+rivas Trujillo Jonathan Christian - Nacer Crecer Y Morir
+rivas Trujillo Jonathan Christian - Nacer Crecer Y Morir
+rivas Trujillo Jonathan Christian - Nacer Crecer Y Morir
Son las seis en punto de la mañana del doce de enero de 1799, toda la ciudad se
ha congregado en torno a la guillotina. Están todos, desde los más desgraciados
hasta los más ricos y poderosos de toda Kaliput. No es para menos, hoy es el día.
Estaba señalado desde hacía más de un mes, hoy me van a ejecutar. ¿El por qué
de esperar tanto tiempo?, es fácil, simplemente había que darle tiempo a todos los
hombres vivos que conforman la humanidad para que pudieran llegar a ver este
milagro que se iba a producir. Sí, sí, milagro. ¿O es que van a tener la suerte y la
oportunidad de volver a ejecutar a alguien que está considerado un inmortal?. No,
verdad.
Las horas en el calabozo pasan lentas y aburridas para mí, ya he pasado por esto
tantas veces que hasta me aburre. Llevo esperando este día con gran curiosidad
desde hace mucho tiempo, ¿será esta la definitiva?. El estar encarcelado en esta
mazmorra maloliente no me permite abrir el apetito para poder comer ni tampoco
respirar con este maldito hedor nauseabundo que inunda los calabozos. Los
desperdicios humanos y de animales están amontonados por todos lados. Los
hombres tenemos que hacer nuestras necesidades por los rincones como bestias.
Las ratas y los ratones pululan a sus anchas por todos los lugares sin excepción
alguna. Hay que tener cuidado con que no te coman vivo mientras duermes, pues
el dolor no aparece mientras te devoran. La mayor parte de los presos fallecen
antes de ser ejecutados, bien porque enferman o porque son devorados mientras
duermen, pero eso a mi me da igual. Mi vida siempre ha estado basada en el
sufrimiento continuo y la muerte ha estado siempre a mi diestra. No soy nada, ni
de esta época y mejor todavía, no poseo nada, no tengo nada que ganar ni que
perder. Ni tan siquiera tendría que estar vivo.
Oigo a los carceleros aproximarse a mi celda, están manipulando los cerrojos tras
mi puerta.
-Ciudadano Dupont, ha llegado el momento.
Me levanto del duro catre, poniéndome en pie delante de ellos con los brazos
caídos hacía abajo. Me los amaran con cadenas hasta las cadenas que atan mis
piernas haciendo una unión perfecta que me impida escapar en caso de querer
fugarme. Uno puesto delante marcándome el paso y el camino, el otro detrás para
evitar mi fuga, me conducen por todas las galerías y estancias de la prisión. Todo
bajo el máximo silencio sepulcral posible, no se oye a ningún preso, parece como
si estuviera yo sólo en el edificio. Llegados a la salida de la prisión me hacen
parar. El carcelero que tengo delante de mi hace una señal a través de la ventana
a otro que está en la plaza, a su vez esta da la señal a alguien que no puedo llegar
a divisar desde mi posición. Se produce un redoble de tambores persistente, era
la señal para salir al escenario. Siguiendo el orden establecido desde que me
maniataron, salimos a la plaza pública de los Procesos de Kaliput. La luz me ciega
durante unos largos y dolorosos segundos, llevaba a la sombra y la oscuridad
desde hace mucho tiempo. El murmullo ensordecedor del populacho es inmenso y
abominable, los insultos hacia mi persona y mis obras son aterradores. Quiero
decir llegados a este punto que no debemos olvidar que el ganador es siempre el
que escribe la historia, puede ser el peor criminal que more por la faz de la Tierra,
pero como ganó tú te llevarás siempre la culpa de todas sus malas acciones.
Sobrado para acobardar a cualquiera que no hubiese pasado antes por ello, a mí
no me da el mínimo miedo, es más, me excita.
Por si fuese poco todo esto, además combinado con la gran cantidad de gentuza
que había acudido al evento, calculo que alrededor de un par de miles, lo hacían
el escenario perfecto para mi ejecución.
Pero lo que más me llamó la atención es que el gran Eudorf Molger estaba situado
en un lugar privilegiado donde con toda seguridad mi sangre le salpicaría. Tenía
que ser un odioso petulante hasta el final de las consecuencias, lo entiendo en
parte pues eran demasiada las veces que me había reído de él. A todo esto y
cuando ya estoy en la posición indicada para que todo el asunto de comienzo,
levantando su mano derecha mandó callar la plaza. El silencio se hizo de
inmediato, dando comienzo a mi orden de ejecución:
---Kaliput, la grande y benévola. A 12 de enero de 1799, de una parte el pueblo de
Kaliput contra el asesino Pierre Dupont. Ciudadano Dupont ha sido considerado
culpable del asesinato de incontables personas, cuya lista es tan extensa que no
podíamos recitarla a los aquí presentes por falta de tiempo y de leña para
mantener viva la pira.
---Crímenes por los que he sido juzgado y ejecutado con antelación ---le contesté
de forma tosca y desafiante, mirándolo de abajo para arriba con la cabeza gacha.
Como si conmigo no fuera la cosa.
---Le recuerdo que no puede articular palabra mientras se lea su sentencia.
---Y yo, a su vez le recuerdo a usted, que la ley reinante en el reino de Kaliput, es
bien clara. No se podrá juzgar a un hombre dos veces por el mismo crimen, y
menos aún ejecutarlo.
---Calla insolente y escucha la sentencia. Como iba diciendo prosigo, ¡haber por
donde iba!. A si, aquí: Según decreto firmado por nuestro actual monarca Don
Branqo Phaes, el ciudadano conocido por Pierre Dupont anteriormente ajusticiado
en un pelotón de fusilamiento, envenenado, desmembrado, atropellado... Saliendo
siempre inmune de todas sus ejecuciones y atentados contra su persona
conocidos hasta la fecha, se le destituyen los privilegios de un hombre y a partir de
ahora será considerado como ser maligno. Con lo que ello supone, no será
ajusticiado en calidad de persona, sino de ente maligno. Permitiendo volver a
ejecutarlo por crímenes cometidos anteriormente tantas veces fuesen necesarias
hasta asegurar su fallecimiento definitivo, por y para la protección de nuestros
ciudadanos. Es razón esta por lo que ha sido condenado a muerte en la guillotina
y una vez guillotinado sus restos han de ser quemados en la pira hasta su
completa extinción. Asegurándose todos los presentes que no se obrase milagro
alguno de resurrección. Yo el rey.
El tinglado lo tenían muy bien manejado entre las fulanas, los matones y el
camarero, un antiguo alcahuete de la policía del reino.
Razones para sospechar de este repentino auge habían varias, desde que en la
ciudad ni en el reino habían tantas familias que se pudiesen permitir tal dispendio,
hasta que la oferta de personas que quisieran donar los cadáveres a la ciencia
eran más bien escasos. Eran contadas con los dedos de una mano y sobraba
alguno. A la que la mayoría acusaban de prácticas de magia negra.
Fue por esta razón que las escuelas ante la falta de medios para poder ejercer con
su cometido comenzaron a promover una campaña entre las personas más
pobres de la ciudad, mediante la cual ellos se encargaban del cuerpo del fallecido
en pro de la ciencia y la medicina. Esto alentó a las familias de menor poder
adquisitivo rápidamente a donar los cuerpos a las diferentes escuelas, porque de
esta forma se ahorraban todos los gastos funerarios obligatorios que estaban
estipulados por ley en el reino. Muchas familias quedaban endeudadas con estos
dispendios, quedando incluso en la calle sin residencia en la que vivir.
El tiempo pasó y los medios para conseguir más y más cuerpos fue de mal en
peor. Seguían el cortejo fúnebre hasta el lugar del enterramiento, esperaban para
una vez dada la sepultura desenterrarlo o extraerlo de su mausoleo particular
para acabar engrosando sus bolsillos y el depósito de la morgue de alguna de las
mencionadas academias. Este movimiento propició un auge de la delincuencia
hacia este tipo de macabras prácticas. La justicia que era impartida por las familias
más ilustres de la ciudad, eran los encargados de promover las leyes en contra de
estos actos delictivos. Los catalogaban de satanistas y antinaturales, las penas de
castigo por sus prácticas eran invariables, se castigaba con la pena capital. Aquel
desgraciado al que atrapasen llevando a cabo alguna de estas prácticas ya sabía
a lo que se atenía, se han dado casos en los que las propias academias
denuncian a algunos procuradores de cuerpos por la ilegalidad de la muerte del
cuerpo vendido. Esto no era otra cosa que una maniobra de distracción que de
forma regular hacían para no levantar sospechas entre las autoridades, nada más.
