra causa”, Alvarado Velloso, Adolfo, Debido proceso
versus pruebas de oficio, Asunción, Paraguay, Juris-Intercontinental, 2005, t. I, p. 300. Agrega
que esta adjetivación ha entrañado, desde hace mucho tiempo, un misterio, pues, “se sabe
exactamente dónde está pero no qué es”, ibidem, p. 301. Por ello, y a efectos de conseguir
una definición positiva, se adentra luego a enlistar los atributos que hacen al debido proceso,
partiendo de las frases de uso frecuente acuñadas por la jurisprudencia, a fin de derivar los
aspectos comunes que permiten ir configurando de qué se trata esta noción. Cfr., ibidem, pp. 301
y ss.
cimiento como una entidad compleja, donde los significados no existen per
se. Para esto, asumimos que una parcela de la realidad se torna cognoscible
sólo mediante la indagación que respecto a ella “realiza” un sujeto cognos-
cente. Destaco esta expresión —“realizar”— porque el acto cognitivo tam-
bién es creador de realidad, o más bien, co-creador en un proceso complejo,
donde, siguiendo la perspectiva dialéctica, el mundo fenoménico sobre el que
hablamos, pensamos, estudiamos… y el pensamiento como acción cognitiva
que hace posible decir algo sobre él, se condicionan y recrean mutuamente
en el devenir mismo del conocimiento.12
Este enfoque nos permite concebir el procedimiento como parte de una
totalidad más integradora, sin por ello afectar su esencia como entidad,
que puede ser “aislada” para su análisis. Se trata, más bien, de un posicio-
namiento diferente desde el punto de vista ontológico. En efecto, podemos
entender la realidad como un escenario de entes atomizados, o bien como
un complejo de entes relacionados e integrados en sistemas más integrado-
res. Estos últimos pueden estudiarse, por tanto, como sistemas complejos,
en la medida en que un ente cualquiera que es examinado “en-sí” puede ser
abordado, asimismo, desde otro nivel de análisis, como formando parte de
una realidad que, en este último nivel, se presenta como un todo con sentido, y
para la cual aquel fragmento de realidad no es otra cosa que una parte (un
destello) de esa totalidad de sentido.
Enfocando el procedimiento desde este ángulo, es factible considerarlo
con relación a un contexto. Esta tarea conlleva necesariamente la compara-
ción, pues para aprehender su naturaleza es preciso “diferenciarlo” de otras
entidades con las que mantiene un parecido de familia. En principio, una cua-
lidad puede “aparentar” ser una semejanza,13 pero si se mira en detalle, es
decir, a nivel analítico, alberga una diferencia fundamental. Y en el proceso
del conocer no podemos eludir esta exigencia a la que se ve compulsado el
pensamiento si se pretende descubrir lo verdadero.14
12 No es casual que Hegel haya estudiado primero el fenómeno, cuya obra síntesis es Fe-
nomenología del espíritu, y luego de haber descubierto las categorías en el plano del ser se aden-
tró al estudio de las categorías con que opera el pensamiento, cuya expresión culminante es
su obra La ciencia de la lógica, aparecida en segundo término.
13 En el sentido matemático del término, donde semejante puede definirse así: “Dicho de
una figura: Que es distinta a otra sólo por el tamaño y cuyas partes guardan todas respecti-
vamente la misma proporción”. Como puede apreciarse, este significado es cercano a otras
expresiones, cuando se dice: semejanza o imitación, o bien como locuciones adverbiales, se
usa “semejantemente” como sinónimo de “igualmente”, Real Academia Española, Dicciona-
rio de la lengua española, 22a. ed., versión electrónica.
14 Aun siendo conscientes de que la verdad no existe per se, y sin entrar a filosofar sobre
esta álgida cuestión, no obstante es preciso admitir que el conocimiento aspira a elaborar
Entre el primer instar y la resolución que recae finalmente sobre él existe ne-
cesariamente una serie de actos a cumplir en un orden ya establecido y que, ya
se verá, recibe el nombre de procedimiento.
De tal forma, el objeto (lo que desea lograr) de la instancia es siempre un procedi-
miento, en tanto que el objeto de éste es una resolución de la autoridad.17
15
Briseño Sierra, H., El derecho procedimental, cit., p. XXIII.
16 Alvarado Velloso, Adolfo, Debido proceso versus pruebas de oficio, cit., p. 238.
17 Ibidem, p. 239; las partes destacadas son del autor.
pues tiene como objeto unir siempre a tres sujetos: quien insta, la autoridad
que recibe el instar y aquel contra quien se insta o pretende”.18 Y termina
diciendo: “… la acción procesal tiene como objeto la formación de un pro-
ceso y éste se presenta, así, como un fenómeno inconfundible por ser irrepetible
en el mundo jurídico”.19
En definitiva, para que exista un tercero en discordia es preciso —siguiendo
el ejemplo de más arriba— que el procedimiento que está presente en la in-
dagación que acaece en asuntos penales sea inserto en la “relación jurídica”
que adviene del accionar procesal. Para ser más explícito: hace falta que exista
“proceso”, y para esto es necesario que tanto la parte acusadora como la
parte adversaria sean las que definan esa relación, cuya dinámica devendrá
de la contradicción que establecen las partes, y para cuya resolución se pre-
cisa de ese “tercero” que viene representado por el juez o quien ha de re-
solver el litigio manteniendo una actitud imparcial (o, como enseña Alvarado
Velloso, imparcial, impartial e independiente).20
Cuando digo que el lugar del juez es el de un “tercero en discordia”,
esto no quiere decir que es otro elemento más o, para ser más preciso, mera-
mente acoplado a la relación jurídica constituida del modo antedicho, sino
que por el hecho de estar en discordia, su función se define por el alejamien-
to respecto de las partes en conflicto y por su total independencia del accionar
de ellas. Solo así podrá decidir y, en definitiva, resolver imparcialmente sobre
el litigio en cuestión.
Se podrá apreciar que en este punto es clara la diferencia entre proce-
dimiento y proceso. Aplicado a los asuntos penales, Briseño puntualiza en
qué consiste la tarea del Ministerio Público, cuando éste da a conocer al
presunto culpable de qué se lo acusa y quién lo acusa. Y dice que debe hacerlo
porque así lo dispone la Constitución, y agrega: “… pero la respuesta que
dé el indiciado no sirve para que el Ministerio Público decida el conflicto,
sino para que precise si existe la presunta responsabilidad que haga perse-
guible el castigo del indiciado”.21 Y cierra esta idea afirmando de modo ta-
jante: “En el procedimiento de averiguación se puede encontrar el triángulo
subjetivo, pero no se presentan las relaciones jurídicas que son propias del
proceso judicial”.22
18 Ibidem,
pp. 239 y 240.
19
Ibidem,p. 240; los destacados son del autor.
20
Idea basal que reaparece en varias de sus obras y que definen la plataforma de su
postura de “garantismo procesal”.
21
Briseño Sierra, H., El derecho procedimental, cit., p. XXIII.
22
Ibidem, pp. XXIII-XXIV.
23 Alvarado Velloso, Adolfo, Introducción al estudio del derecho procesal. Primera parte, Santa Fe,
Rubinzal-Culzoni Editores,1995, e id., Debido proceso versus pruebas de oficio, cit.
24 Briseño Sierra, H., op. cit., p. XXIV.
25 Idem.
26 Briseño destaca que en las interpretaciones doctrinarias, con frecuencia, se dio prima-
cía a la función de sentenciar, entonces “el nombre de acto jurisdiccional se hacía sinónimo de
esa resolución, de manera que cuando se quiso clasificar el acto jurisdiccional, se encontró
que había que separarlo del acto administrativo, y el problema que se suscitó fue el de la
circunstancia de que ambos actos coincidían en determinados casos contenciosos”, ibidem,
pp. XXV-XXVI. Resulta evidente pues que esta interpretación esconde la incomprensión
de la verdadera naturaleza del proceso, es decir, su esencia: la relación jurídica “entrañada”.
Briseño considera que “llamar a todas las resoluciones actos jurisdiccionales era efectuar
ampliaciones discutibles...”, ibidem, p. XXVI.
27 Ibidem, p. XXIV.
28 En lenguaje metodológico, dichas pruebas pueden entenderse como los datos emergen-
tes del debate.
33
Ibidem, p. XXIV.
34
Idem.
35
Peirce, Charles, El hombre, un signo, Barcelona, Crítica Grijalbo, 1988.
36
Alvarado Velloso, Adolfo, Debido proceso versus pruebas de oficio, cit.
al margen del debate y que, por esta condición, puede erigirse en un tercero
imparcial e independiente en quien radica la potestad de juzgar. En consecuen-
cia, el acto de sentenciar es el ápice del desarrollo de la relación jurídica
mencionada, y no el centro de interés principal, de tal modo que si el pro-
ceso no se dio acorde a las garantías constitucionales (como que la carga de
la prueba esté previamente establecida, o que ninguna parte que intervino
en el proceso haya sido privada del derecho a su defensa), entonces queda
claro que la sentencia es un desprendimiento lógico de la dialéctica que
las partes han entablado entre sí y no del acto de sentenciar en sí. Para-
fraseando a Hegel, podríamos concluir diciendo que es preciso que el acto
de sentenciar devenga como momento del “ser-para-sí”, lo que tiene lugar
cuando después de haber transitado el proceso por sus etapas correspon-
dientes y habiéndose resguardado, en todo momento, libertad de las partes
para fundar sus respectivas posturas mediante pruebas fehacientes, válidas
y confiables, y habiéndose el juzgador mantenido imparcial en todo el de-
bate, entonces, la sentencia que, prima facie, se presenta como un ser-en-sí,
habrá recapitulado la reconstrucción de las premisas fácticas que, vía de
las pruebas, ingresan al proceso. Entonces el juez, tras haber configurado
el caso en cuestión (mediante una inferencia abductiva), habrá hecho el re-
corrido cognitivo; esto es, el movimiento del pensamiento, hacia el ser-para-
otro (el desplazamiento de sentido que produce, inevitablemente, las pruebas
que le llegan desde las partes en litigio), para arribar, finalmente, a la fija-
ción de la norma de derecho que permite adscribir el caso, subsumiendo
las premisas fácticas que establecen los caracteres particulares del caso en
cuestión. En esta última operación, el movimiento cognitivo habrá aban-
donado ya el momento de la negatividad para re-situarse en la superación de
la “contradicción” que surge, de manera indefectible, del examen crítico
de las pruebas aportadas (y que estuvo latente en todo el debate). Éste es el
momento en que la sentencia expresa el ser-para-sí, es decir, una resolución
que revela el desarrollo del proceso y “recrea”37 en la decisión del juzgador
37
En el sentido dialéctico del término, esto es, como un momento que “suprime, conser-
va y supera” la contradicción que fue el motor mismo del proceso, o sea, del debate entabla-
do por las partes. En consecuencia, el acto de sentenciar, como expresión de la función del
juzgador que ha de dirimir el conflicto y poner fin al litigio, constituye, sin duda, lo que He-
gel llamó Aufhebung; esto es, un movimiento que “recupera” los momentos que precedieron a
su formación y la “eleva” a un plano de mayor nivel de integración. Debe ser evidente, pues,
que ese acto de “elevación” que supone la sentencia es una recreación semiótica (en términos
de significados para el juzgador) del acontecer mismo del proceso, al que éste llega solo por
vía indirecta mediante las pruebas que le son aportadas. Esta afirmación tiene un alcance
estrictamente cognitivo y epistemológico y no tiene nada que ver con la postura del activismo
judicial.
la esencia del objeto del debate, finalizando así el conflicto. Es decir, una
sentencia coherente con el devenir del proceso, en donde se han resguar-
dado las garantías constitucionales y respecto al cual el juez ha sido mero
regulador del debate. En ese momento, el acto de sentenciar recapitula la
esencia del proceso que le dio origen y su devenir a través de la concreción
de las instancias proyectivas por las que ha transitado el proceso. Así, sólo si
se respetan esas condiciones dicho acto se constituye en ser-para-sí, es decir,
en un “momento auténtico”, de plena significación jurídica para las partes
que han dinamizado el proceso.
Por esta razón, cuando el procedimiento interviene en el proceso lo hace
a título de condición coadyuvante, pues su razón de ser radica en “operati-
vizar” las instancias proyectivas, razón por la cual el proceso se constituye
en contexto de aquél. Visto gráficamente esto se vería así:
Nivel más desagregado Procedimientos que enmarcan las acciones
38
Samaja, Juan, Epistemología y metodología. Elementos para una teoría de la investigación científica,
Buenos Aires, Eudeba, 1995)
41
Parret, Herman, Semiótica y pragmática, Buenos Aires, Edicial, 1983, p. 40; el destacado
es mío: E. L.
42
Este desarrollo que el lector puede examinar con mucho interés en Parret halla un
paralelismo con ciertas tesis de Samaja, en especial del proceso de producción de semiosis
en el contexto de cierta comunidad, pero también en su concepción sobre el dato científico,
cuando aborda la gramática y producción de significancia de un dato en un sistema de ma-
trices de datos, por citar sólo algunas de sus ideas claves.
Claro está que el material se halla en la realidad, pero todo ello viene a ser lo
significado y la definición se queda en lo conceptual, en el significante, de manera que el
procedimiento depende principalmente de las conexiones, distintas a los con-
tactos materiales porque en éstos no se contemplan intenciones, direcciones
o sentidos, en la conexión está el destino, una sigue a la otra, no meramente en el
tiempo sino en la línea.43
43
Briseño Sierra, H., El derecho procedimental, cit., pp. 5 y 6; el destacado es mío: E. L.
44
No se consigna fecha de esta idea, pues esto constituye un supuesto fuerte que recorre
todo el pensamiento de Marx, y que el lector podrá constatar examinando sus producciones.
45
Idea central del pensamiento peirceano; tan relevante, que lo llevó a sintetizar su con-
cepción de la semiótica en el siguiente corolario: ¡El hombre es un signo!
46
Samaja, Juan, Semiótica de la ciencia. Parte I, Buenos Aires, inédito, manuscritos facilita-
dos por el autor, 2004.
47
Briseño Sierra, Humberto, El derecho procedimental, cit., p. 6.
48
Para Peirce, la noción de “primeridad” alude al signo tal como aparece, desprendido
de toda otra referencia que no sea a sí mismo. En este caso, es evidente que si abordamos
el procedimiento en su naturaleza sígnica, lo que denota su aspecto de primeridad es la
condición de “conexión” que supone. Las diferencias entre las nociones de primeridad, se-
gundidad y terceridad fueron introducidas por Peirce en una conocida carta que el pensador
escribiera a Lady Welby, en 1904.
49
Empleo esta expresión para señalar que esa historia es inherente a todo ser con mente,
asumiendo, eso sí, que la mente es una función que se construye en un contexto de comuni-
dad; por lo cual no hay mente solipsista (al estilo cartesiano), sino que allí donde aparecen las
más primitivas formas gregarias (de individuos incluso no humanos) surgen las funciones de
lo mental. Estudios recientes están señalando que es posible intuir la existencia de funciones
mentales incluso en los niveles más básicos de la materia y de la vida. Una idea que los que
adhieren a posturas abortistas no soportan ni un instante y, claro está, quedan mudos a la
hora de refutar esta idea elemental.
50
Maturana, Humberto y Varela, Francisco, El árbol del conocimiento. Las bases biológicas del
entendimiento humano, Buenos Aires, Lumen, 2003. El concepto de autopoiesis también puede
hallarse desarrollado en otras obras de dichos autores.
51
En un pasaje remarca: “El procedimiento se encuentra en la secuencia aunque no siga
un orden riguroso como se ve en la práctica”, Briseño Sierra, H., El derecho procedimental, cit.,
p. 7.
52
Maturana, Humberto y Varela, Francisco, El árbol del conocimiento. Las bases biológicas del
entendimiento humano, cit., p. 92; el destacado es de los autores.
Plano de la
facticidad Materialidad/realidad MOVIMIENTO FÍSICO
53
Lo metodológico nos enfrenta a la idea de método en tanto hacer, y éste conlleva un
camino que conduce a un fin (lo que es lo mismo que decir que alberga cierta teleología).
54
Ladrière, Jean, El reto de la racionalidad, Salamanca, Sígueme-UNESCO, 1978.
55
Briseño Sierra, H., El derecho procedimental, cit., p. 6.
56
Idea que retoma Jesús González Pérez, citado por Briseño Sierra, H., ibidem, p. 6.
57 Empleo el significado que Parret le da a esta noción a propósito del efecto que produce
un signo; éste, al darse como tal, trae a la existencia aquello que es “representado” en la semio-
sis, op. cit.
derecho, esto es, elevada58 por una “norma” que regula esa relación, resulta
que ésta pasa a ser una relación derecho-obligación. En este sentido, ¿qué es la
norma sino una conducta que puede darse en forma “iterativa”?,59 esto es,
de repetición indefinida en su forma y, por esta razón, puede constituirse en
una categoría universal,60 lo que implica que ella vale por sí, más allá de las
circunstancias fácticas de los casos que subsume. Mediante la elevación on-
tológica que produce la existencia de la norma, aquella relación es redefini-
da como un vínculo de tipo lógico, haciendo de ella una estructura apodíc-
tica que re-conceptualiza los términos que participan de la relación, ahora
bajo otro estatus: el de la semiosis jurídica. Y está claro que la norma, por la
fuerza de la juridicidad con que se reviste, conduce a ser cumplida. La rela-
ción que antecede en el plano social (pretensión-prestación) se reviste, paso
siguiente, de un halo de juridicidad, apareciendo en otra esfera de semiosis
más integradora (jurídico-estatal) bajo la forma de “derecho-obligación”.
Veamos qué dice Briseño al respecto: “La relación ha sido entendida como
norma para significar su reiteración indefinida. La percepción apriorística
supone la abstracción de las conexiones, al tiempo que predica la apodic-
ticidad entre los conceptos relativos”.61 Esto significa que convierte a los
términos de la relación en componentes “necesariamente” válidos. Briseño
destaca que la pretensión y la prestación pasan a constituir los “miembros
debidos de una normatividad.62
Por lo tanto, esa relación solo es posible porque ella presupone que am-
bos componentes pueden ser “intercomunicados”, dada la juridicidad con
que se revisten ambos términos. Esto hace que el procedimiento partici-
58 En el sentido hegeliano, como momento que re-crea un estado precedente, vía el mo-
vimiento que engendra la dialéctica.
59 Es decir, que responde a una forma de “repetición”. El concepto de iteración es usado
para explicar los mecanismos reiterativos que se dan en sistemas complejos, dinámicos, ale-
jados del equilibrio, y a pesar de que éstos siguen una trayectoria dinámica, conservan su
“pauta” de desarrollo. Estas pautas muchas veces responden a formas iterativas. Este tipo de
análisis es relevante, por ejemplo, en el estudio de formas fractales, un concepto útil en las
matemáticas de la complejidad. En el campo del derecho ha sido poco empleado, pero ello
no quiere decir que tal categoría no tenga valor epistémico e incluso investigativo.
60 Lebus, Emilas, “El imperio de la Ley —y su inevitable eticidad—”, Garantismo proce-
sal V, Medellín, Instituto de Estudios Jurídicos del Consumo y la Competencia, EGACAL,
Escuela de Altos Estudios Jurídicos, Instituto Panamericano de Derecho Procesal, 2012, pp.
128-149. Allí puede encontrarse un desarrollo ontológico y cognitivo sobre este tema desde
un enfoque dialéctico, donde la “ley” puede ser concebida como “regla” del pensamiento y,
de este modo, devenir en una categoría de valor lógico-ontológico (además de jurídico).
61 Briseño Sierra, H., El derecho procedimental, cit., p. XXIX.
62 Idem; el destacado es mío: E. L.
ponente de la relación se concibe sin la presencia del otro, aun cuando ésta
sea virtual o imaginada, nos instala, indefectiblemente, en el plano de la
significancia y de la comunicabilidad en el sentido antes señalado.
67
Briseño Sierra, H., El derecho procedimental, cit., p. 31; el destacado es mío: E. L.
68
Para una ampliación del tema: cfr: Lebus, Emilas, “De la comunidad al Estado”, Ga-
rantismo procesal IV, Medellín, Instituto de Estudios Jurídicos del Consumo y la Competencia,
EGACAL, Escuela de Altos Estudios Jurídicos. Instituto Panamericano de Derecho Procesal,
2012, pp. 8-19.
69 Briseño Sierra, H., El derecho procedimental, cit., pp. 34 y 35; las partes destacadas son
mías: E. L.
70 Ibidem, p. 35.
cesión de conductas), dado que éstas no son azarosas, sino que siguen una
meta, una dirección y una intencionalidad. Pero, por otro lado, es evidente
que este aspecto lógico no se realiza sin “chocar” con las diversas determi-
naciones empíricas por las que transita el procedimiento al buscar “efectivi-
zarse”. En consecuencia, éste conlleva esa dimensión pragmática, a la que
hacíamos referencia, la cual, por así decirlo, le da pleno sentido. Digo “ple-
no” porque, de alguna manera, en la secuencia hay un sentido que deviene
intrínseco a la conexión de conductas, pues no tendría ningún sentido conectar
conductas que no respondieran a un grado de racionalidad, a no ser que
estemos frente a una patología.71 Pero dicho sentido sólo se realiza en la
medida en que se contextualiza, en un plano social donde hay juridicidad.
Al tener lugar la dimensión pragmática que el procedimiento en tanto signo
alcanza, se realiza la condición del sentido, y esto es lo que Parret llama la
comunicabilidad del signo: ¡dice algo para alguien!
Ahora bien, si nos remitimos al término procedimental, que pertenece a
la misma familia de palabras que el sustantivo “procedimiento”, Briseño
repasa, a propósito de ello, los diversos significados que da el Diccionario de
la Academia, señalando algunas de estas acepciones: “método para ejecu-
tar alguna cosa”; mientras en derecho se alude a la “actuación por trámites
judiciales o administrativos”.72 Sin entrar en este momento a las diferencias
de significado entre lo procedimental y el método, sí cabe coincidir con el
autor en que lo procedimental implica un recorrido o desplazamiento. Cabe di-
sentir, empero, con la aproximación que el autor tiene del método, al menos
de lo que por método de investigación73 puede asumirse, ya que desde una con-
cepción dialéctica y constructivista del conocimiento, muy diferente de la
idea que el positivismo decimonónico, el neopositivismo y el falsacionismo
tienen del modus operandi de la ciencia, cabe admitir que el proceso de inves-
tigación implica un devenir del conocimiento; un proceso del conocer, donde el
producto final (el conocimiento) va haciéndose. De ahí que desde esta óptica,
el método de investigación pueda ser definido también como un desarrollo
o un recorrido. No obstante, no cabe en este trabajo entrar a analizar las
77
Génesis, 2:24.
78
Marcos, 10:8.
79
Mateo, 19:6.
80
Sobra decir que el calificativo “indisoluble” es redundante, pues la idea de unidad en-
gendra un vínculo entrañado que hace a la esencia misma de la relación en sí, asumiéndola
en su indisolubilidad; sin embargo, la expresión usada en este pasaje tiene por fin diferenciar
este tipo de vínculo de aquel que sólo constituye una relación contractual de tipo civil. La
diferencia es significativa, no únicamente circunstancial, sino también “sustancial”.
dad deviene del “sello (y signo) sagrado” que representa el juramento ante
Dios, quien (en tanto interpretante = regla semiótica) “eleva” la relación
hombre-mujer a la categoría de esposos unidos en matrimonio. En los pa-
sajes bíblicos, el hecho de ser una sola carne quiere decir que se constituye
una unión indisoluble que tiene un significado mucho más profundo que
la carne misma. Es ser, precisamente, una unidad en el sentido más pleno de la
palabra.
Puede concluirse entonces que la relación elevada al estatus de unión
subsiste más allá de su manifestación fenoménica. Por ello, este carácter no
tiene sólo un alcance semiótico, sino también cognitivo. El hecho de que
algo pueda seguir siendo pensado sería, parafraseando a Hegel, concebirlo
en alguna forma de realidad, no como lo real concreto, sino como una “po-
sibilidad” real, y esto es precisamente la cualidad de la operatoria del pen-
samiento. Para que dicha entidad pueda ser significada y, por ende, cono-
cida, es preciso concebirla en su esencia; es decir, como “conexión o unión
indisoluble”. Y esto implica la aventura de conocer un objeto más allá de su
existencia concreta; es decir, reconocerlo como un objeto cuyos rasgos sólo
advienen posicionándonos en el plano de lo metacognitivo, lo que supone un
punto de vista más integrador y de mayor abstracción en el análisis (pero no
por ello menos real) para captarlo en la plenitud de su ser.
VI. Conclusiones
81
Entre ellos Morín, Edgar, Introducción al pensamiento complejo, Barcelona, Gedisa, 2007.
82 Agradezco, asimismo, al Ab. Aníbal Federico Leonardo Pérez Hegi, ex alumno mío de
la maestría en derecho procesal, a quien he pedido que haga la lectura de este escrito antes
de enviarlo a publicación, consciente de mis exiguos conocimientos en el campo del derecho.
Resumo aquí su apreciación emergente de su lectura: “Me ha encantado leerlo, me parece de
escritura clara, de lectura amena pero sin sacrificar profundidad. Quede usted tranquila que
no hay errores jurídicos ni procesales de ningún tipo”. Gracias nuevamente, porque yo he aprendido
mucho de mis alumnos, y sigo aprendiendo todos los días.
Claudio Puccinelli
I. Introducción
1. La acción procesal
en la acción procesal, el ciclo une tres sujetos por una sola y la misma instan-
cia. El proyectarse de la acción es propio de la hipótesis normativa que regula
el proceso, porque el autor de la norma ha querido que tres sujetos colaboren
en la graduación de una serie dinámica que progresa gradualmente desde la
demanda hasta el auto que cita para oír sentencia.2
y que
es la instancia por la cual toda persona puede ocurrir ante la autoridad para
presentar una pretensión que no puede ser satisfecha directamente por ésta
1 Briseño Sierra, Humberto, Derecho procesal, México, Cárdenas Editor, 1969, t. II, p. 206.
2
Idem.
sino por una tercera persona que, por tanto, deberá integrar necesariamente
la relación dinámica que se origine con tal motivo... Y así se llega a la for-
mulación de un concepto lógico que no puede ser más elemental y simple: la
acción procesal es la instancia proyectiva y necesariamente bilateral.3
2. La pretensión procesal
3
AlvaradoVelloso, Adolfo, Introducción al estudio del derecho procesal, 1989.
4
AlvaradoVelloso, Adolfo, Introducción al estudio del derecho procesal, la aclaración —o acu-
sación— me pertenece.
1. La víctima
2. Su pretensión punitiva
Artículo 108.- Concepto. Para los efectos de este Código, se considera víctima
al ofendido por el delito. En los delitos cuya consecuencia fuere la muerte del
ofendido y en los casos en que éste no pudiere ejercer los derechos que en este
Código se le otorgan, se considerará víctima: a) al cónyuge y a los hijos; b) a
los ascendientes; c) al conviviente; d) a los hermanos, y e) al adoptado o adop-
tante. Para los efectos de su intervención en el procedimiento, la enumeración
precedente constituye un orden de prelación, de manera que la intervención
de una o más personas pertenecientes a una categoría excluye a las compren-
didas en las categorías siguientes.
victimario, pudiendo incluso ser múltiples ambas partes (fiscal y una o va-
rias víctimas y varios acusados —autores, partícipes, instigadores—).
En lo que es tema de este trabajo, abordaremos el supuesto de la actua-
ción fiscal con uno o más actores penales privados que provocan la existen-
cia de dos o más sujetos en una idéntica posición activa frente al conflicto.
b) El objeto de la pretensión es obtener de la autoridad (tribunal penal), una
resolución de contenido favorable a la acusación. Cuando hay más de un
actor penal, pueden darse tres supuestos: 1. Si es idéntico el objeto de sus
acusaciones, nada impide —y ello sería lo normal y habitual— que el fiscal y
el o los querellantes actúen coordinadamente. 2. Si la pretensión del fiscal es
desincriminante y la del querellante persigue la condena, estaremos ante
pretensiones con objetos diferentes, respecto de las que puede ser que este
último quede actuando solitariamente sin el fiscal siguiendo el juicio oral
común, o bien a través del procedimiento de querella privada cuando es
de aplicación la conversión de la persecución pública (por ejemplo, artícu-
lo 22 del nuevo CPPSFe, Argentina, Ley 12.734). 3. Si ambos tienen una
pretensión condenatoria, pero difieren en el monto de la pena a aplicar,
tendrán el mismo objeto, porque ese quantum no altera su esencia idéntica
al encontrarse dentro de la escala prevista por el tipo penal y, en definitiva,
sólo dependerá de la aplicación de las pautas de graduación de la pena que
haga el juez al sentenciar.
La causa de la pretensión: tiene carácter dual, pues frente a la relación
clara, precisa y circunstanciada del hecho por el que se acusa, también debe
haber una idéntica imputación jurídica.
En materia penal no caben dudas de que en la realidad histórica hay
una identidad en el hecho que origina el ejercicio de la pretensión punitiva
por parte del fiscal y del querellante. En la realidad aconteció un solo hecho
—lo que es indiscutible— y la participación de los autores, partícipes y/o
instigadores se produjo de un único modo desde el punto de vista histórico.
La problemática se presenta cuando el fiscal y el o los querellantes —o
éstos entre sí— difieren en su afirmación respecto de cómo, cuándo, quié-
nes y con qué grado de intervención produjeron el hecho con apariencia de
delito.
Esto debe confrontarse a la inviolabilidad de la defensa en juicio del
imputado, que pone límite a la actuación de la persecución penal, como
acontece con el derecho a una imputación concreta del hecho atribuido, que
debe ser congruente con el que se describa en la acusación, que necesaria-
mente deberá ser única para hacer realidad el derecho de defensa efectiva.
De acuerdo con lo expuesto, cuando existan dos o más sujetos que ejer-
zan la función de acusadores (fiscal y querellante o fiscal y más de un que-
a través del consenso entre ellos, o por imposición de la autoridad (fiscal su-
perior o tribunal del procedimiento intermedio o audiencia preliminar), o
bien a partir de la unificación de la personería que lleve a aquélla, podrá ga-
rantizarse de modo efectivo el derecho del imputado a una acusación única.
IX. Conclusiones
Parte III
El poder judicial
Mario Masciotra
I. Introducción
1 Kelsen, Hans, Teoría pura del derecho, trad. de Roberto J. Vernengo, México, UNAM,
1979, pp. 350 y 351.
351
2
Idem.
3
Carrió, Genaro R., Notas sobre derecho y lenguaje, 2a. ed., Buenos Aires, Abeledo-Perrot,
1979, p. 27.
4 Cassagne, Juan C., “La discrecionalidad administrativa y el control judicial”, La Ley,
Buenos Aires, t. 2008-E, p. 1056.
5 Bidart Campos, Germán J., Tratado elemental de derecho constitucional argentino, Buenos
Aires, Ediar 1989, t. I, p. 69.
6 Vigo, Rodolfo L., De la ley al derecho, México, Porrúa, 2005, pp. 102 y 103.
7 Cassagne, Juan C., op. cit.
8 Dworkin, Ronald, Los derechos en serio, trad. Marta Guastavino, Barcelona, Ariel, 1992,
p. 83.
9 Afirma Bidart Campos que la concepción dogmática y absoluta de la plenitud del or-
denamiento positivo resulta imposible de sostener frente a la realidad que exhibe el mundo
normativo frecuentemente indeterminado o incompleto, con innumerables vacíos o lagunas.
Si en tales casos hay que acudir a los principios generales del derecho, ello demuestra que el
ordenamiento positivo no es hermético. Con todo, la idea de plenitud del ordenamiento puede
aceptarse a condición de que no se la asocie al positivismo legalista, ya que las lagunas jurídicas
resultan cubiertas con la integración de principios de justicia que están fuera del ordenamien-
to positivo (heterointegración) o principios generales del derecho que están dentro de dicho
ordenamiento y que se aplican por analogía (autointegración). El salto a la justicia material
sólo es posible cuando no se puede llevar a cabo este último proceso de integración dentro del
ordenamiento positivo. Bidart Campos, Germán J., Tratado…, cit., pp. 69 y 70.
10
Para mayor ilustración, véase Masciotra, Mario, “Un derecho procesal para todos
los tiempos... Desde Carlos V al tercer milenio”, Revista de Derecho Procesal, núm. 5, Santa Fe,
2000, p. 517.
11
Entre los poderes conferidos a los jueces, aludió a: 1) aplazar la vista de causa, suspen-
der la misma, determinar el orden de los temas a tratarse; 2) adoptar medidas sin instancia
de parte y dictar resoluciones tendentes a hacer progresar eficazmente la causa; 3) suprimir
puntos de defensa fundado en que carecen de fundamentación, incurren en abuso de proce-
dimientos, obstaculizan la justicia o por violación de normas u órdenes procesales, y 4) sugerir
a las partes la adopción de métodos alternativos de solución de conflictos. Idem.
El célebre debate entre los profesores Herbert Lionel Adolphus Hart y Ro-
nald Dworkin nos proporciona interesantes elementos para dilucidar los al-
cances de la materia en cuestión, puesto que uno de los temas de mayor en-
frentamiento entre ambos fue el de la “discrecionalidad judicial” en los casos
difíciles. Siguiendo el estudio preliminar de César Rodríguez12 afirmamos
que en términos generales un caso es difícil cuando los hechos y las normas
relevantes permiten, por lo menos a primera vista, más de una solución. El
tipo de caso difícil más frecuente es aquel en el que la norma aplicable es de
textura abierta; es decir, contiene una o más expresiones lingüísticas vagas.
Al formular su teoría sobre la discrecionalidad judicial, Hart tuvo en mente
este tipo de caso, como lo muestra el ejemplo en el que se discute si la regla
“está prohibida la circulación de vehículos en el parque” se aplica tanto a los
automóviles como a las bicicletas.
Dworkin le adiciona al caso aludido cuatro alternativas: a) es factible
que exista más de una norma aplicable al caso, como sucede cuando dos
principios colisionan; b) cuando no existe ninguna norma aplicable; es de-
cir, hay una laguna en el sistema jurídico, en cuyo caso se resuelve por me-
dio de mecanismos de integración, como la analogía; c) aunque exista una
sola norma pertinente y su texto sea claro, su aplicación puede ser injusta o
socialmente perjudicial en el caso concreto, lo que explica la autorización
excepcional al juez para acudir a la equidad como criterio de decisión, y d) es
posible que el juez o tribunal haya establecido un precedente que a la luz de
un nuevo caso considere necesario modificar; el cambio de jurisprudencia
implica una carga argumentativa superior a la de los casos rutinarios.13
Dos teorías jurídicas radicales y opuestas se han disputado a lo largo del
siglo pasado la preminencia en la explicación del razonamiento jurídico.
Por un lado, el formalismo, que sostiene que la división entre casos fáciles y
difíciles es artificiosa, pues los jueces en todas las circunstancias deciden de
acuerdo con el derecho. Por otro lado, el realismo jurídico defiende una posi-
ción escéptica frente a las normas jurídicas, éstas sólo juegan un papel mar-
ginal en las decisiones judiciales, es la voluntad de los jueces, no las normas,
la que se impone en las sentencias.
12
Rodríguez, César, La decisión judicial. El debate Hart-Dworkin, Bogotá, Universidad de los
Andes, Siglo del Hombre, 1997, pp. 66 y ss.
13
Dworkin, Roland, “Judicial Discretion”, The Journal of Philosophy, núm. 60 (1963), pp.
624-638, citado por Rodríguez, César, op. cit., p. 68.
14
Contra el formalismo señala la existencia de casos difíciles, en los que es insostenible
la tesis según la cual las normas determinan claramente un resultado. Contra el realismo,
muestra que la práctica cotidiana del derecho consiste en la solución de casos fáciles, en que
los jueces no dudan en aplicar de manera rutinaria una norma prevista específicamente para
un cierto hecho. Hart, Herbert L. A., El concepto de derecho, trad. de Genaro Carrió, Buenos
Aires, Abeledo-Perrot, 1963, pp. 161-176.
15
Ibidem, p. 183. Para Hart, el derecho concilia dos necesidades sociales: por un lado, la
necesidad de que existan reglas ciertas que regulen la conducta de los individuos, y por otro,
la necesidad de dejar abiertos asuntos que se pueden definir adecuadamente sólo en cada
caso concreto. El derecho se mueve, así, entre la seguridad y la equidad. Ibidem, p. 162.
16
Ibidem, p. 164.
17
Rodríguez, César, La decisión judicial…, cit., p. 71.
18
Hart, Herbert L. A., El concepto de derecho, cit., pp. 190 y 191.
23
Ibidem,pp. 22-28 y 82-84.
24
Dworkin, Ronald, Taking Right Serioously, p. 85, citado Por Rodríguez, César, op. cit., p. 80.
25
Dworkin ha defendido la idea de la integridad bajo la forma de un derecho de todos
los ciudadanos a ser tratados con “igual consideración y respeto”. Este derecho es la piedra
angular del sistema constitucional de los EEUU, al afirmar que “las autoridades públicas de-
ben tratar a todos los gobernados como titulares de un estatus moral y político igual; deben
intentar, de buena fe, tratarlos con igual consideración; y deben respetar todas las libertades
individuales que sean indispensables para esos fines…”, Dworkin, Ronald, Fredom’s Law. The
Moral Reading of the American Constitution, Cambridge, Harvad University Press, 1996, pp. 7 y
8, citado por Rodríguez, César, op. cit., p. 65, nota 137.
26
Dworkin, Ronald, Law’ Empire, Cambridge, Harvad University Press, 1986, p. 354,
citado por Rodríguez, César, op. cit., pp. 81 y 82.
27
Rodríguez, César, op. cit., p. 84, nota 175.
28
Ibidem, p. 88.
uno de los trabajos más sólidos que se hayan elaborado en materia de “teo-
ría de la decisión judicial”. 29
A los fines de diagramar un esquema de razonamiento judicial, distin-
gue los casos fáciles de los difíciles. En los primeros supuestos existe una su-
cesión argumentativa en el razonamiento legal, integrado por dos pasos: en
el primero se aplica el método deductivo, que comprende: 1) delimitar los
hechos; 2) identificar la norma y 3) deducir la solución el caso. El segundo
consiste en el control de la solución deductiva, que implica: 1) mirar hacia
atrás, es decir, hacia los precedentes judiciales que establecieron reglas jurí-
dicas para casos con elementos de hecho similares;30 2) mirar hacia arriba,
ser coherente con el resto del sistema jurídico, armonizando las reglas, y 3)
mirar hacia adelante, teniendo en cuenta en el análisis las consecuencias
que puede producir la decisión en el futuro. Dichas consecuencias pueden
ser generales (exceden el ámbito de las partes intervinientes en el litigio
y repercuten sobre la sociedad), jurídicas (la decisión adoptada es un in-
centivo para conductas futuras de partes no involucradas en el conflicto) y
económico-sociales.
Con relación a los casos difíciles, cuyo distingo no es sencillo, ocurre, se-
gún Lorenzetti,31 en dos tipos de situaciones: a) cuando no se puede deducir
la solución de modo simple de la ley, por cuanto hay dificultades en la de-
terminación de la norma aplicable o en su interpretación, o b) es necesario
apartarse de la ley, porque es inconstitucional; en estos supuestos el método
deductivo es insuficiente, los pasos señalados precedentemente basados en
la deducción de reglas no arrojan una solución o sugieren varias alternati-
vas que obligan al juez a ejercer su discreción basada en criterios de validez
material.
En tales supuestos, postula la argumentación jurídica basada en princi-
pios, justificando la decisión en términos de corrección, según los siguientes
criterios:
La colisión entre reglas produce el efecto de excluir una, porque el re-
sultado de aplicar las dos es incompatible; se desenvuelve en el plano de la
validez formal, al que se aplican los razonamientos señalados para la solu-
29
Lorenzetti, Ricardo L., Teoría de la decisión judicial. Fundamento de derecho, Santa Fe, Ru-
binzal-Culzoni, 2006, cap. I, p. 183.
30
La Corte Suprema de Justicia de la Nación Argentina ha sostenido que la regla es que
sus decisiones se adecuen a sus precedentes por cuanto es indudable la conveniencia de ase-
gurar la estabilidad de su jurisprudencia en tanto no medien razones que hagan ineludible
su modificación. Fallos, t. 183, p. 409; t. 209, p. 431; t. 323, p. 555.
31
Lorenzetti, Ricardo L., op. cit., p. 189.
32
Ibidem, pp. 249-251.
33
Cuando existe un conflicto entre principios, la dimensión “peso” significa que el prin-
cipio con mayor peso desplaza al menos importante, pues no hay un orden jerárquico vincu-
lante dado con anterioridad que muestre cómo debería resolverse el conflicto; entre los prin-
cipios existe el llamado orden de preferencia débil, determinado por el orden de preferencia
de los valores y fines subyacentes. Idem.
34 Ibidem, p. 457.
35
CSJN, 23.4.1956, “Grisolía, Francisco M.”, La Ley, Buenos Aires, t. 82, p. 690.
36
CSJN, 6.11.1980, “Saguir y Dib, Claudia G.”, Fallos, t. 302, p. 1284; La Ley, Buenos
Aires, t. 1981-A, p. 401, con nota de Julio R. Méndez.
Este criterio fue ratificado en Baliarda S. A. y otros c. Pcia. de Bs. As. c,39
en los siguientes términos: “…uno de los índices más seguros para verificar
la razonabilidad de la inteligencia de una norma y su congruencia con el
resto del sistema a que está engarzada, es la consideración de sus conse-
cuencias…”.
Posteriormente, expresó:
Considerando
37 7 del voto de los doctores Gabrielli y Rossi.
Considerando
38 12 del voto de los doctores Gabrielli y Rossi.
39
Fallos, t. 303, p. 917, La Ley, Buenos Aires, t. 2004-A, p. 127.
40
CSJN, “Bramajo, Hernán”, Fallos, t. 319, p. 1840.
41
Fallos, t. 326, p. 3899.
42
CSJN, 7 de agosto de 2007, Fallos, t. 330, p. 3483; La Ley, Buenos Aires, t. 2007-E, p. 398.
43
Cám. Nac. Civ., en pleno, 13 de diciebre de 2006, Obarrio, María P. c. Microómnibus Norte
SA. y otro, La Ley, Buenos Aires, t. 2007-A, p. 168.
44 Fallos, t. 329, p. 5913.
45 Su finalidad es “Realizar, por indicación de la Presidencia, los estudios de índole
económica necesarios para atender los requerimientos en la materia y la evaluación de los
efectos que podrían producirse en las variables económicas, como consecuencia de las deci-
siones que eventualmente pudieran adoptarse en expedientes en trámite ante el Tribunal”.
En sus considerandos se sostiene “la necesidad… de solicitar una opinión fundada acerca
de los efectos macroeconómicos, que derivarían de decisiones que eventualmente puedan
adoptarse en expedientes en trámite ante el Tribunal” y efectúa una amplia enunciación de
distintos y variados contenidos directamente referidos a cuestiones de naturaleza económica,
como temas fiscales, derechos sociales, cuestiones vinculadas al desarrollo humano, intereses
económicos, la competencia, el control de los monopolios, el funcionamiento de los servicios
públicos, el desarrollo, la calidad de vida, la igualdad de oportunidades, la justicia social,
la productividad, el empleo, el valor de la moneda, etc., en síntesis, todo tema vinculado al
trabajo, la seguridad social, la salud, el medio ambiente configuran “casos concretos” que
serán sometidos a “un razonable juicio de ponderación”.
46 Ha merecido serias objeciones de Rodolfo Capón Filas en “Equipo Federal del Traba-
jo, n. 53 del 4 de octubre de 2009, www.eft.org.ar; y tachada de inconstitucional por Keselman,
Pedro J., “La Acordada 36/2009 y la jurisprudencia de la Corte sobre derechos humanos
sociales”, La Ley, Buenos Aires, t. 2010-D, p. 916, y por Constante, Liliana B., “La abogacía
VI. Conclusiones
58
Morello, Augusto M., “Motivación adecuada de la sentencia. Matices”, El Derecho,
Buenos Aires, Universitas SRL, t. 224, p. 660.
59
Picardi, N., “I mutanti del ruolo del giudice nei nostri tempi”, en Arazi, Roland
(coord.), Derecho procesal en vísperas del siglo XXI. Temas actuales en memoria de los Profs. I. Eisner y
J.A. Salgado, Buenos Aires, Ediar, 1997, p. 398, citado por Berizonce, Roberto O., “Activismo
judicial y participación en la construcción de las políticas públicas”, Revista de Derecho Procesal,
núm. extraordinario conmemorativo del Bicentenario, Santa Fe, Rubinzal-Culzoni, 2010,
p. 169.
Bien se verificó —señaló Morello— cuán lejos están los jueces de ser
“libres y privativos”, personalísimos y subjetivos, en el uso de lo discrecio-
nal. Por huidizos o confundidos que fueren las palabras o los conceptos de
los legisladores, el magistrado, en la labor hermenéutica, debe llegar a una
certeza razonada, avalada por argumentación —controlable— exenta de
caprichos o quiebras lógicas”. Para concluir: “No hacer revisable el poder
discrecional de los jueces sería “preocupante” para los fines de la mejor pro-
tección de la jurisdicción y los derechos del litigante.61
La esfera de la justicia es, al cabo, la que siempre señala los límites y
confiere el examen final, por cuanto la ratio legis —la razón formal de la
norma jurídica— puede oponerse a la ratio iuris; es decir, la razón de ser del
derecho, y ésta es la que debe privar.
En dicha inteligencia, es forzoso convenir que no puede tenerse por ra-
cionalmente fundada una decisión que desconozca o contradiga la realidad
de los hechos acreditada en la sustanciación del proceso; como tampoco
puede considerarse fundada de modo racional una decisión adoptada sin
evaluar todos los factores jurídicamente relevantes, ni la que haya introdu-
cido algún otro factor al que el ordenamiento no confiera relevancia alguna
a esos concretos efectos. En atención a ello, puntualiza de manera riguro-
sa el catedrático madrileño Tomás-Ramón Fernández: “Una decisión no
puede ser tenida como razonable, aunque supere el test de racionalidad, si es
claramente desproporcionada. De este doble test, de racionalidad y razona-
bilidad, depende, pues, en último término, la distinción entre la discrecio-
nalidad legítima y la arbitrariedad prohibida”.62
60
Cappelletti, Mauro, El juez ¿elaborador de la ley o intérprete?, Informe General de la Segun-
da Conferencia Internacional de Jueces de Apelación, Sydney y Camberra, Australia, 1980,
citado por Morello, Augusto M., “La Corte Suprema. El aumento de su poder a través de
nuevos e imprescindibles roles”, El Derecho, Buenos Aires, Universitas, t. 112, p. 972.
61
Morello, Augusto M., “La discrecionalidad judicial, límites y control en casación”, El
Derecho, Buenos Aires, Universitas, t. 189, p. 571.
62
Fernández, Tomás-Ramón, “El derecho y el quehacer de los juristas”, La Ley, Buenos
Aires, 13 de abril de 2012.
63
“La técnica jurídica ha ido abandonando el acatamiento de las normas escritas por
el legislador y presta mayor atención que antes a la interpretación judicial, ya que pocos
vestigios quedan de la antigua ideología de la exégesis. Los jueces se consideran —y sobre
todos son considerados— libres de aplicar la ley, como les parezca justo, hasta tal punto que
se los critica públicamente si obedecen el estricto texto de la ley de un modo que algunos
grupos juzguen ofensivo para su expectativas, deseos o intereses”; “si antes los jueces eran
una especie de pequeños legisladores subordinados, encargados de una tarea interpretativa
más o menos tímida respecto de los códigos y las leyes, ahora se encuentran por encima del
legislador; y solo su prudencia, su acuerdo político o moral con esa reglas o su deseo de evitar
reacciones airadas sirven para morigerar el ejercicio de aquella potestad que la sociedad les
encomienda sin decirlo expresamente”. Guibourg, Ricardo A., “Las tablas de la ley”, Co-
lumna de opinión, La Ley, Buenos Aires, 15 de febrero de 2011.
Mariano Morahan*
1
Trionfetti, Víctor, “El sistema de control de constitucionalidad en Argentina”, Tratado
de derecho procesal constitucional, t. I, Santa Fe, Rubinzal Culzoni, 2010, p. 539.
2 El autor es oriundo de la provincia de Entre Ríos, donde ejerce actualmente la profe-
sión letrada.
Es de ningún valor toda ley de la provincia que viole o menoscabe las pres-
cripciones establecidas por la ley suprema de la nación y por esta Constitu-
ción, así como todo acto, contrato, decreto u ordenanza que contravenga a
las mismas o las leyes dictadas en su consecuencia, pudiendo los interesados
demandar o invocar su constitucionalidad o invalidez ante los tribunales com-
petentes. Sin perjuicio de ello, los jueces al advertir la inconstitucionalidad
de una norma, de oficio podrán declararla. La sentencia que pronuncie la
inconstitucionalidad será declarativa y de condena pudiendo ser ejecutada.
En el proceso respectivo podrán admitirse medidas cautelares. La declaración
de inconstitucionalidad por tres veces y, por sentencia firme del Superior Tri-
bunal de Justicia de una norma general provincial, produce su derogación en
la parte afectada por el vicio.
Esta primera etapa que informó el criterio del máximo tribunal argenti-
no durante varias décadas y a partir de 1941 se caracterizó por una postura
signada por una cerrada negativa hacia la posibilidad de que los jueces pu-
dieran analizar de oficio la constitucionalidad de las normas, y en general
resulta conteste la doctrina autoral argentina en que arranca propiamente
dicho periodo con el fallo recaído en la causa Ganadera Los Lagos S.A. c/ Na-
ción Argentina.3
En dicha ocasión sostuvo la Corte que
3
Fallos: 190:142, 30 de junio de 1941, La Ley, 23-251.
Hubo que esperar hasta 1984, vale decir, 43 años, para que dos minis-
tros del máximo tribunal, los doctores Fayt y Belluscio, en sendos votos de
su pluma recaídos en la causa Inhibitoria planteada por el Juzgado de Instrucción
Militar Nro. 50 de Rosario, en sumario Nro. 6/84,6 marcaran un distingo funda-
4
El texto resaltado me pertenece.
5
Masciotra, Mario “El activismo de la Corte Suprema de Justicia (Argentina)”, ¿El papel
de los tribunales superiores?, Santa Fe, Rubinzal Culzoni, 2006, p. 99.
6 Fallos: 306:303.
3. Tercera etapa. Los fallos Mill de Pereyra, Rita Aurora y otros c/Provincia
de Corrientes y Banco Comercial de Finanzas S. A.
(en liquidación B.C.R.A.) s/quiebra
7 Así, encontramos los votos pronunciados en Pérez, Fallos: 310:1090, Peyrou, Fallos:
310:1401, Banco Buenos Aires Building Society s/Quiebra, Fallos: 321:993, Ricci, Oscar F. A. c/
Autolatina Argentina S.A. y otro s/Accidente ley 9688, Fallos 321:1058, Fernández Valdez, Manuel G.s/
Contencioso Administrativo de plena jurisdicción c/Decreto 1376 del Poder Ejecutivo Provincial, El Derecho,
130-461, y el caso Dahlgren, La Ley, 1998-A-44.
8
Fallos: El Derecho, 209-130.
Los argentinos deberíamos esperar por espacio de ocho años contados a par-
tir del dictado del precedente Banco Comercial de Finanzas S.A., para que la
CSJN a fines de 2012 volviera a ratificar en la causa Rodríguez Pereyra, Jorge
Luis y otra c/ Ejército Argentino s/ Daños y Perjuicios,9 lo que viene a constituir-
se claramente en la actual doctrina legal del alto cuerpo en pos de admitir
expresamente la posibilidad de efectuar un control de oficio por parte de
cualquier juez argentino sobre la constitucionalidad de las normas inferiores
relacionadas con el caso concreto en que le toca resolver (leyes nacionales,
provinciales, decretos, ordenanzas, etcétera), concebido en términos de po-
testad jurisdiccional, fortaleciendo así en gran medida la independencia del
Poder Judicial argentino sobre los otros dos poderes del Estado.
La causa en que tocó expedirse al máximo tribunal argentino se originó
en la demanda por daños y perjuicios promovida por el señor Jorge Luis
Pereyra contra el Estado nacional; ello en virtud de las lesiones que aquél
sufriera en oportunidad de encontrarse prestando el servicio militar obliga-
torio en su calidad de conscripto, habiéndosele producido a raíz del infor-
tunio padecido una incapacidad parcial y permanente del orden del 30% de
la total obrera.
Encontrándose vigente y aplicable al caso una indemnización tarifada
especial expresamente contemplada por una ley militar (Ley 19.101, tex-
to según Ley 22.511), la víctima accionó reclamando judicialmente que se
condene al Estado argentino al pago de una indemnización que honrara la
reparación integral de aquélla, todo con arreglo a las normas del derecho
común, y ello en razón de los exiguos montos indemnizatorios que preveía
el sistema tarifario que en definitiva se le pretendía aplicar, pero sin cues-
tionar la constitucionalidad de la norma que regulaba dicho microsistema
reparatorio.
La sentencia de grado admitió la demanda promovida por el ex cons-
cripto, lo cual luego resultó en lo esencial confirmado por el tribunal ad quem,
modificándose solamente el quantum de la condena al aumentar el mismo.
Para así resolver, la alzada interviniente —y entre otros fundamentos—
se hizo eco de lo resuelto por la Corte Suprema de Justicia de la Nación en
9
CSJN, Rodríguez Pereyra, Jorge Luis y otra c/ Ejército Argentino s/ Daños y Perjuicios, Fallos, R
401, XL.III, 27 de noviembre de 2012. Se puede consultar el fallo a texto completo en http://
www.csjn.gov.ar/confal/ConsultaCompletaFallos.do?method=verDocumentos&id=697165.
10
Conforme lo resuelto por la CSJN in re: Bertinotti, Fiarosky, Picard, Soubie y Morelli (Fallos:
315:2207; 318:1621, 319:2620; 324;488 y 326:407).
11
CIDH, Almonacid Arellano y otros vs. Chile, sentencia del 26 de septiembre de 2006.
12
En igual sentido en Trabajadores Cesados del Congreso (Aguado Alfaro y otros) vs. Perú (24 de
noviembre de 2006), Ibsen Cárdenas e Ibsen Peña vs. Bolivia (1 de septiembre de 2010), Gómes
Lund y otros (Guerrilha do Raguaia) vs. Brasil (24 de noviembre de 2010) y Cabrera Garca y Montiel
Flores vs. México (26 de noviembre de 2010) y Fontevecchia y D´Amico vs. Argentina (29 de noviem-
bre de 2011).
Sin embargo, al mismo tiempo dejó en claro la Corte —lo que no había
ocurrido en los anteriores precedentes sobre la materia— que este control
de constitucionalidad de oficio resulta en definitiva una doctrina de excep-
ción, campeando siempre un criterio restrictivo a la hora de recurrir a su
empleo; ello, claro está, en razón de la evidente gravedad que reporta sin
excepción alguna el tener que recurrir al dictado de un acto jurisdiccional
invalidante de una norma emanada de otro poder del Estado, constituyendo
en palabras textuales de la Corte, en un “remedio de ultima ratio que debe
evitarse de ser posible mediante una interpretación del texto legal en juego
compatible con la ley fundamental, pues siempre debe estarse a favor de la
validez de las normas”, debiendo asimismo verificarse en el caso concreto
la existencia de un “perjuicio” en términos de una clara afectación a alguna
garantía, derecho, título o prerrogativa fundados en la Constitución, cen-
surando así toda eventual declaración de inconstitucionalidad de oficio en
abstracto.
Ratificada en consecuencia claramente la doctrina del control de cons-
titucionalidad de oficio, y precisando sus límites y alcances, procedió el
máximo tribunal a efectuar oficiosamente el test de constitucionalidad sobre
la norma inferior aplicable al caso (artículo 76, inc 3, apartado c, de la Ley
19.101, texto según la Ley 22.511) concluyendo en que la misma resultaba
en definitiva reñida con el principio conocido como alterum non laedere —de-
ber de no dañar— receptado en el artículo 19 de la carta fundamental,13
del cual se deriva el principio de reparación integral de la víctima, en tanto
dispone que la indemnización de los daños provocados a aquélla debe ser
plena, circunstancia que no resultaba honrada por la indemnización que
establecía la norma especial de rango inferior, la cual en sus normas re-
glamentarias sólo preveía el resarcimiento parcial de “daños materiales”,
por lo que concluye la Corte declarando formalmente admisible el recurso
extraordinario y al mismo tiempo la inconstitucionalidad para el caso del
artículo 76 inc. 3, apartado c, de la Ley 19.101 —según texto Ley 22.511—,
confirmando en lo restante la sentencia de alzada recurrida en la especie.
