La Mercantilización de La Vida Íntima PDF
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La Mercantilización de La Vida Íntima PDF
de la vida intima
De la misma autora
© Katz Editores
Charlone 216
C1427BXF-Buenos Aires
Fernán González, 59 Bajo A
28009 Madrid
www.katzeditores.com
9 Agradecimientos
li Introducción. Las dos caras de una idea
P R IM E R A PARTE
U N A C U LT U R A D E D ESIN V ER SIÓ N PSÍQ U IC A
SEG U N D A PARTE
U N YO IM BU ÍDO d e s e n t i m i e n t o s
111 5. La capacidad de sentir
12.9 6. La elaboración dei sentimiento
155 7. La economia de la gratitud
177 8. Dos maneras de ver el amor
189 9. Los caminos dei sentimiento
T E R C E R A PARTE
Q UINTA PARTE
P E R SO N A LM E N T E H A B L A N D O ..,
325 17. En el reloj de las carreras laborales masculinas
365 Bibliografia
Para Ilse Jawetz
Agradecimientos
dedor” “ de” “ tantas” “palabras” “ hacen” “que” “el” “ensayo” “ se” “vea” “ raro”.
Las comillas -senaló mi marido con gran tin o - son una manera de expre-
sar reservas en relación con el uso de una palabra, y necesitamos una buena
razón para incluirias. Así, las pocas comillas de este libro que han resis
tido las rojas marcas inclinadas con que Adam indicaba su eliminación
debieron presentar un alegato extremadamente sólido en el tribunal dei
escritor a fin de defender su derecho a la permanência. Yo “ le” “ agradezco”
“ por” “ su” “ buen” “consejo”, y le envio mi amor sin comillas.
Introducción
Las dos caras de una idea
Dice la sabiduría popular que quien recorra sin brújula un largo trecho
de espesura virará gradualmente hacia el costado, andará en círculos y
terminará en el mismo lugar desde donde partió. Guando extendi estos
ensayos por primera vez sobre la alfombra azul de mi estúdio, desde el que
pensaba incluir en primer lugar hasta el que acababa de redactar, había tra-
zado ese círculo. En su centro está la idea de que el amor y el cuidado, los
verdaderos cimientos de cualquier vida social, hoy suscitan gran descon-
cierto en los Estados Unidos. Cuidam os a otras personas, p e ro ... £por
qué lo hacemos? ^Nos motiva el deseo personal o la obligación? una
mezcla de ambos? ^Están esos motivos ligados a la familia, o algo por el
estilo? i A la amistad, o algo por el estilo? ;N os motiva el orgullo cívico, la
devoción a Dios, la dignidad profesional o el deseo de ganar dinero? Por
otra parte, $qué ocurre cuando cambian las instituciones donde se afirman
esos lazos? Por ejemplo, cuando se aligeran o cambian los lazos familiares
en los Estados Unidos, el Estado retira su apoyo a los pobres, las empresas
recortan los benefícios y reducen la seguridad laborai o se expande el sec
tor económico de las personas y las instituciones que brindan cuidados
con la inclusion de trabajadores provenientes de todo el globo, ^qué enre
dos, desconexiones y sorpresas -e n apariencia inconexos- surgen en las
expresiones diarias de amor y cuidado y en nuestros sentimientos rela
cionados con esas expresiones? Cuando una ninera tailandesa que trabaja
en Redwood City, California, me dice que quiere más a los ninos estadou-
nidenses a su cuidado que a los hijos que dejó en Tailandia, ^debo encon
trar alii el ejemplo de un país rico que “extrae” de un país pobre el valioso
metal del amor? Y si así fuera, ^con qué lazos sociales de amor y cuidado
cuentan los hijos de esa ninera?
Emoción, género, familia, capitalismo, globalización: ésos son los temas.
Pero invito al lector a que utilice todas las ideas incluidas en ellos para dilu-
12 | LA M E R C A N T I L I Z A C I Ó N DE LA V I D A Í N T I M A
cidar qué cosas influyen en el destino dei amor y dei cuidado. He ahí la pre-
gunta que ocupa el centro dei círculo.
A lo largo de los últimos veinte anos hemos presenciado el ensancha-
miento de un vacío en torno dei cuidado. Los sistemas informales de cui
dado familiar se han vuelto más ffágiles, inciertos y fragmentários, en tanto
que las nuevas formas institucionales no se han implementado de manera
universal ni son uniformemente humanitarias. También la estructura gene
ral de la sociedad estadounidense es ahora menos cuidadosa: se ha pro-
fundizado la brecha entre las clases sociales, y las grandes corporaciones
emplean y despiden trabajadores obedeciendo cada vez más a la demanda
dei mercado.
Todo ello ha alterado la naturaleza dei âmbito público al que las mujeres
estadounidenses ingresaron en enormes cantidades durante el m encio
nado período. En el ano 1900, menos de un quinto de las mujeres esta
dounidenses casadas trabajaban por un salario; en 1950 lo hacía aproxi
madamente el 40 por ciento, y en el ano 2000, cerca dei 70 por dento.1 En
efecto, esté o no presente el marido, seis de cada diez mujeres con hijos de
2 anos y más de la mitad de las mujeres con hijos de 1 ano trabajan fuera
dei hogar, y hoy en día también trabajan las abuelas, las tias y las vecinas a
quienes una mujer podría haber acudido en busca de ayuda para cuidar
a sus hijos. Lejos de reducir su horário de trabajo, los padres lo han exten-
dido, en tanto que el índice creciente de divorcios ha llevado a que muchos
padres dejen todo el cuidado de sus hijos en manos de sus ex esposas. Como
consecuencia de este proceso hay menos colaboradores en el hogar, en tanto
que mucha gente no encuentra o no puede pagar personal que cuide bien
a sus hijos. Ni el gobierno ni las corporaciones privadas se disponen a cubrir
este vacío; por el contrario, en los últimos anos tanto el Estado como el ca
pitalismo han dado un paso atrás al abandonar compromisos anteriores
(el Estado lo ha hecho mediante la reforma de la asistencia social; el capi
talismo, con la pérdida creciente de la seguridad en el trabajo). Ambos han
devuelto la pelota dei cuidado al âmbito privado dei hogar, donde que-
dan pocos que puedan atajarla. Al parecer, tanto en el âmbito privado como
en el público, “papá ya no pasa alimentos”.12
Estas noticias no son nada buenas. Es innegable que los ninos y los an-
cianos estadounidenses estaban mucho peor en 1690,1890 y 1930, pero quie-
nes defienden el argumento según el cual “antes era peor” suelen hacerlo
en el espíritu de preparamos emocionalmente para aceptar las malas noti
cias dei mundo actual. Lejos estoy yo de querer hacer tal cosa: no necesi-
tamos im aginar un pasado irrealmente idílico para reconocer el vacío
que se ha abierto actualmente en torno dei cuidado como lo que verda-
deramente es: un vacío en torno dei cuidado.
Y este vacío ha tenido consecuencias curiosas. Por un lado, el cuidado
de ninos y ancianos parece haber descendido de categoria en cuanto a los
honores y la recompensa monetaria, y se ha transformado en un trabajo
dei que es preciso salir o que debe dejarse vacante para quienes no logran
conseguir un empleo mejor. Por otro lado, la tarea ha adquirido mayor
importância ideológica, como parte de un vehemente y confuso intento de
crear una familia y una nación más cálidas y gentiles. El “cuidado” se ha
ido al cielo en el terreno ideológico, pero en la práctica se ha ido al infierno.
En efecto, a pesar de la escalada que se produjo en la retórica pública dei
cuidado, cada vez nos planteamos más preguntas angustiantes en torno de
sus realidades prácticas. Algunas preguntas atanen a la ayuda informal ofre-
cida por la familia y los amigos. ^Quién es el “papá real” en la vida de un
nino, el padre o el padrastro? ^Los abuelos principales son los padres del
ex marido, o el nino recurre ahora a los padres dei nuevo marido? Si un
padre cumple extensos horários de trabajo, ^cómo comparte el cuidado de
su madre anciana con sus hermanos, su esposa y el asistente domiciliário?
^Un nino de 12 anos debe quedar al cuidado de un vecino, o ya tiene edad
suficiente para quedarse solo en casa hasta que sus padres regresen dei
trabajo? Dadas las nuevas presiones laborales, ^cuándo pueden regresar al
hogar los padres y las madres que trabajan?
Cuando reemplazamos el cuidado familiar por cuidado pago, ^qué pode
mos hacer para que éste funcione bien desde el punto de vista humano? A
medida que la familia “ artesanal” se transforma en una familia postindus-
trial, las tareas que antes se llevaban a cabo en el interior dei núcleo fam i
liar se confian cada vez más a especialistas externos: cuidadores de ninos
y de personas mayores, enfermeros, profesores de colonias de vacaciones,
psicólogos y, entre los más ricos, choferes, ensambladores de álbumes fami
liares y animadores de fiestas de cumpleanos. Cada vez producimos menos
cuidado familiar y cada vez lo consumimos más. En efecto, cada vez es más
común que “ cuidemos” mediante la adquisición dei servicio o el objeto
apropiados.
En tanto que muchas formas de cuidado pago constituyen grandes ade-
lantos en relación con el cuidado informal de ayer, el servicio de cuidado
pago plantea cuestiones acuciantes. ^No nos molesta la posibilidad de
que el bebé le diga su primera palabra a la ninera y que la abuela diga la
última cuando está con el enfermero domiciliário? ^Cómo reconciliamos
el asom bro reverenciai que nos producen esos mom entos con la vida
moderna, sus exigências laborales, su igualdad de los sexos y su particular
estructuración dei honor? He ahí la cuestión primordial.
Muchos de los ensayos que integran el presente libro apuntan a captar
y magnificar momentos dei círculo que rodea esta cuestión. Un nino escu-
cha que su padre o su madre contrata una ninera por teléfono. Un hom-
bre pretende que su esposa se muestre más agradecida porque él se ha ocu
pado de lavar la ropa. Un libro de autoayuda le aconseja a esa mujer que
deje a su marido. Los momentos de la vida privada en que se producen
conflictos o confusiones respecto dei cuidado suelen guardar relación directa
con presiones contradictorias que ejerce la sociedad en general. A veces,
dichas presiones se originan en un lugar y se manifiestan en otro, como
ocurre con el llamado “ dolor reflejo”. Así como un dolor de pierna puede
originarse en una hérnia de disco lumbar, es posible que un vínculo dolo
rosamente resentido entre padres e hijos sea consecuencia de una acelera-
ción corporativa o una racionalización gubernamental. En nuestros momen
tos de desapego y descuido, cada vez sentimos más el dolor reflejo dei
capitalismo global que avanza sin que nada lo detenga.
L A E S F E R A PERSO N A L
sensación de goce, diría que tuvo lugar durante esas noches en casa de los
Thompson. Pero fue la convivência con mi triste, meditativa e inteligente
madre lo que me llevó a descubrir que los sentimientos, además de expe-
rimentarse, pueden ser objeto de reflexión.
M i madre miraba el mundo con ojos melancólicos y sombrios, pero
esa mirada, a su vez, le permitia atravesar las defensas psíquicas de los demás
y predecir acontecimientos con estremecedora precisión. Los científicos
sociales positivistas cuyas dudosas predicciones yo estudiaría solemne-
mente en la universidad habrían vendido toda la objetividad de su alma
con tal de embotellar semejante magia. M i madre percibía que m i abuela
estaba a punto de caer enferma, que mi tía era capaz de incendiar su pro-
pia casa, que nuestro pacífico perro pronto mordería a alguien. Leia las
emociones como los médicos leen radiografias. M i padre, mi hermano y
yo escuchábamos respetuosamente sus oscuros pálpitos, porque solían
tener algo de cierto. Mi hermano mayor y yo peleábamos sin cesar; mi padre
tenía sus preocupaciones y mis otros parientes vivían muy lejos, así que
mamá era mi centro, mi fuente de calor y m i principal interés. Todo anda
ria bien, pensaba yo, si tan sólo pudiera usar mi propia magia para desci-
frar y alegrar a mi madre. Y ésas pasaron a ser mis dos misiones.
Podia alegraria un poco, pero desciffarla era más difícil. Sabia que mi
madre amaba a mi padre, y que él la amaba mucho también. Los oía reír
juntos y bromear entre ellos, y en esos momentos percibía que tenían una
conexión sensual. Fue así que, de pequena, llegué a la conclusión de que mi
madre no estaba triste a causa de su marido, sino a causa de su propia con-
dición de madre. La psicoanalista alemana Christa Rohde-Dachser habla de
la “ solución depresiva femenina” : la renuncia de una mujer a sus propias
necesidades con el propósito de centrarse exclusivamente en las necesida-
des urgentes de los demás. Rhode-Dachser une esas dos palabras de impro-
bable compatibilidad - “solución” y “depresiva”- para proponer la fascinante
idea de que un problema puede ser la solución de otro. Pero cuando yo era
pequena, la depresión de mi madre no parecia una “ solución”, sino un vacío.
Entretanto, armado de confianza, claridad, ambición y alegria, mi padre
salía diariamente para dirigirse a un empleo de oficina que yo imaginaba
serio, interesante e importante. En una etapa temprana de mi vida desa-
rrollé la idea simple y errónea de que quedarse en casa a cuidar ninos era
algo triste, e ir a trabajar, algo alegre. Cada una de esas acciones tenía su
propio clima emocional. Si mi madre hubiera ejercido una profesión, razo-
naba yo, habría sido tan feliz como mi padre. Y lo mismo ocurriría con-
migo. Así, en tanto que de pequena me preparaba para la maternidad vis-
tiendo y desvistiendo una y otra vez a Yonny, una gran muneca de goma
INTRODUCCIÓN | YJ
hacen entre un diez y un doce por ciento más de llamadas de larga dis
tancia a familiares y amigos, envían al menos el triple de tarjetas de
felicitaciones y regalos, y escriben el triple o el cuádruple de cartas per-
sonales. Las mujeres pasan más tiempo visitando amigos, aun cuando
el trabajo de tiempo completo borre esta diferencia de género al recor
tar para ambos sexos el tiempo que pueden dedicar a los amigos [...].
Incluso en la adolescência [... ] las mujeres son más propensas a expre-
sar un sentido de preocupación y responsabilidad por el bienestar de los
demás haciendo trabajo voluntário con mayor regularidad. Aunque las
chicas y los chicos de los anos noventa usaron computadoras casi con
la m ism a ffecuencia, los chicos fueron más propensos a usarias para
jugar, y las chicas para mandar correos electrónicos a los amigos.
Pero el cuidado de otras personas cada vez se asocia más con la sensación
de “atascamiento”, de quedarse fuera dei espectáculo principal. Cuando a
mediados dei siglo x ix los hombres se involucraron en la vida mercantil y
las mujeres permanecieron fuera de ella, las amas de casa opusieron un
INTRODUCCIÓN I 21
Las mujeres trabajadoras eran casi dos veces más propensas a comprar libros sobre
superación personal, motivación, amor y relaciones que las mujeres que no
trabajaban. Las mujeres que trabajaban y las que no lo hacían eran igualmente
propensas a comprar libros sobre estrés y ansiedad (véanse Starker, 1989; Radway,
1984; Long, 1986). Simonds (1992: cap. 1) entrevisto a treinta lectores, blancos en
su mayoría, empleados, de clase media en ingresos y en educación, dos tercios de
ellos solteros o divorciados. Todos los libros más vendidos se centraban en el
amor heterosexual; nos faltan datos sobre la orientación sexual de los lectores
y no contamos con suficiente investigación sobre los libros de autoayuda dirigidos
a gays y lesbianas. Sobre la lectura de las “ hojas dei té cultural” de los libros de
autoayuda, véanse Elias, 1978; Giddens, 1991; Simonds, 1992.
3 En su clásica obra La distinción: critérios y bases sociales dei gusto, Pierre Bourdieu
habla de “agentes gijtvjçales” o intermediários culturales que, lejos de transmitir
pasivamentejavultúra; la configuran activamente. Los autoresdêTibrõs~3e
ãutoayuda son “ intermediários cuÍturales”.(Ta mayoría de los autores que estudié
eran mujeres, y entre sus profesiones predominaban las de psicóloga, consejera o
escritora.) Bourdieu aplica a la cultura una metáfora de raiz económica - “capital
cultural”- , con lo cual sugiere que la cultura es algo que tenemos o no tenemos,
como los modales para comer, el talento de la conversación y la confianza en uno
mismo. Por mi parte, uso el término “cultura” para referirme a un conjunto de
prácticas y creencias que mantenemos, practicamos y, en parte, somos.
28 | LA M E R C A N T I L I Z A C I Ó N DE LA V I D A Í N T I M A
E L EN FR IA M IEN T O C U LT U R A L: T E N D Ê N C IA S
Y C O N T R A T EN D EN C IA S
baso cálculos numéricos aproximados -es decir, libros que lei pero que no
estudié- se cuentan libros de consejos para mujeres menos vendidos y libros
de consejos para hombres.
La lista original incluye un “núcleo” de libros de consejos propiamente dichos,
que siguen el modelo de la psicoterapia o de un estúdio sociológico basado en
entrevistas. Entre los ejemplos de este tipo se cuenta Cuando el amor es odio:
hombres que odian a las mujeres y mujeres que siguen amándolos (1987), de Susan
Forward y Joan Torres. Adoptando las metáforas de “enfermedad” y “curación”,
que la psiquiatria, a su vez, tomó de la medicina, estos libros de consejos cuentan
historias relacionadas con los sintomas emocionales y las curas de los pacientes.
Otros libros citan e interpretan cientos de entrevistas e informan sobre los
“resultados”.
La lista también incluye un segundo tipo de libro, que se centra en prácticas
sociales -la vestimenta, los buenos modales- con escaso análisis de las ideas o
motivos subyacentes que las animan. Como ejemplo de este tipo podría
mencionarse Miss M anners’ Guide to rearing perfect children (1984), de Judith
Martin, o The best o f D earAbby (1981), de Abigail Van Buren. Un tercer grupo de
libros, más diverso, incluye las autobiografias, el humor y las crónicas. Entre ellos
se cuentan A m ory matrimonio (1989), de Bill Cosby, The grass is always greener on
the septic tank (1976), de Erma Bombeck, y Ourselves and our children (1978),
del Boston Women’s Health Book Collective [Colectivo de Salud de Mujeres de
Boston]. (Si se desea consultar comparaciones interculturales, véanse Brinkgreve,
1982; Brinkgreve y Korzec, 1979; Elias, 1978; Wouters, 1987.)
Aunque centro la atención en los libros publicados entre 1970 y 1990, una
mirada hacia fines del siglo x ix y princípios del x x revela tres tipos de libros, dos
de los cuales se reflejan en la colección 1970-1990. Los tres tipos son los
tradicionales, los de “tradición para modernos” y los modernos. Por “tradición
para modernos” me refiero a los libros de consejos que implementan una
curiosa mezcla entre la creencia en la dominación masculina y una apelación
a objetivos modernos (“ incremento del poder femenino” ) y/o una evocación de
dilemas modernos. Los libros de consejos modernos, tal como defino aqui esta
denominación, abogan por la igualdad entre los sexos. Si se desea consultar un
estúdio de los libros de consejos decimonónicos, véase Ehrenreich y English, 1978.
Como ejemplo de libro “puramente” tradicional de consejos puede mencionarse
Thoughts o f busy girls (1892), de Grace Dodge, donde se explica el valor de la
modéstia, la pureza, el altruísmo, la dedicación y la capacidad para la reforma
moral sin apelar al “empoderamiento”, la libertad o la igualdad, y sin hacer
referencia al miedo al abandono que puede sentir una mujer casada.
30 I LA M E R C A N T I L I Z A C I Ó N DE LA V I D A I N T I M A
C O R EO G R A FÍA E N E L U M B R A L
De La mujer total:
Si tu marido regresa a casa a las 6:00, bánate a las 5:00. A fin de prepa-
rarte para tu cita de las seis en punto, recuéstate y deja que se vayan las
tensiones dei día. Piensa en ese hombre especial que va camino a casa
para estar contigo. [...]. En lugar de obligarlo a jugar a las escondidas
cuando llega cansado al hogar, ve a recibirlo a la puerta. Haz que su regreso
sea un momento feliz. Correr bailando hacia la puerta envuelta en una
nube de colonia y cosméticos es una manera extraordinária de apunta-
lar la confianza. No sólo podrás responder a sus avances: los desearás
[...]. En una oportunidad, a modo de experimento, me puse un baby-
doll rosado y botas blancas después de mi bano de burbujas. Debo admi
tir que me veia un poco tonta, y me sentia más tonta aun. Cuando esa
noche abrí la puerta para saludar a Charlie, su reacción me tomó por
sorpresa. M i tranquilo, circunspecto y juicioso marido me miró, dejó
caer su portafolio en el umbral y me corrió por el comedor, dando vuel-
tas alrededor de la mesa. Cuando me atrapó ya nos moríamos de risa y
habíamos quedado sin aliento, inmersos en una vieja sensación de
romance [...]. Nuestras hijitas se apretaban contra la pared y reían encan
tadas ante nuestra travesura. Pasamos una maravillosa velada juntos, y
Charlie olvido mencionar los problemas dei día (Morgan, 1973:114-115).
sión marital y familiar: ella cae sin aliento, pero no en los brazos de un
amante sino en los de su marido, y sus dos hijitas están cerca, apretándose
contra la pared y riendo encantadas. La excitación sexual es marital y la
diversión marital incluye a los ninos.
Además dei marido y las hijas de Morgan, en la fantasia está presente
una comunidad de mujeres que también se esfuerzan por cuidar sus matri
mônios. Luego de aplicar una estratégia especial en el hogar, nos dice M or
gan, las mujeres que integran la clase de la “ Mujer total” suelen llamarse
por teléfono para ver cómo resultó. La comunidad de esposas cristianas
se extiende de familia a familia, en exacta oposición al movimiento femi
nista, y cada una de ellas “mira el espectáculo” que se desarrolla en el hogar
de las demás.
El gran momento de Marabel Morgan no ocurre naturalmente, como
cuando nos sobrecoge un magnífico arco iris o una soberbia puesta de sol.
Se trata de un acto córeográfico bien planificado, que dista mucho de la
espontaneidad. A veces, en lugar de ponerse un baby-doll rosa, Marabel se
viste de Caperucita o de pirata, o abre la puerta totalmente desnuda y envuelta
en celofán. Su momento magnificado no es una instancia de autorrealiza-
ción o de comunicación reveladora, no es el “cenit” de un súbito arrebato
de honestidad con uno mismo o de una comunicación íntima. El acto y la
respuesta complacida constituyen en sí una forma de comunicación pre-
moderna y estilizada: Marabel se pone su baby-doll; Charlie advierte que
ella desea complacerlo; él se siente complacido; ella recibe el placer de su
marido; la pareja se ha comunicado. Ése es el punto culminante. A l mismo
tiempo, y paradójicamente, el acto de Morgan se duplica para funcionar
como escudo contra la comunicación íntima. La autora (ibid.: 123) reco-
mienda a sus lectoras que tomen desprevenido a su cónyuge con las sor-
presas en el umbral. Ya busque complacer a Charlie o salirse con la suya
mediante artimanas femeninas, ya se inspire en la Biblia o en Hollywood,
Marabel Morgan se relaciona con su marido a la antigua.
En el fondo, el baby-doll rosa, las tareas y los exámenes de la “ Mujer total”
se proponen como una solución cristiana fundamentalista al peligro de
desintegración que corren los matrimônios, tendencia que cobraba rápido
impulso en la época en que escribía Morgan, es decir, durante las décadas
de 1960 y 1970. A lo largo de todo el libro resuena el latido dei divorcio. Al
referirse a una mujer que no había logrado adaptarse al deseo de viajar que
sentia su marido, Morgan (ibid.: 89) nos previene:
Así, a las mujeres amigables que navegan en el mismo barco se les suman
rivales anónimas capaces de reemplazar a la esposa en un m atrim onio
que se marchita. El espíritu de esas rivales femeninas se hace presente en
el momento magnificado de La mujer total.
Hay otra relación social que corresponde agregar a la escena: la rela-
ción entre la autora y la lectora. El tono de voz que evoca una conversación
entre vecinas, el estilo abierto y coloquial con que Morgan cuenta su anéc-
dota, constituyen en sí mismos un mensaje. La autora no se dirige a la
lectora como el sacerdote al feligrés o el terapeuta al paciente, sino que le
habla de amiga a amiga. No ofrece una irrefutable sabiduría de siglos que
indique cuál es la “manera correcta” de proceder en una situación dada,
sino que sus consejos son personales. Desde el punto de vista cultural, es
como si dijera: “ Tú y yo tenemos que cuidam os solas; esto es lo que hice
yo. ^Por qué no lo pruebas?”. Curiosamente, otras autoras estadouniden-
ses “ tradicionales para modernas” también eluden la voz de la autoridad
para emplear la voz de una amiga. “ Salvar tu matrimonio, o la manera en
que lo salves, depende de ti” -parecen decir-. “ Te deseo suerte.”
En contraste con su mejor momento, casi todos los peores momentos
de Morgan se originan en la discórdia que resulta de desafiar la autoridad
de su marido. En una oportunidad, luego de que el marido la criticara
por estar “ m uy tensa”, M organ (1973: 11-12) atravesó el siguiente mal
momento:
A l otro día preparé una rica cena y me propuse comportarme como una
esposa dulce. Sin embargo, las cosas no salieron como yo deseaba. Mien-
tras comíamos el puré, Charlie anuncio en tono casual que la noche
siguiente saldríamos con unos socios de la empresa. “ jOh, no, no pode
mos!” -exclam é inadvertidamente y sin ninguna m alicia-, y luego pro
cedí a contarle los planes que ya había hecho. M i marido me dirigió
una horrible mirada pétrea. Yo me preparé para lo que venía. En tono
glacial y con obvio control de sí mismo, Charlie me interpelo: “ ^Por
qué desafias todas mis decisiones?”.
Caminé sola, envuelta en la bruma que pende sobre la cumbre dei Sainte
Victoire, y anduve por la cresta dei Pilon de Roi tratando de resistir un
viento feroz que me arranco la boina y la arrastró en remolinos valle
abajo [...]. Cuando trepaba por rocas y montarias o me deslizaba por
los pedregales, me las ingeniaba para encontrar atajos, de manera tal que
cada expedición era en si misma una obra de arte.
Estoy en cama con una fuerte gripe; me he quedado sola en el tercer piso
de nuestra casa para no contagiar a los demás. La habitación se ve grande,
fria y - a medida que pasan las horas- extranamente inhóspita. Comienzo
a recordarme de nina: pequena, indefensa, vulnerable. Cuando cae la
noche ya me siento totalmente abatida, más enferma de angustia que de
gripe. “ iQué hago aqui, tan sola, tan desapegada, ta n ... a la deriva?”,
me pregunto. Qué extrano es sentir este trastorno, estar aislada de mi
familia, de mi vida rebosante de ocupaciones y de exigências... desvin
culada. Más que el aire y la energia, más que la vida misma, deseo estar
inmersa en la seguridad, la calidez, los cuidados (Dowling, 1981: 21).
Ahora bien, ^hay otro conjunto de creencias que haya saltado alguna
otra cerca? ^Acaso el feminismo -sistem a de creencias más m arginal- está
escapando de la jaula de los movimientos sociales para apuntalar un espí-
ritu mercantil de la vida íntima? El feminismo que representan, por ejem-
plo, Charlotte Gilman o Lucretia Mott, o la segunda ola de feministas de
mediados de los anos setenta, cuyo pensamiento se refleja en el best seller
de autoayuda Our bodies, ourselves, ha “escapado de la jaula” para refugiarse
en el ruedo dei mercado. A l igual que Calvino, las fundadoras dei fem i
nismo se habrían preocupado si hubieran imaginado las tendências cul-
turales que se entretejerían alrededor de sus ideales básicos. “ La igualdad
está bien -habrían dicho quizá si vivieran hoy en d ía- pero no tenemos
por qué perm itir que lo peor de la cultura capitalista establezca la base
cultural de ese logro.” “ La autonomia está bien -podrían decir- pero no
tenemos por qué llevarla al extremo de la cowgirl.”
La analogia, entonces, es la siguiente: el feminismo es al espíritu mer
cantil de la vida íntima lo que el protestantismo es al espíritu dei capita
lismo. El primer término legitima el segundo. El segundo se inspira en el
primero, pero también lo transforma. De la misma manera en que deter
minadas condiciones previas prepararon el suelo para que levantara vuelo
el espíritu dei capitalismo -e l ocaso del feudalismo, el crecimiento de las
ciudades, el ascenso de la clase m edia-, otras condiciones previas madu-
raron el suelo para que surgiera el espíritu mercantil de la vida íntimâ. En
este caso, las precondiciones son el debilitamiento de la familia, la deca
dência de la iglesia y la pérdida dei localismo comunitário, es decir, el dete
rioro de tres escudos tradicionales que se oponen a los efectos más bruta-
les dei capitalismo.
Contra este telón de fondo se instala una cultura mercantil que toma
silenciosamente dei feminismo la ideologia que ha abierto el camino para
que las mujeres ingresen en la vida pública. Los libros de autoayuda extraen
dei feminismo la creencia en la igualdad entre hombres y mujeres. Los
modernos comienzan por afirmar que las mujeres tienen baja autoestima
y necesidades humanas insatisfechas, y procuran genuinamente -c re o - ele
var a las mujeres, aumentar su valor ante sus propios ojos y los ojos de los
demás. He ahí la idea a raiz de la cual los libros modernos-frios son moder
nos: la idea de igualdad los convierte en un gran desafio a Marabel M or
gan y hace que los consejos de esta autora suenen tontos en la medida en
que pierden actualidad y validez.