Promulgadas estas leyes los procuradores de cuerpos, que así es como se les
conoce a los del gremio, comenzaron a poner más esmero en la obtención de
cuerpos. Los cementerios eran sitios muy peligrosos para su profesión, la policía
del reino los vigilaba con recelo bajo la orden de matar a cualquier asaltante. Es
por ello que idearon una nueva forma para conseguirlos sin incumplir la ley entre
comillas. El asunto era muy sencillo, incluso más de lo que sanamente se pudiese
considerar. Un forastero o extraño muere en la ciudad, daba igual cual fuera el
motivo de su muerte, para no hacer un gasto en sus sepelios a la comunidad las
autoridades estaban obligadas por ley a dar el cuerpo a alguna de las academias
de medicina. Por un lado ganaba el consistorio local que se ahorraba los gastos
del entierro y por otro las academias que conseguían gratis los cuerpos. Es fácil
de adivinar como los miembros de los organismos públicos se hicieron corruptos
en escala, desde el policía de patrulla urbana que era avisado por los matones,
hasta el comisario que era el último eslabón en la cadena. A veces el aviso no
llegaba ni al último eslabón, los cuerpos eran llevados directamente a la academia,
repartiéndose el beneficio obtenido en la venta a la academia mejor postora.
Mi historia en esta ciudad del arte mortuorio comenzó hará cosa de cuarenta y
ocho horas atrás. Llegué en busca de un trabajo para cambiar de aires y dejar de
lado la parte norte del reino, para diseminar mi rastro en la medida de lo posible.
Todo ello muy marcado e influenciado por mi forma de vida por aquellas latitudes.
Había escuchado contar a las gentes en mi viaje ambulante y sin rumbo por el
reino que en esta ciudad se podía prosperar consiguiendo trabajo fácil y
rápidamente. Llegué a la ciudad una mañana de primavera oscura y nublada. Las
calles de la ciudad estaban totalmente abnegadas de barro, cubría las botas hasta
los tobillos, había que ir con mucho cuidado para no resbalar y caer en aquel
maldito barrizal para puercos. La ciudad a simple vista se veía triste y sin vida.
Estaba compuesta en su mayoría por construcciones de casas de dos o tres
plantas de altura, entremezcladas con otras de planta baja. Delante de las
viviendas los suelos estaban algo adoquinados pero para la porqueriza de barro
que yacía delante de ellas, lo mejor hubiera sido no gastar dinero en el pavimento.
Las calles estaban atestadas de suciedad, basuras, desperdicios de animales y
humanos. Lo que ayudaba a la proliferación de los parásitos y los roedores. Los
niños de la ciudad jugaban en las puertas de las casas descalzos y muchos de
ellos sin pantalones ni camisas que ponerse. Puedo asegurar que no era porque
las condiciones ambientales invitasen a estar de esa guisa, no era más bien
porque la pobreza extrema se había arraigado en su forma de vida. Eran tiempos
malos y de penurias, donde las familias fértiles no cesaban en traer al mundo más
y más hijos, casi una media de uno por año. Esto asociado al no poder progresar
económicamente, traía consigo lo que estaba presenciando en aquellos momentos
que no era ni más ni menos que la antesala de las enfermedades que se
acabarían llevando a una gran cantidad de población infantil.
Presenciándolo me decía para mis adentros, pero como puede haber un contraste
tan radical en esta ciudad. La gran mayoría de sus ciudadanos, sin exagerar en
torno al noventa por ciento, eran no pobres sino lo más bajo, miserables. ¿Cómo
podían las gentes de las ciudades vecinas decir que era una ciudad próspera en la
que el que quisiera se podía labrar un porvenir?, la verdad viendo aquello no lo
entendía. Las gentes naturales de la ciudad eran miserables y yo sin tener nada
como iba a prosperar en un lugar así.
Durante el resto del día deambulé por la ciudad y no encontré por ninguno de sus
rincones ni un sólo atisbo de progreso en ella. Tan sólo en la zona más rica donde
se encuadraban unas cinco mansiones que se podían divisar a simple vista, pues
destacaban del resto de la cochambrosa y apestosa ciudad. Se podía oler desde
bien lejos el dinero de sus propietarios.
Visto lo visto pensé en seguir mi camino hacia otras tierras del reino, donde
creyera que la suerte me podría ser más propicia para mis intereses. Pero la tarde
noche se había cernido sobre mí, decidí entonces hacer noche en la ciudad.
Busqué una posada en la que poder cenar y descansar, durmiendo unas horas
para a la mañana siguiente volver a emprender rumbo. Es razón ésta que
deambulando por la ciudad encontré la taberna posada el ratón sin cola, de
características anteriormente mencionadas.
“El ratón sin cola”
En cuanto puse un pie dentro de este garito de mala muerte las fulanas se
acercaron a mí como las moscas a las inmundicias. Los chulos, los matones y
resto de jugadores se giraron hacia mí, mirándome de forma despectiva, juzgando
mis actos uno por uno a mi entrada en la posada, como si mi vida dependiese de
ellos. Ante situaciones de este tipo hay que saber muy bien cómo se comporta
uno para evitar problemas mayores. Las susodichas rameras me ofrecieron sus
servicios como a cualquier otro cliente.
---¿Qué hace un hombretón como tú en un lugar como este?.
---Estoy sólo de paso.
---¿Te gustaría disfrutar de mi compañía esta noche?.
Sabía muy bien que aunque me diera el mayor asco del mundo acostarme con
esta clase de mujerzuelas, por mi propio bien debería cargar con alguna de ellas
durante el tiempo que aquí permaneciera. Sobre todo para tener contento a su
chulo generándole algo de ingresos por el servicio prestado.
---¿Eso dependerá del precio que tenga tu cuerpo?.
---No te preocupes, tú podrás pagarlo.
---Si tú lo dices, pero te advierto que sólo tengo una moneda de plata para ti.
¿Aceptas el trato?. ---Ahí estaba yo, con una moneda de plata en la mano
enseñándosela a esta y esperando una respuesta. Para mi sorpresa no me dijo
nada, simplemente la cogió y se sentó a mi lado en la mesa, momento en el que
llegó el camarero.
---¿Qué desea comer el señor?. Tenemos judías con chorizo, rico estofado de
ternera y una deliciosa tortilla.
---Tráigame una ración de judías con chorizo y una buena botella de ron, con dos
vasos.
---Cariño, tú sí que sabes pedir.
Cenamos pues al final tuve que pedirle a esa pobre desgraciada un plato de
tortilla, tan sólo por pura pena pues parecía desnutrida.
---Señorita, tan sólo por mera curiosidad. ¿Come usted todos los días?.
Entre los tres restantes lo tiraron al suelo por osar llamar tramposo al tramposo y
lo estuvieron pateando hasta la muerte. Más tarde me enteré por el camarero que
el desgraciado se hacía llamar Weiron Smith.
Para cuando la policía del reino llegó al lugar, el cuerpo del susodicho estaba
lógicamente irreconocible, su rostro se había convertido en una masa deforme a
consecuencia del castigo recibido por parte de sus verdugos.
---¿Quién ha sido? ---preguntó uno de los agentes del reino.
---Nadie, se cayó por las escaleras sin más ---respondió el camarero.
---¡Ah, eso me había parecido a mí!. Pues como todo está en orden ayudadnos a
cargarlo en el coche de caballos.
---¿A qué academia lo van a mandar señor?. ---Preguntó el camarero.
---Creo que por el bien de la comunidad irá a la de Pride.
---Buena elección, señor.
Abrieron la puerta trasera del establecimiento, sacaron el cuerpo sin vida del
forastero y lo cargaron en el coche de caballos. Mientras, los observaba perplejo
desde una esquina justo en frente de ellos sin que pudiesen verme, gracias a la
absoluta oscuridad que me cubría. Cumplida su labor los policías sacaron sus
monederos y pagaron una moneda a cada uno de los asesinos y otra al camarero.
---¿Por qué te has interesado tanto en saber la escuela a la que vamos a llevar el
cuerpo Bartholomeu?.
---Hombre, agente usted sabe que en mi humilde casa le servimos pleitesía al
doctor Pride.
---Como debe ser Bartholomeu, como debe ser.
---Así es agente, por el bien de todos. ---Se despidieron y los agentes reanudaron
su camino.
En ese instante me pude dar cuenta que algo no iba bien en el devenir de esta
miserable ciudad de la muerte. El coche emprendió su marcha con los policías y el
cuerpo sin vida del forastero por la callejuela trasera del ratón sin cola, cuando de
improviso le salí al paso del mismo.
---Agentes he presenciado todo lo sucedido y dista mucho de lo relatado a
vuestras personas.
---¡Soooooo! ---gritaron al unísono asustados por mi repentino aparecer en la
escena.
Les costó mantener a los caballos pues por el susto estaban muy agitados, no
cesando en topar y levantarse de piernas.
