Detras Del Cristal Con Que Se Mira PDF
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Coordinadora de la Mujer
La Paz, 2009
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
La Paz - Bolivia
ESTA PUBLICACIÓN SE HA REALIZADO CON LA ASISTENCIA FINANCIERA DE LA AGENCIA SUECA DE COOPERACIÓN INTERNACIONAL PARA
EL DESARROLLO Y DE LA EMBAJADA REAL DE DINAMARCA. LOS PUNTOS DE VISTA QUE EN ELLA SE EXPONEN REFLEJAN LOS
RESULTADOS DE LA INVESTIGACIÓN Y LA OPINIÓN DE QUIENES HICIERON EL TRABAJO Y, POR TANTO, NO REPRESENTAN EN NINGÚN CASO
EL PUNTO DE VISTA OFICIAL DE ASDI NI DE LA EMBAJADA REAL DE DINAMARCA.
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EQUIPO DE INVESTIGACIÓN
Filomena Nina Huarcacho (Investigadora Responsable)
Beatriz Chambilla Mamani (Investigadora de apoyo)
Juana Luiza Condori Quispe (Coinvestigadora)
Jannet Mery Patzi Apaza (Co investigadora)
Verónica J. Hidalgo Ramírez (Co investigadora)
Godolfredo Calle Vallejos (Transcriptor)
Rodolfo Quisberth Quisberth (Transcriptor)
ENTREVISTADAS Y ENTREVISTADOS
Provincia Aroma, cantón Colquencha, comunidad Calamarca
Delfina vda. de Benítez
Jacoba Loayza
Rosa Trujillo
Juana Loayza
Aleja Mamani
Nelly Fernández
Cristina Iquisi
Celestina Iquisi
Matilde Apaza
Irene Fernández
Estela Perzona
Victoria Fernández
Antonia Cruz
Felipa Fernández Iquisi
Cristóbal Fernández
Felipe Fernández
Rafael Casas
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Berta Acarapi
Teodosia Quispe
Rosmery Quispe Quispe
Jannete Mamani Ortega
Bertha Álvarez Layme
Gladys Mayta Limachi
Agradecimientos
A Diana Urioste, Maruja Barrig, Vera Giannoten, Mercedes
Nostas y Carmen Elena Sanabria por sus comentarios y sugerencias,
también a Silvia Rivera por el diálogo sostenido. A las comunarias
y comunarios de Cala Marca, Santiago de Llallagua, Sacasaca,
Chivo, Cacachi y a las mujeres de la ciudad de El Alto, barrio 23
de Marzo, por sus testimonios.
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Índice
PRESENTACIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .9
INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .11
CONTEXTO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .13
INSTRUMENTOS TEÓRICO-CONCEPTUALES
DE LA INVESTIGACIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .23
1. FORMAS DE VIDA, IDENTIDAD CULTURAL
E IDENTIDAD DE GÉNERO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .29
1.1. Identidad cultural . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .29
1.2. Identidad de género . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .31
1.2.1. Mitos de origen y la relación mujeres-naturaleza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .31
1.2.2. Mujeres andinas en la historia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .37
1.2.3. Valoración de la mujer . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .39
1.2.4. Construcción de género . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .48
1.2.5 Danzas ceremoniales y representaciones de género . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .51
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CONCLUSIONES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .125
BIBLIOGRAFÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .131
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Presentación
L
a Coordinadora de la Mujer, en el marco del proceso de reconocimiento y respeto a la
constitución plural del país y la coexistencia de diversas formas de organizar la vida eco-
nómica, social, jurídica, política y simbólica cultural, ha realizado una serie de cuatro
investigaciones en las regiones de: Santa Cruz, en los pueblos Ayoreode, Chiquitano y
Guarayo; Beni, en los pueblos Moxeño-Trinitario, Chimanes, Sirionó; Cochabamba,
con las comunidades de Puka Orko, Blanco Rancho, Antaqhawa y Guarayos, y La Paz, en las co-
munidades de Chivo, Santiago de Llallagua, Cacachi, Sacasaca y Calamarca, así como una zona pe-
riurbana de El Alto: el barrio 23 de Marzo de Ventilla.
Las investigaciones plantearon la necesidad de analizar cómo se construyen las relaciones de
género dentro de comunidades, sociedades indígenas, originarias y campesinas diversas, consi-
derar los valores y visiones existentes en torno a los cuales se organizan las relaciones sociales en
el ejercicio de la justicia y la resolución de conflictos vinculados con los derechos de las mujeres,
analizando aquellos aspectos que pueden garantizar su ejercicio y/o reproducir formas de opre-
sión que vulneran los derechos.
En el contexto del debate político de reconocimiento de todas las expresiones culturales, como
estrategia de reivindicación y de superación de la postergación indígena, campesina y de género, se
abren las puertas a considerar el pluralismo como la línea que guía la relación que vincula al Esta-
do con la sociedad civil y que atraviesa todos los ámbitos de la actividad humana. Se reconoce que
el pluralismo también se aplica al campo de lo jurídico y a lo que hace al derecho consuetudinario
practicado por los pueblos y naciones originarias y campesinas, más conocido con el nombre de jus-
ticia comunitaria, base sobre la cual se desarrolla este trabajo.
Evidentemente, validar el derecho de estos actores culturales a autodeterminarse constituye un
paso más en el camino hacia la erradicación de las desigualdades. Pero, para consolidarse como re-
ferente social es preciso que sus propuestas consideren, a su vez, el apoyo a la consecución de otras
demandas de igualdad sin negarles el mismo peso. Por tanto, necesita dar cabida a las experiencias,
a los puntos de vista y a las percepciones de las propias mujeres, como integrantes de esta diversi-
dad sobre las normas de control social, los usos y costumbres que afectan sus vidas.
En este marco, las investigaciones plantearon la necesidad de reflexionar sobre el vínculo que
existe entre la práctica de la justicia comunitaria, el ejercicio de los derechos humanos de las muje-
res y las relaciones de poder que pueden mediar entre ambos campos, para lo cual se generaron es-
pacios de diálogo, reflexión y discusión. Se recogieron las visiones, testimonios e historias de
vida desde las vivencias, la cotidianidad y las prácticas familiares, culturales y sociales que permitie-
ran identificar, de manera colectiva, mecanismos de incidencia que podrían aplicarse para que el ejer-
cicio de las normas consuetudinarias apunten a la equidad de género.
Se establecieron, asimismo, espacios de incidencia que, desde lo personal hasta lo comunitario
o colectivo, posibilitaron analizar, revisar y repensar la manera en que los usos y costumbres afec-
tan la vida de las mujeres y las reglas sociales y simbólicas que limitan o consolidan el ejercicio de sus
derechos. Asimismo, se plantea que los hallazgos encontrados puedan constituirse en un primer ni-
vel de aproximación y diálogo que aporte a una discusión nacional en la cual se reconozcan estas
realidades como ejes para la trasformación de las relaciones de poder que atraviesan las prácticas
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culturales y jurídicas en nuestro país. Los diferentes documentos de investigación producidos se ex-
presan en publicaciones que corresponden a cinco pueblos indígenas de tierras bajas y otras dos que
corresponden a las regiones quechua y aymara. Por otro lado, se cuenta con una publicación que re-
coge la sistematización de los hallazgos a nivel nacional, tomando en cuenta un enfoque global so-
bre justicia comunitaria, pluralismo jurídico, enfoque de género y derechos de las mujeres.
En este libro presentamos la investigación que corresponde a cinco comunidades del Altiplano
del departamento de La Paz y un barrio de la ciudad de El Alto, con el título: “DETRÁS DEL
CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NOR-
MATIVOS E INTERLEGALIDAD”.
Finalmente, la Coordinadora agradece al equipo de investigadoras, a cada una de las mujeres lí-
deres, dirigentes y de las organizaciones de cada uno de los pueblos y comunidades que fueron las
facilitadoras y sujetas activas de esta investigación. A los hombres y autoridades que expusieron sus
visiones y se desafiaron a analizar y transformar relaciones que permitan garantizar el ejercicio de
los derechos de las mujeres en sus espacios personales, familiares y colectivos. A todas las perso-
nas que mediante su esfuerzo dedicado y un minucioso trabajo de campo hicieron posible esta pu-
blicación cuyo contenido nos da las pautas necesarias para aproximarnos a lo diverso y la diferencia
desde una nueva perspectiva.
BOLIVIA , 2009
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Introducción
P
ara hablar del pueblo aymara necesariamente tenemos que hablar del número de hablan-
tes aymaras existente en toda la región del Altiplano, que se extiende entre las cumbres
más altas de la Cordillera de los Andes, por las orillas del lago navegable más alto del
mundo, y los Yungas. La población de habla aymara en Bolivia alcanza a 1,7 millones de
personas. Si se consideran a los aymaras de Perú y Chile, el número supera los dos mi-
llones (Xavier Albó, 2002:108). La mayor parte vive en las zonas rurales agrícolas y ganaderas y el
resto está establecido en las zonas urbanas, donde realiza actividades de pequeña industria y comer-
cio que, en algunos casos, complementa con la agricultura. También desarrolla las dos actividades
paralelamente, lo que deriva en que esté en constante contacto con su comunidad.
Este pueblo mantiene fuertes muchas de las características culturales y es capaz de enfrentar las
adversidades que se presentan en su desarrollo. Además, cuenta con profesionales e intelectuales
que luchan para que prevalezca su lengua y cultura.
Muchos aymaras que salen del país llevan su cultura y sus costumbres, por lo que no es raro ver en
Argentina o Brasil ciertas manifestaciones culturales típicas, como el día del Iqiqu1, el 24 de enero, o el
martes de ch’alla de Carnaval. También es frecuente apreciar danza y música propias de esta cultura.
Todas las unidades elegidas pertenecen al altiplano y valles de La Paz, siendo una de ellas una
zona periurbana de El Alto, y otra, un pueblo cabecera municipal. La selección de unidades tomó
en cuenta una diversidad de situaciones, tanto históricas como ecológicas, por lo que se conside-
raron una ex hacienda en la zona circunlacustre (caso Chivo, provincia Ingavi), una comunidad
originaria en el Altiplano sin influencia del lago Titiqaqa2 (caso Santiago de Llallagua, provincia
Aroma), una comunidad originaria con influencia del lago Titiqaqa (caso Cacachi, provincia Ca-
macho), una comunidad originaria en cabecera de valle (caso Sacasaca, provincia Loayza), un pue-
blo rural con rango de municipio (Calamarca, provincia Aroma) y el barrio alteño 23 de Marzo
(Ventilla), mayormente habitado por migrantes rurales.
El trabajo de campo se realizó durante aproximadamente dos meses. Tres trabajadoras de campo
bilingües (aymara-castellano), egresadas de la carrera de Antropología, realizaron entrevistas y traba-
jo etnográfico. Cada una se centró, durante un mes, en dos de las unidades de estudio seleccionadas.
Las entrevistas grabadas fueron transcritas y sistematizadas por un equipo del Taller de Historia Oral
Andina, con el cual se trabajó conjuntamente en el proceso de interpretación y ordenamiento.
La recolección de información se realizó a partir de una guía de entrevistas elaborada para las
cuatro regiones (Beni, Cochabamba, La Paz y Santa Cruz) que cubre la investigación, que se cen-
tró en el diagnóstico de la incidencia de factores que afectan los derechos humanos de las muje-
res, tomando en cuenta las dimensiones de género, justicia comunitaria y relaciones de poder.
Como parte de esta metodología común, se registraron observaciones de campo y datos de
contexto en un diario de campo y se realizaron talleres de información y socialización que per-
mitieron el ingreso al terreno y comunicar a las autoridades de las unidades seleccionadas las in-
tenciones, el diseño y los objetivos de la investigación. En todos los casos, las etnógrafas
tuvieron contactos previos con la comunidad elegida, lo cual facilitó la aceptación de las autori-
dades y la accesibilidad de las personas entrevistadas. Las entrevistas fueron grabadas.
En los talleres de presentación y socialización se utilizó la técnica de los grupos focales, que per-
mitió recoger reflexiones grupales, siw sawis3 y cuentos relacionados a los temas de la investigación.
Esta experiencia facilitó la complementación entre entrevistas grupales e individuales. Estas últimas,
realizadas en un contexto de mayor privacidad, permitieron abordar temas más delicados.
En la fase de elaboración del informe se trabajó con el apoyo de transcriptores/as aymara ha-
blantes del Taller de Historia Oral Andina. La sistematización y fichaje de las entrevistas estuvo
a cargo de la responsable del proyecto, con el apoyo de una consultora junior (bilingüe) y una con-
sultora senior. Tanto las etnógrafas como los/as transcriptores/as y las consultoras participaron
en reuniones conjuntas que permitieron obtener mayores datos de contexto y elaborar criterios
para la interpretación de la información obtenida en las entrevistas.
Se realizaron entre 15 y 22 entrevistas en cada unidad de estudio, por lo cual la sistematización
de la investigación fue muy morosa. La calidad y duración de los diálogos también fueron varia-
bles. Si bien en este informe se utilizó la mayoría de las entrevistas, fue evidente que algunas se
destacaron por un discurso más rico, matizado y, sobre todo, por su capacidad reflexiva.
Se consultaron, además, fuentes secundarias sobre las unidades seleccionadas y sobre los
procesos relevantes en las regiones estudiadas. Con estos datos se pudo realizar la contextualiza-
ción de las entrevistas y la interpretación comparativa del conjunto de los materiales. Las infor-
maciones complementarias fueron proporcionadas por funcionarios municipales y también se
conversó con informantes claves, dirigentes sindicales, profesores y otros.
Contexto
Actividades económicas
Entre las actividades económicas principales se encuentra la agricultura, ganadería, comercio al por
mayor y menor (artesanía en hilados, textiles y abarrotes) y el turismo. El sistema de producción es de
tipo tradicional, con cultivos de papa dulce en las variedades waych’a y sani, y de papa amarga (luk’i, ch’u-
qipitu, pikura, tumira y axawiri). También se cultivan cereales como la quinua, qañawa, cebada, avena y
alfalfa. El forraje, de forma extensa, para la alimentación del ganado. Gran parte del ganado vacuno
se destina a la comercialización y una gran parte del ovino, para el consumo familiar.
Otra actividad a la que se dedican los pobladores de Calamarca es la confección de ropa en serie,
característica de los países industrializados, que comenzó a influir en la localidad, subvalorando ar-
tículos textiles localmente elaborados. Los jóvenes de Calamarca son vulnerables a los símbolos de
la modernidad y la ropa hecha a mano cede ante decorativas camisas, zapatos y deportivos de la mar-
ca Nike, a la bisutería, a los jeans y a las blusas entalladas, prendas que son exhibidas en las distin-
tas actividades sociales.
Los miércoles, los habitantes de Calamarca asisten a la feria de Pocohota, donde se abastecen de fru-
ta yungueña, tubérculos, verduras y textiles y, a su vez, venden sus excedentes de productos agrícolas
locales. Este comercio está a cargo, sobre todo, de mujeres.
En la feria también hay abarrotes, productos de ferretería, servicios telefónicos, pensiones, pelu-
querías, molineras y vidrierías. No falta la venta de ganado vacuno, ovino, porcino y aves de corral,
actividad donde resalta la presencia de los varones. La mayoría posee propiedades pequeñas y para
abastecerse alquila tierras de cultivo de los propietarios emigrantes a la ciudad de La Paz. En caso de
tener sayañas, éstas quedan en poder de la persona (familiar) que la habita y está dispuesta a cumplir
con las obligaciones comunitarias (cargos, reuniones, aportes).
En el radio urbano se asientan cinco juntas vecinales, organizaciones territoriales de base, jun-
tas escolares y asociaciones de vivanderas (con una maestra mayor). Todas las organizaciones inte-
gran el conjunto de las relaciones sociales y culturales, ya que los padres de las juntas participan
como vecinos y a la vez ocupan espacios gremiales en las ferias locales móviles de la región. Después
de la Reforma Agraria, un creciente número de comunarios de los alrededores construyó sus casas
en el pueblo, participando en la vida política y cultural de Calamarca. El poder político que antes de-
tentaban los vecinos e intermediarios mestizos se ha estrechado, aunque aún mantienen rasgos de
distinción social y superioridad cultural.
Mientras los migrantes de las comunidades suelen construir sus casas con la misma tecnolo-
gía típica de la zona rural (paredes de adobe o tapial y techos de calamina), otro es el concepto
de vivienda de los vecinos de las distintas zonas en Calamarca, ya que las viviendas tienen dos pi-
sos, cuentan con todos los servicios, los muros son de ladrillo y los ambientes, espaciosos
permitiendo la crianza y protección del ganado. El uso de piedra para cimientos y paredes es ge-
neralizado; aunque no se dejaron atrás los adobes que todavía caracterizan a los inmuebles an-
tiguos con dependencias construidas con técnicas tradicionales. La tendencia modernizante ha
permitido la generalización del techado en calamina; aunque en las zonas periféricas aún hay ca-
sas de adobe con techo de paja.
Existen organizaciones no gubernamentales como Save The Children (asistencia familiar), Plan In-
ternacional (proyectos asistenciales), Sartawi (proyectos de agricultura y ganadería) y Procosi (nutrición
y planificación familiar).
Estas entidades, de alguna manera, influyen en la visión y la vida de las familias de Calamarca, y sus
talleres y seminarios en muchos casos ignoran y desconocen la realidad cultural de los habitantes, pues
enfocan sus contenidos con elementos más urbanos, desvalorizando los saberes y conocimientos de las
mujeres de la comunidad. En instituciones que reúnen sólo a mujeres y niños, como Save the Children
y Procosi, este proceso es más evidente.
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ción de Santiago de Llallagua está relacionada con la figura de Santiago como Illapa o rayo y con
Llallawa o Llallagua11, que se refiere a los productos de mayor tamaño, de forma peculiar y úni-
ca que sirven de illa a los productos agrícolas que se cultivan en la región.
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Su clima es templado. La población vive de la agricultura, se destacan los huertos frutales y los
cultivos de papa, cebolla y hortalizas. La actividad que genera mayores ingresos económicos es la
fruticultura, centrada en la producción de manzanas, duraznos y peras, que producen una cosecha
anual en las vegas y orillas del río de Sacasaca.
Situada entre la cabecera del valle de Sapahaqui y el Altiplano, la comunidad de Sacasaca tiene va-
rios rangos de altitud, desde montañas elevadas con escasa cobertura vegetal (clima frío), hasta que-
bradas atravesadas por un río con abundante vegetación bordeada por eucaliptos (clima templado),
introducidos desde el siglo XIX. Hasta 1990 sus pobladores habitaban en una quebrada alejada de
la carretera, lo que les dificultaba el acceso al transporte y comercialización de sus productos.
Esta situación les motivó a reubicarse en los márgenes de la vía que conecta al pueblo con El Alto,
aunque algunas familias aún permanecen en la comunidad original.
Según testimonios de una de las comunarias, Ninfa Coro18, el nombre de Sacasaca deviene de
sak’a sak’a, término aymara castellanizado de un tipo de pasto grande que crece en abundancia.
Actividad económica
La actividad principal es la agricultura: en las hoyadas la gente planta hortalizas y tubérculos (ha-
ba, arveja, zanahoria, oca, papa) y algunas plantas medicinales. En pequeñas carpas solares instala-
das en sus viviendas, los pobladores cultivan cebolla, lechuga, pimiento morrón y tomate. La
producción pecuaria se concentra en la crianza de vacas, ovejas y aves de corral. La existencia de una
variedad de árboles en las orillas y quebradas de la zona permite que éstos sean utilizados como
combustible para cocinar y es la materia prima de los varones para elaborar yuntas, palos de pico-
ta y leña. Algunos arbustos leñosos sirven a las mujeres para fabricar canastas19.
Periódicamente las mujeres llevan estos productos artesanales (yuntas, canastas, etc.) a las ferias
de Sapahaqui, Tacobamba y Pocota. Debido a la escasez de tierras aptas para la agricultura (que li-
mita la producción excedentaria), la producción agrícola y pecuaria es esencialmente para el con-
sumo familiar y sólo una pequeña parte se destina a la venta.
Para contribuir a sus ingresos, las mujeres optan por algunas actividades complementarias como
la compra de productos del Altiplano en la feria de Pocota (miércoles), que luego revenden en las
ferias de Sapahaqui (domingo) y Tacobamba (sábado) y viceversa. Algunos varones también acu-
den a poblaciones cercanas como Sapahaqui para realizar trabajos en los huertos de los comunarios
y vecinos más acomodados, sobre todo en épocas de cosecha de frutas. Otros suelen viajar a los
Yungas (especialmente a Caranavi) como jornaleros en los cultivos de coca y café. Estos viajes tam-
bién involucran a las mujeres y a sus hijos e hijas, cuando terminan las labores escolares.
Según datos recogidos en el trabajo de campo, en el período de la investigación vivían en la comu-
nidad 35 familias, ya que un buen número, casi el 50 por ciento, migró temporalmente a Yungas por mo-
tivos económicos. Otras personas se fueron de manera definitiva hacia ciudades, como La Paz y El Alto.
Una característica de las personas mayores es que la mayoría cede sus tierras y otros bienes a sus
hijos ya casados, quedándose sin nada. Debido a esto se van al pueblo de Sapahaqui o a La Paz, don-
de realizan otras actividades, como el comercio o se quedan viviendo con alguno de sus hijos mi-
grantes. La población es bilingüe y en su mayoría habla aymara y castellano.
La comunidad de Sacasaca se formó por la fusión, después de la Reforma Agraria, de la ex-hacienda
Huancuri, que tenía 24 personas, y la comunidad Sacasaca, que tenía 127 habitantes, de los cuales 67 eran
mujeres y de ellas, el 58 por ciento era mayor de 18 años. La estructura de su población nos muestra una
disminución marcada de los varones a partir de los 10 años, aumentando en cambio las mujeres de 19 a
29 años. La localidad cuenta con una sola escuela de ciclo primario que lleva el mismo nombre de la co-
munidad. En épocas más recientes la comunidad logró, a través de turnos de trabajo comunal, la provi-
sión de agua potable a partir de un pozo, además de la conexión a la red de electrificación rural.
No cuenta con servicios de salud; por lo tanto, su población combate sus enfermedades con ayu-
da de la medicina tradicional, ya sea de forma casera o con especialistas locales. En casos de emergen-
cia o patologías graves, la gente se traslada hasta Sapahaqui, que cuenta con un servicio más completo.
Por tratarse de una comunidad pequeña y con poca capacidad de presión a nivel municipal, los
servicios de instalaciones sanitarias y alcantarillado, así como la seguridad pública, son inexistentes.
Tampoco hay plazas ni tiendas de atención permanente ni alojamientos o pensiones. La mayoría de
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la población profesa una religiosidad basada en el catolicismo andino; aunque también existe un gru-
po minoritario vinculado a la iglesia adventista. Como muchas otras comunidades, Sacasaca no ha que-
dado al margen de las políticas que el Gobierno lleva adelante, como la campaña de alfabetización. A
esos cursos que se realizan los fines de semana en la escuela del lugar, principalmente asisten, sobre
todo, las mujeres adultas. Las instituciones privadas que trabajan en la localidad son casi inexistentes,
pero en el trabajo de campo se rumoreaba sobre el próximo ingreso de una institución que iba a pro-
mover la conexión de piletas domiciliarias mediante el trabajo comunal para el tendido de cañerías.
Organización económica
Los comunarios de Chivo no tienen una condición económica homogénea; muchos acceden a pro-
piedades mayores y, dependiendo de sus ingresos, adquieren carros, buses o tractores. Estas familias son
identificadas como “prósperas”, en tanto que la mayoría se considera como comunarios “pobres”. El
grado de valoración de las parcelas va asociado a la calidad de alimentos que se ofrecen para el autocon-
sumo, para la venta y para el ganado como también por su proximidad a la plaza central del pueblo.
Para la venta y compra de provisiones (alimentos, forrajes, artefactos y otros materiales) los habitan-
tes concurren a las ferias locales de Taraco y Tiwanaku. Los que tienen mayores excedentes o medios
de transporte van a las ferias de El Alto, especialmente al saxra quatu de los martes y viernes.
Las familias que van a Taraco y Tiwanaku suelen ser las que tienen menor cantidad de ganado o es-
casos excedentes de su producción agrícola; aunque la actividad pesquera se ha mercantilizado en ma-
yor medida. Esto revela que para un buen número de núcleos familiares, la necesidad de valorar el
trabajo en términos monetarios no siempre se da a partir de la venta directa del producto o la especia-
lización productiva y más bien se mantiene un fuerte énfasis en la economía de consumo familiar.
Sin embargo, como en muchas comunidades del Altiplano, la crianza de ganado es una especie de
“banco” al que se acude en momentos del ciclo de vida que exigen gastos mayores (como el pasar a un
cargo o mantener a un hijo en la universidad). Son estas necesidades extraordinarias las que activan la
comercialización, siguiendo una división del trabajo por sexo, aspecto que también es habitual. Así, la
compra y venta de ganado es realizada por varones en las ferias locales. En estos sitios se evidencia tam-
bién la presencia de rescatadores de vaquillas o mañazos21 de La Paz-El Alto y algunos provenientes del
Perú. Las mujeres se ocupan de la venta de quesos, quesillos y ganado menor (chanchos, gallinas, hue-
vos, etc.); aunque esta última actividad es realizada en forma eventual con el fin de cubrir las exigencias
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del ciclo escolar y otras necesidades de consumo vinculadas a la modernidad. La totora y la llima (tipo
de alga) aportan a la economía ganadera en Chivo, ya que con ellas se alimenta a las vacas que, por la
escasez de tierras, no se pastorean a gusto. Los múltiples usos de la totora (como forraje y material de
construcción) justifican la preservación y ampliación de los totorales. Este recurso es sembrado y
mantenido por la mayoría de familias de Chivo, a partir de acuerdos tradicionales de acceso a las ori-
llas del Titiqaqa. La actividad pesquera da una fuente de calorías para la alimentación y de dinero, cuan-
do los pobladores llevan especies frescas para ser vendidas (por lo general a través de redes familiares)
en el challwa qhatu22 de la ciudad de La Paz o en las ferias de El Alto. También se venden en ferias lo-
cales pescados deshidratados y salados (Diario de campo, 2007).
La comunidad Cacachi
Cacachi está a 15 minutos de Carabuco, camino a Escoma, a media hora de la carretera principal.
Es una región rocosa, ubicada en las orillas del lago Titiqaqa, con algunos árboles de eucalipto en las
faldas de los cerros. Las casas están a cierta distancia entre sí, en un sistema de asentamiento disper-
so. Los comunarios indican que el nombre viene de la lengua aymara qaqa23, debido a que esta región
era una “isla” donde sólo se veía el excremento blanquecino de las aves del lago y “no había gente”.
Se menciona también que el agua del lago bajó de nivel y se descubrió que no era una isla, de tal
modo que los primeros habitantes habrían sido dos familias, los Condori y los Apaza que, según los
relatos orales de antiguos pobladores, se caracterizaban por llevar una vestimenta sin colores. Los
hombres vestían una especie de poncho amarrado a la cintura, pantalones remangados hasta las ro-
dillas y sombreros de oveja o de cuero blanco. Las mujeres igualmente tenían una especie de cami-
sa larga hasta las rodillas, amarrada a la cintura con una faja. Estas descripciones indican que
Cacachi podría ser una comunidad Uru, pues la ropa descrita se asemeja a la que actualmente usan
los Uru-Iruitu de Jesús de Machaqa. La identificación con un tiempo más antiguo e indeterminado
se expresa también en su autodenominación antigua como qaqa jaqis (hombres de color blanco o ce-
nicientos), de donde proviene la designación de Qaqachi24 para la comunidad.
22 Challwa qhatu, mercado de pescado.
23 Qaqa, quiere decir blanco, ceniciento, descolorido.
24 Qaqachi, en todos los casos de topónimos mencionados se ha optado por respetar el nombre oficial castellanizado de los
mismos, pero aclarando su significado en aymara, a través de una indagación sobre su etimología y pronunciación original.
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La comunidad tiene actualmente unas 60 viviendas, donde habitan en forma regular unas 50 fa-
milias. No todos los miembros de estos grupos viven en la comunidad, ya que algunos se han esta-
blecido como residentes en La Paz y Santa Cruz, desde donde proveen contactos a los migrantes
temporales o estacionales. La mayoría de los jóvenes, tanto varones como mujeres, decidió irse a
Santa Cruz, Cochabamba y a La Paz o El Alto, inicialmente con fines de estudio, aunque finalmen-
te terminaron buscando empleo y residencia permanente en esos centros urbanos. Estos emigran-
tes solamente aparecen en la comunidad en las fiestas patronales haciendo gala de los recursos y
posiciones alcanzados en la ciudad.
En la localidad no existe una posta de salud, los edificios principales son la capilla dedicada a la
Virgen de las Nieves, la escuela “Kollasuyo” (de nivel primario multigrado), la sede social del
Sindicato Agrario y la llamada Cruz pata, una habitación a manera de templo donde se celebran ri-
tuales y ceremonias andinas.
Las principales actividades económicas son la producción de papa, cebada y avena para el forra-
je y, en particular, la cría de cerdos. La actividad pesquera no es una ocupación regular para la ma-
yoría de las familias, ya que en ella sólo se especializan cuatro núcleos familiares de la comunidad.
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
Las “manzaneras”
La organización de las mujeres en este barrio data desde su fundación, en calidad de miembros
prominentes de la junta vecinal. Después de los hechos de “Octubre de 2003”, El Alto se vio inva-
dido por iniciativas y proyectos que buscaron desactivar la beligerancia de la población, apuntando
principalmente a las organizaciones y movimientos de jóvenes y de mujeres. En este contexto, la Pre-
fectura de La Paz se dio a la tarea de cooptar a los barrios más movilizados, con prestaciones clien-
telares de servicios y obras públicas. De ahí surgió la organización de las “manzaneras”, que aglutina
a la mayoría de mujeres del barrio y las vincula a otro tipo de servicios estatales, como la salud ma-
terno-infantil. El nombre de “manzaneras” deriva de la organización clientelar peronista de Argen-
tina que ha logrado sumar a los sectores populares de los barrios periféricos azotados por el
desempleo, a través de la distribución de paquetes de alimentos y otros paliativos de corte asistencial.
Mery Janeth, fundadora de la organización de manzaneras en Ventilla, encabezó ese intento del mu-
nicipio para fracturar las lealtades de las mujeres con la dotación de servicios de salud. Una vecina, mi-
grante de la provincia Inquisivi y dirigente de su manzana, se refiere a esos procesos enfatizando el
valor de los servicios recibidos y la internalización de un código médico de la salud:
“Nos han enseñado el cuidado de los niños, el cuidado de las mujeres embarazadas, la alimentación y
poner en aviso a las personas cuando están en peligro para poderlas llevar a un centro de salud y como
manzaneras tenemos que cumplir eso. Yo siempre estoy pendiente de mis hijos, de su salud, de sus va-
cunas. Cuando estábamos embarazadas también tenemos que ir a los controles y tenemos que velar la
salud de nuestro manzano, por eso somos manzaneras, por eso tengo que ver a mi vecina, preguntar-
le cómo esta su hijita, si está bien o mal, que le lleve al centro de salud o nosotras decirle ‘vamos’, por-
que a veces las mamás se descuidan y hacen que los niños se enfermen y mueran, porque las mamás
cuando ya están por morir los hijos recién les llevan al médico, pero el médico ya no puede hacer na-
da, porque la enfermedad ya está avanzada” ( I. S., zona 23 de Marzo, noviembre 2007).
Por su parte, otra dirigente manzanera aclara que el programa de salud apuntaba centralmente
al control de la fertilidad, como componente básico de la lucha contra la pobreza; aunque por la dis-
continuidad del servicio su impacto ha debido ser reducido:
28 David Párraga Pati. Entrevista realizada en noviembre de 2007.
29 Según Sandóval y Sostres (1989), las juntas vecinales en El Alto sintetizan la dinámica barrial y reivindican
fundamentalmente los derechos de acceso a servicios urbanos.
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“Más antes estábamos ayudando al centro de salud llevando personas enfermas, hablar a las señoras
que se cuiden, orientarlas, porque aquí hay conceptivos (sic), eso ayudábamos al doctor. También ha-
bía cursos de macramé, ahí también he ido, pero ahora parece que no están haciendo nada, como el
centro se ha cerrado no hay medicamento, dice. El jueves se ha despedido el doctor, me estoy yendo
a Mercedes, no hay medicamentos, no ha llegado, nos ha dicho, por eso se ha cerrado” (V. M., dirigen-
te de la zona 23 de Marzo, noviembre 2007).
Pese a estas dificultades, las manzaneras no dejaron de reunirse. Al contrario, optaron por encon-
trarse en las calles y, en forma autogestionaria, seguir instruyéndose y generando recursos con la ela-
boración de artesanías de arpillera. Esta dinámica organizativa pervivió en la confrontación de las
crisis políticas y ellas buscaron espacios para continuar encontrándose, compartiendo y comunicán-
dose sus problemas cotidianos. Los altibajos de esta fase más autónoma los relata un dirigente man-
zanera, migrante de Wayllani, provincia Loayza:
“Antes estaban aquí las manzaneras, nosotras nomás estábamos al principio, después ya está ahí aba-
jo, el mes de abril otra vuelta nos hemos reunido, muy pocos eran, nosotras nomás ya éramos, las se-
ñoras también no saben querer. En la casa de doña Mery, ahí nos reuníamos porque ya conocían la
casa todas ellas, ahora en la calle nomás pasamos porque no hay casa dónde pasar las clases, la profe-
sora ahí nomás viene” (J. A., noviembre 2007).
“Me gusta participar, vamos a hablar a charlar, hasta nuestro problema de la casa nos olvidamos”
(M. I., noviembre 2007).
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
Instrumentos
teórico-conceptuales
de la investigación
Antropología y pluralismo jurídico e interlegalidad
El estudio sobre los diferentes arreglos normativos e institucionales y las formas que adquiere
su interrelación en los estados contemporáneos, presenta una complejidad reconocida en diversas
disciplinas de las Ciencias Sociales, Antropología, Ciencias Jurídicas y Sociología, entre otras.
Desde sus inicios, la antropología jurídica propuso delimitar su campo de estudio. Una lectura re-
trospectiva sobre los estudios del “derecho no estatal” como tal, y en su interrelación con el “dere-
cho estatal”, ha perfilado una sucesión constante de diferentes antropologías jurídicas, evidenciando
diversivos énfasis teóricos, conceptuales y áreas temáticas (Roberts, 1991: 63). En este documen-
to nos limitamos a fijar las principales opciones teóricas y conceptuales de esos debates, para
aclarar el enfoque conceptual y metodológico adoptado.
Entre mediados y fines del siglo XIX, los estudios del llamado “derecho primitivo” figuraban
de manera prominente en esfuerzos por caracterizar o proporcionar un ancestro a la “moderni-
dad” del derecho estatal, desde una perspectiva evolucionista. No se puede dejar de mencionar
a Malinowski y Radcliffe-Brown, quienes desde diferentes énfasis desplazaron ese tipo de estu-
dios con la denominada “antropología del orden”, buscando comprender a las instituciones en
términos de sus funciones contemporáneas. Es decir, se propusieron investigar agrupaciones so-
ciales sin autoridad centralizada, con formas diversas de organización social y política, pregun-
tando sobre la existencia de un “posible derecho” con características específicas, a tiempo de
delinear sus atributos centrales. Después de la Segunda Guerra Mundial surgen los estudios so-
bre procesos de “disputa”. Dicho cambio de foco de análisis dio paso a una nueva antropología
jurídica que examinó el rol del derecho en la imposición de la dominación colonial, corriente que
sentó las bases para el pluralismo jurídico, también estudiado por la sociología del derecho
(Roberts, 1994: 963-973), en sus diversas corrientes.
En la década de los 70, los estudios sobre el denominado “derecho consuetudinario” y su arti-
culación al derecho estatal reintroducen el interés por la historia y el cambio social, tomando en
cuenta el carácter, formas y amplitud de la dominación colonial. Ello obligó a repensar la naturale-
za de los aspectos normativos existentes en épocas precoloniales y su posterior transformación30.
Algunos autores afirmaban que el “derecho consuetudinario” es de reciente creación, una criatu-
ra del periodo colonial, cuestionando que se hable de un derecho precolonial asociado a la “costum-
bre” y a contextos igualitarios. Alertaron respecto a que la fuente de legitimidad y poder coercitivo
de ese derecho se basaría en su relación con el pasado.
Roberts (1994:976), recogiendo perspectivas de Althusser (1977) y Sousa Santos (1980), observa
que la ideología trabaja con lo que existe en el ámbito social, transformando sin erradicar, y que la re-
sistencia y el cambio se producen de manera simultánea y permanente en los procesos sociales y cul-
turales. Por tanto, no se podría hablar de una “tradición inventada” completamente.
Nader (en Chenaut 2006), a partir del análisis comparado de diferentes sistemas jurídicos, tra-
baja la temática del pluralismo jurídico y la crítica al uso de categorías del derecho estatal en pue-
blos indígenas y contextos post-coloniales. Las diferentes perspectivas teóricas reconocen con
30 La naturaleza coercitiva del indirect rule no se ha puesto en cuestión, tampoco su impacto en la vida de los pueblos “coloni-
zados”. Sin embargo, la concepción de imposición absoluta de los poderes soberanos es debatible y como plantean Foucault
(1984) y Giddens (1958) el poder reside en diferentes niveles, toma diferentes formas y corre en diferentes direcciones. Por ello,
si bien el “derecho consuetudinario”, como repertorio de reglas aplicadas en las colonias, proporcionó un instrumento nor-
mativo para el dominio, también ofreció caminos y alternativas para la resistencia a los pueblos “dominados”. De manera si-
milar, el “derecho consuetudinario” como orden normativo de los pueblos indígenas, aunque sujeto a penetración en algunos
casos (de Sousa Santos 1980), también proporcionó medios para adquirir una autonomía cualificada (Roberts, 1991: 975).
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“La riqueza del derecho comunal indígena-campesino y de sus formas de administración de justicia es-
triba en su gran dinamismo, en su capacidad para mutar, reinventarse y someterse con cierta flexibili-
dad a dinámicas retóricas desarrolladas por diferentes agentes en los eventos judiciales comunales; estas
dinámicas convierten los eventos de resolución en arenas de intensa deliberación argumentativa en la
que circulan discursos que reconfiguran el derecho, usando incluso materiales valóricos, argumentos
formales y principios normativos del propio estado o de lo que la gente percibe como estatal”.
Un aspecto adicional para el análisis es el uso del término justicia comunitaria. Éste se adopta en
Bolivia para aludir un sistema específico de administración de justicia en su connotación funcional,
donde el concepto de comunidad, a decir de Molina y Arteaga (2008:18), hace referencia a un es-
pacio de jurisdicción territorial, “a los contextos socioculturales que los define (…) resaltando la es-
pecificidad sociocultural organizativa de donde emergen dichos sistemas de administración de
justicia”. Sin embargo, cabe notar que entre algunos pueblos indígenas la noción de comunidad en
los términos referidos arriba está en proceso de construcción, ya que sus formas de organización
social operan, por ejemplo, sobre la base de las familias extensas, y como manifiesta Molina31:
31 “Apuntes para un reflexión crítica sobre la forma de abordar lo jurídico en los pueblos indígenas amazónicos”. Trinidad, abril
de 2008. Documento de trabajo de Wilder Molina, comentando el marco teórico inicial de este trabajo.
32 En una primera aproximación, concebimos a estos órdenes normativos atendiendo problemas de “orden” y “disputa” y “domi-
nación”, distintos e interrelacionados entre sí. El problema del “orden” hace a normas socialmente aprobadas y legitimadas, pe-
ro que pueden ser “contestadas”, “resistidas” y/o “cambiadas”, como resultado de relaciones de poder en contextos históricos
específicos. La esfera de “la disputa” trata “casos” paradigmáticos de atención y resolución de conflictos.
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tos de pluralismo jurídico tiene que ver con la definición del campo jurídico, en términos del aná-
lisis de los elementos que se incluyen (aspectos normativos y resolución de conflictos). Este énfa-
sis trae renovado interés por delinear el campo y las fronteras del derecho en referencia a órdenes
normativos que no son derecho estatal. De acuerdo con Roberts (1994:978), el carácter distintivo
de esos otros órdenes normativos se complejiza al imputarle atributos del derecho estatal33.
Encontramos que la idea de interlegalidad y la existencia de órdenes normativos locales y de pue-
blos que se imbrican, traslapan e intersectan con el derecho estatal, ofrece perspectivas para pen-
sar los derechos y las prácticas relativos a las mujeres indígenas. Chenaut (2001:295) puntualiza que
permite comprender el despliegue del derecho en mapas mentales, por los que los actores sociales
pueden acudir a los distintos referentes normativos, que se usan y manipulan, invocando tanto al
derecho estatal como a las normas locales, dependiendo de los contextos e intereses en juego34.
Ahora bien, desde una perspectiva de género se puede evidenciar que las jerarquías de poder
que atraviesan las relaciones entre hombres y mujeres afectan los derechos de ellas en ambos es-
pacios –el de la jurisdicción estatal y el orden normativo propio– pues exponen ideologías de gé-
nero que pueden compartir elementos y manifestar también especificidades. A propósito, Sierra
(2008:18) afirma que algunos estudios han documentado las condiciones de desventaja de las mu-
jeres indígenas ante la justicia del Estado, así como las dificultades frente a sus propias autorida-
des “al buscar que se les haga justicia”.
Es decir, la manifestación de valores y concepciones genéricas se visualizan no sólo en la legis-
lación estatal, sino también en el orden normativo indígena o local. Están presentes en las prácti-
cas de los operadores del sistema oficial (jueces, fiscales y abogados) y también –dada la interacción
entre los discursos y legalidades provenientes de ambos órdenes– se suelen actualizar en el lengua-
je y códigos del propio orden. En ambas instancias, en el momento de procesar demandas y resol-
ver conflictos, se reproducen mandatos diferenciados de género y se forjan subjetividades que
impactan en las prácticas, comportamientos y representaciones sociales.
Sin embargo, de acuerdo con Sierra (2000:1-2) encontramos que el cruce de los discursos
normativos de género puede ser redefinido desde la respuesta y resistencia de las mujeres, quie-
nes moviéndose de modo estratégico, justamente en los espacios de interlegalidad, pueden ape-
lar a referentes normativos del discurso estatal o de las normativas locales o indígenas para la
resolución de sus conflictos. De manera que tomando en cuenta el repertorio discursivo de le-
galidades, tienen la virtual posibilidad de “cuestionar tradiciones arraigadas y generar alterna-
tivas” y contradecir resoluciones locales poniendo en tensión su ordenamiento normativo,
sostenido por costumbres y tradiciones, o bien “abrir opciones para disputar derechos en el es-
pacio de la justicia estatal”.
