Tema 42 (Personalizado) - La Épica Medieval

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TEMA 42. LA ÉPICA MEDIEVAL. Los cantares de gesta. “El Cantar de Mio Cid”.

El tema elegido para desarrollar la prueba escrita de que consta la fase de


oposición es el 42, que trata sobre la épica medieval, en concreto, sobre los cantares
de gesta, entre los cuales, destaca el Cantar de Mio Cid.

Para conocer la importancia del tema seleccionado es suficiente acudir a los


orígenes de las más alejadas culturas, en las cuales ha existido una poesía tradicional
que encomia el valor de los héroes muertos gallardamente y que narra luchas internas.

Obras tan diversas como el Gilgamish, la Ilíada, la Odisea, la Eneida, los Edda
escandinavos, el Cantar de Roland, el Cantar de Mio cid, pero también la poesía
heroica que ha vivido oralmente en las regiones de Ucrania, Bulgaria, el Caúcaso y las
muestras de poesía bélica en Sudán, manifiestan que a pesar de las distancias
geográficas y cronológicas existen entre estas producciones similitudes y paralelismos.

Por consiguiente, podemos afirmar que los poemas épicos tradicionales


constituyen un arte poético distinto a la creación literaria individual y de carácter
universal, que vive descubierto o en estado latente siglos y siglos.

Sin embargo, a pesar de la relevancia de este tema, dadas las características de


la prueba, no podremos tratarlo en su profundidad teórica. En consecuencia,
sintetizamos su contenido en dos bloques centrales: lo referido a los cantares de gesta
y el estudio del poema de Mio Cid. En cuanto a los cantares, abordaremos las
siguientes cuestiones: en primer lugar, investigamos los textos que han permitido
conservar los cantares; en segundo lugar propondremos las etapas de formación de
este tipo de literatura; en tercer y último lugar, comentaremos sus características.
Concluido este estudio sobre los cantares, profundizamos en el poema de Mio Cid a
través de: fecha de composición y autor, tema y estructura, interpretación del texto,
personajes, métrica y rima y, finalmente, lenguaje y estilo.

Para cerrar esta introducción, citamos algunas de las numerosas referencias


bibliográficas clave para el estudio del tema:

- Menéndez Pidal, Poesía histórica en el Mio Cid y la forma épica en España y


Francia, Espasa-Calpe, Madrid, 1968.
- E. de Chasca, El arte juglaresco en el cantar de Mio Cid, Gredos, Madrid, 1967.
- Riquer Martín y Valverde Jose María, Historia de la literatura universal, Ed.
Planeta, 1976.
- Michael, I. Prólogo a la edición del poema del Cid, Ed. Castalia, Madrid, 1976.
- Spitzer, Sobre el carácter histórico del Cantar de Mio Cid, 1948.
- Ubieto Arteta, Observaciones al cantar de Mio Cid, 1957.

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Así pues, tomando como referencia los cantares de gesta castellanos, podemos
afirmar que, frente al centenar de cantares de gesta franceses, únicamente nos ha
llegado una exigua manifestación. Sin embargo, no podemos negar la existencia de
este tipo de literatura. En efecto, el trabajo de R. Menéndez Pidal es fundamental para
rastrear leyendas épicas en la historiografía medieval desde finales del siglo IX.

Así, por ejemplo, en las crónicas astur-leonesas pueden hallarse alusiones a


leyendas épicas. En efecto, en la Chronica Visegothorum, concluida hacia el 880, se
introduce una larga narración sobre don Pelayo y la batalla de Covadonga.
Posteriormente, las crónicas admitirán determinadas leyendas. Es el caso de las
Crónicas de Sampiro (hacia el año 1000) o la Historia Silense (hacia el 1118).

Cuando en Castilla surge una historiografía diferente, todavía escrita en latín, se


aceptan cada vez con mayor abundancia narraciones de carácter épico. Así lo ponen de
manifiesto las crónicas más importantes del momento: la Najerense, de mediados del
siglo XIII, y la crónica de Lucas de Tuy (el Tudense), conocida como Chronicon Mundi y
terminada en 1236.

