82 Metaleptica
82 Metaleptica
82 Metaleptica
Coordinación General de
Estudios de Posgrado
e cc ión Posgra
C ol do
Metaléptica.
Lógica y sentido en la ficción
ISBN 978-607-30-1706-0
Alicia
Gilles Deleuze
Silvio Rodríguez
Índice
Prólogo
Introducción
L
a presencia de la narración en los más diversos tipos de textos y
en los más variados soportes es hoy, y seguramente lo ha sido
desde siempre, una evidencia innegable: ya se trate de textos li
terarios, periodísticos, históricos, o bien, de textos primordialmente
narrativos como también descriptivos o argumentativos, ya sea que
asuman la forma oral o escrita, verbal o no verbal, icónica, gestual o
sincrética, la forma narrativa modela y da sentido a nuestra expe
riencia. Pero sucede también que una presencia tan evidente, tan
obvia, tiende a volverse invisible, a naturalizarse y hacerse parte de
lo vivido, a tal punto que su forma profunda no es fácilmente per
ceptible. Quizás sea ésta una de las razones por las cuales los estu
dios teóricos sobre el relato no abundan. Si bien hay una pléyade de
autores ya clásicos que son reconocidos como narratólogos, parecie
ra que la reflexión no ha avanzado a la par del poder de innovación
de las distintas manifestaciones del discurso narrativo.
De aquí la importancia de un trabajo como el que realiza Lorena
Ventura, en el cual asume como tarea dilucidar la conformación de
un concepto, el de metalepsis, no sólo para poner de manifiesto las
oscilaciones semánticas del término en los dominios de la poética,
la gramática, la retórica, la lógica y la actual teoría literaria, sino fun
damentalmente para profundizar en un procedimiento discursivo cuya
presencia insistente en textos contemporáneos de diversa índole de
manda una explicación que traspase los límites de una concepción
ceñida a un puro recurso retórico.
Para lograr su propósito, la autora realiza un estudio minucioso
que sigue varios derroteros. Mediante uno de ellos, realiza una revisión
12 Metaléptica. Lógica y sentido en la ficción
L
a incorporación del término metalepsis al ámbito de la teoría na
rrativa tiene su origen en las reflexiones emprendidas por Gérard
Genette en uno de los apartados de Figuras III. En esta obra,
como se sabe, el teórico francés desarrolló un conjunto de nociones
destinadas a integrar un modelo de análisis cuyo punto de partida ha
sido la extensa novela de Marcel Proust. Es curioso que, a pesar de
la innegable relevancia que dicho modelo ha alcanzado en el domi
nio de los estudios literarios, el concepto de metalepsis no haya sido
objeto de un mejor aprovechamiento en lo que concierne al análisis
formal del relato. En mi opinión, ello se debe no sólo al desarrollo pa
ralelo de la noción de metaficción en el ámbito de la teoría anglosajona,
que siendo más general tiende a ser más productiva, como ha señalado
Liviu Lutas,1 sino también a la imprecisión y fluctuación semánticas
que históricamente han caracterizado al término y a las que Genette
parece haber contribuido al otorgarle una nueva significación.
En la propuesta narratológica de Genette, la metalepsis ha sido
convocada para formar parte de un sistema en el que también se
encuentran la prolepsis, la analepsis, la silepsis, la paralepsis, etcétera.
Del mismo modo que estos términos, la metalepsis ha sido dotada ahí
de un sentido específico al designar “toda intrusión del narrador o del
narratario extradiegético en el universo diegético (o de personajes
diegéticos en un universo metadiegético, etc.), o inversamente”.2
Esta definición, si bien es precisa en cuanto al procedimiento narra
tivo que describe, no parece armonizar ya con las primeras definicio
nes del término acuñadas por la tradición retórica.
16 Metaléptica. Lógica y sentido en la ficción
entre otros) puede ser útil no sólo para establecer algunos puntos de
contacto entre la retórica y la narratología en lo que concierne al
estudio de la metalepsis, sino también para la formulación de una de
finición esencialmente narratológica del término, pero vinculada to
davía de un modo más amplio a su pasado retórico por algunos rasgos
que habrían permanecido como constantes y que, del mismo modo,
pueden proyectarse al análisis formal del relato (la dimensión de re
flexividad, la noción de cambio, de transición, de contrasentido, de
condensación, de transgresión, etcétera).
El lugar que ocupa la metalepsis en el contexto de la retórica an
tigua, los distintos tratamientos de los que es objeto bajo el dominio
sucesivo de la poética, la gramática y la lógica durante la Edad Media,
así como el nuevo enfoque que sobre ella propone la retórica moder
na al situarla como una macroestructura capaz de comprometer la
significación global del discurso a partir de un desplazamiento enun
ciativo, enuncivo y referencial, son algunos de los aspectos que abordo
en el primer capítulo de este trabajo. A partir de ellos, retomo ense
guida la acepción narratológica de Genette a fin de hacerla más com
prensiva y consistente con la tradición retórica.
Entendida exclusivamente como una categoría narrativa a par
tir de la obra de Genette, la metalepsis también ha sido objeto de
distintos acercamientos y múltiples caracterizaciones por parte de la
crítica. Teóricos como Brian McHale, por ejemplo, la han situado co
mo un “corto-circuito” entre el “mundo de la ficción y el plano on
tológico que ocupa el autor”, mientras que Werner Wolf la ha conside
rado una “transgresión paradójica o confusión entre niveles (onto)
lógicamente distintos en representaciones de mundos posibles”.7 En
años más recientes, la estudiosa norteamericana Debra Malina ha
visto en ella una estrategia que produce “un efecto perturbador sobre
la estructura de la narración” y, desde el punto de vista de la lógica,
Marie Laure Ryan ha llegado a definirla en términos de “bucle ex
traño”.8 Tres modos fundamentales de aproximación teórica a la
metalepsis narrativa, de acuerdo con John Pier, pueden deducirse de
tales caracterizaciones —y de los estudios en los que éstas se inser
tan— más allá de sus particularidades, cada uno de los cuales fijaría
su atención en un aspecto paradigmático del procedimiento.9
19
Introducción
Notas
2 Gérard Genette, Figuras III, Carlos Manzano (trad.), Madrid, Lumen, 1989,
p. 290, (Palabra Crítica, 10).
3 Pierre Fontanier, Les figures du discours, Paris, Flammarion, 1977, p. 127. Tra
ducción de la autora.
4 Ibíd, p. 127. Traducción de la autora.
5 Friedrich Nietzsche, Escritos sobre retórica, Luis Enrique de Santiago Guervós
(trad.), Madrid, Trotta, 2000, p.110.
6 Concebida como un tropo que provee una suerte de transición entre dos tér
minos a partir de un elemento intermediario que permanece sobreentendido y
que no significa nada por sí mismo, la metalepsis, de acuerdo con Nelles, pre
senta ya un par de rasgos que hacen viable el uso del término en la descripción
de niveles narrativos: su rol como pasaje entre dos elementos diversos, los cuales
pueden ser entendidos como dos dimensiones narrativas distintas, y el hecho
de que no posee un significado independiente sino puramente estructural. Véa
se William Nelles, Frameworks. Narrative Levels & Embedded Narrative, Nueva
York, Peter Lang, 1997, pp. 153-157.
7 Brian McHale, Postmodernist Fiction, Londres / Nueva York, Routledge, 1987,
pp. 119, 213; y Werner Wolf, “Metalepsis as a transgeneric and transmedial
phenomenon. A case study of the possibilities of ‘exporting’ narratological
concepts”, en Jan Christoph Meister (ed.), Narratology beyond Literary Criti-
cism. Mediality, Disciplinarity, Berlín / Nueva York, Walter de Gruyter, 2005,
p. 91. Traducción de la autora.
8 Debra Malina, Breaking the Frame: Metalepsis and the Construction of the Subject,
Ohio, The Ohio State University, 2002, p. 1; y Marie Laure Ryan, “Logique
culturelle de la métalepse, ou la métalepse dans tous ses états”, en John Pier y
Jean Marie Schaeffer (eds.), Métalepses. Entorses au pacte de la représentation,
Paris, École des Hautes Études en Sciences Sociales, 2005, pp. 201-223, (Re
cherches d’Histoire et de Sciences Sociales, 108). Traducción de la autora.
9 John Pier, “Metalepsis (revised version; uploaded 12 May 2014)”, citado en
Peter Hünn et al. (eds.), The Living Handbook of Narratology, Hamburgo, Ham
burg University. En línea <http://www.lhn.uni-hamburg.de/article/metalepsis-
revised-version-uploaded-12-may-2014>. [Fecha de consulta: 04 de abril de
2019].
10 Gérard Genette, Metalepsis. De la figura a la ficción, Luciano Padilla López
(trad.), Buenos Aires / México, Fondo de Cultura Económica, 2004, (Popular,
650); y Warner Wolf, “Metalepsis as a transgeneric and transmedial pheno
menon…”, op. cit., pp. 83-107.