Así, de acuerdo con Hernández (2007:328), en los casos que las normas locales resultan ser con-
trarias a sus intereses “recurren al derecho nacional para renegociar sus relaciones, rechazar impo-
siciones o ganar derechos”. La misma autora (2003:5-6) sugiere especialmente la necesidad de
analizar “…las limitaciones y posibilidades que el derecho positivo y la costumbre jurídica ofrecen
a las mujeres en casos de violencia sexual y doméstica”.
Como punto de partida destacamos que la categoría género permite comprender que existe una
construcción cultural de la diferencia sexual. Entonces, asumimos el género como un conjunto de
representaciones simbólicas que cada sociedad elabora sobre los cuerpos sexuados, en contextos
históricos particulares. La construcción de género resulta de un proceso cuyos contenidos varían
de acuerdo a las sociedades. Por lo que no existe una sola forma de ser hombre o mujer, sino varie-
dad de formas de interpretar, representar y simbolizar las diferencias sexuales (Lamas, 1996).
De acuerdo con Gavilán (2005:2), todas las culturas construyen significados sobre los cuerpos
sexuados desde sus propias elaboraciones simbólicas, por lo que así como “existiría una relación
arbitraria entre el dato biológico y su simbolización, no existiría una esencia en el cuerpo que de-
termine su representación”. Desde esta perspectiva, la autora (2005:2) señala que lo que habría
“es un determinado grupo social con una determinada convicción acerca de una esencia del cuer-
po humano (y sus diferencias) en un determinado tiempo, que sostiene la elaboración de un de-
terminado tipo de subjetividad”.
Esta interpretación expone que en general las representaciones de lo masculino y lo femenino
y sus relaciones no son categorías homogéneas para todo tiempo y lugar. Se construyen desde prác-
ticas y discursos que responden a imaginarios valores, creencias, normas e instituciones, a partir de
las cuales los cuerpos sexuados se insertan en la cultura con implicaciones en sus vidas concretas,
sus prácticas y sus representaciones (Barbieri, s/f).
Sin embargo, las convenciones y arreglos sobre qué es ser hombre o mujer no se construyen en
el vacío, sino a partir de procesos atravesados por conflictos y relaciones de poder que definen sus
lugares en la sociedad y que ordenan sus intercambios e interrelaciones.
En este sentido, el género –tal como afirma Scott (1996:289)– hace referencia a una “forma pri-
maria de relaciones significantes de poder”, por medio de la cual se estructuran jerarquías que de-
finen formas de control y acceso diferencial sobre los recursos materiales y simbólicos de la
sociedad. Para consolidar esas representaciones de género, se apela a la construcción de identida-
des dicotómicas, fijas y estables, con valoraciones jerárquicas que afirman las desigualdades socia-
les entre hombres y mujeres. Una de las dicotomías más claras y recurrentes es la relación
mujer-naturaleza, hombre-cultura, que “naturaliza” y legitima asimetrías de género. Se trata de un
tipo de dominación específica que genera formas de autoridad y poder particulares, mandatos y nor-
mativas que definen la supremacía de los varones.
No obstante, las relaciones de género, como relaciones de poder, no son estáticas y más bien
cambian, se recrean, redefinen y contestan a través del tiempo, como resultado de las interacciones
e interpretaciones que hacen los sujetos sobre sus propias prácticas sociales y sobre su lugar en las
estructuras de género en la sociedad. De allí que el género, como categoría conceptual y mirada a
las relaciones de poder, da cuenta que los individuos encarnan, se reapropian o actualizan o recha-
zan papeles y estereotipos legitimados como femeninos o masculinos (Bonan, Guzmán, s/f).
Scott sostiene: “Necesitamos sustituir la noción de que el poder social está unificado, es coheren-
te y se encuentra centralizado, por algo similar al concepto de poder de Foucault, que se identifica con
constelaciones dispersas de relaciones desiguales, constituidas discursivamente como ‘campos de
fuerza’ sociales” (Foucault, 1980 citado en Scott, 1996: 288). De este modo, la relación de poder en-
tre hombres y mujeres queda matizada por la posibilidad de agencia de los sujetos quienes pueden
ejercer grados de libertad y resistencia, disputar nuevos sentidos a las diferencias instituidas, y pro-
vocar cambios en las subjetividades de los sujetos y en las representaciones del poder.
Estas relaciones de género tienen lugar, conforme señala Scott (1996), más allá de la familia,
esfera privilegiada para algunos estudios antropológicos de género, al desdoblarse y operar dia-
lécticamente en otras dimensiones de la vida social. Estructura las lógicas y las prácticas que
acontecen en la política, la economía, el sistema jurídico legal, las instituciones, el ámbito priva-
do, la intimidad, las ideologías, la sexualidad, la división del trabajo (Bonan y Guzmán, s/f). El
género, desde este punto de vista, como categoría analítica permite analizar el contexto en el que
se tejen las experiencias de mujeres y hombres en sus prácticas cotidianas, ritos, legislación, sis-
temas productivos, control y acceso a recursos y otros. Su uso va más allá de la referencia a ob-
jetos empíricos de estudio, relativo a un colectivo de mujeres u hombres dotados de ciertas
características y atributos para descubrir las relaciones y conexiones que se establecen en distin-
tos contextos de poder históricos determinados y para dar cuenta del conjunto de la organiza-
ción social donde opera el género (Scott, 1996).
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
Al concebirlo como un elemento que estructura las relaciones sociales entre hombres y mu-
jeres, impregnando el conjunto de intercambios sociales y que influye en las percepciones y re-
presentaciones que los individuos se hacen sobre esas relaciones, Scott (1996:289) identifica como
ámbitos de análisis de género los siguientes: a) el orden simbólico, como concepciones sobre el
mundo, mitos, representaciones culturales y significados que las personas otorgan a la naturale-
za, a las cosas y a los espacios; b) el orden normativo, en tanto valores, prohibiciones, prácticas
y costumbres; c) las instituciones sociales, como familia, parentesco, división sexual del trabajo,
mercado, estructuras de poder, que construyen y pautan las relaciones de género; y d) el análisis
de las identidades de género, individuales y colectivas.
El debate teórico sobre el género ha abordado la cuestión de cómo se construyen las identida-
des de género así como la formación de las subjetividades colectivas. Gran parte de las vertientes
teóricas intenta mantener distancia de posturas esencialistas a partir de las cuales los individuos se-
rían portadores de rasgos irreductibles y fijos.
Definimos la identidad como aquella dimensión subjetiva que los individuos tienen de sí y de los
otros. “Implica la representación o construcción de los “otros” y la construcción y representación
de uno mismo (autoidentificación) (Harvey, 1989: 4). Este proceso identitario supone que los
sujetos sociales desarrollan subjetividades, formas de “ser y hacer en el mundo”, en el marco de
interacciones sociales y de una red compleja de discursos, prácticas e institucionalidades que le otor-
gan sentido y valor a la definición de sí mismos (Blondet y Oliart, s/f: 4).
Para esta investigación, definimos la identidad de género como una dimensión subjetiva que se
construye históricamente en el marco de sociedades y culturas concretas, donde prima un imagina-
rio hegemónico de género que incluye valores, normas, roles y estereotipos que ayudan configurar
el si mismo de hombres y de mujeres.
Por otro lado, como se manifestó anteriormente, la referencia a “la mujer” no representa una
identidad acotada, unitaria y homogénea, sino que está atravesada por múltiples y diversas posicio-
nes que cambian a lo largo del ciclo vital-generacional, lo que explica que también puedan existir
jerarquías intragenéricas. En este marco, algunos contenidos de las identidades de género pueden
variar de acuerdo a las distintas etapas de vida. De ese modo, los ciclos de vida y etapas generacio-
nales también están sujetos a normas y mandatos de género que marcan especificidades, valoracio-
nes, expectativas y oportunidades.
En la perspectiva de esta investigación, las heterogeneidades que se registran dentro del orden
de género nos permiten vislumbrar distintas formas de relación entre hombres y mujeres, según los
contextos históricos y culturales en los que estas relaciones se desenvuelven.
Anotamos, por otra parte, que las mujeres y los hombres no se encuentran definidos sólo por su
género ni es ésta la única experiencia que ordena sus vidas. El orden de género se empalma con otras
categorías de clasificación, como identidad cultural, etnia, clase, nacionalidad, lugar de residencia
y orientación sexual que estructuran formas de vida particulares y configuran otras contradiccio-
nes y formas de opresión. En este sentido, el análisis de las relaciones de género posibilita identifi-
car diversas formas de desigualdad social articuladas a otras jerarquías y asimetrías.
A modo de síntesis, reiteramos que para los objetivos de la presente investigación utilizamos
la categoría género como una perspectiva epistemológica que permite leer las percepciones y re-
presentaciones de género inmersas en las prácticas, instituciones y normativas de los pueblos in-
dígenas y originarios. En este sentido, la categoría género no es un concepto acotado con
contenidos predefinidos con los cuales leemos la realidad y buscamos ratificar prejuicios o su-
puestos universales sobre las mujeres. Es un punto de partida (locus) a partir del cual buscamos
analizar cómo se construyen las relaciones de género en distintos ámbitos de lo social: visión de
mundo; relaciones de parentesco, familia y reproducción; integridad personal; formas de orga-
nización económica y acceso, manejo y control de recursos; y organización política y participa-
ción pública en espacios de decisión política.
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
Formas de vida,
identidad cultural e
identidad de género
El tema de la identidad es complejo, ya que los lugares estudiados muestran una heterogenei-
dad en su integración al mercado, presencia de iglesias, impacto del sistema educativo y de las or-
ganizaciones no gubernamentales, así como en su grado de urbanización.
La condición de mujeres, además, muestra particularidades en las que se combinan la identi-
dad cultural y el género, sumadas a la precariedad económica y al fuerte aporte laboral que rea-
lizan para la producción y reproducción del hogar.
Una de las vías para indagar sobre la identidad es la autoidentificación, vinculada a la memo-
ria del origen o lugar de nacimiento, y la inserción de los padres y abuelos en estructuras comu-
nales aymaras. En esa medida, el presente acápite busca explorar el tema de la identidad sobre la
base de la autopercepción de las mujeres entrevistadas, en el contexto de su comunidad y región,
pero también en referencia a las manifestaciones más políticas de la identidad que se basan en la
condición aymara o indígena.
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
En las últimas décadas, con la intensificación de la migración, los nuevos modos de consumo
y la modernidad urbana han erosionado el papel de las mujeres como preservadoras de la cultu-
ra; aunque han aumentado sus cargas laborales. En cuanto a su papel ritual, la presencia de
iglesias evangélicas y la penetración estatal, a través de los sistemas de salud y de educación, son
factores que tienden a desvalorizar y desprestigiar estos saberes femeninos.
Sin embargo, es en el ámbito de la familia donde ellas conservan cierto poder social, gracias a
su papel en la crianza de los niños y en la organización del consumo doméstico. Además, su ma-
nejo preferencial de la lengua nativa les permite transmitir y reproducir valores y percepciones que
reflejan una visión propia de la sociedad.
Por ejemplo, para conocer la identidad de un niño o niña dentro de la misma comunidad se
preguntará: “Khitinktasa”35; el otro responderá, “Khä pampa Qhispinktwa”36. Esto revela que la
identidad no es un asunto individual, es una construcción social desde la comunidad, una forma
de ser persona que se basa en el reconocimiento y pertenencia a una unidad mayor.
Cuando una mujer se traslada a vivir en otra comunidad en calidad de nuera, siempre hará re-
ferencia a la tierra de origen para identificarse individualmente. Así lo afirma una comunaria del
ayllu Chivo (provincia Ingavi):
“Ukatxa näna nasiwixaxa Uma Markaya, uma marka, ukataya jichha naxa akanxa ispusu katusxta uka-
taya naxa akankxtxa, panini, ukhama matrimonio tumxapta, akanakiraki matrimonio tumapxta” (I. A.,
Chivo, octubre 2007).
“Mi lugar de nacimiento es Uma Marka (Pueblo de agua). Después vine aquí (Chivo), donde he aga-
rrado esposo. Aquí vivo desde que he tomado pareja, aquí nos hemos casado” (I. A., Chivo, octubre
2007).
La identidad individual –sea de varones o mujeres– está muy relacionada con la localidad espe-
cífica en la cual se sitúa su parentela de origen, es decir, con el lugar de su nacimiento o de su niñez,
lo cual trae consigo asociaciones simbólicas (pueblo de agua, arriba, abajo y otras). La identidad lo-
cal o regional predomina como autoidentificación cuando la persona se encuentra en otras regio-
nes o cuando interactúa con extraños, pero siempre tomando en cuenta el contexto de la
interacción. Es el caso de un comunario de Sacasaca, hermano de una de las principales dirigentas
de la comunidad:
El carácter inclusivo de la identidad depende del contexto. Así en la urbe es el barrio y toda la ciu-
dad en sí enmarca la pertenencia y la identidad social, lo expresa una manzanera de Ventilla y mi-
grante de la región yungueña:
P. ¿Cómo se presenta usted ante otras personas, (dice) que es de los Yungas, de La Paz, de El Alto?
R. Me presento como alteña nada más, porque yo he vivido mi niñez en aquí en El Alto, así que yo me
considero como alteña (Y., zona 23 de Marzo, noviembre 2007).
Como se puede deducir de los testimonios, ni en las comunidades ni en la ciudad las mujeres usan
términos como aymara o indígena para autoidentificarse. Éstos parecen ser más propios del discur-
so masculino, de los liderazgos medios y altos de las organizaciones sociales, e incluso de los inte-
lectuales y políticos mestizos de los partidos.
En la cotidianeidad rural predomina lo local y lo contextual. Pero, es también posible que estas
identificaciones más amplias se expresen en el área rural en los períodos de movilización y resisten-
cia colectiva, como los que se vivieron entre 2000 y 2005.
35 “¿De quién eres?”
36 “Yo soy de los Quispis, de aquella pampa”.
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
“Qalanakax ch’amak timpu jaqinw sipi, ukax wali nayrax ch’amakt’iriwa. Intix jani utjirikanti saraki-
sä. Ukat khä Chiyllata khä Santa Rosa aynacha mantixa sipi uka qalanakaxa. Siqiki jutixa uka aynacha,
khayjita yamas muntunpachawa ukjana, ukjaxa samarpayaskanw ukaxa sipï ch’amaka timpu jaqiwa si-
pï, ukat jichha uka samarkipan ukjam jutkipanaruwa intix jalsunitayna qalaptayawayi sarakis uka jaqi-
nakxa, ukax intix ch’amakt’aspax aywtawayxarakispaw ukax siy jichhaxa. (…) taqichiqana utji
ukachiqanakan ast jaqjampini sari (…) ch’amak jaqinakaw jutaskan siwa, ukat ukjam inti jalsxipan uk-
janakan qalaptawayxiwa sakiway”39 (B. Q., ayllu Chivo, octubre 2008).
“Hace mucho tiempo era todo oscuro, esas piedras eran gente. No había sol, dicen. De Chiylla-
ta entran por Santa Rosa esas piedras, vienen en fila por ahí abajo, aquí cerca estaban como en
grupo, estaban descansando, dice… Era gente de la oscuridad. Así cuando estaban viniendo y
descansando había salido el sol y los había convertido en piedra. Ahora si el sol se oscurece, esa
gente se puede levantar, dice. En todo lado hay eso, por allí va como gente. Así venía la gente de
la oscuridad… entonces cuando salió el sol se convirtieron en piedra…” (B. Q., ayllu Chivo, oc-
tubre 2008).
En muchas regiones rurales, territorio de pueblos y comunidades aymaras, hay chullpares40, que
son una clara evidencia de esa edad antigua de hombres y mujeres (nayra jaqi41) que habitaban estos
lugares. Muchos comunarios y comunarias llaman a los chullpares “nuestras abuelas o abuelos” y
por ende son considerados antiguos progenitores de los pobladores de los Andes.
La herencia de esa sociedad antigua parece viva en la actualidad, ya que se atribuye a las chullpas42
las mismas características y deberes sociales que a los comunarios y comunarias de la actualidad. La
presencia de estos restos arqueológicos en todo el Altiplano es una ayuda memoria de los mitos, co-
mo cuenta una comunaria de Sacasaca:
“El cuento de las chullpas, awichas me contaban. Allá atrás hay hartas chullpas, antes las chullpas no co-
nocían el sol, las chullpas habían hecho sus puertas de este lado para que no les pesque el sol, para
no morir, pero el sol había salido de ese lado y todas las chullpas se habían muerto, por eso ya no hay
chullpas…” (N. C., Sacasaca, octubre 2007).
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
En la tradición oral andina es muy frecuente oír diferentes versiones sobre las chullpa awichas y
chullpa achachilas. Algunas abuelas dicen: “chullpax mantasiriw”, que quiere decir que la chullpa “sabe
entrarse” al organismo.
Una de esas ancianas indica que cuando alguien está cerca de estos restos no debe orinar, ni llo-
rar, ni estar triste, porque las chullpas suelen causar enfermedades. Se dice que la chullpa mujer entra
al varón y la chullpa varón entra a la mujer.
Afirma también que los martes y viernes por la noche las chullpas suelen venir a “pedir la ma-
no” a las familias y cuando alguien muere, significa que se lo han llevado43. Esto muestra el res-
peto que tiene la gente hacia estos restos arqueológicos, que son vistos como portadores de
fuerzas vivas y sobrenaturales.
Así, quienes viven por las cercanías o cultivan sobre las tierras cercanas a los chullpares pueden su-
frir serias consecuencias en su salud si se atreven a hurgar o tocar estos restos. Se dice que pueden
hacer que la gente enferme de los huesos o que sufra infecciones por todo el cuerpo, de donde bro-
tan huesos menudos (grabación 1997, Silveria Pacheco).
Además, cuando se está cerca de estos restos no se les pueden llamar chullpa, sino hay que sa-
ludarles con mucho respeto y reverencia: jach’a mama44, jach’a tata45. Para ir a esos lugares, la per-
sona debe tomar su propia orina o, por lo menos, probar sal. Quienes beben su propia orina son
llamados kutisiri46 y esta acción es como una defensa contra las enfermedades que acarrean los
chullpares. En la siguiente entrevista, una comunaria soltera de 46 años, originaria de Santiago
de Llallagua, nos habla del ch’iwipacha47, cuando las chullpas se encontraban en familia e incluso
tenían una plaza48:
“Chullpa timpunakax janiw lupis utjkantixa sarakisä, (…) ch’iwik ukax arumaki jakpachanxa (…) kuna
inti Yusaya wakiyxpachaxa, ukat intix jalsunxchi, ukat chullpax q’ala jiwarawayxix sarakisa. Akjanakan
nayax chullpa jak’ankthwa, khä ch’utunakanx chullpa utkamakiw sipi, ukax plasanakawa siwa, jichha ukan
jiwarataskix phamillpacha. Jiwasjamarakinwa nayrax phamilla phamilla. Ukjanakan jichha uñstxiy… awa-
sirunakax jariqxi jariqxi ch’akhanaka uñasxiya, uñasxi phukhunaka. Jiwaki phukhunakapaxa, aka Tiwa-
nakun ukjamaskpachanwa (J. A. E., Santiago de Llallagua, septiembre 2007).
“En la época de los chullpas, no había el calor del sol, vivirían entre la sombra y la noche, (…) enton-
ces el dios sol ha debido estarse preparando (para salir). Salió el sol y murieron todas las chullpas. Aquí
yo estoy cerca a las chullpas, en aquellos promontorios dice que se encuentra pura casas de chullpa. Ahí
está la plaza, allí también está toda la familia de muertos. Vivían así como nosotros en familia. Aho-
ra los huesos, las ollas están a flor de la tierra, la lluvia los ha lavado, sus ollas son muy bonitas. Debe
ser así en Tiwanaku” (J. A. E., Santiago de Llallagua, septiembre 2007).
Las chullpas son identificadas como los antecesores de las familias andinas, son seres con los que
se está en constante y estrecha relación. Cercanas y lejanas se encuentran presentes, antes y después
de la muerte en la vida de los andinos. Como se podrá advertir, las chullpas y la gente actual se trans-
forman en hombres y mujeres que conectan y enlazan el pasado con el presente, la vida con la muer-
te, trenzando así la vida y la cultura.
Por otro lado, hay mitos que han llegado con los españoles cristianos que se ocuparon de difun-
dir ampliamente el Evangelio por todas las comunidades andinas, imponiendo algunos símbolos
como la cruz y los santos para perpetuar su religión. En ese afán, construyeron capillas e iglesias en-
cima de las wak’as49 de las comunidades y pueblos.
Por ejemplo, en Calamarca hay una iglesia colonial que fue construida en 1600 y que es muy co-
nocida por sus pinturas de arcángeles arcabuceros. En Santiago de Llallagua también existe una igle-
sia, considerada como la mejor conservada. Estos templos generalmente están construidos en el
centro de las comunidades, sobre la plaza, que es un espacio ritual y social en el que se concentran
43 Testimonio de Silveria Pacheco, de 87 años, quien conoció la historia de su abuela.
44 Jach’a mama, madre grande.
45 Jach’a tata. señor grande.
46 Kutisiri, término basado en la idea de volver (kuti) o tomar de uno mismo. Es interesante que en Santiago de Llallagua este
término también se utilice para condenar la práctica del incesto.
47 Ch’iwipacha, ch’iwi quiere decir sombra y pacha, tiempo.
48 Para los habitantes de los andes, la plaza es el punto de encuentro de las comunidades, punto donde las comunidades hacen tinku.
49 Wak’as, sitios sagrados indígenas.
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
los pobladores en determinados momentos del ciclo anual. Este lugar es concebido como el
chuyma50 del sistema de comunidades andinas que componen la marka51.
Al ser un centro vital de las comunidades, las iglesias fueron consideradas como un intento de
controlar este centro y de dominio a los indígenas. Sin embargo, desde la lógica de los comuna-
rios, el término iglesia fue reinterpretando y resemantizado, adecuándose a las formas organiza-
tivas propias y situándose en la vida, espacio y tiempo de los pobladores. De este modo, en la
práctica, el concepto de iglesia fue aymarizado52 y esto puede verse en los testimonios recogidos
tanto en Sacasaca, como en Chivo y Cacachi.
Por otra parte, las iglesias cristianas o protestantes están presentes en las últimas décadas y han
intentado ocupar también estos espacios centrales con fines de evangelización y estrategias
coloniales frente a las culturas locales. La labor de estos cultos ha tenido como efecto la fragmen-
tación53 del sistema de ayllus y markas, y la división interna entre comunarios.
En todo caso, la difusión del catolicismo o del protestantismo comparte su carácter misionero, que
busca convertir a los comunarios “herejes” o satanizar a los cultos nativos, a través del uso de podero-
sos medios de difusión. Así , en los mitos y cuentos recogidos en muchas comunidades se ve la incor-
poración de personajes bíblicos y versiones complejas de lo sagrado basadas en el Antiguo Testamento.
Por ejemplo, a Adán y Eva se les atribuye el origen mítico de las desavenencias conyugales. Así lo mues-
tra el testimonio de una comunaria de 51 años del ayllu Chivo:
“Adanakitaynaw siya, ukat jani jakasiñ puyrkataynat siy jall ukjam mä sapitaxa, ukat Yusawa ukjama-
rux uskt’ataynaxa siya, qallu jaraphi chachat siksusina ukat warmxa lurt’ataynax siya, ‘akampi jakasi-
ta’ sasa. ‘Akampiw jichhax jumax qamasïta’, ukat kirt’ataynax siya. Ukat quqat manq’anikisnanwa
jiwasaxa siya. Uka Evawa manq’antxataynaxa quqatxa siya, viborawa istitaynaxa sasjamachiti, manq’an-
tayataynaxa siti, viboracha jall ukjam parlapxirix mamajaxa, ukat jichhax uraqit manq’asax utjtanxa si-
ya. Primeroxa janiwa jiwasaxa utjkayatanti siya, qallu jaraphitaki utjawaytanxa siwa, ukjama Yusawa
mayt’awayataynaxa siya, ukat akjama mä chacha warmixa nuwasisasa utjaschi mayt’at vidakiw siya”
(B. C. C., Chivo, octubre 2007).
“Dice que sólo existía Adán, pero él no podía vivir solo. Luego, Dios había puesto a la mujer sacando la
costilla del hombre, de esa costilla había hecho a la mujer. ‘Con ésta vas a vivir’, ‘con ella vas a estar’, por
eso ella se había quedado. Nosotros sólo hubiéramos tenido que comer de los árboles. Eva ya se había co- “Dice que sólo
mido del árbol, dice; creo que dicen que la víbora le había… le había hecho comer, dice. Por eso es que
existía Adán,
ahora comemos trabajando la tierra. Nosotras no somos las primeras aquí, somos producto de la última
costilla del hombre. Dice que Dios le había prestado al hombre, por eso dice que a veces entre marido y pero él no podía
mujer se vive peleando. Tenemos una vida prestada” (B. C. C., Chivo, octubre 2007). vivir solo. Luego,
Dios había puesto
Estas ideas tienen base en el Antiguo Testamento, donde se menciona que Dios creó a Adán de
a la mujer sacando
barro y luego a la mujer, de su costilla, para que le acompañe. Como Eva pecó tentada por la víbo-
ra e hizo pecar a Adán, los tres fueron castigados: el animal fue condenado a arrastrarse, a comer la costilla del
tierra y a tener enemistad por siempre con la mujer y sus descendientes. A la mujer la condenó a hombre, de esa
tener hijos con dolor y a ser dominada por el hombre, y finalmente al varón lo castigó con el tra- costilla había
bajo, o sea a ganar el pan con el sudor de su frente, hasta volver a la tierra de donde salió (Biblia,
hecho a la mujer”.
Génesis 3). Pero, la culpa de Eva parece ser más grande, ya que las peleas conyugales suelen afec-
tar más a la mujer que al varón.
Las diferentes versiones recogidas expresan estos pasajes bíblicos como dictamen de la culpa-
bilidad y la inferioridad social de las mujeres. Se dice que Eva fue hecha de la costilla de Adán pa-
ra que lo acompañe, pero ser hecha de su costilla la hace secundaria, dependiente y con menor
fuerza física que el varón. Otros testimonios también se refieren al pecado de Eva como la causa
de los sufrimientos actuales, como si para pagar por ese pecado la mujer estuviera condenada a tra-
bajar más que los hombres y a deberles obediencia.
Sin embargo, en otros relatos, el trabajo se vive no como un castigo, sino como la condición hu-
mana por excelencia, independiente de su género.
50 Chuyma, entrañas u órganos vitales.
51 Marka, unión de comunidades o ayllus, unión de las parcialidades de aransaya y urinsaya. Pueblo central o administración de varios ayllus.
52 Transformado y visto desde la perspectiva aymara, es decir darle otro sentido y cambiar el significado original..
53 En Santiago de Llallagua, no todos los qamanis cumplen debidamente con las ceremonias rituales, porque pertenecen a grupos
evangélicos como los “sabatistas” y otros.
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En las entrevistas también hay referencias a otros pasajes bíblicos como el diluvio. Así lo relata
el testimonio de una anciana de Calamarca:
P. Tía, ¿qué dice usted, cuándo habrán llegado a la tierra el hombre y la mujer?
R. Eso no puedo decir. No es que en aquella época, en el Diluvio de agua, aquí marido y mujer habí-
an quedado flotando en una casa de madera, se habían salvado… de esa pareja nos hemos multipli-
cado tantos, todos somos una familia, así hablan pues.
P. ¿Quiénes hablan así?
R. La gente antigua, mi abuelo tenía un hermano, él me hablaba así, de esa pareja nos hemos multiplica-
do tantos, todos somos hermanos y hermanas, ha dicho (R. T., Calamarca, septiembre 2007).
En los testimonios se combinan elementos bíblicos con una visión del destino común de hombres
y mujeres, a la vez conectada con la diferencia y la conflictividad. Percibimos una relación hombre-mu-
jer que es complementaria, pero también conflictiva, algo que no se ve en las versiones bíblicas origi-
nales. Asimismo, el absoluto dominio masculino se matiza con el hecho de compartir ambos el
trabajo, la sobrevivencia y, aun, el salvarse juntos de alguna desgracia. Esto que podría asociarse
con la metáfora del techo de la casa (de madera), como un espacio común, en lugar del Arca de Noé.
Mujeres y naturaleza
Desde la perspectiva y la visión de los pobladores de los Andes, todo está interrelacionado y na-
da está aislado. El “todo”54 es el conjunto en el que está inmerso el ser humano haciendo su parte,
como los demás elementos de la naturaleza. Para los habitantes de los Andes, todos son seres vivos
que pueden sentir hambre, sed, furia, venganza y pueden privar de su auxilio a la gente, lo que se ma-
nifiesta, por ejemplo, en la buena o mala producción agrícola. La comunicación con estos seres es
constante y la relación más importante es la que hay con la Pachamama. Los comunarios de Santiago
de Llallagua conversan en forma cotidiana, y también en los rituales, con ella y con achachilas y awichas,
lo que revela una relación de respeto y diálogo mutuo entre las fuerzas de la naturaleza y el mundo
humano y social. Así lo afirma un comunario en el siguiente testimonio:
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Ch’allar56 a la Pachamama es muy frecuente, por lo que cuando alguien se sirve alguna bebida, pri-
mero se le ofrece a ella, al uywiri57. Asimismo, al empezar una actividad agrícola, generalmente se ofre-
ce la t’inkha58 y el k’inthu59 de coca, poniendo cuatro hojas bajo la tierra, en una actitud de compartir y
muestra de respeto. Los cerros, las pampas, las piedras, el lago, los ríos, las vertientes, la lluvia, el
viento y todos los elementos de la naturaleza son seres con los que la comunidad está en contacto. La
población se comunica con ellos dialogando con la coca y las ofrendas. Un ex-mallku pone en relieve
esta relación que se amplía desde los productos agrícolas hasta los bienes de la sociedad moderna:
P. ¿Achachilanakax khitinakasa?
R. Achichilanakaruxa uka ukjam nax ukax istururaktw nayax achichilanakaruxa ukjamachi “kun
ast, papa ch’uq apayapxita, awasirunaks apayapxita, awtunak qulqinak payllasipxita waytt’asipxita” sa-
sawa, ukanakamp ukjam ch’alljt’asipxta, waxt’asipxta akhullt’asipxaraktsa uka achachilanakar, mä uk-
jam achachilanakarux uka ast ukjama imajinanak utji ukjama, qaläkis ukaru rispitasipxthw nanakaxa
(M. Y., Santiago de Llallagua, septiembre 2007).
La relación con la naturaleza y todo lo que rodea al hombre y a la mujer es constante. La tierra don-
de se cultivan los productos es considerada tayka 60, que ha alimentado y cuidado a una o más gene-
raciones, procurándoles alimentos y protección. Por ejemplo, en Santiago de Llallagua lo principal es
que no falte la papa. En las comunidades andinas el concepto de tayka aparece en forma recurrente,
en directa referencia al papel fundamental de la fertilidad y otros valores asociados con las mujeres.
En Santiago de Llallagua, durante el ciclo anual, hay diferentes momentos para realizar ofrendas a
la tierra y a los productos. Entre estos ritos destacan los oficiados por la comunidad el 2 de agosto, cuan-
do se realiza el ch’amanchawi 61 y el 10 de diciembre (que en el calendario católico recuerda a la Virgen de
la Concepción), cuando se realiza la ofrenda a todos los productos y particularmente a la cosecha de pa-
pa. También existen otros momentos en los que se reúne la comunidad para diferentes ch’allas y
ofrendas y que parecen acompañar el proceso de germinación, floración y cosecha de las plantas. En
algunos de estos momentos rituales se reúnen las familias individualmente en las chacras o en las vivien-
das. En las ocasiones más importantes, las ofrendas generalmente las realiza un yatiri 62 que en sus re-
zos e invocaciones, suele referirse a cada uno de los productos agrícolas con el término mama63.
Pero en las comunidades visitadas no se pudo evidenciar la existencia de yatiris o ch’amakanis 64
mujeres, aunque sí de especialistas en medicina natural y uso de yerbas, así como parteras especia-
lizadas, cuya práctica de los conocimientos de la tierra es vital para ejercer su trabajo.
La referencia universal al lado femenino de la naturaleza no corresponde entonces con el papel
real de las mujeres en el ámbito de la producción, de la política o de la propia ritualidad, donde si-
guen siendo el elemento subordinado, la “costilla” del sujeto masculino.
56 Ch’allar, ofrecimiento de vino y alcohol a la tierra virgen o Pachamama y a los cerros y a otros lugares sagrados. El vino
generalmente se le ofrece a la Pachamama y el alcohol, a los cerros sagrados o achachilas.
57 Uywiri, literalmente “el o la que nos cría”.
58 T’inkha, una botellita de alcohol para libar a la tierra madre y a los achachilas para que siempre protejan y provean de alimentos.
59 K’inthu, cuatro hojas de coca para empezar a pedir permiso y conversar con la Pachamama pidiendo buenos productos.
60 Tayka, madre adulta y mayor.
61 Ch’amanchawi, dar fuerza.
62 Yatiri, persona, ya sea hombre o mujer, con ciertos poderes que le fueron otorgados por la energía del rayo para comunicarse
con la naturaleza (tierra madre y otras deidades) mediante la coca y predecir el futuro.
63 Mama, señora.
64 Ch’amakanis, personas que invocan a los dioses tutelares para esclarecer lo desconocido.
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ch’uqixa utjarakipi, sutini sutiniskiya niyasa, phiñu, waych’a mama. Yuqallitux ukax quyu sixa, quyu-
kipin yuqallit sataxa, ukax sayt’u ch’uqiya, sayt’urakisa, ukatay yuqallitupachaxa” (M. Y., Santiago de
Llallagua, septiembre 2007).
“A la papa se la llama puquturu ispalla mama, generalmente se la llama puqutur mama. A casi todo le lla-
man mama (señora). Señora quinua, señora mestiza (cebada), señora willkaparu, así son pura señoras.
También existe la papa yuqalla, que es la papa quyu, que es alargada por eso se llama yuqallitu” (M. Y.,
Santiago de Llallagua, septiembre 2007).
En las ofrendas a la Pachamama y los productos agrícolas la mayoría son mamas, no se hace men-
ción al tata65. En el testimonio también se indica la palabra yuqalla66. Ese término no es ritual, son
denominaciones para diferenciar las papas por su forma, porque las redonditas son imillas67. Sin em-
bargo existen otras asociaciones que permiten determinar qué papa es imilla y cuál es yuqalla. Así,
la papa quyu y la papa luk’i son yuqallas, mientras que la papa dulce o qhini, al ser la más harinosa y dul-
ce, se le considera imilla.
Con respecto a la apilla68, una comunaria de Santiago de Llallagua dice que existen dos clases, una
que es imilla, y es más harinosa, y otra que es la yuqalla, y que tarda en cocer. Según una campesina
de Sacasaca, no se puede decir a la papa urqu o qachu69 (macho o hembra adultos) y más bien se les
llama imilla o yuqalla (niña o niño), quizás como muestra de cariño y familiaridad:
Sin embargo, a las plantas como el eucalipto, itapallo70, paja; ch’illkha71, retamas; q’uwa72, ruda;
t’ula73, cola de caballo, hinojo y otras74 de las que existen dos o más variedades, la clasificación más
utilizada es la de urqu-qachu. En otras ocasiones, cuando no está claro si una variedad o especie es
macho o hembra, se consulta a la coca, porque determinar el género es fundamental para relacio-
narse con estos cultivos y plantas. Así lo afirmó una mujer de Sacasaca, revelando las asociaciones
que se utilizan para asignarle un género a cualquier planta.
Por ejemplo, en el caso del eucalipto, una especie traída desde Australia a fines del siglo XIX, se
asoció la forma de las hojas y la dureza o blandura de las mismas para clasificarla:
Con respecto al itapallo se dice que las plantas que crecen en las alturas son macho y las que cre-
cen como enredaderas en las partes más bajas son hembras. De igual manera en el caso de las reta-
mas: las que se desarrollan en terreno seco son consideradas machos y las que viven en lugares
65 Tata, señor.
66 Yuqalla, menor de edad, chiquillo o adolescente.
67 Imilla, indica el carácter femenino de la papa por la forma. Muchacha que no ha llegado a los 15 años de edad.
68 Apilla, Oca.
69 Qachu, hembra. Término usado para referirse a animales y algunas plantas medicinales o silvestres que tiene características
femeninas o masculinas, como también a otros elementos de la naturaleza como la piedra, que se distingue en urqu qala,
qachu qala (piedra macho, piedra hembra) y cuyos diversos usos le dan un sentido cotidiano a esta diferenciación.
70 Itapallo, ortiga
71 Ch’illkha, planta medicinal de hojas muy pegajosas.
72 Q’uwa, planta medicinal aromática utilizada esencialmente para el dolor de estómago como también para los resfríos.
73 T’ula, planta medicinal que existe en más de cinco variedades en las regiones de Oruro. Al ser leñosa y dar un fuego muy
fuerte, también se usa como combustible.
74 Plantas medicinales mencionadas por las entrevistadas de las cinco comunidades y Ventilla, en El Alto.
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húmedos y en agua, hembras. La clasificación a veces es entre especies de un mismo tipo de plan-
ta: por ejemplo, la paja iru jichhu75 es macho, y la paja sikuya76, hembra.
Estas clasificaciones tienen usos concretos: por ejemplo, en el caso de la ch’illkha, sólo la planta
hembra es usada como medicina para los golpes, contusiones y fracturas. Otros criterios de clasi-
ficación se basan en el color de los tallos: las de tallo café son machos y las de tallo blanco, hembras.
También se dice que las plantas que crecen hacia arriba y en forma vertical son machos, mientras
que a las frondosas, bajas o que se extienden por el suelo, se las consideran hembras.
Es notoria la incomprensión de la sociedad urbana en referencia a estas clasificaciones vigentes
en el mundo aymara, como lo demuestra el escándalo y las bromas que desataron la declaración del
canciller David Choquehuanca, en referencia al sexo de las piedras. A propósito, se rescata un tes-
timonio sobre las piedras hembras y su utilidad y cualidades para la vida:
“Qalanakatxa anchhitax akjanx urqu qala, khayjanxa qachu qala utjaski, uka wilanakaki ukaw qachu qal
sataxa. Jasitak ukax walipiw kank kankasiñataki, ukax jani reventkitixa qachu qalaxa, ukax challwa p’a-
p’isintak ukax pirqantañaxa uka patanakaruw ukjam ukampikiw challwax p’ap’ixa, urqu qalax riwint-
xakiwa. Uka qachu qalax wilachixay ukat caliente suma” (G. N. M., Chivo, octubre 2007).
“Las piedras, ahora, aquí tenemos piedra macho y allí piedra hembra. La piedra roja se llama piedra hem-
bra, es suave para tostar; esa piedra hembra no revienta, esas piedras hay que apilar para hacer p’ap’i, so-
bre esas piedras hay que hacer p’ap’i de pescado. La piedra macho revienta nomás. Esa piedra hembra es
roja y calienta bien” (G. N. M., Chivo, octubre 2007).
Una mujer de Sacasaca interpreta en forma inversa la fortaleza o la debilidad de las piedras, ya que
para ella es la piedra macho la más dura y resistente:
“A ver, digamos de la piedra, el que es macho es duro, pero la hembra en el sol rápido se deshace, co-
mo astillitas nomás se levanta, pero la piedra macho es duro, aunque lo machuques no se rompe, la
hembra no sirve pues, si se lo machuca a la estaca se rompe rápido, tenemos que conocer, aunque lo
machuques no se rompe el macho” (A. M. C., Sacasaca, septiembre 2007).
Muchos elementos de la naturaleza se clasifican por la forma de sus hojas, por la altura, por “La piedra roja
su resistencia al frío o a la sequedad. La suavidad y la ductilidad son características para distin-
se llama piedra
guir lo femenino de lo masculino. A los cerros, a las pampas, a los ríos, a los lagos, a las quebra-
das en los rituales se les puede invocar como a achachilas77 o awichas78. Pero, cuando se hace la hembra, es suave
ofrenda a la Pachamama y a los productos sólo se nombra a las mamas. Cuando nos referimos a para tostar; esa
la papa, pero no en términos rituales, se las llama imilla-yuqalla, y a las plantas en urqu79 y qachu80. piedra no se
La dualidad masculino-femenina es central en la visión aymara, aunque la pareja humana actual,
revienta, esas
tanto en las comunidades rurales como en la ciudad, viva cada vez más alejada de ese ideal de
complementariedad. piedras hay que
apilar para
1.2.2. Mujeres andinas en la historia hacer p’ap’i
(de pescado)”.
Las mujeres andinas han participado en tiempos de paz y de guerra en todas las actividades
familiares y colectivas de las comunidades a las que pertenecen. La actividad más permanente,
el trabajo agrícola y pecuario, se desarrolla conforme a una división del trabajo por sexo y edad,
que asigna un papel central, tanto material como simbólico, a la labor de ellas. En el contexto
actual, de acentuada emigración de los varones y de las generaciones más jóvenes, son las encar-
gadas de mantener los recursos familiares y también de preservar y resguardar los valores y nor-
mas éticas de la comunidad. Con ello, se reproducen los sistemas de significados y los marcos
interpretativos de las sociedades andinas, formando el núcleo de su cultura. Su papel, como or-
ganizadoras de la producción, las vincula con redes de afinidad e intercambio de trabajo para
75 Iru jichhu, paja brava. Se le dice brava porque sus puntas pican dolorosamente.
76 Sikuya, paja que crece en lugares de clima templado y se le usa generalmente para el techo de las casas.
77 Achachilas, antepasados y espíritus ancestrales masculinos.
78 Awichas, antepasados y espíritus ancestrales femeninos.
79 Urqu, macho.
80 Qachu, hembra.
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
“Mamajax asinta oveja awatiriskataynaw, ukat ukjamaruw mamajax ususisina jiwawayixa, ukat nana-
kax sullkitajamp asint oveja awatipxirïta, ukat ukjaruw jisk’itanak jaytjawapxitux mamajaxa. Akax asin-
tanwa, asint uwija awatipxirit walja awatipxirita. Asintanak uñjasiwayktwa, nayrax ast ch’uqinak
llamayuñ ukch’anak uka ist mayurtumukax jutiri jawq’jasiri, sukanakat thaqhasin akjam llamayranip-
xi, uka alkaltinakaw utjiri, llamayranipxi yasta ch’uqti katux yast irtasim sukaparu sukaparu antt’apxi-
tu, ukat “!irtasima¡” siw ukat ukja ast irthapisipkta ukja q’ix q’ix q’ixtasin jawq’antapxituxa, ukjamayriw
ukjam lurapxiritu. Wali alwat alwat las cinco de la mañanaw p’iqis t’axsintasiñaw lij asint timpunxa.
Jichha timpux janiw ukjamaxiti. Ukja t’axsintasipxirïta yast asintarux sarawayxañ mirinta chint’asiwa-
yasin tartix purintasinkañaraki” (L. R. N., 66 años, Chivo, octubre 2007).
