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DE LA II REPÚBLICA DURANTE
LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA
TESIS DOCTORAL
Dirigida por:
* A mi mujer, Mayú y, a mis hijos, Helena y Jaime, por el apoyo constante que he recibido
de ellos y por todo el tiempo que no les he dedicado para alcanzar este objetivo.
* A mis padres, porque gracias a su generoso esfuerzo he podido llegar hasta aquí.
* Al profesor Dr. D. Juan Antonio Roche Cárcel, por su confianza y apoyo al proyecto
desde el primer momento y su muy acertada dirección de la investigación sin las cuales
este trabajo de investigación no hubiera sido el mismo.
* A todos los aviadores republicanos que han colaborado en esta tesis doctoral, pues sin
ellos no habría sido posible.
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10
LA MEMORIA Y LOS AVIADORES
DE LA II REPÚBLICA DURANTE
LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA
11
12
I.- INTRODUCCIÓN
1.- MOTIVACIÓN
En el marco del convulso siglo XX español emerge como jalón principal y trágico el
hecho de la Guerra Civil Española. La contienda adopta la forma de un profundo abismo
que divide la citada centuria en dos períodos claramente diferenciados a causa de su
desenlace, que no es otro que la instauración de una dictadura de base militar-católica que
se extenderá en el tiempo hasta mediados de los años setenta. El final del régimen
dictatorial llegará con la muerte física del dictador Francisco Franco, pero su influencia
alcanza la actualidad en la que vivimos en muy diversas facetas. En esa profunda fosa
que constituyó la Guerra Civil quedaron enterrados miles de españoles víctimas de la
contienda, pero también, en el año 1939, quedaron sepultados todos los procesos de
modernización que se habían iniciado a finales del siglo XIX con la irrupción del
pensamiento regeneracionista. La plasmación más visible de las ideas regeneracionistas
en el ámbito de lo político fue la propia proclamación de la II República en el año 1931.
La instauración del nuevo régimen republicano supuso un soplo de aire fresco para la
sociedad española que, de esta manera, dejaba atrás el desgastado e inoperativo sistema
de la Restauración nacido en 1875. El advenimiento de la República, junto con el período
de la Transición Democrática (1975-1982)1, tras la muerte del dictador, fue el momento
que más ilusión y entusiasmo desató entre capas muy amplias de la sociedad española a
lo largo de toda su historia. Una buena parte del pueblo español, que englobaba un amplio
espectro social e ideológico, no sólo de izquierdas, sintió que el nuevo régimen
republicano nacido el 14 de abril de 1931 era el instrumento con el que se alcanzarían las
reformas sociales, económicas y políticas que urgían ponerse en práctica para equipararse
con las democracias de nuestro entorno, particularmente Reino Unido y Francia, y superar
el secular retraso español.
1
Se han tomado como referencias la muerte del general Franco en Noviembre de 1975, como inicio, y la
victoria del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en las elecciones generales celebradas en el mes de
octubre de 1982.
13
hacia la experiencia republicana, tanto en tiempo de paz como durante la contienda, ha
ido evolucionando: desde un interés por los actores principales que intervinieron en el
período y por los hechos acaecidos, para pasar posteriormente, a buscar respuestas al
conflicto en base a cuestiones sociales y económicas, no dejando de lado, por supuesto,
las disputas y desavenencias políticas que acompañaron a la II República durante su breve
existencia. En este devenir hacia una comprensión más completa de la Guerra Civil en
particular, busqué en las vidas de los protagonistas del conflicto, ya fueran personas que
estuvieron en la primera línea del frente o aquellas otras que lo sufrieron en la retaguardia,
otras vías de acercamiento y conocimiento de la contienda civil española.
Mi primera experiencia en relación con el interés por poner en un primer plano a la gente
corriente se plasmó en varias entrevistas de carácter biográfico que hice a una serie de
líderes sindicales y políticos de ideas socialistas que habían combatido la dictadura del
general Franco en la clandestinidad. Inmerso en este proceso, hace ya unos años, me topé
con la Asociación de Aviadores de la República (ADAR). Tuve conocimiento de la citada
asociación debido al boletín que periódicamente editaba, “Ícaro”, y, que por la razón que
fuere, llegaba a la institución donde yo trabajaba como encargado del archivo. Comencé
a prestar atención al boletín y a leer las historias que contaban aquellos intrépidos
aviadores de sus experiencias en la Guerra Civil y en la terrible posguerra. Empecé a
interesarme por el tema y comencé, tímidamente, a profundizar en el ámbito de la
aviación republicana. Comprobé que no existía mucho material escrito en relación con
las Fuerzas Aéreas de la República durante la Guerra Civil en comparación con otros
aspectos de la contienda. Vi en las historias de aquellos ancianos aviadores organizados
14
en su asociación una fuente de información valiosísima para la comprensión, no sólo de
aspectos relativos a las Fuerzas Aéreas de la República o de la guerra en general, sino de
otros períodos por los que habían discurrido sus vidas y que con sus testimonios podían
dar mucha luz sobre esas etapas. Además, era un colectivo organizado por lo cual se
podría tener acceso a las diversas visiones de la guerra de cada uno de los protagonistas
y a cómo había afectado a sus vidas, pero también se podía indagar sobre una posible
visión del conflicto a escala colectiva, como grupo social. De ahí la posibilidad de una
visión sociológica del tema.
Así que decidí ponerme en contacto con ellos, y si estaban de acuerdo, comenzar a
investigar en sus vidas a través de dos instrumentos: la entrevista personal y el material
autobiográfico que ellos habían escrito, ya fuera en forma de los artículos aparecidos en
el boletín de la asociación o en memorias publicadas en forma de monografías por alguno
de los aviadores. Cuanto más me introducía en su mundo a través de los canales citados,
más me motivaba seguir con la investigación buscando, a partir de los testimonios
individuales, los elementos comunes que conformarían la memoria colectiva de los
aviadores republicanos. Por tanto, en este contacto con los aviadores a través de su
asociación se sitúa el origen de esta modesta tesis doctoral que se propone un mayor
conocimiento del colectivo formado por los miembros de las Fuerzas Aéreas de la
República y de todo el entorno sociohistórico que los rodeó.
15
a tales extremos, ya que cada ciencia social tiene su propio campo de actuación, pero lo
que sí es verdad es que existen lugares comunes que comparten todas las ciencias
relacionadas con lo humano y eso es lo que hay que fomentar al margen de cómo
deseemos llamarlo, ya sea sociología histórica, historia social, o cualquier otra
denominación. Felipe Ruíz Martín, en el prólogo del famoso libro de Fernand Braudel
“La Historia y las Ciencias Sociales”, reivindica de una forma clara la colaboración y el
entendimiento entre las diferentes ciencias sociales al afirmar que es imprescindible “la
convergencia de las ramas del árbol que integran las diversas ciencias sociales, de modo
que cada una sea auxiliar de las demás y todas simultáneamente y en concierto laboren
por vencer la crisis que al avanzar independientemente las constriñe, lo acepten o lo
rehúsen entre querellas y pujas unilaterales de exclusivismo” (RUIZ MARTÍN, FELIPE,
1970: 14). En la misma obra, y desde el punto de vista del historiador, Fernand Braudel
se siente agradecido al resto de las ciencias sociales al convenir que “no es necesario
multiplicar los ejemplos para explicar hasta qué punto se ha enriquecido la historia en
los últimos años gracias a las adquisiciones de las ciencias vecinas” (BRAUDEL,
FERNAND: 1970, 39). En el marco de la Historia, el gran impulso hacia la cooperación
entre las distintas ciencias del hombre vino de la mano de la fundación, en el año 1929 en
la ciudad de Estrasburgo por Lucien Febvre y Marc Bloch, de la publicación “Annales
d’histoire économique et sociale”. Annales siempre estuvo a la vanguardia en el tema de
la colaboración de las diferentes ciencias sociales (BRAUDEL, FERNAND: 1970, 40).
Desde el ámbito de la Sociología se han dado también grandes pasos en el camino hacia
el entendimiento entre las diferentes ciencias sociales y, en particular, con la Historia. De
esta manera, ya lo he citado en el párrafo anterior, se ha desarrollado en el marco de la
Sociología, la denominada sociología histórica. Ésta, en palabras de Ramón Ramos, “se
ha convertido en una corriente de estudios transhistóricos, transdisciplinares y
multiparadigmáticos” (RAMOS TORRE, RAMÓN: 1993, 8)2. Asimismo, Ramón
2
“En efecto, a poco que se atienda a su desarrollo efectivo, la sociología histórica no puede concebirse
como una especialidad estricta o un subcampo de la sociología, ya que se ha convertido en una corriente
de estudios transhistóricos, transdisciplinares y multiparadigmáticos. Transhistóricos porque, lejos de
limitarse al estudio de una época o de un proceso paradigmático de cambio han ido expandiéndose hacia
la tematización del entero ámbito de la historia. Transdisciplinares porque, sin siquiera limitarse al estudio
del cambio social, abordan universos temáticos de las más diversas especialidades sociológicas.
Multiparadigmáticos porque en el empeño coexisten estudiosos de muy distinta orientación teórica:
marxistas de distintas variantes (Wallerstein, Anderson), weberianos más (Bendix) o menos (Mann)
ortodoxos, funcionalistas parsonianos (Smelser) y toda suerte de híbridos entre estas tres matrices teóricas
fundamentales, en cuya clasificación sería absurdo entrar” (RAMOS TORRE, RAMON: 1993, 8).
16
Ramos incide en la pluralidad de la sociología histórica y en su afán de abrir puentes con
la historia al afirmar que aunque “se pueden encontrar fuertes variaciones, hay un punto
común que marca la identidad característica de esa empresa plural denominada
normalmente sociología histórica, y es el compartido interés en cerrar el divorcio entre
la sociología y la historia en razón de su demostrada esterilidad al abordar el estudio
del cambio social” (RAMOS TORRE, RAMÓN: 1993, 9).
3
Utilizo el vocablo “organizado” en el sentido de que todos pertenecen a una asociación que aglutina a este
grupo social.
4
Las creencias y los sentimientos comunes a los miembros de un grupo.
17
Halbwachs afirma que el recuerdo por su propia naturaleza es colectivo, ya que nunca
estamos solos y son los demás quienes nos hacen recordar (HALBWACHS, MAURICE:
2004, 26) y, es por eso, que la memoria colectiva sólo se puede dar por la vinculación de
los individuos a un grupo. De hecho, muchas veces el olvido viene dado por la
desvinculación de los individuos de un grupo determinado. Pero, para Halbwachs la
duración de la memoria colectiva se limita al tiempo del grupo y, por tanto, si no hay
grupo no hay memoria colectiva (HALBWACHS, MAURICE: 2004, 30). En todo caso
es una memoria que reconstruye el pasado desde el presente y que se va cimentando con
el paso del tiempo. Ahora bien, el sociólogo francés no niega que exista la memoria
individual pero la liga estrechamente al concepto de memoria colectiva, cuando afirma
que la “la memoria colectiva (…) envuelve las memorias individuales, pero no se
confunde con ellas. Evoluciona según sus leyes, y si bien algunos recuerdos individuales
penetran también a veces en ella, cambian de rostro cuando vuelven a colocarse en un
conjunto que ya no es conciencia personal” (HALBWACHS, MAURICE: 2004, 54). A
la idea de grupo homogéneo como elemento básico de la memoria colectiva añade el
concepto de marcos sociales de la memoria: el espacio y el tiempo junto al lenguaje. Y
estos marcos son sociales porque se construyen con los otros y hacen posible la aparición
de los recuerdos y, además, son dinámicos, están sometidos a una variación continua.
En consecuencia, para Halbwachs, “la memoria universal no existe. Toda memoria tiene
como soporte un grupo limitado en el espacio y en el tiempo” (HALBWACHS,
MAURICE: 2004, 85). Siguiendo este esquema, se pueden contemplar tantas memorias
colectivas como grupos homogéneos existan. Además, una persona puede participar de
más de una memoria colectiva por su pertenencia a más de un grupo social. Sin olvidar
que la variedad de las memorias colectivas obedece a causas ideológicas, políticas,
geográficas, profesionales, etc. Esta multiplicidad de memorias colectivas da lugar a que
surjan memorias antagónicas en el seno de una sociedad. De esta manera, en España
coexisten dos memorias opuestas muy dispares en cuanto a su reconstrucción del pasado,
siendo el origen de ambas el hecho histórico de la Guerra Civil: la memoria republicana
y la memoria franquista. Por tanto, solo se puede reivindicar la memoria del pasado si hay
un grupo sociológicamente homogéneo (los aviadores lo son) que asume ese pasado.
Pero, lo que está claro, es que ningún grupo puede pretender ser heredero directo y
18
absoluto del pasado. Así, la memoria siempre supone conflicto y no puede ser pensada en
términos homogéneos (GONZÁLEZ CALLEJA, EDUARDO: 2013, 69).
Se podría hablar incluso de una jerarquía de memorias. Por ejemplo, bajo el manto de lo
que se podría denominar memoria republicana de la guerra, que tiene unas características
muy marcadas, se pueden encontrar memorias colectivas de grupos específicos: la
memoria del exilio o la memoria del maquis, entre otras. En el caso que nos atañe se
encuentra la memoria colectiva de los aviadores de la República durante la Guerra Civil
que comparten una serie de recuerdos o ideas que pueden ser comunes con otros
combatientes republicanos pero, por otra parte, ellos han generado una memoria colectiva
con recuerdos, ideas y sentimientos que les afectan exclusivamente a ellos. Siguiendo con
España, se ha puesto muy en boga en los últimos años el término de “memoria histórica”,
confundiéndolo y mezclándolo con el de “memoria colectiva”. La memoria histórica, tal
como se entiende en la sociedad española, es una memoria colectiva de carácter
reivindicativo que tiene como punto central reclamarse heredera de los principios
políticos y sociales que alumbraron la Segunda República y que, en general, es adquirida
y no vivida.
El concepto de memoria colectiva fruto de Halbwachs ha sido punto de partida para toda
una nueva terminología en relación con los temas de la memoria. De esta manera, han
aparecido conceptos como los de “memoria social”, “memoria común”, “memoria
hegemónica”, “memoria dominante” o “memoria histórica”. En el fondo, todas son
formas de la memoria colectiva que han reformulado el concepto original de Halbwachs
en una amplia variedad de sentidos. Esto ha llevado a que el término de memoria colectiva
tenga más de una acepción. Sin embargo, hay autores que hacen intentos unificadores
como Paloma Aguilar que, con la finalidad de evitar confusiones, informa de que los
términos “memoria colectiva”, “memoria social” y “memoria histórica” serán utilizados
indistintamente en su trabajo acerca de la memoria y el olvido en la Guerra Civil, debido
a que la memoria tiene carácter global y su contenido es histórico porque es la memoria
que tiene un grupo de su propia historia (AGUILAR, PALOMA: 1996, 31).
5
SCHWARTZ, BARRY: The Social Context of Commemoration: A Study in Collective Memory (1982) y
Social Change and Collective Memory: The Democratization of George Washington. (1991).
19
permanentemente modificado por el presente y, 2ª) la taxidermista, para la cual el pasado
es algo sagrado e inmutable y que determina el presente. Paloma Aguilar añade lo que
ella denomina una tercera vía a la que denomina relativista, por la cual el pasado y el
presente se influyen mutuamente. (AGUILAR, PALOMA: 1996, 41, 56)
Otra idea muy importante en Halbwachs y que tiene mucha actualidad, es la distinción
entre la memoria colectiva y la historia. Halbwachs afirma que la Historia sería una serie
de hechos cuyo recuerdo conserva la memoria nacional y que se caracteriza por el hecho
de “que se sitúa fuera de los grupos y por encima de ellos, no duda en introducir en el
curso de los hechos divisiones simples, cuyo lugar se fija de una vez para siempre”
(HALBWACHS, MAURICE: 2004, 81). Sin embargo, la memoria colectiva, al contrario
que la historia, es una “corriente de pensamiento continuo, de una continuidad que no
tiene nada de artificial, ya que del pasado sólo retiene lo que aún queda vivo de él o es
capaz de vivir en la conciencia del grupo que la mantiene” (HALBWACHS, MAURICE:
2004, 80). Pero la memoria colectiva y la historia interactúan constantemente una en otra
de tal manera que un conocimiento que se pretende científico, como puede ser el de la
Historia, esté influenciado por la memoria dominante en un momento dado y, por otra
parte, se puede dar que la historia oficial esté actuando como un elemento que ayude al
recuerdo o al olvido de ciertas cuestiones según las conveniencias políticas o ideológicas
imperantes en un momento dado.
20
los dos ejes básicos citados, sin lugar a dudas a la hora de articular un marco
metodológico, no se me ocurre otro que el de las técnicas de investigación cualitativas y,
en el marco de éstas, el método biográfico
Las ventajas de las técnicas cualitativas en un trabajo de esta índole, donde un grupo
social en particular es el protagonista, son múltiples frente a la metodología cuantitativa,
para la cual “los fenómenos sociales (y los psicológicos, conductuales….) pueden ser
convertidos en hechos discretos, estables, etiquetables y estandarizados, es decir,
reificados, y tratados como cosas”. Sin embargo, en el marco de las técnicas de
investigación cualitativa “la realidad social debe ser contemplada en su emergencia y en
su dinamismo, es decir, representar lo social como continuo y en constante cambio y
negociación: su dinamismo es lo que hay que descubrir y comprender” (CASTRO
NOGUEIRA, MIGUEL A. y CASTRO NOGUEIRA, LUIS: 2002, 482). Además, en este
sentido, la metodología cualitativa nos permite insertar a los aviadores de la República en
la Guerra Civil en la doble vertiente de la estructura y del cambio a la que antes he hecho
referencia. Además, en la metodología cualitativa, “las personas, los escenarios o los
grupos no son reducidos a variables, sino considerados como un todo. El investigador
cualitativo estudia a las personas en el contexto de su pasado y de las situaciones en las
que se hallan” (TAYLOR, S.J. y BOGDAN, R.: 1994, 20-21), a fin de cuentas busca una
comprensión detallada de las perspectivas de las personas y mostrar el punto de vista del
actor social.
Por otra parte, las técnicas cualitativas proporcionan un diseño de investigación flexible
y abierto en que el investigador no se encuentra tan constreñido metodológicamente como
con otras técnicas mucho más rígidas en cuanto a su planteamiento. Y es que permite que
el proceso investigativo, debido a su naturaleza abierta, se adapte a los distintos momentos
y planteamientos que en su desarrollo tenga la investigación.
21
social”. Además, el mismo Juan José Pujadas, citando a Wright Mills6, apela a la
“necesidad de considerar constantemente las relaciones entre biografía, historia y
estructura social en la que se cruzan biografía e historia” (PUJADAS, JUAN JOSÉ:
1992, 8-9), lo que viene muy a propósito de la naturaleza sociológica e histórica de este
trabajo.
Pues bien, la recogida del material biográfico de los pilotos se ha vertebrado en dos
grandes grupos: 1) Los testimonios orales y 2) Los testimonios escritos.
En relación con los testimonios orales, el criterio básico de elección de los entrevistados,
como se ha reseñado ya, era que fueran especialistas de las Fuerzas Aéreas de la
República durante la Guerra Civil Española. En materia de selección de los informantes,
en palabras de Dionisio del Río Sadornil, existen dos estrategias: 1) Entrevistas al azar en
las que prevalece el criterio pragmático las cuales se apoyan mutuamente y en lo que
debido a un proceso de saturación, se llega a un núcleo de evidencia. 2) Selección
sistemática de informantes, tras una aproximación cuantitativa general al universo de
análisis a través de padrones, censos, encuestas, etc… (DEL RÍO SADORNIL,
DIONISIO: 1996, 146). Pues bien, en este caso, el presente trabajo se podría encuadrar
dentro del primer grupo, ya que el criterio pragmático ha sido el que ha primado por dos
causas fundamentales: a) Que el mediador era el que ponía en contacto al informante con
el entrevistador y, b) Por motivos puramente biológicos (léase la edad de los informantes)
el universo a la hora de realizar las entrevistas se reducía de una manera considerable
respecto a otro tipo de encuestas.
6
MILLS, C. WRIGHT: La imaginación sociológica. Buenos Aires: Nueva Visión, 1970.
22
En relación al primer grupo, el procedimiento de recogida de la información ha seguido
los siguientes pasos:
1.- Contactar con los protagonistas: El primer contacto, en todos los casos, se realizó
gracias a la Asociación de Aviadores de la República (ADAR) que hizo el papel de
mediador entre el entrevistador y los informantes. La asociación en todo momento se
mostró receptiva hacia los objetivos de la investigación y me puso en relación con los
aviadores a través de su archivo. En cuanto a la delimitación del colectivo tomé la
determinación de que fueran especialistas (pilotos, mecánicos, armeros,
radiotelegrafistas, bombarderos-ametralladores, etc…) con la intención de obtener
información general acerca de las academias militares republicanas durante la Guerra
Civil y de cómo se formaban sus alumnos, ya fuera en España o en las que se habilitaron
fuera de ella. Por esta razón, no se ha buscado información referente, por ejemplo, a lo
que eran las fuerzas de tierra del Arma de Aviación (lo que podría definirse como
infantería de aviación). De esta manera, una vez que ADAR me ponía en contacto con el
aviador correspondiente, concertaba una entrevista con la persona donde le explicaba los
contenidos y el objetivo de la investigación, la importancia de su testimonio tanto en el
aspecto sociológico como en el histórico y, además, insistía en un aspecto fundamental,
situar en la primera línea de la investigación a aquellas personas anónimas que fueron
protagonistas de un hecho tan relevante como la Guerra Civil Española. Sobre todo, había
que ganarse su confianza, había que mostrarse empático con ellos y sus vivencias; en la
realización de un trabajo de esta índole la empatía es fundamental, pues es un elemento
que borra las barreras entre el entrevistador y el entrevistado y lima las reticencias, lógicas
por otra parte, de contar su vida a un extraño al que no conoce de nada, salvo por las
referencias que le ha proporcionado su asociación. Estas primeras conversaciones
tuvieron lugar, en algunos casos por vía telefónica, en otros nos conocimos personalmente
citándonos en cafeterías, en sus propios domicilios o en la sede de ADAR y, también,
algún primer contacto se llevó a cabo en la Asamblea que ADAR realiza anualmente.
