+rivas Trujillo Jonathan Christian - Nacer Crecer Y Morir

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Nacer crecer y morir

Jonathan Christian Rivas


Plaza de los Procesos

Kaliput, invierno de 1799

Son las seis en punto de la mañana del doce de enero de 1799, toda la ciudad se
ha congregado en torno a la guillotina. Están todos, desde los más desgraciados
hasta los más ricos y poderosos de toda Kaliput. No es para menos, hoy es el día.
Estaba señalado desde hacía más de un mes, hoy me van a ejecutar. ¿El por qué
de esperar tanto tiempo?, es fácil, simplemente había que darle tiempo a todos los
hombres vivos que conforman la humanidad para que pudieran llegar a ver este
milagro que se iba a producir. Sí, sí, milagro. ¿O es que van a tener la suerte y la
oportunidad de volver a ejecutar a alguien que está considerado un inmortal?. No,
verdad.

El acontecimiento iba a ser espectacular, tanto para aquellos que asistieran al


evento como para los comerciantes y mercaderes de la ciudad. La gran ejecución
del milenio, era así como se referían al evento en cuestión, estaba atrayendo un
montón de gentes de todas partes del largo y ancho reino. Ello suponía una gran
recaudación para todos los negocios de la ciudad. No era para menos, las
autoridades estaban detrás de mí desde hace más de cinco años, hasta que al
final me han podido coger. Eso es lo que ellos creen al respecto de este asunto, yo
os puedo asegurar que la historia que ellos cuentan no es real. Pero tampoco
falsa, es simplemente, distinta.

Las horas en el calabozo pasan lentas y aburridas para mí, ya he pasado por esto
tantas veces que hasta me aburre. Llevo esperando este día con gran curiosidad
desde hace mucho tiempo, ¿será esta la definitiva?. El estar encarcelado en esta
mazmorra maloliente no me permite abrir el apetito para poder comer ni tampoco
respirar con este maldito hedor nauseabundo que inunda los calabozos. Los
desperdicios humanos y de animales están amontonados por todos lados. Los
hombres tenemos que hacer nuestras necesidades por los rincones como bestias.
Las ratas y los ratones pululan a sus anchas por todos los lugares sin excepción
alguna. Hay que tener cuidado con que no te coman vivo mientras duermes, pues
el dolor no aparece mientras te devoran. La mayor parte de los presos fallecen
antes de ser ejecutados, bien porque enferman o porque son devorados mientras
duermen, pero eso a mi me da igual. Mi vida siempre ha estado basada en el
sufrimiento continuo y la muerte ha estado siempre a mi diestra. No soy nada, ni
de esta época y mejor todavía, no poseo nada, no tengo nada que ganar ni que
perder. Ni tan siquiera tendría que estar vivo.

Ya llegó el tan esperado momento, ha llegado el gran general en jefe de los


ejércitos de la grandiosa nación de Kaliput, Eudorf Molger. Lo sé, si no, no habría
tanto alboroto. El tinglado está a punto de comenzar, ya me queda menos para
poder escapar de aquí.

Oigo a los carceleros aproximarse a mi celda, están manipulando los cerrojos tras
mi puerta.
-Ciudadano Dupont, ha llegado el momento.

Me levanto del duro catre, poniéndome en pie delante de ellos con los brazos
caídos hacía abajo. Me los amaran con cadenas hasta las cadenas que atan mis
piernas haciendo una unión perfecta que me impida escapar en caso de querer
fugarme. Uno puesto delante marcándome el paso y el camino, el otro detrás para
evitar mi fuga, me conducen por todas las galerías y estancias de la prisión. Todo
bajo el máximo silencio sepulcral posible, no se oye a ningún preso, parece como
si estuviera yo sólo en el edificio. Llegados a la salida de la prisión me hacen
parar. El carcelero que tengo delante de mi hace una señal a través de la ventana
a otro que está en la plaza, a su vez esta da la señal a alguien que no puedo llegar
a divisar desde mi posición. Se produce un redoble de tambores persistente, era
la señal para salir al escenario. Siguiendo el orden establecido desde que me
maniataron, salimos a la plaza pública de los Procesos de Kaliput. La luz me ciega
durante unos largos y dolorosos segundos, llevaba a la sombra y la oscuridad
desde hace mucho tiempo. El murmullo ensordecedor del populacho es inmenso y
abominable, los insultos hacia mi persona y mis obras son aterradores. Quiero
decir llegados a este punto que no debemos olvidar que el ganador es siempre el
que escribe la historia, puede ser el peor criminal que more por la faz de la Tierra,
pero como ganó tú te llevarás siempre la culpa de todas sus malas acciones.

Sobrado para acobardar a cualquiera que no hubiese pasado antes por ello, a mí
no me da el mínimo miedo, es más, me excita.

Me conducen hacia el patíbulo, me hacen subir a la plataforma y justo delante de


mí estaba ella, la gran, metálica y afilada señora guillotina. Era espectacularmente
aterradora por sus grandes y macabras proporciones, daba un respeto y un
estupor tan sólo con contemplarla que cortaba ya de por si la respiración. Mientras
por mi cabeza pasaba una sola idea, esto va a caer sobre mi cuello, partiéndolo y
separando mi cabeza. ¡Jodeeer!.

Por si fuese poco todo esto, además combinado con la gran cantidad de gentuza
que había acudido al evento, calculo que alrededor de un par de miles, lo hacían
el escenario perfecto para mi ejecución.

Pero lo que más me llamó la atención es que el gran Eudorf Molger estaba situado
en un lugar privilegiado donde con toda seguridad mi sangre le salpicaría. Tenía
que ser un odioso petulante hasta el final de las consecuencias, lo entiendo en
parte pues eran demasiada las veces que me había reído de él. A todo esto y
cuando ya estoy en la posición indicada para que todo el asunto de comienzo,
levantando su mano derecha mandó callar la plaza. El silencio se hizo de
inmediato, dando comienzo a mi orden de ejecución:
---Kaliput, la grande y benévola. A 12 de enero de 1799, de una parte el pueblo de
Kaliput contra el asesino Pierre Dupont. Ciudadano Dupont ha sido considerado
culpable del asesinato de incontables personas, cuya lista es tan extensa que no
podíamos recitarla a los aquí presentes por falta de tiempo y de leña para
mantener viva la pira.
---Crímenes por los que he sido juzgado y ejecutado con antelación ---le contesté
de forma tosca y desafiante, mirándolo de abajo para arriba con la cabeza gacha.
Como si conmigo no fuera la cosa.
---Le recuerdo que no puede articular palabra mientras se lea su sentencia.
---Y yo, a su vez le recuerdo a usted, que la ley reinante en el reino de Kaliput, es
bien clara. No se podrá juzgar a un hombre dos veces por el mismo crimen, y
menos aún ejecutarlo.
---Calla insolente y escucha la sentencia. Como iba diciendo prosigo, ¡haber por
donde iba!. A si, aquí: Según decreto firmado por nuestro actual monarca Don
Branqo Phaes, el ciudadano conocido por Pierre Dupont anteriormente ajusticiado
en un pelotón de fusilamiento, envenenado, desmembrado, atropellado... Saliendo
siempre inmune de todas sus ejecuciones y atentados contra su persona
conocidos hasta la fecha, se le destituyen los privilegios de un hombre y a partir de
ahora será considerado como ser maligno. Con lo que ello supone, no será
ajusticiado en calidad de persona, sino de ente maligno. Permitiendo volver a
ejecutarlo por crímenes cometidos anteriormente tantas veces fuesen necesarias
hasta asegurar su fallecimiento definitivo, por y para la protección de nuestros
ciudadanos. Es razón esta por lo que ha sido condenado a muerte en la guillotina
y una vez guillotinado sus restos han de ser quemados en la pira hasta su
completa extinción. Asegurándose todos los presentes que no se obrase milagro
alguno de resurrección. Yo el rey.

Una vez leída la sentencia condenatoria, Eudorf Molger se dirigió a la plebe:


---Es por ello que estamos aquí reunidos todos compatriotas con gran expectación
para ver la muerte de un hombre al que consideramos inmortal y del que
esperamos que hoy, al serle separada la cabeza del cuerpo por fin podamos
descansar en paz y sin miedo a ser víctimas de sus atrocidades.
---Ignorantes no saben que no puedo morir me hagan lo que me hagan, todo de lo
que me acusan como he dicho anteriormente es falso pero cierto. Yo no he
matado a pobres ciudadanos como quieren dar a entender.
---Es por ello que su cuerpo una vez haya sido guillotinado será quemado hasta la
extinción en hoguera pública para evitar el fenómeno de resurrección. Acusado
Dupont, ¿desea que se le conceda un último deseo antes de morir?.
---Sí. ---Contesté fuertemente y en tono imperativo. ---Deseo que se me suelte, se
me deje marchar y que tú ocupes mi lugar ciudadano Eudorf Molger. Por el bien de
la patria y de todos los presentes.
---Ante la imposibilidad de poder cumplir con los deseos del acusado y ser
amenazados públicamente, vamos a concederle a un gran hombre como él una
muerte digna como él solo se merece. Es por ello que le vamos a dar la
oportunidad de que vea en primera persona y desde un ángulo privilegiado su
propia muerte. ¡Ejecútenlo boca arriba!.
---¡Oooooooooooohhhh! --murmuró el populacho---, pobre diablo --comenzaban a
opinar algunos-- nadie por mucho mal que haya provocado se merece una muerte
así.

El grandioso don de gentes de Eudorf Molger me había granjeado el beneplácito


del pueblo. ¡Qué gran hombre este!.
--Y dicho esto, que comience la ejecución. ---Dijo el gran Eudorf Molger.

Los carceleros me colocaron en la posición indicada, boca arriba. Mi vista estaba


mirando hacia el cielo infinito pero no podía atender a nada más que a esa
barbaridad que iba a cercenarme el cuello. Me estaba excitando más que nunca
porque esta iba a ser la ejecución más bestial a la que había sido sometido nunca.
El general en jefe Eudorf Molger levantando su sable dio la primera señal,
comenzó el redoble de tambores. Y finalmente bajando el mismo, la segunda
señal, el verdugo tiró de la soga y...
Anchosfira 1797

El relato del que os voy a hacer partícipes es un suceso ocurrido en la bella


Anchosfira al suroeste de Kaliput, hace tan sólo cuarenta y ocho horas.

Me encontraba en la taberna-posada del ratón sin cola, en la ciudad de Yuitad en


Anchosfira, ya os podéis hacer una ligera idea de la clase de clientes que podrían
alternar este establecimiento. Era un garito un tanto peculiar y mal oliente en el
podías encontrar desde el más elegante señor hasta la última escoria de la
sociedad, las rameras más nauseabundas hasta las del más alto standing, sobre
todo jugadores de mala reputación expulsados de otras localidades del reino,
matones, chulos proxenetas y asesinos. Las riñas, las grescas y las peleas eran el
día a día del lugar. Inspiradas casi todas ellas por las timbas de cartas jugadas en
las mesas redondas con tapetes verdes y rojos del salón principal. El
entretenimiento preferido de los jugadores eran el póker y los dardos, razón esta
por la que antes de anochecer el local estaba repleto hasta la veleta. Las jarras de
cerveza y los vasos de ron rulaban por la barra a velocidad centelleante. Pero lo
que todos ellos tenían en común era la búsqueda de un trago, el juego y la
compañía femenina que más se ajustará a la capacidad de sus bolsillos.

El tinglado lo tenían muy bien manejado entre las fulanas, los matones y el
camarero, un antiguo alcahuete de la policía del reino.

Doce horas antes


Llegué a Yuitad en Anchosfira guiado por el afán de una vida mejor, no sabía nada
del asunto que allí se estaba forjando desde hacía tiempo. Pero poco a poco
comencé a ser consciente de que algo no estaba funcionando correctamente en el
pueblo. No era común que hubiese una cantidad tan grande de escuelas de
medicina en una ciudad tan pequeña. Debemos tener en cuenta que a estas sólo
pueden acceder los hijos de las personas más ricas de las ciudades del reino.
Razón que no justificaba que en un lugar tan poco poblado hubiese cinco
diferentes escuelas de este tipo. Estaban las escuelas Nelsodw, Murilbi y Herzord,
todas ellas en la zona este de la ciudad. Luego en el sur se encontraba la
academia Wolfurt y finalmente en el mismo foro la de Pride. Esta última era la más
nueva y moderna de todas y la que más popularidad tenía entre los alumnos y sus
padres, debido al gran número de donaciones para prácticas que recibía. Era
regentada por el doctor Hiebert Pride y su equipo de especialistas.

Razones para sospechar de este repentino auge habían varias, desde que en la
ciudad ni en el reino habían tantas familias que se pudiesen permitir tal dispendio,
hasta que la oferta de personas que quisieran donar los cadáveres a la ciencia
eran más bien escasos. Eran contadas con los dedos de una mano y sobraba
alguno. A la que la mayoría acusaban de prácticas de magia negra.

Fue por esta razón que las escuelas ante la falta de medios para poder ejercer con
su cometido comenzaron a promover una campaña entre las personas más
pobres de la ciudad, mediante la cual ellos se encargaban del cuerpo del fallecido
en pro de la ciencia y la medicina. Esto alentó a las familias de menor poder
adquisitivo rápidamente a donar los cuerpos a las diferentes escuelas, porque de
esta forma se ahorraban todos los gastos funerarios obligatorios que estaban
estipulados por ley en el reino. Muchas familias quedaban endeudadas con estos
dispendios, quedando incluso en la calle sin residencia en la que vivir.

Pero de esta campaña resultaban pocos ejemplares para satisfacer la creciente


demanda de las escuelas.

El tiempo pasó y los medios para conseguir más y más cuerpos fue de mal en
peor. Seguían el cortejo fúnebre hasta el lugar del enterramiento, esperaban para
una vez dada la sepultura desenterrarlo o extraerlo de su mausoleo particular
para acabar engrosando sus bolsillos y el depósito de la morgue de alguna de las
mencionadas academias. Este movimiento propició un auge de la delincuencia
hacia este tipo de macabras prácticas. La justicia que era impartida por las familias
más ilustres de la ciudad, eran los encargados de promover las leyes en contra de
estos actos delictivos. Los catalogaban de satanistas y antinaturales, las penas de
castigo por sus prácticas eran invariables, se castigaba con la pena capital. Aquel
desgraciado al que atrapasen llevando a cabo alguna de estas prácticas ya sabía
a lo que se atenía, se han dado casos en los que las propias academias
denuncian a algunos procuradores de cuerpos por la ilegalidad de la muerte del
cuerpo vendido. Esto no era otra cosa que una maniobra de distracción que de
forma regular hacían para no levantar sospechas entre las autoridades, nada más.
Promulgadas estas leyes los procuradores de cuerpos, que así es como se les
conoce a los del gremio, comenzaron a poner más esmero en la obtención de
cuerpos. Los cementerios eran sitios muy peligrosos para su profesión, la policía
del reino los vigilaba con recelo bajo la orden de matar a cualquier asaltante. Es
por ello que idearon una nueva forma para conseguirlos sin incumplir la ley entre
comillas. El asunto era muy sencillo, incluso más de lo que sanamente se pudiese
considerar. Un forastero o extraño muere en la ciudad, daba igual cual fuera el
motivo de su muerte, para no hacer un gasto en sus sepelios a la comunidad las
autoridades estaban obligadas por ley a dar el cuerpo a alguna de las academias
de medicina. Por un lado ganaba el consistorio local que se ahorraba los gastos
del entierro y por otro las academias que conseguían gratis los cuerpos. Es fácil
de adivinar como los miembros de los organismos públicos se hicieron corruptos
en escala, desde el policía de patrulla urbana que era avisado por los matones,
hasta el comisario que era el último eslabón en la cadena. A veces el aviso no
llegaba ni al último eslabón, los cuerpos eran llevados directamente a la academia,
repartiéndose el beneficio obtenido en la venta a la academia mejor postora.

Los nuevos procuradores de cuerpos ya no se dedicaban a ir a lugares oscuros ni


peligrosos para conseguir materia prima. Estos estaban organizados como una
banda, sabían que esta era la única manera de no ser descubiertos.

Todo comenzaba desde el instante en que el alcahuete local divisaba un forastero


que llegaba a la ciudad, si él lo consideraba adecuado al tipo de los que
demandaban las academias desde ese mismo momento se activaba un dispositivo
de seguimiento del sujeto. Tenían tan perfeccionado el método que desde que lo
divisaban, lo tasaban sabiendo dónde y por cuánto lo venderían.