De esta manera, la Corte Suprema de Justicia de la Nación argentina
ha ratificado nuevamente y en su actual composición, lo que viene a cons-
tituirse en su doctrina legal en orden a la potestad jurisdiccional del control
13
Dispone el artículo 19 de la Constitución de la Nación argentina: “Las acciones priva-
das de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudi-
quen a un tercero, están sólo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados.
Ningún habitante de la nación está obligado a hacer lo que no manda la ley, ni privado de lo
que ella no prohíbe” (el resaltado nos pertenece).
I. Introducción
385
2
El proyecto dice “infringir”, pero es más preciso usar la expresión “vulnerar”.
3
Un ejemplo clásico de país no federal y de civil law se encuentra en Colombia. En el caso
de la Corte Suprema de este país, además de la función esencial de ser tribunal de casación, se
le entregan importantes facultades de juzgamiento, tales como:
Cabe preguntarse, entonces, por qué se busca sustituir este tradicional méto-
do de unificación de la jurisprudencia.
A nuestro entender, siendo el proceso un método dialéctico de debate
pacífico entre dos antagonistas, con objeto de descartar el uso de la fuerza
ilegítima entre éstos, ante un tercero que heterocompondrá el litigio,4 la res-
puesta puede encontrarse en la tradicional tensión entre los dos principales
paradigmas que, en el ámbito del derecho procesal, pugnan por imponer
sus ideas.
Estas corrientes de pensamiento que Andrea A. Meroi y Mario E.
Chaumet denominan “paradigmas metodológicos” referidos al proceso,
para enfatizar que un paradigma confiesa no poder conocer la meta y, con-
secuencialmente, ensalza el método, en tanto que el otro declara conocer la
meta y, consecuencialmente, menosprecia el método,5 siendo éstos el siste-
ma dispositivo y el sistema inquisitivo, respectivamente.
Estos dos sistemas antagónicos de procesar pueden ser denominados, a
la luz de la consideración metodológica que proponen los autores, como un
6
Se debe mencionar aquí a autores como Enrique Bacigalupo, José Caferrata Norres, Luis
Darrichton, Julio Maier, Héctor Superti y Jorge Vázquez Rossi.
7 Meroi, Andrea A. y Chaumet, Mario E., op. cit., p. 2.
8 Ibidem, p. 1.
9 Ibidem, p. 2.
12
Ibidem,
p. 17.
13
Elrecurso de casación se lo define tradicionalmente como un recurso extraordinario
que tiene por objeto anular una sentencia judicial que contiene una incorrecta interpreta-
ción o aplicación de la ley o que ha sido dictada en un procedimiento que no ha cumplido
las solemnidades legales; es decir, por un error in iudicando, o bien, error in procedendo, respec-
tivamente. Su fallo le corresponde a la corte de casación de un país, habitualmente al de
mayor jerarquía, como el Tribunal Supremo o Corte Suprema de Justicia. Sin embargo, en
ocasiones también puede encargarse del recurso un órgano jurisdiccional jerárquicamente
superior o en su caso uno específico.
En estos países, todas las cortes supremas desarrollan una función de control
de la legalidad constitucional. Ciertamente, esta función es desarrollada con
modalidades y técnicas muy diversas, pero esa es su función más importante.
Otro de los rasgos más comunes en las cortes supremas de los países del
common law o de Estados federales es la utilización del certiorari; esto es, una
Resulta conveniente, como ya dijimos, por su cercanía con nuestro país, ana-
lizar brevemente al caso de Argentina, nación cuyo derecho proviene del civil
law, pero que está organizado políticamente como un país federal.
En esta nación el uso del certiorari es relativamente nuevo. Sólo en 1989,
con la publicación de la Ley 23.774 que modificó los artículos 280 y 285 del
Código Procesal Civil y Comercial de la Nación (en adelante CPCCN), se
introdujo una modificación al recurso extraordinario.
No cabe duda que su incorporación se debió a la necesidad de poder
dotar de eficiencia a la Corte Suprema que no lograba conocer adecuada-
mente las miles de causas que anualmente la saturaban.
El artículo 280 del CPCCN señala que “…La Corte, según su sana dis-
creción, y con la sola innovación de esta norma, podrá rechazar el recurso
extraordinario por falta de agravio federal suficiente o cuando las cuestiones
planteadas resultaren insustanciales o carentes de trascendencia…”. El ar-
tículo 285, por su parte, establece que “…Si la queja fuere por denegación
del recurso extraordinario, la Corte podrá rechazar este recurso en los su-
14
Oteiza, Eduardo, “El certiorari o el uso de la Corte Suprema de Justicia, sin un rumbo
preciso”, Revista de Derecho de la Universidad de Palermo, Argentina, año 3, núm. 1, abril de 1998,
p. 84.
15
Ibidem, p. 85.
16
Morello, Augusto, Admisibilidad del recurso extraordinario. El certiorari según la Corte Suprema,
Buenos Aires, Editora Platense, 1997.
2. Justicia provincial
Es por ello que en Argentina hay una organización judicial distinta en cada
una de las provincias. Dicha organización es creada de acuerdo con cada una
de las Constituciones provinciales.
Cada provincia regula su sistema procesal, dictando sus propios códigos
de procedimiento, aunque aplican —con diferencias de criterio adecuadas
a las condiciones sociales, económicas o culturales locales— el mismo de-
recho de fondo o material. Así, con 24 diferentes normativas procesales,
siempre se aplica el mismo código civil, comercial, penal, derecho suprana-
cional, tratados internacionales, etcétera.
La Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) posee un régimen es-
pecial. Hasta la reforma constitucional de 1994, la justicia en la entonces
llamada Capital Federal era administrada directamente por la nación. Lue-
go de la reforma, que otorgó autonomía a la CABA, y de la sanción de la
Constitución de la Ciudad de Buenos Aires, la nación comenzó la transfe-
rencia de los fueros nacionales a la justicia local. A partir de 2009, el Poder
Judicial de la CABA está dividido en: 1) Justicia en lo Contencioso Admi-
nistrativo y Tributario, y 2) Justicia en lo Penal, Contravencional y de Faltas.
Ambos fueros dictan sus propios códigos procesales, pero aún restan varios
fueros por transferir, entre ellos Civil, Comercial y del Trabajo.
Algunas provincias siguen líneas de organización más cercanas a la ju-
risdicción federal, otras siguen líneas que suelen calificarse de “más progre-
sistas”, como ser: proceso penal bilateral, investigación a cargo de la fiscalía,
jurados mixtos y populares —según la gravedad del delito—. Mayor inme-
diación y simplificación de las formas para hacer una justicia más accesible
al público. El procedimiento puede ser oral o escrito, ya que se trata sólo de
una regla procesal y no de un principio.
La mayoría de las justicias provinciales están divididas en:
17
Meador, Daniel John, Los tribunales de los Estados Unidos, México, Pereznieto Editores,
1995, p. 2.
18
Ibidem, p. 3.
20
Meador, Daniel John, op. cit., p. 16.
1. Tribunales estatales
21
Ibidem, p. 9.
22
Ibidem, p. 15.
2. Tribunales federales
A. Tribunales de distrito
5. Conclusión
Piero Calamandrei. La idea era que las salas de la Corte pudieran filtrar
los recursos infundados y con defectos graves; no que pudiera decidir arbi-
trariamente qué conocer y qué no, según un criterio tan abstracto como la
“relevancia jurídica”.
El Congreso introdujo en el texto del artículo 782 ambas expresio-
nes. Suscitada cuestión de constitucionalidad sobre este punto, el Tribunal
Constitucional falló que efectivamente la posibilidad de que una Sala de la
Corte rechazara arbitrariamente y sin oír a las partes el recurso de casación,
por carecer de relevancia jurídica, era inconstitucional.
Al artículo 359 del proyecto pueden formulársele los mismos reparos:
entregar a tres ministros de la Corte Suprema la facultad de denegar el
derecho a la acción, cuando una de las partes considera que una sentencia
se ha dictado con infracción de ley es ir demasiado lejos en la búsqueda de
economía procesal.
Razonable es establecer exámenes de admisibilidad de los recursos,
como es en la actualidad la facultad de rechazar la casación por manifiesta
falta de fundamentos —aun sin oír primero al recurrente—. Cierto es que
en numerosas oportunidades la Corte ha abusado de éstos, razón por la cual
debe ser perfeccionada.
Pero la facultad establecida en el artículo 359, como certiorari, se parece
demasiado a la denegación de justicia. Creemos que en este debate debe
primar el derecho a la acción —el ius litigatoris— por sobre criterios de efi-
ciencia.
Sólo de esta forma quedará resguardado el control de legalidad de las
sentencias de todas las cortes de apelaciones del país, en aspectos tan sen-
sibles como la infracción de las normas de procedimiento o los errores de
derecho en que hayan incurrido tales fallos.
De la misma forma, si se establece un mecanismo selectivo adecuado,
perfeccionando el trámite de admisibilidad del recurso de casación y funda-
mentalmente, dando valor obligatorio a la jurisprudencia de las sentencias
que pronuncia la Corte Suprema, en pleno, se asegurará el ius constitutionis.
Al tema del valor obligatorio que debe tener la jurisprudencia del máxi-
mo tribunal nos referiremos en otro apartado de este trabajo.
Tales son las finalidades esenciales del recurso de casación que se pre-
tenden suprimir, razón por la cual nos oponemos completamente a su elimi-
nación y remplazo por el llamado recurso extraordinario.
23
Alcalde Rodríguez, Enrique, “Creación judicial de derecho y garantías constituciona-
les”, Revista Chilena de Derecho, Santiago, núm. 2, vol. 28, 2001, pp. 459-465.
zados por las normas jurídicas de creación estatal, sea cual fuera su origen
o la potestad de quien las dicte, incluido, naturalmente, el Poder Judicial.
Y ello sin esperar, a diferencia de lo que se estimó en el pasado, que
las normas jurídicas inferiores desarrollen el contenido de este tipo de “de-
claraciones”. Tal conclusión no sólo resulta de lo dispuesto por el segundo
inciso del artículo 6o. de la carta política, sino que ha sido también recono-
cida explícitamente por nuestro Tribunal Constitucional en diversas opor-
tunidades. Con todo, lo esencial del precepto se refiere al hecho de que la
circunstancia de atribuir a los jueces la facultad de aplicar directamente los
principios de que da cuenta el texto constitucional (y entre ellos la piedra
angular que representa su artículo 5o.) implica que en nuestro ordenamien-
to jurídico se haya abierto un cauce para la creación judicial del derecho.
En efecto, desde el momento en que nuestra Constitución rompió las
cadenas que la mantenían estoicamente atada a la teoría política, la posi-
ción que ha pasado a tener entre las fuentes del derecho la sitúa en un lugar
de privilegio; y ello no sólo por la obvia supremacía que ocupa dentro de
la jerarquía de las normas, sino que en razón de haber “positivizado” una
determinada concepción del hombre y de la sociedad, la cual ha permitido
a los tribunales interpretar la legislación a la luz de tal concepción.
De aquí, entonces, que sea más apropiado hablar de la casación como
un control de la juricidad más que de la legalidad, puesto que los preceptos
constitucionales señalados han permitido dejar atrás la exégesis judicial que
por mucho tiempo existió en el mundo del civil law.
Sin duda, el writ of certiorari aparece como un mecanismo atractivo para so-
lucionar el desbordamiento de recursos que debe conocer la Corte Suprema
en nuestro país.
Ya hemos dado las razones para oponernos a este mecanismo. Por lo
que nuestra propuesta apunta a hacer obligatoria la jurisprudencia de la
Corte Suprema, cumpliéndose para esto ciertos requisitos.
En efecto, mientras no se modifique el artículo 3o. del Código Civil,24
el cual dispone que sólo toca al legislador explicar o interpretar la ley de un
modo generalmente obligatorio, y que las sentencias judiciales no tienen
24
Algunos afirman que resulta imposible obtener una unificación de las sentencias, salvo en
el derecho laboral, porque ahí hay texto expreso que lo permite, olvidando que en la casación
civil también se contempla un recurso de unificación de jurisprudencia.
cualquiera de las partes podrá solicitar, dentro del plazo para hacerse parte
en el Tribunal ad quem, que el recurso sea conocido y fallado por el pleno del
Tribunal. La petición sólo podrá fundarse en el hecho de que la Corte Supre-
ma, en diversos fallos, ha sostenido distintas interpretaciones sobre la materia
de derecho que ha sido objeto del recurso.
25
Rodríguez, Jaime, Declaraciones en entrevista con El Mercurio Legal, en su calidad de
ministro de la Corte Suprema saliente, reproducidos en www.magistradosdechile.cl/index, Santiago
de Chile, p. 3.
26
Idem.
XIII. Conclusiones
Gladis E. De Midón*
I. Introducción
* Doctora en ciencias jurídicas. Especialista en derecho procesal. Profesora titular de de-
recho procesal civil en la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad
Nacional del Nordeste (Argentina). Directora y docente estable de las carreras de especializa-
ción en derecho procesal y en derecho procesal constitucional de la misma facultad. Miembro
fundador y ex directora del Departamento de Derecho Procesal de la citada casa de altos es-
tudios. Miembro del Instituto Iberoamericano de Derecho Procesal. Ex integrante del Comité
Ejecutivo y ex secretaria académica de la Asociación Argentina de Derecho Procesal. Actual
miembro titular y delegada regional de la Asociación Argentina de Derecho Procesal.
1
En tal sentido, se detectan dos grupos de países: a) aquellos en los que amparo contra
los actos u omisiones del Poder Judicial aparece explícitamente admitido por su normativa
interna, bien que dentro de ciertos límites, y b) los que contrariamente, mediante previsión
normativa expresa excluyen a los actos u omisiones jurisdiccionales como área impugnable
413
mientras que nosotros pretendemos que este nuestro aporte sea general, al
servicio de cualquier Estado que se precie de ser de derecho.
Por lo mismo, el método a emplear para las respuestas será en buena
medida el de la escuela trialista, que con su comprensión de un orden jurí-
dico integrado tanto por normas como por valores y realidades nos permite
una visión más ajustada y sincera.
por vía de amparo. Así, por ejemplo, la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional de España
recepta la vía del amparo contra actos u omisiones judiciales, en su artículo 44.
Lo propio sucede en países de América, con México, Perú y Venezuela.
Véase artículo 107, inciso III, de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexica-
nos. Contra actos que afecten a personas extrañas al juicio”.
Asimismo, la ley de Habeas Corpus y Amparo del Perú, bajo el epígrafe “Procedencia de
la acción contra resoluciones judiciales”, del artículo 5.
Lo mismo que en el Perú, la República de Venezuela dispone en el artículo 4 de la Ley
Orgánica de Amparo sobre Derechos y Garantías Constitucionales. Dejando expresamente
a salvo que “no se admite la acción de amparo cuando se trate de decisiones emanadas de la
Corte Suprema de Justicia” (artículo 6, inc. 6).
Mientras que países del segundo grupo son, a título de ejemplo, Argentina, Costa Rica,
Ecuador y República Dominicana.
Argentina, en el artículo 2, inciso b de la Ley Nacional de Amparo en vigor —Na.16.986—
declara inadmisible el amparo si el acto impugnado emana “de un órgano del Poder Judi-
cial”. Y en general, esta tesis negativa también se reitera en su derecho público provincial,
excepto en la legislación de las provincias de Entre Ríos (Ley 8369, artículo 1o.) y La Rioja
(Código de Procedimientos Civiles, ley 3372, artículo 380, apartado 2).
En Costa Rica, el artículo 30, inciso b de la Ley de Jurisdicción Constitucional —Núm.
7135— no admite el amparo “contra resoluciones y decisiones jurisdiccionales del Poder
Judicial”.
Y en Ecuador surge de la propia carta magna que “no serán susceptibles de amparo las
decisiones judiciales adoptadas en un proceso” (artículo 95, 2o. párrafo).
Asimismo, en la Ley Reglamentaria núm. 437- 06 de la República Dominicana prescribe
el artículo 3, inc. a que “la acción de amparo no será admisible cuando se trate de actos
jurisdiccionales emanados de cualquier tribunal de los que conforman el Poder Judicial”.
2
Fallos: 307: 1571.
3
Fallos: 307: 1256.
4
Fallos: 247: 718; 249: 670, entre otros.
5
Fallos: 242:112; 245: 388.
6
Fallos: 245: 41 y 269, entre otros.
7
Fallos: 251: 338.
8
Fallos: 245: 8; 248: 528; 250: 252.
9
Bielsa, Rafael, Los recursos judiciales y los actos de autoridad, garantías constitucionales y su protec-
ción legal, La Ley 94-845; Bidart Campos, Germán J., Derecho de amparo, Buenos Aires, Ediar,
1961, p. 225; Carrió, Genaro R., Recurso de amparo y técnica judicial, Abeledo-Perrot, 1959, p. 201;
Linares Quintana; Segundo V., Acción de amparo, Buenos Aires, Editorial Bibliográfica Argen-
tina, 1960, p. 69; Romero, César Enrique, “Acción de amparo de los derechos y garantías con-
stitucionales”, Revista Jurídica de Buenos Aires, II-1959, p. 92; Sagüés, Néstor P., Acción de amparo,
Astrea, 1995, pp. 220-222; Sánchez Viamonte, Carlos, en Omeba, t. XII, p. 198.
10 Grau, Armando E., “Improcedencia del amparo contra actos judiciales y políticos”,
Jurisprudencia Argentina, 1961-V, 97; Ibáñez Frocham, Tratado de los recursos, 4a. ed., La Ley, p.
556; Gozaíni, Osvaldo A., Tratado de derecho procesal civil, La Ley, 2009, t. III, p. 198; Salgado,
Alí Joaquín-Verdaguer, Alejandro César, Juicio de amparo y acción de inconstitucionalidad, Buenos
Aires, Astrea, 2005, p. 138.
11 Caso Cantoral Benavides, sentencia del 18 de agosto de 2000, párr. 163; caso Durand y
Ugarte, sentencia del 16 de agosto de 2000, párr. 101; caso de los “Niños de la Calle” (Villagrán
Morales y otros), sentencia del 19 de noviembre de 1999, párr. 234; caso Cantos, sentencia del
28 de noviembre de 2002, párr. 52, entre otros.
B. La fuerza de la Constitución
12
CSJN;Fallos: 320: 1339, 2711; 321: 2823, 335, 794, entre muchos otros.
13
BidartCampos, Germán J., El amparo constitucional, perspectivas y modalidades, Buenos
Aires, Depalma, 1999, p. 2.
1. “Toda persona tiene derecho a un recurso sencillo y rápido o a cualquier otro recurso
efectivo ante los jueces o tribunales competentes, que la ampare contra actos que violen sus
derechos fundamentales reconocidos por la Constitución, la ley o la presente Convención,
aun cuando tal violación sea cometida por personas que actúen en ejercicio de sus funciones
oficiales.
2. Los Estados se comprometen:
a. A garantizar que la autoridad competente prevista por el sistema legal del Estado de-
cidirá sobre los derechos de toda persona que interponga tal recurso;
b. A desarrollar las posibilidades de un recurso judicial, y
c. A garantizar el cumplimiento, por las autoridades competentes, de toda decisión en
que se haya estimado procedente el recurso”.
la existencia formal de los recursos sino que éstos deben ser eficaces, es decir,
deben dar resultados o respuestas a las violaciones de derechos. No pudiendo
considerarse efectivos aquellos recursos que, por las condiciones generales
del país o incluso por las circunstancias particulares de un caso dado, resultan
ilusorios.
ello puede ocurrir, por ejemplo, cuando su inutilidad haya quedado demos-
trada por la práctica, porque el órgano jurisdiccional carezca de la indepen-
dencia necesaria para decidir con imparcialidad o porque falten los medios
para ejecutar sus decisiones; o por cualquier otra situación que configure un
cuadro de denegación de justicia, como sucede cuando se incurre en retardo
injustificado en la decisión.16
15 Caso de la Comunidad Mayagna (Sumo) Awas Tigni, sentencia del 31 de agosto de 2001,
párr. 111; caso del Tribunal Constitucional, sentencia del 31 de enero de 2001, párr. 89; caso
Cantos, sentencia del 28 de noviembre de 2002, párr. 52, entre muchos otros.
16 Caso Las Palmeras, sentencia del 6 diciembre de 2001, párr. 58; caso de la Comunidad
Mayagna (Sumo) Awas Tingni, supra, párrs. 111-113; caso Ivcher Bronstein, sentencia del 6 de fe-
brero de 2001, párrs. 136 y 137; caso del Tribunal Constitucional, supra, párrs. 89, 90 y 93; caso
Cinco Pensionistas, sentencia del 28 de febrero de 2003, párrs. 126 y 136, entre muchos otros.
19
Hitters, Juan Carlos y Fapiano, Óscar, Derecho internacional de los derechos humanos, Ediar,
2007, t. I, vol. 1, p. 404.
20
Corte Interamericana de Derechos Humanos, caso Cantos, cit., párr. 50.
amparo el de grado superior al del juez o el tribunal que dictó el pronunciamiento cuestio-
nado. Con este límite se evita el “caos” en el funcionamiento del servicio de
justicia, al que refiere la tesis denegatoria.
Por último, es razonable —y recomendable— que las decisiones de un tri-
bunal supremo no admitan ser cuestionadas por vía de amparo. Este límite es inhe-
rente a la lógica misma del sistema de tutela jurisdiccional de Estado. Si es
supremo, cabeza del Poder Judicial del Estado, anidaría una contradicción
insalvable con esa supremacía postular que un producto del más alto tribu-
nal pueda ser revisado por un órgano de rango inferior. Equivaldría a pre-
gonar que la Constitución de un Estado es suprema, pero susceptible de ser
invalidada por una ley. Y no se purga el defecto si se acude al subterfugio de
admitir la acción ante conjueces del tribunal supremo. Porque de lo que se
trata es que el pronunciamiento del tribunal supremo sea inequívocamente
definitivo, final en el orden nacional.
Hemos llegado al punto de cerrar nuestras reflexiones. Creemos que con sus
razonables límites, el amparo contra los actos jurisdiccionales sale airoso, sin
desnaturalizar valores ni principios basales de la organización de un Estado.
“Ni tanto ni tan poco, para el juego del amparo”.22 Por supuesto que en nues-
tra realidad latinoamericana, con las patologías comunes que padecen sus
sociedades, lo que resta es bregar hasta lograr que el orden jurídico penetre y
logre eficacia y efectividad en su dimensión sociológica, en las conductas de
todas las personas, integrantes y no integrantes de la estructura de los poderes
constituidos del Estado. Mientras no se consiga ese resultado, los procesalis-
tas y constitucionalistas estaremos en el deber de seguir dando catequesis de
tutela jurisdiccional efectiva, para que toda la apertura del acceso a la justi-
cia, todas las vías procesales y todos los productos de los órganos judiciales
exhiban efectividad para la protección y la realización de los derechos de las
personas justiciables.
EL DEBER DE CONGRUENCIA
EN MATERIA DE LOS HeCHOS
Jorge L. Kielmanovich
1 Piénsese que si ante la falta de pago de uno o dos arrendamientos el juez (o el Mi-
nisterio Público) pudiera ordenar la iniciación de un proceso, y definir si el mismo tendrá
por objeto una pretensión de desalojo o una de cobro ejecutivo del alquiler, el Estado sería
entonces quien vendría a ser el verdadero titular de ese derecho material.
2 Decimos, siguiendo en esto a Cappelletti, que se trata del principio de la demanda
privada, pues en tanto la misma pudiera ser interpuesta por una parte pública en lugar de por
el particular titular del derecho subjetivo discutido o afectado, la disponibilidad del derecho
material se vería sustancial y críticamente alterada hasta el extremo que el mismo, en tal
contexto, se habría convertido en público, y el proceso, por ende, en inquisitivo (El proceso civil
en el derecho comparado, Buenos Aires, Ejea, p. 24).
3 Calamandrei, P., Instituciones de derecho procesal civil, Buenos Aires, Ejea, t. I, p. 397.
427
Por otra parte, lo establece el artículo 377 del Código Procesal Civil y
Comercial de la Nación cuando señala que cada parte deberá probar el pre-
supuesto de hecho de la norma o normas que invocara como fundamento
de su pretensión, defensa o excepción.
La mentada regla no se extiende, en cambio, a la alegación de hechos sim-
ples, secundarios o motivos comprendidos genéricamente en los principales
a partir de los cuales puede argumentarse la existencia de éstos, los que en
tales condiciones pueden ser objeto de la prueba y fundamento de la deci-
sión del juez aun cuando no hubieran sido afirmados explícitamente por las
4
“Iudex debet judicare secundum allegata partium”: el juez debe resolver de acuerdo
con lo alegado por las partes.
5
Carnelutti, F., La prueba civil, Buenos Aires, Depalma, p. 13.
6
No así el tácitamente admitido, pues a la luz de lo que dispone el artículo 356 del
Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, el silencio, las respuestas evasivas o a la
negativa meramente general autorizan al juez a tenerlos por ciertos, a diferencia de lo que
acontece con los documentos, que, sobre iguales bases, sujetan al juez al deber de tenerlos
por auténticos o recibidos, según fuese el caso; ni por supuesto cuando se trata de una re-
lación jurídica indisponible, así, v.gr. la admisión del adulterio no le quita a dicho hecho el
carácter de controvertido bajo la óptica del derecho civil argentino (art. 232, Código Civil
argentino).
7
Op. cit., p. 4.
partes en sus escritos constitutivos del proceso; así, por ejemplo, la negativa
de una o ambas partes a someterse a una pericia genética, como tal hecho
simple que debidamente probado permitiría presumir la filiación articulada
naturalmente como hecho principal en la acción de reclamación de la filia-
ción, puede y debe ser objeto de la prueba en tanto se pretenda construir a
partir de esa negativa un indicio en contra del renuente.
Es así que los hechos para tornarse en objeto de la prueba y en ulterior
fundamento de la sentencia han debido ser introducidos por las partes en
el proceso a través de sus escritos de demanda, reconvención, excepciones
y sus contestaciones y al alegarse hechos nuevos en primera y segunda ins-
tancia, aunque excepcionalmente se admite que el juez pueda “hacer mé-
rito” de hechos no alegados cuando se refieran a hechos “superveniens”,
constitutivos, modificativos o extintivos del mismo derecho que se discute
en la litis acaecidos durante la sustanciación del juicio,8 según lo establece el
artículo 163, inciso 6) del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación,9
agregamos que con ello no se violente el derecho de defensa en juicio de
alguna de las partes en el caso de que se trate.10
11
Se entiende por congruencia la conformidad que debe existir entre la sentencia y la
pretensión y la defensa, de modo entonces que se exige una rigurosa adecuación de la sen-
tencia a los sujetos, al objeto y la causa que individualizan a la pretensión y a la oposición
(Nuestro Código, cit., t. I, pp. 264 y 265).
12
Así acontecería, v. gr. si reclamado el divorcio con causa en la interrupción de la vida
en común (artículo 214, inciso 2, Código Civil), se lo dispusiera por la causal de adulterio
no invocada. El juez tiene la facultad y el deber de interpretar la demanda y adecuarla a su
saber y entender, siempre y cuando no altere sus hechos constitutivos y su causa petendi en
franca violación al principio de congruencia y al derecho de defensa en juicio (artículos 34
inc. 4 y 163 inc. 6 Código Procesal Civil y Comercial y artículo 18 Constitución Nacional y
15 Constitución de la Provincia de Buenos Aires) (Cámara de Apelaciones Civil y Comercial
Morón, sala 2a., 9 de marzo de 1995, Miranda, Pedro A. v. Transportes Automotores La
Plata, Jurisprudencia Argentina, 1999-I-síntesis).
13
Kielmanovich, Jorge L., “Divorcio por la causal objetiva no invocada por las partes”,
Compendio de Juris., doct. y legislación, Errepar, núm. 6, abril de 2007, p. 209; Código Procesal
Civil y Comercial de la Nación cit., t I, p. 286; Derecho procesal de familia, p. 342, Lexis
Nexis; “La causal objetiva no invocada en el divorcio”, La Ley, 20 de julio de 2007, p. 1.
14
Los jueces deben aplicar los preceptos pertinentes con base en los hechos expuestos
por los litigantes, pero no están autorizados a cambiar la acción interpuesta ni a modificar
los términos en que ha quedado trabada la litis; lo contrario implicaría conculcar lisa y lla-
namente la garantía de la defensa en juicio faltando a las reglas del debido proceso, que tiene
raigambre constitucional, lo mismo que el principio de igualdad ante la ley, asegurado por el
Código de Procedimientos al tratar sobre los deberes de los jueces (Cámara de Apelaciones
Civil y Comercial, sala H, 22 de octubre de 1992, Nicosiano, Salvador v. Municipalidad de
Buenos Aires, Jurisprudencia Argentina, 1993-IV-100).
dos, por lo menos como los conocemos, sin que, otra parte, la “eficacia” de
la función jurisdiccional pueda esgrimirse como un valor que permita sos-
layar, no sólo la naturaleza de aquellos derechos, sino también la garantía
del debido proceso legal que nuestra Constitución Nacional asegura, aun
cuando para ello se invoque la conjetural “justicia” de un pronunciamiento
alcanzado sobre tales bases.
I. Introducción
* Profesora regular de derecho procesal de la Facultad de Derecho de la UBA jueza
de la Cámara Federal de Casación Penal, exsecretaria general del Instituto Panamericano de
Derecho Procesal.
1 Nuestras reflexiones no constituyen un desarrollo teórico de la casación, ni siquiera de
lo que tradicionalmente se concibió como vías de impugnación, pero recuerdo que la prime-
ra vez que analicé el tema del “derecho al recurso” fue a pedido de insigne maestro Hum-
berto Briseño Sierra, con motivo de la ponencia que a su pedido elaboré para el Encuentro
Panamericano de Derecho Procesal que se realizó en la Ciudad de México, en la sede de la
Universidad Panamericana en 2001. Razones vinculadas a la extensión de los trabajos que
los compiladores de este libro establecieron y esencialmente mi limitación intelectual hacen
que sea sólo un modestísimo aporte a tan merecido homenaje. Sin dejar de expresar la grati-
tud por las enseñanzas con las que fui privilegiada por aquel eminente doctrinario, profundo,
creativo, trabajador incansable y cálido compañero de tantas jornadas dedicadas a la ciencia
procesal como herramienta útil para una sociedad más justa.
433
de los avances aún no podemos afirmar que se haya arribado a destino, pues
todavía hay una gran variedad de cuestiones por definir.2
La Corte Interamericana de Derechos Humanos “…considera que el
derecho de recurrir del fallo es una garantía primordial que se debe respetar en
el marco del debido proceso legal, en aras de permitir que una sentencia adversa
pueda ser revisada por un juez o tribunal distinto”.3
Esta cuestión está vinculada con la idea que subyace de la legislación y de
la jurisprudencia internacionales y del juicio oral como elemento central del
debido proceso en cualquier sistema procesal moderno. Ello se proyecta en la
propia dinámica de los recursos que a la par habrá que compatibilizar con el
derecho del condenado a recurrir la sentencia condenatoria y las decisiones
importantes del proceso (artículos 8.2 inciso h, de la Convención Americana
de Derechos Humanos, 14.5 del Pacto Interamericano de Derechos Civiles y
Políticos, y 75 inciso 22 de la Constitución Nacional Argentina).4
Esto significa que, al menos en el contexto cultural moderno en el que
esas garantías se han desarrollado, resulta imposible imaginar cada uno de
los derechos específicos consagrados en los instrumentos internaciones, sin
referirlos a la idea de una audiencia oral y pública.5 No cualquier forma de de-
cidir en el proceso penal se va a corresponder con el “juicio” que satisfaga
las exigencias del debido proceso, sino que debe cumplir con ciertos están-
dares mínimos que si no están presentes ponen en cuestionamiento su vi-
gencia. “Por lo mismo, un sistema recursivo debe ser consistente con estas
exigencias”,6 y éste es un elemento central en la nueva concepción de vías
de impugnación.
Así, un sistema de doble instancia que respete el debido proceso está
obligado a que en la segunda instancia existan iguales garantías que la pri-
mera. La Corte Interamericana considera que “…en la regulación que los
Estados desarrollen en sus respectivos regímenes recursivos, deben asegurar
que dicho recurso contra la sentencia condenatoria respete las garantías
2
Prueba de ello lo constituye la reciente condena a la República Argentina, dispuesta
por la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el caso Mohamed, emitida el 23 de
noviembre de 2012.
3 Corte IDH, caso Herrera Ulloa vs. Costa Rica, 2 de julio de 2004, lo resaltado nos perte-
nece.
4 Cada vez que se consigne CN arg., nos estaremos refiriendo a la Constitución de la
nación argentina.
5 Riego, Cristián et al., “Los regímenes recursivos en los sistemas procesales penales
acusatorios en las Américas”, Resumen Ejecutivo, Informe CEJA, www.sistemasjudiciales.org./
nota.mfw/71.
6 Idem.
7
Corte IDH, caso Mohamed vs. Argentina, párrafo 101.
8
Código Procesal Penal de la Provincia de Chubut, Ley 5478; Código Procesal Penal de
La Pampa, Ley 2287 y Ley de impugnación 2297.
9
Código Procesal Penal de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Ley 2303; Código
Procesal Penal de la Provincia de Santa Fe, Ley 12.734.
10
Así, los artículos 400 y 401 del nuevo Código Procesal Penal de Santa Fe, Ley 12.734.
11
Corte Suprema de Justicia de Argentina, en adelante CSJN.
12
Corte IDH, caso Herrera Ulloa vs. Costa Rica, 2 de julio de 2004; CSJN, Casal, Matías
Eugenio y otro s/robo simple en grado de tentativa —causa nro 1681—. Resuelta el 20 de septiembre
de 2005 (Fallos: 328:3399); Corte IDH, caso Mohamed vs. Argentina, 23 de noviembre de 2012.
13
Binder, Alberto, Introducción al derecho procesal penal, 2a. ed., Buenos Aires, Ad Hoc, 1999,
p. 286.
20 Fallos:
328:3399.
21
Fallos:329:530, caso Rufino Salto.
22
ONU, Comité de Derechos Humanos, M. S ineiro Fernández c. España (1007/2001), dic-
tamen de 7 de agosto de 2003, párrs. 7 y 8; y ONU, Comité de Derechos Humanos, C. Gómez
Vásquez c. España (701/1996), dictamen de 20 de julio de 2000, párr. 11.1).
23
Defensoría General de la Nación Argentina, Informe del 1o. marzo de 2008.
plasmarse en el presente año. Esta agenda prevé, entre otros puntos, presenta-
ción de un proyecto de ley marco estableciendo reglas mínimas para la regu-
lación del derecho al recurso en el ámbito federal y en todas las provincias del
país”.24 Lamentablemente, dicho proyecto no se sancionó; sin embargo, hubo
señeras decisiones a nivel jurisprudencial y legislativo.
Esta problemática fue advertida por la CSJN a través de distintos pronun-
ciamientos, en los que claramente abrió camino para hacer efectivo el acceso,
ello mediante una laboriosa tarea, que se ha puesto de manifiesto desde 2004
en adelante, mediante la cual define los alcances del modelo de enjuiciamien-
to acusatorio que manda la Constitución Nacional argentina.25 En esa línea se
ocupó de diferentes aspectos vinculados con el alcance del derecho al recurso,
siempre con un marcado criterio a favor de la accesibilidad de la vía.
24 Informe del 1o. de marzo de 2008. En este sentido, tuvimos acceso a peticiones formula-
das por organizaciones no gubernamentales en el caso Posadas ante la Comisión Interamericana.
25 CSJN, Quiroga, Edgardo Oscar s/causa 4302, resuelta el 23 de diciembre de 2004 (Fallos:
327:5863) y Llerena, Horacio Luis s/ abuso de armas y lesiones —artículos 104 y 89 del Código Penal—
causa nro 3221, resuelta el 17 de mayo de 2005 (Fallos: 328:1491), entre otros; en todos ellos
acentúa la vigencia del modelo acusatorio, la imparcialidad del tribunal, el derecho defensa
en juicio a partir de la necesaria separación entre acusador y juzgador.
26 Ilustra al respecto Salvatore Satta: “…es cierto que, como resulta de los documentos
de las discusiones, operaba en los legisladores revolucionarios, el recuerdo de las antiguas
luchas entre el soberano y los parlamentos, la preocupación de la rebelión del Poder Judicial
al Legislativo: pero el factor político era poco actual y, por consiguiente, poco determinante.
Como quiera que sea el problema de la casación a instituir se presentó inmediatamente
como una alternativa entre órgano legislativo y órgano judicial, y los hombres de la revolu-
ción no vacilaron en resolverlo en el primer sentido. Se siente en los discursos que nos han
sido transmitidos una especie de horror del juicio, el concurrente temor de crear un nuevo
juez, hasta el punto de querer evitar que los miembros de esta futura casación tomasen el
nombre mismo de jueces. De lo que se tenía necesidad era de la custodia de la ley, y por
consiguiente «el custodio debía vigilar al Poder Judicial», «anular la sentencia, no juzgar»”,
Manual de derecho procesal civil, vol. I, EJEA, 1972, pp. 454 y 455.
27
Artículo 8.2 h) de la CADH y artículo 14.5 del PIDCyP.
28
Fallos: 328:3399.
29
Ibidem, considerandos 11 y 13.
30
Fallos: 328:3399.
En virtud de ello, para cumplir con una verdadera revisión, no debe aten-
derse a una distinción meramente formal en el nomen iuris de las cuestiones
expresadas en los agravios, como así tampoco de los incisos del artículo 456
invocados para la procedencia del recurso. Por el contrario, se deben contem-
plar y analizar los motivos de manera complementaria, con independencia de
su clasificación (considerando 27).
31
Ibidem, considerandos 7), 8) y 15) en los que se insiste al destacar que se optó por un
proceso penal abiertamente acusatorio.
32
Lo que hoy según Alberto Binder, podría denominarse una lectura fuerte del caso Casal,
es decir que va más allá de un análisis del alcance interpretativo del recurso de casación para
anclar el tema en la esencia misma del modelo de enjuiciamiento. Véase “Veinte años de la
Cámara Federal de Casación: Balance y Perspectiva”, disertación del día 28 de septiembre
de 2012, con motivo de los 20 años de la Cámara Federal de Casación Penal, que forma
parte de una recopilación de la jornada celebrada en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires,
hoy en prensa.
33
En tanto el artículo 456 del Código Procesal Penal de la Nación, establece que el re-
curso de casación procede por los siguientes motivos: “1) Inobservancia o errónea aplicación
de la ley sustantiva. 2) Inobservancia de las normas que este Código establece bajo pena de
inadmisibilidad, caducidad o nulidad, siempre que, con excepción de los casos de nulidad
absoluta, el recurrente haya reclamado oportunamente la subsanación del defecto, si era
posible, o hecho protesta de recurrir en casación”.
34
Para mayor ilustración hay que señalar que el recurso extraordinario federal que tra-
mita ante la CSJN, conforme la previsión del artículo 14 de la Ley 48, tutela estrictamente
la interpretación y aplicación de la Constitución Nacional. Ello en razón de que el régimen
federal de gobierno de la República Argentina y su relación con los gobiernos provinciales
está previsto en la CN, que establece un orden de prelación en la aplicación de las leyes
consagrando el principio de la primacía constitucional, artículo 31. A ello se suma que todo
juicio tramitado en jurisdicción local (provincial o nacional), una vez agotados todos los re-
cursos ordinarios, como lo sería el propio recurso de casación en cualquier materia, puede
llegar a la CSJN por la vía de este recurso extraordinario mediante el cual se busca mantener
la supremacía de los preceptos constitucionales y asegurar una uniforme interpretación de
ellos, así la Corte tiene la última y única interpretación final de la carta magna.
Que en síntesis, cabe entender que el art. 456 del Código Procesal Penal de la
Nación debe entenderse en el sentido de que habilita a una revisión amplia de
la sentencia, todo lo extensa que sea posible al máximo esfuerzo de revisión
de los jueces de casación, conforme a las posibilidades y constancias de cada
caso particular y sin magnificar las cuestiones reservadas a la inmediación,
solo inevitables por imperio de la oralidad conforme la naturaleza de las co-
sas… (considerando 34).
35
Días Cantón, Fernando, La casación penal en la provincia de Buenos Aires, La Ley 2000, pp.
967 y 968.
36
Informe 712/10, caso Mendoza vs. Argentina, párrs. 190/1.
37
Corte IDH, caso Herrera Ulloa vs. Costa Rica, del 2 de julio de 2004.
38
Con cita de precedentes del propio tribunal, caso Baena Ricardo y otros; caso Cantos y
caso Constantine y otros, caso Herrera Ulloa párrafos 161, 164, 165 y 167.
39
Corte IDH, caso Barreto Leiva vs. Venezuela, sentencia del 17 de noviembre de 2009.
40
Corte IDH, caso Mohamed vs. Argentina, sentencia del 23 de noviembre de 2012.
41
Vía de impugnación que había motivado la consulta por parte de Costa Rica.
42
Inf. 172/10 párr. 185, Inf. 173/10 párr. 75.
43
Inf. 172/10 párrs. 185 y 189, Inf. 173/10 párrs. 75 y 80.
44
En términos similares se expidió la Comisión Interamericana en el Informe 172/10,
Mendoza, caso de prisión perpetua a menores en Argentina, al referirse a la necesidad de
respetar las garantías establecidas por la convención en materia de derecho al recurso.
45
Todos ellos antes citados.
46
Con cita de fallos del mismo tribunal: caso Baena Ricardo y otros; caso Maritza Urrutia y
caso Juan Humberto Sánchez.
47
Cuando expresó que “más allá de la relatividad de la clasificación de los recursos en
ordinarios y extraordinarios”, considerando 28, Fallos: 328:3399.
48
Corte IDH, Caso Mohamed, antes citado, condena a Argentina país por violar la doble
conformidad judicial.
Cabe aclarar que siempre que hablamos del derecho al recurso nos estamos
refiriendo al imputado, pues el recurso contra la sentencia ya no puede ser
concebido como una facultad de todos los intervinientes, ya que se ha trans-
formado “en un derecho exclusivo del condenado a requerir la doble conformi-
dad con la condena, condición de la ejecución de una pena estatal”.55
49
Véase sitio web, video del desarrollo de la audiencia ante la Corte IDH.
50
CSJN, Fallos: 328:3399, considerando 22.
51 Extensión del precedente Casal, Fallos: 328:3390, a las provincias conforme Fallos:
329:530, Rufino Salto de la CSJN, antes citado.
52 Corte IDH, caso Mohamed, párrafo 99 con cita de caso Herrera Ulloa vs. Costa Rica y caso
Barreto Leiva vs. Venezuela.
53 Corte IDH, caso Mohamed, con cita de Herrara Ulloa y Barreto, casos antes referidos.
54 Idem.
55 Maier, Julio B., Derecho procesal penal. Tomo I: Fundamentos, Buenos Aires, Editores del
Puerto, 1996, p. 709.
56
CSJN, Fallos: 318:514.
57
CSJN, Fallos: 320:2145.
58
CSJN, Fallos: 329:5994.
59
Informe 173/10, párr. 70, con cita ONU, Observación General 32/07. Criterio con-
solidado por la propia Corte IDH en el caso Mohamed vs. Argentina.
60
Corte IDH, caso Mohamed, con cita de Herrara Ulloa y Barreto, casos antes referidos.
61
Corte IDH, caso Mohamed, párrafo 99.
62
C: 1787. XL. Cardoso, Gustavo Fabián s/ recurso de casación, del 20 de junio de 2006.
por aquella interpretación que fuera más respetuosa del principio pro homine.
Ello en el marco del “deber de garantizar” el derecho al recurso que asiste a
toda persona inculpada de delito…
63 C. 605. XXXIX Recurso de hecho, Cofré, Raúl Armando y otros s/ causa 3933, 23 de
diciembre de 2004. Con cita de Fallos 319:192.
64 “El recurso extraordinario deberá ser interpuesto por escrito, fundado con arreglo a
lo establecido en el art. 15 de ley 48, ante el juez, tribunal u organismo administrativo que
dictó la resolución que lo motiva, dentro del plazo de diez días constados a partir de la noti-
ficación”, artículo 257, CPCCN, apartado primero.
65 C. 605. XXXIX Recurso de hecho, Cofré, Raúl Armando y otros s/ causa 3933, 23 de
diciembre de 2004. Con cita de Fallos: 319:192.
66 Idem.
ción cuando la inactividad procesal sea del defensor técnico. Así adquiere
relevancia que se le provea suficiente asistencia técnica a tal fin.
Los fallos reseñados citan el precedente Dubra,67 donde expresamente
se dijo que
carece de relevancia que dicha defensa hubiera sido notificada un mes antes
del rechazo del recurso extraordinario… puesto que lo que debe tenerse en
cuenta para el cómputo del plazo en la interposición de la queja es la notifica-
ción personal al encausado de la decisión que acarrea la firmeza de la conde-
na —dado que la posibilidad de obtener un nuevo pronunciamiento judicial
a través de los recursos procesales constituye una facultad del imputado y no
una potestad técnica del defensor— y el eventual cumplimiento de recaudos
que garanticen plenamente el derecho de defensa…68
67
CSJN, Dubra, David Daniel y otros/causa nro 348, resuelta el 21 de septiembre de 2004
(Fallos, 327:3802).
68 Con cita de Fallos 311:2502 y 322:1343, voto del juez Petracchi. Este criterio fue sos-
tenido nuevamente para revocar el decisorio que declaró desierto el recurso por falta de
mantenimiento en el caso Compudata, C.432.XLV, del 15 de junio de 2010.
69 Fallos G.198.XLV Garay, Daniel Alejandro s/ recurso de revisión, resuelta el 15 de diciembre
de 2009.
PVA, Núñez, Ricardo Alberto s/ sus recursos de queja y casación y extraordinario, del 16 de noviembre
de 2004.
72 Ibidem, considerando 6), CSJN, Núñez (Fallos 327:5095).
73 Ibidem, Schenone, considerando 10), el destacado nos pertenece.
4. Ampliación de agravios
74
Conforme la CSJN, pro homine y superación del rigor formal, entre otros.
75
FallosC.2979.XLII Catrilaf, Ricardo o Fernández, Luis Miguel s/causa 6799, resuelta el
26 de junio de 2007 y C.1223.XLIII Concha, Alejandro Daniel s/ causa 7585, resuelta el 20 de
agosto de 2008.
76
Pretensión impugnativa ampliada en aquella oportunidad, como en tantas otras por la
defensora oficial ante la Cámara Nacional de Casación Penal, doctora Eleonora Devoto.
77
Es importante señalar que quien lea Catrilaf no encontrará los antecedentes del caso,
pues en el fallo sólo se revoca el decisorio y cita Casal, pero lo cierto es que el agravio federal
que motiva la apertura del recurso extraordinario federal es la falta de tratamiento de una
cuestión introducida en audiencia. Hubo otras decisiones posteriores en igual sentido.
algún modo también por la falta de una adecuada discusión ante la ausencia
de cesura del juicio, en algunos códigos como el nacional. Así, entendemos
que es posible expedirse de oficio sobre la arbitrariedad en la motivación de
la pena sin que haya habido planteos en sentido concreto.
Esto mismo sucede cuando se advierten vicios absolutos del trámite que
dan lugar a violación de las garantías mínimas del debido proceso.81
hecho, el bien jurídico afectado, la culpabilidad del agente y los otros datos que concurren al
ejercicio de la individualización (atenuante y agravantes o elementos de referencia que guían
el razonado arbitrio judicial)”.
81
Es probable que eminentes procesalistas rosarinos interpreten lo contrario a partir de
una férrea posición “anti actuación oficiosa”, que con excepción de estos casos compartimos,
desde su posición ésta es violatoria del principio acusatorio, a pesar de ello insistimos dado
que la experiencia diaria nos persuade para obrar de ese modo frente a la debilidad de algu-
nas defensas y la necesidad de expedirnos dentro de un plazo razonable.
82
CSJN, Tarditi, Matías Esteban s/homicidio agravado por haber sido cometido abusando de su
función o cargo como integrante de la fuerza policial causa 1822, resuelta el 16 de septiembre de
2008 (Fallos: 331:2077). Conforme al dictamen del procurador a cuyos argumentos remite la
Corte.
83
CSJN, Fallos, 331:2077.
84
Pastor,Daniel, La nueva imagen de la casación penal, Buenos Aires, Ad Hoc, 2001, p. 161.
85
La profundización de los alcances y límites del juicio ante el tribunal del recurso, sea
de casación, apelación o innominado, es una temática que todavía no ha sido claramente de-
velada, máxime cuando del propio fallo Herrera Ulloa se desprende la procedencia de prueba
en esa instancia. ¿Cuál es la prueba a producir?, es un desafío más que plantea el derecho al
recurso, más allá del criterio que sentamos en el punto anterior en orden al objeto del recurso
como limitado al “juicio” o decisión.
86
La Corte en el precedente Arce, explicitó que el acusador penal público no tenía dere-
cho al recurso en los términos de la CADH, Fallos 3202145.
87
El derecho al recurso de la víctima es un tema con escaso desarrollo, sin embargo, el
máximo Tribunal en el caso Juri, dijo que se cercenaba “…el derecho a recurrir de la víctima
del delito o de su representante a partir de las normas internacionales sobre garantías y pro-
tección judicial previstas en los artículos 8, ap. 1o. y 25 de la Convención Americana sobre
Derechos Humanos”.
88
Maier, Julio B., Derecho procesal penal, cit., pp. 632 ss.
89
CSJN, Fallos: 330:2265. En este supuesto, la decisión receptó el voto en disidencia de
los jueces Petracci y Bossert en Alvarado (Fallos 321:1173).
90
CSJN, Fallos: 330:4928.
91
CSJN, G.931.XLII, Gilio Juan y Montenegro, Susana Beatriz.
92
CSJN, S.219.XLV, Sandoval, David Andrés.
93
Artículo 290 del Código Procesal Penal de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires,
Ley 2303.
94
Código Procesal Penal de Neuquén, Ley 2784.
que son de interés público, general y común, puede estar exento por alguna
razón de los principios que promueve y defiende el garantismo procesal, y si
en contrapartida de alguna manera resulta justificado el activismo judicial
que tanto se reclama desde una parte de la tribuna jurídica.
Quisiera señalar, desde un primer momento, que algunos problemas
conceptuales e interpretativos que sin duda trascienden a la actuación ju-
dicial parecieran surgir porque forzadamente se intenta hacerle decir a las
leyes algo que no quisieron nunca y forzar un sentido determinado al signi-
ficante normativo.2 Seguramente el debate consiste en ver quién pega pri-
mero en el combate ideológico y de esa manera lograr imponer el criterio o
la falta de criterio, dependiendo de dónde se lo mire.
Pero lejos de ese debate, que no es tan solo ideológico y doctrinario,
sino que tiene sus serias implicancias funcionales, aparece algo que resulta
intolerable, lo cual consiste en confundir y camuflar los conceptos, construir
falacias, como sostener que para lograr una justicia rápida, eficiente y cer-
cana a la verdad de los hechos deberá otorgarse a los jueces un rol prota-
gónico sobre el proceso en aras del descubrimiento de la verdad y del bien
común. Sobre ello, que para mis convicciones constituye el eje del análisis y
de la crítica hacia los jueces publicista, iré explayándome en el transcurso de
mi análisis, pero quería dejarlo sentado desde un principio, puesto que esta
molestia aparece agradablemente como motivadora en mi discurso y resulta
recurrente cada vez que analizo un texto en el que se elogian y fomentan
actitudes inquisitivas por parte de un juez a la altura de la complejidad de
los casos.
Me interesa particularmente analizar uno de los procesos más para-
digmáticos, que opera como matriz por encontrarse reconocido constitu-
cionalmente, y que es el amparo ambiental, incorporado en la reforma de la
Constitución de la Nación Argentina, como concreción de la garantía a un
ambiente sano y equilibrado, apto para el desarrollo humano, previsto par-
ticularmente en los artículos 41 y 43.3
2 Para Lacan, no sólo las palabras, sino también los objetos, las relaciones y los síntomas
pueden ser vistos como significantes. Un significante es tal cosa cuando ha sido inscrito en
el orden de lo simbólico. Es en este orden donde el significante puede adquirir un sentido,
un significado que se va estableciendo a través de la relación con otros significantes y del
contraste de sus diferencias y similitudes. Lacan quiere decir que el pensar está constituido
básicamente por significantes que cambian continuamente de significado. Por ello creo que
la lucha ideológica se trata de qué sector doctrinario impone sus ideas respecto a lo que debe
ser el proceso judicial con todas sus circunstancias.
3 También las provincias argentinas, en el marco de un sistema federal, han adoptado
en sus Constituciones la acción de amparo, las cuales se conciben como una acción popular,
puesto que no se le requiere al accionante, “toda o cualquier persona”, que titularice un
derecho subjetivo o interés legítimo, sino que excita la jurisdicción en defensa de los intereses
difusos.
En México no se regula este instituto, a pesar de ser donde por primera vez se receptó el
amparo en la Constitución de 1857 y donde mayor desarrollo adquirió, bajo el influjo de los
writs estadounidenses y la Constitución española de 1812, tiene finalidades diversas a las que
prevé el ordenamiento legal argentino, por ejemplo: a) el amparo como defensa de los dere-
chos de libertad (similar a nuestro hábeas corpus); b) el amparo contra leyes; c) el amparo en
materia judicial como medio impugnativo de sentencias que contengan errores in procedendo o
in iudicando (a diferencia de nuestro amparo, que no procede contra medidas judiciales), con
un alcance similar al que tiene el recurso de casación italiano, y d) el amparo administrativo
(Fix-Zamudio, Héctor, Juicio de amparo, México, 1964, pp. 110-114). Otra diferencia que me-
rece destacarse es que el amparo mexicano nunca procede contra actos de particulares (Fix-
Zamudio, Héctor, “Mandato de seguridad y juicio de amparo”, Boletín de Instituto de Derecho
Comparado de México, enero-abril de 1963.
4 De la misma manera que como ocurre en México, el citado precepto de la Constitu-
ción argentina contempla el principio de supremacía constitucional, señalando el siguiente
orden de prioridad: 1) Constitución y tratados internacionales con jerarquía constitucional
(sobre derechos humanos); 2) tratados internacionales en otras materias; 3) leyes nacionales;
4) Constituciones y leyes provinciales. Respecto de la supremacía constitucional, ello está
fuera de debate, pues, como se dijera, el principio supone no sólo la existencia de la ley fun-
damental por encima de cualquier tipo de norma, sino la subordinación a su texto de las que
se encuentran por debajo de ella. La Corte Suprema de Justicia de la Nación ha interpretado
que pese a la literalidad de la disposición constitucional, no hay duda que después de las
normas constitucionales los tratados tienen rango superior a las leyes nacionales.
5 Significó una clara adhesión al modelo del “acceso a la justicia”, al reconocer la di-
recta operatividad de las garantías procesales y reforzar las mismas mediante —entre otras
cosas— la constitucionalización del amparo en todas sus variantes, incluyendo el colectivo.
Morello, Augusto M., “El impacto de las reformas constitucionales en el sistema de justicia”,
El Derecho, 176-909.
dijo, constituyen los presupuestos sobre los que, junto con garantías cons-
titucionales concordantes, se evaluará la legalidad de las normas inferiores
con las que se pretendieron reglamentar el amparo colectivo ambiental.
El artículo 41 de la Constitución de la Nación argentina expresa:
Todos los habitantes gozan del derecho a un ambiente sano, equilibrado, apto
para el desarrollo humano y para que las actividades productivas satisfagan
las necesidades presentes sin comprometer las de las generaciones futuras; y
tienen el deber de preservarlo. El daño ambiental generará prioritariamente
la obligación de recomponer, según lo establezca la ley.
Las autoridades proveerán a la protección de este derecho, a la utilización
racional de los recursos naturales, a la preservación del patrimonio natural
y cultural y de la diversidad biológica, y a la información y educación am-
bientales.
Corresponde a la nación dictar las normas que contengan los presupuestos
mínimos de protección, y a las provincias, las necesarias para complementar-
las, sin que aquéllas alteren las jurisdicciones locales.
Se prohíbe el ingreso al territorio nacional de residuos actual o potencial-
mente peligrosos, y de los radiactivos.
7
Alvarado Velloso, Adolfo, “El garantismo procesal”, La Ley, 15 de diciembre de 2010.
8
González Zavala, Rodolfo, “Nuestro incipiente proceso ambiental”, Revista de Derecho
de Daños, núm. 2011–1, Rubinzal Culzoni, p. 194; “Los jueces debemos abandonar el papel
pasivo y tomar una actitud activa, con amplias facultades, flexibilizando las rígidas estruc-
turas clásicas del procedimiento civil. Debemos disponer de medidas preventivas, eficaces,
en orden a proteger el bien común. Y hay que hacerlo incluso, sin petición de parte. Müller,
Enrique Carlos, “El perfil del juez ambiental”, Revista de Derecho de Daños, cit., p. 168.