“Mi madre había sabido estar pastando las ovejas del hacendado. A lo así, dando a luz había muer-
to. Nosotras, con mi hermana menor, solíamos estar pastando las ovejas de la hacienda, ahí (en la ha-
cienda) pequeñas nos ha dejado mi madre. Esto era hacienda (Chivo) nosotros sabemos pastar
cualquier cantidad de ovejas para los hacendados. Conocí el trabajo en la hacienda. Antes cosechá-
bamos papas grandes y el mayordomo venía, nos chicoteaba, porque los alcaldes saben buscar
entre los surcos y si encontraban papas, nos chicoteaban; así solía ser, así nos hacían. Muy tempra-
no a las cinco de la mañana había que lavarse el cabello en la época de la hacienda, ahora ya no es así.
A esa hora nos lavábamos y nos íbamos a trabajar a la hacienda llevando nuestro fiambre y volvía-
mos en tarde” (L. R. N., 66 años, Chivo, octubre 2007).
“Jichhax aka janiy asintaxitix ukat samarasipktay jani nayrax akjam samart’asiñakitix añchhitax kun
asintanxay trawajantasipkstxa, janiy akjam qunt’asiñas utjirikit nayrax, janiw qunt’asiñax utjirikiti, Asin-
tarukipiniw simanat simanat, ast domingo mayakiw mä ratu t’axsirt’asiwapxta kunsa, ukjakiw yapsa
trabajt’asiwapxirit ukjamaya. Ukjam sarnaqawayapxtxa. Aka reformat samarawapxtxa asint apnaqa-
ñat ukjat Víctor Paz Estenssoro ukjat asintax utjaskakinw juk’it juk’it yasta Víctor Paz Estenssorupi-
niwa apaqawayxixa asintxa” (L. R. N., 66 años, Chivo, octubre 2007).
“Ahora (en el ayllu Chivo) ya no hay hacienda, por eso estamos descansando, antes no había que
descansar, como en este momento. Solíamos estar trabajando en la hacienda, no nos podíamos sen-
tar como ahora. Todos los días de la semana se trabajaba, sólo los domingos cultivábamos, lavába-
mos o hacíamos algo para nosotros, así hemos vivido. Después de la Reforma (Agraria), lentamente
ha desaparecido la hacienda. Víctor Paz Estenssoro hizo que cayera la hacienda” (L. R. N., 66 años,
Chivo, octubre 2007).
El latifundio se expandió por diferentes regiones del Altiplano, a partir de la Ley de Exvincu-
lación de 1874 que legalizó la expropiación de las tierras más productivas y fértiles de las comu-
81 Aqunas, tierras de la comunidad donde se cultivan diferentes productos cada año en forma rotativa y sectorial.
82 Sayañas, unidad territorial y ritual de una familia.
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nidades y la conversión de los comunarios en colonos al servicio del hacendado. Tanto el ayllu
Chivo, como algunas comunidades de Calamarca y Carabuco, fueron forzadas a convertirse
en hacienda en distintos momentos de una historia que van de las revisitas de 1881-83 hasta el fin
del período de gobiernos liberales, en 1920. Para la generación mayor, el recuerdo de sus padres
como colonos de hacienda y la Reforma Agraria, como una liberación de la servidumbre, son hi-
tos fundamentales de la historia:
“Khä Karawkun asintax utjan siwa, ukar yanapir sarañayriw siwa. Asintan maya sapatakiw ch’uñus sill-
p’iñasa jischi nayrax, janiw takiñakit siwa, jichha nanakax taksusipxakstxay, nayrax janiw takiñakiti si-
wa, sapatkamakipiniwa sillp’iraskañax siway, mä sapa ch’uñut irtaskamaki, ukx mä phaxsinakaw
p’usquyaña, khasayañäna ukax phaxspachaw t’amayañax saw t’amayaskir siwa, ukat t’amayatat ukax
sillp’iskañax siway. Wal suprimint uñt’añapiniruw siwa nayrax, ‘walpin suprimintu uñt’apxta’, sasa ma-
mitajax parlasiskiri. Aka ch’iwaqallusa wali musitayiriw jischixaya nayrax, musitayriw siwa, ukax jan juy-
rax achxpachantix ukataya” (C. C., 52 años, Cacachi, octubre 2007).
“En Carabuco había hacienda dice, allí sabían ir a ayudar, antes dice que había que pelar chuñu83 uno por
uno, no había que pisar. Ahora, nosotros sólo pisamos el chuñu, antes en la hacienda no había que pisar
dice, uno por uno había que estar pelando; hay que remojar en agua un mes, había que hacer que sea más
harto, así remojado había que tenerlo todo un mes, luego había que estar pelando. Han sufrido mucho
dice, hemos sufrido mucho, suele hablar mi mamá. Los hacendados solían hacer cuidar las legumbres bien.
En esa época no ha debido haber producción” (C. C., 52 años, Cacachi, octubre 2007).
Hubo tiempos de sequía, lo que obligó a muchas mujeres a buscar alimento en las haciendas, arri-
mándose a las casas de los colonos como ayudantes o yanapakus a cambio de pequeños espacios cul-
tivables para su propio uso. Las mujeres debían alimentar a cuadrillas numerosas de trabajadores y
participar del trabajo agrícola y, sobre todo, del pastoreo y ordeño que convirtió a varias haciendas
del Altiplano en productoras de quesos y otros lácteos para un creciente mercado urbano. Los ha-
cendados no controlaban las técnicas de producción ni la organización y rotación de cultivos. Só-
lo podían hacer uso de la fuerza y de la coacción para adecuarse a las demandas del mercado. De ahí
que siempre se recuerde la época de las haciendas como un tiempo de abuso y sobreexplotación.
“Suti mamajax wali qhurunwa, janiw nax khä wänaka ukjam lurkti. Ukapi iwij allmillqalluni, ukax
aka ch’ankxa mä iwalak qapuñax, mä iwalaki janiy juch’usan lankhunxa. Wawaxa janiy sum qapkpa-
chätixa. Ukat ukax may akjam katusin t’aqsuri p’utx p’utx, “akax wakullani, akax jik’illani, akax phu-
khuni phuqhatasa, akjamat qapusiña” sasa, amparatkamakiw jawq’jasiri” (G. H., 55 años, Cacachi,
octubre 2007).
83 Chuñu, chuño.
84 Q’apha, trabajadora, diligente, laboriosa.
85 Tunta, papa que antes de ser secada fue pasada por la helada y puesta al agua durante unos 20 ó 30 días, según la consistencia
y variedad del tubérculo.
86 Muraya, variedad de chuño procesada como la tunta, por poco tiempo en el agua.
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“Mi madrina era mala, a aquellas wawas yo no le trato así. Yo con almilla de oveja nomás me vestía. Pa-
rejito había que hilar, igualito tenía que ser, no tiene que ser grueso y delgado. Yo pequeña no he de-
bido hilar bien. Después agarrando lo que yo había hilado sabe romper… ‘Esto tiene tinaja, tiene
restos de cerámica, tiene olla, no está completo, ¿así hay que hilar?’ Preguntándome sabe pegarme de
la mano” (G. H., 55 años, Cacachi, octubre 2007).
En las comunidades andinas, desde tiempos inmemoriales, las jóvenes dedicaban la mayor
parte de su tiempo a perfeccionar el hilado, actividad que se considera equivalente al estudio de
las letras en la escuela. La doble “literacidad”, estudiada por los investigadores Arnold y Yapi-
ta (1998), muestra una división de saberes entre hombres y mujeres: los hombres conocen con
la “cabeza” (p’iqi) y las mujeres con las “entrañas” (chuyma87). Es por ello que la escuela es una
“literacidad” alternativa que recluta principalmente a los varones, mientras que el tejido era es-
cuela para las mujeres:
La mentalidad de los padres continúa apuntalando una ética del trabajo como el principal medio
de educación y socialización de las nuevas generaciones. La educación por el trabajo comenzaba
muy temprano, afirma una comunaria de Chivo:
“Jisk’itar yatichañapiniw walixa, taqi kunarus uñatatayañapiniw walixa, uywarusa kunarus uñatataya-
ñaxa, yapu lurañarus uñatatayañaxa wawaxa yatichasiñaxa” (J. C. K., Chivo, octubre 2007).
“Es bueno enseñarles a trabajar desde muy pequeños; hay que abrirles los ojos al trabajo, cómo cui-
dar los animales, cultivar la tierra, todo eso hay que enseñarles a los hijos e hijas (J. C. K., Chivo,
octubre 2007).
Según la profesora Gladis Hilaquita, de la escuela Kollasuyo (Cacachi), las niñas de siete u
ocho años ya saben cocinar y algunos niños también, sobre todo cuando son hermanos. En los he-
chos, aprenden los varones y las mujeres; de lo contrario, dice la maestra, si no saben cocinar sufri-
rían cuando vayan a la ciudad para continuar sus estudios.
Para las niñas, el ingreso a la escuela significa abandonar el tejido, que se le considera su otra
escritura y su otra forma de conocer. Además, aunque no entren a la unidad educativa, el tejido
está desvalorizado y se le considera como un “no saber”, ya que se jerarquizan los conocimien-
tos del p’iqi y se desvalorizan los del chuyma y hay que recordar que la división de tareas tomaba
en cuenta las diferencias entre varones y mujeres en términos de estas predisposiciones.
La fuerza atribuida a los varones para los trabajos pesados y rutinarios (cavar, arar, cargar) es
equivalente a la habilidad y la finura de los trabajos femeninos, a su mayor capacidad de concen-
tración y atención.
La escuela desconoce y desvaloriza las habilidades femeninas específicas y esto acarrea una gran
pérdida de habilidades colectivas para la producción y la reproducción de la comunidad y la sociedad.
Sin embargo, la socialización preescolar y el ámbito de labores que rodea a la casa están a car-
go de las mujeres. La transmisión de valores y significados de la cultura material y espiritual de las
comunidades la realizan las madres a través de la proximidad y el ejemplo. Desde que nacen, los
niños y niñas son cargados en awayus y llevados a todo lado. Las madres les transmiten calor y
energía, y comienzan a hablarles y cantarles, a envolverles y enseñarles en forma permanente,
87 Chuyma, entrañas. Término referido al centro o eje, esencia de los seres humanos que tiene que ver con los sentimientos.
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mostrándoles animales, plantas, piedras y montañas, la pacha88 que rodea a la comunidad. La pre-
sencia de los niños y niñas en el trabajo de la chacra y el pastoreo se da así a la par de su crecimien-
to y una vez que dejan de lactar, a los dos o tres años, comienza el proceso de distanciamiento de
la madre y “ayuda” en diferentes tareas. Todos estos aprendizajes los preparan a la vez para el tra-
bajo y para el thaki o camino que los llevará a ser miembros plenos –jaqi– de la comunidad. En el
núcleo familiar y bajo la orientación de los mayores, los niños comienzan a realizar pequeñas ac-
tividades, como dar granos a las gallinas, pelar habas, espantar a los pájaros. Así a la vez aprenden
a hablar y a trabajar.
“La joven hacendosa anda muy linda, ella ya nomás se está lavando ropa… ‘Ella está bien para mi
nuera, está muy bien, es muy hacendosa, a mi hijo puede manejar bien’. Así observan a esas jóvenes
para nueras. Allí está yendo bien hacendosa, limpia, no anda sucia. Camina hilando, retorciendo la-
na, tejiendo. En el sembradío así también trabaja, desde muy temprano a las siete u ocho ya está sa-
liendo de su casa, ocho o nueve ya está cosechando, la ropa siempre la tiene limpia, ella es hacendosa”
(E. E., Santiago de Llallagua, septiembre 2007).
La marca que deja el trabajo en las mujeres tiene que ver también con “atender” a otros y traba-
jar para el marido. Cuando una joven es trabajadora es bien apreciada como futura nuera, incluso
se puede considerar un buen complemento para un hijo flojo, como afirma la entrevistada en el an-
terior testimonio.
La expresión máxima de la laboriosidad femenina es el tejido, que se aprende y se ejercita desde
la más tierna edad. Se comienza por hilar y torcer la lana, desde lo más tosco a lo más fino. Las mu-
jeres también usan el palillo, porque pueden tejer caminando, pastando ovejas, incluso se vio a una “Es bueno
joven tejiendo mientras estaba de arquera en un partido de fútbol89. El hilar, torcer o tejer con pa-
enseñarles a
lillo son actividades que se suele realizar caminando, en especial el hilado, y rara vez la mujer hila sen-
tada. Esta parece ser una orientación normativa, ya que el sentarse para hilar o tejer a palillo trabajar desde
equivale a ser considerada jayra warmi90. muy pequeños;
Se valora mucho el carácter laborioso de las mujeres en las comunidades. Es considerada flo- hay que abrirles
ja aquella mujer que sólo permanece en casa cuidando la wawa y cocinado. Aquí hay un contras-
los ojos al trabajo,
te con las familias de clase media o alta que sólo recientemente se integran a la fuerza laboral
(porque generalmente hay una mujer que realiza todo el trabajo en la casa), ya que la ocupación cómo cuidar los
doméstica exclusiva es bien vista y valorada. animales (...) todo
En cambio, en las comunidades, la valoración de las mujeres descansa en actividades como el eso hay que
pastoreo, el tejido, el conocimiento herbolario, y la práctica de ritos y ceremonias, como una for-
enseñarles...”.
ma integral de ser mujer, sin dejar por ello la maternidad y el cuidado de la familia. La casa y el es-
pacio productivo forman un “continuum” espacial y simbólico y es sin duda esta continuidad la
que las hace percibir claramente su labor (productiva y reproductiva) como trabajo. La mayoría
de nuestras entrevistadas afirma que las mujeres son las que realizan más trabajo que los hombres.
Sin embargo, las jóvenes de ahora prefieren ir a la escuela, afirma una mujer de Cacachi:
“Nayrax taqi kunxay luririchinxa, jichhax ja’ isturyunkchixay, jichhax isturyumpikirakisa nayrax kuns
lurirïna qaps qapurïna saws sawurïna, jichha wawax janiw sawuñs yatkiti. Janiw jichhax kuna uka liyim-
piki tariyampikiw, ja’ukat arxayañjamaxiti, tariyanixchi ukat janiw arxayañjamaxiti, ni ¡qapum! Sañja-
maqxisa” (F. R., Cacachi, noviembre 2007).
88 Pacha, el cosmos.
89 Mientras jugaba de arquera, una joven sacaba su tejido de su mandil para tejer cuando la pelota estaba en el otro lado de la
cancha. Cuando el balón estaba muy próximo volvía a guardar su tejido para cuidar el arco.
90 Jayra warmi, mujer floja.
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“Antes, todo sabían hacer, ahora ya no, están estudiando, se dedican al estudio nomás, antes hilaban, te-
jían en telar, las jóvenes de ahora ya no saben ni tejer en telar. Ahora sólo se dedican a leer y hacer sus ta-
reas, ya no se les puede decir que hagan algo, ya tienen tareas que realizar, ya no se les puede decir nada,
ni siquiera hay caso de pedirles que se dediquen al hilado” (F. R., Cacachi, noviembre 2007).
En las comunidades y ayllus la vida es muy dura y tanto la mujer como el hombre deben traba-
jar. Los dos luchan por vivir bien y su sobrevivencia depende del trabajo. Si no se levantan al alba
y trabajan desde muy temprano y no cultivan la tierra con dedicación y a su debido tiempo, no ha-
brá buena producción agrícola. Si no cuidan bien sus animales, no tendrán abono para cultivar ni
lana para tejer el chusi91 que abrigue a la familia.
“Decimos que es una floja, yo al menos digo que es una floja piojenta. ¡Um! en la casa sólo está hacien-
do cundir el piojo, nada sabe hacer (…). Él nomás anda de un lado para otro, la mujer en la casa con
la wawa. De verdad es que a las personas como ella les cunde el piojo. Después los dos (marido y mu-
jer) están en la casa, la mujer hace que le despioje el hombre y el hombre hace que le despioje la mu-
jer. Así se están buscando el piojo de la cabeza como monos. Así floja cómo vamos a ser gente, no por
nada podemos ser gente. Si hilamos, si tejemos y sacamos las ovejas a su hora. Pero alguna vez le da
flojera a alguien, entonces los tiene parados a los animales hasta las 10” (E. E., viuda de 60 años, San-
tiago de Llallagua, septiembre 2007).
La misma noción de ser persona o jaqi92 está estrechamente relacionada con el trabajo. Para
Exalta Estrada, las mujeres que sólo se quedan en casa no pueden ser consideradas gente o nun-
ca podrán llegar a serlo. En las cinco comunidades, tanto como en Ventilla, las entrevistadas coin-
cidieron en este punto, la flojera es vista como uno de los peores defectos y el trabajo es central
en la definición de “gente”, en la condición del ser humano. Pero, este valor fundamental es al-
terado por la cultura escolar, que parece generar una valoración de las ocupaciones sedentarias,
la distracción y el ocio.
La mayoría de entrevistadas de la generación mayor coincide en ver a la escuela como inculca-
dora de la flojera, porque enseña a trabajar de sentado, a desarrollar la cabeza y a perder habili-
dades manuales y hábitos de laboriosidad y creatividad propios. Al mismo tiempo, se desvalorizan
las artes más desarrolladas de las mujeres: el tejido, el hilado, la narración, el canto y la astrología,
que caracterizaron por siglos a la mitad femenina de las comunidades andinas.
En el contexto actual, donde la fuerza de trabajo familiar disminuye a causa de la escuela y de
la migración, las exigencias laborales se han intensificado para las mujeres. La sola idea de floje-
ra femenina resulta impensable. Quizás hay también aquí un desequilibrio, ya que circular o pa-
sar por oficinas o vincularse al clientelismo político no es visto como flojera en sus pares
masculinos, cuando existen resultados tangibles.
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mix uka ukjam satapinirakisa. Qhanapiniw nanakan jayra warmix, qhanapiniwa, kuns kurkiti, yapus
lurkiti, ukjamak ikisiskis sarnaqaski qunuski ‘Utans kuns lurpacha’ sas uñch’ukitapiniwa, ‘kunra
lurpacha waka jachaski, kunsa lurpach’ satapinirakisa. Awisas wals uywanaka t’aqaraski ukjama,
ukat jan istiñjamakiti, kunjamarakipacha jistwa, ukat naxa tatajaru walrak wal agradesiskta añchhitax
awisax waliki tuqkituns jawq’kituns ‘gracias’ sapuniraktwa” (F. R., 44 años, casada, tiene ocho hijos,
Cacachi, octubre 2007).
“La mujer floja es muy visible, en la casa está durmiendo, no hace nada, el hombre igual flojo también. Si
marido y mujer son flojos, no pueden vivir, los dos son iguales, los dos flojos, no… clarito es hasta el hom-
bre flojo, la gente mira ‘aquella mujer floja’ tanto hace llorar de hambre a las vacas. Cuando una mujer es
trabajadora dicen: ‘Aquella mujer es bien hacendosa, no está quieta, siempre está haciendo algo, se levan-
ta temprano aquella mujer’, así se dice. Está bien visible la mujer floja, no hace nada, no cultiva, así nomás
está andando, está durmiendo, está sentada. ‘¿En la casa que estará haciendo?’, así diciendo le miran pues.
‘¿En la casa qué estará haciendo? La vaca está llorando ¿qué hará?’ A veces los animales lloran harto. No
sé cómo pueden estar así nomás, sin hacer nada. Digo: ¿Cómo es que pueden estar así nomás? Por eso yo
ahora le agradezco a mi padre qué bueno que me ha enseñado a trabajar desde pequeña. ‘Gracias’, digo
siempre” (F. R., 44 años, casada, Cacachi, octubre 2007).
En las comunidades o ayllus donde se depende del cultivo de la tierra y la crianza de animales, los
flojos no pueden vivir. Para la entrevistada, es inadmisible que algunas personas puedan hacer su-
frir de hambre a los animales y afirma que éstos son los que apuran en el trabajo, porque hay que lle-
varlos a pastar y no pueden estar en el corral todo el día, ya que eso es sacrificarlos. La exigencia de
trabajo es para el hombre y la mujer, y su incumplimiento equivale a condenar a toda la familia al
desprestigio y al deterioro de su base material.
En todo caso, la fuerza de esta atribución es mayor en el caso de la mujer93, no sólo por las con-
secuencias negativas que provocaría su incumplimiento, sino quizás porque se considera a la mu-
jer como tapa94, base de la familia y la cultura. El hecho de que se vea como “buen augurio” para
una mujer la llegada de su primer hijo o hija, le está anunciando un destino de más trabajo, es decir,
un mayor aporte para el bienestar del hogar.
“Yo tengo mujercita la mayor, la mayor es mujer. Mi madre suele decir la hija mayor es chhijnuqa, vas a es-
tar bien, el hijo mayor es q’ara95, de la casa sabe sacar todo, saca nomás, dice pues. La mujercita trae la co-
secha a la casa dice. ‘Por eso hay que criarla bien’, suele decirme mi mamá. La hemos criado bien y la hemos
hecho crecer a mi hijita. Cuando mi hija era pequeña, yo recogía bosta de vaca para combustible, ella tam-
bién recogía o cuando hago algo, igual hacía ella, junto conmigo hacía todo, de pequeña. Luego tuve un hi-
jo, tengo un hijo varón más, él era un bebé muy lindo, lo he criado con mucho cariño, no puedo decir que
no lo he querido, lo quería mucho. Decía que va ser el señor, él que va cultivar la tierra. No decía que va a
ser así, que se va a ir así. Va a ser el que va cultivar, el que me va a ver a mí. Las mujeres somos gente de otra
gente, el hijo va a traer algo, para mí, va a traer diciendo” (B. C., Chivo, octubre 2007).
La categoría aymara chhijnuqaña expresa el augurio de formar una familia sin carencias de nin-
guna naturaleza. Cuando una familia tiene una primogénita, se cree que la familia estará provista
93 Las exigencias en todo sentido son para la mujer.
94 Nido suave y esponjoso.
95 Q’ara, pelado.
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de todo lo necesario para vivir bien. En ese sentido, la primera hija mujer trae buena suerte y bue-
nos augurios para la familia. Cuando una pareja recién formada tiene una primogénita, todos es-
tán contentos, trae energías positivas para la nueva pareja. Lo que significa que esta pareja no
sufrirá carencias, siempre contará con alimentos y recursos completos (phuqata) para la vida. Lo que
se percibe es que las mujercitas son más hacendosas que los varones, ellas hacen casi lo mismo que
la madre, por lo que se las valora más que a los primogénitos, a los cuales se los considera q’ara. Pe-
ro, también se aprecia a los hijos varones que nacen después de la primogénita y algunas madres
los tratan de tata (señor) que cuidará de su madre, porque las mujeres son jaqin jaqipa96.
Otro aspecto que hay que tener en cuenta es que chhijnuqaña también significa cimiento o base
firme sobre la cual se establece una familia. Esto se expresa en la metáfora del “nido”, expresada
en el siguiente testimonio:
P. Cuando una mujer está esperando familia y tiene una hija primero ¿qué le dicen?
R. Nido les dicen.
P. ¿Por qué dicen que es nido?
R. Siempre dicen que la mujercita es nido, eso es bueno, dicen.
P. ¿El hijo varón?
R. El hijo varón no es, dicen.
P. ¿Por qué no es?
R. Se puede decir que si fuera varón ya no sería suerte. “Si la primera es mujer, va a ser mucha suerte”,
dicen, cuando se da a luz una niña (R. S., Santiago de Llallagua, septiembre 2007).
Y finalmente, se percibe a la primogenitura de una mujer como un anuncio de uta phuqa, es de-
cir una “casa llena” con los depósitos rebosantes de productos, buenas reservas de semilla y chuñu,
además de ganado fértil que se reproduce en abundancia.
En estas metáforas que asocian a la mujer con el buen augurio, la casa llena o el nido, y que ven
a un primogénito varón como lo “vacío”, pelado y mal augurio, puede verse una conexión directa
entre la fertilidad femenina y la fertilidad de la tierra y el ganado. Sin embargo, pensamos que tam-
bién se asocia con la idea de que el trabajo puede ser también fértil o estéril, y ésa es la condición pa-
ra que produzca bien la tierra y se multipliquen los animales. La fertilidad de éstos depende no sólo
de su naturaleza, sino del trabajo y el cuidado que les dedica la sociedad. Entonces, el trabajo no só-
lo se ve como una rutina y capacidad de aguante, sino como un “saber trabajar”, un conocimiento
y destreza en el manejo las técnicas y procedimientos que permiten que la labor sea eficiente y cui-
dadosa, para que la tierra y los animales respondan con su propia fertilidad y abundancia. Esta vi-
sión ha sido reiterada también en el contexto urbano. En el barrio de Ventilla, varias mujeres
mayores nacidas en el campo y migrantes a la ciudad confirmaron la vigencia de esta valoración:
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Pero, también encontramos la misma percepción en mujeres que ya han nacido en la ciudad, lo
que revela la vigencia de una cultura aymara urbana y su reproducción en contextos sociocultura-
les modernos, en contraste relativo con la percepción dominante. Así por ejemplo, una mujer na-
cida en Ventilla y de padres migrantes, señala:
Es necesario puntualizar, sin embargo, que la visión de mayor fertilidad y mayor trabajo para la
mujer primogénita es entendida también como una mayor capacidad de explotar a las hijas mayo-
res, tanto en el trabajo productivo como ayudando a criar a los hermanos, a atender a la familia y a
elaborar alimentos. Si exploramos las experiencias de estas mujeres en su infancia, es evidente el tra-
to diferencial a los hijos varones y mujeres, una mayor libertad y menor exigencia de trabajo para los
primeros, en tanto que ellas prácticamente se convierten en madres sustitutas, en trabajadoras do-
mésticas no remuneradas:
En este testimonio puede verse, por un lado, una descripción de la división del trabajo entre va-
rones y mujeres que es claramente desigual, aunque las labores de los hermanos parecen equilibrar
en algo la relación. Sin embargo, las tareas que se explotan con mayor intensidad son de corte re-
productivo. Los varones ayudan al padre, pero las mujeres permanecen en actividades domésticas,
como si los trabajos agrícolas no hubieran sido compartidos por ambos progenitores.
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En la ciudad, el trabajo de las mujeres aymaras tiende a recluirse aún más en el ámbito domésti-
co. Por otra parte, es interesante notar que la entrevistada ya dispone de conceptos, como el “ma-
chismo”, para explicar esta situación que proyecta hacia su vivencia rural, donde posiblemente no
tenía aún conciencia de la profunda desigualdad entre ella y sus hermanos.
En las comunidades que han sido menos afectadas por la migración, la división es más o menos
equilibrada, existe más complementariedad que en las parejas que viven en los centros urbanos. La per-
cepción de que los varones realizan trabajos que requieren de mayor fuerza es común. Antes abrían
surcos con yunta, actualmente trabajan con tractor, sobre todo cuando son planicies extensas. Si el te-
rreno es accidentado, siguen sembrando a pulso con uysu, para clavar a la tierra, que también necesi-
ta de más fuerza. Una comunaria de Calamarca, de 80 años, nos relata lo siguiente:
“Chachax lurañapax yapu, uka carganak khumnaqaspa, juyranakas kunas chachapin yapuchixa, yuntam-
pi sarxatixa, warmix ukaru jiwasaxa kun yanaptana, kun sartan ilurisa, chachaxa luri. Ukjam ukat lurasi-
raktan qapustan sawustana, jupanakax uka kuna luririk uk luraski, jani kuna luririk ukax uywaksa
uñjaski, yaqhipa chacha wayitsa sawu, kuna trabajunakarus sari ukjam, yaqhipa jani, jichhax trawaju utj-
xi, nayra jani utjirikchiti trawajux uywampi sarnaqasiñakirichi, jan ukjam trawajunaka utjirikiti, jichhaxa
kun…, jichha timpu waynanaka jayanakarurakis sarxi, ukax jan nayra utjirikitix, ukatay wawanakajas akan-
kakixa ukax ukjamakipi lurasiñayrixa ast sawustana qapustana, jiwasan lurasiñasax kun phayasiñ, phays
phayastan, kunani phayasiñs yattanaya” (A. M., 80 años, Calamarca, septiembre 2007).
“Los hombres tienen que cultivar la tierra; manejar cargas pesadas. Ellos empiezan a cultivar todos
los productos con yunta. La mujer, nosotras ayudamos, mientras el hombre levanta la tierra noso-
tras ponemos las semillas. Luego hacemos también otras actividades como hilar, tejer, mientras ellos
hacen lo que saben hacer, si no tienen otra actividad, por lo menos se ocupan de cuidar los anima-
les. Algunos hombres tejen bayetas o van a realizar algún trabajo afuera, otros no. Ahora hay traba-
jo, antes no había trabajo, sólo andábamos con los animales, ahora los jóvenes se van fuera del país,
eso no había antes, por eso es que mis hijos se han quedado aquí. Así se vivía, tejiendo, hilando y co-
cinado” (A. M., 80 años, Calamarca, septiembre 2007).
Cuando se trata de cultivar la tierra, roturar o arar, se necesita fuerza física y es muy frecuente oír que
la mujer ayuda al hombre, porque para sembrar se necesita la mano de la mujer, cuya fertilidad invo-
ca, a su vez, la fertilidad de la semilla. Por lo tanto, mientras el varón hace los surcos con la yunta, la mu-
jer debe poner la semilla y el acto mismo de la siembra es propicio, cuando incluye el trabajo de ambos.
En familias en las que falta una mujer es común ver ancianas “ayudando” en la siembra, a cambio de
productos o alimentos, ya que un varón colocando la semilla podría arruinar la producción. Sin
embargo, ese tabú no existe para el manejo del arado y la yunta. La fertilidad de la tierra no se verá afec-
tada si, a falta de hombres, las mujeres jóvenes manejan la yunta y el arado. Las ancianas que ya no pue-
den hacerlo buscan, entonces, aynis97 con familiares o comunarios varones para realizar esta labor. El
valor simbólico que se asocia entonces a la participación femenina en la agricultura es la base de la di-
visión social del trabajo y la pone en condición de casi igual a su par masculino.
Además, hay que considerar que no sólo es sembrar, sino hay que realizar una serie de activida-
des de deshierbe, aporque (cubrir o cobijar con tierra) y a veces riego, hasta que se pueda levantar
la cosecha al final del ciclo agrícola. Cada actividad tiene su tiempo y no se puede realizar en cual-
quier momento. El ciclo comienza con la roturación de la tierra (después de las últimas lluvias), la
siembra se realiza luego del invierno y durante el tiempo de lluvias se lleva a cabo el aporque y el des-
hierbe para que los tubérculos se llenen, hasta llegar al tiempo de la cosecha.
El conjunto del ciclo agrícola supone conocimientos del clima, la pendiente y tipo de tierra, la va-
riedad de semilla más apta, etc. Todo esto se maneja como conocimientos familiares y prácticas cu-
yo estricto cumplimiento se requiere para que la producción sea buena.
Los conocimientos de la mujer son vitales en su condición de seleccionadora de la semilla y pre-
servadora de variedades familiares, tanto del linaje de su esposo como del suyo, a través de la semi-
lla que trajo como “dote” de su comunidad.
Podría decirse que la fuerza bruta la pone el hombre, en tanto que la fuerza más sutil del co-
nocimiento, la memoria y la destreza del trabajo la pone la mujer.
97 Aynis, reciprocidad, correspondencia mutua, servicio en la necesidad del otro con retribución en la misma condición y situación.
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Taqikunay warmiyrix uñjasixa, chachayrix sarir jaqikiwa (La mujer cuida todo...)
Los testimonios corroboran esa visión de totalidad que tiene el trabajo desde la perspecti-
va de las mujeres. Ellas son las que se encargan de cuidar todo, está en sus manos la adminis-
tración de la casa, el cuidado de los cultivos, el cuidado de los animales, tanto como el cuidado
de la familia, incluyendo al esposo. Así, cuando participa de una reunión social, ella debe
mantenerse sobria para recogerlo de su borrachera. Algunas de ellas afirman que si no cumplen
con esta labor de cuidar de todo, no se pueden considerar mujeres. El siguiente testimonio
confirma esta situación:
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P. ¿Y los animales?
R. Cuidamos los animales, en sí las mujeres cuidamos todo.
P. ¿Las mujeres hacen todo?
R. Las mujeres hacen todo, se dice que los hombres son gente que va y viene, por eso se dice que son
pasajeros, porque las mujeres son dueñas de la casa y tierra, depende de la mujer. Así hablan algunos
(F. C., Cacachi, octubre 2007).
Aunque hay mucha desigualdad en cuanto a la propiedad formal de la tierra (Reforma Agra-
ria, etc.), en la medida en que el trabajo es la base de la pertenencia a la comunidad y el prestigio
social de las personas, en los hechos las mujeres se sienten “dueñas” de todo, particularmente de
los animales, cuya tenencia y herencia son paralelas en hombres y mujeres. Las ideas de que ellas
son permanentes y ellos, pasajeros; de que ellas son el nido y ellos el ave que vuela, son la base de
un sentido de “pertenencia” a la tierra que no se puede expresar con el concepto occidental de
“propiedad” de la tierra.
Juyrax sumaniw satasiñakipiniwa (Va a haber buena producción, hay que sembrar)
La presencia de la khullkhutaya es indicador de una buena producción agrícola. Esta ave es peque-
ña, de color plomo brilloso, busca lugares que tienen cierta humedad para poner sus huevos, de los
cuales siempre pone dos. También se comenta que en los lugares donde pone sus huevos habrá bue-
na producción agrícola:
“Khullkhutayax quri phich’in tawaquyriw sarakis, ukatay chhiqhitapax quri phich’injamarakis jani-
ti uka khullkhutayanxa, khullkhutayan quri phich’injamax t’irt’at llijtkirix quri phich’in tawaqi-
tayriw khullkhutayax sipi, ukjam siri ist’askiritxa. Quri phich’in t’irt’at tawaqunakayriw siw
khullkhutayaxa. ‘Jichha khullkhutaya wali purintatayna, aka marax juyrax sumaniw satasiñakipini-
wa’, sasa parliri jichha ist’txa, ukat quri phich’in tawaqunakaw purintatayna sakipi sixa” (R. T., 74
años, Calamarca, septiembre 2007).
“Dicen que la khullkhutaya suele ser una joven con topos de oro. ¿No es cierto que las khullkhu-
tayas llevan en las alitas como topos de oro? Llevan prendidas topo de oro muy brillante las khull-
khutayas dicen. Así sé escuchar que dicen de la khullkhutaya. Las khullkhutayas dicen que llevan
prendidas un topo de oro muy brillante en las alitas. ‘Ahora había llegado muchas khullkhutayas,
este año va a haber buena producción agrícola, hay que sembrar nomás siempre’, he escuchado
decir. Habían llegado las jóvenes de topo de oro brillante, así han dicho (R. T., 74 años, Calamar-
ca, septiembre 2007).
En este caso, la avecita de color plomo brillante representa a una joven que lleva en las ali-
tas un topo también brillante, su presencia es de buen augurio para la producción agrícola, por
lo que se esmerará en sembrar en el lugar donde llegaron las khullkhutayas, porque tienen la cer-
teza de que la producción será abundante. Podemos ver en esta asociación con el topo un ras-
go femenino, ya que este accesorio caracteriza a la vestimenta festiva de las mujeres. Los
colores brillantes de las mantas y topos que se usan en la fiesta deben ser también una proyec-
ción de la fertilidad femenina y la abundancia de productos que augura la llegada de mejores
días para la comunidad.
La actividad textil tiene sus propios significados y simbologías que se traducen en los testimonios;
aunque siempre mediada por la idea de “más” trabajo, sin tomar en cuenta la calidad y la belleza de
los productos que salen de sus manos.
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Jayuta wayk’awa falti warmiruxa (Todo le falta a una mujer, desde la sal hasta el ají)
“Warminakax yapu luri, uywa uñji, uta cosasanak uñji, warmin trabajupax janirak utanx faltkitixa. War-
minkiw uywa, warminkiw kuna manq’a phayañasa, taqi kuna. Chachanakaxa utjpas janis utjpan uta-
rux puri manq’ti yasta. Janiw kunatsa llakt’askasamachiti chachanakaxa, warmir taqi kunas faltasxi jayut
wayk’a, kunsa phayxañänix jayp’uruxa kunraks phayakirakisti, qharurux kunrak phayasikirakisti,
uka pinstanxa, jani mä sapakis manq’asa phayasiñjamakiti, taqi kunawa falti, jayuta wayk’awa falti war-
miruxa” (D. L., 78 años, Calamarca, septiembre 2007).
“La mujer hace la chacra, cuida los animales, cuida las cosas de la casa, para la mujer no falta trabajo
en la casa. Los animales son responsabilidad de la mujer, el cocinar es responsabilidad de la mujer, to-
do es responsabilidad de la mujer. Los hombres haya o no haya, llegan a la casa comen y ya. Parece que
no tienen pena de nada, a la mujer le hace falta de todo desde la sal hasta el ají. Cada día tenemos que
pensar qué cocinar, no podemos cocinar una sola cosa, todo le falta a una mujer, desde la sal hasta el
ají” (D. L., 78 años, Calamarca, septiembre 2007).
Es evidente que la división sexual del trabajo, que en el área rural distinguía entre trabajos pro-
ductivos “duros” y trabajos productivos “blandos”, operaba en una situación de relativo equilibrio,
dado que estos dos tipos de trabajos no estaban asociados a la oposición entre trabajo producti-
vo y el reproductivo o doméstico, ni a una visión jerárquica entre ambos tipos, ya que eran igual-
mente necesarios. La salida del varón a ocupaciones asalariadas en un contexto urbano refuerza el
99 Urqusuyu, tierras altas (urqu).
100 Umasuyu, tierras bajas (uma).
101 Jallupacha, tiempo de lluvia o época lluviosa.
102 Awtipacha, época o tiempo seco.
103 Situación observada en las ceremonias rituales que se realizan en las comunidades.
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desequilibrio entre una actividad valorizada (productiva) y otra actividad desvalorizada (reproduc-
tiva) y no permite ver cómo se integran ambas dimensiones en la actividad de las mujeres.
Entre los mecanismos que refuerzan esta reclusión de las mujeres en el ámbito doméstico es-
tá el papel de la familia afín, que es la que ejerce el control social y pone a prueba la labor domés-
tica femenina. En este ejemplo, la transmisión de estas tareas se refuerza con el paso de la familia
de origen a la familia afín:
P. Antes de casarse, ¿su mamá le decía tienes que saber hacer esto?
R. Mi mamá decía que tengo que saber cocinar, pero cuando mi esposo ha venido a pedir la mano,
mi mamá le ha dicho a mi esposo y a su familia: “Mi hija no sabe hacer nada”. No quiero que me di-
gan que no sabe cocinar, no sabe planchar. Ella (la madre) sabe trabajar; porque ella sola se ha man-
tenido, pero sí me decía mi mamá que tengo que saber lavar, cocinar; las suegras se fijan toda esas
cosas y están hablando, después, pelean. Mi mamá sabe decir que la suegra, cuando vamos a su ca-
sa, intencional sabe poner la escoba en el piso, les sabe hacer pelar papa con cuchillo motoso, son
pruebas que hacen las suegras (I. S., casada, con cuatro hijos, nació en la provincia Inquisivi, zona
23 de Marzo, octubre 2007).
Es interesante notar que la entrevistada es quien identificaba a su padre como machista. Sin em-
bargo, parece conformarse ante la idea de que su suegra sea quien ejerza esa actitud machista y de
control social sobre ella. Según la mirada de otras mujeres:
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Puede verse el papel del chisme y del control social comunal sobre la vida privada de la mujer. “An-
dar mal” suele referirse al adulterio o al incumplimiento de ciertos plazos considerados apropiados en
la viudez, antes de contraer segundas nupcias. No es raro que la familia afín sea la que más controle a
la casada o viuda, manteniendo, en este caso, cierto poder sobre la mujer que suele ser venida de otro
lugar, por tanto, desprovista de redes familiares propias que la protejan en la comunidad del esposo.
“Warmixa taqi kun lurt’asi, taqi kun lurasipxtxa, taqi kuna, nayas p’itasiskta k’achitatxa, sarnaqkasaw jan
p’itañ puyrxti. Taqi kun sawta. Naya yamas chacharak warmirakiw sarnaqta, kunas faltkituti, yapucha-
yasta qhulliyasta, Tracturamp satayasta, wan apxatasiskarakta, nayankiw taqi kuna lurasiñas, uyw uywa-
siñasa nayanki, waka awatiñas, akjam kunarak mä ratu siwurt’ast ukat qunt’asikta, ukatxa wak jararawaya
ukat manq’t’ayasi umayasi yast ukatxa janiy” (L. R. N., de 66 años, Chivo, octubre 2007).
“La mujer todo hace, todo hacemos, todo. Yo tejo despacio, caminando ya no puedo tejer. En telar pue-
do tejer todo, además yo hago el papel de hombre y el papel de mujer, no me falta nada. Hago cultivar
la tierra, hago roturar, hago sembrar con tractor, pongo también abono. Yo sé hacer todo, cuido mis ani-
males, cuido la vaca, no cuesta nada amarrar la vaca, luego me siento, luego desataré la vaca, le daré ce-
bada, le haré tomar agua después” (L. R. N., de 66 años, Chivo, octubre 2007).
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En esos días de Anata también se entregan los productos y animales a la nueva pareja, al jaqi
que entra al jach’a tama111, con las respectivas iwxas112, que reciben de sus padres y sus padrinos,
que son acompañados por los chaxis. Existen cinco diferentes ritmos de música chaxi (Comuni-
cación personal de Janet Patzi).
Los trajes de los bailarines son muy coloridos; las mujeres llevan polleras rojas, naranjas y
verdes, una chaquetilla y una especie de rebozo con el que se cubren la cabeza, mientras cargan su
aguayo. Bailan solas, al son de la música, agarrando sus tarillas113, con las cuales hacen jawilla114 a
los productos, al ganado y a la buena suerte, para que siempre las acompañen.
Tanto los hombres como las mujeres llevan una especie de sombrero adornado al cual llaman cla-
veles y, según Máximo Mamani115, representan a las flores de la papa. Los varones llevan en ambos
lados de la cadera, sujetas a la faja, borlones representando al ch’uqi achu116 y walqipus117 y ch’uspas118
con sus respectivas coca y t’inkha, para dialogar y compartir con los seres de la naturaleza.
El principal componente del grupo de los chaxis es el qamani119, pareja que encabeza y guía es-
ta danza, encargado de cuidar el sembradío de papa de la aynuqa120 de las inclemencias del
tiempo, como el granizo, la helada y otros fenómenos. Debe velar por las plantaciones desde que
se siembra hasta que se cosecha y si ésta es buena, se debe a la buena labor del qamani que supo
cuidar el cultivo con la ayuda de un yatiri.
“Ukax isix janipï jach’a tansarux katkitix jan kariranik ukarux, kariranik ukarux katuskarakiy, kariray
phaltixa, aka kariray juch’usax, ukat jisk’itax qunuyañay imill wawax sarakis janiti, ukat kariraniyri, ja-
ni qunuyktanti ukat… ukax ch’in ch’usuxa imill wawas ukatay ukjmaxa. Kariraniruy isisitus katux ka-
riranik ukaruy ukay ina sum… mä kimsa qallqus paqallqusa ukax jiwakiy phinakixiya” (R. T.,
Calamarca, septiembre 2007).
