La Princesa y El Dragon
La Princesa y El Dragon
La Princesa y El Dragon
Miguel Gane
Hace un par de días llegué hasta esta frase en Internet. No por cierta, ni por obvia, dejó
de llamarme la atención, y buscando una imagen que pudiera ilustrarla de manera
correcta, llegué hasta la que sirve de portada para el artículo que estáis empezando a leer.
Una vez uní frase e ilustración, escribí este cuento de La Princesa y del Dragón.
L A PRINCESA Y EL DRAGÓN
“ É
rase una vez un dragón alado que vivía en una tierra fría, húmeda y
oscura. Aquel dragón había decidido aislarse del resto de criaturas que allí
habitaban, y se pasaba los días volando y merodeando las aldeas. Durante
uno de sus vuelos de reconocimiento, le llamó la atención una princesa.
Aquella princesa era diferente a las demás porque tenía alas que le permitían
volar.
Tan distraído andaba el dragón, que durante todos esos días había olvidado
lo desgraciado que se sentía, el daño que había hecho a los demás dragones
durante toda su vida, y lo sólo que, a menudo, se sentía.
A los dos les empezaba a apetecer pasar más tiempo juntos, pero el dragón le
dijo a la princesa que si quería estar con él debía renunciar a su corona
puesto que los reyes de las comarcas cercanas no permitirían que una de las
princesas más bellas estuviera malgastando su tiempo con un dragón. Así que
la princesa no lo dudó ni un segundo, renunció a su corona y se fue a vivir a la
cueva del dragón.
A los pocos días, la oscuridad de aquella cueva y la fría humedad que en ella
se sentía, comenzó a devolverle al dragón todos esos malos recuerdos de su
vida anterior. Anterior a la princesa. El dragón volvía a sentirse sólo a pesar
de estar siempre con ella, a sentirse observado por el resto de dragones, a
pesar de ser el único que allí habitaba.
La princesa, que aún le quería, decidió un día ir a visitar a sus antiguos amigos
del reino. Extendió sus inmensas alas, y con aquellos movimientos que un día
hicieron que el dragón se enamorara de ella, voló y voló hasta que a casa de
su familia llegó.
Esto enojó tanto al dragón que montó en cólera, y escupió tanto fuego por su
boca que hizo arder la aldea más cercana. El dragón empezó a pensar que la
princesa pretendía abandonarle, así que se sentó en la entrada de la cueva
esperando a que ella regresara. Y cuando la princesa apareció, el dragón le
exigió no volver jamás al reino que la vio nacer. La princesa lloró y lloró
durante dos días, pero decidió hacer caso al dragón y prometió nunca más
volver.
Y así fue como aquel dragón imbécil las alas de su princesa cortó. Unas alas
que permitían aquel vuelo, que un día le enamoró.
Y así fue como aquella princesa imbécil que sus alas cortaran dejó. Unas alas
que le otorgaban libertad y personalidad, todo aquello a lo que por “amor”
renunció.