Cuadernillo

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“Podemos ver a menudo a los peregrinos que acuden a los santuarios y lugares
entrañables para la piedad popular. En estos días, muchos se han puesto en
camino para llegar a la Puerta Santa abierta en todas las catedrales del mundo y
también en tantos santuarios. Pero lo más hermoso que hoy pone de relieve la
Palabra de Dios es que la peregrinación la hace toda la familia. Papá, mamá y los
hijos, van juntos a la casa del Señor para santificar la fiesta con la oración. Es una
lección importante que se ofrece también a nuestras familias. Es más, podemos
decir que la vida de la familia es un conjunto de pequeños y grandes
peregrinajes.
Por ejemplo, cuánto bien nos hace pensar que María y José enseñaron a Jesús a decir sus oraciones, y esto es un
peregrinaje: el peregrinaje a la educación a la oración. Y también nos hace bien saber que durante la jornada
rezaban juntos; y que el sábado iban juntos a la sinagoga para escuchar las Escrituras de la Ley y los Profetas, y
alabar al Señor con todo el pueblo. Y, durante la peregrinación a Jerusalén, ciertamente cantaban con las
palabras del Salmo: «¡Qué alegría cuando me dijeron: “Vamos a la casa del Señor”! Ya están pisando nuestros
pies tus umbrales, Jerusalén» (122,1-2).
Qué importante es para nuestras familias peregrinar juntos, caminar juntos para alcanzar una misma meta.
Sabemos que tenemos un itinerario común que recorrer; un camino donde nos encontramos con dificultades,
pero también con momentos de alegría y de consuelo. En esta peregrinación de la vida compartimos también el
tiempo de oración. ¿Qué puede ser más bello para un padre y una madre que bendecir a sus hijos al comienzo
de la jornada y cuando concluye? Hacer en su frente la señal de la cruz como el día del Bautismo. ¿No es esta la
oración más sencilla de los padres para con sus hijos?
Bendecirlos, es decir, encomendarles al Señor, como hicieron, Elcaná y Ana, José y María, para que sea él su
protección y su apoyo en los distintos momentos del día. Qué importante es para la familia encontrarse también
en un breve momento de oración antes de comer juntos, para dar las gracias al Señor por estos dones, y para
aprender a compartir lo que hemos recibido con quien más lo necesita. Son todos pequeños gestos que, sin
embargo, expresan el gran papel formativo que la familia desempeña en el peregrinaje de todos los días.
Al final de aquella peregrinación, Jesús volvió a Nazaret y vivía sujeto a sus padres (cf. Lc 2,51). Esta imagen tiene
también una buena enseñanza para nuestras familias. En efecto, la peregrinación no termina cuando se ha
llegado a la meta del santuario, sino cuando se regresa a casa y se reanuda la vida de cada día, poniendo en
práctica los frutos espirituales de la experiencia vivida. Sabemos lo que hizo Jesús aquella vez. En lugar de volver
a casa con los suyos, se había quedado en el Templo de Jerusalén, causando una gran pena a María y José, que
no lo encontraban. Por su «aventura», probablemente también Jesús tuvo que pedir disculpas a sus padres. El
Evangelio no lo dice, pero creo que lo podemos suponer. La pregunta de María, además, manifiesta un cierto
reproche, mostrando claramente la preocupación y angustia, suya y de José. Al regresar a casa, Jesús se unió
estrechamente a ellos, para demostrar todo su afecto y obediencia. Hacen parte del peregrinaje de la familia,
también estos momentos que, con el Señor, se transforman en oportunidad de crecimiento, en ocasión para
pedir perdón y recibirlo, demostrar el amor y la obediencia.
Que, en este Año de la Misericordia, toda familia cristiana pueda ser un lugar privilegiado de este peregrinaje en
el que se experimenta la alegría del perdón. El perdón es la esencia del amor, que sabe comprender el error y
poner remedio. Pobre de nosotros, si Dios no nos perdonase. En el seno de la familia es donde se nos educa al
perdón, porque se tiene la certeza de ser comprendidos y apoyados no obstante los errores que se puedan
cometer.
No perdamos la confianza en la familia. Es hermoso abrir siempre el corazón unos a otros, sin ocultar nada.
Donde hay amor, allí hay también comprensión y perdón. Encomiendo a ustedes, queridas familias, este
peregrinaje doméstico de todos los días, esta misión tan importante, de la que el mundo y la Iglesia tienen más
necesidad que nunca.
VATICANO, 27 Dic. 15 / 11:59 am (ACI).- El Papa Francisco presidió en la Basílica de San Pedro la Misa por el Jubileo de
las Familias con ocasión de la fiesta de la Sagrada Familia en el marco del Año Santo de la Misericordia.

