Cuerpos Sexuados
Cuerpos Sexuados
Cuerpos Sexuados
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Anne Fausto-Sterling
Cuerpos sexuados
La política de género y la construcción de la sexualidad
ePub r1.0
Titivillus 26.07.2019
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Título original: Sexing the Body. Gender politics and construction of sexuality
Anne Fausto-Sterling, 2000
Traducción: Ambrosio García Leal
Ilustración de cubierta: Mamad Mossadegh/Photonica
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
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Para la siempre deliciosa y estimulante Paula,
ánimo de mi corazón y mi mente.
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Índice de contenido
Prefacio
Agradecimientos
Bibliografía
Notas
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Prefacio
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argumentación general, aconsejo a todos los lectores que lean las notas, pues
añaden profundidad y diversidad al texto.
Además, Cuerpos sexuados es una obra altamente sintética, lo que implica
que casi todos los lectores, sean o no científicos, estarán poco o nada
familiarizados con algunas de las áreas que toco, lo que muy posiblemente les
llevará a mostrarse escépticos. Ésta es otra razón por la que he incluido tantas
notas, para indicar que mis afirmaciones, incluso las que hago de pasada,
tienen un respaldo sustancial en la literatura académica. Por último, los
lectores interesados en temas particulares pueden recurrir a las notas y la
bibliografía para informarse más por su cuenta. Me temo que esto es culpa de
la profesora que llevo dentro. Mi mayor deseo al escribir este libro es
estimular la discusión y el anhelo de conocimiento en mis lectores; de ahí la
bibliografía rica y actualizada, que incluye publicaciones trascendentales en
campos tan diversos como los estudios científicos del feminismo, la
sexualidad, el desarrollo, la teoría de sistemas y la biología.
También he incluido una buena cantidad de ilustraciones, lo que tampoco
es usual en un libro de esta clase. Algunas consisten en historietas o tiras
cómicas que describen hechos discutidos en el texto. Aquí me he inspirado en
otros que han transmitido ideas científicas mediante viñetas. Mucha gente
piensa que la ciencia es una profesión sin sentido del humor, cosa de la que
también se acusa siempre a las feministas. Pero esta científica feminista
encuentra humor por todas partes. Espero que algunas de las ilustraciones
contribuyan a que los lectores suspicaces de las culturas de la ciencia y del
feminismo vean que es posible mantener una discusión académica
profundamente seria sin perder el sentido del humor.
La biología misma es una disciplina muy visual, como revela un vistazo a
los libros de texto actuales. Algunas de mis ilustraciones intentan comunicar
información de manera visual, no verbal. Al hacerlo así sólo estoy siendo fiel
a mi propia tradición académica. En cualquier caso, animo al lector o lectora a
reír si algo le mueve a la risa, a estudiar diagramas si lo desea, o a pasar de
largo las ilustraciones y centrarse en el texto, si es su preferencia.
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Agradecimientos
Escribir este libro me ha llevado más de seis años. Durante ese tiempo he
tenido el constante apoyo de mi familia y mis amigos, quienes han
sobrellevado mi obsesión y mi aislamiento siempre que me imponía un nuevo
plazo. Doy las gracias a todos y cada uno de ellos. Cada uno de vosotros (y
sabéis a quiénes me refiero) me ha proporcionado el basamento sobre el que
me alzo.
Cuando tuve que revisar y sintetizar material de campos ajenos al mío,
conté con la generosidad de expertos académicos e independientes que se
prestaron a leer borradores y me hicieron saber cuándo tenía algún concepto
básico equivocado o había omitido alguna referencia esencial. Cada una de
las personas de la larga lista que sigue tiene una atareada agenda y proyectos
propios, a pesar de lo cual todos me prestaron su tiempo para leer y comentar
las primeras versiones de uno o más capítulos de este libro o ayudarme a
formular algunas de sus ideas. Algunos también compartieron conmigo los
borradores de sus propias obras, lo que me permitió ponerme al día. Si he
omitido a alguien, pido excusas por adelantado. Por supuesto, soy la única
responsable de la versión final de este libro.
Elizabeth Adkins-Regan, Pepe Amor y Vasquez, Mary Arnold, Evan
Balaban, Marc Breedlove, Laura Briggs, Bill Byne, Cheryl Chase, Adele
Clarke, Donald Dewesbury, Milton Diamond, Alice Dreger, Joseph Dumit,
Julia Epstein, Leslie Feinberg, Thalia Field, Cynthia García-Coll, GISP 006,
Elizabeth Grosz, Philip Gruppuso, Evelynn Hammonds, Sandra Harding, Ann
Harrington, Bernice L. Hausman, Morgan Holmes, Gail Hornstein, Ruth
Hubbard, Lily Kay, Suzanne Kessler, Ursula Klein, Hannah Landecker,
James McIlwain, Cindy Meyers-Seifer, Diana Miller, John Modell, Susan
Oyama, Karherine Park, Mary Poovey, Karen Romer, Hilary Rose, Steven
Rose, Londa Schiebinger, Chandak Sengoopta, Roger Smith, Lynn Smitley,
Linda Snelling, Peter Taylor, Douglas Wahlsten, Kim Wallen.
Los participantes en el servidor «Loveweb» han estado siempre dispuestos
a discutir conmigo y discrepar de mis ideas, además de compartir referencias
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y reimpresiones, y en el proceso me han ayudado a aclararlas. El debate,
intelectual o de cualquier otro tipo, puede ser el fuego necesario para forjar
conceptos mejorados.
Los editores de Basic Books han tenido un papel fundamental en la
redacción del manuscrito y su versión final. Tengo una deuda especial con
Steven Fraser, Jo Ann Miller y Libby Garland. Steve creyó en el libro desde
el principio y me hizo lúcidos comentarios sobre los capítulos iniciales. Jo
Ann y Libby llevaron a cabo una atinada y minuciosa corrección del
manuscrito, que ha consolidado sobremanera el libro.
Varias partes de este libro las escribí estando en excedencia o ausente de
la universidad Brown. Doy las gracias a mis colegas por suplir mi
desaparición, y a la dirección de la universidad por facilitar mis excendencias.
También quiero dar las gracias al personal administrativo y las secretarias que
me asistieron. He contado con el generoso apoyo de los bibliotecarios de la
universidad, quienes me ayudaron a encontrar las fuentes más recónditas y
respondieron con prontitud a mis demandas a veces urgentes. Ningún
científico puede ejercer su oficio sin la ayuda de unos buenos bibliotecarios.
Quiero dar especialmente las gracias a mis asistentes de investigación:
Veronica Gross, Vino Subramanian, Sonali Ruder, Miriam Reumann y Erica
Warp.
Otros pasajes de este libro los escribí en la residencia de la Fundación
Rockefeller en Bellagio, Italia. Otras partes se escribieron con la financiación
de una beca del American Council of Learned Societies, y otras mientras fui
miembro del Instituto Dibner para la historia de la ciencia y la técnica en el
Instituto Tecnológico de Massachusetts. Doy las gracias a todas las personas
involucradas en estas instituciones por su apoyo, tanto financiero como
práctico.
Dos talentosas ilustradoras, Diane DiMassa y Alyce Jacquet, han hecho
una aportación inestimable a este proyecto. Les doy las gracias por su
esmerado trabajo. Erica Warp también ha aportado ilustraciones de última
hora.
Por último, pero no en último lugar, mi compañera Paula Vogel me ha
ofrecido un apoyo constante. Se mostró entusiasmada con el proyecto desde
el principio. Leyó dos borradores de cada capítulo y me proporcionó estímulo
intelectual y una consistencia emocional sin la cual no podría haber
completado el libro. A ella le dedico este Cuerpos sexuados.
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1
¿Macho o hembra?
Con las prisas y la emoción de la partida hacia los juegos olímpicos de 1988,
María Patiño, la mejor vallista española, olvidó el preceptivo certificado
médico que debía dejar constancia, para seguridad de las autoridades
olímpicas, de lo que parecía más que obvio para cualquiera que la viese: que
era una mujer. Pero el Comité Olímpico Internacional (COI) había previsto la
posibilidad de que algunas atletas olvidaran su certificado de feminidad.
Patiño sólo tenía que informar al «centro de control de feminidad»[1], raspar
unas cuantas células de la cara interna de su mejilla, y todo estaría en orden…
o así lo creía.
Unas horas después del raspado recibió una llamada. Algo había ido mal.
Pasó un segundo examen, pero los médicos no soltaron prenda. Cuando se
dirigía al estadio olímpico para su primera carrera, los jueces de pista le
dieron la noticia: no había pasado el control de sexo. Puede que pareciera una
mujer, que tuviera la fuerza de una mujer, y que nunca hubiera tenido ninguna
razón para sospechar que no lo fuera, pero los exámenes revelaron que las
células de Patiño tenían un cromosoma Y, y que sus labios vulvares ocultaban
unos testículos. Es más, no tenía ni ovarios ni útero.[2] De acuerdo con la
definición del COI, Patiño no era una mujer. En consecuencia, se le prohibió
competir con el equipo olímpico femenino español.
Las autoridades deportivas españolas le propusieron simular una lesión y
retirarse sin hacer pública aquella embarazosa situación. Al rehusar ella esta
componenda, el asunto llegó a oídos de la prensa europea y el secreto se
aireó. A los pocos meses de su regreso a España, la vida de Patiño se arruinó.
La despojaron de sus títulos y de su licencia federativa para competir. Su
novio la dejó. La echaron de la residencia atlética nacional y se le revocó la
beca. De pronto se encontró con que se había quedado sin su medio de vida.
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La prensa nacional se divirtió mucho a su costa. Como declaró después, «Se
me borró del mapa, como si los doce años que había dedicado al deporte
nunca hubieran existido».[3]
Abatida pero no vencida, Patiño invirtió mucho dinero en consultas
médicas. Los doctores le explicaron que la suya era una condición congénita
llamada insensibilidad a los andrógenos; lo que significaba que, aunque
tuviera un cromosoma Y y sus testículos produjeran testosterona de sobra, sus
células no reconocían esta hormona masculinizante. Como resultado, su
cuerpo nunca desarrolló rasgos masculinos. Pero en la pubertad sus testículos
comenzaron a producir estrógeno, como hacen los de todos los varones, lo
cual hizo que sus mamas crecieran, su cintura se estrechara y su cadera se
ensanchara. A pesar de tener un cromosoma Y y unos testículos, se había
desarrollado como una mujer.
Patiño decidió plantar cara al COI. «Sabía que era una mujer», insistió a
un periodista, «a los ojos de la medicina, de Dios y, sobre todo, a mis propios
ojos».[4] Contó con el apoyo de Alison Carlson, ex tenista y bióloga de la
universidad de Stanford, contraria al control de sexo, y juntas emprendieron
una batalla legal. Patiño se sometió a exámenes médicos de sus cinturas
pélvica y escapular «con objeto de decidir si era lo bastante femenina para
competir».[5] Al cabo de dos años y medio, la IAAF (International Amateur
Athletic Federation) la rehabilitó, y en 1992 se reincorporó al equipo olímpico
español, convirtiéndose así en la primera mujer que desafiaba el control de
sexo para las atletas olímpicas. A pesar de la flexibilidad de la IAAF, sin
embargo, el COI se mantuvo en sus trece: si la presencia de un cromosoma Y
no era el criterio más científico para el control de sexo, entonces había que
buscar otro.
Los miembros del Comité Olímpico Internacional seguían convencidos de
que un método de control más avanzado sería capaz de revelar el auténtico
sexo de cada atleta. Pero ¿por qué le preocupa tanto al COI el control de
sexo? En parte, las reglas del COI reflejan las ansiedades políticas de la
guerra fría: durante los juegos olímpicos de 1968, por ejemplo, el COI
instituyó el control «científico» del sexo de las atletas en respuesta a los
rumores de que algunos países de la Europa Oriental estaban intentando
glorificar la causa comunista a base de infiltrar hombres que se hacían pasar
por mujeres en las pruebas femeninas para competir con ventaja. El único
caso conocido de infiltración masculina, en las competiciones femeninas se
remonta a 1936, cuando Hermann Ratjen, miembro de las juventudes nazis, se
inscribió en la prueba de salto de altura femenino como «Dora». Pero su
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masculinidad no se tradujo en una gran ventaja: aunque se clasificó para la
ronda final, quedó en cuarto lugar, por detrás de tres mujeres.
Aunque el COI no requirió el examen cromosómico en interés de la
política internacional hasta 1968, hacía tiempo que inspeccionaba el sexo de
los atletas olímpicos en un intento de apaciguar a quienes sostenían que la
participación de las mujeres en las competiciones deportivas amenazaba con
convertirlas en criaturas virilizadas. En 1912, Pierre de Coubertin, fundador
de las olimpíadas modernas (inicialmente vedadas a las mujeres), sentenció
que «el deporte femenino es contrario a las leyes de la naturaleza».[6] Y si las
mujeres, por su propia naturaleza, no eran aptas para la competición
olímpica, ¿qué había que hacer con las deportistas que irrumpían en la escena
olímpica? Las autoridades olímpicas se apresuraron a certificar la feminidad
de las mujeres que dejaban pasar, porque el mismo acto de competir parecía
implicar que no podían ser mujeres de verdad.[7] En el contexto de la política
de género, el control de sexo tenía mucho sentido.[8]
¿Sexo o género?
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En las últimas décadas, la relación entre la expresión social de la
masculinidad y la feminidad y su fundamento físico ha sido objeto de
acalorado debate en los terrenos científico y social. En 1972, los sexólogos
John Money y Anke Ehrhardt popularizaron la idea de que sexo y género son
categorías separadas. El sexo, argumentaron, se refiere a los atributos físicos,
y viene determinado por la anatomía y la fisiología, mientras que el género es
una transformación psicológica del yo, la convicción interna de que uno es
macho o hembra (identidad de género) y las expresiones conductuales de
dicha convicción.[9]
Las feministas de la segunda ola de los setenta, por su parte, también
argumentaron que el sexo es distinto del género (que las instituciones
sociales, diseñadas para perpetuar la desigualdad de género, producen la
mayoría de las diferencias entre varones y mujeres).[10] Estas feministas
sostenían que, aunque los cuerpos masculinos y femeninos cumplen funciones
reproductivas distintas, pocas diferencias más vienen dadas por la biología y
no por las vicisitudes de la vida. Si las chicas tenían más dificultades con las
matemáticas que los chicos, el problema no residía en sus cerebros, sino en
las diferentes expectativas y oportunidades de unas y otros. Tener un pene en
vez de una vagina es una diferencia de sexo. Que los chicos saquen mejores
notas en matemáticas que las chicas es una diferencia de género.
Presumiblemente, la segunda podía corregirse aunque la primera fuera
ineludible.
Money, Ehrhardt y las feministas de los setenta establecieron los términos
del debate: el sexo representaba la anatomía y la fisiología, y el género
representaba las fuerzas sociales que moldeaban la conducta.[11] Las
feministas no cuestionaban la componente física del sexo; eran los
significados psicológico y cultural de las diferencias entre varones y mujeres
—el género— lo que estaba en cuestión. Pero las definiciones feministas de
sexo y género dejaban abierta la posibilidad de que las diferencias cognitivas
y de comportamiento[12] pudieran derivarse de diferencias sexuales. Así, en
ciertos círculos la cuestión de la relación entre sexo y género se convirtió en
un debate sobre la «circuitería» cerebral innata de la inteligencia y una
variedad de conductas,[13] mientras que para otros no parecía haber más
elección que ignorar muchos de los descubrimientos de la neurobiología
contemporánea.
Al ceder el territorio del sexo físico, las feministas dejaron un flanco
abierto al ataque de sus posiciones sobre la base de las diferencias biológicas.
[14] En efecto, el feminismo ha encontrado una resistencia masiva desde los
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dominios de la biología, la medicina y ámbitos significativos de las ciencias
sociales. A pesar de los muchos cambios sociales positivos desde los setenta,
la expectativa optimista de que las mujeres conseguirían la plena igualdad
económica y social una vez se afrontara la desigualdad de género en la esfera
social ha palidecido ante unas diferencias aparentemente recalcitrantes.[15]
Todo ello ha movido a las pensadoras feministas a cuestionar la noción
misma de sexo[16] y, por otro lado, a profundizar en los significados de
género, cultura y experiencia. La antropóloga Henrietta A. Moore, por
ejemplo, critica la reducción de los conceptos de género, cultura y experiencia
a sus «elementos lingüísticos y cognitivos». En este libro (sobre todo en el
capítulo 9) argumento, como Moore, que «lo que está en cuestión es la
encarnación de las identidades y la experiencia. La experiencia… no es
individual y fija, sino irredimiblemente social y procesal».[17]
Nuestros cuerpos son demasiado complejos para proporcionarnos
respuestas definidas sobre las diferencias sexuales. Cuanto más buscamos una
base física simple para el sexo, más claro resulta que «sexo» no es una
categoría puramente física. Las señales y funciones corporales que definimos
como masculinas o femeninas están ya imbricadas en nuestras concepciones
del género. Considérese el problema del Comité Olímpico Internacional. Los
miembros del comité quieren decidir quién es varón y quién es mujer. ¿Pero
cómo? Si Pierre de Coubertin rondara todavía por aquí, la respuesta sería
simple: nadie que deseara competir podría ser una mujer, por definición. Pero
ya nadie piensa así. ¿Podría el COI emplear la fuerza muscular como medida
del sexo? En algunos casos sí, pero las fuerzas de varones y mujeres se
solapan, especialmente cuando se trata de atletas entrenados. (Recordemos
que Hermann Rarjen fue vencido por tres mujeres que saltaron más alto que
él). Y aunque María Patiño se ajustara a una definición razonable de
feminidad en términos de apariencia y fuerza, también es cierto que tenía
testículos y un cromosoma Y. Ahora bien, ¿por qué estos rasgos deberían ser
factores decisivos?
El COI puede aplicar la prueba del cariotipo o del ADN, o inspeccionar
las mamas y los genitales, para certificar el sexo de una competidora, pero los
médicos se rigen por otros criterios a la hora de asignar un sexo incierto. Se
centran en la capacidad reproductiva (en el caso de una feminidad potencial)
o el tamaño del pene (en el caso de una presunta masculinidad). Por ejemplo,
si un bebé nace con dos cromosomas X, oviductos, ovarios y útero, pero un
pene y un escroto externos, ¿es niño o niña? Casi todos los médicos dirían que
es una niña, a pesar del pene, por su potencial para dar a luz, y recurrirían a la
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cirugía y tratamientos hormonales para validar su decisión. La elección de los
criterios para determinar el sexo, y la voluntad misma de determinarlo, son
decisiones sociales para las que los científicos no pueden ofrecer guías
absolutas.
¿Real o construida?
Intervengo en los debates sobre sexo y género como bióloga y como activista
social.[18] Mi vida está inmersa en el conflicto sobre la política de la
sexualidad y la creación y utilización del conocimiento sobre la biología del
comportamiento humano. La tesis central de este libro es que las verdades
sobre la sexualidad humana creadas por los intelectuales en general y los
biólogos en particular forman parte de los debates políticos, sociales y
morales sobre nuestras culturas y economías.[19] Al mismo tiempo, los
ingredientes de nuestros debates políticos, sociales y morales se incorporan,
en un sentido muy literal, a nuestro ser fisiológico. Mi intención es mostrar la
dependencia mutua de estas afirmaciones, en parte abordando temas como la
manera en que los científicos (a través de su vida diaria, experimentos y
prácticas médicas) crean verdades sobre la sexualidad; cómo nuestros cuerpos
incorporan y confirman estas verdades; y cómo estas verdades, esculpidas por
el medio social en el que los biólogos ejercen su profesión, remodelan a su
vez nuestro entorno cultural.
Mi tratamiento del problema es idiosincrásico, y con razón.
Intelectualmente, vivo en tres mundos aparentemente incompatibles. En mi
departamento universitario interacciono con biólogos moleculares, científicos
que examinan los seres vivos desde la perspectiva de las moléculas que los
constituyen. Describen un mundo microscópico donde causa y efecto están
mayormente confinados en una sola célula. Los biólogos moleculares
raramente piensan en órganos interactivos dentro de un cuerpo individual, y
menos en la interacción de un cuerpo con el mundo exterior a la piel que lo
envuelve. Su visión de un organismo es de abajo arriba, de pequeño a grande,
de dentro a fuera.
También interacciono con una comunidad virtual, un grupo de estudiosos
unido por un interés común en la sexualidad, y conectado mediante algo
llamado «servidor de listas», donde uno puede plantear preguntas, pensar en
voz alta, comentar noticias relevantes, discutir teorías de la sexualidad
humana y comunicar los últimos resultados de las investigaciones. Los
comentarios son leídos por un grupo de gente conectada a través del correo
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electrónico. Mi servidor (que llamo «Loveweb») está formado por un grupo
diverso de sabios: psicólogos, etólogos, endocrinólogos, sociólogos,
antropólogos y filósofos. Aunque en este grupo coexisten muchos puntos de
vista, la mayoría que más se deja oír defiende las explicaciones biológicas de
la conducta sexual humana. Los miembros de Loveweb tienen nombres
técnicos para preferencias que consideran inmutables. Aparte de los términos
homosexual, heterosexual y bisexual, por ejemplo, hablan de ebofilia (la
preferencia por las jóvenes púberes), efebofilia (la preferencia por los varones
adolescentes), pedofilia (la preferencia por los niños), ginofilia (la preferencia
por las mujeres adultas) y androfilia (la preferencia por los varones adultos).
Muchos miembros de Loveweb creen que adquirimos nuestra esencia sexual
antes del nacimiento, y que ésta se despliega a medida que crecemos y nos
desarrollamos.[20]
A diferencia de los biólogos moleculares y los miembros de Loveweb, la
teoría feminista contempla el cuerpo no como una esencia, sino como un
armazón desnudo sobre el que la ejecutoria y el discurso modelan un ser
absolutamente cultural. Las pensadoras feministas escriben con un estilo
persuasivo y a menudo imaginativo sobre los procesos por los que la cultura
moldea y crea efectivamente el cuerpo. Además, y a diferencia de los
biólogos moleculares y los participantes en Loveweb, tienen muy en cuenta la
política. A menudo han llegado a su mundo teórico porque querían
comprender (y cambiar) la desigualdad social, política y económica. A
diferencia de los habitantes de mis otros dos mundos, rechazan lo que Donna
Haraway, una destacada pensadora feminista, llama «el truco de Dios»: la
producción de conocimiento desde arriba, desde un lugar que niega la
situación del sabio individual en un mundo real y problemático. Entienden
que todo saber académico añade hilos a una trama que interconecta cuerpos
racializados, sexos, géneros y preferencias. Los hilos nuevos o diferentemente
trenzados modifican nuestras relaciones, nuestra situación en el mundo.[21]
Viajar entre estos mundos intelectuales dispares produce algo más que
una leve incomodidad. Cuando entro en Loveweb, tengo que aguantar
vapuleos gratuitos dirigidos a cierta feminista mítica que desprecia la biología
y parece tener una visión del mundo manifiestamente estúpida. Cuando asisto
a encuentros feministas, las ideas debatidas en Loveweb son motivo de
abucheo. Y los biólogos moleculares no piensan demasiado en ninguno de los
otros dos mundos. Las cuestiones planteadas por las feministas y los
participantes en Loveweb parecen demasiado complicadas; estudiar el sexo en
las bacterias o los hongos es la única manera de llegar a alguna parte.
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A mis colegas de departamento, de Loveweb y feministas les digo lo
siguiente: como bióloga, creo en el mundo material. Como científica, creo en
la construcción de conocimiento específico mediante la experimentación.
Pero como testigo (en el sentido cuáquero del término) y, en los últimos años,
historiadora del feminismo, también creo que lo que llamamos «hechos» del
mundo vivo no son verdades universales, sino que, como escribe Haraway,
«están enraizados en historias, prácticas, lenguajes y pueblos específicos».[22]
Desde su emergencia como disciplina en Estados Unidos y Europa a
principios del siglo XIX, la biología ha estado estrechamente ligada a los
debates sobre la política sexual, racial y nacional.[23] Y la ciencia del cuerpo
ha cambiado junto con nuestros puntos de vista sociales.[24] Muchos
historiadores señalan los siglos XVII y XVIII como periodos de enorme cambio
en nuestras concepciones del sexo y la sexualidad.[25] Durante este tiempo, el
ejercicio feudal de un poder arbitrario y violento concedido por derecho
divino fue reemplazado por una idea de igualdad legal. En la visión del
historiador Michel Foucault, la sociedad todavía requería alguna forma de
disciplina. El capitalismo pujante necesitaba nuevos métodos para controlar la
«inserción de los cuerpos en la maquinaria productiva y el ajuste de los
fenómenos poblacionales a los procesos económicos».[26] Foucault dividió
este poder sobre los cuerpos vivos (biopoder) en dos formas. La primera se
centraba en el cuerpo individual. El papel de muchos profesionales de las
ciencias (incluidas las llamadas ciencias humanas: la psicología, la sociología
y la economía) consistió en optimizar y estandarizar la función corporal.[27]
En Europa y Norteamérica, el cuerpo estandarizado de Foucault ha sido
tradicionalmente masculino y caucásico. Y aunque este libro se centra en el
género, también discute la emergencia de las ideas de raza y de género a partir
de las asunciones subyacentes sobre la naturaleza del cuerpo físico.[28]
Entender cómo funcionan la raza y el género —juntos y por separado— nos
ayuda a comprender mejor la incorporación de lo social.
La segunda forma de biopoder de Foucault —la «biopolítica de la
población»—[29] surgió a principios del siglo XIX, a medida que los pioneros
de las ciencias sociales comenzaron a desarrollar los métodos estadísticos
necesarios para supervisar y gestionar «la natalidad y la mortalidad, el nivel
de salud, la esperanza de vida y la longevidad».[30] Para Foucault,
«disciplina» tiene un doble sentido. Por un lado, implica una forma de control
o castigo; por otro, se refiere a un cuerpo de conocimiento académico (la
disciplina de la historia o la biología). El conocimiento disciplinario
acumulado en los campos de la embriología, la endocrinología, la cirugía, la
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psicología y la bioquímica ha movido a los médicos a intentar controlar el
género mismo del cuerpo, incluyendo también «sus capacidades, gestos,
movimientos, situaciones y comportamientos».[31]
Al anteponer lo normal a lo natural, los médicos también han contribuido
a la biopolítica poblacional. Nos hemos convertido, escribe Foucault, en una
«sociedad de normalización».[32] Un importante sexólogo de mediados del
siglo XX llegó a bautizar los modelos femenino y masculino de su texto de
anatomía como Norma y Normman (sic).[33] La noción de patología se aplica
hoy en muchos ámbitos, desde el cuerpo enfermo o diferente[34] hasta la
familia uniparental en el gueto urbano.[35] Pero la norma de género es una
imposición social, no científica. La carencia de estudios sobre las
distribuciones normales de la anatomía genital, así como el desinterés de
muchos cirujanos en esos datos cuando existen (un asunto que discuto en los
capítulos 3 y 4), ilustran claramente esta afirmación. Desde el punto de vista
de la práctica médica, el progreso en el tratamiento de la intersexualidad
implica mantener la normalidad. En consecuencia, debería haber sólo dos
categorías: macho y hembra. El conocimiento promovido por las disciplinas
médicas autoriza a los facultativos a mantener una mitología de lo normal a
base de modificar el cuerpo intersexual para embutirlo en una u otra clase.
Sin embargo, el progreso médico de una persona, puede ser la disciplina y
el control de otra. Los intersexuales como María Patiño tienen cuerpos
disidentes, incluso heréticos. No encajan de manera natural en una
clasificación binaria, si no es con un calzador quirúrgico. Ahora bien, ¿por
qué debería preocuparnos que una «mujer» (con sus mamas, su vagina, su
útero, sus ovarios y su menstruación) tenga un «clítoris» lo bastante grande
para penetrar a otra mujer? ¿Por qué debería preocuparnos que haya personas
cuyo «equipamiento biológico natural» les permita mantener relaciones
sexuales «naturales» tanto con hombres como con mujeres? ¿Por qué
deberíamos amputar o esconder quirúrgicamente un clítoris «ofensivamente»
grande? La respuesta: para mantener la división de géneros, debemos
controlar los cuerpos que se salen de la norma. Puesto que los intersexuales
encarnan literalmente ambos sexos, su existencia debilita las convicciones
sobre las diferencias sexuales.