9 Ley núm. 25.675, artículo 6o.: Se entiende por presupuesto mínimo, establecido en el
artículo 41 de la Constitución Nacional, a toda norma que concede una tutela ambiental
uniforme o común para todo el territorio nacional, y tiene por objeto imponer condiciones
necesarias para asegurar la protección ambiental. En su contenido, debe prever las condicio-
nes necesarias para garantizar la dinámica de los sistemas ecológicos, mantener su capacidad
de carga y, en general, asegurar la preservación ambiental y el desarrollo sustentable.
10 “Las normas procesales del proceso ambiental diseñado por la Ley 25.675 son algo
así como el sueño de un procesalista, casi todas las ideas modernas que se postulan respecto
del proceso civil están incorporadas al proceso ambiental diseñado por la Ley General del
Ambiente”, Peyrano, Jorge W., “Comentarios procesales sobre la ley 25.675”, en Cossari y
Luna (coords.), Cuestiones actuales de derecho ambiental, UCA, El Derecho, 2007, p. 121.
11
El juez no es ni debe ser parte en el litigio. Obvia y lógica consecuencia de ello es que
el juez no ha de hacer en el proceso lo que es tarea propia y específica de las partes litigantes:
afirmar e introducir hechos y, llegado el caso, probarlos. Por eso es, precisamente, que en el
sistema inquisitivo no se puede hablar con propiedad de una imparcialidad judicial en razón
de que el juez es, al mismo tiempo, el acusador o el impulsor oficioso de la llamada acción
penal, es decir: juez y parte. Idéntica reflexión cabe hacer respecto del juez de lo civil dentro
del sistema, que le permite subrogar a la parte procesal en la tarea de probar hechos con-
trovertidos y no probados adecuadamente por el interesado a quien le incumbía la carga de
hacerlo. Véase Alvarado Velloso, Adolfo, op. cit. Propiamente se puede aplicar lo expresado
por el maestro, a lo concerniente en el proceso colectivo ambiental.
12 Principalmente, artículo 18 Constitución de la Nación argentina y artículo 8.1 del
Pacto San José de Costa Rica, el cual dispone, entre las garantías judiciales de los derechos
fundamentales, que toda persona tiene derecho a ser oída con las debidas garantías y dentro
de un plazo razonable, por un juez o tribunal competente, independiente e imparcial, establecido con
anterioridad por la ley, en la sustanciación de cualquier acusación penal formulada contra
ella, o para la determinación de sus derechos y obligaciones de orden civil, laboral, fiscal o de cualquier
carácter.
rídico las provincias del Estado federal se han reservado expresa e inten-
cionadamente, conforme lo prevén los artículos 5 y 121 de la Constitución
Nacional, los derechos de dictarse sus códigos procesales por los que aplican
el derecho sustancial que dicta el Congreso de la Nación.13 En definitiva,
estoy convencido de que al arrogarse atribuciones, legislando sobre cuestio-
nes procesales, se apropian progresivamente de las potestades de los estados
provinciales, que gozan de autonomía para dictarse sus propios reglamentos
en la aplicación de la legislación sustancial, con lo cual, sin lugar a dudas,
desde mi punto de vista, y sin desconocer que existe doctrina que opina en
contrario, a mi juicio con argumentos no muy solventes, que con ello se ha
quebrado el sistema republicano y federal de gobierno.14 Sin embargo, el
debate constitucional sobre poderes residuales de las provincias o implícitos
de la nación requiere de un extenso tratamiento que aquí sería inapropiado,
pero no por ello trasunta su consideración sintética en un elemento esencial
en el cuestionamiento que vengo efectuando al precepto de la ley nacional.
13 Artículo 5: “Cada provincia dictará para sí una Constitución bajo el sistema represen-
tativo republicano, de acuerdo con los principios, declaraciones y garantías de la Constitu-
ción Nacional; y que asegure su administración de justicia, su régimen municipal, y la edu-
cación primaria. Bajo de estas condiciones, el Gobierno federal, garantizará a cada provincia
el goce y ejercicio de sus instituciones”.
“Artículo 121. Las provincias conservan todo el poder no delegado por esta Constitución
al gobierno federal, y el que expresamente se hayan reservado por pactos especiales al tiem-
po de su incorporación”.
14 El establecimiento de la forma republicana refiere básicamente a un sistema político
de división y control de poder. De acuerdo con la Constitución Nacional, la separación de
poderes se expresa en función de tres modalidades: a) según la clásica división tripartita
entre los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial; b) la división federal, que establece dos
órbitas territoriales de poder, una representada por el central, federal o nacional, y otra por
los poderes locales o provinciales; c) la división entre el poder constituyente y los poderes
constituidos. La finalidad perseguida por este fraccionamiento de poder —que implica atri-
buciones propias y cooperación compartida— es la de sortear los riesgos de una excesiva
centralización en la toma de decisiones públicas, y se plasma en un sistema de relaciones de
“frenos y contrapesos” entre poderes. En tercer término, el concepto de federalismo remite a
la existencia de un Estado integrado por más de un centro territorial con capacidad norma-
tiva, y en el que se equilibran la unidad de un solo Estado con la pluralidad y autonomía de
muchos otros. En la Constitución argentina este sistema posee perfiles propios que lo diferen-
cian del modelo estadounidense en que se inspira, y establece tres categorías de relaciones en
la estructura federal: a) relaciones de subordinación de los estados locales —provincias— al
Estado federal; b) relaciones de participación, cuyo ejemplo más preciso está dado por el
desempeño del Senado en el gobierno legislativo de la nación (donde se equilibra la inter-
vención de los estados pequeños y grandes); c) relaciones de coordinación, vinculadas a la
distribución de competencias exclusivas, delegadas, reservadas y concurrentes. Secretaría de
Coordinación Institucional de la Procuración General de la Nación, Apuntes sobre el sistema
judicial y el Ministerio Público Fiscal de la República Argentina, 2004.
Por un lado, muchos estamos de acuerdo con que debemos trabajar por
una democracia más igualitaria, en el sentido de que todos los ciudadanos
cuenten con servicios públicos esenciales, y que en consecuencia tengan las
mismas oportunidades, también coincidimos con cuidar al medio ambien-
te, nuestra casa, tanto para el presente como para las generaciones futuras,
pero nadie dijo que ello implique desplazar a las autoridades legislativas y
ejecutivas elegidas democráticamente, por una judicatura que se aleja de
sus funciones originarias y rompe severamente el sistema democrático y re-
publicano en cuanto se arroga funciones políticas que no le son inherentes.19
De tal manera que del único activismo que se puede hablar es del la-
boral, de la contracción intensa al trabajo. La única tarea ardua debiera
ser aquella destinada a no demorar causas importantes. Para ello deviene
necesario asignar partidas importantes de recursos económicos y humanos
al ámbito judicial, y también a los auxiliares de la justicia, como ya se dijo
también la especialización de la justicia con jueces idóneos y el fortaleci-
miento del Ministerio Público. Allí es donde debe aparecer el pretendido
dinamismo judicial, la energía que se les reclama, y no en pretender que un
juez garantice encontrar a la verdad “real” de los hechos ¿Para qué servi-
rían, por ejemplo, las medidas denominadas “autosatisfactivas”, aun siendo
inconstitucionales, si el juzgado tarda más de una semana en despachar
cualquier escrito? No se necesitan más leyes ni creaciones pretorianas, sim-
plemente respetar y actuar conforme al mandato constitucional, la voluntad
y responsabilidad del juez en resolver el conflicto.
Una cuestión que se me presentaba, aun efectuando el análisis anterior,
era la posibilidad de que se admitiera cierta excepcionalidad y, por ende, un
margen, aunque sea mínimo, de activismo en el proceso ambiental, por te-
ner éste por objeto intereses con incidencia colectiva. Pero inmediatamente
advertí que no resultaba necesario, porque la circunstancia de que el am-
paro ambiental sea un proceso de incidencia colectiva no incluye al juez
como parte afectada, puesto que actúa como poder jurisdiccional, imparcial
naturaleza inválida. Su uso no implica que la conclusión a la que se llega sea falsa. Lo que lo
hace falaz es la incorrección del razonamiento en sí. Todo razonamiento falaz es inválido; es
decir, que sus premisas no garantizan la verdad de su conclusión, pero en ocasiones pueden
ser muy sutiles y persuasivas, y puede hacer falta mucha atención para detectarlas.
19 Ser solidario es mostrar o prestar adhesión o apoyo a una causa ajena, idea de la cual
surge el solidarismo, considerado una corriente destinada a ayudar altruistamente a los demás.
Reconozco que la idea y la bandera que ellos despliegan son realmente fascinantes: se
trata ―nada menos― que de ayudar al débil, al pobre, al que se halla mal o peor defendido,
etcétera. Pero cuando un juez adopta esta postura en el proceso no advierte que, automáti-
camente, deja de lado lo que siempre ha de ser irrestricto cumplimiento de su propio deber
de imparcialidad. Y, de esta forma, vulnera la igualdad procesal, Alvarado Velloso, Adolfo,
op. cit.
20
Si se trata de procesar, el poder primariamente debe recaer en las partes, porque de
lo contrario se desmorona su igualdad y la imparcialidad del juzgador. Por tal razón no
aceptamos el ofrecimiento y producción de prueba de oficio ni el impulso de oficio, pues esa
actividad la deben llevar a cabo solamente los litigantes ―nunca la autoridad, quien en el
desarrollo del proceso debe limitarse a conectar instancias y resolver los incidentes o inci-
dencias procedimentales que se susciten—. Esta visión del proceso como el medio de debate
por excelencia para el resguardo pleno de los derechos fundamentales debe aplicarse siempre
que éstos estén en litigio ―alcanzando igualmente a los derechos de primera, segunda o ter-
cera generación― porque es el método que necesariamente se debe respetar a fin de lograr
una decisión que no desarticule el macrosistema. Por ello, no nos parece apropiado que se
deje de lado la imparcialidad o la igualdad de las partes aduciendo casos especiales basados
en la clase de derecho que se trate o en la debilidad de un contendiente frente a otro,
porque en definitiva o no se estará discutiendo y oyendo adecuadamente o se terminará
privilegiando la aplicación del criterio personal de justicia de quien resuelve, más allá de lo
que mande el ordenamiento jurídico, Calvinho, Gustavo, op. cit.
Se ha advertido sobre dos deformaciones comunes de la idea de independencia que son el
resultado de ignorar que la posición del juzgador en el Estado de derecho viene dada tanto
por sus poderes como por sus deberes. La primera, que tiende a asimilar la independencia
a la autonomía, olvida la posición de poder institucional que el juez ocupa; la segunda, que
tiende a asimilar la independencia a la soberanía, define la posición del juez dentro del orden
jurídico a partir exclusivamente de sus poderes, ignorando sus deberes. Así, el deber de inde-
pendencia de los jueces tiene su correlato en el derecho de los ciudadanos a ser juzgados des-
de el derecho, no desde relaciones de poder, juegos de intereses o sistemas de valores extraños
al derecho. El principio de independencia protege no sólo la aplicación del derecho, sino que
además exige al juez que falle por las razones que el derecho le suministra, Aguiló Regla,
Josep, “Independencia e imparcialidad de los jueces y argumentación jurídica”, Isonomía,
Revista de Teoría y Filosofía del Derecho, México, núm. 6, abril de 1997, pp. 75-77, consultable en
http://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=125296.
21
Los moldes procesales clásicos no resultan suficientes para contener estas nuevas mo-
dalidades de litigio que debe enfrentar la judicatura… Y ello nos permite comprender que
acaso el exorbitante crecimiento del proceso, que parece andar en busca de cierta racionali-
dad que lo ordene, responda a la tan mentada inutilidad de los moldes clásicos, Ucín, María
Carlota, “Procesos colectivos, ¿por qué el Ministerio Público?”, Revista de Derecho Procesal,
Rubinzal-Culzoni, 2012, número extraordinario, pp. 221 y 222.
22 Toda esta actividad está tipificada por el debate, y éste es la consecuencia natural de un
comportamiento bilateral, que surgiendo en una serie graduada exige un dinamismo que sólo
puede lograrse con la proyectividad del instar de una parte hasta el reaccionar de la otra. El de-
bate es imposible ahí donde no hay instancia que excite la respuesta ajena. Un procedimiento
sin debate podrá ser averiguación o ejecución, jurisdicción voluntaria o providencia cautelar
pero no proceso, Briseño Sierra, Humberto, El principio acusatorio en el proceso penal, México, p. 74.
23 El principio precautorio es el nuevo paradigma de la responsabilidad ambiental, en
función de que el campo de derecho ambiental es propicio para las soluciones anticipatorias
(ex ante y no ex post). Ello, por cuanto las agresiones al medioambiente son por regla de imposi-
ble, improbable o difícil reparación, Martínez, María Paulina, Protección ambiental. El principio
precautorio, Buenos Aires, Editorial Ciudad Argentina, p. 98.
24 Sabsay, Daniel A., “El desarrollo sustentable en un fallo de la justicia federal”, Diario de
Jurisprudencia y Doctrina El Derecho, año XXXV, núm. 9355, 1997, p. 1.
25
De esta forma observamos cómo el principio precautorio avanza aún más que el pre-
ventivo, ya que considera la necesidad de evitar el daño aun cuando no existe certeza respec-
to de su acaecimiento futuro, y se plantea frente al peligro que se produzca un daño grave o
irreversible (fallo: Salas, Dino y Otros c/ Salta, Provincia de y Estado Nacional s/amparo).
Véase también Esaín, José, “De la prevención ambiental. Los estudios de impacto am-
biental y las medidas autosatisfactivas en el derecho ambiental provincial, la suspensión cau-
telar de proyectos por carencia de trámites preventivo ambientales en la Provincia de Buenos
Aires”, La Ley, Buenos Aires, año 10, núm. 2, marzo de 2003, pp. 148; o Esaín, José, “El prin-
cipio de prevención en la nueva Ley General del Ambiente 25.675”, suplemento de derecho
administrativo de la revista jurídica Lexis Nexis, del 1 de septiembre de 2004.
26
Ley núm. 25.675, artículo 32, párrafo segundo: “En cualquier estado del proceso, aun
con carácter de medida precautoria, podrán solicitarse medidas de urgencia, aun sin audien-
cia de la parte contraria, prestando debida caución por los daños y perjuicios que pudieran
producirse. El juez podrá, asimismo, disponerlas, sin petición de parte”.
27
Con la reforma constitucional de 1994 se lo ubica como un órgano extrapoder, y
consecuentemente independiente del Poder Judicial o del Ejecutivo. “Hay cuestiones que
mayor poder político, cuando resulta indudable que bajo el ropaje discur-
sivo de mayor celeridad, eficiencia y compromiso se reinstala un activismo
judicial que pareciera cumplir la función del ombudsman, un gatopardismo
que pretende imponer un neoinquisitivismo procesal.30
Por razones de lógica jurídica y de apego a los mandatos constitucio-
nales, sostengo que el proceso jurisdiccional, cualquiera que sea,31 inclusive
el proceso ambiental, por ser también consustancial, sólo puede entenderse
bajo los principios que propugna el garantismo procesal;32 es decir, como
proceso dispositivo o acusatorio, pues es el único que contiene la estructura
triangular (actor o acusador, demandado o acusado y autoridad o juez) que
surge del artículo 18 de la Constitución Nacional, con una definida distri-
bución funcional respetuosa de la igualdad de las partes e imparcialidad
del juzgador o lo que sería la síntesis de ello, la inviolabilidad de defensa en
juicio.33
que sea posible en interés de todos, pero ante todo en resguardo de la dignidad de la persona
Pastor, Daniel, El plazo razonable en el proceso del Estado de derecho, Ad Hoc, 2002, p. 104.
30
Los juicios ambientales están destinados a funcionar como “laboratorio” para testear
novedades atípicas, que luego se irán trasladando a los procedimientos tradicionales (Gon-
zález Zavala, Rodolfo, “Nuestro incipiente proceso ambiental”, Revista de Derecho de Daños,
2011–1, Rubinzal-Culzoni, p. 191.
Por supuesto, el fenómeno excede la problemática ambiental. Los sistemas procesales
civiles están mutando de manera generalizada: “nadie duda de que el proceso civil está en
el tiempo presente en busca de su propia identidad y de la construcción de un modelo fiel a
las nuevas realidades de la sociedad actual”, Dinamarco, Cándido Rangel, Nova era do proceso
civil, 3a. ed., Sao Paulo Malheiros, 2009, p. 11.
31
El artículo 10 de la Declaración Universal de Derechos Humanos sirve de sustento
para fundamentar que las garantías procesales del derecho internacional de los derechos hu-
manos alcanzan a todos los procesos, con prescindencia de la materia en debate, al establecer
que “toda persona tiene derecho, en condiciones de plena igualdad, a ser oída públicamente
y con justicia por un tribunal independiente e imparcial, para la determinación de sus dere-
chos y obligaciones”.
32
Como movimiento filosófico que en definitiva es, lo que el garantismo pretende es el
irrestricto respeto de la Constitución y de los pactos internacionales que se encuentran en
su mismo rango jurídico. Los autores así enrolados no buscan a un juez comprometido con
persona o cosa distinta de la Constitución, sino a un juez que se empeñe en respetar y hacer
respetar a todo trance las garantías constitucionales, Alvarado Velloso, Adolfo, op. cit.
33
Dice Alexy que el discurso jurídico es una especie del discurso práctico, del discurso
para la acción. En el proceso de toma de decisiones jurídicas se concretan opciones que, para
ser racionales, deben justificarse. Una de las reglas para garantizar la racionalidad del dis-
curso es, precisamente, la de permitir la participación de todos los interesados. Las reglas de
la simetría y de la libertad implican que todos puedan tomar parte en el discurso, que todos
puedan problematizar cualquier aserción, que todos puedan expresar sus opiniones, y que a
nadie se impida el ejercicio de estos derechos mediante coacción interna o externa.
La prédica por una aproximación progresiva a ese ideal nunca alcanzable de modo per-
fecto que es la imparcialidad, no obedece a una desviación ideológica de cierto procesalismo
ni a un sueño atávico de racionalistas nostálgicos. Como diría Ciuro Caldani, “siempre, en
alguna medida, la jurisdicción racionaliza... En la medida que los pronunciamientos juris-
diccionales tienen razonabilidad y consecuente fuerza de convicción para los interesados y
para el resto de la comunidad poseen más posibilidades de hacerse efectivos. Uno de los pro-
blemas graves en países como el nuestro es la pérdida de razonabilidad social de los pronun-
ciamientos jurisdiccionales”. La vigencia de la garantía de un juez imparcial —tan imparcial
como sea posible— es un buen comienzo, Meroi, Andrea, La imparcialidad judicial. Activismo y
garantismo procesal, Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba.
34
Es indudable que la justicia de América se encuentra en gravísima crisis: el número de
jueces y de funcionarios existentes en las plantas de personal de los diversos poderes judicia-
les no se corresponde con la magnitud del trabajo que deben cumplir diariamente; la crisis
es persistente por coexistencia de un cúmulo enorme de causales que nadie quiere enfrentar
y, en su caso, revertir; ha crecido desmesuradamente el índice de litigiosidad, tanto en lo civil
como en lo penal, Alvarado Velloso, Adolfo, op. cit.
I. Introducción
* E-mail: acs@egacal.com
479
1
Briseño Sierra, Humberto, Derecho procesal, México, Cárdenas Editor, 1969, vol. II, p. 18.
2 “Un proceso de transformación del ordenamiento jurídico al término del cual el or-
denamiento jurídico en cuestión resulta totalmente impregnado por las normas constitucio-
nales. Un ordenamiento jurídico constitucionalizado se caracteriza por una Constitución
invasora, entrometida (pervasiva, invadente), capaz de condicionar tanto la legislación como la
jurisprudencia y el estilo doctrinal, la acción de los actores políticos, así como las relaciones
sociales”, Guastini, Riccardo, “La constitucionalización del ordenamiento jurídico. El caso
italiano”, en Carbonel, Miguel, Neoconstitucionalismo, Madrid, Trotta, 2005, p. 49.
pero nada de ello viene a fundar la teoría de que el juez deba desentenderse
de la Ley. Por el contrario, cuando el legislador quiere que el juez legisle, lo
determina a través de la norma positiva. Si desea que invoque el precedente,
hará obligatoria la jurisprudencia, y si prefiere que el conglomerado establez-
ca el derecho, estipulará el valor de la costumbre.5
3
“El ideal del juez independiente e imparcial designa al juez que no tiene más motivos
para decidir que el cumplimiento de su deber. El cumplimiento del deber son tanto la ex-
plicación como la justificación de las decisiones del juez independiente e imparcial, o dicho
de otra forma, los motivos por los que el juez decide (la explicación de la decisión) coincide
con la motivación (la justificación de la decisión. Así pues, la independencia (deber de in-
dependencia) y la imparcialidad (el deber de la imparcialidad) responden al mismo tipo de
exigencias: trata de proteger el derecho de los ciudadanos a ser juzgados desde el derecho (le-
galidad de la decisión) y tratan de preservar la credibilidad de las decisiones y de las razones
jurídicas. Y para ello pretender controlar los móviles (motivos) por los cuales el juez decide”.
Aguiló Regla, Josep, “Los deberes inherentes a la práctica de la jurisdicción: aplicación del
derecho”, RIJB Estudis, 10, ponencia con algunas modificaciones presentada en el IV Con-
greso Nacional de Jueces del Perú, “Desafíos de la Justicia del Siglo XXI”, Cusco, 24 al 27
de agosto de 2010.
4 Briseño Sierra, Humberto, op cit., p. 93.
5 Ibidem, p. 28.
6 En este punto tomamos, para referirnos a este riesgo, que el juez constitucional esté
autorizado en pro de la eficacia de los derechos fundamentales y el reguardo de la Constitu-
ción a variar o modular las reglas de juego en el proceso. Muestra de ello es que en el Perú
se ha definido “la autonomía procesal” en materia constitucional, y es la propia definición
que otorga el Tribunal Constitucional peruano la que permite observar la relativización que
afecta la seguridad jurídica. Así, el Tribunal ha señalado: “Según el principio de autonomía
procesal, el Tribunal Constitucional detenta en la resolución de cada caso concreto la potes-
tad de establecer, a través de su jurisprudencia, normas que regulen el proceso constitucio-
nal, a través del precedente vinculante del artículo VII del Código Procesal Constitucional,
en aquellos aspectos donde la regulación procesal constitucional presenta vacíos normativos
o donde ella debe ser perfeccionada o adecuada a los fines del proceso constitucional” (STC
0025-2005-AI/TC y 0026-2005-AI/TC).
do todas las normas del sistema deben guardar coherencia con los paráme-
tros que establece la Constitución, se comienza a producir un cambio en la
concepción del derecho: las Constituciones dejan el mundo de la política
y se introducen como una fuerza invasiva en todas las áreas del derecho.7
Este cambio se comienza a dar a partir de las Constituciones posteriores a
la Segunda Guerra Mundial, las cuales consagraron el principio de consti-
tucionalidad.8
Gambino sostiene que este cambio es consecuencia de la situación en
la que se encontraban la mayor parte de Estados en donde los derechos y
libertades no eran debidamente protegidos por la democracia parlamenta-
ria, ya que se había dejado al ciudadano solo frente a las arbitrariedades del
Poder Legislativo.9
La Constitución es una norma de textura abierta que es invocada en
controversias particulares y tomada en consideración por cualquier funcio-
nario o servidor del Estado para la justificación de decisiones y desarrollo
de sus actividades, por lo que es indispensable que alguien tenga la respon-
sabilidad de darle contenido y fijar sus alcances.
Esta nueva concepción del derecho tiene como uno de sus rasgos funda-
mentales la “garantía jurisdiccional”. Los jueces son los custodios de la efi-
cacia normativa de la Constitución y también llamados a ser sus intérpretes
legítimos, por lo que la voluntad del constituyente queda de lado. Se cumple
aquí lo señalado por Hamilton en El Federalista:
Una Constitución es de hecho una ley fundamental y así debe ser considerada
por los jueces. A ellos les pertenece, por lo tanto, determinar su significado,
así como ante una discrepancia, debe preferirse, como es natural, aquella
que posee fuerza obligatoria y validez ordinaria, la intención del pueblo a la
intención de sus mandatarios.10
10
Hamilton, Alexander, El Federalista, núm. 78.
11
Idem.
12
Häberle, Peter, El Estado constitucional, trad. de Héctor Fix-Fierro, México, UNAM,
2003, p. 150.
13
STC 05854-2005-AA/TC.
14
Los derechos fundamentales son propiamente lo justo, aquello reconocido y/o atribui-
do a cada ciudadano mediante normas de rango constitucional, mientras que la dignidad es
el título en que se funda dicho reconocimiento y/o atribución. Los derechos fundamentales
se convierten en el criterio básico de justicia: aquellas acciones —tanto particulares como de
poderes públicos— y normas que lo lesionan podrán calificarse de injustas, Domingo Pérez,
Tomás de, “La teoría de la justicia del neoconstitucionalismo”, Los derechos fundamentales en el
sistema constitucional. Teoría general e implicancias prácticas, Lima, Editorial Palestra, 2010, p. 18.
por la cual Briseño anotó: “Ir a un proceso esperando que el juez dé la ra-
zón porque se tiene el sentimiento de poseerla, sería tan contrario al Estado
de derecho, como pretender que el juez cambie la ley”.15
los principios dan el sentido, la finalidad a la que deben adecuarse las leyes. Si
por tal fenómeno se entiende una prelación normativa se habrá confundido
contenido con valor. La ley común no puede establecer una norma que valga
más que la constitucional, pero si hubiera de expresar lo mismo o simplemen-
te desenvolver una orden, los preceptos constitucionales se convertirían en
rubros de las leyes. Pero desde la perspectiva del valor, realmente un código
procesal no puede implantar una categoría que contraríe otra constitucional,
no puede la ley procesal regular un proceso en que no se deba oír al deman-
dado o indiciado, porque se trata de un principio constitucional, un valor
categorial que tiene preferencia.17
15
Briseño Sierra, Humberto, op. cit., p. 93.
16
“Pero se ha hablado de principios y garantías constitucionales. Sin ahondar sobre
nociones que son comunes a todo el derecho, y que más tarde tendrán que ampliarse, puede
dejarse establecido que entre los principios y las reglamentaciones hay la misma diferencia
que va de la orientación legislativa a la concreta normación de una situación”, Briseño Sie-
rra, Humberto, op. cit., p. 94.
17 Ibidem, p. 95.
dos en los instrumentos internacionales18 de los que son parte los Estados,19
en sus Constituciones y títulos preliminares de sus códigos procesales. Como
advertimos en líneas anteriores, el desafío estará en definir los contenidos y
alcances de cada uno de ellos y el rol del juez del constitucionalismo.
Como en el Estado constitucional de derecho existe una suerte de in-
corporación de lo moral (o cierta parte de ella) al derecho, y no como bus-
caba Kelsen en su Teoría pura, al proponer que sea un fenómeno meramente
jurídico-normativo. De aquí que la justicia ya no es meramente aplicativa,
sino deliberativa,20 puesto que se tienen que efectuar juicios de valor para
determinar ciertos contenidos. García Figueroa sostiene que no es posible
hacer una estricta separación entre derecho y moral debido a la inserción
de principios de contenido moral en el sistema jurídico y al hecho de que
tanto el razonamiento moral como el jurídico pueden verse como partes de
un mismo tipo de discurso práctico general.21
En este modelo nos apartamos de la misión acuñada por el autor de El
espíritu de las leyes, que sostenía que el juez era “la boca muda que pronuncia
las palabras de la ley”, en donde el Estado legislativo de derecho sucumbe
ante el Estado constitucional de derecho.
También tiene que observarse la sociedad de nuestros días, a diferencia
de la del siglo XIX, que era “monista”, presidida por los valores de la bur-
18
Se establece en el artículo 8o. de la Convención Americana las denominadas “garan-
tías judiciales” y en el artículo 14o. del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos
19
En el Perú, las garantías y principios de justicia se encuentran el artículo 139 de la
Constitución, pero también se regulan principios y garantías en los títulos preliminares del
Código Procesal Civil, Código Procesal Penal y Ley Procesal del Trabajo. Muchos de estos
contenidos han sido incorporados, además, como derechos implícitos en el marco del debido
proceso, como sucede con la prohibición de la reforma en peor, la congruencia procesal, la
imputación necesaria, entre otros.
20
A propósito de ello: “es mientras que no se demuestre que los jueces ostentan el mono-
polio de la racionalidad, la participación del Poder Ejecutivo, pero sobre todo del Legislativo,
resulta indispensable. De lo contrario, hacemos del diálogo un monólogo en que los jueces
son los que hablan y los demás actores son los que escuchan, sin pasar de la supremacía
judicial. En segundo lugar, por una razón epistémica, pues una participación amplia en la
deliberación aumenta las posibilidades de una mejor solución, que tenga una visión más de
conjunto de la situación y no únicamente circunscrita al litigio concreto. Finalmente, por una
razón pragmática, pues las resoluciones de los jueces requieren de la acción política, ya que
por sí solos no pueden extinguir la injusticia estructural”, Alterio, Micaela, “El debate sobre
el nuevo activismo y la justicia deliberativa”, Asociación de Analistas de la Doctrina Constitucional.
En http://analistastc.com/2012/02/23/el-debate-sobre-el-nuevo-activismo-y-la-justicia-deliberativa.
Revisada el 25 de mayo de 2013.
21
García Figueroa, Alonso, “El paradigma jurídico del neoconstitucionalismo. Un aná-
lisis metateórico y una propuesta de desarrollo”, en García Figueroa, Alonso (coord.), Racio-
nalidad y derecho, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2006, pp. 265-289.
las consecuencias que este fenómeno tiene para el modelo de Estado de dere-
cho legislativo son de primera magnitud: la ley, un tiempo la medida exclusiva
de todas las cosas en el campo del derecho, cede así el paso a la Constitución
y se convierte ella misma en objeto de mediación. Es destronada a favor de
una instancia más alta. Y esa instancia más alta asume ahora la importan-
tísima función de mantener unidas y en paz sociedades enteras, divididas y
concurrenciales.22
22
Zagrebelsky,
G., El derecho dúctil, trad. de M. Gascón, Madrid, Trotta, 1995, p. 63.
23
Alexy,
Robert, Teoría de los derechos fundamentales, 2a. ed., trad. de Carlos Bernal Pulido,
Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2008, p. 38.
Schmitt sostuvo que los principios podían ser designados como nor-
mas.26 Kelsen, al referirse a la justicia constitucional y a los principios, decía
que eran muy peligrosos porque podían interpretarse las disposiciones de
la Constitución como una invitación al legislador a someterse a la justicia,
24 “Apunta al mismo tiempo a un problema que es común en todas las democracias avan-
zadas: la creciente anomia del Estado contemporáneo, generada, de una parte, por la masiva
expansión de sus funciones —y de los correlativos espacios de discrecionalidad— en la vida
social y económica, y, de otra, por la reducción de la capacidad regulativa del derecho, la
inadecuación y la falta de efectividad de sus técnicas de garantía y por la tendencia de poder
político a liberarse de los controles jurídicos y a desplazarse a sedes invisibles y extrainstitu-
cionales”, Ferrajoli, Luigi, Derecho y razón. Teoría del garantismo penal, Madrid, Trotta, 1995, p. 10.
25 Pietro Sanchís, Luis, Derechos fundamentales. Neconstitucionalismo y ponderación judicial.,
Lima, Palestra Editores, 2002, p. 148.
26 Schmitt, C., La defensa de la Constitución, trad. de M. Sánchez Sarlo, Madrid, Tecnos,
1931, p. 45.
27
Kelsen, H., “La garantía jurisdiccional de la Constitución”, trad. de J. Ruiz Manero,
en Escritos sobre la democracia y el socialismo, Madrid, Debate, 1988, p. 142.
28
Varsi Rospigliosi, Enrique, “Plazo para negar el reconocimiento”, Código Civil comentado
por los 100 mejores especialistas, t. II, Derecho de familia, Gaceta Jurídica, 2003, p. 906.
29 Mondugno F., “La Corte Costituzionaleoggi”, en Lombardi, G. (coord.), Costituzione e
giustizia costituzionale nel diritto comparato, Italia, Rimini, 1985, pp. 33 y ss.
30
PietroSanchís, Luis, op. cit., p. 148.
31
Ibidem,
p. 194.
32
Taruffo, Michele, “La giustificazionesdelledecisione fondate su standards”, en Besso-
ne, Mario y Guastini, Ricardo (coords.), La regola del caso. Materiali sul ragionamento giuridico,
Padua, Cedam, 1995, pp. 269-270.
33
Gonzales Mantilla, Gorki, Los jueces. Carrera judicial y cultura jurídica, Lima, Palestra,
2009, p. 87.
las críticas al subjetivismo judicial no pueden ser eliminadas, pero tal vez sí
matizadas. En primer lugar, porque no nos movemos en el plano de cómo
se comportan efectivamente los jueces, sino de cómo deberían hacerlo; que
algunos jueces revistan sus fallos bajo el manto de la ponderación no es un
terapia segura que evite aberraciones morales, tonterías o un decisionismo
vacío de toda ponderación.35
34
Cepeda Espinosa, Manuel José, Derecho, política y control constitucional, Bogotá, Universi-
dad de los Andes, 1986, p. 89.
35
Pietro Sanchís, Luis, op. cit., p. 149.
36
Ibidem, p. 196.
37
Cappelletti, Mauro, op. cit., p. 154.
38
Kelsen, H., op. cit., p. 143.
39
Ferrajoli, Luigi, op. cit., p. 39.
Parte IV
las pruebas
LA FINALIDAD DE LA PRUEBA
DESDE UNA PERSPECTIVA
EPISTEMOLÓGICA
I. Introducción
497
exigencia de que la verdad material y efectiva, que debe actuar como criterio
vivificador en el campo del proceso penal, tenga vía libre para imponerse y
no encuentre obstáculos ni tropiezos en la ley. Frente a ella se levanta la lla-
mada verdad formal, es decir, la que se presenta por disposición o atribución
de la ley y que generalmente es propia del proceso civil.
7
Rocha Alvira, Antonio, De la prueba en derecho, Medellín, Biblioteca Jurídica Dike, 1990,
pp. 25 y 26.
8 Ruiz de Luna y Díez, Joaquín, “El descubrimiento de la verdad en los procedimientos
judiciales”, Revista Jurídica de Cataluña, España, 1970, pp. 173-176.
12
Rea Ravello, Bernardo, Filosofía de la ciencia, Lima, Amaru-Editores, 1993, p. 43.
13
Aduni, Compendio académico humanidades, Perú, Editorial Lumbreras, 2001, p. 377.
14 Parménides de Elea, actual Italia (h. 540 a. C.-h. 470 a. C). Fue un filósofo griego. No
existen datos confiables sobre su vida. Su pensamiento filosófico explica los caminos para
llegar al conocimiento. Su doctrina, todavía objeto de múltiples debates, se ha reconstruido
a partir de los escasos fragmentos que se conservan de su única obra, un extenso poema
didáctico titulado Sobre la naturaleza.
15 El filósofo Parménides señala en su interesante poema:
dos desde la infancia de suerte que no puedan mover la cabeza por las cadenas que les suje-
tan las piernas y el cuello… figúrate personas que pasan a lo largo del muro llevando objetos
de toda clase, figuras de hombres, de animales, de madera o de piedra, de suerte que todo
esto aparezca sobre el muro… si pudieran conversar unos con otros, ¿no convendrían en dar
a las sombras que ven los nombres de las cosas mismas? —sin duda… en fin no creerían que
exista otra realidad que estas mismas sombras. Mira ahora lo que naturalmente debe suceder
a estos hombres, si se les libra de las cadenas… si después se le saca de la caverna y se le leva
por el sendero áspero para encontrar la luz del sol… Necesitaría algún tiempo para acostum-
brarse a ello. Lo que distinguiría más fácilmente sería, primero las sombras; después las imá-
genes de los hombres y demás objetos pintados sobre la superficie de las aguas y por último
los objetos mismos. Luego dirigiría su mirada al cielo, al cual podría mirar más fácilmente
durante la noche de luz… después de ello razonando, llegaría a la conclusión que el sol es
quien crea las estaciones y los años, el que gobierna todo el mundo visible y el que en cierta
manera causa todo lo que se veía en la caverna… fija tu atención en lo que voy a decirte. Si
este hombre volviera de nuevo a la prisión para ocupar a su antiguo puesto en este tránsito
repentino de plena luz a la oscuridad no se encontraría ciego. Y si cuando no distingue nada
y antes de que sus ojos hayan recobrado su aptitud, lo que no podría suceder sin pasar mucho
tiempo, tuviese necesidad de discutir con los otros prisioneros sobre estas sombras ¿no daría
lugar a que éstos se rieran, diciendo que por haber salido de la caverna habrían perdido la
vista?… y bien mi querido Glaucón ésta es precisamente la imagen de la condición humana.
El antro subterráneo es este mundo visible; el fuego que ilumina es la luz del sol, este cautivo
que sube a la región superior y que la contempla, es el alma que se eleva a la esfera inteligible.
Sabe dios si es conforme a la verdad. En cuanto a mí escucha que te lo diga. En los límites del
mundo inteligible está la idea del bien que se percibe con dificultad pero una vez percibida no
se puede sacar la consecuencia del cual ella es causa, de que ella es la que origina lo bello y lo
bueno en este universo, que en el mundo invisible engendra la verdad y la inteligencia. Platón,
La República, 2a. ed., Lima, Ediciones Peisa, 1973, pp. 191 y 192.
acorde con la realidad ya que todas las cosas sensibles son imágenes de sus
propias esencias. Y por fin, el conocimiento adquirido con la contemplación
del Sol representa el conocimiento que se obtiene con la contemplación de
la idea de Bien o razón. Se trata de un conocimiento que supera al mismo
pensamiento tanto en cuanto que el que lo posee conoce todas las esencias
del mundo inteligible porque se fundan en ella y, a través de ellas, todas las
realidades del mundo sensible, mientras que el que sólo usa del pensamiento,
sólo conoce las esencias que va descubriendo en su pensar.20
20
Guthrie, William Keith Chambers, Platón. El hombre y sus diálogos: primera época, Madrid,
Gredos, 1990, pp. 102-112.
21
Aristóteles (384 a. C.-322 a. C.) fue un filósofo griego. Fue discípulo de Platón y maes-
tro de Alejandro Magno, fundador del Liceo de Atenas. Dominó diversas materias, como
lógica, metafísica, ética, filosofía, estética, física, astronomía y retórica. En sus escritos se
observa una aguda investigación sistemática. Su pensamiento filosófico tuvo un carácter
realista y naturalista. Su tesis sobre el conocimiento es contraria a la de su maestro Platón.
Defendió la posibilidad de aprehender la realidad a partir de la experiencia.
27
Hirschberger, Johannes, Historia de la filosofía, Barcelona, Herder, 1981, t. I, p. 33.
28
Pensador inglés (Wrington, Somerset, 1632, Oaks, Essex, 1704). En su obra más tras-
cendente, Dos ensayos sobre el gobierno civil (1690), sentó los principios básicos del constitucio-
nalismo liberal, al postular que todo hombre nace dotado de unos derechos naturales que el
Estado tiene como misión proteger: fundamentalmente la vida, la libertad y la propiedad.
29
David Hume (1711-1776) filósofo y economista escocés. Hume cree que todo el co-
nocimiento humano proviene de los sentidos. Nuestras percepciones, como él las llamaba,
pueden dividirse en dos categorías: ideas e impresiones. Su concepción de la verdad parte
de una doctrina empirista, es decir, la verdad sólo puede ser captada a través de los sentidos
y la experiencia. El empirismo es la tendencia filosófica que considera la experiencia como
criterio o norma de verdad en el conocimiento.
30
Emmanuel Kant fue un filósofo prusiano representante del criticismo. Es uno de los
pensadores más influyentes de la filosofía universal. Su mejor obra es Crítica de la razón pura.
En ella se analiza la estructura de la razón y su relación con la verdad.
El puro conocerse a sí mismo en el absoluto ser otro, este éter en cuanto tal, es
el fundamento y la base de la ciencia o el saber en general. El comienzo de la
filosofía sienta como supuesto o exigencia el que la conciencia se halle en este
elemento. Pero este elemento sólo obtiene su perfección y su transparencia a
través del movimiento de su devenir33
34
Hegel lo indica de esta manera: “Este devenir de la ciencia en general o del saber es lo
que expone esta Fenomenología del espíritu. El saber en su comienzo, o el espíritu inmediato, es
lo carente de espíritu, la conciencia sensible. Para convertirse en auténtico saber o engendrar
el elemento de la ciencia, que es su mismo concepto puro, tiene que seguir un largo y traba-
joso camino. Este devenir, como habrá de revelarse en su contenido y en las figuras que en él
se manifiestan, no será lo que a primera vista suele considerarse como una introducción de
la conciencia acientífica a la ciencia, y será también algo distinto de la fundamentación de la
ciencia —y nada tendrá que ver, desde luego, con el entusiasmo que arranca inmediatamente
del saber absoluto como un pistoletazo y se desembaraza de los otros puntos de vista, sin más
que declarar que no quiere saber nada de ellos—”. Uno de los conceptos importantes de la
teoría de la verdad en Hegel es su concepto de “espíritu universal”. “La tarea de conducir
al individuo desde su punto de vista informe hasta el saber, había que tomarla en su sentido
general, considerando en su formación cultural al individuo universal, al espíritu autocons-
ciente mismo… También el individuo singular tiene que recorrer, en cuanto a su contenido,
las fases de formación del espíritu universal, pero como figuras ya dominadas por el espíritu,
como etapas de un camino ya trillado y allanado; vemos así cómo, en lo que se refiere a los
conocimientos, lo que en épocas pasadas preocupaba al espíritu maduro de los hombres des-
ciende ahora al plano de los conocimientos, ejercicios e incluso juegos propios de la infancia,
y en las etapas progresivas pedagógicas reconoceremos la historia de la cultura proyectada
como en contornos de sombras. Esta existencia pasada es ya patrimonio adquirido del espíritu
universal, que forma la sustancia del individuo y que, manifestándose ante él en su exterior,
constituye su naturaleza inorgánica. La formación, considerada bajo este aspecto y desde
el punto de vista del individuo, consiste en que adquiere lo dado y consuma y se apropia su
naturaleza inorgánica. Pero esto, visto bajo el ángulo del espíritu universal como la sustancia,
significa sencillamente que ésta se da su autoconciencia y hace brotar dentro de sí misma su
devenir y su reflexión”. Hegel, G. W. F., Fenomenología del espíritu, cit., p. 18.
del individualismo, y del filósofo intuitivo que descansa en principios evidentes a priori o en
una percepción concebida como infalible. Más bien representa el espíritu de colaboración
de unos investigadores que conciben su evidencia como un factor objetivo y como resultado
esencialmente provisional y corregible. Este espíritu asegura el progreso hacia la verdad”.
Lugo, Elena, “La verdad según el pragmatismo de C. S. Peirce”, Nuestro Tiempo, 191, 1970,
pp. 122-134.
37
Edmund Gustav Albrecht Husserl. Filósofo alemán fundador de la fenomenología tras-
cendental. Esta fenomenología asume la tarea de describir el sentido que el mundo tiene para
nosotros antes de todo filosofar.
38
Según el pensamiento de Husserl, era totalmente absurda la supuesta fundamentación
definitiva del conocimiento por parte de la sicología, alegándose que el conocimiento debía
verse como un evento sicológico, y que su misterio será finalmente iluminado por la razón
científica. Teniendo en cuenta que desde los tiempos de Descartes la teoría del conocimiento
había sido el baluarte de la posibilidad y necesidad de la reflexión filosófica, al ser soluciona-
dos sus “problemas” por una ciencia como la sicología, la filosofía quedaba sin “trabajo” y,
por tanto, sin “sentido”. La teoría del conocimiento no podía solventarse con la investigación
sicológica porque ésta era un conocimiento. El filósofo proponía una teoría nueva del conoci-
miento que se da a través de la epojé fenomenológica, en la que nuestra atención se desplaza
a los objetos al modo de darse esos objetos en la conciencia, o sea, a los fenómenos en sentido
fenomenológico. Entonces el fenomenólogo sólo aceptará como fenómenos válidos aquellos
que estén originariamente, y que son la base para toda interpretación e intelectualización
posterior. Para Husserl, la filosofía tiene que apoyarse en las intuiciones más primordiales
de nuestra vida: “las intuiciones que únicamente pudieran ser vivificadas por impresiones
remotas e imprecisas, inauténticas —y en el supuesto de nuevo se tratará realmente de unas
intuiciones— no podrían satisfacernos. Nosotros queremos volver a las cosas mismas”. Este
volver a las cosas mismas se convirtió en un lema repetido de la fenomenología. Fernán-
dez, Sergio, Fenomenología de Husserl: aprender a ver, artículo publicado en http://www.fyl.uva.
es/~wfilosof/gargola/1997/sergio.htm.
39
Martin Heidegger (1889-1976). Fue un filósofo alemán y es una de la figuras protagó-
nicas de la filosofía contemporánea: influyó en toda la filosofía del existencial del siglo XX.
40
El pensamiento heideggeriano se logra a través de su concepción de la verdad como
alétheia: Heidegger consideraba que para comprender qué es la verdad, era necesario volver
a los inicios del camino occidental y volver a plantear la pregunta por el ser de la verdad,
de la manera en que fue entendida en el momento en que se formuló por vez primera. Y en
sus orígenes pre-filosóficos, la verdad fue definida privativamente como alétheia, como lo
no oculto. Heidegger se dispone a hacer una fenomenología de la verdad, y es por ello que
para hablar de la alétheia, nos conduce de manera previa a una explicación de lo que es la
fenomenología, por medio de dos claves: las palabras griegas phainómenon (fenómeno) y logos
(discurso, estudio, palabra): “Phainómenon, de donde viene nuestra palabra fenómeno, que
significa ‘mostrarse’... sacar a la luz... ‘fenómeno’ quiere decir ‘lo que se muestra’, lo que se
hace patente, visible en sí mismo. La fenomenología se ocupa de mostrar los fenómenos, que
no son otra cosa que la totalidad de lo que se puede poner a luz; saca a la luz a los entes”.
Tugenhat, Ernst, La idea de Heidegger sobre la verdad, trad. de Peter Storandt, del artículo “Hei-
deggers Idee von Wahrheit”, en Heidegger, Neue Wissenschaftliche Bibliothek, Kiepenheuer
und Witsch, p. 2.
41
Augusto Comte, pensador francés, padre del positivismo (Montpellier, 1798-París, 1857).
Comte afirma que únicamente la ciencia positiva o positivismo podrá hallar las leyes que go-
biernan no sólo la naturaleza, sino también nuestra propia historia social, entendida como la
sucesión y el progreso de determinados momentos históricos llamados estados sociales.
Augusto Comte sostiene que la historia de la humanidad atraviesa tres estadios:
El estadio teológico: es la infancia del conocimiento humano, ya que en las épocas antiguas
los sujetos daban explicaciones mágicas y míticas a lo que observaban en su realidad. Los
fenómenos naturales eran atribuidos a obra y gracia de seres divinos: dioses, guerreros, etcé-
tera. Se usaban formas “mágicas” para comprender el mundo.
Estadio metafísico o filosófico: si bien en esta etapa las explicaciones son racionales, se divaga
en abstracciones intangibles no observables e inaprehensible. Por ello el conocimiento obte-
nido no conduce a un desarrollo para el bienestar social.
Estadio científico: llamado también etapa positiva, es la definitiva y la madurez del cono-
cimiento de la humanidad. El conocimiento se basa en la observación y la experiencia, y se
44
Cisneros Farías, Germán, Teoría del derecho, 2a. ed., México, Trillas, 2000, p. 35.
45
Hans Kelsen (1881-1973) jurista austriaco, creador de la teoría pura del derecho, don-
de sostiene que el derecho debe estar libre de cualquier subjetividad y elemento moral. Para
Kelsen, el derecho es norma positiva. Según la teoría kelseniana, el sistema jurídico positivo
se estructura con base en normas que se fundamentan en otras normas de mayor jerarquía y
estas normas de mayor jerarquía se sustentan en otras normas de mayor jerarquía, así suce-
sivamente, hasta llegar a una norma originaria. Pese a que este proceso podía ser infinito, el
maestro vienés postuló que debe existir una norma hipotética —que es de carácter ficticio—
a la que llamó la norma fundamental que es sobre la que se sustenta todo el ordenamiento
jurídico positivo. Otros de los planteamientos de la Teoría pura del derecho es la sistematicidad
de sus normas, todas ellas forman parte de un sistema, en el cual cada una de ellas está con-
catenada unas con las otras. De esta manera, la interpretación de una norma se complemen-
ta con las otras (interpretación sistemática), por ello esta teoría sostiene que cualquier norma
no puede estar aislada de la otra. Todo ello se vincula con la característica de la coherencia
que debe tener todo ordenamiento jurídico positivo.
Otro de los rasgos resaltantes de la Teoría pura del derecho es el tratar de “separar” el conte-
nido de lo que es el derecho de los demás conocimientos. De esta manera, este pensamiento
propone un “saneamiento” del derecho de impurezas que provengan del mundo económico,
moral, cultural o político. Este punto fue muy criticado a su teoría, porque no se puede negar
la relación del derecho en toda actividad humana, es innegable la relación derecho y política,
asimismo es observable el vínculo entre derecho y moral.
La teoría pura del derecho es una teoría del derecho positivo, del derecho
positivo en general y no de un derecho en particular.
Quiere mantenerse como teoría, y limitarse a conocer única y exclusiva-
mente su objeto. Procura determinar qué es y cómo se forma el derecho, sin
preguntarse cómo debería ser o cómo debería formarse.
Como teoría “pura” indica que entiende constituir una ciencia que tenga
por único objeto al derecho e ignore todo lo que no responda estrictamente a
su definición. El principio fundamental de su método es eliminar de la ciencia
del derecho todos los elementos que le son extraños.46
El objeto de la teoría pura del derecho es el derecho, por ser aquel con-
junto de normas creadas por el Estado bajo el procedimiento legal y que
regula las conductas y los actos humanos. Luego de plantear que el método
“es eliminar del derecho todos los elementos que le son extraños”, establece
la ubicación de la ciencia del derecho positivo dentro de la amplia gama
del conocimiento humano. Para ello nos plantea la existencia de dos tipos
de ciencia (esboza una teoría epistemológica de las ciencias). Para Kelsen, las
ciencias se dividen en dos: ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu, y
cada una de ellas con un principio rector que regula su método: el principio
de causalidad y el principio de imputación:
46
Kelsen, Hans, Teoría pura del derecho, Editorial Universitaria de Buenos Aires-Eudeba,
1982, p. 15.
47
Ibidem, p. 16.
Tipos de ciencias
Si se ha cometido un acto ilícito, debe ser aplicada una sanción. Al igual que
la ley natural, la regla de derecho establece una relación entre dos hechos,
pero mientras en la ley natural hay una relación de causa a efecto, la cau-
salidad no interviene en la regla de derecho. El crimen no es la causa de la
sanción; la sanción no es el efecto del acto ilícito. La relación que existe entre
los dos hechos resulta de una norma que prescribe o autoriza una conducta
determinada.
Esta norma es el sentido que se le da a uno o muchos actos que los hom-
bres han cumplido en el espacio y en el tiempo y a los que se denomina cos-
tumbre, ley, fallo judicial o acto administrativo.
Un acto ilícito es seguido de una sanción porque una norma creada por un
acto jurídico (en el sentido de acto creador de derecho) prescribe o autoriza la
aplicación de una sanción cuando se ha cometido un acto ilícito. No sucede
lo mismo en la relación causal. El efecto no sigue la causa porque así esté
prescrito o autorizado por la norma, el efecto (en la naturaleza) se produce
independientemente de toda norma creada por los hombres.48
48
Ibidem, p. 17.
Una vez clasificadas las ciencias, analiza los rasgos que tiene cada prin-
cipio rector de cada una formulando una oposición entre ellas, para así des-
tacar sus diferencias, pues Kelsen considera que de acuerdo con la esencia
del principio rector se buscará la característica de la ciencia:
Los dos tipos de ciencia que encuentra Kelsen establecen dos tipos de
leyes que constituyen el marco científico de cada una de ellas. Estas reglas
49
Ibidem, p. 18.
50
Ibidem, p. 25.
51
Ibidem, p. 27.
Para definir la relación que la norma jurídica establece entre el acto ilícito y la
sanción, la ciencia jurídica formula una regla de derecho que establece que
la sanción debe seguir al acto ilícito. Hemos dado a esta relación el nombre de
imputación, puesto que la sanción es imputable al acto ilícito.
La imputación considerada como la relación específica existente entre el
acto ilícito y la sanción es así sobrentendida en la proposición que un indivi-
duo es o no jurídicamente responsable de su conducta.
La imputación vincula pues, dos conductas humanas: el acto ilícito y la
sanción. Es evidente que esta relación no tiene carácter causal. El acto ilícito
no es la causa de la sanción ni ésta es su efecto. La ciencia del derecho no pre-
tende, pues dar una explicación causal de las conductas humanas a las cuales
se aplican las normas jurídicas.53
52
Ibidem, p. 26.
53
Ibidem, p. 20.
54
Carlos Cossio nació en Tucumán el 3 de febrero de 1903. Estudió derecho y filosofía.
Por ello, investigó los temas centrales de la filosofía del derecho. Se desempeño como pro-
fesor de filosofía del derecho en la Universidad de La Plata y en la de Buenos Aires (1946-
1956). Fundó el Instituto Argentino de Filosofía Jurídica y Social. Falleció en Buenos Aires el
24 de agosto de 1987, a causa de un accidente doméstico.
El pensamiento de Cossio parte de la concepción gnoseológica inspiradas en Kant, Hus-
serl y Heidegger. Basándose en ideas epistemológicas, como la clasificación del conocimiento
humano, el maestro argentino postula que los objetos culturales se dividen en objetos mun-
danales —es decir elaborados por la vida humana objetivada—; no obstante, la conducta
humana del hombre es otro tipo de conocimiento, al cual designa como objetos “egológicos”,
pues el término “ego” viene del “yo”. Todos los objetos ideales son captados por intelec-
ción; es decir, por la actividad racional del hombre que a través del pensamiento capta las
para el derecho. Esta concepción fue llamada la “teoría egológica del dere-
cho”. El término “egológico”, según su autor, proviene de la voz compuesta
de “fenómeno” y “logos”; por ello, “egológico” quiere decir “conocimien-
to de los fenómenos”. En la teoría egológica del derecho está significando
la “egolización” del logos jurídico; es decir, la egolización del ser jurídico,
el “yo actúo” de toda acción en vez del “yo pienso” de todo juicio, el “yo
actúo” de la conducta en vez del “yo pienso” del intelecto, “con egología
hemos podido significar la fenomenalización como conducta del ser jurídi-
co”. Desde un inicio el término “egológico” vincula el derecho al acto (la
conducta humana) en relación con las demás personas.
La teoría de Cossio se basó en la filosofía de la fenomenología y el posi-
tivismo de Kelsen, pero a diferencia de éste no consideraba que el derecho
solo fuera la norma positiva; el maestro argentino consideraba que en la
construcción de una teoría del derecho un elemento imprescindible sería
la conducta en interferencia intersubjetiva. Analicemos en las mismas pala-
bras de Cossio sus ideas principales, y comprobaremos que el derecho como
acción o como acto ya se encontraba presente en su teoría egológica, y que
años después los maestros procesalistas Briseño Sierra y Alvarado Velloso
plantearán estos mismos actos en sus respectivas “teorías sobre la acción
procesal”.
Al revisar la obra de Carlos Cossio comprobaremos que ésta empieza
con una clasificación del conocimiento humano —Cossío pretende darle un
sustento epistemológico a su teoría— planteando diferentes objetos de es-
tudio según las esencias de estos: “En nuestro mundo encontramos los dife-
rentes tipos de objetos: objetos ideales, objetos naturales, objetos culturales
y objetos metafísicos”.55
Cada objeto tiene su propio método de aprehenderlo y sus propias ca-
racterísticas:
abstracciones ideales. Los objetos naturales, aquellos cuyo origen proviene de las leyes de
la naturaleza, son captados por la percepción, y su método de análisis es el empírico. En
cambio, los objetos culturales —donde se sitúa el derecho— se analizan bajo el método de
la “comprensión”.
55
Cossio, Carlos, La teoría egológica del derecho y el concepto jurídico de la libertad, 2a. ed., Bue-
nos Aires, Abeledo-Perrot, 1964, p. 55.
Objetos ideales. Los objetos ideales son irreales, es decir que simplemente son
de esta o aquella manera, consisten en esto o aquello, pero no tienen propia-
mente existencia, además no están en la experiencia, son ajenos al tiempo y
por último son neutros al valor, su consistir no implica ninguna calificación
axiológica
Un triángulo es ideal; es el espacio puro entre tres líneas, no hay valora-
ción sobre este triángulo, si es bueno o es malo.