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La familia, hogar de la misericordia

Éste año tiene tres objetivos fundamentales, que podemos compartir


en familia, y que procuraremos vivir y profundizar en la catequesis,
conscientes de que se trata de un tiempo de especial gracia de Dios.

Éstos son:
1) Descubrir y experimentar el amor infinito de Dios hacia mí, que es Misericordia, en la presencia
Eucarística de Jesús, la Misa y la Comunión, el perdón en el Sacramento de la Reconciliación, y en la
oración en familia, pues " la familia que reza unida permanece unida".
2) "Ser misericordiosos para recibir misericordia", pidiendo a Jesús que nos conceda a cada uno un
corazón misericordioso como el suyo, que se manifieste en las siguientes actitudes: no juzgar, no
condenar, dar, y perdonar, según El mismo nos enseña.
3) Vivir las obras de misericordia corporales y espirituales, llevándolas a nuestra vida diaria y a
nuestro hogar como el modo concreto de ser instrumentos de la misericordia de Dios para con los
demás.

Para vivir este año puede ayudarnos mucho leer la Bula del Papa Francisco "El rostro de la Misericordia".
No nos olvidemos también de ganar la Indulgencia Plenaria del Año Santo, que podemos aplicar por
nuestra propia alma o por los difuntos, atravesando la Puerta Santa de las Iglesias Jubilares, o haciendo una
obra de misericordia con nuestro prójimo.

Para reflexionar sobre nuestro hogar

“No existe familia perfecta. No tenemos padres perfectos, no somos perfectos, no nos casamos con una
persona perfecta ni tenemos hijos perfectos. Tenemos quejas de unos a otros. Nos decepcionamos los
unos a los otros. Por lo tanto, no existe un matrimonio saludable ni familia saludable sin el ejercicio del
perdón” ...
Estas palabras fueron pronunciadas por el papa Francisco el 15 de agosto de 2015, día de la Asunción a las
familias.

El Papa llama a concentrarse en lo esencial (EG 35) y a no insistir en lo secundario (EG 34). Concentrarse en
lo esencial implica reconocer una jerarquía de verdades morales (EG 36) en cuya cima está la misericordia.
Su Santidad Francisco ha recordado con santo Tomás que la misericordia, en cuanto al obrar exterior, “es la
más grande de las virtudes, ya que a ella pertenece el volcarse en los otros y, más aún, socorrer sus
deficiencias” (EG 36-37).

Es un misterio bello sentir profundamente ese amor y esa misericordia en el interior de tantas familias a las
que la vida ha golpeado o no ha favorecido; en aquellas que han sido maltratadas, abandonadas, limitadas
o que han sufrido rupturas. Es todo un signo descubrir cómo la misericordia, que implica el “estar volcados
en los otros”, es lo que conduce interiormente las vidas de las personas en familia.

“Un deber imprescindible en nuestros días es el descubrir la fragilidad de los vínculos de las familias (EG
66), pero a la vez sus riquezas, la fuerza salvífica de sus vidas, su bondad propia, su valor (EG 198-199), su
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sentido de fe. Porque ciertamente hay una profunda belleza de lo pequeño, lo pobre y lo escondido que se
muestra en los “admirables gestos de heroísmo cotidiano a favor de la defensa y el cuidado del núcleo
familiar” (cfr. EG 212).

“La verdadera misericordia es la que sabe ver en el corazón los caminos de crecimiento; es la que
acompaña el desarrollo y los pequeños pasos de las personas; la que manifiesta “siempre el bien
deseable; la que hace propuesta de vida, de madurez, de realización, de fecundidad, y bajo la cual puede
comprenderse nuestra denuncia de los males que pueden oscurecerla” (cfr. EG 168).

La misericordia no hay que vincularla esencialmente con la debilidad, la impotencia o el pecado, no hay que
relacionarla primordialmente con una ley que no alcanzamos a cumplir a plenitud. La misericordia, ante
todo y, sobre todo, implica una mirada profunda de amor, divina y humana, que descubre nuestras
capacidades, que estimula caminos de crecimiento moral, que acompaña procesos personalizados que
ayudan a madurar. La misericordia se vincula con el crecimiento hacia adelante:
“Yo no te condeno, vete y en adelante no peques más” (Jn 8).
La misericordia implica alentar caminos de crecimiento y, a la vez, caminar al lado de aquellos que recorren
dichos caminos.