Este libro refleja una política alternativa de la ciencia y del cuerpo. Estoy
profundamente comprometida con las ideas de los movimientos gay y de
liberación femenina, que sostienen que la conceptualización tradicional del
género y la identidad sexual constriñe las posibilidades de vida y perpetúa la
desigualdad de género. Para cambiar la política del cuerpo, hay que cambiar
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la política de la ciencia misma. Las feministas (y otros) que estudian la
creación del conocimiento empírico por los científicos han comenzado a
reconceptualizar la naturaleza misma del procedimiento científico.[36] Como
ocurre en otros ámbitos sociales, estas autoras entienden que el conocimiento
empírico, práctico, está imbuido de los temas políticos y sociales de su
tiempo. Me sitúo en la intersección de estas tradiciones. Por un lado, los
debates científicos y populares sobre intersexuales y homosexuales (cuerpos
que desafían las normas de nuestro sistema de dos sexos) están
profundamente entrelazados. Por otro lado, tras los debates sobre qué
significan estos cuerpos y cómo tratarlos subyace la controversia sobre el
significado de la objetividad y la naturaleza intemporal del conocimiento
científico.
Puede que en ninguna parte se haga tan patente esta controversia como en
las explicaciones biológicas de lo que hoy llamaríamos orientación sexual o
preferencia sexual. Considérese, por ejemplo, el tratamiento televisivo
habitual del caso de mujeres casadas que «descubrieron», a menudo después
de los cuarenta, que eran lesbianas. Aunque las mujeres entrevistadas hayan
tenido vidas sexuales activas y satisfactorias con sus maridos y hayan
formado una familia, supieron que debían «ser» lesbianas desde el primer
minuto en que se sintieron atraídas por una mujer.[37] Es más, probablemente
siempre habían sido lesbianas sin saberlo. La identidad sexual se presenta
como una realidad fundamental: una mujer es o inherentemente heterosexual
o inherentemente lesbiana. Y el acto de revelarse como lesbiana puede anular
una vida entera de actividad heterosexual. Esta presentación de la sexualidad
no sólo parece absurdamente supersimplificada, sino que refleja algunas de
nuestras creencias más hondamente arraigadas (tanto que, de hecho, buena
parte de la investigación científica —sobre animales y sobre personas— gira
en torno a esta formulación dicotómica, como discuto en los capítulos 6-8).
[38]
Muchos autores sitúan el punto de partida de los estudios científicos
modernos de la homosexualidad humana en la obra de Alfred C. Kinsey y
colaboradores, publicada por primera vez en 1948. Sus informes sobre el
comportamiento sexual de varones y mujeres proporcionaron a los sexólogos
modernos un conjunto de categorías útil para medir y analizar conductas
sexuales.[39] Emplearon una escala de 0 a 6, donde 0 corresponde a cien por
cien heterosexual y 6 a cien por cien homosexual. (Una octava categoría,
«X», se reservaba para los individuos sin apetencias ni actividades eróticas).
Aunque era una escala discreta, Kinsey subrayó que «la realidad incluye
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individuos de cada tipo intermedio, dentro de un continuo entre los dos
extremos y entre todas y cada una de las categorías de la escala».[40]
Los estudios de Kinsey ofrecían nuevas categorías definidas en términos
de excitación sexual —especialmente orgasmo— en vez de permitir que
conceptos como afecto, matrimonio o relación intervinieran en las
definiciones de la sexualidad humana.[41] La sexualidad era una característica
individual, no algo producido dentro de relaciones en contextos sociales
particulares. Hoy las categorías de Kinsey han adquirido vida propia, lo que
ejemplifica mi afirmación de que, a través del mismo acto de medir, los
científicos pueden cambiar la realidad social que se proponen cuantificar. No
sólo muchos gays y lesbianas sofisticados se refieren ocasionalmente a sí
mismos mediante un número de Kinsey (como en un anuncio personal que
podría comenzar «alto, musculado, 6 en la escala de Kinsey, busca…»), sino
que muchos informes científicos aplican la escala de Kinsey pata definir la
población objeto de estudio.[42]
Aunque muchos científicos sociales reconocen lo inadecuado del uso de
una sola palabra, homosexual, para describir el deseo, la identidad y la
práctica homosexuales, la escala lineal de Kinsey sigue reinando en los
trabajos académicos. En los estudios que buscan factores genéticos ligados a
la homosexualidad, por ejemplo, los investigadores comparan los valores
extremos del espectro y prescinden de los intermedios, con objeto de
maximizar la probabilidad de encontrar algo interesante.[43] Los modelos
pluridimensionales de la homosexualidad no están del todo ausentes. Fritz
Klein, por ejemplo, ha concebido una trama con siete variables (atracción
sexual, conducta sexual, fantasías sexuales, preferencia emocional,
preferencia social, autoidentificación, estilo de vida hetero/homo)
sobrepuestas a una escala temporal (pasado, presente y futuro).[44] Sin
embargo, un equipo que examinó 144 estudios sobre la orientación sexual
publicados en Journal of Homosexuality de 1974 a 1993 encontró que sólo
uno de cada diez de estos informes adoptaba una escala pluridimensional pata
evaluar la homosexualidad. Alrededor del 13 por ciento aplicaba una escala
unidimensional, casi siempre una versión de los números de Kinsey, mientras
que el resto se basaba en la autoidentificación (33 por ciento), la preferencia
sexual (4 por ciento), la conducta (9 por ciento) o, lo más chocante de todo
para una publicación académica, ni siquiera describía con claridad sus
métodos (11 por ciento).[45]
Si estos ejemplos de la sociología contemporánea muestran que las
categorías empleadas para definir, medir y analizar la conducta sexual
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humana cambian con el tiempo, la reciente profusión de estudios de la historia
social de la sexualidad humana sugiere que la organización social y la
expresión de la sexualidad humana no son ni intemporales ni universales. Los
historiadores apenas han comenzado a atar los cabos sueltos del registro
histórico, y cualquier nueva visión de conjunto seguramente diferirá de la
anterior,[46] pero en la figura 1.1 ofrezco un resumen en forma de viñetas de
este progreso.
Además de acumular información, los historiadores también discuten
sobre la naturaleza de la historia misma. El historiador David Halperin
escribe: «El verdadero problema de todo historiador cultural de la antigüedad,
y todo crítico de la cultura contemporánea, es… cómo recuperar los términos
en los cuales se constituyeron auténticamente las experiencias de individuos
pertenecientes a sociedades pasadas».[47] La historiadora feminista Joan Scott
argumenta de manera parecida al sugerir que los historiadores no deben
asumir que el término experiencia tiene un sentido autoevidente, sino que
deben intentar comprender el funcionamiento de los procesos complejos y
cambiantes «por los que se asignan, rechazan o adoptan las identidades y
“tomar nota” de aquellos procesos que tienen efecto precisamente porque
pasan inadvertidos».[48]
Por ejemplo, en su libro The Woman Beneath the Skin, la historiadora de
la ciencia Barbara Duden describe sus dificultades con un texto médico de
ocho volúmenes escrito en el siglo XVIII, cuyo autor describe más de 1.800
casos de enfermedades que afectaban a mujeres. Duden se vio incapaz de
averiguar qué enfermedades tenían aquellas mujeres en los términos de la
medicina del siglo XX. Sólo pudo apreciar «retazos de teorías médicas que
habrían estado circulando, combinadas con elementos tomados de la cultura
popular; percepciones corporales autoevidentes junto a cosas que parecían
manifiestamente improbables». Duden describe su desazón intelectual y su
determinación de comprender aquellos cuerpos femeninos alemanes del siglo
XVIII en sus propios términos:
Para acceder a la existencia corporal interior, invisible, de aquellas pacientes, tuve que
aventurarme a cruzar la frontera que separa… el cuerpo bajo la piel del mundo que lo rodea… el
cuerpo y su entorno han sido adscritos a dominios opuestos: por un lado están el cuerpo, la
naturaleza y la biología, fenómenos estables e invariantes; por otro lado están el entorno social y
la historia, dominios de cambio constante. Al trazarse esta frontera, el cuerpo fue expulsado de
la historia.[49]
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complacen en impresionar al lector con sentencias como «El año 1992 marcó
el centenario de la heterosexualidad en América»[50] o «De 1700 a 1900 los
ciudadanos de Londres efectuaron una transición de tres sexos a cuatro
géneros».[51] ¿Qué quieren decir los historiadores con afirmaciones como
éstas? Su punto esencial es que, hasta donde alcanzan los documentos
históricos (desde el arte primitivo hasta la palabra escrita), los seres humanos
se han entregado a una variedad de prácticas sexuales, pero que esta actividad
sexual está ligada a los contextos históricos. Esto es, las prácticas sexuales y
su consideración social varían no sólo con las culturas, sino con el tiempo.
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FIGURA 1.1: Una viñeta sobre la historia del sexo y el género. (Fuente: Diane DiMassa, para la autora).
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historia. ¿Eran inapropiadas nuestras categorías sexuales contemporáneas
para analizar otros tiempos y lugares? Si los homosexuales, en el sentido
actual, siempre habían existido, ¿significaba eso que la condición es
hereditaria en una parte de la población? El que los historiadores hallaran
evidencias de homosexualidad en cualquier era que estudiaban, ¿podría verse
como una prueba de que la homosexualidad es un rasgo biológicamente
determinado? ¿O quizá la historia sólo nos muestra la diferente organización
cultural de la expresión sexual en tiempos y lugares diferentes?[57] Algunos
autores encontraban liberadora esta segunda posibilidad, y mantenían que
comportamientos aparentemente constantes en realidad tenían sentidos
totalmente distintos en diferentes tiempos y lugares. El hecho aparente de que,
en la antigua Grecia, el amor entre mayores y menores fuera un componente
esperado del desarrollo de los ciudadanos varones libres, ¿podría significar
que la biología no tenía nada que ver con la expresión sexual humana?[58] Si
la historia contribuía a probar que la sexualidad era una construcción social,
también podría mostrar cómo hemos llegado a nuestro orden actual y, lo más
importante de todo, dar alguna idea de cómo conseguir el cambio político y
social por el que estaba batallando el movimiento gay.
Muchos historiadores creen que nuestras concepciones modernas del sexo
y del deseo hicieron su primera aparición en el siglo XIX. Algunos señalan
simbólicamente el año 1869, cuando un reformador alemán contrario a la ley
antisodomía pronunció por primera vez en público la palabra
homosexualidad.[59] La introducción de un nuevo término no creó por arte de
magia las categorías sexuales del siglo XX, pero parece marcar el inicio de su
emergencia gradual. Fue a partir de entonces cuando los médicos comenzaron
a publicar informes de casos de homosexualidad (el primero en el mismo año
1869, en una publicación germana especializada en psiquiatría y
enfermedades nerviosas).[60] Con el crecimiento de la literatura científica
surgieron especialistas en recopilar y sistematizar las publicaciones. Las hoy
clásicas obras de Krafft-Ebing y Havelock Ellis completaron la transferencia
de las conductas homosexuales del dominio público a otro gestionado al
menos en parte por la medicina.[61]
Las definiciones emergentes de homosexualidad y heterosexualidad se
erigieron sobre un modelo dicotómico de la masculinidad y la feminidad.[62]
Los victorianos, por ejemplo, contraponían una masculinidad sexualmente
agresiva a una feminidad sexualmente indiferente. Pero esto planteaba un
enigma. Si sólo los varones sentían un deseo activo, ¿cómo podían dos
mujeres desarrollar un interés sexual mutuo? Respuesta: una de las dos tenía
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que ser una invertida, alguien con atributos marcadamente masculinos. Esta
misma lógica se aplicaba a los varones homosexuales, a los que se
contemplaba como más afeminados que los heterosexuales.[63] Como
veremos en el capítulo 8, esta concepción sigue aún vigente en los estudios
contemporáneos de conductas homosexuales en roedores. Una rata lesbiana es
la que monta a otra rata; una rata macho es «gay» si se muestra receptivo a ser
montado.[64]
En la antigua Grecia, los varones cambiaban de rol homosexual con la
edad, de femenino a masculino.[65] Hacia el siglo XX, en cambio, cualquiera
que participara en actos homosexuales era un homosexual, una persona
constitucionalmente proclive a la homosexualidad. Los historiadores
atribuyen la emergencia de este nuevo cuerpo homosexual a los cambios
sociales, demográficos y económicos ocurridos durante el siglo XIX. En
Norteamérica, muchos varones y algunas mujeres que en las generaciones
previas habían permanecido en la granja familiar encontraron espacios
urbanos en los que reunirse. Fuera de la vista de la familia, se sintieron más
libres para satisfacer sus intereses sexuales. Los que buscaban interacciones
homosexuales se daban cita en bares o puntos de encuentro particulares; y a
medida que su presencia se fue haciendo más obvia, también lo hicieron los
intentos de controlar su comportamiento. En respuesta a la policía y los
reformadores de la moral, tomaron conciencia de sus comportamientos
sexuales, y un sentimiento de identidad embrionario comenzó a formarse.[66]
Esta identidad en ciernes tuvo su propia traslación a la medicina. Los
varones (y después las mujeres) que se identificaban como homosexuales
buscaban ahora ayuda médica. Y la proliferación de informes médicos
proporcionó a los homosexuales un marco para sus propios retratos de sí
mismos. «Al contribuir a proporcionar una identidad y un nombre a gran
número de personas, la medicina también contribuyó a conformar su
experiencia y a cambiar su comportamiento, creando con ello no ya un nuevo
trastorno, sino una nueva especie de persona, el homosexual moderno».[67]
Puede que la homosexualidad naciera en 1869, pero la gestación del
heterosexual moderno requirió otra década. La palabra heterosexual hizo su
debut público en la Alemania de 1880, en el contexto de una defensa de la
homosexualidad.[68] En 1892, la heterosexualidad cruzó el Atlántico y llegó a
Norteamérica. Allí, tras un periodo de debate, los médicos convinieron en que
«heterosexual se refería a un Eros normal orientado al otro sexo. [Los
médicos] proclamaron un nuevo separatismo heterosexual, un apartheid
erótico forzoso que segregó a los normales de los pervertidos».[69]
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Durante la década de los treinta la noción de heterosexualidad se abrió
paso hasta la conciencia pública, y para cuando estalló la segunda guerra
mundial la heterosexualidad parecía un rasgo permanente del paisaje sexual.
Pero el concepto ha sido puesto en tela de juicio. Las feministas contestan a
diario el modelo de dos sexos, mientras que una comunidad gay y lesbiana
con una fuerte identidad propia reclama el derecho a la normalidad. Los
transexuales y, como veremos en los próximos tres capítulos, una naciente
organización de intersexuales han constituido movimientos sociales para
acomodar entes sexuales diversos bajo el paraguas de la normalidad.
Los historiadores cuya obra acabo de glosar enfatizan la discontinuidad.
Creen que la búsqueda de «leyes generales sobre la sexualidad y su evolución
histórica se rendirá a la evidencia de la variedad de mentalidades y
comportamientos pasados».[70] Pero algunos no están de acuerdo. El
historiador John Boswell, por ejemplo, aplica la clasificación de Kinsey a la
antigua Grecia. La interpretación griega del molle (varón afeminado) o la
tribade (mujer masculina) importa poco. La existencia misma de estas dos
categorías, que Boswell puntuaría con un 6 en la escala de Kinsey, evidencia
que los cuerpos o esencias homosexuales han existido por los siglos de los
siglos. Boswell reconoce que la humanidad ha organizado e interpretado las
distintas conductas sexuales de manera diferente en periodos históricos
diferentes. Pero sugiere que siempre ha existido una variedad de cuerpos
predispuestos a actividades sexuales particulares similar a la actual. «Las
construcciones y el contexto configuran la articulación de la sexualidad, pero
no eliminan el reconocimiento de la preferencia erótica como categoría
potencial».[71] Boswell contempla la sexualidad más como una «realidad» que
como una «construcción social». Mientras que para Halperin el deseo es un
producto de normas culturales, Boswell sugiere que muy posiblemente
nacemos con inclinaciones sexuales particulares. El desarrollo personal y la
adquisición de la cultura nos muestran cómo expresar nuestros deseos innatos,
pero no los crean en su totalidad.
El debate sobre las implicaciones de una historia de la sexualidad aún no
está zanjado. El historiador Robert Nye compara los historiadores con los
antropólogos. Ambos grupos catalogan «costumbres y creencias curiosas» e
intentan, escribe Nye, «encontrar algún patrón de semejanza común».[72] Pero
lo que concluimos sobre las experiencias pasadas de la gente depende en gran
medida de hasta qué punto creemos que nuestras categorías de análisis
trascienden el tiempo y el espacio. Supongamos por un minuto que tenemos
unos cuantos viajeros del tiempo clónicos, individuos genéticamente idénticos
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en la antigua Grecia, en la Europa del siglo XVII y en los Estados Unidos
contemporáneos. Boswell diría que si un clan particular fuera homosexual en
la antigua Grecia, también lo sería en el siglo XVII y en la actualidad (figura
1.2, modelo A). El hecho de que las estructuras de género difieran en distintos
tiempos y lugares podría condicionar la actitud del invertido, pero no lo
crearía. Halperin, sin embargo, argumentaría que no hay garantía de que el
clan moderno de un heterosexual de la Grecia clásica fuera también
heterosexual (figura 1.2, modelo B). El cuerpo idéntico podría expresar
distintos deseos en diferentes épocas.
FIGURA 1.2: Modelo A: una lectura esencialista del registro histórico. Una persona con una tendencia
homosexual innata sería homosexual con independencia del periodo histórico.
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Modelo B: una lectura construccionista del registro histórico. Una persona con una constitución
genética particular podría o no volverse homosexual, dependiendo de la cultura y el periodo histórico en
los que creciera.
¿Naturaleza o crianza?
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de desarrollo. Estas asociaciones pueden ser breves y altamente ritualizadas o
pueden durar años. Aquí el contacto orogenital entre dos varones no significa
una condición permanente o categoría especial del ser. Lo que define la
expresión sexual en esas culturas no es tanto el sexo del partenaire como su
edad y posición.[76]
Los antropólogos estudian pueblos y culturas muy diferentes con dos
objetivos en mente. El primero es entender la variación humana, las diversas
maneras en que los seres humanos organizan la sociedad con objeto de comer
y reproducirse. El segundo es la búsqueda de universales. Como los
historiadores, los antropólogos discrepan sobre si la información extraída de
una cultura puede decirnos algo sobre otra cultura, o si las diferencias
subyacentes en la expresión de la sexualidad importan más o menos que las
aparentes similitudes.[77] Pero este desacuerdo no impide que los datos
antropológicos se esgriman a menudo en las discusiones sobre la naturaleza
del comportamiento sexual humano.[78]
La antropóloga Carol Vance escribe que la antropología actual refleja dos
líneas de pensamiento contradictorias. La primera, a la que llama «modelo de
influencias culturales», aunque no deja de subrayar la importancia de la
cultura y el aprendizaje en el modelado del comportamiento sexual, asume
que «el sustrato de la sexualidad… es universal y está biológicamente
determinado; en la literatura aparece como el “impulso sexual”».[79] La
segunda aproximación, dice Vance, consiste en interpretar la sexualidad
enteramente en términos de construcción social. Un construccionista
moderado podría argumentar que el mismo acto físico puede conllevar
diferentes significados sociales en culturas diferentes,[80] mientras que un
construccionista más radical podría argumentar que «el deseo sexual es en sí
mismo una construcción de la cultura y la historia a partir de las energías y
capacidades del cuerpo».[81]
Algunos construccionistas sociales están interesados en poner de
manifiesto similitudes interculturales. Por ejemplo, el antropólogo Gil Herdt,
un construccionista moderado, cataloga cuatro enfoques culturales primarios
de la organización de la sexualidad humana. La homosexualidad estructurada
por edades, como en la Grecia clásica, también se encuentra en algunas
culturas tradicionales donde los adolescentes pasan por un periodo de
desarrollo durante el cual viven recluidos con varones mayores a los que
practican la felación regularmente. Estos actos se consideran parte del proceso
normal de transformación en un adulto heterosexual. En la homosexualidad
de inversión de género, «la actividad homosexual implica una inversión del
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comportamiento sexual normativo: los varones se visten y actúan como
mujeres, y las mujeres se visten y actúan como varones».[82] Herdt aplica el
concepto de homosexualidad especializada a las culturas que permiten la
actividad homosexual restringida a papeles sociales concretos, como el de
chamán. Esta forma de homosexualidad contrasta sobremanera con nuestra
propia creación cultural moderna: el movimiento gay. Declararse «gay» en
Estados Unidos implica adoptar una identidad y adherirse a un movimiento
social y a veces político.
Muchos estudiosos han ensalzado la obra de Herdt porque ofrece nuevas
formas de pensar el estatuto de la homosexualidad en Europa y América.
Pero, aunque ha proporcionado tipologías útiles para el estudio intercultural
de la homosexualidad, otros objetan que conlleva asunciones que reflejan su
propio contexto cultural.[83] La antropóloga Deborah Elliston, por ejemplo,
piensa que el uso del término homosexualidad para describir el intercambio
de semen en las sociedades melanésicas «imputa un modelo de sexualidad
occidental… que se basa en las ideas occidentales sobre el género, el erotismo
y la persona, que en última instancia oscurece el significado de estas prácticas
en Melanesia». Elliston se queja de que el concepto de sexualidad
estructurada por edades oscurece la composición de la categoría «sexual», y
que es precisamente esta categoría la que requiere clarificación para empezar.
[84]
Cuando los antropólogos dirigen su atención a las relaciones entre género
y sistemas de poder social, tropiezan con las mismas dificultades intelectuales
que encuentran al estudiar «terceros» géneros en otras culturas. En los setenta,
las feministas europeas y norteamericanas tenían la esperanza de que los
antropólogos les proporcionarían datos empíricos que sustentaran su defensa
política de la igualdad de género. Si existían sociedades igualitarias en alguna
parte del mundo, ello implicaría que nuestras estructuras sociales no son
inamovibles. Ahora bien, ¿y si las mujeres de todas las culturas conocidas
tuvieran un estatuto subordinado? Como ha sugerido más de uno, ¿no
implicaría esta similitud intercultural que la subordinación femenina debe
estar biológicamente predeterminada».[85]
Cuando las antropólogas feministas viajaron por el mundo en busca de
culturas que enarbolaran la bandera de la equidad, no volvieron con buenas
nuevas. La mayoría concluyó, como escribe la antropóloga Sherry Ortner,
«que, de una manera u otra, los hombres eran “el primer sexo”».[86] Pero las
críticas a estos primeros análisis interculturales arreciaron, y en los años
noventa algunas antropólogas feministas destacadas reconsideraron el asunto.
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Las comparaciones interculturales de estructuras sociales tropiezan con el
mismo problema que plantea la obtención de información mediante encuestas.
Simplemente, los antropólogos deben idear categorías en las que clasificar la
información obtenida. Inevitablemente, algunas de las categorías concebidas
reflejan los dogmas de los propios antropólogos, lo que algunos autores
llaman «proposiciones incorregibles». La idea de que sólo hay dos sexos es
una proposición incorregible,[87] igual que la idea de que los antropólogos
reconocerían la igualdad sexual cuando la encontraran.
Ortner sostiene que la controversia sobre la universalidad de la
desigualdad sexual ha continuado durante más de dos décadas porque los
antropólogos asumían que cada sociedad sería internamente consistente, una
expectativa que, según ella, no es razonable: «Ninguna sociedad o cultura es
totalmente consistente. Toda sociedad/cultura tiene ejes de prestigio
masculino y ejes de prestigio femenino, otros de igualdad de género y otros (a
veces muchos) ejes de prestigio que no tienen que ver con el género. El
problema en el pasado ha sido que todos nosotros… estábamos intentando
encasillar cada caso». En vez eso, argumenta Ortner, «lo más interesante de
cualquier caso dado es precisamente la multiplicidad de lógicas, de discursos,
de prácticas de prestigio y poder en juego».[88] Si nos fijamos en las
dinámicas, las contradicciones y los temas menores, entonces se hace posible
apreciar tanto el sistema dominante vigente como el potencial de los temas
menores para convertirse en principales.[89]
Pero las feministas también tienen proposiciones incorregibles, y una
central ha sido que todas las culturas, como escribe la antropóloga nigeriana
Oyeronke Oyewumi, «organizan su mundo social a través de una percepción
de los cuerpos humanos» como masculinos o femeninos.[90] En su crítica del
feminismo europeo y norteamericano, Oyewumi subraya que la imposición de
un sistema de género (en este caso a través del colonialismo seguido del
imperialismo ilustrado) puede alterar nuestra comprensión de las diferencias
étnicas y raciales. Su propio análisis detallado de la cultura yoruba evidencia
que la edad relativa es un organizador social mucho más significativo que el
sexo. Por ejemplo, los pronombres de la lengua yoruba no indican el sexo,
sino si el aludido es mayor o menor que el hablante. Lo que piensan sobre
cómo funciona el mundo configura el conocimiento del mundo que producen
los pensadores; y ese conocimiento afecta a su vez al mundo.
Si la tradición intelectual de su país la hubieran construido pensadores
yoruba, afirma Oyewumi, «la veteranía prevalecería sobre el género».[91]
Contemplar la sociedad yoruba a través de la óptica de la veteranía en vez del
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género tendría dos importantes efectos. En primer lugar, si los estudiosos
euro-americanos tuvieran conocimiento de Nigeria a través de antropólogos
yoruba, nuestra propia creencia en la universalidad del género podría cambiar.
Finalmente, este conocimiento podría alterar nuestras propias construcciones.
En segundo lugar, la articulación de una visión de la organización social
basada en la veteranía entre los yoruba presumiblemente reforzaría dichas
estructuras sociales. Pero, observa Oyewumi, la intelectualidad africana a
menudo importa las categorías de género europeas, y «al escribir sobre
cualquier sociedad a través de una perspectiva de género, los intelectuales
necesariamente introducen el género en esa sociedad… De manera que la
intelectualidad está implicada en el proceso de formación del género».[92]
Así pues, los historiadores y los antropólogos no se ponen de acuerdo
sobre cómo interpretar la sexualidad humana a través de la historia y las
culturas. Los filósofos incluso cuestionan la validez de las palabras
homosexual y heterosexual (los términos mismos del debate).[93] Pero, con
independencia de su situación en el espectro construccionista, la mayoría
asume que existe una división fundamental entre naturaleza y crianza, entre
los «cuerpos reales» y sus interpretaciones culturales. Por mi parte, comparto
la convicción de Foucault, Haraway, Scott y otros de que nuestras
experiencias corporales son el resultado de nuestro desarrollo en culturas y
periodos históricos particulares. Pero, especialmente como bióloga, quiero
concretar el argumento.[94] A medida que crecemos y nos desarrollamos, de
manera literal y no sólo «discursiva» (esto es, a través del lenguaje y las
prácticas culturales), construimos nuestros cuerpos, incorporando la
experiencia en nuestra propia carne. Para comprender esta afirmación
debemos limar la distinción entre el cuerpo físico y el cuerpo social.
No a los dualismos
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argumento jerárquico. Próspero se queja de que la naturaleza controla el
comportamiento de Calibán, y de que sus esfuerzos por civilizarlo son en
vano. La educación humana no puede imponerse a la naturaleza diabólica. En
los capítulos que siguen encontraremos un debate intelectual interminable
sobre cuál de los dos elementos de un dualismo particular debería dominar
sobre el otro. Pero en virtualmente todos los casos, opino que las cuestiones
intelectuales no pueden resolverse, ni puede haber progreso social, si nos
remitimos a la queja de Próspero. En vez de eso, al considerar momentos
puntuales en la creación del conocimiento biológico sobre la sexualidad
humana, procuro deshacer el nudo gordiano del pensamiento dualista.
