El Proceso de La Escritura Irene Klein
El Proceso de La Escritura Irene Klein
El Proceso de La Escritura Irene Klein
En oposición al modelo que describe al proceso de escritura como modelo por etapas,
recientes corrientes de investigación niegan que la escritura opere como sucesión mecánica
de etapas, esto es, como un proceso constituido por operaciones que se despliegan en
sentido lineal (a la etapa inicial de preescritura y generación de ideas le seguiría su
ordenación, elaboración y reelaboración hasta alcanzar el resultado final), y sostienen que
dichas etapas se alternan en una actividad dinámica y compleja.
El proceso de escritura como proceso cognitivo. El modelo propuesto por John Hayes
y Linda Flower
¿Cuáles son los criterios que rigen esa serie de decisiones y elecciones que el escritor debe
realizar cuando escribe? A modo de respuesta, Linda Flower y John Hayes presentan una
teoría sobre los procesos cognitivos que participan en la composición que ellos
esquematizan en el cuadro que sigue:
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En el proceso actúan tres componentes básicos: los procesos de redacción, la tarea de
escritura y la memoria a largo plazo del escritor. Dentro del proceso de composición o
redacción, tres procesos operacionales generan el texto escrito: la planificación, la puesta en
texto y la revisión, que están orquestados por el monitor. Por último, en el proceso de
planificación se encuentran tres subcomponentes: la generación de ideas, la organización
de la información y los objetivos. El texto se produce en función de la planificación de ideas,
que se traducen en lenguaje escrito que es, a su vez, revisado y corregido.
La mayor parte de las investigaciones de Flower y Hayes en los últimos diez años estuvo
centrada en la formulación de definiciones más explícitas de los variados subcomponentes
del modelo. Por ejemplo, a comienzos de 1980, desarrollaron la noción de problema
retórico como parte del proceso de descubrimiento en la escritura. Para Hayes y Flowers, el
problema retórico se despliega en dos unidades: la situación retórica (la audiencia, el tema)
y los propios objetivos del escritor (la construcción de un texto con significado). El concepto
de problema (Hayes et al., 1987) está relacionado con el desarrollo de estrategias que
permitan resolverlos.
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diferentes tipos de textos, incluso, sobre los modos posibles de buscar la información que no
posee.
Antes de escribir, el escritor planifica su texto. Sin embargo, es importante recordar que, si
bien el proceso de planificación es previo al de la puesta en texto, es un proceso que
acompaña el proceso de escritura en su totalidad porque comparte la recursividad que
caracteriza a todas las operaciones involucradas: en la medida que se escribe, se vuelve
sobre la planificación, se revisa y, tal vez, se modifica.
La puesta en texto puede definirse como la operación de “traducir” las ideas en un lenguaje
visible. Este proceso demandará que el escritor tome decisiones simultáneas de diferentes
niveles (discursivo, sintáctico, léxico y ortográfico) que deben ser coherentes, a su vez, con
los objetivos globales del texto y las restricciones que le plantea el problema retórico.
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El escritor, guiado por hábitos o estilos de redacción propios, controla, monitorea,
determina los tiempos de los procesos y verifica su progreso en la composición. Evitará, de
esta forma, la fuerza centrífuga que siempre amenaza al escritor novato, que el texto o una
idea arrase con él.
En otros estudios (Flower et al., 1990), Flower y Hayes analizan, en particular, la tarea de
escritura académica de leer para escribir y examinan la relación entre la tarea de escritura
asignada y el proceso de escritura de los estudiantes. Concluyen que la escritura es tanto
una actividad cognitiva como una actividad determinada por el contexto: si el contexto le
impone restricciones, es decir, si se le exige al estudiante una tarea de escritura de mayor
complejidad, deberá desarrollar estrategias para transformar el conocimiento antes que
trasmitirlo o “decirlo”. Según Flower, es este objetivo el que distingue a la escritura
académica de la más limitada comprensión y respuesta.
Carl Bereiter y Marlene Scardamalia, a su vez, formularon en 1987 dos modelos. El primero,
que representa una interacción simple entre el campo del contenido y el del discurso,
corresponde a las operaciones que realizan los escritores inexpertos; el segundo, más
complejo, representa una interacción dialéctica y corresponde a los escritores maduros. El
primero es llamado el modelo de decir el conocimiento, el segundo, el modelo de
transformar los conocimientos.
Este último modelo es más que una elaboración del primero, ya que lo introduce dentro de
un proceso de mayor complejidad que sería el de solución de problemas. En el proceso
“decir el conocimiento”, el escritor se limita a recuperar el contenido activado por la memoria,
es decir, los conceptos y la información que se poseen en relación con el tema y el género
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del texto para escribir (de este modo, por ejemplo, el tópico “¿debe existir una educación
para todos?” activa determinados conceptos asociados, tales como el de la exclusión social,
la educación pública, y se identifica, al mismo tiempo, el género requerido como nota de
opinión). En el proceso “transformar el conocimiento”, en cambio, este espacio del contenido
interactúa con el espacio retórico, es decir, plantea las dificultades que se pueden encontrar
en el espacio retórico. Por ejemplo, para que una afirmación sea convincente deben
exponerse argumentos, organizarlos jerárquicamente, citar ejemplos, etcétera. La
información recuperada, entonces, no sólo debe responder a las necesidades del tópico y
del género sino también a las necesidades retóricas. Estas últimas, en tanto se convierten
de este modo en subobjetivos relacionados con el contenido, producen cambios en la
organización del conocimiento del escritor (modificará el plan del texto, buscará nuevas
relaciones semánticas, etcétera). Es, en este sentido, que podemos decir que el proceso de
escritura es un proceso de descubrimiento.
La lectura en la escritura
Desde el punto de vista psicológico, el texto escrito supone dos procesos cognitivos
relacionados con la expresión lingüística: el de la escritura (proceso de producción) y el de la
lectura (proceso de interpretación). Por lo tanto, el desarrollo de una competencia discursiva
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exige tanto la capacidad de comprender como la de producir textos, es decir, de procesar el
conocimiento y crear significado.
En este sentido, podemos afirmar que todo buen escritor deber ser, también, un buen lector.
Leer como escritor, supone, entre otras cosas, no sólo procesar la información lectora
(integrarla a la red de conocimientos que ya posee) y controlar la comprensión lectora
(activar las estrategias correspondientes para asegurar los determinados objetivos de
lectura que se propone, tales como leer para aprender, desarrollar un tema, precisar un
dato, etc.) sino también reconocer en los textos los diversos recursos de la lengua que
aparecen (la forma en que está organizada y jerarquizada la información, la selección léxica,
la elección de los títulos, etc.), reflexionar sobre su función y eficacia a fin de utilizarlos en su
propio texto.