---¿Estás loco forastero?, ¿es esa acaso forma de cruzarte delante de un coche?.
Bajándose uno de ellos del coche, se dirigió hacia mí y con su brazo derecho me
retiró del camino haciéndome subir a la acera.
---Aquí estaremos más seguros. Ahora dígame eso tan importante de lo que me
tenía que informar.
---Estaba en el ratón sin cola y fui testigo directo y en primera persona del
asesinato a patadas del hombre que llevan en el carro.
---Señor, ¿cómo se llama?.
---Pierre Dupont, señor.
---Es usted forastero, ¿verdad?.
---Sí señor.
---¿Usted ha presenciado la muerte de ese hombre que llevamos atrás, verdad?.-
Me dijo señalando al coche de caballos.
---Sí, fue espeluznante.
---Pues considere ese hecho como su bienvenida a esta ciudad. Todos los
forasteros que no pasan por el aro y se las quieren dar de listos acaban así.
---Pero agente yo sólo quería informarles...
---¿Está claro o se lo tenemos que explicar de otra manera, amigo Dupont? ---me
dijo mientras zarandeaba su porra contra la palma de su mano izquierda.
---Claro. Todo muy claro.
---Prosiga su camino y cuidado con lo que hace si no quiere acabar en la parte de
atrás de nuestro coche. ¿Entiende a lo que me refiero?.
---Sí.
---Buenas noches.
Todo seguía su curso en este sistema del terror, es por ello que ya no me
extrañaba ni un poco el hecho de no ver a nadie en las calles a estas horas de la
noche. Las gentes de bien estaban en sus casas resguardándose de los peligros
de la noche en la ciudad. Y las de baja estopa se encontraban delinquiendo o
reunidos en las cantinas y posadas. Pero ambos grupos tenían en común que
ninguno de ellos salvo un inexperimentado forastero como yo se atrevería, mejor
dicho osaría a circular de noche por esas callejuelas poniendo su vida en peligro.
Callejuelas de mala muerte sin iluminación alguna, perfectas para la proliferación
de los más abyectos actos criminales. Dejé por un instante de divagar y de
hacerme fantasmagóricas ideas acerca de la ciudad, producidas en parte por la
mala experiencia vivida en el garito y luego con los policías del reino.
He muerto.
Inicios
La situación familiar con el paso del tiempo se hizo más y más insostenible,
agravando las condiciones de vida debido en parte a que no había suficiente
dinero para mantener a la familia después del fallecimiento de mi padre. Pero por
otro lado estas malas condiciones la habían mermado por otro lado, los hijos
mayores que ahora deberían de estar trabajando para poder ayudar habían
muerto víctimas de la mala vida y de los malos hábitos alimentarios que llevaba la
familia al completo. Cuando contaba con tan sólo cuatro años de edad, era el hijo
pequeño de tres hermanos. Los cuatro mayores habían fallecido. Mi infancia
estuvo marcada por la más absoluta de las miserias y con la muerte siempre
presente con su cruel y fría guadaña siempre en alto para caer sobre nosotros en
cualquier momento.
Al cumplir los seis años de edad comencé a sentirme mal hasta que al final caí
muy enfermo. El ambiente pernicioso de la ciudad, junto con la mala alimentación
y el constante respirar del carbón para dar calor al hogar habían terminado con
mis pocas, escasas y débiles defensas de niño mal nutrido. Caí letalmente
enfermo de tisis y escorbuto, no se esperaba nada bueno para mí, es más mi fin
se antojaba duro y muy doloroso. Tan sólo le quedaba a mi madre encomendarse
a la suerte para que me salvara. Pasaba las noches junto a mi lecho y los días
trabajando en la plaza llorando, sabía que en cualquier momento alguno de mis
hermanos iría a avisarla para decirle su niño pequeño había muerto. Ya por
entonces me había separado de mis hermanos para evitarles el posible
contagio. Me encontraba sólo en una habitación de la casa por la que no veía
nada más que las ramas altas de unos árboles que la pequeña ventana me
enseñaba del mundo exterior. Estaba bien tapado y con una leve pero constante
chimenea que mi madre me avivaba por las mañanas antes de ir al trabajo y por
las noches cuando volvía del mismo. Siempre tenía frío, me tapara lo que me
tapara, daba igual.
Cabe recordar que los tíos eran personas respetables y de dinero, ambos eran
exploradores y aventureros de gran fama no sólo en el reino sino también en
muchos otros lugares, que habían hecho su fortuna gracias a las hazañas
realizadas y a los innumerables tesoros que habían recuperado del olvido del
tiempo. Pero cabe destacar que siempre dentro de lo bueno suele haber algo
malo, y en este caso era que no podían tener hijos propios. Ambos estuvieron
sometidos a fuerzas malignas desconocidas en una de sus muchas aventuras y
perdieron el don de dar la vida. Fue una gran desgracia para ellos pero la mala
providencia hizo que sus amigos de Anchosfira fallecieran tan jóvenes dejando al
desamparo a tres niños. Para ellos el poder ayudar a criar a los que ellos
consideraban sus sobrinos les brindó una segunda oportunidad en la vida de
sentirse como los padres que nunca hubieran sido.
Marcel buscaba y buscaba junto con Nicolina en sus libros antídotos para salvar
mi vida. Pero el tiempo se les hecho encima de improviso y sin avisar. La tarde del
trece de octubre de 1688, caía gravemente enfermo entrando así en fase terminal
de mi enfermedad. Era cuestión de minutos o segundos, quien podía saberlo, para
el fatal desenlace. Marcel había estado estudiando en unos libros antiguos de
culturas ya desaparecidas de los tiempos de las cavernas, unos antiguos rituales
para hacer que el cuerpo y el alma nunca se separaran. Manteniendo de esta
forma la dualidad cuerpo-alma por toda la eternidad. Impidiendo la desintegración
del cuerpo físico alimentado por el alma inmortal que no podía escapar nunca más
de su prisión física. El ritual se denominaba: “el alma fría”. Este consistía en la
creencia que el alma no podría abandonar nunca el cuerpo físico en el que se
practicara el ritual por el terrible frío que ello le supondría. Por esta razón siempre
que el cuerpo físico muriese el cuerpo por muy dañado que esté gracias a la
necesidad del alma de tenerlo que usar como refugio del frío exterior, lo
reconstruirá una y otra vez por siempre y para siempre. Porque el alma es pura
energía, no se puede crear ni destruir tan sólo transformar.
El ritual consistía en hacerme unos dibujos con el hueso de una costilla de cerdo
en el pecho, marcándolos bien hondos hasta que brotase sangre de los contornos
del dibujo. Una vez que la sangre comenzara a brotar había que invocar el ritual
del frío eterno mediante las siguientes palabras: “Okolp seplio furo besu aie”. Una
y otra vez sin parar hasta que la sangre se cortara de raíz, esa sería la señal de
que el ritual había tenido éxito.
Marcel y Nicolina abrieron de sopetón la puerta que minutos antes habían cerrado
dejando tras de ella dolor y sufrimiento, entraron en la habitación y descubrieron
como estaba vivo. Incluso había recuperado la coloración en mi semblante.
---¿Cómo te encuentras? ---me preguntó Marcel.
---Bien, mejor que nunca. ¿Qué me ha pasado?. Estaba perdido en la noche más
oscura y de repente algo tiró arrastrándome en contra de mi voluntad a la mayor
de las claridades...
---No temas más por la oscuridad. Tú nunca más morarás por ella.
En el presente
-¡Aaaaaaarrrrrrrr!.
No me cabía ninguna duda, eran los policías del reino con los que había hablado
anteriormente, los mismos que recogieron el cuerpo del forastero en el ratón sin
cola. Al oírlos hablar pude deducir que el tal Pride era el jefe de la banda de
mangantes y asesinos que estaban surtiendo a todas las escuelas de la ciudad. Mi
intuición me dice que no tardando mucho iba a dar con el cabecilla de la banda. Al
cabo de cinco minutos noté como el coche giró una vez a la derecha y otra a la
izquierda para luego parar.
-Llegamos, avisa en la puerta.
Tocaron en la puerta dos toques rápidos y tres lentos, tendría que ser una señal
pactada. La puerta se abrió de inmediato dejando escapar un ligero tufillo a formol.
Por ella asomó un viejo, de gran tamaño y no menor barriga, cabellos largos
blancos mal cuidados a juego con una barba de una semana y un grandioso
bigote. Vestía camisa blanca con las mangas remangadas hasta los codos,
pantalón negro y un gran mandil de cuero.
-Ja, ja, ja, ¿qué traéis esta vez muchachos?.
-Dos cuerpos de forasteros para el señor Pride.
-¿Se pasaron de listos, no?. Ja, ja, ja.