Sin embargo, los libros de autoayuda también combinan el feminismo
con un espíritu mercantil de la vida íntima. Y aqui me alejaré mucho de
la analogia, porque también parece cierto que parte del contenido dei espí-
42 I LA M E R C A N T I L I Z A C I Ó N DE LA V I D A Í N T I M A
A SIM ILA R LA S R EG LA S M A SC U L IN A S D EL AM O R
EXC EP C IO N ES Y C O N TR A T EN D EN C IA S
En The second shift sostengo que las famílias estadounidenses están some-
tidas a tensión porque funcionan como amortiguadores de una revolución
de género que ha entrado en un punto muerto. El ingreso masivo de las
mujeres al trabajo asalariado ha constituído una revolución, pero la lenti-
tud con que cambian las ideas sobre la “virilidad”, la resistência a compartir
las tareas domésticas y los rígidos horários laborales estancan esta revolu
ción de género (Hochschild, 1989). Tal estancamiento obstaculiza la intro-
ducción de câmbios en los contratos institucionales de los que los hom-
bres son sus principales guardianes. No obstante, si al m ism o tiem po
atravesamos un enfriamiento cultural nos enfrentamos a otro problema
casi opuesto. No se trata sólo de la excesiva lentitud con que cambian los
hombres, sino de la excesiva velocidad con que las mujeres, casi sin adver
tido, también cambian en la dirección opuesta, asimilando las viejas regias
masculinas. En lugar de humanizar a los hombres, capitalizamos a las muje
res. Si el concepto de revolución estancada nos lleva a preguntarnos cómo
ha de alcanzarse la igualdad, el concepto de espíritu mercantil de la vida
íntima plantea otra pregunta: ^iguales en qué términos?
Con un índice de divorcios que asciende al 50 por ciento en los Estados
Unidos y un pronóstico de fmalización para el 60 por ciento de los matri
mônios contraídos en los anos ochenta -e n dos tercios de los cuales hay
hijos de por m edio-, muchas mujeres jóvenes de hoy serán las madres solas
dei manana. Dado este panorama, cabe preguntarse si no resulta útil para
las mujeres aprender a satisfacer sus necesidades emocionales por su cuenta.
^No es útil contar con un “yo” resguardado que espera encontrar un “ tú”
resguardado? Incluso si la armadura psíquica que vende E l complejo de
Cenicienta es defectuosa, hoy, por m uy triste que suene, tenemos que pre
guntarnos si no la necesitamos. Hasta una armadura defectuosa puede
resultar útil si nos sirve para desenvolvemos en un mundo frio. Pero luego
de preguntarnos si es útil ser frio, debemos preguntarnos si es bueno ser
frio. ^Es lo mejor que podemos hacer? Si creemos que no, entonces nece
sitamos plantearnos una pregunta que está ausente en los libros de auto-
ayuda: ^cómo podemos reconfigurar las condiciones generales que crean
la necesidad de usar la firme armadura que ellas mismas proporcionan?
En este terreno, unos buenos consejos no vendrían nada mal.
2
La frontera de la mercancia*
(m/t) Bella e inteligente anfitriona, buena masajista - u$s 400 por semana
jHola!
Esta oportunidad laborai es extrana y me siento un poco tonto anun-
ciándola, pero estamos en San Francisco... ;y realmente necesito hacerlo!
El proceso de búsqueda será m uy confidencial.
Soy un empresário milionário, afable e inteligente. He viajado mucho,
pero soy tímido y nuevo en la zona, y recibo infinidad de invitaciones
a fiestas, reuniones y eventos sociales. Busco una “asistente personal”, si
es posible denominaria así. La descripción dei empleo incluye, pero no
se limita a:
1. ser anfitriona en las fiestas que ofrezco en m i casa (u$s 40 la hora);
2. darme masajes relajantes y sensuales (u$s 140 la hora);
3. asistir a determinados eventos sociales conmigo (u$s 40 la hora);
4. viajar conmigo (u$s 300 por día + todos los gastos dei viaje);
5. encargarse de algunas tareas dei hogar (servidos, pago de cuentas,
etc.) (u$s 30 la hora).
Debes tener entre 22 y 32 anos, estar en forma, ser guapa, expresarte
bien, ser sensual, atenta, lista y capaz de guardar secretos. No espero más
de 3 o 4 eventos por mes, y hasta 10 horas de masajes, tareas y otros asun-
tos diversos. Debes ser soltera y sin compromisos, o tener una pareja
muy comprensiva.
R EA C CIO N ES A N T E E L A N U N C IO : S U SC E P T IB IL ID A D E S C U LT U R A LES
EN R ELA C IÓ N CON L A FR O N T ER A DE L A M E R C A N C ÍA
Es una ilustración muy triste dei estado en que se encuentran las rela
ciones actuales. Hasta la vida familiar se busca directamente en el inter
câmbio de mercancias. “ jOlviden las emociones desordenadas; sólo
denme los servicios y los benefícios subyacentes que pueda comprar el
dinero!” Además, ^qué sentido tiene probar, si todo lo que se obtiene
LA P R O F I T E R A DE LA M E R C A N C Í A | 53
[P] arece que este hombre busca una asistente personal [para hacer esas
tareas] [...]. Sin embargo, es m uy específico respecto de qué clase âe
mujer quiere: menciona la palabra “ sensual” más de una vez. La mujer
debe ser atractiva y joven, estar en forma, ser sensual y lista (cualidades
que suelen buscarse al elegir cónyuge). Si lo que quiere el anunciante es
que alguien cumpla con las tareas que enumera, ^por qué no podría
hacerlo un hombre viejo y gordo?
dad monetaria, aunque considerarem que las sumas ofrecidas eran altas.
En efecto, una mujer comento: “ Se evade de la manera más fácil. No quiere
tener que enffentarse a lo que una companera pueda necesitar de él desde
el punto de vista físico o emocional. Busca los benefícios sin el trabajo” Otra
dijo: “ Pone un anuncio para conseguir una esposa asexuada y sin necesi-
dades. Aunque en principio no objeto esa actitud, sí me parece triste que el
hombre no necesite dar en una relación. Suena falso y solitário” (el énfasis
es mío). Otros estudiantes sostuvieron que el m ilionário llevaba las de
perder en su offecimiento económico. Tal como lo expresó uno de ellos:
“ese hombre pierde la oportunidad de dar. Se engana a sí mismo”.
Hubo otra cuestión, estrechamente vinculada con las anteriores, que
también resultó perturbadora: la ausência de com prom iso emocional.
Los estudiantes hicieron hincapié en la capacidad y en las necesidades
emocionales dei anunciante. Uno se quejó de que el hom bre se m os
trara em ocionalm ente vacío, desapegado e invulnerable: “ Desea p ro
fundamente tener todo el control en sus manos”. Otra joven senaló: “ Debe
de sentirse m uy poco amado e incapaz de dar am or”. Los estudiantes pen-
saban que el hombre debería sentir algo por la mujer que hiciera las cosas
que él pedia. El anunciante dice que tiene una “necesidad”, observo uno
de ellos. Sin embargo, cabe preguntarse cuál es su “ necesidad” de esos ser
vidos. “ Me parece gracioso -expresó este observador- que liame a eso
una necesidad.” En una conversación posterior, el estudiante agrego: “ El
hombre menciona servicios de lujo que en realidad no necesita, pero no
pide o no se propone conseguir lo que realmente necesita desde el punto
de vista emocional”. Otra persona comento que le fascinaba “ ver las cosas
que llegan a hacer los hombres para evitar compromisos emocionales”.
No sólo estaba ausente el aspecto emocional: lo mismo ocurría con el
compromiso de reflexionar sobre los sentimientos propios -e s decir, ela
borados- a fin de mejorar la relación. Tal como se enunciaba en uno de
los comentários, “ ese hombre quiere contratar a alguien para que satis-
faga sus necesidades sin ocasionarle ninguna moléstia”. Otras respuestas
evidenciaban gran desagrado: “ Me disgustó [que el anunciante procurara
comprar] el trabajo pesado que implica toda relación”. De algún modo, los
estudiantes percibían la ausência de una inclinación implícita a compro-
meterse con las regias de los sentimientos familiares o a manejar las emo
ciones prestándoles atención. Lejos de ello, el anunciante procuraba com
prar su liberación de esas responsabilidades.
Por último, para algunos el problema no radicaba en la escisión dei rol
correspondiente a la esposa-madre o la mercantilización de cada parte,
sino en el hecho de que -e n parte por esta razón- la experiencia de estar
5 6 I LA M E R C A N T I L I Z A C I Ó N DE LA V I D A Í N T I M A
5 En “Depth psychology and the social order”, Smelser (1998) distingue cuatro
categorias de defensas del yo, cada una de ellas con su correspondiente afecto
y objeto relevante. En uno u otro momento, los individuos recurren sin vacilar
a todas esas defensas a medida que conffontan la amenaza de la mercantilizackm
y las incongruências culturales que ésta introduce. Pero hay una defensa del yo
que se destaca entre todas las demás: la despersonalización.
LA F R O N T E R A OE LA M E R C A N C I A | 57
LA FR O N TER A DE L A M E R C A N C ÍA
La frontera de la mercancia, bifronte como Jano, m ira con una cara hacia
el mercado y con la otra hacia la familia. Por el lado m ercantil es una
58 I LA M E R C A N T I L I Z A C I Ó N DE LA V I D A Í N T I M A
frontera para las empresas, en tanto que éstas expanden la cantidad de nichos
de mercado para bienes y servicios que en otros tiempos formaban par
te de una “ vida familiar” exenta de remuneraciones. Por el otro lado, se
trata de una frontera para las famílias que sienten la necesidad o el deseo
de consumir esos bienes y servicios.
Del lado empresarial, una oferta creciente de servicios satisface una
demanda cada vez mayor de tareas “ familiares” En un reciente artículo de
Business Week, Rochelle Sharpe (2000:108-110) senala que “ los empresá
rios anhelan responder a la escasez de tiempo mediante la creación de ofer
tas comerciales que hace apenas unos anos eran inimaginables”. Entre ellas
se cuentan
qué cosas son importantes” (Sharpe, 2000:110). Una oferta de trabajo publi
cada en Internet dice lo siguiente:
Además de cruzar la línea que separa el mercado dei hogar, las cualidades
buscadas en la asistente pueden atravesar una ffontera más humana. Tal
como relata Rochelle Sharpe (ibid.), reportera de Business Week, “ Lynn Cor-
siglia, ejecutiva de recursos humanos en California, recuerda la desilu-
siôn que asomô a los ojos de su hija cuando la nina descubrió que se habia
contratado a alguien para que organizara su fiesta de cumpleanos. ‘Advertí
que habia traspasado un limite’, afirmô la ejecutiva”. En otras palabras, Lynn
Corsiglia sintiô que habia cruzado la línea cultural de la frontera mercan
til según los parâmetros con que su hija definia esa frontera.
La expansion de los servicios que brinda el mercado es aplicable prin-
cipalmente a ejecutivos y profesionales: mujeres y hombres solteros y “ hoga-
res profesionales sin esposa”, como los ha denominado Saskia Sassen (2003).9
Dado que a menudo deben cumplir con prolongados horários laborales,
muchos empleados, en lugar de compartir o descuidar las tareas propias
de una esposa, solucionan el problema contratando personal. Ante la cre-
ciente brecha que se abre entre el 20 por ciento situado en la franja supe
rior de ingresos y el 20 por ciento de la franja más baja, hay cada vez más
gente rica que puede pagar esos servicios y cada vez más personas de bajos
ingresos y de clase media que están dispuestas a brindarlos. A medida que
se incrementan sus ingresos, los más ricos -e n especial los profesionales
con carreras de alta exigencia- disfrutan de las ventajas que les offecen los
bienes y los servicios situados en esa ffontera, y muchas personas de bajos
ingresos aspiran a proporcionarlos.
Hace ya siglos que la frontera de la mercancia incide en la vida de los
hogares occidentales. Dificilmente la reina Victoria se haya cortado ella
90’s report shows” ), los estadounidenses agregaron una semana completa a su ano
laborai durante la década de 1990: en el ano 2000 llegaron a un promedio de 1.979
horas, es decir, 36 horas más que en 1990.
LA F R O N T E R A DE LA M E R C A N C Í A I 63
13 Gillis senala supuestos muy diferentes en relación con el limite entre lo privado
y lo público y el grado en que se creia que la esfera privada necesitaba protección
por parte de la pública. También podemos distinguir diferentes “amplitudes de
banda” en la mercantilización: mercancias que se extraen de la vida familiar en
contraposición a las que se extraen de la naturaleza, etc. Véase también Hays, 1996.
14 Por cierto, la vida estadounidense previa al advenimiento dei capitalismo
industrial era inestable, y el capitalismo industrial ha eliminado las penúrias
de la pobreza para mucha gente mediante la creación de la clase media, lo cual
trajo como consecuencia la estabilización de la vida familiar (véase Mintz y
Kellogg, 1988). Al mismo tiempo, el dinamismo capitalista, asociado a un Estado
que -según estándares europeos- se esfuerza poco por proteger a los trabajadores
de las fluctuaciones del mercado o de las demandas económicas cambiantes y
offece escasas previsiones para asistir en el cuidado familiar, hace de los Estados
Unidos una sociedad más rigurosa, aunque más libre, donde vivir.
64 I LA M E R C A N T I L I Z A C I Ó N DE LA V I D A Í N T I M A
15 Tal como senaló Claude Fischer (durante una charla que dio en el Centro para
Famílias Trabajadoras, Universidad de California en Berkeley, en abril de 2001), la
movilidad geográfica en sí misma no es nueva para los estadounidenses. En tanto
que los índices de movilidad a larga distancia permanecieron relativamente
constantes desde mediados dei siglo xix, la movilidad dentro de las áreas locales
en realidad ha decrecido.
LA F R O N T E R A DE LA M E R C A N C I A | 65
16 En “Collective myths and fantasies: The myth o f the good life in California”,
Smelser (1998:111-124) senala que un mito es una “combinación psicodinámica
de ficción y realidad que completa la inevitable lógica de ambivalência presente
en el mito [... ] no hay mitos felices sin aspectos infelices”. Como consecuencia,
también el mito de la mercantilización infinita tiene su lado bueno (la fantasia
de la perfecta “empleada que parece una esposa” ) y su lado oscuro (el temor al
extranamiento y a la soledad existencial).
66 I LA M E R C A N T I L I Z A C I Ó N DE LA V I D A Í N T I M A
^Quién dijo que usted no puede tenerlo todo? Titan Club es el primer
club exclusivo de citas para hombres de su talla. Usted ya tiene poder,
prestigio, estatus y êxito. Pero si “ al final dei dia” advierte que le falta
“ella”, permita que Titan Club lo ayude a encontraria. Las mujeres de
Titan Club son inteligentes, diversas, sensuales y hermosas. Con un índice
de êxitos que asciende al 95%, confiamos en que usted encontrará exac-
tamente lo que buscaba en una relación.17
17 De más está decir que los servidos de citas y los servidos de novias por correo
mercantilizan la búsqueáa de esposa y no a las esposas propiamente dichas (New
Yorker, 18 y 25 de junio de 2001, p. 149).
18 La cadena acepta ninos desde 6 semanas hasta 12 anos de edad y proporciona un
número para llamar al centro más cercano (véase Hochschild, 1997a: 231).
LA F R O N T E R A DE LA M E R C A N C Í A I 6j
EL R EBO TE DE LA S IM A G E N E S DE L A M E R C A N C IA
tienda más cercana estaba bastante lejos. Comencé a sentirme tan molesta
por las visitas que casi no soportaba la situación. ;Es que yo no dirijo
una hostería!
Esta mujer eligió un rol de mercado -gerente de una hostería- como vara
para m edir las exigências familiares. M idió lo que hacía en calidad de
parienta no remunerada comparándose con una empleada paga. Desde el
lado familiar de la ffontera mercantil, considero que hacía demasiado y
tenía derecho a sentirse molesta. Desde el lado mercantil, imaginaba que
habría recibido una recompensa justa. De esa manera media tácitamente
los costes de oportunidad que conllevaba no trabajar. Llevaba el mercado
en la imaginación, incluso mientras cocinaba en su cabana.20
Otras esposas sobrecargadas que entrevisté increpaban a su marido
diciéndole que no eran “ su mucama”. A l comentar que pasaba “ dem a
siado tiempo” con sus nietos, una m ujer en buena posición económica
exclamó: “ ;Yo no soy la ninera!”.21
Es posible que dentro de veinticinco anos tales comentários hogarenos
se refieran a nuevos roles híbridos - “Yo no soy tu anfitriona o tu masa-
jista asalariada”- , como si se tratara de algo común y corriente. O incluso
“Yo no soy tu media esposa”, como si ese rol hubiera alcanzado el peso
moral de la “esposa” por un lado y la “ secretaria” por el otro. El mercado
modifica nuestros parâmetros.
Cuando toma conceptos de un lado de la ffontera mercantil para usar-
los en el otro, la sociedad expresa ambivalência en relación con la familia.
De hecho, la mercantilización proporciona una manera individual de que
rer o no querer determinados elementos de la vida familiar. La existência
de estos sustitutos mercantiles deviene una forma de legitimar socialmente
la ambivalência.
Para volver al milionário tímido, no podemos saber qué pensaron quie-
nes respondieron al anuncio. Pero sí sabemos que cinco de mis setenta estu-
diantes de Berkeley confesaron su deseo de hacerlo. Tal como lo expresó
una alumna, “dado que [este cuestionario] es anónimo, puedo decir que
me gustaría responder al anuncio. Es un buen negocio, creo [tachado y
reemplazado por ‘quizá’] ”. Otra dijo estar “casi tentada de postularme, salvo
que no cumplo con las condiciones”. Y una tercera respondió que se pre-
sentaría si la propuesta fuera real. Algunos estudiantes menospreciaron el
20 Si se desea consultar un análisis dei “yo potencial”, véase Hochschild, 1997a: 235.
21 Agradezco a Allison Pugh (Departamento de Sociologia, Universidad de
Califórnia, Berkeley) por este ejemplo.
70 I LA M E R C A N T I L I Z A C I Ó N DE LA V I D A I N T I M A
aparentemente natural en que los padres y los hijos son desiguales. Según
el autor, esta “ apariencia” simple y supuestamente desprovista de ideolo
gia constituye una astuta reafirmación dei patriarcado. En la articulación
de sus argumentos, Goffman es nuestro más atento observador.
Las imágenes mencionadas dejan entrever varias cuestiones. En pri-
mer lugar, tal como lo senala Goffman, los modelos retratados en Gender
advertisements no parecen considerar o decidir cómo posar, sino que lo
saben por intuición. Así, la mujer en la pose de nina tímida con las pier-
nas flexionadas difiere de “ Preedy en la playa”, el afectado personaje de
ficción que el mismo autor retrata en La presentación de la persona en la
vida cotidiana. La modelo parece saber qué debe hacer: todo indica que
no lo elige conscientemente. En cambio, Preedy-un inglês que va de vaca-
ciones a una playa espanola- es un actor consciente y estratégico. Goffman
(1959: 55 trad. esp.: 17) lo describe así:
La imagen de la modelo que flexiona las piernas con timidez también difiere
de la imagen dei actor que aparece en los otros escritos de Goffman. Allí,
Goffm an nos offece un mundo de regias inamovibles, tontas pero nece-
sarias. Parece tomar el punto de vista de las regias, mientras nos offece -e n
un aparente tono b u rló n - a un actor que se esfuerza incansablemente
por evadirias. Resulta curioso observar que Goffm an no aplica todo su
“ Goffm an” cuando analiza el género: muchas de sus herramientas con-
ceptuales quedan guardadas en la caja. Entonces, podríamos comenzar por
aplicar sus observaciones “ sobre todo lo demás” al tema dei género tal como
aparece en los libros de autoayuda, pues algunos de estos textos suponen
un actor que se asemeja a “ Preedy en la playa”.
Tanto la modelo de piernas flexionadas como Preedy son ejemplos toma
dos de la clase media estadounidense blanca o casi blanca, y la pregunta
que debemos hacernos es en qué medida los ejemplos inspirados en otros
grupos raciales o étnicos y de otras clases sociales indican importantes
L A M E Z C L A D E CÓDIGOS
Guadro 1
Códigos de género
E L PR IN C IPIO D EL EQ U ILÍBRIO
E L YO Y E L CÓDIGO: E L A R G U M EN TO
DE LA S A R T IM A N A S FE M E N IN A S
más ligero y burlôn: invita a las lectoras a objetar su cinismo. Tal como
lo expresa ella, “ no te gusta que liame ‘sandeces’ a estas cosas, ^verdad?
Está bien, llámalas como quieras (y nadie duda de que las haces porque
lo amas), pero hazlas” (ibid.: 209). Al poner entre parêntesis los senti-
mientos “ reales” de las lectoras, Brown reduce sus consejos a estratage
mas motivadas por una actitud pragmática. “Aplica estos médios lison-
jeros £de chica’ -parece d ecir- pero sólo porque funcionan, no porque
créas en ellos.” Morgan invita a la lectora a creer en la adulación, los favo
res extra y la virtud de escuchar: más generalmente, a creer en las regias
asimétricas de interacción. Pero es Brown la verdadera goffmaniana que
dirige la puesta en escena de la Preedy femenina.
En verdad, tanto Morgan como Brown han escrito manuales de actua-
ción. Sólo difieren en el tipo de actuación que defienden. Morgan propone
una actuación profunda a través de la cual nos persuadimos de nuestro
acto, es decir, nos fundimos con nuestro acto, en tanto que Brown reco-
mienda una actuación de superficie que mantenga un yo cínico separado
del acto. Huelga decir que muchos libros de autoayuda condenan por com
pleto las artimanas femeninas, y recomiendan a la lectora que coloque su
“yo entero” detrás de una interacción basada en las negociaciones direc
tas. En Smart cookies don t crumble,* Sonya Friedman menosprecia los con
sejos de otra autora, más tradicional, en relación con las estrategias para
enamorar a un hombre:
“ Copia sus gestos”, nos aconseja Cabot [Tracey Cabot, autora de How
to make a man fa ll in love with you], “porque eso lo réconforta, y res
pira siguiendo su respiración” Luego nos revela la manera de adquirir
este saber secreto. “ Puedes advertir a qué velocidad respira un hombre
si le miras los hombros. Toma como referencia un punto de la pared que
está detrás de él y observa cómo suben y bajan. Después, sencillamente,
comienza a respirar con el mismo ritmo.”
* “Las chicas listas no se desmigajan” (juego de palabras con cookie (“galletita” ), smart
cookie (“chica lista” ) y crumble (“desmigajarse” o “desmoronarse” ). [N. de la T.]
84 I LA M E R C A N T I L 1 Z A C I Ó N DE LA V I D A Í N T I M A
Morgan insta a las lectoras a sentirse bien con ellas mismas cuando, con
adoración, “escuchan en demasia”. Steinem les aconseja que se sientan bien
con ellas mismas cuando abandonan ese hábito. A pesar de sus posiciones
diametralmente opuestas, ambas difíeren de la más cínica Brown. Si M or
gan dice “créete tu acto” y Brown dice “ni te molestes en creértelo”, Steinem
dice “ no actúes”.
las mismas expectativas desparejas. Tal como lo proclama esta autora, “ Dios
ordenó al hombre que fuera la cabeza del hogar, su presidente, y a su esposa
que fuera la vicepresidenta ejecutiva [...] permitir que tu marido sea tu
presidente no es más que un buen negocio” De ahi M organ deriva una
“política” emocional que se manifiesta en la siguiente receta para las muje-
res: aceptar al hombre, admirarlo, adaptarse a él y apreciarlo. Esta política
se basa en la idea de que los hombres y las mujeres tienen necesidades dife
rentes; tal como argumenta la autora, “ las mujeres necesitan ser amadas;
los hombres necesitan ser admirados” (ibid.: 63), proposición que Steinem
rechaza de piano.
Además de proponer réglas para el amor, M organ ofrece orientation
respecto de la medida en que las mujeres deberían sentirse agradecidas a
los hombres. Si una mujer siente el agradecimiento adecuado por su marido,
le resultará más fácil aceptarlo, admirarlo, adaptarse a él y apreciarlo. Y
para lograr este cometido, resulta útil poner de relieve los posibles moti
vos de agradecim iento... M organ explica cómo una mujer puede indu-
cirse a ser la primera en pedir disculpas luego de una pelea:
cional. Pero los libros modernos de autoayuda también difieren entre ellos
en cuanto a la elección de las réglas sentimentales: para hombres y muje-
res por igual, unos proponen las viejas réglas “ femeninas” del amor, y otros,
las viejas réglas “ masculinas” En Smart cookies do n t crumble, lejos de argu
mentar que los hombres deberían sentirse más agradecidos, Sonya Fried
man (1985: 36) aboga por que las mujeres dism inuyan su gratitud. En
tono de advertencia les dice que “ la gratitud es una trampa”, y agrega:
Hoy en día, los maridos y las esposas, los padres y los hijos ya no se
dicen “ hola” por la manana. A veces, la esposa no solo no prepara el
desayuno, sino que ni siquiera se levanta de la cama. Si crees que eso
significa igualdad entre los sexos y que el hombre es un “ marido
tierno”, estás equivocada.
Soshitsu Sen, jQué hermosa mujer! (1980)
el proceso de indicar qué debe hacerse, tanto los libros de autoayuda esta-
dounidenses como los japoneses revelan numerosos indícios de sus res
pectivas nociones dei espacio cultural.
Así, cuando hablamos de “cultura de género” -tanto en los Estados Uni
dos como en el Japón - no nos referimos sólo a determinadas actitudes en
relación con las mujeres, sino que también senalamos ciertas cualidades
generales de cada cultura. Por ejemplo, al igual que cualquier otro aspecto
de la cultura, la cultura de género está infundida de a) un sentido de cone-
xión entre el presente y el pasado (peso cultural), b) una vinculación con
otras personas desconocidas que pertenecen a la cultura propia (elastici-
dad cultural) y c) una vinculación con otras personas en el lugar inmediato
que se ocupa en esa cultura (inserción cultural). Mediante la enunciación
de historias, comentários y exhortaciones, los libros de autoayuda japone
ses y estadounidenses reflejan posiciones en relación con cada una de esas
dimensiones de la cultura. Por ejemplo, algunos de estos libros implican
un gran “peso cultural” al invocar juicios sérios y fidedignos que se ligan
a un pasado reverenciado y distante, incluída -e n algunos casos- la vene-
ración a los antepasados de sexo femenino. O bien, un comentário adquiere
“ liviandad” porque no reconoce ese pasado o no le rinde tributo.
Los libros de autoayuda también dejan entrever cierto grado de elasti-
cidad cultural. Es decir, implican o no la conciencia, la tolerância o la acep-
tación de diversos modelos sociales. Es por ello que cabe preguntarse si
en el libro, o incluso en la lista de libros de autoayuda más vendidos en
determinado momento, se describe una serie de posibilidades culturales.
^Puede ocurrir que los consejos de un libro sean diametralmente opues-
tos a los que brinda otro libro que goza de la misma popularidad?
Los libros de autoayuda también suponen un grado de inserción cul
tural. Senalan la medida en que se espera, de manera implícita, que un indi
víduo coordine su línea de acción con la de otras personas. La madre dur-
miente de Soshitsu Sen se inserta claramente en una escena social. Sin
embargo, también es lícito preguntarse si el libro la retrata como alguien
que decide una línea de acción por su cuenta o en estrecha coordinación
con los demás.
Estas tres dimensiones profundas de la vida cultural general dei Japón
y los Estados Unidos -e l peso, la elasticidad y la inserción- configuran ias
negociaciones culturales que en nuestro pensamiento adquieren la forma
de “consejos” u “opiniones”. En la medida en que los dos gigantes capita
listas modernos reclutan mujeres para su fuerza de trabajo, cabe pregun
tarse cómo difieren en su estilo de incorporación cultural. O bien, para
revertir la pregunta, £qué cualidades culturales facilitan a las feministas el
LIV IANDAD Y PESADEZ | 91
1 Tal como sostiene Pierre Bourdieu, la cultura es una respuesta a las cuestiones
prácticas de la vida. Cuando nos enfrentamos a situaciones novedosas, cuando
es posible que se produzcan resultados inciertos y, en consecuencia, surgen
inquietudes en relación con lo que debemos hacer, buscamos orientación. La
buscamos en lo que Bourdieu llama “intermediários culturales” : la radio, los
comentadores, las personalidades televisivas, las estrellas de cine y los autores
de libros de autoayuda. Estos autores, en particular, suelen contar historias largas
que implicitamente desbrozan el camino hacia una linea de acción que se percibe
problemática: por ejemplo, no levantarse a hacer el desayuno por la m afian a
92 I LA M E R C A N T I L I Z A C I Ó N DE LA V I D A I N T I M A
laron William Goode y Talcott Parsons, son desde hace mucho tiempo neo-
locales y cada vez menos patrilineales. Sin embargo, a pesar de sus diferen
tes puntos de partida, las tendências familiares apuntan en la misma direc-
ción: hacia una disminución de los matrimônios, un matrimonio más tardio,
un aumento de los divorcios y un menor número de hijos. Además, las muje-
res han ganado mayor autonomia en ambas culturas.
Entonces, cabe preguntarse de qué manera la textura de cada cultura -
su peso, su elasticidad y sus nociones de vinculación- altera las perspecti
vas para las madres que trabajan, y qué indícios de este fenómeno nos
dan los libros de autoayuda.
dei Nino varón fue rebautizado “ Día de los Ninos” varones y mujeres, y se
transformo en una festividad nacional japonesa. El Día de la Nina conti
nua celebrándose como una festividad menor.) Shiotsuki no se cuenta entre
los escritores más tradicionales de libros de consejos y de autoayuda: pro-
pone modificaciones en las ceremonias -com o las bodas tradicionales-
de manera tal que no dejen de verse apropiadas en tanto que se adaptan a
las necesidades urbanas modernas. Esta autora escribió su trilogia bestseller
sobre la vida ritual a principios de los anos setenta, cuando la mitad de las
mujeres japonesas, que suelen serias principales guardianas de la vida ritual
familiar, se habían incorporado al trabajo asalariado. ^Cómo podría una
mujer trabajar ocho horas fuera dei hogar y celebrar todos los ritos y fes-
tivales tal como lo habían hecho en el pasado sus madres y sus abuelas, que
gozaban de mucho más tiempo libre? Shiotsuki ofrece una solución de
compromiso: una mujer debe mantener una actitud de apreciación y cui
dado en relación con las celebraciones rituales, pero puede reducir su prác-
tica real. Shiotsuki rechaza el abandono total de los rituales o su realiza-
ción cínica, desapegada o mecânica: sugiere que quien abrevie la vida ritual
lamentará haberlo hecho. Por otra parte, la autora se muestra flexible en
lo que respecta a la medida de preparación ritual que una madre trabaja-
dora puede dejar de lado. Al ratificar la vida ritual y evitar el tema de las
necesidades y los deseos de trabajar que pueden acometer a las mujeres,
Shiotsuki evoca tácitamente el modelo de la mujer decimonónica de clase
media alta de la era Meiji. De esta manera, opone cierta resistência a los
câmbios que se producen en la cultura femenina. Sin embargo, su solución
de compromiso ofrece a las mujeres que trabajan la posibilidad de incli-
narse en ambas direcciones al mismo tiempo; por ejemplo, llevarse bien
con su suegra y estar en condiciones de pagar el alquiler.
