Cuerpos Sexuados

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¿Es

un niño o una niña? Ésta es la primera pregunta que nos formulamos


frente a un recién nacido y la que mejor refleja nuestra profunda creencia en
la inherencia y connaturalidad de la diferencia sexual así como lo
fundamental que es el sexo en nuestra concepción de la identidad humana. En
este brillante y provocativo ensayo Anne Fausto-Sterling nos muestra, a
través de un análisis científico, médico y de recuento de casos reales
sorprendentes, cómo la respuesta a esta sencilla pregunta es mucho más
compleja y hay que buscarla tanto en el reino de la ciencia como en el de la
política.
Este libro es un clásico en el estudio del origen de la identidad sexual y las
políticas de género que plantea un cambio radical de paradigma en nuestra
forma de entender y estructurar la experiencia del ser humano.

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Anne Fausto-Sterling

Cuerpos sexuados
La política de género y la construcción de la sexualidad

ePub r1.0
Titivillus 26.07.2019

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Título original: Sexing the Body. Gender politics and construction of sexuality
Anne Fausto-Sterling, 2000
Traducción: Ambrosio García Leal
Ilustración de cubierta: Mamad Mossadegh/Photonica

Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1

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Para la siempre deliciosa y estimulante Paula,
ánimo de mi corazón y mi mente.

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Índice de contenido

Prefacio

Agradecimientos

1. Duelo a los dualismos

2. «Aquel sexo que prevaleciere»

3. Sobre géneros y genitales: Uso y abuso del intersexual moderno

4. ¿Por qué debería haber sólo dos sexos

5. El cerebro sexuado: De cómo los biólogos establecen diferencias

6. Glándulas, hormonas sexuales y química de género

7. ¿Existen realmente las hormonas sexuales? (El género se traslada a la


química)

8. La fábula del roedor

9. Sistemas de género: Hacia una teoría de la sexualidad humana

Bibliografía

Notas

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Prefacio

En mi anterior libro, Myths of gender: Biological theories about women and


men, exhortaba a los expertos a examinar las componentes personal y política
de sus puntos de vista. A nivel individual, los científicos se decantan por una
u otra tesis biológica sobre la base de la evidencia científica, pero también por
su conformidad con algún aspecto de la vida que les resulta familiar. Como
toda persona que haya pasado por una etapa de su vida manifiestamente
heterosexual, otra etapa manifiestamente homosexual, y una fase de transición
entre ambas, estoy abierta a las teorías de la sexualidad que admiten la
flexibilidad y el desarrollo de nuevas pautas de conducta, incluso en la edad
adulta. Pero no me sorprende que quienes siempre se hayan sentido
heterosexuales u homosexuales puedan inclinarse por las teorías que postulan
una sexualidad biológicamente determinada que se despliega a lo largo del
desarrollo.
Con independencia de las inclinaciones personales, todo autor que
pretenda presentar una argumentación general más allá de los límites de su
especialidad debe recopilar evidencias y agruparlas de manera que el conjunto
tenga sentido. Espero haberlo hecho lo bastante bien para convencer a los
lectores de la necesidad de teorías que permitan una variación humana
sustancial y que integren la potencia analítica de la biología y la sociología en
el análisis sistemático del desarrollo humano.
Para un libro destinado a un público amplio, este volumen incluye una
sección de notas y una bibliografía inusualmente extensas. La justificación
esencial estriba en que he escrito dos libros en uno: una narración accesible al
gran público y un libro universitario que pretende suscitar la discusión dentro
de los círculos académicos. A ratos la discusión académica puede hacerse
arcana o irse por ramas laterales que desvíen la atención de la narrativa
principal. Además, los científicos suelen demandar citas de fuentes originales
o descripciones detalladas de experimentos concretos. Las notas me han
servido para trasladar allí la discusión más académica y evitar distraer al
lector no profesional. Pero, aunque no es obligatorio para seguir mi

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argumentación general, aconsejo a todos los lectores que lean las notas, pues
añaden profundidad y diversidad al texto.
Además, Cuerpos sexuados es una obra altamente sintética, lo que implica
que casi todos los lectores, sean o no científicos, estarán poco o nada
familiarizados con algunas de las áreas que toco, lo que muy posiblemente les
llevará a mostrarse escépticos. Ésta es otra razón por la que he incluido tantas
notas, para indicar que mis afirmaciones, incluso las que hago de pasada,
tienen un respaldo sustancial en la literatura académica. Por último, los
lectores interesados en temas particulares pueden recurrir a las notas y la
bibliografía para informarse más por su cuenta. Me temo que esto es culpa de
la profesora que llevo dentro. Mi mayor deseo al escribir este libro es
estimular la discusión y el anhelo de conocimiento en mis lectores; de ahí la
bibliografía rica y actualizada, que incluye publicaciones trascendentales en
campos tan diversos como los estudios científicos del feminismo, la
sexualidad, el desarrollo, la teoría de sistemas y la biología.
También he incluido una buena cantidad de ilustraciones, lo que tampoco
es usual en un libro de esta clase. Algunas consisten en historietas o tiras
cómicas que describen hechos discutidos en el texto. Aquí me he inspirado en
otros que han transmitido ideas científicas mediante viñetas. Mucha gente
piensa que la ciencia es una profesión sin sentido del humor, cosa de la que
también se acusa siempre a las feministas. Pero esta científica feminista
encuentra humor por todas partes. Espero que algunas de las ilustraciones
contribuyan a que los lectores suspicaces de las culturas de la ciencia y del
feminismo vean que es posible mantener una discusión académica
profundamente seria sin perder el sentido del humor.
La biología misma es una disciplina muy visual, como revela un vistazo a
los libros de texto actuales. Algunas de mis ilustraciones intentan comunicar
información de manera visual, no verbal. Al hacerlo así sólo estoy siendo fiel
a mi propia tradición académica. En cualquier caso, animo al lector o lectora a
reír si algo le mueve a la risa, a estudiar diagramas si lo desea, o a pasar de
largo las ilustraciones y centrarse en el texto, si es su preferencia.

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Agradecimientos

Escribir este libro me ha llevado más de seis años. Durante ese tiempo he
tenido el constante apoyo de mi familia y mis amigos, quienes han
sobrellevado mi obsesión y mi aislamiento siempre que me imponía un nuevo
plazo. Doy las gracias a todos y cada uno de ellos. Cada uno de vosotros (y
sabéis a quiénes me refiero) me ha proporcionado el basamento sobre el que
me alzo.
Cuando tuve que revisar y sintetizar material de campos ajenos al mío,
conté con la generosidad de expertos académicos e independientes que se
prestaron a leer borradores y me hicieron saber cuándo tenía algún concepto
básico equivocado o había omitido alguna referencia esencial. Cada una de
las personas de la larga lista que sigue tiene una atareada agenda y proyectos
propios, a pesar de lo cual todos me prestaron su tiempo para leer y comentar
las primeras versiones de uno o más capítulos de este libro o ayudarme a
formular algunas de sus ideas. Algunos también compartieron conmigo los
borradores de sus propias obras, lo que me permitió ponerme al día. Si he
omitido a alguien, pido excusas por adelantado. Por supuesto, soy la única
responsable de la versión final de este libro.
Elizabeth Adkins-Regan, Pepe Amor y Vasquez, Mary Arnold, Evan
Balaban, Marc Breedlove, Laura Briggs, Bill Byne, Cheryl Chase, Adele
Clarke, Donald Dewesbury, Milton Diamond, Alice Dreger, Joseph Dumit,
Julia Epstein, Leslie Feinberg, Thalia Field, Cynthia García-Coll, GISP 006,
Elizabeth Grosz, Philip Gruppuso, Evelynn Hammonds, Sandra Harding, Ann
Harrington, Bernice L. Hausman, Morgan Holmes, Gail Hornstein, Ruth
Hubbard, Lily Kay, Suzanne Kessler, Ursula Klein, Hannah Landecker,
James McIlwain, Cindy Meyers-Seifer, Diana Miller, John Modell, Susan
Oyama, Karherine Park, Mary Poovey, Karen Romer, Hilary Rose, Steven
Rose, Londa Schiebinger, Chandak Sengoopta, Roger Smith, Lynn Smitley,
Linda Snelling, Peter Taylor, Douglas Wahlsten, Kim Wallen.
Los participantes en el servidor «Loveweb» han estado siempre dispuestos
a discutir conmigo y discrepar de mis ideas, además de compartir referencias

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y reimpresiones, y en el proceso me han ayudado a aclararlas. El debate,
intelectual o de cualquier otro tipo, puede ser el fuego necesario para forjar
conceptos mejorados.
Los editores de Basic Books han tenido un papel fundamental en la
redacción del manuscrito y su versión final. Tengo una deuda especial con
Steven Fraser, Jo Ann Miller y Libby Garland. Steve creyó en el libro desde
el principio y me hizo lúcidos comentarios sobre los capítulos iniciales. Jo
Ann y Libby llevaron a cabo una atinada y minuciosa corrección del
manuscrito, que ha consolidado sobremanera el libro.
Varias partes de este libro las escribí estando en excedencia o ausente de
la universidad Brown. Doy las gracias a mis colegas por suplir mi
desaparición, y a la dirección de la universidad por facilitar mis excendencias.
También quiero dar las gracias al personal administrativo y las secretarias que
me asistieron. He contado con el generoso apoyo de los bibliotecarios de la
universidad, quienes me ayudaron a encontrar las fuentes más recónditas y
respondieron con prontitud a mis demandas a veces urgentes. Ningún
científico puede ejercer su oficio sin la ayuda de unos buenos bibliotecarios.
Quiero dar especialmente las gracias a mis asistentes de investigación:
Veronica Gross, Vino Subramanian, Sonali Ruder, Miriam Reumann y Erica
Warp.
Otros pasajes de este libro los escribí en la residencia de la Fundación
Rockefeller en Bellagio, Italia. Otras partes se escribieron con la financiación
de una beca del American Council of Learned Societies, y otras mientras fui
miembro del Instituto Dibner para la historia de la ciencia y la técnica en el
Instituto Tecnológico de Massachusetts. Doy las gracias a todas las personas
involucradas en estas instituciones por su apoyo, tanto financiero como
práctico.
Dos talentosas ilustradoras, Diane DiMassa y Alyce Jacquet, han hecho
una aportación inestimable a este proyecto. Les doy las gracias por su
esmerado trabajo. Erica Warp también ha aportado ilustraciones de última
hora.
Por último, pero no en último lugar, mi compañera Paula Vogel me ha
ofrecido un apoyo constante. Se mostró entusiasmada con el proyecto desde
el principio. Leyó dos borradores de cada capítulo y me proporcionó estímulo
intelectual y una consistencia emocional sin la cual no podría haber
completado el libro. A ella le dedico este Cuerpos sexuados.

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1

Duelo a los dualismos

¿Macho o hembra?

Con las prisas y la emoción de la partida hacia los juegos olímpicos de 1988,
María Patiño, la mejor vallista española, olvidó el preceptivo certificado
médico que debía dejar constancia, para seguridad de las autoridades
olímpicas, de lo que parecía más que obvio para cualquiera que la viese: que
era una mujer. Pero el Comité Olímpico Internacional (COI) había previsto la
posibilidad de que algunas atletas olvidaran su certificado de feminidad.
Patiño sólo tenía que informar al «centro de control de feminidad»[1], raspar
unas cuantas células de la cara interna de su mejilla, y todo estaría en orden…
o así lo creía.
Unas horas después del raspado recibió una llamada. Algo había ido mal.
Pasó un segundo examen, pero los médicos no soltaron prenda. Cuando se
dirigía al estadio olímpico para su primera carrera, los jueces de pista le
dieron la noticia: no había pasado el control de sexo. Puede que pareciera una
mujer, que tuviera la fuerza de una mujer, y que nunca hubiera tenido ninguna
razón para sospechar que no lo fuera, pero los exámenes revelaron que las
células de Patiño tenían un cromosoma Y, y que sus labios vulvares ocultaban
unos testículos. Es más, no tenía ni ovarios ni útero.[2] De acuerdo con la
definición del COI, Patiño no era una mujer. En consecuencia, se le prohibió
competir con el equipo olímpico femenino español.
Las autoridades deportivas españolas le propusieron simular una lesión y
retirarse sin hacer pública aquella embarazosa situación. Al rehusar ella esta
componenda, el asunto llegó a oídos de la prensa europea y el secreto se
aireó. A los pocos meses de su regreso a España, la vida de Patiño se arruinó.
La despojaron de sus títulos y de su licencia federativa para competir. Su
novio la dejó. La echaron de la residencia atlética nacional y se le revocó la
beca. De pronto se encontró con que se había quedado sin su medio de vida.

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La prensa nacional se divirtió mucho a su costa. Como declaró después, «Se
me borró del mapa, como si los doce años que había dedicado al deporte
nunca hubieran existido».[3]
Abatida pero no vencida, Patiño invirtió mucho dinero en consultas
médicas. Los doctores le explicaron que la suya era una condición congénita
llamada insensibilidad a los andrógenos; lo que significaba que, aunque
tuviera un cromosoma Y y sus testículos produjeran testosterona de sobra, sus
células no reconocían esta hormona masculinizante. Como resultado, su
cuerpo nunca desarrolló rasgos masculinos. Pero en la pubertad sus testículos
comenzaron a producir estrógeno, como hacen los de todos los varones, lo
cual hizo que sus mamas crecieran, su cintura se estrechara y su cadera se
ensanchara. A pesar de tener un cromosoma Y y unos testículos, se había
desarrollado como una mujer.
Patiño decidió plantar cara al COI. «Sabía que era una mujer», insistió a
un periodista, «a los ojos de la medicina, de Dios y, sobre todo, a mis propios
ojos».[4] Contó con el apoyo de Alison Carlson, ex tenista y bióloga de la
universidad de Stanford, contraria al control de sexo, y juntas emprendieron
una batalla legal. Patiño se sometió a exámenes médicos de sus cinturas
pélvica y escapular «con objeto de decidir si era lo bastante femenina para
competir».[5] Al cabo de dos años y medio, la IAAF (International Amateur
Athletic Federation) la rehabilitó, y en 1992 se reincorporó al equipo olímpico
español, convirtiéndose así en la primera mujer que desafiaba el control de
sexo para las atletas olímpicas. A pesar de la flexibilidad de la IAAF, sin
embargo, el COI se mantuvo en sus trece: si la presencia de un cromosoma Y
no era el criterio más científico para el control de sexo, entonces había que
buscar otro.
Los miembros del Comité Olímpico Internacional seguían convencidos de
que un método de control más avanzado sería capaz de revelar el auténtico
sexo de cada atleta. Pero ¿por qué le preocupa tanto al COI el control de
sexo? En parte, las reglas del COI reflejan las ansiedades políticas de la
guerra fría: durante los juegos olímpicos de 1968, por ejemplo, el COI
instituyó el control «científico» del sexo de las atletas en respuesta a los
rumores de que algunos países de la Europa Oriental estaban intentando
glorificar la causa comunista a base de infiltrar hombres que se hacían pasar
por mujeres en las pruebas femeninas para competir con ventaja. El único
caso conocido de infiltración masculina, en las competiciones femeninas se
remonta a 1936, cuando Hermann Ratjen, miembro de las juventudes nazis, se
inscribió en la prueba de salto de altura femenino como «Dora». Pero su

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masculinidad no se tradujo en una gran ventaja: aunque se clasificó para la
ronda final, quedó en cuarto lugar, por detrás de tres mujeres.
Aunque el COI no requirió el examen cromosómico en interés de la
política internacional hasta 1968, hacía tiempo que inspeccionaba el sexo de
los atletas olímpicos en un intento de apaciguar a quienes sostenían que la
participación de las mujeres en las competiciones deportivas amenazaba con
convertirlas en criaturas virilizadas. En 1912, Pierre de Coubertin, fundador
de las olimpíadas modernas (inicialmente vedadas a las mujeres), sentenció
que «el deporte femenino es contrario a las leyes de la naturaleza».[6] Y si las
mujeres, por su propia naturaleza, no eran aptas para la competición
olímpica, ¿qué había que hacer con las deportistas que irrumpían en la escena
olímpica? Las autoridades olímpicas se apresuraron a certificar la feminidad
de las mujeres que dejaban pasar, porque el mismo acto de competir parecía
implicar que no podían ser mujeres de verdad.[7] En el contexto de la política
de género, el control de sexo tenía mucho sentido.[8]

¿Sexo o género?

Hasta 1968, a menudo se exigió a las competidoras olímpicas que se


desnudaran delante de un tribunal examinador. Tener pechos y vagina era
todo lo que se necesitaba para acreditar la propia feminidad. Pero muchas
mujeres encontraban degradante este procedimiento. En parte por la
acumulación de quejas, el COI decidió recurrir al test cromosómico, más
moderno y «científico». El problema es que ni este test ni el más sofisticado
que emplea el COI en la actualidad (la reacción de la polimerasa para detectar
secuencias de ADN implicadas en el desarrollo testicular) pueden ofrecer lo
que se espera de ellos. Simplemente, el sexo de un cuerpo es un asunto
demasiado complejo. No hay blanco o negro, sino grados de diferencia. En
los capítulos 2-4 hablaré del tratamiento que han dado (o deberían dar) los
científicos, los médicos y el gran público a los cuerpos cuya apariencia no es
ni enteramente masculina ni enteramente femenina. Una de las tesis
principales de este libro es que etiquetar a alguien como varón o mujer es una
decisión social. El conocimiento científico puede asistirnos en esta decisión,
pero sólo nuestra concepción del género, y no la ciencia, puede definir
nuestro sexo. Es más, nuestra concepción del género afecta al conocimiento
sobre el sexo producido por los científicos en primera instancia.

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En las últimas décadas, la relación entre la expresión social de la
masculinidad y la feminidad y su fundamento físico ha sido objeto de
acalorado debate en los terrenos científico y social. En 1972, los sexólogos
John Money y Anke Ehrhardt popularizaron la idea de que sexo y género son
categorías separadas. El sexo, argumentaron, se refiere a los atributos físicos,
y viene determinado por la anatomía y la fisiología, mientras que el género es
una transformación psicológica del yo, la convicción interna de que uno es
macho o hembra (identidad de género) y las expresiones conductuales de
dicha convicción.[9]
Las feministas de la segunda ola de los setenta, por su parte, también
argumentaron que el sexo es distinto del género (que las instituciones
sociales, diseñadas para perpetuar la desigualdad de género, producen la
mayoría de las diferencias entre varones y mujeres).[10] Estas feministas
sostenían que, aunque los cuerpos masculinos y femeninos cumplen funciones
reproductivas distintas, pocas diferencias más vienen dadas por la biología y
no por las vicisitudes de la vida. Si las chicas tenían más dificultades con las
matemáticas que los chicos, el problema no residía en sus cerebros, sino en
las diferentes expectativas y oportunidades de unas y otros. Tener un pene en
vez de una vagina es una diferencia de sexo. Que los chicos saquen mejores
notas en matemáticas que las chicas es una diferencia de género.
Presumiblemente, la segunda podía corregirse aunque la primera fuera
ineludible.
Money, Ehrhardt y las feministas de los setenta establecieron los términos
del debate: el sexo representaba la anatomía y la fisiología, y el género
representaba las fuerzas sociales que moldeaban la conducta.[11] Las
feministas no cuestionaban la componente física del sexo; eran los
significados psicológico y cultural de las diferencias entre varones y mujeres
—el género— lo que estaba en cuestión. Pero las definiciones feministas de
sexo y género dejaban abierta la posibilidad de que las diferencias cognitivas
y de comportamiento[12] pudieran derivarse de diferencias sexuales. Así, en
ciertos círculos la cuestión de la relación entre sexo y género se convirtió en
un debate sobre la «circuitería» cerebral innata de la inteligencia y una
variedad de conductas,[13] mientras que para otros no parecía haber más
elección que ignorar muchos de los descubrimientos de la neurobiología
contemporánea.
Al ceder el territorio del sexo físico, las feministas dejaron un flanco
abierto al ataque de sus posiciones sobre la base de las diferencias biológicas.
[14] En efecto, el feminismo ha encontrado una resistencia masiva desde los

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dominios de la biología, la medicina y ámbitos significativos de las ciencias
sociales. A pesar de los muchos cambios sociales positivos desde los setenta,
la expectativa optimista de que las mujeres conseguirían la plena igualdad
económica y social una vez se afrontara la desigualdad de género en la esfera
social ha palidecido ante unas diferencias aparentemente recalcitrantes.[15]
Todo ello ha movido a las pensadoras feministas a cuestionar la noción
misma de sexo[16] y, por otro lado, a profundizar en los significados de
género, cultura y experiencia. La antropóloga Henrietta A. Moore, por
ejemplo, critica la reducción de los conceptos de género, cultura y experiencia
a sus «elementos lingüísticos y cognitivos». En este libro (sobre todo en el
capítulo 9) argumento, como Moore, que «lo que está en cuestión es la
encarnación de las identidades y la experiencia. La experiencia… no es
individual y fija, sino irredimiblemente social y procesal».[17]
Nuestros cuerpos son demasiado complejos para proporcionarnos
respuestas definidas sobre las diferencias sexuales. Cuanto más buscamos una
base física simple para el sexo, más claro resulta que «sexo» no es una
categoría puramente física. Las señales y funciones corporales que definimos
como masculinas o femeninas están ya imbricadas en nuestras concepciones
del género. Considérese el problema del Comité Olímpico Internacional. Los
miembros del comité quieren decidir quién es varón y quién es mujer. ¿Pero
cómo? Si Pierre de Coubertin rondara todavía por aquí, la respuesta sería
simple: nadie que deseara competir podría ser una mujer, por definición. Pero
ya nadie piensa así. ¿Podría el COI emplear la fuerza muscular como medida
del sexo? En algunos casos sí, pero las fuerzas de varones y mujeres se
solapan, especialmente cuando se trata de atletas entrenados. (Recordemos
que Hermann Rarjen fue vencido por tres mujeres que saltaron más alto que
él). Y aunque María Patiño se ajustara a una definición razonable de
feminidad en términos de apariencia y fuerza, también es cierto que tenía
testículos y un cromosoma Y. Ahora bien, ¿por qué estos rasgos deberían ser
factores decisivos?
El COI puede aplicar la prueba del cariotipo o del ADN, o inspeccionar
las mamas y los genitales, para certificar el sexo de una competidora, pero los
médicos se rigen por otros criterios a la hora de asignar un sexo incierto. Se
centran en la capacidad reproductiva (en el caso de una feminidad potencial)
o el tamaño del pene (en el caso de una presunta masculinidad). Por ejemplo,
si un bebé nace con dos cromosomas X, oviductos, ovarios y útero, pero un
pene y un escroto externos, ¿es niño o niña? Casi todos los médicos dirían que
es una niña, a pesar del pene, por su potencial para dar a luz, y recurrirían a la

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cirugía y tratamientos hormonales para validar su decisión. La elección de los
criterios para determinar el sexo, y la voluntad misma de determinarlo, son
decisiones sociales para las que los científicos no pueden ofrecer guías
absolutas.

¿Real o construida?

Intervengo en los debates sobre sexo y género como bióloga y como activista
social.[18] Mi vida está inmersa en el conflicto sobre la política de la
sexualidad y la creación y utilización del conocimiento sobre la biología del
comportamiento humano. La tesis central de este libro es que las verdades
sobre la sexualidad humana creadas por los intelectuales en general y los
biólogos en particular forman parte de los debates políticos, sociales y
morales sobre nuestras culturas y economías.[19] Al mismo tiempo, los
ingredientes de nuestros debates políticos, sociales y morales se incorporan,
en un sentido muy literal, a nuestro ser fisiológico. Mi intención es mostrar la
dependencia mutua de estas afirmaciones, en parte abordando temas como la
manera en que los científicos (a través de su vida diaria, experimentos y
prácticas médicas) crean verdades sobre la sexualidad; cómo nuestros cuerpos
incorporan y confirman estas verdades; y cómo estas verdades, esculpidas por
el medio social en el que los biólogos ejercen su profesión, remodelan a su
vez nuestro entorno cultural.
Mi tratamiento del problema es idiosincrásico, y con razón.
Intelectualmente, vivo en tres mundos aparentemente incompatibles. En mi
departamento universitario interacciono con biólogos moleculares, científicos
que examinan los seres vivos desde la perspectiva de las moléculas que los
constituyen. Describen un mundo microscópico donde causa y efecto están
mayormente confinados en una sola célula. Los biólogos moleculares
raramente piensan en órganos interactivos dentro de un cuerpo individual, y
menos en la interacción de un cuerpo con el mundo exterior a la piel que lo
envuelve. Su visión de un organismo es de abajo arriba, de pequeño a grande,
de dentro a fuera.
También interacciono con una comunidad virtual, un grupo de estudiosos
unido por un interés común en la sexualidad, y conectado mediante algo
llamado «servidor de listas», donde uno puede plantear preguntas, pensar en
voz alta, comentar noticias relevantes, discutir teorías de la sexualidad
humana y comunicar los últimos resultados de las investigaciones. Los
comentarios son leídos por un grupo de gente conectada a través del correo

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electrónico. Mi servidor (que llamo «Loveweb») está formado por un grupo
diverso de sabios: psicólogos, etólogos, endocrinólogos, sociólogos,
antropólogos y filósofos. Aunque en este grupo coexisten muchos puntos de
vista, la mayoría que más se deja oír defiende las explicaciones biológicas de
la conducta sexual humana. Los miembros de Loveweb tienen nombres
técnicos para preferencias que consideran inmutables. Aparte de los términos
homosexual, heterosexual y bisexual, por ejemplo, hablan de ebofilia (la
preferencia por las jóvenes púberes), efebofilia (la preferencia por los varones
adolescentes), pedofilia (la preferencia por los niños), ginofilia (la preferencia
por las mujeres adultas) y androfilia (la preferencia por los varones adultos).
Muchos miembros de Loveweb creen que adquirimos nuestra esencia sexual
antes del nacimiento, y que ésta se despliega a medida que crecemos y nos
desarrollamos.[20]
A diferencia de los biólogos moleculares y los miembros de Loveweb, la
teoría feminista contempla el cuerpo no como una esencia, sino como un
armazón desnudo sobre el que la ejecutoria y el discurso modelan un ser
absolutamente cultural. Las pensadoras feministas escriben con un estilo
persuasivo y a menudo imaginativo sobre los procesos por los que la cultura
moldea y crea efectivamente el cuerpo. Además, y a diferencia de los
biólogos moleculares y los participantes en Loveweb, tienen muy en cuenta la
política. A menudo han llegado a su mundo teórico porque querían
comprender (y cambiar) la desigualdad social, política y económica. A
diferencia de los habitantes de mis otros dos mundos, rechazan lo que Donna
Haraway, una destacada pensadora feminista, llama «el truco de Dios»: la
producción de conocimiento desde arriba, desde un lugar que niega la
situación del sabio individual en un mundo real y problemático. Entienden
que todo saber académico añade hilos a una trama que interconecta cuerpos
racializados, sexos, géneros y preferencias. Los hilos nuevos o diferentemente
trenzados modifican nuestras relaciones, nuestra situación en el mundo.[21]
Viajar entre estos mundos intelectuales dispares produce algo más que
una leve incomodidad. Cuando entro en Loveweb, tengo que aguantar
vapuleos gratuitos dirigidos a cierta feminista mítica que desprecia la biología
y parece tener una visión del mundo manifiestamente estúpida. Cuando asisto
a encuentros feministas, las ideas debatidas en Loveweb son motivo de
abucheo. Y los biólogos moleculares no piensan demasiado en ninguno de los
otros dos mundos. Las cuestiones planteadas por las feministas y los
participantes en Loveweb parecen demasiado complicadas; estudiar el sexo en
las bacterias o los hongos es la única manera de llegar a alguna parte.

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A mis colegas de departamento, de Loveweb y feministas les digo lo
siguiente: como bióloga, creo en el mundo material. Como científica, creo en
la construcción de conocimiento específico mediante la experimentación.
Pero como testigo (en el sentido cuáquero del término) y, en los últimos años,
historiadora del feminismo, también creo que lo que llamamos «hechos» del
mundo vivo no son verdades universales, sino que, como escribe Haraway,
«están enraizados en historias, prácticas, lenguajes y pueblos específicos».[22]
Desde su emergencia como disciplina en Estados Unidos y Europa a
principios del siglo XIX, la biología ha estado estrechamente ligada a los
debates sobre la política sexual, racial y nacional.[23] Y la ciencia del cuerpo
ha cambiado junto con nuestros puntos de vista sociales.[24] Muchos
historiadores señalan los siglos XVII y XVIII como periodos de enorme cambio
en nuestras concepciones del sexo y la sexualidad.[25] Durante este tiempo, el
ejercicio feudal de un poder arbitrario y violento concedido por derecho
divino fue reemplazado por una idea de igualdad legal. En la visión del
historiador Michel Foucault, la sociedad todavía requería alguna forma de
disciplina. El capitalismo pujante necesitaba nuevos métodos para controlar la
«inserción de los cuerpos en la maquinaria productiva y el ajuste de los
fenómenos poblacionales a los procesos económicos».[26] Foucault dividió
este poder sobre los cuerpos vivos (biopoder) en dos formas. La primera se
centraba en el cuerpo individual. El papel de muchos profesionales de las
ciencias (incluidas las llamadas ciencias humanas: la psicología, la sociología
y la economía) consistió en optimizar y estandarizar la función corporal.[27]
En Europa y Norteamérica, el cuerpo estandarizado de Foucault ha sido
tradicionalmente masculino y caucásico. Y aunque este libro se centra en el
género, también discute la emergencia de las ideas de raza y de género a partir
de las asunciones subyacentes sobre la naturaleza del cuerpo físico.[28]
Entender cómo funcionan la raza y el género —juntos y por separado— nos
ayuda a comprender mejor la incorporación de lo social.
La segunda forma de biopoder de Foucault —la «biopolítica de la
población»—[29] surgió a principios del siglo XIX, a medida que los pioneros
de las ciencias sociales comenzaron a desarrollar los métodos estadísticos
necesarios para supervisar y gestionar «la natalidad y la mortalidad, el nivel
de salud, la esperanza de vida y la longevidad».[30] Para Foucault,
«disciplina» tiene un doble sentido. Por un lado, implica una forma de control
o castigo; por otro, se refiere a un cuerpo de conocimiento académico (la
disciplina de la historia o la biología). El conocimiento disciplinario
acumulado en los campos de la embriología, la endocrinología, la cirugía, la

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psicología y la bioquímica ha movido a los médicos a intentar controlar el
género mismo del cuerpo, incluyendo también «sus capacidades, gestos,
movimientos, situaciones y comportamientos».[31]
Al anteponer lo normal a lo natural, los médicos también han contribuido
a la biopolítica poblacional. Nos hemos convertido, escribe Foucault, en una
«sociedad de normalización».[32] Un importante sexólogo de mediados del
siglo XX llegó a bautizar los modelos femenino y masculino de su texto de
anatomía como Norma y Normman (sic).[33] La noción de patología se aplica
hoy en muchos ámbitos, desde el cuerpo enfermo o diferente[34] hasta la
familia uniparental en el gueto urbano.[35] Pero la norma de género es una
imposición social, no científica. La carencia de estudios sobre las
distribuciones normales de la anatomía genital, así como el desinterés de
muchos cirujanos en esos datos cuando existen (un asunto que discuto en los
capítulos 3 y 4), ilustran claramente esta afirmación. Desde el punto de vista
de la práctica médica, el progreso en el tratamiento de la intersexualidad
implica mantener la normalidad. En consecuencia, debería haber sólo dos
categorías: macho y hembra. El conocimiento promovido por las disciplinas
médicas autoriza a los facultativos a mantener una mitología de lo normal a
base de modificar el cuerpo intersexual para embutirlo en una u otra clase.
Sin embargo, el progreso médico de una persona, puede ser la disciplina y
el control de otra. Los intersexuales como María Patiño tienen cuerpos
disidentes, incluso heréticos. No encajan de manera natural en una
clasificación binaria, si no es con un calzador quirúrgico. Ahora bien, ¿por
qué debería preocuparnos que una «mujer» (con sus mamas, su vagina, su
útero, sus ovarios y su menstruación) tenga un «clítoris» lo bastante grande
para penetrar a otra mujer? ¿Por qué debería preocuparnos que haya personas
cuyo «equipamiento biológico natural» les permita mantener relaciones
sexuales «naturales» tanto con hombres como con mujeres? ¿Por qué
deberíamos amputar o esconder quirúrgicamente un clítoris «ofensivamente»
grande? La respuesta: para mantener la división de géneros, debemos
controlar los cuerpos que se salen de la norma. Puesto que los intersexuales
encarnan literalmente ambos sexos, su existencia debilita las convicciones
sobre las diferencias sexuales.
Este libro refleja una política alternativa de la ciencia y del cuerpo. Estoy
profundamente comprometida con las ideas de los movimientos gay y de
liberación femenina, que sostienen que la conceptualización tradicional del
género y la identidad sexual constriñe las posibilidades de vida y perpetúa la
desigualdad de género. Para cambiar la política del cuerpo, hay que cambiar

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la política de la ciencia misma. Las feministas (y otros) que estudian la
creación del conocimiento empírico por los científicos han comenzado a
reconceptualizar la naturaleza misma del procedimiento científico.[36] Como
ocurre en otros ámbitos sociales, estas autoras entienden que el conocimiento
empírico, práctico, está imbuido de los temas políticos y sociales de su
tiempo. Me sitúo en la intersección de estas tradiciones. Por un lado, los
debates científicos y populares sobre intersexuales y homosexuales (cuerpos
que desafían las normas de nuestro sistema de dos sexos) están
profundamente entrelazados. Por otro lado, tras los debates sobre qué
significan estos cuerpos y cómo tratarlos subyace la controversia sobre el
significado de la objetividad y la naturaleza intemporal del conocimiento
científico.
Puede que en ninguna parte se haga tan patente esta controversia como en
las explicaciones biológicas de lo que hoy llamaríamos orientación sexual o
preferencia sexual. Considérese, por ejemplo, el tratamiento televisivo
habitual del caso de mujeres casadas que «descubrieron», a menudo después
de los cuarenta, que eran lesbianas. Aunque las mujeres entrevistadas hayan
tenido vidas sexuales activas y satisfactorias con sus maridos y hayan
formado una familia, supieron que debían «ser» lesbianas desde el primer
minuto en que se sintieron atraídas por una mujer.[37] Es más, probablemente
siempre habían sido lesbianas sin saberlo. La identidad sexual se presenta
como una realidad fundamental: una mujer es o inherentemente heterosexual
o inherentemente lesbiana. Y el acto de revelarse como lesbiana puede anular
una vida entera de actividad heterosexual. Esta presentación de la sexualidad
no sólo parece absurdamente supersimplificada, sino que refleja algunas de
nuestras creencias más hondamente arraigadas (tanto que, de hecho, buena
parte de la investigación científica —sobre animales y sobre personas— gira
en torno a esta formulación dicotómica, como discuto en los capítulos 6-8).
[38]
Muchos autores sitúan el punto de partida de los estudios científicos
modernos de la homosexualidad humana en la obra de Alfred C. Kinsey y
colaboradores, publicada por primera vez en 1948. Sus informes sobre el
comportamiento sexual de varones y mujeres proporcionaron a los sexólogos
modernos un conjunto de categorías útil para medir y analizar conductas
sexuales.[39] Emplearon una escala de 0 a 6, donde 0 corresponde a cien por
cien heterosexual y 6 a cien por cien homosexual. (Una octava categoría,
«X», se reservaba para los individuos sin apetencias ni actividades eróticas).
Aunque era una escala discreta, Kinsey subrayó que «la realidad incluye

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individuos de cada tipo intermedio, dentro de un continuo entre los dos
extremos y entre todas y cada una de las categorías de la escala».[40]
Los estudios de Kinsey ofrecían nuevas categorías definidas en términos
de excitación sexual —especialmente orgasmo— en vez de permitir que
conceptos como afecto, matrimonio o relación intervinieran en las
definiciones de la sexualidad humana.[41] La sexualidad era una característica
individual, no algo producido dentro de relaciones en contextos sociales
particulares. Hoy las categorías de Kinsey han adquirido vida propia, lo que
ejemplifica mi afirmación de que, a través del mismo acto de medir, los
científicos pueden cambiar la realidad social que se proponen cuantificar. No
sólo muchos gays y lesbianas sofisticados se refieren ocasionalmente a sí
mismos mediante un número de Kinsey (como en un anuncio personal que
podría comenzar «alto, musculado, 6 en la escala de Kinsey, busca…»), sino
que muchos informes científicos aplican la escala de Kinsey pata definir la
población objeto de estudio.[42]
Aunque muchos científicos sociales reconocen lo inadecuado del uso de
una sola palabra, homosexual, para describir el deseo, la identidad y la
práctica homosexuales, la escala lineal de Kinsey sigue reinando en los
trabajos académicos. En los estudios que buscan factores genéticos ligados a
la homosexualidad, por ejemplo, los investigadores comparan los valores
extremos del espectro y prescinden de los intermedios, con objeto de
maximizar la probabilidad de encontrar algo interesante.[43] Los modelos
pluridimensionales de la homosexualidad no están del todo ausentes. Fritz
Klein, por ejemplo, ha concebido una trama con siete variables (atracción
sexual, conducta sexual, fantasías sexuales, preferencia emocional,
preferencia social, autoidentificación, estilo de vida hetero/homo)
sobrepuestas a una escala temporal (pasado, presente y futuro).[44] Sin
embargo, un equipo que examinó 144 estudios sobre la orientación sexual
publicados en Journal of Homosexuality de 1974 a 1993 encontró que sólo
uno de cada diez de estos informes adoptaba una escala pluridimensional pata
evaluar la homosexualidad. Alrededor del 13 por ciento aplicaba una escala
unidimensional, casi siempre una versión de los números de Kinsey, mientras
que el resto se basaba en la autoidentificación (33 por ciento), la preferencia
sexual (4 por ciento), la conducta (9 por ciento) o, lo más chocante de todo
para una publicación académica, ni siquiera describía con claridad sus
métodos (11 por ciento).[45]
Si estos ejemplos de la sociología contemporánea muestran que las
categorías empleadas para definir, medir y analizar la conducta sexual

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humana cambian con el tiempo, la reciente profusión de estudios de la historia
social de la sexualidad humana sugiere que la organización social y la
expresión de la sexualidad humana no son ni intemporales ni universales. Los
historiadores apenas han comenzado a atar los cabos sueltos del registro
histórico, y cualquier nueva visión de conjunto seguramente diferirá de la
anterior,[46] pero en la figura 1.1 ofrezco un resumen en forma de viñetas de
este progreso.
Además de acumular información, los historiadores también discuten
sobre la naturaleza de la historia misma. El historiador David Halperin
escribe: «El verdadero problema de todo historiador cultural de la antigüedad,
y todo crítico de la cultura contemporánea, es… cómo recuperar los términos
en los cuales se constituyeron auténticamente las experiencias de individuos
pertenecientes a sociedades pasadas».[47] La historiadora feminista Joan Scott
argumenta de manera parecida al sugerir que los historiadores no deben
asumir que el término experiencia tiene un sentido autoevidente, sino que
deben intentar comprender el funcionamiento de los procesos complejos y
cambiantes «por los que se asignan, rechazan o adoptan las identidades y
“tomar nota” de aquellos procesos que tienen efecto precisamente porque
pasan inadvertidos».[48]
Por ejemplo, en su libro The Woman Beneath the Skin, la historiadora de
la ciencia Barbara Duden describe sus dificultades con un texto médico de
ocho volúmenes escrito en el siglo XVIII, cuyo autor describe más de 1.800
casos de enfermedades que afectaban a mujeres. Duden se vio incapaz de
averiguar qué enfermedades tenían aquellas mujeres en los términos de la
medicina del siglo XX. Sólo pudo apreciar «retazos de teorías médicas que
habrían estado circulando, combinadas con elementos tomados de la cultura
popular; percepciones corporales autoevidentes junto a cosas que parecían
manifiestamente improbables». Duden describe su desazón intelectual y su
determinación de comprender aquellos cuerpos femeninos alemanes del siglo
XVIII en sus propios términos:

Para acceder a la existencia corporal interior, invisible, de aquellas pacientes, tuve que
aventurarme a cruzar la frontera que separa… el cuerpo bajo la piel del mundo que lo rodea… el
cuerpo y su entorno han sido adscritos a dominios opuestos: por un lado están el cuerpo, la
naturaleza y la biología, fenómenos estables e invariantes; por otro lado están el entorno social y
la historia, dominios de cambio constante. Al trazarse esta frontera, el cuerpo fue expulsado de
la historia.[49]

En contraste con la desazón de Duden, muchos entusiastas historiadores de la


sexualidad no han titubeado en lanzarse a su recién estrenada piscina. Se

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complacen en impresionar al lector con sentencias como «El año 1992 marcó
el centenario de la heterosexualidad en América»[50] o «De 1700 a 1900 los
ciudadanos de Londres efectuaron una transición de tres sexos a cuatro
géneros».[51] ¿Qué quieren decir los historiadores con afirmaciones como
éstas? Su punto esencial es que, hasta donde alcanzan los documentos
históricos (desde el arte primitivo hasta la palabra escrita), los seres humanos
se han entregado a una variedad de prácticas sexuales, pero que esta actividad
sexual está ligada a los contextos históricos. Esto es, las prácticas sexuales y
su consideración social varían no sólo con las culturas, sino con el tiempo.

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FIGURA 1.1: Una viñeta sobre la historia del sexo y el género. (Fuente: Diane DiMassa, para la autora).

El artículo que proporcionó la piedra de toque que condujo al tratamiento


de la sexualidad como un fenómeno histórico fue «El rol homosexual»,
publicado en 1968 por la socióloga Mary McIntosh.[52] La mayoría de
occidentales, señaló McIntosh, asume que la sexualidad de la gente puede
clasificarse en dos o tres categorías: homosexual, heterosexual y bisexual.[53]
McIntosh argumentaba que esta manera de ver las cosas era poco informativa.
Por ejemplo, la concepción estática de la homosexualidad como un rasgo
físico intemporal no nos dice mucho de por qué distintas culturas definían la
homosexualidad de maneras diferentes, o por qué la homosexualidad parecía
más aceptable en ciertos tiempos y lugares que en otros.[54] Un importante
corolario de la insistencia de McIntosh en una perspectiva histórica de la
homosexualidad es que la heterosexualidad, como todas las otras formas de la
sexualidad humana, también tiene una historia.
Muchos estudiosos se sumaron al reto de McIntosh de otorgar un pasado a
la expresión sexual humana. Pero hay mucho desacuerdo en cuanto a las
implicaciones de este pasado.[55] Los autores de libros como Gay American
History y Surpassing the Love of Men se afanaron en buscar modelos pasados
que pudieran ofrecer afirmación psicológica a los miembros del naciente
movimiento de liberación gay.[56] Como la búsqueda de heroínas emulables
en los inicios del movimiento feminista, las primeras historias «gay» miraban
al pasado para promover un cambio social en el presente. La homosexualidad,
argumentaban, siempre ha estado con nosotros, y deberíamos permitir que
acabe de incorporarse en la cultura preponderante.
Pero la euforia inicial suscitada por el descubrimiento de un pasado gay
pronto dio lugar a acalorados debates sobre los significados y funciones de la

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historia. ¿Eran inapropiadas nuestras categorías sexuales contemporáneas
para analizar otros tiempos y lugares? Si los homosexuales, en el sentido
actual, siempre habían existido, ¿significaba eso que la condición es
hereditaria en una parte de la población? El que los historiadores hallaran
evidencias de homosexualidad en cualquier era que estudiaban, ¿podría verse
como una prueba de que la homosexualidad es un rasgo biológicamente
determinado? ¿O quizá la historia sólo nos muestra la diferente organización
cultural de la expresión sexual en tiempos y lugares diferentes?[57] Algunos
autores encontraban liberadora esta segunda posibilidad, y mantenían que
comportamientos aparentemente constantes en realidad tenían sentidos
totalmente distintos en diferentes tiempos y lugares. El hecho aparente de que,
en la antigua Grecia, el amor entre mayores y menores fuera un componente
esperado del desarrollo de los ciudadanos varones libres, ¿podría significar
que la biología no tenía nada que ver con la expresión sexual humana?[58] Si
la historia contribuía a probar que la sexualidad era una construcción social,
también podría mostrar cómo hemos llegado a nuestro orden actual y, lo más
importante de todo, dar alguna idea de cómo conseguir el cambio político y
social por el que estaba batallando el movimiento gay.
Muchos historiadores creen que nuestras concepciones modernas del sexo
y del deseo hicieron su primera aparición en el siglo XIX. Algunos señalan
simbólicamente el año 1869, cuando un reformador alemán contrario a la ley
antisodomía pronunció por primera vez en público la palabra
homosexualidad.[59] La introducción de un nuevo término no creó por arte de
magia las categorías sexuales del siglo XX, pero parece marcar el inicio de su
emergencia gradual. Fue a partir de entonces cuando los médicos comenzaron
a publicar informes de casos de homosexualidad (el primero en el mismo año
1869, en una publicación germana especializada en psiquiatría y
enfermedades nerviosas).[60] Con el crecimiento de la literatura científica
surgieron especialistas en recopilar y sistematizar las publicaciones. Las hoy
clásicas obras de Krafft-Ebing y Havelock Ellis completaron la transferencia
de las conductas homosexuales del dominio público a otro gestionado al
menos en parte por la medicina.[61]
Las definiciones emergentes de homosexualidad y heterosexualidad se
erigieron sobre un modelo dicotómico de la masculinidad y la feminidad.[62]
Los victorianos, por ejemplo, contraponían una masculinidad sexualmente
agresiva a una feminidad sexualmente indiferente. Pero esto planteaba un
enigma. Si sólo los varones sentían un deseo activo, ¿cómo podían dos
mujeres desarrollar un interés sexual mutuo? Respuesta: una de las dos tenía

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que ser una invertida, alguien con atributos marcadamente masculinos. Esta
misma lógica se aplicaba a los varones homosexuales, a los que se
contemplaba como más afeminados que los heterosexuales.[63] Como
veremos en el capítulo 8, esta concepción sigue aún vigente en los estudios
contemporáneos de conductas homosexuales en roedores. Una rata lesbiana es
la que monta a otra rata; una rata macho es «gay» si se muestra receptivo a ser
montado.[64]
En la antigua Grecia, los varones cambiaban de rol homosexual con la
edad, de femenino a masculino.[65] Hacia el siglo XX, en cambio, cualquiera
que participara en actos homosexuales era un homosexual, una persona
constitucionalmente proclive a la homosexualidad. Los historiadores
atribuyen la emergencia de este nuevo cuerpo homosexual a los cambios
sociales, demográficos y económicos ocurridos durante el siglo XIX. En
Norteamérica, muchos varones y algunas mujeres que en las generaciones
previas habían permanecido en la granja familiar encontraron espacios
urbanos en los que reunirse. Fuera de la vista de la familia, se sintieron más
libres para satisfacer sus intereses sexuales. Los que buscaban interacciones
homosexuales se daban cita en bares o puntos de encuentro particulares; y a
medida que su presencia se fue haciendo más obvia, también lo hicieron los
intentos de controlar su comportamiento. En respuesta a la policía y los
reformadores de la moral, tomaron conciencia de sus comportamientos
sexuales, y un sentimiento de identidad embrionario comenzó a formarse.[66]
Esta identidad en ciernes tuvo su propia traslación a la medicina. Los
varones (y después las mujeres) que se identificaban como homosexuales
buscaban ahora ayuda médica. Y la proliferación de informes médicos
proporcionó a los homosexuales un marco para sus propios retratos de sí
mismos. «Al contribuir a proporcionar una identidad y un nombre a gran
número de personas, la medicina también contribuyó a conformar su
experiencia y a cambiar su comportamiento, creando con ello no ya un nuevo
trastorno, sino una nueva especie de persona, el homosexual moderno».[67]
Puede que la homosexualidad naciera en 1869, pero la gestación del
heterosexual moderno requirió otra década. La palabra heterosexual hizo su
debut público en la Alemania de 1880, en el contexto de una defensa de la
homosexualidad.[68] En 1892, la heterosexualidad cruzó el Atlántico y llegó a
Norteamérica. Allí, tras un periodo de debate, los médicos convinieron en que
«heterosexual se refería a un Eros normal orientado al otro sexo. [Los
médicos] proclamaron un nuevo separatismo heterosexual, un apartheid
erótico forzoso que segregó a los normales de los pervertidos».[69]

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Durante la década de los treinta la noción de heterosexualidad se abrió
paso hasta la conciencia pública, y para cuando estalló la segunda guerra
mundial la heterosexualidad parecía un rasgo permanente del paisaje sexual.
Pero el concepto ha sido puesto en tela de juicio. Las feministas contestan a
diario el modelo de dos sexos, mientras que una comunidad gay y lesbiana
con una fuerte identidad propia reclama el derecho a la normalidad. Los
transexuales y, como veremos en los próximos tres capítulos, una naciente
organización de intersexuales han constituido movimientos sociales para
acomodar entes sexuales diversos bajo el paraguas de la normalidad.
Los historiadores cuya obra acabo de glosar enfatizan la discontinuidad.
Creen que la búsqueda de «leyes generales sobre la sexualidad y su evolución
histórica se rendirá a la evidencia de la variedad de mentalidades y
comportamientos pasados».[70] Pero algunos no están de acuerdo. El
historiador John Boswell, por ejemplo, aplica la clasificación de Kinsey a la
antigua Grecia. La interpretación griega del molle (varón afeminado) o la
tribade (mujer masculina) importa poco. La existencia misma de estas dos
categorías, que Boswell puntuaría con un 6 en la escala de Kinsey, evidencia
que los cuerpos o esencias homosexuales han existido por los siglos de los
siglos. Boswell reconoce que la humanidad ha organizado e interpretado las
distintas conductas sexuales de manera diferente en periodos históricos
diferentes. Pero sugiere que siempre ha existido una variedad de cuerpos
predispuestos a actividades sexuales particulares similar a la actual. «Las
construcciones y el contexto configuran la articulación de la sexualidad, pero
no eliminan el reconocimiento de la preferencia erótica como categoría
potencial».[71] Boswell contempla la sexualidad más como una «realidad» que
como una «construcción social». Mientras que para Halperin el deseo es un
producto de normas culturales, Boswell sugiere que muy posiblemente
nacemos con inclinaciones sexuales particulares. El desarrollo personal y la
adquisición de la cultura nos muestran cómo expresar nuestros deseos innatos,
pero no los crean en su totalidad.
El debate sobre las implicaciones de una historia de la sexualidad aún no
está zanjado. El historiador Robert Nye compara los historiadores con los
antropólogos. Ambos grupos catalogan «costumbres y creencias curiosas» e
intentan, escribe Nye, «encontrar algún patrón de semejanza común».[72] Pero
lo que concluimos sobre las experiencias pasadas de la gente depende en gran
medida de hasta qué punto creemos que nuestras categorías de análisis
trascienden el tiempo y el espacio. Supongamos por un minuto que tenemos
unos cuantos viajeros del tiempo clónicos, individuos genéticamente idénticos

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en la antigua Grecia, en la Europa del siglo XVII y en los Estados Unidos
contemporáneos. Boswell diría que si un clan particular fuera homosexual en
la antigua Grecia, también lo sería en el siglo XVII y en la actualidad (figura
1.2, modelo A). El hecho de que las estructuras de género difieran en distintos
tiempos y lugares podría condicionar la actitud del invertido, pero no lo
crearía. Halperin, sin embargo, argumentaría que no hay garantía de que el
clan moderno de un heterosexual de la Grecia clásica fuera también
heterosexual (figura 1.2, modelo B). El cuerpo idéntico podría expresar
distintos deseos en diferentes épocas.

FIGURA 1.2: Modelo A: una lectura esencialista del registro histórico. Una persona con una tendencia
homosexual innata sería homosexual con independencia del periodo histórico.

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Modelo B: una lectura construccionista del registro histórico. Una persona con una constitución
genética particular podría o no volverse homosexual, dependiendo de la cultura y el periodo histórico en
los que creciera.

No hay manera de decidir qué interpretación es la correcta. A pesar de las


similitudes superficiales, no podemos saber si la tribade de ayer es la
marimacho de hoy o si el maestro griego amante de su discípulo es el pedófilo
de hoy.[73]

¿Naturaleza o crianza?

Si los historiadores han buscado en el pasado pruebas del carácter innato o


social de la sexualidad humana, los antropólogos han perseguido lo mismo
con sus estudios de comportamientos, roles y expresiones sexuales en culturas
contemporáneas de todo el globo. Los que han examinado datos de una
amplia variedad de culturas no occidentales han discernido dos patrones
generales.[74] Algunas culturas, como la nuestra, definen un rol permanente
para los que entablan relaciones homosexuales («homosexualidad
institucionalizada», en la terminología de Mary McIntosh).[75]
Otra cosa son las sociedades donde todos los varones adolescentes tienen
contactos genitales con varones mayores, como parte esperada de un proceso

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de desarrollo. Estas asociaciones pueden ser breves y altamente ritualizadas o
pueden durar años. Aquí el contacto orogenital entre dos varones no significa
una condición permanente o categoría especial del ser. Lo que define la
expresión sexual en esas culturas no es tanto el sexo del partenaire como su
edad y posición.[76]
Los antropólogos estudian pueblos y culturas muy diferentes con dos
objetivos en mente. El primero es entender la variación humana, las diversas
maneras en que los seres humanos organizan la sociedad con objeto de comer
y reproducirse. El segundo es la búsqueda de universales. Como los
historiadores, los antropólogos discrepan sobre si la información extraída de
una cultura puede decirnos algo sobre otra cultura, o si las diferencias
subyacentes en la expresión de la sexualidad importan más o menos que las
aparentes similitudes.[77] Pero este desacuerdo no impide que los datos
antropológicos se esgriman a menudo en las discusiones sobre la naturaleza
del comportamiento sexual humano.[78]
La antropóloga Carol Vance escribe que la antropología actual refleja dos
líneas de pensamiento contradictorias. La primera, a la que llama «modelo de
influencias culturales», aunque no deja de subrayar la importancia de la
cultura y el aprendizaje en el modelado del comportamiento sexual, asume
que «el sustrato de la sexualidad… es universal y está biológicamente
determinado; en la literatura aparece como el “impulso sexual”».[79] La
segunda aproximación, dice Vance, consiste en interpretar la sexualidad
enteramente en términos de construcción social. Un construccionista
moderado podría argumentar que el mismo acto físico puede conllevar
diferentes significados sociales en culturas diferentes,[80] mientras que un
construccionista más radical podría argumentar que «el deseo sexual es en sí
mismo una construcción de la cultura y la historia a partir de las energías y
capacidades del cuerpo».[81]
Algunos construccionistas sociales están interesados en poner de
manifiesto similitudes interculturales. Por ejemplo, el antropólogo Gil Herdt,
un construccionista moderado, cataloga cuatro enfoques culturales primarios
de la organización de la sexualidad humana. La homosexualidad estructurada
por edades, como en la Grecia clásica, también se encuentra en algunas
culturas tradicionales donde los adolescentes pasan por un periodo de
desarrollo durante el cual viven recluidos con varones mayores a los que
practican la felación regularmente. Estos actos se consideran parte del proceso
normal de transformación en un adulto heterosexual. En la homosexualidad
de inversión de género, «la actividad homosexual implica una inversión del

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comportamiento sexual normativo: los varones se visten y actúan como
mujeres, y las mujeres se visten y actúan como varones».[82] Herdt aplica el
concepto de homosexualidad especializada a las culturas que permiten la
actividad homosexual restringida a papeles sociales concretos, como el de
chamán. Esta forma de homosexualidad contrasta sobremanera con nuestra
propia creación cultural moderna: el movimiento gay. Declararse «gay» en
Estados Unidos implica adoptar una identidad y adherirse a un movimiento
social y a veces político.
Muchos estudiosos han ensalzado la obra de Herdt porque ofrece nuevas
formas de pensar el estatuto de la homosexualidad en Europa y América.
Pero, aunque ha proporcionado tipologías útiles para el estudio intercultural
de la homosexualidad, otros objetan que conlleva asunciones que reflejan su
propio contexto cultural.[83] La antropóloga Deborah Elliston, por ejemplo,
piensa que el uso del término homosexualidad para describir el intercambio
de semen en las sociedades melanésicas «imputa un modelo de sexualidad
occidental… que se basa en las ideas occidentales sobre el género, el erotismo
y la persona, que en última instancia oscurece el significado de estas prácticas
en Melanesia». Elliston se queja de que el concepto de sexualidad
estructurada por edades oscurece la composición de la categoría «sexual», y
que es precisamente esta categoría la que requiere clarificación para empezar.
[84]
Cuando los antropólogos dirigen su atención a las relaciones entre género
y sistemas de poder social, tropiezan con las mismas dificultades intelectuales
que encuentran al estudiar «terceros» géneros en otras culturas. En los setenta,
las feministas europeas y norteamericanas tenían la esperanza de que los
antropólogos les proporcionarían datos empíricos que sustentaran su defensa
política de la igualdad de género. Si existían sociedades igualitarias en alguna
parte del mundo, ello implicaría que nuestras estructuras sociales no son
inamovibles. Ahora bien, ¿y si las mujeres de todas las culturas conocidas
tuvieran un estatuto subordinado? Como ha sugerido más de uno, ¿no
implicaría esta similitud intercultural que la subordinación femenina debe
estar biológicamente predeterminada».[85]
Cuando las antropólogas feministas viajaron por el mundo en busca de
culturas que enarbolaran la bandera de la equidad, no volvieron con buenas
nuevas. La mayoría concluyó, como escribe la antropóloga Sherry Ortner,
«que, de una manera u otra, los hombres eran “el primer sexo”».[86] Pero las
críticas a estos primeros análisis interculturales arreciaron, y en los años
noventa algunas antropólogas feministas destacadas reconsideraron el asunto.

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Las comparaciones interculturales de estructuras sociales tropiezan con el
mismo problema que plantea la obtención de información mediante encuestas.
Simplemente, los antropólogos deben idear categorías en las que clasificar la
información obtenida. Inevitablemente, algunas de las categorías concebidas
reflejan los dogmas de los propios antropólogos, lo que algunos autores
llaman «proposiciones incorregibles». La idea de que sólo hay dos sexos es
una proposición incorregible,[87] igual que la idea de que los antropólogos
reconocerían la igualdad sexual cuando la encontraran.
Ortner sostiene que la controversia sobre la universalidad de la
desigualdad sexual ha continuado durante más de dos décadas porque los
antropólogos asumían que cada sociedad sería internamente consistente, una
expectativa que, según ella, no es razonable: «Ninguna sociedad o cultura es
totalmente consistente. Toda sociedad/cultura tiene ejes de prestigio
masculino y ejes de prestigio femenino, otros de igualdad de género y otros (a
veces muchos) ejes de prestigio que no tienen que ver con el género. El
problema en el pasado ha sido que todos nosotros… estábamos intentando
encasillar cada caso». En vez eso, argumenta Ortner, «lo más interesante de
cualquier caso dado es precisamente la multiplicidad de lógicas, de discursos,
de prácticas de prestigio y poder en juego».[88] Si nos fijamos en las
dinámicas, las contradicciones y los temas menores, entonces se hace posible
apreciar tanto el sistema dominante vigente como el potencial de los temas
menores para convertirse en principales.[89]
Pero las feministas también tienen proposiciones incorregibles, y una
central ha sido que todas las culturas, como escribe la antropóloga nigeriana
Oyeronke Oyewumi, «organizan su mundo social a través de una percepción
de los cuerpos humanos» como masculinos o femeninos.[90] En su crítica del
feminismo europeo y norteamericano, Oyewumi subraya que la imposición de
un sistema de género (en este caso a través del colonialismo seguido del
imperialismo ilustrado) puede alterar nuestra comprensión de las diferencias
étnicas y raciales. Su propio análisis detallado de la cultura yoruba evidencia
que la edad relativa es un organizador social mucho más significativo que el
sexo. Por ejemplo, los pronombres de la lengua yoruba no indican el sexo,
sino si el aludido es mayor o menor que el hablante. Lo que piensan sobre
cómo funciona el mundo configura el conocimiento del mundo que producen
los pensadores; y ese conocimiento afecta a su vez al mundo.
Si la tradición intelectual de su país la hubieran construido pensadores
yoruba, afirma Oyewumi, «la veteranía prevalecería sobre el género».[91]
Contemplar la sociedad yoruba a través de la óptica de la veteranía en vez del

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género tendría dos importantes efectos. En primer lugar, si los estudiosos
euro-americanos tuvieran conocimiento de Nigeria a través de antropólogos
yoruba, nuestra propia creencia en la universalidad del género podría cambiar.
Finalmente, este conocimiento podría alterar nuestras propias construcciones.
En segundo lugar, la articulación de una visión de la organización social
basada en la veteranía entre los yoruba presumiblemente reforzaría dichas
estructuras sociales. Pero, observa Oyewumi, la intelectualidad africana a
menudo importa las categorías de género europeas, y «al escribir sobre
cualquier sociedad a través de una perspectiva de género, los intelectuales
necesariamente introducen el género en esa sociedad… De manera que la
intelectualidad está implicada en el proceso de formación del género».[92]
Así pues, los historiadores y los antropólogos no se ponen de acuerdo
sobre cómo interpretar la sexualidad humana a través de la historia y las
culturas. Los filósofos incluso cuestionan la validez de las palabras
homosexual y heterosexual (los términos mismos del debate).[93] Pero, con
independencia de su situación en el espectro construccionista, la mayoría
asume que existe una división fundamental entre naturaleza y crianza, entre
los «cuerpos reales» y sus interpretaciones culturales. Por mi parte, comparto
la convicción de Foucault, Haraway, Scott y otros de que nuestras
experiencias corporales son el resultado de nuestro desarrollo en culturas y
periodos históricos particulares. Pero, especialmente como bióloga, quiero
concretar el argumento.[94] A medida que crecemos y nos desarrollamos, de
manera literal y no sólo «discursiva» (esto es, a través del lenguaje y las
prácticas culturales), construimos nuestros cuerpos, incorporando la
experiencia en nuestra propia carne. Para comprender esta afirmación
debemos limar la distinción entre el cuerpo físico y el cuerpo social.

No a los dualismos

«Un demonio de nacimiento, sobre cuya naturaleza la educación nunca puede


fijarse». Ese es el reproche del Próspero de Shakespeare a su esclavo Calibán
en La tempestad. Está claro que la cuestión de lo innato y lo adquirido ha
preocupado a la cultura europea durante bastante tiempo. Las maneras euro-
americanas de entender el mundo dependen en gran medida de los dualismos
(pares de conceptos, objetos o credos opuestos). Este libro se centra
especialmente en tres de ellos: sexo/género, naturaleza/crianza y
real/construido. Solemos emplear los dualismos en alguna forma de

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argumento jerárquico. Próspero se queja de que la naturaleza controla el
comportamiento de Calibán, y de que sus esfuerzos por civilizarlo son en
vano. La educación humana no puede imponerse a la naturaleza diabólica. En
los capítulos que siguen encontraremos un debate intelectual interminable
sobre cuál de los dos elementos de un dualismo particular debería dominar
sobre el otro. Pero en virtualmente todos los casos, opino que las cuestiones
intelectuales no pueden resolverse, ni puede haber progreso social, si nos
remitimos a la queja de Próspero. En vez de eso, al considerar momentos
puntuales en la creación del conocimiento biológico sobre la sexualidad
humana, procuro deshacer el nudo gordiano del pensamiento dualista.
Propongo cambiar el bon mot de Halperin de que «la sexualidad no es un
efecto somático, es un efecto cultural»[95] por la idea de que la sexualidad es
un hecho somático creado por un efecto cultural. (Véase especialmente el
capítulo final de este libro).
¿Qué tiene de preocupante que recurramos a los dualismos para analizar el
mundo? Estoy de acuerdo con la filósofa Val Plumwood en que este recurso
oscurece las interdependencias de cada par. La relación mutua entre los pares
permite su solapamiento. Considérese un extracto de la lista de Plumwood:

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Razón Naturaleza
Masculino Femenino
Mente Cuerpo
Amo Esclavo
Libertad Necesidad (naturaleza)
Humano Natural (no humano)
Civilizado Primitivo
Producción Reproducción
Yo Otro

En el uso cotidiano, los conjuntos de asociaciones en cada columna de la lista


suelen ir juntos. «La cultura», escribe Plumwood, acumula estos dualismos
como un almacén de armas «que pueden aprovecharse, refinarse y
reutilizarse. Las viejas opresiones almacenadas como dualismos facilitan y
abren el camino a otras nuevas».[96] Por esta razón, aunque me centraré en el
género, no dudaré en señalar las intersecciones entre las construcciones e
ideologías raciales y las de género.
En última instancia, el dualismo sexo/género limita el análisis feminista.
El término género, colocado en una dicotomía, excluye necesariamente la
biología. Como escribe la pensadora feminista Elizabeth Wilson: «Las críticas
feministas de la estructura estomacal u hormonal… resultan impensables».[97]
(Véanse los capítulos 6-8 para un intento de remediar la deficiencia
hormonal). Estas críticas son impensables por culpa de la división
real/construido (a veces formulada como una división entre naturaleza y
crianza), donde muchos sitúan el conocimiento de lo real en el dominio de la
ciencia (equiparando lo construido con lo cultural). Las formulaciones
dicotómicas por parte de feministas y no feministas conspiran para hacer que
el análisis sociocultural del cuerpo parezca imposible.
Algunas pensadoras feministas, especialmente durante la última década,
han intentado —con éxito variable— componer una descripción no dualista
del cuerpo. Judith Butler, por ejemplo, ha reclamado el cuerpo material para
el pensamiento feminista. ¿Por qué, se pregunta, la idea de materialidad ha
venido a significar lo que es irreducible, lo que puede sustentar la
construcción pero no puede construirse?[98] Estoy de acuerdo con Butler en
que tenemos que hablar del cuerpo material. Hay hormonas, genes, próstatas,
úteros y otras partes y fisiologías corporales de las que nos valemos para
diferenciar entre machos y hembras, y que se convierten en parte del sustrato
del que emergen las variedades de la experiencia y el deseo sexuales. Es más,
las variaciones en cada uno de estos aspectos de la fisiología afectan

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profundamente la experiencia individual del género y la sexualidad. Pero,
escribe Butler, cada vez que intentamos volver al cuerpo como algo que existe
con anterioridad a la socialización, al discurso sobre lo masculino y lo
femenino, «descubrimos que la materia está colmatada por los discursos sobre
el sexo y la sexualidad que prefiguran y constriñen los usos que pueden darse
a ese término».[99]
Las nociones occidentales de materia y materialidad corporal, argumenta
Butler, se han construido a través de una «matriz de género». Que los
filósofos clásicos asociaban la feminidad con la marerialidad puede verse en
el origen de la palabra misma. «Materia» deriva de mater y matrix, que
significa útero. Tanto en griego como en latín, según Butler, la materia no se
entendía como una pizarra en blanco a la espera de un significado externo.
«La matriz es un… principio formativo que inaugura e informa el desarrollo
de algún organismo u objeto… para Aristóteles, “la materia es potencialidad,
la forma realidad”… En la reproducción, se dice que las mujeres aportan la
materia y los hombres la forma».[100] Como señala Butler, el título de su libro,
Bodies That Matter (Cuerpos que importan), es un juego de palabras bien
meditado. Ser material es hablar del proceso de materialización. Y si los
puntos de vista sobre sexo y sexualidad ya están incrustados en nuestras
concepciones filosóficas de la materialización de los cuerpos, la materia de
los cuerpos no puede constituir un sustrato neutral preexistente sobre el que
basar nuestra comprensión de los orígenes de las diferencias sexuales.[101]
Puesto que la materia ya contiene las nociones de género y sexualidad, no
puede ser un recurso imparcial sobre el que construir teorías «científicas» u
«objetivas» del desarrollo y la diferenciación sexuales. Al mismo tiempo,
tenemos que reconocer y hacer uso de aspectos de la materialidad «que
pertenecen al cuerpo». «Los dominios de la biología, la anatomía, la
fisiología, la composición hormonal y química, la enfermedad, la edad, el
peso, el metabolismo, la vida y la muerte» no pueden negarse.[102] La
pensadora crítica Bernice Hausman concreta este punto en su discusión de las
técnicas quirúrgicas disponibles para crear cuerpos transexuales. «Las
diferencias entre vagina y pene», escribe, «no son meramente ideológicas.
Cualquier intento de abordar y descifrar la semiótica del sexo… debe
reconocer que estos significantes fisiológicos tienen funciones en el sistema
real que escaparán… a su función en el sistema simbólico».[103]
Hablar de sexualidad humana requiere una noción de lo material. Pero la
idea de lo material nos llega ya teñida de ideas preexistentes sobre las
diferencias sexuales. Butler sugiere que contemplemos el cuerpo como un

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sistema que simultáneamente produce y es producido por significados
sociales, así como cualquier organismo biológico siempre es el resultado de
las acciones combinadas y simultáneas de la naturaleza y el entorno.
A diferencia de Butler, la filósofa feminista Elizabeth Grosz concede a
algunos procesos biológicos un estatuto preexistente a su significado. Grosz
piensa que los instintos o pulsiones biológicas proporcionan una suerte de
materia prima para el desarrollo de la sexualidad. Pero las materias primas
nunca bastan. Deben venir con un conjunto de significados, «una red de
deseos»[104] que organice los significados y la conciencia de las funciones
corporales del niño. Esto resulta claro si se tienen en cuenta las historias de
los llamados niños salvajes, criados sin las constricciones humanas ni la
inculcación de significados. Estos niños no adquieren ni el lenguaje ni el
impulso sexual. Aunque sus cuerpos aportaran la materia prima, sin un
contexto social humano la arcilla no pudo modelarse en una forma psíquica
reconocible. Sin la socialidad humana.[105] no puede desarrollarse la
sexualidad humana. Grosz intenta comprender de qué manera la socialidad y
el significado, que claramente se originan fuera del cuerpo, acaban
incorporándose a su fisiología y sus comportamientos tanto conscientes coma
inconscientes.
A modo de ilustración, veamos un par de ejemplos concretos. Una mujer
menuda y canosa, ya entrada en los noventa, mira en el espejo su cara
arrugada. ¿Quién es esa mujer?, se pregunta. Su imagen mental de su propio
cuerpo no concuerda con la imagen reflejada en el espejo. Su hija, ya
cincuentona, intenta recordar que debe usar los músculos de las piernas en vez
de la articulación de la rodilla para que subir y bajar escaletas no le resulte
doloroso. (Al final adquirirá un nuevo hábito quinésico y dejará de pensar
conscientemente en el asunto). Ambas mujeres están reajustando los
componentes visual y quinésico de su imagen corporal, formada sobre la base
de información pasada, pero siempre un tanto desfasada en relación al cuerpo
físico actual.[106] ¿Cómo ocurren estos reajustes, y cómo se forman nuestras
imágenes corporales iniciales en primera instancia? Aquí necesitamos el
concepto de la psique, un dominio donde tienen lugar traducciones de la
mente al cuerpo y viceversa (unas Naciones Unidas, como si dijéramos, de
cuerpos y experiencias).[107]
En Volatile Bodies, Elizabeth Grosz considera la conjunción de cuerpo y
mente. Para facilitar su proyecto, evoca la imagen de una banda de Möbius
como metáfora de la psique. La banda de Möbius es un enredo topológico
(figura 1.3), una cinta plana torcida una vez y luego pegada por los extremos

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para formar una superficie circular retorcida. Imaginemos una hormiga
desplazándose por dicha superficie, Al principio del viaje circular, la hormiga
está claramente en la cara externa de la cinta; pero a medida que se desplaza,
sin levantarse en ningún momento del plano, acaba estando en la cara interna.
Grosz propone que contemplemos el cuerpo (el cerebro, los músculos, los
órganos sexuales, las hormonas y demás) como la cata interna de una banda
de Möbius, y la cultura y la experiencia como la cara externa. Pero, como
sugiere la imagen, entre el interior y el exterior no hay solución de
continuidad, y se puede pasar de uno a otro sin levantar los pies del suelo.

FIGURA 1.3: Banda de Möbius II, por M. C. Escher. (© Cordon Art; reimpreso con permiso).

Como relata Grosz, psicoanalistas y fenomenólogos describen el cuerpo


en términos de sensaciones.[108] La mente traduce la fisiología en un sentido
interior del yo. La sexualidad oral, por ejemplo, es una sensación física a la
que primero el niño y después el adulto da un significado psicosexual. Esta
traducción tiene lugar en el interior de la banda de Möbius, Pero a medida que
uno se traslada al exterior, comienza a expresarse en términos de conexiones
con otros cuerpos y objetos, cosas que obviamente no forman parte del yo.
Grosz escribe: «En vez de describir el impulso oral en términos de cómo se
siente… la oralidad puede entenderse en términos de lo que hace: crear
vínculos. Los labios del niño, por ejemplo, forman conexiones… con el pecho
o el biberón, posiblemente acompañados por la mano en conjunción con el
oído, estando cada sistema en perpetuo movimiento e interrelación mutua».
[109]
Continuando con la analogía de Möbius, Grosz imagina que los cuerpos
crean psiques empleando la libido como marcador para trazar una vía desde

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los procesos biológicos hasta una estructura interior o deseo. A otro ámbito de
conocimiento diferente concierne el estudio del «exterior» de la banda, una
superficie obviamente más social, marcada por «textos, leyes y
procedimientos pedagógicos, jurídicos, médicos y económicos» encaminados
a «esculpir un sujeto social… con capacidad de trabajo, o de producción y
manipulación, un sujeto capaz de actuar como sujeto».[110] Así pues, Grosz
también rechaza un modelo de naturaleza/crianza para el desarrollo humano.
Aun reconociendo que no conocemos el alcance y los límites de la
maleabilidad del cuerpo, Grosz insiste en que no podemos simplemente
«sustraer el entorno, la cultura, la historia» y quedarnos sólo con «naturaleza
o biología».[111]

Más allá de los dualismos

Grosz postula impulsos innatos que, a través de la experiencia física, se


organizan en sensaciones somáticas, las cuales se traducen en lo que
llamamos emociones. Sin embargo, tomar lo innato en sentido literal todavía
nos deja con un residuo inexplicado de la naturaleza.[112] Los seres humanos
son biológicos (y, por ende, seres naturales en cierto sentido) y sociales (y,
por ende, entidades en cierto sentido artificiales o, si se quiere, construidas).
¿Podemos concebir una manera de vernos a nosotros mismos, a medida que
nos desarrollamos desde la concepción hasta la vejez, como naturales y
artificiales a la vez? Durante la pasada década ha surgido una apasionante
visión que he agrupado bajo la rúbrica de teoría de sistemas ontogénicos.[113]
¿Qué es lo que ganamos al escoger esta teoría como marco analítico?
La teoría de sistemas ontogénicos niega que haya dos tipos fundamentales
de procesos: uno guiado por los genes, las hormonas y las células cerebrales
(esto es, la naturaleza) y otro por el medio ambiente, la experiencia, el
aprendizaje o fuerzas sociales (esto es, la crianza).[114] Una pionera de esta
teoría, la filósofa Susan Oyama, asegura que «ofrece más claridad, más
coherencia, más consistencia y otra manera de interpretar los datos; además
proporciona los medios para sintetizar los conceptos y métodos… de grupos
cuya incomprensión mutua les ha impedido trabajar juntos, o siquiera
comunicarse, durante décadas». Sin embargo, la teoría de sistemas
ontogénicos no es un filtro mágico. Muchos la desestimarán porque, como
explica Oyama, «proporciona menos… orientación sobre la verdad

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fundamental» y «menos conclusiones sobre lo que es inherentemente
deseable, saludable, natural o inevitable».[115]
¿Cómo puede ayudarnos la teoría de sistemas ontogénicos a
desembarazarnos de los procesos mentales dualistas? Considérese un ejemplo
descrito por Peter Taylor, una cabra nacida sin patas delanteras. Durante su
vida consiguió desenvolverse saltando sobre sus patas traseras. Un anatomista
que estudió la cabra tras su muerte vio que tenía una espina dorsal en forma
de S (como la humana), «huesos engrosados, inserciones musculares
modificadas y otros correlatos del movimiento sobre dos piernas».[116] Este
sistema esquelético (como el de cualquier cabra) se desarrolló como parte de
su manera de desplazarse. Ni sus genes ni su entorno determinaron su
anatomía. Sólo el conjunto tenía tal poder. Muchos fisiólogos del desarrollo
reconocen este principio.[117] Como ha escrito un biólogo, «la estructuración
tiene lugar durante el ejercicio de las historias vitales individuales».[118]
Hace unos años, cuando el neurólogo Simon LeVay comunicó que las
estructuras cerebrales de los varones homosexuales y heterosexuales diferían
(y que esta diferencia reflejaba una más general entre varones y mujeres), se
convirtió en el centro de una tormenta.[119] Aunque enseguida se convirtió en
un héroe para muchos gays, tuvo que vérselas con un grupo muy heterogéneo
de críticos. Por un lado, a las feministas como yo misma no les gustó su
empleo acrítico de las dicotomías de género, que en el pasado nunca habían
contribuido a promover la igualdad de las mujeres. Por otro lado, la derecha
cristiana rechazó su resultado porque consideraba que la homosexualidad era
un pecado que los individuos pueden elegir no cometer.[120] La investigación
de LeVay, y la del genetista Dean Hamer después, sugerían que la
homosexualidad era congénita o innata.[121] El discurso del debate público
pronto se polarizó. Cada bando contraponía términos como genético,
biológico, congénito, innato e inmutable a términos como ambiental,
adquirido, construido y elección.[122]
La facilidad con la que tales debates evocan la dicotomía
naturaleza/crianza es consecuencia de la pobreza de un enfoque no sistémico.
[123] Políticamente, este marco intelectual encierra enormes peligros. Aunque

algunos tienen la esperanza de que la creencia en el lado natural de las cosas


propiciará una mayor tolerancia, la historia pasada sugiere que lo contrario
también es posible. Incluso los arquitectos científicos del argumento
naturalista reconocen los peligros.[124] En un extraordinario pasaje de un
artículo publicado en Science, Dean Hamer y colaboradores expresaban su
inquietud: «Sería fundamentalmente contrario a la ética emplear esta clase de

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información para intentar evaluar o alterar la orientación sexual presente o
futura de una persona. En vez de eso, los científicos, los educadores, los
políticos y el público deberían trabajar juntos para asegurar que esta
investigación se use para beneficio de todos los miembros de la sociedad».
[125]
La psicóloga feminista Elisabeth Wilson se ha inspirado en el revuelo
suscitado por la obra de Le Vay para plantear algunas cuestiones importantes
en relación con la teoría de sistemas.[126] Muchos teóricos críticos, feministas
y homosexuales arrinconan deliberadamente la biología, abriendo con ello el
cuerpo a la conformación social y cultural.[127] Pero ésta es una jugada
equivocada. Wilson escribe: «Lo que puede ser política y críticamente
contencioso en la hipótesis de LeVay no es la conjunción neurología-
sexualidad per se, sino la manera concreta en que se efectúa dicha
conjunción».[128] Una respuesta política efectiva, continúa, no tiene que
separar el estudio de la sexualidad de la neurología. En vez de eso, Wilson,
que pretende desarrollar una teoría de la mente y el cuerpo (una descripción
de la psique que una la libido al cuerpo), sugiere que la visión del mundo de
las feministas incorpora una descripción del funcionamiento del cerebro que
se conoce, a grandes rasgos, como conexionismo.
El enfoque antiguo para comprender el cerebro era anatómico. La [unción
podía localizarse en partes concretas del cerebro. En última instancia, función
y anatomía eran una sola cosa. Esta idea subyace tras el debate sobre el
cuerpo calloso (véase el capítulo 5), por ejemplo, y el tumulto sobre el
resultado de LeVay. Muchos científicos creen que una diferencia estructural
representa la localización cerebral de diferencias comportamentales medibles.
En cambio, los modelos conexionistas[129] asumen que la función emerge de
la complejidad e intensidad de múltiples conexiones neuronales actuando a la
vez.[130] El sistema tiene algunas características importantes: a menudo las
respuestas no son lineales, las redes pueden «entrenarse» para responder de
maneras particulares, la naturaleza de la respuesta no es fácil de predecir, y la
información no se localiza en ninguna parte, sino que más bien es el resultado
neto de las diferentes conexiones y sus distintas intensidades.[131]
Los postulados de la teoría conexionista proporcionan puntos de partida
interesantes para comprender el desarrollo sexual humano. Por ejemplo,
puesto que las redes de los modelos conexionistas suelen ser no lineales,
pequeños cambios pueden tener grandes efectos. Una implicación para el
estudio de la sexualidad es que, a la hora de buscar aspectos del entorno que
conformen el desarrollo humano, podría ser fácil equivocarse de lugar y de

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escala.[132] Además, una misma conducta puede tener muchas causas
subyacentes, acontecimientos que ocurren en distintos momentos del
desarrollo. Sospecho que nuestras etiquetas de homosexual, heterosexual,
bisexual y transexual no son categorías válidas en absoluto, y sólo se
comprenden bien en términos de acontecimientos ontogénicos únicos[133] que
afectan a individuos particulares. Estoy de acuerdo, pues, con los
conexionistas que argumentan que «el proceso ontogénico mismo está en el
núcleo de la adquisición de conocimiento. El desarrollo es un proceso de
emergencia».[134]
En la mayoría de discusiones públicas y científicas, sexo y naturaleza se
entienden como reales, mientras que género y cultura se entienden como
construidos.[135] Pero éstas son falsas dicotomías. En los capítulos 2-4 parto
de los marcadores más visibles del género —los genitales— para ilustrar
cómo se construye, literalmente, el sexo. Los cirujanos eliminan partes y
emplean plásticos para crear genitales «apropiados» para la gente nacida con
partes corporales no fácilmente identificables como masculinas o femeninas.
Los médicos creen que su pericia les permite «escuchar» lo que les dice la
naturaleza sobre el sexo verdadero que deberían tener estos pacientes. El
problema es que sus verdades proceden del medio social y son reforzadas en
parte por la tradición médica de hacer invisible la intersexualidad.
Nuestros cuerpos, como el mundo en el que vivimos, están hechos de
materia. Y a menudo nos valemos de la investigación científica para
comprender la naturaleza de dicha materia. Pero esta investigación científica
implica un proceso de construcción de conocimiento. Ilustraré este punto con
algún detalle en el capítulo 5, que nos traslada al interior del cuerpo (la menos
visible anatomía cerebral). Me centraré en una controversia científica:
¿Tienen una conformación diferente los cuerpos callosos (una región cerebral
específica) de varones y mujeres? En este mismo capítulo mostraré Cómo los
científicos construyen argumentos a base de escoger enfoques y herramientas
experimentales particulares. El debate entero está socialmente constreñido, y
las herramientas concretas elegidas para canalizar la controversia (por
ejemplo, una modalidad particular de análisis estadístico o el empleo de
cerebros de cadáveres en vez de imágenes por resonancia magnética) tienen
sus propias limitaciones históricas y técnicas.[136]
En circunstancias apropiadas, sin embargo, hasta el cuerpo calloso resulta
visible a simple vista. ¿Qué ocurre, entonces, cuando profundizamos aún más,
hasta la química invisible del cuerpo? En los capítulos 6 y 7 veremos cómo
los científicos crearon la categoría de las hormonas sexuales, en el periodo

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que va de 1900 a 1940. Las hormonas mismas se convirtieron en marcadores
de la diferencia sexual. Así, la detección de una hormona sexual o su receptor
en alguna parte del cuerpo (las células óseas, por ejemplo) convierte esa parte
antes neutra en sexual. Pero si uno adopta, como hago yo, una perspectiva
histórica, puede ver que las hormonas esteroides no tienen por qué dividirse
en categorías sexuales y no sexuales.[137] Podría haberse considerado, por
ejemplo, que son hormonas de crecimiento que afectan a una amplia gama de
tejidos, órganos reproductivos incluidos.
Hoy los científicos están de acuerdo sobre la estructura molecular de los
esteroides que etiquetaron como hormonas sexuales, aunque no sean visibles
a simple vista. En el capítulo 8 me centraré por una parte en cómo aplicaron
los científicos el recién acuñado concepto de hormona sexual para
profundizar en el conocimiento del desarrollo genital en los roedores, y por
otra parte en su aplicación del conocimiento sobre las hormonas sexuales a
algo aún menos tangible que la química corporal: el comportamiento ligado al
sexo. Pero, parafraseando al poeta, el curso de la auténtica ciencia nunca
discurrió en calma. Los experimentos y modelos que describían el papel de
las hormonas en el desarrollo de la conducta sexual de las ratas guardan un
turbador paralelismo con los debates culturales sobre los papeles y
capacidades de varones y mujeres. Parece difícil eludir la idea de que, por
muy científica y objetiva que aparente ser, nuestra comprensión de las
hormonas, el desarrollo cerebral y la conducta sexual está construida en
contextos históricos y sociales específicos que han dejado su marca.
Este libro examina la construcción de la sexualidad, comenzando por las
estructuras visibles de la superficie exterior del cuerpo y acabando por las
conductas y las motivaciones (esto es, actividades y fuerzas manifiestamente
invisibles) inferidas sólo a partir de su resultado, pero que se presumen
localizadas muy dentro del cuerpo.[138] Pero los comportamientos son por lo
general actividades sociales, expresadas en interacción con objetos y seres
distintivamente separados. Así, al pasar de los genitales externos a la psique
invisible, nos encontramos de pronto caminando por una banda de Möbius
que nos devuelve al exterior del cuerpo, y más allá. En el capítulo final
bosquejaré enfoques de investigación que potencialmente pueden mostrarnos
cómo pasamos de fuera a dentro y otra vez fuera, sin despegar nunca los pies
de la superficie de la banda.

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2

«Aquel sexo que prevaleciere»

El continuo sexual

En 1843, Levi Suydam, un vecino de veintitrés años de Salisbury,


Connecticut, solicitó a la junta electoral de la ciudad el permiso de votar
como miembro del partido conservador en una reñida elección local. La
solicitud suscitó una andanada de objeciones por parte de la oposición, por
una razón que debe ser bien rara en los anales de la democracia
norteamericana: se decía que Suydam era «más hembra que macho», por lo
que su papeleta no tendría validez (ya que sólo los varones tenían derecho a
voto), La junta llamó a un médico, un tal William Barry, para que examinara
a Suydam y zanjara el asunto. Presumiblemente, tras observar un falo y unos
testículos, el buen doctor certificó la masculinidad de Suydam, lo que
permitió a los conservadores ganar la elección por un voto de diferencia.
Unos días más tarde, sin embargo, Barry descubrió que Suydam
menstruaba regularmente y tenía un orificio vaginal. También tenía la cadera
ancha y los hombros estrechos propios de la constitución femenina, pero
ocasionalmente sentía atracción física por el sexo «opuesto» (que para «él»
era el femenino). Por otra parte, «sus propensiones femeninas, como la
afición por los colores vistosos y los retales de calicó, que comparaba y unía,
junto con su aversión al trabajo físico y su incapacidad para ejecutarlo, eran
recalcadas por muchos».[1] (Nótese que este médico decimonónico no
distinguía entre «sexo» y «género», porque encontraba la afición a coser
retales de calicó tan indicativa como la anatomía y la fisiología). Nadie ha
podido averiguar aún si Suydam perdió su derecho a voto.[2] Sea como fuere,
esta historia da idea tanto del peso político que impone nuestra cultura sobre
la determinación del «sexo» correcto de una persona como de la profunda
confusión que siembran los casos en que éste no puede determinarse con
facilidad.

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La cultura europea y americana está profundamente comprometida con la
idea de que sólo hay dos sexos. Incluso nuestro lenguaje rehúsa otras
posibilidades, de manera que para escribir sobre Levi Suydam y otros casos
parecidos he tenido que inventar convenciones: el/la para denotar individuos
que no son ni macho ni hembra, o quizá son ambas cosas a la vez. La
convención lingüística tampoco es un capricho. Encajar en la categoría de
varón o mujer tiene una relevancia social concreta. Para Suydam (y todavía
hoy para las mujeres en algunas partes del mundo) significaba el derecho a
voto. También puede significar el servicio militar obligatorio o el
sometimiento a leyes relativas a la familia y el matrimonio. En muchas partes
de Estados Unidos, por ejemplo, dos individuos legalmente registrados como
varones no pueden mantener relaciones sexuales sin quebrantar leyes contra
la sodomía.[3]
Nuestros cuerpos biológicos colectivos, sin embargo, no comparten el
empeño del Estado y la legislación en mantener sólo dos sexos. Machos y
hembras se sitúan en los extremos de un continuo biológico, pero hay muchos
Otros cuerpos, como el de Suydam, que combinan componentes anatómicos
convencionalmente atribuidos a uno u otro polo. Las implicaciones de mi idea
de un continuo sexual son profundas. Si la naturaleza realmente nos ofrece
más de dos sexos, entonces nuestras nociones vigentes de masculinidad y
feminidad son presunciones culturales. Reconceptualizar la categoría de
«sexo» desafía aspectos hondamente arraigados de la organización social
europea y americana.
En efecto, hemos comenzado a insistir en la dicotomía macho-hembra a
edades cada vez más tempranas, lo que ha contribuido a que el sistema de dos
sexos se implante más profundamente en nuestra visión de la vida humana y
nos parezca innato y natural. Hoy día, meses antes de que el feto abandone el
confort del útero, la amniocentesis y los ultrasonidos identifican su sexo. Los
progenitores pueden así elegir por anticipado el papel pintado del cuarto del
bebé: motivos deportivos —en azul— si esperan un niño y florales —en rosa
— si esperan una niña. Los investigadores casi han completado la puesta a
punto de la tecnología que permite elegir el sexo del bebé en el momento de
la fecundación.[4] Además, las técnicas quirúrgicas modernas contribuyen a
mantener el sistema de dos sexos. Hoy los niños que al nacer no son «ni una
cosa ni otra, o ambas»[5] (un fenómeno bastante corriente) desaparecen pronto
de la vista porque los cirujanos los «corrigen» sin demora. En el pasado, sin
embargo, los intersexuales (o hermafroditas, como se les llamó hasta hace
poco)[*] eran cultural mente reconocidos (véase la figura 2.1).

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FIGURA 2.1: Hermafrodita durmiente, estatua romana del siglo II a. de C. (Erich Lessing, de Art
Resource; reimpreso con permiso).

¿Cómo contribuyó el nacimiento y la presencia reconocida de


hermafroditas a conformar las ideas sobre el género en el pasado? ¿Cómo Se
desarrollaron los modernos tratamientos médicos de la intersexualidad?
¿Cómo ha surgido el movimiento político de los intersexuales y sus
simpatizantes para promover una actitud más abierta a identidades sexuales
más fluidas, y cuánto éxito ha tenido su lucha? Lo que sigue es un relato de
construcción social en el sentido más literal, la historia del reforzamiento
quirúrgico de un sistema sexual bipartidista y la posibilidad, de cara al
siglo XXI, de la evolución de un orden pluripartidista.

Historia hermafrodita

La intersexualidad es un tema antiguo. La palabra hermafrodita deriva de la


combinación de los nombres de Hermes (hijo de Zeus y conocido como el
mensajero de los dioses, patrón de la música, controlador de los sueños y
protector del ganado) y Afrodita (la diosa griega del amor sexual y la belleza).
Hay al menos dos mitos griegos sobre el origen del primer hermafrodita. En
uno, Afrodita y Hermes engendran un hijo dotado con los atributos de ambos
progenitores, los cuales, indecisos sobre la masculinidad o feminidad de la

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criatura, deciden darle el nombre de Hermafroditos. En el otro, el hijo es un
varón asombrosamente bello del que se enamora una ninfa. Rendida por el
deseo, entrelaza su cuerpo con el de su amado hasta tal punto que se
convierten en uno.
Si la figura del hermafrodita ha parecido lo bastante extraña para inspirar
especulaciones sobre su origen, también se ha contemplado como la
encarnación de un pasado humano anterior a la división sexual dualista. Los
primeros intérpretes de la Biblia pensaban que Adán comenzó su existencia
como hermafrodita, y que sólo se dividió en dos individuos, varón y mujer,
después de caer en desgracia. Platón escribió que en un principio había tres
sexos —masculino, femenino y hermafrodita— pero que el tercer sexo se
perdió.[6]
Las distintas culturas han tratado a los intersexuales de carne y hueso de
maneras diferentes. Los textos religiosos judaicos como el Talmud y la
Tosefta incluyen largas listas de normas para la gente de sexo mixto, que
legislan sobre derechos de herencia y conducta social. La Tosefta, por
ejemplo, establece que los hermafroditas no pueden heredar el patrimonio
paterno (como las hijas) ni recluirse con mujeres (como los hijos) ni afeitarse
la barba (como los varones). Cuando estén menstruando deben aislarse de los
varones (como las mujeres); tampoco se les permite dar testimonio o ejercer
el sacerdocio (como las mujeres), pero se les aplican las leyes antipederastia.
Si la ley judaica promovía la integración cultural y social de los
hermafroditas, los romanos fueron menos amables con ellos. En tiempos de
Rómulo se creía que los intersexos eran un mal augurio, y a menudo se les
mataba. En la época de Plinio, en cambio, los hermafroditas se consideraban
aptos para el matrimonio.[7]
Al repasar la historia del análisis médico de la intersexualidad, podemos
hacernos una idea más general de la variación de la propia historia del género,
primero en Europa y luego en Norteamérica, que heredó las tradiciones
médicas europeas. En el proceso podemos constatar que no hay nada natural o
inevitable en los actuales tratamientos médicos de la intersexualidad. Los
médicos de la Antigüedad, que situaban el sexo y el género a lo largo de un
continuo y no en las categorías discretas de hoy, no se inmutaban ante los
hermafroditas. La diferencia sexual implicaba una variación cuantitativa. Las
mujeres eran frías, los varones calientes, y las mujeres masculinas o los
varones femeninos eran tibios. Además, la variación sexual humana no se
detenía en el número tres. Los progenitores podían producir hijos con
distintos grados de virilidad e hijas con distintos grados de feminidad.

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En la era premoderna competían varias visiones de la biología de la
intersexualidad. Aristóteles (384-322 a. de C), por ejemplo, categorizó los
hermafroditas como gemelos incompletos. Aristóteles pensaba que los
gemelos completos se daban cuando la madre aportaba materia suficiente en
la concepción para crear dos embriones enteros. Ahora bien, si había más
materia de la necesaria para crear un individuo, pero no la suficiente para
crear dos, entonces la materia sobrante se convertía en genitales añadidos. Sin
embargo, Aristóteles no creía que los genitales definieran el sexo del bebé,
sino que era el calor del corazón lo que determinaba su masculinidad o
feminidad, y sostenía que, bajo su confusa anatomía, todo hermafrodita
pertenecía en realidad a uno de sólo dos sexos posibles. En el siglo I de
nuestra era, el influyente Galeno cuestionó la teoría aristotélica y argumentó
que los hermafroditas pertenecían a un sexo intermedio. Galeno creía que el
sexo emanaba de la oposición entre los principios masculino y femenino en
las semillas materna y paterna en combinación con interacciones entre los
lados izquierdo y derecho del útero. Superponiendo los posibles grados de
dominancia entre las semillas masculina y femenina a las posibles posiciones
del feto en el útero, compuso una cuadrícula que contenía de tres a siete
casillas. Dependiendo de la casilla donde se situara el embrión, su sexo podía
ir desde enteramente masculino hasta enteramente femenino, pasando por
varios estados intermedios. Así pues, los pensadores de la tradición galénica
no creían en una separación biológica estable entre la condición masculina y
la femenina.[8]
Los médicos medievales mantuvieron la teoría clásica del continuo
sexual, aunque con divisiones cada vez más marcadas dentro de la variación
sexual. Los textos médicos medievales refrendaban la idea clásica de que el
lado derecho del útero, más caliente, producía varones, mientras que los fetos
implantados en el lado izquierdo, más frío, se desarrollaban como mujeres, y
los implantados hacia el centro se desarrollaban como mujeres masculinizadas
o varones feminizados.[9] La noción de un continuo calorífico coexistía con la
idea de que el útero estaba dividido en siete cámaras separadas. Las tres de la
derecha daban varones, las tres de la izquierda mujeres, y la cámara central
hermafroditas.[10]
La disposición a buscar un sitio para los hermafroditas en la teoría
científica, sin embargo, no se tradujo en aceptación social. Históricamente,
los hermafroditas han sido vistos a menudo como perturbadores, subversivos,
o incluso fraudulentos. Hildegarda de Bingen, una famosa abadesa y mística
visionaria alemana (1098-1179), condenó cualquier confusión de las

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identidades masculina y femenina. Como ha señalado la historiadora Joan
Cadden, Hildegarda emplazó su condena «entre la aserción de que las mujeres
no deberían decir misa y una advertencia contra las perversiones sexuales…
Un desorden del sexo o los papeles sexuales es una desorganización del tejido
social… y del orden religioso».[11] Una admonición tan severa era inusual
para la época. A pesar de la extendida incertidumbre sobre sus papeles
sociales correctos, la animadversión hacia los hermafroditas se mantuvo
comedida. Los textos médicos y científicos medievales consignaban rasgos de
personalidad negativos, como un temperamento libidinoso en el hermafrodita
masculino feminizado o mentiroso en el hermafrodita femenino
masculinizado,[12] pero la condena explícita parece haber sido infrecuente.
Los biólogos y médicos de la época no tenían el prestigio social y la
autoridad de los profesionales de hoy, y no eran los únicos que estaban en
posición de definir y reglar el hermafroditismo. En la Europa renacentista, los
textos científicos y médicos a menudo propugnaban teorías contradictorias
sobre la producción de hermafroditas. Estas teorías no podían fijar el género
como algo real y estable dentro del cuerpo. Además, las tesis de los médicos
no sólo competían entre sí, sino también con las de la Iglesia, la judicatura y
la clase política. Para complicar más las cosas, cada nación europea tenía sus
propias ideas sobre los orígenes, peligros, derechos civiles y deberes de los
hermafroditas.[13] Por ejemplo, en 1601 el caso de Marie/Marin le Marcis
generó gran controversia en Francia. «Marre» había vivido como una mujer
durante veintiún años antes de decidir vestirse como un hombre y acudir al
registro civil para casarse con la mujer con quien cohabitaba. «Marin» fue
arrestado y llevado a juicio, y tras escuchar sentencias pavorosas (primero a
morir en la hoguera, pena que luego se le «redujo» a la horca… ¡y nosotros
que pensábamos que nuestro corredor de la muerte era malo!) al final fue
puesto en libertad con la condición de que vistiera como mujer hasta los
veinticinco años. Bajo la ley francesa, Marie/Marin había cometido dos
delitos: sodomía y travestismo.
La ley inglesa, en cambio, no condenaba explícitamente el travestismo.
Pero recelaba de aquellos que adoptaban el atuendo de una clase social a la
que no pertenecían. En un caso de 1746, Mary Hamilton se casó con otra
mujer tras cambiarse el nombre por el de «Dr. Charles Hamilton». Las
autoridades legales estaban seguras de que había cometido una falta, pero no
pudieron concretarla. Al final la acusaron de vagancia, con la excusa de que la
suya era una trampa inusualmente abominable, aunque común.[14]

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Durante el Renacimiento no hubo un tratamiento legal específico del
hermafroditismo. Mientras que en unos casos intervenían médicos del Estado,
en otros era la Iglesia la que tomaba la iniciativa. Por ejemplo, en el año 1601
(el mismo del arresto de Marie/Marin) en la ciudad italiana de Piedra un joven
soldado llamado Daniel Burghammer asombró a su regimiento al parir una
niña perfectamente sana. Después de que su alarmada esposa llamara a su
capitán, Burghammer confesó que era mitad varón mitad mujer. Bautizado
como hombre, había servido como soldado durante siete años, a la vez que
trabajaba de herrero. Burghammer dijo que el padre de la criatura era un
soldado español. Sin saber qué hacer, el capitán notificó el caso a las
autoridades eclesiásticas, quienes decidieron bautizar a la niña, que recibió el
nombre de Elizabeth, Una vez destetada (Burghammer amamantó a su hija
con sus pechos femeninos) varias ciudades compitieron por el derecho a
adoptarla. La Iglesia declaró que el nacimiento de la niña había sido un
milagro, pero le concedió el divorcio a la esposa de Burghammer,
presumiblemente porque la capacidad de dar a luz de éste parecía poco
compatible con el papel de esposo.[15]
Las historias de Marie/Marin, Mary Hamilton y Daniel Burghammer
ilustran un tema bien simple. Distintos sistemas legales y religiosos de
distintos países contemplaban la intersexualidad de manera diferente. Los
italianos parecían relativamente poco preocupados por la transgresión de las
fronteras entre géneros, al contrario de los franceses, quienes la sancionaban
rígidamente, mientras que los ingleses, aunque la detestaban, se preocupaban
más por la transgresión de las fronteras entre clases. Aun así, por toda Europa
la distinción tajante entre macho y hembra estaba en el núcleo de los sistemas
legales y políticos. Los derechos de herencia, los códigos penales y el derecho
al voto y la participación en el sistema político estaban todos determinados en
parte por el sexo. ¿Y los que estaban en medio? Los expertos legales
reconocían la existencia de hermafroditas, pero insistían en que se
posicionaran en este sistema dualista. Sir Edward Coke, afamado jurista
inglés de principios de la edad moderna, escribió: «Un hermafrodita puede
adquirir patrimonio con arreglo a aquel sexo que prevaleciere».[16]
Similarmente, en la primera mitad del siglo XVII los hermafroditas franceses
podían testificar en los juicios y hasta casarse, siempre que se atuvieran al
papel asignado por «el sexo que domina su personalidad».[17]
Los expertos médicos y legales estaban de acuerdo en que el individuo
el/la tenía el derecho a decidir qué sexo prevalecía, pero una vez hecha la
elección se esperaba que se atuviera a ella. La pena por contravenir esta

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norma podía ser severa. Lo que estaba en juego era el mantenimiento del
orden social y los derechos del hombre (en sentido literal). Así pues, aunque
estaba claro que algunas personas tenían un pie a cada lado de la división
macho/hembra, las estructuras sociales y legales siguieron apegadas a un
sistema de dos sexos.[18]

La construcción del intersexual moderno

A medida que la biología se constituyó en disciplina organizada a finales del


siglo XVIII y principios del XIX, fue ganando cada vez más autoridad sobre la
disposición de los cuerpos ambiguos.[19] Los científicos decimonónicos
adquirieron una percepción clara de los aspectos estadísticos de la variación
natural,[20] pero este conocimiento trajo consigo la autoridad para declarar
que ciertos cuerpos eran anormales y requerían una corrección.[21] El biólogo
Isidore Geoffroy Saint-Hilaire interpretó un papel protagonista en la
reformulación de las ideas sobre las diferencias sexuales. Fundó una nueva
ciencia, que llamó teratología, para el estudio y la clasificación de los
nacimientos inusuales. Saint-Hilaire y otros biólogos de su misma cuerda se
pusieron a estudiar todas las anomalías anatómicas, y establecieron dos
importantes principios que comenzaron a inspirar las aproximaciones médicas
a la variación natural. En primer lugar, Saint-Hilaire argumentó que «la
Naturaleza es un todo»[22] (es decir, que incluso los nacimientos inusuales o
los llamados «monstruosos» eran parte de la naturaleza). En segundo lugar,
basándose en conceptos estadísticos de nuevo cuño, proclamó que los
hermafroditas y otras anomalías de nacimiento eran producto de un desarrollo
embrionario anormal. Para comprender su génesis, argumentó, había que
entender el desarrollo normal. A su vez, el estudio de las variaciones
anormales podía arrojar luz sobre los procesos normales. Saint-Hilaire creía
que desentrañar los orígenes del hermafroditismo conduciría a una
comprensión más general del desarrollo de las diferencias sexuales. Esta
trasposición científica de la proverbial fascinación por los hermafroditas ha
seguido siendo, hasta el día de hoy, un principio guía de la investigación
científica sobre las bases biológicas del sexo, los roles sexuales y las
conductas de los no intersexuales. (Véanse los capítulos 3 y 4 pata una
discusión de la literatura moderna sobre el tema).
Los escritos de Saint-Hilaire no sólo fueron importantes para la
comunidad científica, sino que también cumplieron una nueva función social.

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Si en los siglos anteriores los cuerpos inusuales habían sido tratados como
antinaturales y monstruosos, el nuevo campo de la teratología ofrecía una
explicación natural del nacimiento de gente con cuerpos extraordinarios.[23]
Al mismo tiempo, sin embargo, redefinió tales cuerpos como patológicos,
como aberraciones curables en virtud de un conocimiento médico
incrementado. Irónicamente, pues, el conocimiento científico sirvió para
borrar del mapa precisamente los fenómenos que iluminaba. A mediados del
siglo XX, la tecnología había «avanzado» hasta el punto de poder hacer
desaparecer de la vista cuerpos que en otro tiempo habían sido objeto de
asombro y perplejidad, todo en nombre de la «corrección de los errores de la
naturaleza».[24]
La desaparición del hermafrodita se basó en gran medida en la técnica
científica estándar de la clasificación.[25] Saint-Hilaire dividía el cuerpo en
«segmentos sexuales», tres a la izquierda y tres a la derecha: la «porción
profunda», que contenía los ovarios, los testículos o estructuras relacionadas;
la «porción media», que contenía estructuras sexuales internas como el útero
y las vesículas seminales, y la «porción externa», que incluía los genitales
externos.[26] Si los seis segmentos eran plenamente masculinos, sentenció,
también lo era el cuerpo. Si los seis eran femeninos, el cuerpo también. Pero
si se daba una combinación de segmentos masculinos y femeninos, el
resultado era un hermafrodita. Así pues, el sistema de Saint-Hilaire
continuaba reconociendo la legitimidad de la variedad sexual, peto subdividía
los hermafroditas en vatios tipos, lo que puso los cimientos de la
diferenciación posterior entre hermafroditas «verdaderos» y «falsos». Puesto
que los hermafroditas «verdaderos» eran muy raros, este sistema de
clasificación hacía la intersexualidad virtualmente invisible.
A finales de la década de 1830, un médico llamado James Young
Simpson, abundando en el enfoque de Saint-Hilaire, propuso clasificar los
hermafroditas en «espurios» y «auténticos». En los primeros, escribió, «los
órganos genitales y la configuración sexual general de un sexo se aproximan,
por un desarrollo imperfecto o anormal, a los del sexo opuesto», mientras que
en los hermafroditas auténticos «coexisten en el cuerpo del mismo individuo
más o menos órganos genitales».[27] En la visión de Simpson, los «órganos
genitales» incluían, además de los ovarios o testículos (las gónadas),
estructuras como el útero o las vesículas seminales. Así, un hermafrodita
auténtico podía tener ovarios y vesículas seminales, o testículos y útero.
La teoría de Simpson presagiaba lo que la historiadora Alice Dreger ha
llamado «la edad de las gónadas». El honor de otorgar plenos poderes a las

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gónadas recayó en un médico alemán llamado Theodor Albrecht Klebs, quien
publicó sus ideas en 1876. Como Simpson, Klebs distinguió entre
«hermafroditas verdaderos» y «seudohermafroditas». Restringió la primera
categoría a los individuos que tenían tejido ovárico y testicular a la vez en su
cuerpo. El resto de anatomías mixtas (personas con pene y ovarios, o
testículos y vagina, o útero y bigote) no correspondía a hermafroditas
auténticos en el sistema de Klebs. Ahora bien, si no eran hermafroditas, ¿qué
eran? Klebs pensaba que bajo cada una de aquellas superficies engañosas se
escondía un cuerpo que en realidad era o masculino o femenino. Insistió en
que las gónadas eran el único factor definitorio del sexo biológico. Un cuerpo
con dos ovarios era femenino, por muy masculina que fuera su apariencia. Y
un cuerpo con dos testículos era masculino. No importaba si no eran
funcionales y su portador tenía mamas y vagina: los testículos hacían al
macho. Como ha señalado Dreger, la consecuencia de este razonamiento fue
que «menos gente contaba como “auténticamente” masculina y femenina a la
vez».[28] La ciencia médica estaba obrando su magia: los hermafroditas
comenzaban a desaparecer.

FIGURA 2.2: Los «seudohermafroditas» tienen ovarios o testículos combinados con los genitales
«opuestos». Los «hermafroditas verdaderos» tienen un ovario y un testículo, o una gónada combinada
llamada ovotestículo. (Fuente: Alyce Santoro, para la autora).

Una vez las gónadas se convirtieron en el factor decisivo (figura 2.2),


hacía falta algo más que el sentido común para identificar el sexo auténtico de
un individuo. Las herramientas de la ciencia (en la forma de un microscopio y
nuevos métodos de preparación de tejidos para su examen microscópico) se

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hicieron esenciales.[29] Rápidamente, las imágenes de cuerpos hermafroditas
desaparecieron de las revistas médicas, reemplazadas por abstractas
micrografías de cortes finos y meticulosamente teñidos de tejido gonadal.
Además, como observa Dreger, el estadio primitivo de las técnicas
quirúrgicas, en especial la falta de anestesia y antisepsia, a finales del XIX
implicaba que los médicos sólo podían obtener muestras de tejido gonadal
tras la muerte o la castración del sujeto: «Escasos, muertos, impotentes: ¡los
hermafroditas auténticos se habían convertido en un grupo ciertamente
lastimoso!»[30] En cuanto a las personas de sexo mixto, simplemente
desaparecieron, no porque hubieran disminuido, sino porque la clasificación
científica no contemplaba su existencia.
Hacia el cambio de siglo (en 1896, para ser exactos) los médicos
británicos George F. Blackler y William P. Lawrence escribieron un artículo
en el que examinaban informes anteriores de hermafroditismo auténtico.
Habían encontrado que sólo tres de veintiocho casos cumplían las nuevas
normas. Al estilo orwelliano, limpiaron los registros médicos pasados de
informes de hermafroditismo, con el argumento de que no satisfacían los
estándares científicos modernos,[31] mientras que muy pocos casos nuevos
satisfacían el criterio estricto de la verificación microscópica de la presencia
de tejido gonadal de ambos sexos.

Sobre sexo y género

Bajo el manto del avance científico, la acción ideológica de la ciencia era


imperceptible para los científicos del cambio de siglo, igual que lo era para el
COI la acción ideológica de requerir el test de la polimerasa para las atletas
(véase el capítulo 1). Las teorías decimonónicas de la intersexualidad (los
sistemas de clasificación de Saint-Hilaire, Simpson, Klebs, Blackler y
Lawrence) encajan en un grupo mucho más amplio de ideas biológicas sobre
la diferencia. Los científicos y los médicos insistían en que los cuerpos de
varones y mujeres, de blancos y gente de color, de judíos y gentiles, de
obreros y gente de clase media, diferían profundamente. En una época en que
los derechos individuales eran objeto de debate político sobre la base de la
igualdad humana, los científicos decían que algunos cuerpos, por definición,
eran mejores y más merecedores de derechos que otros.
Si esto parece paradójico, desde otro punto de vista tiene sentido. Las
teorías políticas que declaraban que «todos los hombres son iguales» no sólo

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eran amenazadoras porque proporcionaban una justificación a las colonias
para derrocar el régimen monárquico y establecer repúblicas independientes.
También amenazaban con minar la lógica subyacente tras instituciones
sociales y económicas fundamentales como el matrimonio, la esclavitud o la
restricción del derecho de voto a los varones blancos con propiedades. No
sorprende, pues, que la ciencia de las diferencias se invocara a menudo para
invalidar las reivindicaciones de emancipación social y política.[32]
En el siglo XIX, por ejemplo, las activistas del movimiento abolicionista
estadounidense pronto comenzaron a insistir en su derecho a hablar en
público,[33] y a mediados de siglo tanto las estadounidenses como las inglesas
exigían más oportunidades educativas y derechos económicos, así como el
derecho a votar. Sus iniciativas encontraron una feroz resistencia por parte de
expertos científicos.[34] Algunos médicos argumentaron que permitir a las
mujeres acceder a la universidad arruinaría su salud y provocaría su
esterilidad, lo que en última instancia llevaría a la degeneración de la raza
(blanca, por supuesto). Las mujeres con estudios se sublevaron, y poco a poco
conquistaron el derecho a la educación superior y el voto.[35]
Estas luchas sociales tuvieron profundas repercusiones sobre la
categorización científica de la intersexualidad. Más que nunca, los políticos
necesitaban dos y sólo dos sexos. El rema había ido más allá de los derechos
legales particulares como el de voto. ¿Y si, pensando que era un Varón, una
mujer ejercía alguna actividad para la que se suponía que las mujeres no
estaban dotadas? ¿Y si se las arreglaba bien? ¿Qué pasaría con la idea de que
las incapacidades femeninas naturales dictaban la desigualdad social? A
principios del siglo XX, a medida que el debate sobre la igualdad social entre
los sexos se acaloró, los médicos concibieron definiciones aún más estrictas y
exclusivas de hermafroditismo. Cuanto más se radicalizaba la contestación
social de la separación entre las esferas masculina y femenina, más médicos
insistían en la división absoluta entre masculinidad y feminidad.

Los intersexuales a examen

Hasta principios del siglo XIX, los árbitros fundamentales de la condición


intersexual habían sido los juristas, quienes, aunque pudieran consultar a
médicos y sacerdotes en casos particulares, acostumbraban a guiarse por su
propia manera de entender la diferencia sexual. A principios del siglo XX, los
médicos suplantaron a los juristas como principales normalizadores de la

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intermediación sexual.[36] Aunque el estándar legal (que no había más que dos
sexos y que todo hermafrodita tenía que identificarse con el sexo dominante
en su cuerpo) se mantuvo, en la década de los treinta los médicos habían
abierto una nueva vía: la supresión quirúrgica y hormonal de la
intersexualidad. La edad de las gónadas dio paso a la aún menos flexible edad
de la conversión, en la que los médicos encuentran imperativo reconvertir a la
gente de sexo mixto, por cualquier medio que sea necesario, en varón o mujer
(figura 2.3).

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FIGURA 2.3: Una viñeta sobre la historia de la intersexualidad. (Fuente: Diane DiMassa, para la autora).

Pero los pacientes, siempre problemáticos, continuaron poniendo palos en


las ruedas. Incluso durante la edad de las gónadas, los médicos basaban más
de una vez su evaluación de la identidad sexual en la forma general del
cuerpo y la inclinación del paciente (con independencia de lo que indicaran
sus gónadas). En 1915, el médico británico William Blair Bell sugirió
públicamente que a veces los sexos estaban demasiado mezclados para dejar
que las gónadas solas dictaran el tratamiento. Para entonces, las nuevas
tecnologías de anestesia y asepsia ya hacían posible la extracción de muestras
de tejido (biopsias) de las gónadas de pacientes vivos. Bell encontró una
paciente que presentaba rasgos externos mixtos (mamas, pero también barba,
un clítoris elongado, voz grave y ausencia de ciclo menstrual) cuya biopsia
reveló que sus gónadas eran ovotestículos (una combinación de tejido ovárico
y testicular).
Enfrentado a un auténtico hermafrodita, vivo y coleando, Bell se remitió
al criterio legal, y escribió que «las características predominantemente
femeninas han decidido el sexo adoptado». Subrayó que las gónadas no tenían
por qué ser el único criterio para decidir el sexo de un paciente, sino que «la
posesión de un [único] sexo es una necesidad de nuestro orden social, para los
hermafroditas tanto como para los sujetos normales».[37] Aun así, Bell no
abandonó los conceptos de seudohermafroditismo y hermafroditismo
verdadero. De hecho, la mayoría de médicos continúa dando por sentada esta
distinción. Pero, ante la apremiante complejidad de los cuerpos y
personalidades reales, Bell insistió en que cada caso debía tratarse con
flexibilidad, teniendo en cuenta los múltiples signos corporales y
comportamentales del paciente intersexual.

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Pero esto volvía a plantear un viejo problema: ¿qué signos debían tenerse
en cuenta? Considérese un caso del que informa en 1924 Hugh Hampton
Young, el «padre de la urología americana».[38] Young operó a un joven que
presentaba un pene malformado,[39] un testículo no descendido y una masa
dolorosa en la ingle. La masa resultó ser un ovario conectado con un útero y
oviductos atrofiados. Young ponderó el problema:

Un joven de aspecto normal con instintos masculinos [atlético, heterosexual] resultó tener
un… ovario funcional en la ingle izquierda. ¿Cuál era el carácter del saco escrotal en el lado
izquierdo? Si la gónada también era indudablemente femenina, ¿debería dejarse que
permaneciera alojada en el escroto? Si era masculina, ¿debería dejarse que el paciente continuara
viviendo con un ovario y un oviducto funcionales en el lado izquierdo del abdomen? Si había
que extirpar los órganos de un lado, ¿cuál debería ser?[40]

Resultó que el joven tenía un testículo, y Young extirpó el ovario. Conforme


fue adquiriendo experiencia, Young basó cada vez más sus juicios en la
situación social y psicológica de sus pacientes, apoyándose en la
interpretación sofisticada del cuerpo más para hacerse una idea de la gama de
posibilidades físicas que como un indicador necesario del sexo.
En 1937, Young, por entonces profesor de urología en la Universidad
Johns Hopkins, publicó Genital Abnormalities, Hermaphroditism and Related
Adrenal Diseases, un libro notable por su erudición, penetración científica y
apertura mental. En él, Young sistematizó la clasificación de los intersexos
(manteniendo la definición de Blackler y Lawrence de hermafroditismo
auténtico) y recopiló una gran variedad de casos meticulosamente
documentados, propios y ajenos, para mostrar y estudiar el tratamiento
médico de estos «accidentes de nacimiento». No juzgaba a las personas que
describía, algunas de las cuales vivían como «hermafroditas practicantes»
(esto es, tenían experiencias sexuales como hombres y como mujeres a la
vez).[41] Tampoco intentó forzar a nadie a someterse a tratamiento.
Uno de los casos de Young era un hermafrodita llamado Emma que se
crió como mujer. Poseía una vagina y un clítoris lo bastante grande (entre una
y dos pulgadas de largo) para poder tener relaciones sexuales «normales»
tanto con hombres como con mujeres. Siendo adolescente tuvo experiencias
sexuales con unas cuantas chicas por las que se sintió profundamente atraída,
pero a los diecinueve años se casó con un hombre con quien tuvo una vida
sexual poco placentera (aunque, de acuerdo con Emma, él nunca se quejó).
Durante éste y otros matrimonios sucesivos, Emma tuvo relaciones sexuales
placenteras con amigas. Según refiere Young, parecía «bastante contenta,
incluso feliz». En conversación con él, sin embargo, le confió que en

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ocasiones habría deseado ser un varón. Pero, aunque Young le aseguró que la
transformación sería un asunto relativamente simple, el/la replicó: «¿Habría
que eliminar esa vagina? No sé, porque es mi bono de comida. Si lo hiciera,
tendría que prescindir de mi marido y buscarme un trabajo, así que creo que
me quedaré como estoy. Mi marido me mantiene bien y, aunque él no me da
ningún placer sexual, mi novia me lo da de sobra». Sin más comentarios ni
evidencia de decepción, Young pasaba al siguiente «ejemplo interesante de
hermafrodita practicante».[42]
Su resumen del caso no dice nada de motivaciones financieras, sólo
menciona que Emma rehusó la reconversión sexual porque «le daban pánico
las operaciones requeridas».[43] Pero Emma no era el único caso de opción
sexual influida por consideraciones económicas y sociales. Por lo general,
cuando se les ofrecía la posibilidad de elegir, los hermafroditas jóvenes
optaban por convertirse en varones. Considérese el caso de Margaret, nacida
en 1915 y criada como chica hasta los catorce años. Cuando su voz comenzó
a virilizarse y su pene malformado creció y comenzó a asumir funciones
adultas, Margaret pidió permiso para vivir como un varón. Con la ayuda de
psicólogos (que más tarde publicaron un informe del caso) y un cambio de
residencia, abandonó su atavío «ultrafemenino», consistente en un «vestido de
satén verde con falda acampanada, un sombrero de terciopelo rojo con
adornos de bisutería, zapatillas con lazos, peinado a lo garçon con puntas
cayendo sobre las mejillas», y se convirtió en un muchacho de pelo corto,
jugador de béisbol y rugby, a quien sus nuevos compañeros de clase apodaron
Big James. El joven James tenía sus propias ideas sobre las ventajas de ser
varón, tal y como le contó a su hermana: «Es más fácil ser un hombre. Ganas
más dinero y no hace falta que te cases. Si eres una chica y no te casas la
gente se ríe de ti».[44]
Aunque el doctor Young iluminó el tema de la intersexualidad con una
buena dosis de sabiduría y consideración hacia sus pacientes, su obra fue
parte del proceso que condujo a una nueva invisibilidad y un enfoque rígido e
intransigente del tratamiento de los cuerpos intersexuales, Además de una
juiciosa recopilación de estudios de casos, el libro de Young es un extenso
tratado sobre las terapias más modernas (quirúrgicas y hormonales) pata
aquellos que buscaban ayuda. Aunque menos dado a los juicios morales y el
control de los pacientes y sus progenitores que sus sucesores, proporcionó a la
siguiente generación de médicos los cimientos científicos y técnicos sobre los
que basar sus prácticas.

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Al igual que en el siglo XIX, el conocimiento incrementado de los orígenes
biológicos de la complejidad sexual facilitó la eliminación de sus signos. La
comprensión profunda de las bases fisiológicas de la intersexualidad, junto
con el mejoramiento de las técnicas quirúrgicas, especialmente a partir de la
década de los cincuenta, comenzó a hacer posible que los médicos
reconocieran a la mayoría de intersexuales ya desde su nacimiento.[45] El
motivo de recomendar su reconversión era genuinamente humanitario:
permitir que los individuos encajaran y funcionaran física y psicológicamente
como seres humanos saludables. Pero tras este anhelo subyacen asunciones no
discutidas: primero, que debería haber sólo dos sexos; segundo, que sólo la
heterosexualidad era normal; y tercero, que ciertos roles de género definían al
varón y la mujer psicológicamente saludables.[46] Estas mismas asunciones
continúan proporcionando la justificación para la «gestión médica» moderna
de los nacimientos intersexuales.

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3

Sobre géneros y genitales:


Uso y abuso del intersexual moderno

La actitud ante el intersexual

Los médicos

Un niño nace en un gran hospital metropolitano de Estados Unidos o la


Europa occidental. El obstetra, tras advertir que los genitales del recién nacido
no son ni masculinos ni femeninos, o las dos cosas a la vez, consulta con un
endocrinólogo pediátrico (especialista en hormonas) y un cirujano. Se declara
el estado de emergencia médica.[1] De acuerdo con los estándares de
tratamiento vigentes, no hay tiempo que perder en reflexiones sosegadas o
consultas con los progenitores. No hay tiempo para que los nuevos padres
consulten a otros que hayan tenido hijos de sexo mixto antes que ellos o
hablen con intersexuales adultos. Antes de veinticuatro horas, el bebé debe
abandonar el hospital con un solo sexo, y los progenitores deben estar
convencidos de que la decisión ha sido la correcta.
¿Por qué tanta prisa? ¿Cómo se puede estar tan seguro en sólo
veinticuatro horas de que el sexo asignado al recién nacido es el correcto.[2]
Una vez se toma una decisión de esta índole, ¿cómo se lleva a cabo y cómo
afecta al futuro del niño?
Desde los años cincuenta, psicólogos, sexólogos y otros investigadores
han discutido teorías sobre los orígenes de las diferencias sexuales, en
especial la identidad de género, los roles sexuales y la orientación sexual. Hay
mucho en juego en estos debates. Nuestras concepciones de la naturaleza de
las diferencias de género conforman, a la vez que reflejan, la estructuración
de nuestros sistemas sociales y políticos. También conforman y reflejan
nuestra comprensión de nuestros cuerpos físicos. En ninguna parte resulta

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esto tan evidente como en los debates sobre la estructura (y reestructuración)
de los cuerpos que son sexualmente ambiguos.
Curiosamente, la práctica contemporánea de «fijar» el sexo de los bebés
intersexuales justo después del nacimiento emanó de algunas teorías del
género sorprendentemente flexibles. En los años cuarenta, Albert Ellis estudió
ochenta y cuatro casos de neonatos de sexo mixto y concluyó que «si bien la
potencia del impulso sexual humano posiblemente depende en gran medida
de factores fisiológicos… la dirección de este Impulso no parece depender
directamente de elementos constitucionales».[3] En otras palabras, en el
desarrollo de la masculinidad, la feminidad y las inclinaciones homosexual o
heterosexual, la crianza importa mucho más que la naturaleza. Una década
más tarde, el psicólogo John Money y sus colegas los psiquiatras John y Joan
Hampson, de la Universidad Johns Hopkins, abordaron el estudio de los
intersexuales, quienes «proporcionarían un material de valor incalculable para
el estudio comparativo de la morfología y fisiología corporales, la crianza y la
orientación psicosexual».[4] Money y colaboradores se basaron en sus propios
estudios para llevar al extremo la tesis de Ellis y establecer lo que hoy parece
extraordinario por su absoluta negación de la noción de inclinación natural.
Concluyeron que las gónadas, las hormonas y los cromosomas no
determinaban automáticamente el género de un niño: «A partir de la suma
total de casos de hermafroditismo, la conclusión que se deriva es que la
conducta y la orientación masculinas o femeninas no tienen una base
instintiva innata».[5]
¿Dedujeron de ello que las categorías «masculino» y «femenino» no
tenían base biológica alguna? En absoluto. Estos científicos eligieron a los
hermafroditas como objetos de estudio para probar que la naturaleza apenas
contaba; pero nunca cuestionaron la asunción fundamental de que sólo hay
dos sexos, porque su meta era saber más sobre el desarrollo «normal».[6] En la
visión de Money, la intersexualidad era resultado de procesos
fundamentalmente anormales. Sus pacientes requerían tratamiento médico
porque deberían haber nacido varones o mujeres. El objetivo del tratamiento
era asegurar un desarrollo psicosexual correcto a base de asignar al niño de
sexo mixto el género adecuado y luego hacer lo necesario para asegurar que el
niño y sus progenitores creyeran en el sexo asignado.[7]
Hacia 1969, año en que Christopher Dewhurst (profesor de obstetricia y
ginecología en el Queen Charlotte Maternity Hospital y el Chelsea Hospital
for Women de Londres) y Ronald R. Gordon (pediatra y catedrático de salud
infantil en la Universidad de Sheffield) publicaron su tratado The Intersexual

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Disorders, los tratamientos médicos y quirúrgicos de la intersexualidad
habían llegado a un grado de consenso nunca antes alcanzado. Sorprende
poco que este consenso médico cristalizara en una época que asistió a lo que
Betty Friedan ha llamado «la mística femenina», el ideal de posguerra de la
familia suburbana estructurada en torno a unos roles sexuales estrictamente
divididos. Que la gente no acababa de conformarse a este ideal se desprende
del tono casi histérico del libro de Dewhurst y Gordon, un tono que contrasta
vivamente con la ponderación de su precursor Young.
Dewhurst y Gordon abren su libro con una descripción de un recién
nacido intersexual, acompañada de una fotografía en primer plano de sus
genitales. Los autores recurren a la retórica de la tragedia: «Uno sólo puede
intentar imaginar la angustia de los padres. Que un recién nacido tenga una
deformidad… [que afecta] a algo tan fundamental como el sexo mismo de la
criatura… es una tragedia que de inmediato evoca visiones de un inadaptado
psicológico sin esperanza, abocado a llevar una vida de soledad y frustración
como un monstruo sexual». Advierten que éste es el destino que le espera al
bebé si el caso no se trata como es debido, «pero, por fortuna, con un
tratamiento correcto las perspectivas son infinitamente mejores de lo que los
pobres padres —emocionalmente aturdidos por el suceso— o cualquiera que
no tenga un conocimiento especial podría llegar a imaginar». Por suerte para
la criatura, cuyos tiernos genitales se nos invita a examinar íntimamente
(figura 3.1), «el problema fue abordado con prontitud y eficacia por el
pediatra local». Al final nos enteramos de que a los progenitores se les
aseguró que, a pesar de las apariencias, el niño era «en realidad» una niña
cuyos genitales externos se habían masculinizado por unos niveles de
andrógeno inusualmente elevados durante la vida fetal. También se les dijo
que en el futuro podría tener relaciones sexuales normales (tras pasar por el
quirófano para abrir el canal vaginal y acortar el clítoris) y hasta tener hijos.[8]

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FIGURA 3.1: Un bebé XX de seis días con genitales externos masculinizados. (Foto original de Lawson
Wilkins en Young 1961 [figura 23-1, p. 1405]; reimpreso con permiso).