Objetos naturales. Son estudiados por las diversas ciencias de la naturaleza,
tienen existencia, están en la experiencia, son en el tiempo; y son neutros al
valor: en sí su ser no es bueno ni es malo, justo ni injusto, hermoso, ni feo.
Una roca cumple estos rasgos.
56
Cossio, Carlos, La teoría egológica del derecho y el concepto jurídico de la libertad, 2a. ed., Bue-
nos Aires, Abeledot-Perrot, 1964, pp. 56 y 57.
El racionalismo cree que el objeto a conocer por el jurista son las normas y
que al derecho positivo no se le intuye ni capta por los sentidos; con lo cual la
ciencia dogmática sería una ciencia de objetos ideales, ya que a las normas se
las conoce con el pensamiento, como a los objetos de la matemática, pero no
se las ve ni se las palpa.
El empirismo se opone a la idealidad del derecho y acepta su realidad
intersicológica, de modo que el conocimiento jurídico se fundamentaría en
57
Ibidem, pp. 56 y 57.
Es por ello que formula sus principales críticas a estas dos corrientes del
pensamiento:
En contra del racionalismo jurídico, la teoría egológica considera que el ob-
jeto a conocer por el jurista no son las normas, sino la conducta humana
enfocada desde cierto ángulo particular.
De la misma manera que el objeto del conocimiento del astrónomo son los
astros y no las leyes de Kepler y Newton, porque éstos son sólo conceptos con
los que los astros son conocidos, así también en la ciencia dogmática el objeto
del conocimiento del jurista no son las normas sino la conducta humana en
su interferencia subjetiva, porque las normas jurídicas son sólo conceptos con
los que aquella conducta es conocida como conducta. Las normas son sim-
plemente los conceptos con los que pensamos esa conducta.
En contra del empirismo jurídico, la teoría egológica considera que la con-
ducta humana es un objeto de experiencia radicalmente diverso de los objetos naturales,
pues mientras éstos constituyen una experiencia de necesidad gobernada por
la identidad de las causas con los efectos, la conducta humana constituye una expe-
riencia de libertad donde la creación de algo axiológicamente original emerge a
cada instante.
Por eso la teoría egológica acepta la lógica jurídica normativa de la teoría
pura del derecho que nos ha mostrado que las normas son precisamente tales
conceptos. Pero agrega la intuición específica del derecho, que es intuición de
libertad como un plus del conocimiento que se añade a la estructura lógico-
jurídica por cuenta de la experiencia humana.59
58
Ibidem, p. 60.
59
Ibidem, p. 51.
60
Ibidem, pp. 56 y 57.
cia del derecho que es una ciencia de la realidad y no una ciencia de objetos
ideales. Y si la norma no fuera esa significación o representación intelectual
de una conducta, resultaría imposible la conexión inmanente entre esa nor-
ma objeto ideal de una esfera intemporal y de los valores jurídicos positivos.61
61
Ibidem, p. 202.
El positivismo jurídico yerra cuando considera que las leyes son órdenes
del legislador y, por ende, mandatos estatales que se tienen que cumplir sólo
por el hecho de ser creadas por el Estado bajo el cumplimiento de las forma-
lidades que indica la ley. La teoría egológica plantea que la obligatoriedad
de una norma jurídica no radica en ello, sino en la funcionalidad de la nor-
ma; es decir, en el grado de eficacia que tiene para cumplir su objetivo, que
es el de relacionar a los hombres mediante actos intersubjetivos. Al respecto,
el maestro argentino señala:
62
Ibidem, pp. 56 y 57.
63
Ibidem, p. 247.
64
Política, en la época de Aristóteles, venía de la voz griega polis, que significa “ciudad”.
Al decir zoom politikon se indica que el hombre posee la capacidad natural de relacionarse
políticamente, o sea, crear sociedades y organizar la vida en ciudades
65
Aristóteles, La política, libro I, Madrid, Alba, 1999, p. 33.
66
Alvarado Velloso, Adolfo, Introducción al estudio del derecho procesal. Primera parte, Santa Fe,
Rubinzal-Culzoni Editores, 1997, p. 29.
67
Adolfo Alvarado Velloso. Profesor de derecho procesal en diversas universidades de
América. Dirige las carreras de posgrado de maestría en derecho procesal de la Universidad
del Rosario y de especialización en derecho procesal en la Universidad Católica de Santiago
de Estero y de la Universidad de Lomas de Zamora. Presidente del Instituto Panamerica-
no de Derecho Procesal y del Instituto Argentino de Derecho Procesal Garantista. Director
de la Academia Virtual de Derecho. Director de las publicaciones periódicas contenidas en
los clásicos jurídicos (Juris) temas procesales conflictivos (Juris) ensayos procesales (Fundeciju)
temas jurídicos (Fundeciju) y codirector de derecho procesal (Ediar). Alvarado Velloso, Adolfo,
El garantismo procesal, Perú, Adrus, 2010.
Este rasgo cambiante del derecho fue base para que se refutara su carác-
ter de ciencia; incluso Julius Hermann von Kirchmann69 en 1847 pronunció
una conferencia donde negó enfáticamente que el derecho sea ciencia esen-
cialmente por su impedimento de concretarse y materializarse en conceptos
definitivos, puesto que su objeto mutante lo impedía. Adolfo Alvarado Ve-
lloso también señala esa dificultad que presenta la ciencia jurídica. Es por
68
Alvarado Velloso, Adolfo, op. cit., p. 31.
69 Discurso titulado “Die Werthiosgkeitderjurisprudenzaiswissencgatf ”, 1847.
ello que en aras de construir su teoría de la acción procesal busca fijar bases
inmutables que no sean cambiantes, y para ello empieza señalando cuál es
la materia propia del conocimiento jurídico:
Observemos que esta frase del maestro procesalista coincide con la con-
cepción del derecho que postulaba Carlos Cossio sobre su definición del
derecho:
Tanto para Alvarado Velloso como para Carlos Cossio, el objeto del co-
nocimiento jurídico es la conducta = interacción humana. Queda concluida
así la primera tarea de este artículo, que fue demostrar la similitud entre los
postulados de ambos juristas. Comencemos ahora a analizar la teoría de la
acción como acto de interacción humana de nuestro amigo y maestro Al-
varado Velloso.
2. Tipos de interacciones
Que un hombre esté dispuesto, cuando otros también lo estén tanto como él,
a renunciar a su derecho a toda cosa en pro de la paz y defensa propia que
72
Alvarado Velloso, Adolfo, op. cit., p. 32.
Alguien debe dirigirlo y el resto debe ser dirigido. También aquí se presenta
una interacción de carácter vertical entre gobernantes y gobernados, por lo
que las normas que la regulan bien podrían conocerse como estatuto gober-
nativo o del poder, en el cual ingresan todas las reglas del derecho constitucio-
nal, el administrativo, el registral, el penal, el real, etcétera.74
73 Hobbes, Thomas, Leviatán o la materia, forma y poder de una república, eclesiástica y civil, Mé-
xico, Fondo de Cultura Económica, 1980, p. 24.
74 Alvarado Velloso, Adolfo, op. cit., p. 33.
75 Ibidem, pp. 33 y 34.
3. La instancia y su clasificación
A. Petición
B. Denuncia
C. Reacertamiento
D. Queja
E. Acción procesal
A. Petición
76
Normas dinámicas son aquellas que producen un movimiento o actividad. Las normas
procesales son dinámicas en razón de que su estructura no es disyuntiva, sino continuada
consecuencialmente.
En este acto humano el que pide puede estar seguro de que activará
una serie de procedimientos en el organismo público; de lo que no puede
estar seguro es del contenido de la decisión que emitirá el funcionario. La
autoridad puede admitir o no el pedido. Es clásico el ejemplo de aquella
persona que para instalar una tienda en su casa solicita al órgano público la
licencia; se insta y se pone en movimiento todo el andamiaje administrativo,
pero de lo que no se puede estar seguro es de que si se le concederá o no la
licencia. Ante este acto humano es el organismo público quien evaluará si
es pertinente o no acceder; para ello sigue un procedimiento formal, como
lo indica el maestro argentino Alvarado Velloso:
Para cumplir tal tarea resolutiva, la autoridad debe producir una comproba-
ción, es decir la operación mental por la cual determina la existencia de los
hechos tipificados en la norma y la asignación a ellos de las consecuencias ju-
rídicas previas para el caso; en idioma italiano se utiliza el vocablo accertamento
con dicho significado técnico. De allí que toda autoridad —administrativa o
judicial— accerta cuando motiva y funde su resolución.
Por supuesto, para que la comprobación sea posible, dado el contenido
pretensional de la petición, han de surgir de la misma formalidad de la pre-
sentación circunstancias claves, quién insta, ante quién se insta, por qué se
insta, y para qué se insta.78
B. El reacertamiento
77
Alvarado Velloso, Adolfo, op. cit., p. 38.
78 Ibidem, p. 39.
mento— al dictar resolución acerca de su petición para que emita una nueva
decisión respecto al tema en cuestión.
De tal modo, el reacertamiento también tiene un contenido pretensional:
la revocación del acto cumplido y quien insta reputa erróneo. La instancia de
reacertamiento se conoce habitualmente como el nombre de recurso admi-
nistrativo y de recurso jerárquico…79
C. La queja
D. La denuncia
79
Idem.
80 Idem.
La AUTORIDAD EL PARTICULAR
E. La acción procesal
La acción procesal es la instancia por la cual toda persona puede ocurrir ante
la autoridad para presentar una pretensión que no puede ser satisfecha direc-
tamente por ésta, sino por una tercera persona que por tanto deberá integrar
necesariamente la relación dinámica que se origine con tal motivo. Resulta
así que la relación procesal ostenta la singular particularidad de provenir de
un sujeto (actor, y provocar la conducta de otros dos (juez y demandado) en
tiempos normativamente sucesivos.82
JUEZ
ACTOR DEMANDADO
81 En su teoría egológica del derecho Carlos Cossio también planteaba que el derecho
era una conducta humana en interferencia subjetiva; Alvarado Velloso adopta esta idea so-
bre el derecho de instancia y su teoría de la acción procesal. Queda ahora demostrado el
objeto de este trabajo: sostener que el maestro y amigo Adolfo Alvarado Velloso es el Cossio
del derecho procesal.
82 Alvarado Velloso, Adolfo, op. cit., p. 40.
1. Generalidades
al Estado que éste se encuentre preparado con una serie de sistemas que le
permitan llevar a cabo un proceso para la solución de sus conflictos, o sea,
“que el Estado se comporte como lo haría una empresa de seguros ante sus
asegurados”.83 La tutela jurisdiccional se presenta igualmente dentro de un
proceso y se manifiesta a través del debido proceso84 y sus respectivas garan-
tías, como el de ser juzgado con imparcialidad, en iguales condiciones y con
una aplicación correcta del derecho. Este derecho se concretiza a través del
derecho de acción.
El derecho de acción es aquella institución jurídica procesal que dio
inicio a la autonomía del derecho procesal como conocimiento científico.
Recordemos que antes de los estudios científicos procesales sólo se consi-
deraba al derecho procesal como el derecho material en pie de guerra. La
evolución del estudio del derecho de acción ha sido el camino de la etapa
precientífica a la científica del derecho procesal Es por ello que diferentes
juristas han tratado de encontrar la naturaleza y definir la esencia de este
importante derecho subjetivo.
2. El derecho de acción
un poder jurídico que tiene todo individuo como tal, y en nombre del cual le
es posible acudir ante los jueces en demanda de amparo a su pretensión. El
hecho de que esta pretensión sea fundada o infundada no afecta la naturaleza
del poder jurídico de accionar, puede promover sus acciones en justicia aun
en aquellos que erróneamente se consideran asistidos de razón.85
83
Monroy Gálvez, Juan, Teoría general del proceso, Lima, Communitas, 2009, p. 456.
84 Según
Ticona Postigo, el debido proceso es el derecho de toda persona de exigir al Es-
tado un juzgamiento imparcial y justo, ante un juez responsable, competente e independiente.
Ticona Postigo, Víctor, Análisis y comentarios al Código Procesal Civil, Lima, Grijley, 1995, t. I, p. 8.
85
Couture, Eduardo, Fundamentos del derecho procesal civil, Buenos Aires, Depalma, 1978,
pp. 60 y 61.
Unde eum qui de vitibus succicis ita egisett, ut in actione vites nominaret, res-
ponsum est rem perdidise, cum debuisett arbores nominare eo, quod lex XII
tabularum, ex quad de vibus succisis actio conpeteret, generaliter de arborius
sucisis loqueterut. “Por lo que se hubiere respondido que quien hubiere accio-
nado acerca de vides cortadas en forma que la acción hubiese dicho precisa-
mente vides y no árboles habría perdido la causa, porque la Ley de las Doce
Tablas que es donde le competería la acción por las vides cortadas, hablaba
en general de árboles”.87
usa la palabra “acción” como sinónimo de pretensión. Esto se observa cuando en algunas re-
soluciones se usa el término “acción fundada, acción infundada, acción real, acción penal”.
La acción algunas veces se le confunde como sinónimo de derecho cuando se indica “el autor
carece de acción”. Nosotros consideramos errados estos usos del término “acción”, pues éste
es un derecho autónomo.
87 Gayo, Institutas, IV, NRO, 11.
Según este jurista, debemos situar a la acción dentro de uno de los tipos
de instancias;88 no obstante, la acción es un tipo de instancia distinta a las
demás, debido a que forma una relación jurídica compuesta por tres sujetos:
actor, demandado y órgano jurisdiccional.
En conclusión, este tipo de instancia llamada “acción” es necesaria-
mente trilateral.89
La definición de la acción procesal de Alvarado Velloso no parte desde
una perspectiva jurídica, sino desde la realidad, es decir, busca extraer su
definición del fenómeno social mismo, que es lo que realmente sucede, por
qué causas se produce la acción procesal. O sea, definirá la acción desde el
punto de vista de la conducta o actividad del sujeto de derecho, sólo así se
podrá diferenciar el concepto de acción de otros conceptos procesales, por-
que —según este autor— definir a la acción según sus características: au-
tónoma, abstracta, subjetiva y pública, al decir que la acción es de carácter
público porque interviene el Estado no la diferencia de otros derechos, ya
que existen otros litigios que pueden autocomponerse o solucionarse por la
vía del arbitraje, y allí no interviene el Estado pese a existir la necesidad del
derecho de acción. Tal como lo señala el maestro argentino: es cierto que
con la acción se requiere la intervención del Estado; pero ello no es remo-
tamente necesario, ya se ha visto que litigios pueden autocomponerse y aún
más, heterocomponerse por la vía del arbitraje privado.90
88 Adolfo Alvarado Velloso indica que las instancias en el proceso son: petición, reacerta-
miento, queja, denuncia y acción. Todas ellas se caracterizan por tener como sujeto pasivo a
la autoridad estatal, aunque actuando desde diversos órganos.
89 Véase supra nota 82.
90 Idem.
91
Adolfo Alvarado Velloso es un jusfilósofo argentino partidario del garantismo proce-
sal. En su libro El garantismo procesal, el maestro plantea su concepción sobre el proceso en
su ensayo “Garantismo procesal”, sostiene: “La razón de ser del proceso es la erradicación
de toda fuerza ilegítima dentro de una sociedad dada para mantener un estado perpetuo de
paz y de respeto a las normas de convivencia que todos debe acatar… Podría decirse que
el debido proceso: supone el derecho a la jurisdicción que es imprescriptible, irrenunciable
y no afectable por las causas extintivas de las obligaciones ni por las sentencias. Implica el
libre acceso al tribunal, la determinación previa del lugar del juicio y el derecho del reo de
explicarse en su propia lengua; comprende el derecho de que el proceso se efectúe con un
procedimiento eficaz y sin dilaciones, adecuado a la naturaleza del justiciable y público, con
asistencia letrada eficiente desde el momento mismo de la imputación o detención.
Específicamente en cuanto a la prueba se refiere: el derecho a probar con la utilización
de todos los medios probatorios pertinentes y procedentes.
En cuanto atañe a la sentencia, comprende el derecho de que sea dictada por un juez ob-
jetivo, imparcial e independiente que emita su pronunciamiento en forma completa: referida
a todos los hechos esenciales con eficacia decisiva y al derecho aplicable. Legítima: basada en
pruebas válidas y sin omisión de las esenciales; lógica adecuada a las reglas del pensamiento
lógico y la experiencia común. Motivada: debe ser una derivación razonada del derecho
vigente con relación a la pretensión esgrimida y en función de los hechos probados en el
proceso y congruente.
Debe versar exclusivamente acerca de lo pretendido y resistido por las partes...
como un acto entre tres sujetos: las partes y el juez, según lo esquematiza-
mos en el apartado anterior, en el punto E. “La acción procesal”.
JUEZ
ACTOR DEMANDADO
94
Satta, Salvatore, Manual de derecho procesal civil, Buenos Aires, Ejea, t. I, p. 128.
Es por ello que sin los presupuestos el proceso no existe como tal, sino
como un simple procedimiento.
Los presupuestos de la acción procesal son:98
1. El derecho dinámico
99
Humberto Briseño Sierra (1914-2003) jurista mexicano, maestro del derecho hispa-
noamericano, fue uno de los grandes impulsores del derecho procesal americano. En las
aulas de la Universidad Nacional Autónoma de México inaugura la primera generación los
estudios de doctorado en derecho. Recibió a nivel internacional numerosas condecoraciones
como la de la Universidad del Rosario en Santa Fe, Argentina, en 1978.
Una de las pasiones del maestro Humberto Briseño Sierra fue la labor académica debido
a sus numerosas publicaciones en revistas, como: Jurídica; Revista Fiscal Financiera; Revista Mexi-
cana de la Construcción; La Justicia; de Revista Jurídica Veracruzana; Foro de México; El Foro. Órgano de
la Barra Mexicana; Colegio de Abogados; Anales de Jurisprudencia; Boletín del Instituto de Derecho Compa-
rado; Revista de la Facultad de Derecho de la UNAM; Revista del Tribunal Fiscal de la Federación; Revista
aquella que a partir de una conducta dada, encadena una secuencia de con-
ductas… Queda indicado que para elaborar una norma dinámica, es menes-
ter ligar relaciones consecuenciales. Esto sólo puede acontecer si el esquema
general de la normatividad se compone de varias relaciones que son una
consecuencia de la presencia de unas y otras.
mayor parte de las normas dinámicas; por ejemplo, en las normas vincula-
das al derecho a la instancia y sus respectivas variantes.
A. La petición
101
Ibidem, p. 459.
102
Ibidem, p. 460.
103
Ibidem, p. 461.
B. La denuncia
C. La querella
104
Idem.
105
Idem.
106
Ibidem, p. 462.
D. La queja
Esta instancia está dirigida contra una autoridad debido a un mal ejer-
cicio de sus funciones. El sujeto activo de la misma es el particular que insta
ante a la autoridad contra un funcionario público, es decir, la pretensión
del sujeto pasivo va dirigida al superior del funcionario estatal. Se observa
en este tipo de instancia una finalidad disciplinaria para que el funcionario
estatal cumpla correctamente y conforme al derecho sus funciones, o sea:
esta instancia presenta un carácter disciplinario. Briseño Sierra indica lo
siguiente sobre la queja:
E. El reacertamiento
107
Ibidem, p. 465.
108
Ibidem, p. 475.
109
Ibidem, p. 485.
LA DECLARACIÓN TESTIFICAL
DEL MENOR EN EL PROCESO PENAL
DE ADULTOS Y LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS
COMO INSTRUMENTOs DE PROTECCIÓN
I. Introducción
557
1
Decimos “recibir la imputación por la comisión de alguna de las infracciones…”, y
en esa expresión se entrevé uno de los problemas, que no es posible tratar aquí, pero que
debieran inquietarnos a los estudiosos. Como en cualquier proceso penal en una sociedad
democrática, la imputación supone simplemente la atribución de unos hechos con trascen-
dencia criminal atendiendo a las normas aplicables al caso a una persona determinada; atri-
bución que deberá, en primer lugar, estar fundamentada en datos concretos y, en segundo,
deberá verse corroborada en fases posteriores del proceso, para poder permitir la irrevocable
aplicación de las consecuencias jurídicas previstas en la ley. El especial tratamiento, sin em-
bargo, que se aplica a los menores imputados en el proceso penal de menores, siguiendo las
abundantes normas internacionales al respecto y en especial la Convención de Derechos
del Niño del 20 de noviembre de 1989, con la aplicación de abundantes vías para “huir del
proceso” desde los mismísimos trámites iniciales y, en consecuencia, aplicando considera-
ciones de amplia oportunidad, lleva en ocasiones a tener que recapacitar sobre si de verdad
estamos respetando de manera adecuada las garantías procesales. Dicho de otro modo: sin
existencia alguna de verdadera actividad probatoria y con la mera imputación —recuérdese
que el proceso se ve como un mal a evitar—, en ciertos trámites se coloca al menor en una
posición en la que pudiera ser dudosa la presunción de su inocencia y, al contrario, parece
que se le considera directamente como culpable que obtiene un correctivo en el ámbito edu-
cativo y familiar (artículo 18 LO 5/2000) o incluso un premio por reconciliarse o reparar los
daños causados (artículo 19 LO 5/2000). Nos encontramos, por tanto, ante la desasosegante
paradoja de que la aplicación de medidas de oportunidad puede desconocer la presunción
de inocencia del menor imputado justamente con la finalidad de evitarle el “mal mayor” de
someterlo al enjuiciamiento. O si se quiere aun con otras palabras: el minucioso respeto a la
presunción de inocencia operaría en contra del interés superior del menor.
2 Sin ánimo exhaustivo alguno, podríamos recordar algunas formas de alevosía (artículo
23.1 CP), las lesiones a menores de doce años (art. 148.3), los abusos y agresiones sexuales,
el acoso sexual, el exhibicionismo y la provocación sexual, la prostitución y corrupción de
menores (artículos 182, 183, 183 bis, 184.3, 185, 186, 187-190 CP), la suposición de parto y
la alteración de la paternidad, estado o condición del menor (artículos 220 y 221 CP), el que-
brantamiento de los deberes de custodia y la inducción de menores al abandono de domicilio
(223-225 CP), la sustracción de menores (artículo 225 bis), el abandono de familia o de me-
nores (artículos 226-233 CP), los delitos contra la salud pública (artículos 361 bis.2 y 369 CP).
3 Es necesario recordar la Decisión marco del Consejo del 15 de marzo de 2001 relativa
al estatuto de la víctima en el proceso penal (2001/220/JAI) (Diario Oficial de la Unión Europea
(DOUE) L 82, del 22 de marzo de 2001, p. 1) y la reforma de la Ley de Enjuiciamiento Cri-
minal por la Ley 38/2002, del 24 de octubre, de reforma parcial de la Ley de Enjuiciamiento
Criminal, sobre procedimiento para el enjuiciamiento rápido e inmediato de determinados
delitos y faltas, y de modificación del procedimiento abreviado (artículos 765, 771, 773.1,
776.1, 777.2, 785.3, 791.2 y 797.2 LECrim). Debe completarse lo anterior señalando la
aprobación en el espacio judicial europeo de una nueva norma que deberá ser traspuesta a los
ordenamientos de los distintos Estados miembros de la Unión Europea: nos referimos a la
Directiva 2012/29/UE del Parlamento Europeo y del Consejo, del 25 de octubre de 2012,
por la que se establecen normas mínimas sobre los derechos, el apoyo y la protección de las
víctimas de delitos, y por la que se sustituye la Decisión marco 2001/220/JAI del Consejo
(DOUE L 315, del 14 de noviembre de 2012, pp. 57 y ss).
4 Una de las dificultades de nuestra legislación procesal penal es la ausencia de regu-
lación específica relativa a las declaraciones de las víctimas. Por ello se han aplicado a tales
medios de investigación y de prueba las normas propias de las declaraciones testificales,
aunque con la adición de una serie de criterios de valoración particulares de creación juris-
prudencial que pretenden asegurar la credibilidad del declarante. Véase Ferreiro Baamonde,
X., La víctima en el proceso penal, Madrid, 2005, pp. 316 y ss. y, más recientemente, Armenta
Déu, T. y Oromí Vall-Llovera, S. (coords.), La víctima menor de edad. Un estudio comparado Europa-
América, Madrid, 2010. En especial, las aportaciones de Sanz Hermida, A., “La declaración
de los menores víctimas y/o testigos de delitos: derecho de defensa, protección del interés del
menor y eficacia de la justicia penal”, pp. 111-133; Ormazábal Sánchez, G., “El derecho de
confrontación del acusado con los testigos-víctima en el proceso penal español. Especial re-
ferencia al menor testigo”, pp. 135-147; Díaz Pita, M. P., “La declaración del menor víctima
de abusos y agresiones sexuales en el proceso penal a la luz de la Decisión marco del Consejo
de 5 de marzo de 2001, relativa al Estatuto de la víctima en el proceso penal”, pp. 149-166;
Chozas Alonso, J. M., “El empleo de la videoconferencia en la declaración de los testigos-.
víctimas en el proceso penal español”, pp. 167-174; Cubillo López, I. J., “La protección
procesal del testigo menor de edad, es especial evitando su declaración en el juicio oral”,
pp. 175-185; Pérez Morales, M. G., “La prueba preconstituida en el ámbito de la Decisión
Marco 2001/220: necesidad de modificar la Ley de Enjuiciamiento Criminal”, pp. 187-195.
que poseen —a veces como únicos declarantes— sobre los hechos punibles
y sobre los delincuentes a los que esos hechos se atribuyen, y para ello deben
comparecer en el proceso penal de adultos.
Las características específicas de estos sujetos configuran unas necesida-
des propias que hasta hace poco han tratado de ser satisfechas con algunos
métodos bastante rudimentarios, que no llegan a ser adecuados para el fin
que persiguen. La aplicación de algunos medios tecnológicos, en especial
las videograbaciones o las videoconferencias, con las debidas cautelas, han
suplido en los últimos años algunas de esas dificultades, incluso en la propia
legislación, aunque no sin suscitar polémicas y discusiones llamativas.
7 Se trata del “Programa de Estocolmo. Una Europa abierta y segura que sirva y proteja
al ciudadano”, publicado en el Diario Oficial de la Unión Europea C 115, del 4 de mayo de 2010,
pp. 1 y ss.
8 En este sentido, no está de más hacer notar que con la entrada en vigor del Tratado de
Lisboa, adoptado el 13 de diciembre de 2007, se modifica el Tratado de la Unión Europea
y el de la Comunidad Europea (a partir de ahora denominado Tratado de Funcionamiento
de la Unión Europea) y se reconoce a la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión
Europea del 7 diciembre de 2000, tal como fue adoptada el 12 de diciembre de 2007, con
el mismo valor jurídico que los tratados, conforme al artículo 6.1 del Tratado de la Unión
Europea (DOUE C 326, del 26 de octubre de 2012, pp. 1 y ss.)
9 Véase una consideración extensa de las implicaciones de estos revolucionarios princi-
pios y de su desigual aplicación según la categoría de actos jurídicos ante los que nos encon-
tremos en Mangas, Martín A. y Liñán Nogueras, D., Instituciones y derecho de la Unión Europea,
7a. ed., Madrid, Tecnos, 2012, pp. 386-434.
10
Desde principios del presente siglo se empezaron a fijar de manera integrada en la
Unión Europea los objetivos para la protección de sujetos especialmente vulnerables, entre
ellos las mujeres y los niños: por un lado, en el Programa de La Haya, de 2005, pero tam-
bién desde varios años antes con diversas decisiones marco sobre ámbitos variados, pero
complementarios: el tráfico de seres humanos, la explotación sexual y la pornografía infantil,
las víctimas en los procesos penales, entre otros textos de soft law dirigidos a promover las
reflexiones para el perfeccionamiento de toda esta compleja materia normativa. Más en
concreto, podemos citar dos importantes textos: la comunicación de la Comisión “Hacia
una estrategia de la Unión Europea sobe los derechos de la infancia” [COM (2006) 367
final, Bruselas, 4 de julio de 2006] y, más recientemente, la Comunicación de la Comisión al
Parlamento Europeo, el Consejo, el Comité Económico y Social Europeo y al Comité de las
Regiones “Una agenda de la UE para los derechos del niño” [COM (2011) 60 final, Bruselas,
15 de febrero de 2011].
promover los derechos del niño, prestando especial atención a los niños que
son víctimas de la explotación sexual y del maltrato, así como a los que son
víctima de la trata, entre algunos otros.11
Por otro lado, se trata de de examinar, de manera integrada y coordina-
da, los modos de mejorar la legislación y las medidas prácticas de apoyo a la
protección de las víctimas, mejorando asimismo la aplicación de los instru-
mentos existentes. Se trata también de dar mejor apoyo a las víctimas por
otros medios, como las redes europeas existentes, y estudiar la posibilidad
de crear un instrumento jurídico global para la protección de las víctimas.
Además, se preocupa naturalmente el Consejo Europeo de que estos
avances no vayan en detrimento sustancial de los derechos de los sospecho-
sos y acusados en los procesos penales, para asegurar la confianza mutua
entre los Estados miembros y la confianza de los ciudadanos en la Unión.
Para ello se planteó un plan de trabajo, que ya se viene implementando, con
el fin de reforzar los derechos procesales de los sujetos pasivos del proceso
penal, asegurando los derechos esenciales.
Una de las acciones concretas de la UE que nos interesa especialmente
es la referida a la adaptación de la administración de la justicia a las peculia-
ridades del niño, para los casos en que éste deba intervenir en ella (“Child-
friendly Justice”).12 Con razón ha sido considerada como una de las accio-
nes clave y de especial relevancia en la que es necesario avanzar de manera
colectiva.13 Se trata de facilitar que la información dirigida a los niños que
11 Desde hace años las instituciones comunitarias han trabajado para la elaboración y la
aplicación de programas de acción para combatir la violencia, los tratos inhumanos y degra-
dantes contra los niños y algunos otros grupos vulnerables, como los jóvenes y las mujeres,
buscando una comprensión amplia del concepto de víctima, pues se pretende, por ejemplo,
que los niños “que presencien agresiones a parientes próximos deben ser considerados víc-
timas de la violencia a los efectos de la aplicación de un programa específico para los años
2007-2013 dirigido a la prevención y combate de los niños, los jóvenes y las mujeres y a la
víctimas y grupos de riesgo (programa Daphne III). Véase la Decisión 779/2007/CE, del
Parlamento Europeo y del Consejo, de 20 del junio de 2007 (DOUE L 173, del 3 de julio de
2007, pp. 19 y ss.).
12 Es importante tener en cuenta a este respecto las indicaciones contenidas en las llama-
colo facultativo de la Convención de los Derechos del Niño relativo a la venta de niños, la
prostitución infantil y la utilización de los niños en la pornografía, y de manera más específi-
ca para el ámbito europeo, en el Convenio del Consejo de Europa para la Protección de los
Niños contra la Explotación y el Abuso Sexual, conocido como “Convenio de Lanzarote”.
19 Doue L 315, del 14 de noviembre de 2012, pp. 57 y ss. A su vez, esta norma sustituye
20
Realmente, como explica, Rosa Cortina, J. M. de la, “Delitos de pornografía infantil:
otra vuelta de tuerca”, La Ley, 13 de marzo de 2012: “En las causas penales abiertas por este
tipo de delitos no suele investigarse la identidad de las víctimas. Normalmente tal omisión
puede estar justificada por la imposibilidad de obtener resultado positivos, pues puede ser
material muy antiguo y procedente del extranjero, pero no debe asumirse sin más como pau-
ta de actuación general”. Como recuerda el propio autor, tanto el artículo 30.5 del Convenio
de Lanzarote como el artículo 15.4 promueven la necesaria identificación de las víctimas.
21
En el artículo 2, dedicado a las definiciones, precisamente se explica que “menor”, a
los efectos de esta Directiva es “cualquier persona menor de 18 años”, siguiendo además el
criterio de la Convención de los Derechos del Niño. Ante la duda, la opción normativa es
Cuando se trata de procesos en que deben participar como testigos los me-
nores, víctimas o no de las infracciones criminales que se enjuician —inclu-
so con frecuencia como únicos testigos—, se plantea una larga serie de cues-
tiones y problemas que agudizan la dificultad de ese ya de por sí delicado
medio de prueba que es el testifical.22 Son cuestiones referidas tanto a la for-
clara e indica en el artículo 24.2 de la Directiva: “Cuando no se conozca con certeza la edad
de una víctima y haya motivos para pensar que es menor de edad, se presumirá, a efectos de
la presente Directiva, que dicha víctima es menor de edad”.
22
Puede ayudar a comprender mejor la complejidad en la que nos encontramos si, de
una vez, ya desterramos la consideración de la prueba de las declaraciones testificales como
prueba directa. Es, evidentemente, una prueba personal, con toda la labilidad que ello su-
pone, pero en el mejor de los casos no supone más que una “re-construcción”, posiblemente
parcial de los hechos, con toda la subjetividad que esto conlleva, con sus sesgos y prejuicios,
25
Estas
medidas cobran sentido si tienen un carácter preventivo y puedan adelantarse a
consecuencias indeseables de amenazas, coacciones o en general de la conocida “victimiza-
ción secundaria”. Desde la perspectiva española y sobre la atención a las necesidades de la
víctima como testigo, puede consultarse Ferreiro Baamonde, X., La víctima en el proceso penal,
Madrid, 2005, pp. 336 y ss. Aunque referidas a la víctima en general, es obvia su aplicabili-
dad a los menores que se encuentren en las circunstancias previstas.
26
Para unas consideraciones completas sobre el estereotipo de los niños como testigos
y sus excepciones, véase Garrido Martín, E. y Herrero Alonso, C., “El testimonio infantil”,
Psicología jurídica, cit., pp. 427-474. En este trabajo se resalta como conclusión la importancia
de la entrevista al niño y la imprescindible formación específica previa para ello. Véase al res-
pecto las interesantes conclusiones de Nieva Fenoll, J., “La declaración de niños en calidad
de partes o testigos”, Justicia, núm. 1, 2012, pp. 125-128.
27
“Council of Europe Guidelines…”, cit., “5. Organization of the proceedings, child-
friendly environment and child friendly language”, p. 10.
28
De manera complementaria, el artículo 23.2.d) de esta Directiva establece que “todas
las tomas de declaración a las víctimas de la violencia sexual, violencia de género o violencia
en el marco de las relaciones personales, a menos que sean realizadas por un fiscal o un juez,
serán realizadas por una persona del mismo sexo que la víctima, siempre que la víctima así
lo desee y si ello no va en detrimento del desarrollo del proceso”.
Sobre las sesiones en las que intervengan niños, las Directrices del Con-
sejo de Europa se preocupan de que se adapte su ritmo a las necesidades del
menor y en especial a su capacidad de atención. Así, pueden ser necesarios
descansos más frecuentes de lo habitual y audiencias más cortas de lo ordi-
nario, reforzando con ello la participación de los niños con plenitud de su
capacidad cognitiva y estabilidad emocional en las interrupciones y distrac-
ciones, que deberán ser reducidas al mínimo.29
29
“Council of Europe Guidelines...”, cit., “5. Organization of the proceedings, child-
friendly environment and child friendly language”, p. 10.
30
En este sentido, Nieva Fenoll, J., “La declaración…”, cit., p. 134: “En conclusión, ac-
tualmente está comúnmente aceptado que un menor no debe declarar nunca en una sala de
justicia, sino que debe ocuparse del análisis de sus recuerdos un especialista en la materia, es
decir, un sicólogo del testimonio. Además, como ha quedado dicho, el interrogatorio no debe
celebrarse en la sede de un órgano jurisdiccional, sino que a fin de evitar una victimización
secundaria del menor, o simplemente una situación tensa, la declaración debe practicarse
antes propiamente del inicio proceso (sic), en un momento lo más próximo posible al acae-
cimiento de los hechos y sin la presencia directa de las partes, que sólo podrán formular
preguntas al menor a través del sicólogo. Y salvo casos absolutamente excepcionales, esa
declaración no tiene por qué repetirse, precisamente, como ha quedado dicho, para evitar la
victimización del menor”.
31
Así, por todas, la STC 101/1985, del 4 de octubre: “El ordenamiento procesal penal
español sitúa el momento de la prueba en el juicio oral (arts. 668 a 731 LECrim.)… En este
sentido, las diligencias anteriores, encaminadas a la averiguación del delito y a la identifica-
ción de los delincuentes, no constituyen pruebas de cargo, sólo se convierten en prueba al
practicarse o reproducirse en el juicio oral, y únicamente a lo alegado y probado en él queda
vinculado el tribunal penal por ello, el atestado policial, aunque elemento importante tanto
en la fase sumarial como en la interpretación y articulación lógica de las pruebas practi-
cadas en el juicio oral, no puede en modo alguno sustituir a éstas. El artículo 297, LECrim,
confiere al atestado el valor de denuncia y, si bien en él se establece —como recuerda el
Ministerio Fiscal— que las declaraciones de los funcionarios de la policía judicial relativas a
hechos de conocimiento propio tendrán el valor de declaraciones testificales, esta afirmación
ha de situarse en su debido contexto: el de la fase de averiguación o instrucción sumarial.
Sólo puede hablarse de prueba cuando tal actuación testifical se reitera y reproduce en el
juicio oral, de modo que pueda realizarse la oportuna confrontación de la otra parte.
La restricción de la prueba testifical al juicio oral responde al principio de contradicción
que inspira el procedimiento penal español y viene a formar parte del contenido de los dere-
chos mínimos que las normas internacionales reconocen al acusado con el fin de garantizar
un proceso penal adecuado (artículo 6.3 d) del Convenio para la Protección de los Derechos
33
Entre otros, véanse los casos Doorson (STEDH del 26 de marzo de 1996), Van Mechelen
(STEDH del 23 de abril de 1997) Visser (STEDH del 14 de febrero de 2002), todos ellos con-
tra los Países Bajos, y el caso Krasiniki contra la República Checa (STEDH del 28 de febrero de
2006). Como se afirma en esta última sentencia, el artículo 6o. CEDH no concede al acusado
un derecho ilimitado a la comparecencia de los testigos en el juicio. Pero normalmente la
prueba debe practicarse en audiencia pública, en presencia del acusado, en una contienda
adversarial y las excepciones no deben infringir los derechos de la defensa: en términos ge-
nerales, al acusado se le debe ofrecer la oportunidad, adecuada y apropiada, de contradecir
y cuestionar a un testigo que declara contra él.
34
Téngase en cuenta, sobre todo, la Ley 18/2011, del 5 de julio, reguladora del uso de
las tecnologías de la información y la comunicación en la administración de justicia.
35
Se trata de la Ley Orgánica 16/1994, del 8 de noviembre, por la que se reforma la Ley
Orgánica 6/1985, del 1o. de julio, del Poder Judicial.
36
Un temprano estudio crítico de esta reforma puede verse en Calvo Sánchez, M. C.,
“Los medios técnicos, electrónicos, informáticos y telemáticos en el proyecto de reforma de
la Ley Orgánica del Poder Judicial”, Actualidad Jurídica Aranzadi, núm. 157, 7 de julio de 1994.
37
Así, deben tenerse en cuenta en particular la disposición adicional única de la Ley
Orgánica 13/2003, del 24 de octubre, de reforma de la Ley de Enjuiciamiento Criminal en
materia de prisión provisional, y la disposición final primera de la Ley Orgánica 8/2006, del
4 de diciembre, por la que se modifica la Ley Orgánica 5/2000, de 12 del enero, reguladora
de la responsabilidad penal de los menores.
38
Los límites de este estudio nos lo impiden, pero no queremos dejar de citar la polémica
que se suscitó en nuestro país en primer lugar por las consideraciones restrictivas que se deri-
van de la STS (Sala de lo Penal) 678/2005, del 16 de mayo, al no observar razones suficientes
para que la declaración testifical —en este caso de adultos— se hiciera por videoconferencia.
Las únicas esgrimidas en este caso, tal y como resume la propia Sala, son el ahorro de costes
y la mayor seguridad y evitación de fugas al evitar el traslado de presos a efectos de la decla-
ración. Sí se ha admitido en otros casos, por ejemplo, en la STS (Sala de lo Penal) 779/2012,
del 22 de octubre, en un caso de declaración por videoconferencia de la víctima realizado
desde Rumania. A su vez, la propia Fiscalía General del Estado expresó sus propias dudas:
en la Instrucción 1/2002, del 7 de febrero, acerca de la posibilidad de celebrar juicios orales
penales por videoconferencia, destacó que “el derecho a un proceso con todas las garantías,
proclamado en el artículo 24.2 de la Constitución, se ve afectado por la utilización de nuevas
tecnologías para la celebración del juicio oral”, mientras que la Instrucción 3/2002, del 1o.
de marzo, sobre actos que pueden celebrarse a través de videoconferencia de manera más
amplia y flexible permite la utilización procesal de la videoconfenrencia, entre otros casos en
la declaración de testigos (“cuando, por razón de la distancia, dificultad de desplazamiento,
circunstancias personales del testigo o perito o por cualquier otra causa de análogas caracte-
rísticas, resulte imposible o muy gravosa la comparecencia de dichas personas en la sede del
órgano judicial”).
En estos casos debemos ser conscientes de que hay una colisión de dere-
chos de alcance constitucional, que deben ser armonizados, aunque de este
modo pueden verse limitadas algunas garantías procesales y restringida la
aplicación general ordinaria de los principios procesales que rigen nuestro
proceso penal.
Hemos constatado ya la evidente desfiguración del principio de inme-
diación cuando se aplican medios como la videoconferencia. Hay una in-
negable relación entre el órgano juzgador y el sujeto declarante, que será
mayor o menor según las cautelas que se apliquen en el caso concreto, pero
tampoco puede negarse que esa relación no es realmente directa, sino a tra-
vés de un instrumento técnico determinado. Más clara es todavía la ausen-
cia de inmediación cuando el declarante lo hace en una grabación que se
emite durante las sesiones del juicio oral. Entendemos que todo ello no im-
plica por sí mismo una vulneración de las garantías constitucionales, siem-
39
Nos referimos al asunto C-507/10, sentencia del 21 de diciembre de 2011 (proceso
penal contra X) en que se resuelve una cuestión prejudicial sobre la protección de personas
vulnerables en el proceso penal, en concreto se trata del examen de testigos menores de edad.
40
La importante Circular 3/2009 de la Fiscalía General del Estado, sobre protección de
los menores víctimas y testigos concluye, sin embargo, entre otras muchas reflexiones, que
“Las Sras./Sres. Fiscales interesarán la grabación de la declaración como modo específico e
documentación siempre que prevean que el menor no va a poder declarar en el acto de juicio
oral o cuando de los datos recabados pueda sostenerse que el grado de victimización secun-
daria del menor podría ser especialmente intenso y perjudicial si se le impone la obligación
de asistir al juicio como testigo”.
41
Importante en esta materia es la STEDH del 5 de octubre de 2006 (caso Marcello Vio-
la), en la que viene a concluirse que la participación a través de videoconferencia no es en sí
misma contraria al CEDH, si persigue un fin legítimo y su desarrollo respeta el derecho de
defensa.
1 Bossert, Gustavo A. y Zannoni, Eduardo A., Régimen legal de filiación y patria potestad –Ley
23.264, Astrea, 1985, pp. 105 y 106, con citas de Belluscio, Manual, t. II, núm. 473; Borda,
Guillermo A., Tratado–Familia, t. II, núm. 733; Díaz de Guijarro, “Valoración probatoria de
la negativa a someterse a la investigación de los grupos sanguíneos”, Jurisprudencia Argentina,
1947-III-216; Zannoni, Eduardo A., Derecho de familia, t. II, núm. 842, p. 476, Grosman,
Acción de impugnación de paternidad del marido, p. 183, § 56; Calarota, Determinación de la paternidad
por el sistema HLA, La Ley 1985-A-472; Cámara Nacional Civil, sala D, 6 de septiembre de
1973, El Derecho 53-182; id., sala C, 5 de marzo de 1977, La Ley 1977-C-70; id. sala F, 12
de febrero de 1975, El Derecho 67-639; y en contra de Mercader, Amílcar, La jurisdicción y la
prueba. Investigaciones en el cuerpo humano, La Ley 23-120.
583
De allí que se haya señalado que quien rehúsa someterse sin justa causa
a una peritación genética, sin duda que lo hace guiado por el temor que le
produce el resultado de la prueba y verse expuesto “públicamente” en sus
mendacidades y dobleces,7 máxime si lo que se debate es el estado de familia
de una persona.
Sin embargo, ¿es suficiente la simple negativa injustificada o hace falta
algo más? Tengo para mí que no basta la simple negativa a someterse al
examen genético para conjeturar el vínculo biológico de quien rehúsa. Las
razones que brinde para tal actitud pueden tener su origen en innumerables
6 Sotelo Lago, Rosario Alicia et al., “ADN y medicina forense. Diez años de experien-
cia (primera parte)”, Cuadernos de Medicina Forense, año 1, núm. 1, pp. 1-12, junio de 2002,
publicación cuatrimestral del Cuerpo Médico Forense de la Corte Suprema de Justicia de
la Nación (República Argentina), versión PDF disponible en www.csjn.gov.ar/cmfcs/cuader-
nos/1_1_1.html.
7 Kielmanovich, Jorge L., Teoría de la prueba y medios probatorios, Abeledo-Perrot, 1996,
p. 501.
estando el piso tan parejo”. En este tipo de juicios sólo hay una verdad: se es o no se es
el padre o la madre, y si su práctica es gratuita, no debe existir mayor temor en
someterse [y se sostiene que] en los juicios sobre paternidad, salvo tratándose
de aquellos relacionados con la fecundación asistida —donde sí se requerirán
otros medios de prueba para demostrar la ausencia de consentimiento—, re-
sulta ocioso e innecesario ofrecer, admitir, preparar y desahogar otras probanzas ajenas a la
pericial en genética molecular.12
12
Godínez, Hacia un nuevo procedimiento…, cit., pp. 203 y 204.
13
http://www.paternityfraud.com.
14 Anderlik, Mary R. y Rothstein, Mark A., “DNA-Based identity testing and the future
of the family: A research agenda”, American Journal of Law & Medicine, vol. 28, núm. 2-3,
American Society of Law, Medicine & Ethics, Boston University School of Law, 2002, pp.
215-232.
15 Leguisamón, Héctor Eduardo, El valor probatorio del comportamiento de las partes antes y
durante el proceso, ponencia presentada al XXII Congreso Nacional de Derecho Procesal de la
República Argentina (Paraná, 2003), publicada en http://www.ucaparana.com.ar/derecho/trabajos/
leguisamon.htm, y elDial DC2A2; así como Las presunciones judiciales y los indicios, 2a. ed., Buenos
Aires, Rubinzal-Culzoni, 2006, pp. 176 y 177.
julio de 1984, “Domínguez, Olga y otra c/Tyta Financiera S.A.”, del voto del doctor Den-
darys Crespo, La Ley Cba. 1985-130; Cámara Civil y Comercial Azul, 4 de noviembre de
1997, “Gil, Omar A. c/Capitanio, Orlando O.”, La Ley, Buenos Aires, 1998-575.
19
Hitters, Juan Carlos, Revisión de la cosa juzgada. Su estado actual, ponencia presentada al
XX Congreso Nacional de Derecho Procesal (San Martín de los Andes, 1999), libro de po-
nencias, pp. 139, 146 y 148.
Pero qué sucedería cuando las pruebas biológicas —ADN y/o HLA— ofreci-
das por una parte, no se hubiesen podido llevar a cabo, pese a la disponibilidad
de la contraparte a someterse a las extracciones respectivas, por alguna de las
siguientes circunstancias: a) imposibilidad de cualquiera de las partes de afron-
tar los gastos derivados de la práctica pericial por el alto costo de los reactivos
utilizados en su producción; o b) desistimientos admitidos por la contrapar-
te, consentidos por el Ministerio Público y no observados por el Tribunal, y
20
Peyrano, Jorge W., “Acción de nulidad de sentencia «firme»”; y Carbone, Carlos A.,
“Medios de revisión de la cosa juzgada en el derecho de familia”, ambos en La impugnación de
la sentencia firme, cit., t. I, pp. 20 y 21, y pp. 100 101, respectivamente.
21
Tierra,Medios de revisión de la cosa juzgada…, cit., t. II, pp. 125 y 126.
22
Cámara Civil y Comercial Santiago del Estero, Primera Nominación, 6 de julio de
2005, expte. 262.095, “C., C. M. c/C., J. M. s/Filiación extramatrimonial”, inédito.
El proyecto de Código Civil y Comercial de la República Argentina, prevé en el artículo
581 que cuando la acción de filiación sea ejercida por una persona menor de edad o con
capacidad restringida, es competente el juez del lugar donde el actor tiene su centro de vida
o el del domicilio del demandado, a elección del actor.
23
Leguisamón, Héctor Eduardo, Prueba científica de ADN vs. cosa juzgada en procesos de filia-
ción, ponencia presentada al XXIV Congreso Nacional de Derecho Procesal de la República
Argentina (Mar del Plata, 2007), cit., pp. 307 y 311, página web del Congreso http://www.
procesal2007mdp.com.ar/buscador.htm, y elDial DCE2E.
24 Cesario, Roberto, “Cosa juzgada y derecho a la identidad... ¿se asustan de verse jun-
tas?”, en Esperanza, Silvia L. (coord.), Reflexiones procesales, Mave Editora, 2009, p.88.
25 Berizonce, Roberto O., “La ‘relatividad’ de la cosa juzgada y sus nuevos confines”,
Revista de Derecho Procesal, vol. 2008-1, Sentencia II, Rubinzal-Culzoni, 2008, pp. 179 y ss.
26 Leguisamón, Eduardo, op. cit., p. 311.
4) La cosa juzgada frente a los avances de la prueba científica —de lege ferenda—
debería merecer un tratamiento legislativo específico para que, frente a casos
excepcionales, tal como ha sido receptado por la Corte Interamericana de
Derechos Humanos y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, se habilite
una revisión restringida que permita —merced a los avances científicos— su-
perar una situación que se hubiera transformado en intolerablemente injusta
por irreal o por no haber sido juzgada adecuadamente; 5) De lege lata en nuestra legis-
lación resulta viable la revisión en las hipótesis aludidas por aplicación de los
códigos procesales y normas concordantes a nivel provincial que contemplan
dicha vía. Del mismo modo en el ámbito del proceso civil resultaría admisi-
ble, analógicamente, a los fines de resguardar derechos de similar entidad,
como el derecho a la identidad, a la filiación, etcétera, mediante el carril de
la acción autónoma de nulidad.28
27 Citados a modo de ejemplo: Salgado, José María, “La prueba científica, su tiempo y la
cosa juzgada. Cosa juzgada y nuevas pruebas científicas”; Midón, Marcelo S., “Cosa juzgada y
nuevas pruebas científicas”; del suscrito, “Prueba científica de ADN vs. cosa juzgada en proce-
sos de filiación” —ya citada—; Falcón, Enrique M., “Ponencia general”; y Giannini, Leandro,
“La prueba científica” —Relato general—, libro de ponencias, pp. 277-287; 288-297; 298-311;
179-184; 186-210, respectivamente).
28 Revista de la Asociación Argentina de Derecho Procesal, año II, núm. 2, abril de 2008, pp. 28
y 29, Buenos Aires, Rubinzal-Culzoni —los resaltados me pertenecen—.
ción de paternidad, que fue rechazada en 1948 y pasó a ser cosa juzgada.
En 1958 se reencuentra con su madre, quien le revela la identidad de su
padre biológico; a partir de entonces traba estrecha relación con éste, quien
sin embargo se negó a someterse a la pericia biológica confirmatoria. Fi-
nalmente, se plantea en 1999 demanda de revisión de la sentencia de 1948,
solicitando una prueba del ADN a practicarse sobre el cadáver del presunto
progenitor, ya fallecido. El rechazo de la prueba por el tribunal suizo motivó
entonces el reclamo ante la Corte Europea que, a la postre, privilegiando el
derecho a determinar los lazos biológicos, acogió la demanda. Reiteró, en
definitiva, el criterio fijado con anterioridad en casos similares.33
El tema de la producción del examen genético del ADN tiene dos aspectos
o fases: una procesal y, la segunda, que es consecuencia de la primera, ne-
tamente médica o bioquímica, que comienza con la toma de las muestras
del material genético (ya que existen técnicas especiales según sea la na-
turaleza y características precisamente del material genético), debiéndose
tener sumo cuidado con su recolección, y termina en el laboratorio por es-
pecialistas, para luego ser volcadas las conclusiones en el dictamen que será
presentado en el proceso.34
Lo que preocupa y constituye el objeto de este trabajo, es la primera
fase, la netamente procesal en el ámbito civil, en las pretensiones de filia-
ción por cuanto no existen normas que establezcan cuál es el procedimiento
para la realización del examen genético del ADN, puesto que el artículo 253
del Código Civil —modificado en la Ley 23.264— en cuanto establece que
en las acciones de filiación se admitirán toda clase de pruebas, incluso las
biológicas, las cuales podrán ser ordenadas de oficio o a petición de partes,
y constituye sólo una referencia genérica a su producción y posibilidad de
33 Berizonce, “La ‘relatividad’ de la cosa juzgada y sus nuevos confines”, cit., p. 182, con
cita de Krasnow, A. N., “El derecho de acceso a la verdad biológica no tiene límites en el
tiempo”, La Ley, 2007-A-443; Kiemelmajer de Carlucci, Aída, “El derecho humano a cono-
cer el origen biológico y el derecho a establecer vínculos de filiación”, Revista de Derecho de Fa-
milia, Lexis-Nexis, 2004, núm. 26, pp. 77 y ss.; Medina, Graciela, “Adopción y conocimiento
de la verdad biológica. Jurisprudencia de la Corte de Derechos Humanos de Europa”, La
Ley, 2003-E-1253.
34 Se puede ver una excelente y entendible relación para abogados sobre el procedimiento
técnico en Sotelo Lago, Rosario Alicia et al., “ADN y medicina forense. Diez años de experien-
cia (primera parte)”, Cuadernos de Medicina Forense, cit.
ordenarla de oficio por el juez aun sin haber sido propuesta por las partes o,
aun, desistida por quien la ofreció, mientras que el artículo 4, párrafo pri-
mero, de la Ley 23.511, sólo se refiere a la producción del examen genético,
su valoración por el magistrado y la consecuencia de la negativa a someterse
a él, sin disponer cómo se debe proceder para realizarlo.
Este problema no existe en el ámbito del derecho penal, de la crimina-
lística, pues no sólo difieren la índole de los delitos que hacen que las inves-
tigaciones tengan rutas distintas unas de otras, sino que el material biológico
es de cualquier tipo y presente en pequeñas cantidades en la evidencia,35
sino que su finalidad también lo es, ya que lo que se busca es comparar el
ADN de ese material genético encontrado en la escena del crimen (v. gr.,
huellas de sangre, pelos, uñas, saliva, rastros de piel bajo uñas de la víctima,
restos cadavéricos, etcétera) o en prendas íntimas (v. gr., semen o materias
femeninas) que pueden no estar en la escena del crimen, como sucede en
los casos por delitos sexuales, logradas, por ejemplo, por aportación de la
víctima o, en caso del sospechoso, mediante orden de allanamiento en el
domicilio, club, etcétera con el ADN de la persona sospechada de haber
cometido el delito, o directamente verificar si está incluido en una base de
datos genética.
Con el ADN de este último se puede llegar a probar la autoría o parti-
cipación en tanto coincida con el de los elementos hallados en la escena del
crimen, para lo cual, con dudosa constitucionalidad en tanto vulnera la ga-
rantía constitucional de que nadie está obligado a declarar contra sí mismo
(artículo 18 de la carta magna), y más cuando se trata de un tercero ajeno
a la causa, el artículo 218 bis del Código Procesal Penal de la Nación de la
República Argentina, introducido por la Ley 26.549, establece que
Y ello es una cuestión lógica, por cuanto se tiene que trabajar científi-
camente con los materiales genéticos que hay y en las condiciones en que
están (muchas veces habiendo sufrido un importante nivel de degradación),
debiéndose adoptar un extremo cuidado en su recolección y conservación
porque esas muestras biológicas son irrepetibles.36 Algo similar a lo que ocu-
rre con la búsqueda de huellas dactilares en la escena del crimen, que tam-
bién es realizada por expertos y técnicas especiales, debiéndose adoptar el
mayor de los cuidados.
En cambio, en las pretensiones de filiación, por estar dentro de la órbita
civil, más concretamente del proceso civil, precisamente por su finalidad,
de lo que se trata es de comparar el ADN de quien reclama —hijo— con el
padre —o madre— alegado; si están en vida, por la toma de material gené-
tico que consiste, en general, en muestras de sangre venosa en cantidad su-
ficiente y abundante (aproximadamente de 5 a 10 ml, que se puede reducir
en niños pequeños), y en excelente estado de conservación para lograr un
resultado prácticamente seguro,37 y que posibilite, incluso, una contraprue-
ba sobre la base de la importancia superlativa de los intereses en juego: la
identidad de una persona y la calidad de progenitor de la otra.
