Globalización y Teología de La Liberación
Globalización y Teología de La Liberación
Globalización y Teología de La Liberación
INTRODUCCIÓN
desconozca la opción preferencial por los pobres o, incluso, todas las modalidades bajo las
cuales se ha expresado la Teología de la Liberación. En el Compendio de la Doctrina
Social de la Iglesia, par. 182 y 449, la Iglesia asume como ofi cial la enseñanza de la opción
preferencial por los pobres. La misma, además, ha sido reconocida en exhortaciones, cartas
pastorales, pronunciamientos de los obispos y otras instancias declaratorias de la Iglesia.
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preferencial por los pobres3 (\ Casaldáliga, 1996; Vigil, 2007; énfasis propio)\
.
No se trata, pues, de una simple crisis de crecimiento, desarrollo y
fortalecimiento, como la que se experimentó desde la I Conferencia Episcopal
en Río de Janeiro, y que se verifi có entre 1955 y 1985, pasando por el Concilio
Vaticano II, las encíclicas papales de Juan XXIII, Paulo VI y Juan Pablo II y,
desde luego, por las profundas refl exiones emanadas de los sínodos de obispos
del CELAM. De todas maneras, por la naturaleza de este artículo, no
podríamos adentrarnos en detalle en el análisis pormenorizado de esta crisis,
particularmente desde su ángulo eclesial. Nuestro interés es, básicamente, el
de contextualizar esta situación de crisis e incertidumbre a la luz de las
realidades actuales, con el ánimo de contribuir al debate sobre una teología
posible desde la opción preferencial por los pobres, que ya ha empezado a
tomar cuerpo en los foros sociales mundiales, así como en los Foros Mundiales
de Teología y Liberación.
EL ABORDAJE TEÓRICO-METODOLÓGICO
3 Si bien en los últimos años ha surgido una agria discusión sobre el alcance de los términos
“opción por los pobres” (\ OP)\ y “opción preferencial por los pobres” (\ OPP)\ , y aun
reconociendo la rica discusión doctrinal y eclesial que se ha desarrollado alrededor de este
tema, nosotros utilizaremos indistintamente los términos OP y/o OPP como términos
intercambiables, sin que esto indique ninguna toma de posición al respecto. Creemos que
el tratamiento de este tema rebasa los objetivos de esta ponencia. Adicionalmente, en casi
todos los textos postconciliares, en los mensajes de las Conferencias Episcopales de
América Latina, en las cartas pastorales y en las diversas exhortaciones del Papa Juan
Pablo II sobre esta materia, se privilegia la expresión “opción preferencial por los pobres”.
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La opción por los pobres: análisis crítico de sus posibilidades y limitaciones en un mundo globalizado
En efecto, por largo tiempo hemos visto la pobreza como alojada en el casillero de
las cuestiones sociales. Hoy, la percepción que tenemos de ella es más honda y
compleja. Su carácter inhumano y antievangélico, como dicen Medellín y Puebla,
su condición, en ultima instancia, de muerte temprana e injusta, hacen aparecer
con toda nitidez que la pobreza desborda el ámbito socio-económico y se convierte
en un problema humano global y, por consiguiente, en un desafío a la vivencia y
al anuncio del evangelio. Es una cuestión teológica. La opción por el pobre toma
conciencia de ello y proporciona una vía para considerar el asunto. (Gutiérrez,
2007, énfasis propio)
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4 Las formas elementales de la vida religiosa (1912) es, sin lugar a dudas, una de las obras más
importantes de Émile Durkheim y uno de los textos esenciales para comprender el origen
del hecho religioso. La religión es concebida por Durkheim como un fenómeno que va más
allá de sus manifestaciones particulares, es consustancial al ser humano. La esencia de la
religión es la división entre lo sagrado y lo profano: “La religión consiste en creencias y
en prácticas relativas a las cosas sagradas”. El fenómeno religioso no mantiene para el
autor una relación necesaria con los conceptos de divinidad, trascendencia o más allá. No
atañe únicamente a determinados individuos y culturas, sino que debe concebirse como un
fenómeno universal, inherente a la condición humana, más allá de sus manifestaciones
particulares. Los seres humanos necesitan de una relación con una realidad absoluta o
sagrada que les permita fundar y desarrollar la búsqueda de su identidad personal y
colectiva. En este sentido, para Durkheim, “la religión estructura la sociedad” (Durkheim,
2003).