Dewhurst y Gordon contraponen este final feliz al resultado de una


terapéutica incorrecta o negligencia médica por ignorancia. Describen el caso
de una persona que siempre había vivido como una mujer, invitándonos de
nuevo a contemplar de cerca sus genitales,[9] que incluyen un clítoris
peniforme, pero sin escroto y con aberturas uretral y vaginal separadas. Los
autores refieren que, siendo adolescente, el/la se había preocupado por sus
genitales y su ausencia de pechos y menstruación, aunque se había amoldado
a «su infortunado estado». Pero a los cincuenta y dos años las dudas volvieron

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a «atormentarle». Tras diagnosticar al sujeto como un seudohermafrodita
masculino, abocado a una vida de infelicidad por culpa de una asignación
equivocada de sexo femenino, Dewhurst y Gordon afirman que el caso ilustra
«la clase de tragedia que puede derivarse de un tratamiento incorrecto del
problema».[10] Su libro, por el contrario, pretende aleccionar a sus lectores
(presumiblemente personal médico) sobre cómo gestionar correctamente este
tipo de situaciones.
En la actualidad, a despecho del acuerdo general de que las
intersexualidades de nacimiento deben corregirse de inmediato, la práctica
médica en estos casos varía mucho. No hay estándares nacionales o
internacionales que rijan los tipos de intervención factibles. Muchas escuelas
médicas enseñan los procedimientos específicos discutidos en este libro, pero
los cirujanos toman decisiones individuales basadas en sus propias creencias
y en lo que era la práctica corriente cuando se formaron (que puede o no
concordar con lo que se publica en las revistas médicas más destacadas). Sin
embargo, sea cual sea el tratamiento elegido, los médicos que deciden cómo
manejar la intersexualidad se rigen por, y perpetúan, creencias profundamente
arraigadas sobre las sexualidades masculina y femenina, los roles sexuales, y
el lugar (in)adecuado de la homosexualidad en el desarrollo normal.

Los progenitores

Cuando nace un niño de sexo mixto, alguien (unas veces el cirujano, otras un
endocrinólogo pediátrico, más raramente un consejero de educación sexual)
explica la situación a los padres.[11] Un niño «normal», dicen, nace con un
pene (definido como un falo recorrido longitudinalmente por un conducto
uretral central —a través del cual fluye la orina— que se abre al exterior por
la punta). Este niño también tiene un cromosoma X y un cromosoma Y (XY),
dos testículos alojados en un saco escrotal, y una variedad de conductos, que
en el varón sexualmente maduro transportan espermatozoides y otros
componentes del fluido seminal al mundo exterior (figura 3.2B).

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FIGURA 3.2: A: Anatomía reproductiva femenina. B: Anatomía reproductiva masculina.
(Fuente: Alyce Santoro, para la autora).

Igual de frecuente es que el bebé tenga un clítoris (un falo sin uretra) que,
como el pene, está ricamente irrigado e inervado. En ambos casos la
estimulación física puede provocar una erección y una serie de contracciones
que llamamos orgasmo.[12] En una niña «normal» la uretra se abre cerca de la
vagina, un amplio canal cuya abertura está rodeada por dos juegos de labios
carnosos. El canal vaginal conecta por dentro con el cuello uterino que a su
vez se abre al interior del útero. Unidos a éste hay dos oviductos que, después
de la pubertad, transportan óvulos desde el vecino par de ovarios hasta el
útero (figura 3.2A), Si el bebe también tiene dos cromosomas X (XX),
entonces decimos que es de sexo femenino.
Los médicos también explicarán a los progenitores que los embriones
masculinos y femeninos se desarrollan de manera progresivamente divergente
a partir de un mismo punto de partida (figura 3.3), La gónada embrionaria
opta al principio del desarrollo por la vía masculina o la femenina, y más
tarde el falo se desarrolla en un pene o se queda en un clítoris. Similarmente,
los lóbulos urogenitales embrionarios o bien permanecen abiertos para
convertirse en labios vaginales o se funden para formar un escroto. Por
último, todos los embriones contienen estructuras destinadas a convertirse en
el útero y las trompas de Falopio, y otras con el potencial de transformarse en
los epidídimos y vasos deferentes (estructuras tubulares implicadas en el
transporte de esperma desde los testículos hasta el exterior del cuerpo).

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Cuando el embrión opta por una u otra vía, las estructuras apropiadas se
desarrollan y el resto degenera.

FIGURA 3.3: El desarrollo de los genitales externos desde la fase embrionaria hasta el nacimiento.
(Fuente: redibujado por Alyce Santoro de Moore 1997, p. 241, con permiso de W. B. Saunders).

Hasta aquí muy bien. Los médicos no han hecho más que explicar algunos
hechos básicos de la embriología. La trampa está en lo que dicen cuando el

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desarrollo no procede por la vía clásica. Los médicos suelen informar a los
progenitores de que la criatura tiene un «defecto de nacimiento», y que
tardarán un poco en saber si es niño o niña.[13] Les aseguran que pueden
identificar el sexo «verdadero» que se esconde bajo la confusión superficial y
que, una vez lo hagan, sus tratamientos quirúrgicos y hormonales pueden
llevar a término la intención de la naturaleza.[14]
Los médicos de hoy todavía aplican las categorías decimonónicas de
hermafroditas «verdaderos» y «seudohermafroditas».[15] Puesto que la
mayoría de intersexuales encaja en la segunda categoría, los médicos piensan
que un bebé intersexual es «en realidad» un niño o una niña. Money y otros
especialistas formados en este enfoque, prohíben pronunciar la palabra
hermafrodita en la conversación con los progenitores, y para evitarla emplean
una jerga más técnica, como «anomalía de los cromosomas sexuales»,
«anomalía gonadal» o «anomalía de los órganos externos»,[16] con lo que se
comunica que los intersexos son inusuales en algún aspecto de su fisiología, y
no que constituyen una categoría sexual aparte, ni masculina ni femenina.
Los tipos de intersexualidad más corrientes son la hiperplasia
adrenocortical congénita, el síndrome de insensibilidad androgénica, la
disgénesis gonadal, el hipospadias y las composiciones cromosómicas
inusuales como XXY (síndrome de Klinefelter) o XO (síndrome de Turner)
(véase la tabla 3.1). El llamado hermafroditismo verdadero combina ovarios y
testículos. A veces un individuo tiene un lado masculino y un lado femenino.
En otros casos el ovario y el testículo se desarrollan juntos en un mismo
órgano, formando lo que los biólogos llaman un ovotestículo.[17] No es
infrecuente que al menos una de las gónadas (más a menudo el ovario)[18]
funcione lo bastante bien para producir óvulos o espermatozoides y niveles
funcionales de las llamadas hormonas sexuales (andrógenos o estrógenos), En
teoría no es imposible que un hermafrodita pudiera ser capaz de gestar y dar a
luz hijos propios, aunque no hay ningún caso documentado. En la práctica, los
genitales externos y conductos acompañantes están tan entremezclados que la
única manera de comprobar qué partes están presentes y cuál está conectada
con cuál es la cirugía exploratoria.[19]

TABLA 3.1: Algunos tipos comunes de intersexualidad

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NOMBRE CAUSA RASGOS CLÍNICOS BÁSICOS
Disfunción
En los bebés XX causa una masculinización genital de leve a
hereditaria de una o
Hiperplasia severa, que puede ser de nacimiento o posterior. Si no se trata,
más de seis enzimas
adrenocortical puede causar masculinización en la pubertad. Algunas formas
implicadas en la
congenita afectan drásticamente al metabolismo salino y ponen en
síntesis de hormonas
peligro la vida si no se tratan con cortisona
esteroides
Bebés XY con genitales muy feminizados. El cuerpo es
Síndrome de Cambio hereditario
«ciego» a la presencia de testosterona, ya que las células no
insensibilidad del receptor para la
pueden captarla y usarla para dirigir el desarrollo por la vía
a los testosterona en la
masculina. En la pubertad estos intersexos desarrollan mamas
andrógenos superficie celular
y una silueta femenina.
Diversas causas, no Se refiere a individuos (la mayoría XY) cuyas gónadas no se
Disgénesis
todas genéticas; un desarrollan adecuadamente. Los rasgos clínicos son
gonadal
cajón de sastre heterogéneos.
Diversas causas, que La uretra no se abre al exterior por la punta del pene. En las
incluyen alteraciones formas leves la abertura está justo debajo del glande, en las
Hipospadias
del metabolismo de la formas moderadas está en el tronco del pene, y en las severas
testosterona[a] en la base.
Mujeres en cuyo Una forma de disgénesis gonadal en mujeres. Los ovarios no se
Síndrome genotipo falta el desarrollan; la estatura es baja; los caracteres sexuales
de Turner segundo cromosoma secundarios están ausentes. El tratamiento incluye estrógeno y
x (xo)[b] hormona del crecimiento.
Varones con un Una forma de disgénesis gonadal esterilizante, a menudo
Síndrome de
cromosoma X de más acompañada de crecimiento mamario en la pubertad. El
Klinefelter
(XXY)[c] tratamiento incluye la administración de testosterona.

Los padres de niños intersexuales suelen preguntar con qué frecuencia nacen
hijos como el suyo y si existe alguna asociación de padres que tengan el
mismo problema con la que puedan contactar. Dado que los médicos
acostumbran a clasificar los intersexos como casos urgentes, y la
investigación sobre el tema es escasa, no suelen estar enterados de los
recursos disponibles, y a menudo se limitan a decir a los padres que la
condición es extremadamente rara, por lo que no encontrarán a otros en
circunstancias similares. Ambas respuestas están lejos de la verdad. Volveré a
la cuestión de los grupos de apoyo a los intersexuales y sus progenitores en el
próximo capítulo. Aquí me ocuparé de la cuestión de la frecuencia.
¿Cuán a menudo nacen bebés intersexuales? Junto con un grupo de
estudiantes de la Universidad Brown, rastreamos la literatura médica en busca
de estimaciones de la frecuencia de diversas formas de intersexualidad.[20]
Para unas pocas categorías, usualmente las más raras, la evidencia era
anecdótica, pero para el resto había estadísticas. La cifra que dimos al final
(un 1,7 por ciento de todos los nacimientos; véase la tabla 3.2) debe tornarse
sólo como un orden de magnitud y no como una estimación precisa.[21]

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TABLA 3.2: Frecuencias de diversos casos de desarrollo sexual no dimórfico

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FRECUENCIA ESTIMADA /
CAUSA
NACIMIENTOS
No XX o no XY (salvo síndromes
0,0639
de Turner o Klinefelter)
Síndromes de Turner 0,0369
Síndrome de Klinefelter 0,0922
Síndrome de insensibilidad a los andrógenos 0,0076
Insensibilidad parcial a los andrógenos 0,00076
Hiperplasia adrenocortical congénita clásica
0,00779
(sin contar poblaciones de muy alta frecuencia)
Hiperplasia adrenocortical congénita tardía 1,5
Agénesis vaginal 0,0169
Hermafroditas verdaderos 0,0012
Idiopáticos 0,0009
TOTAL 1,728

Aunque nos hubiéramos excedido por un factor de dos, esto todavía


significaría que cada año nacen miles de niños intersexuales. A una tasa del
1,7 por ciento, por ejemplo, en una localidad de 300.000 habitantes habría
5100 personas con diversos grados de intersexualidad. Compárese esta
proporción con el albinismo, otra condición humana relativamente rara, pero
que la mayoría de lectores probablemente recordará haber observado alguna
vez. Pues bien, los albinos son mucho menos frecuentes que los intersexos:
sólo 1 de cada 20.000 nacimientos.[22]
La cifra del 1,7 por ciento se obtuvo promediando una amplia variedad de
poblaciones. La intersexualidad no se distribuye uniformemente en el mundo.
Muchas formas de intersexualidad se deben a alteraciones genéticas, y en
algunas poblaciones los genes implicados son mucho más frecuentes que en
otras. Considérese, por ejemplo, el gen de la hiperplasia adrenocortical
congénita. Cuando se presenta en doble dosis (esto es, cuando el individuo es
homocigoto para el gen) hace que las mujeres XX nazcan con genitales
externos masculinizados (aunque sus órganos reproductivos internos son los
de una mujer potencialmente fértil; véase la tabla 3.1). La frecuencia de este
gen varía mucho de una población a otra. Un estudio evidenció que el 3,5 por
mil de los recién nacidos yupik (una etnia esquimal) tenía el gen de la
hiperplasia adrenocortical congénita en dosis doble. Por el contrario, sólo 5
neozelandeses por millón expresan el rasgo. La frecuencia de una alteración
genética relacionada que no afecta a los genitales, pero puede causar un
crecimiento prematuro del vello púbico y síntomas como una pilosidad
inusual y calvicie seudomasculina en las mujeres jóvenes, también varía

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mucho. Estos genes alterados dan síntomas en 3/1000 italianos, mientras que
entre los judíos asquenazíes la proporción asciende a 37/1000.[23]
Además, la incidencia de la intersexualidad podría estar aumentando. Ya
hay un caso documentado de un recién nacido con un ovario y testículos, cuya
madre lo concibió por fecundación in vitro. Parece ser que, de tres embriones
implantados en el útero, dos, uno XX y otro XY, se fusionaron. Salvo por el
ovario, el feto resultante, formado a partir de la fusión de un embrión
masculino y otro femenino, se desarrolló en un niño normal y sano.[24]
También preocupa que la presencia de contaminantes medioambientales que
imitan los estrógenos estén comenzado a causar un extendido incremento de
la incidencia de formas de intersexualidad como el hipospadias.[25]
Pero si nuestra tecnología ha contribuido a modificar nuestra constitución
sexual, también ha proporcionado las herramientas para negar tales cambios.
Hasta hace muy poco, el espectro de la intersexualidad nos ha movido a
corregir los cuerpos de sexo indeterminado. En vez de forzarnos a admitir la
naturaleza social de nuestras ideas sobre la diferencia sexual, nuestras cada
vez más sofisticadas técnicas médicas nos han permitido, al convertir tales
cuerpos en masculinos o femeninos, insistir en que la gente es, por naturaleza,
o varón o mujer, con independencia de que los nacimientos intersexuales sean
notablemente frecuentes y puedan estar aumentando. Las paradojas inherentes
a este modo de pensar, sin embargo, continúan flotando sobre la medicina
convencional aflorando una y otra vez tanto en los debates académicos como
en el activismo político sobre las identidades sexuales.

La «reparación» de la intersexualidad

El arreglo prenatal

Para producir niños de género normal, algunos científicos han vuelto la vista
hacia la terapia prenatal. La biotecnología ya ha cambiado el género humano.
Por ejemplo, hemos recurrido a la amniocentesis y al aborto selectivo para
reducir la frecuencia del síndrome de Down, y en algunas partes del mundo
incluso hemos alterado la proporción de sexos mediante el aborto selectivo de
los fetos femeninos,[26] y ahora tanto el sonograma como el examen
amniótico de las mujeres embarazadas pueden detectar indicios del género del
bebé, además de una amplia variedad de anomalías del desarrollo.[27] La
mayoría de intersexualidades no puede tratarse antes del nacimiento, pero una

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de las formas más frecuentes —la hiperplasia adrenoeortical congénita— sí
admite la intervención prenatal. ¿Es deseable esto? ¿Cómo podría la
eliminación de una causa principal de ambigüedad genital afectar a nuestra
comprensión de «lo que califica un cuerpo de por vida dentro del dominio de
la inteligibilidad cultural»?[28]
Los genes causantes de la hiperplasia adrenoeortical congénita están bien
caracterizados, y ahora hay varios modos de detectar su presencia en el
embrión.[29] Una mujer que sospeche que puede estar gestando un bebé con
hiperplasia adrenoeortical congénita (si ella o algún familiar son portadores
de alguno de los genes responsables) puede someterse a tratamiento y luego a
examen. Lo pongo en este orden porque, para prevenir la masculinización de
los genitales femeninos, el tratamiento (con un esteroide llamado
dexametasona) debe comenzar a las cuatro semanas de gestación.[30] Los
primeros métodos diagnósticos, sin embargo, no pueden aplicarse hasta la
novena semana.[31] Por cada ocho fetos XX así tratados, sólo uno nacerá con
genitales masculinizados.[32] Si el feto resulta ser de sexo masculino (a los
médicos no les preocupa la masculinización de los fetos XY, porque, por lo
visto, nunca se puede ser demasiado masculino)[33] o no está afectado de
hiperplasia adrenocortical congénita, el tratamiento puede interrumpirse.[34]
Pero si el feto es XX y está afectado, el tratamiento con dexarnetasona se
continúa durante todo el embarazo.[35]
Puede parecer una buena idea, pero hay pocos datos que la sustenten. Un
estudio comparaba siete niñas hiperplásicas (nacidas con genitales
masculinizados) con sus hermanas tratadas prenatalmente. Estas últimas
nacieron con genitales completamente femeninos o sólo levemente
masculinizados en comparación con sus hermanas.[36] Otro estudio de cinco
niñas hiperplásicas informaba de un desarrollo genital considerablemente
normalizado.[37] En medicina, sin embargo, todo tiene un precio. Las pruebas
diagnósticas[38] pueden provocar abortos en un 1 o 2 por ciento de los casos, y
el tratamiento tiene efectos secundarios tanto para la madre (retención de
fluidos, ganancia excesiva de peso, hipertensión y diabetes, estrías
abdominales marcadas y permanentes, vello facial y emotividad acrecentada)
como para el bebé. «El efecto sobre el “metabolismo” fetal no se conoce»,[39]
pero un estudio reciente ha indicado efectos negativos tales como un retardo
del crecimiento y del desarrollo psicomotor. Otro grupo de investigación ha
encontrado que el tratamiento prenatal con dexamerasona puede causar una
variedad de problemas comportamentales, como una mayor timidez, menos
sociabilidad y mayor emotividad.[40]

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Muchos especialistas todavía no recomiendan este tratamiento porque «la
seguridad de esta terapia experimental no ha quedado establecida en pruebas
rigurosamente controladas».[41] Por otro lado, la diagnosis prenatal permite a
los médicos reconocer las alteraciones metabólicas y comenzar el tratamiento
desde el nacimiento. El tratamiento precoz y continuado puede prevenir
posibles crisis metabólicas por pérdida de sales (potencialmente mortales) y
otros problemas, como la detención prematura del crecimiento y el
adelantamiento extremo de la pubertad. También beneficia a los niños XY
con hiperplasia adrenocortical congénita, que (aunque, obviamente, no tienen
problemas con sus genitales) padecen los mismos desarreglos metabólicos.
Por último, el tratamiento hormonal precoz permite eliminar o minimizar la
cirugía genital.
La aceptación de la terapia prenatal por los padres no es unánime. En un
estudio de 176 embarazos, 101 parejas de progenitores aceptaron el
tratamiento prenatal después de evaluar los pros y contras, y 75 lo rechazaron.
De estas 75, quince tenían fetos con hiperplasia adrenocortical congénita,
siete XY y ocho XX, y tres de estas ocho madres optaron por abortar.[42] En
otro estudio, los investigadores encuestaron a 38 madres para evaluar su
actitud hacia el tratamiento. Aunque todas habían padecido efectos
secundarios graves y se mostraron preocupadas por las posibles secuelas a
corto y largo plazo de la dexametasona sobre sus bebés y sobre ellas mismas,
todas declararon que volverían a pasar por ello para evitar tener una hija con
genitales masculinos.[43]
La diagnosis prenatal parece justificarse porque permite que médicos y
progenitores se preparen para el nacimiento de una criatura cuyos problemas
médicos crónicos demandarán un tratamiento hormonal precoz. Otra cosa es
la terapia prenatal. Dicho lisa y llanamente: ¿merece la pena aplicar siete
tratamientos innecesarios, con sus efectos secundarios concomitantes, para
tener una niña virilizada menos? Si pensamos que la virilización requiere una
reconstrucción quirúrgica general a fin de evitar futuros daños psicológicos, la
respuesta probable será que sí.[44] En cambio, si pensamos que muchas de
estas operaciones son innecesarias, entonces la respuesta muy bien podría ser
negativa. Quizá pueda llegarse a un compromiso. Si se pudieran minimizar
los efectos secundarios del tratamiento limitándolo a la fase inicial del
desarrollo genital, esto probablemente aliviaría los problemas genitales más
graves, como la fusión de los labios vulvares, pero quizá no frenaría el
agrandamiento del clítoris. La separación de los labios fusionados y la
reconstrucción del seno urogenital son operaciones quirúrgicas complejas y

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no siempre exitosas, aunque esenciales para que la afectada pueda tener hijos.
Así pues, y si lo demás no cambia, parece que lo mejor sería evitar la cirugía.
Como argumento en lo que queda de capítulo y en el siguiente, sin embargo,
reducir un clítoris hipertrofiado simplemente no es necesario.

El arreglo quirúrgico

Si no ha habido «arreglo» prenatal y nace un intersexo, los médicos deben


decidir, como dirían ellos, sobre la intención de la naturaleza. ¿Qué «se
supone» que habría sido la criatura recién nacida, niño o niña? Patricia
Donahoe, profesora de cirugía en la Escuela Médica de Harvard y destacada
investigadora en los campos de la embriología y la cirugía, ha concebido un
procedimiento rápido para decidir la asignación de sexo a un recién nacido
ambiguo. Primero se mira si el bebé tiene dos cromosomas X (es cromatín-
positivo) y luego si sus gónadas están situadas simétricamente. Si es así, se
cataloga al bebé como seudohermafrodita femenino. En cambio, un bebé XX
con asimetría gonadal se clasifica de entrada como hermafrodita auténtico,
porque la asimetría suele reflejar la presencia de un testículo en un lado y un
ovario en el otro.
Los bebés con un solo cromosoma X (cromatín-negativos) también
pueden subdividirse en simétricos y asimétricos. Los del primer grupo se
clasifican como seudohermafroditas masculinos, y los del segundo como
afectos de disgénesis gonadal, un cajón de sastre que agrupa a los individuos
cuyas gónadas potencialmente masculinas no se han desarrollado como es
debido.[45] Este árbol de decisión, que se basa en las permutaciones derivadas
de la simetría o asimetría gonadal y la presencia o ausencia de un segundo
cromosoma X, permite al médico categorizar rápidamente al recién nacido
intersexual. Una evaluación más profunda y precisa de la situación específica
del individuo puede llevar semanas o meses.
Se sabe lo bastante de cada una de las cuatro categorías (hermafrodita
verdadero, seudohermafrodita masculino, seudohermafrodita femenino y
disgénesis gonadal) para predecir con precisión considerable (aunque no
completa) cómo se desarrollarán los genitales y si la criatura desarrollará
rasgos masculinos o femeninos en la pubertad. Basándose en este
conocimiento, los médicos aplican la siguiente regla: «Los individuos de
genotipo femenino siempre deberían criarse como mujeres, preservando el
potencial reproductivo, con independencia de su virilización. En cambio, la

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asignación de género a los individuos de genotipo masculino se basa en su
anatomía, principalmente el tamaño del falo».[46]
Los médicos insisten en dos evaluaciones funcionales de la adecuación
del tamaño fálico. Los niños deberían ser capaces de orinar de pie para
«sentirse normales» frente a sus iguales, mientras que los adultos necesitan un
pene lo bastante grande para la penetración vaginal en el acto sexual.[47]
¿Cuán grande debe ser el órgano para cumplir estas funciones centrales y así
satisfacer la definición de pene? En un estudio de 100 niños recién nacidos, la
longitud del pene variaba de 2,9 cm a 4,15 cm.[48] Para Donahoe y
colaboradores, un falo de 2 cm es preocupante, mientras que por debajo de
1,5 cm de longitud y 0,7 de grosor debe optarse por una reasignación de
género.[49]
De hecho, los médicos no están seguros de qué debe contar como un pene
normal. Por ejemplo, en un pene «ideal» la uretra se abre por la punta del
glande. Las aberturas subapicales suelen contemplarse como una patología,
cuya denominación médica es hipospadias. En un estudio reciente, sin
embargo, un grupo de urólogos examinó la localización de la abertura uretral
en 500 varones hospitalizados por otros problemas. Resultó que, en relación
al pene ideal, sólo el 55 por ciento de los varones de la muestra era normal.[50]
El resto exhibía hipospadias leve, en grado variable. Muchos ni se habían
enterado de que toda su vida habían estado orinando por un agujero desviado.
Los autores de este estudio concluyen:

Los urólogos pediátricos deberían conocer la «distribución normal» observada de las


posiciones del meato urinario… ya que el fin de la cirugía reconstructiva debería ser restituir la
normalidad del individuo. La cirugía puramente estética, en cambio, trataría de sobrepasar lo
normal… éste es el caso de muchos pacientes con hipospadias, cuyo meato urinario el cirujano
intenta recolocar en una posición distinta de la que hallaríamos en el 45 por ciento de los
varones llamados normales.[51]

Cuando se opta por convertir a un intersexo en un varón, las inquietudes son


más sociales que médicas.[52] La salud física no suele preocupar, aunque
algunos bebés intersexuales son proclives a padecer infecciones del tracto
urinario que, si se agravan, pueden causar lesiones renales. Más bien, la
cirugía genital temprana tiene fines psicológicos. ¿Puede la cirugía convencer
a progenitores, cuidadores e iguales (y, a través de todos ellos, al propio
interesado) de que el intersexual es en realidad un varón? Los varones
intersexuales son en su mayoría estériles, así que lo que más cuenta es la
funcionalidad del pene en las interacciones sociales (si «se ve bien», si puede
«funcionar satisfactoriamente» en el acto sexual). Lo que define el cuerpo

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masculino no es lo que el órgano sexual hace para el cuerpo al que está unido,
sino lo que hace en interacción con otros cuerpos.[53] Lo cierto es que nuestras
ideas sobre la longitud mínima del pene de un bebé son bastante arbitrarias.
Quizá sin pretenderlo, Donahoe ha evidenciado la naturaleza social del
proceso de decisión al comentar que «el tamaño del falo al nacer no se ha
correlacionado de manera fiable con su tamaño y función en la pubertad».[54]
Así, los médicos pueden decidir eliminar un pene a su juicio demasiado
pequeño y crear una niña, aunque ese pene pudiera haber alcanzado el tamaño
«normal» en la pubertad.[55]
Así pues, en la decisión de si un bebé es niño o niña intervienen
definiciones sociales de los componentes esenciales del género. Estas
definiciones, como observa la psicóloga social Suzanne Kessler en su libro
Lessons from the Intersexed, son principalmente culturales, no biológicas.[56]
Considérense, por ejemplo, los problemas creados por la introducción de los
enfoques médicos europeos y norteamericanos en culturas con sistemas de
género diferentes. Un grupo de médicos de Arabia Saudí informó
recientemente de varios casos de intersexos XX con hiperplasia
adrenocortical congénita, una disfunción hereditaria de las enzimas que
catalizan la síntesis de hormonas esteroides. A pesar de tener dos
cromosomas X, algunos de estos intersexos nacen con unos genitales externos
tan masculinizados que se les toma inicialmente por niños. En Estados Unidos
y Europa estos bebés suelen criarse como niñas, porque pueden ser madres
una vez corregida la masculinización genital. Los médicos saudíes formados
en la tradición europea recomendaban esta solución a los padres con este
problema. En algunos casos, sin embargo, los progenitores rechazaron la
propuesta de que su «hijo» se convirtiera en una hija. «La resistencia a la
educación femenina tenía una base social… Era esencialmente una expresión
de las actitudes de las comunidades locales… en particular la preferencia por
los hijos sobre las hijas».[57]
Si etiquetar a los intersexos como niños está estrechamente ligado a las
concepciones culturales de la masculinidad y la funcionalidad del pene,
etiquetarlos como niñas es un proceso aún más imbuido de las definiciones
sociales del género. La hiperplasia adrenocortical congénita es una de las
causas más comunes de intersexualidad en las personas de genotipo XX.
Como ya hemos visto, estas personas pueden ser madres en la edad adulta.
Los médicos suelen regirse por la regla de Donahoe, que prioriza la
preservación de la capacidad reproductiva, aunque Kessler ha informado del
caso de un cirujano que decidió reasignar el sexo de un bebé de genotipo

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femenino en vez de eliminar un pene bien formado.[58] No obstante, en la
asignación de sexo masculino predomina la regla del tamaño. Una razón es
puramente técnica. Los cirujanos han tenido un éxito bastante discreto a la
hora de construir el pene grande y firme que requiere la virilidad. Crear un
chico es difícil. En cambio, crear una chica es mucho más fácil. No hace falta
construir nada: sólo hay que sustraer el exceso de masculinidad. Como dijo un
cirujano bien conocido en este campo: «Puedes hacer un agujero, pero no
puedes construir un poste».[59]

FIGURA 3.4: Falométrica. Los números de la escala indican centímetros. (Fuente: Alyce Santoro, para la
autora).

Como recurso didáctico en su lucha por cambiar la práctica médica de la


cirugía genital infantil, los miembros del movimiento por los derechos de los
intersexuales han concebido un «falómetro» (figura 3.4), una regla que
representa los rangos previsibles de tamaños fálicos para niños y niñas recién
nacidos. Proporciona un resumen gráfico del razonamiento subyacente tras el
proceso de asignación de género. Si el clítoris es «demasiado grande» para
una niña, los médicos querrán reducirlo,[60] pero, en contraste con el pene, en
la decisión raramente se tienen en cuenta medidas precisas. El caso es que
tales medidas existen. Desde 1980 sabernos que el clítoris medio de las recién
nacidas mide 0,345 cm.[61] Estudios más recientes evidencian que el tamaño

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normal del clítoris al nacer varía entre 0,2 cm y 0,85 cm.[62] En una entrevista
de 1994, un eminente cirujano especialista en reasignación de sexo parecía
desconocer la existencia de esta información. También declaró que estas
mediciones le parecían irrelevantes porque, en el caso femenino, la
«apariencia general» cuenta más que el tamaño.[63] A despecho de las
estadísticas médicas publicadas que evidencian un amplio rango de tamaños
clitorídeos al nacer, a menudo los médicos se basan sólo en su impresión
personal para decidir cuándo un clítoris es «demasiado grande» para una niña
y debe reducirse, aun en los casos en que el bebé no es intersexual en ningún
sentido.[64] Así pues, las ideas de los médicos sobre el tamaño y el aspecto
apropiados de los genitales femeninos llevan a una cirugía genital innecesaria
y sexual mente dañina.[65]

FIGURA 3.5: Eliminación del clítoris (clitorectomía). (Fuente: Alyce Santoro, para la autora).

Considérense, por ejemplo, los recién nacidos cuyos genitales se sitúan en


un limbo fálico: más de 0,85 cm pero menos de 2,0 cm (véase la figura 3.4).
Una revisión sistemática de la literatura clínica sobre cirugía del clítoris desde
1950 hasta hoy revela que, si bien los médicos han seguido siendo partidarios

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de asignar tales infantes al género femenino, sus ideas sobre la sexualidad
femenina y, en consecuencia, su concepto del tratamiento quirúrgico
apropiado de la intersexualidad femenina, han cambiado radicalmente (véase
la tabla 3.3). En los años cincuenta, cuando se pensaba que el orgasmo
femenino era vaginal y no clitorídeo, los cirujanos practicaban
clitoridectomías completas sin ningún reparo (el procedimiento se ilustra en la
figura 3.5)[66].

TABLA 3.3: Historia reciente de la cirugía del clítoris

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INFORMES AÑOS DE N.º TOTAL DE
TIPO DE CIRUGÍA
PUBLICADOS PUBLICACIÓN PACIENTES
Clitoridectomía 7 1955-1974 124
Reducción del clítoris 8 1961-1993 51
Recesión del clítoris 7 1974-1992 92
Informes comparativos 2 1974, 1982 93[a]

Fuente: Extraído de datos publicados en Rosenwald et al. 1958; Money 1961; Randolf y Hung 1970,
Randolf et al. 1981; Donahoe y Hendren 1984; Hampson 1955; Hampson y Money 1955; Gross et al.
1966; Latrimer 1961; Mininberg 1982; Rajfer et al. 1982; van der Kamp et al. 1992; Ehrhardt et al.
1968; Allen et al. 1982; Azziz et al. 1986; Newman et al. 1992b; Mulaikal et al. 1987; Kumar et al.
1974; Hendren y Crawford 1969.

Pero a lo largo de los años sesenta, los médicos fueron comenzando a


reconocer la base clitorídea del orgasmo femenino, aunque todavía hoy
quedan cirujanos que mantienen que el clítoris es innecesario para el placer
sexual femenino.[67] En consecuencia, los cirujanos se decantaron por los
procedimientos que siguen aplicándose en la actualidad. En la operación
conocida como reducción del clítoris, el cirujano corta el tronco del falo
elongado y cose el glande junto con los nervios preservados al muñón
remanente (figura 3-6). Menos frecuente es la recesión del clítoris, en la que
el cirujano esconde el tronco del clítoris (al que un grupo de cirujanos aludió
como «el ofensivo tronco»)[68] bajo la piel, de manera que sólo asome el
glande (figura 3-7). Dependiendo de su anatomía genital de nacimiento, las
criaturas asignadas al sexo femenino pasan por operaciones adicionales como
la construcción vaginal o la reducción labio-escrotal.

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FIGURA 3.6: Reducción del clítoris. (Fuente: Alyce Santoro, para la autora).

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FIGURA 3.7: Ocultación del clítoris (recesión). (Fuente: Alyce Santoro, para la autora).

Los intersexuales asignados al género masculino también pasan por


remodelaciones quirúrgicas considerables. En la literatura médica se
describen más de trescientos «tratamientos» quirúrgicos para el hipospadias,
la abertura de la uretra por debajo del ápice del pene (lo que puede obligar al
niño a orinar sentado). Algunas de estas operaciones tienen por objeto
corregir la curvatura del pene hacia abajo (una consecuencia frecuente del
desarrollo intersexual) para facilitar la erección.[69] Salvo las formas más
leves, todas las correcciones quirúrgicas del hipospadias implican incisiones
considerables y, en ocasiones, trasplantes de piel. Esta remodelación genital
puede requerir hasta tres operaciones durante los dos primeros años de vida, y
aún más hacia la pubertad. En los casos más difíciles, las cicatrices
acumuladas pueden conducir a un pene inmovilizado por culpa de la fibrosis,
una situación que un médico ha descrito como «hipospadias mutilado».[70]
No se ha llegado a un consenso sobre qué técnicas minimizan la
complicaciones y el número de operaciones. La ingente literatura médica

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sobre el hipospadias no es concluyente. Cada año se publican decenas de
artículos que describen nuevas técnicas quirúrgicas, cada una supuestamente
mejor que las anteriores».[71] Muchos de estos informes se centran en técnicas
especiales para lo que los cirujanos llaman «operaciones secundarias" (esto
es, una cirugía destinada a reparar operaciones previas fallidas).[72] Hay
muchas razones para esta proliferación de artículos sobre el hipospadias. La
condición es altamente variable, de ahí que admira tratamientos muy diversos.
Pero una revisión de la literatura también sugiere que a los cirujanos les
complace especialmente introducir técnicas innovadoras de reparación
genital. Hasta los profesionales de la medicina se han percatado de esta
obsesión por la reconstrucción del pene. Como ha escrito un eminente
urólogo, inventor de una técnica que lleva su nombre: «Cada especialista en
hipospadias tiene sus feriches».[73]

El arreglo psicológico

Aunque investigadores influyentes como John Money y John y Joan


Hampson creían que la génesis de la identidad de género durante la primera
infancia es extraordinariamente maleable, también creían que la ambigüedad
en la vida adulta es patológica. Entonces, ¿cómo efectuaría un infante
intersexual la transición de las posibilidades abiertas iniciales a la identidad
de género fijada que el estamento médico estimaba necesaria para la buena
salud psicológica? Money y los Hampson insistían en que el esquema
psicológico infantil se desarrollaba en consonancia con su imagen corporal,
por lo que la cirugía genital temprana era imperativa. Las partes corporales
tenían que concordar con el sexo asignado. Pero si la coherencia anatómica
era importante para el niño,[74] más aún lo era para sus progenitores. Como
habría dicho Peter Pan «tenían que creer» en la identidad de género asignada
a la criatura para que dicha identidad se hiciera real. Hampson y Hampson
escribieron: «Al trabajar Con niños hermafroditas y sus padres, resulta claro
que el establecimiento de la orientación psicosexual del niño comienza no
tanto con éste como con sus padres».[75]
Irónicamente, la ligadura lógica de los médicos se revela en sus largas
discusiones sobre lo que no debe decirse a los padres, cuando intentan
explicarles que la asignación de género decidida (y a menudo construida por
medios quirúrgicos) no es arbitraria, sino que es natural y de algún modo
inherente al cuerpo del paciente. Se ha implantado así una tradición de doble

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lenguaje. Los manuales médicos y artículos de investigación originales casi
unánimemente recomiendan que padres e hijos no reciban una explicación
completa de la condición sexual del infante. En vez de decir que es una
combinación de masculino y femenino, los médicos aducen que el intersexo
es claramente varón o mujer, pero que el desarrollo embrionario no se ha
completado. Un médico escribió: «Deberíamos esforzarnos al máximo en
desterrar la idea de que el niño es en parte varón y en parte mujer… A
menudo es mejor explicar que “las gónadas estaban incompletamente
desarrolladas… y por lo tanto había que eliminarlas”. Deberíamos hacer todo
lo que podamos para desterrar cualquier sentimiento de ambigüedad sexual».
[76]
Una publicación médica reciente advierte de que al aconsejar a los
progenitores de niños intersexuales hay que «evitar añadir información
confusa o contradictoria a la incertidumbre de los padres… Si los genitales
externos del niño son dudosos, a los padres sólo hay que decirles que se
investigará la causa».[77] Este grupo de médicos y psicólogos holandeses
suele tratar con niños afectos de insensibilidad androgénica (véase la tabla
3.1). Estos niños tienen un genotipo XY y testículos funcionales, pero sus
células no responden a la testosterona, por lo que no sólo no desarrollan los
caracteres sexuales secundarios masculinos, sino que, al llegar a la pubertad, a
menudo responden al estrógeno producido por sus propios testículos y
adquieren una voluptuosa figura femenina. Suelen ser criados como mujeres,
tanto por su aspecto como porque la experiencia pasada indica que estas
personas adquieren una identidad de género femenina. A menudo se les
extirpan los testículos, pero los investigadores holandeses advierten que
«hablamos sólo de gónadas, no de testículos. Si la gónada contiene tejido
ovárico y testicular, decimos que no se ha desarrollado del todo en la
dirección femenina».[78]
Otros médicos son conscientes de que deben tener en cuenta el
conocimiento y la curiosidad de sus pacientes. Como escribe un grupo de
investigadores, «el test de la cromatina puede hacerse en los cursos de
biología de secundaria, y el tratamiento mediático de la medicina sexual es
cada vez más detallado, por lo que es una temeridad asumir que a un
adolescente se le puede escatimar el conocimiento sobre su condición ganad
al o cromosómica». Pero estos autores también sugieren que a un intersexo
XY criado como niña nunca se le diga que nació con unos testículos que se
eliminaron, y subrayan que la comprensión científica matizada del sexo
anatómico es incompatible con la necesidad del paciente de una identidad

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bien definida. Por ejemplo, un intersexo reconvertido en niña debería ver
cualquier tratamiento quirúrgico al que se haya sometido no como una
operación que lo transformó en chica, sino como una eliminación de partes
que no se correspondían con su sexo. «Por convención, la gónada se consigna
como testículo», escriben los mismos autores, «pero en la formulación del
paciente lo mejor es que se contemple como un órgano imperfecto…
inadecuado para una vida como mujer y, por ende, eliminable».[79]
Otros opinan que incluso esta apertura limitada es contraproducente. Un
cirujano sugiere que «las explicaciones pato-fisiológicas detalladas son
inapropiadas, y la honestidad médica a cualquier precio no es beneficiosa para
el paciente. Por ejemplo, no se gana nada diciendo a los varones genéticos
criados como mujeres que sus gónadas o sus cromosomas son masculinos».
[80] Esta insistencia de los médicos en reservarse la información y sus propias

decisiones sobre los cuerpos de los pacientes revela sin quererlo sus temores
de que la divulgación de los hechos sobre los cuerpos intersexuales amenace
la adhesión de los individuos (y, por extensión, de la sociedad) a un modelo
estrictamente masculino-femenino. No digo que exista una conspiración de
silencio, sino que los médicos están cegados por su propia convicción de que
todo el mundo es o varón o mujer, lo que les impide ver la ligadura lógica.
Silenciar la verdad en interés de la salud psicológica, sin embargo, puede
ser contrario a la práctica médica sensata. Considérese la controversia sobre la
castración temprana de los niños afectos de insensibilidad androgénica. La
razón usual es que los testículos pueden volverse cancerosos. No obstante, la
tasa de cáncer testicular en estos pacientes sólo aumenta significativamente
después de la pubertad. Además, aunque su cuerpo no responda a los
andrógenos, sí puede responder y responde a los estrógenos producidos por
los testículos. La feminización natural podría muy bien ser preferible a la
inducida artificialmente, en particular por el peligro de una futura
osteoporosis. ¿Por qué los médicos no retrasan la extirpación de los testículos
hasta justo después de la pubertad, entonces? Una razón es que en tal caso
seguramente tendrían que contarle más al paciente sobre su condición, algo
que son extremadamente reacios a hacer.[81]
Kessler describe un caso así. A una de estas personas se le extirparon los
testículos cuando era demasiado joven para recordar o comprender la
importancia de los cambios en su anatomía. Ya adolescente, los médicos le
explicaron que necesitaría tomar estrógenos por un tiempo, y que de niña le
habían quitado sus ovarios porque no eran normales. Seguramente con
intención de convencerla de que su feminidad era auténtica a pesar de su

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incapacidad para ser madre, uno de los médicos que la trataron le dijo que su
útero estaba atrofiado, pero que siempre podría adoptar niños. Otro miembro
del mismo equipo médico aprobó la explicación de su colega: «Le está
diciendo la verdad, porque si no se hace así… luego vienen los problemas».
Ahora bien, como señala Kessler, puesto que la joven nunca tuvo útero ni
ovarios, ésta era una curiosa versión de «la verdad».[82]
En los últimos años los pacientes han tenido mucho que decir sobre tales
medias verdades, o mentiras absolutas, y en el próximo capítulo consideraré
sus opiniones. Por ahora, pasemos de los protocolos terapéuticos encaminados
a mantener la intersexualidad dentro de los límites de un sistema de dos
géneros a los estudios experimentales sobre los intersexos humanos. En la
larga tradición establecida por Saint-Hilaire, estas investigaciones se valen de
la intersexualidad para extraer conclusiones sobre el desarrollo «normal» de
la masculinidad y la feminidad.

Los usos de la intersexualidad

Hacerse un hombre / hacerse una mujer

Las asunciones subyacentes tras el tratamiento quirúrgico de la


intersexualidad no han escapado a la crítica. No todo el mundo cree que la
identidad sexual es fundamentalmente maleable. El más dramático de estos
debates, con diferencia, ha sido la controversia de casi treinta años entre John
Money y otro psicólogo, Milton Diamond. En los años cincuenta, Money y
sus colaboradores, los Hampson, argumentaron que el sexo asignado y el sexo
inculcado eran un mejor pronosticador de la identidad de género y la
orientación sexual de un hermafrodita en la edad adulta que cualquier otro
aspecto de su sexo biológico: «Teóricamente, nuestros hallazgos indican que
ni la herencia pura ni el entorno puro son doctrinas adecuadas del origen de la
identidad de género… Aun así, es evidente que los roles y la orientación
sexuales no están determinados de manera automática, innata, instintiva por
agentes físicos como los cromosomas. Por otro lado, también es evidente que
el sexo asignado e inculcado no determina de manera automática y mecánica
la identidad y la orientación sexuales».[83]
Ahora bien, ¿era aplicable la tesis de Money a la mayoría de niños
sexualmente no ambiguos? ¿Habían llegado él y sus colegas, a través del
estudio de los niños intersexuales, a una teoría general, incluso posiblemente

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universal, del desarrollo psicosexual? Money creía que sí, y para demostrarlo
esgrimió el caso de un niño no ambiguo llamado John, quien había perdido su
pene a los siete meses de edad tras una circuncisión fallida. Basándose en su
experiencia con intersexos, Money aconsejó que el accidentado fuera criado
como niña tras remodelársele quirúrgicamente para adecuar su cuerpo a su
nueva condición. Un elemento trascendental de este caso era que,
excepcionalmente, existía un control: Joan (como se le rebautizó) tenía un
hermano gemelo. Money esperaba que este caso zanjaría el debate sobre la
importancia del sexo inculcado. Si Joan adquiría una identidad de género
femenina, mientras que su hermano genéticamente idéntico continuaba por la
senda de la masculinidad adulta, entonces quedaría claro que las fuerzas del
entorno se imponían a la constitución genética.
Al final la familia aceptó el cambio de sexo del bebé, y poco antes de sus
dos primeros años de vida se le castró y feminizó quirúrgicamente. Money se
complacía sobremanera en citar el testimonio de la madre de Joan, según el
cual a la niña le disgustaba la suciedad y le encantaban los vestidos y «tener el
pelo arreglado».[84] Money concluyó que su caso demostraba que «las pautas
de crianza dimórficas tienen una influencia extraordinaria en la conformación
de la diferenciación psicosexual infantil, cuyo resultado último es una
identidad de género femenina o masculina». En un momento de particular
entusiasmo, escribió: «Recurriendo a la alegoría de Pigmalión, uno puede
modelar un dios o una diosa a partir de la misma arcilla».[85]
La explicación de Money del desarrollo psicosexual enseguida se granjeó
adhesiones como la más progresista, liberal y moderna.[86] Pero no todos la
suscribían. En 1965, Milton Diamond, por entonces un joven que acababa de
doctorarse, decidió desafiar a Money y los Hampson. Lo hizo a instancia y
con el respaldo de mentores que procedían de una tradición bien diferente en
el campo de la psicología.[87] Los consejeros científicos de Diamond
proponían un nuevo paradigma para el desarrollo del comportamiento sexual,
en el que las hormonas, y no el entorno, eran el factor decisivo.[88] En una
rase temprana del desarrollo, estos mensajeros químicos intervenían
directamente en la organización del cerebro; hormonas producidas en la
pubertad podían activar el cerebro hormonalmente organizado para generar
conductas ligadas al sexo tales como el apareamiento y la maternidad.[89]
Aunque estas teorías se basaban en estudios con roedores, Diamond se inspiró
en ellas para atacar la obra de Money.[90]
Diamond alegaba que, en esencia, Money y sus colaboradores estaban
sugiriendo que los seres humanos son sexualmente neutros al nacer, y

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cuestionó esta interpretación con el argumento de que «los mismos datos
pueden no ser inconsistentes con la idea más clásica de una sexualidad
inherente ya fijada al nacer». Diamond admitía que Money y sus
colaboradores habían mostrado que «para los individuos hermafroditas… es
posible asumir roles sexuales opuestos a su sexo genético, morfológico, etc.».
Pero discrepaba de sus conclusiones generales, aduciendo que «asumir que un
rol sexual es exclusivamente, o siquiera principalmente, un engaño fomentado
por la cultura», en vez del resultado de «tabúes y mecanismos de defensa
potentes superpuestos a una prepotencia biológica u organización y
potenciación prenatal, parece injustificado y, a partir de los presentes datos,
sin fundamento».[91] En otras palabras, Diamond argumentaba que, aun en el
caso de que Money y sus colaboradores estuvieran interpretando
correctamente el desarrollo intersexual, su trabajo no arrojaba luz sobre los
que él llamaba «normales».[92]
Diamond también señaló que el caso de John/Joan era el único ejemplo de
desarrollo prenatal «normal» en el que la crianza se había impuesto a la
biología. En oposición a la teoría de la neutralidad del género y el moldeado
ambiental de la identidad masculina o femenina,[93] Diamond propugnaba su
propio modelo de «predisposición psicosexual». La idea era que los
embriones masculinos y femeninos se solapan parcialmente al principio, y
tienen un potencial relativamente amplio de desarrollo psicosexual. Pero, a
medida que progresa el desarrollo pre y posnatal, entran en juego
«restricciones culturales y biológicas que encauzan la capacidad total por
canales aceptables»[94] (figura 3.8).

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FIGURA 3.8: Modelos de desarrollo psicosexual. (Adaptado de Diamond 1965. Fuente: Alyce Santoro,
para la autora).

Sólo otro especialista osó desafiar a Money.[95] En 1970, el psiquiatra


Bernard Zuger encontró varios estudios de casos clínicos en los que
intersexuales adolescentes o adultos rechazaron su sexo asignado e insistieron
en cambiarlo. Estos individuos parecían estar oyendo alguna voz interior que
les instaba a ir contra corriente. Los padres podían insistir en que eran
mujeres y los médicos podían haberles despojado de sus testículos, inyectado
estrógenos y dotado de una vagina, pero ellos sabían que en realidad eran
varones. Zuger concluyó: «Los datos de hermafroditas que pretenden
evidenciar que el sexo inculcado se impone a las influencias contradictorias
de cromosomas, gónadas, hormonas y genitales internos y externos en la
determinación de la identidad de género resultan insostenibles sobre
fundamentos metodológicos y clínicos. Las conclusiones extraídas de los
datos en lo que respecta a la adopción del género asignado y el peligro

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psicológico de cambiarlo, si no es a muy corta edad, no son congruentes con
otros datos similares encontrados en la literatura médica».[96]
Money estaba furioso. Publicó una réplica en la revista Psychosomatic
Medicine, donde despotricaba contra Zuger en estos términos: «Lo que
realmente me preocupa, incluso me aterra, del artículo del doctor Zuger no es
sólo una cuestión de teoría…, sino que médicos y cirujanos inexpertos y/o
dogmáticos lo esgriman como justificación para imponer una reasignación de
sexo errónea… omitiendo por irrelevante una evaluación psicológica, para
ruina de la vida del paciente».[97] En su libro de 1972 con Anke Ehrhardt,
Money atacaba de nuevo: «Parece, pues, que los prejuicios de los médicos
sesgan la estadística actual de reasignación de sexo a favor del cambio de
chica a chico, y en hermafroditas masculinos en vez de femeninos. Insistir en
este punto no sería necesario si no fuera porque algunos autores siguen sin
entenderlo».[98]
Pero Diamond acosó a Money con una determinación digna del inspector
Javert en Los miserables. A lo largo de los años sesenta y setenta publicó al
menos otros cinco artículos contestando las ideas de Money. En una
publicación de 1982, escribía que los textos de psicología y estudios de la
mujer habían exhibido a John/Joan «para respaldar la aserción de que los
roles y la identidad sexuales son básicamente aprendidos». Hasta la revista
Time estaba propagando la doctrina construccionista de Money. Pero
Diamond insistía en su «teoría de interacción biosocial», según la cual «la
naturaleza impone límites a la identidad sexual y la preferencia de pareja, y es
dentro de estos límites donde las fuerzas sociales interactúan y se formulan
los roles sexuales».[99] (Nótese que en 1982 los términos del debate habían
cambiado. Diamond hablaba ahora de identidad sexual y no de identidad de
género, y se había introducido un nuevo concepto, la preferencia de pareja, al
que volveré más adelante a propósito de los orígenes de la homosexualidad).
Diamond no escribió este artículo sólo para incordiar. Tenía noticias
sensacionales. En 1980, la BBC realizó un documental sobre el caso
John/Joan. La intención inicial de los productores era presentar una
semblanza de Money y su pensamiento, con Diamond como contrapunto
crítico. Pero cuando los periodistas de la BBC comenzaron a preparar el
documental en 1976, comprobaron que algo no marchaba bien con Joan
(quien por entonces ya había cumplido los trece años): tenía ademanes
masculinos, envidiaba la vida de los chicos, quería aprender mecánica del
automóvil, y orinaba de pie. Los psiquiatras que la atendían pensaban que
estaba teniendo «considerables dificultades para adaptarse a su condición

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femenina», y comenzaban a dudar de que lo consiguiera. Cuando los
periodistas recabaron la opinión de Money sobre el resultado de su
«experimento», rehusó seguir hablando del asunto, así que finalmente el
reportaje presentó la constatación del descontento de Joan por los psiquiatras,
sin la intervención de Money. Diamond se enteró de todo esto por el equipo
de producción de la BBC, pero el documental no se emitió en Estados Unidos.
En un intento de sacar los hechos a la luz en Norteamérica, Diamond publicó
en 1982 una reseña del documental con la esperanza de desacreditar la teoría
de Money de una vez por todas.[100]
El artículo no tuvo la repercusión que Diamond hubiera querido. Pero no
abandonó. Puso anuncios en la American Psychiatric Association Journal
para contactar con alguno de los psiquiatras que se ocuparon de Joan y pedirle
colaboración para airear la verdad. Finalmente obtuvo respuesta de Keith
Sigmundson, no sin que éste dejara pasar unos cuantos años antes de decidirse
a dar el paso porque, como declaró él mismo, «estaba cagado de miedo… no
sabía lo que haría John Money con mi carrera».[101] Lo que Sigmundson
contó a Diamond superaba todas sus expectativas: en 1980, Joan había vuelto
a pasar por el quirófano para desprenderse de sus pechos y, más tarde, dotarse
de un pene reconstruido, después de lo cual se había casado con una madre
soltera con la que había formado una familia. Por fin, Diamond y Sigmundson
fueron noticia de portada cuando desvelaron los detalles silenciados del caso
de John/Joan, a quien ahora llamaban Joan/John.[102]
Diamond y Sigmundson esgrimieron el fracaso de la reconversión sexual
de John para poner en tela de juicio dos ideas básicas: que los individuos son
psicosexualmente neutros al nacer, y que el desarrollo psicosexual sano está
íntimamente ligado a la apariencia de los genitales. Apoyándose en la
poderosa historia de John/Joan/John, incluido el testimonio materno de su
persistente y rebelde rechazo de los intentos de socializarlo como mujer,
Diamond ha defendido que, lejos de ser sexualmente neutro, el cerebro está
sexuado ya desde antes del nacimiento: «La evidencia de que los seres
humanos normales no son psicosexualmente neutros al nacer, sino que, por su
herencia mamífera, están sesgados y predispuestos a interactuar con las
fuerzas del entorno, la familia y la sociedad a la manera masculina o
femenina, parece abrumadora».[103]
Desde la denuncia de Diamond y Sigmundson, otros informes similares de
rechazo del sexo reasignado y de crianza exitosa como varones de niños
nacidos con penes malformados han merecido una atención ampliada.[104]
Diamond y otros han ganado crédito (aunque algunos todavía albergan dudas)

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[105] para su reclamación de nuevos paradigmas terapéuticos, sobre todo la

sustitución de la cirugía temprana e irreversible por apoyo psicológico. «Con


esta gestión del problema», razona Diamond, «la predisposición de un varón a
actuar como tal y su conducta real se reforzarán a diario en interacciones a
todos los niveles sexuales, y se preservará su fertilidad».[106]
El debate, sin embargo, no está zanjado. En 1998, un grupo de psicólogos
canadienses publicó un seguimiento de otro caso de reasignación de sexo
subsiguiente a una ablatio penis (la delicada manera de aludir a la pérdida
accidental del pene en la literatura médica). Este niño fue reconvertido en
niña a los siete meses (mucho antes que John/Joan, quien tenía casi dos años
cuando se le cambió de sexo). En 1998, el paciente, cuyo nombre se mantuvo
en el anonimato, tenía veintiséis años y estaba viviendo como una mujer.
Había tenido parejas masculinas antes, pero ahora se había pasado al
lesbianismo. Tenía un oficio «practicado casi exclusivamente por hombres».
Los autores hacen notar «un historial de marcada masculinidad
comportamental en la infancia y una predominancia de la atracción sexual por
las mujeres en las fantasías eróticas». Pero no consideran que la reconversión
sexual fuese del todo fallida, e insisten en que la identidad de género fue
efectivamente modificada por la crianza en este caso, aunque los modales y la
orientación sexual no lo fueran en la misma medida. Su conclusión es que
«puede que la orientación y los roles sexuales estén más fuertemente
influenciados por factores biológicos que la formación de la identidad de
género».[107]
Esta teoría ha suscitado un acalorado debate. Algunos sexólogos, por
ejemplo, replican que la evidencia presentada en este artículo de Susan
Bradley y colaboradores es más favorable que contraria a la postura de
Diamond. Y la controversia ha adquirido nuevos matices a medida que los
intersexuales adultos han comenzado a aportar sus propios puntos de vista,
además de sugerir interpretaciones más complejas de los estudios de casos
que las ofrecidas por los académicos o los médicos.[108] Incluso el mismo
John Money, aunque sigue rehusando la discusión, ha adoptado una postura
menos radical. En un comentario de otro caso de ablatio penis, esta vez por el
ataque de un perro a un niño, concede que el resultado a largo plazo de la
reasignación sexual tanto temprana como tardía «no puede decirse que sea
perfecto», y admite que los niños reconvertidos en niñas a menudo optan por
el lesbianismo, lo que contempla como una evolución negativa por el estigma
social que conlleva. Sin citar nunca a Diamond ni aludir al debate, concede
que «hasta ahora no hay un conjunto unánimemente aceptado de líneas

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directrices para el tratamiento del trauma y la mutilación genital en la
infancia, ni un banco de datos con el que confeccionar una estadística de
resultados».[109]

La definición de la heterosexualidad:
Un intersexual sano es un intersexual como es debido

Un espectro inquieta a la medicina: el espectro de la homosexualidad. Lo que


parece ser un interés reciente en la conexión entre género y orientación sexual
no es más que una expresión más explícita de las inquietudes que desde hace
tiempo han motivado las discusiones científicas sobre el género y la
intersexualidad. Los argumentos sostenidos sobre el tratamiento de los
intersexuales no pueden comprenderse sin situarlos en el contexto histórico de
los debates sobre la homosexualidad. Como escribe un historiador, en los
años cincuenta «los medios de comunicación y la propaganda gubernamental
asociaban a los homosexuales y otros “psicópatas sexuales” con los
comunistas, como los más peligrosos de los inconformistas, enemigos
invisibles que podían ser nuestros vecinos, y que amenazaban la seguridad de
los niños, las mujeres, la familia y la nación».[110] Joseph McCarthy y
Richard Nixon veían comunistas homosexuales debajo de cada piedra,
Cuando los médicos decidían asignar un sexo definitivo a una criatura de sexo
ambiguo, no bastaba con que adquiriese una personalidad masculina o
femenina. Para que el tratamiento se considerara exitoso, tenía que ser
heterosexual. Los Hampson, que entendían la homosexualidad como una
psicopatología, un «desorden del sexo psicológico», subrayaban que el
tratamiento adecuado de la intersexualidad no suponía una amenaza de
homosexualidad[111] y decían a los médicos que no necesitaban informar a los
padres de niños intersexuales de que «su hijo no está destinado a crecer con
deseos anormales y perversos, porque hermafroditismo y homosexualidad se
confundan irremediablemente».[112]
No se puede culpar a los padres por sentirse confusos. Si la
intersexualidad difuminaba la distinción entre varones y mujeres, entonces
también difuminaba la separación entre heterosexuales y homosexuales.
¿Podría ser que un intersexual en proceso de reconversión acabara
convirtiéndose en homosexual? Todo se reducía a cómo se definiera el sexo.
Considérese un bebé con síndrome de insensibilidad androgénica nacido con
un cromosoma X y otro Y en cada célula de su cuerpo, testículos y genitales

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externos ambiguos pero de apariencia más femenina que masculina. Dado que
sus células son insensibles a la testosterona que producen sus testículos, se le
cría como niña. En la pubertad sus testículos producen estrógeno, que
transforma su cuerpo en el de una jovencita. Luego se enamora de un joven.
Sigue teniendo testículos y un genotipo XY. ¿Es homosexual o heterosexual?
Money y sus seguidores dirían que, afortunadamente, es heterosexual. La
lógica de Money sería que una persona educada como mujer tiene una
identidad de género femenina.[113] En el complejo trayecto desde el sexo
anatómico hasta el género social, su genética y sus gónadas masculinas son
irrelevantes, porque su sexo hormonal y su sexo asignado son femeninos.
Siempre que se sienta atraída por los hombres, la consideraremos
heterosexual. La convención médica y cultural acepta que estas personas son
mujeres como es debido, una definición que probablemente ellas también
aceptan.[114]
Money y su equipo concibieron sus programas de tratamiento de la
intersexualidad en los años cincuenta, cuando la homosexualidad se definía
como una patología mental. Aun así, el propio Money tenía claro que el
calificativo «homosexual» es una elección cultural, no un hecho natural. Al
considerar los hermafroditas emparejados, unos criados como mujeres y otros
como varones, Money y Ehrnhardt escriben que tales casos «representan lo
que, a todos los efectos, es homosexualidad planeada experimentalmente e
inducida iatrogénicamente. Pero la homosexualidad en estos casos debe
calificarse como tal según el criterio del sexo genético, el sexo gonadal o el
sexo hormonal fetal. Pero deja de ser homosexualidad según el criterio
posquirúrgico de los genitales externos y del sexo hormonal puberal».[115]
Más recientemente, el movimiento de liberación gay ha inspirado un
cambio de ideas que ha contribuido a que los médicos vean, hasta cierto
punto, que sus teorías son compatibles con un concepto más tolerante de la
orientación sexual, Diamond, quien en 1965 hablaba de «afeminamiento y
otras desviaciones sexuales», escribe hoy que «a partir de nuestra
comprensión de la diversidad natural cabe anticipar una amplia oferta de tipos
sexuales y orígenes asociados», y continúa: «Ciertamente la gama entera de
opciones: heterosexual, homosexual, bisexual, incluso el celibato… debe
proponerse y discutirse con franqueza».[116] Diamond reflexiona que la
naturaleza es el árbitro de la sexualidad, pero ahora la naturaleza permite más
de dos tipos normales de sexualidad. Su lectura actual de la naturaleza (y la de
otros autores) es un relato de diversidad. Por supuesto, la naturaleza no ha

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cambiado desde los años cincuenta. Son nuestros relatos científicos los que
han cambiado para conformarse a nuestras transformaciones culturales.

El intersexual como experimento de la naturaleza

Las prescripciones de Money para tratar la intersexualidad lo retratan, a él y a


sus partidarios, en un atolladero ideológico. Por un lado, creen que los
intersexuales habitan cuerpos cuyo desarrollo sexual ha ido mal. Por otro
lado, argumentan que el desarrollo sexual es tan maleable que, si se parte de
una edad lo bastante temprana, los cuerpos y las identidades sexuales pueden
cambiarse casi a voluntad. Pero si el sexo corporal es tan maleable, ¿por qué
molestarse en mantener el concepto?[117]
Los científicos que se enfrentan a este dilema contemplan a los
intersexuales no sólo como pacientes que necesitan atención médica, sino
como una suerte de experimento natural. En particular, desde los años setenta,
los intersexuales han sido el centro de la investigación de las causas
hormonales de las diferencias de comportamiento entre los sexos. Las
manipulaciones deliberadas de hormonas durante el desarrollo, efectuadas con
impunidad en ratas y monos, están proscritas en los seres humanos. Pero
cuando la naturaleza nos ofrece un experimento, parece de lo más natural
estudiarlo.
Sobre la base de una ingente investigación animal (véase el capítulo 8)
acerca de la influencia de las hormonas gonadales en el desarrollo
comportamental, los científicos se han valido de los intersexuales para revisar
tres extendidas creencias en cuanto a dimorfismo sexual:[118] diferencias en el
deseo sexual,[119] diferencias en los juegos infantiles, y diferencias cognitivas,
en particular las aptitudes espaciales.[120] El análisis de este cuerpo de
conocimiento muestra que los intersexuales, contemplados como desviaciones
de la norma que deben corregirse para preservar un sistema de dos géneros,
también se estudian para establecer lo «natural» que es el sistema en primera
instancia.
Considérense, por ejemplo, los intentos de los psicólogos modernos de
comprender los orígenes biológicos del lesbianismo estudiando la
intersexualidad femenina causada por una hiperactividad de las glándulas
suprarrenales. Las niñas con hiperplasia adrenocortical congénita nacen con
genitales masculinizados porque sus glándulas suprarrenales han producido
un exceso de hormona masculinizante (andrógeno) durante el desarrollo fetal,

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Si se detecta ya desde el nacimiento, la producción de andrógeno se atenúa
administrando cortisona y los genitales se «feminizan» quirúrgicamente.
Aunque, hasta la fecha, no hay evidencia directa de que las hormonas
afecten el desarrollo cerebral y genital durante la misma fase embrionaria,[121]
los investigadores se preguntaban si el exceso de andrógeno prenatal también
afectaba el desarrollo cerebral, Si la exposición del cerebro fetal al andrógeno
lo masculinizara irreversiblemente, ¿sería esto una «causa» de que las mujeres
hiperplásicas tuvieran intereses y deseos sexuales más masculinos? La
pregunta misma sugiere una teoría de la lesbiana como una descarriada.
Como escriben las psicoanalistas Maggie Magee y Diana Miller: «Una mujer
que vive su vida sentimental e íntima con otra mujer se contempla como una
mujer que se ha “desviado” le la senda del desarrollo femenino correcto,
expresando una identificación y unos deseos masculinos y no femeninos».[122]
La aplicación de esta concepción a las mujeres hiperplásicas parecía tener
sentido. Su producción «extra» de andrógeno había hecho que se desviaran de
la trayectoria correcta del desarrollo femenino, por lo que el estudio de esta
forma le intersexualidad podría proporcionar algún respaldo a la hipótesis de
que las anomalías hormonales están en el núcleo del desarrollo de la
homosexualidad.[123]
Desde 1968 hasta lo anualidad, aproximadamente una docena de estudios
(el número de los cuales continúa aumentando) han buscado indicios de
masculinidad inusual en las mujeres afectas de hiperplasia adrenocortical
congénita. ¿Eran más agresivas y activas de niñas? ¿Preferían los juguetes
masculinos? ¿Estaban menos interesadas en jugar con muñecas? Y la
pregunta definitiva: ¿son lesbianas o albergan fantasías y deseos
homosexuales?[124] En el sistema de género donde se enmarca esta
investigación, las niñas que prefieren los juguetes masculinos, les gusta
encaramarse a los árboles, desdeñan las muñecas y quieren estudiar una
carrera presumiblemente también son proclives a la homosexualidad. La
atracción sexual por las mujeres se entiende como una forma típicamente
masculina de elección de objeto de deseo, no diferente en principio de la
afición por el fútbol o las revistas eróticas. Las mujeres con intereses
masculinos, por lo tanto, estarían reflejando un complejo comportamental del
que la homosexualidad adulta no es más que una expresión pospuberal.[125]
Recientemente, Magee y Miller analizaron diez estudios de mujeres con
hiperplasia adrenocortical congénita. Aunque Money y colaboradores
reportaron en su momento que las jóvenes hiperplásicas eran más activas que
los controles (mayor derroche de energía, agresividad y afición a los juegos

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rudos),[126] lo cierto es que trabajos más recientes no han confirmado esta
observación.[127] Es más, ninguno de estos estudios ha encontrado que las
chicas hiperplásicas tengan un carácter más dominante.[128] Unas cuantas
publicaciones han reportado que las niñas con hiperplasia adrenocortical
congénita están menos interesadas que los controles (a menudo hermanas no
afectadas) en jugar con muñecas y otras formas de «preparación» para la
maternidad. Inexplicablemente, sin embargo, un grupo de psicólogos ha
observado que estas niñas pasan más tiempo jugando con sus mascotas y
cuidando de ellas, mientras que otro grupo ha reportado que las afectas de
este síndrome no querían tener hijos propios y más a menudo preferían
estudiar una carrera que ejercer de ama de casa.[129] Sumándolo todo, estos
resultados no abonan un papel principal de las hormonas prenatales en la
producción de las diferencias de género.
Magee y Miller encuentran especialmente defectuosa la investigación
sobre la incidencia del lesbianismo en las mujeres hiperplásicas. Para
empezar, no hay un concepto compartido de homosexualidad femenina. Las
definiciones van desde «identidad lesbiana hasta fantasías homosexuales,
pasando por relaciones homosexuales o experiencia homosexual».[130]
Aunque varios estudios reportan un incremento de pensamientos o fantasías
homosexuales, ninguno ha encontrado mujeres hiperplásicas exclusivamente
homosexuales. Mientras que uno de los grupos de investigación concluyó que
«los efectos de las hormonas prenatales no determinan la orientación sexual
individual»,[131] otros se aferran a la idea de que «la exposición temprana a
los andrógenos puede tener una influencia masculinizante en la orientación
sexual femenina».[132]
Así pues, una mirada crítica a los estudios de la masculinización asociada
a la hiperplasia adrenocortical congénita revela una literatura poco sólida y
problemática. ¿Por qué continúan publicándose estudios de esta índole,
entonces? Creo que estos científicos, cuya preparación no cabe poner en
duda[133], vuelven a beber una y otra vez de las fuentes de la intersexualidad
porque están tan profundamente inmersos en su propia teoría del género que
les resulta imposible ver otras maneras de reunir e interpretar los datos. Son
peces que nadan con soltura en sus propios océanos, pero que no pueden
conceptual izar la marcha sobre un sustrato sólido.[134]

Interpretar la naturaleza es un acto sociocultural

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Todas las opciones de tratamiento de los cuerpos con genitales mixtos, ya sea
la química o la cirugía, o dejarlos como están, tienen consecuencias más allá
del ámbito médico inmediato. ¿Qué puede significar la expresión
«construcción social» en un mundo material de cuerpos con genitales y pautas
de comportamiento diferentes? La filósofa feminista Judith Butler sugiere que
«los cuerpos… sólo viven dentro de las constricciones productivas de ciertos
esquemas de género altamente polarizados».[135] Las aproximaciones médicas
a los cuerpos intersexuales proporcionan un ejemplo literal. Los cuerpos
dentro del rango «normal» son culturalmente inteligibles como masculinos o
femeninos, pero las reglas para vivir como varón o mujer son estrictas.[136]
No se permiten clítoris demasiado grandes ni penes demasiado pequeños. Las
mujeres masculinas y los varones afeminados no interesan. Estos cuerpos son,
como escribe Butler, «impensables, abyectos, inviables».[137] Su misma
existencia pone en tela de juicio nuestro sistema de género. Cirujanos,
psicólogos y endocrinólogos intentan crear buenos facsímiles de cuerpos
culturalmente inteligibles. Si decidimos eliminar los genitales mixtos
mediante tratamientos prenatales (los ya disponibles y los que puedan estarlo
en el futuro) también estamos decidiendo seguir con nuestro actual sistema de
inteligibilidad cultural. Si decidimos por un tiempo dejar que los cuerpos
mixtos y las ulceraciones de los comportamientos propios de cada género se
hagan visibles, entonces habremos decidido, de grado o por fuerza, cambiar
las reglas de la inteligibilidad cultural.
La dialéctica de la argumentación médica no debe interpretarse ni como
una diabólica conspiración tecnológica ni como una historia de apertura
sexual a la luz del conocimiento científico moderno. Como el hermafrodita, es
ambas cosas y ninguna. Nuestro conocimiento de la embriología y la
endocrinología del desarrollo sexual, acumulado durante los siglos XIX y XX,
nos dice que los machos y hembras humanos proceden de embriones con las
mismas estructuras. La masculinidad y la feminidad completas representan
los extremos de un espectro de tipos corporales posibles. El que estos
extremos sean los más frecuentes ha dado pábulo a la idea de que no sólo son
naturales (esto es, de origen natural) sino normales (esto es, la representación
de un ideal estadístico y social). El conocimiento de la variación biológica,
sin embargo, nos permite conceptualizar como naturales los espacios
intermedios menos frecuentes, aunque sean estadísticamente inusuales.
Paradójicamente, las teorías del tratamiento médico de la intersexualidad
socavan la creencia en la inevitabilidad biológica de los roles sexuales
contemporáneos. Los teóricos como Money sugieren que, en ciertas

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circunstancias, el cuerpo es irrelevante para la creación de la masculinidad y
la feminidad convencionales. Los cromosomas son lo de menos, seguidos de
los órganos internos (gónadas incluidas). Los genitales externos y los
caracteres sexuales secundarios adquieren más importancia por su capacidad
de señalizar visualmente todo lo concerniente al comportamiento propio de
cada género. En esta visión, la sociedad en la que crece el niño es la que
decide qué comportamientos son apropiados para los varones y para las
mujeres, y no misteriosas señales corporales.
Pero los médicos de la vida diaria, atareados en convencer a padres,
abuelos y vecinos ruidosos sobre opciones de género para infantes
intersexuales, desarrollan un lenguaje que refuerza la idea de que, agazapado
dentro del niño de sexo mixto, en realidad hay un cuerpo masculino o
femenino. Al hacerlo así también fomentan la convicción de que los niños
nacen con un género, y contradicen la idea de que el género es una
construcción cultural. La misma contradicción emerge cuando los psicólogos
apelan a las hormonas prenatales para explicar supuestas frecuencias
aumentadas de lesbianismo y otros deseos juzgados impropios de una mujer
psicológicamente sana.
Dentro de estas prácticas e ideas contradictorias hay margen de maniobra.
Las comprensiones científica y médica de los múltiples sexos humanos
conllevan tanto los medios para reforzar las convicciones dominantes sobre
sexo y género como las herramientas para desbaratarlas. A veces los análisis
feministas de la ciencia y la tecnología presentan estas empresas como
colosos monolíticos contra los cuales toda resistencia es inútil. Los relatos
feministas de la tecnología reproductiva han sido particularmente proclives a
este derrotismo, pero la filósofa Jana Sawicki ha proporcionado un análisis
más alentador: «Aunque las nuevas tecnologías reproductivas pueden
sustentar el statu quo en lo que respecta a “las relaciones de poder existentes”,
la tecnología también ofrece nuevas posibilidades de subversión y
resistencia».[138] No sólo es éste también el caso de la gestión médica de la
intersexualidad, sino que sugiero que siempre es así. Las feministas deben
familiarizarse lo suficiente con la tecnología para conocer los puntos de
resistencia.
Nuestras teorías del sexo y el género subyacen tras la gestión médica de la
intersexualidad. El que una criatura deba criarse como varón o mujer, y
someterse a alteraciones quirúrgicas y diversos regímenes hormonales,
depende de lo que pensemos sobre una variedad de cuestiones. ¿Cuán
importante es el tamaño del pene? ¿Qué formas de erotismo heterosexual son

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«normales»? ¿Qué es más importante, tener un clítoris sexualmente sensitivo
(aunque sea más grande y fálico que la norma estadística) o uno visualmente
cercano al tipo corriente? La red del conocimiento es intrincada y los hilos
siempre están interconectados. Así, las teorías del sexo y el género (al menos
las que pretenden ser científicas o «basadas en la naturaleza») se derivan en
parte del estudio de los niños intersexuales sometidos al sistema de gestión. Si
es necesario también puede apelarse a los estudios con animales, aunque estos
también se generan en el marco de un sistema social de convicciones sobre
sexo y género (véase el capítulo 8).
Esto no significa que estemos para siempre atados (para malo para bien,
según el punto de vista) a nuestra concepción actual del género. Los sistemas
de género cambian. A medida que se transforman, producen diferentes
descripciones de la naturaleza. Ahora mismo, en los albores de un nuevo
siglo, es posible asistir a semejante cambio. Estamos pasando de una era de
dimorfismo sexual a una de variedad más allá del número dos. En la actual
coyuntura histórica, nuestra comprensión teórica y nuestra competencia
práctica nos permiten hacernos una pregunta nunca antes formulada en
nuestra cultura: ¿por qué debería haber sólo dos sexos?

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4

¿Por qué debería haber sólo dos sexos?

Herejías hermafroditas

En 1993 publiqué una modesta propuesta consistente en reemplazar nuestro


sistema de dos sexos por otro de cinco sexos.[1] Mi sugerencia era que,
además de machos y hembras, deberíamos aceptar también las categorías de
herm (hermafroditas «auténticos»), serm («seudohermafroditas», masculinos)
y serf («seudohermafroditas» femeninos). Era una propuesta deliberadamente
provocadora, pero el artículo también tenía un tono irónico; por eso me
sorprendió la magnitud de la controversia que suscitó. La derecha cristiana
conectó mi idea de los cinco sexos con la cuarta conferencia mundial sobre la
mujer, auspiciada por Naciones Unidas, que iba a celebrarse en Pekín dos
años más tarde, y quiso ver una suerte de conspiración global en marcha. «Es
exasperante», decía el texto de un anuncio en el New York Times pagado por
la liga católica por los derechos religiosos y civiles,[2] «oír discusiones sobre
“cinco géneros” cuando toda persona cuerda sabe que no hay más que dos
sexos, enraizados ambos en la naturaleza».[3]
John Money también estaba horrorizado, aunque por otras razones. En
una nueva edición de su guía para el tratamiento psicológico de los niños
intersexuales y sus familias, escribió: «En los años setenta los
ambientalistas… se convirtieron… en “construccionistas sociales”. Se alinean
contra la biología y la medicina… Para ellos, todas las diferencias sexuales
son artefactos socialmente construidos. Ante los casos de defectos de
nacimiento de los órganos sexuales, atacan toda intervención médica y
quirúrgica como una intromisión injustificada concebida para embutir a los
niños en moldes sociales fijos de lo masculino y lo femenino… Una autora
[Fausto-Sterling] ha llegado al extremo de proponer que hay cinco sexos».[4]
En cambio, quienes batallaban contra las restricciones de nuestro sistema de
sexo/género recibieron el artículo con agrado. La escritora de ciencia ficción

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Melissa Scott escribió una novela titulada Shadow Man, que incluye nueve
tipos de preferencia sexual y varios géneros, incluidos los femes (gente con
testículos, genotipo XY y genitales de aspecto femenino) los hermes (gente
con ovarios y testículos) y los memes (gente con genotipo XX y genitales de
aspecto masculino).[5] Otros tomaron la idea de los cinco sexos como punto
de partida para sus propias teorías multigenéricas.[6]
Estaba claro que había tocado una fibra. El que mi propuesta incitara a
tanta gente a reafirmar nuestro sistema de sexo/género sugería que el cambio
(y la resistencia al mismo) estaba cerca. Mucho ha cambiado, en efecto, desde
1993, y me gusta pensar que mi artículo fue un estímulo importante. Los
intersexuales se han materializado delante de nuestros ojos, como los seres
teletransportados dentro de la nave Enterprise. Se han convertido en un grupo
de presión que reivindica un cambio de las prácticas médicas. De forma más
general, el debate sobre nuestras concepciones culturales del género se ha
intensificado, y la frontera que separa lo masculino de lo femenino parece
más difícil de definir que nunca.[7] Algunos encuentran esta situación
profundamente turbadora, mientras que para otros resulta liberadora.
Por supuesto, me sumo a los que cuestionan las ideas sobre la división
masculino/femenino. A coro con una organización creciente de intersexuales
adultos, un pequeño grupo de intelectuales, y un modesto pero creciente
colectivo médico,[8] sostengo que el tratamiento médico de los nacimientos
intersexuales debe cambiar. Primero, habría que prescindir de la cirugía
innecesaria (por necesaria entiendo la encaminada a salvar la vida del bebé o
mejorar significativamente su estado físico). Segundo, los médicos pueden
asignar un sexo provisional (masculino o femenino) al bebé, sobre la base del
conocimiento existente de la probabilidad de que desarrolle una identidad de
género concreta (¡prescindiendo del tamaño del pene!). Tercero, el equipo
médico debería informar exhaustivamente y prestar apoyo psicológico a largo
plazo tanto a los padres como a la persona afectada. Por bienintencionados
que fueran, los tratamientos de la intersexualidad, implantados desde los años
cincuenta, han hecho mucho daño.

Primero, no dañar

Hay que acabar con la cirugía genital. Protestamos por las prácticas de
mutilación genital en otras culturas, pero las nuestras nos parecen tolerables.
[9] A algunos de mis colegas médicos les escandalizan tanto mis ideas sobre la

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intersexualidad que rehúsan discutirlas conmigo.[10] Deben de pensar que
estoy sacrificando el bienestar de unos niños infortunados sobre el altar de la
política de género. Por supuesto, nunca se me ocurriría usar a unas pobres
criaturas intersexuales como caballo de batalla para asaltar la fortaleza de la
desigualdad de género. Desde el puma de vista de la práctica médica, esta
crítica no deja de ser comprensible. En medio de las crisis diarias que
requieren soluciones rápidas y pragmáticas, cuesta dar un paso atrás para
contemplar el cuadro entero y preguntarse si hay otras respuestas posibles.
Sin embargo, una razón por la que estoy convencida de que mi propuesta no
es ni contraria a la ética ni impracticable es que la «cura» médica de la
intersexualidad a menudo hace más mal que bien.
Como hemos visto, la cirugía genital infantil es cirugía estética con un fin
social: remodelar un cuerpo sexual mente ambiguo conforme a nuestro
sistema de dos sexos. Este imperativo social es tan fuerte que los médicos lo
asumen como un imperativo clínico, a pesar de la categórica evidencia de que
la cirugía genital temprana es inadecuada: requiere múltiples operaciones,
deja múltiples cicatrices y a menudo elimina la capacidad orgásmica. En
muchos de los casos reportados de cirugía clitorídea, el único criterio de éxito
es el estético, en vez de la función sexual ulterior. La tabla 4.1 recoge
información procedente de nueve informes clínicos sobre los resultados de la
cliroroplastia reductora (véase la figura 3.6) en ochenta y ocho pacientes.[11]
La inadecuación de las evaluaciones es palmaria. Dos de los nueve informes
no especifican los criterios de éxito; cuatro ponen por delante los criterios
estéticos, y sólo uno tiene en cuenta la salud psicológica o el seguimiento a
largo plazo. Los activistas intersexuales han revelado las historias complejas y
dolorosas que hay detrás de estas cifras anónimas, desafiando las
convicciones y prácticas predilectas del estamento médico en cuanto al
tratamiento de la intersexualidad.[12]

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Cheryl Chase, la carismática fundadora de la ISNA (Intersex Sociery of
North America), ha tenido un papel protagonista en esta batalla al hacer
pública su propia historia. A los treinta y seis años, Chase regentaba un
pequeño negocio que la hacía viajar constantemente por todo el mundo.[13] De

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no ser por su anhelo de compartir su pasado con otros intersexuales, su
incesante movilidad habría hecho imposible conocer los detalles de su historia
médica. Nacida con ovotestículos, pero con genitales internos y externos
femeninos, el único signo externo de su diferencia era un clítoris agrandado.
Sus padres la criaron como un niño hasta los dieciocho meses. Luego, por
consejo médico, se le practicó una clitorectomía completa (véase la figura
3.5). Sus padres le cambiaron el nombre, se deshicieron de todas sus prendas
y todas sus fotos de niño, y en adelante la criaron como niña.
Antes de la pubertad volvió a pasar por el quirófano, esta vez para
eliminar la porción testicular de sus gónadas. Se le comunicó que la habían
operado de una hernia. Su historial médico confirma su recuerdo personal de
que los médicos nunca hablaron directamente con ella durante las revisiones
anuales sucesivas. Su madre nunca tuvo acceso a los informes psiquiátricos.
Aun así, a los dieciocho años, Chase sabía que algo había pasado. Quiso
consultar su historia médica; pero un médico que había accedido de entrada a
su petición cambió de idea tras leer los informes y rehusó dárselos a conocer.
Finalmente, a los veintitrés años, consiguió que otro médico le dijera que
había sido diagnosticada como un hermafrodita auténtico y «corregida»
quirúrgicamente para convertirla en mujer.[14]
Durante catorce años Chase enterró esta información en alguna parte de su
subconsciente. Luego, mientras residía en el extranjero, cayó en una
depresión que la hizo pensar en el suicidio. Volvió a casa, comenzó una
terapia y luchó por reconciliarse con su pasado. En su indagación para
descubrir si podía tener la esperanza de llegar a experimentar el orgasmo aun
sin poseer un clítoris, consultó a sexólogos y anatomistas. La falta de
asistencia por parte de los especialistas en intersexualidad la desanimó:
«Cuando acudí a ellos, esperaba que me prestaran alguna ayuda. Pensaba que
estos médicos tendrían conexiones de primera con terapeutas experimentados
en tratar casos como el mío. No tienen ninguna conexión, ni ninguna
simpatía».[15]
Aunque Chase desespera de conseguir una plena capacidad orgásmica, ha
dedicado su vida a luchar contra la cirugía genital temprana. Espera que a
otras personas no se les niegue la posibilidad del placer sexual completo, que
contempla como un derecho de nacimiento. Al perseguir esta meta, no está
pretendiendo situar a unos niños en primera línea de una guerra de géneros.
Lo que sugiere es que se socialicen como niños o niñas, y que más tarde, ya
adolescentes o adultos, decidan qué hacer con su cuerpo, con pleno
conocimiento de los riesgos para su función sexual. También pueden rechazar

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su identidad de género asignada y, si lo hacen, no habrán perdido partes
indispensables de su anatomía por culpa de una cirugía prematura.
Chase se ha convertido en una hábil organizadora política. Aunque
comenzó su batalla en solitario, sus huestes aumentan cada día: «Cuando
fundé la ISNA en 1995, no había grupos políticos de ese estilo… Desde que
la ISNA entró en escena, han comenzado a aparecer otros grupos con una
actitud más beligerante hacia al estamento médico… En 1996, otra madre que
había rechazado las presiones médicas para asignar su criatura intersexual al
sexo femenino… fundó el HELP (Hermaphroditic Education and Listening
Post)».[16] Aunque muchos de los nuevos grupos son menos explícitamente
políticos, no dejan de apreciar el enfoque más radical de la ISNA.[17] Y Chase
continúa promoviendo coaliciones entre organizaciones de intersexuales,
académicos y psicólogos y médicos clínicos. Lentamente, Chase y otros han
comenzado a cambiar la práctica médica estadounidense.[18]
Pero estos activistas aún arrostran una fuerte oposición. A Chase se le
amputó el clítoris a principios de los sesenta. Algunos médicos me han dicho
que tanto la cirugía que se le aplicó como la desinformación eran típicas
entonces, pero no ahora. No obstante, aunque los estilos quirúrgicos han
cambiado (lo que no quiere decir que sean mejores)[19], la clitorectomía aún
se da en ocasiones,[20] igual que la práctica de mentir a los pacientes y
ocultarles información médica incluso cuando ya son mayores de edad.
Considérese el caso más reciente de Ángela Moreno. En 1985, con doce años
cumplidos, su clítoris se agrandó hasta alcanzar 3,8 centímetros. Al no tener
otra referencia pensó que era normal. Pero su madre advirtió el cambio y,
alarmada, la llevó corriendo a un médico que le dijo que tenía cáncer de
ovario y necesitaba una histerectomía. Sus padres le dijeron que, fuera como
fuera, seguiría siendo su niñita. Cuando despertó de la anestesia, sin embargo,
su clítoris había desaparecido. Hasta los veintitrés años no descubrió que su
genotipo era XY y que tenía testículos, no ovarios. Nunca tuvo cáncer.[21]
Hoy Moreno es una activista de la ISNA, donde ha encontrado una cura del
daño psicológico causado por las mentiras y la cirugía. Sueña con enseñar en
una escuela Monressori y quizás adoptar un niño. A la hora de definirse,
escribe: «Si tuviera que etiquetarme como varón o mujer, diría que soy una
clase diferente de mujer… No soy un caso de un sexo u otro, ni una
combinación de ambos. Nací hermafrodita; y desde el fondo de mi corazón,
querría que se me hubiera permitido quedarme así».[22]
Los pacientes adultos han comenzado a contestar la práctica de mentir a
los niños sobre Su intersexualidad. Si en el pasado sólo unas pocas voces

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profesionales abogaban por contar la verdad en un sentido más literal,[23]
nuevas voces —las de los propios pacientes— han comenzado a demandar
una transparencia absoluta. En 1994, una mujer con síndrome de
insensibilidad androgénica publicó su historia de manera anónima con la
British Journal of Medicine.[24]
Nunca se le había contado toda la verdad. Pero algunas pistas sobre su
caso se habían filtrado hasta ella (un desliz de una enfermera por aquí, un
comentario descuidado de un médico por allá). Y, siendo ya adolescente, hizo
algo con lo que los manuales clínicos raramente cuentan. Inteligente y
curiosa, fue a una biblioteca de medicina y se puso a indagar. Lo que
descubrió era poco reconfortante. Cuando finalmente compuso todas las
piezas del rompecabezas, se sintió humillada, triste y traicionada. Llegó a
pensar seriamente en el suicidio. Le llevó años aceptar su situación lo bastante
para sentirse mejor consigo misma. Hoy aconseja a los médicos que tratan
con niños intersexuales que la mejor práctica médica es decir toda la verdad,
junto con una discusión franca de las ideas sobre la identidad de género.
Otras personas con experiencias similares se sintieron identificadas con
esta historia. Una mujer nacida sin vagina escribió una carta al editor de la
revista en la que se hada eco de los sentimientos del testimonio anónimo:

Ni a mí ni a mis padres se nos ofreció apoyo psicológico… A menos que los padres puedan
hablar abiertamente con un psicoterapeuta profesional (y no un médico) y se les informe sobre
qué deben decir a su hijo y cuándo, contactos con otras personas con el mismo problema,
fuentes de apoyo psicológico o psicoterapia… quedarán prisioneros de sus propios
sentimientos… [No hacerlo así] podría ser mucho más dañino que la revelación de la verdad en
un entorno afectuoso y protector.[25]

De hecho, todas las organizaciones intersexuales de nuevo cuño[26] dicen lo


mismo: «Contádnoslo todo. No insultéis nuestra inteligencia con mentiras.
Cuando habléis con niños, dad les una información apropiada para su edad.
Pero mentir nunca funciona, y puede destruir tanto la relación entre el
paciente y sus padres como la relación entre paciente y médico».[27]
En cierto sentido apenas sorprende que la cirugía genital siga
practicándose, amparada en la afirmación gratuita de que no afecta a la
función sexual.[28] La anatomía y fisiología del clítoris todavía se conocen
poco.[29] En la literatura médica, esta estructura ha pasado por largos periodos
—incluido el presente— de representación incompleta. Así, por ejemplo, las
ilustraciones médicas actuales no representan su variabilidad morfológica,[30]
o siquiera toda su complejidad.[31] De hecho, en los textos médicos (con la
excepción de los libros de autoayuda para mujeres) el clítoris se representaba

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con más detalle a finales del siglo XIX que ahora. Si los médicos ignoran la
variación y saben poco de la función del clítoris, ¿cómo pueden saber si la
apariencia estética o la fisiología funcional postoperatoria es «satisfactoria»?

Cicatrices y dolor

Los testimonios personales de intersexuales sometidos a cirugía genital


insuflan vida en los hechos estadísticos fríos. Entre éstos destaca uno: los
estudios de las secuelas a largo plazo de la cirugía genital son tan escasos
como los dientes de gallina,[32] a pesar de que la literatura médica está repleta
de evidencias de los efectos negativos de dicha cirugía. En una revisión de los
artículos médicos existentes, mi colega Bo Laurent y yo anotamos las
menciones de fibrosis, que puede causar insensibilidad, y de operaciones
repetidas, que suelen dejar más cicatrices que una sola operación. También
encontramos cinco menciones de dolor residual en el clítoris o el muñón.[33]
Particularmente llamativo fue un informe donde se informaba de que diez de
dieciséis pacientes con recesión del clítoris tenían hipersensibilidad genital.
[34]
La vaginoplastia, denominación general de una variedad de técnicas para
agrandar, remodelar o construir vaginas de novo, también conlleva peligros
como «fibrosis y estenosis vaginal»[35] (la obstrucción o estrechamiento de un
conducto o canal). Laurent y yo encontramos diez menciones independientes
de fibrosis asociada a la cirugía vaginal. La estenosis es la complicación más
corriente.[36] Una causa de este estrechamiento de la cavidad vaginal es el
tejido cicatrizado. De ahí que un equipo de cirujanos incluyera entre sus
metas la evitación de una cicatriz anular.[37] En nuestra revisión de la
literatura encontramos que la frecuencia de la estenosis vaginal,
especialmente en las vaginoplastias practicadas en la infancia,[38] se elevaba
hasta el 80 o el 85 por ciento.[39]
La cirugía genital reiterada puede tener efectos psicológicos negativos
además de físicos. Un grupo de médicos concedía que el trauma provocado
por dicha cirugía podría contrarrestar en parte sus pretendidos beneficios: «Si
la niña cree que es objeto de maltrato físico por el personal médico, con una
concentración excesiva y dolorosa en los genitales, el ajuste psicológico
puede ser menos favorable».[40] Los testimonios personales de intersexuales
confirman la cara amarga del tratamiento médico. Muchos intersexunles
adultos declaran que los exámenes genitales repetidos, a menudo con

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fotografías y una concurrencia de estudiantes e internos, constituyen uno de
sus recuerdos de infancia más dolorosos. Joan/John, por ejemplo, ha descrito
sus visitas anuales al hospital clínico Johns Hopkins como «un suplicio».[41]
Otros se expresan en términos parecidos. Un intersexual masculino me
dijo que una manera de medir el tamaño y la funcionalidad del pene en
jóvenes intersexuales es que el médico masturbe al chico para provocar una
erección. Las niñas sometidas a cirugía vaginal sufren prácticas invasivas
similares. Cuando una niña pequeña es operada, a los padres se les dice que
deben introducir un consolador para que la vagina recién construida no se
cierre.[42] Está claro que la concentración médica en crear los genitales
apropiados, que pretende evitar el sufrimiento psicológico, contribuye al
mismo.[43]

Operaciones múltiples

La estadística no miente. Aunque la literatura médica derrocha confianza en


la factibilidad de las reconversiones genitales, los procedimientos son
complejos y arriesgados. Del 30 al 80 por ciento de los niños sometidos a
cirugía genital pasan por más de una operación. No es raro que una criatura
tenga que pasar de tres a cinco veces por el quirófano. Una revisión de las
vaginoplastias practicadas en el Hospital Universitario Johns Hopkins de
1970 a 1990 encontró que 22 de 28 (78,5 por ciento) niñas con vaginoplastias
tempranas requirieron operaciones ulteriores. De éstas, 17 ya habían sufrido
dos operaciones, y 5 ya habían pasado por tres.[44] Otro estudio reportaba que
la recesión exitosa del clítoris «requería una segunda operación en cierto
número de pacientes, a veces una tercera, y una glandoplastia en otras». (La
glandoplastia implica cortar y rehacer la punta del falo, o glande). También
reportaba operaciones múltiples subsiguientes a vaginoplastias tempranas.[45]
[46]
Los datos sobre la vaginoplastia, una de las operaciones más frecuentes en
intersexuales, son bastante fiables. Laurent y yo reunimos información
procedente de 314 pacientes, que se resume en la tabla 4.2. La tabla sugiere la
naturaleza imperfecta de la evaluación médica. Sólo en 218 pacientes los
investigadores daban criterios específicos para evaluar el éxito de una
operación. Para las pacientes adultas (unas doscientas veinte), un criterio
estándar era la capacidad de copular vaginal mente. Lo que se desprende de
estos estudios es que, incluso en sus propios términos, estas operaciones
raramente tienen éxito, y a menudo son arriesgadas. Primero, las

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complicaciones postoperarorias que requieren operaciones adicionales son
relativamente frecuentes. A veces la cirugía acumulada causa una fibrosis
significativa. Segundo, varios autores destacan la necesidad de refuerzo
psicológico para que las pacientes aceptaran la operación. Tercero, las tasas
generales de éxito pueden ser muy decepcionantes. Un estudio halló que,
aunque 52 de 80 pacientes (el 65 por ciento) tenían aberturas vaginales
«satisfactorias», 12 de éstas (el 23 por ciento) no practicaba la cópula.[47]
Cuando las operaciones iniciales no tenían éxito, muchas pacientes rehusaban
volver al quirófano. Así pues, en los estudios que incluyen criterios claros de
evaluación del éxito de la vaginoplastia, la cirugía tiene una elevada tasa de
fracaso.
Los estudios de la cirugía del hipospadias revelan una noticia positiva,
otra negativa, y otra de signo incierto. La buena noticia es que los varones
adultos operados de hipospadias superan hitos sexuales importantes (como,
por ejemplo, la edad del primer acto sexual) a las mismas edades que los
varones del grupo de control (formado por varones operados de la zona
inguinal, pero no genital, en la infancia). Tampoco diferían en su conducta o
funcionamiento sexual. La mala noticia es que estos varones son más tímidos
a la hora de buscar contactos sexuales, posiblemente por el aspecto de sus
genitales. Esta inhibición es mayor cuantas más operaciones han sufrido.[48]
La cirugía tiene un éxito más limitado en los casos de hipospadias severa,
porque no suele solucionar problemas como la rociada al miccionar o
eyacular, aunque permita una erección normal.[49]
¿Y la noticia de signo incierto? Todo depende de si la adherencia estricta
al rol sexual prescrito se entiende como salud psicológica. Por ejemplo, un
estudio encontró que los jóvenes hospitalizados más veces por problemas
relacionados con el hipospadias mostraban un comportamiento más
«intergenérico».[50] Para los equipos de tratamiento de la intersexualidad,
como uno cuya meta explícita era «prevenir el desarrollo de una
identificación con el otro género en niños nacidos con… genitales ambiguos»,
este resultado es un fiasco.[51] Por otro lado, los médicos han visto que,
aunque sigan los principios de Money al pie de la letra, en la práctica hasta el
13 por ciento de todos los intersexos —no sólo los jóvenes con hipospadias—
acaba apartándose de la adscripción genérica estricta que requiere el
tratamiento. Esto angustia a los psicólogos que se adhieren al sistema de dos
géneros.[52] Sin embargo, para los que creemos en una variedad de géneros, la
variabilidad de conducta entre los niños intersexuales no es una mala noticia.

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El derecho a rehusar

Los manuales de tratamiento modernos dedican mucho espacio al tema de


cómo conseguir que los progenitores aprueben la terapia sugerida. Está claro
que éste es un asunto muy delicado. Y así debe ser, porque los padres pueden
ser intratables. A veces se reafirman en su propia opinión sobre el sexo de su
criatura y el grado de alteración quirúrgica que están dispuestos a permitir. En
los años noventa, el hijo de Helena Harmon-Smith nació con un ovario y un
testículo, y los médicos querían reconvertido en una niña. Harmon-Smith
rehusó. «Tenía partes que yo no tengo», escribió, y «es un niño precioso».[53]
Harmon-Smith no veía la necesidad de una intervención quirúrgica, pero, en
contra de su deseo expreso, un cirujano extirpó las gónadas de su hijo. En
respuesta se ha convertido en una activista que ha fundado un grupo de apoyo
a padres con el mismo problema, llamado HELP (Hermaphrodite Education
and Listening Post).

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Harmon-Smith ha publicado instrucciones, en la forma de diez
mandamientos, para los médicos ante el nacimiento de un niño intersexual.
Los mandamientos incluyen: «No tomarás decisiones drásticas el primer año;
no aislarás a la familia de información y apoyo; no aislarás al paciente en una
unidad de cuidados intensivos, y le permitirás permanecer en una sala
regular».[54] Kessler sugiere una nueva fórmula para anunciar el nacimiento
de un bebé XX afectado de hiperplasia adrenocortical congénita:
«Felicidades. Tienen ustedes una hermosa niña. El tamaño de su clítoris y sus
labios fusionados nos indica un problema médico subyacente que podría
requerir tratamiento. Aunque su clítoris es de talla grande, sin duda es un
clítoris… Lo importante no es qué aspecto tiene, sino cómo funciona. Es una
niña con suerte, porque sus parejas sexuales lo tendrán fácil para encontrar su
clítoris».[55]
La resistencia de los progenitores no es nueva. En los años treinta, Hugh
Hampton Young describió dos casos de padres que se negaron a que sus hijos
intersexuales fueran operados. Gussie, de quince años, había sido educada
como una niña. Tras ingresar en el hospital (la razón de su hospitalización no
se aclara), Young comprobó (mediante un examen quirúrgico bajo anestesia
general) que Gussie tenía un testículo lateral, un clítoris peniforme, una
vagina y un útero subdesarrollado con su trompa de Falopio, pero sin ovario.
Mientras la paciente estaba en la mesa de operaciones, los cirujanos
decidieron descender el testículo y alojarlo en el labio agrandado, que haría de
escroto. Luego le dijeron a la madre que su hija no era tal, sino un muchacho,
le aconsejaron cambiarle el nombre por el de Gus y la emplazaron para una
cirugía «normalizadora» ulterior.
La respuesta de la madre fue inmediata e indignada: «Se encolerizó
sobremanera, y afirmó que su hija era una chica, que no quería un varón, y
que continuaría educándola como a una chica».[56] La resistencia materna
puso a Young en un aprieto. Ya había creado un nuevo cuerpo con un
testículo externo. ¿Tenía que ceder a la insistencia de la madre en que Gus
continuara siendo Gussie? Y si era así, ¿cómo? ¿Debería proponer la
eliminación del pene y del testículo, cosa que dejaría a Gussie sin ninguna
gónada funcional? ¿Debería intentar manipular su producción hormonal?
Estas cuestiones quedaron sin respuesta, porque Gussie nunca volvió al
hospital. En otro caso similar los padres ni siquiera permitieron la cirugía
exploratoria y, tras un examen externo inicial del paciente, nunca volvieron.
Young se quedó ponderando las posibilidades que estaban más allá de su

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control: «¿Debería permitirse que este paciente crezca como un varón…
aunque [la cirugía] muestre que sus gónadas son femeninas?».[57]
Young también comentó varios casos de hermafroditas adultos que
rechazaron no sólo el tratamiento, sino la posibilidad de obtener una
explicación «científica» de su «condición». George S., por ejemplo, criado
como niña, se fue de casa a los catorce años. Vestía y vivía como un varón.
Incluso se casó con una mujer, pero encontraba demasiado duro mantener a
una esposa, así que volvió a vestirse de mujer y emigró de Inglaterra a
Norteamérica. Allí se convirtió en la «querida» de un hombre, aunque
continuó adoptando el rol masculino en las relaciones sexuales con mujeres.
Sus mamas plenamente desarrolladas causaban turbación, por lo que acudió a
Young para que se las quitara. Cuando éste rehusó hacerlo sin antes operado
para descubrir su sexo «verdadero», el paciente se esfumó. Otro de los
pacientes de Young, Francies Benton, se ganaba la vida exhibiéndose en un
circo. El anuncio decía «Macho y hembra en uno. Un cuerpo, dos personas»
(véase la figura 4.1). Benton no tenía interés en cambiar de vida, pero acudió
a Young para satisfacer su curiosidad y para obtener una certificación médica
de la veracidad de su anuncio.[58]

FIGURA 4.1: Francies Benton, un «hermafrodita en ejercicio», y su anuncio. (Reimpreso con permiso de
Young 1937, pp. 144-145).

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El dogma establece que sin tratamiento médico, en particular la
intervención quirúrgica temprana, los hermafroditas están abocados a una
vida desgraciada. Pero hay pocas investigaciones empíricas que respalden
esta afirmación.[59] De hecho, los estudios reunidos para justificar el
tratamiento médico a menudo sugieren lo contrario. Francies Benton, por
ejemplo, «no padecía ansiedad por su condición, no quería que lo cambiasen,
y disfrutaba de la vida».[60] Claus Overzier, un médico del hospital clínico de
la Universidad de Mainz, Alemania, reportó que en la mayoría de casos el
comportamiento psicológico de los pacientes concordaba sólo con su sexo de
crianza y no con su tipo corporal; y en muchos de estos casos el tipo corporal
no se había «adaptado) para conformarlo al sexo inculcado. En sólo un 15 por
ciento de los 94 casos estudiados por Overzier los pacientes estaban
descontentos con su sexo legal; y siempre se trataba de una «mujer» que
quería ser «varón». Hasta Dewhurst y Gordon, los más obstinados defensores
del tratamiento a edad muy temprana, admitieron un gran éxito en el «cambio
de sexo» de pacientes mayores. Estos autores reportaron veinte casos de
reasignación de sexo después del periodo supuestamente crítico de los
dieciocho meses. Su impresión fue que todas las reasignaciones habían sido
«exitosas», y se preguntaban si «la reasignación puede recomendarse con
menos reparos de lo que se ha sugerido hasta ahora».[61] Pero, más que
destacar esta observación positiva, subrayaban las dificultades prácticas de los
cambios de sexo tardíos.
A veces los pacientes rehúsan el tratamiento a pesar de consecuencias tan
visibles como el crecimiento de la barba en mujeres. Randolf et al. comentan
el caso de una joven que había «rehusado con obstinación toda cirugía
ulterior, a pesar de la prominencia desfiguran te de su clítoris»,[62] mientras
que Van der Kamp et al. reportan que nueve de cada diez mujeres adultas que
se habían sometido a una reconstrucción vaginal pensaban que las
operaciones de esta clase no deberían practicarse antes de la pubertad.[63] Por
último, Bailez et al. reportan la negativa de una paciente a operarse por cuarta
vez para conseguir una abertura vaginal que posibilitara la cópula.[64]
Los niños intersexuales cuyos genitales parecen contradecir la identidad
de género asignada no están abocados a una vida desgraciada. Laurent y yo
recopilamos más de ochenta ejemplos (publicados desde 1950) de
adolescentes y adultos con genitales visiblemente anómalos (véanse las tablas
4.3 y 4.4). Sólo un individuo se clasificó como potencialmente psicótico, pero
esto tenía que ver con un progenitor psicótico y no con la ambigüedad sexual.
Queda claro que los niños se adaptan a la presencia de genitales anómalos y

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se las arreglan para convertirse en adultos funcionales, muchos de los cuales
se casan y tienen vidas sexuales activas y aparentemente satisfactorias.
Incluso hay ejemplos llamativos de varones con penes diminutos que tienen
vidas maritales activas sin penetración.[65] Hasta los proponentes de la
intervención temprana reconocen que la adaptación a unos genitales inusuales
es posible. Hampson y Hampson, basándose en datos de más de doscientos
cincuenta hermafroditas adultos, escriben: «La sorpresa es que tantos
pacientes de aspecto ambiguo fueran capaces, a pesar de su apariencia, de
salir adelante y mantenerse psicológicamente sanos, o quizá sólo con
problemas leves».[66]
La literatura clínica es altamente anecdótica. No hay estándares científicos
consistentes o siquiera debatibles para evaluar el bienestar psicológico de los
pacientes en cuestión. Pero, a pesar de la carencia de datos cuantitativos)
nuestro estudio es muy revelador. Aunque crecieron con malformaciones tales
como micropenes, precocidad sexual, crecimiento mamario en la pubertad o
hematuria (sangre en la orina) en estos casos sangre menstrual), la mayoría de
los niños intersexuales criados como varones asumieron el estilo de vida
característico de los varones adultos heterosexual mente activos. Lo mismo
puede decirse de la mayoría de intersexuales criadas como mujeres, a pesar de
anomalías genitales que incluían la presencia de un pene, clítoris agrandado,
escroto bífido y/o pubertad virilizante,

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Entre el grupo de intersexuales criados como varones y el de intersexuales
criados como mujeres se aprecian dos diferencias interesantes. La primera es
que sólo una minoría de mujeres intersexuales optó por feminizar sus
genitales masculinizados en la adolescencia o la edad adulta, mientras que

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más de la mitad de los varones intersexuales pasó por el quirófano para
masculinizar sus cuerpos feminizados. La segunda es que el 16 por ciento de
los intersexuales criados como mujeres decidió pasarse al otro sexo en la
adolescencia o la edad adulta. Estos individuos se adaptaron con éxito —y a
menudo con expresa satisfacción— a su nueva identidad. En contraste, sólo el
6 por ciento de los intersexuales criados como varones quiso cambiar de sexo.
En otras palabras, los varones parecen tener un afán mayor de masculinizar
sus cuerpos feminizados que las mujeres de feminizar sus cuerpos
masculinizados. En una cultura que premia la masculinidad, esto apenas
sorprende. Una vez más, los aspectos médico y biológico sólo pueden
visualizarse a través de un cedazo cultural.[67]

Retorno a los cinco sexos

En el mejor de los casos, los enfoques vigentes sobre el tratamiento de la


intersexualidad apenas pueden justificarse. Muchos pacientes sufren secuelas
—físicas y psicológicas— de un proceso que confía mucho en las proezas de
la cirugía y poco en la explicación, el apoyo psicológico y la transparencia.
Tenemos dos caminos posibles. Por la derecha podemos reafirmar la
naturalidad del número dos y continuar desarrollando la tecnología médica,
incluyendo la «terapiagénica y las intervenciones prenatales para asegurar que
los recién nacidos pertenezcan a uno de dos sexos. Por la izquierda podemos
ratificar la variabilidad natural y cultural. Tradicionalmente la cultura europea
y americana ha definido dos géneros, cada uno con una gama de
comportamientos permisibles; pero las cosas han comenzado a cambiar.
Ahora hayamos de casa y mujeres que pilotan cazabombarderos. Hay
lesbianas femeninas y varones homosexuales viriles. Los transexuales, de
varón a mujer o de mujer a varón, hacen la división sexo/género virtualmente
ininteligible.
Todo lo cual me lleva de nuevo a los cinco sexos. Imagino un futuro en el
que nuestro conocimiento del cuerpo ha llevado a contestar el control médico.
[68] en el que la ciencia médica se ha puesto al servicio de la variabilidad

genérica, y los géneros se han multiplicado más allá de los límites hoy
concebibles, Suzanne Kessler sugiere que «la variabilidad de géneros
puede… verse… de una nueva manera: como una expansión de lo que se
entiende por masculino y femenino».[69] Acaso en última instancia los

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conceptos de masculinidad y feminidad podrían solaparse hasta el punto de
restar toda relevancia a la noción misma de diferencia de género.
En el futuro, las divisiones jerárquicas entre paciente y médico, progenitor
e hijo, varón y mujer, heterosexual y homosexual, se disolverán. Todas las
voces críticas presentadas en este capítulo apuntan a fisuras en el monolito de
la práctica y la literatura médicas. Es posible vislumbrar una nueva ética del
tratamiento médico que permita la profusión de la ambigüedad, enmarcada en
una cultura que ha prescindido de las jerarquías de género. En mi utopía, las
principales preocupaciones médicas de un intersexual serían las condiciones
potencialmente amenazadoras para la vida que a veces se asocian a la
intersexualidad, como el desequilibrio iónico debido a la disfunción
adrenocortical, la mayor frecuencia de tumores gonadales o las hernias. La
intervención médica encaminada a sincronizar la imagen corporal con la
identidad de género sólo raramente se daría antes de que el paciente tuviera
uso de razón. Esta intervención técnica sería una empresa cooperativa entre
médico, paciente y consejeros sexuales. Como ha señalado Kessler, los
genitales infrecuentes de los intersexuales no tendrían por qué verse como
«deformados». La cirugía, ahora contemplada como un gesto creativo (los
cirujanos «crean» una vagina), podría verse como destructiva (se elimina
tejido) y, por ende, sólo necesaria cuando peligra la vida.[70]
Los tratamientos aceptados dañan la mente y el cuerpo. Y está claro que
unos niños cuya anatomía genital no se ajuste del todo a su sexo inculcado
pueden convertirse en adultos sanos. Pero los buenos médicos siguen
mostrándose escépticos,[71] igual que muchos padres y progenitores
potenciales. Es imposible no personalizar la discusión. ¿Qué haríamos si
tuviéramos un hijo intersexual? ¿Estaríamos dispuestos a convertirnos en
pioneros de una nueva estrategia de tratamiento? Aparte de los nuevos
activistas por los derechos de los intersexuales, ¿dónde buscaríamos consejo e
inspiración?

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La historia del transexualismo invita a la reflexión. En la cultura europea
y americana entendemos que los transexuales son individuos que han nacido
con cuerpos masculinos o femeninos «bien constituidos». Psicológicamente,
sin embargo, se ven a sí mismos como miembros del sexo «opuesto». El
anhelo del transexual de conformar su cuerpo a su psique es tan intenso que
muchos buscan ayuda médica para transformar sus cuerpos mediante
tratamientos hormonales y, en última instancia, operarse para desprenderse de
sus gónadas y remodelar sus genitales externos. Las demandas de los
transexuales autoidentificados han forzado a los médicos a reconocer y
nombrar el fenómeno y a cambiar sus prácticas. Así como la idea de que la
homosexualidad es un rasgo innato y estable no se planteó hasta finales del
siglo XIX, el transexual no emergió plenamente como un tipo especial de
persona hasta mediados del veinte. Sin embargo, la conquista del derecho
legal al cambio de sexo por vía quirúrgica tuvo un precio: el refuerzo del
sistema de dos géneros.[72] Al recurrir a la cirugía para ajustar sus cuerpos a
su identidad de género, los transexuales representan el extremo lógico de la
filosofía del estamento médico en lo que respecta a la concordancia entre sexo
y género dentro del cuerpo de un individuo. De hecho, los transexuales
apenas tenían otra elección que no fuera situarse a sí mismos en este marco si
querían obtener ayuda quirúrgica. Para evitar crear un matrimonio «lésbico»,
los médicos exigían que los transexuales casados se divorciaran antes de pasar
por el quirófano, después de lo cual podían cambiar legalmente sus partidas
de nacimiento para reflejar su nueva condición.
Sin embargo, en los últimos diez o veinte años, el edificio del dualismo
transexual se ha resquebrajado. Algunas organizaciones de transexuales han
comenzado a promover la idea del transgenericismo, que constituye una
revisión más radical de los conceptos de sexo y género.[73] Mientras que los
transexuales tradicionales describirían a un travestido (un varón que viste de
mujer) como un transexual en proceso de transformación en una mujer

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completa, los transgenericistas aceptan una variedad de identidades de género.
«El transgenericismo sustituye la dicotomía de transexual y travestido por un
concepto de continuidad». Las generaciones anteriores de transexuales no
querían apartarse de las normas de género, sino amoldarse plenamente a su
nuevo rol sexual. Hoy, en cambio, muchos arguyen que necesitan
manifestarse como transexuales, y asumen una identidad transexual
permanente que no es ni masculina ni femenina en el sentido tradicional.[74]
Dentro de la comunidad transgenérica (que tiene su organización política
propia y su boletín electrónico propio en internet) abunda la variación de
género. Algunos optan por convertirse en mujeres, pero manteniendo sus
genitales masculinos intactos. Muchos de los que se han sometido a una
transformación quirúrgica han adoptado un rol homosexual. Por ejemplo, un
varón reconvertido en mujer puede comportarse como una lesbiana (o como
un gay en el caso inverso de una mujer reconvertida en varón). Considérese el
caso de jane, nacida varón a efectos fisiológicos, cercana ya a los cuarenta, y
que continúa viviendo con su esposa (con quien se casó cuando todavía era
John). Jane toma hormonas para feminizarse, pero este tratamiento aún no ha
menoscabado su capacidad de tener erecciones y penetrar a su mujer:

Desde su perspectiva, Jane tiene una relación lésbica con su mujer (Mary). Pero también usa
su pene para el placer. Mary no se identifica como una lesbiana, aunque siente amor y atracción
hacia Jane, a quien ve como la misma persona de quien se enamoró, aunque haya cambiado
físicamente. Mary se considera heterosexual… aunque define la intimidad sexual con su pareja
Jane como algo intermedio entre lésbica y heterosexual.[75]

Si se acepta la variación genérica, ¿eso implica que el concepto de género


mismo debería desaparecer? No necesariamente. La pensadora Martine
Rothblatt propone un sistema de género cromático que diferenciaría entre
cientos de tipos de personalidad. Sugiere tres dimensiones —agresión,
maternalidad y erotismo— con siete niveles cada una, cuyas permutaciones
dan 343 (7×7×7) variantes de género. Una persona de género malva, por
ejemplo, sería «una persona poco maternal con una buena cantidad de
erotismo pero no demasiada agresividad».[76] Para algunos, el sistema de
Rothblatt es estúpido o innecesariamente complicado. Pero lo que plantea es
importante, y comienza a sugerir posibles maneras de criar niños
intersexuales en una cultura que reconoce la variación de géneros.
¿Acaso es tan irrazonable pedir que nos centremos más en la variabilidad
y prestemos menos atención a la conformidad de género? El problema con el
género, en su concepción actual, es la violencia —metafórica y real— que
ejercemos al generalizar. Ningún varón ni mujer se ajusta al estereotipo

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genérico universal. «Sería más útil» escribe la socióloga Judith Lorber,
«agrupar pautas de comportamiento y sólo después buscar marcas
identificadoras de la gente que es probable que se comporte de cierta
manera».[77]
Si europeos y norteamericanos nos pasáramos a un sistema de sexo y
género de múltiples roles (como en cierta medida estamos haciendo), no
seríamos pioneros culturales. Varias culturas amerindias, por ejemplo, definen
un tercer género, que puede incluir gente que etiquetaríamos como
homosexual, transexual o intersexual, pero también gente que etiquetaríamos
como varón o mujer.[78] Los antropólogos han descrito otros grupos, como los
hijaras de la India, integrados por individuos que en Occidente etiquetaríamos
como intersexos, transexuales, afeminados y eunucos. Como ocurre con las
categorías amerindias, los hijaras varían en cuanto a origen y características.
[79] Los antropólogos discrepan sobre la interpretación de los sistemas de

género amerindios. Lo que importa, sin embargo, es que la existencia de otros


sistemas sugiere que el nuestro no es inevitable.
No pretendo idealizar otras culturas. Un sistema de género distinto del
nuestro no es garantía de igualdad social. Entre los sambia, una etnia de las
montañas de Papúa Nueva Guinea, y en unos cuantos pueblos de la República
Dominicana se da una frecuencia relativamente elevada de una mutación
genética causante de una deficiencia en la enzima 5-α-reductasa.[80] Los niños
XY con esta deficiencia nacen con un pene diminuto, testículos no
descendidos y un escroto dividido. A menudo se les toma por niñas o
intersexos ambiguos. En la adolescencia, sin embargo, la testaste rana
producida de manera natural hace que el pene crezca, los testículos
desciendan, los labios vulvares se fusionen en un escroto y el cuerpo se
vuelva velludo y musculoso.[81]
Y tanto en Nueva Guinea como en la República Dominicana, los niños
con este síndrome (que en Estados Unidos suelen ser operados sin demora)
son reconocidos como un tercer sexo.[82] Los dominicanos lo llaman
guevedoche, o «pene a los doce», mientras que los sambia lo llaman kwolu-
aatmwol, lo que sugiere la transformación de una persona «en un ente
masculino».[83] En ambas culturas, los niños con esta deficiencia
experimentan una socialización sexual ambivalente. Y en la edad adulta se
autoidentifican como varones en su gran mayoría (pero no necesariamente
con completo éxito). El antropólogo Gil Herdt escribe que, en la pubertad, «la
transformación puede ser de fémina (posiblemente con una crianza ambigua)

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a un tercer sexo aspirante a varón que, en ciertos escenarios sociales, se
clasifica entre los varones adultos».[84]
Aunque estas culturas saben que a veces nacen niños de un tercer tipo,
sólo reconocen dos roles sexuales. Herdt argumenta que la intensa preferencia
en estas culturas por la masculinidad, junto con la posición de libertad y poder
de los varones, pueden explicar fácilmente por qué tanto los kwolu-aatmwol
como los guevedoche optan casi siempre por el rol masculino aunque se les
haya criado como niñas. Si bien la obra de Herdt nos proporciona una
perspectiva que trasciende nuestro propio marco cultural, sólo estudios
ulteriores aclararán cómo se desenvuelven los miembros de un tercer sexo en
las culturas que reconocen tres categorías corporales pero ofrecen un sistema
de sólo dos géneros.

Hacia el fin de la tiranía de los géneros

El reconocimiento de una tercera categoría no asegura un sistema de género


flexible. Dicha flexibilidad requiere una lucha política y social. Al discutir mi
propuesta de los «cinco sexos», Suzanne Kessler plantea este punto con gran
efecto:

La limitación de la propuesta de Fausto-Sterling es que la legitimación de otras contexturas


genitales… sigue otorgando a los genitales una significación primaria e ignora el hecho de que
en el mundo cotidiano las atribuciones de género se hacen sin acceso a la inspección genital…
Lo que tiene primada en la vida diaria es el género que se ejerce, con independencia de la
configuración de la carne bajo el vestido.

Kessler argumenta que para los intersexuales y sus defensores sería mejor
apartar la vista de los genitales y dejar de reivindicar una identidad sexual
separada. En vez de eso, sugiere, debería admitirse una mayor variedad de
varones y mujeres. Algunas mujeres tendrían clítoris grandes o labios
fusionados, mientras que algunos varones tendrían «penes diminutos o
escrotos deformes, fenotipos sin ningún significado clínico o de identidad».
[85] Pienso que Kessler tiene razón, y por eso ya no abogo por el uso de

categorías discretas como herm, serm o serf, ni siquiera en broma.