De haber fallecido el padre alegado, entonces por los restos cadavé-
ricos, si es que los deudos permiten la exhumación, ya que si no lo hacen
36
Sotelo Lago, Rosario Alicia et al., “ADN y medicina forense. Diez años de experiencia
(primera parte)”, cit., p. 7.
37
Patitó, José Á., Medicina legal, Buenos Aires, Ediciones Centro Norte, pp. 280 y 281; So-
telo Lago, Rosario Alicia et al., “ADN y medicina forense. Diez años de experiencia (primera
parte)”, cit., pp. 5-7.
las fórmulas que emplean, además del hijo y el padre alegado, al progenitor
no alegado (generalmente la madre), son las que generan índices con valores
elevados donde la probabilidad de adjudicar paternidad errónea se reduce a
un mínimo; la ausencia del progenitor no alegado hace que el índice de pa-
rentesco presente valores menores.40
Más allá de la discusión sobre si el examen genético del ADN es una prueba
científica o no,42 dado que, como se dijo, no existe norma procesal que lo
41 Leguisamón, Eduardo, El valor probatorio del comportamiento de las partes antes y durante el
proceso, cit.; Las presunciones judiciales y los indicios, cit., pp. 176 y 177; y Prueba científica de ADN
vs. cosa juzgada en procesos de filiación, cit., pp. 302-306, página web del Congreso http://www.
procesal2007mdp.com.ar/buscador.htm, y elDial DCE2E; y Derecho procesal civil, Rubinzal-Culzoni,
2009, t. II, pp. 85 y 86.
42 En el XXIV Congreso Nacional de Derecho Procesal de la República Argentina (Mar
del Plata, 2007), fueron conclusiones de la Comisión núm. 1: Proceso Civil y Comercial,
Subcomisión núm. 2: Prueba Científica: “1. La prueba denominada científica, no constituye
un medio de prueba novedoso, sino que por el contrario existe desde antiguo, siendo carac-
terística distintiva de su especie entre otros aspectos: su método, su elaboración y la especiali-
dad del experto que la lleve a cabo. 2. Es importante tener en cuenta cómo se incorporan al
proceso los avances que se producen a nivel científico y advertir la crisis de gestión dentro del
sistema actual a los fines de la designación de los expertos, de modo de crear los mecanismos
adecuados para regularizar estas situaciones y supervisarlas en el futuro de un modo apro-
piado por vía del control que debería depender de oficinas específicas a esos fines”, Revista de
la Asociación Argentina de Derecho Procesal, cit., pp. 28 y 29.
46 Artículo 29 del Reglamento General del Cuerpo Médico Forense de la Justicia Nacio-
nal —aprobado por la acordada 47/2009—: “La intervención de peritos de parte y consul-
toras/es técnicas/os será admitida cuando su designación conste en las actuaciones remitidas
al Cuerpo Médico Forense o se acredite su calidad procesal mediante escrito emitido por la
sede judicial correspondiente.
Toda incomparecencia de peritos de parte o consultoras/es técnicas/os se informará a
la autoridad judicial requirente, a los fines que estime corresponder, con el objeto de evitar
dilaciones por causas ajenas a la actuación del Cuerpo Médico Forense”.
I. Introducción
609
1
RFC-Request for Coments.
2
Reyes Krafft, Alfredo Alejandro, “El derecho como impulsor del comercio electróni-
co”, Tecnologías de la información y de las comunicaciones, aspectos legales, México, Porrúa-ITAM,
2005.
tiene por objeto regular y promover el uso de la firma electrónica por parte
de los órganos de gobierno y de particulares, para así agilizar y simplificar
los actos y trámites en que intervengan.
Siguiendo esta línea, el Tribunal Superior de Justicia del Distrito Fede-
ral (TSJDF), con apoyo del Banco Mundial, ha adquirido tecnología para
instalar un sistema de consulta de expedientes en línea.5
El sistema integral para la consulta de expedientes SICOR6 actualmen-
te cuenta en su red con alrededor de 12 mil expedientes pertenecientes a las
salas de lo civil, y tiene como finalidad reducir a la mitad las 30 mil visitas
que reciben a diario en dicha dependencia. Asimismo, se pretende fortale-
cer el nuevo sistema de oralidad mediante el uso de tecnologías de telepre-
sencia; la creación de un monedero electrónico; consolidar un centro de
atención telefónica que oriente a los usuarios y al público en general.
Se ha integrado la firma electrónica avanzada a todos los aplicativos
digitales institucionales del Tribunal; se han incorporado, previos los ajustes
legales necesarios, la notificación electrónica al sistema integral para la con-
sulta de resoluciones por Internet. Sin omitir la actualización física de los
centros de cómputo, de acuerdo con la normatividad de seguridad institu-
cional y las mejores prácticas de tecnología. El proceso de adaptación se avi-
zora lento, y seguramente seguirá habiendo largas filas por las múltiples vi-
sitas, debido a la resistencia que priva entre ese ámbito para modernizarse.
Los usuarios de este nuevo servicio podrán utilizar gratuitamente el ser-
vicio del 1o. de julio al 30 de septiembre 2012. Y en etapa de venta, a partir
del 1o. de octubre de 2012; desde luego, será para los que cubran los requi-
sitos de registro.
De acuerdo con el paquete que contrate con el SICOR, se puede, ade-
más de recibir avisos, visualizar en pantalla e imprimir el contenido total del
acuerdo, audiencia o sentencia.
El alcance jurídico de las resoluciones que imprima a través del SICOR
tiene efectos meramente publicitarios y de difusión, y no serán validadas
por el TSJDF para ser utilizadas en ningún tipo de proceso jurídico. Si se
requiere una certificación con pleno valor probatorio deberá acudir al juz-
gado, a realizar la solicitud correspondiente.
7
Gómez Rosales, José Francisco, “El control del portal y el rastreo de la huella informá-
tica durante el proceso jurisdiccional automatizado”, Primeras Jornadas sobre la Automatización
de Procesos Jurisdiccionales, TFJFA, en http://www.juridicas.una.mx/.
establece-los-lineamientos-tcnicos-y-formales-para-la-sustanciacin-del-juicio-en-lnea.pdf.
VII. Conclusión
Las nuevas disposiciones han dado lugar a que el consentimiento puede pre-
sentarse por medios electrónicos, ópticos o por cualquier otra tecnología, y
9
Guerra Ortiz, Víctor Manuel, “Características de la conformación del sistema de ad-
ministración de comunicaciones procesales”, Primeras Jornadas sobre la Automatización de Procesos
Jurisdiccionales, TEPJF, en http://www.juridicas.unam.mx/.
I. Introducción
625
Todas las personas son iguales ante los tribunales y cortes de justicia. Toda
persona tendrá derecho a ser oída públicamente y con las debidas garantías
Toda persona tiene derecho a ser oída, con las debidas garantías y dentro de
un plazo razonable, por un juez o tribunal competente, independiente e im-
parcial, establecido con anterioridad por la ley, en la sustanciación de cualquier
acusación penal formulada contra ella, o para la determinación de sus dere-
chos y obligaciones de orden civil, laboral, fiscal o de cualquier otro carácter.
En Chile, su origen está en las llamadas medidas para mejor resolver, pro-
cedentes una vez que el proceso está en estado de sentencia. Su diferencia
con la prueba de oficio está en que ella se decreta también en otros estados
procesales, pero en esencia son lo mismo. Veamos.
Si los fundamentos fácticos de la acción se encuentran debidamente
probados, el juez debe dar lugar a la demanda y, si no lo están, debe re-
chazarla. Aquí, la imparcialidad del juez no se ve afectada. En cambio, si
decreta medidas para mejor resolver, puede ocurrir que:
a. No se cumpla dentro del plazo legal, en cuyo caso el resultado del
juicio no se alterará: al decretarla no podía dar lugar a la demanda o debía
rechazarla, según quien haya tenido de su cargo el deber del llamado onus
probandi, que no cumplió, y ahora, una vez decretada, no se rindió, por lo
que el resultado del juicio será el mismo que debía ser antes de decretarla.
Aquí, tampoco la imparcialidad del juez se ve afectada.
2
Botto Oakley, Hugo, La congruencia procesal, Editorial de Derecho de Chile, 2007.
bien que se haga o se pueda hacer allí donde está permitido. Además, y
como enseña Juan Montero Aroca, con toda razón, esos procesos no son
dispositivos, como sí lo es el civil, por lo que no resultan comparables.
También agregan o argumentan que el proceso lo administra y finan-
cia el Estado, y a éste no le resulta indiferente quién gane el juicio, sino que
quiere que lo gane aquel a quien se le debe hacer justicia. Esa línea argu-
mental es muy peligrosa, por ser atrayente, pero que se aleja insalvablemen-
te del debido proceso. La función pública jurisdiccional se satisface con en-
tregar un medio pacífico de solución de controversias eficiente y eficaz, con
respeto a los principios de igualdad de las partes y de imparcialidad del juez,
sin que le deba importar al Estado quién gane o quién pierda el juicio, ya
que si ello es parte de su objetivo, siempre lo llevará a preguntarse a quién le
corresponde la justicia, y con ello la buscará prejuiciada y subjetivamente.
Nunca los defensores de este atractivo argumento han podido contestar a
qué justicia se refieren y cuál “es” esa justicia: la del demandante, la del de-
mandado, la del juez, la de la Corte que revoca el fallo en un voto dividido,
el sentir popular, etcétera.
Al menos en mi país, los jueces juran hacer respetar la Constitución y
las leyes; no juran hacer justicia, y no es que no sea deseable hacer justicia,
sino que respecto de ella, el acuerdo social para poder alcanzarla consiste
en la aplicación, con igualdad, de la ley. Entenderlo de manera diferente
conlleva inseguridad jurídica y precedentes no uniformes; ambas cosas no
deseables.
Piense el lector que la cosa juzgada, que es lo máximo en seguridad que
puede ofrecer el Estado a las partes, puede ser transigida por ellas, incluso
alterándola. Entonces, esa justicia que en un momento consideró el juez no
tiene la relevancia que le asignan algunos autores, y que sí tiene el principio
dispositivo.
El caso de España
Por su parte, el texto del artículo 435 del indicado Código español es el
siguiente:
como cierto el hecho alegado o lo niega. En este caso, podrá aducir cuanto
aclare o desvirtúe el hecho que se afirme en el escrito de ampliación.
3. Si el hecho nuevo o de nueva noticia no fuese reconocido como cierto,
se propondrá y se practicará la prueba pertinente y útil del modo previsto en
esta Ley según la clase de procedimiento cuando fuere posible por el estado
de las actuaciones. En otro caso, en el juicio ordinario, se estará a lo dispuesto
sobre las diligencias finales.
4. El tribunal rechazará, mediante providencia, la alegación de hecho
acaecido con posterioridad a los actos de alegación si esta circunstancia no
se acreditase cumplidamente al tiempo de formular la alegación. Y cuando se
alegase un hecho una vez precluidos aquellos actos pretendiendo haberlo co-
nocido con posterioridad, el tribunal podrá acordar, mediante providencia, la
improcedencia de tomarlo en consideración si, a la vista de las circunstancias
y de las alegaciones de las demás partes, no apareciese justificado que el he-
cho no se pudo alegar en los momentos procesales ordinariamente previstos.
En este último caso, si el tribunal apreciare ánimo dilatorio o mala fe pro-
cesal en la alegación, podrá imponer al responsable una multa de veinte mil
a cien mil pesetas.
V. Imparcialidad sicológica
3
La prueba en el proceso civil, 4a. ed., Madrid, Thomson Civitas, 2005, p. 491.
4
En su artículo titulado “La influencia de los sesgos cognitivos en las decisiones juris-
diccionales: el factor humano. Una aproximación” (Indret, Revista para el Análisis del Derecho,
núm.1/2011)
5 En “Judgment under Uncertainty: Heuristics and Biases” de recomendable lectura
para quienes quieran introducirse en este trascendental tema (Science, New Series, vol. 185,
núm. 4157 (27 de septiembre de 1974), pp. 1124-1131).
VI. Conclusiones
Parte V
Reflexiones actuales
en torno al proceso
I. Introducción
643
2 Ibidem,
p. 23.
3
“Es un producto lógico del pensamiento que se expresa mediante el lenguaje, sea éste
un lenguaje común, cuando adopta la forma de oración gramatical, o simbólico, cuando se
expresa por medio de signos o símbolos”, Wikipedia, Enciclopedia libre.
4
Hernández Marín, Rafael, Teoría general del derecho y de la ciencia jurídica, Barcelona, PPU,
1989, p. 53.
5 Real Academia Española de la Lengua, Diccionario de la lengua española, 22a. ed., Ma-
drid, Espasa-Calpe, 2001.
a las partes no señaladas por el actor, con el propósito de evitar que, proferi-
do aquél apenas parcialmente, se genere incertidumbre colectiva acerca del
contenido armónico e integrado de la norma legal materia de análisis. Eso
implica que la Corte Constitucional, en el ejercicio de su función, confronte
normas completas, con alcances definidos, impidiendo que la acción ciuda-
dana, ejercida selectivamente sobre ciertos textos desvirtúe el sentido exacto
de la guarda de la integridad y supremacía de la Constitución, bajo un cierto
designio del actor o, por inadvertencia de éste, con el resultado de hacer que
el precepto, según el sentido del fallo, presente un contenido incoherente o
inaplicable.6
III. Lenguaje
El lenguaje puede ser definido como “el conjunto de sonidos articulados con
que el hombre manifiesta lo que piensa o siente”.8 También puede enten-
derse como un sistema de comunicación, en el cual se encuentra la palabra
escrita o hablada; en otras palabras, un sistema de expresiones o de signos.9
Otra definición se encuentra en Sapir: “El lenguaje es un método exclu-
sivamente humano, y no instintivo, de comunicar ideas, emociones y deseos
por medio de un sistema de símbolos producidos de manera deliberada.
6
Corte Constitucional, sentencia C-560 de 1997. M. P. José Gregorio Hernández Ga-
lindo.
7
Hernández Marín, op. cit., p. 47.
8
Real Academia Española, Diccionario de la lengua española, cit.
9 Hay una inmensidad de definiciones sobre qué es el lenguaje humano, dependiendo
de cada autor en cada época y en cada circunstancia. Una selección de varias de las defini-
ciones que se le ha dado al lenguaje: Por el lenguaje entendemos un sistema de códigos con
cuya ayuda se designan los objetos del mundo exterior, sus acciones, cualidades y relaciones
entre los mismos (A. R. Luria, 1977). El lenguaje es un hábito manipulatorio (J. B. Watson,
1924). El lenguaje es un conjunto finito o infinito de oraciones, cada una de las cuales posee
una extensión finita y construida a partir de un conjunto finito de elementos (Noam Chom-
sky, 1957). El lenguaje es una instancia o facultad que se invoca para explicar que todos los
hombres hablan entre sí (J. P. Bornchart, 1957). Wikipedia, Enciclopedia libre.
Estos símbolos son ante todo auditivos, y producidos por los llamados “ór-
ganos del habla”.10
Sobre esta definición sobra señalar que toma una parte del lenguaje ol-
vidando de forma inicial el lenguaje escrito, el cual es la esencia del derecho.
El derecho utiliza por regla general un lenguaje escrito (derecho positivo).
El lenguaje, entre las múltiples funciones que puede tener (motivadora,
informativa, etcétera) la más importante para el campo jurídico es la des-
criptiva, y realmente es la más trascendente para las disciplinas que preten-
den tener un carácter de cientificidad. El lenguaje propio de cada ciencia o
disciplina científica emite enunciados con pretensión de verdad.
El lenguaje pertenece a cada grupo cultural o científico, dado que la
forma en la cual es usado es diferente. Dentro de cada grupo, éste adquiere
un papel importante para el desarrollo mismo. El cambio cultural se va dan-
do con el uso mismo de las palabras; a medida que cambian las necesidades
de la comunidad varía el uso de las palabras; a medida que nacen nuevas
expectativas en las ciencias o disciplinas científicas, el lenguaje genera nue-
vos conceptos, con los cuales nacen nuevos enunciados con pretensión de
verdad.
Dentro del lenguaje puede hablarse del lenguaje natural, el cual se en-
tiende como el de uso cotidiano, verbi gracia el español, el inglés. Pero existen
otros, que son construidos, lenguajes artificiales. Este lenguaje artificial par-
te de signos: “se dice que algo constituye un signo cuando nuestra mente lo
relaciona con otra cosa o acontecimiento”.11
10
Sapir, Edward, El lenguaje, México, Fondo de Cultura Económica, 2004, p. 14.
11
Aftalion, Enrique R., Introducción al derecho, 2a. ed., Buenos Aires, Abeledo-Perrot,
1994, p. 74
12
De Asís, Rafael, El juez y la motivación en el derecho, Madrid, Dykinson, 2005, p. 132.
13
Foucault, M., Las palabras y las cosas, México, Siglo XXI, 1997, p. 38.
Las frases en las que se incorpora la palabra “tu-tu” son aptas para cumplir
las dos principales funciones de todo lenguaje: prescribir y describir; o, para
ser más claro, expresar órdenes o reglas, y hacer juicios sobre hechos.
De ahí que se pueda decir que
Partiendo de las ideas esbozadas, cabe decir que la pregunta por el len-
guaje no es reciente, ya que existen muchas teorías al respecto (entre éstas
pueden recordarse las propuestas por Hart, Dworkin, Bix, Finnis, entre al-
gunos). Sin que éstas entren de una forma u otra a llenar la vaguedad propia
14
Cortes Rodas, Francisco, La verdad en el infierno, Bogotá, Siglo del Hombre, pp. 42 y 43.
Quien pretende tratar a una persona A de manera distinta que a una persona
B está obligado a fundamentarlo; quien ataca una proposición o una norma
que no es objeto de la discusión, debe dar una razón para ello; quien ha adu-
cido un argumento, sólo está obligado a dar más argumentos en casos de con-
trargumentos; quien introduce en el discurso una afirmación o manifestación
sobre sus opiniones, deseos o necesidades que no se refiera como argumento
a una anterior manifestación, tiene, si se le pide, que fundamentar por qué
introdujo esa afirmación o manifestación.17
15
Aftalión,
Enrique, Introducción al derecho, cit., p. 93.
16
Alexy,
Robert, Teoría de la argumentación jurídica, trad. de Manuel Atienza e Isabel Espejo,
Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1997, p. 185.
17
Ibidem, pp. 191-193.
Hay certeza jurídica cuando cada ciudadano puede conocer las normas jurí-
dicas que se aplican en los casos particulares y cuál es su significado exacto.
En tal situación cada ciudadano está en situación de prever cuáles serán las
consecuencias jurídicas de sus propias acciones y cuáles serán las decisio-
nes de los órganos de aplicación en el caso en que su comportamiento deba
ser juzgado conforme al derecho. Como parece intuitivamente claro, “certe-
za jurídica” no designa una situación existente de hecho en ningún país del
mundo, ni tampoco, probablemente, ninguna situación que alguna vez lle-
gue a presentarse en algún lugar. Esta expresión designa un estado ideal; un
objetivo al cual tender; un criterio valorativo que permite criticar e intentar
cambiar las situaciones de hecho existentes.19
18
La Corte Constitucional, en sentencia del 17 de junio de 1993, habla del principio
de certeza jurídica: “El servicio es algo tan evidente que no exige ser demostrado, sino so-
lamente señalado, ya que se entiende directamente, sin necesidad de discurrir sobre ello, su
naturaleza de apertura solidaria de las partes entre sí y de éstas hacia el todo; pues el servicio
siempre se ha entendido como un acto de colaboración, es decir, como acto de servir: aquello
que reporta utilidad al destinatario. La norma acusada no infringe los requisitos de certeza
jurídica de que trata el artículo 338 constitucional, ya que establece los elementos de la
obligación tributaria y fija los criterios generales propios de toda norma jurídica, los cuales
deben ser desarrollados posteriormente por el presidente de la República en ejercicio de sus
atribuciones como jefe de gobierno y suprema autoridad administrativa”. M. P. Vladimiro
Naranjo Mesa. C-228 de 1993. Este principio es tomado para efectos tributarios, pero debe
ampliarse su aplicación a toda actividad judicial.
19
Comanducci, Paolo, Razonamiento jurídico, elementos para un modelo, trad. de Pablo Larra-
ñaga, México, Fontamara, 2004, p. 98.
V. Lenguaje jurídico
23
Derrida, Jacques, De la gramatología, trad. de Óscar del Barco y Conrado Ceretti, Bue-
nos Aires, Siglo Veintiuno Editores, 2003, p. 10.
24
Su teoría de la argumentación jurídica muestra la necesidad de plantear los enuncia-
dos doctrinales de manera lógica, de acuerdo con las normas vigentes y con los enunciados
empíricos, para lograr una argumentación práctica, de tipo general, para que la argumenta-
ción dogmática tenga sentido en la práctica general. http://es.wikipedia.org/wiki/Robert_Alexy.
25
Prieto Navarro, Evaristo, Jurgen Habermas: acción comunicativa e identidad política, Madrid,
Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2003, p. 19.
I. Introducción
* Abogado, jefe del Departamento de Estudios del Consejo de Defensa del Estado y
profesor de derecho procesal de la Escuela de Derecho de la Universidad Diego Portales.
Licenciado en derecho y educación; magíster en sociología del derecho (MA) y en teoría del
derecho (LLM), y doctor en derecho (PhD) de la Universidad Católica de Lovaina (Katholie-
ke Universiteit Leuven). Miembro de los institutos Chileno de Derecho Procesal e Iberoame-
ricano de Derecho Procesal y de la Asociación Internacional de Derecho Procesal.
657
el profesor Hart ponía como ejemplo un reglamento que prohibiera a los ve-
hículos penetrar en un parque público. Indicaba que en algunos casos-límite
(limiting cases) podríamos dudar y preguntarnos si un coche de niño o un pa-
tinete, por ejemplo, deben ser calificados como vehículos, en el sentido del
reglamento. A lo cual replicaba Fuller que si una asociación de antiguos com-
batientes hubiera querido erigir un monumento como recuerdo de la última
guerra, colocando en medio del césped un carro de combate tomado al ene-
1
Briseño Sierra, Derecho procesal, México, Oxford University Press, 1999, p. 787.
2
Código Civil, libro IV, título XLII “La prescripción”, artículos 2492 a 2524.
3 Cerda Fernández, Carlos, “Razonamiento judicial”, Cuadernos de análisis jurídico, San-
tiago, Escuela de Derecho, Universidad Diego Portales, 1995.
Los artículos 653 a 665 del Código Civil belga regulan los derechos y deberes
de los vecinos (en los pueblos) en relación a la construcción de muros diviso-
rios. En la práctica ha surgido el problema de hasta qué punto las losas de
concreto (betonplaten) pueden ser consideradas como “muros”, o el equivalente
a paredes construidas con piedras. Las losas de concreto eran desconocidas
en 1804, en consecuencia la única forma de resolver el problema es mirar a
la intención del legislador. Si este objetivo es garantizar que una pared, cons-
truida por un vecino, sea lo suficientemente fuerte para permitir al otro veci-
no construir en ella, entonces es obvio que las losas de concreto no resultan
suficientes. Pero en realidad, las cortes han establecido que el propósito era
sólo garantizar la privacía de los vecinos, cuando por ejemplo están sentados
en sus jardines. En este entendido, las cortes consideraron las losas de concre-
to incluidas en el concepto de ‘muro’ y así bajo la normativa en referencia.5
4 Perelman,
Chaim, La lógica jurídica y la nueva retórica, Madrid, Civitas, 1979, p. 76.
5
Van Hoecke, Mark y Ost, François, General Course on Jurisprudence, European Academy
of Legal Theory, 1996, p. 113.
6
Rigaux, François, La loi des juges, París, Éditions Odile Jacob, 1997, 51.
7 Itoh, Hiroshi, “How judges think in Japan”, The American Journal of Comparative Law,
vol. 18, p. 778.
8 Ibidem, p. 779.
9 Ibidem, pp. 779 y 780.
era la intención del legislador castigar ofensas tan menores como las de la
especie.10
Sabemos que existe un contexto en el cual la norma ha sido creada y un
contexto en el cual ésta es aplicada. Así, por ejemplo, si una Constitución de
la primera mitad del siglo XIX estableció la libertad de prensa a la época re-
ferida solamente a la información escrita, hoy día, pasados más de 150 años
de su publicación, cabe considerar, en el análisis del alcance de dicha liber-
tad a otros medios de comunicación, como el cine, la radio y la televisión.
La integración contextual del derecho revela la dimensión dinámica del
mismo y exige un intento de armonización entre la norma y la realidad, si
no por el legislador, sí, al menos, por parte de la doctrina y de los jueces.
De no intentarse tal encuentro, se produce un desfase entre los hechos y el
derecho.11
Evidentemente, en tanto el tiempo no ha permitido decantar una doc-
trina y una jurisprudencia uniforme y categórica en orden a qué debemos
entender por los presupuestos fácticos de las normas de textura abierta,
tales como las “buenas costumbres”, la “buena fe”, la “inhabilidad física
o moral”, el “interés general”, la “libertad de prensa”, el “orden público”,
etcétera,12 existe una primera incertidumbre preprocesal que demanda su
resolución.
10
Ibidem, op. cit., p. 780.
11
En efecto, “en tanto que la sociedad no ha tomado una posición respecto de los hechos
nuevos, se puede hablar de la existencia de un desfase entre los hechos y el derecho; tal desfa-
se se transforma en oposición, cuando la sociedad se levanta en contra de los hechos nuevos;
él disminuye o desaparece, en la medida en que la sociedad los acepta; pero también el paso
del tiempo sin que ella adapte su legislación a los hechos nuevos, crea otro desfase; entre
el derecho formal y el derecho vivo”, Dekkers, René, Le fait et le droit. Problèmes qu’ils posent,
travaux du Centre National de Recherches de Logique. Le Fait et le Droit. Établissements
Émile Bruylant, Bruselas, 1961, p. 14.
12 Véase Fueyo Laneri, Fernando, Interpretación y juez, Santiago, Universidad de Chile y
Centro de Estudios “Ratio Iuris”, 1976.
bles, debemos considerar que su solución debe ser dada por la heterocom-
posición, la que ordinariamente asociamos con el proceso, ya sea privado (el
arbitraje) o público (el proceso jurisdiccional público).13
Sin embargo, el tiempo no siempre admite el ejercicio efectivo de la op-
ción heterocompositiva. Para que ella tenga éxito debemos interponer una
acción que no esté prescrita.
Normalmente, en el ámbito de las acciones civiles, se considera la exis-
tencia de un plazo limitado para permitir su ejercicio.14 Excepcionalmente,
y en forma reciente y no unánime, se ha reconocido la existencia de accio-
nes imprescriptibles en el ámbito civil, como lo son las que persiguen la res-
ponsabilidad extracontractual del Estado en el caso de graves violaciones a
los derechos humanos.15
13
Para mayores detalles sobre la autodefensa, la autocomposición y el proceso como
formas legítimas de solución de los conflictos jurídicos, Alcalá-Zamora, Niceto, Proceso, auto-
composición y autodefensa, México, UNAM, 1970.
14
En el caso de Chile, en el artículo 94 del Código Penal se contemplan también plazos
de prescripción de la acción penal, los cuales van desde los seis meses, en el caso de las faltas,
hasta quince años, en el caso de los crímenes a que la ley impone la pena de presidio, reclu-
sión o relegación perpetuos.
15
A favor de la prescripción de la acción civil en causas por violaciones a los derechos
humanos, la jurisprudencia ha señalado que: “La prescripción constituye un principio gene-
ral del derecho destinado a garantizar la seguridad jurídica, y como tal adquiere presencia
en todo el espectro de los distintos ordenamientos jurídicos, salvo que por ley o en atención
a la naturaleza de la materia se determine lo contrario, esto es, la imprescriptibilidad de las
acciones. Y no existiendo norma alguna, ni siquiera en el ámbito del derecho internacional,
en que se establezca la imprescriptibilidad genérica de las acciones orientadas a obtener
el reconocimiento de la responsabilidad extracontractual del Estado, corresponde estarse a
las reglas del derecho común referidas específicamente a la materia. La imprescriptibilidad
establecida por los Convenios de Ginebra sobre Tratamiento de los Prisioneros de Guerra
debe entenderse referida a las infracciones del orden penal. Por tanto, ejercida una acción de
contenido patrimonial cuya finalidad es hacer efectiva la responsabilidad extracontractual
del Estado por violaciones a los derechos humanos, no cabe sino aplicar en materia de pres-
cripción las normas del Código Civil, entre ellas, los artículos 2332 y 2497… En consecuen-
cia, habiendo transcurrido el plazo de prescripción de cuatro años establecido en el artículo
2332 del Código Civil entre la fecha en que la víctima fue detenida por agentes del Estado,
época desde la cual permanece desaparecida, y aquélla en que fue notificada la demanda,
corresponde acoger la excepción de prescripción”.
En contra de la prescripción de la acción civil por violaciones a los derechos humanos,
la jurisprudencia ha señalado que “A la época de ocurrencia de los hechos —07.01.1975—,
el país se encontraba en situación de conmoción interna, lo que importa un estado o tiempo
de guerra. Esta situación hace aplicable la normativa penal sustantiva y procesal orgánica
contemplada para ese estado, normativa entre la cual se encuentran los Convenios de Gi-
nebra, quedando obligado el Estado a garantizar la seguridad de las personas que pudieren
tener participación en conflictos armados al interior de su territorio, como también respecto
de quienes no toman parte en actuaciones beligerantes, quedando vedado disponer medi-
das que tiendan a amparar los agravios cometidos contra personas determinadas o lograr
la impunidad de sus autores. En estas condiciones, se ajusta a derecho no dar aplicación a
las normas del Código Civil sobre prescripción, sino a las normas constitucionales y a los
tratados internacionales ratificados por Chile que regulan la responsabilidad estatal. Afirmar
que las únicas reglas que existen en el país para regular la responsabilidad del Estado son las
contenidas en el Código Civil importa negar validez y eficacia a normas jurídicas de carácter
constitucional, administrativo e internacional que ya han sido aplicadas por los tribunales
en materia de violación a los derechos humanos (considerandos 5 y 13 de la disidencia de
la sentencia de casación) también conduce a rechazar la prescripción la circunstancia de ser
ésta una sanción y, por ende, no ser susceptible de aplicación por analogía, y el principio de
coherencia, puesto que no se observan razones para decidir de manera diversa las excep-
ciones de prescripción extintiva de las acciones que tienen por objeto imponer sanciones
penales a los responsables y aquellas que reclaman la reparación integral del daño a todos los
responsables, desde que, con esto, se afectan las garantías de igualdad y no discriminación.
En otros términos, no se justifica que cuando quien persigue la responsabilidad es el Estado
la acción es imprescriptible y al dirigir la acción en contra del Estado, derivado de los mismos
hechos, ésta se torna en prescriptible”.
Para mayores detalles véase sentencia de la Corte Suprema, del 17 de diciembre de 2012,
pronunciada con fecha en los autos caratulados “Lidio Catanni Ortega con Fisco de Chile”,
rol ingreso Corte 12.357-2011.
16 Señala François Ost: “El tiempo, cuarta dimensión a menudo ignorada, es consustan-
cial a los derechos fundamentales. Es en su seno en el que se desenvuelven; es contra la ame-
naza, siempre recurrente, del no-tiempo donde se hacen valer… En el fondo se trata siempre
de alejarse del estado de naturaleza, cuyo retorno no cesa nunca de amenazar. Los grandes
pensadores modernos han señalado bien la parte que desempeñan los derechos fundamenta-
les en esta historia. Queda por destacar en qué medida la salida del estado de naturaleza es
también una conquista del tiempo humano –civil, civilizado, ciudadano– sobre el no-tiempo
de la violencia primitiva”. Para mayores detalles, véase Ost, François, “El tiempo, cuarta
dimensión de los derechos humanos”, Anuario de Derechos Humanos, Madrid, nueva época, vol.
1, Instituto de Derechos Humanos, Universidad Complutense de Madrid, 2000.
17 Véase Felstiner, William et al., “The Emergence and Transformation of Disputes:
Naming, Blaming and Claming”, Law and Society Review, vol. 15, núm. 3-4, 1980-81; y
Galanter, Marc, “Litigation in America”, UCLA Law Review, 31, 1983/1.
18
Briseño Sierra, Derecho procesal, cit., p. 797.
19
Ley sobre Efecto Retroactivo de las Leyes, artículo 23: “Los actos o contratos válida-
mente celebrados bajo el imperio de una ley podrán probarse bajo el imperio de otra, por
los medios que aquélla establecía para su justificación; pero la forma en que debe rendirse la
prueba estará subordinada a la ley vigente al tiempo en que se rindiere”.
Artículo 24: “Las leyes concernientes a la substanciación y ritualidad de los juicios preva-
lecen sobre las anteriores desde el momento en que deben empezar a regir. Pero los términos
que hubiesen empezado a correr y las actuaciones y diligencias que ya estuvieren iniciadas
se regirán por la ley vigente al tiempo de su iniciación”.
20
Véase Casarino Viterbo, Manual de derecho procesal. Derecho procesal orgánico, Santiago,
Editorial Jurídica de Chile, 2000, t. I, pp. 19-23.
El término “proceso” viene del latín procedere, que significa avanzar. Se trata
de una serie de actos procesales organizados en torno a un telos o fin, cual es
la solución del conflicto jurídico sometido a la decisión del tribunal a través
del pronunciamiento del correspondiente juicio jurisdiccional.
Tal avanzar está indisolublemente ligado al paso del tiempo, elemento
fundamental para evaluar la eficacia y eficiencia del proceso civil, tanto por
los intervinientes del mismo como por la opinión pública.
El proceso civil actualmente vigente en Chile, predominantemente es-
crito, se estructura sobre múltiples y sucesivas fases o tiempos.21 La ley re-
gula su desarrollo con un mecanismo articular de avance desde la demanda
hasta el juicio jurisdiccional, cual es la preclusión legal, en el contexto de
una dispersión de actos. Se trata, como lo recuerda Humberto Briseño Sie-
rra, de un enlace, el que permite la eficacia de la actividad procedimental,
la que “se realiza necesariamente a través de las instancias que llevan el sig-
nificado de la conexión temporal”.22
En los procesos civiles en actual discusión en Chile, en el marco de la
reforma procesal civil, los cuales son predominantemente orales, los actos
procesales se desarrollan en forma agrupada en el tiempo; esto es, funda-
mentalmente en audiencias, siendo dos las principales, a saber, la audiencia
preliminar y la audiencia de prueba, las cuales reconocen como mecanis-
mo articulador la concentración, en cuya virtud se desarrollan en una au-
diencia, o en la menor cantidad de audiencias posibles, la mayor cantidad
de actuaciones posibles, evitando su separación y favoreciendo así la opor-
tunidad procesal.
Los procesos civiles, tanto los vigentes como los actualmente en discu-
sión, se estructuran sobre fases sucesivas y el reconocimiento del principio
de la preclusión,23 el cual busca favorecer el avance del proceso impidiendo
21
Montero Aroca, Juan, “Síntesis de derecho procesal civil español”, Boletín Mexicano de
Derecho Comparado, México, núm. 89, 1997, p. 668.
22
Briseño Sierra, Humberto, Derecho procesal, México, Cárdenas Editor, 1969, vol. III,
p. 453.
23
La preclusión, la cual la legislación chilena consagra plenamente, es la pérdida, ex-
tinción o consumación de una facultad procesal. Según indica Chiovenda, “el principio de
preclusión consiste en que para cada actividad procesal destinada a un determinado objeto, se
establece un periodo en el proceso, transcurrido el cual, la actividad ya no puede realizarse”.
Precisando lo anterior, Redenti indica que la preclusión es la “prohibición de llevar a cabo
ciertos actos después de realizarse determinados otros”, Guzmán Santa Cruz, Roberto, Reper-
torio de conceptos de derecho procesal civil, Santiago, Carlos E. Gibbs A., Editor, 1966, t. II, p. 138.
La preclusión, como principio procesal, se opone al de la unidad de la vista. En el primer
caso la relación procesal se desarrolla a través de etapas sucesivas, las que deben ser respeta-
das; de lo contrario, son ineficaces. En el segundo caso, la relación procesal no se desarrolla
por etapas y, por lo tanto, pueden alegarse hechos nuevos y producirse pruebas nuevas hasta
que el tribunal cite a las partes a oír sentencia.
Los fundamentos de la preclusión son los siguientes: la preclusión permite el cumpli-
miento de las leyes de procedimiento; permite el avance del proceso, cumpliendo así con su
finalidad, y da como resultado la irrevocabilidad de los actos jurídicos procesales.
Los requisitos de la preclusión, a su vez, son que la ley reglamente mediante reglamento
de procedimiento el curso del proceso, y que alguno de los sujetos no haga uso o agote la
facultad de hacer uso del periodo o etapa respectiva para la realización de un acto procesal.
Son varias las situaciones que producen la preclusión, a saber: el vencimiento del plazo,
en la medida en que la facultad no se ejerció dentro de él. Si el plazo es fatal, tal pérdida de la
facultad procesal opera ipso iure; en caso contrario, requiere una declaración del tribunal. Los
plazos establecidos por el CPC actualmente son fatales. Por lo tanto, si la demanda no es con-
testada dentro del término de emplazamiento, no puede ello realizarse con posterioridad. La
realización de un acto incompatible produce la preclusión de la actividad no realizada. Así,
por ejemplo, si se contesta la demanda precluye la facultad de oponer excepciones dilatorias.
Finalmente, la consumación procesal; esto es, el ejercicio efectivo de un derecho importa la
preclusión de su ejercicio futuro. Así la oposición de excepciones dilatorias impide que se
pueda con posterioridad presentar un nuevo escrito de oposición de excepciones dilatorias.
La preclusión es una sanción a los actos jurídicos procesales que opera en los casos anali-
zados, ya sea por el ejercicio o no de una facultad procesal. Ella sólo produce efectos dentro
del proceso a diferencia de la cosa juzgada que también los produce fuera del mismo.
24
Tavolari Oliveros, Raúl, “Reflexiones actuales sobre la nulidad procesal”, Revista de
Derecho y Jurisprudencia, Santiago, t. 91, núm. 1, primera parte, 1991, pp. 6 y 7.
25
Briseño Sierra, Humberto, op. cit., nota 22, p. 454.
26
Couture, Eduardo, Proyecto de Código de Procedimiento Civil, Buenos Aires, 1954, p. 37.
27
Djankov, Simeon et al., “Courts: The Lex Mundi Project”, NBER Working Paper 8890
(2002) disponible en http://www.nber.org/papers/w8890. El estudio “La realidad del proceso”,
conducido en 1976, reveló que la duración de ambas instancias en un juicio ordinario de
mayor cuantía en Santiago era de 806 días. En 1992, los resultados del estudio “Duración
del procedimiento civil ordinario en los juzgados de Santiago”, concluyó que el promedio de
duración para tales causas había aumentado a 1,009 días. En un estudio más reciente con-
ducido en trece juzgados civiles de Santiago, el cual consideró expedientes archivados en los
años 1998-2000, la duración promedio subió a 2,009 días. García, José Francisco y Leturia,
Francisco J., “La justicia civil y comercial chilena en crisis: bases para el diseño de la reforma
procesal civil”, en Silva P., José Pedro et al. (eds.), Justicia civil y comercial: una reforma pendiente.
Bases para el diseño de la reforma procesal civil, Santiago, Instituto Libertad y Desarrollo, Pontificia
Universidad Católica de Chile Zand Universidad Autónoma de Madrid, 2006, p. 38).
28
Así, por ejemplo, lo grafica el caso de Mayala Gwezo, quien, como resultado de la
excesiva duración de un proceso de cobro de deuda, no pudo contar a tiempo con el capital
necesario para continuar con la pequeña empresa que llevaba desarrollando por éxito du-
rante varios años, lo que afectó, además, su vida familiar, la cual terminó en un divorcio, y su
salud física y mental, manifestaciones de lo cual fueron sus numerosas úlceras y una compleja
neurosis (Mayala Gwezo v. Haji S.A. Karim t/a Karim Transport, caso civil núm. 218, 1979 Dsm
HC, Tanzania).
29
Briseño Sierra, Humberto, Compendio de derecho procesal, Cali, Biblioteca Jurídica Equi-
dad, p. 266. Así, las consecuencias del tiempo procesal en Mayala Gwezo, mencionado en
la nota anterior, o en una abuelita que necesita costear una operación a la cadera que la
mantiene postrada en cama, pueden tener efectos mucho más graves que el paso del tiempo
respecto de una gran empresa o del fisco.
30
Odent, B., “L’avocat, le juge et les délais”, Mélanges René Chapus, París, 1992, p. 483.
31
Código de Procedimiento Civil, artículo 88: “La parte que haya promovido y perdido
dos o más incidentes en un mismo juicio, no podrá promover ningún otro sin que previamen-
te deposite en la cuenta corriente del Tribunal la cantidad que éste fije…”.
32
Véase libro I, título XVI del Código de Procedimiento Civil (artículos 152-157).
Fuente: Cerda Fernández, Carlos, La duración de los procedimientos ordinarios en los juzgados de la
región metropolitana, Fondecyt, Santiago, 1992, p. 10.
33 Véase Vargas Pavez, Macarena, “La reforma procesal civil en el Uruguay”, Cuadernos de
Análisis Jurídico, Santiago, Escuela de Derecho, Universidad Diego Portales, 1994, pp. 109-139.
País Promedio
Argentina + 2 años (45% de los casos)
Colombia 2 años y 9 meses
Costa Rica 10 meses y 1 semana
Paraguay + 2 años
Perú 4 años y 6 meses
Uruguay 8 meses
ción 1a., p. 104; y Corte Suprema, 4 de mayo de 1990, Revista de Derecho y Jurisprudencia, t. 87,
sección 1a., p. 21.
Para que el proceso logre sus fines a través del procedimiento es impres-
cindible que los actos que lo integran se realicen en la forma determinada
por la ley. Si no es así, los actos serán viciados, produciéndose la nulidad
procesal.
La nulidad procesal tiene su fundamento en el debido proceso, consa-
grado en el artículo 19, núm. 3, de la Constitución Política de la República,
el que indica, en su inciso 5o., que: “Toda sentencia de un órgano que ejer-
za jurisdicción debe fundarse en un proceso previo legalmente tramitado”.
La nulidad procesal civil no se regula en un título especial del Código
de Procedimiento Civil, sino que está diseminada en distintas disposiciones
aisladas, siendo las más importantes las consideradas en los artículos 83 y
siguientes.39
El viaje manifestación de la ductilidad de la regulación del tiempo pro-
cesal a veces puede también orientarse hacia el futuro, como acontece, por
ejemplo, con las medidas cautelares innovativas o con las órdenes de no in-
novar, en especial en el ámbito de los recursos de protección.40
39
La nulidad procesal penal, en cambio, aparece regulada, en forma especial, por el
título VII del libro II del Código Procesal Penal (artículos 159-165).
40
Véase Marín González, Juan Carlos, “Las medidas cautelares en el ordenamiento
jurídico chileno: su tratamiento en algunas leyes especiales”, Revista de Estudios de la Justicia,
núm. 8, Facultad de Derecho, Santiago, Universidad de Chile, 2006, pp. 13-37.
41
Las actuaciones judiciales deben realizarse en días y horas hábiles: son días hábiles los
no feriados, y son horas hábiles las que median entre las 8:00 y las 20:00 horas, salvo que el
Tribunal decrete habilitación de día u horas siempre que se trate de actuaciones cuya dila-
ción pueda causar grave perjuicio a los interesados, o a la buena administración de justicia,
o cuya dilación pueda hacer ilusoria una actuación judicial.
42
El plazo o término procesal es el tiempo fijado por la ley, por el juez o por las partes para
el ejercicio de una facultad o la realización de un acto jurídico procesal dentro del proceso.
Los plazos están reglamentados en el artículo 48 del Código Civil, que establece las si-
guientes reglas: Los plazos de días, meses o años se entenderá que han de ser completos y
correrán además hasta la media noche del último día del plazo. El último y primer día de un
plazo de meses o años deben tener el mismo número en el respectivo mes, o en el inmediata-
mente anterior si no existiere tal número en el mes del vencimiento. Si un plazo de meses o
años principia en un día que no existe en el mes de vencimiento, porque el primero era más
largo que el segundo, el plazo expira el último día del referido mes.
43
Clasificación de los plazos judiciales: según el sujeto que los establece, pueden ser
legales (cada vez que la ley dice que una actuación debe realizarse dentro de un determinado
plazo; por lo tanto también es fatal), judiciales (generalmente dentro del orden consecutivo con-
vencional), y convencionales (por ejemplo en el procedimiento ante los árbitros arbitradores).
Según su extensión: se trate de horas (24 horas para que el juez tome declaración indaga-
toria, 24 horas para interponer el recurso de apelación en contra de la resolución que falla el
recurso de amparo), días, meses, años.
Según si extinguen una facultad: plazos fatales y no fatales. Cuando se dice que un dere-
cho o una oportunidad debe cumplirse “dentro de” un determinado plazo, significa que de
no hacerse en este plazo, precluye el derecho. Excepcionalmente existen los plazos no fatales,
que son aquellos establecidos para las actuaciones propias del tribunal, salvo las medidas
para mejor resolver, las cuales deben ser decretadas dentro del plazo que tiene el tribunal
para dictar sentencia.
Según la posibilidad de extender su vigencia: plazos improrrogables, que son aquellos que
no pueden extenderse más allá de su vencimiento natural o primitivo (por ejemplo, plazo
para contestar la demanda, o excepciones); y plazos prorrogables, que son aquellos que sí se
pueden extender más allá de su vencimiento natural o primitivo; como los plazos judiciales,
que se pida la prórroga antes de su vencimiento y que se alegue justa causa, la que será apre-
ciada prudencialmente por el tribunal.
Dependiendo de cuando empiezan a correr: plazos individuales, que son aquellos que
empiezan a correr separadamente respecto de cada parte desde el día de la notificación
efectuada a cada una de ellas, lo que constituye la regla general dentro de nuestra legislación;
y los plazos comunes, que son aquellos que corren conjuntamente para todas las partes a
contar de la última notificación, como por ejemplo el término probatorio, la realización del
comparendo de discusión dentro del juicio sumario.
Si se suspenden o no durante los feriados: los plazos continuos son la regla general en el
derecho chileno, los plazos discontinuos son regla general en los plazos de días en materia
procesal civil (artículo 66 del Código de Procedimiento Civil).
44
Artículos del Código de Procedimiento Civil: Artículo 26. Los derechos de cada dili-
gencia se pagarán tan pronto como ésta se evacue; pero la falta de pago no podrá entorpecer
en ningún caso la marcha del juicio.
Artículo 85. Todo incidente originado de un hecho que acontezca durante el juicio, de-
berá promoverse tan pronto como el hecho llegue a conocimiento de la parte respectiva.
Artículo 114 (119). La declaración de implicancia o de recusación cuando haya de fun-
darse en causa legal, deberá pedirse antes de toda gestión que ataña al fondo del negocio,
o antes de que comience a actuar la persona contra quien se dirige, siempre que la causa
alegada exista ya y sea conocida de la parte. Si la causa es posterior o no ha llegado a cono-
cimiento de la parte, deberá proponerla tan pronto como tenga noticia de ella. No justifi-
cándose esta última circunstancia, será desechada la solicitud, a menos que se trate de una
implicancia. En este caso, podrá el Tribunal imponer a la parte que maliciosamente haya
retardado el reclamo de la implicancia una multa que no exceda de un sueldo vital.
Artículo 162. Las causas se fallarán en los tribunales unipersonales tan pronto como estén
en estado y por el orden de su conclusión. El mismo orden se observará para designar las
causas en los tribunales colegiados para su vista y decisión.
Artículo 236. Si la sentencia ordena el pago de prestaciones periódicas y el deudor re-
tarda el pago de dos o más, podrá el juez compelerlo a prestar seguridades para el pago, tal
como la de convertir las prestaciones en los intereses de un capital que se consigna al efecto,
en un banco, caja de ahorros y otros establecimientos análogos. Este capital se restituirá al
deudor tan pronto como cese la obligación.
Artículo 515. El depositario deberá consignar a la orden del Tribunal, en la forma ex-
presada en el artículo 509, los fondos líquidos que obtenga correspondientes al depósito, tan
pronto como lleguen a su poder, y abonará intereses corrientes por los que no haya consig-
nado oportunamente.
45 Artículos del Código de Procedimiento Civil: Artículo 41 inciso 3, Si la notificación
se realizare en día inhábil, los plazos comenzarán a correr desde las cero horas del día hábil
inmediatamente siguiente, y si se hubiere practicado fuera de la comuna donde funciona el
Tribunal, los plazos se aumentarán en la forma establecida en los artículos 258 y 259.
Artículo 91. Vencido el término de prueba, háyanla o no rendido las partes, y aun cuando
éstas no lo pidan, fallará el Tribunal inmediatamente o, a más tardar, dentro del tercero día,
la cuestión que haya dado origen al incidente.
Artículo 166. Cuando haya de integrarse una sala con miembros que no pertenezcan
a su personal ordinario, antes de comenzar la vista, se pondrá por conducto del relator o
secretario en conocimiento de las partes o de sus abogados el nombre de los integrantes, y se
procederá a ver la causa inmediatamente, a menos que en el acto se reclame, de palabra o
por escrito, implicancia o recusación contra alguno de ellos.
Artículo 391. La declaración deberá prestarse inmediatamente, de palabra y en términos
claros y precisos. Si el confesante es sordo o sordomudo, podrá escribir su confesión delante
del tribunal o ministro de fe encargado de recibirla o, en su caso, se aplicará lo dispuesto en
el artículo 382.
Artículo 443 numeral 1. El mandamiento de ejecución contendrá: La orden de requerir
de pago al deudor. Este requerimiento debe hacérsele personalmente; pero si no es habido,
se procederá en conformidad al artículo 44, expresándose en la copia a que dicho artículo se
refiere, a más del mandamiento, la designación del día, hora y lugar que fije el ministro de fe
para practicar el requerimiento. No concurriendo a esta citación el deudor, se hará inmedia-
tamente y sin más trámite el embargo.
Artículo 453. Si el embargo recae sobre bienes raíces o derechos reales constituidos en ellos,
no producirá efecto alguno legal respecto de terceros, sino desde la fecha en que se inscriba en
el respectivo registro conservatorio en donde estén situados los situados los inmuebles. El mi-
nistro de fe que practique el embargo, requerirá inmediatamente su inscripción y firmará con
el conservador respectivo y retirará la diligencia en el plazo de veinticuatro horas.
Artículo 455. Verificado el embargo, el ministro de fe ejecutor entregará inmediatamente
la diligencia en la secretaría, y el secretario pondrá testimonio del día en que la recibe. En
el caso del artículo 453, esta entrega se verificará inmediatamente después de practicada
la inscripción de que dicho artículo trata. El retiro de las especies no podrá decretarse sino
hasta transcurridos que sean diez días desde la fecha de la traba de embargo, a menos que el
juez, por resolución fundada, ordene otra cosa.
Artículo 593. En el acta que se levante, a más de las pruebas acompañadas, se menciona-
rán con brevedad las alegaciones de las partes. Sin otro trámite el tribunal citará a las partes
para oír sentencia la que dictará inmediatamente o, a más tardar, dentro de tercero día.
Artículo 701 inciso final. Inmediatamente deberá entregarse al demandante copia auto-
rizada del acta y de su proveído, con lo cual se entenderá notificado de las resoluciones que
contenga.
Artículo 714. La práctica de toda diligencia probatoria deberá solicitarse en la audiencia
de contestación so pena de no ser admitida después, sin perjuicio de que el Tribunal pueda de
oficio, para mejor resolver, en cualquier estado de la causa, decretar todas las diligencias y
actuaciones conducentes a la comprobación de los hechos discutidos, debiendo emplear para
ello el mayor celo posible. Los instrumentos sólo podrán presentarse conjuntamente con la
demanda o en las audiencias de contestación o de prueba y las partes deberán formular las
observaciones y las impugnaciones que procedan en la audiencia en que se acompañen o en
la inmediatamente siguiente. Los incidentes a que den lugar las observaciones e impugna-
ciones deberán tramitarse y probarse al mismo tiempo que la cuestión principal. Los que se
formulen en la audiencia de prueba se deberán probar en esa misma audiencia, salvo que el
Tribunal por motivos fundados fije una nueva audiencia para ello.
Artículo 811. El recurso de revisión sólo podrá interponerse dentro de un año, contado
desde la fecha de la última notificación de la sentencia objeto del recurso. Si se presenta pasado
este plazo, se rechazará de plano. Sin embargo, si al terminar el año no se ha aún fallado el
juicio dirigido a comprobar la falsedad de los documentos, el perjurio de los testigos o el cohe-
cho, violencia u otra maquinación fraudulenta a que se refiere el artículo anterior, bastará que
el recurso se interponga dentro de aquel plazo, haciéndose presente en él esta circunstancia,
y debiendo proseguirse inmediatamente después de obtenerse sentencia firme en dicho juicio.
Artículo 849. Declarada yacente la herencia en conformidad a lo prevenido en el párrafo
respectivo de este libro, se procederá inmediatamente al nombramiento de curador de la
misma cumplidas en su caso las disposiciones de los artículos 482 y 483 del Código Civil.
Artículo 919. Declarado por el tribunal el valor de los bienes y perjuicios con arreglo
al artículo anterior, se mandará publicar esta declaración por medio de cinco avisos que se
insertarán de tres en tres días, a lo menos, en un periódico del departamento, si lo hay, o de
la cabecera de la provincia, en caso contrario, a fin de que los terceros a que se refieren los
artículos 923 y 924 puedan solicitar las medidas precautorias que en dichos artículos se men-
cionan. Transcurridos tres días después del último aviso y no habiendo oposición de terceros,
el Tribunal ordenará que el precio de la expropiación se entregue al propietario, o si está él
ausente del departamento o se niega a recibir que se consigne dicho valor en un estableci-
miento de crédito. Verificado el pago o la consignación, se mandará poner inmediatamente
al interesado en posesión de los bienes expropiados, si son muebles, y si son raíces, se orde-
nará el otorgamiento dentro del segundo día de la respectiva escritura, la cual será firmada
por el juez a nombre del vendedor, si éste se niega a hacerlo o está ausente del departamento.
46
Briseño Sierra, Humberto, op. cit., nota 29, p. 277.
47
Artículo 328 del Código de Procedimiento Civil. “Para rendir prueba dentro del te-
rritorio jurisdiccional del tribunal en que se sigue el juicio tendrán las partes el término de
veinte días. Podrá, sin embargo, reducirse este término por acuerdo unánime de las partes”.
48
Artículo 64 del Código de Procedimiento Civil: “Los plazos que señala este Código
son fatales cualquiera sea la forma en que se exprese, salvo aquellos establecidos para la
realización de actuaciones propias del Tribunal. En consecuencia, la posibilidad de ejercer
un derecho o la oportunidad para ejecutar el acto se extingue al vencimiento del plazo. En
estos casos el Tribunal, de oficio o a petición de parte, proveerá lo que convenga para la
prosecución del juicio, sin necesidad de certificado previo. Las partes, en cualquier estado
del juicio, podrán acordar la suspensión del procedimiento hasta por un plazo máximo de
noventa días. Este derecho sólo podrá ejercerse por una vez en cada instancia, sin perjuicio
de hacerlo valer, además, ante la Corte Suprema en caso que, ante dicho Tribunal, estuvie-
sen pendientes recursos de casación o de queja en contra de sentencia definitiva. Los plazos
que estuvieren corriendo se suspenderán al presentarse el escrito respectivo y continuarán
corriendo vencido el plazo de suspensión acordado”.
49
Artículo 66 del Código de Procedimiento Civil: “Los términos de días que establece el
presente Código, se entenderán suspendidos durante los feriados, salvo que el tribunal, por
motivos justificados, haya dispuesto expresamente lo contrario. Lo anterior no regirá con los
asuntos indicados en el inciso segundo del artículo 314 del Código Orgánico de Tribunales
respecto del feriado de vacaciones”.
50
Briseño Sierra, Humberto, op. cit., nota 29, pp. 267 y 268.
51
Artículo 174 del Código de Procedimiento Civil: “Se entenderá firme o ejecutoriada
una resolución desde que se haya notificado a las partes, si no procede recurso alguno en
contra de ella; y, en caso contrario, desde que se notifique el decreto que la mande cumplir,
una vez que terminen los recursos deducidos, o desde que transcurran todos los plazos que
la ley concede para la interposición de dichos recursos, sin que se hayan hecho valer por las
partes. En este último caso, tratándose de sentencias definitivas, certificará el hecho el secre-
tario del Tribunal a continuación del fallo, el cual se considerará firme desde este momento,
sin más trámites”.
