Marco Referencial Aprobado
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Marco Referencial Aprobado
En artículos que hablan sobre la elección de pareja se comenta que esa atracción
que existe entre dos personas se debe a una atracción química haciendo referencia
a motivaciones irracionales e inconscientes de las que uno no es dueño. Los
factores que influyen en esta elección el olor corporal: actualmente existen 12
subtipos básicos de olor corporal que vienen determinados genéticamente y se han
comprobado mediante estudios científicos que tendemos a elegir parejas que
tengan el mismo olor corporal que nuestro progenitor de sexo contrario en
heterosexuales y del mismo sexo en homosexuales (feromonas sexuales,
sustancias presentes en las secreciones corporales que condicionan una respuesta
sexual positiva en los demás). Aunque el olor corporal es uno de los componentes
de la química, con certeza no es el único. Existen otros más internos que pueden
ser más decisivos a la hora de elegir pareja. (Calvo, 2018) (Albaladejo, 2018)
Haciendo referencia del amor entre las parejas se encuentra la necesidad del otro
de sentirse amando y de amar. Teniendo en cuenta la autoestima de las personas;
el amor neurótico patológico es propio de personalidades inmaduras, inseguras y
faltas de autoestima que han proyectado en el otro su propio valor, es decir, su
propia estimación. Cuando la persona sana rompe la relación con la persona
neurótica, este no lo puede soportar, se hunde, se deprime, pierde interés por todo,
ya que, al pensar que no sirve para nada no tiene sentido (para él o ella) esforzarse
en nada, pues nada puede por sí solo (Albaladejo, 2018).
En el amor, “se le necesita a alguien porque se le ama”, en el amor neurótico, se le
“ama a alguien porque se le necesita”. Lo primero es lo deseable en una relación y
es normal que cuando nos separamos nos encontremos tristes y ansiosos. Los
sentimientos más agudos como la depresión, la histeria se dan en lo segundo, que
es amarle porque se necesita. La persona dependiente, no se libera del apego, tiene
un pensamiento monotemático y llega a agobiar, perseguir, amenazar, insultar,
maltratar (física o psicológicamente) o chantajear emocionalmente a su pareja o
expareja para que vuelva con él a toda costa, hasta pueden asesinar, pues se
sienten dueños de su autoestima. Hablando de la autoestima, esta es constructiva,
integradora, amorosa, joven, fresca y reparadora de circunstancias adversas, es un
sentimiento que regala afecto placentero para sí mismo y para los demás; es una
sensación de compañía eterna y de seguridad en el ser humano (Albaladejo, 2018).
En el desarrollo y la evolución del ser humano se encuentran varias etapas que vive
cada uno de nosotros; dentro de cada familia se nutre una forma de relacionarse
con sus seres queridos y con quienes se tiene una unión, una forma de hacer
contacto y sobre todo de seguir un modelaje que le servirá de sobrevivencia al niño
en su mundo real, interno.
Del Nosotros al tú: Segunda fase: introyección.- pasa a núcleos de consciencia del
ser diferenciados. Es un momento dramático, “ruptura de la cascara”. Cuando la
confluencia primaria ha sido asimilada, ha llegado a ser una primera estructura de
fondo de la competencia de contacto que se está construyendo, emerge y se hace
figura la diferencia entre el yo físico-corpóreo y el ambiente. Se percibe el “Vacío” y
al ambiente con la función de llenar ese vacío. El contacto se transforma en
experiencia gestáltica del límite del otro, luminosa y del límite del organismo oscuro
y confuso. Ambiente que-nutre y organismo que-recibe componen la modalidad de
contacto llamada introyección. Vacío, dentro, nutrición, dependencia, etc., son los
temas esenciales de esta fase.