La persona intersexual o transexual que presenta un género social (lo que
Kessler llama «genitales culturales») no concordante con sus genitales físicos
a menudo se juega la vida. En un juicio reciente, una madre demandó a unos
paramédicos por el fallecimiento de su hijo travestido, a quien se negaron a
seguir tratando tras descubrir sus genitales masculinos. El tribunal les

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condenó a pagar casi tres millones de dólares a la demandante. Aunque es
esperanzador que un tribunal encontrara inaceptable semejante conducta, el
caso resalta el alto riesgo que entraña la transgresión del género.[86] Los
«guerreros transgenéricos», como los llama Leslie Feinberg, continuarán en
riesgo hasta que logremos trasladarlos al lado «aceptable» de la línea
imaginaria que separa el género «normal, natural, sacrosanto», de lo
«anormal, antinatural, enfermizo [y] pecaminoso».[87]
Una persona con ovarios, mamas y vagina, pero cuyos «genitales
culturales» son masculinos también tiene problemas. Al solicitar un carné de
conducir o pasaporte, por ejemplo, uno debe marcar la casilla «V» o «M».
Supongamos que esa persona marca la «M» de mujer y luego muestra el carné
para identificarse. El asesinato en 1998 del homosexual Matthew Shepherd en
Wyoming ilustra los posibles peligros. Una mujer de apariencia masculina
corre peligro de ser atacada si no «pasa» como varón. También puede
encontrarse en un aprieto legal si la policía le pide la documentación por una
infracción de tráfico o control de pasaporte, porque las autoridades la podrían
acusar de enmascaramiento de identidad con algún móvil ilegal. En los años
cincuenta, cuando la policía hacía redadas en los bares de lesbianas, se exigía
que las mujeres vistieran un mínimo de tres prendas femeninas para evitar el
arresto.[88] Como señala Feinberg, no hemos avanzado mucho desde entonces.
Dada la discriminación y violencia de que son objeto aquellos cuyos
genitales culturales y físicos no concuerdan, la transición a un utópico
régimen multigenérico requiere protección legal. Sería de ayuda eliminar la
categoría «sexo» de los pasaportes, permisos y demás. La activista transexual
Leslie Feinberg escribe: «Las categorías sexuales deberían eliminarse de
todos los documentos identificativos básicos, desde el carné de conducir hasta
el pasaporte; y puesto que el derecho de cada persona a definir su propio sexo
es tan básico, también debería eliminarse de las partidas de nacimiento».[89]
De hecho, ¿por qué son necesarios los genitales físicos para la identificación?
Seguramente serían más útiles otros atributos más visibles (como la estatura,
la complexión o el color de ojos) y menos visibles (huellas digitales y perfiles
de ADN).
Los activistas transgenéricos han redactado una «declaración internacional
de los derechos genéricos» que incluye, entre otros diez, «el derecho a definir
la identidad de género, el derecho a controlar y cambiar el propio cuerpo, el
derecho a la expresión sexual y el derecho a entablar compromisos amorosos
y contratos matrimoniales».[90] Las bases legales de tales derechos se están
forjando en los tribunales mientras escribo, a través de la jurisprudencia

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establecida respecto de la discriminación sexual y los derechos de los
homosexuales.[91]
Como hemos visto, la intersexualidad ha estado desde hace tiempo en el
centro de los debates sobre las conexiones entre sexo, género y su estatuto
social y legal. Hace unos años, la historiadora Mary Beth Norton, de la
Universidad de Cornell, me envió las transcripciones de las actas del Tribunal
General de la Colonia de Virginia. En 1629, un tal Thomas Hall se presentó
en el juzgado declarando ser varón y mujer a la vez. Puesto que los tribunales
civiles esperaban que la vestimenta se ajustara al sexo de cada cual, el
inspector decidió que Thomas era una mujer y le ordenó vestir ropas
femeninas. Más tarde, un segundo inspector anuló la primera sentencia,
declarando que Hall era un varón y, por lo tanto, debía vestir como tal. De
hecho, Thomas Hall había sido bautizado como Thomasine y había llevado
ropas femeninas hasta los veintidós años, cuando se enroló en el ejército,
Después volvió a vestirse de mujer para ganarse la vida confeccionando
encajes. Las únicas referencias a la anatomía de Hall dicen que tenía una parte
masculina tan grande como la punta de su dedo meñique, que no hacía uso de
ella y que —como decía la propia Thomasine— tenía «un pedazo de
agujero». Finalmente, el Tribunal de Virginia aceptó la dualidad de género de
Thomas(ine) y sentenció que «se publicará que el llamado Hall es un hombre
y una mujer, que todos los habitantes de los alrededores pueden tomar nota de
ello, y que irá vestido de hombre, salvo la cabeza, que irá tocada con una
cofia provista de visera».[92]
El estatuto legal de los intersexuales operados sigue siendo incierto.[93] A
lo largo de los años, los derechos de sucesión real, el tratamiento diferencial
de la seguridad social o las pólizas de seguros, las leyes laborales y las
restricciones de voto habrían tenido que revisarse al declarar a un intersexo
legalmente varón o mujer. Aunque estas cuestiones ya no preocupan tanto, el
Estado sigue estando muy interesado en reglar el matrimonio y la familia.
Considérese el caso de un australiano de genotipo XX nacido con un ovario y
trompa de Falopio en el lado derecho, un pequeño pene y un testículo en el
lado izquierdo. Criado como varón, en la edad adulta pasó por el quirófano
para masculinizar su pene y desprenderse de sus mamas. Los médicos
encargados de su caso acordaron que debía seguir siendo varón, porque ésta
era su orientación psicosexual. Más tarde se casó, pero los tribunales
australianos anularon la unión. La sentencia decía que, en un sistema legal
que requiere que una persona Sea una cosa u otra a efectos de matrimonio, él

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no podía ser ni varón ni mujer (de ahí la necesidad de incluir el derecho a
contraer matrimonio en la declaración de derechos genéricos).[94]
Los debates sobre la intersexualidad son inextricables de la controversia
sobre la homosexualidad. No podemos considerar los retos que plantea la
primera a nuestro sistema de género sin considerar el desafío paralelo
planteado por la otra. Al considerar el posible matrimonio de un intersexual, a
menudo las normas legales y médicas se centran en la cuestión del
matrimonio homosexual. En el caso Corbett v. Corbett 1970, April Ashley, un
transexual británico se casó con un tal Mr. Corbett, que luego pidió la
anulación del matrimonio porque April era en realidad un hombre, April
argumentó que era una mujer a efectos sociales y, por ende, apta para el
matrimonio. Sin embargo, el juez sentenció que la operación era un artefacto
impuesto a un cuerpo claramente masculino. April no sólo había nacido
varón, sino que los cirujanos no le habían construido una vagina lo bastante
grande para permitir la penetración. Además, el acto sexual era «la institución
sobre la que se construye la familia, en la que la capacidad para la
cohabitación heterosexual natural es un elemento esencial». «El matrimonio»,
continuaba el juez, «es una relación que depende del sexo y no del género».
[95]
Una sentencia británica anterior había anulado el matrimonio entre un
hombre y una mujer nacida sin vagina. El marido declaró que no podía
introducir su pene más de cinco centímetros en la vagina artificial de su
esposa. Incluso adujo que no era el canal biológico que se le debía como
marido. El juez estuvo de acuerdo, remitiéndose a un caso muy anterior en el
que un colega había sentenciado: «Soy de la opinión de que ningún hombre
debería reducirse a este estado de conexión cuasinatural».[96]
Ambos jueces británicos declararon ilegal el matrimonio sin posibilidad
de acoplamiento pene-vagina; uno incluso añadió el criterio de que cinco
centímetros no constituían una penetración. En otros países (incluidos los
diversos estados norteamericanos que prohíben el contacto anal y oral o
restringen esta prohibición a los encuentros homosexuales)[97] ciertos tipos de
encuentro sexual pueden ser constitutivos de delito. Similarmente, un médico
holandés discutió varios casos de intersexuales XX criados como varones que
se habían casado con mujeres. Al definirlos como hembras biológicas
(basándose en su genotipo y sus ovarios) el médico planteó un debate sobre la
legalidad de tales matrimonios. ¿Deberían disolverse «a pesar de que sean
matrimonios felices»? ¿Deberían tener «reconocimiento legal y
eclesiástico?».[98]

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Si los genitales culturales contaran más que los genitales físicos, muchos
de los dilemas descritos serían fáciles de resolver. Desde mediados de los
sesenta el Comité Olímpico Internacional ha obligado a todas las atletas a
pasar un test cromosómico o de ADN, aunque algunos científicos abogan por
la eliminación del control de sexo.[99] A la hora de decidir quién puede
competir en el salto de altura femenino o si deberíamos consignar el sexo en
la partida de nacimiento de un bebé, el juicio se deriva primariamente de
convenciones sociales. Legalmente, el interés del Estado en mantener un
sistema de dos géneros se centra en las cuestiones del matrimonio, la
estructura familiar y las prácticas sexuales. Pero se avecina un tiempo en el
que incluso estas preocupaciones estatales nos parecerán arcanas.[100] Las
leyes que regulan el comportamiento sexual consensuado entre adultos tienen
orígenes religiosos y morales. Al menos en Estados Unidos, se supone que
Iglesia y Estado están completamente separados. A medida que nuestro
sistema legal se vaya secularizando cada vez más (como creo que ocurrirá),
parece sólo cuestión de tiempo hasta que las leyes que dictan la conducta de
alcoba consensuada se consideren inconstitucionales.[101] Cuando eso ocurra,
las últimas barreras legales para la emergencia de una amplia variedad de
expresión genérica desaparecerán.
El tribunal de la colonia de Virginia obligó a Thomas/Thomasine a
señalizar sus genitales físicos mediante un conjunto dual de genitales
culturales. Ahora, como entonces, los genitales físicos constituyen una base
muy pobre para decidir sobre los derechos y privilegios de los ciudadanos. No
sólo son confusos, sino que ni siquiera son públicamente visibles. Es el
género social el que vemos e interpretamos. En el futuro, el anuncio de que un
recién nacido es «niño» o «niña» quizá permita a los nuevos padres imaginar
un abanico expandido de posibilidades para su bebé, especialmente si es de
los pocos niños con genitales inusuales. Quizá llegaremos a considerarlos
especialmente bendecidos o afortunados. No es tan descabellado pensar que
algunos puedan convertirse en las parejas más deseables, capaces de
proporcionar placer sexual de una variedad de maneras. Por ejemplo, un
estudio de varones con penes inusualmente pequeños encontró que «se
caracterizan por una actitud experimentadora en cuanto a posturas y
métodos». Muchos de estos hombres atribuían «la satisfacción sexual de la
pareja y la estabilidad de sus relaciones a su necesidad de hacer un esfuerzo
extra, incluyendo técnicas distintas de la penetración».[102]
Mi visión es utópica, pero creo que es una posibilidad. Todos los
elementos para hacerla realidad ya existen, al menos en forma embrionaria.

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Las reformas legales necesarias están a tiro, impulsadas por los grupos de
presión genéricos: organizaciones políticas que trabajan por los derechos de
las mujeres, los derechos de los homosexuales y los derechos de los
transexuales. La práctica médica ha comenzado a ceder a la presión de los
pacientes intersexuales y sus defensores. La discusión pública sobre el género
y la homosexualidad mantiene una tendencia general a una mayor tolerancia
hacia la ambigüedad y la multiplicidad de géneros. El camino estará lleno de
baches, pero la posibilidad de un futuro más diverso y equitativo es nuestra si
decidimos hacerla real.

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5

El cerebro sexuado: De cómo los biólogos


establecen diferencias

El colosal calloso

Supongamos que la visión utópica que acabo de describir en el capítulo


anterior se convierte en una realidad. ¿Desaparecerían todas las diferencias de
género? ¿Se asignarían las ocupaciones, los ingresos, las jerarquías y los roles
sociales exclusivamente sobre la base de las aptitudes físicas e intelectuales y
las inclinaciones individuales? Puede. Pero algunos dirían que, con
independencia de lo mucho que abramos la puerta, seguiría habiendo
diferencias ineluctables entre grupos. Los científicos, argumentarían esos
fatalistas, han demostrado que, además de nuestros genitales, diferencias
anatómicas clave entre los cerebros masculino y femenino convierten el
género en un importante marcador de capacidades. Para reforzar su postura
podrían citar la afirmación, ampliamente divulgada, de que el cuerpo calloso
(el haz de fibras nerviosas que conecta los hemisferios cerebrales izquierdo y
derecho) de los cerebros femeninos es más grande o bulboso que el de los
masculinos. Yeso, exclamarían, limitará para siempre el punto hasta el que la
mayoría de mujeres puede llegar a convertirse en matemáticas, ingenieras y
científicas altamente cualificadas. Peto no todo el mundo cree en la realidad
de esta diferencia cerebral ligada al sexo.
La anatomía externa parece un asunto simple. ¿Tiene cinco dedos la mano
del bebé, o seis? Se cuentan y ya está. ¿Tiene pene o vagina? Se mira y ya
está. ¿Quién puede estar en desacuerdo acerca de las partes corporales? Los
científicos recurren a la retórica de la visibilidad para hablar de las diferencias
cerebrales ligadas al sexo, pero pasar de las estructuras externas fáciles de
examinar a la anatomía interna es problemático. Las relaciones entre género,
función cerebral y anatomía son difíciles tanto de interpretar como de ver; por
eso los científicos Se afanan tanto en convencer a sus colegas y al público en

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general de que las diferencias entre las anatomías cerebrales masculina y
femenina son visibles y significativas.[1] Algunas de estas afirmaciones
provocan batallas que pueden durar cientos de años.[2] A la hora de
comprender cómo y por qué pueden prolongarse tanto estos debates, continúo
insistiendo en que los científicos no se limitan a interpretar la naturaleza para
descubrir verdades aplicables al mundo social, sino que se valen de verdades
extraídas de nuestras relaciones sociales para estructurar, leer e interpretar la
naturaleza.[3]
Las «soluciones» médicas a la intersexualidad concebidas como
innovaciones científicas, desde nuevos métodos de clasificación hasta nuevas
técnicas de microscopía, han interaccionado con la preconcepción de que no
hay más que dos géneros. La unanimidad científica ha reinado en parte
porque las convicciones sociales sobre lo masculino y lo femenino no estaban
en disputa. Pero cuando la escena social se convierte en un campo de batalla,
a los científicos les cuesta llegar a un consenso. En este capítulo expondré
cómo emplean los científicos sus armas para debatir sobre la masculinidad y
la feminidad al pasar de las diferencias externas a las internas. ¿Para qué
profesiones están más dotados los cerebros «masculinos» o «femeninos»?
¿Habría que esforzarse especialmente en animar a las mujeres a estudiar
ingeniería? ¿Es «natural» que los niños tengan más problemas para aprender a
leer que las niñas? ¿Están más dotados los gays para profesiones femeninas
como la peluquería o la floristería porque tienen un cuerpo calloso más
femenino? Estas cuestiones sociales entrelazadas alimentan el debate sobre la
anatomía del cuerpo calloso.[4]
El verano de 1992 fue intenso. No había atta cosa que hacer más que
sentarse a examinar nuestro cuerpo calloso colectivo. O así parecía. ¿Qué otra
cosa puede explicar la súbita oleada de artículos sobre este grueso haz de
fibras nerviosas? Las revistas Newsweek y Time iniciaron la tendencia con la
publicación de artículos sobre las diferencias de género y el cerebro.[5] Las
mujeres, como informaba una ilustración de Time a sus lectores, tenían
cuerpos callosos mayores que los de los hombres. Esta diferencia, sugería la
leyenda de otra llamativa ilustración, podría proporcionar «la base de la
intuición femenina». El texto del artículo concede que no todos los
neurobiólogos creen en esta presunta diferencia cerebral. Merne Black, en un
artículo para Elle, fue menos cauta: el que las mujeres tengan cuerpos callosos
mayores podría explicar por qué «las chicas son menos propensas que los
chicos a decantarse por campos como la física y la ingeniería».[6]

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Otros se subieron al carro. Un artículo del Boston Globe sobre las
diferencias de género y el cuerpo calloso citaba a la doctora Edith Kaplan,
psiquiatra y neuróloga: «Los cerebros de hombres y mujeres son
anatómicamente diferentes, y el de las mujeres tiene un cuerpo calloso más
grueso… En virtud de estas interconexiones», sugería, las mujeres tienen más
aptitud verbal y los varones más aptitud visuo-espacial.[7] Para no quedarse
atrás, Nicholas Wade, el editor científico del New York Times, escribió que la
investigación concluyente que había revelado las diferencias sexuales en el
cuerpo calloso desacreditaba «algunas ideologías feministas» que «afirman
que todas las mentes están creadas iguales y las mujeres deberían ser igual de
competentes en matemáticas si no fuera porque se desmoralizan en la
escuela».[8] (¡Vaya!).
La campaña no se detuvo en la cuestión de si el cerebro de las mujeres las
hacía ineptas para las carreras científicas. Los medios de comunicación
parecían dispuestos a creer que todas las diferencias fisiológicas y sociales
podían derivarse en última instancia de diferencias en la forma de una parte
del cerebro. Sigamos la lógica de un artículo de portada de 1995 de la revista
Newsweek, titulado «Por qué hombres y mujeres piensan de manera
diferente», donde se sugería que las diferencias en el cuerpo calloso podrían
explicar por qué las mujeres piensan holísticamente (lo que se da por cierto),
mientras que el hemisferio cerebral derecho de un varón no sabe lo que hace
el izquierdo (lo que también se da por cierto). «Las mujeres tienen más
intuición», afirma el autor, «quizá porque están en contacto simultáneamente
con la racionalidad del cerebro izquierdo y las emociones del derecho».[9]
Para sustentar esta teoría el artículo cita estudios que indicaban que las niñas
con hiperplasia adrenocortical congénita eran más masculinas que las otras
tanto en sus juegos como en sus aptitudes cognitivas, y sugiere (en una
llamativa muestra de razonamiento circular) que tales estudios podrían indicar
que las hormonas sexuales son responsables de las diferencias en el tamaño
del cuerpo calloso.[10]
Como si esta argumentación no fuera lo bastante inverosímil, algunos
llevaron el determinismo del cuerpo calloso aún más lejos. En 1992, por
ejemplo, la psicóloga Sandra Witelson añadió una especia diferente al guiso,
con un artículo en el que argumentaba que, así como varones y mujeres
difieren en sus aptitudes cognitivas y en la estructura de sus cuerpos callosos,
lo mismo vale para gays y heterosexuales. (Como suele ocurrir, de las
lesbianas no se habla). «Es como si, en algunos aspectos cognitivos, [los
homosexuales] fueran un tercer sexo neurológico», escribe Witelson, y añade

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que las diferencias cerebrales pueden contribuir a explicar «la aparentemente
mayor prevalencia y competencia de los homosexuales en comparación con
los heterosexuales en algunas profesiones».[11] Witelson no especificó a qué
profesiones se refería, pero al argumentar que la forma del cuerpo calloso
contribuye a determinar la dominancia izquierda-derecha, la identidad de
género, las pautas cognitivas y la preferencia sexual, de hecho estaba
sugiriendo que esta área cerebral interviene en la regulación de casi todos los
aspectos del comportamiento humano.[12]
Estos artículos de periódicos y revistas nos muestran un cuerpo calloso
ajetreado, con las mangas remangadas y la frente sudorosa, afanándose en
proporcionar a los investigadores un único centro de control anatómico, un
origen físico para una serie de variaciones fisiológicas y sociales. ¿Por qué
tiene que trabajar tanto el cuerpo calloso? ¿Por qué no se limita a dejar que
los hechos hablen por sí mismos? En la primera década del siglo XIX, los
anatomistas, que hasta entonces siempre habían dibujado esqueletos
masculinos, se interesaron de pronto por la estructura Ósea femenina. Puesto
que el esqueleto se contemplaba como la estructura fundamental, la esencia
material del cuerpo, el hallazgo de diferencias sexuales dejaría claro que la
identidad sexual impregnaba «cada músculo, vena y órgano unido a y
moldeado por el esqueleto».[13] Pues bien, surgió una controversia. Un
anatomista (mejor dicho una, porque era mujer) dibujó féminas con cráneos
proporcionalmente menores que los masculinos, mientras que otro anatomista
pintó mujeres cuyos cráneos tenían un tamaño relativo mayor que los
masculinos. Al principio todo el mundo se decantó por la primera versión
pero, tras muchos tiras y aflojas, los especialistas de la época reconocieron la
exactitud de la segunda. Aun así, los científicos se agarraron al hecho de que
los cerebros femeninos eran menores en tamaño absoluto para afirmar que las
mujeres eran menos inteligentes.[14] Hoy preferimos el cerebro, y no el
esqueleto, como sede de las fuentes más fundamentales de la diferencia
sexual.[15] Pero, a pesar de los avances recientes de la investigación
neurológica, este órgano sigue siendo un gran desconocido, un medio perfecto
sobre el que proyectar, aun sin darnos cuenta, las asunciones sobre el género.
El debate contemporáneo sobre el cuerpo calloso comenzó en 1982,
cuando la prestigiosa revista Science publicó un breve artículo escrito por dos
antropólogos físicos, que enseguida ganó notoriedad cuando el presentador de
televisión Phil Donahue dijo erróneamente que los autores habían descrito
«un paquete extra de neuronas que faltaba en los cerebros masculinos».[16] El
artículo de Science reportaba que ciertas regiones del cuerpo calloso eran

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mayores en las mujeres que en los varones. Aunque admitían que sus
resultados no pasaban de preliminares (la muestra estudiada incluía nueve
varones y cinco mujeres), los autores los relacionaron atrevidamente con
«posibles diferencias de género en el grado de lateralización de las funciones
visuo-espaciales».[17] Traducción: algunos psicólogos (pero no todos)[18]
piensan que varones y mujeres emplean sus cerebros de manera diferente.
Presuntamente, los varones harían un uso casi exclusivo del hemisferio
izquierdo cuando procesan información visuo-espacial, mientras que las
mujeres usarían ambos hemisferios. En la jerga psicológica, los varones están
más lateralizados en lo que respecta a las tareas visuo-espaciales. Sobre esta
proposición se erige otra, también discutida: que la lateralización aumentada
implica mayor competencia. A menudo los varones ejecutan mejor tareas
espaciales estandarizadas, y muchos creen que esto también explica su mayor
competencia en matemáticas y ciencias. Si se da por buena esta historia y se
añade la creencia de que las diferencias funcionales postuladas son innatas
(derivadas, por ejemplo, de diferencias anatómicas quizás inducidas por
hormonas durante el desarrollo fetal), entonces se puede argumentar que no
tiene sentido una política social que promueva la representación equitativa de
varones y mujeres en campos como la ingeniería y la física. Después de todo,
no puede sacarse sangre de una piedra, por mucho que se exprima.
El psicólogo Julian Stanley, responsable de un programa nacional para
jóvenes con talento matemático, ha informado de que los chicos de doce años
obtienen mejores notas en los exámenes de física que las chicas. Para Stanley,
este resultado implica que «se encontrarán pocas mujeres con un
razonamiento mecánico tan bueno como el de la mayoría de varones. Esto
podría constituir una seria desventaja en campos como la ingeniería eléctrica
y la mecánica… Estas discrepancias harían… desaconsejable afirmar que
debería haber tantos ingenieros eléctricos como ingenieras». Y continúa: «No
tiene sentido suponer que la paridad es una meta factible hasta que
encontremos maneras de incrementar dichas capacidades entre las mujeres».
[19] Mientras tanto, Camilla Benbow, colega de Stanley, sugiere con unas

pruebas ínfimas[20] que las diferencias sexuales en la aptitud matemática


podrían emanar, al menos en parte, de diferencias innatas en la lateralización
cerebral.[21]
Vemos aquí el empleo del cuerpo calloso como parre de lo que Donna
Haraway ha llamado «el cuerpo tecnocientífico». Es un nudo desde el cual
emanan «hebras pegajosas» que atraviesan nuestro mundo de géneros,
atrapando piezas de información como moscas en un papel adhesivo.[22] Los

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relatos del cuerpo calloso adquieren dimensiones colosales, conectando la
baja representación de las mujeres en la ciencia con las hormonas, las pautas
cognitivas, la educación de niños y niñas,[23] la homosexualidad, la
dominancia izquierda-derecha y la intuición femenina.[24] Las hebras
pegajosas no se limitan a los relatos de género, sino que se embadurnan
también de historias sobre la raza y la nacionalidad. En los siglos XIX y
principios del XX, el cuerpo calloso estuvo también implicado en la cuestión
racial. En este comienzo del siglo XXI, los estilos de pensamiento (que
muchos creen mediados indirectamente por el cuerpo calloso)[25] están a
menudo racializados. En vez de que los «negros» tengan cuerpos callosos
menores que los de los caucásicos.[26] ahora oímos que los amerindios o
asiáticos (del color que sea) piensan más holísticamente que los europeos. En
las discusiones acerca del cuerpo calloso y su papel en la conexión de los
hemisferios izquierdo y derecho abundan los dualismos resbaladizos (tabla
5.1) sobre los cuales nos previno Val Plumwood (véase el capítulo 1). No es
fácil cargar todo ese peso sobre el cuerpo calloso, y éste es el meollo del
presente capítulo. ¿Cómo se ha convertido el cuerpo calloso en objeto de
conocimiento científico? Dado el carácter recalcitrante de este objeto
tecnocientífico, ¿cuáles son las armas desplegadas por los científicos para
hacer que el cuerpo calloso asuma la carga del género?

La domesticación del cuerpo calloso

La mayoría de afirmaciones sobre la función del cuerpo calloso se basan en


estimaciones de su tamaño y forma. ¿Pero cómo pueden los científicos
efectuar mediciones precisas de una estructura tan compleja e irregular como
el cuerpo calloso? Visto por encima, parece un relieve topográfico (figura
5.1). Hay un par de crestas que discurren paralelas y luego divergen hacia el
sur. Flanqueando las cretas hay mesetas laterales, y un vasto valle entre las
crestas. Estrías transversales recorren todo el territorio. Estas estrías, que
representan millones de fibras nerviosas, constituyen el cuerpo calloso.[27]
Como sugieren las crestas y valles, estas fibras no discurren por un plano
bidimensional, sino que suben y bajan. Además, como indican los bordes del
relieve, las fibras no están separadas de otras partes del cerebro, sino que se
conectan y entrelazan con ellas. Como escriben un par de investigadores: «La
forma del cuerpo calloso recuerda mucho a un pájaro con una formación alar
complicada. Además, estas alas se confunden con las regiones de materia

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blanca ascendentes… lo que hace que la porción lateral del cuerpo calloso sea
esencialmente imposible de definir con certidumbre».[28]

TABLA 5.1: Dicotomías relativas a los hemisferios cerebrales


de los siglos diecinueve y veinte[a]

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SIGLO XIX SIGLO XX

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IZQUIERDO DERECHO IZQUIERDO DERECHO
Anterior Posterior Verbal Visuo-espacial/no verbal
Humanidad Animalidad Temporal Simultáneo
Actividad motora Actividad sensorial Digital Analógico
Inteligencia Emoción/sensibilidad Racional Intuitivo
Superioridad blanca Inferioridad no blanca Pensamiento Pensamiento
Razón Locura Abstracto Concreto
Masculino Femenino Femenino Masculino
Objetivo Subjetivo Objetivo Subjetivo
Yo de vigilia Yo subliminal Realista Impulsivo
Vida de relaciones Vida orgánica Intelectual Sensual

También podríamos imaginar el cuerpo calloso como un haz de cables


telefónicos transatlánticos. En medio del Atlántico (el valle central, que
conecta los hemisferios cerebrales izquierdo y derecho) los cables están
densamente empaquetados, y a veces los paquetes de cables se levantan
formando crestas; pero a medida que los cables se dispersan por las casas y
oficinas de Norteamérica y Europa, pierden su forma distintiva. Paquetes
menores de cables se desvían hacia Escandinavia o los Países Bajos por el
norte, y la Península Ibérica o Italia por el sur. Éstos se reparten a su vez entre
ciudades separadas y, en última instancia, conexiones telefónicas particulares.
En estas conexiones finales el cuerpo callosa pierde su definición estructural,
integrándose en la arquitectura cerebral misma.
El cuerpo calloso «real», por lo tanto, es una estructura difícil de separar
del resto del cerebro, y lo bastante compleja e irregular en sus tres
dimensiones para ser imposible de delimitar. Así pues, el neurólogo que
quiera estudiar el cuerpo calloso, primero tiene que domesticarlo, convertirlo
en un objeto de laboratorio discreto, tratable y observable. Este reto no es
nada nuevo, Pasteur tuvo que llevar sus microbios al laboratorio para poder
estudiarlos.[29] Morgan tuvo que domesticar la mosca del vinagre antes de
crear la genética mendeliana moderna.[30] Pero es viral recordar que este
proceso altera de manera fundamental el objeto de estudio. Esta alteración no
necesariamente invalida la investigación. Pero los procedimientos de los
investigadores para acceder a su objeto de estudio (a menudo ignorados en la
divulgación popular de los estudios científicos) revelan mucho sobre las
asunciones subyacentes.[31]

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FIGURA 5.1: Una representación tridimensional del cuerpo calloso entero, separado limpiamente del
resto del cerebro. (Fuente: Alyce Santoro, para la autora).

Los científicos comenzaron a domesticar el cuerpo calloso a finales del


siglo XIX y principios del XX. En aquel momento se depositaron grandes
esperanzas en emplearlo para comprender las diferencias raciales (con un
poco de género añadido). En 1906, Robert Bennet Bean, que trabajaba en el
laboratorio anatómico de la Universidad Johns Hopkins, publicó un artículo
titulado «Algunas peculiaridades raciales del cerebro negroide».[32] Los
métodos de Bean parecían inatacables. Dividió primorosamente el cuerpo
calloso en subsecciones, prestó una minuciosa atención a la preparación de
especímenes, presentó gran número de trazados del cuerpo calloso,[33] hizo un
amplio uso de cuadros y tablas, y reunió una numerosa muestra (103 negros y

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49 caucásicos norteamericanos). Tan útiles fueron sus resultados que algunos
de los participantes en el debate actual no sólo se refieren a su obra, sino que
han reanalizado sus datos.[34] De hecho, aparte de algunas florituras
modernistas (como el uso de una estadística y una informática sofisticadas),
los procedimientos para determinar el tamaño y la forma del cuerpo calloso
en cadáveres no han cambiado durante los cien años desde la publicación del
informe de Bean. No pretendo meter a los científicos modernos en el mismo
saco de una investigación que hoy la mayoría considera racista. Lo que digo
es que, una vez liberado del cuerpo y domesticado para la observación de
laboratorio, el cuerpo calloso puede servir a diferentes amos. En un periodo
de inquietud por las diferencias raciales, se pensó por un tiempo que el cuerpo
calloso era la clave de dichas diferencias. Ahora, la misma estructura se ha
puesto al servicio del género.[35]
Las medidas iniciales de Bean confirmaban estudios anteriores que
pretendidamente mostraban que los negros tenían lóbulos frontales menores,
pero lóbulos parietales mayores, que los caucásicos. Además, Bean encontró
que los negros tenían el lóbulo frontal izquierdo mayor que el derecho, y el
lóbulo parietal izquierdo menor que el derecho, mientras que en los
caucásicos esta asimetría derecha/izquierda se invertía. Para Bean, estas
diferencias eran completamente consistentes con el conocimiento sobre las
diferencias raciales. Que la porción posterior del cerebro de los negros fuera
grande y la anterior pequeña parecía explicar la certeza autoevidente de que
los negros tenían «un potencial y un gusto artísticos subdesarrollados… una
inestabilidad de carácter que se traduce en una carencia de autocontrol,
especialmente en conexión con la relación sexual». Por supuesto, esto
contrastaba con los caucásicos, que eran claramente «dominantes… y dotados
primariamente de determinación, voluntad, autocontrol, autogobierno… y un
elevado desarrollo de las facultades éticas y estéticas». Bean continúa: «Uno
es subjetivo, el otro objetivo; uno es frontal, el otro occipital o parietal; uno es
un gran razonador, el otro emocional; uno es dominador, pero con gran
autocontrol, mientras que el otro es sumiso, pero violento y sin autocontrol».
[36] También halló que los extremos anterior (genu, o rodilla) y posterior

(esplenio) del cuerpo calloso eran mayores en los varones que en las mujeres.
Pero su interés primario era la raza. Razonó que las porciones medias (el
cuerpo y el istmo) contenían fibras responsables de la actividad motora, que
creía más similares entre las razas que otras regiones cerebrales.[37] Y, en
efecto, halló que las diferencias raciales más marcadas se situaban fuera de las
áreas motoras. Las convicciones que prevalecen sobre las razas llevaron a

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Bean a esperar que el esplenio (que presumiblemente contenía fibras que
conectaban las partes posteriores de los hemisferios izquierdo y derecho,
áreas que se creían más responsables del gobierno de las funciones primitivas)
fuera mayor en los no blancos que en los blancos. Y las medidas lo
confirmaron. Similarmente, predijo que el genu, que conecta las partes
anteriores del cerebro, sería mayor en los caucásicos, una predicción que sus
números también confirmaron.[38]

Entonces, como ahora, estos trabajos estimularon tanto a la comunidad


científica como a la opinión pública. En 1909, Franklin P. Mall, presidente
del departamento de anatomía de la Universidad Johns Hopkins, cuestionó los
hallazgos de Bean.[39] Las objeciones de Mall tienen un retintín familiar: la
gran variación individual ahogaba las diferencias entre grupos. Las
diferencias no eran lo bastante marcadas para resultar perceptibles a primera
vista, y ni Bean ni los otros habían normalizado sus resultados teniendo en
cuenta las diferencias en el peso cerebral. Además, Mall pensaba que sus
propias medidas eran más precisas porque había empleado un instrumental
mejor, y había realizado sus estudios a ciegas para eliminar «mi propia

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ecuación personal».[40] Su conclusión fue que «en lo sucesivo, los argumentos
a favor de diferencias debidas a la raza, el sexo y el genio tendrán que basarse
en datos nuevos, tratados de manera realmente científica y no sobre la base de
afirmaciones más antiguas».[41] Mientras Mall atacaba a Bean en el ámbito
científico, éste y el antropólogo Franz Boas bailaban con los medios de
comunicación populares.[42] El contexto social puede cambiar, pero las armas
de la controversia científica pueden transferirse de una época a la siguiente.

Definición del cuerpo calloso

Los científicos no miden, dividen, sondean, escudriñan y discuten el cuerpo


calloso per se, sino más bien un corte central del mismo (figura 5.2). Se trata
de una representación bidimensional de una sección sagital del cuerpo
calloso.[43] Como esto es un poco largo, llamémoslo CC. (En adelante me
referiré a la estructura tridimensional, ese «pájaro con una formación alar
complicada», como CC 3-D). Estudiar la versión bidimensional del cuerpo
calloso tiene varias ventajas. La primera es que la disección es mucho más
fácil. En vez de invertir horas de penoso trabajo para disecar el córtex y otros
tejidos cerebrales conectados al CC 3-D, los investigadores pueden tomar un
cerebro entero, introducir el bisturí por el espacio que separa los hemisferios
izquierdo y derecho, y cortarlo por la mitad. (Es como cortar una nuez por la
mitad y luego medir la superficie del corte). La sección cerebral resultante
puede fotografiarse, y luego los investigadores pueden trazar un contorno de
la superficie del CC y medirla a mano o con la ayuda de un ordenador. En
segundo lugar, la sencillez de la preparación del tejido facilita la
estandarización del objeto, lo que asegura que distintos equipos de laboratorio
estén hablando de lo mismo cuando comparen sus resultados. En tercer lugar,
un objeto bidimensional es mucho más fácil de medir que uno tridimensional.
[44]

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FIGURA 5.2: La transformación de la estructura tridimensional del cuerpo calloso en una versión
bidimensional. (Fuente: Alyce Santoro, para la autora).

Pero esta técnica postmortem (PM) aún deja pendientes algunas


cuestiones metodológicas. Por ejemplo, para preparar los cerebros primero
hay que preservarlos, para lo cual se someten a un proceso llamado fijación.
Los distintos laboratorios recurren a distintos métodos de fijación, y todos
producen alguna contracción y deformación de la estructura. Así pues,
siempre hay algunas dudas sobre la relación entre la estructura viva y
funcional y el material muerto y preservado que se estudia en la práctica. (Por
ejemplo, una diferencia de tamaño entre dos grupos podría derivarse de una
diferencia en la cantidad de tejido conjuntivo presente, que además puede
tener una respuesta diferente a la fijación).[45]

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Aunque los investigadores discrepan sobre qué técnicas de obtención de
muestras cerebrales causan menos distorsión, raramente reconocen que sus
datos, basados en secciones bidimensionales, podrían no ser válidos para los
cerebros tridimensionales alojados en las cabezas de la gente. Esto puede
deberse en parte a que los investigadores están más interesados en los méritos
relativos de la técnica postmortem clásica y una técnica nueva: la imagen por
resonancia magnética (IRM). Algunos esperan que esta tecnología avanzada
posibilite una descripción unificada del cuerpo calloso.[46]

FIGURA 5.3: Imagen por resonancia magnética de una sección sagital de una cabeza humana. Son
claramente visibles las circunvoluciones del córtex cerebral y el cuerpo calloso. (Cortesía de Isabel
Gautier).

Las imágenes por resonancia magnética ofrecen dos ventajas principales.


La primera es que proceden de individuos vivos y sanos. La segunda es que
siempre hay más individuos vivos y sanos disponibles que cerebros

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procedentes de autopsias,[47] lo que permite tamaños de muestra mayores,
menos susceptibles de sesgo en factores potencialmente distorsionadores
como la edad o la dominancia derecha-izquierda. Pero no todo es jauja. Los
neurólogos Sandra Witelson y Charles Goldsmith han señalado que los
límites entre el CC y las estructuras adyacentes son más borrosos con la
técnica IRM que con la técnica PM. Además, los escáneres tienen una
resolución espacial más limitada, y los cortes ópticos suelen ser mucho más
gruesos que los cortes manuales de cerebros muertos.[48] Jeffrey Clarke y
colaboradores observan que «los contornos del cuerpo calloso eran menos
nítidos en las fotografías por IRM que en los cortes postmortem» y otros
mencionan dificultades a la hora de decidir cuál de las muchas secciones
ópticas era la verdadera sección sagital central.[49] Por último, los estudios
con la técnica IRM son difíciles de estandarizar respecto del peso o el
volumen cerebral, Así, puesto que tanto la técnica IRM como la PM
representan cienos rasgos cerebrales, los estudios del cerebro que aplican uno
ti otro procedimiento son interpretativos.

Domesticar midiendo

¿Es posible efectuar mediciones del CC con las que todos los científicos estén
de acuerdo? ¿Pueden emplearse estos datos para establecer diferencias entre
varones y mujeres o convenir en que no hay nada que encontrar? Parecería
que no. Me baso en una revisión de treinta y cuatro artículos científicos
escritos entre 1982 y 1997.[50] Los autores de estos estudios emplean las
últimas técnicas (medidas informatizadas, estadística compleja, IRM y
demás), pero siguen sin ponerse de acuerdo. En sus esfuerzos por convencerse
unos a otros (y al mundo exterior) de que el CC es o no relevante para las
cuestiones de género, estos científicos se esfuerzan en dar con unas técnicas,
unas mediciones y una aproximación lo bastante perfectas para hacer
incuestionables sus proposiciones.
Si se observa la tabla 5.3, se ve que casi nadie cree que haya diferencias
de tamaño absoluto en el cuerpo calloso entero. En vez de eso, los científicos
subdividen el CC bidimensional (véase la figura 5.4). Los investigadores
eligen distintos métodos de segmentación y construyen diferentes particiones.
La mayoría simboliza la naturaleza arbitraria de las subsecciones del CC
etiquetándolas con letras o números. Otros emplean nombres antiguos. Casi
todos, por ejemplo, definen el esplenio como el quinto de cinco segmentos del

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CC, pero unos pocos dividen el CC en seis[51] o siete[52] partes, y llaman
esplenio al segmento posterior. Cada partición del CC representa un intento
de domesticarlo, de hacer que genere medidas que los autores esperan que
sean lo bastante objetivas para ser replicables por otros. Las etiquetas
proporcionan valencias diferentes a los métodos. Al etiquetar las
subdivisiones con letras o números, algunos delatan la naturaleza arbitraria
del método. Otros les asignan términos anatómicos tradicionales, lo que da
una sensación de realidad, de que podría haber una subestructura visible del
CC (igual que los pistones dentro del motor de gasolina).

FIGURA 5.4: Una muestra de métodos empleados para subdividir el cuerpo calloso. (Fuente: Alyce
Santoro, para la autora).

Para poder extraer información sobre el funcionamiento del cerebro, los


científicos deben domesticar su objeto de estudio, y en la tabla 5.3 y la figura
5.4 puede apreciarse la variedad de enfoques aplicados a este fin. De hecho,
este aspecto de la diferenciación está tan implantado en la rutina cotidiana del
laboratorio que la mayoría de investigadores lo pierde de vista. Una vez
separados y nombrados, el esplenio, el istmo, los cuerpos medios, el genu y el
rostro se convierten en objetos biológicos, estructuras que se contemplan

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como reales, y no como las subdivisiones arbitrarias que son. Simplificar las
partes corporales para imponer algún orden conceptual sobre la formidable
complejidad del cuerpo vivo es el pan de cada día del científico de
laboratorio. Pero hay consecuencias. Cuando los neuroanatomistas
transforman un CC 3-D en un esplenio o genu, proporcionan «acceso público
a nuevas estructuras rescatadas de la oscuridad o el caos». El sociólogo
Michael Lynch describe tales creaciones como «objetos híbridos que son
demostrablemente matemáticos, naturales y literarios».[53] Son matemáticos
porque ahora aparecen en una forma mensurable.[54] Son naturales porque,
después de todo, derivan de un objeto natural (el CC 3-D). Pero el cuerpo
calloso, el esplenio, el genu, el istmo, el rostro y los cuerpos medios anterior y
posterior, tal como se representan en los artículos científicos, son ficciones
literarias.

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No hay nada inherentemente incorrecto en este proceso. La dificultad
surge cuando el objeto transformado —el híbrido tripartito de Lynch— acaba
confundiéndose con el original. Una vez un científico encuentra una
diferencia, intenta interpretar su significado. En el debate en curso, todas las
interpretaciones han procedido como si el objeto medido fuera el cuerpo
calloso. En vez de eso, la interpretación debería intentar revertir el proceso de
abstracción. Pero aquí surgen dificultades. Se sabe demasiado poco de la
anatomía detallada del cuerpo calloso intacto, de su estructura tridimensional,
para llevar a cabo dicha tarea. Se otorga así significado a una abstracción
ficticia,[55] y el espacio abierto a la manipulación se hace enorme.

Hay una medida en todas las cosas

Una vez convenidas todas las subdivisiones, los estudiosos del cuerpo calloso
pueden ponerse a trabajar. Ahora pueden hacer decenas de mediciones.
Del CC entero se obtienen medidas del área superficial, la longitud, la
anchura, y cualquiera de éstas divididas por el volumen o el peso cerebral.
Del CC subdividido se obtienen partes nominadas o numeradas: el quinto
anterior se convierte en el genu, el quinto posterior en el esplenio, y una
porción más estrecha en el centro se convierte en el istmo. Una vez los
investigadores han hecho del CC un objeto medible, ¿qué encuentran?
Los resultados resumidos en las tablas 5.3, 5.4 y 5.5 revelan lo siguiente:
con independencia de cómo esculpen la forma, sólo unos cuantos
investigadores encuentran diferencias absolutas entre los sexos en el área del
CC. Unos pocos señalan que varones y mujeres tienen cuerpos callosos de

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distinta conformación (de acuerdo con estos autores, las mujeres tendrían un
esplenio más bulboso), aunque esta diferencia no se traduzca en una
diferencia de tamaño (área o volumen). Los escasos estudios de fetos y niños
pequeños no evidenciaron diferencias apreciables, lo que sugiere que, si
existe una diferencia entre varones y mujeres adultos, aparece sólo con la
edad.[56] Finalmente, los informes de diferencias sexuales en la vejez son
contradictorios, lo que no permite llegar a una conclusión firme.[57]
Algunos investigadores han sugerido que, si hay una diferencia de género
en el CC, puede ser la opuesta de lo que los científicos han asumido en
general. Los varones tienen cerebros y cuerpos mayores que los femeninos. Si
resulta que ambos sexos tienen cuerpos callosos de tamaño similar, entonces,
puesto que las mujeres tienen cerebros menores, las mujeres tendrían cuerpos
callosos proporcionalmente mayores.[58] En esta línea, muchos investigadores
han comparado el tamaño relativo del cuerpo calloso entero o de partes del
mismo en varones y mujeres. La tabla 5.4 resume estas medidas relativas, y
las opiniones están divididas: cerca de la mitad dice haber encontrado una
diferencia, y la otra mitad dice que no.
Aunque la mayoría de investigadores interesados en buscar diferencias de
género se concentra en el esplenio (el extremo posterior más, o menos,
bulboso del cuerpo calloso), otros se han fijado en un segmento diferente del
CC llamado istmo (véase la figura 5.4). Mientras que los estudiosos del
esplenio han tendido a buscar sólo diferencias entre varones y mujeres, los
que examinan el istmo piensan que esta parte del cerebro está asociada a otras
características además del género, como la dominancia izquierda-derecha y la
orientación sexual. Algunos estiman que el área del istmo es menor en los
diestros que en los zurdos, pero que las mujeres no exhibirían esta diferencia.
[59] He resumido estos resultados en la tabla 5.5. Aquí tampoco hay mucho

consenso. Algunos ven una diferencia estructural asociada a la dominancia


izquierda-derecha en varones pero no en mujeres, otros no ven diferencia
alguna entre zurdos y diestros, y un artículo llega a afirmar que una de las
regiones del CC es mayor en las mujeres diestras que en las zurdas, pero al
revés en el caso de los varones.[60]
¿Qué hacen los científicos ante observaciones tan diversas? Un enfoque
aplica un método estadístico especial llamado metaanálisis, consistente en
recopilar datos de numerosos estudios con muestras pequeñas para crear una
muestra que se comporta matemáticamente como si fuera un único gran
estudio. Katherine Bishop y Douglas Wahlsten, dos psicólogos, han publicado
lo que parecen ser los resultados inequívocos de dicho metaanálisis. Su

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estudio de cuarenta y nueve conjuntos de datos distintos evidencia que los
varones tienen cuerpos callosos algo mayores que los femeninos (lo que
atribuyen a su mayor tamaño corporal), pero no confirma la existencia de
diferencias significativas en el tamaño absoluto o relativo ni en la forma del
CC entero, ni tampoco del esplenio. Bishop y Wahlsten recalculaban la
significación estadística de una diferencia absoluta en el área del esplenio
cada vez que sumaban un nuevo estudio a su base de datos. Cuando se tenían
sólo unos cuantos estudios con una muestra acumulada pequeña, los
resultados sugerían la existencia de una diferencia en el área del esplenio.
Pero, a medida que se acumulaban datos adicionales de estudios más recientes
en la literatura, la diferencia entre sexos disminuía. Para cuando se tuvieron
diez estudios publicados, la diferencia en el tamaño absoluto del esplenio
había desaparecido, y nadie ha conseguido resucitarla.[61]

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Pero los investigadores continúan debatiendo sobre la existencia de
diferencias relativas en la estructura del CC. Bishop y Wahlsten no
encentraron ninguna, pero Otro equipo que efectuó un segundo metaanálisis
encontró no sólo que los varones tienen cerebros y cuerpos callosos algo
mayores que las mujeres, sino que, en relación al tamaño cerebral total, las
mujeres tenían cuerpos callosos mayores. Sin embargo, este estudio no

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contaba con datos suficientes para confirmar la existencia de una diferencia
en el tamaño relativo del esplenio.[62]
Pero estos metaanálisis tropiezan con las mismas dificultades
metodológicas que los estudios individuales. ¿Hay alguna manera legítima de
establecer una diferencia relativa? ¿Por qué factor deberíamos dividir: peso o
volumen cerebral, o tamaño total del CC? Un grupo de investigadores ha
llamado «seudoestadística» (¡una denominación ciertamente beligerante!) a la
práctica de dividir un área por el tamaño cerebral total.[63] Otro investigador
ha replicado que no es nada nuevo que unos colegas ataquen la metodología
de cualquier estudio que descubra diferencias de género, porque «un extremo
del espectro político está abonado a la conclusión de que no hay diferencias».
[64] Seguimos sin consenso.[65]

Batallando con números

Para el advenedizo que entra en disputa por primera vez, la vorágine de


números y medidas es desconcertante. Al presentar y analizar sus medidas,
los científicos apelan a dos tradiciones intelectuales distintas, ambas
etiquetadas a menudo con el término estadística.[66] La primera tradición (la
recopilación de gran cantidad de números para evaluar o estimar un problema
social) se remonta a los siglos XVIII y XIX, y tiene sus raíces (todavía visibles
hoy) en las prácticas de los censistas y los actuarios de las compañías de
seguros.[67] Este legado ha derivado lentamente en la metodología más
reciente de las pruebas de significación, encaminada a establecer diferencias
entre grupos, aunque los individuos de cada grupo muestren una variación
considerable. La mayoría asume que, porque emplean una matemática de alto
nivel y se basan en una teoría de la probabilidad compleja, las técnicas
estadísticas de la diferencia son socialmente imparciales. Las pruebas
estadísticas de hoy, sin embargo, son producto de un esfuerzo por diferenciar
elementos de la sociedad humana, por poner de manifiesto las diferencias
entre grupos sociales diversos (ricos y pobres, delincuentes y observantes de
la ley, caucásicos y negros, varones y mujeres, ingleses e irlandeses,
heterosexuales y homosexuales, por citar sólo unos pocos).[68]
¿Cómo se aplican estas técnicas al problema de las diferencias de género
en el ce? Estos estudios aplican ambos enfoques. Por un lado, los
morfometristas efectúan multitud de medidas y las disponen en tablas y
gráficos. Por otro lado, emplean pruebas estadísticas para correlacionar dichas

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medidas con variables como el sexo, la preferencia sexual, la dominancia
manual y las aptitudes espaciales y verbales. Las herramientas estadísticas
sofisticadas cumplen funciones tanto retóricas como analíticas. Cada estudio
del cuerpo calloso recopila cientos de medidas individuales. Para dar sentido
a esta «avalancha de números», en palabras del filósofo Ian Hacking,[69] los
biólogos las categorizan y las presentan de manera legible.[70] Sólo entonces
los investigadores pueden «exprimirlas», para obtener información de ellas.
¿Cambia una estructura con la edad o en la gente que sufre una enfermedad
concreta? ¿Difieren entre sí varones y mujeres, o blancos y negros? El
artículo de investigación especializado, que presenta números y extrae
significado de ellos, es en realidad una defensa de cierta interpretación de los
resultados. Como parte de su estrategia retórica, el autor cita trabajos previos
(con lo que recluta aliados), justifica por qué su método es una elección más
apropiada que la de otro laboratorio con distinta óptica, e incluye tablas,
gráficos y dibujos para mostrar al lector un resultado particular.[71]
Pero las pruebas estadísticas no son sólo florituras retóricas. También son
poderosas herramientas analíticas empleadas para interpretar resultados no
obvios a primera vista. Hay dos maneras de enfocar el análisis estadístico de
la diferencia.[72] A veces las distinciones entre grupos son obvias, y lo más
interesante es la variación intragrupal. Por ejemplo, si examináramos un
grupo de cien chihuahuas y cien san bernardos, todos adultos, seguramente
nos fijaríamos en dos cosas. En primer lugar, veríamos que el más pequeño de
los san bernardos sería bastante mayor que el más grande de los chihuahuas.
Un estadístico representaría ambos grupos como dos campanas de Gauss no
solapadas (figura 5.5A). No tendríamos dificultad en concluir que una raza de
perro es más grande y robusta que la otra (esto es, que hay una diferencia de
grupo). En segundo lugar, apreciaríamos que ni todos los san bernardos ni
todos los chihuahuas tienen la misma talla y peso. Cada variación individual
se situaría en algún punto de su campana de Gauss correspondiente.
Podríamos preguntarnos si un perro concreto es pequeño para un san bernardo
o grande para un chihuahua. Para responder a esta cuestión tendríamos que
efectuar análisis estadísticos que nos dieran más información sobre la
variación individual dentro de cada raza.

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FIGURA 5.5: A: Comparación entre chihuahuas y san bernardos, B: Comparación entre perros
esquimales y pastores alemanes. (Fuente: Alyce Santoro, para la autora).

A veces, sin embargo, los investigadores recurren a la estadística cuando


la distinción entre grupos no es tan clara. Imaginemos un ejercicio diferente:
el análisis de 100 perros esquimales y 100 pastores alemanes. ¿Es más grande
una raza que otra? Sus campanas de Gauss se solapan considerablemente,
aunque la talla y el peso medios difieren algo (figura 5.5B). Para resolver este
problema de la «diferencia verdadera», los investigadores de hoy suelen
emplear una de dos tácticas. La primera aplica un test aritmético bien simple,
ahora informatizado. El test tiene en cuenta tres factores: el tamaño de la
muestra, la media de cada población, y el grado de variación en torno a la
media. Por ejemplo, si el peso medio de los pastores alemanes es de 25 kilos,
¿se acercan los perros en su mayoría a ese peso, o varían ampliamente
(digamos entre 15 y 35 kilos)? Este rango de variación es lo que se conoce
como desviación estándar. Si es grande, entonces la población es muy
variable.[73] Por último, el test calcula la probabilidad de que ambas medias
poblacionales (la de los pastores alemanes y la de los esquimales) difieran por
puro azar.

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Los investigadores no necesitan agrupar sus datos en campanas de Gauss
separadas para establecer diferencias entre poblaciones, Basta con que
agrupen todos los datos, calculen la variabilidad de los mismos, y luego
analicen las causas de dicha variabilidad. Este proceso se denomina análisis
de la varianza (ANOVA). En nuestro ejemplo perruno, los investigadores
interesados en diferenciar entre pastores alemanes y esquimales agruparían
los pesos de los 200 perros y luego calcularían la variabilidad total, desde el
perro más pequeño al más grande.[74] Luego efectuarían un ANOVA para
subdividir la variación: un tanto por ciento dará cuenta de la diferencia de
raza, otro de la diferencia de edad o marca de comida para perros, y también
habrá un porcentaje de variación residual indeterminada.
Las pruebas de comparación de medias nos permiten diferenciar entre
grupos. ¿Es real la diferencia de el entre asiáticos y caucásicos? ¿Están los
varones más dotados para las matemáticas que las mujeres? El problema es
que, cuando se trata de cuestiones sociales, la claridad de la diferencia entre
chihuahuas y san bernardos es rara. Muchos de los estudios del cuerpo calloso
aplican el ANOVA. Se calcula la variabilidad de una población y luego se
indaga qué porcentaje de esa variabilidad puede atribuirse, por ejemplo, al
género, la dominancia izquierda-derecha o la edad. Con la difusión del
ANOVA se ha introducido subrepticiamente un nuevo objeto de estudio.
Ahora, en vez de mirar el tamaño del cuerpo calloso, estamos analizando las
contribuciones del género y otros factores a la variación de dicha variable en
torno a una media aritmética. Al emplear la estadística para domesticar el
cuerpo calloso, los científicos se alejan aún más del original no domado.[75]
Convencer a otros de una diferencia en el tamaño del cuerpo calloso sería
pan comido si los objetos simplemente se vieran diferentes. De hecho, una
primera línea de ataque en la controversia sobre el cuerpo calloso es la
afirmación de que la diferencia de forma entre los esplenios masculino y
femenino es tan marcada que salta a la vista. Para probar esta afirmación, los
investigadores trazan un contorno de cada CC de su muestra, y luego pasan
los dibujos, cada uno etiquetado sólo con un código, a observadores
imparciales que los separan en bulbosos y delgados. Finalmente, se
identifican los dibujos clasificados para ver si todos o la mayoría de los
bulbosos resultan proceder de mujeres y los delgados de varones. Este
procedimiento no da resultados muy impresionantes. Dos grupos afirman que
la diferencia es claramente visible; un tercer grupo también reporta que la
diferencia es detectable visualmente, pero que la variabilidad individual es tan
amplia que para confirmar esta conclusión se requiere un test de significación

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estadística.[76] Por otra parte, otros cinco grupos de investigación no
consiguieron distinguir a ojo los cuerpos callosos femeninos de los
masculinos.
Cuando la visión directa no consigue distinguir el sexo del cuerpo calloso,
el siguiente paso es echar mano de las pruebas estadísticas. Además de los
que intentaron diferenciar visualmente los cuerpos callosos masculinos y
femeninos, otros nueve grupos abordaron sólo un análisis estadístico de la
diferencia.[77] Dos de ellos reportaron una diferencia en la forma del esplenio,
mientras que siete no encontraron ninguna diferencia estadísticamente
significativa. Esto deja el tanteador en 5 puntos a favor de los que abogan por
un dimorfismo sexual del esplenio y 13 en contra. Ni siquiera la estadística es
capaz de disciplinar el objeto de estudio en categorías netamente separadas.
Como ya dijera Mall en 1908, el cuerpo calloso exhibe una variación
individual tan amplia que simplemente es imposible asignar diferencias
significativas a grupos grandes.
En 1991, tras nueve años de debate sobre el cuerpo calloso, un colega
neurobiólogo me dijo que un artículo recién publicado había zanjado el
asunto. Y las notas de prensa (tanto la popular como la científica) parecían
darle la razón. Y, ciertamente, una primera lectura del artículo de Laura Allen
y colaboradores me dejó impresionada.[78] Habían estudiado una muestra
amplia (122 adultos y 24 niños), habían controlado la variación posiblemente
atribuible a la edad, y habían aplicado dos métodos distintos para subdividir el
cuerpo calloso: el de la recta y el de la curva (véase la figura 5.4). Además, el
artículo está repleto de datos. Hay ocho gráficos y figuras, además de tres
tablas subdivididas llenas de números, todo lo cual da fe de la meticulosidad
de su empresa.[79] El que presenten sus datos con tanto detalle es una
demostración de seguridad. Los lectores no tienen por qué confiar en los
autores: pueden examinar los números por sí mismos y recalcular lo que
quieran de la manera que quieran. ¿Y que concluyen los autores sobre las
diferencias de género? «Si bien observamos una llamativa diferencia en la
forma del cuerpo calloso, no hubo evidencia concluyente de dimorfismo
sexual en el área del cuerpo calloso o sus subdivisiones».[80]
Pero, a pesar de su manifiesta seguridad, al releer el estudio advertí que no
era tan concluyente como parecía. Vayamos paso a paso. Los autores
recurrieron tanto a la inspección visual como a las medidas directas. A partir
de sus observaciones a ojo (que califican de subjetivas), llegan a la siguiente
conclusión:

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La clasificación subjetiva del CC posterior de todos los sujetos por sexos, sobre la base de un
esplenio femenino más bulboso y un esplenio masculino mas tubular, reveló una correlación
significativa entre la estimación del sexo por la forma del esplenio y el género real del sujeto (χ2
= 13,2603; 1 df; coeficiente de contingencia = 0,289; P < 0,003). Específicamente, 80 de 122 (el
66 por ciento) de los cuerpos callosos adultos (χ2 = 10,123; 1 df; coeficiente de contingencia =
0,283; p < 0,0011) se identificó correctamente.[81]

Para empezar, podemos hacer números: a partir de la forma del esplenio, sus
sexadores a ciegas pudieron clasificar correctamente como varón o mujer 80
de 123 contornos de cuerpos callosos adultos. ¿Era esto suficiente para
afirmar una diferencia visible, o aún no podría descartarse que los aciertos
fueran producto del azar? Para averiguarlo, los autores aplican el test de la ji
cuadrado (simbolizado por la letra griega χ2). El bien conocido fundador de la
estadística moderna, Karl Pearson (entre otros), concibió este test para
analizar situaciones en las que no hay unidad de medida. En este caso la
pregunta es: ¿es suficiente la correlación entre bulboso y femenino o delgado
y masculino para asegurar la conclusión de una diferencia visual? La clave
está en la cifra p < 0,0011. Esto significa que la probabilidad de 80 de 122
identificaciones correctas por puro azar es del 1 por mil, bastante por debajo
del 5 por ciento (p < 0,05) que se adopta en la práctica científica estándar.[82]
Muy bien, el 66 por ciento de las veces los observadores podían distinguir
los cuerpos callosos masculinos y femeninos con sólo fijarse en su forma. Y
el test χ2 nos dice cuán significativo es este proceso de diferenciación. La
estadística no miente. Pero sí desvía nuestra atención del diseño del estudio.
En este caso, Allen et al. entregaban sus trazados del CC a tres observadores
distintos, que no tenían conocimiento del sexo de la persona cuyo cerebro
había servido de modelo para el dibujo. Estos operadores a ciegas repartieron
los dibujos en dos pilas, bulboso o tubular, asumiendo que, si la diferencia era
obvia, la pila tubular debería corresponder en su mayoría a varones y la
bulbosa a mujeres. Hasta aquí muy bien. Ahora viene la trampa: los autores
consideraron correctamente clasificado el género de un sujeto si dos de los
tres observadores ciegos habían acertado con él.
¿En qué se traduce esto numéricamente? El complejo pasaje antes citado
dice que el 66 por ciento de las veces los observadores acertaban. Esto podría
significar varias cosas. Había 122 trazados de cuerpos callosos. Puesto que
había tres observadores para cada dibujo, esto nos da 366 observaciones
individuales. En el mejor de los casos (desde el punto de vista de los autores),
los tres observadores siempre coincidían en su clasificación de cualquier CC
individual. Esto significaría que en 244 de 366 ocasiones (el 66 por ciento)
habrían adivinado el sexo a partir de la forma. En el peor de los casos, sin

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embargo, para cada dibujo individual, sólo dos de los tres observadores
habrían coincidido en su clasificación. Esto implicaría que sólo en 160 de 366
ocasiones (el 44 por ciento) los observadores habrían acertado el sexo del
sujeto. Allen et al. no proporcionan al lector todos los datos de las
observaciones a ciegas, por lo que su éxito real sigue siendo incierto. Pero su
test de la ji cuadrado hace que muchos se convenzan de que por fin han
encontrado una respuesta aceptable por todos.
Los datos no hablan por sí mismos. Se presentan en forma de tablas,
gráficos y dibujos, y se someten a pruebas estadísticas rigurosas; pero de ello
no emerge una respuesta clara. Los datos necesitan un respaldo adicional, y
para ello los científicos intentan interpretar sus resultados plausiblemente.
Para sustentar sus interpretaciones, las ligan al conocimiento previamente
construido. Sólo cuando sus datos quedan trenzados en esta trama más amplia
de significado, los científicos pueden finalmente hacer que el cuerpo calloso
hable con claridad. Sólo entonces pueden emerger los «hechos» sobre el
cuerpo calloso.[83]

¿Cuándo un hecho es un hecho?

Como todo estudio académico, el de Allen y colaboradores se enmarca


necesariamente en el contexto de la discusión sobre el tema más amplio que
explora, en este caso el cuerpo calloso. Los autores deben referirse a los
trabajos preexistentes para establecer la validez del suyo propio. Allen y
colaboradores señalan, por ejemplo, que aunque el cuerpo calloso contiene
más de un millón de fibras nerviosas, este enorme número representa sólo un
2 por ciento de todas las neuronas del córtex cerebral. Apuntan que hay
evidencias de que las fibras del esplenio transfieren información visual de un
hemisferio cerebral a otro. Otra región (el istmo, para el que ellos no
encontraron dimorfismo sexual, pero donde otros investigadores ven
diferencias entre gays y heterosexuales, y entre diestros y zurdos) incluye
fibras que conectan las regiones corticales de uno y otro hemisferio
implicadas en el lenguaje.
Allen y colaboradores tienen que ser concisos. Después de todo, se trata
de examinar sus hallazgos, no de repasar todo lo que sabe de la estructura y
función del cuerpo calloso. Imaginemos este aspecto de la producción de
hechos sobre el cuerpo calloso como una labor de macramé. Aquí el artista
emplea nudos como enlaces en la creación de tramas intrincadas. Los hilos
conectores aseguran los nudos individuales dentro de la estructura general,

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aunque cada nudo por separado no sea especialmente fuerte. Mi
representación de la trama del cuerpo calloso (figura 5.6) incluye sólo las
disputas contemporáneas. Pero cada nudo tiene una cuarta dimensión añadida:
su historia social.[84] Para emplazar el nudo «diferencias de género en el
cuerpo calloso», Allen et al. han alargado un hilo y lo han atado a un segundo
nudo etiquetado como «estructura y función del cuerpo calloso». Esa trama
está a su vez afianzada por una segunda trama de investigación.

FIGURA 5.6: Un macramé de nudos de conocimiento, en el que se implanta el debate sobre el cuerpo
calloso. (Fuente: Alyce Santoro, para la autora).

Las especulaciones sobre la estructura y función del cuerpo calloso


abundan. Puede que más fibras nerviosas permitan un flujo de información
más rápido entre los hemisferios cerebrales derecho e izquierdo; puede que un
flujo más rápido mejore la aptitud espacial o verbal. O puede que unos
segmentos de cuerpo calloso mayores (o menores) retarden el flujo eléctrico
entre ambas mitades cerebrales, y que ello mejore la aptitud espacial o verbal.
Ahora bien, ¿qué hace exactamente el cuerpo calloso en general, y el esplenio
en particular? ¿Qué tipo de células discurren por el cuerpo calloso, adónde
van, y cómo funcionan?[85] El nudo de estructura/función contiene cientos de

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artículos producidos por comunidades investigadoras que se solapan, de las
que sólo algunas se interesan por las diferencias sexuales. Un equipo de
sociólogos llama a estos grupos «comunidades persuasivas»,[86] cuyas
elecciones de lenguaje o técnicas estadísticas sofisticadas puede condicionar
la manera en que sus miembros ven un problema.[87] La investigación sobre la
estructura y función del cuerpo calloso interconecta varias comunidades
persuasivas. Una línea de investigación, por ejemplo, compara el número de
neuronas pequeñas y grandes, unas con vaina de mielina aislante, otras
desnudas, en diferentes regiones del cuerpo calloso. Estas células desempeñan
distintas funciones, lo que proporciona pistas sobre el funcionamiento del
cuerpo calloso.[88]
El nudo de estructura/función es denso.[89] Un número de la revista
Behavioural Brain Research dedicado enteramente a la investigación sobre la
función del cuerpo calloso ilustra este punto. Algunos artículos de ese número
especial trataban de hallazgos y controversias sobre la lateralización
hemisférica, y de sus implicaciones para la función del cuerpo calloso.[90]
Estos trabajos se conectan a su vez con estudios de la dominancia
izquierda/derecha, las diferencias sexuales y la función cerebral.[91] Éstos
también se interconectan con una literatura que discute la interpretación de los
estudios de personas con lesiones en el cuerpo calloso y compara los
resultados con los de estudios sobre sujetos con el cuerpo calloso intacto.[92]
Un aspecto bien conocido de la lateralización es la dominancia
izquierda/derecha: cómo la definimos, cuál es su causa (genes, entorno,
posición al nacer), qué implicaciones tiene para la función cerebral, cómo
afecta a la estructura del cuerpo calloso (y cómo afecta la estructura del
cuerpo calloso a la dominancia izquierda/derecha), si hay diferencias entre
varones y mujeres, y si hay diferencias entre homosexuales y heterosexuales.
La dominancia izquierda/derecha es un nudo muy concurrido.[93]
Todos estos nudos se conectan en algún punto con uno etiquetado como
cognición.[94] A veces las pruebas concebidas para medir las aptitudes
verbales, espaciales o matemáticas revelan diferencias de género.[95] Tanto la
fiabilidad de tales diferencias como su origen dan pábulo a un debate
inacabable.[96] Algunos ligan la creencia en diferencias cognitivas entre los
sexos al diseño de programas educativos. Un ensayista, por ejemplo, establece
un paralelismo entre enseñar matemáticas a las mujeres y dar lecciones de
vuelo a las tortugas.[97] Teorías elaboradas y a veces diametralmente opuestas
conectan el dimorfismo sexual cognitivo con la estructura del cuerpo calloso.
Una, por ejemplo, sugiere que la diferencia de talento matemático se deriva

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de una diferencia en el número de neuronas excitatorias del cuerpo calloso,
mientras que otra sugiere que la naturaleza inhibitoria de las neuronas del
cuerpo calloso es lo más importante.[98]
Los efectos de las hormonas sobre el desarrollo cerebral constituyen un
nudo especialmente poderoso en este macramé (tendré mucho más que decir
de las hormonas en los próximos tres capítulos). Allen y colaboradores se
preguntan si el dimorfismo sexual del cuerpo calloso podría estar inducido
por hormonas, alguna otra causa genética o el entorno. Tras considerar
brevemente la hipótesis medioambiental,[99] escriben: «Sin embargo, más
llamativos han sido los datos que indican una influencia de los niveles de
hormonas gonadales perinatales sobre casi todas las estructuras sexualmente
dimórficas examinadas hasta ahora».[100] Este breve aserto invoca una enorme
y compleja literatura sobre hormonas, cerebro y comportamiento (parte de la
cual ya hemos considerado en el contexto de la intersexualidad). Por sí sola,
la investigación sobre el cuerpo calloso puede ser débil. Pero con el respaldo
del vasto ejército de la investigación endocrinológica, ¿cómo puede dudarse
de la realidad de las diferencias? Aunque no existe una evidencia convincente
que ligue el desarrollo del cuerpo calloso humano a las hormonas,[101] la
invocación de la vasta literatura sobre el desarrollo cerebral en animales[102]
estabiliza el precario nudo del cuerpo calloso.[103]
Dentro de cada una de las comunidades persuasivas representadas en la
figura 5.6 mediante nudos de un macramé, encontramos científicos atareados
en concebir nuevos métodos para poner a prueba y confirmar su hipótesis
preferida o refutar un punto de vista que consideran erróneo. Para estabilizar
el hecho que persiguen, hacen mediciones, emplean estadísticas o inventan
nuevas máquinas. Pero, al final, pocos hechos (nudos cortados, no afianzados
en otros) sobre las diferencias de género son especialmente robustos[104] (por
emplear una palabra favorita de los científicos), así que deben extraer su
fuerza de sus conexiones con la trama. Estos investigadores trabajan
primariamente en el lado científico de las cosas, estudiando los genes, el
desarrollo, las partes cerebrales, las hormonas, la gente con lesiones
cerebrales y demás (figura 5.7A). Esta porción del nexo trata con fenómenos
aparentemente objetivos, el dominio tradicional de la ciencia.[105] En el lado
cultural de nuestro macramé (figura 5.7B) vemos que el nudo de la diferencia
sexual está ligado a cuestiones decididamente políticas: cognición,
homosexualidad, entorno, educación, poder político y social, creencias
morales y religiosas. Muy rápidamente nos hemos deslizado de la ciencia a la
política, de la controversia científica a las luchas de poder políticas.[106]

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FIGURA 5.7: A (arriba): La «mitad científica» de la trama de conocimiento interconectado; 5.7 B
(abajo): La «mitad cultural» de la trama de conocimiento interconectado. (Fuente: Alyce Santoro, para
la autora).

Cabezas parlantes: ¿hablan los hechos por sí mismos?

¿Podemos llegar a saber si hay una diferencia de género en el cuerpo calloso?


[107] Bueno, eso depende hasta cierto punto de lo que entendamos por saber.

El cuerpo calloso es un elemento anatómico altamente variable. Los


científicos se afanan en fijarlo para la observación de laboratorio, pero a pesar
de sus esfuerzos no consiguen aquietarlo. Puede cambiar o no, según la

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experiencia, lateralidad, salud, edad y sexo del cuerpo que lo aloja. Por lo
tanto, saber significa encontrar una aproximación al cuerpo calloso tal que
diga lo mismo a una amplia variedad de investigadores. Pienso que la
probabilidad de este logro es pequeña. En última instancia, las cuestiones que
abordan los investigadores, las metodologías que emplean y las vinculaciones
de su trabajo con comunidades persuasivas adicionales reflejan asunciones
culturales sobre los significados del asunto sometido a estudio (en este caso,
los significados de la masculinidad y la feminidad).
La creencia en una diferencia de base biológica suele estar ligada a una
política social conservadora, aunque la asociación entre conservadurismo
político y determinismo biológico no es absoluta, ni mucho menos.[108] No
soy capaz de predecir a priori si en el futuro nos convenceremos de la
existencia de diferencias de género en el cuerpo calloso, o si simplemente
dejaremos que el debate decaiga sin llegar a ninguna parte. Sin embargo, si
nos pusiéramos de acuerdo sobre la política de género en educación, lo que
creamos sobre la estructura del cuerpo calloso no debería importar. Ahora
sabemos, por ejemplo, que «el entrenamiento en tareas espaciales conducirá a
resultados mejorados en las pruebas de aptitud espacial»[109] Supongamos
además que nos pusiéramos de acuerdo en que las escuelas «deberían
proporcionar entrenamiento de la aptitud espacial a fin de equiparar las
oportunidades educativas de ambos sexos».[110]
Si nuestra cultura se unificara en torno a esta concepción de la igualdad de
oportunidades, la controversia sobre el cuerpo calloso podría seguir varias
vías. Los científicos podrían decidir que, dado lo poco que sabemos sobre su
funcionamiento, la cuestión es prematura y debería aparcarse hasta que
dispusiéramos de aproximaciones mejores para estudiar la función nerviosa
en el cuerpo calloso. O podrían decidir que la diferencia existe, pero no queda
fijada para siempre desde el nacimiento. Su programa de investigación podría
centrarse en las experiencias que influencian tales cambios, y la información
obtenida podría ser útil para los educadores que diseñan programas de
entrenamiento de las aptitudes espaciales. Las feministas no pondrían
objeciones a tales estudios, porque las ideas de inferioridad e inmutabilidad
habrían sido desterradas de la idea de diferencia, y podrían confiar en el
compromiso de nuestra cultura con una concepción particular de la igualdad
de oportunidades educativas. O podríamos decidir que, después de todo, los
datos no confirman un dimorfismo anatómico del cuerpo calloso en ningún
momento del ciclo vital. En vez de eso, podríamos preguntarnos sobre las
fuentes de la variabilidad individual en la anatomía del cuerpo calloso.

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¿Cómo interacciona la variabilidad genética con los estímulos del entorno
para producir una diferencia anatómica? ¿Qué estímulos son importantes para
qué genotipos? En otras palabras, podríamos emplear la teoría de sistemas
ontogénicos como marco de nuestras investigaciones sobre el cuerpo calloso.
Elegir un camino científico aceptable para la mayoría, y cubrirlo de hechos
consensuados, sólo será posible cuando hayamos logrado una paz social y
cultural en lo que respecta a la equidad de los géneros. Esta visión no niega la
existencia de una naturaleza material y verificable; ni tampoco sostiene que lo
material (en este caso el cerebro y su cuerpo calloso) no tiene nada que decir
en esta materia.[111]
El cuerpo calloso no carece de voz. Por ejemplo, los científicos no pueden
decidir arbitrariamente que la estructura es redonda en vez de oblonga. En
relación a las diferencias de género, sin embargo, digamos que farfulla. Los
científicos han empleado su inmenso talento para intentar eliminar el ruido de
fondo y ver si pueden sintonizar más claramente con el cuerpo calloso. Pero
éste es un medio bastante poco cooperativo. El que los científicos continúen
sondeando el cuerpo calloso en busca de una diferencia de género esencial da
idea de lo arraigadas que siguen estando sus expectativas sobre las diferencias
biológicas. No obstante, como ocurre con la intersexualidad, yo diría que el
interés de los estudios sobre el cuerpo calloso reside en lo que podemos
aprender acerca de la vastedad de la variación humana y las maneras en que el
cerebro se desarrolla como parte de un sistema social.

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6

Glándulas, hormonas sexuales y química de


género

La testosterona corrompe la fuente de la juventud

En un homenaje a la ciencia médica celebrado en 1945, Paul de Kruif, un


bacteriólogo y popular escritor científico de cincuenta y cuatro años, publicó
un libro titulado The Male Hormone, en el que revelaba al mundo un hecho
profundamente personal: estaba tomando testosterona. En la antesala de los
cuarenta, explicaba, había comenzado a advertir que su virilidad iba en
declive. Su energía había disminuido y, peor aún, su coraje y autoestima. Sólo
cinco años antes, después de que su veterano jefe se retirara, la perspectiva de
un cambio en su vida profesional le había hecho presa del terror y la histeria.
«Eso fue antes de la testosterona. Fue un pequeño síntoma de mi hambre de
hormona masculina, de mi declive, de mi pérdida de fuerzas». Pero a los
cuarenta y cuatro años, su confianza estaba recuperando su vigor; y todo se lo
debía a la testosterona: «Seré perseverante y recordaré tomar mis veinte o
treinta miligramos diarios de testosterona. No me avergüenza que mi cuerpo
envejecido ya no produzca tanta como antes. Es como unas muletas químicas.
Es virilidad prestada. Es tiempo prestado. Y, además, es lo que hace toros a
los toros».[1]
En los años sesenta, el doctor Robert A. Wilson proclamó que el
estrógeno podía hacer por las mujeres lo que la testosterona supuestamente
hacía por los varones. Al declinar la producción de estrógeno durante la
menopausia, las mujeres estaban condenadas a un terrible destino: «Los
estigmas de la desfeminización de la Naturaleza» incluían «un agarrotamiento
general de los músculos, un malhumor de viuda, y un soso y negativo estado
de vacuno». Las mujeres posmenopáusicas, escribió en Journal of the
American Geriatric Society, existían pero no vivían. En las calles «pasan sin

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dejarse notar y, a su vez, notan poco».[2] Con el apoyo de Ayerst
Pharmaceuticals ofreció una cura de la menopausia (que por entonces se
consideraba un trastorno debido a una deficiencia de estrógeno) a base de
Premarin, la marca de Ayerst para su suplemento de estrógeno.[3]
La fascinación por las propiedades curativas del estrógeno y la
testosterona no cesa. El estrógeno y una hormona relacionada, la
progesterona, se han convertido en los medicamentos más usados en la
historia de la medicina.[4] En la imaginación popular, sexo y hormonas siguen
tan ligados como en los días de Kruif y Wilson. «Sí», escribió Kruif en 1945,
«el sexo es químico y el compuesto sexual masculino parecía ser la clave no
sólo del sexo, sino de la iniciativa, el coraje y el vigor».[5] En 1996, cuando la
testosterona apareció en portada de la revista Newsweek, el titular decía:
«Atención, varones que envejecéis: la testosterona y otros tratamientos
hormonales ofrecen nuevas esperanzas de mantenerse joven, atractivo y
fuerte».[6]
Pero, en la era unisexual, el tratamiento a base de testosterona no es sólo
para hombres. Las mujeres, especialmente las posmenopáusicas (esas mismas
criaturas vacunas de cuyas vidas se lamentaba el doctor Wilson) también
pueden beneficiarse de un poco de la venerable molécula. Un partidario de
administrar testosterona a las mujeres mayores, el doctor John Studd, del
departamento de obstetricia y ginecología del Hospital de Chelsea y
Westminster en Londres, ha dicho de sus pacientes femeninas tratadas con
testosterona que «sus vidas se han transformado. Su energía, su interés sexual,
la intensidad y frecuencia de sus orgasmos, su deseo de ser acariciadas y tener
contacto sexual… todo mejora».[7] Es más, resulta que los varones necesitan
estrógeno para el desarrollo normal de todo, desde los huesos hasta la
fertilidad.[8]
¿Por qué, entonces, las hormonas siempre han estado estrechamente
asociadas a la idea del sexo, cuando parece ser que las «hormonas sexuales»
afectan de hecho a órganos de todo el cuerpo y no son específicas de ningún
género? El cerebro, los pulmones, los huesos, los vasos sanguíneos, el
intestino y el hígado (por ofrecer una lista parcial) requieren todos de
estrógeno para su normal desarrollo.[9] A grandes rasgos, los efectos
generalizados del estrógeno y la testosterona se conocen desde hace décadas.
Una de las propuestas de este capítulo y el siguiente es que, a lo largo del
siglo XX, los científicos han integrado los signos del género (desde los
genitales a la anatomía de las gónadas y los cerebros, y hasta la química
corporal misma) más exhaustivamente que nunca en nuestros cuerpos. En el

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caso de la química corporal, los investigadores consiguieron esto a base de
definir como hormonas sexuales lo que de hecho son reguladores ontogénicos
de amplio espectro, con lo que sus papeles no sexuales en el desarrollo tanto
masculino como femenino han quedado prácticamente eclipsados. Ahora que
la etiqueta de hormona sexual parece pegada con epóxido a estos esteroides,
cualquier redescubrimiento de su papel en tejidos como los huesos o los
intestinos tiene un extraño resultado. En virtud del hecho de que las llamadas
hormonas sexuales afectan a su fisiología, estos órganos, obviamente no
implicados en la reproducción, vienen a contemplarse como órganos
sexuados. La química satura el cuerpo, de la cabeza a los pies, de significado
sexual.
Los científicos no integraron el género en la química corporal
deliberadamente. Simplemente, se ocuparon de sus asuntos como eficaces
investigadores en ejercicio. Se dedicaron a investigar los temas más
candentes, obtener los recursos financieros y materiales que posibilitaran su
trabajo, establecer colaboraciones fructíferas entre investigadores de distinta
formación y, por último, firmar acuerdos internacionales para estandarizar la
denominación y evaluación experimental de las diversas sustancias químicas
que purificaban y examinaban. Pero en este capítulo y el que sigue, además de
ver a los científicos ocupados en estas actividades normales, observaremos
que, aun sin intención expresa, la obra científica sobre la biología hormonal
ha estado estrechamente ligada a la política de género. Pienso que las
descripciones científicas de las hormonas sexuales sólo pueden comprenderse
si se contempla lo científico y lo social como parte de un sistema inextricable
de ideas y prácticas, simultáneamente social y científico. A modo de
ilustración, trasladémonos a un momento científico clave en la historia de las
hormonas, en el que los científicos se empeñaron en imponer el género a las
secreciones internas de ovarios y testículos.
El descubrimiento de las «hormonas sexuales» es un episodio
extraordinario de la historia de la ciencia.[10] Hacia 1940, los científicos las
habían identificado, purificado y nombrado. Pero, en su exploración de la
ciencia de las hormonas (la endocrinología), los investigadores sólo podían
hacerlas inteligibles en términos de las disputas sobre género y raza que
caracterizaban sus entornos de trabajo. Cada elección sobre cómo evaluar y
nombrar las moléculas que estudiaban naturalizaba ideas culturales sobre el
género.[11] Cada institución y comunidad persuasiva implicadas en la
investigación endocrinológica ponía sobre la mesa un programa social sobre
raza y género. Las compañías farmacéuticas, los biólogos experimentales, los

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médicos, los agrónomos y los investigadores del sexo interseccionaban con
feministas, defensores de los derechos de los homosexuales, eugenistas,
partidarios del control de natalidad, psicólogos y fundaciones de beneficencia.
Cada uno de estos grupos, que llamaré mundos sociales, estaban conectados
por personas, ideas, laboratorios, material de investigación, fondos y mucho
más.[12] Examinando las intersecciones entre estos mundos puede verse de
qué manera ciertas moléculas se convirtieron en parte de nuestro sistema de
género, o cómo el género se convirtió en parte de la química.

¡Hormonas, vaya una idea!

Como se sabe desde hace tiempo, las gónadas afectan el cuerpo y la psique de
una miríada de maneras. Durante siglos, los granjeros han sabido que la
castración afecta tanto al físico como al comportamiento de los animales
domésticos. Y aunque la castración humana fue oficialmente prohibida por el
Vaticano, en Europa las voces cantoras de los castrati todavía se siguieron
oyendo en más de un coro eclesiástico hasta finales del siglo XIX. Estos niños
castrados crecían más de lo normal, y sus voces trémulas de soprano
adquirían una extraña y etérea calidad.[13] Durante el último cuarto del siglo
XIX, era frecuente que los cirujanos extirparan los ovarios de las mujeres que
juzgaban «insanas, histéricas, infelices, difíciles de controlar por sus maridos
o reacias a ejercer de amas de casa».[14] Pero las razones del funcionamiento
aparente de tales medidas drásticas estaban muy poco claras. La mayoría de
fisiólogos decimonónicos postulaba que las gónadas comunicaban sus efectos
a través de conexiones nerviosas.
Otros, sin embargo, hallaron indicios de que las gónadas actuaban a través
de secreciones químicas. En 1849, Arnold Adolf Berthold, profesor de
fisiología en la Universidad de Gotinga, «transformó lánguidos capones en
gallos de pelea». Primero creó los capones extirpando los testículos a unos
cuantos pollos, y luego reimplantó las gónadas desconectadas en las
cavidades corporales de las aves. Puesto que los implantes no estaban
conectados al sistema nervioso, dedujo que cualquier efecto que tuvieran
debería transmitirse por la sangre. Berthold comenzó con cuatro pollos: a dos
les reimplantó los testículos y a otros dos no. De Kruif describió los
resultados con su inimitable estilo: «Mientras que las dos aves capadas… se
convirtieron en orondos pacifistas, las otras dos… siguieron siendo gallos en

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toda regla. Cacareaban. Peleaban. Perseguían a las gallinas con entusiasmo.
Sus llamativas crestas y barbas rojas seguían creciendo»[15] (figura 6.1).

FIGURA 6.1: El experimento de transferencia de gónadas de Berthold. (Fuente: Alyce Santoro, para la
autora).

Los resultados de Berthold languidecieron hasta 1889, cuando el fisiólogo


francés Charles-Edouard Brown-Séquard informó a sus colegas de la Société
de Biologie parisina de que se había inyectado extractos de testículos de
cobaya y perro prensados. Los resultados, dijo, fueron espectaculares. Había
experimentado un renovado vigor y un incremento de la claridad mental.
También informó de que pacientes femeninas suyas a las que había
administrado jugo de ovarios de cobaya filtrado habían experimentado una
mejoría física y mental.[16] Aunque muchos médicos respondieron a las
afirmaciones de Brown-Séquard con algo más que cierto escepticismo, la
organoterapia (el tratamiento con extractos de órganos) adquirió una enorme
popularidad. Mientras los fisiólogos debatían sobre la veracidad del asunto,
sales de «extractos de órganos animales, materia gris, extracto testicular» para

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el tratamiento de «la ataxia locomotora, la neurastenia y otros trastornos
nerviosos» se difundían rápidamente por Europa y Estados Unidos.[17] Al
cabo de una década, sin embargo, los nuevos tratamientos quedaron
desacreditados. Brown-Séquard admitió que los efectos de sus inyecciones
testiculares eran de corta duración y, probablemente, resultado del poder de la
sugestión. Pero, aunque los extractos gonadales no consiguieron cumplir sus
promesas, otros dos tratamientos sí reportaron beneficios médicos: los
extractos de glándula tiroides demostraron ser efectivos para el tratamiento de
los desórdenes tiroideos, y los extractos de glándulas suprarrenales
funcionaban bien como vasoconstrictores.[18]
A pesar de los éxitos, los fisiólogos se mostraban escépticos ante la idea
de mensaje químico implícita en la organoterapia.[19] La firme creencia de los
fisiólogos decimonónicos en que el sistema nervioso controlaba las funciones
corporales dificultó al principio el reconocimiento de la significación de los
mensajeros químicos, los productos de secreciones orgánicas internas.

Las hormonas sexuales toman forma a medida que el género cambia de


forma

No fue hasta el cambio de siglo que los científicos comenzaron a considerar


seriamente la idea de que las secreciones químicas regulaban la fisiología
corporal. Aunque en la década de 1890 el fisiólogo británico Edward Schäfer
interpretó los resultados de la gonadectomía (la eliminación de los testículos o
los ovarios) en términos de función nerviosa, en los años siguientes él mismo
y sus discípulos comenzaron a reevaluar sus resultados.[20] En 1905, Ernest
Henry Starling, sucesor de Schäfer en la cátedra de fisiología del Colegio
Universitario de Londres, acuñó el término hormona (que en griego significa
«excitante» o «estimulante»). Definió las hormonas como compuestos
químicos que «tienen que transportarse del órgano que los produce al órgano
que afectan a través del torrente sanguíneo».[21]
Los psicólogos británicos alumbraron y abrazaron el concepto de hormona
entre los años 1905 y 1908. Su interés científico (en especial la secreciones
producidas por las glándulas sexuales, ovarios y testículos) se despertó en un
periodo en el que la opinión pública de Estados Unidos y muchas naciones
europeas había comenzado a revisar las construcciones tradicionales del
género y la sexualidad.[22] Se iniciaron nuevos debates sobre los derechos de
las mujeres y los homosexuales, durante lo que los historiadores han descrito

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como una «crisis de la masculinidad».[23] Al mismo tiempo, acontecimientos
como la fundación de la sexología científica, la invención de la psiquiatría
psicoanalítica por Freud, y la insistencia (sobre todo en Estados Unidos) en la
experimentalización de las ciencias biológicas tuvieron lugar en el contexto
de estas luchas de género.[24] El empeño en definir y comprender el papel de
las hormonas sexuales en la fisiología humana no fue una excepción. Desde el
principio, estas investigaciones reflejaban y a la vez contribuían a las
definiciones de masculinidad y feminidad y, con ello, a conformar las
implicaciones de dichas definiciones para los roles sociales y económicos de
los varones y mujeres del siglo XX.
¿Cuáles eran algunos de los elementos visibles en los nuevos debates
sobre la masculinidad y la feminidad? El historiador Chandak Sengoopta
escribe que la Viena de principios del siglo XX experimentó «una crisis de
género… un momento en el que las fronteras y normas de la masculinidad y
la feminidad cambiaban, se desintegraban y parecían entrelazarse».[25] En la
Europa central esta crisis también adquirió tintes racistas, pues algunos
ideólogos describieron a los varones judíos a la vez como afeminados y como
depredadores sexuales.[26] En este mismo periodo, el médico y reformador
alemán Magnus Hirschfeld y sus colegas fundaron el Comité Científico
Humanitario, que repetidamente solicitó al Reichstag la revocación de la ley
antisodomía.[27] Los varones homosexuales, argumentaban, eran variantes
sexuales naturales, no delincuentes. Los derechos de las mujeres y la
emergencia de la homosexualidad no fueron menos prominentes en Inglaterra
y Estados Unidos.[28] La tabla 6.1 presenta dos décadas de acontecimientos
que entretejieron los movimientos sociales del feminismo y el activismo
homosexual con la emergencia del estudio científico del sexo y la idea de las
hormonas sexuales.

La biopolítica del feminismo y la homosexualidad

A principios del siglo XX, los ideólogos intentaron extraer lecciones políticas
del conocimiento científico sobre el desarrollo humano.[29] En 1903, por
ejemplo, un estudiante de filosofía vienés llamado Otto Weininger publicó un
influyente libro titulado Sexo y carácter, que se basaba en las ideas de la
embriología decimonónica para desarrollar una teoría abarcadora de la
masculinidad, la feminidad y la homosexualidad. Weininger creía que incluso
después de perfilarse sus anatomías distintivas, varones y mujeres contenían

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determinantes sexuales (plasmas) masculinos y femeninos en sus células. La
proporción de estos plasmas variaba de un individuo a otro, lo que explicaría
la amplia gama de masculinidad y feminidad observada en las personas. Los
varones homosexuales tenían proporciones casi iguales de los plasmas
masculino y femenino.[30]
TABLA 6.1: Pensamiento sobre sexo y sexualidad a finales del siglo
diecinueve y principios del veinte[a]

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FECHA EVENTO
1889 Geddes y Thomson publican The Evolution of Sex[b]
Richard von Krafft-Ebing publica Psychopatia Sexualis, with especial reference to Contrary
1892
Sexual Instinct: A medico-legal study
1895 Oscar Wilde es juzgado públicamente por conducta homosexual[c]
1896 Havelock Ellis comienza a trabajar en sus Studies in the Psychology of Sex[d]
1897 Magnus Hirschfeld funda el Comité Científico Humanitario
El libro Sexual Inversion, de Havelock Ellis, es objeto de persecución por obsceno y
1898
escandaloso
Otto Weininger publica Sexo y carácter, que elabora una teoría biológica compleja del
1903
sexo[e]
El endocrinólogo Eugen Steinach estudia los efectos de las hormonas sexuales sobre la
1904
conducta animal
El psiquiatra suizo August Forel publica La Questionne Sexuelle, donde aboga por el
1905
matrimonio homosexual[f]
1905 Sigmund Freud publica Tres ensayos sobre la teoría sexual
La feminista norteamericana Emma Goldman, defensora del control de la natalidad y los
1906
derechos de las mujeres, funda la revista Mother Earth
1907 El médico alemán Iwan Bloch aboga por el estudio científico del sexo[g]
1908 Magnus Hirschfeld edita el primer número de Journal of Sexology
Edward Carpenter publica The Intermediate Sex: A Study of Some Transitional Types in
1909
Men and Women[h]
El fisiólogo británico Francis Marshall publica el primer tratado sobre la fisiología de la
1910
reproducción[i]
1912 Se extraen hormonas ováricas mediante solventes lipidícos[l]
1913 El endocrinólogo británico Walter Heape publica Sex Antagonism[k]

En Inglaterra, Edward Carpenter publicó ideas similares: «Podría parecer que


la naturaleza, al mezclar los elementos que van a componer cada individuo,
no siempre mantiene sus dos grupos de ingredientes —que representan los
sexos— escrupulosamente separados… Sabiamente, debemos pensar, porque
si siempre se mantuviera una estricta distinción de tales elementos, ambos
sexos pronto se separarían en latitudes lejanas y no podrían comprenderse
mutuamente en absoluto».[31] Weininger pensaba que el anhelo femenino de
emancipación emanaba de los elementos masculinos de sus cuerpos. Ligó esta
masculinidad con la tendencia, lesbiana, poniendo a mujeres talentosas como
Safo y Georges Sand como ejemplo de la veracidad de sus tesis. Pero hasta
las mujeres más talentosas seguían teniendo una buena cantidad de plasma
femenino en sus cuerpos, lo que hacía imposible la plena igualdad entre
varones y mujeres. Así, esta teoría incorpora la asunción a priori de que todo
logro, talento o aspiración social procede por definición del plasma
masculino. En el mejor de los casos, las mujeres sólo podían acceder a una
masculinidad parcial.[32]

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En Estados Unidos también hubo autores que describieron el anhelo
femenino de votar como un fenómeno biológico. James Weir empleó
argumentos evolutivos en un artículo publicado en la revista The American
Naturalist. Las sociedades primitivas, señaló, eran matriarcados. Conceder a
las mujeres el derecho a votar y participar en la vida pública representaría un
retorno al matriarcado. Este anhelo femenino atávico de votar obedece a una
razón simple. Virtualmente todas las feministas son viragos (mujeres
dominantes, agresivas y psicológicamente anormales). Son engendros
evolutivos. Algunas tienen «los sentimientos y deseos de un hombre», pero
hasta las más masculinas se mueven sólo por la emoción, no por la lógica.
Weir veía «en el establecimiento de la igualdad de derechos el primer paso
hacia el abismo de ese horror inmoral que tanto repugna a nuestros estilos
éticos cultivados: el matriarcado».[33]
Por supuesto, no todo el mundo, y en particular no todos los científicos, se
opusieron a la emancipación femenina. Pero los modelos sociales del género
alimentaban a la vez que derivaban de dos fuentes de la biología
decimonónica: la embriología y la evolución. La idea de que la esfera pública
era masculina por definición estaba tan profundamente implantada en el tejido
metafísico de ese periodo que parecía natural argumentar que las mujeres que
aspiraban a los Derechos del Hombre tenían que ser también masculinas por
definición.[34] Si la masculinidad femenina era un sinsentido evolutivo o una
anomalía embrionaria era objeto de debate.[35] Pero fue en este contexto
donde la diferencia inherente entre los sexos —y la inferioridad femenina—
se tomó como un hecho incuestionable que condicionó la investigación
científica de las secreciones internas de ovarios y testículos.

Las hormonas en el centro del escenario

Hacia 1915 se habían publicado tres tratados sobre la reproducción, las


hormonas y los sexos. The Physiology of Reproduction, por Francis H. A.
Marshall, publicado en 1910, resumía más de una década de investigación, y
se convirtió en el texto fundador del nuevo campo de la biología reproductiva.
Marshall, un profesor universitario de fisiología agrícola, estudió los ciclos
reproductivos de los animales domésticos y los efectos de las secreciones
ováricas sobre la salud y la fisiología de órganos reproductores como el útero.
Su obra sobre lo que en ocasiones llamó «fisiología generativa» (la fisiología
de la reproducción) tuvo una influencia de gran alcance. No sólo proporcionó

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la base de nuevas técnicas en la cría de animales, sino que configuró la teoría
y práctica del campo de la ginecología. Marshall esperaba unificar
descripciones de la reproducción hasta entonces no relacionadas, y para ello
consultó y citó obras de «zoología y anatomía, obstetricia y ginecología,
fisiología y agricultura, antropología y estadística».[36]
The Physiology of Reproduction examinaba todos y cada uno de los
aspectos de la generación conocidos: fecundación, anatomía reproductiva,
gestación, lactancia y, de especial interés para la historia de la investigación
endocrinológica, capítulos sobre «El testículo y el ovario como órganos de
secreción interna» y «Los factores que determinan el sexo». En la sección
anterior, Marshall recopilaba evidencias científicas, reunidas rápidamente
durante la primera década del siglo XX, de que los ovarios y los testículos
segregaban una «materia» que ejercía influencia sobre otros órganos del
cuerpo. La idea de las hormonas sexuales había comenzado a dar sus primeros
pasos.[37]
El tono de Marshall es seco y fáctico. Su texto está repleto de
descripciones detalladas de experimentos que ponían de manifiesto los efectos
de extractos gonadales en el desarrollo de los mamíferos. Parece no mostrar
ningún interés por las implicaciones sociales de su obra, pero descansa sobre
un saber académico que sí estaba explícitamente preocupado por las
conexiones entre biología y género. Por ejemplo, sin suscribir sus opiniones
sociales, señala la «ayuda especial» que le proporcionó el libro de Patrick
Geddes y J. Arthur Thomson, The Evolution of Sex, publicado en 1889, un
compendio del sexo en el mundo animal que impuso el espermatozoide activo
y el óvulo pasivo como paradigmas de las verdades biológicas esenciales
acerca de las diferencias sexuales: «Es en general cierto que los machos son
más activos, enérgicos, fervientes, apasionados y variables, mientras que las
hembras son más pasivas, conservadoras, tranquilas y estables. Al ser más
activos y, en consecuencia, tener un dominio de experiencia más amplio,
pueden adquirir cerebros mayores y más inteligencia; pero las hembras,
especialmente cuando ejercen de madres, sin duda tienen una cuota mayor y
más habitual de emociones altruistas».[38]
A pesar del tono impersonal del libro, Marshall no ignoró del todo la
metafísica social del género. Al discutir los «Factores que determinan el
sexo», consideró las ideas de Weininger con algún detalle, y consignó las
reflexiones de éste sobre la biología de «la sáfica y el marimacho, hasta el
varón más afeminado». La idea general de que los animales —humanos
incluidos— contienen rasgos tanto masculinos como femeninos atrajo a

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Marshall. No estaba tan convencido como Weininger de que las fuentes de la
masculinidad y la feminidad residieran en el interior de las células
individuales. En vez de eso, sugirió que su «estilo fisiológico de pensamiento
requiere asociar los caracteres de un organismo con su metabolismo
particular»,[39] incluyendo por implicación la fisiología hormonal. En una
nota a pie de página, Marshall ligó directamente el mundo de los
experimentos sobre reproducción y hormonas en animales al mundo social
humano estudiado por los sexólogos, con citas clave de Krafft-Ebing,
Havelock Ellis, Iwan Block y August Forel (véase la tabla 6.1).
Si Marshall eludió las ramificaciones sociales de la biología reproductiva,
el biólogo Walter Heape (un colega al que Marshall dedicó su libro) no dejó
lugar a dudas acerca de su postura cuando publicó su influyente Sex
Antagonism en 1913. Heape se había dedicado a la investigación fundamental
en biología reproductiva, en particular el ciclo del estro en mamíferos, y había
probado que el apareamiento estimulaba la ovulación en los conejos. De
forma más general, había acomodado la ciencia de la reproducción dentro del
campo de la agricultura.[40] En 1913 había pasado a aplicar su conocimiento
del mundo animal a la condición humana.
A Heape le turbaba la conmoción social en torno suyo, en particular los
estridentes movimientos sufragista y obrero. A principios del siglo XX, las
sufragistas estadounidenses y británicas tomaron las calles para protestar por
su condición social, económica y política inferior. Los piquetes de obreras
recorrían los Estados Unidos,[41] y en 1909 una amplia coalición de activistas
del movimiento obrero, sufragistas, organizaciones de mujeres negras[42] y
amas de casa inmigrantes reivindicaban la emancipación y el derecho al voto
en nuevas combinaciones militantes.[43] El movimiento tenía una amplia
capacidad de convocatoria, porque «las mujeres de ambos extremos del
espectro económico tenían una nueva apetencia de organización política».[44]
Mientras tanto, las sufragistas inglesas irrumpían en el parlamento y
desplegaban banderas desde las galerías, rompían ventanas y asaltaban a la
guardia del número 10 de Downing Street.[45]
Heape comenzaba su libro atribuyendo «la condición convulsa que satura
la sociedad… a tres fuentes: el antagonismo racial, el antagonismo de clase, y
el antagonismo sexual».[46] Estos antagonismos, en particular el sexual, tenían
sus raíces en la mala gestión social de la diferencia biológica. Hombres y
mujeres tenían papeles generativos fundamentalmente diferentes. Heape
insistía en que si las mujeres vivían «conforme a su organización fisiológica»,
[47] atendiendo a sus hogares y dejando los asuntos públicos a los varones

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(cuya sexualidad los hacía de manera natural más inquietos y menos cortos de
miras), podrían evitar los trastornos mentales, la soltería y su masculinidad
implicada, y la mala salud general.[48] Curiosamente, Heape reconocía cierto
grado de solapamiento biológico entre los cuerpos masculino y femenino.
Pero esto no le llevó a cuestionar sus presunciones sobre la naturaleza
fundamental de la diferencia sexual. Más bien, veía la combinación de rasgos
sexuales en cada cuerpo como una metáfora del funcionamiento de la
diferencia de género en el cuerpo político. El antagonismo sexual, escribió,
estaba presente dentro de «cada individuo de un sexo… Así, ambos sexos
están representados en cada individuo de cada sexo, y si bien las cualidades
masculinas son más prominentes en el hombre y las cualidades femeninas lo
son más en la mujer, ambos tienen cualidades del otro sexo más o menos
ocultas en su interior». Cada individuo, por lo tanto, era portador de una
combinación de factores dominantes y subordinados que eran «en realidad,
aunque más o menos débilmente, antagonistas».[49]
Fue el ginecólogo británico William Blair Bell quien dio el paso de ligar
las diferencias de género sociales a las hormonas. Bell pensaba que las
secreciones internas de los órganos individuales no deberían considerarse de
manera aislada, sino como parte de una totalidad corporal de interacciones
entre los diversos órganos endocrinos. Mientras que los científicos habían
tendido a pensar que «una mujer era una mujer por mor de sus ovarios sólo»,
Bell creía que «la feminidad misma depende de todas las secreciones
internas». Para sustentar su teoría, Bell señaló la existencia de mujeres con
testículos y de individuos con ovarios «que no son mujeres en el sentido
estricto del término».[50] Las ideas de Bell contribuyeron a destronar la
gónada como único determinante del sexo, y con ello a cambiar la
comprensión y los tratamientos médicos de la intersexualidad.[51] También
rehicieron por completo las ideas científicas sobre la naturaleza y los orígenes
de la sexualidad «normal».
Bell creía que los ovarios y otras glándulas endocrinas inclinaban a las
mujeres hacia una sexualidad y unas devociones «de mujer»; aquellas mujeres
que no se comportaban como tales estaban viviendo en contra de las
tendencias de sus propios cuerpos. Las que él consideraba «más cercanas a la
naturaleza» o «inmunes a la civilización» eran mujeres «que disfrutan del acto
sexual y quizá fueran un tanto promiscuas… pero con instintos maternales
fuertes». Las mujeres «afectadas por la civilización» iban desde las que
rechazaban el deseo sexual pero querían ser madres, pasando por las que se
entregaban a los placeres del sexo pero carecían de instintos maternales (y

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que no eran «normales en sentido estricto»), hasta las que no querían ni sexo
ni maternidad. Estas últimas estaban «en el lindero de la masculinidad… de
pecho usualmente plano y… a menudo su metabolismo tiene un carácter en su
mayor parte masculino: se ven indicios de esto… en el carácter agresivo de la
mente». Bell concluyó que «la psicología normal de toda mujer depende del
estado de sus secreciones internas, y si no es por la fuerza de las
circunstancias —económicas y sociales— no tendrá ningún deseo inherente
de abandonar su esfera de acción normal».[52] Como en buena parte de la
literatura endocrinológica de este periodo, se hace patente una honda
preocupación social por las mujeres que querían salir de su «esfera de acción
normal».
Heape y Bell hablaban de antagonismo sexual en un sentido social, y
creían que las secreciones internas contribuían a crear las mentes y los
cuerpos masculinos y femeninos. El médico y fisiólogo vienés Eugen
Steinach, sin embargo, creía que las hormonas mismas exhibían antagonismo.
Como médico e investigador en Praga, y luego director de la división de
fisiología del Instituto Vienés de Biología Experimental, trabajó en la
tradición creciente de los estudios de trasplantes, transfiriendo testículos a
ratas y cobayas hembras, y ovarios a machos (de lo que enseguida veremos
más).[53] El estilo intervencionista de Steinach personificaba el espíritu de un
nuevo enfoque analítico que estaba barriendo Europa y Estados Unidos.[54]
En su concepción, los cuerpos y comportamientos masculinos y femeninos
eran resultado de la actividades de las hormonas sexuales, y sus experimentos
con animales proporcionaban pruebas de la naturaleza antagónica de las
hormonas sexuales. En manos de Steinach, las hormonas mismas adquirieron
características masculinas y femeninas. El sexo se hizo químico, y la química
corporal se sexualizó. El drama de la diferencia sexual no sólo emanaba de las
secreciones internas, sino que ya se estaba interpretando en ellas.[55]
Steinach creía que las hormonas patrullaban las fronteras que separaban la
masculinidad de la feminidad y la homosexualidad de la heterosexualidad. Su
investigación con ratas y cobayas y la traslación de sus resultados a los seres
humanos ilustra las maneras complejas en que los credos de género se
convierten en parte del conocimiento científico. Steinach comenzó su carrera
de experimentador en 1884, y al principio trabajó en una variedad de
problemas fisiológicos, ninguno de los cuales tenía una relación obvia con el
sexo. En 1894, sin embargo, publicó un artículo sobre la anatomía
comparativa de los órganos sexuales masculinos, un anticipo de su
reorientación experimental hacia la fisiología sexual. Diez artículos y

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dieciséis años más tarde, volvió a la fisiología del sexo. Su artículo «El
desarrollo de la masculinidad funcional y somática completa en mamíferos
como efecto particular de la secreción interna del testículo» marcó el
comienzo de los experimentos modernos sobre el papel de las hormonas en la
diferenciación sexual.[56]
De hecho, la obra de su vida entera tenía como premisa la idea no
discutida de que debe haber una distinción «natural» nítida entre
masculinidad y feminidad. A pesar de que los experimentos que realizó más
bien difuminaban esta distinción, su descripción altamente antropomórfíca de
sus resultados da idea de hasta qué punto sus convicciones sobre las
diferencias sexuales conformaron su ciencia. Para empezar, concluyó que los
productos hormonales de ovarios y testículos, que llamó «glándulas
puberales», tenían efectos sexualmente específicos. Los testículos producían
sustancias tan poderosas que podían hacer que las hembras inmaduras
desarrollaran los caracteres físicos y psíquicos de los machos. Steinach razonó
que los efectos hormonales sobre la psique deben estar mediados por cambios
cerebrales, en un proceso que describió como una «erotización del sistema
nervioso central».[57] Steinach pensaba que todos los mamíferos contenían
estructuras rudimentarias (Anlage) de ambos sexos. Las secreciones de las
glándulas puberales promovían el desarrollo de ovarios, que inducían la
ontogenia femenina; o testículos, que inducían la masculina. Pero ésta era
sólo una parte de la historia. También creía que las glándulas sexuales
inhibían activamente las Anlage del sexo «opuesto». Así, las sustancias
ováricas no sólo inducían una ontogenia femenina, sino que inhibían la
masculina; y las secreciones testiculares inhibían a su vez el desarrollo
femenino. Steinach llamó a este proceso de inhibición ontogénica
«antagonismo sexual endocrino».
¿Cuál fue la evidencia experimental que llevó a Steinach a describir los
procesos del desarrollo físico en términos tan militaristas como «batallas entre
las acciones antagónicas de las hormonas sexuales» y «antagonismos
encarnizados»?[58] Steinach implantó ovarios a ratas y cobayas machos
castrados nada más nacer (véase la tabla 6.2). Con el tiempo, estos machos
desarrollaron muchos rasgos femeninos. Su estructura esquelética y capilar
era la típica de una elegante hembra de roedor; desarrollaron glándulas
mamarias funcionales, se mostraban dispuestos a amamantar crías y
presentaban su grupa a los machos que los cortejaban, a la manera femenina.
Parecía que los ovarios producían una sustancia feminizante específica. Pero
aún había más. En primer lugar, los trasplantes de ovarios no «arraigaban» en

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el cuerpo masculino si antes no se habían eliminado los testículos. En
segundo lugar, Steinach examinó el crecimiento del pene en machos con
ovarios implantados y lo comparó con el de machos castrados sin más.
Significativamente, para él, el pene parecía atrofiarse bajo la influencia de la
glándula puberal femenina, hasta hacerse menor que el de los machos
castrados no feminizados. Finalmente, observó Steinach, los machos
castrados feminizados eran incluso más pequeños que sus hermanas no
operadas. Los ovarios implantados no sólo les habían impedido convertirse en
machos más grandes y robustos, sino que de hecho parecían haber inhibido su
crecimiento (figura 6.2).

FIGURA 6.2: A: Cobaya macho feminizado. De izquierda a derecha: perfil del animal; demostración de
sus caracteres sexuales; macho amamantando una cría de cobaya; macho amamantado dos crías.

FIGURA 6.2: B: Serie de masculinización. De izquierda a derecha: hermana masculinizada, hermana


castrada, hermana normal, ¿hermano normal? (Fuente: Steinach 1940).

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Aunque al principio Steinach se refirió a estos últimos procesos
simplemente como «inhibiciones»,[59] pronto comenzó a recurrir a la retórica
más poderosa de la batalla de los sexos. ¿Requerían sus datos iniciales un
lenguaje tan fuerte? Parecería que no. Por ejemplo, en un estudio de 1912 con
ratas, cuando informó por primera vez de la reducción del pene, no observó el
mismo efecto en la próstata o las vesículas seminales, lo que Steinach explicó
por lo reducidos que ya eran estos órganos en el momento del implante
ovárico. En 1913, sin embargo, describió la atrofia de las vesículas seminales
(en relación a los controles castrados) en cobayas machos castrados con
ovarios implantados.[60] Así pues, los datos sobre el desarrollo orgánico eran
endebles y contradictorios. Obviamente, la inhibición recíproca tampoco
explicaba por qué los machos feminizados crecían menos que sus hermanas
intactas. Se pueden imaginar otras explicaciones para el hecho de que los
implantes gonadales no «arraigaran» en presencia de su «opuesto». Por
ejemplo, puede que los testículos estimularan la actividad de alguna otra
glándula, lo que creaba un entorno desfavorable al desarrollo ovárico (y
viceversa).[61]

El discurso de Steinach, con su énfasis en el conflicto, no sólo reflejaba


ideas preexistentes sobre la relación natural entre masculinidad y feminidad,
sino que también estableció un marco analítico que configuró sus intereses

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científicos y diseños experimentales. ¿Qué pasaría, se preguntó, si se
trasplantaran gónadas masculinas y femeninas a un huésped castrado, de
manera que se viesen «forzadas a batallar en condiciones iguales para ambas
e igualmente desfavorables»?[62] En algunos casos un ovario y un testículo se
fusionaban en un único «ovotestículo», y cuando Steinach examinó esta
gónada mixta al microscopio tuvo «la impresión de que se entablaba una
batalla entre ambos tejidos».[63] Cuando se fijó en los caracteres sexuales
secundarios, encontró que los animales bisexuales, creados mediante un doble
trasplante, parecían supermachos, pues eran más grandes y poderosos que sus
hermanos normales. Steinach concluyó que la influencia inhibidora de la
glándula puberal femenina, tan evidente en experimentos anteriores, cedía
ante la presencia de una glándula masculina. Esto no significaba que los
testículos neutralizaran los ovarios. Los animales bisexuales tenían una
complexión robusta y masculina, pero también desarrollaban «pezones firmes
y largos, listos para ser succionados».[64] Steinach concluyó que en sus
trasplantes dobles desaparecía todo signo de acción inhibitoria cruzada de las
gónadas. Los testículos promovían el desarrollo masculino, los ovarios el
femenino, y «las fuerzas inhibidoras eran incapaces de imponerse» la una a la
otra.[65]
Los datos de Steinach son compatibles con sus conclusiones, pero no de
manera indiscutible. Es lo que los filósofos llaman subdeterminación, y es un
aspecto corriente de la creación de hechos por parte de los científicos. La
respuesta del organismo a intervenciones experimentales concretas limita las
conclusiones permisibles, pero a menudo no de manera unívoca. En tal caso
los científicos tienen varias interpretaciones plausibles donde elegir. Tanto la
elección final como su recepción más allá de los límites del laboratorio
depende en parte de factores sociales no experimentales. Describir la
interacción entre las secreciones ováricas y testiculares como un antagonismo
(en vez de una inhibición mutua) era científicamente plausible. Pero, al
mismo tiempo, también superponía a los procesos químicos de las gónadas de
rata y cobaya un relato político sobre el antagonismo sexual humano que
trazaba un paralelismo con las luchas sociales contemporáneas. Las funciones
fisiológicas devinieron una alegoría política, lo que, irónicamente, las hizo
más creíbles y no menos, porque parecían compatibles con lo que la gente ya
«sabía» sobre la naturaleza de la diferencia sexual.
Consideremos, por ejemplo, la decisión de practicar trasplantes dobles.[66]
¿Por qué Steinach no dedicó más tiempo a detallar los efectos de las
secreciones masculinas y femeninas sobre los cuerpos masculinos y

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femeninos, para averiguar más sobre lo que hacían las hormonas en sus
emplazamientos «naturales»? Parte de la respuesta seguramente hay que
buscarla en su compromiso con los nuevos métodos experimentales que
exigían alterar los procesos normales para desvelar los hechos subyacentes.
Pero más allá de eso, habiendo aceptado el discurso del antagonismo
hormonal y trabajando en un entorno donde tanto la masculinidad femenina
como la feminidad masculina amenazaban la estabilidad social, los
experimentos de doble trasplante parecían tan obvios como urgentes.
Hablaban de la política del momento. Donde quizá se vea más claro que los
intereses de Steinach estaban conformados por los debates políticos es en su
enfoque de la homosexualidad.[67] Sus estudios con animales le llevaron a
creer que había encontrado pruebas de que el intercambio de testículos por
ovarios conducía a un comportamiento sexual alterado. Su investigación le
sirvió de fundamento para una teoría detallada de la homosexualidad humana.
Argumentó que quienes tenían «ataques periódicos del impulso homosexual»
tenían gónadas que alternaban la producción de hormonas masculinas y
femeninas. En cambio, los «homosexuales constantes» desarrollaban órganos
sexuales opuestos cuando, en la pubertad, su tejido productor de hormona
masculina degeneraba.[68] Para confirmar esta teoría, Steinach buscó «tejido
femenino» en los testículos de homosexuales masculinos, y creyó encontrar
tanto atrofia testicular como la presencia de células que supuestamente
sintetizaban la hormona femenina, a las que llamó células F.
Luego llevó a cabo el experimento definitivo para poner a prueba sus
ideas. En colaboración con el cirujano vienés R. Lichtenstern, extrajo un
testículo de cada uno de siete varones homosexuales e implantó en su lugar
testículos de donantes heterosexuales.[69] (Los testículos implantados habían
sido extirpados por razones médicas, como puede ser el que uno de los dos
testículos no hubiera descendido, lo que dejaba al paciente heterosexual con
un testículo funcional). Al principio se sintieron eufóricos al constatar un
éxito: la aparición de interés sexual en el sexo «opuesto». Con el paso del
tiempo, sin embargo, el fracaso de las operaciones se hizo evidente, y después
de 1923 dejaron de practicarse.[70] La elección de los experimentos y la
elección de sus interpretaciones estaban influenciadas en parte por las
tradiciones científicas de la época y en parte, desde luego, por las respuestas
de los organismos estudiados, pero también por el medio social en el que
vivía Steinach, que definía la masculinidad y la feminidad, la homosexualidad
y la heterosexualidad, como categorías en oposición (definiciones que

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parecían tan incontrovertibles como necesitadas de respaldo científico, dada
la conmoción política del momento).
Esto no quiere decir que el medio social determine unívocamente los
hechos científicos. De hecho, tanto en Estados Unidos como en Inglaterra,
surgió una oposición científica significativa a la idea del antagonismo de las
hormonas sexuales.[71] Hacia 1915, los fisiólogos británicos, representantes
del campo emergente de la endocrinología, y los genetistas norteamericanos
parecían haber llegado a un punto muerto. Los genetistas intuían que los
cromosomas definían o controlaban el desarrollo sexual. Los endocrinólogos
creían que las hormonas definían al hombre (o la mujer). Un embriólogo
norteamericano, Frank Rattray Lillie (1870-1947), desbloqueó la situación
con su trabajo sobre las becerras llamadas «machorras», hembras estériles y
masculinizadas, hermanas mellizas de un becerro. En 1914, el capataz de la
granja privada de Lillie le envió un par de fetos de vacuno mellizos abortados,
todavía envueltos en sus membranas amnióticas.[72] Uno era un macho
normal, pero el cuerpo del otro parecía combinar partes masculinas y
femeninas. Intrigado, Lillie se puso a estudiar la cuestión y obtuvo más
material de los establos de Chicago.[73] Después de examinar 55 parejas de
becerros mellizos, Lillie concluyó, en una publicación de 1917 ahora clásica,
que la vaca machorra, o freemartin, era una hembra genética cuyo desarrollo
había sido alterado por hormonas procedentes de su hermano mellizo, debido
a la confluencia de los sistemas circulatorios tras la fusión de sus placentas
inicialmente separadas.[74] De esta forma concilio las visiones genética y
hormonal del sexo. La determinación del sexo partía de los genes, pero las
hormonas acababan el trabajo.
La vaca masculinizada de manera espontánea se parecía en muchos
aspectos a los animales con gónadas trasplantadas de Steinach, un hecho que
Lillie reconoció enseguida.[75] Pero Lillie era reacio a dejar que sus terneros
le hablaran de la naturaleza de las hormonas masculinas y femeninas. Se
preguntaba, por ejemplo, por qué sólo la hembra de la pareja de mellizos
resultaba afectada. ¿Por qué las secreciones femeninas no feminizaban al
macho, como hacían con los roedores de Steinach? Lillie propuso dos
posibilidades. Puede que hubiera «cierta dominancia natural de las hormonas
masculinas sobre las femeninas» o, alternativamente, que las ontogenias
masculina y femenina no estuvieran sincronizadas.[76] Si los testículos
comenzaban a funcionar antes que los ovarios en el desarrollo embrionario,
entonces, en el caso inusual de dos mellizos de distinto sexo, podía ser que la
gónada masculina segregase una hormona que transformaba el ovario

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potencial en un testículo antes de que tuviera oportunidad de producir
hormonas femeninas. Estudios anatómicos detallados confirmaron la hipótesis
de la asincronía. «Por lo tanto», concluyó Lillie, «no puede haber conflicto
hormonal».[77] Al final, Lillie se vio incapaz de concluir gran cosa sobre la
naturaleza de la actividad hormonal masculina. Inicialmente suprimía el
desarrollo ovárico; pero no quedaba claro si la aparición posterior de
caracteres masculinos tales como un falo agrandado o conductos de esperma
se derivaba de la mera ausencia de tejido ovárico o de una estimulación
positiva por parte de hormonas masculinas.[78]
Esta incertidumbre llevó a Lillie a «sugerir amablemente» a su protegido
Cari R. Moore que repitiera los experimentos de Steinach con ratas.[79] Moore
asintió y llevó a cabo trasplantes recíprocos: ovarios en machos inmaduros
castrados y testículos en hembras inmaduras también castradas. Enseguida
tropezó con dificultades. «Es una pena que los caracteres somáticos
distintivos del macho y la hembra de rata ya no resulten patentes», escribió.
«Steinach ha puesto un énfasis considerable en las relaciones de peso y
longitud corporal de sus machos feminizados y hembras masculinizadas como
indicadores de masculinidad y feminidad. La opinión de quien escribe, sin
embargo, es que unas diferencias tan leves… son unos criterios de
masculinidad y feminidad muy pobres».[80] Tras continuar con su crítica,
Moore rechazó el peso y la longitud como indicadores satisfactorios del sexo
de la rata. Similarmente, encontró que la estructura del pelaje y del esqueleto,
los depósitos de grasa y las glándulas mamarias eran rasgos demasiado
variables para servir como diferenciadores sexuales fiables.[81]
Pero, aunque Moore rechazó los marcadores del género físico que
Steinach había dado por sentados, admitió que ciertos comportamientos
sugerían un vínculo claro entre las hormonas y las diferencias sexuales. Los
machos feminizados (castrados y con ovarios implantados) querían ejercer de
madres. Se posicionaban para que las crías accedieran a sus ficticias mamas
(¡aunque no tenían pezones!) y las defendían agresivamente de los intrusos.
Los machos normales y las hembras masculinizadas no mostraban interés
alguno en las crías. Estas últimas exhibían conductas inusuales: intentaban
montar a hembras normales, lamiéndose entre montas como haría un macho
intacto. Pero, observó Moore, las diferencias no siempre eran obvias ni
siquiera con los marcadores comportamentales: «Steinach ha descrito la
docilidad de la rata hembra normal (no pelea, es fácil de manejar, es menos
proclive a morder o resistirse a la manipulación, etc.) pero, una vez más, las
variaciones son demasiado grandes para tener algún valor práctico. Muchas

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hembras de esta colonia son decididamente más belicosas que los machos. En
varios casos, tras una manipulación repetida, estas ratas mordían, arañaban y
no se parecían en nada a una hembra mansa y apacible».[82]
Moore perseveró en su crítica.[83] En una serie de artículos publicados a lo
largo de una década, se dedicó a desmantelar la obra de Steinach (véase la
tabla 6.3). Este había insistido en que los machos de rata y cobaya eran
mucho mayores que las hembras, y que las hembras castradas crecían más que
sus hermanas intactas (véase la figura 6.2) si tenían implantes testiculares. En
cambio, los machos castrados con implantes ováricos parecían encogerse
hasta hacerse incluso menores que sus hermanas normales. Moore dijo otra
cosa. Citó trabajos ya publicados que mostraban que la simple eliminación de
los ovarios hacía que las hembras crecieran más. En sus propios experimentos
con ratas observó que el dimorfismo sexual se mantenía aún después de la
eliminación de las gónadas, lo que sugería que éstas no tenían nada que ver
con el mayor tamaño de los machos. Sus resultados con cobayas
incrementaron su escepticismo. Aunque la tasa de crecimiento de machos y
hembras difería al principio del desarrollo, al cabo de un año ambos sexos
habían alcanzado el mismo tamaño, y posteriormente las hembras se hacían
más grandes. Las hembras castradas crecían al mismo ritmo que las intactas, y
sólo los machos castrados crecían visiblemente menos que los machos
intactos, las hembras castradas y las hembras intactas. Moore remató su
artículo de 1922 con un directo a la mandíbula de Steinach:

Por llamativa que pueda ser la influencia de las secreciones internas de las glándulas
sexuales sobre algunos caracteres en ciertas formas animales, parece difícil y a menudo
imposible encontrar en animales de laboratorio ordinarios caracteres lo bastante diferentes y
constantes en ambos sexos para ser susceptibles de análisis mediante procedimientos
experimentales. Y muchos de los caracteres citados en la literatura que pretendidamente ofrecen
una demostración del poder de las secreciones sexuales para inducir modificaciones en el sexo
opuesto se vienen abajo cuando se someten a un análisis crítico. En opinión de quien escribe, el
carácter del peso corporal modificado en cobayas[84] pertenece a este grupo.

Steinach, mientras tanto, se reafirmaba en sus teorías. Escribió que Moore


malinterpretó sus trabajos y que su oposición no tenía sentido. En un teatral
experimento final, sirviéndose de los avances en la endocrinología (que se
discuten en el capítulo siguiente), inyectó extractos ováricos y placentarios
que contenían hormonas femeninas activas en crías de rata de sexo masculino
(en vez de recurrir a los menos seguros trasplantes de órganos). El resultado
fue una inhibición del desarrollo testicular, así como de las vesículas
seminales, la próstata y el pene, lo que confirmaba su tesis del antagonismo
entre hormonas femeninas y desarrollo masculino.[85]

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Sin embargo, en 1932, Moore y su colaboradora Dorothy Price repitieron
el experimento y lo hicieron aún mejor. Para empezar, concluyeron que «en
contra de Steinach… la oestrina [el factor extraído de los ovarios] no tiene
efecto sobre los atributos masculinos. Ni los estimula ni los inhibe». Pero la
refutación de Steinach no era más que el aperitivo del plato principal: una
nueva visión de la función hormonal. El debate sobre el antagonismo
hormonal, escribieron, «nos forzó a ampliar nuestras interpretaciones para
ligar la acción de las hormonas gonadales con la actividad de la hipófisis».[86]
Moore y Price postularon varios principios: (1) en su localización propia, las
hormonas estimulan el desarrollo de los atributos reproductivos, pero no
tienen efecto sobre los órganos del sexo opuesto; (2) las secreciones de la
pituitaria (hipófisis) estimulan la producción de hormonas propias por las
gónadas; (3) «las gónadas no tienen un efecto directo sobre las gónadas del
mismo o del otro sexo», y (4) las hormonas gonadales de cada sexo inhiben la
actividad de la pituitaria, disminuyendo la cantidad de estimulante sexual que
fluye por el organismo.[87] En pocas palabras, Moore y Price degradaron las
gónadas a la categoría de actores secundarios dentro de un sistema más
complejo en el que el poder estaba descentralizado. Las gónadas y la pituitaria
se controlaban mutuamente mediante un sistema retroactivo análogo a un
termostato.[88]

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¿Qué lecciones deberíamos extraer de este momento de la historia de la
endocrinología? ¿Debemos concluir que, simplemente, la «buena ciencia» de
Moore se impuso al trabajo descuidado de Steinach?[89] ¿O esta disputa sobre
la sexualización química del cuerpo revela una relación más compleja entre
conocimiento social y conocimiento científico? Ciertamente, Moore se basó
más en trabajos publicados con anterioridad, aportó más datos y parecía
preparado para descartar lo que llamó «la ecuación personal» atendiendo al
problema de la variabilidad.[90] Está claro que sospechaba que Steinach filtró
sus datos para que se ajustaran a su teoría, en vez de construir una teoría a
partir de información obtenida de manera imparcial. Pero, aunque Moore
siguió una vía que finalmente le condujo a lo que hoy creemos que es la
respuesta «correcta», también tuvo sus propios deslices experimentales. Por
ejemplo, contradijo directamente a Steinach al mostrar que podía implantar un
ovario en una rata macho que conservaba sus testículos; pero al ampliar el

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experimento a los cobayas, empleó sólo animales castrados para sus
implantes. ¿Por qué? Puede que no obtuviera tan buenos resultados cuando
dejaba intactas las gónadas del huésped. ¿O quizá su diseño experimental
reflejaba el menor interés de Moore en la intersexualidad y la
homosexualidad?[91]
O considérense sus resultados con injertos de testículo. Steinach había
señalado que sus implantes testiculares contenían buena cantidad de tejido
intersticial (del que hoy se sabe que es la sede de la producción de
testosterona).[92] Los implantes de Moore se desarrollaban poco, y no
parecían producir mucho tejido intersticial. De hecho, no está claro que sus
implantes testiculares tuviesen actividad fisiológica, a pesar de lo cual
concluyó que no tenían efectos masculinizantes. Parece posible, sin embargo,
que el experimento simplemente fallara. Sin implantes testiculares
funcionales, no podía ponerse a prueba este aspecto del trabajo de Steinach.
Verdadera o falsa, la idea del antagonismo sexual, cuando se trasladó a la
escena de la biología hormonal, suscitó un debate enormemente productivo.
[93] Al final, Moore y Price concibieron una explicación que integraba una

posición «separada pero igual» con un papel sexualmente inespecífico para


las hormonas gonadales como reguladores importantes del desarrollo. Por un
lado, argumentaron que la hormona testicular (todavía sin nombre en 1932)
había promovido el desarrollo de los atributos masculinos, pero no había
tenido ningún efecto directo sobre las partes femeninas. Similarmente, la
hormona ovárica (llamada oestrina en las circunstancias que se describen en
el siguiente capítulo) estimulaba ciertos aspectos del desarrollo femenino,
pero no tenía ningún efecto directo sobre la diferenciación masculina. Por
otro lado, ambas hormonas podían inhibir la pituitaria de ambos sexos,
suprimiendo indirectamente con ello su propia producción por las gónadas.
Moore y Price no escogieron una expresión con reminiscencias sociales
(análoga a «antagonismo hormonal») para describir su teoría, aunque
reconocieron que su trabajo tendría interés para las cuestiones de la
intersexualidad y el hermafroditismo. Puede que se formaran en una tradición
científica de mayor cautela,[94] o puede que las crisis de género, clase y raza
hubieran comenzado a remitir para cuando redactaron sus conclusiones.[95]
Aunque la respuesta a estas preguntas es tema de una futura investigación
histórica, lo que quiero decir aquí es que la determinación del género es un
asunto más complejo que limitarse a dejar que los cuerpos nos digan la
verdad.

