LECTURA 7 - Mujer Como Exemplum PDF
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2018
Revista anual
Fecha de inicio: 1995
Edita:
Centro de Estudios del Próximo Oriente y la
Antigüedad Tardía – CEPOAT
Artículos
El estilo decorativo en las primeras producciones cerámicas en el valle del río Vinalopó (Alicante).
Silvia Martínez Amorós.......................................................................................................................................9
Dynamics of Power: an Architectural Reading of the Concentration of Power (Ullastret, 4th-3rd Century
BC).
David Jesús Cebrián Martínez..........................................................................................................................51
The narrative framing of violence in teaching resources about the Spanish Conquest of America.
Ángela Bermúdez Vélez y Diego Argumero Martínez......................................................................................93
Reseñas
Prados, F., Jiménez, H., Martínez, J.J. (Eds.) (2017). Menorca entre fenicis i púnics / Menorca entre
fenicios y púnicos. Murcia: Centro de Estudios del Próximo Oriente y la Antigüedad Tardía de la
Universidad de Murcia. 320 págs.
Pete Missingham............................................................................................................................................179
Bravo Bosch, M.ª J. (2017). Mujeres y símbolos en la Roma Republicana. Análisis jurídico-histórico de
Lucrecia y Cornelia. Madrid: Dykinson. 333 págs.
Borja Méndez Santiago..................................................................................................................................183
Karp, M. (2016). This Vast Southern Empire: Slaveholders at the Helm of American Foreign Policy.
Cambridge: Harvard University Press. 360 pages.
Kevin Caprice.................................................................................................................................................187
Livi-Bacci, Massimo (2012). A Short History of Migration. Cambridge: Polity Press. 157 pages.
Alejandro Salamanca Rodríguez....................................................................................................................189
5
La mujer como exemplum. Subversión, desafío y
resistencia en Valerio Máximo
Woman as Exemplum. Subversion, Defiance and Resistance in Valerius Maximus
Recibido: 19/02/2018
Aceptado: 01/08/2018
Para citar este artículo: González Estrada, Lidia (2018). La mujer como exemplum. Subversión,
desafío y resistencia en Valerio Máximo. Panta Rei. Revista Digital de Ciencia y Didáctica de la
Historia, 73-91.
ISSNe: 2386-8864
DOI: 10.6018/pantarei/2018/4
Resumen
En el presente texto tratamos de adentrarnos en la complejidad de la acción femenina
que, representadas en obras como la de Valerio Máximo, basadas en la ejemplaridad, permite
vislumbrar las distintas formas de proceder de las mujeres en la sociedad romana. En los casos que
presentamos, no solo podemos ver más allá de los estereotipos, sino que también apreciamos a las
mujeres rebelándose contra los roles de género y la moralidad que la sociedad les impone, ya sea
como madres, esposas o ciudadanas.
Palabras clave
Literatura romana, cuestiones de género, rol sexual, estereotipos, familia.
Abstract
The following article dives into the complexity of women’s actions represented in ancient
accounts such as Valerius Maximus’. Through the inquiry of these works based on the Roman idea
of exempla, it is intended to draw an extensive analysis of women’s role in the Roman society. In
the studied cases, it is not only possible to see beyond the stereotypes but can also be noted the
women’s rebellion against gender roles and the morality imposed by the society, either as mothers,
wives or citizens.
Keywords
Roman literature, gender issues, sex role, stereotypes, family.
1 Para contactar con la autora: Lidia González Estrada. Universidad de Oviedo. gonzalezelidia@uniovi.es.
1. Introducción
2 Para profundizar en las cuestiones asociadas a la obra y su autor, consultar: Malaskov (1984), Bloomer,
(1992), Skidmore (1996), David (1998a), Langlands (2000), entre otros.
3 Para profundizar en cuestiones relativas a la ejemplaridad: Malaskov (1984), Loutsch (1998), Langlands
(2000), Torregaray (2002), Valette-Cagnac (2010), Urban (2011), entre otros.
En realidad, el exemplum es una acción situada en el pasado cuyo resultado, al que acompaña
la relevancia o autoridad de su autor, permite reforzar la exposición de una idea haciéndola más
clara y verosímil. Por tanto, podemos considerar que la ejemplaridad actúa como un instrumento
de memoria, entendido como un “mecanismo de selección y elección de aspectos, individuales
y colectivos, enmarcados en el tiempo y en el espacio que llamamos realidad” (Hidalgo, 2011, p.
198). Esta se construye a partir de dos modelos claros y contrarios entre sí; es decir, el ejemplo y
el contra-ejemplo. Podemos considerar el ejemplo como el mecanismo más simple por el que se
trata de trasmitir una lección moral. En él, se exponen hechos o dichos que destacan por ajustarse
a los valores y normas por los que se rige la sociedad y, por tanto, se busca que el espectador o
lector trate de imitar tales ejemplos. Los personajes que los protagonizan, siguiendo un esquema
de simplificación, son exaltados y presentados como el compendio de todas las virtudes romanas;
es decir, se convierten en personajes tipo. En el caso de las mujeres, el ejemplo paradigmático
sería Lucrecia. El contra-ejemplo presenta el mismo objetivo, pero alcanza su fin a través de un
mecanismo distinto. Este no encarna las virtudes y valores morales, más bien podemos entender
que los perfila “desde fuera”. Sus protagonistas llevan a cabo actos tan abyectos que producen el
rechazo del público y, por tanto, buscan mostrar cómo no se debe proceder y las consecuencias
nefastas que siguen a tales obras. De nuevo, nos encontramos ante personajes tipo, que, en este
caso, se encargan de encarnar los peores vicios. Un claro ejemplo de contra-ejemplo femenino es
Tulia, una mujer tan perversa que es capaz de arrollar con su carro a su propio padre. Apuntaremos
que, según nuestra opinión, las mujeres son víctimas preferentes de este tipo de simplificación, no
solo en el contexto de la ejemplaridad, sino a nivel general, pues su condición, sentimientos, etc.
son reflejados por una mayoría de autores masculinos que tratan la feminidad “desde fuera” y cuya
visión se encuentra condicionada por estereotipos misóginos.
2. La madre subversiva
En los distintos exempla encontramos varios casos en los que las mujeres actúan fuera de
los límites que definen su papel como madres, llevando a cabo actos violentos o de traición que se
alejan radicalmente de lo que se espera de la matrona romana y de las relaciones maternofiliales
en la Roma Antigua. Así mismo, nos enfrentamos a ciertos casos cuya veracidad histórica está más
comprometida, pero cuya fuerza ideológica nos permite ilustrar qué aspectos morales o inmorales
acerca de las mujeres pretende exponer Valerio Máximo.
En primer lugar, encontramos a madres vengadoras. Mujeres que toman la iniciativa contra
aquellos que habrían sido los causantes de la muerte de sus hijos, en lugar de esperar sumisas la
respuesta de los varones de la familia. En este sentido, mencionaremos los exempla de las reinas
Tómiris y Berenice, que se encuentran en el décimo capítulo del libro IX de nuestra obra, cuyo
título es, precisamente, Sobre la venganza. Tómiris, reina de los maságetas, pueblo escita, cortó
la cabeza de Ciro que había asesinado a su hijo, y posteriormente: “mandó que la introdujeran en
un odre lleno de sangre humana, para así reprobar su insaciable sed de sangre y al mismo tiempo
vengar a su hijo, asesinado por el propio Ciro” (Val. Max., IX, 10.ext.1). El cercenamiento de la
cabeza, así como la manipulación de la misma parece formar parte de la humillación del criminal y
quizá, responder con similar brutalidad al agravio sufrido. Según la célebre anécdota narrada por
Heródoto, Tómiris habría rechazado a Ciro II el Grande, por lo que este invade su reino y provoca el
suicidio de su hijo Espargapises. Ciro moriría en combate y Tómiris cortaría su cabeza (Hdt., I, 214).
