Los Iconos Subvertidos en El Quijote
Los Iconos Subvertidos en El Quijote
Los Iconos Subvertidos en El Quijote
Introducción
En mis sucesivas lecturas del Quijote siempre me ha admirado el rico y a la vez
ambiguo discurso relativo al cuerpo. Los sentidos, las funciones, las necesidades,
los deseos, las pasiones corporales de los personajes comparecen, a veces con
exceso, o bien se hacen evidentes por la carencia; el discurso sobre el cuerpo se
produce en los dos niveles narrativos de que se compone la historia –el realista y
el caballeresco-.
Para empezar, nadie que escuche los nombres de don Quijote, Sancho y
Rocinante –y aun el asno del escudero- deja de asociar a ellos una determinada
imagen corpórea, no sólo porque haya visto alguna de las interminables
representaciones plásticas de la famosa pareja y sus monturas, sino porque en el
libro se les describe físicamente. En contraste, de Aldonza Lorenzo, transformada
en Dulcinea –para sólo hablar de las presencias constantes en la historia-, el
relato únicamente dice que era “una moza labradora de muy buen parecer” (I, 1,
47); nada más.
Nadie la vuelve a ver después de esta rápida visión que el narrador ofrece al
principio. Lo demás en relación con su apariencia –y aun con su persona- quedará
librado a lo que el caballero enamorado diga de ella o a lo que de la labradora-
dama imaginan o inventan otros personajes. Dulcinea resultará, pues, ser un
producto lingüístico y literario de segundo grado, puesto que no serán los diversos
autores y narradores, sujetos de la enunciación narrativa, quienes informen sobre
sus atributos y, de alguna manera, fijen su imagen –como en el caso de los
protagonistas manchegos y demás personajes-, sino los discursos,
necesariamente imaginarios, de quienes hablan de ella sin conocerla.
*
Este texto fue presentado en la conferencia plenaria (“keynote address”) en la Reunión Anual de
Cervantistas del Sur de California, en Riverside, California, EE. UU., el 19 de abril de 2003. Se
publicó más adelante en André Trouche y Livia Reis, Dom Quixote: Utopias, pp. 35-54.
25
Así, el retrato de la amada será ambiguo, inasible, contradictorio; risible muchas
veces. Podrá ser “tamaño como un grano de trigo” (I, 4, 74) o inconmensurable y
omnipresente en la mente y el corazón del caballero.
26
Este hijo no es ni hermoso, ni gallardo, ni discreto, atributos prototípicos de los
héroes. Así, se presenta, por denegación, una primera imagen de don Quijote,
paródica del ideal caballeresco. La que inmediatamente después lo describe es
elaborada a partir de una serie de atributos en relación con el nombre del
protagonista anunciado desde el título del libro: “la historia de un hijo seco,
avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro
alguno” (I, Prólogo, 9). Los dos primeros calificativos –el segundo metafórico-
reiteran una cualidad corporal de don Quijote: además de “seco”, es “Avellanado -
que, según Sebastián de Covarrubias- se dize del hombre viejo, seco, enxuto de
carnes, sólido y firme, como la madera del avellano.” 1
1
Sebastián de Cobarruvias, Tesoro de la lengua castellana o española. Primer diccionario de la
lengua, p. 167. Agradezco aquí a Magit Frenk quien, en la cuidadosa lectura que hizo del material
de este libro, sugiere que el seudónimo Avellaneda del autor del Quijote apócrifo, pudo haberse
derivado de esta característica de don Quijote.
2
Ibid, p. 126. Cabe comentar que este adjetivo se consigna en la voz “ANTOJOS. Los espejuelos
[...]”
27
muchos años a esta parte se vio en aquellos contornos.” (I, Prólogo, 20). Se
completa el trazo inicial del protagonista: sus características corporales, sus
tendencias mentales y los valores propios del caballero: el amor, la valentía y la
fama ganada entre sus coterráneos. Es así que el boceto de don Quijote plasmado
por el autor del Prólogo, consigue construir, con eficacia, en el imaginario del
lector, los rasgos esenciales que definirán al héroe. En adelante, el nombre de don
Quijote irá asociado a esa imagen, básica y expedita, esbozada en las páginas
preliminares. Se trata, pues, de un cuerpo, aunque viejo, resistente, habitado por
ciertos apetitos, afectado por visiones engañosas, castamente enamorado y
consagrado a los ideales caballerescos.