Capítulo 1
Retórica de la metalepsis
E
l término “metalepsis” (transliteración del griego μετάλημψις),
aparece y recibe su primera definición hacia el siglo II a. C. en el
marco de la doctrina de la stásis o estados de causa elaborada por
Hermágoras, uno de los principales innovadores de la retórica aristo
télica.1 Aristóteles, como es sabido, fue el primero en teorizar sobre
la retórica y a él debemos la formulación de algunas distinciones consi
deradas clásicas, como la de los tres géneros discursivos (deliberativo,
epidíctico y judicial) y la de las cinco operaciones retóricas (inventio
o encontrar qué decir, dispositio u ordenar lo que se ha encontrado,
elocutio o agregar el adorno de las figuras, actio o representar el discurso
y memoria, complemento de la anterior).2 Hermágoras, por su parte,
realizó la última contribución significativa a la retórica griega, con
virtiéndose luego en el vínculo entre ésta y la retórica romana. Su
doctrina supone una especialización sobre el género judicial y una
profundización de la tópica de Aristóteles, de quien retoma la distin
ción entre “lugares generales” y “lugares especiales” mediante los
conceptos de tesis e hipótesis, respectivamente, a fin de introducir la
noción de estado de causa, sin duda la más relevante de su teoría.3
Para Hermágoras, todo discurso parte de una cuestión o asunto que
trata de aislar. A una cuestión aislada o concretada, es decir, ceñida
a alguna circunstancia particular de lugar, tiempo o persona, y porta
dora además de una controversia, esto es, de una oposición entre dos
puntos de vista sobre un mismo hecho, se le denomina causa o hipóte
sis.4 A toda causa corresponde también la determinación de su estado
26 Metaléptica. Lógica y sentido en la ficción
Pero cuando la causa depende de esto: porque, o bien, parece que no actúa
aquel que es oportuno, o bien, no con aquel con quien es oportuno, o bien, no
entre los cuales, en el tiempo que, con la ley que, con el cargo que, con la pena
que es oportuna, la constitución se dice translativa, porque parece que la acción
necesita de translación y conmutación.5
Así, tres tipos de cosas son las que pueden ser objeto de discusión y controver
sia: en primer lugar, qué puede suceder o qué ha sucedido o qué sucederá; a con
tinuación, cómo son; finalmente, cómo se denominan. De hecho, eso que algunos
griegos añaden “si se ha hecho rectamente” está ya incluido en el “cómo son”.7
Hay en este pasaje una referencia implícita a tres de los estados de cau
sa ya descritos: conjetural (qué puede suceder...), cualitativo (cómo
son) y definitivo (cómo se denominan). Resulta problemático, no obs
tante, saber si con la expresión “si se ha hecho correctamente” el
autor se refiere a la translación, pero en todo caso ésta ya no es con
siderada aquí un estado con una especificidad propia, sino solamente
una posibilidad del estado cualitativo.
Este cambio en el tratamiento de la metalepsis iniciado con Cice
rón va a ser continuado e intensificado por Quintiliano un siglo y
medio después en las Instituciones oratorias (años 91-96, aproxima
damente). En este tratado, el término aparece no sólo en los comen
tarios dedicados a los estados de causa, sino también dentro del aparta
do correspondiente a los tropos, junto a la metáfora, la sinécdoque, la
metonimia, la antonomasia, la onomatopeya y la catacresis. Esta am
bivalencia semántica iniciada con Quintiliano —y acentuada algunas
veces por las traducciones de su tratado— va a resultar determinante
en las concepciones tan diversas de las cuales va a ser objeto la me
talepsis en los tratados retóricos de los siglos posteriores. Volveré sobre
este aspecto más adelante, por ahora y por una cuestión de orden,
quisiera retomar únicamente las breves observaciones que Quinti
liano hace sobre la teoría de los estados de causa.
La metalepsis aparece por primera vez dentro de las Instituciones
oratorias en el libro tercero. Ahí, Quintiliano distingue tres estados de
la cuestión: conjetural, legal y judicial. Como “especies” del estado
judicial, menciona la definición, la antilogía, la deducción, la ambi
güedad y “la μετάλημψις, a la que nosotros damos diferentes nombres,
28 Metaléptica. Lógica y sentido en la ficción
Sinonimia impropia
Rojo
Liquidez
Metonimia temporal
la obra de Quintiliano. Con los autores de las artes poéticas, que reto
man el término transsumptio, la metalepsis volverá a ser de manera
cada vez más explícita “el razonamiento para los cambios tropológicos
de sentido”.27
ciativa que plantea.37 Una frase como “tiene tres agujeros rojos en el
costado derecho” es accesoria respecto a “está muerto”, que correspon
dería al contenido inferido por el destinatario.
Lo que dejan en claro las dos tradiciones que aquí he esbozado
muy sucintamente es que la metalepsis puede ser considerada tanto a
nivel de lexema como a nivel del discurso. En ambos casos, la figura
implicaría una manipulación lógica o cronológica de lo real y una nece
sidad de inferencia en virtud de su indirección enunciativa.38
La acción de designar indirectamente para “dar a entender otra
cosa” hace de la metalepsis una enunciación indirecta que reposa sobre
lo implícito. Así concebida, la figura puede ser explicada no sólo des
de una lógica semántica sustitutiva sino también desde una perspec
tiva pragmático-enunciativa. Bajo esta óptica, la metalepsis emerge
ría como una macroestructura que comprometería la significación
global del discurso a partir de la manipulación de las relaciones lógi
cas y temporales, y de un desplazamiento del punto de vista. Éste sería, en
realidad, el rasgo que bajo una perspectiva enunciativa definiría a la
metalepsis y permitiría reconciliar sus diversas acepciones.
En la metalepsis, un rasgo, un hecho o un punto de vista sobre un
objeto es seleccionado en detrimento de otro que permanece virtual
o implícito y con el cual mantiene una relación lógica o temporal.
Esta operación de condensación (enunciativa, temporal, referen
cial) que el tropo despliega ha sido descrita por Geneviève Salvan
en términos de “atajo” (raccourci). En estas condiciones, una opera
ción de inferencia para completar el recorrido narrativo (y la estruc
tura silogística, por tanto) se vuelve necesaria para acceder a una
interpretación figural del enunciado.
En la proposición “Martín juró que enterraría al clérigo si conti
nuaba importunándolos”, el verbo enterrar no sólo designa la etapa
posterior al asesinato sino que lo implica, condensando así todo un
recorrido narrativo en prospección que va del antes (el asesinato) al
después (enterrar). Esta condensación o atajo es el resultado de la “di
lución de la espesura temporal inherente al proceso evolutivo de una
noción o de la desaparición de las fronteras entre dos entidades”.39 En este
sentido, podríamos decir entonces que, por obra de la metalepsis, el
antes y el después implicado por el binomio asesinato-entierro ha
sido borrado o aligerado por el presente de la enunciación, y que in
Retórica de la metalepsis 45
Notas
20 Retomo aquí las observaciones que, sobre las nociones de “grado dado” y “grado
construido” del Grupo μ, hace Luz Aurora Pimentel, Metaphoric Narration. Pa-
ranarrative Dimensions in A la recherche du temps perdu, Toronto, University
of Toronto Press, 1990, pp. 13 y ss.
21 Ibíd, p. 14.
22 Roland Barthes, Investigaciones retóricas..., op. cit., p. 49. Conviene no perder
de vista que el entimema, en tanto silogismo retórico, no busca la demostración
sino la persuasión.
23 Estoy retomando aquí el esquema con el que el Grupo μ explica el proceso de
la metáfora en Rhétorique générale, Paris, Seuil, p. 107, (Points, 146).
24 Donato, Ars grammatica, citado en Juan Casas Rigall, “Cinco conceptos retó
ricos oscuros en las gramáticas de Antonio de Nebrija”, en Ángel Abuín Gon
zález, Juan Casas Rigall y José Manuel González Herrán (eds.), Homenaje a
Benito Varela Jácome, Santiago de Compostela, Universidad, 2001, p. 134.
25 Isidoro de Sevilla, Etimologías I, 37, 7, José Oroz Reta y Manuel A. Marcos
Casquero (trad.), Madrid, Católica, 1982, (Biblioteca de Autores Cristianos).
Esta importante restricción semántica del término tiene que ver con el afán
de especialización que caracterizó a la retórica medieval y de la cual Isidoro de
Sevilla es un ejemplo puntual pues, con él, el vocablo latino translatio pasará
a designar exclusivamente el estado de causa, en tanto que el uso de “metalep
sis” se restringirá al tropo en el ámbito de la poética. El equivalente de la
metalepsis en la tipología cristiana es la “alegoría”.