-No sabes tú bien, uno haciendo trampas con las cartas en el ratón sin cola...
-¿En el ratón sin cola?. Ja, ja, ja, que pardillo. Ja, ja, ja.
-Y el otro denunciando el asesinato del anterior.
-Ja, ja, ja. Un par de tunantes metomentodo, sí señor. Ja, ja, ja.
-Sí, démonos prisa no queremos que se nos haga tarde para volver.
Habiendo perpetrado un robo poco tiempo atrás en su país natal se veía obligado
a abandonarlo para no perder la cabeza. Estaba buscando la manera de encontrar
un medio para poder invertir el motín robado y hacerse rápidamente con
beneficios. Es esta la manera con la que Pride, que siempre había sido un
desgraciado ladronzuelo y poco más que un sucio ratero, había hecho fortuna.
Pero dentro de ese proceso y en su último delito cometió el error de probar la
sangre, tan sólo veinticuatro meses atrás era un simple ratero al que se le podía
perdonar la vida. Pero el día que decidió entrar en la mansión Hogan´s, ese día
quedó sentenciado a muerte. Los Hogan eran dueños en la ciudad de Manto, en el
reino vecino de Cutdellé, de una gran plantación de tabaco. Eran ricos pero los
buenos tiempos para ellos estaban cambiando de rumbo, era más lo que
intentaban aparentar que lo que realmente tenían. Tan sólo por razón de estatus
social debían de seguir aparentando lo que ya no eran. Pensaban que hasta que
no se fundiera la herencia del viejo patriarca fallecido el otoño anterior, nadie se
daría cuenta de ello. Pero al perro flaco todas las pulgas se le pegan, es esta la
razón por la que el amigo Antoine Verdux, actualmente conocido como Pride había
emigrado hasta la localidad. Su intención era asaltar la vivienda y hacerse con
todo el botín posible.
Movieron el coche hasta la puerta de la morgue, el viejo salió con una carretilla
donde nos transportaron a ambos, primero al otro y luego a mí. Nos tendieron en
lo alto de unos nichos de piedra fríos. La Morgue era de unos diez metros de larga
por unos ocho de ancha, tenía dos puertas una daba a la calle, la habían cerrado y
era por la que me habían metido. La otra daba a una estancia de la vivienda y
estaba abierta e iluminada, allí se encontraban los tres hombres discutiendo de
sus asuntos, pero por lo poco que podía oír deduje que era ajustando sus salarios.
-Os lo apunto en vuestro listado, estáis arrasando a los demás, ¿eh?.
-Hombre, modestia aparte es que nos ha tocado el turno de noche, es lógica tanta
actividad. Y más desde que la banda se ha extendido por las ciudades vecinas.
-¡Oh, ese ha sido todo un acierto del jefe!, ja, ja, ja.
-¿Pero que hacen los de los alrededores para mandarnos toda esa cantidad de
forasteros?.
-Ja, ja, ja. Simplemente los engañan vendiéndoles que aquí hay de todo o más
para todo el que quiera. Ja, ja, ja.
-Pero cómo hay tanto idiota, no lo entiendo.
-Yo te lo explicaré estúpido. Dijo de repente una voz nueva, que no había oído
hasta ahora, en tono alterado.
-Señor, lo siento. ¿Qué le pasa?.
-Pero como te atreves a preguntarme que qué me pasa, es que tu inteligencia no
te da para más, ¿o qué?.
-Señor, usted me disculpará, pero todavía no sé a qué se refiere.
-Es inútil, te lo diré de forma directa. Has traído un cuerpo de un forastero
envenenado de forma directa sin antes pasar por el depósito general. ¿Cómo has
hecho eso?.
-Pensé que era dinero que le ahorraría, señor.
-Pensé, pensé. Tú no estás para pensar para eso estoy yo. Tú estás para
obedecer y punto.
-Pero con la de crímenes que está habiendo en la ciudad últimamente, ¿quién va
a notar nada?.
-Imbécil, si algún estudiante observa que el individuo no tiene ninguna señal de
violencia podrá dudar de la procedencia del cuerpo y a lo mejor incluso
denunciarlo.
-Pero ese asunto está solucionado, señor.
-No te confíes nunca de las autoridades cuando delincas, es el consejo que te doy.
-Entonces tenemos el derecho de apuntarnos al forastero envenenado en nuestra
lista o lo devolvemos al depósito general.
-Dejadme que le eche un vistazo y luego os diré.
No cabía duda, había sido engañado desde el principio por toda la banda de Pride.
Desde que hablé con aquellas gentes mientras vagaba por el reino que propició mi
llegada a Yuitad hasta mi entrada en el ratón sin cola, donde fui envenenado para
luego acabar en esta morgue. Pobre destino el de aquellas gentes que habían
acabado su camino en las manos de estos monstruos. Tenía que acabar con este
asunto la solución era eliminando a su cabecilla. Para mí fortuna viene hacía aquí
a verme. La providencia se ha aliado en torno mío para evitar más muertes.
Cerré mis ojos y me hice el muerto aguantando la respiración lo más que pude. El
señor Pride se acercó a mí y cogiendo la sábana blanca por el extremo con sus
finos dedos me destapo hasta la cintura.
-Estúpidos, inútiles, imbéciles. ¿Cómo es posible que se atrevan a poner mi vida
en juego con un cadáver así, sin un sólo rasguño?. ¡Arrrrr!.
-Eso puede ser porque no estoy muerto señor Pride. ---Pride dio un salto hacia
atrás y gritó del susto:
-¡Aaaahiiii!, mi corazón - y acercándose de nuevo a mí me dijo: - ¿Qué clase de
broma es esta?.
-No es ninguna broma señor, es simplemente tu sentencia de muerte.
Estirando mis brazos le cogí el cuello con ambas manos y le apreté y apreté hasta
que no pudo resistirse más. Pride había muerto, ajusticiado por uno de los
cadáveres de su morgue. ¿Qué irónico, verdad?. Acto seguido intercambié
nuestras ropas. Y con ayuda del material quirúrgico de su morgue le practiqué
unos ligeros cortes en el rostro, le saqué los ojos y le extraje algunas piezas
dentales. ¿Para qué todo esto?, ya lo veréis.
Por el mismo sitio que me habían metido salí de la escuela Pride, para no volver
jamás.
Al día siguiente los alumnos contaban con dos cadáveres relativamente frescos
para sus prácticas supuestamente de dos forasteros no identificados.
Era la ciudad más grande del reino de Kaliput y la más rica de las cinco que lo
forman. Es una tierra en su mayor superficie virgen, totalmente cubierta de una
frondosa y espesa vegetación principalmente líquenes, helechos y pinos. Es por
ello y la fauna que hacen del paisaje un entorno ideal para poder sobrevivir a las
hambrunas que asolan a las ciudades del reino. Pero peligroso por los grupos de
bandoleros, zíngaros, quincalleros y fugitivos, llegados de todas las partes
inimaginables huyendo de la hambruna de sus tierras. Estas son gentes que no
dudan un sólo instante en matarte para despojarte de lo poco que lleves encima.
Razón ésta por la que hay que tener muchísima precaución a la hora de
desenvolverse por este inhóspito territorio y extremar la precaución en cada
pisada que uno da. Mirar, escuchar y luego caminar, estas son las principales
directrices que hay que seguir para poder sobrevivir en estos páramos en los que
la policía del reino no tiene presencia alguna. Principalmente siempre voy
especialmente preparado para la acción, más cuando te dedicas a rastrear
asesinos.
En el pasado
-Pierre tú tienes un gran don que debes aprovechar, esa es la razón por la que te
preparo con muchísimo más esmero que a tus hermanos. ¿Lo comprendes?.
-Sí tío Marcel, pero quiero ir a jugar con ellos. ¿Puedo?.
-¿Y si te cuento una historia, te quedarías?.
-Sí tío, sí. Cuéntamela por favor. ¿Trata de princesas o tal vez de monstruos que
comen gente?.
-No Pierre, trata de la vida misma. Te gustará, se titula “la botella de Karin”,
escucha:
Hace mucho, pero que mucho tiempo un antiguo marchante según cuenta la
leyenda, llegó a la ciudad acompañado por dos mulas que cargaban con un
montón de tinajas. El hombrecillo de aspecto diáfano era un tanto peculiar. Vestía
una larga chilaba verde y calzaba unas extrañas zapatillas doradas muy brillantes.
Con un pelo negro corto muy brillante e intenso que no cuadraban con su edad.
Unos grandes ojos negros con mirada muy profunda que se posaban sobre ti y te
llegaban a incomodar. Escuálido cual si llevase un huésped en sus entrañas.
Aquella mañana a muy temprana hora cuando llegó al pueblo, acomodó sus
carros y comenzó su retahíla para atraer la atención de los compradores.