Mi historia en esta ciudad del arte mortuorio comenzó hará cosa de cuarenta y
ocho horas atrás. Llegué en busca de un trabajo para cambiar de aires y dejar de
lado la parte norte del reino, para diseminar mi rastro en la medida de lo posible.
Todo ello muy marcado e influenciado por mi forma de vida por aquellas latitudes.
Había escuchado contar a las gentes en mi viaje ambulante y sin rumbo por el
reino que en esta ciudad se podía prosperar consiguiendo trabajo fácil y
rápidamente. Llegué a la ciudad una mañana de primavera oscura y nublada. Las
calles de la ciudad estaban totalmente abnegadas de barro, cubría las botas hasta
los tobillos, había que ir con mucho cuidado para no resbalar y caer en aquel
maldito barrizal para puercos. La ciudad a simple vista se veía triste y sin vida.
Estaba compuesta en su mayoría por construcciones de casas de dos o tres
plantas de altura, entremezcladas con otras de planta baja. Delante de las
viviendas los suelos estaban algo adoquinados pero para la porqueriza de barro
que yacía delante de ellas, lo mejor hubiera sido no gastar dinero en el pavimento.
Las calles estaban atestadas de suciedad, basuras, desperdicios de animales y
humanos. Lo que ayudaba a la proliferación de los parásitos y los roedores. Los
niños de la ciudad jugaban en las puertas de las casas descalzos y muchos de
ellos sin pantalones ni camisas que ponerse. Puedo asegurar que no era porque
las condiciones ambientales invitasen a estar de esa guisa, no era más bien
porque la pobreza extrema se había arraigado en su forma de vida. Eran tiempos
malos y de penurias, donde las familias fértiles no cesaban en traer al mundo más
y más hijos, casi una media de uno por año. Esto asociado al no poder progresar
económicamente, traía consigo lo que estaba presenciando en aquellos momentos
que no era ni más ni menos que la antesala de las enfermedades que se
acabarían llevando a una gran cantidad de población infantil.

Presenciándolo me decía para mis adentros, pero como puede haber un contraste
tan radical en esta ciudad. La gran mayoría de sus ciudadanos, sin exagerar en
torno al noventa por ciento, eran no pobres sino lo más bajo, miserables. ¿Cómo
podían las gentes de las ciudades vecinas decir que era una ciudad próspera en la
que el que quisiera se podía labrar un porvenir?, la verdad viendo aquello no lo
entendía. Las gentes naturales de la ciudad eran miserables y yo sin tener nada
como iba a prosperar en un lugar así.

Durante el resto del día deambulé por la ciudad y no encontré por ninguno de sus
rincones ni un sólo atisbo de progreso en ella. Tan sólo en la zona más rica donde
se encuadraban unas cinco mansiones que se podían divisar a simple vista, pues
destacaban del resto de la cochambrosa y apestosa ciudad. Se podía oler desde
bien lejos el dinero de sus propietarios.

No había nada bueno que destacar de este lugar salvo lo anteriormente


mencionado, el gran auge de las escuelas de medicina. Estas se ubicaban en las
peores viviendas de la ciudad, en el mismo centro de los suburbios más pobres y
piojentos. Era extraño cuando los estudiantes eran personas de un alto nivel
adquisitivo, pero así estaba estructurado aquel extraño lugar. Los estudiantes
se alojaban en las propias escuelas al lado de las casas de las fulanas, las
tabernas y las posadas. Pienso que venían sin saber dónde se localizaban
realmente las mismas pues eran estudiantes de otras ciudades, pero como eran
jóvenes no les molestaría en absoluto esta clase de ambientes, es más los
tendrían más a mano si cabe para gastar más fácil su dinero.

Visto lo visto pensé en seguir mi camino hacia otras tierras del reino, donde
creyera que la suerte me podría ser más propicia para mis intereses. Pero la tarde
noche se había cernido sobre mí, decidí entonces hacer noche en la ciudad.
Busqué una posada en la que poder cenar y descansar, durmiendo unas horas
para a la mañana siguiente volver a emprender rumbo. Es razón ésta que
deambulando por la ciudad encontré la taberna posada el ratón sin cola, de
características anteriormente mencionadas.
“El ratón sin cola”

En cuanto puse un pie dentro de este garito de mala muerte las fulanas se
acercaron a mí como las moscas a las inmundicias. Los chulos, los matones y
resto de jugadores se giraron hacia mí, mirándome de forma despectiva, juzgando
mis actos uno por uno a mi entrada en la posada, como si mi vida dependiese de
ellos. Ante situaciones de este tipo hay que saber muy bien cómo se comporta
uno para evitar problemas mayores. Las susodichas rameras me ofrecieron sus
servicios como a cualquier otro cliente.
---¿Qué hace un hombretón como tú en un lugar como este?.
---Estoy sólo de paso.
---¿Te gustaría disfrutar de mi compañía esta noche?.

Sabía muy bien que aunque me diera el mayor asco del mundo acostarme con
esta clase de mujerzuelas, por mi propio bien debería cargar con alguna de ellas
durante el tiempo que aquí permaneciera. Sobre todo para tener contento a su
chulo generándole algo de ingresos por el servicio prestado.
---¿Eso dependerá del precio que tenga tu cuerpo?.
---No te preocupes, tú podrás pagarlo.
---Si tú lo dices, pero te advierto que sólo tengo una moneda de plata para ti.
¿Aceptas el trato?. ---Ahí estaba yo, con una moneda de plata en la mano
enseñándosela a esta y esperando una respuesta. Para mi sorpresa no me dijo
nada, simplemente la cogió y se sentó a mi lado en la mesa, momento en el que
llegó el camarero.
---¿Qué desea comer el señor?. Tenemos judías con chorizo, rico estofado de
ternera y una deliciosa tortilla.
---Tráigame una ración de judías con chorizo y una buena botella de ron, con dos
vasos.
---Cariño, tú sí que sabes pedir.

Cenamos pues al final tuve que pedirle a esa pobre desgraciada un plato de
tortilla, tan sólo por pura pena pues parecía desnutrida.
---Señorita, tan sólo por mera curiosidad. ¿Come usted todos los días?.

Se lo pregunté pues no pude menos de reprimir mi curiosidad que en pocos


instantes desde el momento en que la vi se habían convertido en una gran duda
ante el acontecimiento tan insólito que habían de ver mis viejos ojos, estaba
comiendo a destajo y sin respirar. Cogiendo los cubiertos de manera incorrecta
como si de un viejo bucanero se tratase y como una persona sin el menor indicio
de haber recibido el mínimo de educación cívica. La desgraciada debía de estar
hambrienta, además de explotada, hambrienta. Comencé a sentir pena por la
pobre muchacha, no debería de tener más de diecinueve años.
Se acercó a mi oreja y en voz muy baja me dijo:
---Me dan de comer una sola vez al día, el resto tengo que vivir de la caridad de
los clientes. Y no creas que todos son como tú, casi ninguno me invita a comer,
tan sólo a beber. Y ya no aguantaba más, necesitaba el comer más que el respirar.
---No te preocupes mujer, te entiendo. Esta noche además de comer descansarás
mejor. Podrás dormir tranquila toda la noche en mi habitación.
---Gracias señor, gracias.

Mientras cenábamos, a dos mesas de distancia se estaba jugando una partida de


póker entre tres de los chulos y un forastero, parecía muy animada. Sabía por
experiencia propia que ese tipo de timbas siempre se acababan a coces.
---Haber, hablas tú.
---Paso.
---Yo también paso.
---Yo voy, cien más.
---Tus cien y diez más.
---Voy, las veo y tus diez. ¿Qué tienes?.
---Escalera de color al rey. Dijo el forastero muy animado ante la excitación de
verse ganador.
---Ah, sí, pues qué raro porque yo tengo póker de reyes. Ya me dirás tú, ¿cómo es
posible, cuando sólo hay cuatro palos?.
---¡Tramposo!. Dijo el forastero a uno de los chulos.

Entre los tres restantes lo tiraron al suelo por osar llamar tramposo al tramposo y
lo estuvieron pateando hasta la muerte. Más tarde me enteré por el camarero que
el desgraciado se hacía llamar Weiron Smith.

Para cuando la policía del reino llegó al lugar, el cuerpo del susodicho estaba
lógicamente irreconocible, su rostro se había convertido en una masa deforme a
consecuencia del castigo recibido por parte de sus verdugos.
---¿Quién ha sido? ---preguntó uno de los agentes del reino.
---Nadie, se cayó por las escaleras sin más ---respondió el camarero.
---¡Ah, eso me había parecido a mí!. Pues como todo está en orden ayudadnos a
cargarlo en el coche de caballos.
---¿A qué academia lo van a mandar señor?. ---Preguntó el camarero.
---Creo que por el bien de la comunidad irá a la de Pride.
---Buena elección, señor.

Abrieron la puerta trasera del establecimiento, sacaron el cuerpo sin vida del
forastero y lo cargaron en el coche de caballos. Mientras, los observaba perplejo
desde una esquina justo en frente de ellos sin que pudiesen verme, gracias a la
absoluta oscuridad que me cubría. Cumplida su labor los policías sacaron sus
monederos y pagaron una moneda a cada uno de los asesinos y otra al camarero.
---¿Por qué te has interesado tanto en saber la escuela a la que vamos a llevar el
cuerpo Bartholomeu?.
---Hombre, agente usted sabe que en mi humilde casa le servimos pleitesía al
doctor Pride.
---Como debe ser Bartholomeu, como debe ser.
---Así es agente, por el bien de todos. ---Se despidieron y los agentes reanudaron
su camino.
En ese instante me pude dar cuenta que algo no iba bien en el devenir de esta
miserable ciudad de la muerte. El coche emprendió su marcha con los policías y el
cuerpo sin vida del forastero por la callejuela trasera del ratón sin cola, cuando de
improviso le salí al paso del mismo.
---Agentes he presenciado todo lo sucedido y dista mucho de lo relatado a
vuestras personas.
---¡Soooooo! ---gritaron al unísono asustados por mi repentino aparecer en la
escena.

Les costó mantener a los caballos pues por el susto estaban muy agitados, no
cesando en topar y levantarse de piernas.
---¿Estás loco forastero?, ¿es esa acaso forma de cruzarte delante de un coche?.

Me gritaron ambos asustados por la forma en que les salí al paso.


---Perdonen, es que estoy muy excitado por lo que acabo de vivir.

Bajándose uno de ellos del coche, se dirigió hacia mí y con su brazo derecho me
retiró del camino haciéndome subir a la acera.
---Aquí estaremos más seguros. Ahora dígame eso tan importante de lo que me
tenía que informar.
---Estaba en el ratón sin cola y fui testigo directo y en primera persona del
asesinato a patadas del hombre que llevan en el carro.
---Señor, ¿cómo se llama?.
---Pierre Dupont, señor.
---Es usted forastero, ¿verdad?.
---Sí señor.
---¿Usted ha presenciado la muerte de ese hombre que llevamos atrás, verdad?.-
Me dijo señalando al coche de caballos.
---Sí, fue espeluznante.
---Pues considere ese hecho como su bienvenida a esta ciudad. Todos los
forasteros que no pasan por el aro y se las quieren dar de listos acaban así.
---Pero agente yo sólo quería informarles...
---¿Está claro o se lo tenemos que explicar de otra manera, amigo Dupont? ---me
dijo mientras zarandeaba su porra contra la palma de su mano izquierda.
---Claro. Todo muy claro.
---Prosiga su camino y cuidado con lo que hace si no quiere acabar en la parte de
atrás de nuestro coche. ¿Entiende a lo que me refiero?.
---Sí.
---Buenas noches.

Se dio la vuelta y se volvió a subir al coche.


---¿Qué le pasaba a ese tipo? ---le preguntó su compañero algo excitado ante mi
reacción y la de los caballos.
---Nada, forasteros alterados por la vida de la ciudad. ---Le dijo al compañero que
siguiera, reanudando así la marcha.

Todo seguía su curso en este sistema del terror, es por ello que ya no me
extrañaba ni un poco el hecho de no ver a nadie en las calles a estas horas de la
noche. Las gentes de bien estaban en sus casas resguardándose de los peligros
de la noche en la ciudad. Y las de baja estopa se encontraban delinquiendo o
reunidos en las cantinas y posadas. Pero ambos grupos tenían en común que
ninguno de ellos salvo un inexperimentado forastero como yo se atrevería, mejor
dicho osaría a circular de noche por esas callejuelas poniendo su vida en peligro.
Callejuelas de mala muerte sin iluminación alguna, perfectas para la proliferación
de los más abyectos actos criminales. Dejé por un instante de divagar y de
hacerme fantasmagóricas ideas acerca de la ciudad, producidas en parte por la
mala experiencia vivida en el garito y luego con los policías del reino.

Me dispuse a volver a la posada para echarme a descansar, me encontraba de


pronto muy mal, cansado y con un sueño atroz. Mis extremidades inferiores de
improviso no me respondían y mis brazos me pesaban en demasía. Esta
sensación ya la había vivido antes. El estómago me ardía de forma repentina
dándome un vuelco dentro de si mismo, el dolor era intenso. Sí, esto ya lo había
vivido antes en mi existencia, me habían envenenado con la comida. No tenía la
menor duda, me estaba muriendo. Mi vista fallaba, ahora tan sólo veía unas
simples manchas emborronadas a mi alrededor. Todo me daba vueltas, estaba
muy mareado. Me fallan las piernas, caigo de rodillas. La presión que ejerce mi
cuerpo a terminado por derrumbarme. Escucho, oh sí, escucho, son las escorias
de la posada. Los mismos que asesinaron al pobre forastero, se acercan
lentamente a mí. También oigo a los agentes de antes. Están esperando a que
muera, empiezo a delirar, el dolor en mis entrañas es insoportable. Me agarro el
estómago fuertemente con mis brazos y manos para intentar apretarlo hacia
adentro para disminuir el dolor. ¡Bur!, acabo de vomitar la cena de antes, noto un
ligero alivio en mi interior. ¡Bur!, otra vez, y así otra más. Mientras en mi alrededor
siguen esperando como buitres que siguen su presa. Finalmente caigo de frente
contra el suelo, justo encima del depósito de mis entrañas.

He muerto.
Inicios

Mi nombre es Pierre Dupont, nací en Chiontia ciudad perteneciente al reino de


Kaliput en 1682, una fría mañana de otoño un veintitrés de noviembre a la siete y
cuarenta y cinco horas. De esta forma me convertía en el séptimo hijo de siete
hijos de Dominico y Cloé Dupont. Dominico era un hombre de fuerte musculatura,
alto y de proporciones hercúleas. Trabajaba como deshollinador y maestro
constructor de chimeneas desde la temprana edad de los seis años con su padre y
su abuelo paterno. Trabajo en el que el contacto directo con el humo y el carbón
eran su día a día. Esto a lo largo de los años le había acarreado los mismos
problemas respiratorios por los que habían fallecido con anterioridad ambos
congéneres a muy temprana edad. Era un trabajo muy duro y más para una
persona que estaba enferma en el grado que él lo padecía. Muchas familias al
escucharlo toser más de la cuenta decidían prescindir de sus servicios por temor a
ser contagiados de su mal. Esta situación lo llevó al borde de un abismo personal
en el que se llegó a ver sin trabajo alguno gracias al boca a boca y los rumores
sobre su estado de salud por parte de las malas lenguas de la ciudad. La verdad
tenía que ser dicha, tenía los días contados cuando yo nací. Cada vez que tosía la
sangre brotaba desde los pulmones hasta su boca llenando de fluido rojo el
pañuelo que llevaba consigo para limpiarse. Según avanzaba el tiempo le costaba
más poder ocultar su mal a los demás, su cuerpo comenzó a perder musculatura
de forma involuntaria. Debido al no poder descansar durante las noches por la
dichosa tos producida por la falta de aire en sus pulmones.

Ante esta situación los acontecimientos lo impulsaron a cometer pequeños hurtos


en las pocas casas de los clientes que aún confiaban en él. No tardaron sus actos
en ser denunciados a las autoridades, siendo arrestado cuando yo contaba con
tan sólo unos pocos meses de vida. Razón ésta por la que fue juzgado y
condenado a prisión a perpetuidad donde fallecería a los dos meses de haber
ingresado. No era de extrañar su repentina muerte recluido en un lugar húmedo y
sin calor padeciendo una enfermedad tan terrible como la tisis.

Mis hermanos y yo crecíamos gracias al puesto que regentaba mi madre en la


plaza del mercado de la ciudad. Allí la joven viuda de treinta años vendía pescado
y también su cuerpo por una miseria.

La situación familiar con el paso del tiempo se hizo más y más insostenible,
agravando las condiciones de vida debido en parte a que no había suficiente
dinero para mantener a la familia después del fallecimiento de mi padre. Pero por
otro lado estas malas condiciones la habían mermado por otro lado, los hijos
mayores que ahora deberían de estar trabajando para poder ayudar habían
muerto víctimas de la mala vida y de los malos hábitos alimentarios que llevaba la
familia al completo. Cuando contaba con tan sólo cuatro años de edad, era el hijo
pequeño de tres hermanos. Los cuatro mayores habían fallecido. Mi infancia
estuvo marcada por la más absoluta de las miserias y con la muerte siempre
presente con su cruel y fría guadaña siempre en alto para caer sobre nosotros en
cualquier momento.