V. Palabras finales
diferentes a las que sirven de fundamento a la casación. Calamandrei, Piero, La casación civil,
t. II, vol. 12, Editorial Bibliográfica Argentina, 1945, p. 188.
Estamos aquí, entonces, en la terminología de Jaime Guasp, en el ámbito de los actos
procesales en un sentido amplio, definidos no por su origen, sino por sus efectos. Se trata, así,
de actos procesales heterónomos o trascendentes, lo que lleva a la distinción entre la nulidad
procesal por vicios de forma y la nulidad procesal por vicios sustanciales o de contenido del
acto. Y más específicamente, aquí hablamos de vicios “de tipo sustancial que se cuelan en el
pleito, y que se descubren —por regla— luego que el fallo quedó firme; pues si se advierten
antes deben ser atacados por las vías normales”, Hitters, Juan Carlos, “Revisión de la cosa
juzgada. Su estado actual”, Revista Uruguaya de Derecho Procesal, Montevideo, núm. 1, Funda-
ción de Cultura Universitaria, 1999, p. 12.
Aquí, entonces, se enfrentan dos fines del derecho: el de la seguridad, íntimamente aso-
ciado a la institución de la cosa juzgada, y el de la justicia o equidad, cual es el que se privile-
gia al permitirse, eso sí, excepcionalmente, la revisión de una sentencia firme o ejecutoriada;
es decir, una sentencia que produce cosa juzgada, la cual puede ser revisada en atención a
la comisión de “un error notorio que causa una injusticia manifiesta que debe repararse”.
La ficción de verdad de la cosa juzgada, entonces, se desvanece en la medida en que los
fundamentos del fallo que la produce son de una injusticia tal, que su mantención atentaría
contra las bases del derecho.
Bien podría argumentarse la inconstitucionalidad del recurso de revisión en cuanto que
la cosa juzgada tiene un reconocimiento constitucional en el artículo 76 de la Constitución
Política en cuanto establece la imposibilidad de hacer “revivir procesos fenecidos”. Sin em-
bargo, la Corte Suprema ha entendido que no es dable tal argumentación, ya que lo que se
prohíbe es el acto posterior al proceso que autorice su reapertura. En el caso de la revisión,
en cambio, estamos frente a un acto que “se efectúa con arreglo a la ley anterior al fallo; es
un recurso más dentro del procedimiento, como la apelación o la casación. El proceso no
perece para este efecto mientras haya plazo pendiente para interponer el recurso, porque
la revisión forma parte del estatuto jurídico con arreglo al cual se pronunció la sentencia”.
Véase los fallos pronunciados por la Corte Suprema, del 14 de mayo de 1955 y 9 de mayo de
1958, publicados en la Revista de Derecho y Jurisprudencia, t. 52, sección 1a., p. 99, y la Revista de
Derecho y Jurisprudencia, t. 55, sección 1a., p. 71, respectivamente.
53 Véase Briseño Sierra, Humberto, Derecho procesal, cit., pp. 786-818.
1
Briseño Sierra, Humberto, Derecho procesal, México, Cárdenas Editor, 1970, vol. IV.
681
escuelas, pero más que nada que no se hayan considerado las consecuen-
cias prácticas que, una veces, hacen inútil el concepto, y otras lo convier-
ten en algo tan complejo y de tan difícil inteligencia, que poco ayuda a las
resoluciones”.2
Sin embargo, al finalizar el análisis personal que de las legitimaciones rea-
liza, en conclusión que, como se verá actualmente —por cierto que muchas
décadas más tarde— me atrevo a no compartir, Briseño Sierra señala que
2
Ibidem,p. 82.
3
Ibidem,p. 86.
4
Barrios de Angelis, Dante, Teoría del proceso, Buenos Aires, Depalma, 1979, pp. 115 y ss.
5
Ibidem, p. 129.
6
Ibidem, pp. 129 y 130.
7
Ibidem, p. 130.
8
Idem.
Sobre todos estos desarrollos de Barrios De Angelis, que en forma muy re-
sumida he expuesto, continué en lo personal trabajando durante los últimos
años, al comienzo —mientras aún físicamente no nos había dejado— en per-
manente diálogo con el propio profesor.
En tal sentido he entendido —en valoración compartida con Barrios De
Angelis— que era razonable y altamente conveniente plantear el tema de
las capacidades y legitimaciones no solamente con relación a las partes, sino
en un marco comprensivo de todos los sujetos que participan en el proceso
jurisdiccional; esto es, los dos sujetos principales o necesarios: el tribunal y
los interesados principales (concepto el segundo que comprende a las partes
del proceso contencioso y a los gestores o simples interesados del proceso
voluntario), y los dos sujetos auxiliares o eventuales: auxiliares del tribunal
(testigos, peritos, informantes, tasadores, rematadores, depositarios, etcéte-
ra) y auxiliares de los interesados principales (asistentes técnicos, vale decir
abogados y, para algunos procesos, escribanos públicos e inclusive contado-
res públicos).
Dicho planteo obedeció a la observación de que el derecho procesal
requiere capacidades y legitimaciones no sólo de los interesados principales
(nuevamente partes y gestores), sino también de todos los otros sujetos del
proceso, de las otras tres clases de sujetos, y que a esta altura las exigencias
académicas indicaban que debía abordarse una teoría unitaria sobre dichas
capacidades y legitimaciones.
9
Ibidem, pp. 131 y 132.
10
Ibidem, p. 132.
son imputados los efectos de ese acto procesal. Sin embargo esta última observación no es un
obstáculo para distinguir siempre a las dos clases de sujetos (aquellos que realizan los actos
procesales y aquellos a los que se les imputan los efectos de los actos procesales), puesto
que en los casos mencionados en último término simplemente ocurre que los dos sujetos
—que técnicamente son diferenciables y que podrían ser distintos— coinciden. Y, según ve-
remos, esta distinción entre los sujetos a los que se imputan los efectos de los actos procesales
y los sujetos que los realizan —distinción que, nuevamente, abarca absolutamente a todos
los sujetos del proceso y no sólo a las partes como habitualmente se plantea (vale decir, que
abarca al Tribunal, a los interesados principales, a los auxiliares del Tribunal y a los auxilia-
res de los interesados principales), no carece de importancia—. Bien por el contrario, ella es
fundamental para comprender el proceso jurisdiccional, pues para que los actos procesales
de cualquier clase de sujeto sean admisibles es preciso —entre otras cosas que veremos al
estudiar los actos procesales en la quinta parte de esta obra (tomo III)— que cumplan con
cuatro requisitos subjetivos, y ocurre que estrictamente dos de ellos refieren a los sujetos a los
que se les imputan los efectos de los actos procesales (capacidad para ser sujeto y legitimación
en la causa), en tanto los otros dos corresponden a los sujetos que realizan los actos procesales
(capacidad procesal y legitimación procesal)”.
12 Para dejar en evidencia esta variabilidad puede señalarse a título de ejemplo que muy
distintos eran los requisitos intrínsecos que configuraban la aptitud para ser parte en ciertos
derechos positivos del medievo, donde a menudo no se exigía ni siquiera que el sujeto per-
teneciera al género humano o que fuera una persona no fallecida (y así en algunos lugares
era posible iniciar un proceso contra un animal —no contra su propietario, sino contra el
animal mismo, como sujeto del proceso al que incluso se le designaba un defensor para que
lo representase— y era también posible seguir un proceso contra una persona fallecida, a la
que —también como sujeto del proceso— igualmente se le nombraba un representante, y
luego eventualmente se le podía aplicar una pena, como el desenterrar su cadáver y decapi-
tarlo), y que otros muy distintos son los requisitos intrínsecos que configuran esa aptitud para
ser parte en el actual derecho procesal uruguayo, donde —entre otras cosas— se exige que
el sujeto pertenezca al género humano y que no haya fallecido.
Por otro lado, aun dentro de un mismo derecho procesal positivo como el uruguayo, son
muy diferentes los requisitos intrínsecos que configuran la aptitud para ser parte o gestor
(concretamente, ser un sujeto concebido perteneciente al género humano y no haber falle-
cido, o ser una persona jurídica reconocida y no extinguida), de los requisitos intrínsecos
que configuran la aptitud para ser tribunal (concretamente, ser la persona jurídica mayor
de derecho público llamada Estado uruguayo, o —en el caso de tratarse de un tribunal ar-
bitral— pertenecer al género humano, tener veinticinco años de edad, hallarse en el pleno
goce de los derechos civiles, etcétera).
13 Se trata, pues, de un requisito que “legitima” (hace legítima) la intervención de un
sujeto en una “causa” (en un proceso jurisdiccional) concreta; si bien puede decirse que la
para que ese sujeto tenga legitimación en la causa a fin de que se le puedan imputar los efec-
tos que correspondan al demandado de los actos que se realicen, según el derecho procesal
uruguayo ese vínculo existirá cuando el sujeto haya sido individualizado (por el actor) como
demandado y, además, de la demanda surja que probablemente él es el titular del perjuicio
que derivaría si el Tribunal satisface injustamente (vale decir, sin que esa satisfacción real-
mente correspondiera según el derecho) la pretensión del actor.
15
Constituye un ejemplo de lo primero el supuesto de la capacidad que se exige a los su-
jetos a los que se les pueden imputar los efectos —correspondientes a un tribunal arbitral—,
de los actos procesales, y de la capacidad que se exige a los sujetos que efectivamente realizan
los actos correspondientes a un tribunal arbitral (pues para tener ambas capacidades se exige
en nuestro derecho la existencia de idénticas circunstancias intrínsecas: ser un individuo del
género humano, mayor de veinticinco años de edad, etcétera).
En cambio, además del obvio y conocido que se presenta en el caso de, por un lado, los
sujetos a los que se atribuyen los efectos de los actos procesales correspondientes a las partes
y, por otro lado, los sujetos que realizan los actos correspondientes a las partes, un ejemplo
de falta de coincidencia existe en el caso de, por un lado, el Estado uruguayo como sujeto
al que se imputan los efectos de los actos procesales correspondientes a ese Tribunal y, por
otro lado, los sujetos que realizan los actos correspondientes al Tribunal (ejemplo en el que
la capacidad del primero se conforma por su existencia como persona jurídica de derecho
nos ocupa (que es totalmente diferente de la que conforma aquella otra le-
gitimación). Y bien, como expresara al brindar el precedente concepto, esta
circunstancia siempre consiste en la existencia de un vínculo entre el sujeto
que realiza el acto y aquel sujeto al que corresponde y se le imputa esa clase
de acto (así, por ejemplo, un vínculo entre el sujeto que presenta la contes-
tación de la demanda y el sujeto al que corresponde contestar la demanda).
Pero el vínculo que se exige que exista entre los dos sujetos no siempre
es el mismo.
En efecto, a modo de ejemplo, si bien en el derecho procesal uruguayo
el vínculo entre el sujeto que realiza un acto propio de un árbitro y el sujeto
al que tal acto corresponde (el árbitro) debe ser siempre un vínculo de iden-
tidad (debe ser el mismo sujeto aquel que realiza el acto y aquel al cual se le
imputa el mismo), en otro derecho positivo (como suele darse en el ámbito del
derecho internacional público) podría también admitirse que ese vínculo
sea de representación (es decir, que quien realiza el acto propio de un ár-
bitro sea un sujeto diferente del árbitro, actuando en virtud de un poder que
lo habilita para representar al último).17
Una última consideración antes de proseguir con el análisis concreto de
estos requisitos o presupuestos en relación con los interesados principales
(partes y gestores).18
Se trata de que para mejor explicar todo lo expuesto me parece opor-
tuno detenerme en analizar si entre estos cuatro requisitos merece que nos
detengamos a fin de considerar si entre ellos existen relaciones de depen-
dencia o si, por el contrario, son requisitos independientes entre sí (esto es,
si pueden existir o no con independencia de que se presenten los demás
requisitos).
Y la respuesta será que se trata de requisitos totalmente independientes.
Para ratificar tal conclusión, y sin perjuicio de que la cabal comprensión
del ejemplo que se dará solamente se podrá obtener una vez estudiados los
17
Por otra parte, aun dentro de un mismo derecho el vínculo varía según cual sea el suje-
to considerado, y así dentro del derecho procesal uruguayo el vínculo que debe existir entre
el Estado actuando como tribunal y el sujeto que realiza el acto procesal correspondiente
(es decir el juez, titular del órgano judicial con competencia), debe ser necesariamente un
vínculo de representación orgánica; en tanto el vínculo que debe existir entre el abogado y
el sujeto que realice los actos de asistencia letrada correspondientes a ese abogado, debe ser
necesariamente un vínculo de identidad (no admitiéndose en nuestro derecho, aunque sí en
otros, un vínculo de representación).
18
En oportunidad de lo cual también trataré de identificar a la legitimación sustancial,
que como su propio nombre lo indica no es ya un requisito para que pueda prosperar el pro-
ceso, sino un requisito para que pueda satisfacerse la pretensión obteniendo una sentencia
favorable.
1. De los sujetos a los que en un proceso concreto se les imputan los efectos
de los actos procesales correspondientes a los interesados principales
(partes y gestores)
A. Introducción
B. La capacidad para que se les puedan imputar los efectos de los actos
procesales correspondientes a los interesados principales (capacidad
para “ser interesado principal”)
19 De esta forma, sería nula la demanda que se pretenda imputar a ese sujeto incapaz o
la contestación de una demanda presentada por una persona que invoca la representación de
una sociedad cuya personería jurídica se ha extinguido (aun si esa sociedad hubiera figurado
en el proceso como demandada), y será nula toda la actividad procesal posterior que —por
inadvertencia de aquella nulidad original— pudiera haberse desarrollado (inclusive, natural-
mente, la misma sentencia si se hubiera llegado a dictar).
En otro orden, debe tenerse presente que cualquier asunto diferente de esta ausencia de
capacidad en el sujeto a quien se imputan los efectos de un acto de interesado principal (la
demanda, la contestación de la demanda, un recurso, etcétera), es la ausencia de dicha ca-
pacidad en el sujeto a quien en una demanda se individualiza como demandado. En efecto,
en este último caso la ausencia de capacidad del demandado para ser un sujeto al que se
le pueda atribuir un acto procesal (por ejemplo, se dirige la demanda contra una persona
fallecida o contra una persona jurídica que nunca existió), a nuestro entender no genera una
“nulidad” del acto procesal concretado en la demanda; pero advertida que sea dicha falta de
capacidad del demandado debería declararse a la demanda manifiestamente improponible
(numeral 1 del artículo 24, artículo 119.2 y ordinal 5 del artículo 341 del CGP), desechándo-
se in limine la pretensión, en cuanto es manifiesto que ese sujeto demandado nunca podrá ser
afectado por la sentencia, puesto que ya no es (o nunca fue) sujeto de derecho (y, por lo tanto,
es inútil seguir un proceso que inevitablemente va a concluir con el rechazo de la demanda
por no haberse demandado a quien correspondía: ese proceso, incluyendo la eventual sen-
tencia que por inadvertencia pudiere dictarse, no afectará a ninguna persona). Por ello es
que —como ha señalado Vaz Ferreira— no resulta admisible una demanda contra persona
fallecida, debiendo en este caso seguirse el proceso contra sus herederos.
Cabe añadir que como cuando falta esta capacidad existe una nulidad
insubsanable, y que aunque originalmente el acto hubiera sido admitido, de
acuerdo con el primer párrafo del artículo 111 del CGP, esa nulidad deberá
ser declarada “en cualquier estado y grado del proceso”.
Este control de admisibilidad al que nos referimos debe realizarse por
el tribunal de oficio (es decir, aun sin que lo pida otro interesado principal),
pues así lo impone el primer párrafo del artículo 111 del CGP; y ello aun
cuando el deber de realizar este control de oficio no resulte explícitamente
de la parte final del artículo 133 del mismo Código, en cuanto dicha norma
no es taxativa (además, el numeral 4 del artículo 133 parecería no referir al
control de esta capacidad, sino al de la capacidad “procesal”, que veremos
más adelante). Por supuesto que ese control —cuando el Tribunal admite
un acto que debió rechazar— también puede ser realizado por el otro inte-
resado principal, quien podrá impugnar la admisibilidad del acto.
Ante ello, y pese a que ninguna norma expresa del CGP uruguayo lo
indica, por medio de los mecanismos de integración a través de las doctrinas
más recibidas (artículo 15 del CGP) debería entenderse que la ley establece
una presunción simple de la existencia de esta capacidad; presunción simple
que, como toda presunción de tal naturaleza, impone al Tribunal —a la in-
versa de lo que debe hacer normalmente; esto es, cuando no existe esa clase
de presunción— que tenga por acreditada la existencia de un hecho pese
a no haber prueba ni de su existencia ni de su inexistencia (es decir, pese a
haber “dudas” de la existencia), salvo alegación y prueba en contrario.
—en esa causa, en ese proceso— para ser actor y, por ende, serán admisibles
todos los actos correspondientes a un actor que se le atribuyan al mismo.
En sentido inverso, si el sujeto a quien se le atribuye un acto propio de
los actores (como la contestación de las excepciones previas interpuestas
por los demandados, etcétera), no es el mismo sujeto que se había vincula-
do al objeto de ese proceso por haber presentado la demanda, tal sujeto no
estará legitimado en la causa para ser actor y, por ende, serán inadmisibles
—y deberán ser rechazados por falta de ese requisito— todos los actos co-
rrespondientes a un actor que se le atribuyan al mismo (aunque sea el titular
del perjuicio alegado).
En principio, entonces, el vínculo es creado por el mismo actor o gestor
al presentar su demanda (en el proceso contencioso) o solicitud inicial (en el
proceso voluntario).
No obstante, si retomamos los conceptos expuestos al inicio de este
apartado, advertiremos que para que el vínculo entre el sujeto y el proceso
sea suficiente para “legitimar” su intervención, nuestro derecho procesal (al
menos el uruguayo) requiere algo más.
En efecto, según surge al menos del artículo 11.2, numeral 9 del artículo
133, y numeral 5 del artículo 341 del CGP de Uruguay, para el caso de los
actores, y artículos 404.6 y 404.1 del mismo Código (“la solicitud se presen-
tará por parte interesada”) para el caso de los gestores, la legislación pro-
cesal de mi país —al exigir que estos sujetos tengan “interés” (y pese a que
en la letra de la ley el mismo parezca ser un requisito independiente de la
propia “legitimación”)— considera insuficiente ese solo vínculo al que me
referí precedentemente, exigiendo además que si fueran ciertos los hechos
alegados en la demanda o solicitud inicial (y sin importar, a este efecto de la
legitimación causal, que sean o no ciertos), según el derecho (comprendien-
do todo el derecho y no sólo el alegado por el interesado), ese sujeto sea el
titular de un perjuicio causado por una insatisfacción jurídica cuya existen-
cia se alega en esa demanda (del proceso contencioso) o solicitud inicial (del
proceso voluntario) y que según el derecho procesal se puede eliminar por
esa clase de proceso; en otras palabras, a través de esas normas se exige que
ya desde el inicio del proceso resulte que ese sujeto tiene un “interés” perso-
nal, y esta exigencia pasa a integrar el concepto de legitimación en la causa.
Ahora bien, podría entenderse —como aparentemente lo indican el ar-
tículo 11.2 y el numeral 9 del artículo 133 del CGP y lo suele señalar la
doctrina, incluido Briseño Sierra— que la exigencia del interés es indepen-
diente de la exigencia de la legitimación en la causa, de donde la última se
limitaría a ser el vínculo creado por los actores o gestores por la sola pre-
sentación de la demanda y, en consecuencia, el primero debería estudiarse
como un requisito independiente.
el que la sentencia haya rechazado la demanda (se dirá, siguiendo la terminología propuesta
por Barrios de Angelis, que al actor —que tenía legitimación en la causa— le faltaba, en
cambio, “legitimación sustancial”).
22
Es que tal defecto lo que plantea no es el problema de la admisibilidad de los actos
correspondientes al demandado que se atribuyen a un sujeto determinado (y que es a lo
que se refiere la legitimación en la causa para ser demandado), actos como podrían ser una
contestación de la demanda o una apelación de la sentencia, sino que lo que plantea es el
problema de la admisibilidad de la misma demanda (pero no por evaluar que el acto de de-
mandar carezca de un requisito “subjetivo”, como sería la legitimación en la causa para ser
actor, sino por evaluar que en esa demanda no se cumple con un requisito “de contenido”,
que consiste en la correcta individualización del demandado).
Como oportunamente veremos, si el Tribunal advierte que el demandado ha sido mal
individualizado, deberá rechazar la demanda por inadmisible por falta de este requisito de
contenido, que no es en sentido estricto el que ahora analizamos (pues no sería, en este caso,
un requisito referido al sujeto al que se atribuye el acto de demandar, que obviamente es el
actor y no el demandado), sin perjuicio de que ese Tribunal deberá fijar un plazo dentro del
cual el defecto puede subsanarse (artículo 119.1 del CGP); y sin perjuicio también de que en
el especial caso de incorrecta individualización de los demandados al que se refiere el segun-
do párrafo del artículo 47, el Código imponga admitir la demanda (como acto “atendible”
e “integrable”, según la clasificación de las admisibilidades que realiza Barrios De Angelis),
pero impidiendo que ella produzca el efecto procesal inmediato, es decir, que se emplace al
demandado ya individualizado dándole traslado (de donde la admisibilidad de la demanda
no implicaría en el caso llegar a aceptar que produzca “causación formal”, según la clasifi-
cación ya aludida).
23
En vía de ejemplificar, supongamos a un actor que pretende una sentencia que con-
dene a una sociedad anónima al pago de una suma de dinero, fundándose en un préstamo
que le efectuó y que nunca fue devuelto, pero que, en lugar de denunciar como demandada
a dicha sociedad denuncia como tal a la persona física que actuó como su representante (y
que, para añadir problemas de interpretación de la demanda, añadimos que ya no es más
su representante). En el supuesto considerado, de la misma demanda ya resulta manifiesta
mente que no es posible que quien fue individualizado como demandado sea el titular del
perjuicio que se causaría con una sentencia injusta (desde que este último sujeto lo sería en
todo caso la sociedad anónima, cuya condena se solicita). En consecuencia —y además de lo
ya expresado en cuanto a que el juez debería considerar inadmisible la demanda por violar
un requisito procesal y formal “de contenido”— lo cierto es que quien en ese ejemplo fue
demandado no es posible que tenga legitimación en la causa para que se le atribuyan los
actos que en ese proceso corresponden al demandado (sin perjuicio de que la tenga, exclu-
sivamente, pues no la tendría para contradecir los hechos o alegar prescripción extintiva,
etcétera, para la sola incidencia en la cual el mismo demandado puede plantear su manifiesta
ausencia de legitimación en la causa en lo principal). En otro ejemplo imaginemos a una ma-
dre que en representación de sus hijos reclama una condena a los abuelos paternos al pago
de pensión alimenticia, en forma subsidiaria a la condena al padre al mismo efecto y, sin em-
bargo, sólo individualiza como demandado al padre. En ese caso el padre podrá oponerse a
la pretensión deducida contra él mismo (tendrá legitimación al efecto), pero será inadmisible
su oposición a la pretensión subsidiaria deducida contra los abuelos (manifiestamente no es
posible que tenga legitimación en la causa para ello); sin perjuicio de que en ese caso y por lo
expresado de modo incidental en este apartado, el Tribunal deba además declarar inadmisi-
ble la demanda por ausencia de un requisito de contenido (la falta de individualización de los
abuelos como demandados subsidiarios), otorgando a la parte actora un plazo para subsanar
el defecto.
Con el fin de despejar equívocos, entiendo que sin que nos encontre-
mos en su caso frente a un presupuesto o requisito procesal, sino de derecho
sustantivo, considero necesario abordar brevemente el concepto de “legiti-
mación sustancial” propuesto por Barrios De Angelis (legitimación que a
menudo es confundida con la hasta ahora estudiada legitimación causal).
La legitimación sustancial activa es el vínculo que atento a los hechos se
ha comprobado existen, y según el derecho que efectivamente rige los mis-
mos, se presenta por un lado entre el actor o gestor y, por el otro, el perjuicio
causado por la insatisfacción jurídica cuya existencia se alegó en la deman-
da o solicitud inicial, y que según el derecho procesal puede ser eliminado
por esa clase de proceso (ordinario, extraordinario, monitorio, etcétera).
A. Introducción
24 Ello sin perjuicio de algunas reglas especiales sobre capacidad procesal, que en oca-
siones amplían la misma (permitiendo por ejemplo a ciertos menores de edad realizar por sí
algunos actos procesales) y en otras la acotan (prohibiendo incluso a mayores realizar actos
procesales por sí mismos, como en el caso del proceso penal en Uruguay).
25
Empero, tal subsanación tiene un plazo especial (perentorio, como todo plazo procesal
no exceptuado especialmente): según el artículo 342.3 del CGP debe realizarse dentro de los
diez días que otorgue el Tribunal a ese efecto.
26
Sin embargo, debe tenerse presente que no siempre es admisible cualquiera de estos
cuatro vínculos: en ciertos casos concretos el derecho procesal nacional exige que quien rea-
liza ciertos actos de los interesados principales tenga necesariamente uno de estos vínculos,
excluyendo los otros.
Sin que esta enunciación sea taxativa, ello sucede por ejemplo cuando se trata de compa-
recer en la audiencia preliminar de un proceso ordinario, en cuyo caso se exige que actores y
demandados (si son personas físicas con capacidad procesal, pues la solución legal es diferen-
te si se trata de personas jurídicas) concurran personalmente (artículo 340.1 del CGP); lo que
se traduce en que para realizar ese acto el sujeto sólo puede tener legitimación procesal por
identidad (o en todo caso por asistencia o sustitución), excluyéndose la legitimación procesal
que resulta de un vínculo de representación. También ocurre lo mismo cuando se trata de
notificarse del emplazamiento y el sujeto que debe notificarse se encuentra dentro del “área
jurisdiccional del Tribunal” (artículo 128 del CGP, a contrario sensu); o cuando se trata de que
el interesado principal declare en su calidad de integrante de una parte (artículo 151.1 del
CGP y diversas normas del CPP en relación al imputado); o si se trata de la comparecencia
a las audiencias de divorcio por sola voluntad de la mujer o por mutuo consentimiento (nu-
merales 2 y 3 del artículo 187 del Código Civil); o de la comparecencia en los casos que el
tribunal requiera se realice en forma personal (artículo 38 del CGP), etcétera.
27
Un muy detallado estudio de todas las formas de representación, con referencias nor-
mativas correspondientes al derecho de Uruguay, puede por ejemplo consultarse en el tomo
II (y en parte en el tomo VI) de Abal Oliú, Alejandro, Derecho procesal, 2a. ed., Montevideo,
FCU, 2003.
Finalmente, debe reiterarse que con absoluta lógica (pues para nada
importa la voluntad de la contraparte con relación a si quien realiza el acto
está o no autorizado a hacerlo), esta nulidad no es en cambio subsanable
a través de la convalidación, que opera por el consentimiento tácito de la
contraparte (artículo 112 del CGP) al no reclamar que se declare la misma
“en la primera oportunidad hábil al efecto y por la vía correspondiente” (y
ello, porque se trata de una nulidad de aquellas que según el primer párrafo
del artículo 111 del CGP derivan de la ausencia de uno de los “requisitos
indispensables de validez”, y a esta clase de nulidades no se les aplica el me-
canismo de convalidación previsto en el artículo 112).
Respecto a cuándo debe realizarse el contralor de la legitimación pro-
cesal, siendo que la legitimación procesal, como todos los demás requisitos
que hemos considerado, es un requisito de admisibilidad (requisito procesal
formal) de todos los actos procesales correspondientes a los interesados prin-
cipales, ella debería controlarse en el mismo momento en que se verifican
todos y cada uno de los actos procesales, sin perjuicio de que, al provocar
su ausencia una nulidad comprendida en el primer párrafo del artículo 111
del CGP, ese control pueda volver a realizarse también posteriormente, en
cualquier momento.
En cuanto a quién deberá realizarlo, no puede quedar duda de que ese
control deberá realizarse de oficio también en todos los casos, pues si bien
la parte final del artículo 133 del CGP prevé tal control de oficio sólo en
relación con la representación alegada por quien presentó una demanda,
la solución es claramente para el control de todas las clases de legitimacio-
nes (identidad, asistencia, representación y sustitución) de cualquier acto
procesal de los interesados principales, puesto que al constituir su ausencia
una nulidad de las comprendidas en el primer párrafo del artículo 111 del
CGP, conforme a tal disposición ella debe declararse de oficio. Ello será na-
turalmente sin perjuicio de la posibilidad de que el defecto se alegue por la
contraparte en caso de que el Tribunal no lo haya advertido, interponiendo
para ello una excepción previa o los demás medios impugnativos previstos
en el artículo 115 del CGP, según corresponda.
Finalmente, por lo que refiere a cómo se efectúa el control, debe res
ponderse que el mismo se hará cotejando la prueba de su existencia, lo que
conlleva que debe acreditarse la existencia del vínculo o nexo que le da
origen. Esto último está obviamente dirigido a los casos en que se invoca
una legitimación procesal por asistencia, representación o sustitución; desde
que el nexo da la legitimación procesal como identidad, resulta obvio que
la demostración de la identidad ya resulta del solo cotejo entre la identidad
del sujeto a quien se imputan los efectos del acto y la del sujeto que lo rea-
I. Introducción
721
te, las familias que habitan durante largos periodos una vivienda arrendada
o en otra forma de ocupación, lo hacen frente a la imposibilidad de acceso
a políticas adecuadas para la obtención de la titularidad de las mismas, o de
otra vivienda… Un individuo, al establecer su residencia durante un largo
periodo en un mismo lugar, desarrolla sentido de pertenencia y apego hacia
la vivienda que considera su hogar, hacia la comunidad y hacia el hábitat
en donde desarrolla parte de su vida. Al ser arrancado abruptamente de su
morada, esta acción genera en los individuos tensiones sicológicas, tensiones
fisiológicas y tensiones derivadas de la pérdida además de las consecuencias
económicas y sociales que afectan directamente a todos los miembros del
grupo familiar… Los estratos con una mayor tendencia al arrendamiento
de viviendas son la clase media-media y los estratos más vulnerables, en si-
tuación de pobreza relativa y pobreza crítica. De éstos, los más afectados
por la variación en las condiciones de arrendamiento son los dos últimos…
Sobre el anterior particular, debe observarse que el estrato correspondiente
a pobreza crítica está compuesto en un mayor porcentaje por personas de la
tercera edad, familias monoparentales, matricentradas y personas con dis-
capacidad, las cuales requieren de protección especial por parte del Estado.
Este grupo, debido a su vulnerabilidad, ha reportado recurrentemente ante
los movimientos sociales de inquilinos y el Movimiento de Pobladores, estar
siendo afectados por los propietarios, a través de medidas ilegales de desalojo,
debido a que los propietarios o arrendadores manifiestan querer realquilar
estas unidades habitacionales con la intención de acrecentar el monto corres-
pondiente a cánones de alquiler utilizando la figura del traspaso, elevando así
su margen de ganancias económicas… En el escenario actual, un numeroso
grupo de familias venezolanas no encuentra satisfecha una necesidad básica
como lo es vivienda propia, poseen una ocupación condicionada al capricho
de los propietarios o arrendadores, dada la falta de regulaciones y controles
efectivos, siendo que la causa de pérdida de sus hogares no se debe a la falta
de pago como lo estipula la actual Ley de Arrendamientos Inmobiliarios en
su artículo 34 parágrafo A, sino al empleo de argumentos personales que
esconden el objetivo de especular y de evadir los controles, pues existe una
congelación de alquiles para inmuebles construidos antes de 1987… En un
alto porcentaje, las familias afectadas por desalojo se encuentran solventes
en sus pagos e ignorantes ante el hecho de que existe un proceso judicial en
su contra y carecen de orientación oportuna por parte de organismos del
Estado… Es por ello que se hace necesaria la pronta intervención por parte
del Estado venezolano, vista la coyuntura que afronta actualmente el sector
vivienda y el déficit existente, el cual seguramente se reducirá en los próximos
años por la decidida actuación del Gobierno Nacional, pero que requiere,
en una fase de transición, de medidas adicionales de protección de derecho
humano a una vivienda digna… En fin, tiene el Estado venezolano el deber
de garantizarle el derecho a toda persona de tener una vivienda adecuada y a
2
Exposición de Motivos del Decreto Ley 8.190.
3
Artículo 16, 2 aparte y artículo 20, numeral 3.
4
Decreto 8.586 del 12 de noviembre de 2011 y artículo 16, Ley para la Regularización
y Control de los Arrendamientos de Viviendas.
El objeto del Decreto Ley lo contempla el artículo 1o., que no es otro que la
protección de las arrendatarias, arrendatarios, comodatarios y ocupantes o
usufructuarios de bienes inmuebles destinados a vivienda principal; es decir,
donde habiten efectivamente y a los adquirentes de viviendas nuevas o en
el mercado secundario (viviendas usadas) contra medidas administrativas o
judiciales mediante las cuales se pretenda interrumpir o cesar la posesión
legítima que ejercieren o cuya práctica material comporte la pérdida de la
posesión o tenencia de un inmueble destinado a vivienda.
Por su parte, el artículo 2o. regula a los sujetos objeto de protección
como las personas naturales definidas en cuanto miembros de la especie huma-
na susceptibles de adquirir derechos y contraer obligaciones porque tienen
existencia visible, real, física o natural, y sus grupos familiares, unión de per-
sonas que comparten un proyecto vital de existencia duradero en el que se
generan fuertes sentimientos de pertenencia de dicho grupo familiar, que
ocupen inmuebles destinados a vivienda principal en calidad de arrendata-
rias o arrendatarios, comodatarias o comodatarios y aquellas personas que
ocupen de manera legítima dichos inmuebles como vivienda principal. Se
aplica en protección de los adquirentes de viviendas nuevas o en el mercado
secundario, cuando sobre dichos inmuebles destinados a vivienda principal
se hubiera constituido garantía real, siendo susceptible de ejecución judi-
cial que comporte la pérdida de la posesión o tenencia. Todo lo cual lleva
a preguntarnos: ¿las personas jurídicas o de otra categoría similar, quedan
excluidas como sujetos de protección? ¿A quiénes incluye cuando se refiere
a los adquirentes de viviendas?
Si bien nada señala la disposición, en el supuesto de que los accionistas
o socios de una empresa, sociedad civil, asociación y otros se encuentren
catalogados como sujetos objeto de protección e hicieran uso de su condi-
ción en forma individual, se incluyen en esta normativa, a diferencia de la
situación que pudiera plantearse si se refiere al interesado y/o solicitante de
la restitución del inmueble, cuya interpretación es en sentido estricto y no
5
Artículo 13, Decreto 8.190 contra Desalojo y Desocupación Arbitraria de Viviendas.
9
Ibidem, artículo 131.
10
Ibidem, artículo 26.
11
Ibidem, artículos 137 y 7.
12
Artículos 585 y 588, así como título IV, del Código de Procedimiento Civil.
Por ello entiende la Sala que no es la intención del Decreto Ley una parali-
zación arbitraria de todos los procesos judiciales iniciados con anterioridad
al Decreto, lo cual generaría una situación de anarquía judicial tan peligrosa
como el mal que se pretende evitar a través de desalojos arbitrarios, sino más
bien la correcta prosecución de los juicios hasta llegar a la fase de ejecución
de sentencia, donde deberán suspenderse hasta tanto se apliquen y verifiquen
los mecanismos procedimentales que establece el Decreto Ley.
Se reitera que la intención clara del Decreto, de acuerdo a las normas
citadas, es la suspensión de la ejecución material del desalojo o desocupación,
y no impedir a los órganos de administración de justicia la aplicación de la
ley (sic).
13
Artículo 94 de la Ley para la Regularización y Control de los Arrendamientos de Vi-
vienda.
14
Decreto Legislativo sobre Desalojos de Viviendas del 27 de septiembre de 1947; Ley
de Regulación de Alquileres del 1 de agosto de 1960, Ley de Reforma Parcial del 2 de enero
de 1987 y el Reglamento del Decreto Legislativo sobre Desalojos de Viviendas y la Ley de
Regulación de Alquileres del 5 de febrero de 1972.
20
Artículos 35 al 46.
21
Días laborables de acuerdo con el calendario de la administración pública.
22
Artículo 59 de la Ley Orgánica de Procedimientos Administrativos.
24
Artículo 38 del Reglamento de la Ley para la Regularización y Control de los Arren-
damientos de Vivienda.
25
Artículo 31 de la Ley Orgánica de Procedimientos Administrativos.
26
Artículo 73.
27
La conciliación es un medio de composición procesal en el cual se reconoce el derecho
reclamado por la otra parte; es sinónimo de arreglo amistoso, siendo un acto de jurisdicción
voluntaria, y el acta que la contenga es un título ejecutivo. Para conciliar se requiere capaci-
dad de obrar y procesal.
28
Artículo 35 de la Ley del Régimen Prestacional, cit.
29
Artículo 49.
El artículo 13o. regula que dentro del plazo, esto es, no menor de 90
días ni mayor de 180 días hábiles, el juez debe cumplir con las siguientes
condiciones (concurrentes) para la ejecución del desalojo:
1. Verificar que el sujeto afectado por la medida de desalojo hubiera
contado en el proceso con la debida asistencia u acompañamiento de un
abogado de su confianza, o en su defecto de un defensor público en materia
de protección del derecho a la vivienda; si no hubiera ocurrido, se deberá
efectuar el procedimiento previo establecido en los artículos 5, 6, 7 y 8, ya
comentado, sin cuyo cumplimiento no podrá procederse a la ejecución del
desalojo.
El interesado tiene la obligación de cumplir con el procedimiento pre-
vio explicado, que de acuerdo con el artículo 11, el juez de la causa se ha
asegurado de que el sujeto objeto de protección cuente con la asistencia o
representación jurídica durante el proceso, de manera que el “débil jurídi-
co” de esta relación no quede en “estado de indefensión”; que si éste se en-
cuentra en la imposibilidad de lograr la debida asistencia (a diferencia de lo
que sucedería con el interesado y/o solicitante), la tendrá siempre a través
del defensor público especializado en la materia. Pero surge una duda, y es
precisamente cuando el proceso judicial se ha desarrollado mediando la in-
tervención del “defensor judicial”, quien no es abogado de la confianza del
afectado: ¿qué situación se plantearía?
No se precisa en el Decreto Ley, pero como quiera que nos referimos a
un proceso justo con las garantías debidas, es evidente que al demandado le
han protegido sus derechos e intereses en el mismo al no comparecer dentro
del término procesal, siempre mediando la designación del defensor judicial
como pauta la normativa referida a la citación en el código adjetivo. Una
vez más, se destaca que tanto en el procedimiento administrativo previo
como en el judicial, el impulso y la responsabilidad procesal están a cargo
del interesado, y no del sujeto afectado por la medida de desalojo; que el in-
teresado no cuenta ni contará como justiciable con la asistencia debida de la
defensa pública, como en efecto sí cuenta el afectado: se obvia que también
es un sujeto afectado, al no poder restituirse en su vivienda (derecho huma-
no) que le pertenece. Es ostensible la marcada falta de equilibrio entre las
partes respaldada por la normativa sesgada y parcializada al sujeto objeto
de protección por este Decreto Ley, que contraviene principios constitucio-
nales y procesales.
2. Remitir a la Superintendencia Nacional de Arrendamiento de Vi-
vienda, una solicitud mediante la cual disponga la provisión de un refugio
temporal o solución habitacional definitiva para el sujeto afectado por el
desalojo y su grupo familiar, si manifestara que no tiene lugar donde habitar.
30 Alvarado Velloso, Adolfo, Debido proceso versus pruebas de oficio, Buenos Aires, Editorial
Juris, 2005, pp. 311 y 312.
IV. Conclusiones
La primera vez que oí hablar de las acciones colectivas o class actions fue al
maestro Héctor Molina y González a fines de los años ochenta o principios
de los noventa. Desde entonces él estudiaba esa figura; sin embargo, no la
incluyó en su Instrumento metodológico que elaboró en 1988.1
A fines de 1992, siendo director del Seminario de Derecho Procesal, el
maestro Héctor Molina y González me encargó que hiciera la traducción
del francés al español de dos trabajos de Mauro Cappelletti, uno denomina-
do “Libertad individual y justicia social en el proceso civil italiano”, y otro
llamado “La protección de intereses colectivos y de grupo dentro del proce-
so civil”,2 para que fueran consultados en el Seminario de Derecho Procesal
donde él era el director. En aquellos tiempos no había computadoras ni In-
ternet en México, y no era fácil obtener la información.
Recuerdo que para que yo entendiera las acciones colectivas y los intere-
ses difusos me ponía como ejemplo el caso de la talidomida, un medicamen-
to que se utilizó en los años cincuenta para quitar los efectos secundarios del
embarazo, como las náuseas. Dicho medicamento lo había elaborado una
compañía farmacéutica suiza llamada Ciba, que posteriormente vendió a
1
Molina y González, Héctor, Instrumento metodológico. Teoría general del proceso, México,
Facultad de Derecho, División de Universidad Abierta, 1988.
2 “Metamorfosis del procedimientos civil”, separata de la Revista Internacional de Derecho
Comparado, continuación del Boletín de la Sociedad de Legislación Comparada, 1975, núm. 3.
745
3
“Embarazo y parto”, Catástrofe de la talidomida, embarazo-parto.blogspot.com/.../
la-talidomida-es-un-farmaco-que-se-fue
4 Idem.
5 “Gruenenthal pide perdón por las malformaciones de la talidomida; las victímas ven
el gesto «insuficiente»”, www.huffingtonpost.es.
6 Samper Martínez, Esther, “La catástrofe de la talidomida”, medtempus.com farmacolo-
9 Idem.
10
“Terrorismo en Japón: el caso de los ataques con gas sarín de 1995”, vidaenmarte.word-
press.com y Discovery Channel, “Hora Cero. El ataque del gas sarín en Tokio”.
11 Diario Oficial de la Federación, 29 de julio de 2010, www.diputados.gob.mx.
12 Gaceta Oficial del Distrito Federal, www.paot.org.mx.
13 Camargo, Pedro Pablo, Las acciones populares y de grupo, 6a. ed., Bogotá, Editorial Leyer,
2009, pp. 88 y 89.
14 Rico Puerta, Luis Alonso, Teoría general del proceso, 2a. ed., Bogotá, Editorial Leyer,
2008, p. 162.
15 Gidi, Antonio, Las acciones colectivas y la tutela de los derechos difusos, colectivos e individuales en
Brasil. Un modelo para países de derecho civil, trad. de Lucio Cabrera Acevedo, México, UNAM,
Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2004, p. 61.
16 Camargo, Pedro Pablo, op. cit., p. 40.
17 Arellano Trejo, Efrén J. y Cárdenas Sánchez, Guadalupe, Acciones colectivas en México. La
construcción del marco jurídico, México, Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública, LXI
Legislatura Cámara de Diputados, Documento de Trabajo núm. 120, 2011, p.1. Consultable
en www3.diputados.gob.mx.
Esta figura procesal tiene como finalidad facultar a una persona física,
colectividad, grupo de personas, organización civil, así como a una autori-
dad, para promover una demanda ante un órgano jurisdiccional en repre-
sentación de un grupo determinado de individuos (unidos por una causa co-
mún), con la finalidad de proteger sus intereses. La sentencia que en dicho
juicio se dicte surtirá efectos sobre todo el grupo. Con esta acción se busca
evitar la saturación de los juzgados con múltiples juicios individuales.
Se le llaman “difusos” a los intereses de estas colectividades, pues se
desconoce el número de personas afectadas y sus nombres. Con la acción
colectiva se tutela también a los integrantes de un grupo que están determi-
nados o son determinables en contra de un demandado, y que por razones
económicas, jurídicas, culturales, políticas o sociales no están en posibilida-
des de acudir a los tribunales.18
Las acciones colectivas han sido denominadas en las diferentes legisla-
ciones que las contemplan como derechos o como intereses. No obstante lo
anterior, Eduardo Ferrer Mac-Gregor afirma que cuando los intereses son
tutelados por un ordenamiento jurídico, asumen la calidad de un derecho.
De ahí que esos derechos pueden ser colectivos, difusos, sociales, de
grupo, de clase, de serie, de sector, de categoría, de incidencia colectiva, dis-
persos, propagados, difundidos, profesionales, fragmentarios, sin estructura,
sin dueño, anónimos, transpersonales, supraindividuales, superindividuales,
metaindividuales y transindividuales.19
Como se puede ver, las acciones colectivas son aquellas promovidas por
un representante que cuenta con la denominada legitimación colectiva, a
fin de que proteja el derecho que pertenece a un grupo de personas (objeto
del litigio), y cuya sentencia va a afectar al grupo en su conjunto (en cuanto
adquiera la calidad de cosa juzgada).20
18
Ibidem, p. 2.
19
Ferrer Mac-Gregor, Eduardo, Juicio de amparo e interés legítimo: la tutela de los derechos difusos
y colectivos, México, Porrúa, 2003, pp. 7 y 8.
20 Gidi, Antonio, Las acciones colectivas y de tutela de los derechos difusos, colectivos e individuales,
Un modelo para países de derecho civil [en línea], México, Instituto de Investigaciones Jurídicas,
2004, p. 31. Consultable en http://biblio.juridicas.unam.mx/libros/libro.htm?l=1337, revisado el
19 de septiembre de 2012.
son una amenaza potencial para la iniciativa privada. Lamentó que México
sea uno de los últimos países de Latinoamérica en incluirlas en su legislación,
pues Brasil, su país natal, las incluyó desde 1985, Canadá desde los ochenta,
Estados Unidos desde 1976.
Se admiró de que estando en 2010, México no hubiera regulado las
acciones colectivas. Gidi analizó con diversas asociaciones civiles la reciente
reforma al artículo 17 constitucional y su futura legislación secundaria. Se
extrañó que desde 1983 y hasta la fecha de la entrevista habían transcurrido
27 años en los que la Procuraduría Federal del Consumidor, teniendo facul-
tades para promover acciones colectivas a favor de los consumidores, sólo
hubiera iniciado cinco procesos y concluido uno. Señaló que dicha autori-
dad en 2008 promovió una demanda contra la constructora Corporación
Técnica de Urbanismo (en Chihuahua) por los daños causados a quienes
compraron inmuebles en uno de sus fraccionamientos y fue en mayo de
2009 cuando la Suprema Corte de Justicia de la Nación resolvió a favor del
promovente.
Vista la ineficacia de la mencionada autoridad en el cumplimiento de
sus funciones, tratándose de juicios colectivos, algunas asociaciones civiles,
académicos y legisladores, defensoras de los derechos de los consumidores
impulsaron la creación de una legislación específica desde 2007, propuesta
que cristalizó dos años después, no con una ley que regulara dicha figura,
pero sí con la reforma del artículo 17 de la CPEUM.
Gidi explicó que al principio las empresas tenían temor de las acciones
colectivas porque ignoraban su significado, pero una vez que las entendie-
ron tuvieron miedo porque supieron que dichas acciones son un instrumen-
to con el que cuentan los gobernados para llevarlas a juicio y hacerlas pagar
por los daños que les causen.
Afirmó que en febrero de 2008 el senador priista Jesús Murillo Karam
presentó una iniciativa para incluir en el artículo 17 constitucional la figura
de las acciones colectivas. La reforma se aprobó el 10 de diciembre de 2009
y se publicó en el Diario Oficial de la Federación el pasado 29 de julio.21
Dicha reforma consistió en la adición del párrafo tercero del artículo 17
de la CPEUM y se recorrió el orden de los párrafos subsecuentes. El texto
quedó de la siguiente manera: “El Congreso de la Unión expedirá las leyes
que regulen las acciones colectivas. Tales leyes determinarán las materias
de aplicación, los procedimientos judiciales y los mecanismos de reparación
21
Entrevista al doctor Antonio Gidi por Carmen Aristegui en CNN en Español, el 3 de
octubre 2010, alconsumidor.org/noticias.phtml?id=1432.
del daño. Los jueces federales conocerán de forma exclusiva sobre estos pro-
cedimientos y mecanismos”.22
De conformidad con el segundo artículo transitorio de dicha publica-
ción, que entró en vigor al día siguiente, se estableció que el Congreso de
la Unión debía realizar las adecuaciones legislativas correspondientes en un
plazo máximo de un año contado a partir del 30 de julio de 2010.
Por ello, el 6 junio de 2011 se publicó en el Diario Oficial de la Federación el
Decreto por el que se reforman y adicionan los artículos 74, 103, 104 y 107
de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Además, para
quedar acorde con lo anterior, se han reformado diversos ordenamientos,
como la Ley de Amparo, el Código Civil Federal, la Ley Federal de Com-
petencia Económica, la Ley Federal de Protección al Consumidor, la Ley
Orgánica del Poder Judicial de la Federación, la Ley General del Equilibrio
Ecológico y la Protección al Ambiente, la Ley de Protección y Defensa al
Usuario de Servicios Financieros, el Código Federal de Procedimientos Ci-
viles.23
Con las reformas de las leyes y códigos mencionados se prevé la posi-
bilidad de promover acciones colectivas en diversas materias, al grado de
que ahora es posible acudir al juicio de amparo no sólo por normas gene-
rales o actos de autoridad, sino también por omisiones de éstas, que violen
los derechos humanos reconocidos y las garantías otorgadas por la propia
Constitución y por los tratados internacionales de los que México sea parte,
incorporando el concepto de derechos humanos reconocidos, que permite
la posibilidad de acudir al amparo, ya que antes se limitaba a violaciones de
las garantías individuales consagradas en la Constitución.
Ahora, para promover el juicio de amparo, no se tiene que demostrar
un interés jurídico, sino que basta con señalar que se tiene un interés legíti-
mo individual o colectivo, en virtud de que se aduzca que el acto reclamado
viola los derechos reconocidos por la Constitución y con ello se afecta su es-
fera jurídica. Dicha reforma busca ampliar su protección a todo gobernado
que quiera promover el juicio de amparo para proteger sus derechos.
22
Diario Oficial de la Federación, 29 de julio de 2010, www.diputados.gob.mx.
23
Diario Oficial de la Federación, 30 de agosto de 2011, www.profeco.gob.mx.
los miembros del grupo y que deriva de un vínculo jurídico común existente
por mandato de ley entre la colectividad y el demandado.
III. Acción individual homogénea: Es aquella de naturaleza divisible, que
se ejerce para tutelar derechos e intereses individuales de incidencia colectiva,
cuyos titulares son los individuos agrupados con base en circunstancias co-
munes, cuyo objeto es reclamar judicialmente de un tercero el cumplimiento
forzoso de un contrato o su rescisión con sus consecuencias y efectos según la
legislación aplicable.
24
Diccionario Larousse Enciclopédico, 4a. ed., Bogotá, Ediciones Larousse, 2008.
25
Couture, Eduardo J., Vocabulario jurídico, Buenos Aires, Depalma, 1988.
tación de los medios probatorios necesarios con cargo al Fondo a que se re-
fiere este título. La pregunta aquí es si a todas las autoridades les va a pedir
o sólo a la que esté actuando en representación de la colectividad. El juez
puede solicitar también información a alguna de las partes, de conformidad
con el artículo 599.
Creo que está por demás el contenido del artículo 600, que establece
que el juez puede valerse de medios probatorios estadísticos, actuariales o
cualquier otro derivado del avance de la ciencia, toda vez que bastaba con
que se estableciera que en dichos procesos se pueden ofrecer las pruebas a que
se refieren los artículos 79, 80 y 93, fracción VII, del Código que se estudia,
en todo lo que no contradiga a este título.
Es un acierto que el artículo 601 señale que no es necesario que la parte
actora ofrezca y desahogue pruebas individualizadas por cada uno de los
miembros de la colectividad, sino que esto se realice hasta que cada miem-
bro promueva el incidente de liquidación correspondiente. De esta manera
se evita la dilación en el proceso.
También es pertinente el contenido del artículo 602, en virtud de que se
obliga al representante común y a las asociaciones civiles, a mantener a la
colectividad representada, informada del avance del juicio, cuando menos
cada seis meses. Además se impone a las autoridades referidas en la fracción
I del artículo 585, que lleven estadísticas de los juicios colectivos concluidos
y los que estén promoviendo, así como darles publicidad, de manera que
cualquiera pueda tener acceso a esa información.
Es desafortunado el contenido del artículo 603, que establece que las
sentencias deberán resolver la controversia planteada por las partes confor-
me a derecho. Siendo la sentencia una de las especies de resoluciones judi-
ciales que puede dictar el juzgador, ésta no ha de resolver más que lo plan-
teado en la demanda; de ahí que se le defina como la resolución que dicta el
juez para poner fin al litigio planteado en la demanda. Cabe decir que uno
de los requisitos materiales de la sentencia se denomina congruencia, que
consiste en que ésta no puede resolver otra cosa que no se haya planteado
en la demanda.
El artículo 604 señala que tratándose de acciones difusas, el juez en la
sentencia únicamente puede condenar a la reparación del daño causado a
la colectividad, a la restitución de las cosas al estado que guardaran antes
de la afectación, si esto fuere posible; de lo contrario, condenará al cum-
plimiento sustituto de acuerdo con la afectación, que puede consistir en la
realización de una o más acciones o en su abstención.
Respecto al artículo 605, cuando se trate de acciones colectivas en sen-
tido estricto e individuales homogéneas, el juez puede condenar al deman-
26
Salarios Mínimos, Comisión de Salarios Mínimos, Secretaría del Trabajo y Previsión
Social, 2013, sal_min_gral_area_geo.pdf - Similares
V. Conclusiones
27
López Ramos, Neófito, “Panorama del derecho ambiental en México”, Revista Foro
Jurídico, México, núm. 101, febrero de 2012, p. 26.
Daí porque, como lembrou Tullio Ascarelli, “na sua origem histórica, a
responsabilidade limitada dos sócios de uma companhia decorre de princí-
pios excepcionais e se apresenta, como um ‘privilégio’, que, por isso, pode
ser baseado tão somente em um ato legislativo especial, que derrogue o di-
reito comum”.4
Assim, as sociedades, e sua personalização jurídica —esta, “uma qua-
lidade que a ordem jurídica estatal outorga a entes que a merecerem”5—
consistem unicamente em uma técnica, uma criação jurídica,6 voltada à viabi-
lização dos interesses e objetivos dos indivíduos que a compõem.7 Não se
pode perder de vista, como advertiu Fábio Konder Comparato, que essa
personificação é apenas “uma técnica jurídica utilizada para se atingirem
determinados objetivos práticos”,8 de maneira que a sua manutenção so-
mente é autorizada (e, a rigor, somente justificada) enquanto voltada para a
realização daqueles específicos interesses e objetivos, tal como previstos nos
contratos ou nos estatutos sociais.9
3
Cf. Ascarelli, Tullio, Problemas das sociedades anônimas e direito comparado, Campinas, Book-
seller, 2001, p. 464.
4 Idem.
5 Diniz, Maria Helena, Compêndio de introdução à ciência do direito, 11o. ed., São Paulo,
Saraiva, 1999, p. 510.
6 Pontes de Miranda, Tratado de direito privado, vol. I, Rio de Janeiro, Borsói, 1970, §75,
p. 280.
7 “Afinal a constituição da pessoa jurídica e do patrimônio separado representa apenas
um meio técnico para que os sócios possam exercitar o comércio com responsabilidade limi-
tada” (cf. Ascarelli, Tullio, Problemas das sociedades anônimas e direito comparado, cit., p. 465). Essa,
aliás, a base central de toda a construção formada em torno das pessoas jurídicas, já que não
existem, em direito, interesses e relações que não digam respeito unicamente aos homens. Por
conseguinte, e nas palavras de Fábio Konder Comparato, “toda a disciplina jurídica concer-
nente à pessoas jurídicas reduz-se, finalmente, a uma disciplina dos interesses dos homens que
a compõem”, cf. O poder de controle na sociedade anônima, Rio de Janeiro, Forense, 1983, p. 267.
8 Konder, Fabio, O poder de controle na sociedade anônima, Rio de Janeiro, Forense, 1983,
p. 279.
9 Ibidem, p. 281.
10
Ascarelli, Tullio, Problemas das sociedades anônimas e direito comparado, São Paulo , 1945, p.
140.
11
“Lifting the corporate veil”, in The Canadian Bar Review, dezembro de 1957, pp. 1176 e
seguintes.
12
Com efeito, a questão, conforme pondera Rubens Requião, é praticamente universal
uma vez que “em qualquer país que se apresente a separação incisiva entre pessoa jurídica
e os membros que a compõe, se coloca o problema de se verificar como se há de enfrentar
aqueles casos em que esta radical separação conduz a resultados completamente injustos e
contrários ao direito”, cf. Revista dos tribunais, 410/12.