-Es bueno, de altísima calidad. No encontrarás nada igual en ningún otro lugar en
tu corta vida. Nunca podrás llegar a su lugar de procedencia por mucho que te
propongas ir, por mucho que nunca más pares a descansar. Pues mil años como
yo deberás caminar. ---Decía una y otra vez.
El pobre hombre podría decir todos los cuentos de vendedor habidos y por
inventar aún pero no le valieron de nada, al terminar el día no había vendido ni
una mísera tinaja. No es que fueran de mala calidad, pero tenía algo que asustaba
a los compradores. Al final de la jornada entabló una apacible conversación con
otro vendedor del lugar, en su tienda de antigüedades. Él hacía llamarse Abdul, el
grande. Parecía un hombre muy culto y educado, fino en sus maneras y muy
versado. Cuando le propuso hacer un trato al otro vendedor, este aceptó de
inmediato sin ni siquiera antes haberlo escuchado, poseía el don de la oratoria.
El trato consistía en cambiarle todas sus pertenencias después del día tan malo
que había tenido a cambio de una vieja botella desgastada de cristal con un tapón
dorado que este tenía en una de mis vitrinas.
-¿Me darías todo, pero lo que es todo sólo por una simple y cochambrosa botella?
-le preguntó.
-Sí, te daría todo por ella hasta mi vida si pudiera.
-¿Pero por qué harías eso?, quiero saberlo, mi curiosidad tiene que ser saciada.
-Después de estar caminando sin descanso por más de mil años, uno se merece
tener una casa en la que poder descansar.
-¿Cómo dices?, eso es todo lo que me vas a decir. ¿Cómo que llevas caminando
más de mil años?, ¿pero tú estás loco o qué te pasa?.
-Para nada, tú has preguntado y yo te he respondido.
-Y eso es lo que me tenías que decir, ¿y el resto de la historia?.
-¿Quieres oírla de veras?.
-Pues claro que quiero, o es que no se nota que estoy impaciente por escucharla.
-La historia y las tinajas, por la botella. ¿Aceptas?.
-Claro que sí.
-Bueno pues allá va, Hace más de mil años yo era un hombre muy poderoso pero
no era feliz. El simple hecho de saber que tenía que morir como un ser humano
cualquiera me obsesionaba a la vez que me desesperaba. Por esta razón
comencé a buscar la manera de poder conseguir la inmortalidad pues sólo así
podría disfrutar eternamente de mis propiedades terrenales. Probé todos los
métodos, conjuros y mejunjes existentes desde el albor de los tiempos e incluso
improvisé con mis propios medios. Desde la magia blanca hasta los más abyectos
y viles conjuros de magia negra jamás creados por el hombre y los demonios.
Todo para nada, jamás obtuve resultado satisfactorio alguno.
Hasta que un día llegó un hombre a mi palacio, se presentó como Karin. Era de
rasgos varoniles y muy llamativos, de largos cabellos negros como la brea, unos
bonitos ojos marrones muy claros, una larga y fina barba negra acabada en punta.
Al presentarse ante mí me dijo:
-¡O amo de estas amarillas y prósperas tierras!, he oído hablar por lejanos lugares
que en estos lares hay un señor que lleva mucho tiempo buscando la inmortalidad.
-Has escuchado bien joven Karin, pero una sola cosa te diré, si tu empresa
resultase infructuosa, tu cabeza con una cimitarra mandaré rebanar. Pero si por el
contrario tus actos a mi propósito ayudan, de oro te cubriré hasta que por el peso
no puedas respirar.
-Veo por vuestras emociones e intuyo por vuestras palabras que la inmortalidad
deseáis con todas vuestras energías.
-Así es, ¿qué me ofrecéis pues, me ayudáis o cesáis en vuestro propósito por
miedo a perder vuestra cabeza?.
-No, en absoluto cesaré de mi propósito. Pero debo advertiros algo antes de
proporcionaros el don de la vida eterna. Debéis de tener en cuenta que este don
no se sabe que se tiene hasta pasado mucho tiempo, con ello os quiero decir que
por mucho que yo os lo conceda ahora mismo no os daréis cuenta de que
realmente lo poseéis hasta que la desgracia asole a vuestra vida.
-¿Me estás tratando de decir, que te llevarás mi oro sin que yo note nada del don,
hasta a saber cuándo?.
-Exacto, tiene que tener fe. Cuando os conceda el don, yo tan sólo quiero que me
dejéis descansar por el resto de la eternidad, en una bonita botella del más fino
cristal labrado por los mejores artesanos de vuestros dominios y que con un tapón
del más fino oro la selléis, vos mismo en persona. Luego deberéis mandar a uno
de vuestros guardianes a que la entierre en un lugar al azar del desierto.
-¿Tan sólo le pides eso a un hombre tan rico y poderoso como yo?.
-Sí, pero además, si para cuando esta bendición que os conceda se os quede
pequeña, si encontráis la botella os concederé tres deseos. Pero tened en cuenta
las siguientes: nunca os podré conceder el deseo de volver a ser mortal, ni uno
que sirva para volver a traer a los fallecidos a la vida y sobre todo nunca os podré
devolver la felicidad una vez que la halláis perdido.
-¿Y para qué quiero eso una vez que viva eternamente?.
-Nunca se sabe, señor.
Una vez concedido el último deseo, el joven Karin del presente desapareció pero
era cuestión de segundos que el del pasado llegara a palacio para ofrecer la
inmortalidad al nuevo huésped. Y así fue.
-¡O amo de estas amarillas y prósperas tierras!, he oído hablar por lejanos lugares
que en estos lares hay un señor que lleva mucho tiempo buscando la inmortalidad.
-Has escuchado bien joven Karin, pero una sola cosa te diré, lo que tú me ofreces
no me interesa y además para prevenir cualquier mal futuro como al del antiguo
dueño de este lugar, con tu vida lo vas a pagar. ¡Guardias!, apresadlo. Este es el
joven traidor que mi vida quiere usurpar. Cortadle la cabeza y empalada al sol
ponedla para alimento de las aves, descuartizar su cuerpo y que en el pozo de
brea descanse por siempre.
-¿Te ha gustado la historia Pierre?.
-Sí mucho pero...
-No la has entendido, ¿verdad?.
-Pues la verdad no.
-Tú sabes que eres inmortal, es por ello que te estoy instruyendo para que en tu
constante andar por la existencia de los tiempos seas una persona decente, que
haga el bien en favor de los necesitados y desvalidos. Esta historia es una parte
importante de tus enseñanzas pues de ella debes de entender que la inmortalidad
es un don que sólo los Dioses la poseen. Cuando algún mortal la llega a poseer,
se convierte en uno de ellos para siempre. Recuerda que nada es eterno salvo los
Dioses. Todo permanece y con el tiempo cambia de manos. Lo único que se va es
la vida mortal. Un hombre puede ser poderoso por lo que puede abarcar tan sólo a
lo largo de su corta vida, pero una vez muerto, ¿para qué le vale eso?. Los demás
que deja atrás se lo repartirán para hacer mayor sus patrimonios, eso conllevará
que la gran fortuna del primero se reducirá hasta la nada dentro de la de los otros,
tan sólo es cuestión de tiempo, nada más. Y luego de nuevo, el ciclo vuelve a
comenzar. Así una y otra vez por siempre y para siempre. Con esto quiero hacerte
entender lo grande que tú eres, el tiempo no te afecta en absoluto. Cuando
cumplas dieciocho años tu envejecimiento parará por siempre, ¿entiendes lo
grande de tu existencia?. Tú no vives, existes, eres parte del universo infinito para
siempre, pase lo que pase. Todo se terminará excepto tú, tú siempre estarás como
el Dios que eres. Y con la experiencia al igual que Abdul podrás burlar al pedir los
deseos al genio gracias a la enorme experiencia vital que habrás atesorado a lo
largo de la existencia. Caminarás eternamente sin descanso, por el bien de los
demás. Esa será tu misión. Sin tener propiedades terrenales a las que aferrarte y
que no te inciten a corromper tu alma. Debes evitar apegarte a los demás pues
con sus muertes sufrirás, todos se irán y sólo te dejaran, una y otra vez. Y sobre
todo recuérdame siempre en tus momentos de flaqueza para que nunca pierdas tu
felicidad.
Hace cinco semanas atrás
-Señor, señor. Compre un diario con las nuevas de los desaparecidos de la gracia.
-Dame uno joven mozo.
“Los desaparecidos de la gracia, con este nombre se están dando a llamar a las
gentes que recientemente han desaparecido de sus pueblos natales durante
la celebración de sus fiestas patronales, para no volver a ser vistos más. La
mayoría de las víctimas son niños y sus madres, aunque se reportan los informes
de la policía del reino de la desaparición de por lo menos siete varones adultos
todos con el parentesco de ser personas de la calle...”