“A las mujeres altas no les queda la ropa, sobre todo a aquellas que no tienen cadera, les falta la cade-
ra, tienen la cadera muy delgada, por eso hay que hacerlas sentar desde pequeñitas a las niñas, para que
tengan cadera, algunas no las hacemos sentar, por eso no tienen nalga, por eso son así, cuando tienen
cadera les queda la ropa, sólo tienen que ponerse unas cuantas polleras para que se vean muy lindo,
bien abultado” (R. T., Calamarca, septiembre 2007).
La valoración estética de la cadera tiene que ver con el uso de la pollera, pero también con la atri-
bución de fertilidad, asociada a la belleza. Así, las mujeres con caderas anchas se consideran más lin-
das que las delgadas. En el siguiente testimonio se menciona el tema:
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A diferencia de los valores estéticos asociados a la delgadez, las caderas anchas y el cuerpo lleno
son percibidos como parte de la belleza femenina, pero también se considera apropiada la cintura
delgada, que es necesaria para sujetar la falda. Esta prenda debe llevarse hasta debajo de la rodilla:
Las bajas temperaturas de las alturas son la condicionante natural para que las mujeres se cubran
el cuerpo casi totalmente. El frío y el sol que queman la piel son intensos en el Altiplano de la Paz
y además, desde la mirada de una comunaria, no es bueno andar char q’ara que implica también an-
dar “poto pelado”. El uso de faldas demasiado cortas resultaría casi inadmisible para las mujeres de
las comunidades aymaras y es motivo de burla y crítica para quienes se han cambiado de vestido o
para las mujeres de pollera de otros departamentos que suelen usar prendas mucho más cortas. La
desnudez significa carente de protección.
Con respecto a los colores de la ropa, es habitual el uso de atuendos muy coloridos y vistosos, so-
bre todo para las fiestas. Colores puros y brillantes, como el verde, rojo, rosado y naranja, evocan pa-
ra ellas las tonalidades de las flores que hay en abundancia en febrero y marzo (en la Anata). Los “A las mujeres
aguayos que tejen son del mismo colorido que las prendas y son además expresión de su alegría. La in-
altas no les queda
dustria local se ha adaptado a estos gustos, produciendo aguayos en serie de vistosos coloridos y com-
binando el tejido llano (pampa) con franjas de dibujos o k’isas123; aunque en versión simplificada. la ropa, sobre todo
a las que no tienen
1.3.2. Autovaloración cadera, tienen la
cadera muy
La valoración que hacen de sí mismas las mujeres es a partir del trabajo que realizan. Ellas se dan
tiempo para todo y trabajan más que los hombres. Es recurrente la mención a los varones como ca- delgada, por eso
paces de hacer una sola cosa, mientras ellas tienen que asumir dos o más actividades simultáneas, hay que hacerlas
de modo que nunca están sin hacer algo. Las viudas generalmente cumplen roles de hombre y mu- sentar desde
jer y realizan tareas que implican fuerza física, incluso se suben al techo de la casa para cubrir las go-
pequeñitas...”.
teras y protegerse de la lluvia.
En las entrevistas realizadas afirman que pueden asumir las diferentes responsabilidades sin limi-
taciones. Pero, la insistencia en que las mujeres “trabajan más” pone el acento en la cantidad y el esfuer-
zo, sin tomar en cuenta que muchas veces el trabajo femenino se basa en destrezas y conocimientos
más cualitativos que no requieren tanto de la fuerza física como de la concentración, la inteligencia
emocional, la intuición y la realización de tareas atribuidas a su condición reproductiva.
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Según un comunario de Sacasaca, en las qhachwas se creaban y recreaban las canciones y ritmos
aludiendo a la producción agrícola y a la lluvia, y también se dedicaban a las plantas de papa, haba,
maíz y otros cultivos. Existen varios cuentos sobre esta danza en las que las mujeres jóvenes suelen
ser engañadas por animales silvestres, principalmente el zorro:
“Ukax qhachwañanakaw utji phistaw, inchhin ukan utji phistax jichhas utjaskakipuniw kunsipsyünan-
sa nawiraransa kantilaryan ukan anatan thuqhurinakaw qhachwiri insayapxir ukat jall ukjamayripachay,
ukat tawaquxa anaqankchi, ukat tawaq waynanaka inay uka pat uka kuna anaq inchi patanakans
kun qhachwapxirichi kun thukhupxirichi kun ukjamayripachay nayra ukat ‘Ay kullaka inchhiñäni,
qhachwir sarañäni, thuqt’aniñäni’ sasa ‘Iyaw’, chhiqay waynachiy sas ukax yast jupax inchhiwayaska-
tapall sarapxchi, ukat ukan thuqhupxchi, qhachwapchi, qhachwapchi, ukat yast niya qhanjtaniñam-
pixpachay niyapachay, ukat utar jutxapxatayn siw uka anaq utar purinipxchi tawaqüki ukaru jichhax
tawaquxa kunay amuyt’aspachaxa, ‘kunatpins aka… khitipinirakipachas uñt’apiniy, aka wayna khiti-
taynas awir, uñt’apinï sasa, sasaw yast jist’antasa janiw llawi jist’arxit siy llawintxiw siy utar ukjam yast
ukat amp ukat qamaqix siw siy, ‘Ay kullaka, kullaka, uruxiw qhanjtanxiwa, antutita kullaka, antutita
kullaka’ sasaw ast qamaqix ast wayna sisxi siy ‘antutitall uruxchixay’ sasa, ‘antutxit’ sasa, ukat yast ku-
näkaki ukax lukuptpachay ukat kun jist’arasipchi kamachchiy ukat may thuqhsuway may, ¡waqx!
sasakiw thuksuwayxi siy, qamaqixa. Siw sasa, ‘ukjam lurir siw qamaqixa’ sasa, jichhax qamaqix wali
kuntunipiniw qamaqix, sas ukjam parlasipkiri” (A. M., Calamarca, septiembre 2007).
“Ahí había qhachwaña, había fiestas en esa época, hasta ahora hay fiestas en Concepción, en
Navidad, en Candelaria. Los que bailaban en carnavales sabían hacer qhachwa, suelen ensayar. En-
tonces así ha debido ser. La joven estaba en la anaqa, tal vez por ahí encima los jóvenes solían
qhachwar o solían bailar, así a debido ser hace mucho tiempo. Después ‘ay hermana vamos a qhach-
war, vamos a bailar’. La joven ha debido pensar que de verdad era un joven, había ido bailar, ha-
bían bailado y bailado, ya cuando estaba a punto de amanecer, se habían venido a la casa de la
joven, a la casa de la anaqa. Luego la joven algo ha debido pensar y se había preguntado: ‘¿Por qué
este… ¿Quién será siempre, le conoceré?, ¿este joven, quién es a ver?, ¿le conoceré?’, diciendo.
Le había cerrado con llave, dice. No abría la puerta, dice. Estaban cerrados en la casa, dice. Lue-
go el zorro había dicho: ‘Ay hermana, ya está amaneciendo, ya está claro. Hermana déjame por
favor, ya es de día, déjame por favor’. Luego qué sería, se ha debido volver loco, luego tal vez se
habrá abierto. ¡Qué sería! Luego ha salido ¡waqx!, diciendo, ‘ha salido el zorro’, dice” (A. M., Ca-
lamarca, septiembre 2007) .
Como dice Hans van den Berg, la qachwa simboliza la fecundidad humana, la fertilidad de la tie-
rra y el llamado a la lluvia para propiciar una mejor producción. En esta danza, los adolescentes y
jóvenes despliegan todos sus esfuerzos en forma competitiva para despertar y fortalecer la fecun-
didad humana y de esa manera influir en la fertilidad de la tierra.
Las mujeres suelen ser las que toman la iniciativa, creando canciones y ritmos en contrapunto con
los varones. Hasta ahora existen algunas canciones y ritmos en aymara creados en estos espacios de
la qhachwa y que figuran como de autor anónimo.
El siguiente es un ejemplo de esas canciones de qhachwa recordada por una mujer, quien apren-
dió de su madre:
“Khuykat jaqkatam yuqalla, jaqsumaw yuqalla. Imilla jaltatamax siwarillakiw aythiski thuqhuña pam-
panxay” (G. H., 55 años, Cacachi, octubre 2007).
“Te voy a botar al frente yuqalla, te voy a botar al otro lado yuqalla. Imilla lo que corres es como la ce-
badilla que se mueve al son del viento en la pampa donde se danza” (G. H., 55 años, Cacachi, oc-
tubre 2007).
En Santiago de Llallagua se realizaban estas danzas hasta hace 10 años y si bien actualmente ya no
se practican, hay otro baile denominado musiñu124, en el que muchas jóvenes se emparejan y algunas
personas mayores cometen adulterio, porque los pasos y movimientos que implican la danza para las
mujeres son tan peculiares que provocan que algunos hombres se queden sumamente encantados:
124 Musiñu, danza amorosa y alegre que se baila al compás de los instrumentos de moseñada o saya.
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
“Ukatxay jaqix jan musiñu thuqhuña munxapxchitixa ‘jaq irpaqasiyir’ sapxchixaya, ‘jaq irpaqasiyiri,
janipiniw…’, sapchixaya” (J. A., Santiago de Llallagua, mayo 2008)
“Por eso ya no quieren bailar moseñada. Dicen que (este baile) sabe hacer que la gente se vaya en pa-
reja. Sabe emparejar a la gente. ‘No puedo bailar siempre’, dicen” (J. A., Santiago de Llallagua)
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Sin embargo ella tuvo que sufrir la violencia física y psicológica constante de su esposo. Se di-
ce: “Jupax juchanichixaya”128.
Ni sus padres pudieron defender a la mujer, ya que no contaban con la justificación necesaria pa-
ra hacerlo. Para la comunidad fue un caso de difícil solución.
Este caso muestra claramente la doble moral en el juicio diferenciado a la transgresión masculi-
na y femenina. Mientras el adulterio del varón es visto como “normal” y no lleva a sanciones mayo-
res, en el de la mujer se autoriza y hasta aprueba un nivel de violencia física y psicológica insostenible.
En Santiago de Llallagua, se prefiere acudir a las autoridades familiares y comunales para resolver
conflictos de diferente naturaleza antes que a la Policía. Para los comunarios, realizar demandas lega-
les es interminable e implica mucho gasto de dinero. Las transgresiones a la fidelidad conyugal suelen
resolverse entre parientes y afines, y la autoridad sólo interviene confirmando las sanciones o para ga-
rantizar la compensación (cesión de tierras en el caso relatado).
2.- Comunarias de
Sacasaca en talleres
de presentación y
socialización.
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Relaciones familiares,
mandatos y aspectos
reproductivos
2.1. Relaciones de parentesco y organización
En el anterior acápite se dijo que la mujer que decidió tener su pareja se va de la casa de sus padres
y se traslada a vivir con los suegros. Por esto, las entrevistadas afirman: “Imill wawax jaqin jaqipawa”129.
Allí la pareja vive por lo menos unos dos años y luego se independiza y construye su casa en las tie-
rras que le cedieron los padres del varón. La vivienda se edifica con la ayuda de la familia de ambos.
Cabe mencionar que los padres tratan que uno de sus hijos, generalmente el menor o el chana130,
se quede bajo el techo donde fue gestada la familia, ya que se busca que éste cuide la integridad de
los progenitores cuando estén viejos. Por eso es que se afirma: “Utaw thäraspa”131. Por esta razón se
busca que los hijos menores sigan habitando en la comunidad.
Sin embargo, no hay que negar que por la falta de tierras y otros medios de producción existe un
buen porcentaje de gente que migra a otras ciudades del país, como La Paz, Cochabamba y Santa
Cruz, y a otros países en busca de mejores oportunidades de vida.
Por ejemplo, tomando sólo a la tierra como medio de producción, una de las entrevistadas de-
cía: “Jaqix mirchixaya, uraqix janixay mirkchitixa”132.
Por otro lado, la influencia de la educación actual tiene como uno de sus efectos el ensanchamien-
to de la brecha generacional, enfrentando a padres con los hijos, y creando distancias no sólo cul-
turales, sino también en el trabajo físico, propiciando la emigración de aquellos que han tenido
mayores oportunidades educativas.
Como consecuencia de la desigual distribución del trabajo en los hogares y de la mayor movili-
dad de los varones, así como de los modos rígidos de concebir la división de tareas, muchas muje-
res jóvenes también deciden buscar empleo en las ciudades como trabajadoras del hogar o por
cuenta propia en el comercio o la artesanía.
Ello hace que en las comunidades se perciba la ausencia de mujeres y hombres en edad produc-
tiva y sólo se advierta la presencia de personas mayores que se ocupan de la tierra, el ganado y de cui-
dar a la descendencia de los hijos o hijas emigrantes. Esto ha hecho que la unidad familiar en las
comunidades se fragmente y que las cargas laborales sean más pesadas para las mujeres. Capítulo 2
2.1.1. Composición, filiación y residencia
La gente de 60 años generalmente tuvo muchos hijos, entre seis y 10, aunque no todos sobre-
vivieron. En cambio, las generaciones actuales han reducido el tamaño de la familia y llegan co-
mo máximo a criar entre tres y cuatro descendientes. Muchos afirman que antes era tiempo de
“zonzos”, por eso las personas tenían varios vástagos, en cambio ahora reciben algunas orienta-
ciones de las instituciones. Pueblos como Calamarca, cuentan con un centro de salud al que asis-
ten frecuentemente los pobladores que, además, reciben consejos y métodos de planificación
familiar. Después de que se establece la nueva pareja, luego de compartir la casa con los padres
del varón y de construir su propia vivienda, el hombre y la mujer se establecen con sus hijos pe-
queños. Sin embargo, debido a la migración estacional o por largas temporadas, no siempre la fa-
milia nuclear está completa y es frecuente que los hogares estén compuestos únicamente por las
mujeres y los niños en edad escolar.
129 “La mujer es gente de otra gente”.
130 Chanaku, último hijo o hija.
131 “La casa se puede enfriar”.
132 “La gente se multiplica, pero la tierra no se multiplica”.
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R. (…) Los que van a estudiar, para mí parece que ya son flojos.
P. ¿Ya no quieren hacer nada?
R. Así están correteando en bicicleta, antes no era así, caminaban hilando.
P. ¿Los varones también hilan?
R. También hilan.
P. ¿También tejen?
R. También tejen, pero hay que enseñarles, así nomás qué van aprender, si no les enseñamos no van
a aprender. Tejiendo o hilando van arreando las vacas, encima llevan arma, los yukus, la reja. Antes, las
rejas sólo eran de madera (E. E., Santiago de Llallagua, septiembre 2007).
La escuela les ha enseñado a ser flojos y mal educados, afirma una comunaria. Los chicos y
chicas no saludan, corretean por encima de los sembradíos, no respetan nada, en cambio antes
había que caminar por el borde de las plantaciones, cuidando de no maltratarlas, de lo contra-
rio los abuelos solían enojarse y decir: “Kunas kamachtama, mä manq’a palat pat kachakipaskta, chi-
rut chiruw muyt’añaxa”133.
El hecho de saludar, recuerda la entrevistada, era muy importante y a los que no lo hacían los lla-
maban chullpa o hijos de chullpa, porque sólo ellos no sabían saludar.
“Nayra ukjam casarasiña utjpachäna. Jichha enamorasi, nayrax ukjam utjataynapi, naya chikakta uk-
jax, chankitakta ukjaxa, khä Machaq tuqinx puebloja tuqinx istu tawaqut… waynatakixa; ‘warm irp-
sunipxä’ sasa sarapxirixay. Phamillax tuqit tiyunakajas tiyanakajas, ukat palawrat uk ruwanipxixa,
nayraqat uk sarapxixa ukxa, mayan sari mayan sari, kims sart’ixa sipi, ukat ukax irpsunxixa, ukat
ch’uqi jaqitak akjam irpthapipxixa, jani enamorasipkis ni kunas, janiw sum akjam sanitutak irptha-
pipxixa, kuna ratutix irsunkix ukjakipin akjam panix tuqhuyapxi ukjam uka arumakiy ikintxapxixa
(F. Ch., Chivo, noviembre 2007).
133 “¡Qué te pasa! Estás pasando por encima de un plato de comida, hay que dar vuelta por el borde”.
134 Término castellano “palabra” aymarizado que significa haber salido de la casa de sus padres, de acuerdo a las normas
establecidas por la familia y la comunidad.
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
“Antes, así se han debido casar, ahora enamoran. Antes así habían sabido juntarse, cuando era chi-
ca, cuando era changuita. Allá por el lado de Machaqa, en mi pueblo, de la joven… para el joven
‘vamos a traer mujer’, diciendo, saben ir. De parte de mi familia, mis tíos y mis tías saben ir. De pa-
labra saben ir a rogar y traían de palabra a la joven, primero van adonde ella, van una vez, luego otra
y en la tercera sart’a recién pueden traerse a la joven, así de lo que no se conocen le hacen pareja. No
enamoran para nada, sin conocerse los hacen emparejar, así sin conocerse nada. Después de que
le han sacado a la joven de su casa, cuando ya le han sacado, recién les hacen bailar a los dos juntos,
y esa noche ya se acuestan los dos” (F. Ch., Chivo, noviembre 2007).
Uno de los primeros pasos es la sart’a. En la primera “ida”, los padres del varón hacen cono-
cer las intenciones de su hijo a la familia de la joven. Esto generalmente se hace después de ha-
ber consultado a la inal mama135 que de alguna manera orienta a las personas en situaciones
impredecibles. En la segunda visita, los progenitores del joven llevan dos taris136 y puede ser que
los padres de la mujer acepten o no acepten akhullikar137. Si no lo hacen, no se realiza la irpaqa,
pero si aceptan los dos taris, significa que aceptaron. Así, akhullikan, dialogan, conversan y hacen
acuerdos para la tercera visita que será la irpaqa138, a la cual asiste un número considerable de fa-
miliares del joven.
La novia es sacada de su casa más o menos a las cuatro de la mañana, cuando el ururi139 está so-
bre la luna. En el grupo hay una pequeña banda que toca el irpasta cuya letra dice: “Irpastay irpas-
tay qhiri k’isturiy irpasta, uywaway uywaway ch’uqi apillampiw uywaxa”140. Hasta ahora se puede escuchar
esta melodía en las zonas periféricas de La Paz y El Alto. En la cultura urbana de La Paz, la irpaqa
está vigente; aunque no con las mismas características ni tiempos que en las comunidades.
Las sart’as y las irpaqas son para las jóvenes hacendosas, para aquellas que han logrado confec-
cionar su ropa a pulso convirtiendo la t’arwa141 en ropa. Estas jóvenes son elegidas para yuxch’a142
por la familia del novio antes que por éste. Por esto, los padres del novio hacen toda una ceremo-
nia de súplica para que ella sea la pareja:
R. Nayrax niyas awk taykay nayraqat parliritaynax ukatay kunas utjiritaynaxa, nayrax ukjamay, jichhax
janiy mal criado timpuxiya. Chhaqxiw ukax nayrjapi ukjamataynaxa, isisitus arkupini arkt’asiñatayna-
xa. Pollerax ast awayuxa mä tunka, uka isix lurkatasiwañataynax nayrax, ukat jichhax jani ukax utjxi-
tixa, isinis jan isinis chacht’asxaki, sarxaki.
P. ¿Kunats pero ukjam wal isinak lurañapa?
R. Ukaxa ukay uñch’ukipxixa, ukay jall ukjamay.
P. ¿Wali q’apha tawaquw sasa?
R. Jall ukax qapt’asir sawt’asiriw’ sasa. Jall ukjamatay ukax yuqallas istirakispaxa, jall ukjam nax ist’irit…
ukjam ist’iritxa naxay (R. N., Santiago de Llallagua, octubre 2007).
R. Antes, primero habían sabido hablar los padres de los jóvenes, recién hay algo entre una joven y un
joven. Ahora ya no es así: es el tiempo de malcriados, esas (costumbres) ya desaparecieron. Antes ha-
bía sido que de soltera tenías que tener ropa tejida y hecha por ti, en gran cantidad. La pollera varias,
los awayus143 unos 10, así habían sabido hacerse las jóvenes. Ahora ya no hay eso, con ropa o sin ro-
pa se van nomás con el marido, se van nomás.
P. ¿Por qué tenía que hacerse harta ropa?
R. Porque en eso se fijaban ellos.
P. ¿Decían que era una joven muy hacendosa?
R. Ella sabe hilar y sabe tejer, diciendo. Por eso también los jóvenes… así sé escuchar yo hablar
(R. N., Santiago de Llallagua, octubre 2007).
135 Inal mama, nombre ceremonial de la hoja de coca que se usa en las ceremonias rituales y que sirve de guía para aquello que
es difícil de predecir.
136 Taris, indumentaria pequeña y cuadrada con figuras y líneas simétricas de características especiales. Tejido para propósitos
rituales generalmente de lana de llama.
137 Akhullikar, diálogo mediado por la coca.
138 Irpaqa, solicitud formal de la mano de la novia.
139 Ururi, lucero del alba. El planeta o estrella Venus. Comunicación personal de Óscar Chambi Pumacahua.
140 “Me estoy llevando a alguien que va cocinar en fogón, la voy a criar con oca cruda” (Alusión sexual).
141 T’arwa, lana de oveja o llama, no procesada.
142 Yuxch’a, nuera.
143 Awayus, aguayos.
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
En una comunidad todos se conocen y los padres van orientando e insinuando a sus hijos, des-
de que son pequeños, sobre con quién les podría ir mejor. Es como si estuvieran preparándolos so-
bre qué pareja escoger. En este proceso no se reconoce la libertad de elección, ya que son los
progenitores los que buscan y deciden. Además, los padres del varón son los que toman la iniciati-
va, de modo que la mujer y su familia se encuentran en una situación más pasiva, pudiendo aceptar
o rechazar el pedido; aunque ven la conveniencia familiar sin tomar en cuenta las preferencias de la
hija. Los padres valoran mucho que la joven sea trabajadora:
“Janiw suma uñtan warmis, suma uñtan chachas munañati, kuna ñuxituskpas luriritix kusa luririspax
walikiskaspaw ukampixa” (R. T., Calamarca, septiembre 2007).
“No hay que querer una mujer simpática o a un hombre simpático, lo importante es que sepa traba-
jar; con él o con ella, uno podría vivir nomás” (R. T., Calamarca, septiembre 2007).
R. Ahora después de que… o sea de una mujer dicen, nos han dicho de que antes una mujer no tenía
que casarse a menor de edad. Eso me contaron mi mamá, mis abuelos. Así no se casaban a menor de
edad, digamos ahora se están casando con 16 ó 17, hasta 18, hasta 20 se están casando. Pero eso era
antes, prohibido casarse, prohibido era casarse con temprana edad, tenía que cumplir sus 30 años la
mujer. Entonces después de que había cumplido sus 30 años recién se casaba una mujer, tenía su es-
poso, pero esa vez tampoco era como ahora; se enamoran, después de enamorarse calladitos se
van los dos, no había sido así la costumbre.
P. ¿Cómo era?
R. Si no, la mujer, como se han enamorado, entonces el padre de la chica sabía muy bien, digamos. Del va-
rón también sabía muy bien, entonces tenían que conversar antes, así para que se junten. Entonces, ese
día cuando hay que darse la mano con el padre, con el suegro, así entonces tenían un convenio para ese
día ya. “(Decían) qué día vamos a darnos la mano, todo eso”, entonces no se iban pues calladitos como
ahora se están yendo, así una noche se van, es pérdida, a nadie le dicen nada, pero esos momentos no ha-
bía sido así. Entonces, cuando el padre del hijo va, antes a darse la mano entre madres, entre madres en-
tran en un convenio. Entonces, cuando se ha fijado esa noche de darse la mano, hijas más todo así, la hija
espera en su casa y el hijo con su padre vienen a darse la mano. Entonces conversan bien, después de con-
versar recién se lo entrega a su hija al marido. De ahí se van a su casa. Eso se llama irpaqa, así había sido
antes, porque prohibido era dice antes casarse menor de edad, así habían sido los matrimonios antes.
P. ¿Y los hombres a qué edad se casaban?
R. Después, los hombres tenían que tener también sus 35 años, sus 34 así, 33, siempre tenía que ser
el mayor de la mujer, nunca tenía que ser su menor, pero ahora ya no es así. Ahora a los 15 años ya tie-
ne su marido, hasta de 14 años tiene su marido, muy jóvenes, pero así también los hijos eran fuertes
antes, pero como son jovencitos los hijos ya no son fuertes, son débiles. Así eran entonces, así me con-
taron mis abuelos, mis padres también. Esos cuentos también nunca salen de la cabeza (S. C., Saca-
saca, octubre 2007).
Como se dijo, existía una forma de concienciar a los jóvenes con respecto a la pareja que le con-
venía, por lo que algunos muchachos se acercaban, establecían los primeros contactos con la joven,
pero sin llevársela, como sucede actualmente. Cuando llegaba el momento y la edad adecuada, los
progenitores se ponían de acuerdo, siempre a iniciativa del novio y de sus padres.
“En este momento, digamos que entra el chico, entra trayendo una chica. Esa chica y él entran donde
su madre de rodillas, entran de rodillas, se saludan los dos de rodillas, se presentan donde sus padres y
su familia, si es que tuviera familia, algunas veces no los reciben, los castigan, los azotan a los dos. A la
chica también la castigan: ‘¿Por qué tú…?’ Reprochándole a la chica la castigan más, porque algunas
chicas abandonan a los animales en el campo, en el pastoreo y se van a la casa del chico, por eso las chi-
cotean más, al chico también lo chicotean. ‘¿Por qué a la chica…?’ Le castigan con varios chicotazos;
aunque esté pidiendo perdón de rodillas, en vano. Luego los padres se abuenan y les perdonan, después
de chicotearles, les perdonan, luego de azotarles pueden aceptar que estén juntos, como también pue-
den negarse a que estén juntos. Claro que primero conversan, dialogan y se ponen de acuerdo los pa-
dres entre ellos y las madres también se ponen de acuerdo entre ellas, para aceptar que estén juntos los
dos. Después de ponerse de acuerdo y aceptar es que los azotan, luego les perdonan el hecho y recién
les aceptan como pareja” (L. C., Santiago de Llallagua, septiembre 2007).
Un comunario comenta que hay muchos casos en que las chicas se van, por decisión propia y sin
decir nada, a la casa del hombre. Por esto los jóvenes deben pedir perdón poniéndose de rodillas
ante los progenitores. Los infractores a las reglas son duramente castigados ante la presencia de los
padres de ambas familias, pero generalmente quien recibe más castigo es la joven, porque a veces
se va sin cumplir bien con sus obligaciones en la casa. Actuar de esa forma es considerado un acto
irresponsable y falta de respeto con los padres y la familia.
Después de los castigos los padres, tanto del joven como de la muchacha, realizan las recomen- “No hay que
daciones pertinentes. Al respecto, una mujer da la siguiente descripción en la que los jóvenes asu- querer una mujer
men el papel de señora y señor.
simpática o a un
Jichhax tataxtawa, jichhax mamaxtawa (Ya eres un señor, ya eres una señora) hombre
simpático, lo
“Ukat ya satakixarakiy ukjamaruxa ‘ukjam ariklukixpanay’ sasa, jall ukjanay sañax pirtunañampiy importante es que
sañax jichhaxa ‘janiw jichhax jumax wayna juwinaxtati, jichha panixtaxay, jichhax tataxataw jumax’
sas kun, chikaru iwalarakkiy, akjam nanakax imill wawaniyrixa jiskht’asxapxä ukjam jichhaxa; sepa trabajar; con
‘jichhax janiw larxatas ni kunas, ni tawaqjamas sarnaqxatati, jichha taqi kunat pinsasïtaxa jichhax él o con ella, uno
mamaxstaxay jichhax jach’a tamaruxay makatxchitax’ sasina, jall ukaxiy, ukat ‘ya’ siya, janiy sulti- podría vivir
rakta uka timp ukjamatakixa, laruñ munasaxa akjam jan kun pinsañ munasas sapay sarnaqaskas- nomás”.
manxa, janiy akjam ispusumpix juntasiñamakantix, jall ukaxiy hermana.
Ukjam sap laruñ munstas kunas jichhax janiw ukaxätati, jach’a tamar mantata mamaxtaw jichhax
jichhurut uksarux janiw imillaxtas ni tawaquxtas’ sas jall ukaxiw hermana. Jall ukjamaw jichhax yu-
qall wawanix iwalarakikiy six jichhax kunatakis jichhax aka warmx jichhax muntatix awantat jich-
hax… aka warm apnaqtax sas jichha munapuntati ‘si munthwa’, jichha ukjaw parlapxaraktha,
jichha akjarakiw parlapxtha yasta imill waw jikht’asipxarakthwa jichhax: Chiqapunit ukjampunis-
kit ukax ‘Say nanakaw yatisipkax’ sas ukjam ‘Ukjaw parlapxarktha siw, ukjaw parlxapxtha’ siy ni-
yas ‘nayax ukjam sarnaqaskaw’ siw ‘ya’ jall ukjam jisxaptha ukjamaxchi intunsis ‘ukjamax
panichasiñ munstaxay panïñxay munpachastax intuns walikiw sarnaqäta taqi kunat pinsasitax
ukjam qapüta sawüta ukjam jichhax yapu luräta taqi kun pinsasïta wali sum jichhax chacharux uk-
jam säta, akjamrak säta chachatakix apuraw nin phayäta janiw jayrasitas’ sas jall ukjam ‘suyrarus
ukjamarakiw arumtat papitu mamita’ sas ‘chuyma jarjarakitaw chacha phamillaruxa jichhax juma-
xa’ sas ‘warmi phamillaru iwalarakik uñjatax jichhax chacha tuqit’, sasa. Ukat jichha uñjstaxay taq-
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
pach phamillaruw jichhax tiyunakaparus tiyanakaparus arumt’ata wali sum kariñ jarjatax tiyu tiya
sataw ukat munatakiyataw sas jall ukay hermana” (L. F. R., 56 años, Chivo, octubre 2007).
“Cuando ha pasado algo entre los jóvenes ya se acepta nomás. ‘Arreglaremos nomás’, diciendo. Ahí
cuando ya estamos perdonando a los jóvenes hay que decirles: ‘Ahora ya no eres un joven sin res-
ponsabilidades, ahora son dos, ahora ya serás un señor’. A la chica igual, también los padres de ella
le dicen: ‘Ahora ya no tienes que reír ni nada, ya no tienes que andar como una joven irresponsable,
ahora tienes que pensar todo, ahora eres una señora, ahora vas a subir a la jach’a tama 145, así se di-
cen pues ‘Ya’, dice. ‘Ya no vas a ser como soltera. Sí quieres seguir riendo y si no quieres pensar na-
da serio, debías seguir sola, no debías juntarte y tener esposo’. Así se recomienda, hermana.
‘Ahora ya no es como antes, como cuando estabas sola, ahora ya eres una señora que ha entrado al
grupo grande. De hoy en adelante ya no eres ninguna chica, ni joven sin responsabilidades’, así le
recomiendan, hermana. Así también el padre del joven dice: ‘Ahora para que esta mujer… ahora
quieres estar con ella, ya que has andado con esta mujer ¿La quieres siempre a esta mujer?’, Pregun-
ta. ‘Sí, la quiero, hemos hablado en aquel momento, hemos hablado las otras veces’, responde el jo-
ven. Luego le preguntamos a nuestra hija: ‘¿Es cierto que es así?’. ‘Sí, nosotros vamos a estar
aprendiendo vivir. Hemos hablado’, dice. ‘Yo voy a estar viviendo’, dice. Entonces, los padres acep-
tamos: ‘Si es así, entonces ya que quieres vivir así, en pareja, quieres vivir en pareja, entonces vas a
vivir bien, tienes que pensar todo bien. Ahora tienes que hilar, tejer, cultivar la tierra, tienes que pen-
sar bien todo. Ahora al hombre bien le vas a tratar, comunicándole todo, para el hombre vas a co-
cinar rápido, no vas a tener flojera, a tus suegros los vas a saludar bien: Mamita, papito, diciendo, vas
a hacer que te quieran’. La familia del hombre le recomienda al joven: ‘A la familia de la mujer la vas
a tratar bien, ahora que ya conoces a toda la familia la vas a tratar bien, siempre saludando: ‘Tío, tía’,
así vas a hacer que se encariñen contigo, luego te van a querer nomás’, diciendo. Esa es la recomen-
dación hermana” (L. F. R., 56 años, Chivo, octubre 2007).
Las recomendaciones a los jóvenes son muy importantes y oportunas, ya que se trata de conformar
una pareja sólida y firme que sólo será separada por la muerte. Después de la ceremonia de la irpaqa,
se los podrá considerar chachawarmi, con todas las obligaciones a cumplir ante la comunidad. Porque
ella adquiere la calidad de mama y él, de tata, lo que implica asumir responsabilidades y conformar par-
te de la comunidad mayor o jach’a tama. Después de vivir juntos por un tiempo determinado y cuan-
do ya tienen hijos pueden casarse mediante la Iglesia y el Registro Civil. De ahí que se puede decir que
el matrimonio ante Dios y la ley es una ceremonia más en este proceso de transformarse en jaqi.
En el caso de los casamientos por la iglesia en las ciudades y centros urbanos, lo más importan-
te es la fiesta, ya que permite que los parientes de la mujer y del hombre se conozcan y compartan.
Antes, el festejo duraba generalmente tres días: En el primero, el novio era el encargado de la or-
ganización y corría con los gastos; en el segundo, estas obligaciones recaían en la mujer y en el ter-
cer día, en ambas familias. La importancia del matrimonio civil radica en la necesidad de registrar
a los hijos como legítimos y así evitar problemas al realizar trámites o inscribirlos en la escuela.
En la relación de pareja, la mujer es la que se va a la casa del hombre llevando todas sus pertenen-
cias. Cuando ella deja la casa de sus padres, deja de ser parte de la familia, por lo que se afirma cons-
tantemente: “Imill wawax jaqin jaqipawa”146 porque ella formará parte de otra familia como yuxch’a,
tomando espacios de una familia que no es la suya y donde será sometida e incluso será puesta a
prueba por la suegra. Otro aspecto que cabe recalcar es que se prefiere como pareja a una persona
del lugar, a la que se le conozca desde sus padres, se busca a alguien que se le ha visto prácticamen-
te crecer. Una vecina de Calamarca afirma:
“Markasan ch’inqhatas laq’utas janiw phaltkiti, laq’utas ch’inqatas yaqha markankirix jan wali ja-
qinakaw, markasankir marka masisampikipiniw kunäñas kawkïñas” (R. T., Calamarca, septiem-
bre 2007).
“En nuestro pueblo no falta gente con defectos y virtudes. La gente de otros lugares, con defectos y
virtudes, no es buena. Es mejor estar con gente de nuestro pueblo, con ellos se puede estar viviendo
como quiera” (R. T., Calamarca, septiembre 2007).
145 Jach’a tama, grupo grande.
146 “Las mujeres son gente de otra gente”.
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
Las relaciones conyugales ya no se inician como antes, cuando los padres y la familia tomaban las
decisiones definitivas; ahora los jóvenes las asumen. Así, ya es aceptable si deciden trasladarse los
dos solos hacia a otro lado o si prefieren irse a la casa del hombre sin anunciarlo a los progenitores
de ella. Sin embargo, siempre deben llegar a un compromiso entre las dos familias. Por eso es que,
luego de varios días de ausencia, ambos aparecen para pedir la mano y formalizar la relación con el
consentimiento de los padres.
Otro cambio es que ahora las relaciones conyugales, dice un comunario entrevistado, se esta-
blecen con chicas y chicos muy jóvenes y prácticamente desapareció la costumbre de llevarse de
palabra a una mujer para que sea su esposa, lo que para algunas mujeres mayores de edad signifi-
ca una gran falta de respeto y educación.
La pareja se configura como la imagen “del otro” transformado que puede reducir a la mujer por-
que ella no ha adquirido el poder que da el conocimiento y mientras siga al margen de la instrucción
y el “poder del lenguaje”, seguirá funcionando idealmente el chachawarmi porque, de lo contrario, la
mujer se convertiría en competencia del varón.
La temática de “aguantar” (entendida como tolerar y aceptar) de la mujer bajo la premisa de que
es chachawarmi o jaqi, frente a un chachawarmi ideológico del compartir responsabilidades y decisio-
nes, ha sido descartada de nuestros análisis, pero es retomada una y otra vez por la mujer aymara en
su intención de existir dentro de la comunidad; aunque en el caso de las mujeres solas dicha existen-
cia esté a cargo sólo de ellas.
En esa condición, el chachawarmi resulta un agente de dominio antes que liberador y en el cual la
mujer y el hombre deberían estar juntos en todo y para todo. Ahora, el chachawarmi es “la posición
del uno sobre el otro”, lo que implica estar unidos sin importar las condiciones de las desigualda-
des, como podemos ver en los casos de violencia.
Muchas mujeres han sufrido la condición de ser mujer e indígena, pasando por diversos filtros
de poderes sucesivos desde el Estado, la Iglesia y la instrucción, como mecanismos excluyentes y
sofocadores presentes en las comunidades. Éstos han hecho más profundas estas desigualdades, a
tal punto que cualquier tipo de sacrificio de la mujer puede ser premiado o, todo lo contrario, pue-
de diluir lo ideal para consolidar la mutua relación.
P. ¿Mä mamax ninkjara saskayatax jayp’uyaspa. “Janiw chachanïkati”, sasa, pir jupan chuymapan ¿kun-
jamas sintispachaxa ast wali llakita kusisitakipachacha, kamsarakismasa?
R. Ukpixay kuna kusisistjamakiw nataki.
P. ¿Ya. Kunatsa kusisistakix tiya?
R. Ukjam sarnaqasa kusisikpachay walikiskthw sakpachaxay, jupatakix walikiya, walikjamakiy sarna-
qaskix akjam mä kawjans kunaxsna ukjay ukax suprxaraksnaxa ukjayri kus sarnaqasna timpupanxa sar-
naqasisksnaya, mä timpupanay mak’a suprxaspaxa ukaya (C. I. F., Calamarca, octubre 2007).
P. ¿Una mujer puede envejecer sola? “No voy a tener esposo”, dicen. Pero dentro de ella, ¿cómo se
sentirá? estará triste o tal vez estará feliz, ¿qué puedes decir?
R. Parece que feliz nomás se sienten.
P.¿Por qué se sentirá feliz nomás?
R. Viviendo así feliz nomás debe ser, debe decir que está bien, para ella debe estar bien vivir sola pues,
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
así cuando le pasa algo (enfermedad, vejez), ese rato es cuando sufre. Cuando se es joven se puede vi-
vir bien nomás, pero en otro tiempo cuando ya se es mayor se sufre, eso es pues (C. I. F., Calamarca,
octubre 2007).
Esto indica que pese a las presiones por contraer matrimonio, si ella o él insisten en la soltería, su
decisión es finalmente respetada. Sin embargo, en el caso de los varones, la vida de soltero se aso-
cia con comportamientos peligrosos y hasta malignos (saxra), en tanto que las mujeres parecen ser
más aceptadas si es que optan por esa condición.
“Nayra walpin awant’awayt’a, walpin jachirïta: ‘jiwakirista, warminakax akataqraks ast jiwarisa, partum-
pis warminakax jiwixa, mamajas partumpi jiwchitaynaxa, partumpis mamajax jiwixa jiwataynaxa ukjam
jiwirista partumpisa’. Wawachasiskakthwa waliptaskakthw waliptaskakthwa mana waliptaskakthwa, lla-
tunkaniw wawajax phisqha imill pusi yuqallawa (Mujer que pidió mantener su identidad en reserva).
“He soportado mucho, hace mucho tiempo. Sé llorar mucho: ‘Quisiera morirme, tantas mujeres han
muerto al tener sus hijos, muchas mueren con parto, hasta mi madre había muerto con parto, así
quisiera morir con parto’. Estoy dando a luz y me sano, no tengo problemas al dar a luz, estoy bien
nomás, en la siguiente al dar a luz igual me estoy sanando. Tengo nueve hijos, cinco mujeres y cua-
tro varones” (Mujer que pidió mantener su identidad en reserva).
Algunas mujeres consideran que sólo su muerte podrá poner fin a la violencia. Desde su perspec-
tiva, no hay otro escape, incluso creen que de todos modos su condición es buena, ya que así es la
vida y no se les pasó por la mente la idea de separarse:
“No sé hacer saber a nadie, calladita sé estar llorando; ni a mi tía ni a mi papá, en ese entonces mi
padre vivía. ‘Sé pensar que está bien’, (decía). No sé decir a nadie, antes no sé avisarme a nadie. Aho-
ra ya no es tiempo de zonzos, se separan nomás. Hace mucho tiempo había miedo a separarse (del
esposo), se tenía mucho miedo, por eso sé estar llorando así. Cuando se acercaba una fiesta, ya sé
tener pena, se acerca otra fiesta, sé estar de pena. Se emborrachaba y a mí también me pegaba, con
la gente hablaba en voz alta y empezaba a pelear, sé atajarle: ‘No le pegues’, después. ‘Caramba, ese
es tu macho, ese es tu…’, sabe decir. Mucho he aguantado” (Mujer que pidió mantener su identi-
dad en reserva, Chivo, octubre 2007).
En Calamarca, también había una mujer que esta estaba separada por la constante violencia do-
méstica, pero volvió a juntarse con el marido.
En Cacachi, hay una mujer mayor separada que junto a sus tres hijos vive con sus suegros. Esta
yuxch’a fue llevada a esa localidad por su esposo, quien ahora no quiere estar con ella y siempre que
la ve le dice que se vaya. Sin embargo, ella no tiene adónde ir, ya que sus padres murieron y las tie-
rras quedaron en manos de sus hermanos:
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
“Yo soy la culpable, digo a veces. Me (he) juntado con un hombre flojo, he llorado harto, su fami-
lia me ha hecho sufrir harto, harto me aguanto. Me acuerdo (y) lloro. Qué voy hacer llorando, no
hay nada, ¿no ve?, no hay nada, el hombre flojo, mi marido flojo es. Sé ir a vender y sabe atajarme.
Me acuerdo, lloro. ‘Macho nomás, macho nomás’, sabe decir. Hasta ahora lloro, ni mi suegro me
sabe ayudar, sigo trabajando, ¿qué voy hacer?, digo. Hasta última hora trabajo, me iré lejos digo.
‘Aquí haces huevadas’, diciendo llega aquí, me viene a insultar a veces. No sé qué hacer, no sé dón-
de irme” (Mujer que pidió mantener su identidad en reserva).
