CUEVA - El Desarrollo Del Capitalismo

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EL DESARROLLO DEL CAPITALISMO EN AMÉRICA

LATINA Y LA CUESTIÓN DEL ESTADO


AGUSTÍN Cueva
Ponencia presentada en el ciclo “Capitalismo e Imperialismo en América Latina”,
sección Colombia-Ecuador, en Agosto de 1979

Resumen:
El modo de producción capitalista en América Latina está regido por
leyes objetivas de acumulación, concentración y centralización de
capital, y comparte como región una problemática común que define su
fisonomía propia dentro de la gran “cadena” capitalista imperialista
mundial, si bien con características específicas en cada país. Una
cuestión definitoria de la fase actual del desarrollo latinoamericano es
la fusión de la fuerza política del Estado con la fuerza económica del
capital monopólico, es decir, la conformación de un capitalismo
monopolista de Estado, con modalidades concretas de acción no
estrictamente idénticas a las de los países imperialistas, debido a la
condición supeditada de nuestras formaciones sociales.

I
El desarrollo del capitalismo en las áreas subdesarrolladas y
dependientes no está regido por leyes “especiales”, distintas de las que
gobiernan cualquier desarrollo capitalista. Lo cual significa, entre otras
cosas, que no existe ley alguna que impida la reproducción ampliada
del modo de producción capitalista, y por lo tanto de sus contra-
dicciones, en esta región del mundo. La pregunta sobre si puede o no
haber “desarrollo” en América Latina es, por consiguiente, una
pregunta carente de sentido. Está claro que, visto en su conjunto, el
capitalismo viene desarrollándose en América Latina a ritmos incluso
superiores a los de otras áreas integrantes del sistema, y que, en
términos “sociales”, nuestras estructuras de clase continúan
evolucionando en una dirección cada vez más capitalista.
El hecho de que este desarrollo haya «defraudado» las expectativas de
una “mejor” distribución de la propiedad, del ingreso y del poder, que
los desarrollistas de diversas tendencias alimentaron hace 15 o 20
años, es en rigor un problema que concierne a la historia de las
ideologías y sus ilusiones, mas no un caso “aberrante” dentro del
desarrollo capitalista, El desarrollo de este modo de producción está
regido por doquier por leyes objetivas de acumulación, concentración y
centralización de capital, y jamás hubo asidero científico alguno que
autorizara a pensar que la América Latina capitalista pudiera escapar a
tales leyes.

Y lo mismo podría decirse con respecto a otra serie de cuestiones.


Imaginar, por ejemplo, que el desarrollo del capitalismo pudiera
favorecer aquí la creación de economías nacionales autónomas,
resultaba tan iluso como pensar que ese mismo desarrollo es capaz de
suprimir las especificidades de cada formación nacional, con sus
peculiares ritmos históricos y sus también particulares constelaciones
de contradicciones. De suerte que tampoco tiene nada de sorprendente
el hecho de que, al mismo tiempo que América Latina ha seguido un
proceso de acelerada imbricación de sus economías en la nueva fase
de desarrollo del capitalismo mundial, haya igualmente experimentado
un proceso de desarrollo extremadamente desigual de cada entidad
nacional: casos de virtual estancamiento de economías como la de
Argentina, Uruguay o Perú; casos de desarrollo acelerado de las
economías brasileña, ecuatoriana, dominicana y venezolana, por
ejemplo.

Y es que, si de una parte existe una economía capitalista mundial de la


que sin duda somos integrantes de otra parte no existe una formación
económica y social capitalista mundial, sino una “cadena” compuesta
de múltiples entidades nacionales.
II

De las reflexiones precedentes no puede desprenderse, sin embargo,


la conclusión de que el desarrollo del capitalismo en América Latina
ocurre de manera exactamente idéntica a la de los países imperialistas.
Las condiciones históricas, tanto internas como externas, son
naturalmente distintas, y ellas han determinado y siguen determinando
modalidades específicas de desarrollo del modo de producción
capitalista en América Latina, que son precisamente las que interesa
poner de relieve. Sólo que, al hacerlo, hay que tener buen cuidado de
no confundir lo que en rigor constituye un problema teórico y lo que es
propiamente un problema histórico. Como escribe Lenin a propósito de
la teoría de la realización y la cuestión de los mercados exteriores:

En realidad, entre estos dos problemas no hay nada en común. La


cuestión de la realización es un problema abstracto vinculado con la
teoría del capitalismo en general. Que tomemos un solo país o el
mundo entero, las leyes fundamentales de la realización descubiertas
por Marx son siempre las mismas. El problema exterior o del mercado
exterior es un problema histórico, un problema de las condiciones
concretas del desarrollo histórico, un problema de las condiciones
concretas del desarrollo del capitalismo en tal o cual país, en tal o cual
época.