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Aunque derrotada por los endocrinólogos, la idea del antagonismo entre
las hormonas sexuales no murió. El propio Steinach nunca la abandonó.[96] El
médico endocrinólogo y sexólogo Harry Benjamín, pionero de la cirugía
como cura de la transexualidad,[97] elogió la idea del antagonismo hormonal
en el obituario de Steinach: «La oposición a la teoría del antagonismo
fisiológico de las hormonas sexuales aún existe, pero esta oposición sigue sin
ser convincente a la luz de los muchos experimentos que la corroboran».[98]
Otros también continuaron suscribiendo el modelo de Steinach. En 1945,
nuestro amigo de Kruif se refirió al antagonismo sexual como una «guerra
química entre las hormonas masculinas y femeninas… una miniatura química
de la bien conocida guerra humana entre hombres y mujeres».[99] Una vez
establecido, un hecho científico puede desmentirse en un campo, seguir
siendo un «hecho» en otros, y perpetuarse en la imaginación popular.

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7

¿Existen realmente
las hormonas sexuales?
(El género se traslada
a la química)

Preparándose para el diluvio

Carl Moore y Dorothy Price no acabaron con la confusión sobre la naturaleza


biológica de la masculinidad y la feminidad, ni sobre las hormonas mismas.
Durante la década que precedió a la primera guerra mundial, el conocimiento
científico se fue acumulando lentamente, pero en la posguerra se hizo posible
una nueva etapa en la investigación sobre hormonas (más tarde llamada «la
fiebre del oro endocrinológica» y «la edad de oro de la endocrinología»)[1]
gracias a la interconexión de nuevas instituciones políticas y científicas en
Estados Unidos e Inglaterra. Una vez más, los mundos sociales que
proporcionaban el contexto del trabajo científico son una parte esencial de la
historia; en particular, comprender el contexto social nos ayuda a ver cómo se
han gestado nuestras ideas sobre las hormonas sexuales.
La primera guerra mundial supuso un serio contratiempo para la ciencia
europea. Además, fisiólogos y bioquímicos estaban enfrascados en el estudio
de las proteínas. Sin embargo, los productos químicos empleados para extraer
y examinar proteínas no servían para las hormonas gonadales que, como los
hechos demostrarían, pertenecían a una clase de moléculas llamadas
esferoides (derivados del colesterol; véase la figura 7.1). No fue hasta 1914
que los químicos orgánicos identificaron los esferoides y encontraron maneras
de extraerlos a partir de material biológico (aunque los bioquímicos habían
dado con la extracción lipídica de factores gonadales un par de años antes).[2]
Las hormonas gonadales habían sido definidas como mensajeros químicos,

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pero antes de 1914 nadie sabía cómo aislarlas. Como hemos visto, su
presencia sólo podía adivinarse a través de una compleja combinación de
cirugía e implantación. Un científico escéptico escribió que los investigadores
de este periodo se encomendaban a ensayos de «extractos mal definidos en
mujeres histéricas y jóvenes caquéxicas». Hacia el final de la primera guerra
mundial, «las esperanzas sociales y científicas de una endocrinología médica
de las funciones y disfunciones sexuales no se habían cumplido».[3]

FIGURA 7.1: La estructura química de la testosterona, el estradiol y el colesterol. (Fuente: Alyce Santoro,
para la autora).

A pesar de la lenta acumulación de información científica sobre las


hormonas, se estaban tramando cambios importantes. Las alianzas, las
intrigas y el melodrama comenzaron a vincular la obra de biólogos como
Frank Lillie con la de psicólogos como Robert Yerkes, filántropos como John
D. Rockefeller hijo y reformadores sociales de diversos colores. Estos últimos
incluían mujeres que ostentaban el recién acuñado apelativo de «feminista»,[4]
además de eugenistas, sexólogos y médicos. Las hormonas, representadas
sobre el papel como fórmulas químicas neutras, se convirtieron en actores
principales en la moderna política de género.
Las primeras décadas del siglo XX fueron un tiempo de profunda
intersección entre el conocimiento social y el científico, entre la investigación
y la aplicación. La nueva clase empresarial quería servirse del saber científico
para hacer que tanto sus obreros como sus procesos de producción industrial
fuesen más eficientes;[5] los reformadores acudían a los estudios científicos

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para orientarse sobre cómo manejar una hueste de problemas sociales. De
hecho, fue en esta época cuando las ciencias sociales —psicología, sociología
y economía— comenzaron a aplicar técnicas científicas a la condición
humana. Mientras tanto, los practicantes de las llamadas ciencias duras
también comenzaron a verse a sí mismos como expertos que tenían algo que
decir en materia de problemas sociales, desde la prostitución, el divorcio y la
homosexualidad hasta la pobreza, la desigualdad y la criminalidad.[6]
Las biografías entrelazadas de los más apasionados reformadores sociales
y los científicos más eminentes del momento denotan las complejas
conexiones entre los programas científicos y sociales. Considérese, por
ejemplo, el papel interpretado por la ciencia y los científicos en las vidas de
algunas feministas de principios de siglo y en la formulación de sus ideas
sobre el género.[7] Olive Schreiner, novelista y feminista sudafricana, tuvo en
su juventud un romance con Havelock Ellis, uno de los padres de la
sexología. Su influencia puede apreciarse en su conocido tratado de 1911,
Women and Labor, donde Schreiner argumentaba que la libertad económica
de las mujeres incrementaría la atracción y la intimidad heterosexuales.[8]
Schreiner no fue la única feminista influenciada por Ellis. Margaret Sanger,
activista del control de natalidad estadounidense, fue en su busca y se
convirtió en su amante entre 1913 y 1915, después de trasladarse a Europa
para evitar ser procesada por enviar literatura sobre métodos anticonceptivos
por correo, y por defender un intento de volar la finca de los Rockefeller en
Tarrytown, Nueva York.[9] Al igual que Schreiner, y anarquistas y defensoras
del amor libre como Emma Goldman, Sanger promovía el control de
natalidad ligando abiertamente la opresión sexual y la económica. Y como
Goldman, Sanger se arriesgó a ser encarcelada por desafiar la ley Comstock
que prohibía por obscena la distribución de información sobre métodos
anticonceptivos.[10]
El control de la natalidad en especial era una piedra angular de la política
feminista. Una activista de la época escribió: «El control de natalidad es un
elemento esencial en todos los aspectos del feminismo. Seamos seguidoras de
Alice Paul, Ruth Law, Ellen Key u Olive Schreiner, todas debemos ser
seguidoras de Margaret Sanger».[11] Y Margaret Sanger luchó denodadamente
para influenciar las líneas de investigación de los endocrinólogos, con la
esperanza de que su ciencia fuera la salvación para millones de mujeres
forzadas a dar a luz demasiadas veces en circunstancias terribles. Al cabo de
los años consiguió asegurarse algo más que una pequeña subvención
institucional para los científicos deseosos de embarcarse en su programa de

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investigación. Parte de la historia de las hormonas sexuales expuesta en este
capítulo tiene que ver con la lucha entre científicos y activistas políticos para
asegurarse la ayuda de los otros sin renunciar a sus metas particulares
(promover el control de la natalidad por un lado o el conocimiento «puro»
sobre las hormonas sexuales por el otro).
Pero, aún más que los canales personales entre activistas y científicos,
colaboraciones sin precedentes entre filántropos, científicos sociales e
instituciones subvencionadas por el gobierno hicieron posible el desarrollo de
un nuevo conocimiento científico sobre el género y las hormonas (véase la
figura 7.2). En 1910, John D. Rockefeller hijo fue miembro de un gran jurado
en la ciudad de Nueva York para investigar la «trata de blancas».[12]
Profundamente afectado por las deliberaciones, organizó y financió la Oficina
de Higiene Social. A lo largo de los siguientes treinta años esta institución
donó casi seis millones de dólares para el «estudio, mejoramiento y
prevención de aquellas condiciones, infracciones y males sociales que afectan
adversamente el bienestar de la sociedad, con especial referencia a la
prostitución y las lacras asociadas a ella».[13] Entre los numerosos proyectos
auspiciados por la Oficina estaba el Laboratorio de Higiene Social para el
estudio de la delincuencia femenina, concebido y dirigido por la penalista,
trabajadora social y feminista Katherine Bement Davis (1860-1935).[14]

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FIGURA 7.2: Mundos sociales personal e institucional. (Fuente: Alyce Santoro, para la autora).

Davis se había doctorado en ciencias políticas por la Universidad de


Chicago. Entre sus profesores de sociología estuvieron Thorstein Veblen y
George Vincent, quien más tarde sería director de la Fundación Rockefeller.
[15] En 1901, Davis fue nombrada superintendente para la mujer en el recién

abierto reformatorio femenino de Bedford Hills, en el estado de Nueva York.


Aquí su trabajo pionero sobre los delincuentes sexuales llamó la atención de
Rockefeller, quien en 1912 compró unos terrenos junto al reformatorio para
establecer allí el Laboratorio de Higiene Social. Rockefeller dijo de Davis que
era «la mujer más inteligente que he conocido».[16] En 1917 se convirtió en
secretaria general y miembro del consejo directivo de la Oficina de Higiene
Social. Sus intereses iban más allá de la criminalidad, y se valió de su
influencia para ampliar las atenciones de la Oficina a la gente «normal», la
salud y la higiene públicas, y la investigación biológica básica de la fisiología
y función de las hormonas.[17]
Pero el andamiaje que sustentó la explosión de la investigación
endocrinológica en los años veinte aún no estaba montado. En 1920, el
psicólogo Earl F. Zinn, adjunto de Davis en la Oficina de Higiene Social,
promovió un renovado esfuerzo para comprender la sexualidad humana.[18]
Sus solicitudes de apoyo financiero por parte del Consejo Nacional de
Investigación (el nuevo brazo de la Academia Nacional de Ciencias) llamaron
la atención del psicólogo Robert M. Yerkes.[19] En octubre de 1921, Yerkes
convocó a un grupo de distinguidos antropólogos, embriólogos, fisiólogos y
psicólogos que urgieron al Consejo para que emprendiera un amplio
programa de investigación sobre sexualidad. Los convocados señalaron que
«las pulsiones y actividades asociadas al comportamiento sexual y
reproductivo tienen una importancia fundamental para el bienestar del
individuo, la familia, la comunidad y la raza».[20] Con esta iniciativa
financiada con fondos ajenos a la Oficina de Higiene Social, vio la luz el
CRPS (Committee for Research in Problems of Sex).
El consejo asesor del nuevo comité incluía al propio Yerkes, el fisiólogo
Walter B. Cannon, Frank R. Lillie, Katherine B. Davis y el psiquiatra Thomas
W. Salmón. Era «un grupo pequeño de gente entusiasta… que afrontaba un
vasto dominio de ignorancia y conocimiento incompleto, y que apenas sabía
siquiera por dónde y cómo comenzar».[21] Su misión inicial fue «comprender
el sexo en sus muchas fases», y la estrategia era lanzar «un ataque sistemático
desde los ángulos de todas las ciencias relacionadas».[22] Al cabo de un año,
sin embargo, Lillie había secuestrado el CRPS, desviándolo del enfoque

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pluridisciplinario y concentrándolo en el estudio de la biología básica.[23]
Lillie confeccionó una lista de temas de investigación por orden de
importancia: los aspectos genéticos de la determinación del sexo, la fisiología
del sexo y la reproducción, la psicobiología sexual animal y, en último lugar,
la sexualidad humana, incluyendo las dimensiones individual, antropológica y
psicosocial. Durante sus primeros veinticinco años, el CRPS financió buena
parte de la investigación puntera en endocrinología, la antropología del
comportamiento sexual, la psicología animal y, más tarde, los famosos
estudios de Kinsey. Yerkes presidió el comité a lo largo de toda su existencia,
mientras que Lillie fue miembro hasta 1937.
Lillie y Yerkes desviaron los recursos del CRPS hacia la investigación de
la biología hormonal, con el argumento de que la biología básica era
fundamental para comprender los complejos problemas que habían motivado
inicialmente a Rockefeller a fundar la Oficina de Higiene Social. Esto no
significa que ambos científicos fueran académicos en su torre de marfil,
ajenos o indiferentes a las principales tendencias sociales de su tiempo. De
hecho, su pensamiento conformó y estaba conformado por las convicciones
imperantes sobre la política sexual y la sexualidad humana. Como jefe del
laboratorio de biología marina de Woods Hole, Massachusetts, y del
departamento de zoología de la Universidad de Chicago (de 1910 a 1913),
Lillie ya era un actor principal en el desarrollo de la biología norteamericana.
Su trabajo sobre las terneras machorras lo había colocado en el centro del
campo emergente de la biología reproductiva, y planeaba organizar la
investigación biológica en la Universidad de Chicago en torno a los campos
de la embriología y la biología sexual. Lillie pretendía unificar las diversas
líneas disciplinarias de su departamento bajo el palio de la utilidad social.
En particular, era un ferviente partidario del movimiento eugenista, del
que pensaba que ofrecía un enfoque científico del tratamiento de los males
sociales. Los eugenistas advertían de que el «acervo racial» de la nación
peligraba por la afluencia masiva de inmigrantes de la Europa oriental y la
permanencia en la población de antiguos esclavos y sus descendientes. Para
limitar la carga sobre la clase media blanca que representaba la pobreza y la
delincuencia, que se consideraban derivadas de la «herencia débil» de los
inmigrantes y las razas de piel oscura, los eugenistas abogaban por el control
de la reproducción de los llamados inadaptados y la promoción de la natalidad
de los representantes del acervo racial anglosajón. Miembro de la sociedad
educativa eugenista de Chicago, del comité organizador del segundo congreso
internacional de eugenesia (1923) y del consejo asesor del comité eugenésico

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estadounidense, Lillie expuso sus ideas en un boletín estudiantil de la
Universidad de Chicago: «Si nuestra civilización no quiere seguir el camino
de las civilizaciones históricas, hay que poner freno a las condiciones sociales
que hacen que el éxito biológico y el dejar descendencia entren en conflicto
con el éxito económico, lo que invita a los mejores intelectos a dejar que sus
familias se extingan». En su propuesta de construir un instituto de genética,
Lillie abundó en este tema: «Estamos en un punto decisivo de la historia de la
sociedad humana… En todas partes las poblaciones presionan sobre sus
fronteras y además, desafortunadamente, la mejor estirpe desde el punto de
vista biológico no siempre es la que se reproduce más deprisa. Los problemas
políticos y sociales implicados son, fundamentalmente, problemas de biología
genética».[24]
El compromiso de Lillie con la eugenesia lo alió directamente con otros
dos activistas del movimiento, Margaret Sanger y Robert Yerkes. Sanger
había trocado su feminismo radical de juventud por una imagen más
conservadora. La disminución del interés de Sanger (y del movimiento por el
control de natalidad) por los derechos de las mujeres corrió paralela al
incremento de su propaganda del valor del control de natalidad para reducir la
fecundidad de aquellos que eran vistos como menos valiosos socialmente.
«Más niños de los aptos, menos de los inadaptados: éste es el eje principal del
control de natalidad», escribió Sanger en 1919. Los eugenistas escribían
regularmente para la revista de la liga americana de control de natalidad, Birth
Control Review, mientras que en los años veinte menos de un 5 por ciento de
sus artículos tenía que ver con el feminismo.[25]
Como Lillie, Yerkes era un científico de buena formación. Se había
doctorado en psicología por la Universidad de Harvard en 1902, y a lo largo
de los siguientes diez o quince años trabajó con organismos que iban desde
invertebrados como la lombriz de tierra y el cangrejo violinista hasta
mamíferos como ratones, monos y seres humanos. En Harvard, Yerkes se
cruzó con Hugo Munsterberg, uno de los fundadores de la psicología
industrial, promotor de la idea de una jerarquía natural del mérito. En una
democracia como la estadounidense, esto implicaba que las diferencias
sociales deben proceder de diferencias biológicas inherentes. Yerkes escribió:
«En los Estados Unidos de América, dentro de los límites impuestos por la
edad, el sexo y la raza, las personas son iguales bajo la ley y pueden reclamar
sus derechos como ciudadanos».[26]
En este periodo inicial de su carrera, Yerkes se concentró en medir dichos
límites. El futuro de la humanidad, pensaba, «depende en no pequeña medida

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del desarrollo de las diversas ciencias biológicas y sociales… Debemos
aprender a medir diestramente cada forma y aspecto del comportamiento».[27]
A principios del siglo XX, cuando la psicología estaba intentando ganarse la
respetabilidad científica, Yerkes trabajó duro para demostrar lo que aquella
disciplina emergente podía ofrecer.[28] Cuando estalló la primera guerra
mundial, vio la oportunidad de convencer al ejército de que necesitaba
psicólogos para evaluar las aptitudes de todos los soldados de cara a la
asignación de destinos y tareas. Junto con Lewis M. Terman[29] y H. H.
Goddard, otros dos proponentes de las pruebas mentales, Yerkes convirtió el
test de inteligencia en un instrumento que podía aplicarse en masa, incluso a
los muchos reclutas analfabetos. Hacia el fin de la guerra, Yerkes había
acumulado datos de CI de 1,75 millones de hombres, y había mostrado que
las pruebas psicológicas podían aplicarse a grandes instituciones. En 1919, la
Fundación Rockefeller le concedió una beca para confeccionar un test de
inteligencia estándar. Al año de su publicación, se habían vendido medio
millón de ejemplares del test de Yerkes.[30]
El CRPS, liderado por Lillie y Yerkes, no fue la única organización que
dedicó atención y dinero a los problemas de la biología hormonal. A partir de
los años veinte, Margaret Sanger y otros defensores del control de natalidad
comenzaron a reclutar investigadores para su causa, con la esperanza de que
podrían dar con una solución técnica a la miseria social y personal que
acarreaban los embarazos no deseados.[31] Sanger aglutinó a sus seguidores
científicos a través de la Oficina de Investigación Clínica del Control de
Natalidad (fundada por ella misma en 1923). Entre los miembros de su
consejo asesor profesional estaban León J. Cole, profesor de genética en la
Universidad de Wisconsin, estrechamente asociado a Lillie por su interés
mutuo en las vacas masculinizadas. Esta conexión también alcanzaba al
investigador británico F. A. E. Crew, a quien Sanger había reclutado para que
encontrara un espermicida seguro y efectivo.[32] Puesto que el envío de
información sobre anticonceptivos por correo era ilegal en Estados Unidos, la
investigación del espermicida se trasladó a Inglaterra, aunque no sin el apoyo
de otra agencia norteamericana privada: el Comité de Salud Maternal, que
obtuvo fondos de la Oficina de Higiene Social y los desvió al equipo de Crew.
[33] De vez en cuando, Sanger también recibió dinero directamente de

Rockefeller para proyectos y simposios concretos.


Así pues, los intereses personales, institucionales, científicos, financieros
y, en última instancia, políticos de los actores que promovieron y llevaron a
cabo la investigación de las hormonas sexuales se solapaban de maneras

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intrincadas. Durante los años veinte, con el respaldo de este aparato de
investigación reforzado, los científicos finalmente pudieron someter las
elusivas secreciones gonadales a su control. Los químicos empleaban una
notación abstracta para describirlas como esferoides (véase la figura 7.1).
Podían clasificarlas como alcoholes, cetonas o ácidos. Pero, a medida que se
hizo más claro que las hormonas desempeñaban múltiples funciones en el
cuerpo humano, las teorías que ligaban sexo y hormonas se hicieron más
confusas, porque la asunción de que las hormonas tenían «genero» estaba ya
profundamente implantada. Hoy parece difícil ver cómo se podía dar género a
unos compuestos químicos asociales. Pero si repasamos la historia de las
hormonas sexuales desde 1920 hasta 1940, podemos ver cómo se incorporó el
género a estos poderosos compuestos químicos que día a día ejecutan sus
maravillas fisiológicas dentro de nuestros cuerpos.
A medida que esta potente y bien financiada infraestructura de
investigación se asentó, el optimismo se hizo palpable. «El futuro pertenece al
fisiólogo», escribió un médico. La endocrinología abrió la puerta a «la
química del alma».[34] Ciertamente, los veinte años entre 1920 y 1940 fueron
gloriosos para los investigadores de las hormonas. Aprendieron a destilar
factores activos a partir de testículos y ovarios. Concibieron maneras de medir
la actividad biológica de los compuestos extraídos y, finalmente, produjeron
cristales puros de hormonas esferoides y les dieron nombres que reflejaban
sus estructuras y funciones biológicas. Mientras tanto, los bioquímicos
dedujeron estructuras y fórmulas químicas precisas para describir las
moléculas cristalizadas. Cada paso de los investigadores hacia el aislamiento,
la medición y la nomenclatura implicó decisiones científicas que continúan
condicionando nuestras ideas sobre los cuerpos masculinos y femeninos.
Aquellos juicios, entendidos como «la verdad biológica sobre la química
sexual», se basaron no obstante en la mentalidad cultural preexistente sobre el
género. Pero el proceso por el que se tomaron estas decisiones no fue obvio ni
estuvo libre de conflictos. En efecto, si contemplamos la pugna de los
científicos para reconciliar los datos experimentales con sus asunciones sobre
las diferencias de género, sabremos más sobre cómo adquirieron sexo las
hormonas.
En 1939, el CRPS patrocinó la segunda edición de un libro titulado Sex
and Internal Secretions.[35] El volumen representaba mucho de lo que se
había conseguido desde que el Consejo Nacional de Investigación, con el
respaldo de Rockefeller, comenzara a financiar la investigación sobre
hormonas en 1923. Fiel al programa de Frank Lillie, la mayor parte de las

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más de mil páginas de este libro científico cubría los hallazgos de la química
y la biología de las hormonas y describía magníficas gestas de
descubrimiento.
Los esfuerzos colectivos de los endocrinólogos parecían ofrecer algunas
maneras potencialmente radicales de pensar sobre la sexualidad humana. Así
lo reconoció Lillie.[36] «El sexo», escribió en sus comentarios introductorios,
«no existe como entidad biológica. Lo que existe en la naturaleza es un
dimorfismo… en individuos masculinos y femeninos… En cualquier especie
dada reconocemos una forma masculina y una forma femenina, se clasifiquen
esos caracteres como de orden biológico, psicológico o social. El sexo no es
una fuerza que produce tales contrastes. No es más que un nombre para
nuestra impresión total de las diferencias». Hablando como los
construccionistas de hoy, Lillie continuaba: «Es difícil sustraerse al
antropomorfismo precientífico… y en el campo del estudio científico de las
características sexuales hemos sido particularmente lentos en desprendernos
no sólo de la terminología, sino de la influencia de dichas ideas».[37]
Sin embargo, el propio Lillie no siguió su consejo. Ni él ni sus colegas
fueron capaces de sustraerse a la idea de que las hormonas están ligadas de
manera esencial a la masculinidad y la feminidad. Aunque señaló que cada
individuo contenía los «rudimentos de todos los caracteres sexuales, sean
masculinos o femeninos» y reiteró los argumentos de Moore contra el
concepto de antagonismo hormonal, Lillie siguió hablando de hormonas
masculinas y femeninas: «Así como hay dos conjuntos de caracteres sexuales,
también hay dos conjuntos de hormonas sexuales, la masculina… y la
femenina».[38] Capítulo tras capítulo de la edición de 1939 de Sex and
Internal Secretions discute el hallazgo sorprendente de hormonas
«masculinas» en los cuerpos femeninos y viceversa, pero Lillie nunca
consideró que este travestismo hormonal comprometiera su noción
subyacente de una distinción biológica entre machos y hembras.
Hoy todavía tenemos que luchar contra el legado de lo que Lillie llamó
«antropomorfismo precientífico». Buscando en una base de datos de los
principales periódicos desde febrero de 1998 hasta febrero de 1999, encontré
300 artículos que mencionaban el estrógeno y 693 que hablaban de la
testosterona.[39] Pero aún más chocante que el número de artículos era la
diversidad de temas. Los artículos sobre el estrógeno trataban asuntos que
iban desde las cardiopatías, la enfermedad de Alzheimer, la nutrición, la
tolerancia al dolor, la inmunidad y el control de natalidad hasta el crecimiento
óseo y el cáncer. Los artículos sobre la testosterona abarcaban

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comportamientos tales como preguntar por una dirección (¿preguntará él o
no?) la cooperación, la agresión, el abrazo o la «cólera femenina al volante»,
así como una amplia gama de temas médicos, incluyendo el cáncer, el
crecimiento óseo, las cardiopatías, la impotencia femenina, la anticoncepción
y la fecundidad. Un vistazo a las publicaciones científicas recientes muestra
que, además de los temas anteriores, los investigadores han averiguado que la
testosterona y el estrógeno afectan el cerebro, la formación de células
sanguíneas, el sistema circulatorio, el hígado, el metabolismo de
carbohidratos y lípidos, la función gastrointestinal y las actividades de la
vesícula biliar, el tejido muscular y el riñón.[40] Pero, a pesar del hecho de que
ambas hormonas parecen estar presentes en todos los tipos de cuerpos y
producir toda suerte de efectos, muchos periodistas e investigadores
continúan considerando al estrógeno la hormona femenina y a la testosterona
la hormona masculina.
¿Hay que contemplar todos estos sistemas orgánicos distintos como
caracteres sexuales por el solo hecho de estar afectados por compuestos
químicos que hemos etiquetado como hormonas sexuales? ¿No tendría tanto o
más sentido guiarse por un grupo de investigación actual que sugiere que
estas hormonas «no son simplemente esteroides sexuales»?[41] ¿Por qué no
redefinir estas moléculas como las ubicuas y poderosas hormonas de
crecimiento que son? Es más, ¿por qué no se contemplaron así desde el
principio? En 1939 los científicos ya conocían la miríada de efectos de las
hormonas esteroides. Pero los científicos que registraron y nombraron por
primera vez los factores testiculares y ováricos entretejieron el género de
manera tan intrincada en su marco conceptual que todavía no hemos
conseguido desligarlo.

Purificación

En 1920, la hormona masculina hacía hombres a los niños, y la hormona


femenina hacía mujeres a las niñas. Las feministas habían logrado una gran
victoria política al conseguir el derecho de voto, y América había librado sus
costas de muchos radicales forasteros. Pero esta aparente calma pronto dio
paso a una nueva inquietud. Mientras que el feminismo luchaba por mantener
su recién encontrada identidad, los roles femeninos continuaban cambiando y
las hormonas sexuales comenzaron a multiplicarse.[42]

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Tres cuestiones científicas relacionadas fueron foco de atención en los
nuevos centros de investigación establecidos en los años veinte. ¿Qué células
del ovario o el testículo producían la sustancia o sustancias responsables de
los efectos observados por Steinach, Moore y otros? ¿Cómo podían extraerse
hormonas activas a partir de tejidos gonadales? Y una vez obtenido un
extracto activo, ¿cómo podía purificarse? En 1923, los biólogos Edgar Allen y
Edward A. Doisy, que trabajaban en la Escuela de Medicina de la
Universidad de Washington en St. Louis, anunciaron la localización,
extracción y purificación parcial de una hormona ovárica.[43] Justo seis años
antes, Charles Stockard y George Papanicolaou (apodado Pap) habían puesto
a punto un método fácil para controlar el ciclo ovulatorio de los roedores.[44]
Allen y Doisy emplearon la nueva técnica para evaluar la potencia de los
extractos obtenidos a partir de folículos extraídos de ovarios de cerda.[45]
Inyectaron sus extractos en ratas castradas para intentar inducir cambios en
las células vaginales típicos de las hembras en estro. Primero mostraron que
sólo las sustancias procedentes del fluido que rodea el oocito (el llamado
fluido folicular) afectaban el ciclo ovulatorio. Las hembras castradas no sólo
exhibían un cambio a nivel celular, sino que también cambiaban de conducta.
Allen y Doisy observaron que los animales exhibían «instintos de
apareamiento típicos, pues las hembras castradas tomaban la iniciativa en el
cortejo». Una vez establecido un método fiable para comprobar la actividad
hormonal (lo que se conoce como bioensayo, porque el test se basa en la
respuesta medible de un organismo vivo), Allen y Doisy también pusieron a
prueba extractos comercializados por las compañías farmacéuticas, que
resultaron ser biológicamente inactivos, lo que justificaba «un escepticismo
bien fundado en lo concerniente a las preparaciones comerciales».[46]
Allen y Doisy habían empezado muy bien. Tenían un bioensayo fiable, y
habían demostrado que el factor ovárico procedía del líquido que rellenaba los
folículos (y no, por ejemplo, del cuerpo lúteo, otra estructura visible en el
ovario). Pero la purificación era otra historia. Al principio el progreso fue
lento, porque la materia prima sólo podía obtenerse en cantidad limitada y a
un coste «astronómico», Se necesitaba alrededor de un millar de ovarios de
cerda para obtener 1 decilitro de fluido folicular, con un coste de alrededor de
1 dólar por miligramo de hormona.[47] Hasta que, en 1927, dos ginecólogos
alemanes descubrieron que la orina de las embarazadas tenía concentraciones
sumamente elevadas de hormona femenina,[48] y se entabló una carrera para
acceder antes que nadie a una cantidad suficiente de una mercancía que de un
día para otro se había revalorizado (figura 7.3) y, después, aislar y purificar la

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hormona que contenía. En 1929, dos grupos (el de Doisy en St. Louis y el de
Butenandt en Gotinga)[49] habían conseguido cristalizar la hormona de la
orina y analizar su estructura química. ¿Pero era la misma que producían los
ovarios? La demostración definitiva vino en 1936, cuando Doisy y su equipo
produjeron a partir de cuatro toneladas de ovarios de cerda unos cuantos
miligramos de moléculas cristalizadas químicamente idénticas.[50] La
hormona urinaria y el factor ovárico eran lo mismo.

FIGURA 7.3: La orina de las embarazadas tiene una alta concentración de hormona femenina. (Fuente:
Alyce Santoro, para la autora).

El aislamiento de la hormona masculina siguió una trayectoria parecida.


Primero, los científicos concibieron un método para estimar la fuerza de un
extracto, en este caso el crecimiento en un tiempo dado de la cresta de un
gallo castrado (expresado en unidades capón internacionales, o UCI), Luego
tenían que encontrar una fuente de hormona barata. De nuevo, la encontraron
en los ubicuos y baratos orines. En 1931, Burenandt aisló 50 miligramos de
hormona masculina a partir de 25.000 litros de orina humana procedente de
los cuarteles de la policía berlinesa (figura 7.4).

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FIGURA 7.4: La orina de los varones tiene una alta concentración de hormona masculina. (Fuente: Alyce
Santero, para la autora).

Los científicos habían encontrado hormonas masculinas en los testículos y


la orina de los varones, y hormonas femeninas en los ovarios y la orina de las
embarazadas. Hasta aquí muy bien. Todo parecía estar en su lugar. Pero, al
mismo tiempo, otra investigación intentaba desmantelar la convicción de
Steinach (y Lillie) de que cada hormona pertenecía y afectaba a un sexo, el
cual quedaba biológica y psicológicamente definido por ella. Para empezar,
resultó que ni la hormona masculina ni la femenina eran moléculas únicas,
sino sendas familias de compuestos químicos relacionados con propiedades
biológicas similares pero no idénticas. Las dos hormonas se convirtieron en
muchas.[51] Aún más desconcertantes eran los informes dispersos de
aislamiento de hormonas femeninas de procedencia masculina. En 1928 se
publicaron nueve de estas comunicaciones. El ginecólogo Robert Frank
escribió que estos hallazgos le parecían «desconcertantes» y «anómalos»,[52]
mientras que un editorial del Journal of the American Medical Association
encontraba «un tanto inquietante» la detección de hormonas femeninas
activas en «los testículos y la orina de hombres normales».[53] Tan
convencido estaba el redactor (o redactora) del editorial de la improbabilidad
de semejante hallazgo que ponía en duda la validez de las pruebas de citología
vaginal, que se habían convertido en el estándar de medida para la
purificación de hormona femenina.[54]

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Pero el impacto del hallazgo de hormona femenina en los testículos y la
orina de «hombres normales» quedó empequeñecido por otro hallazgo
publicado en 1934. En un artículo descrito por otros científicos como
«sorprendente», «anómalo», «curioso», «inesperado» y «paradójico»,[55] el
científico alemán Bernhard Zondek notificaba su descubrimiento de la
«excreción masiva de hormona estrogénica en la orina del caballo
semental»[56] (ese mítico y caro símbolo de la virilidad). Enseguida otros
encontraron hormonas femeninas donde se suponía que no deberían estar. En
1935 aparecieron 35 de tales informes en las revistas científicas, y al año
siguiente 44. La primera notificación del hallazgo de hormonas masculinas en
hembras se publicó en 1931, Y en 1939 este resultado había sido confirmado
por al menos otras catorce publicaciones.[57]
En realidad, la primera notificación de actividad hormonal cruzada se
había publicado ya en 1921, cuando Zellner reportó que los testículos
trasplantados a conejas castradas podían inducir el crecimiento del útero. Pero
la importancia de este hecho no se apreció plenamente hasta que se detectaron
las hormonas de un sexo en los cuerpos del otro. Las hormonas sexuales no
sólo aparecían inesperadamente en el sexo equivocado, sino que parecían
capaces de afectar al desarrollo tisular en su opuesto. A mediados de los años
treinta estaba claro que las hormonas masculinas podían influenciar el
desarrollo femenino, y viceversa. Los anatomistas Warren Nelson y Charles
Merckel, por ejemplo, señalaron el «sorprendente efecto» de un andrógeno en
las hembras. La administración de esta hormona «masculina» estimulaba el
crecimiento mamario, el agrandamiento del útero, «un llamativo
agrandamiento del clítoris» y «periodos de estro prolongados».[58]
Al principio, los científicos intentaron encajar estos hallazgos en el viejo
esquema dualista. Por un tiempo se refirieron a las hormonas que cruzaban la
barrera de los sexos como hormonas heterosexuales. ¿Qué hacían estas
hormonas? Nada, insinuaban. No eran más que subproductos nutricionales sin
conexión con las gónadas. (Así lo sugirió Robert T. Frank, quien afirmó que
«todos los comestibles ordinarios contienen hormona sexual femenina. Una
patata de tamaño medio contiene al menos 2 MU [mouse units]»).[59] El
descubrimiento posterior de que las glándulas suprarrenales podían producir
hormonas heterosexuales proporcionó un breve alivio a aquellos cuya
existencia les provocaba ansiedad. Al menos las gónadas mismas todavía se
atenían a una estricta separación de géneros, porque las hormonas
heterosexuales no se originaban en ellas.[60] Como alternativa a la hipótesis
nutricional, Frank detectó la presencia de hormona femenina en la bilis, lo

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que consideró «de gran interés teórico e importancia para explicar la aparición
de hormona sexual femenina [sic] reactiva en la sangre de los machos y en los
orines [sic] de las hembras».[61]
Por último, algunos argumentaron que las hormonas heterosexuales
indicaban un trastorno. Aunque los varones de los que se había extraído
estrógeno parecían normales, quizá fueran «hermafroditas latentes».[62] Pero,
dada la extensión de los hallazgos, esta postura era difícil de mantener. Todo
ello condujo a una crisis de definición: si las hormonas no podían definirse
como masculinas y femeninas en virtud de su presencia exclusiva en unos
cuerpos o masculinos o femeninos, ¿cómo podían definirse de una manera
que la pudieran traducir los distintos laboratorios y las compañías
farmacéuticas que anhelaban producir nuevas medicinas a partir de tan
poderosos compuestos bioquímicos?

Medición

Tradicionalmente, los científicos hacen frente a las crisis de esta clase, que
suelen infestar los campos nuevos y en expansión, acordando estándares. Si
cada uno empleara el mismo método de medida, si cada uno cuantificara sus
productos de la misma manera, y si todo el mundo pudiera ponerse de
acuerdo sobre la denominación de aquellas sustancias proliferantes que de
algún modo habían atravesado las fronteras de los cuerpos a los que se
suponía que pertenecían, entonces, esperaban los científicos, podrían
enderezar lo que se había convertido en una situación confusa. En los años
treinta, la estandarización se convirtió en un tema central del programa de los
expertos en hormonas sexuales.
Durante las primeras tres décadas del siglo XX, los científicos habían
empleado una desconcertante variedad de métodos para detectar la presencia
de hormonas femeninas. En general, extraían los ovarios de los animales del
bioensayo y luego les inyectaban o implantaban sustancias o tejidos a prueba,
y a continuación comprobaban la restauración de alguna función perdida.
¿Pero qué funciones perdidas tenían que buscar, y con qué sensibilidad
podían detectarse? Los ginecólogos se centraban en su órgano predilecto, el
útero, midiendo el impacto de las sustancias a prueba sobre el incremento del
peso uterino en animales ovariectomizados. Los científicos de laboratorio, en
cambio, empleaban una variedad mucho mayor de pruebas. Medían la
actividad muscular, el metabolismo basal, los niveles sanguíneos de calcio y

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glucosa, la coloración de las plumas (cuando se trataba de aves) y el
desarrollo de las glándulas mamarias y la vulva.[63] Para no quedarse atrás, los
psicólogos se basaban en una variedad de conductas para evaluar la actividad
hormonal: anidamiento, impulso y vigor sexual, y comportamiento maternal
hacia las crías recién nacidas.[64]
Cómo medir y estandarizar la presencia y la fuerza de la hormona
femenina no era una cuestión meramente académica. Muchos de los informes
de investigación sobre la medida y la estandarización trataban la cuestión de
las preparaciones farmacéuticas.[65] Las compañías farmacéuticas,
disputándose las oportunidades planteadas por los avances en la investigación
hormonal, empezaron a pregonar sus preparaciones obtenidas a partir de
glándulas sexuales masculinas o femeninas. La idea de que las hormonas
testiculares podían paliar o incluso invertir el proceso de envejecimiento era
especialmente popular. Un informe sobre la extracción y la medida de
hormonas testiculares criticó el uso de preparados en personas, afirmando:
«Hasta ahora, no existe ningún indicio de que este producto pueda ser útil
para la recuperación del “vigor” en los envejecidos o en los neurasténicos. Sin
embargo, si existe alguna indicación para su empleo y la dosis para el hombre
debe ser comparable a la que se encuentra en el capón, entonces la inyección
diaria equivalente para un hombre de 68 kilos debería alcanzar una cantidad
equivalente al peso de al menos 2 kilos de tejido testicular de toro o 7 litros de
orina masculina normal».[66]
Este escepticismo científico inicial tuvo poco impacto en el mercado de
las hormonas. Aún en 1939, empresas como Squibb, Hoffman-La-Roche,
Parke-Davis, Ciba y Bayer continuaban comercializando unas setenta
preparaciones ováricas de dudosa actividad.[67] Escarmentados por la debacle
de 1889, cuando el científico Edouard Brown-Séquard (véase el capítulo 6)
había insistido en que los extractos testiculares le hacían sentirse más joven y
vigoroso, sólo para retractarse unos cuantos años más tarde, los ginecólogos
querían asegurarse de que tales preparaciones tuvieran un valor terapéutico
genuino.[68] Lo mismo querían las compañías farmacéuticas que financiaban
la investigación básica en preparaciones hormonales estandarizadas.[69]
Finalmente, en 1932, se convocó un congreso internacional de ginecólogos y
fisiólogos, auspiciado por la Organización Sanitaria de la Sociedad de
Naciones, para decidir estándares de medida y nomenclatura de la hormona
sexual femenina.
Como señaló después uno de los participantes, A. S. Parkes, «las sesiones
fueron inesperadamente plácidas».[70] Los participantes en la primera

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conferencia internacional sobre estandarización de hormonas sexuales,
celebrada en Londres, convinieron, por ejemplo, en que la expresión
«actividad estral específica» debe entenderse como el poder de inducir, en la
hembra adulta privada por completo de sus ovarios, un grado reconocible con
precisión de los cambios característicos del estro normal. Por el momento, el
único cambio contemplado como una base adecuada para la determinación
cuantitativa de la actividad respecto de la preparación estándar fue la serie de
cambios en los contenidos celulares de la secreción vaginal de la rata o el
ratón.[71] Es gracioso que la tradición de emplear ratones en Estados Unidos y
ratas en Europa llevara a adoptar dos estándares: el MU (de mouse unit) y el
RU (de rat unit).
A pesar de este acuerdo, la conferencia no satisfizo a todo el mundo. Al
constreñir la definición de hormona femenina a su papel en el ciclo
ovulatorio, los participantes menoscabaron la visibilidad de los otros efectos
fisiológicos de la hormona. Los científicos holandeses, que habían tenido una
intervención clave en los procesos de identificación y purificación de
hormonas, criticaron lo que llamaron la «escuela unitaria» de la
endocrinología sexual.[72] Un artículo de 1938 de Korenchewsky y Hall, del
Lister Institute de Londres, subrayaba este punto. Los estrógenos podían
inhibir el crecimiento, producir depósitos de grasa, acelerar la degeneración
del timo y reducir el peso de los riñones. Así pues, no se trataba de «meras
hormonas sexuales, sino de… hormonas que también poseen múltiples
efectos importantes sobre órganos no sexuales».[73] ¿Era biológicamente
correcto definir la hormona femenina solamente en términos del ciclo
ovulatorio de los mamíferos? ¿No se desviaba la atención de sus muchos
papeles no sexuales en el cuerpo? De hecho, dado que «las hormonas sexuales
no son sexualmente específicas»,[74] ¿era legítimo continuar llamándolas
hormonas sexuales? ¿Existían realmente las hormonas sexuales?
El establecimiento de estándares de medida y definición de la hormona
sexual masculina siguió una pauta similar. Una vez más, había una amplia
variedad de efectos sobre animales castrados que eran candidatos a estándares
para la hormona sexual masculina. El crecimiento de la cresta de gallo se
impuso a otros contendientes, desde los cambios en el peso de la próstata, la
vesícula seminal y el pene hasta la cuerna de ciervo, la cresta de salamandra
macho o el plumaje de cortejo en ciertas aves. La Segunda Conferencia
Internacional sobre Estandarización de Hormonas Sexuales, celebrada en
1935 en Londres, reconoció la necesidad de un bioensayo mamífero, pero
concluyó que no había ninguno aceptable como estándar. En consecuencia, se

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acordó que «el estándar internacional para la actividad de la hormona
masculina debería consistir en androsterona cristalina, y la unidad de
actividad se definió como 0,1 mgm [sic]. Este peso es aproximadamente la
dosis diaria requerida para dar una respuesta fácilmente medible en la cresta
del capón al cabo de 5 días».[75] Como en el caso de la hormona femenina,
«todas las funciones y procesos no relacionados con los caracteres sexuales y
la reproducción quedaron excluidos».[76]
Definir la hormona femenina en términos de la fisiología del ciclo
ovulatorio, y la masculina en términos de un carácter sexual secundario que
tiene un papel marginal en la escena de la reproducción, no necesariamente
representaba lo que hoy consideraríamos «la mejor ciencia». Para ambas
hormonas, más de un bioensayo potencialmente preciso y fácil de usar
competía por convertirse en un estándar. Por ejemplo, el gallo de la variedad
perdiz de la raza leghorn tiene plumas pectorales negras y de punta roma,
mientras que sus plumas dorsales son anaranjadas, largas y puntiagudas. La
gallina de la misma variedad tiene plumas pectorales de color salmón, y
plumas dorsales pardas y de punta roma. Si se inyecta hormona femenina en
capones desplumados, estos desarrollan plumas pectorales de color salmón o
plumas dorsales pardas. Los experimentos basados en este dimorfismo
«sugieren que la producción de pigmentos pardos en las plumas pectorales del
capón de la raza leghorn podría servir de indicador para la hormona
femenina».[77] El test era fácil, no había que matar a ningún animal y solo
llevaba tres días. En cambio, el bioensayo basado en el estro de la rata
requería mucha precaución debido a la elevada variabilidad individual, un
hecho que ya se advirtió cuando se eligió como medida estándar.[78]
En el caso de la hormona masculina, la principal alternativa al test de la
cresta de gallo era otro basado en el desarrollo de la próstata y las vesículas
seminales en machos de rata castrados. Korenchevsky y colaboradores
desconfiaban del test de la cresta de gallo por varias razones. El que la orina
de las embarazadas estimulara el crecimiento de la cresta tanto como la orina
de los varones «normales» les resultaba especial​mente chocante: «La
especificidad del test de la cresta, por lo tanto, resulta dudosa», y habría que
«reemplazarlo por un test basado en los órganos sexuales: u otros órganos de
los mamíferos».[79] Por otro lado, Thomas F. Gallager y Fred Koch, los
inventores del test de la cresta, pensaban que los bioensayos con mamíferos
no habían demostrado su valía: «No sabemos de ningún estudio en el que se
haya establecido la variabilidad animal mediante ensayos con mamíferos.
Nuestra opinión es que se demostrará que los ensayos con mamíferos

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concebidos hasta ahora consumen más tiempo, o son menos exactos, o ambas
cosas».[80]
Así pues, la elección de una medida que distanciaba la masculinidad
animal de la reproducción, que ligaba la feminidad animal directamente al
ciclo generativo, y que oscurecía los efectos de esas hormonas sobre los
órganos no reproductivos, no era obligada. La naturaleza no requería que
estas pruebas en concreto se convirtieran en los estándares de medida. La
elección de estas medidas probablemente tuvo poco que ver con las
concepciones del género (conscientes o subconscientes) de los actores
principales. La confirmación o negación de la hipótesis de que la ideología de
género fue la causa de que se eligiera lo que se eligió requeriría una
investigación más profunda y, en cualquier caso, ésta sería una explicación
demasiado simplista. Participar personalmente en las deliberaciones debió de
representar una gran ventaja. Ni Korenchevsky ni Gustavson estuvieron
presentes en ninguna de las dos conferencias internacionales sobre el tema,
mientras que Doisy y Koch, cuyos bioensayos resultaron elegidos, sí
estuvieron. Sea como fuere, las elecciones hechas por las razones que fueran
—rivalidades, prioridad, conveniencia— han influenciado profundamente en
nuestra comprensión de la naturaleza biológica de la masculinidad y la
feminidad. Estas decisiones determinaron la sexualización de las hormonas
esteroides. Los procesos normales de la ciencia (el afán de estandarizar,
analizar y medir con precisión) nos proporcionaron hormonas
específicamente sexuales y, con ello, coartaron las posibles revelaciones sobre
cómo funciona el cuerpo y cómo se sexualiza.
Desde la estandarización del proceso de detección de las hormonas
masculinas y femeninas, una variedad de moléculas de composición y
estructura química conocidas se convirtió oficialmente en hormonas sexuales.
En adelante, cualquier actividad fisiológica que manifestaran aquellas
hormonas era, por definición, sexual, aunque las hormonas «masculinas» o
«femeninas» afectaran a tejidos como los huesos, los nervios, la sangre, el
hígado, los riñones y el corazón (efectos que ya se conocían por entonces).
Que dichas hormonas tuvieran efectos de tan amplio alcance no impidió que
siguieran asociándose al sexo. Es más, los tejidos no implicados en la
reproducción se sexuaron en virtud de su interacción con hormonas sexuales.
Las definiciones ¡científicas de los estándares ratón, rata y cresta de gallo
parecían evocar en el plano celular la idea de la naturaleza humana en la que
tanto había insistido Freud: el sexo estaba en el centro de nuestro ser.

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Nomenclatura

Si la estandarización de las mediciones fue crucial para la consolidación de la


identidad de las hormonas esferoides como sustancias sexuales, igualmente lo
fue su nomenclatura. No fue por razones puramente científicas por lo que se
decidió llamar «andrógenos» a las hormonas masculinas, «estrógenos» a las
femeninas, «testosterona» (químicamente hablando, un esteroide cetónico del
testículo) a la hormona aislada por primera vez de la orina procedente de unos
cuarteles de policía (pero cuyo origen se localizó más tarde en el testículo), y
«estrógeno» o, más raramente, «estrona» (químicamente hablando, una cetona
relacionada con el estro) a la hormona cristalizada en primera instancia a
partir de la orina de las embarazadas (y localizada luego en los ovarios de
cerda). Estas denominaciones se convirtieron en estándares sólo tras un arduo
debate, y reflejaban, a la vez que conformaron, las ideas sobre la biología del
género en el siglo XX.
En los primeros días de la investigación de las hormonas sexuales, los
científicos se mostraban muy comedidos. Evitaban los nombres y las
definiciones. Se referían sólo a la «hormona masculina» o la «hormona
femenina» o, en ocasiones, a su tejido de origen («hormona ovárica», por
ejemplo), a la espera de que las cosas estuvieran más claras.[81] En 1929 había
unos cuantos nombres para la hormona femenina flotando en el aire. Los
términos ovarina, ooforina, biovar, protovar, foliculina, feminina, ginacina y
luteovar se referían a su origen, mientras que sistomensina (que corta la
menstruación), agomensina (que induce la menstruación), hormona estral y
menoformon (que causa la menstruación) se referían a acciones biológicas
propuestas o demostradas. Algunos investigadores preferían las raíces
griegas, y de ahí los términos teliquina (thelys = lo femenino; kineo = poner
en marcha), teelina, teeol y, para la hormona masculina, androquinina. Las
tocoquininas aludían a «la hormona procreadora (Zeugungshormon), lo que
vale tanto para la masculina como para la femenina» (véase la figura 7.5).
Pero la coyuntura definitiva aún no había llegado. Frank, por ejemplo,
pensaba que «la denominación de hormona sexual cubre todas las necesidades
hasta que sepamos más sobre las sustancias mismas. El término es aplicable a
cualquier sustancia que incremente o establezca los caracteres femeninos y la
feminidad».[82]
A principios de la década de los treinta, las denominaciones hormona
masculina y hormona femenina comenzaron a perder fuelle. En 1931, el autor
de un artículo científico se refirió a una hormona «ambisexual» (que actuaba

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en ambos sexos); en 1933, un investigador habló de «la llamada hormona
sexual femenina». En 1937, el Quarterly Cumulative Index Medicus introdujo
los términos andrógeno (creador de hombres) y estrógeno (creador del estro)
en su índice temático, y en pocos años habían arraigado.[83] Pero no sin
maniobras ni discusiones. Surgieron dos problemas interrelacionados: a qué
había que llamar hormona masculina y hormona femenina (de las que por
entonces ya se sabía que eran más de una) y cómo referirse a sus
localizaciones y acciones contrarias (como la presencia de hormona femenina
en la orina de los sementales).

FIGURA 7.5: Nombres de la hormona femenina. (Fuente: Alyce Santoro, para la autora).

El uso de la raíz latina estrus (que significa tábano, loco, insano) para
construir los nombres de la hormona femenina se acordó entre trago y trago
«en una cantina cercana al colegio universitario», cuando el endocrinólogo
A. S. Parkes y unos cuantos amigos suyos acuñaron el término estrina.[84]
Uno de los participantes en la sesión declaró que la elección había sido «una
idea feliz que nos proporcionó un término general satisfactorio y un pie
manejable sobre el que basar los nuevos nombres y adjetivos que pronto

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necesitarían los fisiólogos y químicos orgánicos».[85] En 1935, el comité de
hormonas sexuales de la Organización Sanitaria de la Sociedad de Naciones
eligió el término «estradiol» para la sustancia aislada a partir de ovarios de
cerda, ligando así el concepto de estro a la terminología de la química
orgánica.
Hacia 1936 los científicos habían cristalizado al menos siete moléculas
estrogénicas. El Consejo de Farmacia y Química de la Asociación Médica
Americana se planteó cómo denominarlas. Con Doisy en el comité, había
muchos números para llamar teelina (la denominación acuñada por él) a la
hormona femenina. Pero resultó que la empresa Parke, Davis & Co. ya había
comercializado su estrina purificada con la marca «teelina», por lo que el
término no estaba disponible para uso general. La segunda mejor elección era
la raíz estrus, pero de nuevo Parke, Davis & Co. había registrado ya el
término estrógeno. A petición del Consejo, sin embargo, la compañía
renunció a sus derechos de propiedad sobre el nombre, lo que permitió su
adopción como término genérico.[86] El Consejo aceptó estrona, estriol,
estradiol, equilina y equilenina (las dos últimas identificadas en la orina de
las yeguas) como nombres comunes, y retuvo los términos teelina, teeol y
dihidroteelina como sinónimos de estrona, estriol y estradiol.[87]
La suerte estaba echada, aunque durante unos años la gente continuaría
sugiriendo modificaciones. Parkes, por ejemplo, con una constatación
creciente de los diversos efectos biológicos del complejo hormonal femenino,
propuso un nuevo término que establecería un paralelismo entre las
nomenclaturas de las hormonas masculinas y femeninas. «Uno recela de
abogar por el uso de nuevas palabras», escribió, «pero se están evidenciando
anomalías obvias en la descripción de ciertas actividades de las hormonas
sexuales». Los términos androgénico y estrogénico, observó, se introdujeron
para «promover la claridad de pensamiento y la precisión expresiva… pero
ahora resulta evidente que son inadecuados». El término estrogénico,
argumentó, debería aplicarse sólo y literalmente a las sustancias que inducen
cambios en el ciclo ovulatorio. En vista de que, por ejemplo, la capacidad del
estrógeno de feminizar el plumaje de las aves difícilmente podía llamarse
estrogénica en el sentido literal de la palabra, Parkes propuso ginecogénico
como «término general paira describir la actividad que resulta en la
producción de los atributos de la feminidad».[88] Pero su propuesta llegó
demasiado tarde. La nomenclatura no paralela (andrógenos para el grupo de
hormonas masculinas y estrógenos para el de hormonas femeninas) había
prendido. Al final, los términos con la raíz thelys, que denotaba no el ciclo

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reproductivo, sino el concepto más general de lo femenino, cayeron en
desuso, y el ideal de las hormonas femeninas quedó inextricablemente ligado
a la idea de la reproducción femenina.
La nomenclatura del grupo de hormonas masculinas, en cambio, había
sido un asunto bastante simple. Una reseña de la bioquímica de los
andrógenos publicada en 1939 ni siquiera mencionaba la cuestión de la
nomenclatura, aunque el artículo acompañante sobre la bioquímica de los
compuestos estrogénicos dedicaba cuatro páginas a ese tema.[89] Con una sola
excepción, el nombre de la hormona masculina simplemente combinaba la
raíz griega andrus (hombre) con la nomenclatura técnica del bioquímico. Sólo
para la molécula que ahora llamamos testosterona (y sus derivados) se eligió
un término más específico, testis, como armazón etimológico.
Así pues, a mediados de los años treinta los científicos habían cristalizado
las hormonas y se habían puesto de acuerdo sobre la mejor manera de medir
su actividad y nombrarlas. Sólo restaba un problema. Si los andrógenos
hacían al hombre y los estrógenos producían furor uterino, ¿cómo debían
categorizarse esas mismas hormonas cuando no sólo se dejaban ver en el
cuerpo equivocado, sino que parecían tener efectos fisiológicos?
Korenchevsky y colaboradores se referían a tales hormonas como
«bisexuales», y propusieron agruparlas a todas de acuerdo con esta propiedad.
La única hormona que podía verse como puramente masculina o femenina era
la progesterona (originada en el cuerpo lúteo). Categorizaron un segundo
grupo como «parcialmente bisexual», unas con propiedades principalmente
masculinas y otras con propiedades principalmente femeninas. Finalmente,
propusieron la existencia de «hormonas genuinamente bisexuales», causantes
de un retorno a «la condición normal de todos los órganos sexuales
atrofiados… en la misma medida en ratas de ambos sexos».[90] La
testosterona pertenecía a este grupo.
En 1938, Parkes sugirió otra vía. Le disgustaba el término bisexual porque
implicaba «una querencia sexual por ambos sexos», así que propuso el
término ambisexual, que a su juicio podía «aplicarse con perfecta propiedad a
las sustancias… que exhiben actividades propias de ambos sexos».[91] Estas
distinciones finas nunca calaron. Todavía hoy la cuestión de la clasificación
es una rémora para los biólogos, en especial los interesados en establecer
correlaciones entre hormonas y conductas sexuales particulares.

Significados de género

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La historia de las hormonas sexuales nos enseña que los intercambios entre el
género social y el científico son complejos y a menudo indirectos. Los
científicos se pelearon con la nomenclatura, la clasificación y la medición por
una variedad de razones. En la cultura científica, la exactitud y la precisión
tienen una alta consideración moral, y como buenos científicos que aplican
los estándares más elevados de su oficio, los endocrinólogos querían hacer lo
más correcto. Pero, en términos de nomenclatura, sólo Parkes parece haber
dado con la propuesta «correcta», y fue desestimada. Una razón de ello (pero
no la única) es que, en esa búsqueda de lo más correcto, «lo» es un término
ideológicamente cargado, lo que denota una variedad de concepciones
sociales de lo que significaba la masculinidad y la feminidad entre los años
1920 y 1940.
Ese «lo» definía la normalidad biológica y social. Por ejemplo, Eugen
Steinach propuso que las hormonas impedían que el potencial bisexual
subyacente apareciera, de forma anormal, en el cuerpo equivocado.[92] Los
machos sólo producían hormonas masculinas antagónicas o supresoras del
desarrollo femenino aun en presencia de hormonas femeninas. Las hembras
sólo producían hormonas femeninas antagónicas o supresoras del desarrollo
masculino aun en presencia de hormonas masculinas. Cada sexo tenía su
propia esfera. Durante más de una década, las ideas de Steinach influyeron en
los investigadores de las hormonas, incluido Lillie. Pero a medida que se
aclaró que el cuerpo regula sus hormonas a través de ciclos complejos y
equilibrados que implican una retroacción con la glándula pituitaria,[93] la
noción de antagonismo hormonal directo se abandonó, aunque científicos
como Lillie se aferraron a la idea de las esferas separadas.[94]
Su fidelidad a un sistema de dos géneros hizo que algunos científicos
recusaran las implicaciones de nuevos experimentos que aportaban una
evidencia creciente en contra de la unicidad de las hormonas masculina y
femenina. Frank, por ejemplo, confundido por su hallazgo de hormona
femenina en «los cuerpos de machos cuyos caracteres masculinos y su
capacidad de impregnar hembras son incuestionables», decidió que la
respuesta residía en hormonas contrarias presentes en la bilis.[95] Otros
sugirieron que el hallazgo de hormonas sexuales de origen suprarrenal podía
«salvar» la hipótesis de las esferas hormonales separadas. En un comentario
retrospectivo, uno de los bioquímicos holandeses escribió: «Proponiendo la
hipótesis de una fuente extragonadal para explicar la presencia de hormonas
masculinas en los cuerpos femeninos, los científicos pudieron sortear la
necesidad de atribuir la secreción de hormonas masculinas al ovario».[96]

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Pero los científicos son un colectivo muy diverso, y no todo el mundo
reaccionó ante los nuevos resultados intentando encajarlos en el sistema de
género imperante. Parkes, por ejemplo, reconoció que la constatación de que
las glándulas suprarrenales eran fuente de andrógeno y estrógeno representaba
«un golpe final a cualquier idea bien definida de la sexualidad».[97] Otros se
interrogaban sobre el concepto mismo de sexo. En una reseña de la edición de
1932 de Sex and Internal Secretion (que resumía los primeros diez años de
avances financiados por el CRPS), el endocrinólogo británico F. A. E. Crew
fue aún más lejos: «¿Es imaginario el sexo?… Resulta que la base filosófica
de la investigación moderna sobre el sexo siempre ha sido
extraordinariamente pobre, y puede decirse que los investigadores
norteamericanos han hecho más que el resto de nosotros para destruir la fe en
la existencia de justo lo que intentamos analizar». Aun así, Crew creía que la
ciencia acabaría definiendo el sexo, «el objeto de sus pesquisas», y no al
revés. «Si en una década se ha desvelado tanto», escribió, «¿qué no sabremos
al cabo de un siglo de trabajo inteligente y concienzudo?».[98] A pesar de la
creciente evidencia científica de lo contrario, el sexo debe existir.
Los científicos se esforzaron por comprender el papel de las hormonas en
la construcción de las diferencias sexuales, en un medio cultural plagado de
cambios en el significado y la estructura de los sistemas de género. En 1926,
Gertrude Ederle asombró al mundo al convertirse en la primera mujer que
cruzó a nado el Canal de la Mancha, batiendo el récord masculino anterior en
el proceso. Dos años después, Amelia Earhart se convirtió en la primera
mujer que sobrevolaba el Atlántico. Fueron logros espectaculares y
simbólicos, pero los cambios de gran alcance tuvieron que vencer una
resistencia más tenaz. De 1900 a 1930 se duplicó el empleo remunerado de
las mujeres casadas fuera del hogar, pero sólo hasta representar el 12 por
ciento, y en la década que siguió a la aprobación de la decimonovena
enmienda, los esfuerzos de las feministas por llegar hasta todos los rincones
del mercado laboral siguieron siendo una ardua cuesta arriba.
Pero, si bien la resistencia a la igualdad económica completa se mantuvo,
durante el periodo de 1920 a 1940 tuvo lugar una reconceptualización capital
de la familia, el género y la sexualidad humana. Por ejemplo, en el famoso
informe Kinsey, sólo el 14 por ciento de las mujeres nacidas antes de 1900
admitió haber tenido relaciones sexuales prematrimoniales antes de los
veinticinco años, mientras que entre las nacidas en la primera década del
siglo XX el porcentaje ascendía al 36 por ciento.[99] El feminismo, la
popularidad creciente de la psicología freudiana, el nuevo campo de la

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sexología y el conocimiento creciente de las hormonas sexuales y las
secreciones internas suscitaron «una ola de descrédito de la moralidad sexual
“victoriana”».[100]
La diversidad de las voces científicas corría paralela a la diversidad dentro
del propio feminismo. Por ejemplo, algunas feministas argumentaban que las
mujeres podían trabajar en cualquier campo a la par con los hombres; otras
pensaban que su diferencia reproductiva especial las hacía merecedoras de
una legislación protectora que reglara su jornada y sus riesgos laborales.[101]
Hacia el final de la década de los treinta, las feministas afrontaban un dilema
de su propia retórica (un dilema, añadiría yo, con el que las feministas
contemporáneas siguen peleándose): si varones y mujeres eran iguales en
todo, entonces organizar a la gente como miembros de uno u otro sexo tenía
poco sentido; pero si, por otro lado, eran en verdad diferentes, ¿hasta dónde
podía llevarse la exigencia de igualdad? En 1940, Eleanor Roosevelt sintetizó
el problema con precisión: «Las mujeres deben adquirir más conciencia de sí
mismas como mujeres y de su capacidad para funcionar como grupo. Al
mismo tiempo deben intentar borrar de las conciencias de los hombres la
necesidad de considerarlas como un grupo o como mujeres en sus actividades
cotidianas, especialmente en la industria o las profesiones».[102]
En medio de esta agitación social, nunca fue posible resolver la identidad
de las hormonas sexuales. En 1936, John Freud, un bioquímico holandés que
investigaba la estructura de las hormonas, sugirió abandonar el concepto
mismo de hormona sexual. El estrógeno y afines actuaban como «promotores
del crecimiento del músculo liso, el epitelio estratificado y algunos epitelios
glandulares de origen ectodérmico».[103] Contemplar las hormonas como
catalizadores haría «más fácil de imaginar las múltiples actividades de cada
sustancia hormonal». Freud barruntó que «el concepto empírico de hormona
sexual desaparecerá y una parte de la biología pasará definitivamente a ser
propiedad de la bioquímica».[104]
Aunque deberíamos reverenciar (si bien con alguna revisión feminista) la
herencia intelectual de la endocrinología, comenzando por los experimentos
pioneros de Berthold, ya es hora de tirar por la borda tanto la metáfora
organizadora de la hormona sexual como los términos específicos andrógeno
y estrógeno. ¿Qué podríamos poner en su lugar? Nuestros cuerpos producen
varias decenas de moléculas diferentes, pero estrechamente emparentadas y
químicamente interconvertibles, pertenecientes al grupo químico de los
esferoides. A menudo estas moléculas llegan a su destino a través del sistema
circulatorio, aunque a veces las células las producen in situ. Llamarlas

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hormonas suele ser, por lo tanto, apropiado (porque una hormona se define
como una sustancia que viaja por el torrente sanguíneo para interactuar con
un órgano a cierta distancia de su lugar de origen). Así pues, para empezar,
convengamos en llamarlas hormonas esteroides y nada más. (Estoy dispuesta
a mantener sus designaciones bioquímicas, siempre que recordemos los
límites etimológicos de la nomenclatura).
Diversos órganos pueden sintetizar hormonas esteroides, y una variedad
aún mayor puede responder a su presencia. En las circunstancias adecuadas
estas hormonas pueden afectar drásticamente el desarrollo sexual tanto al
nivel anatómico como al nivel comportamental. Están presentes en distintas
cantidades y a menudo afectan de distinta manera a los mismos tejidos en los
machos y hembras convencionales. Al nivel celular, sin embargo, es mejor
conceptualizarlas como hormonas que gobiernan los procesos de crecimiento
y diferenciación celular, la fisiología celular y la muerte celular programada.
En pocas palabras, son poderosas hormonas del crecimiento que afectan a la
mayoría de sistemas de órganos, si no todos.
Esta reconceptualización de las hormonas esteroides nos proporciona
importantes oportunidades. La teórica cuasi-unidad lograda por los
endocrinólogos a finales de la década de los treinta ha sido finiquitada. Si
existe alguna posibilidad de obtener una teoría abarcadora y con sentido de
las acciones y efectos fisiológicos de estas moléculas basadas en el colesterol,
debemos abandonar el paradigma sexual subyacente. En segundo lugar, si
queremos comprender los componentes fisiológicos del desarrollo sexual y de
las conductas de apareamiento, debemos estar dispuestos a romper la camisa
de fuerza de la hormona sexual y contemplar los esteroides como uno más de
cierto número de ingredientes importantes para la creación de machos,
hembras, la masculinidad y la feminidad. No sólo comenzaremos entonces a
apreciar los constituyentes fisiológicos no esteroides de dicho desarrollo, sino
que seremos capaces de conceptualizar las maneras en que el entorno, la
experiencia, la anatomía y la fisiología se traducen en las pautas de conducta
que consideramos interesantes o dignas de estudio.
Una de las lecciones de este capítulo es que los credos sociales se
entretejen en la práctica diaria de la ciencia de maneras a menudo invisibles
para el científico en ejercicio. En la medida en que los científicos proceden
sin apreciar las componentes sociales de su actividad, trabajan con una visión
parcial. En el caso de las hormonas sexuales, sugiero que la ampliación de
nuestra visión científica modificaría nuestra comprensión del género. Pero,
por supuesto, estos cambios sólo pueden tener lugar en la medida en que

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nuestros sistemas de género cambien. Género y ciencia forman un sistema
que funciona como una sola unidad, para bien o para mal.

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8

La fábula del roedor

El uso de hormonas para sexualizar el cerebro

Hacia los años cuarenta, los endocrinólogos, bioquímicos y biólogos de la


reproducción habían identificado, cristalizado, denominado y clasificado una
hueste de nuevas hormonas. También habían perfilado los papeles de las
hormonas —gonadales y pituitarias— en el control del ciclo reproductivo, lo
que daba confianza a los investigadores para considerar más seriamente la
posibilidad de que las hormonas regularan la conducta humana. El estudio de
la bioquímica del comportamiento se independizó a medida que las viejas
coaliciones institucionales y financieras que habían promovido y dirigido el
florecimiento de la biología hormonal experimentaron un cambio de rumbo.[1]
Hasta 1933, la Fundación Rockefeller canalizó su apoyo a la investigación
sobre el sexo a través de la Oficina de Higiene Social, orientada a los
servicios sociales, pero luego asumió la financiación directa del CRPS.[2] La
transferencia marcó la transición del fomento de la ciencia nacional al
servicio directo del cambio social a una autonomía en la que los propios
científicos concebían programas de investigación que, al menos por fuera,
parecían tener como única motivación el conocimiento por el conocimiento.[3]
Ya en 1928, el CRPS reflejaba este cambio en su nuevo plan a cinco años
vista. Los miembros del comité habían escrito que «la ciencia moderna, en
particular la medicina experimental, ha mostrado que los mayores beneficios
para la humanidad se han derivado de investigaciones de carácter
fundamental, cuyas implicaciones no podían preverse», y que «los problemas
sociales y médicos apremiantes» muy probablemente sólo se resolverían si se
adquiría una comprensión científica de la sexualidad humana.[4]
La Fundación Rockefeller absorbió el CRPS justo cuando el ingeniero
conservador Warren Weaver se convirtió en director de su división de
ciencias naturales. Weaver consolidó un movimiento creciente entre los

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biólogos que sostenía que el próximo asalto de grandes avances vendría de la
aplicación de las leyes de la física a la biología. Comenzó su ejercicio del
cargo destacando con entusiasmo la estrecha relación entre la psicobiología y
su propio campo en las ciencias naturales:

¿Puede el hombre obtener un control inteligente de su propio poder? ¿Podemos concebir una
genética tan sólida y extensiva que albergue la esperanza de engendrar hombres superiores en el
futuro? ¿Podemos adquirir un conocimiento suficiente de la fisiología y la psicobiología del
sexo de manera que el hombre pueda poner bajo control racional este omnipresente y altamente
peligroso aspecto de la vida? ¿Podemos desvelar el enrevesado problema de las glándulas
endocrinas, y concebir, antes de que sea demasiado tarde, una terapia para todo el horrendo
espectro de desórdenes físicos y mentales derivados de trastornos glandulares?… En suma,
¿podemos crear una nueva ciencia del Hombre?[5]

Sin embargo, el interés de Weaver en la psicobiología pronto decayó, a la vez


que se desplazaba al nuevo campo de la biología molecular. Entre 1934 y
1938, el apoyo a los ámbitos de la endocrinología y la biología reproductiva
con aplicaciones prácticas o clínicas declinó, y en 1937 la división oficial del
trabajo entre las ciencias naturales y las médicas se incorporó a la estructura
formal de la fundación. La endocrinología y la biología sexual quedaron fuera
de la esfera de Weaver, lo que le permitió concentrarse en la genética, la
fisiología celular y la bioquímica.[6] A principios de los cuarenta, el CRPS
destinaba relativamente pocos fondos a la investigación básica en biología
hormonal. «Aunque era mucho… lo que quedaba por aprender sobre la
relación de las hormonas con el comportamiento sexual, parecía que ya no era
necesario poner el énfasis en las hormonas mismas».[7] Cada vez más, el
CRPS financió la investigación de las relaciones entre las hormonas, el
sistema nervioso y el comportamiento. Mientras que el trabajo de Terman
sobre la masculinidad, la feminidad y la familia continuó sufragándose hasta
después de la segunda guerra mundial, Yerkes y su heredero forzoso, C. R.
Carpenter, se habían pasado al estudio de las jerarquías de dominancia y
sexuales en poblaciones de primates semisalvajes.[8] Al mismo tiempo,
nuevas voces (incluida la del joven Frank A. Beach, quien iba a convertirse en
el decano de la siguiente generación de investigadores de la psicología
animal) entraron en escena, una vez montado el decorado para aplicar las
percepciones científicas a las complejidades del comportamiento animal. Esta
nueva hornada de investigadores trabajó inicialmente en los campos de la
embriología, la psicología animal comparada y la etología.[9] Podían apreciar
la potencia de las nuevas herramientas de investigación (preparaciones de
hormonas purificadas, cirugía para extraer órganos endocrinos concretos) y al
menos tenían una idea general de qué órganos producían qué hormonas.[10] Al

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principio estudiaban una variedad de especies, pero con el tiempo los
roedores de laboratorio, sobre todo la rata y el cobaya, se impusieron como
modelos primarios para explorar la relación entre las hormonas y las
conductas sexuales en los mamíferos.[11]
¿Cómo han conformado los experimentos científicos sobre hormonas y
comportamiento la masculinidad y la feminidad de los roedores desde 1940
hasta el presente? A menudo, las ideas culturalmente promovidas sobre la
masculinidad y la feminidad humanas parecían guardar un paralelismo con
los experimentos con ratas. Pero no digo ni que la ciencia fuera una marioneta
en manos de la cultura, ni que nuestras estructuras sociales fueran meras
marionetas animadas por la naturaleza de los cuerpos estudiados o los
hallazgos de los endocrinólogos. En vez de eso, veo un fértil campo de
coproducción, lo que la crítica literaria Susan Squier ha descrito como «una
densa y atareada zona franca de negocio, relación y cruce de fronteras».[12]
En este capítulo seguiré la trayectoria del roedor masculino y femenino, y
sus correrías por Villaciencia. Si antes he argumentado que los diferentes
enfoques médicos de la intersexualidad conducen a diferentes
representaciones del género, aquí sugiero que podemos elaborar una visión
diferente, y creo que mejor, de la virilidad roedora y, por extensión, una
visión diferente y mejor de la sexualidad humana sin caer en el abismo
naturaleza/crianza.

Si las hormonas hacen al hombre, ¿qué hace a la mujer?

Harry Truman puso fin a la segunda guerra mundial lanzando dos bombas
atómicas. Durante la guerra fría, los niños norteamericanos aprendían cómo
protegerse de la bomba atómica: agacharse y cubrirse. Algunos padres
construyeron refugios atómicos y debatieron sobre la ética de dar la espalda o
incluso disparar a sus vecinos menos visionarios cuando llegara la hora. La
política de género quedó ligada al nuevo lenguaje de la seguridad nacional.
Como han mostrado varios historiadores, ésta fue una época en la que los
convenios domésticos estables (esto es, las estructuras familiares
«tradicionales») se equiparaban con, y se pensaba que garantizaban, la
estabilidad doméstica (y la nacional).
La ecuación de orden sexual y contención nuclear se verificaba en ambos
sentidos. El poder atómico comunista se contemplaba como una amenaza
directa a la estabilidad de las familias norteamericanas. En 1951, el físico de
Harvard Charles Walter Clarke advirtió que un ataque atómico destruiría los

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soportes sociales normales de la vida familiar y comunitaria, abriendo «el
potencial para el caos sexual», y sugirió que los profesionales sanitarios
deberían almacenar una abundante reserva de penicilina para tratar una
eventual epidemia posatómica de enfermedades venéreas, y que las fuerzas
vivas deberían prepararse para «una vigorosa represión de la prostitución, así
como medidas para contener la promiscuidad, el alcoholismo y el desorden».
[13]
El caos sexual incluso parecía amenazar la seguridad nacional desde
dentro. En 1948, por ejemplo, Guy Gabrielson, presidente del partido
republicano, escribió que los «pervertidos sexuales» se habían «infiltrado en
el gobierno», y que podían ser «tan peligrosos como los comunistas
auténticos».[14] Los homosexuales no sólo eran gente de poca voluntad, sin
hombría y, por ende, vulnerables a las infiltraciones y amenazas comunistas,
sino que su modo de vida (por emplear un lenguaje más moderno) se burlaba
de la familia tradicional, debilitándola de la misma manera que los
comunistas, quienes pretendían que las lealtades políticas suplantaran los
lazos de sangre y así socavar la civilización capitalista. Además, el varón
norteamericano estaba pasando por una crisis de masculinidad. Como escribió
en su momento el historiador Arthur Schlesinger Jr., los síntomas incluían una
alarmante confusión de los roles sexuales tanto en el hogar como en el
trabajo. La fascinación por la homosexualidad, «esa encarnación de la
ambigüedad sexual», y por «el cambio de sexo (el fenómeno Christine
Jorgenson)» expresaba «una tensión más profunda sobre el problema de la
identidad sexual».[15]
Las ideologías de posguerra insistían en que la seguridad nacional
dependía de que varones y mujeres adoptaran sus roles domésticos
apropiados. Las mujeres, sugerían muchos, estaban hechas para ejercer sus
papeles naturales de esposa y madre. Con un lenguaje muy parecido al
empleado por los biólogos de la época para describir la diferenciación
femenina del embrión, un artículo de 1957 publicado en Ladies’ Home
Journal y titulado «¿Es un despilfarro la educación universitaria femenina?»
expresaba esta idea sin ambages. El colegio universitario era un buen sitio
para buscar marido, pero «está claro que las mujeres más felices nunca han
encontrado el secreto de su felicidad en libros o lecciones. Hacen lo correcto
de manera instintiva».[16]
En cambio, y también con un lenguaje llamativamente semejante al de los
escritos de la época sobre la biología del desarrollo masculino, los hombres
por lo visto necesitaban de apoyo y aliento sustanciales para cumplir con sus

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obligaciones naturales como ganapanes y maridos. A los propagandistas de
posguerra les inquietaban los efectos feminizantes de un nuevo y creciente
sector de la economía: el trabajador de cuello almidonado, sentado todo el día
en un escritorio, físicamente inactivo y sometido a un gran estrés. Un artículo
de revista típico urgía a las mujeres a alimentar el sentido de la virilidad de
sus maridos, a considerar que los hombres que «se pasan toda la vida detrás
de un escritorio de caoba… en un empleo menor» necesitan «disipar las dudas
que los mejores de ellos abrigan sobre sí mismos».[17] Estos hombres querrían
tener una mujer capaz de reafirmar su masculinidad al escogerlos a ellos a
pesar de ser lo bastante atractivas para interesar a otros hombres.
Pero los expertos de la época también insistían en que lo que hacían los
hombres en el ámbito doméstico era capital para mantener su hombría y
transmitirla a la siguiente generación.[18] La intervención paterna en la
educación de los hijos era esencial si uno no quería criar una nenaza. Un
artículo de 1950 en la revista Better Homes and Gardens comenzaba así:
«¿Estamos apostando nuestro futuro a una cosecha de mariquitas?… Te
horroriza que tu hijo sea una nenaza, pero no se sonrojará por ello ni ganará
independencia [sic] si dejas todo el trabajo de hacerlo un hombre a su madre».
[19] Una madre podía criar «instintivamente» a una hija, pero su tendencia

innata a proteger a su hijo de todo peligro era un estorbo para el desarrollo de


su independencia y hombría.[20] La paternidad misma se convirtió en un
nuevo signo de hombría, aunque se pensara que su ejercicio no era tan natural
como el de la maternidad. Se popularizó la idea de que los varones tenían que
recibir lecciones de expertos en la vida matrimonial y familiar para aprender a
hacerlo bien.
A pesar de la extendida ideología de conformidad entre los roles sexuales
y los roles de género, prevaleciente en películas, revistas, políticas
gubernamentales y planes de estudio, durante la década de los cincuenta no
faltaron retos a las concepciones del género imperantes. La publicación de los
informes Kinsey, por ejemplo, puso en tela de juicio las ideas aceptadas sobre
el comportamiento sexual de los norteamericanos al sugerir que los contactos
homosexuales, el sexo prematrimonial y la masturbación eran conductas
extendidas y biológicamente normales.[21] Con la fundación de la revista
Playboy en 1953, Hugh Hefner creó un espacio cultural para el soltero
mariposón pero muy viril, así como una suerte de modelo para la mujer
sexualmente liberada. Y a finales de los cincuenta, la generación «beat»
desafió las definiciones convencionales de la masculinidad, a la vez que
salían a la luz los movimientos por los derechos de los homosexuales.

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Así pues, los científicos que estudiaban la sexualidad animal en esta época
trabajaban en un medio cultural complejo. Por un lado, podían formular sus
metáforas y teorías en los términos de la corriente ideológica principal. Por
otro, la existencia misma de contracorrientes que desafiaban la mentalidad
estándar hacían factible que algunos científicos concibieran ideas nuevas
sobre la sexualidad animal. Considérense los estudios sobre el desarrollo fetal
de las diferencias anatómicas entre machos y hembras. En 1969, el
embriólogo francés Alfred Jost resumió así las conclusiones de sus veinte
años de trabajo en este campo: «Convertirse en un macho es una aventura
prolongada, angustiosa y arriesgada; es una suerte de lucha contra la
tendencia inherente a la feminidad».[22] Todos los machos, sean ratas,
cobayas o humanos, tenían que luchar contra una feminidad interior. Como
habían avisado algunas revistas de los años cincuenta, el peligro del
afeminamiento acechaba bajo la superficie masculina. ¿Cómo llegó Jost a esta
conclusión, que evocaba las ansiedades de la época? ¿Cómo se tradujo esta
conclusión, derivada de minuciosos exámenes de embriones masculinos y
femeninos, en la investigación de las relaciones entre las hormonas y los
comportamientos masculino y femenino?
Cuando en 1947, con treinta y dos años, Jost inició una serie de
publicaciones que describían sus experimentos sobre el desarrollo de las
anatomías masculina y femenina en conejos y ratas, entró en un debate sobre
la equiparabilidad de los andrógenos y los estrógenos.[23] Los investigadores
de la década anterior habían convenido en que la inyección de testosterona u
otros andrógenos en fetos femeninos masculinizaba sus genitales externos y
conductos internos. Más controvertida era la cuestión de si los estrógenos
ejercían un efecto paralelo sobre los embriones masculinos. La discusión tenía
como marco los modelos previos de la fisiología hormonal masculina y
femenina de Eugene Steinach. El escocés B. P. Wiesner, por ejemplo,
encontró que los estrógenos (que él todavía llamaba teliquinas) inyectados en
crías recién nacidas de sexo masculino (cuyos genitales externos están poco
desarrollados) inhibían el crecimiento del pene y producían machos
feminizados. Pero Wiesner creía que el estrógeno inhibía la actividad
testicular en vez de actuar directamente sobre los genitales, lo que le llevó a
rechazar la teoría dihormónica de que los animales adquirían su masculinidad
o feminidad a través de sistemas hormonales iguales pero opuestos en su
acción. Wiesner escribió que «[la teoría monohormónica] reconoce la
dominancia absoluta de la hormona masculina en los procesos ontogénicos y

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describe las condiciones para la diferenciación femenina como la ausencia, y
no la presencia, de una hormona sexual específica».[24]
En cambio, investigadores del departamento de fisiología y farmacología
de la facultad de medicina de la Northwestern University argumentaron que la
testosterona y el estrógeno tenían papeles comparables en el desarrollo
masculino y femenino. En una serie de experimentos, R. R. Greene y
colaboradores inyectaron concentraciones elevadas de hormonas estrogénicas
en ratas preñadas. Los machos nacidos de las madres tratadas tenían
«genitales externos de aspecto femenino y de tres a seis pares de pezones bien
desarrollados». Sus testículos no descendieron hasta el escroto, sino que se
mantuvieron en una posición más propia de los ovarios. Los conductos
espermáticos no crecieron y la próstata no se desarrolló. Es más, estos machos
exhibían un desarrollo parcial de la vagina, el útero y los oviductos.
Finalmente, los investigadores observaron un efecto paradójico: algunos de
los fetos femeninos en madres gestantes a las que se habían inyectado
estrógenos nacían con anatomías masculinizadas. Así pues, el estrógeno
feminizaba a los machos, pero masculinizaba a las hembras. Greene y
colaboradores encontraron estos hechos «más compatibles con la teoría
dihormónica».[25] Ciertamente, por sí solos los resultados de los experimentos
de inyección de hormonas en ratones y ratas parecían indicar que los efectos
de los estrógenos y los andrógenos eran virtualmente paralelos (véase la tabla
8.1).

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En un intento de zanjar este debate, Jost recurrió a una técnica
experimental innovadora, consistente en eliminar las gónadas embrionarias de
fetos de conejo todavía en el vientre de la madre. Este enfoque técnicamente
dificultoso y fisiológicamente más «normal» que inyectar grandes dosis de
hormonas purificadas proporcionó información sobre los papeles
desempeñados por las hormonas gonadales del propio embrión. Jost llevó a
cabo cuatro experimentos distintos: castración (eliminación de los testículos u
ovarios), parabiosis (conexión de los sistemas circulatorios de dos embriones
en desarrollo), injerto de testículos u ovarios embrionarios en un feto del sexo
«opuesto», e inyección de hormonas.[26]
Las técnicas de Jost eran nuevas para quienes trabajaban con mamíferos, y
su éxito con una cirugía tan exigente atrajo la atención de los
experimentadores. Las castraciones, efectuadas en fetos de entre 19 y 23 días,
dieron resultados sorprendentes. En los fetos masculinos castrados se
desintegraban estructuras masculinas como el epidídimo (un conducto que
transporta el esperma de los testículos al exterior durante la eyaculación),
mientras que los esbozos de los oviductos, el útero y parte del cuello uterino
se desarrollaban como si el embrión fuera femenino en vez de masculino. Es
más, estos fetos desarrollaban un clítoris y una vagina en vez de un pene y un
escroto. En cambio, la extirpación del ovario de un feto femenino no tenía
efectos obvios sobre el desarrollo sexual. Oviductos, útero, cuello y vagina,

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todos se diferenciaban como es debido, aunque si la castración era lo bastante
temprana estos órganos no alcanzaban su tamaño normal.
Lo que chocó especialmente a Jost fue que, sin un testículo fetal, el
sistema de conductos seminales degeneraba, mientras que el aparato genital
femenino se desarrollaba incluso en los fetos masculinos. ¿Qué hacía que
ambas anatomías genitales se comportaran de manera tan diferente? Puesto
que los machos no tenían ovarios, esas estructuras no podían ser responsables
del desarrollo femenino continuado. Para averiguar si el estrógeno materno o
el procedente de las glándulas suprarrenales podía ser el inductor del
desarrollo genital femenino, Jost llevó a cabo experimentos adicionales, y al
final concluyó que «un cristal de andrógeno podría contrarrestar la ausencia
de testículos y asegurar el desarrollo de caracteres somáticos masculinos».
[27]
Juntándolo todo, Jost concluyó que el desarrollo del tracto reproductor
femenino no necesitaba ser inducido por el ovario embrionario. De ahí que las
estructuras femeninas se diferenciaran tanto en las hembras como en los
machos castrados. Los testículos, teorizó, producían alguna sustancia que
inhibía el desarrollo del tracto reproductor femenino. El hecho de que la
anatomía genital femenina se desarrollara incluso en machos castrados a los
que se administraba testosterona le llevó a postular que debía haber dos
sustancias involucradas. Una, la testosterona, estimulaba el desarrollo de la
anatomía genital masculina. La otra, por entonces hipotética pero más tarde
identificada como una hormona proteínica llamada sustancia inhibidora
mulleriana (SIM), causaba la degeneración del tracto reproductor femenino.
[28] El testículo fetal normalmente produce ambas hormonas.

Con cautela y detalle, Jost discutió las implicaciones de sus resultados


para las teorías mono y dihormónica del desarrollo sexual. Para empezar,
señaló que los tractos reproductivos masculino y femenino, presentes en los
estadios embrionarios iniciales de ambos sexos, tenían potencialidades
ontogénicas muy diferentes. Por ejemplo, con independencia del sexo
genético del embrión, el tracto reproductivo femenino se desarrollaba siempre
que no fuera inhibido por una secreción testicular, mientras que el tracto
reproductivo masculino degeneraba a menos que hubiera testosterona
presente. ¿Respaldaban estos resultados la teoría monohormónica de
Wiesner? Jost recordó a sus lectores que, cuando se eliminaban los ovarios en
una fase temprana del desarrollo fetal, el tracto reproductivo femenino no
alcanzaba su tamaño normal. Era probable, pues, «que el ovario también
produzca una secreción morfogenética, aunque sin duda tiene un papel más
limitado que la secreción testicular». Además, el hecho de que la influencia

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ovárica no causara la degeneración del tracto reproductivo masculino no
demostraba que los ovarios no tuvieran papel alguno. Jost sugirió que podía
haber una suerte de seguro por partida doble (esto es, alguna fuente de
hormona podía entrar en acción en ausencia de ovarios) y que los
experimentos futuros deberían centrarse en el papel del ovario, la fisiología
del ovario fetal y los efectos de la castración al principio del desarrollo.[29]
A pesar de su pericia y su perspicacia, que le llevó a cuestionar las teorías
de sus colegas, Jost no cayó en la cuenta de que su teoría se comprometía
incondicionalmente con la metáfora de la ausencia femenina y la presencia
masculina. Hasta mediados de los sesenta se refirió a las hembras como el
tipo sexual neutro o ahormonal. Según él, las hembras se convertían en
hembras porque no tenían testículos, mientras que éstos eran los principales
responsables de que la ontogenia masculina se separara de la femenina. A
principios de los setenta, Jost describió el desarrollo masculino como una
heroicidad, una travesía por una carretera llena de peligros. Los testículos
imponían la masculinidad con la ayuda de un minúsculo pero poderoso
cromosoma Y. El embrión masculino tenía que luchar contra la tendencia
inherente hacia la feminidad.[30]
Las estructuras retórica y teórica de la obra de Jost, y de otras
investigaciones científicas sobre las hormonas, parecían reflejar los debates
sociales del momento sobre el género. La teoría dihormónica era compatible
con una visión en la que los sexos ocupaban esferas separadas. Sus partidarios
entendían que cada sexo era producto de un control activo y específico de la
ontogenia. Tanto el desarrollo masculino como el femenino eran procesos que
requerían explicación. Podría parecer que este paralelismo entre masculinidad
y feminidad comporta una equivalencia entre ambos conceptos. La teoría
monohormónica, en cambio, insistía en la naturaleza conflictiva del desarrollo
masculino, y empleaba una retórica que sugería los peligros para los varones
de la feminidad subyacente: «Los caracteres masculinos del cuerpo deben
imponerse… contra la tendencia femenina básica del cuerpo mamífero». Las
hembras, por el contrario, representaban la plantilla de partida natural. En la
teoría de Jost, la masculinidad, tanto en el cuerpo biológico como en el cuerpo
político, requería de una acción agresiva para mantenerse.[31]
La proverbial idea de que la feminidad representaba una carencia
corporal, mientras que la presencia física definía la masculinidad, en
combinación con la insistencia en la necesidad de que los hombres cultivaran
su masculinidad y las mujeres se limitaran a seguir pasivamente sus
inclinaciones naturales, explica en parte por qué Jost y otros aceptaron una

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hipótesis aún por confirmar.[32] La retórica acrítica del absentismo femenino
también contribuye a explicar el hecho de que ni Jost ni otros llevaran a cabo
estudios completos y detallados para averiguar qué gobernaba el desarrollo
femenino si, como sugerían los experimentos de castración in utero, el ovario
fetal tenía sólo un papel menor.[33] Si la ontogenia femenina era un estado
fundamental, sólo la ontogenia masculina requería explicación, y la expresión
«diferenciación sexual» en realidad significaba «diferenciación masculina».
[34]
El modelo de Jost de la hembra como producto de una ausencia no ha
perdido su vigencia. En la actualidad los científicos estudian los genes
implicados en el desarrollo de los ovarios o los testículos mismos.[35] Pero
hasta hace poco, la idea de que el cuerpo femenino es la trayectoria
ontogénica «por defecto» ha sido una traba incluso para el pensamiento
científico más sofisticado. El autor de un artículo científico que discutía la
importancia de genes concretos para el desarrollo del ovario o del testículo
tras la fecundación[36] escribe: «En presencia de un cromosoma Y… las
gónadas… se forman como testículos… En ausencia de testículos, los
genitales se desarrollan en el sentido femenino… Así pues, la determinación
del sexo puede equipararse a la formación de los testículos».[37] «En el caso
humano… la hembra es el sexo constitutivo y el macho el sexo inducido. Por
lo tanto, la determinación del sexo puede considerarse el equivalente de la
determinación masculina», escribe otro científico.[38] Y un tercero dice que «a
menudo se ha aludido a la trayectoria ontogénica femenina como la
trayectoria por defecto».[39]
El modelo científico de desarrollo sexual que se impuso es el que más
tomaba prestado de, y mejor se ajustaba a, las ideas conservadoras que
caracterizaban la feminidad por la pasividad y la carencia, pero ha hecho más
que limitarse a reforzar los puntos de vista conservadores. De hecho, la idea
de que todos los embriones comienzan siendo femeninos, que el «estado
fundamental natural» es la feminidad y que la masculinidad es un mero
añadido, ha complacido a muchas feministas. Por ejemplo, la escritora
científica y feminista Natalie Angier escribe que «desde una perspectiva
biológica, las mujeres no son las segundonas, sino la condición original.
Somos el capítulo primero, primer párrafo, descendientes de las auténticas
fundadoras del Edén».[40] Así como la metáfora de un estado fundamental
femenino tiene gancho cultural en el ámbito de la política de género, ha
abierto las puertas a importantes intuiciones científicas. Desde el punto de
vista evolutivo, por ejemplo, la idea sugiere que las hembras precedieron a los

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machos en su venida al mundo, que el macho se deriva de la hembra (lo
contrario de la costilla de Adán). Esta idea ha alimentado una fascinante
investigación sobre temas que incluyen la evolución del cromosoma Y y la
variedad de sistemas sexuales del mundo animal.[41]
Pero la metáfora dio y la metáfora quitó. Piénsese en los dualismos que
genera. Si el plan femenino es el natural, ¿significa esto que la naturaleza es
femenina y, por ende, que la cultura es masculina? Y si la feminidad puede
contaminar o menoscabar la masculinidad, ¿significa eso que «mantener la
masculinidad requiere la supresión de lo femenino»?[42]
Cuando Jost escribió que «convertirse en un macho es una aventura
prolongada, angustiosa y arriesgada; es una suerte de lucha contra la
tendencia inherente a la feminidad», construyó un relato en el que la aventura,
el riesgo y la heroicidad pertenecen al sexo masculino. Muchas crónicas
actuales de la determinación primaria del sexo, basadas en el relato de Jost,
tienen poco que decir sobre el desarrollo femenino. Durante años la expresión
«determinación del sexo» ha sido equivalente a «determinación del sexo
masculino».[43] Pienso que la aceptación de este punto de vista ha motivado
una gran cantidad de investigación sobre los mecanismos (genéticos y
hormonales) del desarrollo masculino, pero pocos se han esforzado en
desentrañar los mecanismos del desarrollo femenino.[44] En una revisión de
1986, las genetistas Eva Eicher y Linda L. Washburn criticaban la
investigación de la determinación del sexo por «presentar la inducción del
tejido testicular como un evento activo… y la inducción del tejido ovárico
como un evento pasivo (automático). Desde luego, la inducción del tejido
ovárico es un proceso ontogénico tan activo y genéticamente dirigido como la
inducción del tejido testicular… Casi nada se ha escrito de los genes
implicados en la inducción del tejido ovárico a partir de la gónada
indiferenciada».[45] Hubo que esperar a los años noventa para que
comenzaran a proponerse teorías de la ontogenia femenina.[46]
La desatención científica hacia el desarrollo femenino no se debe
simplemente al poder de la metáfora de la presencia/ausencia. En efecto, otras
metáforas[47] (en particular los relatos sobre genes maestros) y los animales
mismos también cuentan en la historia científica de los desarrollos masculino
y femenino. Por ejemplo, un investigador que buscaba efectos activos del
estrógeno en el desarrollo femenino del cobaya encontró que las inyecciones
de estrógeno provocaban abortos, lo que hacía difícil seguir esta línea de
investigación.[48] En vista de ello, decidió que era más prudente para su

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carrera continuar por otra línea de investigación que le diese resultados
publicables en un lapso de tiempo razonable.
Como la mayoría de investigadores de las hormonas esteroides
mamíferas, Jost esperaba que sus resultados se aplicarían, en la práctica y en
la teoría, a los seres humanos. Casi desde el principio interaccionó con
investigadores médicos del desarrollo humano. En 1949, gracias a la
intermediación de su hermano Marc, Alfred Jost visitó la Universidad Johns
Hopkins donde conoció a Lawson Wilkins, pionero del estudio de la
intersexualidad humana (véanse los capítulos 2-4). Una intensa discusión
vespertina sobre sus casos clínicos hizo que Wilkins adoptara la teoría
monohormónica de Jost sobre el desarrollo sexual mamífero, una idea que
enseguida plasmó en el libro que estaba escribiendo sobre las malformaciones
sexuales humanas. Por su parte, Jost apreció la importancia de la aprobación
de aquel renombrado médico clínico para un joven experimentador como él
(Jost tenía entonces treinta y tres años, y Wilkins cincuenta y cinco).[49]

El motor de todo: de la bisexualidad a la heterosexualidad

La influencia del modelo del desarrollo sexual de Jost se extendió más allá del
estudio de los genitales y la anatomía ligada al sexo. A finales de los años
cincuenta, la idea había sido importada por los estudiosos del
comportamiento, quienes teorizaban que la testosterona dejaba una impronta
en el cerebro masculino, preparándolo para actividades como la monta, el
apareamiento y la defensa territorial. El cerebro femenino, en cambio,
adquiría su género en ausencia de testosterona. La idea parecía casar
perfectamente con la descripción de Jost del desarrollo anatómico. Pero el
comportamiento era un asunto mucho más resbaladizo que la anatomía. A
pesar de que la intersexualidad —humana o animal— era una fuente de
confusión, el desarrollo anatómico seguía siendo un patrón claro para medir
los efectos hormonales. Había testículos u ovarios, epidídimos o trompas de
Falopio, escroto o labios vaginales. Pero la investigación del comportamiento
sexual iba más allá, hasta las cuestiones de la masculinidad, la feminidad, la
homosexualidad, la bisexualidad y la heterosexualidad.

Bisexualidad

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Desde los años treinta hasta los cincuenta, el CRPS desvió su apoyo
financiero a los estudios del comportamiento sexual en animales y personas.
Frank Ambrose Beach comenzó a destacar como científico en los años treinta
y, a mediados de los cuarenta, había articulado una teoría detallada de la
sexualidad animal. Siendo estudiante Beach había abandonado toda esperanza
de comprender la psicología humana y había decidido que «las ratas blancas
eran más simples», aunque todavía aspiraba a resolver problemas básicos en
psicología. Su doctorado consistió en dañar áreas concretas del córtex
cerebral para ver si podía perturbar el comportamiento maternal de las ratas.
Durante la segunda guerra mundial y justo después, Beach y otros estudiosos
de la psicología animal completaron tres tareas: particularizar conductas que
podían cuantificarse y designarse como masculinas o femeninas; dar sentido a
las diferencias comportamentales entre especies y entre individuos de la
misma especie, y estudiar los efectos del estrógeno, la progesterona y la
testosterona en las conductas sexuales adultas.[50] Al sintetizar los resultados
de tales experimentos, articularon una visión de los orígenes de la
masculinidad y la feminidad animal que muchos investigadores se
apresuraron a aplicar a los seres humanos.

FIGURA 8.1: Apareamiento y lordosis en la rata de laboratorio, A: El macho investiga para determinar si
la hembra está en estro. B: Si está en estro, el macho la monta y agarra sus cuartos traseros. Este

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estímulo táctil hace que ella aparte la cola a un lado y arquee la espalda (lordosis). C: El macho
desmonta y se acicala, D: Tras unas cuantas montas, el macho eyacula. (Fotos por cortesía de Julie
Bakker).

En esta discusión, quiero subrayar tres aspectos de la obra de Beach. En


primer lugar, insistió en la diversidad de la conducta animal (dentro de cada
sexo, dentro de cada especie y entre diferentes especies y géneros). En
segundo lugar, adoptó lo que hoy llamaríamos un enfoque sistémico del
comportamiento animal, enfatizando las interacciones entre los diversos
sistemas fisiológicos corporales, así como el contexto social que desencadena
o permite conductas concretas. En tercer lugar, fue un liberal declarado en lo
que respecta a la diversidad sexual humana. Al contemplar su carrera y sus
ideas, podemos ver claramente una vez más que lo social y lo científico
forman parte de un único tejido.
En un periodo notablemente prolífico de cuatro años, Beach presentó en al
menos catorce artículos científicos los resultados de su investigación de la
sexualidad de las ratas. Cosa no sorprendente, encontró diferencias sexuales
en el control de las conductas de apareamiento masculina y femenina. Cuando
una rata hembra se siente amorosa, ejecuta saltos y correteos característicos, y
hace vibrar sus orejas. Cuando el macho la monta, ella aplana la espalda,
levanta la grupa, aparta la cola y permite la cópula (véase la figura 8.1). La
elevación y presentación de la grupa es un acto reflejo también inducible si se
acaricia la espalda de la rata. El nombre técnico de esta respuesta es lordosis.
Un macho dispuesto huele y lame los genitales femeninos y, si ella lo permite,
la monta, introduce su pene (intromisión) y empuja profundamente. El macho
puede repetir este comportamiento hasta diez veces antes de eyacular. Tras
cada intromisión, rápidamente se retira y lame sus genitales. Para el psicólogo
experimental, cada una de estas acciones separadas ofrece una oportunidad de
subdividir la conducta de apareamiento en partes que pueden contarse y
analizarse para estudiar la posible influencia de las hormonas, el entorno y la
experiencia vital.[51] Para cada sexo, la serie de comportamientos define la
masculinidad y la feminidad en relación al apareamiento.[52] Pero tan notables
como las diferencias entre los sexos eran las diferencias individuales dentro
de cada sexo, entre cepas de la misma especie, y entre especies de roedores.
Neurológicamente, argumentó Beach, todos los animales tienen un potencial
bisexual. ¿Cuáles eran los factores, se preguntó, que desencadenaban
expresiones sexuales particulares, ya fuera el apareamiento heterosexual, la
monta de un macho por otro, la lordosis masculina, la monta de una hembra
por otra o de un macho por una hembra?
Beach y otros investigadores de la sexualidad animal tenían que defender

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tanto la importancia como la propiedad de su trabajo. Durante los años
cuarenta y cincuenta, las teorías psicoanalíticas «ambientalistas» del
desarrollo humano eran mucho más populares que las interpretaciones
biológicas de la conducta. Especialmente durante los años cincuenta, la
psicología humana ha estado profundamente marcada por el psicoanálisis.[53]
Para los psicólogos comparativos, sin embargo, la psicología freudiana
adolecía de una fundamentación nula en la biología experimental y
cuantitativa. La psicología animal comparada prosperó en Estados Unidos tras
la estela de John B. Watson y otros,[54] mientras que etólogos europeos como
Konrad Lorenz dramatizaban los conceptos de la etología con experimentos
sobre la impronta en aves. Las famosas fotografías de polluelos de pato y
ganso siguiendo a Lorenz a todas partes como si éste fuera su madre, porque
fue el primer objeto móvil que vieron tras romper el cascarón, capturaron la
imaginación de muchos estadounidenses. En general, los estudiosos de la
psicología humana y animal habían insistido en la importancia de la
experiencia y el aprendizaje combinados con la idea de las pulsiones
instintivas innatas (hambre, deseo sexual y demás) en la conformación del
comportamiento. Ahora los endocrinólogos y fisiólogos esperaban inclinar la
balanza hacia la biología.[55] Además, el sexo mismo no era un tema para
hablar en público.[56] Esta atmósfera desfavorable puede explicar por qué
Beach abría su artículo capital de 1942 con un ataque: «Los estudiosos del
comportamiento animal han especulado a menudo sobre la naturaleza de la
excitación sexual, y las escuelas de pensamiento fisiológico se han fundado
en concepciones ambiguas del “impulso sexual” humano». Beach pretendía
situar la discusión sobre un fundamento científico y ofrecer una
«interpretación filogenética del comportamiento humano».[57]
Beach ofreció un modelo del comportamiento animal de múltiples niveles
y sexualmente diverso. Muchos vertebrados, señaló, nacían con los circuitos
neuromusculares (pautas motoras) requeridos para solicitar y ejecutar el acto
sexual al completo. Las ratas macho, por ejemplo, normalmente no se
apareaban hasta que tenían de 35 a 80 días. Pero la inyección de testosterona a
edades mucho más tempranas desencadenaba todo un abanico de conductas
adultas. Sin embargo, la evidencia de pautas motoras innatas no era extensiva
a los grandes monos. Parecía ser que en éstos la práctica y la experiencia eran
cruciales para la aptitud copulatoria, un hecho de especial importancia para la
«interpretación filogenética de la vida sexual humana» de Beach.
Pero nacer con la circuitería básica no era bastante, sobre todo porque
Beach pensaba que las pautas motoras de las respuestas sexuales masculina y

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femenina estaban presentes en cada sexo. ¿Cómo se hacía dominante una
pauta sobre otra en un individuo concreto? Beach buscó la respuesta en el
análisis de los componentes de la excitación sexual, pero aplicando un
enfoque holístico.[58] Así, la excitación resultaba de la constitución particular
de la rata individual,[59] de la potencia de los objetos estimuladores y de la
experiencia previa del animal. Así como los machos individuales variaban en
su afán de apareamiento, las hembras variaban en su receptividad. Ambas
cosas eran relevantes para que el apareamiento se consumara. El resultado
más probable de la unión de una hembra indiferente con un macho nada
entusiasta era el fracaso. Pero si se juntaba un macho de poco brío con una
hembra altamente receptiva, saltaban chispas.[60]
Beach analizó las inclinaciones de las ratas emparejadas. La experiencia
previa importaba. Los machos segregados durante largo tiempo con otros
machos se apareaban mucho menos que los criados en aislamiento o con
hembras. Los sentidos también importaban. Las hembras receptivas
presentaban a los machos una auténtica cornucopia de estímulos:
movimientos, posturas, vibraciones de las orejas, olor, sabor, tacto, todo ello
contribuía a excitar sexualmente a los machos. Si a un macho se le privaba de
uno de sus cinco sentidos todavía era capaz de excitarse. Pero si se suprimía
más de uno, su interés por el sexo disminuía sobremanera.[61] Aunque no
estaba claro cómo,[62] el cerebro (y en particular el córtex cerebral,
sospechaba Beach) también era necesario para el apareamiento. Y por último,
pero no en último lugar, las hormonas importaban. Las hormonas podían
incrementar la excitabilidad general de un animal a base de acrecentar su
sensibilidad a los estímulos sexuales.
Tanto la testosterona como el estrógeno tenían efectos inespecíficos. Por
ejemplo, si se inyectaba testosterona en machos de rata no experimentados, se
excitaban tanto que intentaban montar a hembras no receptivas, machos
jóvenes y hasta cobayas.[63] La inyección de testosterona también
incrementaba la excitabilidad general de las hembras, así como su tendencia a
exhibir pautas de apareamiento de ambos sexos.[64] El estrógeno también
podía inducir pautas de apareamiento masculinas en ambos sexos y, por
supuesto, hacía honor a su nombre provocando el estro en las hembras. Beach
insistió en «la ausencia de una correlación perfecta entre la condición
hormonal del animal y el carácter del comportamiento visible». Ni siquiera
las ratas eran meras esclavas de sus niveles hormonales. Los «factores
psíquicos» importaban, aunque no tanto como en la especie humana.[65]

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En su artículo de 1942, Beach se ayudó de un diagrama para unificar las
piezas del rompecabezas: la información sensorial entrante, el papel del
sistema nervioso central y la función de las hormonas (figura 8.2). Propuso la
existencia de un mecanismo excitador central (MEC), un paquete de células
nerviosas que recibiría información de los receptores sensoriales y enviaría
señales a los circuitos neuronales que ejecutan las pautas de apareamiento
masculinas y femeninas. Cada tipo de receptor estimularía un número
diferente de neuronas en el MEC. Así, el olfato podría ser más importante que
la visión. Pero los efectos en el mecanismo central serían acumulativos.[66]
Puede que el olfato por sí solo no fuera capaz de incrementar la excitación
hasta que el centro enviara una señal inductora de la monta o la lordosis. O
podría bastarse para estimular la monta, pero no la intromisión. Pero la
estimulación adicional de otros receptores sensoriales elevaría el nivel de
excitación por encima de cierto umbral. En el esquema de Beach, las
hormonas interpretaban tres papeles. En primer lugar, podían actuar
directamente sobre el MEC para incrementar el nivel de excitación sexual. En
segundo lugar, podían rebajar el umbral requerido para estimular los circuitos
gobernantes de las pautas de conducta masculinas o femeninas. En tercer
lugar, podían afectar directamente a los sentidos. Por ejemplo, Beach
sospechaba que la testosterona incrementaba la sensibilidad táctil del pene.[67]
Los receptores táctiles del pene enviarían señales más intensas al MEC, lo que
incrementaría la excitación sexual del animal.

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FIGURA 8.2: Modelo de Beach de los mecanismos por los que las hormonas afectan al comportamiento.
(Beach 1942b, p. 189; reimpreso con permiso).

En el esquema de Beach, machos y hembras difieren de manera


cuantitativa, pero no cualitativa. Así, por ejemplo, el andrógeno puede inducir
la conducta de monta en una hembra, pero menos que en el caso masculino.
Una hembra con receptores sensoriales especialmente sensibles podría
necesitar menos andrógeno o estrógeno para llegar a un estado de excitación
sexual que otra con receptores menos sensibles o numerosos. La hipótesis de
Beach explicaba primorosamente la variabilidad individual dentro de cada
sexo, así como el hecho de que, en ciertas condiciones, ambos sexos pudieran
exhibir pautas de apareamiento masculinas y femeninas, y también el hecho
de que tanto el andrógeno como el estrógeno pudiera inducir ambas pautas en
ambos sexos.
Beach ejerció inicialmente buena parte de su carrera en el Museo
Americano de Historia Natural de Nueva York, pero en 1946 su reputación
creciente hizo que la Universidad de Yale le ofreciera una plaza académica en
su departamento de psicología. Desde esta posición de autoridad, promovió
activamente sus ideas sobre la sexualidad animal. En 1948, Beach impartió la
prestigiosa conferencia Harvey en Nueva York. Destacando la similitud entre

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machos y hembras, señaló que «los mecanismos fisiológicos del
comportamiento sexual femenino se encuentran en todos los machos, y los del
comportamiento sexual masculino en todas las hembras… La
homosexualidad humana refleja el carácter esencialmente bisexual de nuestra
herencia mamífera».[68] Las sociedades humanas pueden condenar la
inmoralidad de la conducta homosexual, escribió Beach, pero uno no podría
apelar a la naturaleza como justificación: nuestra ascendencia mamífera
demostraba que la homosexualidad era bastante natural.
La investigación de Beach se enmarcó en las discusiones sociales de la
sexualidad humana. Realizó la mayor parte de su trabajo sobre la bisexualidad
animal justo antes y durante la segunda guerra mundial. Al terminar la guerra
comenzó a aplicar sus ideas al caso humano, en un momento en el que «la
actitud pública hacia la discusión abierta y la exploración científica de los
problemas relativos al sexo se había vuelto notablemente indulgente, si no
liberal».[69] La importancia de su obra se vio enormemente reforzada por el
hallazgo de Kinsey de la profusión de la bisexualidad tanto en varones como
en mujeres. En 1946, Beach reconoció que había tenido acceso a los
resultados todavía inéditos de Kinsey,[70] pero, puesto que Beach conocía a
Kinsey y fue uno de sus entrevistadores,[71] es probable que hubiera estado
pensando en la sexualidad humana desde principios de los cuarenta.[72] A su
vez, Kinsey citó repetidamente los estudios de Beach con animales a fin de
situar el comportamiento humano dentro de la panoplia de la biología
mamífera normal.[73] La guerra misma hizo más visible la homosexualidad.
[74] Al mismo tiempo, Beach hizo experimentos con ratas que sugerían una

gama notablemente amplia de conductas sexuales, y entrevistó a personas


sobre sus hábitos sexuales. Al menos hasta principios de los cincuenta, las
ideas de Beach siguieron siendo compatibles con elementos de la discusión
nacional.[75]

Heterosexualidad

A medida que la ideología de la guerra fría, que ensalzaba la heterosexualidad


y despotricaba de la homosexualidad, vino a dominar la escena nacional
durante los años cincuenta, otras lecturas más restrictivas de la sexualidad
animal ganaron fuerza y presencia. Hacia 1959 surgió un nuevo roedor,
inequívocamente heterosexual y mucho más ceñido a roles sexuales separados
que las ratas de Beach. Una nueva teoría implicaba que la variación individual

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era producto de la influencia hormonal temprana.[76] Se echaba de menos el
esfuerzo integrador del comportamiento tan evidente en la obra de Beach. En
vez de eso, los biólogos excluyeron la experiencia vital de las explicaciones
biológicas del comportamiento, arrinconándola como una suerte de hermana
pequeña molesta (siempre mencionada, pero nunca partícipe real de los
juegos de los grandes). Por último, los investigadores de la psicología animal
aplicaron la versión de Jost del desarrollo genital al comportamiento, con lo
que la feminidad se convirtió en una ausencia y la masculinidad en una lucha.
Una figura clave a través de la cual podemos seguir esta progresión es
William C. Young, quien se doctoró en la Universidad de Chicago con una
tesis sobre el transporte de espermatozoides (desde los testículos hasta el
mundo exterior). Durante los años treinta y cuarenta, con fondos del CRPS,
Young se concentró en la conducta de apareamiento del cobaya.[77] Su lema
era «observar, medir y registrar», y eso fue justo lo que hizo.[78] Apreció la
naturaleza cíclica de las respuestas de apareamiento femeninas, detalló con
exactitud en qué momentos del ciclo ovulatorio aparecían y desaparecían
conductas particulares, y calculó la correlación entre los cambios cíclicos del
estrógeno y la progesterona y las oscilaciones de la respuesta sexual
femenina. Como en la rata, las hembras de cobaya exhibían lordosis cuando
estaban en celo, «con frecuencia… acompañada de una vocalización gutural,
además de la persecución y monta de otras hembras e incluso machos».[79]
Aunque las hembras ejecutaban «los movimientos de la cópula, salvo la
retirada y limpieza de genitales», Young y colaboradores mostraron cierta
ambivalencia hacia este comportamiento impropio.[80] Por un lado,
describieron tales montas como un ingrediente normal del impulso sexual
femenino.[81] Por otro, las etiquetaron como «conducta homosexual en
hembras normales».[82] En una serie de experimentos, Young y su equipo
comprobaron que lo que inducía la conducta de monta en las hembras era una
combinación de estrógeno y progesterona. Para gran sorpresa suya, la
testosterona apenas tenía efecto.[83]
La revisión publicada en 1941 por Young de la investigación sobre la
conducta de apareamiento en las hembras mamíferas cubría buena parte del
mismo territorio que la síntesis publicada por Beach el año siguiente. Sin
embargo, Young no se atrevió a postular teorías globales de tales conductas
complejas. «Factores endocrinos, neurales, genéticos, ontogénicos,
nutricionales, medioambientales, psicológicos, patológicos y ligados a la
edad… y sin duda otros» se combinaban para generar las conductas de
apareamiento. Determinar la responsabilidad de cualquier factor particular

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parecía casi imposible. «Aun así… hay que elegir algún punto de partida… Se
han seleccionado las hormonas ováricas no porque sean necesariamente el
único factor limitante, sino porque son el medio para inducir el celo mediante
procedimientos experimentales y el medio para dilucidar el papel de los otros
factores». En otras palabras, las hormonas eran el «gancho», el punto de
entrada para la comprensión de los comportamientos sexuales.[84]
Durante la primera parte de su carrera, Young trabajó sobre todo con
hembras de cobaya, pero a partir de 1950 su interés se desplazó a los machos.
Primero describió y midió con precisión cinco aspectos de la conducta de
apareamiento masculina: contacto frontal, olfateo, monta, intromisión y
eyaculación.[85] Una y otra vez observó variaciones individuales. Mientras
que algunos machos se mostraban muy fogosos, otros apenas parecían
interesados en aparearse. ¿Tenían menos testosterona los machos sexualmente
tibios? No. Cuando se castró a individuos tibios y fogosos y luego se les
inyectó la misma concentración de testosterona a todos, las diferencias
individuales se mantenían. Los cobayas más activos sexualmente antes de la
castración volvieron a apretar el acelerador a fondo cuando recuperaron sus
hormonas. Y los inicialmente tibios continuaron siéndolo incluso después de
recibir dosis extra de testosterona. Puesto que la cantidad de hormona
circulante no explicaba las diferencias en el deseo sexual, Young postuló que
la capacidad de respuesta a la hormona de los tejidos que mediaban la
conducta sexual debía variar en cada animal.[86]
Ahora bien, ¿por qué diferían estos tejidos mediadores de un macho a
otro? Durante varios años, Young y sus discípulos estudiaron factores tanto
genéticos como experienciales. Las diferencias genéticas debidas a la
consanguinidad daban cuenta de una parte de la variabilidad. Pero las
experiencias sociales tempranas importaban mucho. En algunos experimentos
se separó de sus hermanos a un recién nacido al que durante sus primeros diez
a veinticinco días de vida se mantenía con la única compañía de su madre y
luego en aislamiento total de sus congéneres hasta la edad adulta. En una cepa
cuyos machos siempre eran sexualmente tibios, el aislamiento tras veinticinco
días de lactancia causaba una caída drástica en el rendimiento sexual. En las
cepas fogosas, el destete a los diez días seguido de aislamiento rebajaba
severamente la respuesta sexual. Conclusión: «El contacto con otros animales
tiene una acción organizadora sobre el desarrollo de la pauta copulatoria del
cobaya macho».[87]
A finales de los cincuenta, Young y su equipo habían completado estudios
exhaustivos de las conductas de apareamiento de machos y hembras. En los

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muchos experimentos llevados a cabo por Young, Beach y otros desde los
años treinta, las hormonas se comportaban en gran medida conforme a lo
postulado por Beach. De una manera u otra, podían estimular la expresión de
potenciales «previamente organizados o determinados por factores genéticos
y experienciales».[88] Pero otros experimentos sugerían que la influencia
hormonal al principio del desarrollo podía tener efectos a largo plazo sobre el
comportamiento, no evidentes hasta que el animal maduraba sexualmente. La
discrepancia entre estos datos y la teoría de Beach había quedado sin resolver,
por lo que Young decidió reabrir la cuestión de los efectos hormonales a largo
plazo, y al hacerlo abrió un nuevo capítulo en la historia de la virilidad
roedora.
En 1959, cuando la retórica de la guerra fría sobre la homosexualidad, el
comunismo y la familia estaba en su punto álgido, Young y tres de sus
discípulos publicaron su ahora clásico artículo (al que en adelante me referiré
como el artículo de Young, aunque éste era el último de los firmantes)
titulado «Acción organizadora de la administración prenatal de propionato de
testosterona sobre los tejidos mediadores de la conducta de apareamiento en
el cobaya». Había mucho en juego, y lo sabían. El hallazgo de que la
exposición prenatal a andrógenos o estrógenos tenía «una acción organizadora
que se reflejaría en el carácter del comportamiento sexual adulto» sugería que
toda una gama de conductas adultas podría explicarse en gran medida por la
química hormonal prenatal. También sugería un paralelismo entre la
importancia de las hormonas para el comportamiento y su importancia para el
desarrollo anatómico. Por último, la confirmación de esta idea dirigiría «la
atención hacia un posible origen de las diferencias comportamentales entre
los sexos que tiene importancia ipso facto para la teoría psicológica y
psiquiátrica».[89]
Este último comentario, que hacía referencia a la obra de John y Joan
Hampson sobre el desarrollo de las diferencias sexuales humanas, contenía
una señal sutil pero importante. Recordemos (capítulo 3) que durante los años
cincuenta los Hampson y John Money habían estudiado el desarrollo de
intersexuales humanos criados como varones o mujeres. A diferencia de
Beach, que aceptó la homosexualidad humana como parte de una gama
natural de comportamientos sexuales, los Hampson veían la homosexualidad
y el travestismo como conductas anormales.[90] Al citar su obra, el equipo de
Young expresaba implícitamente su desacuerdo con la tesis de la bisexualidad
subyacente, y al mismo tiempo sugería que los estudios con cobayas
conducirían al hallazgo de una base biológica de la homosexualidad.[91]

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La publicación del artículo de 1959 de Young condicionó el estudio de las
hormonas y la conducta sexual durante décadas. Los autores proponían una
teoría (el modelo organizacional/activacional de la actividad hormonal) que
relegaba la síntesis de Beach a los últimos cajones de la historia. ¿Qué
hallaron Young y su equipo? ¿Cuál era la formulación inicial del
modelo O/A? ¿Cómo fue desplazado el roedor bisexual por el heterosexual (el
cobaya masculino o la rata femenina) del centro de la atención?
Young y colaboradores sugirieron que las hormonas pre- o perinatales
organizaban el tejido del sistema nervioso central de manera que, en la
pubertad, las hormonas podían activar conductas específicas. Inyectaron
testosterona a hembras de cobaya preñadas,[92] y vieron que las madres
hormonadas parían intersexos femeninos (llamados hermafroditas por los
autores del artículo). Todas las crías de sexo femenino expuestas a la
testosterona tenían signos anatómicos internos de masculinización. Algunas
habían desarrollado genitales externos masculinizados. Cuando estas hembras
crecían, tardaban más en entrar en celo a base de inyecciones de estrógeno y
progesterona. Sus respuestas de lordosis eran mucho más débiles que las de
los controles no expuestos, y «el tan característico gruñido gutural que
acompaña a la lordosis en las hembras normales faltaba a menudo o, en
algunos individuos, siempre». También montaban vigorosamente a otras
cobayas cuando se les inyectaba testosterona. Aparte del gruñido asociado a
la lordosis, la cantidad, y no la calidad, distinguía lo femenino de lo
masculino. Por ejemplo, en un experimento el 89 por ciento de las hembras
control castradas entraba en estro tras una inyección hormonal, en
comparación con el 65 por ciento de las hembras tratadas prenatalmente con
genitales externos normales, el 22 por ciento de las hembras con genitales
masculinizados y el 38 por ciento de los machos castrados (un segundo tipo
de grupo de control).[93] La ausencia de estro, el periodo de latencia más largo
del estro inducido hormonalmente, el celo más corto, la respuesta de lordosis
más corta, los intentos de monta sin inyección de estrógeno/progesterona,
todo ello indicaba un decrecimiento de la feminidad y un incremento de la
masculinidad. Masculinidad y feminidad se hicieron mutuamente excluyentes.
Un incremento de una implicaba un decremento de la otra.
Young y colaboradores habían empezado por las hembras masculinizadas,
pero pronto se pusieron a estudiar la feminización de los machos. Siguiendo
la lógica de presencia/ausencia de Jost, razonaron que si la testosterona
añadida imponía la masculinidad, entonces su supresión permitiría la
expresión de la feminidad subyacente. Castraron ratas o conejos inmaduros

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«antes de que se completara la acción organizadora del andrógeno», y ya
adultos les inyectaron una mezcla de estrógeno y progesterona con objeto de
inducir «un comportamiento femenino en respuesta a la monta por machos
intactos». Lo que encontraron es que los machos castrados antes de los diez
días de edad mostraban una mayor frecuencia de comportamiento femenino,
definido en las ratas como estro y lordosis, vibración de orejas, correteos y
agachadas. La castración afectaba a la lordosis masculina más llamativamente
que a las otras conductas, lo que sugería que no todos los aspectos de la
feminidad roedora estaban organizados de manera similar.[94]
Lo que tuvo de especial aquel artículo de 1959 no fueron sus resultados; el
propio Young y otros habían publicado resultados comparables diecinueve
años antes, y por aquel entonces Beach estaba obteniendo datos similares con
perros.[95] Fue la explicación científica de sus observaciones lo que fue
relevante. Los autores se preguntaron si la exposición de los embriones a
hormonas sexuales afectaba a los sustratos neurales del comportamiento
sexual, sustratos que se asumían localizados en «tejidos del sistema nervioso
central».[96] Y si era así, ¿fijarían las hormonas fetales el potencial
comportamental de un individuo como masculino o femenino de manera
permanente? Basándose en la obra de Jost, los autores asumieron que, en el
embrión, la testosterona promovía la diferenciación de los genitales
masculinos, mientras que la sustancia inhibidora mulleriana causaban la
desintegración de las partes femeninas. En el individuo adulto, los ovarios o
testículos, el útero o el epidídimo, todos respondían a las hormonas de la
pubertad. Pero esta segunda respuesta era más funcional que ontogénica.
Young y colaboradores pensaban que algo similar debía pasar con «los tejidos
nerviosos mediadores de la conducta de apareamiento». En el embrión, estos
tejidos se diferenciaban u «organizaban» en «la dirección masculinizadora o
feminizadora»,[97] en el adulto, las hormonas «activaban» los tejidos
previamente organizados.
Las ideas expuestas en el artículo de 1959 ampliaron al comportamiento la
relación entre hormonas y anatomía postulada por Jost. La testosterona
prenatal «realzaba» la «receptividad» a la testosterona adulta, y a la vez
suprimía la capacidad para «exhibir los componentes femeninos» tras la
administración de estrógeno/progesterona. La testosterona, teorizaban los
autores, tenía un papel dual. En primer lugar, acentuaba la masculinidad al
incrementar la frecuencia de las montas. En segundo lugar, suprimía la
feminidad al reducir la frecuencia y duración de la lordosis. En el adulto, el
estrógeno y la progesterona ejercían de activadores hormonales. La

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implicación tácita era que el comportamiento femenino está detrás de todo el
desarrollo. La testosterona lo suprimía e imponía las capacidades masculinas
sobre un sistema femenino subyacente.[98]
El grupo de Young estiró la analogía anatómica para refutar la teoría
bisexual de Beach y sus predecesores. «Estos investigadores pusieron el
énfasis en la receptividad incrementada de sus cobayas y ratones
masculinizados» a los andrógenos inyectados, con la intención aparente de
«presentar el cambio como la expresión de una bisexualidad inherente… La
existencia de la bisexualidad se da por sentada. Lo que nosotros sugerimos es
que esta bisexualidad adulta es tan inadecuada en los tejidos nerviosos como
lo es para… los tejidos genitales».[99] Aunque no era imposible inducir
comportamientos del otro sexo en los adultos, esto era difícil de conseguir.
Recurriendo de nuevo a la analogía con la anatomía genital, estos críticos
señalaron que tanto machos como hembras contenían vestigios de órganos
embrionarios susceptibles de responder a hormonas producidas por el cuerpo
adulto, pero que las respuestas de estos órganos vestigiales raramente eran
como las de los órganos plenamente formados. La extensión del modelo
anatómico de la acción hormonal al comportamiento implicaba un
reconocimiento de la posibilidad de una bisexualidad conductual, pero
rebajaba sobremanera su importancia, lo que preparó el camino para una
visión esencialmente heterosexual de los machos y las hembras.[100]
Young y colaboradores no titubearon en proponer que sus hallazgos irían
mucho más allá de las altamente estilizadas conductas reproductivas de las
que habían reunido datos.[101] Al rechazar los argumentos psicológicos sobre
«el modelado del comportamiento a través de la manipulación del entorno»,
propusieron que toda pauta de conducta tenía una causa biológica subyacente.
En este caso, habían demostrado que la testosterona «actúa sobre los tejidos
del sistema nervioso central en los que se organizan las pautas de conducta
sexual».[102]

Predicando la palabra

El artículo de Young de 1959 electrizó a los científicos interesados en las


hormonas y el comportamiento. A mediados de los sesenta, en las revistas
especializadas proliferaban los artículos que validaban la hipótesis O/A en
ratas, hámsteres, ratones y monos. La hipótesis se había convertido en una
teoría y luego en un concepto.[103] Y como tal, iba bastante más allá de la

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conducta copulatoria. Con el paso de los años, los científicos la aplicaron al
anidamiento, el comportamiento maternal, la agresión, la actividad en campo
abierto, la carrera en una rueda de ejercicio, la pelea lúdica, el gusto por lo
dulce (en las ratas, las hembras son más golosas que los machos), la evitación
condicionada por el sabor, el aprendizaje de laberintos y las asimetrías
cerebrales.[104] La fundamentación de la hipótesis O/A en la ya admitida
teoría de Jost del desarrollo anatómico, su aparentemente amplio dominio de
aplicación, y su foco socialmente aceptable en el desarrollo heterosexual
fueron todos factores clave que contribuyeron a su rápida aceptación.[105]
Las ideas de Young no sólo establecieron el programa de investigación en
su propio campo. Durante los años sesenta, Young lideró un gran cambio de
rumbo en las teorías del comportamiento. Si con anterioridad él mismo y
otros habían reconocido la importancia de la variabilidad (genética)
individual, la complejidad fisiológica y el entorno en el desarrollo del
comportamiento sexual, ahora los sociólogos y biólogos adoptaban su foco en
las causas hormonales de las diferencias de género. El propio Young tuvo un
papel clave al argumentar que la investigación de la importancia de las
hormonas para el desarrollo de la conducta de apareamiento en los animales
arrojaba luz sobre la condición humana.
Este cambio de rumbo en el pensamiento de Young puede apreciarse en
su exhaustiva revisión de 1961 titulada «Las hormonas y la conducta de
apareamiento». Aquí, aunque repasa experimentos anteriores que evidencian
la variabilidad individual en el comportamiento de la rata y el cobaya, así
como la importancia de la experiencia en el desarrollo de las conductas
sexuales, parece más impresionado por el sensacional descubrimiento de que
las hormonas prenatales también influenciaban en dichas conductas. También
volvió a insistir en el potencialmente largo alcance de la teoría O/A, y su
eventual aplicación a una variedad de conductas no reproductivas para las que
se habían encontrado diferencias sexuales. Y, aun reconociendo la extendida
creencia en «factores psicológicos» relevantes para el desarrollo de la
conducta sexual humana, barruntó una nueva ola: si, como había predicho, las
hormonas prenatales resultaban afectar a una multitud de conductas, entonces
se establecería un vínculo entre «el trabajo de los embriólogos
experimentales… y el trabajo de los psicólogos y psiquiatras» que
necesitarían comprender el desarrollo de los tejidos nerviosos.[106]
Hacia el final de su vida (falleció en 1965), a medida que sus antiguos
discípulos adquirieron prestigio, Young abogó por una reorganización de las
fronteras disciplinarias que abarcase el estudio del comportamiento animal y

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humano. En un artículo principal de Science (la revista oficial de la
Asociación Americana para el Avance de la Ciencia) publicado en 1964,
Young, Charles Phoenix y Robert Goy escribían: «Sin ignorar la influencia de
factores psicológicos, que sabemos grande, ni la necesidad de observaciones
minuciosamente registradas de las conductas, vaticinamos que, cada vez más,
los materiales y técnicas empleados serán los del neurólogo y el bioquímico».
De hecho, a finales de los sesenta el conocimiento del desarrollo del
comportamiento sexualmente dimórfico había experimentado un vuelco. Las
diferencias genéticas individuales y la importancia de las interacciones
sociales (incluso para los roedores) se hicieron menos visibles.[107] Casi nadie
mencionaba el hecho de que los machos prenatalmente «organizados» por la
testosterona aún necesitaban una organización posnatal a través del contacto
social. Como resultado, los comportamientos masculino y femenino en los
roedores (como en el caso humano, para el que servían de modelo) se veían
ahora más estereotipados, y más rígidamente determinados por el entorno
hormonal prenatal.
Esto ocurría a pesar de los esfuerzos de muchos investigadores eminentes
por mantener a raya los modelos ontogénicos unifactoriales. Ante una
audiencia interdisciplinaria que incluía expertos sobre el desarrollo humano,
Charles Phoenix dijo que esperaba que «el concepto de la acción organizadora
del andrógeno prenatal no diera pie a discusiones trilladas de herencia frente a
entorno, o se entendiera como una teoría fatalista que hace inútil el estudio
del efecto del entorno sobre el desarrollo del comportamiento sexual normal».
Pero los proponentes de la teoría O/A fueron incapaces de integrar sus
observaciones de los efectos tempranos de las hormonas con sus
observaciones de los determinantes ambientales del comportamiento sexual.
De hecho, su propia hipótesis de trabajo fue un impedimento para esta
integración, porque adolecía de las mismas dificultades que la descripción
sexo/género de los cuerpos humanos. Desarrollo y experiencia, naturaleza y
crianza, nunca están separados. Así pues, la frase final de este pasaje de
Phoenix no hace más que replantear el problema que esperaba poder sortear:
«Lo que se sugiere aquí es un mecanismo por el cual la información
codificada en el material genético se traduce en morfología y, en última
instancia, comportamiento». En otras palabras, el cuerpo viene primero, y la
experiencia se sube al carro. Con este modelo no es posible escapar a las
«discusiones trilladas de herencia frente a entorno».[108]
Mientras que la teoría O/A arraigó profundamente en los sesenta, a
mediados de los setenta las definiciones aceptadas de la masculinidad y la

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feminidad roedoras fueron puestas en tela de juicio, sobre todo por Frank
Beach y su escuela, inspirada por el pujante movimiento de liberación
femenina.[109] El papel del estrógeno en el establecimiento de los
comportamientos tanto masculino como femenino volvió a ser tema de
debate, y se contempló la posibilidad de que masculinidad y feminidad
discurrieran por líneas paralelas y no opuestas.[110] Desde su posición de
editor fundador de la revista Hormones and Behavior, que enseguida se
convirtió en la opción preferente para publicar artículos sobre hormonas y
comportamiento sexual, Beach arremetió contra la teoría O/A.[111] La
respuesta inmediata en la prensa científica o en forma de experimentos
explícitos fue escasa, y él mismo apenas volvió a insistir en el tema por un
tiempo (como si considerara que la andanada había sido excesiva y no
quisiera comprometer los lazos personales con sus adversarios profesionales,
demasiado valiosos incluso para un científico tan renombrado).[112]
Pero Beach no dejó de creer en un modelo bisexual del desarrollo adulto.
Tras recordar a sus lectores que las hembras adultas no tratadas no sólo
montan a otros animales, sino que empujan con un movimiento de vaivén,
concluyó que «el sistema nervioso de la rata hembra es capaz de mediar todas
las respuestas masculinas, con la notable excepción de la eyaculación».[113] Si
uno quería entender las relaciones entre hormonas y comportamiento,
sentenció Beach, sería mejor estudiar los factores inmediatos desencadenantes
de conductas concretas que construir «mecanismos cerebrales imaginarios».
No obstante, en los años setenta Beach había hecho balance de lo que se sabía
sobre «una bisexualidad básica del cerebro», y había concedido que en los
machos genéticos los comportamientos masculinos eran más fáciles de activar
que los femeninos, y al revés en las hembras. Además, en ambos sexos el
repertorio conductual femenino era más sensible a la estimulación
estrogénica, mientras que el masculino respondía antes al andrógeno.[114] Para
Beach, una «bisexualidad básica» no implicaba una ausencia de diferencias
sexuales.
Mientras Beach publicaba unos cuantos artículos más criticando los
procedimientos experimentales empleados para estudiar los efectos de las
hormonas prenatales,[115] y otros reexaminaban los efectos de las hormonas
sobre el desarrollo genital,[116] un informe de que el andrógeno neonatal
producía diferencias anatómicas medibles en el hipotálamo parecía confirmar
la hipótesis organizacional.[117] Pero las cosas eran más complejas. Un
resumen de una sesión de trabajo para juzgar el «estado de la cuestión» de las
hormonas y las diferencias sexuales concluyó que «a pesar de la evidencia

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contraria a la influencia completamente determinante de las estructuras
periféricas, está claro que la expresión del comportamiento sexual adecuado
es parcialmente dependiente de las estructuras periféricas adecuadas. Cuando
se observa, la supresión del comportamiento debe interpretarse con cautela, y
hay que pensarlo dos veces» antes de concluir que el sistema nervioso central
es el único culpable.[118]
Al final, Beach aceptó la evidencia de que las hormonas prenatales podían
afectar el desarrollo cerebral de manera permanente. Aun así, continuó
recordando a cualquiera que quisiera escucharle que la interacción
hormona/comportamiento era compleja y dependía de la constitución
genética, de la condición física y emocional del individuo, y de su historia
personal.[119] En 1981, el psicólogo Harvey Feder, uno de los expertos en
hormonas de la nueva generación, encontró que la analogía con los estudios
anatómicos de Jost había dejado de ser útil, y que «hasta podría ser
contraproducente».[120] En la década posterior a la crítica de Beach se habían
acumulado pruebas de los efectos prenatales de las hormonas sobre la
anatomía cerebral. Pero la relación entre los cambios anatómicos y el
comportamiento seguía (y sigue) sin aclararse.[121] Beach no se equivocaba al
decir que los circuitos cerebrales básicos que gobiernan la conducta suprimida
se mantienen en el cerebro adulto; Young tampoco se equivocaba al decir que
se requerían circunstancias especiales para hacerlos entrar en juego. Aunque
algunas de las críticas de Beach no han resistido la prueba del tiempo, la
teoría O/A siguió planteando problemas. Muchos de ellos tenían que ver de
una manera u otra con la conceptualización óptima de las diferencias de
género. En los años setenta, el largo brazo del movimiento de liberación
femenina se introdujo en el laboratorio.