13
Trata-se do caso Salomon vs. Salomon & Co., julgado em Londres em 1897, em decisão
confirmada pela Corte de Apelação. Embora ao depois tenha sido reformado pela Casa dos
Lordes, esse julgamento teve sucesso acentuado na América do Norte, formando a base do
que hoje se estuda sobre o tema.
14
Rubens Requião, “Abuso de direito e fraude através da personalidade jurídica”, Revista
dos Tribunais, 410/13.
il fatto che, in casi eccezionali, si faccia riferimento alle persone fisiche che
stanno al di là della stessa, mentre sarebbe invece inconciliabile con le finali-
tà dell`ordinamento giuridico, il voler conservare l’autonomia della persona
giuridica anche nei casi in cui essa viene utilizzata per il perseguimento di fini
che appaiono in contraddizione con quelli per i quali fu concessa alla persona
giuridica una autonoma personalità giuridica —como anota Rolf Serik—.15
15
Forma e realtà della persona giuridica, trad. de Marco Vitale, Milão, Dott. A. Giuffrè Edito-
re, 1966, p. 95.
16
“Exténsion de la responsabilidad de los socios en las sociedades de capital a través del
disregard of legal entity”, Revista de Informação Legislativa, Brasília, 1989, 26/104.
17
Revista dos Tribunais, 410/15.
18
Idem.
19
Direito processual civil e direito privado, ensaios e pareceres, São Paulo, Saraiva, p. 165.
20
Revista dos Tribunais, 586/10.
21
Ibidem, 528/24.
22
“Desconsideração da pessoa jurídica no código de defesa do consumidor”, Direito do
consumidor, 5/173.
23
On corporations, Chicago, Ed. Revista, 1946, pp. 292 y 293.
24
Revista dos Tribunais, 410/12.
25
Fábio Konder Comparato, na obra citada, lembra hipótese do locador pessoa física
que retoma imóvel para uso “próprio” de pessoa jurídica, sob seu controle, hipótese em que
se daria a desconstituição para resguardar interesse legítimo do sócio.
não basta o frio e externo respeito aos pressupostos assinalados pela lei, para
permitir que se oculte alguém sob a máscara da pessoa jurídica e desfrute
de seus inegáveis benefícios. Acredita-se ter sido encontrado pelos autores e
pela jurisprudência o remédio para esses desvios no uso da pessoa jurídica,
na possibilidade de prescindir de sua estrutura formal para nela ‘penetrar’
até descobrir seu substrato pessoal e patrimonial, pondo assim a descoberto
os verdadeiros propósitos dos que se amparam sob aquela armadura legal.30
26
Revista dos Tribunais, 579/25.
27
Direito comercial, Revista dos Tribunais, coleção de estudos e parecere, 1985, p. 65.
28
“Desconsideração da pessoa jurídica no código de defesa do consumidor”, Direito do
consumidor, 5/173.
29
Revista dos Tribunais, 238/394.
30
Revista Forense, 188/269.
31
Direito processual civil e direito privado, ensaios e pareceres, São Paulo, Saraiva, p. 163.
Conforme lição incontrastada dos próprios arautos da disregard doctrine, ela foi
concebida e legitima-se no objetivo de afastar a fraude que através da personalidade
jurídica se perpetra contra terceiros. Ela não é e não pretende constituir-se em ani-
quilação dessa tradicional e arraigada categoria jurídica (que, ademais, está
insculpida no direito objetivo e não pode ser assim pura e simplesmente ba-
nida: CC, artigos 13 ss.). Nem poderia valer como pura e simples negativa de
vigência à regra da responsabilidade limitada, que integra a própria essência das
sociedades por quotas (cfr. dec. n. 3.708, de 10.1.19, artigos 9o. e 10). Con-
tinua em vigor e eficaz o artigo 20 do Código Civil, com a regra de que “as
pessoas jurídicas têm existência distinta da dos seus membros” – reputando-
se sempre extraordinárias as situações em que tal distinção se desconsidera.34
E mais:
34
Fundamentos do processo civil moderno, 4a. edi., São Paulo, Malheiros, 2001, p. 1181.
35
Ibidem, p. 1182.
E mais:
36
Curso de direito comercial, 5a. edi., São Paulo, Saraiva, 2002, vol. 2, p. 35.
37
Ibidem, p. 44.
38
Ibidem, pp. 44 y 45.
39
Ibidem, p. 49.
40 Ibidem, p. 53.
41
Idem.
Por outro lado, nas situações abrangidas pelo artigo 50 do CC/2002 e pelos
dispositivos que fazem referência à desconsideração, não pode o juiz afastar-
se da formulação maior da teoria, isto é, não pode desprezar o instituto da
pessoa jurídica apenas em função do desatendimento de um ou mais credores
sociais. A melhor interpretação judicial dos artigos de lei sobre a desconside-
ração (isto é, os artigos 28 e § 5º do CDC, 18 da Lei Antitruste, 4o. da Lei do
Meio Ambiente e 50 do CC/2002) é a que prestigia a contribuição doutriná-
ria, respeita o instituto da pessoa jurídica, reconhece a sua importância para o
desenvolvimento das atividades econômicas e apenas admite a superação do
princípio da autonomia patrimonial quando necessário à repressão de frau-
des e à coibição do mau uso da forma da pessoa jurídica.42
42
Ibidem, p. 54.
43
“Aplicabilidade da teoria da desconsideração da pessoa jurídica no processo falimen-
tar”, Revista dos Tribunais, São Paulo, Repro 87, julho-setembro 1997, p. 212.
44
Cf. Fundamentos do processo civil moderno, 4a. edi., São Paulo, Malheiros, 2001, p. 1183.
45
“Desconsideração da personalidade societária no direito brasileiro”, Revista dos Tribu-
nais, São Paulo, 1987, p. 121.
E mais:
É inegável que a pessoa jurídica tem responsabilidade, assim como seus fun-
dadores, mantenedores, acionistas, sócios e administradores. Mas a respon-
sabilidade tem que ser proporcional e compensatória aos danos decorrentes
da violação – omissiva ou comissiva – do dever geral de boa-fé. Pensar de modo
diferente é dar-se o primeiro passo na rota obscura do autoritarismo e da in-
segurança jurídica.46
46
A parte geral do Novo Código Civil: estudos na perspectiva civil-constitucional, coordenação de
Gustavo Tepedino, Rio de Janeiro-São Paulo, Renovar, 2002, p. 121.
47
Direito civil, parte geral, São Paulo, Saraiva, 2002, vol. 1, p. 97.
48
1o.TACivSP, 2a. Câm., RT 620/122.
49
2o. TACivSP, AgrInstr 772.684-00/5, 6a. Câm., rel. Juiz Luiz De Lorenzi, j.
18/12/02). No mesmo sentido: 2o. TACivSP, AgrInstr 617.482-00/7, 6a. Câm., rel. Juiz
Luiz De Lorenzi, j. 16.5.2000.
50
2o. TACivSP, AgrInstr 737.948-00/0, 3a. Câm., rel. Juiz Ribeiro Pinto, j. 23/04/02.
51
TAPR, 2a. Câm., RT 673/160.
52
Fundamentos do processo civil moderno, cit., pp. 1186 y 1187.
E mais:
53
Ibidem, p. 1187.
54
Idem.
55
Ibidem, p. 1194.
pretende atingir aquele que se serve de uma empresa para negociação pes-
soal, com prejuízo para terceiros, terá de utilizar o processo de cognição pre-
visto nos artigos 282 e ss. do CPC, a fim de que, apurado o dolo, a simulação
ou a fraude, possa responsabilizar pessoalmente o fraudador. E, certamente,
se não dispuser de prova robusta, esbarrará na interpretação que tem sido
dada ao caput do artigo 20 do CC.56
Não sendo admissível execução sem título tipificado em lei (CPC, artigos 593
e 596), daí decorre que, em princípio, e salvo casos de sucessão e outros ex-
cepcionais, tem legitimidade para figurar no pólo passivo do processo de exe-
cução somente o ‘devedor, reconhecido como tal no título executivo’ (CPC,
artigo 568, inc. I). É esse o natural legitimado ordinário primário, porque titular
da obrigação exeqüenda e porque já participou do iter de formação do título
que conduz à execução.57
E conclui:
Fora disso (artigo 568, inc. I) e nada demonstrando ao juiz que o terceiro seja
um sucessor (artigo 568, inc. II) ou que haja buscado fraudar a execução me-
diante o abuso da personalidade jurídica, não se legitima a sua inclusão como
sujeito passivo da execução. Inexistindo título ou qualquer outro provimento
jurisdicional que o reconheça como devedor ou mesmo como responsável, de
algum modo esse reconhecimento há de ser feito pelo juiz competente e em
sede processual adequada. Algum pronunciamento judicial há de ser emitido
previamente, mediante instrução razoável, com vista ao possível reconheci-
mento da legitimidade passiva do terceiro e, mediante isso, a estender a ele a
eficácia do título executivo.58
56
Idem.
57
Fundamentos do processo civil moderno, cit., p. 1188.
58
Ibidem, p. 1196.
traída para fins de coibição dos ilícitos por ela ocultados. Ora, se assim é, o
juiz não pode desconsiderar a separação entre a pessoa jurídica e seus inte-
grantes senão por meio de ação judicial própria, de caráter cognitivo, movida
pelo credor da sociedade contra os sócios ou seus controladores. Nessa ação,
o credor deverá demonstrar a presença do pressuposto fraudulento.
E prossegue:
59
Curso de direito comercial, 5a. edi., cit., vol. 2, pp. 54 y 55.
60
Idem.
E mais:
61
Idem.
62
Ibidem, p. 56.
63
1o. TACivSP, 2a. Câm., RT 657/120.
64
TJMG, Revista dos Tribunais, 581/215.
65
2o. TACivSP, AgrInstr 698.275-00/7, 10a. Câm., Rel. Juiz Soares Levada, j. 7.6.2001.
No mesmo sentido: AgrInstr 688.209-00/2, 10a. Câm., Rel. Juiz Marcos Martins, j.
27.6.2001.
66
STJ - AgResp 422583-PR, dj. 09.09.2002, p. 00175, Rel. Min. José Delgado, primeira
turma, v.u., deram provimento ao agravo regimental.
67
REsp 347524-SP, dj. 19.05.2003, p. 00234, Rel. Min. Cesar Asfor Rocha, quarta tur-
ma, v.u., conheceram do recurso e dar-lhe provimento.
I. Palabras previas
1. Tribunal
1
Artículo 10.
785
2
Artículo 14.1.
2. Partes
A. Acusaciones
B. Acusado
III. Principios
A. Dualidad de partes
3
A la defensa aluden los artículos 11 DUDH y 14.3 b) y d) PIDCP.
4
Dice el artículo 14.3 f) PIDCP: durante el proceso, toda persona acusada de un delito
tendrá derecho “a ser asistida gratuitamente por un intérprete, si no comprende o no habla
el idioma empleado en el tribunal”.
sica del proceso; a partir de ahí se puede levantar toda una estructura de
principios. Sin la existencia previa de dos partes sometidas a un tribunal no
resulta admisible la concepción del proceso como instrumento dirimente de
controversias. La dualidad de posiciones resulta esencial para el proceso.
Cada una de ellas podrá estar compuesta por una pluralidad de indivi-
duos. Pero la constitución de dos partes enfrentadas que acuden al órgano
juzgador para que, en aplicación del ordenamiento jurídico, dicte la resolu-
ción ajustada a derecho y ponga fin al litigio, es fundamental.
B. Igualdad
C. Contradicción
5
Artículos 10 DUDH y 14.3 PIDCP.
dad de que cualquier parte sea oída en el proceso; en este caso, también la
otra, la contraria, es decir, la que mantiene tesis opuestas.
Si a una parte se le negara o restringiera el poder contradecir o des-
montar lo afirmado por la contraria, se le estaría limitando su derecho de
defensa; se encontraría en desventaja procesal y podríamos afirmar que in-
curriría en indefensión.
A. Oralidad
B. Inmediación
C. Concentración
D. Publicidad
El que las actuaciones del juicio oral de un proceso penal sean públicas
constituye hoy día una exigencia ineludible, tanto en los ordenamientos na-
cionales como en los instrumentos internacionales.6
En síntesis, la publicidad obedece a la conveniencia de control y de
aceptación por la comunidad respecto de la justicia que se administra en
su seno. Desde tiempos primitivos el pueblo ha estado siempre presente. En
efecto, bajo el cobijo de un árbol, en el foro romano, en el atrio de la iglesia
o, más tarde, en los edificios especialmente construidos para dicha función,
los miembros del grupo social han podido presenciar la ceremonia de admi-
nistración de justicia.
Sin embargo, tampoco han faltado ejemplos de justicia penal adminis-
trada bajo secreto, con restricción de la presencia popular (en general, las
actuaciones de la Inquisición). Incluso, en tiempos más recientes, algunos
ordenamientos jurídicos han regulado de forma sistemática celebraciones a
puerta cerrada, cuando no con juzgadores ocultos (los llamados “jueces sin
rostro”, de nefasto recuerdo en el Perú de los años noventa del pasado siglo).
En la mayor parte de los ordenamientos jurídicos se contemplan algu-
nas posibilidades de restricción de la publicidad en la justicia penal. Sue-
len ser situaciones excepcionales. En este sentido, el Pacto Internacional
de Derechos Civiles y Políticos recoge que: la prensa y el público podrán
ser excluidos de la totalidad o parte de los juicios por consideraciones de
moral, orden público o seguridad nacional en una sociedad democrática,
o cuando lo exija el interés de la vida privada de las partes o, en la medida
estrictamente necesaria en opinión del tribunal, cuando por circunstancias
especiales del asunto la publicidad pudiera perjudicar a los intereses de la
justicia (artículo 14.1).
E. Impulso
F. Preclusión
3. El principio acusatorio
IV. Procedimiento
1. Audiencia saneadora
2. Conformidad
3. Pruebas
A. Medios de pruebas
Varios son los aspectos a tener en cuenta en relación con el acusado du-
rante el juicio oral de un proceso penal.
Sin duda alguna, el primero de ellos es la exigencia de su presencia física
a lo largo del desarrollo de las sesiones del juicio oral. Éste es un requisito
de ineludible cumplimiento, salvo que con su inadecuado comportamiento
altere el orden de la sala y, en consecuencia, provoque su expulsión de la
misma.
b. Testigos
7
Artículos 10 y 11 de la DUDH y 14.1 del PIDCP.
8
Artículo 14.3 g) del PIDCP.
c. Otras pruebas
9
Artículo 14.3 e) del PIDCP.
B. La prueba anticipada
C. La prueba de oficio
A. Calificaciones definitivas
B. Informes
I. Introducción
1 Blanco, Rafael et al., Litigación estratégica en el nuevo proceso penal, Chile, Lexis-Nexis, 2005,
p. 7, citando a Maier, Julio, Reformas procesales en América Latina, Santiago, Corporación de
Promoción Universitaria, 1993; Pereira, Anthony W., “Authoritarian Legalism: Explaining
Judicial Reform Outcomes in Argentina, Brazil and Chile”, Human Rights Review, 4, 2003;
Dakolias, María, “A Strategy for Judicial Reform: The Experience in Latin America”, Vir-
ginia Journal of International Law, 36, 1995, pp. 167-231.
801
2
Sin embargo, no ignoramos que en la capital federal aún rige un código arraigado
al sistema mixto, y cuya estructura no ha impedido que la CSJN haya fijado una posición
de garantía de los justiciables, y del ideal de proceso penal, al decir en la causa Santillán,
Francisco Agustín s/recurso de casación (S. 1009. XXXII) al interrogante de ¿qué debe
entenderse por procedimientos judiciales a los efectos del artículo 18 de la Constitución
Nacional?, estableció “...que esa norma exige la observancia de las formas sustanciales del
juicio relativas a la acusación, defensa, prueba y sentencia dictada por los jueces naturales
(Fallos: 125:10; 127:36; 189:34; 308:1557, entre muchos otros), y dotó así de contenido cons-
titucional al principio de bilateralidad sobre cuya base, en consecuencia, el legislador está
sujeto a reglamentar el proceso criminal (Fallos: 234:270)...”, que evidentemente responde a
los nuevos vientos. Creo que es un problema más de hombres que de sistemas.
3 Baytelman, Andrés A., en “Capacitación como fútbol”, en http://www.cejamericas.org/
sistemas-judiciales/tema_central.php?revista=1&idioma=espanol&secc=192&TemaNiv2=192.
4 No creo que un abogado se ilustre o estudie nuevas lógicas y destreza por el solo hecho
de generar un mayor ingreso, ni que un juez lo haga por su exposición pública, o la publici-
dad de los actos del proceso (se entiende que esto es resultado de nuestra forma republicana
de gobierno), ni aun para lograr un ascenso en su carrera, pues la realidad me obvia de may-
ores comentarios; un breve análisis de lo que acontece en nuestra República, desde 1991 a la
fecha hace a las verdades y virtudes de lo que aquí se dice. Es cierto que existe un marcado
énfasis en la capacitación, pero lo que antes era escaso (la capacitación de posgrado) hoy es
una golosina del mercado, con lo cual estamos al borde del colapso, en un área tan sensible
como es la capacitación, tanto docente como de los operadores jurídicos, sean de la justicia,
sean de la comunidad de abogados.
5
Blanco, Rafael et al., op. cit., p.16.
6 Idem.
7 Para su justificación se dice que la expansión del derecho penal se presente como
producto de una especie de perversidad del aparato estatal, que buscaría en el permanente
recurso a la legislación penal una (aparente) solución fácil a los problemas sociales, despla-
zando al plano simbólico (esto es, al de la declaración de principios, que tranquiliza a la
opinión pública) lo que debería resolverse en el nivel de lo instrumental (de la protección
efectiva). Sin embargo, es claro que existen causas algo más profundas, que hunden sus raíces
en el modelo social que se ha ido configurando durante, al menos, los dos últimos decenios,
y en el consiguiente cambio de papel del derecho penal en la representación que del mismo
tienen amplias capas sociales, por lo cual si la existencia de una demanda social constituye
un punto de partida real, de modo que la propuesta que acabe acogiéndose en cuanto a la
configuración del derecho penal no habría de eludir el darle a la misma una respuesta tam-
bién real; y así no es un problema de técnica ni de estrategia, sino de algo más profundo, cual
es la reforma del sistema penal, adecuadas a un criterio de realidad más razonable y menos
inequitativo, Sánchez, Jesús María, La expansión del derecho penal. Aspectos de la política criminal en
las sociedades postindustriales, Madrid, Civitas, 2001, pp. 19 y 20.
8
Prueba de ello constituye la existencia de una criminalidad organizada que, además,
opera a nivel internacional, constituye claramente uno de los nuevos riesgos para los indi-
viduos y los Estados, cuyo fenómeno más exponencial lo constituye el nuevo concepto de “ter-
rorismo” y su consecuente diseño de lucha contra el mismo (que excede el plano de cualquier
Estado) y justifico hasta invasión y toma de naciones, en nombre de la humanidad.
9 Para algunos, el proceso cumple una función pública al constituirse en “...la garantía
que otorga el Estado a todos sus habitantes en contrapartida de la prohibición impuesta res-
pecto del uso de la fuerza privada; en virtud de lo cual el Estado organiza su Poder Judicial
y describe a priori en la ley el método de debate así como las posibles formas de ejecución de
lo resuelto acerca de un conflicto determinado...”, posición que comparto, Alvarado Velloso
Adolfo, El debido proceso de la garantía constitucional, Rosario, Zeus, 2003, p. 38.
10 Prueba de ello es la estandarización del Manual de Cejas, aplicado en Chile, Panamá,
Ecuador, entre otros, cuyo contenido no se advierte haya variado, sino en aquellos aspectos
normativos —específicos—, lo que es natural porque el contenido filosófico se mantiene
inmanente.
11 Coincido con Binder, cuando afirma que la naturaleza y fuerza institucional de la
reforma procesal penal proviene de su estrecha vinculación con la dinámica del conflicto,
con la ineludible inserción social de ese conflicto y con las finalidades políticas de la admin-
istración de justicia, vinculadas a la disminución de la violencia y el abuso de poder. Binder,
Alberto M., “Presentación”, en Duce y Baytelman, Litigación penal, juicio oral y prueba, Fondo
de Cultura, 2005.
12 Adolfo Alvarado Velloso entiende que todo conflicto intersubjetivo de intereses puede
ser solucionado por cuatro vías diferentes: a) por el uso de la fuerza, que debe descartarse a
todo trance para mantener la cohesión del grupo social; b) por el uso de la razón, que iguala
a los contendientes y permite el diálogo: este posibilita lograr una autocomposición directa,
que se traduce en una renuncia total del pretendiente (desistimiento) (el supuesto comprende
también el del perdón del ofendido en materia penal); en una renuncia total del resistente
(allanamiento) y en sendas renuncias recíprocas y parciales (transacción); c) por el uso de la
autoridad de un tercero, que permite lograr una autocomposición (otra vez, desistimiento,
allanamiento, transacción) indirecta gracias a la amigable composición o a la mediación
del tercero, cuya intervención al efecto aceptan expresa y plenamente los interesados. El
supuesto también permite llegar a una heterocomposición privada cuando el tercero (que no
es juez, sino árbitro o arbitrador) adopta una actitud decisiva, resolviendo el litigio, y d) por el
uso de la ley: siempre que los contendientes descarten las soluciones autocompositivas, y dado
que no pueden usar la fuerza para disolver el conflicto, deben lograr la heterocomposición
pública con la resolución de un tercero que es juez; y, esto se obtiene exclusivamente como
resultado de un proceso, siendo la “única alternativa posible en materia penal...”. Varios, El
debido proceso de la garantía constitucional, Rosario, Zeus, 2003, pp. 32 y 33.
13 Entendido como una serie de actos procedimentales consecutivos e invariables presta-
blecido por la ley.
14 Como veremos, todo proceso contiene un procedimiento, pero no ocurre lo propio
a la inversa, pues no todo procedimiento constituye un proceso, siendo ésta una particular
distinción a tener en cuenta.
15 Aquí, se advierte en el caso Santillán, que nuestra CSJN reconoce al procedimiento
dentro del proceso, y esto como ejecución y respeto a la garantía que el Estado tiene de dar
“un proceso legal debido”.
que “…el Ministerio Público promoverá y ejercerá la acción penal de carácter público, en la
forma establecida por la ley, dirigirá a la policía en función judicial y practicará la investig-
ación penal preparatoria…”, de lo que surge su carácter de autoridad y órgano del Estado,
cuya función es de carácter obligatorio, y su estructura se instrumenta y reglamenta a través
de la Ley Orgánica, 12.061.
21 Así, el artículo 6 del Código Procesal Penal (texto según Ley 13.943) de la Provincia
de Buenos Aires establece que “...La acción penal pública corresponde al Ministerio Pú-
blico Fiscal, sin perjuicio de la participación que se le concede a la víctima y al particular
damnificado...”; en igual sentido, el artículo 5 del Código Procesal Penal Nacional que
establece “...La acción penal pública se ejercerá por el Ministerio Fiscal, el que deberá
iniciarla de oficio siempre que no dependa de instancia privada. Su ejercicio no podrá sus-
penderse, interrumpirse ni hacerse cesar, excepto en los casos expresamente previstos por la
ley...”, siendo una constante de todos los códigos latinoamericanos del que surge que jamás
el Ministerio Publico podría ser parte, pues —más allá del criterio de objetividad—, es un
órgano del Estado, por tanto omnicomprensivo del “deber del Estado de establecer el criterio
normativo de ‘debido proceso legal’ (principio de legalidad constitucional)”. Como ejemplo
citamos el Código Procesal Penal de Chile (artículo 166 i.2) que establece la obligación de
investigar todos los hechos que puedan ser constitutivos de delito, respondiendo al principio
de legalidad que impone el derecho penal, y dice: “Cuando el Ministerio Público tomare
conocimiento de la existencia de un hecho que revistiere caracteres de delito, con el auxilio
Podemos decir que la moderna teoría de la prueba exige una clara di-
ferenciación entre la actividad probatoria con la actividad de investigación,
verificando si del estudio de dicho acontecimiento surgen relaciones con los
postulados que la doctrina asigna a la “teoría del caso”, y que en la etapa de
sustanciación (esto es, típica del contradictorio) la recepción de las pruebas
cumpla con una delimitación técnica y una arquitectura estratégica, de ma-
nera tal que exista una verdadera “programación” probatoria, y donde los
actores (las partes) no puedan ser sorprendidos en el debate. Ello significa
que tanto el imputado (a través de la defensa) como el órgano de la acusa-
ción (a través del fiscal) deben delimitar previamente el “qué”, el “cómo”, el
“cuándo” y el “para qué” de cada prueba propuesta, siguiendo el contenido
estratégico propuesto en los escritos postulatorios, y que se desnudan en el
momento de la presentación del caso.
Ahora bien, conceptualizado al proceso judicial como un “método dia-
léctico” donde se procura que exista una razonable distribución de opor-
tunidades para llegar a la verdad en el marco dado a las partes, a lo largo
de todo su desarrollo, queda claro que el debate procesal sólo existe en la
etapa de proceso (denominada juicio), y se caracteriza por ser preordenado
(normativamente), y donde los contendientes deben tener garantizado el
principio de igualdad de oportunidades (garantía constitucional); por tanto,
vemos aquí cómo las normas constitucionales; sustanciales eventualmente
aplicables (teoría del delito) a un caso concreto y aquellas que regulan el de-
bate procesal se vinculan a través de la argumentación,22 cuyos efectos prác-
ticos y decisivos se manifiestan como una actividad intermedia, en la línea
de tensión, entre el caso real y las normas que deben regularlo.
Dicho esto, creo que resulta necesario destacar que no existe la teoría
del caso, considerada en forma aislada, ni mantiene una misma condición
o estructura durante las diversas etapas del proceso penal; así que, en la cons-
trucción de una estrategia de litigación, coexiste necesariamente la construc-
de la policía, promoverá la persecución penal, sin que pueda suspender, interrumpir o hacer
cesar su curso, salvo en los casos previstos por la ley....”, o el Código Procesal Penal del Perú
(artículo IVo.1), que establece “El Ministerio Público es titular del ejercicio público de la
acción penal en los delitos y tiene el deber de la carga de la prueba”. Asume la conducción
de la investigación desde su inicio, o el de Colombia (artículo 24), que reza: “La acción pe-
nal corresponde al Estado y se ejerce exclusivamente por la Fiscalía General de la Nación
durante la etapa de la investigación y los jueces competentes durante la etapa del juicio, en
los términos establecidos en este Código. En casos excepcionales la ejerce el Congreso...”,
entre muchos otros.
22
Esta argumentación no se funda sólo en la teoría del caso, o en la estrategia propues-
ta para obtener el fin propuesto, sino adecuada a los requerimientos de la Constitución,
los enunciados de la teoría del delito, en cuanto le resulte aplicable al caso concreto, y las
proposiciones fácticas y probatorias (presupuestos procesales de confirmación).
23 Agrego que para garantizar el derecho de defensa de las partes el debate debe sujetar-
se a ciertos principios básicos, que son los de igualdad, bilateralidad y congruencia, con lo
cual queda claro que cualquier estrategia o herramienta que se utilice, debe tener presente
los postulados básicos constitucionales a que se hace referencia, por lo que la idea de “ver-
dad” o “justicia” pierden potencialidad, y se resume a “certeza” y confirmación de hechos
afirmados.
24 Binder, Alberto M., op. cit.
25
Tomado ello estrictamente desde el punto de vista del nuevo sistema, donde el juez
sólo debe buscar —con clara imparcialidad en su actuación— el otorgamiento de certeza a
las relaciones jurídicas a partir de las posiciones encontradas de los litigantes (aceptando sin
más lo que ellos mismos aceptan acerca de cuáles son los hechos sobre los que discuten), con
lo que se logra aquietar en lo posible los ánimos encontrados para recuperar la paz social
perdida, Alvarado Velloso, Adolfo, El debido proceso de la garantía constitucional, cit., p. 177.
…el vocablo prueba… ostenta carácter multívoco y, por tanto, causa equi-
vocidad al intérprete; y... si castizamente el verbo probar significa examinar
las cualidades de una persona o cosa y su resultado es demostrar la verdad
de una proposición referida a esa persona o cosa —y a salvo su tercera acep-
ción vulgar de justificar, manifestar y hacer patente la certeza de un hecho o
la verdad de una cosa, con razones, instrumentos o testigos— parece que es,
…en estas condiciones, haciendo un uso extensivo del vocablo que, así, re-
sulta omnicomprensivo de muchos significados que ostentan diferencias de
matices que se exhiben tanto como sustanciales cuanto como levemente su-
tiles, los códigos mezclan el medio (y el resultado) de la prueba…26 y, para-
lelamente no otorgan al juzgador reglas claras para efectuar una adecuada
valoración acerca de lo que en realidad puede obtenerse como resultado con-
fiable con cada uno de tales medios, que se muestran siempre harto disímiles
entre sí…27
26
Por ejemplo, la prueba pericial, con el medio confesional, o la documental con el tes-
timonial, etcétera.
27
Alvarado Velloso, Adolfo, El debido proceso de la garantía constitucional, cit., pp. 166-168.
…las leyes, los decretos administrativos y los negocios privados son actos ex-
clusivamente preceptivos, ni verdaderos ni falsos, cuya validez jurídica de-
pende únicamente del respeto de las normas sobre su producción y cuya le-
gitimación política radica en la representatividad popular y/o en la adhesión
a intereses generales, o bien, más simplemente, en la autonomía de sus au-
tores, mas —en cambio—, las sentencias —y no sólo las penales— consisten
en comprobaciones de violaciones a la ley. Por ello, exigen una motivación
fundada sobre los argumentos cognoscitivos de hecho y recognoscitivos de
derecho, de cuya aceptación como “verdadera” depende tanto su validez o
legitimación jurídica, como su justicia o legitimación política, por tanto, en
este carácter tendencialmente cognoscitivo y no puramente potestativo de la
jurisdicción, están basadas todas las garantías, penales y procesales, del pro-
ceso correcto…28
28
Ferrajoli, Luigi, “Presentación”, en Guzmán, Nicolás, La verdad en el proceso penal, Bue-
nos Aires, Editores del Puerto, 2006.
Como anotamos, si algo caracteriza al proceso penal es que tiene dos etapas
plenamente diferenciadas: la de investigación y la de proceso; por tanto, para
la construcción de la “teoría del caso” debemos tener en consideración los
aspectos que hace al objeto de uno y otro.
Al respecto, se indica que
29
Sin embargo, el artículo 360 del Código Procesal Penal veda la posibilidad de incorpo-
rar por lectura las declaraciones prestadas en la investigación penal preparatoria, y el Tribu-
nal de Casación ha dicho: “La oralidad es la condición ineludible sobre la que reposa la vali-
dez del momento conclusivo del proceso penal. En principio, la sentencia debe sustentarse
sólo en la prueba producida durante el debate, salvo algunos supuestos de excepción, en que
ciertas actuaciones se oralizan por lectura. Consiste en que la comunicación entre los sujetos
procesales se produzcan a través de la forma de relación más natural y originaria entre los
seres humanos, como lo es la palabra hablada. A su vez, esa oralidad hace posible un modo
de percepción que asegura asumir el conocimiento directo por parte de los intervinientes en
el juicio, entre sí y respecto de todo el material probatorio y los órganos de prueba; en ello
Con estos antecedentes se dice que la teoría del caso es una “…expre-
sión que representa la idea eje a partir de la cual son desplegadas las ener-
gías y estrategias a través de las cuales se diseñan los eslabones argumenta-
tivos a ser presentados en las distintas audiencias de la fase de investigación
y en el juicio oral…”.31 Otros autores sostienen que
…la teoría del caso se presenta en el alegato inicial como una historia que
reconstruye los hechos con propósitos persuasivos hacia el juzgador.
Esta historia persuasiva contiene escenarios, personajes y sentimientos que
acompañan toda conducta humana; y se puede resumir sintéticamente di-
ciendo que es el resultado de la conjunción de las hipótesis fáctica, jurídica y
probatoria que manejan el fiscal y el defensor respecto de un caso concreto.
O sea, es el conjunto de hechos que él ha reconstruido mediante la prueba, y
ha subsumido dentro de las normas penales aplicables de un modo que pueda
ser probado; este conjunto es el que defenderá ante el juez…32
Sin embargo, aquello que parece nuevo no lo es, y tampoco los alcances
del objeto que la actividad del fiscal tiene, durante esta primera etapa del
proceso penal.
En efecto, la idea de realizar una investigación preparatoria encuen-
tra su antecedente más remoto en el enjuiciamiento acusatorio del derecho
romano —quaestio acusatio o iudicium publicum y su sistema de acusación po-
pular— aunque parece haber tenido también existencia en el acusatorio
griego. La investigación que realiza el fiscal constituye la actividad más so-
bresaliente y extensa del procedimiento preparatorio, pero no es la única
consiste la inmediación”, causa 3.451, Reg. de Pres. núm. 14.506, “D., A. F. s/recurso de
casación”.
30 Blanco, Rafael et al., op. cit., pp. 15-17.
31 Ibidem, p. 19.
32 Salas Beteta, Christian, Técnicas de litigación oral y aplicación en el proceso penal, en http://
www.riaej.org/index.php?option=com_docman&task=doc_download&gid=324.
actividad procesal de esta etapa razón, por la cual no deben asimilarse los
conceptos de procedimiento preparatorio con la investigación preparato-
ria o preliminar, pues el primero comprende —además de la investigación
preparatoria—, los actos de la Policía,33 los anticipos de prueba,34 esto es
prueba cuya producción no puede diferirse al debate oral, las decisiones o
autorizaciones vinculadas con afectaciones de garantías constitucionales,35
33 La policía cumple sus funciones en dos objetivos establecidos por la ley: a) instituciona-
les, en particular las relacionadas con la prevención y represión del delito y el mantenimiento
del orden, y b) funciones de asistencia, donde se agrupan las de auxilio en caso de calami-
dades y similares. En lo que aquí interesa, el artículo 293 del Código Procesal Penal establece
que la policía deberá investigar por orden de autoridad competente, o por iniciativa propia
en casos de urgencia, o en virtud de denuncia, los delitos de acción pública; impedir que
los hechos cometidos sean llevados a consecuencias delictivas ulteriores; individualizar a los
culpables y reunir pruebas para dar base a la acusación o determinar el sobreseimiento, comu-
nicando inmediatamente al juez de garantías y agente fiscal competentes y al defensor oficial
en turno (artículo 296). La policía practicará la investigación, observando las normas de la
investigación penal preparatoria. En estos casos se formará una actuación de prevención,
que contendrá: 1. El lugar, hora, día, mes y año en que fue iniciada; 2. El nombre, profesión,
estado y domicilio de cada una de las personas que en él intervinieren; 3. Las declaraciones
recibidas, los informes que se hubieren producido y el resultado de todas las diligencias prac-
ticadas; la intervención de los funcionarios policiales cesará cuando comience a intervenir
el Ministerio Público Fiscal o la policía judicial, pero podrán continuar como sus auxiliares
si así se dispusiera. Salvo expreso pedido del agente fiscal, las actuaciones le serán remitidas
sin tardanza; cuando se trate de hechos cometidos donde aquél actúe, dentro de los tres días
de su iniciación y, de lo contrario, dentro del quinto día. Sin embargo, el término podrá
prolongarse en este último caso, en virtud de autorización del Fiscal, hasta ocho días, si las
distancias considerables, las dificultades de transporte o climáticas provocaren inconvenien-
tes insalvables, de lo que se dejará constancia.
34 El artículo 274 del Código Procesal Penal establece que en casos extraordinarios, las
partes podrán requerir al juez de garantías que realice un adelanto probatorio, y se justifica
cuando deba declarar una persona que por grave enfermedad u otro obstáculo difícil de
superar se presuma que no podrá hacerlo durante el debate. Si el juez no considerara ad-
misible el acto, deberá rechazar su realización por auto fundado. En caso contrario, el juez
citará a las partes, quienes podrán asistir con todas las facultades y derechos previstos para
el debate. El imputado privado de su libertad será representado por su defensor, salvo que
pidiera intervenir personalmente. En todos los casos, se labrará acta conforme lo dispuesto
por el Código, la que será suscrita por el juez actuante, el secretario del juzgado, las partes y
demás intervinientes que correspondiere.
35 El Código Procesal Penal de la provincia de Buenos Aires establece que los testigos,
peritos e intérpretes que intervengan en los actos de la etapa penal preparatoria deberán
prestar juramento (artículo 218); el numeral 228 se refiere a la posibilidad que tiene el fiscal
de solicitar la interceptación y el secuestro de la correspondencia postal y telegráfica; o de
todo otro efecto remitido por el imputado o que se le destinara, aunque sea bajo nombre su-
puesto siempre que se considere útil para la comprobación del delito, la que será resuelta por
el juez de garantías, mediante auto fundado, y cuando existan motivos que lo justifiquen, el
agente fiscal podrá solicitar la intervención de comunicaciones telefónicas del imputado y las que
y por último las decisiones que el legislador contempló deba ser resuelto por
el juez de garantías, y que tiene que ver con la buena marcha del proceso.
Ello nos lleva a determinar que no puede existir, por parte del fiscal,
la construcción de la teoría del caso, como el que puede llevar la defensa
(que sabe la verdad expuesta por su cliente — el imputado—), sino que éste
construye —a partir del hecho— el “hecho” mismo sobre el cual luego se
establecerá la acción penal pública, y respecto del cual formulará acusación;
es decir, el fiscal acude al proceso con una teoría del caso propio, y sólo ar-
gumenta la proposición jurídica, basada y fundada en la teoría del delito,
mientras que la defensa sólo podrá desplegar su estrategia argumental en la
etapa de constitución del proceso, y que absurdamente el Código Procesal
Penal de la provincia de Buenos Aires pretende sustraer, al sentenciar que si
no es peticionado por la parte, el tribunal procederá a designar la fecha en
que se llevará a cabo el debate, es decir, la defensa, se quedará sólo con un
escrito presentado, donde indicará las pruebas de que intentará valerse para
encontrar el convencimiento del juez.
Surge claro que, a partir del hecho, el fiscal —en la etapa de la investi-
gación preparatoria— debe actuar objetivamente; es decir, aun en beneficio
del interés del imputado, lo que obvia decir que beneficia a la defensa, pu-
diendo —inclusive— pedir el sobreseimiento u ordenar el archivo del expe-
diente, sin considerar la posibilidad que también tiene de actuar aplicando
medios alternativos de resolución de conflictos, verificando que la víctima
resulte resarcida del daño causado por el delito.
realizare por cualquier otro medio, para impedirlas o conocerlas, que también será resuelta
por el juez de garantías, mediante auto fundado (artículo 229).
I. Introducción
821
En más de una ocasión hemos sentido lástima por aquel personaje que, dis-
frazado de Papa Noel, se gana la vida a mediados de diciembre de cada año.
Ataviado con un grueso atuendo colorado, propio de un invierno crudo y
con una profusa barba postiza, tiene que soportar, desde el inicio de la etapa
estival en el Perú, más de 30 grados de temperatura. Durante toda la etapa
navideña, lo vemos representado de manera múltiple. Y nos parece normal.
Sólo cuando contemplamos una imagen de agobio y deshidratación severa
como la que suelen sufrir estos personajes nos ponemos a pensar en la razón
de un traje inapropiado para la época. Muy tarde, reparamos en que alguna
desinteligencia debe haber. No sólo aceptamos al personaje regalón con ropa
abrigada y un trineo tirado por ciervos voladores. También asumimos el 25
de diciembre como efemérides indiscutible de la natividad de Jesús. Entran al
círculo el arbolito y la nieve que le cae y rodea, con el pavo de la cena y otros
artefactos que son muy ajenos a nuestra cotidianidad. Encontraremos una
respuesta a esta irrealidad si nos remontamos al origen histórico de la tradi-
ción navideña. El siempre sonriente viejito rojiblanco apareció en la Europa
nórdica y luego se extendió al sur de Alaska. El día 25 era la fiesta pagana
del Sol y, al mismo tiempo, se celebraba en la Europa escandinava una fiesta
de invierno similar en la que se quemaban grandes troncos adornados con
ramas y cintas en honor a los dioses. El Árbol de Navidad es originario de
zonas germanas. “Navidad” significa comida en muchas partes del mundo
cristiano. Por ello, la carne era el plato más importante en Navidad, basado
en las palabras que Jesús pronunciara en la Última Cena: “Esta es mi carne”.
Entre estas carnes estaba la de ganso, que entre nosotros tuvo que ser trocada
por la de pavo.
Cuando tenemos toda esta información a la mano, entendemos que
hemos asumido un modelo y símbolo importado y extraño, completamente
ajeno a nuestro clima, vegetación, idiosincrasia, gastronomía y hasta ubi-
cación en el mapamundi. Pero lo aceptamos sin mayor resistencia. No nos
disgusta. Es más, cuesta imaginar que pueda ser diferente.
Lo señalado líneas arriba constituye una perfecta metáfora de lo que
ocurre con la ideología y el sistema jurídico en general y el procesal en el
Perú de hoy. La diferencia no es menor. Cuando este híbrido se produce en
el derecho procesal, tiene consecuencias de una superlativa importancia,
que no podemos soslayar o aceptar resignadamente. En las siguientes pá-
ginas intentaremos demostrar cómo una ideología jurídica importada y un
proceso peruano son insolubles.
3
No puede nunca el Estado digitar o forzar la defensa de ningún ciudadano. El estéril
debe tener derecho a presentar un esparmatograma o el que no estuvo en el país poder recu-
rrir al registro de migraciones. Se parte de una presunción de responsabilidad o culpabilidad.
Lo que debe ser una coreografía impecable entre los niveles de la pi-
rámide kelseniana se ha transformado en un recreo de infantes. Se legislan
especialidades de manera aislada y descoordinada. Se reglamenta con en
base en la excepción. La norma constitucional es fuente de fuentes, mas el
Código Procesal Civil (CPC) y el Código de Procedimientos Penales (CPP)
son anteriores a la carta magna. Fueron hechos en otro formato y con una
filosofía diferente. Ahí conviven, en medio del hacinamiento y el caos legal.
Veamos algunas imágenes de lo que hemos afirmado de manera muy
somera.
Mientras nuestra Constitución señala como parte del debido proceso la
pluralidad de la instancia, el último artículo del título preliminar del CPC
señala la posibilidad de recurrir al superior “salvo que la ley señale lo con-
trario”. Si es lo contrario, no se refiere a una tercera, sino a la instancia úni-
ca. Un eficientismo que no tiene pudor. Más que preocupante.
Increíblemente, la reformatio in pejus estuvo vigente hasta 2001. Es decir,
hasta hace algo más de una década, el Ministerio Público daba su confor-
midad respecto a una sentencia que imponía ocho años de pena privativa de
libertad por homicidio, pero, disconforme con ella, el condenado recurría a
la Corte Suprema. Esta última instancia lo condenaba por quince. Morale-
ja: la próxima vez, mejor no impugnes.
No hemos encontrado la manera de entender cómo el Tribunal Consti-
tucional ha señalado con firmeza que en sus fallos goza de autonomía pro-
cesal.4 Los poderes del Estado que tienen legitimidad democrática directa
poseen controles visibles y marcados, mientras el Tribunal, que es elegido
por uno de ellos, es sans frontiers. El activismo judicial en su expresión quí-
4
Expediente 0020-2005-PI/TC del 8 de agosto de 2005. Considerando 2. “El Tribunal
Constitucional, como máximo intérprete de la Constitución y órgano supremo de control de
la constitucionalidad, es titular de una autonomía procesal para desarrollar y complementar
la regulación procesal constitucional a través de la jurisprudencia, en el marco de los princi-
pios generales del derecho constitucional material y de los fines de los procesos constitucio-
nales”.
Cada día ganan más espacio las normas de desuetudo y las de consue-
tudo. La anticresis se mantiene en conservación, y a la renta vitalicia le han
declarado muerte cerebral. Igualmente, existen prácticas cotidianas con re-
levancia jurídica en diferentes zonas del país que aún no recoge nuestra
legalidad. Además, atentan contra este pilar de todo ordenamiento las de-
rogaciones y abrogaciones tácitas, en especial aquellas que utilizan la inve-
terada fórmula de “quedan derogadas todas las normas que se le opongan”.
La seguridad jurídica tomó vacaciones prolongadas.
Este es el corolario de una patología que es tan antigua como nuestra
existencia republicana. Nuestra propia fórmula como Estado es importada.
Las leyes no se aprueban y promulgan luego de prolijos debates jurídicos,
sino por mayorías políticas. Importamos un derecho que no sentimos. Tra-
jinamos las instituciones jurídicas desde nuestra infancia jurídica, no de la
mano de la madre, ni siquiera de la nana, sino de un extraño. Diferentes
figuras del derecho se trasladan de los “sitios de producción del derecho”
—Europa y Estados Unidos de América— a los “sitios de recepción del
derecho” —América Latina— sin un desenlace feliz. La extrapolación es
indetenible y caótica. Se desata por todos los vértices del poliedro jurídico
la inoperancia. Sobre todo en su ángulo diedro más sensible: el procesal.
Esta gran sensibilidad se produce porque ya existe un conflicto. El jus-
ticiable postula una pretensión que espera sea satisfecha. En la otra orilla
el resistente grita “su” justicia. De ahí que en materia procesal sea más evi-
dente el cáncer que ataca sin cesar a la juridicidad nacional. Con ejemplos
de esta paranoia nos tropezamos en cada metro cuadrado de cada parcela
jurídica.5 Intentemos buscar explicaciones a por qué estas patentes jurídi-
cas, que son una panacea para los países del primer mundo, al cruzar el
Atlántico o el sur de Estados Unidos, son totalmente inocuas para nuestros
países. Según nuestro criterio, no alcanzan la consolidación y el suceso ini-
cial debido a que pecan en tres tópicos: a) el desfase cronológico; b) la idio-
sincrasia social, y c) las diferencias económicas.
Hace veinte años las principales legislaciones nacionales tomaban como
modelo normas de Europa continental con casi media centuria de vigencia.
Así, lo que era novedad para nosotros ya sufría una transición de cambio en
el viejo continente. De tal forma que cuando creíamos haber logrado entrar
al engranaje, se había cambiado de rueda. Nuestro Código Civil, casi fini-
secular, recibe hoy calificativos jubilatorios (“envejecimiento prematuro”,
“rápida descapitalización”). Proyectan modificar y renovar 500 artículos de
la norma de 1984. Aun así, cuando se realice tal actualización aparecerán
nuevas obsolescencias. Transitamos tiempos más volátiles. Podríamos supo-
ner que la información llega más pronta y que el desfase es mínimo. Pero es
exactamente lo contrario.
Además, hay otra verdad que cuesta reconocer y aceptar: lo jurídico no
es monopolio de juristas; es para una sociedad desigual cultural y económi-
camente. Pretendemos que lo que dio resultado en Londres, Viena y Berlín
sea asimilado, entendido y aplicado en Paucarcolla, Cachora y El Carmen.
Es como si importáramos televisores a tubos con imagen en blanco y negro
en tiempos de los de plasma. Lo más grave es que no los sabemos utilizar y,
por si fuera poco, carecemos de fluido eléctrico.
20. Es por ello que pese a que en muchos países no se ha recogido la figura de
la “acción de inconstitucionalidad por omisión”, los tribunales, cortes o salas
constitucionales han llevado a cabo a través de la jurisprudencia el control de
dichas omisiones normativas inconstitucionales, integrando el ordenamiento
de cara a solucionar el caso concreto, así como ordenando a la autoridad que
corresponda la emisión de la regulación necesaria a fin de superar la situa-
ción inconstitucional producida. Concretamente y en épocas tempranas, el
Tribunal Constitucional Federal alemán en la sentencia 26/1969, de 29 de
enero de 1969 (BVerfGE 25, 167), declaró la omisión legislativa inconstitucio-
nal del régimen de derechos de los hijos ilegítimos, que por disposición del
constituyente debían ser igualados por ley a los hijos legítimos. El transcurso
de 20 años sin que se expida esta ley de desarrollo constitucional fue conside-
rado suficiente por el Tribunal para declarar la comisión de esta infracción
constitucional omisiva y proceder a ordenar a los órganos administrativos
correspondientes equiparar los derechos de la hija ilegítima demandante y
sus hermanos, a despecho de la falta de regulación legal, y exigir al legislador
federal que supere dicha omisión legislativa en el lapso de la legislatura en
curso (Expediente 05427-2009-AC).
...43. Y es que el Perú no es el único país que ha ponderado estos bienes
constitucionales en conflicto, así en la jurisprudencia internacional, específi-
camente de la Corte Constituzionale della Repubblica italiana en la Sentenza
306/1993, adujo en este mismo sentido: “Entre las finalidades que la Consti-
tución asigna a la pena —de un lado la prevención general y defensa social,
con el conexo carácter retributivo y expiatorio y, de otro, la de prevención
especial y reeducación que tendencialmente comportan una cierta flexibiliza-
ción de la pena en función del objetivo de resocialización del reo— no puede
establecerse a priori una jerarquía estática y absoluta que valga de una vez por
se debe exigir a la ley restrictiva algo más que una mera “racionalidad” en
su necesidad: esta necesidad debe ser imperiosa y urgente. El Tribunal opina
que la “necesidad” de retrasar la divulgación de las proyecciones basadas en
el muestreo de las actas electorales no es una necesidad social, susceptible
de justificar la limitación del ejercicio de los derechos privilegiados a la libre
expresión y a la información. Desde este punto de vista, no es respetuosa del
Principio Constitucional de Razonabilidad ni al de Proporcionalidad (Expe-
diente 002-2001-AI/TC).
Parte VI
el arbitraje
I. Introducción
839
1
Uribarri Carpintero, Gonzalo, “La relación entre el arbitraje y otras formas de justicia
pública y privada. Una referencia al arbitraje mexicano”, El arbitraje, XII Congreso Mundial de
Derecho Procesal, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2005.
2 Briseño Sierra, Humberto, El arbitraje comercial, México, Universidad Iberoamericana,
1988, p. 12.
3 Briseño Sierra, Humberto, El arbitraje en el derecho privado, México, Instituto de Derecho
Comparado, UNAM, 1963, p. 14.
4
Alvarado Velloso, Adolfo, Introducción al estudio del derecho procesal, Buenos Aires, Rubin-
zal-Culzoni, 1998, p. 67.
5
Uribarri Carpintero, Gonzalo, El arbitraje en México, México, Oxford University Press,
1999, p. 18.
6
Artavia Barrantes, Sergio, El arbitraje en el derecho costarricence, San José, Editorial Sapien-
sa, 2000, p. 42.
7
Briseño Sierra, El arbitraje en el derecho privado, cit., p. 31.
8
Saíd, Alberto y González, Isidro M., Teoría general del proceso, México, Editorial Iure,
2006, p. 42.
9
Briseño Sierra, El arbitraje en el derecho privado, cit., p. 31.
10
Saíd, Alberto, Los alegatos, México, Oxford University Press, 2004, p. xii.
11
Gómez Lara, Cipriano, Sistemática procesal, México, Oxford, 2006, pp. 176, 216 y 217.
del laudo.12 En este pequeño ensayo sostenemos que en nuestro país existen
tres corrientes o vertientes legislativas en cuanto a la normatividad del ar-
bitraje civil:
12
UribarriCarpintero, Gonzalo, “La relación entre el arbitraje y otras formas de justicia
pública y privada. Una referencia al arbitraje mexicano”, cit., p. 249.
13
Gómez Lara, Cipriano, Sistemática procesal, México, Oxford University Press, 2007,
p. 162.
Artículo 636. El juez debe compeler a los árbitros a cumplir con las obli-
gaciones.
15
Los códigos adjetivos de Sonora y Zacatecas se han clasificado en este ensayo en la
vertiente de códigos que regulan el arbitraje de forma parecida al Código del Distrito Federal
Sin embargo, la doctrina ha establecido que los códigos de procedimientos civiles de Sonora
y Zacatecas son producto derivado del anteproyecto de Código de Procedimientos Civiles
para el Distrito Federal de 1948, obra de Ernesto Santos Galindo, Luis Rubio Siliceo y José
Castillo Larrañaga, anteproyecto que nunca llegó a ser derecho positivo, pero que siguió a
grandes rasgos la estructura y contenidos del Código del Distrito Federal. Cfr. Ovalle Favela,
José, Derecho procesal civil, México, Oxford University Press, p. 28.
vez dictada la “sentencia”, pasan los autos del árbitro ante el juez para su
ejecución; pero si las partes renuncian a interponer recursos, ninguno les
será admitido. Se les concede a los arbitradores o amigables componedores
resolver conforme a su conciencia y a la equidad. Tampoco estarán obliga-
dos a sujetarse a los preceptos legales para la sustanciación del juicio, pero
el árbitro debe recibir las pruebas, oír los alegatos y citar para sentencia.
Coahuila. Artículos 788-838. El maestro emérito Fernando Flores García
fue el autor de este Código, que consideramos el más completo y sistemáti-
co. El doctor Flores García efectuó una distribución rigurosa, casi pedagó-
gica, ubicando a las diversas instituciones, de tal manera que su propia co-
locación permitiera llegar a ellas sin esfuerzo, tomando como patrón, o bien
el orden con el que suelen darse en la secuela procesal o el propósito que
cumplen en la función de administración de justicia. Cada disposición nor-
mativa cuenta con una denominación específica. Dentro del libro quinto,
título primero, capítulo primero, se prevé, entre otras figuras, la solución ex-
traprocesal del litigio; el contenido, la forma y la oportunidad del convenio,
las personas legitimadas para comprometer en árbitros, las bases, los plazos
y los efectos del convenio arbitral, los requisitos, los impedimentos para ser
árbitro, las revocaciones y las recusaciones de los árbitros, las reglas procesa-
les aplicables al arbitraje, el lugar, el idioma, la precisión de la controversia
(fijación de la litis o de los puntos controvertidos), las pruebas, la rebeldía
de una de las partes, los árbitros sustitutos, los alegatos, las leyes aplicables,
los incidentes, la transacción durante las actuaciones arbitrales, los requisi-
tos del laudo, entre ellos llama la atención la fracción VI del artículo 824:
“La fundamentación, motivación y puntos resolutivos del laudo, cuando los
árbitros decidan la cuestión litigiosa con sujeción a derecho, o sólo la moti-
vación y los puntos resolutivos cuando lo haga en conciencia”. Es el único
Código que le da importancia a los elementos argumentativos para llegar a
la conclusión y resolución del litigio. Este código además prevé las costas del
arbitraje, la notificación del laudo, las aclaraciones, la apelación del laudo,
los casos de nulidad del laudo, las medidas cautelares, la ejecución forzosa
del laudo, los documentos que debe acompañarse a la solicitud de ejecu-
ción del laudo, la posición a la ejecución y los laudos arbitrales extranjeros.
Sin duda, el doctor Fernando Flores García constituye el referente obligado
con relación a determinar si las disposiciones de un código gozan o no de uni-
formidad y si logran adecuarse a las nuevas necesidades sociales en la medi-
da en que su estructura, contenido y ordenación sean conjugados, armóni-
cos, sistemáticos y funcionales, la respuesta con relación al Código Procesal
Civil para el Estado de Coahuila de Zaragoza es afirmativa.
16
Briseño Sierra, El arbitraje en el derecho privado, cit., pp. 21-26.
EL ARBITRAJE
1. Generalidades
861
el arbitraje 863
2. Ventajas3
el arbitraje 865
indicar que el acuerdo puede existir por separado sin que esa separación
perjudique en nada su validez. También el acuerdo puede ir más allá de
la simple voluntad de someter el conflicto a la decisión de árbitros, pues se
pueden mencionar también otros aspectos que están íntimamente relacio-
nados, como son por ejemplo los plazos para presentación del escrito de
pretensiones, para contestar o laudar, la composición del tribunal arbitral,
el cual puede ser unipersonal o colegiado, la manera como resolverían los
árbitros: en derecho o en equidad, sede del arbitraje, idioma que se usará
y si fuera un idioma extranjero la necesidad de la traducción simultánea.
Todo lo anterior revela el carácter autónomo del acuerdo arbitral, au-
tonomía que, como veremos más adelante, tiene implicaciones muy impor-
tantes de orden procesal.
En cuanto al derecho privado, el artículo 1385 del Código Civil dispo-
ne textualmente: “Por el contrato de compromiso las partes someten a la
decisión de árbitros o arbitradores sus cuestiones actuales”. Desde el punto
de vista del derecho de fondo, el acuerdo arbitral no sólo es calificado como
contrato de compromiso, sino que al dársele esa denominación en realidad
se le está dando autonomía.