El gran modelo de misericordia en este mundo es Jesús de Nazaret. La misericordia se inspira en el modo
en que Jesús se acercó a los hombres y mujeres. Jesús no aparece en los evangelios nunca al lado de una
pareja “perfecta” rodeada de varios hijos. Lo único que aparece en los evangelios es un Jesús que acoge
con cariño muchas situaciones familiares dramáticas, llenas de dolor, sufrimiento y muerte. Jesús acoge a
padres preocupados por sus hijos enfermos (tal como aparece en el pasaje del muchacho epiléptico, la
mujer cananea, la hija de Jairo, el funcionario real...), consuela a padres que lloran a sus hijos muertos (la
viuda de Naím), acoge a Marta y María que lloran a su hermano fallecido, escucha a los padres que hablan
de su hijo ciego de nacimiento, acoge la enfermedad de la suegra de Simón Pedro.
Jesús “acoge y bendice” a los niños; toca, cuida, cura y llama a muchas mujeres. Mujeres y niños eran las
personas más vulnerables de la familia de su tiempo. Jesús sorprende por estar acompañado regularmente
de muchas mujeres, dialogar con ellas, dejarse tocar por ellas, sentarse a comer o beber con ellas,
defenderlas de un repudio fácil o de una ley inmisericorde.

La misericordia de Jesús tiene dimensiones que urge practicar en nuestras familias:

 Proximidad y encuentro
La misericordia supone, como Jesús en Emaús, un detenerse y acercarse al necesitado (cfr. EG 169). Jesús
sabe hacerse el encontradizo; sabe estar en esos cruces de caminos donde muchas personas y familias
buscan encuentros que los sanen.
Jesús se acerca preguntando, pidiendo o mostrándose necesitado, tal como lo hace ante la Samaritana.

Jesús fue un maestro del encuentro: supo romper las fronteras que nos separan a unos de otros. Jesús
derribó fronteras religiosas al salir al encuentro de los paganos; fronteras sociales al encontrarse con
pobres y mendigos; fronteras políticas cuando estableció vínculos con extranjeros y romanos; fronteras
culturales cuando se compadeció de prostitutas y publicanos.
Jesús, el Maestro, es el verdadero acompañante porque supo “asistir a las personas con un ritmo sanador
de projimidad, con una mirada respetuosa y llena de compasión” (cfr. EG 169).

Como afirmó el poeta Paul Claudel:


“En Jesús Dios se manifiesta tal cual es; porque Dios no vino a suprimir el sufrimiento,
ni siquiera a explicarlo. Vino para colmarlo con su presencia”.

La misericordia supone, pues, estar al lado de quienes sufren, aunque a veces no se sepa ni se pueda hacer
otra cosa. Muchas veces pensamos que la misericordia implica hacer algo en favor del que sufre, o
explicarle su situación, cuando, en realidad, lo más importante es “estar allí”, a su lado. Lamentablemente
no todos saben este arte del “simplemente estar”. En pocas palabras, la misericordia es cercanía y
proximidad.

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 Escucha y diálogo
“Sólo a partir de la escucha respetuosa y compasiva se pueden encontrar los caminos de un genuino
crecimiento, despertar el deseo del ideal cristiano, las ansias de responder plenamente al amor de Dios y
el anhelo de desarrollar lo mejor que Dios ha sembrado en la propia vida” (EG 171).
El problema de muchas familias es que sus miembros están más preocupados por hablar que por escuchar,
por defender sus razones que por escuchar la vida de las personas con quien convive.
Hace falta acrecentar la escucha en las vivencias de la familia.
La misericordia supone aprender el arte del diálogo y la conversación.
El “arte de la escucha” implica aprender a no tener siempre la razón, aprender a corregir, aprender a
modificar la propia manera de sentir y pensar tras el intercambio. El diálogo transforma las personas, pero
siempre y cuando sea verdadero; su sano ejercicio enriquece y nos hace más plenos.
La cercanía y el diálogo nos hacen cambiar nuestra mirada hacia la realidad.

 Mirada positiva
La misericordia afirma e identifica los elementos constructivos de las situaciones, pone de relieve los
elementos que pueden suponer apertura. Es necesario valorar el amor que hace estar unidos a los
miembros de la familia.
El lenguaje positivo, dice el Papa, “no expresa tanto lo que se debe hacer, sino que propone lo que
podemos hacer mejor… Además, una predicación positiva siempre da esperanza, orienta hacia el futuro,
no nos deja encerrados en la negatividad” (EG 159). He aquí las palabras de Francisco cuando nos invita a
predicar el Evangelio positivamente.
Por tanto cada familia debe buscar los medios para construir en base a las cosas buenas de sus miembros
(esposos, hijos, padres, yernos, hermanos) apostar al virtud en el otro y no en su defecto, aprender de
Jesús que siempre sabe encontrar lo positivo en todas las situaciones.