26 Beda, De schematis et tropis II, 2, 3, citado en Juan Casas Rigall, “Cinco concep
tos retóricos oscuros..., op. cit., p. 136.
27 William M. Purcell, “Transsumptio…, op. cit., p. 397. Cursivas de la autora.
28 De Vendôme, Ars versificatoria, citado en Ibíd, p. 374.
29 William M. Purcell, “Transsumptio…, op. cit., p. 380.
30 Ibíd, p. 384.
31 Este cambio de enfoque, que va a consolidarse durante el Renacimiento, impli
ca una transformación sensible para el tropo, pues, a diferencia de la retórica
que se interesa por la estructuración del discurso (el signo), la dialéctica apunta
hacia la demostración empírica (la referencia). Esto quiere decir que, de ser un fin
en sí mismo (estructura y forma, inventio y elocutio), la metalepsis será conver
tida en un medio para la constatación de un hecho de la realidad. De ahí en
adelante, el término dejará de pertenecer al ámbito de la retórica y será absor
bido por la lógica.
32 William M. Purcell, “Transsumptio…, op. cit., p. 401.
33 César Dumarsais, Traite des tropes, Paris, Nouveau Commerce, 1977, p. 104.
34 Gérard Genette ha llegado a sugerir incluso que la retórica habría sido objeto
de una progresiva simplificación hasta quedar reducida a la metáfora. Gérard
Genette, “La retórica restringida”, Investigaciones retóricas II, Beatriz Dorriots
(trad.), Buenos Aires, Tiempo Contemporáneo, 1974, pp. 203-222.
35 Marc Bonhomme, “Un trope temporel méconnu: la métalepse”, Le Français
Moderne, núm. 55, pp. 84-104.
52 Metaléptica. Lógica y sentido en la ficción
Metalepsis y metaficción
L
a apropiación de la metalepsis por parte de la narratología, lejos
de lo que podría pensarse, no ha resultado lo suficientemente fe
cunda para el análisis formal del relato literario. A pesar de la
precisión semántica que le ha otorgado el modelo genettiano y del
refinamiento tipológico del que ha sido objeto en años recientes, los
estudios literarios han continuado privilegiando la noción de meta-
ficción acuñada en el ámbito de la teoría anglosajona en 1970 por el
crítico William H. Gass.1 En comparación con la metalepsis, no obs
tante, la metaficción parece abarcar un espectro mucho más amplio
de obras literarias, lo cual la convierte en un concepto más general,
aunque no necesariamente más productivo para la descripción de cier
tas estrategias de representación literaria.2 Por otro lado, la noción
de metalepsis opera a nivel de lo intratextual, de la comunicación entre
niveles narrativos en el interior de un texto, mientras que la metafic
ción se ocupa de lo inter y extratextual, es decir, de las relaciones que
determinadas obras literarias mantienen entre sí y con su contexto.
Los aportes más interesantes de la teoría metaficcional en este sen
tido tienen que ver con el papel que juegan las ficciones en nuestra
vida cotidiana y con el tipo de relaciones que la literatura plantea en
tre ficción y realidad.
Todo parece indicar entonces que no estamos ante enfoques dis
tintos sobre un mismo fenómeno literario, sino ante fenómenos
diferentes aunque relacionados. Las reflexiones de Patricia Waugh
54 Metaléptica. Lógica y sentido en la ficción
la de los criterios que las rigen, aspectos que muchas veces tienden a
hacer compleja su operatividad. En este contexto, una revisión críti
ca de las principales tipologías elaboradas a partir de la vía narratoló
gica abierta por Genette me parece necesaria, no sólo para ponderar
sus aciertos y problemáticas más evidentes en relación con el análisis
literario, sino también para justificar el planteamiento de una clasifi
cación más simple que, no obstante, sea capaz de describir las diversas
posibilidades de realización de la metalepsis en un discurso narrativo.
Veremos más adelante, sin embargo, que también el tropo puede ser un
modo de socavar los niveles de representación de un relato literario.
Uno de los primeros teóricos en explorar las posibilidades de rea
lización de la metalepsis como procedimiento exclusivamente narra
tivo fue Frank Wagner.15 Apoyándose en la concepción genettiana de
los niveles narrativos (extradiegético, diegético, metadiegético, etcé
tera), Wagner planteó una clasificación cuyo criterio es la dirección
de los distintos movimientos metalépticos. Una metalepsis se define
así como ascendente si la transgresión sigue una trayectoria que va de
la metadiégesis a la diégesis, tal como ocurre en “Continuidad de los
parques” con el deslizamiento del personaje de la novela al universo
de su lector, lo que podríamos representar gráficamente así:16
“Continuidad de los parques”
Hacendado-lector
Diégesis
Personaje
Metadiégesis
(Mundo de la novela leída)
Diégesis
Alana en el museo
Pintura
Metadiégesis
60 Metaléptica. Lógica y sentido en la ficción
Pero como ahora nos interesa más otro asunto, dejemos a los Polentinos y al
teniente coronel que se las compongan como puedan, y pasemos a examinar los
manantiales históricos arriba mencionados.21
Es por esto que eres vulgar. Uno de esos pocos maniquíes de hombre hechos a
base de papel y letras de molde, que no tienen ideas, que no van como una
sombra por la vida: eres teniente y nada más.26
Tal como ocurría con el fragmento de Los bandidos de Río Frío, la voz
que sostiene este pasaje es la de un autor-narrador que, no obstante,
ya no se dirige aquí al “lector” sino a su propio personaje, el Tenien
te, a quien interpela y describe en estas líneas. Al dirigirse abierta
mente a su protagonista mediante el uso de la segunda persona, el
autor-narrador de este relato no sólo abandona la situación comuni
cativa sostenida con el narratario (su yo-aquí-ahora), sino que pone
de manifiesto su intromisión en el mundo de la historia, a la cual desde
una perspectiva lógica no podría acceder, pues ésta se supone ya acon
Tipología de la metalepsis narrativa 65
Los pies siguieron la vereda, sin desviarse. El hombre caminó apoyándose en los
callos de sus talones, raspando las piedras con las uñas de sus pies, rasguñándose
los brazos, deteniéndose en cada horizonte para medir su fin: ‘No el mío sino el
de él’, dijo. Y volvió la cabeza para ver quién había hablado.27
Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a desper
tarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo co
mo todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas
de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo,
con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas.31
Un año entero había solicitado de Dios para terminar su labor: un año le otor
gaba su omnipotencia. Dios operaba para él un milagro secreto: lo mataría el
plomo germánico, en la hora determinada, pero en su mente un año transcurriría
entre la orden y la ejecución de la orden.33
El universo físico se detuvo. Las armas convergían sobre Hladík, pero los hom
bres que iban a matarlo estaban inmóviles. El brazo del sargento eternizaba un
ademán inconcluso. En una baldosa del patio una abeja proyectaba una sombra
fija. El viento había cesado, como en un cuadro.34
Habían levantado la casa en el límite de la selva, orientada al sur para evitar que
la humedad de los vientos de marzo se sumara al calor que apenas mitigaba la
sombra de los árboles. Cuando Winnie llegaba.
Dejó el párrafo en suspenso, apartó la máquina de escribir y encendió la pipa.
Winnie. El problema, como siempre, era Winnie. Apenas se ocupaba de ella la
fluidez se coagulaba en una especie de
Suspirando, borró en una especie de […].37
74 Metaléptica. Lógica y sentido en la ficción
Metalepsis demarcativa
Con un efecto semántico más bien tímido dentro de los relatos en los
cuales se presenta, este tipo de metalepsis plantea una intrusión retó
76 Metaléptica. Lógica y sentido en la ficción
rica del narrador y/o del narratario en el mundo narrado, así como
una sincronización momentánea entre el tiempo de la narración y el
de la historia.39 Se produce en aquellos casos en que un narrador ex
tradiegético finge participar de algún modo en los acontecimientos
narrados o simula que las acciones diegéticas continúan mientras él,
valiéndose de una pausa, se pierde en explicaciones o en la narración
de otra escena o historia. Este tipo de interferencia señala una foca
lización repentina y fugaz sobre el acto de narración y sobre el poder
del narrador respecto del universo diegético.
La metalepsis demarcativa no consigue desestabilizar la distinción
entre niveles narrativos; por el contrario, aparentando una fusión re
pentina de ellos, nos hace conscientes de su existencia al señalarnos
sus límites. Tampoco supone una transformación importante para nin
guna de las instancias que intervienen en la construcción del mundo
ficcional (narrador, personajes, espacio, tiempo, etcétera). Se trata,
más bien, de una figura que busca enfatizar el control del narrador
sobre la historia y acortar la distancia con el lector para hacer los
acontecimientos más vívidos o verosímiles. La metalepsis intervie
ne aquí como una interrupción fugaz que consigue levantar el telón
de la maquinaria narrativa para desafiar la credulidad del lector y so
licitarle al mismo tiempo su connivencia. Aunque la incidencia de
este tipo de metalepsis sobre el sentido global del relato es mínima,
su uso reiterado haría que el discurso del narrador pasara a ocupar el
primer plano del relato, con lo que se convertiría en un aspecto cons
titutivo de la significación del texto en cuestión.
