Cele Cuentos Adela

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 12

EL GIGANTE BONACHÓN

Había una vez una niña que se llamaba Sofía era muy curiosa pero muy tímida. Como no tenía
padres, vivía junto a otras niñas en un albergue. Le gustaba estar sola y no tenía muchos
amigos. Una noche, algo le llamó la atención. Esa noche Sofía no podía dormir, y se asomó a la
ventana. Entonces vio: Algo grande, muy grande...era un ¡gigante!

Al principio Sofía tuvo miedo. Pensó que el gigante le haría daño. Pero el gigante le trató desde
el principio con dulzura. Resultó ser un gigante bonachón.

El gigante le llevó hasta el mundo en donde vivía. Le enseñó todos los secretos sobre su país y
su gente. le contó por qué los gigantes tienen esas orejas tan grandes... ¿Quieres saberlo?
Chsss.... pero es un secreto: Los gigantes pueden oír gracias a sus enormes orejas... ¡todos los
secretos de las personas! Sí, los gigantes oyen sonidos que nadie puede escuchar. Escuchan los
pensamientos y son capaces de oír a los corazones hablar.

Los gigantes son capaces de volar, siempre que se toman Gasipum, una bebida especial.
Además, corren muy deprisa, gracias a sus larguísimas piernas.

El gigante bonachón no lee cuentos, sino sueños. Sus libros están escritos con sueños que
consiguen cazar al vuelo. Gracias a los sueños que lee el gigante Bonachón, Sofía duerme
tranquila y sin pesadillas, y por muy tontos que parezcan esos sueños, siempre funcionan. De
hecho, el gigante Bonachón narra los sueños sobre los libros, unos libros mágicos. Cuando
empieza a contarlos, ya no pueden parar.

Pero no pienses que todos los gigantes son así de buenos. En el país de los gigantes, también
hay malos. De hecho, uno de ellos quería hacer daño a Sofía y a todos los niños del planeta. El
gigante bonachón decidió hacerles frente, con ayuda de Sofía (incluidos los sueños atrapados
por el gigante bonachón) pudieron parar a los gigantes malos.

Desde entonces, y para evitar nuevos problemas, los gigantes decidieron esconderse en su
mundo. Pero yo sé una cosa que muchos no saben: de vez en cuando, dejan entrar a algún
niño, para contarles todos sus secretos. Que, además, son muchos.
LA ESTRELLA Y SUS NUEVOS AMIGOS
Hace mucho tiempo una estrella se cayó del cielo en medio de un bosque. El golpe fue
tremendo y en el acto empezó a nacerle un chichón muy rojo.Los animalitos que allí dormían
pronto se despertaron con el ruido. - ¿Qué ha pasado? -se preguntaban todos extrañados. -
Allí, en el medio del bosque, se ve una luz, pero la luz de las luciérnagas es más pequeñita -dijo
la señora Ardilla. La señora Zorra, el señor Búho, el abuelo Pájaro Carpintero, la señora
Comadreja y la señora Ardilla se acercaron al momento para averiguar qué había pasado. La
estrella al despertarse vio que muchos ojos la estaban observando.

- ¿Dónde estoy? ¿Quiénes son? - dijo extrañada la estrella.

- Somos los amigos del bosque y estás en nuestra casa - contestó la señora Comadreja.

- ¡Pero yo no puedo estar aquí!, debo colgar en el cielo junto a mi mamá la Luna y mis
hermanas las estrellas - explicó.

- ¡No te preocupes! nosotros te ayudaremos a subir al cielo - cantaron todos a la vez -, pero
primero te curaremos - añadió la señora Zorra.

Mientras celebraban una reunión bajo el viejo pino todos los animalitos del bosque, para ver
cómo podían subir a la estrella al cielo, la señora Ardilla vendó el chichón de la estrella con un
bonito lazo verde que había fabricado con las hojas de un haya.

Unos apuntaban a que el abuelo Pájaro Carpintero la subiera a su lomo y volara por encima de
los árboles, pero ya estaba viejo y sabía que no podría subir tan alto. Otros querían que la
señora Ardilla trepara con la estrella entre las ramas de los árboles más altos, pero temían que
ésta se volviera a golpear. Estuvieron horas pensando en posibles soluciones, pero nada
parecía funcionar. El señor Búho, que había estado todo el tiempo callado, finalmente se
atrevió a hablar: Estornudaremos todos a la vez y provocaremos que la tierra se mueva y así
expulsará hacia arriba a la estrella. Pero debemos estornudar muy fuerte, para que nuestro
resoplido la impulse muy alto.

Todos aplaudieron la idea y acordaron estornudar muy, pero muy fuerte, al contar hasta tres.

- Una, dos y tres -contó el señor Búho.

- ¡Achisssssssssssssssssssssssssssssssss! - estornudaron los animalitos del bosque.