Soneto
B. ¿Cómo estáis, Rocinante, tan delgado?
R. Porque nunca se come, y se trabaja.
B. Pues ¿qué es de la cebada y de la paja?
R. No me deja mi amo ni un bocado.
B. Andá, señor, que estáis muy mal criado,
Pues vuestra lengua de asno al amo ultraja.
R. Asno se es de la cuna a la mortaja.
¿Queréislo ver? Miraldo enamorado
B. Metafísico estáis. R. Es que no como.
B Quejaos del escudero. R. No es bastante.
¿Cómo me he de quejar en mi dolencia,
si el amo y escudero o mayordomo
son tan rocines como Rocinante?
3
“era todo piel y huesos”. Epigrama de Teófilo Folengo, (1496-1544). Cf. vol. I, p. 45, n. 54 de la
edición del Instituto Cervantes.
4
“Rocín es el potro que, o por no tener edad, o por estar maltratado, o no ser de buena raza, no
llegó a merecer el nombre de caballo, y así llamamos a los caballos desbaratados y de mala
traza... venir de rocín a ruin: de mal en peor”. S. de Covarrubias, op. cit., p. 912.
29
De este modo, el soneto en su conjunto, por contener esa variedad de
referencias intratextuales, opera de forma metonímica en función de don Quijote y
Sancho Panza. Los caballos no sólo se refieren a los personajes, sino que los
padecimientos de Rocinante resultan ser los mismos que los de su amo, aunque el
animal los contempla con una conciencia irónica, ausente en el héroe, para quien
es obligado el ascetismo caballeresco. Por último, si Babieca, a partir de su
ascendiente literario, intenta acorralar con su interrogatorio a Rocinante, es el
burlado quien se convierte en burlador, por lo que prueba, en ese sentido, debido
a su aguda comprensión de las palabras de su par, ser un digno “ingenioso
Rocinante de la Mancha”.
Este retrato –completado más adelante con los comentarios del narrador:
“[...] y así, del poco dormir y del mucho leer se le secó el celebro, de manera que
vino a perder el juicio (I, 1, 42); y “[...] rematado ya su juicio, vino a dar en el más
extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo [...]” (I, 1, 43)- reitera la
imagen plasmada en el Prólogo, diseñada, además, según los conceptos médicos
del momento:
A ella se añaden ahora los datos de la edad y la locura. Sus cincuenta años
–que exceden los veinte a treinta que se contaban como esperanza de vida en la
5
Don Quijote de la Mancha. Ed. Instituto Cervantes / Crítica, p. 37.
31
época-6 contradicen, así, de manera irónica, la juventud proverbial de los héroes
caballerescos, necesaria para las aventuras y el amor, y su demencia traerá a la
actualidad de su incipiente siglo XVII las prácticas de unos héroes literarios en
proceso de desaparición. Aquí se produce una doble anacronía literaria en clave
paródica: la edad del hidalgo y la decadencia del género. A contrario sensu, la
historia gana en verosimilitud, pues ya sólo en la mente de un loco, viejo por
añadidura, puede tener vigencia, en el tránsito del siglo XVI al XVII, el código
caballeresco.
Don Quijote optará por la práctica del ascetismo, el cual no operará
necesariamente en la historia ni como una negación de las necesidades
corporales ni como marca de inverosimilitud, puesto que el héroe sentirá
cansancio, hambre y sueño en más de una ocasión, sino como sometimiento
voluntario de su cuerpo entrado en años a una vida de desabrigo y privaciones. Es
así que, a pesar de que su mente permanezca anclada en el mundo caballeresco
y su deseo aspire a prescindir de las satisfacciones básicas, su cuerpo, aunque
literariamente idealizado, persistirá atado a la vertiente realista del relato. En este
sentido, los datos de la alimentación y la ropa se erigen, también, en las piedras
sobre las que se sustenta la construcción narrativa realista, de la cual forma parte
aún el hidalgo.
4. El cuerpo heroico
La opción ascética del hidalgo, junto con la consagración al ideal caballeresco, son
heroicas en sí mismas:
6
Cf. Ibid., p. 36, n. 14.
32
El hidalgo decide entonces cambiar su nombre por uno que responda a su
nueva vocación.
Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérsele a sí
mismo, y en este pensamiento duró otros ocho días, y al cabo se vino a
llamar don Quijote: de donde, como queda dicho, tomaron ocasión los
autores desta tan verdadera historia que, sin duda, se debía de llamar
Quijada, y no Quesada, como otros quisieron decir. (I, 1, 45-46)
[...] y así, con extraño contento llegó a la venta y a las damas, las cuales,
como vieron venir a un hombre de tal suerte armado, y con lanza y adarga,
llenas de miedo se iban a entrar en la venta [...] (I, 2, 53)
33
A las mozas -que no damas- un cuerpo armado les infunde miedo; ni ellas,
ni después el ventero –que no castellano, como lo supone don Quijote- están en
condiciones de estimar que ha sido consagrado a deshacer “todo género de
agravio” (I, 1, 44). Por vez primera, la perspectiva del narrador le permite al lector
contemplar desde fuera el cuerpo del caballero, en tanto da cuenta de las
reacciones que su aspecto provoca en quienes lo ven. Inician aquí las
divergencias de puntos de vista, el dialogismo como fuente inagotable de riqueza
amén de innumerables equívocos en el Quijote. La voz narrativa insiste:
Los versos del romance popular enunciados por don Quijote reiteran el
tema de la mortificación del cuerpo como opción heroica; en tanto que los que
completan el fragmento -“mi cama las duras peñas/ mi dormir siempre velar”-7, no
pronunciados, quedan implícitos como burla al caballero, en las pícaras palabras
de bienvenida que le dirige el ventero. La postura del héroe no obsta para que,
párrafos adelante, a la hora en que las mozas le ofrecen de comer, él exprese:
“Pero, sea lo que fuere, venga luego, que el trabajo y peso de las armas no se
puede llevar sin el gobierno de las tripas”. (I, 2, 57)
7
Recogido en el Cancionero de romances. Amberes, 1550.
34
Por otro lado, a pesar de la heroica intención, las armas de don Quijote son
hechizas y contrahechas –lo saben el lector y el ventero-, lo cual se convierte no
sólo en motivo adicional de burla, sino en impedimento para comer y beber. De tal
modo, el decoro del hidalgo observado en la comida y el atuendo, en el párrafo
inaugural del relato, desaparece en el momento mismo que acoge la misión y la
armadura caballerescas, las cuales adquirirán un signo adverso para quien las
adoptó. Inicialmente, las escenas de la venta y más adelante, otras similares, por
transgredir dicho decoro, se convierten en parodia del trato digno y respetuoso
debido a quienes profesan la caballería en los libros del género. En su diálogo con
las mozas don Quijote, evocando otro romance, expresa que:
35
5. El cuerpo enamorado
[...] se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de
quien enamorarse; porque el caballero andante sin amores era árbol sin
hojas y sin fruto y cuerpo sin alma. (I, 1, 46)
¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho este
discurso, y más cuando halló a quien dar nombre de su dama! Y fue, a lo
que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de
muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque
según se entiende, ella jamás lo supo, ni le dio cata dello. Llamábase
Aldonza Lorenzo, y a ésta le pareció ser bien darle título de señora de sus
pensamientos, y, buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo y
que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla
Dulcinea del Toboso [...] (I, 1, 47)
36
fonéticamente la miel, el de la amada de don Quijote, contiene la raíz de dulce. 8
Además, la prosodia de ambos es idéntica. La ironía implícita residiría en los
comportamientos amatorios opuestos que caracterizan a las dos jóvenes.
Por su parte, el relato corrobora la opinión de los habitadores del distrito del
campo de Montiel, quienes lo tenían como “el más casto enamorado”, el mismo
que, siendo hidalgo, no se permitió comunicarle oportunamente su amor a la
moza. Aunque, dejado atrás su mundo doméstico, ese enamoramiento será vivido
sólo como motivo literario, única razón por la cual el cuerpo de don Quijote estará
habitado por el amor a Dulcinea. Así como el hidalgo, el caballero ha renunciado al
erotismo. Ningún indicio de deseo carnal despuntará en su devoción a la dama,
con la salvedad de la analogía que hace en Sierra Morena entre sus amores y los
de la viuda por el mozo motilón. El suyo será también un amor de privación y el
cuerpo de la amada será experimentado como una ausencia permanente.