Sin embargo, tal escarmiento -que implica la decapitación y profanación de los restos- parece
ser recurrente en la relación entre la mujer y la venganza. Podemos encontrar este mismo castigo en
la actuación de otra mujer dentro de nuestra obra. Es el caso de Orgiagonte, princesa de los gálatas
(Val. Max., VI, 1.ext.2), que habría vengado así su violación. No obstante, es interesante añadir que
también se menciona el mismo ensañamiento para un episodio histórico, el que envuelve a Fulvia
y Cicerón4. Por tanto, parece probable que tal tratamiento del cuerpo no solo subraye la humillación
del criminal, sino también la ferocidad femenina, ya esté justificada o no para la mentalidad romana.
Algo diferente es el caso de Berenice. Esta se supone la hija de Ptolomeo II Filadelfo y Arsínoe
I, cuyo matrimonio con Antíoco II Teos cerró el tratado de paz entre los ptolomeos y los seléucidas
(López, Harto y Villalba, 2003). Dicha mujer, llena de cólera por la muerte de su hijo a manos de la
primera esposa de su marido, Antíoco II Teos, con la que volvió a casarse tras haberla repudiado,
trató de matar al centinela que había llevado a cabo el crimen. Valerio describe la escena de la
siguiente manera:
Se subió armada en su carro y persiguió a Ceneo, el centinela del rey que perpetró
aquel horrible crimen. Y como no era capaz de alcanzarlo con su lanza, lo derribó de una
pedrada, hizo que los caballos pisotearan su cuerpo y luego atravesó las filas enemigas
(Val. Max., IX, 10.ext.1).
La imagen de Berenice, en este caso, no es de una mujer sedienta de sangre que lleva a
cabo un acto atroz como venganza, más bien se la presenta como un guerrero que acude al campo
de batalla. Armada, en carro y portando su lanza se arroja contra las filas enemigas. Es decir,
Berenice muestra un espíritu varonil en la lucha contra los asesinos de su hijo. Así, tanto Tómiris
como Berenice “son para Valerio modelos de fortaleza pues, lejos de sumirse en el abatimiento
derramando lágrimas por la pérdida del hijo deciden vengar personalmente sus muertes mediante
actos no exentos de cierta crueldad” (Montero, 2004, p. 50).
Hallamos en Valerio otros dos casos similares. En primer lugar, volvemos a encontrarnos,
de nuevo, a una extranjera, una madre de familia de Esmirna. Esta habría asesinado a su esposo
y a su hijo, los cuales habían matado a un hijo de esta mujer fruto de un matrimonio anterior. Una
vez que el caso se llevó ante la autoridad romana, Dolabela, este decidió remitir la instrucción
al areópago, que ante la imposibilidad de resolver el dilema que suponía tratar de hallar justicia,
decidieron citar a la acusada y su acusador para que respondieran ante ellos cien años después.
Una estratagema para evitar condenar o absolver a esta mujer. El mismo caso es recogido en
Gell., XII, 7, probablemente tomado del propio Valerio Máximo; pero Aulo Gelio menciona como
gobernador a Cneo Cornelio Dolabela, aunque probablemente se trate de Publio Cornelio Dolabela,
procónsul en Asia entre el 66 y el 67 a.C. (Marcos y Domínguez, 2006), lo que nos permitiría datar
la anécdota en la primera mitad del siglo I a.C.
El juicio de Valerio Máximo ante esta mujer no es severo, sino más bien de comprensión,
como puede deducirse de las siguientes palabras sobre la disyuntiva de Dolabela: “personalmente
no se aventuraba ni a perdonar a aquella mujer que había cometido dos crímenes, ni tampoco a
castigar a quien había obrado forzada por un dolor más que razonable” (Val. Max. VIII, 1.ambust.2).
Un juicio muy parecido encontramos en el único caso romano que puede incluirse en la línea
de los ya mencionados. En este exemplum, el pretor Marco Popilio Lenate se encuentra en la misma
situación que Dolabela, pues es incapaz de decidir si debía castigar o absolver a una mujer que
había matado a golpes a su madre, después de que esta, movida por el odio que le profesaba a su
hija, hubiera envenenado a sus nietos. En este caso, para nuestro autor, el dolor habría nublado
el juicio de aquella mujer y, en definitiva, “había vengado un parricidio con otro” (Val. Max., VIII,
1.ambust.1).
Es preciso advertir la diferencia de valoración entre unos casos y otros. Mientras que en los
dos primeros el juicio es abiertamente positivo, en los segundos, ni las autoridades ni nuestro autor
se atreven a aplaudir o censurar claramente tales acciones, pues implican la violencia y el asesinato
contra miembros de la propia familia. Sin embargo, la tendencia hacia la comprensión de la acción
femenina de estos exempla, indica que, ante casos similares, el deber de la madre para con sus
hijos implica su protección a toda costa y que el dolor de su pérdida puede desencadenar las
4 Para más información sobre la construcción de la imagen de Fulvia y el episodio que protagoniza con
Cicerón vid. Cenerini (2012), Cid (2005) o Ige (2003).
acciones más insólitas en una mujer. Es decir, lo que justifica en todos estos casos, de algún modo,
la actuación femenina es la pietas, que según la definición de Saller, es “a natural devotion to family
that may come into conflict with, and override, the demands of the legal constructs of authority”
(Saller, 1994, p. 110). Aunque nuestro autor hace especial hincapié en esta virtud en el caso de
los hijos para con sus padres con varios exempla, la definición abarcaría a todo el grupo familiar.
Este impulso, que para Valerio Máximo constituye prima naturae lex, es una fuerza ineludible, que
movería irremediablemente a estas mujeres a buscar venganza, a abandonar su papel tradicional
de sumisión y adquirir una fortaleza varonil -como se hace más evidente en el caso de Berenice.
Así, la pietas lleva a estas mujeres a enfrentarse con las normas establecidas y a ir más allá de la
debilidad de su sexo y de la legalidad, como apunta Saller, tanto si estas mujeres son extranjeras
como romanas, pues al ser esta un impulso natural, es inherente a la condición humana. Es
interesante, además, advertir cómo para Valerio Máximo las mujeres extranjeras no son denostadas
ni utilizadas como contraste para subrayar el correcto comportamiento de la matrona romana. Ya
Santiago Montero ha apuntado el trato favorable que Valerio Máximo da a las mujeres extranjeras:
“sorprende que las diecisiete mujeres extranjeras reciban un tratamiento favorable en dicha obra”
(Montero, 2004, p. 45) Para él, de hecho, Valerio Máximo utiliza a la extranjera como modelo de
virtud, en contra de las denuncias de depravación femenina de su época5.
Más allá de los casos de “madres vengadoras”, encontramos en nuestra obra tres ejemplos
de un modelo distinto de madre, altamente subversivo y cuya veracidad histórica es más plausible.
Estos conectan con un fenómeno fundamental para entender una de las principales vías de
autonomía a las que va accediendo la mujer romana, la disposición y administración de sus fortunas
personales. Esta situación se atestigua especialmente a finales de la República, pues como indica
Dixon (2014), en esta época tanto el matrimonio cum manu como la tutela mulierum se habían
debilitado considerablemente. De hecho, para Dixon, la autonomía económica de las matronas se
convierte en un factor clave de su autoridad dentro del grupo familiar.