Un ejemplo de metalepsis demarcativa es el que nos ofrece la pri
mera parte de Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy. Ahí, el
narrador, en medio de una de sus múltiples digresiones, ordena repen
tinamente a sus destinatarios que “cierren la puerta”.40 La transgre
sión no radica en la apelación por sí misma, pues nada le impide al
narrador hacerse escuchar por su narratario, sino en la invitación a
cerrar una puerta que sólo existe en el nivel de una historia ya acon
tecida en el momento de la narración y que, por esa razón, tiende a
funcionar más bien como un recordatorio de la impenetrabilidad de
las fronteras narrativas.
Tipología de la metalepsis narrativa 77
Metalepsis crítica
La ciudad vista de San Marcos había sacado a lucir sus cosas blancas. Especial
mente en San Juan había fiesta. La luz de las nueve era una lente que echaba
las casas encima de los ojos. Y como este último barrio subía por la loma, la as
censión le daba más carácter de suspensibilidad: objetos colgados en las grúas de
los puertos.
Aquí las novelas traen meditaciones largas: por ejemplo —y sin duda más apro
piado— el considerar aquellas veinte mil alegrías mañaneras cobijadas bajo los
techos rojos. Chicos y madres jóvenes; abuelos rosados; pan fresco en el desayu
no; alguna que otra caricia para hacer más amable el tiempo; tranquilos bos
tezos de descanso a la cola del trabajo semanal.42
Metalepsis sincrética
¿No has llevado alguna vez un gato en el corazón, lector pío y discreto? ¿Algo que
te arañe sin piedad día y noche todas las fibras delicadas de la más noble de las
entrañas? Pues haz de cuenta que el doctor —las dos personas que había en el
doctor— llevaba en su corazón lo contrario de un gato.
—¿Un ratón?
—¡Ah! ¡no! Algo muy hermoso… vamos, llevaba un ave del paraíso, que podrá
no ser lo contrario de un gato, ¡pero que es un ave cuasi divina!43
sé muy bien no sólo que don Humberto está enamorado de la Emperatriz, sino
que la Emperatriz está perdida por don Humberto. Si llegan a casarse, los mons
truos no tendrán a nadie que los dirija en contra de esa pareja siniestra, porque
están enamorados, sé que todas las noches hacen el amor juntos. Él es insacia
ble. Es necesario deshacer esa pareja. Que ella se transforme en enemiga de don
Humberto. ¡Pero si la Emperatriz es mi enemiga, Peta! Oigo su risa todas las noches
desde mi torre, me odia, qué necesidad hay que tú vengas a la Rinconada para pro
piciar un odio que ya existe, eres tú la que te quieres apoderar de mí, no vengas, no
eres monstruo…45
De una manera que nos recuerda mucho a lo que hacen los persona
jes de la “La señorita Cora”, Humberto Peñaloza interrumpe y des
miente de un modo sorpresivo el discurso que la Peta Ponce dirige a
Larry y Miss Dolly, como si se encontrara presente en la escena o co
mo si fuera uno más de sus interlocutores. El relato presenta así como
dialogados o continuos actos de enunciación que han sido efectuados
en tiempos y espacios diferidos.
Tipología de la metalepsis narrativa 81
Metalepsis ontológica
Metalepsis vivida
Atraída por aquel hombre en nombre del espejismo de su personaje, trataba de ima
ginar cómo sería su vida, aquella vida trepidante, insólita, magnífica, la misma que
ella hubiera podido vivir si el azar no se hubiera puesto en contra. ¡Hubieran podido
conocerse y amarse! Le habría seguido de ciudad en ciudad por todos los países
de Europa, se habría identificado con sus desalientos y con su orgullo, habría
recogido las flores que le arrojasen, le habría bordado los trajes con sus propias
manos […] Y la miraría a ella desde el escenario durante la representación. De
repente le entró una especie de locura. Pero ¡si la estaba mirando de verdad! Sin
tió el impulso de correr a sus brazos y de refugiarse en su fortaleza como en la entraña
misma del amor, ganas de gritarle: “¡Ráptame, llévame contigo, huyamos; mi ardor
y mis sueños todos te pertenecen, sólo a ti!”.
Cayó el telón.49
Notas
1 William H. Gass, Fiction and the Figures of Life, Nueva York, Alfred A. Knopf,
1970, p. 25.
2 Para un teórico como Robert Spires, sin embargo, metalepsis y metaficción son
términos absolutamente intercambiables: “lo metaficcional tiene lugar cuando
un miembro de un mundo [autor, personaje o lector] viola el mundo de otro”.
Robert Spires, Beyond the Metafictional Mode. Directions in the Modern Spanish
Novel, Kentucky, Lexington, 1984, p. 15.
3 Patricia Waugh, Metafiction. The Theory and Practice of Self-Conscious Fiction,
Nueva York, New Accents, 1984, p. 2.
4 Linda Hutcheon, Narcissistic Narrative. The Metafictional Paradox, Ontario,
Wilfried Laurier University Press, 1980, p. 31.
5 Francisco G. Orejas, La metaficción en la novela española contemporánea, Madrid,
Arco, 2003, p. 95, (Perspectivas).
6 A este punto de vista se adhieren teóricos españoles como Catalina Quesada
Gómez en La metanovela hispanamericana en el último tercio del siglo XX. Las prác
ticas novelescas de Salvador Elizondo, Severo Sarduy, José Donoso y Ricardo Piglia,
Madrid, Arco, 2009, (Perspectivas); y Domingo Ródenas de Moya en Metafic-
ción y autorreferencia en la novela española de vanguardia, citado en Francisco G.
Orejas, La metaficción en la novela…, op. cit., p. 125.
7 Esto es bastante evidente, por lo pronto, en relatos como “Orientación de los
gatos” y “La noche boca arriba” de Julio Cortázar, donde la metalepsis tiende a
reforzar la naturaleza fantástica de la historia antes que su proceso de textuali
zación. Habría así relatos metalépticos que no necesariamente son metaficcio
nales, o al menos no en primer grado.
8 Patricia Waugh, Metafiction…, op. cit., p. 9.
9 Esto se explica en gran medida por la influencia notable que los estudios cultu
rales han ejercido sobre la teoría literaria anglosajona.
10 Steven G. Kellman, “The fiction of self-begetting”, Modern Language Notes,
vol. XCI, núm. 6, 1976, p. 1245.
86 Metaléptica. Lógica y sentido en la ficción
un después de él, esto es, por su facultad de mediación entre estos dos momentos
que con Ricoeur podemos llamar mimesis I y mimesis III. Paul Ricoeur, Tiempo y
narración I, 5a ed., Agustín Neira (trad.), México, Siglo XXI, 2004, pp. 115-116.
39 Retomo la expresión “metalepsis demarcativa” de Aude Déruelle, quien la uti
liza exclusivamente para describir uno de los procedimientos que sirven a Balzac
para introducir una pausa en la narración en curso. Aude Déruelle, “Un emploi
de la métalepse narrative chez Balzac”, Póetique, núm. 119, 1999, pp. 17-25.
40 Laurence Sterne, Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, José Antonio
López de Letona (trad.), Madrid, Cátedra, 1992, p. 69, (Letras Universales, 16).
41 De acuerdo con Michèle Bokobza Kahan, el texto ficcional tiene la capacidad
de aprehender el “ethos discursivo” del autor real. La metalepsis sería una de las
estrategias que haría viable la inserción del autor real —o de una imagen de él, al
menos— dentro del texto ficcional. Michèle Bokobza Kahan, “Métalepse et
image de soi de l’auteur dans le récit de fiction”, Argumentation & analyse du
discours, núm. 3, 2009, pp. 2-15.
42 Pablo Palacio, Débora…, op. cit., p. 317. Cursivas de la autora.
43 Amado Nervo, El donador de almas, México, Libro-Mex, 1955, pp. 83-84, (Bi
blioteca Mínima Mexicana, 20). Cursivas de la autora.
44 Muriel Spark, The Comforters, London, Penguin, 1957, p. 42. Cursivas de la
autora.
45 José Donoso, El obsceno pájaro de la noche, 7a ed., Barcelona, Planeta, 1998,
p. 197, (Clásicos Contemporáneos Internacionales, IX). Cursivas de la autora.
46 Jorge Luis Borges, “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, Ficciones, Madrid, Alianza,
2001, p. 47.