Al cumplir los seis años de edad comencé a sentirme mal hasta que al final caí
muy enfermo. El ambiente pernicioso de la ciudad, junto con la mala alimentación
y el constante respirar del carbón para dar calor al hogar habían terminado con
mis pocas, escasas y débiles defensas de niño mal nutrido. Caí letalmente
enfermo de tisis y escorbuto, no se esperaba nada bueno para mí, es más mi fin
se antojaba duro y muy doloroso. Tan sólo le quedaba a mi madre encomendarse
a la suerte para que me salvara. Pasaba las noches junto a mi lecho y los días
trabajando en la plaza llorando, sabía que en cualquier momento alguno de mis
hermanos iría a avisarla para decirle su niño pequeño había muerto. Ya por
entonces me había separado de mis hermanos para evitarles el posible
contagio. Me encontraba sólo en una habitación de la casa por la que no veía
nada más que las ramas altas de unos árboles que la pequeña ventana me
enseñaba del mundo exterior. Estaba bien tapado y con una leve pero constante
chimenea que mi madre me avivaba por las mañanas antes de ir al trabajo y por
las noches cuando volvía del mismo. Siempre tenía frío, me tapara lo que me
tapara, daba igual.

Todo en la familia iba a cambiar cuando mi madre en una de sus incursiones en la


prostitución se vio envuelta en un crimen del que ella no era culpable pero del que
la culparon. Fue condenada a muerte por ahorcamiento. Quedamos destrozados
por la desgracia, huérfanos, yo moribundo y sin nadie para cuidarme.

Cuando la casa fue desalojada íbamos a ser entregados al orfanato municipal, un


lugar donde los abusos físicos y sexuales por parte de los mayores y el personal
eran el día a día. Pero la suerte nos iba a cambiar para siempre sin nosotros
saberlo.

Tuvimos la gran fortuna, que un antiguo amigo de la familia, al que conocíamos


cariñosamente como el tío Marcel nos acogió en adopción a todos. Era natural de
Ipsitud, la bella ciudad de verdes prados y aire saludable provenientes del mar,
ubicada en la zona más al este del reino. Era sin duda un ambiente ideal para
recuperar nuestra débil salud pues tan sólo éramos unas criaturas de ocho, siete y
seis años. Aunque a mí se me daba casi por perdido, los tíos Marcel y Nicolina me
cuidaron con el mayor esmero y me proporcionaron los más caros y mejores
remedios y medicamentos de la época para que pudiese luchar hasta el final de
mis fuerzas.

Cabe recordar que los tíos eran personas respetables y de dinero, ambos eran
exploradores y aventureros de gran fama no sólo en el reino sino también en
muchos otros lugares, que habían hecho su fortuna gracias a las hazañas
realizadas y a los innumerables tesoros que habían recuperado del olvido del
tiempo. Pero cabe destacar que siempre dentro de lo bueno suele haber algo
malo, y en este caso era que no podían tener hijos propios. Ambos estuvieron
sometidos a fuerzas malignas desconocidas en una de sus muchas aventuras y
perdieron el don de dar la vida. Fue una gran desgracia para ellos pero la mala
providencia hizo que sus amigos de Anchosfira fallecieran tan jóvenes dejando al
desamparo a tres niños. Para ellos el poder ayudar a criar a los que ellos
consideraban sus sobrinos les brindó una segunda oportunidad en la vida de
sentirse como los padres que nunca hubieran sido.

Marcel buscaba y buscaba junto con Nicolina en sus libros antídotos para salvar
mi vida. Pero el tiempo se les hecho encima de improviso y sin avisar. La tarde del
trece de octubre de 1688, caía gravemente enfermo entrando así en fase terminal
de mi enfermedad. Era cuestión de minutos o segundos, quien podía saberlo, para
el fatal desenlace. Marcel había estado estudiando en unos libros antiguos de
culturas ya desaparecidas de los tiempos de las cavernas, unos antiguos rituales
para hacer que el cuerpo y el alma nunca se separaran. Manteniendo de esta
forma la dualidad cuerpo-alma por toda la eternidad. Impidiendo la desintegración
del cuerpo físico alimentado por el alma inmortal que no podía escapar nunca más
de su prisión física. El ritual se denominaba: “el alma fría”. Este consistía en la
creencia que el alma no podría abandonar nunca el cuerpo físico en el que se
practicara el ritual por el terrible frío que ello le supondría. Por esta razón siempre
que el cuerpo físico muriese el cuerpo por muy dañado que esté gracias a la
necesidad del alma de tenerlo que usar como refugio del frío exterior, lo
reconstruirá una y otra vez por siempre y para siempre. Porque el alma es pura
energía, no se puede crear ni destruir tan sólo transformar.

El ritual consistía en hacerme unos dibujos con el hueso de una costilla de cerdo
en el pecho, marcándolos bien hondos hasta que brotase sangre de los contornos
del dibujo. Una vez que la sangre comenzara a brotar había que invocar el ritual
del frío eterno mediante las siguientes palabras: “Okolp seplio furo besu aie”. Una
y otra vez sin parar hasta que la sangre se cortara de raíz, esa sería la señal de
que el ritual había tenido éxito.

Ya me encontraba inhalando las últimas bocanadas de aire de mi vida mortal, ese


era el momento del ritual. Se me abrió la camisa, despejándome el pecho de ropa
y los dibujos uno a uno fueron hechos sobre mi cuerpo. La sangre brotó y brotó,
no notaba nada en esos momentos estaba inconsciente, mientras, al mismo
tiempo los tíos recitaban de forma perfecta y continuada las palabras mágicas del
ritual del frío. Pasados unos dos minutos de lucha con la muerte, la sangre dejó de
brotar, había muerto. El ritual había salido mal. Me limpiaron, me volvieron a poner
la camisa del pijama bien amarrada y dejaron mi cuerpo inerte y sin vida
reposando en la cama. Todo había terminado para mí de la peor manera posible,
el niño se les había muerto en sus brazos. Bajaron las escaleras de la planta alta
donde se ubicaban todos los dormitorios de la casa y se sentaron en el salón a
meditar lo sucedido. Marcel sirvió para ambos una copa del más añejo coñac,
sorbió un poco y se sentó en su gran butacón acompañado de su esposa. Miraban
el horizonte que le brindaban las vistas desde la ventana del salón, su mirada
estaba perdida en el horizonte lejano allá donde se encuentra la línea del mar
cuando miramos. Pero no estaban viendo lo que les acontecía delante de sus
ojos, simplemente estaban pensando en el niño que se les acababa de morir. Las
lágrimas le comenzaron a brotar, les acabó inundando los ojos provocando que
cayeran por sus mejillas hacia abajo, cada vez que se acordaba de mí.
---Que mala vida vivió y que poco lo hizo, huérfano, perdió a su padre sin tener la
oportunidad si quiera de hablar nunca con él, perdió a la madre y ahora muere con
tan sólo seis años. ¿Qué vida es esta? ---le dijo Marcel a su esposa.

Mientras en el piso de arriba, en la habitación donde habían dejado mi cuerpo, un


extraño suceso estaba aconteciendo, era la segunda parte del ritual del frío que
los antiguos manuscritos no mencionaban. El alma que por naturaleza común
tiende a abandonar el cuerpo al morir este, estaba regresando a él en busca del
calor. Penetró en mi cuerpo marchito y sin vida a través de mi boca, bajándome
hasta los pulmones provocando de nuevo el funcionamiento de los mismos
haciéndome respirar. El cuerpo se me retorció de forma monstruosa y un ruido
cacofónico resopló desde mis entrañas: ¡aaaaaaaaaaarrrrrrrrrrr!. Resonó
retumbando por toda la casa despertando la curiosidad de Marcel y Nicolina que
corrieron apresurados a la habitación donde me habían dejado sin vida minutos
antes.

A consecuencia de la respiración la vida volvió a mi cuerpo haciendo funcionar de


nuevo mi corazón y mis órganos internos, estaba vivo. El ritual había funcionado.

Marcel y Nicolina abrieron de sopetón la puerta que minutos antes habían cerrado
dejando tras de ella dolor y sufrimiento, entraron en la habitación y descubrieron
como estaba vivo. Incluso había recuperado la coloración en mi semblante.
---¿Cómo te encuentras? ---me preguntó Marcel.
---Bien, mejor que nunca. ¿Qué me ha pasado?. Estaba perdido en la noche más
oscura y de repente algo tiró arrastrándome en contra de mi voluntad a la mayor
de las claridades...
---No temas más por la oscuridad. Tú nunca más morarás por ella.
En el presente

-¡Aaaaaaarrrrrrrr!.

Mi alma volvió a su cuerpo haciéndome despertar de nuevo. Estaba siendo


transportado en un coche de caballos, notaba el traqueteo de las ruedas en el
contacto con las diferentes superficies adoquinadas del suelo de la ciudad en la
madera de las ruedas. Oía como los conductores hablaban entre ellos discutiendo
el lugar al que llevarnos. Estaba tumbado al lado del forastero asesinado en la
partida de póker.
-El mejor lugar, la escuela de Pride. ¿O no?.
-Sí, definitivamente creo que es la mejor opción.
-Lo único que sé es que si no es la mejor opción es la única que no nos costará la
vida. El señor Pride, es el que maneja todos los hilos en la ciudad y si se entera de
una traición por nuestra parte nos hará acabar en su morgue.

No me cabía ninguna duda, eran los policías del reino con los que había hablado
anteriormente, los mismos que recogieron el cuerpo del forastero en el ratón sin
cola. Al oírlos hablar pude deducir que el tal Pride era el jefe de la banda de
mangantes y asesinos que estaban surtiendo a todas las escuelas de la ciudad. Mi
intuición me dice que no tardando mucho iba a dar con el cabecilla de la banda. Al
cabo de cinco minutos noté como el coche giró una vez a la derecha y otra a la
izquierda para luego parar.
-Llegamos, avisa en la puerta.

Tocaron en la puerta dos toques rápidos y tres lentos, tendría que ser una señal
pactada. La puerta se abrió de inmediato dejando escapar un ligero tufillo a formol.
Por ella asomó un viejo, de gran tamaño y no menor barriga, cabellos largos
blancos mal cuidados a juego con una barba de una semana y un grandioso
bigote. Vestía camisa blanca con las mangas remangadas hasta los codos,
pantalón negro y un gran mandil de cuero.
-Ja, ja, ja, ¿qué traéis esta vez muchachos?.
-Dos cuerpos de forasteros para el señor Pride.
-¿Se pasaron de listos, no?. Ja, ja, ja.
-No sabes tú bien, uno haciendo trampas con las cartas en el ratón sin cola...
-¿En el ratón sin cola?. Ja, ja, ja, que pardillo. Ja, ja, ja.
-Y el otro denunciando el asesinato del anterior.
-Ja, ja, ja. Un par de tunantes metomentodo, sí señor. Ja, ja, ja.
-Sí, démonos prisa no queremos que se nos haga tarde para volver.

Venían en dirección al carro para recoger nuestros cuerpos. No cabía la menor de


las dudas, era una banda organizada que actuaba desde la posada,
aprovisionando a las escuelas con los cuerpos de los forasteros. Por la
información que había podido recabar hasta ahora la escuela de Pride era la que
disponía siempre de más cuerpos para sus estudiantes, razón ésta que le
beneficiaba a la hora de obtener un mayor número de matrículas que las del resto
de la ciudad. Lo más normal que puede pensar uno es que la escuela Pride era la
que más le pagaba a los donantes y procuradores de cuerpos pero esto estaba
muy lejos de reflejar la verdad de los hechos. No era la que más pagase, ni tan
siquiera la que mejor enseñase, simplemente era la escuela de una banda muy
bien organizada que habían llegado a la ciudad hacía cosa de un año y medio
para asentar su reinado de terror, movidos por el creciente auge de este tipo de
escuelas y en la que estaban implicados muchos escalafones de la sociedad de
Yuitad.
Un criminal llamado Antoine Verdux

Habiendo perpetrado un robo poco tiempo atrás en su país natal se veía obligado
a abandonarlo para no perder la cabeza. Estaba buscando la manera de encontrar
un medio para poder invertir el motín robado y hacerse rápidamente con
beneficios. Es esta la manera con la que Pride, que siempre había sido un
desgraciado ladronzuelo y poco más que un sucio ratero, había hecho fortuna.
Pero dentro de ese proceso y en su último delito cometió el error de probar la
sangre, tan sólo veinticuatro meses atrás era un simple ratero al que se le podía
perdonar la vida. Pero el día que decidió entrar en la mansión Hogan´s, ese día
quedó sentenciado a muerte. Los Hogan eran dueños en la ciudad de Manto, en el
reino vecino de Cutdellé, de una gran plantación de tabaco. Eran ricos pero los
buenos tiempos para ellos estaban cambiando de rumbo, era más lo que
intentaban aparentar que lo que realmente tenían. Tan sólo por razón de estatus
social debían de seguir aparentando lo que ya no eran. Pensaban que hasta que
no se fundiera la herencia del viejo patriarca fallecido el otoño anterior, nadie se
daría cuenta de ello. Pero al perro flaco todas las pulgas se le pegan, es esta la
razón por la que el amigo Antoine Verdux, actualmente conocido como Pride había
emigrado hasta la localidad. Su intención era asaltar la vivienda y hacerse con
todo el botín posible.

¿Qué cómo se enteró que el dinero y las propiedades de valor estaban en la


mansión familiar?. Fácil, el primogénito de la familia se lo dijo. ¿El por qué?,
estaba celoso de sus dos hermanas y su madre, no aprobaba la manera en que
gastaban el dinero que por ley era de su propiedad de la herencia del legado de su
padre. Según él era hora de que las dos princesas hubieran cogido vuelo hace
mucho pero que muuucho tiempo. Deberían de haberse casado y ser mantenidas
por un marido que les pagase todos los caprichos y no gastando su herencia. Él
sabía que si no paraba esta situación lo antes posibles su herencia volaría
rápidamente, y luego, sólo luego que eso sucediese las dos arpías se irían
dejando la ruina y las deudas a su legítimo heredero que no era otro que él. Trazó
un plan con Verdux para que entrara en la casa y las aniquilara a todas, incluida
su madre. Él en ese preciso momento antes que escapara le tendría preparado el
medio de fuga cargado del botín que habían tratado. Pero no sabía que lo único
que le interesaba a Verdux era el botín, no quería verse implicado en el asesinato
de nadie.

El día acordado Verdux alrededor de las once de la noche se coló en la propiedad


familiar por la puerta de servicio que su cómplice le había dejado entreabierta.
Pero este desgraciado no contaba con que Verdux no era tan tonto como él creía y
que había pagado con pequeñas condenas sus fallos y traiciones anteriores por
confiar en los demás. Verdux dudaba de todos y de todo. Con la mala idea que lo
caracterizaba, lo primero que hizo al llegar a la propiedad fue ir directo a recoger
su medio de escape, que le aportaba su parte del botín acordado con la intención
de escapar y no verse envuelto en ningún crimen. Al llegar a las cuadras y no
verlo, enfurecido se dirigió hacia la casa para pedir explicaciones.
Tendido en su cama y fumando reposaba la cena el señor Hogan, totalmente
ajeno a la barbarie que se avecinaba en las habitaciones contiguas a la del. Pero
le estaba resultando extraño no escuchar el mínimo de alboroto. Tendría que ser
muy bueno, se dijo para si mismo. Momento este en que su puerta se entre abrió
y de su sorpresa de la cama se reincorporó rápidamente. Verdux acababa de
entrar en sus aposentos.
-¿Ya hiciste tú trabajo? - le preguntó con un tono de superioridad y mostrando su
enfado por la violación de su intimidad.
-Estoy en ello.
-¿Cuantas has matado ya?.
-A ninguna.
-¿Por qué, si puede saberse? - le dijo en tono reprobatorio.
-Porque no soy tonto y lo primero que he hecho fue ir a comprobar mi medio de
escape y no estaba preparado. A mí la traición no me gusta, es por ella que he
pasado bastante tiempo a la sombra. Donde me juré que a partir de ese momento
la traición en mi vida sería saldada con la muerte.
-Hombre no te pongas así, yo pensaba darte el dinero cuando acabaras tu trabajo.
-Claro, Claro. Cuando acabara, cómo no se me habría ocurrido antes. ¡Ay, esta
cabeza mía!. Primero las liquido y luego paso por caja. Eso no fue lo acordado y a
mí nadie me la juega.
-¿Entendido?.

