El Legado Ritual Lukumí
El Legado Ritual Lukumí
El Legado Ritual Lukumí
RITUAL LÚKÚMÍ
LENGUA Y LITURGIA AFROCUBANAS
Víctor Betancourt
EL LEGADO LÚKÚMÍ EN CUBA:
HERENCIA Y CONTINUACIÓN
Fue Tetura Ifáòmí, mi abuelo en Ifá, quien trajo los fundamentos y se-
cretos de la religión yoruba. Por ello estamos nutridos de antecedentes,
conocimientos y elementos de tronco y raíces africanas, absolutamen-
te originarios, no inventados. Por tanto, lo básico, tronco y raíz de los
cubanos, se encuentra aquí en Cuba, y es de obligatoriedad atenerse
a ellos con el debido cariño y respeto, y la más estrecha cohesión y
responsabilidad para no caer en el desorden, inquietudes, rumores,
indisciplina, inconformidad y defraudación.
Para alcanzar altos niveles de conocimientos, de secretos religiosos
y de funcionamientos ceremoniales, se requiere de muchos años de
estudio y esfuerzos.
Decía don Germán Arciniegas que si un libro necesita dos palabras de introduc-
ción es porque no tiene sustancia para abrirse paso por sí mismo hacia la mente
y el corazón del lector. Acaso no le falte razón al gran escritor colombiano. No
obstante, he aceptado gustoso la invitación –que mucho me honra– del colega
y apreciado hermano sacerdote de Ifá Víctor Betancourt Estrada, awó Ògúndá
Ìwòrì, para redactar unas líneas de exordio a su libro El legado ritual lúkúmí…,
aunque no las necesite.
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Ahora bien, dado que intentaré realizar esta tarea de la manera más concisa
que pueda –siempre alejado de almidones académicos o pruritos de erudición, los
cuales me son ajenos– comenzaré por narrarles una anécdota que me fue conta-
da por el autor, pues esta, así me lo parece, resume la raíz y la causa de la cual es
efecto el libro que ahora sostienen entre sus manos.
Cuenta Víctor que en el año 1988, cuando era un novicio de un poco más de
tres años de iniciado como bàbálawo, lo invitaron a participar en las ceremonias
consagratorias de un nuevo sacerdote Ifá, en la barriada habanera de Mantilla.
En aquel acto participaba un elevado número de sacerdotes mayores de Ifá, y
entre ellos se encontraban su padrino Ibrahím Covarrubias, awó Ogbè Òbàrà
y su Ojúgbòna (segundo padrino) Lázaro Marqueti, awó Òkànràn Ìrètè. En ese
entonces no era costumbre copiar, grabar o fotografiar nada de lo visto u oído en
estas ceremonias, que siempre fueron consideradas secretas; además, dadas las
circunstancias en las cuales debían llevarse a cabo por aquellas fechas, el her-
metismo religioso era muy riguroso.
A pesar de ello, contaba Víctor, pasó los seis primeros días de los siete que
duraba la consagración copiando a hurtadillas los rezos, cantos y conjuros. Pero
nunca sospechó que él también era observado subrepticiamente por el gran bà-
bálawo Andrés Tamayo (Tamayito), awó Ogbè Òwònrín, quien entonces contaba
con casi 70 años ya consagrado como awó Òrúnmìlà.
En el séptimo y último día de este ceremonial, durante la celebración co-
munitaria conocida como Ijóòye, mientras bebían unas cervezas y compartían
amenamente, Tamayito se le acercó y, delante de todos, reveló sus anotaciones
furtivas, exigió la entrega de los papeles en los cuales las había recogido y luego
los rompió, uno a uno, sin contemplaciones. La acción dio lugar a numerosas
críticas, expresadas en las miradas desdeñosas, y a comentarios mordaces –ape-
nas murmurados– de los bàbálawos presentes. Sin embargo, para su sorpresa,
Tamayito le preguntó:
Awó Ogbè Òwònrín le dijo entonces unas palabras que –me aseguró Víctor–
para él fueron definitorias en el largo y arduo camino que se le abría como sa-
cerdote de Ifá:
-Te rompí los papelitos por la siguiente razón: si quieres ser un buen sacerdote
de Ifá, aprende la lengua primero antes de copiar rezos y aprenderlos de carreti-
lla sin comprender lo que has leído. Lo que se ve en Ifá no se ve en ninguna otra
rama del saber humano; muchos de los aquí presentes llevan seis días rezando
y cantando y no saben lo que le están expresando o pidiendo a Òrúnmìlà, y por
eso Òrúnmìlà no sabe lo que le están solicitando.