Debo subrayar que, salvo alguna excepción, todas las personas con las que contacté se
mostraron encantadas de participar en el proyecto. Como uno se puede imaginar, las
edades de las personas a entrevistar eran muy avanzadas, no olvidemos que todos tenían
alrededor de los veinte años al comenzar la Guerra Civil y, por tanto, que todos los
encuestados rondaban los 90 años de edad en el momento de la investigación empírica.
23
2.- La realización de las entrevistas: Una vez establecido el primer contacto y tras
ponernos de acuerdo para la realización de las entrevistas, sólo quedaba señalar el lugar
donde llevarlas a cabo. En líneas generales, lo que hay que buscar, cuando se pretende
conseguir una buena entrevista biográfica o de cualquier otro tipo, es un lugar donde el
entrevistado se sienta cómodo y relajado y donde existan unas condiciones mínimas de
intimidad para que la conversación entre el entrevistador y el informante se desarrolle y
fluya de forma óptima. Por otro lado, hay que buscar una relación idónea con el
entrevistado que facilite el flujo de información, ya que debe ser “una experiencia de
implicación mutua entrevistado-entrevistador. Una encuesta biográfica no ha de ser una
experiencia unilateral en la que el único implicado sea el sujeto de estudio” (DEL RÍO
SADORNIL, DIONISIO: 1996, 152). En el caso que nos atañe, cabe recalcar que los
protagonistas han mostrado un alto grado de colaboración en todas y en cada una de las
cuestiones que se les han planteado. Y me reafirmo en que no ha sido una experiencia
unilateral, ya que la realización del trabajo con los aviadores ha constituido una verdadera
delicia por la actitud tan positiva que han tenido hacia este entrevistador, a lo que hay que
añadir el buen humor que ha presidido todas y cada una de las sesiones. En esta línea, si
se desean alcanzar los objetivos previstos en las entrevistas hay que conseguir una
relación cordial y amistosa con el informante. Esto último nos hace volver al tema de la
empatía, ya que el éxito de una buena entrevista está en ponerse en el lugar del informante;
la empatía es, pues fundamental para que una entrevista biográfica llegue a buen puerto.
En el tema que nos atañe, el modelo de entrevista que más se adaptaba a las características
del estudio es la denominada, en palabras de Pilar Folguera, “parcialmente estructurada”
(FOLGUERA PILAR: 1994, 41). La gran ventaja de este tipo de entrevista es que permite
una gran flexibilidad y libertad a la hora de conversar con el informante. Posibilita que
éste se exprese sin cortapisas acerca del tema que se esté tratando en ese momento. Las
entrevistas parcialmente estructuradas o las “no estructuradas” son más útiles y ágiles que
los cuestionarios cerrados en las encuestas de vida, ya que en muchas ocasiones esas listas
de preguntas cerradas llegan a coartar al entrevistado al no permitir que se exprese, por la
propia naturaleza del cuestionario, como a él le gustaría respecto a algunos puntos
tratados. Sin llegar, ni mucho menos, a la rigidez de un cuestionario cerrado, las
entrevistas parcialmente estructuradas deben estar apoyadas en un guión básico cuyo
objetivo es que la entrevista no se vuelva caótica en el tratamiento de los temas.
24
Por tanto, aún tratándose de una conversación abierta, existe la necesidad de dirigir la
entrevista de forma que el entrevistado no se sienta coartado: hay que hacerlo, por decirlo
de alguna manera, con mano izquierda. Además, en el caso de las entrevistas biográficas,
es básico mantener el hilo cronológico. Lo que se debe evitar, en todo caso, es dirigir en
exceso la entrevista o llevar a la fuerza al informante por la ruta deseada por el
entrevistador. En resumen, hay que permitir que el entrevistado se exprese con total
libertad, pero intentando mantener siempre una dirección. En el presente caso la dirección
debe ser cronológica y sociológica ya que se trata de una entrevista de vida de un
personaje que pertenece a un grupo social determinado.
* Las profesiones de los padres y, en su caso, de los abuelos, tanto paternos como
maternos. El nivel de vida de la familia. El tipo de vivienda en el que residía. El
número de hermanos. El ambiente familiar. Las tradiciones y costumbres
familiares.
2.- La juventud:
25
* La ideología y la participación política y sindical.
4.- La postguerra:
* La puesta en libertad. Su apreciación del nuevo mundo que se abre ante sus ojos:
la dictadura del general Franco.
La duración media de las entrevistas ha sido de unas tres horas, realizándose en sesiones
de una hora y media como máximo para no cansar demasiado al informante (hay que
tener en cuenta su edad y su estado físico: Se trata de personas que todas sobrepasan los
90 años de edad).
26
El material utilizado para la realización de las entrevistas ha sido la grabadora tradicional
con cinta de cassette y la grabadora digital. En el caso de las entrevistas efectuadas con
grabadora tradicional, los registros fueron digitalizados para poder almacenarlos en
soportes informáticos con el objetivo de una utilización más óptima y en materia de
seguridad la posibilidad de realizar copias de respaldo con el fin de preservar el material
grabado (En los apéndices documentales se incluyen un DVD con todas estas
grabaciones).
Una vez realizada la transcripción, en algún caso se ha vuelto a hablar con el entrevistado
para realizar alguna aclaración acerca de alguna cuestión que en la entrevista no había
quedado clara y era necesario, por su importancia, precisarla. También se volvía a
preguntar al informante en el caso de que en la entrevista no se entendiera, en el plano
puramente físico, algo dicho por aquél debido a algún defecto en la grabación.
4.- La redacción de las historias de vida: Una vez transcritas las entrevistas, se ha
procedido a la redacción de las historias de vida de cada uno de los aviadores encuestados.
En todas y cada una de las historias de vida se ha procurado respetar al máximo el estilo
directo utilizado por el informante en el momento de la entrevista y las que es particular
de cada persona. De esta manera, se han reflejado en el texto la jerga, las expresiones
coloquiales y los usos idiomáticos de los que han hecho uso cada uno de los protagonistas
con el objetivo de que cada historia de vida tenga la mayor frescura y veracidad posible.
Se ha buscado también que la personalidad de los aviadores quedase patente en los relatos,
que transpirasen sus sensaciones, sus sentimientos, sus experiencias, sus percepciones, a
fin de cuentas su vida misma.
27
sino que es el reflejo de una experiencia vital contada en directo y, por tanto, las
correcciones literarias no son en absoluto necesarias. Por esta razón, en la redacción se
pueden hallar algunas reiteraciones, idas y venidas en el tiempo, en el marco de la
historias (aunque siempre se ha intentado en lo posible respetar el orden cronológico de
los acontecimientos). También en algunos casos se producen cortes en la narración que
pueden parecer demasiado abruptos.
En cuanto a los testimonios escritos, como ya se ha comentado, la base han sido, por un
lado, los relatos escritos por los propios aviadores en las publicaciones periódicas editadas
por las asociaciones de los aviadores: Alas Gloriosas e Ícaro publicadas por ADAR en
España7 y Alas Plegadas8 publicada por la asociación del mismo nombre y radicada en
Francia. Esta última asociación estaba compuesta por los aviadores exiliados que residían
en Francia y fue creada como un medio para ayudar a los aviadores que llegaban huidos
de la España franquista. Se han seleccionado de las publicaciones los textos escritos por
los propios aviadores de carácter biográfico, así como aquellos que han sido escritos por
terceras personas en relación con otros compañeros.
7
La publicación periódica, Alas Gloriosas, comenzó a publicarse por ADAR, en el mes de diciembre de
1978, y su último número apareció en el mes de diciembre de 1984. Alas Gloriosas fue sustituida por la
revista Ícaro que inició su publicación en enero de 1987 y que actualmente sigue publicándose.
8
La publicación periódica Alas Plegadas comenzaría a publicarse en el año 1960 y terminó en 1999, con
algunas lagunas en su publicación. La asociación Alas Plegadas se integraría en ADAR.
28
Por otro lado, la otra fuente de información biográfica de naturaleza escrita son las
biografías escritas por los propios aviadores en forma de monografías. En este caso, la
mayoría de las publicaciones editadas son de pilotos que narran su vida, centrándose
especialmente en las vicisitudes de la guerra, ya sea la guerra de España o su experiencia
bélica en la Unión Soviética en el marco de la Segunda Guerra Mundial. En el caso que
nos atañe, se ha trabajado con siete u ocho monografías de otros tantos pilotos que me
han parecido representativas del colectivo estudiado.
Habrá casos en que la información recopilada sobre una determinada persona proceda
tanto de fuente oral resultante de las entrevistas como de textos escritos por los propios
aviadores.
Por especialidades, los testimonios más numerosos son los de los pilotos con bastante
diferencia respecto a otros colectivos. El número de informantes pertenecientes a las
29
especialidades de observadores-ametralladores, mecánicos y armeros es prácticamente el
mismo para cada una de las citadas especialidades.
Como se va a ver en esta tesis doctoral, los aviadores de la República forman un grupo
homogéneo, por lo que el concepto de memoria colectiva, acuñado por el sociólogo
francés Maurice Hallbwachs, alcanzará su pleno sentido. Y es que estos aviadores, con
una serie de valores, mitos, espacios y tiempos y a partir de los trágicos sucesos de guerra
y de la cruel represión posterior, han construido su memoria colectiva incorporándola a
su propia identidad individual caracterizada por una tenaz resistencia. Por tanto, la
imaginación sociológica propuesta por W. Mills en el sentido de que el sociólogo
imaginativo debe compaginar lo individual y lo colectivo, quedará también
cumplimentada en la presente investigación. En suma, nos encontramos ante un trabajo
de carácter sociológico, pero que tiene un fuerte componente histórico por la propia
naturaleza de la investigación: la vida de los aviadores republicanos durante la Guerra
Civil.
Por otra parte, a la hora de abordarla, en su vertiente metodológica, se ha optado por las
técnicas de investigación cualitativas y, en el marco de éstas, por el método biográfico.
No en vano, el soporte material del trabajo lo constituyen una serie de documentos de
vida, como son las entrevistas personales, las monografías autobiográficas y los artículos
de revista de naturaleza biográfica o autobiográfica. Al respecto, en el plano biográfico,
se ha perseguido plasmar la percepción múltiple de una sociedad en cambio desde las
personas que tenían en común su adscripción a la aviación republicana durante la Guerra
Civil Española.
3.- OBJETIVOS
Pero, ¿Qué propósitos y objetivos guían esta tesis doctoral acerca de los aviadores
republicanos? Son varios los propósitos y objetivos que se plantean a la hora de abordar
el trabajo con este colectivo. El eje sobre el que se articula la investigación es la Guerra
Civil Española, pero el estudio trasciende las fechas de ésta. Por un lado, porque retrocede
en el tiempo con el objetivo de buscar y comprender las razones, principalmente sociales
pero también históricas y políticas, que hicieron que estas personas en el momento del
inicio de la guerra tomaran partido, sin ningún género de dudas. por el bando republicano.
30
Por otro lado, porque avanza en el tiempo e indaga en las consecuencias que tuvo el
conflicto en las vidas de los aviadores.
El segundo objetivo trata, con el acercamiento a sus vidas a través de los relatos, de
indagar si el hecho de su participación en la guerra, con todas las secuelas vitales a todos
los niveles que trajo la guerra consigo, fue un lastre para el resto de las vidas de los
aviadores y si llegaron a superar o no fue una experiencia a la que consiguieron imponerse
una vez terminada la contienda sin abandonar los ideales sociales y políticos que los
guiaron cuando se sumaron a la lucha. Es decir, se trata de averiguar si los que se quedaron
en España consiguieron amoldarse al “nuevo” país moldeado por los vencedores y que
tenía poco o nada que ver con lo que habían vivido anteriormente y por lo que habían
luchado. Y por el caso contrario, en el caso de los que decidieron salir del país camino
del exilio y no volver, si lograron adaptarse a sus nuevos países de acogida como pudieron
ser Francia, la Unión Soviética o países sudamericanos como Méjico o Argentina que
recogieron a muchos refugiados huidos del régimen dictatorial imperante en España tras
la Guerra Civil. En suma, se van a buscar las razones por las que unos jóvenes de unos
veinte años de edad, año arriba, año abajo, en un ejercicio de madurez y de altruismo
asumieron la responsabilidad de abandonar todo lo que había constituido su vida hasta
aquellos momentos por una sola razón: defender con su propia vida un régimen
democrático, frente a un alzamiento militar que tenía por objetivo terminar con el marco
de libertades que se había establecido en el mes de abril de 1931.
31
militares, como el de piloto militar, antes reservado, salvo algunas excepciones, a
personas provenientes de estratos sociales acomodados. En relación con este nuevo
acceso, los puestos antes reservados a otras clases sociales, el testimonio de los aviadores
va a ser muy importante para conocer cómo funcionaban las academias militares
habilitadas por la República durante la guerra, así como sus sistemas de enseñanza.
Asimismo, los aviadores nos van poner en contacto con la realidad diaria de unos
combatientes, su vida cotidiana, sus aprehensiones, sus miedos, su percepción de la
guerra, que va a contribuir de forma sensible a la comprensión y conocimiento de las
Fuerzas Aéreas de la República durante la Guerra Civil y de sus combatientes.
4.- ESTRUCTURA
La estructura general del trabajo ha tratado de reflejar las diferentes etapas de la vida de
los aviadores. En el caso de los testimonios orales muchas de las historias de vida
redactadas podían considerarse estudios de caso único y ser ilustrativas de toda una
muestra. Pero se ha optado por la técnica del relato biográfico múltiple, lo que Juan José
Pujadas define como relato polifónico (PUJADAS, JUAN JOSÉ: 1992, 83) por el que
una realidad puede observarse desde un prisma colectivo. En el caso que nos concierne,
nos vamos a sumergir en un hecho fundamental como es el de la Guerra Civil española,
drama determinante en el desarrollo de la realidad social y política de España, de forma
profunda a través de las diferentes visiones de los aviadores republicanos. Asimismo, se
verá como reaccionaron sus protagonistas en cada caso al cataclismo socio-político que
supuso la contienda civil en España.
32
A la hora de articular en diferentes puntos la investigación se han tenido en cuenta las
diferentes etapas vitales de los informantes, de tal manera que los relatos biográficos, ya
sean orales o escritos, no van a aparecer como una unidad, sino parcelados, circunscritos
al período vital específico y que coincide con una realidad socio-histórica particular. De
esta manera, la vida de los aviadores protagonistas del presente estudio se ha dividido en
las siguientes etapas, que coincidirán además con los epígrafes de la investigación:
2.- La Guerra Civil Española: En este epígrafe vamos a atender a las razones por las que
los protagonistas se ven inmersos en la contienda y cómo les cambia su vida. La
transformación que supone llevar una vida normalizada a estar inmersos en un conflicto
bélico como combatientes. Como en el universo estudiado son todos especialistas, se
prestará especial atención a los testimonios en los que se narran las razones de su deseo
de especializarse en el marco del Arma de Aviación y su experiencia en las diferentes
academias militares. Este epígrafe incluirá también como era la vida cotidiana tanto de
los protagonistas como de las personas de su círculo, es decir, las experiencias vitales que
se hacen extensibles a una gran parte de la población. Por último, nos acercaremos a los
testimonios del final de la guerra, cómo lo vivieron y que actitud tomaron frente a la
realidad de la derrota militar de la República. Una derrota que suponía la destrucción del
mundo en el que ellos se habían desenvuelto hasta ese momento y que desaparecía ante
un panorama repleto de incertidumbres y de malos augurios.
3.- La represión tras el final de la guerra: En este apartado nos vamos a sumergir en las
terribles experiencias de represión que sufrieron los aviadores republicanos tras el final
de la Guerra Civil: los juicios sumarísimos, su paso por los campos de concentración o
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las cárceles en España o en el extranjero, su actitud ante la feroz represión a la que fueron
sometidos por las nuevas autoridades franquistas y la percepción que tenían de esa nueva
España que se abría ante sus ojos, una vez cumplieron sus condenas, y en la que tenían
que rehacer sus vidas en su condición de vencidos. En este apartado, de forma breve y a
modo de epílogo, se citarán algunas experiencias como muestra de cómo los aviadores se
adaptaron a la nueva situación e intentaron superar el trauma que, para sus vidas, supuso
la Guerra Civil Española.
4.- Conclusiones: De todo lo relatado por los aviadores republicanos extraeremos las
conclusiones pertinentes, deteniéndonos especialmente en cómo la realidad socio-
histórica influyó en su devenir vital y cómo las actitudes particulares de cada uno
pudieron influir en esa realidad cambiante que era la España de los años treinta.
Asimismo, nos detendremos en la disyuntiva de si la guerra pudo con ellos o si
consiguieron superar una situación de conflicto en su papel de derrotados. Por último, se
indagará en la memoria colectiva de los aviadores que se ha ido fraguando durante años
a partir del hecho de la Guerra Civil, en tanto en cuanto son un colectivo organizado en
una asociación con una larga trayectoria de décadas.
Me gustaría terminar esta introducción con unas palabras de Juan José Pujadas en las que
avala la utilización del método biográfico en determinadas circunstancias: “La amplia
literatura disponible nos muestra que los casos en los que el uso de los relatos biográficos
se muestra más adecuado es para analizar los procesos de desajuste y crisis, individual
o colectiva, que presuponen modificaciones significativas tanto en el comportamiento,
como en los sistemas de valores por parte de los grupos sociales implicados” (PUJADAS,
JUAN JOSÉ: 1992, 63). En nuestro caso su aseveración se acopla perfectamente al
momento de crisis social, política, y cultural que supuso la tragedia de la Guerra Civil y,
con ella, el paso de un régimen democrático de libertades a una dictadura de carácter
nacional-católico con todo su abanico de cambio de valores que afectaron a toda una
sociedad.
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II.- INFANCIA Y JUVENTUD DE LOS AVIADORES
La situación socio-laboral de los padres es básica para entender el ingreso de los aviadores
en las diferentes academias militares que la República habilitó para formar a los miembros
de las Fuerzas Aéreas de la República en sus distintas especialidades: pilotos,
observadores, mecánicos, armeros, bombarderos-ametralladores, etc.
Menciono esto porque para ingresar en las citadas academias había que superar una serie
de exámenes que requerían un mínimo de conocimientos teórico-prácticos que no estaban
al alcance de algunos sectores sociales en la fecha en que nacieron la mayoría de las
personas que tuvieron acceso a esta formación militar; concretamente, la segunda década
del siglo XX. Durante las dos primeras décadas del pasado siglo los grupos sociales más
desfavorecidos de la sociedad tenían verdaderas dificultades para acceder a la educación
en sus primeras etapas por razones socio-económicas. Aunque ya la dictadura de Primo
de Rivera (1923-1930) había aumentado las plazas públicas escolares en enseñanza
primaria y enseñanza media, habrá que esperar al período republicano, concretamente al
Bienio Republicano-Socialista (1931-1933), para que se dé un impulso verdaderamente
serio a la educación primaria, con la construcción de miles de nuevas escuelas en todos
los puntos de España y un aumento sin parangón en las plantillas de maestros. Pero este
impulso dado a la enseñanza primaria por los primeros gobiernos republicanos no afectó
a personas que ya tenían como mínimo trece o catorce años, y muchos de ellos ya habían
comenzado su vida laboral.
Centrándonos en los padres, la mayoría de éstos nacieron en el último cuarto del siglo
XIX, en lo que fue la primera etapa del régimen de la Restauración. El régimen de la
Restauración, y de ahí viene su nombre, había traído de nuevo a España la dinastía
borbónica que había regido los destinos del país desde comienzos del siglo XVIII hasta
35
el año 1868 en que fue destronada la reina Isabel II a causa de la revolución acaecida ese
mismo año, iniciándose lo que se ha llamado Sexenio Democrático o Sexenio
Revolucionario. La experiencia democrática del Sexenio terminó con dos
pronunciamientos militares, ambos en 1874. El primero, del general Pavía, el 3 de enero,
terminó con la I República y, el segundo, del general Martínez Campos en Sagunto, el 29
de diciembre, a favor del hijo de Isabel II, Alfonso XII, cuya consecuencia fue la
proclamación de éste como rey de España, iniciándose un nuevo período histórico,
protagonizado en su primera etapa en el ámbito político por Antonio Cánovas del Castillo.
En el plano social, en palabras del profesor Jover Zamora (JOVER ZAMORA, JOSÉ
MARÍA: 1989, 279), el nuevo régimen plasmaba el deseo de las clases dominantes de
volver a lo de siempre, a lo anterior, a los clásicos moldes de dominación social y política
que el Sexenio Democrático había puesto en entredicho. La experiencia democrática de
los pasados seis años era algo superado y el bloque social dominante, con algunas
adaptaciones a los nuevos tiempos, creaba un nuevo régimen político de la mano de
Antonio Cánovas del Castillo, hombre proveniente de la antigua Unión Liberal que
legitimaba el nuevo orden político nacido de un pronunciamiento militar. Salvando las
diferencias espacio-temporales y la gran tragedia que supuso la Guerra Civil en el siglo
XX, se podría hacer una analogía con lo sucedido en 1874 y en 1936. El bloque social
dominante, al ver en peligro su situación de poder y privilegio, utiliza la fuerza militar
para terminar con las experiencias democráticas y, por tanto, produciendo un parón en la
modernización social, política y económica de España.
Los instrumentos de la clase social dominante para poner en marcha el nuevo régimen
fueron una nueva Constitución, la de 1876, que suponía una marcha atrás respecto a la
norma democrática de 1869, y un sistema de partidos basado en el turno de dos
formaciones políticas (Partido Conservador y Partido Liberal) cuyo funcionamiento se
basaba en la continua manipulación del voto y, por consiguiente, en el fraude electoral.
Es el denominado sistema caciquil que conformaba mayorías parlamentarias a la carta en
beneficio del partido que ocupaba el poder en esos momentos.