Sin mediar más palabras se giró de espaldas a el traidor, controlándolo por el


rabillo del ojo a través del espejo de la alcoba. Sacó lentamente del regazo su
navaja plegable, que mantenía oculta con el cinturón. Mientras la desplegaba el
traidor le daba, le divagaba y le explicaba el porqué de las cosas que había hecho.
Él le respondía a todo en tono displicente: hombre razón tienes y como no se me
había ocurrido a mi antes. Hasta que la vena se le hinchó en la frente, no
cesándole de palpitar; ¡bum!, ¡bum!, ¡bum!... Estaba cada vez más frenético y
nervioso pasando por su mente todas las anteriores traiciones por las que había
tenido que pagar. Ese era el rasgo asesino que lo acompañaría el resto de sus
días antes de matar a alguien. Se giró estirando el brazo y extendiendo la navaja
para cortar todo a su paso, de una rápida pasada le rajó los ojos de lado a lado, la
siguiente pasada con la mano medio suelta como si de un experto asesino se
tratara le hizo el recorrido de forma contraria a la anterior de izquierda a derecha
cortándole parte del pómulo derecho y los labios justo en su unión. Y justo cuando
el golpe final fue asestado de derecha a izquierda y con más velocidad e
induciéndole una mayor precisión y presión a la ejecución, la garganta a la altura
de la yugular junto con la tráquea fueron seccionadas. De la velocidad
imprimida en los gestos el asesinado no pudo ni reaccionar de forma
involuntaria, ni para taparse los ojos. La cabeza tan sólo le colgaba por la columna
vertebral, la sangre brotaba a presión contra todos los lugares y paredes de la
alcoba.
-En mi vida la traición se paga con la muerte - le dijo Verdux a su víctima mientras
agonizaba. Antoine Verdux había tenido su bautismo de sangre, desde ese
momento había dejado de ser un sucio ratero para convertirse en un fino y experto
asesino. Su ejecución había sido sublime y digna de los mejores maestros del
crimen.
Presente

Ya estaban llegando al coche, me hice el muerto para que me llevaran al interior


del edificio donde se encontraba el cuartel general de la banda. Los policías del
reino junto con el viejo borracho y apestoso de la morgue habían llegado al coche,
destaparon nuestros cuerpos.
-Ja, ja, ja. No me digáis cual es el gracioso y cual el chivato. Ja, ja, ja. Como para
no saberlos distinguir. Ja, ja, ja.
-La bella modelo era el gracioso y la otra la chivata.

El viejo realmente apestaba a cordero, este no se había bañado en años. Gracias


al fuerte olor a whisky que emanaba de sus entrañas a través de su boca podía
soportar el tufo que arrastraba con él.
-Pero, ¿por qué vamos a cargar desde tan lejos los cuerpos?. Traed el coche
hasta la puerta.

Movieron el coche hasta la puerta de la morgue, el viejo salió con una carretilla
donde nos transportaron a ambos, primero al otro y luego a mí. Nos tendieron en
lo alto de unos nichos de piedra fríos. La Morgue era de unos diez metros de larga
por unos ocho de ancha, tenía dos puertas una daba a la calle, la habían cerrado y
era por la que me habían metido. La otra daba a una estancia de la vivienda y
estaba abierta e iluminada, allí se encontraban los tres hombres discutiendo de
sus asuntos, pero por lo poco que podía oír deduje que era ajustando sus salarios.
-Os lo apunto en vuestro listado, estáis arrasando a los demás, ¿eh?.
-Hombre, modestia aparte es que nos ha tocado el turno de noche, es lógica tanta
actividad. Y más desde que la banda se ha extendido por las ciudades vecinas.
-¡Oh, ese ha sido todo un acierto del jefe!, ja, ja, ja.
-¿Pero que hacen los de los alrededores para mandarnos toda esa cantidad de
forasteros?.
-Ja, ja, ja. Simplemente los engañan vendiéndoles que aquí hay de todo o más
para todo el que quiera. Ja, ja, ja.
-Pero cómo hay tanto idiota, no lo entiendo.
-Yo te lo explicaré estúpido. Dijo de repente una voz nueva, que no había oído
hasta ahora, en tono alterado.
-Señor, lo siento. ¿Qué le pasa?.
-Pero como te atreves a preguntarme que qué me pasa, es que tu inteligencia no
te da para más, ¿o qué?.
-Señor, usted me disculpará, pero todavía no sé a qué se refiere.
-Es inútil, te lo diré de forma directa. Has traído un cuerpo de un forastero
envenenado de forma directa sin antes pasar por el depósito general. ¿Cómo has
hecho eso?.
-Pensé que era dinero que le ahorraría, señor.
-Pensé, pensé. Tú no estás para pensar para eso estoy yo. Tú estás para
obedecer y punto.
-Pero con la de crímenes que está habiendo en la ciudad últimamente, ¿quién va
a notar nada?.
-Imbécil, si algún estudiante observa que el individuo no tiene ninguna señal de
violencia podrá dudar de la procedencia del cuerpo y a lo mejor incluso
denunciarlo.
-Pero ese asunto está solucionado, señor.
-No te confíes nunca de las autoridades cuando delincas, es el consejo que te doy.
-Entonces tenemos el derecho de apuntarnos al forastero envenenado en nuestra
lista o lo devolvemos al depósito general.
-Dejadme que le eche un vistazo y luego os diré.

No cabía duda, había sido engañado desde el principio por toda la banda de Pride.
Desde que hablé con aquellas gentes mientras vagaba por el reino que propició mi
llegada a Yuitad hasta mi entrada en el ratón sin cola, donde fui envenenado para
luego acabar en esta morgue. Pobre destino el de aquellas gentes que habían
acabado su camino en las manos de estos monstruos. Tenía que acabar con este
asunto la solución era eliminando a su cabecilla. Para mí fortuna viene hacía aquí
a verme. La providencia se ha aliado en torno mío para evitar más muertes.

Cerré mis ojos y me hice el muerto aguantando la respiración lo más que pude. El
señor Pride se acercó a mí y cogiendo la sábana blanca por el extremo con sus
finos dedos me destapo hasta la cintura.
-Estúpidos, inútiles, imbéciles. ¿Cómo es posible que se atrevan a poner mi vida
en juego con un cadáver así, sin un sólo rasguño?. ¡Arrrrr!.
-Eso puede ser porque no estoy muerto señor Pride. ---Pride dio un salto hacia
atrás y gritó del susto:
-¡Aaaahiiii!, mi corazón - y acercándose de nuevo a mí me dijo: - ¿Qué clase de
broma es esta?.
-No es ninguna broma señor, es simplemente tu sentencia de muerte.

Estirando mis brazos le cogí el cuello con ambas manos y le apreté y apreté hasta
que no pudo resistirse más. Pride había muerto, ajusticiado por uno de los
cadáveres de su morgue. ¿Qué irónico, verdad?. Acto seguido intercambié
nuestras ropas. Y con ayuda del material quirúrgico de su morgue le practiqué
unos ligeros cortes en el rostro, le saqué los ojos y le extraje algunas piezas
dentales. ¿Para qué todo esto?, ya lo veréis.

Por el mismo sitio que me habían metido salí de la escuela Pride, para no volver
jamás.

Al día siguiente los alumnos contaban con dos cadáveres relativamente frescos
para sus prácticas supuestamente de dos forasteros no identificados.

Pride fue descuartizado, diseccionado, observado al microscopio, quemado y


finalmente arrojado a la basura por sus propios alumnos.
Leivatrusna 1798

Era la ciudad más grande del reino de Kaliput y la más rica de las cinco que lo
forman. Es una tierra en su mayor superficie virgen, totalmente cubierta de una
frondosa y espesa vegetación principalmente líquenes, helechos y pinos. Es por
ello y la fauna que hacen del paisaje un entorno ideal para poder sobrevivir a las
hambrunas que asolan a las ciudades del reino. Pero peligroso por los grupos de
bandoleros, zíngaros, quincalleros y fugitivos, llegados de todas las partes
inimaginables huyendo de la hambruna de sus tierras. Estas son gentes que no
dudan un sólo instante en matarte para despojarte de lo poco que lleves encima.
Razón ésta por la que hay que tener muchísima precaución a la hora de
desenvolverse por este inhóspito territorio y extremar la precaución en cada
pisada que uno da. Mirar, escuchar y luego caminar, estas son las principales
directrices que hay que seguir para poder sobrevivir en estos páramos en los que
la policía del reino no tiene presencia alguna. Principalmente siempre voy
especialmente preparado para la acción, más cuando te dedicas a rastrear
asesinos.
En el pasado

-Pierre tú tienes un gran don que debes aprovechar, esa es la razón por la que te
preparo con muchísimo más esmero que a tus hermanos. ¿Lo comprendes?.
-Sí tío Marcel, pero quiero ir a jugar con ellos. ¿Puedo?.
-¿Y si te cuento una historia, te quedarías?.
-Sí tío, sí. Cuéntamela por favor. ¿Trata de princesas o tal vez de monstruos que
comen gente?.
-No Pierre, trata de la vida misma. Te gustará, se titula “la botella de Karin”,
escucha:

Hace mucho, pero que mucho tiempo un antiguo marchante según cuenta la
leyenda, llegó a la ciudad acompañado por dos mulas que cargaban con un
montón de tinajas. El hombrecillo de aspecto diáfano era un tanto peculiar. Vestía
una larga chilaba verde y calzaba unas extrañas zapatillas doradas muy brillantes.
Con un pelo negro corto muy brillante e intenso que no cuadraban con su edad.
Unos grandes ojos negros con mirada muy profunda que se posaban sobre ti y te
llegaban a incomodar. Escuálido cual si llevase un huésped en sus entrañas.
Aquella mañana a muy temprana hora cuando llegó al pueblo, acomodó sus
carros y comenzó su retahíla para atraer la atención de los compradores.
-Es bueno, de altísima calidad. No encontrarás nada igual en ningún otro lugar en
tu corta vida. Nunca podrás llegar a su lugar de procedencia por mucho que te
propongas ir, por mucho que nunca más pares a descansar. Pues mil años como
yo deberás caminar. ---Decía una y otra vez.

El pobre hombre podría decir todos los cuentos de vendedor habidos y por
inventar aún pero no le valieron de nada, al terminar el día no había vendido ni
una mísera tinaja. No es que fueran de mala calidad, pero tenía algo que asustaba
a los compradores. Al final de la jornada entabló una apacible conversación con
otro vendedor del lugar, en su tienda de antigüedades. Él hacía llamarse Abdul, el
grande. Parecía un hombre muy culto y educado, fino en sus maneras y muy
versado. Cuando le propuso hacer un trato al otro vendedor, este aceptó de
inmediato sin ni siquiera antes haberlo escuchado, poseía el don de la oratoria.
El trato consistía en cambiarle todas sus pertenencias después del día tan malo
que había tenido a cambio de una vieja botella desgastada de cristal con un tapón
dorado que este tenía en una de mis vitrinas.
-¿Me darías todo, pero lo que es todo sólo por una simple y cochambrosa botella?
-le preguntó.
-Sí, te daría todo por ella hasta mi vida si pudiera.
-¿Pero por qué harías eso?, quiero saberlo, mi curiosidad tiene que ser saciada.
-Después de estar caminando sin descanso por más de mil años, uno se merece
tener una casa en la que poder descansar.
-¿Cómo dices?, eso es todo lo que me vas a decir. ¿Cómo que llevas caminando
más de mil años?, ¿pero tú estás loco o qué te pasa?.
-Para nada, tú has preguntado y yo te he respondido.
-Y eso es lo que me tenías que decir, ¿y el resto de la historia?.
-¿Quieres oírla de veras?.
-Pues claro que quiero, o es que no se nota que estoy impaciente por escucharla.
-La historia y las tinajas, por la botella. ¿Aceptas?.
-Claro que sí.
-Bueno pues allá va, Hace más de mil años yo era un hombre muy poderoso pero
no era feliz. El simple hecho de saber que tenía que morir como un ser humano
cualquiera me obsesionaba a la vez que me desesperaba. Por esta razón
comencé a buscar la manera de poder conseguir la inmortalidad pues sólo así
podría disfrutar eternamente de mis propiedades terrenales. Probé todos los
métodos, conjuros y mejunjes existentes desde el albor de los tiempos e incluso
improvisé con mis propios medios. Desde la magia blanca hasta los más abyectos
y viles conjuros de magia negra jamás creados por el hombre y los demonios.
Todo para nada, jamás obtuve resultado satisfactorio alguno.

Hasta que un día llegó un hombre a mi palacio, se presentó como Karin. Era de
rasgos varoniles y muy llamativos, de largos cabellos negros como la brea, unos
bonitos ojos marrones muy claros, una larga y fina barba negra acabada en punta.
Al presentarse ante mí me dijo:
-¡O amo de estas amarillas y prósperas tierras!, he oído hablar por lejanos lugares
que en estos lares hay un señor que lleva mucho tiempo buscando la inmortalidad.
-Has escuchado bien joven Karin, pero una sola cosa te diré, si tu empresa
resultase infructuosa, tu cabeza con una cimitarra mandaré rebanar. Pero si por el
contrario tus actos a mi propósito ayudan, de oro te cubriré hasta que por el peso
no puedas respirar.
-Veo por vuestras emociones e intuyo por vuestras palabras que la inmortalidad
deseáis con todas vuestras energías.
-Así es, ¿qué me ofrecéis pues, me ayudáis o cesáis en vuestro propósito por
miedo a perder vuestra cabeza?.
-No, en absoluto cesaré de mi propósito. Pero debo advertiros algo antes de
proporcionaros el don de la vida eterna. Debéis de tener en cuenta que este don
no se sabe que se tiene hasta pasado mucho tiempo, con ello os quiero decir que
por mucho que yo os lo conceda ahora mismo no os daréis cuenta de que
realmente lo poseéis hasta que la desgracia asole a vuestra vida.
-¿Me estás tratando de decir, que te llevarás mi oro sin que yo note nada del don,
hasta a saber cuándo?.
-Exacto, tiene que tener fe. Cuando os conceda el don, yo tan sólo quiero que me
dejéis descansar por el resto de la eternidad, en una bonita botella del más fino
cristal labrado por los mejores artesanos de vuestros dominios y que con un tapón
del más fino oro la selléis, vos mismo en persona. Luego deberéis mandar a uno
de vuestros guardianes a que la entierre en un lugar al azar del desierto.
-¿Tan sólo le pides eso a un hombre tan rico y poderoso como yo?.
-Sí, pero además, si para cuando esta bendición que os conceda se os quede
pequeña, si encontráis la botella os concederé tres deseos. Pero tened en cuenta
las siguientes: nunca os podré conceder el deseo de volver a ser mortal, ni uno
que sirva para volver a traer a los fallecidos a la vida y sobre todo nunca os podré
devolver la felicidad una vez que la halláis perdido.
-¿Y para qué quiero eso una vez que viva eternamente?.
-Nunca se sabe, señor.

Ordené la elaboración de la botella con las especificaciones justas que el joven


Karin me fijó. Una semana después del encargo estaba terminada según las
especificaciones que le había añadido yo para si se daba el caso en un futuro
identificarla del resto de botellas. Ordené llamar a Karin ante mi presencia.
-Aquí tienes la botella tal y como indicaste, bellamente labrada por mis mejores
artesanos con el mejor y más fino cristal de mis tierras y un bonito tapón de oro
para coronarla.
-Muy bien, ahora me meteré dentro de ella y luego vos y nadie más que vos la
cerraréis. Luego ordenaréis a uno de vuestros guardias que la entierre...
-¡Eh!, ¿y qué hay de lo mío?. Teníamos un trato.
-No os preocupéis pues una vez que la botella haya sido enterrada, vos seréis
inmortal desde ese mismo instante.
-Que así sea.

En aquel momento abrí la botella, el joven se transformó en una neblina que


rápidamente penetró en ella, la cerré y ordené que la enterraran. Cuando el
guardián volvió del desierto quiso comunicarme donde lo había hecho, pero yo con
mi arrogancia le dije que no me interesaba y que lo único que quería era
deshacerme de ella. De esa forma, le perdí la pista para siempre y con ello
comenzó mi calvario.
-¿Por qué?. Le pregunto el vendedor.
-Porque cuando comencé a ser consciente de la inmortalidad fue muy tarde para
poder hacer algo. En cuestión de unos años, que para mí se habían convertido en
nada, todos mis seres queridos y amigos envejecieron a mi alrededor, y yo seguía
igual de joven que el día que Karin entró en la botella. Con el paso del tiempo
fueron muriendo uno tras otro, primero mis padres, luego mi mujer y finalmente
mis siete hijos. Para luego ir muriendo los hijos de mis hijos, después los hijos de
los hijos de mis hijos y así hasta que fui testigo de cómo mi estirpe quedó tan sólo
reducida a mí.
-¿Pero cómo es posible que nunca más buscaras la botella para hacer uso de los
tres deseos?.
-¿Por qué crees que estoy aquí, contándote la historia de mi vida?. Es parte de
mi condena eterna por haberme convertido en un Dios. Llevo más de mil años
herrando por los desiertos que antes fueron mis dominios, haciendo hoyos a ver si
la encuentro. Tanto esfuerzo para que hoy, sin más, la encontrara expuesta en tu
tienda. ¿Cuánto hace que la tienes?.
-Muchísimos años, desde que abrí la tienda hace treinta y cinco años. Nunca le
había interesado a nadie lo más mínimo. ¿Pero no me digas que es esa la botella
que andabas buscando?.
-Sí, esa es.