La liberación de la rata hembra

Beach era una voz minoritaria en una época sexualmente conservadora. Pero
los científicos no podían permanecer ajenos a los debates políticos y sociales
suscitados por gente como Betty Friedan, cuyo muy vendido libro La mística
de la feminidad, publicado en 1963, dinamitó el idilio de la familia suburbana.
Después de que en 1966 Friedan fundara la Organización Nacional para la
Mujer, otros movimientos promotores del cambio social (el movimiento por
los derechos civiles, el movimiento pacifista y, con los disturbios de
Stonewall en 1969, el movimiento de liberación gay) ganaron visibilidad.[122]

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Para cuando Money y Ehrhardt publicaron su Man and Woman, Boy and Girl
(1972), una obra revolucionaria sobre la biología del desarrollo sexual, el
movimiento de liberación femenina era una fuerza a tener muy en cuenta.
Money y Ehrhardt se figuraron que no complacerían a nadie: «Los defensores
de la supremacía masculina querrán citar los hallazgos del capítulo 6»
relativos al efecto de las hormonas fetales sobre el desarrollo cerebral «y dejar
de lado los capítulos 7 y 8», donde se discute la importancia del entorno para
la formación de la identidad de género; «los defensores de la liberación
femenina, en cambio, atenderán principalmente a los capítulos 7 y 8 y dejarán
de lado el capítulo 6».[123]
Y en 1974 el psicólogo Richard Doty publicó un artículo titulado «Un
llamamiento por la liberación de la hembra roedora: cortejo y cópula en los
roedores» (véase la figura 8.3). Doty, que había completado sus estudios
posdoctorales bajo la supervisión de Frank Beach, señaló que las hembras per
se habían sido menos estudiadas. Durante los años sesenta, sólo el 20 por
ciento de los artículos sobre la cópula de las ratas publicados en Journal of
Comparative and Physiological Psychology se centraba en las hembras.
Otro 68 por ciento se centraba sólo en los machos, mientras que el 12 por
ciento se ocupaba de ambos sexos.[124] Doty también criticó el procedimiento
estándar para evaluar la conducta sexual en el laboratorio, una crítica de
enorme trascendencia, porque dicho procedimiento es el meollo de los
experimentos en los que se sustenta la teoría O/A.[125]
Al concebir las mejores maneras de observar la conducta sexual femenina,
la mayoría de científicos intentaba mantener constante el comportamiento de
la hembra examinada. Se solía poner a los machos en una pequeña caja de
observación y se les permitía oler y acostumbrarse a su entorno. Una vez el
macho de turno se sentía cómodo, los científicos introducían a la hembra. El
macho la montaba unas cuantas veces mientras ella arqueaba el dorso para
permitir la intromisión y la eyaculación. Los machos experimentados llegaban
a conocer el procedimiento muy bien, y se excitaban tanto de antemano,
escribió un experto en ratas, «que cuando al final se introduce a la hembra, el
macho no se molestará en inspeccionarla para ver si está en estro», sino que
intentará montarla sin más.[126] Aún hoy, la mayoría de investigadores intenta
minimizar la variabilidad femenina, para lo cual se introduce a menudo a las
hembras en cámaras circulares sin esquinas, con lo que se evita que se
arrinconen para impedir la monta. Para los estudios hormonales suelen
emplearse machos sexualmente experimentados, porque la conducta
precopulatoria de los inexpertos, monta incluida, depende del

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comportamiento de solicitación de la hembra.[127] (No puedo dejar de pensar
en esto como la versión roedora de la tradición de la mujer mayor que
introduce al joven en el mundo sexual adulto).

FIGURA 8.3: La liberación de la rata hembra. (Fuente: Alyce Santoro, para la autora).

De hecho, cuando los experimentadores permitían la elección femenina,


comenzaban a pasar cosas curiosas. Doty mencionó experimentos en los que
las hembras tenían que desear copular (un deseo expresado por el
accionamiento de una palanca para tener acceso a un macho). En esta
situación las hembras espaciaban sus contactos sexuales (y, por ende, los de
los machos) de una manera que quizá reflejaba mejor su conducta en libertad.
La variación del diseño experimental también afectaba a los resultados de los
experimentos de exposición hormonal pre- o perinatal. El psicólogo Roger
Gorski describió experimentos en los que primero permitía a una hembra
tratada perinatalmente con andrógenos que se acostumbrara a su área de
observación. De acuerdo con la teoría O/A, el tratamiento androgénico
prenatal debería haber suprimido la lordosis (la medida de su feminidad). En
efecto, esto es lo que pasaba cuando simplemente se introducía a la hembra en
una caja donde la esperaba un macho. Pero cuando Gorski invirtió las tornas e
introdujo al macho después de permitir que la hembra inspeccionara su nueva
caja durante un par de horas, observó que «la mayoría de hembras exhibía un
elevado CL» (cociente de lordosis, una medida estándar que se obtiene
dividiendo el número de montas inductoras de lordosis por el número total de
montas). Los efectos organizadores permanentes del andrógeno en el cerebro
femenino parecían haber desaparecido.[128] Gorki señaló que su resultado
indicaba que la masculinización de las hembras tratadas con andrógeno
depende del contexto.[129]

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El que los efectos del tratamiento hormonal prenatal dependieran del
contexto experimental no fue la única constatación que hizo tambalear la
teoría O/A en los años setenta. Algunos investigadores, liderados por Frank
Beach, pusieron en tela de juicio el modelo imperante de la masculinidad y la
feminidad en los roedores. Beach distinguió tres componentes del
comportamiento heterosexual femenino: atractividad (el grado en que la
hembra atrae al macho), proceptividad (el grado en que la hembra se siente
atraída por un macho y solicita activamente la cópula) y receptividad {la
disposición pasiva de una hembra a copular).[130] En el montaje experimental
estándar, los investigadores solían medir sólo la componente de receptividad
pasiva del comportamiento femenino. Pero algunos experimentos sugerían
que las hormonas prenatales podían afectar a la receptividad sin influir en la
proceptividad o la atractividad.[131] Así pues, argumentó Beach, cualquier
buena teoría que relacione las hormonas con el comportamiento debería tener
en cuenta la complejidad del mismo.[132]
Un segundo desafío teórico, igualmente importante, a la teoría O/A giraba
en torno a una cuestión aún más amplia: la relación entre la masculinidad y la
feminidad. Si un animal (o persona) era extremadamente masculino (se mida
como se mida la masculinidad), ¿significaba eso que, por definición, era no
femenino? ¿O la masculinidad y la feminidad eran entidades separadas e
independientes una de otra? (Recordemos la observación de Beach de que los
machos que respondían con una lordosis a los intentos de monta por otros
machos también montaban a las hembras y engendraban descendencia).
¿Cómo podían algunos individuos ser masculinos y femeninos al mismo
tiempo?
El artículo de Young de 1959 había implicado que la masculinidad y la
feminidad eran mutuamente excluyentes. Cuanto más masculino era un
cobaya, menos femenino, y viceversa. El psicólogo Richard Whalen, otro
discípulo de Beach, encontró que en las ratas esto no estaba tan claro. En las
circunstancias adecuadas, podía obtener machos y hembras proclives tanto a
montar a otros como a dejarse montar, con lordosis incluida. En otras
palabras, las respuestas masculina y femenina no eran mutuamente
excluyentes, sino que más bien eran «ortogonales»[133] (véase la figura 8.4).
Más adelante, Whalen y Frank Johnson complicaron las cosas, manipulando
las dosis hormonales y tiempos de estimulación, con objeto de mostrar que la
masculinización misma tenía al menos tres componentes fisiológicas
independientes.[134] Whalen propuso un modelo ortogonal de la sexualidad
murina en el que masculinidad y feminidad variaban de manera mutuamente

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independiente. El mismo animal podía ser a la vez muy masculino y muy
femenino, muy femenino y nada masculino (o viceversa) o poco de ambas
cosas.

FIGURA 8.4: A: modelo lineal de la masculinidad y la feminidad. A medida que un animal se hace más
femenino, también debe hacerse menos masculino. B: modelo ortogonal de la masculinidad y la
feminidad. El animal de la esquina superior derecha exhibe muchos rasgos femeninos; y muchos rasgos
masculinos. (Fuente: Alyce Santoro, para la autora).

Si la obra de Beach y sus discípulos venía a reflejar la insistencia


feminista en que la pasividad no definía la feminidad y que los

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comportamientos masculino y femenino se solapaban de manera significativa,
otros investigadores parecían beber de la misma fuente de ideas. Por ejemplo,
Whalen publicó su modelo ortogonal el mismo año en que la psicóloga
Sandra Bem popularizaba la idea de la androginia y concebía una escala para
medir las variaciones independientes de la masculinidad y la feminidad en las
personas. El hecho de que ninguno conociera la obra del otro sugiere que la
idea de la independencia mutua de la masculinidad y la feminidad estaba «en
el aire», aunque la ruta por la que llegó a Whalen y Bem es difícil de precisar.
[135]
Siguiendo la guía de Whalen, los científicos modificaron su terminología.
El término desfeminización vino a significar la supresión de conductas
típicamente femeninas (como la lordosis) en las hembras genéticas, mientras
que masculinización se aplicaba a la expresión aumentada de conductas
típicamente masculinas en las hembras genéticas. Una terminología paralela
se aplicaba a los machos genéticos: los tratamientos desmasculinizantes
rebajaban la frecuencia de conductas típicamente masculinas, mientras que
los feminizantes aumentaban la de las conductas típicamente femeninas. El
uso de estos términos tuvo el efecto inesperado de «propiciar preguntas sobre
la bisexualidad espontánea que podrían haberse pasado por alto en un marco
teórico diferente».[136]
El clima de los setenta, con su énfasis en la androginia humana, el clamor
del movimiento feminista y el naciente movimiento gay, contribuyó a hacer
visibles ciertos problemas que planteaba la visión científica de la biología
sexual roedora. Incluso a nivel bioquímico, resultó que las distinciones
sexuales estaban lejos de ser nítidas. De hecho, durante los años setenta los
bioquímicos comprobaron que la testosterona, la más masculina de las
moléculas, solía ejercer su influencia sobre el desarrollo cerebral sólo después
de haberse transformado (a través de un proceso químico llamado
aromatización) ¡en estrógeno! La reacción de los científicos que descubrieron
el fenómeno, que una vez más hacía difícil conceptualizar estas hormonas
esteroides como hormonas sexuales específicas, evocó la provocada en los
años treinta por el descubrimiento de actividad estrogénica en la orina de los
caballos sementales: lo encontraron paradójico o sorprendente. No obstante,
el papel del estrógeno en el desarrollo sexual había vuelto a atraer la atención.
[137]

La rata gay

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A lo largo de los ochenta, los sociólogos acudieron a la biología para explicar
las prácticas sexuales humanas, mientras que la influencia de la nueva
aceptación social y redefinición de la diversidad humana se dejó sentir en los
programas de investigación de los biólogos. En 1981, los investigadores Alan
Bell, Martin Weinberg y Sue Hammersmith publicaron un estudio titulado
Sexual Preference: Its Development in Men and Women. Habían entrevistado
a cientos de homosexuales para obtener información sobre sus historias
pasadas, vidas familiares y relaciones con sus madres, padres, hermanos y
demás. No encontraron ningún factor destacable como causa de la
homosexualidad. Aunque no habían estudiado las componentes biológicas de
la homosexualidad, los autores dedicaron un capítulo breve al tema, donde
mencionaban que las hormonas prenatales podían afectar al desarrollo
cerebral.[138] Similarmente, los médicos interesados en la endocrinología
humana y la adquisición del género prestaron atención y contribuyeron a la
investigación sobre las hormonas y el desarrollo animal, interaccionando a
menudo con los expertos en roedores.[139] Los más vinculados al mundo de la
neuroendocrinología habían estado comprobando la teoría de los efectos
hormonales prenatales, valiéndose de la intersexualidad humana (sobre todo
mujeres con hiperplasia adrenocortical congénita y varones con síndrome de
insensibilidad a los andrógenos) como análogos humanos de los roedores
castrados.
A medida que nuevas y más complicadas explicaciones de la
homosexualidad humana comenzaron a tomar forma en el debate público, los
investigadores del comportamiento animal empezaron a reevaluar sus propios
experimentos sobre la sexualidad roedora. Cuando dos décadas antes Beach
insistió en que los roedores eran inherentemente bisexuales, quería decir que
las hembras tenían el potencial de exhibir una conducta de apareamiento
masculina. Esto significaba que podían perseguir y montar a otro animal,
fuera del sexo que fuera. Similarmente, los machos tenían el potencial de
exhibir conductas típicamente femeninas, incluyendo la vibración de orejas y
la lordosis. Puesto que los mismos machos que exhibían estos ademanes
femeninos no se privaban de montar vigorosamente a las hembras y engendrar
descendencia, y las mismas hembras que intentaban montar a otras también se
dejaban fecundar y criaban a sus retoños, Beach conceptualizó el sistema
neurológico subyacente como bisexual.[140] Al mismo tiempo, Kinsey advirtió
de que aplicar los términos homosexual y bisexual a los animales era
«desafortunado», porque propiciaba que los médicos clínicos malinterpretaran
gravemente los experimentos con animales.[141] El tiempo ha demostrado que

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la preocupación de Kinsey estaba fundada. Irremediablemente, los estudios de
la sexualidad animal y de la humana se han confundido mutuamente.
Durante los años ochenta, los investigadores médicos defendieron con
vigor la idea de que la homosexualidad humana era resultado de una
exposición prenatal a una cantidad o calidad de hormona indebida, y a
menudo asumieron que esta causa de homosexualidad ya se había demostrado
en animales. Pero el auge del movimiento gay aportó nuevos términos al
debate nacional. Mientras que la naturaleza de la vida homosexual se hizo
más visible, aparecieron profundas fisuras en el terreno de la sexualidad
animal. Por ejemplo, se consideraba que un macho de rata que arqueaba la
espalda al ser montado por otro macho tenía un comportamiento homosexual,
mientras que el montador se comportaba como correspondía a un macho
heterosexual. La analogía humana sugeriría que sólo un miembro de una
pareja de varones es homosexual, pero lo que se suele entender es que cuando
dos hombres se relacionan sexualmente es que ambos son homosexuales.[142]
Lo mismo vale para las hembras: sólo la hembra montadora se contemplaba
como eventualmente homosexual. Aunque esta visión de las parejas lésbicas
humanas fue típica durante los años veinte, en los ochenta se creía que ambos
miembros de una pareja del mismo sexo son igualmente homosexuales.
Pronto los científicos se pusieron a debatir acaloradamente sobre la
conveniencia de aplicar modelos animales a las personas.[143]
Durante los años ochenta, los términos orientación sexual y preferencia
sexual se convirtieron en sustitutos de la palabra homosexual. Parecían como
más correctos, más benignos, y al evitar un término ideológicamente cargado
como homosexual servían mejor al movimiento gay. En lo que respecta a la
retórica, permitieron hacer campaña contra la discriminación basada en la
orientación o preferencia sexual. Pero estas expresiones denotaban nuevos
conceptos que a su vez llevaron a los científicos a reorganizarse. Hacia el
final de la década de los ochenta, la psicóloga experimental Elizabeth Adkins-
Regan llamó la atención sobre la importancia de aplicar la noción de
«preferencia u orientación sexual» a los estudios con animales. Además de
que la mayoría de estudios sobre hormonas y comportamiento reproductivo
en roedores simplemente no examinaba la orientación o preferencia sexual
porque a los animales nunca se les daba elección, cualquier estudio de la
elección de los apareamientos tenía que distinguir entre la preferencia sexual
y la social.[144] Por ejemplo, los animales que vivían en grupos de machos o
de hembras y se apareaban sólo durante la época del celo podrían preferir

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relacionarse socialmente con individuos de su mismo sexo, aunque sus
preferencias de apareamiento fueran estrictamente heterosexuales.
A medida que cambió la conciencia cultural de la homosexualidad
humana, también cambiaron los experimentos con ratas. Mi propia revisión
de artículos publicados en Hormones and Behavior entre 1978 y 1998
muestra que el primer artículo cuyo título incluye el término preferencia
sexual se publicó en 1983. Luego no vuelve a aparecer hasta 1987, y de ahí a
1998 se publicaron otros 17 artículos que trataban de la elección, preferencia
u orientación sexual (en animales). Para solucionar el problema de estudiar la
preferencia sexual en roedores con un diseño experimental que no daba
elección al animal, un grupo de etólogos holandeses concibió un nuevo
sistema específicamente diseñado para el estudio de la orientación sexual en
ratas. Dividieron una caja abierta en tres compartimientos. En el central, el
animal se mueve libremente y puede elegir sentarse junto a uno de dos
compartimientos (o a veces entrar), el primero de los cuales contiene un
macho sexualmente activo y el segundo una hembra en celo. El animal a
prueba puede elegir estar con uno u otro de los llamados animales estímulo, o
puede elegir la soledad. Si un macho pasa más tiempo con la hembra, se
asume que es heterosexual, mientras que si dedicara más tiempo a rondar al
macho estímulo, ello sería indicio de homosexualidad. En este montaje, las
ratas también pueden expresar opciones bisexuales o asexuales. En los años
cuarenta los roedores eran «bisexuales». Ahora tienen «preferencias» y
«orientaciones». Si montan o arquean la espalda es otra historia.[145] Una vez
más, vemos que la experimentación y la cultura son coproductores del
conocimiento científico[146], este conocimiento híbrido a su vez conforma los
debates sociales sobre la homosexualidad humana.[147]

La comprensión de la sexualidad roedora

En vez de intentar divorciarnos de la cultura y pretender que los científicos


podemos crear conocimiento libre de valores, lo cual es imposible,
supongamos que incluimos nuestras situaciones culturales. Supongamos que
nos esforzamos en crear descripciones de la sexualidad roedora que tengan en
cuenta desde los genes hasta la cultura (cultura roedora, se entiende) como
elementos de un sistema indivisible que genera el comportamiento adulto.
Este relato se parecería más a «Dragones y mazmorras» que a la «Caperucita

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roja». Los elementos de dicho relato ya existen en la literatura científica.
Ahora hay que organizarlos.
A grandes rasgos, la teoría O/A establece que, durante el periodo pre-
(cobayas) o peri- (ratas) natal, las hormonas (usualmente la testosterona,
aunque algunos piensan que la clave está en el estrógeno) afectan al
desarrollo cerebral de manera permanente. De algún modo (aunque aún no
está claro cómo),[148] ciertas estructuras cerebrales se consagran a conductas
futuras como la monta o la lordosis (véase la figura 8.5). La pubertad activa
las vías nerviosas previamente organizadas y el comportamiento se hace
visible. Beach, Young y los brillantes etólogos que han seguido sus pasos han
visto que este cuadro es estático y simplista, e incapaz de integrar al animal en
desarrollo dentro de su entorno. Entonces, ¿por qué no han propuesto visiones
más dinámicas de la sexualidad roedora?

FIGURA 8.5: Panorama del diseño e interpretación de los experimentos que condujeron a la teoría
organizacional/activacional de la relación entre hormonas y comportamiento.

Los experimentos están ahí. Lo que falta es la voluntad y la teoría. Si se


continúa asumiendo que, en la interacción entre naturaleza y crianza, la
naturaleza lo inicia todo en algún momento temprano del desarrollo fetal, y
sólo después entra en juego la crianza, es imposible una resolución. A
menudo los científicos hablan en términos de «predisposiciones»,
inclinaciones naturales que la experiencia y las interacciones sociales pueden
modificar, pero con mayor o menor dificultad. Una revisión profunda de la
interacción entre las influencias sociales y hormonales sobre las diferencias
sexuales en el macaco rhesus ha concluido que la naturaleza necesita de la
crianza y que la crianza necesita de la naturaleza.[149] Esto es casi correcto,

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pero el dualismo naturaleza/crianza aún persiste. Lo que sugiero es que
cambiemos nuestra visión (algo así como ponerse unas gafas para ver en tres
dimensiones) para poder apreciar que naturaleza y crianza constituyen un
sistema dinámico indivisible. Este enfoque sistémico de la psicología
evolutiva no es nuevo, pero hasta ahora apenas se ha aplicado.[150]

FIGURA 8.6: Un a descripción enriquecida del desarrollo comportamental en roedores.

Los animales se desarrollan en un entorno. En el útero, ese entorno


incluye la fisiología materna. La química corporal de una madre es resultado
de su comportamiento. ¿Qué come? ¿Está en una situación de estrés? ¿Cómo
responden sus hormonas a todo ello?[151] La experiencia vital antes del
nacimiento también puede depender del tamaño de la carnada, y hasta de si el
feto se encuentra entre dos hermanos de sexo opuesto.[152] Además, los
propios movimientos y respuestas nerviosas espontáneas del feto pueden
afectar a su desarrollo.[153] Pero esto es sólo el principio. Las carnadas de los
roedores son numerosas, y el número y tipología de los hermanos afecta a su
conducta tras el nacimiento,[154] igual que la interacción con sus madres. El
ciclo vital entero, desde antes del nacimiento hasta la edad adulta, pasando
por el destete, los juegos infantiles y la pubertad, proporciona oportunidades
de pasar por experiencias clave para el desarrollo de la respuesta sexual
(véase la figura 8.6).

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¿Cómo podrían cooperar las experiencias vitales y las hormonas para
producir el comportamiento adulto? Veamos algunos ejemplos ilustrativos.
En un artículo clásico sobre la teoría O/A, Harris y Levine señalaron que las
ratas hembras tratadas con hormonas tenían aberturas vaginales más
pequeñas, más redondeadas o con otras anormalidades.[155] Otros encontraron
que todas las hembras sometidas a una exposición perinatal a andrógenos
tenían la vagina ocluida, y la mayoría (el 91 por ciento) tenía agrandado el
clítoris.[156] Además, las hembras expuestas a la testosterona eran de mayor
tamaño que las otras.[157] Estas diferencias físicas podrían conducir
fácilmente a distintas experiencias de aprendizaje. Las hembras más grandes
podrían aprender a montar más a menudo, y las provistas de un clítoris
agrandado podrían encontrar ciertas formas de actividad sexual especialmente
placenteras. De Jonge, por ejemplo, ha ofrecido pruebas de que la
progesterona incrementa la libido de una rata hembra sólo si media una
gratificación sexual. Una vagina cerrada puede hacer que una hembra se
muestre menos receptiva a la monta, lo que se traduciría en menos
experiencias juveniles y menos proclividad a la lordosis en la edad adulta. No
obstante, los tratamientos químicos cuidadosamente dosificados pueden dar
un animal con genitales de aspecto normal que, sin embargo, exhibe un
comportamiento alterado. Así pues, los cambios en el comportamiento no se
explican sólo por unos genitales alterados.[158]
Beach, Young y muchos otros ofrecen una abundante evidencia de la
importancia de las interacciones sociales para el desarrollo de las conductas
de apareamiento. Los animales criados en aislamiento son sexualmente
incompetentes,[159] y tener compañía no basta. La clase de compañía también
es importante. ¿Qué componentes de la crianza contribuyen al desarrollo de
las conductas sexuales? En un conjunto de experimentos con ratas, el 15 por
ciento de los machos normales criados en aislamiento exhibían lordosis; la
proporción se elevaba a la mitad en los criados con hembras de la misma
edad, y al 30 por ciento en los criados con otros machos.[160] Las razones de
estas diferencias no se conocen; pero conductas como la lordosis, en cuyo
desarrollo intervienen hormonas perinatales, también dependen sobremanera
de las circunstancias de la crianza.[161]
¿Y qué decir de los cinco sentidos? La testosterona no sólo afecta a los
genitales y el cerebro. Por ejemplo, las crías de rata huelen distinto según su
sexo. Esta diferencia dependiente de la testosterona induce a las madres a
lamer a sus hijos con más frecuencia y vigor que a sus hijas, especialmente en
la región anogenital. Esta conducta materna afecta a su vez al

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comportamiento sexual adulto. Los machos criados por madres con las fosas
nasales bloqueadas (y que, en consecuencia, los lamían menos) tardaban más
en eyacular y tenían un periodo refractario más largo entre eyaculaciones. La
psicóloga Celia Moore y colaboradores también han reportado que los
machos criados por madres remisas a lamerlos tenían menos neuronas
motoras en una región de la médula espinal asociada al reflejo eyaculatorio.
En otras palabras, el desarrollo de una parte del sistema nervioso central (una
región específica de la médula espinal) está influenciado por el
comportamiento maternal. Aquí el efecto de la testosterona es sólo indirecto
(sobre el olor estimulador del lamido).[162]
Los machos inmaduros también pasan más tiempo acicalándose los
genitales que las hembras, y esta estimulación adicional acelera el viaje a la
madurez reproductiva. Similarmente, las ratonas maduran antes si
permanecen en la vecindad de ciertos olores.[163] Es decir, el crecimiento de
un roedor depende en parte de su propio comportamiento. Aquí naturaleza y
crianza no están separadas. El equilibrio hídrico y salino, la extensión de las
patas y la emisión de orina (todo lo cual difiere en las crías de uno y otro
sexo) afectan a la conducta materna de lamido. Parece ser, pues, que el
cerebro es sólo uno entre una variedad de elementos afectados por la
exposición temprana a las hormonas. Unos elementos son anatómicos, otros
fisiológicos, otros comportamentales y otros sociales. Todos forman parte de
un sistema unitario.[164]
El tratamiento hormonal también afecta al desarrollo muscular y nervioso
aparte del cerebro. Por ejemplo, las ratas machos tienen un juego de tres
músculos, necesarios para la erección y la eyaculación, fijados al pene. Estos
músculos están inervados por neuronas que parten de la médula espinal
inferior. Músculos y nervios acumulan andrógenos necesarios para la función
sexual. En las hembras, uno de estos músculos degenera poco después del
nacimiento a menos que reciba andrógeno durante un periodo concreto.[165]
No sabemos si los cambios comportamentales (en particular la proclividad a
montar a otros individuos) mediados por la testosterona tienen algo que ver
con la presencia de este músculo en las hembras, pero sí sabemos que la
actividad sexual de una rata macho afecta al tamaño de las neuronas motoras
que inervan estos músculos. En este ejemplo, «las diferencias de
comportamiento sexual causan, más que son causadas por, las diferencias de
estructura cerebral».[166]
¿Y qué hay de la pluriculturalidad roedora? De nuevo, Beach, Young y
otros mostraron hace años que distintos linajes genéticos exhibían pautas de

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actividad sexual diferentes.[167] Un modelo adecuado del comportamiento
sexual debe incluir las diferencias genéticas individuales e incorporar los
efectos de un largo periodo de interacción materno-filial, así como la
experiencia obtenida de los hermanos, los compañeros de jaula y las parejas
sexuales. En los últimos tiempos sólo los estudios de Moore y de De Jonge y
colaboradores han analizado los efectos hormonales sobre la conducta en este
marco más complejo, pero todavía restringido a un entorno supersimplificado:
el laboratorio. No hay garantía de que los efectos hormonales sobre la
conducta sexual demostrados en situaciones de laboratorio tengan mucho
poder explicativo en las poblaciones naturales.[168]
La teoría O/A prácticamente ignora los posibles efectos hormonales desde
poco después del nacimiento hasta la pubertad. La relevancia de las hormonas
en este periodo varía según la especie. En algunos casos, las hormonas
ováricas pueden afectar al desarrollo de conductas ligadas al sexo más o
menos continuamente hasta la pubertad. En las ratas, la expresión de la
conducta de apareamiento femenina era mayor en machos castrados con
ovarios injertados en momentos variables. Los animales injertados también
pesaban menos en la pubertad, y esta diferencia de peso era proporcional al
tiempo pasado desde el injerto.[169] Además, las secreciones durante el
desarrollo posnatal pueden modificar la respuesta de las hembras adultas al
estrógeno.[170]
Aunque muchos mamíferos pasan por un periodo inicial discreto de
sensibilidad a la testosterona, otros no. Los cerdos, por ejemplo, responden a
la testosterona desde el nacimiento hasta la pubertad, y los efectos
comportamentales de las hormonas inyectadas progresan con el tiempo.
Puesto que los cerdos inmaduros suelen entregarse a juegos sexuales en
combinaciones macho-macho y macho-hembra, parece especialmente posible
que las experiencias y las hormonas cooperen para generar el comportamiento
adulto.[171] En las ratas hembras, tanto los reflejos copulatorios masculinos
como la orientación incrementada hacia otras hembras pueden derivarse de
experiencias sexuales concretas en la edad adulta o de tratamientos
hormonales en la adolescencia.[172] En pocas palabras, el hecho de que
niveles variables de hormonas concretas que afectan a la estructura y función
del sistema nervioso circulen durante toda la vida de un individuo justifica un
enfoque abarcador para comprender el papel de las hormonas en el desarrollo
de las diferencias sexuales en la estructura cerebral. Un enfoque sistémico que
abarque el ciclo vital entero no deja fuera las semanas entre el nacimiento y la

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pubertad, y una teoría más completa abre nuevas perspectivas experimentales,
menos visibles bajo el régimen O/A.[173]
En un artículo sobre la diferenciación sexual del sistema nervioso, el
neuroanatomista C. Dominique Toran-Allerand escribe: «Se cree en general
que los andrógenos testiculares ejercen una influencia inductiva u
organizativa en el sistema nervioso central en desarrollo durante periodos
restringidos (críticos) de diferenciación neural en una fase fetal tardía o
posnatal, momento en que el tejido es lo bastante plástico para responder de
manera permanente e irreversible a estas hormonas».[174] En su artículo de
1959, Young y colaboradores daban por terminados sus experimentos tras
examinar a sus cobayas tratados dos veces, la primera entre los seis y los
nueve meses y la segunda al año de edad. Pero los cobayas pueden vivir hasta
ocho años, a pesar de lo cual no hay estudios a largo plazo de la conducta de
apareamiento del cobaya en diversas situaciones hormonales y experienciales.
Lo mismo ocurre con virtualmente todos los roedores empleados en estudios
similares, aunque la tesis de la permanencia quizá se aplique más a animales
como los ratones, que no suelen vivir más de uno o dos años.[175]
Los comportamientos que se exteriorizan en los meses inmediatamente
posteriores a la pubertad pueden cambiar con la experiencia vital
subsiguiente. Por ejemplo, se ha observado que las ratas androgenizadas en
una fase perinatal tienden a mostrarse más reticentes a la lordosis. Sin
embargo, un seguimiento prolongado, puede contrarrestar esta diferencia.[176]
Por otra parte, se sabe que la testosterona puede activar la monta en las ratas
hembras normales.[177] Como ha dicho un crítico, «la “circuitería” de estos
comportamientos persiste… En este sentido, Beach no se equivocaba al
cuestionar la idea de que los esteroides perinatales modifican la estructura
esencial del sistema nervioso».[178]
La noción de permanencia también tropieza con otras dificultades. En un
principio se pensó que los efectos activadores eran transitorios, con una
duración de unas pocas horas a unos pocos días. La organización permanente,
por el contrario, se supone que es para toda la vida. En la práctica, esto ha
significado de unos cuantos meses a alrededor de un año. Ahora bien, ¿cómo
se clasifican los efectos hormonales sobre el cerebro cuya duración se mide
en semanas, en vez de días o meses? Se ha descrito una variedad de tales
casos en aves cantoras y mamíferos. En estos ejemplos, ciertas estructuras
cerebrales crecen en respuesta a un incremento hormonal, y decrecen en
respuesta a un decremento.[179] Si el cerebro puede responder a estímulos
hormonales con cambios anatómicos que pueden durar semanas e incluso

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meses, se abre de par en par una puerta a las teorías en las que la experiencia
tiene un papel significativo. Hasta los roedores dedican un tiempo
considerable al juego social, actividades que influyen en el desarrollo del
sistema nervioso y el comportamiento futuro. Es plausible, como mínimo, que
las actividades lúdicas alteren los niveles hormonales, y que el cerebro en
desarrollo pueda responder a tales cambios.[180] Después de todo, los sistemas
hormonales responden de manera exquisita a la experiencia, sea en la forma
de nutrición, estrés o actividad sexual (por citar sólo unas pocas
posibilidades). Así pues, no sólo se desdibuja la distinción entre efectos
organizativos y activacionales, sino también la línea divisoria entre los
comportamientos llamados biológicos y los de origen social.
Los seres humanos aprenden, y están muy orgullosos de ello. Se dice que
somos los animales más mentalmente complejos de todos (sin ofender a los
grandes monos, que podrían llevarnos la contraria si pudieran hablar). Parece
irónico, pues, que nuestras explicaciones más notorias e influyentes del
desarrollo de las conductas sexuales en los mamíferos avanzados omitan el
aprendizaje y la experiencia. Puesto que el control de la síntesis hormonal
difiere en primates y roedores,[181] se puede objetar que los estudios de la
base hormonal del comportamiento sexual en otros grupos de mamíferos nos
dicen poco o nada de los primates, humanos incluidos.[182] Antes de
considerar en el capítulo final las teorías de la sexualidad humana, quisiera ir
aún más lejos y afirmar que las teorías derivadas de la experimentación con
roedores son inadecuadas incluso para los roedores.

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9

Sistemas de género:
Hacía una teoría de la
sexualidad humana

Retrato infantil de una científica

Consideremos una niña nacida en el verano de 1944, que más tarde se


convertiría en científica. ¿Acaso el retrato que se muestra en la figura 9.1, con
dos años de edad, donde sostiene un tubo de ensayo que mira al trasluz y en la
otra mano una taza medidora, es la expresión temprana de una inclinación
innata a medir y analizar, de unos genes que la condujeron por el camino de la
investigación de laboratorio? ¿O es el testimonio de la determinación de su
madre feminista en proporcionar juguetes no tradicionales a su hija pequeña?
Su madre se dedicaba a escribir libros de historia natural para niños, y tanto
ella como su hermano (que también se hizo científico) aprendieron a
reconocer musgos, helechos, setas y madrigueras de insectos en sus paseos
por el bosque.[1] Cuando estaba en la escuela universitaria, su padre escribió
una biografía de Rachel Carson.[2] ¿Genes científicos o entorno? Cada
interpretación admite un argumento lógico, y no hay manera de demostrar
cuál es la correcta.[3]
Muchos, tras examinar la trayectoria vital de esta jovencita, dirían que el
género no está lejos de la superficie. Su interés precoz por las ranas y las
serpientes la señalaba como un marimacho, una etiqueta que algunos
sociólogos interpretan hoy como un signo temprano de masculinidad
impropia.[4] Cuando tenía once años, sus amigos en las colonias de verano
escribieron su epitafio: «En memoria de Anne, que prefería los bichos antes
que los chicos» (quizá barruntando una homosexualidad futura). Pero aquel
mismo verano perdió la chaveta por un joven monitor, y a los veintidós años

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se casó por amor y deseo. Sólo años después aquel epitafio se volvería
profético.
Aquella niña desdeñaba las muñecas, tenía serpientes y ranas como
mascotas, y creció con apegos heterosexuales que más tarde se tornaron
homosexuales. ¿Cómo debemos interpretar su vida, o cualquier vida?
Especular sobre genes para la personalidad analítica o la homosexualidad
puede ser un buen tema de tertulia o proporcionar solaz a quienes necesitan
explicar por qué alguien se volvió «así». Pero separar los genes del entorno, la
naturaleza de la crianza, es un callejón científico sin salida, un modo
inadecuado de pensar en el desarrollo humano. En vez de eso, deberíamos
prestar atención a los filósofos John Dewey y Arthur Bentley, que hace medio
siglo reivindicaron «la licitud de contemplar juntas… muchas cosas de las que
convencionalmente se habla como si estuvieran compuestas de esferas
irreconciliables».[5]

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FIGURA 9.1: ¿Una científica en ciernes? (Fuente: Philip Sterling).

En este libro he mostrado de qué manera el conocimiento médico y


científico de la anatomía y la fisiología adquiere género. He ido de fuera (el
género genital) a dentro, desde el cerebro a la química corporal y, por último,
algo bastante intangible: el comportamiento (de los roedores). Pues bien,
resulta que no podemos entender la fisiología del comportamiento subyacente
sin considerar la historia social y el entorno del animal. Como si de una banda
de Möbius se tratara, cuando nuestro análisis descendía al nivel de la química
y, por implicación, los genes (esto es, cuando llegábamos al interior más
profundo de nuestro viaje) de pronto teníamos que considerar los factores más
externos de todos: la historia social del animal, y la arquitectura del aparato
experimental. ¿Por qué ciertas cepas respondían a estímulos hormonales sólo
en ciertas condiciones? Y si la cuestión motriz en la superficie externa de la
banda de Möbius es cómo adquiere género el conocimiento del cuerpo, en la
superficie interna es cómo se convierten el género y la sexualidad en hechos
somáticos. En suma, ¿cómo se convierte lo social en material? Responder a
esta pregunta requeriría otro libro, así que en este capítulo final me limitaré a
ofrecer un marco para la investigación futura.
Los estudios del proceso de materialización del género deben basarse en
tres principios. Primero: el binomio naturaleza/crianza es indivisible.
Segundo: los organismos (humanos o no) son procesos activos, blancos
móviles, desde la concepción hasta la muerte.[6] Tercero: ninguna disciplina
académica o clínica sola puede proporcionarnos una manera infalible o mejor
que ninguna otra de entender la sexualidad humana. Las intuiciones de
muchos, desde las pensadoras feministas hasta los biólogos moleculares, son
esenciales para la comprensión de la naturaleza social de la función
fisiológica.

¿Somos nuestros genes?

Vivimos en un mundo genocéntrico.[7] Nuestros procesos mentales están tan


imbuidos de la convicción de que somos lo que dictan nuestros genes que
parece imposible pensar de otra manera. Concebimos nuestros genes como
una plantilla para el desarrollo, información lineal que no hay más que extraer
del libro de la vida. Vamos a ver películas cuya premisa principal es que todo
lo que necesitamos para crear un Tyrannosaurus rex es una secuencia de
ADN aislada a partir de un mosquito fosilizado (el detalle, explícito en

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Parque Jurásico, de que el material genético necesitaba de un huevo para
generar un tiranosaurio se pierde en el enredo).[8] Y casi a diario oímos en las
noticias que la secuenciación del genoma humano nos ha permitido identificar
los genes del cáncer de mama, la diabetes, la enfermedad de Parkinson y más.
Los estudiosos de la genética humana pueden hacer el resto y «descubrir»
genes para el alcoholismo, la timidez y, sí, la homosexualidad.[9]
Aunque los científicos se muestren remisos a otorgar al gen plenos
poderes, las presentaciones populares de los nuevos hallazgos prescinden de
la sutileza lingüística. Por ejemplo, cuando Dean Hamer y colaboradores
señalaron que los varones homosexuales compartían una secuencia de ADN
particular localizada en el cromosoma X, se expresaron con bastante cautela.
Frases como «el papel de la genética en la orientación sexual masculina» o
«un locus relacionado con la orientación sexual» abundan en el artículo.[10]
Sin embargo, esta cautela se echa en falta en otras páginas del mismo número
de Science, la revista que publicó los resultados del grupo de Hamer. En la
sección de noticias científicas, el titular rezaba así: «Evidencia de un gen de la
homosexualidad: Un análisis genético… ha revelado una región del
cromosoma X que parece contener un gen o genes de la homosexualidad».[11]
Dos años más tarde, la cobertura informativa en un medio más popular, The
Providence Journal, incluía en la misma página titulares que hacían
referencia al «gen gay» y la búsqueda del «gen de la esquizofrenia».[12]
¿Pero qué sentido tiene hablar de genes gays o genes para alguna otra
conducta compleja? ¿Aportan algo tales afirmaciones, o el discurso más
circunspecto de Hamer y colaboradores, a nuestra comprensión de la
sexualidad humana? Pienso que este discurso no sólo no arroja luz sobre los
temas en cuestión, sino que provoca cataratas intelectuales.[13]
Un breve repaso de la fisiología génica básica demuestra por qué: la
función génica sólo puede comprenderse en el contexto de ese sistema
ontogénico que llamamos célula. La mayoría de la información contenida en
las secuencias proteicas de una célula puede encontrarse en el ADN del
núcleo celular. El ADN mismo es una gran molécula compuesta de unidades
enlazadas llamadas bases.[14] La información genética no es una línea
continua en la molécula de ADN. Un tramo que codifica parte de una proteína
(un exón) puede estar junto a una región no codificadora (un intrón). Antes de
que la información genética pueda usarse para sintetizar proteínas, la célula
debe producir un molde de ARN de la región del ADN que contiene la
información requerida. Luego entran en acción enzimas que cortan los
intrones y pegan los exones para obtener la secuencia lineal que sirve de

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plantilla para una proteína específica. La síntesis de la proteína requiere
además la actividad coordinada de moléculas de ARN especiales y numerosas
proteínas diferentes.
Para abreviar, decimos que los genes producen proteínas; pero es
precisamente esta abreviatura lo que crea problemas. El ADN desnudo no
puede producir proteínas. Necesita de muchas otras moléculas (en particular
los ARN de transferencia encargados de transportar cada aminoácido al
ribosoma y fijarlo, como un torno, de manera que otras enzimas puedan
soldarlo al eslabón previo de la cadena en construcción). Otras proteínas
llevan el mensaje genético del núcleo al citoplasma, desenrollan el ADN para
que otras moléculas puedan interpretar su mensaje en primera instancia y
cortar y componer la plantilla de ARN. En suma, los productos génicos no
son obra de los genes. Póngase ADN puro en un tubo de ensayo y se quedará
ahí, inerte, por los siglos de los siglos. Póngase ADN en una célula y hará de
todo, dependiendo en gran medida del presente y el pasado de la célula en
cuestión.[15] Es decir, la acción, o inacción, de un gen depende del
microcosmos en el que se encuentra.[16] Nuevas investigaciones sugieren que
en una célula activada pueden expresarse hasta 8.000 genes, lo que ilustra lo
complejo que puede ser dicho microcosmos.[17]
Parafraseando al filósofo Alfred North Whitehead, diríamos que el
desarrollo es un blanco móvil. Cada estadio del organismo que se desarrolla a
partir de una sola célula huevo fecundada se construye sobre el anterior. A
modo de analogía, consideremos el desarrollo de un bosque en un terreno
abandonado. Al principio aparecen plantas anuales, gramíneas y arbustos
leñosos; al cabo de unos años comienzan a verse algunos cedros, sauces y
espinos, además de acacias. Estos árboles necesitan plena luz para crecer, de
manera que al aumentar de tamaño su propia sombra impide que sus retoños
salgan adelante. Pero el álamo blanco es capaz de prosperar en las
condiciones creadas por los cedros y sus acompañantes. Al final, los álamos y
otros árboles crean un sotobosque fresco y cubierto de hojarasca en el que
pueden prosperar los retoños de abetos, píceas, arces rojos y robles. Estos
crean, a su vez, condiciones para el crecimiento de hayas y arces azucareros;
y estos nuevos árboles crean, a su vez, un microclima en el que prosperan sus
propios retoños, con lo que se desarrolla una constelación estable de árboles
llamada comunidad clímax. La regularidad de tal sucesión no es resultado de
ningún programa ecológico en los genes de cedros, espinos y sauces, sino que
«surge a través de una cascada histórica de interacciones estocásticas

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[procesos aleatorios que pueden estudiarse estadísticamente] entre diversos»
organismos vivos.[18]

FIGURA 9.2: Dibujo E34B, de M. C. Escher. (© Cordon Art, reimpreso con permiso).

La obra de M. C. Escher ofrece una analogía útil. A principios de los


cuarenta realizó una serie de grabados concebidos para dividir el plano en
figuras encajadas. Dos propiedades de estas imágenes nos ayudan a ver cómo
se aplica la teoría de los sistemas ontogénicos a las células y el desarrollo
(figura 9.2). Si miramos la imagen, primero saltan a la vista las aves, y luego
los peces. Ambos patrones están siempre ahí, pero nuestro foco de atención
pasa de uno a otro. En segundo lugar, cada trazo delinea simultáneamente el
contorno de un ave y de un pez. Si Escher modificara la forma del ave, el pez
también cambiaría de forma. Lo mismo ocurre con una interpretación
sistémica de la fisiología celular. Los genes (o las células, o los organismos) y
el entorno son como el pez y el ave. Si cambia uno, cambia el otro. Si se mira
uno, se ve el otro.

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La célula socializada

Neuronas y cerebros

Así pues, los genes son parte de una célula compleja con una historia propia.
Las células, a su vez, funcionan como grupos íntimamente conectados que
constituyen órganos coherentes en un cuerpo integrado y funcionalmente
complejo. Sólo a este nivel, contemplando las células y los órganos dentro del
cuerpo, podemos comenzar a atisbar cómo se incorporan los eventos externos
a nuestra propia carne.
A principios del siglo XX, en la provincia india de Bengala, el reverendo
J. A. Singh «rescató» a dos niñas (que llamó Amala y Kamala) que se habían
criado desde la infancia en el seno de una manada de lobos.[19] Las dos niñas
podían correr más deprisa a cuatro patas que muchas personas sobre dos
piernas. Tenían hábitos nocturnos, ansiaban comer carne cruda y carroña, y se
comunicaban tan bien con los perros a la hora de comer que éstos les
permitían compartir su pitanza. Está claro que los cuerpos de estas niñas,
desde su estructura esquelética hasta su sistema nervioso, habían sufrido una
profunda modificación al desarrollarse entre animales no humanos.
Los casos de niños salvajes ilustran dramáticamente lo que los neurólogos
han tenido cada vez más claro, especialmente en los últimos veinte años: los
cerebros y los sistemas nerviosos tienen plasticidad. Su anatomía general (así
como las conexiones físicas menos visibles entre neuronas, células diana y el
cerebro) no sólo cambia después del nacimiento, sino incluso en la edad
adulta. Recientemente, hasta el dogma de que en el cerebro adulto no hay
renovación celular ha seguido el camino del dodo.[20] Esta modificación
anatómica se deriva a menudo de la respuesta a, y la incorporación de,
experiencias y mensajes externos por parte del sistema nervioso.
Los ejemplos de cambio físico en el sistema nervioso derivado de una
interacción social son abundantes.[21] Dos grupos de estudios parecen
especialmente relevantes para la comprensión de la sexualidad humana. Uno
concierne al desarrollo y la plasticidad de las neuronas y sus interconexiones
en los sistemas nerviosos central y periférico.[22] El otro se ocupa de los
cambios en los receptores neuronales que pueden enlazarse a
neurotransmisores como la serotonina y hormonas esteroides como los
estrógenos y andrógenos que, a su vez, pueden activar la maquinaria de la
síntesis de proteínas de un grupo de células concreto.[23] Estos ejemplos

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evidencian que el sistema nervioso y el comportamiento se desarrollan como
parte de un sistema social.
A veces los científicos perturban tales sistemas interfiriendo la función
génica de uno u otro componente. Analíticamente, esto se parece a quitar una
bujía para ver qué efecto tiene esta interferencia en el funcionamiento de un
motor de combustión interna. Por ejemplo, los científicos han creado ratones
sin el gen que codifica los receptores de la serotonina y han observado la
distorsión de su conducta.[24] Pero, aunque estos experimentos proporcionan
una información importante sobre el funcionamiento de las células y su
intercomunicación, no pueden explicar el desarrollo de conductas particulares
en escenarios sociales particulares.[25]
¿Cómo puede afectar la experiencia social a la neurofisiología del género?
El neurobiólogo comparativo G. Ehret y colaboradores ofrecen un ejemplo en
su estudio del comportamiento paternal de los ratones. Los machos que nunca
han tenido contacto previo con crías se desentienden de ellas cuando se alejan
demasiado del nido, pero basta un día, o incluso menos, en compañía de crías
para despertar el reflejo paternal de devolverlas al nido. Ehret y colaboradores
encontraron que la exposición temprana a la presencia de crías se
correlacionaba con un incremento de la recepción de estrógeno en ciertas
áreas cerebrales y un decremento en otras.[26] En otras palabras, parece ser
que la experiencia de la paternidad modifica la fisiología hormonal del
cerebro masculino y la aptitud paterna.
El hecho de que los cerebros humanos también sean plásticos, una idea
que ha comenzado a introducirse en los medios de comunicación de masas,[27]
permite imaginar mecanismos por los que la experiencia podría convertirse en
género somático. Ciertas señales del entorno estimulan la proliferación de
neuronas o el establecimiento de nuevas conexiones entre ellas.[28] El cerebro
de un recién nacido es bastante incompleto. Muchas de las conexiones entre
neuronas y otras partes del cuerpo son provisionales, y requieren un mínimo
de estimulación externa para hacerse permanentes. En algunas regiones
cerebrales, las conexiones neuronales en desuso se deshacen en los primeros
doce años de vida.[29] Así pues, la experiencia física y cognitiva temprana
conforma la estructura cerebral.[30] Incluso los movimientos musculares
prenatales tienen un papel en el desarrollo cerebral.
Una manera que tiene el cerebro de «consolidar» conexiones neuronales
es revestir las fibras nerviosas individuales con una vaina de materia grasa,
llamada mielina. El cerebro de un bebé humano está sólo parcialmente
mielinizado. Aunque la mielinización principal tiene lugar durante la primera

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década de vida, el cerebro no queda del todo fijado ni siquiera entonces. El
incremento de la mielinización se multiplica por dos entre la primera y la
segunda décadas de vida, y hay otro incremento adicional del 60 por ciento
entre los cuarenta y los sesenta años,[31] lo que da plausibilidad a la idea de
que el cuerpo pueda incorporar experiencias ligadas al género durante toda la
vida.
Finalmente (al menos para esta discusión),[32] grandes grupos de neuronas
pueden modificar su patrón de conectividad (o arquitectura, como lo llaman
los neurólogos). Durante años, los neuroanatomistas han llevado a cabo
experimentos para averiguar qué segmento del cerebro responde cuando se
estimula una parte externa del cuerpo. Si se toca la cara se disparan ciertas
neuronas corticales, si se toca la mano o los dedos responden otras, y si se
tocan los pies es otro grupo de neuronas el que se activa. Los libros de texto
suelen representar tales experimentos mediante un cuerpo deforme (llamado
homúnculo) superpuesto al córtex cerebral. Los científicos pensaban que, tras
la primera infancia, la forma del homúnculo ya no cambiaba. Pero los
resultados de una serie de experimentos han modificado radicalmente este
punto de vista.[33]
Un estudio reciente compara la representación del córtex cerebral de los
dedos de la mano izquierda de músicos que tocan instrumentos de cuerda con
controles de la misma edad y sexo sin experiencia con esta clase de
instrumentos. Los instrumentistas de cuerda mueven constantemente los
dedos segundo a quinto de la mano izquierda. En el homúnculo, estos dedos
de la mano izquierda son visiblemente mayores que los de los controles, y los
de sus propias manos derechas.[34] O considérense las personas ciegas desde
la infancia que han aprendido a leer en Braille.[35] Como era de esperar, la
representación de los dedos que emplean para leer aparece agrandada. Pero
sus cerebros se han reajustado de manera más sorprendente: han reclutado una
región del córtex normalmente dedicada a procesar la información visual (el
llamado córtex visual) para procesar las sensaciones táctiles.[36]
Tanto en los músicos como en los ciegos de nacimiento, la reorganización
cortical probablemente tiene lugar en la infancia, un hecho que confirma algo
que ya sabemos: los niños tienen una enorme capacidad de aprendizaje. Pero
estos estudios amplían nuestras ideas sobre el aprendizaje al mostrar que las
conexiones anatómicas del cerebro responden a influencias externas. Este
conocimiento da al traste con el empeño tanto en mantener la distinción entre
cuerpo y mente como en presentar al cuerpo como precursor del
comportamiento, y justifica la insistencia en que el entorno y el cuerpo son

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coproductores del comportamiento, así como la inconveniencia de dar
prioridad a una componente sobre la otra.[37]
Los estudios de ciegos y músicos evidencian la plasticidad del cerebro
juvenil, pero ¿hasta qué punto puede cambiar la anatomía cerebral adulta? La
respuesta a esta pregunta nos la da un fenómeno que desde hace tiempo ha
fascinado a los estudiosos del cerebro humano, desde los neurocirujanos hasta
los fenomenólogos: el misterio del miembro fantasma. A menudo los
amputados sienten que el miembro perdido aún sigue ahí. Al principio el
miembro fantasmal parece tener la forma del miembro ausente, pero con el
tiempo se percibe como más ligero y hueco, y adquiere la capacidad de
atravesar objetos sólidos.[38]
Un manco puede «sentir» la mano perdida en respuesta a una ligera
estimulación de los labios; y un brazo perdido puede volver a «sentirse» en
respuesta a una caricia en la cara, un fenómeno conocido como sensación
referida. Estudios recientes explican tales sensaciones por el descubrimiento
de que la región del córtex otrora dedicada al miembro ausente es «usurpada»
por las áreas adyacentes (en el ejemplo, el campo cortical que conecta los
estímulos exteriores con la cara). También se registra un agrandamiento de la
mano intacta del homúnculo, presumiblemente por su uso incrementado en
respuesta a la pérdida de la otra mano.[39] Aunque la reorganización del
córtex cerebral probablemente no explica del todo el fenómeno de los
miembros fantasmales,[40] proporciona un ejemplo inmejorable de la
respuesta de la anatomía cerebral adulta a circunstancias nuevas.[41]
¿Cómo se aplicaría todo esto a la diferenciación sexual y la expresión
sexual humana? Las respuestas ofrecidas hasta la fecha han sido
insufriblemente vagas, en parte porque hemos estado pensando demasiado en
la dimensión individual y demasiado poco en términos de sistemas
ontogénicos. Como escribe Paul Arnstein, un técnico sanitario interesado por
los vínculos fisiológicos entre el aprendizaje y el dolor crónico, «la verdadera
naturaleza del sistema nervioso central ha escapado a los investigadores por
su estructura siempre cambiante y plenamente integrada, y su sinfonía de
mediadores químicos. Cada sensación, pensamiento, sentimiento, movimiento
e interacción social modifica la estructura y función del cerebro. La mera
presencia de otro organismo vivo puede tener profundos efectos sobre la
mente y el cuerpo».[42] Sólo comenzaremos a comprender cómo se introducen
el género y la sexualidad en el cuerpo cuando aprendamos a estudiar la
sinfonía y su audiencia a la vez.

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Anatomía sexual y reproducción

Los cambios cerebrales a lo largo de nuestras vidas forman parte de un


sistema ontogénico dinámico que incluye desde las neuronas hasta las
interacciones interpersonales. En principio, podemos aplicar conceptos
similares a las gónadas y los genitales. El desarrollo de la anatomía genital
interna y externa comienza en el feto y se continúa en la niñez, afectado por
factores como la nutrición, la salud y los accidentes aleatorios. En la pubertad,
el sexo anatómico se amplía para incluir no sólo la diferenciación genital, sino
los caracteres sexuales secundarios que, a su vez, dependen no sólo de la
nutrición y la salud general, sino de la actividad física. Por ejemplo, las
mujeres que se entrenan para pruebas de larga distancia pierden grasa
corporal, y por debajo de cierta razón grasa/proteína se interrumpe el ciclo
menstrual. Así pues, la estructura y la función gonadales responden al
ejercicio y la nutrición y, por supuesto, también cambian a lo largo del ciclo
vital.
La fisiología sexual no es lo único que cambia con la edad, también lo
hace la anatomía. Con esto no quiero decir que un pene se desprenda o un
ovario se disuelva, sino que el físico, la función anatómica y la experiencia
del propio cuerpo sexual cambian con el tiempo. Por supuesto, tenemos claro
que los cuerpos de un bebé, una persona de veinte años y una de ochenta
difieren; pero reincidimos en una visión estática del sexo anatómico. Los
cambios que tienen lugar a lo largo del ciclo vital se integran en un sistema
biocultural en el que células y cultura se construyen mutuamente. Por
ejemplo, la competición atlética lleva tanto a los atletas como a un público
mayor que intenta emularlos a remodelar sus cuerpos a través de un proceso a
la vez natural y artificial. Natural porque la dieta y el ejercicio modifican
nuestra fisiología y anatomía. Artificial porque las prácticas culturales nos
ayudan a decidir qué aspecto queremos y la mejor manera de conseguirlo.
Además, la enfermedad, los accidentes o la cirugía (desde la transformación a
que se someten los transexuales completos hasta la gama de procedimientos
aplicados a los caracteres sexuales secundarios, que incluyen la reducción o
agrandamiento de pechos o el agrandamiento del pene) pueden modificar
nuestro sexo anatómico. Solemos pensar en la anatomía como un invariante,
pero no lo es; como tampoco lo son aquellos aspectos de la sexualidad
humana derivados de nuestra estructura y función corporales, y de la propia
imagen ante uno mismo y ante los demás.
La reproducción también cambia a lo largo del ciclo vital. A medida que
crecemos, pasamos de un periodo de inmadurez reproductiva a otro en el que

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es posible la procreación. Podemos tener hijos o no (o ser fértiles o no), y el
cuándo y el cómo elegimos hacerlo afectará profundamente a la experiencia.
La maternidad a los veinte y a los cuarenta, sea en el marco de una pareja
heterosexual o lesbiana, o como madre soltera, no es una experiencia
biológica singular. Diferirá emocional y psicológicamente según la edad, la
circunstancia social, la salud general y los recursos financieros. El cuerpo y
las circunstancias en las que se reproduce no son entidades separables. De
nuevo, algo que a menudo contemplamos como estático cambia a lo largo del
ciclo vital, y sólo puede comprenderse en términos de un sistema biocultural.
[43]
En su libro Rethinking Innateness, el psicólogo Jeffrey Elman y coautores
se preguntan por qué los animales con una vida social compleja pasan por
largos periodos de inmadurez posnatal, lo que parecería representar un gran
peligro: «Vulnerabilidad, dependencia, consumo de recursos parentales y
sociales… De todos los primates, los humanos son los que más tardan en
madurar».[44] Su respuesta: una ontogenia más larga deja más tiempo al
entorno (histórico, cultural y físico) para conformar al organismo en
desarrollo. De hecho, el desarrollo en el marco de un sistema social es el sine
qua non de la complejidad sexual humana. La forma y el comportamiento
surgen sólo a través de un sistema ontogénico dinámico. Nuestra psique
conecta el exterior con el interior (y viceversa) porque nuestro desarrollo
prolongado se integra en un sistema social.[45]

Gracias al cielo por las niñas (y los niños).

El proceso del género

«Todo este asunto del desarrollo celular, cerebral y orgánico es fascinante»,


podría replicarme un padre frustrado, «pero todavía quiero saber por qué mi
hijo se dedica a correr disparando láseres imaginarios, mientras que mi hija
prefiere saltar a la comba». Muchos participantes en Loveweb plantean retos
similares, y citan estudios que ponen de manifiesto la aparición temprana de
las diferencias sexuales (lo que para ellos es una prueba de su carácter
innato). ¿Cómo puedo reconciliar las observaciones de incontables padres con
la multitud de estudios publicados por sociólogos y psicólogos evolutivos con
un enfoque sistémico de la adquisición del género? Para ello tengo que
encajar algunas piezas ya existentes del rompecabezas.
«El género», argumentan algunos sociólogos, «es una consecución

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localizada… no un mero atributo individual, sino algo que se consigue en
interacción con otros».[46] A través de la retroacción directa, niños y adultos
aprenden a «hacer género».[47] Compañeros de clase, padres, maestros y hasta
los extraños en la calle evalúan la vestimenta de los niños. Un crío que vista
pantalones se ajustará a las normas sociales, mientras que si se pone una falda
no lo hará. ¡Y enseguida se dará cuenta! Así pues, el género nunca es
meramente individual, sino que implica interacciones entre grupos pequeños
de gente. El género involucra reglas institucionales. Si un gay sale a la calle
vestido de mujer, pronto aprende que se ha desviado de una norma de género.
El mismo hombre en un bar de ambiente recibirá cumplidos si participa de
una subcultura que se rige por otras directrices. Además, las marcas de género
forman parte del «marcar la diferencia». Establecemos identidades que
incluyen la raza y la clase además del género, y marcamos el género de
manera diferente según nuestra posición en las jerarquías racial y de clase.[48]
En Norteamérica y Europa, niños y niñas comienzan a comportarse de
manera diferente ya en la etapa preescolar. Durante los años escolares se
evitan mutuamente, pero cuando llega el infierno hormonal de la pubertad se
buscan con fines sexuales y de socialización. Los varones y mujeres adultos
viven y trabajan en instituciones solapadas pero divididas por géneros, y en la
vejez vuelven a separarse, esta vez por la diferente tasa de mortalidad de unos
y otras. Los psicólogos evolutivos, sociólogos y teóricos de sistemas han
hecho algunos descubrimientos sugerentes sobre la manera en que los niños
adquieren el género, aunque el resto del ciclo vital sigue siendo un tema de
investigación futura.[49]
Tradicionalmente, la psicología ha ofrecido tres enfoques para la
comprensión de la adquisición del género: la psicodinámica freudiana, el
aprendizaje social y el desarrollo cognitivo. Para Freud, la conciencia infantil
de los propios genitales produce fantasías eróticas, que a su vez llevan a la
identificación con una figura adulta adecuada y la adquisición de un rol
sexual apropiado.[50] Los proponentes del aprendizaje social ponen el énfasis
en la conciencia adulta de los genitales infantiles, lo que lleva a un refuerzo
diferencial, el ofrecimiento de modelos de género apropiados y la adquisición
de un rol y una identidad de género.[51] La teoría cognitiva también parte de la
conciencia de los genitales infantiles por los otros. Esto lleva a un
encasillamiento del que se deriva la identidad de género y, finalmente, la
adquisición de un rol genérico apropiado.[52] Las sociólogas feministas han
aplicado todos estos paradigmas para confeccionar modelos del desarrollo de
la diferencia sexual. En el pasado una meta primaria fue ofrecer mejores

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descripciones del desarrollo femenino, ya que en sus formulaciones originales
las tres teorías se ocupaban más de cómo los niños se convertían en hombres.
Más recientemente, sin embargo, ciertas voces feministas han comenzado a
cuestionar la estructura misma de la disciplina, reclamando descripciones más
complejas de la diferencia y una vuelta al estudio de las similitudes entre
ambos sexos.[53] Aquí me baso especialmente en la obra de los teóricos
cognitivos y del aprendizaje social. Con independencia del enfoque aplicado,
la meta sigue siendo comprender el desarrollo del yo: «La conducta, la
experiencia y las identificaciones, incluyendo el deseo sexual y la elección de
objeto, [que] son relativamente estables o fijas o que, al menos… [son] un
“núcleo” básico o primario de identidad».[54]
A menudo el género y la sexualidad se presentan ante nosotros como
rasgos universales de la existencia humana. ¿Significa esta universalidad
aparente que la sexualidad humana y el género son innatos, y que la
experiencia social sólo los moldea superficialmente? Un ejemplo ilustrativo
de que ésta no es la manera correcta de plantear la cuestión es el desarrollo de
otra conducta humana aparentemente universal: la sonrisa.[55] Los recién
nacidos tienen una sonrisa simple: la cara se relaja mientras los lados de la
boca se abren y estiran hacia arriba. Se ha observado una «sonrisa» idéntica
en fetos de tan solo veintiséis semanas. Esto sugiere que inicialmente se
desarrolla un juego básico de conexiones neurales que permite al feto en
desarrollo «sonreír» de manera refleja incluso in utero. Los recién nacidos
sonríen de manera espontánea durante la fase REM del sueño, reconocible por
el rápido movimiento ocular, pero al principio no es un modo de expresión
emocional.
A las dos semanas, el bebé comienza a sonreír esporádicamente cuando
está despierto, y el gesto recluta otras partes corporales. Los labios se curvan
más hacia arriba, «los músculos de las mejillas se contraen, y la piel en torno
a los ojos se arruga». Los bebés de tres meses sonríen mucho más a menudo,
y lo hacen de manera no aleatoria, en respuesta a estímulos externos. Entre los
seis meses y los dos años de edad, la sonrisa se combina con una amplia
variedad de expresiones faciales: sorpresa, enojo, entusiasmo. Además, estas
expresiones se hacen más complejas y personales. La sonrisa puede ir
acompañada de «arrugamientos de nariz, caídas de mandíbula, parpadeos,
exhalaciones y levantamientos de cejas que sirven para comunicar estados de
ánimo desde el placer hasta la pillería».[56] Así, en un lapso de dos años, la
sonrisa cambia de forma (con todo lo que ello implica en términos de
reclutamiento de músculos y nervios), tempo y conexiones con otras acciones

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expresivas. Una sonrisa no es una sonrisa no es una sonrisa (cargándose un
poco a Gertrude Stein).
Al mismo tiempo que los músculos y nervios que gobiernan la sonrisa se
desarrollan y complican, también lo hacen las funciones y contextos sociales
que suscitan la sonrisa. Mientras que en el recién nacido la sonrisa se asocia a
la somnolencia y la falta de estímulos sensoriales, pronto los bebés responden
con una sonrisa a voces y sonidos familiares, y con menos regularidad a las
caricias. Hacia las seis semanas, el bebé sonríe mayormente cuando está
despierto, en respuesta a señales visuales. Entre los tres y los seis meses, el
bebé sonríe a su madre más que a objetos inanimados, y hacia el primer año
de edad «la sonrisa cumple una variedad de funciones comunicativas,
incluyendo la intención de engatusar o hacer travesuras».[57] En primera
instancia, la sonrisa parece ser un simple acto reflejo, pero con el tiempo
cambia de maneras complejas (en términos de los nervios y músculos
implicados, pero también de las situaciones sociales que suscitan la sonrisa y
su uso por el niño como parte de un sistema de comunicación complejo). Así,
una respuesta fisiológica se «socializa» no sólo en términos de intención, sino
también en términos de las partes corporales mismas (qué nervios y músculos
intervienen y qué los estimula).
Contemplar la sonrisa como un sistema ontogénico nos permite cambiar
afirmaciones sin sentido del estilo de «la sonrisa es innata y genética» por
estudios experimentales minuciosamente diseñados «que varían
sistemáticamente las condiciones… que… pueden influir en la forma, tempo
y función de la sonrisa» en diferentes momentos del ciclo vital.[58] El
psicólogo Alan Fogel y colaboradores se han basado en sus estudios de la
sonrisa para proponer lo que llaman una perspectiva sistémica de la emoción.
[59] En primer lugar, argumentan que las emociones son relacionales antes que

individuales. Los niños pequeños, por ejemplo, sonríen en respuesta a otras


personas o cosas. En segundo lugar, contemplan las emociones como sistemas
estables autoorganizados. Pero estabilidad no implica permanencia. Así, la
inducción visual de la sonrisa se mantiene estable en los bebés durante tres o
cuatro meses, pero luego esta respuesta es reemplazada por un nuevo sistema
estable que implica una variedad de interacciones físicas con sus madres o
cuidadores.[60]
La investigación en sistemas ontogénicos dinámicos ha tenido poca o
ninguna influencia en el estudio del desarrollo sexual humano, pero su
aplicabilidad parece obvia. En primer lugar, tenemos que dejar de buscar
causas universales del Comportamiento sexual y la adquisición del género y

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aprender más sobre (y de) la diferencia individual. En segundo lugar, tenemos
que esforzarnos en estudiar el sexo y el género como partes de un sistema
ontogénico. En tercer lugar, tenemos que ser más imaginativos y concretos en
lo que respecta al término entorno. Ahora mismo pienso que apenas tenemos
idea de las componentes externas del desarrollo sexual humano, pero la
propuesta de Fogel y otros (que los comportamientos pasan por periodos de
inestabilidad, en los que es más factible el cambio, y de estabilidad) es útil.
Pero sí tenemos algunos puntos de partida. Desde mediados de los
ochenta, varios grupos de psicólogos evolutivos han planteado dos cuestiones
interrelacionadas sobre el género. ¿Qué saben los niños del sexo (las partes
corporales) y cuándo lo aprenden? ¿Se correlaciona este conocimiento con las
conductas ligadas al género (como las diferencias en los patrones de juego) o
las afecta de alguna manera? La respuesta a estas preguntas está comenzando
a esbozarse.[61] Los psicólogos han introducido la idea de un esquema o
proceso esquemático que permite a los niños aplicar un conocimiento
rudimentario para seleccionar juegos, iguales y comportamientos
«apropiados». De acuerdo con esta línea de pensamiento, los niños adoptan
roles sexuales particulares a medida que integran su propio sentido del yo en
su propio esquema de género en desarrollo, un proceso que (como la
adquisición de la sonrisa) lleva varios años. Una predicción razonable (y
comprobable) es que durante este tiempo ciertas formas de expresión corporal
ligadas al género (como puede ser «lanzar como una chica») se estabilizan.
Pero (de nuevo como en el caso de la sonrisa) la estabilidad no tiene por qué
significar permanencia, como debería dejar claro la observación de una
lanzadora de peso.
Cualquiera que haya observado cómo aprenden los niños acerca del
mundo que les rodea ha visto un esquema en marcha. Recuerdo un día que mi
sobrinita señaló un reloj con un dibujo esquemático de la cara de un búho.
«Búho», pronunció ufana. Me sorprendió que fuera capaz de reconocer una
representación tan simple a partir de los detallados dibujos de estas aves
nocturnas que había visto en sus libros de cuentos. Pero había interiorizado un
esquema que le permitía reconocer un búho sobre la base de una información
mínima. Beverly Fagot y colaboradores estudiaron los esquemas de género en
niños desde 1,75 a 3,25 años. Daban a los niños una «tarea de género»
consistente en clasificar correctamente imágenes de adultos y niños como
«mamá», «papá», «chico» o «chica». Los niños más pequeños (en torno a los
dos años de edad) no pasaban la prueba, lo que parecía indicar que no tenían
un concepto de género operativo. Pero con dos años y medio ya eran capaces

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de clasificar correctamente a adultos y niños. Además, los niños que habían
adquirido dicho esquema chico-chica se comportaban de manera distinta. Por
ejemplo, los niños mayores preferían formar grupos de juego unisexuales, y
las niñas que pasaban la prueba eran menos agresivas.[62]
Fagot y Leinbach observaron también la conducta de bebés de un año y
medio en casa. A esta edad ni pasaban el test de reconocimiento de género ni
practicaban juegos sexistas. A los 2,25 años, la mitad de los bebés ya era
capaz de distinguir entre niños y niñas, y la otra mitad no. Entre ambos
grupos había dos diferencias. En primer lugar, «los padres de los bebés
adelantados daban más respuestas positivas y negativas a los juegos con
juguetes sexistas» y, en segundo lugar, «los adelantados exhibían un
comportamiento más acorde a los estereotipos sexuales tradicionales que los
otros».[63] Hacia los 4 años, ambos grupos no diferían en su preferencia por
los juegos sexualmente estereotipados. Aun así, los adelantados seguían
teniendo un mayor discernimiento de los estereotipos sexuales. Fagot y
colaboradores concluyeron que «la construcción de un esquema de género
refleja las dimensiones comportamental, cognitiva y afectiva del entorno
familiar».[64]
De niña solía ir a la escuela primaria en bicicleta, meditando mientras
recorría el paisaje suburbano neoyorquino. Durante un tiempo me absorbió un
problema en particular. Sabía que los chicos tenían el pelo corto, las chicas lo
tenían largo, y los bebés nacían calvos. Me preguntaba de dónde sacaban los
adultos su asombroso poder para determinar de inmediato el sexo de un recién
nacido. Sabía lo de los genitales, por supuesto. Tenía un hermano mayor, y
nos bañábamos juntos hasta que tuve cuatro o cinco años. Ocasionalmente
también había visto a mi padre desnudo. Pero nunca conecté esta información
con mi confusión acerca del sexo de los recién nacidos. Hasta que un día,
cuando tenía unos diez años, de vuelta a casa en mi bicicleta, súbitamente la
respuesta irrumpió en mi cabeza: «Claro, así es como lo saben», pensé.
Cuando vuelvo la vista atrás, a través del visillo de la teoría feminista, me doy
cuenta de que el género estuvo claro en mi horizonte muchos años antes de
que el sexo se hiciera visible.[65]
Mi confusión no era única, es sólo que tardé un poco en resolverla. Al
menos en Norteamérica, los niños pequeños parecen basar su primer esquema
de género rudimentario en marcadores culturales del género y no en su
conocimiento de las diferencias genitales. En un estudio, la psicóloga Sandra
Bem mostró a niños de 3, 4 y 5 años fotografías de niños o niñas desnudos y
luego de los mismos niños o niñas vestidos de tales. Los niños de menos de

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tres años tenían dificultades para clasificar un cuerpo infantil desnudo como
masculino o femenino, pero eran capaces de clasificar los niños vestidos
valiéndose de indicadores sociales como la indumentaria o el corte de pelo.[66]
Cerca del 40 por ciento de los niños de 3, 4 y 5 años eran capaces de
identificar el sexo de todas las fotos una vez tenían conocimiento de los
genitales. El resto aún no había adquirido la noción de constancia del sexo
(esto es, se valían de indicadores genéricos como el peinado o la vestimenta
para decidir quién era niño y quién niña). Esto también significaba que
algunos de estos niños creían que podían pasarse al sexo opuesto con sólo
cambiar la vestimenta. Su propia identidad de género aún no estaba fijada.
La comprensión infantil de la constancia anatómica no parecía afectar a
las preferencias en materia de roles sexuales. De hecho, el esquema de género
temprano se demostró crítico. «Primero los niños aprendían a etiquetar los
sexos, y sólo más tarde mostraban preferencias marcadas por juguetes o
compañeros de su sexo y discernimiento de las diferencias sexuales en juegos
y vestimenta». Aunque los niños no necesitaran la noción de estabilidad del
sexo para adquirir preferencias sexualmente estereotipadas, este conocimiento
reforzaba dichas preferencias. Podría ser que «los niños que pueden reconocer
los sexos pero no entienden la estabilidad anatómica aún no estén seguros de
que siempre pertenecerán al mismo grupo genérico».[67] En consonancia con
las observaciones anteriores, los niños mayores (entre 6 y 10 años) exhiben
preferencias más estereotipadas que los menores. Cosa no sorprendente,
primero aprenden a asociar las características relevantes para su propio sexo y
sólo más tarde estabilizan sus expectativas respecto del otro sexo (véase la
figura 9.3).[68]

De los individuos a las instituciones y vuelta a empezar

Para cuando los niños dominan la escena social de la escuela, saben que son o
niño o niña, y esperan seguir siéndolo. ¿Cómo «hacen género» los escolares?
En su importante estudio Gender Play: Girls and Boys in School, la socióloga
Barrie Thorne construye un marco metodológico esencial para estudiar el
comportamiento de los niños mayores. Thorne estaba cada vez más
insatisfecha con los esquemas de la «socialización del género» y el
«desarrollo del género» en los que se enmarcan los estudios del género en las
vidas infantiles. Se queja de que las ideas tradicionales sobre la socialización
del género presumen una interacción vertical del fuerte (el poderoso adulto) al

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débil (el niño como receptor pasivo) y que, aun concediendo cierta capacidad
de acción a los niños, los sociólogos los han definido como meros receptores,
cuerpos afectados por los adultos y la cultura circundante. Los adultos tienen
«la categoría de actores sociales consumados», mientras que los niños son
«incompletos, adultos en ciernes». Thorne argumenta que los sociólogos
harían mejor en contemplar a los «niños no como la siguiente generación de
adultos, sino como actores sociales en una variedad de instituciones». Por
último, y lo más importante, los marcos tradicionales de la socialización del
género se centran en el desenvolvimiento de los individuos. En su trabajo,
Thorne prefirió partir de «la vida de grupo, con sus relaciones sociales, la
organización y significado de situaciones sociales, las prácticas colectivas a
través de las cuales niños y adultos crean y recrean el género en sus
interacciones diarias»; esto es, un sistema y su proceso.[69]
Al centrarse en la generación de significado por el contexto social y la
práctica diaria, tanto de niños como de adultos, Thorne se aparta de la
cuestión «¿son diferentes los niños de las niñas?» y se pregunta cómo los
niños crean activamente y desafían las estructuras y significados de género.
[70] Nos exhorta a descomponer el género en un complejo de conceptos

relativos tanto al individuo como a la estructura social. Además, resalta la


importancia de comprender que «las relaciones entre géneros no son fijas…
sino que varían según el contexto» (lo que incluye la raza, la clase y la etnia).
Como feminista, la meta de Thorne es promover la equidad en la educación y
más allá. Piensa que su enfoque del estudio de los niños y niñas puede
contribuir a tal fin. En la misma línea, la psicóloga Cynthia García-Coll y
colaboradores proponen integrar los estudios del género en los niños con los
de la raza, la etnia y la clase social.[71]

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FIGURA 9.3: Etapas del desarrollo de la especificidad genérica. (Fuente: Erica Warp, para la autora).

Los teóricos de los sistemas dinámicos como Alan Fogel sugieren de qué
manera el género pasa del exterior al interior del cuerpo, mientras que las
psicólogas evolutivas y sociólogas feministas como Thorne, Fagot, Bem,
García-Coll y otras muestran de qué manera el género institucional, además
de atributos como la raza y la clase social, se integraría en un sistema de
comportamiento individual. Ciertamente, el género está representado tanto en
los individuos como en las instituciones sociales. La socióloga Judith Lorber
ha ofrecido una guía europeo-norteamericana para tales distinciones (véase la
tabla 9.1). La componente institucional del género incide en la componente
individual, y los individuos interpretan la fisiología sexual en el contexto del
género institucional e individual. El yo sexual subjetivo siempre emerge en
este sistema genérico complejo. Lorber argumenta (y estoy de acuerdo) que
«como institución social, el género es un proceso de creación de condiciones
sociales distinguibles para la asignación de derechos y responsabilidades…
Como proceso, el género crea las diferencias sociales que definen a la
“mujer” y el “hombre”… Las pautas de interacción dependientes del género
adquieren estratos adicionales de comportamiento sexual, parental y laboral
en la infancia, la adolescencia y la edad adulta».[72] Así pues, Lorber, como
otras sociólogas y psicólogas feministas,[73] subraya que la cuestión de
nuestro yo subjetivo no tiene que ver «sólo» con la psicología y la fisiología
humanas, sino que los individuos sexuados están inmersos en instituciones
sociales profundamente marcadas por una variedad de desigualdades de
poder.[74]
Aunque Lorber correlaciona el género institucional con el individual, su
objetivo no es mostrar cómo lo individual se empapa físicamente de lo
institucional. Pero el trabajo de sociólogos e historiadores puede proporcionar
guías útiles para la investigación futura.[75] Considérese la obra de sociólogos
como Kinsey y otros que han seguido sus pasos. Encuestar a la población para
saber más sobre la sexualidad humana es un asunto espinoso. Por un lado, las
encuestas nos proporcionan una información sobre el género y la sexualidad
que puede ser de gran importancia para cuestiones políticas que van desde la
pobreza hasta la salud pública.[76] Por otro lado, cuando creamos las
categorías que nos permiten contar, también creamos nuevos tipos humanos.
[77]
Consideremos una pregunta aparentemente simple: ¿Cuántos
homosexuales de ambos sexos hay en Estados Unidos? Para responderla,
primero tenemos que decidir quién es homosexual y quién es heterosexual.

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¿Debemos basar nuestra decisión en la identidad? Si es así, sólo contaríamos
como homosexuales a quienes se digan a sí mismos «soy homosexual». ¿O
deberíamos contar también a aquellos varones que se consideran plenamente
heterosexuales, pero que una o dos veces al año se emborrachan, van a un bar
de ambiente y se relacionan carnalmente con varios hombres, después de lo
cual alegan que, al quedar sobradamente satisfecha su ansia de tales prácticas
sexuales con esos encuentros esporádicos, no ven la necesidad de contárselo a
sus esposas o aplicarse la etiqueta de «homosexual»?[78] ¿Deberíamos crear
una categoría separada para los bisexuales, y cómo deberíamos definir al
bisexual auténtico?[79] ¿Es bisexual un varón que en su adolescencia
experimentó una o dos veces con otro varón, pero que desde entonces sólo se
ha relacionado sexualmente con mujeres? ¿Son bisexuales los que ejercen de
homosexuales en prisión, pero no en la calle?[80]
Las respuestas dadas por los sociólogos a estas preguntas crean las
categorías por las que organizamos la experiencia sexual. A medida que los
sociólogos crean información «objetiva» sobre la sexualidad humana,
proporcionan categorías individualmente útiles. El «Kinsey 6», por ejemplo,
ha pasado a formar parte de la cultura nacional y contribuye a la
estructuración de la psique de algunos individuos, mientras que el varón que
se emborracha y se entrega a la homosexualidad una vez al año no tiene por
qué conceptualizarse a sí mismo como homosexual porque no tiene una
«preferencia» o una «orientación» hacia los hombres.[81] Con esto no
pretendo sugerir que los sociólogos no deberían dedicarse a hacer encuestas.
De hecho, la información que generan tiene gran importancia. Pero
deberíamos tener siempre presente que las encuestas incorporan
necesariamente las ideas pasadas sobre el género y la sexualidad, a la vez que
crean nuevas categorías abocadas a soportar una carga institucional e
individual.
TABLA 9.1: Subdivisión del género de Lorb

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Los historiadores también contribuyen tanto a la estructura como a la
comprensión del género institucional e individual. El psicólogo George Eider,
Jr., escribe: «Las vidas humanas están socialmente inmersas en tiempos
históricos y lugares específicos que conforman su contenido, pauta y
dirección… Los distintos tipos de cambio histórico son experimentados de
manera diferente por personas de distintas edades y roles».[82] El historiador
Jeffrey Weeks ha aplicado esta idea al estudio de la sexualidad humana y ha
distinguido cinco aspectos de la producción social de sistemas de expresión
sexual.[83] Los sistemas de parentesco y familia y los cambios económicos y
sociales (como la urbanización, la creciente independencia económica
femenina y el desarrollo de una economía de consumo)[84] organizan y
contribuyen a las formas cambiantes de la expresión sexual humana, igual que
los nuevos tipos de reglamento social, que puede expresarse a través de la
religión o de la ley. Lo que Weeks llama el momento político, es decir, «el
contexto político en el que se toman las decisiones (legislar o no, perseguir o
ignorar) puede ser importante a la hora de promover cambios en el régimen
sexual» y suponer también una contribución profunda a la expresión sexual
individual.[85] Finalmente, Weeks invoca lo que llama culturas de resistencia.
Stonewall, por ejemplo, la sede de la fundación simbólica del movimiento por

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los derechos de los homosexuales, después de todo no era más que un bar
donde los gays se reunían con propósitos sociales más que políticos. Aunque,
al final, los homosexuales autoidentificados recurrieron a medios políticos
convencionales (voto, grupos de presión y comités de acción política) la
existencia previa de espacios privados que propiciaron el desarrollo de una
subcultura gay permitió tales actividades al hacer visibles las alianzas
potenciales para demandar un cambio político, a la vez que modificaba la
encarnación individual de lo que vino a conocerse como la sexualidad gay.[86]
Comprender la historia de la tecnología también es clave para entender la
encarnación individual de los sistemas de género contemporáneos. Piénsese,
por ejemplo, en la categoría transexual. En el siglo XIX no había transexuales.
Sí había hombres que pasaban por mujeres, y viceversa.[87] Pero el transexual
moderno, una persona que recurre a las hormonas y la cirugía para
transformar sus genitales de nacimiento, no podría haber existido sin la
requerida técnica médica.[88] El transexual surgió como una identidad o tipo
humano cuando, a cambio del reconocimiento médico y el acceso a las
hormonas y la cirugía, los transexuales convencieron a sus médicos de que se
habían convertido en los miembros más estereotipados de su sexo adoptivo.
[89] Sólo entonces los facultativos consentirían en crear una categoría médica

a la que podían acogerse los transexuales para obtener tratamiento quirúrgico.

Muñecas rusas

¿Hay alguna manera fácil de visualizar el proceso bifacial que conecta la


producción de conocimiento sexual del cuerpo en una cara con la
materialización del género dentro del cuerpo en la otra?[90] Aunque no hay
metáfora perfecta, las muñecas rusas siempre me han fascinado. Al abrir cada
muñeca exterior, siempre aguardo expectante a ver si dentro hay una aún más
pequeña. A medida que las muñecas se reducen de tamaño, me maravilla la
delicadeza de la artesanía. Pero exponerlas es un dilema. ¿Debería separarlas
y alinearlas en una serie decreciente? Esta presentación es atractiva, porque
muestra cada componente de la muñeca más grande, pero insatisfactoria,
porque cada muñeca individual, aunque visible, está hueca. La complejidad
del anidamiento se pierde y, con ella, el placer, la maestría y la belleza de la
estructura ensamblada. La comprensión del sistema de muñecas anidadas no
surge de la contemplación de cada muñeca por separado, sino del proceso de
montarlas y desmontarlas.

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Las muñecas rusas me parecen útiles para visualizar las diversas capas de
la sexualidad humana, desde la celular hasta la social e histórica (figura 9.4).
[91] Los académicos pueden desmontar el sistema para exponerlo o estudiar

una muñeca con más detalle. Pero cada muñeca individual está hueca. Sólo el
conjunto entero tiene sentido. A diferencia de su contrapartida en madera, la
muñeca rusa humana cambia de forma con el tiempo. El cambio puede darse
en cualquiera de las capas, pero, puesto que el conjunto entero tiene que
encajar, la alteración de un componente requiere modificar el sistema
interconectado, desde el nivel celular hasta el institucional.

FIGURA 9.4: El organismo representado por un sistema de muñecas rusas. (Fuente: Erica Warp, para la
autora).

Si los historiadores sociales y comparativos escriben sobre el pasado para


ayudarnos a comprender por qué enmarcamos el presente de maneras
particulares (la muñeca más externa), los analistas de la cultura popular,
críticos literarios, antropólogos y algunos sociólogos nos hablan de la cultura
contemporánea (la segunda muñeca más grande). Analizan nuestros
comportamientos colectivos, reflexionan sobre la interacción entre individuos
e instituciones, y hacen la crónica del cambio social. Otros sociólogos y
psicólogos piensan en las relaciones individuales y el desarrollo del individuo
(la tercera muñeca), mientras que algunos psicólogos se ocupan de la mente y
la psique (la cuarta muñeca). Como centro (o, si se prefiere, actividad) que
vincula los eventos externos al organismo con los internos (la segunda

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muñeca más pequeña),[92] la mente cumple una función importante y peculiar.
El cerebro es un órgano clave en la transferencia de información de fuera a
dentro del cuerpo y al revés, y una variedad de neurólogos intenta no sólo
comprender cómo funciona el cerebro en calidad de órgano integrado, sino
cómo funcionan sus células individuales. De hecho, las células constituyen la
última y más pequeña de nuestras muñecas.[93] En los diferentes órganos, las
células se especializan en una variedad de funciones. También funcionan
como sistemas, porque su historia y su entorno inmediato inducen señales
para que genes particulares contribuyan (o no) a las actividades celulares.
La adopción de las muñecas rusas como marco intelectual sugiere que la
historia, la cultura, las relaciones, la psique, el organismo y la célula son
localizaciones apropiadas a partir de las cuales estudiar la adquisición y los
significados de la sexualidad y el género. La teoría de sistemas ontogénicos,
se aplique al conjunto o a sus subunidades, proporciona el andamio para la
reflexión y la experimentación. Ensamblar las muñecas menores en una única
muñeca grande requiere la integración de conocimientos derivados de niveles
muy diferentes de organización biológica y social. La célula, el individuo, los
grupos de individuos organizados en familias, los grupos de iguales, las
culturas y las naciones y sus historias son fuentes de conocimiento sobre la
sexualidad humana. No podremos comprenderla bien a menos que
consideremos todos estos componentes. Para llevar a cabo esta tarea, los
estudiosos harían bien en trabajar en grupos interdisciplinarios. Y aunque no
es razonable, por ejemplo, pedir a los biólogos que adquieran competencia en
teoría feminista, ni a las pensadoras feministas que adquieran competencia en
biología celular, sí es razonable pedir a cada grupo de estudiosos que entienda
las limitaciones del conocimiento procedente de una sola disciplina. Sólo
equipos no jerárquicos, pluridisciplinarios, pueden fraguar un conocimiento
más completo (o, como dice Sandra Harding, «menos falso»)[94] de la
sexualidad humana.
No tengo la ingenua esperanza de que mañana todo el mundo corra a
formar equipos interdisciplinarios y se ponga a revisar sus sistemas de
creencias sobre la naturaleza del conocimiento científico. Pero las
controversias públicas sobre las diferencias sexuales y la sexualidad
continuarán encendiéndose. ¿Pueden cambiar los homosexuales? ¿Hemos
nacido así? ¿Pueden las jóvenes ser competentes en las matemáticas de alto
nivel y las ciencias físicas? Ahí donde éstos u otros dilemas relacionados
afloren a la superficie, espero que los lectores y lectoras puedan volver a este

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libro para encontrar maneras nuevas y mejores de conceptualizar los
problemas en cuestión.
La pensadora feminista Donna Haraway ha escrito que la biología es
política por otros medios.[95] Este libro ofrece una argumentación ampliada de
la verdad de dicha afirmación. Estoy segura de que continuaremos
defendiendo nuestras políticas con argumentos biológicos. Quisiera que, en el
proceso, nunca perdiéramos de vista el hecho de que nuestros debates sobre la
biología del cuerpo siempre son debates simultáneamente morales, éticos y
políticos sobre la igualdad política y social y las posibilidades de cambio.
Nada menos es lo que está en juego.

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www.lectulandia.com - Página 379


Notas

www.lectulandia.com - Página 380


[1] Hanley 1983. <<

www.lectulandia.com - Página 381


[2] Mi descripción de estos hechos se basa en las siguientes referencias: de la

Chapelle 1986; Simpson 1986; Carlson 1991; Anderson 1992; Grady 1992;
Le Fanu 1992; Vines 1992; Wavell y Alderson 1992. <<

www.lectulandia.com - Página 382


[3] Citado en Carlson 1991, p. 27. <<

www.lectulandia.com - Página 383


[4] Ibíd. La denominación técnica de la condición de Patiño es síndrome de

insensibilidad a los andrógenos. Es una de varias condiciones que dan lugar a


cuerpos con mezcla de partes masculinas y femeninas. Son lo que hoy
llamamos intersexos. <<

www.lectulandia.com - Página 384


[5] Citado en Vines 1992, p. 41. <<

www.lectulandia.com - Página 385


[6] Ibíd., p. 42. <<

www.lectulandia.com - Página 386


[7] La contradicción fue un escollo para el atletismo femenino a todos los

niveles. Véase, por ejemplo, Verbrugge 1997. <<

www.lectulandia.com - Página 387


[8] Los juegos olímpicos especialmente, y el deporte femenino en general, han

generado toda suerte de diferencias de género en el contexto de su práctica.


La exclusión de las mujeres de ciertas pruebas o la promulgación de reglas
distintas para las pruebas masculinas y femeninas son ejemplos obvios. Para
una discusión detallada sobre género y deporte, véase Cahn 1994. Para otros
ejemplos de la contribución del género mismo a la construcción de cuerpos
masculinos y femeninos diferentes en el deporte véase Lorber 1993 y Zita
1992. <<

www.lectulandia.com - Página 388


[9] Money y Ehrhardt definen «rol de género» como «todo lo que una persona

dice y hace para indicar a los otros o a sí misma el grado en que es masculina,
femenina o ambivalente». Definen «identidad de género» como «la
monotonía, unidad y persistencia de la propia individualidad como masculina,
femenina o ambivalente… La identidad de género es la experiencia privada
del rol de género, y el rol de género es la experiencia pública de la identidad
de género» (Money y Ehrhardt 1972, p. 4). Para una discusión de la distinción
entre «sexo» y «género» de Money véase Hausman 1995.
Money y Ehrhardt distinguen entre sexo cromosómico, sexo fetal gonadal,
sexo fetal hormonal, dimorfismo genital, dimorfismo cerebral, la respuesta de
los adultos al género del infante, imagen corporal, identidad de género
juvenil, sexo hormonal puberal, erotismo puberal, morfología puberal e
identidad de género adulta. Todos estos factores se sumarían para definir la
identidad de género de una persona. <<

www.lectulandia.com - Página 389


[10]
Véase, por ejemplo, Rubin 1975. Rubin también cuestiona las bases
biológicas de la homosexualidad y la heterosexualidad. Nótese que las
definiciones feministas del género se aplicaban también a las instituciones y
no sólo a las diferencias personales o psicológicas. <<

www.lectulandia.com - Página 390


[11]
A menudo la dicotomía sexo/género se convirtió en un sinónimo del
debate naturaleza/crianza, o mente/cuerpo. Para una discusión sobre el uso de
estas dicotomías para entender la interrelación de los sistemas de creencias
sociales y científicos véase Figlio 1976. <<

www.lectulandia.com - Página 391


[12] Muchos científicos y sus divulgadores afirman que los varones son más

competitivos, más agresivos o resueltos, y más sexuales, proclives a la


infidelidad y demás. Véase, por ejemplo, Pool 1994 y Wright 1994. Para una
crítica de estas afirmaciones véase Fausto-Sterling 1992, 1997a, 1997b. <<

www.lectulandia.com - Página 392


[13] Para las feministas este debate es muy problemático porque enfrenta la

autoridad de la ciencia, en particular la biología, a la autoridad de las ciencias


sociales, y en cualquier batalla de esta clase las últimas tienen todas las de
perder. En nuestra cultura, la ciencia esgrime todo el aparato del acceso
especial a la verdad: la pretensión de objetividad. <<

www.lectulandia.com - Página 393


[14] Spelman acuñó el término «somatofobia» para la aversión feminista al

cuerpo (véase Spelman 1988). Recientemente un colega me comentó que


parecía que las teorías biológicas del comportamiento me dieran miedo, y que
le confundía que, al mismo tiempo, me dedicara a los estudios biológicos
como medio de obtener información interesante y útil sobre el mundo. Tenía
razón. Como muchas feministas, tengo buenas razones para recelar de
introducir la biología en el cuadro. No son sólo los siglos de argumentaciones
que han hecho uso del cuerpo para justificar desigualdades de poder: también
me he encontrado dichas argumentaciones a lo largo de mi vida. En la escuela
primaria, un maestro me dijo que las mujeres podían ser enfermeras pero no
médicos (después de que yo declarara mi intención de dedicarme a la
medicina). Más tarde, siendo una joven profesora asistente en Brown, un
catedrático del departamento de historia me dijo amablemente, pero con gran
autoridad, que la historia demostraba que nunca había habido mujeres
geniales ni en ciencias ni en letras. Según parecía, habíamos nacido para ser
mediocres. Para colmo, cuando volvía de las reuniones científicas,
emocionalmente afectada por mi incapacidad para introducirme en los
cónclaves masculinos donde tenían lugar los auténticos cambios científicos
(en las conversaciones de salón y de comedor), leí que «los grupos de
hombres» eran un resultado natural de los lazos masculinos desarrollados por
los cazadores prehistóricos. Nada podía hacerse al respecto.
Ahora comprendo que experimenté el poder político de la ciencia. Este
«poder se ejerce de manera menos visible, menos conspicua [que el estatal o
institucional], y no sobre, sino a través de las estructuras institucionales, las
prioridades, las prácticas y los lenguajes dominantes de las ciencias» (Harding
1992, p. 567, énfasis en el original). No sorprende, pues, que, como otras
feministas, fuera reticente a basar el desarrollo de la psique en alguna esencia
corporal. Contestábamos lo que se dio en llamar «esencialismo». Hoy, como
hace un siglo, las feministas esencialistas argumentan que las mujeres son
diferentes por naturaleza, y que dicha diferencia constituye la base de la
igualdad o la superioridad social. Para una introducción a los extensos debates
feministas sobre el esencialismo, véase J. R. Martin 1994 y Bohan 1997. <<

www.lectulandia.com - Página 394


[15] Para una discusión de esta resistencia en términos de esquema de género

adulto véase Valian 1998a, 1998b. <<

www.lectulandia.com - Página 395


[16] Véanse los capítulos 1-4 de este libro; también Feinberg 1996; Kessler y

McKenna 1978; Haraway 1989, 1997; Hausman 1995; Rothblatt 1995; Burke
1996, y Dreger 1998b. Un ensayo sociológico reciente sobre el problema del
género considera que «“el filo cortante” de la teorización social
contemporánea en torno al cuerpo puede localizarse dentro del propio
feminismo» (Williams y Bendelow 1998, p. 130). <<

www.lectulandia.com - Página 396


[17] Moore 1994, pp. 2-3. <<

www.lectulandia.com - Página 397


[18] Mi activismo social ha incluido la participación en organizaciones que

defienden los derechos civiles de todo el mundo, sin distinción de raza,


género u orientación sexual. También he colaborado en asuntos
tradicionalmente feministas como la acogida de mujeres maltratadas, los
derechos reproductivos y el acceso equitativo de las mujeres a los puestos
académicos. <<

www.lectulandia.com - Página 398


[19] En realidad, yo haría extensiva esta afirmación a todo el conocimiento

científico, pero en este libro restringiré mi argumentación a la biología (la


empresa científica que mejor conozco). Para una argumentación ampliada
sobre este asunto, véase Latour 1987 y Shapin 1994. <<

www.lectulandia.com - Página 399


[20] Algunos objetarían que la gente expresa sexualidades muy impopulares a

pesar de la intensa presión social contraria, cuando no la amenaza de daño


físico. Está claro, dirían, que nada en el ambiente fomenta tales conductas.
Otros argumentan que debe haber alguna predisposición determinada
prenatalmente que, en interacción con factores externos desconocidos,
conduce a una sexualidad adulta recalcitrante y a menudo inmutable. Los
miembros de este último grupo, probablemente la mayoría de integrantes de
Loveweb, se autodenominan interaccionistas. Pero su versión del
interaccionismo (lo que significa que el cuerpo y su entorno interaccionan
para producir pautas de conducta) implica una gran dosis de cuerpo y sólo una
pizca de entorno. Como escribe uno de los interaccionistas más
incondicionales y elocuentes: «La verdadera cuestión es cómo el cuerpo
genera el comportamiento» (discusión de «Lovenet»). <<

www.lectulandia.com - Página 400


[21] El saber académico no es el único agente de cambio; éste se combina con

otros agentes, incluyendo medios tradicionales como el voto y las


preferencias de los consumidores. <<

www.lectulandia.com - Página 401


[22]
Haraway 1997, p. 217. Véase también Foucault 1970; Gould 1981;
Schiebinger 1993a, 1993b. <<

www.lectulandia.com - Página 402


[23] Véase, por ejemplo, Stocking 1987, 1988; Russett 1989; Poovey 1995. <<

www.lectulandia.com - Página 403


[24] La historiadora Lorraine Daston señala que la idea de la naturaleza o lo

natural invocada en los debates sobre el cuerpo cambió del siglo XVIII al XIX:
«La naturaleza moderna era incapaz de ofrecer “hechos firmes”… La
naturaleza moderna abundaba en revelaciones acerbas sobre las ilusiones de
la ética y la reforma social, porque era despiadadamente amoral» (Daston
1992, p. 222). <<

www.lectulandia.com - Página 404


[25] Durante este tiempo, sostiene Foucault, la transición del feudalismo al

capitalismo requirió una nueva concepción del cuerpo. Los señores feudales
aplicaban su poder directamente. Campesinos y siervos obedecían porque así
lo dictaban Dios y su soberano (salvo, por supuesto, cuando se rebelaban,
como hacían de tarde en tarde). El castigo de la desobediencia era, a ojos
modernos, violento y brutal: se estiraban los miembros hasta descuartizar al
reo. Para una descripción sobrecogedora de esta brutalidad, véanse los
capítulos iniciales de Foucault 1979. <<

www.lectulandia.com - Página 405


[26] Foucault 1978, p. 141. <<

www.lectulandia.com - Página 406


[27] Estos esfuerzos dieron lugar a «una anatomo-política del cuerpo humano»

(Foucault 1978, p. 139; el subrayado es del original). <<

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[28] Puesto que algunos debates sobre sexo y género representan la vieja
controversia naturaleza/crianza con tintes modernos, su resolución (o, como
pretendo, su disolución) es relevante para los debates sobre la diferencia
racial. Para una discusión de la raza en términos de la biología moderna,
véase Marks 1994. <<

www.lectulandia.com - Página 408


[29] Foucault 1978, p. 139; el subrayado es del autor. <<

www.lectulandia.com - Página 409


[30] Ibíd. En el capítulo 5 expongo cómo el auge de la estadística permitió a

los científicos del siglo XX postular diferencias sexuales en el cerebro


humano. <<

www.lectulandia.com - Página 410


[31] Sawicki 1991, p. 67; para una interpretación de Foucault en un contexto

feminista véase también McNay 1993. <<

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[32] Foucault 1980, p. 107. <<

www.lectulandia.com - Página 412


[33] Citado en Moore y Clark 1995, p. 271. <<

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[34] Un ejemplo de la anatomo-política del cuerpo humano. <<

www.lectulandia.com - Página 414


[35] 35. Un ejemplo de la biopolítica de la población. <<

www.lectulandia.com - Página 415


[36] Harding 1992, 1995; Haraway 1997; Longino 1990; Rose 1994; Nelson y

Nelson 1996. <<

www.lectulandia.com - Página 416


[37] Véase también Strock 1998. <<

www.lectulandia.com - Página 417


[38] Además, las teorías derivadas de dicha investigación afectan
profundamente la manera en que la gente vive su vida. Por ejemplo, la
transformación de los homosexuales en personas «rectas» ha sido objeto de
mucha propaganda en los últimos tiempos. Para los homosexuales es muy
importante si ellos y otros piensan que pueden cambiar o, por el contrario, que
su inclinación homosexual es permanente e incorregible (Leland y Miller
1998; Duberman 1991). Para más sobre este punto véase Zita 1992. Para un
análisis detallado de la bisexualidad véase Garber 1995 y Epstein 1991. El
sociólogo Bruno Latour sostiene que una vez un hallazgo científico obtiene
una aceptación tan general que le otorgamos la dignidad de hecho,
incluyéndolo sin discusión en libros de texto y diccionarios científicos, se
pierde de vista detrás de un velo o, en palabras de Latour, una «caja negra»
(Latour 1987). A partir de entonces nadie se pregunta si, en origen, tuvo un
papel ideológico en la escena política o social, o si reflejaba ciertas prácticas
culturales o visiones del mundo. <<

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[39] Kinsey et al. 1948; Kinsey et al. 1953. Las ocho categorías de Kinsey. 0:

«Todas las respuestas psicológicas y actividades sexuales orientadas


abiertamente a personas del sexo opuesto». 1: «Respuestas psicosexuales y/o
experiencias orientadas casi enteramente hacia individuos del sexo opuesto».
2: «Respuestas psicosexuales y/o experiencias preponderantemente
heterosexuales, aunque con una respuesta diferenciada a los estímulos
homosexuales». 3: Individuos que «están a medio camino en la escala
homosexual-heterosexual». 4: Individuos cuyas «respuestas psicológicas se
orientan más a menudo hacia individuos de su mismo sexo». 5: Individuos
«casi enteramente homosexuales en sus respuestas psicológicas y/o
actividades sexuales». 6: Individuos «exclusivamente homosexuales». X:
«Sin respuesta erótica a estímulos heterosexuales u homosexuales ni
contactos físicos manifiestos». (Kinsey et al. 1953, pp. 471-472). <<

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[40] Cuando contaron los encuentros homosexuales acumulados desde la
adolescencia hasta la cuarentena, vieron que las respuestas homosexuales
ascendían al 28 por ciento para las mujeres y casi el 50 por ciento para los
varones. Cuando se ceñían a las interacciones conducentes a orgasmo, las
cifras aún eran altas: 13 por ciento para las mujeres y 37 por ciento para los
varones (ibíd. p. 471). Kinsey no tomó la homosexualidad como una categoría
natural. Su sistema, insistió, no pretendía despiezar la naturaleza. <<

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[41] Por supuesto, Kinsey estudió estos otros aspectos de la existencia sexual

humana, pero estaban expresamente excluidos de su escala de 0 a 6, y la


complejidad y sutileza de sus análisis a menudo se perdía en las discusiones
subsiguientes. Hasta finales de los ochenta, algunos investigadores recelaban
de la adecuación de la escala de Kinsey y propusieron modelos más
complejos. Uno concibió una trama con siete variables (atracción sexual,
comportamiento sexual, fantasías sexuales, preferencia emocional,
preferencia social, autoidentificación, modo de vida hetero/homo) y una
escala de tiempo (pasado, presente, futuro) ortogonal (Klein 1990). <<

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[42] Véase, por ejemplo, Bailey et al. 1993; Whitam et al. 1993; Hamer et al.

1993, y Pattatucci y Hamer 1995.


Desde el principio, Kinsey fue objeto de ataques tanto políticos como
científicos. La indignación de ciertos congresistas hizo que perdiera su
financiación. Los científicos, en particular los estadísticos, criticaron su
metodología. Kinsey había recopilado datos de un número impresionante de
varones y mujeres, pero con una abrumadora mayoría de blancos de clase
media del medio oeste de Estados Unidos, aplicando lo que los sociólogos
llaman ahora muestreo en bola de nieve. Partiendo de una muestra de
estudiantes, había entrevistado después a sus amigos y familiares, a los
amigos y familiares de sus amigos y familiares, y así sucesivamente. A
medida que se corrió la voz sobre el estudio (a través de sus disertaciones
públicas, por ejemplo) reclutó más sujetos, algunos de los cuales se prestaron
voluntariamente a las entrevistas tras oírle hablar. Aunque procuró reunir
gente de distintos entornos, caben pocas dudas de que seleccionó un segmento
de la población especialmente dispuesto, y a veces presto, a hablar de sexo.
Puede que esto explique la elevada frecuencia de encuentros homosexuales en
sus informes.
En el aspecto positivo, Kinsey y un pequeño número de colaboradores bien
adiestrados (en consonancia con el racismo y el sexismo de la época, los
entrevistadores de Kinsey debían ser varones, blancos y de origen anglosajón)
realizaron personalmente todas las entrevistas. En vez de emplear
cuestionarios preparados, siguieron un procedimiento memorizado que les
dejaba libertad para seguir líneas de sondeo que les permitieran asegurarse de
obtener respuestas completas. Otros enfoques más modernos han cambiado
este proceso más flexible, pero también más idiosincrásico, por una
estandarización que permite emplear entrevistadores menos cualificados. Es
muy difícil saber si, de resultas de ello, se pierden datos importantes (James
Weinrich, comunicación personal) (Brecher y Brecher 1986; Irvine 1990a,
1990b). <<

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[43] Este es un procedimiento obligado en los estudios de ligamiento
molecular (para cualquier rasgo multifactorial) dada la baja resolución de la
técnica (véase Larder y Scherk 1994). Si el rasgo no se constriñe
enormemente, es imposible obtener una asociación estadística significativa.
Pero la constricción del rasgo lo hace inapropiado para generalizar un
hallazgo a toda la población (Pattatucci 1998). <<

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[44] Klein 1990. Para una versión de modelo ortogonal, véase Weinrich 1987

<<

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[45] Chung y Katayama 1996. En el más importante informe reciente de las

prácticas sexuales de los estadounidenses, Edward O. Laumann, John H.