Entre los libros estadounidenses de consejos y de autoayuda no existen
equivalentes a Introducción a los ritos depasaje: ni siquiera hay alguno que
se le acerque. El texto japonês sugiere un principio organizador diferente
dei que dejan entrever los estadounidenses. Los autores japoneses escriben
sobre el pasado otorgándole un gran peso. Dan por sentado que los lecto-
res tienen las mismas ideas acerca de la gravitas que consideran inherente
a la tradición, y sólo difieren respecto de cuánto vale la pena preservar.
Los autores estadounidenses escriben sobre el pasado como si éste fuera
liviano, delgado, maleable y fácil de distorsionar. Así, las tradiciones de
ambos países no sólo divergen en cuanto a su contenido: la tradición pro-
piamente dicha sepercibe de diferente manera en cada cultura.
Los libros japoneses parecen alinearse naturalmente en un continuo que
va desde la afirmación total, pasando por la incorporación parcial, hasta
98 I LA M E R C A N T I L I Z A C I Ó N DE LA V I D A Í N T I M A
todo lo que éstas hacen. Un número más pequeno trata del amor hetero
sexual (très), las relaciones entre padres e hijos (très) y la vejez (uno). El
grupo más grande de libros estadounidenses de autoayuda (quince, o apro
ximadamente la mitad) se ocupa del m atrim onio y del am or heterose
xual. Una cantidad mucho menor trata de las “virtudes” femeninas (siete),
haciendo hincapié en aspectos psicológicos - y no m orales- del carácter. Al
igual que en el Japon, cerca de una quinta parte de los libros (seis) exami-
nan las relaciones entre padres e hijos. Ninguno de los libros estadouni
denses de autoayuda publicados durante este período trata de la vejez.
Algunos libros tradicionales, como ;Q ué hermosa mujer!, de Soshitsu
Sen, ensalzan la virtud de la mujer que se preocupa por su aspecto. Sen
(1980:32) cita a un novelista que recuerda asi a su madre:
Como tenia seis hijos, estaba muy ocupada por las mananas. Sin em
bargo, ninguno de sus hijos la vio jamás con un camisón desalinado o
con la ropa sucia, porque mi madre despertaba antes que nosotros. Abria
la pequena ventana, comenzaba a disolver su polvo facial en agua y en
un instante se empolvaba el rostro, se peinaba el cabello y se ponía el
kimono con gran prolijidad. Es por eso que mi madre siempre se ve her
mosa en mis recuerdos.
la razón más importante por la que no lo hice fue una tarjeta enviada
por una mujer de mediana edad, que decía así: “ Cuando estaba en el
hospital, me reconfortaba profundamente escucharte en la radio”. Para
mí, que era casi presa de mis nervios [a raiz de su lucha contra los cole
gas de sexo masculino que trabajaban en la estación de radio], sus pala-
bras fueron como rayos de sol.
T R A D IC IO N E S E ST A D O U N ID E N SE S:
“ t o c a L A B O CIN A SI A M A S a j e s ú s ”
CO M PARACIÓ N DE L A E L A ST IC ID A D C U LTU R A L:
TONO Y C O N TEN ID O
hacer”. Por ejemplo, los consejos del ex preceptor imperial toman la forma
de un centenar de mandamientos (“ Debes.. “ No debes.. Las reglas
son absolutas -n o dependen del contexto- y Hamao adopta la posición
de único árbitro. En uno de los prefácios a Cómo disciplinar a las ninas, el
autor senala lo siguiente: “ Este libro es para padres y madres de ninas,
para muchachas jóvenes que están a punto de casarse y para mujeres estu-
diantes. Quiero que esas personas lean mi libro y también quiero recibir
críticas de los maestros y de otros educadores” (Hamao, 1972:5). El autor
no invita a que las ninas o las jóvenes formulen críticas.
Algunas autoras japonesas parecen escribir con el espíritu de una her-
mana mayor: “ ^Por qué no lo intentas de esta manera? Podría funcionar”.
Es probable que tal gama de tonos también se deba a la mayor diferencia
que existe en el Japón entre las maneras en que las mujeres y los hombres
-a l menos los hombres más viejos y conservadores- asumen la autoridad.
Entre comienzos de los anos setenta y fines de los ochenta se angostó un
poco la brecha de género que diferenciaba los estilos de aconsejar, con lo
cual sólo quedaron tres tipos de voces: la vieja voz autoritaria masculina,
la nueva y más democrática voz m asculina y la nueva voz democrática
femenina. En los homólogos estadounidenses faltaba la vieja voz autori
taria masculina.
Aunque la mayoría de los libros japoneses de autoayuda fueron escri
tos por hom bres, el tono autoritário no proviene dei tradicionalism o,
sino de la masculinidad. Una mujer tradicional -Yaeko Shiotsuki, autora
de Introducción a los ritos de pasaje y gran maestra de la ceremonia japo
nesa dei té - comienza su obra con modéstia: “ Cuando el editor me animó
a que escribiera este libro me preocupé por las limitaciones de mi habili-
dad para hacerlo, pero decidí aceptar la oportunidad que se me presen-
taba. Consultando a otros profesionales de esta especialidad, finalmente
fui capaz de terminarlo” (Shiotsuki, 1970:3).
Las autoras japonesas feministas, tales como Kumiko Hirose y la hum o
rista Fumi Saimon, adoptan un tono más firme, pero también más expuesto,
igualitário y fraternal, que las asemeja más a las autoras - e incluso a los
autores- estadounidenses. Por ejemplo, Saimon (1990: 227-228) termina
así su Arte de amar.
^Por qué pude escribir sobre el amor? [...]. Si alguien es genio de naci-
miento y resuelve ecuaciones dificiles de un plumazo, ^de qué le servi
ría a la mayoría de la gente que relatara cómo aprobó el examen de ingreso
a la Universidad de Tokio? Lo mismo ocurre con el amor. Si con sólo
caminar por la calle, una mujer es abordada por hombres que le pro-
U V I A N D A D Y PESADEZ [ 107
ponen acostarse con ellos o recibe propuestas de los más ricos o pala
bras de amor de los artistas, y luego escribe acerca de sus experiencias
amorosas, su libro será inútil para la mayoría de las jóvenes (aunque
muy interesante como historia). Las personas comunes deberían darse
por satisfechas si se enamoran una o dos veces en la vida [...]. Yo misma
me enamoré perdidamente sólo una o dos veces. Y ésos son los tesoros
de mi vida. Experimentar el amor verdadero una o dos veces en la vida
representa un gran êxito para las personas comunes y corrientes.
El tono de las autoras estadounidenses no difiere mucho dei que usan los
autores de sexo masculino, porque los autores hombres basan su autori-
dad -a l igual que las m ujeres- en la experiencia profesional y personal.
También escriben apelando al deseo que siente el lector de encontrar una
manera eficaz de relacionarse con el sexo opuesto, y no al anhelo de correc-
ción moral. En Smart women, foolish choices, lejos de impartir ordenes -
“ Debes o no debes.. Cowan y Kinder (1985: x v i, xm ) dicen:
Quizá te preguntes quiénes somos, y por qué creemos que tenemos algo
que decir a las mujeres inteligentes sobre sus relaciones con los hom
bres. Somos psicólogos clínicos y trabajamos con sesiones individuales
de psicoterapia [...]. Como hombres, creemos entender cómo piensan,
sienten y reaccionan otros hombres. Vamos a contarte acerca de algunas
estratégias que funcionan con ellos y [... ] revelar ideas y estratégias que
esperamos te convencerán de que el aparente enfrentamiento actual entre
los sexos puede dar un giro y transformarse en tu oportunidad de rei
vindicar experiencias encantadoras y satisfactorias con los hombres.
Ambos conjuntos de libros abren una ventana fascinante que nos permite
contemplar un repertorio de supuestos culturales respecto del espacio cul
tural del que disponen las mujeres para vivir una vida moderna. Los libros
japoneses definen el espacio cultural haciendo referencia a lo virtuoso o
no virtuoso (moralidad), o a los buenos o malos modales. Los estadouni
denses definen el espacio cultural en relación con los sentimientos autên
ticos o inautênticos.
108 I LA M E R C A N T I L I Z A C I Ó N DE LA V I D A I N T I M A
bajo de los sociólogos haya pasado por alto la manera en que los actores
sienten. Por lo general, la etnografia, la psicologia social experimental y la
sociologia cualitativa mencionan los conceptos de emoción y sentimiento
cuando explican por qué las personas proceden como proceden y piensan
como piensan, pero hasta ahora no han colocado los sentimientos en pri-
mer lugar para considerados desde una perspectiva sociológica.
Quizá la razón principal que explica esta carência consista en que como
sociólogos somos miembros de la misma sociedad a la que pertenecen las
personas que estudiamos. Compartimos sus sentimientos y sus valores.
Al igual que la nuestra, la cultura de esas personas separa el pensamiento
dei sentimiento y define a aquél -la cognición, el intelecto- como algo supe
rior al sentimiento. Resulta significativo que los términos “emocional” y
“ sentimental” hayan pasado a connotar formas degeneradas o excesivas de
los sentimientos. Así, cuando miramos a través dei prisma de nuestra cul
tura racionalista, vemos la emoción como un impedimento para actuar y
para percibir el mundo tal como es en realidad.
Pero incluso si efectivamente desacreditáramos la emoción como dimen-
sión de la experiencia -algo que yo no hago-, ^por qué habrían de igno
raria los sociólogos, si estudian muchas otras cosas que han caído en des
crédito?1 Creo que ello se debe al empeno que ha puesto esta disciplina en
ser reconocida como “ciência real”, empeno que se remonta a la cândida
aspiración de Auguste Comte, supuesto padre de la sociologia, de hacer
de ella una física social. Esta búsqueda desacertada que sólo nos permite
estudiar los aspectos más objetivos y mensurables de la vida social coin
cide con los valores de la cultura tradicional “masculina”, a la que las muje-
res académicas, por exclusión, han estado en cierto modo menos expues-
tas. Pero si procuramos acercar la sociologia a la realidad cerrando un ojo
para no ver los sentimientos, el resultado será m uy pobre. Necesitamos
abrir ese ojo y reflexionar acerca de lo que vemos.
TR E S IM Á G E N E S D EL YO
Gran parte de la ciência social parece basarse en dos imágenes dei yo que,
como todas las imágenes de este tipo, ponen de relieve ciertos aspectos de
la vida a la vez que se alejan de otros. La primera imagen es la dei yo cons-i
2 Por ejemplo, Slater (1968) sugiere que la madre esclava-cautiva griega descarga su
agresión inconsciente en el hijo, y causa así su homosexualidad. Véanse también
Slater, 1964,1966; Seeley, 1967; Marcuse, [1955] 1969.
* Depression, ennui, chagrin y apathy, respectivamente. [N. de la T.]
** Constraint, embarrassment y disappointment, respectivamente. [N. de la T.]
LA C A P A C I D A D DE S E N T I R I 115
los actores acerca de las causas de su conducta (Jones éta l., 1972). Los psi
cólogos experimentales han estudiado cómo los actores utilizan dichas
ideas en sus atribuciones de causalidad. El antropólogo Robert Levy (1973)
también ejemplifica este enfoque. Entre los tahitianos -sen ala- la respuesta
emocional a la pérdida de un ser querido se atribuye a una “enfermedad”.
El amor romântico se vincula con los celos extremos, y ambos se relacio-
nan con la “ locura” : son malos y anormales. De manera algo similar, Alan
Blum y Peter McHugh (1971) hacen hincapié en el motivo y dejan de lado
la emoción. Para ellos, un motivo es una manera de concebir la acciôn social.
Desde la perspectiva de los etnometodólogos radicales, la “ manera de con
cebir la acciôn social” no es poca cosa, dado que estos teóricos creen que
en ello consiste toda acciôn social. Incluso si aceptamos este concepto de
acciôn social, necesitamos saber qué piensa el actor de su propia vida
afectiva -su capacidad de sentir- a fin de descubrir los supuestos en que
basa sus explicaciones. Por ejemplo, en el estudio de los roles de género
resultaria interesante explorar las diferencias entre los géneros en rela-
ción con los motivos que aducen para explicar el porqué de sus actos. En
la década de i960 era común y aceptable que una m ujer de clase media
dijera: “ Dejé la universidad porque me enamoré de tu padre”, pero no ocu-
rría lo mismo con su equivalente masculino (“ Dejé la universidad porque
me enamoré de tu madre” ). Una m ujer que en la actualidad hiciera esa
declaración despertaria cuestionamientos, dudas y críticas, y lo mismo ocu-
rriría con un hombre.
El segundo enfoque, correspondiente al yo emocional e inconsciente, nos
conduce a Freud y a las aplicaciones de su pensamiento a las ciências socia
les. Si bien las obras de teóricos tan diversos como John Dollard et al. (1939),
John Seeley et al. (1967), Philip Slater (1964), Geoffrey Gorer (1964), M ar
garet Mead (1949), Erik Erikson (1950) y Bronislaw Malinowski (1927) nos
brindan enriquecedoras integraciones de campos que están - o estaban-
considerablemente diferenciados (por ejemplo, el psicoanálisis y la socio
logia), suelen pasar por alto el yo sensible. De ello resultan estúdios que cen-
tran la atención simultáneamente en el inconsciente y en lo social, con lo
que el sentimiento consciente resulta derrotado esta vez por dos frentes.
En Dollard étal. (1939:7), por ejemplo, se utiliza el término emocional“ frus-
tración” para referirse a conductas observables que resultan de situaciones
en las que no tienen lugar los actos que se esperaban. Entre la situación
inductora y la conducta consecuente, Dollard sólo echa una mirada casual
a la experiencia individual consciente de la frustración y a la respuesta que
da el individuo a su experiencia. El “quid” de la frustración que se desplaza
de un asunto a otro, el “quid” socialmente causado y a su vez causante de
LA C A P A C I D A D DE S E N T I R I 119
bres y mujeres, y de qué manera lo hacen. Por ejemplo, las mujeres estu-
diantes entrevistadas por Kephart (1967) dijeron haber experimentado más
“enamoramientos fugaces” que los estudiantes varones. Según este autor,
cuando las mujeres rememoran el pasado, “ asocian las aventuras amoro
sas a enamoramientos transitórios [...] y las recuerdan como caprichos
pasajeros” (ibid.: 472). Dado que las mujeres defienden el ideal monógamo
-razonó Kephart- tienden a reetiquetar o re-recordar el amor dei pasado
como “ mero enamoramiento pasajero”.
Así, en relación con la primera imagen dei yo cognitivo consciente y la
segunda imagen dei yo em ocional inconsciente, tenemos dos líneas de
investigación que tienden a dejar de lado el sentimiento consciente. Pero
si partimos de la imagen del yo sensible, nos encontramos con una línea
de investigación que relaciona los sentimientos con una profusa com-
prensión cultural de éstos. Podemos desarrollar esta línea de investiga
ción en dirección a la psicologia profunda (basándonos en Dollard, Erik-
son, Freud y Chodorow) o en una dirección cognitiva (siguiendo a Blum
y McHugh). Los sociólogos también han senalado las causas y las conse-
cuencias sociales de muy diversos sentimientos y emociones.6 En lo que
hace a las causas, algunos autores -com o el historiador Herbert Moller
(1958) y el filósofo C. S. Lewis (1959), en sus estúdios sobre el am o r- abor-
dan el contexto histórico más amplio, en tanto que otros -com o Edward
Gross y Anthony Stone (1964), en sus estúdios sobre la vergüenza- enfo-
can el escenario inmediato de las interacciones. En lo que respecta a las
consecuencias, el antropólogo George Foster (1972) -entre otros-, en su
clásico estúdio sobre la envidia analiza las costumbres y las instituciones
que funcionan para prevenir este sentimiento mediante la devaluación, el
ocultamiento o la repartición simbólica dei objeto envidiado. Para Foster,
la desigualdad es causa natural de la envidia, que luego se previene mediante
diversas costumbres sociales. En un estúdio igualmente clásico sobre los
celos, Kingsley Davis (1936) pone en tela de juicio la naturalidad de los celos
sexuales. Rechazando la posición dei historiador de la familia Edward Wes-
termarck, según la cual el adultério “ naturalmente” despierta celos y así
da lugar a la monogamia, Davis sugiere que la verdadera causa de los celos
ocasionados por el adultério radica en las expectativas establecidas por la
propia institución de la monogamia. Su estúdio se centra en los celos dei
6 Algunos autores analizan los celos (Davis, 1936), la envidia (Foster, 1972; Schoeck,
1966), la vergüenza (Modigliani, 1968; Gross y Stone, 1964), la confianza (Deutsch,
1958; Klatsky y Teitler, 1973), la agresión y la hostilidad (Berkowitz, 1962; Gurr y
Ruttenberg, 1967; Walters, 1966), la pena profunda (Averill, 1968) y el amor
(Goode, 1974; Huizinga, 1970; Lewis, 1959; Moller, 1958; Rubin, 1973).
LA C A P A C I D A D DE S E N T I R I 121
7 En cambio, sentimos celos cuando tememos que alguien se lleve lo que ya tenemos.
LA C A P A C I D A D DE S E N T I R I 123
8 Talcott Parsons (1968) aplica la idea de currency to power [la noción de dinero
circulante aplicada al poder].
1 2 4 I LA M E R C A N T I L I Z A C I Ó N DE LA V I D A Í N T I M A
hombres, las mujeres son más propensas a sonreír cuando sienten enojo
o frustración. En su estúdio de las expresiones faciales, el psicólogo Paul
Eckman (en una comunicación personal) halló que las mujeres tienden
más a enmascarar (ocultar rápidamente) el enojo, en tanto que los hom
bres suelen enmascarar el miedo. Un estúdio de la manifestación dei afecto
en los cuentos infantiles podría mostrar que en ellos se retrata a las ninas
expresando más el miedo que el enojo, mientras que en el caso de los ninos
es más probable lo opuesto. En cualquier caso, la traducción de expresión
(exterioridad) a sentimiento (interioridad) y viceversa se lleva a cabo con
referencia a diferentes expectativas respecto de las expresiones de enojo
en hombres y mujeres.
Los sentimientos no sólo se ligan con regias (en contextos normativos)
y con expresiones (en contextos expresivos), sino también con sanciones
(en contextos políticos). Aqui podemos explorar la relación entre poder11
y sanción, por un lado, y el objeto dei sentimiento y la expresión, por otro
lado. En tanto que los primeros dos niveles se relacionan con sentimien
tos y con pensamientos conscientes (el yo sensible y cognitivo), este tercer
nivel se vincula con sentimientos que suelen ser inconscientes.
La relación entre sanción y sentimiento varia según los sentimientos. En
la medida en que el enojo se desvia de su objeto “ legítimo”, por ejemplo,
suele desviarse hacia “ abajo” y caer en relativos vacíos de poder. Así, es
más probable que el enojo se dirija a personas cuyo poder es menor, y menos
probable que recaiga en personas más poderosas: el enojo corre por los
canales que ofrecen la resistência más débil. Este proceso alcanza su máxima
claridad en el caso de las expresiones de enojo, pero creo que, más ligera-
mente, lo mismo ocurre con la experiencia dei enojo propiamente dicha.
El patrón general que se describe aqui es análogo a la jerarquia de las
bromas observada por Rose Coser (1960). Luego de analizar las conversa-
ciones salpicadas de episodios humorísticos que el personal de un hospi
tal psiquiátrico mantuvo en sus reuniones a lo largo de tres meses, Coser
llegó a la siguiente conclusión: “ Quienes tenían una posición más alta toma-
ban la iniciativa de incluir el hum or con mayor frecuencia. M ás significa
tivamente aun, si estaba presente, la persona que era blanco de las bromas
nunca gozaba de una autoridad más alta que el iniciador” (ibid.: 95). En la
medida en que las bromas con un “ blanco” funcionan como encubrimiento
benigno de la hostilidad, reflejan el patrón de esta manera.
11 Algunos ven en la emoción un gran factor igualador, pues presuponen que los
poderosos no necesariamente gozan de más sentimientos buenos que quienes
carecen de poder. Soy escéptica en este sentido, porque dudo de que el poder
y la emoción estén desvinculados.
126 I LA M E R C A N T I L I Z A C I Ó N DE LA V I D A Í N T I M A
abajo (hacia los ninos), y ocasionalmente hacia el costado (las otras muje-
res), ella deviene el objeto menos poderoso del enojo de hombres y muje-
res. Los menos poderosos son bianco de m uy diversas hostilidades. En un
sentido, se vuelven los empleados dei departamento de quejas de la socie-
dad. Quienes están en los peldanos más bajos de la escala política suelen
percibir el m undo como un lugar hostil.
Por el contrario, los poderosos no sólo reciben una cantidad despro
porcionada de dinero y prestigio, sino que también disfrutan de más recom
pensas emocionales. Los habitantes de la cima suelen percibir el mundo
como un lugar benigno. Ello resultará más probablemente cierto cuantas
más posiciones jerárquicas (clase, raza, género) se ocupen. Una de las razo-
nes por las cuales resulta deseable obtener poder, honor y gloria es, preci
samente, la posibilidad de lograr protección contra la hostilidad y expo-
nerse a la admiración y al agrado. Por consiguiente, puede afirmarse que
las personas poderosas y las que carecen de poder viven en mundos em o
cionales, sociales y físicos diferentes.
Todas estas consideraciones tienen consecuencias para el estúdio de
género. Podríamos examinar con considerable seriedad el caso proverbial
dei jefe que pierde los estribos con el trabajador, el trabajador que pierde
los estribos con su esposa, la esposa que se enoja con los hijos y los hijos
que patean al perro. La tarea más importante consistiría en explorar los
sentimientos conscientes de las personas que ocupan cada articulación de
la serie de cataratas emocionales. En segundo lugar, deberíamos determi
nar qué enojo parece estar “desplazado” y cuál no: podemos preguntar-
nos quién y cómo se enoja con quién y por qué razones. Cuando un marido
se enfurece por un polio chamuscado, y cuando una madre pierde los estri
bos por un pequeno error de continência, resulta viable hacer una conje
tura sobre el desplazamiento dei enojo partiendo de la idea de que estos
actores, “en realidad” o “ también”, se enojan por otra cosa. Sin embargo, a
fin de desarrollar tales conjeturas, necesitamos inspeccionar las expectati
vas contextuales de las personas que componen la “cadena de enojos”, así
como las de los sociólogos que las estudian.
Lo “ social” llega mucho más allá de lo que nuestras imágenes actuales dei
yo nos llevan a creer. Los roles y las relaciones sociales no reflejan simple-
mente patrones de pensamiento y acción que dejan las emociones en un
âmbito intocado, atemporal y universal. Lejos de ello, existen patrones socia
les dei sentimiento propiamente dicho. Como sociólogos, nuestra tarea con
siste en inventar una lupa y un par de binoculares a fin de seguir el rastro
de los numerosos vínculos que existen entre el mundo que configura los
sentimientos de las personas y las personas con capacidad de sentir.
6
La elaboración del sentimiento*
Cuando ella dijo sus votos no separo los lábios como todas las novias
que él había visto hasta entonces -exponiendo sus blanquísimos dien-
tes en una pequena exhalación, extática y anh elan te- sino que lo
hizo con una especie de resignación irónica y sombria. Había sido la
* Este ensayo se publico por primera vez bajo el título “Emotion work, feeling rules,
and social structure”, en American Journal o f Sociology 85, N° 3,1979:551-575
(copyright © The University o f Chicago. Todos los derechos reservados.) Resume
parte del argumento presentado en The managed hearty “ La capacidad de sentir”
(capítulo 5 de este libro). El estúdio que le dio origen ha recibido el generoso
respaldo de una beca Guggenheim. Aunque las expresiones de gratitud en este
tipo de notas al pie forman parte de una convención (como lo demuestra el
presente ensayo), y aunque la convención dificulta el desciffamiento de la
autenticidad, deseo de todos modos expresar mi reconocimiento a Harvey
Faberman, Todd Gitlin, Adam Hochschild, Robert Jackson, Jerzy Michaelowicz,
Caroline Persell, Mike Rogin, Paul Russell, Thomas Scheff, Ann Swidler, Joel Telles
y a los resenadores anónimos de a j s .
130 I LA M E R C A N T I L I Z A C I Ó N DE LA V I D A Í N T I M A
DOS EX P L IC A C IO N ES DE L A EM O CIÓ N
Y DE LOS SE N T IM IEN T O S
^Qué suponemos verdadero en relación con las emociones? Hay una expli-
cación organicista y una interaccionista. Estos enfoques difieren en lo que
implican con respecto a nuestra capacidad para manejar las emociones y,
por consiguiente, con respecto a la importância de las regias que indican
cómo manejarias. De acuerdo con la perspectiva organicista, las cuestio-
nes primordiales conciernen a la relación entre las emociones y el instinto
o impulso biologicamente dado. En gran parte, las cuestiones que plantean
los teóricos organicistas reciben una explicación biológica. Los primeros
escritos de Sigmund Freud, Charles Darwin y -sólo en algunos aspectos-
William James concuerdan con este modelo.2 El concepto de “emoción”
se refiere principalmente a franjas de la experiencia en las cuales no se plan
tean conflictos entre uno y otro aspecto dei yo: el indivíduo “ se inunda”,
está “ sobrecogido”. La imagen que viene a la mente es la de un síndrome
reflejo automático y repentino: la expresión instantânea dei granido (Dar
win), la descarga de tensiones en un determinado momento limite de la
sobrecarga (Freud), la noción de una reacción visceral inmediata e ins
tantânea a un estímulo (Jam es y Lange) cuya percepción tampoco está
mediada por influencias sociales.
En este prim er modelo, los factores sociales no se perciben como una
influencia en la supresión o en la evocación activa de las emociones, sino
que sólo se incorporan en relación con la manera en que se éstas estimu-
lan y se expresan (e incluso aqui Darwin se inclina por la posición uni-
versalista) (véase Ekman, 1972,1973). De hecho, la emoción se considera
fija y universal, y en gran medida se la equipara a un reflejo rotular o a un
estornudo. Desde esta perspectiva, manejar una emoción seria tan difícil
como manejar un reflejo rotular o un estornudo. Si el teórico organicista
se enfrentara al concepto de regias de sentimientos, encontraria dificulta-
des en dilucidar en qué inciden esas regias, o bien a qué capacidad dei yo
se recurriría para tratar de obedecer una regia dei sentimiento. Las tenta-
2 Véanse Freud, 19 11,1915a, 1915b; Logfren, 1968; Darwin, 1955 [1872]; James
y Lange, 1922.
LA E L A B O R A C I ÓN DEL S E N T I M I E N T O I 133
No cabe duda de que Freud aborda las emociones, pero las considera
secundarias con respecto a la pulsión y propone una teoria general de las
pulsiones sexuales y agresivas. Como derivado de los impulsos sexuales y
agresivos, la ansiedad adquiere importância primordial, en tanto que una
amplia gama de otras emociones, incluidos los celos, la alegria y la depre-
sión, reciben relativamente poca atención. Freud desarrolló una noción
que muchos otros teóricos continuaron elaborando desde entonces: el con-
cepto de la defensa dei yo como medio en general inconsciente e involun
tário de evitar el afecto doloroso o desagradable. Así, es la noción de “afecto
inapropiado” la que se usa para dilucidar aspectos dei funcionam iento
dei yo individual, y no las regias sociales según las cuales un sentimiento se
considera o no apropiado para una situación.
La perspectiva dei manejo de las emociones debe a Freud la noción gene
ral de los recursos que poseen los diversos individuos para llevar a cabo la
tarea de elaborar las emociones y la noción dei manejo inconsciente e invo
luntário de las emociones, pero difiere dei modelo freudiano por su foco
en la gama completa de emociones y sentimientos y en los esfuerzos cons
cientes y elaborados de configurar el sentimiento.
^Córno entendemos la emoción inapropiada? David Shapiro (1965:192,
mis cursivas) proporciona un ejemplo en su conocida obra sobre el “estilo
neurótico” :
LA S R EG LA S D EL SE N T IM IEN T O
pia, deberían inspiramos más alegria. También conocemos regias dei sen-
timiento a partir de la manera en que reaccionan los demás ante lo que infie-
ren de nuestra manifestación emotiva. Alguien podría decirnos: “No debe-
rías sentirte tan culpable: no fue culpa tuya”, o “ No tienes derecho a sentirte
celoso, dado nuestro acuerdo”. Otro podría simplemente opinar sobre la
adecuación dei sentimiento a la situación y considerar que tiene autoridad
para hacerlo. Otros podrían cuestionar un sentimiento particular en una
determinada situación o pedir explicaciones en relación con él, en tanto que
no piden explicaciones en relación con otro sentimiento situado (véase
Lyman y Scott, 1970). Los llamados a dar explicaciones pueden considerarse
recordatorios de regias. En otros momentos, una persona podría, además,
recriminamos, fastidiarnos, reprendernos, rechazarnos o burlarse de noso-
tros -e n una palabra, sancionam os- por nuestros “ sentimientos equivoca
dos”. Tales sanciones son un indicio de las regias que apuntan a imponer.
Los deberes y los derechos establecen propiedades en cuanto a la medida
(uno puede sentirse “demasiado enojado” o “ insuficientemente enojado” ),
la dirección (uno puede sentirse triste cuando debería sentirse feliz) y la
duración de un sentimiento, dada la situación respecto de la cual se lo
evalúa. Estos deberes y derechos dei sentimiento dan una idea de la pro-
fundidad que caracteriza a las convenciones sociales, dei extremo al que
llega el control social.