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La opción por los pobres: análisis crítico de sus posibilidades y limitaciones en un mundo globalizado
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En defi nitiva, estaríamos apostando por un enfoque que reivindique el análisis de la realidad
como un hecho complejo y multifacético, sin reduccionismos, generalizaciones abstractas
o unidimensionalismos. Véase Edgar Morin, Introducción al pensamiento complejo
(1997).
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La opción por los pobres: análisis crítico de sus posibilidades y limitaciones en un mundo globalizado
EL OBJETO DE ESTUDIO
[…] los mismos teólogos —Gutiérrez, Segundo, Dussel, Sobrino, los Boff,
Assman, Ellacuria, Vidales, Comblin, Richard y Muñoz— pueden diferir en estilo
y enfoque y [aunque] pueden no estar de acuerdo en algunos asuntos […] se refi
eren a la teología de la liberación en singular, ya que ven que sus propios
esfuerzos apoyan lo que es esencialmente un proceso histórico simple. (Berryman,
1987, énfasis propio)
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éstas se expresan. Hay que recordar, por ejemplo, que nos encontraremos con
un primer grupo de teólogos que virtualmente pueden ser considerados
iniciadores del movimiento, y que aparecen durante el periodo crítico de
formulación y crecimiento de la Teología de la Liberación, específi camente,
entre 1968 y 1971, encabezados por Gustavo Gutiérrez y otros iniciados, tales
como J. L. Segundo, H. Assman, S. Galilea, J. Comblin, R. Muñoz, E. Dussel,
H. Borrat, J. C. Scannone, R. Poblete, R. Ames, C. Padin, L. Gera, A. Gunting,
Rubén Alves y Miguez Bonino, entre otros. Posteriormente, y durante el
periodo que ha sido defi nido como de cautiverio y exilio, entre 1972 y 1976,
agregaríamos a la lista a una nueva generación de teólogos de la liberación,
tales como L. Boff, C. Masters, J. Sobrino, I. Ellacuria, L. de Valle, Ávila, R.
Vidales, A. Cussianovich,
R. Antoncich, H. Echegaray, J. Marins, P. Richard, O. Maduro, C. Boff y J. de
Santa Ana, entre otros (Codina, 1985).
El resultado neto de esta realidad es que se han podido identifi car tres
tendencias (Atria, 2005) dentro de la Teología de la Liberación, pero todas
atravesadas por un mismo hilo conductor: “la relación entre la salvación y el
proceso histórico de liberación del hombre” (Gutiérrez, 1971; Oliveros
Maqueo, 1990). Estas tendencias serían las siguientes, según Atria:
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las razones para este énfasis deben explicarse puntualmente, y serían las
siguientes:
LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN
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“En el transcurso de su historia, y en particular en los últimos cien años, la Iglesia nunca ha
renunciado —según la expresión del Papa León XII— a decir la ‘palabra que le
corresponde’ acerca de las cuestiones de la vida social” (Conferencia Episcopal de
Colombia, 2005: 7).