«Fue por esa razón –concluyó Víctor cuando terminó la historia– que me he
dedicado por casi treinta años al estudio y al rescate de la lengua primitiva de
nuestros abuelos lúkúmí, a descifrar e interpretar los cantos, conjuros y los rezos
legados por los antepasados, pues en ellos se conserva la sabiduría y el conoci-
miento ancestral de la religión que profesamos».
Resultado de esa larga investigación –que aún no concluye–, este texto, cuya
lectura tendrán ustedes la ocasión de disfrutar, constituye un valioso compendio,
una suerte de vademécum de la religión africana de los orishas aplatanada en
Cuba, a la que los cubanos de cualquier color llaman con orgullo «Santería» o
«Regla de Ocha-Ifá», sin que esto demerite o le reste un ápice a las profundas con-
cepciones que contiene acerca de la naturaleza, el hombre y la sociedad humana.
Ahora bien, ¿cómo pudo lograr Víctor Betancourt, sin tener apenas noción del
vocabulario, la gramática y la sintaxis de la lengua de los yoruba de Oyo, ciudad-Es-
tado y región de Nigeria, desde donde llegaron la mayoría de los lukumíes que
fueron trasplantados forzosamente hacia Cuba mientras duró la trata esclavista?
En pos de responder a esta interrogante, resulta provechoso hacer aquí un
poco de historia, para lo cual me serviré del fragmento de una breve ponencia de
mi autoría, titulada «Oralidad y teología en la santería cubana»,1 que se vincula
con el tema aquí tratado, pues intenta comprender cómo se asentó y transmitió
el saber de los yoruba y sus descendientes en nuestra tierra:
1. Enunciada en la conferencia «Afrocuban in cuban society», organizada por la Johns Hopkins
University, en Washington D.C., 1997.
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Ifabí fue, probablemente, uno de los últimos bàbálawos africanos que ofició en
Cuba y, por eso mismo, uno de los últimos sacerdotes consagrados a Òrúnmìla,
capaz de memorizar uno tras otro los centenares de patakines o itán –narraciones
de los tiempos antiguos de los orishas en África– que conforman el cuerpo literario
y filosófico de los odu de Ifá. A esta asombrosa facultad –hoy casi desaparecida en
Cuba– se unía el conocimiento cabal de la lengua yoruba, la cual, según refiere
William Bascom, todavía en 1957 había cubanos capaces de hablarla coloquial-
mente y de elaborar en este idioma respuestas llenas de sentido.3
Sin embargo, la tradición oral que signó a las culturas africanas, propia de los
pueblos ágrafos, habría sufrido ya en Cuba profundas modificaciones para aque-
llas fechas: la primera, el obligado reajuste impuesto por el choque con el espacio
lingüístico del castellano, descrito de la siguiente forma por Don Fernando:
2. Fernando Ortiz: Los bailes y el teatro de los negros en el folklore de Cuba, pp. 557-558.
3. Sobre esto arguye Bascom: «El descubrimiento más sorprendente de mi trabajo en Cuba fue el hecho
de que la lengua yorubá es hablada en la actualidad y no simplemente recitada. Cuando hice pregun-
tas en yorubá, recibí respuestas llenas de sentido, y luego tuve que contestar, en cambio, preguntas
que me fueron hechas en yorubá. En un verano conocí unos cincuenta negros que podrían arre-
glárselas en el país yorubá sin mucha dificultad, a pesar de que no puedan hablar inglés» (William
Bascom: «The yoruba in Cuba», citado por Rogelio Martínez Furé: Diálogos imaginarios, p. 284).
Además, es bien conocido que todavía en la década de los sesenta del siglo XX, en la Casa-Templo de
los babálàwo Ángel y Asunción Villalonga, en el barrio habanero de Luyanó, se hablaba yoruba de
manera coloquial entre todos los miembros de la familia.