Así pues, el país que vio nacer a los padres de los aviadores era un Estado que en 1900
alcanzaría casi los 19 millones de habitantes, mayoritariamente agrario, con una escasa
industria localizada en Cataluña y el País Vasco, y social, cultural y económicamente
atrasado respecto a los países de nuestro entorno. Baste decir que en España sólo había
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dos grandes ciudades, Madrid y Barcelona, habiendo aumentado la población de ciudades
como Zaragoza, Bilbao, Alicante o Valencia, entre otras, y residiendo la mayoría de sus
habitantes en zonas rurales con una tendencia, lenta aunque constante, al aumento de la
población urbana debido a los procesos de modernización. Al retraso habría que añadir o
achacarle una alta tasa de analfabetismo, que aunque en continuo retroceso durante el
período, en el año 1900 llegaba al 63,8% de la población. Además, el crecimiento
vegetativo era escaso. A pesar de tener una alta tasa de natalidad, ésta era contrarrestada
por una alta tasa de mortalidad; estamos hablando en 1900 de una tasa de mortalidad del
29 x 1000, sensiblemente más elevada que en los países de nuestro entorno. Por ejemplo,
Portugal, en el mismo año, tenía una tasa de mortalidad del 20 x 1000 y el Reino Unido
del 18 x 1000. El factor que más incidía en estos datos negativos era la mortalidad infantil,
de las más altas de Europa. Esto traía como consecuencia que la esperanza de vida al
nacer en 1900, en España, fuera de 35 años.
Una vez explicada de forma somera la situación socio-política en la que nacieron los
padres de los aviadores, vamos a dar un salto en el tiempo para situarnos en la segunda
década del siglo XX que como ya he mencionado es cuando nació la mayoría del colectivo
estudiado. En las dos primeras décadas del siglo XX el proceso de modernización español
sigue adelante, si bien de manera lenta. Esto se traduce en un descenso de la población
agraria a favor de los sectores secundario y terciario, aunque por ello España no deja de
ser un país predominantemente agrario en el cual, en el año 1920, el 57,22% de la
población se dedicaba a tareas agrarias en condiciones muy precarias, ya fuera en el caso
de los minifundios por el pequeño tamaño de la explotación o en el caso de los latifundios
por las míseras condiciones de vida a las que eran sometidos los obreros agrícolas. En
ambas situaciones, estas gentes llevaban a menudo una economía de subsistencia que
37
lastraba el consumo industrial y, por tanto, el desarrollo social y económico del país. En
cambio, en la parte positiva hay que resaltar que la tasa de analfabetismo, aún siendo alta,
se redujo de forma sensible y, además, se dio una disminución de la tasa de mortalidad
infantil gracias a la mejora de la higiene y de las condiciones de vida y al desarrollo de la
medicina. Resumiendo, España avanzaba lentamente hacia los parámetros de una
sociedad industrial: reducción de la población agraria respecto a la industrial y de
servicios, descenso de la mortalidad y de la natalidad y caída de la tasa de analfabetismo.
Todo este proceso se produjo a pesar de las zancadillas que algunos sectores sociales
ponían al avance del país, en concreto la gran burguesía terrateniente que no dio nunca el
gran paso adelante en la modernización de España por su firme propósito de seguir
manteniendo el control político y social del país.
En lo político, vamos a asistir a la crisis del régimen de la Restauración que va a dar lugar
a los sucesos de 1917 y a la posterior instauración de la Dictadura de Primo de Rivera, en
el año 1923, que va a terminar con el turno de partidos instaurado en 1876. La crisis
política del régimen de Alfonso XIII se va a dar, en palabras del profesor Tuñón de Lara
(TUÑÓN DE LARA, MANUEL: 1989, 18), debido a la incapacidad de la oligarquía
dominante por modernizar el sistema y a la incapacidad de la oposición (de la pequeña y
mediana burguesía y de la clase obrera) para imponerse social y políticamente al bloque
oligárquico dominante agrario-industrial, base del sistema político de la Restauración.
Como ya he citado, en este ambiente social, económico y político nacieron los futuros
aviadores republicanos. Pero, ¿a qué se dedicaban los padres de los aviadores
republicanos?
Las ocupaciones de los padres las he agrupado en grandes sectores productivos de una
forma muy general y de ello obtenemos el siguiente resultado: actividades agrarias, ya
fuera como propietarios o como arrendatarios; sector secundario en diferentes
actividades; trabajadores públicos y fuerzas de orden público; pequeños empresarios; y
profesionales de clase media.
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y arrendatarios y esa diferenciación social, la de agricultor y la de campesino se tenía muy
clara en la época, tal como nos lo explica Gregorio Gutiérrez:
“Yo nací el 17 de Noviembre de 1916 y mis padres eran agricultores. Eran agricultores,
no eran campesinos. Mi padre tenía labor de campo, tenía mulas, incluso algún empleado
y vivían aquí en Madrid. La mayoría de las tierras que tenía mi padre eran arrendadas,
eran tierras de otra gente que eran propietarios y no las cultivaban”.
Lo que viene a decirnos es que pertenecía a una clase media campesina no asalariada que
poseía sus propios aperos y algún empleado, con algunas tierras propias y otras
arrendadas. De lo que deducimos que la situación socio-económica de su familia estaba
por encima de la media de la gran mayoría de los agricultores españoles.
En la descripción que realiza de la realidad laboral de sus padres somos testigos del atraso
tecnológico de la agricultura española, pues no habla en ningún momento de maquinaria.
La agricultura española, excepto singularidades , como la Levantina, era una agricultura
extensiva, poco o nada mecanizada en su mayor parte, salvo excepciones, y con el gran
contraste entre los grandes latifundios de la mitad Sur de España y el minifundio de la
mitad Norte. Las propiedades de tamaño medio, como la de los padres de Gregorio, eran
minoritarias en relación con las anteriores y, en su menor proporción radica una de las
razones del atraso agrícola español, es decir, la falta de agricultores con propiedades de
tamaño medio que habría dado lugar a un mercado que hubiera alimentado a la industria
española. En su momento, las desamortizaciones realizadas en el siglo XIX por los
gobiernos progresistas deberían haber creado esta clase media campesina, pero solo
sirvieron para financiar el Estado y aumentar las propiedades de la gran nobleza y de la
burguesía agraria. El estancamiento social y político de esta clase social y la defensa a
ultranza de sus intereses por encima del interés nacional será una de las causas del atraso
socio-económico y, por ende, generará la inestabilidad política que arrastrará España en
el primer tercio del siglo XX.
“Yo vivía en una casita pero lo nuestro era algo distinto porque mis padres, como ya he
dicho, tenían labor y ahí había que tener mulas y los aperos de labranza y por eso
teníamos una superficie como de una hectárea pegada a la iglesia. Todo este terreno
estaba cercado. Ese terreno lo edificó un tío mío, hermano de mi padre, y ahí tenían una
especie de albergue, porque el transporte de entonces se hacía con mulas, caballos y
39
carros y entonces cuando se traía algo a Madrid se podían dejar los carros dentro y
había pesebres para pasar la noche antes de entrar en Madrid”.
Me gustaría destacar del párrafo anterior el retraso que había en España con referencia a
los países europeos de nuestro entorno en cuanto a las infraestructuras y medios de
transporte. Como es expresa en la entrevista anterior, eran medios primitivos, carros
tirados por animales, que pasaban la noche en las afueras de Madrid, para luego llevarlos
a la ciudad al día siguiente. Ahí tenemos también un apunte del atraso español en materia
de modernización al que ya hemos hecho referencia anteriormente.
“Yo nací en la Ciudad Lineal, nací junto a las tapias de la iglesia que había allí. La
iglesia que hay actualmente se hizo después, era otra la que había anteriormente.
Vivíamos en Ciudad Lineal, en la Calle Arturo Soria. Allí estaba la maquinilla de vapor
que iba a Colmenar a por piedras. Las traían de allí y eran las piedras que machacaban
para las vías del tren. Enfrente de mi casa estaban las oficinas de la Compañía y estaba
también una especie de almacén. Con esto quiero decir que todo aquello era campo. La
mayoría de los propietarios en Ciudad Lineal eran empleados, funcionarios. En aquellos
momentos Madrid era un pueblo, Madrid no vivía más que de la construcción y de los
funcionarios”.
Un caso diferente, siendo también agricultor, es el de Justo César Sol Arias, asturiano.
El esquema de propiedad agraria en Asturias es de pequeña explotación, de minifundios,
40
diferente a la propiedad media que podía explotar el padre de Gregorio Gutiérrez. Según
explica Justo, era casi una agricultura de subsistencia:
“Mi padre, en aquellos tiempos, era agricultor, trabajando las pocas propiedades que
tenía. (…) Había nacido en Pesoz. Las tierras eran nuestras pero eran muy pocas y de
pequeño tamaño porque donde vivíamos nosotros era una zona donde todo eran laderas
de montaña, había que trabajar mucho para que produjeran algo. Yo me acuerdo que
trabajaban todo el año para tener algo de trigo, centeno, maíz y vid. El trigo no se daba
apenas y el centeno era el pan nuestro de cada día. (…) Todavía quedan en el pueblo
muchos pedazos de tierras pequeños que la gente ya no los trabaja porque los que araban
las fincas ya no están, y los hijos ya han estudiado sus carreras y no residen en el pueblo,
se han ido donde hay trabajo.”
Pero no se queja de su vida, admite que había gente que vivía peor, que ellos no andaban
demasiado mal y, en el hecho de esta mejor situación, menciona a sus abuelos, emigrantes
en Madrid y vueltos al pueblo con ahorros. De hecho mucha gente en Asturias combinaba
la agricultura con otra ocupación para mejorar la economía familiar. Se daban casos
donde el hombre de la familia tenía un oficio, el que fuera, y la mujer se dedicaba a la
casa y a las tareas de cultivo de las pocas tierras que tenían en propiedad. Esto lo explica
muy bien Justo:
“Era una vida humilde, pero dentro de los humildes éramos de los que mejor estábamos.
Teníamos una casa muy buena que habían hecho mis abuelos, que habían estado
trabajando en Madrid. Mi abuelo fue lo que se llamaba entonces administrador de
correos y recibía unos cuatro mil o siete mil reales de sueldo al año y también se dedicaba
a ser portero de las casas de los ricos. Con eso hicieron dinero y en un momento dado
decidieron volver al pueblo. En el pueblo tenían una casa vieja, pero cuando llegaron,
hicieron una casa nueva. Era una casa magnífica que se conserva todavía.”
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“Mis padres eran labradores, y además tenían un negocio de comercio de ultramarinos
en Pozuelo de Alarcón. (…) Por aquella época teníamos dos casas, una que llamábamos
la casa de labor y que la teníamos en propiedad y otra que teníamos alquilada. La casa
de labor era una casa de unos cuatrocientos metros cuadrados. Esta casa se utilizaba
para las labores agrícolas y, además, tenía habitaciones para una familia entera,
cuadras para las caballerías y un patio muy amplio en el que se criaban cerdos, gallinas,
conejos y patos. La otra casa era alquilada y allí era donde teníamos el comercio de
ultramarinos y la vivienda donde vivíamos nosotros”.
Al igual que en los ejemplos anteriores, en la descripción que hace Francisco no se hace
mención a ninguna forma de innovación en materia agrícola. Solo se habla de establos,
animales y aperos tradicionales. Es un ejemplo más del atraso agrícola que se vivía en la
España de preguerra en un pueblo de la zona metropolitana de Madrid que en los años del
desarrollismo sufrió un fuerte crecimiento urbanístico, sobre todo en viviendas de tipo
medio y alto.
Uno de los indicadores de la mejora de las condiciones de vida, el agua corriente potable
en las viviendas, no existía en ninguno de los casos anteriores, había que conseguirla, ya
fuera en pozos excavados en las propias viviendas o por personas que se dedicaban a
distribuir agua potable. En las casas de labranza no existían tampoco elementos sanitarios.
Las necesidades fisiológicas se hacían en las cuadras de los animales. Gregorio y
Francisco nos informan de esta situación:
Gregorio Gutiérrez: “En una palabra, que vivíamos en unas circunstancias como se vivía
entonces. A todo esto, si se tenía que hacer una necesidad se iba a las cuadras. No había
agua corriente en la casa, había un pozo dentro de la casa que daba buen agua pero no
para beber. Comprábamos agua a los aguadores que traían agua a Madrid, agua del
Lozoya que llamábamos y esa agua se metía en tinajas y se utilizaba para cocinar y para
beber y el agua del pozo para todo lo demás”.
Francisco Cortés: “En aquel tiempo, en Pozuelo, no teníamos agua en la casa, teníamos
que transportarla hasta la misma. Nosotros teníamos una mula pequeña con un serón en
el que se podían colocar cuatro cubas para el agua. Yo tenía que hacer cuatro viajes
42
diarios. El agua que se traía a casa la depositaba en una tinaja de barro cocido y era la
que utilizábamos”.
Gregorio Gutiérrez nos cuenta cómo al quedarse viuda su madre se volvió a casar y se
cambiaron de vivienda, yendo un tío de Gregorio a vivir a la casa en la que él nació. La
nueva vivienda estaba muy cerca de la anterior, y allí mismo montó lo que sería la taberna.
Su marido se dedicaba a las labores agrícolas.
“En esta nueva vivienda mi madre cambió una puerta y la abrió dando a lo que es ahora
la Calle de los Misterios y que entonces era el Camino de la Cuerda. Allí en esa pequeña
habitación puso una mesa y sillas y con unas frascas de vino empezó a vender vino allí.
No había mostradores. Mi madre y mi hermano de 14 años despachaban todo aquello.
Mi hermano ha sido siempre muy despierto para los negocios, ha sido un negociante. En
el mismo edificio en el cual vivíamos nosotros había una taberna que me parece que
anteriormente no sé si la tuvo mi padre; no recuerdo, pero ahora la tenía otra persona y
nosotros a esta persona le traíamos el vino de Morata de Tajuña. Mi hermano empezó a
despachar de ese vino, pero sin mezclarlo con agua por lo que a la gente le gustaba el
vino allí. En resumidas cuentas aquello empezó, empezó, empezó…, y entonces, más
adelante, en la habitación completa se puso un mostrador. En resumidas cuentas, al final
fue una taberna famosa en Madrid, El Gato Negro”.
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El caso de Francisco Cortés es diferente, el negocio ya lo tenía la familia cuando él nació
y explica cómo funcionaba la tienda regentada por su madre:
Resumiendo, de los tres casos que hemos tratado dos son familias que vivían de forma
sencilla pero sin agobios económicos. Gregorio y Francisco confiesan que no pasaron
necesidades nunca, sus familias poseían tierras propias o arrendadas y contaban con sus
propios aperos, animales de labranza y trabajadores contratados. A esto se unía la faceta
del negocio familiar que complementaba las rentas producidas por el campo. El caso de
Justo César es diferente, pues estamos hablando del minifundio asturiano con pobres
rendimientos, casi de subsistencia. Esto hace que la economía de la familia de Justo César
se complementara con los ahorros que habían hecho los abuelos en su emigración a
Madrid.
Una vez repasado el tema de los padres que se dedicaban a tareas agrícolas, vamos a
entrar a estudiar a los padres cuyas profesiones se pueden encuadrar en el sector
secundario. Como podemos suponer, éste es muy variado en cuanto a profesiones. Las
que nos hemos encontrado son trabajadores del ferrocarril, madera, cerámica, obreros
industriales, mecánicos, etc. En todo caso, debemos destacar que en algunas ocasiones el
trabajo desarrollado se compatibilizaba con otras ocupaciones para aumentar los ingresos
familiares.
En el caso de Joaquín Calvo nos encontramos con unos padres oriundos de un pueblo de
Valencia, Chelva, que emigran a Aranjuez, primero, y luego a un barrio de Madrid,
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Canillejas. Joaquín nos habla de una profesión desaparecida, la de los madereros que
transportaban los troncos por el río y del hecho de que su abuelo era un responsable de
aquellos madereros. Asimismo, con su descripción, entramos en la problemática del paro,
ya que el padre de Joaquín se queda sin empleo y entonces entran en juego las
solidaridades familiares para ayudar a la familia, muy importantes por entonces. No
olvidemos que, en estos momentos, no había seguro de paro. Además, las personas se
cambiaban de residencia si la situación lo requería, llevándose consigo a toda la familia.
Joaquín nos explica cual fue la trayectoria laboral de su padre:
“Mi padre y sus hermanos estaban empleados en una fábrica aserradora de maderas,
porque mi abuelo paterno era un contratista que traía madera de los montes de Cuenca;
cortaban los pinos y los traían por el río Tajo hasta Aranjuez; los madereros, los
llamaban. Mi abuelo era el jefe de los madereros. En la fábrica de madera de Aranjuez
se hacían todos los cajones para la Tabacalera y estuvo funcionando hasta que dejaron
de hacer los cajones y por entonces mi padre se quedó sin trabajo y entonces como
teníamos un pariente en Canillejas que era dueño de muchas tierras nos trajo aquí. Y
aquí es donde yo me hice un chavalillo ya mayor. En Canillejas mi padre se colocó en
una fábrica de ladrillos, nunca se dedicó a la tierra”.
Amancio Baltanás nos habla de su padre ferroviario. El hecho de que su progenitor fuera
ferroviario hizo que llevara una vida nómada residiendo en varias localidades españolas.
Nos lo cuenta de la siguiente manera:
“Yo soy nacido en Soria, en un pueblo de Soria que hace frontera con la provincia de
Burgos que se llama Langa de Duero. Por aquella cosa del ferrocarril, a mi padre le
trasladaban con cierta frecuencia. Éramos ocho hermanos, yo era el séptimo, detrás de
mí había una hermana que nació en Guadalajara, que es el último sitio donde estuvo mi
padre antes de ir a Ciudad Real. A Ciudad Real yo fui con ocho años y estuve allí hasta
que empezó la guerra”.
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El padre de Amancio Baltanás compatibilizaba su tarea de empleado de ferrocarriles con
la labor de constructor de carros. El oficio venía del abuelo de Amancio que ya tenía un
taller que se dedicaba a esta actividad. Amancio lo recuerda y da más importancia a la
construcción de carros en la vida de su padre, profesionalmente hablando, que al
ferrocarril:
“Porque mi padre lo que había sido verdaderamente toda su vida era constructor de
carros. Mi abuelo tenía un taller de carretería donde fabricaban carros con lanza.
Muchas veces mi padre me decía que le ayudara, eso era cuando estábamos en
Guadalajara. Estuvimos en el Henares, yo creo que ya no existe ni la estación. Era una
estación antes de llegar a Espinosa. Pues allí estaban aquellos carros que yo conocí. Mi
padre también hacía puertas para la casa de la abuela. Mi abuela tenía una casa en
Almoradiel, grandísima, tenía cosa de fincas de trabajo, de tierras.”.
El padre del alicantino Luis Sancho era un mecánico padre de una familia numerosa, tal
como nos lo describe Luis:
“(…) nací en Alicante el 29 de Junio de 1918. Mi padre era mecánico y había nacido en
Alcoy. Éramos diez hermanos. Mi padre murió joven, tenía 34 años y mi madre quedó a
cargo de todos nosotros”.
Otro hijo de obrero fue Pedro Muñoz, cuyo padre trabajó como asalariado en diversas
ocupaciones, trasladándose de un lugar a otro de la geografía española según donde le
saliera trabajo para mantener a su familia. De acuerdo al testimonio de Pedro, su padre
llegó a trabajar con Largo Caballero en la época en que su ocupación era la de albañil, ya
que el líder de la UGT y del PSOE era de profesión estuquista. Así lo explica Pedro:
“Mi padre se llamaba Pedro Muñoz Andrés y era de oficio fogonero de la Resinera, en
Aguilafuente, provincia de Segovia, y cuando se casó con mi madre, que se casaron en
Coyado Hermoso, pueblo también de la provincia de Segovia, se marcharon a Madrid.
(…) En Madrid mi padre trabajó como albañil, no sé los años, yo todavía no había
nacido. He oído por conversaciones entre mi padre y mi madre que trabajó con Largo
Caballero; Largo Caballero era estuquista y mi padre trabajó con él de albañil.”
46
“Mi padre trabajaba entonces en el Puerto de Sagunto. Él iba a trabajar en el tren de
Ojos Negros y los sábados venía a visitarnos a casa y pasaba el fin de semana con
nosotros. Luego se marchaba otra vez a trabajar. Recuerdo que traía unas sandías
grandísimas”
“No recuerdo bien, pero en el año 1928 o 1929 nos fuimos a vivir a Sagunto. Mi padre
seguía trabajando en el Puerto de Sagunto. (…) En Sagunto vivíamos en un almacén de
naranjas, en una habitación que había allí y en este lugar dormía la familia. Por las
noches teníamos que cerrar porque aquello era un almacén grandísimo. En aquel
almacén había unas cubas donde se recogía el mosto y donde se recogían las naranjas”.
Pasado un tiempo al padre de Pedro le dieron una casa de las que llamaban de la compañía.
Era una casa de los Altos Hornos para la que sus obreros residieran en ella. Era algo
habitual en la época y algo que también se daría posteriormente, que las empresas crearan
barrios cerca de la factoría para sus trabajadores con alquileres muy asequibles.
“Más tarde a mi padre le dieron una casa de la Compañía, como las llamaban. En
aquellos momentos mi padre trabajaba como albañil en los hornos de acero, fue de los
que empezó a levantar los hornos de acero del Puerto de Sagunto, la antigua Siderúrgica
del Mediterráneo Sota y Aznar, que se llamaba entonces.”.
Más tarde, el padre de Pedro Muñoz volvió a cambiar de trabajo y se colocó en los Altos
Hornos como operario de la planta dejando su oficio de albañil, lo que hizo que los
ingresos de la familia crecieran y vivieran más holgadamente, como nos cuenta Pedro:
47
“Mi padre, en aquella época, ganaba unas cinco o seis pesetas diarias, para cinco
personas era poco. Pero mi padre tuvo la suerte de cambiar de trabajo, de albañil cambió
a ayudante de cucharero que llamaban allí, que era el que llevaba un depósito muy
grande con treinta o cuarenta toneladas de acero fundido y que lo iba pasando a otros
depósitos más pequeños. Empezó ganando once pesetas y, más tarde, ya ganó quince
pesetas, que ya era un sueldo bastante bueno.”
El periplo laboral de Pedro Muñoz Andrés, padre de Pedro Muñoz, nos informa acerca
del proceso de industrialización y de la modernización del país que se estaba produciendo
entonces, aunque fuera de manera lenta. Fue un hombre que emigró de un entorno rural
en Segovia, pasando por Madrid y terminando en la periferia mediterránea en una
ocupación industrial.