Sin embargo, a pesar de esta nueva situación, tal y como apunta Cenerini (2012): “Ma è
altrettanto vero che anche queste donne, economicamente più emancipate, rimasero sempre
sotto il controllo degli uomini: qualsiasi iniziativa volta a sfuggire da questo controllo sarà sempre
stigmatizzata dagli storici antichi” (p. 109). Precisamente los casos que nos disponemos a presentar
a continuación son ejemplo de lo apuntado por esta autora, pues, aunque las mujeres tratan de
disponer y repartir su herencia según su voluntad, sus testamentos serán anulados.
En primer lugar, mencionaremos el de Septicia (Val. Max. VII, 7.4). Esta mujer, según el
testimonio de nuestro autor, disgustada con sus hijos y con el fin de humillarlos, se casó con un
hombre de avanzada edad, siendo ella misma ya incapaz de engendrar descendencia, y los excluyó
de su testamento. Sus hijos, los Trácalos de Ariminum, la actual Rímini, recurrirían ante el emperador
Augusto. Este, amparándolos, anularía tanto la última voluntad de esta mujer como el matrimonio,
impidiendo a su marido quedarse con la dote. La razón aducida para justificar la ilegalidad del
matrimonio no sería otra que el hecho de que este no se habría celebrado con el fin de engendrar
hijos. Tal osadía por parte de esta mujer es duramente criticada por Valerio Máximo, que se refiere
a ella en los términos que siguen:
Desprecias a quienes has parido, te casas cuando eres ya infértil, trastocas
enfurecida el orden de tu testamento y ni te sonrojas después de ceder todo tu patrimonio
a aquél bajo cuyo cuerpo ya casi amortajado pusiste el tuyo marchito y decrépito. Así
pues, por comportarte de esta manera, un rayo venido del cielo te arrojó hasta los
infiernos (Val. Max. VII, 7.4).
5 Un tratamiento similar se encuentra en Tácito, que alaba la actitud de las mujeres germanas hacia sus
hijos, pues los amamantan ellas mismas. lo que difiere del comportamiento adoptado por las mujeres de las
élites romanas: “Cada madre cría a su hijo a sus pechos y no lo deja en manos de esclavas o nodrizas” (Tac.,
Germ., 20.2).
En Septicia, por tanto, encontramos el mejor ejemplo de madre egoísta, pues no solo entra
en conflicto con sus hijos por su testamento, sino que su acción va más allá al atreverse a desafiar,
incluso, los fundamentos del matrimonio romano. El objetivo fundamental del mismo es traer al
mundo a nuevos ciudadanos que perpetúen el nombre y el patrimonio de sus padres, por tanto, “una
buena mujer acepta su papel como mera reproductora” (Mosquera, 2000, p. 264) y no pretende una
unión que mancilla el honor de su familia, obstaculiza los intereses de sus hijos o simplemente da
una “cobertura legal”, tal como parece insinuar Valerio Máximo, a relaciones sexuales que la mujer
lleva a cabo por puro placer -una vez que ya no es apta para cumplir con su labor fundamental-, algo
absolutamente vetado para ella. En la misma línea, podemos citar uno de los epigramas de Marcial
en el que el autor acusa de adulterio a una mujer llamada Telesila por acumular impunemente
divorcios y matrimonios, pese a la vigencia de la Lex Iulia (VI, 7).
Esta valoración negativa, aunque no tan furibunda, se mantiene en el segundo caso que
abordaremos en este apartado, relativo al testamento de Ebucia, esposa de Lucio Menenio Agripa,
cuya datación segura no es posible realizar a partir del texto de Valerio Máximo. Esta mujer, a pesar
de tener dos hijas, Pletonia y Afronia, decide mantener fuera del testamento a la segunda, por la
supuesta animadversión que sentía hacia ella. Sin embargo, en esta ocasión, el testamento no
fue anulado, pues la perjudicada consideró conveniente no llevarlo ante los tribunales: “Afronia no
quiso querellarse con su hermana […], y consideró que era más apropiado respetar con resignación
el testamento de su madre […], demostrando con esta actitud que era tan poco digna de aquella
afrenta” (Val. Max., VII, 8.2).
En este caso, la valoración hacia la madre que, de nuevo, vuelve a fallar a aquellos a quienes
debe su razón de ser, sus hijos, es negativa, pues para Valerio Máximo este testamento está plenae
furoris (Val. Max., VIII, 8.2). Sin embargo, no llega a demonizarla, de forma contraria a lo que ocurre
con el caso de Septicia. En esta ocasión ningún hijo varón, aquel destinado de forma prioritaria a
hacerse cargo del patrimonio familiar, se ve afectado; sino que, por el contrario, es una mujer la que
queda fuera del testamento de su madre. Y es que, según parece, para la mentalidad romana no sería
inconcebible el hecho de apartar a las mujeres de la herencia, si bien no fue una práctica habitual.
El ejemplo lo encontramos en la célebre Lex Voconia de mulierum hereditatibus, un plebiscito del
tribuno Q. Voconio Saxa, promovido por Catón y aprobado en el 169 a.C., que prohibía “que las
mujeres fueran instituidas herederas por quienes, en calidad de ciudadanos romanos, estuvieran
inscritos en la primera clase del censo -con una fortuna superior a los cien mil ases-” (Irigoyen, 2012,
p. 13). A pesar de ello, es necesario apuntar que esta ley fue burlada ya desde su promulgación con
el sistema de los fideicommissa y que, en época imperial, perdería ya toda significación debido al
desuso del censo (Castillo, 1988).
De cualquier manera, esta nos pone ante una clara diferenciación entre hombres y mujeres
en la preferencia de acceso a la herencia y que parece mantenerse en la mentalidad de Valerio
Máximo a juzgar por el diferente tono de la valoración de ambos casos. A esto podemos añadir la
distinta reacción de los excluidos en el testamento de su madre, mientras en el primer caso los hijos
varones llegan a apelar ante el propio Augusto, Afronia decide permanecer sumisa ante la voluntad
de su madre y acatarla en silencio, es decir, sin acudir a los tribunales y exponerse públicamente.
La hija obediente, sumisa y resignada constituye en sí misma un ejemplo que nuestro autor alaba,
su actuación la hace digna ante la adversidad que debe soportar; en otras palabras, entra dentro del
modelo de mujer socialmente aceptado.
Por último, y como un nuevo ejemplo que refuerza nuestra opinión sobre la diferencia entre
hombres y mujeres a la hora de tener acceso a la herencia materna, añadiremos el caso de
Cornelia, en el que Marco Celio Rufo, célebre amante de Clodia-Lesbia, presta su ayuda a Quinto
Pompeyo. En principio, ambos estarían enfrentados, ya que el primero humillaría al segundo en un
juicio celebrado con anterioridad. Sin embargo, estando Pompeyo ausente, se dirigirá a Celio Rufo
pidiéndole ayuda y rogándole que vele por sus intereses en los tribunales. El motivo vuelve a ser la
herencia, sin embargo, en este caso la madre retenía unos bienes recibidos en fideicommissum que
habría de ceder a su hijo. De todos modos, a pesar de la oposición materna, finalmente Celio Rufo
conseguirá “acabar con la impía avaricia de Cornelia” (Val. Max., IV, 2.7).
El caso es interesante no solo por tratarse de una matrona que no cumple con uno de sus
deberes fundamentales: cuidar y velar por sus hijos y sus intereses -en la línea de los ejemplos
anteriores. En este caso, Cornelia también pone claramente los suyos por encima de los de su hijo,
lo que es un gran acto de rebeldía. El acto de esta mujer desafía el modelo de madre que funciona
en la sociedad romana, la aparta claramente del ideal de matrona y la convierte en un ser impío. Sin
embargo, sus intentos por usurpar unos bienes que no le corresponden, a costa de su propio hijo,
son infructuosos. No se podía permitir el éxito de una osadía tal, por lo que finalmente, es derrotada
en el juicio.