47 Es la teórica Marie Laure Ryan quien ha llegado a sugerir esta clase de meta
lepsis en “Logique culturelle de la métalepse, ou la métalepse dans tous ses
états”, en John Pier y Jean Marie Schaeffer (eds.), Métalepses. Entorses au pacte
de la représentation, Paris, École des Hautes Études en Sciences Sociales, 2005,
pp. 201-223, (Recherches d’Histoire et de Sciences Sociales, 108).
48 Gustave Flaubert, Madame Bovary, Carmen Martín Gaité (trad.), 6a ed., Bar
celona, Tusquets, 2003, p. 255-256.
49 Ibíd, p. 257.
50 Aunque en su exhaustivo ensayo sobre el relato abismado Lucien Dällenbach
plantea una mise en abyme de la enunciación, quisiera llamar la atención sobre
el hecho de que ésta no puede realizarse sino en el enunciado, ya que supone la
“presentificación diegética del productor o del receptor del relato”. Lucien Dä
llenbach, El relato especular, Ramón Buenaventura (trad.), Madrid, Visor, 1991,
p. 95. Cursivas de la autora.
51 El mismo Lucien Dällenbach parece favorecer esta lectura de la mise en abyme al
observar que “el reflejo constituye, para una superficie de dos dimensiones, una
manera de traspasar los límites”. Ibíd, p. 19. Cursivas de la autora.
Capítulo 3
La metalepsis en la narrativa
hispanoamericana
L
os capítulos precedentes han girado en torno a la exposición y el
afrontamiento de dos problemáticas principales —una de carácter
semántico y otra de carácter operativo— inherentes a la noción
de metalepsis. La primera de ellas nos condujo a una remodelación na
rratológica del concepto, que buscaba no sólo subrayar sus alcances
macroestructurales en la configuración del discurso literario, sino tam
bién recuperar e incorporar algunos aspectos puntuales de su pasado
retórico. La segunda problemática, relacionada con la profusión y la
diversidad de modos en que el procedimiento puede concretarse en
un relato, hizo viable la elaboración de un apartado más resueltamente
teórico que concluyó con la propuesta de una tipología destinada a
convertirse ahora en modelo de análisis. Tal inventario de virtuali
dades será llamado a dar cuenta en este capítulo de un conjunto de
obras representativas de distintas etapas de la literatura hispanoa
mericana. Me gustaría mostrar que las modalidades de la metalepsis
que tales obras ejemplifican son resultado de la asimilación y la pues
ta en práctica de los presupuestos estéticos de un periodo literario
determinado. Esta parte de la investigación, por tanto, pretende ser
histórica y crítica: procura describir, interpretándolas, ejecuciones
concretas de la metalepsis en obras literarias representativas de di
ferentes épocas. Tal recorrido histórico, desde luego, no busca ser
minucioso ni exhaustivo, sino ejemplar de la tipología que he de
sarrollado y de la manera en que las diversas formas del procedimien
to ayudan a concretar concepciones distintas de la literatura, al mismo
tiempo que adquieren su especificidad de ellas.
90 Metaléptica. Lógica y sentido en la ficción
Hasta fines del siglo XVIII, la ironía había sido considerada primero
desde un punto de vista pragmático con Sócrates y luego desde una
perspectiva semántica con la retórica. Apoyándose en esta doble
tradición, Schlegel la convierte en un principio de composición li
teraria en el marco del primer romanticismo alemán.10
En el contexto de la antigua retórica, la ironía es una figura situada
entre el humor y la sátira que consiste en decir —o hacer significar—
lo contrario de lo que se dice; se trata de una estrategia verbal que per
mite desplegar de manera simultánea dos significados contradictorios
entre sí. Este poder del tropo de situar un significado literal en la pers
pectiva de un significado irónico más amplio, que otorga al primero
un carácter negativo o incluso lo desmiente, va a ser aprovechado por
la teoría schlegeliana para construir un diálogo entre “finito” e “infi
nito” en el seno de la obra artística. El artificio con el que Schlegel
convierte la ironía en estrategia literaria consiste en dejar lo “finito”
para el significado literal o determinado y lo “infinito” para el signi
ficado negativo o contrario. Hecha esta distinción, todo significado
determinado, fijamente delimitado, puede entrar en una zona de fluc
tuación —de infinito— por obra de otro significado que lo relativiza
y lo niega. Veremos enseguida de qué manera esta lógica llega a con
cretarse en el ámbito de la literatura.11
La ironía romántica es también una reinterpretación de la acti
tud adoptada por Sócrates dentro de su método de razonamiento. En
sus debates verbales, Sócrates actúa como si no supiera nada sobre
una cuestión y esperara recibir de su interlocutor información so
bre ella. Adopta esta posición no para burlarse de él, sino para desen
gañarlo y enseñarle. Ya en el curso del diálogo, Sócrates refuta una
y otra vez a su interlocutor hasta desenmascarar la aparente solidez
de su posición y llevarlo a reconocer su ignorancia sobre el tema. De
este modo, quien pretendía saber, no sabe, y quien pretendía no sa
ber, sabe. La ironía socrática es un arma que destruye una pretensión
desde dentro: empieza dando la razón al interlocutor y eso hace po
sible evidenciar después su sinrazón. Sócrates finge estar de acuerdo
con su contrincante y eso le permite iniciar una conversación donde
luego hará clara la diferencia entre los dos. El propósito de su actitud
La metalepsis en la narrativa hispanoamericana 95
Aun las supremas propiedades del yo, como la virtud y la genialidad, siguen
siendo sin embargo finitas; aun la obra más acabada es limitada. Por ello esa
obra debe ser negada, por ello la inmediata impresión que pudiera avasallar al
lector debe ser destruida y considerada como ilusión.16
Mientras pasaba esta escena en la apartada y silenciosa vivienda que hemos des
crito, no obstante que esté ya muy avanzada la noche, tenemos que dar un paseo
por el Chapitel, sin miedo de ladrones, pues de por fuerza el sereno tendrá que estar
despierto, como en efecto lo estaba en ese momento. [p. 55]
Mientras el platero se da trazas a reunir dinero suficiente, escribe a la moreliana,
invitándola para que viniese a ver unas alhajas nuevas que había recibido de
París (él las había montado con las mejores piezas robadas) y Relumbrón traba
jaba día y noche para dar una organización segura y perfecta a los diversos pro
yectos que había presentado al examen y deliberación de su compadre, tenemos
sobrado tiempo para hacer un viaje a las haciendas del Sauz y enterarnos de los acon
tecimientos que siguieron al frustrado enlace de Mariana con el marqués de Valle
Alegre. [p. 691]
Mientras el ostentoso y benemérito coronel acaba de arreglar su casa de mone
da, tenemos tiempo de hacer nosotros un viaje a la hacienda del Sauz e informarnos de
lo que pasaba allí. [p. 787]
Estoy citando aquí las fórmulas que introducen las secuencias digre
sivas y no las secuencias mismas en las que el narrador desarrolla la
La metalepsis en la narrativa hispanoamericana 117
Se trataba en esta ocasión del famoso pleito entre los marqueses de Valle Ale
gre y el Juzgado de Capellanías. Como tal establecimiento acabó con las Leyes
de Reforma y la desamortización eclesiástica, explicaremos en dos o tres ren
glones lo que era el Juzgado de Capellanías.58
cos que nos alejan de la intriga, pues es por la duración de las digre
siones que las acciones de los personajes se vuelven de cierto modo
perceptibles para nosotros en la lectura, aun cuando no ocupen un
lugar dentro del texto. La afirmación de la concomitancia entre el
tiempo diegético y el tiempo narrativo en Los bandidos de Río Frío
resulta verosímil por obra de la duración. En cada uno los casos ana
lizados la duración de la acción diegética es equivalente a la duración
de la digresión e incluso a la duración de la lectura. Es en este sentido
que la metalepsis demarcativa contribuye a la concreción de la ilu
sión referencial.
Como las notaciones insignificantes de Barthes, las acciones apa
rentemente efectuadas por los personajes durante la digresión carecen
de significado alguno dentro de la estructura narrativa, pero encuen
tran asidero fuera de ella como verdaderos acontecimientos vividos
en la lectura, pues nos hacen creer que el mundo ficcional que la di
gresión obnubila existe en alguna otra parte, que ya no puede ser otra
que nuestra imaginación. Tal como ocurría antes con el desplaza
miento figurado del narrador a través del espacio de la ficción, aquí
las acciones de los personajes no son relevantes desde el punto de
vista de su significado, sino de su referente.
La metalepsis demarcativa hace de la digresión aquí una celosía
que deja traslucir la acción de los personajes no como sentido dentro
del texto, sino como experiencia vivida por medio de la duración de la
lectura. Como lectores, somos llamados de esta manera a desempe
ñar un rol en el relato. Seducidos por el arte del novelista, aceptamos
tomar parte de la ficción absorbidos por ella, víctimas de una especie
de metalepsis vivida, de una fusión de horizontes en la que la experien
cia del otro se convierte en nuestra propia experiencia y el triunfo
absoluto de la ilusión novelesca se confirma.