Es posible trazar una distinción, al menos en teoria, entre una regia dei
sentimiento tal como la captamos en función de lo que esperamos sentir
en una situación dada y una regia tal como la captamos según nuestra sen-
sación de lo que deberíamos sentir en esa situación. Por ejemplo, alguien
podría tener la expectativa realista de aburrirse en una gran fiesta de Ano
Nuevo (porque se conoce, y sabe cómo son las fiestas de su vecino), y al
mismo tiempo reconocer que seria más apropiado sentir entusiasmo.
Con frecuencia idealizamos lo que esperamos sentir en diversas situa-
ciones. La comprensión dei mecanismo que se pone en funcionamiento
varia en gran medida desde el punto de vista social, como lo demuestran
los recuerdos de esta “ hija del flower power” :
para él. Entonces, ima mujer del grupo que en un momento fue muy
amiga mia comenzó a tener relaciones sexuales con este hombre, supues-
tamente sin mi conocimiento. Pero yo lo sabia, y experimentaba senti-
mientos muy confusos. Pensaba que no tenia ningún derecho sobre ese
hombre desde el punto de vista intelectual, y de hecho creia que nadie
debía intentar poseer a otra persona. También creia que la relación entre
ellos no era asunto mio ni motivo de preocupación, porque no se vincu-
laba en absoluto con mi amistad con cada uno en particular. También
creia en la acción de compartir. Pero me sentia terriblemente herida, sola
y deprimida, y no podia salir de la depresión. Encima de todo me sentia
culpable por experimentar esos celos posesivos. Así que seguí formando
parte dei grupo y traté de reprimir mis sentimientos. Mi ego estaba hecho
anicos. Llegué al punto de no poder siquiera reír cuando estaba con ellos.
Finalmente confronté a mis amigos, y en el verano me fui de viaje con
un amigo nuevo. Más tarde comprendí la gravedad de la situación, y me
llevó mucho tiempo recuperarme y sentirme entera otra vez.
R EG LA S DE EN C U A D R E Y R EG LA S D EL SE N T IM IEN T O :
C U E ST IO N ES DE ID EO LO GÍA
9 Sin embargo, esta regia también parece variar con la cultura. Erving Goffman
senala que los ahorcamientos del siglo x v i eran un evento social que
“supuestamente debia complacer” a los participantes, régla que ha desaparecido
de la sociedad civil.
10 En Las formas elementales de la vida religiosa, Durkheim aborda la relación entre la
vision del mundo y las réglas del sentimiento: “Cuando los cristianos, durante las
ceremonias que conmemoran la Pasiôn, y los judios, en el aniversario de la caída
de Jerusalén, ayunan y se mortifican, no lo hacen para abandonarse a una tristeza
que sienten espontâneamente. En tales circunstancias, el estado interior del
creyente se halla fuera de toda proporción con la severa abstinência a la que se
somete. Si está triste, ello ocurre ante todo porque acepta estar triste. Y acepta estar
triste afin de reafirmar su fe” (1961:274; mis cursivas). Por otra parte, “un
individuo [...], si está muy apegado a la sociedad de la que forma parte, siente la
obligación moral de participar en sus penas y alegrias; la falta de interés en ellas
equivaldría a una ruptura de los vínculos que lo unen al grupo, a renunciar a todo
deseo de hacerlo y a contradecirse” (ibid.: 443; mis cursivas). Véanse también
Geertz, 1964; Goffman, 1974.
1 4 8 I LA M E R C A N T I L I Z A C I Ó N DE LA V I D A Í N T I M A
sas situaciones, tanto desde el punto de vista cognitivo como desde el emo
cional. También se modifica la percepción de los deberes y derechos que
son aplicables a los sentimientos situados. Se usan las sanciones de otro
modo y se aceptan otras sanciones de los demás. Por ejemplo, las regias dei
sentimiento vigentes en la sociedad estadounidense difieren según sean
aplicadas a hombres o a mujeres, porque se basan en el supuesto de que la
naturaleza interna de hombres y mujeres es esencialmente distinta. El movi-
miento feminista trae aparejado un nuevo conjunto de regias para encua-
drar la vida laborai y familiar de hombres y mujeres: idealmente, ahora
debe aplicarse el mismo equilibrio de prioridades laborales y familiares a
hombres y mujeres. Ello conlleva implicaciones para el sentimiento. Hoy
una mujer puede enojarse (como sentimiento opuesto a la desilusión) con
la misma legitimidad que un hombre por abusos relacionados con el tra-
bajo, dado que supuestamente ha dedicado todo su empeno a ese trabajo
y tiene tanto derecho como un hombre a esperar progreso y ascensos. O
un hombre tiene derecho a enojarse por haber perdido la custodia de sus
hijos si ha demostrado que tiene mayor capacidad que su ex esposa para
cuidarlos. Los sentimientos anticuados están tan sujetos a nuevas censu
ras y persuasiones como las perspectivas anticuadas en relación con el
mismo conjunto de situaciones.
Es posible desafiar una postura ideológica mediante la defensa de dere
chos y obligaciones alternativos en relación con los sentimientos, y no
simplemente manteniendo un encuadre alternativo de la situación. Es posi
ble hacer frente a una postura ideológica aplicando un afecto inapropiado
y negándose a manejar las emociones a fin de experimentar el sentimiento
que resultaria apropiado según el encuadre oficial. La actuación profunda
es una forma de obediência a una determinada postura ideológica, y el manejo
laxo de las emociones indica que se ha abandonado ima ideologia.
A medida que algunas ideologias ganan aceptación y otras pierden vigor,
avanzan y retroceden los conjuntos en pugna de regias dei sentimiento. Los
conjuntos de regias dei sentimiento compiten por ganar un espacio en la
mente de las personas a fin de servir como referencia vigente con la cual
cotejar la experiencia vivida: por ejemplo, el primer beso, el aborto, la boda,
el nacimiento, el prim er trabajo, el prim er despido, el divorcio. Cuando
décimos que ha cambiado el clima de opinión, en parte nos referimos a
un encuadre diferente dei mismo tipo de acontecimientos. Por ejemplo,
dos madres pueden sentirse culpables por dejar a su hijito en la guardería
mientras trabajan todo el dia. Una de ellas, feminista, cree que no debería
experimentar tal sentimiento. La segunda, tradicionalista, cree que debe
ría sentirse más culpable aun.
LA E L A B O R A C I Ó N DE L S E N T I M I E N T O I I 49
Los así llamados “efectos psicológicos del cambio social rápido”, o males-
tar social, se deben en parte a modificaciones en la relación de la regia dei
sentimiento con el sentimiento y a una falta de claridad con respecto a la
regia, que se producen a raiz de conflictos y contradicciones entre regias
en pugna y entre réglas y sentimientos. Los sentimientos se sacan de sus
encuadres convencionales, pero no se colocan en encuadres nuevos. Como
el hombre marginal, podríamos decir: “ No sé cómo debería sentirme”
Queda por senalar, tal como propone acertadamente Randall Collins,
que las ideologias a veces funcionan a la manera de armas en el conflicto
entre élites y estratos sociales en pugna.11 Collins sugiere que las élites tra-
tan de ganar acceso a la vida emotiva de sus adhérentes obteniendo un
acceso legitimo al ritual, que él considera una forma de tecnologia em o
tiva. Desarrollando esta idea, podemos agregar que las élites, y sin duda los
grupos sociales en general, luchan por afirmar la legitimidad de sus réglas
de encuadre y sus réglas del sentimiento. No sólo la evocación de las emo
ciones, sino también las réglas que las gobiernan, devienen objetos de la
lucha política.
LA S R EG LA S D EL SE N T IM IE N T O Y E L IN T ER C Â M B IO SO C IA L
11 Collins (1975:59) sugiere que los grupos de élite compiten no sólo por el acceso
a los médios de producción económica o de violência, sino también a los médios
de “producción emocional”. Los rituales se ven como herramientas útiles para
forjar la solidaridad emocional (que puede usarse en contra de los demás) y para
establecer jerarquias de estatus (que pueden dominar a quienes piensan que los
nuevos ideales tienen efectos denigrantes).
150 I LA M E R C A N T I L I Z A C I Ó N DE LA V I D A Í N T I M A
En otras palabras, la joven graduada “pagó” su deuda a los padres con una
actuación superficial disociada de su definición “ real” de la situación. Si
diera un paso más, podría pagarles con un gesto de actuación profunda,
es decir, tratando de sentir. El gesto generoso por excelencia es el acto de
autopersuasión exitosa, de sentimiento genuino y cambio de encuadre,
actuación profunda que cuaja, funciona y deviene la emoción, aunque no
se trate de un “ regalo natural”. El m ejor regalo, el regalo que desean los
padres, claro está, es la felicidad real de su hija.
La segunda manera en que las reglas dei sentimiento participan en el
intercâmbio social tiene lugar cuando el individuo no toma en serio la con-
vención afectiva, sino que juega con ella. Para dar un ejemplo, imagine-
12 Los vínculos entre la ideologia, las reglas dei sentimiento y el manejo de las
emociones, aparentemente estáticos, cobran vida en el proceso dei intercâmbio
social. Los estudiosos de la interacción social usan la expresión “ intercâmbio social”
para referirse a dos cosas. Algunos la aplican al intercâmbio de bienes y servicios
entre las personas (Blau, 1964; Simpson, 1972; Singelmann, 1972). Otros (como
George Herbert Mead) se refieren a un intercâmbio de gestos, sin la estimación
de costo-beneficio arraigada en el primer uso. Sin embargo, los actos de
demostración también se intercambian en el sentido limitado de que el individuo
a menudo cree que debe o se le debe un gesto de sentimiento. Aqui me refiero a
los actos de demostración basados en un entendimiento o derecho previo
y compartido.
LA E L A B O R A C I Ó N DE L S E N T I M I E N T O | 151
mos a dos agentes de viaje que trabajan en un aeropuerto, uno con expe-
riencia y otro nuevo en el empleo. El agente nuevo tiene que reformular
un pasaje complicado (tarea que incluye cambio de fecha, una tarifa más
baja y acreditación de la diferencia entre la tarifa anterior y la actual en una
tarjeta aérea, etc.). Busca sin éxito al agente experimentado, mientras los
clientes que estân en la fila cambian continuamente de posición y le cla-
van deliberadamente la mirada. El agente experimentado reaparece a los
diez minutos, y tiene lugar la siguiente conversación: “ Te estaba buscando.
Se supone que eres m i instructor”, dice el agente nuevo. “ Oh, lo siento
mucho, de verdad, me siento tan mal por no haber estado aqui para ayu-
darte”, responde el agente experimentado con una sonrisa irónica, y ambos
se echan a reir. El sentimiento inapropiado (ausência de culpa, falta de soli-
daridad) puede traducirse de la siguiente manera: “ No te tomes a pecho
mi falta de elaboración emocional o demostrativa. Lo que ocurre es que
no tengo ganas de trabajar aqui. Tù puedes entenderlo”. La risa ante la
distancia irónica que se establece respecte de la convención afectiva tam-
bién sugiere una cercania: “ No necesitamos de esas convenciones para man-
tenernos unidos, porque compartimos nuestra rebeldia”.
M ER C A N T IL IZA C IÓ N D EL SE N T IM IEN T O
tamos, envidiamos tanto que robamos y nos deprimimos tanto que mori-
mos. Los diários hacen su agosto registrando este tipo de emociones. Pero
la otra mitad de la historia hum ana se relaciona con la m anera en que
nos calmamos antes de matar, deseamos algo pero no lo robamos, o hace-
mos a un lado las pastillas para dormir y llamamos a un amigo. Aunque
los diários no digan cómo mantenemos, configuramos y -e n la medida
de lo posible- dirigimos el sentimiento, quizá sea ésta la noticia que real
mente importa.
La economia de la gratitud*
Una persona suele sentirse agradecida cuando recibe un regalo. Pero, ^qué
es un regalo? Esta pregunta tiene dos respuestas. En el sentido convencio
nal, un regalo es un objeto o servicio que se da voluntariamente, incluso
cuando es esperado; por ejemplo, un regalo de Navidad. Pero en el sen
tido emocional que abordo aqui, un regalo debe percibirse como algo extra,
algo que está más allá de lo que solemos esperar.1 La cultura ayuda a fijar
en el individuo un parâmetro mental según el cual una acción o un objeto
se consideran adicionales, y por lo tanto equivalen a un regalo. Los câm
bios que se producen en la cultura también modifican los numerosos y
minúsculos parâmetros mentales que refuerzan el concepto de regalo que
tiene una persona. El sentido del genuino dar y recibir form a parte dei
amor. Así, usamos la cultura para expresar amor a través de la idea de regalo.
En el Ensayo sobre el don, Marcel Mauss explora la manera en que, en
las sociedades previas a la formación dei Estado, una persona daba rega
los en nombre de su tribu o aldea a otra que los recibia en nombre de su
tribu o aldea: regalos en el prim er sentido de la palabra. El gran jefe de
una tribu de Micronesia podia, por ejemplo, entregar una canasta de cau
ris a modo de regalo que un grupo offecia a otro. En esas sociedades, el
intercâmbio de regalos funcionaba como una forma de diplomacia y con-
2 Ogburn sostiene que la cultura material cambio a paso más acelerado que la
cultura inmaterial; por ejemplo, las creencias populares y las instituciones sociales,
incluída la familia. El uso que hace Ogburn dei término “cultura” oscurece el papel
que desempenan los intereses y el poder; la cultura simplemente “se retrasó” con
respecto a la economia, sin servir a los intereses particulares de un grupo social
determinado. En el análisis que desarrollo aqüí, el retraso sirve a los intereses de
los hombres que, según su propia percepción, tienen más que perder con los
câmbios sociales que las necesidades y las oportunidades económicas han abierto
a las mujeres.
3 En el siglo xix, las tendências económicas afectaron más directamente a los
hombres, porque la industrialización los atrajo hacia el trabajo asalariado más
que a las mujeres. Ello los llevó a cambiar en mayor medida los aspectos básicos
de su vida, en tanto que las mujeres “se retrasaron culturalmente”.
LA E C O N O M Í A DE LA G R A T I T U D | 159
hombre, los tradicionalistas pregimtan: ,>En qué trabaja? ^Qué lugar ocupa
en la empresa? ^Cuánto gana? ^En qué medida es honesto y excelente en
su trabajo? Puede ser un padre atento, generoso con su tiempo e imagina
tivo en los juegos que comparte con sus hijos, pero estas características
no contribuyen a su honor como hombre en la misma medida en que lo
hace su desempeno en el trabajo. Para estimar el honor de una mujer, los
tradicionalistas preguntan: ^Está casada? ^Con un buen hombre? ^Cuán-
tos hijos tiene? ^Cómo les va a los hijos? ,jSu casa está limpia y ordenada?
La mujer puede trabajar fuera de su casa, pero ningún honor que gane
allí se convierte en honor ganado como mujer.
De acuerdo con el código tradicional, el êxito de un hombre en su tra
bajo se refleja en su esposa. El senor Pérez logra un ascenso en el banco, y
a su esposa se la tiene en mejor estima. No es sólo que la senora de Pérez
se enorgullezca dei senor Pérez. A ojos de los demás, ella asciende en esta-
tus. Pero en una comunidad tradicional, el ascenso laborai de la senora de
Pérez no mejora el estatus de su marido. La esposa no puede darle eso, por
que el estatus dei senor Pérez como hombre se basa en la capacidad de man-
tener a su familia y mediante esa capacidad brindar a toda la familia un
rango más alto en la escala de las clases sociales. Así, el trabajo o la pre
sencia pública de su esposa sólo cuenta en la medida en que suma a esa
base o sustrae de ella. De hecho, cuanto más êxito obtenga la esposa en el
trabajo, más honor suele restar a su marido como hombre.
El código igualitário dei honor es m uy diferente. En su marco, el honor
masculino y el honor femenino se basan igualitariamente en los roles que
los cónyuges desempenan en las esferas pública y privada. Las mujeres
transfieren su honor a los hombres de la misma manera en que los hom-
bres transfieren el suyo a las mujeres. Según este nuevo código, las muje
res también pueden elevar a la familia en la escala social.
Las comunidades de donde extraje las parejas que entrevisté diferían
ampliamente; algunas apoyaban en general a la esposa trabajadora; otras,
al ama de casa. La mayoría de las parejas tenían amigos que compartían
sus valores, pero también se relacionaban con gente que no lo hacía. Uno
de los hombres captó este sentido de pluralismo cultural:
Los tradicionalistas puros eran minoria entre las parejas que habitaban
en la bahía de San Francisco a principios de los anos ochenta. Entre ellos
se contaban Frank y Carmen Delacorte.6 Frank tenía unos 30 anos, estú
dios secundários, era serio y retraído, salvadoreno de origen y carpintero
de profesión. Creia que su trabajo - y sólo su trabajo- debía sustentar a la
familia. Le desagradaba el empleo no especializado que se había visto obli-
gado a tomar -arm ador en una fábrica de cajas-, donde a diário inhalaba
un pegamento que según sus temores podia ser danino. Aun así, se sentia
orgulloso de mantener a su familia.
Su esposa, Carmen, una mujer corpulenta, voluble y de cabello oscuro,
dirigia una guardería infantil instalada en su propia casa donde recibía a
los hijos de sus vecinas trabajadoras. Según explicó con firmeza, lo hacía
“para ayudar a Frank” : “ Sólo trabajo porque cada vez que voy a la tienda
de comestibles pago veinte dólares más. No lo hago para desarrollarme ni
para descubrir m i identidad. De ninguna manera”.
Frank se sentia agradecido de que Carmen lo ayudara a cumplir con su
tarea... sin quejarse. Consideremos el “ sin quejarse”. Una noche, Frank y
Carmen cenaron con una pareja amiga. La otra mujer lamentaba tener que
trabajar de camarera, porque “es el hombre quien debe ganar el dinero”.
Para incomodidad de los Delacorte, la mujer expuso abiertamente la vul-
nerabilidad de su marido, quien no ganaba lo suficiente para que ella pudiera
quedarse en su casa.
Una situación similar se suscito entre Frank y su capataz, un tradicio
nalista ferviente y declarado. Tal como lo explicó Frank en tono vacilante,
Michael Sherman era un amable ingeniero, de clase media alta, que en sus
ocho anos de matrimonio, a instancias de su esposa Adrienne, había dejado
de lado las regias tradicionales de género para adoptar las igualitarias.
Adrienne era profesora universitária. Hacia el momento en que nacieron
sus mellizos, los cónyuges habían acordado que ambos darían prioridad a
la familia y harían todas las reducciones necesarias en sus ingresos y en su
carrera. Adrienne no ayudaba a Michael a establecerse en un peldano de
la escala social: su trabajo importaba tanto como el de él para ese sentido
de ubicación. Cuando Michael banaba a los mellizos, no ayudaba a Adrienne:
hacia lo que le corresponde a un buen padre. Adrienne no estaba agrade
cida porque Michael banara a los mellizos: esperaba que él lo hiciera. Sin
embargo, Adrienne estaba agradecida por otra cosa: Michael asumía un
riesgo, porque los matrimônios igualitários aún eran muy poco frecuen-
tes para los hombres de su generación y su círculo social. En este sentido,
Adrienne sentia que Michael le había dado algo “extra”. Dado que ella se
había esforzado por establecer las nuevas condiciones en su matrimonio,
y dado que las regias eran nuevas en su círculo social y en la cultura más
abarcadora, Adrienne percibía que esas condiciones eran frágiles. Michael
recibía cierto respaldo social, pero no de la gente de quien él lo deseaba.
Su esposa, las amigas de su esposa y algunas de sus amigas mujeres lo
consideraban “maravilloso”. Pero sus padres, los padres de Adrienne y algu-
nos de sus conocidos varones no hacían com entários. Pensaban que
Adrienne era mandona y él, un marido dominado.
Michael mismo sentia a veces punzadas de ansiedad y frustración: temia
quedar rezagado en relación con sus colegas casados con mujeres que les
quitaban de encima el peso de las tareas domésticas. Pero no se quejaba,
porque no actuaba de esa manera sólo por Adrienne; también lo hacia por
si mismo. Y Adrienne se sentia agradecida por eso.
1Ó4 I LA M E R C A N T I L I Z A C I Ó N DE LA V I D A Í N T I M A
7 Estas dos parejas difieren en clase social, origen étnico y religion. Otras
investigaciones sugieren que los integrantes de la clase obrera, las personas con
ideas políticas conservadoras y las parejas en las que tanto la madre del marido
como la de la esposa son amas de casa cultivan un mayor tradicionalismo. Las
disimilitudes en cultura religiosa parecen tener poca influencia: los judios son
levemente más igualitários y los católicos levemente menos, pero las diferencias
religiosas también pueden reflejar diferencias de clase (véanse Baruch y Barnett,
1988; Pleck, 1982; Kimball, 1983; Hood, 1983).
LA E C O N O M f A DE LA G R A T I T U D | 16 5
de dos hijos. Peter era un hombre sensible y elocuente, dueno de una libre-
ría. Nina era una mujer alta y vivaz, que comenzaba a descollar en el depar
tamento de personal de una gran empresa en expansión. Al igual que los
Delacorte, habían iniciado su relación según parâmetros tradicionales. Pero
a medida que crecía la empresa donde trabajaba y se abrían oportunida
des para las mujeres con estúdios universitários, Nina obtuvo un ascenso
tras otro hasta triplicar los ingresos de su marido.
Orgullosa de su carrera, estaba encantada de aportar su salario a las arcas
familiares. Estaba encantada de hacer posible que Peter trabajara en lo
que le gustaba -s u innovadora librería-, en lugar de dedicarse a un nego
cio más lucrativo pero menos apasionante, como la venta de propiedades.
Tal como lo expresó ella misma, “ m i salario y mis benefícios permiten
que Peter se arriesgue con la librería. Realmente me encanta que tenga la
oportunidad de hacerlo”. En esencia, Nina decía: “ toma, Peter; éste es mi
regalo para ti”.
Peter sabia que Nina consideraba su salario un regalo para él, pero no
lograba aceptarlo. Estaba encantado de dedicarse al oficio que amaba y
apreciaba todo lo que ambos podían hacer gracias al salario de su esposa:
comenzar a pagar una casa nueva, com prar otro auto y pagar la educa-
ción de su hija mayor. Sin embargo, por mucho que amara a Nina, no podia
decirle “gracias”, porque el regalo de su esposa era algo que, desde el punto
de vista de Peter, él debía darle a ella.
Peter se avergonzaba de que Nina ganara tanto más que él. ^Cuál era el
origen de esa vergüenza? Peter no competia con su esposa, ni sentia que
ella compitiera con él, sino que apreciaba genuinamente su talento y sus
logros. Tal como lo expresó él mismo, “ no a todas las mujeres les va tan
bien”. También apreciaba el aspecto físico de Nina. “ Es una m ujer m uy
bella”, decía sin que le preguntaran. “ Me encanta veria por la manana, con
el pelo brillante y recién lavado, cuando se prepara para comenzar el dia.”
Queria que su hija fuera “exactamente como ella”.
Peter se sentia orgulloso de Nina y por Nina, pero no podia compartir
el nuevo estatus de su esposa. No podia “ recibir” lo que ella le “daba”. En
consecuencia, Nina no podia dar le su nuevo estatus. En efecto, el ascenso
de Nina reducía el de Peter, no en opinión de ella, sino a los ojos de los
parientes, los vecinos y los viejos amigos, especialmente los hombres. A
través de Peter, y con su consentimiento, esos otros imaginários desacre-
ditaban el regalo de Nina, dado que juzgaban el honor masculino según
el viejo código.
Lejos de recibir ese salario como regalo, ambos lo trataban como un
triste secreto con el que debían lidiar. No les dijeron nada a los padres de
l 68 I LA M E R C A N T I L I Z A C I Ó N DE LA V I D A Í N T I M A
Si el salario más alto de Nina significaba que Peter ténia que hacer más
cosas en la casa, £qué clase de regalo era?
En el clima de opinión donde se percibia inmerso, Peter se sentia un tipo
de hom bre del que sólo habia “ uno entre cien”. Puesto que -d ecia con
gran sentim iento- “ jla mayoria de los hombres no podrían tolerar que su
esposa ganara tanto más que ellos!” Ambos pensaban que era una suerte
para una mujer haberse casado con un hombre tan inusualmente com-
prensivo. Asi que el regalo, tal como lo veia Peter, no era de su esposa a él,
sino de él a su esposa. Además, Nina se sentia afortunada porque sólo con
un hombre tan inusualmente comprensivo podia tener ambas cosas: êxito
en el trabajo y un matrimonio feliz.
El regalo de Nina era “cosa de hombres” : era el tipo de regalo que “ un
hombre debe dar a una m ujer”. Peter queria dar a Nina su propio salario
alto y la posibilidad de elegir si trabajaba o no. Pero ella no necesitaba esa
elección. Por su formación y sus oportunidades, siempre habría elegido
trabajar. En cambio, lo que realmente queria era que su marido colaborara
LA E C O N O M Í A DE LA G R A T I T U D | 1 69
con el trabajo doméstico y el cuidado de los hijos. Tal como estaban las
cosas, Nina se veia obligada a pedirle y recordarle que ayudara: la partici-
pación de Peter no era un asunto resuelto. Dado que tenía que pediria, Nina
no percibía la colaboración de su marido como un regalo. Si embargo, como
Peter se avergonzaba de lo mucho que ganaba ella, Nina no queria presio-
narlo demasiado con el trabajo de la casa. Así que rara vez se lo solicitaba,
y hacía ella misma la parte dei león. Nina compensaba la superioridad de
su salario trabajando doble jornada.8*loDe esa manera, el viejo código de
género reduçía el valor de las nuevas oportunidades económicas que se
abrían para las mujeres e introducía un desequilibrio de poder en la eco
nomia marital de la gratitud. En última instancia, Peter se beneficiaba
con el alto salario de Nina, pero también se beneficiaba con un regalo de
segundo orden que su esposa le debía por haberle dado el prim er regalo:
una disculpa expresada en trabajo doméstico.
Como la mayoría de los hombres son muy tradicionales, el “nuevo hom-
bre” podia hacer un negocio fantástico gracias a su comprensión dei nuevo
código, o incluso a su intento de comprenderlo. Peter apoyaba personal-
mente a Nina por su maternidad y su carrera en una medida inusual, pero
Seth no podia reclamar prioridad en los cuidados. Deseaba a toda costa esa
prioridad, aunque no estaba convencido de tener derecho a desearla. En ese
momento de la entrevista comenzó a emplear por primera vez un inglês
agramatical, como si quisiera distanciarse de lo que decía, como si dijera
“no soy yo quien habla, sino alguien menos instruido”.
La propuesta de Jessica era diferente: “ Si tú me ayudas en casa, me sen
tirá agradecida por eso y te amaré”. A raiz de sus diferentes posiciones en rela-
ción con el código de género, se abrió entre ellos una profunda grieta con
respecto a la concepción de regalo. Ambos creían dar regalos no agradeci
dos que el otro perdia continuamente. Tal como lo expresó finalmente Seth,
“ trabajo, trabajo, trabajo y regreso a casa £para qué? Para nada”. Por su
parte, Jessica decía hacer “sacrifícios que él ni siquiera ve”. Ambos se sentían
defraudados. Decepcionados y privados de sus “ regalos”, acabaron sintiendo
un gran resentimiento mutuo. En otro matrimonio con desavenencias aun
mayores, un marido similar explico su situación con profundo desconsuelo:
Sin duda, parte del problema que aqueja a los matrimônios como el de Seth
y Jessica radica en alguna herida temprana abierta en el carácter humano,
una temprana sensación de insuficiência que se proyecta en los detalles
cotidianos de la vida adulta. No obstante, la entrega malograda también
ocurre en parejas donde estos conceptos no son aplicables. En “ El regalo
de los Reyes Magos” hallamos la clave dei problema.
PU N TO S DE R E F E R E N C IA PARA L A GRATITU D
tanto para las parejas tradicionalistas como para las igualitarias, la noción
de regalo cambia continuamente.
Los matrimônios de doble ingreso más felices que observé concordaban
en matéria de regalos, y ese acuerdo también se ajustaba a la realidad dei
momento. Ni siquiera los hombres más tradicionales felizmente casados
llegaban a su casa, se sentaban a la mesa dei comedor y creían que sólo
una cena lista los haría “ sentir agradecidos” o “ amados” : a menudo eso no
ocurría. Todos encontraron algún reemplazo factible para las rosas y la
tarta de manzana. Las parejas igualitarias felices, por su parte, buscaban
apoyo social a fin de interiorizar plenamente las nuevas regias de género.
Más importante aun, no se conformaban con menos gratitud, sino que
buscaban una manera de intercambiar más regalos según nuevos térmi
nos, y así resolvían el problema dei “regalo de los Reyes Magos”.
8
Dos maneras de ver el amor*
* Este ensayo se adaptó de una charla que tuvo lugar en la Asociación Psicoanalítica
Alemana, en Saarbrucken, Alemania, el i° de octubre de 1995. Originalmente
titulado “ The sociology o f emotion as a way o f feeling”, se publico en Gillian
Bendelow y Simon J. Williams (eds.), Emotions in social life: Critical theories
and contemporary issues, Londres, Routledge, 1998, pp. 3-15, y se reproduce aqui
con permiso de la editorial.
173 I LA M E R C A N T I L I Z A C I Ó N DE LA V I D A Í N T I M A
Los votos y los anillos dirigen la atención de todos hacia lo mismo, y así la
pareja se siente enaltecida por formar parte de im todo que los incluye y
los respalda: una comunidad de familia y amigos, la sociedad. El amor
que se profesan se sostiene desde el exterior al igual que desde el interior.