Altamente significativo es, en los casos expuestos, el hecho de que “en líneas generales el
derecho romano no establece que los hijos sean herederos legítimos de la madre, ya que esta sería
su cognata más próxima pero no su agnada” (Hidalgo, 2011, p. 214). Una situación que se modificará
en el s. II d.C., época en la que se dará realidad patrimonial al vínculo materno, lo que se atestigua
a través de unas leyes de Antonino Pío y Cómodo, con las que quedó establecido el derecho de los
hijos a heredar de su progenitora, aunque esta no se encontrase casada en régimen cum manu.
Por tanto, el juicio negativo de nuestro autor ante los casos que hemos expuesto se sustenta en una
serie de valores morales asociados a la relación maternofilial, pero no en la existencia de una ley
que haya sido vulnerada por estas féminas. A pesar de ello, en el caso de Septicia, tal ausencia de
cobertura legal para las demandas de sus hijos no impide que su decisión sea revocada. Por último,
en el caso de Cornelia, la obligación como fiduciaria también es moral, pues el fideicomiso no tendrá
fuerza obligatoria hasta el siglo I d.C., cuando se crea la figura del praetor fideicomissarius. Ya a
partir de época de Augusto, si el fraude a la voluntad del disponente se consideraba especialmente
reprobable, el fideicomisario tenía la posibilidad de dirigirse ante los pretores, a los que el príncipe
permitía interponer, excepcionalmente, su potestas para hacer valer los fideicomisos (Terrazas,
1998). En este caso la acción de Claudia, considerada altamente censurable, es frenada antes de
que se desarrollen estos mecanismos de actuación, pues nos encontraríamos en una fecha cercana
a mediados del siglo I a.C.
La falta común de todas estas féminas es la ausencia de respeto a la pietas, Aunque en el
caso de Cornelia, su actuación también afecta claramente a la fides, base fundamental en la que
se sustentaban los fideicommissa. Estas mujeres, que demuestran toda ausencia de devoción ante
sus hijos se convierten en impías, por su falta de respeto al vínculo sagrado de la pietas y la antítesis
de la buena madre.
Por tanto, en los Facta et dicta podemos encontrar dos tipos de actuación materna subversiva,
pero, mientras que en la segunda la justificación es imposible, pues en estos casos las mujeres
osan anteponer sus intereses a los de sus hijos; en los primeros casos, el amor de estas mujeres
hacia su descendencia justifica que estas sobrepasen los límites del orden establecido, incluso los
legales, en favor del sagrado vínculo de la pietas.
3. El desafío de la esposa
En la obra de nuestro autor encontramos otros actos que son objeto de severos juicios y que
están marcados por la traición y el asesinato por parte de las mujeres hacia sus maridos.
En primer lugar, mencionaremos a dos mujeres acusadas de envenenar a sus esposos,
Publicia y Licinia (Val. Max. VI, 3.8), ambas casadas con hombres ilustres. Es este un tema muy
recurrente en el imaginario romano, receloso siempre de la mujer y de sus intenciones, para Cid
las llamadas envenenadoras son “ejemplos que se repiten en la historia de Roma. El peligro que
asolaba la ciudad, manifiesto en muertes inexplicables de dignos responsables de la República, se
atribuyó a las malas artes de sus esposas” (Cid, 2010, p. 138). Estas mujeres son consideradas
por algunos autores como el reverso de la matrona nutricia modélica (Palacios, 2014). Según relata
Valerio Máximo, nuestras protagonistas “envenenaron a sus esposos [...] (y) fueron estranguladas
por decisión de sus familiares. Estos hombres severísimos pensaron que, ante un crimen tan
evidente, no debían esperar el largo plazo de tiempo requerido por un juicio público” (Val. Max. VI,
3.8).
El envenenamiento -veneficium- era un delito que los romanos consideraban típicamente
femenino, por lo que encontramos en la historia de Roma grandes procesos públicos contra mujeres
acusadas del mismo. El primero de ellos se celebró en el 331 a.C., durante el consulado de M.
Claudio Valerio y C. Valerio Potino, cuando algunos personajes importantes murieron en extrañas
circunstancias. Supuestamente, una esclava habría delatado a un grupo de mujeres que habrían
llevado a cabo dichos envenenamientos contra sus maridos; entre ellas se encontrarían, según
los autores, Cornelia y Sergia, dos mujeres patricias. Tales conspiradoras, obligadas a beber las
pócimas y brebajes que se habrían encontrado en sus casas, murieron a la vista de todos. Se
crearía, además, una comisión para someter a un proceso regular a otras sospechas. El resultado,
más de ciento setenta condenadas a muerte6.
Este episodio es interpretado por algunos autores, según explica Cantarella, como “un acto
de insurrección feminista” (Cantarella,1997, p. 100) llevado a cabo por un grupo de patricias que
pretendían, a través de estos medios extremos, conseguir derechos civiles y políticos. Entre ellos
encontramos a Bauman, que considera el episodio como un momento de lucha feminista, en el cual
las mujeres habrían imitado los modelos de actuación utilizados por los hombres en los conflictos
sociales (Bauman, 1992). Sin embargo, coincidimos con la autora italiana en su consideración
de que tales términos y conceptos aplicados a Roma constituyen un anacronismo y se basan en
hipótesis indemostrables. Otros, como Cenerini (2002) relacionan este episodio con un posible
intento de las mujeres de luchar contra las pestilencias que podrían haber asolado la ciudad, dado
el tradicional conocimiento femenino sobre hierbas medicinales y la elaboración de fármacos, y que
habría sido interpretado como un intento de envenenamiento. A pesar de ello, es interesante apuntar
la existencia de cierta tensión entre ambos sexos, marcada por la sospecha y la desconfianza
(Cantarella,1997).
En nuestro caso, al igual que en el anterior, descifrar si el proceso de Publicia y Licinia describe
una realidad histórica y si verdaderamente perpetraron esos actos es algo que escapa de nuestro
alcance. Sin embargo, apunta la existencia de un temor masculino hacia las mujeres y su capacidad
de actuación contra los varones, lo que nos resulta muy interesante.
Así mismo, nos permite introducir otro aspecto de la vida de las mujeres en Roma, la justicia
familiar. El derecho del padre a matar a su hija, el ius vitae ac necis, asociado a la patria potestas en
la Roma antigua, es algo que no se discute actualmente (Cantarella, 1991), así, los actos criminales
o deshonrosos de las mujeres se dirimían en sus hogares, a puerta cerrada, y, por tanto, sin ninguna
protección o garantía de un juicio justo. También los varones tendrían reconocido este derecho
sobre sus esposas desde antiguo, pues, según la tradición, habría sido regulado por Rómulo para
dos casos: el haber cometido adulterio y el haber bebido vino. Sin embargo, Pomeroy (1987) apunta
que, en general, el poder del pater familias sobrepasa al del marido; ya que, en definitiva, será el
padre quien decida si su hija permanecerá bajo su poder o se someterá al de su nuevo esposo, bajo
la forma de la conventio in manum.
Así, serán sus parientes masculinos y/o los de su marido, con total probabilidad, los que
decidan si puede permitírsele conservar la vida o si, por el contrario, “la obligación social de salvar
el honor perdido a causa de (su) reprobable comportamiento” (Cantarella, 1991, p. 21), pesa más
que el amor de su familia. En el caso que nos ocupa, el estrangulamiento es el método utilizado
para acabar con la vida de las “envenenadoras”; sin embargo, Cantarella (1991) añade que
habitualmente las mujeres eran condenadas a morir de hambre en la cárcel doméstica. A pesar
de ello el estrangulamiento, según esta autora, era considerado por los romanos como una muerte
privilegiada (Cantarella, 1996).