Ahora bien, son estas “condiciones concretas” a que se refiere Lenin


las que, al constituir una historicidad común de los países latino-
americanos, nos permiten ubicarnos en cierto nivel de abstracción
desde el cual podemos captar la especificidad del desarrollo latino-
americano. No se trata del nivel de lo universal, regido, como se dijo
anteriormente, por las leyes generales del modo de producción
capitalista, ni del nivel de lo singular, que comprende las deter-
minaciones ya más peculiares de cada formación nacional ; sino de un
nivel intermedio, el de lo particular, en que aquella historicidad común
se convierte en una problemática asimismo común, que define la
fisonomía propia de la región dentro de la gran “cadena” capitalista
imperialista mundial.
III

La especificidad del desarrollo del capitalismo en América Latina se


origina en das órdenes de hechos históricos que constituyen sus deter-
minaciones particulares:

a. La existencia de una heterogénea matriz estructural que primigenia-


mente se caracteriza no sólo por el desarrollo marcadamente desigual
del capitalismo, sino además por la compleja presencia de modos de
producción precapitalistas que sin duda ha impreso un carácter
específico a todo el proceso de desarrollo, sobredeterminando el propio
decurso del capitalismo (vía reaccionaria que éste ha seguido). En el
momento actual la presencia ya residual de los modos de producción
precapitalistas se expresa, sobre todo, a través de la subsistencia de
vastos sectores económicos sólo formalmente sometidos al capital
(esos «polos marginales» de que hablaba Aníbal Quijano en alguno de
sus trabajos).

b. Los violentos y continuos “reajustes” que ha tenido y tiene que sufrir


esta matriz en función de su incersión subalterna en el sistema
capitalista imperialista mundial, hecho que a la par expresa, fuerza y
“deforma” la lógica interna de desarrollo de nuestras sociedades. Por
“deformación” ha de entenderse, en este caso, una acentuación muy
marcada de la ley de desarrollo desigual del capitalismo, que llega a
configurar verdaderos puntos de “atrofia” e “hipertrofia” simultáneas en
el aparato productivo latinoamericano.

Estos dos órdenes de hechos (a y b) se encuentran íntimamente


entrelazados y todo el secreto del análisis dialéctico consiste en captar
tanto su intrincada vinculación orgánica como el alcance y sentido de
sus constantes mutaciones. Para ello conviene evitar dos errores
frecuentes: el de disolver los problemas de alguno de esos órdenes en
el otro, o el de analizar su relación en términos sistemicos, o sea como
si se tratara de conjuntos de relaciones no contradictorias.
La articulación de varios modos de producción, por ejemplo, por más
que a partir del último tercio del siglo XIX empiece a caracterizarse por
un predominio cada vez mayor del modo de producción capitalista, no
debe ser concebida como una simple “refuncionalización” del
precapitalismo por el capitalismo. Lo que en realidad se da es una
trama particular de determinaciones recíprocas que en última instancia
configuran una modalidad específica de desarrollo del capitalismo.

Lo mismo podría decirse con respecto al problema de la inserción de


nuestras sociedades en el sistema capitalista imperialista mundial.
Subordinadas y todo lo que se quiera, estas sociedades poseen
perfiles y ritmos básicos propios (los de sus luchas de clases,
principalmente) que generan toda una serie de “discontinuidades” y
“conflictos” (contradicciones, en suma) en aquel proceso de inserción.
Las varias determinaciones que aquí intervienen configuran también
modalidades específicas en el seno de una relación más general, que
es la de los paires imperialistas con los países sometidos a su
dominación.