Todo esto es muy sospechoso, todo será. Me dirigí a hacer noche en la posada del
pueblo, muy conocida por sus perdices asadas.
-Buenas noches, ¿tiene alguna habitación libre?.
-Sí señor, ahora mismo está libre una sola habitación, cuesta...
-Me es indiferente, tome.
Esa misma noche partí en busca del rastro del clan zíngaro. Lo primero que hice
fue informarme del lugar donde habían estado acampados, una vez allí seguí su
rastro gracias a las huellas que habían dejado la diligencia de carros y barracas a
su paso por los montes. La noche me era propicia para seguirlos, había luna llena
y eso facilitaba mi empresa.
Pasaron dos largos y aburridos días y dos solitarias noches hasta que por fin les
pude dar alcance, se encontraban como a un kilómetro del pueblo de Feshed. Los
observaba con prudencia desde la distancia, controlando todos sus movimientos,
esto era una labor que había que hacer con el mayor cuidado y la más absoluta
tranquilidad para no fallar en el intento. Los días pasaron y los zíngaros actuaron
en el pueblo sin problemas aparentes, en más de una ocasión me acerqué a
observarlos más de cerca, a familiarizarme con ellos. Entablaba conversaciones
con los distintos miembros del clan para irme ganando su confianza poco a poco.
Era una tarea bastante costosa, eran gente muy cerrada y las dificultades del
idioma hacían que fuese más complicado aún. Eran un clan compuesto por
veintitrés personas y dos tigres muy peligrosos, madame Zoé era la matriarca del
clan. En ella recaía decidir lo que se hacía en todo momento, era la encargada del
espectáculo de adivinación y tarot. Alegaba que sabía leer el futuro a través de la
palma de la mano y los astros. Sus servicios estaban muy solicitados por las
gentes de los pueblos, conocía de forma excelente el arte de como ejercer su
profesión. De baja estatura, con pelo negro sin ninguna cana que lo delimitase a
sus cerca de sesenta y cinco años de edad, recogido en una gran coleta trenzada
que le llegaba a la cintura y de la que ella misma decía que no podía cortársela
más alto de su cintura para no perder sus poderes adivinatorios. Delgada, muy
delgada, en su cara se podían observar a simple vista sus pómulos acompañados
de unos grandes ojos verdes turquesas bordeados por unas enormes ojeras, pero
aun así era bella y atractiva a pesar de su edad. Su cuerpo era escultural, el típico
cuerpo de una mujer que había trabajado mucho en su vida para poder sobrevivir
y que se cuidaba de lo que y de cuanto comía. Siempre iba ataviada en una gran
bata azul turquesa larga que la cubría hasta los tobillos, pues no llevaba ropa
interior alguna. Calzaba unas alpargatas blancas que estaban cerradas por la
parte delantera. Quién la conocía decía que era bruja, razón esa por la que todos
la temían y la respetaban.
El resto del clan estaba compuesto por seis hombres, que eran principalmente los
encargados de realizar los espectáculos. Ocho mujeres, encargadas de animarlos,
incitando con su sensualidad y sus encantos a las gentes de los lugares a
participar en los mismos. Los otros ocho componentes eran niños que ninguno
superaban los doce años de edad.
Cada tarde noche que actuaban me pasaba por el pueblo, a ver y a escuchar lo
que se contaba sobre el día a día de la zona. Realmente lo que más me
interesaba era todo aquello que se hablase que estuviese relacionado con ellos. El
mejor lugar era siempre allí donde se juntase un mayor número de adultos y ese
no era otro que los mesones, posadas y cantinas.
-¿Vino o cerveza?. Me preguntó el mesonero al llegar, esta era la pregunta más
frecuente allá donde entrara.
-Cerveza, por favor.
-Aquí tiene, ¿algo para jalar?.
-Queso y pan. ¿Por lo que veo están de celebraciones?.
-Por lo que se ve, ve usted cosas evidentes forastero. Está usted en las fiestas de
nuestro patrón. - Nada más escuchar la manera en que el individuo de no más de
metro y medio, más ancho que alto y sin una de sus paletas me contestó, supe
que estaba dando con el espabilado del pueblo. De él esperaba sacar toda la
información posible, estos son siempre los más noveleros y alcahuetes de la zona.
-Todos los pueblos de la zona están en estas fechas de celebración, ¿verdad?.
-Así es, el verano al ser en la zona una época difícil y poco productiva para el
cultivo es cuando descansamos. Es por ello que se celebran las fiestas patronales.
De uno, las fiestas pasan a otro pueblo y así hasta finales de septiembre.
-No lo sabía, es por ello que los zíngaros hacen la gira de pueblo en pueblo, ¿no?.
-Así es señor mío, así es.
-¿Y estos zíngaros son muy conocidos por estos lugares?.
-A decir verdad yo no los había visto antes, pero son todos iguales. Si los de
siempre no vienen un año y vienen otros en su lugar, va a ser más de lo mismo.
Qué más da al fin y al cabo.
-¿No ha habido nada raro con ellos desde que han llegado?.
-No señor, que yo me haya enterado. Y mire que yo aquí con este negocio que
regento me suelo enterar de todo lo que pasa en este pueblo y en los alrededores.
-Pues nada entonces, mesonero y disculpe las molestias.
-No es nada, a su servicio para todo cuanto desee.
Los días pasaban sin novedad alguna aparente pero cuando menos me lo
esperaba después de una actuación y en medio de la mayor oscuridad de la
noche los zíngaros partieron de inmediato. Esto me hizo sospechar, corrí a la
mayor velocidad que mis extremidades me permitieron hasta mi refugio para
recoger todas mis pertenencias pero para asombro mío cuando llegué mis cosas
habían sido saqueadas. Pero lo más preocupante era que estaba todo el lugar
lleno de pisadas de caballos, unos diez calcularía yo. Y las pisadas de botas no
eran comunes, pero me eran muy familiares.
¿Pero de quién eran?. Por suerte no dieron con el lugar donde escondía mis
víveres, los cogí a la mayor velocidad que pude y partí de inmediato. Mientras
pasaba por el pueblo, para mayor asombro mío, escuché como se estaba
comentando que habían desaparecido una madre y su hija pequeña, estaban
desaparecidas desde el mediodía y nadie los había encontrado aún. Se estaban
reclutando voluntarios para salir al alba en su búsqueda. No cabía duda estaba
sobre la pista, este asunto iba muy en serio. No cesaban dentro de mi cabeza los
pensamientos mientras caminaba, en parte porque iba solo y no tenía con que
entretenerme. ¿Para qué necesitaban tanta gente?, no cabía duda alguna,
estaban raptando gente sencilla, normal y corriente. ¿Para qué? y ¿sólo la gente
de la que se daban cuenta o serían más los raptados aún?. Tenía que seguirlos
paso a paso, no dejarlos solos ni a sol ni a sombra, nunca más.
La noche pasó y a medida que iban transcurriendo los días iba tomando
consciencia que había topado con una banda de criminales de lo más
despreciable. Después de los hechos que presencié, puedo decir que se estaban
dedicando a asesinar a sangre fría a las personas que estaban raptando. Pasé la
noche medio en vela, durmiendo con un ojo abierto por si me atacaban a mí
también. La duda de si ellos habían sido los artífices del saqueo de mi refugio me
reconcomía por dentro. ¿Esas botas, de quién eran?. Las conocía muy bien. A
altas horas de la madrugada cuando todavía no había aclarado, unos ruidos
acompañados de insultos y blasfemias me despertaron. Me acerqué hasta el lugar
lo más silenciosamente que pude y presencié como dos de los varones del clan
estaban tapando un agujero. Esperé a que se fueran y que el clan partiese, no
tenía miedo de perderlos, sabía muy bien a donde se dirigían, la ruta de único
sentido sólo los llevaría a Aurahotria. Con ayuda de mis herramientas escarbé en
busca de lo que habían enterrado, cuando de pronto, de un susto terrible
provocado por la impresión de lo que vi, hizo que saltase hacia atrás cayendo de
culo contra el piso al ver la atrocidad más grande de la que jamás había sido
testigo. Habían enterrado infinidad de partes de seres humanos: manos, pies,
brazos... Estaban cortadas por una sierra o seccionadas por un hacha. Todo ello
acompañado por un montón de huesos, vísceras y objetos personales que los
pudieran inculpar. A esto se estaban dedicando, habían raptado y asesinado a sus
víctimas. Pero lo que más me llamaba la atención era que desde que salimos de
Zeolin no los había visto comprar víveres ni alimentos, ni para ellos ni para sus
bestias. En uno de mis sacos metí parte del contenido desenterrado y proseguí mi
marcha.