Este no será, sin embargo, el único acto criminal contra un esposo que recogerá Valerio
6 El hecho es recogido por varios autores entre los que se encuentran Liv., VIII, 18 y el propio Valerio Máximo
en Val. Max., II, 5.3.
Máximo. En el libro IX de nuestra obra, en los capítulos décimo tercero y décimo cuarto, encontramos
respectivamente a Tebe y a Laódice. La primera era la esposa de Alejandro, tirano de Feras, y
la segunda, la esposa de Antíoco II Teos, -a la que ya nos habíamos referido en el episodio de
Berenice como su primera mujer. Ambas decidirían matar a sus esposos, la primera, harta de sus
constantes infidelidades; la segunda, por su odio y ambición. En este segundo caso, además, la
astucia de Laódice se demuestra en la treta urdida para librarse de la acusación, suplantando a su
marido por un hombre con el que este guardaba gran parecido (Val. Max., IX, 14.ext.1).
Ambos casos pueden volver a interpretarse como referencias al temor masculino ante las
malas artes de sus esposas, su rencor, la posibilidad de que estas escapen de su control. Subyace
bajo todos estos casos la idea de la mujer como un peligro para sus maridos. Estas historias,
que pretenden exponer hechos supuestamente reales, esconden una intencionalidad retórica, pero
responden también a necesidades psicológicas específicas (Parker, 1998). En este caso, reflejan
los miedos, conscientes o inconscientes de los maridos hacia sus esposas.
Lo mismo ocurre con el miedo a la traición femenina, como se aprecia en el siguiente ejemplo
que se refiere al proscrito Vetio Salaso: “estaba escondido, así que ¿cómo lo diría?: ¿Su mujer lo
entregó para que lo mataran, o lo mató ella misma? ¿Acaso es más leve el crimen al que sólo falta
la mano que lo consuma?” (Val. Max., IX, 11.7). En este caso, la traición de la esposa, para nuestro
autor, se equipara al propio crimen del asesinato y constituye una acción del todo deplorable.
Para Parker, la ansiedad ante estos miedos de los varones hacia las mujeres tiene una
respuesta en un subgénero literario que se encuentra dentro ligado a la ejemplaridad en Roma y
que ella denomina “tales of loyalty”7. En ellos compara el miedo a la traición femenina con el de la
traición de los esclavos en el imaginario del varón romano, debido a que ambos forman parte del
grupo familiar, pero tienen un origen externo que los hace potencialmente peligrosos. Sin embargo,
en estas narraciones esposas y esclavos consiguen superar sus vicios comunes —pereza, traición,
asesinato— demostrando que sus amos y esposos merecen la más alta fidelidad, incluso de
aquellos que tienden, precisamente, a lo contrario. Así, para Parker “These tales calm the masters’
fears, bring them honor, and serve as an ideological weapon” (Parker, 1998, p. 175).
Sin embargo, podemos preguntarnos qué realidad se encuentra bajo estos ejemplos de “tales
of horror”. Es posible, como apunta Parker, que la desconfianza para con la esposa emane de la
procedencia externa al grupo familiar de la misma; pero, también es probable que tenga su origen
en la percepción del descontento que ciertas mujeres encuentran dentro del rol de esposas que la
sociedad les ha impuesto. De ahí, también, la crítica y el miedo ante la independencia y la iniciativa
femenina, que podemos ver reflejada en los autores clásicos, quienes reaccionan ante la mayor
libertad y capacidad de acción de las mujeres que se produce en las décadas de fines de la etapa
republicana y del siglo I d.C8.
De hecho, el descontento con la institución matrimonial se repite de forma recurrente en la
literatura. Las descaradas adúlteras de Juvenal, las impúdicas damas retratadas por Marcial o las
caprichosas mujeres “dotadas” de Plauto se presentan como un castigo para sus esposos y la
misogamia está ampliamente recogida en las fuentes. La mujer rica, es decir, aquella que posee una
gran dote es el centro de la crítica de Plauto. En sus comedias, esta domina a su marido amparada
en la protección que le supone su situación económica9; lo que es interpretado por algunos autores
7 En la obra de nuestro autor también encontramos varios ejemplos de “tales of loyalty” (Val. Max, VI, 7.2; VI,
7.3; VIII, 2.3; IV, 6.ext.2: IV, 6.ext.3). Para los dos primeros casos, su categorización es clara, pues el autor
recoge los casos bajo el título Sobre la fidelidad de las mujeres para con sus maridos. Es interesante advertir,
siguiendo la teoría de Parker, que Valerio Máximo hace seguir este capítulo por el relativo a la lealtad de los
esclavos.
8 Para las distintas visiones sobre la posición de la mujer a finales de la República romana vid. Mañas (2003) y
Sirago (1983) para aquellos que abogan por la emancipación femenina o el feminismo en Roma y Casamayor
(2016), Castresana (1993), Cortés (2005), Cantarella (1997) o Rhor (2016) para posiciones más escépticas
al respecto.
9 Algunas comedias en los que se percibe este tratamiento de los personajes por parte de Plauto son Men.
como la expresión de la ansiedad ante un posible empoderamiento económico de las mujeres (Rei,
1998).
A pesar de ello, la sociedad romana considera el matrimonio un deber cívico, e incluso, la
única manera de contener los vicios inherentes a la condición femenina (Cortés, 2005). Es posible,
sin embargo, que, pese a que la voz de la crítica hacia el matrimonio que se ha conservado hasta
nuestros días sea masculina, en la tensa relación entre géneros que representan los exempla antes
mencionados, nos llegue de forma lejana la indignación y la crítica femenina hacia esta realidad.
Podemos también considerar la abundancia de menciones de amantes y adulterios a fines de la
República e incluso en época de Augusto, que es muy elevada.
Un claro ejemplo lo encontramos en la poesía elegíaca, cuyo ideal de mujer “no es ya el
domum seruauit, lanam fecit de la epigrafía funeraria, sino el vivir entre la libertad, la pasión y el
lujo” (Marina, 2010, p. 212). La contradicción que esto supone con los ideales de mujer impuestos
por el resto de la sociedad ha hecho plantear a los autores si estas heroínas se tratan solo de un
constructo poético o si, por el contrario, forman parte de círculos que podrían constituirse como una
auténtica contracultura10.
4. La resistencia de la ciudadana
Las mujeres romanas, como ciudadanas, están moralmente obligadas a contribuir en favor del
Estado, de la patria, al igual que los varones. Por tanto, es interesante advertir cómo el sistema debe
recurrir a ese sector habitualmente apartado del ambiente público y la participación política y cómo
crea mecanismos para garantizar que esto ocurra. Entre estos recursos están los exempla -como
transmisores de los valores y garantes de los intereses del Estado.
Sin embargo, las matronas no solo se movilizan para actuar en pro del Estado, estas también
son capaces de hacerlo con el fin de defender sus intereses. Uno de los ejemplos más claros es el
que nos proporciona nuestro autor a la hora de tratar los acontecimientos asociados a la derogación
de la Lex Oppia (Val. Max. IX, 1.3), recogido en el capítulo titulado Sobre el lujo y las bajas pasiones.
En este vemos cómo el desafío a las normas establecidas, así como los prejuicios ligados al sexo
femenino, conllevan un juicio muy negativo por parte de Valerio Máximo.
Las mujeres -y es preciso matizar, las pertenecientes a las grandes familias de Roma y
aquellas que disfrutan de una posición más desahogada-, se organizarán formando un insoliti
coetus, que ejerce una importante presión en los círculos de poder y decisión romanos11. Como
indica Valerio, estas llegan incluso a rodear la casa de los Brutos, que pretendían, siguiendo a
Catón, oponerse a la derogación de esta ley frente a los tribunos Marco Fundanio y Lucio Valerio.