8“
ALDONCA. Nombre en España, antiguo y ordinario; hanle tenido señoras muy principales destos
reynos. Al es artículo, y el nombre donca está corrompido de dolze; esta conjectura se toma de lo
que escriben las historias que doña Dolze [...] y a esta mesma, corrompido el vocablo, y añadido el
artículo arábigo, la llamaron doña Aldonca; y de allí en adelante las demás se llamaron Aldoncas,
que vale tanto como dulces.” Sebastián de Cobarruvias. Op. cit., pp. 79-80. Al respecto véanse los
estudios de Rafael Lapesa, “Aldonza-dulce-Dulcinea”, en De la Edad Media a nuestros días, de
Herman Iventosch, “Dulcinea, nombre pastoril” y de Javier S. Herrero, “Dulcinea and Her Critics,
Cervantes: Bulletin of Cervantes Society of America. OJO: EN ALDONCA y DONCA FALTA LA
CEDILLA.
9
Aurelio González, “La imagen de la dama cortés”, pp. 139-140.
37
completamente ajena al mundo de la corte y a los estamentos de la nobleza, ya
que, según el mismo González:
Es así que, armado caballero, una de las primeras acciones de don Quijote
será la de proclamar las virtudes ideales de su dama, para lo cual retará a unos
mercaderes toledanos, mudados por necesidad literaria en caballeros, con el fin
de que afirmen la inigualable belleza de Dulcinea, a la que no duda en declarar
“emperatriz de la Mancha”. La transformación de la amada, en hipérbole creciente,
opera con diligencia: de moza labradora en dama y finalmente en emperatriz.
10
Ibid., p. 139.
11
Don Quijote de la Mancha, Edición del Instituto Cervantes/ Crítica, nota 61, p. 68.
38
-Todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay
en el mundo todo doncella más hermosa que la emperatriz de la Mancha,
la sin par Dulcinea del Toboso. (I, 4, 73)12
12
“[...] sin par: única –explica la misma nota de la Edición del Instituto Cervantes/ Crítica, nota 61,
p. 68.-, aplicado por primera vez a Oriana en el Amadís de Gaula. Según la tradición del amor
cortés, la amada era modelo de perfecciones y de virtudes.”
13
Ibid., nota 64, p. 68.
39
La respuesta del interlocutor de don Quijote está construida a partir de la
comprensión tanto de la locura del caballero como de los códigos que éste pone
en juego: el de la fe cristiana y el de “la orden de caballería” (I, 4, 74). El lenguaje
del mercader así lo prueba: se niega a comprometer su conciencia confesando
algo que no es artículo de fe y hace uso de vocablos tales como príncipes, reinas,
emperatrices. En una respuesta cargada de ironía y en sintonía con el absurdo de
tal solicitud, ese mismo mercader le ofrece al caballero declarar lo que le pide al
tiempo que supone en Dulcinea un rostro con rasgos grotescos –“aunque su
retrato nos muestre que es tuerta de un ojo y que del otro le mana bermellón y
piedra azufre” (I, 4, 74)-. Con ello pone en juego un código opuesto al usado por
don Quijote, lo que, obviamente, resulta un insulto para el caballero, quien
contesta con un despropósito similar, haciendo por su cuenta una nueva mezcla
de códigos:
14
Aurelio González, op. cit., p. 151.
40
la Chata, la serrana de aspecto desagradable del Libro de Buen Amor,
considerada una oposición a “los paradigmas que de la belleza femenina se tenía
en el siglo XIV” 15 puesto que en su descripción opera el mismo trastorno:
15
Ma. Teresa Miaja de la Peña, “‟Busqué e fallé dueña de qual so deseoso‟. La figura femenina en
el Libro de Buen Amor”, p. 163.
16
Juan Ruiz Arcipreste de Hita, Libro de Buen Amor. Ed. de Jacques Joset, citado en Ibid., p. 161.
.
(El subrayado es mío)
17
Ma. Teresa Miaja de la Peña, op. cit., p. 163.
18
Alicia de Colombí-Monguió, “Los „ojos de perlas‟ de Dulcinea (Quijote, II, 10 y 11). El
antipetrarquismo de Sancho (y de otros)”, p. 392. (Francesco Berni, Poesie e prose. Ed. de Enzio
Chiorboli, Firenze, 1934; Baltazar del Alcázar, Poesías. Ed. de Francisco Rodríguez Marín, Madrid,
1910.)