Propongo cambiar el bon mot de Halperin de que «la sexualidad no es un
efecto somático, es un efecto cultural»[95] por la idea de que la sexualidad es
un hecho somático creado por un efecto cultural. (Véase especialmente el
capítulo final de este libro).
¿Qué tiene de preocupante que recurramos a los dualismos para analizar el
mundo? Estoy de acuerdo con la filósofa Val Plumwood en que este recurso
oscurece las interdependencias de cada par. La relación mutua entre los pares
permite su solapamiento. Considérese un extracto de la lista de Plumwood:
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Razón Naturaleza
Masculino Femenino
Mente Cuerpo
Amo Esclavo
Libertad Necesidad (naturaleza)
Humano Natural (no humano)
Civilizado Primitivo
Producción Reproducción
Yo Otro
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profundamente la experiencia individual del género y la sexualidad. Pero,
escribe Butler, cada vez que intentamos volver al cuerpo como algo que existe
con anterioridad a la socialización, al discurso sobre lo masculino y lo
femenino, «descubrimos que la materia está colmatada por los discursos sobre
el sexo y la sexualidad que prefiguran y constriñen los usos que pueden darse
a ese término».[99]
Las nociones occidentales de materia y materialidad corporal, argumenta
Butler, se han construido a través de una «matriz de género». Que los
filósofos clásicos asociaban la feminidad con la marerialidad puede verse en
el origen de la palabra misma. «Materia» deriva de mater y matrix, que
significa útero. Tanto en griego como en latín, según Butler, la materia no se
entendía como una pizarra en blanco a la espera de un significado externo.
«La matriz es un… principio formativo que inaugura e informa el desarrollo
de algún organismo u objeto… para Aristóteles, “la materia es potencialidad,
la forma realidad”… En la reproducción, se dice que las mujeres aportan la
materia y los hombres la forma».[100] Como señala Butler, el título de su libro,
Bodies That Matter (Cuerpos que importan), es un juego de palabras bien
meditado. Ser material es hablar del proceso de materialización. Y si los
puntos de vista sobre sexo y sexualidad ya están incrustados en nuestras
concepciones filosóficas de la materialización de los cuerpos, la materia de
los cuerpos no puede constituir un sustrato neutral preexistente sobre el que
basar nuestra comprensión de los orígenes de las diferencias sexuales.[101]
Puesto que la materia ya contiene las nociones de género y sexualidad, no
puede ser un recurso imparcial sobre el que construir teorías «científicas» u
«objetivas» del desarrollo y la diferenciación sexuales. Al mismo tiempo,
tenemos que reconocer y hacer uso de aspectos de la materialidad «que
pertenecen al cuerpo». «Los dominios de la biología, la anatomía, la
fisiología, la composición hormonal y química, la enfermedad, la edad, el
peso, el metabolismo, la vida y la muerte» no pueden negarse.[102] La
pensadora crítica Bernice Hausman concreta este punto en su discusión de las
técnicas quirúrgicas disponibles para crear cuerpos transexuales. «Las
diferencias entre vagina y pene», escribe, «no son meramente ideológicas.
Cualquier intento de abordar y descifrar la semiótica del sexo… debe
reconocer que estos significantes fisiológicos tienen funciones en el sistema
real que escaparán… a su función en el sistema simbólico».[103]
Hablar de sexualidad humana requiere una noción de lo material. Pero la
idea de lo material nos llega ya teñida de ideas preexistentes sobre las
diferencias sexuales. Butler sugiere que contemplemos el cuerpo como un
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sistema que simultáneamente produce y es producido por significados
sociales, así como cualquier organismo biológico siempre es el resultado de
las acciones combinadas y simultáneas de la naturaleza y el entorno.
A diferencia de Butler, la filósofa feminista Elizabeth Grosz concede a
algunos procesos biológicos un estatuto preexistente a su significado. Grosz
piensa que los instintos o pulsiones biológicas proporcionan una suerte de
materia prima para el desarrollo de la sexualidad. Pero las materias primas
nunca bastan. Deben venir con un conjunto de significados, «una red de
deseos»[104] que organice los significados y la conciencia de las funciones
corporales del niño. Esto resulta claro si se tienen en cuenta las historias de
los llamados niños salvajes, criados sin las constricciones humanas ni la
inculcación de significados. Estos niños no adquieren ni el lenguaje ni el
impulso sexual. Aunque sus cuerpos aportaran la materia prima, sin un
contexto social humano la arcilla no pudo modelarse en una forma psíquica
reconocible. Sin la socialidad humana.[105] no puede desarrollarse la
sexualidad humana. Grosz intenta comprender de qué manera la socialidad y
el significado, que claramente se originan fuera del cuerpo, acaban
incorporándose a su fisiología y sus comportamientos tanto conscientes coma
inconscientes.
A modo de ilustración, veamos un par de ejemplos concretos. Una mujer
menuda y canosa, ya entrada en los noventa, mira en el espejo su cara
arrugada. ¿Quién es esa mujer?, se pregunta. Su imagen mental de su propio
cuerpo no concuerda con la imagen reflejada en el espejo. Su hija, ya
cincuentona, intenta recordar que debe usar los músculos de las piernas en vez
de la articulación de la rodilla para que subir y bajar escaletas no le resulte
doloroso. (Al final adquirirá un nuevo hábito quinésico y dejará de pensar
conscientemente en el asunto). Ambas mujeres están reajustando los
componentes visual y quinésico de su imagen corporal, formada sobre la base
de información pasada, pero siempre un tanto desfasada en relación al cuerpo
físico actual.[106] ¿Cómo ocurren estos reajustes, y cómo se forman nuestras
imágenes corporales iniciales en primera instancia? Aquí necesitamos el
concepto de la psique, un dominio donde tienen lugar traducciones de la
mente al cuerpo y viceversa (unas Naciones Unidas, como si dijéramos, de
cuerpos y experiencias).[107]
En Volatile Bodies, Elizabeth Grosz considera la conjunción de cuerpo y
mente. Para facilitar su proyecto, evoca la imagen de una banda de Möbius
como metáfora de la psique. La banda de Möbius es un enredo topológico
(figura 1.3), una cinta plana torcida una vez y luego pegada por los extremos
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para formar una superficie circular retorcida. Imaginemos una hormiga
desplazándose por dicha superficie, Al principio del viaje circular, la hormiga
está claramente en la cara externa de la cinta; pero a medida que se desplaza,
sin levantarse en ningún momento del plano, acaba estando en la cara interna.
Grosz propone que contemplemos el cuerpo (el cerebro, los músculos, los
órganos sexuales, las hormonas y demás) como la cata interna de una banda
de Möbius, y la cultura y la experiencia como la cara externa. Pero, como
sugiere la imagen, entre el interior y el exterior no hay solución de
continuidad, y se puede pasar de uno a otro sin levantar los pies del suelo.
FIGURA 1.3: Banda de Möbius II, por M. C. Escher. (© Cordon Art; reimpreso con permiso).
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los procesos biológicos hasta una estructura interior o deseo. A otro ámbito de
conocimiento diferente concierne el estudio del «exterior» de la banda, una
superficie obviamente más social, marcada por «textos, leyes y
procedimientos pedagógicos, jurídicos, médicos y económicos» encaminados
a «esculpir un sujeto social… con capacidad de trabajo, o de producción y
manipulación, un sujeto capaz de actuar como sujeto».[110] Así pues, Grosz
también rechaza un modelo de naturaleza/crianza para el desarrollo humano.
Aun reconociendo que no conocemos el alcance y los límites de la
maleabilidad del cuerpo, Grosz insiste en que no podemos simplemente
«sustraer el entorno, la cultura, la historia» y quedarnos sólo con «naturaleza
o biología».[111]
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fundamental» y «menos conclusiones sobre lo que es inherentemente
deseable, saludable, natural o inevitable».[115]
¿Cómo puede ayudarnos la teoría de sistemas ontogénicos a
desembarazarnos de los procesos mentales dualistas? Considérese un ejemplo
descrito por Peter Taylor, una cabra nacida sin patas delanteras. Durante su
vida consiguió desenvolverse saltando sobre sus patas traseras. Un anatomista
que estudió la cabra tras su muerte vio que tenía una espina dorsal en forma
de S (como la humana), «huesos engrosados, inserciones musculares
modificadas y otros correlatos del movimiento sobre dos piernas».[116] Este
sistema esquelético (como el de cualquier cabra) se desarrolló como parte de
su manera de desplazarse. Ni sus genes ni su entorno determinaron su
anatomía. Sólo el conjunto tenía tal poder. Muchos fisiólogos del desarrollo
reconocen este principio.[117] Como ha escrito un biólogo, «la estructuración
tiene lugar durante el ejercicio de las historias vitales individuales».[118]
Hace unos años, cuando el neurólogo Simon LeVay comunicó que las
estructuras cerebrales de los varones homosexuales y heterosexuales diferían
(y que esta diferencia reflejaba una más general entre varones y mujeres), se
convirtió en el centro de una tormenta.[119] Aunque enseguida se convirtió en
un héroe para muchos gays, tuvo que vérselas con un grupo muy heterogéneo
de críticos. Por un lado, a las feministas como yo misma no les gustó su
empleo acrítico de las dicotomías de género, que en el pasado nunca habían
contribuido a promover la igualdad de las mujeres. Por otro lado, la derecha
cristiana rechazó su resultado porque consideraba que la homosexualidad era
un pecado que los individuos pueden elegir no cometer.[120] La investigación
de LeVay, y la del genetista Dean Hamer después, sugerían que la
homosexualidad era congénita o innata.[121] El discurso del debate público
pronto se polarizó. Cada bando contraponía términos como genético,
biológico, congénito, innato e inmutable a términos como ambiental,
adquirido, construido y elección.[122]
La facilidad con la que tales debates evocan la dicotomía
naturaleza/crianza es consecuencia de la pobreza de un enfoque no sistémico.
[123] Políticamente, este marco intelectual encierra enormes peligros. Aunque
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información para intentar evaluar o alterar la orientación sexual presente o
futura de una persona. En vez de eso, los científicos, los educadores, los
políticos y el público deberían trabajar juntos para asegurar que esta
investigación se use para beneficio de todos los miembros de la sociedad».
[125]
La psicóloga feminista Elisabeth Wilson se ha inspirado en el revuelo
suscitado por la obra de Le Vay para plantear algunas cuestiones importantes
en relación con la teoría de sistemas.[126] Muchos teóricos críticos, feministas
y homosexuales arrinconan deliberadamente la biología, abriendo con ello el
cuerpo a la conformación social y cultural.[127] Pero ésta es una jugada
equivocada. Wilson escribe: «Lo que puede ser política y críticamente
contencioso en la hipótesis de LeVay no es la conjunción neurología-
sexualidad per se, sino la manera concreta en que se efectúa dicha
conjunción».[128] Una respuesta política efectiva, continúa, no tiene que
separar el estudio de la sexualidad de la neurología. En vez de eso, Wilson,
que pretende desarrollar una teoría de la mente y el cuerpo (una descripción
de la psique que una la libido al cuerpo), sugiere que la visión del mundo de
las feministas incorpora una descripción del funcionamiento del cerebro que
se conoce, a grandes rasgos, como conexionismo.
El enfoque antiguo para comprender el cerebro era anatómico. La [unción
podía localizarse en partes concretas del cerebro. En última instancia, función
y anatomía eran una sola cosa. Esta idea subyace tras el debate sobre el
cuerpo calloso (véase el capítulo 5), por ejemplo, y el tumulto sobre el
resultado de LeVay. Muchos científicos creen que una diferencia estructural
representa la localización cerebral de diferencias comportamentales medibles.
En cambio, los modelos conexionistas[129] asumen que la función emerge de
la complejidad e intensidad de múltiples conexiones neuronales actuando a la
vez.[130] El sistema tiene algunas características importantes: a menudo las
respuestas no son lineales, las redes pueden «entrenarse» para responder de
maneras particulares, la naturaleza de la respuesta no es fácil de predecir, y la
información no se localiza en ninguna parte, sino que más bien es el resultado
neto de las diferentes conexiones y sus distintas intensidades.[131]
Los postulados de la teoría conexionista proporcionan puntos de partida
interesantes para comprender el desarrollo sexual humano. Por ejemplo,
puesto que las redes de los modelos conexionistas suelen ser no lineales,
pequeños cambios pueden tener grandes efectos. Una implicación para el
estudio de la sexualidad es que, a la hora de buscar aspectos del entorno que
conformen el desarrollo humano, podría ser fácil equivocarse de lugar y de
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escala.[132] Además, una misma conducta puede tener muchas causas
subyacentes, acontecimientos que ocurren en distintos momentos del
desarrollo. Sospecho que nuestras etiquetas de homosexual, heterosexual,
bisexual y transexual no son categorías válidas en absoluto, y sólo se
comprenden bien en términos de acontecimientos ontogénicos únicos[133] que
afectan a individuos particulares. Estoy de acuerdo, pues, con los
conexionistas que argumentan que «el proceso ontogénico mismo está en el
núcleo de la adquisición de conocimiento. El desarrollo es un proceso de
emergencia».[134]
En la mayoría de discusiones públicas y científicas, sexo y naturaleza se
entienden como reales, mientras que género y cultura se entienden como
construidos.[135] Pero éstas son falsas dicotomías. En los capítulos 2-4 parto
de los marcadores más visibles del género —los genitales— para ilustrar
cómo se construye, literalmente, el sexo. Los cirujanos eliminan partes y
emplean plásticos para crear genitales «apropiados» para la gente nacida con
partes corporales no fácilmente identificables como masculinas o femeninas.
Los médicos creen que su pericia les permite «escuchar» lo que les dice la
naturaleza sobre el sexo verdadero que deberían tener estos pacientes. El
problema es que sus verdades proceden del medio social y son reforzadas en
parte por la tradición médica de hacer invisible la intersexualidad.
Nuestros cuerpos, como el mundo en el que vivimos, están hechos de
materia. Y a menudo nos valemos de la investigación científica para
comprender la naturaleza de dicha materia. Pero esta investigación científica
implica un proceso de construcción de conocimiento. Ilustraré este punto con
algún detalle en el capítulo 5, que nos traslada al interior del cuerpo (la menos
visible anatomía cerebral). Me centraré en una controversia científica:
¿Tienen una conformación diferente los cuerpos callosos (una región cerebral
específica) de varones y mujeres? En este mismo capítulo mostraré Cómo los
científicos construyen argumentos a base de escoger enfoques y herramientas
experimentales particulares. El debate entero está socialmente constreñido, y
las herramientas concretas elegidas para canalizar la controversia (por
ejemplo, una modalidad particular de análisis estadístico o el empleo de
cerebros de cadáveres en vez de imágenes por resonancia magnética) tienen
sus propias limitaciones históricas y técnicas.[136]
En circunstancias apropiadas, sin embargo, hasta el cuerpo calloso resulta
visible a simple vista. ¿Qué ocurre, entonces, cuando profundizamos aún más,
hasta la química invisible del cuerpo? En los capítulos 6 y 7 veremos cómo
los científicos crearon la categoría de las hormonas sexuales, en el periodo
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que va de 1900 a 1940. Las hormonas mismas se convirtieron en marcadores
de la diferencia sexual. Así, la detección de una hormona sexual o su receptor
en alguna parte del cuerpo (las células óseas, por ejemplo) convierte esa parte
antes neutra en sexual. Pero si uno adopta, como hago yo, una perspectiva
histórica, puede ver que las hormonas esteroides no tienen por qué dividirse
en categorías sexuales y no sexuales.[137] Podría haberse considerado, por
ejemplo, que son hormonas de crecimiento que afectan a una amplia gama de
tejidos, órganos reproductivos incluidos.
Hoy los científicos están de acuerdo sobre la estructura molecular de los
esteroides que etiquetaron como hormonas sexuales, aunque no sean visibles
a simple vista. En el capítulo 8 me centraré por una parte en cómo aplicaron
los científicos el recién acuñado concepto de hormona sexual para
profundizar en el conocimiento del desarrollo genital en los roedores, y por
otra parte en su aplicación del conocimiento sobre las hormonas sexuales a
algo aún menos tangible que la química corporal: el comportamiento ligado al
sexo. Pero, parafraseando al poeta, el curso de la auténtica ciencia nunca
discurrió en calma. Los experimentos y modelos que describían el papel de
las hormonas en el desarrollo de la conducta sexual de las ratas guardan un
turbador paralelismo con los debates culturales sobre los papeles y
capacidades de varones y mujeres. Parece difícil eludir la idea de que, por
muy científica y objetiva que aparente ser, nuestra comprensión de las
hormonas, el desarrollo cerebral y la conducta sexual está construida en
contextos históricos y sociales específicos que han dejado su marca.
Este libro examina la construcción de la sexualidad, comenzando por las
estructuras visibles de la superficie exterior del cuerpo y acabando por las
conductas y las motivaciones (esto es, actividades y fuerzas manifiestamente
invisibles) inferidas sólo a partir de su resultado, pero que se presumen
localizadas muy dentro del cuerpo.[138] Pero los comportamientos son por lo
general actividades sociales, expresadas en interacción con objetos y seres
distintivamente separados. Así, al pasar de los genitales externos a la psique
invisible, nos encontramos de pronto caminando por una banda de Möbius
que nos devuelve al exterior del cuerpo, y más allá. En el capítulo final
bosquejaré enfoques de investigación que potencialmente pueden mostrarnos
cómo pasamos de fuera a dentro y otra vez fuera, sin despegar nunca los pies
de la superficie de la banda.
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2
El continuo sexual
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La cultura europea y americana está profundamente comprometida con la
idea de que sólo hay dos sexos. Incluso nuestro lenguaje rehúsa otras
posibilidades, de manera que para escribir sobre Levi Suydam y otros casos
parecidos he tenido que inventar convenciones: el/la para denotar individuos
que no son ni macho ni hembra, o quizá son ambas cosas a la vez. La
convención lingüística tampoco es un capricho. Encajar en la categoría de
varón o mujer tiene una relevancia social concreta. Para Suydam (y todavía
hoy para las mujeres en algunas partes del mundo) significaba el derecho a
voto. También puede significar el servicio militar obligatorio o el
sometimiento a leyes relativas a la familia y el matrimonio. En muchas partes
de Estados Unidos, por ejemplo, dos individuos legalmente registrados como
varones no pueden mantener relaciones sexuales sin quebrantar leyes contra
la sodomía.[3]
Nuestros cuerpos biológicos colectivos, sin embargo, no comparten el
empeño del Estado y la legislación en mantener sólo dos sexos. Machos y
hembras se sitúan en los extremos de un continuo biológico, pero hay muchos
Otros cuerpos, como el de Suydam, que combinan componentes anatómicos
convencionalmente atribuidos a uno u otro polo. Las implicaciones de mi idea
de un continuo sexual son profundas. Si la naturaleza realmente nos ofrece
más de dos sexos, entonces nuestras nociones vigentes de masculinidad y
feminidad son presunciones culturales. Reconceptualizar la categoría de
«sexo» desafía aspectos hondamente arraigados de la organización social
europea y americana.
En efecto, hemos comenzado a insistir en la dicotomía macho-hembra a
edades cada vez más tempranas, lo que ha contribuido a que el sistema de dos
sexos se implante más profundamente en nuestra visión de la vida humana y
nos parezca innato y natural. Hoy día, meses antes de que el feto abandone el
confort del útero, la amniocentesis y los ultrasonidos identifican su sexo. Los
progenitores pueden así elegir por anticipado el papel pintado del cuarto del
bebé: motivos deportivos —en azul— si esperan un niño y florales —en rosa
— si esperan una niña. Los investigadores casi han completado la puesta a
punto de la tecnología que permite elegir el sexo del bebé en el momento de
la fecundación.[4] Además, las técnicas quirúrgicas modernas contribuyen a
mantener el sistema de dos sexos. Hoy los niños que al nacer no son «ni una
cosa ni otra, o ambas»[5] (un fenómeno bastante corriente) desaparecen pronto
de la vista porque los cirujanos los «corrigen» sin demora. En el pasado, sin
embargo, los intersexuales (o hermafroditas, como se les llamó hasta hace
poco)[*] eran cultural mente reconocidos (véase la figura 2.1).
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FIGURA 2.1: Hermafrodita durmiente, estatua romana del siglo II a. de C. (Erich Lessing, de Art
Resource; reimpreso con permiso).
Historia hermafrodita
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criatura, deciden darle el nombre de Hermafroditos. En el otro, el hijo es un
varón asombrosamente bello del que se enamora una ninfa. Rendida por el
deseo, entrelaza su cuerpo con el de su amado hasta tal punto que se
convierten en uno.
Si la figura del hermafrodita ha parecido lo bastante extraña para inspirar
especulaciones sobre su origen, también se ha contemplado como la
encarnación de un pasado humano anterior a la división sexual dualista. Los
primeros intérpretes de la Biblia pensaban que Adán comenzó su existencia
como hermafrodita, y que sólo se dividió en dos individuos, varón y mujer,
después de caer en desgracia. Platón escribió que en un principio había tres
sexos —masculino, femenino y hermafrodita— pero que el tercer sexo se
perdió.[6]
Las distintas culturas han tratado a los intersexuales de carne y hueso de
maneras diferentes. Los textos religiosos judaicos como el Talmud y la
Tosefta incluyen largas listas de normas para la gente de sexo mixto, que
legislan sobre derechos de herencia y conducta social. La Tosefta, por
ejemplo, establece que los hermafroditas no pueden heredar el patrimonio
paterno (como las hijas) ni recluirse con mujeres (como los hijos) ni afeitarse
la barba (como los varones). Cuando estén menstruando deben aislarse de los
varones (como las mujeres); tampoco se les permite dar testimonio o ejercer
el sacerdocio (como las mujeres), pero se les aplican las leyes antipederastia.
Si la ley judaica promovía la integración cultural y social de los
hermafroditas, los romanos fueron menos amables con ellos. En tiempos de
Rómulo se creía que los intersexos eran un mal augurio, y a menudo se les
mataba. En la época de Plinio, en cambio, los hermafroditas se consideraban
aptos para el matrimonio.[7]
Al repasar la historia del análisis médico de la intersexualidad, podemos
hacernos una idea más general de la variación de la propia historia del género,
primero en Europa y luego en Norteamérica, que heredó las tradiciones
médicas europeas. En el proceso podemos constatar que no hay nada natural o
inevitable en los actuales tratamientos médicos de la intersexualidad. Los
médicos de la Antigüedad, que situaban el sexo y el género a lo largo de un
continuo y no en las categorías discretas de hoy, no se inmutaban ante los
hermafroditas. La diferencia sexual implicaba una variación cuantitativa. Las
mujeres eran frías, los varones calientes, y las mujeres masculinas o los
varones femeninos eran tibios. Además, la variación sexual humana no se
detenía en el número tres. Los progenitores podían producir hijos con
distintos grados de virilidad e hijas con distintos grados de feminidad.
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En la era premoderna competían varias visiones de la biología de la
intersexualidad. Aristóteles (384-322 a. de C), por ejemplo, categorizó los
hermafroditas como gemelos incompletos. Aristóteles pensaba que los
gemelos completos se daban cuando la madre aportaba materia suficiente en
la concepción para crear dos embriones enteros. Ahora bien, si había más
materia de la necesaria para crear un individuo, pero no la suficiente para
crear dos, entonces la materia sobrante se convertía en genitales añadidos. Sin
embargo, Aristóteles no creía que los genitales definieran el sexo del bebé,
sino que era el calor del corazón lo que determinaba su masculinidad o
feminidad, y sostenía que, bajo su confusa anatomía, todo hermafrodita
pertenecía en realidad a uno de sólo dos sexos posibles. En el siglo I de
nuestra era, el influyente Galeno cuestionó la teoría aristotélica y argumentó
que los hermafroditas pertenecían a un sexo intermedio. Galeno creía que el
sexo emanaba de la oposición entre los principios masculino y femenino en
las semillas materna y paterna en combinación con interacciones entre los
lados izquierdo y derecho del útero. Superponiendo los posibles grados de
dominancia entre las semillas masculina y femenina a las posibles posiciones
del feto en el útero, compuso una cuadrícula que contenía de tres a siete
casillas. Dependiendo de la casilla donde se situara el embrión, su sexo podía
ir desde enteramente masculino hasta enteramente femenino, pasando por
varios estados intermedios. Así pues, los pensadores de la tradición galénica
no creían en una separación biológica estable entre la condición masculina y
la femenina.[8]
Los médicos medievales mantuvieron la teoría clásica del continuo
sexual, aunque con divisiones cada vez más marcadas dentro de la variación
sexual. Los textos médicos medievales refrendaban la idea clásica de que el
lado derecho del útero, más caliente, producía varones, mientras que los fetos
implantados en el lado izquierdo, más frío, se desarrollaban como mujeres, y
los implantados hacia el centro se desarrollaban como mujeres masculinizadas
o varones feminizados.[9] La noción de un continuo calorífico coexistía con la
idea de que el útero estaba dividido en siete cámaras separadas. Las tres de la
derecha daban varones, las tres de la izquierda mujeres, y la cámara central
hermafroditas.[10]
La disposición a buscar un sitio para los hermafroditas en la teoría
científica, sin embargo, no se tradujo en aceptación social. Históricamente,
los hermafroditas han sido vistos a menudo como perturbadores, subversivos,
o incluso fraudulentos. Hildegarda de Bingen, una famosa abadesa y mística
visionaria alemana (1098-1179), condenó cualquier confusión de las
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identidades masculina y femenina. Como ha señalado la historiadora Joan
Cadden, Hildegarda emplazó su condena «entre la aserción de que las mujeres
no deberían decir misa y una advertencia contra las perversiones sexuales…
Un desorden del sexo o los papeles sexuales es una desorganización del tejido
social… y del orden religioso».[11] Una admonición tan severa era inusual
para la época. A pesar de la extendida incertidumbre sobre sus papeles
sociales correctos, la animadversión hacia los hermafroditas se mantuvo
comedida. Los textos médicos y científicos medievales consignaban rasgos de
personalidad negativos, como un temperamento libidinoso en el hermafrodita
masculino feminizado o mentiroso en el hermafrodita femenino
masculinizado,[12] pero la condena explícita parece haber sido infrecuente.
Los biólogos y médicos de la época no tenían el prestigio social y la
autoridad de los profesionales de hoy, y no eran los únicos que estaban en
posición de definir y reglar el hermafroditismo. En la Europa renacentista, los
textos científicos y médicos a menudo propugnaban teorías contradictorias
sobre la producción de hermafroditas. Estas teorías no podían fijar el género
como algo real y estable dentro del cuerpo. Además, las tesis de los médicos
no sólo competían entre sí, sino también con las de la Iglesia, la judicatura y
la clase política. Para complicar más las cosas, cada nación europea tenía sus
propias ideas sobre los orígenes, peligros, derechos civiles y deberes de los
hermafroditas.[13] Por ejemplo, en 1601 el caso de Marie/Marin le Marcis
generó gran controversia en Francia. «Marre» había vivido como una mujer
durante veintiún años antes de decidir vestirse como un hombre y acudir al
registro civil para casarse con la mujer con quien cohabitaba. «Marin» fue
arrestado y llevado a juicio, y tras escuchar sentencias pavorosas (primero a
morir en la hoguera, pena que luego se le «redujo» a la horca… ¡y nosotros
que pensábamos que nuestro corredor de la muerte era malo!) al final fue
puesto en libertad con la condición de que vistiera como mujer hasta los
veinticinco años. Bajo la ley francesa, Marie/Marin había cometido dos
delitos: sodomía y travestismo.
La ley inglesa, en cambio, no condenaba explícitamente el travestismo.