Este interesante episodio muestra la fuerza que tiene un grupo de mujeres ricas, con una estrecha
conexión con el sector masculino a cargo de las grandes decisiones del Estado, para influir en la
esfera pública. En definitiva, demuestra que existían pequeñas parcelas de poder que las romanas
“supieron administrar con habilidad y destreza” (Cid, 2010, p. 127).
Como es sabido, la lex Oppia consistía en un plebiscito del tribuno Cayo Opio que procuraría
regular el lujo mostrado por las mujeres durante la Segunda Guerra Púnica -se encontraría en
vigencia entre los años 215 y 195 a.C.-; una etapa de grave crisis para Roma. En este contexto, se
consideró necesario controlar tales muestras de riqueza, por lo que se propusieron las siguientes
medidas: prohibir la exhibición de vestidos de colores llamativos y los bienes suntuarios de uso
femenino -especialmente, el aurum y la púrpura (García, 1993)-, así como el uso del carro tirado
por caballos a menos de una milla de la ciudad, a excepción de que se utilizara con motivo de un
sacrificio. El episodio cobrará una gran relevancia, tanto en la propia época como posteriormente y
será tratado en diversas obras. Un claro ejemplo de ello es la comedia, pues la abierta participación
de las mujeres despertaría la crítica misógina de autores como Plauto (Aul. 498-536, Epid. 22-235
y Poen. 210ss.). Estos describen los acontecimientos del año 195 a.C. como un ejemplo de la
pomposidad femenina y como un apoyo a su crítica caricaturesca del gusto por el lujo, propio, según
la mentalidad romana, de las mujeres. Sin embargo, la intención de las matronas, interpretada como
banal, es perfectamente justificable si tenemos en cuenta que su atuendo era uno de los medios
fundamentales a través de los cuales podían demostrar públicamente su estatus y la prosperidad
de su familia. En definitiva, estas mujeres están reclamando “la posibilidad de mostrar públicamente
su posición privilegiada” (Cid, 2010, p. 148), algo fundamental en una sociedad aristocrática como
la romana.
El mismo tipo de discurso es apreciable en la valoración de nuestro autor, para el que la
benevolencia que los hombres habrían demostrado en aquella ocasión será el desencadenante
de todo tipo de lujos y de ostentación por parte de las mujeres. Es decir, pone las bases de una de
las grandes críticas que se dirigen a las féminas en los últimos años de la República. El texto es el
siguiente:
Los hombres de aquella época no repararon en qué desembocaría el obstinado
afán de aquella insólita camarilla, o hasta qué punto se propasaría aquella osadía que
conculcaba las leyes. […] Si hubiesen podido barruntar la pomposidad que distingue al
ánimo femenino, pomposidad a la que se añade cada día alguna cosa nueva todavía
más ostentosa, se habrían opuesto desde su misma raíz al lujo que se les avecinaba
(Val. Max. IX, 1.3).
Pero en este pasaje advertimos también la sorpresa ante esa “osadía” femenina, que lleva a
las matronas a irrumpir en los escenarios masculinos de poder y a utilizar mecanismos de presión y
de protesta dentro de tales espacios, algo insólito para la sociedad republicana romana y, sin duda,
una de las razones que da tanta relevancia a este episodio. La información que nos aporta Valerio
es breve debido a las propias características formales del exemplum; sin embargo, la comparación
con la obra de Tito Livio permite profundizar más en el tipo de acción que las mujeres llevan a cabo.
Estas ocupan las calles de la ciudad y los accesos al foro y exponían las razones de su lucha frente
a los hombres -incluso cónsules y pretores- con el fin de encontrar apoyos. Aunque no llegaron a
acceder al foro y se conformaron con cercarlo -por el momento-, vemos cómo las mujeres eran
conscientes de los mecanismos y el modo de proceder en política de los hombres, pues estas los
reproducen con el fin de obtener apoyos para su causa. De hecho, según Tito Livio el número de
mujeres que se manifestaban de esta manera aumentaba día a día, pues acudían continuamente
mujeres desde los centros rurales. La indignación ante este comportamiento se percibe claramente
en el discurso que Livio pone en boca de Marco Porcio Catón:
Ahora, nuestra libertad, vencida en casa por la insubordinación de la mujer, es
machacada y pisoteada incluso aquí en el foro [...]. Y yo en mi fuero interno no llego a
establecer si es peor el hecho por sí mismo o por el precedente que sienta. [...] ‘¿Qué
manera de comportaros es esta de salir en público a la carrera, invadir las calles e
interpelar a los maridos de otras?’ [...] cuál es el motivo que ha llevado a las matronas
a presentarse en público, [...] faltando poco para que entrasen en el foro e interviniesen
en las asambleas. (Liv., XXXIV, 2-3).
Como contestación, el tribuno Lucio Valerio (Liv., XXXIV, 5) trata de justificar la acción pública
de las matronas aludiendo a ciertos episodios míticos de la historia de Roma en los que estas
también habrían irrumpido en el espacio y en las cuestiones públicas en favor del bien común.
Ahora, considera, solo se manifiestan tratando de defender los derechos que le son propios, una
vez que las circunstancias excepcionales que inspiraron la promulgación de la ley han desaparecido
y se vive una etapa de prosperidad. Sin embargo, el discurso solo justifica tal irrupción en unas
circunstancias muy específicas. De hecho, su principal argumento se basa en que ceder a la petición
de las matronas es conseguir, a través de ciertas concesiones, que su subordinación resultase más
agradable, lo que volvería a las mujeres “más obedientes y menos propensas a entrometerse en
las decisiones de los hombres” (Cantarella, 1997, p. 122). Por tanto, ninguna de las posiciones
enfrentadas en este episodio consideraría moralmente aceptable la irrupción pública de las mujeres,
la principal diferencia es que Catón la rechazaría siempre, mientras que Lucio Valerio la considera
aceptable en ocasiones excepcionales.
Sin embargo, Valerio Máximo se acerca a la posición más conservadora de Catón. Así, en el
siglo I d.C. se observa en nuestro autor un profundo rechazo al comportamiento de las matronas
en esta ocasión. Tal posición conservadora no se debe a una pérdida de libertad femenina con
respecto al siglo II a.C., pues aún están por llegar varias conquistas en pro de una mayor autonomía
de las mujeres. En nuestra opinión, el episodio, fuera del ambiente político de la época, tendió a
verse como un ejemplo del gusto por la pomposidad y el lujo femenino -ignorando su intención de
defender la manifestación pública de su posición social-, que arrastraría a las mujeres a actos de
gran osadía. Una actuación que no puede contar más que con una valoración negativa por parte
de Valerio Máximo y de otros autores. Además, tal interpretación, que simplifica la profundidad y
el alcance de la actuación de las matronas es una forma de velar sus motivaciones y su forma de
actuar en público, que utiliza mecanismos habituales de la práctica política, que llevan a cabo,
además, con éxito.
Además, consideramos que tal rechazo no solo responde al hecho en sí mismo y el desafío
que este plantea, sino también al precedente que sienta. Este será utilizado como justificación en
otras acciones colectivas de las matronas que expondremos a continuación, demostrando el peligro
que tales hechos supondrían para el orden patriarcal establecido. A pesar de todo, la efectividad
de la estrategia elegida se manifiesta claramente en el éxito de la propuesta de derogación, que
se lleva a cabo a través de la lex Valeria Fundania de lege Oppia sumptuaria del 195 a.C. Sin
embargo, no pretendemos considerar que tal éxito se debe solo a la acción conjunta de las mujeres,
interpretada por algunos autores como propia de “activistas”12, dejándose llevar, tal vez, por modernas
interpretaciones sociológicas relativas a la historia de la mujer. Este es el caso de Cantarella (1997).