Trabajador industrial cualificado fue el padre de Juan Goicoechea en una de las pocas
zonas de España donde se estaba desarrollando una verdadera industria con base en la
minería de hierro, me estoy refiriendo al País Vasco. El padre de Juan era trabajador en
una fundición en la localidad de Alsásua, en Navarra, casi en Guipúzcoa:
Como ya hemos comentado líneas más arriba, muchos obreros industriales completaban
su salario con el cultivo de tierras para el autoconsumo, si bien en algunos casos eran las
mujeres quienes llevaban a cabo esta tarea pero otras veces era el propio hombre de la
casa. También la economía familiar se veía favorecida en las zonas de montaña o boscosas
por la práctica de la caza. Los hombres salían a cazar y en muchas ocasiones era una base
importante de la dieta familiar. El ir al monte también significaba coger leña para la
calefacción en invierno, cuestión muy importante en zonas frías como puede ser Alsásua.
“Cuando tenía diez años mi padre me solía llevar al monte los domingos y los días
festivos, ya que el resto de los días trabajaba en la fundición. Entonces la jornada del
48
trabajador solía ser de doce horas. Entonces los hombres no tenían tiempo para el ocio,
simplemente salir de paseo. El poco tiempo que les quedaba se dedicaban a los trabajos
de la casa, ir a las fincas para sembrar patatas, maíz y algunas legumbres. Así que los
domingos y fiestas los dedicábamos a ir al monte. Íbamos muchas veces para hacer leña
para el invierno”.
El murciano Juan Meroño Pellicer, como él mismo dice en sus memorias, fue hijo de una
familia muy humilde, ya que su padre se dedicaba a la construcción:
“Yo pertenezco a una familia pobre y numerosa, obrera (…) Mi padre me llevó consigo
a la construcción de un pantano en un apartado rincón de la cuenca del Río Mundo…”
(MEROÑO PELLICER, FRANCISCO: 2004, 13).
Otro testimonio interesante es el del mecánico catalán Josep Capellades en el que nos
volvemos a encontrar la dicotomía campo-industrialización. En una recensión sobre sus
memorias realizada por David Iñiguez, este último nos indica:
En la misma línea que el anterior, el padre del abulense Albino Garrido combinó el trabajo
del campo con el trabajo en las canteras. Así nos lo relata su hijo:
“Mi padre, Albino Garrido San Juan, nacido en Tornadizos de Ávila el 5 de Febrero de
1919. Fue a la escuela hasta los once o doce años y después, siendo el hijo mayor,
acompañó a su padre y le tocó trabajar bastante en el campo y en las canteras de
Granito”.
El padre del valenciano Miguel Chasán fue un empleado público, primero fue pesador y
luego trabajador del manicomio provincial, aunque siempre residiendo en su lugar de
9
Revista Ícaro (nº 100), 2010.
49
origen, en Castellar, pueblo cercano a Valencia. Al igual que en el caso de Goicoechea y
otros muchos, completaba su salario público con la agricultura:
“Era pesador público. Por aquel entonces cogía la romana y se dedicaba a pesar
productos agrícolas. (…) Después mi padre fue empleado del manicomio provincial. Era
un trabajador más de la institución, custodiaba a los enfermos y todo eso. La vida laboral
de mi padre se terminó en el manicomio después de la guerra”.
El padre de Miguel Chasán fue represaliado laboralmente cuando terminó la guerra, como
otros muchos miles de españoles, por el hecho de ser republicano, teniendo que pasar
multitud de estrecheces económicas debido a este hecho. Más tarde, ya bajo el nuevo
régimen, sería rehabilitado en su puesto de trabajador del manicomio. Fue a comunicarle,
en su propio domicilio de Castellar, la vuelta a su antiguo puesto de trabajo en el
manicomio de Valencia el mismo alcalde de esta ciudad que lo tenía en alta estima por lo
que había hecho durante la guerra civil, en base al testimonio del conductor que iba con
el padre de Miguel Chasán. Lo sucedido al padre de Miguel Chasán le sucedió a otros
muchos como ya he dicho y fue una operación de depuración en el ámbito de los
trabajadores públicos que afectó a miles de españoles no afectos al nuevo régimen. En
algunos casos, la expulsión del puesto de trabajo era inmediata, en otros, pasaban un
proceso de depuración, cuya resolución podía ser favorable y, en ese caso, recuperaban
su puesto de trabajo o, por el contrario, eran expulsados de la función pública, quedando,
en la mayoría de las ocasiones, en una situación más que complicada para la supervivencia
de las familias. Además, resalta la honradez de su padre durante la guerra civil cuando se
dedicó al intercambio de productos agrícolas por alcohol en la zona de Requena para el
manicomio y el Hospital General de Valencia sin esperar ninguna recompensa por ello.
Esta actividad humanitaria relatada por el chófer que iba con él le servirá para que, pasado
un tiempo, pueda volver al manicomio como empleado del mismo. El episodio nos lo
relata su hijo Miguel:
“Cuando terminó la guerra, enseguida, a todos los que no eran de Falange los echaron
a la calle, se quedaban sin trabajo. A mi padre le echaron inmediatamente. Claro, le
quitaron el sueldo que tenía y lo dejaron limpio. Yo, en aquellos momentos, ya estaba en
la cárcel. Y mi pobre padre tenía que ir a pescar con una red anguilas o cualquier otro
pescado a La Albufera para darnos de comer a la familia. ¿Qué clase de hombre fue
durante los tres años de guerra para no hacerse millonario con aquello que llevaba?
50
Porque él no tenía ningún control de nadie; no sabía nadie lo que había hecho aquí o
allá, hoy voy con patatas, allá voy con arroz, el otro día con … y ahí no había nadie que
controlara nada. Mi padre no iba más que a cambiar con éste o con el otro lo que luego
podía llevar al manicomio o al Hospital. Ahí se ve lo que es un hombre. Y bueno, podría
seguir contando sin parar cosas notables de mi padre”.
“Bueno, está bien, soy un pobre que no tengo una perra, pero tenga en cuenta lo que voy
a decir, que si yo tengo que renunciar a mis ideales autonomistas, a mí, que no me esperen
en el manicomio porque yo soy igual que era antes. Antes me echaron por no ser de
Franco, por tanto si tengo que renunciar a mis ideales que no me esperen”. A lo que
respondió el alcalde franquista de Valencia: “Si todos fueran como usted yo también sería
autonomista”.
Otro empleado público, pero esta vez perteneciente a las fuerzas de orden público, era el
padre de Luis Figueroa González. Era guardia civil y murió durante la guerra. La que
sería su nuera, Felicitas, también era hija de guardia civil. Felicitas, en su testimonio, nos
narra que ambos guardias civiles, su suegro y su padre, siempre fueron fieles a la
República, y que eran una minoría en un cuerpo donde había una mentalidad muy
reaccionaria entonces. Así nos lo describe Felicitas:
En relación con aviadores que tuvieron padres dedicados a profesiones liberales con
buena posición económica, tenemos algunos casos como pueden ser los de José María
51
Bravo, Ramón Jiménez Marañón o el mismo hijo del primer ministro de la República
durante la guerra, Rómulo Negrín.
José María Bravo, en sus memorias, nos cuenta que sus padres trabajaban como personal
administrativo en una compañía de ferrocarril radicada en Madrid y resalta su faceta como
personas amantes de la montaña madrileña:
Carlos Lázaro, en la semblanza biográfica que hace de Ramón Jiménez nos relata sus
orígenes y parentescos con personas relacionadas con las profesiones liberales como era
el eminente médico y escritor Doctor Marañón:
“Nacido en Santander, Ramón Jiménez Marañón, era miembro de una familia cuyos
antepasados participaron en la exploración del río Amazonas y, en la etapa
contemporánea, tenían como figura señera al doctor Gregorio Marañón (que era su tío
por parte de padre)”10
Y dentro de este grupo, que podemos ya contar de la muy conocida peripecia vital del
Doctor Negrín, padre de Rómulo Negrín, primero como discípulo de Don Ramón y Cajal,
luego como profesor de la Universidad para terminar siendo Jefe de Gobierno de la
República durante la Guerra Civil, pasando al exilio al terminar ésta.
Dentro del grupo de no asalariados, ya hemos hablado de los padres que se dedicaban a
la agricultura y que, en los casos mencionados eran propietarios de sus tierras o
arrendatarios. Asimilados a esta condición social estaban los pequeños y medianos
propietarios de negocios, tanto urbanos como los establecidos en zonas rurales. Era un
10
Revista Ícaro (nº 88), 2006.
52
grupo social muy heterogéneo en los planos social, político y económico, en una escala
que podía ir desde el que tenía un pequeño negocio como una tienda o una taberna hasta
el propietario de una pequeña fábrica donde empleaba a un cierto número de trabajadores.
Dentro de este grupo, estaba el padre del observador Juan Francisco Gómez. Oriundo de
Motilla del Palancar, tenía un negocio de calderería especializado en la fabricación de
alcohol. Así nos lo describe Juan Francisco:
El caso del padre de Ángel Sanz es diferente al anterior. Se trata de un caso claro de
ascenso social. Siendo trabajador asalariado como mecánico ferroviario, con unos ahorros
consiguió montar su propio negocio que, con el paso del tiempo, fue en ascenso en el
madrileño barrio de Vallecas.
“(…) mi padre y un tío mío que se llamaba Juan se dedicaban a reparar un tren que
había en aquella época que iba de la Azucarera de Arganda hasta la Estación del Niño
Jesús, en Madrid. Al ser ellos los encargados de reparar el tren siempre iban montados
en él, ya que parece ser que se estropeaba de vez en cuando y, por tanto, siempre
necesitaban llevar uno o dos mecánicos”.
El ascenso social de la familia de Ángel Sanz, que pasó de ser un asalariado a tener más
de una ferretería y un taller de acero inoxidable en una zona obrera como era Vallecas, lo
describe con meridiana claridad en el siguiente párrafo:
“Pasados los años mi padre se hizo con unos ahorros y compró con la ayuda de mi tío
una ferretería en el Puente de Vallecas. Después mi padre se quedó solo con el negocio.
Él siguió trabajando solo. Era una fiera trabajando, trabajaba 16 ó 18 horas al día, no
sé. Más tarde mi padre consiguió comprar otra ferretería y luego otra y compró también
un taller de aceros inoxidables. Vivíamos en el Puente de Vallecas, pero más bien como
una familia acomodada”.
53
También pequeño empresario pero en otra faceta, era el padre del mecánico Antonio
Vilella. Formaba parte de los que se denominaban entonces traperos, personas que se
dedicaban a menor o mayor escala a la recogida de materiales de deshecho o de otra
procedencia para poder aprovecharlos o revenderlos; era una actividad que anticiparía lo
que en el futuro sería el reciclaje. Era un trabajo muy duro y sacrificado. Así nos lo explica
Antonio Vilella:
“Mis padres vivían en Barcelona y eran traperos. Es decir, aprovechaban todos los
materiales y de aquello se vivía en mi casa. Fue una época de grandes sacrificios y
penurias pero también muy gratificante”.
El alicantino Ernesto Marimón procedía por ambas partes, paterna y materna, de familias
acomodadas dedicadas, respectivamente, al mundo de los negocios y a temas jurídicos.
El abuelo paterno de Ernesto era un hombre dedicado a los negocios, en principio de vinos
y licores, ampliándolo con el tiempo a actividades comerciales del ámbito de la papelería
y librería gestionadas de forma familiar. En este entorno familiar, comenzó a trabajar el
padre de Ernesto Marimón. Además, era propietario de fincas en el campo. Por parte
materna, su abuelo era un procurador que llevaba la defensa de grandes empresas como
MZA, bancos o entidades públicas como el Ayuntamiento de Alicante. Además, y esto
era un síntoma de buena posición social, vivían en casa propia, cosa poco habitual en la
época. Así nos lo cuenta Ernesto Marimón:
“Mi abuelo por parte de padre era hombre de negocios, muy entendido en cuestión de
vinos y licores. Procedía de Cataluña y tenía una finca de su propiedad, a la que
llamaban “La Huerta”, en la que tenía una gran bodega llena de toneles de gran
capacidad para abastecer de vino a Alicante y su provincia. Además, en el centro de
Alicante, tenía una tienda de vinos y licores en la que se despachaba, por litros, vinos de
diferentes calidades a las casas particulares del centro de Alicante. Entonces no había,
como ahora, envases conteniendo vino, se iba diariamente con la botella a la tienda de
vinos para que te la llenaran. Había excepciones como el servicio a las casas de garrafas
de cuatro, ocho o dieciséis litros de vino. Es decir, que se dedicó al comercio del vino a
gran escala.
El encargado de ese negocio era su hijo Enrique, mi tío Enrique. Luego montó una
papelería que posteriormente sería también librería, de la cual estaría encargado mi
54
padre. Es decir, mi abuelo era el propietario de todo, pero sus hijos le llevaban los
negocios y les pagaba muy bien a pesar de tener fama de tacaño. (…) Lo que quiero
expresar contando todo esto es que, si bien, mi familia no era rica, su situación
económica era muy buena”.
Tal como he mencionado líneas más arriba, el abuelo materno era un procurador que
trabajaba para empresas e instituciones muy importantes en el momento:
“Mi abuelo materno era procurador de tribunales, y tenía mucha celebridad porque, con
el abogado de más renombre de Alicante, tenían a su cargo la defensa jurídica de las
principales entidades: Ayuntamiento, banca, Ferrocarriles MZA (Madrid, Zaragoza,
Alicante). Era una persona de gran influencia en la ciudad de Alicante y en la provincia”.
El padre de José García Lloret se dedicaba al transporte de mercancías con un carro. Pero
completaba su actividad con tareas relacionadas con las naranjas, ya fuera la recolección
o fabricar envases para su comercialización. Ya lo he comentado, el cultivo de la naranja,
junto con la almendra, eran dos productos de exportación de primer orden en la agricultura
valenciana y base de la economía regional. Además, eran las más modernas en cuanto a
técnicas de explotación, y en su mayor parte eran propiedades medianas, con lo que se
evitaban los desequilibrios sociales, laborales y económicos causados por el minifundio
de la Meseta Norte y de los latifundios de la mitad Sur de España. Más tarde, dejaría la
actividad de transporte, para, al igual que la familia de Gregorio Gutiérrez, montar una
pequeña taberna en su pueblo. La descripción que hace Antonio del oficio de carretero de
su padre nos muestra de nuevo el atraso en materia de transporte en que se encontraba
España en aquellos momentos, teniendo en cuenta los tiempos de los que estamos
hablando, la segunda y la tercera década del siglo XX:
“Mi padre era carretero y se dedicaba a transportar mercancías de un lugar a otro. Fui
pocas veces con él porque a mi madre no le parecía bien que yo acabara siendo carretero.
Mi padre tampoco estaba entusiasmado con su suerte y nunca insistía en que fuera con
él. De todos modos, en la temporada de recolección del arroz yo le ayudaba a descargar
los sacos de arroz de 50 kilos que normalmente había que subirlos al granero por las
escaleras. El caballo que tiraba era muy fuerte y por delante iba el burro que era muy
listo. Cuando había que regresar a casa se le daba la orden al burro, y aunque mi padre
se durmiera, el carro siempre llegaba a casa por el camino más corto”.
55
Con el tiempo, el padre de Antonio Lloret abandonó el oficio de transportista con su carro
y abrió una taberna en el pueblo regentada de forma familiar. Era muy habitual que la
totalidad de la familia se implicara de una manera u otra en los negocios familiares.
Además, la descripción realizada por Antonio nos ilustra sobre cómo era la vida cotidiana
y las costumbres en aquellos años y sobre la agricultura de la región valenciana. Esta
actividad, tal como nos lo explica Antonio, la compaginaba con la fabricación de cajas
para el envase de las naranjas:
“Durante esta época mi padre dejó el carro, se hicieron reformas en casa y montaron
una taberna. Además, mi padre trabajaba de carpintero haciendo cajas para envasar
naranjas. (…) En la taberna se reunían los labradores para almorzar después de haber
estado arrancando o plantando arroz desde las cuatro de la mañana. Durante la
temporada arrocera solían venir con su carne fresca. Traían enganchadas en una rama
varias ratas limpias y preparadas para freír con ajos. Las ratas las cazaban con perros
de una raza especial. Estas ratas se comían el arroz de los campos y eso era el motivo
para que se dedicaran a cazarlas y comerlas. La verdad es que estaban deliciosas. Más
finas y deliciosas estaban todavía las ancas de rana fritas que pescábamos en los
arrozales. Durante el período de siega teníamos mucha clientela. Algunos se quedaban
incluso a dormir en lo que había sido el pajar de la cuadra. Eran segadores que desde
los pueblos de la sierra bajaban a ganarse el jornal”.
“Éste fue un período muy agitado, pero recuerdo que trabajábamos mucho. Mi padre
trabajaba en el almacén de naranja y yo también trabajaba en él. Teníamos la taberna
y, además, llevábamos dos campitos de huerta, uno que era de mi madre, cerca del
pueblo, y el otro arrendado que estaba en Bengida. En el primero, plantábamos maíz,
judías verdes, sandías, melones, etc., mientras que en el segundo cultivábamos arroz para
semilla. Este último daba mucho trabajo para conseguir que la semilla resultara buena.
Con mucha frecuencia teníamos que meternos dentro del arrozal para quitar las malas
hierbas que solían crecer junto al arroz. La siega también daba faena, pero lo más pesado
e insoportable era la trilla que se hacía con el caballo, pues al ser para semilla no
56
podíamos hacerlo en la trilladora. Lo más molesto era la limpieza final del arrroz que se
hacía lanzando el grano en palas contra el viento. Los granos caían en el montón
mientras que el polvo se te metía por todas partes y picaba mucho. Todo esto había que
hacerlo a pleno sol y siempre lo llevé mal”.
El aviador Celestino Díaz, en la semblanza que hizo de Juan Pedro García, nos habla de
los padres de Juan Pedro. Al igual que otros compañeros suyos, su familia regentaba una
taberna y además tenían un camión. Como es habitual en otros casos, la familia ejercía
varias actividades para aumentar los ingresos:
“Juan Pedro era el hijo mayor de un matrimonio que residía en Archena, donde
regentaba un establecimiento de bebidas (taberna) pero que también hacían comidas.(…)
Por ser el primogénito enseguida se dio cuenta de que debía ayudar a mantener el sostén
del negocio y en tal sentido dejó sus estudios y, como quiera que tenían un camión, no
esperó a tener la edad para obtener el carné de conducir y desde entonces tomó el volante
del vehículo para el servicio propio y atender a los clientes”11.
El mismo Celestino Díaz, en otra pincelada biográfica que hizo de otro aviador, Antonio
Cano, nos habla de la familia de éste. El padre de Antonio Cano era un sastre manchego
de Ciudad Real que alternaba las telas y las agujas con las labores agrícolas con la ayuda
de su esposa, como ya hemos visto en otros casos:
“Era hijo de un matrimonio manchego. Su padre era sastre y su madre una mujer
hacendosa que además de criar a sus ocho hijos, que ya es bastante, participaba en otras
tareas del medio rural”12.
En cuanto a la estructura de las familias, nos encontramos muchos casos con familias
numerosas de cinco hijos o más, lo que confirma la alta tasa de natalidad que había en
España. Por otro lado, se observa también con cierta frecuencia la muerte temprana de
alguno de los progenitores, en especial de los padres (Ernesto Marimón, Gregorio
Gutiérrez, Luis Sancho, Justo César Sol, entre otros) lo que hacía que, en algunos casos,
las mujeres se pusieran al frente de la economía familiar; en otros los abuelos ayudaban
a las familias o se daba el caso de que la mujer contrajera nuevas nupcias. También se
11
Revista Ícaro, (nº 90), 2007.
12
Revista Ícaro (nº 91), 2007.
57
presentan casos de la muerte prematura de la madre, aunque en menor medida. Según
datos del INE la esperanza de vida de los hombres al nacer estaba en 1920 alrededor de
los cuarenta años, mientras que la de la mujer era un poco más alta. Ya en 1930, y
siguiendo los datos del INE, la esperanza de vida de los hombres era de cuarenta y cinco
años y la de la mujer alcanzaba los cincuenta.
CONCLUSIONES
1.- La mayoría de los padres de los aviadores tuvieron ocupaciones que hicieron que no
tuvieran carencias de necesidades básicas, salvo alguna excepción que se puede entrever
en alguno de los testimonios. Incluso algunos tenían sólidas posiciones económicas que
perfectamente encajaban en lo que podríamos llamar clase media, lo que les permitía tener
tiempo para el ocio (excursiones, vacaciones), actividad muy restringida en aquellos
momentos.
2.- Era habitual el compaginar varias actividades de tipo laboral, ya fueran asalariados o
propietarios de su propio negocio. Así, vemos trabajadores asalariados que complementan
su salario con el cultivo de pequeñas parcelas agrícolas o con otras actividades también
por cuenta ajena. En el caso de personas que tienen sus propias tierras suman a esta labor
actividades comerciales como la apertura de tabernas o tiendas.
5.- Los medios de transporte eran muy anticuados respecto a los países de nuestro entorno
europeo. Los aviadores nos hablan con total naturalidad del transporte de mercancías en
carro en la tercera década del siglo XX.
58
6.- Efecto del proceso de modernización de la sociedad española se estaban produciendo
movimientos de población del campo hacia la ciudad y del centro geográfico hacia la
periferia más industrializada.
Uno de los hechos más significativos del régimen de la Restauración, sobre todo en sus
inicios, fue la desmovilización política de las masas y la manipulación del sufragio a
través del sistema caciquil. La experiencia del Sexenio había dejado muy tocadas a las
fuerzas de progreso, ya fueran liberal-demócratas, republicanas o del movimiento obrero.
Es más, en los primeros momentos de la Restauración, de la mano de Cánovas del
Castillo, se produjo un movimiento de involución que dejó a muchas de estas fuerzas en
la ilegalidad, ejerciéndose la represión gubernamental sobre ellas. La instauración del
sufragio universal por parte de Sagasta en la década de los noventa del siglo XIX, junto
con una política permisiva hacia las fuerzas políticas al margen del turno de partidos, van
a abrir cauces de participación política que antes estaban vedados.