Pero la boda de esta joven no funcionaba en los términos de Durkheim,
dado que los miembros de su familia y sus amigos, uno tras otro, iban
desentendiéndose de sus roles ceremoniales. La novia sólo logró conmo-
verse cuando centro la atención en sí misma - “ Eres tú la que se casa, no
los demás”- y en su novio. Se enfrentaba a una ceremonia que había per
dido el carácter ceremonial, a un rito durkheimiano que no estaba inmerso
en una atmosfera durkheimiana. Nerviosa y decepcionada, comprendió
que debía sustraerse de la ceremonia a fin de percibir su boda como algo
sagrado y experimentar una transformación personal. Los finales son impor
tantes, y la novia finaliza su relato describiendo cómo se sumergió en una
mirada recíproca con su novio que la hizo sentirse transformada. El des-
concierto de la ceremonia echa luz sobre la historia moderna donde ésta
se inserta: cuando la comunidad no rodea a una pareja, cada miembro de
la pareja debe representar una comunidad entera para el otro. El círculo
durkheimiano conserva su magia, pero se encoge.
^Qué parte de la historia relatada por la novia podría llam ar la aten
ción de un psicoanalista? Christa Rohde-Dachser (quien comento una ver-
sión anterior de este ensayo que fue expuesta ante la Asociación Psicoa-
nalítica Alemana en 1995)3 o íf ece la siguiente interpretación: La joven novia
abriga “ expectativas narcisistas en relación con ese día”. Espera sentirse
importante, elevada y enaltecida, y se decepciona al advertir que sus expec
tativas no se cumplen. Cuando se enfrenta a la desatención de su hermana,
la ausência de sus amigos y la torpeza de las damas de honor, se preocupa
ante la idea de tener que adoptar la “ solución depresiva femenina” : aban
donar la esperanza de satisfacer sus propias necesidades y centrarse en las
necesidades más urgentes de los demás. Sin embargo, después experimenta
una sensación de “ triunfo edípico” (“ Eres tú la que se casa, no los demás” ),
un momento en que abandona el blanco desierto de sus primeros anos,
cuando observaba desde los márgenes la felicidad sexual de sus padres:
ahora ella puede experimentar su propia gratificación sexual. ^Por qué -
se pregunta también Rohde-Dascher- la historia termina en un momento
de unión feliz? $Es ésta una fusión de las expectativas narcisistas con el
5 Tal como sostiene el historiador John Gillis (1994), nunca antes ha sido tan grande
el valor que se deposita en la vida familiar. En efecto, los valores familiares son
cada vez más nuestros únicos valores. Este sentido de sacralidad que la tradición
182 I LA M E R C A N T I L I Z A C t Ó N DE LA V I D A Í N T I M A
de sus dias más felices? Este contexto también otorga significado a los
sentimientos que experimenta la novia en el día de su boda, de la misma
manera en que el fondo confiere significado a una figura, o un rompeca-
bezas lo hace con una pieza.
Dados el diccionario emocional vigente y la biblia en uso, por un lado,
y el contexto social, por otro, cada cultura transmite a sus miembros una
paradoja singular. La paradoja occidental moderna del amor parece ser la
siguiente: como nunca antes, la cultura invita a las parejas a que aspiren a
un amor m uy comunicativo, íntimo, lúdico y sexualmente satisfactorio,
pero el propio contexto social, a la vez, precave contra la confianza exce-
siva en el amor. Es así que la cultura invita cada vez más a las parejas a
“entregarse de verdad” y confiar plenamente, pero también les advierte:
“en realidad, no estás a salvo si procedes de ese modo. Tu ser amado podría
irse”. Así como los anúncios publicitários que saturan la televisión esta-
dounidense evocan la belle vie en el marco de una economia en decadên
cia que se la niega a tantos, emerge el nuevo permiso cultural para expe
rimentar una vida amorosa rica, plena y satisfactoria, en tanto que nuevas
incertidumbres la subvierten.
Intentaré desarrollar un poco más esta idea. Por un lado se registra una
creciente tendencia a esperar que el am or sea más expresivo y em ocio
nalmente satisfactorio. Las razones económicas para que los hombres y
las mujeres unan sus vidas han perdido magnitud, y las razones emocio-
nales han adquirido más importância. Además, el amor moderno tam
bién se ha vuelto más pluralista. La revolución sexual y emocional que
tuvo lugar en los últimos treinta anos ha cambiado el am or romântico
de la misma manera en que la Reforma protestante m odificó la hegemo
nia de la Iglesia católica.6 Ahora, el ideal de am or romântico heterose
xual es un modelo levemente más pequeno dentro de un panteón cre
ciente de amores valiosos, cada cual con la subcultura que lo sostiene. En
los Estados Unidos, los amantes homosexuales comienzan a disfrutar de
abierto reconocimiento. Si no aparece el hombre apropiado, algunas muje
res solteras heterosexuales prefieren vivir romances apasionantes y pasa-
jeros, que com plementan con amistades femeninas cálidas y perdura-
bles. Esta diversificación am orosa expande las categorias sociales de
n El propio acto de manejar las emociones puede verse como parte de la emoción
resultante. Pero esta idea se pierde si suponemos, tal como lo hacen los teóricos
organicistas, que la manera en que manejamos o expresamos los sentimientos es
extrínseca a la emoción. Los teóricos organicistas se proponen explicar cómo la
emoción es “motorizada por el instinto”, y así pasan por alto nuestro modo de
evaluarla, etiquetaria y manejaria. Los teóricos interaccionistas suponen, al igual
que yo, que la cultura puede incidir en la emoción de maneras que influyen en
lo que senalamos cuando décimos “emoción” (Hochschild, 1983:18,28; véanse
también los apêndices A y B).
l88 I LA M E R C A N T I L I Z A C I Ó N DE LA V I D A Í N T I M A
novia, la devota solitaria. Elio podría intensificar su amor, tal como lo pres
cribe la cultura, pero también sobredimensiona las exigencias que se depo-
sitan en cada participante de ese amor. Si la boda refleja de algún modo
los otros lazos sociales que mantiene la novia, cabe preguntarse cómo se
vincula su amor por el novio con su falta de conexión con los demás. Cuando
los círculos microdurkheimianos del matrimonio son tan ffágiles, quizá
-paradójicam ente- necesitemos más bodas apropiadas en las que las her-
manas sean ff aternales y los amigos, verdaderos: quizá se necesite toda una
aldea para que el amor funcione, y reparar esa aldea para que perdure.
9
Los caminos dal sentimiento*
Las ideologias de género que profesaban los hombres y las mujeres que estu-
dié pueden clasificarse en très categorias principales: tradicional, igualita-
ria y de transición. Cada una de estas ideologias llevaba implícitas réglas del
sentimiento que establecían cómo deberia sentirse uno en relación con el tra
bajo y con las tareas domésticas. Los hombres y las mujeres tradicionales
creian que el lugar de una mujer era la casa -incluso en los casos en que
ella se viera obligada a trabajar afuera- y que el lugar de un hombre era el
trabajo, incluso si se necesitara su colaboración en la casa. Muchas muje-
de que su esposa biciera su “ trabajo” : cuidarlo a él. Tanto este obrero como
la cuidadora de ninos aportan claves biográficas según las cuales su ideo
logia de género se arraiga en la emocionalidad.
En otros casos, el sentimiento subyacente parecia subvertir la ideologia
de superfície. Consideremos el ejemplo de John Livingston, un empresá
rio blanco que había vivido un tiempo al borde dei divorcio y había bus
cado ayuda terapêutica para su matrimonio pocos meses antes de nuestra
entrevista. Describió una infancia de extremo abandono en el seno de
una familia irlandesa de clase obrera, con un padre inclinado a recluirse y
una madre adicta al trabajo. Su madre, que trabajaba de camarera durante
la semana, había tomado un empleo extra como vendedora de helados
los fines de semana. John me explico cuánto significaba para él haberse
casado y “ finalmente poder comunicarse con alguien”.
Desde el punto de vista ideológico, John era igualitário. Su madre siem-
pre “ había trabajado” ; él siempre había tenido la expectativa de que su
esposa trabajara y estaba “completamente a favor de compartir” los roles
de proveedor y ama de casa en su matrimonio. Pero cuando nació su hija
Cary, estas regias dei sentimiento se volvieron mucho más difíciles de seguir.
En primer lugar, John percibió con absoluta nitidez que su esposa se ale-
jaba de él. Tal como lo expresó él mismo, “ me sentí abandonado, podría
decirse, y también enojado”. Cuando la esposa se reintegro a su exigente
empleo, John se molesto y opuso gran resistência:
Quizás estuviera celoso de Cary porque durante los seis anos anterio
res a su nacimiento yo había sido la persona más importante para Bar
bara. A lo largo de vários meses, mientras mi esposa cumplía con su pro
longado horário de trabajo, yo regresaba a casa y pasaba la mayor parte
de la noche con nuestra hija, lo cual me agradaba. Pero estaba molesto
por la ausência de Barbara. Queria disponer de unos minutos para mí.
Después sentí que Cary era víctima de una estafa porque su madre no
estaba en casa. ;Y yo queria que Barbara pasara más tiempo conmigo!
Así que me aparté. No queria quejarme ni hacerla sentir culpable por
trabajar tanto, pero la situación me molestaba.
John creia que Barbara hacía bien en compenetrarse con su trabajo, pero
a la vez esa actitud lo enfurecia. Sus regias dei sentimiento colisionaban
con sus sentimientos. Dado que John tenía el hábito de alejarse cuando
estaba enojado, se aparto de su esposa en todo sentido, incluso sexualmente.
Su esposa se disgustó por el alejamiento, y así entraron en un doloroso
punto muerto que ambos eludieron a pesar de los largos horários de tra-
LOS C A M I N O S DEL S E N T I M I E N T O I 193
partido con sus maridos las tareas domésticas e intentaban mantener ese
acuerdo de equidad estabilizada. Las que no siempre habían compartido
el trabajo de la casa aplicaban una de dos alternativas: o bien presionaban
a su marido para que se ocupara de un mayor número de tareas domésti
cas, o bien no lo hacían. Algunas de las esposas que trataban de que su ma
rido hicieran más en la casa ejercían una presión directa y activa: emplea-
ban la persuasión, se lo recordaban, discutían o a veces amenazaban con
un enfrentamiento (una estratégia de cambio activo). Otras esposas pre
sionaban al marido de manera pasiva o indirecta: “ se hacían las tontas” o
“ se enfermaban”, con lo cual lo obligaban a hacerse cargo de un mayor
número de tareas domésticas. Algunas mujeres incrementaban el costo de
la falta de colaboración aislando emocionalmente a su cónyuge o perdiendo
el interés sexual en él por estar “demasiado cansadas”.
También había madres trabajadoras que conservaban para ellas la m a
yor parte de la responsabilidad por las tareas domésticas. Se convertían
en “ súper-mamás” con largos horários de trabajo fuera de la casa y per-
mitían que sus hijos (luego de dormir la siesta en la guardería) se acosta-
ran más tarde por la noche a fin de poder brindarles atención. Otras madres
trabajadoras reducían su tiempo, esfuerzo o compromisos en el empleo y
en la casa, y con su marido y sus hijos, administrando la carga excesiva
mediante diversas combinaciones de recortes.
A fin de preparar el terreno para implementar su estratégia de conducta,
las madres trabajadoras creaban un determinado camino emocional: inten
taban sentir lo que resultara útil para poner en práctica sus líneas de acción.
Por ejemplo, algunas mujeres confrontaban (o casi conffontaban) al marido
con un ultimátum: “ O bien compartes conmigo la responsabilidad por
las tareas domésticas, o me voy”. Para avanzar con el enfrentamiento, la
mujer tenía que fijar la atención en la injusticia que representaba para ella
llevar esa carga sobre sus hombros, y llegaba a obsesionarse con la impor
tância de la cuestión. Se distanciaba de todos los sentimientos que experi
mentaria por su marido en otras circunstancias y suspendia la empatía por
la situación en que se encontraba él; es decir, se endurecia frente a la resis
tência de su cónyuge. Una de estas mujeres describió así la manera en que
abordo a su marido:
Era fanática dei trabajo -exp licó - pero decidí que debía dejar esas cosas
de lado mientras mis hijos fueran chicos. Sin embargo, es mucho más
difícil de lo que había pensado, en especial cuando camino por el super
mercado y los demás piensan que soy una simple ama de casa. Me dan
ganas de gritarles: “ jTengo un master! jTengo un master en negocios!”.
su hogar todo el día con los hijos. Tienen un perro y uri jardín. Pienso
en que mi mamá se quedaba en casa todo el día conmigo. Me pregunto
si le estoy dando a mi hija las sólidas bases que me dio mi madre. Des-
pués me digo: “ jNo te sientas culpable! Tu culpa tiene que ver contigo,
no con tu bebé. Tu bebé está m uy bien”. Al menos, yo creo que mi bebé
está muy bien.
Las estratégias de género que empleaban los hombres eran en parte com-
parables a las de las mujeres y en parte no, porque tradicionalmente no
correspondia a los hombres cumplir con las tareas domésticas ni cuidar a
los hijos, y no solían hacer más que la esposa en ese terreno. Como conse-
cuencia, no era frecuente que presionaran a su cónyuge para compartir las
tareas domésticas. Por el contrario, los hombres eran objeto de tales pre-
siones con mayor frecuencia, y su resistência adquiria diversas formas:
desentenderse de la tarea a realizar, disminuir las necesidades, sustituir la
tarea por otras ofrendas al matrimonio y alentar de manera selectiva los
esfuerzos de la esposa. Algunas estratégias iban más a contrapelo de las emo
ciones que otras, y requerían mayor preparación emocional. Quizá la estra
tégia masculina que exigia la mayor preparación emocional fuera la de “redu-
cir las necesidades”. Algunos hombres reconocían que era justo compartir,
pero se resistían a incrementar su contribución a las tareas domésticas reba-
jando la prioridad de las tareas a realizar. Uno de los hombres explicó que
nunca iba de compras porque “no necesitaba nada”. No necesitaba ir a com
prar muebles (la pareja acababa de mudarse a una casa nueva) porque no
le importaba amueblar la casa. No hacía la cena porque el cereal ff ío “estaba
bien”. Su esposa aceptaba la reducción de prioridades, pero sólo hasta cierto
punto; luego se rendia, y entonces amueblaba el apartamento, hacía la comida
y se resentía por tener que hacerlo. En tanto que algunos hombres sólo simu-
laban haber reducido sus necesidades, otros sostenían a conciencia esta estra
tégia: reprimían verdaderamente sus deseos de confort. Tal como lo des-
cribió un hombre que tenía dos empleos e hijos pequenos, “es como estar
en el ejército. Uno deja atrás las comodidades dei hogar”.
C O N SE C U E N C IA S EM O CIO N A LES
Tal como ocurre con los caminos emocionales que se siguen para cada línea
de acción, las consecuencias emocionales difieren entre si. Muchas madres
trabajadoras que sostenían ideales de género igualitários pero tenían un
LOS C A M I N O S DEL S E N T I M I E N T O I 1 97
a trabajar dentro y fuera de su casa se sentia enojada, pero como mujer que
queria seguir casada con un hombre machista debía encontrar una manera
de manejar su enojo. No podia cambiar el punto de vista de su marido ni
dejar de lado la profunda convicción de que a los hombres les corresponde
compartir el trabajo de la casa; entonces se abocó personalmente a mane
jar su ira. Para evitar el resentimiento, pasaba por alto una serie de cone-
xiones entre la resistência de su cónyuge a compartir la carga de las tareas
domésticas y todo lo que tal circunstancia simbolizaba para ella: desvalo-
rización a ojos dei marido, y falta de consideración e incluso de amor por
parte de aquél. Nancy seguia pensando que el principio de repartirse las
tareas domésticas debía funcionar en el m undo en general, pero en su
caso particular no lo consideraba relevante.
También encapsulo su enojo separando el problema de las tareas domés
ticas de la igualdad como idea cargada de emociones. “ Rezonificó” el terri
tório conflictivo de manera tal que sólo se indignaria si Evan no paseaba
a los perros. Si acotaba la atención a un asunto de menor importância como
el de los perros, no necesitaba enojarse por la doble jornada en general. La
compartimentación de su enojo le permitia seguir siendo feminista -seguir
creyendo que compartir el trabajo de la casa implica igualdad, e igualdad
implica am or-, pero ahora esta cadena de asociaciones se cenía más espe
cíficamente a la atención que prodigaba Evan al cuidado, la alimentación
y el paseo de los perros.
Otro puntal dei programa que se había impuesto Nancy para manejar
sus emociones - y que compartia con Evan- era la supresión de compara-
ciones entre sus horas de ocio. Tal como otras mujeres que no se sentían
enojadas por combinar un empleo de tiempo completo con la mayor parte
de las tareas domésticas, Nancy tomaba como referencia a otras madres
trabajadoras y evitaba compararse con Evan y con otros padres trabaja-
dores. Se veia más organizada, más activa y más exitosa que esas mujeres.
Nancy y Evan también acordaron establecer un diferente parâmetro de
comparación entre Evan y otros hombres. Si Nancy lo comparaba con su
ideal de marido liberado o con hombres conocidos que hacían más cosas
en la casa, se enojaba ante la actitud de Evan. Pero si limitaba sus compa-
raciones al padre de Evan o a su propio padre, o a los hombres que su
marido elegia como parâmetro, no necesitaba enojarse, porque él hacía lo
mismo o más que ellos en la casa.
Nancy y Evan atribuían la desigualdad de sus contribuciones a una dife
rencia de carácter. Tal como lo enunciaba Evan, la diferencia entre las
horas de ocio de que disfrutaba cada uno no era un problema, sino el re
sultado de la continua y fascinante interacción de dos personalidades. “Yo
LOS C A M I N O S DEL S E N T I M I E N T O I 19 9
Cuadro 2
Ideologia, estratégia y emociones de género
cede o pasa a integrar una subcultura separada? ^En qué medida alteramos
nuestra estratégia y coordinamos nuestra elaboración emocional para adap
tam os a cada contexto diferente?
En su ensayo “ The hero, the sambo and the operator”, Stephen Warner,
David Wellman y Leonore Weitzman (1977) senalan la existencia de cier-
tos “ roles raciales”. El zambo funciona evitando el conflicto, congracián-
dose y eludiendo las expresiones de enojo. El operador se desapega de los
demás. El héroe confronta las inequidades sin ambages y expresa abierta-
mente sus sentimientos en relación con ellas. Si concebimos tales actitu-
des como posiciones activas frente a la estratificación, podemos explorar
las emociones que las acompanan.1
Una de las preparaciones emocionales que suelen emplear las minorias
a fin de integrarse al grupo mayoritario consiste en desarrollar un sexto
sentido protector, una sensibilidad especial frente a los demás, que pone
de relieve o extrae los mensajes que los otros “me envían como negro, como
gay, como anciano, como pobre”. Esta paranoia social, como podríamos
llamarla, nos permite defendemos dei dolor o de la humillación, y reen-
cuadrar los insultos personales calificándolos de “el prejuicio de x ” : es la
equivalência psicológica dei escudo protector que proporciona el estatus.
En efecto, cuanto más alto es nuestro estatus, más protegidos estamos dei
insulto o de la humillación y menos armas emocionales necesitamos para
enffentarlos. Es así que las estratégias de género, de etnia y de clase tienen
en común ciertas características emocionales. En cada caso, nuestra esta-
bilidad social depende de nuestro contexto. Algunas de las mujeres que par-
ticiparon en mi estúdio dejaron la oficina, donde su estatus funcionaba
como escudo protector, por la casa, donde carecían de tal protección (Hochs-
child, 1983; Clark, 1987). Una madre trabajadora de 35 anos que había obte-
nido un ascenso de secretaria a gerente subalterna describió así su situación:
Por otra parte, ima chicana con cuatro hijos empleada en un taller de indu
mentária se quejaba de la situación inversa. En la casa se sentia una orgu-
llosa figura de autoridad frente a sus hijos, pero cuando operaba su máquina
de coser en medio de una larga hilera de obreras se sentia una humilde
trabajadora. Queria evitar que sus hijos la vieran en el taller porque se habría
sentido “m uy avergonzada”. Estos ejemplos suscitan más preguntas. ^Quién
“asciende” y quién “desciende” en estatus cuando llega a casa dei trabajo?
^Cómo varia dicha circunstancia según la raza y la clase? ^Dónde - relati
vamente hablando- nos sentimos orgullosos y dónde nos sentimos aver-
gonzados? ^Qué elaboración emocional se necesita para hacer la transición?
En última instancia, atravesamos los caminos dei sentimiento para lidiar
con las realidades de la estratificación externa, y -c o n un poco de suerte-
para cambiarias.
Tercera parte
El dolor reflejo de una sociedad
conflictiva
10
De la sartén al fuego*
* El presente ensayo, que fue sometido a una sustancial revisión, toma como punto
de partida el texto “Globalization, time, and the family”, publicado por primera
vez en alemán por el Institut fur die Wissenschaften vom Menschen (Instituto
de Ciências Humanísticas), Viena, 1998, e incluído en Krysztof Michalski (ed.),
Am Ende des Milleniums, Stuttgart, Klett-Cotta, 2000, pp. 180-203.
208 I LA M E R C A N T I L I Z A C I Ó N DE LA V I D A Í N T I M A
1 Los teléfonos celulares, los aparatos de fax para el hogar, las máquinas de dictado
para el auto y otros aparatos similares se usan con la premisa de que, al igual que
el cereal, “ahorrarán tiempo” para que el consumidor pueda disfrutar de más
DE LA S A R T É N AL F U E G O I 209
L A S A B ID U R ÍA C O N V EN C IO N A L FR E N T E A L A SA B ID U R ÍA
NO C O N V EN C IO N A L
Si nuestra mirada occidental moderna nos permite advertir que los Green
berg del anuncio son una familia normal, podemos imaginar que la vida
familiar sustituye para ellos todos los otros aspectos de la vida; es decir, de
acuerdo con la sabiduría convencional moderna, la vida familiar feliz es un
fin en sí mismo. Los médios para lograr este objetivo son los ingresos y el
gasto de dinero. El hogar y la comunidad son primordiales; las tiendas y
el lugar de trabajo son secundários. Salimos a trabajar para llevar el pan a
la mesa familiar y solemos ir a las tiendas para comprar regalos de Navi-
dad o cumpleanos, o presentes hogarenos “para la familia”. En otras pala-
Cox senala que el capitalismo tiene su mito de origen, sus leyendas sobre la
caída, su doctrina dei pecado y la redención, su noción de sacrifício (el ajuste
de cinturón dei Estado) y su esperanza de salvación a través dei sistema de
libre mercado.^Ên efecto, si la Iglesia medieval brindaba una orientación
\ /
\ I
\ I básica para la vida, en la actualidad la corporación multinacional como lugar
de trabajo, con sus “enunciados sobre la misión”, sus plazos urgentes y sus
exigências de rendimiento máximo y calidad total, hace lo m i s r ^ ^ a d ó -
jicamente, el sistema secular por excelencia (el capitalismo), organizado
en tom o de las actividades más profanas (ganarse la vida, comprar), pro-
j porciona un sentido de lo sagrado]Así, lo que comenzó como medio para
•alcanzar un fin -e l capitalismo "tomo medio, vivir bien como fin - ha deve
nido un fin en sí mismo. El cambio de misión es ostensible^las catedrales
dei capitalismo dominan nuestras ciudades, su ideologia impregna la radio
y la television, el capitalismo llama al sacrifício a través de prolongados hora-
y I rios de trabajo y offece sus bendiciones en forma de mercancíãij. Quizá los
terroristas que atacaron las torres gemelas el 11 de septiembre las hayan
elegido como blanco porque veían en ellas un templo rival más poderoso,
otra religión. Por m uy crueles que hayan sido, no se equivocaron cuando
vieron en el capitalismo, simbolizado por las torres gemelas, una religión
que competia seriamente con la suya.
Al igual que otras religiones más antiguas, el capitalismo en parte crea
las preocupaciones ante las que se propone como respuesta necesaria. Como
el sermón de fuego y azuffe que comienza apelando al “ Hombre, pecador
DE LA S A R T É N A L F U E G O I 213
solitário” para anunciarle que “ sólo esta iglesia puede redimirte”, el ethos
del mercado tacha a los pobres o desempleados de “ holgazanes indignos”
y ofrece el trabajo y un nivel de vida más alto como forma de salvación.
Entonces, ^capitalism o no es simplemente un sistema al servido de la fami-
lia y la comunidad, sino que compite con la familiapCuando separamos la
fantasia sobre la vida familiar -nuestras ideas de “ ser una buena madre y
un buen padre”- de nuestras expresiones cotidianas de paternidad y mater-
nidad, los ideales perviven eternamente mientras veneramos el altar más
grande de la ciudad con dias de diez horas laborables y largos viajes al
centro de compras. M . - M ,j * kf t * <•<*->**
Existe una constelación de fuerzas que parece empuiarnos a la religion.
del capitalismo. Y en tanto que nadie quiere regresar al patriarcado - la
sartén desde donde saltamos a estas llam as- no debemos perder de vista el
fuego dei individualismo de mercado que arde bajo el capitalismo. Sólo si
observamos ese fuego podremos examinar las diversas condiciones que exa-
cerban la tendencia a aplicar el principio de eficiência a la vida privada.
El primer factor es el ingreso de las mujeres en el trabajo asalariado (inevi
table y, a mi parecer, beneficioso en líneas generales).3 Uno de los factores
que exacerban esta explotación dei tiempo es la ausência general de polí
ticas gubernamentales o empresariales que fomenten las licencias por mater-
nidad o paternidad, o la implementación de horários más cortos y flexi-
bles. En los últimos veinte anos, también se ha extraído de los trabajadores
la mayor cantidad posible de benefícios mediante el alargamiento de la
semana laborai. De acuerdo con un informe reciente de la Organización
Internacional dei Trabajo sobre los horários laborales, los estadouniden-
ses tenemos horários más largos que los trabajadores de cualquier otra
nación industrializada. Ahora trabajamos dos semanas más por ano que
nuestros homólogos dei Japón, la tan mentada capital mundial de los hora-
rios laborales prolongados (Doohan, 1999).4 En los Estados Unidos, los
matrimônios y las familias de madres o padres solos también dedican al
trabajo más horas por día y más semanas por ano que hace treinta anos.
Según los resultados de una encuesta realizada en 1992 entre hombres y muje-
res de todo el país, los hombres trabajaban en promedio 48,8 horas y las
mujeres, 41,7, incluídas las horas extras y el tiempo de traslado (Galinsky,
Bond y Friedman, 1993:9). Claro está que los patrones laborales varían según
la clase social, la etnia, la raza, la cantidad de hijos y las edades de éstos.
Pero en líneas generales, entre 1969 y 1996 el incremento en la cantidad de
madres que trabajan fïuera de la casa, combinado con un número cada vez
mayor de familias monoparentales, ha disminuido el tiempo que padres
y madres pueden pasar con sus hijos a un promedio de 22 horas semana-
les.5 Y el atractivo que ejerce la cultura del trabajo es a veces tan fuerte que
déjà fuera de competencia a la ya más debilitada cultura familiar (véase
“ La geografia emocional y el plan de vuelo del capitalismo”, cap. 15).
L A O TR A C A R A D E L A R ELIG IO N D EL M ERCAD O :
NO H A CER LO QUE SE PR ED IC A
5 “Families and the labor market 1969-1999: Analizing the time crunch”, mayo de
1999. Informe confeccionado por el Consejo de Asesores Económicos, Washington,
D C. Además, según los resultados que arrojo un informe de 2000, el 46 por dento
de los trabajadores dedica 41 horas o más a su ocupación y el 18 por ciento trabaja
durante 51 horas o más (véase Center for Survey Research and Analysis, University
o f Connecticut, “ 2000 Report on U. S. working time” ). Según otro estudio reciente,
los maestros de la escuela elemental -profesión que suele considerarse “tarea de
mujeres”- informaron que trabajaban diez horas por día (véase Drago et ah, 1999).
Disponer de menos tiempo fuera del trabajo equivale a pasar menos tiempo con
los hijos. La mitad de los ninos de todo el país desearía poder ver más a su padre, y
un tercio desearía ver más a su madre (Coolsen, Seligson y Garbino, 1985; Hewlett,
1991:105). Un número creciente de autores - a veces algo irreflexivamente-
relaciona esta disminución del tiempo familiar con una serie de problemas,
incluidos el ff acaso escolar y el abuso de drogas y alcohol (Hewlett, 1991).
DE LA S A R T É N AL F U E G O I 215
nes anuales, tanto en Amerco como en los Estados Unidos en general, dura
doce dias, mientras que los nifios tienen tres meses de vacaciones escola
res. Una empleada de Amerco inscribió a su hijo en una colonia de vaca
ciones cercana a su casa. Con una actitud de “ seguro que te va a encantar”,
le dijo: “ Tú también tendrás tu propio trabajo donde debes ir todos los
dias”. La empleada hablaba de su rutina laborai como si describiera una
fatigosa caminata. Le divertia la posibilidad de enfrentarse a tareas múlti-
ples y desmenuzar el tiempo.
Otra manera de resolver la contradicción entre ideal y realidad estri-
baba en criticar la ética de la diversión: “ La vida familiar no es sólo diver-
sión. También hay obligaciones y dificultades, pero estamos todos juntos
para enfrentarias. iQué tiene eso de maio?” Tal actitud a menudo soste-
nía a las familias durante un tiempo prolongado, pero impedia que los
miembros de la familia se prestaran mutuamente toda la atención nece-
saria. Siempre era preciso apresurarse (tiempo insuficiente para cada acti-
vidad; por ejemplo, bafios de 15 minutos, cenas de 20 minutos), o bien el
tiem po estaba abarrotado de actividades (una o más personas hacían
más de una cosa a la vez), o bien no se establecía una buena coordina-
ción: sólo dos de cuatro personas podían llegar a la cena, al partido, a la
reunión. Si no incurrían en una evitación crónica de la tensión profunda,
las familias también abordaban las cosas de otro modo. Diferían el momento
de la diversión. En lugar de considerar divertidas las dificultades, decían
que la diversión vendría más tarde. Esperaban el fin de semana o las vaca
ciones; esperaban el “tiempo dedicado a los seres queridos”.
Sin embargo, cuanto más diferían los miembros de la familia el momento
de comunicarse con tranquilidad, tanto más los inquietaba el tema. Un
hombre me relató lo siguiente:
51 Este ensayo es el epílogo dei libro de Leela Gulati (ed.), Breaking the silence,
Nueva Delhi/Londres, Sage Publications, 2000, y se incluye aqui con permiso de
la editorial.