En las localidades de Santiago de Llallagua y Sacasaca no hay mujeres separadas y las pocas que
intentaron alejarse de sus parejas lo hicieron temporalmente. De acuerdo con el criterio de una
de las entrevistadas, fueron inútiles los insultos y las injurias entre los padres de las parejas en con-
flicto, pues al final éstas volvieron a juntarse. Las víctimas de la violencia doméstica habitualmen-
te no piensan en separarse de su pareja, ya que su decisión es morir al lado del hombre que la
maltrató. Ellas consideran que como no sirven para trabajar ni en ningún otro lado, el marido
abusivo tiene que hacerse cargo de ellas. En las comunidades, las separadas sufren muchas injus-
ticias. No sólo están expuestas al destierro del poblado de su ex esposo, sino también son descali-
ficadas como mujer y como jaqi, relata la mama t’alla de Calamarca:
“Si el esposo te pega, tienes que aguantarte; si te bota, tienes que aguantarte, así también te puedes
considerar gente” (V. C.).
La sentencia recién citada es muy difícil de cumplir para las mujeres de la actual generación. Hay
que recordar que cuando la mujer “se ha hecho de marido” se va a la casa del hombre, vive en las tie-
rras de él y, en caso de que se separe, se queda sin nada y es objeto de mucha crítica y desvaloriza-
ción en su condición de mujer. Al respecto, una comunaria acota:
“La mujer separada ha perdido el respeto de los familiares y por ende de la comunidad” (C. C., Caca-
chi, octubre 2007). “Si el esposo
te pega, tienes
Por todo aquello, una vecina de la zona 23 de Marzo de El Alto considera que son muy pocas las que aguantarte;
posibilidades que tiene la mujer para separase del marido: si te bota, tienes
Es que en la boca de la gente nomás hay que bailar que aguantarte,
P. ¿Y qué le han dicho cuando se ha separado, le han reñido? así también
R. Sí, me han reñido. te puedes
P. ¿Quiénes le han reñido? considerar
R. Mis hermanos, mis familiares me han reñido, ellos me han dicho: “Vos te has ido con tus pies y aho-
ra te estás separando, ahora ¡cómo vas a vivir, ni la gente te va hacer caso, ni te va a respetar!”. gente”.
P. ¿No te van a hacer caso te han dicho?
R. Um, toda la gente va a alzar tu nombre, porque hasta los viudos van a decir: “La Pilar es de mí.” Así
te van a decir. “¿Así quieres hacerte decir?”, me han dicho.
P. ¿Así dicen cuando una mujer se separa?
R. Um. Es que en la boca de la gente nomás hay que bailar, ya no hay respeto, porque el hombre no-
más nos hace respetar, porque cuando está él, nos dicen doña, pero cuando se va, no nos dicen nada,
si quieren nos saludan, pero si no, no.
P. ¿Ni siquiera saludan bien?
R. Um, se pasan así nomás.
P. ¿Si tienen hijos igual nomás no respetan?
R. Sí, respetan nomás, pero en este tiempo no, por que ya no conviene tener hijos, ya porque la vi-
da es cara, pero otros hombres no dicen eso, ¿no ve?, de mí es bueno (P. R. T., zona 23 de Marzo,
noviembre 2007).
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La separación por infidelidad de los hombres no existe, por lo que las mujeres que descubrie-
ron que sus esposos tenía amantes han pasado por alto el hecho y, si bien se hicieron las desen-
tendidas, afirmaron que en esa etapa de su vida sufrieron mucha violencia de parte de sus
parejas. En estas situaciones afloran muchos sentimientos encontrados y la mujer, que general-
mente no sabe qué hacer en esos momentos, acude adonde un yatiri para que le aconseje con la
ayuda de las hojas de coca.
Se habla del divorcio, pero ninguna de las entrevistadas ha realizado el trámite, primero porque
afirman que es “gasto de plata” y, segundo, porque implica enfrentar críticas y una pérdida de res-
peto de la familia y de la comunidad.
“Jaqi chuchiripanak wiwra ukat jichhax chuchapxakirakisa yast kuna chachan warminakasa kuna ak-
jam janirak kuna waynampis jikisiñjam parlt’askañjama janirak ni kuna kasar jaqimpis ni waynampi-
kisa, ukat jichha ‘uka awkimpiw akampirakiw siw akarakiw siw’ sas ast chachan warminakas ast
chuchasipxi, ast jiskhisipxi siw ukjam parlkasinsa ukat nan wawanakajas jachiriwa ‘juma akan mami-
ta…’ nä ukjam yatisisax jachtay utanx nä kunats akjam sapkit jaqi ampi ay kuna jaqik jutki kuna jaqik
mistki kuna jaqik mantanki saw jachirïta” (A. M., Calamarca, septiembre 2007).
“Porque la gente hablaba nomás, la gente protesta porque una queda viuda. Las mujeres casadas…
una no puede hablar con nadie, ni con jóvenes, ni con hombres casados. Porque si no dicen: ‘Está
con ese viejo, está con él también, este también es’, diciendo saben protestar las mujeres casadas.
Incluso a manera de conversar dice que preguntan, por eso hasta mis hijos saben llorar: ‘Tú aquí
mamita…”. Yo sabiendo eso sé llorar en la casa. ‘Por qué será que la gente me dice así, qué gente
habrá venido, qué gente habrá salido, qué gente habrá entrado a mi casa’, diciendo sé llorar” (A. M.,
Calamarca, septiembre 2007).
En Chivo, un buen porcentaje de mujeres enviudó y no se volvió a casar. Ellas aprendieron a vi-
vir solas con la ayuda de sus hijos, asumiendo el papel de hombre y mujer; aunque cuentan con re-
des de familiares afines que participan en acuerdos de ayni y otras formas de ayuda laboral.
En las comunidades, el trabajo para una sola persona es muy duro, por lo que quien ha perdido
a su marido o a su esposa generalmente busca una pareja para que le ayude. Esta tarea no sólo es
emprendida por la viuda o el viudo, sino también por sus familiares que constantemente insinúan
que es necesario emparejarse e incluso señalan quién podría ser bueno o buena para ese fin. Gene-
ralmente se busca pareja entre viudos.
Las viudas con varios hijos pequeños, por lo general no contraen segundas nupcias ya que los hi-
jos son una responsabilidad y muchos hombres no quieren hacerse cargo. Ellos prefieren viudas con
dos o tres niños como máximo, lo contrario significa más trabajo. Al respecto un varón afirmaba:
“Phisqha wawax uywañachispaya, ch’amaspaw sarnaqañaxa” (L. M., Calamarca, septiembre 2007).
“Hay que criar cinco hijos, puede ser muy difícil vivir” (L. M., Calamarca, septiembre 2007).
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“Nanakax kunjamatxay ukja wawanipxstxa, pero janiy wuluntaraxa, tatitun wuluntarapapachay ukax
ukat ukjamañapapunipxstha kunapxstxay nanakax nanakakirak jan amuyt’asis ukjam walja wawani-
xapstxa ukjamapachaya. Nax 14 wawanithwa niyasa, 14 partunipinithwa, 14 ukat may ispitajaw utjan
turawiyas ukampix 15 wawajaxa. Ispitanaka jiwata panpacha. Uka mä partu niyas panini, 14 partuni-
punithwa ukat ukan nä sisxakthay ‘llaytha warminaka’ sisxakthwa, sisthwa niyasa. ‘Llaytha warminak
mayak payak arqhasipxtaxa karaju nä tunka pusin wawachtha karaju uñkatapxitay sisthwa, sisthwa,
t’aqhittisti’ sisthwa. Sisthwa niyasa. ‘Waw uywaras chachapunitati’ situwa, sips sisthxaya, ‘janiw nax
khitjamas llaythaskti warminakax mayar payar arqhasipta llaytha warminaka ukatpini t’aqhiptaxa’ sis-
thwa. ‘Jichha nä ukjamattisti’ sisthwa, ‘chachas ukataq asnurjam phat’awayitu, ukat t’aqhittisti’ sisthwa.
Jani kunas uskitutix aka lakamp nayrampikipiniw jani walikti, lakas uka ch’akha lak uskuyastha
ukamp walisktaya, nayratakpiniy jan puyrktixa” (V. F., Calamarca, septiembre 2007).
“Nosotros, por qué será tenemos tantas wawas, pero no es por nuestra voluntad, posiblemente sea
la voluntad del Señor, quizá tenía que ser así, no sé qué será de nosotros, tal vez sin pensar bien
nosotros hemos tenido tantos hijos, algo así debe ser. Yo tengo 14 hijos, tengo 14 partos, además
tenía hijos mellizos, con ellos 15 hijos. Los dos mellizos murieron. En un parto dos, en verdad ten-
go 14 partos, después les digo: a las mujeres: ‘Mujeres miedosas’, así les digo, de verdad les digo,
sin ningún temor. ‘Mujeres miedosas sólo uno o dos partos han tenido ¡carajo! Yo he dado luz 14
wawas, ¡carajo! ¡mírenme!’, les digo, les digo siempre. ‘¿Estoy sufrida?’ les digo, claro que les digo
así. ¡¿Después de haber criado a tus hijos te sientes grande?’, me han dicho. ‘Si pues’, le he dicho,
‘yo no soy ninguna cobarde, las mujeres miedosas, las mujeres cobardes se hacen las sufridas con
uno o dos hijos, mujeres cobardes’. Por eso andan sufriendo pues. ‘¿Acaso ahora estoy como us-
tedes? Mi esposo me golpeaba tanto, después estoy sufrida’, les digo. No me duele nada, sólo ten-
go problemas de vista y dientes, me hice poner dientes postizos, con eso estoy bien nomás, sólo
no puedo ver bien” (V. F., Calamarca, septiembre 2007).
Cuidar y criar varios hijos exige mucha valentía y fortaleza. La mujer que nos dio su testimonio
es fuerte y a sus 76 años sigue hilando y tejiendo. Ella quedó viuda a los 49 y se hizo responsable de
todos sus hijos. Debido a la experiencia vivida con su marido, no se volvió a casar.
“Ukax marat mararu wawachasirix ukax, chacha jan intintirik ukat ukjapachaxa, jan intintirinpi ukax
marat mararux wawachasxapxixa. Nas pä maratpin wawachasiskirïta, pä maranixi wawajaxa ukja
wawanixarakirithwar” (C. I., Calamarca, septiembre 2007).
“Los que tienen hijos cada año, es que el hombre no entiende, por eso tienen muchos hijos, por eso
es que tienen hijos cada año. Yo cada dos años sé tener hijos, cuando mi hijo cumple dos años ya sé
tener otro hijo” (C. I., Calamarca, septiembre 2007).
Además algunos esposos se enojan y se ponen celosos cuando la mujer evita quedar embaraza-
da “¿Por qué no quieres estar conmigo?”, “¿tienes otro hombre?”, preguntan. En cambio hay otros
que conversan y se ponen de acuerdo con sus parejas tratando de no concebir muchos hijos, por-
que están conscientes de lo difícil que es mantenerlos en estos tiempos, en los que las tierras son pe-
queñas y poco productivas.
Al no haber tierra suficiente para todos, los hijos salen de la comunidad en busca de oportuni-
dades de vida en otros confines. Debido a que estudiar es muy costoso, en determinadas épocas los
varones van a las ciudades a trabajar como albañiles u otras actividades que a veces implican largas
estadías en los centros urbanos.
Una manera de retardar la concepción de nuevas vidas es la lactancia. Las mujeres generalmen-
te dan de lactar a sus hijos por más de dos años.
69
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P. ¿Mä parijanxa, ukjam kasarastan ukjax paninitapinit wawaxa o awisaxa chachakirakich uwliyxistu,
panich parlt’asiña utjarakich… kunjamansa?
R. Uka nayra timpu, nanak timpunx ukxa janiy yatktantix yast jaqix akjam wawachañakiy utjataynaxa,
paninistanxay ukat wawachasktanay, sapakisna ukay jani walikarakispatixa. Yaqhipa tawaqu ukjams
wawachasipxixa, paninitxa wawachaskañay jan kuñtataya wawachasisktanxa.
P. ¿Jan kuñtata?
R. Jan kuñtatay
P. A ya, ¿ukax kusakirakiti tiya?
R. Ukax walikiskataynay natakix walikiskiy ukjaxa, jichha jan walixiti akjam wawanakatakix ni isturyaya-
ña ni kunas utjxitixa, ukat ch’amaxiy mantinxañasa, jichha timpu yast janiy mäk’ita amuyasxapxiy, pura-
pa amuyasxapxi, ukay walitaynaxa, purapat amuyasiñaya (C. I., Calamarca, octubre 2007).
P. En una pareja, después de casarnos, los dos conversan para tener hijos o tal vez obliga el hombre.
¿Cómo es?
R. En aquel tiempo, en el tiempo de nosotros, eso no sabíamos, la gente así nomás tenía hijos, ya so-
mos dos por lo tanto tenemos nomás hijos, si estuviéramos solas y tendríamos hijos, eso sería malo.
Algunas jóvenes así solas tienen hijo, siendo ya pareja tenemos hijos, sin contar.
P. ¿Sin contar?
R. Sin contar.
P. Ah, ya. ¿Y eso es bueno?
R. Eso estaba bien para mí en ese tiempo, ahora ya no es bueno, se necesita hacer estudiar a los hijos, pa-
ra eso muchas cosas faltan y es difícil solventar todo, ya tienen en cuenta todo eso, los dos ya tienen en
cuenta, eso es bueno que tengan en cuenta los dos (C. I., Calamarca, octubre 2007).
Esto implica que antes no había un interés de regular la fertilidad y se veía normal tener hijos
sin planificación, incluso bajo presión del marido y de la familia. Casarse para no tener hijos era
mal visto; lo natural y socialmente aceptado era la fertilidad.
Sólo en tiempos recientes, con el aumento de las necesidades y sobre todo por las exigencias
de pagar los estudios de los chicos, se comenzó a espaciar la frecuencia de nacimientos, por lo ge-
neral a través de la lactancia o de la abstinencia sexual. No se pudo indagar sobre el uso de mé-
todos modernos de regulación de la fertilidad, porque existe mucho recelo y reserva al respecto,
pero es evidente que el tamaño de la familia es más pequeño en las nuevas generaciones, en com-
paración con la generación mayor.
Las mujeres actuales ya no tienen tantos vástagos y el promedio es de tres a cinco como máxi-
mo. Una de las entrevistadas atribuye este hecho a la dificultad de criarlos, por la importancia cre-
ciente de los estudios y los gastos que suponen. Además, en Calamarca existen programas de
organizaciones no gubernamentales que se encargan de fomentar la planificación familiar, reali-
zando talleres para las mujeres jóvenes en edad reproductiva.
“Yast akjam sawukipinirakirithwa, jani kunsa rawajiriktixa, ukat sawtxa, ch’akura jachpacha ch’akun-
tasta, qalampi chillpanta, purakaxa ukjama, jikst’awayta ususxakirithwa, jani kamachasirikisa, ni wa-
was usuchjasirikiti, ukat ukjamaraki usutaxta ukat umiri sarapxta, ukat nuwjasiptxay, anch ñak’utanak
jik’irir qatatjitu ja’ kunayrikis wawaxa. Ja’ kamachatayrikisa, ni mä wawasa, ukataq nuwjasipxirithxa, ni
jañayus khiwt’añakti, ni wawanakajas khiwiñakarakiti. Uk sisthxa kun ‘llaytha warminaka’ jichha qhipat
laka phallq’anaksa wawachasipxixa ‘kamachasarak ukjam lurapxta wawsti’ jistwa. Kamachisa kunayrisa,
nanaka ukataqi umatata qatatxasiphirita, ukat mayan istirakchixaya, urqu asnutxay nayra… jichha awtux-
chixa apnaqxchixa ch’uqsa, nayra asnutak apnaqañachixa, ukat asnu mayt’asiniwayirita jilaxata, ukat qapuñ
munta, akar asn chinunt’asiniwaytha, ukat jiskxarusiniwayiritxa, may asnu ‘qhirx qhirx’ thuqtawayxiri, khä-
ma qatatirichi, nax jach’a usutaraki, akat jarstawayta ukat liwtawayxituxa, ¡kuna jan tukjchituti! ukat ni ukats
kujumukurakirithwa, ukat tatajaw qullt’iri, ukat walikixarakthwa, janipiniw kunampis kamacht’añakti, ja-
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
nipiniw uka partiranakampis qaquñakti. Iwalak ch’ankhs khiwt’askiritha, iwalak sawt’askiritha, iwa-
lak p’ittaskirïta janiw ni kun yaps… siwarsa yawt’askirïtha, ch’uq llamayt’askirïta, ch’uñurxiriw ch’u-
qix, ukat kanastar akamp millisu wawa, ukat nä aka patar wayxatt’asiniwasa kus jutawayirithxa” (A.
M., Calamarca, octubre 2007).
“Yo siempre tejía camas, ponchos y aguayos, no hacía otros trabajos. Yo tejía, clavaba una estaca gran-
de apoyándola con piedras, esperando familia, con vientre ya así de grande. Terminaba de tejer y ya
estaba con parto, no sabe hacerse nada, la wawa, sanita. Así sé estar. Cuando sabemos ir a alguna reu-
nión social, nos sabemos pelear, me sabe arrancar los cabellos, me sabe arrastrar, no sabe hacerse na-
da la wawa, no sabe hacerse nada la wawa, ninguno, todos sanitos, harto sabemos pegarnos, no saben
llamar mi ánimo, ni a mis hijos no sabemos llamar el ánimo. Por eso digo: ‘Mujeres miedosas’.
Ahora en estos tiempos tienen hijos con labios leporinos. ‘¿Qué le han hecho a la wawa?’, les digo.
¿Qué es lo que ha pasado? Nosotros tanto de borracho nos sabemos arrastrar (peleando). En otra
también me ha pasado lo siguiente: Antes en burro se cargaba, ahora ya hay autos para cargar la pa-
pa. Entonces sé prestarme un burro de mi hermano, luego sé querer hilar y sé amarrarme el burro aquí
(a la cintura) y sé traerle al animal. Entonces el burro sabe empezar a correr rebuznando, y sabe arras-
trarme una cierta distancia, yo sé estar esperando familia, apenas sé poder soltarme desatándome y sa-
be dejarme botada, ¡Qué tal si me destrozaba! ni así… sé estar un poco coja, mi papá sabe curarme,
sé sanarme, no saben hacerme nada, no sé hacerme ni friccionar con las parteras al dar a luz. Igual sé
estar envolviendo lanas, sé estar cosechando papa, sabe congelarse la papa y en canasta con esto sé po-
ner a la wawa en mi espalda y sé venirme sin problema” (A. M., Calamarca, octubre 2007).
Las mujeres que tienen mucha fuerza y vitalidad no sufren ninguna enfermedad y se precian
de no necesitar yatiris ni médicos. La medicación del parto y la creciente presencia de institucio-
nes de salud parecen haber debilitado la fortaleza de las madres frente al embarazo y el parto. Es-
to es visto como una cobardía y señal de debilidad por las mujeres mayores cuando observan a sus
hijas o nueras:
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
agrícolas, ellas siguen haciéndolas cuando están embarazadas, aunque con más cuidado, por ejem-
plo, disminuyen el peso de la carga, para evitar el aborto. Consideran que la interrupción del em-
barazo tiene consecuencias que dañan el cuerpo, pero algunas mujeres son muy fuertes y siguen
realizando sus tareas hasta el último día del embarazo, pero también hay madres delicadas que al
menor esfuerzo tienen problemas.
Algunas practican el aborto intencionalmente utilizando yerbas y píldoras. Se dice que esto lo
hace quien tiene muchos hijos o aquellas que esperan un hijo que no es de su esposo y que han
quedado embarazadas cuando su pareja no estaba en la comunidad.
El aborto es una práctica más común en las solteras, que también acuden a inyecciones abor-
tivas o realizan trabajos que implican mucha fuerza y que contribuyen a interrumpir la gestación.
A veces, por tanto esfuerzo, los bebés nacen muertos y ellas entierran los cuerpos en algún sitio
sin que nadie se dé cuenta.
En el pasado, el aborto estaba relacionado con la destrucción de los sembradíos a causa del
granizo. Cuando esto sucedía, se reunía a todas las jóvenes de la comunidad y se les apretaba los
senos para ver si tenían leche. Si encontraban a una con leche en los pechos, se le acusaba de ser
la responsable y se castigaba primero, con azotes y multas, a sus padres por haber permitido el
aborto. En otras ocasiones, los progenitores deben ofrecer misa148 al achachila del granizo, para
evitar que siguiese cayendo y destruyendo los sembradíos. Hoy, los yapu qamanis149 despachan el
granizo con fuegos artificiales o dinamita150.
Los qamanis y la gente de la comunidad identifican cuándo viene el granizo; entonces, antes de
que empiece a caer la granizada hacen reventar los fuegos artificiales o la dinamita.
En algunas comunidades aún se asocia el granizo con el aborto y se intenta evitar el fenóme-
no meteorológico ofreciendo misas anticipadamente a los achachilas. De esta manera, la sanción
para las mujeres que abortan es menor que antes.
72
DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
P. Cuando hay separación o están peleados ¿a quiénes deben acudir esas personas, o sea la mujer o el
hombre, para que resuelvan su problema?
R. Primeramente, esos llaman a sus papás, a sus mamás de parte del hombre y de parte de la mujer, y
los padres hacen llamar al padrino de matrimonio. Le hacen llamar y empiezan a hablar, (le explican)
qué es el motivo, por qué han peleado, por qué está esto. Los padres empiezan a preguntarle, enton-
ces si es que los padrinos también llegan, preguntan también, y si es que otros… otros hombres tam-
bién son tercos que no entienden, de todo acusan a las mujeres así: “Que vos siempre, que no haces
esto”, diciendo.Uno de ésos, uno de ésos también he visto aquí, le ha dejado con sus siete hijos. El
hombre se ha ido con otra mujer, en eso yo digo de que hacen muy mal también pues. Los padres
siempre se preocupan también por las wawas, y empiezan así, hay veces no entienden, entonces ya em-
piezan a discutir entre padres, cuando no entienden así entre parejas: “Que tu hija así debe ser”, o que
“tu hijo sin motivo le ha hecho así”, entre padres también empiezan a disgustarse, llegan hasta la Po-
licía” (N. F., Calamarca, septiembre 2007).
El anterior testimonio muestra que las partes en conflicto son el marido y la mujer. Quienes en
primera instancia asumen la autoridad para solucionar el conflicto son los padres y en segunda ins-
tancia, se acude a la autoridad de los padrinos.
El procedimiento se inicia con la declaración de las partes y la autoridad puede aplicar sanciones
como chicotazos y llamadas de atención a la pareja, de acuerdo a la culpabilidad o infracción come-
tida, pero siempre tratando de reparar los daños y los perjuicios ocasionados. Además, a las auto-
ridades se les sirve algunas bebidas espirituosas y se pide que retorne la armonía al hogar.
Las llamadas de atención como: “jumax wawatati, akja wawanipxtasa”152 son frecuentes para las pa-
rejas en conflicto. Estas recomendaciones vienen de los padres como de los padrinos y los tíos, pe-
ro no siempre son asumidas totalmente por la pareja que puede reincidir en el problema. En
ocasiones la situación causa grandes desavenencias a los padres y no puede ser solucionada ni por
las autoridades comunales, como los mallkus. Entonces se acude, en última instancia, a la Policía.
Muchas mujeres no hacen conocer de sus problemas conyugales a sus padres ni a sus familiares
y los guardan dentro de la casa afirmando “jaqi kamsarakitaspa, jaqi täta k’umischispa”153.
Este control social a veces es tan fuerte que algunas soportan las agresiones verbales y físicas de
su esposo con el fin de evitar comentarios al extremo de afirmar que la agresión del marido es al-
go normal en ciertas etapas de la vida de pareja.
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
Integridad personal,
transgresiones y
violencia de género
3.1. Tipos de maltrato y situaciones en las que se producen
El maltrato físico, psicológico y sexual es una constante en todas las sociedades humanas y
mientras en algunas es sutilmente encubierto, en otras es abierto y muy evidente, produciéndo-
se en todos los espacios y en diferentes circunstancias.
El maltrato no sólo es contra las mujeres, sino también llega a familias y comunidades íntegras.
Aunque en número las mujeres son más maltratadas, hay también algunos hombres afectados que,
debido a su carácter tolerante y sumiso, sufren violencia de parte de la esposa, la familia y la comu-
nidad. Existen casos en los que la esposa abandona al cónyuge por otro hombre, dejándolo con sus
hijos. En Santiago de Llallagua, un varón lloraba inconsolablemente cuando estaba terminando el
cargo de wayraqa, acompañado de su hija adolescente (co-investigadora Janeth Patzi).
Desde que es una niña, la mujer es constantemente maltratada. Por ejemplo, sobre ellas pesan un
trabajo y responsabilidad excesivos, lo que hace que las exigencias sean mayores en todo aspecto y
deban rendir correctamente en sus labores, en la confección de la ropa de la familia, en las tareas
domésticas y en el cuidado y educación de los hijos. Al hacerse prácticamente responsables de to-
do, se raya inexorablemente en la autoexplotación. Sin embargo, al parecer no existe conciencia de
este tipo de maltrato y automaltrato, ya que algunas lo asumen con mucha naturalidad y exigen con
fuerza a sus hijas y más aún a las nueras. Incluso en cuentos y mitos, como el de la khullkhupita, apa-
rece la exigencia poco razonable de las suegras a las parejas de sus hijos:
El cuento se refiere al trabajo de la mujer como algo invisible, que su suegra no puede ver ni iden-
tificar. La atribución de flojera pasa por alto la habilidad de la nuera y ésta termina siendo echada de
la casa, como si fuese una basura. Pero esta vigilancia y maltrato en la casa de los suegros son sólo
la continuación de lo que muchas mujeres vivieron en la casa de sus propios padres. El siguiente tes-
timonio sustenta lo que se afirma:
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
A veces se puede advertir que hay un desprecio enfermizo y desequilibrado en el trato hacia la
mujer y que es fomentado por los padres e influye en los hijos varones. Una mujer sola, sin apoyo
de su familia154, se ve en total orfandad para defender a su propia hija, que desde muy pequeña su-
fre la agresión de sus familiares más cercanos, como sus hermanos, sobre todo hombres.
Algunas han interiorizado e incluso naturalizado el maltrato y sufrimiento a los que han sido so-
metidas por su propia familia, aceptándolos y resignándose a esa vida de sufrimiento, dice una co-
munaria de Cacachi:
“Janiy, warmirix ukjam t’aqisiñakipiniy asta wawitat nasxtan, ukata mä qawqh jilatatatat ast ukjam
supririkipinitätanay, ukjam chachanis iwal nuwata ukjama. Ukjam yamas chachanix piwur llakixiy,
ñas akjam sapayrix janiy niyasa, wawitanixtan wawitanixatxa yast wawax is wayt’asxi, ñaki jilatata-
tatxa isturyar sarxi, colegiona escuelaru mantxixa yast ukatx uka llakikiy piwuraxixa” (G. H., Caca-
chi, noviembre 2007).
“No pues, las mujeres así habíamos tenido que sufrir nomás siempre, desde pequeñas, desde que
nacemos; luego de crecer unos años sufrimos nomás siempre, cuando tenemos esposo igual
nos golpea el marido, cuando una tiene esposo es mucho más triste la vida de la mujer, cuando es-
tá sola no es tanto. Cuando tenemos hijos, los hijos nos exigen ropa, cuando ya están más grandes
se van a estudiar a la escuela, al colegio, entonces tenemos más tristeza y pena” (G. H., Cacachi,
noviembre 2007).
El maltrato es tan generalizado y abierto en la familia, y sobre todo en la comunidad donde se co-
nocen todos, que ha llegado a formar un sentido común basado en la aceptación y sumisión. Sólo
el consejo y el apoyo de otras mujeres parecen orientar a un cambio de actitudes y brindar un espa-
cio de solidaridad y comprensión. Una mujer que pidió no ser identificada decía lo siguiente:
Conociendo la fuerza de los varones, que en cualquier momento crítico acuden a la violencia fí-
sica que atemoriza y somete, muchas de las mujeres de la comunidad no quieren oír de las agresio-
nes, porque están en juego la honorabilidad y el prestigio de la familia. De este modo, los padres de
la víctima y la misma comunidad se hacen cómplices del agresor:
“Que pasará así y cuando llegaba… ‘Por tu chico estás llorando’, me decía (mi marido). Así nomás,
no me decía ni me preguntaba: “¿Por qué estás llorando, qué ha pasado?’ Entonces, yo puedo decir:
‘Por ti yo lloro, porque estás perdido, porque estoy sola’. No tenía ningún bebé… En mi corazón sen-
tía, con todo mi corazón yo le amaba después de juntarme, entonces así poco a poco hasta ahora.
‘Tienes tu chico’, me molesta, siempre me dice. Ahora todavía me dice: ‘Ándate’, unas palabras con
desprecio me dice, me duele mi corazón, ahora como es dirigente estoy esperando hasta fin de año
para irme, me quiero separar; no me pega, pero me maltrata con palabras feas, me dice anu jamaña,
154 Familia de la mujer, padre y madre que, en algunas situaciones, se encuentra en otras comunidades lejanas de su comunidad de
origen.
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
me discrimina… Una vez cuando doña Martha era promotora iba al centro de tejer, yo he ido, he lle-
gado de cinco días, era en La Paz, hemos ido pura mujeres, cuando he llegado aquí me molestaba, y
yo le he dicho: ‘Estate tranquilo, porque yo ya no quiero más hijos, porque tengo cinco hijos, ya no
quiero más hijos’, pero él me ha dicho: ‘¡Ah!, seguro allá estabas con otro hombre, por eso no quie-
res estar conmigo’. Desde ese rato no hay caso de vivir más, me quiero ir siempre” (B. A. L., Sacasa-
ca, septiembre 2007).
Son frecuentes los casos de maltrato cuando el hombre le es infiel a su esposa, dice una de las en-
trevsitadas. Sucede que cuando el varón tiene una amante, ellos sienten celos de su mujer y le atribu-
yen todas las culpas. Otra mujer, de 80 años y oriunda de Calamarca, comenta que algunos se
convierten en irracionalmente celosos y hasta les celan con su misma sombra. Las peleas y las agresio-
nes tanto físicas como psicológicas son constantes en las fiestas y reuniones sociales, donde se con-
sumen bebidas alcohólicas sin límite. Una de las entrevistadas que no quiso ser identificada dice:
“Phistaxix llakisxarakkirithwa, phistaxi llakisxarakikthwa, umanti narurakik nuwjiri, jaqimpiwa ast par-
li, jaqimpiw nuwjasi, ukat jaqit atajirïta ‘jan nuwamti’, ‘ukax waynamaw ukax waynamawa’, siriwa”.
“Cuando ya hay fiesta sé tener pena, cuando toma me golpea, con la gente discute y pelea, sé atajar-
le: ‘No pelees’. Luego, ‘con ese hombre andas’, suele decir”.
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
la gente, diciendo. Me ha wasqueado a mí, mi papá, harto me ha wasqueado, con ese chicote antiguo que
los abuelos se wasqueban, con ese chicote de carga seco, con eso aquella vez me ha wasqueado. De ahí
hasta ahora aquí estoy llorando así, y nos hemos matrimoniado también, de eso sigue, peor parece que
ya es, peor nomás es.
P. ¿Y tu papá no te ha defendido?
R. No, no me ha defendido, no sabe defenderme y al final de cuentas qué puedo hacer, digo yo, me-
jor es sin hacer saber a mi papá, me destruiré ya digo, a veces pienso así.
Algunas entrevistadas dicen que antes la violencia contra la mujer era casi igual o mucho más que
ahora. De estas agresiones se responsabiliza a los dos miembros de la pareja que pelean constante-
mente por la flojera del hombre y de la esposa, que no trabajan de acuerdo a las exigencias de la fa-
milia y de la comunidad.
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cohesión comunal y, sobre todo, una ruptura en la continuidad entre las generaciones mayores y
las más jóvenes, que han adoptado los usos urbanos y la lengua dominante, despreciando los tra-
bajos manuales y los recursos y conocimientos de sus padres.
R. Kija kijanakan sarnaqapxi, usuriptayasiwayapxi, ukat yast janirakiw rikujxarakis waynas ukjamaki-
rak wawaniptayasax aparpayxi, yaqhipax rikujiskarakiw ukay yanasipkixa.
P. ¿Kunatsa ukjamar puripxpacha?
R. Kunatpini ukjamar puripxchi jichha timpux jila parti ukjam ast anchhitax mä kuralar anthapitjamay
jichhax jilaraskix akataqix ukat jichhax ukat may jaqiptapxani chikapxani ukjax “Uka akax waynama-
rakinw ukax waynamarakinw sasipxaniw akanakaxa” sisthwa naxa. Akataq juntu anthapita ukjampi-
ni sasipxani niyasa. Nayrax ukjamat jilarañax kunarakix janixay, jichhax pani pani irpanaqtasipki,
jani jaqs kasupkitixa, pani pani jamp’atisisipki kawkjansa, ukjamarakisa. Jan jaq kasusa, jan aruntasis
ukjam sarnaqapxixa.
P. ¿Nayra ukjamanti tiya?
R. Janiwa, nayraxa aruntasiñapiniriwa kawkinsa, kawki jamasan jamp’atisiskañas utjaskirichisa, qhu-
masiskañasa, jani qhanxa jamp’atisksñati, janipiniw qhanxa, ukjama sarnaqaskañaxa (R. T., Cala- “...antes había
marca, septiembre 2007). que saludarse
R. Andan en problemas y conflictos, se hacen aparecer esperando familia, luego el joven ya no reco-
siempre, donde
ge a la joven, así nomás la deja con wawa, algunos la recogen. Todo eso se hacen estos jóvenes. sea. Los besos y
P. ¿Por qué será que llegan a eso? los abrazos eran
R. No sé por qué llegan a esto, en estos tiempos así anda la mayoría de los jóvenes. En este momen- muy privados.
to, todos los jóvenes están creciendo como en un solo corral, luego se van a hacer gente, se van a ca-
sar y… “él era tu chico, él era también tu chico”, así se van a decir. Digo, tantos jóvenes juntos, así
No podemos
siempre se van a decir pues. Antes no se crecía así, no era así. Ahora entre dos en pareja caminan, no estar besándonos
hacen caso a la gente, andan en pareja besándose en cualquier lugar, es así también. Sin hacer caso a la vista
a la gente, sin saludarse, así andan. de todos”.
P. ¿Antes era así tía?
R. No, antes había que saludarse siempre, donde sea. Los besos y los abrazos eran muy privados. No
podemos estar besándonos a la vista de todos, nunca se hacía eso abiertamente, así había que andar
(R. T., Calamarca, septiembre 2007).
Muchos jóvenes andan en conflicto consigo mismos, por un lado tienen pautas culturales in-
culcadas por sus padres y, por otro, la influencia de las instituciones de desarrollo, de los medios
de comunicación y del colegio, crean tensiones y lealtades divididas. Esto también es una forma
de violencia, ya que produce un abierto enfrentamiento entre la generación de los adultos mayo-
res y la de los jóvenes.
Aunque el tabú del incesto es generalizado como norma (ya que el castigo suele recaer sobre to-
da la comunidad, igual que en el caso del aborto), se ha podido evidenciar la existencia de relaciones
incestuosas en algunas de las comunidades estudiadas. Así por ejemplo, en una de estas comunida-
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des se sabe de un padre que quedó viudo y no se volvió a casar, manteniendo relaciones con una de
sus hijas. En otra comunidad, se dice que el padre viudo y la hija mayor conviven juntos como pare-
ja e incluso se comenta que tuvieron hijos y que los enterraron en el patio de su casa. La gente veci-
na no tiene certeza ni evidencias del hecho, pero se murmura mucho al respecto. No se atreven a
confrontarlo, porque dicen que el hombre es layqa157 y que quien se atreva a cuestionarlo sufrirá las
consecuencias y será embrujado, ya que es muy temido en toda la comunidad:
R. Um, mamitajaw kuñtaskir ukjam akjamaw sasa, “uka mayja sunsitaw” sasa. Jichha mä sunsitapi ut-
jix khay aynachan, ukat ast chachanakak ukxa jalaskakiw siya. Jalxataskapinchixay chachanakaruxa”.
P. ¿Jupat jalxati jan ukax juparuch jalxatapxi?
R. Imilla, ukat imilla sapaki ikta siy, ukar jaqinakaw mantxatayna, awusxaphituwa siwa, panini wawa-
chayxapxi, uka jaqi ukjamw mantitu siya, uka ukjamaw mantitu siy ast awisasixa.
P. ¿Pero janit khiti arxatiripas utjki?
R. Janiy “Kullakapas chachapampik silt’xitu” siya, utjiy kullakapax jilapas utji, warmirakiw uka jilajan-
xa jan walikit siya, kullakajanxa chacharakiw jan walikit siya (M. Ch., Santiago de Llallagua, septiembre
2007).
R. Mi mamá sabe contarme, así ha pasado, diciendo. “Ella es una zonzita muy rara”, diciendo. Aho-
ra existe una zonzita allí abajo, dice que ella va corriendo donde los hombres. Le va a agarrar nomás
a los hombres.
P. ¿Ella corre detrás de los hombres o es que a ella la persiguen los hombres?
R. La joven, dice que duerme sola, ahí los hombres habían entrado. “Me han violado”, dice. Ha teni-
do dos hijos. “Ese hombre ha entrado en este momento”, dice. “El otro, este rato también ha entra-
do”, dice. Así se ha quejado.
P. ¿Pero, no hay quién la defienda?
R. No. “Mi hermana me ha celado con su esposo”, dice. Tiene su hermana y su hermano. De mi
hermano, la mujer no es buena y de mi hermana el hombre también no es bueno (M. Ch., Santia-
go de Llallagua, septiembre 2007).
Es frecuente la violación sexual, sobre todo a las indefensas con algunos problemas mentales o
que son sordomudas. Ellas quedan embarazadas, tienen hijos y no hay quién se haga cargo de ellos.
Las víctimas, tanto la madre como los niños, no tienen ninguna protección, ni siquiera de sus parien-
tes consanguíneos más cercanos. En otras regiones, como Cacachi, la violación e incesto se casti-
gan con la expulsión del agresor de la comunidad. Los comunarios son bastante severos, se
caracterizan por tener un control social muy estricto, que generalmente deriva en la expulsión de los
infractores. Así nos aclara el siguiente testimonio de una persona que no quiso ser identificada:
“Janiw, khitawachxakipininiw jichha jaqix, jani munkchitixa, wawataki kiraspana uraqinakapasa san-
way, jichha kamachakchini, ‘mistunxaniw’ siw satak yatisipktha. Wali k’umitapi, pero kamisarak mä aw-
kisti, iskuyla wawaskarakchixay, iskuylankaskchinxay maymarax, wawap’uruniniskchixay
iskuylankaskiwa, sunsakiw sunsa” (Cacachi, octubre 2007).
“No se le va a aceptar aquí, le van a expulsar nomás siempre, la gente no quiere verlo. ‘Sus tierras que
se queden para el pequeño niño’, decían. Ahora qué harán. Sabemos que va a salir. Está muy mal pues,
cómo pues un abuelo, a una escolar va a hacer eso. El año pasado estaba en la escuela, es menor de
edad, estaba en la escuela, sólo que es un poco zonzita” (Cacachi, octubre de 2007).
Los casos de incesto recogidos en las comunidades ocurren generalmente de padres a hijas cuan-
do la madre muere o tiene alguna enfermedad severa y la hija asume el papel de mujer de la casa.
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en otras partes retornan a su comunidad para mostrar lo que han logrado con su trabajo. En las ce-
lebraciones, los que emigraron llegan a sus comunidades con comparsas y bandas de música,
desplegando colorido y mucha alegría. Las localidades se llenan de gente y muchas personas llegan
con sus parientes políticos, yernos o nueras, que a la vez son acompañados por sus amistades o pa-
rientes. Muchos llegan también en sus vehículos, como vagonetas o minibuses, y llevan la mejor ro-
pa urbana que tienen con el fin de mostrarse con cierto orgullo ante la comunidad.
Los que son cabecillas de las danzas llevan a la localidad una orquesta desde la ciudad y también
exhiben la ropa más citadina y fina que lograron conseguir. De esa manera, en estas fiestas surge una
aguda competencia de prestigio, donde las familias de menos recursos sufren discriminación y vio-
lencia, pese a que en algunos casos son parientes de las exitosas. Así, se ven relegadas al papel de ayu-
dantes y las mujeres son cocineras de las familias que retornan para la fiesta.
Los intercambios desiguales, la discriminación y el desprecio por los que se han quedado en la
comunidad constituyen también formas de violencia social y simbólica, que inducen a la autodes-
valorización y en particular a la explotación del trabajo y de los recursos que manejan las muje-
res en las comunidades.
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En los testimonios de las más ancianas, es visible el deterioro de la relación armoniosa con la na-
turaleza que se alimentaba de ofrendas y libaciones a las wak’a achachilas y wak’a awichas, a los uywiris
y a la Pachamama. Con ello, se desvaloriza también el papel ritual de las mujeres y su manejo de los
conocimientos ancestrales sobre el paisaje como escenario de un mundo sagrado.
Otro aspecto de la violencia étnico-cultural se refiere al impacto de la migración, particularmen-
te masculina. La experiencia del trabajo urbano les abre un mundo de relaciones nuevas que con-
trasta con la vida de la comunidad y les induce a despreciar a su propia esposa y a su gente. En los
casos de violencia intrafamiliar más intensa, la experiencia migratoria del varón nos parece un fac-
tor explicativo importante y en él se mezcla la violencia étnica (sufrida en la ciudad), con la violen-
cia que ejercen sobre sus esposas, pues ellos descargan sus frustraciones urbanas, atribuyendo su
fracaso a la condición “más india” de las mujeres.
Esta situación fue puesta en evidencia en un estudio etnográfico realizado por Andrew Canesa,
en una comunidad aymara de Larecaja (Canesa, 2006).
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Economía: acceso,
manejo y control
de los recursos
En las comunidades estudiadas, los trabajos agrícolas y ganaderos son asumidos por todos los
miembros del núcleo familiar. Trabajan, hasta el último día de su vida, desde el más pequeño que
aprendió a caminar, hasta el más anciano. Las tareas se realizan de acuerdo a la fuerza y a la sa-
lud de cada integrante de la familia, cuya base más importante de producción es la tierra. Muchas
regiones del Altiplano del departamento de La Paz poseen terrenos áridos y están organizadas
en aynuqas y sayañas, sobre todo Calamarca y Santiago de Llallagua, que cuentan con tierras ex-
tensas y varias aynuqas, donde el cultivo de productos como la papa y otros tubérculos y la gana-
dería (pastoreo de ovejas y llamas) se complementan.
Sacasaca sólo tiene dos aynuqas, qullu y pampa en los que las tierras de cultivo son muy pequeñas.
Las familias complementan su producción mediante la manufactura de herramientas de trabajo agrí-
cola, con la madera que sacan de las partes más bajas de sus tierras. Las mujeres también se dedican
a trenzar canastas para venderlas en la feria de Pocohota. Chivo es una ex-hacienda en la que hay una
desigual distribución de la tierra, ya que algunas familias cuentan con acceso a las aynuqas y otras, no.