XIX
más amplio sentido; no podemos decir aquí por analogía sus sagradas
escrituras) ya en su misma mente tiene que hacer traducción de su
texto original y ortodoxo, tal como fue fijado en su memoria, al len-
guaje diverso del oyente, y esto sin pleno dominio de su vocabulario
ni de sintaxis, sino en su humildísima habla, a veces sin previo hábito
ni ensayo de conversación de ciertos vocablos análogos o de sentido
convencional pre aceptado. Estas dificultades de transmisión, que la
actitud del comunicante, a veces impreparado y menos conocedor de
lo que se cree, pero siempre parco y medroso de revelar cosas sagradas
y con frecuencia defendiéndose con la expresión entrecortada y hasta
con la intencionalmente falsa y engañosa [...] Se comprende fácilmente
que con tal serie de traducciones, para llegar desde la negra auditiva
expresión africana a la blanca y sólo visiva del castellano escrito en
Cuba, hayan de ser peligrosamente sobradas las ocasiones de traicio-
nar el pensamiento primario, aparte de perder totalmente las formas
primitivas de su estética sonora.4
4. Fernando Ortiz: «La transmisión de la literatura oral del negro», pp. 105-106.
XX
Lydia Cabrera, por su parte, cuenta que uno de sus informantes, al que describe
como «un escrupuloso hijo de santo», premiaba a alguno de sus discípulos con
la lectura a viva voz de una antiquísima libreta que guardaba celosamente, con
la intención de que no les entraran las palabras por los ojos, sino por los oídos,
pues escritas ya no sonaban lo mismo.6
El camino que va desde la más pura oralidad hasta lo que Argeliers León llamó
la «oralidad escrita»7 forma parte del largo y escabroso trayecto recorrido por
la religión de los orishas, aplatanada en la Isla a través de un arduo proceso de
«cubanización». Las «libretas» de santería y los «tratados» de Ifá, comunicados
de generación en generación y copiados por diversas manos en los más disími-
les contextos socioculturales e históricos, forman un testimonio escrito de las
incorporaciones y modificaciones experimentadas por el pensamiento religioso
yoruba en Cuba.
Como resultado de la traducción e interpretación de estos textos, los cuales fue-
ron heredados de sus familiares consanguíneos o religiosos, o facilitados por vie-
jos sacerdotes y sacerdotisas de La Habana, Matanzas y Palmira, surge El legado
5. Rogelio M. Furé: Ob. cit., p. 212. Cabe agregar aquí que actualmente una profusión de «tratados» y
«libretas» apócrifos impresos en ordenadores pueden adquirirse en establecimientos comerciales
especializados en la venta de objetos rituales de santería y en librerías privadas y estatales, por los
cuales creyentes y lectores curiosos llegan a pagar elevadas cantidades de dinero.
6. Cfr. Lydia Cabrera: Introducción a “Anagó” (vocabulario lucumí). Sobre esto se refería Léopold
Sédar Senghor:
La palabra es poderosa en África. Si no existiera la palabra, las fuerzas se entumecerían, no
habría procreación ni cambio, ni vida. Dice la sabiduría del viejo sacerdote yoruba: “No
existe nada que no exista; aquello para lo que tenemos un nombre, eso existe”. El dicho
afirma el acto de nombrar, de pronunciar, engendra lo nombrado. El acto de nombrar
es conjuro, es acto creador. Lo que nosotros no podemos concebir es irreal, inexistente.
Mientras que todo el pensamiento humano, al ser pronunciado, se convierte en realidad.
Pues la palabra activa el curso de las cosas, las cambia, las transforma (Citado por Janheinz
Jahn: Muntu, las culturas de la negritud, p. 156).