La estrella saltó por los aires y subió al cielo junto a sus hermanas gracias a la ayuda de todos
sus nuevos amigos del bosque
EL NIÑO Y LOS CLAVOS
Había un niño que tenía muy mal carácter. Un
día, su padre le dio una bolsa con clavos y le
dijo que cada vez que perdiera la calma,
clavase un clavo en la cerca del patio de la
casa. El primer día, el niño clavó 37 clavos. Al
día siguiente, menos, y así el resto de los días.
Él pequeño se iba dando cuenta que era más
fácil controlar su genio y su mal carácter que
tener que clavar los clavos en la cerca.
Finalmente llegó el día en que el niño no
perdió la calma ni una sola vez y fue alegre a
contárselo a su padre. ¡Había conseguido,
finalmente, controlar su mal temperamento!
Su padre, muy contento y satisfecho, le sugirió
entonces que por cada día que controlase su
carácter, sacase un clavo de la cerca. Los días
pasaron y cuando el niño terminó de sacar todos los clavos fue a decírselo a su padre.

Entonces el padre llevó a su hijo de la mano


hasta la cerca y le dijo: – “Has trabajo duro para
clavar y quitar los clavos de esta cerca, pero
fíjate en todos los agujeros que quedaron.
Jamás será la misma. Lo que quiero decir es que
cuando dices o haces cosas con mal genio,
enfado y mal carácter dejas una cicatriz, como
estos agujeros en la cerca. Ya no importa que
pidas perdón. La herida siempre estará allí. Y
una herida física es igual que una herida verbal.
Los

amigos, así como los padres y toda la familia,


son verdaderas joyas a quienes hay que valorar.
Ellos te sonríen y te animan a mejorar. Te
escuchan, comparten una palabra de aliento y
siempre tienen su corazón abierto para
recibirte”. Las palabras de su padre, así como la
experiencia vivida con los clavos, hicieron con que el niño reflexionase sobre las consecuencias
de su carácter. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
LA CARRERA DE
ZAPATILLAS
Había llegado por fin el gran día.
Todos los animales del
bosque se levantaron temprano
porque ¡era el día de la gran
carrera de zapatillas! A las
nueve ya estaban todos
reunidos junto al lago. También
estaba la jirafa, la más alta y
hermosa del bosque. Pero era
tan presumida que no quería
ser amiga de los demás animales, así que comenzó a burlarse de sus amigos: – Ja, ja, ja, ja, se
reía de la tortuga que era tan bajita y tan lenta. – Jo, jo, jo, jo, se reía del rinoceronte que era
tan gordo. – Je, je, je, je, se reía del elefante por su trompa tan larga. Y entonces, llegó la hora
de la largada. El zorro llevaba unas zapatillas a rayas amarillas y rojas. La cebra, unas rosadas con
moños muy grandes. El mono llevaba unas zapatillas verdes con lunares anaranjados. La tortuga
se puso unas zapatillas blancas como las nubes. Y cuando estaban a punto de comenzar la
carrera, la jirafa se puso a llorar desesperada.
Es que era tan alta, que ¡no podía atarse los
cordones de sus zapatillas! – “Ahhh, ahhhh,
¡qué alguien me ayude!” – gritó la jirafa. Y todos
los animales se quedaron mirándola

El zorro fue a hablar con ella y le dijo: – “Tú te


reías de los demás animales porque eran
diferentes. Es cierto, todos somos diferentes,
pero todos tenemos algo bueno y todos
podemos ser amigos y ayudarnos cuando lo
necesitemos”. Entonces la jirafa pidió perdón a
todos por haberse reído de ellos. Pronto
vinieron las hormigas, que treparon por sus
zapatillas para atarle los cordones. Finalmente,
se pusieron todos los animales en la línea de
partida. En sus marcas, preparados, listos, ¡YA!
Cuando terminó la carrera, todos festejaron porque habían ganado una nueva amiga que
además había aprendido lo que significaba la amistad.
UN CONEJO EN LA VÍA.
Daniel se divertía dentro del coche con
su hermano menor, Carlos. Iban de
paseo con sus padres al Lago Rosado.
Allí irían a nadar en sus tibias aguas y
elevarían sus nuevas cometas. Sería un
paseo inolvidable. De pronto el coche se
detuvo con un brusco frenazo. Daniel
oyó a su padre exclamar con voz ronca:
– “¡Oh, ¡mi Dios, lo he atropellado!” –
“¿A quién, a quién?”, le preguntó
Daniel. – “No se preocupen”, respondió su padre-. “No es nada”. El auto inició su marcha de
nuevo y la madre de los chicos encendió la radio, empezó a sonar una canción de moda en los
altavoces. – “Cantemos esta canción”, dijo mirando a los niños en el asiento de atrás.

La mamá comenzó a tararear una canción. Sin embargo, Daniel miró por la ventana trasera y vio
tendido sobre la carretera a un conejo. – “Para el coche papi”, gritó Daniel. “Por favor, detente”.
– “¿Para qué?”, respondió su padre. – “¡El conejo se ha quedado tendido en la carretera!” –
“Dejémoslo”, dijo la madre. “Es solo un animal”. – “No, no, detente. Debemos recogerlo y
llevarlo al hospital de animales”. Los dos niños
estaban muy preocupados y tristes. – “Bueno,
está bien”- dijo el padre dándose cuenta de su
error. Y dando la vuelta recogieron al conejo
herido. Sin embargo, al reiniciar su viaje una
patrulla de la policía les detuvo en el camino
para alertarles sobre que una gran roca había
caído en el

camino y que había cerrado el paso.

