Carta A Nayib

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Darío Cardona: Carta para Nayib Bukele

Un buen populista sabe que el pueblo aplaudirá por la renovación en el Centro de San
Salvador mientras no pregunte cuánto tendrá que pagar de deuda pública por los
farolitos al cabo de unos años.

POR DARIO CARDONA AGO 22, 2018- 17:24

Estimado bachiller:

Ya sé que no es extraño en países como el nuestro que quien fracasa en la vida


académica y profesional termine en la política. La política siempre ha sido el atajo
con el que muchos ineptos, en nombre de la democracia, se permiten gobernar a los
más aptos. ¡Claro!, tiene sentido: es más fácil decirle al pueblo que “los empleos los
generan los consumidores” que decírselo a tu profesor de microeconomía; es más
fácil criticar al juez constitucional frente al pueblo que frente a tu profesor de
Derecho Constitucional; el pueblo quizá te aplauda, pero tu profesor seguro te
reprenda por la temeridad. Es por eso, estimado bachiller, que cuando no te puedes
hacer popular por tus ideas, te vuelves populista por tus intereses; y es por ese
populismo, estimado bachiller, que los gobiernos son dirigidos por asnos, y que me
perdonen los asnos por la comparación. Claro, un buen populista sabe que se ganan
más votos proyectando un capítulo de Dragon Ball en El Salvador del Mundo que
hablando de la austeridad en el gasto público.

Un buen populista sabe que el pueblo aplaudirá por la renovación en el Centro de


San Salvador mientras no pregunte cuánto tendrá que pagar de deuda pública por
los farolitos al cabo de unos años.

Estimado bachiller, yo creo que los salvadoreños que nos esmeramos por
engrandecer a nuestro país estamos más ocupados en entender la realidad para
hacer propuestas de cambio serias que en andar fomentando la desconfianza en las
instituciones públicas y en pintarnos clavos en las muñecas para jugar al mártir
redentor.
TE¿Por qué no te sinceras con el pueblo y le explicas que después del
anarquismo viene el totalitarismo y la dictadura? ¿O es que tampoco pusiste
atención en las clases de historia? Ya sé que siempre ha sido más atractivo hacer
vandalismo social que permanecer dos horas sentado en una biblioteca, pero yo te
ruego, estimado bachiller, que lo que no pudiste comprender en las aulas no lo
destruyas afuera de ellas. Ya sabemos que los partidos políticos están llenos de
corrupción —tú, que estás adentro del peor de todos, lo debes saber mejor que
nadie— pero, vamos, que por acabar con los ratones no le vas a prender fuego a
toda la casa. Además, no te recomiendo ponerle fuego a la madriguera cuando de
sobra sabes que la madriguera es tuya y que tienes allí muchos amigos.

Sé que el pueblo está despechado por nuestro sistema político, todos los estamos;
pero, querido bachiller, no vale hipotecar el dolor de un país para hacer con él
negocios electorales. Además, no concibo que puedas condenar un sistema político
del cual formas parte ¡Y mira en qué parte! Ya sé que en la crisis los pobres creemos
hasta en la lotería, pero esta vulnerabilidad no justifica que le vendas al pueblo
estupefacientes cargados de buena publicidad (solo te falta poner a bailar a niños
cubanos y terminar con algo como “el cambio sigue”), esto no es como el negocio de
las discotecas (con el símil quizá nos entendemos mejor, puede que te suene más
familiar que la vida universitaria).

Yo reconozco que haces un buen manejo de las redes sociales. No cabe duda de que
cuando se ambiciona la presidencia, frente a un pueblo consumista vale más
contratar buenos asesores en marketing para que vendan tu imagen como quien
vende comida rápida, que contratar profesionales serios que te ayuden a diseñar un
verdadero plan de gobierno. Tú ya sabrás lo rentable que es hacerle chanchullo al
fisco y a probidad, negocio por el que estás dispuesto a cambiarte de partido y de
ideología política, y como te veas en la necesidad, hasta de religión. Así que,
¡ánimo! Aunque, en lo que a mí respecta, te daría el consejo de Gepetto: “Pinocho,
deja el circo y ve a la escuela”.

Estudiante de quinto año


de Ciencias Jurídicas

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