7. Un ejemplo clásico de «oralidad escrita» lo constituye el reputado babalocha Nicolás Angarica,
quien en las palabras introductorias a su manuscrito «El lucumí al alcance de todos» explica cómo
y de quién aprendió lo mucho que sabía de la religión de los orishas: «Me crié junto a los africanos;
aprendí su lenguaje, conocí sus costumbres y además tuve un maestro Obádimelli, ¿quién no lo
conoció en ese campo?, el cual me legó los vastos conocimientos que sobre la religión lucumí tenía»
(citado por Lázara Menéndez (comp.): Estudios afrocubanos, p. 10). Para más información sobre
Lorenzo Samá (Obádimelli), véase de Natalia Bolívar Aróstegui, Los Orichas en Cuba.
XXI
ritual lúkúmí…, de Víctor Betancourt Estrada. Para su confección, el autor tuvo que
aprender a leer previamente la lengua de Oyo, a la que me he referido, al volverla a
colocar en boca de los ancianos y las ancianas que alcanzó a conocer, descendientes
de los yoruba. Esta ingente labor, lógicamente, no hubiera podido ser llevada a cabo
sin la existencia de otros textos escritos con un propósito similar –muchos de estos
lamentablemente inéditos– por los sacerdotes que le antecedieron. Así sucede, por
un lado, con el Diccionario yoruba y la Gramática yoruba conocida en Cuba por
lucumí, traducidos al español por Pedro Arango, BàlóOggún, quien realizó estudios
religiosos y lingüísticos en Nigeria durante la década de los cincuenta y además es
autor de Dice Ifá, libro básico para la formación de los bàbálawos en Cuba; y por
otro lado, se encuentra el extraordinario texto Manual del Orihate, del Babálo-
risha Obá Nicolás Valentín Angarica. Todas estas son versiones mecanografiadas
atesoradas por algunos sacerdotes y sacerdotisas cubanos.
A estos habría que añadirles los intercambios religiosos, culturales y humanos
entre los babálàwos yoruba y sus colegas, cubanos organizados por la Casa-Tem-
plo del Cabildo Ifá Íránlówo, que encabeza Víctor Betancourt, asentada en el
humilde y popular barrio habanero de Los Sitios. Ello también ha contribuido de
manera notable a la solidez conceptual y teológica del presente libro.
A propósito, pongo al tanto a los lectores de que en el año 2006, invitados
por Ifá Íránlówo, visitaron La Habana los sacerdotes de Ifá nigerianos Solàgba-
dè Pòpòlà, awó Osároso y Omó Niyé, awó Ogbeate, quienes, además de ofrecer
conferencias y deliberar profusa y profundamente con sus colegas de la diáspora,
oficiaron en el mes de julio de ese mismo año un ceremonial –a la usanza africa-
na– de consagración a Ifá de dos jóvenes cubanos. El acto tuvo lugar en la calle
Puerta Cerrada, entre las de Suárez y Diaria, en lo más profundo del legendario
barrio de Jesús María.
Para concluir estas líneas –que no han resultado tan breves–, deseo compartir
con ustedes un fragmento de una de las respuestas que me proporcionó el escri-
tor y etnólogo Miguel Barnet en una entrevista realizada en el año 1994 acerca
de estos temas:
8. Sobre la función del mito en la cultura yoruba, ha escrito el intelectual nigeriano Adebayo Adesantya:
La Filosofía yoruba fue enseñada, pues hombres y mujeres, viejos y jóvenes, recibieron de
ella las normas deseadas para su vida de cada día. Por ello fue necesario volcarla en moldes
lo más fácilmente comprensibles. Los mitos fueron el artificio para hacer plásticamente
comprensible a la generalidad de los hombres lo que en conceptos no hubieran podido
comprender. Pero si uno se acerca a un profesor Ifá, se encuentra fuera de esa filosofía:
nos introducimos en el reino del pensamiento puro donde es contemplado el ser puro,
entendido como inmutabilidad espacio-temporal. Los mitos consiguieron solucionar el
problema de hacer inteligible al gran público las conclusiones a las que llegaba la torre de
marfil («Yoruba metaphysical thinking», citado por Janheinz Jahn: Ob. cit., pp. 129-130).
9. Miguel Barnet: Cultos afrocubanos, pp. 68-69.
XXIII
AGRADECIMIENTOS | XIII
EL LEGADO LÚKÚMÍ EN CUBA: HERENCIA Y CONTINUACIÓN | XV
PREFACIO | XXV
CAPÍTULO INTRODUCTORIO | 1