1 Me estableci en el Centro de Estúdios del Desarrollo de Trivandrum, Kerala, desde
noviembre de 1997 hasta abril de 1998. Las monografias del congreso se reunieron
luego en Indian Journal o f Gender Studies 6, N° 2, julio-diciembre de 1999, aunque
algunos de los trabajos originates no se publicaron y se agregaron otros. Los
ensayos de Nabaneeta Sen, Leela Gulati, Prita Desai y Vina Majumdar que analizo
más abajo fueron incluídos en dicha publicación. Las vidas descritas en el
volumen concuerdan con los casos típicos que se describen en Women and kinship
(1997), la clásica obra de Leela Dube, Loved and unloved, the girl child in the family
(1999), de Jasodhara Bagchik Jaba Gurha y Piyali Sengupta, y The family in India:
Critical essays (1999), de A. M. Shah.
220 | LA M E R C A N T I L I Z A C I Ó N DE LA V I D A Í N T I M A
betas y recluidas hasta la de las nietas que habían seguido estúdios supe
riores y eran figuras públicas de gran prominencia. Los relatos hacían
hincapié en las enormes discontinuidades creadas por ese salto hacia ade-
lante y también en las fuertes conexiones que habían quedado en pie a pesar
de los câmbios. En calidad de interlocutora estadounidense, lo que más me
impresionó fue el extremo rigor de las costumbres patriarcales: el aisla-
miento, la penitencia de la ventana, el sati. También me llamó profunda
mente la atención el hecho de que a menudo la responsabilidad de impo-
ner esas prácticas a las mujeres más jóvenes recayera sobre las mayores, y
la extraordinária compasión, o al menos el sentido dei deber, con que las
hijas continuaban la relación con sus madres.
Era como si los padres patriarcales subcontrataran a su esposa para
que ésta llevara a cabo la tarea de mantener vivo el patriarcado, a la manera
dei m odelo de “ gobierno indirecto” aplicado bajo el colonialism o. No
obstante, las propias madres habían suffido profundamente esas severas
restricciones cuando eran pequenas. Una madre que deseara cumplir con
su obligación de sostener el honor de la familia debía imponer regias que
-según ella sabia m uy bien por experiencia p ropia- causarían gran dolor
a su hija. Se enffentaba a una difícil elección: o bien era una buena esposa
y madre (manteniendo diligentemente el honor de la familia), o bien era
bondadosa (y ahorraba a su hija las prácticas dolorosas). Entonces, ^cómo
configuraba este contrato colonial la relación entre madre e hija? ^Cómo
afectaba al amor?
La realidad de una relación materno-filial es extraordinariamente difí
cil de conocer. Aqui tenemos los relatos de las hijas, que sin duda difieren
de los de sus madres y abuelas. Estos relatos son sus verdades personales,
y si bien es posible que sean mitos, para ellas esos mitos son verdaderos.
^Diferían estas historias de las que podría relatar un psicólogo compene
trado con la cultura y que conociera a las tres generaciones? No lo sabe
mos. Y no nos queda más alternativa que adivinar los significados fimda-
mentales. Aun así, contamos con material suficiente para seguir adelante.
Tomemos en consideración la historia de Radharani, una mujer de la
casta brahmán criada en Calcuta que vivió entre 1903 y 1989, tal como nos
la relata su hija, la conocida poeta y novelista bengalí Nabaneeta Sen. Al
igual que muchas jóvenes hindúes de su generación, Radharani se some-
tió a un matrimonio pactado a la edad de 12 anos. Desafortunadamente,
el marido m urió de gripe asiática poco después de la boda, a raiz de lo
cual ella fiue devuelta a la casa de sus padres en calidad de viuda m uy joven
y, tal como se dijo en ese momento, “poco auspiciosa” (causa potencial de
desgracia familiar). Narayani, la madre de Radharani, superviso la aplica-
EL C O L O N I Z A D O R C O L O N I Z A D O I 221
Narayani le quitó todas las joyas, cortó sus largos y gruesos rizos - p o r
que la viuda debía llevar el pelo rapado-, la obligó a vestirse con panos
blancos sin ornamentos y a cubrirse con el chador de las viudas. De
allí en adelante, la nina se vio obligada a alimentarse según la dieta apro-
piada para las viudas -la havishyanna- , que le permitia comer sólo una
vez por día. Durante el resto de su vida, Radharani debería comer lo
que comen quienes practican la austeridad durante el período formal
de duelo posterior a una muerte. iQ ué comia Radharani durante los
dias de ayuno, como el ekadasP. No comia ni bebia nada. ^Qué ocurría
si hacía trampa mientras se aseaba y tragaba a escondidas unas pocas
gotas dei agua de su bano en un caluroso día de verano? Para impedirlo,
en esas ocasiones siempre la acompanaba al bano una celadora -alguna
hermana o m ucam a- que la vigilaba con atención para que cumpliera
con su penitencia.2
gran parte de la historia india, en una sociedad que miraba hacia el pasado,
las mujeres fueron una casta subordinada dentro de cada casta. El naci-
miento de una mujer despertaba mucha menos alegria que el de un varón.
En efecto, en las áreas rurales dei norte, las ninas no recibían una ali-
mentación tan buena como la de los ninos, eran llevadas al médico con
m enor frecuencia y en ocasiones se perm itia que enfermaran y murie-
ran, práctica que aún hoy existe en algunas regiones. Incluso entre los
ricos, las mujeres no se educaban más allá de los grados élementales y eran
casadas antes de la pubertad. La ceremonia dei matrimonio hindú incluso
describe al marido como un “dios” a quien su mujer debe adorar. El “exceso
de educación” o incluso los viajes al extranjero hacían menos casadera a
una nina e incrementaban la dote que debía pagar su padre a los posibles
pretendientes. Los hijos podían tener varias esposas y casarse nuevamente.
Las jóvenes como Radharani a menudo se casaban con hombres mucho
mayores - a veces como segundas esposas-, enviudaban pronto y queda-
ban confinadas por el resto de su vida. La costumbre dei sati - la inmola-
ción de una viuda en la pira funeraria de su m arid o- no aparece en la vida
de las abuelas que se describen aqui, aunque en 1916, cuando Radharani
enviudó, aún no se había prohibido. El bajo estatus de las mujeres como
Radharani tenía implicaciones fundamentales. Una nina crecía como la
hija que se iria dei hogar para vivir en la casa de la familia extendida de
su marido, y un nino, como el hijo que se quedaria. El hijo mayor, y no la
hija mayor, también era valorado como futuro guardián de sus padres
ancianos. De acuerdo con el sistema de dotes (que permanece vigente hoy
en dia), los padres de la novia pagan a la familia dei novio una suma de
dinero. Así, para los padres, el nacimiento de una mujer significaba una
futura pérdida de dinero, mientras que el nacimiento de un varón supo-
nía una futura ganancia.
Por otra parte, la situation parecia no tener salida. A principios dei siglo
xx, el casamiento era obligatorio. Si una joven se rehusaba a casarse -algo
que ocurría m uy rara v e z- se la consideraba, com o a las viudas, “poco
auspiciosa”. (Tales creencias están muy extendidas incluso en la actualidad.
Una profesional de Bombay, mujer de gran vivacidad e inteligência, me
contó que se había resistido al casamiento a fin de desarrollar una carrera
profesional, porque en general se creia que no era posible tener ambas cosas.
Cuando su madre contrajo una enfermedad mortal, los parientes la repren-
dieron por haber “causado” su muerte.)
Frente a este conjunto de costumbres restrictivas, el lector moderno podría
preguntarse por qué las mujeres no se rebelaban llevando consigo a sus hijas.
Después de todo, si bien las mujeres representaban una “carga” tanto para
224 I LA mercantilización de la vida íntima
los hombres como para las otras mujeres (y lo eran efectivamente desde el
punto de vista económico, dado que antes se les prohibia trabajar), tam-
bién era verdad que los hombres representaban una carga para todas las
mujeres. Elias tenian que alimentarlos, servirlos, limpiar su casa y atender-
los. Y si bien se las consideraba débiles, las mujeres como Radharani, para-
dójicamente, necesitaban una fuerza suprema para sobrellevar las costum-
bres que simbolizaban su indefensa dependencia. Cabe preguntarse, entonces,
por qué una madre como Narayani consentia con tan visible entusiasmo
las costumbres patriarcales que tanto lastimaban a su hija.
El antropólogo social M arvin Harris (1977) ha sugerido que esta fuerte
devaluación dei género femenino se arraiga en el control de la población.
Dado que las ninas se convierten en mujeres que procrean, desalentar su
supervivencia permite reducir la población cuando el medio ambiente no
puede sostener una gran cantidad de habitantes. Si bien es en cierto modo
plausible, la hipótesis de Harris explica que esta costumbre cumple una
función más general en la sociedad, pero no aclara cómo la adoptan las
mujeres desde el punto de vista emocional.
Aqui nos preguntamos si las mujeres, en el seno de esa fuerte y penetrante
cultura patriarcal, cuestionaron o rechazaron alguna vez las costumbres que
se consideran represivas según parâmetros modernos. Las presentes narra-
ciones indican que algunas se resistian, pero también ponen de manifiesto
que no ocurria lo mismo con la mayoria. De hecho, una gran cantidad de
mujeres, al igual que Narayani, defendían con firmeza costumbres patriar
cales tales como los rigurosos ritos dei castigo a la viudez. ^Por qué?
Al parecer, una de las razones estriba en el reparto dei poder: si bien
todas las mujeres estaban subordinadas a todos los hombres, las mujeres
más viejas obtenían una porción de la torta dei poder. La m ujer que se
casaba bien y engendraba varones era merecedora de honores; además,
como suegra de las jóvenes esposas de sus hijos, ejercia autoridad -aunque
m uy acotada- sobre las mujeres más jóvenes de la familia. En una familia
compuesta, la esposa dei varôn mayor también ténia autoridad sobre las
esposas de los varones más jóvenes, y las primeras esposas dominaban a
las segundas y a las terceras. Por muy baja que fiiera la posición de las muje
res en el totem, la autoridad a que tenian acceso bastaba para desarrollar
su interés en obtenerla.
Por otra parte, a las mujeres se les inculcaba una noción de honor según
la cual su subordinación era gratificante para si mismas y para otros miem-
bros de la familia, lo que desalentaba la rebelión contra las costumbres
patriarcales. Tal como senala Leela Dube en Women and kinship, si bien las
mujeres indias tenian un estatus muy bajo en la sociedad, adquirían honor
EL C O L O N I Z A D O R C O L O N I Z A D O | 225
3 De un modo diferente, esta cultura dei silencio se hizo sentir en las ciências
sociales y en las artes. Nabaneeta Sen cuenta que Radharani, mucho más tarde
en su vida, escribió vívidos poemas donde resonaban las voces de la cocina, el
dormitorio, la residência de las ninas, la joven novia, la tía que había enviudado.
Durante doce anos, nadie asoció esos poemas con Radharani, porque los publico
bajo el seudónimo de Aparajita Devi mientras firmaba con su nombre una serie
de poemas tibios y unisexuales que no decían una sola palabra sobre las
experiencias reales de las mujeres. Cuando finalmente admitió ser la autora de los
vívidos “poemas de Aparajita”, los menospreció diciendo que sólo los había escrito
para ilustrar cómo “piensan los hombres que escriben las mujeres”. Escribirlos para
luego menospreciarlos era un acto de indudable y profunda ambivalência.
En realidad, la sola escritura de esos poemas rompia un poderoso tabú, no
sólo contra la emmciación de quejas, sino también contra la expresión de una
perspectiva femenina sobre la experiencia, lo que representaba un riesgo.
Es por eso que Radharani dejó que Aparajita, su seudónimo, lo hiciera “por ella”.
Pero la autenticidad tuvo la última palabra. Los vívidos poemas de Aparajita
adquirieron una inmensa popularidad y perduraron mucho tiempo más que
los insípidos poemas abstractos que Radharani había firmado sin reparos con su
verdadero nombre.
226 I LA M E R C A N T I L I Z A C I Ó N DE LA V I D A I N T I M A
Cabe preguntarse cómo una mujer que había recibido un trato tan rigu-
roso de su madre llegó a ser tan amorosa con su hija. Incluso teniendo en
cuenta la convención de la escritura florida, quizá podamos hablar de la
identificación de una madre con su hija aparejada a la misión de la com-
pensación. “ Lo que he querido en m i vida -d ic e - ojalá lo tengas en la tuya.”
Y va aun más allá: “ Ojalá tu vida y tus logros compensen lo que faltó en mi
vida cuando yo era pequena”. Sólo podemos adivinarlo, pero es imagina-
ble que el extremo altruismo que manifiesta el poema de Radharani se haya
nutrido de la experiencia con su suegra, que frmcionó como una especie
de hada madrina. No obstante, la urgência de su deseo también parece trans
mitir una orden: “ Haz que mi sufrimiento haya valido la pena. Ten êxito”.
Tal como lo explica Nabaneeta Sen, “ella queria vivir a través de mí,
que tenía menos de 1 ano y aún no había dado senales de la brillantez espe
rada”. Desde el punto de vista de Sen, su madre queria “demasiado”. Dice
de ella: “ Era excesivamente fuerte para mí [... ]. Presionaba demasiado”. Así
continúa su reflexión:
esfuerzo porque era algo que deseaba mi madre, y no traté de ser exce
lente. Me resistí a los designios de mamá y me negué a cumplir sus deseos
mediante la renuncia a hacer el intento. Ahora, cuando pienso en estas
cosas, siento pena por ambas (ibid.: 231).
varones, pero en sus anos finales recibían el cuidado de sus hijas y nietas
mujeres. Narulla cuenta que su abuela Ammaji encendía el fuego para pre
parar comidas deliciosas con manos trémulas, y en los veranos iba de cama
en cama besando a sus nueve nietos mientras éstos dormían. Sin embargo,
cuando los miembros de la familia se mudaron a mejores viviendas, nin-
guno de los hijos o nietos varones la llevó a su casa: fueron sus tres hijas
mujeres quienes se turnaron para cuidaria. “ Finalmente, lo único que le
quedaba a la madre eran los tensos vínculos con sus hijas”. Prita Desai
(1999: 258) hace una descripción conmovedora de los cuidados que pro-
digó a su madre anciana mientras ésta iba acercándose a la muerte, a la
vez que dice de ella: “ En mi fuero más íntimo no podia dejar de pensar
que mi madre me había odiado y despreciado durante mucho tiempo”.
La relación entre el padre y los hijos varones no estaba signada por la
m ism a paradoja que afectaba a madre e hijas. Para el padre, el honor
familiar no estaba tan esencialmente renido con el amor y la identificación
que podían unirlo a sus hijos varones. Además, el padre lidiaba de otra
manera con la paradoja que experimentaban sus hijas. Para él, el honor
familiar también se enffentaba a lo que hoy consideramos bondad humana,
pero las historias sugieren que muchos padres no lo veían así. Un buen
núm ero de abuelos son descritos com o hom bres tirânicos. El abuelo
paterno de una de las narradoras arrojo comida en la cara de su esposa
porque ella había servido la cena demasiado tarde. Quizá pueda decirse
que la mayoría de los padres que aparecen en estas historias no se mos-
traban especialmente crueles, pero tampoco apoyaban demasiado a sus
esposas y a sus hijas. La mayoría deseaba tener hijos varones, pero acep-
taba y amaba a sus hijas mujeres. Com o es comprensible, casi todos los
hombres se sentían a gusto con el patriarcado, en tanto que la cultura feme-
nina dei silencio los protegia de percibir cuánto dolor causaba ese sistema
en las mujeres.
Por el contrario, en el caso de las mujeres, la necesidad de ser a la vez
colonizadoras y colonizadas impregnaba líneas femeninas enteras de madres
e hijas. Las madres y las hijas tradicionales compartían esta paradoja con
sus homólogas de otros lugares. En la China feudal, las mujeres de clase
alta vendaban los pies de sus hijas para que nadie las llamara “pie grande”
o las menospreciara por incasables. Las madres africanas defendían la prác-
tica de la clitoridectomía en las jóvenes para hacerlas casaderas, opera-
ción que a menudo llevaba a cabo una mujer de la familia. Las madres esta-
dounidenses a menudo inculcaban normas opresivas de belleza según los
m odelos impuestos por las estrellas de Hollywood: delgadas, rubias y
eternamente jóvenes. En todos estos casos, las madres se alistaron como
EL C O L O N I Z A D O R C O L O N I Z A D O | 233
En Silicon Valley, donde han desaparecido los duraznales para dar lugar a
las fábricas de productos electrónicos, donde los empleos de salarios bajos
han reemplazado a los de salarios altos, donde los vecinos son nuevos y
los clubes para solteros están llenos, vive una mujer llamada Pam Gama,
que file entrevistada por Judith Stacey en Brave new families (1990). Cuando
la conocimos era la flamante esposa de un esforzado recluta; cuando la
reencontramos diez anos más tarde, vive sola con sus tres hijos (de 11,9 y
6 anos), lucha contra las dificultades, se gana la vida con trabajos infor-
males y toma clases en sus ratos libres. Más tarde la vemos en un precário
segundo matrimonio, y finalmente volvemos a encontraria como posfe-
minista y renovada cristiana que intercambia nuevos votos de amor eterno
en el altar de la Iglesia Metodista Mundial.
Quienes estudian la familia reaccionan de maneras muy diferentes ante
una odisea como la de Pam. Resulta interesante com parar las ideas de
Stacey con las de D avid Popenoe (D isturbing the nest) y las de Steven
Mintz y Susan Kellogg (Domestic revolution) a fin de iluminar estas dife
rencias. Todos los autores mencionados están de acuerdo en relación con
un aspecto: una historia como la de Pam Gam a es una historia m oderna
y triste. M ás allá de esta conclusion, los autores difieren en cuestiones
centrales: ^es permanente la decadência de la familia? ^Debilita inheren-
temente a la fam ilia el incremento de la libertad y el poder de las muje-
res? ^Deberíamos sentir nostalgia por las épocas de mayor estabilidad?
^Podemos aceptar los nuevos y diversos tipos de familias a la vez que pro
curamos fortalecer los vínculos familiares? Si es así, ^cómo lo hacemos?
realidad más extremos en Suécia que en los Estados Unidos, aunque Pope-
noe no deja esto en claro. Es verdad que los suecos se casan menos, se casan
más tarde y cohabitan más, pero su índice de nacimientos es el segundo
más alto de Europa occidental después de Irlanda, y es más alto que el esta-
dounidense.
Popenoe teme que las tendências que él cree ver en Suécia debiliten a la
familia. Considera el caso de la monogamia serial, y critica a quienes sos-
tienen que el cambio de pareja no indica debilidad sino fortaleza familiar.
“ Observen cuánto se valora la familia: cuando una unidad se deshace, sus
miembros forman otra”, cita el autor, y retruca sin sonreír: “ Esto equivale
a decir que la alta movilidad residencial es un indicador de cohesion comu
nitária; dado que la gente se muda a otras comunidades, es evidente que
se sigue favoreciendo la vida comunitária. En realidad, la más alta cohe
sion comunitária se registra allí donde los habitantes han permanecido
durante más tiempo”.
En comparación con sus homólogos de hace tres generaciones -senala
Popenoe- los ninos suecos tienen menos hermanos, comparten menos
actividades con su familia, pasan menos tiempo con sus padres y cuentan
con menos rutinas familiares a la hora de ir a la cama, a la hora de comer,
en los cumpleanos y en las vacaciones. Además, mantienen menos con
tacto regular con los parientes (excepto los abuelos, quienes viven más
tiempo que sus homólogos dei pasado), menos contacto con los vecinos
(dado que los vecindarios se vacían de adultos durante el día), y sienten
más miedos y ansiedades de los que sus padres pueden ahuyentar. Los ninos
viven cada vez más en su propio mundo: un mundo aparte que, lejos de
vincularse con el pasado, lo reemplaza con el sustituto degradado que pro-
porcionan las tardes de videojuegos y television. Aunque los padres actua
tes sean más saludables, estén más instruidos, e incluso disffuten de una
mayor sofisticación psicológica que los padres de hace cien anos -dice Pope
n oe- los ninos de hoy en día están en peores condiciones que los de antes.
En Second chances, un estúdio longitudinal desarrollado a lo largo de
quince anos con sesenta familias californianas de clase media cuyos cón-
yuges se habían divorciado, Judith Wallerstein (véase Wallerstein y Blakes-
lee, 1989) encuentra respaldo para la aserción de Popenoe según la cual
una era de matrimônios inestables puede perjudicar a los hijos. Por una
parte, la mitad de los hombres y dos tercios de las mujeres que participa-
ron en el estúdio se sentían más contentos con la calidad que había adqui
rido su vida después dei divorcio. Por otra, sólo uno de cada diez ninos expe-
rimentaba el mismo sentimiento. En un período de diez anos, la mitad de
los hijos había atravesado un segundo divorcio de alguno de sus progeni-
LA F A M Í L I A F R A C T U R A D A I 243
tores, y la mitad había crecido en famílias donde reinaba el enojo. Sólo uno
de cada ocho presencio un feliz segundo matrimonio de ambos progeni
tores. El caso más típico era el de un progenitor que se casaba felizmente
otra vez y otro que volvia a divorciarse o nunca volvia a casarse. Aunque
cueste creerlo, la mitad de las mujeres y un tercio de los hom bres aún
estaban profundamente enojados con su ex cónyuge diez anos después
dei divorcio.
Si bien se graduaron en escuelas secundarias donde el 85 por ciento de
la población escolar continuo su educación en la universidad, sólo la mitad
de los hijos estudiados por Wallerstein en Second chances cursaron estú
dios universitários. De hecho, según concluye la autora, el 60 por ciento
siguió un “ curso educativo descendente en com paración con el padre”.
M ás de un tercio de los hijos de entre 20 y 30 anos parecían andar sin
rumbo por la vida, y tres de cada cuatro hijos se sentían rechazados por
su padre. Wallerstein no compara a los hijos dei divorcio con una mues-
tra equivalente de hijos de matrimônios intactos, de manera que no sabe
mos cuántos hijos de famílias intactas comparten estas características. No
obstante, si los hijos de famílias intactas también se sintieran rechazados
o anduvieran a la deriva, tendríamos aun más motivos para preocupar-
nos por el futuro de la familia.
Popenoe concluye diciendo que deberíamos fortalecer la familia revir-
tiendo las tendências que la han debilitado, pero aqui nos topamos con algu-
nas sorpresas. El autor no cree que la familia se haya debilitado debido a la
pobreza o la inseguridad, como suelen sugerir otros teóricos. Cuanto más
se ha enriquecido Suécia -sen ala- más se ha debilitado la familia. También
en los Estados Unidos, el índice de divorcios se incremento durante las
más prósperas décadas de 1960 y 1970, en tanto que descendió durante la
década menos próspera, la de 1930.
Popenoe también cree que una mayor ayuda dei gobierno, lejos de for
talecer la familia, la debilitará aun más. Con su preciado modelo de pro-
gresismo liberal, Suécia es líder mundial en el servicio público de bienes-
tar infantil, pero -agrega Popenoe- también es líder mundial en decadência
familiar. Si una pareja planea formar una familia, el Estado garantiza a la
mujer una licencia por embarazo de cincuenta dias como máximo, con el
90 por ciento dei salario, y el padre disfruta de una licencia de dos sema
nas con salario casi completo. Además, el Estado ofrece una licencia de
nueve meses por maternidad y paternidad con salario casi completo, otros
tres meses con salario mínimo y seis meses opcionales sin salario. El Estado
sueco ha lanzado una campana masiva para convencer a los padres varo-
nes de que aprovechen la licencia (hoy en día la usa una cuarta parte de
2 4 4 I LA M E R C A N T I L I Z A C I Ó N DE LA V I D A Í N T I M A
mos porque somos más fuertes”. Si Popenoe está en lo cierto cuando dice
que la elevación de las expectativas femeninas es una de las causas princi-
pales de la decadência familiar, las familias soviéticas deberían ser islas de
eterna armonía. Por el contrario, aunque carecemos de buenas estadísti-
cas, los matrimónios rusos parecen ser casi tan frágiles como los estadou-
nidenses y más frágiles que los de Suécia.
Creo que la clave de la tensión familiar no debe buscarse en la prospe-
ridad, la ayuda gubernamental o el feminismo de esos países, ni ligarse con
el mero hecho de que las mujeres trabajen fuera de la casa. Si las mujeres
trabajadoras fueran la causa de la tensión familiar, tendríamos que expli
car por qué, a pesar de los grandes obstáculos estructurales, muchas pare-
jas de doble ingreso de esos tres países forman familias felices y estables.
Para elaborar una parte considerable de la respuesta, creo que debería-
mos prestar atención a un aspecto que Stacey y Popenoe pasan por alto:
la cultura y el âmbito social de los hombres. En algún sentido hemos ele
vado nuestras expectativas culturales en relación con los hombres padres,
en tanto que la creciente inestabilidad de la vida económica y marital ha
dificultado la concreción de esos ideales.
L A JER AR Q U Í A D E PAPÁS
quiera”. Desde su lado, estos padres imaginan estar ofreciendo una rela-
ción que su hijo no percibe desde el otro lado.
Además, basándose en la Encuesta Nacional de Ninos, James Peterson
y Nicholas Zill (1986) compararon la relation de los hijos (de 12 a 16 anos)
con sus padres en todas sus variaciones según los diferentes tipos de situa
tion familiar. Incluso entre los chicos que vivían con su padre y su madre,
biológicos o adoptivos, apenas el 55 por ciento mantenía una relación posi
tiva con ambos. De los hijos que vivían sólo con su madre, el 25 por ciento
tenía una buena relación con ambos progenitores. De los que vivían sólo
con su padre, el 36 por ciento mantenía una buena relación con ambos pro
genitores, quizá porque la madre se involucraba más.
Paralelamente al incremento de los divorcios se produjo un aumento en
la cantidad de embarazos de mujeres solteras, en gran parte -aunque no
exclusivamente- asociado con el crecimiento de la pobreza. El porcentaje de
hijos de parejas que no contrajeron matrimonio aumento dei 5 por ciento
en 1958 al 18 por ciento en 1978, al 28 por ciento en 1988 y al 38 por ciento en
2000 (véase Dugger, 1992). La gran mayoría de madres que no han contraído
matrimonio conocen la identidad dei padre de su hijo, y muchas cohabi-
tan con él, pero el índice de ruptura es más alto en el caso de los convivien-
tes que en el de las parejas casadas, y menos de un quinto de las madres sol
teras dijeron haber recibido cuota de manutención durante el ano posterior
a la ruptura (véanse Fustenberg, 1991; Furstenberg et al., 1983; Furstenberg
y Cherlin, 1991).
Aqui se percibe un patrón de clases sociales. El nuevo ideal dei padre
protector parece propagarse desde la clase media hacia abajo, en tanto
que la inseguridad económica, que es tan común entre las clases más bajas
y socava los vínculos familiares, parece extenderse hacia arriba. Com o la
cultura más profundamente atravesada por el capitalismo, los Estados Uni
dos pueden funcionar a la manera de boceto prem onitorio para otros
países, dei mismo modo en que la infancia afroamericana de los anos cin-
cuenta descrita en Sweet summer ha predicho el futuro de muchos ninos
blancos estadounidenses de la actualidad.
Los análisis de Stacey y Popenoe no sólo pasan por alto la cultura mas
culina: tampoco aparece en ellos el completo abanico de perspectivas étni
cas y de clases sociales en relación con la vida familiar. En especial, la noción
de decadência que off ece Popenoe también presupone que tomamos como
parâm etro la historia particular de un cierto grupo social y racial. En
lugar de hacer un análisis comparativo, Popenoe selecciona ciertas socie
dades blancas de clase media -N ueva Zelanda, Suiza- para ilustrar su his
toria evolucionista. Así, la “ familia en decadência” resulta ser lá que tenían
LA F A M Í L I A F R A C T U R A D A | 249
Sin embargo, el mero hecho de que la vida familiar haya sido dura en el
pasado no implica que deba ser igual de rigurosa en la actualidad. Judith
Stacey nos da pruebas concluyentes de la crisis que atraviesan las familias,
pero termina bautizando la crisis con un nombre de última moda y pro-
digándole una quijotesca bienvenida. Popenoe reconoce el problema pero
no se atreve a decirlo abiertamente, e insinúa que las mujeres deben vol
ver a ser como las neocelandesas de los anos cincuenta para que sus hijos
vivan bien. Am bos conciben la fam ilia como una víctim a pasiva de la
historia, y ninguno de los dos vislum bra un futuro realista y feliz. Por
curioso que parezca, son justamente los historiadores pragmáticos Mintz
y Kellogg quienes, después de senalar varias crisis anteriores a las que la
familia pudo adaptarse, concluyen diciendo que “ el futuro de la familia
depende, en última instancia, de nuestra decisión de tomar las medidas
necesarias para contribuir a que la institución se adapte a las condicio
nes singulares de nuestros tiempos”. Según estos autores, la historia ha
presentado una serie de desafios a la familia: la colonización, la revolu-
ción industrial, la esclavitud, la inmigración, la depresión, las guerras. Y
la familia es para ellos una pequena y valiente institución que ha seguido
adelante a pesar de los golpes.
250 | LA M E R C A N T I t I Z A C I Ó N DE LA V I D A Í N T I M A
* Este ensayo se publicó por primera vez en Rosanna Hertz y Nancy L. Marshall
(eds.), Working families: The transformations o f the American home, Berkeley,
University of California Press, 2001, pp. 340-353, y se reproduce aqui con permiso
de la editorial. Muchas gracias a Rosanna Hertz, Nancy Marshall y especialmente a
Allison Pugh por su perspicaz orientación editorial y por sugerirme que los oídos
de los ninos son como “diapasones”. Deseo agradecer también a Christopher
Davidson por su excelente colaboración en la pesquisa y a Bonnie Kwan por su
trabajo de tipeo y por los benefícios obtenidos gracias a su excepcional capacidad
de organización.