Le hice entrega de la botella que tanto llevaba buscando y él a su vez me entregó


todas las pertenencias que tenía. Abrió la botella en mi presencia y de ella salió la
neblina que más de diez siglos atrás había entrado a reposar en su interior.
-Nos volvemos a encontrar mi señor. ¿Cuánto tiempo ha pasado?.
-Mil años.
-¿Estáis convencido ahora que sois inmortal?.
-Sí pero, ¿recuerdas que me prometiste antes de entrar en la botella hace tanto
tiempo?.
-Recuerdo todo cuanto prometo, os dije que si me volvías a encontrar os
concedería tres deseos, pero que nunca podría volver a haceros mortal, ni
devolver a los muertos a la vida y nunca podré devolveros la felicidad perdida.
-Eso es y por ello quiero hacer uso de ellos.
-¿Qué es lo que deseáis en primer lugar?.
-Quiero volver al día en que te conocí, justo antes de que te hicieran pasar ante mi
presencia.
-¡Que así sea!.

En ese instante estábamos otra vez en el salón principal de mi palacio, sentado en


mi trono y con toda mi familia presente. Todos estaban vivos, aún la muerte no se
había cobrado ninguna víctima.
-Ahora que el primer deseo ha sido utilizado, ¿qué deseáis en segundo lugar?.
-Deseo que mi estirpe nunca desaparezca para así mantener mi legado.
-¡Que así sea!. Agotado tu segundo deseo te queda el tercero y último. ¿Cuál es tu
último deseo, o mi señor?.
-Deseo cambiar mi destino y lugar por el del tendero que me devolvió la botella,
que así adquiera mi lugar en esta historia y por lo tanto mi inmortalidad.
-Pero eso no puede ser, me has engañado...
-No estoy engañando a nadie pues ninguna de las normas que me impusiste para
el trato estoy incumpliendo, así que cumple tu palabra como yo lo he hecho.
-¡Que así sea! - dijo Karin con tono de desacuerdo.

Una vez concedido el último deseo, el joven Karin del presente desapareció pero
era cuestión de segundos que el del pasado llegara a palacio para ofrecer la
inmortalidad al nuevo huésped. Y así fue.
-¡O amo de estas amarillas y prósperas tierras!, he oído hablar por lejanos lugares
que en estos lares hay un señor que lleva mucho tiempo buscando la inmortalidad.
-Has escuchado bien joven Karin, pero una sola cosa te diré, lo que tú me ofreces
no me interesa y además para prevenir cualquier mal futuro como al del antiguo
dueño de este lugar, con tu vida lo vas a pagar. ¡Guardias!, apresadlo. Este es el
joven traidor que mi vida quiere usurpar. Cortadle la cabeza y empalada al sol
ponedla para alimento de las aves, descuartizar su cuerpo y que en el pozo de
brea descanse por siempre.
-¿Te ha gustado la historia Pierre?.
-Sí mucho pero...
-No la has entendido, ¿verdad?.
-Pues la verdad no.
-Tú sabes que eres inmortal, es por ello que te estoy instruyendo para que en tu
constante andar por la existencia de los tiempos seas una persona decente, que
haga el bien en favor de los necesitados y desvalidos. Esta historia es una parte
importante de tus enseñanzas pues de ella debes de entender que la inmortalidad
es un don que sólo los Dioses la poseen. Cuando algún mortal la llega a poseer,
se convierte en uno de ellos para siempre. Recuerda que nada es eterno salvo los
Dioses. Todo permanece y con el tiempo cambia de manos. Lo único que se va es
la vida mortal. Un hombre puede ser poderoso por lo que puede abarcar tan sólo a
lo largo de su corta vida, pero una vez muerto, ¿para qué le vale eso?. Los demás
que deja atrás se lo repartirán para hacer mayor sus patrimonios, eso conllevará
que la gran fortuna del primero se reducirá hasta la nada dentro de la de los otros,
tan sólo es cuestión de tiempo, nada más. Y luego de nuevo, el ciclo vuelve a
comenzar. Así una y otra vez por siempre y para siempre. Con esto quiero hacerte
entender lo grande que tú eres, el tiempo no te afecta en absoluto. Cuando
cumplas dieciocho años tu envejecimiento parará por siempre, ¿entiendes lo
grande de tu existencia?. Tú no vives, existes, eres parte del universo infinito para
siempre, pase lo que pase. Todo se terminará excepto tú, tú siempre estarás como
el Dios que eres. Y con la experiencia al igual que Abdul podrás burlar al pedir los
deseos al genio gracias a la enorme experiencia vital que habrás atesorado a lo
largo de la existencia. Caminarás eternamente sin descanso, por el bien de los
demás. Esa será tu misión. Sin tener propiedades terrenales a las que aferrarte y
que no te inciten a corromper tu alma. Debes evitar apegarte a los demás pues
con sus muertes sufrirás, todos se irán y sólo te dejaran, una y otra vez. Y sobre
todo recuérdame siempre en tus momentos de flaqueza para que nunca pierdas tu
felicidad.
Hace cinco semanas atrás

-Señor, señor. Compre un diario con las nuevas de los desaparecidos de la gracia.
-Dame uno joven mozo.

El artículo del diario rezaba de la siguiente manera:

“Los desaparecidos de la gracia, con este nombre se están dando a llamar a las
gentes que recientemente han desaparecido de sus pueblos natales durante
la celebración de sus fiestas patronales, para no volver a ser vistos más. La
mayoría de las víctimas son niños y sus madres, aunque se reportan los informes
de la policía del reino de la desaparición de por lo menos siete varones adultos
todos con el parentesco de ser personas de la calle...”

Todo esto es muy sospechoso, todo será. Me dirigí a hacer noche en la posada del
pueblo, muy conocida por sus perdices asadas.
-Buenas noches, ¿tiene alguna habitación libre?.
-Sí señor, ahora mismo está libre una sola habitación, cuesta...
-Me es indiferente, tome.

Saqué de mi bolsillo derecho una moneda de oro.


-Creo bajo mi humilde opinión de trotamundos que será suficiente para pagar la
alcoba, comer y beber alguna bebida espirituosa. ¿No cree usted, señora?.
-Más que suficiente señor. Isabel prepara la habitación tres inmediatamente y
provéela de agua fresca para que el inquilino pueda asearse. ¿Desearía
compañía?.
-No se preocupe, dudo que aquí la haya de mi gusto.
-No lo dirá porque no somos de su clase...
-No, lo digo porque no creo que haya nadie dispuesto a cumplir mis exigencias, un
tanto peculiares. Por decirlo de alguna manera, digamos sencilla.
-A bueno, porque no va a asearse un poco y baja para cenar.

La posadera estirando su brazo derecho me mostró el camino por el que debía de


dirigirme. Subí aquellas mugrosas escaleras repletas de una suciedad de varias
décadas posada sobre sus pasamanos y barandales, llenas de carcoma que a
cada paso que daba rechinaban hasta fundirse en un estallido difícil de soportar.
Los escalones y la estancia del pasillo central que separaba a ambos lados las
habitaciones, estaban iluminados con la luz intermitente de unas velas mortecinas
que agonizaban consumidas por su propia llama. Entro en la habitación, las
ventanas dan directamente a la plaza del pueblo, son grandes y están llenas de
mugre como todo lo demás, que se iba a esperar de un sitio así. El catre parecía
confortable al palparlo, era blandito y mullido. Me aseé y bajé a cenar, habían
preparado unas judías bastante apetitosas, las acompañé de pan y un vaso de
vino. Mientras comía decidí salir a dar una vuelta por el pueblo. Estaban de
celebraciones y dudo que hubiese podido descansar hasta bien tarde. Salí a la
calle, estaba toda iluminada y vestida de gala para la ocasión. Se celebraban las
fiestas patronales del lugar. Las gentes bailaban, comían y bebían en el júbilo de
la fiesta. Había para la ocasión un clan zíngaro con sus espectáculos habituales
de trileros, cartas, lectura de la mano... Pero lo que más atónito me dejó y me
sorprendió eran las bestias de las que eran portadores, tenían una pareja de tigres
de la India. Nunca había sido testigo directo de la magnificencia de estas grandes
fieras, tan sólo las conocía por ilustraciones en libros concretos. Hacían un
espectáculo muy peligroso con ellos, les abrían la boca y metían sus cabezas
dentro, los hacían saltar por agua y fuego, era todo un lujo poder verlos. La noche
transcurrió rápida gracias a las grandes distracciones que brindaba la celebración,
para más tarde quedar el pueblo desierto y sumido en el más absoluto silencio.
Durante la calurosa mañana todos dormíamos, hasta que de improviso un hombre
gritaba a grito vivo:
-¡Mi hija, mi hija! - en cuestión de segundos la plaza se llenó de gente alrededor
del hombre.
-¿Qué te pasa Freid?, ¿por qué gritas de esa manera?.
-Mi hija, ¿alguien la ha visto?.
-No - se decían las gentes unas a otras.
-¿Cómo no la habéis podido ver si vino ayer a las celebraciones?. Estuvo aquí
anoche junto con todos vosotros, yo personalmente la traje hasta la entrada del
pueblo.
-Freid, nadie vio ayer a tu hija.

Las gentes se decían unas a otras:


-Con lo fresca que es, seguro que se ha ido con algún forastero.
-Callaos y dejad de murmurad sandeces, yo la traje y por lo tanto vino. Voy a dar
cuenta a las autoridades de la desaparición de mi niña.

Las gentes de la región no lo tuvieron en consideración y pensaron que fue una


aventura pasajera de la hija con algún joven forastero de los alrededores.

Regresé a mi habitación y descansé hasta bien entrada la tarde, cuando me


levanté y me asee, bajé a ver como andaba todo.
-¿Ya ha vuelto la muchacha que tan preocupado tenía a su padre hoy por la
mañana?. Pregunté a la posadera.
-No se sabe nada de ella aún. La policía del reino ya están tomando cartas en el
asunto y han comenzado una batida por los alrededores haber que pasa.
-Por lo que veo han suspendido las fiestas, ¿no?.
-Sí, se han suspendido hasta encontrarla.
-Los gitanos han hecho mal negocio en este lugar.
-No crea, parece como si se hubieran olido todo el asunto, pues cuando los fueron
a buscar para interrogarlos se habían esfumado ya. Es raro porque tendrían que
haber actuado toda la semana.
-Sí muy raro, muy raro. ¿A dónde? y ¿por qué se fueron tan aprisa del pueblo?.
Debo partir inmediatamente tras su pista.
-¡Mesonera!. Grité fuertemente. Debo partir esta misma noche.
-¿Ya nos deja tan pronto?.
-Sí, lo siento.
-¿Le preparo víveres para el viaje?.
-Si, se lo agradecería.

Esa misma noche partí en busca del rastro del clan zíngaro. Lo primero que hice
fue informarme del lugar donde habían estado acampados, una vez allí seguí su
rastro gracias a las huellas que habían dejado la diligencia de carros y barracas a
su paso por los montes. La noche me era propicia para seguirlos, había luna llena
y eso facilitaba mi empresa.

Pasaron dos largos y aburridos días y dos solitarias noches hasta que por fin les
pude dar alcance, se encontraban como a un kilómetro del pueblo de Feshed. Los
observaba con prudencia desde la distancia, controlando todos sus movimientos,
esto era una labor que había que hacer con el mayor cuidado y la más absoluta
tranquilidad para no fallar en el intento. Los días pasaron y los zíngaros actuaron
en el pueblo sin problemas aparentes, en más de una ocasión me acerqué a
observarlos más de cerca, a familiarizarme con ellos. Entablaba conversaciones
con los distintos miembros del clan para irme ganando su confianza poco a poco.
Era una tarea bastante costosa, eran gente muy cerrada y las dificultades del
idioma hacían que fuese más complicado aún. Eran un clan compuesto por
veintitrés personas y dos tigres muy peligrosos, madame Zoé era la matriarca del
clan. En ella recaía decidir lo que se hacía en todo momento, era la encargada del
espectáculo de adivinación y tarot. Alegaba que sabía leer el futuro a través de la
palma de la mano y los astros. Sus servicios estaban muy solicitados por las
gentes de los pueblos, conocía de forma excelente el arte de como ejercer su
profesión. De baja estatura, con pelo negro sin ninguna cana que lo delimitase a
sus cerca de sesenta y cinco años de edad, recogido en una gran coleta trenzada
que le llegaba a la cintura y de la que ella misma decía que no podía cortársela
más alto de su cintura para no perder sus poderes adivinatorios. Delgada, muy
delgada, en su cara se podían observar a simple vista sus pómulos acompañados
de unos grandes ojos verdes turquesas bordeados por unas enormes ojeras, pero
aun así era bella y atractiva a pesar de su edad. Su cuerpo era escultural, el típico
cuerpo de una mujer que había trabajado mucho en su vida para poder sobrevivir
y que se cuidaba de lo que y de cuanto comía. Siempre iba ataviada en una gran
bata azul turquesa larga que la cubría hasta los tobillos, pues no llevaba ropa
interior alguna. Calzaba unas alpargatas blancas que estaban cerradas por la
parte delantera. Quién la conocía decía que era bruja, razón esa por la que todos
la temían y la respetaban.

El resto del clan estaba compuesto por seis hombres, que eran principalmente los
encargados de realizar los espectáculos. Ocho mujeres, encargadas de animarlos,
incitando con su sensualidad y sus encantos a las gentes de los lugares a
participar en los mismos. Los otros ocho componentes eran niños que ninguno
superaban los doce años de edad.

Cada tarde noche que actuaban me pasaba por el pueblo, a ver y a escuchar lo
que se contaba sobre el día a día de la zona. Realmente lo que más me
interesaba era todo aquello que se hablase que estuviese relacionado con ellos. El
mejor lugar era siempre allí donde se juntase un mayor número de adultos y ese
no era otro que los mesones, posadas y cantinas.
-¿Vino o cerveza?. Me preguntó el mesonero al llegar, esta era la pregunta más
frecuente allá donde entrara.
-Cerveza, por favor.
-Aquí tiene, ¿algo para jalar?.
-Queso y pan. ¿Por lo que veo están de celebraciones?.
-Por lo que se ve, ve usted cosas evidentes forastero. Está usted en las fiestas de
nuestro patrón. - Nada más escuchar la manera en que el individuo de no más de
metro y medio, más ancho que alto y sin una de sus paletas me contestó, supe
que estaba dando con el espabilado del pueblo. De él esperaba sacar toda la
información posible, estos son siempre los más noveleros y alcahuetes de la zona.
-Todos los pueblos de la zona están en estas fechas de celebración, ¿verdad?.
-Así es, el verano al ser en la zona una época difícil y poco productiva para el
cultivo es cuando descansamos. Es por ello que se celebran las fiestas patronales.
De uno, las fiestas pasan a otro pueblo y así hasta finales de septiembre.
-No lo sabía, es por ello que los zíngaros hacen la gira de pueblo en pueblo, ¿no?.
-Así es señor mío, así es.
-¿Y estos zíngaros son muy conocidos por estos lugares?.
-A decir verdad yo no los había visto antes, pero son todos iguales. Si los de
siempre no vienen un año y vienen otros en su lugar, va a ser más de lo mismo.
Qué más da al fin y al cabo.
-¿No ha habido nada raro con ellos desde que han llegado?.
-No señor, que yo me haya enterado. Y mire que yo aquí con este negocio que
regento me suelo enterar de todo lo que pasa en este pueblo y en los alrededores.
-Pues nada entonces, mesonero y disculpe las molestias.
-No es nada, a su servicio para todo cuanto desee.

Los días pasaban sin novedad alguna aparente pero cuando menos me lo
esperaba después de una actuación y en medio de la mayor oscuridad de la
noche los zíngaros partieron de inmediato. Esto me hizo sospechar, corrí a la
mayor velocidad que mis extremidades me permitieron hasta mi refugio para
recoger todas mis pertenencias pero para asombro mío cuando llegué mis cosas
habían sido saqueadas. Pero lo más preocupante era que estaba todo el lugar
lleno de pisadas de caballos, unos diez calcularía yo. Y las pisadas de botas no
eran comunes, pero me eran muy familiares.