Pero recelaba de aquellos que adoptaban el atuendo de una clase social a la
que no pertenecían. En un caso de 1746, Mary Hamilton se casó con otra
mujer tras cambiarse el nombre por el de «Dr. Charles Hamilton». Las
autoridades legales estaban seguras de que había cometido una falta, pero no
pudieron concretarla. Al final la acusaron de vagancia, con la excusa de que la
suya era una trampa inusualmente abominable, aunque común.[14]
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Durante el Renacimiento no hubo un tratamiento legal específico del
hermafroditismo. Mientras que en unos casos intervenían médicos del Estado,
en otros era la Iglesia la que tomaba la iniciativa. Por ejemplo, en el año 1601
(el mismo del arresto de Marie/Marin) en la ciudad italiana de Piedra un joven
soldado llamado Daniel Burghammer asombró a su regimiento al parir una
niña perfectamente sana. Después de que su alarmada esposa llamara a su
capitán, Burghammer confesó que era mitad varón mitad mujer. Bautizado
como hombre, había servido como soldado durante siete años, a la vez que
trabajaba de herrero. Burghammer dijo que el padre de la criatura era un
soldado español. Sin saber qué hacer, el capitán notificó el caso a las
autoridades eclesiásticas, quienes decidieron bautizar a la niña, que recibió el
nombre de Elizabeth, Una vez destetada (Burghammer amamantó a su hija
con sus pechos femeninos) varias ciudades compitieron por el derecho a
adoptarla. La Iglesia declaró que el nacimiento de la niña había sido un
milagro, pero le concedió el divorcio a la esposa de Burghammer,
presumiblemente porque la capacidad de dar a luz de éste parecía poco
compatible con el papel de esposo.[15]
Las historias de Marie/Marin, Mary Hamilton y Daniel Burghammer
ilustran un tema bien simple. Distintos sistemas legales y religiosos de
distintos países contemplaban la intersexualidad de manera diferente. Los
italianos parecían relativamente poco preocupados por la transgresión de las
fronteras entre géneros, al contrario de los franceses, quienes la sancionaban
rígidamente, mientras que los ingleses, aunque la detestaban, se preocupaban
más por la transgresión de las fronteras entre clases. Aun así, por toda Europa
la distinción tajante entre macho y hembra estaba en el núcleo de los sistemas
legales y políticos. Los derechos de herencia, los códigos penales y el derecho
al voto y la participación en el sistema político estaban todos determinados en
parte por el sexo. ¿Y los que estaban en medio? Los expertos legales
reconocían la existencia de hermafroditas, pero insistían en que se
posicionaran en este sistema dualista. Sir Edward Coke, afamado jurista
inglés de principios de la edad moderna, escribió: «Un hermafrodita puede
adquirir patrimonio con arreglo a aquel sexo que prevaleciere».[16]
Similarmente, en la primera mitad del siglo XVII los hermafroditas franceses
podían testificar en los juicios y hasta casarse, siempre que se atuvieran al
papel asignado por «el sexo que domina su personalidad».[17]
Los expertos médicos y legales estaban de acuerdo en que el individuo
el/la tenía el derecho a decidir qué sexo prevalecía, pero una vez hecha la
elección se esperaba que se atuviera a ella. La pena por contravenir esta
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norma podía ser severa. Lo que estaba en juego era el mantenimiento del
orden social y los derechos del hombre (en sentido literal). Así pues, aunque
estaba claro que algunas personas tenían un pie a cada lado de la división
macho/hembra, las estructuras sociales y legales siguieron apegadas a un
sistema de dos sexos.[18]
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Si en los siglos anteriores los cuerpos inusuales habían sido tratados como
antinaturales y monstruosos, el nuevo campo de la teratología ofrecía una
explicación natural del nacimiento de gente con cuerpos extraordinarios.[23]
Al mismo tiempo, sin embargo, redefinió tales cuerpos como patológicos,
como aberraciones curables en virtud de un conocimiento médico
incrementado. Irónicamente, pues, el conocimiento científico sirvió para
borrar del mapa precisamente los fenómenos que iluminaba. A mediados del
siglo XX, la tecnología había «avanzado» hasta el punto de poder hacer
desaparecer de la vista cuerpos que en otro tiempo habían sido objeto de
asombro y perplejidad, todo en nombre de la «corrección de los errores de la
naturaleza».[24]
La desaparición del hermafrodita se basó en gran medida en la técnica
científica estándar de la clasificación.[25] Saint-Hilaire dividía el cuerpo en
«segmentos sexuales», tres a la izquierda y tres a la derecha: la «porción
profunda», que contenía los ovarios, los testículos o estructuras relacionadas;
la «porción media», que contenía estructuras sexuales internas como el útero
y las vesículas seminales, y la «porción externa», que incluía los genitales
externos.[26] Si los seis segmentos eran plenamente masculinos, sentenció,
también lo era el cuerpo. Si los seis eran femeninos, el cuerpo también. Pero
si se daba una combinación de segmentos masculinos y femeninos, el
resultado era un hermafrodita. Así pues, el sistema de Saint-Hilaire
continuaba reconociendo la legitimidad de la variedad sexual, peto subdividía
los hermafroditas en vatios tipos, lo que puso los cimientos de la
diferenciación posterior entre hermafroditas «verdaderos» y «falsos». Puesto
que los hermafroditas «verdaderos» eran muy raros, este sistema de
clasificación hacía la intersexualidad virtualmente invisible.
A finales de la década de 1830, un médico llamado James Young
Simpson, abundando en el enfoque de Saint-Hilaire, propuso clasificar los
hermafroditas en «espurios» y «auténticos». En los primeros, escribió, «los
órganos genitales y la configuración sexual general de un sexo se aproximan,
por un desarrollo imperfecto o anormal, a los del sexo opuesto», mientras que
en los hermafroditas auténticos «coexisten en el cuerpo del mismo individuo
más o menos órganos genitales».[27] En la visión de Simpson, los «órganos
genitales» incluían, además de los ovarios o testículos (las gónadas),
estructuras como el útero o las vesículas seminales. Así, un hermafrodita
auténtico podía tener ovarios y vesículas seminales, o testículos y útero.
La teoría de Simpson presagiaba lo que la historiadora Alice Dreger ha
llamado «la edad de las gónadas». El honor de otorgar plenos poderes a las
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gónadas recayó en un médico alemán llamado Theodor Albrecht Klebs, quien
publicó sus ideas en 1876. Como Simpson, Klebs distinguió entre
«hermafroditas verdaderos» y «seudohermafroditas». Restringió la primera
categoría a los individuos que tenían tejido ovárico y testicular a la vez en su
cuerpo. El resto de anatomías mixtas (personas con pene y ovarios, o
testículos y vagina, o útero y bigote) no correspondía a hermafroditas
auténticos en el sistema de Klebs. Ahora bien, si no eran hermafroditas, ¿qué
eran? Klebs pensaba que bajo cada una de aquellas superficies engañosas se
escondía un cuerpo que en realidad era o masculino o femenino. Insistió en
que las gónadas eran el único factor definitorio del sexo biológico. Un cuerpo
con dos ovarios era femenino, por muy masculina que fuera su apariencia. Y
un cuerpo con dos testículos era masculino. No importaba si no eran
funcionales y su portador tenía mamas y vagina: los testículos hacían al
macho. Como ha señalado Dreger, la consecuencia de este razonamiento fue
que «menos gente contaba como “auténticamente” masculina y femenina a la
vez».[28] La ciencia médica estaba obrando su magia: los hermafroditas
comenzaban a desaparecer.
FIGURA 2.2: Los «seudohermafroditas» tienen ovarios o testículos combinados con los genitales
«opuestos». Los «hermafroditas verdaderos» tienen un ovario y un testículo, o una gónada combinada
llamada ovotestículo. (Fuente: Alyce Santoro, para la autora).
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hicieron esenciales.[29] Rápidamente, las imágenes de cuerpos hermafroditas
desaparecieron de las revistas médicas, reemplazadas por abstractas
micrografías de cortes finos y meticulosamente teñidos de tejido gonadal.
Además, como observa Dreger, el estadio primitivo de las técnicas
quirúrgicas, en especial la falta de anestesia y antisepsia, a finales del XIX
implicaba que los médicos sólo podían obtener muestras de tejido gonadal
tras la muerte o la castración del sujeto: «Escasos, muertos, impotentes: ¡los
hermafroditas auténticos se habían convertido en un grupo ciertamente
lastimoso!»[30] En cuanto a las personas de sexo mixto, simplemente
desaparecieron, no porque hubieran disminuido, sino porque la clasificación
científica no contemplaba su existencia.
Hacia el cambio de siglo (en 1896, para ser exactos) los médicos
británicos George F. Blackler y William P. Lawrence escribieron un artículo
en el que examinaban informes anteriores de hermafroditismo auténtico.
Habían encontrado que sólo tres de veintiocho casos cumplían las nuevas
normas. Al estilo orwelliano, limpiaron los registros médicos pasados de
informes de hermafroditismo, con el argumento de que no satisfacían los
estándares científicos modernos,[31] mientras que muy pocos casos nuevos
satisfacían el criterio estricto de la verificación microscópica de la presencia
de tejido gonadal de ambos sexos.
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eran amenazadoras porque proporcionaban una justificación a las colonias
para derrocar el régimen monárquico y establecer repúblicas independientes.
También amenazaban con minar la lógica subyacente tras instituciones
sociales y económicas fundamentales como el matrimonio, la esclavitud o la
restricción del derecho de voto a los varones blancos con propiedades. No
sorprende, pues, que la ciencia de las diferencias se invocara a menudo para
invalidar las reivindicaciones de emancipación social y política.[32]
En el siglo XIX, por ejemplo, las activistas del movimiento abolicionista
estadounidense pronto comenzaron a insistir en su derecho a hablar en
público,[33] y a mediados de siglo tanto las estadounidenses como las inglesas
exigían más oportunidades educativas y derechos económicos, así como el
derecho a votar. Sus iniciativas encontraron una feroz resistencia por parte de
expertos científicos.[34] Algunos médicos argumentaron que permitir a las
mujeres acceder a la universidad arruinaría su salud y provocaría su
esterilidad, lo que en última instancia llevaría a la degeneración de la raza
(blanca, por supuesto). Las mujeres con estudios se sublevaron, y poco a poco
conquistaron el derecho a la educación superior y el voto.[35]
Estas luchas sociales tuvieron profundas repercusiones sobre la
categorización científica de la intersexualidad. Más que nunca, los políticos
necesitaban dos y sólo dos sexos. El rema había ido más allá de los derechos
legales particulares como el de voto. ¿Y si, pensando que era un Varón, una
mujer ejercía alguna actividad para la que se suponía que las mujeres no
estaban dotadas? ¿Y si se las arreglaba bien? ¿Qué pasaría con la idea de que
las incapacidades femeninas naturales dictaban la desigualdad social? A
principios del siglo XX, a medida que el debate sobre la igualdad social entre
los sexos se acaloró, los médicos concibieron definiciones aún más estrictas y
exclusivas de hermafroditismo. Cuanto más se radicalizaba la contestación
social de la separación entre las esferas masculina y femenina, más médicos
insistían en la división absoluta entre masculinidad y feminidad.
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intermediación sexual.[36] Aunque el estándar legal (que no había más que dos
sexos y que todo hermafrodita tenía que identificarse con el sexo dominante
en su cuerpo) se mantuvo, en la década de los treinta los médicos habían
abierto una nueva vía: la supresión quirúrgica y hormonal de la
intersexualidad. La edad de las gónadas dio paso a la aún menos flexible edad
de la conversión, en la que los médicos encuentran imperativo reconvertir a la
gente de sexo mixto, por cualquier medio que sea necesario, en varón o mujer
(figura 2.3).
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FIGURA 2.3: Una viñeta sobre la historia de la intersexualidad. (Fuente: Diane DiMassa, para la autora).
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Pero esto volvía a plantear un viejo problema: ¿qué signos debían tenerse
en cuenta? Considérese un caso del que informa en 1924 Hugh Hampton
Young, el «padre de la urología americana».[38] Young operó a un joven que
presentaba un pene malformado,[39] un testículo no descendido y una masa
dolorosa en la ingle. La masa resultó ser un ovario conectado con un útero y
oviductos atrofiados. Young ponderó el problema:
Un joven de aspecto normal con instintos masculinos [atlético, heterosexual] resultó tener
un… ovario funcional en la ingle izquierda. ¿Cuál era el carácter del saco escrotal en el lado
izquierdo? Si la gónada también era indudablemente femenina, ¿debería dejarse que
permaneciera alojada en el escroto? Si era masculina, ¿debería dejarse que el paciente continuara
viviendo con un ovario y un oviducto funcionales en el lado izquierdo del abdomen? Si había
que extirpar los órganos de un lado, ¿cuál debería ser?[40]
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ocasiones habría deseado ser un varón. Pero, aunque Young le aseguró que la
transformación sería un asunto relativamente simple, el/la replicó: «¿Habría
que eliminar esa vagina? No sé, porque es mi bono de comida. Si lo hiciera,
tendría que prescindir de mi marido y buscarme un trabajo, así que creo que
me quedaré como estoy. Mi marido me mantiene bien y, aunque él no me da
ningún placer sexual, mi novia me lo da de sobra». Sin más comentarios ni
evidencia de decepción, Young pasaba al siguiente «ejemplo interesante de
hermafrodita practicante».[42]
Su resumen del caso no dice nada de motivaciones financieras, sólo
menciona que Emma rehusó la reconversión sexual porque «le daban pánico
las operaciones requeridas».[43] Pero Emma no era el único caso de opción
sexual influida por consideraciones económicas y sociales. Por lo general,
cuando se les ofrecía la posibilidad de elegir, los hermafroditas jóvenes
optaban por convertirse en varones. Considérese el caso de Margaret, nacida
en 1915 y criada como chica hasta los catorce años. Cuando su voz comenzó
a virilizarse y su pene malformado creció y comenzó a asumir funciones
adultas, Margaret pidió permiso para vivir como un varón. Con la ayuda de
psicólogos (que más tarde publicaron un informe del caso) y un cambio de
residencia, abandonó su atavío «ultrafemenino», consistente en un «vestido de
satén verde con falda acampanada, un sombrero de terciopelo rojo con
adornos de bisutería, zapatillas con lazos, peinado a lo garçon con puntas
cayendo sobre las mejillas», y se convirtió en un muchacho de pelo corto,
jugador de béisbol y rugby, a quien sus nuevos compañeros de clase apodaron
Big James. El joven James tenía sus propias ideas sobre las ventajas de ser
varón, tal y como le contó a su hermana: «Es más fácil ser un hombre. Ganas
más dinero y no hace falta que te cases. Si eres una chica y no te casas la
gente se ríe de ti».[44]
Aunque el doctor Young iluminó el tema de la intersexualidad con una
buena dosis de sabiduría y consideración hacia sus pacientes, su obra fue
parte del proceso que condujo a una nueva invisibilidad y un enfoque rígido e
intransigente del tratamiento de los cuerpos intersexuales, Además de una
juiciosa recopilación de estudios de casos, el libro de Young es un extenso
tratado sobre las terapias más modernas (quirúrgicas y hormonales) pata
aquellos que buscaban ayuda. Aunque menos dado a los juicios morales y el
control de los pacientes y sus progenitores que sus sucesores, proporcionó a la
siguiente generación de médicos los cimientos científicos y técnicos sobre los
que basar sus prácticas.
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Al igual que en el siglo XIX, el conocimiento incrementado de los orígenes
biológicos de la complejidad sexual facilitó la eliminación de sus signos. La
comprensión profunda de las bases fisiológicas de la intersexualidad, junto
con el mejoramiento de las técnicas quirúrgicas, especialmente a partir de la
década de los cincuenta, comenzó a hacer posible que los médicos
reconocieran a la mayoría de intersexuales ya desde su nacimiento.[45] El
motivo de recomendar su reconversión era genuinamente humanitario:
permitir que los individuos encajaran y funcionaran física y psicológicamente
como seres humanos saludables. Pero tras este anhelo subyacen asunciones no
discutidas: primero, que debería haber sólo dos sexos; segundo, que sólo la
heterosexualidad era normal; y tercero, que ciertos roles de género definían al
varón y la mujer psicológicamente saludables.[46] Estas mismas asunciones
continúan proporcionando la justificación para la «gestión médica» moderna
de los nacimientos intersexuales.
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3
Los médicos
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esto tan evidente como en los debates sobre la estructura (y reestructuración)
de los cuerpos que son sexualmente ambiguos.
Curiosamente, la práctica contemporánea de «fijar» el sexo de los bebés
intersexuales justo después del nacimiento emanó de algunas teorías del
género sorprendentemente flexibles. En los años cuarenta, Albert Ellis estudió
ochenta y cuatro casos de neonatos de sexo mixto y concluyó que «si bien la
potencia del impulso sexual humano posiblemente depende en gran medida
de factores fisiológicos… la dirección de este Impulso no parece depender
directamente de elementos constitucionales».[3] En otras palabras, en el
desarrollo de la masculinidad, la feminidad y las inclinaciones homosexual o
heterosexual, la crianza importa mucho más que la naturaleza. Una década
más tarde, el psicólogo John Money y sus colegas los psiquiatras John y Joan
Hampson, de la Universidad Johns Hopkins, abordaron el estudio de los
intersexuales, quienes «proporcionarían un material de valor incalculable para
el estudio comparativo de la morfología y fisiología corporales, la crianza y la
orientación psicosexual».[4] Money y colaboradores se basaron en sus propios
estudios para llevar al extremo la tesis de Ellis y establecer lo que hoy parece
extraordinario por su absoluta negación de la noción de inclinación natural.
Concluyeron que las gónadas, las hormonas y los cromosomas no
determinaban automáticamente el género de un niño: «A partir de la suma
total de casos de hermafroditismo, la conclusión que se deriva es que la
conducta y la orientación masculinas o femeninas no tienen una base
instintiva innata».[5]
¿Dedujeron de ello que las categorías «masculino» y «femenino» no
tenían base biológica alguna? En absoluto. Estos científicos eligieron a los
hermafroditas como objetos de estudio para probar que la naturaleza apenas
contaba; pero nunca cuestionaron la asunción fundamental de que sólo hay
dos sexos, porque su meta era saber más sobre el desarrollo «normal».[6] En la
visión de Money, la intersexualidad era resultado de procesos
fundamentalmente anormales. Sus pacientes requerían tratamiento médico
porque deberían haber nacido varones o mujeres. El objetivo del tratamiento
era asegurar un desarrollo psicosexual correcto a base de asignar al niño de
sexo mixto el género adecuado y luego hacer lo necesario para asegurar que el
niño y sus progenitores creyeran en el sexo asignado.[7]
Hacia 1969, año en que Christopher Dewhurst (profesor de obstetricia y
ginecología en el Queen Charlotte Maternity Hospital y el Chelsea Hospital
for Women de Londres) y Ronald R. Gordon (pediatra y catedrático de salud
infantil en la Universidad de Sheffield) publicaron su tratado The Intersexual
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Disorders, los tratamientos médicos y quirúrgicos de la intersexualidad
habían llegado a un grado de consenso nunca antes alcanzado. Sorprende
poco que este consenso médico cristalizara en una época que asistió a lo que
Betty Friedan ha llamado «la mística femenina», el ideal de posguerra de la
familia suburbana estructurada en torno a unos roles sexuales estrictamente
divididos. Que la gente no acababa de conformarse a este ideal se desprende
del tono casi histérico del libro de Dewhurst y Gordon, un tono que contrasta
vivamente con la ponderación de su precursor Young.
Dewhurst y Gordon abren su libro con una descripción de un recién
nacido intersexual, acompañada de una fotografía en primer plano de sus
genitales. Los autores recurren a la retórica de la tragedia: «Uno sólo puede
intentar imaginar la angustia de los padres. Que un recién nacido tenga una
deformidad… [que afecta] a algo tan fundamental como el sexo mismo de la
criatura… es una tragedia que de inmediato evoca visiones de un inadaptado
psicológico sin esperanza, abocado a llevar una vida de soledad y frustración
como un monstruo sexual». Advierten que éste es el destino que le espera al
bebé si el caso no se trata como es debido, «pero, por fortuna, con un
tratamiento correcto las perspectivas son infinitamente mejores de lo que los
pobres padres —emocionalmente aturdidos por el suceso— o cualquiera que
no tenga un conocimiento especial podría llegar a imaginar». Por suerte para
la criatura, cuyos tiernos genitales se nos invita a examinar íntimamente
(figura 3.1), «el problema fue abordado con prontitud y eficacia por el
pediatra local». Al final nos enteramos de que a los progenitores se les
aseguró que, a pesar de las apariencias, el niño era «en realidad» una niña
cuyos genitales externos se habían masculinizado por unos niveles de
andrógeno inusualmente elevados durante la vida fetal. También se les dijo
que en el futuro podría tener relaciones sexuales normales (tras pasar por el
quirófano para abrir el canal vaginal y acortar el clítoris) y hasta tener hijos.[8]
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FIGURA 3.1: Un bebé XX de seis días con genitales externos masculinizados. (Foto original de Lawson
Wilkins en Young 1961 [figura 23-1, p. 1405]; reimpreso con permiso).
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a «atormentarle». Tras diagnosticar al sujeto como un seudohermafrodita
masculino, abocado a una vida de infelicidad por culpa de una asignación
equivocada de sexo femenino, Dewhurst y Gordon afirman que el caso ilustra
«la clase de tragedia que puede derivarse de un tratamiento incorrecto del
problema».[10] Su libro, por el contrario, pretende aleccionar a sus lectores
(presumiblemente personal médico) sobre cómo gestionar correctamente este
tipo de situaciones.
En la actualidad, a despecho del acuerdo general de que las
intersexualidades de nacimiento deben corregirse de inmediato, la práctica
médica en estos casos varía mucho. No hay estándares nacionales o
internacionales que rijan los tipos de intervención factibles. Muchas escuelas
médicas enseñan los procedimientos específicos discutidos en este libro, pero
los cirujanos toman decisiones individuales basadas en sus propias creencias
y en lo que era la práctica corriente cuando se formaron (que puede o no
concordar con lo que se publica en las revistas médicas más destacadas). Sin
embargo, sea cual sea el tratamiento elegido, los médicos que deciden cómo
manejar la intersexualidad se rigen por, y perpetúan, creencias profundamente
arraigadas sobre las sexualidades masculina y femenina, los roles sexuales, y
el lugar (in)adecuado de la homosexualidad en el desarrollo normal.
Los progenitores
Cuando nace un niño de sexo mixto, alguien (unas veces el cirujano, otras un
endocrinólogo pediátrico, más raramente un consejero de educación sexual)
explica la situación a los padres.[11] Un niño «normal», dicen, nace con un
pene (definido como un falo recorrido longitudinalmente por un conducto
uretral central —a través del cual fluye la orina— que se abre al exterior por
la punta). Este niño también tiene un cromosoma X y un cromosoma Y (XY),
dos testículos alojados en un saco escrotal, y una variedad de conductos, que
en el varón sexualmente maduro transportan espermatozoides y otros
componentes del fluido seminal al mundo exterior (figura 3.2B).
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FIGURA 3.2: A: Anatomía reproductiva femenina. B: Anatomía reproductiva masculina.
(Fuente: Alyce Santoro, para la autora).
Igual de frecuente es que el bebé tenga un clítoris (un falo sin uretra) que,
como el pene, está ricamente irrigado e inervado. En ambos casos la
estimulación física puede provocar una erección y una serie de contracciones
que llamamos orgasmo.[12] En una niña «normal» la uretra se abre cerca de la
vagina, un amplio canal cuya abertura está rodeada por dos juegos de labios
carnosos. El canal vaginal conecta por dentro con el cuello uterino que a su
vez se abre al interior del útero. Unidos a éste hay dos oviductos que, después
de la pubertad, transportan óvulos desde el vecino par de ovarios hasta el
útero (figura 3.2A), Si el bebe también tiene dos cromosomas X (XX),
entonces decimos que es de sexo femenino.
Los médicos también explicarán a los progenitores que los embriones
masculinos y femeninos se desarrollan de manera progresivamente divergente
a partir de un mismo punto de partida (figura 3.3), La gónada embrionaria
opta al principio del desarrollo por la vía masculina o la femenina, y más
tarde el falo se desarrolla en un pene o se queda en un clítoris. Similarmente,
los lóbulos urogenitales embrionarios o bien permanecen abiertos para
convertirse en labios vaginales o se funden para formar un escroto. Por
último, todos los embriones contienen estructuras destinadas a convertirse en
el útero y las trompas de Falopio, y otras con el potencial de transformarse en
los epidídimos y vasos deferentes (estructuras tubulares implicadas en el
transporte de esperma desde los testículos hasta el exterior del cuerpo).
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Cuando el embrión opta por una u otra vía, las estructuras apropiadas se
desarrollan y el resto degenera.
FIGURA 3.3: El desarrollo de los genitales externos desde la fase embrionaria hasta el nacimiento.
(Fuente: redibujado por Alyce Santoro de Moore 1997, p. 241, con permiso de W. B. Saunders).
Hasta aquí muy bien. Los médicos no han hecho más que explicar algunos
hechos básicos de la embriología. La trampa está en lo que dicen cuando el
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desarrollo no procede por la vía clásica. Los médicos suelen informar a los
progenitores de que la criatura tiene un «defecto de nacimiento», y que
tardarán un poco en saber si es niño o niña.[13] Les aseguran que pueden
identificar el sexo «verdadero» que se esconde bajo la confusión superficial y
que, una vez lo hagan, sus tratamientos quirúrgicos y hormonales pueden
llevar a término la intención de la naturaleza.[14]
Los médicos de hoy todavía aplican las categorías decimonónicas de
hermafroditas «verdaderos» y «seudohermafroditas».[15] Puesto que la
mayoría de intersexuales encaja en la segunda categoría, los médicos piensan
que un bebé intersexual es «en realidad» un niño o una niña. Money y otros
especialistas formados en este enfoque, prohíben pronunciar la palabra
hermafrodita en la conversación con los progenitores, y para evitarla emplean
una jerga más técnica, como «anomalía de los cromosomas sexuales»,
«anomalía gonadal» o «anomalía de los órganos externos»,[16] con lo que se
comunica que los intersexos son inusuales en algún aspecto de su fisiología, y
no que constituyen una categoría sexual aparte, ni masculina ni femenina.
Los tipos de intersexualidad más corrientes son la hiperplasia
adrenocortical congénita, el síndrome de insensibilidad androgénica, la
disgénesis gonadal, el hipospadias y las composiciones cromosómicas
inusuales como XXY (síndrome de Klinefelter) o XO (síndrome de Turner)
(véase la tabla 3.1). El llamado hermafroditismo verdadero combina ovarios y
testículos. A veces un individuo tiene un lado masculino y un lado femenino.
En otros casos el ovario y el testículo se desarrollan juntos en un mismo
órgano, formando lo que los biólogos llaman un ovotestículo.[17] No es
infrecuente que al menos una de las gónadas (más a menudo el ovario)[18]
funcione lo bastante bien para producir óvulos o espermatozoides y niveles
funcionales de las llamadas hormonas sexuales (andrógenos o estrógenos), En
teoría no es imposible que un hermafrodita pudiera ser capaz de gestar y dar a
luz hijos propios, aunque no hay ningún caso documentado. En la práctica, los
genitales externos y conductos acompañantes están tan entremezclados que la
única manera de comprobar qué partes están presentes y cuál está conectada
con cuál es la cirugía exploratoria.[19]
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NOMBRE CAUSA RASGOS CLÍNICOS BÁSICOS
Disfunción
En los bebés XX causa una masculinización genital de leve a
hereditaria de una o
Hiperplasia severa, que puede ser de nacimiento o posterior. Si no se trata,
más de seis enzimas
adrenocortical puede causar masculinización en la pubertad. Algunas formas
implicadas en la
congenita afectan drásticamente al metabolismo salino y ponen en
síntesis de hormonas
peligro la vida si no se tratan con cortisona
esteroides
Bebés XY con genitales muy feminizados. El cuerpo es
Síndrome de Cambio hereditario
«ciego» a la presencia de testosterona, ya que las células no
insensibilidad del receptor para la
pueden captarla y usarla para dirigir el desarrollo por la vía
a los testosterona en la
masculina. En la pubertad estos intersexos desarrollan mamas
andrógenos superficie celular
y una silueta femenina.