Paulatinamente, con el paso de los años, las fuerzas de oposición se fueron reorganizando,
ya fueran las organizaciones republicanas o el movimiento obrero, que durante este
período vio nacer al Partido Socialista (PSOE) y a la Unión General de Trabajadores
(UGT), fundadas, respectivamente, en 1879 y 1888. El anarquismo, debido a las fuerzas
centrífugas que siempre albergó, tendrá que esperar al año 1910 para estructurar una
organización a escala nacional como sindicato, la Confederación Nacional del Trabajo
59
(CNT), y ya en la tercera década del siglo XX, en la faceta más política del anarquismo,
asistiríamos al nacimiento de la FAI (Federación Anarquista Ibérica).
Pues bien, los padres de los aviadores se van a mover en este ambiente político dominado
por los partidos del turno, Conservador y Liberal; en la oposición, encontramos a los
republicanos y socialistas y, en el otro extremo del panorama político, a los carlistas, sin
olvidar al anarquismo como gran fuerza del movimiento obrero cuya idea básica era la
no participación en la política de partidos. De los casos en que los aviadores hablaron
sobre el compromiso político de sus padres, algo menos del 50 por ciento no tuvieron
relación con la política, en alguno de estos casos podemos vislumbrar, por su posición
socio-económica o por los antecedentes posturas conservadoras sin militancia activa. Por
encima del 50 por ciento, son personas con compromiso político con la izquierda, ya fuera
republicanos o socialistas. En algún caso, nos encontramos con que la familia de la madre,
por ejemplo, es conservadora y el padre es de ideología más avanzada.
En el grupo de los no comprometidos, nos hallamos con las familias vinculadas a las
actividades agrarias. Ninguna de ellas tuvo un compromiso político afirmado, hecho
corroborado por sus propios hijos. Así Francisco Cortés afirma rotundamente que “mi
padre nunca se metió en política” o Justo César Sol manifiesta que “Mi padre no tuvo
nunca militancia política. Allí no existía la política, los únicos que se dedicaban a la
política eran los caciques y mi padre no era ningún cacique. Más tarde, Asturias se
convirtió en un centro neurálgico para los socialistas, pero eso fue más tarde; después
de la muerte de mi padre”.
En otros ámbitos como era el de la pequeña empresa, existe una división en torno al tema
ideológico, pues encontramos personas comprometidas con la izquierda aún siendo
empresarios y, otros, en los que no existe el compromiso político. Esto refleja claramente
la heterogeneidad social y política en la que descansaba lo que podríamos llamar pequeña
burguesía o también clases medias. En este grupo, ya lo hemos comentado anteriormente,
nos podemos encontrar, en el plano económico, desde el dueño de un pequeño negocio
hasta una pequeña o mediana empresa. En el ámbito político, había un buen porcentaje
de casos que simpatizaban con los republicanos y había otra parte que se identificaba con
las ideologías conservadoras por el afán de que hubiera orden en la sociedad. Este sector
conservador de las clases medias, en algunas ocasiones, ya en los años 30 del siglo XX
evolucionaría hacia el fascismo y sería uno de los apoyos sociales de los golpistas.
60
En el caso de los no comprometidos, nos encontramos con la familia de Antonio Vilella
que afirma que “Mi padre nunca fue político, se dedicó toda su vida al trabajo y a criar
a los cuatro hermanos que éramos”. El padre de Juan Francisco Gómez sería un ejemplo
intermedio entre el compromiso ideológico y la falta de éste. Este hombre era una persona
de izquierdas, progresista, en palabras de su propio hijo, pero que nunca lo manifestó
debido al miedo a perder clientela en su taller de calderería. Así nos lo explica Juan
Francisco Gómez: “Yo siempre me he sentido un hombre de izquierdas, y mi padre
también lo era, pero lo que tenía el hombre era miedo. Y ya he dicho antes que en parte
tenía razón, ya que por su profesión tenía que trabajar para todo el pueblo, de cualquier
partido. Entonces si se significaba políticamente podía perder parte de su clientela”. Es
decir, nos encontramos con un hombre que mantiene oculta su ideología a los demás para
mantener con buena salud su negocio en un ámbito tan cerrado como era el medio rural
español del primer tercio del siglo XX.
Más comprometido que el anterior, quizás por vivir en un ambiente urbano como el de
Madrid donde el control social es menor, el padre de Ángel Sanz es una persona que
asume el compromiso político en un partido de izquierdas como era el Partido Socialista.
Como se ha visto, antes de ser pequeño empresario había sido mecánico en un ferrocarril
que unía Madrid con Arganda del Rey y había residido toda su vida en Vallecas. De ahí
puede venirle su raigambre izquierdista. Así nos lo cuenta el propio Ángel Sanz: “Mi
padre era socialista, pero sólo del Partido porque de la UGT no podía ser ya que era un
patrón, por tanto era sólo del Partido Socialista.(…) Mi padre era socialista, pero del
ala izquierda. Cuando yo era joven los socialistas estaban mucho más a la izquierda que
ahora.”.
No tan a la izquierda como la familia de Ángel Sanz, pero dentro del espectro progresista
y republicano de la época, se encuentra la familia de Ernesto Marimón. Como ya hemos
indicado, era una familia acomodada, tanto por la línea materna como por la paterna, que
podríamos definir como de clase media:
“Las ideas y tendencias políticas que desde pequeño vi y oí en mis mayores fueron
exactamente las mismas en las dos ramas. Indudablemente, eran de izquierdas.
Criticaron siempre las dictaduras de Primo de Rivera y Berenguer, criticaban el
militarismo y a los políticos que dominaban a la monarquía. Sin pertenecer a ningún
61
partido político, eran sin duda republicanos. De ello no me cabe ninguna duda puesto
que mi abuelo tenía en el balcón principal de su finca ‘La Huerta’, un gran mástil y
preparada una gran bandera con los colores de la república para el día en que se
proclamara en España, como así hizo llegado el momento”.
Esta familia es el perfecto ejemplo de esa pequeña o mediana burguesía tolerante que
apoyaba una república democrática en el marco de los partidos republicanos del momento
o, en algunos casos, en el Partido Socialista. Era un bloque social genuinamente
democrático y laico, creyente en la libertad de cultos sin imposiciones. El testimonio de
Ernesto Marimón acerca de la relación de su familia con la religión refleja bastante
claramente la mentalidad de este bloque social. El fracaso del mismo en el mantenimiento
del Estado democrático frente a la gran oligarquía agraria y de negocios será una de las
causas de la caida de la Segunda República. Y es que esta pequeña y mediana burguesía
era el principal soporte social de la República, pero debido a su debilidad no pudo
sostenerla.
“Mi tío era de la CNT y tenía algún folleto de carácter anarquista que me dio a leer”.
Entre aquellos cuyos padres fueron trabajadores asalariados, nos encontramos también la
dicotomía del compromiso político y la falta de actividad política y asimismo algún caso
en que existen diferencias ideológicas entre los cónyuges.
62
progresista, podríamos decir de izquierdas, que se amoldó a la ideología conservadora de
la familia de su mujer. Es decir, la mentalidad conservadora y católica de la madre de
Joaquín se impuso al espíritu liberal de su padre. De hecho, más adelante, veremos que
una de las razones de su incorporación a filas durante la Guerra Civil como voluntario
será buscar la protección de su familia que era cristiana. De esta manera, lo expone
Joaquín Calvo:
“Por parte materna mi abuelo era un hombre muy culto, era un hombre muy instruido,
pero más bien católico, tenía hijas monjas y yo fui educado de esa manera, como católico.
Mi educación fue muy religiosa, católica, pero no beatos, y mi padre, muy liberal,
pertenecía a la UGT. Mi padre se amoldaba, la tendencia de mi padre ha sido muy
liberal, muy republicano, muy socialista, partía más de Pablo Iglesias que de la Iglesia.”.
“Mi padre ya había militado en la UGT. Lo que pasa es que mi padre cuando era joven
tuvo un problema. Yo no sé lo que le pasó, pero una vez le echaron del ferrocarril por
algún tema político. Esto sucedió antes de nacer yo. Pero estuvo cuatro días despedido
porque a la gente del ferrocarril siempre la buscaban, era gente que se conocía muy bien.
Mi padre tenía aquí, en Madrid, unos primos que eran inspectores en la Estación de
Príncipe Pío y por éstos enseguida se volvió a colocar”.
63
en La Alquería, un pueblo al lado de Murcia donde se hacían los traslados hacia Alicante
o Cartagena.”.
La madre y el padre de Pedro Muñoz Bermejo fueron militantes activos del socialismo
en el Puerto de Sagunto con puestos en la dirección del Partido Socialista de esa localidad.
El padre de Pedro Muñoz sería fusilado posteriormente por los sublevados, debido a sus
ideas socialistas:
“Mi padre y mi madre siempre fueron de izquierdas. Mi padre y mi madre nunca creyeron
en los curas. A pesar de esto, y como ellos eran de Segovia y en aquellos tiempos el que
no pasaba por la iglesia no se casaba, pues tuvieron que pasar por la iglesia para
casarse. Asimismo, todos los hermanos estamos bautizados, aunque yo no sea creyente y
pertenezca al Partido Comunista. Mi padre pertenecía al Partido Socialista y, cuando
estalló la guerra, estaba en la dirección del Partido Socialista del Puerto de Sagunto,
era un vocal. Mi madre era la tesorera del Comité del Partido Socialista del Puerto de
Sagunto.”
El caso de José María Bravo es muy parecido, en cuanto a los orígenes sociales de sus
padres, a Ernesto Marimón. Pertenecen a la pequeña burguesía ilustrada y progresista de
raíz republicana. No son empresarios como la rama paterna de Ernesto o abogados de
prestigio en la rama materna, son empleados administrativos de los Ferrocarriles del
Norte que trabajan en las oficinas de Madrid. Era una familia muy moderna para la época
y, junto con la familia de Pedro Muñoz, en otra escala social, representan la entrada de la
mujer en mundos como el de la empresa o la política, reservados casi exclusivamente
entonces a los hombres. Se trataba de una familia de mentalidad avanzada, tanto en el
plano político como en el social; eran, por ejemplo, muy amantes de los deportes y de la
vida al aire libre. Veamos cómo describe ideológicamente, en sus memorias José María
Bravo a su padre y a su madre:
“Podríamos decir que mi padre era un liberal convencido y, mi madre, una mujer con un
posicionamiento mucho más a la izquierda en el espectro de la política de partidos de
64
entonces, muy poco elaborada” (BRAVO, JOSE MARÍA y DE MADARIAGA,
RAFAEL: 2007, 33).
“África, era una mujer notable, con un carácter excepcional para la época en que le tocó
vivir. Era muy liberal, creía firmemente en la emancipación de la mujer y era realmente
de pensamiento anticlerical” (BRAVO, JOSE MARÍA y DE MADARIAGA, RAFAEL:
2007, 34).
13
Partido republicano de carácter autonomista y anticlerical con ciertos toques sociales, cuyo ámbito de
actuación era la región valenciana. Estaba liderado por el novelista Vicente Blasco Ibáñez. Este partido, en
algunos aspectos, presentaba analogías con el republicanismo radical que operaba en Barcelona de la mano
de Alejandro Lerroux.
65
de Miguel ya venía de atrás, sus abuelos también eran republicanos y en el alcalde de
Castellar tuvo su continuidad.
“Mi padre era un caso único. En los pueblos se sabe bien que no hace falta decir quién
es cada uno, todos nos conocemos. Mi padre era de izquierdas y ya le venía de tradición,
mis abuelos ya eran republicanos. Quiero decir con esto que dentro del ámbito del pueblo
y los alrededores se sabía quién era políticamente mi padre. Ahora, eso sí, era un hombre
de una conducta intachable. Tanto es así que él nunca alentó los desmanes que se
produjeron al principio de la guerra, durante los cuales en los pueblos llegaban a las
iglesias y las saqueaban, rompían las esculturas, bajaban las campanas para llevárselas
a no sé dónde…; mi padre nunca estuvo conforme con eso”.
CONCLUSIONES
1.- Existe más compromiso y actividad política vinculadas a la izquierda en zonas urbanas
e industriales que en las rurales.
2.- Destacar que los aviadores procedentes de zonas rurales en las que sus padres se
dedicaban a la agricultura o regentaban un pequeño negocio, por lo general no tenían una
militancia activa en ninguna formación política. En el caso de los que se dedicaban a las
labores agrícolas no eran asalariados, sino propietarios de sus tierras, de ahí su falta de
compromiso político. Pero, aún siendo de izquierdas o simplemente republicanos, en
estos ambientes rurales, ocultaban su ideología para no perjudicar su negocio.
3.- Existe una pequeña proporción de aviadores que proceden de familias de la pequeña
burguesía ilustrada de ideología republicana y laica.
66
B.- LA EDUCACIÓN DE LOS AVIADORES
Un factor que va a ser primordial y básico en la futura carrera militar en las Fuerzas
Armadas de la República de los aviadores durante la Guerra Civil va a ser la educación
recibida en su infancia y adolescencia. Para clarificar el concepto es lo que llamaríamos
en la época actual educación reglada, aunque por aquellos años esta idea que ahora
tenemos tan clara habría que matizarla.
De los testimonios, ya sean orales o escritos, se deduce que una buena parte de los
aviadores tenían conciencia de tener una educación y cultura por encima de la media de
la población española de entonces. Se ha comentado, líneas más arriba, que el nivel de
analfabetismo en España en las primeras décadas del siglo XX era superior al de los países
de nuestro entorno, y de esta realidad eran plenamente conscientes los protagonistas del
presente estudio, de hecho alguno de ellos desarrolló actividades voluntarias destinadas a
erradicar este mal endémico de la sociedad española de entonces. El analfabetismo
afectaba más a las mujeres que a los hombres y a las zonas rurales más que a las urbanas.
Tomando datos de 1900 (CAPEL, ROSA MARIA: 1981, 233), sobre el total de población
había un 63,6 por ciento de analfabetos. Por sexos nos encontramos con un 71 por ciento
de mujeres y un 55,8 por ciento de hombres. El analfabetismo irá disminuyendo de forma
sensible, alcanzando en 1930 una tasa sobre el total de la población del 42,2 por ciento.
Por sexos, disminuirá la horquilla entre el analfabetismo femenino y el masculino: 47,5
por ciento de mujeres y 36,9 por ciento de hombres. Aún existiendo una tendencia
positiva, eran cifras muy altas para un país de la esfera occidental. La política educativa
del primer bienio republicano intentará remediar, con medidas contundentes, estos
porcentajes de analfabetismo con la finalidad de erradicar este desajuste de la sociedad
española.
En cuanto a las causas del analfabetismo en España se apunta, a una doble causa
(VILANOVA RIVAS, MERCEDES y MORENO JULIA, XAVIER: 1992, 72): la escolar
y la económica, tal como afirman Mercedes Vilanova y Xavier Moreno. Ambas, están
circunscritas al marco general del atraso económico que padeció el estado liberal español
en el Siglo XIX. A estos dos factores causales del analfabetismo, los mismos autores
añaden el rol jugado por la Iglesia en este asunto, que no es otro que el rechazo a la lectura
popular de la Biblia hasta la segunda mitad del siglo XIX (VILANOVA RIVAS,
MERCEDES y MORENO JULIA, XAVIER: 1992, 74).
67
Por fortuna, los futuros aviadores nunca padecieron, ni de cerca, el fenómeno del
analfabetismo, todo lo contrario, tuvieron la oportunidad de estudiar durante su infancia
y primera adolescencia, alcanzando, eso sí, diferentes niveles, dependiendo, en la mayoría
de los casos, del poder adquisitivo de las familias a las que pertenecían. Al hecho de que
pudieran estudiar hasta cierta edad hay que añadir que la mayoría de ellos, una vez
iniciada su actividad laboral, continuaron estudiando, ya fuera por libre, o asistiendo a
centros nocturnos para completar su formación una vez finalizada su jornada de trabajo.
De los casos de los que se dispone datos acerca de su formación académica, la mayoría
realizó sus estudios primarios, asistiendo a la escuela hasta una edad entre los 12 y los 14
años, para, posteriormente, iniciarse en la vida laboral. Un porcentaje menor asistió a la
escuela hasta una edad inferior a la mencionada y otro grupo comenzó los estudios de
bachiller, aunque no todos los terminaron. Este último conjunto es superior en número al
que asistió a la escuela hasta una edad inferior a los 12 años. El perfil más reducido sería
el que llegaría a cursar estudios universitarios que, en comparación con los otros grupos,
representa un porcentaje muy pequeño.
Dentro del primer grupo citado, el que permaneció en la escuela en la horquilla de edad
entre los 12 y 14 años, contamos con varios testimonios directos que describen su paso
por la escuela y el aprovechamiento que hicieron de ella. Así, Joaquín Calvo refiere sus
inquietudes adolescentes por hacerse ferroviario, frustradas por la guerra, así como la
conciencia que tenía de que su educación estaba por encima del común de entonces. A
esto añade que aquélla fue de gran importancia para su entrada en aviación ya iniciada la
Guerra Civil:
“Yo quería haber sido maquinista de tren y me estaba preparando para ello, porque en
Aranjuez vivíamos al lado de la Estación y yo, entonces, quería ser maquinista y a los 18
años haber ingresado en ferrocarriles, haber hecho allí una carrera: primero había que
ser fogonero y luego maquinista y yo estaba preparándome y estaba muy bien preparado
en el tema de cultura y luego todos esos conocimientos me valieron para el ingreso en
aviación. Ahora han aparecido en mi casa cuadros del año 1933 de dibujo, ya que para
el ingreso en ferrocarriles contaba el dibujo lineal. Es decir, yo era un chico con cierta
cultura en relación con lo que había entonces”.
68
Siguiendo con el tema, nos relata que, antes de ir a la escuela, fue instruido por un primo
suyo que era profesor, ingresando más tarde en la escuela pública en la que permaneció
hasta los 14 años, un tiempo en Aranjuez y otro en Madrid. El hecho de que hubiera
personas, ya fueran cercanas a la familia o ajenas a ella, que se ocuparan de ciertas facetas
de la educación de los niños era algo habitual de la época. De hecho en muchas familias
se aprendía a leer y escribir en casa. Así nos lo relata Joaquín:
“Antes de ir al colegio, un primo mío, un hijo de un hermano de mi padre que era profesor
de carrera, que luego fue guardia de asalto, y por tanto, era mayor que yo, fue mi
instructor. Luego fui a un colegio, por supuesto, un colegio público, que no me acuerdo
cómo se llamaba. Vivía el rey todavía; yo llegué a ser monaguillo del Palacio de
Aranjuez”.
“Yo fui a la escuela hasta los 14 años, pero ya vivíamos en Madrid, nosotros debimos
venir a Madrid en 1933 o 1934 porque tengo dibujos de la Escuela de Dibujo de Aranjuez
y son del año 1933; bueno, me parece que en el año 34 estábamos todavía en Aranjuez
cuando el Movimiento de Asturias, eso lo recuerdo, estaba en Aranjuez, pero cuando
empezó la guerra ya estábamos en Madrid”.
“Yo hice mi primera comunión y todas esas cosas y, como ya he dicho, fui monaguillo del
Palacio de Aranjuez. Vivía un ambiente de obreros, no pasábamos hambre y teníamos
una cierta cultura también, no éramos analfabetos”.
Del testimonio de Joaquín Calvo se deduce que pertenecía a una familia trabajadora pero
instruida; tiene primos que han realizado estudios de Magisterio y afirma que su familia
tenía una cierta cultura.
69
a los niños no necesariamente tenían que tener una titulación; con tener una cultura básica
podía bastar para enseñar a un crío a leer y escribir. Así lo relata Gregorio:
Gregorio Gutiérrez, al igual que Ángel Sanz, comenzó su andadura escolar en uno de los
centros que integraba la red de escuelas creada por el sindicato Unión General de
Trabajadores (UGT) y el Partido Socialista (PSOE). Las escuelas estaban ubicadas en las
Casas del Pueblo, Círculos Socialistas o Centros Obreros y repartidas por la geografía
española con una desigual implantación en las diferentes regiones. De esta manera, las
organizaciones socialistas utilizaban sus locales tanto para la actividad política como para
el desarrollo de acciones culturales y educativas, ya fueran actividades dirigidas a la
formación de personas adultas o de menores.
Tanto el socialismo como el anarquismo habían puesto sobre la mesa nuevas teorías
educativas (DE PUELLES BENITEZ, MANUEL: 1989, 33-34) de la mano de personajes
como Lorenzo Luzuriaga, Núñez de Arena o Ferrer Guardia en las que la instrucción de
la clase obrera, la fe en la educación como elemento de progreso y la laicidad, que en
algunos casos derivará hacia el anticlericalismo, serán las bases sobre las que se asentarán
la Escuela Nueva (socialista) o la Escuela Moderna (anarquista).
Pero los socialistas, a diferencia de los anarquistas y la Iglesia, en palabras de Luis Gómez
Llorente, “no querían escuelas socialistas para sus hijos, sino que deseaban escuelas
públicas, estatales o municipales, simplemente laicas (es decir, ajenas a toda ideología
dogmática y partidista), que siendo además gratuitas pudieran ser ámbito de encuentro
para los hijos de cualesquiera ciudadanos independientemente de su clase e ideología”
(GOMEZ LLORENTE, LUIS: 2008, 139). Lo que realmente hace el socialismo es, ante
las carencias educativas y culturales no remediadas por los gobiernos de la Restauración,
70
desarrollar una política de instrucción creando una serie de escuelas primarias, según el
modelo de escuela pública que los socialistas deseaban establecer (GOMEZ LLORENTE,
LUIS: 2008, 140). Este modelo de escuela pública, que lo tenían prácticamente
interiorizado y estructurado desde el año 1919, lo desarrollarán ya proclamada la
República de la mano de los ministros Marcelino Domingo y Fernando de los Ríos.
La breve descripción que hace Gregorio del Círculo Socialista, al que él asistió como
alumno, ilustra cómo funcionaban estos centros político-culturales:
“Al primer colegio que yo fui, fue, precisamente, a un colegio socialista. Había un
Círculo Socialista en el cual había un escenario con su telón, con su concha…, quiero
decir que estaba bien preparado para representaciones teatrales y entonces ese espacio
durante el día se utilizaba para enseñar a los niños. Recuerdo que se pagaba una peseta
a la semana. Aún yendo a un colegio socialista, mis padres de política nada. El profesor
que daba las clases allí era un panadero. El profesor, viendo que yo adelantaba bastante,
tenía un cierto trato de favor conmigo”.