¿Pero de quién eran?. Por suerte no dieron con el lugar donde escondía mis
víveres, los cogí a la mayor velocidad que pude y partí de inmediato. Mientras
pasaba por el pueblo, para mayor asombro mío, escuché como se estaba
comentando que habían desaparecido una madre y su hija pequeña, estaban
desaparecidas desde el mediodía y nadie los había encontrado aún. Se estaban
reclutando voluntarios para salir al alba en su búsqueda. No cabía duda estaba
sobre la pista, este asunto iba muy en serio. No cesaban dentro de mi cabeza los
pensamientos mientras caminaba, en parte porque iba solo y no tenía con que
entretenerme. ¿Para qué necesitaban tanta gente?, no cabía duda alguna,
estaban raptando gente sencilla, normal y corriente. ¿Para qué? y ¿sólo la gente
de la que se daban cuenta o serían más los raptados aún?. Tenía que seguirlos
paso a paso, no dejarlos solos ni a sol ni a sombra, nunca más.

De esta manera me embarcaba de nuevo en otro viaje siguiéndolos hasta su


siguiente destino, con la duda de si sabrían que les estaba siguiendo pues creo
que ellos fueron los que saquearon mis cosas. Durante dos semanas más les he
seguido el rastro, han hecho escala en Fidephas y Aurahotria, siguiendo su modus
operandi habitual y desapareciendo gente allá por donde van. En Fidephas
desapareció un adulto joven y en Aurahotria una mujer de mediana edad. Lo que
más me ha impactado del salvajismo que pueden llegar a hacer gala fue hará cosa
de cinco días atrás. A falta de cinco kilómetros del pueblo de Aurahotria se
cruzaron con un vagabundo que se acercó a ellos para pedirles algo de limosna y
lo invitaron a cenar esa noche. Pero cuando el momento llegó, lo rodearon entre
los carromatos y lo mataron a palos. Le dieron tantos palos que la carne y las
articulaciones debieron de quedarse totalmente blandas, acto seguido lo
introdujeron en uno de sus carromatos.

La noche pasó y a medida que iban transcurriendo los días iba tomando
consciencia que había topado con una banda de criminales de lo más
despreciable. Después de los hechos que presencié, puedo decir que se estaban
dedicando a asesinar a sangre fría a las personas que estaban raptando. Pasé la
noche medio en vela, durmiendo con un ojo abierto por si me atacaban a mí
también. La duda de si ellos habían sido los artífices del saqueo de mi refugio me
reconcomía por dentro. ¿Esas botas, de quién eran?. Las conocía muy bien. A
altas horas de la madrugada cuando todavía no había aclarado, unos ruidos
acompañados de insultos y blasfemias me despertaron. Me acerqué hasta el lugar
lo más silenciosamente que pude y presencié como dos de los varones del clan
estaban tapando un agujero. Esperé a que se fueran y que el clan partiese, no
tenía miedo de perderlos, sabía muy bien a donde se dirigían, la ruta de único
sentido sólo los llevaría a Aurahotria. Con ayuda de mis herramientas escarbé en
busca de lo que habían enterrado, cuando de pronto, de un susto terrible
provocado por la impresión de lo que vi, hizo que saltase hacia atrás cayendo de
culo contra el piso al ver la atrocidad más grande de la que jamás había sido
testigo. Habían enterrado infinidad de partes de seres humanos: manos, pies,
brazos... Estaban cortadas por una sierra o seccionadas por un hacha. Todo ello
acompañado por un montón de huesos, vísceras y objetos personales que los
pudieran inculpar. A esto se estaban dedicando, habían raptado y asesinado a sus
víctimas. Pero lo que más me llamaba la atención era que desde que salimos de
Zeolin no los había visto comprar víveres ni alimentos, ni para ellos ni para sus
bestias. En uno de mis sacos metí parte del contenido desenterrado y proseguí mi
marcha.

El tiempo había pasado, llevaba más de cinco semanas observando lo que se


traen entre manos, recabando pruebas en su contra y he decido actuar. Han vuelto
a partir de madrugada después de la actuación y sé que por sus hábitos han
tenido que secuestrar a alguien. Por esta razón les estaré esperando
descansando a una distancia prudencial del lugar donde creo que van a acampar.
Han parado justo donde había calculado que lo harían, dejo pasar unas dos horas
antes de internarme en su asentamiento. Me dispongo con sigilo a acceder al
interior del círculo que forman alrededor de un gran fuego central con sus
carromatos. Algunos están durmiendo al raso, otros con las puertas de las
barracas medio abiertas. Pero lo que realmente me atrae es un barracón que
desprende un hedor nauseabundo y del que se oye algo inusual en su interior. Me
asomo con sigilo y sin ser visto a una de sus ventanas. Había tres varones del
clan, dos de ellos sujetaban una mujer a una silla mientras el otro la torturaba,
rompiéndole los dedos uno a uno. El murmullo que se escuchaba eran los gritos
de dolor de la torturada. Por suerte para ella perdió el conocimiento rápidamente.
-La carne con dolor, más sabrosa sabe - le decía el torturador a los dos
aprendices.

Momento este en que empuñando un hacha procedieron a decapitarla, con un


certero golpe la cabeza rodó por el suelo mugriento y ensangrentado de la
barraca. De su cuerpo la sangre brotaba a borbotones sin control. Un rato después
el verdugo salió con la cabeza en la mano agarrada por los cabellos hacia uno de
los carromatos que estaban abiertos, se podía observar de forma clara que estaba
extrayéndole los sesos, los ojos y la lengua. Los aprendices a golpe de hacha y
sierra se entretuvieron durante más de una hora en descuartizar el cuerpo de la
víctima aprovechando hasta el último de los órganos de la misma, según lo que
extrajesen lo iban depositando en diferentes cubos. Cuando se disponían a salir
me alejé para observarlos más de lejos sin ser visto, vi como unos cubos iban para
la barraca del verdugo y las partes con hueso eran para las fieras. El espectáculo
era repulsivo, estaban raptando personas para dar de comer a las fieras. De
repente comenzó el verdugo a tocar una campana, todos los zíngaros comenzaron
a llegar de sus diferentes lugares de reposo desperezándose. Se sentaron
alrededor del fuego medio extinto de la hoguera. Y allí fue cuando pude observar
como estaban todos reunidos comiéndose los restos de la mujer y bebiéndose su
sangre. No pude reprimir mis instintos de vomitar y me arrojé sobre las botas. Esto
no iba a quedar así pensé para mis adentros, fue en ese momento cuando decidí
que por los actos que habían cometidos no debían tener el castigo que les
impondría la ley vigente. No, ellos merecían una justicia distinta.

Me adelanté a su llegada a Bentriaskas, decidí llevar a cabo un plan y el mejor


sitio era la plaza del pueblo, allí en el mismísimo foro.
-Gentes de Bentriaskas. Estoy aquí, ante todos vosotros para hablaros de un mal
que se cierne sobre todos y cada uno de los habitantes de este buen lugar.

Poco a poco las gentes se iban acercando y rodeándome, unos iban llamando la
atención de otros y así hasta que la plaza estaba completamente llena. Todos
callados, oyéndome en el más absoluto silencio, en el que sólo mi voz resonaba
en los frontones de las casas.
-Pronto, dentro de aproximadamente seis horas, la muerte llegará a vuestro
pueblo en forma de diversión zíngara, penetrando con total impunidad en vuestro
noble pueblo. Os estoy hablando nada más y nada menos que de los autores de
los raptos de la gracia. Llevo más de seis semanas siguiendo el rastro de este clan
de zíngaros que está actuando en las fiestas patronales de todos los pueblos de la
comarca, que abandonan de forma inesperada dejando tras de si algún
desaparecido. He podido ver con mis propios ojos como los torturan hasta
matarlos, descuartizan y despedazan para luego dárselos de comer a sus fieras y
servírselos de alimento para ellos mismos.
-¡Oooohhh! - se oyó al unísono en toda la plaza. Esa era la impresión de asombro
y repelús de los ciudadanos del lugar.

No compran víveres allá por donde pasan, simplemente raptan gente


preferiblemente mujeres jóvenes y niños para así poder abusar de ellos y
alimentarse luego de una carne más blanda. Los he visto beberse y bañarse en
las noches de luna llena con la sangre de sus víctimas. Cavan agujeros donde
entierran las sobras y prosiguen su camino hasta el siguiente pueblo donde
vuelven a delinquir de forma deliberada y sin nadie que los pare. Y para que lo
sepáis todos, vienen hacia aquí para animar vuestras fiestas. Ahora yo os
pregunto, ¿vais a permitir esto en vuestro pueblo?, ¿os gustaría perder esta noche
a alguno de los miembros de vuestra familia para alimentar a un clan de zíngaros
comedores de personas?. ¿Qué me decís?. ¡Es que no os oigo!.
- No, No, Nunca - gritaban unos por aquí, otros por allá.
-Entonces unámonos y enseñémosles como ajusticiamos en Bentriaskas a las
gentuzas que vienen de otros lugares a matar a nuestras buenas gentes.
-Sí, sí, démosles su merecido a esa gentuza y enseñémosles como ajusticiamos a
la chusma en estos lugares - gritaban todos extasiados.

Había logrado exaltar a la multitud en contra de ese mal que asediaba y mermaba
a la población de aquellos parajes, la justicia del pueblo iba a caerles encima sin
que les diera tiempo a reaccionar.

Cuando la tarde comenzaba a dar paso a la noche, los zíngaros comenzaron


lentamente a acercarse al pueblo con sus carros de trabajo, todo estaba
relativamente en calma. Entraron, actuaron y divirtieron a la multitud. Pasada la
media noche cuando se disponían a marchar los lugareños les cerraron el paso
por la vía de salida del lugar.
-¿Qué hacéis, dejadnos salir? - grito madame Zoé.
-La gentuza de vuestra calaña, que se acostumbra a obrar creyéndose el Señor
para decidir cuándo se quita una vida, no tiene mucha aceptación por estos lares.
Dije yo.
-¿De qué demonios estás hablando maldito? - replicó ella.
-Estoy hablando de los raptos de la gracia de los cuales sois artífices.
-No sabemos de lo que nos hablas, nosotros mismos huimos de forma constante
porque tememos ser víctimas de ellos. Ni siquiera acabamos nuestras
actuaciones, desde que nos constan los raptos desaparecemos del lugar por
miedo a padecerlos.
-¡Mentira! - grité con todas mis fuerzas llegando a desgañitarme. - Vosotros sois
los asesinos que os dedicáis a llevar a cabo esos viles actos. Raptáis, torturáis y
desmembráis los cuerpos de vuestras víctimas, para luego alimentaros vosotros y
vuestras fieras.
-Sí, sí. Sabemos que lo hacéis y que enterráis los restos a las afueras de los
pueblos - grito la caterva.
-Ya, ¿y qué pruebas tenéis de ello? - dijo ella con voz temblorosa, al verse
acorralada por la multitud.
-Te parece poco con esto. Saqué de uno de mis sacos los restos de una calavera
que había encontrado en el agujero que desenterré, junto con otros documentos
personales de desaparecidos.
-Eso no es nuestro.
-No y si te dijera que dentro de ese carro - señale uno en concreto que era en el
que habían atentado contra la vida y la dignidad de aquella pobre mujer - lleváis
secuestrado a un niño de unos ocho años.

No contestaron, se quedaron mudos ante la acusación.


-Ciudadanos, abrid el carromato y lo podréis comprobar por vosotros mismos.

Unos hombres fueron corriendo hacía el y descubrieron que dentro en su interior


se encontraba el joven que yo había descrito. Era el hijo pequeño del alcalde de
Bentriaskas.
-¿Qué tenéis que decir a esto? - les preguntó el alcalde con una cara de asco que
reflejaba en su rostro la palabra venganza.
-Nosotros no sabemos nada de este asunto - dijo ella.

No tuve que dar más pistas, ni hacer más acusaciones. Las gentes se alzaron en
su contra a un movimiento de brazo de su alcalde. Sacaron a unos de los
carromatos y bajaron a golpes a otros. Los apedrearon, apuñalaron, atravesaron
con las orcas y finalmente los decapitaron uno por uno con las hoces. No se
hicieron distinciones entre sexos ni con los niños, estaban malditos y las
maldiciones había que cortarlas de raíz, porque como la mala yerba o se erradica
desde la base o nunca muere. El pueblo en cuestión de minutos se había
convertido en una orgía de muerte donde la sangre de los zíngaros corría a
raudales por la plaza y la calle mayor del lugar. Finalmente para que marcase una
época y les sirviera de advertencia para todos aquellos que se dedicaran a esas
prácticas depravadas y demoníacas antes de atreverse a venir a practicarlas a
este reino empalaron sus cuerpos decapitados, cabezas aparte, en las afueras de
Bentriaskas. Dispuestos los cuerpos en dos largar filas a los lados del camino a
unos doscientos metros de distancia, once por cada lado separados por un metro
y medio, esto hacía veintidós zíngaros. La número veintitrés era madame Zoé,
para ella se había guardado una posición privilegiada dentro del grupo de ánimas
perdidas de la procesión maldita. A ella, como matriarca del clan se la había
dibujado en la frente el pentagrama del maligno, puesto dos cuernos de toro y
colgado una nota que decía:

“A todos aquellos impíos de corazón, que en su interior albergan el mal hacia sus
semejantes. Con el brazo ejecutor del todopoderoso, en Bentriaskas encontrará
su fin. Si no, ¿pregúntale a Zoé?”.

Habiendo sido erradicado el mal de la ciudad de Leivatrusna, la policía del reino


tomaron el lugar para investigaron los sucesos. Interrogaron a los vecinos del
pueblo mediante métodos de tortura e infligieron maltrato como si ellos fuesen los
criminales, para que explicaran el porqué de sus actos. Antes que todo saliese mal
para unos inocentes, me presente ante las autoridades y me autoinculpé de los
hechos. De forma rauda me arrestaron y me encarcelaron. Se me acusó de
enaltecimiento de las gentes del lugar para cometer una matanza y se me
condenó a morir ejecutado ante un pelotón de fusilamiento. A la mañana siguiente
se me llevó a las afueras del pueblo, se me vendaron los ojos y me ejecutaron. Y
como había dictado el juez de forma explícita, había que dejar mi cadáver en la
fosa en la que cayera abierta para que fuera pasto de las aves de rapiña, sin dar
sepultura. Allí permanecí hasta que la noche cayó, momento en el que me levanté
y proseguí mi camino. Y de nuevo las pisadas que me eran familiares habían
estado alrededor mío cuando no era consciente de la realidad. ¿De quiénes eran?
Nunca en Bentriaskas volvió a encontrarse mi cadáver ni a verme jamás.
Biostifia 1799

En el pueblo de Dosamerides la vida es muy tranquila, el ambiente que se respira


es de paz y tranquilidad. Mi amigo Manuel, me ha invitado a pasar una temporada
con él y su familia para que le ayude en sus labores de cara al invierno, uno de los
más duros del reino. Por las mañanas a primera hora justo antes del amanecer
nos levantamos, desayunamos y nos ponemos en camino hasta el monte donde
tiene sus tierras y ganado. Nuestras labores van desde lo más simple como es
revisar el agua para el ganado, observar con mucha atención si los vallados están
perforados o si cumplen las condiciones para impedir el ataque de los lobos y los
zorros, la recogida de los huevos, alimentar al ganado... Todos los días su esposa
María nos alcanza la comida haciendo el largo camino desde el pueblo hasta aquí,
pasando por el riachuelo y atravesando un gran trecho de frondoso bosque hasta
llegar. Comemos los tres juntos y por la tarde después de una siestecita de no
más de media hora proseguimos con nuestra tarea ardua y dura pero a la vez
entretenida y reconfortante. Cuando cae la tarde noche nos volvemos caminando
tranquilamente al pueblo hablando de nuestros asuntos, paramos de camino en la
taberna de Nani y nos echamos unos tragos de un buen vino. Ya con la noche
caída sobre nosotros nos ponemos en marcha hasta la vivienda familiar. Cuando
llegamos su esposa nos espera junto con sus niños, dos niños y su niña, con la
cena recién hecha y con la mesa bien preparada, todo está a punto a nuestra
llegada. Al terminar de cenar nos distraemos en torno a la chimenea contando
historias para entretener a los niños y jugando a la baraja hasta la hora de irnos a
descansar para otra jornada de duro trabajo. La casa es una bonita construcción
de adobe y madera, con tejado de tejas rojas de una planta. Estaba compuesta
por un salón, una cocina y tres dormitorios.

Los días pasaban uno tras otro y a paso agigantado para la llegada del invierno.
Uno de esos días mientras estábamos trabajando le comenté a mi amigo que me
extrañaba lo tarde que se había hecho y que su esposa no había llegado.
-No te preocupes amigo Pierre, se le debe haber dado peor el almuerzo. Hay que
ver qué mujer esa, hace que hasta los amigos se preocupen por ella.

Eso espero pensé para mis adentros. El tiempo pasó y comencé a preocuparme
demasiado.
-Manuel, creo que deberíamos irnos a ver que le ha sucedido a tu esposa.
-¿Tú crees?.
-Sí, lo creo y tengo una sensación un tanto extraña.
-Hombre no exageres, ya verás que no será para tanto.