Diversas causas, no Se refiere a individuos (la mayoría XY) cuyas gónadas no se
Disgénesis
todas genéticas; un desarrollan adecuadamente. Los rasgos clínicos son
gonadal
cajón de sastre heterogéneos.
Diversas causas, que La uretra no se abre al exterior por la punta del pene. En las
incluyen alteraciones formas leves la abertura está justo debajo del glande, en las
Hipospadias
del metabolismo de la formas moderadas está en el tronco del pene, y en las severas
testosterona[a] en la base.
Mujeres en cuyo Una forma de disgénesis gonadal en mujeres. Los ovarios no se
Síndrome genotipo falta el desarrollan; la estatura es baja; los caracteres sexuales
de Turner segundo cromosoma secundarios están ausentes. El tratamiento incluye estrógeno y
x (xo)[b] hormona del crecimiento.
Varones con un Una forma de disgénesis gonadal esterilizante, a menudo
Síndrome de
cromosoma X de más acompañada de crecimiento mamario en la pubertad. El
Klinefelter
(XXY)[c] tratamiento incluye la administración de testosterona.
Los padres de niños intersexuales suelen preguntar con qué frecuencia nacen
hijos como el suyo y si existe alguna asociación de padres que tengan el
mismo problema con la que puedan contactar. Dado que los médicos
acostumbran a clasificar los intersexos como casos urgentes, y la
investigación sobre el tema es escasa, no suelen estar enterados de los
recursos disponibles, y a menudo se limitan a decir a los padres que la
condición es extremadamente rara, por lo que no encontrarán a otros en
circunstancias similares. Ambas respuestas están lejos de la verdad. Volveré a
la cuestión de los grupos de apoyo a los intersexuales y sus progenitores en el
próximo capítulo. Aquí me ocuparé de la cuestión de la frecuencia.
¿Cuán a menudo nacen bebés intersexuales? Junto con un grupo de
estudiantes de la Universidad Brown, rastreamos la literatura médica en busca
de estimaciones de la frecuencia de diversas formas de intersexualidad.[20]
Para unas pocas categorías, usualmente las más raras, la evidencia era
anecdótica, pero para el resto había estadísticas. La cifra que dimos al final
(un 1,7 por ciento de todos los nacimientos; véase la tabla 3.2) debe tornarse
sólo como un orden de magnitud y no como una estimación precisa.[21]
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TABLA 3.2: Frecuencias de diversos casos de desarrollo sexual no dimórfico
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FRECUENCIA ESTIMADA /
CAUSA
NACIMIENTOS
No XX o no XY (salvo síndromes
0,0639
de Turner o Klinefelter)
Síndromes de Turner 0,0369
Síndrome de Klinefelter 0,0922
Síndrome de insensibilidad a los andrógenos 0,0076
Insensibilidad parcial a los andrógenos 0,00076
Hiperplasia adrenocortical congénita clásica
0,00779
(sin contar poblaciones de muy alta frecuencia)
Hiperplasia adrenocortical congénita tardía 1,5
Agénesis vaginal 0,0169
Hermafroditas verdaderos 0,0012
Idiopáticos 0,0009
TOTAL 1,728
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mucho. Estos genes alterados dan síntomas en 3/1000 italianos, mientras que
entre los judíos asquenazíes la proporción asciende a 37/1000.[23]
Además, la incidencia de la intersexualidad podría estar aumentando. Ya
hay un caso documentado de un recién nacido con un ovario y testículos, cuya
madre lo concibió por fecundación in vitro. Parece ser que, de tres embriones
implantados en el útero, dos, uno XX y otro XY, se fusionaron. Salvo por el
ovario, el feto resultante, formado a partir de la fusión de un embrión
masculino y otro femenino, se desarrolló en un niño normal y sano.[24]
También preocupa que la presencia de contaminantes medioambientales que
imitan los estrógenos estén comenzado a causar un extendido incremento de
la incidencia de formas de intersexualidad como el hipospadias.[25]
Pero si nuestra tecnología ha contribuido a modificar nuestra constitución
sexual, también ha proporcionado las herramientas para negar tales cambios.
Hasta hace muy poco, el espectro de la intersexualidad nos ha movido a
corregir los cuerpos de sexo indeterminado. En vez de forzarnos a admitir la
naturaleza social de nuestras ideas sobre la diferencia sexual, nuestras cada
vez más sofisticadas técnicas médicas nos han permitido, al convertir tales
cuerpos en masculinos o femeninos, insistir en que la gente es, por naturaleza,
o varón o mujer, con independencia de que los nacimientos intersexuales sean
notablemente frecuentes y puedan estar aumentando. Las paradojas inherentes
a este modo de pensar, sin embargo, continúan flotando sobre la medicina
convencional aflorando una y otra vez tanto en los debates académicos como
en el activismo político sobre las identidades sexuales.
La «reparación» de la intersexualidad
El arreglo prenatal
Para producir niños de género normal, algunos científicos han vuelto la vista
hacia la terapia prenatal. La biotecnología ya ha cambiado el género humano.
Por ejemplo, hemos recurrido a la amniocentesis y al aborto selectivo para
reducir la frecuencia del síndrome de Down, y en algunas partes del mundo
incluso hemos alterado la proporción de sexos mediante el aborto selectivo de
los fetos femeninos,[26] y ahora tanto el sonograma como el examen
amniótico de las mujeres embarazadas pueden detectar indicios del género del
bebé, además de una amplia variedad de anomalías del desarrollo.[27] La
mayoría de intersexualidades no puede tratarse antes del nacimiento, pero una
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de las formas más frecuentes —la hiperplasia adrenoeortical congénita— sí
admite la intervención prenatal. ¿Es deseable esto? ¿Cómo podría la
eliminación de una causa principal de ambigüedad genital afectar a nuestra
comprensión de «lo que califica un cuerpo de por vida dentro del dominio de
la inteligibilidad cultural»?[28]
Los genes causantes de la hiperplasia adrenoeortical congénita están bien
caracterizados, y ahora hay varios modos de detectar su presencia en el
embrión.[29] Una mujer que sospeche que puede estar gestando un bebé con
hiperplasia adrenoeortical congénita (si ella o algún familiar son portadores
de alguno de los genes responsables) puede someterse a tratamiento y luego a
examen. Lo pongo en este orden porque, para prevenir la masculinización de
los genitales femeninos, el tratamiento (con un esteroide llamado
dexametasona) debe comenzar a las cuatro semanas de gestación.[30] Los
primeros métodos diagnósticos, sin embargo, no pueden aplicarse hasta la
novena semana.[31] Por cada ocho fetos XX así tratados, sólo uno nacerá con
genitales masculinizados.[32] Si el feto resulta ser de sexo masculino (a los
médicos no les preocupa la masculinización de los fetos XY, porque, por lo
visto, nunca se puede ser demasiado masculino)[33] o no está afectado de
hiperplasia adrenocortical congénita, el tratamiento puede interrumpirse.[34]
Pero si el feto es XX y está afectado, el tratamiento con dexarnetasona se
continúa durante todo el embarazo.[35]
Puede parecer una buena idea, pero hay pocos datos que la sustenten. Un
estudio comparaba siete niñas hiperplásicas (nacidas con genitales
masculinizados) con sus hermanas tratadas prenatalmente. Estas últimas
nacieron con genitales completamente femeninos o sólo levemente
masculinizados en comparación con sus hermanas.[36] Otro estudio de cinco
niñas hiperplásicas informaba de un desarrollo genital considerablemente
normalizado.[37] En medicina, sin embargo, todo tiene un precio. Las pruebas
diagnósticas[38] pueden provocar abortos en un 1 o 2 por ciento de los casos, y
el tratamiento tiene efectos secundarios tanto para la madre (retención de
fluidos, ganancia excesiva de peso, hipertensión y diabetes, estrías
abdominales marcadas y permanentes, vello facial y emotividad acrecentada)
como para el bebé. «El efecto sobre el “metabolismo” fetal no se conoce»,[39]
pero un estudio reciente ha indicado efectos negativos tales como un retardo
del crecimiento y del desarrollo psicomotor. Otro grupo de investigación ha
encontrado que el tratamiento prenatal con dexamerasona puede causar una
variedad de problemas comportamentales, como una mayor timidez, menos
sociabilidad y mayor emotividad.[40]
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Muchos especialistas todavía no recomiendan este tratamiento porque «la
seguridad de esta terapia experimental no ha quedado establecida en pruebas
rigurosamente controladas».[41] Por otro lado, la diagnosis prenatal permite a
los médicos reconocer las alteraciones metabólicas y comenzar el tratamiento
desde el nacimiento. El tratamiento precoz y continuado puede prevenir
posibles crisis metabólicas por pérdida de sales (potencialmente mortales) y
otros problemas, como la detención prematura del crecimiento y el
adelantamiento extremo de la pubertad. También beneficia a los niños XY
con hiperplasia adrenocortical congénita, que (aunque, obviamente, no tienen
problemas con sus genitales) padecen los mismos desarreglos metabólicos.
Por último, el tratamiento hormonal precoz permite eliminar o minimizar la
cirugía genital.
La aceptación de la terapia prenatal por los padres no es unánime. En un
estudio de 176 embarazos, 101 parejas de progenitores aceptaron el
tratamiento prenatal después de evaluar los pros y contras, y 75 lo rechazaron.
De estas 75, quince tenían fetos con hiperplasia adrenocortical congénita,
siete XY y ocho XX, y tres de estas ocho madres optaron por abortar.[42] En
otro estudio, los investigadores encuestaron a 38 madres para evaluar su
actitud hacia el tratamiento. Aunque todas habían padecido efectos
secundarios graves y se mostraron preocupadas por las posibles secuelas a
corto y largo plazo de la dexametasona sobre sus bebés y sobre ellas mismas,
todas declararon que volverían a pasar por ello para evitar tener una hija con
genitales masculinos.[43]
La diagnosis prenatal parece justificarse porque permite que médicos y
progenitores se preparen para el nacimiento de una criatura cuyos problemas
médicos crónicos demandarán un tratamiento hormonal precoz. Otra cosa es
la terapia prenatal. Dicho lisa y llanamente: ¿merece la pena aplicar siete
tratamientos innecesarios, con sus efectos secundarios concomitantes, para
tener una niña virilizada menos? Si pensamos que la virilización requiere una
reconstrucción quirúrgica general a fin de evitar futuros daños psicológicos, la
respuesta probable será que sí.[44] En cambio, si pensamos que muchas de
estas operaciones son innecesarias, entonces la respuesta muy bien podría ser
negativa. Quizá pueda llegarse a un compromiso. Si se pudieran minimizar
los efectos secundarios del tratamiento limitándolo a la fase inicial del
desarrollo genital, esto probablemente aliviaría los problemas genitales más
graves, como la fusión de los labios vulvares, pero quizá no frenaría el
agrandamiento del clítoris. La separación de los labios fusionados y la
reconstrucción del seno urogenital son operaciones quirúrgicas complejas y
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no siempre exitosas, aunque esenciales para que la afectada pueda tener hijos.
Así pues, y si lo demás no cambia, parece que lo mejor sería evitar la cirugía.
Como argumento en lo que queda de capítulo y en el siguiente, sin embargo,
reducir un clítoris hipertrofiado simplemente no es necesario.
El arreglo quirúrgico
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asignación de género a los individuos de genotipo masculino se basa en su
anatomía, principalmente el tamaño del falo».[46]
Los médicos insisten en dos evaluaciones funcionales de la adecuación
del tamaño fálico. Los niños deberían ser capaces de orinar de pie para
«sentirse normales» frente a sus iguales, mientras que los adultos necesitan un
pene lo bastante grande para la penetración vaginal en el acto sexual.[47]
¿Cuán grande debe ser el órgano para cumplir estas funciones centrales y así
satisfacer la definición de pene? En un estudio de 100 niños recién nacidos, la
longitud del pene variaba de 2,9 cm a 4,15 cm.[48] Para Donahoe y
colaboradores, un falo de 2 cm es preocupante, mientras que por debajo de
1,5 cm de longitud y 0,7 de grosor debe optarse por una reasignación de
género.[49]
De hecho, los médicos no están seguros de qué debe contar como un pene
normal. Por ejemplo, en un pene «ideal» la uretra se abre por la punta del
glande. Las aberturas subapicales suelen contemplarse como una patología,
cuya denominación médica es hipospadias. En un estudio reciente, sin
embargo, un grupo de urólogos examinó la localización de la abertura uretral
en 500 varones hospitalizados por otros problemas. Resultó que, en relación
al pene ideal, sólo el 55 por ciento de los varones de la muestra era normal.[50]
El resto exhibía hipospadias leve, en grado variable. Muchos ni se habían
enterado de que toda su vida habían estado orinando por un agujero desviado.
Los autores de este estudio concluyen:
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masculino no es lo que el órgano sexual hace para el cuerpo al que está unido,
sino lo que hace en interacción con otros cuerpos.[53] Lo cierto es que nuestras
ideas sobre la longitud mínima del pene de un bebé son bastante arbitrarias.
Quizá sin pretenderlo, Donahoe ha evidenciado la naturaleza social del
proceso de decisión al comentar que «el tamaño del falo al nacer no se ha
correlacionado de manera fiable con su tamaño y función en la pubertad».[54]
Así, los médicos pueden decidir eliminar un pene a su juicio demasiado
pequeño y crear una niña, aunque ese pene pudiera haber alcanzado el tamaño
«normal» en la pubertad.[55]
Así pues, en la decisión de si un bebé es niño o niña intervienen
definiciones sociales de los componentes esenciales del género. Estas
definiciones, como observa la psicóloga social Suzanne Kessler en su libro
Lessons from the Intersexed, son principalmente culturales, no biológicas.[56]
Considérense, por ejemplo, los problemas creados por la introducción de los
enfoques médicos europeos y norteamericanos en culturas con sistemas de
género diferentes. Un grupo de médicos de Arabia Saudí informó
recientemente de varios casos de intersexos XX con hiperplasia
adrenocortical congénita, una disfunción hereditaria de las enzimas que
catalizan la síntesis de hormonas esteroides. A pesar de tener dos
cromosomas X, algunos de estos intersexos nacen con unos genitales externos
tan masculinizados que se les toma inicialmente por niños. En Estados Unidos
y Europa estos bebés suelen criarse como niñas, porque pueden ser madres
una vez corregida la masculinización genital. Los médicos saudíes formados
en la tradición europea recomendaban esta solución a los padres con este
problema. En algunos casos, sin embargo, los progenitores rechazaron la
propuesta de que su «hijo» se convirtiera en una hija. «La resistencia a la
educación femenina tenía una base social… Era esencialmente una expresión
de las actitudes de las comunidades locales… en particular la preferencia por
los hijos sobre las hijas».[57]
Si etiquetar a los intersexos como niños está estrechamente ligado a las
concepciones culturales de la masculinidad y la funcionalidad del pene,
etiquetarlos como niñas es un proceso aún más imbuido de las definiciones
sociales del género. La hiperplasia adrenocortical congénita es una de las
causas más comunes de intersexualidad en las personas de genotipo XX.
Como ya hemos visto, estas personas pueden ser madres en la edad adulta.
Los médicos suelen regirse por la regla de Donahoe, que prioriza la
preservación de la capacidad reproductiva, aunque Kessler ha informado del
caso de un cirujano que decidió reasignar el sexo de un bebé de genotipo
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femenino en vez de eliminar un pene bien formado.[58] No obstante, en la
asignación de sexo masculino predomina la regla del tamaño. Una razón es
puramente técnica. Los cirujanos han tenido un éxito bastante discreto a la
hora de construir el pene grande y firme que requiere la virilidad. Crear un
chico es difícil. En cambio, crear una chica es mucho más fácil. No hace falta
construir nada: sólo hay que sustraer el exceso de masculinidad. Como dijo un
cirujano bien conocido en este campo: «Puedes hacer un agujero, pero no
puedes construir un poste».[59]
FIGURA 3.4: Falométrica. Los números de la escala indican centímetros. (Fuente: Alyce Santoro, para la
autora).
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normal del clítoris al nacer varía entre 0,2 cm y 0,85 cm.[62] En una entrevista
de 1994, un eminente cirujano especialista en reasignación de sexo parecía
desconocer la existencia de esta información. También declaró que estas
mediciones le parecían irrelevantes porque, en el caso femenino, la
«apariencia general» cuenta más que el tamaño.[63] A despecho de las
estadísticas médicas publicadas que evidencian un amplio rango de tamaños
clitorídeos al nacer, a menudo los médicos se basan sólo en su impresión
personal para decidir cuándo un clítoris es «demasiado grande» para una niña
y debe reducirse, aun en los casos en que el bebé no es intersexual en ningún
sentido.[64] Así pues, las ideas de los médicos sobre el tamaño y el aspecto
apropiados de los genitales femeninos llevan a una cirugía genital innecesaria
y sexual mente dañina.[65]
FIGURA 3.5: Eliminación del clítoris (clitorectomía). (Fuente: Alyce Santoro, para la autora).
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de asignar tales infantes al género femenino, sus ideas sobre la sexualidad
femenina y, en consecuencia, su concepto del tratamiento quirúrgico
apropiado de la intersexualidad femenina, han cambiado radicalmente (véase
la tabla 3.3). En los años cincuenta, cuando se pensaba que el orgasmo
femenino era vaginal y no clitorídeo, los cirujanos practicaban
clitoridectomías completas sin ningún reparo (el procedimiento se ilustra en la
figura 3.5)[66].
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INFORMES AÑOS DE N.º TOTAL DE
TIPO DE CIRUGÍA
PUBLICADOS PUBLICACIÓN PACIENTES
Clitoridectomía 7 1955-1974 124
Reducción del clítoris 8 1961-1993 51
Recesión del clítoris 7 1974-1992 92
Informes comparativos 2 1974, 1982 93[a]
Fuente: Extraído de datos publicados en Rosenwald et al. 1958; Money 1961; Randolf y Hung 1970,
Randolf et al. 1981; Donahoe y Hendren 1984; Hampson 1955; Hampson y Money 1955; Gross et al.
1966; Latrimer 1961; Mininberg 1982; Rajfer et al. 1982; van der Kamp et al. 1992; Ehrhardt et al.
1968; Allen et al. 1982; Azziz et al. 1986; Newman et al. 1992b; Mulaikal et al. 1987; Kumar et al.
1974; Hendren y Crawford 1969.
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FIGURA 3.6: Reducción del clítoris. (Fuente: Alyce Santoro, para la autora).
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FIGURA 3.7: Ocultación del clítoris (recesión). (Fuente: Alyce Santoro, para la autora).
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sobre el hipospadias no es concluyente. Cada año se publican decenas de
artículos que describen nuevas técnicas quirúrgicas, cada una supuestamente
mejor que las anteriores».[71] Muchos de estos informes se centran en técnicas
especiales para lo que los cirujanos llaman «operaciones secundarias" (esto
es, una cirugía destinada a reparar operaciones previas fallidas).[72] Hay
muchas razones para esta proliferación de artículos sobre el hipospadias. La
condición es altamente variable, de ahí que admira tratamientos muy diversos.
Pero una revisión de la literatura también sugiere que a los cirujanos les
complace especialmente introducir técnicas innovadoras de reparación
genital. Hasta los profesionales de la medicina se han percatado de esta
obsesión por la reconstrucción del pene. Como ha escrito un eminente
urólogo, inventor de una técnica que lleva su nombre: «Cada especialista en
hipospadias tiene sus feriches».[73]
El arreglo psicológico
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lenguaje. Los manuales médicos y artículos de investigación originales casi
unánimemente recomiendan que padres e hijos no reciban una explicación
completa de la condición sexual del infante. En vez de decir que es una
combinación de masculino y femenino, los médicos aducen que el intersexo
es claramente varón o mujer, pero que el desarrollo embrionario no se ha
completado. Un médico escribió: «Deberíamos esforzarnos al máximo en
desterrar la idea de que el niño es en parte varón y en parte mujer… A
menudo es mejor explicar que “las gónadas estaban incompletamente
desarrolladas… y por lo tanto había que eliminarlas”. Deberíamos hacer todo
lo que podamos para desterrar cualquier sentimiento de ambigüedad sexual».
[76]
Una publicación médica reciente advierte de que al aconsejar a los
progenitores de niños intersexuales hay que «evitar añadir información
confusa o contradictoria a la incertidumbre de los padres… Si los genitales
externos del niño son dudosos, a los padres sólo hay que decirles que se
investigará la causa».[77] Este grupo de médicos y psicólogos holandeses
suele tratar con niños afectos de insensibilidad androgénica (véase la tabla
3.1). Estos niños tienen un genotipo XY y testículos funcionales, pero sus
células no responden a la testosterona, por lo que no sólo no desarrollan los
caracteres sexuales secundarios masculinos, sino que, al llegar a la pubertad, a
menudo responden al estrógeno producido por sus propios testículos y
adquieren una voluptuosa figura femenina. Suelen ser criados como mujeres,
tanto por su aspecto como porque la experiencia pasada indica que estas
personas adquieren una identidad de género femenina. A menudo se les
extirpan los testículos, pero los investigadores holandeses advierten que
«hablamos sólo de gónadas, no de testículos. Si la gónada contiene tejido
ovárico y testicular, decimos que no se ha desarrollado del todo en la
dirección femenina».[78]
Otros médicos son conscientes de que deben tener en cuenta el
conocimiento y la curiosidad de sus pacientes. Como escribe un grupo de
investigadores, «el test de la cromatina puede hacerse en los cursos de
biología de secundaria, y el tratamiento mediático de la medicina sexual es
cada vez más detallado, por lo que es una temeridad asumir que a un
adolescente se le puede escatimar el conocimiento sobre su condición ganad
al o cromosómica». Pero estos autores también sugieren que a un intersexo
XY criado como niña nunca se le diga que nació con unos testículos que se
eliminaron, y subrayan que la comprensión científica matizada del sexo
anatómico es incompatible con la necesidad del paciente de una identidad
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bien definida. Por ejemplo, un intersexo reconvertido en niña debería ver
cualquier tratamiento quirúrgico al que se haya sometido no como una
operación que lo transformó en chica, sino como una eliminación de partes
que no se correspondían con su sexo. «Por convención, la gónada se consigna
como testículo», escriben los mismos autores, «pero en la formulación del
paciente lo mejor es que se contemple como un órgano imperfecto…
inadecuado para una vida como mujer y, por ende, eliminable».[79]
Otros opinan que incluso esta apertura limitada es contraproducente. Un
cirujano sugiere que «las explicaciones pato-fisiológicas detalladas son
inapropiadas, y la honestidad médica a cualquier precio no es beneficiosa para
el paciente. Por ejemplo, no se gana nada diciendo a los varones genéticos
criados como mujeres que sus gónadas o sus cromosomas son masculinos».
[80] Esta insistencia de los médicos en reservarse la información y sus propias
decisiones sobre los cuerpos de los pacientes revela sin quererlo sus temores
de que la divulgación de los hechos sobre los cuerpos intersexuales amenace
la adhesión de los individuos (y, por extensión, de la sociedad) a un modelo
estrictamente masculino-femenino. No digo que exista una conspiración de
silencio, sino que los médicos están cegados por su propia convicción de que
todo el mundo es o varón o mujer, lo que les impide ver la ligadura lógica.
Silenciar la verdad en interés de la salud psicológica, sin embargo, puede
ser contrario a la práctica médica sensata. Considérese la controversia sobre la
castración temprana de los niños afectos de insensibilidad androgénica. La
razón usual es que los testículos pueden volverse cancerosos. No obstante, la
tasa de cáncer testicular en estos pacientes sólo aumenta significativamente
después de la pubertad. Además, aunque su cuerpo no responda a los
andrógenos, sí puede responder y responde a los estrógenos producidos por
los testículos. La feminización natural podría muy bien ser preferible a la
inducida artificialmente, en particular por el peligro de una futura
osteoporosis. ¿Por qué los médicos no retrasan la extirpación de los testículos
hasta justo después de la pubertad, entonces? Una razón es que en tal caso
seguramente tendrían que contarle más al paciente sobre su condición, algo
que son extremadamente reacios a hacer.[81]
Kessler describe un caso así. A una de estas personas se le extirparon los
testículos cuando era demasiado joven para recordar o comprender la
importancia de los cambios en su anatomía. Ya adolescente, los médicos le
explicaron que necesitaría tomar estrógenos por un tiempo, y que de niña le
habían quitado sus ovarios porque no eran normales. Seguramente con
intención de convencerla de que su feminidad era auténtica a pesar de su
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incapacidad para ser madre, uno de los médicos que la trataron le dijo que su
útero estaba atrofiado, pero que siempre podría adoptar niños. Otro miembro
del mismo equipo médico aprobó la explicación de su colega: «Le está
diciendo la verdad, porque si no se hace así… luego vienen los problemas».
Ahora bien, como señala Kessler, puesto que la joven nunca tuvo útero ni
ovarios, ésta era una curiosa versión de «la verdad».[82]
En los últimos años los pacientes han tenido mucho que decir sobre tales
medias verdades, o mentiras absolutas, y en el próximo capítulo consideraré
sus opiniones. Por ahora, pasemos de los protocolos terapéuticos encaminados
a mantener la intersexualidad dentro de los límites de un sistema de dos
géneros a los estudios experimentales sobre los intersexos humanos. En la
larga tradición establecida por Saint-Hilaire, estas investigaciones se valen de
la intersexualidad para extraer conclusiones sobre el desarrollo «normal» de
la masculinidad y la feminidad.
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universal, del desarrollo psicosexual? Money creía que sí, y para demostrarlo
esgrimió el caso de un niño no ambiguo llamado John, quien había perdido su
pene a los siete meses de edad tras una circuncisión fallida. Basándose en su
experiencia con intersexos, Money aconsejó que el accidentado fuera criado
como niña tras remodelársele quirúrgicamente para adecuar su cuerpo a su
nueva condición. Un elemento trascendental de este caso era que,
excepcionalmente, existía un control: Joan (como se le rebautizó) tenía un
hermano gemelo. Money esperaba que este caso zanjaría el debate sobre la
importancia del sexo inculcado. Si Joan adquiría una identidad de género
femenina, mientras que su hermano genéticamente idéntico continuaba por la
senda de la masculinidad adulta, entonces quedaría claro que las fuerzas del
entorno se imponían a la constitución genética.
Al final la familia aceptó el cambio de sexo del bebé, y poco antes de sus
dos primeros años de vida se le castró y feminizó quirúrgicamente. Money se
complacía sobremanera en citar el testimonio de la madre de Joan, según el
cual a la niña le disgustaba la suciedad y le encantaban los vestidos y «tener el
pelo arreglado».[84] Money concluyó que su caso demostraba que «las pautas
de crianza dimórficas tienen una influencia extraordinaria en la conformación
de la diferenciación psicosexual infantil, cuyo resultado último es una
identidad de género femenina o masculina». En un momento de particular
entusiasmo, escribió: «Recurriendo a la alegoría de Pigmalión, uno puede
modelar un dios o una diosa a partir de la misma arcilla».[85]
La explicación de Money del desarrollo psicosexual enseguida se granjeó
adhesiones como la más progresista, liberal y moderna.[86] Pero no todos la
suscribían. En 1965, Milton Diamond, por entonces un joven que acababa de
doctorarse, decidió desafiar a Money y los Hampson. Lo hizo a instancia y
con el respaldo de mentores que procedían de una tradición bien diferente en
el campo de la psicología.[87] Los consejeros científicos de Diamond
proponían un nuevo paradigma para el desarrollo del comportamiento sexual,
en el que las hormonas, y no el entorno, eran el factor decisivo.[88] En una
rase temprana del desarrollo, estos mensajeros químicos intervenían
directamente en la organización del cerebro; hormonas producidas en la
pubertad podían activar el cerebro hormonalmente organizado para generar
conductas ligadas al sexo tales como el apareamiento y la maternidad.[89]
Aunque estas teorías se basaban en estudios con roedores, Diamond se inspiró
en ellas para atacar la obra de Money.[90]
Diamond alegaba que, en esencia, Money y sus colaboradores estaban
sugiriendo que los seres humanos son sexualmente neutros al nacer, y
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cuestionó esta interpretación con el argumento de que «los mismos datos
pueden no ser inconsistentes con la idea más clásica de una sexualidad
inherente ya fijada al nacer». Diamond admitía que Money y sus
colaboradores habían mostrado que «para los individuos hermafroditas… es
posible asumir roles sexuales opuestos a su sexo genético, morfológico, etc.».