Gagnon, Robert T. Michael y Stuart Michaels categorizaron sus resultados a
lo largo de tres ejes: comportamiento, deseo e identidad (Laumann, Gagnon et
al. 1994). Por ejemplo, se reportó que el 59 por ciento de las mujeres con al
menos algún interés homosexual expresaba deseo hacia otras mujeres pero no
otros comportamientos, mientras que el 15 por ciento expresaba deseos y
conductas homosexuales y se autoidentificaba como lesbiana. Un 13 por
ciento declaró conductas (interacciones) lésbicas sin deseo intenso ni
identificación homosexuales. Aunque en el caso masculino la distribución
difería, la conclusión general es la misma: hay un «alto grado de variabilidad
en la manera en la que se distribuyen los diferentes elementos de la
homosexualidad en la población. Esta variabilidad se relaciona con la
organización de la homosexualidad como un conjunto de comportamientos y
prácticas y su experiencia subjetiva, y suscita cuestiones provocativas sobre la
definición de homosexualidad» (Laumann, Gagnon et al. 1994, p. 300). El
tamaño muestral de este estudio fue de 3.432 sujetos, y el rango de edades de
18 a 59 años. Había discrepancias en los datos, que los autores señalan y
discuten. Por ejemplo, el 22 por ciento de las mujeres dice haber sido objeto
de forzamiento sexual, mientras que sólo el 3 por ciento de los varones dice
haber forzado sexualmente a alguna mujer. Los hombres declaran más parejas
sexuales que las mujeres, lo que suscita una pregunta: ¿de dónde las sacan?
(véase Cotton 1994; Reiss 1995). <<

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[46] A menudo oigo decir a mis colegas biólogos que nuestros compatriotas en

otros campos tienen una vida más fácil, porque el conocimiento científico
cambia continuamente, mientras que otras disciplinas permanecen estáticas.
De ahí que tengamos que revisar constantemente nuestros cursos, mientras
que un historiador o un experto en Shakespeare puede dar siempre la misma
lección año tras año. Lo cierto es que nada hay más lejos de la verdad. El
campo de la literatura cambia continuamente a medida que nuevas teorías
analíticas y nuevas filosofías del lenguaje pasan a formar parte de los recursos
académicos. Y un profesor de lengua inglesa que no ponga al día
regularmente sus lecciones o prepare nuevos cursos adaptados a los cambios
en la disciplina será tan criticado como el profesor de bioquímica que lee sus
lecciones directamente del libro de texto. La actitud de mis colegas es un
inrento de erigir fronteras, de convertir el trabajo científico en algo especial.
Los análisis actuales de la ciencia, sin embargo, sugieren que no es tan
diferente después de todo. Para una visión general de la sociología de la
ciencia, véase Hess 1997. <<

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[47] Halperin 1990, pp. 28-29. <<

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[48] Scott 1993, p. 408. <<

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[49] Duden 1991, pp. v, vi. <<

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[50] Katz 1995. <<

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[51] Trumbach 1991a. <<

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[52] McIntosh 1968. <<

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[53] En filosofía, la cuestión de cómo categorizar la sexualidad humana suele

discutirse en términos de «clases naturales». El filósofo John Dupré escribe


con más generalidad sobre las dificultades de cualquier clasificación
biológica: «No hay una manera única, dada por Dios, de clasificar los
innumerables y diversos productos del proceso evolutivo. Hay muchas
maneras plausibles y defendibles de hacerlo, y la mejor dependerá tanto de los
propósitos de la clasificación como de las peculiaridades de los organismos en
cuestión» (Dupré 1993, p. 57). Para otras discusiones de las clases naturales
en relación a la clasificación de la sexualidad humana, véase Stein 1999 y
Hacking 1992 y 1995.
Aún hoy muchos de nosotros perdemos el tiempo especulando sobre si esto o
aquello es «realmente» recto o «realmente» desviado, igual que «podríamos
preguntarnos si cierto dolor es indicador de cáncer» (Mclntosh 1968, p. 182).
<<

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[54] Sólo viajando en el tiempo, argumenta Latour, puede comprenderse la

construcción social de un hecho científico. Las partes interesadas deben


retrotraerse al periodo inmediatamente anterior a la aparición del hecho en
cuestión y meterse en la piel de unos ciudadanos de otra época que
participaron en su «descubrimiento», discutieron sobre su realidad y
finalmente acordaron meterlo en la caja negra de la facticidad (véase la nota
38). Así pues, no podemos entender las formulaciones científicas modernas
de la estructura de la sexualidad humana sin retrotraernos en el tiempo hasta
su origen <<

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[55] En la actualidad disponemos de una rica literatura sobre la historia de la

sexualidad. Para una perspectiva general de las ideas sobre la masculinidad y


la feminidad, véase Foucault 1990 y Laqueur 1990. Para la sexualidad en
Roma y los primeros tiempos de la Cristiandad, véase Boswell 1990 y
Brooten 1996. Para un tratamiento actualizado de la sexualidad en la Edad
Media y el Renacimiento, véase Trumbach 1987, 1998; Bray 1982; Huussen
1987; Rey 1987. Para las expresiones cambiantes de la sexualidad en los
siglos XVIII y XIX, véase Park 1990; Jones y Stallybrass 1991; Trumbach
1991a, 1991b; Faderman 1982; Vicinus 1989. Para trabajos históricos
adicionales véase Boswell 1995; Bray 1982; Bullough y Brundage 1996;
Cadden 1993; Culianu 1991; Dubois y Gordon 1983; Gallagher y Laqueur
1987; Groñeman 1994; Jordanova 1980, 1989; Kinsman 1987; Laqueur 1992;
Mort 1987. Para la conexión de nuestras ideas sobre la salud y la enfermedad
con nuestras definiciones de sexo, género y moralidad véase Moscucci 1990;
Murray 1991; Padgug 1979; Payer 1993; Porter y Mikulás 1994; Porter y Hall
1995; Rosario 1997; Smart 1992; Trumbach 1987, 1989. <<

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[56] Katz 1976 y Faderman 1982. <<

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[57]
Halwani 1998 ofrece un ejemplo de la naturaleza continuada de este
debate. <<

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[58] A veces presentada como la cuna de la democracia moderna, Atenas
estaba en realidad gobernada por una reducida elite de ciudadanos varones. El
resto (esclavos, mujeres, extranjeros y niños) tenía un estatuto subordinado.
Esta estructura política proporcionaba el andamiaje para el sexo y el género.
Por ejemplo, no había prohibiciones específicas del sexo entre varones; lo que
importaba era qué clase de sexo se practicaba. Un ciudadano podía tener
contacto sexual con un joven o un esclavo siempre que llevara la parte activa
y el otro la pasiva. Esta clase de sexo no violaba la estructura política ni ponía
en cuestión la masculinidad del participante activo. Por otro lado, el sexo
insertivo entre ciudadanos del mismo rango «era virtualmente inconcebible»
(Halperin 1990, p. 31). El acto sexual era una declaración de la posición
social y política de cada cual. «El sexo entre superior e inferior era una
representación en miniatura de la polarización por la que se medía y definía la
distancia social entre ambos» (ibíd. p. 32). La postura también importaba.
Cuando se analiza la variedad de actos sexuales representados en las
decoraciones de las vasijas griegas, se ve que los ciudadanos siempre
penetraban a las mujeres o a los esclavos por detrás. (No, la postura del
misionero no es ni universal ni «natural»). Pero en las tan pregonadas
relaciones entre varones mayores y sus protegidos, el contacto sexual (sin
penetración) era cara a cara (Keller 1985). Weinrich (1987) distingue tres
formas de homosexualidad identificadas en diferentes culturas o épocas
históricas: homosexualidad de inversión, homosexualidad estructurada por
edades y homosexualidad de rol. Véase también Herdt 1990a, 1994a, 1994b.
<<

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[59]
Katz 1990, 1995. Otros autores (Kinsman 1987) señalan el uso del
término en textos del húngaro K. M. Benkert fechados en 1869. Algo se
respiraba en el aire. <<

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[60] Hansen 1989, 1992. Poco después se publicaron informes franceses,
italianos y norteamericanos. <<

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[61] Ellis 1913. Algunos historiadores puntualizan que la implicación de la

profesión médica en la definición de los tipos sexuales humanos es sólo una


parte de la historia. Pueden encontrarse tratamientos más matizados del tema
en Krafft-Ebing 1892; Chauncey 1985, 1994; Hansen 1989, 1992; D’Emilio
1983, 1993; D’Emilio y Freedman 1988; Minton 1996. Duggan escribe:
«Lejos de crear o producir nuevas identidades lesbianas, los sexólogos del
cambio de siglo extrajeron sus “casos” de testimonios de las propias mujeres
y de recortes de periódico, así como de la literatura francesa de ficción y
pornográfica, como bases “empíricas” de sus teorías» (Duggan 1993, p. 809).
<<

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[62] En épocas anteriores las sexualidades masculina y femenina se situaban a

lo largo de un continuo de caliente a frío (Laqueur 1990). <<

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[63] La invertida auténtica de este periodo se travestía y, cuando le era posible,

ejercía oficios apropiadamente masculinos. En 1928, Ellis describía así a la


lesbiana invertida: «Los movimientos bruscos y enérgicos, la postura de los
brazos, el habla directa… la rectitud y el sentido del honor masculinos… todo
ello sugiere la anormalidad física subyacente a un observador agudo… a
menudo hay un gusto pronunciado por fumar cigarrillos… pero también una
decidida tolerancia a los puros. También hay una antipatía y a veces
incapacidad para la costura y otras ocupaciones domésticas, y a menudo cierta
capacidad para el atletismo» (Ellis 1928, p. 250). Ningún libro expresó más
claramente esta idea que el de Hall (1928), cuya influencia afectó a las vidas
de miles de lesbianas hasta bien entrados los setenta. Véase también el
capítulo 8 de Silverman 1992. <<

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[64] Aunque la idea de la inversión influyó enormemente en los expertos
sexuales del cambio de siglo (los que luego se llamarían sexólogos), el
concepto era inestable y fue cambiando a medida que los roles sexuales
estrictos se debilitaron, y varones y mujeres comenzaron a coincidir con más
frecuencia en los mismos espacios públicos. Ellis y después Freud
comenzaron a separar los comportamientos y roles masculinos del deseo
homosexual. Así, la elección de objeto de deseo (o preferencia sexual, como
suele decirse hoy) adquirió importancia como categoría de clasificación
sexual. Para las mujeres se fue introduciendo más lentamente una división
similar, que quizá no emergió del todo hasta que la revolución feminista de
los setenta hizo añicos los roles sexuales rígidos. Para más información sobre
la historia de la sexología, véase Birken 1988; Irvine 1990a, 1990b; Bullough
1994; Robinson 1976; Milletti 1994.
Para una crónica fascinante de esta transformación desde el punto de vista de
las propias feministas véase Kennedy y Davis 1993. <<

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[65] Aunque el sexo entre hombres no les molestaba, los griegos reconocían la

existencia de molles, varones afeminados que anhelaban ser penetrados, y


tribades, mujeres que preferían el sexo con otras mujeres, aunque lo
practicaran también con hombres. Ambos grupos eran considerados
mentalmente perturbados. Pero la anormalidad no residía en el deseo
homosexual. Lo que preocupaba a los médicos griegos era la desviación de
género. Los molles, incomprensiblemente, deseaban someterse al poder
masculino adoptando el rol sexual pasivo, y las tribades, intolerablemente, se
apropiaban el rango político masculino al asumir el rol sexual activo. Unos y
otras diferían de la gente normal por querer demasiado de algo bueno. Se les
consideraba hipersexuados. (Así, los molles adquirían el deseó de ser
penetrados porque el rol activo no les proporcionaba suficiente alivio sexual).
David Halperin escribe: «Estos desviados desean placer sexual como la
mayoría de la gente, pero sus deseos son tan fuertes e intensos que les
impulsan a buscar medios inusuales e indecorosos… de satisfacerlos»
(Halperin 1990, p. 23). <<

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[66] El historiador Bert Hansen escribe: «Un sentido de identidad provisional

facilitó la interacción ulterior… que a su vez facilitó la formación de una


identidad homosexual en más individuos» (Hansen 1992, p. 109). <<

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[67] Ibíd. p. 125. Véase también Minton 1996. El historiador George
Chauncey ofrece un material impresionante de un amplio y bastante abierto y
aceptado mundo gay urbano durante el primer tercio del siglo XX. En
contraste con ese periodo, la cultura gay fue objeto de una gran represión
entre los años treinta y cincuenta (Chauncey 1994). Allan Bérubé (1990)
documenta la participación de homosexuales de ambos sexos en la segunda
guerra mundial, y sugiere que el movimiento gay moderno constituye uno de
los últimos legados de sus luchas en el servicio militar. Para una fascinante
historia oral del movimiento gay de la posguerra, véase Marcus 1992. Otros
ensayos sobre el periodo de posguerra pueden encontrarse en Escoffier et al.
1995. Para una discusión de los problemas historiográficos al escribir
historias de la sexualidad, véase Weeks 1981a, 1981b; Duggan 1990. <<

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[68] Su entrada en la lengua inglesa tuvo lugar en 1889, con la traducción al

inglés del Psychopathia Sexualis de Krafft-Ebing. <<

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[69] Katz 1990, p. 16. Hoy en día el concepto de heterosexual se nos antoja

inexorablemente natural, pero hasta finales de los años treinta no se consolidó


en tierras americanas. En 1901 los términos heterosexual y homosexual no
aparecían en el Oxford English Dktionary. Durante las primeras dos décadas
del siglo XX, novelistas, dramaturgos y educadores sexuales lucharon contra la
censura y la desaprobación pública para que el erotismo heterosexual tuviera
un espacio público. Pero el término heterosexual tuvo que esperar hasta 1939
para salir definitivamente del submundo médico y merecer ese honor de los
honores que es la publicación en el New York Times. De ahí a Broadway, en
el musical Pal Joey, pasaron otros diez años.
La letra completa de Pal Joey se cita en Katz 1990, p. 20; para una historia
más detallada del concepto moderno de heterosexualidad véase Katz 1995. En
1929, la educadora sexual Mary Ware Dennett fue acusada de enviar material
obsceno (un folleto de educación sexual para niños) por correo. Sus escritos
delictivos hablaban de los gozos de la pasión sexual (dentro de los confines
del amor y el matrimonio, por supuesto). La autora Margaret Jackson
argumenta que el desarrollo de la sexología menoscabó el feminismo de la
época «al declarar que los aspectos de la sexualidad masculina y la
heterosexualidad eran naturales, y construir sobre esa base un modelo
“científico” de la sexualidad» (Jackson 1987, p. 55). Para más información
sobre el feminismo, la sexología y la sexualidad en este periodo véase
Jeffreys 1985. <<

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[70] Nye 1998, p. 4. <<

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[71] Boswell 1990, pp. 22, 26. <<

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[72] Nye 1998, p. 4. <<

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[73] Como sugiere, por ejemplo, James Weinrich (1987). <<

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[74] No todos los antropólogos están de acuerdo sobre el número exacto de

patrones; algunos citan hasta seis. Como ocurre con muchas de las ideas
discutidas en este capítulo, el mundo académico todavía está procesando el
flujo de datos entrantes y proliferan los nuevos análisis de datos antiguos. <<

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[75] McIntosh 1968. <<

www.lectulandia.com - Página 455


[76] En los años pasados desde el ensayo de Mclntosh se han publicado otros

libros sobre el tema dignos de estudio. Véase, por ejemplo, Dynes y


Donaldson 1992a, 1992b y Murray 1992. <<

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[77] Para una revisión de los estudios interculturales de la sexualidad humana,

véase Davis y Whitten 1987; Weston 1993; Morris 1995. <<

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[78] Véase, por ejemplo, el recurso de Weinrich a la noción de universales

humanos para inferir la base biológica de los rasgos comportamentales


(Weinrich 1987). <<

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[79] Vanee 1991, p. 878. <<

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[80] Nótese que esta definición permite a Boswell ser un construccionista
social moderado sin dejar de creer que el deseo homosexual es innato,
transhistórico e intercultural. De hecho, la expresión construcción social no se
refiere a un cuerpo de pensamiento unificado. Su sentido ha cambiado con el
tiempo; los «construccionistas» más modernos suelen ser más sofisticados
que los primeros. Para una discusión detallada de las distintas versiones del
construccionismo y el esencialismo véase Halley 1994. <<

www.lectulandia.com - Página 460


[81] Vanee 1991, p. 878. Halperin ciertamente encaja en este construccionismo

más radical. <<

www.lectulandia.com - Página 461


[82] Herdt 1990a, p. 222. <<

www.lectulandia.com - Página 462


[83] Una lectura en profundidad del informe de Herdt de las sociedades
melanesias revela tres asunciones (occidentales) subyacentes: que la
homosexualidad es una práctica de por vida, que es una «identidad», y que
estas definiciones de homosexualidad pueden encontrarse en todo el mundo.
<<

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[84] Elliston 1995, pp. 849, 852. Los antropólogos mantienen discrepancias

similares en cuanto a las implicaciones de las prácticas amerindias agrupadas


por los expertos bajo la denominación de «bardaje» (una variedad de
costumbres que implican roles y comportamientos transgenéricos sancionados
por la comunidad). Algunos sostienen que la existencia del bardaje demuestra
que la asunción de roles y comportamientos del otro sexo es la expresión
universal de una sexualidad innata, pero otros piensan que ésta es una visión
simplista y ahistórica de unas prácticas que exhiben gran variación entre las
culturas amerindias y las épocas históricas. Carolyn Epple, por ejemplo, que
ha estudiado cómo definen los navajos al nádleehí (la denominación del
bardaje en el idioma navajo), ha señalado que las definiciones varían de un
caso a otro. Esta variación tiene sentido porque la visión del mundo de los
navajos «parece poner el énfasis en las definiciones situacionales más que en
las basadas en categorías fijas». Epple se cuida mucho de precisar expresiones
como «la visión del mundo de los navajos» indicando que se refiere a la que
comentan sus informadores. No hay una visión del mundo singular, porque
cambia con la región y el periodo histórico, y se entiende mejor como un
complejo de sistemas de creencias solapados, lo cual contrasta con la
asunción euro-norteamericana de que la homosexualidad es una clase natural
fija. (Para una discusión de las clases naturales, véase Dupré 1993; Koertge
1990; Hacking 1992, 1995). Además, señala Epple, los navajos no
necesariamente contemplan al nádleehí como una transgresión de género.
Para los navajos estudiados por ella, toda persona es masculina y femenina a
la vez, de manera que no describirían a un hombre con ademanes de mujer
como afeminado. «Puesto que masculinidad y feminidad están siempre
presentes», observa Epple, «la apreciación de lo “masculino” frente a lo
“femenino” reflejará por lo general la perspectiva del observador, y no un
valor absoluto» (Epple 1998, p. 32). Para críticas adicionales del concepto de
bardaje, véase Jacobs, Thomas et al. 1997. <<

www.lectulandia.com - Página 464


[85] Véase, por ejemplo, Goldberg 1973 y Wilson 1978. <<

www.lectulandia.com - Página 465


[86] Ortner 1996. <<

www.lectulandia.com - Página 466


[87] Aunque no fue idea suya, Kessler y McKenna hicieron un uso excelente

de este concepto en su análisis de los estudios interculturales de los sistemas


de género (Kessler y McKenna 1978). <<

www.lectulandia.com - Página 467


[88] Ortner 1996, p. 146. <<

www.lectulandia.com - Página 468


[89] Ortner escribe: «Las hegemonías son poderosas, y nuestra primera tarea es

comprender cómo funcionan. Pero las hegemonías no son eternas. Siempre


habrá (para bien o para mal) dominios de poder y autoridad que se sitúen
fuera de la hegemonía y puedan servir como imágenes y puntos de apoyo para
ordenamientos alternativos» (ibíd. p. 172). <<

www.lectulandia.com - Página 469


[90] Oyewumi 1998, p. 1053. Véase también Oyewumi 1997. <<

www.lectulandia.com - Página 470


[91] Oyewumi 1998, p. 1061. <<

www.lectulandia.com - Página 471


[92] Oyewumi 1997, p. XV. Oyewumi señala que las divisiones de género son

especialmente visibles en las instituciones estatales africanas, derivadas


originalmente de formaciones coloniales y, por ende, representativas de las
imposiciones transformadas del colonialismo, incluyendo los sistemas de
género de los colonizadores. <<

www.lectulandia.com - Página 472


[93] Stein 1998. Para un tratamiento completo de las ideas de Stein, véase

Stein 1999. <<

www.lectulandia.com - Página 473


[94] Otra
bióloga feminista, Lynda Birke, ha ido en esta misma dirección
(Birke 1999). <<

www.lectulandia.com - Página 474


[95] Halperin 1993, p. 416. <<

www.lectulandia.com - Página 475


[96] Plumwood 1993, p. 43. Plumwood también argumenta que los dualismos

«son resultado de una suerte de dependencia negada de un otro subordinado»


(ibíd. p. 41). Esta negación, combinada con una relación dominante-
subordinado, configuran la identidad de cada lado del dualismo. Bruno
Latour, en un marco diferente, expresa una idea parecida (que naturaleza y
cultura se han separado de manera artificial para crear la práctica científica
moderna). Véase Latour 1993. <<

www.lectulandia.com - Página 476


[97] Wilson 1998, p. 55. <<

www.lectulandia.com - Página 477


[98] En sus propias palabras, quiere «preguntar cómo y por qué la
“materialidad” se ha convertido en un signo de irreductibilidad, esto es, cómo
es que la materialidad del sexo se entiende sólo como portadora de
construcciones culturales y, por consiguiente, no puede ser una construcción»
(Butler 1993, p. 28). <<

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[99] Ibíd. p. 29. <<

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[100] Ibíd. p. 31. <<

www.lectulandia.com - Página 480


[101] Para otros ejemplos de significados sedimentados en la ciencia, véase

Schiebinger 1993a, sobre la elección de Linneo de las mamas como raíz del
término para designar la clase mamíferos, y Jordanova 1989, sobre la
descripción de Durkheim de las mujeres en su libro Suicide, publicado en
1897. <<

www.lectulandia.com - Página 481


[102] Butler 1993, p. 66. <<

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[103] Hausman 1995, p. 69. <<

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[104] Grosz 1994, p. 55. <<

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[105] Singh 1942; Gesell y Singh 1941; Candland 1993; Maison y Itard 1972.

<<

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[106]
«La imagen corporal no puede identificarse de manera simple e
inequívoca con la sensación proporcionada por un cuerpo puramente
anatómico. La imagen corporal es una función de la psicología y el contexto
sociohistórico del sujeto tanto como de su anatomía» (Grosz 1994, p. 79).
Véase también Bordo 1993. <<

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[107] La filósofa Iris Young considera un conjunto similar de problemas en su

libro y ensayo del mismo título (Young 1990). <<

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[108] La fenomenología es una disciplina que estudia el cuerpo como
participante activo en la creación del yo. Young escribe: «Merleau-Ponty
reorienta la tradición entera de esta indagación al localizar la subjetividad no
en la mente o la conciencia, sino en el cuerpo. Merleau-Ponty otorga al
cuerpo vivido la categoría ontològica que Sartre… atribuye a la conciencia
sola» (Young 1990, p. 147).
Grosz se apoya mucho en una relectura de Freud, del neurofisiólogo Paul
Schilder (Schilder 1950) y del fenomenólogo Maurice MerleauPonty
(Merleau-Ponty 1962). <<

www.lectulandia.com - Página 488


[109] Grosz 1994, p. 116. <<

www.lectulandia.com - Página 489


[110] Ibíd. p. 117. Los intelectuales a los que acude Grosz para comprender los

procesos de la inscripción externa y la formación del sujeto incluyen a Michel


Foucault, Friedrich Nietzsche, Alphonso Lingis, Gilles Deleuze y Felix
Guattari. <<

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[111] Para continuar con la discusión de las posiciones de Grosz, véase Grosz

1995; Young 1990; Williams y Bendelow 1998. <<

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[112] Sospecho que Grosz comprende esto, pero ha elegido el punto de partida

mal definido de un «impulso» (hambre, sed, etc.) porque tenía que comenzar
su análisis por alguna parte. De hecho, fue mentora de Elisabeth Wilson, cuya
obra proporciona parte de la base teórica necesaria para diseccionar la noción
de impulso misma. <<

www.lectulandia.com - Página 492


[113] Al discutir la teoría de sistemas ontogénicos he juntado muchas cosas.

He encontrado nuevas maneras de pensar en el desarrollo organísmico


(incluido el humano) entre pensadores de unas cuantas disciplinas diferentes.
No siempre se han leído entre sí, pero puedo discernir hilos comunes que los
conectan. A riesgo de ser injusta con alguno de ellos, los agruparé bajo la
rúbrica de teóricos de sistemas ontogénicos. El bagaje disciplinario del que
procede esta obra incluye: Filosofía: Dupré 1993; Hacking 1992, 1995;
Oyama 1985, 1989, 1992a, 1992b, 1993; Plumwood 1993. Biología: Ho et al.
1987; Ho y Fox 1988; Rose 1998; Habib et al. 1991; Gray 1992; Griffiths y
Gray 1994a, 1994b; Gray 1997; Goodwin y Saunders 1989; Held 1994;
Levins y Lewontin 1985; Lewontin et al. 1984; Lewontin 1992; Keller y
Ahouse 1997; Ingber 1998; Johnstone y Gottlieb 1990; Cohén y Stewart
1994. Teoría feminista: Butler 1993; Grosz 1994; Wilson 1998; Haraway
1997. Psicología y sociología: Fogel y Thelen 1987; Fogel et al. 1997; Lorber
1993, 1994; Thorne 1993; García-Coll et al. 1997; Johnston 1987; Hendriks-
Jansen 1996. Derecho: Halley 1994. Estudios de la ciencia: Taylor 1995,
1997, 1998a, 1998b; Barad 1996. <<

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[114] Muchos sociobiólogos y algunos genetistas contemplan los organismos

como el resultado de la suma de los genes y el entorno. Estudian la


variabilidad de los organismos y se preguntan qué proporción de la misma
puede atribuirse a los genes y qué proporción al entorno. Si las causas
genética y ambiental no dan cuenta de toda la varianza, puede añadirse al
sumatorio un tercer término definido como la interacción gen-entorno. A
veces estos científicos se autodenominan interaccionistas, porque aceptan la
intervención tanto de los genes como del entorno. Este enfoque ha sido
contestado en más de una ocasión, con el argumento de que dicho análisis de
la varianza retrata los genes y el entorno como entidades medibles por
separado. Algunos de estos críticos también se autodenominan
interaccionistas, porque consideran imposible separar lo genético de lo
adquirido. Yo prefiero la idea de sistema ontogénico porque evita esta
confusión terminológica, y porque la idea de sistema conlleva el concepto de
interdependencia mutua de sus partes. Para críticas de la partición de la
varianza véase Lewontin 1974; Roubertoux y Carlier 1978; Wahlsten 1990,
1994. <<

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[115] Oyama 1995, p. 9. Existe una edición revisada y ampliada del libro de

Oyama publicada en el año 2000 (Duke University Press). <<

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[116] Taylor 1998a, p. 24. <<

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[117] Para una referencia sobre este punto, véase Alberch 1989, p. 44. Otro

ejemplo: un embrión tiene que moverse en el útero para integrar el desarrollo


nervioso, muscular y esquelético. Los fetos de ánade real aún en el huevo
deben oír sus propias vocalizaciones para responder después a las maternales;
los de joyuyo, en cambio, deben oír las de sus hermanos para adquirir la
capacidad de reconocer a su madre (Gottlieb 1997). <<

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[118] Ho 1989, p. 34. Alberch hace una observación similar: «Es imposible

establecer si la forma determina la función o viceversa, porque ambas están


interconectadas al nivel del proceso generativo» (Alberch 1989, p. 44). <<

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[119] Los resultados de LeVay aún están por confirmar y, entretanto, han sido

objeto de intenso escrutinio (LeVay 1991). Véase Fausto-Sterling 1992a,


1992b; Byne y Parsons 1993; Byne 1995. En ausencia de confirmación no
veo otra cosa que la dificultad del estudio por la relativa escasez de material
procedente de autopsias de individuos con una historia sexual conocida. En
cualquier caso, una eventual confirmación de los resultados de LeVay no nos
ayudará a comprender demasiado sobre la adquisición o mantenimiento de la
homosexualidad a menos que enmarquemos la información en un sistema
ontogénico. Por sí solo, su hallazgo no permite decidir entre naturaleza o
crianza. <<

www.lectulandia.com - Página 499


[120]
Me horrorizó empezar a recibir mensajes y llamadas telefónicas de
organizaciones cristianas derechistas que interpretaron mi debate público con
LeVay como una muestra de homofobia compartida. <<

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[121] Bailey y Pillard 1991; Bailey et al. 1993; Hamer et al. 1993. <<

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[122] En un detallado y brillante análisis de los problemas planteados por las

dicotomías naturaleza/crianza, esencial/construido y biología/entorno, la


jurista Janet Halley aboga por la construcción de una plataforma común para
la lucha por la igualdad personal, política y social (Halley 1994). <<

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[123] Oyama 1985. <<

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[124] LeVay 1996. <<

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[125] Extraordinario, porque no es habitual que en una comunicación
estrictamente científica se discutan las implicaciones sociales potenciales del
propio trabajo (Hamer et al. 1993, p. 326). <<

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[126] A Wilson le interesa más la naturaleza filosófica de los ataques al trabajo

de Levay que las críticas de carácter técnico, cuya validez admite de buena
gana, como de hecho hace el propio LeVay (véase LeVay 1996). Para las
críticas técnicas véase Fausto-Sterling 1992a, 1992b; Byne y Parsons 1993.
<<

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[127] Wilson me incluye en la lista de feministas que tuvieron una respuesta

antibiológica refleja a LeVay. Aunque nunca he pensado en la sexualidad


humana en términos que descartan el cuerpo, sí admito que he sido reticente a
expresar muchos de estos pensamientos por escrito, porque estaba atenazada
por el dualismo esencialismo/antiesencialismo. La historia de la ideología
esencialista en la opresión de mujeres, homosexuales y afroamericanos ha
sido un enorme contrapeso en mi pensamiento. Sólo ahora que veo que la
teoría de sistemas ofrece una vía de escape a este dilema estoy más dispuesta
a discutir estas cuestiones en la página impresa. <<

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[128] Wilson 1998, p. 203. <<

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[129] Aquí hablaré de algunos de los conexionistas que aplican sus ideas a la

función cerebral o la modelan mediante simulaciones informáticas de redes


neuronales. <<

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[130] La psicóloga Esther Thelen escribe: «Ahora se piensa que la información

multimodal está a menudo ligada en múltiples sitios a lo largo de su


procesamiento, y que no hay una única área localizada en el cerebro donde
tiene lugar la composición perceptiva» (Thelen 1995, p. 89).
Los conexionistas postulan elementos de procesamiento llamados nodos o
unidades (que podrían ser, por ejemplo, neuronas). Los nodos tienen muchas
conexiones que les permiten recibir y enviar señales a otros nodos. Las
distintas conexiones tienen diferentes pesos o fuerzas. Unos nodos reciben
señales y otros las envían. Entre ambos tipos de nodos hay una o más capas
que transforman las señales a medida que se envían. Las transformaciones
obedecen reglas básicas. Un tipo es una transmisión 1:1 (es decir, lineal), otro
es un umbral (es decir, por encima de cierto nivel de señal de entrada se
activa una nueva respuesta). Las respuestas no lineales de los modelos de
redes neuronales son las que más se parecen al comportamiento humano real
y las que más han avivado la imaginación de los psicólogos cognitivos. <<

www.lectulandia.com - Página 510


[131] He hilvanado esta primaria exposición de un campo tan complejo a partir

de tres fuentes: Wilson 1998; Pinker 1997; Elman et al. 1996. <<

www.lectulandia.com - Página 511


[132] Recientemente se ha demostrado que éste es el caso de los estudios del

comportamiento de ratones. Tres grupos de investigadores en distintas partes


del continente norteamericano tomaron cepas de ratones genéticamente
idénticas e intentaron hacer que se comportaran de la misma manera. Para ello
estandarizaron los experimentos en todos los aspectos que se les ocurrieron
(misma hora del día, mismo aparato, mismo protocolo de examen, etc.), a
pesar de lo cual obtuvieron resultados marcadamente diferentes. Había claros
efectos externos específicos del laboratorio de turno sobre la conducta de
aquellos ratones, pero los experimentadores no fueron capaces de descifrar las
claves medioambientales importantes. Hay que ser cautos y llevar a cabo
ensayos múltiples en distintas localizaciones antes de concluir que un defecto
genético afecta a una conducta (Crabbe et al. 1999). <<

www.lectulandia.com - Página 512


[133] Cuando los investigadores piden a gemelos idénticos que resuelvan
puzzles, éstos obtienen resultados más similares que los pares de extraños.
Pero si se registra la actividad de los cerebros de los gemelos mediante
escáner, se observa que la función cerebral no es idéntica: «Los gemelos
idénticos con sus genes idénticos nunca tienen cerebros idénticos. No hay dos
medidas iguales». Este resultado es difícil de explicar con una descripción del
comportamiento que sugiere que los genes «programan» la conducta
(Sapolsky 1997, p. 42), pero no con una descripción en términos de sistemas
ontogénicos. <<

www.lectulandia.com - Página 513


[134] Elman et al. 1996, p. 359. Véase también Fischer 1990. <<

www.lectulandia.com - Página 514


[135] Joan Fujimura escribe: «Sólo porque algo sea construido no significa que

no sea real» (Fujimura 1997, p. 4). Haraway escribe: «Los cuerpos son
perfectamente “reales”. Nada sobre la corporeización es “pura ficción”. Pero
la corporeización es trópica e históricamente específica en cada capa de sus
tejidos» (Haraway 1997, p. 142). <<

www.lectulandia.com - Página 515


[136] Haraway contempla los objetos del estilo del cuerpo calloso como nodos

de los que parten «hebras pegajosas» que «conducen a todas las grietas y
recovecos del mundo» (véanse ejemplos concreros en los últimos capítulos de
este libro). Biólogos, médicos, psicólogos y sociólogos emplean todos un
«manojo de prácticas creadoras de conocimiento» que incluye «el comercio,
la cultura popular, las luchas sociales… historias corporales… narrativas
heredadas, relatos nuevos», la neurobiología, la genética y la teoría de la
evolución para construir creencias sobre la sexualidad humana (Haraway
1997, p. 179). Haraway se refiere al proceso de construcción como práctica
material-semiótica y a los objetos mismos como objetos materiales-
semióticos, y se vale de esta expresión compleja para sortear la división
real/construido. Los cuerpos humanos son reales (es decir, materiales), pero
sólo interacciones a través del lenguaje (el uso de signos, verbales o de otra
índole). De ahí el término semiótico. <<

www.lectulandia.com - Página 516


[137] Este es un buen ejemplo del argumento de Dupré de que no hay una

manera fija de dividir la naturaleza (Dupré 1993) y de la exhortación de


Latour a contemplar la ciencia en acción (Latour 1987). <<

www.lectulandia.com - Página 517


[138]
Por supuesto, los conexionistas no creen que las conductas y
motivaciones tengan una localización cerebral permanente, sino que
contemplan el comportamiento como el resultado de un proceso dinámico. <<

www.lectulandia.com - Página 518


[1] Citado en Epstein 1990. Epstein y Janet Golden encontraron la historia de

Suydam y la pusieron a disposición de otros estudiosos. <<

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[2]
Un investigador que trabajaba para The Sciences llamó al pueblo de
Suydam en Connecticut para verificar la historia. Por lo visto, el alcalde le
pidió que silenciara el apellido porque aún quedaban familiares vivos en la
zona y la historia todavía soliviantaba a algunos vecinos. <<

www.lectulandia.com - Página 520


[3] Halley 1991. <<

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[4] Kolata 1998a. <<

www.lectulandia.com - Página 522


[5] Debo esta expresión a Epstein 1990. <<

www.lectulandia.com - Página 523


[*]
Los miembros del actual movimiento intersexual rehúsan el término
hermafrodita. Yo lo emplearé cuando el contexto histórico lo requiera. Puesto
que la palabra intersexual es moderna, la omitiré cuando escriba sobre el
pasado. <<

www.lectulandia.com - Página 524


[6]
Young (1937) publicó una revisión completa y muy legible de los
hermafroditas desde la antigüedad hasta el presente. <<

www.lectulandia.com - Página 525


[7] Ibíd. <<

www.lectulandia.com - Página 526


[8] Las fuentes de esta discusión son Epstein 1990, 1991; Jones y Stallybrass

1991; Cadden 1993;Park 1990. <<

www.lectulandia.com - Página 527


[9] Esta exposición de la determinación del sexo y los significados de género

en la Edad Media procede de Cadden 1993. <<

www.lectulandia.com - Página 528


[10] Una variación de esta idea es un útero con cinco cámaras, con la
intermedia como generadora de hermafroditas. <<

www.lectulandia.com - Página 529


[11] Cadden 1993, p. 213. <<

www.lectulandia.com - Página 530


[12] Ibid. p. 214. <<

www.lectulandia.com - Página 531


[13] Jones y Stallybrass 1991. <<

www.lectulandia.com - Página 532


[14] Ibíd.; Daston y Park 1985. <<

www.lectulandia.com - Página 533


[15] Matthews 1959, pp. 247-248. Estoy en deuda con mi colega Pepe Amor y

Vasquez por llamarme la atención sobre este incidente. <<

www.lectulandia.com - Página 534


[16] Citado en Jones y Stallybrass 1991, p. 105. <<

www.lectulandia.com - Página 535


[17] Ibíd. p. 90. <<

www.lectulandia.com - Página 536


[18] Varios historiadores han señalado que la inquietud por la homosexualidad

intensificó la demanda de una reglamentación social de los hermafroditas. De


hecho, la homosexualidad misma se presentó a veces como una forma de
hermafroditismo. Aunque relativamente rara, la intersexualidad encajaba (y
encaja) en una categoría más amplia de variación sexual que preocupaba a
médicos, religiosos y autoridades jurídicas. Véanse discusiones en Epstein
1990; Park 1990; Epstein 1991; Dreger 1998a, 1998b. <<

www.lectulandia.com - Página 537


[19] Coleman 1971;Nyhart 1995. <<

www.lectulandia.com - Página 538


[20] Foucault 1970; Porter 1986; Poovey 1995. Para más sobre los orígenes

sociales de la estadística, veáse el capítulo 5 de este libro. <<

www.lectulandia.com - Página 539


[21] Daston 1992. <<

www.lectulandia.com - Página 540


[22] Citado en Dreger 1988b, p. 33. <<

www.lectulandia.com - Página 541


[23] Para los tratamientos clásicos de los «nacimientos monstruosos» véase

Daston y Parks 1998; para una evaluación moderna de Saint-Hilaire véase


Morrin 1996. <<

www.lectulandia.com - Página 542


[24] Estos comentarios se inspiran en Thomson 1996 y Dreger 1998b. Para una

discusión de la manera en que la moderna tecnología reproductiva y genética


nos ha empujado aún más en la dirección de la eliminación de los cuerpos
fenomenales véase Hubbard 1990. <<

www.lectulandia.com - Página 543


[25] Para una discusión de la función social de la clasificación y de la manera

en que la ideología social produce sistemas de clasificación particulares véase


Schiebinger 1993b; Dreger 1998b. <<

www.lectulandia.com - Página 544


[26] Dreger 1988b. <<

www.lectulandia.com - Página 545


[27] Ibíd. p. 143. <<

www.lectulandia.com - Página 546


[28] Dreger 1988b, p. 146. <<

www.lectulandia.com - Página 547


[29] El microscopio no era nuevo, aunque experimentó un mejoramiento
continuado a lo largo del siglo XIX. Igual de importante fue el
perfeccionamiento de las técnicas de corte de tejidos en capas muy finas y su
tinción para hacerlos distinguibles para el observador (Nyhart 1995). <<

www.lectulandia.com - Página 548


[30] Dreger 1988b, p. 150. <<

www.lectulandia.com - Página 549


[31]
Para evaluaciones actuales basadas en este sistema «moderno» véase
Blackless et al. 2000. <<

www.lectulandia.com - Página 550


[32]
Russett (1989) ofrece ejemplos bien documentados de los usos de la
ciencia de la diferencia física. <<

www.lectulandia.com - Página 551


[33] Sterling 1991. <<

www.lectulandia.com - Página 552


[34] Newman 1985. <<

www.lectulandia.com - Página 553


[35] Clarke 1873; Howe 1874; para la centenaria lucha de las mujeres por

acceder a la profesión científica véase Rossiter 1982, 1995. <<

www.lectulandia.com - Página 554


[36] La historiadora Dreger basó su libro en más de trescientos casos de la

literatura médica británica y francesa. <<

www.lectulandia.com - Página 555


[37] Citado en Dreger 1998b, p. 161. <<

www.lectulandia.com - Página 556


[38] Newsom 1994. <<

www.lectulandia.com - Página 557


[39] El hombre padecía hipospadias, una malformación consistente en que la

uretra no se abre por la punta del pene. Los varones con hipospadias tienen
dificultades para orinar. <<

www.lectulandia.com - Página 558


[40] Citado en Hausman 1995, p. 80. <<

www.lectulandia.com - Página 559


[41] Los hermafroditas practicantes difieren de los bisexuales. Estos últimos

tienen cuerpos completamente masculinos o femeninos, aunque no son


completamente heterosexuales. Un hermafrodita practicante, en el sentido de
Young, es una persona que emplea sus partes masculinas para ejercer el rol
masculino en la relación sexual con una mujer y sus partes femeninas para
ejercer el rol femenino en la relación sexual con un varón. <<

www.lectulandia.com - Página 560


[42] Young 1937, pp. 140, 142. <<

www.lectulandia.com - Página 561


[43] Ibíd. p. 139. <<

www.lectulandia.com - Página 562


[44] Dicks y Childers 1934, pp. 508, 510. <<

www.lectulandia.com - Página 563


[45] Las últimas publicaciones médicas especulan sobre el empleo futuro de la

terapia genética in utero. En teoría, tales tratamientos podríart prevenir


muchas de las formas de intersexualidad más comunes; véase Donahoe et al.
1991. <<

www.lectulandia.com - Página 564


[46] Pueden encontrarse evidencias de esta falta de autorreflexión por parte de

la comunidad médica en Kessler 1990. <<

www.lectulandia.com - Página 565


[1] Una cinta didáctica para estudiantes de cirugía producida por el colegio de

cirujanos norteamericanos comienza con esta frase del cirujano Richard


S. Hurwitz: «El descubrimiento de genitales ambiguos en el recién nacido es
una emergencia médica y social». Las citas que siguen son típicas de los
artículos médicos sobre intersexualidad: «El sexo ambiguo en el recién nacido
es una emergencia médica» (New y Levine 1981, p. 61); «Aunque ahora se
acepta que la ambigüedad genital es una emergencia médica, no era así hace
una década» (Lobe et al. 1987, p. 651); «La reasignación de género es una
emergencia quirúrgica neonatal» (Pintér y Kosztolányi 1990, p. 111); «El
niño con genitales ambiguos es una emergencia quirúrgica neonatal» (Canty
1977, p. 272). La meta de un cirujano es completar la reasignación de género
en veinticuatro horas y «dar de alta al bebé como niño o niña» (Lee 1994, p.
30). Rink y Adams (1998) escriben: «Uno de los problemas más devastadores
con el que pueden encontrarse los nuevos padres es que su hijo tenga
genitales ambiguos. Se trata de una auténtica emergencia que requiere la
colaboración en equipo del neonatòlogo, el endocrinòlogo, el genetista y el
urólogo pediátrico» (p. 212). Véase también Adkins 1999. <<

www.lectulandia.com - Página 566


[2] Un médico escribe que «después del malparto, la anomalía genital es el

problema más serio, porque amenaza la contextura entera de la personalidad y


la vida de la persona». Por lo visto, cosas como el retardo mental, la
discapacidad física severa y las enfermedades que ponen en peligro la vida
palidecen ante un bebé con genitales mixtos (Hutson 1992, p. 239). El colegio
de cirujanos norteamericanos viene a decir que las consecuencias de que una
niña nazca con un clítoris anormalmente grande son lo bastante alarmantes
para justificar la cirugía, y para asumir el riesgo de la anestesia. Richard
Hurwitz señala que la mayoría de remodelaciones genitales se practica
después de los seis meses para minimizar el riesgo de la anestesia, pero que
«si el clítoris es muy grande, puede ser necesario ocuparse de él antes por
razones sociales» (ACS-1613: «Surgical reconstruction of ambiguous
genitalia in female children», 1994). <<

www.lectulandia.com - Página 567


[3] Ellis 1945; énfasis en el original. <<

www.lectulandia.com - Página 568


[4] Money 1952, p. 8. Véase también Money y Hampson 1955; Money et al.

1955a; Money 1955; Money et al. 1955b; Money et al. 1956; Money 1956;
Money et al. 1957; Hampson y Money 1955; Hampson 1955; Hampson y
Hampson 1961. <<

www.lectulandia.com - Página 569


[5] Money et al. 1955a, p. 308. <<

www.lectulandia.com - Página 570


[6] Más recientemente, en el prólogo de Money 1994, Louis Gooren, doctor en

medicina, escribía que «la normalidad en el sexo es una demanda básica


humana. Él los creó varón y mujer» (p. ix). <<

www.lectulandia.com - Página 571


[7] Kessler señala las siguientes asunciones no discutidas en la obra de
Money: (1) los genitales son naturalmente dimórficos, y las categorías
genitales no son construcciones sociales; (2) los genitales no dimórficos
pueden y deben remodelarse quirúrgicamente; (3) el género es necesariamente
dicotòmico porque los genitales son naturalmente dimórficos; (4) los genitales
dimórficos son los marcadores esenciales de la dicotomía de género, y (5)
médicos y psicólogos están legítimamente autorizados para definir las
relaciones entre género y genitales (Kessler 1998, p. 7). En este libro tan
detallado como accesible, Kessler disecciona cada una de estas asunciones no
reconocidas. <<

www.lectulandia.com - Página 572


[8] Dewhurst y Gordon 1963, p. 1. <<

www.lectulandia.com - Página 573


[9] Esto parece una convención del género médico: al lector se le muestran las

fotos más íntimas, que se considerarían pornográficas si aparecieran en la


revista Hustler en vez de un libro de medicina. De hecho, al consultar textos
de medicina durante la preparación de este libro me he encontrado a menudo
con que las fotografías de intersexuales y/o sus genitales habían sido
recortadas por algún lector previo. Curiosamente, siempre se nos muestra el
«antes», para ilustrar la ambigüedad sexual, pero pocas veces el «después»,
con lo que el lector puede juzgar el «capricho» de la naturaleza, pero no la
pericia del cirujano. La foto de un bebé completo reproducida en la figura 3-1
es una imagen poco habitual. <<

www.lectulandia.com - Página 574


[10] Dewhurst y Gordon 1963, p. 3. Al lector no se le dice nada de lo que hizo

esta «mujer» en los treinta años pasados desde su «adaptación limitada» hasta
su última crisis. No sabemos si se casó o no, ni cómo se ganaba la vida. <<

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[11] Esta exposición se basa en mis lecturas de historias de casos, manuales

médicos, entrevistas y artículos de revista. <<

www.lectulandia.com - Página 576


[12] Por supuesto, el orgasmo es una experiencia del cuerpo entero, no
restringida al pene o el clítoris, pero la mayoría de sexólogos modernos acepta
que el falo es el punto de origen de esta respuesta fisiológica placentera. <<

www.lectulandia.com - Página 577


[13] Baker 1981, p. 262. De acuerdo con Baker, los primeros tres minutos de la

interacción médico-progenitor son cruciales. <<

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[14] Para una documentación completa y una exposición mucho más detallada

del guión estándar que ofrecen los médicos a los padres de niños intersexuales
véase Kessler 1998. <<

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[15] Creo que debería prescindirse de la distinción entre hermafroditas
auténticos y seudohermafroditas, y que el término intersexualidad debería
sustituirse por otro. Los autores de un texto médico actual que revisa los
desórdenes del desarrollo sexual los agrupan en cuatro categorías principales:
desórdenes de la diferenciación gonadal, seudohermafroditismo femenino,
seudohermafroditismo masculino y otros. El hermafroditismo auténtico pasa a
ser una subcategoría dentro de los desórdenes de la diferenciación gonadal
(Conte y Grumbach 1989, p. 1814; tabla reimpresa con permiso).
I. Desórdenes de la diferenciación gonadal
A. Disgénesis de los túbulos seminíferos y sus variantes (síndrome de
Klinefelter)
B. Síndrome de disgénesis gonadal y sus variantes (síndrome de Turner)
C. Disgénesis gonadal XX y XY hereditaria o esporádica y sus variantes
D. Hermafroditismo auténtico
II. Seudohermafroditismo femenino
A. Hiperplasia adrenocortical congènita virilizante
B. Andrógenos y progestinas sintéticas transferidas por el torrente circulatorio
materno
C. Malformaciones del tracto intestinal y urinario (forma no adrenal del
seudohermafroditismo femenino).
D. Otros factores teratológicos
III. Seudohermafroditismo masculino
A. Ausencia de respuesta testicular a la hCG y la LH (agénesis o hypoplasia
de las células de Leydig)
B. Errores congénitos de la biosíntesis de testosterona
1. Errores que afectan a la síntesis de corticosteroides y testosterona
(variantes de la hiperplasia adrenocortical congénita)
a. Deficiencia de la escisión lateral del colesterol (hiperplasia adrenocortical
congenita lipoide)

www.lectulandia.com - Página 580


b. Deficiencia de la 3-β-hidroxiesteroide-deshidrogenasa
c. Deficiencia de la 17-α-hidroxilasa
2. Errores que afectan primariamente a la biosíntesis de la testosterona a.
Deficiencia de la 17,20-liasa
b. Deficiencia de la 17-α-hidroxiesteroide-oxidorreductasa
C. Defectos en tejidos diana andrógenodependientes
1. Resistencia a las hormonas androgénicas (defectos de los receptores de
andrógenos)
a. Síndrome de resistencia completa y sus variantes (feminización testicular)
b. Síndrome de resistencia parcial (síndrome de Reifenstein)
c. Resistencia a los andrógenos en varones infértiles
2. Errores congénitos del metabolismo de la testosterona en tejidos periféricos
a. Deficiencia de la 5-α-reductasa (seudohermafroditismo masculino con
virilización normal en la pubertad; hipospadias perineal hereditaria con
desarrollo ambiguo del seno urogenital y pubertad masculina)
D. Seudohermafroditismo masculino disgenético
1. Variantes X cromatin-negativas del síndrome de disgénesis gonadal
(XO/XY, XYp- y otras)
2. Forma incompleta de la disgénesis gonadal XY hereditaria
3. Variante asociada a degeneración renal
4. Síndrome de testículos ausentes (regresión testicular embrionaria)
E. Defectos en la respuesta, síntesis o secreción del factor inhibidor del canal
mulleriano:
Conductos genitales femeninos en varones por lo demás normales (uteri
herniae inguinale; síndrome mulleriano persistente)
F. Ingestión maternal de progestinas
IV. Formas no clasificadas de desarrollo sexual anormal
A. En varones
1. Hipospadias

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2. Genitales externos ambiguos en varones XY con múltiples anomalías
congénitas
B. En mujeres
1. Ausencia o desarrollo anómalo de la vagina, el útero y las trompas de
Falopio (síndrome de Rokitansky). <<

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[16] Money 1968. <<

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[17] La información aquí presentada procede de las siguientes fuentes: Gross y

Meeker 1955; Jones y Wilkins 1961; Overzier 1963; Guinet y Decourt 1969.
<<

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[18] Federman 1967, p. 61. <<

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[19] Cada una de las tres categorías de intersexualidad puede subdividirse a su

vez. Los investigadores médicos Paul Guinet y Jacques Decourt clasificaron


98 casos bien descritos de hermafroditas auténticos en cuatro tipos
principales. El primer grupo (un 16 por ciento de los casos) exhibía «una
diferenciación femenina muy avanzada» (Guinet y Decourt 1969, p. 588).
Tenían una abertura vaginal separada de la uretral y una vulva hendida con
labios mayores y menores. En la pubertad desarrollaban mamas y las más de
las veces menstruaban. Su clítoris agrandado y sexualmente despierto, que en
la pubertad amenazaba a veces con convertirse en un pene, solía impeler a los
miembros de este grupo a buscar atención médica. De hecho, tan tarde como
en los años sesenta, algunos intersexos criados como niñas llamaban la
atención de los médicos porque se masturbaban a menudo, una actividad
considerada impropia del sexo femenino. Los miembros del segundo grupo
(un 15 por ciento) también tenían mamas, menstruaciones y un porte
femenino, pero sus labios vaginales estaban fusionados en un escroto parcial.
Su falo (una estructura fetal que se diferencia en un clítoris o un pene) medía
entre 4 y 7 cm, pero orinaban por una uretra situada dentro de la vagina o en
su contorno. Más frecuente (el 55 por ciento de los casos) es que los
hermafroditas auténticos tengan un porte más masculino. La uretra discurre
por el interior del falo o se abre por su base, lo que se parece más a un pene
que a un clítoris. Si hay sangre menstrual, es eliminada junto con la orina (un
fenómeno conocido como hematuria). La vagina (sin labios) se abre por
encima de un escroto de aspecto normal, y a menudo es demasiado corta para
permitir la cópula heterosexual. A pesar del aspecto relativamente masculino
de los genitales, se desarrollan mamas en la pubertad. Lo mismo vale para el
último grupo (el 13 por ciento), cuyo falo y escroto son completamente
normales y sólo tienen una vagina vestigial.
Internamente, la práctica totalidad de los hermafroditas auténticos posee un
útero y al menos un oviducto en combinaciones diversas con conductos
espermáticos. Los datos sobre composición cromosómica no son del todo
fiables, pero parece que la mayoría de hermafroditas auténticos posee dos
cromosomas X. Muy raramente son XY, y ocasionalmente son un mosaico de
tejidos XX y XY (u otros agrupamientos raros de cromosomas X e Y)
(Federman 1967). Estos datos son dudosos porque, con muestras de tejido
limitadas, es virtualmente imposible eliminar la posibilidad de mosaicos

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genéticos. La investigación más actual en este terreno adopta un enfoque
molecular, que puede demostrar la presencia o ausencia de genes particulares
no visibles al microscopio. Aun así, el problema del muestreo persiste. Véase,
por ejemplo, Fechner et al. 1994; Kuhnle et al. 1994. <<

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[a] Aaronson et al. 1997. <<

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[b] Por supuesto, la historia es más complicada. Para algunos estudios
recientes véase Jacobs, Dalton et al. 1997, Boman et al. 1998. <<

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[c]
Hay muchas variaciones cromosómicas clasificadas como síndrome de
Klinefelter (Conte y Grumbach 1989). <<

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[20] Blackless et al. 2000; véase la lista en la nota 15. <<

www.lectulandia.com - Página 591


[21] Las numerosas razones técnicas de esto pueden consultarse en Blackless

et al. 2000. <<

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[22] Como ocurre con cualquier rasgo genético, distintas poblaciones tienen

distintas frecuencias génicas. Así, la frecuencia de albinos citada vale para


Estados Unidos, pero no necesariamente para otras partes del mundo donde el
gen del albinismo es menos raro. En las poblaciones caucásicas, la estimación
de nacimientos intersexuales que «requieren» cirugía se acerca a la frecuencia
de la fibrosis quística (1 de cada 2500). <<

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[23] New et al. 1989, pp. 1888, 1896; Blackless et al. 1999. <<

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[24] Estos embriones quiméricos, como se les llama, suelen ser creados a
propósito por estudiosos del desarrollo en modelos animales como el ratón.
En este caso, por supuesto, la quimera fue un accidente. Pero, dado el
incremento de fecundaciones in vitro, es de esperar que tales casos se repitan
(Strain et al. 1998). <<

www.lectulandia.com - Página 595


[25]
Sobre estrógenos medioambientales, véase Cheek y McLachlan 1998;
Clark et al. 1998; Dolk et al. 1998; Golden et al. 1998; Landngan et al. 1998;
Olsen et al. 1998; Santti et al. 1998; Skakkebaek et al. 1998; Tyler eral. 1998.
<<

www.lectulandia.com - Página 596


[26] El interés creciente de los académicos en la idea del cyborg (en parte

humano, en parte máquina) es indicativo de tales cambios. Las personas


llevan marcapasos, corazones artificiales, implantes estrogénicos, implantes
de silicona y demás. Véase Haraway 1991; Downey y Dumit 1997. <<

www.lectulandia.com - Página 597


[27] El conocimiento sobre los cromosomas o los genitales de un bebé a veces

inicia un proceso de definición de género bastante antes del nacimiento. Rapp


insiste en atender a la diversidad de voces femeninas en vez de asumir que
siempre seremos las víctimas pasivas de las nuevas técnicas reproductivas
(Rapp 1997). <<

www.lectulandia.com - Página 598


[28] Butler 1993, p. 2. <<

www.lectulandia.com - Página 599


[29] Speiser et al. 1992; Laue y Rennert 1995; Wilson et al. 1995; Wedell

1998; Kalaitzoglou y New 1993. <<

www.lectulandia.com - Página 600


[30] Laue y Rennert 1995, p. 131; New 1998. <<

www.lectulandia.com - Página 601


[31] El método más antiguo consiste en examinar una muestra de tejido del

corion, una de las membranas protectoras que envuelven al feto. <<

www.lectulandia.com - Página 602


[32] Laue y Rennert 1995, p. 131. <<

www.lectulandia.com - Página 603


[33] Inesperadamente, y por razones aún no comprendidas, algunos niños XY

con hiperplasia adrenocortical congénita tienen genitales parcialmente


feminizados (Pang 1994). <<

www.lectulandia.com - Página 604


[34] Los diagramas de flujo del protocolo terapéutico pueden verse en Karaviti

et al. 1992; Mercado et al. 1995; New 1998. <<

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[35] Todavía hay bastante incertidumbre al respecto. Se ha reportado el
nacimiento de un niño con genitales femeninos aunque el tratamiento con
dexametasona no se inició hasta las dieciséis semanas de desarrollo (Quercia
et al. 1998). <<

www.lectulandia.com - Página 606


[36] Mercado et al. 1995. <<

www.lectulandia.com - Página 607


[37] Lajicl et al. 1998. <<

www.lectulandia.com - Página 608


[38] Las pruebas son o bien una muestra del corion o bien la más conocida

amniocentesis. <<

www.lectulandia.com - Página 609


[39] Pang 1994, pp. 165-166. <<

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[40] Trautman et al. 1995. <<

www.lectulandia.com - Página 611


[41] Seckl y Miller 1997, p. 1077. Estos autores también escriben: «El
problema ético de someter sin necesidad a 7 de 8 fetos con riesgo de
hiperplasia adrenocortical a una terapia experimental cuyas consecuencias a
largo plazo se desconocen no está resuelto, y ni la seguridad ni las secuelas a
largo plazo están establecidas. Por lo tanto, este tratamiento prenatal sigue
siendo una terapia experimental» (p. 1078). <<

www.lectulandia.com - Página 612


[42] Mercado et al. 1995. <<

www.lectulandia.com - Página 613


[43] Trautman et al. 1996. <<

www.lectulandia.com - Página 614


[44] Véase, por ejemplo, Speiser y New 1994a, 1994b. <<

www.lectulandia.com - Página 615


[45] Donahoe et al. 1991. <<

www.lectulandia.com - Página 616


[46] Ibíd. p. 527. <<

www.lectulandia.com - Página 617


[47] Lee 1994, p. 58. <<

www.lectulandia.com - Página 618


[48] Flatau et al. 1975. Recientemente se han publicado estándares de tamaño

del pene en niños prematuros. ¿Significa esto que comenzaremos a ver cirugía
genital en niños prematuros? Véase Tuladhar et al. 1998. Se trata de que un
micropene no relacionado con el estadio de desarrollo prematuro se reconozca
lo bastante pronto para no demorar el tratamiento de reasignación de sexo. <<

www.lectulandia.com - Página 619


[49] Donahoe et al. 1991. <<

www.lectulandia.com - Página 620


[50] He tomado prestada esta frase de Leonore Tiefer, quien ha escrito de

manera persuasiva sobre la normalización de las expectativas sobre ciertos


tipos de función sexual. El incremento de la demanda de Viagra sugiere que
la idealización de la función peneana no refleja la norma de la vida diaria
(Tiefer 1994a, 1994b). <<

www.lectulandia.com - Página 621


[51] Estos autores señalan que el suyo es el primer estudio de la distribución

normal de la abertura uretral y debería servir de base para decidir sobre la


corrección quirúrgica del hipospadias (Fichtner et al. 1995). <<

www.lectulandia.com - Página 622


[52] La aserción procede de la cinta didáctica ACS-1613: «Surgical
reconstruction of ambiguous genitalia in female children» (1994). <<

www.lectulandia.com - Página 623


[53] Newman et al. (1992a) escriben que lo importante «es la presencia de un

falo de tamaño suficiente para funcionar como conducto urinario masculino,


para tener una apariencia satisfactoria en la comparación con los iguales y
para una función sexual satisfactoria» (p. 646); véase también Kupfer et al.
1992, p. 328. <<

www.lectulandia.com - Página 624


[54] Donahoe y Lee 1988, p. 233. <<

www.lectulandia.com - Página 625


[55]
La obsesión por el tamaño del pene no es universal. Los griegos
encontraban más viriles y atractivos los penes pequeños. <<

www.lectulandia.com - Página 626


[56] Kessler 1998. <<

www.lectulandia.com - Página 627


[57] ¿Sripathi et al. 1997, pp. 786-787. A propósito de este ejemplo, Frank

escribe: «Tiene que aceptarse que las actitudes hacia el sexo de crianza y, en
particular, hacia las genitoplastias feminizantes en pacientes con hiperplasia
adrenocortical congènita diagnosticada tardíamente, serán en Oriente Medio
muy diferentes de las europeas» (Frank 1997, p. 789). Véase también Ozbey
1998; Abdullah et al. 1991. <<

www.lectulandia.com - Página 628


[58] Kessler 1990, pp. 18-19. <<

www.lectulandia.com - Página 629


[59] Hendricks 1993, p. 15. Para más sobre las actitudes de algunos cirujanos

véase Miller 1993. <<

www.lectulandia.com - Página 630


[60]
Véanse, por ejemplo, las discusiones sobre el tamaño del clítoris en
Kumar et al. 1974. <<

www.lectulandia.com - Página 631


[61] Riley y Rosenbloom 1980. <<

www.lectulandia.com - Página 632


[62] Oberfield et al. 1989; véase también Sane y Pescovitz 1992. <<

www.lectulandia.com - Página 633


[63] Lee 1994, p. 59. <<

www.lectulandia.com - Página 634


[64] Los médicos se refieren a tales casos como «clitoromegalia idiopàtica»

(esto es, clítoris agrandado por causas desconocidas). <<

www.lectulandia.com - Página 635


[65] Gross et al. 1966. <<

www.lectulandia.com - Página 636


[a] Puede incluir datos reportados previamente. <<

www.lectulandia.com - Página 637


[66] Fausto-Sterling 1993c. <<

www.lectulandia.com - Página 638


[67] Véase la discusión de Milton T. Edgerton en Sagehashi 1993, p. 956;

Masters y Johnson 1966. En una entrevista telefónica que mantuve con él en


1994, el doctor Judson Randolf me dijo que concibió la operación menos
drástica de recesión del clítoris después de que una de sus enfermeras de
quirófano cuestionara la necesidad de una clirorectomía completa. <<

www.lectulandia.com - Página 639


[68] Randolf y Hung 1970, p. 230. <<

www.lectulandia.com - Página 640


[69] Smith 1997. <<

www.lectulandia.com - Página 641


[70] Steckeret al. 1981, p. 539. <<

www.lectulandia.com - Página 642


[71] He aquí una selección de las publicaciones más recientes sobre
hipospadias: Abu-Arafeh et al. 1998; Andrews et al. 1998; Asopa 1998;
Caldamone et al. 1998; de Grazia et al. 1998; Devesa et al. 1998; Dolk 1998;
Dolk et al. 1998; Duel et al. 1998; Fichtner et al. 1998; Figueroa y Fitzpatrick
1998; Gittes et al. 1998; Hayashi, Maruyama et al. 1998; Hayashi, Mogami et
al. 1998; Hoebeke et al. 1997; Johnson y Coleman 1998; Kojima et al. 1998;
Kropfl et al. 1998; Lindgren et al. 1998; Njinou et al. 1998; Nonomura et al.
1998; Perovic 1998; Perovic y Djordjevic 1998; Perovic, Djordjevic et al.
1998; Perovic, Vukadinovic et al. 1998; Piro et al. 1998; Retik y Borer 1998;
Rosenbloom 1998; Rushton y Belman 1998; Snodgrass et al. 1998; Titley y
Bracka 1998; Tuladhar et al. 1998; Vandersteen y Husmann 1998; Yavuzer et
al. 1998. Una búsqueda en Medline con la palabra clave «hipospadias» me
proporcionó más de dos mil publicaciones sobre el tema. Para una defensa
razonada de la cirugía del hipospadias véase Glassberg 1999. <<

www.lectulandia.com - Página 643


[72] Véase, por ejemplo, Duckett y Snyder 1992; Gearhart y Borland 1992;

Koyanagi et al. 1994; Andrews et al. 1998; Duel et al. 1998; Hayashi,
Mogami et al. 1998; Retik y Boter 1998; Vandersteen y Husmann 1998; Issa
y Gearhart 1989; Jayanthi et al. 1994; Teague et al. 1994; Ehrlich y Alter
1996. <<

www.lectulandia.com - Página 644


[73] Duckett 1996, p. 134. <<

www.lectulandia.com - Página 645


[74] Hampson y Hampson escriben: «La apariencia corporal tiene una
importante influencia indirecta sobre el desarrollo psicológico, incluyendo lo
que llamamos rol de género u orientación psicosexual» (Hampson y Hampson
1961, p. 1415). <<

www.lectulandia.com - Página 646


[75] Ibíd. p. 1417. <<

www.lectulandia.com - Página 647


[76] Pens 1960, p. 165. <<

www.lectulandia.com - Página 648


[77] Slijper et al. 1994, pp. 10-11. <<

www.lectulandia.com - Página 649


[78] Ibíd. p. 14. <<

www.lectulandia.com - Página 650


[79] Lee et al. 1980, pp. 161-162. <<

www.lectulandia.com - Página 651


[80] Forest 1981, p. 149. <<

www.lectulandia.com - Página 652


[81]
Para un argumento en contra de la gonadectomía temprana véase
Diamond y Sigmundson 1997a. <<

www.lectulandia.com - Página 653


[82] Kessler 1990, p. 23. <<

www.lectulandia.com - Página 654


[83] Y continuaban: «El sexo de asignación y crianza es, de manera
sistemática y conspicua, un pronosticador más fiable de la orientación y el rol
sexuales de un hermafrodita que el sexo cromosómico, el sexo gonadal, el
sexo hormonal, la morfología reproductiva interna accesoria o la morfología
ambigua de los genitales externos» (Money et al. 1957, pp. 333-334). <<

www.lectulandia.com - Página 655


[84] Esto no concuerda con las declaraciones de la madre treinta años después,

en las que confirmaba el recuerdo de John de intentar rasgar sus vestidos de


niña. La memoria e interpretación de terceros a menudo plantea problemas a
la hora de evaluar la utilidad de la información derivada del estudio de casos.
<<

www.lectulandia.com - Página 656


[85] Money y Ehrhardt 1972, pp. 144-145, 152. Money declaró que quería

desarraigar la «tiranía de las gónadas» del siglo XIX y principios del XX


(Dreger 1998b), que a su juicio conducía a menudo a una asignación de sexo
psicológicamente injustificada. Pero lo cierto es que esta retórica no respondía
a la realidad, ya que médicos como W. H. Young, cuya obra tuvo que ser
conocida por Money, hacía tiempo que habían dejado de basarse sólo en las
gónadas para asignar el sexo. Puede que Money simplemente quisiera hacer
llegar su trabajo a una audiencia más amplia y todavía ignorante de médicos
rurales, o puede que cabalgara sobre la nueva ola de la psicología
neofreudiana que insistía en la importancia de una «familia adecuada» que
aportase los modelos del padre trabajador y la madre ama de casa. Haría falta
una investigación histórica más profunda para determinar cuáles eran los
compromisos ideológicos de Money y cómo conformaron sus estudios. <<

www.lectulandia.com - Página 657


[86] No está claro por qué un punto de vista aparentemente tan radical caló tan

hondo en el discurso médico, haciendo imposible hasta hace muy poco


cuestionar el enfoque de Money y colaboradores para el tratamiento de la
intersexualidad. Kessler escribe: «A diferencia de la prensa, lo que me
interesa de este caso no es si sustenta una teoría biológica o social del
desarrollo del género, sino por qué los teóricos del género (incluyendo
McKenna y yo misma) estaban tan dispuestos a abrazar la teoría de la
plasticidad del género de Money, y por qué ésta se convirtió en la única teoría
enseñada a los padres de niños intersexuales» (Kessler 1998, p. 7). <<

www.lectulandia.com - Página 658


[87] En los agradecimientos de este artículo, Diamond escribe: «Estoy en
deuda con Robert W. Goy, quien me sugirió escribir este artículo, y con los
doctores William C. Young, Charles H. Phoenix y Arnold A. Gerall por
iluminar la discusión de las teorías y dificultades involucradas en una
presentación de este estilo» (Diamond. 1965, p. 169). Zucker escribe: «Así,
en lo que constituye una dialéctica maravillosa, mientras que Money y su
equipo enfatizaban la importancia de los factores psicosociales para diversos
aspectos de la diferenciación psicosexual humana, también se estaban
articulando un método, un paradigma y una teoría de los factores biológicos
de la diferenciación psicosexual en animales inferiores» (Zucker 1996, p.
151). <<

www.lectulandia.com - Página 659


[88] Más adelante, Robert W. Goy amplió este enfoque a los estudios con

monos rhesus. La forma más influyente de este paradigma se articula en


Phoenix et al. 1959. Este artículo se discute en detalle en el capítulo 8. <<

www.lectulandia.com - Página 660


[89] La historia de esta teoría de organización/activación en roedores es otro

asunto (véase el capítulo 8) y su aplicabilidad a los primates es aún motivo de


controversia (véase Bleier 1984 y Byne 1995). <<

www.lectulandia.com - Página 661


[90] Diamond 1965. <<

www.lectulandia.com - Página 662


[91] Ibíd., pp. 148, 150; la cursiva es mía. <<

www.lectulandia.com - Página 663


[92] Diamond escribió: «Aunque los seres humanos pueden adaptarse a un

género erróneamente impuesto, (a) esto no significa que los factores


prenatales no tengan influencia, y (b) no pueden hacerlo sin dificultades si no
están prenatal y biológicamente predispuestos». También argumentaba que
los seres humanos comparten un legado vertebrado común, por lo que es de
esperar que sus sistemas ontogénicos sean similares a los de otros animales
(Diamond 1965, p. 150; énfasis en el original). <<

www.lectulandia.com - Página 664


[93] Esta caracterización de la teoría de Money me parece inexacta. Retrata a

un niño psicosexualmente indiferenciado cuya identidad de género parece


desarrollarse sólo en respuesta a influencias externas. Al principio parece
haber una elección completa de la identidad de género, pero tras un periodo
crítico de la primera infancia, en el que la elección se restringe, nuevas
experiencias de aprendizaje «amplían y dirigen el desarrollo sexual» (ibíd.
p. 168). La postura real de Money cambió con el tiempo, y ni siquiera en sus
primeras publicaciones sostuvo siempre la idea de la neutralidad absoluta al
nacer. Diamond tomó la versión más extrema de las a veces inconsistentes
ideas de Money, con objeto de dejar clara la diferencia de pensamiento entre
ambos. Sobre este punto, véase también Zucker 1996. <<

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[94] Diamond 1965, p. 168. <<

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[95] Su trabajo se publicó, seguido de una reseña negativa de Money (Zuger

1970; Money 1970). También apareció un artículo breve sin respuesta en el


British Medical Journal, fechado en 1966, que ofrecía otro raro relato de
primera mano de la reconversión de una niña en niño a los trece años, y su
ulterior desarrollo y matrimonio exitoso (Armstrong 1966). <<

www.lectulandia.com - Página 667


[96] Zuger 1970, p. 461. <<

www.lectulandia.com - Página 668


[97] Money incluye a Diamond en su lista de ejemplos negativos (Money

1970, p. 464). <<

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[98] Money y Ehrhardt 1972, p. 154. Money y Ehrhardt citan aquí a Zuger y

Diamond como ejemplos negativos. <<

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[99] Diamond 1982, p. 183. <<

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[100] Ibíd. p. 184. <<

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[101] Citado en Colapinto 1997, p. 92. <<

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[102] Angier 1997b. Incluso en 1997, el punto de vista de Money contaba con

tanto predicamento que al principio Diamond y Sigmundson no pudieron


publicar su artículo (Diamond, comunicación personal, 1998). <<

www.lectulandia.com - Página 674


[103] Diamond y Sigmundson 1997b, p. 303; la cursiva es mía. Véase también

1997a y Reiner 1997. En este pasaje Diamond tiene dificultades para seguir
su propio consejo de evitar términos como normal frente a mal desarrollado,
véase el párrafo 3, p. 1046. <<

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[104] Véase, por ejemplo, Gilbert et al. 1993; Meyer-Bahlburg et al. 1996;

Reiner 1996; Diamond 1997b; Reiner 1997a, 1997b; Phornputkul et al. 2000;
Van Wyk 1999; Bin-Abbas et al. 1999. <<

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[105] Cfr. Diamond y Sigmundson 1997a y 1997b con Meyer-Bahlburg et al.

1996, Zucker 1996 y Bradley et al. 1998. <<

www.lectulandia.com - Página 677


[106] Diamond y Sigmundson 1997b, p. 304. Véase también Lee y Gruppuso

1999; Chase 1999. <<

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[107] Bradley et al. 1998, pp. 6-8. <<

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[108] He aquí algunos de sus comentarios: «Encuentro interesante que los
autores… no investigaran los posibles efectos de la “crianza negativa”… que
aquí saltan a la vista: mientras que John tenía un hermano gemelo bien
adaptado y un padre atento y afectuoso, la paciente de Bradley tuvo un padre
alcohólico que abandonó a su familia cuando ella tenía 3 o 4 años… y luego
un padrastro alcohólico. No me extraña que rechazara cualquier anhelo de ser
varón». «A los 26 años yo estaba feliz y heterosexualmente casada con un
hombre; si se me hubiera presentado un equipo de médicos para preguntarme
cómo estaba, seguramente es eso lo que les habría contestado. Dos años más
tarde me había divorciado y quería someterme a una operación correctiva para
normalizar [para hacer más masculinos] mis genitales» y resultar más
atractivo para las mujeres. «He estado viviendo como un hombre desde marzo
de 1998». Otros comentaban que a los 26 años sus identidades de género aún
no estaban «acabadas». De hecho, una idea omnipresente en este debate es
que hay una identidad verdadera y estable que los individuos deben encontrar
y con la que deben vivir. Es triste que uno nunca llegue a conocer su auténtica
identidad («Estoy seguro de que es transexual, pero no lo sabe»).
Por último, los intersexuales aducían que «lo que se interpreta como un
rechazo del cambio de sexo podría ser también el rechazo de la perspectiva
traumática de someterse a exámenes íntimos». A pesar del trauma de la
hospitalización, la cirugía y los exámenes genitales frecuentes, «los artículos
mencionados seguían centrándose en el orden/desorden de la identidad de
género e ignorando la cuestión de la violación de la integridad corporal
personal». Sólo unos pocos expertos en este campo han planteado la cuestión
general del efecto de cualquier trauma quirúrgico temprano en el
comportamiento y el desarrollo ulterior. Durante este debate en línea, algunos
sexólogos dieron las gracias educadamente a sus correspondientes
intersexuales por sus reflexiones, pero ninguno consideró seriamente sus
puntos sustantivos. Hacerlo así habría hecho aún más difícil interpretar y
poner los estudios de casos al servicio de una teoría de la formación del
género concreta. <<

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[109] Money 1998, pp. 113-114. <<

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[110] Bérubé 1990, p. 258. <<

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[111] Hampson y Hampson 1961, p. 1425. Money et al. (1956, p. 49)
catalogan a tres hermafroditas tratados como «levemente insanos» porque
«tenían deseos e inclinaciones homosexuales». <<

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[112] Money et al. 1955b, pp. 291-292. «Es importante», escribe un equipo de

investigadores, «que los padres tengan oportunidades sobradas de expresar…


sus temores de cara al futuro, como… el temor de una naturaleza sexual
anormal. Los padres se sentirán reconfortados cuando sepan que su hija puede
ser tan heterosexual como las otras niñas, y que no desarrollará rasgos
masculinos» (Slijper et al. 1994, pp. 14-15). Nótese aquí también la
asociación del lesbianismo a la masculinidad. Véase también Dittmann et al.
1992, que escriben: «Nuestra experiencia clínica nos dice que muchos padres
(algunos desde el mismo día del diagnóstico) están profundamente
preocupados por el desarrollo psicosexual y la orientación sexual de sus hijas
con hiperplasia adrenocortical congénita. Por eso recomendamos… tener en
cuenta el desarrollo psicosexual, la conducta sexual y la orientación sexual e
incluir estos aspectos en el tratamiento clínico y psicosocial de las pacientes y
sus familias» (p. 164). Por supuesto, estoy de acuerdo en que estas cuestiones
deben incluirse en el asesoramiento y la educación sexual ofrecidos a las
familias con intersexos. Lo que quiero significar aquí es que la preocupación
por una posible homosexualidad se atribuye a la familia, mientras que el
equipo médico siempre se presenta a sí mismo como liberal y abierto sobre
estos temas. Nunca me he encontrado ningún especialista en intersexos que
haya escrito algo así: «Antes pensaba que la homosexualidad era una
posibilidad insana, pero ahora me doy cuenta de que no es así. Por lo tanto, he
modificado mi enfoque y análisis terapéutico de las maneras siguientes». <<

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[113] Para una comparación entre intersexuales parejos que, de acuerdo con los

autores, adquirieron identidades de género distintas según el sexo inculcado


véase Money y Ehrhardt 1972, capítulos 7 y 8. Este tipo de estudio
comparativo tiene una enorme fuerza retórica. <<

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[114] Todo lo cual da crédito al argumento de Suzanne Kessler y Wendy
McKenna de que el género es una construcción social y que el término sexo
es engañoso: «el sistema bicorporal no viene dado, sino que la gente es
responsable del mismo» (Kessler y McKenna, comunicación personal; véase
también Kessler y McKenna 1978; Kessler 1998). Esto no significa, como
podrían sugerir algunos escépticos, que la gente construye los cuerpos. Lo que
construye es el sistema que los categoriza, y un sistema de sólo dos cuerpos
no es la única posibilidad. Como se discute en el siguiente capítulo, una
mayor tolerancia de la diversidad sexual puede muy bien conducir a una era
en la que dejemos de pensar que sólo hay dos sexos. <<

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[115] Money y Ehrhardt 1972, p. 235; la cursiva es mía. Money y Daléry

(1976) escriben: «Una fórmula para crear el homosexual femenino perfecto…


según los criterios del sexo cromosómico y el sexo gonadal es tomar un feto
cromosómica y gonadalmente femenino e inundar el sistema de hormona
masculinizante durante el… periodo en el que se diferencian los genitales
externos. Luego se asigna el sexo masculino al recién nacido (p. 369). Nótese
que, en la visión de Money, la mujer homosexual perfecta tiene pene y un
cerebro masculinizado. Kessler describe así estas situaciones: «¿En qué
sentido podría decirse que una mujer con una vagina que obtenga
gratificación sexual siendo penetrada por otra “mujer” con un clítoris
agrandado (que parece un pene y funciona como tal) es lesbiana? Si los
cuerpos sexuados se confunden, la orientación sexual también. Definir la
orientación sexual según la atracción hacia la gente con los mismos o
distintos genitales, como se hace ahora, ya no tendrá sentido» (Kessler 1998,
p. 125). <<

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[116] Diamond 1965, p. 158; Diamond y Sigmundson 1997a, pp. 1046-1048.

Pero nótense también algunos deslices ocasionales, como el uso del término
normal en este contexto: «La evidencia de que las personas normales no son
psicosexualmente neutras al nacer, sino que, en consonancia con su herencia
mamífera, están predispuestas e inclinadas a interaccionar con las fuerzas
externas, familiares y sociales al modo masculino o femenino, parece
abrumadora» (ibíd. p. 303). <<

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[117] Kessler y McKenna (1978) escriben: «Hablaremos de género, en vez de

sexo, incluso para referirnos a aquellos aspectos de ser mujer (chica) o varón
(chico) que tradicionalmente se han contemplado como biológicos. Ello
servirá para subrayar nuestra postura de que el elemento de construcción
social es primario en todos los aspectos del ser femenino o masculino,
especialmente cuando nuestra terminología parezca poco elegante (como, por
ejemplo, cromosomas de género)» (p. 7). <<

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[118] La realidad de estas diferencias, cuándo aparecerían en el desarrollo y

cómo se medirían, son cuestiones que no se discuten aquí (véase Fausto-


Sterling 1992b). Aunque convengamos en que tales diferencias existen, la
controversia sobre su origen persiste. ¿Nos basaremos primariamente en un
modelo biológico de la diferencia, donde el género se superpone a un
fundamento corporal preexistente, que llamamos sexo? <<

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[119] ¿Cómo se concreta esto en nuestras ideas sobre la masculinidad, la
feminidad y el deseo sexual? Para comprender los estudios médicos
contemporáneos debemos remitirnos, como tantas veces, a la época
victoriana. Los hombres, afirmaban nuestros regios tatarabuelos, tenían un
deseo sexual activo, mientras que las mujeres eran desapasionadas hasta la
asexualidad. La pasividad innata de las mujeres, escribió el sexólogo alemán
Richard von Krafft-Ebing, «reside en su organización sexual
[naturaleza/sexo], y no se funda sólo en los dictados de la buena crianza
[cultura/género]» (citado en Katz 1995, p. 31). En este sistema de
pensamiento, una mujer que tuviera un deseo sexual intenso, especialmente
hacia otra mujer, se habría masculinizado por definición. Ser lesbiana
significaba invertir el orden sexual, ser psicológica y emocionalmente un
varón en un cuerpo de mujer (Money y Daléry 1976, p. 369). Durante el
primer cuarto del siglo XX, al menos cuando escribían sobre el sexo
matrimonial, los sexólogos de la escuela de Havelock Ellis reconocían que las
mujeres tenían pasiones sexuales. No obstante, aplicaban el concepto de
inversión sólo a las mujeres que se comportaban como varones (si eran
agresivas, fumaban puros, vestían al modo masculino y tomaban a otras
mujeres como objetos amorosos). Aparentemente, la participante pasiva en
una relación lésbica no era lesbiana. Para una discusión más detallada de este
tema véase Chauncey 1989 y Jackson 1987. Como expresó
melodramáticamente Radclyffe Hall en su novela The Well of Loneliness
(1928), la parte «pasiva» podía irse igual de fácilmente con un hombre.
Algunos eminentes teóricos de la homosexualidad masculina también se
adhirieron firmemente a un modelo de inversión completa. El reformador y
defensor de los derechos homosexuales alemán Magnus Hirschfeld, por
ejemplo, consideraba que el invertido masculino era un hermafrodita en
cuerpo y mente. De ahí que buscara no sólo indicios comportamentales, sino
tipos corporales intermedios. Por un tiempo formó equipo con el
endocrinólogo Eugen Steinach, quien le dio la gran noticia de que había
encontrado células especiales en los testículos de varones homosexuales.
Estas células, creían, producían hormonas que feminizaban al invertido tanto
corporal como psicológicamente. La investigación de Steinach es capital en la
construcción del conocimiento sobre supuestas hormonas masculinas y
femeninas. Su obra se discute con más detalle en el capítulo 6. Para un

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fascinante relato de la colaboración entre Hirschfeld y Steinach véase
Sengoopta 1998. <<

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[120] Mucho de lo que sigue podría aplicarse a las investigaciones sobre
diferencias en aptitud espacial, pero para evitar repeticiones no discutiré estos
estudios en detalle. Algunas referencias clave son Hines 1990; Hines y
Collaer 1993; Sinforiani et al. 1994; Hampson et al. 1998. Hines y Collaer
sugieren que cualquier relación entre niveles de testosterona prenatales y
aptitud espacial incrementada podría ser un producto secundario de
diferencias en pautas de juego mediadas hormonalmente. También encuentran
que los datos que respaldan la idea de que las diferencias sexuales en aptitud
matemática son causadas por la exposición prenatal a andrógenos «son
débiles» (p. 19). <<

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[121] Abramovich et al. 1987. <<

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[122] Magee y Miller 1997, p. 19. Véase también Fuss 1993 y Magid 1993.

Hay una teoría alternativa de la homosexualidad masculina que la explica


como una hipermasculinidad (Sengoopta 1998). Según algunos, esta
hipermasculinidad puede explicar por qué los gays de la sociedad
estadounidense moderna son tan activos sexualmente. Por analogía, las
lesbianas podrían expresar una sexualidad hiperfemenina, en el sentido de
ausencia de deseo sexual. Esta idea se ha esgrimido para explicar la diferencia
de actividad sexual entre gays y lesbianas (Symons 1979). <<

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[123] En contraste, la exposición disminuida a los andrógenos e incluso el

hipospadias severo no se consideraba una «interferencia en el desarrollo del


comportamiento típico del género masculino» en los niños XY (Sandberg y
Meller-Bahlburg 1995, p. 693). <<

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[124] En un libro anterior critiqué muchos de estos estudios, como también

hizo Ruth Bleier (Fausto-Sterling 1992; Bleier 1984). Unos pocos estudios
recientes han respondido a las críticas incluyendo en su diseño experimental
evaluaciones ciegas del comportamiento o intentando encontrar controles
apropiados (como, por ejemplo, otros niños que padezcan males crónicos no
relacionados con el sexo). Pero, en conjunto, el diseño de todos estos estudios
deja mucho que desear. Lo que pretendo no es tanto revisar los problemas
experimentales como mostrar hasta qué punto nuestro sistema de género ha
dictado el diseño de estos estudios y limitado la interpretación de los datos.
<<

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[125] Podría ser de otra manera. Por ejemplo, hay modelos ortogonales de la

masculinidad y la feminidad que sugieren que una y otra son rasgos


independientes. Los investigadores que adoptaran un modelo de este estilo
podrían estudiar a las jóvenes con hiperplasia adrenocortical congènita, pero
se fijarían en otras conductas y emplearían cuestionarios estructurados de otra
manera (Constantinople 1973). Spence escribe: «La naturaleza
pluridimensional del rol sexual y otros fenómenos relacionados con el género
también está comenzando a reconocerse. Aunque la identidad de género
pueda ser esencialmente dimórfica, el enunciado general de que los atributos
masculinos y femeninos nunca coexisten ni pueden hacerlo ha sido refutado
de manera efectiva» (Spence 1984). Véase también Bem 1993. Otros
investigadores podrían recurrir a las jóvenes hiperplásicas para investigar los
efectos a largo plazo de trastornos crónicos y operaciones quirúrgicas
repetidas en los juegos ligados al género, la preparación para la edad adulta y
la elección de objeto amoroso. Si decidieran comparar trastornos crónicos de
etiología hormonal con desórdenes de otro tipo aún podrían identificarse
efectos hormonales interesantes. <<

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[126] Los psicólogos han usado el término marimachismo para referirse a la

masculinidad de las niñas con hiperplasia adrenocortical congènita. La


imprecisión de este término ha llevado a los autores de artículos recientes,
quizá tras años de crítica feminista, a reemplazarlo por medidas
comportamentales específicamente definidas. <<

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[127] Un conjunto de estudios distingue entre la forma severa de la hiperplasia

adrenocortical congènita, en la que parece haber diferencias de actividad en


las jóvenes afectadas, y la forma simple, en la que la masculinización
comportamental es menos pronunciada. Muchos estudios anteriores no
distinguían entre estas dos formas del trastorno, que muy bien pueden
traducirse en distintas pautas de conducta. La explicación de las diferencias
comportamentales plantea el dilema típico entre las posibilidades biológicas y
las sociales (véase Dittmann et al. 1990a, 1990b). <<

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[128] Magee y Miller 1997, p. 83; Hines y Collaer 1993, p. 10. <<

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[129] Magee y Miller 1997. La observación del cuidado de mascotas procede

de Leveroni y Berenbaum 1998. Se ofrecen varias explicaciones posibles,


como por ejemplo que «las jóvenes hiperplásicas podrían pasar más tiempo
con mascotas porque están menos interesadas en los niños, pero no son menos
maternales en general que el grupo de control» (p. 335). Ello implicaría que la
testosterona interfiere el desarrollo del interés en los niños, pero que cierto
rasgo general llamado maternalidad, que puede dirigirse a cualquier cosa
menos los niños, existe con independencia de los niveles de andrógeno. <<

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[130] Mageey Miller 1997, p. 87. <<

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[131] Dittmannetal. 1992,p. 164. <<

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[132] Hines y Collaer 1993, p. 12. <<

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[133] En otras palabras, hacen «buena ciencia» según la mayoría de estándares

(subvenciones, publicaciones, revisiones, promociones). Una ciencia que sólo


plantea dudas si uno reconoce la posibilidad de otros sistemas lógicos. <<

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[134] Considérese un estudio realizado por las psicólogas Sheri Berembaum y

Melissa Hines: a los niños les gusta jugar con camiones y juegos de
construcción, mientras que las niñas prefieren jugar con muñecas y cocinitas.
Muchos psicólogos han encontrado diferencias ligadas al sexo en los juegos
preferidos por los niños. (Obviamente, los juguetes concretos son específicos
de cada cultura. Aun así, las diferencias en los juegos infantiles se manifiestan
en todas partes, aunque se expresen de manera diferente en cada cultura).
Ahora bien, ¿cómo surgen estas preferencias? Berembaum y Hines admiten
que los niños aprenden de otros niños; pero, sugieren, este aprendizaje no
puede explicarlo todo: «Presentamos evidencias de que las preferencias
sexuales en materia de juguetes también se relacionan con hormonas
prenatales o neonatales (andrógenos)» (Berembaum y Hines 1992, p. 203).
Tras citar una miríada de estudios en animales que muestran la influencia de
las hormonas sobre el cerebro y el comportamiento, señalan que las niñas con
hiperplasia adrenocortical congènita ofrecen «una oportunidad única para
estudiar las influencias hormonales sobre las diferencias sexuales en el
comportamiento humano» (p. 203). En su introducción, las autoras toman
nota de las deficiencias de los estudios previos y prometen hacerlo mejor. En
concreto, distinguen cuatro problemas principales (ya señalados por Bleier y
yo misma; véase Bleier 1984; Fausto-Sterling 1992b). Los estudios previos
(a) evaluaban la conducta a partir de entrevistas en vez de la observación
directa, (b) la evaluación no se hacía a ciegas (por ejemplo, los investigadores
sabían si estaban tratando con sujetos experimentales o con controles), (c) las
conductas se estimaban como presentes o ausentes y no como un continuo, y
(d) las conductas masculinas y femeninas se trataban a menudo como los
extremos separados de un único continuo, sin considerar que podrían coexistir
en un mismo individuo.
Berembaum y Hines cumplieron su promesa. En comparación con estudios
anteriores, éste estaba ciertamente bien hecho. Una diferencia clave (a la que
enseguida volveré) es que Berembaum y Hines tuvieron en cuenta la
severidad de la hiperplasia adrenocortical en las niñas que observaron. Se
fijaron, por ejemplo, en la edad del diagnóstico y el grado de vitilización
genital. Grabaron en vídeo sesiones de juego en las que tanto niños como
niñas tenían acceso a juguetes preferentemente masculinos y femeninos, así
como opciones neutras (preferidas igualmente por ambos sexos, como libros,

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juegos de mesa y rompecabezas). Finalmente, las cintas de vídeo se evaluaban
por partida doble y por separado, y ninguno de los dos observadores conocía
la condición ni la identidad de los niños cuyas elecciones de juego
contabilizaban.
El principal hallazgo positivo de Berembaum y Hines fue que, en
comparación con las parientes no afectadas, las niñas hiperplásicas escogían
juguetes masculinos más a menudo y jugaban más tiempo con ellos (tan a
menudo y tanto tiempo como los niños). También jugaban menos con
juguetes femeninos, pero la diferencia no era significativa. Las autoras
sugieren que este pequeño efecto podría ser un artefacto experimental
(p. 204). Finalmente, y es su tratamiento de este último punto el que quiero
examinar, «el tiempo pasado con juguetes masculinos o femeninos no se
relacionaba significativamente con ninguna característica de la enfermedad»
(pp. 204-205), incluyendo el grado de virilización. No ofrecen datos concretos
sobre una posible correlación con el momento del diagnóstico, lo que sería
una información importante. (Sospecho que su tamaño de muestra era
demasiado pequeño para poder afirmar algo en un sentido u otro). Esta
información podría ser interesante si se asume que cuanto más tiempo ha
pasado la niña sin tratamiento, más tiempo habrá estado expuesta a niveles de
andrógeno inusuales, y mayor será la probabilidad de observar un efecto
hormonal (si es que existe). Además, podría ser muy interesante estudiar la
exposición posnatal a andrógenos porque, en teoría, ello daría a los científicos
la oportunidad de observar las influencias combinadas de las hormonas y la
experiencia en la generación de algunas pautas comportamentales. Esto vale
especialmente para los seres humanos, porque muchos estadios críticos del
desarrollo cerebral son posnatales. Pero la experimentación con animales que
sirve de trasfondo a estas investigadoras hace muy poco probable que lleguen
a plantearse estas cuestiones, lo que requiere un marco de referencia y un
programa de investigación distintos. Hay otras tradiciones etológicas que sí
conducirían lógicamente a esta clase de cuestiones, como analizo en los
capítulos 1 y 9 de este libro. Véase también Gottlieb 1997.
¿Por qué debería importar que el grado de preferencia de las niñas
hiperplásicas por los juguetes masculinos se correlacione de manera
significativa con la virilización de sus genitales? Recordemos que
Berembaum y Hines querían comparar su estudio con una vasta literatura
sobre el desarrollo animal. En este terreno experimental, los investigadores
saben en qué momento del desarrollo deben inyectar hormonas de prueba y
con qué concentraciones. Para definir periodos críticos, varían el momento de

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la inyección y administran diferentes cantidades de hormona para inducir una
respuesta a la dosis (a mayor la dosis, mayor el efecto). Este ajuste
experimental fino es imposible en el caso humano. ¿Durante cuánto tiempo y
en qué estadios de desarrollo estuvieron expuestas aquellas niñas a niveles de
andrógeno elevados? No lo sabemos. ¿A qué niveles hormonales estuvieron
expuestas? No lo sabemos. Esta información es fundamental para interpretar
los resultados de los estudios con niñas hiperplásicas, pero es inasequible a
todos los efectos. De ahí la necesidad de remitirse a la experimentación con
animales y apelar a «nuestra herencia vértebrada compartida» (Diamond y
Sigmundson 1997b) y confiar en controles internos imperfectos pero
importantes.
Uno de tales controles es el grado de virilización. Los testículos fetales
comienzan a secretar andrógenos a las ocho semanas de la concepción, y
continúan haciéndolo a niveles elevados hasta que su producción comienza a
decrecer durante el segundo y el tercer trimestre. Bajo su influencia se
desarrollan los genitales internos y externos (véase la figura 3.1).
Normalmente, la forma general de los genitales externos masculinos se perfila
entre las semanas 9 y 12, pero luego continúan creciendo y completándose
hasta el nacimiento y más allá. Por supuesto, los genitales crecen lentamente a
lo largo de la infancia y más llamativamente en la pubertad. Aunque la
cronología que describo es la norma estadística, no es la única vía ontogénica
conocida. En una variante genética bien estudiada, la llamada deficiencia de
la 5-α-reductasa, los varones nacen con unos genitales externos muy
feminizados. Pero al llegar a la pubertad el clitoris se agranda, los labios
vaginales se funden formando un escroto y los testículos descienden. Puesto
que la testosterona fetal está presente incluso en el tercer trimestre (véase el
gráfico de la pág. 292 de O’Rahilly y Müller 1996), los posibles efectos sobre
el desarrollo cerebral podrían abarcar un amplio periodo, durante el cual el
sistema nervioso central experimenta un rápido desarrollo.
Por supuesto, las jóvenes con hiperplasia adrenocortical congènita no tienen
testículos. Son sus glándulas suprarrenales las que masculinizan sus genitales,
pero la cronología de esta transformación es incierta. La falta de información
sobre este punto contrasta vivamente con la riqueza de detalles disponible
sobre los aspectos moleculares de la familia de disfunciones enzimáticas
ligadas a la hiperplasia adrenocortical congènita. Maria New y colaboradores
escriben: «La diferenciación celular adrenocortical tiene lugar en un momento
temprano de la embriogénesis, con la formación de una zona fetal provisional,
activa durante el resto de la gestación, que involuciona tras el nacimiento.

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Aunque la cronología de la síntesis cambiante de exteriores en las zonas fetal
y adulta (permanente) no está del todo elucidada, está claro que el desarrollo
genital en el feto tiene lugar bajo la influencia de una activa biosíntesis
adrenocortical de esteroides» (New et al. 1989, p. 1887; la cursiva es mía). En
otras palabras, hay dos fuentes de hormonas adrenocorticales: el córtex
adrenal fetal, que se desarrolla hacia el final del segundo mes de gestación, y
el permanente, que se desarrolla más tardíamente. El córtex adrenal fetal
degenera y desaparece hacia el primer año de vida. O’Rahilly y Müller (1996)
escriben: «Las funciones del córtex fetal no están del todo claras, pero se cree
que su enorme tamaño se asocia a una capacidad igualmente grande de
producción de hormonas esferoides» (pp. 324-325). En el caso extremo es
posible que las niñas hiperplásicas experimenten niveles elevados de
andrógenos desde las ocho semanas de gestación hasta algún tiempo después
del nacimiento (una pauta de exposición distinta de la masculina). Si se
interfiere la producción adrenocortical de andrógeno durante el primer
trimestre de gestación, puede lograrse que los genitales tengan un aspecto
femenino, pero los efectos anatómicos de la hiperplasia adrenocortical
congénita son muy variables (Mercado et al. 1995; Speiser y New 1994a,
1994b). Si la superproducción de andrógeno adrenocortical es leve, o si
comienza en una fase tardía de la gestación, los genitales resultantes
presumiblemente estarán más feminizados. Si las dosis hormonales son muy
altas o comienzan en una fase temprana del desarrollo, los genitales pueden
masculinizarse mucho. Supongamos que en el estudio de Berembaum y Hines
el grado de virilización se correlacionara con la preferencia por los juguetes
masculinos. Un embriólogo (como yo misma) diría que el resultado
sustentaba el argumento de que «la exposición hormonal temprana en los
fetos femeninos tiene un efecto masculinizante sobre las preferencias de
juego» (Berembaum y Hines 1992). ¿Por qué? Porque si la virilización
incrementada indica una sobredosis de andrógenos, y si los niveles de
andrógeno modifican el comportamiento de manera incremental, entonces
cuanto más andrógeno (hasta cierto punto) más del comportamiento
observado. ¿Qué significa que no se encontrara dicha correlación?
Aquí llegamos al meollo del asunto. Porque dar sentido a un conjunto de
datos requiere un marco de visión. Mi marco de embrióloga me permitió
contemplar el grado de virilización como una posible medida de la dosis de
andrógeno a la que ha estado expuesta una niña hiperplásica concreta. Pero
Berembaum y Hines no emplearon el grado de virilización como un control
de la dosis hormonal. Para ellas, una correlación positiva habría sido una

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evidencia en contra, y no a favor, de su hipótesis. Esto es así porque se ha
sugerido que los padres podrían tratar a las niñas con pene de manera
diferente. O ellas mismas podrían reaccionar a una imagen corporal más
masculina. (Confieso que soy una de las personas que ha planteado estas
posibilidades. Lo hice desde mi otro marco de referencia, el de feminista
militante. Recuerdo a los lectores que este marco me condujo a un
escepticismo extremo hacia las teorías que se centran en las causas biológicas
del comportamiento, en particular las diferencias sexuales y raciales que
siempre acaban surgiendo en medio de las discusiones sobre la igualdad
social [Fausto-Sterling 1992]. Por ejemplo, mientras escribo esto, a mediados
de diciembre de 1998, en Loveweb hierve una discusión sobre el sentido de la
igualdad de oportunidades. Cito anónimamente (y con los nombres
cambiados) de uno de los participantes, un muy reputado investigador en el
campo de las hormonas y el comportamiento: «John dice que no tiene interés
en eliminar las diferencias sexuales. Susan dice que ella tampoco, sino que
sólo quiere igualdad de oportunidades. La implicación es que la existencia de
diferencias sexuales no necesariamente conlleva una desigualdad de
oportunidades. Sospecho que hay algunos en esta lista que dirían que, puesto
que las diferencias sexuales existen, la igualdad de oportunidades no puede
conseguirse. ¿Refleja esta opinión la creencia en que todas las diferencias
sexuales son construcciones sociales y, por lo tanto, encarnan la desigualdad
de oportunidades? Mi pregunta es: ¿hay que eliminar todas las diferencias
sexuales para conseguir una igualdad de oportunidades entre los sexos? Por
ejemplo, ¿sólo podrá haber igualdad de oportunidades cuando varones y
mujeres puedan gestar niños?».
Si la conducta de los progenitores o la imagen corporal alterada fuera la clave,
la modificación de la conducta no sería un efecto directo de las hormonas
sobre el cerebro. Puesto que no había correlación, razonaron Berembaum y
Hines, no debía haber diferencia entre la socialización de las niñas
hiperplásicas y la de sus parientes no afectadas. (Berembaum y Hines
evaluaron las actitudes de los progenitores mediante un cuestionario, pero
reconocieron que la observación directa de la interacción entre padres e hijos,
evaluada a ciegas, habría proporcionado una información más fiable). Así
pues, podían concluir que los andrógenos afectan al desarrollo del cerebro
masculino, llevándolo a preferir camiones y bloques de construcción ya desde
la cuna. Hines y Collaer (1993) abundan en esta cuestión. De nuevo esgrimen
la ausencia de virilización para refutar las interpretaciones basadas en la
crianza, y abogan por un efecto directo de los andrógenos en el desarrollo

www.lectulandia.com - Página 711


cerebral, aunque se preocupan más por el significado de la ausencia de
correlación en términos embrionarios: «En los seres humanos, los niveles de
andrógeno son elevados en los fetos masculinos en comparación con los
femeninos desde las ocho semanas hasta las veinticuatro semanas de
gestación y de nuevo desde el primer mes hasta el sexto mes de infancia.
Puesto que el desarrollo genital precede al cerebral, una especulación sería
que el grado de virilización genital en las niñas hiperplásicas refleja el tiempo
desde el comienzo del desorden, mientras que los cambios comportamentales
reflejan el grado de elevación de los andrógenos en periodos posteriores. Si
fuera así, la virilización comportamental se correlacionaría con la física.
Alternativamente, la ausencia de una correspondencia clara podría indicar
diferencias en las enzimas necesarias para producir hormonas activas»
(Hinesy Collaer 1993, pp. 7-8). También citan un único estudio (Goy et al.
1988) en primates (macacos rhesus) en el que una conducta influida por los
andrógenos (el juego rudo) resulta ser independiente del grado de virilización,
mientras que otras conductas, como la monta, se correlacionan con la
virilización. En este estudio los autores también hallaron que las madres
primates inspeccionaban los genitales masculinos y los femeninos
masculinizados mucho más que los genitales femeninos no afectados.
Además, la androgenización prenatal no podía producir una respuesta
comportamental masculina «pura» en las hembras masculinizadas. ¿Por qué?
Posiblemente el tratamiento con andrógenos no se efectuó en el periodo
crítico del desarrollo cerebral. O quizá el desarrollo del comportamiento es
más complejo e incluye efectos de las interacciones sociales posnatales.
Nótese también lo engañoso del título del artículo de Goy y colaboradores:
«La masculinización comportamental es independiente de la masculinización
genital en monas rhesus de sexo prenatal femenino». ¿Por qué no decir que
cierta masculinización comportamental es independiente? Este título
reflejaría más fielmente el contenido del artículo. Mi ego biológico duda
también de la validez de la extrapolación de los estudios de niñas
hiperplásicas al desarrollo de niños no afectados, porque la cronología de la
exposición hormonal probablemente es distinta. En la mayoría de fetos XY,
los testículos producen andrógenos entre el segundo y el sexto mes, con
niveles que luego decrecen. En los fetos femeninos hiperplásicos, en cambio,
la producción adrenocortical de andrógeno puede comenzar en el último
tercio del primer trimestre y continúa hasta que se inicia el tratamiento
(posnatal). En un caso la exposición hormonal es episódica, y en el otro es
tónica. El desarrollo cerebral es continuo desde la tercera semana de gestación

www.lectulandia.com - Página 712


(¡y posiblemente no cesa hasta que morimos!). Nunca he visto una hipótesis
sobre la región del cerebro de la que se sospecha que es responsable del juego
y otros comportamientos infantiles. Es imposible, por lo tanto, saber qué
periodos del desarrollo podrían ser críticos en términos de interacción
hormona/cerebro. Me sorprende que ni en los estudios con primates se discuta
qué ocurre con el desarrollo cerebral durante el periodo de inyección
experimental de hormona. Más adelante, sugieren otros, el niño o su
contrapartida femenina hiperplásica puede volverse más agresivo
(Berembaum y Resnick 1997), adquirir una mayor aptitud espacial (Hampson
et al. 1998), interesarse menos en cuidar bebés (Leveroni y Berenbaum 1998)
y desear a mujeres como objetos sexuales y amorosos. Para una discusión
adicional de la elección de objeto sexual en mujeres hiperplásicas véase
Zucker et al. 1996. <<

www.lectulandia.com - Página 713


[135] Butler 1993, p. xi. Para un análisis relacionado de los hermafroditas en el

límite de la subjetividad, véase Grosz 1966. <<

www.lectulandia.com - Página 714


[136] En este análisis, un hombre o una mujer sería alguien cuyos cromosomas,

gónadas y hormonas fetales, genitales fetales, infantiles y adultos, gónadas


adultas y orientación sexual serían culturalmente inteligibles como
masculinos o femeninos. Cuando uno o más de estos componentes del género
difieren del resto (como en los intersexuales) se convierten en cuerpos no
interpretables (esto es, culturalmente ininteligibles). <<

www.lectulandia.com - Página 715


[137] Butler 1993, p. xi. <<

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[138] Sawicki 1991, p. 88. Un buen ejemplo es el de las lesbianas que recurren

a estas tecnologías para crear familias biológicas «naturales». <<

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[1] Fausto-Sterling 1993a. El artículo se reimprimió en la página de opinión

del New York Times con el título «¿Cuántos sexos hay?» (Fausto-Sterling
1994). <<

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[2] Esta es la misma organización que intentó vetar el musical Corpus Christi

(de Terence MacNally) en otoño de 1998 después de su estreno en Nueva


York. <<

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[3] Rights 1995, sección 4, p. 11. El columnista E. Thomas McClanahan
también se sumó al ataque. «¿Por qué demonios conformarse con cinco
géneros?», escribió, «¿Por qué no estirarlos hasta una docena?» (McClanahan
1995, p. B6). Pat Buchanan también se unió al coro: «Dicen que no hay dos
sexos, sino cinco géneros… Yo os digo que Dios creó al hombre y a la mujer,
y no me importa lo que diga Bella Abzug» (citado en The Advocate, 31 de
octubre de 1995). La columnista Marilyn vos Savant escribió: «Hay hombres
y hay mujeres, con independencia de cómo se construyan… y no hay más que
hablar» (vos Savant 1996, p. 6). <<

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[4] Money 1994. <<

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[5] La novela de Scott obtuvo el premio Lambda en 1995. La autora reconoció

mi influencia en su portal de internet. <<

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[6] Véase, por ejemplo, Rothblatt 1995; Burke 1996; Diamond 1996. <<

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[7] Spence ha escrito sobre la imposibilidad de delimitar estos términos; véase,

por ejemplo, Spence 1984, 1985. <<

www.lectulandia.com - Página 724


[8] Para ver más sobre activismo intersexual puede entrarse en el portal de la

Sociedad Intersexual de Norteamérica (http://www.isna.org). Véase también


Chase 1998a, 1998b; Harmon-Smith 1998. Para otras opiniones académicas
aparte de la mía véase Kessler 1990; Dreger 1993; Diamond y Sigmundson
1997a, 1997b; Dreger 1998b; Kessler 1998; Preves 1998; Kipnis y Diamond
1998; Dreger 1998c. Para una muestra representativa de médicos que están
adoptando el nuevo paradigma véase Schober 1998; Wilson y Reiner 1998;
Phornphutkul et al. 1999. Con más cautela, Meyer-Bahlburg sugiere algunos
cambios modestos en la práctica médica, que incluyen una asignación de
género más meditada (una «política de género óptima»), la supresión de la
cirugía no consensuada para anormalidades genitales leves, y más servicios de
apoyo a los intersexuales y sus progenitores. También exhorta a obtener más
datos sobre secuelas a largo plazo (Meyer-Bahlburg 1998). <<

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[9] Véanse los comentarios de Chase (1998a y 1998b). Chase ha intentado

repetidamente llamar la atención de la corriente principal del feminismo


norteamericano a través de publicaciones como Ms. y la revista académica
Signs, pero no ha conseguido que se interesen por la cuestión de la cirugía
genital infantil. Parece mucho más confortable hablar de las prácticas de otras
culturas que de las nuestras. La cirujana Justine Schober escribe: «Hasta la
fecha, ningún estudio sobre cirugía del clítoris aborda los resultados a largo
plazo en cuanto a sensibilidad erótica» (Schober 1998, p. 550). Costa et al.
(1997) reportan que dos de ocho pacientes clitorectomizadas eran
anorgásmicas. Algunas declaran seguir teniendo orgasmos, pero mucho
menos intensos que antes de la operación. Otras encuentran tan difícil su
consecución que el esfuerzo no merece la pena. <<

www.lectulandia.com - Página 726


[10] Por suerte, algunos médicos están abiertos a las nuevas ideas. Las mías

han sintonizado con un endocrinòlogo pediátrico local, y juntos hemos


expuesto y debatido el nuevo tratamiento de los nacimientos intersexuales en
el programa «Grand Rounds». El cirujano del que hablo aquí no acudió, pero
lo hizo otro. Un cirujano local, colega mío en la Brown Medical School,
siempre ha ignorado mis numerosas comunicaciones, que incluyen ejemplares
de publicaciones como Hermaphrodites with Attitude y Alias (un boletín del
grupo de apoyo a las personas afectas de síndrome de insensibilidad a los
andrógenos), así como borradores de mis propios escritos, para los que
solicité su opinión. Tras leer un artículo en un boletín interno que delineaba el
enfoque quirúrgico «estándar» de la intersexualidad, Cheryl Chase y yo
solicitamos por escrito que se nos permitiera exponer el pensamiento
alternativo emergente sobre el tema. El cirujano replicó (a Chase, a mí con
sólo un CC en vez de hacerlo directamente) que la publicación se restringía a
los miembros del departamento de pediatría. «No queremos que nuestra
publicación se convierta en un foro para la expresión de ideas, médicas o de
otra clase», decía la carta. <<

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[11] En un estudio muy anterior, Money informaba de los efectos de la
clitorectomía. Siguió la pista de diecisiete mujeres que se habían sometido a
dicha operación en la edad adulta. Doce de ellas vivían como mujeres, tenían
más de dieciséis años y podían hablar de sus sensaciones postoperatorias.
Parece ser que tres de las doce no cooperaron («no se revelaron datos sobre
orgasmo», p. 294). En cuatro casos «los datos indicaban que la paciente no
tenía experiencia orgàsmica». Las otras cinco sí parecían conocer el orgasmo.
La redacción de este informe no aclara cómo eran realmente las experiencias
«antes» y «después» de la operación: «No se trata de que algunas pacientes
clitorectomizadas no experimentaran orgasmo. Por el contrario, lo que cuenta
es que la capacidad orgàsmica se demostró compatible con la clitorectomía y
la feminización quirúrgica de los genitales en algunas de estas pacientes, si no
todas» (p. 244). Este artículo, que proporciona una información confusa sobre
apenas doce pacientes, fue una referencia importante para quienes sostenían
que la cirugía del clítoris no dañaba la función sexual (Money 1961). <<

www.lectulandia.com - Página 728


[12] En este capítulo sólo discuto evaluaciones de la cirugía genital. Algunas

formas de intersexualidad implican cambios cromosómicos y/o hormonales


que no afectan a los componentes genitales visibles. Estas condiciones
también son objeto de atención médica, en especial tratamientos hormonales,
pero nunca se recurre a la cirugía, porque la asignación de género plantea
muchas menos dudas. En la gran mayoría de estos casos, los niños afectados
son mental y emocionalmente normales. Esto no quiere decir que no tengan
dificultades a causa de su diferencia, sólo que dichas dificultades son
superables. Para una muestra de la literatura reciente sobre el síndrome de
Turner y otras anomalías de los cromosomas sexuales véase Raboch et al.
1995; Cunniff et al. 1995; Toublanc et al. 1997; Boman et al. 1998. <<

www.lectulandia.com - Página 729


[13] Muchos de estos detalles me fueron comunicados personalmente, pero la

historia de Chase está ahora ampliamente documentada. Véase, por ejemplo,


Chase 1998a. <<

www.lectulandia.com - Página 730


[14] La historia de unos médicos que ocultan la verdad aun después de que la

paciente haya llegado a la edad adulta se repite una y otra vez en las vidas de
cientos de intersexuales adultos. Pueden encontrarse dispersas en periódicos,
entrevistas, libros y artículos académicos, muchos de los cuales cito en este
capítulo. La socióloga Sharon Preves ha entrevistado a cuarenta intersexuales
adultos y está comenzando a publicar sus resultados. En un artículo relata la
experiencia de Flora, a quien un consejero genético a cuya consulta acudió a
los veinticuatro años le reveló lo siguiente: «Estoy obligado a decirle que
ciertos detalles de su condición no se le han comunicado, pero no puedo
decirle cuáles son porque la turbarían demasiado» (Preves 1999, p. 37). <<

www.lectulandia.com - Página 731


[15] Cheryl Chase a Anne Fausto-Sterling (correspondencia personal, 1993).

<<

www.lectulandia.com - Página 732


[16] Chase 1998, p. 200. Para más sobre HELP, véase Harmon y Smith 1998 y

su portal http://www.help@jaxnet.com. Su dirección es P. O. Box 26292,


Jacksonville, FL 32226. <<

www.lectulandia.com - Página 733


[17] Chase cita el siguiente pasaje del boletín de un grupo de apoyo a los

afectos de síndrome de insensibilidad androgénica: «Nuestra primera


impresión de la ISNA fue que quizá fueran un tanto demasiado agresivos y
militantes para ganarse el respaldo de la profesión médica. Sin embargo,
tenemos que decir que, una vez leídos [los análisis políticos de la
intersexualidad por la ISNA, Kessler, Fausto-Sterling y Holmes], nos parece
que los conceptos feministas relativos al tratamiento patriarcal de la
intersexualidad son sumamente interesantes y tienen mucho sentido» (Chase
1998, p. 200). <<

www.lectulandia.com - Página 734


[18] El movimiento por los derechos de los intersexuales se ha
internacionalizado. Para un ejemplo alemán véase Tolmein y Bergling 1999.
Para otras organizaciones no estadounidenses consúltese el portal de la ISNA:
http://www.isna.org <<

www.lectulandia.com - Página 735


[19] Por ejemplo, el cirujano John Gearhart y colegas publicaron un artículo en

el que medían la respuesta nerviosa subsiguiente a la reconstrucción fálica. En


los seis casos estudiados, pudieron registrar respuestas nerviosas en el falo
aún después de la cirugía. Su conclusión fue que «nuestro estudio muestra
claramente que las técnicas modernas de reconstrucción genital permiten
preservar la conducción nerviosa en el haz neurovascular dorsal y posibilitan
la función sexual normal en la vida adulta» (Gearhart et al. 1995, p. 486).
(Nótese que el estudio se hizo en niños, y aún no ha pasado el tiempo
suficiente para confirmar este aserto). En una carta privada y otra publicada
en Journal of Urology (Chase 1995), Cheryl Chase cuestionó las
implicaciones del estudio anterior con un estudio de casos propio (para el cual
reclutó a integrantes de la ISNA) en el que reportaba la ausencia o
disminución de respuesta orgásmica en adultos cuya transmisión nerviosa era
normal. Gearhart y colegas respondieron que hacían falta seguimientos a
largo plazo. En otro artículo, Chase señala que las técnicas quirúrgicas se
construyen como blancos móviles. La crítica siempre puede desviarse
alegando que las últimas técnicas han resuelto el problema. Puesto que
algunos de los problemas pueden tardar décadas en manifestarse, estamos
ante un dilema (Chase 1998a; Kipnis y Diamond 1998). <<

www.lectulandia.com - Página 736


[20] Costa et al. 1997 y Velidedeoglu et al. 1997 citan la amputación y la

recesión del clítoris como alternativas a la clitoroplastia, comentando con


frialdad que «la clitorectomía supone la pérdida de un clítoris sensitivo»
(p. 215). <<

www.lectulandia.com - Página 737


[21] La historia del cáncer no es inusual. Unos cuantos intersexuales adultos

cuentan que en sus años juveniles creían que se estaban muriendo de cáncer.
La historia de Moreno se narra en Moreno 1998. <<

www.lectulandia.com - Página 738


[22] Ibíd. p. 208. Este sentimiento es compartido por otra activista de la ISNA,

Morgan Holmes, una enérgica mujer que ronda la treintena. Para prevenir un
aborto, los médicos habían tratado a su madre con progestina, una hormona
masculinizante, y Morgan nació con un clítoris agrandado. Cuando tenía siete
años, los médicos le practicaron una reducción del clítoris. Como en el caso
de Cheryl Chase, nadie le habló de la operación, pero Holmes la recuerda.
Aunque no hasta el punto de la anorgasmia, su función sexual quedó muy
disminuida. Como Chase, Holmes decidió hacer pública su historia. En su
trabajo de máster, donde analiza su propio caso en el contexto de las teorías
feministas de la construcción y el significado del género, escribe
apasionadamente sobre posibilidades perdidas:
«Me gusta imaginar, si mi cuerpo hubiera permanecido intacto y mi clítoris
hubiera crecido al mismo ritmo que el resto de mi cuerpo, cómo habrían sido
mis relaciones lésbicas. ¿Cómo habría sido mi actual relación heterosexual?
¿Y si, como mujer, pudiera asumir un rol penetrador… con mujeres y
hombres? Cuando los médicos aseguraron a mi padre que en el futuro tendría
«una función sexual normal», no querían decir que podían garantizar que mi
clítoris amputado tendría sensibilidad o que yo sería capaz de tener
orgasmos… Lo que se garantizaba era que de mayor yo no tendría ninguna
confusión sobre quién (hombre) folla a quién (mujer). Estas posibilidades…
se me negaron en una operación razonablemente simple de dos horas. Todas
las cosas que podría haber llegado a hacer, todas las posibilidades, se fueron
con mi clítoris camino del departamento de patología. Lo que quedó de mí fue
a la sala de recuperación, y aún no ha salido de ella» (Holmes 1994, p. 53).
<<

www.lectulandia.com - Página 739


[23] Baker 1981; Elias y Annas 1988; Goodall 1991. <<

www.lectulandia.com - Página 740


[24] Anónimo 1994a. <<

www.lectulandia.com - Página 741


[25] Anónimo 1994b. <<

www.lectulandia.com - Página 742


[26] La manera más rápida de localizar estas organizaciones y acceder a la rica

información y ayuda que proporcionan es vía Internet. La dirección es


http://www.isna.org. ISNA es el acrónimo de Intersex Society of North
America, y su dirección postal es: PO Box 3070, Ann Arbor, MI 48106-3070.
<<

www.lectulandia.com - Página 743


[27] Una mujer escribe: «Cuando descubrí que tenía el síndrome de
insensibilidad a los andrógenos las piezas finalmente encajaron. Pero lo que
se hizo añicos fue mi relación tanto con mi familia como con los médicos. Lo
traumático no fue saber de cromosomas o testículos, sino descubrir que me
habían estado mintiendo. Evité toda visita médica en los 18 años siguientes.
Ahora tengo una osteoporosis severa por falta de atención médica. Esto es lo
que produce la mentira» (Groveman 1996, p. 1829). Este número de
Canadian Medical Association Journal contiene varias cartas similares de
mujeres con el mismo síndrome, indignadas de que la revista hubiera
concedido el segundo premio de un concurso de ensayos sobre ética médica
para estudiantes a un artículo que defendía la ética de mentir a las pacientes
de síndrome de insensibilidad androgénica. El ensayo se publicó en un
número anterior (Natarajan 1996). Para encontrar muchas más historias
consúltese el boletín de la ISNA (véase la nota anterior), «Hermaphrodites
with Attitude», el boletín de ALIAS, un grupo de apoyo a las personas con
síndrome de insensibilidad androgénica (email: aiss@aol.com), la revista
Chrysalis 2:5 (otoño de 1997/invierno de 1998) y Moreno 1998. Para una
discusión ampliada de la toma de decisiones éticas véase Rossiter y Diehl
1998 y Catlin 1998. <<

www.lectulandia.com - Página 744


[28] Meyer-Bahlburg escribe: «Aunque los procedimientos quirúrgicos
actuales de la recesión del clítoris, si se efectúan como es debido, preservan el
glande del clítoris y su inervación, todavía se necesitan seguimientos
controlados a largo plazo que evalúen en detalle la calidad de la función
clitorídea en mujeres adultas que han sido sometidas a tales procedimientos
en la infancia» (Meyer-Bahlburg 1998, p. 12). <<

www.lectulandia.com - Página 745


[29] El libro más reciente dedicado al clítoris es antiguo según los estándares

médicos (Lowry y Lowry 1976). Para una visión de conjunto de las


convenciones cambiantes en la representación del clítoris véase Moore y
Clarke 1995. Un raro estudio anatómico del clítoris concluye que «las
descripciones actuales de la anatomía femenina uretral y genital son
imprecisas» (O’Connell et al. 1998, p. 1892). Para una ilustración más
completa del clítoris basada en estas nuevas descripciones véase Williamson
y Nowak 1998. Además, continúan describiéndose nuevos aspectos de la
anatomía y la fisiología de los genitales femeninos. Véase Kellogg y Parra
1991; Ingelman-Sundberg 1997.
Quizás el mejor y menos conocido libro de texto que representa
satisfactoriamente la anatomía sexual femenina es el de Dickinson (1949).
Este autor es digno de mención porque plasma su variabilidad, a menudo en
dibujos compuestos, lo que proporciona un vibrante sentido de la variación
anatómica. Desafortunadamente, sus ilustraciones han sido ignoradas por los
libros de anatomía más al uso. Para una muestra de los intentos de
estandarizar el tamaño del clítoris de las recién nacidas, véase Tagatz et al.
1979; Callegari et al. 1987; Oberfield et al. 1989; Phillip et al. 1996. <<

www.lectulandia.com - Página 746


[30] La desatención de la variabilidad genital, especialmente en la infancia, ha

dificultado el uso de marcadores anatómicos para documentar el abuso sexual


en niños. Aquí parece que estamos atrapados en un círculo vicioso. Nuestros
tabúes en cuanto al reconocimiento de los genitales infantiles e inmaduros
implican que, en realidad, no los hemos examinado demasiado
sistemáticamente. Esto significa que no tenemos una manera «objetiva» de
documentar justo lo que tememos: el abuso sexual infantil. También nos
impide estar preparados para tener conversaciones sensatas con los niños
intersexuales y sus padres sobre sus propias diferencias anatómicas. Véase,
por ejemplo, McCann et al. 1990; Berenson et al. 1991, 1992; Emans 1992;
Gardner 1992. <<

www.lectulandia.com - Página 747


[31] Véase, por ejemplo, una nueva imagen digitalizada reproducida en la

p. 288 de Moore y Clarke 1995. En esta imagen sólo el glande y algunos


nervios están rotulados. El tronco apenas se ve y la raíz está sin indicar.
Compárese esto con publicaciones feministas como Our Bodies, Ourselves.
Los modernos discos compactos de anatomía para el gran público apenas
mencionan el clítoris y no muestran imágenes rotuladas del mismo (véase, por
ejemplo, Bodyworks by Softkey). <<

www.lectulandia.com - Página 748


[32] Newman et al. (1992b, p. 182) escriben: «Los resultados a largo plazo de

las operaciones que eliminan tejido eréctil aún están por evaluar
sistemáticamente». <<

www.lectulandia.com - Página 749


[33] Newman et al. (1992b, p. 8) mencionan uno de nueve pacientes con

orgasmo doloroso tras recesión del clítoris. Randolf et al. (1981) escriben:
«Vale la pena llevar a cabo una segunda recesión, que puede efectuarse
satisfactoriamente a pesar de la cicatriz vieja» (p. 884). Lattimer (1961), en su
descripción de la operación de recesión, menciona la «cicatriz media», que
acaba oculta a la vista entre los pliegues de los labios mayores. Allen et al.
(1982) citan 4/8 casos de erección dolorosa del clítores tras recesión. Nihoul-
Fekete (1981) dice que la clitorectomía deja muñones dolorosos; en cuanto a
la recesión, escribe que «la sensibilidad del clítoris se conserva, excepto en
los casos de necrosis postoperatoria por disección excesiva de los pedículos
vasculares» (p. 255). <<

www.lectulandia.com - Página 750


[34] Nihoul-Fekete et al. 1982. <<

www.lectulandia.com - Página 751


[35] Allen et al. 1982, p. 354. <<

www.lectulandia.com - Página 752


[36] Newman et al. (1992b) escriben que las pacientes sometidas a cirugía

vaginal y clitorídea generalizada tienen una «función sexual que va de


satisfactoria a pobre» (p. 650). Allen et al. (1982) escriben que ellos se
limitan a una vaginoplastia incompleta en la infancia y esperan a la pubertad
para completar la operación «en vez de provocar la fibrosis y estenosis
vaginal subsiguientes a un procedimiento agresivo a edades más tempranas»
(p. 354). Nihoul-Fekete (1981) menciona entre los objetivos de la
vaginoplastia no dejar cicatrices anulares, porque «surgen complicaciones
derivadas de la restauración imperfecta con resultado de estenosis de la
abertura vaginal» (p. 256). Dewhurst y Gordon (1969) escriben que si los
labios fusionados se separan antes de que se adquiera la continencia del
intestino y la vejiga, la operación «puede ir seguida de cicatrización
imperfecta y quizá fibrosis posterior» (p. 41). <<

www.lectulandia.com - Página 753


[37] Nihoul-Fekete 1981. <<

www.lectulandia.com - Página 754


[38]
El debate sobre si es mejor efectuar estas operaciones en la primera
infancia o esperar a la adolescencia o la edad adulta continúa. Como ocurre
con la cirugía del hipospadias (véase el capítulo anterior), hay muchas
variedades de reconstrucción vaginal. Para una breve revisión histórica del
tema véase Schober 1998. <<

www.lectulandia.com - Página 755


[39] La estenosis introital moderada a severa aparece en 3 de cada 10 operadas,

y la estenosis vaginal moderada a severa en 5 de cada 10 (Van der Kamp et


al. 1992). De 33 operaciones antes de 1975: 8 pacientes con estenosis vaginal,
3 con orificio vaginal reducido, 1 con adhesión labial, 1 con fibrosis del pene.
De 25 operaciones después de 1975: 3 pacientes con estenosis vaginal, 3 con
orificio vaginal reducido, 1 con adhesión labial (Lobe et al. 1987); 8 de 14
vaginoplastias mediante la técnica de descenso vaginal derivaron en estenosis
severa (Newman et al. 1992b); 8 de 13 vaginoplastias tempranas derivaron en
estenosis por fibrosis (p. 601) (Sotiropoulos et al. 1976). Migeon dice que las
jóvenes con operaciones vaginales «tienen tejido cicatrizado de resultas de la
cirugía, lo cual dificulta la penetración. Estas jóvenes sufren» (en Hendricks
1993). Nihoul-Fekete et al. (1982) reportan hipersensibilidad del clítoris tras
recesión en 10 de 16 pacientes pospuberales. <<

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[40] Bailez et al. 1992, p. 681. <<

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[41] Colapinto 1997. <<

www.lectulandia.com - Página 758


[42] Una evaluación teciente de la salud psicológica de las criaturas
intersexuales concluyó que «la dilatación de la vagina a edad temprana
parecía crear problemas psicológicos serios porque se experimentaba como
una violación de la integridad corporal» (Slijper et al. 1998, p. 132). <<

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[43] Colapinto 1997; Money y Lamacz 1987. <<

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[44] Bailez et al. 1992. <<

www.lectulandia.com - Página 761


[45] Newman et al. 1992a, p. 651. Los datos de Allen et al. (que siete de sus

ocho pacientes requirieron más de una operación para completar la


clitoroplastia) sugiere que las operaciones repetidas pueden ser la regla y no
la excepción (Allen et al. 1982). Innes-Williams 1981, p. 243. <<

www.lectulandia.com - Página 762


[46] Más datos sobre operaciones múltiples: Randolf et al. 1981: 8 de 37

pacientes requirieron una segunda operación para hacer que la recesión del
clítoris «funcionara». Lobe et al. 1987: 13 de 58 pacientes requirieron más de
dos operaciones; parece probable a partir de su discusión de que muchas más
de esas 58 pacientes requirieran dos operaciones, pero no se informa de
cuántas. Allen et al. (1982): 7 de 8 clitoroplastias requirieron operaciones
adicionales. Van der Kamp et al. (1982): 8 de 10 pacientes requirieron dos o
más operaciones. Sotiropoulos et al. 1976: 8 de 13 vaginoplastias tempranas
requirieron segundas operaciones. Jones y Wilkins (1961): un 40 por ciento
de las vaginoplastias requirió segundas operaciones. Nihoul-Fekete et al.
(1982): un 33 por ciento de las vaginoplastias tempranas requirió operaciones
adicionales. Newman et al. (1992a): 2 de 9 pacientes requirieron una segunda
recesión del clítoris; 1 de 9 requirió una segunda vaginoplastia. Azziz et al.
(1986): 30 de 78 pacientes requirieron segundas y terceras vaginoplastias; el
éxito de las vaginoplastias practicadas en niñas menores de 4 años era sólo del
34,3 por ciento. InnesWilliams (1981): para intersexos con hipospadias
recomienda dos operaciones y dice que la técnica o la cicatrización deficiente
puede significar tres o más operaciones adicionales. Véase también Alizai et
al. 1999.
El número de operaciones puede ascender a 20. En un estudio de 73 pacientes
de hipospadias el número medio de operaciones era de 3,2 con un rango de 1
a 20. Véase Mureau, Slijper et al. 1995a, 1995b, 1995c. <<

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[47] Mulaikal et al. 1987. <<

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[48] Los resultados psicológicos de la cirugía del hipospadias pueden diferir de

una cultura a otra. Por ejemplo, unos cuantos estudios en Holanda, donde la
circuncisión masculina es infrecuente, determinaron que la insatisfacción con
el resultado de la operación se derivaba en parte de la apariencia circuncidada
del miembro (Mureau, Slijper et al. 1995a, 1995b, 1995c; Mureau 1997;
Mureau et al. 1997). Para un estudio anterior véase Eberle et al. (1993),
quienes reportaron cierta ambigüedad sexual persistente (contemplada como
algo negativo) en el 11 por ciento de sus pacientes afectos de hipospadias.
Duckett encontró «este estudio de lo más preocupante para aquellos de
nosotros que ofrecen perspectivas optimistas para nuestros pacientes con
hipospadias» (Duckett 1993, p. 1477). <<

www.lectulandia.com - Página 765


[49]
Miller y Grant 1997. Para más información sobre los efectos del
hipospadias véase Kessler 1998, pp. 70-73. <<

www.lectulandia.com - Página 766


[50] Sandberg y Meyer-Bahlburg 1995. Véase también Berg y Berg 1983,

quienes reportan una incertidumbre incrementada sobre la identidad de género


y la masculinidad, pero no de la homosexualidad, entre los varones con
hipospadias. <<

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[51] Slijper et al. 1998, p. 127. <<

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[52] Ibíd. <<

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[53] Harmon-Smith, comunicación personal. Para saber más sobre HELP y

otros grupos de apoyo, consúltese el portal de la ISNA: http://www.isna.org.