Aunque compartimos con la autora la opinión de que la acción de las mujeres no fue secundaria
y que estas se habrían manifestado ante el cuerpo ciudadano con una postura determinada y una
voluntad autónoma, consideramos que la participación del elemento masculino fue fundamental.
Ambos sexos elevan sus voces por la causa, aunque serán las mujeres las principales promotoras
y defensoras de la misma.
Estas trataron en todo momento de conseguir apoyos dentro del sector masculino, lo que,
sin duda, sería decisivo en el desenlace final. Esto no quiere decir que la presión ejercida por las
mujeres fuera una mera comparsa, sino que estas, conscientes de las reglas del juego, no solo
trataron de alcanzar el éxito enfrentándose “desde fuera” al sistema, sino abordándolo también
“desde dentro”. Es innegable, además, que en esta situación son los tribunos los que hablan en
representación de las mujeres y quienes llevan a cabo la propuesta de ley.
En esta ocasión no serán las matronas quienes alcen la voz, pero nuestro autor recoge
otros episodios en los que las mujeres rompen con uno de los valores fundamentales de la buena
12 Tal denominación deriva de la interpretación del término axitiosae, presente en ciertos fragmentos de la obra
de Plauto. Será Varrón quien los interprete posteriormente como sinónimo de “activistas” o “partidistas”; sin
embargo, la moderna crítica filológica se decanta por interpretarlas en el sentido de “gastosas” o “estrafalarias”.
Esta segunda interpretación tiene sentido dentro de unos fragmentos que parecen aludir a la Lex Oppia, para
los que Plauto crearía un término con intenciones irónicas o paródicas que hace referencia a uno de los vicios
más propiamente femenino para los romanos. Para más información en torno a las cuestiones filológicas vid.
García (2004). Sin embargo, Cid (2017) siguiendo la aclaración del profesor Moralejo considera que el término
puede referirse a “las que salen fuera”.
matrona: el silencio y utilizan la palabra en el ámbito público, algo atribuido al hombre adulto y
estrechamente asociado con la participación política. De ahí proviene, precisamente, el peligro de la
expresión femenina, pues, por un lado, puede llevar a las mujeres a irrumpir en actividades ajenas
a su condición y, por otro lado, a mancillar este mecanismo de expresión a través de banalidades,
chismes y conversaciones vacías. Ya que el silencio femenino es una de las virtudes de la buena
matrona, la mendacidad y la verborragia son vistos como vicios propios de la mujer. Por ello, el
primero es un comportamiento digno de elogio, pues rompe con las debilidades asociadas con
el sexo femenino. Además, se tiende a considerar que la mujer utiliza la palabra para manipular
al hombre, escondiendo bajo un discurso hermoso intenciones maliciosas. Esto es advertido por
Jimena Palacios que considera que “la representación de las mujeres como portadoras de un mal
que escapa al discernimiento inmediato de quien las observa o de quien las escucha, parece tener
plena vigencia en el mundo romano” (Palacios, 2014, p. 101).
Por tanto, si no se puede evitar la manifestación pública de una mujer, se prefiere que esta no
se lleve a cabo a través de la palabra, sino de los gestos. Este es el caso de Sempronia, hermana
de los Graco, que también es recogido por nuestro autor (Val. Max. III, 8.6). Esta se habría negado
a besar públicamente a un tal Lucio Equicio, que trataba de hacerse pasar por hijo de Tiberio Graco.
Este gesto, solo permitido entre parientes, demostraba el fraude de Equicio y establecía la forma
correcta de expresión femenina ante la asamblea, lo que conlleva que tal actitud sea alabada por
Valerio Máximo como muestra de fortaleza (ante las presiones del pueblo y los tribunos), así como
de reserva y recato (Cantarella, 1997).
No obstante, encontramos otras mujeres que sí utilizan la palabra para expresarse en la
asamblea o ante los tribunales. Esta acción, en principio negativa y contraria a las buenas
costumbres, no recibe siempre una mala valoración, sino que llega incluso al elogio en ciertos
casos, dependiendo de varios factores, como analizaremos seguidamente. Estas se recogen en el
apartado Sobre mujeres que se defendieron a sí mismas o defendieron a otras personas, ante los
magistrados. Se trata del tercer capítulo del libro VIII y contiene tres casos de gran relevancia para
nuestra exposición, el de Mesia de Sentino (Val. Max. VIII, 3.1), el de Caya Afrania (Afrania, Carfania
o Carfinia) (Val. Max. VIII, 3.2) y el de Hortensia (Val. Max. VIII, 3.3).Comenzaremos por el último
de estos, pues en este identificamos importantes conexiones con los acontecimientos relativos a la
derogación de la Lex Oppia. A pesar de que la información aportada por Valerio Máximo es escasa y
no da la sensación de que la intervención de Hortensia llevara asociada una protesta multitudinaria
de mujeres, al contrastar la información con otras fuentes, especialmente Apiano, se pone de relieve
la profundidad del episodio.
La causa del acontecimiento es el oneroso tributo que los miembros del segundo triunvirato
(Marco Antonio, Octaviano y Lépido) habían impuesto a las 1400 mujeres más ricas de Roma
con el fin de sufragar sus gastos militares. Muchas de ellas, emparentadas con los proscritos del
triunvirato, se vieron indefensas ante la falta de un miembro masculino de su familia que hablase
en su nombre y decidieron organizarse para defender sus intereses (Höbenreich, 2005). La primera
medida a la que recurrieron distaba de constituir un desafío al sistema y se trataba de apelar a las
mujeres de los triunviros, para que intercedieran ante sus maridos en su nombre. Esta acción, sin
duda, “muestra que las mujeres jugaban un papel político importante a partir de la influencia que
ejercían sobre sus esposos” (Guerra, 2005, p. 77). Pese a la buena disposición de las mujeres de
los otros triunviros, Fulvia, esposa de Marco Antonio, se niega en redondo a atender las demandas
de este grupo. Como respuesta, las mujeres afectadas se dirigieron al Foro, donde Hortensia,
situada en la tribuna, pronunciará un célebre discurso. Las conexiones con el episodio del 195 a.C.
con claras: un grupo de mujeres ricas se organiza para ejercer presión y conseguir la revocación
de una decisión política tomada por el elemento masculino. Sin embargo, mientras que en aquella
ocasión ninguna osó tomar la palabra ante los magistrados, en esta, “por primera y única vez, será
una de ellas, Hortensia, la que lidere la embajada13 y defienda la causa de sus colegas, pero lo
13 Incluso, algunos autores se plantean si en las palabras de Valerio al respecto pueden interpretarse como
haría en el espacio político masculino por excelencia, en el Foro” (Cid, 2010, p. 144). De hecho, el
discurso que Apiano pone en boca de Hortensia constituye un auténtico alegato sobre la percepción
de los derechos y deberes de las mujeres romanas para con el Estado, aunque esta percepción
sea la de un hombre que reconstruye un discurso “poniéndose en el papel de las mujeres” un siglo
después de los acontecimientos. Este presenta un claro mensaje político: sin representación no
debe exigirse ninguna contribución (Bauman, 1992):
¿Por qué participaremos de los castigos, nosotras que no participamos en las
ofensas? ¿Por qué hemos de pagar tributos nosotras que no tenemos participación en
magistraturas, honores, generalatos, ni, en absoluto, en el gobierno de la cosa pública
[…]? […] ¿Cuándo las mujeres han contribuido con tributos? A estas su propia condición
natural las exime de ello en toda la humanidad. (App., BC., IV, 5.32-33).