Progresivamente se va engrosando el caudal de leyendas en las crónicas. El


eslabón siguiente lo pone Rodrigo Jiménez de Rada (el Toledano) con su De Rebus
Hispaniae, anterior a 1243 y que da cabida a once leyendas épicas.

En esta situación la historiografía latina deja paso en castilla a la redacción de


crónicas en castellano bajo los auspicios de Alfonso X El Sabio, quien planea la Primera
Crónica General, acabada en 1289 tras su muerte.

En esta crónica y en sus derivaciones, la Segunda y la Tercera Crónica General


de 1334 y 1541 respectivamente, se encuentran claras referencias a relatos juglarescos
sobre la historia legendaria de España y se tienen en cuenta otorgándoles tanta
autoridad como a los hechos descritos por los cronistas.

Finalmente, en las crónicas del siglo XV ya no aparecen prosificaciones de


cantares de gesta ni se introducen nuevas leyendas épicas.

En conclusión, gracias a las crónicas, al romancero y a la literatura posterior,


podemos reconstruir bastantes leyendas épicas que fueron en su momento poemas
difundidos por los juglares.

Una vez concluida esta breve panorámica sobre los textos que recogen poemas
épicos castellanos, proponemos las etapas de formación de este tipo de poesía, el
segundo punto de nuestro índice.

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En este sentido, no cabe sino preguntarnos ¿cómo puede aparecer un texto tan
complejo como lo es el Cantar de Mio Cid en una sociedad que no tiene a su alcance la
tradición literaria clásica ni utiliza la escritura como medio para la creación artística?

Lo primero que observamos en relación a esta cuestión es que entre el hecho


histórico y la aparición del tema en la historiografía suele transcurrir un siglo, período
de gestación de la leyenda y de su acuñación como verdad histórica. Es posible, por
tanto, que la épica castellana naciera con valor noticiero. A través del mito del pueblo
creador los románticos explican que el poema se inició entre aquellos que vivieron el
acontecimiento histórico y fue transmitido oralmente durante generaciones, de esta
manera se transformó progresivamente en un texto más literario, hasta que fue
recogido por la clase letrada.

En este contexto debemos conocer que se habría sucedido una primera etapa
de formación no posterior al siglo X y hasta el año 1140, en la que se gestarían una
serie de poemas breves (entre 500-600 versos) hoy desaparecidos en los cuales estaba
presente un fondo histórico importante:

- La leyenda de don Rodrigo: en torno a la pérdida de España y la conquista


musulmana.
- El cantar de Fernán González: referido a las luchas del conde castellano con los
reyes de Navarra y León, y a la independencia de Castilla.
- La condesa traidora y el conde Garcí Fernández: sobre los infortunios del conde
debido a la infidelidad de sus esposas.
- Los siete infantes de Lara: contextualizado en el reinado del conde Garcí Fdez.
- Gesta de Ramiro y García, hijos de Sancho el Mayor.

Posteriormente, la segunda etapa o el florecimiento de estos poemas habría


tenido lugar desde 1140. Estos cantares ganan en perfección y longitud. Entre ellos
podemos citar:

- El poema del Cid


- El cantar de la mora Zaida: sobre los amores de Alfonso VI con Zaida, la hija del
rey de Sevilla y otras hazañas.
- 100 versos de la gesta de Roncesvalles.
- La peregrinación del rey de Francia (por oriente y Compostela).

En este proceso llegaría la tercera etapa, marcada por las prosificaciones y


refundiciones de los poemas. Estos textos se hallarían en las crónicas del momento: La
Primera Crónica General de Alfonso El Sabio, la Crónica de Castilla, la Crónica
Portuguesa y la Crónica de 20 reyes.

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Finalmente, se produce una cuarta etapa, la decadencia; puesto que sólo
sobreviven aquellos episodios culminantes. A este período pertenece Las mocedades
de don Rodrigo, en la que los elementos fantásticos han sustituido a los históricos.

Como hemos visto en este apartado sobre la formación de los cantares de gesta,
las leyendas las reconocemos en el seno de la historiografía. Es aquí el marco donde
cabe estudiar las características de este tipo de poemas, avanzando de esta manera
hacia el siguiente punto de nuestra exposición.