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La opción por los pobres: análisis crítico de sus posibilidades y limitaciones en un mundo globalizado
Realmente no parecen existir razones bien fundadas para decir que nos
encontramos frente a un nuevo Cisma religioso, equiparable al del siglo XVI;
sin embargo, en muchos casos, la reacción contra la Teología de la Liberación,
proveniente de obispos, teólogos y autoridades del Vaticano, pareciera
acercarse mucho al tono vertical y dogmático de los desideratum absolutos del
Concilio de Trento, guardadas las proporciones. Especialmente cuando se
compara, desde esta perspectiva, la fuerte presión que recibió la Teología de
la Liberación desde sus tempranos inicios, por parte de obispos e incluso de la
Santa Sede y, seguidamente, los signifi cativos movimientos restauradores,
particularmente en materia litúrgica, ostensiblemente orientados a eliminar,
parcial o totalmente, algunas de las novedosas instituciones que en esa materia
se establecieron durante y después del Concilio Vaticano II, y que hoy
parecieran colapsar frente a acciones puntualmente dirigidas a reforzar las
posiciones más ultra-conservadoras y dogmáticas de la Santa Sede.7
Podemos identifi car una primera fase en la evolución de la Teología de la
Liberación, que ha sido defi nida como su Génesis: 1969-1971. Estaría
caracterizada por una “relectura sistemática del saber teológico” (Oliveros
Maqueo, 1990, énfasis propio). Esta fase encontraría en la obra de Gustavo
Gutiérrez, Teología de la Liberación (1971), su primera fuente de inspiración.
Con respecto a su naturaleza, Gutiérrez señalaría: “Hablar de una Teología de
la Liberación es buscar una respuesta al interrogante: ¿qué relación hay entre
la salvación y el proceso histórico de liberación del hombre?” (énfasis
propio). Sin embargo, los antecedentes de esta primera fase tienen que ser
interpretados a la luz de los importantes cambios producidos en Latinoamérica
y el Caribe entre 1959-1967. Por ejemplo, el triunfo de la Revolución Cubana
(1959), que abre las puertas al socialismo en la región; el apoyo de Washington
a la Democracia-Cristiana en Chile como modelo alternativo al socialismo
cubano; el golpe militar en Brasil, en 1964, que echa por tierra las
posibilidades de experimentos democráticos en la región; el nacimiento del
mito de Che Guevara, tras su asesinato en Bolivia, en 1967. Desde la Iglesia,
el hecho más importante será la celebración del Concilio Vaticano II (1962-
1965), que implicó una apertura de la Iglesia a los problemas del mundo y una
relectura de la posición tradicional de la Iglesia. En 1967, Paulo VI nos entrega
su carta pastoral sobre el progreso de los pueblos (Populorum Progressio), en
la que plantea la imposibilidad de alcanzar la paz sin el progreso. Bajo este
7
En contra de lo que muchos pensarían, la Contrarreforma no fue una muestra de debilidad
pasiva y defensiva de la Iglesia frente al embate de la Reforma Protestante. Por el contrario,
la Contrarreforma fue una magnífi ca oportunidad para que la Iglesia católica afi anzara su
poder eclesial jerárquico y vertical, reforzara la fi gura del Papa y mantuviera intacta su
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La opción por los pobres: análisis crítico de sus posibilidades y limitaciones en un mundo globalizado
encontraremos frente a una lucha ya no sólo desde fuera, sino desde dentro de
la Iglesia, que ya había empezado a incoarse desde fi nales de los años setenta.
Es el momento del “silencio obsequioso” exigido a L. Boff al calor de la
publicación de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, en 1984, y
que ya hemos citado, conocida también como “Carta Ratzinger”. Sin embargo,
el espíritu de Puebla, expresado a través de la rica refl exión teológica
latinoamericana sobre la opción preferencial por los pobres, apoyada en el
trabajo permanente de las comunidades eclesiales de base, fueron creando un
ambiente que permitió, hacia fi nales de los años ochenta, una relativa apertura
del Vaticano hacia la Teología de la Liberación. En 1986, a través de la
Instrucción sobre libertad cristiana y liberación, observaremos una
perspectiva más positiva y abierta, “aunque tímida” (Oliveros Maqueo, 1990).