Ahora bien, lo que importa destacar es que un proceso histórico así


determinado se caracteriza, no precisamente por su «falta de
desarrollo», sino más bien por un tipo de desarrollo capitalista en cierto
sentido impetuoso, pero que va acumulando una constelación muy
especial de contradicciones, que terminan por convertir a estos países
en verdaderos eslabones débiles de la cadena capitalista imperialista
mundial, en el sentido leninista del término, o sea, en puntos de
“condensación” en donde, a las contradicciones ya propias del
capitalismo en su fase más avanzada (monopólica) se suman las de
fases o instancias anteriores, incluyendo las enormes secuelas del
precapitalismo; y en donde la propia “cuestión nacional” no ha sido
todavía resuelta, en razón de la misma situación colonial, semicolonial
o de dependencia a secas.

En esta óptica analizaremos, por lo tanto, el asunto que ahora nos


interesa directamente, a saber: el del desarrollo y al naturaleza del
Estado en América Latina.
IV

Llegados a este punto conviene, sin embargo, detenerse a formular


dos precisiones de orden general referentes al problema del Estado y
las formas de dominación en el sistema capitalista:

a. La democracia burguesa relativamente sólida y estable no constituye


la superestructura “natural” del modo de producción capitalista, sino
que es la modalidad que la dominación burguesa ha logrado asumir en
las áreas capitalistas “centrales” (eslabones fuertes), beneficiarías de la
enorme masa de excedente económico extraído del resto del mundo; o,
temporalmente, en algunos países capitalistas “periféricos” (eslabones
en principio débiles) que han obtenido una ventajosa participación
coyuntural en el reparto de aquel excedente (casos de Argentina y
sobre todo Uruguay en determinado momento, o de Venezuela en la
actualidad). Fuera de estas situaciones, que jamás han llegado a
involucrar a más de una veintena de países, la superestructura
«natural» del capitalismo no ha sido precisamente la democrática, sino
más bien su extremo opuesto. Así como existe una ley de desarrollo
desigual de la base económica del capitalismo, existe también una ley
de desarrollo desigual de su superestructura estatal y, por lo tanto, de
desarrollo desigual de la democracia burguesa. Y es que lo que
caracteriza en última instancia al Estado burgués no es su forma,
democrática o totalitaria, sino su necesidad de asegurar la reproducción
ampliada del modo de producción capitalista, en condiciones siempre
históricamente determinadas y de acuerdo con el lugar que cada
formación económico-social ocupa en el seno de la cadena capitalista
imperialista. Fuera de esta “localización”, recordémoslo enfáticamente,
el Estado capitalista sencillamente no existe: es una pura abstracción
indeterminada, que no corresponde a ninguna entidad real.

b. Los conceptos de dominación, coacción y hegemonía deben ser


manejados con la debida cautela. De una parte, hay que tener buen
dudada de no presentar los conceptos de dominación y de hegemonía
como alternativos, puesto que el primero involucra al segundo como
uno de sus aspectos: la hegemonía burguesa es un aspecto (el
ideológico) de la dominación burguesa. De otra parte, no cabe olvidar
que coacción y hegemonía son sólo dos momentos de un único
proceso histórico, cuyo desigual desarrollo llega a determinar el
predominio de uno u otro de esos “momentos”, según el eslabón
capitalista de que se trate: tendencia al predominio de la hegemonía en
los eslabones fuertes; tendencia al predominio de la coacción en los
eslabones débiles. ¿Por qué razón? Una breve revisión del «caso»
latinoamericano nos permitirá comprender mejor la situación.