Menéndez Pidal describió los rasgos definitorios de la épica española:

 Constante irregularidad y asonancia del verso


 Vitalidad y capacidad de renovación, a diferencia de lo que sucede en Francia.
 Carácter realista: historicidad en los hechos, realismo de lo cotidiano y
realismo de las almas de los personajes.

Precisamente esta última característica ha dado lugar a una extensa discusión. En


general la épica castellana manifiesta un tratamiento más humano de los personajes,
al contrario de lo que sucede en los textos franceses. Especialmente defiende esta
postura Menéndez Pidal basándose en El Cantar de Mio Cid.

Con todo, los estudios posteriores revelan las incongruencias de personajes que
no coexistieron, dataciones que no coinciden con el momento en el que se producen
los acontecimientos históricos y otra serie de detalles que nos lleva a concluir que los
autores habían creado un complejo contexto de elementos ficticios; ya que los
criterios de selección de las fuentes de información no eran todo lo rigurosos que
impone la historiografía actual. Tal es así que Menéndez Pidal sustituyó el concepto
“historicista” por el de “verista”.

Llegados a este punto conocemos cómo hemos podido descubrir ejemplos de


cantares de gesta castellanos y cuáles son sus rasgos definitorios. Es el momento, por
tanto, de profundizar en el estudio del poema épico más célebre de nuestra literatura:
El Cantar de Mio Cid.

La primera cuestión que vamos a trabajar, tal y como la citábamos en nuestro


índice, es la fecha de composición y su autor.

Dada la imposibilidad de ser precisos de forma científica, resulta complicado


precisar estos datos. El poema ha llegado hasta nosotros en copia única realizada por
Pere Abbat. Los paleógrafos sostienen que el carácter de la letra pertenece al siglo XIV;
en consecuencia, la redacción no se corresponde con la fecha de 1207 que el autor
hace figurar al final del poema.

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Como solución, Menéndez Pidal señaló que debíamos interpretar esta fecha como el
año 1307, creyendo erróneamente que en el espacio tras la segunda C, que marca los
años según el cómputo conocido como “era hispánica”, había otra C. Según el autor,
Per Abbat sería el copista de un poema perdido en el año 1140.

Además, para Pidal el autor original coincidiría con un jugar de Medinaceli, ya


que esta localidad se describe con más precisión que otros lugares donde transcurren
acciones más decisivas.

Con el tiempo Menéndez Pidal consideró la posibilidad de la existencia de dos


autores, basándose en la existencia de dos modalidades de versificación:

a) Un poeta de San Estebán de Gormaz hacia el año 1105 realizaría la primera


versión a raíz de la muerte del Cid, siendo este texto breve y verista. La afrenta
de Corpes se localiza en esta localidad. Este autor gusta de una versificación
con cambio de asonantes, con lo que elabora tiradas de menos de 10 versos.
b) Un segundo poeta de Medinaceli en el año 1140 refundió el poema
introduciendo elementos fantásticos. Su mano aparece en el 3º cantar
mediante una versificación simple, que permite largas tiradas homogéneas.

Otros autores han investigado el poema en cuanto a su fecha y autor y discuten los
planteamientos neotradicionalistas de Pidal. Por ejemplo, Ubieto Arteta postula que lo
que Per Abbat hizo en realidad fue refundir y actualizar en el año 1207 un texto del
1140 o puede que anterior. Por otra parte, Russel, duda de que éste fuera originario de
San Esteban de Gormaz, ya que la descripción de esta localidad está justificada con el
culto sepulcral que recibió el Cid en el monasterio de Cardeña. Añade además que el
texto se encuentra amputado y sería la copia de un manuscrito anterior.

Otros datos aporta Colin Smith, que indica que el autor podría ser un jurista de la
época, ya que ofrece demasiados aspectos legales. Además, el poema podría ser del
año de 1207 y habría sido copiado por Per Abbat en el siglo XIV.