<<

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[54] Harmon-Smith 1998. Los mandamientos son:

1) NO dirás a la familia que no pongan nombre a «la criatura». Eso sólo sirve
para aislarlos y para hacer que comiencen a ver a su bebé como una
«anormalidad».
2) sí animarás a la familia a llamar a su criatura por un apodo (dulzura,
cariñito o incluso «pulguita») o un nombre neutro.
3) NO te referirás al paciente como «la criatura». Esto hace que los padres
comiencen a ver a su bebé como un objeto y no como una persona.
4) sí llamarás al paciente por el nombre o sobrenombre elegido por los padres.
Puede resultar incómodo de entrada, pero ayudará mucho a los padres.
Ejemplo: «¿Cómo está hoy vuestra dulzura?».
5) NO aislarás al paciente en una unidad de cuidados intensivos. Esto alarma
a los padres y les hace pensar que algo va muy mal con su criatura. También
aísla a la familia al impedir las visitas de hermanos, tíos y hasta abuelos, con
lo que su nuevo miembro comienza a recibir un tratamiento diferente.
6) SÍ permitirás que el paciente permanezca en una sala ordinaria. Admitirás
pacientes en el ala infantil, quizás en una habitación única. Luego permitirás
las visitas, de manera que el vínculo familiar pueda comenzar a afianzarse.
7) SÍ pondrás a la familia en contacto con un grupo de información o apoyo.
Hay muchos disponibles: NORD (National Organization for Rare Disorders);
Parent to Parent; HELP; AIS Support Group; ISNA; incluso March of Dimes
o Easter Seáis.
8) NO privarás de información O apoyo a la familia. No asumirás que no
entenderán o que será inconveniente que sepan de otros desórdenes o
problemas relacionados. Dejarás que los padres decidan qué información
quieren o necesitan. Les animarás a contactar con gente que pueda
informarles y compartir experiencias con ellos.
9) SÍ animarás a la familia a visitar un consejero o terapeuta. No sólo un
consejero genético; necesitarán apoyo emocional además de información
genética. Los enviarás a un consejero de familia, terapeuta o asistente social
que intervenga en las crisis familiares.

www.lectulandia.com - Página 771


10) NO tomarás decisiones drásticas antes del primer año. Los padres
necesitan tiempo para adaptarse a la situación. Necesitarán entender la
condición de su criatura y sus necesidades específicas. Les darás tiempo para
asimilar las informaciones e ideas nuevas, y para que comprendan que su
criatura no es una condición que debe conformarse a un programa
establecido, sino un individuo, NO programarás la primera operación para
antes de que el paciente deje el hospital, porque los padres tendrán más miedo
de que su vida esté en peligro y de haber tenido una criatura anormal o
desfavorecida. <<

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[55] Kessler 1998, p. 129. <<

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[56] Young 1937, p. 154. Para ejemplos más recientes, véanse varios casos de

padres que rechazaron la reasignación sexual subsiguiente a traumatismo del


pene de sus hijos en Gilbert et al. 1993. <<

www.lectulandia.com - Página 774


[57] Young 1937, p. 158. <<

www.lectulandia.com - Página 775


[58] Los estudiosos han comenzado a analizar el fenómeno de la exhibición de

cuerpos extraordinarios como una forma de espectáculo público. Para una


introducción a esta literatura véase Thomson 1996. <<

www.lectulandia.com - Página 776


[59] Kessler 1990. <<

www.lectulandia.com - Página 777


[60] Young 1937, p. 146. <<

www.lectulandia.com - Página 778


[61] Dewhurst y Gordon 1963, p. 77. <<

www.lectulandia.com - Página 779


[62] Randolf et al. 1981, p. 885. <<

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[63] Van det Kamp et al. 1992. <<

www.lectulandia.com - Página 781


[64] Bailez et al. 1992, p. 886. «Unas cuantas madres declararon que sus

maridos se oponían de hecho a la cirugía», y en un caso la operación se


pospuso porque la familia quería que el niño participara en la toma de
decisión (Hendricks 1993). Migeon reporta otros casos de pacientes que
dejaron de tomar la medicación antivirilizante. Jones y Wilkins (1961) citan
un paciente que aceptó la histerectomía y la mastectomía pero rehusó la
remodelación genital, aunque tenía que orinar sentado. Azziz et al. (1986)
reportan que 5 de 16 pacientes que requerían más operaciones para lograr un
coito cómodo nunca llevaron a término su remodelación genital. Lubs et al.
(1959) mencionan que la familia de una paciente de diecisiete años con
anormalidades genitales «consideraba que no debería pasar por más
reconocimientos y no iba a permitir que se estudiara su caso» (p. 1113). Van
Seters y Slob (1988) describen un caso de micropene en el que el padre
rehusó la cirugía hasta que el paciente fue lo bastante mayor para decidir por
sí mismo. Hurtig et al. (1983) comentan el rechazo de la medicación
antimasculinizante en dos de cuatro pacientes. Hampson (1955) menciona
unos cuantos padres que rehusaron la recomendación del cambio de sexo,
«movidos por su propia firme convicción en la masculinidad de su hijo o la
feminidad de su hija» (p. 267). Beheshti et al. (1983) menciona dos casos de
rechazo de la reasignación de género por los padres. <<

www.lectulandia.com - Página 782


[65] Van Seters y Slob (1988). Para más sobre la capacidad de los niños con

micropenes de adaptarse al rol sexual masculino véase Reilly y Woodhouse


1989. <<

www.lectulandia.com - Página 783


[66] Hampson y Hampson 1961, págs. 1428-1429; la cursiva es mía. <<

www.lectulandia.com - Página 784


[67] El tamaño de muestra es demasiado reducido para que estas cifras lleguen

a ser estadísticamente significativas, pero en este párrafo doy por sentada esta
significación. <<

www.lectulandia.com - Página 785


[68] En realidad, este momento ya ha llegado, como atestiguan los programas

de la ISNA y otras organizaciones. <<

www.lectulandia.com - Página 786


[69] Kessler 1998, p. 131. <<

www.lectulandia.com - Página 787


[70] Ibíd. p. 40. <<

www.lectulandia.com - Página 788


[71] A pesar del escepticismo médico, el mensaje de la ISNA está calando. Un

artículo reciente de una revista de enfermería discutía el punto de vista de la


ISNA y señalaba que «es importante ayudar a los padres a centrarse en su
bebé como un todo y no en su condición. La enfermera puede destacar los
rasgos de la criatura no relacionados con el género, como «qué ojos tan
bonitos tiene» o «tiene una nariz igual que la de papá» (Parker 1998, p. 22).
Véase también el editorial del mismo número (Haller 1998). <<

www.lectulandia.com - Página 789


[72] Hay una significativa y fascinante literatura sobre transexualidad. Véase,

por ejemplo, Hausman 1992, 1995; Bloom 1994; Bollin 1994; Devor 1997.
<<

www.lectulandia.com - Página 790


[73] Los principales trabajos sobre la teoría y práctica transgenérica incluyen

Feinberg 1996, 1998; Ekins y King 1997; Bornstein 1994; Atkins 1998.
Consúltese también la revista Chrysalis: The Journal of Transgressive
Gender Identities. <<

www.lectulandia.com - Página 791


[74] Bolin 1994, pp. 461,473. <<

www.lectulandia.com - Página 792


[75] Ibíd. p. 484. <<

www.lectulandia.com - Página 793


[76] Rothblatt 1995, p. 115. <<

www.lectulandia.com - Página 794


[77] Lorber 1993, p. 571. <<

www.lectulandia.com - Página 795


[78] Véase también la discusión del capítulo 1, así como Herdt 1994a, 1994b;

Besnier 1994; Roscoe 1991, 1994; Diedrich 1994; Snarch 1992. <<

www.lectulandia.com - Página 796


[79] Los hijaras constituyen una secta ascética investida de los poderes divinos

de la diosa Bahuchara Mata. Danzan y ofician ceremonias en los nacimientos


de varón y casamientos, además de rendir culto a la diosa en su templo
(Nanda 1986, 1989, 1994). <<

www.lectulandia.com - Página 797


[80] Sin la enzima, el cuerpo no puede transformar la testosterona en una

hormona relacionada, la dihidrotestosterona (DHT). En el embrión, la DHT


media la formación de los genitales externos masculinos. <<

www.lectulandia.com - Página 798


[81]
Para una revisión reciente de la biología, véase Quigley et al. 1995;
Griffin y Wilson 1989. <<

www.lectulandia.com - Página 799


[82] Esta forma de insensibilidad a los andrógenos suele ser diagnosticada

equivocadamente, lo que conduce a operaciones irreparables como la


castración. Cuando las dificultades potenciales no se «tratan» hasta la
pubertad, los afectados tienen opciones más satisfactorias. Véase la discusión
de Griffìn y Wilson 1989, p. 1929, y el caso comentado en Holmes et al.
1992.
En Fausto-Sterling 1992 discuto la apropiación de los sucesos en los
pueblecitos de la República Dominicana para un debate candente en Estados
Unidos sobre si la biología innata o el sexo de crianza determina los roles y
las preferencias de género. Este debate es paralelo a la disputa sobre
Joan/John y el estudio de la adquisición del rol sexual en las jóvenes con
hiperplasia adrenocortical congènita tratados en el capítulo 3. <<

www.lectulandia.com - Página 800


[83] Herdt y Davidson 1988; Herdt 1990b, 1994a, 1994b. <<

www.lectulandia.com - Página 801


[84] Herdt 1994, p. 429. <<

www.lectulandia.com - Página 802


[85] Kessler 1998,p. 90. <<

www.lectulandia.com - Página 803


[86] Press 1998. <<

www.lectulandia.com - Página 804


[87] Rubin 1984, p. 282. <<

www.lectulandia.com - Página 805


[88] Kennedy y Davis 1993. <<

www.lectulandia.com - Página 806


[89] Feinberg 1996, p. 125. <<

www.lectulandia.com - Página 807


[90]
Para un enunciado completo de la declaración internacional de los
derechos genéricos véanse las pp. 165-169 de Feinberg 1996. <<

www.lectulandia.com - Página 808


[91] Para un tratamiento completo y profundo de los temas legales (que por

extrapolación serían aplicables a los intersexuales) véase Case 1995. Para una
discusión sobre la forma en que las decisiones legales construyen el tema
heterosexual y homosexual véase Halley 1991, 1993, 1994. <<

www.lectulandia.com - Página 809


[92] En Norton 1996, pp. 187-188. <<

www.lectulandia.com - Página 810


[93] A medida que la cirugía de la reasignación sexual se fue imponiendo en

los años cincuenta, los médicos comenzaron a preocuparse por su


responsabilidad personal. Aunque obtuviera la aprobación de los
progenitores, ¿podía ser demandado el cirujano por el paciente cuando éste
alcanzara la mayoría de edad «por cargos desde la mala práctica médica hasta
la violencia o incluso la mutilación»? A pesar de «esta desagradable
incertidumbre legal», los intranquilos médicos que escribieron este pasaje
creían que no debían arrugarse y dejar de «tratar a estos infortunados niños…
de la manera que parezca… más adecuada y humana» (Gross y Meeker 1955,
p. 321).
En 1957, el doctor E. C. Hamblen, reiterando el miedo a la demanda, buscó la
asistencia de un seminario de derecho en la Universidad de Duke. Una
solución sugerida, que nunca vio la luz del día, fue establecer juntas o
comisiones estatales «sobre asignación y reasignación de sexo, comparables a
las juntas eugenésicas que autorizaban la esterilización». Hamblen esperaba
que esta acción protegería a unos médicos cuya posición «podría ser
ciertamente precaria si la acción legal subsiguiente se tradujera en un juicio»
(Hamblen 1957, p. 1240). Tras esta oleada inicial de preocupación, la
literatura médica posterior guarda silencio sobre la cuestión del derecho del
paciente a demandar al médico. Puede que los facultativos confiaran en su
casi absoluta certeza de que los tratamientos vigentes de la intersexualidad
eran moral y médicamente correctos, y en que la inmensa mayoría de sus
pacientes nunca airearía una cuestión tan íntima. En la era post-Lorena
Bobbit, sin embargo, parece sólo cuestión de tiempo para que algún
profesional médico tenga que enfrentarse a la demanda civil de un intersexual
genitalmente manipulado. <<

www.lectulandia.com - Página 811


[94] O’Donovan 1985. Para una revisión actualizada del estatuto legal del

intersexual véase Greenberg 1999. <<

www.lectulandia.com - Página 812


[95] O’Donovan 1985, p. 15;Ormrod 1992. <<

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[96] Edwards 1959, p. 118. <<

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[97] Halley 1991. <<

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[98] Ten Berge 1960, p. 118. <<

www.lectulandia.com - Página 816


[99] Véase de la Chapelle 1986; Ferguson-Smith et al. 1992; Holden 1992;

Kolata 1992; Serrat y García de Herreros 1993; sin firma 1993. <<

www.lectulandia.com - Página 817


[100] Cuando escribí el primer borrador de este capítulo en 1993 nunca habría

esperado que en 1998 los matrimonios homosexuales serían objeto de


votación en dos estados. Aunque la propuesta perdió en ambos casos, está
claro que el asunto está ahora abierto a la discusión. Creo que es cuestión de
tiempo para que el debate se reanude, con resultados diferentes. <<

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[101] Rhode Island revocó su ley antisodomía en 1998, el mismo año en que

una ley similar se declaró inconstitucional en el estado de Georgia. <<

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[102] Reilly y Woodhouse 1989, p. 571; véase también Woodhouse 1994. <<

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[1] Para una discusión general del problema de la visibilidad y la observación

en la ciencia véase Hacking 1983. <<

www.lectulandia.com - Página 821


[2] Las discusiones sobre la estructura corporal no son nuevas. En el siglo XIX,

algunos biólogos eminentes se dedicaron a medir la capacidad de cráneos


vacíos llenándolos de perdigones de plomo para comprobar qué grupo
humano (varones o mujeres, blancos o negros) tenía más capacidad craneal.
La idea era que los cráneos más voluminosos contenían cerebros mayores, y
que una persona era tanto más inteligente cuanto mayor su cerebro (véase
Gould 1981; Russett 1989). Aunque las afirmaciones de la existencia de
diferencias raciales en la estructura cerebral son menos frecuentes,
ocasionalmente se dejan ver en las revistas científicas (véase Fausto-Sterling
1993b; Horowitz 1995). La cuestión de la realidad y el sentido de las
diferencias de tamaño cerebral ha sido objeto de debate durante casi dos
siglos. El modo de análisis que expongo en este capítulo es fácilmente
aplicable a las aseveraciones de diferencias raciales y étnicas en la estructura
cerebral. <<

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[3] Por supuesto, el mundo natural tiene algo que decir al respecto. Algunos

hechos «naturales» son más visibles e indiscutibles que otros. No hay


desacuerdo científico, por ejemplo, en que los cerebros de los gatos se ven
diferentes de los humanos. Pero tampoco hay comisiones para promover un
diálogo nacional sobre los gatos. Por otro lado, no hay consenso —ni social ni
científico— en cuanto a la naturaleza de la inteligencia animal y las
diferencias y semejanzas entre las mentes humana y animal. Así que si los
científicos quisieran localizar un centro cerebral para un proceso cognitivo de
tipo humano en el gato, el desacuerdo sería inevitable, porque ni siquiera hay
consenso sobre la naturaleza de la cognición animal misma. <<

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[4] A menudo, cuando un sistema de investigación es demasiado complejo

para dar respuestas satisfactorias, los científicos lo abandonan y se ocupan de


problemas «factibles». El ejemplo más famoso en mi propio campo es el de
Thomas Hunt Morgan, quien convirtió a la mosca del vinagre en un
organismo modelo para el desarrollo de la genética mendeliana. Morgan
comenzó su carrera como embriólogo, pero encontraba que los embriones
eran desesperantemente complejos. Al principio era escéptico tanto de la
genética como de la evolución, pero cuando, casi por accidente, comenzó a
obtener resultados consistentes e interpretables que otros generalizaron más
allá de la mosca del vinagre, vio clara su línea de investigación. Para más
sobre esta historia véase Allen 1975 y Kohler 1994. Para más sobre el
concepto de «factibilidad» véase Fujimura 1987; Mitman y Fausto-Sterling
1992. Unos cuantos neurólogos que leyeron y criticaron el primer borrador de
este capítulo me dijeron que bastantes colegas suyos piensan que la
investigación sobre el tamaño del cuerpo calloso debería abandonarse por la
intratabilidad del objeto de estudio. Pero el campo de la neurobiología es de
lo más diverso y está subdividido en diferentes grupos de trabajo con
concepciones distintas de lo que constituye «la mejor» forma de
investigación. Para otros, cuya obra examino aquí, el tema es tratable. En el
caso del cuerpo calloso, la ausencia de avance colectivo es una señal segura
de que hay mucho más en juego que la reputación de unos pocos neurólogos.
<<

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[5] Gelman 1992; Gorman 1992. <<

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[6] Black 1992, p. 162. <<

www.lectulandia.com - Página 826


[7] Foreman 1994. <<

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[8] Wade 1944. <<

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[9] Begley 1995, pp. 51-52. En otra parte (Fausto-Sterling 1997) ofrezco una

toma diferente del artículo de Newsweek. <<

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[10] El autor presenta la explicación social «alternativa», y en ese sentido no

toma partido en el debate. Begley escribe: «¿Es descabellado preguntarse si


ciertas partes del cerebro de las niñas crecen o menguan, mientras que otras
partes del cerebro de los niños se expanden o atrofian, porque se les dijo que
no se rompieran sus bonitas cabezas por las matemáticas, o porque
comenzaron a coleccionar Legos desde que nacieron?» (Begley 1995, p. 54).
<<

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[11] (Sin firma 1992). Esta es una idea que más de un sexólogo se toma en

serio. Durante el invierno/primavera de 1998, el servidor de los sexólogos


profesionales, «Loveweb» (un seudónimo), era escenario de un amplio y
acalorado debate sobre si los gays tienden a ciertas profesiones y por qué. En
este debate, la cuestión de las diferencias en aptitudes espaciales y estructura
cerebral figuraba en un lugar prominente. <<

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[12] Witelson 1991b; McCormick et al. 1990. <<

www.lectulandia.com - Página 832


[13] Schiebinger 1992, p. 114. <<

www.lectulandia.com - Página 833


[14] Schiebinger 1992. <<

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[15] Las preguntas sobre la localización de las funciones cerebrales y la
asimetría cerebral cambiaron a lo largo del siglo. En la primera mitad del
siglo XIX, la creencia en que las facultades de la mente se localizaban en zonas
particulares del cerebro encontró una resistencia que emanaba de la
asociación de la idea de localización con los movimientos de cambio social y
de la pugna entre la teología y el campo emergente de la biología
experimental. Los partidarios de la localización pertenecían a una facción
política que abogaba por reformas sociales como la abolición de la monarquía
y la pena de muerte y la ampliación del derecho de voto. Los contrarios a la
localización celebraban la coronación de Carlos X y eran partidarios de la
pena de muerte para los blasfemos (Harrington 1987). El neurólogo y
antropólogo francés Paul Broca zanjó la cuestión al correlacionar la pérdida
de capacidad lingüística en pacientes con lesiones cerebrales con una región
particular del lóbulo frontal del córtex cerebral (el área de Broca) y concluir
que, al menos en lo que respecta al lenguaje, los hemisferios cerebrales eran
asimétricos. Las conclusiones de Broca amenazaban «creencias estéticas y
filosóficas profundamente arraigadas… Si se demostraba que el cerebro
estaba funcionalmente descompensado, ello pondría en solfa la ecuación
clásica entre simetría… y salud y perfección física… Incluso podía socavar
todos los esfuerzos recientes por introducir la lógica y la legitimidad en el
estudio del córtex, invocando el espectro de un movimiento retrógrado hacia
la visión implícitamente teológica del córtex cerebral como un órgano
científicamente inclasificable» (Harrington 1987, p. 53).
Así pues, Broca y otros neurólogos franceses tuvieron que afrontar la
amenaza de verse transportados al pasado, desde un presente de democracia
de clase media hasta un discurso que ligaba la simetría y la deslocalización de
las funciones cerebrales a la religión y la monarquía. Broca optó por una
solución de compromiso al proponer que no había asimetrías cerebrales
innatas, sino que el cerebro se desarrollaba de manera disimétrica durante la
niñez. Las ideas de Broca sobre el desarrollo cerebral infantil descansaban a
su vez en una serie de creencias sobre diferencias cerebrales raciales que,
según se pensaba, se perfilaban también durante la niñez (véase Gould 1981;
Harrington 1987; Russett 1989). Así, la asimetría no sólo separaba a los seres
humanos de las bestias; dentro del género humano, separaba «las razas
avanzadas de las primitivas» (Harrington 1987, p. 66). Broca provocó un gran

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cambio. Si en la primera mitad del siglo XIX la perfectibilidad se había ligado
a la simetría, a partir de entonces la idea de perfectibilidad quedó ligada a la
asimetría. Pronto comenzó a hacerse obvio que las mujeres (clasificadas como
Homo parietalis, a diferencia de los varones blancos, conocidos como Homo
frontalis; véase Fausto-Sterling 1992), los niños pequeños y las clases bajas
tenían cerebros más simétricos. Hacia finales de siglo, la lista de los
imperfectos se había ampliado a los dementes y los criminales (entre los que
supuestamente había más zurdos y ambidextros, condiciones ambas que se
correlacionaban con una asimetría disminuida). Broca introdujo una nueva
visión científica, separándola del anterior sistema de creencias políticas al que
había estado ligada y vinculándola a una nueva constelación. Su única
intersección (simetría innata pero asimetría ontogénica) proporcionó
continuidad y aceptabilidad; una vez el nuevo sistema de creencias científicas
se afianzó y prosperó, comenzó a generar sus propios vástagos. <<

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[16]
Donahue sugería que la diferencia podía dar cuenta de la «intuición
femenina» (Donahue 1985). <<

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[17] De Lacoste-Utamsing y Holloway 1982, p. 1431. <<

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[18] Efron 1990; Fausto-Sterling 1992b. <<

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[19] Stanley 1993, p. 128 (énfasis en el original), 136. <<

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[20] Un número entero de la revista Brain and Cognition (26 [1994]) está

dedicado a criticar una teoría de Geschwind y Behan en la cual se fundamenta


Bendbow para afirmar la existencia de diferencias en las aptitudes innatas de
varones y mujeres. <<

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[21] Benbow y Lubinski 1993. El debate sobre una presunta base biológica

para diferencias en aptitud matemática, posiblemente ubicables en el cuerpo


calloso, continúa. Para una confrontación más reciente sobre este tema véase
Benbow y Lubinski 1997 frente a Hyde 1997. <<

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[22] Haraway 1997, p. 129. Los objetos tecnocientíficos que menciona
Haraway son «feto, microprocesador/ordenador, gen, raza, ecosistema,
cerebro». No habla del cuerpo calloso, pero presta mucha atención a las
intersecciones entre raza y género. De hecho, las trayectorias de las hebras
pegajosas de la raza y del género se cruzan a menudo, y se entrelazan más de
una vez cuando confluyen en el cuerpo calloso. <<

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[23] Otros aspectos de la educación y el desarrollo infantil también están
atrapados por estas hebras pegajosas. Un artículo, por ejemplo, reporta una
correlación entre dislexia y una estructura alterada del cuerpo calloso (Hynd
et al. 1995). Este nudo pegajoso incluye una hueste de temas en el diagnóstico
y tratamiento de discapacidades de aprendizaje, que van más allá del alcance
de este libro. <<

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[24] Un enlace reciente implica las teorías de la enfermedad mental (Blakeslee

1999). <<

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[25] Pero véase Efron 1990. <<

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[26] Así lo afirmó Bean (1906), quien también escribió, en el número de
septiembre de 1906 de Century Magazine, que «el caucásico y el negro [sic]
son fundamentalmente extremos opuestos en la evolución. Habiéndose
demostrado que el negro y el caucásico son ampliamente diferentes en sus
características, debido a una deficiencia de materia gris y fibras conectivas en
el cerebro del negro… nos vemos forzados a concluir que es inútil intentar
elevar al negro mediante educación o cualquier otro método» (citado en Baker
1994, p. 210). <<

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[27] Allen et al. 1991. <<

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[28] Rauch y Jinkins 1994, p. 68. <<

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[a] Tomado de Harrington 1985. <<

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[29] Latour 1988; Latour 1983. <<

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[30] Kohler 1994. <<

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[31] Para una discusión adicional y variada sobre la forma en que los objetos

naturales se convierten en herramientas de laboratorio véanse los diversos


artículos recopilados por Clarke y Fujimura 1992. <<

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[32] Bean 1906. <<

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[33] Lo cual parece idéntico a los trazados hechos por científicos modernos;

véase, por ejemplo, Clarke et al. 1989 y Byne et al. 1988. <<

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[34] Esto es notable en un mundo científico en el que pocas publicaciones se

citan diez años después de su aparición. <<

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[35] Creo que la proyección bidimensional del cuerpo calloso es lo que en la

jerga semiótica se llamaría un significante flotante. <<

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[36] Bean 1906, p. 377. Si no conociéramos el contexto, ¿no pensaríamos que

esto era una descripción de la diferencia de género en vez de la diferencia


racial? <<

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[37] Ibíd. p. 386. <<

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[38] En la actualidad es el esplenio, ahora ligado a las funciones cognitivas, el

que supuestamente es mayor en las mujeres. <<

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[39] Malí fue mentor de una importante anatomista, Florence Rena Sabine

(1871-1953). Para una biografía breve, véase Ogilvie 1986. <<

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[40] Malí 1909, p. 9. <<

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[41] Ibíd. p. 32. Trece de los artículos incluidos en las tablas 5.3 a 5.5 se

refieren a Bean y/o Malí. Cinco que reportan diferencias sexuales y cuatro
que no detectan ninguna diferencia citan sólo a Bean. Ninguno cita
únicamente a Malí, aunque su artículo figuró durante décadas como el trabajo
definitorio. Tres grupos que encuentran sus propias diferencias sexuales citan
a ambos, mientras que uno de los que niegan la existencia de diferencias cita
la controversia clásica. <<

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[42] Véase la nota 26 y Baker 1994. <<

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[43] Para una discusión adicional sobre cómo los mapas, atlas y demás
vinieron a representar el cerebro invisible «y todos los trabajos invisibles y
fallos escondidos» en él (p. 224) véase Star 1992. <<

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[44] Rauch y Jinkins (1994) escriben: «Las medidas del cuerpo calloso entero

en tres dimensiones también serían una empresa compleja, ya que la


conformación del cuerpo calloso se parece mucho a la complicada formación
alar de un ave. Además, estas alas se intercalan con los haces ascendentes de
materia blanca… lo que hace que la porción lateral del cuerpo calloso sea
esencialmente imposible de definir con certeza» (p. 68).
Incluso el CC domesticado plantea problemas, porque nunca se separa del
todo del resto del cerebro. Algunos grupos de investigación se cuidan de
advertir sobre ello: «El límite del CC es inequívoco por la parte dorsal, pero
no por la ventral. Puesto que, en los monos, el esplenio y la parte adyacente
del cuerpo calloso no pueden separarse macroscópicamente de la comisura
dorsal del hipocampo… el límite entre el CC y el septum pellucidum era a
veces difícil de determinar sólo por inspección» (Clarke et al. 1989, p. 217).
Sin embargo, los experimentadores estiman que pueden tolerar este grado de
dificultad, porque el cuerpo principal del CC domesticado es lo bastante claro.
<<

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[45] Un problema científico concierne a la interpretación de la enorme
variabilidad entre varones y mujeres. Elster et al. (1990) escriben: «Como se
desprende de nuestros propios datos y los de otros, las mediciones del cuerpo
calloso varían dentro de cada sexo casi tanto como entre sexos» (p. 325).
Véase también Byne et al. 1988. Una segunda cuestión concierne a la mejor
manera de observar el cuerpo calloso. En la controversia actual, los
investigadores han empleado variaciones sobre dos temas principales. El
primer método consiste en mediciones postmortem de cerebros preservados
procedentes de pacientes muertos de enfermedades que no afectan al cerebro.
La superficie bidimensional resultante de la sección transversal del cuerpo
calloso es objeto de una variedad de medidas. El método alternativo consiste
en obtener imágenes por resonancia magnética (IRM) de los cerebros de
voluntarios vivos. Este aparato se vale de la actividad química natural del
cuerpo para visualizar el cerebro. La máquina crea «cortes» ópticos del
cerebro que se proyectan en una pantalla de televisión. Como si de cortar
rebanadas de pan se tratara, comienza en la superficie externa y va
«rebanando» la cabeza hacia el centro, ofreciendo cortes visuales finos. El
contorno visible del cuerpo calloso se toma como la estructura bidimensional
que se mide. Los autores de un artículo reciente escriben: Los estudios
basados en autopsias o material procedente de cadáveres también tienden a
adolecer de tamaños de muestra pequeños. Aunque el empleo de material
postmortem tiene sus ventajas, como la medida directa y la posibilidad de
medir el peso cerebral, la escasez de especímenes hace que las conclusiones
estadísticas sean cuestionables. Otro problema asociado al uso de material
postmortem embalsamado es la alteración resultante de la fijación con
formalina… Los estudios que recurren a las imágenes por resonancia
magnética tienen la ventaja de unos tamaños de muestra mayores, aunque los
estudios que emplean un grosor de corte de 7-10 mm se han criticado porque
el efecto de volumen parcial puede conducir a resultados inexactos (Constant
y Ruther 1996, p. 99).
Un tercer problema técnico tiene que ver con el concepto de «alometría».
Véase, por ejemplo, Fairbairn 1997. Para una aplicación más específica de
este tema al problema de la comparación entre cuerpos callosos véase Going
y Dixson (1990), quienes escriben (p. 166):

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Es sabido que los cerebros masculinos son mayores y más pesados que los
femeninos. Esto introduce una dificultad en los estudios del dimorfismo
sexual, porque esta diferencia de tamaño puede oscurecer las diferencias
reales entre los cerebros masculinos y femeninos, o crear diferencias espurias.
Se plantea la pregunta de si es apropiado aplicar una corrección según el peso
cerebral. Dicha corrección refleja el modelo teórico de las relaciones entre el
peso cerebral y las magnitudes en consideración, un modelo que puede no ser
correcto. Así pues, los datos corregidos deben interpretarse con cautela, si no
escepticismo.
Contrástese este punto de vista con el de Holloway, para quien las diferencias
relativas son de gtan interés (Holloway 1998; véase también Peters 1988). <<

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[46] La disputa actual sobre las diferencias de género en el cuerpo calloso

comenzó con medidas obtenidas de cerebros procedentes de autopsias (de


LacosteUtamsing y Holloway 1982). A medida que se fueron publicando
informes que diferían del primero y entre sí, también se inició un debate sobre
el método. Por ejemplo, los estudios postmortem adolecían de tamaños de
muestra pequeños. El tamaño de muestra medio para quince estudios con
imágenes de resonancia magnética era de 86,3 (10-122), mientras que el
tamaño de muestra medio para otros quince trabajos con material postmortem
era de 44,2 (14-70). Los estudios considerados se enumeran en la nota 50. <<

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[47] Diversas técnicas de escáner cerebral están ganando reputación como una

manera supuestamente objetiva de interpretar el cerebro. Por supuesto, las


imágenes obtenidas mediante la técnica IRM y la especialmente popular PET
son construcciones. Para más información sobre escáneres cerebrales véase
Dumit 1997, 1999a y 1999b. <<

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[48] Witelson y Goldsmith 1991; Witelson 1989. <<

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[49] Clark et al. 1989, p. 217; Byne et al. 1988. Witelson señala que «el

estudio de la concordancia entre la medida directa postmortem y la indirecta


por IRM del tamaño del cuerpo calloso está por hacer» (Witelson 1989, p.
821).
Objetos tecnocientíficos diferentes pueden conducir a resultados diferentes.
Quise comprobar si el método elegido tenía alguna influencia en que un grupo
de investigación dado encontrara diferencias ligadas al sexo o la dominancia
manual en todo o parte del cuerpo calloso (ya fueran absolutas o de área
relativa). Cuando se recurría a la técnica IRM, siete grupos de investigación
encontraron alguna diferencia sexual, mientras que catorce no hallaron nada.
Por el contrario, ocho grupos que trabajaron con material PM hallaron
diferencias, y siete no. ¿Hay algo en la técnica PM (el menor tamaño de
muestra, la naturaleza del objeto producido) que la hace más susceptible de
proporcionar diferencias sexuales? (Utilicé los estudios enumerados en la nota
siguiente). <<

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[50] Los artículos son: Witelson 1985, 1989, 1991a; Witelson y Goldsmith

1991; Demeter et al. 1988; Hines et al. 1992; Cowell et al. 1993; Holloway et
al. 1993; de Lacoste-Utamsing y Holloway 1982; de Lacoste et al. 1986;
Oppenheim et al. 1987; O’Kusky et al. 1988; Weiss et al. 1989; Habib et al.
1991; Johnson et al. 1944; Bell y Variend 1985; Holloway y de Lacoste 1986;
Kertesz et al. 1987; Byne et al. 1988; Clarke et al. 1989; Allen et al. 1991;
Emory et al. 1991; Aboitiz, Scheibel et al. 1992b; Clarke y Zaidel 1994;
Rauch y Jinkins 1994; Going y Dixson 1990; Steinmetz et al. 1992; Reinarz
et al. 1988; Denenberg et al. 1991; Prokop et al. 1990; Elster et al. 1990;
Steinmetz et al. 1995; Constant y Ruther 1996. <<

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[51] Habib et al. 1991. <<

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[52] Witelson 1989. <<

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[53] Lynch 1990, p. 171. <<

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[54] Lynch escribe: «A partir de un espécimen inicialmente recalcitrante, los

científicos trabajan metódicamente para exponer, elaborar y perfeccionar las


apariencias superficiales del espécimen para hacerlas congruentes con la
representación gráfica y el análisis matemático» (Lynch 1990, p. 170). <<

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[55] Para una discusión de otros aspectos de la simplificación en el trabajo

científico véase Star 1983. Para abundar en la construcción de objetos de


investigación dentro de redes sociales véase Balmer 1996 y Miettinen 1998.
<<

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[56] Si aparecen diferencias en el cuerpo calloso durante la infancia,
presumiblemente pueden estar afectadas por la experiencia. En otras palabras,
las diferencias en la anatomía cerebral adulta pueden de hecho deberse en
primera instancia a diferencias sociales. Véase, por ejemplo, Aboitiz et al.
1996; Ferrario et al. 1996. <<

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[57] Hay una disputa en marcha sobre los cambios del cuerpo calloso con la

edad y sobre si varones y mujeres envejecen de manera distinta. Los


principios derivados de este aspecto del debate no difieren de los expuestos en
este capítulo, por lo que he preferido no ahondar en el argumento del
envejecimiento. Véase, por ejemplo, Salat et al. 1996. La forma en que
varones y mujeres envejecen y los problemas de la vejez son otros asuntos
sociales atrapados por las hebras pegajosas del cuerpo calloso. <<

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[58] Holloway et al. 1993; Holloway 1998. <<

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[59] La explicación ofrecida para esta relación entre sexo y dominancia
manual es que los varones tienen cerebros más lateralizados que las mujeres
(al menos para ciertas funciones cognitivas). Pero, en general, los zurdos
están menos lateralizados que los diestros. Si se asume que un cuerpo calloso
mayor implica menos lateralización, pero que las mujeres, zurdas o diestras,
ya están menos lateralizadas, entonces la dominancia manual no añade nada
en el caso femenino, pero crea una diferencia medible en el caso masculino.
<<

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[60] Cowell et al. 1993. <<

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[61] Bishop y Wahlsten 1997. Véase también la detallada discusión de Byne

(1995), quien llega a conclusiones similares. El metaanálisis es un proceso


controvertido en sí mismo. Sigue habiendo debate sobre cómo evaluar los
resultados conflictivos en la literatura científica. Algunos encuentran el
método de contar judías que aplico en mis tablas 5.3 a 5.5 de lo más
apropiado, mientras que otros difieren (Mann 1994). Para una exposición
técnica de los efectos del metaanálisis sobre los estándares de investigación
en psicología véase Schmidt 1992; para más sobre el metaanálisis véase Hunt
1997. <<

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[62] Driesen y Raz 1995. Estos autores también concluyeron que los zurdos

tienen cuerpos callosos mayores que los diestros. <<

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[63] Fitch y Denenberg 1998. Estos autores argumentan que no pueden usarse

valores relativos para comparar grupos distintos a menos que exista una
correlación probada dentro de cada grupo, y ponen como ejemplo el CI para
ilustrar este punto. «En promedio no hay diferencia entre varones y mujeres
en cuanto a las pruebas de CI. Sin embargo, los cerebros femeninos son
menores que los masculinos, y pesan menos». Si tomáramos el CI en razón al
peso cerebral, las mujeres serían considerablemente más inteligentes «por
unidad cerebral» que los varones. «La razón por la que no empleamos
semejante estadística es que la investigación ha establecido que no hay
correlación intragrupal entre CI y tamaño cerebral» («intragrupal» significa
comparar las mujeres de cerebro pequeño con las de cerebro grande). En
cuanto al cuerpo calloso, concluyen que «el procedimiento de dividir el
tamaño cerebral por el área del cuerpo calloso como “factor de corrección” es
incorrecto y, puesto que el cerebro femenino es típicamente menor, puede
llevar a resultados falsos que sugieren un cuerpo calloso de mayor tamaño
“relativo” en las mujeres» (p. 326). Aboitiz (1998) argumenta que la
corrección según el tamaño cerebral podría ser apropiada si tuviéramos una
mejor idea de la correlación entre función y tamaño. Holloway (1998) aboga
sin ambages por las medidas relativas: «Los antropólogos físicos… usan
datos de razones de manera rutinaria… Lo hacemos así porque se pone de
manifiesto una serie de hechos extremadamente interesante: el tamaño
relativo del cerebro… ciertamente exhibe diferencias sexualmente dimórficas,
que varían considerablemente dentro de los mamíferos» (p. 334). Wahlsten y
Bishop (1998) también se pronuncian contra el uso gratuito de cocientes,
aunque admiten que su empleo puede ser legítimo con ciertas condiciones,
que no se cumplen en los estudios del cuerpo calloso. <<

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[64] Halpern 1998, p. 331. Este análisis asimétrico de una disputa científica

sugiere que un bando (en este caso, las feministas) tiene compromisos
políticos que menoscaban su capacidad para evaluar imparcialmente ciertos
resultados, mientras que la otra parte puede oír claramente la verdad que
comunica la naturaleza, porque no tiene compromisos políticos. Halpern
viene a decir que una explicación de la ausencia de diferencias sexuales es
tendenciosa, quizá resultado de compromisos políticos antes que de un
compromiso con la búsqueda de la verdad sobre el mundo natural. Este
argumento contra el feminismo toma la misma forma que el análisis de Gould
de la obra de Morton sobre las diferencias raciales en el tamaño cerebral
(Gould 1981). Sea cual sea el bando propio (el de Dios o el del chico malo) en
estas disputas, estos argumentos asimétricos lo pintan a uno en un rincón
(véase también Halpern 1997). <<

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[65] Driesen y Raz (1995) sugiere que los investigadores podrían mejorar la

situación aportando más información sobre la naturaleza de su muestra y aún


más medidas y pruebas estadísticas diferentes. Bishop y Wahlsten (1997)
argumentan que «sería imprudente embarcarse en investigaciones ulteriores
sobre este tema a menos que se emplee una muestra lo bastante grande en un
único estudio» (p. 593). Para estos autores, el tamaño de muestra mínimo
debería incluir 300 cerebros de cada grupo, lo que sumaría nada menos que
600 cerebros. Este tamaño de muestra podría acomodar la enorme variación
dentro de los miembros del mismo género. <<

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[66] El concepto de hipervínculo me parece útil en la incorporación de la

historia de la estadística al análisis de las guerras del cuerpo calloso. Un


hipervínculo consiste en palabras o imágenes que un navegador por Internet
puede señalar para trasladarse a una pantalla enteramente nueva de
información o actividades. La descripción de Haraway también es útil:
En el hipervínculo los usuarios son conducidos por, y pueden construir por sí
mismos y de manera interactiva con otros, redes de conexiones cohesionadas
por pegamentos heterogéneos. Las trayectorias a través de la red no están
predeterminadas, pero exhiben sus tendenciosidades, propósitos, poderes y
peculiaridades. Entrar en el juego epistemológico y político del hipervínculo
obliga a sus usuarios a buscar relaciones en un bosque enmarañado donde
antes parecía haber exclusiones netas y árboles de un solo tronco
genéticamente distintos. (Haraway 1997, p. 231). <<

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[67] Para ejemplos de publicaciones sobre la historia social de las conexiones

entre estadística, género, raza y la construcción social del conocimiento


científico véase Porter 1986, 1992, 1995, 1997; Porter y Mikulás 1994; Porter
y Hall 1995; Hacking 1982, 1990, 1991; Wise 1995; Poovey 1993.
Mientras escribo esto, las noticias vienen repletas de una batalla políticamente
cargada sobre la obtención de cifras para el censo del año 2000. Véase, por
ejemplo, Wright 1999. <<

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[68]
La historia de la estadística como técnica de gestión social es poco
conocida incluso por los científicos que aplican procedimientos estadísticos
para asegurar la objetividad matemática. Para el lector interesado, he incluido
varias notas finales sobre los orígenes de la estadística. Una vez más, vemos
que las discusiones científicas, esta vez sobre números, son también
discusiones sociales.
Las medidas de la cabeza siempre han sido un tema favorito. A finales del
siglo XIX, los criminólogos medían todos los parámetros concebibles de las
cabezas de los criminales (Lombroso y Ferrero 1895). Similarmente, Quetelet
presentó decenas de tablas sobre criminalidad, y el librito de Lombroso está
lleno de números. En una tabla se comparaban prostitutas, campesinas,
mujeres educadas, ladronas, envenenadoras, asesinas, infanticidas y mujeres
normales mediante medidas de los siguientes aspectos del cráneo y la cara:
diámetro anteroposterior, diámetro transversal, circunferencia horizontal,
curva longitudinal, curva transversal, índice cefálico, semicircunferencia
anterior, diámetro frontal mínimo, diámetro de los pómulos, diámetro
mandibular y altura de la frente (Lombroso y Ferrero 1895, pp. 60-61). <<

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[69] Entre 1820 y 1850, Europa experimentó una gran explosión numérica.

De 1820 a 1840, «el incremento en la impresión de números parece ser


exponencial, mientras que el incremento en la impresión de palabras fue sólo
lineal» (Hacking 1982, p. 282). El número creciente de informes estadísticos
publicados cubría una diversidad de medidas cada vez mayor. Considérese,
por ejemplo, el Tratado sobre el hombre y el desarrollo de sus facultades, de
M. A. Quetelet, un astrónomo belga reconvertido en estadístico. Publicado
inicialmente en 1835 en París, el tratado contiene cientos de tablas numéricas.
Quetelet consideraba y categorizaba «la distribución de las propiedades
físicas del hombre… de la estatura, el peso, la fuerza, etc… de las cualidades
morales e intelectuales del hombre… [y] de las propiedades del hombre
medio, del sistema social… y del progreso último de nuestro conocimiento de
la ley del desarrollo humano» (Quetelet 1842, tabla de contenidos). Sólo en la
sección de la página catorce sobre «La distribución de la propensión al
crimen», Quetelet incluía 25 tablas estadísticas que contenían el número de
delincuentes en un año particular, su nivel educativo en relación a si el delito
fue contra la propiedad o contra las personas, la influencia del clima y la
estación en el número de delitos, las disposiciones judiciales por ciudad y
población, los delitos según los países, las diferencias sexuales en los tipos de
delito, la edad del delincuente, el motivo del delito, y mucho más. Inglaterra,
Francia y Bélgica pasaban por un gran periodo de recopilación estadística.
Los gobiernos necesitaban información sobre una población cambiante. ¿Era
lo bastante alta la tasa de natalidad? ¿Cuál era el estado de las clases obreras
(y cuán probable era una revuelta)? ¿Cuán sanos estaban los reclutas del
ejército? Las cuestiones sociales y políticas de la época dictaban los tipos de
información buscados y su presentación tabular. Hacia la época de la
Revolución Francesa, la estadística ya no se contemplaba como un brazo de la
matemática pura y aplicada, sin peso ni contenido social, sino que había
comenzado «a concebirse en Francia e Inglaterra como el brazo empírico de
la economía política» (Porter 1986, p. 27). <<

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[70] Las tablas estadísticas requerían la creación de categorías, un proceso que

el filósofo Ian Hacking califica de subversivo: «La enumeración exige clases


de cosas o gente que contar. Tiene hambre de categorías. Muchas de las
categorías que usamos ahora para describir a la gente son productos
secundarios de las necesidades de la enumeración» (Hacking 1982, p. 280;
énfasis en el original). Igualmente, la medición del cuerpo humano
(morfometría) requiere la creación de subdivisiones como el CC
bidimensional, el esplenio, la rodilla o el istmo. Como escribe la historiadora
Joan Scott: «Los informes estadísticos no son ni recopilaciones de hechos
totalmente neutrales ni simples imposiciones ideológicas. Más bien, son
maneras de establecer la autoridad de ciertas visiones del orden social, de
organizar las percepciones de la “experiencia”» (Scott 1988, p. 115). Véase
también Poovey 1993-
En la primera mitad del siglo XIX, Quetelet formuló una manera de
caracterizar las poblaciones. Para Quetelet, un grupo de individuos parecía
caótico, pero como población se comportaban conforme a leyes sociales
mensurables. Creía tan firmemente en las leyes estadísticas que se dedicó a
crear un ser humano compuesto: el hombre medio, al que contemplaba como
un ideal moral. Quetelet examinó muchas facetas del hombre medio. ¿Cómo
lo habían descrito el mundo literario y las bellas artes? ¿Qué medidas físicas y
anatómicas ofrecían la anatomía y la medicina? (Stigler 1986). Además,
Quetelet estandarizó los tipos raciales, sexuales y nacionales, lo que según él
permitía a los científicos comparar la inteligencia de las distintas razas (y
demostrar que los caucásicos eran los más listos). Véase Quetelet 1842, p. 98.
Quetelet equiparaba la desviación de la norma estadística con la anormalidad
social, médica o moral. El delito y el caos social eran producto de la gran
disparidad entre los muy ricos y los muy pobres, mientras que las clases
medias, que llevaban una vida moderada, vivían más que los extremos
superior e inferior: «El progreso de la civilización, el triunfo gradual de la
mente, equivalía a un estrechamiento de los límites dentro de los cuales
oscilaba el “cuerpo social”» (Porter 1986, p. 103). La desviación de la media
representaba un error. <<

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[71] El sociólogo Bruno Latour recurre a la metáfora para transformar el texto

científico gris y lleno de gráficos, tablas y pruebas estadísticas en una


emocionante novela épica. Nótese que el héroe aquí es el resultado, en este
caso el hallazgo de diferencias sexuales:
¿Qué va a pasar con el héroe? ¿Va a resistir esta nueva ordalía?… ¿Está
convencido el lector? Aún no. ¡Ajá! He aquí una nueva prueba… Imaginemos
los vítores y los abucheos… Cuanto más nos adentramos en las sutilezas de la
literatura científica, más extraordinaria resulta. Ahora es una auténtica ópera.
Las referencias movilizan multitudes; de entre bastidores se sacan cientos de
accesorios [como, por ejemplo, pruebas y análisis estadísticos], A los lectores
imaginarios… se les pide no sólo que crean al autor, sino que digan por qué
clase de torturas, penalidades y pruebas deberían pasar los héroes antes de ser
reconocidos como tales. El texto expone la dramática historia de estas
pruebas… Al final los lectores, avergonzados de haber dudado, tienen que
aceptar la afirmación del autor. Estas óperas se representan miles de veces en
las páginas de Nature. (Latour 1987, p. 53). <<

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[72] La estadística puede verse como una técnica especializada de la
diferencia. Los análisis estadísticos y el establecimiento de medias
poblacionales (que a menudo se convierten en normas) se convirtieron en un
ingrediente esencial de la psicología del siglo XX. Sólo entonces se instauró la
psicología como materia «normal» (construida sobre la base de agregados
poblacionales). Para un tratamiento completo del papel de la estadística en el
estrechamiento del «acceso epistémico a la variedad de realidades
psicológicas» véase Danziger 1990, p. 197. En la historia de Danziger es
especialmente importante el análisis de los estudios de la lateralización,
esgrimidos a menudo para demostrar la relevancia psicológica de los estudios
del cuerpo calloso. <<

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[73] Durante la segunda mitad del siglo XIX, los estadísticos reinterpretaron la

campana de Gauss como una representación de la mera variabilidad en vez de


una distribución del error alrededor de un tipo promedio ideal, como pensaba
Quetelet. Al final, los científicos dejaron de hablar de error estándar y lo
denominaron desviación estándar. El primo hermano de Darwin, sir Francis
Galton, no exaltaba las virtudes de la medianía (véase Porter 1986, p. 129). A
diferencia de otros científicos anteriores, que pretendían mejorar la
humanidad a través del mejoramiento de las condiciones de vida, Galton
quería hacer uso del conocimiento de las variantes excepcionales para mejorar
por evolución (crianza selectiva) los cuerpos que forman una población. A tal
fin inventó un nuevo campo de estudio y un movimiento social: la eugenesia.
En su libro Hereditary Genius: An Inquiry into its Laws and Consequences,
escribió una receta para mejorar la salud de la sociedad inglesa: «Propongo…
que las aptitudes naturales de un hombre son una derivación de la herencia…
En consecuencia, así como es fácil… obtener por selección minuciosa una
raza permanente de perro… dotada de poderes peculiares…, sería bastante
factible producir una raza altamente dotada de hombres mediante
matrimonios juiciosos durante varias generaciones consecutivas» (Galton
1892, p. 1). Desestimando la posibilidad de que las variaciones en las
aptitudes humanas resultaran primariamente de diferencias de formación y
oportunidades, escribió: «No soporto la hipótesis de que los niños nacen casi
iguales, y que los únicos factores que crean diferencias entre un niño y otro, y
entre un hombre y otro, son la aplicación constante y el esfuerzo moral»
(Galton 1892, p. 12). A modo de evidencia, señalaba que, a pesar de las
mayores oportunidades educativas en Norteamérica (en comparación con el
más rígido sistema de clases británico), Inglaterra seguía produciendo
escritores, artistas y filósofos más brillantes: «Los libros de más categoría…
leídos en América son principalmente obra de ingleses… Si los impedimentos
a la ascensión del genio se eliminaran de la sociedad inglesa tan
completamente como se han eliminado de la norteamericana, ello no debería
hacernos materialmente más ricos en hombres de gran eminencia» (Galton
1892, p. 36). Galton temía por el futuro de la civilización inglesa, pero tenía
la esperanza de que, si podía averiguar cómo predecir la herencia de rasgos
mentales y diseñar un programa de crianza, las civilizaciones superiores
podrían salvarse. Galton y sus discípulos verificaron una transición gradual

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del concepto de error probable de Quetelet al de desviación estándar (libre de
cualquier implicación de error de la naturaleza y fuente de materia prima para
el programa eugenésico). Similarmente, la ley del error de Quetelet se
convirtió en la distribución normal. La misma vieja campana de Gauss, que
en otro tiempo conceptualizó las dificultades de la naturaleza para hacer
copias perfectas de su modelo esencial, se convirtió en manos de Galton en
una representación de la virtud de la naturaleza de producir una amplia
variedad de individuos.
Galton escogió la estadística como el mejor método para predecir la relación
entre un rasgo parental (digamos la estatura o la inteligencia) y el mismo
rasgo en la descendencia. Concibió el concepto de coeficiente de correlación
(un número que expresaría la relación entre dos variables. Su concepto de
correlación tomó forma porque sus inquietudes eugenésicas «hicieron posible
un tratamiento más general de la variabilidad numérica» (Mackenzie 1981;
Porter 1986). Los edificadores subsiguientes de la estadística, en particular
Karl Pearson (inventor del test de la ji cuadrado y del test de contingencia) y
R. A. Fisher (quien inventó los análisis de la varianza empleados a menudo
hoy en día), también fueron devotos de la eugenesia cuyas inquietudes sobre
la herencia humana, como en el caso de Galton, motivaron sus
descubrimientos estadísticos. Véase Mackenzie 1981 para una fascinante
discusión de las implicaciones políticas del test de la ji cuadrado y de cómo la
inquietud eugenésica de Fisher le llevó a estrechar significativamente el
alcance de la teoría de la evolución. En la constitución del campo de la
biología moderna han sido importantes los compromisos eugenésicos de buen
número de biólogos del primer tercio del siglo XX. <<

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[74] El proceso no requiere trazar la curva; la información puede derivarse

enteramente de los números. Si invoco la curva aquí es para ayudar a los


lectores a visualizar lo que se hace. <<

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[75] Para una discusión de las limitaciones del ANOVA, véase Lewontin 1974

y Wahlsten 1990. Lewontin escribe: «Lo que ha ocurrido al intentar resolver


el problema del análisis de las causas mediante el análisis de la variación es
que el objeto de estudio ha sido sustituido por otro totalmente diferente… El
nuevo objeto de estudio, la desviación del valor fenotípico de la media, no es
lo mismo que el valor fenotípico mismo» (p. 403). <<

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[76] Este test tiene en cuenta el tamaño de muestra, el grado de variación en

torno a la media masculina y el grado de variación en torno a la media


femenina. Muchos de los científicos en disputa reconocen la amplia
variabilidad de la forma del cuerpo calloso en ambos sexos. <<

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[77] Ambos procedimientos fueron empleados por varios grupos. <<

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[78] Allen et al. 1991. <<

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[79] Latour (1990) llama «inscripciones» a estos gráficos, tablas y dibujos, y

habla de su lugar en el artículo científico: porque «el que disiente [en este
caso sería el lector altamente escéptico, como yo misma] siempre puede
escapar y buscar otra interpretación… Los científicos dedican mucho tiempo
y energía a arrinconarlo y rodearlo con efectos visuales aún más
espectaculares. Aunque, en principio, puede oponerse cualquier interpretación
a cualquier texto e imagen, en la práctica éste está lejos de ser el caso; el
coste de disentir aumenta con cada nueva recopilación, cada reetiquetado,
cada recomposición» (p. 42; énfasis en el original). <<

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[80] Allen et al. 1991, p. 933; énfasis en el original. <<

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[81] Ibíd. p. 937. <<

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[82] En el primer cuarto de este siglo, Pearson concibió la prueba χ2 para

establecer la validez de una correlación entre dos o más variables cualitativas.


Pero otros métodos también pugnaron por este privilegio. Para un análisis de
la disputa entre Pearson y su discípulo G. Udny Rule sobre la mejor manera
de analizar tales datos véase Mackenzie 1981, pp. 153-183. Rule estudió las
políticas sociales que requerían un sí o un no. Por ejemplo, ¿salvaría vidas
una vacuna contra cierta enfermedad durante una epidemia? Rule inventó una
estadística —que llamó Q— para ver si había alguna relación entre
tratamiento y supervivencia. Pero Pearson no se conformaba con un sí o no;
quería estudiar la intensidad o grado de cualquier asociación. La motivación
de esta «fuerza de correlación» emanaba directamente de su deseo de
confeccionar un programa práctico de eugenesia «para alterar la fecundidad
relativa de los linajes buenos y malos de la comunidad» (Mackenzie 1981, p.
173). Pearson necesitaba una teoría matemática tal que el conocimiento de la
ascendencia de una persona le permitiera predecir las aptitudes, personalidad
y propensiones sociales de un individuo. En la década de 1890, cuando
Pearson comenzó a trabajar en este problema, no había una manera aceptada
de estudiar la herencia de rasgos no mensurables como el color de la piel o la
capacidad mental. Pearson tenía que ampliar la teoría de la correlación para
medir la fuerza de la herencia de rasgos sin unidad de medida. Para resolver
este problema, Pearson recopiló datos sobre la inteligencia (según las
estimaciones de los maestros) de más de 4.000 parejas de hermanos en edad
escolar. A continuación se preguntó: si un hermano era considerado muy
inteligente, ¿cuál era la probabilidad de que el otro lo fuera también? Su
método para calcular correlaciones en estas condiciones le convenció de que
los rasgos del carácter tenían una fuerte componente hereditaria: «Heredamos
los temperamentos de nuestros padres, la diligencia, la timidez y las aptitudes
de nuestros padres, igual que heredamos su estatura y su envergadura de
brazos» (citado en Mackenzie 1981, p. 172). Rule criticó a su maestro por
hacer una asunción inverificable: que los números con los que se calculaba la
se distribuían según una campana de Gauss. Pearson, por su parte, atacó la Q
de Rule porque no podía medir la fuerza de la correlación. Sus posturas eran
irreconciliables porque cada uno había diseñado su test con un objetivo
diferente. La controversia entre Rule y Pearson nunca acabó del todo. Hoy se
emplean ambos métodos. De acuerdo con Mackenzie, la Q de Rule es más

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popular entre los sociólogos, mientras que el coeficiente de correlación de
Pearson está más en boga entre los psicómetras. Para un análisis adicional de
los temas planteados por esta disputa véase Gigerenzer et al. 1989. <<

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[83] Esto no es un ataque a Allen et al. De hecho, éste es uno de los artículos

más robustos en la colección del cuerpo calloso. Lo empleo para ilustrar las
tácticas de los científicos para estabilizar el CC y extraerle sentido. <<

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[84] Esto es, la clase de historia que he explicado al discutir las disputas
decimonónicas sobre la lateralidad cerebral (véanse las notas 68-73 y 82 sobre
la historia social de la estadística). Un enfoque teórico relacionado y útil sería
ver el CC como un objeto fronterizo, en este caso una forma estandarizada
que «habita en varios mundos sociales en intersección y satisface los
requerimientos informativos de cada uno» (Star y Griesemer 1989, p. 393).
Los objetos fronterizos pueden adoptar diferentes significados en cada mundo
social, pero deben ser fácilmente reconocibles y, por ende, proporcionar una
traslación entre grupos diferentes. Los mundos sociales en este caso pueden
extraerse de la figura 5.6. Incluyen áreas de investigación con focos diferentes
pero solapados, además de agrupaciones sociales y políticas (reformistas
educativos, feministas, activistas homosexuales y demás). <<

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[85] Para algunas teorías actuales de la función del cuerpo calloso véase
Hellige et al. (1998), quienes sugieren que un tamaño mayor del cuerpo
calloso podría reflejar un mayor aislamiento funcional de ambos hemisferios.
Moffat et al. (1998) sugieren que los varones (en este estudio no había
mujeres) cuyas funciones de habla y de dominancia manual se localizan en
hemisferios cerebrales distintos pueden requerir una comunicación
interhemisférica incrementada y, por ende, un cuerpo calloso mayor. (Nótese
la discrepancia con la cita previa). Nikolaenko y Egorov (1998) señalan que
no hay un modelo de asimetría cerebral que cuente con la aceptación general,
y presentan una tesis en la que el cuerpo calloso es la clave para la integración
dinámica de los hemisferios cerebrales interactuantes. Las fibras nerviosas
que discurren por el cuerpo calloso ciertamente tienen funciones distintas,
unas excitadoras y otras inhibidoras. Algunas actividades del cuerpo calloso
seguramente inhiben el flujo de información, y otras lo activan. No tenemos
aún el nivel de sofisticación necesario para comprender los mecanismos
implicados en la cognición y sus relaciones con la función del cuerpo calloso.
Yazgan et al. (1995) escriben: «El cuerpo calloso se compone de fibras con
efectos funcionales excitadores e inhibidores, cuyas proporciones y
distribuciones en el cuerpo calloso de estos sujetos en particular se
desconocen» (p. 776). Lo mismo puede decirse de todos los sujetos en todos
los estudios del cuerpo calloso. Para un tratamiento ampliado de la asimetría
hemisférica véase Hellige 1993. <<

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[86] Allen et al. 1994. O’Rand (1989) aplica la idea de pensamiento colectivo

a las creencias sobre la morfología cerebral y las aptitudes cognitivas. Star


(1992) escribe que toda conclusión sobre la función de una región particular
del cerebro «es de hecho un informe sobre el trabajo colectivo de una
comunidad de científicos, pacientes, editores de revistas, monos, fabricantes
de electrodos y demás a lo largo de un periodo de unos cien años» (pp. 207-
208). <<

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[87] Cohn (1987) discute cómo la entrada en una comunidad lingüísticamente

definida impone un modo particular de pensamiento. Para comunicarse dentro


de la comunidad, uno debe adoptar su lenguaje. Pero, al hacerlo, se dejan de
lado otras maneras de ver el mundo. Véase también Hornstein 1988. <<

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[88] Véase, por ejemplo, Aboitiz et al. 1992. Nadie sabe si las diferencias de

tamaño en las subdivisiones del cuerpo calloso son resultado de un


empaquetamiento más denso de las neuronas, un cambio en las proporciones
relativas de neuronas de distintos tamaños, o una reducción en el número de
neuronas de muchos tipos. Para respuestas tentativas a estas preguntas véase
Aboitiz et al. 1992, 1998a, 1998b. En animales de laboratorio, los
investigadores pueden identificar y seguir fibras nerviosas individuales desde
su origen en el córtex cerebral y a través del cuerpo calloso tras inyectar un
colorante en el córtex. Las fibras nerviosas absorben el colorante y lo
difunden por sus axones. (Un axón es el extremo alargado de una fibra
nerviosa, que conduce impulsos eléctricos desde la neurona originaria hasta
su conexión con otra neurona o una fibra muscular). Cuando más tarde los
investigadores aislan el cuerpo calloso, pueden ver qué parte del mismo
contiene axones procedentes de la región del cerebro donde se inyecró el
colorante. En un estudio de esta clase con ratas, se confirmó que el esplenio
estaba formado en parte por axones originarios del córtex visual (la región
cerebral implicada en la visión). Algunos de los axones que discurrían por el
cuerpo calloso estaban revestidos de una vaina aislante de mielina y otros
eran fibras nerviosas desnudas. No había diferencias sexuales en el área del
cuerpo calloso o el esplenio. La densidad total de axones no mielinizados
(número de fibras por mm2 en ciertas subdivisiones del esplenio) era mayor
en las hembras, mientras que la de axones mielinizados era mayor en los
machos. La simple contabilización de axones de todo tipo oscurecía las
diferencias más sutiles. El tamaño de ambos tipos de fibras era el mismo en
ambos sexos (Kim et al. 1996). Este nivel de detalle (por ahora inalcanzable
en el caso humano) es el mínimo requerido para relacionar consecuencias
funcionales con diferencias estructurales. En los seres humanos, la disección
fina ha revelado parte de la topografía general de las conexiones entre
regiones particulares del córtex cerebral humano y regiones particulares del
cuerpo calloso (Lacoste et al. 1985; Velut et al. 1998). <<

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[89] Un texto que muestra la densidad y diversidad de este nudo es el de

Davidson y Hugdahl 1995. Hay literalmente miles de artículos científicos


sobre la dominancia manual, la asimetría cerebral y la función cognitiva. Esto
da idea de la densidad. Por diversidad entiendo la variedad de cuestiones (o
número de subnudos) incluidas en este nudo. Los artículos del libro de
Davidson tratan los siguientes temas: influencias hormonales sobre la
estructura y la función cerebrales, anaromía cerebral, teorías del
procesamiento visual, teorías del procesamiento auditivo, lateralidad, teorías
del aprendizaje, enlaces con otras cuestiones médicas como la muerte súbita
por fallo cardiaco, enlaces con aspectos emocionales del comportamiento,
evolución de la asimetría cerebral, desarrollo de la asimetría cerebral,
discapacidades de aprendizaje y psicopatología. <<

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[90] Véase, por ejemplo, Bryden y Bulman-Fleming 1994; Hellige et al. 1998.

<<

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[91] Nótese el título del artículo de Goldberg et al. 1994. Para una evaluación

de los métodos empleados en los estudios de lateralidad véase Voyer 1998.


<<

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[92] Véase, por ejemplo, Bisiacchi et al. 1994; Corballis 1994; Johnson et al.

1996. <<

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[93] Para una revisión actualizada del debate sobre dominancia manual,
lateralidad, cognición, lateralización, diferencias sexuales y mucho más,
véase Bryden et al. 1994, y los artículos de réplica en Brain and Cognition,
vol. 26 (1994). Véase también Hall y Kimura 1995. <<

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[94] Para un estudio reciente véase Davatzikos y Resnick 1998. <<

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[95] El hallazgo de diferencias en la ejecución de pruebas especializadas en

tareas cognitivas concretas puede muy bien depender de la muestra empleada


(una muestra amplia general frente a una muestra de niños talentosos, por
ejemplo) y del cómo y el cuándo se hace el test. Aunque muchas de las
diferencias reportadas con anterioridad han comenzado a disminuir o incluso
desaparecer, unas pocas se mantienen. Por supuesto, esto no significa que
tengan un origen biológico, sólo que, si son de origen social, no han sido
modificadas por los cambios sociales de los últimos veinte o treinta años. Los
tipos de pruebas que siguen dando diferencias sexuales de la misma magnitud
que hace 25 años son ahora escasos. Por supuesto, la trascendencia social de
tales diferencias sigue suscitando acalorados debates. Para una discusión
metaanalítica de los estudios sobre diferencias sexuales en las aptitudes
cognitivas véase Voyer et al. 1995; Halpern 1997; Richardson 1997; Hyde y
McKinley 1997. Para una discusión del sentido y la interpretación de las
diferencias cognitivas véase Crawford y Chaffin 1997; Caplan y Caplan 1997.
<<

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[96] Fausto-Sterling 1992; Uecker y Obrzut 1994; Voyer et al. 1995; Hyde y

McKinley 1997. <<

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[97] Gowan 1985. <<

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[98] Algunas de estas teorías conflictivas se discuten en Clarke y Zaidel 1994.

Para hacerse una idea de los diversos puntos de vista y la investigación sobre
niños talentosos y la incorporación de los hallazgos sobre el cuerpo calloso
véase Bock y Ackrill 1993. <<

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[99] La evidencia de que el cuerpo calloso humano continúa desarrollándose

hasta al menos la tercera década de vida se revisa en Schlaug et al. 1995. La


implicación del desarrollo posnatal es que el entorno (en este caso la
formación musical) pueden influenciar la anatomía cerebral. Estos
investigadores reportan que los músicos que comienzan su aprendizaje
musical antes de los siete años tienen un cuerpo calloso anterior más grande
que los controles, y estiman que sus resultados son «compatibles con cambios
plásticos de los componentes del CC durante un periodo de maduración
dentro de la primera década de vida, similar al observado en estudios con
animales» (p. 1047). Nótese la invocación de los estudios con animales. <<

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[100] Allen et al. 1991, p. 940. <<

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[101] No obstante, algunos artículos científicos plantean explícitamente esta

posibilidad. Cowell et al. (1993) vinculan la lateralidad, las hormonas y las


diferencias sexuales en el lóbulo frontal, mientras que Hines (1990) deja caer
que las hormonas afectan al cuerpo calloso humano. <<

www.lectulandia.com - Página 926


[102] Halpern (1998) escribe: «Por razones éticas obvias, las manipulaciones

experimentales de hormonas que previsiblemente alteran el cerebro se llevan


a cabo en mamíferos no humanos… Los investigadores asumen que los
efectos en el caso humano serán similares… si no idénticos… Las
conclusiones… se corroboran con datos procedentes de… anormalidades
naturales… como las jóvenes con hiperplasia adrenocortical congènita»
(p. 330). Nótese que el nodulo hormonal siempre vuelve a enlazar en algún
punto con la intersexualidad. Un enfoque similar para sacar fuerza de la
asociación con otras áreas puede encontrarse en Wisniewski (1998). <<

www.lectulandia.com - Página 927


[103] La sociologa Susan Leigh Star y la psicologa Gail Hornstein describen

esto como un juego de trileros que se ha jugado en las disputas anteriores


sobre el cerebro cuando «las incertidumbres de una línea de investigación se
“respondían” en la construcción pública de la teoría recurriendo a resultados
de otro dominio. Al triangular resultados de dominios cruzados, nunca se tuvo
que dar cuenta de las anomalías en cada dominio por separado» (Hornstein y
Star 1994, p. 430). <<

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[104] Efron (1990) ha escrito una extensa crítica del concepto de lateralización

hemisférica y de los métodos experimentales (como el uso de taquistoscopios


y auriculares dicóticos) en que se sustenta. Uecker y Obrzut (1994)
cuestionan la interpretación de la superioridad del hemisferio izquierdo
masculino en las tareas espaciales. Chiarello (1980) sugiere que no hay una
evidencia concluyente de que el cuerpo calloso tenga que ver con la
lateralización de ciertas funciones. Clarke y Lufkin (1993) encuentran que las
variaciones de tamaño del cuerpo calloso no contribuyen a las diferencias
individuales en la especialización hemisférica. Janke et al. (1992) critica las
interpretaciones de las pruebas de audición dicótica. Gitterman y Sies (1992)
discuten los determinantes no biológicos de la organización del lenguaje en el
cerebro, mientras que Trope et al. (1992) cuestionan la generalizabilidad de la
distinción analítica/holística entre los hemisferios izquierdo y derecho. <<

www.lectulandia.com - Página 929


[105] La historiadora Londa Schiebinger señala que «desde la Ilustración, la

ciencia ha sacudido corazones y mentes con su promesa de un punto de vista


“neutral” y privilegiado, por encima y más allá de las pendencias de la vida
política» (Schiebinger 1992, p. 114). <<

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[106] Latour considera que los objetos del conocimiento son híbridos. Leer su

exposición de la historia de las ciencias naturales y políticas como intentos de


estabilizar la dicotomía naturaleza/crianza a base de negar la naturaleza
híbrida de los hechos científicos fue una experiencia iluminadora para mí
(Latour 1993). <<

www.lectulandia.com - Página 931


[107] No he agotado el análisis. No considero, por ejemplo, los recursos
institucionales asignados a los distintos grupos de investigación. Allen et al.,
por ejemplo, trabajan en UCLA y tienen acceso a una enorme colección de
imágenes por resonancia magnética tomadas con otros propósitos médicos.
Los escépticos, como Byne et al. (1988), no han tenido acceso institucional a
ese banco de datos. Allen et al. pueden abrumar a Byne y compañía por la
mera magnitud de su base de datos. La historia personal de Ruth Bleier (líder
del grupo de investigación de Byne et al.) como feminista y activista política
radical contribuye a su marginación en términos de acceso a los bancos de
datos. Es probable que los marginados, políticamente o por otra causa,
siempre lo tengan más difícil para movilizar datos y hacerse escuchar.
Tampoco me he entretenido en analizar la retórica convencional. Por ejemplo,
Allen et al. emplean la palabra espectacular para describir la diferencia
sexual en la forma del esplenio, cuando de hecho tenían que pasar por un
proceso bastante tortuoso para hacer visible la diferencia. Por supuesto, el uso
de términos enfáticos es parte de la retórica de llamar la atención sobre un
hallazgo concreto. <<

www.lectulandia.com - Página 932


[108] Este punto resulta obvio cuando hablamos de homosexualidad. A
principios del siglo XX, como ahora, muchos pensadores liberales eran/son
deterministas genéticos. Creían/creen que la homosexualidad es «genética», y
que una implicación social es que los homosexuales deberían tener los
mismos derechos civiles que los heterosexuales. Los conservadores
religiosos, por su parte, argumentan que la homosexualidad es una «opción»
y, puesto que además es pecado, los homosexuales deberían intentar
corregirse. Emplean la capacidad de elegir como argumento contra la
igualdad de derechos. Encajados entre ambas épocas, a mediados de siglo, los
nazis creían que la homosexualidad era «genética», pero para ellos esto
justificaba el exterminio de los homosexuales. <<

www.lectulandia.com - Página 933


[109] Halpern 1997, p. 1098. <<

www.lectulandia.com - Página 934


[110] Hyde y McKinley 1997, p. 49. A menudo no está claro lo que se pretende

con esta medida. Para muchos, la igualdad de oportunidades equivale


simplemente a la ausencia de discriminación abierta. Hyde y McKinley
opinan que debería implicar un esfuerzo activo para elevar el terreno de juego
cognitivo. Además, mi argumentación asume que, cuando aparecen, las
diferencias cognitivas entre grupos son lo bastante reducidas para que la
combinación adecuada de adiestramiento y motivación pueda eliminarlas. Soy
consciente del contraargumento: que harían falta medidas extremas (costaría
demasiado empujar a las niñas contra sus inclinaciones «naturales», etc.) para
nivelar las diferencias entre grupos, o que quizá simplemente no es posible
remediar las diferencias cognitivas entre grupos a base de instrucción. (En la
actualidad ofrecemos lectura correctiva y adiestramiento verbal, áreas donde a
menudo aparecen diferencias de grupo a favor del bando femenino). Otra
asunción subyacente tras este argumento es que las diferencias cognitivas
conocidas entre grupos realmente dan cuenta de la competencia profesional.
Mi opinión es que probablemente ésta no es una buena asunción. Sospecho
que esquemas de género no reconocidos explican mejor esta diferencia (para
una exposición completa de este argumento véase Valian 1998a, 1998b). <<

www.lectulandia.com - Página 935


[111] Sé por experiencia que, por mucho que proteste, algunos querrán
interpretar mi postura como antimaterialista, por lo que, una vez más, quiero
reafirmar mi materialismo. <<

www.lectulandia.com - Página 936


[1] De Kruif 1945, pp. 225-226. De Kruif se doctoró por la Universidad de

Michigan en 1916. Hasta principios de los años veinte enseñó e investigó en


una plaza académica. Parece ser que su primer libro, Our Medicine Men, le
valió el despido del Instituto Rockefeller, y a partir de entonces ejerció de
escritor científico. Proporcionó a Sinclair Lewis el trasfondo para su clásico
Arrowsmith (1925). (Para más detalles biográficos véase Kunitz y Haycraft
1942). En cierto sentido ha contribuido a este libro, ya que su Microbe
Hunters (1926) estaba entre los muchos libros que mis padres guardaban en
nuestro hogar como parte de un plan, al final exitoso, para animarnos a mi
hermano y a mí a convertirnos en científicos. <<

www.lectulandia.com - Página 937


[2] Citado en Fausto-Sterling 1992b, pp. 110-111. <<

www.lectulandia.com - Página 938


[3] Véase Wilson 1966. <<

www.lectulandia.com - Página 939


[4] Oudshoorn 1994, p. 9. La progesterona se ha añadido a la pildora
estrogénica para prevenir un posible incremento de cánceres uterinos
causados por el estrógeno solo. <<

www.lectulandia.com - Página 940


[5] De Kruif 1945, pp. 86-87. Frank Lillie expresó la misma idea con un estilo

más sobrio al referirse a la testosterona como «la secreción interna específica


del testículo» y al estrógeno como «la secreción interna específica del córtex
ovárico», a lo que añadió: «Así como hay dos conjuntos de caracteres
sexuales, hay dos hormonas sexuales, la masculina, que controla los
caracteres “masculino-dependientes”, y la femenina, que determina los
caracteres “femenino-dependientes”» (Lillie 1939, pp. 6, 11). <<

www.lectulandia.com - Página 941


[6] Cowley 1996, p. 68. <<

www.lectulandia.com - Página 942


[7] Angier 1994, p. C13. Véase también Star-Telegram 1999; France 1999. <<

www.lectulandia.com - Página 943


[8] Sharpe 1997; Hess et al. 1997. <<

www.lectulandia.com - Página 944


[9] Angier 1997a. <<

www.lectulandia.com - Página 945


[10] Para una historia primorosamente detallada de la ciencia reproductiva en

el siglo XX véase Clarke 1998. <<

www.lectulandia.com - Página 946


[11] De nuevo esgrimo la idea de que las opciones científicas están en su

mayoría subdeterminadas, esto es, que los datos reales no determinan por
completo una elección particular entre teorías en competencia, lo que deja un
margen para que la valencia sociocultural de una teoría contribuya a su
atractivo. Véase, por ejemplo, Potter 1989. <<

www.lectulandia.com - Página 947


[12] Estoy en deuda con Adele Clarke por indicarme la literatura sociológica

sobre los mundos sociales. Los sociólogos emplean una «visión de mundos
sociales» como método de análisis de la organización del trabajo, pero aquí y
en el capítulo siguiente me fijo en las implicaciones del estudio de la
intersección de los distintos mundos sociales para la producción de
conocimiento científico. Véase Strauss 1978; Gerson 1983; Clarke 1990a;
Garrety 1997. Gerson define los mundos sociales como «actividades llevadas
a cabo en común respecto de un motivo o área particular de interés» (p. 359).
<<

www.lectulandia.com - Página 948


[13] Para saber más sobre los castrati véase Heriot 1975. La voz inquietante y

trémula del último castrato del que se sabe que cantó en el Vaticano puede
oírse en el CD «Alessandro Moreschi: The Last Castrato, Complete Vatican
Recordings» (Pavilion Records LTD, Pearl Opal CD 9823). Moreschi murió
en 1922. Las grabaciones originales se encuentran en la colección de
grabaciones históricas de la Universidad de Yale. <<

www.lectulandia.com - Página 949


[14] Ehrenreich y English 1973; Daily 1991. De 1872 a 1906, 150.000 mujeres

fueron castradas. Entre los activistas que finalmente pusieron fin a la práctica
de eliminar los ovarios estaba la primera médica norteamericana, Elizabeth
Blackwell. <<

www.lectulandia.com - Página 950


[15] De Kruif 1945, págs. 53, 54. Véase también la publicación original de

Berthold (1849). <<

www.lectulandia.com - Página 951


[16] Corner 1965. <<

www.lectulandia.com - Página 952


[17] Borell 1976, p. 319. <<

www.lectulandia.com - Página 953


[18] Borell 1985. <<

www.lectulandia.com - Página 954


[19] Incluso en 1923, en su publicación de lo que se contemplaría como la

demostración definitiva de una hormona producida por los folículos ováricos,


Edgar Allen y Edward A. Doisey se mostraban escépticos: «No parece haber
una evidencia concluyeme de una localización definida de la hormona
hipotética o del efecto específico pretendido para los extractos ováricos
comerciales de amplio uso clínico. Las revisiones recientes de Frank y Novak
pueden ilustrar el escepticismo bien fundado hacia la actividad de las
preparaciones comerciales» (Allen y Doisey 1923, pp. 819-820). Pero los
ginecólogos prácticos persistieron en su creencia. Dos ginecólogos vieneses,
por ejemplo, reportaron que los ovarios implantados podían prevenir la
degeneración del útero subsiguiente a la extracción de las gónadas femeninas.
<<

www.lectulandia.com - Página 955


[20] La reevaluación fue producto de nuevos enfoques experimentales y del

éxito de los extractos tiroideos y adrenocorticales para el tratamiento de


ciertos trastornos. <<

www.lectulandia.com - Página 956


[21] Citado en Borell 1985, p. 11. Hacia 1907, Scháfer también había
transigido. En una disertación para la Sociedad Farmacéutica de Edimburgo
argumentaba que «podría suponerse… que este desarrollo detenido de…
órganos accesorios [la degeneración del útero] es el resultado del corte de las
influencias nerviosas transportadas por los nervios ováricos y testiculares»;
pero «la única explicación racional… está en la asunción de que el órgano
injertado produce… una secreción interna, que en virtud de las hormonas que
contiene… puede influir materialmente en el desarrollo y la estructura de
partes distantes» (citado en Borell 1985, pp. 13-14). Véase también Borell
1978. <<

www.lectulandia.com - Página 957


[22] Véase Noble 1977; Sengoopta 1992, 1996, 1998; Porter y Hall 1995; Cott

1987. <<

www.lectulandia.com - Página 958


[23] En Europa, véase Chauncey 1985, 1989, 1994; D’Emilio y Freedman

1988; Sengoopta 1992. Un excelente portal con información sobre la historia


de la sexología es http://www.rki.de/gesund/archiv/testhom2.htm,
perteneciente al Instituto Robert Koch de Alemania. Para una discusión de las
crisis y su relación con la biología norteamericana véase Pauly 1988, p. 126.
Para una discusión adicional de la construcción de ideologías de la
masculinidad en este periodo véase Halberstam 1998. Véase también Dubbert
1980. <<

www.lectulandia.com - Página 959


[24] Pauly 1987; Lunbeck 1994, Benson et al. 1991; Rainger et al. 1988;

Noble 1977; Fitzpatrick 1990. Para informarse sobre los orígenes de la


filantropía de Rockefeller y Carnegie véase el capítulo 1 de Córner 1964. <<

www.lectulandia.com - Página 960


[25] Sengoopta 1996, p. 466. Para un relato del movimiento femenino alemán

en este periodo véase Thónnessen 1969. La crisis de la masculinidad fue


internacional. Véase Chauncey 1989, p. 103. <<

www.lectulandia.com - Página 961


[26] Sengoopta 1996; Gilman 1994. <<

www.lectulandia.com - Página 962


[27] Sengoopta 1998. <<

www.lectulandia.com - Página 963


[28]
En Inglaterra, véase Porter y Hall 1995. En Estados Unidos, véase
D’Emilio y Freedman 1988 y Chauncey 1989. <<

www.lectulandia.com - Página 964


[29] Los embriólogos decimonónicos creían que, aunque partían de un mismo

punto, los embriones masculinos eran más complejos y se desarrollaban


mejor, mientras que la diferenciación femenina era «sólo de una clase trivial»
(Oscar Hertwig, citado en Sengoopta 1992, p. 261). <<

www.lectulandia.com - Página 965


[30] Sengoopta 1992, 1996. Véase también Anderson 1996. <<

www.lectulandia.com - Página 966


[a] Basado en Wissenschaft 1999; véase también Bullough 1994. <<

www.lectulandia.com - Página 967


[b] Geddes y Thomson 1895. Este libro proporcionaba una descripción
completa de la variabilidad biológica en los sistemas de reproducción sexual y
daba cuenta de la evolución del sexo en términos todavía socorridos hoy. El
libro trata primariamente de la biología no humana, pero se convirtió en una
piedra angular del pensamiento sobre la evolución del sexo en nuestra
especie. <<

www.lectulandia.com - Página 968


[c] Mientras que «el sensacional procesamiento de Oscar Wilde en 1895 por

conducta homosexual despertó un gran interés público en la inversión sexual


e inspiró una literatura considerable» (Aberle y Córner 1953, p. 5), entonces
como ahora el interés científico en la homosexualidad femenina iba muy
rezagado (el libro de Havelock Ellis sobre la homosexualidad no dedicaba
más de una tercera parte de sus páginas al lesbianismo, que asociaba a la
prostitución). Durante las primeras dos décadas del siglo XX, sin embargo, el
lesbianismo se convirtió en un asunto público. <<

www.lectulandia.com - Página 969


[d] [La fecha de publicación de la primera edición estadounidense es 1901.

Cito de una edición de 1928]. Los romos de Ellis sobre la sexualidad humana
establecieron un estándar científico alto para la época. Era desapasionado y
no hacía juicios sobre la amplia variación de la conducta sexual humana. Para
más información sobre el origen de la sexología moderna, véase Jackson
1987; Birken 1988; Irvine 1990a, 1990b; Bullough 1994; Katz 1995. <<

www.lectulandia.com - Página 970


[e] Sengoopta 1992, 1996. Para la influencia de este libro en Inglaterra, véase

Porter y Hall 1995. <<

www.lectulandia.com - Página 971


[f] Forel 1905. <<

www.lectulandia.com - Página 972


[g] Bloch definió 14 áreas de investigación sexológica, incluyendo la anatomía

y la fisiología (en particular la hormonal) sexuales, la fisiología del acto


sexual, la psicología y evolución del sexo, la biología comparativa del sexo, la
higiene sexual, la política sexual (legislación incluida), la ética sexual, la
etnología sexual y la patología sexual. <<

www.lectulandia.com - Página 973


[h] Carpenter 1909. El propio Carpenter (1844-1929) fue un miembro de lo

que llamó «el sexo intermedio». Creía en la existencia de diferencias


biológicas entre los sexos, pero pensaba que la distancia social existente era
dañina. Para más sobre Carpenter, véase Porter y Hall 1995, pp. 158-160. <<

www.lectulandia.com - Página 974


[i] Marshall 1910. Este libro estableció el incipiente campo de la biología

reproductiva al reunir en un solo texto las contribuciones de la embriología, la


anatomía, la fisiología y la ginecología. Para más sobre Marshall, véase
Clarke 1990a, 1990b, 1998. <<

www.lectulandia.com - Página 975


[l] Corner 1965. <<

www.lectulandia.com - Página 976


[k] Heape 1913. Heape argumentaba que varones y mujeres tenían intereses

evolutivos fundamentalmente distintos y que el antagonismo sexual es un


problema biológico. Al discutir lo que llama «el descontento de las mujeres»,
escribe que «estamos tratando un problema primariamente biológico, que la
violación de los principios fisiológicos ha precedido con mucho la de la ley
económica, y que las condiciones existentes no pueden entenderse bien y
manejarse satisfactoriamente hasta que este hecho no se reconozca con
claridad» (pp. 11-12). Para una discusión adicional en relación con las
hormonas sexuales, véase Oudshoorn 1994 y Clarke 1998. <<

www.lectulandia.com - Página 977


[31] Carpenter 1909, pp. 16-17. El biólogo Walter Heape sugirió en 1913 que

los peores augurios de Carpenter se habían cumplido. Weininger publicó una


fórmula algebraica para explicar las atracciones sexuales. No era un
simpatizante del feminismo, y creía que las mujeres eran inferiores a los
varones por naturaleza. Carpenter estaba al otro lado del espectro político, y
tanto él como sus seguidores ridiculizaron el carácter formulativo de la obra
de Weininger. Sin embargo, sus teorías biológicas no eran tan diferentes.
Véase Porter y Hall 1995. <<

www.lectulandia.com - Página 978


[32] Sengoopta 1996. <<

www.lectulandia.com - Página 979


[33] Weir 1895, pp. 820, 825. Nótese que la teoría biológica de Weir difiere de

la de Weininger, pero su metafísica del género es la misma. Otros biólogos,


psicólogos y médicos también recurrieron a la acusación de lesbianismo para
atacar el feminismo. John Meagher, por ejemplo, escribió: «La fuerza que
impulsa a tantas agitadoras y militantes que siempre están procurando por sus
derechos es a menudo un impulso sexual insatisfecho, con un blanco
homosexual. Las mujeres casadas con una libido completamente satisfecha
raramente se interesan activamente por los movimientos militantes» (citado
en Cott 1987, p. 159). <<

www.lectulandia.com - Página 980


[34] En una trampa dialéctica, a las mujeres con talento no les ayudaba el

argumento de que mujeres y hombres tenían las mismas capacidades, ya que


el contraargumento sería que eran los elementos masculinos de sus cuerpos
los que generaban el talento. <<

www.lectulandia.com - Página 981


[35] Para más información sobre la masculinidad femenina en este periodo

véase Halberstam 1998. <<

www.lectulandia.com - Página 982


[36] Marshall 1910, p. 1. Para más información sobre Marshall y la
significación de su libro véase Borell 1985 y Clarke 1998. <<

www.lectulandia.com - Página 983


[37] Todavía en 1907 seguía habiendo un considerable debate científico sobre

las funciones de los ovarios. ¿Afectaban al útero? ¿Eran responsables de los


ciclos menstruales? ¿Operaban a través de conexiones nerviosas? Véanse los
experimentos de Marshall y la revisión de Marshall y Jolly 1907. <<

www.lectulandia.com - Página 984


[38] Geddes y Thomson 1895, pp. 270-271. Geddes y Thomson también
influyeron en la política sexual norteamericana. Un sociólogo de la época
basó su tesis doctoral en sus teorías de las diferencias metabólicas entre los
sexos (Thomas 1907). Jane Addams puso sus ideas al servicio del feminismo
al insistir en que la civilización moderna necesitaba de las dotes naturales de
las mujeres. Para una discusión de la situación norteamericana véase
Rosenberg 1982, pp. 36-43. Marshall también recurrió a lo último en ciencia,
citando, por ejemplo, al entonces en ascenso Thomas Hunt Morgan como una
fuente importante, queriendo mostrar con ello que, aunque se basaba en los
que le precedieron, también miraba hacia delante. Morgan fundó el campo de
la genética mendeliana moderna. Formó parte de un pequeño grupo de
científicos que modernizó la ciencia norteamericana. Véase Maienschein
1991. <<

www.lectulandia.com - Página 985


[39] Marshall 1910, pp. 655, 657. <<

www.lectulandia.com - Página 986


[40] Heape 1913. Para más información sobre el papel de Heape desde el

punto de vista sociológico véase Clarke 1998. <<

www.lectulandia.com - Página 987


[41] Entre 1905 y 1915, en ciudades grandes y pequeñas, más de cien mil

trabajadoras textiles estadounidenses se declararon en huelga. «Las mujeres


asalariadas, la mayoría inmigrantes judías y católicas, recorrieron las calles de
las ciudades en piquetes, abarrotaron los sindicatos y desfilaron reclamando
justicia económica… el fin de la explotación laboral… y unas horas de
tiempo libre» (Cott 1987, p. 23). El famoso grito de las huelguistas «Dadnos
pan, pero dadnos rosas» fue recuperado y honrado por las feministas de los
setenta. La implicación era que para las mujeres la reivindicación no era sólo
económica; también tenía que ver con su condición social y sexual. <<

www.lectulandia.com - Página 988


[42] La campaña antilinchamiento de Ida Wells Barnett duró de 1918 a 1927.

Véase Sterling 1979. <<

www.lectulandia.com - Página 989


[43] Mi ejemplo local favorito es la «guerra contra los carniceros kosher» que

declararon en 1910 las amas de casa judías inmigrantes, en Providence,


Rhode Island (citado en Cott 1987, p. 32). <<

www.lectulandia.com - Página 990


[44] Cott 1987, p. 32. <<

www.lectulandia.com - Página 991


[45] Encarcelarlas no mejoró las cosas. Iniciaron huelgas de hambre, lo que

suscitó el espectro de la alimentación forzada. Esto era insultante para la


mentalidad victoriana, que primaba el tratamiento de las mujeres como
señoras, algo difícil de conciliar con la introducción forzada de un embudo en
una garganta díscola. <<

www.lectulandia.com - Página 992


[46] Heape 1913, p. 1. Heape era embriólogo de formación, por lo que habría

estado familiarizado con la idea decimonónica de que el desarrollo


embrionario femenino era más simple que el masculino. También estaba en la
cúspide de la nueva embriología, por lo que no la incorporó del todo en sus
teorías del género. Véase Marshall 1929. <<

www.lectulandia.com - Página 993


[47] Heape 1914, p. 210. <<

www.lectulandia.com - Página 994


[48] Aquí Heape toma prestado el discurso de Geddes y Thomson: «El Macho

y la Hembra individuales pueden compararse en varios sentidos con el


espermatozoide y el óvulo. El Macho es activo y merodeador, caza para su
pareja y es un consumidor de energía; la Hembra es pasiva, sedentaria, espera
a su pareja y es ahorradora de energía» (Heape 1913, p. 49). <<

www.lectulandia.com - Página 995


[49] Heape 1914, pp. 101, 102. (Este pasaje continúa con una diatriba sobre

por qué las mujeres no deberían desarrollar en exceso su parte masculina.


Contiene lo usual: demasiada educación, independencia y vida pública
conducen a la esterilidad, insanidad, etc.). <<

www.lectulandia.com - Página 996


[50] Bell 1916, p. 4; énfasis en el original. <<

www.lectulandia.com - Página 997


[51] Véase Dreger 1998, pp. 158-166. <<

www.lectulandia.com - Página 998


[52] Bell escribe: «La condición mental de una mujer depende de su
metabolismo; y el metabolismo mismo está bajo la influencia de las
secreciones internas» (Bell 1916, p. 118). Las otras citas del párrafo proceden
de las páginas 120, 128 y 129. Bell menciona visiones científicas de la mujer
gobernada por su útero (van Helmont: Propter solum uterum mulier est quod
est), por sus ovarios (Virchow: Propter ovarium solum mulier est quod est) y,
finalmente, por su nueva modificación (Propter secretiones internas totas
mulier est quod est) (p. 129). Véase también Porter y Hall 1995. <<

www.lectulandia.com - Página 999


[53] Para un resumen de los experimentos de trasplante desde la década de

1800 hasta 1907 véase Marshall y Jolly 1907. <<

www.lectulandia.com - Página 1000


[54] Allen 1975; Maienschein 1991; Sengoopta 1998. <<

www.lectulandia.com - Página 1001


[55] Hall 1976; Sengoopta 1998. Steinach también suscitó una considerable

controversia con su operación Steinach que, de hecho, no era más que una
vasectomía. Steinach pretendía que esta operación podía rejuvenecer a los
hombres envejecidos. Se hizo enormemente popular, y a ella se sometieron
Sigmund Freud, W. B. Yeats y muchos otros. El historiador Chandak
Sengoopta describe la historia de este periodo: «La historia de la
investigación del envejecimiento y su prevención no es sólo una historia de
charlatanería. Ni, por supuesto, se ajusta al estereotipo de la ciencia como
actividad puramente racional. Es más realista (y gratificante) contemplarla
como un fenómeno muy humano, en el que el miedo a la vejez y la muerte
interactuaron con la fe modernista en la ciencia para abrir un extraño pero no
necesariamente irracional campo de investigación» (Sengoopta 1993, p. 65).
Véase también Kammerer 1923. <<

www.lectulandia.com - Página 1002


[56] Para una lista de su bibliografía con títulos y resúmenes en inglés véase

Steinach 1940. Esta lista también puede encontrarse en el portal


http://www.rki.de/gesund/archiv/testhom2.htm. <<

www.lectulandia.com - Página 1003


[57] Steinach repitió esta frase en muchas de sus publicaciones, pero un primer

uso puede encontrarse en Steinach 1910, p. 566. <<

www.lectulandia.com - Página 1004


[58] Steinach 1913a, p. 311. («Bekämpfung der antagonistischen Wirkung der

Sexualhormone» y «schroffe Antagonismus»). <<

www.lectulandia.com - Página 1005


[59] Steinach 1912, 1913a. <<

www.lectulandia.com - Página 1006


[60] Puede que encontrara diferencias en los cobayas porque sus órganos
estaban más desarrollados en el momento de la implantación, lo que le
permitía medir una reducción inducida por el ovario. Sin embargo, los efectos
ováricos diferían en ratas y cobayas. Lo que requería explicación es por qué
Steinach quiso basar una teoría abarcadora del antagonismo hormonal en
datos todavía borrosos. (Hoy los endocrinólogos saben que la cronología del
desarrollo sexual es muy diferente en ratas y cobayas, lo que puede explicar
fácilmente las diferencias en los resultados de Steinach). <<

www.lectulandia.com - Página 1007


[61] El danés Knut Sand obtuvo resultados similares, que explicó como «una

suerte de inmunidad del organismo normal derivada de la glándula


heteróloga… Pienso que estos fenómenos no llegan a indicar un antagonismo
real» (Sand 1919, p. 263). Sand ofreció una explicación más detallada de
cómo podría funcionar esta inmunidad, que fue contestada por Steinach. En
una autobiografía escrita al final de su vida, sin embargo, Steinach citó a Sand
con un tono más favorable (cosa que no hizo con Moore, a quien ignoró por
completo). <<

www.lectulandia.com - Página 1008


[62] «Me preguntaba si este antagonismo radical entre las hormonas sexuales

podía influirse (debilitarse, por ejemplo) y dentro de qué límites, y en mis


experimentos partí de la asunción de que debería haber una diferencia
sustancial entre trasplantar una gónada a un animal afectado también por sus
glándulas puberales normales, y por lo tanto con hormonas homologas
circulantes, o trasplantar juntas una gónada masculina y otra femenina a un
animal previamente castrado, y a partir de ahí, en condiciones iguales e
igualmente desfavorables de función y existencia, se las fuerza a batallar. Los
resultados de los experimentos que voy a describir confirman la corrección de
esta asunción» (Steinach 1913, p. 311; la traducción del alemán es mía). <<

www.lectulandia.com - Página 1009


[63] Ibíd. p. 320. <<

www.lectulandia.com - Página 1010


[64] Ibíd. p. 322. <<

www.lectulandia.com - Página 1011


[65] Steinach 1940, p. 84. <<

www.lectulandia.com - Página 1012


[66] En esa época, nadie sabía si las gónadas producían una sola sustancia o

varias, o si las secreciones gonadales estaban controladas a su vez por la


actividad de la hipófisis (la porción neurosecretora de la pituitaria). De hecho,
los resultados eran confusos, y Steinach nunca explicó por qué el
antagonismo sexual parecía desaparecer en estas circunstancias. <<

www.lectulandia.com - Página 1013


[67] Steinach (1913b) también se explayó sobre la importancia de este trabajo

para las teorías de la sexualidad humana. Dialogó con teóricos de la


sexualidad humana como Albert Molí, Richard von Krafft-Ebing, Sigmund
Freud, Iwan Bloch y Magnus Hirschfeld. Su sugerencia de que la
homosexualidad puede atribuirse a secreciones de células femeninas presentes
en los testículos condujo a los trasplantes humanos antes mencionados en este
capítulo. <<

www.lectulandia.com - Página 1014


[68] Citado en Herrn 1995, p. 45. <<

www.lectulandia.com - Página 1015


[69] El sexólogo alemán, y pionero del activismo homosexual, Magnus
Hirschfeld abrazó efusivamente las ideas de Steinach. Hirschfeld ya había
atribuido la responsabilidad biológica de la homosexualidad a las hormonas
que denominó andrina y ginacina. Quería confirmar las ideas de Steinach
examinando tejido testicular de homosexuales, pero fue el propio Steinach, en
colaboración con Lichtenstern, quien realizó el experimento definitivo (Herrn
1995, p. 45). Los donantes para este experimento fueron varones «normales»
con testículos no descendidos que requerían extracción (Sengoopta 1998). <<

www.lectulandia.com - Página 1016


[70]
Herrn 1995. Puede encontrarse material adicional sobre Steinach en
Steinach 1940; Benjamín 1945; Schutte y Hermán 1975; Schmidt 1984;
Sengoopta 1992, 1993, 1996, 1998. <<

www.lectulandia.com - Página 1017


[71] Un editorial de The Lancet, por ejemplo, describía los experimentos de

Steinach y decía que «alrededor de estos hallazgos se ha edificado la teoría de


que los productos de las secreciones internas testicular y ovárica (esto es, las
hormonas reproductivas específicas de ambos sexos) son ásperamente
antagónicos. Las conclusiones requieren más pruebas que las respalden»
(anónimo 1917). <<

www.lectulandia.com - Página 1018


[72] Lillie se convirtió en un miembro importante de una nueva generación de

biólogos formados en Norteamérica y dedicados a la experimentación. Se


doctoró por la Universidad de Chicago bajo la tutela de C. O. Whitman,
fundador del departamento de zoología de la misma universidad. Para cuando
comenzó su investigación de las vacas masculinizadas, Lillie ya era jefe de
dicho departamento de zoología, y una figura clave en los laboratorios
marinos de Wood’s Hole, por los que pasaron muchos de los actores
principales de la embriología y la genética de ese periodo. Aunque procedía
de una familia modesta de clase media, Lillie se había casado con Francés
Crane, hermana del magnate Charles R. Crane. La gran riqueza de su cuñado
no sólo situó a Lillie en los círculos sociales de la elite dirigente (incluidos los
Rockefeller, que financiaron la inmensa mayoría de su trabajo) sino que le
permitió invertir parte de su propia fortuna (por matrimonio) en la
construcción de un nuevo espacio (el laboratorio Whitman) en la Universidad
de Chicago. Presidió el departamento de zoología de 1910 a 1931, y después
fue decano de ciencias biológicas hasta su retiro en 1936. Como jefe del
Instituto de Biología Marina de Wood’s Hole, también obtuvo donaciones de
su cuñado para construir un espacio adicional (el laboratorio Crane). <<

www.lectulandia.com - Página 1019


[73] Véase Oudshoorn 1994 y Clarke 1998 para discusiones de la importancia

del acceso a materiales de laboratorio en la historia de la investigación sobre


las hormonas sexuales. Kohler (1994), por ejemplo, muestra que la naturaleza
misma del conocimiento genético vino determinada por la interacción de los
científicos con la mosca del vinagre, domesticada a partir de una forma
salvaje un tanto díscola para convertirse en un colaborador en el laboratorio.
<<

www.lectulandia.com - Página 1020


[74] Para una discusión del trabajo de Lillie con las vacas masculinizadas

véase Clarke 1991 y Mitman 1992. Véase también Lillie 1916, 1917. <<

www.lectulandia.com - Página 1021


[75] Lillie 1917, p. 415. Véase también Hall 1976. <<

www.lectulandia.com - Página 1022


[76] Lillie 1917, p. 404. <<

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[77] Ibíd. p. 415. En este artículo clásico, Lillie reimprimió (citando la
procedencia) los datos ya publicados antes por su discípula C. J. Davies. La
génesis de vacas masculinizadas continuó siendo motivo de debate durante
décadas, y el tema aún no está zanjado. Aunque la mayoría de las
conclusiones de Lillie todavía constituyen la mejor explicación, el ajuste no
es perfecto (Price 1972). <<

www.lectulandia.com - Página 1024


[78] Lillie 1917. Lillie escribe: «Cuántos de los hechos subsiguientes se deben

a la mera ausencia de tejido ovárico, y cuántos a la acción positiva de las


hormonas sexuales masculinas, es más o menos problemático» (p. 418). <<

www.lectulandia.com - Página 1025


[79] Price 1974, p. 393. Moore sucedería a Lillie como jefe de departamento

en Chicago. Para un bosquejo biográfico de Moore véase Price 1974. <<

www.lectulandia.com - Página 1026


[80] Moore 1919, p. 141. En este pasaje Moore describe el problema de la

variabilidad y las diferencias grupales discutido en el capítulo 5. También cita


trabajos publicados entre 1909 y 1913 que mostraban que la castración
temprana de una hembra hacía que alcanzara mayor tamaño. Así, «una
hembra castrada con testículos injertados aumentaría de peso por encima de lo
normal para una hembra no por los testículos, sino por la ausencia de ovarios»
(p. 142). No tenemos manera de saber si Steinach leyó los artículos citados
por Moore ni, de haberlo hecho, cómo los habría integrado en sus propias
conclusiones. <<

www.lectulandia.com - Página 1027


[81] Los espectaculares resultados de Steinach sobre el desarrollo mamario

fueron obtenidos con cobayas, porque las ratas macho no tienen pezones
primordiales capaces de responder a implantes de ovario. Moore sugiere que
sus diferencias con Steinach podrían deberse a que no usaron la misma cepa
de ratas. Steinach indica que crió sus cobayas «de tal manera que se
produjeran animales en buena parte del mismo tipo» (Steinach 1940, p. 62).
Parece probable que Steinach también criara sus ratas para hacerlas más
uniformes. Puede que, simplemente, no tuviera tanta variabilidad en sus
colonias como Moore. Hay otro aspecto importante de la historia. Si criamos
animales de laboratorio para exagerar diferencias esperadas, y luego
encontramos las causas fisiológicas de tales diferencias, ¿hasta qué punto
pueden extrapolarse a poblaciones más variables? Para más sobre la historia
de las colonias de ratas véase Clause 1993. <<

www.lectulandia.com - Página 1028


[82] Moore 1919, p. 151. En un artículo posterior volvía a insistir en este

punto: «De nuevo quiero subrayar la absoluta falta de fiabilidad de las


indicaciones estrechamente graduadas del comportamiento físico de ratas y
cobayas como marcadores de su naturaleza sexual» (Moore 1920, p. 181). <<

www.lectulandia.com - Página 1029


[83]
Moore también atacó las teorías de Steinach sobre el envejecimiento
(véase la nota 55). Véase Price 1974 para una discusión de este trabajo. <<

www.lectulandia.com - Página 1030


[84] Moore 1922, p. 309. <<

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[85] Steinach y Kun 1926, p. 817. <<

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[86] Moore y Price 1932, pp. 19, 23. <<

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[87] Ibíd., p 19. <<

www.lectulandia.com - Página 1034


[88] Esta interpretación se presagiaba ya en publicaciones previas, pero el

artículo de 1932 ofrece el respaldo experimental detallado. Véase Moore


1921a, b, c; Moore y Price 1930. En aquel momento el trabajo de Moore
estaba financiado por becas del CRPS (Committee for Research in Problems
of Sex), del que se habla más adelante en este capítulo y el siguiente. <<

www.lectulandia.com - Página 1035


[89] En esta discusión estoy siguiendo una importante tradición de los estudios

científicos modernos: tomar en serio al «perdedor» en una disputa científica.


Para más sobre este enfoque véase Hess 1997, pp. 86-88. <<

www.lectulandia.com - Página 1036


[90] Moore escribió: «Un análisis inteligente [sic] de la naturaleza física de los

animales plantea muchas dificultades, y existe un gran peligro de que la


ecuación personal influya en su interpretación» (1921, p. 385). <<

www.lectulandia.com - Página 1037


[91] Por el momento esto es una hipótesis, pero una investigación histórica

adicional de la obra de Moore podría aportar alguna evidencia a favor o en


contra. Clarke cita estas palabras de Moore: «Estamos comenzando a pensar
que el sexo es mucho menos estable de lo que habíamos considerado con
anterioridad» (Clarke 1993, p. 396). <<

www.lectulandia.com - Página 1038


[92] De acuerdo con el historiador Chandak Sengoopta, Steinach creía que

estas células eran la fuente de la hormona masculina, una idea por la que fue
atacado durante años por científicos influyentes (comunicación personal,
1999). <<

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[93] Cuando lo social coproduce lo biológico, el efecto no tiene por qué ser

malo (aunque he dedicado años importantes de mi vida a discutir efectos


horribles). Considero que la disputa sobre el antagonismo de las hormonas
sexuales fue productiva porque estimuló la experimentación y, en última
instancia, una explicación de la fisiología hormonal que acomodaba más
resultados experimentales. En realidad, tampoco he contado toda la historia,
porque no he ofrecido una interpretación social detallada de Moore y Price,
cosa que iría más allá del alcance de este libro. <<

www.lectulandia.com - Página 1040


[94] Me inspiro en el marco de estilos de pensamiento científico de Jonathan

Harwood, que él aplicó a los genetistas alemanes del mismo periodo. ¿Tenían
Moore y Steinach diferentes «estilos de pensamiento» que les llevaron por
derroteros científicos distintos y diferentes modos de experimentación? Véase
Harwood 1993. <<

www.lectulandia.com - Página 1041


[95] Al menos un libro de divulgación científica trató explícitamente los
experimentos de Moore, incluyendo su conclusión de que las hormonas no
exhibían antagonismo sexual (Dorsey 1925). Este libro ofrece una exposición
aparentemente neutral de la biología humana, sin la histeria social evidente en
libros anteriores, como los de Heape y Bell. <<

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[96] Steinach 1940. <<

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[97] En Hausman 1995. <<

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[98] Benjamín 1945, p. 433. El obituario es más que un tanto hagiográfico. En

el párrafo final, Benjamín escribe: «Cuando Steinach abordó el “peligroso”


problema de la fisiología sexual, todos los tabúes y prejuicios sexuales de su
tiempo se alinearon en su contra», igual que ocurrió con «Copérnico y
Galileo, Darwin, Haeckel y Freud» (p. 442). <<

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[99] De Kruif 1945,p. 116. <<

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[1] Parkes 1966, pp. XX, 72. <<

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[2] Corner 1965. <<

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[3] Citado en Hall 1976, pp. 83, 84. Este párrafo se basa en el artículo de Hall.

Los médicos se las veían con «una miríada de dolencias y anormalidades que
desafiaban su clasificación como fallos o hiperactividad de los mensajeros
químicos gonadales» (p. 83). <<

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[4] Cott 1987; Rosenberg 1982. <<

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[5] Noble 1977. <<

www.lectulandia.com - Página 1051


[6] Véase, por ejemplo, la descripción de Pauly de los laboratorios de Wood’s

Hole como un parador veraniego donde los científicos podían refugiarse de la


despiadada ciudad (Pauly 1988). <<

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[7] En febrero de 1914, un grupo de mujeres que incluía a la periodista Mary

Heaton Vorse, la psicóloga Leta Stetter Hollingworth, la antropóloga Elsie


Clews Parsons, y la sindicalista Rose Pastor Stokes promovió el primer gran
mitin feminista con el título «¿Qué es el feminismo?». Como lo expresó otra
componente del grupo, la famosa socialista y organizadora sindical Elizabeth
Gurley Flynn, querían ver «la mujer del futuro, grande de espíritu,
intelectualmente alerta, libre de la vieja feminidad» (citado en Cott 1987,
p. 38). Para saber más de Parsons y Hollingworth véase Rosenberg 1982. <<

www.lectulandia.com - Página 1053


[8] Schreiner 1911. (Mi padre, Philip Sterling, me dio un ejemplar del libro de

Schreiner en mi juventud. Fue su manera de ayudarme a comprender la base


económica de la desigualdad sexual). <<

www.lectulandia.com - Página 1054


[9] Sanger eludió los cargos de obscenidad e incitación al asesinato (Paul

1995). Lo último parece especialmente irónico en vista de su posterior


relación financiera con la Fundación Rockefeller. <<

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[10] Goldman pasó muchos meses en la cárcel por distribuir información sobre

control de natalidad entre las mujeres pobres de la vertiente este de Nueva


York y en otras partes del país. Aunque abogaba por una igualdad genuina
entre hombres y mujeres, Sanger promovió una versión distinta del feminismo
que enfatizaba el derecho a decidir la maternidad. Tanto su visión de la
maternidad como su sacralización del deseo erótico femenino emanaban de su
creencia en un «deseo interior, elemental, absoluto de realización femenina»
(citado en Cott 1987, p. 48). <<

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[11] Ibíd. Alice Paul (1885-1977) fue una feminista norteamericana que luchó

por la aprobación de la decimonovena enmienda (el sufragio femenino). Ellen


Key (1849-1926) fue una feminista social sueca. Ruth Law fue una aviadora
pionera y popular que simpatizó estrechamente con el feminismo. <<

www.lectulandia.com - Página 1057


[12] La «trata de blancas» se refería a los círculos del crimen organizado que

reclutaban jóvenes blancas y las forzaban a prostituirse. <<

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[13] Citado en Aberle y Comer 1953, p. 4. <<

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[14] Para más sobre la relación entre Rockefeller y Davis véase Bullough 1988

y Fitzpatrick 1990. Para más sobre la Fundación Rockefeller y el estudio


científico de los problemas sociales véase Kay 1993. La propia Davis
escribió: «El Laboratorio de Higiene Social se estableció como una de las
actividades de la Oficina [de Higiene Social]… las mujeres en el reformatorio
estatal… habían llevado vidas de irregularidad sexual» (Introducción a
Weidensall 1916). <<

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[15]
Mientras fue jefe de la Fundación Rockefeller, Vincent promovió el
desarrollo del Consejo Nacional de Investigación, que sólo dos años más
tarde creó, con fondos de la Fundación, el Comité para la Investigación en
Problemas del Sexo, el principal vehículo de financiación de la investigación
en biología hormonal hasta 1940. Véase Noble 1977. <<

www.lectulandia.com - Página 1061


[16] Lewis 1971, p. 440. <<

www.lectulandia.com - Página 1062


[17] En 1929, Davis publicó su propio estudio, Factors in the Sex Life of

2200 Women. En él reunía los resultados de sus estudios sobre las mujeres de
clase media. Ningún tema, desde la masturbación hasta la elevada incidencia
de la homosexualidad, pasando por los usos sexuales en la vida marital,
parecía demasiado delicado. Su tratamiento franco e impersonal simbolizaba
la transición hacia el estudio científico del sexo y la sexualidad. <<

www.lectulandia.com - Página 1063


[18] Parece ser que Zinn, recién graduado por la Universidad de Clark, donde

había estudiado con el distinguido psicólogo G. Stanley Hall, concibió su


proyecto en una discusión con Max J. Exner, miembro de la plantilla
profesional del YMCA y director del comité de educación sexual de dicha
organización, además de autor de un estudio de la conducta sexual de los
estudiantes universitarios de sexo masculino (Exner 1915). <<

www.lectulandia.com - Página 1064


[19] El Consejo se organizó para ayudar a la nación a prepararse para la
primera guerra mundial. Fue fundado por la Fundación para la Ingeniería, que
promovía la investigación científica con aplicaciones industriales, y que antes
del fin de la guerra se reorientó para satisfacer las necesidades científicas de
la industria de la posguerra. Véase Haraway 1989 y Noble 1977. Véase
también la nota 15 sobre George Vincent y Katherine B. Davis. La división de
antropología y psicología del Consejo no compartía el entusiasmo de Yerkes
por el proyecto. Tampoco pudo persuadir de entrada a la división de ciencias
médicas. Pero Yerkes perseveró hasta convencer a sus colegas de convocar
una conferencia para discutir el asunto. <<

www.lectulandia.com - Página 1065


[20] Aberle y Córner 1953, pp. 12-13. <<

www.lectulandia.com - Página 1066


[21] Ibíd. p. 18. <<

www.lectulandia.com - Página 1067


[22] Citado en Clarke 1998, p. 96. <<

www.lectulandia.com - Página 1068


[23] La historia detallada del secuestro puede encontrarse en Clarke 1998.