“La pareja es una historia de encuentros entre dos seres humanos, un collar de
encuentros. Una dinámica de encontrarse y separarse, a veces o tener
desencuentros o mejor aún no-encuentros. De esperar un nuevo encuentro”
(Medina, 2012)
Las relaciones de pareja que tienen más posibilidades de llegar a buen puerto son
aquellas cuyas historias comparten puntos de vista, responsabilidades e
interacciones de los acontecimientos; elementos básicos para establecer una buena
comunicación. De esa manera, dos personas que mantienen una relación necesitan
crear una especie de historia compartida que se sume a sus historias individuales
(Sternberg,1999). Lo importante en estas relaciones es el “Sumar”: las entidades de
Yo-Tú no se pierden, crean una tercera historia, que es la Pareja, historia de
encuentros, del “Punto medio” en donde siendo el Self un fenómeno del campo,
donde (Yontef 2005) nos menciona:
A través de la psicología social se pueden ver y explicar por qué se elige a una
persona como pareja. Las teorías se centran en espacios de la relación social, como
la búsqueda de una persona semejante que no plantee excesivos problemas ni
situaciones desconocidas (Teoría del equilibrio, Heider); las ventajas y desventajas
que implica la relación (Teoría del intercambio de Thibaut y Kelley, 1959); la
igualdad de ese intercambio (Teoría de la igualdad de Walter et, 1978); la
complementariedad de las necesidades mutuas (Teoría de las necesidades
complementarias de Winch, 1958, 1967).
Una descripción sobre el amor entre las parejas y su desarrollo a través de los
cambios de la sociedad son lo siguiente: desde Platón en la antigua Grecia describe
el amor como una tendencia a completarse con el otro, el ser humano estaría
incompleto y en la unión con el otro alcanzaría su completud; aún hoy en día el
saber popular mantiene esta propuesta con la frase de “encontrar la media naranja”
(La constitución de la pareja, 1996).
En un estudio de Will (1987), el autor demuestra que parejas formadas por cónyuges
muy neuróticos, y con más de 16 años, han permanecido estables; lo cual no
depende exclusivamente de la presencia o no de una patología personal o
relacional, sino también de la calidad de los ideales compartidos; cónyuges con altas
expectativas libidinosas recíprocas incurren fácilmente en desilusiones respecto a
la realidad, lo cual puede conducir a una desestabilización de la homeostasis de la
pareja. Cambios muy rápidos a nivel de las normas y valores hacen muy difícil a los
cónyuges desarrollar ideales de parejas mutuas y distintas que permitan una buena
identificación y faciliten el nacimiento de estructuras definidas en el sistema.
Actualmente el sustento material ya no depende del matrimonio, las emociones son
las que han adquirido una gran importancia. La promesa de escoger las
necesidades individuales favorece la emotivación de las dinámicas intradiádicas, lo
cual a su vez no hace más que acentuar las manifestaciones de disposiciones
neuróticas por parte de cada cónyuge. El concepto de colusión tiene que ver con
este tipo de interacción emotiva, basado en las ideas de Henry Dicks, Bowen,
Meissner y Gurman. (Will, 1987)
En una pareja con una estructura oral, el amor es definido en términos de ofrecer y
recibir cuidados y atención. Las díadas sádico-anales están caracterizadas por
temas que giran en torno al binomio autonomía-dependencia. En un nivel fálico el
amor tiene el significado de conseguir y ofrecer prestigio social, mientras que las
relaciones narcisistas están caracterizadas por tensiones hacia la armonía y la
simbiosis. Estos temas constituyen a menudo la base inconsciente sobre la cual se
estructuran las relaciones de pareja.
Una relación de pareja puede ser enriquecedora para el individuo, ayudarlo a
desarrollar lo que jamás se hubiera imaginado, pero una relación patológica puede
conllevar al mayor de los sufrimientos (Romero, 2016). Como refiere Willi (2004)
que para que se desarrolle el potencial del ser humano se necesita a otros seres
humanos, y sobre todo de su pareja. Queda claro la tendencia del ser humano a
emparejarse con un compañero y/o compañera, pues no quedan tan claros los
motivos que inducen a un individuo a seleccionar a una pareja determinada dentro
de sus posibilidades, para establecer un proyecto de vida en común. Los motivos
por lo que uno se siente atraído por su pareja sigue siendo uno de aquellos misterios
existenciales sin aparente solución (Klohnen y Luo, 2003; Pérez Tensor, 2006).