Expresión de un proceso de las características antes señaladas


(numeral III), el Estado latinoamericano no podía dejar de adquirir una
fisonomía específica aunque sólo fuese por el hecho de que a las
determinaciones universales de todo Estado burgués se le han sumado
las determinaciones particulares anotadas. Y es que, la naturaleza
misma de la “sociedad civil” latinoamericana ha impuesto una
“sobrecarga” de tareas a la instancia (política) encargada de asegurar
su cohesión y reproducción. Garantizar el sistema de dominación del
que tal Estado es expresión, pero tratando al mismo tiempo de superar
las profundas brechas que la acentuada heterogeneidad estructural
producía en la propia clase o bloque de clases dominantes; forjar las
condiciones necesarias para el establecimiento y vigencia del “pacto”
neocolonial y, simultáneamente, buscar la manera de “regular” las
fisuras, desigualdades y desfasamientos internos que el mismo “pacto”
acentuaba; condensar y expresar las tendencias dominantes en cada
formación social pero también “adelantarse” en cierto sentido a ellas, a
la “luz” de las perspectivas abiertas por el desarrollo de los países
capitalistas más avanzados; tratar, en fin, de sentar desde arriba las
bases de una hegemonía que la sociedad civil era incapaz de generar
por su propia heterogeneidad, pero sin dejar de recurrir constante-
mente a la “fuerza de la ley” y las más de las veces a la ley de la
fuerza, para evitar que las múltiples “discontinuidades” (incluso
culturales) y contradicciones acumuladas devengan verdaderas
rupturas revolucionarias: he ahí algunas (de ninguna manera todas) de
las tareas específicas que el Estado latinoamericano ha tenido que
cumplir en sus cien años de desarrollo capitalista.

En tales condiciones, no es una casualidad el que nuestros Estados


hayan adoptado por lo general una forma “autoritaria” o el que hayan
aparecido como una real “protuberancia” política, desmesuradamente
importante con respecto a la “sociedad civil”. Ante la debilidad de las
otras “trincheras y fortificaciones” de la clase dominante, el aparato
estatal en general y su rama militar, particularmente, han terminado por
convertirse en la fortaleza no sólo última sino también primera del
sistema. Por eso en nuestros días, al igual que hace un siglo, el
denominado “Estado de excepción” sigue siendo la regla.

Conceptos como los de “autoritarismo” y “dictadura” son sin embargo


demasiado formales y generales para caracterizar a un Estado
capitalista que ha sufrido sensibles modificaciones desde su inicial fase
“oligárquica” hasta su situación actual; en cada momento de su
evolución ese Estado ha tenido tareas muy concretas que cumplir, en
función de las correspondientes etapas por las que ha atravesado el
desarrollo del capitalismo en América Latina, y es esto lo que interesa
analizar en este caso para la etapa actual.

VI

El perfil del Estado latinoamericano actual sólo puede comprenderse si


se tiene en cuenta que el agotamiento de toda una fase del desarrollo,
capitalista (vale decir, de determinada modalidad de acumulación) abrió
en nuestras sociedades una situación de aguda crisis que puso a la
orden del día dos opciones: la de una transformación revolucionaria del
sistema imperante, o bien, la de su reestructuración en términos social
y políticamente reaccionarios, pero que apuntan al establecimiento de
una nueva fase de desarrollo capitalista.
No creo necesario insistir aquí en algo que es de todos conocido : la
diversidad y creciente amplitud de las luchas sociales en la década de
los sesenta y principios de los setenta, en respuesta a lo cual fue
acentuándose el carácter represivo del Estado latinoamericano.
Insistiré más bien en el otro aspecto de la cuestión, o sea, en el papel
que el Estado fue adquiriendo como «remodelador» de la sociedad
toda.

La primera tarea que en este sentido empezó a cumplir el Estado en la


mayor parte de los países latinoamericanos fue la de cancelar de una
vez por todas el proyecto de desarrollo nacional autónomo,
implantando en su lugar un modelo de desarrollo “asociado”, es decir
perfectamente inserto en una perspectiva de transnacionalización de
los sectores claves de nuestra economía. Es cierto que en algunos
países se dibujaron coyunturalmente proyectos burgueses que parecían
marcar una trayectoria opuesta, de corte más bien nacionalista, pero no está
por demás recordar que fueron de duración efímera (casos de Perú, Ecuador,
Honduras), El movimiento general fue pues en la otra dirección, implicando por
lo menos dos cosas:

a. La reestructuración del bloque burgués, en cuyo seno la fracción


monopólica adquirió plena primacía. A este respecto hay que advertir
algunas cuestiones. De una parte, que no se trata únicamente de la
fracción burguesa extranjera, sino también de la fracción burguesa
monopólica nativa, que indudablemente ha ido conformándose en el
curso del desarrollo capitalista latinoamericano. De suerte que ahora el
capital imperialista ya no se apoya, como antes, en un sector burgués
local simplemente “comprador” (intermediario), sino en un socio
ciertamente menor pero de su misma naturaleza económica. En
estricto rigor la burguesía “compradora” tiende a desaparecer del
escenario histórico latinoamericano, en donde por lo demás el
fraccionamiento principal de la burguesía se ha desplazado del nivel de
burguesía agraria, industrial y comercial, al plano de burguesía
monopólica y no monopólica. Es falso, por lo tanto, que el Estado
latinoamericano actual represente una alianza de sí mismo (?) con el
capital extranjero sin una determinación interna de clase; como falsa es
la tesis de que a través de ese Estado se exprese una “burguesía
burocrática” definida como tal por su inserción en el aparato estatal. De
hecho, el aparato burocrático es la expresión del predominio de la
fracción monopólica transnacional, uno de cuyos componentes es el
sector monopólico nativo.

b. Una cuestión distinta, y desde luego definitoria de la fase actual de


desarrollo del Estado latinoamericano, es la fusión de la fuerza política
de éste con la fuerza económica del capital monopólico, hecho que
equivale a la conformación de un capitalismo monopolista de Estado.
Insisto en esta cuestión, ya que ella parece definir la evolución de
nuestro Estado de manera mucho más precisa que sus rasgos
“burocráticos” o su ideología de “seguridad nacional”, que en todo caso
derivan de lo anterior y no inversamente. Las modalidades concretas
de acción de este capitalismo monopolista de Estado no son desde
luego estrictamente idénticas a las que se registran en los países
imperialistas, en virtud de la propia condición supeditada de nuestras
formaciones sociales.

VII

Así definido el carácter de clase de este Estado, uno está en capacidad


de comprender mejor el modelo económico que se busca implantar, así
como las tareas que para ello tiene que cumplir el Estado.

En esta perspectiva, lo primero que conviene aclarar es que no se trata


sólo de un proceso de transnacionalización de la propiedad, sino de
transnacionalización de toda la estructura económica. Se quiere decir
con esto que el desarrollo del aparato productivo obedece más que
nunca a un movimiento del sistema capitalista en su conjunto, antes
que a requerimientos estrictamente nacionales. Con razón se habla de
una nueva división internacional del trabajo, que transfiere importantes
sectores de la producción industrial hacia las áreas dependientes, en
un movimiento que desde luego no obedece a designios arbitrarios,
sino a nuevas condiciones de valorización del capital que se han
creado en estas áreas.

Estas nuevas condiciones de valorización son un producto histórico


complejo, del que salvando cuestiones secundarias podrían señalarse
los siguientes componentes:

a. Un residuo de ventajas «naturales», que en síntesis se reducen a la


existencia de determinadas materias primas o a la cercanía de ciertos
centros hegemónicos, siempre que a ello se sumen otros factores.

b. La existencia de un mercado local de alguna magnitud, así como de


ciertas “economías externas”.

c. Sobre todo, la existencia de mano de obra barata, incluso de cierta


calificación, y de seguridades políticas para la inversión extranjera.

Las ventajas naturales escapan por supuesto a la acción del Estado,


pero la existencia de las demás condiciones depende sobre todo de
ella y por lo tanto se imponen como sendas tareas históricas que ese
Estado tiene que cumplir. Lo señalado en b es antes que nada
herencia de fases anteriores (sobre todo la dimensión relativa del
mercado interior), de suerte que la acción presente del Estado se
concentra especialmente en las tareas señaladas en c. Desde el
momento en que el Estado del capital monopólico se ha consolidado a
través de una lucha de clases muy dura, aplastando a los movimientos
populares que han buscado escapar a su control, la garantía política
está dada y el gran capital tiene poco que temer a corto plazo. La tarea
siguiente consiste en asegurar la existencia de una mano de obra
barata, y, como en la fase precedente las propias luchas obreras han
elevado el nivel de los salarios a límites que el capital monopólico
estima poco “atractivos” (sobre todo en un momento de crisis), el
Estado se encarga de rebajarlos hasta que devengan una real “ventaja
comparativa”. El mecanismo empleado para esto (con mano política
dura, naturalmente) es harto conocido: política económica liberal (sin
control de precios) para todas las mercancías salvo una: la fuerza de
trabajo. Es sintomático el hecho de que ni siquiera la magnitud del
ejército industrial de reserva, que en este periodo ha crecido abundan-
temente, baste para colocar el precio de la fuerza de trabajo en los
niveles que apetece el capital monopólico. Ese precio, que se lo sitúa
por debajo de su valor histórico, tiene pues que ser fijado mediante la
coacción estatal.