Recogimos nuestras labores, dando por acabada la jornada. Nos pusimos en


camino hacia el pueblo, atravesamos el frondoso bosque y cuando estábamos
llegando al riachuelo, allí la vi desde la lejanía.
-Manuel, alto, no des un solo paso más. Por favor te lo pido.
-Pero que dices hombre, me estás dando miedo.
-Amigo, te ruego que no te muevas, pues creo que mis viejos ojos han visto algo
espantoso y antes de decírtelo, deseo ir a verlo más de cerca, no vaya a ser que
me estén jugando una mala pasada.
-¿Por qué?, ¿qué has visto?, dímelo te lo ordeno.
-Muy bien, creo haber visto a tu esposa caída en la orilla del riachuelo.
-¡Noooooooo!. Gritó Manuel.

Emprendió una carrera veloz hasta el lugar donde se encontraba, pero su corazón
se aceleraba más y más a cada paso que daba y no era por el gran esfuerzo que
estaba realizando, no. Era porque a cada uno que daba estaba más cerca, viendo
con más claridad el cadáver mutilado de María. Cuando llegó hasta ella no se
atrevió ni tan siquiera a tocarla, tan sólo se arrodilló a su lado a llorar a gritos. Fui
yo quien tuvo el valor de acercarse y tocar el cadáver de su esposa, la escena era
escabrosa y a la par demoníaca. La habían desnudado, desollado todo el cuerpo,
robado las entrañas y cortado su la larga y bella melena rubia. La pobre no tuvo
que sufrir demasiado, se apreciaba de forma evidente que la habían matado antes
de destriparla, con un golpe contundente en la cabeza, es más la piedra con que
lo hicieron se encontraba al lado de su cadáver.
Una semana más tarde

El tiempo transcurrió lento tras el brutal asesinato de María. Su marido, sus hijos y
yo estábamos desolados por su perdida. Esa noche y tras los niños irse a la cama,
Manuel y yo mantuvimos una larga conversación sobre lo sucedido a su esposa,
no había podido ni oír hablar del tema hasta ahora.
-Pierre espero que sepas entender mis emociones ante los hechos acontecidos en
esta última semana.
-Entiendo perfectamente cómo te tienes que sentir y respeto tus sentimientos.
-Quiero hacer justicia por mi cuenta con este asunto, ¿me entiendes?.
-Perfectamente.
-Quiero y pienso echarme a los montes sin importarme lo que dejo atrás para
vengar su muerte, hasta el final de sus consecuencias, me traiga lo que me traiga.
Pues ya todo me da igual, me da igual la muerte, el miedo y las vidas ajenas,
pienso hacer justicia por ella. ¿Estás conmigo?.
-Lo estoy.

Dos días después, al alba partimos junto con sus hijos, con un buen montón de
víveres y cinco caballos. Los niños estaba previsto que se quedaran en un pueblo
cercano al suyo llamado Aqualis, donde residían sus abuelos maternos. Pasamos
montes y largos campos abiertos, tras una dura y agotadora jornada en la que
tuvimos que ir a un paso más lento de lo normal por los críos, llegamos al pueblo.
Penetramos en el hasta encontrarnos con una bonita casa de piedra de dos
plantas y gran jardín. Al llegar nos dieron la bienvenida un par de mastines
grandes y hermosos, los animalitos ladraban de alegría al reconocer de inmediato
a los niños y a Manuel.

Una mujer anciana de marchito rostro asomó por la parte alta de la puerta
delantera de la casa y sonrió, era la abuela Carmen.
-Corre Abraham, son Manuel y los niños. Dijo ella muy contenta.

Los ancianos vestidos de un riguroso luto negro salieron a recibir a la familia.


Manuel me los presentó y me invitaron a pasar a su casa. Cenamos un guisado
maravilloso acompañado de un buen vino. Cuando terminamos, la abuela se llevó
a los niños al piso superior a que se acostaran para que los mayores pudiéramos
hablar con total tranquilidad de nuestros asuntos. Quedando los tres hombres en
la planta baja de la casa, fumándonos unos cigarrillos y rematando los vasos de
vino.
-Manuel, ¿cuál es la verdadera razón de esta visita?. Algo te pasa por la cabeza
en lo que no dejas de pensar un solo instante, lo noto, te conozco muy bien. Dijo el
anciano Abraham.
-Abraham, mire, mi vida y la de mis hijos ha cambiado mucho después de lo
sucedido a su hija. Y he emprendido un viaje con mi amigo dar caza y ajusticiar al
asesino de María.
-¿Estás seguro de ello?, ten en cuenta que un hombre cuando mata es un
fantasma que se echa encima para el resto de sus días. Incluso hasta el último
suspiro de tu vida lo tendrás presente, en tus sueños, pesadillas y recuerdos. Por
delante de cualquier recuerdo bueno y feliz que preserves con la edad, este
siempre te asaltará en tu memoria hasta que expires.
-No se preocupe de ello, me haré cargo. Más preocupado me tiene que ese
maldito esté libre por ahí, que me lo pueda cruzar por cualquier sitio sin saber
quién es e incluso saludarlo. Que siga matando más y más gente y quién sabe si
dentro de un tiempo guiado por su locura vuelve para matar a alguno de mis hijos.
No lo permitiré, cueste lo que cueste y conlleve lo que conlleve.
-Si así va a ser, quiero que cuentes conmigo para tu cacería. Los críos los
dejaremos con Carmen y mi hija Lourdes.
-Le estoy muy agradecido por ello suegro.
-Recuerda que yo era su padre y la quería.
-Lo sé.
-Os debo informar que hará cosa de cuatro días una vecina del pueblo fue
encontrada desollada en su casa por su hijo a la vuelta de la escuela.
-¿Aquí también ha pasado?. Pierre tenías razón en que el criminal se movería
hacía adelante y no hacía atrás.
-Ya te lo advertí Manuel, que aquí estaríamos siempre en ruta con respecto al
asesino. Piensa que un criminal habitual e inteligente no mata cuando va, si no
cuando viene, para que no lo cojan al tener que pasar dos veces por el mismo
lugar. Pues su instinto asesino es tal que no se podría contener a matar si le
asaltase la necesidad.

Muy pronto en la mañana partimos para descubrir al asesino que ya se había


cobrado dos víctimas. Antes de abandonar el pueblo hicimos una visita obligada a
las autoridades para recabar toda la información posible sobre este último crimen.
Aprovechamos que Abraham tenía amistad con el hombre de justicia del lugar. Las
autoridades nos proporcionaron muy poca información personal al respecto
porque no éramos familiares de la víctima, pero gracias a la intervención de
Abraham pudimos sacar en claro muchos otros detalles para nuestra búsqueda.
Además de un listado de las personas que habían pasado por el pueblo en los
últimos días y descubrimos para nuestro asombro que todos tenían oficios
conocidos y podían ser posibles asesinos potenciales. Ello nos llevaba a poder
sacar en claro que de los deshollinadores, el afilador, los comerciantes de
alimentos, los gitanos y los leñadores, alguno de ellos eran los culpables de tan
terribles atrocidades.

En nuestro viaje a caballo al pueblo de Beliksateva, estudiamos la situación con


tranquilidad y planteamos todas las posibles teorías sobre los asesinos, pensando
como actuaríamos si fuésemos ellos. En nuestras cavilaciones pudimos desechar
varias hipótesis y a algunos de los sospechosos de inmediato. En primer lugar, el
último crimen había sucedido dentro de una vivienda, por ello podíamos deducir
que el asesino era alguien de confianza de la víctima. Segundo, el autor de los
hechos fatales actuó con total tranquilidad a la hora de ejecutarlos, conocía a la
víctima y sus costumbres. Tercero y más importante, debemos tener en cuenta
que el ser al que buscamos va de regreso a su lugar de residencia, no está
partiendo. Con todo esto aclarado podemos descartar a los deshollinadores pues
van al revés de nuestro asesino y no suelen tener un material tan específico para
cometer este tipo de atrocidades. A los comerciantes de alimentos que en esta
época van de pueblo en pueblo pero también en sentido oeste-este más que nada
por la costa donde consiguen el pescado, están descartados también. Los gitanos
debemos descartarlos, no se encontraban por la zona en el primer asesinato y no
había huellas de sus carromatos por los alrededores. Sacadas todas estas
conclusiones sólo nos quedaban los leñadores y el afilador. Ambos grupos habían
pasado por los pueblos afectados, iban de regreso a sus hogares en dirección
este-norte y poseían en sus herramientas de trabajo los útiles necesarios para
delinquir.

Su rastro nos llevó hasta Virgelipas, donde teníamos pensado hacer noche. Era un
lugar muy bonito, rodeado de frondosos bosques en medio de una montaña. Por
sus calles circulaba un aire fresco y puro que ayudaba a abrir las entrañas al
máximo de su capacidad. Ante la entrada del pueblo cruzaba un río de gran
caudal, a su derecha había situada una fuente de la que se extraía el agua pura y
limpia que del río, muy conocida y valorada en todo el reino. Abraham estaba muy
familiarizado con el, había entablado muchas y muy buenas amistades en su
juventud pues había sido un gran zapatero archiconocido en la región por fabricar
zapatos de gran calidad. Nos hospedamos en la única posada del pueblo para
hacer noche, pero nuestro propósito principal era el de sacarles a los vecinos el
máximo de información que pudiésemos. Nos separarnos para unirnos a tres
grupos diferentes de personas, Abraham se uniría a la conversación con los
conocidos de más edad, Manuel conversaría con las fulanas y yo con el posadero
en la barra.
-¿Veo que tiene los cuchillos bien afilados amigo?
-Hombre, Pietro el afilador es un as.
-¿Podría decirme dónde encontrarlo?. Necesito que me afilen los cuchillos de
caza.
-Hombre como no, vive dos casas más arriba de la iglesia. En el número dos.
-¡Ah, es hijo del pueblo!.
-Hombre de toda la vida, a sus ochenta años todavía coge su burra y va de pueblo
en pueblo afilando cuchillos, tijeras y todo lo que sea posible. Ahora solo sale en
esta época de buen tiempo, pues la edad no perdona. Su ruta suele ser hasta el
Borgestiska.
-Vamos el pueblo que hay después de Dosamerides, ¿no es así?.
-Así es amigo, así es.

Acabé de hablar con el posadero e intenté desviar un poco la conversación hacia


otros menesteres para no llamar mucho la atención. Hay que tener en cuenta que
uno no puede dar a conocer sus intenciones, porque si ocurriera algún suceso
extraño en el pueblo, el primero al que van a acusar es al forastero. Salí de la
posada bien entrada la noche para dirigirme a la casa del afilador. Con las
indicaciones que me habían dado de él dudo mucho que fuera nuestro
sospechoso, pero para poder descartarlo por completo debía de convencerme por
mi mismo, verlo y que mi instinto me guiara en mi juicio. Caminé por el pueblo en
la noche, la luna llena de verano iluminaba todo el lugar con su calle adoquinada y
el pasar del río llenaba el ambiente de música natural. La bonita iglesia de piedra y
adobe resaltaba del resto de construcciones por la magnificencia de su altura.
Encontré la casa del afilador, una luz en su interior delataba que su inquilino
estaba aún despierto. Me decidí por tocar a la puerta a ver qué pasaba.
-Toc, toc, toc. ¡Buenas noches!.

La puerta se abrió rápidamente, un hombre octogenario un poco corcovado hacia


adelante, de baja estatura y menor musculatura, con pelo blanco y grandes gafas,
cubierto por un batín rojo a la puerta se asomó. No cesaba de hacer muecas con
la cara entonando la vista para visionarme correctamente.
-¿Quién es usted y qué desea?.
-Buenas noches, me llamo Pierre Dupont y me da la impresión que me he
equivocado de casa, discúlpeme usted.
-¡Hay por favor, uno de la capital confundido!, ji, ji, ji. ¿Pero a quién busca usted
amigo?.
-Buscaba a Pietro, el afilador. Pero veo que me he confundido.
-¡Que va, en absoluto!, está usted delante de él.
-¿Es usted? - como si no lo supiera, me dije.
-Efectivamente, yo soy. Pero como comprenderá a estas horas no me voy a poner
a trabajar.
-No hombre, en absoluto quería perturbar su descanso.
-Qué descanso ni que rayos, cuando llegues a mi edad verás como no puedes
dormir la mayoría de las noches y después durante el día pareces un lirón.

Que me vas a decir a mí, pensé para mis adentros.


-Anda, trae lo que tengas que afilar, veo que eres forastero de paso y necesitas
tus cosas para salir a primera hora.
-Gracias, aquí las tengo.
-Bonitos cuchillos, pero están muy mal afilados. Han gastado la hoja en demasía.
Déjalos en mis manos y en un periquete te los pongo al día. Anda pasa a mi taller,
no te quedes en la puerta.

Hablamos largo y tendido durante unas dos horas, Pietro era rápido en su trabajo
pero no cesaba de conversar hecho que lo ralentizaba en su labor. A mí me daba
igual, eso es lo que quería, sacarle toda la información posible de los lugares que
había visitado y las noticias de otros pueblos con respecto a los sucesos que
estábamos investigando.
-En Borgestiska coincidí a mi llegada con la partida de la familia de leñadores
Cambar. Hice noche, permaneciendo un total de dos días más pero antes de mi
partida descubrieron a una mujer asesinada a la que habían desollado. No quise
saber nada del tema y me largué de allí sin hacer preguntas. Días después los
mismos acontecimientos tuvieron lugar en Dosamerides y más tarde en Aqualis.
Pero para mayor sorpresa mía aquí también asesinaron a dos bellas hermanas de
la misma forma, aprovechando la ausencia de sus padres por su partida a la
ciudad.
-¿Qué aquí han fallecido dos hermanas?, ¿dónde las asesinaron?.
-A la salida del pueblo en dirección norte. Todo sucedió dentro de la vivienda y es
por ello que hasta la vuelta sus padres no se encontraron los cadáveres.
-¿Por aquí también han pasado los leñadores, verdad?
-Sí, yo me los volví a encontrar cuando salían de los montes de Dosamerides y les
encomendé el trabajo de dejarme una gran pila de leña aquí, en casa cuando
pasasen por estos lares.
-¿Su paso por aquí coincidió con la muerte de las hermanas?.
-Según las autoridades fallecieron tres días antes de encontrar los cuerpos. Fecha
que coincide con la partida de los leñadores.

Asentía con la cabeza a las palabras del anciano, haciéndome una idea propia de
lo que me estaba contando.

Una vez el anciano afiló los cuchillos, me aproximé con paso veloz a la posada
para intercambiar impresiones de lo descubierto con mis compañeros.

Nos reunimos en nuestra habitación y les comenté mis descubrimientos. Les hice
entender que el afilador no era culpable de nada pues no tenía fuerza alguna para
poder cometer esos asesinatos. A su vez, ellos que los leñadores vivían en el
pueblo próximo, pero poseían una cabaña en el monte, cercano al pueblo, donde
tenían su explotación maderera.

Dos largas jornadas de viaje tardamos en llegar al monte donde se ubicaba la


cabaña, estaba rodeada por un espeso y oscuro bosque de altos pinos y helechos.
La construcción era simple, grandes troncos de pinos cortados, dispuestos para
los pilares y las vigas centrales, todos ellos unidos y forrados por tablones de
madera sacados de la vegetación de la zona. Era rectangular, de una planta de
altura. El sótano con una entrada lateral a la que se accedía desde el exterior de la
vivienda. Por detrás de la construcción corría un riachuelo de caudal débil al que
una gran y enmarañada multitud de helechos bordeaba e incluso invadía sus
dominios a su paso. La fauna en la zona era rica en buitres y ciervos, motivo por el
que la puerta de entrada estuviese coronada por una esbelta cornamenta de un
gran ejemplar.

Llegamos tarde en la madrugada, en la cabaña no había nadie. Aprovechamos la


ocasión que ello nos brindaba para inspeccionarla en busca de pruebas que los
inculpasen en los diferentes y macabros crímenes. Forzamos la entrada
transversal accediendo al interior. A simple vista, a la luz de las velas todo indicaba
que habíamos errado en nuestro juicio, habíamos culpado a unos inocentes de
unos actos terroríficos y aberrantes. Tengo que decir en favor de los sospechosos
que en los primeros metros que recorrimos de la vivienda, el orden y la pulcritud
reinaban en su interior. Las paredes estaban forradas por estanterías construidas
con los mismos materiales que el resto de la construcción, en cuyas baldas se
guardaban las conservas de la temporada, mantas, útiles de labranza, las
herramientas de su oficio y una colección inmensa de grandes, pequeños y
exageradamente afilados cuchillos. Todo en esta planta era de los más normal,
pero no estábamos prevenidos para la terrorífica impresión de la que íbamos a ser
testigos. Al subir las escaleras, a cada escalón que trepábamos sobre ella, un
ligero olor mortecino nos iba embriagando cada vez más de manera más violenta.
Al llegar al descansillo justo detrás de la puerta que daba la entrada a la planta
alta no pudimos controlar nuestros instintos más primarios de defensa orgánica,
vomité sobre mis botas. Al gran gesto le acompaño la colaboración, primero de
Manuel y seguidamente de Abraham. Era totalmente normal, el olor que
embriagaba la estancia era nauseabundo, no había lugar a dudas que allí se
encontraba un cadáver putrefacto.