Pero discrepaba de sus conclusiones generales, aduciendo que «asumir que un
rol sexual es exclusivamente, o siquiera principalmente, un engaño fomentado
por la cultura», en vez del resultado de «tabúes y mecanismos de defensa
potentes superpuestos a una prepotencia biológica u organización y
potenciación prenatal, parece injustificado y, a partir de los presentes datos,
sin fundamento».[91] En otras palabras, Diamond argumentaba que, aun en el
caso de que Money y sus colaboradores estuvieran interpretando
correctamente el desarrollo intersexual, su trabajo no arrojaba luz sobre los
que él llamaba «normales».[92]
Diamond también señaló que el caso de John/Joan era el único ejemplo de
desarrollo prenatal «normal» en el que la crianza se había impuesto a la
biología. En oposición a la teoría de la neutralidad del género y el moldeado
ambiental de la identidad masculina o femenina,[93] Diamond propugnaba su
propio modelo de «predisposición psicosexual». La idea era que los
embriones masculinos y femeninos se solapan parcialmente al principio, y
tienen un potencial relativamente amplio de desarrollo psicosexual. Pero, a
medida que progresa el desarrollo pre y posnatal, entran en juego
«restricciones culturales y biológicas que encauzan la capacidad total por
canales aceptables»[94] (figura 3.8).
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FIGURA 3.8: Modelos de desarrollo psicosexual. (Adaptado de Diamond 1965. Fuente: Alyce Santoro,
para la autora).
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psicológico de cambiarlo, si no es a muy corta edad, no son congruentes con
otros datos similares encontrados en la literatura médica».[96]
Money estaba furioso. Publicó una réplica en la revista Psychosomatic
Medicine, donde despotricaba contra Zuger en estos términos: «Lo que
realmente me preocupa, incluso me aterra, del artículo del doctor Zuger no es
sólo una cuestión de teoría…, sino que médicos y cirujanos inexpertos y/o
dogmáticos lo esgriman como justificación para imponer una reasignación de
sexo errónea… omitiendo por irrelevante una evaluación psicológica, para
ruina de la vida del paciente».[97] En su libro de 1972 con Anke Ehrhardt,
Money atacaba de nuevo: «Parece, pues, que los prejuicios de los médicos
sesgan la estadística actual de reasignación de sexo a favor del cambio de
chica a chico, y en hermafroditas masculinos en vez de femeninos. Insistir en
este punto no sería necesario si no fuera porque algunos autores siguen sin
entenderlo».[98]
Pero Diamond acosó a Money con una determinación digna del inspector
Javert en Los miserables. A lo largo de los años sesenta y setenta publicó al
menos otros cinco artículos contestando las ideas de Money. En una
publicación de 1982, escribía que los textos de psicología y estudios de la
mujer habían exhibido a John/Joan «para respaldar la aserción de que los
roles y la identidad sexuales son básicamente aprendidos». Hasta la revista
Time estaba propagando la doctrina construccionista de Money. Pero
Diamond insistía en su «teoría de interacción biosocial», según la cual «la
naturaleza impone límites a la identidad sexual y la preferencia de pareja, y es
dentro de estos límites donde las fuerzas sociales interactúan y se formulan
los roles sexuales».[99] (Nótese que en 1982 los términos del debate habían
cambiado. Diamond hablaba ahora de identidad sexual y no de identidad de
género, y se había introducido un nuevo concepto, la preferencia de pareja, al
que volveré más adelante a propósito de los orígenes de la homosexualidad).
Diamond no escribió este artículo sólo para incordiar. Tenía noticias
sensacionales. En 1980, la BBC realizó un documental sobre el caso
John/Joan. La intención inicial de los productores era presentar una
semblanza de Money y su pensamiento, con Diamond como contrapunto
crítico. Pero cuando los periodistas de la BBC comenzaron a preparar el
documental en 1976, comprobaron que algo no marchaba bien con Joan
(quien por entonces ya había cumplido los trece años): tenía ademanes
masculinos, envidiaba la vida de los chicos, quería aprender mecánica del
automóvil, y orinaba de pie. Los psiquiatras que la atendían pensaban que
estaba teniendo «considerables dificultades para adaptarse a su condición
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femenina», y comenzaban a dudar de que lo consiguiera. Cuando los
periodistas recabaron la opinión de Money sobre el resultado de su
«experimento», rehusó seguir hablando del asunto, así que finalmente el
reportaje presentó la constatación del descontento de Joan por los psiquiatras,
sin la intervención de Money. Diamond se enteró de todo esto por el equipo
de producción de la BBC, pero el documental no se emitió en Estados Unidos.
En un intento de sacar los hechos a la luz en Norteamérica, Diamond publicó
en 1982 una reseña del documental con la esperanza de desacreditar la teoría
de Money de una vez por todas.[100]
El artículo no tuvo la repercusión que Diamond hubiera querido. Pero no
abandonó. Puso anuncios en la American Psychiatric Association Journal
para contactar con alguno de los psiquiatras que se ocuparon de Joan y pedirle
colaboración para airear la verdad. Finalmente obtuvo respuesta de Keith
Sigmundson, no sin que éste dejara pasar unos cuantos años antes de decidirse
a dar el paso porque, como declaró él mismo, «estaba cagado de miedo… no
sabía lo que haría John Money con mi carrera».[101] Lo que Sigmundson
contó a Diamond superaba todas sus expectativas: en 1980, Joan había vuelto
a pasar por el quirófano para desprenderse de sus pechos y, más tarde, dotarse
de un pene reconstruido, después de lo cual se había casado con una madre
soltera con la que había formado una familia. Por fin, Diamond y Sigmundson
fueron noticia de portada cuando desvelaron los detalles silenciados del caso
de John/Joan, a quien ahora llamaban Joan/John.[102]
Diamond y Sigmundson esgrimieron el fracaso de la reconversión sexual
de John para poner en tela de juicio dos ideas básicas: que los individuos son
psicosexualmente neutros al nacer, y que el desarrollo psicosexual sano está
íntimamente ligado a la apariencia de los genitales. Apoyándose en la
poderosa historia de John/Joan/John, incluido el testimonio materno de su
persistente y rebelde rechazo de los intentos de socializarlo como mujer,
Diamond ha defendido que, lejos de ser sexualmente neutro, el cerebro está
sexuado ya desde antes del nacimiento: «La evidencia de que los seres
humanos normales no son psicosexualmente neutros al nacer, sino que, por su
herencia mamífera, están sesgados y predispuestos a interactuar con las
fuerzas del entorno, la familia y la sociedad a la manera masculina o
femenina, parece abrumadora».[103]
Desde la denuncia de Diamond y Sigmundson, otros informes similares de
rechazo del sexo reasignado y de crianza exitosa como varones de niños
nacidos con penes malformados han merecido una atención ampliada.[104]
Diamond y otros han ganado crédito (aunque algunos todavía albergan dudas)
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[105] para su reclamación de nuevos paradigmas terapéuticos, sobre todo la
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directrices para el tratamiento del trauma y la mutilación genital en la
infancia, ni un banco de datos con el que confeccionar una estadística de
resultados».[109]
La definición de la heterosexualidad:
Un intersexual sano es un intersexual como es debido
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externos ambiguos pero de apariencia más femenina que masculina. Dado que
sus células son insensibles a la testosterona que producen sus testículos, se le
cría como niña. En la pubertad sus testículos producen estrógeno, que
transforma su cuerpo en el de una jovencita. Luego se enamora de un joven.
Sigue teniendo testículos y un genotipo XY. ¿Es homosexual o heterosexual?
Money y sus seguidores dirían que, afortunadamente, es heterosexual. La
lógica de Money sería que una persona educada como mujer tiene una
identidad de género femenina.[113] En el complejo trayecto desde el sexo
anatómico hasta el género social, su genética y sus gónadas masculinas son
irrelevantes, porque su sexo hormonal y su sexo asignado son femeninos.
Siempre que se sienta atraída por los hombres, la consideraremos
heterosexual. La convención médica y cultural acepta que estas personas son
mujeres como es debido, una definición que probablemente ellas también
aceptan.[114]
Money y su equipo concibieron sus programas de tratamiento de la
intersexualidad en los años cincuenta, cuando la homosexualidad se definía
como una patología mental. Aun así, el propio Money tenía claro que el
calificativo «homosexual» es una elección cultural, no un hecho natural. Al
considerar los hermafroditas emparejados, unos criados como mujeres y otros
como varones, Money y Ehrnhardt escriben que tales casos «representan lo
que, a todos los efectos, es homosexualidad planeada experimentalmente e
inducida iatrogénicamente. Pero la homosexualidad en estos casos debe
calificarse como tal según el criterio del sexo genético, el sexo gonadal o el
sexo hormonal fetal. Pero deja de ser homosexualidad según el criterio
posquirúrgico de los genitales externos y del sexo hormonal puberal».[115]
Más recientemente, el movimiento de liberación gay ha inspirado un
cambio de ideas que ha contribuido a que los médicos vean, hasta cierto
punto, que sus teorías son compatibles con un concepto más tolerante de la
orientación sexual, Diamond, quien en 1965 hablaba de «afeminamiento y
otras desviaciones sexuales», escribe hoy que «a partir de nuestra
comprensión de la diversidad natural cabe anticipar una amplia oferta de tipos
sexuales y orígenes asociados», y continúa: «Ciertamente la gama entera de
opciones: heterosexual, homosexual, bisexual, incluso el celibato… debe
proponerse y discutirse con franqueza».[116] Diamond reflexiona que la
naturaleza es el árbitro de la sexualidad, pero ahora la naturaleza permite más
de dos tipos normales de sexualidad. Su lectura actual de la naturaleza (y la de
otros autores) es un relato de diversidad. Por supuesto, la naturaleza no ha
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cambiado desde los años cincuenta. Son nuestros relatos científicos los que
han cambiado para conformarse a nuestras transformaciones culturales.
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Si se detecta ya desde el nacimiento, la producción de andrógeno se atenúa
administrando cortisona y los genitales se «feminizan» quirúrgicamente.
Aunque, hasta la fecha, no hay evidencia directa de que las hormonas
afecten el desarrollo cerebral y genital durante la misma fase embrionaria,[121]
los investigadores se preguntaban si el exceso de andrógeno prenatal también
afectaba el desarrollo cerebral, Si la exposición del cerebro fetal al andrógeno
lo masculinizara irreversiblemente, ¿sería esto una «causa» de que las mujeres
hiperplásicas tuvieran intereses y deseos sexuales más masculinos? La
pregunta misma sugiere una teoría de la lesbiana como una descarriada.
Como escriben las psicoanalistas Maggie Magee y Diana Miller: «Una mujer
que vive su vida sentimental e íntima con otra mujer se contempla como una
mujer que se ha “desviado” le la senda del desarrollo femenino correcto,
expresando una identificación y unos deseos masculinos y no femeninos».[122]
La aplicación de esta concepción a las mujeres hiperplásicas parecía tener
sentido. Su producción «extra» de andrógeno había hecho que se desviaran de
la trayectoria correcta del desarrollo femenino, por lo que el estudio de esta
forma le intersexualidad podría proporcionar algún respaldo a la hipótesis de
que las anomalías hormonales están en el núcleo del desarrollo de la
homosexualidad.[123]
Desde 1968 hasta lo anualidad, aproximadamente una docena de estudios
(el número de los cuales continúa aumentando) han buscado indicios de
masculinidad inusual en las mujeres afectas de hiperplasia adrenocortical
congénita. ¿Eran más agresivas y activas de niñas? ¿Preferían los juguetes
masculinos? ¿Estaban menos interesadas en jugar con muñecas? Y la
pregunta definitiva: ¿son lesbianas o albergan fantasías y deseos
homosexuales?[124] En el sistema de género donde se enmarca esta
investigación, las niñas que prefieren los juguetes masculinos, les gusta
encaramarse a los árboles, desdeñan las muñecas y quieren estudiar una
carrera presumiblemente también son proclives a la homosexualidad. La
atracción sexual por las mujeres se entiende como una forma típicamente
masculina de elección de objeto de deseo, no diferente en principio de la
afición por el fútbol o las revistas eróticas. Las mujeres con intereses
masculinos, por lo tanto, estarían reflejando un complejo comportamental del
que la homosexualidad adulta no es más que una expresión pospuberal.[125]
Recientemente, Magee y Miller analizaron diez estudios de mujeres con
hiperplasia adrenocortical congénita. Aunque Money y colaboradores
reportaron en su momento que las jóvenes hiperplásicas eran más activas que
los controles (mayor derroche de energía, agresividad y afición a los juegos
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rudos),[126] lo cierto es que trabajos más recientes no han confirmado esta
observación.[127] Es más, ninguno de estos estudios ha encontrado que las
chicas hiperplásicas tengan un carácter más dominante.[128] Unas cuantas
publicaciones han reportado que las niñas con hiperplasia adrenocortical
congénita están menos interesadas que los controles (a menudo hermanas no
afectadas) en jugar con muñecas y otras formas de «preparación» para la
maternidad. Inexplicablemente, sin embargo, un grupo de psicólogos ha
observado que estas niñas pasan más tiempo jugando con sus mascotas y
cuidando de ellas, mientras que otro grupo ha reportado que las afectas de
este síndrome no querían tener hijos propios y más a menudo preferían
estudiar una carrera que ejercer de ama de casa.[129] Sumándolo todo, estos
resultados no abonan un papel principal de las hormonas prenatales en la
producción de las diferencias de género.
Magee y Miller encuentran especialmente defectuosa la investigación
sobre la incidencia del lesbianismo en las mujeres hiperplásicas. Para
empezar, no hay un concepto compartido de homosexualidad femenina. Las
definiciones van desde «identidad lesbiana hasta fantasías homosexuales,
pasando por relaciones homosexuales o experiencia homosexual».[130]
Aunque varios estudios reportan un incremento de pensamientos o fantasías
homosexuales, ninguno ha encontrado mujeres hiperplásicas exclusivamente
homosexuales. Mientras que uno de los grupos de investigación concluyó que
«los efectos de las hormonas prenatales no determinan la orientación sexual
individual»,[131] otros se aferran a la idea de que «la exposición temprana a
los andrógenos puede tener una influencia masculinizante en la orientación
sexual femenina».[132]
Así pues, una mirada crítica a los estudios de la masculinización asociada
a la hiperplasia adrenocortical congénita revela una literatura poco sólida y
problemática. ¿Por qué continúan publicándose estudios de esta índole,
entonces? Creo que estos científicos, cuya preparación no cabe poner en
duda[133], vuelven a beber una y otra vez de las fuentes de la intersexualidad
porque están tan profundamente inmersos en su propia teoría del género que
les resulta imposible ver otras maneras de reunir e interpretar los datos. Son
peces que nadan con soltura en sus propios océanos, pero que no pueden
conceptual izar la marcha sobre un sustrato sólido.[134]
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Todas las opciones de tratamiento de los cuerpos con genitales mixtos, ya sea
la química o la cirugía, o dejarlos como están, tienen consecuencias más allá
del ámbito médico inmediato. ¿Qué puede significar la expresión
«construcción social» en un mundo material de cuerpos con genitales y pautas
de comportamiento diferentes? La filósofa feminista Judith Butler sugiere que
«los cuerpos… sólo viven dentro de las constricciones productivas de ciertos
esquemas de género altamente polarizados».[135] Las aproximaciones médicas
a los cuerpos intersexuales proporcionan un ejemplo literal. Los cuerpos
dentro del rango «normal» son culturalmente inteligibles como masculinos o
femeninos, pero las reglas para vivir como varón o mujer son estrictas.[136]
No se permiten clítoris demasiado grandes ni penes demasiado pequeños. Las
mujeres masculinas y los varones afeminados no interesan. Estos cuerpos son,
como escribe Butler, «impensables, abyectos, inviables».[137] Su misma
existencia pone en tela de juicio nuestro sistema de género. Cirujanos,
psicólogos y endocrinólogos intentan crear buenos facsímiles de cuerpos
culturalmente inteligibles. Si decidimos eliminar los genitales mixtos
mediante tratamientos prenatales (los ya disponibles y los que puedan estarlo
en el futuro) también estamos decidiendo seguir con nuestro actual sistema de
inteligibilidad cultural. Si decidimos por un tiempo dejar que los cuerpos
mixtos y las ulceraciones de los comportamientos propios de cada género se
hagan visibles, entonces habremos decidido, de grado o por fuerza, cambiar
las reglas de la inteligibilidad cultural.
La dialéctica de la argumentación médica no debe interpretarse ni como
una diabólica conspiración tecnológica ni como una historia de apertura
sexual a la luz del conocimiento científico moderno. Como el hermafrodita, es
ambas cosas y ninguna. Nuestro conocimiento de la embriología y la
endocrinología del desarrollo sexual, acumulado durante los siglos XIX y XX,
nos dice que los machos y hembras humanos proceden de embriones con las
mismas estructuras. La masculinidad y la feminidad completas representan
los extremos de un espectro de tipos corporales posibles. El que estos
extremos sean los más frecuentes ha dado pábulo a la idea de que no sólo son
naturales (esto es, de origen natural) sino normales (esto es, la representación
de un ideal estadístico y social). El conocimiento de la variación biológica,
sin embargo, nos permite conceptualizar como naturales los espacios
intermedios menos frecuentes, aunque sean estadísticamente inusuales.
Paradójicamente, las teorías del tratamiento médico de la intersexualidad
socavan la creencia en la inevitabilidad biológica de los roles sexuales
contemporáneos. Los teóricos como Money sugieren que, en ciertas
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circunstancias, el cuerpo es irrelevante para la creación de la masculinidad y
la feminidad convencionales. Los cromosomas son lo de menos, seguidos de
los órganos internos (gónadas incluidas). Los genitales externos y los
caracteres sexuales secundarios adquieren más importancia por su capacidad
de señalizar visualmente todo lo concerniente al comportamiento propio de
cada género. En esta visión, la sociedad en la que crece el niño es la que
decide qué comportamientos son apropiados para los varones y para las
mujeres, y no misteriosas señales corporales.
Pero los médicos de la vida diaria, atareados en convencer a padres,
abuelos y vecinos ruidosos sobre opciones de género para infantes
intersexuales, desarrollan un lenguaje que refuerza la idea de que, agazapado
dentro del niño de sexo mixto, en realidad hay un cuerpo masculino o
femenino. Al hacerlo así también fomentan la convicción de que los niños
nacen con un género, y contradicen la idea de que el género es una
construcción cultural. La misma contradicción emerge cuando los psicólogos
apelan a las hormonas prenatales para explicar supuestas frecuencias
aumentadas de lesbianismo y otros deseos juzgados impropios de una mujer
psicológicamente sana.
Dentro de estas prácticas e ideas contradictorias hay margen de maniobra.
Las comprensiones científica y médica de los múltiples sexos humanos
conllevan tanto los medios para reforzar las convicciones dominantes sobre
sexo y género como las herramientas para desbaratarlas. A veces los análisis
feministas de la ciencia y la tecnología presentan estas empresas como
colosos monolíticos contra los cuales toda resistencia es inútil. Los relatos
feministas de la tecnología reproductiva han sido particularmente proclives a
este derrotismo, pero la filósofa Jana Sawicki ha proporcionado un análisis
más alentador: «Aunque las nuevas tecnologías reproductivas pueden
sustentar el statu quo en lo que respecta a “las relaciones de poder existentes”,
la tecnología también ofrece nuevas posibilidades de subversión y
resistencia».[138] No sólo es éste también el caso de la gestión médica de la
intersexualidad, sino que sugiero que siempre es así. Las feministas deben
familiarizarse lo suficiente con la tecnología para conocer los puntos de
resistencia.
Nuestras teorías del sexo y el género subyacen tras la gestión médica de la
intersexualidad. El que una criatura deba criarse como varón o mujer, y
someterse a alteraciones quirúrgicas y diversos regímenes hormonales,
depende de lo que pensemos sobre una variedad de cuestiones. ¿Cuán
importante es el tamaño del pene? ¿Qué formas de erotismo heterosexual son
Herejías hermafroditas
Primero, no dañar
Hay que acabar con la cirugía genital. Protestamos por las prácticas de
mutilación genital en otras culturas, pero las nuestras nos parecen tolerables.
[9] A algunos de mis colegas médicos les escandalizan tanto mis ideas sobre la
Ni a mí ni a mis padres se nos ofreció apoyo psicológico… A menos que los padres puedan
hablar abiertamente con un psicoterapeuta profesional (y no un médico) y se les informe sobre
qué deben decir a su hijo y cuándo, contactos con otras personas con el mismo problema,
fuentes de apoyo psicológico o psicoterapia… quedarán prisioneros de sus propios
sentimientos… [No hacerlo así] podría ser mucho más dañino que la revelación de la verdad en
un entorno afectuoso y protector.[25]
Cicatrices y dolor
Operaciones múltiples
FIGURA 4.1: Francies Benton, un «hermafrodita en ejercicio», y su anuncio. (Reimpreso con permiso de
Young 1937, pp. 144-145).
genérica, y los géneros se han multiplicado más allá de los límites hoy
concebibles, Suzanne Kessler sugiere que «la variabilidad de géneros
puede… verse… de una nueva manera: como una expansión de lo que se
entiende por masculino y femenino».[69] Acaso en última instancia los
Desde su perspectiva, Jane tiene una relación lésbica con su mujer (Mary). Pero también usa
su pene para el placer. Mary no se identifica como una lesbiana, aunque siente amor y atracción
hacia Jane, a quien ve como la misma persona de quien se enamoró, aunque haya cambiado
físicamente. Mary se considera heterosexual… aunque define la intimidad sexual con su pareja
Jane como algo intermedio entre lésbica y heterosexual.[75]
Kessler argumenta que para los intersexuales y sus defensores sería mejor
apartar la vista de los genitales y dejar de reivindicar una identidad sexual
separada. En vez de eso, sugiere, debería admitirse una mayor variedad de
varones y mujeres. Algunas mujeres tendrían clítoris grandes o labios
fusionados, mientras que algunos varones tendrían «penes diminutos o
escrotos deformes, fenotipos sin ningún significado clínico o de identidad».
[85] Pienso que Kessler tiene razón, y por eso ya no abogo por el uso de
El colosal calloso
(esplenio) del cuerpo calloso eran mayores en los varones que en las mujeres.
Pero su interés primario era la raza. Razonó que las porciones medias (el
cuerpo y el istmo) contenían fibras responsables de la actividad motora, que
creía más similares entre las razas que otras regiones cerebrales.[37] Y, en
efecto, halló que las diferencias raciales más marcadas se situaban fuera de las
áreas motoras. Las convicciones que prevalecen sobre las razas llevaron a
FIGURA 5.3: Imagen por resonancia magnética de una sección sagital de una cabeza humana. Son
claramente visibles las circunvoluciones del córtex cerebral y el cuerpo calloso. (Cortesía de Isabel
Gautier).
Domesticar midiendo
¿Es posible efectuar mediciones del CC con las que todos los científicos estén
de acuerdo? ¿Pueden emplearse estos datos para establecer diferencias entre
varones y mujeres o convenir en que no hay nada que encontrar? Parecería
que no. Me baso en una revisión de treinta y cuatro artículos científicos
escritos entre 1982 y 1997.[50] Los autores de estos estudios emplean las
últimas técnicas (medidas informatizadas, estadística compleja, IRM y
demás), pero siguen sin ponerse de acuerdo. En sus esfuerzos por convencerse
unos a otros (y al mundo exterior) de que el CC es o no relevante para las
cuestiones de género, estos científicos se esfuerzan en dar con unas técnicas,
unas mediciones y una aproximación lo bastante perfectas para hacer
incuestionables sus proposiciones.
Si se observa la tabla 5.3, se ve que casi nadie cree que haya diferencias
de tamaño absoluto en el cuerpo calloso entero. En vez de eso, los científicos
subdividen el CC bidimensional (véase la figura 5.4). Los investigadores
eligen distintos métodos de segmentación y construyen diferentes particiones.
La mayoría simboliza la naturaleza arbitraria de las subsecciones del CC
etiquetándolas con letras o números. Otros emplean nombres antiguos. Casi
todos, por ejemplo, definen el esplenio como el quinto de cinco segmentos del
FIGURA 5.4: Una muestra de métodos empleados para subdividir el cuerpo calloso. (Fuente: Alyce
Santoro, para la autora).
Una vez convenidas todas las subdivisiones, los estudiosos del cuerpo calloso
pueden ponerse a trabajar. Ahora pueden hacer decenas de mediciones.
Del CC entero se obtienen medidas del área superficial, la longitud, la
anchura, y cualquiera de éstas divididas por el volumen o el peso cerebral.
Del CC subdividido se obtienen partes nominadas o numeradas: el quinto
anterior se convierte en el genu, el quinto posterior en el esplenio, y una
porción más estrecha en el centro se convierte en el istmo. Una vez los
investigadores han hecho del CC un objeto medible, ¿qué encuentran?
Los resultados resumidos en las tablas 5.3, 5.4 y 5.5 revelan lo siguiente:
con independencia de cómo esculpen la forma, sólo unos cuantos
investigadores encuentran diferencias absolutas entre los sexos en el área del
CC. Unos pocos señalan que varones y mujeres tienen cuerpos callosos de
Para empezar, podemos hacer números: a partir de la forma del esplenio, sus
sexadores a ciegas pudieron clasificar correctamente como varón o mujer 80
de 123 contornos de cuerpos callosos adultos. ¿Era esto suficiente para
afirmar una diferencia visible, o aún no podría descartarse que los aciertos
fueran producto del azar? Para averiguarlo, los autores aplican el test de la ji
cuadrado (simbolizado por la letra griega χ2). El bien conocido fundador de la
estadística moderna, Karl Pearson (entre otros), concibió este test para
analizar situaciones en las que no hay unidad de medida. En este caso la
pregunta es: ¿es suficiente la correlación entre bulboso y femenino o delgado
y masculino para asegurar la conclusión de una diferencia visual? La clave
está en la cifra p < 0,0011. Esto significa que la probabilidad de 80 de 122
identificaciones correctas por puro azar es del 1 por mil, bastante por debajo
del 5 por ciento (p < 0,05) que se adopta en la práctica científica estándar.[82]
Muy bien, el 66 por ciento de las veces los observadores podían distinguir
los cuerpos callosos masculinos y femeninos con sólo fijarse en su forma. Y
el test χ2 nos dice cuán significativo es este proceso de diferenciación. La
estadística no miente. Pero sí desvía nuestra atención del diseño del estudio.
En este caso, Allen et al. entregaban sus trazados del CC a tres observadores
distintos, que no tenían conocimiento del sexo de la persona cuyo cerebro
había servido de modelo para el dibujo. Estos operadores a ciegas repartieron
los dibujos en dos pilas, bulboso o tubular, asumiendo que, si la diferencia era
obvia, la pila tubular debería corresponder en su mayoría a varones y la
bulbosa a mujeres. Hasta aquí muy bien. Ahora viene la trampa: los autores
consideraron correctamente clasificado el género de un sujeto si dos de los
tres observadores ciegos habían acertado con él.