Lillie se aprovechó de un vacío intelectual y estratégico. Articuló su propia


visión, que parecía buena en ausencia de toda competencia. Y era buena, pero
también mucho más limitada que la visión inicial del CRPS. Tanto él como
Yerkes obtuvieron enormes beneficios del secuestro, porque el CRPS financió
su investigación y la de sus vástagos intelectuales (como Moore y Price) en
los años que siguieron. <<

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[24] Mitman (1992) sugiere que parte de la motivación de Lillie emanaba de

sus temores acerca de su propia posición social: «Aunque nacido en el seno


de una familia modesta, el matrimonio de Lillie con Francés Crane lo
catapultó a los círculos sociales de la elite acaudalada. Tenía mucho que ganar
en su defensa de la idea de que los escalones inferiores de la sociedad no
procrearan como conejos, porque eran la misma clase que amenazaba con
minar su propia parcela social» (pp. 98, 99). Su esposa apoyó las huelgas
obreras y se relacionó con feministas bien conocidas como Jane Addams.
Lillie se cuidó de comentar el hecho de que su mujer fuera arrestada mientras
protestaba contra «la esclavitud industrial en América». Los conflictos
norteamericanos de la época se le metieron en su propia casa. Para una breve
discusión véase Manning 1983, pp. 59-61. <<

www.lectulandia.com - Página 1070


[25] Citado en Gordon 1976, p. 281. La estadística procede de la misma
fuente. Lo cierto es que las inquietudes eugenésicas habían estado presentes
en el movimiento por el control de la natalidad desde el principio. Paul
escribe que las suscripciones a American Journal of Eugenics se completaban
con suscripciones a la revista Mother Earth de Goldman (Paul 1995, p. 92).
Socialistas y conservadores estaban de acuerdo en que conseguir que los
bebés nacieran sanos era una preocupación social legítima, y no sólo una
cuestión de elección individual. Sin embargo, Sanger se alió con el ala más
conservadora del movimiento eugenésico, y al mismo tiempo restringió sus
inquietudes feministas de una manera que disgustó sobremanera a las
feministas más radicales. Para más sobre el movimiento eugenésico véase
Kevles 1985; Paul 1995, 1998. <<

www.lectulandia.com - Página 1071


[26] Citado en Haraway 1989, p. 69; la cursiva es mía. <<

www.lectulandia.com - Página 1072


[27] Citado en Gould 1981, p. 193. <<

www.lectulandia.com - Página 1073


[28]
En 1916, Harvard negó una plaza a Yerkes, por lo visto porque la
administración consideró que el campo de la psicología no lo merecía (Kevles
1985). <<

www.lectulandia.com - Página 1074


[29] Tras trabajar con Yerkes en pruebas de inteligencia, Lewis Terman y su

discípula Catherine Cox Miles desviaron su atención hacia las medidas de la


masculinidad y la feminidad. Con fondos del CRPS, construyeron escalas de
masculinidad y feminidad que juzgaban cuantificables y consistentes. Para los
valores sociales contemporáneos, el test de Terman-Miles parece
imposiblemente trasnochado. Por ejemplo, una ganaba puntos de feminidad si
le disgustaban «las orejas sucias, el fumar, las malas maneras, los malos
olores… palabras como “barriga” o “tripas” y la vista de la ropa sucia». Uno
puntuaba más en masculinidad si le disgustaban las mujeres altas, hombrunas
o más inteligentes que uno (Lewin 1984). Otro discípulo de Terman, Edward
K. Strong, aplicó los conceptos de masculinidad y feminidad relativas a los
intereses vocacionales. Encontró que los granjeros y los ingenieros tenían
intereses masculinos, mientras que «escritores, abogados y ministros son
esencialmente femeninos», lo que le llevó a preguntarse si las diferencias en
intereses de ingenieros y abogados se correspondían con diferencias de
secreciones hormonales. E. Lowell Kelly, otro discípulo de Terman, verificó
la idea de que la homosexualidad representaba una inversión sexual
comparando las puntuaciones del test de Terman-Miles de escolares, varones
homosexuales «pasivos», varones homosexuales «activos», mujeres
«invertidas» y «atletas universitarias superiores». Kelly no encontró ninguna
correlación entre el grado de inversión de sus sujetos y su masculinidad o
feminidad, pero Terman le instó a no publicar sus resultados hasta que
estuviera más establecido profesionalmente. Al final, los «datos no se
ajustaban a la convicción de que las mujeres femeninas y los varones
homosexuales “deben” tener mucho en común» (Lewin 1984, p. 166). <<

www.lectulandia.com - Página 1075


[30] Gould (1981) y Kevles (1985, 1968) documentan las historias del
desarrollo de las pruebas mentales y la eugenesia con considerable detalle y
ofrecen críticas detalladas de la administración, resultados y conclusiones
extraídas de estas pruebas. Kevles escribe: «Las pruebas de inteligencia se
aplicaban a cada vez más depauperados, alcohólicos, delincuentes y
prostitutas. Las empresas incorporaron pruebas de inteligencia en su selección
de personal… y unas cuantas universidades y colegios mayores comenzaron a
tener en cuenta las notas de las pruebas de inteligencia en el proceso de
admisión» (Kevles 1985, p. 82). El test de inteligencia de Yerkes para el
ejército proporcionó nueva munición para el movimiento eugenésico.
Confirmando creencias hondamente implantadas, los que analizaron los datos
de Yerkes concluyeron que la edad mental media del norteamericano blanco
adulto estaba apenas por encima de la del imbécil (una categoría científica
específica, y no sólo un epíteto despectivo). Los europeos meridionales y los
negros americanos puntuaban aún menos. Esta nueva información
«científica» se incorporó a las proclamas de los eugenistas, quienes predijeron
la debacle de la civilización blanca, atribuyendo el declive del nivel de
inteligencia a la «procreación incontrolada de los pobres y débiles mentales,
la propagación de la sangre negra por mestizaje y el desbordamiento de un
contingente nativo inteligente por la hez inmigrante de la Europa meridional y
oriental» (Gould 1981, p. 196). <<

www.lectulandia.com - Página 1076


[31] Borell 1978, p. 52. <<

www.lectulandia.com - Página 1077


[32] Borell 1978, 1987; Clarke 1991. <<

www.lectulandia.com - Página 1078


[33] Katz (1995) encuentra cierta ironía en la censura y represión del control

de natalidad y otras investigaciones relacionadas con el sexo en este periodo


porque, como argumenta, buena parte de la investigación se encaminaba a
establecer un nuevo papel y una nueva definición del concepto de
heterosexualidad, en la que el heterosexual se convertía en la condición
normal, mientras que las otras formas de sexualidad pasaban a ser anormales
o perversas (véase especialmente p. 92). <<

www.lectulandia.com - Página 1079


[34] Berman 1921, pp. 21-22. <<

www.lectulandia.com - Página 1080


[35] Allen et al. 1939. <<

www.lectulandia.com - Página 1081


[36] Otros también han discutido los comentarios de Lillie. Véase Oudshoorn

1994 y Clarke 1998. <<

www.lectulandia.com - Página 1082


[37] Lillie 1939, p. 3; la cursiva es mía. <<

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[38] Ibíd., pp. 10, 11. <<

www.lectulandia.com - Página 1084


[39] He usado una base de datos llamada Lexis-Nexis (Academic Universe,

ampliamente disponible en universidades y bibliotecas científicas). <<

www.lectulandia.com - Página 1085


[40]
Para los efectos sobre el crecimiento óseo véase Jilka et al. 1992;
Slootweg et al. 1992; Weisman et al. 1993; Ribot y Tremollieres 1995;
Wishart et al. 1995; Hoshino et al. 1996; Gasperino 1995. Para los efectos
sobre el sistema inmunitario véase Whitacre et al. 1999.
Un artículo reciente en la revista Discover comenzaba así: «El estrógeno es
más que una hormona sexual. Incrementa la potencia cerebral de las ratas»
(Richardson 1994). Ciertamente, la proliferación de efectos esferoides sobre
las células cerebrales es asombrosa. Una u otra hormona afecta al desarrollo
del cerebelo, el hipocampo, ciertos centros hipotalámicos, el cerebro medio y
el córtex cerebral. De hecho, el córtex cerebral, y no las gónadas, es la sede
principal de la síntesis de estrógeno en el pinzón cebra macho (Schlinger y
Arnold 1991; Arai et al. 1994; Brown et al. 1994; Litteria 1994; MacLusky et
al. 1994; McEwen et al. 1994; Pennisi 1997; Koenig et al. 1995; Wood y
Newman 1995; Tsuruo et al. 1996; Amandusson et al. 1995). Para los efectos
sobre la formación de células sanguíneas véase Williams-Ashman y Reddi
1971; Besa 1994; sobre el sistema circulatorio véase Sitruk-Ware 1995; sobre
el hígado véase Tessitore et al. 1995; Gustafsson 1994; sobre el metabolismo
de lípidos y carbohidratos véase Renard et al. 1993; Fu y Hornick 1995;
Haffner y Valdez 1995; Larosa 1995; sobre la función gastrointestinal véase
Chen et al. 1995; sobre la vesícula biliar véase Karkare et al. 1995; sobre la
actividad muscular véase Bardin y Catterall 1981; Martin 1993; sobre la
actividad renal véase Sakemi et al. 1995. <<

www.lectulandia.com - Página 1086


[41] Koenig et al. 1995, p. 1500. <<

www.lectulandia.com - Página 1087


[42] Para una discusión completa de la popularización de las hormonas
sexuales como parte del discurso de la sexualidad en los años veinte, véase
Rechter 1997. Para más sobre el cambio continuado en la sexualidad durante
los años veinte en Norteamérica véase también D’Emilio y Freedman 1988.
Sobre la bioquímica de los andrógenos y estrógenos véase Doisy 1939 y Koch
1939. <<

www.lectulandia.com - Página 1088


[43] Allen y Doisey 1923. Allen fue un receptor principal de los fondos del

CRPS desde 1923 hasta 1940. <<

www.lectulandia.com - Página 1089


[44] Stockard y Papanicolaou 1917. El método consistía en extraer células de

la vagina con un algodón y mirarlas al microscopio. El tipo de célula cambia


durante el ciclo menstrual de una manera regular y cuantificable. <<

www.lectulandia.com - Página 1090


[45] En este periodo, la investigación sobre hormonas dependía de la facilidad

de acceso a grandes cantidades de material. Los investigadores que trabajaban


cerca de mataderos (como en Chicago o St. Louis) tenían una gran ventaja.
Más tarde, cuando se encontraron hormonas en la orina animal y humana, los
que podían hacerse con grandes cantidades de orina se convirtieron en agentes
clave. Para una fascinante discusión del papel del acceso al material de
estudio en la purificación de hormonas sexuales véase Oudshoorn 1994 y
Clarke 1995. <<

www.lectulandia.com - Página 1091


[46] Allen y Doisey 1923, pp. 820, 821. El comercio de pociones hormonales

se había convertido en un motivo de sonrojo para la comunidad médica. Una


razón para someter el estudio de los extractos de órganos a una disciplina
científica era la defensa del honor y el prestigio profesional de la comunidad
médica (sin firma 1921a, 1921b). <<

www.lectulandia.com - Página 1092


[47] Frank 1929, p. 135. <<

www.lectulandia.com - Página 1093


[48] Ascheim y Zondek 1927. <<

www.lectulandia.com - Página 1094


[49] Ambos grupos contaban también con el apoyo de grandes compañías

farmacéuticas (Oudshoorn 1994). <<

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[50] Parkes 1966b; Doisy (1939) escribe: «Uno de los principales sucesos de

los que dependió el aislamiento de la hormona fue el descubrimiento de la


presencia de material en la orina de las mujeres embarazadas» (p. 848). En
1928 se identificó una segunda hormona ovárica, la progesterona. A mediados
de los años treinta también se había purificado. (Por mor de la simplicidad,
omitiré la progesterona, el ciclo menstrual y su conexión con el cerebro y las
hormonas pituitarias, FSH y LH). <<

www.lectulandia.com - Página 1096


[51]
Véanse los artículos de la sección C, «Bioquímica y analítica de las
hormonas gonadales», de Allen et al. 1939. <<

www.lectulandia.com - Página 1097


[52] Frank 1929, p. 114. <<

www.lectulandia.com - Página 1098


[53]
Nótese el uso de la palabra normal. Presumiblemente, las hormonas
femeninas en los cuerpos masculinos podían ser causa de anormalidades
(¿como la homosexualidad?). <<

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[54] El editorial reza: «Por supuesto, esto plantea la cuestión de la
especificidad y de si las reacciones vaginales tan empleadas en los estudios de
laboratorio de estas hormonas en los últimos años son criterios realmente
fiables de acción hormonal ovárica» (sin firma 1928, p. 1195). <<

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[55] Véase Oudshoorn 1994, p. 26. <<

www.lectulandia.com - Página 1101


[56] Zondek 1934. Treinta y dos años más tarde, Zondek rememoraba
vividamente su asombro. Nunca pudo entender por qué toda aquella hormona
femenina no feminizaba al caballo. Véase Finkelstein 1966, p. 11. <<

www.lectulandia.com - Página 1102


[57] Oudshoorn 1990. Véase, por ejemplo, Womack y Koch 1932. Hacia 1937

estaba claro que el ovario mismo era la sede de la producción de testosterona


en la hembra (Hill 1937a, 1937b). <<

www.lectulandia.com - Página 1103


[58] Nelson y Merckel 1937, p. 825. Klein y Parkes (1937) encontraron que los

efectos de la testosterona en las hembras remedaban la actividad de la


progesterona, un resultado que les pareció «inesperado» (p. 577) y «anómalo»
(p. 579). Véase también Deanesly y Parkes 1936. <<

www.lectulandia.com - Página 1104


[59] Frank y Goldberger 1931, p. 381. Oudshoorn (1994) proporciona la base

de buena parte de mi discusión en este párrafo. Véase también Parkes 1966a,


1966b. <<

www.lectulandia.com - Página 1105


[60] Parkes 1966a, 1966b. <<

www.lectulandia.com - Página 1106


[61] Frank 1929, p. 197. <<

www.lectulandia.com - Página 1107


[62] Parkes 1966b, p. xxvi. <<

www.lectulandia.com - Página 1108


[63] Esta exposición se basa en Frank 1929; Allen et al. 1939; Oudshoorn

1994. <<

www.lectulandia.com - Página 1109


[64] Véase también Stone 1939. <<

www.lectulandia.com - Página 1110


[65] Chemistry 1928; Laqueur y de Jongh 1928. <<

www.lectulandia.com - Página 1111


[66] Koch 1931b, p. 939. <<

www.lectulandia.com - Página 1112


[67] Pratt 1939. <<

www.lectulandia.com - Página 1113


[68] Frank (1929) escribe: «La estandarización analítica y biológica de los

extractos comerciales hidrosolubles ahora en el mercado muestra una


lastimosa falta de potencia y un deterioro rápido de los productos. En el punto
de la inyección pueden aparecer reacciones locales desagradables. Los precios
de estas preparaciones farmacéuticas son prohibitivos. En consecuencia,
quiero advertir contra su uso generalizado hasta que dispongamos de
productos mejores» (p. 297). <<

www.lectulandia.com - Página 1114


[69] Si el CRPS financió la mayor parte de la investigación estadounidense, a

menudo las compañías farmacéuticas proporcionaron preparaciones de


hormonas purificadas a los investigadores. Por ejemplo, Korenchevsky et al.
(1932, p. 2097) dan las gracias a «Messrs. Schering Ltd por suministrarnos
esta preparación». Squibb concedió una beca a F. C. Koch para el ejercicio
1925-26 (véase Koch 1931, p. 322) y Deanesly y Parkes (1936) reconocen su
deuda con «Messrs. Ciba por suministrarnos las sustancias antes referidas» (p.
258). <<

www.lectulandia.com - Página 1115


[70] Parkes 1966b, p. xxii. <<

www.lectulandia.com - Página 1116


[71] Dale 1932, p. 122. En la conferencia también se decidió mantener una

muestra estándar central bajo la custodia del doctor Guy Marrian en el


Colegio Universitario de Londres, guardada en ampollas selladas llenas de
nitrógeno seco. Se estableció un número mínimo de veinte animales para
cualquier ensayo válido, y se estandarizaron los disolventes y métodos de
administración de las sustancias de prueba. <<

www.lectulandia.com - Página 1117


[72] Oudshoorn 1994, p. 47. <<

www.lectulandia.com - Página 1118


[73] Korenchevsky y Hall 1938, p. 998. Evans (1939) notifica efectos
adicionales no reproductivos. <<

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[74] David et al. 1934, p. 1366. <<

www.lectulandia.com - Página 1120


[75] Gustavson 1939, pp. 877-878. Véase también Gautier 1935. <<

www.lectulandia.com - Página 1121


[76] Oudshoorn 1994, p. 53. Véase también Koch 1939, pp. 830-834. <<

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[77] Juhnetal. 1931, p. 395. <<

www.lectulandia.com - Página 1123


[78] Kahnt y Doisy propusieron una serie de pasos para hacer fiable el test del

estro. Primero, las ratas tenían que pasar por un chequeo de varias semanas
para elegir sólo las que tenían ciclos normales. Segundo, tras extraerles los
ovarios tenían que pasar dos semanas en observación para descartar los
animales que aún mostraran signos de producción hormonal interna. Tercero,
se preparaba a los animales con inyecciones de dos unidades de hormona.
Cuarto, una semana más tarde se administraba otra inyección; cualquier
animal que no respondiera era descartado. Quinto, al cabo de otra semana se
inyectaba una cantidad de hormona demasiado pequeña para tener efecto; si a
pesar de ello había alguna respuesta, el animal era descartado. Por último, se
recomendaba emplear «un número suficiente de animales. Si el 75 por ciento
de los animales… da una reacción positiva, considérese que la cantidad
inyectada contenía una R. U.» (Kahnt y Doisy 1928, pp. 767-768). La
conferencia de la Sociedad de Naciones también destacó la importancia del
tamaño de muestra. <<

www.lectulandia.com - Página 1124


[79] Korenchevsky et al. 1932, p. 2103. <<

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[80] Gallagher y Koch 1931, p. 319. <<

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[81] En uno de los primeros artículos sobre el aislamiento de la hormona

testicular, los autores escribían: «Pensamos que hasta que no se sepa más de
la naturaleza química de la hormona no debería darse ningún nombre al
extracto. Por ahora, cualquier nombre carecería de validez y no sería en
absoluto descriptivo» (Gallagher y Koch 1929, p. 500). <<

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[82] Frank 1929, p. 128. La lista de términos procede de la discusión de Frank

en las páginas 127-128. <<

www.lectulandia.com - Página 1128


[83] En trabajos anteriores he comentado la disparidad entre los términos
andrógeno y estrógeno. Esta discusión se centra en el momento histórico
particular en el que se inició dicha disparidad. Véase Fausto-Sterling 1987,
1989. La referencia del Index Medicus procede de Oudshoorn 1990, p. 183, n.
66. <<

www.lectulandia.com - Página 1129


[84] Parkes 1966b, p. xxiii. Parkes refiere una historia similar sobre la
denominación de la progesterona. La edición de 1961 del Stedman’s Medical
Dictionary define al andrógeno como un agente «que hace un hombre» y al
estrógeno como uno que «genera un deseo loco». <<

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[85] Corner 1965, p. xv. <<

www.lectulandia.com - Página 1131


[86] «El Consejo desea expresar su agradecimiento hacia Parke, Davis &
Company por su actuación en este asunto, así como en el de la denominación
“estrona”» (Chemistry 1936, p. 1223). <<

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[87] Doisy 1939, p. 859. <<

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[88] Parkes 1938, p. 36. Esto habría proporcionado un paralelo exacto del

término androgénico. <<

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[89] Koch 1939. <<

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[90] Korenchevsky et al. 1937. Este grupo también descubrió que muchas de

estas hormonas cooperaban en la producción de sus efectos (ibíd.). <<

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[91] Parkes 1938, p. 36. <<

www.lectulandia.com - Página 1137


[92] Puesto que el embrión era bisexual e incluso los adultos retenían cierto

potencial bisexual, «incluso los hombres cuyo instinto es normalmente


heterosexual pueden contener en su organismo vestigios de un carácter
femenino, aunque en condiciones normales nunca lleguen a expresarlo
funcionalmente» (Steinach 1940, p. 91). <<

www.lectulandia.com - Página 1138


[93] La mayoría de lectores probablemente sabrá que estos ciclos regulan la

menstruación, pero quizá no sepan que bucles retroactivos que implican las
mismas hormonas pituitarias también regulan la espermatogénesis en los
varones. <<

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[94] En 1939 escribió: «Moore parece eliminar la necesidad de asumir un

antagonismo en la acción simultánea de ambas hormonas, mostrando que


cada una opera de manera independiente en su propio terreno» (Lillie 1939,
p. 58). <<

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[95] Frank 1929, p. 120. <<

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[96] Citado en Oudshoorn 1994, p. 28. <<

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[97] Parkes 1966b, p. xxii. <<

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[98] Crew 1933, p. 251. <<

www.lectulandia.com - Página 1144


[99] Véase Cott 1987, p. 149. Davis (1929) ofrece una discusión más detallada

de las prácticas sexuales de las mujeres. <<

www.lectulandia.com - Página 1145


[100] Cott 1987, p. 150. <<

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[101] Cott (1987) documenta una división real en el movimiento obrero sobre

este tema. Esta división se repitió entre las feministas de finales del siglo XX
durante su batalla por la enmienda de igualdad de derechos y la eliminación
de la legislación laboral proteccionista. <<

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[102] Citado en Cott 1987. <<

www.lectulandia.com - Página 1148


[103] David et al. 1934, p. 1366. <<

www.lectulandia.com - Página 1149


[104] Citado en Oudshoorn 1990. <<

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[1] Milton Diamond, Elizabeth Adkins-Regan, William Byne, Donald
Dewesbury, Marc Breedlove e, indirectamente, Kim Wallen (todos los cuales
estudian el papel de las hormonas en la conducta y/o la psicología comparada
de los animales) dedicaron parte de su tiempo a comentar un borrador previo
de este capítulo. Sus críticas fueron generosas y de gran ayuda. Les estoy muy
agradecida por ello. Su empeño en enseñarme a bailar, aun cuando
ocasionalmente les diera un pisotón, representa el mejor espíritu de la
investigación científica abierta. Por supuesto, soy la única responsable del
resultado final. <<

www.lectulandia.com - Página 1151


[2] Aberle y Córner 1953. Borell (1987) fecha la transferencia en 1931. Véase

también Clarke 1998. <<

www.lectulandia.com - Página 1152


[3] Borell (1987) cita un memorándum de la Oficina que explica la
transferencia: «Por un tiempo la Oficina había considerado que sería un
movimiento ventajoso, ya que la Fundación, a través de sus expertos en
biología, podía suministrar un control consultivo que la Oficina no podía
ofrecer; y la Fundación también se inclinaba a pensar que la administración
de este programa y la evaluación de los resultados de las investigaciones
pertenecían más claramente al dominio de los programas de investigación en
ciencias naturales y medicina de la Fundación que al ámbito de la Oficina»
(p. 79). <<

www.lectulandia.com - Página 1153


[4] Citado en Borell 1987, p. 79. Borell señala que esta nueva independencia

de los investigadores científicos se tradujo en el abandono de la búsqueda de


un espermicida de fácil uso, que de todos modos «nunca despertó el interés de
los científicos tanto como iba a hacerlo la pildora anticonceptiva» (p. 85). Al
final, la mencionada pildora anticonceptiva se consiguió en el seno de una
fundación privada (con el respaldo financiero de Sanger) fundada por
Gregory Pincus después de serle denegada una plaza en Harvard, tras una
intensa controversia sobre su trabajo inicial acerca de la partenogénesis
artificial en mamíferos. Véase también Clarke 1990a, 1990b. <<

www.lectulandia.com - Página 1154


[5] Citado en Kohler 1976, p. 291. <<

www.lectulandia.com - Página 1155


[6]
Para conocer cómo condujeron estos hechos a la biología molecular
moderna véase Kohler 1976; Kay 1993; Abir-Am 1982. <<

www.lectulandia.com - Página 1156


[7] Aberley Comer 1953, p. 100. <<

www.lectulandia.com - Página 1157


[8] Aberle y Córner (1953) citan la última beca del CRPS concedida a Terman

para la preparación de un «informe sobre el ajuste marital de los sujetos


intelectualmente superiores» (p. 129). Para la trayectoria desde Yerkes y
Carpenter hasta la primatología moderna como modelo de la conducta sexual
y la organización social humanas, véase Haraway 1989. <<

www.lectulandia.com - Página 1158


[9] Para una breve historia de las dos últimas disciplinas en Estados Unidos

véase Dewsbury 1989. <<

www.lectulandia.com - Página 1159


[10] Muchos recibieron fondos de la Fundación Rockefeller por vía directa y a

través del CRPS. Antes de 1938, la cuarta parte de las becas del CRPS
Financiaba investigaciones del comportamiento, y la mayor parte del resto se
destinaba a la fisiología básica del sexo y la reproducción. De 1938 a 1947,
sin embargo, el 45 por ciento de las becas del CRPS iban a la investigación de
la conducta ligada al sexo, con un foco principal en el papel de las hormonas.
Para una lista completa correspondiente a este periodo véase Aberle y Córner
1953. <<

www.lectulandia.com - Página 1160


[11] Hay una extensa literatura paralela sobre primates, unos resultados que los

investigadores de las hormonas siempre consideraron particularmente


aplicables al caso humano. Algunas concepciones derivadas de la
investigación con roedores no eran del todo aplicables a los primates. Pero la
investigación con primates es cara y dificultosa, por la larga vida de los
animales, la necesidad de colonias reproductoras y el reconocimiento
creciente de que la conducta de los primates, aún más que la de los roedores,
requiere un montaje naturalista si se quieren extraer conclusiones sobre el
desarrollo «normal». También hay una influyente literatura sobre aves, uno de
los pocos grupos para los que la relación entre hormonas y ciertos aspectos
del desarrollo cerebral está bastante clara (véase Schlinger 1998). Para una
revisión actualizada y amplia de la investigación en vertebrados véase Cooke
et al. 1998. <<

www.lectulandia.com - Página 1161


[12] Squier 1999, p. 14. <<

www.lectulandia.com - Página 1162


[13] Citado en May 1988, p. 93. <<

www.lectulandia.com - Página 1163


[14] Citado en D’Emilio 1983, p. 41. Para una discusión más profunda de la

imbricación entre el anticomunismo, la represión homosexual, una definición


restringida de la estructura familiar y una demarcación cultural clara de las
definiciones de masculinidad y feminidad véase May 1988, 1995; Breines
1992; Ehrenreich 1983. Para una discusión de la ingente literatura secundaria
sobre homosexualidad y género en la posguerra véase D’Emilio 1983;
Ehrenreich 1983; Reumann 1998. <<

www.lectulandia.com - Página 1164


[15] Schlesinger 1958, p. 63. Las mujeres, escribió Arthur Schlesinger Jr.,

«parecen una fuerza agresiva en expansión que se apropia nuevos dominios


como un ejército conquistador, mientras que los hombres, cada vez más a la
defensiva, apenas son capaces de mantenerse firmes y aceptan de buena gana
las imposiciones de sus nuevas gobernantas. Un libro reciente lleva el
desolador y melancólico título de The Decline of the American Male [El
declive del varón americano]» (p. 63). <<

www.lectulandia.com - Página 1165


[16] Citado en May 1988, p. 140. 17. <<

www.lectulandia.com - Página 1166


[17] Citado en May 1988, p. 66. <<

www.lectulandia.com - Página 1167


[18] En los años treinta, la masculinidad no requería especial atención. La

andrología no se independizó como disciplina aparte hasta los años setenta.


Véase, por ejemplo, Bain et al. 1978. Niemi (1987) señala que la idea de la
andrología se remonta a 1891, pero que las primeras sociedades y revistas de
andrología po cuajaron hasta los años setenta. <<

www.lectulandia.com - Página 1168


[19] Citado en May 1988, p. 147. <<

www.lectulandia.com - Página 1169


[20] Esta idea reaparece de Vez en cuando. En respuesta al incremento de

madres solteras, Robert Bly «describió su visión de la «masculinidad


profunda», la idea de que los hijos varones se empapan físicamente de la
presencia paterna, algo que las madres solteras, por mucho que quieran, no
pueden proporcionar (Bly 1992). <<

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[21] Véase D’Emilio 1983. Para una discusión completa e iluminadora de los

informes de Kinsey y la discusión nacional sobre el sexo y la sexualidad


véase Reumann 1998. <<

www.lectulandia.com - Página 1171


[22] Citado en Elger et al. 1974, p. 66, de comentarios hechos en un seminario

de 1969 sobre «Integración de mecanismos endocrinos y no endocrinos en el


hipotálamo». <<

www.lectulandia.com - Página 1172


[23] Jost 1946a, 1946b, 1946c, 1947. <<

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[24] Wiesner 1935, p. 32; énfasis en el original. <<

www.lectulandia.com - Página 1174


[25] Greene et al. 1940b, págs. 328, 450. <<

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[26] Todos estos experimentos abordaban la cuestión de la determinación
secundaria del sexo (como el desarrollo del sistema de conductos gonadales y
los genitales externos). Jost no examinó la determinación primaria del sexo
(es decir, la diferenciación de las gónadas como testículos o como ovarios).
Desde su primera publicación, y hasta los años setenta, Jost también
promocionó activamente su obra, publicándola repetidamente, a menudo en
artículos de revisión o actas de simposios, de manera que sus datos originales,
aunque suplementados regularmente con nuevos resultados, recibieron una
atención continuada. <<

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[27] Jost 1946c, p. 301; énfasis en el original; la traducción es mía.
Experimentadores posteriores identificaron dos culpables. La testosterona
embrionaria inducía la diferenciación del tracto reproductivo y los genitales
externos masculinos, mientras que una nueva hormona (una estructura
proteínica llamada sustancia inhibidora mulleriana) inducía la degeneración
del tracto genital femenino embrionario. El testículo embrionario produce
ambas hormonas. Jost probó a extraer sólo un testículo. En aquellas
circunstancias el desarrollo masculino continuaba a buen ritmo, mientras que
el tracto genital femenino degeneraba como lo haría en un feto no operado. A
partir de éste y otros experimentos concluyó que el testículo segregaba uno o
más factores que causaban la diferenciación del tracto genital masculino y la
degeneración del femenino. Jost también injertó testículos en embriones
femeninos y ovarios en embriones masculinos, pero el tejido injertado no
afectaba al desarrollo embrionario, un fallo que atribuyó al hecho de tener que
emplear embriones demasiado tardíos que, presumía, ya habían superado la
fase plástica del desarrollo. Sin embargo, los embriones suplementados con
andrógeno aún diferían de los embriones masculinos normales porque
exhibían al menos cierto desarrollo uterino, aunque la región vaginal estaba
«más o menos inhibida». Jost nunca comunicó haber comprobado los posibles
efectos del estrògeno sobre el desarrollo de embriones castrados masculinos o
femeninos, aunque es posible que lo intentara, pero que el estrògeno hiciera
abortar los embriones. <<

www.lectulandia.com - Página 1177


[28] La sustancia inhibidora mulleriana es objeto de gran interés en la
actualidad, porque se ha identificado como un importante y ubicuo factor de
crecimiento (el factor transformador (3). Gustafson y Donahoe (1994) han
revisado la biología molecular de esta hormona (pp. 509-516). <<

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[29] Jost 1946c, p. 307; la traducción es mía. Jost pronto amplió sus estudios y

examinó el crecimiento in vitro de cultivos de tejido de los tractos genitales


masculino y femenino. Pero esto no eliminaba la posibilidad de efectos
hormonales sobre el desarrollo femenino. Como señaló él mismo, su sistema
de cultivo no era «anhormonal». En 1951, Jost escribió que la acción de
estrógenos traza contenidos en el suero empleado como medio de cultivo «no
puede descartarse a priori. En última instancia tenemos que volver al uso de
un medio sintético libre de hormonas» (Jost y Bozic 1951, p. 650; véase
también Jost y Bergerard 1949). Pero hacia 1953 su interpretación había
comenzado a cambiar. Aunque reconocía que la ontogenia femenina podía
estar afectada por hormonas exógenas producidas por la placenta o las
gónadas maternas, o por hormonas fetales no ováricas (de origen suprarrenal,
por ejemplo), y recordaba a sus lectores que había aportado evidencias de
cierta actividad ovárica, pensaba que «esas sustancias ginogénicas maternales
o extragonadales difícilmente pueden dar cuenta de la feminización del feto
gonadectomizado» (Jost 1953, p. 387). Mantuvo esta conclusión aun
reconociendo comunicaciones previas de que los estrógenos podían feminizar
el desarrollo fetal masculino (Greene et al. 1940a, 1940b, Raynaud 1947).
Jost (1953) escribió que «la interpretación de este experimento no era
evidente» (p. 417). <<

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[30] La retórica de Jost cambió con el tiempo. En 1954 escribió: «El testículo

fetal interpreta el papel primordial» en el desarrollo sexual normal


(implicación: las hembras se convierten en hembras porque no tienen
testículos) (Jost 1954, p. 246). En 1960 escribió: «En los mamíferos el sexo
anhormonal es el femenino, y los testículos impiden que los machos se
diferencien como hembras (Jost 1960, p. 59). En 1965 decía que las hembras
mamíferas eran «el tipo sexual neutro» (Jost 1960, p. 59). En 1969 escribía
que «convertirse en un macho es una aventura prolongada, embarazosa y
arriesgada; es una suerte de lucha contra la tendencia inherente a la
feminidad» (Jost 1965, p. 612). Finalmente, en 1973, Jost escribió: «Las
características masculinas… tienen que imponerse en los machos por las
hormonas testiculares contra la tendencia femenina básica del cuerpo
mamífero. La organogénesis femenina es resultado de la mera ausencia de
testículos; la presencia o ausencia de ovarios carece de importancia» (Jost et
al. 1973, p. 41).
En los años ochenta, cuando la terminología informática se introdujo en el
lenguaje, los investigadores actualizaron la idea de Jost de una tendencia
inherente a la feminidad presentando la ontogenia femenina como una
«trayectoria por defecto». El uso más antiguo que conozco de esta metáfora se
remonta a 1978. Los editores de la revista Trends in Neuroscience emplean la
expresión en la introducción a Dóhler 1978. <<

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[31] Jost et al. 1973. Jost era francés, y no he contemplado los aspectos
específicos de estas discusiones en Francia tras la segunda guerra mundial.
Pero sus ideas eran conocidas y discutidas internacionalmente, y ganaron
rápida aceptación en Estados Unidos. La producción de conocimiento
científico no sólo implica hacer experimentos e interpretar los resultados, sino
estar en el lugar adecuado en el momento adecuado para que un resultado
particular y su interpretación sea culturalmente inteligible. Para más sobre
este tema véase Latour 1987. <<

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[32] Aristóteles escribió: «La hembra lo es en virtud de una carencia de ciertas

cualidades. Deberíamos contemplar la naturaleza femenina como afligida por


una deficiencia natural». Santo Tomás pensaba que las mujeres eran hombres
imperfectos, seres accesorios. En el drama edípico de la maduración (a la
Freud), la psique femenina debe acomodarse a la ausencia del pene, mientras
que la psique masculina debe adaptarse al temor de su pérdida y, con ello, el
retorno a un estado basal femenino (citado en de Beauvoir 1949, p. xxii).
Otras explicaciones adicionales para la aceptación de la ecuación femenino =
ausencia, masculino = presencia podrían incluir la dificultad de los
experimentos necesarios y el tiempo necesario para rellenar huecos con
detalles difíciles de resolver, que podían obtenerse sólo desviando la atención
de experimentos más fáciles y más inmediatamente productivos (en términos
de publicaciones). Un componente del éxito científico es el equilibrio entre un
programa que avanza y la importancia de escarbar en un problema
recalcitrante.
Algunos de los problemas experimentales no resueltos incluían: (1) la
posibilidad de que las castraciones de Jost no se efectuaran lo bastante pronto
para detectar cualquier efecto de la supresión del ovario fetal; (2) que las
inyecciones de estrógenos pudieran feminizar el desarrollo masculino y
estimular el desarrollo de órganos femeninos; (3) mientras que Jost probó a
sustituir los testículos ausentes por inyecciones de testosterona, nunca efectuó
experimentos paralelos con las hembras desprovistas de ovarios; (4) no se
entretuvo en identificar posibles fuentes no ováricas de estrógeno u otros
factores no estrogénicos que pudieran gobernar la diferenciación femenina;
(5) Jost sabía que el ovario fetal comenzaba a producir estrógeno muy pronto,
pero no parece que se preocupara por la función de dicha actividad ovárica
temprana.
El posible papel del estrógeno, de origen fetal o materno, en la determinación
secundaria del sexo rodavía no se ha elucidado del todo. Ciertamente, se
piensa que en algunos vertebrados «tiene un papel principal en la
diferenciación gonadal» (di Clemente et al. 1992, p. 726); véase también
Reyes et al. 1974. George et al. (1978) encontraron que, en el conejo, el
ovario embrionario comienza a producir grandes cantidades de estrógeno en
el mismo momento en que el testículo fetal comienza a producir testosterona,

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y sugerían estudios adicionales para aclarar la función de este estrògeno fetal
(Ammini et al. 1994; Kalloo et al. 1993). Estos últimos autores encuentran
que «la presencia de receptores estrogénicos sugiere que el estrógeno
maternal puede tener una intervención directa en el desarrollo de los genitales
externos femeninos, lo que desafía la extendida idea de que dicho desarrollo
es pasivo porque puede tener lugar en ausencia de hormonas gonadales
fetales» (p. 692). <<

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[33] Los resultados de Greene, que mostraban el potencial del estrógeno para

feminizar activamente los embriones femeninos, le sentaron como un tiro a


Jost, quien continuó insistiendo en la necesidad de más experimentación para
conciliar los resultados contradictorios. Poco a poco, sin embargo, las
referencias al trabajo de Greene y los llamamientos a continuar
experimentando fueron desapareciendo de los artículos de Jost. Hacia 1965, la
teoría monohormónica aparecía en los escritos de Jost como un hecho
comprobado, en vez de una teoría provisional que requería una verificación
experimental ulterior. Aunque continuaba señalando que los estrógenos
podían feminizar los embriones masculinos, sugería que el estrógeno
inyectado no era una causa activa de diferenciación. En vez de eso,
menoscababa la producción de testosterona por los testículos, lo que permitía
que emergiera la feminidad «natural» del embrión. Por entonces Jost todavía
consideraba «especulativa» la teoría de presencia/ausencia para la ontogenia
masculina y femenina. Aunque su presentación era elegante, admitía que «no
debería ocultar la necesidad de nuevos experimentos cruciales» (Jost 1965,
p. 614). Pero él nunca llevó a cabo todos los experimentos críticos que sugería
en su artículo de 1947. <<

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[34] Véanse las notas 43 y 46. En un debate de 1999 sobre el concepto de

ontogenia por defecto, un miembro de Loveweb escribió: «Puede que el


programa femenino también dependa de una hormona; todo lo que sabemos
es que no se requiere una hormona gonadal. ¿Qué hay de las 20 a 30
hormonas probablemente existentes que aún no hemos descubierto? Cuanto
más viejo y gruñón me hago, menos sentido le encuentro a esto de la vía por
defecto. Creo que no es más que una frase que pretende significar algo».
Siguen surgiendo evidencias que sugieren la importancia de la actividad
ovárica para la regulación de la diferenciación sexual (Vainio et al. 1999). Sí
parece probable, sin embargo, que en los ratones ni la progesterona ni el
estrògeno sean actores principales en las fases iniciales del desarrollo (Smith,
Boyd et al. 1994; Lydon et al. 1995; Korach 1994). <<

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[35] Este proceso se denomina determinación primaria del sexo. <<

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[36] Una vez aparece una gónada fetal, puede producir hormonas que inducen

el desarrollo sexual secundario (el problema que abordaron los investigadores


desde los años treinta hasta los cincuenta, y al que volveré más adelante en
este capítulo). <<

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[37] Schafer et al. 1995, p. 271; la cursiva es mía. <<

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[38] Wolf 1995, p. 325; la cursiva es mía. <<

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[39] Capel 1998, p. 499. <<

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[40] Angier 1999, p. 38. <<

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[41] Véase, por ejemplo, Mittwoch 1996. <<

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[42] La misma metáfora que promueve la hilaridad feminista también puede

alimentar la opresión masculina. «La cultura occidental», escribe la psicologa


Helen Haste, «tiene una arraigada tradición de racionalidad vencedora de las
fuerzas del caos estrechamente entrelazada con lo masculino frente a lo
femenino… Un polo no es sólo antitético del otro, sino que triunfa sobre él.
Las fuerzas de la oscuridad deben confrontarse y conquistarse» (Haste 1994,
p. 12). En una vena similar, la historiadora feminista Ludmilla Jordanova
señala que la Ilustración nos trajo pares de palabras tales como
naturaleza/crianza, mujer/hombre, físico/mental, emoción/pensamiento,
sentimiento y superstición/conocimiento y pensamiento abstracto,
oscuridad/luz, naturaleza/ciencia y civilización (Jordanova 1980, 1989). <<

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[43] Wolf 1995, p. 325. Al menos uno de los científicos con los que he
intercambiado correspondencia cuestiona esta idea, aunque creo que es
justificable. Muchos textos de embriología incluyen una sección titulada
«determinación del sexo» que trata sólo del desarrollo masculino. Por
ejemplo, Carlson considera el tema de «la determinación genética del
género». Primero señala que las hembras se desarrollan en ausencia de un
cromosoma Y, y luego dedica el resto de la sección a hablar del desarrollo
masculino. Las figuras 15-22 de su libro ilustran un tratamiento complejo y
detallado de los mecanismos del desarrollo masculino, pero no hay ilustración
análoga de los mecanismos del desarrollo femenino (Carlson 1999, pp. 375-
376). El único texto moderno que trata las ontogenias masculina y femenina
por igual es el de Scott Gilbert (1997). Y no es casualidad que uno de los
intereses notorios de Gilbert sea la historia feminista de la ciencia. Véase
también Swain et al. 1998; Haqq et al. 1994; McElreavey et al. 1993. <<

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[44] Fausto-Sterling 1989. <<

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[45] Eicher y Washburn 1986, pp. 328-29. <<

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[46] Wolf reconoce que «es indudable que el desarrollo femenino no es
espontáneo» (p. 325), pero por lo demás lo omite. Dos artículos de Sinclair
discuten la determinación testicular, y aunque reconoce que la determinación
ovárica también es compleja, nunca propone una trayectoria hipotética para
dicha determinación (Sinclair 1995, 1998). Capel escribe que la terminología
de la ontogenia por defecto «puede ser engañosa porque sugiere que la vía
femenina no es un proceso activo genéticamente controlado» (1998, p. 499).
Hunter concede un párrafo a la hipótesis de Eicher y Washburn, pero luego
dedica el resto de un capítulo de 66 páginas (titulado «Mecanismos de
determinación del sexo») a discutir la genética de la determinación testicular
(Hunter 1995). Swain et al. (1998, p. 761) escriben: «Es improbable que la
diferenciación ovárica sea pasiva, ya que hay cambios de expresión gènica
muy tempranos en el desarrollo de la cresta genital XX» (1998, p. 761).
Sólo tres artículos recientes retratan genes activos en la ontogenia femenina.
Estos tratamientos de la «diferenciación sexual» (en oposición a la
diferenciación masculina) todavía son minoritarios (Werner et al. 1996;
Jiménez y Burgos 1998; Schafer y Goodfellow 1996). <<

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[47] La hipótesis del gen «maestro» pesa mucho en esta historia. La mayor

parte de la investigación actual sobre la determinación primaria del sexo


considera que el cromosoma Y contiene un «gen maestro», un interruptor que
pone a rodar la bola del desarrollo. De acuerdo con este modelo, sólo hace
falta un gen para determinar la ontogenia masculina. Otros argumentan que el
desarrollo es un proceso en el que intervienen muchos genes cruciales, cada
uno de los cuales debe activarse en el momento justo. Sobre este último punto
de vista véase Mittwoch 1989, 1992, 1996. <<

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[48] Milton Diamond escribe: «Como estudiante de doctorado mi primer
proyecto de tesis consistió en ver si los estrógenos podían feminizar los fetos
masculinos igual que los andrógenos masculinizaban los femeninos. Mis
inyecciones de estrógenos en cobayas preñadas se traducían invariablemente
en muerte fetal. Esto fue una gran decepción para mí, porque de esa manera
es difícil estudiar el comportamiento» (Diamond 1997a, p. 100). Otro
investigador me escribió que los efectos del estrògeno sobre el
comportamiento animal eran leves y difíciles de medir. «Esto no significa que
no sean importantes, por supuesto, pero si uno fuera profesor asistente y
quisiera ser productivo, seguramente optaría por estudiar respuestas robustas
y no efectos sutiles» (anónimo, comunicación personal). <<

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[49] Para la descripción de Jost de su encuentro con Wilkins véase Jost 1972,

pp. 38-39. <<

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[50] Frank Beach escribe: «La importancia del apoyo dispensado por este
comité al avance de la investigación del comportamiento mediado por
hormonas nunca se ha reconocido en su justa medida… La decisión del
Comité para la Investigación en Problemas del Sexo de fomentar las
investigaciones del comportamiento copulatorio en las ratas… o la frecuencia
de orgasmos en las mujeres casadas… fue un paso valiente que abrió el
camino para la expansión general de la investigación de los efectos de las
hormonas en una categoría comportamental muy importante» (Beach 1981,
p. 354).
La investigación de las hormonas implicadas en el comportamiento animal
desde finales de la década de los treinta hasta los años sesenta se erigió
directa y deliberadamente sobre los temas abordados por los primeros
endocrinólogos del comportamiento. Beach cita a Lillie, Moore, Marshall,
Heape y muchos otros como pioneros de la disciplina (Beach 1981).
El director de tesis de Beach en la Universidad de Chicago fue Karl
S. Lashley (1890-1958). La obra de Lashley sobre los mecanismos cerebrales
y la inteligencia adoptaba una visión holística de la función cerebral, que se
refleja claramente en la obra y el pensamiento de Beach. Para saber más sobre
Lashley véase Weidman 1999-
Beach discutió sus estudios de ratas con lesiones cerebrales con un
endocrinólogo que le sugirió que la lesión cerebral podía perturbar la
secreción pituitaria y, con ello, la secreción de hormonas gonadales. Sobre
este encuentro, Beach escribió: «No entendí nada de lo que me decía; pero
tras leer un poco de endocrinología decidí inyectar testosterona a algunos de
mis machos cerebralmente asexuados, sólo para ver qué ocurría… ¡y ahí
estaba! Las ratas inyectadas habían recuperado su libido; y enseguida pensé
que iba camino del premio Nobel» (Beach 1985, p. 7).
En Estados Unidos, la psicología animal se conocía como psicología
comparada. En Europa, una tradición emparentada pero distinta se conocía
como etología. Hasta los años cincuenta la etología europea no tuvo una gran
influencia sobre los psicólogos comparativos norteamericanos. Para un
tratamiento histórico de la psicología comparada véase Dewsbury 1984, 1989.
<<

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[51] Como me escribió un investigador, «para el conductista, lo bonito de todo

esto es que haya tanto que pueda medirse fácilmente». Incluso especies
estrechamente emparentadas difieren en los detalles. Los cobayas machos, por
ejemplo, se parecen a los primates en sus vaivenes repetitivos dentro de una
única penetración (anónimo, comunicación personal). <<

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[52] Los comportamientos como el anidamiento, el cuidado maternal y la
agresión territorial también definían la masculinidad y la feminidad en las
ratas, pero en este periodo Beach se centró primariamente en dilucidar los
componentes de la conducta copulatoria. Para las últimas teorías sobre
hormonas, experiencia y comportamiento parental véase Krasnegor y Bridges
1990. <<

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[53] Para una enfervorizada defensa de la necesidad del psicoanálisis para la

vida diaria véase Lundberg y Farnham 1947. <<

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[54] Véase, por ejemplo, Watson 1914 y Dewsbury 1984. <<

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[55] Beach no simpatizaba con Watson y los conductistas. En 1961 escribió:

«Me parece que ya es hora de reexaminar estos problemas prestando gran


atención a los factores biológicos de influencia genética que pueden
contribuir a algunas de estas diferencias» entre sexos y grupos raciales (Beach
1961, p. 160). <<

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[56] Retrospectivamente, William C. Young escribió: «La investigación de las

relaciones entre las hormonas y el comportamiento sexual no se ha


emprendido con el vigor que merece la importancia biológica, médica y
sociológica del tema. La explicación puede residir en el estigma que conlleva
desde antiguo cualquier actividad asociada al comportamiento sexual. En
nuestra propia experiencia, se ha solicitado restringir el uso de la palabra
“sexo” en los registros institucionales y los títulos de proyectos de
investigación. Recordamos vividamente que se llegó a cuestionar la propiedad
de presentar ciertos datos en congresos y seminarios científicos» (Young
1964, p. 212). <<

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[57] Beach 1942b, p. 173. <<

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[58] En 1947 escribió: «Importancia del enfoque holístico: Los experimentos

fisiológicos diseñados para identificar las vías nerviosas implicadas en un


reflejo genital concreto, o medir la importancia de las secreciones de una
única glándula para las respuestas copulatorias, han contribuido sobremanera
a nuestra comprensión del comportamiento sexual. Sin embargo, debería
resultar obvio que la significación plena de tales hallazgos sólo se aprecia
cuando se sitúan en el contexto más amplio de la pauta sexual total, tal como
aparece en el animal normal» (Beach 1947, p. 240). <<

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[59] «Las diferencias individuales en la facilidad con la que los machos
inexpertos se excitan sexualmente constituyen un importante factor que debe
ser tomado en consideración en cualquier intento de definir el estímulo
adecuado para el comportamiento copulatorio. Una situación estimuladora de
la cópula en un macho concreto puede no ser capaz de inducir la respuesta
copulatoria en un individuo menos excitable de la misma especie» (Beach
1942c, p. 174). <<

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[60] «La aparición de la pauta copulatoria manifiesta depende de la
excitabilidad sexual del macho y de la intensidad de la estimulación
proporcionada por el animal incentivo. Un macho muy excitable puede
intentar copular con un animal incentivo de relativamente bajo valor
estimulador… Un macho menos excitable no exhibe respuestas copulatorias a
los animales incentivos que no sean la hembra receptiva con la que copulará.
Un macho de baja excitabilidad puede no sentirse estimulado a la cópula ni
siquiera cuando se le ofrece una hembra receptiva» (Beach 1942e, p. 246).
Beach y otros investigadores comentaron el hecho de que en toda colonia
siempre había machos y hembras que parecían no tener interés en aparearse.
Excluir estos animales de las pruebas de apareamiento acabó convirtiéndose
en una práctica corriente. <<

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[61] Beach 1942c. <<

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[62] Aparentemente, los animales aún podían aparearse incluso después de

suprimido el córtex. Véase Beach 1942b, 1942c, pp. 179-181, y Beach 1943.
<<

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[63] Beach 1941. <<

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[64] Beach 1942a. Las hembras normales no requerían inyecciones de
testosterona para mostrar pautas ele apareamiento masculinas. Beach y
Priscilla Rasquin criaron hembras en departamentos sexualmente segregados
y luego las examinaron diariamente a lo largo de cuatro ciclos de
apareamiento. Durante la prueba permitieron a la hembra adaptarse a la caja
de ensayo, la colocaron con una hembra receptiva durante cinco minutos y
luego con un macho sexualmente activo. Dividieron la conducta de
apareamiento femenina en tres categorías: (1) monta con abrazo del animal
montado; (2) monta con abrazo y empuje pélvico; y (3) monta con abrazo y
«fuerte empujón final y desmontado con un pronunciado salto atrás». De 20
hembras, 18 exhibían el abrazo sexual, otras 18 exhibían la monta con empuje
pélvico y 5 mostraron la pauta copulatoria «masculina» completa. Estas
conductas masculinas se daban con independencia de que la hembra montada
estuviera o no en celo.
Beach y Rasquin sacaron algunas conclusiones llamativas. En primer lugar,
sugirieron que la mayoría de las hembras de su colonia tenían la anatomía
cerebral y muscular necesaria para posibilitar la pauta de apareamiento
masculina. En segundo lugar, concluyeron que el mismo estímulo (una
hembra en celo) inducía esta pauta en ambos sexos. Finalmente, señalaron
que las hormonas ováricas no controlaban la conducta masculina en las
hembras (Beach y Rasquin 1942; véase también Beach 1942a, 1942f). Beach
notificó por primera vez estas conductas transgenéricas en 1938. De su propio
diario de laboratorio, fechado en 1937, cita la interacción del macho 156 con
la hembra 192:
10:05: Se introduce hembra en la caja de observación con macho… 10:15:…
Ambos animales exhiben todos los signos de intensa excitación sexual, pero
el macho no monta ni palpa a la hembra. 10:16: Hembra da vueltas, se
aproxima al macho por detrás y lo monta activamente, abrazándolo y
palpándolo con las patas delanteras… y la región pélvica de la hembra se
mueve con el vaivén tipo pistón característico del macho que copula. Tras
esta breve exhibición de actividad masculina la hembra desmonta, sin el
típico salto masculino, y no se limpia la región genital.
10:17: Hembra responde a la investigación del macho agachándose,
arqueando la espalda y haciendo vibrar las orejas.

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Beach señala que esta hembra concreta montó y palpó al macho siete veces en
un periodo de observación de 15 minutos, y subraya que exhibía respuestas
tanto femeninas como masculinas (Beach 1938, p. 332). <<

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[65] Beach 1942b, p. 183. Para reforzar su argumento, Beach también cita el

debate anterior entre Moore y Steinach, sobre todo la insistencia de Moore en


que las ratas individuales eran demasiado variables para servir como
indicadores de presencia o ausencia de hormona. <<

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[66] Este efecto acumulado es compatible con el enfoque de Lashley de la

función cerebral. <<

www.lectulandia.com - Página 1218


[67] Más tarde reportó experimentos que corroboraban esta corazonada. Beach

continuó insistiendo en el enfoque holístico: «Existe una evidencia palmaria


de que los efectos androgénicos están mediados por una combinación
compleja de mecanismos, de los cuales la supuesta función táctil del glande es
sólo uno» (Beach y Levinson 1950, p. 168). <<

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[68] Beach 1947-1948, p. 276. <<

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[69] Beach 1945, p. vil. <<

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[70] Beach escribe que ciertos enunciados de su texto «se basan en datos

generosamente cedidos por el doctor A. C. Kinsey de la Universidad de


Indiana, cuyo extenso estudio del comportamiento sexual en más de 10.000
personas se publicará en un futuro (Beach 1947, p. 301). Tanto Kinsey como
Beach estaban financiados por el CRPS, un hecho que Kinsey menciona en la
introducción de su estudio de 1948. Ambos se conocían y hablaban de sus
intereses comunes. <<

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[71] Marc Breedlove, comunicación personal (mayo de 1999). Kinsey recopiló

estos datos a base de entrevistas, y él mismo reclutó e instruyó personalmente


a los entrevistadores. <<

www.lectulandia.com - Página 1223


[72] En Jones (1997) y Gasthorne-Hardy (1998), Beach habla de su amistad

con Kinsey. Este último obtuvo su primera beca del CRPS en 1941, y le fue
renovada y aumentada anualmente hasta 1947 (Aberle y Córner 1953). <<

www.lectulandia.com - Página 1224


[73] Kinsey et al. 1948, 1953. En su volumen de 1953, Kinsey da las gracias

expresamente a Beach por aportarle información sobre el comportamiento


animal (p. ix). <<

www.lectulandia.com - Página 1225


[74] Véase, por ejemplo, Bérubé 1990; Katz 1995. <<

www.lectulandia.com - Página 1226


[75] Para las muchas derivaciones y complejidades de esta discusión véase

Reumann 1998. <<

www.lectulandia.com - Página 1227


[76] El arquitecto de esta nueva obra había hecho muchos estudios sobre la

variación individual y había concluido que la individualidad emergía porque


cada cuerpo (o, como lo llaman los científicos, «sustrato») difería: Estaba
claro que el problema central para el investigador interesado en dar cuenta de
la gran variabilidad en las pautas de apareamiento era identificar los factores
que determinan el carácter del sustrato sobre el cual actúan las hormonas
gonadales» (Young 1960, p. 202). Este artículo llevó lo último en
investigación con ratas a la comunidad psiquiátrica. La teoría O/A
prácticamente nunca se aplica a la explicación de las diferencias entre
individuos de la misma especie, aunque esta cuestión fue una motivación
inicial para los experimentos que condujeron a dicha teoría. <<

www.lectulandia.com - Página 1228


[77]
Para una bibliografía completa de las publicaciones de Young y una
biografía breve véase Goy 1967. Su trabajo se financió con el dinero que
obtuvo Lillie del CRPS (Dempsey 1968; véase también Roofe 1968). Aunque
experimentó con otros animales, sobre todo ratas y monos, y algunos de sus
discípulos se centraron en los primates, el grueso de las publicaciones de
Young tiene que ver con la conducta del cobaya. <<

www.lectulandia.com - Página 1229


[78] Citado en Goy 1967, p. 7. <<

www.lectulandia.com - Página 1230


[79] Young 1941, p. 141. <<

www.lectulandia.com - Página 1231


[80] Young y Rundlett 1939, p. 449. <<

www.lectulandia.com - Página 1232


[81] Young et al. (1939) escribieron: «En cualquier medida del impulso
sexual, la actividad montadora y la receptividad deberían verse como
componentes separables de un complejo comportamental y medirse
directamente por los medios que se consideren más apropiados» (p. 65). <<

www.lectulandia.com - Página 1233


[82] Young y Rundlett 1939. <<

www.lectulandia.com - Página 1234


[83] En esta dependencia cíclica las hembras de cobaya difieren de las ratas.

Young hace notar la persistente confusión discutida en el capítulo anterior,


engendrada por la expectativa de las llamadas hormonas masculinas y
femeninas: «En un principio se anticipó que el reflejo de monta vendría
estimulado por la acción estrógeno-andrógeno, y no estrógeno-progesterona.
La relativa ineficacia de los andrógenos empleados es sorprendente, pero su
capacidad de suplantar a la progesterona con mayor eficacia en la inducción
del celo que en la inducción del reflejo masculino de monta es aún más
intrigante» (Young y Rundlett 1939, p. 459). <<

www.lectulandia.com - Página 1235


[84] Young 1941, p. 311. Aquí podemos ver la cultura de la práctica científica

en acción. Para empezar a hacer ciencia se necesitaba un punto de partida


mensurable. Young, como los otros, necesitaba resultados firmes para obtener
financiación, instruir discípulos y continuar su investigación. En otras
palabras, la práctica científica exitosa no necesariamente conduce a una visión
de conjunto imparcial de la función organísmica, sino a experimentos
esmeradamente diseñados para dar resultados específicos y preparar el
camino para más experimentos esmeradamente diseñados. <<

www.lectulandia.com - Página 1236


[85] También se incluyó otra categoría de respuesta de apareamiento llamada

«otros» (Young y Grunt 1952). <<

www.lectulandia.com - Página 1237


[86] «Se postula… que buena parte de la diferencia entre individuos es
atribuible a la reactividad de los tejidos y no a diferencias en la cantidad de
hormona» (Grunt y Young 1952, p. 247). Véase también Grunt y Young
1953; Rissy Young 1954. <<

www.lectulandia.com - Página 1238


[87] Valenstein et al. 1955, p. 402. Los artículos adicionales que detallan la

importancia del contexto genético y la experiencia son Valenstein et al. 1954;


Riss et al. 1955; Valenstein y Young 1955; Valenstein y Goy 1957. En este
periodo, el grupo de Young comenzó a considerar más seriamente la
distinción entre la organización temprana de los circuitos neuronales y su
activación en momentos separados por hormonas circulantes. En un artículo
escriben: «Los datos sugieren que el papel del p. t. [propionato de
testosterona] es el de activador, más que de organizador directo del
comportamiento sexual. La organización depende de variables asociadas con
los linajes y de la oportunidad de aprender las técnicas de montar y maniobrar
a una hembra» (Riss et al. 1955, p. 144). En aquel momento, Young también
sospechaba que la organización de las conductas sexuales masculinas «no está
tan estrechamente restringida a un periodo crítico temprano como lo está» la
impronta en las aves (Young 1957, p. 88). Después de 1959, Young y otros
comenzaron a insistir en la importancia de un periodo crítico, y una vez
hubieron demostrado un efecto organizador prenatal de la testosterona, ya no
volvieron a describir los efectos del aislamiento social como «organizadores».
Robert Goy, discípulo de Young, también encontró que las diferencias de
linaje y experiencia eran importantes para la organización de las respuestas de
apareamiento femeninas. Estos hallazgos adquieren importancia en vista del
interés posterior en el papel (o su ausencia) del estrogeno prenatal en la
organización de las pautas de apareamiento femeninas. Véase Goy y Young
1956-57, 1957; Goy y Jakway 1959. <<

www.lectulandia.com - Página 1239


[88] Phoenix et al. 1959. <<

www.lectulandia.com - Página 1240


[89] Ibíd. p. 370. <<

www.lectulandia.com - Página 1241


[90] Ford y Beach 1951, p. 125; Hampson y Hampson 1961, p. 1425. Aunque

este último artículo apareció dos años después que el de Phoenix et al., Young
editó el volumen en el que se publicó, así que tanto él como sus colaboradores
lo habían leído y podían citarlo como «de próxima aparición». <<

www.lectulandia.com - Página 1242


[91] La controversia era compleja. Hampson y Hampson, por ejemplo,
escribieron que su estudio «del hermafroditismo humano sugiere con fuerza la
tremenda influencia de la crianza y el aprendizaje social en el establecimiento
del rol sexual normal… y, por analogía, el desorden sexual psicológico». Al
mismo tiempo, no descartaron del todo las contribuciones de la genética o la
constitución corporal. Pero pensaban que «la evidencia se alinea firmemente
contra una teoría de imperativos conductuales innatos, preformados y
hereditarios, hormonales o de otra naturaleza» (1961, p. 1428). También hubo
debates dentro del laboratorio de Young sobre el significado de los hallazgos:
«Los miembros más jóvenes del equipo estaban más convencidos [que
Young] de que se trataba de un efecto cerebral directo… Este tema se debatió
acaloradamente en el laboratorio mientras se escribía el artículo, y las
opiniones un tanto contradictorias presentadas finalmente reflejan un
compromiso entre lo que se sospechaba que había ocurrido y lo que se podía
demostrar» (Kim Wallen, comunicación personal, 11 de julio de 1997). <<

www.lectulandia.com - Página 1243


[92] Expuse los detalles técnicos de este artículo con cierta extensión en
Fausto-Sterling 1995. Las críticas me han convencido de que algunos
aspectos de este tratamiento anterior eran incorrectos, especialmente mi
reconocimiento parco de la deuda histórica de Young y mi aserción de que
Phoenix et al. notificaron un efecto cerebral, cuando lo cierto es que fueron
más cautos y hablaron de un efecto sobre el sistema nervioso central. Pero el
artículo es útil para poner de manifiesto las modificaciones fundamentales de
la teoría O/A desde su publicación original, y mantengo mi crítica de que el
modelo omite la experiencia y la diferencia genética e individual. No es la
suerte de modelo holístico que quería Beach, ni el que desarrollo en este
capítulo y el siguiente. <<

www.lectulandia.com - Página 1244


[93] Phoenix et al. 1959, p. 372. Se efectuaron cuatro experimentos básicos:

(1) se inyectó estradiol y progesterona a hembras adultas prenatalmente


expuestas y se midieron aspectos de sus respuestas de apareamiento, y se
concluyó que la exposición androgénica prenatal suprimía la lordosis, pero no
la monta seudomasculina; (2) se estudió la «permanencia» de los efectos del
andrógeno prenatal y se comprobó que se presentaban a los 6-9 meses y de
nuevo a los 11-12 meses de edad (los cobayas viven unos 10-12 años),
concluyéndose que «la supresión de la capacidad para exhibir los
componentes femeninos del comportamiento sexual… parece haber sido
permanente» (p. 377); (3) se estudiaron los efectos de la inyección de
testosterona en adultos prenatalmente expuestos a andrógenos, y se halló que
las hembras respondían más (eran más proclives a exhibir una pauta de
apareamiento masculina, por ejemplo) a la testosterona que las hembras no
tratadas, concluyéndose que «la expresión más rápida e intensa del
comportamiento masculino por los hermafroditas se cree que es un efecto de
la administración prenatal de propionato de testosterona en los tejidos
mediadores del comportamiento masculino y, por ende, una expresión de su
acción organizadora»; (4) se examinó el comportamiento de machos adultos
hermanos, también expuestos a andrógenos prenatales, sin que se encontrara
ningún efecto aparente del tratamiento prenatal con testosterona.
Aquí me ocupo sólo de la conducta de apareamiento. Los autores eran bien
conscientes de otros comportamientos sexualmente diferenciados (como la
conducta maternal, el anidamiento o la agresión territorial), pero Young y
Beach habían invertido décadas en definir las conductas de apareamiento de
manera cuantitativa y evaluable. <<

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[94] Grady y Phoenix 1963, p. 483. Se comenzaron a emplear ratas para estos

estudios porque entre ratas y cobayas hay una diferencia biológica de


importancia práctica. En los cobayas, los eventos importantes desde el punto
de vista anatómico y organizativo tienen lugar in utero porque los cobayas
son animales de gestación larga. Las ratas, en cambio, tienen una gestación
más corta y nacen en un estado mucho menos diferenciado sexualmente.
Young y colegas nunca consiguieron practicar castraciones prenatales con
éxito en cobayas, pero podían castrar ratas recién nacidas, lo que no requería
operar in útero. Además, podían tratar directamente a los animales de prueba
con hormonas, en vez de inyectarlas en hembras preñadas (Grady et al. 1965).
<<

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[95] Beach (1981). Aquí el autor comenta tanto la obra de Young como la suya

propia. En un apartado autobiográfico, Beach enumera los efectos


organizativos de las hormonas durante la ontogenia temprana bajo el epígrafe
«Descubrimientos que casi llegué a hacer». También discute sus
experimentos con perros en este contexto (Beach 1978, p. 30). <<

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[96] Phoenix et al. 1959, p. 381. El sistema nervioso central comprende el

encéfalo y la médula espinal. Aunque sospechaban que el cerebro estaba


involucrado, los autores hicieron gala de un cauto agnosticismo, porque no
podían demostrarlo. <<

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[97] Phoenix et al. 1959, p. 379. <<

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[98] Ibíd. p. 380. Young tardó menos de una década en adoptar el discurso de

presencia/ausencia introducido por Jost. En 1967 escribió: «Muchos de estos


rasgos sexualmente dimórficos… parecen influenciabas en la dirección
masculina por un tratamiento androgénico apropiado y en la dirección
femenina por la ausencia de hormonas esteroides tempranas» (Young 1967,
p. 180). <<

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[99] Phoenix et al. 1959, p. 380. <<

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[100] Young continuó debatiendo esta cuestión con Beach y los Hampson en

los años sesenta. En 1961 y 1962, el ya obsoleto CRPS organizó dos


congresos, sus dos últimas actividades antes de abandonar la escena de los
estudios del sexo, por entonces asumidos en su práctica totalidad por la
Fundación Nacional para la Ciencia y el Instituto Nacional de Salud Mental.
Tras los congresos, el CRPS «recomendó al presidente de la división de
ciencias médicas que el comité para la investigación en problemas del sexo
fuera disuelto una vez el libro resultante de la conferencia sobre sexo y
comportamiento estuviera editado» (Beach 1965, p. ix). Beach se encargó de
la edición de un volumen que resumía ambos congresos, y es aquí donde
encontramos a Young y Hampson discutiendo, con la mano editorial de
Beach tomando partido en el debate. Por ejemplo, Young contestaba así al
último artículo aún por publicar de John Hampson: «Por “bisexualidad” yo no
entiendo… que un individuo puede moverse igualmente bien en uno u otro
sentido» (aquí un asterisco remite al lector a la tesis neutralista de Hampson
en el capítulo siguiente). «Creo», continúa Young, «que… la evidencia en la
literatura clínica» y de primates «revelará una predominancia de caracteres
masculinos en el macho genético, y una predominancia de caracteres
femeninos en la hembra… Incluso en los seres humanos, antes del nacimiento
la escena» puede estar «preparada para la respuesta selectiva a factores
experienciales y psicológicos» (Young 1965, p. 103; Young reitera esta
convicción en su revisión de 1967). Beach abandera el rechazo de Hampson
de la idea de «las hormonas sexuales como único agente causal en el
establecimiento del rol genérico y la orientación psicosexual de un individuo»
(p. 115), y remite al lector a la discusión de Young. Hampson concluye que
«el rol y la orientación de un individuo como niño o niña, varón o mujer, no
tiene una base instintiva preformada… En vez de eso… cuando nacemos el
sexo psicológico está indiferenciado (podría hablarse de neutralidad sexual)
y… el individuo se diferencia psicológicamente como masculino o femenino
en el curso de numerosas experiencias vitales» (Hampson 1965, p. 119). <<

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[101] «Debe considerarse la posibilidad de que la masculinidad o feminidad

del comportamiento de un animal más allá de lo puramente sexual se haya


desarrollado en respuesta a ciertas sustancias hormonales dentro del embrión
y el feto» (Phoenix et al. 1959, p. 381; la cursiva es mía). <<

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[102] Ibíd. p. 381. La posibilidad de que el estrògeno fetal o perinatal tenga un

papel en el desarrollo del cerebro femenino sigue siendo motivo de


controversia. Véase Fitch y Denenberg 1998; Fitch et al. 1998; Etgen et al.
1990; Fadem 1995; Ogawa et al. 1997. <<

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[103] Van den Wijngaard 1991b. <<

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[104] Beatty 1992. <<

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[105] A Finales de los sesenta, John Money y Anke Ehrhardt habían aplicado

el paradigma al estudio de las jóvenes con hiperplasia adrenocortical


congènita (capítulo 3). En un ensayo divulgativo, presentaron la idea de que
la exposición prenatal a niveles elevados de testosterona in utero
masculinizaba el cerebro de los fetos femeninos. Money y Ehrhardt
argumentaban que, al igual que ocurría con ratas y cobayas, las hormonas
prenatales hacían que estas niñas tendieran a un estilo de juego más
masculino (Money y Ehrhardt 1972). También por esta época, el
endocrinólogo alemán Günther Dörner sugirió que la nueva comprensión que
proporcionaba la teoría O/A podría ofrecer una cura de la homosexualidad.
Citando experimentos que mostraban que la castración perinatal parecía
impedir la masculinización del cerebro de la rata, Dorner esperaba que lo
mismo podría aplicarse a los seres humanos. «Estos resultados», escribió,
«sugieren… que la homosexualidad masculina puede prevenirse mediante la
administración de andrógeno durante el periodo crítico» (Dorner y Hinz 1968,
p. 388). <<

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[106]
Young 1961, p. 1223. Sobre el papel de los genes en la conducta
femenina, Young escribió: «Como en el macho, se observaron diferencias en
cada medida del comportamiento examinada: capacidad de respuesta al
tratamiento [hormonal]… duración del celo inducido… duración de la
lordosis máxima, y número de montas seudomasculinas» (Young 1961,
p. 1215).
A fin de obtener datos utilizables, los científicos suelen uniformizar sus
animales experimentales. En cierto sentido, pues, los experimentadores
produjeron una descripción típica de las conductas sexuales a base de
eliminar sistemáticamente la diversidad genética de sus estudios. Un reciente
artículo breve sobre la producción comercial de ratas de laboratorio hace
notar que las empresas suministradoras las han seleccionado para que crezcan
lo más pronto posible (lo que incrementa el margen de beneficio). Como
resultado, ahora pesan casi el doble que hace veinte años, y mueren mucho
antes. Caben pocas dudas de que esta crianza selectiva ha modificado la
fisiología de nuestra rata de laboratorio «estándar» para satisfacer los
intereses tanto comerciales como experimentales. Así pues, las teorías
basadas en estas ratas (especialmente, sospecho, las que tienen que ver con el
metabolismo energético) están peculiarmente estructuradas para el
laboratorio. En este sentido, hemos «creado» la biología. En otras palabras,
los hechos a partir de los cuales generalizaremos los intentos de diseñar
medicinas, regímenes dietéticos y teorías biológicas procederán de una
criatura peculiar sujeta sólo a las selecciones humanas, no a la selección
natural (véase Wassersug 1996; Clause 1993).
Young citaba especialmente sus experimentos de aislamiento social, que
mostraban que, para un linaje genético dado, el desarrollo de las conductas de
monta, penetración y eyaculación dependía «casi por completo… del contacto
que habían tenido [los animales] con otros animales jóvenes» (Young 1961,
p. 1218). <<

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[107] Young 1964, p. 217. Por supuesto, algunos investigadores continuaban

reconociendo la importancia de las interacciones sociales y la experiencia, y


diseñando experimentos basados en dicho reconocimiento. Pero éste no era el
paradigma imperante, y para muchos dentro y fuera de la disciplina, así como
para el gran público, este otro enfoque más complejo quedaba fuera de la
vista. <<

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[108] Phoenix 1978, p. 30. <<

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[109] Durante los años sesenta, Beach continuó contestando la teoría O/A e

insistiendo en la bisexualidad adulta. Explicaba el reflejo de lordosis apelando


a unidades neuromusculares desarrolladas antes del nacimiento en ambos
sexos: «Están presentes en ambos sexos, y su organización a lo largo del
desarrollo no depende de hormonas gonadales» Beach 1966, p. 532). A
medida que el macho madura, los reflejos quedan bajo influencias inhibitorias
que pueden liberarse en una variedad de circunstancias externas. <<

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[110] Money y Ehrhardt (1972) estaban inquietos por el juicio de las feministas

militantes, a las que —señalaron— no les iba a gustar lo que tenían que decir.
El índice de su libro también incluye una curiosa entrada: bajo «Liberación
femenina: material citable», indicaban las páginas donde había pasajes que a
su juicio reforzarían el punto de vista feminista (véase la p. 310). El psicólogo
Richard Doty escribió un artículo en el que exhortaba a los investigadores a
dar más «igualdad de oportunidades» a las hembras roedoras (Doty 1974, p.
169), mientras que el psicólogo Richard Whalen expresaba su preocupación
de que sus teorías de la formación del género en roedores fueran «sexistas»
(véase, por ejemplo, Whalen 1974, p. 468). En un simposio celebrado en 1976
con ocasión del 65 cumpleaños de Beach, su discípula Leonore Tiefer lo
enfureció con una charla en la que ofrecía una perspectiva feminista de la
investigación contemporánea. Después, cuando Beach leyó la ponencia, se
disculpó y admitió que su punto de vista era digno de ser escuchado. Véase
Tiefer 1978 y van den Wijngaard 1991. <<

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[111]
Durante su primera década de publicación, Hormones and Behavior
dedicó el 80 por ciento de sus artículos de investigación a las hormonas y el
comportamiento ligado al sexo.
Beach (1971) sugirió que los defensores de la teoría organizacional se habían
dejado cautivar por la metáfora embriológica, pero que Young y sus
seguidores no podían especificar qué se organizaba exactamente. También
encontraba problemática la idea de que el andrógeno organiza el cerebro
(masculino), y sugería que en tal caso la castración lo desorganizaría. ¿Qué
podría implicar, se preguntaba, un cerebro desorganizado? Beach también
expresó su preocupación por la pérdida del «conocimiento que tanto ha
costado obtener acerca de las relaciones entre hormonas gonadales y
comportamiento. Muchos teóricos están tan penosa y seriamente afectados de
neurofilia (que en su fase terminal deviene inevitablemente en cerebromanía)
que sólo están dispuestos a prestar atención a aquellas interpretaciones del
comportamiento formuladas en el vocabulario del neurólogo» (Beach 1971,
p. 286).
Este artículo de Beach ofrecía una dosis concentrada de su famoso humor
ácido. Pero en vez de abrir una brecha en el corazón de la teoría
organizacional, sus palabras (deduzco de la correspondencia con algunos de
los que vivieron esta controversia) causaron más perplejidad que otra cosa,
una recepción esperada por Beach, quien escribió: «Nadie es más consciente
que yo de que muchos lectores pensarán que estoy arremetiendo contra
molinos de viento» (Beach 1971, p. 291). <<

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[112] En su propia historia de la disciplina, Beach (1981) se las arregla para

pasar de puntillas sobre sus objeciones anteriores sin citar su artículo de 1971.
Lo significativo del silencio de Beach puede apreciarse en McGill et al. 1978.
Este volumen de 436 páginas, conmemorativo del 65 cumpleaños de Beach,
contiene artículos sobre las investigaciones en curso de al menos diecisiete de
sus antiguos discípulos. Sólo uno hace referencia al artículo de 1971, y sólo
para mencionar un hecho particular, no la crítica en sí.
Por supuesto, hay microexplicaciones: (1) una nueva generación de
bioquímicos estaba tomando el relevo, y Beach no dominaba el enfoque
molecular, así que estaba fuera de onda, pero sus colegas jóvenes eran
demasiado respetuosos con él para ponerle en evidencia; (2) su artículo fue
tan intempestivo que excedió lo aceptable, y la gente prefirió poner la otra
mejilla en vez de devolverle los insultos.
Además de atacar las ambigüedades lingüísticas, Beach consideró
explicaciones alternativas para los resultados de los experimentos de
tratamiento hormonal temprano. Se centró sobre todo en la pretensión de que
la testosterona organizaba la conducta copulatoria masculina y femenina.
Señaló que el andrógeno afectaba intensamente el crecimiento posnatal del
pene. Así, los machos castrados en la infancia podían quedar incapacitados
para la penetración y la eyaculación no porque sus cerebros no se hubieran
masculinizado, sino porque sus penes eran demasiado pequeños. Para más
sobre este debate véase Beach y Nucci 1970; Phoenix et al. 1976; Grady et al.
1965. En general, argumentaba que muchos de los resultados experimentales
logrados podían derivarse de efectos sobre el sistema nervioso periférico o los
genitales en vez del sistema nervioso central (véase, por ejemplo, Beach y
Nucci 1970). La primera evidencia de que el cerebro era al menos un
componente del sistema nervioso central implicado en la organización del
comportamiento fue publicada por Nadler en 1968. Durante los años setenta y
principios de los ochenta se acumularon evidencias adicionales. Véase
Christensen y Gorski 1978; Hamilton et al. 1981; Arendash y Gorski 1982.
(Doy las gracias a Elizabeth Adkins-Regan por esta cronología).
Beach siguió insistiendo en que, cualesquiera que fueran los efectos de las
hormonas tempranas en los machos, no borraban para siempre las conexiones
neuronales requeridas para la expresión de la lordosis. Quizá, como él mismo

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había sugerido antes, las hormonas prenatales modificaban la sensibilidad de
las neuronas a la estimulación hormonal posterior. Pero la metáfora de los
circuitos (masculinos o femeninos) permanentes y mutuamente excluyentes
parecía insostenible. Beach citaba un estudio de machos castrados en la edad
adulta. De acuerdo con la teoría O/A, estos machos no deberían exhibir
lordosis aunque se les estimulara con hormonas inductoras del estro, porque
sus cerebros se habían masculinizado convenientemente en su momento. De
hecho, las dosis normales de estrógeno no inducían la lordosis. Sin embargo,
una serie de inyecciones más prolongada sí inducía la lordosis en estos
machos castrados casi con tanta frecuencia como las hembras intactas en
estro. Beach escribió: «Resulta cada vez más obvio que los mecanismos
nerviosos capaces de mediar la lordosis y posiblemente otras respuestas
receptivas auxiliares se organizan en el sistema nervioso central de las ratas
macho a pesar de la presencia de hormona testicular durante los periodos
prenatal y posnatal temprano» (Beach 1971, p. 267). <<

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[113] Ibíd. p. 270. <<

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[114] Beach 1976, p. 261. <<

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[115] Beach y Orndoff 1974; Beach 1976. <<

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[116] Hart (1972) concluyó que la manipulación del andrógeno neonatal
afectaba tanto al desarrollo del pene como al sistema nervioso central. <<

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[117] Raisman y Field 1973. <<

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[118] Goy y McEwen 1980, p. 18. La conferencia que dio lugar a este libro se

celebró en 1977. <<

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[119] Beach 1975. <<

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[120] Feder 1981, p. 141. <<

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[121] Michael Baum evalúa así la crítica de Beach:

Irónicamente, la advertencia de Beach de que deberíamos resistir la tentación


de atribuir todos los cambios inducidos por esteroides en el potencial
conductual a cambios estructurales en el sistema nervioso central aún
conserva cierta vigencia al principio de la década de los noventa… Si bien la
mayoría de investigadores estaría hoy de acuerdo en que los efectos
ontogénicos del andrógeno sobre la respuesta coital masculina adulta a los
esteroides probablemente refleja un cambio en el sistema nervioso, estos
cambios comportamentales no pueden localizarse en ninguno de los por ahora
bastante limitados inventarios de estructuras cerebrales sexualmente
dimórficas de las diversas especies mamíferas estudiadas hasta la fecha.
Además, como predijo Beach, algunos aspectos de los cambios inducidos por
esteroides en el potencial de apareamiento pueden derivarse de la acción
perinatal indirecta de los andrógenos sobre los órganos genitales masculinos
en desarrollo» (Baum 1990, pp. 204-205).
Balthazart et al. se hacen eco de la observación de Baum, y escriben: «En
todas las especies modelo… todavía es imposible identificar
satisfactoriamente caracteres cerebrales que se diferencien en respuesta a la
acción temprana de los esteroides y expliquen las diferencias sexuales en los
efectos activadores de los esteroides» (1996, p. 627). Cooke et al. (1998) y
Schlinger (1998) hacen comentarios similares. <<

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[122] Para una buena visión de conjunto de estos cambios, véase Chafe 1991.

Para información específica sobre la historia del movimiento gay


estadounidense véase D’Emilio 1983. <<

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[123] Money y Ehrhardt 1972, p. xi. <<

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[124] Doty 1974. Doty también señaló que el sentido del olfato podría ser un

aspecto clave de la conducta de apareamiento totalmente omitido por los


estudios basados en la componente visual del comportamiento. Una
implicación es que algunos efectos hormonales podrían ser mediados por
cambios en los olores o las respuestas a los mismos, en vez de cambios en el
cerebro o el sistema nervioso central. Esta objeción tiene paralelismos con el
interés de Beach en los efectos hormonales sobre los sistemas sensoriales
periféricos. <<

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[125] Doty no fue el primero en hacer esta crítica. Whalen y Nadler, por
ejemplo, habían reclamado una mejor definición experimental de la
receptividad femenina: «Si la receptividad se define por la presencia de
espermatozoides en la vagina, entonces algunas hembras tratadas con
estrógenos son receptivas. Si la receptividad se define por la inducción rápida
y fácil del reflejo de lordosis, entonces la receptividad inducida
hormonalmente queda suprimida» (1965, p. 152). Whalen prosiguió con sus
críticas metodológicas durante los años setenta (véase, por ejemplo, Whalen
1976). <<

www.lectulandia.com - Página 1278


[126] De Jonge 1995, p. 2. Si una hembra no está en estro, ni siquiera un

macho mucho más grande conseguirá copular con ella. Varios investigadores
me han hecho notar que ningún macho roedor puede conseguir copular con
una hembra no dispuesta a ello, y que en algunas especies una hembra puede
atacar y hasta matar a un pretendiente no bienvenido. <<

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[127] Clark 1993b, p. 37. En libertad, una hembra no dispuesta se esconde en

su madriguera, mientras que el macho interesado intenta persuadirla para que


salga. En su caja de prueba, sin escape posible, una hembra puede responder
agresivamente, chillando y mordiendo al macho (Calhoun 1962; de Jonge
1995). <<

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[128] En un homenaje al recientemente fallecido Young, Beach hizo notar la

dificultad de demostrar la ausencia de una representación neural concreta


(Beach 1968). Este parece ser un buen ejemplo de su advertencia. El reflejo
de lordosis estaba ausente y presumiblemente perdido, porque se suponía que
el sustrato nervioso requerido había sido suprimido por el tratamiento
temprano con testosterona. Pero en ciertas circunstancias experimentales
aparecía un resultado positivo en forma de lordosis frecuente, lo que sugiere
que el sustrato nervioso estaba presente después de todo. <<

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[129] Gorski 1971, p. 251. <<

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[130]
«La precisión y sofisticación rápidamente crecientes de las técnicas
endocrinológicas», escribió, «no han ido acompañadas de avances
comparables en la definición y medición de las variables comportamentales»
(Beach 1976, p. 105). <<

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[131] Trabajos más recientes muestran bastante claramente que las conductas

preceptiva y receptiva responden a hormonas activadoras diferentes en la fase


adulta (de Jonge 1986; Clark 1993). <<

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[132] En un artículo posterior (1977), Madlafousek y Hlinak ofrecieron una

descripción densa (tomando prestado un término antropológico) de los


diversos aspectos del comportamiento de la rata hembra a lo largo del estro.
(Una «descripción densa» ofrece una profusión de detalles, a partir de los
cuales se espera que surja una interpretación matizada). <<

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[133] Whalen 1974; Davis et al. 1979. <<

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[134] Whalen y Johnson 1990. <<

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[135] Bem 1974. El paralelismo entre los artículos de Bem y Whalen
publicados el mismo año es sorprendente. En particular, ambos hacían
hincapié en la independencia de la masculinidad y la feminidad. Whalen
escribe: «Bem y yo no habíamos intercambiado ninguna de las ideas que
presentamos por entonces. Debía ser el momento justo» (comunicación
personal, 19 de septiembre de 1996). Sandra L. Bem escribe: «Pienso que el
Zeitgeist… es otra hipótesis que debe considerarse aparte del contacto
directo… Estoy segura de que, en aquella época, nunca había coincidido o
hablado con Whalen» (comunicación personal, 28 de septiembre de 1996). <<

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[136] Goy y McEwen 1980, pp. 5, 6. Estos autores hacen notar la nueva
respetabilidad atesorada por la investigación sobre hormonas: «Aunque sigue
habiendo una controversia seria y razonable en cuanto a la causa biológica de
las diferentes organizaciones de la sexualidad… la hipótesis hormonal se ha
ganado una respetabilidad que permite su inspección incluso para los
problemas de la conducta sexual humana, un permiso que los investigadores
clínicos no concedían así como así hace unas pocas décadas». <<

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[137] Las neuronas contienen una enzima llamada aromatasa que transforma la

testosterona en estrógeno. Estudios recientes muestran que el hipotálamo de


los fetos de ratón masculinos exhibe una actividad de la aromatasa mayor que
la de los fetos femeninos. Esto implica que algunas conductas masculinas
pueden ser resultado de unas concentraciones de estrógeno mayores en los
cerebros masculinos que en los femeninos. La aromatasa no se distribuye
uniformemente por todo el cerebro, y los papeles múltiples y complejos de los
esteroides sexuales en sus diversas variantes moleculares, así como las
enzimas que los transforman y las diversas regiones cerebrales que
contribuyen a su síntesis, todavía esperan una comprensión uniforme o
hipótesis unificadora. Véase, por ejemplo, Naftolin et al. 1971, 1972; Naftolin
y Ryan 1975; Naftolin y Brawer 1978; Naftolin y MacLusky 1984; Hutchison
et al. 1994.
Mientras que la hipótesis de la conversión produjo una pequeña oleada de
investigación sobre la producción de estrógeno por diversos órganos en los
machos, sólo un pequeño número de investigadores parece haber advertido
que los resultados deberían suscitar una reevaluación de la hipótesis de
presencia/ausencia para las ontogenias masculina y femenina. En 1978, y de
nuevo en 1984, un endocrinòlogo planteó la cuestión de si la diferenciación
sexual femenina estaba mediada hormonalmente; también en 1984, otro autor
señaló que «la diferenciación sexual en machos y hembras es dependiente de
las hormonas» (Döhler 1976, 1978; Döhler et al. 1984; Toran-Allerand 1984;
la cursiva es mía). <<

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[138] Bell et al. 1981. <<

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[139] Véase, por ejemplo, la variedad de artículos en Young y Córner 1961 o

de Vries et al. 1984. <<

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[140] Beach insistió en la normalidad de la monta femenina y exhortó a
estudiarla como una conducta femenina típica. También razonó que las
personas tenían los mecanismos neurales requeridos para la atracción
homosexual, aunque pensaba que la homosexualidad exclusiva era producto
de las complejidades de la cultura y la experiencia (Beach 1968). <<

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[141] Kinsey et al. escriben: «Varios investigadores (Ball, Beach, Stone,
Young et al.) han mostrado que la inyección de hormonas gonadales puede
modificar la frecuencia con la que un animal exhibe una inversión
comportamental… Entre muchos médicos clínicos estos trabajos se han
interpretado como que las hormonas sexuales controlan el comportamiento
heterosexual u homosexual de un individuo. Esta, por supuesto, es una
interpretación totalmente injustificada» (Kinsey et al. 1948, p. 615). <<

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[142] Esta es una actitud culturalmente específica. En muchas culturas
latinoamericanas, por ejemplo, sólo el varón receptivo se considera
homosexual. <<

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[143] Nada azuzó más este debate que la publicación del artículo de Simón Le

Vay (1991). Véase también Byne y Parsons 1993; Byne 1995. <<

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[144] Adkins-Regan 1988. Esta autora señala que la distinción se perdió a

menudo en las investigaciones médicas que aplicaban resultados de estudios


con animales a los seres humanos, a pesar de que muchos investigadores del
comportamiento animal la habían dejado clara en el pasado. Véase
especialmente la p. 336. <<

www.lectulandia.com - Página 1297


[145] En un estudio, los investigadores extrajeron los ovarios de hembras
adultas y luego les inyectaron testosterona químicamente alterada para
prevenir su conversión en estrógeno o progesterona. Las ratas tratadas con
testosterona alterada preferían aparearse con machos, pero no exhibían el
reflejo de lordosis, mientras que la progesterona facilitaba tanto el
comportamiento receptivo (lordosis) como el preceptivo (saltos y carreras),
pero no inducía la preferencia sexual por los machos. Esto implica que, en las
ratas hembra, los mecanismos de la preferencia sexual y del comportamiento
copulatorio difieren. Además, los andrógenos prenatales no parecen tener
efecto sobre la orientación sexual de las hembras. Más bien, el entorno
hormonal adulto interacciona con la experiencia previa (de Jonge et al. 1986;
de Jonge et al. 1988; Brand et al. 1991; Brand y Slob 1991a, 1991b). <<

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[146] Francien de Jonge y colaboradores extrajeron los ovarios de ratas adultas,

unas con experiencia sexual previa y otras sin. Luego indujeron conductas
sexuales inyectándoles testosterona (o, para los controles, aceite normal y
corriente). Las hembras inexpertas preferían la compañía de machos bajo la
influencia de la testosterona, pero no mostraban ninguna preferencia sin ella,
mientras que las hembras que tenían experiencia de haber montado a otras
hembras continuaban prefiriendo parejas femeninas con independencia de que
se les inyectara testosterona o aceite. En cambio, si su experiencia previa
había sido con machos, luego no mostraban ninguna preferencia sexual
definida (de Jonge et al. 1986). Aunque las hormonas adultas y la experiencia
previa parecen ser claves para las preferencias sexuales de la rata de
laboratorio hembra, en el macho las hormonas prenatales adquieren más
importancia. Julie Bakker completó una serie de experimentos que mostraban
que los machos a los que se les bloqueaba la conversión de testosterona en
estrògeno al nacer adquirían potenciales marcadamente bisexuales o
asexuales. Si se dejaban intactos y se les sometía a un ciclo luz/oscuridad
adecuado, iban y venían entre machos y hembras de prueba, exhibiendo
conductas y preferencias de apareamiento alteradas. En la fase adulta, el
estrògeno inducía preferencias homosexuales en tales machos, mientras que la
testosterona parecía permitir una mayor bisexualidad (Bakker 1996). Bakker
también mostró que, en los machos, el aislamiento social desde el destete
hasta la fase adulta no tenía efecto en la preferencia sexual, aunque sí
menoscababa drásticamente la ejecución del acto sexual. No obstante, las
interacciones sociales adultas sí afectaban la preferencia sexual masculina.
Las ratas tratadas con un inhibidor de la aromatasa necesitaban de la
interacción física con sus parejas potenciales para diferenciarse de los
controles. Aunque para redactar esta sección me he basado sobre todo en la
tesis doctoral de Bakker, buena parte de su trabajo también puede encontrarse
en las siguientes publicaciones: Brand y Slob 1991a, 1991b; Brand et al.
1991; Bakker et al. 1995a; Bakker, Brand et al. 1993; Bakker, van Ophermert
et al. 1993; Bakker 1995; Bakker et al. 1994. <<

www.lectulandia.com - Página 1299


[147] Véase, por ejemplo, LeVay 1996. <<

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[148] Schlinger 1998. <<

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[149] Wallen 1996. <<

www.lectulandia.com - Página 1302


[150] El psicòlogo Gilbert Gottlieb (1997) resume en su libro toda una vida de

experimentos sobre el desarrollo del comportamiento aviar (la impronta, por


ejemplo) y aplica la tradición de la teoría de sistemas a sus resultados. ¡Es una
buena lectura! <<

www.lectulandia.com - Página 1303


[151] Ward 1992. <<

www.lectulandia.com - Página 1304


[152] Véase, por ejemplo, Houtsmuller et al. 1994. Hay una extensa literatura

acerca de los efectos de la situación en el útero sobre el comportamiento


futuro. <<

www.lectulandia.com - Página 1305


[153] Gottlieb 1997. <<

www.lectulandia.com - Página 1306


[154] Laviola y Alleva 1995. <<

www.lectulandia.com - Página 1307


[155] Harris y Levine 1965. <<

www.lectulandia.com - Página 1308


[156] Dejonge et al. 1988. <<

www.lectulandia.com - Página 1309


[157] Harris y Levine 1965. <<

www.lectulandia.com - Página 1310


[158] Feder 1981. <<

www.lectulandia.com - Página 1311


[159] Gerall et al. 1967; Valenstein y Young 1955; Hard y Larsson 1968; Thor

y Holloway 1984; Birke 1989 <<

www.lectulandia.com - Página 1312


[160] Por ejemplo, cuando se encerraban hembras que no ovulaban con machos

sexualmente experimentados, los animales no se apareaban. Pero al cabo de


tres meses de cohabitación continua, 18 de 60 hembras respondieron a los
intentos de monta por parte del macho (Segal y Johnson, citado en Harris y
Levine 1965). <<

www.lectulandia.com - Página 1313


[161] Ward 1992. <<

www.lectulandia.com - Página 1314


[162] Moore et al. 1992. Moore describe los efectos del tratamiento precoz con

testosterona como una red o una cascada. Su modelo no tiene conexiones


lineales. El número de órganos afectados aumenta cuanto más temprana es la
influencia hormonal en las glándulas odoríferas y el cerebro, y la consiguiente
alteración de la fisiología hepática, la anatomía genital y el desarrollo
muscular. Finalmente, el lamido maternal, el tamaño corporal, el juego, la
exploración y el autoacicalamiento interaccionan con los efectos hormonales.
Así pues, el comportamiento es resultado de la interrelación entre la
fisiología, la anatomía y la conducta. Por ejemplo, el lamido maternal causa y
es causado por las interrelaciones entre el olor, la producción y retención de
orina y la conducta de extensión de patas de las crías, junto con el balance
hídrico y salino de la madre en relación con la lactancia y la atracción hacia el
olor infantil. Las relaciones son complejas y descentralizadas. Las hormonas
se integran en una red que incluye, entre otras cosas, la experiencia, el
cerebro, los músculos periféricos y la fisiología general (Moore y Rogers
1984; Moore 1990). <<

www.lectulandia.com - Página 1315


[163] Drickamer 1992. <<

www.lectulandia.com - Página 1316


[164] Moore y Rogers 1984; Moore 1990. <<

www.lectulandia.com - Página 1317


[165] Arnold y Breedlove 1985. <<

www.lectulandia.com - Página 1318


[166]
Breedlove 1985, p. 801. También hay otros efectos hormonales. El
tratamiento prenatal o perinatal con testosterona reduce la función tiroidea,
afecta al hígado y causa una amplia variedad de anormalidades del sistema
reproductivo (Moore y Rogers 1984; Moore 1990; Harris y Levine 1965; de
Jonge et al. 1988; de Jonge 1986). <<

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[167]
Södersten describe un linaje de ratas en el que los machos intactos
exhiben una respuesta de lordosis significativa, a menudo considerada una
conducta exclusivamente femenina, mientras que van de Poli y colaboradores
mencionan otro linaje que no muestra alteraciones del comportamiento
agresivo inducidas hormonalmente. Finalmente, otros investigadores han
discutido las diferencias entre linajes de ratones en cuanto a la respuesta al
tratamiento con testosterona (Södersten 1976; van de Poli et al. 1981; McGill
y Haynes 1973; Luttge y Hall 1973). <<

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[168] Véase, por ejemplo, Calhoun 1962; Berry y Bronson 1992; Smith, Hurst

et al. 1994. <<

www.lectulandia.com - Página 1321


[169] Gerall et al. 1973. <<

www.lectulandia.com - Página 1322


[170] Södersten 1976. <<

www.lectulandia.com - Página 1323


[171] Adkins-Regan et al. 1989. <<

www.lectulandia.com - Página 1324


[172] De Jonge et al. 1988. Este resultado es consistente con la observación de

que la presencia de un ovario hacia la pubertad facilitaba la aparición de


conductas femeninas en los adultos de ambos sexos (Gerall et al. 1973). <<

www.lectulandia.com - Página 1325


[173] Tobety Fox 1992. <<

www.lectulandia.com - Página 1326


[174] Toran-Allerand 1984, p. 63; la cursiva es mía. <<

www.lectulandia.com - Página 1327


[175]
Uno de mis interlocutores por correo se mofó de este comentario y
sugirió que los estudios a largo plazo serían una pérdida de tiempo, porque
estaba seguro de que el resultado no cambiaría. Dada la actual explosión de
información sobre la plasticidad del sistema nervioso, creo que los estudios a
largo plazo que manipulan variables del entorno son más que convenientes.
<<

www.lectulandia.com - Página 1328


[176] Brown-Grant 1974. <<

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[177] Beach 1971. <<

www.lectulandia.com - Página 1330


[178] Feder 1981, p. 143. <<

www.lectulandia.com - Página 1331


[179] Arnold y Breedlove 1985. <<

www.lectulandia.com - Página 1332


[180] Para una revisión de trabajos sobre el juego social en las ratas juveniles

véase Thor y Holloway 1984. <<

www.lectulandia.com - Página 1333


[181] La pituitaria de las ratas hembras adultas, por ejemplo, controla el ciclo

reproductivo mediante secreciones periódicas o cíclicas. En cambio, la


pituitaria masculina controla la reproducción con un flujo de hormonas
continuado. La testosterona perinatal parece suprimir de manera permanente
la ciclicidad en las hembras tratadas, mientras que la castración de los machos
recién nacidos resulta en adultos con una función hipofisaria cíclica (Harris y
Levine 1965). En los primates, sin embargo, los efectos de las hormonas
prenatales sobre la función hipofisaria no son permanentes, lo que permite la
modulación funcional en la fase adulta (Baum 1979). <<

www.lectulandia.com - Página 1334


[182] Feder 1981; Adkins-Regan 1988. <<

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[1] Sterling 1954, 1955. Unos cuantos expertos encontraron tiempo para leer y

criticar un borrador previo de este capítulo. Por supuesto, ninguno es


responsable del resultado final, pero todos merecen mi más sincero
agradecimiento: Liz Grosz, John Modell, Cynthia García-Coll, Robert
Perlman, Lundy Braun, Peter Taylor, Roger Smith y Susan Oyama. <<

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[2] Sterling 1970. <<

www.lectulandia.com - Página 1337


[3] Por ejemplo, puede que su constitución genética sintonizara con su entorno

y ambos empujaran en la misma dirección. O si no, ¿qué hubiera ocurrido si


hubiera querido vestir de rosa y odiara los bosques? ¿Podría la presión
maternal haberla apartado de su Betsy Wetsy? ¿Y si hubiera crecido en Nueva
York, nacida de unos padres con poca curiosidad sobre cómo funciona el
mundo natural? ¿Habría corrido su científica interior la misma suerte que la
hermana de Shakespeare, descrita con tanta tristeza por Virginia Woolf en
Una habitación propia? No hay manera de elegir entre estas posibilidades, así
que la especulación sobre los orígenes se mantiene, como en el debate sobre
el cuerpo calloso, tanto en el dominio político como en el científico. <<

www.lectulandia.com - Página 1338


[4] Véase, por ejemplo, Money y Ehrhardt 1972; Zucker y Bradley 1995. <<

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[5] Dewey y Bentley 1949, p. 69. <<

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[6] El filósofo Alfred North Whitehead escribe: «La noción de “organismo”

tiene dos significados… el microscópico y el macroscópico. El significado


microscópico tiene que ver con… un proceso de realización de una unidad de
experiencia individual. El significado macroscópico tiene que ver con lo dado
del mundo real… el hecho pertinaz que a la vez limita y ofrece oportunidades
para la ocasión real… En nuestra experiencia esencialmente surgimos de
nuestros cuerpos, que son los hechos pertinaces del pasado inmediato
relevante» (Whitehead 1929, p. 129). Como algunos biólogos (Waddington
1975; Gottlieb 1997), encuentro que la filosofía procesual de Whitehead es la
manera más apropiada de pensar en los organismos. Para más sobre
Whitehead, véase Kraus 1979. <<

www.lectulandia.com - Página 1341


[7] Hubbard y Wald 1993; Lewontin et al. 1984; Lewontin 1992. <<

www.lectulandia.com - Página 1342


[8] Crichton 1990. <<

www.lectulandia.com - Página 1343


[9] Hubbard y Wald 1993. <<

www.lectulandia.com - Página 1344


[10] Hamer et al. 1993, pp. 321, 326. Rice et al. (1999) no han podido repetir

el hallazgo, lo que lo sitúa entre un amplio número de propuestas genéticas


sobre comportamientos complejos que continúan suscitando controversia. <<

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[11] Pool 1993, p. 291. <<

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[12] Anónimo 1995 a, 1995b. <<

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[13] Un seminario de científicos del comportamiento centrado en la
determinación genética de la conducta vaticinó que la investigación futura
llevará a la conclusión de que «los productos génicos son sólo una minúscula
fracción del número total de determinantes genéticos. Otra pequeña fracción
corresponderá a factores externos relativamente simples. Lo más importante,
sin embargo, es que la inmensa mayoría de factores deterministas residirá en
la multitud, hasta ahora impredecible, de interacciones entre factores
genéticos y ambientales». Si bien los redactores de esta declaración todavía
emplean el lenguaje interaccionista, sus resultados y conclusiones sugieren
con fuerza que los sistemas dinámicos proporcionarán la mejor vía para la
comprensión de las relaciones entre genes y comportamiento (Greenspan y
Tully 1993, p. 79). <<

www.lectulandia.com - Página 1348


[14] Hay cuatro clases de bases que, combinadas de tres en tres, indican a la

célula que debe llevar un aminoácido concreto a una estructura llamada


ribosoma, compuesta a su vez por varias proteínas y otra clase de producto
génico llamado ARN ribosómico. Sobre el ribosoma, otras moléculas,
segmentos de ARN y proteínas cooperan para enlazar aminoácidos en
moléculas lineales llamadas proteínas. El ensamblado de las proteínas tiene
lugar en la célula, pero fuera del núcleo. <<

www.lectulandia.com - Página 1349


[15] Cohen y Stewart 1994; Ingber 1998. <<

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[16] Véase Stent 1981. <<

www.lectulandia.com - Página 1351


[17] Brent 1999. Sólo ahora los biólogos del desarrollo están comenzando a

pensar en cómo manejar y analizar semejante complejidad. Algunos hasta


aspiran a elaborar modelos conexionistas (véase, por ejemplo, Reinitz et al.
1992). Además, los genetistas se están dando cuenta de lo complejo de la
expresión incluso de genes usualmente presentados como ejemplos de una
relación «pura» 1:1 entre estructura genética y fenotipo (Scriver y Waters
1999). <<

www.lectulandia.com - Página 1352


[18] Stent 1981, p. 189. <<

www.lectulandia.com - Página 1353


[19] La cuestión ética de si estos niños fueron «capturados» o «rescatados» se

discute en Noske 1989. Véase también Singh 1942; Gesell y Singh 1941. <<

www.lectulandia.com - Página 1354


[20] Eriksson et al. 1998; Kemperman y Gage 1999. Otros resultados recientes

en mamíferos no humanos incluyen Barinaga 1998; Johansson et al. 1999;


Wade 1999; Gould et al. 1999; Kemperman et al. 1998; Gould et al. 1997. <<

www.lectulandia.com - Página 1355


[21] Barinaga 1996; Yeh et al. 1996; Vaias et al. 1993; Moore et al. 1995. Un

ejemplo espectacular lo ofrecen algunos peces que cambian de sexo según su


posición social. Véase Grober 1997; Kolb y Whishaw 1998. <<

www.lectulandia.com - Página 1356


[22] Los ejemplos de plasticidad en vertebrados no humanos se han ido
acumulando durante años. Véase, por ejemplo, Crair et al. 1998; Kolb 1995;
Kirkwood et al. 1996; Kaas 1995; Singer 1995; Sugita 1996; Wang et al.
1995. Es imperativo incorporar esta investigación en las teorías del desarrollo
sexual. Ya no me parece aceptable concluir, ni siquiera provisionalmente, a
partir de pautas consistentes surgidas de, por ejemplo, estudios cognitivos en
heterosexuales adultos de ambos sexos comparados con homosexuales
adultos de ambos sexos, que «las hormonas sexuales prenatales son
determinantes críticos de una amplia gama de características típicas de cada
sexo» (Halpern y Crothers 1997, p. 197). <<

www.lectulandia.com - Página 1357


[23] Véase White y Fernald 1997. <<

www.lectulandia.com - Página 1358


[24] Pero recuérdese lo difícil que resulta: el mismo linaje genético de ratón se

comporta de manera diferente en laboratorios diferentes (Crabbe et al. 1999).


<<

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[25] Véase también Juraska y Meyer 1985. Las neuronas individuales pueden

experimentar cambios morfológicos muy rápidos (en el lapso de 30 minutos)


tras un periodo de intensa actividad (Maletic-Savatic et al. 1999; Engerí y
Bonhoeffer 1999). Los cambios comportamentales a largo plazo pueden
implicar cambios en la estructura y relaciones de las llamadas asociaciones
neuronales (grupos de células interconectadas). Véase Hammer y Menzel
1994.
Considérese el hámster siberiano enano. Como muchos animales salvajes, los
machos desarrollan testículos maduros y se aparean en ciertas estaciones, pero
sus gónadas se atrofian y dejan de producir espermatozoides durante sus
periodos de «paro». El acortamiento de los días puede inducir la regresión de
las gónadas maduras, pero sólo si no hay hembras receptivas ni crías en la
vecindad. La dieta también puede afectar la pauta. El fotoperiodo, el entorno
social y la dieta son señales medioambientales que afectan directamente al
hipotálamo, una parte del cerebro implicada en la regulación de señales
hormonales que pueden influir en el comportamiento (Matt 1993). Hay
ejemplos similares en aves (véase Ball 1993).
La frecuencia de sexo también puede afectar al sistema nervioso. El psicólogo
Marc Breedlove ha estudiado los nervios de la médula espinal de la rata, en
particular los involucrados en la erección y la eyaculación. Los machos
sexualmente activos tenían neuronas más pequeñas en ciertos nervios
espinales que los célibes. Esta observación es importante a la hora de
interpretar informaciones tales como el hallazgo de Le Vay de que gays y
heterosexuales tenían agrupamientos celulares ligeramente distintos en el
hipotálamo. No tenemos manera de saber si la diferencia causó un
comportamiento o viceversa. Dada la complejidad del deseo sexual humano,
sospecho que la segunda alternativa es más probable (Breedlove 1997; Le
Vay 1991). <<

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[26]
Concretamente, se registró una afinidad estrogénica aumentada en el
núcleo basal de la stria terminalis, el hipocampo, el subiculum, los núcleos
septales laterales y las cortezas entorrinal y piriforme, así como en el área
preóptica medial y el núcleo arcuado del hipotálamo. Por otra parte, se
detectó una densidad disminuida de receptores de estrógenos en el área gris
periventricular del cerebro medio (Ehret et al. 1993). <<

www.lectulandia.com - Página 1361


[27] Blakeslee 1995; Zuger 1997. <<

www.lectulandia.com - Página 1362


[28] Kolata 1998b. <<

www.lectulandia.com - Página 1363


[29] Huttenlocher y Dabholkar 1997. <<

www.lectulandia.com - Página 1364


[30] Otro ejemplo animal reciente: el neurobiólogo Eric Knudsen colocó gafas

prismáticas a lechuzas juveniles para distorsionar sus experiencias visuales


tempranas, lo que provocó cambios permanentes en el campo visual de las
lechuzas tratadas. Knudsen escribe que «el acto de aprender asociaciones
anormales a edad temprana deja una huella duradera… lo que permite
restablecer conexiones funcionales inusuales cuando se necesitan en la edad
adulta, aun cuando las asociaciones representadas por estas conexiones no se
hayan usado durante un periodo de tiempo prolongado» (Knudsen 1998,
p. 1531). <<

www.lectulandia.com - Página 1365


[31] Benes et al. 1993; véase también Paus et al. 1999. Hay dos
puntualizaciones a esta afirmación. En primer lugar, el estudio sólo abarca
hasta la séptima década de vida. Mi predicción es que el hallazgo de la
mielinización continuada se ampliará con nuestra longevidad. En segundo
lugar, Benes et al. estudiaron sólo una región particular del cerebro (una parte
del hipocampo). No todas las regiones del cerebro tienen la misma pauta de
desarrollo, pero sospecho que el descubrimiento general de que el desarrollo
cerebral continúa durante toda la vida se verá crecientemente respaldado por
estudios futuros de una variedad de regiones cerebrales. <<

www.lectulandia.com - Página 1366


[32] El estudio de la neuroplasticidad, especialmente en los seres humanos

adultos, está aún en mantillas. Auguro que se descubrirán mecanismos


adicionales de plasticidad nerviosa a medida que progrese la investigación.
Para un ejemplo reciente véase Byrne 1997. <<

www.lectulandia.com - Página 1367


[33] Kirkwood et al. 1996; Wang et al. 1995; Singer 1995; Sugita 1996. <<

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[34]
Este hallazgo es congruente con la observación de un cambio en la
representación cortical de monos adiestrados para usar repetidamente el dedo
medio de una mano (Travis 1992; Elbert et al. 1995). <<

www.lectulandia.com - Página 1369


[35] Cohen et al. 1997; Sterr et al. 1998. <<

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[36] Pons 1996; Sadato et al. 1996. <<

www.lectulandia.com - Página 1371


[37] Baharloo et al. (1998) han relacionado el desarrollo de la entonación

perfecta en músicos con la instrucción musical precoz. <<

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[38] Para una discusión de la interpretación del fenómeno por los psicólogos

clásicos véase Grosz 1994. <<

www.lectulandia.com - Página 1373


[39] Aglioti et al. 1994; Yang et al. 1994; Elbert et al. 1997. <<

www.lectulandia.com - Página 1374


[40] Elbert et al. 1995; Kaas 1998. Las explicaciones de la sensación de dolor

en el miembro fantasma son complicadas. Véase Flor et al. 1995; Knecht et


al. 1996; Montoya et al. 1997. <<

www.lectulandia.com - Página 1375


[41] Este conocimiento ha estimulado la confección de programas de
entrenamiento para aquellos que han perdido la movilidad de un miembro
debido a una embolia. Algunos programas incluyen intervenciones verbales
además de físicas, lo que de nuevo sugiere que el mundo exterior puede
contribuir a conformar el interior del cuerpo (Taub et al. 1993; Taub et al.
1994). <<

www.lectulandia.com - Página 1376


[42] Arnstein 1997, p. 179. <<

www.lectulandia.com - Página 1377


[43] Para un análisis de la representación del embarazo y los efectos de las

nuevas tecnologías de visualización fetal véase Young 1990, capítulo 9, y


Rapp 1997. <<

www.lectulandia.com - Página 1378


[44] Elman et al. 1996, pp. 354, 365. <<

www.lectulandia.com - Página 1379


[45] Elman y colaboradores reconocen su deuda intelectual con otros teóricos

de sistemas. Está claro que ha habido una convergencia de pensamiento desde


numerosas localizaciones intelectuales hacia la idea de sistemas dinámicos
ontogénicos.
En estos días, algunos psicólogos y muchos neurobiólogos han demolido la
distinción entre cuerpo y mente. Un participante en Loveweb escribe: «La
única razón por la que empleamos un lenguaje psicológico (intenciones,
metas, motivos, planes) es que no sabemos cómo referirnos a estos estados en
términos neurofisiológicos… Los ambientalistas e interaccionistas que
piensan que las influencias sociales/culturales/contextuales no pueden
reducirse en principio a las influencias biológicas emplean un discurso que es
científicamente inconmensurable». Otros psicólogos discrepan de este
bioimperialismo. Un discrepante del anterior escribe: «El punto clave sobre el
“lenguaje psicológico” es que formaliza la manera en que los seres humanos
conscientes han evolucionado para esculpir las realidades firmes del mundo a
partir de la conciencia personal interna y su (imperfecto) intercambio social…
Lo que llamamos observación y pensamiento científico “objetivo” son
parásitos de la capacidad de compartir experiencias subjetivas… Y si las
descripciones físicas de cerebros, genes, etc. pueden decirnos algo
humanamente útil es sólo porque en última instancia podemos relacionarlas
de manera apreciable con descripciones experienciales». Para un análisis
feminista de la mente, el cuerpo y la psicología cognitiva véase Wilson 1998.
En este capítulo empleo los términos psique y mente indistintamente.
Tradicionalmente, de acuerdo con el Oxford English Dictionary, la palabra
psique significa «principio animador en el hombre y otros seres vivos… a
diferencia de su vehículo material, el soma o cuerpo». En psicología, el
término ha significado «la mente y las emociones conscientes e inconscientes,
especialmente las que influyen sobre la persona en su totalidad». <<

www.lectulandia.com - Página 1380


[46] West y Fenstermaker 1995, p. 21. <<

www.lectulandia.com - Página 1381


[47] West y Zimmerman 1987. <<

www.lectulandia.com - Página 1382


[48]
West y Fenstermaker 1995; Alarcón et al. 1998; Akiba et al. 1999;
Hammonds 1994. <<

www.lectulandia.com - Página 1383


[49] El estudio del desarrollo humano a lo largo de la totalidad del ciclo vital

ha comenzado a ser motivo de interés por derecho propio en los últimos


veinte años. Para una revisión completa véase Eider 1998. <<

www.lectulandia.com - Página 1384


[50] Para más sobre el enfoque psicoanalítico véase Fast 1993; Magee y Miller

1997. <<

www.lectulandia.com - Página 1385


[51] Jacklin y Reynolds 1993. Lott y Maluso escriben: «Lo que parece ser

central en todas las perspectivas de aprendizaje social, y el factor unificador


de enfoques por lo demás dispares, es el recurso a principios de aprendizaje
generales para explicar el comportamiento social humano» (Lott y Maluso
1993, p. 100). Para una teoría que combina los enfoques cognitivo y
educativo, además de poner el énfasis en el género como realización de toda
la vida, véase Bussey y Bandura 1998. <<

www.lectulandia.com - Página 1386


[52] Kessler y McKenna 1978. <<

www.lectulandia.com - Página 1387


[53]
Una excepción es la obra visionaria de Kessler y McKenna (1978),
quienes proporcionaron una teoría madura de la construcción del género, en
un momento en el que el pensamiento sobre la construcción social del género
estaba en pañales. Véase también Beall y Sternberg 1993; Gergen y Davis
1997. <<

www.lectulandia.com - Página 1388


[54] Magee y Miller 1997, p. xiv. <<

www.lectulandia.com - Página 1389


[55] Los diversos enfoques de sistemas o procesos para el estudio del
desarrollo difieren en sus detalles, pero ninguno aborda el género demasiado
en profundidad. Véase Grotevant 1987; Wapner y Demick 1998; Gottlieb et
al. 1998. <<

www.lectulandia.com - Página 1390


[56] Fogel y Thelen 1987, p. 756. <<

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[57] Ibíd. p. 757. <<

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[58] Ibíd. <<

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[59] La psicóloga Esther Thelen y colaboradores han aplicado estas ideas al

desarrollo de las aptitudes motoras básicas en los niños. Tradicionalmente, los


psicólogos creen que los niños se desarrollan a través de una serie de fases,
donde el desarrollo neuromuscular precede a la adquisición de capacidades
nuevas como gatear o caminar. Los tradicionalistas suponen que el desarrollo
neuromuscular procede según un plan ontogénico gobernado genéticamente.
Thelen, en cambio, aporta evidencias de que las conexiones neuromusculares
requeridas para la marcha erguida están ya presentes en los recién nacidos,
pero que los bebés no caminan porque otros aspectos de su estructura de
soporte (la fuerza muscular y la resistencia esquelética, por ejemplo) no están
lo bastante desarrollados para soportar el peso del cuerpo. El gatear, por
ejemplo, no es una «fase humana inevitable» sino «una solución ad hoc al
problema de obtener objetos deseados distantes, descubierta por los bebés
individuales, dado un nivel de fuerza muscular y control postural» (Thelen
1995, p. 91). Thelen no encuentra incompatible el énfasis en la individualidad
con las similitudes entre especies: «Dado que los seres humanos también
comparten una anatomía y unas ligaduras biomecánicas comunes, las
soluciones a problemas motores comunes también convergen. Todos
descubrimos la marcha erguida antes que el salto (aunque nuestros modos de
caminar son individuales y únicos)» (p. 91). Estas últimas peculiaridades se
desarrollan a partir de los movimientos previos del niño en interacción con el
entorno.
Thelen y colaboradores contemplan el cambio ontogénico «como una serie de
estados de estabilidad, inestabilidad y cambios de fase» (p. 84). Saber cuándo
se están produciendo tales cambios de fase o periodos de inestabilidad puede
ser importante a efectos de terapia tanto física como mental, ya que las
posibilidades de cambio comportamental son mayores. El término técnico
para dicha estabilización es canalización, una palabra que C. H. Waddington
aplicó por primera vez al desarrollo embrionario, pero que unos cuantos
biólogos del desarrollo aplican ahora a la ontogenia del comportamiento.
Thelen recurre a un diagrama inspirado en Waddington para ilustrar su idea.
Véase también Gottlieb 1991, 1997; Gottlieb et al. 1998; Waddington 1957.
El cambio puede continuar durante toda la vida, y siempre se asocia a la
desestabilización de un sistema vigente, seguida de un periodo de

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inestabilidad —una fase exploratoria— y, en último término, el
establecimiento de una nueva pauta.
El niño vive en un entorno rico, absorbiendo información con la vista, el oído,
el tacto, el gusto y los músculos, articulaciones y receptores dérmicos que
registran los cambios constantes asimilados por un cuerpo activo. Junto con
un número creciente de psicólogos evolutivos, Thelen rechaza el dualismo
entre estructura y función. En vez de eso, «los ciclos repetidos de percepción
y acción dan lugar a nuevas formas de comportamiento sin estructuras
mentales o genéticas preexistentes» (p. 93). Thelen enumera seis objetivos de
una teoría del desarrollo: «1. Comprender los orígenes de la novedad. 2.
Reconciliar las regularidades globales con la variabilidad, la complejidad y el
contexto locales. 3. Integrar los datos ontogénicos a muchos niveles
explicativos. 4. Proporcionar una descripción biológicamente plausible, pero
no reduccionista, del desarrollo del comportamiento. 5. Comprender cómo los
procesos locales dan resultados globales. 6. Establecer una base teórica para
la generación e interpretación de investigaciones empíricas» (Thelen y Smith
1994, p. xviii). <<

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[60] Para un tratamiento en profundidad, véase Fogel et al. 1997. Otros
estudios encajan bien en las teorías de Fogel, que encuentro atractivas porque
permiten contemplar la emoción como un sistema fisiológico y relacional al
mismo tiempo (véase, por ejemplo, Dawson et al. 1992). Jerome Kagan y
colaboradores correlacionaron las diferencias individuales de temperamento
en niños muy pequeños con el desarrollo subsiguiente de los rasgos de la
personalidad infantil y adulta. En su opinión, el temperamento surge como un
componente de la actividad nerviosa que, como ocurre con el desarrollo de la
sonrisa, el niño y su entorno transforman en una pauta de conducta
reconocible. Por ejemplo, Kagan propone la categoría temperamental
inhibido, que se desarrolla a partir de «una actividad motora muy baja y llanto
mínimo en respuesta a sucesos no familiares a los cuatro meses, y un
comportamiento sociable y confiado en respuesta a sucesos discrepantes entre
el año y los dos años de edad» (Kagan 1994, p. 49). Kagan cree que la
actividad motora de los recién nacidos es el producto de interacciones
complejas entre genes y entorno. Aquí la terminología puede ser muy
confusa. Los investigadores, los periodistas y el gran público a menudo
confunden los términos genético, biológico e innato. Técnicamente, una causa
genética sería una forma de diferencia biológica. Un rasgo innato podría ser
hereditario o el resultado de algo que afectara al feto in utero. El término
entorno también podría referirse a eventos dentro del útero. Por ejemplo, la
infección con el virus de la rubéola puede causar daños permanentes a un feto
en desarrollo. Este perjuicio es ambiental y no genético, pero también es
biológico, porque interfiere el desarrollo embrionario. El término entorno
también puede referirse a los efectos posnatales del refuerzo o modelo
parental, las interacciones con los iguales y demás. «El desarrollo», sugiere
Kagan, «es una misión cooperativa, y ninguna conducta es un producto
directo, de primer orden, de los genes» (Kagan 1994, p. 37).
Kagan ofrece una descripción sistemática de lo que toda madre dice conocer:
los niños tienen temperamentos distintos desde que nacen. Los rasgos de la
personalidad individual se desarrollan y refinan a lo largo del ciclo vital. En
ello residen dos importantes contribuciones al estudio de la sexualidad
humana. En primer lugar, la variabilidad individual es al menos tan
importante como pertenecer a una categoría particular tal como varón o
mujer. En segundo lugar, los perfiles comportamentales (las personalidades)

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se desarrollan a todo lo largo del ciclo vital. Un patrón temprano particular no
necesariamente se vuelve específico más adelante. La gran mayoría de
investigadores en este campo estudia diferencias de grupo. Los críticos de
este enfoque aducen que estos estudios borran la variabilidad interna de los
grupos, a menudo igual o mayor que la variabilidad entre grupos. Además,
este enfoque fija las categorías. Por ejemplo, la idea de «la mujer» emerge
antes que categorías más diferenciadas como «la mujer blanca, de clase media
y cincuentona». Véanse las discusiones de Lewis 1975; Hare-Mustin y
Marecek 1994; Kitzinger 1994; James 1997; Chodorow 1995. Lott y Maluso
señalan que el género es una categoría compleja, porque siempre es parte de
un complejo que incluye raza, clase y experiencias individuales (familia,
orden fraterno, etc.). Esto hace que el género sea un predictor muy poco fiable
del comportamiento: «Nuestras profecías sobre el género basadas en
expresiones estereotípicas suelen fallar, sobre todo en situaciones/contextos
donde otras categorías sociales o atributos personales son más sobresalientes
o relevantes. Sin embargo, nuestras instituciones sociales continúan
respaldando con fuerza los estereotipos y generalizando el comportamiento,
manteniendo con ello desigualdades de género en cuanto a poder y
privilegios» (Lott y Maluso 1993, p. 100). Véase también Valsiner 1987 para
una evaluación detallada de las teorías de la psicología evolutiva.
Kagan no deja de examinar diferencias sexuales. En su artículo de 1994
informa de que alrededor del 15 por ciento de las niñas que eran inhibidas a
los nueve y los catorce meses se volvieron muy temerosas hacia los 21 meses
de edad, mientras que escasos niños poco reactivos se hicieron más tímidos
con el tiempo. Kagan supone (con alguna evidencia) que diferencias sexuales
mínimas en la personalidad se exageran con el tiempo porque
«inconscientemente los padres tratan a hijos e hijas de maneras diferentes y
producen el número aumentado de niñas temerosas» (Kagan 1994, p. 263). <<

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[61] De las psicólogas citadas en los párrafos que siguen, Sandra Bem y Barrie

Thorne son feministas declaradas. No conozco el perfil político de las otras


autoras cuyo trabajo cito aquí. <<

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[62] Fagot et al. 1986. <<

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[63] A los nueve meses los bebés ya pueden percibir la diferencia entre las

caras adultas masculinas y femeninas, pero su capacidad de etiquetar a los


otros o a sí mismos no se adquiere hasta algún tiempo después (Fagot y
Leinbach 1993). Fagot y Leinbach evaluaron las conductas según los tipos de
juguetes elegidos (muñecas frente a camiones, por ejemplo), la comunicación
con los adultos y los niveles de agresión. Para cuando el bebé alcanzaba los
2,25 años de edad, los padres de etiquetadores precoces y tardios ya no
diferían en la frecuencia de respuestas positivas y negativas al juego
sexualmente estereotipado (Fagot y Leinbach 1989, p. 663). Sobre las
respuestas sexualmente estereotipadas de los padres a los niños recién nacidos
véase Karraker et al. 1995. <<

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[64] Fagot y Leinbach 1989, p. 672. Levy (1989) halló que ciertas
interacciones parentales se correlacionaban con la mayor o menor
esquematización del género en los niños. Las niñas con madres que
trabajaban fuera de casa tenían esquemas de género más flexibles, igual que
los niños con menos hermanos. Los niños que miraban la televisión comercial
tenían más conocimiento de los roles sexuales, mientras que las niñas que
miraban la televisión educativa tenían mayor flexibilidad de roles sexuales.
Así pues, muchos factores contribuyen a la fuerza y rigidez de los esquemas
de género en niños de 2,8 a 5 años. <<

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[65] Los psicólogos evolutivos hablan de constancia de género para referirse a

la capacidad de un niño para conocer el sexo de una persona con


independencia de pistas como la vestimenta o el peinado. Hay controversia
sobre cuándo y cómo se desarrolla dicha constancia de género (Bem 1989).
<<

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[66] Bem (1989) empleó fotos de niños con el pelo corto, pero les puso pelucas

propias de su género para crear las fotos estereotipadas. Véase también de


Marneffe 1997. <<

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[67] Martin y Little 1990, pp. 1436, 1437; Martin 1994. <<

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[68] Martin et al. 1990. Para interacciones adicionales entre maduración
cognitiva y experiencias de socialización en la infancia media véase Serbin et
al. 1993. <<

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[69] Thorne 1993, pp. 3-4. En 1998, el libro de Judith Rich Harris causó un

gran revuelo porque defendía la importancia de la socialización entre iguales.


Esto es una versión extrema de lo que Thorne y muchos otros psicólogos han
sabido desde hace años. Véase Harris 1998. El número del 7 de septiembre de
1998 de Newsweek dedicaba su portada al libro. Para la investigación reciente
de los efectos intrafamiliares del orden fraterno, el género y las actitudes
parentales véase McHale et al. 1999. <<

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[70]
Thorne no es la única que cuestiona la utilidad de la investigación
continuada sobre la diferencia, ni mucho menos. Véase, por ejemplo, James
1997. <<

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[71] García-Coll et al. (1997) sugieren siete nuevos enfoques experimentales:

1) «Centrarse en los procesos sociales y psicológicos que quedan


empaquetados como “raza”, etnicidad, clase social y/o género»; 2) «Examinar
los contextos que conforman la comprensión infantil de las categorías
sociales»; 3) «Examinar la intersección y los límites de las categorías sociales
en las vidas infantiles»; 4) «Examinar la participación de los niños en la
construcción y los usos de las categorías sociales y su resistencia a las
mismas»; 5) «Examinar la influencia de las identidades sociales en las metas,
valores, concepto de sí mismo y adscripción comportamental»; 6) «Estudiar la
“raza”, la etnicidad, la clase social y el género como fenómenos
ontogénicos»; 7) «Estudiar las categorías mismas». <<

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[72] Lorber 1994, p. 32; énfasis en el original. Lorber también se cuida de

puntualizar que el género no es la única dicotomía socialmente construida; lo


mismo vale para la raza y la clase social. Presumiblemente, las identidades
subjetivas no se adquieren de manera aditiva, sino que el género viene a
significar cosas distintas dentro de las matrices añadidas de la raza y la clase.
Los psicólogos y los sociólogos se concentran en el género por dos razones
positivas: la dicotomía genérica se establece muy pronto, y es una
componente principal de la manera en que muchas, si no todas, las culturas
producen la organización social. Por supuesto, también hay razones negativas
(el racismo y el clasismo) para la relativa carencia de estudios sobre el
desarrollo de las dicotomías de raza y de clase en una sociedad en la que estos
aspectos de la existencia humana también saltan a la vista. Véase también
West y Fenstermaker 1995. <<

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[73] Véase, por ejemplo, Epstein 1997; Lott 1997. <<

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[74] Lorber 1994; Fiske 1991; Bem 1993; Halley 1994; Jacklin 1989. <<

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[75] En un debate entre pensadoras feministas, la experta en ciencias políticas

Mary Hawkesworth escribió que «las discusiones del género en la historia, el


lenguaje, el arte y la literatura, la educación, los medios de comunicación, la
polírica, la psicología, la religión, la medicina y la ciencia, la sociedad, la
legislación y el mundo laboral se han convertido en puntos cardinales del
pensamiento feminista contemporáneo» (Hawkesworth 1997). Estoy de
acuerdo en que todos estos campos de batalla intelectuales tienen una
contribución potencial al proyecto de entender el cuerpo como un sistema
biosociocultural. Aquí extraigo ejemplos de la sociología y la historia. <<

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[76] Desde el estudio de Katherine B. Davis sobre las reclusas (véase el
capítulo 6) hasta los estudios actuales de la frecuencia de interacciones
homosexuales en entornos urbanos y rurales, los sociólogos han querido
obtener información que sirva de guía para las decisiones importantes en
materia de política social. ¿Están relacionados el sexo y la delincuencia?
¿Podemos obtener modelos realistas de las actividades y redes sexuales que
puedan ayudarnos a frenar la expansión del sida y otras enfermedades de
transmisión sexual? ¿Están aumentando los embarazos de adolescentes y, si
es así, por qué? Obtener respuestas a estas preguntas no es fácil, y
cualesquiera conclusiones a las que podamos llegar estarán siempre matizadas
por los límites de la información obtenida mediante encuestas (di Mauro
1995, Ericksen 1999). <<

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[77] Hacking 1986. <<

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[78] Delaney 1991. ¿O qué decir de esos hombres que evitan la palabra sexo

para describir sus encuentros homosexuales, y prefieren decir que «hacen


locuras»? (Cotton 1994). <<

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[79] Garber (1995) discute la bisexualidad. Otras discusiones sobre los
problemas que plantea el empleo de categorías supersimplificadas de
preferencia sexual pueden encontrarse en Rothblatt 1995; Burke 1996. <<

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[80] Diamond 1993, p. 298. Esta homosexualidad no es necesariamente una

«actividad de desplazamiento». Dentro del género literario de la biografía


penal no es difícil encontrar hombres que se enamoran genuinamente en
prisión, pero que tienen una vida amorosa heterosexual una vez fuera. Para un
conmovedor relato de amor homosexual en prisión véase Berkman 1912.
Berkam, durante muchos años amante de Emma Goldman, escribe en esta
biografía sobre los profundos sentimientos que lo embargaron por dos veces
estando en prisión. Es difícil interpretar estos afectos como un mero desahogo
sexual. Para una referencia más moderna véase Puig 1998. <<

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[81] El temor de que denominar categorías y preguntarle luego a la gente si

encaja en ellas contribuya a crear los comportamientos en cuestión está en la


raíz de las dificultades políticas que encuentran los sexólogos (aquí aludo
primariamente a los sociólogos y psicólogos que estudian el comportamiento
sexual humano) para obtener financiación de sus investigaciones (Fausto-
Sterling 1992 a; Laumann, Michael et al. 1994). El estamento académico en
general y los políticos contemplan el estudio de la conducta sexual humana
con algo más que cierta suspicacia. En los años sesenta ninguna revista
académica quiso publicar la investigación original de Masters y Johnson
sobre la fisiología de la respuesta sexual humana (Masters y Johnson 1966).
Más recientemente, Cynthia Jayne, una psicóloga clínica que ejerce en el
ámbito privado, no pudo convencer a una de las principales revistas de
psicología para que aceptara su estudio sobre el orgasmo femenino y la
satisfacción sexual, aunque una revista de sexología sí lo publicó. Jayne ha
sido atacada a menudo por quienes encuentran escandalosos sus métodos, lo
que ha hecho que sus colegas adopten una postura defensiva. Este hecho ha
contribuido significativamente a la conformación intelectual de la disciplina.
Como escribe Jayne: «Existe un estrecho camino por el que los sexólogos
deben navegar, entre responder a la crítica inapropiada y generar las críticas
que garantizan la salud y el crecimiento profesional continuado de la
disciplina» (Jayne 1986, p. 2). Veáse también Irvine 1990a, 1990b. <<

www.lectulandia.com - Página 1418


[82] Eider 1998, p. 969. <<

www.lectulandia.com - Página 1419


[83] Weeks 1981b. Weeks no pretende que éstas sean las únicas categorías,

sino que las contempla más como un conjunto de líneas directrices. <<

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[84] Evans (1993) escribe que «la penetración estatal en la sociedad civil en el

capitalismo de consumo significa que, en vez de una dominación del capital


asentada en una sociedad civil colonizada con el fin de reproducir el trabajo,
ahora la sociedad civil es colonizada por el Estado con el fin de reproducir a
los consumidores, “hombres y mujeres cuyas necesidades son
permanentemente redirigidas para adecuarlas a las necesidades del mercado”,
en su obsesiva persecución de la sexualidad, el medio por el que buscan
definir sus personalidades y ser conscientes de sí mismos» (p. 64). <<

www.lectulandia.com - Página 1421


[85] Weeks 1981b, p. 14. <<

www.lectulandia.com - Página 1422


[86] Para una exposición histórica detallada de la construcción de los espacios

privados y la cultura propia de los gays en Nueva York, véase Chauncey


1994. <<

www.lectulandia.com - Página 1423


[87] Véase, por ejemplo, Kates 1995. Leslie Feinberg presenta una fascinante

historia de la gente que adopta la vestimenta y la identidad del otro sexo, y


señala que en más que unos pocos casos los individuos que transgredían la
separación entre géneros también tomaron parte en otras acciones
revolucionarias: revueltas de campesinos, rebeliones religiosas, etc. En su
novedoso libro, Feinberg hilvana meticulosamente retales de historia. Aunque
se encuadra en el género de la «historia recuperada», típico de los
movimientos sociales incipientes, reta a los historiadores a explorar con más
profundidad los casos que saca a relucir (Feinberg 1996). <<

www.lectulandia.com - Página 1424


[88] Para la importancia de la tecnología en la emergencia del transexualismo

y las definiciones contemporáneas del género, véase Hausman 1995. Para una
historia más general de la cirugía cosmética consúltese Haiken 1997. Ambos
libros ilustran la importancia de la tecnología en el proceso de construcción
del sexo y el género. <<

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[89] La antropologa médica Margaret Lock viene a coincidir conmigo cuando

escribe que la mayoría de enunciados del cuerpo en la cultura no «tienen en


cuenta las poderosas transformaciones del material ocasionadas por la
tecnociencia ni consideran su impacto en la subjetividad, la representación y
la política cotidianas» (Lock 1997, p. 269). <<

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[90] Mi intento de proporcionar un mapa visual de los sistemas del desarrollo

sexual humano se inspira en la obra de Peter J. Taylor. El primer principio


operativo es que los procesos sociales y naturales no son separables. El
segundo es que enfoques muy distintos ofrecen intuiciones importantes sobre
problemas complejos. Taylor aplica un enfoque sistèmico a dos ejemplos
diferentes, uno ecológico y otro psiquiátrico (la depresión severa).
Considérese la erosión del suelo en un pueblo mejicano. Taylor dice que este
proceso sólo puede entenderse si se consideran simultáneamente la historia
social y política de la región, el carácter de la agricultura y la ecología
(factores «naturales» como la precipitación, la estructura del suelo, etc.), la
naturaleza de las instituciones sociales y económicas locales y los cambios
demográficos regionales. Tradicionalmente, los expertos estudian cada uno de
estos factores como si fueran independientes. Taylor, en cambio, los
representa como líneas paralelas horizontales surcadas por una trama vertical
en pata de gallo, que representa eventos como la regulación del ramoneo de
las cabras o el uso de terrazas, que cambian la naturaleza de las líneas
paralelas. Para esbozar un cuadro preciso de la situación actual hay que fijarse
en las cuatro líneas y sus interconexiones (Taylor 1995, 1997, 1998, 1999).
<<

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[91] Aunque no empleó la metáfora de las muñecas rusas, el embriólogo Paul

Weiss ideó hace muchos años un diagrama del desarrollo que recuerda la
sección transversal de una muñeca rusa. Weiss incluyó más capas
organísmicas que yo, pero la idea es similar (Weiss 1959). Otros han
empleado diagramas más complejos para visualizar el desarrollo humano.
Véase, por ejemplo, Wapner y Demick 1998, fig 13.1. Estos autores aplican la
noción de transacción de Dewey y Bentley para describir el sistema
«organismo en su entorno», que caracterizan en términos de niveles de
integración, que van desde las actividades dentro del organismo individual
hasta lo que Wapner y Demick llaman «la persona en el sistema mundial»
(p. 767). <<

www.lectulandia.com - Página 1428


[92] Dewey y Bentley emplean los términos intradérmico y extradérmico para

comunicar esta idea. También recelan mucho de la idea de «la mente».


Escriben que «la “mente” como “actor”, todavía en uso por las psicologías y
sociologías actuales, es la vieja “alma” autónoma, despojada de su
inmortalidad, reseca e irritable. “Mente” o “mental” como término preliminar
en la enunciación causal es una buena palabra para indicar una región o al
menos una localidad general que requiere investigación; como tal es
incuestionable. “Mente”, “facultad”, “CI” o lo que sea como actor a cargo del
comportamiento es charlatanería, y “cerebro” como sustituto de “mente” es
peor. Estas palabras insertan un nombre en el lugar de un problema» (Dewey
y Bentley 1949, pp. 131-132). Por mi parte, empleo la idea de mente o psique
como un marco para procesos que podemos examinar, no como la descripción
de un mecanismo. <<

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[93] Por supuesto, hay unidades aún menores dentro de las células (orgánulos,

moléculas, etc.). Pero la célula es la última de las unidades de funcionamiento


independiente. Un núcleo con sus genes no puede crear un organismo si no
está integrado en una célula. <<

www.lectulandia.com - Página 1430


[94] Harding 1995. <<

www.lectulandia.com - Página 1431


[95] Esto es una paráfrasis de «La primatología es política por otros medios»,

Haraway 1986, p. 77. <<

www.lectulandia.com - Página 1432

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