En Cacachi no existen aynuqas y las familias solamente tienen sus propias sayañas, con diversos
tipos y calidades de tierra. Las dos últimas comunidades tienen acceso al lago Titiqaqa y complemen-
tan sus recursos con la pesca y cosechando la totora, para utilizarla como forraje y material de cons-
trucción, y otras algas para alimentar al ganado.
En el conjunto diversificado de actividades agropecuarias, de pesca y recolección, se reconoce
el papel de la mujer como organizadora de la producción, a través del consumo y la distribución.
Ellas son las que “manejan” los recursos, tal como lo ilustra el siguiente testimonio:
P. ¿(…) Awisasax warmix wali imasirirakiw, awisasax janiraki, khitis akan wali sum juyranak ukjam ku-
sasanak suma apnaqixa, chachat warmicha?
R. Chacha… warmipuniw warmiw apnaqaptxa, janiw chachax amuykitixa, chachax sarir jaqichixay, ja-
niw amuykitix kunas, juyras kawkjankatsa, ch’uñu kawjankaskaspa “kawkjankis ch’uñuxa” sas “Jani nä
yatkstixa” sas “Apst’anim chha” sas mantasna, jani jupa kawkjankatsa yatkitixa, kawkjar uskutatsa. Us-
kuskarakiy jupa apkataskix, ukat janiy chachaxa... “janiw uñjkthti kawkjankarakisti” saskakiya.
P. ¿Janit amuykisti?
Capítulo 4
R. Janiw amuykitixa.
P. ¿Warmipiniy yatixa?
R. Warmipiniya. “¿Kawjankarakisti? Ukjankarakisa ukjatay apsunimxa” sasax, sasa, janip chachaxa
(M. C., Cacachi, octubre 2007).
P. (…) A veces las mujeres son las que guardan muchas cosas, a veces no también, ¿quién se encarga
de la administración de las cosas que existe en la casa?
R. Hombre… la mujer, la mujer somos las que manejamos, el hombre no siempre se da cuenta, el varón
es el que está de camino (pasajero) no sabe dónde están los productos, el chuñu por ejemplo. “¿Dónde es-
tá el chuñu? pregunta”, “yo no sé dónde está”, dice. Si le pides a él que saque el chuñu, no sabe dónde en-
contrarlo. Está donde él mismo lo ha puesto, pero el no… “no he visto, ¿dónde está pues?”, dice.
P. ¿Acaso no se da cuenta?
R. No se da cuenta.
P. ¿La mujer siempre sabe?
R. La mujer siempre: “¿Dónde está pues? Ahí está pues. De ahí sacá”, diciendo. El hombre, no (M. C.,
Cacachi, octubre 2007).
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P. ¿(…) Chachamp warmimpixa, utjistuw kunanaktix lurawix chachax chachjamax kuns lurasira-
kiw no? Warmix warmjamarakiw lurasixa, ukachiqanx tiy jumax kunaraks lurtaxa, tiyux kunaraks
lurixa?
R1. Nayan rawajuxax kunach utans nax rawajtxa kuna rawajasiñax ukay kuna narux tukit rawajañax
ukay ukat jupax kunas rawajiñapax tukarak ukarakiy rawajasixa; warmi rawajux yaqha chacha rawa-
jux yaqhachixay.
P. ¿Uka rawajunakax kunas akanx Chiwunxa?
R1. Nanakax rawajisipxtxa akjam istit kun jupax kun akjam yapu tuq lurañächi kunächi, kun yun-
tampichi kunachi, ukat nan rawajuxax nina phasiñächi uta tuqit uwar tuqit ukat kuna qapusiñacha
sawusiñacha ukanakay nanxa nanakanxa, ukat jupanx ukax yuntampis kuna rawajañ kuna istimpis
ukjam uka pikutanakampis kuna utanakatakis kuna aruw arkthapt’añach ukarakiy chachax priwku-
pasixa.
R2.Siwar yawiñ kunanakas kunas apthapiñarakiy akan jiljamak rawajiptxa.
R1. Nanakax kun yapunaks lurapxtha. Warmi rawajuw nanakanx… ukat jupax chachax mä rawa-
jur jalxatix ukaki rawajipxix, pero jilaw nanakan rawajuxa, alwata nina phayapxarakthxa, jan ikin al-
watarak sartxapxtha, ukat chachanakax mä rawajuk chachanakax rawajixa janjamakiw… chachäña
kusjamakispaw nataki. Janiw chacha rawajump warmi trabajump iwalkarakit nuwi? Niyas uka ku-
na siwar yawiñach kunachi ukanaka niyasa juntuy rawajisipktxa, kuna ch’uqi llamayuñanakansa, uka
yuntamp rawajaxaña uka nanakax janiy, ukaxa warmixa ukax yuntampix warmix rawajksnatixa, ni
utsa lurksnatixa, ukax jupanakaxa utsa lurapxi ukjamarakiy, utanaksa lurapxi (F. Ch. Ch. y esposo,
Chivo, octubre 2007).
P. ¿(…) Entre las mujeres y los varones existen diferentes actividades, los hombres como tales re-
alizan otras actividades y las mujeres como mujeres realizan otro tipo de actividades. En ese senti-
do, ¿tía qué haces y el tío qué hace?
R1. Yo en la casa realizo las actividades que me toca realizar y él realiza los trabajos que le toca ha-
cer. El trabajo del varón y la mujer son diferentes.
P. ¿Cuáles (son) esos trabajos aquí en Chivo?
R1. Nosotros los dos trabajamos, cuando así se trata de cultivar la tierra, él realiza el trabajo con la
yunta. Mi trabajo dentro de la casa, dentro del hogar es cocinar, después otras de mis actividades son
hilar y tejer, eso es lo que hago, lo que hacemos las mujeres. Él realiza trabajos con la yunta, con la
picota, apila adobes para hacer la casa, de esa cosa se preocupa el varón.
R2. Aquí hay que recoger todo, segar cebada y otros, aquí se trabaja más.
R1. Nosotras las mujeres también realizamos trabajos agrícolas, las mujeres trabajan… Los varo-
nes en el día cogen un solo tipo de trabajo y eso nomás hacen, nosotras las mujeres hacemos más
trabajo. Nosotras cocinamos muy temprano, sin dormir bien nos levantamos muy temprano, los
varones creo que realizan menos trabajo, para mí parece que es mejor ser varón. El trabajo del va-
rón y de la mujer es igual, ¿no es cierto? Cuando tenemos que segar cebada, cosechar y otros tra-
bajamos juntos. Sólo cuando hay que trabajar con yunta eso es lo que nosotras no hacemos,
tampoco construimos casa, ellos construyen casas y todo eso (F. Ch. Ch. y esposo, Chivo, octubre
2007).
En las comunidades hay trabajos específicos que realizan los varones, como construir la casa, y
en las cuales las mujeres sólo ayudan. Otras labores, como pastar el ganado, cocinar y tejer están des-
tinadas específicamente a las mujeres, y en este caso los hombres pueden ayudar.
Con respecto a la construcción de la vivienda, ésta se realiza una sola vez en la vida de la pa-
reja, y el roturado de la tierra solamente se lleva a cabo en una época del año.
Sin embargo, la tarea de pastar el ganado, cocinar y tejer son actividades diarias y constantes,
por lo que muchas entrevistadas afirmaron que las mujeres realizan más trabajo que los hom-
bres, por ende tienen más responsabilidades.
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En determinada épocas del año, sobre todo en la siembra y la cosecha, se precisa de la fuerza fí-
sica de los varones, porque por ejemplo en la siembra hay que trasladar y cargar semilla y abono, re-
corriendo grandes distancias.
Igualmente, en la cosecha hay que trasladar costales de papa y otros productos a la casa. En San-
tiago de Llallagua, las aynuqas de papa se encuentran muy distantes, por lo que cuando tienen
más hijas, las mujeres desean tener hijos varones atribuyéndoles muchas cualidades, valorando su
capacidad de trabajo y su resistencia. Como se verá, el trabajo de las mujeres y de los varones depen-
de de la fuerza a emplearse en determinadas actividades. Al respecto, un hombre dice:
P. ¿(…) Una mujer qué cosas puede (hacer) en un día cuando se levanta muy temprano?
R. Cada actividad tiene su tiempo. Cuando se trata de cultivar la tierra hay que levantarse muy tempra-
no, desde las tres o cuatro de la mañana ya tiene que estar cocinando, ya tiene que preparar el friam-
bre, luego uno tiene que alistarse para ir al sembradío.
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En comunidades como Santiago de Llallagua, y en otras donde se realizó la investigación, las tie-
rras de cultivo quedan muy distantes y el tiempo de traslado se suma a la jornada laboral.
Otra de las actividades importantes es el cuidado o pastoreo de animales. Por ejemplo, en Chi-
vo existe ganado vacuno que se cuida y alimenta con mucho esmero, y es motivo de prestigio y or-
gullo para la familia. Esta labor es compartida cuando la familia es completa, pero sólo está a cargo
de las mujeres en casos de familias incompletas a causa de la migración o de la viudez. A diferencia
de la agricultura, la ganadería exige una presencia permanente en todas las estaciones del año y re-
quiere de atención cotidiana.
En Calamarca y Santiago de Llallagua, las familias cuentan con rebaños numerosos de ovinos, que
por lo general están a cargo de las mujeres que llevan a pastar a los animales a distintos lugares del
campo abierto. Los subproductos más importantes de esta ganadería son el abono y la lana para hi-
lar y tejer. Dependiendo de la época, el pastoreo se realiza con el aporte laboral de los hijos, pero en
tiempo de clases las mujeres mayores son las que se hacen cargo del cuidado de estos animales.
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Una de las habilidades de las mujeres de estas regiones del Altiplano es el tejido en telar. Las ma-
yores son expertas y sus trabajos consisten en frazadas de colores, aguayos, ponchos, taris, ch’uspas,
wallqipus, inkuñas y otros. Por lo general, estas prendas eran de uso familiar, aunque algunas tam-
bién las llevaban a vender a las ferias locales. Las mujeres mayores afirman que la generación ac-
tual ya no sabe tejer y tampoco les gusta usar la ropa hecha a mano y prefieren la comprada, que
incluso resulta más accesible.
En otras etapas del año, las mujeres y varones de Calamarca se dedican a la confección de ro-
pa costurada y migran por temporadas a Santa Cruz, Cochabamba y La Paz, a realizar trabajos en
talleres de costura. Actualmente, muchos comunarios están en Argentina y Brasil y trabajan en
también en talleres de costura. Muy pocos son los migrantes que vuelven al país para atender sus
tierras y se dice que están bien acomodados, se comunican con sus familiares por teléfono y retor-
nan sólo ocasionalmente para las fiestas patronales.
En las localidades, generalmente se encuentran las personas mayores, además de los niños y ni-
ñas en edad escolar. Los jóvenes están en otros espacios buscando una mejor oportunidad de vida
porque las tierras han quedado pequeñas. La cantidad de tierras cultivadas permanece estable, pe-
ro a costa de la emigración de los hijos, de modo que sólo algunos se quedan para continuar con la
explotación agrícola.
Por otro lado, no hay trabajos que sean prohibidos para las mujeres o para los hombres. Las mu-
jeres que enviudaron muy jóvenes han aprendido a trabajar con la yunta, incluso algunas pueden te-
char o arreglar sus casas, porque sus hijos pequeños no pueden realizar todavía ese trabajo. Además,
cuando se necesita ayuda masculina, ésta no se encuentra porque todos andan muy ocupados.
Las actividades en la cocina y la preparación de alimentos no sólo están reservadas para las muje-
res, ya que también las pueden realizar los varones cuando está ausente la esposa o si son viudos. En
todo caso se trata de circunstancias excepcionales. En términos generales, se valora la autosuficien-
cia en ambos sexos, de modo que cada uno tiene que saber el conjunto de actividades requeridas pa-
ra la sobrevivencia. Sin embargo, el tejido en telar sólo excepcionalmente es realizado por los varones.
Por ejemplo, sólo en la comunidad de Cacachi se encontró a un hombre experto en tejer agua-
yos, taris y camas. Es más frecuente que ellos manejen el tejido a palillo. En ese sentido, se valoran
los lluchus con dibujos creados por ellos.
También en Calamarca los hombres se han dedicado al rubro de la costura a máquina, abastecien-
do un amplio mercado de manufactura local que se centra en El Alto y se distribuye desde esa ur-
be a las ciudades del resto del país.
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
Además, muchas veces el pasar el cargo a alguien supone gastos extraordinarios y son particu-
larmente las mujeres quienes deben atender a las autoridades y a los miembros de toda la comuni-
dad, garantizando el descanso y la recreación de los otros, a costa de su propio esfuerzo y sacrificio.
Como el ocio es mal visto, podría decirse que las mujeres no valoran el descanso y la recreación, y
sólo se sienten realizadas a través del trabajo.
En las comunidades más integradas y en la antigüedad, la realización a través del trabajo traía con-
sigo un reconocimiento y un respeto a las habilidades y conocimientos de las mujeres, particular-
mente en su calidad de tejedoras, herbolarias y ritualistas. En las condiciones actuales, y en vista de
la imagen dominante de la maternidad, todos esos otros conocimientos se han desprestigiado, y se
ha empobrecido la creatividad de las mujeres hacia ámbitos más rutinarios y laboriosos, desprovis-
tos de reconocimiento social.
pequeñas. La gente joven ha migrado a las ciudades y en el lugar solamente quedan las personas ma-
yores y los pequeños en edad escolar, como una forma de viabilizar la producción.
Sacasaca es una región del Valle, con topografía accidentada y quebradas en las que son escasas las
tierras de cultivo. La diversidad de alturas permite cultivos dispersos entre el cerro y las orillas del río,
de donde se extrae madera y khupi160. El patrón migratorio de la zona es rural-rural, ya que un buen
número de familias adquirió lotes en Caranavi, manteniendo una relación entre ambas regiones.
Los pobladores de la zona 23 de Marzo (Ventilla) son inmigrantes de varios lugares. Algunos
mantienen una relación muy estrecha con sus comunidades de origen cultivando las tierras que les
cedieron sus padres y frecuentemente van a ellas en épocas de siembra y cosecha.
Gracias a la ayuda de sus progenitores y tíos que quedan en sus comunidades, logran una buena
cosecha y se abastecen de papa, chuño y otros productos agrícolas, como también de ch’arkhi161 y
otros derivados pecuarios. Las tierras que actualmente ocupan en 23 de Marzo han sido compra-
das a cuotas y todas las familias son dueñas de los espacios que tienen, aunque sus títulos propie-
tarios están todavía en proceso de legalización.
En las comunidades estudiadas, la venta de tierras casi no se advierte, lo que hay son arreglos de
intercambio, como nos relata una vecina de Santiago de Llallagua:
Como las tierras son heredadas de los padres a los hijos varones, en cada generación se reduce el
tamaño de las parcelas que le tocaría a cada uno. Esta es la razón principal por la que algunos hijos
e hijas se ven obligados a salir de su comunidad cediendo su parte de la herencia (en el caso de los va-
rones) o liquidando su parte del ganado (en el caso de las mujeres), a través de acuerdos internos.
El resultado de ello es una variedad de parcelas discontinuas que no están en pleno uso. Además,
la gente que se queda en la comunidad procede a intercambiar sus tierras con otros comunarios, en
procura de contrarrestar esta tendencia a la dispersión y el abandono de parcelas.
Por lo general, no es posible vender la tierra a gente ajena a la comunidad y en forma indepen-
diente de la familia. La consulta a ésta y la aceptación de la comunidad son imprescindibles para
cualquier modalidad de transferencia. En casos extremos, si alguien quiere disponer a su gusto de
la tierra, ésta vuelve al control de la comunidad para su reasignación a otros núcleos familiares que
la necesiten. De este modo, las mujeres que han quedado en la comunidad suelen lograr un mayor
160 Arbusto que se aprovecha para sacar maderas delgadas para trenzar canastas.
161 Ch’arkhi, charque, carne salada y secada al aire o al sol para que se conserve.
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acceso a la tierra cuidando las parcelas de sus familiares emigrantes, intercambiando trabajo, anima-
les de tiro o tienen más acceso a parcelas distantes con otros miembros de la comunidad.
El título pro-indiviso, además del saneamiento de las TCO (Tierras Comunitarias de Origen), han
sido las modalidades por las cuales las comunidades han retenido el control colectivo sobre el uso
de las tierras y sobre los intercambios internos que surgen entre sus miembros y entre residentes de
otras ciudades y zonas agrícolas del país. Aunque el equilibrio es cada vez más difícil, ya que exige
de los propietarios formales al menos que participen en los turnos de cargos dirigenciales de la co-
munidad, se ha mantenido hasta el momento, en medio de una creciente inseguridad jurídica y las
tendencias hacia la parcelación de las aynuqas y la liberalización del comercio de las tierras. La
mayoría de las mujeres quedaría desplazada de sus labores productivas en caso de que la tendencia
a la individualización de la propiedad supere las presiones de la comunidad para seguir controlan-
do el destino de los recursos. Quizás ellas sean las que, en última instancia, decidirán si la comuni-
dad pervive o si la fragmentación y el mercantilismo acaban por destruirla.
“Nanxa papituxan uraqipawa, ukaxa tataxan tataparakiy jaytawaypachax ukjamakirak sari, jichhas na-
nakax iraranïxapxa wawanakar jaytapxarakiki ukat uka wawanakax jaytawayxarakikini jaytawayxarak-
kini ukjamakiraki jaytawayxañataynaxa, ukankaskiw nanxa jichhax tukumintus janirakiw suma “Ahora, nosotros,
ligalisatakit sasaw llakisisktha” (B. M., Chivo, octubre 2007). cuando tengamos
“La mía es la tierra de mis padres, eso le ha debido dejar el padre de mi padre y así va eso. Ahora,
más edad,
nosotros, cuando tengamos más edad, vamos a dejar a nuestros hijos y nuestros hijos van a dejar a vamos a dejar a
sus hijos, así hay que dejar la tierra, estamos en eso nosotros. Ahora, nosotros no tenemos los do- nuestros hijos y
cumentos todo legalizado” (B. M., Chivo, octubre 2007). nuestros hijos
Alguna vez ocurre que la familia sólo tiene una hija, la cual queda con todas las tierras y cuando
van a dejar
se casa no se traslada a la comunidad o estancia del varón. En ese caso, los padres de la joven, en el a sus hijos, así
momento de la irpaqa, hacen conocer a los progenitores del varón que la muchacha es hija única y hay que dejar la
que debe quedarse en la casa acompañando a sus padres y cultivando sus tierras. Entonces, quien tierra...”.
llega a la vivienda de la joven es el varón y asume la condición de yerno. Pero, en la generalidad de
los casos, las mujeres sólo cuentan con una herencia de muebles, tejidos, enseres de casa y otros
bienes, como el ganado, que pueden ser acarreados a su nueva vivienda. El aporte de ambas fami-
lias es una especie de dote que equilibra lo aportado por ambos cónyuges para constituir un patri-
monio común. Con la herencia de ambos cónyuges se equipa el nuevo hogar y también se forma el
nuevo hato ganadero de la familia recién creada, como puede advertirse en el siguiente testimonio:
162 Chikiñas, dar una pequeña parte de la parcela para que la hija casada ayude a cuidar esas tierras y pueda sembrar.
93
DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
Como se explicó en acápites anteriores, después de la irpaqa y luego del matrimonio por la Igle-
sia y del Registro Civil, se va a la casa de los padres de la joven a recoger la apt’a163. Además, en car-
navales existe el tuti t’aqa, en el que los padres de la mujer otorgan algunos animales a la pareja, sobre
todo a la hija, para que a partir de éstos pueda formar su propio rebaño y sustentar a la nueva fami-
lia. El aporte de ambos núcleos familiares es equilibrado en lo que se refiere a la tenencia de anima-
les y enseres para el trabajo y la casa, no así en cuanto a la propiedad de la tierra.
Por lo general, la propiedad de la tierra se considera una forma de herencia que hacen los padres
en vida. Al distribuir los bienes antes de morir se busca evitar las peleas entre hermanos. Para ello,
hay diferentes momentos y formas de repartición:
“Iwalak iraquqapxitux q’ala, awayuw utjatayna ch’iyar awayu, khuruk khurjatatayna ch’iyar awayuxa, ma-
yakam lakinuqawapxitu, ikiña utjatayna, ikiñax lo mismo mayakamrak jupax jilt’ayasiskarakiy almapata-
kix intirisapatakix jilt’ayasirakiy q’al churaniwaphitu, utxa ch’usaki. T’arwa jawinakaw utjatayna uka
tarwa jawinak… lip’ichinakaw utjatayna lip’ichinakax janis… iqtapxtha japx iqtapxtha japx tarwa jawik
ukakipuniw niyas t’arwa jawi churaniwayituw kimsakam kimsa jawkam churaniwapxitu ukjams luraway-
chi akatjamat katxitanix ukjams lurawaychi uka ukax imillanakatakiw tarinaksa lurasiwaythpi, sutininak
lurasiraktha, ispusujan sutipan, nan sutijan awisax nan sutix sapakis ukjam lurt’asiraktha, ukat jichhax
imillanakaw iqtasini, yuqallatakix niyas apartirakiw ukax phuqhatxay lurstxa naxa, phuqhat phuqhat yast
phasil iqtasin, iqtasin sutipan sutipanirakiw tarijax sutipatkam aptasiwayxapxanix sutipan, yuqallanxa jan
sutinirakiw ukax parisatawa ukax yuqallwawachi parisat lurt’atawa” (B. C., Chivo, octubre 2007).
“Nos ha distribuido a todos por igual, había habido awayu negro, estaba con… el awayu negro, nos ha
distribuido un awayu a cada uno. Las camas que habían, nos ha dado a uno a cada uno de la misma ma-
nera, ella se ha hecho quedar también, para cuando sea alma, también se ha hecho quedar para sus in-
tereses, todo lo que había en la casa nos ha dado, la casa estaba vacía. Había tenido vellones de
oveja, varias jawis esquiladas nos ha dado a tres jawis, también había cueros de lana, los cueros de la-
na ya no servían para nada se estaban deshaciendo, sólo hemos recibido los jawis de vellón. Quizás yo
haga lo mismo, cuando la muerte me pesque de un momento a otro. Yo he tejido taris para mis hijas,
he tejido con nombres y todo para cada una de ellas, algunos con el nombre de mi esposo y el mío,
otros sólo tienen mi nombre en el tejido. Los taris para cada una también tiene su nombre, eso es pa-
163 Apt’a, término que viene del verbo apt’aña, que significa perder algo por azares de la vida.
94
DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
ra mis hijas. He tejido completo para todos, para que pueden agarrarse cada uno sus taris, para mi hi-
jo varón he tejido aparte, de mi hijo está sin nombre, es un par de taris, por ser varón he hecho un par
para él” (B. C., Chivo, octubre 2007).
Cerca de la hora de la muerte se hace la partición de la herencia material, distribuyendo los tejidos
y enseres de la casa hasta que quede vacía. La ocupación de este espacio suele corresponder a los hi-
jos menores que se trasladan y se establecen allí para mantener y no dejar “enfriar” la vivienda.
A lo largo de sus vidas, muchas mujeres mayores han tejido camas, aguayos, taris y polleras para sus
hijos e hijas; sin embargo, también están conscientes de que estos bienes, producto de su trabajo, ya
no son valorados por sus vástagos, porque prefieren usar aguayos y otras prendas de manufactura
industrial. Como reflejo de estas diferentes valoraciones por parte de las abuelas y los jóvenes,
ellas llaman a estas prendas qachu q’ara awayu164, porque se ha desvirtuado el contenido cultural y la
identidad familiar y de ayllu que contienen los tejidos como el aguayo, los taris y las ch’upas.
164 Qachu q’ara awayu, aguayo confeccionado en serie y sin mucho esfuerzo.
95
DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
R. Yo todo sé hacer, cómo no voy a poder hacer. Desde que me vine aquí sé hacer pan. Murió mi es-
poso y me he dedicado a hacer pan para llevar a las estancias, allí sé vender y sé agarrar otros produc-
tos como la papa, luego sé llevar a La Paz, sé vender en las ferias, no sé estar quieta, con qué puedo
criar a mis hijos. Sé tener vacas, ovejas y otros animales, sé cuidar también. Los animales sé dejar en
los corrales y sé volver para sacarlos a pastar, así sin tiempo sé andar. Antes había que ir a La Paz a pie,
con burrito, así sé ir a La Paz. Sé ir y venir de La Paz, también sé ir a los valles por fruta, sé sacar fru-
ta en burro y mula, y sé llevar a las ferias como existe ahora.
P. ¿De dónde saben ir a sacar fruta?
R. De allí del valle, del valle sabemos sacar las frutas.
P. ¿En burrito saben traer?
R. Sé traer en burro, sé llevar a las ferias, ahí sé vender. Sé llevar a las estancias y sé cambiar con otros
productos agrícolas y eso sé llevar a cambiar con las frutas, me dan frutas, esas frutas saco, así no sé
estar quieta, sé andar de aquí para allá.
P. Ahora, ¿cómo son las mujeres tía?
R. Ahora no … van en movilidades nomás, agarran en las ferias de ahí llevan a otros lugares, ahora hay
autos, entonces ya no es difícil, antes no había movilidad, por eso a todo lado se iba a pie.
P. Así es.
R. No había movilidad, por eso así sé andar a pie. Ahora ya me duelen los pies, tal vez me ha pasado
el frío o qué será, será que tengo alguna enfermedad, los pies me duelen mucho, por lo que sé andar,
por eso debe ser.
P. Ya tía. Entonces, la época de antes y la de antes no es lo mismo, ¿no tía?
R. Ya no es lo mismo.
P. ¿Por qué crees que es así?
R. Ahora en este tiempo es fácil hacer muchas cosas, antes era muy difícil.
P. Así es tía.
R. Yo soy de hacienda, en la hacienda había que servir al patrón, desde la medianoche había que pi-
sar el chuño, a esta hora hay que cosechar papa… Yo trabajaba en la hacienda (J. L., Calamarca, octu-
bre 2007).
En este testimonio puede verse la intensificación de la actividad comercial de las mujeres a par-
tir de la Reforma Agraria, debido a la reestructuración de los mercados, el aumento de la demanda
urbana de alimentos y la eliminación del monopolio comercial del hacendado. La participación co-
mercial de las mujeres les permitió el control de recursos clave y, en algunos casos, como se verá más
adelante, administrar el presupuesto monetario del hogar. Sin duda, este control es mayor allí
donde lograron resistir el autoritarismo del marido y las presiones familiares.
También el comercio es un espacio de solidaridad y competencia entre ellas, una doble dimen-
sión que caracteriza las relaciones con mujeres de la familia afín en el ámbito productivo y fami-
liar de su comunidad.
96
DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
“Isti… qullqi tuqit yamas nanakax panini apnaqasipxtha, janiw nä sapakis apnaqkti ni na sapakis kun
aliris sarkarakti, awisa kun akjama isi alasiñanaksa nan ispusajaru sista ‘ak alasiñäni’ sasa, nayakit…
juma antis alasim ukat sistwa juma antisasa alasim, janiw ispusajax jupa sapak alañ munkitixa,
‘Juma alasirakim naya alasiraki’, jall ukjam panini alasipxtxa, ukat naya awisasax ‘Jumak alasiwayam
nan utjaskituw’ sasa, janiw munkarakiti ispusajaxa, janiw munkarakiti ‘nakit alasi, mä urux sisxitas-
maw jumakiw isisxtha sitasmaw’ sasa ‘jani panpach alasiñäni’ sasa, ‘ya’ sasa asiptaraktay ukjama
aceptarakta, ya panpacha alasiñani sasa, jupa kunsa munixa alasiniwayi naya alasiniwayta, pir jupaw
ispusajaw nan qullqi katu, janiw nayax katkti nayaxa, awisax kunas phaltkitu ukjax qhan na mayta
‘waxt’awayita’ sas un peso, dos peso, kunataki, situw ukjamatakiw naya muntha, waxt’awakitaya ja-
niw ukjam jan qullqinix sarnaqañat sarakisa, jani mä pesosa qullqinixa siwa, waxt’awita, ya suyamay
situy janiw na apnaqkti ampulantirakithwa, jall ukjam apnaqasipxtha, juntun apnaqasipxtha herma-
na” (F. F., comunario, Calamarca, octubre 2007).
“Este… la plata nosotros manejamos los dos (marido y mujer), yo solo no manejo la plata, tam-
poco voy a comprar algunas cosas yo solo. A veces, cuando hay que comprar algo de ropa le digo
a mi esposa: ‘Compraremos esto’. Acaso yo nomás, tú más bien comprate, mi esposa no quiere ir
a comprar sola. ‘Tú te compras y yo también me compro’. Así los dos nos compramos, yo a veces
le digo: ‘Tú nomás comprate, yo tengo todavía’, mi esposa no quiere. ‘Un día me puedes decir que
yo nomás me visto me puedes decir, más bien los dos nos compraremos’, yo acepto nomás, así yo
acepto. Los dos nos vamos a comprar diciendo, cuando ella quiere algo, se compra, yo también me
compro, pero mi esposa agarra la plata, yo no agarro, cuando a mí me falta plata claramente le pi-
do: ‘Dame plata’ un peso, dos pesos. ‘Para qué’, me dice. ‘¡Para esto quiero!’, le digo. ‘Dame “Murió mi esposo
pues’, le digo. Dice que no hay que andar sin un centavo, dice: ‘Regálame pues’. ‘Bueno espera y me he dedicado
pues’, me dice. ‘Yo no manejo, soy ambulante nomás’, me dice. Así manejamos la plata, los dos
juntos” (F. F., comunario, Calamarca, octubre 2007).
a hacer pan para
llevar a las
De esa manera, la mayoría de las mujeres de las comunidades administra la casa y los ingresos estancias, allí sé
monetarios del hogar. Ellas afirman que a veces la ganancia puede ser despilfarrada en borrache- vender y sé
ras y los varones concuerdan en que es mejor que su esposa maneje el dinero. También se admite
que algunos hombres pelean y regatean en la compra de algunos productos y controlan a la mujer
agarrar otros
en la administración de la plata, pero ninguna de las entrevistadas afirmó contundentemente que productos como la
su esposo controla todo el movimiento económico. papa, luego sé
llevar a La Paz...”.
4.3.2. Reciprocidad, solidaridad, intercambio y ayuda mutua
Algunas familias y parejas viven en armonía y complementariedad. Se ayudan en el trabajo y to-
man decisiones en conjunto. Generalmente están juntos en todo, así cuentan una comunaria
(nuera de Chivo) y su esposo:
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
R1. Janiwa. Paninixay rawajatächixa, yaqhipaxa janirakipi chachakirakiw rawaji yaqhipa warmikax ja-
niw yanapkarakitixa. Yapunaka chacha sapakirakiw…, qarjxasmachakiw sapaxa.
P. ¿No ve? ¿Pani pura, purapatpinti yanapt’asipxi?
R2. Paninipiniy.
R1. Paninipiniy, naxa yanapakipinthwa, jani saparux aptkiristixa. Yaqhipa ukjam utjiway, chacharukiw
apt’apxi yast, ukax chacha sapax janiy ratu lurxitixa qarxiya.
P. Ya ukjam paninikipini.
R1. Paninipini kuna mink’sa minkt’astan ukjam, mink’ampis yanapt’ayastan ukjamarakiy.
P. ¿Paninitpin ukjamaxa. Jumanakakich ukjam lurasiptax yaqhipanaka, taqpacha markach ukjam
lurt’asipxaraki?
R1. Yaqhipanakax… ukapi warminakax chacharukipi rawajiyapxixa.
P. ¿Ä ukarakiy no?
R1. Uka utjipi. Ukjam warminakax uywampik sarnaqapxaraki. Uywampis sarnaqapxarakta ukat yaps
lurapxaraktha panini jall ukjamay kuna mink’sa mink’t’asipxaraktha ukjamay uyws alisipxtha paninipin
jall ukjamaway ukjamak nax sarnaqt’asiraktxay (F. Ch. y su esposo, Chivo, octubre 2007).
P. Lo que se tiene en la casa, los ahorros que se ha logrado reunir ¿cómo se administra aquí tía?
R1. Eso así, cuando tenemos más, vendemos pues, luego cuando nos falta algo, también compramos.
Entre los dos decidimos qué comprar, no puede disponer del dinero ni el hombre sólo ni la mujer so-
la, lo que tenemos nos pertenece a los dos. Cuando la iniciativa es de él y dice: ‘Venderé’, entonces
‘venderemos’, decimos y luego lo vendemos.
P. Entonces, depende de los dos ¿no es cierto? ¿No existe sólo el hombre ni sólo la mujer?
R2. No.
R1. No. Es el trabajo de los dos, pues, en algunos no es así, sólo el hombre trabaja, algunas mujeres no
le ayudan a su esposo. El hombre va solo a las chacras… Se cansan trabajando solitos.
P. ¿No ve? Los dos, ¿entre los dos siempre se ayudan?
R2. Los dos siempre, pues.
R1. Los dos siempre, pues, yo le ayudo siempre, no le puede dejar el trabajo a él solo. Existen algunas
mujeres que le dejan el trabajo al hombre solo, el hombre solo no avanza el trabajo, se cansa pues.
P. Entonces, entre los dos nomás siempre.
R1. Los dos siempre, pues, alguna vez realizamos el trabajo con la ayuda de alguien que mink’amos.
P. Los dos nomás siempre. ¿En todo este pueblo todos hacen igual o sólo ustedes trabajan así?
R1. Algunos… por eso pues algunas mujeres sólo le hacen trabajar a los hombres.
P. ¡Ah! Eso también, ¿no?
R1. Existen pues algunas mujeres que sólo se dedican a cuidar animales. Con los animales andamos
también los dos y también hacemos la chacra los dos siempre, así es, así nomás vivimos (Felipa
Charca y su esposo, Chivo, octubre 2007).
En las comunidades hay gente que tiene menos tierra, por lo que cubren sus necesidades con el
trabajo para otro comunario que posee más. Ayudan en todo el proceso de cultivo, a sembrar y a co-
sechar, y no participan en la economía monetaria. Una mujer da su testimonio:
“Janiw aljirikti nax antisisaw yapxatasiñax wustitu, alja mayxa janiw aljirikti, kunapacharak aljañ-
takix nax jil yapuchiristha ukaxay sataqt’astha llamayjt’astha, ukjamanpikixay sarnaqsthxa ukat na-
xa yaqha yapuchasiristha ukjama tracturampis kunasa uraqiniskirista may may, mä pusi yaps
phisqha yaps ukaxay aljañtakisa utjchispaxa, janixay ukjam ch’amitajamp irjt’asintha, sataqt’asta
ukas jani nan manq’asiñajataki wawanakajamp manq’asiñajatakiki utjituxa, jani jilax aljañtakixa utj-
kitixa” (R. T., Calamarca, octubre 2007).
“Yo no sé vender, más bien sé aumentarme con más productos agrícolas, lo que no sé es vender, có-
mo puedo vender si yo no cultivo por demás, ayudo a cultivar y a cosechar, con eso nomás vivo. Si
yo sembrara aparte las tierras, con tractores y todo, si yo tuviera mis propias tierras, unas cuatro o cin-
co chacras, quizás pueda tener para vender. Lo que tengo es con mi trabajo, voy a ayudar a sembrar,
eso sólo es para que yo y mis hijos nomás podamos comer. No tengo por demás para poder vender”
(R. T., Calamarca, octubre 2007).
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
Como se dijo anteriormente, los tiempos de mayor trabajo son los de siembra y cosecha. En es-
tos períodos escasea la gente, ya que todos los miembros de la comunidad están realizando sus co-
sechas y no hay personas vacantes y generalmente se reúnen los familiares y empiezan el trabajo.
Con la acentuada emigración, la escasez de mano de obra se agudiza. Es por eso que en Calamar-
ca, Santiago de Llallagua y Chivo se siembra más con tractor, lo que permitió afrontar la falta de
oferta de trabajo en las principales labores agrícolas. Sin embargo, en la cosecha se requiere nueva-
mente del aporte laboral y es allí cuando suelen llegar algunas personas que emigraron y que reci-
ben productos agrícolas en retribución por su ayuda. En otros casos, la mano de obra se consigue
convocando a comunarios que tienen menos tierra para que, con su apoyo en la cosecha, obtengan
determinada cantidad de producto como retribución (mink’a).
P. Está bien hermano Mallku. ¿Así entonces trabajan, así se posesionan. Entonces debe haber algu-
nos problemas también… ¿Qué clase de problemas hay ahora? ¿Qué conflictos arreglan ustedes? ¿Có-
mo enfrentan y enderezan los problemas?
R. Sí, aquí existen bastantes problemas para nosotros. Aquí (al Cabildo) vienen a arreglar: “Arregla-
me este problema”, dicen. Sobre todo vienen por problemas de tierras, dicen que uno sólo quiere
agarrarse las tierras, otros vienen por “propase” de linderos, así hay muchos problemas aquí. Aquí
siempre vienen a arreglar los problemas de tierras y las autoridades tenemos que escuchar a un lado,
al otro lado y arreglar de acuerdo a la culpabilidad. A los culpables hay que chicotearles, de acuerdo
a lo que se ve que ha sido su conducta. “Si ustedes no quieren arreglar bien, cómo vamos a arreglar,
se van a estar riñendo nomás”. Así hay que hablar de a buenas y así arreglamos los problemas todas
las autoridades del Cabildo, de un lado y de otro lado vemos, escuchamos lo que plantean, y de ese
modo llegamos a un acuerdo, licenciada (C. F., Mallku de Calamarca, octubre 2007).
En el testimonio puede verse el método de resolución de conflictos propio de las comunidades. An-
te transgresiones de orden económico (“propase” de linderos, disputas sobre tierras), las autoridades
asumen una función jurídica, a través de un careo entre las partes y la determinación de sanciones. La
importancia de “arreglar de a buenas”, de evitar que el conflicto se agudice y de lograr la armonía en-
tre los actores en el problema tiene un efecto inmediato, que suele registrarse en forma de una conci-
liación de partes, con compromisos y reprimendas, una vez que se ha determinado quién es más
culpable. La restitución de la armonía es fundamental para proseguir la vida en comunidad y la garan-
tía para el cumplimiento de estos acuerdos está dada por la participación de las familias.
En las comunidades son muchos los conflictos que surgen por la posesión de las tierras de cul-
tivo. Éstas, que en otrora eran extensas, han quedado reducidas a pequeñas parcelas que no son su-
ficientes para las actuales generaciones de hijos y nietos. Como ya se indicó anteriormente, los que
tienen más derecho a quedarse con las tierras en las comunidades son los hijos varones y por lo ge-
neral las heredan de sus padres y éstos las han recibido a su vez de sus progenitores y así sucesiva-
mente, de manera que cada vez son más pequeñas las parcelas que quedan para los hijos y nietos
de los nietos. Esto ocasiona muchos problemas y a veces sólo uno de los hermanos se apropia de
todas las tierras, generándose un conflicto entre ellos que debe resolverse con intervención de las
autoridades comunales e incluso estatales.
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
Según el estudio de Urioste y otros (2006), la variable de ajuste en el acceso a la tierra es la migra-
ción. En lugar de subdividirla constantemente, las familias optan por mantener el tamaño de la tie-
rra enviando a sus hijos a estudiar o trabajar fuera de la comunidad. Según la investigación citada,
en los últimos 30 años se ha mantenido estable el total de tierra cultivada por familia en aproxima-
damente una hectárea y media para todo el Altiplano. Pero, esta continuidad se ha dado a costa de
la emigración de la mayoría de los miembros de la generación más joven.
Poseer tierra también significa cumplir con las obligaciones que debe desempeñar una autoridad
de la comunidad. En este caso, los migrantes suelen asumir cargos temporalmente, con el fin de
mantener el acceso a ese recurso, especialmente en los casos en que no han logrado una inserción
estable en ocupaciones urbanas.
Otro de los puntos conflictivos es el acceso a tierras de pastoreo, que en muchos casos han sido
transformadas en agrícolas. De este modo se ha restringido el acceso a tierras distantes y el pasto-
reo se realiza en las sayañas o en las tierras en descanso de las aynuqas. Son frecuentes los conflictos
causados por el daño a los cultivos que producen los animales y los sindicatos o autoridades tradi-
cionales suelen exigir compensaciones por estos problemas a los dueños del ganado. En las comu-
nidades con acceso a las orillas del lago Titiqaqa, la alimentación del ganado se complementa con la
totora y algunas variedades de algas comestibles, de modo que no existe pastoreo itinerante.
Se podría decir que hay un sistema semiestipulado de crianza del ganado mayor, que consiste en
llevar el alimento al animal, en lugar de llevar a éste hacia los pastizales. Además, el cultivo de ceba-
da se ha intensificado en algunas comunidades para producir forraje, particularmente cuando
hay producción lechera o engorde del ganado que se rescata en las ferias.
Los “propases” de linderos y los daños a los cultivos también son frecuentes en las comunida-
des donde hay más rebaños de ovinos, que suelen estar a cargo de niños y adolescentes. El control
de los animales es difícil y es frecuente la invasión de ellos a cultivos ajenos, dañando la producción
de papa, oca, cebada y otros, con la consecuente disminución de la cosecha. El cuidado de los ani-
males implica realizar un constante mantenimiento de pastizales, siembra de cebada y recolección
de totora y algas para su alimentación.
En el ayllu Chivo, cuidar muy bien los animales es motivo de orgullo y prestigio, por eso se los tra-
ta con cariño y cuidado, se los vacuna y las vacas preñadas son resguardadas del frío. Incluso, según
un comunario, se les hace beber agua calentada al sol para evitar enfermedades.
La frecuencia de los “propases” de linderos y los daños por invasión de pastizales ajenos son mo-
tivo de pelea y confrontación, y suelen convocar la mediación de las autoridades.
En el siguiente caso, la invasión de pastizales derivó en el enfrentamiento de dos familias en la co-
munidad de Santiago de Llallagua. Como es usual, el problema se inició cuando los animales de un
núcleo familiar invadieron los pastizales de otro. La dueña de estas tierras agarró la honda y lanzó
pedradas a los animales, lastimando a uno de ellos. El dueño reaccionó en defensa de su ganado, en-
frentando a la señora, a la que hizo caer, provocándole un aborto.
Este caso fue tratado por las autoridades originarias de Santiago de Llallagua en la oficina del
Mallku. Allí se reunieron las autoridades originarias, la señora afectada y su familia (esposo y madre)
y, por otra parte, el dueño de los animales y algunos de sus familiares. El caso se trató escuchando
los alegatos de la señora, con participación de su madre y esposo.
