CUEVA - El Desarrollo Del Capitalismo
CUEVA - El Desarrollo Del Capitalismo
CUEVA - El Desarrollo Del Capitalismo
Resumen:
El modo de producción capitalista en América Latina está regido por
leyes objetivas de acumulación, concentración y centralización de
capital, y comparte como región una problemática común que define su
fisonomía propia dentro de la gran “cadena” capitalista imperialista
mundial, si bien con características específicas en cada país. Una
cuestión definitoria de la fase actual del desarrollo latinoamericano es
la fusión de la fuerza política del Estado con la fuerza económica del
capital monopólico, es decir, la conformación de un capitalismo
monopolista de Estado, con modalidades concretas de acción no
estrictamente idénticas a las de los países imperialistas, debido a la
condición supeditada de nuestras formaciones sociales.
I
El desarrollo del capitalismo en las áreas subdesarrolladas y
dependientes no está regido por leyes “especiales”, distintas de las que
gobiernan cualquier desarrollo capitalista. Lo cual significa, entre otras
cosas, que no existe ley alguna que impida la reproducción ampliada
del modo de producción capitalista, y por lo tanto de sus contra-
dicciones, en esta región del mundo. La pregunta sobre si puede o no
haber “desarrollo” en América Latina es, por consiguiente, una
pregunta carente de sentido. Está claro que, visto en su conjunto, el
capitalismo viene desarrollándose en América Latina a ritmos incluso
superiores a los de otras áreas integrantes del sistema, y que, en
términos “sociales”, nuestras estructuras de clase continúan
evolucionando en una dirección cada vez más capitalista.
El hecho de que este desarrollo haya «defraudado» las expectativas de
una “mejor” distribución de la propiedad, del ingreso y del poder, que
los desarrollistas de diversas tendencias alimentaron hace 15 o 20
años, es en rigor un problema que concierne a la historia de las
ideologías y sus ilusiones, mas no un caso “aberrante” dentro del
desarrollo capitalista, El desarrollo de este modo de producción está
regido por doquier por leyes objetivas de acumulación, concentración y
centralización de capital, y jamás hubo asidero científico alguno que
autorizara a pensar que la América Latina capitalista pudiera escapar a
tales leyes.
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Todo esto crea para América Latina una situación muy particular. De
una parte, enerva la aparente consistencia de los regímenes
totalitarios, que están lejos de lograr consolidar un real apoyo de
masas; superado el momento más duro de la represión, el movimiento
popular reaparece con vigor en la escena histórica, aunque no sin
dificultad de adaptación a las nuevas condiciones de lucha y a los
mismos perfiles de la estructura de clases que el desarrollo capitalista,
en muchos puntos impetuoso, ha forjado. De otra parte, los sectores
más “visionarios” de la clase dominante intentan “adelantarse” a los
acontecimientos y evitar “lo peor”, flexibilizando hasta donde les sea
posible sus autoritarias estructuras de dominación. Pero estas
estructuras tienen sus límites de elasticidad, en los que una política
como la de los “derechos humanos” de Carter o un anhelo como el
socialdemócrata, de trasplantar la dulce hegemonía burguesa del
«centro» hacia la “periferia”, chocan en general con la lógica implacable
de la acumulación de capital en estas áreas, donde el capitalismo no
puede desarrollarse de otra manera que sobre la base de condiciones
históricas ya dadas, imposibles de modificarse de la noche a la
mañana, a voluntad.
Se busca, de todas maneras, una fórmula de «democracia viable», que
sirva de válvula de escape de las contradicciones acumuladas, a la vez
que, por su parte, el movimiento popular trata de crear espacios
democráticos cada vez más amplios, a través de los cuales la lucha de
clases pueda abrirse campo. La cuestión de la democracia se pone de
esta suerte a la orden del día como encrucijada en la que se cruzan
muchos caminos, incluido el que conduce al socialismo. Porque la
historia, recordémoslo, hoy como antaño sigue avanzando por el “lado
malo”, es decir, por los eslabones débiles del sistema. La cadena
imperialista no se ha roto (ni se romperá próximamente) en Estados
Unidos o Alemania Federal, y ni siquiera en Francia o Italia, donde los
avances “teóricos” parecen ser el sucedáneo, antes que la expresión
de una transformación revolucionaria ad portas, sino que seguirá
rompiéndose en puntos comparables a Vietnam, Laos, Camboya,
Angola, Etiopía o Nicaragua.