En una relación de pareja se envuelve en el tema del amor, y para cada persona
tiene una connotación diferente. Stemberg (2000) considera que no existe una
definición que pueda describir lo que se ha entendido por amor a lo largo de la
historia o de las culturas; en la misma línea, Willi (2004) sostiene que no hay una
definición unívoca y válida de lo que cada uno considera como amor. Ambos autores
coinciden también en señalar que a pesar de lo indefinido del concepto, parece
haber un conocimiento implícito en el ser humano a la hora de entender a qué se
refiere la palabra amor, que permite tener una representación social común de la
misma. Stemberg (2000) propone recurrir a la literatura más que a la ciencia para
poder apreciar la rica diversidad de elementos que confluyen o participan de este
sentimiento. De igual forma, Willi (2004) menciona lo inconcluyente de los
resultados que se han obtenido cuando se ha investigado la temática del amor. Lee
(1974) hablaba de que existían seis estilos de amor: amor romántico (eros); el amor
juguetón (ludus); el amor amistoso; el amor posesivo, el amor pragmático y el amor
altruista. Cada uno de estos seis tipos de amor definía también un estilo de relación.
Stemberg (1986) hace énfasis en tres componentes: intimidad, pasión y
compromiso, en su modelo triangular del amor.
Intimidad
Pasión Compromiso
A pesar de lo indeterminado del concepto amor, y de las diferentes formas que éste
puede adoptar en función de la pareja que se esté observando, Willi (2004) lo
considera el factor más importante en una relación de pareja y en la conformación
de la misma.
La teoría de la Similitud de Byrne (1971), este punto de vista sostiene que las
personas seleccionamos como compañeros de relación a aquellos que
consideremos similares a nosotros en algunos aspectos fundamentales. Stemberg
(1989-2000) refiere que según esta opción tendemos a elegir preferentemente a
aquellas personas que nos gratifican. Y va más allá postulando que probablemente
el aspecto más gratificante de un compañero potencial es la similitud con uno
mismo.
Por otro lado está la teoría de la complementariedad de Winch (1958), esta visión
propone que lo que buscamos en un compañero es que sea alguien que destaque
en aspectos en lo que nosotros no lo hacemos, o que sea capaz de cosas que
nosotros no somos capaces de hacer. Stemberg (1989-2000) ejemplifica este
supuesto haciendo mención a cómo personas con una gran necesidad de atención
buscan compañeros atentos, o cómo personas dominantes tienden a emparejarse
con compañeros sumisos. Así también Winch (1963) menciona dos dimensiones en
las que la complementariedad deberá de ser: dominancia/sumisión y
crianza/receptividad. En donde se puede observar a personas que a la hora de
elegir un posible cónyuge pueda primar por un lado la búsqueda de lo similar para
determinar variables, mientras que para otras lo haga búsqueda de lo diferente,
(Richard, Wakefield Jr., y Lewak, 1990; Figueredo, Sefcek y Jones, 2006; Brown,
2015), dándose simultáneamente en el mismo proceso ambos principios de
Similitud y Complementariedad.
Sin embargo, no todas las propuestas de esta escuela están basadas en la similitud.
Echeburúa (1990) hace mención a la intervención de otras variables como la no
excesiva familiaridad y toma como referencia la Teoría de complementariedad de
Lindzey (1981), que postula que las necesidades de ambos miembros de la pareja
se deben de complementar.
La psicología Psicodinámica ha sido probablemente la escuela teórica que más
aportaciones ha realizado a la cuestión de la elección de pareja, y en sus propuestas
explicativas se ha hecho énfasis en la importancia que tienen los mecanismos
inconscientes y las vivencias tempranas. García, Garrido y Rodríguez (1993)
afirman que en general la mayor parte de las teorías psicoanalíticas consideran que
el sentimiento de amor entre dos personas no es sino la transferencia en un objeto
nuevo de emociones sentidas sobre todo en la infancia. En otras palabras, la
relación de pareja como el lugar donde reeditar a tiempo real y de forma
inconsciente los afectos y las vivencias interpersonales que marcaron nuestra niñez.
Perez-Testor (2006) señala que Freud ya trató esta cuestión en varios de sus
escritos, el creador del Psicoanálisis postulaba que el individuo tendía a elegir
consorte de una de estas dos maneras:
2.- Conforme a lo que denomino el tipo narcisista: donde se busca a una pareja que
represente aspectos idealizados, o como dice Pérez-Testor (2006), se escoge entre
aquellas posibles parejas por las que uno se sienta amado y deseado.
Henry Dicks (1967) propone un modelo integrativo en el que toman parte en igual
medida mecanismos conscientes e inconscientes de selección de pareja, que han
servido de base para desarrollos teóricos actuales (Willi, 1978, 2004). Según este
autor, en la elección de pareja hay que tener en cuenta tres aspectos que están
relacionados entre sí, pero que pueden variar de forma independiente:
3.- Factores inconscientes que existen entre los miembros de la pareja (vínculos
amor-odio).