El propietario del ganado aclaró algunos puntos y terminó asumiendo su responsabilidad, argu-
mentando que fue un accidente fortuito. Por otro lado, la señora acudió a la consulta médica en un
hospital de El Alto y obtuvo un certificado. Después de las recomendaciones y exhortaciones de las
autoridades comunales, el dueño de los animales asumió su culpa y se comprometió a pagar todos
los gastos de la curación. Este es un ejemplo, entre muchos, de la justicia administrada internamen-
te por la comunidad, que se caracteriza por buscar la compensación por los daños y la reconcilia-
ción de las familias. La presencia de familiares en estos actos de conciliación muestra que las
mujeres solas no pueden acceder a la justicia comunitaria, siendo importantes la negociación y los
acuerdos entre ambas familias representadas por los varones.
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
Organización política
y participación en los
espacios de decisión
5.1. Organización política y participación de las mujeres
En los ayllus donde se realizó la investigación, el cargo de autoridad originaria se asume en pa-
reja, en chachawarmi. Se comienza por los de menor jerarquía, siguiendo un thakhi165, según las nor-
mas establecidas en la comunidad. Podría decirse que el acceso a la tierra y el reconocimiento de las
familias como miembros plenos del pueblo dependen no sólo del trabajo, sino de pasar los cargos
en un curso ascendente, desde los menores o auxiliares hasta los principales (Secretario General, en
las comunidades donde hay sindicatos, y Mallku, en el caso de aquéllas donde son vigentes las au-
toridades étnicas tradicionales). Generalmente, el acceso a los cargos comienza una vez que la per-
sona asume la condición de jaqi, al contraer matrimonio, formalizar una unión y conformar una
nueva familia. Los cargos se asumen en forma rotativa, tomando en cuenta la lista de comunarios
y la ubicación de sus tierras, lote por lote. Al respecto, un vecino de Chivo, comenta:
Los cargos principales son asumidos según el acceso y el orden de las sayañas o lotes de las familias,
el acceso a pastizales y otros recursos. A lo largo de la vida, a cada familia le tocar ocupar varios pues-
tos, hasta llegar a las instancias superiores, como el de Mallku, que es la autoridad política principal de
toda la comunidad. Los cargos mencionados en el anterior testimonio, como los “comités”, son de re-
ciente creación y no se eligen en forma rotativa y más bien surgen en la medida en la que los comuna-
rios requieren de mayor capacidad de relacionamiento con instituciones estatales o privadas fuera de
la localidad. Por eso es que se selecciona, por lo general, a personas con mayor manejo del castellano,
conocimiento de trámites y de las normas legales, y con relaciones en el mundo urbano.
La capacidad discursiva y el conocimiento técnico son valorados, de modo que algunas veces los
elegidos son pobladores que emigraron a la ciudad y que han acumulado contactos y conoci-
mientos apropiados para una buena gestión.
165 Thakhi, camino.
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
Qamanas
Sata kampu (Secretario de Agricultura)
Pata kampu (Agricultura)
Phawa kampu (Agricultura)
T’ultu kampu (Secretario de Ganadería)
Taqpach aka kumuniraran naw jilir awkithxa (Soy el padre mayor de la comunidad)
R. Chiqapiniw nanakanx utjapxituwa… Nä anchhita markan suma irpirithw nax jach’a mallku satath-
wa naxa, taqpach aka comunidadan naw jilir awkithxa licenciada.
P. Muy bien Mallku.
R. Si, ukjam naxa janirakiw ukjamakixa qunt’asiñakiti, nanakax walja cargo phuqht’apta, jall ukata
mawk’a iskalatawa. Jall ukjam nanakax makatapxta aka markana cargo akjam qunt’asiñataki. Prime-
ro luwar nanakax misa kampu, jall ukat qalltapxthxa, misa kampu, uka yapunak tuqit uka awatiripi mi-
sa kampu, jall ukxaru jutapxarakituwa kapitana, uka kapitan kupispaxa jan ukax ch’iqa, jall ukjamaw
uka lurt’añaraki, jall ukxarux jutarakikiwa sullka mallku, ukjama sullka mallku lurt’añarakiki mara yast,
ukxaru jutipi waka mayura, waka mayuraw mä 5 de awustuna phista thuqht’aña jach’a waka turuna-
ka anxart’asiñaxa, jall ukxaru yasta wayli mayura past’aña rusaryuna, jichha jutaniwa thuqht’awixa aka
tuminkuniwa, jall ukjam past’aña ast ukat colegio junta escolar lurt’apxarakiktha, colegio junta esco-
lar, jall ukatpi nä akjam Mallkuruxa makatxthxa, naxa yasta “Taqi cargo phuqhataxtanw markan” sa-
sa. Jall ukat nä jach’a karguru makatawayxthxa, janiw ukjamakix kawkiris makatkaspat licenciada.
P. ¿Ukjamax phuqht’awaytay trakhi lurañawa sixaya ukaxa, ukay thakhixa?
R. Ukaw thakhixa yasta, uka thakhi cargo phuqt’ataki ukay anchhita akjam jach’a awturirararu qun-
t’asixa.
P. Ya, muy bien.
R. Saya ukjamakiki ukax janiw comunidada comunidadasanxa istkarakispat phasilaki qunt’aykaspa-
166 Diario de campo de Juana Luisa Condori.
104
DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
tixa, janixaya yatkchitix ikspirinsanaka ¿no ve? Jall ukatpi jall ukjam naxa phuqt’atathwa, ukat akjam
comun naru ilijt’awayitu, ukat akjam jichhax aka San Juanatakiraki qunt’asiskarakta, jichhamp kimsa
phaxsinkaskthwa. Mara San Juan mistxarakixa, ukat yaqharu jaytt’awayxarakixa, ukjam cargo phuq-
hatarakiwa, jall ukaruwa jayt’awayxa licenciada.
P. Muy bien Mallku. ¿Akjamaraki hermano Mallku sirisma: Kunsa lurapxixa aka autoridadanak utt’a-
yatanakaxa, kunjams irnaqt’apxañapa, kunjamsa sarantapxañapax hermano Mallku?
R. Sí, ukjam licenciada nanakax anchhit phisqhaniwa, phisqhaniw anchhita nanaka akana irpi-
ripthxa. Nanakan Mallkus, ukat justicia, ukat sullka mallku, kupi capitana, ch’iqa capitana, jall uk-
jam phisqhanipthwa. Mamanakas ukjamaraki uka nanakaru kumpañt’apxitu ukjam, phisqha
apnaqaptha ukat turawiy utjasipkakituw pusi kampumpi, pusi kampu, utjasipkakituwa ukax mi-
sa kampu, yapu uywirinakaxipi, yapu tuqita, maynixa jach’a kampu ukax misa kampu sataw
ukax yapu awatiri sarxani aka navidadata isthapisxarakinixa, nayjamaxarakiniw ukat sapuru ya-
puru sarxanixa. Uka panini kampunakax ukat mä kampu pata tuqi quta patana mä kampu utjara-
ki, uksarurakiwa sarxani ukax yapumpi akjam sapuru, jall akjam chhijchhinaka jutaspa jall
ukanakaru awatiri sarxanixa, uywanak jan tañusiñapataki, ukat phawaki uka, siwararakpi, phawa
sataw ukax phawa, intunsis ukarurakiwa sarxarakini, t’ult’uki ukax uka khä ultimu pastu tuqi cui-
dirirakiwa sarxani, t’ult’u kampuxa. Yaqha comunirarata kapasaw uywanak pasant’anispa, jall ukar
ukax ast 3 de maykamaw jupanakaxa, ukja mistt’awayxarakinixa, ukjama nanakaxa llätunk pirsu-
naw akan irnaqasipktha ukat turawiya mä mastruw utjapxituxa, mastru, uka mastru akjama ku-
na achichilanakamp parlañapataki aka primero de agosto nanakan wirjin luqtaw
utjapxitu…Primero de agosto, 2 de agostuna, nayraqata aka aynuqa pampa jall ukaruw saraña,
ukat 2 de agostunraki aka quta pata jall uka pataxana utjapxarakitu ukjam uka pä uru wirjinaru
nanakaxa waxt’anipxthxa, misanaka taqikun ukan uwijitampi wilañchjasiñ patatuqina, ukat aksa
aynach tuqinx aynuqanxa mä qarwampiw wilañchjt’anipxarakthxa. Jall ukjamakiwa licenciada. In-
tunsis ukat nanxa, nayanxa taqi kun nä anchhita jach’a autoridadathxa naxa, taqi wisitiri sarañath-
xa, colegioro, escuelaru, ukat aka tata juntas wisinuru, uka tata alcaldenakaru kuna proyectunaka,
jall ukaru nayapiniw sarañathxa, akjam junta wisinunakaxampi, parlthapt’awasa, mayiri alcalde-
naka, kuna proyectunaksa munañäni, jall ukanak kunxay utjchistu aka markasan phaltchistu
necesidada jall uka mayiñatakixa, jall ukjama nanakaxa, phisqha juntawa utjapharakitu aka mar-
kana… Um, jall ukampi juntura naya irnaqt’apxta entonces maya parlthapt’awasina aka kawiltu
tuqina parlthapt’awapxtha, ukat tata alcaldecaru makatt’apxaraktxa, kuna proyectunaksa mayiri,
kuna escuelas sanidad, uka utjarakiwa micro riegos, aguas potable, taqi kuna nanaka uka phisqha
juntampi, entonces parlthapt’awasina, jall ukjama mayisipkthxa aka markanxa, ukaki sarnaqa-
sipkthxa licenciada (G. F., Calamarca, octubre 2007).
R. De verdad nosotros tenemos… Yo en este momento soy la cabeza que dirige, me denomino Jach’a
Mallku, en toda la comunidad, yo soy el padre mayor.
P. Muy bien Mallku.
R. Así, pero uno no se sienta en este lugar así nomás, nosotros hemos cumplido con los otros car-
gos (menores), por eso hemos subido a tomar el cargo de Mallku, así es como se sube al cargo para
sentarse. Primero se empieza con misa campo, el misa campo es el que se encarga de cuidar los sem-
bradíos. Luego, se asume el cargo de Capitán derecho o izquierdo, así eso hay que hacer, luego hay
que hacer el cargo de Sullka Mallku (mallku menor). Hay que cumplir también con el cargo de
Sullka Mallku durante un año, luego viene la obligación de Waka Mayura en la que hay que realizar
una fiesta el cinco de agosto, hay que sacar a bailar un grupo de danzarines de waka waka, posterior-
mente hay que pasar la fiesta de wayli mayor, después Junta Escolar del colegio, luego recién se su-
be al cargo de Mallku. “Yo he cumplido con todos los cargos en el pueblo” diciendo, por eso es que
yo he subido al cargo más grande, a este cargo no puede subir cualquiera.
P. Entonces, has cumplido con todo, dice que hay que seguir un thakhi, ¿eso es el thakhi?
R. Eso es el thakhi, el que ha cumplido con todos los cargos del thakhi, ése es el que se puede sentar en
este lugar de autoridad.
P. Ya, muy bien.
R. Sí, el que está así nomás no puede subir a autoridad en la comunidad, no puede sentarse fácil no-
más como autoridad, es que no tiene ninguna experiencia de asumir cargo, ¿no ve? Por eso yo he
cumplido con todos los cargos, por eso la comunidad me ha elegido. En este San Juan yo he asumi-
105
DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
do el cargo, con este mes estoy por los tres meses, en San Juan del año que viene voy a dejar el cargo,
luego le dejaré a otro que haya cumplido con todos los cargos, a él le voy a dejar licenciada.
P. Muy bien Mallku. Esto también te puedo decir hermano Mallku: ¿Qué hacen las autoridades po-
sesionadas? ¿Qué trabajos deben cumplir? ¿Cómo tienen que ir adelante?
R. Sí, así licenciada, nosotros en este momento somos entre cinco los que estamos dirigiendo.
El Mallku de nosotros, luego el justicia, luego el mallku menor, el capitán derecho, el capitán iz-
quierdo, así somos entre cinco, las señoras así también nos acompañan, así entre cinco maneja-
mos, además tenemos cuatro encargados del campo, cuatro responsables del campo… El misa
kampu es el que se va ir a cuidar los sembradíos, al que de decimos el misa kampu grande, él se va
ir a cuidar el sembradío desde navidad, se va a vestir, como yo también va a estar vestido, luego
va a ir a cuidar el sembradío cada día. Ellos son dos encargados del campo (producción agríco-
la), luego en el altiplano en Quta Pata también hay un kampu a ese lado se va a ir. Él, cada día, se
va a encargar de cuidar el sembradío, va a cuidar los sembradíos de la granizada, porque puede
venir la granizada, tiene que cuidar el campo de los animales, luego el encargado de la phawa, el
que se encarga de la cebada es el que se llama phawa, ahí se va ir el t’ult’u kampu, es el que se encar-
ga de cuidar los últimos pastos, porque puede ser que los animales de la otra comunidad puedan
pasar a los pastizales del lado nuestro, ellos se van a encargar hasta el 3 de mayo, en esa fecha van
a dejar el cargo. Así nosotros estamos trabajando nueve personas, además tenemos un maestro,
ese maestro es el que se encarga de comunicarse con los achachilas… El primero de agosto
nosotros tenemos una ofrenda a la Virgen, el primero de agosto y 2 de agosto, aquí en Quta Pa-
ta ahí nosotros ofrendamos, esos dos días ofrendamos a la virgen dando una waxt’a, con misas
y otras cosas más, realizamos la wilancha con oveja en el altiplano y en las aynuqas del lado de aba-
jo realizamos la wilancha con una llama. Así es licenciada… Por eso yo soy el responsable de to-
do por ser la autoridad de mayor jerarquía y yo tengo que ir a visitar a todos; al colegio, a la
escuela, luego a los señores de la junta de vecinos, al señor Alcalde, por algunos proyectos; a to-
dos ellos yo siempre tengo que ir. También tengo que ir a conversar con la junta de vecinos pa-
ra pedir al señor Alcalde algunos proyectos que habrá en este pueblo, qué cosas faltará. Así todos
nosotros trabajamos juntos. Entonces, todos nos reunimos en este mi Cabildo y nos ponemos
de acuerdo y subimos a visitar al señor Alcalde para pedir algunos proyectos con respecto a la es-
cuela, al centro de salud. También hay microriegos, agua potable, todo pedimos nosotros con esas
cinco juntas. Así nos ponemos de acuerdo y pedimos en este pueblo, en eso andamos licenciada”
(G. F., Calamarca, octubre 2007).
Según el testimonio del Jach’a Mallku de Calamarca, durante la gestión 2007-2008, todas las au-
toridades siempre van acompañadas por su esposa o alguien de la familia del sexo opuesto en el
momento de asumir el cargo. La presencia de la pareja es requerida en todos los actos públicos
y en las ceremonias y reuniones festivas del ciclo ritual anual. Una diferencia entre los cargos sin-
dicales y los cargos de autoridad tradicional, es que éstos últimos cumplen funciones rituales y sa-
gradas como parte de sus funciones.
A través de los ritos y las ofrendas167, el sacrificio ritual de animales168 y otras ceremonias, la au-
toridad garantiza la protección de las deidades tutelares. Además, se ocupa de cuestiones más
mundanas, como los trámites ante la Alcaldía y autoridades estatales. La presencia de mujeres, en
condición de “acompañantes” de las autoridades, las convierte en autoridades auxiliares muy im-
portantes en el ciclo ritual, pero secundarias cuando se trata de hacer trámites o relacionarse con las
autoridades políticas municipales o estatales.
Hay casos en la que el padre murió antes de cumplir con todos los cargos, entonces la madre pue-
de asumir el cargo junto al hijo mayor, el hermano o algún otro varón de la familia, que acompaña-
rá a la T’alla en todos los actos. Lo mismo ocurre cuando el hombre queda viudo, ya que puede
asumir el cargo de autoridad acompañado por su hija mayor o su hermana.
En este proceso de reconstitución de las formas ancestrales de organización política, la presen-
cia del yatiri en el ciclo ritual ha sido recuperada. Así, sale de la clandestinidad y oficia como inter-
mediario entre la comunidad y las fuerzas naturales, la Pachamama, los achachilas y uywiris, que
conforman el espacio sagrado. Puede decirse que la autoridad del yatiri es complementaria a la au-
toridad política y le brinda una dimensión espiritual a la gestión política.
167 Waxt’as.
168 Wilanchas.
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
No se ha podido encontrar, en las comunidades estudiadas, un papel equivalente para las muje-
res yatiris que suelen ejercer en privado, combinando sus “saberes” rituales con su conocimiento de
medicina herbolaria y oficiando como parteras o curanderas que reciben a las familias que las con-
sultan, ya sea por desconfianza frente a la biomedicina estatal o por falta de acceso a ésta.
En Calamarca, la paridad hombre-mujer se extiende a todo el sistema de autoridades políticas y
agrarias que conforman el cabildo de la comunidad.
Qamana:
Sata Kampu Sata Kampu tayka (Pareja encargada de cuidar la siembra de papa)
Pata Kampu Pata Kampu tayka (Pareja encargada de cuidar los sembradíos de las tierras de altura)
Phawa kampu Phawa kampu tayka (Pareja encargada de cuidar la siembra de cebada y quinua)
T’ultu kampu Tult’u kampu tayka (Pareja encargada del cuidado de los animales)
Las autoridades de Calamarca se reúnen en la casa del Jach’a Mallku, en un espacio de carácter sa-
grado denominado Cabildo, para tomar las decisiones más importantes sobre el quehacer político, eco-
nómico y social de la comunidad. Este encuentro constituye una especie de microgobierno comunal,
que a nivel simbólico reconoce una paridad entre hombres y mujeres. Sin embargo, en las asambleas
o cabildos es escasa la participación de las mujeres en el uso de la palabra y en la toma de decisiones.
Su poder suele ejercerse en la casa, influyendo sobre las decisiones y propuestas que llevan sus mari-
dos a la reunión comunal. Sería difícil que una autoridad tome una decisión o realice una propuesta sin
haber consultado previamente con su esposa, de manera que ésta retiene un poder informal, mientras
que el poder formal, y sobre todo la capacidad de discurso público, recae en los varones.
“...soy el
Organización política de Santiago de Llallagua responsable de
A nivel cantonal, las autoridades de Santiago de Llallagua reflejan también una “traducción” de
todo por ser la
las funciones de la autoridad sindical a la autoridad tradicional, asignándoles cargos en un orden je- autoridad de
rárquico de superior a inferior: mayor jerarquía y
yo tengo que ir a
Jilir Mallku (Secretario Ejecutivo)
Jach´a Tata (Secretario de Justicia)
visitar a todos; al
Sullka Mallku (Secretario de Relaciones) colegio, luego a
Jach´a alcalde (Primer vocal) la junta de
Sullka alcalde (Segundo vocal) vecinos...”.
Qamana
Ch’uqi qamani (Encargado de la papa)
Phawa qamani (Encargado de la cebada)
T’ultu qamani (Encargado de la quinua)
Wayraqa
Jach’a wayraqa (Pareja encargada de organizar todas las fiestas)
Kupi wayraqa (Pareja encargada de organizar todas las veladas)
Taypi wayraqa (Pareja encargada de organizar la fiesta de la Virgen de Dolores)
Chiqa wayraqa (Pareja encargada de organizar las octavas de la Virgen de Concepción)
107
DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
Todas estas autoridades están acompañadas de la Mama T’alla y en caso de ser viudos o viudas,
les acompaña algún pariente cercano del sexo opuesto, similar al caso de Calamarca.
La comunidad de Santiago de Llallagua se caracteriza por haber mantenido muchos ritos y
costumbres ceremoniales que se organizan en un ciclo ritual anual relacionado con el ciclo produc-
tivo. Así por ejemplo, para la protección y cuidado de los productos agrícolas, como la papa, qui-
nua y cebada, tiene seis parejas de qamanas: dos se encargan de velar por los sembradíos de
papa169; dos, de los sembradíos de quinua170 y el otro par, de las plantaciones de cebada171.
Estos productos agrícolas deben ser bien cuidados de las inclemencias del clima, como la he-
lada, el granizo, la sequía y otras.
Para determinar la fecha de siembra (si es nayra sata172, taypi sata173 o qhipa sata174) suelen hacer-
se consultas con el yatiri o con los ancianos de la comunidad, conocedores de los diversos indica-
dores climatológicos como las estrellas y las aves, entre otros. El cargo de Qamana es uno de los más
difíciles ya que implica, a través del cuidado y la atención ritual, responsabilizarse de la producción
de toda la comunidad. Así lo afirma una T’alla Mallku de Santiago de Llallagua.
R. Ukaxa asta yapuru chhijchhita… chhijchhiru ukax ast istuñ kuyrañaxiya, ukax istus jutxi chhijch-
his jutxi ukat juyphintxi, wali istuxiy ukaxa.
P. ¿Ukjax kuns lurañax alispayañati?
R. Ukjamay ukat ast ukjam juyphintxi ukjax ast juyphintxi ukax ast paqara qhantatiñaxiy phichham-
pi ast nina phichh ast ukjat phichharasiñaxa ukja ast ukat muytaniñ ast taypsa mantañaraki ast ukjam
phichhasiñax wali rawajuxiya (R. S., Santiago de Llallagua, septiembre 2007).
R. Hay que cuidar el sembradío del granizo. Hay que hacer que no caiga el granizo, a veces viene el gra-
nizo, luego llega la helada, eso es grave.
P. Cuando así viene el granizo y la helada, ¿qué hay que hacer?
R. Así cuando cae la helada nuevamente, ese rato hay que amanecer quemando, hay que quemar bas-
tante, hay que dar vueltas por los bordes de los sembradíos, hay que entrar al medio , así hay que que-
mar, es bastante trabajo (R. S., Santiago de Llallagua, septiembre 2007).
En las noches de helada lo más importante es que exista humareda, para lo cual se quema leña
verde. En otras regiones, los comunarios incluso salen a tocar instrumentos de viento para ahuyen-
tar a la helada. El cargo de Qamana se distingue por una vestimenta especial, como marca de auto-
ridad, que les habilita para oficiar ritos y como señal de respeto. Un hombre habla al respecto:
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
En las tierras de cultivo que les toca cuidar, las qamanas realizan ofrendas a la Pachamama. Las tie-
rras de Santiago de Llallagua son extensas, están distribuidas en 22 aynuqas, por lo cual se requiere
de seis parejas de qamanas.
En esta localidad también hay otro conjunto de cargos denominado wayraqas, que se encargan de
organizar todas las fiestas y ceremonias en el ciclo anual. Hay cuatro parejas de “wayraqas”: las Jach’a
Wayraqas175, las Kupi Wayraqa176, las Taypi Wayraqa177 y las Ch’iqa Wayraqa178. Todas deben acom-
pañar a la pareja oficiante de estos distintos ritos.
Por tratarse de una comunidad circunlacustre, existe un Quta Mallku179. Algunos cargos sindi-
cales menores son ocupados por mujeres, particularmente como vocales. Además hay una Junta de
Vecinos con un directorio conformado por 10 personas que ocupan el cargo por turnos y según los
lotes que tienen en el centro urbano.
Todos asumen los puestos de menor a mayor jerarquía, comenzando como Alcalde escolar, y
luego ascendiendo por el thaki o camino de autoridad, hasta los niveles superiores, como relatan
una comunaria y su esposo:
175 Jach’a Wayraqas, pareja de esposos encargados de organizar e iniciar las principales fiestas ceremoniales de Santiago de Llallagua.
176 Kupi Wayraqa, encargadas de organizar las veladas, ceremonias y fiestas agrícolas, particularmente la ceremonia del satiri, en la
que se pronostica si la siembra va ser nayra sata, taypi sata o qhipa sata. En la comunidad de Achoco, esta ceremonia se
realiza durante la fiesta de San Lorenzo, el 10 de agosto.
177 Taypi Wayraqa, responsables de realizar la fiesta de la virgen de Dolores, el 25 de septiembre en la comunidad centro, donde
también se celebra la ceremonia del satiri.
178 Ch’iqa Wayraqa, organizan la velada de la fiesta del pueblo en la octava de la Virgen de Concepción, el 15 de diciembre.
179 Quta Mallku, Encargado de las orillas del lago.
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R1.Nanakaxa lurapxtpi iskuyl alkantit qalltapxthxa yast ukat ukax… Jichha mallkunakax uñstaskix ti-
rigintikinwa pirmiruxa, uka jiniralanak lurañanwa. Ukanak lurawaptxa, aka mä qawqha marat jichhax
turnu jutapxitanixa, mallkuya lurxapharakixa, turnuxay jutchinix aka luwarata akax… Mayaki uka tu-
kuyawapxthxaya, ukat yaqha turnu jichha qalltanchinixa.
P. Ä ya. ¿Turnutay ukjam wakt’ayasipxtaxa?
R1. Turnut turnut jutix listata.
R2. Turnut jutixa listata jutchixa, listata.
R1. Listata jutchixa listat aka uraqit listat jutix aka anchhitax mamap tatapankataynaw aka uraqixa
jichhax pä jilaw utilisapxthxa, kullakanakan utjarakiy nax kullakanakankir katxa jupax… khä aka ji-
lapax mä jilankiriy katuxa, mä jilankiriy, mä iktaryaru… nanakan pusi iktaryachi mä iktaryarkam
ayrt’atakips-txay, kullkanakankiw mä iktaryaxa, ukat pä iktaryanak jukapaxtxa pusi iktaryachixay,
ukjam uñtata ukat nanakax… ukat autoridada luraptxa ukat taqikuns ukat iwalak listata luraptxa,
jach’a uraqininaka yaqhipanaka utjixa, iwalaki apsupxthxa taqikunsa iwalakpin apsupxtxa, ramsa
kunsa (F. Ch. y esposo, Chivo, octubre 2007).
R1. Nosotros hemos cumplido con el cargo de autoridad, hemos empezado de Alcalde de escuela,
luego ahora ya… están apareciendo los mallkus, antes había que hacer de dirigente, (secretario) gene-
ral, todos esos cargos había que hacer, hemos cumplido con esos cargos. Dentro de unos cuantos años
nos va llegar el turno de hacer Mallku, nos va llegar el turno a este lugar, el otro ya hemos terminado,
ahora va empezar otro turno.
P. ¿Todos realizan el cargo por turno?
R1. Viene por turno, por lista.
R2. Viene por turno, por lista.
R1. De estas tierras viene por lista, estas tierras habían pertenecido a su papá y mamá de él, ahora es-
tamos utilizando dos hermanos. Las hermanas tienen también sus tierras, nosotros estamos agarran-
do las de las hermanas. Ellos… su hermano agarra el de uno de los hermanos, que es una hectárea
más. Nosotros estamos en cuatro hectáreas, todos están en posición de una hectárea, así estamos di-
vididos nosotros, por eso nosotros realizamos el cargo de autoridad, todo es por igual, por lista. Al-
gunos tienen tierras extensas, pero todos ponemos por igual, incluso las cuotas ponemos por igual
(F. Ch. y esposo, Chivo, octubre 2007).
Algunos de los comunarios de Chivo afirman: “Nanakax cargot jan mistutapsthwa” 180, lo que im-
plica una mayor carga de responsabilidades para quienes se quedaron en la localidad. Debido a
la creciente emigración, las familias que han permanecido deben cumplir reiteradas veces los dis-
tintos cargos de autoridad.
En estas circunstancias, muchas mujeres viudas pasan por estos cargos, como Filomena
Aruquipa Flores, quien prácticamente cumplió sola sus roles de Yapu Qamani, iskuyla alkalti, ti-
purti. Ella trató de ganar prestigio y resguardar sus tierras para sus dos hijos, un hombre y una
mujer, que trabajan en la ciudad de La Paz.
Las tierras de los que se fueron no quedan vacantes, ya que los hermanos o hermanas que
quedan suelen “agarrar” las extensiones y pasar el cargo a cuenta de sus parientes, recibiendo só-
lo el aporte de víveres y a veces ayuda laboral para enfrentar estas obligaciones. Una pareja narra:
R1. Jichhax kargunkasipktay jichha ukatxay uka jaqimpix kargunipxtha, qutataraki cargo lurapthxa jich-
haxa, aka qutata.
R2. Listatarakiw ukaxa.
P. ¿Kunjamas ukaxa?
R1 Listataraki jutixa. Quta tuqitxaya parlapsthxa, ukat quta tuqita parlasipthxa.
R2. Listataraki jutixa, listata tukurtanixa.
R1. Listata jutixa.
R2. Nanak listankxapxtaya.
P. ¿Kamsatas uka Quta cargo tiyu?
R2. Ukax piskriya, phurajirumpi ukat piskiriyampi, ukat janipi challwa utjxiti, ukat phurajirkamakixiy.
R1. Nananakax quta mallkupxthxay.
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
R1. En este momento estamos con cargo, por eso es que con ese hombre estamos con cargo, ahora
estamos con el cargo del lago, de este lago.
R2. Eso también es por lista.
P. ¿Cómo es eso?
R1. También viene por lista. Hablamos del lago, por eso estamos hablando del lago.
R2. Por lista toca, por lista toca a todos.
R1. Viene por lista.
R2. Nosotros estamos en la lista.
P. ¿Cómo se llama ese cargo del lago?
R2. Esos cargos son de pesquería y forrajero, pero ahora ya no hay peces, por eso los dos cargos son
de forrajero.
R1. Nosotros somos Quta Mallku.
P. ¿Ustedes son Quta Mallku en este momento?
R1. Nosotros vamos a terminar en este marzo, nosotros nos hemos hecho cargo también en marzo
entonces terminamos el marzo que viene.
R2. Otros van a ser los que se hagan cargo del lago (F. Ch. y esposo, Chivo, octubre 2007).
Los cargos de autoridad generalmente duran un año, pero el cambio se realiza en distintos momen-
tos del ciclo anual. Así, los cargos principales son asumidos en enero, mientras que el Quta Mallku co-
mienza en marzo y dura hasta el mismo mes del año siguiente, lo cual se vincula al ciclo de producción
de la totora y otras especies forrajeras. La disminución de la pesca ha restringido el rol al cuidado y or-
ganización del acceso a las especies forrajeras. El cargo implica que la autoridad debe velar para que
no haya conflictos por el acceso a los totorales y también garantizar que las familias no sobreexplo-
ten el recurso y más bien lo renueven, a fin de que todos tengan acceso equitativo a este recurso fun- “... hemos
damental para la cría de ganado vacuno. cumplido con el
Sistema de autoridades en Cacachi cargo de
autoridad, hemos
En Cacachi hay confusión y manejo indistinto de los lenguajes sindical y de la autoridad originaria. empezado de
Los cargos están ligados al uso de tierras y se otorgan rotativamente, según el orden de las parcelas. Alcalde de
R. Iksijisipxiw taqini taqinipiniy lurañax ñäsa, nanakarus lurayapxituwa.
Escuela, luego
P. Aja ¿Juma kuna cargonaksa lurtaxa? ahora ya… están
R. Nayax lurxtxa q’al alaxäna lurañan alkaltiwa, wukalanakawa, pirsirintiwa ukanaka, lurxapxtha q’al apareciendo los
ukat aka kumunäxanrakiw lurxarakta, wukalati wukalapi ukax ukat secretario relacionanak ultimurux mallkus...”.
siwuntawa, jilaqatawa, ukanak lurxaptxay.
P. ¿Kunsa lurañapax siwuntaxa?
R. Siwuntax kustumri utjapxituxa ilisyarux misa churayañaw ukanak ukat siwuntaw sas, ukanakakiway.
P. ¿Misa churaña… misti churayi?
R. Um, juyranakataki, uka mis churayi uka siwuntaxa.
P. Yapunakataki uñjiri ¿Uka awisasax wal juyphinti wal ukjam chhijchhinak jutkix khitisa uka jarkt’ixa?.
R. Ukanak jarkt’apxixa uka siwuntanakapi, mä palatunak ukjam lurayapxixa, ukat jarkt’aphixa. Siwun-
tanak jilaqatanaka.
P. ¿Jilaqataxa kunsa lurixa?.
R. Jilaqatax thakhinak rawajay khä thakhinaka, ukat juntukiw uphisyunakax sarnaqapxi, ukakiway.
P. Ä ya.¿Waljanipxiti ukjam autoridadanakaxa?
R. Jani waljanipkiti akan Secretario General, ukat relacionapa, justiciapa, aktapa ukjakiwa (F. C.,
Cacachi, octubre 2007).
111
DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
R. Todos se exigen, todos tienen que hacer los cargos, hasta a nosotros nos han hecho cumplir con el
cargo de autoridad.
P. Tú, ¿qué cargos has hecho?
R. Nosotros hemos hecho todos los cargos, arriba había que cumplir con los cargos de Alcalde, Pre-
sidente, Vocal, todo eso hemos cumplido. En esta comunidad hay que hacer también Vocal, Secreta-
rio de Relaciones y por último Segunda, después Jilaqata, todo eso hemos hecho.
P. ¿Qué tiene que hacer el Segunda?
R. Tenemos una costumbre, el Segunda tiene que hacer dar una misa en la iglesia, eso nomás es.
P. ¿Hace dar misa?
R. Para los productos agrícolas hace dar misa el Segunda.
P. El que ve los sembradíos… cuando a veces cae la helada o viene el granizo, ¿quién es el que se en-
carga de cuidar eso?
R. Quienes se encargan de cuidar eso son los segundas. Realizan un plato de ofrenda, con eso prote-
gen los sembradíos los segunda y los jilaqatas.
P. ¿Qué hace el Jilaqata?
R. Los jilaqatas hacen trabajar los caminos, aquellos caminos, pero todos los oficios andan juntos, eso
nomás es.
P. Ya. ¿Son muchas las autoridades?
R. No son muchas, aquí son el Secretario General, el de Relaciones, de Justicia y el de Actas (F. C.,
Cacachi, 2007).
En Cacachi, las tierras son muy pequeñas y no existen aynuqas, lo que de algún modo explica la
existencia de pocas autoridades. A pesar del uso indistinto de los nombres entre cargos sindicales
y tradicionales, existe una importante diferencia entre ambos tipos de autoridad.
Mientras las autoridades sindicales ejercen una representación política más secularizada y vincu-
lada a las relaciones externas, la función ritual (en este caso a través de una misa católica para pro-
piciar la buena producción) es una característica de las autoridades tradicionales, como el Segunda.
La presencia de las mujeres es escasa, en las reuniones sólo están presentes cuando el esposo está
ausente. Según una comunaria, esto se debe a que la mayoría de ellas no sabe ni leer ni escribir.
Debido a la emigración ya no se cumple estrictamente la norma que indica que quien ejerza un
cargo superior debe ser una persona mayor y casada. En todo caso, los cargos altos de la estructu-
ra sindical se ocupan por turno, según la lista de miembros y la ubicación de sus tierras.
En cambio los cargos de representación supracomunales, como en la central y en la subcen-
tral, requieren de ciertas condiciones de liderazgo, como la facilidad para elaborar discursos po-
líticos, el conocimiento de las leyes y los vínculos con el mundo político externo a la comunidad.
Las mujeres que ejercen los cargos de autoridad son las viudas que cumplen con el servicio por
las tierras de cultivo de su esposo difunto.
112
DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
En los barrios urbanos, la participación de las mujeres como dirigentes de las juntas vecinales es
prácticamente inexistente, ya que son cargos que se prestan a una serie de transacciones políticas y
a la formación de clientelas vinculadas a los partidos políticos. Es por ello que generalmente son va-
rones los principales dirigentes. La excepción confirma la regla, como se ve en el testimonio de una
dirigente vecinal:
A diferencia de lo que sucede en las comunidades, en las juntas vecinales la familia no ocupa
el cargo, sino que se trata de un liderazgo más individualizado. Además, las pocas mujeres que lle-
gan a ser dirigentes deben lidiar con la oposición y la vigilancia de sus propios esposos, que no
asumen el puesto junto a ellas.
La alusión a que “puede pasar cualquier cosa” si ella ocupa un cargo, se refiere probablemen-
te al acoso sexual y a las habladurías, lo que finalmente limita la participación de las mujeres.
Además, en el ejercicio de los cargos vecinales es frecuente que se realicen los “amarres” y las
decisiones políticas en reuniones rociadas por abundante cerveza, donde las mujeres pueden des-
prestigiarse y se pueden suscitar comentarios adversos.
A pesar de que se les reconoce capacidad y honradez en el ejercicio de la representación veci-
nal, es difícil superar las limitaciones de la cultura política vecinal, vinculada al clientelismo, a los
tratos políticos poco transparentes y a las borracheras con miras a captar votos.
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
mujeres y los varones como autoridades son diferentes y la noción de Mallku y T’alla ratifica la com-
plementariedad de la pareja cuando asumen el cargo. En algunos casos, como Calamarca, se refuer-
za este papel de pareja aludiendo a su condición etárea, como awki y tayka181 de la comunidad:
Es notable el hecho de que la entrevistada considera su actividad como secundaria, como un “no
hacer”, reducida al papel formal de ayudante ritual y de proveedora de la comida para las reuniones
eminentemente masculinas. Una vecina de Calamarca recalca la función ornamental y ritual de la au-
toridad femenina, en tanto que las decisiones y las reuniones públicas son prerrogativa de los varones:
P. (…) ¿Kunanaksa mamax ukachiqan luririxa, jupax jupa chikat sarnaqiri kunanakatsa llakirix ma-
mamax uka timpuxa?
R. Uka timpux cargo lurki ukjax janiw jupa chik sarnaqkarakiti jupa utankañ… chachapini tataja-
pini autoridad Mallkuchi ukat uka uksat sari riwunyunanaka uka utji alcaldía tuqita, kuna trawaju-
nakatsa kuna istinak puripxi, kuna ukjam jaya wisitantinaka prefectunaka puri ukanakar saraña, jani
mamajax uka chikt’at sarkarakiti utankaskiri, aywisan, phuqhataki miembro kumpañ ukja sarara-
kiy yanapt’irixa.
P. ¿Ukjamax janipiniy warmix taqichiqar sarkarakitixa?
R. Uka phistanaka matrimunyunak utji uka phista ukanakar niyas chikt’ata saririxa, kuna akjam in-
awurasyunanak uka warmimp warmimpiw uka taqpach miembronakap warmimp warmimp sarap-
xi ukjam kuna cuartelat puririnakasa akjam mä reuniona, cabildo abierto sapki ukanakar niyas
chachakamak sarapxixa, aywisan warminakax sarapxi, janiw anch uwliyaturyupinixa. Phista utji uka
pristiriyunak ukanakan chachamp warmimp chacha warmi sarapxi.
P. ¿Ukjamax kawiltunx jani uwligaturyukitix warmin sarañaxa?
R. Uka janiw… warmi sarapxapiniw pero chachaxa uka anchhita sisma ¿No ve? Mä kuna cabildo
abierto utjaspa kuna mä reuniona akjam puro hombres, ukanaki chachaxa sarixa, ukjakiy warmix jan
sarkarakitixa, ukat warmi akjam kuna festivalsa lurapxi, kuna aniwirsaryunak inawurapxi kuna alcal-
día tuqit trabajunaksa, ukanak niyas warmimp warmimpiw sarapxixa (M. A. T., Calamarca, 2008).
P. Cuando realizan el cargo ¿qué cosas hace la señora, ella anda con él, de qué cosas se ocupaba tu
mamá en ese tiempo?
R. En el tiempo que está realizando el cargo, no anda junto a él, ella está en casa… El esposo siem-
pre, mi papá es autoridad, es Mallku, por eso él asiste a las reuniones. Existen reuniones en la Al-
caldía, cuando llegan algunos para realizar algún trabajo o cuando llegan a la Prefectura (del
departamento) algunas visitas del extranjero, a todo eso asisten las autoridades, mi mamá no va
siempre junto con él, mi mamá suele estar en casa. A veces se precisa que estén presentes todos,
en ese momento también va a ayudarlo.
181 Awki y tayka, padre y madre adultos o mayores, cuyo papel se asemeja al de los padres en una familia.
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
Este testimonio refuerza el papel simbólico y ritual de las mujeres, cuya presencia no es reque-
rida en las reuniones comunales o políticas, pero sí en las fiestas, ceremonias y ritos. La función de
acompañante es más demandada en esas ocasiones festivas, pero en los espacios de mayor decisión
política el principal actor es el Mallku. En algunas oportunidades, como sucede en el ayllu Chivo,
la viudez y la tenencia de la tierra obligan a algunas mujeres a asumir cargos menores, pero sin lle-
gar a acceder al nivel superior de Jach’a Mallku:
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
P. ¿Con alguien siempre hay que ir, la mujer no puede ir sola dicen, es así o no?
R. Eso es otro, el de nosotros es Bartolina Sisa, ¿no ve? Tupak Katari es otro también, nosotros so-
mos aparte, pura mujeres nomás somos aquí.
P. Muy bien hermana.
R. Somos pura mujeres, nomás.
P. ¿Entonces, ustedes pueden ir solas nomás?
R. Igual nomás nosotras solas andamos, a veces cuando uno tiene su esposo le acompaña también
pues, pero en nosotros no siempre es así.
P. ¿No es obligatorio?
R. Nosotras nomás subimos al altar, no participan los esposos, de nosotras es otro, se denomina
“Bartolina” es parte de otra organización, la de los esposos es otra, en este momento digamos:
Mallku, ellos asumen la autoridad marido y mujer; en ese caso la mujer tiene que acompañar al es-
poso, existe eso de acompañar al hombre. Nosotras no, yo sola nomás ando (A. C. N., Calamarca,
octubre 2007).
El cargo de autoridad que asumió Antonia Cruz no fue precisamente por la tierra. Primero fue
elegida por la comunidad y luego por 20 comunidades que conforman la Central de Calamarca. Ella
está vinculada a una serie de talleres y cursos auspiciados por la Federación de Mujeres, que ha pro-
movido la formación de filiales a nivel provincial, cantonal e incluso en cada localidad.
116
DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
R. Ya. Nayaruxa chhijllt’anipxituw comunidad Sukanawita, janiw pero akatakayathti nayaxa, aka pach-
pat mä irpirix mistuñapan nanakatxa pero janiw…
P. ¿Qala Markata?
R. Qalamarkata, pero janiw nanakarux, ukax jichha janiw utjxitix kawkiris prisintirixa, ukat nayarux
comunidad Sukanawi, comunidad Sukanawit mayniw katuqaniwätayna nanakat mayni mallkun ja’ jus-
tisyan warmipa, ukaw katuqaniwayan, ukat jichhax uk katuqipanpi, ukanx ispusupa jan munxarakiti-
xa, ukat jichhax comunidadatxa naruy apsxapxarakituxa, comunirarat “Vos tienes que ir” ukat…
P. ¿Kuna comuniraratasa hermana?
R. Sukanavi. Ukat uka comunirarata naru apst’anipxitu, uka awalux churanxapxitu, ukjamaw ukat naya
jutawayta akarux istirixa. Naru wustarakituwa akjam warminakamp irnaqt’aña, uka warminakamp mä
cordinación apapxaña, kursunaksa, uka kuna istinakas utjapxitanixa, kuna kursunaks lurañataki, naru uka
wustarakituw ¿no? ukatarakiw akaru iyaw sawayarakthxa (A. C., Calamarca, septiembre 2007).