41
encantamiento de Dulcinea, satirizan a damas de origen noble modeladas por el
Canzoniere de Petrarca, no a mujeres del pueblo, y hacen además uso de la
retórica correspondiente. El soneto de Baltasar de Alcázar, imitador, a su vez, de
Francesco Berni, dice:
-[...] Bastaros debiera, bellacos, haber mudado las perlas de los ojos
de mi señora en agallas alcornoqueñas, y sus cabellos de oro purísimo en
cerdas de cola de buey bermejo y, finalmente todas sus facciones de
buenas en malas, sin que le tocárades en el olor [...] (II, 10, 773)
19
Baltasar del Alcázar. Poesías. Citado en Alicia de Colombí-Monguió, op. cit., p. 391.
20 Cf. Ma. Teresa Miaja de la Peña, op. cit., p. 164.
42
esperpento creado por Sancho está compuesto a partir de varios códigos, así
como de su muy personal inventiva.
Por su parte, las descripciones afrentosas del Libro de Buen Amor, probable
origen de las supuestas características de Dulcinea, mencionadas por el mercader
en la Primera parte, aluden a una serrana no distante en extracción social a la
labradora Aldonza Lorenzo, en donde habría implícita no sólo una verdad según el
retrato hecho por el narrador en el plano realista de la historia, sino también una
degradación relacionada con la visión idealizada que el caballero ha hecho de esa
aldeana. En consecuencia, aquí no se puede hablar de una tendencia
estrictamente antipetrarquista, sino filtrada por la obra del Arcipreste de Hita,
cuyas influencias tienen diversos orígenes, según hace constar Miaja al menos
para el modelo de la mujer hermosa. 21
21 “Según Félix Lecoy (Recherches, 301) lo que sucede es que el modelo de belleza que presenta
el Arcipreste sigue básicamente los cánones europeos, en particular los franceses, que retoman la
concepción del Arte de Amar de Ovidio. En cambio, Dámaso Alonso (“La bella”, 86-89) concibe el
esquema como fuertemente influido por la tradición estética árabe, especialmente en detalles [...],
elementos ajenos a la tradición europea y presentes en la erótica árabe, cultura de tanta influencia
en el autor y en su obra. [...] María Rosa Lida (Juan Ruiz, 40), afirma que esas descripciones
responden por un lado a „un canon, corriente en las aulas de retórica desde la decadencia de la
literatura latina, que fijaba los elementos, el orden y aun la expresión estilística del retrato‟, y por
otro a la concepción personal del Arcipreste, que imprime a su imagen femenina características
que conjugan la visión clásica, la francesa, la árabe, y la suya propia, creando con ello una nueva
mujer que surge de lo armónico en oposición a lo grotesco.” Ma. Teresa Miaja de la Peña, op. cit.,
pp. 165-167. (Félix Lecoy, Recherches sur le “Libro de Buen Amor” de Juan Ruiz, Archipêtre de
Hita. Supl. de Alan Deyermond, Farnborough, Gregg, 1974 [2ª. ed.]; Dámaso Alonso, “La bella de
Juan Ruiz, toda problemas” en De los siglos oscuros al de Oro. Madrid, Gredos, 1964; María Rosa
Lida de Malquiel, Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, “Libro de Buen Amor”. Selección, Buenos Aires,
Losada, 1941.) NOTA: NO SÉ SI ESTAS REFERENCIAS SE CONSIGNAN EN LA BIBLIOGRAFÍA.
22 Alicia de Colombí-Monguió, op. cit., p. 402.
43
mercader. Habría que agregar el dato del absurdo para todos los casos. De este
modo, don Quijote fracasa en su intento de restituir la imagen ideal de su amada.
23
Luz Aurora Pimentel, El relato en perspectiva, p. 21.
45
herida. La ironía que atraviesa toda la escena se acrecienta con la satisfacción
final que experimenta el caballero al encontrarse en ese estado.