En definitiva, lo más acertado sería considerar una solución ecléctica, apuntada por
Jules Horrent: Per Abbat reelaboró y estructuró artística y literariamente unos
materiales que ya existían de forma tosca. En cualquier caso, el texto de 1207 fue
copiado en el siglo XIV, llegando a nosotros esta última versión y es evidente que
procedía de un texto anterior; ya que en el Poema de Almería, escrito entre 1147 y
1157 se menciona la pareja épica Cid-Alvar Fañez.

En cuanto a las características del autor y las divergencias entre la teoría


individualista y de múltiple autor, la solución más válida sería pensar que las
divergencias internas se deben a la pluralidad de autores en que se basa la tradición;
mientras que la unidad del conjunto se debe al reelaborador último.

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Una vez abordado el estudio de su datación y autor, así como la dificultad para
concretar esta información, a continuación estudiamos la estructura del poema,
siguiendo nuestro índice, el segundo apartado dentro del Poema del Cid.

Por un lado, el texto presenta una estructura tripartita en tres cantares:

- El cantar del destierro


- El cantar de las bodas
- El cantar de la afrenta de Corpes

No obstante, no coincide esta división con la estructura temática. En estos tres


cantares el tema principal que encontramos es el del restablecimiento de la honra.
Edmund Chasca sostiene que el Cid ha de recuperar la honra perdida en el ámbito
público. Este proceso ocupará más de la mitad de la obra. El Cid también debe
recuperar la honra privada, pues una vez son casadas sus hijas como símbolo del
perdón real, son ultrajadas. La recuperación de la honra privada comprende la segunda
parte del poema. Por consiguiente, concluye Ian Michael, el poema está construido
sobre dos ejes temáticos cuya frontera viene marcada por la conquista de Valencia.

Por lo tanto, a pesar de su estructura en tres cantares son dos las partes en las que
se divide un texto construido sobre el tema de la honra. Ahora bien, y nos adentramos
así en la interpretación del poema como texto literario, el tercer apartado de este
bloque, ¿qué motivo causó su creación?

Para analizar esta cuestión, retomaremos nuestra duda inicial: ¿Es el poema del Cid
un texto histórico? El autor en esta obra redujo a cinco años los sucesos ocurridos en
un período de trece. Por lo tanto, a pesar de su aire verídico, no podemos tomar todo
aquello que se cuenta como histórico.

En el texto se destierra al Cid una vez y se le perdona gloriosamente, para que el


desenlace sea feliz y para que el carácter del rey, envidioso en el relato, corresponda al
concepto que el pueblo tiene de rey ideal. Por lo tanto, lo verdadero, alterado e
inventado se disponen magistralmente para formar una creación poética.

Otras interpretaciones se han propuesto para el poema. La significación política es


una de ellas. Al respecto podemos defender que no nos encontramos en el cantar ante
una cuestión nacional, religiosa ni ética, como sí sucede en la Chanson de Roland. No
obstante, Edmund Chasca apunta que el Cid representa el espíritu de solidaridad,
subordinación al rey, justicia y orgullo por la patria.

Por su parte, Julio Rodríguez Puertolas añade que el poema del Cid puede
considerarse literatura propagandística en tres niveles: en el nivel político, dado que
enaltece a Castilla frente a León; en el nivel socioeconómico, en tanto que otorga

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mayor relevancia al pueblo frente a la oligarquía cortesana y en el nivel individual,
debido a que el héroe se halla por encima del núcleo de León, de los nobles y del rey.

Los expertos han sabido encontrar en el poema del Cid otros sentidos literarios.
Por ejemplo, podríamos mencionar la cuestión del antisemitismo en el episodio de
Raquel y Vidas, a través del cual el autor se hace eco del sentir reinante en el ambiente
popular. Por último, el gran Azorín y Gómez de la Serna no se olvidan de señalar los
valores positivos que encarnan el paisaje y el campo frente a la ciudad.

En conclusión, el poema del Cid es rico en interpretaciones literarias. Se trata


evidentemente de un texto complejo, variado en temas y con una estructura lograda.