Siguiendo sobre lo que dice Dicks, Lemaire (1974) va un paso más allá y propone
la elección de pareja estará mediatizada por la búsqueda del equilibrio personal:
buscaremos como compañero a aquella persona cuyas características no solo no
pongan en riesgo nuestra estabilidad intrapsíquica (entre instancias), sino que
además refuercen nuestro sistema defensivo contra la angustia derivada de la
satisfacción pulsional.
Willi (1978) considera que el juego neurótico entre cónyuges empieza desde el
primer encuentro, pero que la elección colusiva de pareja no se puede circunscribir
a un proceso “llave-cerradura en la que dos personalidades se adaptan desde el
principio sin necesidad de aditamentos”. Este autor lo considera más bien un
proceso de acoplamiento progresivo que tiene el riesgo de convertirse en un arreglo
neurótico valiéndose de la asunción de posturas polarizadas y complementarias por
no afrontar un conflicto común no resuelto. En 1978, Willi refería que la colusión
afecta directamente al enamoramiento y puede originar la más fuerte atracción entre
personas.
Nos habremos de sentirnos atraídos por tanto por aquello aspectos perceptibles en
nuestro cónyuge que nosotros mantenemos reprimidos porque de aflorar a la
consciencia serían susceptibles de generar angustia. En la medida en la que nuestra
pareja siga comportándose como lo debe de hacer (según el contrato tácito que
designa la colusión), y cada uno cumpla con su respectivo rol, por ejemplo: que el
activo siempre sea el cuidador, y el dependiente siempre sea el individuo objeto de
cuidados), podremos seguir manteniendo inconscientes los conflictos de base,
garantizando de esta forma nuestra estabilidad emocional.
Sin ser psicoanalista, Napier (1971), afirmaba que “las personas tienden a casarse
con su peor pesadilla”. Framo (1980), considerado uno de los pioneros de la terapia
familiar, sugiere que aquellos cónyuges que temieron el rechazo o el abandono de
sus padres es probable que se casen con otros que se pudieron haber sentido
absorbidos por ellos. Willi hablaba de cuatro tipos de colusión en función de la etapa
del desarrollo psicosexual en la que se haya originado el conflicto común compartido
por ambos cónyuges:
2.- La colusión Oral: Tipo de colusión que gira en torno al tema del cuidado. Un
cónyuge asume la función de cuidador total solícito y entregado, y el otro cónyuge
asume el rol del lactante desvalido y totalmente dependiente de la atención,
preocupación y nutrición del primero. Con la unión, cada miembro de la pareja se
protege de la ansiedad que le supone tener que asumir el rol complementario, ya
que este rol lo va a desempeñar el cónyuge siempre.
3.- La colusión Anal: Este tipo de colusión orbita sobre la temática del poder y su
reparto en la relación de pareja. Se plantea desde la preocupación de hasta qué
punto puede sobrevivir una relación a las aspiraciones de la autonomía del otro; y
cómo se pueden controlar estas por el bien de la unión. Uno de los cónyuges
asumirá el rol de dominante, y el otro de cónyuge dominado.
4.- La colusión Fálico- Edípica: La temática que predomina en este tipo de colusión
es el de la identidad de género. La manera de cómo uno concibe que debe de
plantarse en el mundo y en las relaciones siendo hombre y mujer. Las parejas
atrapadas en este tipo de colusión se reparten de forma rígida los roles masculino
y femenino, conformando estereotipos grotescos de lo que se entiende por
masculino y femenino, hasta el punto de renunciar a aquellos aspectos identitarios
que no concuerden con ese modelo.
Willi propone que la atracción específica entre dos personas no surge únicamente
de las cualidades positivas (como la belleza o la inteligencia). Más bien que la
atracción parte de las inseguridades y debilidades encubiertas de una persona y de
su anhelo por superarlas. El ser humano necesita la confirmación por parte del
entorno para sentirse realizado, y es ahí donde toma relevancia la pareja. La idea
de poder ayudar al otro en el hallazgo de su camino puede ejercer un atractivo
especial, o lo que es lo mismo, la clave puede radicar en percibir que se puede
ayudar al otro a completar su potencial desarrollo. Por lo tanto, elegimos como
pareja a aquella persona que sintamos que con nuestro apoyo puede llegar a costas
más elevadas, lo que al mismo tiempo debe de impulsar nuestro propio crecimiento.