En el mayor gesto de inteligencia mostrado por nosotros hasta la fecha, tuvimos


un instante de lucidez en el que se nos ocurrió quitarnos las camisas y
envolvérnoslas a modo de máscara alrededor de la boca y la nariz. Para luego
armamos de valor y lentamente abrir la puerta. El olor se volvió más acre aún pero
pudimos soportarlo, Iluminamos el lugar con las velas y fue entonces cuando
pudimos ver la atrocidad que allí se ocultaba. De la viga central del techo, que
cruzaba de lado a lado de la casa, colgaban atados de una cuerda y enganchados
por un garfio que les sujetaban a unas cuerdas amarradas a los tobillos, tres
cuerpos. Dos de ellos mutilados como los hallados en los pueblos anteriores, sólo
una mujer desnuda que había perdido el sentido, era el único ser viviente del
lugar. La agarramos por la cabeza y las extremidades mientras que otro la soltaba
del garfio por el que colgaba. Aún respiraba, habíamos llegado a tiempo para
salvar una vida y es por ello motivo de satisfacción para mí.

Registramos toda la planta alta, por suerte para nosotros descubrimos grandes
sacos de tela repletos en su interior de largas cabelleras de mujer. La vivienda
tenía el techo totalmente salpicado de sangre esto, constituye prueba suficiente
junto con lo demás para hacernos una remota idea de lo que allí se hacía. Pese a
lo visto hasta ahora, lo más escabroso y repulsivo del asunto no era lo encontrado
hasta el momento, sino los grandes cubos que se encontraban dispuestos por las
estanterías y por el suelo pegados a las paredes. Estaban llenos de una materia
grasienta de color blanquecina tirando a amarillenta, de un olor rancio que
recordaba a la panceta de cerdo cruda.
-Es sebo humano, dijo Abraham.
-Veo que hemos llegado al final de nuestro viaje señores. Ahora, la pregunta que
os voy a formular es crucial para el futuro, ¿abandonáis o me ayudáis en mi
cometido de dar muerte a estos criminales?.
-Yo no me voy a ningún sitio sin antes haber ajusticiado a esta banda de malditos
bastardos - dijo Manuel.
-Lo secundo en todo - dijo Abraham.
-Que así sea pues.

Instantes más tarde la mujer despertó y comenzó a balbucear unas palabras


inteligibles Estaba ronca y por todas las pruebas recabadas podíamos hacernos a
la idea de por qué.
-No te molestes en hablar - le dije.
-No tenemos nada que ver con la gentuza que te ha hecho esto. Estamos aquí
para salvarte - le dijo Manuel.
La mujer asintió con los ojos y movió su cabeza hacia abajo en modo de
aprobación. Pero ella seguía con la firme intención de hacernos saber algo más de
los que no éramos conocedores. Es este el motivo por el que me acerqué a ella lo
más que pude para que no tuviese que elevar el tono de voz.
-Matan a la gente y los desuellan para sacarles el sebo. Están al llegar, lo sé.
-Lo sabemos, no te preocupes y descansa. Antes de lo que te imaginas todo habrá
terminado. Urdimos un plan en el acabaríamos de una vez por todas con ellos. Lo
completamos en su totalidad después de darnos una vuelta por los alrededores de
la cabaña y hacer unos cuantos arreglos de última hora para tener a punto todas
nuestras jugadas.

Cuando comenzaba a amanecer, a lo lejos escuchamos el murmullo de gente que


se aproximaba a las inmediaciones. Nos escondimos y volvimos a colgar a
Gertrudes, que así se llamaba la mujer. Me alejé por la parte de atrás en dirección
al riachuelo a esconderme entre los helechos. El padre y los hijos rodearon la
cabaña para acceder al sótano. La madre se dirigió hasta la puerta de entrada de
la cabaña, en el justo y preciso momento en que la mujer puso los pies en el
interior la mano de Abraham le cayó abierta en toda la faz dejándola por unos
segundos fuera de control, tiempo suficiente para que Manuel la maniatara
dejándola en el suelo estirada con la boca amordazada. El primero ya estaba
prisionero. Esperando la llegada de los demás a desayunar, Manuel agarró a
Gertrudes por la nuca y la incorporó un poco para que pudiese mantener el
sentido. Mientras en la trasera de cabaña el padre mandó a su hijo pequeño a ver
si la madre había terminado de preparar el desayuno. El joven fue de inmediato a
cumplir la orden de su padre, según lo acordado con mis compinches les di la
señal pertinente imitando el canto de un pájaro, estaban preparados esperando
que alguien llegara a la cabaña. El muchacho venía corriendo a toda prisa,
aprovecharon dejando la puerta medio abierta para que penetrase en el habitáculo
corriendo. Tan sólo hizo falta ponerle una zancadilla para tenerlo en el bote. Había
caído el segundo de los Cambar, tan sólo quedaban tres.

Fuera al lado del riachuelo estaban el padre y los dos hijos mayores, para no
levantar muchas sospechas bordeé el lugar y les salí al encuentro haciéndome
pasar por un peregrino.
-A los buenos días, señores.
-Bueno lo que nos faltaba un harapiento - dijo el padre en tono despectivo.
-Me preguntaba si serían tan amables de darme algo para llenar el estómago y
mojar el gaznate. Es que los olores que emanan de su cabaña son exquisitos.
-Le daré algo, pero con la condición de no volver a pedirnos nunca más.
-Lo prometo, es más lo juro. La palabra de un peregrino debe de valerles.
-Usted no es de por estas tierras, ¿verdad?.
-No lo soy, veo que se ha dado cuenta. ¿Quizás es por mi acento?.
-Hombre yo llegaría incluso a jurar que es usted, por lo menos, por lo menos de la
capital. ¿Me equivoco?.
-Por poco, soy del pueblo de Fravestria, justo al lado de la capital del reino. Pierre
Dupont a su servicio.
-Estanislao Cambar, estos son mis hijos Pablo y Severino.
-Si lo desea después del desayuno les puedo echar una mano con el trabajo a
cambio de una cena caliente.
-Hombre, una mano más nos vendría de maravilla, vamos con mucho retraso en
nuestros encargos.
-¿Entonces puedo unirme a ustedes?.
-Sí, sin lugar a dudas.

Me invitaron a desayunar a la cabaña. Al entrar se sorprendieron que


estuvieran sus dos familiares colgados de la viga central del techo. Esto les hizo
retroceder pero era tarde para huir, mis compinches les atacaron con un buen
tronco detrás de las orejas. Cayeron inconscientes, los maniatamos y colgamos.
Cerramos la cabaña a cal y canto.

Antes de comenzar nuestra bien meditada y elaborada labor soltamos a


Gertrudes, lo primero que hizo fue descargar su furia contra los asesinos. Pasados
unos minutos cesó por puro agotamiento y cayó exhausta de nuevo al piso. Era el
momento, los desnudamos por completo para que se sintieran humillados.
Preparamos baldes con una mezcla de agua y sal en grandes proporciones.
Comenzamos el interrogatorio con unos fuertes azotes que resonaban por toda
la estancia restallando contra las paredes.
-¡Ay, por piedad!, ¡parad, parad!.

No era de extrañar sus súplicas, los estábamos azotando con varas de espino de
las que doblan y no parten, que me había encargado de recoger por el camino
personalmente para este fin, poniendo especial hincapié en arrastrar las púas. A
cada golpe que les dábamos el cuerpo se les convulsionaba arrancándoles trozos
de carne y piel. Una vez me cansé, les roció Abraham las heridas con el preparado
salino poniendo especial atención en que penetrase de forma profunda. Los
gemidos de los torturados implorando por sus vidas llenaba todo el ambiente. La
sangre brotaba de sus heridas recorriéndoles pecho y espaldas para terminar
saliendo al encuentro de sus bocas, a cada inhalación resoplaban para evitar que
la sangre con la mezcla salina no les inundaran las vías respiratorias.
-¿Quién de vosotros mató a la mujer de Dosamerides?.

El silencio se adueñó de pronto de los quejumbrosos fustigados


-¿Quién, he dicho? - volvió a preguntar Manuel. El silencio volvió a hacerse de
nuevo.
-Como veo que sois una banda de cobardes, me encargaré de mataros uno a uno
como se hubieseis sido todos los culpables del crimen de mi esposa.

Gertrudes dijo entre sollozos:


-No. El mediano de los hijos es para mí. Él fue quien me rapto, me trajo aquí, me
violó y me estuvo torturando.
-Mejor así, menos trabajo.
-Abraham, haga el favor de traer la guadaña, unos hachas y horcas - dijo Manuel.
-Inmediatamente.
Al cabo de unos instantes Abraham regresó con todo lo que se le había
encargado.
-Toma - Manuel me acercó la sierra.
-Tome suegro - le dio la horca.
-Ahora Pierre vamos a serrarles las piernas a la altura de los tobillos para que
caigan de bruces contra el piso con todo su peso. Igual que a los cerdos cuando
se les corta los muñones.

Manuel comenzó cortándole a hachazos las piernas al patriarca de los asesinos,


mientras yo le hacía lo mismo con la matriarca. Los gritos y gemidos de dolor eran
indescriptibles, se estaban en última estancia encomendando a lo más sagrado
habido y por haber, sabían que su fin se acercaba y que no pararíamos hasta
exterminarlos a todos como penitencia por sus pecados.
-Malditos, dejad a nuestros padres. Los culpables de todo somos nosotros. Gritó el
mayor de los hijos.
-Ahora ya es tarde. Haberlo dicho antes, ¿cómo voy a dejar colgado de esta guisa
a tu padre, chico?.

Cuando Manuel le estaba diciendo eso al hijo el padre pendía tan sólo por una de
sus piernas del techo, la otra estaba ya totalmente cercenada, sólo quedaba el
muñón. Este se retorcía entre terribles sufrimientos pero por suerte para nosotros
todavía no había perdido el conocimiento. Un rato después el hombre cayó contra
el piso y quedó inconsciente a consecuencia de la gran cantidad de sangre
perdida. La mujer lo acompañaría en el olimpo de Morfeo despatarrada a su lado.

Ahora tan sólo quedaban los hijos, decidimos que lo mejor que podíamos hacer
era no dejar pruebas que nos pudiesen inculpar de estos hechos para no tener
que pagar por haber hecho una obra social de tales magnitudes. Guardamos a los
padres en el sótano, salimos al exterior y aprovechamos para abrir un buen hoyo
de unos cuatro metros y medio de alto por tres de ancho.

Gertrudes quedó sola en la casa cuidándolos. Al cabo de unas tres horas el hoyo
estaba terminado, aprovechamos para lavarnos en el riachuelo y hacer una
pequeña pausa antes de regresar a la cabaña para concluir antes posible lo que
teníamos entre manos. A nuestro regreso una gran y desconcertante sorpresa nos
llevamos, ella se había dedicado en nuestra ausencia a cortarles las cabelleras a
cuchillo, con las importantes heridas, cortes y laceraciones que ello deja en el
tratado. Los había mantenido despiertos para que no perdieran el sentido y al hijo
mediano le había extraído los ojos y cortado sus genitales, rematándolo con un
golpe certero de horca en todo el estómago. No había duda alguna, lo había
matado.

A los otros dos los apaleamos rompiéndoles todos lo huesos posibles, terminaron
por perder el conocimiento. Sacamos sus cuerpos al exterior como si de basura se
tratase, ayudándonos con las horcas pero tratándolos con cuidado para hacerlos
sufrir pero no matarlos aún. Los llevamos hasta el riachuelo, los mojamos para
que recuperasen el sentido y los arrojamos sin contemplaciones dentro del hoyo
que habíamos escavado. Primero el padre, después la madre, el hijo más grande,
luego el pequeño y encima el mediano muerto. Estaban apilados unos sobre otros,
por las lesiones estaban impedidos, no podían hacer nada para oponerse a su
fatal destino. Entre los cuatro íbamos y veníamos a la casa a buscar los sacos de
pelos y, los cubos. En el sebo y las entrañas. Se los derramamos encima uno tras
otro hasta que el material viscoso alcanzó una altura considerable, ahogando a los
padres en la rica materia por la que se convirtieron en asesinos y cazadores
furtivos de personas. Cuando terminamos de rociarlos por completo comenzó el
duro trabajo de cubrirlos de tierra hasta sepultarlos para que murieran asfixiados y
aplastados por el peso de la misma. Palada tras palada, los condenados no tenían
fuerzas para tan siquiera maldecirnos, al cabo de media hora habíamos terminado
con la tarea. Presionamos bien la superficie y luego la cubrimos de vegetación.
Nos lavamos en el riachuelo y nos preparamos para la partida. Estábamos
satisfechos de nuestros actos, sabíamos que si no lo hubiésemos hecho las
muertes seguirían aterrando a los pueblos vecinos.

Prendimos fuego a la cabaña quemando cualquier tipo de pruebas que nos


pudieran inculparan con los sucesos. Momento que aprovechamos para irnos sin
levantar sospechas y después de haber hecho el juramento de no volver a hablar
del tema nunca más.

Gertrudes a la que le dimos el caballo de carga, partió en dirección norte. Abraham


lo hizo en dirección sur hacia su pueblo de Aqualis. Manuel emprendió rumbo este
y yo partí hacia el oeste. Era lo mejor para todos, de esta manera no
levantaríamos sospecha alguna. Ya el tiempo se encargaría de sepultar en el
olvido los acontecimientos acaecidos en aquel verano de 1798 en los montes de
Biostifia, a las afueras de Virgelipas. En mi huida, a eso de dos kilómetros del
lugar de los hechos mi caballo tropezó, cayendo sobre mí. Al despertar de mi
muerte, alrededor mío de nuevo las pisadas sospechosas que tanto me habían
incomodado casi un año antes. Había caído en una trampa, me habían estado
siguiendo desde hacía tiempo. ¿Quién?, como no. No podía ser otro, Eudorf
Molger. Estaba tirado en el suelo, maniatado, desde mi posición pude distinguir
claramente a mi archienemigo y a su ejército personal.
-Al final os he apresado Dupont. ¿Qué os dije hace cuatro años?.
-Ya, ya.
-Soy un hombre que siempre cumple su palabra, os la di y aquí estoy
cumpliéndola. Os he seguido en la distancia, observado y dejado actuar. He visto
vuestros milagros y vuestros asesinatos. Cabe decir que apruebo todos pero vos
no sois la ley para ejecutarlos. De este modo he reunido las pruebas suficientes
para poder ejecutaros en la capital del reino. Proeza que me valdrá para
conseguir la mano de la princesa y en un futuro ser el rey consorte de Kaliput.
De nuevo en el presente

Plaza de los Procesos

La cabeza se me separó del cuerpo cuando la guillotina cayó, cayendo ésta en la


cesta que en tan buena posición estaba para recibirla. Chocando contra uno de
sus bordes y rodando hasta el populacho llegó. Se las pasaban unos a otros, por
el aire y por el suelo pateándola, hasta que por fin la atraparon los guardias que
estaban entre la chusma. La sangre, que brotar tenía por la nueva abertura de mi
cuerpo mutilado, no brotó, sino que en su lugar una cegadora luz de la cavidad
interior surgió al exterior. Todos los presentes ante el asombro de lo que les estaba
aconteciendo callados y atónitos estaban. Era el milagro que después de tan largo
viaje esperaban. Los guardias arrojaron el cuerpo y la cabeza a la pira ardiente,
inmediatamente al entrar en contacto el cuerpo con el fuego una gran explosión
provocó. Las llamas apocalípticas exterminaron a todos los presentes en la plaza
arrasando gran parte de la Plaza de los Procesos. De esta manera acabaron con
un hombre inmortal, inmortal por los actos que hizo en vida e inmortal por las vidas
que segó. En definitiva inmortal para bien de unos y para mal de otros.

La capital del reino desolada quedó, sus habitantes muertos estaban. Gracias a
ello se perdieron el verdadero milagro que habían venido a ver, la resurrección de
un Dios inmortal. El alma, como siempre había hecho, volvió al cuerpo,
reconstruyéndolo poco a poco hasta formar la persona física del gran Pierre
Dupont.
- ¡Aaaaaarrrrr! - despertó volviendo la vida a su cuerpo regenerado.

Se levantó y echó a andar de nuevo en su eterno peregrinar en pos del bien, el


Dios Dupont.

Otra vez y como siempre una vez más, no habían quedado pruebas, ni testigos
que demostraran quién, dónde ni cómo fue Pierre Dupont, el Dios peregrino.

En Las Palmas de Gran Canaria

Octubre del 2014

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