En cualquier caso y aunque no podemos conocer las verdaderas palabras de nuestra oradora,
tal desafío, tal actuación insólita impropia de una mujer habría de ser castigada y constituir un
exemplum con una valoración negativa en nuestra obra. Sin embargo, las palabras de Hortensia
demostraron tener aceptación no solo en el público femenino, sino también en el masculino, pues
según Apiano, cuando los triunviros ordenaron a los lictores disolver aquel grupo de mujeres, la
multitud allí congregada se lo impidió.
Es importante apuntar, del mismo modo, que la situación familiar de Hortensia, así como,
posiblemente, la del resto de las matronas que protagonizan este episodio y que escogen a
esta oradora como portavoz, juega un papel fundamental no siempre tenido en cuenta. Será Cid
quien advertirá tal importancia (2015; 2017). El conocido triángulo amoroso entre Catón, Marcia y
Hortensio14, el padre de Hortensia, que Plutarco recoge en la biografía del primero de ellos, conecta
a Hortensia con esta ilustre familia. Forman parte de ella Servilia -medio hermana de Catón por
parte de madre-, el célebre Bruto -hijo de esta última-, Porcia -prima y esposa de Bruto- y Quinto
Servilio Cepión -hermano de Servilia y futuro esposo de Hortensia-. Así, nuestra oradora formaría
parte de este círculo, enfrentado abiertamente con los triunviros. Incluso sus hermanos morirán junto
a los cesaricidas en la batalla de Filipos (42 a.C.) (Cid, 2015). Por tanto, el episodio que autores
como Apiano o Valerio Máximo expresan en términos de conflicto económico, encierra realmente un
enfrentamiento político, en el que las mujeres de aquellos que habían sufrido las proscripciones de
los triunviros, se niegan a contribuir económicamente en la posible aniquilación de sus familiares y
allegados.
Finalmente, el asunto se resolvió reduciendo el número de féminas contribuyentes a 400 y
gravando también a algunos hombres (App., BC., IV, 5.34). Para Cid (2015), el tono de complicidad
de Apiano, así como la insólita inversión de roles del episodio, sin que implique crítica alguna a sus
protagonistas, solo es comprensible en la actitud “patriótica” de Hortensia15, que se niega a contribuir
a luchas intestinas que asolaban la República, lo que se puede extrapolar al discurso de nuestro
autor. En este sentido, también podemos añadir que Hortensia y el resto de las matronas, al igual
que las madres vengadoras de nuestro primer apartado, están haciendo todo lo que se encuentra
en su mano para salvar a sus familiares, llegando incluso a ocupar el Foro y dirigirse al pueblo desde
los rostra. Por tanto, dentro de la lógica narrativa de nuestro autor, su acción se dirige a respetar el
sagrado vínculo de la pietas y ha de ser, por lo tanto, valorada de forma positiva. De hecho, para
Rohr (2016), la iniciativa e intervención política femenina al final de la época republicana tendió a
interpretarse de tal forma por los contemporáneos y autores posteriores, tratando así de justificar la
16 Una reflexión sobre la inversión de roles de género y los valores asociados a los mismos en Hemelrijk
(2004), que identifica, en ciertos casos, intenciones propagandísticas en su exposición.
Encontramos otra interesante mención de Caya Afrania o Carfania muy posterior. En ella,
parece que esta mujer no solo se representaría a sí misma en múltiples causas, sino que actuaría
como abogada. De hecho, según el testimonio de Ulpiano, ella sería la causa de que se prohibiese
al sexo femenino ejercer tal profesión: “En este edicto el pretor […] prohíbe que las mujeres aboguen
por otro. […] Esta prohibición proviene del caso de Carfania, una mujer muy descarada, que, al
actuar sin pudor como abogada e importunar al magistrado, dio motivo a este edicto” (Ulp. Dig.
3.1.1.5).
No podemos concluir si es ciertamente la misma mujer o si el testimonio de ambos es cierto;
sin embargo, parece claro que permanecía en la memoria de los romanos este comportamiento
insólito de una fémina, fuera esta real o no. A pesar de ello, podemos entender que la época en la
que se sitúa a nuestra protagonista, finales de la República, casa bien con un periodo en el que las
mujeres habían alcanzado nuevos espacios de libertad.
5. Reflexiones finales
17 Vid. Oria, 2015, para la maternidad en el culto imperial y Domínguez, 2010, para la maternidad en el
discurso político imperial.
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Fuentes
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Una vez recibidos los trabajos, la Revista realizará una primera valoración. Si el trabajo
enviado se ajusta a las normas de presentación propuestas, la temática es coincidente con la línea
editorial de la revista y posee la calidad científica necesaria, será remitido al consejo asesor para
una primera evaluación. Si no es así en este primer paso se puede rechazar directamente los
documentos que incumplan claramente la línea editorial.
Será el Consejo Asesor quien indique a la revista la originalidad, relevancia, estructura,
redacción, aparato bibliográfico, etc. del trabajo enviado y, para ello, se designará a dos revisores
expertos externos que evaluarán cada uno de los trabajos, que pueden formar parte (o no) de
este Consejo Asesor. La selección de los revisores se ajustará a la temática y características
metodológicas del trabajo. El nombre y filiación de los autores serán eliminados del trabajo para su
revisión, así como los revisores actuarán de manera anónima y confidencial.
Los revisores deberán rellenar un informe de evaluación que centrará su atención en aspectos
tales como características formales, originalidad y novedad de los trabajos, relevancia de las
propuestas y los resultados, calidad metodológica y validez científica.
Una vez terminado el proceso se decidirá la aceptación o no de los mismos y su publicación
en el número que sea pertinente, así como las modificaciones susceptibles de ser realizadas para
su final publicación. Dicha notificación se enviará únicamente por correo electrónico, en un plazo
máximo de seis meses.
Publishing rules
The author is committed to submit original papers not having been published in other reviews
or in other languages. In this way, it is not allowed for the same paper to be presented in other
reviews during the evaluation process.
The articles will be exclusively submitted by email to pantarei@um.es. The texts will be
submitted in DOC format and the images in JPEG or TIFF format, and with a minimum size of 2000
px. Images will not be integrated in the text but sent in another file and properly numbered according
to their position in the text. Attached to the paper, a document will be filled out and sent where the
author’s data will be specified following the model available on the website.
The sixth edition of the Manual of the American Psychological Association will be taken into
account for the writing of the papers. The length of the papers must not exceed 30 pages. Typography
will be Arial 11, with simple line spacing and no space between paragraphs. The text must be justified
on both margins without indentation in the first paragraphs. Margins size will be 2.50 cm. Where it
could be necessary the incorporation of notes, they will be at the bottom of the page, consecutively
numbered with typography Arial 10, simple line spacing and justified on both margins.
More detailed information is available on the website: http://www.um.es/cepoat/pantarei.
The Journal will submit the papers to a first examination once received. If the paper follows
the presentation guidelines, the subject agrees with the editorial line of this journal, and possess
the scientific quality required, it will be sent to the advisory council for a first assessment. If not, the
documents which clearly fail to complete the editorial line may be rejected straightaway in this first
step.
The Advisory Council will indicate the originality, relevance, structure, writing, bibliography, etc.
of the text to the journal; for this purpose, two outside experts will be designated to review the papers;
these experts can be (or not) part of this Advisory Council. The selection of the experts will adjust to
the subject and methodological characteristics of the paper. Name and affiliation of the author will
be eliminated from the text for its review, in this way experts will act anonymously and confidentially.
The experts will fill out an assessment report which will focus on aspects such as formal
characteristics, originality and novelty of the papers, relevance and results of the proposal,
methodological quality and scientific validity.
Once the process is finished, the acceptance or not of the papers and its publication in the
corresponding edition will be decided, as well as the modifications that may be done for its final
publication. This notification will be sent by email within 6 months maximum.