La opción por los pobres fue una magnífi ca oportunidad para la Iglesia en
un momento de mucho caos. Sin embargo, la guerra fría fue un elemento
retardatario de la lucha, ya que la promesa de una opción socialista fue vista
con mucho recelo desde la perspectiva geopolítica de las grandes potencias, e
incidió sobre su desarrollo posterior. Obviamente, la misma pobreza se
constituyó en un obstáculo insalvable, en la medida en que el mantenimiento
de estructuras injustas y de marginación conduce básicamente a la
desmovilización de los pueblos. Este fue un reto importante, que hizo
estremecer los cimientos de la Teología de la Liberación. Desde luego que la
aplicación compulsiva de las metas del Consenso de Washington, en un
momento en que la guerra fría empezaba a desmantelarse, y en que el
socialismo real de la Unión Soviética comenzaba a colapsar, confi guraron un
escenario dentro del cual el movimiento de la Teología de la Liberación estuvo
envuelto y no podía dejar de comprometerse. En cierta manera, y en términos
de realpolitik, con la caída de la opción socialista real mucho del entusiasmo
revolucionario inicial que acompañó a los sectores políticos y pastoralmente
comprometidos con la opción preferencial por los pobres y con la revolución,
entró, virtualmente, en un periodo de hibernación, por lo menos pasajero.
Adicionalmente, tendríamos que tener en cuenta que el discurso sobre la
pobreza, desde la década de los años ochenta, inspirado en la opción
preferencial por los pobres, también tendría un eco desde el Vaticano, pero ya
no exclusivamente desde la perspectiva de la refl exión teológica sobre la
Teología de la Liberación. Sorpresivamente, nos encontraríamos frente a un
hecho aparentemente insólito, y es el de la relativa secularización de los
conceptos teológicos de la opción por los pobres, pero esta vez desde la
perspectiva de los derechos humanos (y no desde la sociología o el marxismo);
un terreno en donde la Iglesia tradicional había incursionado de manera tímida,
e incluso reacia, y que los sectores más radicalizados de la Teología de la
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La opción por los pobres: análisis crítico de sus posibilidades y limitaciones en un mundo globalizado
EL ESTADO:
CRECIMIENTO ECONÓMICO, ASISTENCIALISMO Y DERECHOS HUMANOS
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[…] en 1960 los países del norte eran 20 veces más ricos que los del sur. En 1980
lo eran 46 veces más. En 1970 el 20% más rico tenía ingresos equivalentes al 70%
del producto social bruto y en 1991 pasó al 85%. Mientras que el 20% de la
población más pobre pasó de un ingreso del 2,3% en 1970 al 1,4% (NNUU, 1996).
Las 358 personas más ricas entre los terrícolas tienen un ingreso anual equivalente
al que percibe el 45% de la población mundial de mayor pobreza, que equivale a
mil trescientos millones. (Álvarez Leguizamón, 2005)
James Wolfensohn, presidente del Banco Mundial, señala que “en los
últimos 20 años hay 40 millones de pobres más en el mundo” (Wolfensohn,
2000). El informe de la CEPAL sobre la situación de América Latina en los
años ochenta dice: “El costo social del ajuste recayó, de manera
desproporcionada, sobre los trabajadores y los estratos de ingresos medios,
quienes absorbieron el grueso de los sacrifi cios” (1990: 26-28). En los años
noventa los efectos de los planes de ajuste y las políticas neoliberales intensifi
caron y diversifi caron la pobreza, surgiendo además nuevas formas de
exclusión. La dependencia de los centros de mayor desarrollo económico se
intensifi có, tomando nuevas modalidades vinculadas sobre todo con la
creciente transferencia de riquezas, provocada por los fl ujos de la deuda. En
relación con los efectos sobre la creciente pobreza de estos procesos a nivel
latinoamericano, un documento reciente de la CEPAL (2004: 6-7) sobre el
Panorama social de América Latina afi rma que
[…] en esta región, en el 2002 convivíamos con 221 millones de personas pobres
(44% de la población), de las cuales 97 millones se encontraban en condiciones de