Entonces decidieron ayudar a los policías a


retirar la roca. Gracias a la solidaridad de
todos pudieron dejar el camino libre y llegar a
tiempo al veterinario, donde curaron la pata al
conejo. Los papás de Daniel y Carlos
aceptaron a llevarlo a su casa hasta que se
curara. Y unas semanas más tarde toda la
familia fue a dejar al conejito de nuevo en el
bosque. Carlos y Daniel le dijeron adiós con
pena, pero sabiendo que sería más feliz estando en libertad.
LA SEPULTURA DEL LOBO
Hubo una vez un lobo muy rico pero
muy avaro. Nunca dio ni un poco de lo
mucho que le sobraba. Sin embargo,
cuando se hizo viejo, empezó a pensar
en su propia vida, sentado en la puerta
de su casa. Un burrito que pasaba por
allí le preguntó: “¿Podrías prestarme
cuatro medidas de trigo, vecino?”. “Te
daré ocho, si prometes velar por mi
sepulcro en las tres noches siguientes
a mi entierro”. “Está bien”, dijo el
burrito. A los pocos días el lobo murió
y el burrito fue a velar su sepultura.
Durante la tercera noche se le unió el
pato que no tenía casa. Y juntos
estaban cuando, en medio de una
espantosa ráfaga de viento, llego el aguilucho y les dijo: “Si me dejáis apoderarme del lobo os
daré una bolsa de oro”. “Será suficiente si llenas una de mis botas”, le dijo el pato, que era muy
astuto.

El aguilucho se marchó para regresar enseguida con un gran saco de oro, que empezó a volcar
sobre la bota que el sagaz pato había colocado sobre una fosa. Como no tenía suela y la fosa
estaba vacía no acababa de llenarse. El aguilucho decidió ir entonces en busca de todo el oro del
mundo. Y cuando intentaba cruzar un precipicio con cien bolsas colgando de su pico, cayó sin
remedio. “Amigo burrito, ya somos ricos”, dije el pato. “La maldad del aguilucho nos ha
beneficiado. Y ahora nosotros y todos los pobres de la ciudad con los que compartiremos el oro
nunca más pasaremos necesidades”, dijo el borrico. Así hicieron y las personas del pueblo se
convirtieron en las más ricas del mundo.
LA RATITA BLANCA
El hada soberana de las cumbres invitó un día a
todas las hadas de las nieves a una fiesta en su
palacio. Todas acudieron envueltas en sus
capas de armiño y guiando sus carrozas de
escarcha. Sin embargo, una de ellas, Alba, al oír
llorar a unos niños que vivían en una solitaria
cabaña, se detuvo en el camino. El hada entró
en la pobre casa y encendió la chimenea. Los
niños, calentándose junto a las llamas, le
contaron que sus padres hablan ido a trabajar a
la ciudad y mientras tanto, se morían de frío y
miedo. –“Me quedaré con vosotros hasta que
vuestros padres regresen”, prometió. Y así lo
hizo, pero a la hora de marcharse, nerviosa por el castigo que podía imponerle su soberana por
la tardanza, olvidó la varita mágica en el interior de la cabaña.

El hada de las cumbres miró con enojo a Alba. “¿No solo te presentas tarde, sino que además lo
haces sin tu varita? ¡Mereces un buen castigo!” Las demás hadas defendieron a su compañera
en desgracia. –“Sabemos que Alba no ha llegado temprano y ha olvidado su varita. Ha faltado,
sí, pero por su buen corazón, el castigo no puede ser eterno. Te pedimos que el castigo solo dure
cien años, durante los cuales vagara por el mundo convertida en una ratita blanca”. Así que, si
veis por casualidad a una ratita muy linda y de blancura deslumbrante, sabed que es Alba,
nuestra hadita, que todavía no ha cumplido su castigo.
SECRETO A VOCES
Gretel, la hija del Alcalde, era muy
curiosa. Quería saberlo todo, pero
no sabía guardar un secreto. –“¿Qué
hablabas con el Gobernador?”, le
preguntó a su padre, después de
intentar escuchar una larga
conversación entre los dos hombres.
–“Estábamos hablando sobre el gran
reloj que mañana, a las doce, vamos
a colocar en el Ayuntamiento. Pero
es un secreto y no debes divulgarlo”.
Gretel prometió callar, pero a las
doce del día siguiente estaba en la plaza con todas sus
compañeras de la escuela para ver cómo colocaban el reloj en el
ayuntamiento. Sin embargo, grande fue su sorpresa al ver que tal
reloj no existía. El Alcalde quiso dar una lección a su hija y en
verdad fue dura, pues las niñas del pueblo estuvieron mofándose
de ella durante varios años. Eso sí, le sirvió para saber callar a
tiempo.

También podría gustarte