El ventero que arma caballero a don Quijote en el capítulo tres inaugura el tema;
es él quien prevé la necesidad de que éste vaya abastecido de ciertas provisiones
que le procuren alguna protección. En un discurso que transita entre la exigencia
de orden realista y la burla caballeresca, le advierte a su interlocutor que:
[...] tuviese por cierto y averiguado que todos los caballeros andantes, de
que tantos libros están llenos y atestados, llevaban bien herradas las
bolsas, por lo que pudiese sucederles; y que asimismo llevaban camisas y
una arqueta pequeña llena de ungüentos para curar las heridas que
recebían, porque no todas veces en los campos y desiertos donde se
combatían y salían heridos habían quien los curase, si ya no era que tenían
algún sabio encantador por amigo, y que luego los socorría, trayendo por el
aire, en alguna nube, alguna doncella o enano con alguna redoma de agua
de tal virtud, que, en gustando alguna gota della, luego al punto quedaban
sanos de sus llagas y heridas, como si mal alguno hubiesen tenido [...] (I, 3,
60-61)
46
Quijote, en la de Valdovinos, el héroe herido de muerte del romance viejo del
Marqués de Mantua:
En el nivel narrativo realista, las cosas suceden de otro modo. Primero será
el labrador que “acertó a pasar por allí” (I, 5, 77) y después las mujeres de su casa
quienes se hacen cargo del cuerpo maltratado de don Quijote. Si el caballero en
ciertos momentos absorbió al labrador en su escena literaria al grado de que éste
fue adoptando por turnos la identidad de los personajes, la realidad doméstica,
asimismo, reabsorbe temporalmente al héroe:
47
Hiciéronle a don Quijote mil preguntas, y a ninguna quiso responder
otra cosa sino que le diesen de comer y le dejasen dormir, que era lo que
más le importaba. (I, 5, 82)
O más adelante, convaleciente aún de la paliza:
-[...] y por agora, tráiganme de yantar, que sé que es lo que más me hará al
caso, y quédese lo del vengarme a mi cargo.
Hiciéronlo así: diéronle de comer, y quedóse otra vez dormido, y
ellos, admirados de su locura. (I, 7, 97)
Por su parte, los personajes del mundo doméstico del hidalgo –ama,
sobrina, cura y barbero-, movidos por una lógica realista, en flagrante oposición
con la del caballero, destruirán el cuerpo físico de los libros que provocaron su
locura, a la vez que intentarán desaparecer el espació que la cobijó. El resto de la
historia se encargará de mostrar la inutilidad de tales hechos. Don Quijote ha
asimilado el contenido de aquellos libros. No importa ya su existencia física; a
pesar de que su ausencia por un rato lo perturba. En adelante, residirán en su
imaginación:
Uno de los remedios que el cura y el barbero dieron, por entonces, para el
mal de su amigo, fue que le murasen y tapiasen el aposento de los libros,
porque cuando se levantase no los hallase –quizá quitando la causa,
cesaría el efeto-, y que dijesen que un encantador se los había llevado, y el
aposento y todo; y así fue hecho con mucha presteza. (I, 7, 97)
A partir de ese primer retorno a casa -habrá dos más, el último definitivo-, el
cuerpo de don Quijote será objeto de disputa, de permanente tensión: los
personajes del mundo que abandonará de nuevo procurarán de diversas maneras
reducirlo a la domesticidad como supuesta solución a su locura. Don Quijote se
alejará cada vez más de las seguridades domésticas al optar por la vida errante.
48
[...] tuvieron los pasados caballeros por cosa acertada que sus escuderos
fuesen proveídos de dineros y de otras cosas necesarias [...] (I, 3, 61)
Por otro lado, la declaración del autor del prólogo sobre la naturaleza y los
orígenes literarios de Sancho, con la que pone al escudero al mismo nivel que don
Quijote en cuanto a ser una creación suya que compite en importancia con el
caballero, contrasta con los datos burlescos ofrecidos por el narrador de la historia
a partir de la perspectiva del futuro amo, ya que sólo en la candidez de un loco
49
cabe la posibilidad de las aptitudes del labrador para tal oficio. A ello se suma la
descripción del próximo compañero de andanzas de don Quijote, hecha de nuevo
por el narrador. Cargado de ironía, el boceto está construido con un lenguaje
despectivo, nada halagüeño:
Al contrario que el de don Quijote –en el que coinciden los puntos de vista
del prologuista y el narrador de la historia-, el retrato de Sancho, en estos
fragmentos iniciales, es contradictorio. Si para aquél el escudero resume todas las
gracias de sus antecesores genéricos, para éste resulta un dudoso hombre de
bien, puesto que es pobre; además, “de muy poco juicio”24 y “pobre villano”. Hay
que hacer notar, sin embargo, que hasta aquí el texto sólo ha hecho referencia a
la naturaleza literaria del personaje, a su extracción social y a ciertos rasgos
morales y mentales, con la salvedad de que éstos han sido aludidos con una
metáfora extraída de la anatomía: “de muy poca sal en la mollera”. Una sola de
sus peculiaridades físicas es mencionada en el apellido del labrador: Panza,
nombre que tendrá connotaciones definitorias en su caracterización como
personaje. Con ello, se da nuevamente, como en el nombre del caballero, una
relación sinecdóquica entre nombre y personaje: la parte del cuerpo vale por el
sujeto.