Teniente
has sido mi huésped durante años. Hoy te arrojo de mí para que seas la befa de
unos y la melancolía de los otros.63
la verosimilitud, que nos hace considerar que la obra que tenemos frente a no
sotros reproduce perfectamente la realidad, ¿no es resultado de una operación
metaléptica de naturalización por la cual la realidad que el artista construye o
produce se presenta como anterior, como un estado que el pintor se conten
taría con reproducir?73
¿A quién le va a interesar el que las medias del Teniente estén rotas, y que esto
constituye una de sus más fuertes tragedias, el desequilibrio esencial de su es
píritu? […]
Sucede que se tomaron las realidades grandes, voluminosas; y se callaron las
pequeñas realidades, por inútiles. Pero las realidades pequeñas son las que, acu
mulándose, constituyen una vida. […] Lo vergonzoso está en que de esas men
tiras dicen: te doy un compendio de la vida real, esto que escribo es la pura y
neta verdad; y todos se lo creen.76
Lo que quiero es dar trascendentalismo a la novela. Todo está muy bien, muy
bien. “El arte es el termómetro de la cultura de los pueblos”. “¿Qué sería de no
sotros sin él, único disipador de las penas, oasis de paz para las almas?”78
La afirmación con que inicia este pasaje es, sin duda, una frase irónica,
pues hemos visto que, tanto a nivel de la diégesis como de la metadié
gesis, la novela de Palacio nos remite continuamente a su condición
lingüística, impidiendo así de manera sistemática —o dificultando,
por lo pronto— cualquier identificación del lector con la trama. El
orden caótico de las acciones narradas y la trivialidad del Teniente
funcionan como recordatorios constantes de que el espacio habitado
por éste —y por el lector, de hecho— es menos el de un barrio que el
de la novela que alguien más escribe en el momento mismo de su lec
tura. Si algo distingue a Débora en este sentido es su falta de referen
130 Metaléptica. Lógica y sentido en la ficción
Se busca en todos los bolsillos. Sabe que no tiene medio suelto, pero se busca
en todos los bolsillos.
“Esa orilla blanca de las enaguas —pasa una mujer—, quiere decir que va bus
cando novio”
Pero, ¿por qué piensa estas cosas? Y claro que las piensa en otra forma mucho más
tonta y vacía. En una forma indefinida como el color de un traje viejo.80
¿Quién me dice que toda esta bruma, como manos, no hizo la cara que tiene hoy?
Las piernas redondeadas le alargaría la nariz olfateante; el golpe en el vientre le
robaría los músculos; el fantasma le alborotaría el pelo; la tía que entró y no
entró le dejaría un hueco en el espíritu.
Lo que perturbará el libro con una honda sensación de deseo. […] Como todos
colman el recuerdo con alguna dulzura, es preciso entrar en las suposiciones, buscando
el artificio, y dar al Teniente lo que no tuvo, la prima de las novelas y también de la
vida, que trae fresco olor de membrillo. Pero la historia no estará aquí: se la ha de
buscar en el índice de alguna novela romántica.84
Fuertes los golpes de los tacones sobre las piedras y largos los pasos, piensan en
la probable potencia de un puñetazo bien sentado. Cómo se siente el influjo
psíquico de las puntas afiladas y repiqueteantes. Puede ponerse: el peligroso apoyo
moral de las armas acentúa en forma magnífica el vigor de los muslos.86
Respiró a plenos pulmones y guardó las manos en los bolsillos del pantalón.
Guardó las manos… esto tiene entonación de prestamista, pero fue así. Hay que
ponerlo porque nos da el carácter hombre.
Una idea súbita: un militar no debe llevar las manos en los bolsillos. Sacó las manos
de los bolsillos.87
Las dos oraciones iniciales de esta cita ilustran bastante bien la dis
cordancia existente entre narración e historia que observamos a lo
largo de la novela. El narrador interrumpe los pensamientos del Te
niente sólo para hacernos notar su “inestabilidad mental”. A partir de
ahí, la narración empieza gradualmente a transitar hacia otro discur
so, más impersonal y sentencioso (“todo hombre de Estado se sorpren
de… esta mezcla profana es… el orden está fuera de la realidad… se
populariza al animal de las abstracciones”), que terminará imponién
dose sobre la ficción. Eso que he llamado la “deshumanización de la
La metalepsis en la narrativa hispanoamericana 137
Para poder escribir bien […] hay sólo tres errores de los que uno tiene que guar
darse. Primero: lo que parece ser libre arbitrariedad ilimitada, y por consecuencia
parece irracional o supra-racional [la auto-limitación], debe ser en el fondo sim
plemente necesario y razonable; de otra manera la arbitrariedad se convierte en
algo caprichoso, restringido, y la auto-limitación se convierte en auto-destrucción.
Segundo: uno no debería precipitarse demasiado hacia la auto-limitación, primero
debería dar rienda suelta a la auto-creación, a la invención y al entusiasmo, hasta de
sarrollarla al máximo. Tercero: la auto-limitación no debe ser exagerada.93
Hasta que una tarde te encontré sola en un corredor, jugando a hacer bonetes
triangulares con grandes hojas de diario. Te pusiste un bonete […] No recuerdo
más de tu cara esa tarde. Pero no puedo olvidar que me hirió la amenaza del
puño en alto y la expresión feroz del líder barbudo que vociferaba desde el pasa
do irrecuperable del bonete de hojas de diario.
Fue la señal que inició el terror: el líder barbudo me perseguía con sus esbirros ar
mados de carabinas, malolientes, vengativos, por los corredores, en la noche, con
su amenaza de crueldad y de sangre. […] ¿Qué me exigía esa figura apocalíptica
que llenaba la Casa? En la noche no me dejaba en paz en las galerías, gritándome
insultos, cobarde, lameculos, apollerado, vendido, arrastrando todo su séquito
revolucionario que recitaba las letanías de las tragedias del mundo por mis pa
sadizos, invadiendo mi soledad, arrinconándome, convocando a una multitud
alborotada que irrumpió en mi mundo con la intención de despedazarlo. […]
Pero esta Casa es muy grande. El poder acumulado por la quietud de las viejas
[…] es disolvente, y las multitudes se fueron perdiendo en esta inmensidad,
silenciándose, hasta que quedó sólo el líder barbudo con su mano en alto durante
unas cuantas noches, antes de volver a su calidad de bonete, de noticia, regresando a
la dimensión de papel viejo y dejando en su lugar tu presencia clara ahora […].
La metalepsis en la narrativa hispanoamericana 145
Éste es el hecho tal como lo registra la historia, Madre Benita, como apareció en
los diarios y como lo he consignado en esas páginas que usted está leyendo. Pero no
fue don Jerónimo que cayó herido, Madre Benita: fui yo.105
Todas las viejas, acogedoras y solícitas, y la Madre Benita también, están espe
rando para abrirme el portón, para dejarme entrar y encerrarme y protegerme, cómo
no me van a proteger y cuidar si me encontraron tirado inconsciente junto al
portón que se tiene que abrir para dejarme entrar.
El portón se abrió. Ella le dio la bienvenida con una sonrisa acogedora y lo con
dujo a través del patio, entre las palomas indiferentes que picoteaban las baldo
sas, hasta el otro lado del corredor. […] La sirviente dijo que su tío no había
llegado, pero no tardaría. Jerónimo tomó un sorbo de aguardiente y le dio las
gracias.106
Estás ahí, sentado frente a mí. […] No creas que me sorprende verte. Te he visto
tanto después de la muerte de don Jerónimo, te he seguido con tanto empeci
namiento, seguro que no me reconocerás porque al fin y al cabo yo estuve a cargo
tuyo en la Rinconada sólo hasta que cumpliste cuatro años […] ¿Te sorprendió
mucho que el Teniente de guardia de esta comisaría te dijo respetuosamente,
porque sabe que eres el hijo del senador y mereces respeto a pesar de ser un monstruo,
que un mendigo entró en tu casa esta noche para robar un librito de ciento
ochenta páginas? Es ese libro que hojeas. Lo conoces bien.107
vas a dejar mi libro y te vas a ir para siempre sin saber quién soy, a quién le debes
todo lo que eres y lo que no eres, no te vayas, Boy, reconóceme siquiera un ins
tante, págame el hecho de existir siquiera devolviéndome los noventa y nueve
ejemplares de mi libro que te quedan y no te interesan.108
Cuando don Jerónimo de Azcoitía abrió por fin las cortinas de la cuna para
contemplar a su vástago tan esperado, quiso matarlo ahí mismo: ese repugnan
te cuerpo sarmentoso retorciéndose sobre su joroba, ese rostro abierto en un
surco brutal donde labios, paladar y nariz desnudaban la obscenidad de huesos
y tejidos en una incoherencia de rasgos rojizos… era la confusión, el desorden,
una forma distinta pero peor de la muerte.