¿En qué se traduce esto numéricamente? El complejo pasaje antes citado
dice que el 66 por ciento de las veces los observadores acertaban. Esto podría
significar varias cosas. Había 122 trazados de cuerpos callosos. Puesto que
había tres observadores para cada dibujo, esto nos da 366 observaciones
individuales. En el mejor de los casos (desde el punto de vista de los autores),
los tres observadores siempre coincidían en su clasificación de cualquier CC
individual. Esto significaría que en 244 de 366 ocasiones (el 66 por ciento)
habrían adivinado el sexo a partir de la forma. En el peor de los casos, sin
FIGURA 5.6: Un macramé de nudos de conocimiento, en el que se implanta el debate sobre el cuerpo
calloso. (Fuente: Alyce Santoro, para la autora).
Como se sabe desde hace tiempo, las gónadas afectan el cuerpo y la psique de
una miríada de maneras. Durante siglos, los granjeros han sabido que la
castración afecta tanto al físico como al comportamiento de los animales
domésticos. Y aunque la castración humana fue oficialmente prohibida por el
Vaticano, en Europa las voces cantoras de los castrati todavía se siguieron
oyendo en más de un coro eclesiástico hasta finales del siglo XIX. Estos niños
castrados crecían más de lo normal, y sus voces trémulas de soprano
adquirían una extraña y etérea calidad.[13] Durante el último cuarto del siglo
XIX, era frecuente que los cirujanos extirparan los ovarios de las mujeres que
juzgaban «insanas, histéricas, infelices, difíciles de controlar por sus maridos
o reacias a ejercer de amas de casa».[14] Pero las razones del funcionamiento
aparente de tales medidas drásticas estaban muy poco claras. La mayoría de
fisiólogos decimonónicos postulaba que las gónadas comunicaban sus efectos
a través de conexiones nerviosas.
Otros, sin embargo, hallaron indicios de que las gónadas actuaban a través
de secreciones químicas. En 1849, Arnold Adolf Berthold, profesor de
fisiología en la Universidad de Gotinga, «transformó lánguidos capones en
gallos de pelea». Primero creó los capones extirpando los testículos a unos
cuantos pollos, y luego reimplantó las gónadas desconectadas en las
cavidades corporales de las aves. Puesto que los implantes no estaban
conectados al sistema nervioso, dedujo que cualquier efecto que tuvieran
debería transmitirse por la sangre. Berthold comenzó con cuatro pollos: a dos
les reimplantó los testículos y a otros dos no. De Kruif describió los
resultados con su inimitable estilo: «Mientras que las dos aves capadas… se
convirtieron en orondos pacifistas, las otras dos… siguieron siendo gallos en
FIGURA 6.1: El experimento de transferencia de gónadas de Berthold. (Fuente: Alyce Santoro, para la
autora).
A principios del siglo XX, los ideólogos intentaron extraer lecciones políticas
del conocimiento científico sobre el desarrollo humano.[29] En 1903, por
ejemplo, un estudiante de filosofía vienés llamado Otto Weininger publicó un
influyente libro titulado Sexo y carácter, que se basaba en las ideas de la
embriología decimonónica para desarrollar una teoría abarcadora de la
masculinidad, la feminidad y la homosexualidad. Weininger creía que incluso
después de perfilarse sus anatomías distintivas, varones y mujeres contenían
FIGURA 6.2: A: Cobaya macho feminizado. De izquierda a derecha: perfil del animal; demostración de
sus caracteres sexuales; macho amamantando una cría de cobaya; macho amamantado dos crías.
Por llamativa que pueda ser la influencia de las secreciones internas de las glándulas
sexuales sobre algunos caracteres en ciertas formas animales, parece difícil y a menudo
imposible encontrar en animales de laboratorio ordinarios caracteres lo bastante diferentes y
constantes en ambos sexos para ser susceptibles de análisis mediante procedimientos
experimentales. Y muchos de los caracteres citados en la literatura que pretendidamente ofrecen
una demostración del poder de las secreciones sexuales para inducir modificaciones en el sexo
opuesto se vienen abajo cuando se someten a un análisis crítico. En opinión de quien escribe, el
carácter del peso corporal modificado en cobayas[84] pertenece a este grupo.
¿Existen realmente
las hormonas sexuales?
(El género se traslada
a la química)
FIGURA 7.1: La estructura química de la testosterona, el estradiol y el colesterol. (Fuente: Alyce Santoro,
para la autora).
Purificación
FIGURA 7.3: La orina de las embarazadas tiene una alta concentración de hormona femenina. (Fuente:
Alyce Santoro, para la autora).
Medición
Tradicionalmente, los científicos hacen frente a las crisis de esta clase, que
suelen infestar los campos nuevos y en expansión, acordando estándares. Si
cada uno empleara el mismo método de medida, si cada uno cuantificara sus
productos de la misma manera, y si todo el mundo pudiera ponerse de
acuerdo sobre la denominación de aquellas sustancias proliferantes que de
algún modo habían atravesado las fronteras de los cuerpos a los que se
suponía que pertenecían, entonces, esperaban los científicos, podrían
enderezar lo que se había convertido en una situación confusa. En los años
treinta, la estandarización se convirtió en un tema central del programa de los
expertos en hormonas sexuales.
Durante las primeras tres décadas del siglo XX, los científicos habían
empleado una desconcertante variedad de métodos para detectar la presencia
de hormonas femeninas. En general, extraían los ovarios de los animales del
bioensayo y luego les inyectaban o implantaban sustancias o tejidos a prueba,
y a continuación comprobaban la restauración de alguna función perdida.
¿Pero qué funciones perdidas tenían que buscar, y con qué sensibilidad
podían detectarse? Los ginecólogos se centraban en su órgano predilecto, el
útero, midiendo el impacto de las sustancias a prueba sobre el incremento del
peso uterino en animales ovariectomizados. Los científicos de laboratorio, en
cambio, empleaban una variedad mucho mayor de pruebas. Medían la
actividad muscular, el metabolismo basal, los niveles sanguíneos de calcio y
FIGURA 7.5: Nombres de la hormona femenina. (Fuente: Alyce Santoro, para la autora).
El uso de la raíz latina estrus (que significa tábano, loco, insano) para
construir los nombres de la hormona femenina se acordó entre trago y trago
«en una cantina cercana al colegio universitario», cuando el endocrinólogo
A. S. Parkes y unos cuantos amigos suyos acuñaron el término estrina.[84]
Uno de los participantes en la sesión declaró que la elección había sido «una
idea feliz que nos proporcionó un término general satisfactorio y un pie
manejable sobre el que basar los nuevos nombres y adjetivos que pronto
Significados de género
¿Puede el hombre obtener un control inteligente de su propio poder? ¿Podemos concebir una
genética tan sólida y extensiva que albergue la esperanza de engendrar hombres superiores en el
futuro? ¿Podemos adquirir un conocimiento suficiente de la fisiología y la psicobiología del
sexo de manera que el hombre pueda poner bajo control racional este omnipresente y altamente
peligroso aspecto de la vida? ¿Podemos desvelar el enrevesado problema de las glándulas
endocrinas, y concebir, antes de que sea demasiado tarde, una terapia para todo el horrendo
espectro de desórdenes físicos y mentales derivados de trastornos glandulares?… En suma,
¿podemos crear una nueva ciencia del Hombre?[5]
Harry Truman puso fin a la segunda guerra mundial lanzando dos bombas
atómicas. Durante la guerra fría, los niños norteamericanos aprendían cómo
protegerse de la bomba atómica: agacharse y cubrirse. Algunos padres
construyeron refugios atómicos y debatieron sobre la ética de dar la espalda o
incluso disparar a sus vecinos menos visionarios cuando llegara la hora. La
política de género quedó ligada al nuevo lenguaje de la seguridad nacional.
Como han mostrado varios historiadores, ésta fue una época en la que los
convenios domésticos estables (esto es, las estructuras familiares
«tradicionales») se equiparaban con, y se pensaba que garantizaban, la
estabilidad doméstica (y la nacional).
La ecuación de orden sexual y contención nuclear se verificaba en ambos
sentidos. El poder atómico comunista se contemplaba como una amenaza
directa a la estabilidad de las familias norteamericanas. En 1951, el físico de
Harvard Charles Walter Clarke advirtió que un ataque atómico destruiría los
La influencia del modelo del desarrollo sexual de Jost se extendió más allá del
estudio de los genitales y la anatomía ligada al sexo. A finales de los años
cincuenta, la idea había sido importada por los estudiosos del
comportamiento, quienes teorizaban que la testosterona dejaba una impronta
en el cerebro masculino, preparándolo para actividades como la monta, el
apareamiento y la defensa territorial. El cerebro femenino, en cambio,
adquiría su género en ausencia de testosterona. La idea parecía casar
perfectamente con la descripción de Jost del desarrollo anatómico. Pero el
comportamiento era un asunto mucho más resbaladizo que la anatomía. A
pesar de que la intersexualidad —humana o animal— era una fuente de
confusión, el desarrollo anatómico seguía siendo un patrón claro para medir
los efectos hormonales. Había testículos u ovarios, epidídimos o trompas de
Falopio, escroto o labios vaginales. Pero la investigación del comportamiento
sexual iba más allá, hasta las cuestiones de la masculinidad, la feminidad, la
homosexualidad, la bisexualidad y la heterosexualidad.
Bisexualidad
FIGURA 8.1: Apareamiento y lordosis en la rata de laboratorio, A: El macho investiga para determinar si
la hembra está en estro. B: Si está en estro, el macho la monta y agarra sus cuartos traseros. Este
Heterosexualidad
Predicando la palabra
Beach era una voz minoritaria en una época sexualmente conservadora. Pero
los científicos no podían permanecer ajenos a los debates políticos y sociales
suscitados por gente como Betty Friedan, cuyo muy vendido libro La mística
de la feminidad, publicado en 1963, dinamitó el idilio de la familia suburbana.
Después de que en 1966 Friedan fundara la Organización Nacional para la
Mujer, otros movimientos promotores del cambio social (el movimiento por
los derechos civiles, el movimiento pacifista y, con los disturbios de
Stonewall en 1969, el movimiento de liberación gay) ganaron visibilidad.[122]
FIGURA 8.3: La liberación de la rata hembra. (Fuente: Alyce Santoro, para la autora).
FIGURA 8.4: A: modelo lineal de la masculinidad y la feminidad. A medida que un animal se hace más
femenino, también debe hacerse menos masculino. B: modelo ortogonal de la masculinidad y la
feminidad. El animal de la esquina superior derecha exhibe muchos rasgos femeninos; y muchos rasgos
masculinos. (Fuente: Alyce Santoro, para la autora).
La rata gay
FIGURA 8.5: Panorama del diseño e interpretación de los experimentos que condujeron a la teoría
organizacional/activacional de la relación entre hormonas y comportamiento.
Sistemas de género:
Hacía una teoría de la
sexualidad humana
FIGURA 9.2: Dibujo E34B, de M. C. Escher. (© Cordon Art, reimpreso con permiso).
Neuronas y cerebros
Así pues, los genes son parte de una célula compleja con una historia propia.
Las células, a su vez, funcionan como grupos íntimamente conectados que
constituyen órganos coherentes en un cuerpo integrado y funcionalmente
complejo. Sólo a este nivel, contemplando las células y los órganos dentro del
cuerpo, podemos comenzar a atisbar cómo se incorporan los eventos externos
a nuestra propia carne.
A principios del siglo XX, en la provincia india de Bengala, el reverendo
J. A. Singh «rescató» a dos niñas (que llamó Amala y Kamala) que se habían
criado desde la infancia en el seno de una manada de lobos.[19] Las dos niñas
podían correr más deprisa a cuatro patas que muchas personas sobre dos
piernas. Tenían hábitos nocturnos, ansiaban comer carne cruda y carroña, y se
comunicaban tan bien con los perros a la hora de comer que éstos les
permitían compartir su pitanza. Está claro que los cuerpos de estas niñas,
desde su estructura esquelética hasta su sistema nervioso, habían sufrido una
profunda modificación al desarrollarse entre animales no humanos.
Los casos de niños salvajes ilustran dramáticamente lo que los neurólogos
han tenido cada vez más claro, especialmente en los últimos veinte años: los
cerebros y los sistemas nerviosos tienen plasticidad. Su anatomía general (así
como las conexiones físicas menos visibles entre neuronas, células diana y el
cerebro) no sólo cambia después del nacimiento, sino incluso en la edad
adulta. Recientemente, hasta el dogma de que en el cerebro adulto no hay
renovación celular ha seguido el camino del dodo.[20] Esta modificación
anatómica se deriva a menudo de la respuesta a, y la incorporación de,
experiencias y mensajes externos por parte del sistema nervioso.
Los ejemplos de cambio físico en el sistema nervioso derivado de una
interacción social son abundantes.[21] Dos grupos de estudios parecen
especialmente relevantes para la comprensión de la sexualidad humana. Uno
concierne al desarrollo y la plasticidad de las neuronas y sus interconexiones
en los sistemas nerviosos central y periférico.[22] El otro se ocupa de los
cambios en los receptores neuronales que pueden enlazarse a
neurotransmisores como la serotonina y hormonas esteroides como los
estrógenos y andrógenos que, a su vez, pueden activar la maquinaria de la
síntesis de proteínas de un grupo de células concreto.[23] Estos ejemplos
Para cuando los niños dominan la escena social de la escuela, saben que son o
niño o niña, y esperan seguir siéndolo. ¿Cómo «hacen género» los escolares?
En su importante estudio Gender Play: Girls and Boys in School, la socióloga
Barrie Thorne construye un marco metodológico esencial para estudiar el
comportamiento de los niños mayores. Thorne estaba cada vez más
insatisfecha con los esquemas de la «socialización del género» y el
«desarrollo del género» en los que se enmarcan los estudios del género en las
vidas infantiles. Se queja de que las ideas tradicionales sobre la socialización
del género presumen una interacción vertical del fuerte (el poderoso adulto) al
Los teóricos de los sistemas dinámicos como Alan Fogel sugieren de qué
manera el género pasa del exterior al interior del cuerpo, mientras que las
psicólogas evolutivas y sociólogas feministas como Thorne, Fagot, Bem,
García-Coll y otras muestran de qué manera el género institucional, además
de atributos como la raza y la clase social, se integraría en un sistema de
comportamiento individual. Ciertamente, el género está representado tanto en
los individuos como en las instituciones sociales. La socióloga Judith Lorber
ha ofrecido una guía europeo-norteamericana para tales distinciones (véase la
tabla 9.1). La componente institucional del género incide en la componente
individual, y los individuos interpretan la fisiología sexual en el contexto del
género institucional e individual. El yo sexual subjetivo siempre emerge en
este sistema genérico complejo. Lorber argumenta (y estoy de acuerdo) que
«como institución social, el género es un proceso de creación de condiciones
sociales distinguibles para la asignación de derechos y responsabilidades…
Como proceso, el género crea las diferencias sociales que definen a la
“mujer” y el “hombre”… Las pautas de interacción dependientes del género
adquieren estratos adicionales de comportamiento sexual, parental y laboral
en la infancia, la adolescencia y la edad adulta».[72] Así pues, Lorber, como
otras sociólogas y psicólogas feministas,[73] subraya que la cuestión de
nuestro yo subjetivo no tiene que ver «sólo» con la psicología y la fisiología
humanas, sino que los individuos sexuados están inmersos en instituciones
sociales profundamente marcadas por una variedad de desigualdades de
poder.[74]
Aunque Lorber correlaciona el género institucional con el individual, su
objetivo no es mostrar cómo lo individual se empapa físicamente de lo
institucional. Pero el trabajo de sociólogos e historiadores puede proporcionar
guías útiles para la investigación futura.[75] Considérese la obra de sociólogos
como Kinsey y otros que han seguido sus pasos. Encuestar a la población para
saber más sobre la sexualidad humana es un asunto espinoso. Por un lado, las
encuestas nos proporcionan una información sobre el género y la sexualidad
que puede ser de gran importancia para cuestiones políticas que van desde la
pobreza hasta la salud pública.[76] Por otro lado, cuando creamos las
categorías que nos permiten contar, también creamos nuevos tipos humanos.
[77]
Consideremos una pregunta aparentemente simple: ¿Cuántos
homosexuales de ambos sexos hay en Estados Unidos? Para responderla,
primero tenemos que decidir quién es homosexual y quién es heterosexual.
Muñecas rusas
una muñeca con más detalle. Pero cada muñeca individual está hueca. Sólo el
conjunto entero tiene sentido. A diferencia de su contrapartida en madera, la
muñeca rusa humana cambia de forma con el tiempo. El cambio puede darse
en cualquiera de las capas, pero, puesto que el conjunto entero tiene que
encajar, la alteración de un componente requiere modificar el sistema
interconectado, desde el nivel celular hasta el institucional.
FIGURA 9.4: El organismo representado por un sistema de muñecas rusas. (Fuente: Erica Warp, para la
autora).
Chapelle 1986; Simpson 1986; Carlson 1991; Anderson 1992; Grady 1992;
Le Fanu 1992; Vines 1992; Wavell y Alderson 1992. <<
dice y hace para indicar a los otros o a sí misma el grado en que es masculina,
femenina o ambivalente». Definen «identidad de género» como «la
monotonía, unidad y persistencia de la propia individualidad como masculina,
femenina o ambivalente… La identidad de género es la experiencia privada
del rol de género, y el rol de género es la experiencia pública de la identidad
de género» (Money y Ehrhardt 1972, p. 4). Para una discusión de la distinción
entre «sexo» y «género» de Money véase Hausman 1995.
Money y Ehrhardt distinguen entre sexo cromosómico, sexo fetal gonadal,
sexo fetal hormonal, dimorfismo genital, dimorfismo cerebral, la respuesta de
los adultos al género del infante, imagen corporal, identidad de género
juvenil, sexo hormonal puberal, erotismo puberal, morfología puberal e
identidad de género adulta. Todos estos factores se sumarían para definir la
identidad de género de una persona. <<
McKenna 1978; Haraway 1989, 1997; Hausman 1995; Rothblatt 1995; Burke
1996, y Dreger 1998b. Un ensayo sociológico reciente sobre el problema del
género considera que «“el filo cortante” de la teorización social
contemporánea en torno al cuerpo puede localizarse dentro del propio
feminismo» (Williams y Bendelow 1998, p. 130). <<
natural invocada en los debates sobre el cuerpo cambió del siglo XVIII al XIX:
«La naturaleza moderna era incapaz de ofrecer “hechos firmes”… La
naturaleza moderna abundaba en revelaciones acerbas sobre las ilusiones de
la ética y la reforma social, porque era despiadadamente amoral» (Daston
1992, p. 222). <<
capitalismo requirió una nueva concepción del cuerpo. Los señores feudales
aplicaban su poder directamente. Campesinos y siervos obedecían porque así
lo dictaban Dios y su soberano (salvo, por supuesto, cuando se rebelaban,
como hacían de tarde en tarde). El castigo de la desobediencia era, a ojos
modernos, violento y brutal: se estiraban los miembros hasta descuartizar al
reo. Para una descripción sobrecogedora de esta brutalidad, véanse los
capítulos iniciales de Foucault 1979. <<
<<
otros campos tienen una vida más fácil, porque el conocimiento científico
cambia continuamente, mientras que otras disciplinas permanecen estáticas.
De ahí que tengamos que revisar constantemente nuestros cursos, mientras
que un historiador o un experto en Shakespeare puede dar siempre la misma
lección año tras año. Lo cierto es que nada hay más lejos de la verdad. El
campo de la literatura cambia continuamente a medida que nuevas teorías
analíticas y nuevas filosofías del lenguaje pasan a formar parte de los recursos
académicos. Y un profesor de lengua inglesa que no ponga al día
regularmente sus lecciones o prepare nuevos cursos adaptados a los cambios
en la disciplina será tan criticado como el profesor de bioquímica que lee sus
lecciones directamente del libro de texto. La actitud de mis colegas es un
inrento de erigir fronteras, de convertir el trabajo científico en algo especial.
Los análisis actuales de la ciencia, sin embargo, sugieren que no es tan
diferente después de todo. Para una visión general de la sociología de la
ciencia, véase Hess 1997. <<
patrones; algunos citan hasta seis. Como ocurre con muchas de las ideas
discutidas en este capítulo, el mundo académico todavía está procesando el
flujo de datos entrantes y proliferan los nuevos análisis de datos antiguos. <<
Schiebinger 1993a, sobre la elección de Linneo de las mamas como raíz del
término para designar la clase mamíferos, y Jordanova 1989, sobre la
descripción de Durkheim de las mujeres en su libro Suicide, publicado en
1897. <<
<<
mal definido de un «impulso» (hambre, sed, etc.) porque tenía que comenzar
su análisis por alguna parte. De hecho, fue mentora de Elisabeth Wilson, cuya
obra proporciona parte de la base teórica necesaria para diseccionar la noción
de impulso misma. <<
de Levay que las críticas de carácter técnico, cuya validez admite de buena
gana, como de hecho hace el propio LeVay (véase LeVay 1996). Para las
críticas técnicas véase Fausto-Sterling 1992a, 1992b; Byne y Parsons 1993.
<<
de tres fuentes: Wilson 1998; Pinker 1997; Elman et al. 1996. <<
no sea real» (Fujimura 1997, p. 4). Haraway escribe: «Los cuerpos son
perfectamente “reales”. Nada sobre la corporeización es “pura ficción”. Pero
la corporeización es trópica e históricamente específica en cada capa de sus
tejidos» (Haraway 1997, p. 142). <<
de los que parten «hebras pegajosas» que «conducen a todas las grietas y
recovecos del mundo» (véanse ejemplos concreros en los últimos capítulos de
este libro). Biólogos, médicos, psicólogos y sociólogos emplean todos un
«manojo de prácticas creadoras de conocimiento» que incluye «el comercio,
la cultura popular, las luchas sociales… historias corporales… narrativas
heredadas, relatos nuevos», la neurobiología, la genética y la teoría de la
evolución para construir creencias sobre la sexualidad humana (Haraway
1997, p. 179). Haraway se refiere al proceso de construcción como práctica
material-semiótica y a los objetos mismos como objetos materiales-
semióticos, y se vale de esta expresión compleja para sortear la división
real/construido. Los cuerpos humanos son reales (es decir, materiales), pero
sólo interacciones a través del lenguaje (el uso de signos, verbales o de otra
índole). De ahí el término semiótico. <<
uretra no se abre por la punta del pene. Los varones con hipospadias tienen
dificultades para orinar. <<
1955a; Money 1955; Money et al. 1955b; Money et al. 1956; Money 1956;
Money et al. 1957; Hampson y Money 1955; Hampson 1955; Hampson y
Hampson 1961. <<
esta «mujer» en los treinta años pasados desde su «adaptación limitada» hasta
su última crisis. No sabemos si se casó o no, ni cómo se ganaba la vida. <<
del guión estándar que ofrecen los médicos a los padres de niños intersexuales
véase Kessler 1998. <<
Meeker 1955; Jones y Wilkins 1961; Overzier 1963; Guinet y Decourt 1969.
<<
amniocentesis. <<
del pene en niños prematuros. ¿Significa esto que comenzaremos a ver cirugía
genital en niños prematuros? Véase Tuladhar et al. 1998. Se trata de que un
micropene no relacionado con el estadio de desarrollo prematuro se reconozca
lo bastante pronto para no demorar el tratamiento de reasignación de sexo. <<
escribe: «Tiene que aceptarse que las actitudes hacia el sexo de crianza y, en
particular, hacia las genitoplastias feminizantes en pacientes con hiperplasia
adrenocortical congènita diagnosticada tardíamente, serán en Oriente Medio
muy diferentes de las europeas» (Frank 1997, p. 789). Véase también Ozbey
1998; Abdullah et al. 1991. <<
Koyanagi et al. 1994; Andrews et al. 1998; Duel et al. 1998; Hayashi,
Mogami et al. 1998; Retik y Boter 1998; Vandersteen y Husmann 1998; Issa
y Gearhart 1989; Jayanthi et al. 1994; Teague et al. 1994; Ehrlich y Alter
1996. <<
1997a y Reiner 1997. En este pasaje Diamond tiene dificultades para seguir
su propio consejo de evitar términos como normal frente a mal desarrollado,
véase el párrafo 3, p. 1046. <<
Reiner 1996; Diamond 1997b; Reiner 1997a, 1997b; Phornputkul et al. 2000;
Van Wyk 1999; Bin-Abbas et al. 1999. <<
Pero nótense también algunos deslices ocasionales, como el uso del término
normal en este contexto: «La evidencia de que las personas normales no son
psicosexualmente neutras al nacer, sino que, en consonancia con su herencia
mamífera, están predispuestas e inclinadas a interaccionar con las fuerzas
externas, familiares y sociales al modo masculino o femenino, parece
abrumadora» (ibíd. p. 303). <<
sexo, incluso para referirnos a aquellos aspectos de ser mujer (chica) o varón
(chico) que tradicionalmente se han contemplado como biológicos. Ello
servirá para subrayar nuestra postura de que el elemento de construcción
social es primario en todos los aspectos del ser femenino o masculino,
especialmente cuando nuestra terminología parezca poco elegante (como, por
ejemplo, cromosomas de género)» (p. 7). <<
hizo Ruth Bleier (Fausto-Sterling 1992; Bleier 1984). Unos pocos estudios
recientes han respondido a las críticas incluyendo en su diseño experimental
evaluaciones ciegas del comportamiento o intentando encontrar controles
apropiados (como, por ejemplo, otros niños que padezcan males crónicos no
relacionados con el sexo). Pero, en conjunto, el diseño de todos estos estudios
deja mucho que desear. Lo que pretendo no es tanto revisar los problemas
experimentales como mostrar hasta qué punto nuestro sistema de género ha
dictado el diseño de estos estudios y limitado la interpretación de los datos.
<<
Melissa Hines: a los niños les gusta jugar con camiones y juegos de
construcción, mientras que las niñas prefieren jugar con muñecas y cocinitas.
Muchos psicólogos han encontrado diferencias ligadas al sexo en los juegos
preferidos por los niños. (Obviamente, los juguetes concretos son específicos
de cada cultura. Aun así, las diferencias en los juegos infantiles se manifiestan
en todas partes, aunque se expresen de manera diferente en cada cultura).
Ahora bien, ¿cómo surgen estas preferencias? Berembaum y Hines admiten
que los niños aprenden de otros niños; pero, sugieren, este aprendizaje no
puede explicarlo todo: «Presentamos evidencias de que las preferencias
sexuales en materia de juguetes también se relacionan con hormonas
prenatales o neonatales (andrógenos)» (Berembaum y Hines 1992, p. 203).
Tras citar una miríada de estudios en animales que muestran la influencia de
las hormonas sobre el cerebro y el comportamiento, señalan que las niñas con
hiperplasia adrenocortical congènita ofrecen «una oportunidad única para
estudiar las influencias hormonales sobre las diferencias sexuales en el
comportamiento humano» (p. 203). En su introducción, las autoras toman
nota de las deficiencias de los estudios previos y prometen hacerlo mejor. En
concreto, distinguen cuatro problemas principales (ya señalados por Bleier y
yo misma; véase Bleier 1984; Fausto-Sterling 1992b). Los estudios previos
(a) evaluaban la conducta a partir de entrevistas en vez de la observación
directa, (b) la evaluación no se hacía a ciegas (por ejemplo, los investigadores
sabían si estaban tratando con sujetos experimentales o con controles), (c) las
conductas se estimaban como presentes o ausentes y no como un continuo, y
(d) las conductas masculinas y femeninas se trataban a menudo como los
extremos separados de un único continuo, sin considerar que podrían coexistir
en un mismo individuo.