El profesorado que impartía las clases en las escuelas laicas socialistas solían ser maestros
de carrera, pero había casos en que eran los simples militantes, con alguna cualificación,
quienes daban las clases a los niños. Este fue el caso de Gregorio que, como relata, era
un panadero quien impartía la docencia. El modelo de selección de maestros lo describe
de forma muy clara Francisco de Luis Martín: “Las plazas de maestros en casi todas estas
escuelas se cubrían por concurso, formando parte de los tribunales, al menos en Madrid,
miembros de la ugetista Asociación de Profesores Racionalistas y exigiéndoles diversos
requisitos a los aspirantes, entre los que se encontraba estar en posesión del título oficial
de maestro. (…) En algunos centros, normalmente los más pobres, fueron simples
obreros quienes, con gran sacrificio por su parte y en ausencia de maestros titulados,
quienes ejercieron las tareas docentes” (DE LUIS MARTÍN, FRANCISCO: 2008, 148).
71
En su relato, Gregorio Gutiérrez nos sigue contando que una vez que dejó el Círculo
Socialista asistió a colegios privados. El mismo comenta que en aquella época había
pocos colegios públicos, que había que tener un profesor particular, como su hermano, o
asistir a un colegio privado, generalmente, religioso. Destaca en su testimonio que su
madre tenía mucho interés, a pesar de lo que costaba la enseñanza privada religiosa, en
que él y sus hermanos recibieran una educación:
“Mi madre, aún siendo todavía de un pueblo de la Sierra, de la parte de Navafría, había
estado en Madrid y quieras que no ella tenía una idea de que a los niños había que
enseñarles, que tenían que ir al colegio. Esa idea siempre la tuvo mi madre. Apenas
pudiendo, mi hermano primero, y yo luego, hemos ido a colegios particulares. Después
del Círculo Socialista nos mandaron a un colegio de monjas y ahí salí tarifando con las
monjas. Las llamaba brujas porque nos pegaban, nos daban en las mano con las
palmetas. Castigaban mucho y las tomé manía. En resumidas cuentas que a partir de
entonces mi hermano y yo íbamos juntos a los colegios”.
72
Conforme avance el siglo XIX y de conformidad con las vicisitudes políticas irán
apareciendo otras leyes educativas14 hasta culminar en la más importante y de más calado,
la Ley Moyano de 1857 que, en palabras de Manolo Garrido (GARRIDO PALACIOS,
MANOLO: 2005, 90), ha estado vigente en sus ideas básicas hasta 1970, “lo cual
demuestra la poca preocupación que el poder político ha tenido por la educación y la
enseñanza a lo largo de nuestra reciente historia", salvo la etapa de la Segunda República
que llevó a cabo una política educativa muy activa. La importancia de la ley de 1857
radica en que estructura la educación en tres niveles de enseñanza (primera, de 6 años de
duración; segunda, también 6 años de duración; y estudios superiores), regula la
formación de los profesores y el acceso de éstos a la enseñanza pública. Un aspecto
destacado de esta Ley es que establece que la educación entre los 6 y los 9 años será
obligatoria y gratuita para aquéllos que no puedan sufragarla. Además, y de esto Gregorio
Gutiérrez es consciente, la ley abrirá el camino a la enseñanza privada, en particular la
religiosa, que tendrá su máxima expansión en el período de la Restauración, llegando a
escolarizar a principios de siglo a un tercio de los alumnos de primaria y casi un 80 por
ciento de secundaria (GARRIDO PALACIOS, MANOLO: 2005, 95).
Posteriormente, se sucederán los cambios en los planes de estudio, siendo los de mayor
calado los sucedidos en la enseñanza secundaria y en la universitaria, quedando la
primaria prácticamente abandonada a su suerte: Falta de escuelas y, las existentes, mal
dotadas, y con profesores mal retribuidos. De los pocos aspectos positivos que se
produjeron en la primera enseñanza hay que destacar la ampliación de la obligatoria hasta
los 12 años en 1909 (EGIDO GÁLVEZ, INMACULADA: 1994, 79). Será la República,
concretamente en su primer bienio, la que aborde con energía el espinoso problema de la
enseñanza primaria en España con un plan de construcción de nuevas escuelas y un
aumento de las plantillas y salarios de los maestros.
En sintonía con Joaquín Calvo, Gregorio era consciente de que su preparación era
superior a la media de entonces, pero por otro lado expresa su frustración al no poder
haber seguido los estudios de bachillerato debido a cuestiones de mentalidad materna y
socio-económicas:
14
Reglamento General de Instrucción Pública (1821); Plan Calomarde (Década Ominosa); Plan General de
Instrucción Pública (1836); Plan General de Estudios (1845).
73
“Mi hermano dejó de ir al colegio, yo continué yendo hasta los 12 años. En el colegio
siempre he sido el primero de la clase. Entonces yo tenía unas dotes extraordinarias para
estudiar, yo era una persona que tenía una buena memoria fotográfica. Hice el ingreso
en el Cardenal Cisneros, pero ya no pude continuar. La razón fue que el profesor fue a
ver a mi madre y le dijo que era una pena, que tenía la seguridad de que no le iba a
costar nada, tenía la absoluta certeza de que me lo sacaría con becas. Mi madre dijo que
no quería hacer distinciones entre sus hijos, si el otro estaba trabajando, éste no iba a
ser el señorito. Y claro, esa fue la cosa, no porque yo no pudiese, porque en mi casa podía
haber continuado. Pero yo no estaba dispuesto a trabajar ni en la labor ni en la taberna,
me busqué un trabajo por mi cuenta”.
La historia de Gregorio refleja e ilustra uno de los problemas educativos con los que ha
convivido la educación española hasta épocas relativamente recientes. El esquema
propuesto en la Ley Moyano de 1857 que por cierto, no será suprimido hasta la Ley
General de Educación de 1970, se basa en la falta de continuidad entre la enseñanza
primaria y la secundaria. El hecho de que a los diez años los niños tuvieran que pasar un
examen de ingreso para iniciar los estudios de bachillerato rompía el nexo de unión
necesario entre la primera enseñanza y la segunda enseñanza, con el agravante de que los
que terminaban los estudios primarios a los doce años, ya en época franquista se alargaría
hasta los 14, no tenían ningún tipo de título académico. Por tanto, la enseñanza primaria
ha sido la cenicienta del sistema educativo español hasta los años setenta, con el
paréntesis, ya citado, del período republicano, que, en todo caso, no resolvió el problema
de la continuidad entre la enseñanza primaria y la secundaria.
Ángel Sanz vivió en su etapa escolar la experiencia pedagógica renovadora de las escuelas
laicas socialistas de la mano de uno de los profesores que daban clase en la Casa del
Pueblo de Vallecas, Amós Acero, que llegaría a ser alcalde socialista de Vallecas, cuando
esta población cercana a la capital era un municipio independiente de Madrid. Amós
Acero moriría fusilado poco después de terminar la guerra por sus ideas. Ángel Sanz, en
su testimonio, se lamenta profundamente de la pérdida de su profesor:
“Comencé a ir al colegio a los seis años, entonces se entraba en la escuela cuando tenías
seis años. Me llevaron a la escuela que tenía la Casa del Pueblo socialista. Y en aquella
escuela fui alumno de Don Amós Acero Pérez, que más tarde sería alcalde del Puente de
Vallecas. Este era un hombre fuera de serie, todos lo adorábamos, todos los chicos lo
74
adorábamos. Nada más terminar la guerra lo detuvieron y al poco tiempo lo fusilaron y
desde aquel momento nos quedamos sin nuestro profesor”.
Las palabras de Ángel Sanz, como puede observarse, son testimonio de agradecimiento
y homenaje al que fuera su profesor. Amós Acero era maestro de carrera y enseguida se
sintió identificado con las ideas y prácticas pedagógicas de las escuelas laicas socialistas.
No es de extrañar que los alumnos de las citadas escuelas tuvieran un gran recuerdo de su
paso por ellas. Las prácticas educativas eran radicalmente diferentes de las imperantes en
la escuela pública de entonces, poco dadas a la innovación. Las bases de las escuelas
laicas estaban en la Escuela Nueva y, por supuesto, en la Institución Libre de Enseñanza.
Escolástica Macías describe el avanzado y progresista modelo pedagógico de las escuelas
socialistas: “En las escuelas se ponían en práctica métodos pedagógicos modernos que,
como ya se ha dicho, en aquellos años eran los difundidos por el movimiento Escuela
Nueva, y se educaba para el cumplimiento del deber y el ejercicio del derecho, y el
cumplimiento del deber no exige ni premios ni castigos, por lo que en los procesos de
enseñanza y de aprendizaje no se utilizaban procedimientos coactivos, tampoco había
exámenes para verificar el grado de aprendizaje de los alumnos, y en su lugar, se
comprobaba el trabajo diario de los alumnos que se exponía al finalizar el curso en la
Casa del Pueblo de Madrid” (MACÍAS, ESCOLÁSTICA: 2008, 228 ).
Se ha citado en este trabajo, en más de una ocasión, a la Escuela Nueva, de la que partieron
muchas de las ideas que luego se aplicaron en las escuelas socialistas. La Escuela Nueva,
en palabras de Alejandro Tiana (TIANA FERRER, ALEJANDRO: 2008, 160), fue una
de las experiencias educativas más importantes de las iniciadas por el socialismo español
en el primer tercio del Siglo XX. No era una escuela como tal, era una mezcla de
“Universidad Popular y Escuela de Formación Socialista” de carácter integrador, pues
no tenía una “voluntad excluyente” en relación con otro pensamiento que no fuera
socialista. Además de la formación y el debate político, la escuela impartía cursos de
taquigrafía, idiomas, formación profesional o específicos para mujeres, entre otros. La
Escuela Nueva funcionaría de forma brillante hasta el año 1918 de la mano de su promotor
Núñez de Arenas. El paso de éste último al Partido Comunista, tras la división del Partido
Socialista y su posterior exilio a Francia, significó el comienzo del declive de la
Institución del que ya no se recuperaría nunca.
75
Siguiendo su relato, Ángel Sanz nos cuenta que, además de ir a la escuela socialista, iba
también por las tardes y por las noches a la Escuela de Artes y Oficios y a clases de dibujo
con unos frailes para completar su formación. Ángel continuó en la escuela hasta los 14
años, edad en la que se puso a trabajar:
“Después empecé a ir por las tardes a la Escuela de Artes y Oficios y por las noches iba
a los frailes de Atocha, en la Avenida Ciudad de Barcelona, así que iba por la mañana a
la Casa del Pueblo, por la tarde a la Escuela de Artes y Oficios y por la noche a aprender
dibujo con los frailes. Estuve yendo a la escuela hasta los catorce años. Entonces los
padres, cuando tenías esa edad, enseguida te empleaban, ya que tú podías reemplazar a
un empleado, y así empecé a trabajar”.
Juan Francisco Gómez, hijo de un pequeño empresario de Motilla del Palancar, cuenta
que fue al colegio hasta una edad bastante avanzada para entonces, 16 años, y que además
iba a unas clases particulares que le daba el cura del pueblo. Al igual que Gregorio
Gutiérrez y Joaquín Calvo tenía conciencia de que su educación y cultura estaba por
encima de la media. Además, expresa que se siente muy agradecido al cura del pueblo.
Se nos repite el hecho de los profesores particulares para ampliar la educación de los
chicos, pero era una actividad que sólo se la podían permitir aquéllos que podían pagarla,
15
Luis Sancho se refiere al partido que fundó Manuel Azaña, Acción Republicana, porque cuando Luis
Sancho tenía 14 años todavía no había aparecido en la escena política Izquierda Republicana, que fue una
organización política que nació en el año 1934 producto de la fusión de varias organizaciones republicanas
de centro-izquierda.
76
reconociendo que su familia tenía posibilidades para ello. La posición social y los
ingresos familiares determinaban qué personas podían acceder a la cultura y educación y
cuáles no. Así lo relata Juan Francisco:
“Al colegio fui hasta los 16 años. Además de ir al colegio en el pueblo, iba a clases
particulares que me daba el cura que vivía enfrente de mi casa. Mi padre podía hacerlo,
tenía posibilidades, se vivía bastante bien en mi casa. El cura aquel me ayudó mucho.
Yo, por entonces, tenía una cultura por encima de la media”.
Amancio Baltanás, hijo de ferroviario, pasó por dos escuelas diferentes, una en la
provincia de Guadalajara, y otra en Ciudad Real, debido a los traslados de su padre en la
empresa de ferrocarriles. Al igual que Joaquín Calvo, era de familia trabajadora, pero
entre sus miembros había elementos instruidos. Alguno de sus ocho hermanos llegó a
hacer estudios superiores; nos habla de un hermano maestro y de una hermana
comadrona. De hecho, él, en su testimonio, nos da a entender que podía haber seguido
estudiando, pero que por no ser una carga para su familia, dejó de hacerlo, y de esta
manera comenzó a trabajar con 14 años. Este es su testimonio:
“Yo fui al colegio. Empecé a ir por esa zona de Guadalajara. Íbamos a un colegio en un
pueblo de Guadalajara que se llamaba Montarrón, que correspondía a la Estación del
Henares, que es donde estábamos nosotros. Pero al pueblo había unos tres o cuatro
kilómetros, subiendo y bajando, y todos los días andando para acá y para allá.
Llevábamos la comida para comer allí. Íbamos por la mañana y veníamos por la tarde.
Allí estuve no sé cuánto tiempo. Después nos vinimos a Ciudad Real, cuando ya tenía
ocho años o por ahí. Allí empecé a ir a un colegio que estaba al lado de casa. En Ciudad
Real vivíamos en una casa del ferrocarril, a mi padre le correspondía una de esas casas,
y como ya he dicho, estaba muy cerca del colegio. El colegio era un edificio muy bonito
y era el colegio de la Asociación de Empleados y Obreros de los Ferrocarriles. Era un
colegio para los hijos de los ferroviarios. Se estaba muy bien allí. Allí estuve mucho
tiempo, hasta casi cumplir la edad de trabajar.(…) Mi hermano, el anterior a mí, se hizo
maestro de escuela, y estudió allí conmigo; íbamos los dos al mismo colegio. Pero yo le
dije a mi padre que no quería estudiar, que no quería hacer otro gasto, que la situación
de la casa no era muy buena y que quería trabajar”.
77
Amancio presenta en primera persona el problema de la falta de centros educativos de
enseñanza primaria en las zonas rurales. Él y sus hermanos tenían que recorrer, andando,
todos los días los cuatro o cinco kilómetros que había a la escuela, ya que era la más
cercana que había. No olvidemos que estamos hablando de niños pequeños, entre 6 y 8
años. Niños que pasaban muchas horas fuera de casa y que se llevaban la comida porque
no les daba tiempo a volver a su hogar a comer.
El relato de Baltanás también aborda una realidad que hoy en día ha quedado en desuso,
pero que estuvo muy en boga prácticamente hasta los años sesenta del pasado siglo: Las
colonias de empresa. Muchas empresas u otras entidades asociativas, ya fuera en España
o fuera de ella, construían colonias de viviendas para sus trabajadores. La ventaja de
residir en estas viviendas consistía en que los alquileres solían ser muy ajustados y,
además, proveían de los servicios más básicos a las personas que residían en ellas, como
podían ser colegios para los hijos de los trabajadores -tal es el caso de Amancio-
economatos u otra clase de ventajas asociadas al hecho de trabajar en esa empresa. Un
caso parecido, que estudiaremos más adelante, será el de Pedro Bermejo que, en Sagunto,
vivirá también en una casa de las construidas por la empresa para sus trabajadores.
El valenciano Miguel Chasán no cuenta mucho acerca de su experiencia escolar. Que fue
al colegio y llegó a comenzar segundo de bachiller, pero la guerra hizo que todo se fuera
al traste y después, a la finalización de aquélla, nunca retomó los estudios:
“Yo sí fui al colegio. Llegué a estudiar casi hasta segundo de bachiller, pero entonces
empezó la guerra y, ya, después de la guerra no pude terminarlo tampoco”.
Juan Goicoechea es aún más breve que Chasán a la hora de explicar su experiencia
escolar, manifestando exclusivamente que fue a la escuela hasta los 14 años.
Otro ejemplo parecido es el del aragonés Simón Fiestas. Éste asistió a la escuela hasta los
12 años y, a partir de ese momento, tuvo que ponerse a trabajar para ayudar a su familia.
El futuro mecánico, Antonio Vilella, asistió a la escuela entre los seis y los catorce años,
edad a la que comenzó a trabajar, como la mayoría de los casos que se han visto
anteriormente. Vilella envía un mensaje optimista de aquella etapa de su vida
caracterizada por una palabra: entusiasmo. Refiere una cuestión curiosa, su desayuno. Era
el desayuno de una persona perteneciente a una familia relativamente acomodada, con
78
ciertos recursos. Una familia trabajadora al uso no podía permitirse un desayuno de esa
índole. Pasó toda su andadura escolar en un colegio privado religioso del que tiene muy
buena opinión:
“Comencé a ir a la escuela a los seis o siete años con los Hermanos de las Escuelas
Cristianas. Enseñaban bastante bien y eran muy rigurosos; allí la disciplina era muy
importante como es práctica en este tipo de colegios. En este colegio aprendí mucho
francés, que era la lengua de moda entonces. Recuerdo que entonces mi madre me daba
25 céntimos para ir a desayunar antes de entrar al colegio. En aquellos tiempos esa
cantidad era una fortuna porque con ese dinero compraba un plato de nata, un tazón de
chocolate y una ensaimada. En aquellos tiempos era un banquete. Y así empecé la
escuela. Era muy divertido. Recuerdo aquellos años con mucho entusiasmo. Fui a la
escuela hasta los catorce años. Sería con trece o catorce años cuando leí una máxima
del filósofo Bertrand Russell que decía que el entusiasmo es fuente de salud y bienestar.
Esta frase me marcó y asumí su significado de tal manera que la convertí en leit motiv
de mi vida, o sea, que soy una persona entusiasta por naturaleza, me lo enseñó Bertrand
Russell y lo asumí con entusiasmo”.
La viuda de Luis Figueroa nos cuenta que su marido solo realizó estudios básicos en una
escuela rural de un pueblo cercano a Madrid, aunque hubiera deseado proseguir sus
estudios, pero la carencia de medios económicos de la familia, como le ocurría a un gran
número de familias en España, hizo que tuviera que dejarlos para luego ingresar en el
ejército, concretamente en aviación:
“Mi marido tenía estudios básicos, fue a la escuela en Anchuelo, un pueblo que está cerca
de Alcalá de Henares. Fue a la escuela hasta que ingresó en el ejército. Siempre decía
que en su vida fue feliz cuando ingresó en aviación. A él le hubiera gustado estudiar pero
no había dinero para ello”
Francisco Cortés fue una de las personas que menos tiempo asistió a la escuela debido a
que se puso a trabajar a una edad muy temprana en los negocios familiares, aunque, como
se verá posteriormente, será un hombre con inquietudes varias, entre ellas, las musicales.
Según su testimonio, asistió a la escuela hasta los siete u ocho años y, a partir de ese
momento, se pondría a estudiar por libre llegando a comenzar el bachillerato, estudios
que nunca terminaría a causa de su ingreso en el ejército en el año 1932. El caso de
79
Francisco viene a confirmar el abandono en que se tenía a la enseñanza primaria por parte
de los gobiernos de la Restauración. Por ley, desde el año 1909, era obligatoria hasta los
12 años, pero era una norma que de forma habitual no se cumplía, sobre todo en ciertas
regiones del Estado español, como podía ser Andalucía, por su peculiar estructura agraria.
Muy brevemente, relata Francisco su etapa escolar, de forma casi tan breve como su paso
por ella:
“Yo fui al colegio hasta los siete u ocho años y, a partir de esa edad, me puse a trabajar
para ayudar a mis padres en la tienda. A partir de este momento me puse a estudiar por
mi cuenta, llegando a comenzar los estudios de bachillerato que no pude terminar por el
trabajo que realizaba con mis padres y por mi ingreso en el ejército en el año 1932”.
El asturiano Justo César Sol, primeramente, fue a la escuela del pueblo donde nació hasta
los siete años. El traslado de su madre a Madrid, en concreto a Getafe, a causa de la muerte
de su padre, hizo que ingresara en un colegio religioso, los Escolapios, de los que, al
contrario que Antonio Vilella, tiene muy mala opinión. Denuncia que en aquel colegio no
aprendió nada y que, además, un profesor en concreto le daba palizas. La realidad que
describe Justo César Sol era lo habitual en los centros de enseñanza de la España de
entonces, salvo en aquellos centros que adoptaban las nuevas corrientes pedagógicas, que,
por supuesto, rechazaban todas estas prácticas vejatorias para los alumnos. Como
contraposición a la experiencia de Justo César, véase, por ejemplo, el cariño con el que
recuerdan Ángel Sanz o Gregorio Gutiérrez su paso por las escuelas laicas socialistas,
especialmente el primero. Justo César iría al colegio hasta los 13 años, más tarde entraría
en el ejército. Así relata Justo su experiencia escolar:
“En el pueblo fui a la escuela hasta los siete años ya que después mi madre y yo nos
fuimos a Madrid. (…) Allí, en Getafe, fui al colegio de los Escolapios durante cuatro o
cinco años. En aquel colegio no aprendí nada porque tuve la desgracia de que me tocó
un profesor que, precisamente, era asturiano. Recuerdo que aquel profesor me pegaba
unas palizas de muerte. Más tarde me enteré de que aquel profesor conocía a mi familia.