pobreza extrema o indigencia (19,4%), condenados a una muerte muy pronta
porque no cuentan con los recursos mínimos de alimento y salud que permitan su
sobrevivencia. En países que habían aplicado las recetas del Consenso y con una
larga tradición de extensión de derechos sociales, como el caso de Argentina, la
pobreza aumentó; al igual que en Bolivia, sin tradición en la cobertura de derechos,
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pero uno de los países estrellas en la aplicación de las recetas. América Latina es
el continente con mayor desigualdad.8
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[…] el enfoque actual, promovido por las Naciones Unidas, el llamado “abordaje”
de los derechos humanos para el desarrollo y la reducción de la pobreza, no pone
énfasis en intervenciones asistenciales o caritativas transitorias, como la mayoría
de los programas compensatorios y focalizados de desarrollo social, sino que
vincula la reducción de la pobreza con cuestiones de derechos y obligaciones,
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Unidas para poder cumplir con sus compromisos y, desde luego, con un
número indeterminado de situaciones que tienen que ver con el nacimiento de
otras fuerzas regionales y mundiales que gravitan sobre los ejes centrales del
poder en un mundo globalizado, tales como la Unión Europea, la Organización
Mundial del Comercio (OMC), las grandes corporaciones económicas
transfronterizas y los centros rectores del poder fi nanciero internacional, sin
dejar por fuera el “Poder Global”, unipolar, unilateral y absorbente de
Washington.
Estas nuevas realidades le han restado fuerza resolutiva a las decisiones de
las Naciones Unidas, obligándolas, como en la coyuntura internacional de fi n
de siglo, a asumir un papel mucho más beligerante y protagónico desde el
punto de vista político. De hecho, desde el 11 de septiembre de 2001, la
doctrina de las guerras preventivas, seguida después por el envolvente
programa de lucha global y frontal contra el terrorismo, impulsados por el
presidente norteamericano George W. Bush, han puesto el paradigma de los
derechos humanos a la defensiva. De paso, se ha tendido un manto de sospecha
sobre las acciones comprometidas con la “justicia social” y la promoción de
un nuevo mundo, respaldado no sólo por los católicos, sino también por la
Iglesia ecuménica mundial y otros actores sociales, viejos y nuevos, sobre la
base de una geopolítica de guerra (Küng, 2007).
De todas maneras, las Naciones Unidas siguen atendiendo aspectos
sensitivos que requieren un poder blando —para muchos, su ámbito natural
de acción—, valorando cada vez más el multilateralismo y la diplomacia para
afrontar las crisis. Quizás sea difícil de comprender, dadas las dimensiones y
el carácter un tanto errático y confuso de las Naciones Unidas en algunas crisis,
como las de Oriente Medio. Sin embargo, las demandas son cada vez mayores
en todos los frentes, desde el mantenimiento de la paz hasta la asistencia
humanitaria y la salud, pasando por los problemas del medio ambiente, y hoy
más que nunca se les exige a las Naciones Unidas su intervención, a pesar de
que los recursos para hacer estos trabajos siguen siendo proporcionalmente
escasos y limitados. DESDE LA OPCIÓN POR LOS POBRES Y LA TEOLOGÍA DE LA
LIBERACIÓN:
CARIDAD Y DERECHOS HUMANOS
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La opción por los pobres: análisis crítico de sus posibilidades y limitaciones en un mundo globalizado
noventa del siglo pasado. Como ya se ha señalado, esta confl uencia o afi nidad
pareciera validar y reforzar mutuamente estas formas de apreciación del
problema de la pobreza, proveyéndola, por un lado, de un fuerte soporte moral
y religioso que nace del compromiso de luchar contra la exclusión, la
marginación y la desigualdad social; por el otro, apunta a consolidar y
legitimar ante el Estado la necesidad de incluir la perspectiva de la justicia y
de los derechos humanos, como un solo discurso, en la formulación y
ejecución de políticas públicas para la erradicación de la pobreza.