Poco a poco las gentes se iban acercando y rodeándome, unos iban llamando la
atención de otros y así hasta que la plaza estaba completamente llena. Todos
callados, oyéndome en el más absoluto silencio, en el que sólo mi voz resonaba
en los frontones de las casas.
-Pronto, dentro de aproximadamente seis horas, la muerte llegará a vuestro
pueblo en forma de diversión zíngara, penetrando con total impunidad en vuestro
noble pueblo. Os estoy hablando nada más y nada menos que de los autores de
los raptos de la gracia. Llevo más de seis semanas siguiendo el rastro de este clan
de zíngaros que está actuando en las fiestas patronales de todos los pueblos de la
comarca, que abandonan de forma inesperada dejando tras de si algún
desaparecido. He podido ver con mis propios ojos como los torturan hasta
matarlos, descuartizan y despedazan para luego dárselos de comer a sus fieras y
servírselos de alimento para ellos mismos.
-¡Oooohhh! - se oyó al unísono en toda la plaza. Esa era la impresión de asombro
y repelús de los ciudadanos del lugar.
Había logrado exaltar a la multitud en contra de ese mal que asediaba y mermaba
a la población de aquellos parajes, la justicia del pueblo iba a caerles encima sin
que les diera tiempo a reaccionar.
No tuve que dar más pistas, ni hacer más acusaciones. Las gentes se alzaron en
su contra a un movimiento de brazo de su alcalde. Sacaron a unos de los
carromatos y bajaron a golpes a otros. Los apedrearon, apuñalaron, atravesaron
con las orcas y finalmente los decapitaron uno por uno con las hoces. No se
hicieron distinciones entre sexos ni con los niños, estaban malditos y las
maldiciones había que cortarlas de raíz, porque como la mala yerba o se erradica
desde la base o nunca muere. El pueblo en cuestión de minutos se había
convertido en una orgía de muerte donde la sangre de los zíngaros corría a
raudales por la plaza y la calle mayor del lugar. Finalmente para que marcase una
época y les sirviera de advertencia para todos aquellos que se dedicaran a esas
prácticas depravadas y demoníacas antes de atreverse a venir a practicarlas a
este reino empalaron sus cuerpos decapitados, cabezas aparte, en las afueras de
Bentriaskas. Dispuestos los cuerpos en dos largar filas a los lados del camino a
unos doscientos metros de distancia, once por cada lado separados por un metro
y medio, esto hacía veintidós zíngaros. La número veintitrés era madame Zoé,
para ella se había guardado una posición privilegiada dentro del grupo de ánimas
perdidas de la procesión maldita. A ella, como matriarca del clan se la había
dibujado en la frente el pentagrama del maligno, puesto dos cuernos de toro y
colgado una nota que decía:
“A todos aquellos impíos de corazón, que en su interior albergan el mal hacia sus
semejantes. Con el brazo ejecutor del todopoderoso, en Bentriaskas encontrará
su fin. Si no, ¿pregúntale a Zoé?”.
Los días pasaban uno tras otro y a paso agigantado para la llegada del invierno.
Uno de esos días mientras estábamos trabajando le comenté a mi amigo que me
extrañaba lo tarde que se había hecho y que su esposa no había llegado.
-No te preocupes amigo Pierre, se le debe haber dado peor el almuerzo. Hay que
ver qué mujer esa, hace que hasta los amigos se preocupen por ella.
Eso espero pensé para mis adentros. El tiempo pasó y comencé a preocuparme
demasiado.
-Manuel, creo que deberíamos irnos a ver que le ha sucedido a tu esposa.
-¿Tú crees?.
-Sí, lo creo y tengo una sensación un tanto extraña.
-Hombre no exageres, ya verás que no será para tanto.
Emprendió una carrera veloz hasta el lugar donde se encontraba, pero su corazón
se aceleraba más y más a cada paso que daba y no era por el gran esfuerzo que
estaba realizando, no. Era porque a cada uno que daba estaba más cerca, viendo
con más claridad el cadáver mutilado de María. Cuando llegó hasta ella no se
atrevió ni tan siquiera a tocarla, tan sólo se arrodilló a su lado a llorar a gritos. Fui
yo quien tuvo el valor de acercarse y tocar el cadáver de su esposa, la escena era
escabrosa y a la par demoníaca. La habían desnudado, desollado todo el cuerpo,
robado las entrañas y cortado su la larga y bella melena rubia. La pobre no tuvo
que sufrir demasiado, se apreciaba de forma evidente que la habían matado antes
de destriparla, con un golpe contundente en la cabeza, es más la piedra con que
lo hicieron se encontraba al lado de su cadáver.
Una semana más tarde
El tiempo transcurrió lento tras el brutal asesinato de María. Su marido, sus hijos y
yo estábamos desolados por su perdida. Esa noche y tras los niños irse a la cama,
Manuel y yo mantuvimos una larga conversación sobre lo sucedido a su esposa,
no había podido ni oír hablar del tema hasta ahora.
-Pierre espero que sepas entender mis emociones ante los hechos acontecidos en
esta última semana.
-Entiendo perfectamente cómo te tienes que sentir y respeto tus sentimientos.
-Quiero hacer justicia por mi cuenta con este asunto, ¿me entiendes?.
-Perfectamente.
-Quiero y pienso echarme a los montes sin importarme lo que dejo atrás para
vengar su muerte, hasta el final de sus consecuencias, me traiga lo que me traiga.
Pues ya todo me da igual, me da igual la muerte, el miedo y las vidas ajenas,
pienso hacer justicia por ella. ¿Estás conmigo?.
-Lo estoy.
Dos días después, al alba partimos junto con sus hijos, con un buen montón de
víveres y cinco caballos. Los niños estaba previsto que se quedaran en un pueblo
cercano al suyo llamado Aqualis, donde residían sus abuelos maternos. Pasamos
montes y largos campos abiertos, tras una dura y agotadora jornada en la que
tuvimos que ir a un paso más lento de lo normal por los críos, llegamos al pueblo.
Penetramos en el hasta encontrarnos con una bonita casa de piedra de dos
plantas y gran jardín. Al llegar nos dieron la bienvenida un par de mastines
grandes y hermosos, los animalitos ladraban de alegría al reconocer de inmediato
a los niños y a Manuel.
Una mujer anciana de marchito rostro asomó por la parte alta de la puerta
delantera de la casa y sonrió, era la abuela Carmen.
-Corre Abraham, son Manuel y los niños. Dijo ella muy contenta.
Su rastro nos llevó hasta Virgelipas, donde teníamos pensado hacer noche. Era un
lugar muy bonito, rodeado de frondosos bosques en medio de una montaña. Por
sus calles circulaba un aire fresco y puro que ayudaba a abrir las entrañas al
máximo de su capacidad. Ante la entrada del pueblo cruzaba un río de gran
caudal, a su derecha había situada una fuente de la que se extraía el agua pura y
limpia que del río, muy conocida y valorada en todo el reino. Abraham estaba muy
familiarizado con el, había entablado muchas y muy buenas amistades en su
juventud pues había sido un gran zapatero archiconocido en la región por fabricar
zapatos de gran calidad. Nos hospedamos en la única posada del pueblo para
hacer noche, pero nuestro propósito principal era el de sacarles a los vecinos el
máximo de información que pudiésemos. Nos separarnos para unirnos a tres
grupos diferentes de personas, Abraham se uniría a la conversación con los
conocidos de más edad, Manuel conversaría con las fulanas y yo con el posadero
en la barra.
-¿Veo que tiene los cuchillos bien afilados amigo?
-Hombre, Pietro el afilador es un as.
-¿Podría decirme dónde encontrarlo?. Necesito que me afilen los cuchillos de
caza.
-Hombre como no, vive dos casas más arriba de la iglesia. En el número dos.
-¡Ah, es hijo del pueblo!.
-Hombre de toda la vida, a sus ochenta años todavía coge su burra y va de pueblo
en pueblo afilando cuchillos, tijeras y todo lo que sea posible. Ahora solo sale en
esta época de buen tiempo, pues la edad no perdona. Su ruta suele ser hasta el
Borgestiska.
-Vamos el pueblo que hay después de Dosamerides, ¿no es así?.
-Así es amigo, así es.
Hablamos largo y tendido durante unas dos horas, Pietro era rápido en su trabajo
pero no cesaba de conversar hecho que lo ralentizaba en su labor. A mí me daba
igual, eso es lo que quería, sacarle toda la información posible de los lugares que
había visitado y las noticias de otros pueblos con respecto a los sucesos que
estábamos investigando.
-En Borgestiska coincidí a mi llegada con la partida de la familia de leñadores
Cambar. Hice noche, permaneciendo un total de dos días más pero antes de mi
partida descubrieron a una mujer asesinada a la que habían desollado. No quise
saber nada del tema y me largué de allí sin hacer preguntas. Días después los
mismos acontecimientos tuvieron lugar en Dosamerides y más tarde en Aqualis.