Berembaum y Hines cumplieron su promesa. En comparación con estudios
anteriores, éste estaba ciertamente bien hecho. Una diferencia clave (a la que
enseguida volveré) es que Berembaum y Hines tuvieron en cuenta la
severidad de la hiperplasia adrenocortical en las niñas que observaron. Se
fijaron, por ejemplo, en la edad del diagnóstico y el grado de vitilización
genital. Grabaron en vídeo sesiones de juego en las que tanto niños como
niñas tenían acceso a juguetes preferentemente masculinos y femeninos, así
como opciones neutras (preferidas igualmente por ambos sexos, como libros,
del New York Times con el título «¿Cuántos sexos hay?» (Fausto-Sterling
1994). <<
paciente haya llegado a la edad adulta se repite una y otra vez en las vidas de
cientos de intersexuales adultos. Pueden encontrarse dispersas en periódicos,
entrevistas, libros y artículos académicos, muchos de los cuales cito en este
capítulo. La socióloga Sharon Preves ha entrevistado a cuarenta intersexuales
adultos y está comenzando a publicar sus resultados. En un artículo relata la
experiencia de Flora, a quien un consejero genético a cuya consulta acudió a
los veinticuatro años le reveló lo siguiente: «Estoy obligado a decirle que
ciertos detalles de su condición no se le han comunicado, pero no puedo
decirle cuáles son porque la turbarían demasiado» (Preves 1999, p. 37). <<
<<
cuentan que en sus años juveniles creían que se estaban muriendo de cáncer.
La historia de Moreno se narra en Moreno 1998. <<
Morgan Holmes, una enérgica mujer que ronda la treintena. Para prevenir un
aborto, los médicos habían tratado a su madre con progestina, una hormona
masculinizante, y Morgan nació con un clítoris agrandado. Cuando tenía siete
años, los médicos le practicaron una reducción del clítoris. Como en el caso
de Cheryl Chase, nadie le habló de la operación, pero Holmes la recuerda.
Aunque no hasta el punto de la anorgasmia, su función sexual quedó muy
disminuida. Como Chase, Holmes decidió hacer pública su historia. En su
trabajo de máster, donde analiza su propio caso en el contexto de las teorías
feministas de la construcción y el significado del género, escribe
apasionadamente sobre posibilidades perdidas:
«Me gusta imaginar, si mi cuerpo hubiera permanecido intacto y mi clítoris
hubiera crecido al mismo ritmo que el resto de mi cuerpo, cómo habrían sido
mis relaciones lésbicas. ¿Cómo habría sido mi actual relación heterosexual?
¿Y si, como mujer, pudiera asumir un rol penetrador… con mujeres y
hombres? Cuando los médicos aseguraron a mi padre que en el futuro tendría
«una función sexual normal», no querían decir que podían garantizar que mi
clítoris amputado tendría sensibilidad o que yo sería capaz de tener
orgasmos… Lo que se garantizaba era que de mayor yo no tendría ninguna
confusión sobre quién (hombre) folla a quién (mujer). Estas posibilidades…
se me negaron en una operación razonablemente simple de dos horas. Todas
las cosas que podría haber llegado a hacer, todas las posibilidades, se fueron
con mi clítoris camino del departamento de patología. Lo que quedó de mí fue
a la sala de recuperación, y aún no ha salido de ella» (Holmes 1994, p. 53).
<<
las operaciones que eliminan tejido eréctil aún están por evaluar
sistemáticamente». <<
orgasmo doloroso tras recesión del clítoris. Randolf et al. (1981) escriben:
«Vale la pena llevar a cabo una segunda recesión, que puede efectuarse
satisfactoriamente a pesar de la cicatriz vieja» (p. 884). Lattimer (1961), en su
descripción de la operación de recesión, menciona la «cicatriz media», que
acaba oculta a la vista entre los pliegues de los labios mayores. Allen et al.
(1982) citan 4/8 casos de erección dolorosa del clítores tras recesión. Nihoul-
Fekete (1981) dice que la clitorectomía deja muñones dolorosos; en cuanto a
la recesión, escribe que «la sensibilidad del clítoris se conserva, excepto en
los casos de necrosis postoperatoria por disección excesiva de los pedículos
vasculares» (p. 255). <<
pacientes requirieron una segunda operación para hacer que la recesión del
clítoris «funcionara». Lobe et al. 1987: 13 de 58 pacientes requirieron más de
dos operaciones; parece probable a partir de su discusión de que muchas más
de esas 58 pacientes requirieran dos operaciones, pero no se informa de
cuántas. Allen et al. (1982): 7 de 8 clitoroplastias requirieron operaciones
adicionales. Van der Kamp et al. (1982): 8 de 10 pacientes requirieron dos o
más operaciones. Sotiropoulos et al. 1976: 8 de 13 vaginoplastias tempranas
requirieron segundas operaciones. Jones y Wilkins (1961): un 40 por ciento
de las vaginoplastias requirió segundas operaciones. Nihoul-Fekete et al.
(1982): un 33 por ciento de las vaginoplastias tempranas requirió operaciones
adicionales. Newman et al. (1992a): 2 de 9 pacientes requirieron una segunda
recesión del clítoris; 1 de 9 requirió una segunda vaginoplastia. Azziz et al.
(1986): 30 de 78 pacientes requirieron segundas y terceras vaginoplastias; el
éxito de las vaginoplastias practicadas en niñas menores de 4 años era sólo del
34,3 por ciento. InnesWilliams (1981): para intersexos con hipospadias
recomienda dos operaciones y dice que la técnica o la cicatrización deficiente
puede significar tres o más operaciones adicionales. Véase también Alizai et
al. 1999.
El número de operaciones puede ascender a 20. En un estudio de 73 pacientes
de hipospadias el número medio de operaciones era de 3,2 con un rango de 1
a 20. Véase Mureau, Slijper et al. 1995a, 1995b, 1995c. <<
una cultura a otra. Por ejemplo, unos cuantos estudios en Holanda, donde la
circuncisión masculina es infrecuente, determinaron que la insatisfacción con
el resultado de la operación se derivaba en parte de la apariencia circuncidada
del miembro (Mureau, Slijper et al. 1995a, 1995b, 1995c; Mureau 1997;
Mureau et al. 1997). Para un estudio anterior véase Eberle et al. (1993),
quienes reportaron cierta ambigüedad sexual persistente (contemplada como
algo negativo) en el 11 por ciento de sus pacientes afectos de hipospadias.
Duckett encontró «este estudio de lo más preocupante para aquellos de
nosotros que ofrecen perspectivas optimistas para nuestros pacientes con
hipospadias» (Duckett 1993, p. 1477). <<
1) NO dirás a la familia que no pongan nombre a «la criatura». Eso sólo sirve
para aislarlos y para hacer que comiencen a ver a su bebé como una
«anormalidad».
2) sí animarás a la familia a llamar a su criatura por un apodo (dulzura,
cariñito o incluso «pulguita») o un nombre neutro.
3) NO te referirás al paciente como «la criatura». Esto hace que los padres
comiencen a ver a su bebé como un objeto y no como una persona.
4) sí llamarás al paciente por el nombre o sobrenombre elegido por los padres.
Puede resultar incómodo de entrada, pero ayudará mucho a los padres.
Ejemplo: «¿Cómo está hoy vuestra dulzura?».
5) NO aislarás al paciente en una unidad de cuidados intensivos. Esto alarma
a los padres y les hace pensar que algo va muy mal con su criatura. También
aísla a la familia al impedir las visitas de hermanos, tíos y hasta abuelos, con
lo que su nuevo miembro comienza a recibir un tratamiento diferente.
6) SÍ permitirás que el paciente permanezca en una sala ordinaria. Admitirás
pacientes en el ala infantil, quizás en una habitación única. Luego permitirás
las visitas, de manera que el vínculo familiar pueda comenzar a afianzarse.
7) SÍ pondrás a la familia en contacto con un grupo de información o apoyo.
Hay muchos disponibles: NORD (National Organization for Rare Disorders);
Parent to Parent; HELP; AIS Support Group; ISNA; incluso March of Dimes
o Easter Seáis.
8) NO privarás de información O apoyo a la familia. No asumirás que no
entenderán o que será inconveniente que sepan de otros desórdenes o
problemas relacionados. Dejarás que los padres decidan qué información
quieren o necesitan. Les animarás a contactar con gente que pueda
informarles y compartir experiencias con ellos.
9) SÍ animarás a la familia a visitar un consejero o terapeuta. No sólo un
consejero genético; necesitarán apoyo emocional además de información
genética. Los enviarás a un consejero de familia, terapeuta o asistente social
que intervenga en las crisis familiares.
a ser estadísticamente significativas, pero en este párrafo doy por sentada esta
significación. <<
por ejemplo, Hausman 1992, 1995; Bloom 1994; Bollin 1994; Devor 1997.
<<
Feinberg 1996, 1998; Ekins y King 1997; Bornstein 1994; Atkins 1998.
Consúltese también la revista Chrysalis: The Journal of Transgressive
Gender Identities. <<
Besnier 1994; Roscoe 1991, 1994; Diedrich 1994; Snarch 1992. <<
extrapolación serían aplicables a los intersexuales) véase Case 1995. Para una
discusión sobre la forma en que las decisiones legales construyen el tema
heterosexual y homosexual véase Halley 1991, 1993, 1994. <<
Kolata 1992; Serrat y García de Herreros 1993; sin firma 1993. <<
1999). <<
véase, por ejemplo, Clarke et al. 1989 y Byne et al. 1988. <<
refieren a Bean y/o Malí. Cinco que reportan diferencias sexuales y cuatro
que no detectan ninguna diferencia citan sólo a Bean. Ninguno cita
únicamente a Malí, aunque su artículo figuró durante décadas como el trabajo
definitorio. Tres grupos que encuentran sus propias diferencias sexuales citan
a ambos, mientras que uno de los que niegan la existencia de diferencias cita
la controversia clásica. <<
1991; Demeter et al. 1988; Hines et al. 1992; Cowell et al. 1993; Holloway et
al. 1993; de Lacoste-Utamsing y Holloway 1982; de Lacoste et al. 1986;
Oppenheim et al. 1987; O’Kusky et al. 1988; Weiss et al. 1989; Habib et al.
1991; Johnson et al. 1944; Bell y Variend 1985; Holloway y de Lacoste 1986;
Kertesz et al. 1987; Byne et al. 1988; Clarke et al. 1989; Allen et al. 1991;
Emory et al. 1991; Aboitiz, Scheibel et al. 1992b; Clarke y Zaidel 1994;
Rauch y Jinkins 1994; Going y Dixson 1990; Steinmetz et al. 1992; Reinarz
et al. 1988; Denenberg et al. 1991; Prokop et al. 1990; Elster et al. 1990;
Steinmetz et al. 1995; Constant y Ruther 1996. <<
valores relativos para comparar grupos distintos a menos que exista una
correlación probada dentro de cada grupo, y ponen como ejemplo el CI para
ilustrar este punto. «En promedio no hay diferencia entre varones y mujeres
en cuanto a las pruebas de CI. Sin embargo, los cerebros femeninos son
menores que los masculinos, y pesan menos». Si tomáramos el CI en razón al
peso cerebral, las mujeres serían considerablemente más inteligentes «por
unidad cerebral» que los varones. «La razón por la que no empleamos
semejante estadística es que la investigación ha establecido que no hay
correlación intragrupal entre CI y tamaño cerebral» («intragrupal» significa
comparar las mujeres de cerebro pequeño con las de cerebro grande). En
cuanto al cuerpo calloso, concluyen que «el procedimiento de dividir el
tamaño cerebral por el área del cuerpo calloso como “factor de corrección” es
incorrecto y, puesto que el cerebro femenino es típicamente menor, puede
llevar a resultados falsos que sugieren un cuerpo calloso de mayor tamaño
“relativo” en las mujeres» (p. 326). Aboitiz (1998) argumenta que la
corrección según el tamaño cerebral podría ser apropiada si tuviéramos una
mejor idea de la correlación entre función y tamaño. Holloway (1998) aboga
sin ambages por las medidas relativas: «Los antropólogos físicos… usan
datos de razones de manera rutinaria… Lo hacemos así porque se pone de
manifiesto una serie de hechos extremadamente interesante: el tamaño
relativo del cerebro… ciertamente exhibe diferencias sexualmente dimórficas,
que varían considerablemente dentro de los mamíferos» (p. 334). Wahlsten y
Bishop (1998) también se pronuncian contra el uso gratuito de cocientes,
aunque admiten que su empleo puede ser legítimo con ciertas condiciones,
que no se cumplen en los estudios del cuerpo calloso. <<
sugiere que un bando (en este caso, las feministas) tiene compromisos
políticos que menoscaban su capacidad para evaluar imparcialmente ciertos
resultados, mientras que la otra parte puede oír claramente la verdad que
comunica la naturaleza, porque no tiene compromisos políticos. Halpern
viene a decir que una explicación de la ausencia de diferencias sexuales es
tendenciosa, quizá resultado de compromisos políticos antes que de un
compromiso con la búsqueda de la verdad sobre el mundo natural. Este
argumento contra el feminismo toma la misma forma que el análisis de Gould
de la obra de Morton sobre las diferencias raciales en el tamaño cerebral
(Gould 1981). Sea cual sea el bando propio (el de Dios o el del chico malo) en
estas disputas, estos argumentos asimétricos lo pintan a uno en un rincón
(véase también Halpern 1997). <<
habla de su lugar en el artículo científico: porque «el que disiente [en este
caso sería el lector altamente escéptico, como yo misma] siempre puede
escapar y buscar otra interpretación… Los científicos dedican mucho tiempo
y energía a arrinconarlo y rodearlo con efectos visuales aún más
espectaculares. Aunque, en principio, puede oponerse cualquier interpretación
a cualquier texto e imagen, en la práctica éste está lejos de ser el caso; el
coste de disentir aumenta con cada nueva recopilación, cada reetiquetado,
cada recomposición» (p. 42; énfasis en el original). <<
más robustos en la colección del cuerpo calloso. Lo empleo para ilustrar las
tácticas de los científicos para estabilizar el CC y extraerle sentido. <<
<<
1996. <<
Para hacerse una idea de los diversos puntos de vista y la investigación sobre
niños talentosos y la incorporación de los hallazgos sobre el cuerpo calloso
véase Bock y Ackrill 1993. <<
mayoría subdeterminadas, esto es, que los datos reales no determinan por
completo una elección particular entre teorías en competencia, lo que deja un
margen para que la valencia sociocultural de una teoría contribuya a su
atractivo. Véase, por ejemplo, Potter 1989. <<
sobre los mundos sociales. Los sociólogos emplean una «visión de mundos
sociales» como método de análisis de la organización del trabajo, pero aquí y
en el capítulo siguiente me fijo en las implicaciones del estudio de la
intersección de los distintos mundos sociales para la producción de
conocimiento científico. Véase Strauss 1978; Gerson 1983; Clarke 1990a;
Garrety 1997. Gerson define los mundos sociales como «actividades llevadas
a cabo en común respecto de un motivo o área particular de interés» (p. 359).
<<
trémula del último castrato del que se sabe que cantó en el Vaticano puede
oírse en el CD «Alessandro Moreschi: The Last Castrato, Complete Vatican
Recordings» (Pavilion Records LTD, Pearl Opal CD 9823). Moreschi murió
en 1922. Las grabaciones originales se encuentran en la colección de
grabaciones históricas de la Universidad de Yale. <<
fueron castradas. Entre los activistas que finalmente pusieron fin a la práctica
de eliminar los ovarios estaba la primera médica norteamericana, Elizabeth
Blackwell. <<
1987. <<
Cito de una edición de 1928]. Los romos de Ellis sobre la sexualidad humana
establecieron un estándar científico alto para la época. Era desapasionado y
no hacía juicios sobre la amplia variación de la conducta sexual humana. Para
más información sobre el origen de la sexología moderna, véase Jackson
1987; Birken 1988; Irvine 1990a, 1990b; Bullough 1994; Katz 1995. <<
controversia con su operación Steinach que, de hecho, no era más que una
vasectomía. Steinach pretendía que esta operación podía rejuvenecer a los
hombres envejecidos. Se hizo enormemente popular, y a ella se sometieron
Sigmund Freud, W. B. Yeats y muchos otros. El historiador Chandak
Sengoopta describe la historia de este periodo: «La historia de la
investigación del envejecimiento y su prevención no es sólo una historia de
charlatanería. Ni, por supuesto, se ajusta al estereotipo de la ciencia como
actividad puramente racional. Es más realista (y gratificante) contemplarla
como un fenómeno muy humano, en el que el miedo a la vejez y la muerte
interactuaron con la fe modernista en la ciencia para abrir un extraño pero no
necesariamente irracional campo de investigación» (Sengoopta 1993, p. 65).
Véase también Kammerer 1923. <<
véase Clarke 1991 y Mitman 1992. Véase también Lillie 1916, 1917. <<
fueron obtenidos con cobayas, porque las ratas macho no tienen pezones
primordiales capaces de responder a implantes de ovario. Moore sugiere que
sus diferencias con Steinach podrían deberse a que no usaron la misma cepa
de ratas. Steinach indica que crió sus cobayas «de tal manera que se
produjeran animales en buena parte del mismo tipo» (Steinach 1940, p. 62).
Parece probable que Steinach también criara sus ratas para hacerlas más
uniformes. Puede que, simplemente, no tuviera tanta variabilidad en sus
colonias como Moore. Hay otro aspecto importante de la historia. Si criamos
animales de laboratorio para exagerar diferencias esperadas, y luego
encontramos las causas fisiológicas de tales diferencias, ¿hasta qué punto
pueden extrapolarse a poblaciones más variables? Para más sobre la historia
de las colonias de ratas véase Clause 1993. <<
estas células eran la fuente de la hormona masculina, una idea por la que fue
atacado durante años por científicos influyentes (comunicación personal,
1999). <<
Harwood, que él aplicó a los genetistas alemanes del mismo periodo. ¿Tenían
Moore y Steinach diferentes «estilos de pensamiento» que les llevaron por
derroteros científicos distintos y diferentes modos de experimentación? Véase
Harwood 1993. <<
Los médicos se las veían con «una miríada de dolencias y anormalidades que
desafiaban su clasificación como fallos o hiperactividad de los mensajeros
químicos gonadales» (p. 83). <<
2200 Women. En él reunía los resultados de sus estudios sobre las mujeres de
clase media. Ningún tema, desde la masturbación hasta la elevada incidencia
de la homosexualidad, pasando por los usos sexuales en la vida marital,
parecía demasiado delicado. Su tratamiento franco e impersonal simbolizaba
la transición hacia el estudio científico del sexo y la sexualidad. <<
1994. <<
estro. Primero, las ratas tenían que pasar por un chequeo de varias semanas
para elegir sólo las que tenían ciclos normales. Segundo, tras extraerles los
ovarios tenían que pasar dos semanas en observación para descartar los
animales que aún mostraran signos de producción hormonal interna. Tercero,
se preparaba a los animales con inyecciones de dos unidades de hormona.
Cuarto, una semana más tarde se administraba otra inyección; cualquier
animal que no respondiera era descartado. Quinto, al cabo de otra semana se
inyectaba una cantidad de hormona demasiado pequeña para tener efecto; si a
pesar de ello había alguna respuesta, el animal era descartado. Por último, se
recomendaba emplear «un número suficiente de animales. Si el 75 por ciento
de los animales… da una reacción positiva, considérese que la cantidad
inyectada contenía una R. U.» (Kahnt y Doisy 1928, pp. 767-768). La
conferencia de la Sociedad de Naciones también destacó la importancia del
tamaño de muestra. <<
testicular, los autores escribían: «Pensamos que hasta que no se sepa más de
la naturaleza química de la hormona no debería darse ningún nombre al
extracto. Por ahora, cualquier nombre carecería de validez y no sería en
absoluto descriptivo» (Gallagher y Koch 1929, p. 500). <<
menstruación, pero quizá no sepan que bucles retroactivos que implican las
mismas hormonas pituitarias también regulan la espermatogénesis en los
varones. <<
este tema. Esta división se repitió entre las feministas de finales del siglo XX
durante su batalla por la enmienda de igualdad de derechos y la eliminación
de la legislación laboral proteccionista. <<
través del CRPS. Antes de 1938, la cuarta parte de las becas del CRPS
Financiaba investigaciones del comportamiento, y la mayor parte del resto se
destinaba a la fisiología básica del sexo y la reproducción. De 1938 a 1947,
sin embargo, el 45 por ciento de las becas del CRPS iban a la investigación de
la conducta ligada al sexo, con un foco principal en el papel de las hormonas.
Para una lista completa correspondiente a este periodo véase Aberle y Córner
1953. <<
esto es que haya tanto que pueda medirse fácilmente». Incluso especies
estrechamente emparentadas difieren en los detalles. Los cobayas machos, por
ejemplo, se parecen a los primates en sus vaivenes repetitivos dentro de una
única penetración (anónimo, comunicación personal). <<
suprimido el córtex. Véase Beach 1942b, 1942c, pp. 179-181, y Beach 1943.
<<
con Kinsey. Este último obtuvo su primera beca del CRPS en 1941, y le fue
renovada y aumentada anualmente hasta 1947 (Aberle y Córner 1953). <<
este último artículo apareció dos años después que el de Phoenix et al., Young
editó el volumen en el que se publicó, así que tanto él como sus colaboradores
lo habían leído y podían citarlo como «de próxima aparición». <<
militantes, a las que —señalaron— no les iba a gustar lo que tenían que decir.
El índice de su libro también incluye una curiosa entrada: bajo «Liberación
femenina: material citable», indicaban las páginas donde había pasajes que a
su juicio reforzarían el punto de vista feminista (véase la p. 310). El psicólogo
Richard Doty escribió un artículo en el que exhortaba a los investigadores a
dar más «igualdad de oportunidades» a las hembras roedoras (Doty 1974, p.
169), mientras que el psicólogo Richard Whalen expresaba su preocupación
de que sus teorías de la formación del género en roedores fueran «sexistas»
(véase, por ejemplo, Whalen 1974, p. 468). En un simposio celebrado en 1976
con ocasión del 65 cumpleaños de Beach, su discípula Leonore Tiefer lo
enfureció con una charla en la que ofrecía una perspectiva feminista de la
investigación contemporánea. Después, cuando Beach leyó la ponencia, se
disculpó y admitió que su punto de vista era digno de ser escuchado. Véase
Tiefer 1978 y van den Wijngaard 1991. <<
pasar de puntillas sobre sus objeciones anteriores sin citar su artículo de 1971.
Lo significativo del silencio de Beach puede apreciarse en McGill et al. 1978.
Este volumen de 436 páginas, conmemorativo del 65 cumpleaños de Beach,
contiene artículos sobre las investigaciones en curso de al menos diecisiete de
sus antiguos discípulos. Sólo uno hace referencia al artículo de 1971, y sólo
para mencionar un hecho particular, no la crítica en sí.
Por supuesto, hay microexplicaciones: (1) una nueva generación de
bioquímicos estaba tomando el relevo, y Beach no dominaba el enfoque
molecular, así que estaba fuera de onda, pero sus colegas jóvenes eran
demasiado respetuosos con él para ponerle en evidencia; (2) su artículo fue
tan intempestivo que excedió lo aceptable, y la gente prefirió poner la otra
mejilla en vez de devolverle los insultos.
Además de atacar las ambigüedades lingüísticas, Beach consideró
explicaciones alternativas para los resultados de los experimentos de
tratamiento hormonal temprano. Se centró sobre todo en la pretensión de que
la testosterona organizaba la conducta copulatoria masculina y femenina.
Señaló que el andrógeno afectaba intensamente el crecimiento posnatal del
pene. Así, los machos castrados en la infancia podían quedar incapacitados
para la penetración y la eyaculación no porque sus cerebros no se hubieran
masculinizado, sino porque sus penes eran demasiado pequeños. Para más
sobre este debate véase Beach y Nucci 1970; Phoenix et al. 1976; Grady et al.
1965. En general, argumentaba que muchos de los resultados experimentales
logrados podían derivarse de efectos sobre el sistema nervioso periférico o los
genitales en vez del sistema nervioso central (véase, por ejemplo, Beach y
Nucci 1970). La primera evidencia de que el cerebro era al menos un
componente del sistema nervioso central implicado en la organización del
comportamiento fue publicada por Nadler en 1968. Durante los años setenta y
principios de los ochenta se acumularon evidencias adicionales. Véase
Christensen y Gorski 1978; Hamilton et al. 1981; Arendash y Gorski 1982.
(Doy las gracias a Elizabeth Adkins-Regan por esta cronología).
Beach siguió insistiendo en que, cualesquiera que fueran los efectos de las
hormonas tempranas en los machos, no borraban para siempre las conexiones
neuronales requeridas para la expresión de la lordosis. Quizá, como él mismo
macho mucho más grande conseguirá copular con ella. Varios investigadores
me han hecho notar que ningún macho roedor puede conseguir copular con
una hembra no dispuesta a ello, y que en algunas especies una hembra puede
atacar y hasta matar a un pretendiente no bienvenido. <<
Vay (1991). Véase también Byne y Parsons 1993; Byne 1995. <<
unas con experiencia sexual previa y otras sin. Luego indujeron conductas
sexuales inyectándoles testosterona (o, para los controles, aceite normal y
corriente). Las hembras inexpertas preferían la compañía de machos bajo la
influencia de la testosterona, pero no mostraban ninguna preferencia sin ella,
mientras que las hembras que tenían experiencia de haber montado a otras
hembras continuaban prefiriendo parejas femeninas con independencia de que
se les inyectara testosterona o aceite. En cambio, si su experiencia previa
había sido con machos, luego no mostraban ninguna preferencia sexual
definida (de Jonge et al. 1986). Aunque las hormonas adultas y la experiencia
previa parecen ser claves para las preferencias sexuales de la rata de
laboratorio hembra, en el macho las hormonas prenatales adquieren más
importancia. Julie Bakker completó una serie de experimentos que mostraban
que los machos a los que se les bloqueaba la conversión de testosterona en
estrògeno al nacer adquirían potenciales marcadamente bisexuales o
asexuales. Si se dejaban intactos y se les sometía a un ciclo luz/oscuridad
adecuado, iban y venían entre machos y hembras de prueba, exhibiendo
conductas y preferencias de apareamiento alteradas. En la fase adulta, el
estrògeno inducía preferencias homosexuales en tales machos, mientras que la
testosterona parecía permitir una mayor bisexualidad (Bakker 1996). Bakker
también mostró que, en los machos, el aislamiento social desde el destete
hasta la fase adulta no tenía efecto en la preferencia sexual, aunque sí
menoscababa drásticamente la ejecución del acto sexual. No obstante, las
interacciones sociales adultas sí afectaban la preferencia sexual masculina.
Las ratas tratadas con un inhibidor de la aromatasa necesitaban de la
interacción física con sus parejas potenciales para diferenciarse de los
controles. Aunque para redactar esta sección me he basado sobre todo en la
tesis doctoral de Bakker, buena parte de su trabajo también puede encontrarse
en las siguientes publicaciones: Brand y Slob 1991a, 1991b; Brand et al.
1991; Bakker et al. 1995a; Bakker, Brand et al. 1993; Bakker, van Ophermert
et al. 1993; Bakker 1995; Bakker et al. 1994. <<
discute en Noske 1989. Véase también Singh 1942; Gesell y Singh 1941. <<
1997. <<
sino que las contempla más como un conjunto de líneas directrices. <<
y las definiciones contemporáneas del género, véase Hausman 1995. Para una
historia más general de la cirugía cosmética consúltese Haiken 1997. Ambos
libros ilustran la importancia de la tecnología en el proceso de construcción
del sexo y el género. <<
Weiss ideó hace muchos años un diagrama del desarrollo que recuerda la
sección transversal de una muñeca rusa. Weiss incluyó más capas
organísmicas que yo, pero la idea es similar (Weiss 1959). Otros han
empleado diagramas más complejos para visualizar el desarrollo humano.
Véase, por ejemplo, Wapner y Demick 1998, fig 13.1. Estos autores aplican la
noción de transacción de Dewey y Bentley para describir el sistema
«organismo en su entorno», que caracterizan en términos de niveles de
integración, que van desde las actividades dentro del organismo individual
hasta lo que Wapner y Demick llaman «la persona en el sistema mundial»
(p. 767). <<