Es evidente que esa expresión: “compromiso”, que data de finales del
siglo XIX, resulta acorde con lo que establecían los artículos 398, 399 y 400
del Código de Procedimientos Civiles puesto que éste también fue puesto en
vigencia a finales de ese siglo. En ese Código, hoy día derogado, una cosa
era la cláusula arbitral y otra el compromiso. En efecto, el derogado artícu-
lo 398 disponía que la estipulación de que un problema de orden jurídico
podía resolverse mediante árbitros, otorgaba a las partes el derecho de obli-
gar al otro a otorgar el compromiso. Autonomía indudable con respecto a
la cláusula arbitral. El compromiso se mantuvo en el Código Procesal Civil
hoy vigente, Ley 7130, del 16 de agosto de 1989, pero desapareció con la vi-
gencia de la Ley 7727, del 9 de diciembre de 1997, mencionada líneas atrás.
En consecuencia, en nuestro ordenamiento jurídico se ha considerado tanto
al acuerdo como al extinto compromiso en cuanto contratos independien-
tes. Esta autonomía se conserva hoy día aun sin la existencia del compromi-
so, al extremo de que ante una declaración de nulidad del acuerdo, potestad
que está dentro de la esfera de competencia de los árbitros, esa declaración
de nulidad no afecta al contrato de fondo, y viceversa: la nulidad del contra-
to de fondo tampoco afectará la validez del acuerdo arbitral. La Ley 7727,
de repetida cita, en su artículo 37, párrafo segundo, expresamente mencio-
na la condición de independiente para la cláusula arbitral. No sobra decir
que la desaparición legal del compromiso en la Ley 7727 no sólo en nada
ha afectado a la institución del arbitraje, sino que también implícitamente
el arbitraje 867
ha dejado sin aplicación práctica el artículo 1386 del Código Civil, por cuyo
motivo esta norma, en la actualidad, viene a ser una norma de carácter his-
tórico. En realidad, el compromiso era innecesario, puesto que significaba
ni más ni menos que una duplicidad de actuaciones. La lógica nos dice que
si ambos son contratos con una misma finalidad, con la existencia de una
sola es suficiente. Además, como el compromiso era calificado por el juez,
produjo múltiples problemas prácticos y, en consecuencia, al desaparecer el
compromiso desaparecieron también los mencionados problemas de orden
práctico.
De lo dicho se desprende que en la realidad se producen dos contra-
tos: el que podemos llamar contrato de fondo, y dentro o aparte de éste,
el acuerdo arbitral. Cada uno tiene su independencia y no interfiere en el
otro, al extremo, como ya lo dije, de que si pierde validez uno, no la pierde
el otro. La autonomía de ambos no estaba mencionada expresamente en los
textos legales hoy derogados: artículos 398, 399 y 400 del Código de Proce-
dimientos Civiles, como sí lo está hoy día expresamente en el numeral 37,
párrafo segundo, de la Ley sobre Resolución Alterna de Conflictos y Pro-
moción de la Paz Social, número 7727, de 9 de diciembre de 1997.
Las Naciones Unidas, por medio de la Comisión sobre el Derecho Mer-
cantil Internacional, aprobó, el 11 de diciembre de 1985, la llamada Ley
Modelo de Uncitral, en cuyo artículo 7o., parte segunda, se dispone: “El
acuerdo de arbitraje podrá adoptar la forma de una cláusula compromi-
soria incluida en un contrato o la forma de un acuerdo independiente”.
Asimismo, la Convención Interamericana sobre Arbitraje Comercial Inter-
nacional, en la segunda parte de su artículo 1o., dispone: “El acuerdo res-
pectivo constará en el escrito firmado por las partes o en el canje de cartas,
telegramas o comunicaciones por télex”.
En definitiva, la autonomía del acuerdo arbitral es innegable, y la posi-
bilidad de que pueda incluirse en el contrato de fondo, o que exista aparte,
es consecuencia lógica del principio de informalidad, que es propio de la
institución del arbitraje.
5
González Soria, op. cit., p. 322.
el arbitraje 869
artículo 7o. impide el arbitraje. En efecto, esa norma dice literalmente: “La
jurisdicción de los tribunales costarricenses y los derechos del representante,
distribuidor o fabricante, por virtud de esta Ley, serán irrenunciables”. Es
evidente que esto constituye una excepción a las reglas sobre arbitraje co-
mercial internacional, sin que se pueda hacer interpretación alguna, puesto
que esa norma es clara y expresa, y por lo tanto no admite interpretación.
1. Clasificación
el arbitraje 871
vias y listas de árbitros. Desde luego que todo esto debe estar debidamente
reglamentado.
Arbitraje voluntario. Deriva exclusivamente de la voluntad de las partes.
Arbitraje forzoso. Proviene de la ley; es decir, es la ley la que obliga a acudir
al arbitraje para la solución de una determinada controversia.
Arbitraje de derecho. En este caso los árbitros deben resolver de acuerdo
con la ley, razón por la cual deben ser abogados.
Arbitraje de equidad. La solución no se toma acorde con la ley, sino en con-
ciencia, y por eso pueden no ser abogados.
Arbitraje de derecho público. Se presenta este tipo de arbitraje cuando tiene
por objeto el arreglo de un litigio entre Estados como entidades soberanas,
y por eso constituye una figura propia del derecho internacional público.
Arbitraje de derecho privado. En este tipo de arbitraje se resuelven las con-
troversias que ocurren entre particulares, o bien en aquellos casos propios
del derecho internacional privado en que el Estado actúa como particular.
Arbitraje nacional. Este arbitraje es el que se desarrolla dentro de un or-
denamiento jurídico determinado, y bajo las reglas establecidas en ese orde-
namiento, que pueden ser los respectivos códigos procesales civiles, o bien
leyes especiales.
Arbitraje internacional. Se refiere a discusión ante acuerdos, convenios,
tratados o resoluciones de Naciones Unidas, relacionados todos ellos con
el arbitraje. Este tipo de arbitraje adquiere suma importancia frente a las
corrientes de transnacionalización de la economía, del aumento de las co-
rrientes comerciales, así como cuando en una determinada región se crean
zonas de libre comercio, para lo cual el arbitraje funciona como un medio
idóneo para lograr la unificación de las políticas comerciales en esas deter-
minadas áreas.
2. Legislación
el arbitraje 873
el arbitraje 875
En Costa Rica sólo existen contra el laudo dos recursos, que son el de
nulidad y el de revisión. El de nulidad tiene sus causales establecidas en la
Ley sobre Resolución Alterna de Conflictos, número 7727, y el de revisión
tiene sus causales establecidas en el Código Procesal Civil, artículos 67 de
la Ley RAC y 619 del Código Procesal Civil. En consecuencia, la jurispru-
dencia arbitral en Costa Rica es el resultado no sólo de las soluciones que
se han dado en los laudos que no han sido impugnados, sino también de las
decisiones que se han tomado cuando los laudos han sido impugnados. El
órgano competente por ley para conocer de los recursos antes mencionados
es la Sala Primera de la Corte Suprema de Justicia. Es importante que men-
cionemos algunas de las sentencias pronunciadas por la Sala Primera cono-
ciendo del recurso de nulidad contra laudos. A continuación expondremos
extractos de esas resoluciones.
el arbitraje 877
Los otros dos reproches, que por orden conviene analizar en un único apar-
tado, se refieren a la naturaleza y requisitos del acuerdo arbitral, así como a
la interpretación que se ha de hacer de la correspondencia y de las manifes-
taciones entre las partes. Como antes se dijo, la Sala ha admitido que si en un
convenio marco se inserta una cláusula válida para todo conflicto suscitado
en la ejecución del negocio descrito en el documento, salvo disposición expre-
sa en contrario, ésta vincula incluso a las personas sobrevivientes al negocio.
Esto es así porque, en principio, lo general comprende a lo particular. En el
caso bajo examen, el contrato de distribución suscrito entre la actora y la
entidad estadounidense en su cláusula 16 previó:
Artículo 16. Arbitraje. Cualquier disputa que surgiera entre las partes en re-
lación con este contrato que no pueda ser resuelta amistosamente, será de-
cidida de acuerdo con las reglas de conciliación y arbitraje de la Cámara de
Comercio o de cualquier otro lugar que acuerden por escrito las partes. El
resultado del arbitraje podrá ser una orden de pagar una suma determinada
de dinero y/o de continuar o desistir de un acto. El laudo arbitral será final y
obligatorio para ambas partes.
el arbitraje 879
ble, que, no es una resolución independiente, sino que se une y forma parte
de la principal —en este caso el laudo dictado en tiempo—; ya que según se
indicó mediante la adición y aclaración se busca, se adicione lo fallado con
algún extremo que hubiere quedado pendiente de resolver, o bien, se aclare
un aspecto oscuro del dispositivo, de la sentencia, lo que sin duda la hace una
unidad in-escindible. Así, de adicionarse y/o aclararse la parte resolutiva del
laudo, estos constituyen un todo, sea, se origina un solo por tanto en el que se
plasma la decisión del tribunal arbitral. De ahí, en el sub-examine es intras-
cendente el momento cuando se dictó la resolución que rechazó la solicitud
de adición y aclaración, razón por la cual no existe motivo para declarar la
nulidad solicitada. Sala Primera de la Corte Suprema de Justicia. Núm. 521-
f-s1-2011 de las 14:00 horas del 26 de abril de 2011.
el arbitraje 881
Las partes podrán pedir, dentro de los tres días siguientes a la notificación,
adiciones o aclaraciones al laudo o a la corrección de errores en el texto.
Si procediere, los árbitros deberán adicionar, aclarar o corregir los errores,
dentro de los diez días siguientes a la presentación de la solicitud. La falta
de pronunciamiento del tribunal dentro del plazo indicado, hará presumir la
procedencia de lo que se solicita.
el arbitraje 883
el arbitraje 885
XVII. Conclusiones
1a. En Costa Rica existe suficiente legislación no sólo para la puesta en prác-
tica del arbitraje comercial tanto nacional como internacional, sino también
para la ejecución de laudos extranjeros, sean éstos originados en un arbitraje
interno o internacional, todo lo cual se ha fortalecido con la existencia de las
dos leyes específicas: Ley sobre Resolución Alterna de Conflictos y Promo-
ción de la Paz Social número 7727, del 9 de diciembre de 1997, y la Ley sobre
Arbitraje Comercial Internacional número 8937, del 27 de abril de 2011,
que se basa en la Ley Modelo de la Comisión de las Naciones Unidas para el
Derecho Mercantil Internacional.
2a. Costa Rica también tiene una abundante y sólida jurisprudencia
arbitral emanada no sólo de los tribunales arbitrales cuando el laudo no ha
sido impugnado, sino también de la Sala Primera de la Corte Suprema de
Justicia cuando el laudo ha sido impugnado. Todo ello constituye una valio-
sa orientación para los casos futuros.
I. Generalidades
* Una de las tareas que dejó inconclusa mi señor padre, don Cipriano Gómez Lara, fue
la de ver publicado un libro en homenaje al doctor Humberto Briseño Sierra. En 2005, mi
padre había invitado a participar en la creación de esta obra, a varios profesores procesa-
listas, de los cuales obtuvo ensayos y artículos inéditos muy interesantes, que versan sobre
temas actuales y que continúan vigentes, a pesar de haber sido escritos hace ya seis años. En
esta ocasión, con la autorización de la señora Carmelita Vázquez de Pérez, esposa del autor
de este ensayo, don Carlos Pérez González, que en paz descanse, a quien le agradecemos la
gentileza de habernos permitido compartir con los lectores de la revista de los seminarios de
la Facultad de Derecho de la UNAM Cultura Jurídica, las reflexiones que en su momento es-
cribió don Carlos Pérez González en homenaje al doctor Humberto Briseño Sierra (Carina
Gómez Fröde).
887
Cabe hacer mención que no siempre ha de ser un juez del Estado, ya que en
ciertos casos se permite que un particular desempeñe la función jurisdiccio-
nal, caso en el cual se le denomina “árbitro”, y la palabra “arbitral” es un ad-
jetivo que se refiere a lo perteneciente o relativo al arbitrador. De lo anterior
inferimos que el juicio arbitral es aquel proceso contencioso entre partes que
dirimen una controversia ante alguna persona física o moral, cuyas facultades
para resolver derivan de la voluntad de los contendientes, en virtud de que el
derecho objetivo lo permite.
Es proceso. Hay una sucesión de actos y hechos jurídicos, así como actos
materiales unificados hacia una finalidad común, que es la solución de
una controversia.
Es proceso contencioso. Debido lo anterior a que las partes que intervienen
en el juicio arbitral ventilan una contienda en la que hay antagonismo de
intereses o posturas para pretender que se alude a la controversia.
La decisión no se encomienda a un juzgador estatal, sino que se en-
comienda a personas físicas o morales cuya facultad de resolver deriva del
asentamiento voluntario, en el sentido de que no sea un juez estatal quien
resuelva el problema contencioso que existe entre las partes.
El desempeño de la función jurisdiccional por el árbitro o árbitros se
puede realizar por el consentimiento de las partes contendientes; ello es así,
ya que el derecho objetivo lo permite.
Es un derecho de las partes aquel que consiste en dirimir su controversia
en juicio arbitral, en lugar de someterlo al juez estatal.
Respecto a los árbitros, Francesco Carnelutti menciona que “los árbi-
tros son personas a quienes las partes encomiendan de común acuerdo la
composición de una litis de pretensión discutida”.1
1
Arellano García, Carlos, Derecho procesal civil, 2a. ed., México, Porrúa, 2011, pp. 34 y 35.
1. Semejanzas
2. Diferencias
Los organismos antes mencionados actúan sólo cuando las partes acuer-
dan someterles su conflicto, y los laudos que en su caso dicten pueden ser
ejecutados únicamente por los jueces competentes.
Casi todos los códigos procesales civiles de los estados de la República
se basan en lo que establece el Código de Procedimientos Civiles del Distri-
to Federal Sin embargo, los códigos de los estados de Guanajuato y Nuevo
León no regulan el arbitraje, por lo que en dichas entidades federativas no
se podrá recurrir, en materia civil, a dicha solución heterocompositiva alter-
nativa al proceso jurisdiccional.
Existen dos teorías, que son las siguientes:
En este sentido, Ugo Rocco sostiene que a través del arbitraje se le atri-
buye al particular la facultad de ejercer una función pública, como es la
jurisdiccional. Dicha atribución proviene no sólo de la voluntad expresa de
las partes, sino también de preceptos legales. También sostiene que el laudo
pronunciado por el árbitro constituye una verdadera sentencia judicial, ya
que es un acto de declaración de voluntad que es emitido por órganos pri-
vados en ejercicio de una función jurisdiccional.
Por su parte, Alcalá Zamora afirma que la sustanciación de un litigio
ante jueces privados constituye un auténtico proceso jurisdiccional, ya que
el nombramiento de los árbitros se realiza al amparo de la autorización es-
tatal.
En conclusión, en la actualidad siguen siendo válidas las ideas de Chio-
venda, las cuales han sido aceptadas por la mayor parte de la doctrina y
por la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Lo anterior, debido a lo
siguiente:
2
Ovalle Favela, José, Derecho procesal civil, 6a. ed., México, Harla, pp. 309 y 310.
1. Especies de compromiso
3 Citados en Pina, Rafael de y Castillo Larrañaga, José, Instituciones de derecho procesal civil,
México, Porrúa, 1990, pp. 338 y 339.
entre los herederos. También el compromiso arbitral se realiza una vez que
han surgido las controversias, o bien se presentan durante el juicio o aun
después de sentenciado. En estos casos las partes celebran un acuerdo sobre
el nombramiento de árbitro y las normas que van a regir el procedimiento,
tales como el plazo, rendimiento de pruebas, nombramientos de peritos, et-
cétera. En caso de que en el compromiso no se establezcan, será supletorio
el Código de Procedimientos Civiles.
2. Formalidades
V. Definición de árbitro
4
Arellano García, Carlos, Derecho procesal civil, cit., p. 51.
5
Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal, 6a. ed., Isef, 2004, p. 50.
6
Ibidem, p. 53.
Una de las acepciones más amplias sobre el árbitro es la que nos señala
el maestro Jacinto Pallares, quien estipula la prohibición de los jueces para
ser árbitro, y así, afirma que el árbitro es “La persona que sin ser funcio-
nario judicial, conoce de un litigio, lo tramita y pronuncia sentencia sobre
él”,7 lo cual reconoce que en otras legislaciones un juez puede ser nombrado
árbitro.
El profesor Carlos Arellano García complementa a los autores antes
mencionados, y establece la posibilidad de que el designado pueda ser una
persona física o moral, “Es la persona física o moral, designada por las par-
tes interesadas o por el juez estatal, para que desempeñe la función jurisdic-
cional respecto de la cuestión controvertida que se haya convenido someter
a su resolución por las partes interesadas”.8
Al analizar el anterior concepto se desglosan los siguientes elementos:
a) Persona física o moral... El árbitro puede ser una persona física o moral,
y en este caso actuar a través de sus representantes; b) designación de los
árbitros. Es la facultad de los interesados para designar el o los árbitros, y
en el caso de que no se realice, el juez estatal interviene en ésta, bien sea
que llame a las partes para que lo designen bajo su dirección o él mismo
lo nombre; c) la función jurisdiccional del árbitro, en cuanto resolverá una
controversia; d) la injerencia, en el desempeño de su función, se limita a de-
cidir las cuestión que le presentan las partes, y e) la base de la jurisdicción
que corresponde al árbitro está en la voluntad de las partes interesadas, que
mediante convenio o a través de una cláusula compromisoria han decidido
someter una controversia a su decisión.
7
Idem.
8
Ibidem, p. 54.
9
Código Civil para el Distrito Federal, Mexico, Isef, 2004, p. 448.
10
Citando a Carnelutti, Becerra Bautista, José, El proceso civil en México, México, Porrúa,
1993, p. 406.
11
Ovalle Favela, José, Derecho procesal civil, 6a. ed,, México, Harla, p. 305.
12
Código de Procedimientos Civiles..., cit., p. 115.
13
ArellanoGarcía, Carlos, Derecho procesal civil, cit., p. 53.
14
Ibidem,
citando a Rafael de Pina Vara, p. 54.
15
Gómez Lara, Cipriano, Derecho procesal civil, 6a. ed., México, Harla, 1998, p. 296.
contrario, dan lugar al libre arbitrio del juzgador, quien resuelve conforme a
justicia el caso concreto. En el arbitraje de derecho hay un sometimiento a las
reglas impuestas por el régimen jurídico; en el de equidad no se da tal someti-
miento. El Estado limita al arbitraje sobre sus posibilidades en determinados
tipos de asuntos, porque no todos los casos le son sometibles; los asuntos en
donde se ventile alguna cuestión de orden o de interés público no podrán
someterse al conocimiento de jueces privados.
El arbitraje constituye una institución útil en materias civil y mercantil,
ya que su solución es en forma rápida y fácil, a diferencia de los procesos
jurisdiccionales, que tienden a ser lentos, costosos y difíciles.
Se han señalado como ventajas del arbitraje, las siguientes:16
16 Idem.
17
Artículo 339 del Código Civil Federal: “puede haber arbitramiento sobre los derecho
pecuniarios que de la filiación legalmente adquirida pudieran deducirse, sin que las conce-
siones que se hagan al que se dice hijo, importen la adquisición de estado de hijo de matri-
monio”.
Para Cipriano Gómez Lara, las etapas o fases que presuponen la rea-
lización de un arbitraje son: a) cláusula compromisoria o compromiso; b)
acaecimiento del conflicto previsto por la cláusula o compromiso; c) inicia-
ción del procedimiento arbitral y desarrollo del mismo; y d) pronunciamien-
to del laudo.
21
Idem.
22 Idem.
23 Idem.
24
Idem.
25
Citando a Carnelutti, Becerra Bautista, José, El proceso civil en México, cit., pp. 410-412.
f) admite los recursos que sean admisibles y remite los autos al Tribunal
Superior de Justicia (artículo 632);
g) sobre recusaciones y excusas (artículo 629), y
h) vigila el cumplimiento de las obligaciones de los árbitros (artículo 636).
1. Concepto de “laudo”
26
Ovalle Favela, José, Derecho procesal civil, cit., p. 306.
Los árbitros están facultados para dictar sentencia sobre cuestiones in-
cidentales y sobre las cuestiones previas que sea necesario resolver a fin de
analizar sobre el fondo de la disputa.
El laudo debe ser emitido por escrito, firmado por todos los árbitros, y si
la minoría rehúsa a hacerlo, los otros dejarán constancia de ello, y la senten-
cia tendrá el mismo efecto, conforme al artículo 625 de la ley procesal civil
distrital. El laudo en derecho debe ser suficientemente fundado y motivado,
pero se admiten como válidos los laudos dictados en conciencia, ex aequo et
bono, de amigable composición o de equidad, que por su misma hipótesis no
necesitan justificación razonada, conforme al artículo 628.
5. Acuerdos
6. Corrección e interpretación
Esta cláusula modelo será incluida en un pacto comercial que hace re-
ferencia a una convención internacional. Habrá de tomarse en cuenta si
ambos contratantes son nacionales o de países que hayan suscrito la con-
vención a que se hace referencia en el acuerdo o cláusula arbitral incluida
en el contrato mercantil, con lo que se hará más fácil el acatamiento del
laudo que en su momento se otorgará por el tribunal arbitral o árbitro com-
petente.
Lo anterior hace necesaria una incursión en la Convención Interame-
ricana sobre Arbitraje Comercial Internacional, respecto de la fuerza que
tienen los laudos arbitrales para los países signatarios.
27 Briseño Sierra, Humberto, El arbitraje comercial. Doctrina y legislación, 2a. ed., México,
Limusa-Noriega Editores, 2001, p. 257.
28 Ibidem, p. 253.
29
Ibidem, p. 254.
los mismos llenen los requisitos necesarios para ser considerados como au-
ténticos.
Los efectos que las sentencias, laudos arbitrales, privados de carácter no
comercial y las resoluciones jurisdiccionales extranjeros, produzcan en el te-
rritorio nacional estarán regidos por lo dispuesto por el Código Civil, por este
Código y demás leyes aplicables.
Artículo 570. Las sentencias, laudos arbitrales privados de carácter no co-
mercial y resoluciones jurisdiccionales extranjeros se cumplirán coactivamen-
te en la República mediante homologación en los términos de este Código y
demás leyes aplicables, salvo lo dispuesto por los tratados y convenciones de
los que México sea parte.30
Artículo 571. Las sentencias, laudos arbitrales privados de carácter no co-
mercial y resoluciones jurisdiccionales dictados en el extranjero, podrán tener
fuerza de ejecución si cumplen con las siguientes condiciones.
I. Que se hayan satisfecho las formalidades de este Código en materia de
exhortos en el extranjero.
II. Que no hayan sido dictados como consecuencia del ejercicio de una
acción real.
III. Que el juez o el tribunal sentenciador haya tenido competencia para
conocer y juzgar el asunto de acuerdo con las reglas reconocidas en la esfera
internacional que sean compatibles con las adoptadas por este Código;
IV. Que el demandado haya sido notificado o emplazado en forma per-
sonal a efecto de asegurarle la garantía de audiencia y el ejercicio de sus
defensas;
V. Que tengan el carácter de cosa juzgada en el país en el que fueron dic-
tados, o que no exista recurso ordinario en su contra;
VI. Que la acción que les dio origen no sea materia de juicio que este pen-
diente entre las mismas partes ante tribunales mexicanos y en cual hubiere
prevenido el tribunal mexicano o cuando menos que el exhorto o carta roga-
toria para emplazar hubieren sido tramitados y entregados a la Secretaría de
Relaciones Exteriores o a las autoridades del Estado en donde de aplicarse
el emplazamiento. La misma regla se aplicará cuando se hubiera dictado
sentencia definitiva,
VII. Que la obligación para cuyo cumplimiento se haya procedido no sea
contraria al orden público en México; y
VIII. Que llenen los requisitos para ser considerados como auténticos.
No obstante el cumplimiento de las anteriores condiciones, el tribunal po-
drá negar la ejecución si se probara que en el país de origen no se ejecutan
sentencias o laudos extranjeros en casos análogos.31
30
Código Federal de Procedimientos Civiles, cit., p. 88.
31
Ibidem, pp. 88 y 89.
Artículo 1457. Los laudos arbitrales sólo podrán ser anulados por el juez
competente cuando:
I. La parte que intente la acción pruebe que:
a) Una de las partes en el acuerdo de arbitraje estaba afectada por alguna
incapacidad, o que dicho acuerdo no es válido en virtud de la ley a que las
partes lo han sometido o si no nada se hubiese indicado a ese respecto, en
virtud de la legislación mexicana.
b) No fue debidamente notificada de la designación de un árbitro o de las
actuaciones arbitrales, o no hubiera podido, por cualquier otra razón, hacer
valer sus derechos;
c) El laudo se refiere a una controversia no prevista en el acuerdo de arbi-
traje o contiene decisiones que exceden los términos del acuerdo de arbitraje.
No obstante, si las disposiciones del laudo que se refieren a las cuestiones
sometidas al arbitraje pueden separarse de las que no lo están, sólo se podrán
anular estas últimas; o
d) La composición del tribunal arbitral o el procedimiento arbitral no se
ajustaron en el acuerdo celebrado entre las partes, salvo que dicho acuerdo
estuviera en conflicto con una disposición del presente título de la que las
partes no pudieran apartarse o, a falta de dicho acuerdo, que no se ajustaron
al presente título; o
32
Código de Comercio, Diario oficial de la Federación, 13 de diciembre de 1889, p. 124.
33
Idem.
Artículo 1448. El laudo se dictará por escrito y será firmado por el o los árbi-
tros. En actuaciones arbitrales con más de un árbitro, bastarán las firmas de
la mayoría de los miembros del tribunal arbitral, siempre que se deje constan-
cia de las razones de la falta de una o más firmas.
El laudo del tribunal arbitral deberá de ser motivado a menos que las
partes hayan convenido otra cosa o se trate de un laudo pronunciado en los
términos convenidos por las partes conforme al artículo 1447.
Constarán en el laudo la fecha en que ha sido dictado y el lugar del arbi-
traje determinado de conformidad con el primer párrafo del artículo 1436.
El laudo se considerará dictado en ese lugar.
Después de dictado el laudo, el tribunal arbitral lo notificará a cada una de
las partes mediante entrega de una copia firmada por los árbitros de confor-
midad con el primer párrafo del presente artículo.34
34
Idem.
35
Silva, Jorge Alberto, Arbitraje comercial internacional en México, México, Oxford, 2001.
36
Código de Comercio, cit., pp. 75 y 55.
37
Código Federal de Procedimientos Civiles, cit., p. 89.
38
Ibidem, p. 63.
gran especialización, por ello, abundar desde luego en la buena fe, para que
la actividad arbitral resulte eficaz y corresponda irrestrictamente a la confian-
za depositada en ella por las partes; también debe robustecerse la uniformi-
dad para los casos en que por verdadera excepción, los laudos que sí deban
impugnarse sus resoluciones especialmente en salvaguarda de las garantías
constitucionales de audiencia y legalidad del debido proceso, pues de no ser
así, la mala fe de alguna de las partes trastocaría con la diligente capacidad
y acusada experiencia de los árbitros, al conducirse con la mayor discreción
lealtad, probidad, responsabilidad en el ejercicio de su encargo, para que a
su vez, las partes, al tener confianza en sus árbitros, sus resoluciones puedan
acatarlas y no impugnarlas, pues si de esto se tratara carecería de sentido el
juicio arbitral, y actuar ante los tribunales jurisdiccionales en los que cada
vez se alargan los juicios, con las consecuencias de onerosidad inmanejables,
y lo más grave que se tornarían en inconfiables, en absoluto demérito a la
justicia, máxime que hoy vivimos como nunca en la industria del litigio y en
la feria interminable de la impugnación.
Puntos de interés relacionados con las nuevas tendencias en las formas al-
ternativas de solución de controversias tratados en las reuniones de Viena y
Roma en agosto y septiembre de 1999.1
I. Viena
3
Ibidem, p. 68.
II. Roma
Las tendencias generales que en el ámbito mundial han venido señalando los
derroteros de las formas alternativas de solución de conflictos han tenido y
siguen teniendo un profundo impacto de influencia en nuestro país, México.
Acudimos a la autoridad de un brillante autor mexicano que recientemente
ha publicado su obra sobre el arbitraje en México: Gonzalo Uribarri Carpin-
tero.5 El señalado autor afirma que disiente del suscrito, y pone en mi autoría
el pensamiento de que el proceso es insustituible.6 En realidad, mi afirmación
en su momento se limitó a reproducir una idea de Alcalá Zamora y Castillo,
quien consideraba al proceso jurisdiccional como la forma más institucional
y evolucionada de solución de la conflictiva social. Sigo pensando, con Alcalá
Zamora, que el proceso si no es el mejor medio de solución de la conflictiva
social, sí es el menos malo, y reiterando un pensamiento de Alcalá Zamo-
ra, puede afirmarse que la problemática del proceso jurisdiccional no es de
eliminación del mismo, sino de perfeccionamiento. Todo ello no entraña,
bajo ninguna circunstancia, que el proceso jurisdiccional tenga el carácter
de insustituible, pues lo será en la medida en que las cuestiones debatidas le
sean sometidas a otras formas de solución, si el Estado así lo determina, por
el carácter disponible de los derechos en juego y, desde luego, por lo que dis-
ponga, en cada caso concreto, la propia voluntad de las partes.
En lo tocante a la regulación del arbitraje en México, trataremos de
realizar una síntesis de los aspectos más importante señalados por el autor
en consulta en el capítulo 3 de su obra. El examen del tratamiento legal de
la institución, en el ámbito civil, lo enfoca a la luz de las disposiciones del
Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal de 1932. Realiza
un minucioso estudio del contenido de los diversos artículos de dicho Có-
digo, que regulan la materia del arbitraje (artículos 609-636), y al hacer la
transcripción y comentario de los diversos artículos, nos va indicando con
agregados suyos el contenido o esencia de cada disposición:7 derecho de las
5
Urribari Carpintero, Gonzalo, El arbitraje en México, México, Oxford University Press,
1999.
6
Ibidem, p. 21.
7
Ibidem, pp. 65-73.
1. El arbitraje laboral.
2. La Ley Federal de Protección al Consumidor.
8
Ibidem, p. 79.
Primer objetivo. Exponer [divulgar, diría yo] los diversos medios de solución
de controversias para hacer notar que la jurisdicción estatal no es el único
medio de composición
Segundo objetivo. Se debe demostrar que la jurisdicción estatal tiene mu-
chas deficiencias que la convierten en una carga para los contribuyentes y un
medio que se ha vuelto hasta cierto punto ineficaz
Tercer objetivo. El demostrar que el arbitraje es un mecanismo más ágil y
en ocasiones más económico, tanto en tiempo como en dinero.
Cuarto objetivo. Demostrar que el derecho mexicano aún no regula su-
ficientemente esta figura, y que por parte del Estado no existe el ánimo de
difundirla ni estimularla.
Quinto objetivo. Demostrar que el arbitraje empleado, sobre todo en ma-
teria laboral, es realmente una jurisdicción estatal, y que la nomenclatura
impuesta es impropia.
Sexto objetivo. Demostrar que en la legislación civil y mercantil el arbi-
traje y aun los otros medios de composición mencionados pueden solucionar
las controversias de modo más efectivo, pronto y con mayor comodidad para
las partes.9
9
Ibidem, pp. 146-153.
Desde luego que comparto con el autor, en gran medida los objetivos
que apunta, pero no en aquellos aspectos demasiado radicales y dogmáticos
y de una generalización excesiva, como el que hace consistir en que no exis-
te por parte del Estado el ánimo de difundirla ni de estimularla. El evento
en que se presenta este trabajo es un rotundo mentís a esta afirmación, pues
sí existen por parte del Estado, ahí donde son propicios y procedentes, em-
peño y propósito por difundir esta cultura de conocimiento y utilización de
los medios alternativos de solución de controversias.
Parte VII
Los MEDIOS ALTERNOS
DE SOLUCIÓN DE CONtroversias
6
Ibidem, pp. 155, 182-184.
7
Vargas Viancos, J. E., “Eficiencia en la justicia”, Sistemas Judiciales, Santiago de Chile,
CEJA, S. de Chile, núm. 6, 2003, p. 68, donde se sostiene que la búsqueda de la eficiencia está
íntimamente relacionada con la idea de la escasez y finitud de recursos, lo que ha de influir en la
toma de decisiones, aun por encima de la concepción tradicional que ve en la justicia un tema de
principios y de valores trascendentes, que inexorablemente deben ser cumplidos. Se trata, para
nosotros, de una sesgada visión economicista, que desconoce principios básicos del acceso a la
justicia y el sistema de valores fundantes de la función pública jurisdiccional, de raigambre cons-
titucional en todos nuestros países. Sobre el tema, nos permitimos remitir a Berizonce, Roberto
O., “El costo del proceso (como sacrificio para el erario y como impedimento para el acceso a la
justicia)”, Derecho procesal civil actual, Buenos Aires, Abeledo-Perrot-LEP, 1999, pp. 231 y ss.
8 Lo que en el fondo suponía dejar de lado la visión de los procesalistas sobre los proble-
mas judiciales para utilizar la de los expertos en gestión, Vargas Vianco, J. A., “Eficiencia en
la justicia”, cit., pp. 76-78.
9 Vargas Vianco, J. A., “Eficiencia en la justicia”, cit., pp. 80 y 81. Sobre el fin público
de la jurisdicción por todos: Couture, E. J., Proyecto de Código de Procedimiento Civil, Montevideo,
1945, p. 92.
10 Se ha sostenido que para aliviar y racionalizar la carga de trabajo de los tribunales y
evitar la “regresividad del gasto en justicia” hay que preocuparse por controlar la demanda,
y no solamente la “oferta del bien”, y que entre otras formas de aliviar aquella carga, además
de desahogar los asuntos puramente administrativos y los que pueden canalizarse por me-
canismos de resolución alternativos, es menester cobrar por los servicios a través de las tasas
judiciales, Vargas Vianco, J. A., “Eficiencia en la justicia”, cit., pp. 68-71. Para un análisis
profundo de la filosofía economicista y sus reflejos en el derecho en general: Méndez, H. O.
y Méndez, A. M., “Globalización y justicia”, Jurisprudencia Argentina, fasc. 11, 2011-III, pp. 3
y ss.
11 “Eficiencia en la justicia”, cit., pp. 90 y 91.
12 Taruffo, M., “Una alternativa a las alternativas…”, Páginas sobre justicia civil, trad. de
M. Aramburo Calle, Madrid-Barcelona-Buenos Aires, Marcial Pons, 2009, pp. 114 y 115.
13
Ibidem, pp. 115 y116.
14
Biavati, P., “Tendencias recientes de la justicia civil en Europa”, Revista de Derechos Pro-
cesal, Buenos Aires, 2008-I, pp. 533 y 534.
15 Morello, A. M., “El arreglo de las disputas sin llegar a una sentencia final (el Tribunal
de Pequeñas Causas de Brasil)”, Jurisprudencia Argentina, 1985-III, pp. 743 y ss.; id., Estudios de
derecho procesal, Buenos Aires, LEP-Abeledo-Perrot, vol. 1, pp. 527, 547, 554 y ss.; Martínez,
O. J., “El acceso a la justicia. Protección privilegiada de los derechos y procesos de menor
cuantía”, El Derecho, Buenos Aires, vol. 113, p. 903; Oteiza, E., “Los tribunales de menor cuan-
tía”, Rev. Urug. Der. Proc., Montevideo, 1987-I, p. 39; id., “La justicia de menor cuantía como
propuesta de modificación de la justicia de paz en la prov. de Bs. As.”, Jurisprudencia Argentina,
1987-I, p. 806.
16 Para el análisis de la legislación brasileña: Watanabe, K. (coord.), Juizado especial de
pequeñas causas, São Paulo, Revista dos Tribunais, 1985; Dinamarco, C. R., Manual das peque-
nas causas, São Paulo, Revista dos Tribunais, 1986; Pellegrini Grinover, A., Novas tendências do
direito processual, São Paulo, F.U., 1990, p. 175; Marinoni, L. G. y Arenhart, S. C., Manual do
processo de conhecimento, São Paulo, Revista dos Tribunais, 2001, pp. 649 y ss.; Arruda Alvim,
E., Direito processual civil, 2a. ed., São Paulo, Revista dos Tribunais, 2008, pp. 573 y ss.
19
Vigoriti,V., “Giustizia e futuro: conciliazione e class action”, RePro, São Paulo, 2010,
núm. 181, p. 301. El régimen de referencia no instituye una mediación clásicamente enten-
dida, sino un instrumento a través del cual se induce a las partes en conflicto a aceptar una
propuesta de conciliación expresada por un tercero, Dalla Bontá, S., “La original actuación
en Italia de la Directiva 2008/52/CE…”, Civil Procedure Review, vol. 2, núm. 2, pp. 93 y ss.,
2011, disponible en www.civilprocedurereview.com.
20 Vigoriti V., op. cit., pp. 300 y 301; Biavati, P., Argomenti…, cit., p. 816; Chiarloni, S., “I
mecanismi conciliativi”, RePro, São Paulo, diciembre 2012, núm. 214, pp. 251 y ss.
21 Stürner, R., “Sobre as reformas recentes no direito alemäo…”, RePro, São Paulo, núm.
193, 2011, pp. 355 y ss.
romance, tanto como contentarse con una justicia “de segunda”, un pobre
sustituto de la resolución judicial y, más aún, una retirada de la jurisdicción.31
En contraposición, los fines públicos del proceso judicial y, consecuen-
temente, la misión de los jueces —como afirma Fiss—32 es hacer justicia,
dando fuerza y haciendo realidad los valores contenidos en la Constitución
y la ley. En la conciliación, en cambio, aunque los contendientes crean inde-
liberadamente que el acuerdo satisface sus expectativas, bien podrían haber
arribado al mismo sin que con ello se hubiera hecho justicia.
B. La teoría de la resolución de conflictos que subyace en los medios al-
ternativos presupone de manera implícita que entre los contendientes exis-
te una relación de igualdad; la conciliación de intereses se concibe como
una anticipación del resultado del juicio, asumiéndose que sus términos son
simplemente el producto de las predicciones de las partes acerca de ese re-
sultado. Sin embargo —señala acertadamente Fiss—,33 la aludida concilia-
ción de los intereses está en realidad en función de los recursos en general
de que dispone cada parte por asumir el proceso, los cuales con frecuen-
cia están distribuidos en manera desigual. Ello afectará inevitablemente el
proceso de negociación, por la situación de desigualdad de la parte menos
favorecida, por la menor capacidad para obtener y analizar la información
necesaria sea por la urgencia que pueda traer consigo su reclamo, ya por
la imposibilidad de costear un proceso judicial. Y si bien la desigualdad de
las partes también puede distorsionar el propio proceso judicial, en éste
queda siempre la posibilidad de que la intervención del juez contribuya a
disminuir, utilizando las diversas técnicas procesales, el impacto de aquellas
desigualdades. En realidad, la creciente utilización de los medios alternati-
vos constituye un indicador elocuente de la tendencia a la privatización de
la justicia estatal.34
C. El problema central que plantea la mediación es el de la insuficiencia
absoluta como medio de resolución de las disputas para llevar a cabo una
adecuada tutela de los derechos involucrados. No sólo porque por defini-
ción el acuerdo entre las partes implica siempre una renuncia de derechos
—el derecho debe “permanecer tras la puerta—”, sino además desde que
el método no está en capacidad para eliminar, o al menos reducir, las con-
secuencias de la desigualdad que de común traen entre sí los contendientes.
31 Fiss, O., “Contra la conciliación”, El derecho como razón pública, trad. de E. Restrepo
Saldarriaga, Madrid-Barcelona-Buenos Aires, Marcial Pons, 2007, p. 144.
32 Ibidem, pp. 140-142.
33 Ibidem, pp. 131-133.
34 Gilles, P., “Civil Justice Sistems and Civil Procedures in Conversion…”, RePro, São
Paulo, núm. 173, 2009, pp. 334 y 335.
35
Taruffo, M., “Una alternativa a las alternativas…”, cit., pp. 116-118.
36
Chase, O., op. cit., pp. 33, 73 y 185.
37 Ibidem, p. 188.
38
Ibidem, pp. 20 y 21.
39
Biavati, P., Argomenti di diritto processuale civile, cit., pp. 816 y 817. En sentido similar,
Guzmán, N. L., “Análisis crítico de la implementación de los métodos alternativos de solu-
ción de conflictos…”, RDP, Buenos Aires, 2010-2, pp. 17 y ss., especialmente 24-29. Asimi-
smo, Comoglio, L. P., op. cit., p. 371.
40
Fiss, O., op. cit., p. 49.
41
Chase, O., op. cit., pp. 173-182 y 184.
42
Así funciona el modelo instaurado por la Ley 11.453 y modificada de la Provincia de
Buenos Aires, que regula la actuación de los consejeros de familia en la etapa previa de los
procesos familiares (Berizonce, R. O., Bermejo, S. P. y Amendolara, Z., Tribunales y proceso de
familia, La Plata, LEP, 2001, pp. 22 y ss., 109 y ss., 135 y ss.).
43 Taruffo, M., “Consideraciones dispersas…”, Páginas sobre justicia civil, cit., p. 149.
44 En el derecho portugués, el decreto-ley 34/2008, modificatorio del artículo 447 del
CPC, establece que el actor que pudiendo recurrir a medios alternativos opte por el proceso
judicial, deberá soportar las costas de parte con independencia del resultado de la litis, Tei-
xeira de Sousa, M., “Um novo processo civil português: a la recherche du temps perdu?”,
RePro, São Paulo, núm. 161, 2008, p. 208.
45
Sobre los estímulos y predisponentes para favorecer la voluntad conciliatoria de las par-
tes: Peyrano J. W., “Anotaciones sobre la gestión conciliatoria”, RDP, 2010-2, pp. 97 y ss.,
especialmente 103-106.
46
Sosa, Toribio Enrique, “Especulaciones sobre la ley de mediación civil en la Provincia
de Buenos Aires”, RDP, 2010-2, pp. 261 y ss.
I. Introito
Así como del proceso judicial se predica la unidad conceptual, por más que las
decisiones recaigan sobre las más diversas cuestiones, civiles o penales, adminis-
trativas o constitucionales, castrenses o canónicas, laborales o agrarias, también
el arbitraje es institución única, aunque a veces se refiera a contiendas interna-
cionales o transnacionales y en otras ocasiones se trate de diferencias civiles o
mercantiles reguladas por el derecho interno.
Puesta a pensar en la genial utopía del hombre desde que es pequeño, cual es
ser tratado con justicia por sus padres y sus maestros, por sus pares, cuando
es adulto, advierto que esto último nos enfrenta a paradojas inconciliables.
2 Briseño Sierra, Humberto, El arbitraje en el derecho privado. Situación internacional, México,
3 Binder, Alberto M. y Obando, Jorge, De las “Repúblicas Aéreas” al Estado de derecho, Bue-
nos Aires, Ad-Hoc, 2004, pp. 218 y 219.
4
Ferrajoli, Luigi, Derechos y garantías. La ley del más débil, Madrid, Trotta, 1999, p. 45.
5
Neuman, Elías, Mediación penal, 2a. ed., Buenos Aires, Editorial Universidad, 2005, p. 41.
toria para con la víctima del delito, en la que el resarcimiento puede erigirse
en un modelo de pena sustitutivo de la prisión tradicional.
Las últimas consideraciones de Neuman nos ponen de cara a lo que se
dio en llamar la tercera vía en el derecho penal trabajada por Roxin en Ale-
mania, y que los argentinos conociéramos hace muchos años de la mano del
maestro Julio Maier, quien en su momento expresaba:
Es indudable que el principio de oficialidad está en crisis. Mal que nos pese
existen criterios selectivos no institucionalizados, que eliminan un sinnúmero
de hechos punibles de la persecución penal. Es que se trata básicamente, de
un derecho autoritario, en el sentido de un derecho de la autoridad, que deja
de lado, por regla casi absoluta, toda influencia de la voluntad particular en la
administración de la reacción contra el ataque, esto es, se trata, del derecho a
castigar, a infligir un castigo o desarrollar una violencia por parte del Estado,
contra una persona a manera de reacción por aquello que representa, que
hizo o que dejó de hacer.6
Esto será posible solo si se alza, dice Ricardo J. Klass,8 sobre un pilar
fundamental: repensar a la justicia como un acceso a la solución de conflic-
tos, dejando de lado la idea por la cual el Estado, en una concepción pa-
ternalista y autoritaria, pretendía —con escasísimo o nulo éxito— reprimir
todas y cada una de las manifestaciones delictivas, lo que se sabe resulta
imposible.
6 Maier, Julio B., Derecho procesal penal. Fundamentos, 2a. ed., Buenos Aires, Editores del
Puerto, 2006, p. 161.
7 Hidalgo Murillo, José D., El derecho penal a juicio, México, Instituto Nacional de Cien-
cias Penales, 2007, p. 137.
8 Klass, Ricardo, “La obligatoriedad de la persecución penal”, La Ley, 16 de julio de
2004, p. 2.
9
Roxin, Claus, Derecho penal. Parte general, trad. de Diego Manuel Luzón Peña, Miguel
Díaz y García Conlledo y Javier de Vicente Remesal, Madrid, Civitas, 1997, t. 1, p. 65.
10
Ciuro Caldani, Miguel Ángel, conferencia en la Facultad de Derecho de Rosario sobre
el tema: “Comprensión iusfilosófica de la negociación, la mediación y el arbitraje”.
11
Es lamentable que los miembros del Poder Judicial no fueran incluidos, en general,
en el marco de consulta de la reforma. Omisiones de este tipo, a veces involuntarias, suelen
generar resistencias naturales, aunque no saludables, pero tampoco insuperables. Confío en
la especial sensibilidad de los miembros de un poder que supe integrar durante casi cuatro
décadas.
12
Earl Warren, quien fuera presidente de la Corte estadounidense, en su voto en el fallo
“Miranda vs. Arizona”, 1996.
13
Roxin, Claus, Derecho procesal penal, Buenos Aires, Ediciones del Puerto, 2000, p. 10.
14
Bettiol, Giuseppe, Instituciones de derecho penal y procesal, Barcelona, trad. de Faustino
Gutiérrez-Alvis y Conradi, Bosch, 1977, p. 174.
15
García Ramírez, Sergio e Islas, Olga (coords.), La reforma constitucional en materia penal en
Jornadas de Justicia Penal, México, Instituto Nacional de Ciencias Penales, 2009, p. 39.
16
García Ramírez, Sergio, La reforma penal constitucional (2007-2008), ¿democracia o autorita-
rismo?, México, Porrúa, 2009, p. 85.
jurídico nacional. Será solo, que hasta ahora, no se le había dado una ade-
cuada lectura.
A su turno, el Dictamen de la Cámara de Senadores,17 casi en coinci-
dencia con el de los diputados, sostuvo:
17
Consulta: http://www.senado.gob.mx, sesión del 13 de diciembre de 2007.
18
García Ramírez, Sergio, La reforma penal…,. cit., p. 86.
Más allá de esa poca feliz denominación que les fue asignada a los medios
alternativos, trataré de establecer qué procedimientos pueden estar compren-
didos dentro del concepto y, por tanto, ser incorporados a las legislaciones
secundarias.
Así, Natarén Nandayapa19 dice:
entiendo por salidas alternas, a las formas, en que de acuerdo a los nuevos
códigos y regulados por ellos, el proceso penal termina, no en virtud de una
resolución jurisdiccional —la sentencia— sino debido a la actuación e inicia-
tiva de las partes… las cuatro principales salidas alternas que se incorporan a
la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y que están funcio-
nando en nuestro país en algunos Estados son: los criterios de oportunidad, el juicio
abreviado, los acuerdos reparatorios y la suspensión del proceso a prueba.
Debemos entender por salidas alternas, a las instituciones conforme las cuales
el proceso penal termina, no en virtud de una resolución jurisdiccional, sino
debido a la actuación o iniciativa de las partes. Básicamente son cuatro las salidas
alternas más comunes: 1) Criterios de oportunidad, 2) Procedimiento abre-
viado, 3) Acuerdos reparatorios, 4) Suspensión del proceso a prueba.
19
En Carlos, en García Ramírez, S. e Islas, O. (coords.), La reforma constitucional…, cit.,
p. 248.
20
Ibidem, pp. 39 y ss.
21
Código Procesal Penal Modelo Conatrib (Código Modelo del Proceso Penal Acusato-
rio para los Estados de la Federación), p. 71.
23
Informe
especial sobre el sistema de justicia para adolescentes en el Distrito Federal, 2008-2009. Es
una publicación de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, México, 2009,
p. 48.
Para los efectos de la presente Ley se entenderá por: …II. Medios alternos:
…a los métodos de solución como la mediación, conciliación y negociación.
… VI. Conciliación: es el método en el que un tercero neutral e imparcial trata
de avenir a las partes en conflicto, proponiendo alternativas de solución al mismo,
siendo potestad de éstas, el tomar la que más se apegue a sus necesidades e
intereses; Mediación: es el medio alternativo de resolución de conflictos en el
cual las partes protagonistas de una controversia, con el auxilio de un tercero
imparcial y neutral, logran establecer una comunicación eficaz, con el propósito de
llegar a un acuerdo en forma pacífica; VII. Negociación: método restaurativo
consistente en que las partes en conflicto buscan la solución a su controversia, con
la ayuda de un tercero (negociador), y donde la solución al conflicto recae
directamente sobre aspectos de carácter económico.
24 Código Procesal Penal para el Estado de Oaxaca, título séptimo: “Modos simplifica-
dos de terminación del proceso”, capítulo I: Conciliación, “Artículo 191. Conciliación. En
los delitos culposos, aquellos perseguibles por querella, los de contenido patrimonial que se
hayan cometido sin violencia sobre las personas, en los que admitan presumiblemente la
sustitución de sanciones o condena condicional, procederá la conciliación entre víctima e impu-
tado, por cualquier medio idóneo y hasta antes de dictarse el auto de apertura a juicio. Se
exceptúan de esta disposición los homicidios culposos; los delitos cometidos por servidores
públicos en el ejercicio de sus funciones o con motivo de ellas y los cometidos en asociación
delictuosa de conformidad con el Código Penal. Si las partes no han propuesto la concilia-
ción con anterioridad, en el momento procesal oportuno, el juzgador les hará saber que
cuentan con esta posibilidad y procurará que manifiesten cuáles son las condiciones en
que aceptarían conciliarse. Cuando el Estado sea víctima, para estos efectos, será represen-
tada por la autoridad indicada en la Ley Orgánica de la Administración Pública Estatal. Si
el delito afecta intereses difusos o colectivos y no son de carácter estatal, el Ministerio Público
asumirá la representación para efectos de la conciliación cuando no se hayan apersonado
como víctimas, alguno de los sujetos autorizados en este Código”.
25
“Conciliación. Las partes podrán, en el mismo plazo previsto en el artículo anterior
(hasta la culminación de la etapa preparatoria), arribar a conciliación en los delitos con
contenido patrimonial cometidos sin grave violencia física o intimidación sobre las personas,
en los delitos de lesiones leves o en los delitos culposos. El juez homologará el acuerdo, si
correspondiere, y dictará el sobreseimiento. La resolución de homologación constituirá sufi-
ciente título para perseguir su cumplimiento conforme con las reglas sustantivas del derecho
privado y según las previsiones del artículo 401 de este Código. La conciliación no procederá
en los casos de delitos que exijan para su realización la calidad de funcionario público como
sujeto activo”.
26
“Reparación. En los mismos casos y plazos en los que procede la conciliación, la repa-
ración integral y suficiente ofrecida por el imputado podrá ser aceptada por el juez, cuando
la víctima no tenga un motivo razonable para oponerse y el fiscal no invocara razones justi-
ficadas de interés público prevalente en la persecución. El juez dictará el sobreseimiento; la
resolución contendrá la oferta de reparación y el criterio objetivo seguido por el juez para
establecer que el imputado la cumplirá. Constituirá suficiente título para perseguir su cum-
plimiento conforme con las reglas sustantivas del derecho privado y según las previsiones del
artículo 401 de este Código. Rige el último párrafo del artículo 47”.
VIII. Conclusiones
La reforma judicial debe aceptar que una de sus tareas fundamentales es lo-
grar que el sistema judicial asuma la resolución de conflictos como el centro
de su actividad. Para ello debe actuar en todos los planos y reconocer que la
solución de conflictos es uno de sus temas fundamentales. Desde el diseño
de las nuevas organizaciones judiciales y los procesos modernizados hasta la
capacitación judicial de los agentes, deben estar imbuidos de esta necesidad.
Adiestrar a los funcionarios judiciales en las distintas técnicas de construcción
de soluciones a los casos, sobre la base normativa, es la tarea que se debe ini-
ciar con urgencia. Por tanto, la tendencia a considerar el problema de la reso-
lución alternativa de conflictos como un problema paralelo puede convertirse
en uno de los modos de superficialización del proceso de reforma judicial.27
“Todo individuo tiene derecho a recibir educación”, reza el artículo 3o.
de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, y agrega, “el
criterio que la orientará, será democrático, considerando a la democracia no
solamente como una estructura jurídica y un régimen político, sino como un
sistema de vida, fundado en el constante mejoramiento económico, social y
cultural del pueblo”.
Y creo que de eso justamente se trata, de optar por un sistema de vida.
Lamentablemente, en los últimos tiempos se han olvidado los argumentos
humanistas y predominan los discursos basados en el populismo penal, tan
ajenos a la solidaridad y las libertades de los ciudadanos y tan pendientes
de satisfacer las peticiones de mayor seguridad (mayor control social) frente
al delito: endurecimiento de las penas contempladas en los códigos penales,
más cárceles, mayor diversificación en las tipologías criminales y en las for-
mas de castigo.28
Claro, estas últimas variables, sin hesitación, van a resultar muy renta-
bles políticamente, pero lo cierto es que está demostrado a plenitud que no
han servido jamás para inhibir la comisión de los delitos.
Es cierto que no se puede ignorar que para los familiares de una víctima
de un crimen, como el homicidio, no hay castigo que compense la pérdida.
Sólo una operación intelectual y moralmente compleja permite separar el
27
Binder,Alberto M. y Obando, Jorge, De las “Repúblicas Aéreas…”, cit., p. 469.
28
Cano López, Francisca, “Mediación penal en materia juvenil”, Gestión del conflicto proce-
sal, Buenos Aires, Astrea, 2012, cit., p. 221.
dolor ante la muerte de una reflexión sobre el castigo. Así, la venganza fue
una manifestación ancestral de la justicia en ausencia de una justicia formal
y tuvo legitimidad moral porque aseguraba un intercambio equivalente entre
la pérdida y el castigo.
Cuando la ley tomó su lugar en la historia ya no fue posible volver atrás.
Y si bien nuestra cultura jurídica humanista no se funda en la equivalencia
material entre la afrenta y la condena, lo cierto es que la venganza sigue
operando como arcaico sustrato sicológico, aunque rija la ley penal. Esto se
detecta con facilidad cuando las víctimas declaran explícitamente que no bus-
can venganza, sino justicia; pero toda justicia les resulta insuficiente, porque
consideran que no guarda proporción con la afrenta recibida.
Lo cierto es que nadie vuelve de la muerte. Frente a esta realidad, incluso
la pena más dura podría considerarse sicológicamente insuficiente aunque
sea social y jurídicamente adecuada. La idea misma de la “adecuación” se
lleva mal con la cualidad irrevocable de la muerte. La ley penal existe no para
solucionar este problema moral sino para evitar que una sociedad se convierta, a partir de él,
en una sociedad de venganza.
Porque es frecuente que la gente, ante la falta de respuestas adecuadas
a las conductas delictivas por parte de los estamentos pertinentes, pretenda
encarnizarse con aquel al que consiguen “atrapar”, volcando en él toda la
impotencia y la indignación contenida, en una demostración de violencia in-
controlada.
Paul Ricoeur escribió (en Le juste, la justice et son échec, 2005): “La justa có-
lera que pide venganza se transforma fácilmente en furor, en rabia, en deseo
de matar. En este punto el deseo de venganza también puede dudar entre la
pura violencia y la aspiración legítima de recibir una reparación por la inte-
gridad física y la integridad moral violadas”.29 La pregunta es: ¿cómo hacer
para que ese deseo de venganza se transforme en aspiración de justicia? Creo
que esa es la responsabilidad del Estado que debe desactivar los conflictos con
el menor costo social posible.
Y ello es factible, porque la mayoría de las veces quien pide una repara-
ción absoluta y simétrica, al cabo de un tiempo se sosiega, duda y se muestra
permeable a la posibilidad de aceptar una reparación justa. Corresponderá
entonces al Estado, a través de la administración de justicia o de los organis-
mos administrativos que crea pertinentes, encontrar los canales adecuados
para que así sea. Deberá gestionar la conflictividad social con prudencia y
sabiduría en aras de la pacificación de su pueblo.
29
Sarlo, Beatriz, “La justicia de las víctimas”, Revista Debate, 2 de noviembre de 2006,
pp. 16-18.
975