Sobre las bases señaladas el flujo de capital extranjero se da en


magnitudes diversas y, cuando afluye significativamente, es un hecho
que acelera el desarrollo del capitalismo en el área, a costa, claro está,
de la miseria de las masas populares y, en general, de la acentuación
de las desigualdades en todos los niveles de la formación social
“huésped”.

La burguesía monopólica nativa sale, sin embargo, beneficiada de este


proceso; más aún, es a través de él que se realiza y cumple con su
“misión histórica”: extraer la mayor cantidad de plusvalía a la clase
trabajadora y acelerar la acumulación de capital. Sin embargo, la
burguesía latinoamericana no es un todo homogéneo: el proceso de
concentración y centralización de capital, que se desencadena bajo la
égida del capital monopólico, acarrea la ruina de buena parte del sector
no monopólico, pero por un lado éste no tiene en rigor ningún proyecto
propio que ofrecer a estas alturas de la historia, y por otro lado el temor
a esas masas, hasta hace poco efervescentes, lo convierte en la cola
política del sector monopólico. En todo caso éste termina por imponer
su predominio, reduciendo al mínimo el espacio de expresión de los
sectores «nacionales». La contradicción sin embargo subsiste,
supeditada a una correlación de fuerzas más general.

VIII

En la medida en que el grueso de la acumulación de capital pasa a


gravitar sobre la pauperización absoluta de las masas populares
locales, se plantea en esta fase un problema de realización para el que
el sistema encuentra finalmente tres salidas:

a. La ampliación de la órbita interna de consumo de la burguesía y de


los estratos superiores de las capas medias.
b. La redefinición de las pautas de consumo de las clases trabajadoras,
que a la vez que empeoran notablemente sus condiciones de salud,
alimentación, educación básica, vivienda y similares, incrementan su
consumo de ciertos bienes industrializados, como radios, televisores,
etcétera.

c. La búsqueda de mercados exteriores.

Como para plantear un abierto desafío a ciertas tesis, los mencionados


mercados exteriores no son precisamente los de los países más
atrasados, o sólo lo son secundariamente, sino que por lo general se
trata de los mercados de los países capitalistas más avanzados, cosa
que introduce contradicciones muy particulares en el interior del
sistema capitalista imperialista en su conjunto. Y es aquí donde
reaparece el aspecto «nacional» del problema, que la trasnaciona-
lización parece haber completamente abolido. Cada sector burgués
reclama, como es obvio, el respaldo de su Estado, a la vez que ese
Estado intenta negociar las mejores condiciones en el plano
internacional. Las contradicciones interburguesas dan entonces origen
a tensiones interestatales, en las que por supuesto no llega a dibujarse
una contradicción antagónica, sin que por ello dejen de tener
importancia. El grado y la evolución de estas tensiones depende, por lo
demás, de muchos factores que van desde los puramente económicos
hasta las particularidades de índole ya propiamente política.

IX

La implantación del capitalismo monopolista de Estado en América


Latina está además cargado de una enorme ambigüedad con respecto
al desarrollo del sector económico estatal. En algunos casos, la
tendencia a su parcial desmantelamiento es muy clara, como en Chile,
Argentina o Uruguay. Aquí se han producido procesos masivos de
“privatización” de la economía, como paso previo a su trasnacio-
nalización. En realidad se trata del desmantelamiento de todos
aquellos niveles que en rigor no se habían conformado como expresión
anticipada del capitalismo monopolista de Estado, sino más bien como
una manifestación del capitalismo de Estado a secas, de orientación
nacional populista como en la Argentina, o como embrión de economía
social, como en Chile. En otros casos, como el del Brasil, el sector de
economía estatal más bien se robustece y en este sentido parece
haber continuidad entre la fase actual y la anterior. Pero tal continuidad,
es sólo aparente, ya que más allá de ella se produce una
refuncionalización de dicho sector en razón de las necesidades de
desarrollo del capital monopólico. De todas maneras llega un momento,
que es el actual, en el que la dimensión del sector estatal. aparece
como demasiado abultada frente a la órbita privada, lo que origina toda
una serie de presiones de ésta en favor de un proceso de privatización.