Todos estos elementos son de un gran valor heurístico y contextual, para
entender la evolución de la opción por los pobres en Latinoamérica y el Caribe,
especialmente durante la última década. Sin embargo, hay que proceder con
alguna cautela cuando hacemos referencia a estas coincidencias y afi nidades,
las cuales no deben sobredimensionarse o exagerarse, si queremos evaluar en
su justa medida, el impacto real de esta signifi cativa interacción y sus
verdaderas implicaciones, en este caso, a la luz de los acontecimientos que se
han desarrollado, tanto en el interior de la Santa Sede, en materia de jerarquía
y dogma, como del mismo movimiento sacerdotal inspirado en la Teología de
la Liberación. Pero también en el interior de las agencias internacionales de
cooperación y desarrollo, como las del sistema de las Naciones Unidas, que
por su origen (recordemos los antecedentes de Batton Rouge), de alguna
manera mantuvieron alianzas estratégicas con el FMI, el BID y el BM, iconos
representativos de las erráticas políticas neoliberales para la erradicación de la
pobreza en Latinoamérica y el Caribe.
En primer lugar, habría que indicar que mucho se ha dicho acerca de que el
Vaticano no ha hecho suyo el discurso contemporáneo sobre los derechos
humanos que patrocinan las Naciones Unidas, ni en su forma ni en su
contenido. Por ejemplo, José María Castillo, comentando un artículo aparecido
el 1º de enero de 1995, en el Human Right Law Journal, suscrito por Jean-
Bernard Marie, director de investigaciones de la Secretaría General del
Instituto Internacional de Derechos humanos de Estrasburgo, señala que:
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los derechos humanos, está en los últimos lugares de la lista de Estados a nivel
mundial, más abajo que Cuba, China, Irán o Ruanda, por citar algunos ejemplos.
Esto no signifi ca que en Cuba o China se respeten los derechos humanos mejor
que en el Vaticano. Se trata de que la Santa Sede es uno de los Estados que menos
se han comprometido, a nivel internacional y mediante la fi rma de documentos
públicos, en la defensa de los derechos humanos. (Castillo, 1999: 1-6; énfasis
propio) Más en concreto, y siguiendo la cita de José María Castillo:
[…] la Santa Sede no ha ratifi cado ninguna de las convenciones sobre la supresión
de las discriminaciones basadas en la sexualidad, la enseñanza, el empleo y la
profesión. Tampoco las relativas a la protección de los pueblos indígenas, los
derechos de los trabajadores, los derechos de las mujeres, la defensa de la familia
y el matrimonio. Como tampoco las convenciones que se han fi rmado contra los
genocidios, los crímenes de guerra, los crímenes contra la humanidad o contra el
apartheid. Ni las que se refi eren a la supresión de la esclavitud o los trabajos
forzados. Ni las que prohíben la tortura y la pena de muerte.
Ahora bien, esta situación habría que matizarla, tomando en cuenta que los
primeros movimientos reivindicatorios de los derechos humanos estuvieron
acompañados de una profunda hostilidad hacia lo religioso, y que encuentran
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La opción por los pobres: análisis crítico de sus posibilidades y limitaciones en un mundo globalizado
sobre los seminarios puede asegurar que los sectores radicalizados del clero y de
la jerarquía sigan siendo una minoría. […] Sin embargo, mi intuición me dice que
los mismos acontecimientos pueden muy bien sobrepasar esas estrategias. Muchos
latinoamericanos creen que sus actuales luchas son nada más que una segunda
independencia: al luchar por la liberación, están continuando el asunto inconcluso
de sus orígenes como naciones. (Berryman, 1987, énfasis propio)
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