Resumiendo: en 1978 Willi hacía hincapié en los procesos neuróticos que
mantenían a la pareja rígidamente estable; en 2004 Willi da prioridad a las
posibilidades de crecimiento en común de ambos cónyuges dentro de la pareja
como factor promotor de la relación.
Dentro del enfoque Trigeneracional, Framo (1965, 1976, 1980) propone una
perspectiva que integra la tesis de marco psicoanalítico de Fairbaim (1954) y Dicks
(1967), en un intento por ir más allá de la mera interacción matrimonial, e incluir el
peso de las generaciones precedentes. Framo postula que en la elección de pareja
deben de darse una mezcla de condiciones conscientes e inconscientes (atractivo
sexual; estilos de relación, formas de expresión) que estimulen la reviviscencia de
determinadas fantasías infantiles de amor incondicional. Pero simultáneamente, el
futuro cónyuge deberá de tener rasgos propios de objeto interno malo, para
posibilitar la eventual penetración de viejos oídos infantiles en él. Framo (1965)
señala que cada individuo posee un sistema de radar emocional a través del cual
reconoce al otro como estrechamente ajustado a sus necesidades objétales
internas.
Todo este proceso no tiene por qué verse confirmado en la realidad objetiva sino
que basta con que sea así percibido por el individuo. En la medida en la que cada
cónyuge interprete las conductas del otro en clave de sus propios objetos internos
(habitualmente sus padres), volcará sobre éste una serie de expectativas que
tenderán a verse confirmadas por la propia manera de comportarse del individuo
(identificación proyectiva), y así sucesivamente.
Jûrg Willi (2004) también apunta a la relación actual con la familia de origen como
factor influyente en la relación de pareja, al considerar que el individuo deberá de
decir si su potencial personal se puede desarrollar más adecuadamente siguiendo
la tradición familiar, o, por el contrario, el desarrollo vendrá de la creación de nuevos
caminos. Este mismo autor refiere que la elección de pareja puede estar relacionada
de múltiples maneras con la familia de origen: Mediante la constitución de una
pareja se puede buscar la toma de distancia de los padres (Apostolou, 2011); se
puede tratar de corregir un desarrollo familiar defectuoso; o incluso se puede tratar
de obtener un mayor peso específico dentro de la familia. Willi también considera
que no resulta extraño que los padres promuevan o favorezcan determinadas
uniones (Apostolou y Papageorgi, 2014), y pone como ejemplo la “adopción” como
nuevo hijo de alguien que desea romper con su propia familia de origen, y que por
tanto no trae consigo ninguna dependencia familiar.
Por otro lado está la perspectiva constructivista que supone una revolución
epistemológica en cuanto a la comprensión del comportamiento del ser humano.
Desde este desarrollo teórico se propone que la realidad no es algo único y objetivo
sino que depende del propio individuo, ya que éste participa activamente en la
construcción de su propio mundo en base a la codificación de la información que
recibe a través de sus sentidos. De esta manera, se postula que la realidad puede
ser interpretada de formas distintas, y se llega a la conclusión de que resulta
inverosímil la idea de adquirir un conocimiento “verdadero” (Rincón y Garrido, 2005).
Procter (1981) plantea que en el contexto de una relación cada miembro ejerce un
control sobre el otro, de manera que guía o regula la forma de construir la realidad
común de la pareja. Cada cónyuge, por tanto, cumplirá su rol en la medida en que
el otro le oriente en la tarea común.
La elección de pareja por estas estructurales razones y otras muchas más, que en
su momento desarrollamos no es, en lo que respecta a la especie humana, un hecho
circunstancial y azaroso, sino una decisión inconsciente pero sutilmente
reflexionada, con independencia de que tal reflexión se realice con elementos
insuficientes, parciales, erróneos o intencionadamente falseados. Lo único que de
azaroso y circunstancial hay en la elección de pareja es el primer encuentro.