Pero para mayor sorpresa mía aquí también asesinaron a dos bellas hermanas de
la misma forma, aprovechando la ausencia de sus padres por su partida a la
ciudad.
-¿Qué aquí han fallecido dos hermanas?, ¿dónde las asesinaron?.
-A la salida del pueblo en dirección norte. Todo sucedió dentro de la vivienda y es
por ello que hasta la vuelta sus padres no se encontraron los cadáveres.
-¿Por aquí también han pasado los leñadores, verdad?
-Sí, yo me los volví a encontrar cuando salían de los montes de Dosamerides y les
encomendé el trabajo de dejarme una gran pila de leña aquí, en casa cuando
pasasen por estos lares.
-¿Su paso por aquí coincidió con la muerte de las hermanas?.
-Según las autoridades fallecieron tres días antes de encontrar los cuerpos. Fecha
que coincide con la partida de los leñadores.
Asentía con la cabeza a las palabras del anciano, haciéndome una idea propia de
lo que me estaba contando.
Una vez el anciano afiló los cuchillos, me aproximé con paso veloz a la posada
para intercambiar impresiones de lo descubierto con mis compañeros.
Nos reunimos en nuestra habitación y les comenté mis descubrimientos. Les hice
entender que el afilador no era culpable de nada pues no tenía fuerza alguna para
poder cometer esos asesinatos. A su vez, ellos que los leñadores vivían en el
pueblo próximo, pero poseían una cabaña en el monte, cercano al pueblo, donde
tenían su explotación maderera.
Registramos toda la planta alta, por suerte para nosotros descubrimos grandes
sacos de tela repletos en su interior de largas cabelleras de mujer. La vivienda
tenía el techo totalmente salpicado de sangre esto, constituye prueba suficiente
junto con lo demás para hacernos una remota idea de lo que allí se hacía. Pese a
lo visto hasta ahora, lo más escabroso y repulsivo del asunto no era lo encontrado
hasta el momento, sino los grandes cubos que se encontraban dispuestos por las
estanterías y por el suelo pegados a las paredes. Estaban llenos de una materia
grasienta de color blanquecina tirando a amarillenta, de un olor rancio que
recordaba a la panceta de cerdo cruda.
-Es sebo humano, dijo Abraham.
-Veo que hemos llegado al final de nuestro viaje señores. Ahora, la pregunta que
os voy a formular es crucial para el futuro, ¿abandonáis o me ayudáis en mi
cometido de dar muerte a estos criminales?.
-Yo no me voy a ningún sitio sin antes haber ajusticiado a esta banda de malditos
bastardos - dijo Manuel.
-Lo secundo en todo - dijo Abraham.
-Que así sea pues.
Fuera al lado del riachuelo estaban el padre y los dos hijos mayores, para no
levantar muchas sospechas bordeé el lugar y les salí al encuentro haciéndome
pasar por un peregrino.
-A los buenos días, señores.
-Bueno lo que nos faltaba un harapiento - dijo el padre en tono despectivo.
-Me preguntaba si serían tan amables de darme algo para llenar el estómago y
mojar el gaznate. Es que los olores que emanan de su cabaña son exquisitos.
-Le daré algo, pero con la condición de no volver a pedirnos nunca más.
-Lo prometo, es más lo juro. La palabra de un peregrino debe de valerles.
-Usted no es de por estas tierras, ¿verdad?.
-No lo soy, veo que se ha dado cuenta. ¿Quizás es por mi acento?.
-Hombre yo llegaría incluso a jurar que es usted, por lo menos, por lo menos de la
capital. ¿Me equivoco?.
-Por poco, soy del pueblo de Fravestria, justo al lado de la capital del reino. Pierre
Dupont a su servicio.
-Estanislao Cambar, estos son mis hijos Pablo y Severino.
-Si lo desea después del desayuno les puedo echar una mano con el trabajo a
cambio de una cena caliente.
-Hombre, una mano más nos vendría de maravilla, vamos con mucho retraso en
nuestros encargos.
-¿Entonces puedo unirme a ustedes?.
-Sí, sin lugar a dudas.
No era de extrañar sus súplicas, los estábamos azotando con varas de espino de
las que doblan y no parten, que me había encargado de recoger por el camino
personalmente para este fin, poniendo especial hincapié en arrastrar las púas. A
cada golpe que les dábamos el cuerpo se les convulsionaba arrancándoles trozos
de carne y piel. Una vez me cansé, les roció Abraham las heridas con el preparado
salino poniendo especial atención en que penetrase de forma profunda. Los
gemidos de los torturados implorando por sus vidas llenaba todo el ambiente. La
sangre brotaba de sus heridas recorriéndoles pecho y espaldas para terminar
saliendo al encuentro de sus bocas, a cada inhalación resoplaban para evitar que
la sangre con la mezcla salina no les inundaran las vías respiratorias.
-¿Quién de vosotros mató a la mujer de Dosamerides?.
Cuando Manuel le estaba diciendo eso al hijo el padre pendía tan sólo por una de
sus piernas del techo, la otra estaba ya totalmente cercenada, sólo quedaba el
muñón. Este se retorcía entre terribles sufrimientos pero por suerte para nosotros
todavía no había perdido el conocimiento. Un rato después el hombre cayó contra
el piso y quedó inconsciente a consecuencia de la gran cantidad de sangre
perdida. La mujer lo acompañaría en el olimpo de Morfeo despatarrada a su lado.
Ahora tan sólo quedaban los hijos, decidimos que lo mejor que podíamos hacer
era no dejar pruebas que nos pudiesen inculpar de estos hechos para no tener
que pagar por haber hecho una obra social de tales magnitudes. Guardamos a los
padres en el sótano, salimos al exterior y aprovechamos para abrir un buen hoyo
de unos cuatro metros y medio de alto por tres de ancho.
Gertrudes quedó sola en la casa cuidándolos. Al cabo de unas tres horas el hoyo
estaba terminado, aprovechamos para lavarnos en el riachuelo y hacer una
pequeña pausa antes de regresar a la cabaña para concluir antes posible lo que
teníamos entre manos. A nuestro regreso una gran y desconcertante sorpresa nos
llevamos, ella se había dedicado en nuestra ausencia a cortarles las cabelleras a
cuchillo, con las importantes heridas, cortes y laceraciones que ello deja en el
tratado. Los había mantenido despiertos para que no perdieran el sentido y al hijo
mediano le había extraído los ojos y cortado sus genitales, rematándolo con un
golpe certero de horca en todo el estómago. No había duda alguna, lo había
matado.
A los otros dos los apaleamos rompiéndoles todos lo huesos posibles, terminaron
por perder el conocimiento. Sacamos sus cuerpos al exterior como si de basura se
tratase, ayudándonos con las horcas pero tratándolos con cuidado para hacerlos
sufrir pero no matarlos aún. Los llevamos hasta el riachuelo, los mojamos para
que recuperasen el sentido y los arrojamos sin contemplaciones dentro del hoyo
que habíamos escavado. Primero el padre, después la madre, el hijo más grande,
luego el pequeño y encima el mediano muerto. Estaban apilados unos sobre otros,
por las lesiones estaban impedidos, no podían hacer nada para oponerse a su
fatal destino. Entre los cuatro íbamos y veníamos a la casa a buscar los sacos de
pelos y, los cubos. En el sebo y las entrañas. Se los derramamos encima uno tras
otro hasta que el material viscoso alcanzó una altura considerable, ahogando a los
padres en la rica materia por la que se convirtieron en asesinos y cazadores
furtivos de personas. Cuando terminamos de rociarlos por completo comenzó el
duro trabajo de cubrirlos de tierra hasta sepultarlos para que murieran asfixiados y
aplastados por el peso de la misma. Palada tras palada, los condenados no tenían
fuerzas para tan siquiera maldecirnos, al cabo de media hora habíamos terminado
con la tarea. Presionamos bien la superficie y luego la cubrimos de vegetación.
Nos lavamos en el riachuelo y nos preparamos para la partida. Estábamos
satisfechos de nuestros actos, sabíamos que si no lo hubiésemos hecho las
muertes seguirían aterrando a los pueblos vecinos.
La capital del reino desolada quedó, sus habitantes muertos estaban. Gracias a
ello se perdieron el verdadero milagro que habían venido a ver, la resurrección de
un Dios inmortal. El alma, como siempre había hecho, volvió al cuerpo,
reconstruyéndolo poco a poco hasta formar la persona física del gran Pierre
Dupont.
- ¡Aaaaaarrrrr! - despertó volviendo la vida a su cuerpo regenerado.
Otra vez y como siempre una vez más, no habían quedado pruebas, ni testigos
que demostraran quién, dónde ni cómo fue Pierre Dupont, el Dios peregrino.