R. A mí me eligieron de la comunidad de Sucanavi, yo no fui elegida de Calamarca, para esto tenía que
salir una de Calamarca mismo, pero no…
P. ¿De Calamarca?
R. De Calamarca, pero no de nosotros (Sucanavi) no han podido elegir un representante de aquí, por
eso a mí me eligieron de la comunidad de Sucanavi. En realidad de la comunidad de Sucanavi había
asumido otra mujer este cargo, la esposa del Justicia, pero su esposo no había aceptado que ella ejer-
za ese cargo, por eso los de la comunidad me eligieron a mí. “Vos tienes que ir”. Luego…
P. ¿De qué comunidad eres hermana?
R. Sucanavi. De esa comunidad me eligieron a mí, y me dieron el aval correspondiente, por eso yo he
venido aquí a ejercer ese cargo. A mí me gusta trabajar con las mujeres, coordinar con las mujeres, lle-
var cursillos, y otro tipo de actividades, como realizar talleres. A mí me gusta, por eso es que he acep-
tado este cargo (A. C., Calamarca, septiembre 2007).
Las tareas en el hogar y la frecuente oposición de sus maridos son las limitantes principales pa-
ra que las mujeres participen en las organizaciones como dirigentes. Además, la educación tradicio-
nal y el influjo de los clubes de madres ponen énfasis en los papeles maternales y domésticos de las
mujeres, de modo que la participación política resulta un camino lleno de obstáculos, como un in-
greso a terrenos ajenos que impulsa a alejarse de la comunidad para asistir a eventos, talleres y con-
gresos, y descuidar a la familia. En las comunidades es impensable la contratación de trabajo
doméstico ajeno, por lo que sólo aquellas mujeres que tienen hijas mayores o que ya han cumplido
su ciclo reproductivo pueden participar en las actividades de las “Bartolinas”.
En los niveles superiores de la organización, en cambio, las dirigentes suelen ser jóvenes solte-
ras, con experiencia migratoria y un nivel educativo por lo menos de bachillerato o incluso univer-
sitario. La brecha que existe entre las direcciones nacionales y provinciales pone en evidencia
estas distintas orientaciones de la participación política femenina.
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
Superar la mera condición de “acompañantes” y parejas supone tener acceso a la palabra y contar
con voz propia, asuntos que para Antonia son fundamentales en las nuevas formas de participación
política femenina. Para ella, la equidad se funda en la capacidad de trabajo que siempre es percibida co-
mo mayor en el caso de las mujeres. De este modo, la organización de talleres y cursillos auspiciados por
la Federación Bartolina Sisa sembró en un terreno fértil, ya que el valor del trabajo y la jefatura de ho-
gar femenina brindaron a muchas la conciencia de que resultaba injusta su exclusión del ámbito públi-
co. En el pasado, como afirma una comunaria, las mujeres que participaban eran muy criticadas:
P. Hace mucho tiempo ¿cómo eran las mujeres para ti, hermana?
R. Antes las mujeres eran muy minimizadas, cuando las mujeres participaban en las reuniones decían
que las mujeres solamente son “las que orinan sentadas”. “Qué sabe ella”, decían. Ahora las mujeres
tenemos igual voz que los hombres, hermana. Yo de la misma manera les hablo en las reuniones, las
mujeres no podemos continuar atrasadas, las mujeres que tienen miedo hablar deben capacitarse. Exis-
ten capacitaciones. “Capacítense, hablen qué piensan ustedes. Nosotras tenemos mejor pensamiento
que los hombres”, así les oriento en las reuniones (A. C., Calamarca, octubre 2007).
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
R. Ukjampiniskiw, pero jichhax amukt’xiw kampanax ¿no? Nayrjax khä Qullqincha, Qullana ist’asin-
wa siwa no? jichhaxa janiwa.
P. ¿Jani ist’asxitixa, jani pero warmis makatkarakitixa?
R. Warmixa makatiwa.
P. ¿Makatxiti?
R. Makatxiwa. Ukat ukjamaxix sapxiya. Nayrax wali… aski phursaninw sapxiwa.
(E. P., Calamarca, septiembre 2007).
R. Así siempre es, pero ahora se ha callado la campana, hace mucho tiempo dice que se escuchaba has-
ta Colquencha y Collana, ahora no.
P. ¿Ya no se escucha? ¿Pero tampoco ha subido ninguna mujer?
R. Ha subido la mujer.
P. ¿Ha subido?
R. Ha subido, por eso dicen que es así. Antes era bien… tenía mucha fuerza dicen
(E. P., Calamarca, septiembre 2007).
Se puede advertir que el lugar en que está ubicada la campana es un espacio exclusivo de los va-
rones. No tienen cabida las mujeres porque son pisi ch’ama184, no tienen la fuerza suficiente co-
mo para tañer una campana, lo que significa que para llamar y reunir a la gente en la plaza es
necesaria la presencia de un varón. Esta metáfora hace alusión a la menor fuerza y convocatoria
de la voz femenina. No es casual que se refiera a la torre y a la campana, que están relacionadas
con la iglesia colonial:
R. Ä, sas, parlapxapiniw ¿no? “Pirmirunakax kampanax sum ist’asirin siy no, ukax ancha jaya mara-
nipinixchi kampanax jawq’atax sum ist’asirin khaykatkam khaykat mä marka yaqha kumuniraraxiw
ukakam ist’asirin” siy.
P. ¿Jichhasti?
R. Jichhaxa warmi makatatayn sapxakiya, ukax ina ukjam yatitak ¿no? ‘Ukax warminaka makatatay-
na’ siw ‘ukat kampanax jan ist’asxitix, uka aynachkam ukatx jisk’itatak ist’asxixa, jan fuerte tukxiti’ sa-
saw sapxi no, pero uka chiqächi k’arichi. Ukat ancha pirmiru parlapxarakina, uka kampanaxa
ist’asinwa ciudadkam sasa, kha altukam Ceja altukam. “Ahora las
P. ¿Kuna pachas uka warmixa makatawaypachana? mujeres tenemos
R. Uka jani sisxirismati, kuna pacha makatchi, khiti warmipini makatchi, janipin uk yatkti, pero sapxakiw
¿no? ‘Janiw warmix makatañapakiti, warmiti makatanix amukt’xaniw kampanax’ sasaw parlapxi.
igual voz que los
P. ¿Jichhax janipinit makatxapxi? hombres. Yo de la
R. Janiw, pero… janipiniw makatapkiti. misma manera les
P. ¿A ya, jani ukjam makatañapaki? hablo en las
R. Jani makatapkiti, tuwasipxiya (I. F., Calamarca, septiembre 2007).
reuniones...
R. Así siempre hablan ¿no? “Antes el sonido de la campana se oía bien, tal vez es que tiene muchísi- no podemos
mos años, cuando hacían sonar la campana se escuchaba a mucha distancia, hasta al frente, a otro pue- continuar
blo, que es otra comunidad, hasta ahí se escuchaba”, dice. atrasadas”.
P. ¿Ahora?
R. Ahora dicen que había subido la mujer, eso así nomás se dicen. “Habían subido las mujeres”, di-
ce. “Por eso la campana no se oye bien hasta ahí abajo, ahora se oye más bajito, ya no toca fuerte”, así
dicen, ¿no? Pero eso no sé si es cierto o mentira. Mucho más antes, hablaban de que el sonido de la
campana se oía hasta la ciudad, hasta la Ceja del Alto, dicen.
P. ¿Cuándo habrá subido esa mujer?
R. Eso no te puedo decir. No sé cuando habrá subido, ni quién habrá subido, no sé siempre, pero di-
cen: “No tiene que subir la mujer, si sube la mujer la campana se va a callar”, así hablan.
P. Ahora, ¿ya no suben las mujeres?
R. No, pero… ya no suben siempre.
P. Entonces, ¿no tiene que subir la mujer?
R. No suben, se atajan (I. F., Calamarca, septiembre 2007).
184 Menos fuerza.
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DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
En Calamarca, se evita que una mujer suba al campanario, espacio donde se produce la voz, al lu-
gar donde se tiene el poder de convocar y dirigir a la gente. Según este cuento, el sonido de la campa-
na es débil en manos de una mujer y sólo tiene fuerza si la tañe un varón. Eso muestra la poca
valoración de la convocatoria femenina y el papel dominante de los varones en el espacio público:
P. (…) ¿Khä kampanaryurux warminakax janipiniw makatañapakit sasa. Kawkjanakarus warmix jan
mantañapakixa?
R. Pero, ukjamach jan ukjamachi naya janiw siskapint ukjamaw sasaxa, pero lo que es naru sapxituw
alaxar chikanak janiw makatayatat sapxituy, “uñxatanin por ahí mä mariyut liwiqtanxasp” siy, jall uk-
jamanakat axsar utjpach mas o menos janiw warmi makatañat may ukat jan kampanax arsxit saxa, ax-
sarakiw ukaxa aliq axsarakiw ukaxa. Jani a veces mä kuryusut makatapxaspaya, ukat may mariyutjama
liwiqtanxaphaspa ukat jani yäpakarakispati mä phamillatakisa problemaxaspaya.
P. ¿Pero chachar janit mareo churkist tiyu, o sea tawaqitunakarukit ukjam mä mareo churaspa chacha-
nakar janirakiti?
R. Uka mä sawikiya, mä sawikiy ukjam kapas… Nayra uka kampana wali sonidunwa siya, ukat jichha
ukjama sonido pierdxi siy, warmi makati, ukat uka sonido pierdxi, jall ukjam sawikiy, puede ukjamañ
puediw jan ukjamaña. Awisa aka mä qinaya apthaptixa, uka tormenta sataxa, chhijchhinaka jutix uk-
ja rayunakaw puri kampanar ukanakaw sonido apaqaspaxa, ukaw puri sapa ratu ukat janiw yaqhipa
amuykapkiti ukxa, sino “warmi makati ukat uka sonidoxa jan utjxiti, vocepax jan utjxit” ukax sawiki-
xiy, jan warminakar makatayañanit ukakiy mä sawix, ukat jan makatapkit jichhakamasa (F. F., Calamar-
ca, septiembre 2007).
P. (…) A aquel campanario las mujeres no deben subir, dice. ¿A qué lugares no tiene que subir?
R. No sé si será así o no, yo no digo que es así siempre. Pero me han recomendado que no haga subir
a las chicas. “Si mira hacia abajo tal vez le dé algún mareo y se puede caer”, dicen pues. Por eso debe
haber algo de miedo más o menos, la mujer no tiene que subir, por eso es que la campana ya no tie-
ne voz, eso sólo es para hacer tener miedo. Algunos pueden subir por curiosos, luego tal vez se caen
por marearse, eso no estaría bien, incluso para la familia sería un problema.
P. ¿Al hombre acaso no le da mareo, tío?
R. Eso sólo es un decir, es un decir para que… Antes esa campana tenía un buen sonido, ya ha perdi-
do el sonido, puede ser cierto o puede no ser cierto. A veces empieza a nublarse y viene la tormenta,
empieza a granizar y consigo caen los rayos a la campana, eso puede quitarle el sonido a la campana,
eso llega cada vez, otros no se dan cuenta de eso, sino dicen: “La mujer ha subido por eso ya no tie-
ne sonido, por eso ya no tiene voz”, eso sólo es un decir, para evitar que las mujeres suban, eso es un
decir, por eso no suben hasta ahora (F. F., Calamarca, septiembre 2007).
El testimonio alude al papel del mito como un mecanismo de control social y normativo sobre
la conducta de las mujeres. Pero, quizás señala también el por qué de la limitación que tienen
ellas para asumir cargos políticos y sindicales en la comunidad y refuerza la debilidad de su voz y su
condición de simples acompañantes de la autoridad masculina.
Si bien la noción de equilibrio y paridad hombre-mujer es asumida como una proyección de la
división social del trabajo, en las actuales condiciones la sobrecarga laboral a las mujeres se vive co-
mo una situación de injusticia, que las mueve a participar de los espacios públicos y afirmar sus de-
rechos diferenciados. La labor de organizaciones como la Federación Nacional de Mujeres
Campesinas Bartolina Sisa parece también haber influido en otras instancias de organización co-
munal, como los cabildos. En el siguiente testimonio, una mujer dice:
P. ¿Uka taypina jichhaxa sapxarakituwa, warminaka thiyata arst’asi kawiltuna sasa, kunjamarakis ukaxa?
R. Ukaxa ch’iqapiniskiwa, pirmirunakax jan arsusipxirikanti, kuna riwunyunanak utji kuna juntanakaw
utji, aruskipt’awi aka markat no, chachakamaki parlasipkirina, chachakamakirak sarapxirïna, jichha ku-
narsati utjixa warminakaxa puyriraktanwa parlaña no, tenemos derecho sapxarakiw no, jall ukjamana-
kat warminakax arsxapxix, nayrax warmixa jisk’achatjamakinwa, kunrak arsuskanisti warmikichixay
kunas parlañapax uka no, jichha janiw ukjam utjxitixa, warminak pachpaw sisxapxi nanakax parlañ puy-
ripxarakthw sasa. Warminakampach aruskipt’apxi aywisa chachanakapax jan sarañ puyripxiti, ukat
warminaka sarapxi ukat ukanakax parlt’anipxixa (I. F., Calamarca, septiembre 2007).
120
DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
P. Aquí me han dicho que las mujeres todas participan emitiendo opiniones en el Cabildo ¿cómo es eso?
R. Es verdad, las primeras veces las mujeres no participaban, no decían nada. Cuando había reunio-
nes y juntas en este pueblo sólo participaban y opinaban los hombres, ellos nomás iban a estas reunio-
nes, después de que ya hay derechos, las mujeres también podemos hablar y tenemos derecho, se dice.
Por eso las mujeres ya participan, antes las mujeres eran muy discriminadas. “Qué va hablar pues. Mu-
jer nomás es pues, qué tiene que hablar”. Ahora ya no es así, las mismas mujeres manifiestan que ellas
también pueden participar. A veces los hombres no pueden ir a las reuniones, entonces ellas van y par-
ticipan, dando sus opiniones (I. F., Calamarca, septiembre 2007).
R. Chachatak juchayiriwa, “Ä parltax parltaxa”, saw uka nayrja amuki isch’ukiñarakinsa, jichhay ar-
susiñas utjxchix warminxa. Nayrax janis arsusiñjamakiris chachan istitakix warminakarux lij walraks
tiskrimixix chachanakaxa janis inasa lij arst’atas jucha, lart’asiñ ukanakan lart’asiñ ukjamarakis, jich-
hakamas ukjamakïkiw nanakan akanxa ukjamakiskiwa.
P. ¿Janit warminakan arunakap kaski?
R. Janiw warminakan arup katuqañ munapkantixa, ukat jichhayri niyas janiw ukjamaxarakit niy
mawk’it uk apnuqayapthw comuniraranakajan “Nanakax arsusiñ puyripxthwa”, sasa, nax sariritha
istinakar uka ampliyasyunanaka apasixa, siminaryunaka apasixa jay ukanak saririthxa.
P. ¿Ukan yatiqpachataxa?
R. Ukan nax yatiqantxa, ukat nax mawk’as arsuñ yatxtha jichhax reunionanakansa, jani nayra ar-
suñjamakiriti axsaranjamayriw arsuñasa, ukanakar warmixatarakiwa naru irnuqapxituna uka
club de madre sas jay uksan ukanakat siyi sarañayriw uka ampliyasyunanakarux “Istinakax cha-
chanakax riyunyunaka lurixa jall uka taypiru sarapxata jumanakaxa”, sasaw sasipxiri, ukat.
“Iyaw”, sasaw ukanakar sarapxirïta mä kimsani irnaqapxatana ukat uka kimsani wal sarantapxi-
rita, uka yatiqantxa naxa, janiw yatkatanti kunsa, ukjamat ukjamat nax yatiqtha ukjamat parlañs
yattha ukat awisa saktha raryur parliris sarakisristhw akan sintiw jaqinakaxa… (G. H., Cacachi,
noviembre 2007).
R. “¡Ah hablas y hablas!”, suelen decir. Para el esposo suele ser delito que su mujer hable, mucho
más antes había que escuchar callada. Recién ahora pueden hablar las mujeres, antes no se podía
hablar, las mujeres eran bien discriminadas, los hombres no aceptaban nada, era delito hablar, re-
ír, en las reuniones se ríe, hasta ahora sigue siendo así aquí todavía.
P. ¿No hacen caso a las mujeres?
R. No querían escuchar a las mujeres, pero ahora ya no es tanto así, hemos hecho que dejen esa ac-
titud en nuestra comunidad. “Nosotros podemos participar”, diciendo. Yo solía ir a los ampliados
que se llevaban a cabo, también sé ir a los seminarios, a todo eso sé asistir.
P. Ahí has debido aprender.
R. Ahí yo he aprendido, por eso ahora puedo hablar y participar en las reuniones, antes no se po-
día hablar, se tenía miedo hablar, ahí de parte de las mujeres me han nombrado para que partici-
pe en el club de madres, ahí había que asistir continuamente a los ampliados. “Donde los
hombres realizan reuniones, ahí tienen que ir y participar”, nos decían. Por eso, nosotras: “Bue-
no”, diciendo, nosotras sabemos ir. Unas tres éramos las que participábamos ahí, entonces las tres
sabemos ir con frecuencia, ahí he aprendido, yo no sabía nada, de así poco a poco he aprendido,
por eso sé hablar yo, por eso digo incluso puedo ir a hablar a la radio. Aquí la gente es demasia-
do…(G. H., Cacachi, noviembre 2007).
121
DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA: MUJERES DEL ALTIPLANO, ÓRDENES NORMATIVOS E INTERLEGALIDAD
La visión crítica expresada en este testimonio se ha generalizado entre las jóvenes de las comu-
nidades, como resultado de un mayor nivel de escolaridad y de la apertura de espacios no tradicio-
nales para el encuentro y la interacción entre ellas. La timidez ha ido desapareciendo, el valor de su
voz y de su pensamiento se ha ido afirmando, y así muchas han podido romper con el control so-
cial tradicional que relegaba a las mujeres al mundo doméstico e invisibilizaba sus aportes labora-
les y creativos. La otra cara de la medalla es el abandono de los tradicionales espacios de ejercicio del
poder y de la creatividad, como el tejido. Se observa la vigencia de nuevos valores, más modernos,
que valoran la palabra como eje de la participación y expresión pública en las generaciones jóvenes.
P. ¿Cómo se organizan para la Bartolina Sisa, hermana? Estamos hablando de las Bartolinas.
R. Eso es… eso de la Bartolina es pues aparte, es de nosotras.
P. ¿ Existe nacional, departamental?
R. Hay departamental, luego provincial. Nos han designado de la provincial, de cada provincia, como
Calamarca, que en este momento es central agraria (A. C., Calamarca, octubre 2007).
Un aspecto importante de la organización sindical femenina es que permite a las integrantes sa-
lir del ámbito estrictamente local de la comunidad, para participar en ampliados y congresos de ni-
vel supracomunal. Allí se relacionan con representantes de comunidades y regiones muy diversas,
lo que les permite adquirir una conciencia más específica de sus derechos y ejercer una actitud de
mayor autonomía frente a las organizaciones de varones, con las cuales coordina la elaboración de
pliegos petitorios y movilizaciones.
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Por eso, es muy raro ver solos a la mujer o al varón. De igual forma, en todo el ciclo ritual, que
comprende ceremonias y ofrendas a las deidades y a los cerros, la presencia de las féminas es impor-
tante, ya que toda la simbología de estos ritos está asociada al par masculino-femenino.
El aporte de las mujeres se vincula a la generosidad de la familia, a través del compartir alimen-
tos, alcohol y coca, y debido a esto puede verse su papel en asegurar la cohesión y los intercambios
simbólicos entre los núcleos familiares de la comunidad.
El grueso de los servicios y la infraestructura construida en las comunidades (escuelas, postas
sanitarias, acequias y caminos vecinales) ha sido fruto de un fuerte aporte en trabajo, a través de
lo que se llama “acción comunal”. Tanto en las localidades rurales como en el barrio urbano es-
tudiado, la acción comunal es un aporte obligatorio para todas las familias y garantiza el acceso
y el derecho de uso sobre estos servicios e infraestructura. Por lo general, la comunidad exige la
presencia de un representante por familia y en el caso de las comunidades estudiadas el trabajo
suele ser asumido por el varón; sin embargo, en ausencia de hombres, son ellas las que cumplen
con todos los turnos de trabajo, incluso los que exigen mayor esfuerzo físico.
En todo caso, las mujeres son las que más participan en las acciones comunales en la zona 23
de Marzo, ya sea porque el esposo se encuentra trabajando fuera de la casa o porque el hogar tie-
ne una jefatura femenina. De tal modo, la construcción y equipamiento del colegio 23 de Marzo
se reconoce, por ejemplo, como producto del aporte de trabajo de las mujeres, según un dirigen-
te de la Junta de Vecinos:
R. (Para la construcción del colegio) se hizo un esfuerzo, una acción comunal, con el trabajo de todos
se ha hecho primero una escuelita de adobe. Actualmente, tenemos un gigante, que es de piso, y que
está al lado, porque prácticamente eso se desató y a partir de eso que era una escuelita que funcionó
al principio con 42 alumnos, desde primero a tercero, luego fue aumentando, porque es un esfuerzo
de los vecinos. Actualmente, contamos desde primero hasta el bachillerato, es el primer año (2007) que
de este colegio va a haber la promoción (de bachilleres).
P. Entonces ¿ése no es el único trabajo de acción comunal? porque me estaban contando que se hi-
cieron las aceras, el agua y otros.
R. Así es, prácticamente como es de educación y como los hombres se dedican a solventar a la fami-
lia, las mujeres han aportado para la construcción, porque ellas traían piedras, cavaban zanjas, trayen-
do adobes. El muro perimetral que usted ve más que todo en un 70 por ciento es trabajo de las
mujeres, porque es constante la ayuda que prestan al colegio 23 de Marzo (D. P., dirigente, zona 23 de “...las mujeres
Marzo de El Alto, noviembre 2007). han aportado para
la construcción
Sin embargo, como se había visto en un acápite anterior, la participación de las mujeres en la di- (del colegio),
rectiva de la junta vecinal es casi inexistente. Es decir, si bien en las comunidades rurales la mayor
aportación laboral de las féminas se ha transformado en una demanda de mayor participación en porque ellas
los espacios públicos, en el caso de este barrio urbano, la vulnerabilidad del movimiento vecinal traían piedras,
a la injerencia de la política partidaria y el predominio de una cultura política clientelar y preben- cavaban zanjas,
dal, basada en las farras y en los “amarres” electorales, introducen serios obstáculos para que ellas trayendo
traduzcan su aporte al equipamiento social del barrio en una mayor visibilidad y poder de decisión
en la organización vecinal. adobes”.
En este sentido, la organización de las “manzaneras”, impulsada desde la Prefectura, se ha con-
vertido en el principal espacio de participación femenina, pero queda al margen de la dinámica
política del barrio y carece de significación más amplia en la política barrial.
Si bien esta organización pretendía inicialmente canalizar las energías participativas de la
zona hacia esquemas de integración y disciplina de las mujeres en torno a su condición de madres,
una vez que ha decaído el auspicio estatal, la organización se ha transformado en un espacio de
autogestión productiva a través de la práctica de la artesanía, como complemento a los ingresos
irregulares y a veces inexistentes de los maridos. El hecho de que no haya un nivel de organiza-
ción femenina paralelo en las juntas vecinales urbanas (equivalente a las “Bartolinas” rurales), ha
impedido que estas iniciativas y organizaciones se conviertan en un espacio propicio para una par-
ticipación femenina más amplia en el espacio público.
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1.- Autoridades de
Calamarca: Mallku y
T’alla (junio de 2007-
junio de 2008)
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Conclusiones
T
oda sociedad elabora un sistema de significados culturales para explicar las diferencias
biológicas entre hombres y mujeres. La base biológica de esta diferenciación se suele
llamar “sexo”, mientras que las formas de interpretar y significar esas diferencias en el
plano de la cultura se identifica con la idea de “género”. El sistema de género es una
construcción cultural relacionada con la cosmovisión más amplia de cada sociedad y
de cada cultura185. También se transforma a lo largo de la historia por la interacción con otras vi-
siones que frecuentemente se imponen a través de la conquista y la colonización.
Es difícil desentrañar qué aspectos de la cultura andina podrían considerarse propios y autóno-
mos frente a las visiones y sistemas culturales impuestos. Es posible que muchos de los rasgos de
las actuales comunidades sean, en realidad, resultado de la negociación con el sistema colonial y no
una creación enteramente propia.
Se puede decir que hay un modelo “ideal”, al que la sociedad aspira, de representar las relaciones
hombre-mujer. Pero este orden ideal es una construcción cultural a la que se quiere llegar y que en
la práctica no se realiza. Así, el ideal de igualdad y de vigencia universal de los derechos humanos de
la persona están tan lejos de ser reales como el modelo del chachawarmi andino, que se menciona en
muchos de los testimonios de las mujeres entrevistadas en este estudio.
La construcción del modelo chachawarmi no es solamente pertinente al mundo humano de la socie-
dad, sino a la totalidad del cosmos. Esto se expresa muy bien en el dicho andino: “Taqi kunas pänipu-
niw akapachanxa”186. Es por eso que las nociones de lo femenino y lo masculino, mencionadas en las
entrevistas del primer capítulo, se asocian con el sexo de los animales, de las plantas y de las piedras.
Las montañas, los vientos y las wak’as tienen también una condición femenina o masculina, lo que
permite utilizar el lenguaje ritual adecuado para comunicarse con éstas. Por eso, la esfera pública an-
dina se construye simbólicamente como un equilibrio entre pares, lo que no quiere decir que no ha-
ya fuerzas y objetos únicos que no tienen par (a ellos se designa como ch’ullas), pero éstos son seres y
fuerzas poderosas y peligrosas que controlan energías desconocidas (como la fertilidad o el rayo) que
pueden matar o hacer renacer. Por eso, se admite la soltería como opción de vida y también la existen-
cia de formas anómalas de sexualidad (como la homosexualidad y el travestismo): “Por algo será”, di-
cen las abuelas; aunque siempre estos personajes (los/as sordomudo/as, los/as locos/as, los/as
homosexuales y los/as solterones/as) se reconocen sólo después de haber intentado por todos los me-
dios hacerlos entrar al redil de la normalidad. En este sentido, la sociedad andina tradicional es mucho
más tolerante a las diferencias naturales que la sociedad occidental y cristiana, que sataniza y exorci-
za estas anomalías con tratamientos brutales, como el encierro o la exclusión social.
Este modelo estructural puede dar luces sobre algunos temas en los testimonios recogidos. La
paridad del cosmos está más presente en las entrevistadas con la generación mayor (entre 70 y 85
años), pero también se filtra en los relatos de las jóvenes, pero en ellas es una dualidad más res-
tringida, aplicable sólo al mundo social.
La diferencia entre hombres y mujeres se ve como un destino biológico, se vive como una fa-
talidad a la que hay que resignarse. No se experimenta como un modelo a seguir, que permitiría
organizar la vida colectiva conforme a valores compartidos y respetados por todos/as.
185 En esto coincide la mayoría de teóricas del género, como Verena Stolcke y Marcela Lagarde.
186 “Todo en el universo es par”.
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El cambio y la creciente brecha cultural entre la generación de las abuelas y la de las nietas tienen
raíces históricas remotas que se reproducen a lo largo del tiempo. Por ejemplo, la adopción de re-
latos bíblicos sirve para explicar la desigualdad entre hombres y mujeres, como producto de una in-
ferioridad estructural (Eva, la costilla de Adán) y de una culpa original (haber pecado comiendo la
fruta prohibida). Esta noción de culpa fue introducida desde la temprana colonia. Así se transfor-
ma la idea original de que las mujeres se relacionan con la parte femenina del cosmos y los hombres
con su parte masculina, y que les corresponden tareas y espacios diferentes y complementarios. La
culpa se asocia a un destino biológico en forma cultural y construida: el mito de Adán y Eva es la
legitimación del dominio del hombre sobre la mujer, es la explicación cristiana de las diferencias
sexuales que ratifica la dominación en lugar de la complementación.
Sobre la base de este tejido cultural común, las comunidades estudiadas ofrecen matices y continui-
dades, así como también contrastes, en tanto representan territorialidades y trayectorias históricas
específicas. Todas reconocen una matriz cultural andina, si no en forma verbal, al menos en su len-
guaje y en sus prácticas. Relatan cuentos y siw-sawis, manejan una memoria familiar y comunal y ex-
presan su tránsito por diferentes momentos del ciclo de vida cumpliendo ritos similares, en los que
la familia, nuclear o extendida, y el círculo más amplio de vecinos y paisanos forman un denso teji-
do de relaciones que, al desplegarse en un determinado territorio, constituyen a la comunidad.
La principal diferencia entre la comunidad urbana (23 de Marzo) y las localidades rurales estu-
diadas es que los lazos de consanguinidad y parentesco no provienen de una base previa, sino que
se conforman en el nuevo asentamiento urbano, en condiciones de mucha mayor heterogeneidad.
Los diversos orígenes migratorios y trayectorias laborales previas (desde la ex-hacienda o comuni-
dad, hasta el centro minero) no impiden que en este barrio se reconstituyan ciertas formas organi-
zativas comunales y éticas interpersonales que replican y adaptan el modelo comunal.
El trabajo colectivo es la base para el equipamiento del barrio para la obtención de servicios bá-
sicos y el reconocimiento de la membresía. La pertenencia se define por el trabajo comunal y por
la participación en la junta de vecinos, organización que incluye a la totalidad de familias en el terri-
torio del barrio. En cierto modo, la “neocomunidad” urbana nace liberada de una serie de disputas
y conflictos heredados (entre familias con más y menos tierra, entre linajes originarios y agregados,
entre llunk’us del patrón y comunarios libres) que han deteriorado gravemente las formas de con-
vivencia y organización en las comunidades rurales.
Por eso, el barrio de Ventilla es mucho más eficiente en el logro de sus demandas frente al mu-
nicipio y participa de modo coordinado en las movilizaciones más amplias del movimiento vecinal
alteño. Sin embargo, la brecha mayor entre los casos rurales y el de Ventilla se da en el plano de la
representación política. Es evidente que la esfera política urbana está más intervenida por los esti-
los dominantes de hacer política, basados en el clientelismo, en la cultura masculina del sindicato y
en las formas de prebenda de cooptación. Por eso, el activismo social de las mujeres contrasta agu-
damente con su virtual ausencia en las directivas de la organización vecinal.
En las comunidades, en cambio, la esfera política aparece como más integrada, más permeable
a la matriz ética y cultural andina. Como producto de las recientes tendencias migratorias y de su
mayor acceso a la educación, las jóvenes han estado buscando mayores espacios de participación
y decisión política. La organización de las “Bartolinas”, que brinda un espacio paralelo de represen-
tación pública a las mujeres, es aún incipiente y no ha llegado a la mayoría de comunidades, quedán-
dose en los niveles de central y subcentral (cantón y sección municipal). Entre los casos estudiados,
sólo Calamarca tiene una filial activa de la Federación Bartolina Sisa y eso se evidencia en las per-
cepciones y las demandas de las mujeres entrevistadas. En este caso, la participación pública es cla-
ramente asociada con la adquisición de la palabra propia, con la fortaleza de la propia voz.
Otro modo de participación ha proliferado desde la década de los 90 en la mayoría de las comu-
nidades. Éste desconoce a las organizaciones paralelas de las mujeres para integrarlas en el sistema
de autoridades étnicas. En la mayoría de las comunidades, los testimonios muestran con claridad que
la función de las mujeres en el sistema de autoridad Mallku-T’alla es, ante todo, ser acompañantes
de sus pares masculinos como un ornamento simbólico que legitima el discurso de la paridad, pe-
ro sin que se lo asuma como forma alterna de organización política. Como se ha visto en la mayo-
ría de los casos, las autoridades originarias son sólo la traducción del sistema sindical y en la
práctica preservan muchos rasgos de la cultura de estos organismos, sus formalidades y lógicas de
representación, deliberación y mediación con el mundo exterior. Por eso, las mujeres son visibles
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ante todo en las fiestas, ceremonias y ritos, y desde ahí legitiman la ideología del chachawarmi sin al-
terar el dominio masculino sobre la esfera de la representación y la voz pública.
Los cambios más significativos en cuanto a la participación de las mujeres se han producido en
el ámbito productivo. Los estudios de caso nos muestran, una vez más, rasgos comunes y diferen-
cias significativas. La totalidad de las comunidades cuenta desde hace décadas con instituciones es-
colares que han contribuido a transformar radicalmente el equilibrio entre saberes masculinos y
femeninos, privilegiando el conocimiento de la lectoescritura y desvalorizando las destrezas prác-
ticas y la creatividad envuelta en el tejido y el pastoreo. Como consecuencia, la “escuela de las mu-
jeres”, como se le consideraba al trabajo textil, ha sido eclipsada por la alfabetización y por el
prestigio que otorga la institución escolar, que recae sobre todo en los varones.
Igualmente, se ha desvalorizado la labor agropecuaria, despojándola del entramado de conoci-
mientos y de ritualidades que le daban sentido, y se ha convertido en una actividad más rutinaria y
mecanizada. El tractor ha sustituido al equipo masculino-femenino de sembradores, en el que la
fuerza bruta del varón abría la tierra y el poder genésico de la mujer depositaba la semilla. La ritua-
lidad de la siembra también ha desaparecido y, con ello, muchos de los aspectos filosóficos y éticos
que emanaban del cultivo de la tierra.
La emigración temporal de los varones y la migración definitiva de las generaciones más jóvenes
han transformado también los equilibrios que permitían una relativa equidad en la división social
del trabajo. En el pasado, las labores tanto productivas como reproductivas eran ejercidas por hom-
bres y mujeres, que desde la irpaqa, o matrimonio informal, recibían una dote de tierras, ropa, semi-
llas y enseres productivos y domésticos de ambos padres, lo que colocaba a los recién casados en
igualdad de condiciones, en tanto sean dueños de un patrimonio común.
La idea de que la desigualdad de las mujeres rurales se afinca en su falta de acceso a la propie-
dad de la tierra nos parece excesivamente estrecha, ya que no toma en cuenta la noción de patri-
monio como algo más integral que incluye no sólo la tierra, sino todo el trabajo incorporado en
los textiles, herramientas de trabajo y enseres domésticos que pasan de generación en generación
en forma paralela (de madres a hijas y de padres a hijos) e instalan una equidad básica en las re-
laciones de la nueva pareja.
Si bien todas las comunidades estudiadas tienen un esquema de residencia “patrilocal” (las
mujeres se trasladan a vivir a la comunidad de su cónyuge), se admiten también a “yernos” cuando
la hija es heredera de tierras en ausencia de hermanos. Pero, ella es dueña de su propio hato gana-
dero y el universo textil es competencia exclusiva suya. Incluso, a la hora de migrar las mujeres tie-
nen la ventaja de un patrimonio móvil, que pueden llevar consigo o vender (por ejemplo, liquidar
su hato ganadero) para instalar un negocio o comprar terreno en la ciudad.
La propiedad privada de la tierra no parece entonces ser una condición fundamental de equidad,
ya que se valoriza por el trabajo, que es el que garantiza el acceso real a los recursos. Es el trabajo el
que establece espacios y competencias productivas exclusivas de las mujeres o de los varones, jun-
to a aquellos que pueden cumplirse en forma indistinta. En términos generales, el pastoreo de ovi-
nos está a cargo de las mujeres, mientras que los varones se ocupan del ganado vacuno.
En las comunidades lacustres, la explotación de los recursos del lago, en particular de la totora
y las algas, es tarea de los varones, mientras que en las demás se combina el pastoreo (indistinto) con
la alimentación forrajera (labor masculina). El pastoreo de ovinos es también la base de la actividad
textil femenina que comienza con el trasquilado, el hilado, torcido y teñido, para culminar en el te-
jido de las prendas, generalmente en telares horizontales. La simultaneidad de estas tareas parece ser
la clave de la diferente valoración que hacen las mujeres de su trabajo con respecto al de los varo-
nes. No sólo “las mujeres hacen más”, sino que pueden hacer varias cosas a la vez, en tanto que los
varones únicamente pueden manejar una actividad al mismo tiempo.
La idea de que la jerarquía masculino-femenina es producto de la superioridad del varón en tér-
minos de fuerza física aparece varias veces en los testimonios. Pero, la otra cara de esta interpreta-
ción es que la fuerza bruta es asociada con el trabajo masculino, mientras que la capacidad laboral
de las mujeres se basa en la fuerza más sutil del conocimiento, la memoria y la destreza. La noción
de que las mujeres “hacen todo” y “manejan todo” expresa esta diferente cualidad del trabajo feme-
nino, sustentado en la concentración y la memoria, más que en lo físico.
Sin embargo, ni uno ni otro pueden por sí solos completar el trabajo agropecuario o la vida do-
méstica: para techar y construir la casa se necesita a los varones; para habitarla y calentarla con la
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cocina y la ropa se necesita a las mujeres. Esto se asocia a las imágenes del “nido” y de la “casa lle-
na”, que son la suerte que traen las hijas primogénitas al hogar, en tanto que la llegada del primer
varón augura el “vaciamiento” y la pérdida del patrimonio familiar. La idea de que las mujeres son
el cimiento permanente y que los varones son un personaje pasajero, expresa también estas dife-
renciaciones; aunque esta apreciación podría referirse a la creciente emigración masculina y al cre-
cimiento de los hogares con jefatura femenina.
A la vez, se considera a las mujeres “gente de otra gente”, que al final se irán a vivir a la comuni-
dad del cónyuge y dejarán la casa paterna. Es la principal razón por la que no se considera razona-
ble la tenencia femenina de la tierra, que se irá a otra comunidad y la dejará sin trabajar.
Toda esta normativa práctica de la distribución de recursos y la división del trabajo por sexo se ve
radicalmente alterada por el impacto de la migración y la creciente penetración del Estado en áreas
como la educación y la salud. En la generación mayor era más común la migración estacional de los
varones para obtener recursos monetarios suplementarios en la ciudad.
En la actualidad, la situación está marcada por una alta tasa de emigración de la generación joven,
de modo que en la comunidad sólo se queda uno o a veces ninguno de los hijos. La ausencia recu-
rrente del varón y la pérdida de brazos jóvenes para el trabajo agropecuario introducen una serie de
desequilibrios en la distribución de recursos y en el trabajo mismo. La carga laboral aumenta para las
mujeres, pero a la vez se desvaloriza su significación social. Además, la cadena de transmisión de sa-
beres y enseñanzas a las nuevas generaciones se interrumpe por obra de la escuela y se desvalorizan
las habilidades y competencias de las mujeres, tanto en el trabajo productivo como en la organización
de la vida familiar y en la producción de valores culturales y estéticos. Desaparece el esfuerzo de com-
plementar los saberes de la cabeza con los saberes de las entrañas (p’iqi y chuyma) y se instala la jerar-
quía entre la lecto-escritura y el trabajo manual. Por eso es que la valoración que hacen las mujeres de
su propio trabajo enfatiza la cantidad y omite la calidad. Ellas hacen más, pero a la vez gozan de me-
nos prestigio y valoración por su trabajo. Las nuevas generaciones ya no aprecian su herencia textil
ni se comunican con ellas para escuchar sus relatos y consejos para aprender sus conocimientos her-
bolarios o sus técnicas de trabajo agrícola.
En sustitución a la forma más o menos equilibrada de distribución de bienes y reconocimiento
social en el pasado, se observa en las comunidades actuales una maternalización de las mujeres y un
énfasis en sus valores como hembras reproductoras y criadoras de hijos. Los clubes de madres re-
fuerzan esta tendencia, invisibilizando sus tareas productivas que, incluso, son ahora más intensas
y absorbentes que antaño. En los testimonios de las entrevistadas se aprecia cómo han asumido el
discurso que justifica su mayor trabajo por su condición de madres.
Todo ello ha contribuido, sin duda, a erosionar su participación en instancias públicas o en epi-
sodios de justicia comunal, como la conciliación de conflictos. Si realizamos una rememoración de
los casos tratados en los diferentes ámbitos, se ve claramente que las transgresiones cometidas por
mujeres y varones no son sancionadas de la misma manera. Por ejemplo, el adulterio cometido por
una mujer es considerado más grave que en el caso del varón, que generalmente se pasa por alto. El
control social de la familia afín y de la comunidad del esposo se ejerce más férreamente para con-
trolar la castidad femenina. La reconciliación y el perdón son usuales en caso del adulterio mascu-
lino, mientras que el varón no perdona y todo extremo de violencia se admite porque la “culpa” es
de la mujer. En tono irónico, una mujer de Santiago de Llallagua comentaba:
“Warmitakix kunas juchakiwa, chachar ikkatatas jucha, chachar jan ikkatatas jucharakiki, kunas war-
min juchapakiwa”.
La justificación de esta situación con el mito de Adán y Eva muestra una identidad devaluada que
ha impulsado la autoridad masculina.
En las entrevistas se ha puesto en evidencia que la violencia doméstica no sólo se ha intensifi-
cado, también se han deteriorado los mecanismos de control social que antes la mantenían relati-
vamente a raya. En Santiago de Llallagua, las mujeres entrevistadas identifican el problema y son
conscientes de la injusticia y del abuso de sus maridos, pero no parecen vislumbrar ninguna solu-
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ción. La autoridad de la familia extendida y de los padrinos para atemperar los conflictos conyu-
gales ha disminuido y con ello las mujeres han quedado libradas a situaciones de mayor arbitrarie-
dad. Finalmente, hasta en el manejo de su propia casa y de su propio cuerpo, es creciente la
intervención del Estado y la pérdida de poder de las mujeres.
La ampliación de los servicios estatales de salud ha desplazado los conocimientos tradicionales
de las mujeres en materia herbolaria o de atención pre y postnatal.
Sus conocimientos son puestos en duda, se les cuestiona su falta de higiene y se desprestigia los
mitos y creencias que rodean al cuidado materno-infantil.
De este modo, ellas pierden uno de los espacios más importantes de control y autovaloración: la
transmisión de sus conocimientos en la reproducción y en la crianza, a sus propias hijas. Este últi-
mo reducto del poder femenino es así expropiado, acentuando su condición subordinada ante el sa-
ber médico masculino.
Finalmente, hemos podido ver cómo la noción de “desarrollo” ha introducido valoraciones
cuantitativas (aumentar la producción y la productividad) del bienestar, dejando de lado una lectu-
ra más cualitativa que se asociaba al equilibrio, la abundancia y la equidad en el trabajo. En este ám-
bito, el poder de las mujeres ha sido erosionado, tanto en las comunidades rurales como en la
ciudad, y ello constituye, en sí mismo, un caso de violencia de género y a la vez étnico-cultural.
En un contexto de creciente deterioro de la base productiva agropecuaria, la actividad artesanal
aparece como la forma “moderna” de la productividad femenina, más rutinaria y vinculada al mer-
cado, en comparación con la plenitud de significados culturales que representaba el tejido. La
metáfora de la campana, que niega a las mujeres la voz pública, se ve reforzada con la desvaloriza-
ción de los saberes textiles, que les niega incluso el derecho al silencio creativo.
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