Cuando se inicie el contraste de las condiciones que se ofrecen y que se exigen al
otro miembro de la futura pareja tras ese primer encuentro, ya no habrá nada que
no se mida y pese con admirable precisión. Estas y otras modalidades de corte
psicopatológico más o menos encubierto transformarán el cortejo prenupcial en una
gestión cinegética cuyo porvenir, por regla general, comporta una experiencia que
se demostrará gravemente desajustada una vez establecido el compromiso
conyugal. (Triviño, 2000)
Ceberio (2014), Sostiene que una relación de pareja a través de muchos años de
convivencia resulta todo un desafío para cada uno de los integrantes de una
relación. La desvalorización de uno de los cónyuges hace que establezca una
relación de dependencia fuerte sistematizada en el tiempo, constituyendo una
relación de una total asimetría relacional. Por ejemplo, actualmente, la esperanza
de vida en el mundo, de acuerdo con los datos que proporciona el Banco Mundial
en sus indicadores del desarrollo mundial (octubre 2010), la media alcanza casi los
70 años. Desde tenerse en cuenta que los países del continente africano
desbalancean un promedio que debiera estar en los 80 años, dado que oscilan en
un deceso promedio de 55 años. La longevidad, producto no necesariamente de la
mejora de la calidad de vida, sino de los avances tecnológico-médicos y una
farmacología avanzada, hacen que la tercera edad no sea el último tramo de la vida,
sino que se estructure una cuarta edad a partir aproximadamente de los 75 años.
(Ceberio Marcelo R, 2013). No obstante, los viejos actuales no son los viejos de
antes: hay un cambio de actitud en dirección a una posición más juvenil. Antes los
mayores esperaban la muerte, hoy se encuentran planificando el futuro, es decir, “la
vida es bella y larga”, pero no solamente la vejez se modifica, sino también el resto
de ciclos evolutivos, la pubertad se ha transformado en adolescencia y los
adolescentes alcanzan los 22 años y más, por ende, los adultos retardan su
proyecto de pareja y matrimonio, con el problema que genera el hecho de que el
ritmo biológico marca pauta de maternidad límite y hace imposible lograr gestar por
marcanza de padre. Es toda una nueva estructura que modifica la organización de
la sociedad misma. En un estudio de hace más de diez años atrás, se describió de
40 indicadores que comparaban lo que se llamó “Viejas y nuevas estructuras
familiares” Ceberio (2011; 2013) en Ceberio (2014).
Hasta la década de los 50, se era adulto a los 22 años, hoy adolescentes tardíos,
edad en que los hombres contraían matrimonio y los matrimonios eran largos por la
tempranía del enlace. Hoy se inicia más tarde y la longevidad los alarga, pero lo
cierto es que la conformación de la pareja y las acciones masculinas y femeninas
han variado de cuajo en su concepción: desde la cantidad de hijos, la asimetría en
la valoración de los hombres (hombre autoritario/mujer sumisa), la atención del
bebé, hasta el trabajo fuera de casa de la mujer, entre otras diferencias.
En la pareja humana entonces, para cada uno de sus integrantes, la familia será
siempre la matriz, el baremo, el patrón de referencia. Es la familia, la que provee a
cada uno de sus integrantes un sentimiento de identidad independiente que se
encuentra mediatizado por el sentido de pertenencia. Desde esta perspectiva, una
pareja puede ser definida como un sistema conformado por dos personas, voceras
de 2 sistemas que fueron conformados, a su vez, por 4 sistemas que, a su vez,
fueron constituidos por 8 sistemas, así en una relación geométrica. Linares y
Campos (2007) definen a una pareja como dos personas de igual o distinto sexo
procedentes de dos familias, que instauran un vínculo proyecto y objetivos comunes
e intentan trabajar en equipo (apoyo o motivación) en un espacio propio que excluye
a otros, en interacción con el entorno.
Si bien un integrante puede tener algunas de sus propiedades en común con el otro,
es decir: “¿Que tienes tú que no tengo yo, que tengo yo que no tienes tú?”. En esta
matriz relacional radica la esencia del vínculo. Y que hay sobre ¿El amor? Una de
las características distintivas de la pareja humana con otras parejas animales, es el
amor. Muchos han sido y son los autores que han intentado definir al amor:
Románticos, poetas, científicos, artistas, terapeutas, se han embarcado en
semejante tarea, imponiendo desde sus modelos de conocer las más disímiles
descripciones. Y que ha sido difícil de explicar, más aún cuando se apela a recursos
racionales que competen a la lógica.