Siempre me acuerdo que muchos años después de dejar el colegio me encontré con un
antiguo compañero y me dijo que si me acordaba de cuando Don Fermín, que así se
llamaba el profesor, me había pegado una paliza por una travesura. Pues bien, aquel
compañero me reconoció que los que habían hecho la travesura habían sido él y su
hermano. La historia fue que estos chicos dijeron algo a unas modistas que trabajaban
80
en un taller de costura. Las modistas fueron a quejarse al maestro y éste directamente
me pegó a mí la paliza sin saber yo nada del asunto aquél.(…) Don Fermín era un
maestro que no era titular. Era una persona que sabía un poco más que nosotros. Sabía
leer, escribir y poco más. Yo no he conocido a su familia ni nada, pero hablando con
gente de mi pueblo, con gente ya mayor, esta gente me decía que iba al pueblo dándoselas
de maestro y evidentemente no era maestro, era simplemente un señor que tenía una
cierta cultura. Recuerdo que en el colegio de Getafe al que yo iba no había maestros, que
yo recuerde no había más que uno que daba primaria y el resto de los profesores eran
los curas, y de éstos los había muy buenos dando clase. Pensando en la paliza aquella
me hubiera gustado encontrarle y decirle unas cuantas cosas”.
El relato de Justo César aporta luz acerca de un hecho que debía ser bastante común por
entonces en los colegios privados, el ejercicio de la docencia por personas que no tenían
la preparación suficiente para llevar a cabo una labor de enseñanza. Eran personas para
la cuales la enseñanza era solo un medio de vida, una forma de llevar un jornal a casa. No
tenían vocación de enseñantes. Y esto repercutía, por supuesto, en la calidad de la
enseñanza recibida, pero también, y esto es más grave, en la violencia que se ejercía sobre
los menores en las aulas. En aquellos tiempos era habitual que los niños recibieran
castigos corporales por las causas más diversas. La violencia se consideraba un método
válido parea enderezar las “malas conductas” de los alumnos y esto era del agrado y
estaba bien visto por los sectores más conservadores en materia pedagógica. Era
diametralmente opuesto a lo que predicaban las nuevas teorías pedagógicas como las
difundidas y practicadas por la Institución Libre de Enseñanza, la Escuela Nueva o la
Escuela Moderna.
Justo se explaya en su vivencia escolar y cuenta que él era un alumno becado en casi
todos los aspectos, sólo iba a dormir a casa. Para su madre, la educación no tenía coste.
Era habitual, por entonces, que los colegios religiosos, en forma de obra de caridad,
becaran a algunos alumnos necesitados, a los que proporcionaban la educación de forma
gratuita. Al ser huérfano de padre, a Justo le asignaron un tutor, de profesión médico, que
había sido alumno del mismo colegio al que asistía Justo César. Este hombre se ocupaba
de sus necesidades más básicas. Además, Justo se encargaba de administrar y vender
material escolar en el centro a otros alumnos por encargo de uno de los frailes del colegio
que puso su confianza en él. Esta parte del relato es más positiva y, en ella, cita a las
81
personas que le ayudaron, explicando en parte porque sufrió la animadversión de ciertos
elementos en el colegio, animadversión que se traducía, como se ha visto, en castigos y
palizas:
Yo estaba en aquel colegio porque mi tutor era médico y había sido alumno del rector y
entonces me ayudaba mucho: me compraba zapatos, me compraba botas u otras cosas.
Durante la guerra me enteré que en el interior del colegio había una lucha política de
algunos frailes contra el rector. Allí había cuatro médicos que se turnaban por meses y
entonces ocurrió que cuando llegó la guerra pues los curas del colegio se esparcieron
por todos los sitios y unos cuantos de éstos fueron a parar a la casa de mi tutor. Y
entonces se descubrió lo que pasaba en el colegio conmigo, y es que yo pagaba las
consecuencias de la tirantez que había entre parte de los curas y el rector”.
José García Lloret comenzó yendo a la escuela pública para luego pasar a un colegio
privado del que tiene mucha mejor opinión que del público. En referencia a la escuela
pública a la que asistió, recuerda que era un niño travieso y rebelde y que por esa causa
era castigado. Relata el castigo de estar de rodillas con los brazos en cruz y los libros en
las manos. El testimonio nos recuerda un poco a la experiencia de Justo César Sol cuando
hablaba de la violencia ejercida en las escuelas sobre los niños, algo, desgraciadamente,
común en los centros de enseñanza de la época. De esta manera lo relata José:
“Los primeros años de colegio los recuerdo muy vagamente. Po lo visto era un niño
bastante rebelde y travieso. Más de una vez fui castigado a estar arrodillado con los
brazos en cruz y con libros en las manos. Estuve también haciendo un tiempo de
82
monaguillo en la iglesia del pueblo. Pero esta actividad no favoreció mi acercamiento a
la religión, más bien al contrario, hizo que me distanciara de ella y se puede decir que
debido a ello tuve que abandonar el colegio nacional para pasar a uno privado. Sin
embargo, a lo largo de mi vida, nunca he sentido odio o declarada enemistad hacia los
creyentes”.
Como se observa, justifica el abandono del colegio público por problemas con la religión.
Llega a ser monaguillo, pero se distancia de la religión católica sin estridencias
anticlericales. Se puede suponer que este cambio de centro de enseñanza debido a causas
relacionadas con la religión fue responsabilidad de sus padres, en concreto su padre,
militante de Izquierda Republicana.
La opinión que tiene del colegio privado al que asistió posteriormente es radicalmente
distinta al público. Tiene muy buena opinión de los profesores y afirma que en ese colegio
aprendió sus conocimientos básicos y, además, comprendió el valor que tiene la
educación para la vida. Es una constante, en casi todos los aviadores presentes en el
estudio, el gran valor que dan a la educación como factor básico para el desarrollo vital
de las personas. Cita también a dos maestros de los que tiene un buen recuerdo:
“La asistencia al colegio privado me sentó muy bien. Guardo un grato recuerdo del
maestro, Don Enrique, y también de su hermano Don Emilio, ambos eran de Villanueva
de Castellón, en la provincia de Valencia. En este colegio, aprendí mis conocimientos
básicos y comprendí lo importante que era estudiar para ser algo en la vida”.
83
de octubre de 1936. Estalla la sublevación franquista en el mes de julio de ese mismo año
y se fastidian mis ilusiones”16.
16
Revista Ícaro, (nº 83), 2005.
84
La siguiente reforma de calado de la segunda enseñanza fue la denominada Ley Callejo,
de 1926, ya bajo la Dictadura de Primo de Rivera que dividía la enseñanza en dos tramos:
El bachiller elemental (3 años) y el bachiller universitario (3 años) (MORATALLA
ISASI, SILVIA y DÍAZ ALCARAZ, FRANCISCO: 2008, 276-277). Esta reforma se
insertaba en la política de control de la enseñanza llevada a cabo por parte de la Dictadura.
Esta regulación sería derogada con la proclamación de la II República que elaboraría un
nuevo plan de estudios para el Bachillerato. En el marco de estos dos planes de estudio y
de las reformas educativas realizaron sus estudios de bachillerato los aviadores
anteriormente citados.
El alicantino Ernesto Marimón relata que comenzó sus estudios primarios en un colegio
religioso católico, pasando posteriormente a uno de confesión protestante y, por último,
realizaría sus estudios de bachiller en un instituto público. Resalta el hecho de que
preparara su ingreso en el bachillerato en una escuela protestante lo que se traduce que se
educó en el seno de una familia tolerante que no tenía prejuicios religiosos, como ya
sabemos, de ideología republicana. Así nos lo relata él mismo:
85
“En estos centros de enseñanza, donde entrabas siendo un niño, con doce años, y salías
ya adulto, con dieciocho, eran donde poco a poco se iban formando tus ideas políticas,
se iban definiendo paulatinamente y te ibas formando tus propias ideas, al margen de lo
que habías oído en tu casa entre tus mayores. De entrada, llevabas dentro las
inclinaciones a favor de la izquierda de tu familia. Al principio no hay política, eras un
niño y, aparte de los estudios, todo eran juegos y más juegos. Más adelante, ya se iban
conociendo y definiendo entre tus compañeros otras ideas, otras formas de pensar
diferente a la tuya. Entonces comparabas, discutías, había controversias, distintos puntos
de vista y distintas formas de ver y enfocar las cosas en general y las ideas en particular.
No admitías que hubiera maneras de pensar que definían claramente que si no pensabas
como yo estabas contra mí y eras mi enemigo. Eso me decidió por completo a ser para
siempre un demócrata de izquierdas. A mi entender, cada uno es libre de pensar lo que
quiera. Lo importante es el comportamiento de la persona ante los demás. Se pueden
tener ideas políticas diferentes y no por eso dejar de ser amigos. Así lo practiqué yo y ha
habido momentos puntuales en la vida que me han llenado de satisfacción al comprobar
que yo no estaba equivocado. Cuando hice el bachillerato tuve amigos socialistas,
comunistas, falangistas, indiferentes, y con todos me llevé bien, según se comportaran
como personas”.
En su relato, Ernesto nos cuenta que en las aulas de los institutos había muchos alumnos
y que eran mixtos, en contraste con la enseñanza confesional católica que rechazaba de
plano la coeducación. Las mujeres estaban en clara minoría respecto a los hombres,
aunque, en las fechas en que el futuro piloto cursaba su bachiller, el número de mujeres
en los institutos había aumentado de forma notable en comparación con años anteriores.
Siguiendo con la descripción de su experiencia escolar, Ernesto Marimón vuelve al
aspecto cotidiano del instituto al contarnos la constitución de peñas de amigos que
compartían gustos y aficiones y en las que el vínculo iba mucho más allá de ser meros
compañeros de clase:
“En los institutos convivía mucha gente. Recuerdo que en primero éramos entonces un
curso bastante numeroso, sobre cien varones y unas doce o catorce chicas. Los centros
eran entonces mixtos, tanto en bachiller como en la Escuela Normal de Maestros. Esa
convivencia de seis años hizo que nos fuéramos conociendo mucho y trajo como
consecuencia que se fueran formando pequeños grupos coincidentes en gustos, aficiones
86
y tendencias, era lo que llamábamos peñas de amigos. La nuestra era de seis miembros
y nos reuníamos los domingos o los días de fiesta, ya fuera para jugar al fútbol por la
mañana o ir de paseo o al cine por las tardes. Esta peña fue de las más castigadas por la
guerra. Cuatro de ellos murieron en la inútil y odiosa guerra. Mejor dicho, los muertos
en campaña fueron tres, el cuarto fue fusilado por los vencedores”.
A causa de un viaje a Madrid y por consejo de una tía de su madre, que era monja, Pedro
y su hermano cambiaron de centro para ir como internos a estudiar a los Salesianos de
Valencia. Como se observa, la situación se repite, en la España de entonces había muy
pocas escuelas públicas, y en gran parte de las que existían su funcionamiento dejaba
mucho que desear, así que era normal que los niños fueran a colegios religiosos. La
enseñanza religiosa estaba muy extendida, sobre todo en el nivel de secundaria, y era
apoyada de forma clara por la administración de entonces. Allí, en Valencia, al contacto
con los frailes salesianos, le entró la vocación de ser cura, pero a la hora de la verdad su
padre se opuso a esta idea, pues era un cuadro socialista del Puerto de Sagunto. Este hecho
hizo que Pedro se alejara de la iglesia para siempre:
87
“Antes de proclamarse la República hicimos un viaje a Madrid donde estuvimos visitando
a mi abuelo y a una tía monja que tenía mi madre. Estuvieron hablando de lo que
hacíamos nosotros. La ocurrencia de la tía monja de mi madre fue que ingresáramos en
los salesianos de Valencia. Y allí estuvimos estudiando internos dos años. Por cierto, que
yo tuve una vocación grandísima para ser cura y quise ser cura. Cuando llegaron las
vacaciones me fui a casa de mis padres pensando que iban a ser las últimas vacaciones
que iba a pasar con ellos. A mi casa llegó un señor de los salesianos para decirles a mis
padres que me tenía que ir para estudiar para cura. Mi padre le dijo que sí, que su hijo
iba a ser un ‘curaombligos’, y desde entonces no he vuelto a ir a la iglesia, así que lo de
cura se quedó en ‘curaombligos’ “.
Tras pasar dos años interno en el colegio salesiano de Valencia volvió al Puerto de
Sagunto, donde residía su familia. Allí asistió a una escuela privada para estudiar el
bachiller, presentándose en Castellón a los exámenes por libre. El bachiller lo terminaría
en un instituto público de Valencia, el Luis Vives, donde fue a residir con su hermano a
casa de un tío suyo. En su historia, Pedro afirma que él pudo estudiar el bachiller y su
hermano recibir clases de música en Valencia porque a su padre le habían subido el
sueldo, constatando que para los tiempos que corrían era un sueldo bastante bueno. A los
dieciocho años terminaría el bachiller y nada más terminarlo comenzaría la guerra:
“Después empecé a estudiar el bachiller con Son Santiago Barceló en una escuela que
teníamos en el Puerto de Sagunto.(…) (se refiere al sueldo de su padre) Era un sueldo
que le permitía el lujo de pagarme el bachiller a mí y que mi hermano mayor, que cantaba
muy bien, le diera clases de música en Valencia un profesor. Estuve estudiando el
bachiller por libre tres años en Castellón. Después vino un tío mío, que había sido
readmitido en la línea ferroviaria que iba de Valencia a Canfranc, y nos fuimos a vivir
con él a Valencia. Allí en Valencia empecé a estudiar de forma oficial en el Instituto Luis
Vives el bachiller. Estudié hasta sexto de bachiller, pero dio la maldita casualidad que
cuando terminé el bachiller estalló la guerra, empezó el 18 de Julio de 1936, cuando yo
cumplía 18 años”.
José María Bravo y Rómulo Negrín, hijo del que fuera Presidente del gobierno de la
República durante la guerra, fueron de los pocos futuros aviadores que llegaron a ingresar
en la Universidad. Tenían en común que estudiaron el bachiller en el Instituto Escuela,
entidad creada por la Junta de Ampliación de Estudios, cuyo funcionamiento se basaba
88
en las ideas de la Institución Libre de Enseñanza. El Instituto, que contaba con varios
centros repartidos por Madrid, desaparecería tras el final de la Guerra Civil al suprimirlo
los vencedores debido a las ideas avanzadas en las que se sustentaba la enseñanza que se
impartía en él. En sus centros se practicaba una pedagogía moderna y progresista basada
en una educación integral y laica.
“El primer colegio al que me llevaron fue San Luis de los Franceses, en la calle de las
Tres Cruces, en la zona de la Gran Vía, una callecita estrecha antes de llegar a la Red
de San Luis. Allí estuve hasta los siete años, pero tuvieron que sacarme de él porque ya
era algo mayor para continuar en un parvulario y porque, además, no me gustaban las
monjas; le decía a mi abuela que olían mal, debía ser por el refajo que llevaban. Ingresé
seguidamente en el Liceo Francés, en la calle Marqués de la Ensenada, donde permanecí
un solo curso, ya que mis compañeros eran bastante brutos y mi madre tenía que llevarme
a veces al salir de clase a la Casa de Socorro más próxima. De allí pasé al Colegio
Hispano Americano que estaba en lo que ahora es el Hotel Meliá Princesa, próximo a la
calle Rey Francisco, del cual me expulsaron porque debía ser un trasto” (BRAVO, JOSE
MARÍA y DE MADARIAGA, RAFAEL: 2007, 37).
Una vez expulsado del Colegio Hispano Americano sus padres decidieron matricularle
en el Instituto Escuela donde realizó parte de sus estudios primarios y el bachiller. En su
relato cita las diferentes sedes del Instituto Escuela por las que pasó hasta terminar su
bachiller:
89
Dirección de la Policía, que luego fue Residencia de Señoritas y que hoy día es el Instituto
Internacional.
Luego los alumnos de primaria pasamos a la calle Martínez Campos, al lado de donde
hoy está el pequeño Museo Sorolla. Cuando comencé el bachillerato a los diez años me
tocó ir a Atocha, a un nuevo edificio recién construido que se inauguró con nosotros,
situado detrás de la antigua Escuela de Ingenieros de Caminos, al lado del Observatorio
Astronómico” (BRAVO, JOSE MARÍA y DE MADARIAGA, RAFAEL: 2007, 38-39 ).
Muy importante en su formación fueron los intercambios que realizó con familias
alemanas, experiencia que por aquel entonces estaba al alcance de muy pocas familias y
que suponían una gran oportunidad para aprender idiomas. Más tarde, tendría estancias
más largas en Alemania en una de las cuales se encontraría con el hijo mayor del Doctor
Negrín, Juan Negrín:
“Allí estudié hasta el cuarto curso, época en que comencé los intercambios con familias
alemanas. Pasé mi primer verano en Alemania en la ciudad de Essen, en casa de Ernst
Irmer, y el segundo y tercero en Düsseldorf, con la familia de Hans Hüttenes. Años
después volvimos a encontrarnos.
Posteriormente, gracias a una beca que me fue concedida, realicé un curso casi completo
en un internado de Oberstdorf, la ciudad donde actualmente se celebran las famosísimas
competiciones internacionales de saltos de esquí. En mi última estancia en Alemania, en
una residencia de Potsdam, al lado de Sans-Souci, en las cercanías de Berlín, coincidí
con Juan Negrín, el mayor de los hijos del futuro Presidente del Gobierno de la
República, hermano de Rómulo, luego piloto de la segunda promoción de pilotos
republicanos españoles enviados a Kirovabad, en Azerbaiyán, Unión Soviética, para su
formación. Ambos hermanos eran también alumnos del Instituto Escuela”. (BRAVO,
JOSE MARÍA y DE MADARIAGA, RAFAEL: 2007, 39).
90
“Terminado el bachillerato, comencé a prepararme para el ingreso en la Escuela de
Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, aunque en esa época, los que habían elegido
ser ingenieros se presentaban a las convocatorias de todas las Escuelas. Como las fechas
de los exámenes de ingreso para ellas no coincidían generalmente, nos permitía
simultanearlos. Mientras tanto, para mejorar mi preparación en matemáticas y buscarme
otra salida, por si fallaba el ingreso, estudiaba Ciencias Exactas por libre en la
Universidad y, paralelamente, en la Escuela de Comercio. Todo había empezado a
comienzos del curso 1934-1935.(…) En junio de 1936 aprobé otro de los ejercicios para
el ingreso en Caminos y también en Montes. No sabía a cuál presentarme, pero
finalmente me decidí por Caminos, aunque, naturalmente, todo aquello lo interrumpió la
guerra”. (BRAVO, JOSE MARÍA y DE MADARIAGA, RAFAEL: 2007, 41-43).
El caso de Rómulo Negrín es parecido al de José María Bravo. Rómulo Negrín estudió
en el Instituto Escuela donde terminó su bachiller ingresando en el curso 1935-1936 en la
Escuela de Ingenieros Agrónomos de Madrid, estudios que interrumpiría, al igual que
José María Bravo, debido al inicio de la Guerra Civil17.
CONCLUSIONES
1.- Los aviadores tenían en líneas generales una educación y una cultura superior a la
media que había en España por entonces.
2.- La mayoría de ellos consideran que la educación es algo muy importante y primordial
para el desarrollo integral de las personas.
3.- Un gran porcentaje de ellos estudiaron hasta una edad comprendida entre los 12 y los
14 años, siendo minoría aquéllos que abandonaron la escuela antes de la horquilla citada,
así como los que continuaron sus estudios a partir de esa edad sin compaginarlos con la
actividad laboral
4.- Muchos de ellos estudiaron en escuelas privadas de diferente sesgo debido al déficit
de escuelas públicas existente. Podían ser escuelas religiosas, centros impulsados por
17
Datos recogidos de diferentes fuentes en Internet. Destacar la llamada “Miradas desde el pasado:
Alcublas en la Memoria”.
91
organizaciones de izquierda, ya fueran partidos políticos o sindicatos, o de cualquier otra
índole.
5- Una gran parte de los que abandonaron la escuela primaria entre los 12 y los 14 años
continuaron estudiando por libre una vez terminado su horario de trabajo, compaginando
su actividad laboral con los estudios.
6.- La mayoría coincide en que la formación recibida fue la base de su éxito en los
exámenes de ingreso en las diferentes academias militares de aviación a las que se
presentaron una vez comenzada la guerra.
92
deriva, siendo su acta de defunción el golpe de estado de 1923, inaugurando este
pronunciamiento militar la dictadura del general Primo de Rivera. Éste recibió el apoyo
decidido del rey, que creyó que con esta solución de emergencia podría solucionar los
problemas socio-políticos que lastraban al país y que habían salido a la luz con toda su
contundencia en 1917. Por supuesto, la dictadura y por ende la monarquía, no tenían el
apoyo de los sectores sociales que nutrían la masa obrera organizada y de la pequeña
burguesía progresista, léase republicanos, socialistas, comunistas y otros elementos de
izquierda. Pero en el rechazo a la monarquía, se habían unido otros sectores sociales de
la burguesía conservadora que antaño apoyaban al régimen monárquico y, ahora, exigían
cambios profundos en el sistema político de la Restauración, pero ya fuera de él; a fin de
cuentas, se habían vuelto republicanos o, por lo menos, ya no veían una salida política
coherente en el marco del régimen personificado en la persona de Alfonso XIII. Ejemplos
de estos últimos fueron Niceto Alcalá Zamora y Miguel Maura, hijo del que fuera primer
ministro de Alfonso XIII a principios del siglo XX. Como dice Pierre Malerbe, sólo la
alta burguesía financiera, la aristocracia industrial y terrateniente, estrechamente
vinculada con la corona y con la corriente católica tradicionalista, seguían resueltamente
las tesis monárquicas (MALERBE, PIERRE: 1989, 94). Este desapego hacia la
monarquía de los sectores sociales antes mencionados va a cuajar en el denominado Pacto
de San Sebastián, que se firmará el 27 de agosto de 1930. Por este acuerdo las fuerzas
participantes se conjuran para traer a España un régimen republicano y terminar con la
monarquía. Además, se planifica un golpe destinado a terminar con la monarquía que
debía tener lugar en el mes diciembre de 1930. Este golpe de fuerza recibirá el apoyo de
sindicatos y partidos de izquierda, pero a la postre fracasará. El fracasado golpe cívico-
militar republicano creará toda una iconografía de héroes y mártires republicanos como
García y Galán, fusilados por sublevar a la guarnición de Jaca a favor de la República.
93
convocadas por el gobierno del almirante Aznar. El triunfo en la mayoría de las capitales
de provincia de las candidaturas republicano-socialistas va a hacer que la gente se eche a
la calle y se proclame la república en varias ciudades españolas, siendo la primera, la
guipuzcoana Éibar. Como muy bien explica el profesor Tusell, lo que había pasado era
que el sistema caciquil había colapsado y por primera vez en España un gobierno era
derrotado en unas elecciones. Estas elecciones trajeron el colapso de la monarquía
(TUSELL, JAVIER: 1994, 292).