254 I LA mercantilización de la vida íntima
inquiria sonaba a oídos de los ninos como si ella se preguntara si era posi-
ble que algo fuera justo, que fuera verdadero, que fuera tan cruel, pero
cada vez que la voz de su madre adquiria esos tonos, la voz dei hombre
se volvia más sonora y autoritaria, o aun más deseosa de consolar, o ambas
cosas, y a continuación la voz de su madre siempre sonaba muy suave.
difícil lidiar con ella a la hora de la cena; a los padres les costaba aun más
regresar a la casa luego de un largo día de trabajo, porque su hija, además
de estar hambrienta y cansada, expresaba su resentimiento; entonces, los
padres comenzaron a sentir la tentación -quizás inconsciente- de evitar
ese resentimiento trabajando un poco más.
En el caso de la segunda familia, que no estaba atrapada en el síndrome
dei tiempo exiguo, la hija había dejado de ver a sus padres como las úni
cas personas que se encargaban de cuidaria, no parecia resentirse ante su
ausência y no les dificultaba el reencuentro con la vida familiar. Entonces,
los padres regresaban a la casa sin una actitud defensiva, más relajados y
más propensos a disfrutar dei tiempo que pasaban con su hija.
Comencé a preguntarme a que se debía esta diferencia entre las reac-
ciones de las dos ninas ante aproximadamente el mismo horário laborai
de sus padres. No se trataba de las meras horas de trabajo, que en ambos
casos eran demasiadas a ojos de cualquiera. ^Cuál era entonces la explica-
ción? Creo que hay muchas respuestas posibles, pero aqui exploraré una
que suele pasarse por alto: la indagación que hacía cada hija sobre la rela-
ción de sus padres con las personas a quienes contrataban para cuidaria.
Como consecuencia, centraré la atención en dos cuestiones: cómo se ente-
ran los ninos de aspectos relacionados con su cuidado y qué llegan a saber.
Si bien no estoy en condiciones de brindar datos especialmente sustan-
ciosos sobre el intento de oír conversaciones, espero defender bien el argu
mento de que necesitamos saber más sobre el tema.
C A PT A R LO E S E N C IA L DE L A E ST R U C T U R A PR O FU ND A
Escala expresaba m ejor sus em ociones y era más alegre cuando estaba
con Hunter. En este terreno me resulta difícil establecer un patrón que rela
cione el tipo de vínculo paterno con el síndrome dei tiempo exiguo.
^Que ocurría con la relación entre las ninas y sus hermanos? Janey
tenía uno y Hunter tenia dos. Es decir, Hunter debía compartir la aten-
ción de sus padres con un nino más que Janey. Podríamos haber esperado
que Hunter evidenciara el malestar del hijo dei medio, tan presente en el
folklore de los padres, pero esta hipótesis tampoco cuadra demasiado.
^Es factible postular un efecto relacionado con la clase social y con los
hermanos? El hermano mayor de Janey se esmeraba mucho en sus tareas
escolares, sacaba notas muy altas en la escuela y -ta l como suele ocurrir
con los ninos de clase media alta, según la investigación de Annette Lareau
(1998a, 1998b; véase también Loreau y Horvat, 1999)- su familia lo exhor-
taba a concentrarse en los logros ind ividu als. Por otra parte, los herma
nos de Hunter recibían más estímulos para formar lazos fiiertes con parien-
tes y amigos que para perseguir logros individuales. Paralelamente al género,
el contexto de clase puede contribuir a explicar el hecho de que la hermana
de Hunter funcionara como una “pequena m am á”, en tanto que el her
mano mayor de Janey no era su “pequeno papá”.
La clase social también podría - y creo que así ocu rrió- incidir en otros
aspectos. En su clásico Worlds o f pain, Lillian Breslow Rubin (1976) observo
que los hijos adultos de padres de clase obrera perdonan a sus padres por
haber pasado una infancia mucho más difícil que los hijos de clase media,
quienes se quej an más abiertamente. Quizá Hunter ya hubiera llegado a
la conclusion de que la vida era difícil para sus padres y pensara compasi-
vamente que “ hacen todo lo que pueden”, en tanto que Janey, comparán-
dose con hijos cuyas madres de clase media se quedaban en su casa, había
llegado a la conclusion de que su madre no hacía todo lo que podia.
Otra posible influencia de la clase social es la importância relativa dei
vínculo con la familia extendida. En Spotted Deer, la ciudad factoría de
características más bien rurales donde vivían las familias que estudié, la
posición de los empleados se ligaba estrechamente con la proximidad geo
gráfica de los parientes. La empresa reclutaba a sus gerentes y profesiona-
les de una reserva nacional de postulantes, pero buscaba a sus trabajado-
res no especializados en la comunidad local. Como consecuencia, la mayoría
de los gerentes vivían lejos de sus parientes y la mayoría de los trabajado-
res fabriles vivían cerca de los suyos. Era así que Janey, hija de una gerente,
quedaba al cuidado de una ninera paga y del personal de la guardería infan
til de Amerco. Vicky King se había mudado m uy lejos de sus padres y her
manos, y la pareja estaba distanciada de los padres de Kevin, que vivían
C U A N D O LOS N I N O S E S C U C H A N LAS C O N V E R S A C I O N E S | 2Ó1
JA N E Y Y H U N TE R
Entrevisté a los padres y a las otras personas que se ocupaban de las nenas
en cada familia, y pasé tiempo observando ambos núcleos familiares en
dias de semana y de fines de semana. También hablé con Janey y Hunter,
aunque no abordé la cuestión de las conversaciones ajenas. En el trans
curso dei tiempo que pasé con ellas observé que en varias oportunidades
las ninas escuchaban conversaciones de otras personas, y que Hunter agu-
zaba los oídos durante las entrevistas que yo mantenía con su madre.
Spotted Deer no es una ciudad de Suécia o de Noruega, donde el cui
dado infantil es un derecho garantizado hace mucho tiempo, fácilmente
disponible y subsidiado con fondos públicos. Tanto los King como los Escala
hacían numerosas llamadas telefónicas y visitas cargadas de preocupa-
ción en relación con el cuidado de sus hijos. Así, las nenas recibían el
mensaje de que sus cuidados, lejos de producirse automáticamente, cons-
tituían un problema.
Más allá de esta circunstancia, había diferencias entre los dos hogares
en relación con los sistemas de cuidado y las maneras en que los padres
los organizaban. Mientras sus padres estaban en la empresa o en la fábrica,
Janey quedaba a cargo de los empleados de la guardería infantil corpora
tiva y de Cammy, una estudiante universitária que trabajaba en parte de su
tiempo libre, mientras que el cuidado de Hunter provenía en gran medida
de sus parientes. En una de mis conversaciones con Vicky King, advertí que
Janey aguzaba los oídos cuando su madre hablaba de Cam m y con gran
entusiasmo: “ Cam m y es fantástica. Tiene mucho talento para tratar con
la gente y es maravillosa con los ninos. Me gustaría conseguirle trabajo en
Amerco”. Janey sabia que Vicky había emprendido una búsqueda exhaus-
tiva para contratar a Cammy. Ahora que la había empleado, también le
offecia otros favores, incluida la ayuda para que Cammy iniciara una carrera
profesional en Amerco. Ahora bien, ^cómo podia interpretar Janey esa con-
versación? En prim er lugar, Vicky no decía: “ Cam m y es fantástica. Es la
persona justa para cuidar a Janey”. El cuidado de Janey aparecia en un esce-
nario adyacente a la atracción principal: Amerco. Una persona que tuviera
verdadero talento, el tipo de talento que su madre admiraba, no debia dedi
c a t e a cuidar ninos. A raiz de esa conversación, Janey también podria Ue-
gar a la conclusion de que Cammy, por muy amigable que fuera, no iba a
cuidaria para siempre. Además, Janey sabia que a su ninera le pagaban
por el trabajo de cuidaria, y que ése era probablemente el motivo que la
había llevado a aceptar el empleo. Si Cam m y era una persona temporaria
en la vida de Janey, y su padre era permanente pero no estaba tan atento,
la madre pasaba a ser el espectáculo principal. En consecuencia, Janey diri
gia sus quejas a su madre.
En contraste, Hunter oyó una conversación sobre su abuela paterna,
una persona que representaba un vinculo a largo plazo, pero con quien
su madre tenia grandes diferencias en cuanto a la crianza de los ninos.
Hunter estaba cerca del sofá donde su madre y yo manteníamos una entre
vista, y jugaba a ensenarle a su muneca cómo hacer huevos revueltos. En
un momento de la conversación entre adultos, Hunter levantó la cabeza
con interés, aunque sin decir nada. Deb me confiaba sus reservas con res-
pecto a dejar a Hunter al cuidado de su abuela. “ La abuela le permite comer
dulces antes de las comidas y no interviene de inmediato cuando Gina
[la hermana mayor de Hunter] la molesta.” Hunter probablemente haya
conjeturado que su madre y su abuela no concordaban en algunas cues-
tiones, pero que el vínculo entre ellas no corria peligro. Quizás el asunto
de los dulces se modificara, pero la abuela seguiría cuidándola.
Entonces, £por qué Hunter estaba más contenta que Janey con el horá
rio laborai de sus padres? Quizá se sintiera felizmente rodeada de sus dos
abuelas, una serie de tias y una ninera amiga que vivia en la casa vecina,
todas las cuales parecían permanentes y en cuyo mundo ella ocupaba un
lugar importante. En parte, su presencia en esa red implicaba oír chismes,
quejas e historias interminables acerca de la gente que la integraba. Al igual
que los padres de Janey, los padres de Hunter pagaban un sueldo a su ninera,
pero ésta vivia enfrente y era una amiga. Detrás dei trato de servicio pago
había una atmosfera comunitária, pero no ocurría lo mismo con Janey.
Cuando un nino escucha conversaciones sobre los tratos que hacen los
padres en relación con su cuidado se entera de hechos específicos (mamá
2Ó4 I LA M E R C A N T I L I Z A C I Ó N DE LA V I D A Í N T I M A
cuide a un nino, el pedido apela a una red previa de obligaciones, y las que-
jas se refieren a los supuestos personales en relación con aquéllas (“eso
no es de buena hermana” ). De manera similar, si una amiga cuida a un
nino, las quejas pueden referirse a una noción previa de lo que los ami
gos deberían estar dispuestos a dar (“ no es justo que actúe así después de
todo lo que hemos pasado juntas” ). En la vida real, los ninos perciben
muchos tipos de relaciones entre padres y proveedores que combinan los
diferentes hilos de cada tipo de acuerdo. Cuando un chico escucha las con-
versaciones entre adultos, selecciona retazos de evidencia con los cuales
arma luego una compleja imagen mental, no solo de sus padres en particu
lar -aunque ellos sin duda dominan el cuadro- sino también de la estruc-
tura más profunda del cuidado.
Los padres, por su parte, no recurren a convénios prefabricados de “mer
cado” y “parentesco”, sino que participan activamente en su configuración.2
Por ejemplo, los padres de Hunter expandieron culturalmente su amistad
con Melody, la ninera. Le pagaban de la misma manera en que los padres
de Janey pagaban por los servidos de Cammy, pero los padres de Hunter
imbuyeron de amistad ese vínculo mercantil. Melody vivia hacia mucho
tiempo en la casa de enfrente, y ya era vecina y madre de una amiguita de
Hunter antes de comenzar a cuidaria. Como consecuencia, intercambiar
regalos de Navidad y canastas de Halloween o compartir búsquedas dehue-
vos de pascua no equivalia a dar un gran paso. Los Escala no celebraban
el cumpleanos de Melody, pero cruzaban la calle para celebrar el de su hija.
En la gramática de tales encuentros, los Escala estaban diciendo que Melody
era “como de la familia” (véanse Uttal, 1998; Snack y Burton, 1994). En con
traste, la familia King trataba a Cam m y como se trata a una estudiante uni
versitária y futura profesional: una mujer que era maravillosa con los ninos,
pero que solo estaba de paso.
Asi, Janey se veia a si misma a lo largo de muchas horas con una ninera
que sabia temporária, y lo sabia por haber oido una cantidad de conversa-
ciones que bastaban para captar la esencia del cuadro completo, de la misma
2 Tal como lo ha mostrado la investigación de Lynet Uttal, los padres y las nineras
negocian muchos tratos diferentes en relación con el cuidado, algunos basados en
la idea de que la madre traspasa parte de su responsabilidad al proveedor de
cuidados y otros basados en la idea de que la responsabilidad se comparte. Según
senala Uttal (1998:575), muchos padres y madres están cambiando su definición
de crianza: ya no la consideran una actividad privada, sino una actividad social.
Uttal da con una tecla importante cuando se pregunta: ^cómo se reparten
exactamente la responsabilidad entre los padres y el proveedor de cuidados? Por
otra parte, £cuál es la naturaleza dei vínculo entre ellos?
266 I LA M E R C A N T I L I Z A C I Ó N DE LA V I D A Í N T I M A
visita al hogar, Clinton, que ya tiene 8 anos, se negó a tocaria. “ ^Por qué
volviste?”, le preguntó.
Hija de una maestra y un ingeniero, Rowena Batista estudió ingeniería
durante tres anos, pero luego abandono la carrera y viajó al extranjero en
busca de trabajo y aventuras. Unos anos más tarde, durante sus viajes, se
enamoro de un ghanés obrero de la construcción, tuvo dos hijos con él y
regresó a Filipinas con su nueva familia. Como no conseguia empleo en
Filipinas, el padre de sus hijos se traslado a Corea en busca de trabajo y
fue perdiendo contacto con ellos.
Rowena viajó nuevamente al Norte para engrosar las crecientes filas
de madres dei Tercer Mundo que trabajan en el extranjero durante largos
períodos de tiempo porque el dinero que ganan en su país no les alcanza
para vivir. Dejó a sus hijos con su madre, contrato una ninera para que
ayudara en la casa y viajó a la ciudad de Washington, donde tomó un empleo
de ninera cuyos ingresos equivalían a los de un médico rural en las Fili
pinas. De los 792.000 trabajadores domésticos legales de los Estados Uni
dos, el 40 por dento son extranjeros, igual que Rowena. De los inmigrantes
filipinos, el 70 por ciento son mujeres, como Rowena.
Rowena llama “mi bebé” a Noa, la nina estadounidense que está a su cui
dado. Una de las primeras palabras de Noa fue “Ena”, diminutivo de Rowena.
Y la pequena ha comenzado a balbucear en tagalog, la lengua que su ninera
hablaba en Filipinas. Rowena levanta a Noa de su cuna a las 7:00 de la mana-
na, la lleva a la biblioteca, la hamaca en el parque y se acurruca con ella a dor
mir la siesta. Tal como le explico a Frank, “ le doy a Noa lo que no puedo
darles a mis hijos”. A su vez, la nina estadounidense le da a Rowena lo que
ésta no consigue en su hogar. En palabras de Rowena, “me hace sentir madre”.
Los hijos de Rowena viven en una casa de cuatro dormitorios con sus
abuelos maternos y otros doce miembros de la familia, ocho de ellos ninos,
algunos de los cuales también son hijos de mujeres que trabajan en el extran
jero. La figura que ocupa el lugar central en la vida de los ninos - la per-
sona a quien ellos llaman “ Mama”- es su abuela, la madre de Rowena. Pero
la abuela trabaja de maestra con horários sorprendentemente prolonga
dos, desde las 7:00 de la manana hasta las 9:00 de la noche. Cuando Rowena
relata su historia, dice poco acerca de su padre, el abuelo de sus hijos (a
los hombres filipinos no se los anima a participar activamente en la crianza
de los ninos). Y el abuelo materno no se relaciona mucho con sus nietos,
por lo cual Rowena ha contratado a Anna de la Cruz, quien llega a la casa
todos los dias a las 8:00 de la manana para cocinar, limpiar y cuidar a los
ninos. A su vez, Anna de la Cruz deja a su hijo adolescente al cuidado de
su suegra octogenária.
A M O R Y OR O | 271
algunos viajan para reimirse con miembros de la família que han emigrado
antes, pero la mayoría lo hace en busca de trabajo.
Tal como lo muestra una serie de estúdios, la mayoría de las migracio
nes tienen lugar a través de contactos personales con redes de emigrantes
compuestas por parientes y amigos, y parientes y amigos de parientes y
amigos: un emigrante induce al otro. Redes y vecindarios enteros aban-
donan su país para buscar trabajo en el extranjero, y luego regresan con
historias, dinero, experiencia y contactos. Así como los hombres forman
redes a través de las cuales se transmite información laborai, las trabaja-
doras domésticas que emigraron a Nueva York, Dubai o Paris instruyen a
sus parientas y amigas acerca de cómo arreglar los papeies, viajar, buscar
empleo y establecerse.
Hoy en día, la mitad de los emigrantes dei mundo son mujeres. Uno de
cada diez ciudadanos de Sri Lanka -m ujeres en su m ayoría- trabaja en el
extranjero. Castles y Miller (ibid.: 9) explican lo siguiente:
Hoy en día hay muchas más mujeres dei Primer Mundo que tienen un
trabajo pago. Trabajan más horas por día, más meses por ano y durante
más anos. En consecuencia, necesitan ayuda para cuidar a su familia (véase
Hochschild, 1997a: x x i, 268). En la década de 1950, sólo el 15 por ciento de
las mujeres con hijos menores de 6 anos tenía un empleo asalariado, en
tanto que hoy en día el índice ha ascendido al 65 por ciento. En la actuali-
dad trabaja el 72 por ciento de las mujeres estadounidenses. Entre ellas se
cuentan las abuelas y las hermanas que hace treinta anos se habrían que
dado en la casa a cuidar a los hijos de los parientes. Así como las abuelas
dei Tercer Mundo pueden trabajar cuidando personas en el extranjero,
también hay más abuelas dei Primer Mundo que trabajan: una razón más
por la cual las famílias dei Primer Mundo buscan asistentes fuera dei núcleo
familiar.
Las mujeres que quieren obtener êxito profesional o corporativo en el
Primer Mundo se enffentan a fuertes presiones laborales. La mayoría de
las carreras laborales siguen basándose en un modelo muy conocido (mas
culino): llevar a cabo tareas profesionales, competir con los colegas, obte
ner reconocimiento por el trabajo, hacerse una reputación, lograrlo durante
la juventud, acaparar el escaso tiempo disponible y minimizar el trabajo
doméstico mediante la contratación de otras personas. En el pasado, el pro
fesional era un hombre; la “otra persona” era su esposa. La esposa super-
visaba a la familia, y la familia era una institución flexible y preindustrial
involucrada en experiencias humanas que el lugar de trabajo excluía: naci-
mientos, crianza, enfermedades, muerte. Hoy en día existe una creciente
“ industria dei cuidado” que ha ocupado el lugar tradicional de la esposa,
circunstancia que crea una demanda m uy real de mujeres inmigrantes.
No obstante, en tanto que las mujeres de clase media dei Primer Mundo
abordan carreras profesionales moldeadas según el antiguo parâmetro mas
culino, cumpliendo horários prolongados en empleos exigentes, sus nine-
ras y otras trabajadoras domésticas padecen una versión extremadamente
exagerada de la misma situación. Que dos mujeres trabajen por un sala-
rio es algo bueno, pero que dos madres renuncien a todo por el trabajo es
algo bueno que ha ido demasiado lejos. En última instancia, tanto las muje
res dei Tercer Mundo como las dei primero participan en un juego eco
nómico que las supera y cuyas regias ellas no han escrito.
Por fortuna, una mujer mayor que vivia en la casa vecina se encarinó con
Maria; a menudo la alimentaba e incluso la llevaba a dormir a su casa cuando
la nina estaba enferma. Maria se sentia más cercana a los parientes de esa
mujer que a sus propias tias y primas biológicas. En cierta medida, la habían
“adoptado informalmente”, una práctica que ella describe como habitual
en las áreas rurales filipinas e incluso en algunas ciudades, durante las déca
das de 1960 y 1970.
De algún modo, Maria experimento una infanda premoderna, marcada
por la alta mortalidad infantil, el trabajo infantil y la ausência de senti
mentalismo, inserta en una cultura de fiierte compromiso familiar y apoyo
comunitário. Con reminiscências de la Francia dei siglo x v que describe
Philippe Ariès (1962) en E l nino y la vida fam iliar en el antiguo régimen, ésta
era la infancia anterior a la idealización dei nino y a la ideologia de la mater-
nidad intensiva desarrollada por la clase media moderna (véase también
Hays, 1996). Lo más importante no era el sentimiento, sino el compromiso.
El compromiso de Maria con sus hijos, que tenían 12 y 13 anos cuando
ella emigro para trabajar, lleva la impronta de esa crianza. M aria los llama
y les envia dinero, lloren o se enojen y pase lo que pase. El compromiso está
28o I LA M E R C A N T I L I Z A C I Ó N DE LA V I D A Í N T I M A
el primero por falta de opciones más cerca de su hogar. Sin embargo, dada
la ideologia imperante de libre mercado, la migración se considera una
“elección personal” y sus consecuencias se ven como “problemas perso-
nales”. En este sentido, lejos de constituir una carga del hombre blanco, la
migración crea, a través de una serie de eslabones invisibles, una carga dei
nino moreno.
* Con el titulo original de “Emotional geography versus social policy: The case of
family-friendly reforms in the workplace”, este ensayo se publicô por primera vez
en Lydia Morris y E. Stina Lyon (eds.), Gender relations in public and private: New
research perspectives, Houdmills, Basingstoke, Macmillan Press, 1996, pp. 13-36, y se
reproduce aqui con permiso de la editorial.
286 I LA M E R C A N T I L I Z A C I Ó N DE LA V I D A Í N T I M A
anos y sigue cada vez más el reloj industrial. El “tiempo cualitativo” (el que se pasa
con la familia) se demarca del “tiempo cuantitativo”, de la misma manera en que el
tiempo de oficina que se emplea “para trabajar” se diferencia del tiempo que se pasa
“haraganeando junto al bebedero”. Uno cree que no debería ponerse a charlar sin
ton ni son (desde el punto de vista “cuantitativo” ) durante el tiempo “cualitativo”
que pasa con los hijos. Incluso los ciclos vitales, como los casamientos y los
nacimientos, se planifican a veces según las necesidades de la oficina (Martin, 1992).
LA G E O G R A F Í A E M O C I O N A L Y EL P L A N DE V U E L O DE L C A P I T A L I S M O | 289
íq u é s u b y a c e a l a c u l t u r a d e n o o p o n e r r e s is t ê n c ia ?
trabajo siete dias por semana [...]. ^Por qué tengo que ser yo, sin ayuda
de nadie, quien haga las tareas dom ésticas cuando llega a casa? He
hablado con m i marido sobre este tema una y otra vez. Si al menos él
levantara los platos de la mesa y los apilara mientras estoy en el tra
bajo, ya habría una gran diferencia. Pero no hace nada. Cuando tiene
un fin de semana libre, me veo obligada a llamar a una ninera para que
él pueda ir a pescar. Cuando yo tengo m i día libre, me quedo con el
bebé todo el día. Él ayuda cuando yo no estoy [ ... ] pero apenas llego,
deja todo el trabajo para mí. '
Las fuerzas que expulsan a los trabajadores de la vida familiar y los atraen
hacia el lugar de trabajo están en movimiento perpetuo gracias al consu-
mismo. El consumismo actúa para mantener la inversión emocional dei
trabajo y de la familia. Expuestos a un bombardeo continuo de anúncios
publicitários durante un promedio diário de tres o cuatro horas de televi-
sión (la mitad de su tiempo libre), los trabajadores se persuaden de que
“necesitan” más cosas. Para comprar lo que necesitan, precisan dinero. Para
ganar dinero, extienden sus horários de trabajo. Para compensar su pro
longada ausência dei hogar compran regalos que cuestan dinero, es decir,
materializan el amor. Y así continúa el ciclo (véase Schor, 1992).
Una vez que el lugar de trabajo comienza a devenir un escenario de apre-
ciación más cautivante que la casa se impone una profecia autocumplida:
si la gente va al trabajo para escapar de las tensiones hogarenas, las ten-
siones hogarenas pueden em peorar; y cuanto más se intensifiquen las
tensiones en el hogar más se afianzará el lugar de trabajo en las necesida-
des adquiridas.
Todo este proceso ha llevado a que algunas personas perciban el tra
bajo como una familia, en tanto que la familia se asemeja más a un trabajo.
Sin embargo, el que se describe aqui no es más que uno de los cinco mode
los de trabajo y de familia que cobraron forma en diversos sectores dei pai-
saje económico. En la cima de la escala social es más probable que encon
tremos un modelo tradicional en el que la casa y el trabajo exhiben atractivos
diferenciados por género: el trabajo es para los hombres y la casa es para
las mujeres. Este modelo anticuado parece estar dando paso de manera cre-
ciente a un modelo tradicional modificado, en cuyo marco las mujeres
tienen empleos de medio tiempo y los hombres trabajan tiempo completo.
En un nivel más bajo encontramos el modelo dei refugio, según el cual el
trabajo es un mundo despiadado y la familia continúa equiparándose a
un refugio: muchos trabajadores fabriles y otros obreros encajan en este
modelo, y la proliferación de empleos de bajo salario y mínima seguridad
puede conducir a que existan más familias de este tipo. Entre las parejas
formadas por profesionales y empleados gerenciales encontramos fuertes^
indicios dei modelo dei trabajo semejante a la casa y la casa semejante al
trabajo. En la base de la escala social aparece el modelo “ doblemente nega
tivo”, de acuerdo con el cual ni la red de parientes ni los companeros de
trabajo brindan un anclaje emocional al individuo, sino más bien una pan-
dilla, companeros de copas en el bar u otros grupos similares. En todos
los niveles -q u izá tanto por azar como por planificación y circunstan
cias- encontramos el modelo milagroso: la pareja con doble ingreso y el
tan anhelado equilibrio entre la casa y el trabajo.
LA G E O G R A F Í A E M O C I O N A L Y EL P L A N DE V U E L O DE L C A P I T A L I S M O | 303
Hay una imagen clásica entre las que simbolizan el cuidado en el mundo
occidental moderno: el retrato de una madre con su hijo en brazos. La
madre que aparece allí suele estar en su casa sentada en un sillón, o en un
escenario de ensueno, como un jardín. Impresa a menudo en anticuadas
tarjetas de cumpleanos y en los anúncios publicitários de lana que apare-
cen en revistas para mujeres, la imagen es una version secular y de clase
media de la Madona con su Hijo. Quien brinda cuidado en ella no es un
hom bre, sino una mujer. No está en un lugar público, sino en su casa.
Además, el cuidado que se retrata parece un acto natural, que no requiere
esfuerzo. La mujer está sentada, quiescente, no parada ni en movimiento
(posiciones asociadas con el “ trabajo” ). Parece disfrutar del cuidado que
brinda a su hijo, y el rostro dei hijo a menudo sugiere que la madre es buena
en la tarea de cuidarlo. De este modo, la imagen dei cuidado se vincula
con cosas femeninas, privadas y naturales que funcionan bien, a la vez
que evoca un determinado ideal.
Inspirada en la vida de salón decimonónica de la clase media alta, dicha
imagen ha adquirido un amplio uso comercial. Los publicistas corporati
vos suelen yuxtaponer la imagen de madre e hijo a diversos productos,
como seguros de salud, servicios telefónicos, curitas, panales, talco y una
amplia variedad de alimentos.1 Nuestra constante exposición a la imagen
* Este capítulo se publico por primera vez en Social Politics: International Studies in
Gender, State, and Society, 2, N° 3, otono de 1995, pp. 331-346, y se reproduce con
permiso de Oxford University Press. Agradezco mucho a Adam Hochschild, Ann
Swidler y Sonya Michel por sus útiles comentários, y a Laurie Schaffner por su
excelente asistencia en la investigación. Además, la idea de la necesidad creciente y
la oferta decreciente de cuidado se desarrolló en el marco de una conversación con
Trudie Knijn.
1 A veces ello se hace mediante la aplicación directa de la misma imagen a un nuevo
contexto, y a veces representando su imagen en negativo. Por ejemplo, los
308 I LA M E R C A N T 1 L I Z A C I Ó N DE LA V I D A Í N T I M A
9 En este período, el índice en Suécia subió de 11 por ciento a 48 por ciento. En los
Países Bajos, el incremento fue sólo dei 1 por ciento al 9 por ciento, con Italia y
Alemania ubicadas en este intervalo de valores más modestos. Los índices más
altos de la actualidad se registran en los Estados Unidos, Dinamarca, Suécia,
Francia y el Reino Unido.
10 En Suécia, el 28 por ciento de los chicos que viven con su madre divorciada no
tuvo contacto con su padre luego dei divorcio.
LA C U L T U R A DE LA P O L Í T I C A | 3 13
“ í Q U IÉN H A R Á LO Q UE H A C ÍA M A M Á ?”
Las madres que trabajan fuera dei hogar se enfrentan con la desalenta-
dora tarea de equilibrar el trabajo y la vida familiar, a menudo en ausên
cia de dos recursos: companeros que compartan las tareas domésticas y un
lugar de trabajo que offezca horários flexibles a ambos progenitores. Las
mujeres que se encuentran en esta situación han quedado atrapadas en lo
que he denominado “ punto muerto de una revolución de género”. Se trata
de una revolución, porque en dos décadas las mujeres han salido de su casa
para ingresar masivamente en el m undo dei trabajo. Está en un punto
LA C U L T U R A DE LA P O L Í T I C A | 3 15
compras e incluso cocinar y coser, porque -tal como me dijo una de ellas
con un guino- “ mi marido lo hace mucho m ejor”.
Otras mujeres trabajadoras utilizaban médios directos: confrontacio-
nes drásticas o discusiones serias. Frente a la intransigência dei marido,
algunas esposas montaban “ enfrentamientos por falta de colaboración”.
Hacían “ huelga” : se negaban a cocinar o dejaban que se apilara la ropa
sucia. Una madre llegó a permitir que su hijo esperara ser recogido en la
escuela aunque sabia que su marido había olvidado que debía hacerlo él.
Algunas comenzaron a cobrar a su marido por cada hora de tareas domés
ticas que superaba su correspondiente mitad. Apelando a estos recursos,
la esposa trataba de obligar a su marido a hacer más, pero a menudo ff a-
casaba en el intento. Ninguno de los cónyuges podia permitirse el “ lujo”
emocional de tener un matrimonio exento de peleas en torno de las tareas
relacionadas con el cuidado de la casa o de los miembros dependientes de
la familia. En ausência de câmbios más amplios en la cultura de la virili-
dad y en el lugar de trabajo, las parejas de doble ingreso padecían una
versión micro dei déficit que afectaba al âmbito dei cuidado.