Otro de los puntos que hemos planteado, el cuarto según nuestro índice, es
conocer los personajes que en el poema intervienen. No hay lugar dudas de que la
figura del Cid sobresale entre todas. El acierto del autor ha sido trabajar este personaje
en sus dos facetas, como caballero y como ser humano. El Cid es un caballero, en
efecto, que transmite hombría, lealtad, religiosidad, cortesía, moderación, mesura;
pero también un ser humano humilde, que sopesa sus posibilidades, recuenta sus
ganancias, aparece como padre preocupado y también como esposo amantísimo.

Otros personajes se relacionan en la obra con el Cid. Podemos destacar el papel


que juegan las hijas para el desarrollo de la acción del relato, la presencia de la esposa,
que comparte la deshonra, el tratamiento de los hermanos de Carrión, fusionados en
una figura siniestra y, como no, el mítico Alvar Fáñez, mano derecha del Cid.

Para completar el estudio del poema de Mio Cid, es apropiado repasar su métrica y
rima, de la que hemos dado alguna información. Como sabemos, el poema constituye
un texto incompleto del cual hemos rescatado 3.730 versos repartidos en 153 tiradas
de muy dispar medida (de 2 a 190 versos) monorrimas y asonantes, más otro verso de
jaculatoria y un problemático explicit, en el que se alude a Per Abbat y se da una fecha.

En cuanto al verso empleado, también irregular, es bimembre, es decir, presenta


una cesura, una pausa, cuya media es de 7 + 7 sílabas. La tendencia es que el primer
hemistiquio sea más breve. Además, Edmund Chasca descubre la existencia de rimas
internas, es decir, de asonancias en el primer hemistiquio.

En último lugar, cerramos nuestro trabajo, apuntando brevemente algunos rasgos


acerca del lenguaje, el estilo y las técnicas narrativas empleadas. Es en este marco en
el que el autor sobresale por su dominio del lenguaje. En el Cid encontramos una
variedad extraordinaria de formas verbales, tecnicismos, procedimientos paralelísticos
propios de un estilo formulario de composición oral (pensó e comidió; mucho pesa a
los de Teca e a los de Terrer non plaze), el uso frecuente de epítetos (Campeador,
Castiella la gentil, el Burgalés cumplido, Mio Cid el de la luenga barba) para calificar los
personajes, las ciudades, los pueblos; invocaciones a los oyentes, como si el juglar

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hablara familiarmente con el público; frecuente utilización del discurso directo, el uso
de términos con hondo valor poético (cantar de los gallos: amanecer; buscar la honra:
cabalgar). Concluye Dámaso Alonso que el autor es un maestro en otorgar al texto, por
otra parte, dinamismo y variedad, de lugares, de efectos expresivos, de personajes, de
sucesos, que crean expectación y convierten el texto en una obra de arte.

Como conclusión a este tema, podemos apuntar que la figura del Cid no sólo ocupó
un lugar central en esta gran obra maestra sino que su fama amplió el horizonte. En
efecto, bajo el reinado de Alfonso VI empezaron a aparecer textos que narraban sus
proezas, había nacido el ciclo épico del Cid.

En el contexto de la ESO y el Bachillerato resulta significativo transmitir a los


alumnos la historia de nuestra literatura, trabajar con ellos como se construye de
forma incipiente un relato desde el momento en el que los hechos suceden y como a
través del tiempo el texto se transforma dando paso a elementos fantásticos, que
mitifican y conservan un patrimonio de personas, de lugares, de cultura, de
tradiciones, que forma parte de lo que hoy somos.

Y en este sentido tan importante es encontrar en el juego de la literatura una


fuente extraordinaria de valores humanos. Pues son estos héroes épicos construidos
sobre la base de seres humildes, inquietos, solidarios, que encuentran siempre la
forma de superar sus obstáculos y lograr el éxito en el fiel pilar de sus escasos amigos y
compañeros, su familia, su voluntad emprendedora, sus principios y su pensamiento
crítico. No olvidemos nunca que del Cid se cuenta que fue el único hombre en España
capaz de humillar a un rey y dar de beber a un leproso, o en palabras de Manuel
Machado: Por la terrible estepa castellana, al destierro, con doce de los suyos –polvo,
sudor y hierro-el Cid Cabalga.

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