Hace unos años me dio instrucciones para que le hablara a mi madre de cierto
pasaje maravilloso como si fuera una realidad conocida y aceptada por todos. Ella
[…] comenzó a aludir a este paraíso del que yo solía hablarle como si ella y sus
pares siempre hubieran sabido de su existencia. Las alusiones a este sitio repe
tidas por mi madre fueron aceptadas como “evidentes” por la familia, ya que es
regla tácita no sorprenderse ante nada, no aceptar lo insólito, y así, por medio de
conversaciones y repeticiones de tíos y tías que todo lo encontraban “evidente”,
ese paraíso fue tomando consistencia hasta llegar a ser indudable. […] Y así se vieron
forzados para actuar como si todo fuera una “realidad”, esa palabra tan unívoca y
prestigiosa para ellos, pasando sin darse cuenta al mundo virtual que su certidum
bre basada en nada inventó, a habitar el otro lado del espejo que crearon,
donde quedarán presos.116
dad concreta y asequible. Construye así una imagen vívida que los
falsos recuerdos de los adultos y las “pruebas irrefutables” de mapas y
crónicas consultados por Arabela no tardan en transformar en una
existencia casi palpable. Es tal el poder de esta ficción alimentada por
los Ventura, que, al regreso de la expedición, Celeste no duda en
proporcionar los detalles de ese edén a uno de los extranjeros inte
resados en adquirir las propiedades de la familia; se trata, le dice, de
un “paraje privilegiado por el juego de una cascada cantarina”, con un
“registro melodioso del agua” y “dulcísimas flores donde beben pája
ros diminutos que por un instante se fijan con el orden de un alfabeto
delicadísimo en el aire”.117
Pero ese pasaje idílico no existe en la realidad de Marulanda: es
Wenceslao quien lo ha inventado y lo ha hecho existir con su relato.
Todo ocurre entonces como si el paraje desbordara los límites que la
ficción le impone, convirtiéndose sucesivamente en los supuestos re
cuerdos de infancia de los adultos, en el objeto de mapas y planos que
Arabela consulta para “probar” su existencia, en el testimonio de los
nativos que la confirman, en el motivo del paseo de la familia y, fi
nalmente, en la crónica de Celeste que lo presenta como “real” a su
regreso de la excursión.
Valiéndose de los mismos artilugios verbales que los mayores,
Wenceslao hace pasar como auténtico lo que no es sino una inven
ción. Su relato sobre el paraje maravilloso no es el consecuente de
una “realidad conocida”, como les hace creer a sus interlocutores, si
no el antecedente que prefigura y hace existir —al menos en la mente
de los personajes— esa realidad. Al convertirse en productor de aque
llo que sólo relata o describe, al hacer de lo real una creación de su
discurso, Wenceslao subvierte el poder de los adultos, un poder ba
sado absolutamente en su capacidad de fabulación. A partir de ese
acontecimiento, todos los límites impuestos por los adultos comien
zan a difuminarse:
Pero en seguida, cuando se dieron cuenta por qué gritaban, volcaron el tablero y
las piezas, y sin preguntar por qué ni para qué ni cómo, sumando sus alaridos de
asombro a los de los tres hermanos que habían abandonado toda cautela, su
maron también sus manos para arrancar más y más lanzas con el vértigo irra
cional de aquello que los estaba envolviendo, destruir el límite, abrir el parque,
disolver aquella esmeralda encantada dentro de la que vivían, en la inmensidad de la
La metalepsis en la narrativa hispanoamericana 155
llanura. […] El almuerzo preparado por Colomba y sus ayudantes quedó enfrián
dose mientras los primos terminaban de desmontar toda la reja visible desde la
fachada noble: el césped, ahora, se extendía ininterrumpidamente al unirse a la eter
nidad del horizonte disuelto en el cielo por una pincelada de bruma.118
Juvenal esperó que terminaran de caer sobre él todas las armas. Estaba dema
siado confuso para tomar una y correr antes que alguien se lo impidiera. Al
tratar de incorporarse percibió que los personajes del fresco trompe l’oeil se des
prendían de los muros para acercarse a él y rodearlo. Al principio, viendo que las
sombras tremolaban, creyó que sería efecto de su imaginación enfebrecida por
el alcohol, pero cuando vio que iban estrechando el círculo alrededor de él —el
brillo de un puñal oscilando, el bamboleo de la pluma de un sombrero, el ruedo
de una capa que se mecía, el cambio de oriente de una perla prendida a una oreja
viril, la baba de plata en los hocicos de los galgos negros— tuvo la certeza de
que el castigo sería ahora mismo, inmediato, antes del tercer golpe del gong.122
Mucho me complacería poder anunciar a mis lectores que la idea del paseo se
originó en esta muchachita singular, tan grave y elusiva. Sin embargo, no fue así:
ella, como Wenceslao, como todos los habitantes de la casa, incluso Adriano
Gomara, ignoraba el origen preciso de la idea de la excursión.131
Es que todo lo que me leíste… ¿cómo te diría yo? Es romántico, no tiene nada
que ver con nosotros. Jamás hemos sido tan ricos, eso lo sabís, asique… Ni
Marulanda es tan grande como para que hablís de “provincias enteras”. Jamás
hemos tenido sombra de esa cantidad de sirvientes… La casa: no es más que un
caserón común y corriente.133
Notas
autora.
Luz Aurora Pimentel, “La multiplicidad del sujeto: construcción y disolución
103
autora.
Ibíd, p. 149. Cursivas de la autora.
105
autora.
Ibíd, p. 351. Cursivas de la autora.
111
Michel Foucault, El orden del discurso, Alberto González Troyano (trad.), México,
113
que acabará por destruirlos, el trompe l’oeil anuncia ya con esas puertas reales su
propia transgresión.
José Donoso, Casa de campo…, op. cit., p. 160. Subrayado de la autora.
122
Ibíd, p. 323.
128
Ibíd, p. 53.
129
Ibíd, p. 400.
133
su visita a Arlequín, que huye por la ventana sin ser reconocido. An
tes de que su amante se dé a la fuga, Colombina le repite las mismas
palabras que, como Nedda, ha dicho antes a Silvio (“¡Siempre seré
tuya!”), desatando con ello la furia de su esposo. Dominado por sus
propios celos, Canio pierde el control en ese momento del drama y
deja de actuar, presionando a Nedda para que le revele la identidad de
su amante. Nedda, que intenta seguir en la obra como Colombina, lo
llama “Pagliaccio” para devolverlo a la ficción, pero Canio ya no la es
cucha, ciego de ira. Aterrorizada por la furia de su marido, Nedda in
tenta abandonar el escenario, pero Canio se lo impide, clavándole
un puñal y quitándole la vida. Desde luego, el gesto tiene consecuen
cias no sólo en el plano de la ficción, sino en el de la supuesta realidad
que habitan los actores.
La metalepsis ha dejado de funcionar aquí como un recurso es
trictamente verbal para erigirse en el principio estructurador de la
totalidad de los acontecimientos dramáticos. Podríamos decir inclu
so que toda la tensión y el suspenso de la ópera están dirigidos hacia
ese momento en el cual la realidad termina eclipsando a la ficción,
disolviendo así la frontera que separaba el espacio diegético de Ca
labria, donde Canio es actor y director de la compañía teatral, del
espacio metadiegético de la representación, donde encarna al per
sonaje Pagliaccio. A decir verdad, la enorme similitud entre ambas
situaciones resulta determinante para la transgresión, pues da pie a la
confusión del actor, que de pronto ve en la ficción que protagoniza
la tragedia —real— de su propia vida. Presa de una ira que ya no es
actuada, Canio desplaza a Pagliaccio del escenario, permitiendo en
tonces que la realidad se apodere de la ficción y que los límites entre
ambas dimensiones, precisos hasta ese momento, se pierdan. El pú
blico aplaude por una actuación que le ha parecido en extremo rea
lista, pero nosotros —espectadores en segundo grado— sabemos que
el puñal destinado a herir a Colombina ha ido más allá de lo previsto,
alcanzando también de un modo fatal a Nedda. La capacidad de trans
formar la ficción en verdad pone de manifiesto aquí la presencia de
una metalepsis ontológica.