En m i opinión, el desafio que se cierne ante nosotros consiste en incre
mentar la oferta de cuidados sin renunciar a las victorias laborales feme-
ninas que tanto costó conseguir. Pero a fin de perseguir esta meta necesi-
tamos tom ar conciencia de las imágenes dei cuidado que compiten en
nuestra cultura, pues la batalla se ganará con la fuerza persuasiva de esas
imágenes. Las parejas que estudié parecían inspirarse en cuatro imágenes
diferentes dei cuidado, que presento aqui como “tipos puros”, aunque las
ideas de cualquier persona suelen combinar aspectos de vários. Estos m o
delos también aparecen en el discurso público sobre las políticas sociales,
con lo cual proporcionan una herramienta para decodificarlo. Cada modelo
-e l tradicional, el posmoderno, el moderno-ff ío y el modemo-cálido- cons-
tituye una respuesta al déficit que jaquea el âmbito dei cuidado. Cada uno
de ellos plantea cuestiones diferentes y otorga un valor distinto a la tarea de
cuidar. Cada uno de ellos también compite con los demás para ganar un
espacio cultural en el discurso, tanto privado como público.
La solución tradicional consiste en replegar a las mujeres a la casa, donde
brindan cuidados no remunerados. El discurso tradicional se centra en el
tema de los lugares donde las mujeres deberían o no deberían estar, y a
menudo presenta el oficio de cuidar como parte inherente dei rol feme-
nino. En efecto, esta “ solución” aboga básicamente por la reversión total
de la industrialización y llama a revocar la liberación de las mujeres. Como
los hombres están muy lejos de la esfera dei cuidado y el cuidado se repliega
a un âmbito devaluado y premonetario, las amas de casa devienen una
LA C U L T U R A DE LA P O L Í T I C A | 3 17
12 En algunos países europeos, como los Países Bajos, la mano de obra inmigrante
puede inhibir la plena participación de las mujeres europeas en la economia, en
parte predisponiendo a la sociedad a adoptar una solución tradicional o cuasi-
tradicional (Knijn, 1994).
* El término acunado durante la Segunda Guerra Mundial es latchkey children y el
propuesto por el profesional es children in self-care. Traducimos lo más I
literalmente posible. [N. de la T.] f
318 I LA MERC A N T I LI Z A C I Ó N DE LA V I D A Í N T I M A
El final del día suele ser un momento difícil para los adultos. Es natu
ral que a veces estén cansados o irritables [...]. Antes de que tus padres
lleguen a la guardería, comienza a aprontarte y prepárate para despe-
dirte de tus amigos para que el momento en que pasan a buscarte sea
más fácil para todos.
* El título original de la película es Home alone; literalmente, “En casa solo”. [N. de la T.]
LA C U L T U R A DE LA P O L Í T I C A I 3 19
cuida a los ninos o hace más tareas relacionadas con el cuidado en gene
ral. Aqui, el punto de tensión se ubica entre quienes prodigan cuidados y
quienes podrían hacerlo. La pregunta básica para los padres que llevan a
sus hijos a una guardería o la gente de mediana edad que interna a sus
padres ancianos en un hogar geriátrico es la siguiente: ^en qué medida es
personal o genuino el cuidado que ofrecen las instituciones?
Hay un cuarto modelo de cuidado: el moderno-cálido. Es moderno por
que las instituciones públicas participan en la solución y es cálido porque
no delegamos en ellas toda la tarea de cuidar. También es igualitário, por
que hombres y mujeres comparten lo que no delegan. En contraste con el
modelo posmoderno, las nociones de necesidad no se reducen ni se nie-
gan, con lo que el cuidado se reconoce como un trabajo importante. En
contraste con la solución moderna-fría, el modelo moderno-cálido insta
a satisfacer esas necesidades, en parte personalmente.
De los cuatro modelos, el tradicional se vuelve hacia el pasado, los dos
“ modernos” miran hacia el futuro, y el posmoderno hace dei “aguante” una
virtud en la dolorosa transición entre el pasado y el futuro. De los cuatro,
sólo el ideal moderno-cálido combina características de la sociedad que
son cálidas y modernas a la vez. Lo hace abogando por câmbios básicos
tanto en la cultura masculina como en la estructura laborai. Así, el modelo
moderno-cálido llama a luchar en tres terrenos: la participación de los
hombres en las tareas domésticas, la flexibilización de los horários labo-
rales y la valoración dei cuidado. Si bien las feministas no están menos con
fundidas que los demás en su pensamiento sobre el cuidado, probable-
mente la mayoría defienda el ideal moderno-cálido, por m uy difícil que
resulte hacerlo realidad.
Las naciones, al igual que los individuos, adoptan modelos culturales de
cuidado. Enfrentadas a un similar déficit dei cuidado, las naciones desarro-
lladas han respondido de maneras m uy diferentes. Suiza y Portugal se
han inclinado más por el modelo tradicional; los Estados Unidos se enca-
minan a paso seguro hacia una síntesis entre el modelo posmoderno y el
moderno-ffío, en tanto que Noruega, Suécia y Dinamarca siguen liderando
al mundo en la tarea de establecer el modelo moderno-cálido (Moen, 1989).
^Cuáles son los factores que predisponen a una sociedad a inclinarse por
el modelo moderno-cálido dei cuidado? Hay tres que son fundamentales.
En primer lugar, una economia que dependa dei trabajo femenino: la fuerza
económica de las industrias en que predominan los hombres y las fuentes
alternativas de mano de obra barata en las industrias en que predominan
las mujeres hacen que la sociedad se incline por mantener a las mujeres
ricas en el hogar, y vuelve esta “ alternativa” socialmente deseable para las
322 I LA M E R C A N T I U Z A C I Ó N DE LA V I D A Í N T I M A
casi todas ellas, al igual que en la u c Berkeley, era peor que en 1930 (Gra-
ham, 1971).
He oido dos explicaciones clásicas para este patron récurrente, pero dudo
de que alguna llegue al fondo de la cuestión. Según una de ellas, la uni-
versidad discrimina a las mujeres. Si tan sólo manana filera posible aca
bar con la discriminación e instalar una meritocracia imparcial, habría más
mujeres académicas. De acuerdo con la segunda explicación, las mujeres
“pierden el entusiasmo y se hacen a un lado” porque se les inculca desde
tem prano la evitación dei êxito y de los roles de autoridad, y a ello se
suma la falta de modelos.
Dado que ya se han realizado excelentes estúdios objetivos sobre esta
cuestión,1 en el presente ensayo me propongo explorar mi propia expe-
riencia -com parándola en ocasiones con los resultados de diversos estú
d ios- a fin de mostrar por qué hay una tercera explicación que me parece
más verdadera; a saber, que el perfil clásico de la profesión académica está
hecho a la medida dei hombre tradicional con su esposa tradicional. Antes
de preguntarnos por qué las mujeres no son catedráticas ni llegan en gene
ral a ocupar otros estratos superiores de la economia necesitamos plantear
una cuestión previa: ^qué significa ser un catedrático de sexo masculino
-desde el punto de vista social, moral y h um ano- y cómo es el sistema
que coloca a los hombres en ese lugar?
La profesión académica se basa en algunos supuestos peculiares sobre
la relación que existe entre llevar a cabo el trabajo y com petir con los
demás, competir con los demás y obtener reconocimiento por el trabajo,
obtener reconocimiento y hacerse una reputación, hacerse una reputa-
ción y lograrlo durante la juventud, lograrlo durante la juventud y dedi
car todo el tiempo posible a tal empresa, dedicar todo el tiempo posible
a tal empresa y minimizar la vida familiar, minimizar la vida familiar y
dejarla en manos de la esposa: ésa es la cadena de experiencias en la que
parece arraigarse la profesión académica tradicional. Incluso en el caso de
que la meritocracia funcionara a la perfección, incluso si las mujeres no
perdieran el entusiasmo y no se hicieran a un lado, sospecho que el sis
tema que define las profesiones de este modo sólo permitiría la llegada a
la cima de unas pocas mujeres.
Si Maquiavelo hubiera usado su pluma -com o lo han hecho tantos escri
tores satíricos m odernos- para ensenarle a un provinciano el arte de lle-
L A D ISC R IM IN A C IÓ N
2 iDónde fueron a parar esas mujeres? Algunas suspendieron sus estúdios de grado
-tratando de encontrar la manera de continuar- para seguir a su marido adonde
lo llevaran los estúdios, el servicio militar o el trabajo, o para tener hijos o para
trabajar mientras su marido continuaba los estúdios. Una de ellas abandonó la
universidad con un gesto más extravagante: escribió un anuncio que permaneció
largo tiempo en el pizarrón dei salón de estudiantes, donde nos recordaba que
podíamos comprarle sándwiches de palta y porotos de soja en un puestito de la
plaza Sproul Hall.
Un informe decenal sobre la promoción 1963 del college Harvard and Radcliffe
contenia declaraciones de los ex alumnos acerca de lo que les habia ocurrido
después de su graduation, con muchos casos similares al siguiente: “Nos
mudamos de la ciudad de Nueva York a las montanas, por encima de Boulder [... ]
un cambio muy afortunado. Dan ensena matemáticas en la Universidad de
Colorado y yo continúo trabajando a paso lento en mi disertación mientras
espero otro bebé que llegará en mayo y cuido a Ben”.
EN EL RE L OJ DE LAS C A R R E R A S L A B O R A L E S M A S C U L I N A S I 331
4 Había más mujeres solteras (39 por ciento) que hombres solteros (29 por ciento);
además, el 43 por ciento de las mujeres solteras y el 61 por ciento de los hombres
solteros no habían considerado abandonar los estúdios durante el ano anterior.
EN EL RE L OJ DE LAS C A R R E R A S L A B O R A L E S M A S C U L I N A S | 333
Es preciso admitir que resulta difícil distinguir entre las mujeres que se
van de la universidad por decisión propia y las que son obligadas a irse o
empujadas a tom ar la decisión de irse. En m i caso, hubo innumerables
aspectos de la escuela de posgrado que no eran demasiado discriminató
rios ni dejaban de serio. Algunos eran simplemente desalentadores: la invi-
sibilidad de las mujeres entre los profesores y los autores de los libros que
leiamos o entre los retratos que colgaban de las paredes en el club de pro
fesores; la escasez de mujeres en las reuniones informales para beber cer-
veza después dei seminário; las bromas que hacían los profesores al comienzo
de la clase (para romper el hielo), muchas de ellas referidas a las chicas
lindas que podían llegar a ser una distracción o a la incursión en campos
“vírgenes” ;5 el continuo y semiconsciente trabajo que suponía detectar y
evitar a los profesores de quienes se sabia que despreciaban o desacredita-
ban a las mujeres o a tipos particulares de mujeres. Uno de los profesores
de m i departamento sugirió seriamente que se agregaran más conoci-
mientos matemáticos a los requerimientos de metodologia a fin de redu-
cir la cantidad de especialidades para mujeres estudiantes. Además, las espe
cialidades “ femeninas” -com o la sociologia de la familia y la educación-
gozaban de poco prestigio, y muchas feministas de aquella época, como yo,
las evitamos escrupulosamente por esa tonta razón. Los estúdios más pres
tigiosos, claro está, eran los de sociologia política y teoria general: esas espe
cialidades eran casi exclusivamente masculinas, y de ellas se salía con un
“dominio” de la bibliografia más importante.
Las mujeres pueden caer en el desaliento por la competência y por la
necesidad de hacer a un lado, a pesar de su formación, toda ambivalência
en relación con sus ambiciones. La ambición no es un aspecto estático ni
dado, como el color de los ojos. Se asemeja más a la sexualidad: variable,
sujeta a influencias y ligada a amores, privaciones y rivalidades dei pasado,
además de a innumerables acontecimientos que hace tiempo se borraron
de la memória. Hay personas que serían ambiciosas en cualquier parte,
pero las situaciones de competência suelen enterrar la ambición femenina.
A pesar dei respaldo que puedan recibir de algunos mentores, muchas muje
res se atemorizan por motivos intangibles en los entornos competitivos y
eluden el discurso competitivo de los seminários, e incluso los escritos argu-
mentativos. Si bien las feministas han desafiado el miedo a la competên
cia -y a sea porque compitieron con êxito o también porque se negaron a
5 Suele decirse que las feministas no tienen sentido dei humor. Lo que ocurre en
realidad es que, luego de descubrir que el chiste es sobre nosotras, desarrollamos
un sentido dei humor diferente.
EN EL RE L OJ DE LAS C A R R E R A S L A B O R A L E S M A S C U L I N A S I 335
M ODELO S DE G E N T E Y LU G A R ES
recibir a un alumno entusiasta de primer ano que quiere saber “cómo las
ciências sociales pueden salvar el mundo de la pobreza y las guerras” 6Tam-
bién hay otra clase de modelos. A principios de los anos setenta, las muje-
res habían obtenido grados y buenos empleos, y algunas incluso habían
logrado establecer acuerdos igualitários en el hogar. Pero es probable que
esas mujeres sigan siendo una minoria a raiz de las limitaciones de que ado-
lece el mercado de trabajo y el sistema de carreras profesionales, y tam-
bién porque las mujeres que ingresan en la academia a menudo se abstie-
nen de ejercer presión para abrir las puertas a más mujeres: no seria
profesional. Hablando sólo por mi, me ha resultado extremadamente difí
cil ejercer presión para que se produzcan câmbios mientras asistía a reu-
niones de departamento repletas de profesores hombres con antigüedad en
el cargo, entre ellos mis mentores. Me he sentido tótem o representante más
que agente dei cambio social, desacreditada por algunos profesores a causa
de lo que era y por algunas feministas por no ser más de lo que era. Huelga
decir que cuando digo lo que pienso, lo hago con demasiado sentimiento.
Es inconmensurablemente más fácil -u n alivio placentero- sumergirme en
el território privado de mi clase, donde me vuelvo más audaz desde el punto
de vista intelectual y moral. Si tuviera que situar el campo de m i batalla,
senalaría sin vacilar aquella sala de la comisión.
Las mujeres no responden simplemente a la cuerda de salvación psico
lógica que les arrojan sus modelos, sino también a la ecologia social de la
supervivencia. Si hemos de hablar sobre buenos modelos, debemos refe
rim os al contexto que los produce. Ignorar esta circunstancia equivale a
toparse con los problemas que tuve yo cuando acepté mi prim er nombra-
miento como la primera mujer socióloga en un pequeno departamento de
la Universidad de Califórnia, en Santa Cruz. Me ocurrieron cosas m uy
extranas, pero no estoy muy segura de que hayan afectado al departamento
o a la universidad. Escasas y m uy dispersas entre los numerosos departa
mentos de aquella universidad, las mujeres creamos un nuevo estatus mino
ritário en un lugar donde antes no había existido nada semejante; éramos
modelos de mujeres incluidas por puro formulismo.
EL RELO J D EL S IS T E M A PR O FESIO N AL
las universidades “casi” famosas que en las famosas, y más en las ciências
duras -cuyos profesionales tienen más para vender (y agotar)- que en las
blandas. Se vuelve más manifiesta en las convenciones profesionales que
en las aulas, más en el discurso de los estudiantes de posgrado que en el de
los estudiantes de grado, más entre los hombres que entre las mujeres. La
carrera académica en sí misma se basa en una serie de contiendas, que a su
vez no dependen tanto dei buen trabajo que se lleve a cabo como de los
créditos que se obtengan por haber hecho un buen trabajo.
Un colega me explico estas cosas en una carta. (Yo le había escrito con
el propósito de preguntarle por qué los empleadores no se muestran más
entusiastas en relación con el trabajo de medio tiempo para hombres y
mujeres.) Al referirse a la creatividad artística y científica, m i colega senaló
lo siguiente:
(1952,1962,1965) sobre los hombres eminentes de las ciências, las artes, las
letras, la política, el ejército y el sistema judicial, la edad promedio en que
éstos llegaron a su máximo desempeno es temprana: los químicos y los físi
cos, apenas pasados los 30 anos; los músicos y los escultores, antes de los
40; incluso en la filosofia los mayores logros se alcanzaron alrededor de
los 40. Para muchas de las especialidades que incluye la universidad, el
vínculo entre edad y logro se asemeja más al de los atletas que al de los
papas o los jueces. Resulta interesante notar que los logros llegaban más
tarde en la vida de los hombres anteriores a 1775, es decir, antes de que la
burocratización masiva dei trabajo impregnara el sistema de profesiones.
Una reputación es una promesa imaginaria que se le hace al mundo según
la cual si alguien es productivo durante la juventud también lo será más tar
de en la vida. Y la universidad, por no tener muchos otros aspectos en que
basarse, recompensa la promesa de los jóvenes o los relativamente jóvenes.
La discriminación por edad no constituye una injusticia externa que se
adosa desconsideradamente a las universidades: es una consecuencia inevi-
table de los supuestos más básicos que subyacen a las carreras universitá
rias. Si los puestos de trabajo son escasos y las reputaciones prometedoras
son importantes, ^quién quiere a una mujer de 50 anos y con tres hijos que
casi ha terminado su disertación? Dado que la edad es la medida dei logro,
la competência suele tomar la forma de horários prolongados y un trabajo
más intenso que el dei próximo postulante.8 Esta definición dei trabajo no
hace referencia a la docência, el trabajo en comisiones, las horas de oficina,
las conversaciones telefónicas con estudiantes ni la edición de sus trabajos,
sino que se constrine más estrechamente al trabajo propio. El tiempo deviene
un recurso escaso que se acumula con avidez, y es el tema dei que se habla
mientras se lo derrocha. Si “ hacer el trabajo propio” es una cuestión de amor,
el amor propiamente dicho adquiere una base económica y honorífica.
Esta concepción dei amor, a su vez, deviene parte indeleble dei yo pro-
fesional.9 Las profesiones moldeadas en la masculinidad introducen a las
La carrera académica crea una cultura propia y un sentido especial dei yo,
especialmente en el marco de la élite y sus aspirantes, pero también entre
los rezagados y los inadaptados. El mercado se sitúa en algún lugar “exte-
los profesores deberían estar disponibles para los estudiantes, pero como
los estudiantes, sin advertirlo, obstaculizan la extension de la vita, los pro
fesores rara vez aparecen por allí. Sólo los ayudantes que aún no han ingre-
sado a la contienda por la titularidad definitiva y los profesores más vie-
jos que ya la superaron podrían responder si alguien llama a la puerta. El
resto, al parecer, se ha perdido entre sus varias oficinas (el instituto, el depar
tamento, la casa). A menudo recogen su correspondência en el crepúscu
lo o al amanecer, cuando la oficina dei departamento está cerrada. Los fran
ceses los llaman “ la clase apresurada”. El día en que un profesor de medio
rango, según anuncia un letrero impreso, estará en su oficina, se reúne una
pequena sociedad de estudiantes que esperan sentados en el piso con la
espalda apoyada contra la pared. Han anotado sus nombres en una plani-
11a con casilleros que dividen el tiem po en cuartos de hora, y posible-
mente estén repasando lo que se proponen decir.
En el otono de 1971, un estudiante de posgrado se inscribió para una visita
a mi oficina. En la planilla que colgaba de mi puerta anotó Th o m p s o n en
letras mayúsculas y enérgicas. Al ver que el nombre estaba escrito con letras
más grandes que los demás imaginé que vería aparecer una figura volumi-
nosa e imponente, pero en realidad Thompson era unos cinco centímetros
más bajo que yo. Y creo que también se sentia menos imponente, porque
después de arrellanarse en la silla “de los estudiantes” y cruzar las piernas
con lentitud, comenzó, sin que yo le hiciera ninguna senal, a brindarme una
prolongada y flemática descripción de su evolución intelectual, desde los
modelos matemáticos que había estudiado en la Universidad de Michigan
hasta la sociologia histórica, y posiblemente, sólo posiblemente - y ése era
344 I LA m e r c a n t i l i z a c i ó n de l a v i d a í n t i m a
L A F A M ÍLIA Y L A C U LT U R A PR O FESIO N AL
Estos libros son excelentes y me han ensenado mucho, pero también lo han
hecho sus prefácios.
EN EL RE L OJ DE I A S C A R R E R A S L A B O R A L E S M A S C U L I N A S | 349
10 De acuerdo con los datos de Carnegie, el 57 por ciento de los hombres sin hijos,
el 58 por ciento de los que tenían un hijo, el 58 por ciento de los que tenían dos
y el 59 por ciento de los que tenían tres consideraron la idea de dejar
definitivamente los estúdios en el ano anterior. En cuanto a las mujeres, lo mismo
ocurría con el 42 por ciento sin hijos, el 48 por ciento con uno, el 42 por ciento
con dos y el 57 por ciento con tres. Tres parece ser un número crucial. En el nivel
nacional, entre 1958 y 1963, el 44 por ciento de los hombres y el 55 por ciento
de las mujeres dejaron la escuela de posgrado, pero se trataba dei 49 por ciento de
los hombres con hijos y el 74 por ciento de las mujeres con hijos (Sells, 1975).
Según los resultados de Simon, Clark y Galway (1967), la cantidad de mujeres
casadas sin hijos que habían publicado un libro era levemente menor que la de
mujeres con hijos. Aqui no se considero la edad, que sin duda podría explicar este
resultado imprevisto. El 40 por ciento de las mujeres solteras, el 47 por ciento
de las casadas sin hijos y el 37 por ciento de las casadas con hijos eran profesoras
auxiliares; el 28 por ciento, el 16 por ciento y el 15 por ciento eran profesoras
adjuntas, y el 18 por ciento, el 8 por ciento y el 8 por ciento eran catedráticas
(■ibid.). El 58 por ciento de las mujeres solteras, el 33 por ciento de las casadas sin
hijos y el 28 por ciento de las casadas con hijos (entre las que se graduaron
en 1958-1959) habían obtenido un nombramiento definitivo. Otro estúdio que
comparaba a hombres y mujeres mostro que el 90 por ciento de los hombres, el 53
por ciento de las mujeres solteras y el 41 por ciento de las casadas había obtenido
una cátedra veinte anos después de haber terminado los estúdios (Rossi, 1970).
11 Según los cuestionarios que un college de mujeres hizo entre 1964 y 1971 a las
alumnas ingresadas, el 65 por ciento de la camada de 1964 queria ser ama de casa
con uno o más hijos. En los anos siguientes, el porcentaje decreció de manera
constante: 65,61,60,53,46 y 31. La proporción de estudiantes que deseaban una
carrera profesional y un matrimonio con hijos se duplico: aumento desde el 20 al
40 por ciento entre 1964 y 1971 (véase Carnegie Commission, 1973).
EN EL RE L OJ DE LAS C A R R E R A S L A B O R A L E S M A S C U L I N A S I 351
SITU AC IÓ N Y C O N C IE N C IA
departamento eran hombres. Sin embargo, una quinta parte de los estu-
diantes de posgrado eran mujeres que aspiraban a ser profesoras algún día.
^Córno se suponía que lo lograrían?
Varias mujeres que habían venido a mi oficina durante el otono de aquel
ano hablaban informalmente de dejar la escuela de posgrado. Cuando una
mujer extremadamente capaz, Alice Abarbinel, me dijo que planeaba aban
donar los estúdios, sentí que algo estallaba en mi interior. ,jPor qué Alice
dejaría los estúdios? Yo sabia por qué x o y podían abandonar, p ero ...
iAlice? A ella le iba tan bien. .. Parecia estar tan a gusto... Ésa fue una de
las partes que me llevaron a cuestionar el todo. Una semana más tarde, des-
pués de hablar con algunas amigas, invité a las mujeres dei posgrado a mi
apartamento, donde ocurrió algo m uy extrano.
Las mujeres que nos reunimos aquella noche nos sentamos en círculo
en el suelo de la sala de estar; bebimos café y cerveza, comimos papas fritas
y sentimos que estaba ocurriendo algo nuevo. Sin embargo, cuando pre-
gunté si había algún problema compartido por todas, en calidad de muje
res, que pudiera ser causa de desânimo entre nosotras, todas respondieron,
una por una: “ no” ; “ no” ; “ no”. Una de ellas dijo: “ Me resultó muy difícil
definir el tema de mi monografia”. Otra dijo: “Yo también quedé trabada,
pero tuve un profesor difícil; no tiene nada que ver con el hecho de que
sea un hombre”. Otra dijo: “ No estoy segura de haber elegido la disciplina
apropiada”. Ninguna hizo la menor alusión a un posible vínculo entre todas
esas vacilaciones y su condición de mujer. Recuerdo que me volví hacia una
amiga y le dije por lo bajo: “ No im porta; al menos lo intentamos”. Sin
embargo, luego de que se levantara la sesión, las cosas tomaron otro cariz:
nadie se fue. Dos horas más tarde ya se habían formado grupos bullicio-
sos de estudiantes que charlaban sobre los profesores, los cursos, la vivienda,
los seres queridos: se había levantado una barrera invisible. Después de
aquella prim era reunión nos encontramos periodicamente a lo largo de
vários anos. Éramos excelentes cuando nos cuestionábamos los concep-
tos básicos de la sociologia y tratábamos de imaginar cómo se vería nues-
tra disciplina si las experiencias de las mujeres contaran tanto como las
de los hombres. ^Qué es el estatus social? ^Y la movilidad social? Estos con-
ceptos ocupan un lugar central en la sociologia; sin embargo, cabe pre-
guntarse cómo se mide el estatus de una mujer. ^Por la ocupación de su
marido (como se hacia a principios dei siglo xx) o por la suya?, iy qué ocu-
rre si la mujer es ama de casa? Además, ^influye su empleo en el status social
de su cónyuge?, ^medimos su movilidad social comparando su ocupación
con la de su padre?, ^o con la de su madre?, ^cómo difieren las relaciones
entre los géneros para los ricos y para los pobres?
EN EL RE L OJ DE LAS C A R R E R A S L A B O R A L E S M A S C U L I N A S | 361
Hablar sobre los males dei sistema que afectan a unas pocas mujeres aca
démicas equivale en cierto modo a hablar sobre los problemas dei subúr
bio mientras hay gente hacinada en el centro de la ciudad. Pero los pro
blemas no afectan sólo al intento de encontrar una carrera profesional
significativa, sino también al hecho de hacer una carrera que se ajuste a
las pautas dei sistema. El problema de encontrar un trabajo académico y
conservar la hum anidad luego de haberse desempenado en él por un
tiempo conduce, en última instancia, a la formulación de supuestos en
relación con las familias que están detrás de las carreras profesionales.
Desde la posición estratégica de principios de los anos setenta, puede
decirse que las mujeres son eliminadas paso a paso de la vida académica,
o bien imperceptiblemente obligadas a adquirir las minusvalías morales
y físicas que habían debido sufrir los hombres académicos.
Si hemos de llevar más mujeres a la universidad en todos los niveles, ten-
dremos que hacer algo más extremo de lo que imaginaron quienes conci-
bieron los planes de acción más afirmativos: cambiar la entente entre la
universidad y su agencia de servicios, la familia. Si modificamos este pacto,
también introduciremos en la academia algunos de los valores que solían
considerarse una especialidad femenina. Aligeram os el ethos dei logro
con un ethos de cuidado y la cooperación; aligeramos la Gesellschaft con
los valores de la Gemeinschaft. Después de todo, no sólo se ha discriminado
a las mujeres, sino también algunos valores femeninos. No sólo nos faltan
modelos de rol que sean mujeres: también escasean los ejemplos de este
ethos alternativo.
Para dar a las mujeres una justa pausa, lo que intento decir es que la
justicia social es una meta que habla por sí misma, que llama a los hom
bres a hacer lo que les corresponde en su vida privada y a las mujeres a
obtener lo que les corresponde en la vida pública. Pero hay dos maneras
de crear esta justicia social: una implica ajustarse a la meritocracia tal como
es; la otra apunta a cambiaria. En la medida en que nos limitamos a exten-
der el “ individualismo burguês” a las mujeres, pedimos “ una habitación
propia”, una reputación o la posibilidad de discutir con los demás, nos ajus
tamos bien a la distorsión de parâmetros con que se juzga normalmente
la importância dei êxito frente a los propósitos morales, es decir, la expe-
3Ó2 | LA M E R C A N T I t I Z A C I Ó N DE LA V I D A Í N T I M A
riencia dei tiempo o la calidad dei discurso que han experimentado los
hombres de clase media.
El prim er paso consiste en reconsiderar qué partes de la receta cultural
de nuestra primera socialización -la que nos preparaba para cuidar y nutrir-
vale la pena conservar, y el segundo paso, en dilucidar cómo extenderlas e
institucionalizarias en nuestro lugar de trabajo. La segunda manera de crear
justicia social habla por sí misma con menor frecuencia: reside en demo
cratizar y recompensar virtudes femeninas dei pasado a las que no siem-
pre se hace justicia, como la cooperación, el cuidado y las preocupaciones
morales. Necesitamos esas virtudes en las carreras profesionales; las nece-
sitamos entre nuestros catedráticos de ambos sexos. M i universidad utó
pica no es una fam ilia campesina de Tolstoi, pero tam poco es la vita
hablando con la vita. Requiere tomar iniciativas en pos dei equilibrio entre
la competência y la cooperación, entre el hecho de que a uno le vaya bien
y el de hacer las cosas bien, entre tomarse el tiempo para ensenarle a nadar
a un hijo y tomarse el tiempo para votar en una reunión de departamento.
Cuando hayamos logrado este cambio, no cabe duda de que se manifestará
en los prefácios y en el discurso de la oficina.
los colleges y las universidades de los Estados Unidos en general hay una
mayor proporción de mujeres en todos los niveles de la vida académica.
He aqui los câmbios:
M U JE R E S EN CO LLEG ES/
U N IV E R SID A D E S 19 7 0 -19 7 1 2002
Porcentaje de ingresadas 43 57
Porcentajes de mujeres
que obtienen doctorados 13 44
Porcentaje de profesoras auxiliares 21 45
Porcentaje de profesoras adjuntas 15 35
Porcentaje de catedráticas 9 2 1 13
14 Hal Cohen, “ The baby bias”, New York Times, “ Education life”, 4 de agosto de 2002,
sec. 4A, p. 25.
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