En fin, la implantación del capitalismo monopolista de Estado va


acompañada por lo general de una drástica reducción de los llamados
gastos sociales, cosa que en el límite adquiere el carácter de un
verdadero desmantelamiento del “Estado benefactor”. La economía se
privatiza también por este lado, y al menos en los países donde el
nuevo modelo económico tiene grandes dificultades en «despegar», a
pesar de todo el reordenamiento operado, ello tiende a producir dos
efectos:

a. Una reducción todavía mayor de los salarios reales.

b. Una desocupación creciente en el seno de las capas medias


tradicionales, que por regla general son las mantenedoras de los
servicios asistenciales, educativos, etcétera. Por este lado hay también
una especie de redistribución regresiva del ingreso.

Lo expuesto hasta aquí permite comprender por qué el Estado


latinoamericano posee un desarrollo histórico particular, en la medida
en que la acumulación de contradicciones de la “sociedad civil”
determina una correlativa acumulación de tareas “reguladoras” para la
instancia política, que en última instancia sólo puede asegurar la
reproducción ampliada del sistema recurriendo a una dosis extremada-
mente grande de autoritarismo.

En la fase actual, la implantación del capitalismo monopolista de


Estado tampoco podía llevarse a cabo de manera democrática, aunque
sólo fuese por el hecho de que la reorganización social que para ello
ha tenido que operarse ha implicado no una atenuación de las
contradicciones de clase, sino más bien su extrema exasperación.
Además, claro está, de que la trasnacionalización de los sectores de
punta de nuestras economías, y por lo tanto su modernización, no
supone un proceso de homogeneización de la sociedad latino-
americana toda, sino al contrario, la acentuación de su heterogeneidad.
Por más que en el curso de esta etapa se hayan creado algunos
eslabones relativamente fuertes, el área en su conjunto sigue siendo
un eslabón débil de la cadena imperialista.

Todo esto crea para América Latina una situación muy particular. De
una parte, enerva la aparente consistencia de los regímenes
totalitarios, que están lejos de lograr consolidar un real apoyo de
masas; superado el momento más duro de la represión, el movimiento
popular reaparece con vigor en la escena histórica, aunque no sin
dificultad de adaptación a las nuevas condiciones de lucha y a los
mismos perfiles de la estructura de clases que el desarrollo capitalista,
en muchos puntos impetuoso, ha forjado. De otra parte, los sectores
más “visionarios” de la clase dominante intentan “adelantarse” a los
acontecimientos y evitar “lo peor”, flexibilizando hasta donde les sea
posible sus autoritarias estructuras de dominación. Pero estas
estructuras tienen sus límites de elasticidad, en los que una política
como la de los “derechos humanos” de Carter o un anhelo como el
socialdemócrata, de trasplantar la dulce hegemonía burguesa del
«centro» hacia la “periferia”, chocan en general con la lógica implacable
de la acumulación de capital en estas áreas, donde el capitalismo no
puede desarrollarse de otra manera que sobre la base de condiciones
históricas ya dadas, imposibles de modificarse de la noche a la
mañana, a voluntad.
Se busca, de todas maneras, una fórmula de «democracia viable», que
sirva de válvula de escape de las contradicciones acumuladas, a la vez
que, por su parte, el movimiento popular trata de crear espacios
democráticos cada vez más amplios, a través de los cuales la lucha de
clases pueda abrirse campo. La cuestión de la democracia se pone de
esta suerte a la orden del día como encrucijada en la que se cruzan
muchos caminos, incluido el que conduce al socialismo. Porque la
historia, recordémoslo, hoy como antaño sigue avanzando por el “lado
malo”, es decir, por los eslabones débiles del sistema. La cadena
imperialista no se ha roto (ni se romperá próximamente) en Estados
Unidos o Alemania Federal, y ni siquiera en Francia o Italia, donde los
avances “teóricos” parecen ser el sucedáneo, antes que la expresión
de una transformación revolucionaria ad portas, sino que seguirá
rompiéndose en puntos comparables a Vietnam, Laos, Camboya,
Angola, Etiopía o Nicaragua.

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