El día 7 de diciembre, Monseñor Marcelo Colombo, abrió en nuestra diócesis la Puerta de la Misericordia.
Roguemos al Señor que este signo exterior sea un augurio de vida y esperanza para cuantos queremos dar
testimonio de Jesús y su Reino bajo la mirada del Señor.
“Sigamos por el camino que el Señor desea. Pidámosle a él una mirada sana y salvada, que sabe difundir
luz porque recuerda el esplendor que la ha iluminado. Sin dejarnos ofuscar nunca por el pesimismo y por
el pecado, busquemos y veamos la gloria de Dios que resplandece en el hombre viviente” (Papa
Francisco, Homilía en la clausura del Sínodo de la Familia).
Llamados a la Vida, renovemos la mirada sobre nuestros vínculos familiares, valorando cuanto el Señor nos
ha confiado a través de ellos ya que en la familia nacimos y nos formamos, desde ella hemos dado los
primeros pasos en el camino de la fe hacia el encuentro con el Señor y los hermanos, con la vida misma,
don de Dios y tarea nuestra. Que podamos dejarnos reconciliar por el amor misericordioso del Señor para
que se fortalezca nuestra familia.

MPEC
(Momento para Pensar, Escribir y Compartir)

 ¿Qué significa la palabra Misericordia para vos?


 ¿Experimentaste este sentimiento?, ¿Cuándo?, ¿Cómo?
 ¿Qué lugar ocupa la Misericordia de Dios en tu vida? ¿Por qué?
 Lee la parábola del hijo pródigo (LC 15, 11-32) y luego de meditarla piensa:
¿Con cuál de los personajes me siento más identificado?, ¿Soy el hijo
pródigo?, ¿Soy el hermano mayor?, ¿Soy como el padre que abre sus
brazos con extrema misericordia?
 ¿Cómo puedes hacer para que tu vida sea espejo de misericordia?
 ¿Vives en tu familia la cercanía, la escucha, la mirada positiva del otro?
 ¿Practicas las obras de misericordia en tu vida diaria?

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La oración es buscar a Dios, es ponernos en contacto con Dios, es encontrarnos con Dios, es
acercarnos a Dios...

Oración del Papa Francisco por el Jubileo de la Misericordia

Señor Jesucristo,
Tú nos has enseñado a ser misericordiosos como el Padre del cielo,
y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él.
Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación.
Tu mirada llena de amor libero a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del dinero; a la adultera y a la
Magdalena del buscar la felicidad solamente en una criatura; hizo llorar a Pedro luego de la
traición,
y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido.
Haz que cada uno de nosotros escuche como propia
la palabra que dijiste a la samaritana: ¡Si conocieras el don de Dios!
Tú eres el rostro visible del Padre invisible,
del Dios que manifiesta su omnipotencia sobre todo con el perdón y la misericordia: haz que, en
el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti, su Señor, resucitado y glorioso.
Tú has querido que también tus ministros fueran revestidos de debilidad
para que sientan sincera compasión por los que se encuentran en la ignorancia o en el error:
haz que quien se acerque a uno de ellos se sienta esperado, amado y perdonado por Dios.
Manda tu Espíritu y consagrados a todos con su unción
para que el Jubileo de la Misericordia sea un año de gracia del Señor
y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo, llevar la Buena Nueva a los pobres,
proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos, y restituir la vista a los ciegos.
Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia, a ti que vives y reinas
con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.
Amén.

Oración de Santa Faustina:

«Ayúdame, oh Señor, a que mis ojos sean misericordiosos, para que yo jamás recele o juzgue
según las apariencias, sino que busque lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a ayudarla […]
a que mis oídos sean misericordiosos para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y
no sea indiferente a sus penas y gemidos […]
a que mi lengua sea misericordiosa para que jamás hable negativamente de mis prójimos, sino
que tenga una palabra de consuelo y perdón para todos […]
a que mis manos sean misericordiosas y llenas de buenas obras […]
a que mis pies sean misericordiosos para que siempre me apresure a socorrer a mi prójimo,
dominando mi propia fatiga y mi cansancio […]
a que mi corazón sea misericordioso para que yo sienta todos los sufrimientos de mi prójimo»
(Diario 163).

Le pedimos a la Virgen María, Madre de la Misericordia, que nos ayude a


vivir este año de gracia personalmente y en familia.

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