Miret Monsó (1972) señala en un agudo estudio acerca de los gestos, que cuando
dos personas se encuentran y aparece en ellas el deseo amoroso, la comunicación
verbal se activa. Las palabras fluyen en armonía, aunque a veces los temores al
rechazo bloquean ese libre fluir. Las frases se impostan casi poéticamente.
El crecimiento del vínculo, desde el conocimiento del otro en sus valores, gustos,
virtudes y gustos, etc., genera una complementariedad que permite el lento avance
hacia la conformación de la familia. Pero la génesis de una buena relación de pareja
se halla entre otras cosas, en estar con el otro de la misma manera y la misma
libertad que cuando estamos con nosotros mismos.
Por ejemplo, la mujer posee un 11% más neuronas en los centros cerebrales del
oído y el lenguaje, y en la cisura inter-hemisférica hay mayor cantidad de fibras
nerviosas precisamente en la circunvolución del cuerpo calloso, razón por el cual,
el desarrollo del lenguaje, la expresión y observación de las emociones, se
encuentra en mayor actividad (Brizendine 2006). Las mujeres recuerdan con mayor
precisión fechas y las asocian con contenidos emocionales con mayor rapidez y
efectividad que el varón, dado que el hipocampo es mayor en el cerebro femenino.
Por lo tanto, el recuerdo más la emoción es uno de los factores por los que una
mujer sea más emotiva al recordar y jamás recuente una anécdota de manera
neutra. (Ceberio, 2014)
En el caso del hombre, la amígdala que le posibilita detonar la señal de alarma sobre
las situaciones de peligro, se encuentra en hiperactividad cotidiana (no nos
olvidemos que el hombre era cazador y el desarrollo de su amígdala fue la alerta
que lo protegió de las grandes bestias), por lo que el hombre puede rápidamente
escalar hacia una agresión y violencia desmedida, propulsado además por las
funciones de la testosterona como una hormona de la agresión, la iniciativa, la
virilidad, la jerarquía, la valentía. Y se encuentra que la violencia de género se carga
en la mayoría de los casos, al hombre como agresor-victimario.
Estos son algunos de los fundamentos de las diferencias complementarias entre los
dos sexos y muchas veces encuentran a un cónyuge reclamándole al otro, actitudes
que nunca podrá tener, no por malicia o desgano o cizaña a su pareja, sino por
diferencias de cerebro y la consecuente incapacidad. (Ceberio, 2014)
Pero una elección desde el deseo adulto, maduro y con pocos visos neuróticos, nos
da la posibilidad de discriminar el objeto amoroso observado tanto sus aspectos
virtuosos como defectuosos, aspectos que no son virtuosos y defectuosos por sí
mismos sino para la construcción de la persona que elige, o sea, son atribuciones
de segundo orden: sentirse bien conmigo y mi soledad de pareja (nunca estamos
solos en totalidad, se está solo de algo o de alguien), si bien no es indicador de una
elección de manera libre y sin urgencias. Es establecer una relación desde una
simetría relacional.
Paradójicamente, entonces, son los seres más queridos los que no siempre son los
más cuidados en la creencias de tenerlos seguros a nuestro lado. A esta forma
neurótica, se contrapone el entender que el vínculo de pareja debe ser estimulado
y construido de manera cotidiana. Lo cierto es que la separación, rompe la creencia
de la incondicionalidad para entender que el amor de pareja es condicional. Por otra
parte, si existe un amor incondicional, es el amor de los padres hacia los hijos (por
supuesto padres funcionales y sanos).
Ceberio (2014) afirma que sostener una relación de pareja durante años, sin duda,
implica un trabajo cotidiano. Trabajo que significa redefiniciones parciales, para
dejar estables algunos perfiles de la relación. El pasaje de años hace variar los
estilos relacionales amorosos, las formas de expresión afectiva, las necesidades,
expectativas de respuesta, actividades, gustos y preferencias, entre otras cosas. No
se trata de que la persona con quien se formó pareja sea otra persona.
Ceberio, M. R. (2014). Hacia el trastorno de la alineación conyugal. Revista Redes No. 31, 1 a la 36.
Ceberio, M. R. (2017). Los juegos del mal amor: El amor, la comunicación y las interacciones que
destruyen parejas. Argentina: House.
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