Si con el drama nos mantenemos en el terreno de la literatura, con
los cómics nos instalamos definitivamente en otro medio, un medio
relacionado todavía con las narraciones, pero de naturaleza clara
186 Metaléptica. Lógica y sentido en la ficción
Notas
medial”, acuñada por Henry Jenkins para denotar las formas en que distintos me
dios de representación llegan a apropiarse de un mismo contenido narrativo. Es
también en la primera de tales acepciones que teóricos como Liviu Lutas o Marie
Laure Ryan han adoptado el término para dar cuenta de la metalepsis en otros
sistemas de significación. Para una descripción más detallada de las distintas
acepciones de “transmedialidad” y de las relaciones que guarda con la interme
dialidad y la intertextualidad, puede consultarse Marie Laure Ryan, “Narration
in various media”, en Peter Hünn et al. (eds.), The Living Handbook of Narrato
logy, Hamburgo, Hamburg University. En línea <http://www.lhn.uni-hamburg.
de/article/narration-various-media>. [Fecha de consulta: 20 de septiembre de
2015]; y de Werner Wolf, “The relevance of ‘mediality’ and ‘intermediality’ to
Academic Studies of English Literature”, en M. Heusser et al. (eds.), Mediality /
Intermediality, Göttingen, Narr, 2008, pp. 15-43.
2
En su primera definición, la metalepsis narrativa aparece ligada de un modo
fundamental al aspecto de la voz. De ahí que, en principio, Genette otorgue al
término “el sentido específico de tomar (contar) cambiando de nivel”. Cualquier
otra forma de transgresión de niveles narrativos no protagonizada directamente
por la narración puede ser considerada entonces parte de lo que el mismo teó
rico francés llama “una vasta expansión de la metalepsis”. Esta caracterización
del procedimiento como un fenómeno esencialmente vocal sugiere ya una res
tricción de su campo de aplicación al de los relatos verbales. Gérard Genette,
Figuras III, Carlos Manzano (trad.), Madrid, Lumen, 1989, pp. 294 y 318. (Pa
labra Crítica, 10). Cursivas de la autora.
3
Muestra de ello son los volúmenes colectivos Métalepses. Entorses au pacte de la
représentation (2005), que reúne una cantidad considerable de colaboraciones
dedicadas a tópicos no literarios (algo inédito hasta el año de su publicación),
y Metalepsis in Popular Culture (2011), que se ocupa del análisis de diversas
manifestaciones de la cultura contemporánea (cine, televisión, cómics, música,
etcétera).
4
Genette, Figuras III…, op. cit., p. 291.
5
Gérard Genette, Nuevo discurso del relato, Madrid, Cátedra, 1998, p. 60. (Crítica
y Estudios Literarios).
6
Genette es explícito en este sentido: “digo ‘representación’ para abarcar a la vez
el ámbito literario y algunos otros: pintura, teatro, fotografía, cine y, sin duda, al
guno que ahora no recuerdo”. No obstante, esta ampliación del concepto vuelve
a otorgar un papel determinante a la instancia de enunciación al hacer de la
metalepsis “una manipulación […] de esa peculiar relación causal que une […]
al autor con su obra, o de modo más general al productor de una representación
con la propia representación”. Cabe mencionar que, a la luz de esta definición,
muchas de las progresivas extensiones del término que Genette va incorpo
rando a lo largo de su libro resultan arbitrarias, y lo mismo ocurre con sus ejem
plos: llega a ser difícil entender por qué un filme como La rosa púrpura de Cairo
o un relato como “Continuidad de los parques” deberían ser tomados como ca
220 Metaléptica. Lógica y sentido en la ficción
26 Georges Roque, “Sous le signe de Magritte”, en John Pier y Jean Marie Schaeffer
(eds.), Métalepses. Entorses au pacte de la représentation, Paris, École des Hautes
Études en Sciences Sociales, 2005, pp. 265 y ss., (Recherches d’Histoire et de
Sciences Sociales, 108). Conviene aclarar, no obstante, que es sobre todo la
metalepsis retórica la que le permite a Roque explicar los mecanismos de la ima
gen en la obra Magritte, aunque ello no le impide establecer interesantes puntos
de contacto con la metalepsis narrativa.
27 René Magritte, Le maître du plaisir, [óleo sobre lienzo], 1928, Ausstellungskatalog
der Kunsthalle Hypo-Stiftung, Munich, Marlborough Fine Art, Londres, 1987,
p. 28.
28 Bansky, Agency job, Bristol Museum & Art Gallery, 2009. En línea <https://
www.bristolmuseums.org.uk/wp-content/uploads/2018/04/banksy-bristol-
museum-2-The-Gleaners-1160x624.jpg>. [Fecha de consulta: 03 de mayo de
2019].
29 Estoy retomando aquí algunas de las interesantes observaciones que Ortega y
Gasset ha hecho sobre las funciones desempeñadas por el marco en una pintu
ra. José Ortega y Gasset, “Meditación del marco”, Obras completas II, 6a ed.,
Madrid, Revista de Occidente, 1963, pp. 307-313.
30 Gilles Deleuze, Lógica del sentido, Miguel Morey y Víctor Molina (trad.), Barce
lona, Paidós, 2005, (Surcos, 10).
31 Maurits Cornelis Escher, Der Zauberspiegel, [litografía], 1946. En línea <https://
www.mcescher.com/gallery/back-in-holland/magic-mirror/]>. [Fecha de con
sulta: 03 de mayo de 2019].
32 Frudakis, Zenos. Freedom, [escultura en bronce], Glaxo Smith Kline World
Headquarters, 16th and Vine Streets, Philadelphia, 2001. En línea <http://
www.zenosfrudakis.com/freedom-sculpture>. [Fecha de consulta: 03 de mayo
de 2019].
33 Aunque tiende a atribuirse al director francés André Antoine, el concepto de
“cuarto muro” fue incorporado originalmente por Denis Diderot, entre 1758 y
1762, al terreno de la teoría dramática para dar cuenta de la barrera imaginaria
que separa a los actores del público en un teatro. Promotor de una concepción
realista del drama, Diderot promovió una representación liberada de cualquier
consideración al espectador y, en consecuencia, de cualquier plano o punto de
vista ajeno al desarrollo de la escena. De ahí que recomiende: “sea que usted
componga o actúe, piense en el espectador como si no existiera. Imagínese, en
el borde del escenario, un gran muro que lo separara del público. Actúe como
si el telón no se levantara”. Denis Diderot, De la poesía dramática, Francisco La
farga (trad.), Madrid, Asociación de Directores de Escena, 2009, p. 192, (Lite
ratura Dramática, 77). Las ideas del pensador francés fueron sistematizadas y
convertidas en método por el dramaturgo ruso Konstantin Stanislavsky casi
100 años después, y cuestionadas por Bertold Brecht mediante un teatro abier
tamente anti-ilusionista que pretende una participación crítica de los especta
dores en relación con la trama representada. Es con el drama brechtiano que
La metalepsis más allá de la literatura 223
L
a metalepsis continúa siendo hasta el día de hoy un tema incon
cluso para la teoría narrativa. El especial interés que el tópico ha
suscitado en años recientes obedece no sólo a una necesidad de
ciertos teóricos de profundizar en un concepto que no llegó a ser defi
nido de una manera exhaustiva por Genette, sino también a la fre
cuencia con que el recurso suele aparecer en numerosas obras de la
posmodernidad. Uno llega a tener la impresión de que la manera
muy particular en que cada obra posmoderna llega a apropiarse de
la metalepsis es suficiente para exigir a la teoría una revisión y refor
mulación de sus presupuestos. Tomando esto en cuenta, he preferi
do limitar mi trabajo a unos cuantos ejemplos puntuales a fin de poder
centrar mi atención en el esclarecimiento de algunas de las problemá
ticas centrales planteadas por la reflexión teórica sobre dicho recurso.
Como el lector habrá podido observar, mis reflexiones están lejos de
ser exhaustivas y el modelo de análisis que he elaborado todavía debe
probar su efectividad fuera del corpus que aquí he propuesto.
He procurado una aproximación a la metalepsis que fuera capaz
de dar cuenta de la complejidad de su naturaleza y, en consecuencia, de
lo difícil que resulta agotar su sentido. Es por esta razón que he inten
tado no ceñirme a una definición en particular. Tanto si se la ve como
un recurso de objeción, un tropo temporal, un atajo, un método de
razonamiento o una transgresión de niveles narrativos, la metalep
sis pone de manifiesto cuestiones concernientes a los mecanismos de
nuestro pensamiento y a la manera en que elaboramos y producimos
significados. Lo que ciertos procedimientos vinculados con el pensa
miento lógico, matemático, científico y lingüístico del siglo XX nos
226 Metaléptica. Lógica y sentido en la ficción
nas, por remitirnos sólo a nuestro presente, debería bastar para con
vencernos de que ella no es solamente una figura retórica ni una es
trategia de representación. Se trata de un fenómeno cuyo estatuto
categorial es más amplio, y toda nuestra tarea está en averiguar si ese
estatuto alcanza a ser explicado completamente por la paradoja o si,
por el contrario, conlleva algo en esencia distinto pero, de igual modo
que lo paradójico, susceptible de atravesar y determinar nuestros dis
cursos y nuestros comportamientos, así como nuestras experiencias,
e incluso, nuestro propio devenir como sociedad en el tiempo.
Notas
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Imagen de portada:
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