24
Don Quijote de la Mancha, ed. del Instituto Cervantes/ Crítica, p. 91, n., 31.
50
de la Orden de Caballería, de Ramón Llull; a Ribaldo, el de El caballero Zifar;25 a
Gorvalán, el de Tristán de Leonís; a Gandalín, el de Amadís.26 Eduardo Urbina
resume los antecedentes escuderiles de Sancho, de la siguiente manera:
Por otro lado, se han destacado modelos provenientes del refranero, de los
tipos cómicos del teatro prelopista y de las continuaciones de La Celestina, así
como de El Lazarillo de Tormes, para sólo mencionar a los más importantes.28 No
es el lugar para atenderlos todos. No obstante, señalaremos aquellos precedentes
que conforman la imagen física del escudero manchego, así como los rasgos
fundamentales con que se traza su retrato inicial. El nombre Panza puede ser una
referencia burlesca al modelo ideal de los personajes pertenecientes al mundo de
la caballería diseñado en el Libro de Llull, teniendo en cuenta que en él, todo
escudero es aprendiz de caballero:
Asimismo, allí se solicita que el escudero cuente con armas y cierta riqueza
para que pueda pertenecer a la Orden de Caballería “[...] porque por falta de
25
A pesar de las similitudes que Sancho Panza guarda con Ribaldo, no tomaremos a este
escudero como modelo cervantino en razón de lo expuesto por Eduardo Urbina: “Considerando
que [El libro del caballero Zifar] fue publicado por última vez en el siglo XVI (en 1529), y que los
libros mencionados en el escrutinio [de la biblioteca del hidalgo] aparecen todos después de 1547,
es difícil que Cervantes llegara a conocerlo.” El sin par Sancho Panza: parodia y creación, p. 23.
26
Cf. Ibid., pp. 17-84.
27
Ibid., pp. 85-86.
28
Cf. Francisco Márquez Villanueva, Fuentes literarias cervantinas, pp. 20-94.
29
Citado en E. Urbina, op. cit., p. 22. (Ramón Llull, Libro de la Orden de Caballería, en Obras
literarias. Ed. de Miguel Batllori y Miguel Caldentey, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1948,
p. 125).
51
riqueza [...] se hace robador, traidor, ladrón, mentiroso [...]”30 Tampoco pueden
pasarse por alto los motivos por los cuales Sancho Panza abandona mujer e hijos
y se lanza a aceptar oficio tan ajeno a su persona:
También debes saber con qué intención el escudero debe ser caballero;
porque si es para ser rico [...]31
30
Citado en Ibid., p. 22 (Ramón Llull, op. cit., pp. 124-125).
31
Citado en Ibid., p. 22 (Ramón Llull. Op. cit., p. 124).
32
Ibid., p. 22.
52
Gandalín sirve de modelo de Sancho, compañero perenne que desplaza
físicamente en la parodia a Dulcinea. La nueva pareja, Sancho-don Quijote,
resulta de la resolución burlesca del triángulo Dulcinea-don Quijote-
Sancho.33
La adarga era grande, de cuero y de forma oval; tenía por dentro dos asas y
era arma propia de jinete. La rodela era escudo pequeño, redonda, de
hierro y propia de infante o gente de pie, lo cual hacía la armadura de don
Quijote más ridícula. 34
34
El ingenios hidalgo don Quijote de la Mancha. Ed. de Luis Andrés Murillo, vol. I, p. 126, n.18.
54