Como ya se ha dicho la República fue recibida con una gran alegría popular y se crearon,
quizás, en palabras de Paul Preston, “unas expectativas excesivas de que el nuevo régimen
pudiera remediar las injusticias y deficiencias sociales y políticas tanto de la monarquía
como de la dictadura del general Primo de Rivera” (PRESTON, PAUL: 2012, 53).
La España que vio nacer la República era bastante diferente de la de principios de siglo.
En su lento proceso de modernización, sus estructuras socioeconómicas, a pesar del
retraso respecto a los países vecinos, iban evolucionando hacia los parámetros de las
sociedades industrializadas. Traducido esto en datos, en el año 1930 España tenía un 45
por ciento de población rural frente al 57 por ciento de 1920. Además, se estaba
produciendo un fenómeno de crecimiento de la población de las ciudades debido al
trasvase de gentes del campo a la ciudad. En cifras, en 1930 el 43 por ciento de la
población vivía en poblaciones superiores a los 10.000 habitantes y se puede considerar
94
que de los 23 millones de habitantes que tenía el país, 10 vivían en zonas urbanas. Otro
aspecto del proceso de modernización fue la reducción de la tasa de mortalidad, que del
12 por mil de 1900 pasó al 5 por mil de 1931, tasa muy parecida a la de los países de
nuestro entorno (TUSELL, JAVIER: 1994, 302), debido a la mejora de las condiciones
higiénicas de la población y a los avances de la medicina. Asimismo, como ya hemos
comentado anteriormente, los parámetros educativos también sufrieron una mejora
sustancial respecto a las décadas anteriores.
Entre los que la vivieron intensamente y tuvieron la sensación de que algo estaba
cambiando de verdad se encuentra el futuro piloto de caza Ángel Sanz que describe ese
día en la escuela como algo muy especial. No es extraño que lo viviera de una forma tan
especial y tan directa, en estrecho contacto con la gente. Él acudía a una escuela laica
socialista, por tanto estaba en el caldo de cultivo del cambio político. Como ya se ha
citado, el modelo de las escuelas socialistas será la base para la reforma educativa llevada
por el gobierno republicano-socialista en el primer bienio republicano. Así lo relata
Ángel:
Ángel Sanz recuerda además, que siendo más pequeño había asistido al entierro de Pablo
Iglesias en Cementerio Civil de Madrid, junto a su padre. Recordemos que el padre de
Ángel era militante socialista de Vallecas y quiso hacer partícipe a su hijo de un día tan
importante para un socialista como era el entierro del llamado “apóstol del socialismo”:
95
“Siendo más niño estuve en el entierro de Pablo Iglesias, tendría unos siete años.
Recuerdo cuando fuimos al cementerio y por donde entramos. Recuerdo que era el
Cementerio Civil, el que está al otro lado de la carretera de donde está el Cementerio de
La Almudena”.
Otro de los que vivió aquel día de forma intensa fue Justo César Sol en su pueblo de
acogida, Getafe. Pero lo experimentó como algo ajeno a él. Describe la fiesta, la alegría,
los cánticos de las gentes en contra de la monarquía, la destrucción de los retratos del rey
frente al Ayuntamiento, pero termina manifestando que él no sabía de aquello, que era
sólo un niño:
Algo parecido a lo vivido por Justo César Sol le ocurrió a Joaquín Calvo. Se acuerda de
la proclamación de la República, pero hace una reflexión parecida a la de Justo, el hecho
le parecía lejano, en realidad solamente era un niño. Como contrapunto a la proclamación
de la República, recuerda una visita de la reina madre, María Cristina, al pueblo de
Aranjuez, donde él residía. Así lo cuenta Joaquín Calvo:
El mecánico Antonio Vilella hace una reflexión más profunda de lo que supuso la llegada
de la República, incidiendo en la impresión de que el mundo estaba cambiando para
mejor, y en concreto, España. Deja a un lado la descripción de sus manifestaciones más
externas como podían ser la algarabía popular o las canciones contra la monarquía:
96
advenimiento de la República significó como si se hubiera abierto una ventana al mundo
porque aquí en España estábamos entonces inmersos en un conflicto tras otro y nunca
acabábamos”.
“Cuando se proclamó la República en el año 31, iba yo en el coche que tenía él e íbamos
con una bandera roja”.
“El período de mi niñez que quizás mejor recuerde fue cuando la sublevación contra la
monarquía y a favor de la República de los capitanes Fermín Galán y García Hernández
en Jaca y la de los aviadores también a favor de la instauración de la República
protagonizada entre otros por Ramón Franco o Hidalgo de Cisneros. Recuerdo que por
97
las calles repartían siluetas, recortadas en papel de color negro que si las mirabas un
instante, y después cerrabas los ojos se veían los rostros de Fermín Galán y García
Hernández”.
98
C.- LA INCORPORACION AL MUNDO DEL TRABAJO DE
LOS AVIADORES EN EL PERÍODO ANTERIOR A LA
GUERRA
Una vez terminada la etapa escolar, unos antes y otros después, la mayoría de los futuros
integrantes de las Fuerzas Aéreas de la República van a comenzar su vida laboral. Habrá
excepciones, algunos se incorporarán a la aviación republicana en el momento del inicio
de la Guerra Civil sin haber ejercido ninguna profesión, dedicándose hasta ese momento
exclusivamente a estudiar, pero son los menos; de la muestra total estudiada suponen una
exigua minoría.
La mayoría de ellos, como era habitual en la época, van a comenzar a trabajar entre los
doce y los catorce años, algunos incluso antes, ya sea por cuenta ajena o en negocios
familiares. Otro buen porcentaje de ellos ingresarán como soldados voluntarios en
aviación una vez terminados sus estudios, con la idea de buscarse un futuro mejor como
militares profesionales o como un paso intermedio para el ingreso en las fuerzas de orden
público, léase Guardia Civil o Guardia de Asalto. También, como una forma de adquirir
una formación con la finalidad de poder encontrar trabajo con mayor facilidad en la vida
civil, una vez licenciados. Igualmente, existe algún caso, muy minoritario, en que al
finalizar su etapa escolar, opositaban y ganaban una plaza en alguna de las
Administraciones Públicas.
El grupo más numeroso es el de los que comenzaron a trabajar entre los doce o catorce
años, o antes. Evidentemente, esto sería algo inaceptable para nuestra mentalidad actual.
Nadie puede imaginar en las sociedades occidentales a un niño de doce años trabajando
en un taller. Todo el mundo piensa que un niño de esa edad tiene que estar en la escuela.
Pero en aquellos tiempos era algo totalmente normal, habitual, asumido por la sociedad.
A nadie le extrañaba que un niño con diez o doce años entrase a trabajar como aprendiz
en una empresa o que incluso más pequeño fuera al campo a ayudar a sus padres en las
labores agrícolas.
El piloto de bombardero Gregorio Gutiérrez, una vez que dejó los estudios, comenzó a
trabajar en una imprenta como aprendiz. Nos explica con detenimiento las labores que
realizaba en aquel taller, incluso se acuerda de lo que ganaba. Además, nos relata un
incidente en el que ocurrió un accidente laboral, causa por la que él abandonaría el taller:
99
“Había una imprenta allí, tenía yo trece años todavía. Me enteré de que allí cogían
chicos. Y cogían como aprendices. Nos pagaban una peseta diaria. Yo estaba en una
máquina con un oficial y hacíamos almanaques, que por entonces se hacían en relieve.
Yo lo que hacía era, con una esponja humedecer el cartón y este cartón el oficial lo metía
en la máquina, bajaba la prensa y lo imprimía. Allí, si llegabas cinco minutos tarde, no
podías entrar hasta media hora después y te lo descontaban del sueldo. Bueno, una vez
que llegué tarde y no pude entrar, estando fuera oigo un jaleo. Al pobre hombre que
estaba metiendo algo en la máquina le pilló la mano, en la misma que yo estaba
atendiendo, le aplastó la mano. Como consecuencia de esto, iba a venir la inspección de
trabajo. No teníamos ni la edad, no teníamos ni los catorce años, antes de los catorce no
se podía trabajar. Recuerdo el primer salario cuando llegué a casa, 9,20 pesetas”.
Informa Gregorio de que no se podía trabajar hasta los 14 años. En aquellos momentos
no era exactamente así. Cuando Gregorio trabajaba en la imprenta la legislación que
regulaba el trabajo infantil venía originalmente de una ley de marzo de 190018 y de otras
medidas legislativas de protección del trabajo de los menores que se tomaron años
después. En el texto de la ley de 1900 se estipulaba que no podían trabajar los menores
de 10 años y legislaba acerca de la jornada laboral de los menores, que sería inferior a la
de los adultos y se prohibía a los niños trabajar en ciertas industrias consideradas
perniciosas para su salud o que pudieran afectar a su moralidad. En palabras de Alejandro
Tiana (TIANA FERRER, ALEJANDRO: 1987, 49), esta la ley garantizaba una adecuada
protección laboral a niños y mujeres. Por tanto, a lo que se debe referir Gregorio cuando
afirma que no se podía trabajar antes de los catorce años es porque podría tratarse de una
industria de las consideradas peligrosas o perniciosas para la salud de los menores. Habría
que esperar a la promulgación de la ley de 28 de mayo de 1934 para que se fijase la edad
mínima de incorporación al trabajo a los 14 años, ratificando de esta manera la
convención internacional sobre edad mínima para el trabajo, fijada a la edad de 14 años
(TIANA FERRER, ALEJANDRO: 1987, 49).
Pero esta ley no había sido la primera ley de protección del trabajo de los menores en el
marco de la legislación española. La primera se había promulgado el 24 de julio de 1873
y en ella se establecía la prohibición de trabajar a los menores de diez años, medida
18
Ley de 13 marzo de 1900 sobre condiciones de trabajo de las mujeres y los niños.
100
recogida posteriormente por la ley de 1900, y se regulaba también la jornada y la
instrucción que debían recibir los niños trabajadores. Esta ley, a fin de cuentas, solo
resultó una declaración de intenciones, pues nunca se llegaría a aplicar su contenido
debidamente, y a los niños se los siguió explotando ignorando la legislación.
Toda esta legislación de carácter social viene dada por la precaria situación a escala
general de las clases trabajadoras, derivada del nuevo modelo productivo nacido de la
Revolución Industrial. En esta coyuntura de desarrollo industrial, es cuando aparece la
expresión “cuestión social”, términos que se traducen en una intervención por parte de
los estados en las condiciones sociales, laborales y económicas de los trabajadores,
abandonando de esta manera los postulados ortodoxos del laissez-faire que habían
gobernado la política socio-económica hasta esos momentos. Esta intervención de los
Estados liberales en temas sociales se debe a dos causas principalmente: 1) La necesidad
de mantener el orden social y el temor a una revolución de tipo socialista debido al avance
de las organizaciones obreras y, 2), La aparición de una cierta filantropía y toma de
conciencia por parte de los gobiernos de la crítica situación de las condiciones socio-
económicas de la clase obrera.
En esta línea intervencionista por parte de los Estados, la primera legislación que va a
aparecer de carácter social en Europa se refiere a la protección del trabajo de los menores
y de las mujeres. Así, por ejemplo, en Inglaterra la edad mínima para trabajar en las
fábricas se fijó en los diez años en 1874, a los once en 1891, y a los catorce en 1918; en
Francia, en el año 1841 se fija la edad mínima en los 8 años; en Prusia, en 1853, a los diez
años, a los once, en 1854, y los doce en 1856. Una de las razones de esta legislación
estaría en la falta de capacidad contractual de los menores (CÁMARA BOTÍA,
ALBERTO: 2003, 125), lo que facilitaría la labor legislativa al Estado liberal.
España, como siempre, con retraso respecto a los países de nuestro entorno, seguirá la
estela de intervención estatal en las cuestiones sociales y, como se ha visto, en el año 1873
será promulgada la primera ley de contenido social. Pero habrá que esperar al año 1900
para que aparezca una nueva legislación relacionada con la denominada “cuestión social”,
en concreto, la ya mencionada ley de protección del trabajo de mujeres y niños y la de
accidentes de trabajo.
101
Antes de 1900, concretamente el 5 de diciembre de 1883, bajo el impulso del liberal
Segismundo Moret, nació la Comisión de Reformas Sociales con la finalidad de estudiar
“todas las cuestiones que afectasen directamente a la mejora o el bienestar de la clase
obrera y las cuestiones que afectan a las relaciones del capital y el trabajo” (SÁNCHEZ
AGESTA, LUIS: 1981, 9). En palabras del profesor Sánchez Agesta (SÁNCHEZ
AGESTA, LUIS: 1981, 13), la Comisión de Reformas Sociales fue creada en el marco de
una política de Estado, por encima de los partidos políticos; de hecho Moret ofreció a
Antonio Cánovas del Castillo la presidencia de la Comisión. Ejerció muy poco tiempo
esta presidencia, ya que en enero de 1884 volvía a ocupar la presidencia del gobierno. Al
quedar libre la presidencia de la institución, Cánovas nombró a Segismundo Moret nuevo
presidente de la misma. La labor más importante de la Comisión fue la elaboración de
una encuesta, muy amplia en su temática, que cubría prácticamente todo el espectro de
temas sociales, para conocer de una forma pormenorizada la realidad de las clases
trabajadoras y todos los aspectos que determinaban esta realidad. De hecho “la encuesta
contiene datos riquísimos sobre la vida económica de la época, el nivel de los jornales,
las retribuciones y el coste de la alimentación y los servicios (aunque haya a veces que
considerar con espíritu crítico alguno de los datos por la notoria pasión política con que
se manifestaban los encuestados)” (SÁNCHEZ AGESTA, LUIS: 1981, 11).
102
último sería absorbido por el primero, ya en la dictadura de Primo de Rivera. Sobre este
asunto de la creación del Ministerio de Trabajo y la pervivencia y posterior desaparición
del Instituto de Reformas Sociales hay polémica, de hecho hay autores como Palacio
Morena para el cual la desaparición del Instituto fue una medida involutiva; sin embargo,
para Tuñón de Lara “fue un signo de contemporaneidad y, por tanto, un elemento positivo
para el desarrollo de la política social española” (MARRAUD GONZÁLEZ,
GERARDO: 2003, 142).
Volviendo a Gregorio Gutiérrez, éste, tras el accidente en la imprenta, tenía claro que no
deseaba trabajar allí, pero tampoco quería hacerlo en el negocio familiar de la taberna.
Así, que por medio del profesor que intentó convencer a su madre para que hiciera el
bachiller se colocó en una librería-editorial regentada por un matrimonio de ideología
socialista. Allí, debido a sus conocimientos de mecanografía, iba a aprender a escribir a
máquina por las noches y se colocó de administrativo. Gregorio describe las funciones
que realizaba, así como el salario que ganaba. En esta empresa, estuvo tres años, de los
catorce a los diecisiete, momento en que ya se dedicó enteramente a los temas más
técnicos relacionados con la construcción y reparación de receptores de radio:
Al mismo tiempo que trabajaba en la editorial, los fines de semana, para sacarse un
sobresueldo, vendía periódicos, ya que entonces éstos se voceaban, no había quioscos.
Relata de forma muy explícita como realizaba este trabajo:
103
“Yo tenía amigos, que para sacarse un dinero extra, vendían periódicos los fines de
semana, los sábados y domingos. Entonces no había quioscos, se vendían voceándolos
por la calle y decidí vender periódicos. Cogíamos los periódicos en la Calle del Correo,
en la Puerta del Sol. Los que no vendíamos los devolvíamos y nos reintegraban el dinero.
Nos sacábamos el treinta por ciento de lo que se vendía, y para no gastar en el metro nos
íbamos en los topes de los tranvías”.
En otro capítulo lo detallaré más, pero en estos momentos, Gregorio, al mismo tiempo
que trabajaba, estaba estudiando de forma autodidacta temas relacionados con la radio.
Comenzó a desmontarlas, a volver a montarlas, a leer revistas, comprar componentes, y
de esta manera se hizo un técnico de radio, montando su propio negocio de venta y
reparación de radios, afirmando que, en vísperas de la Guerra Civil, con 19 años, ya tenía
su propio taller. Hay que destacar el hecho de que la familia de Gregorio regentase una
taberna hizo que el taller montado por aquél fuese una actividad muy rentable, gracias a
la función de marketing personal que se realizaba entre los clientes de la taberna, por
utilizar un lenguaje actual. La guerra interrumpiría la actividad de Gregorio que se
alistaría voluntario en defensa de la República:
“Desde entonces comencé a pedir el material a Barcelona pues es donde estaban los
importadores. Con 19 años yo ya tenía mi taller. Con 19 años yo tenía resuelta mi vida.
El taller lo tenía en casa. La taberna era un buen lugar para propagar, el boca a boca,
que yo fabricaba y reparaba radios. Todo esto con fecha anterior a Julio de 1936. Al
iniciarse la guerra, por la curiosidad y la cosa de enterarse de todo pues tuve una
demanda muy grande en el taller. El que tenía un aparato averiado, pues se lo arreglaba
y otros lo compraban. Los vendía por 375 pesetas, con cinco válvulas, mientras que su
valor nominal era de aproximadamente la mitad”.
104
“Mi padre me dijo entonces que me fuera a trabajar al Viso del Marqués, donde vivía
una hermana suya y su marido. No tenían hijos y tenían una confitería que era una
maravilla. Yo le dije que trabajaría de cualquier cosa pero no de confitero porque mi tío
era muy de derechas. En aquellos tiempos yo tenía 14 años y le dije, que con mi tío a
trabajar, nada. Yo sabía entonces todo lo que tenía que saber y muchas cosas más”.
Una vez que se negó a trasladarse con sus tíos en el Viso del Marqués, comenzó a trabajar
en Ciudad Real en una droguería, aunque, por lo que él explica, debía ser un colmado
donde había un poco de todo, se despachaban hasta cierto tipo de medicinas. Este tipo de
tiendas han sido muy comunes hasta hace relativamente poco tiempo, sobre todo en las
zonas rurales, hasta que el comercio comenzó a especializarse en productos y servicios
concretos. Amancio entró a trabajar como aprendiz de dependiente y allí estuvo hasta los
18 años, momento en que comenzó la guerra:
Afirma Amancio que después de cumplir con su jornada laboral, a él no le apetecía hacer
nada. Fue de los pocos que no compaginó su quehacer laboral con estudios vespertinos o
nocturnos. Sin embargo, se buscó otra ocupación en un taller de fotografía para sacarse
un sobresueldo, aunque la jornada fuera dura:
“Yo, cuando salía de la droguería, no quería hacer nada, pero luego, algunas veces,
trabajaba en un taller de temas fotográficos. Eso era de jornada aparte y algunas veces
estaba trabajando hasta las tres o las cuatro de la mañana. Yo aguantaba todo en aquel
tiempo”.
El navarro Juan Goicoechea comenzó a trabajar a los 14 años una vez dejó la escuela
primaria. Entró como aprendiz de la mano de su padre en una de las fundiciones que había
en Alsasua. Es esta una zona de gran desarrollo de la industria metalúrgica, sobre todo en
105
Guipúzcoa donde había una fuerte implantación de industrias de armas y máquinas
herramientas, cuyo mayor exponente era la localidad de Eibar. Vizcaya con sus minas de
hierro, su industria siderúrgica y la actividad naviera y Guipúzcoa con la actividad
metalúrgica eran la base del desarrollo industrial del País Vasco. En su breve testimonio
condensa en qué consistía el sistema del aprendizaje: un joven entraba en un taller y un
oficial le enseñaba el oficio, como fue el caso de su padre que, en palabras de Juan, era
un verdadero maestro en su trabajo. En la fundición estuvo trabajando hasta los 18 años
en que tuvo que salir huyendo de su pueblo, al comienzo de la guerra:
El aragonés, afincado en Cataluña, Simón Fiestas, dejó la escuela a los doce años para
trabajar en un almacén en la localidad de Tarrasa con la finalidad de ayudar en la
economía familiar. Al igual que otros aviadores, simultaneó la actividad laboral con
estudios nocturnos de carácter administrativo en la Escuela de Artes y Oficios. Además,
para sacarse unos ingresos extras comenzó a trabajar los fines de semana como aprendiz
de barbero. Como se observa, el tema del pluriempleo era relativamente habitual como
una forma de llevar a casa unos ingresos extras con los que ayudar a las siempre
necesitadas economías de las familias trabajadoras. Estuvo trabajando hasta los 18 años,
momento en que se incorporó como voluntario para hacer frente al golpe militar de 1936:
“Mi primera juventud fue muy rápida. Cursé estudios elementales y con doce años de
edad me puse a trabajar en un almacén de Tarrasa (Barcelona) para ayudar a mi familia,
hecho habitual en aquellos tiempos. El trabajo lo combinaba con las clases nocturnas en
la Escuela de Artes y Oficios de Tarrasa donde conseguí una buena formación
profesional para trabajos de tipo administrativo. Además, los fines de semana, estuve
colocado como aprendiz de barbero. Así estuve hasta los 18 años en que comenzó la
guerra”.
106
Luis Sancho comenzó a trabajar a la edad de 14 años como aprendiz en un taller mecánico,
especializado en motores marinos, en la ciudad de Alicante. Allí permaneció hasta los 18
años que fue cuando dio comienzo la Guerra Civil. Al igual que Simón Fiestas u otros, al
salir de trabajar a las cinco de la tarde, iba a la Escuela de Maestría para ampliar sus
conocimientos en la rama de mecánica:
“Yo dejé el colegio con catorce años y a esa edad comencé a trabajar. Me empleé en unos
talleres mecánicos que se dedicaban a los motores marinos. En aquel empleo yo salía de
trabajar a las cinco de la tarde por lo que me matriculé por la noche en la Escuela de
Maestría”.
Luis nos describe también una realidad muy común en las familias trabajadoras de la
época: La colaboración de los menores con los individuos adultos de las familias en
trabajos que se realizaban en el domicilio, así como labores que hacían propiamente los
menores para sacar un dinero extra. Como se ha mencionado más arriba, el trabajo infantil
era algo que se veía con normalidad, como también se asumía con normalidad que los
niños dejasen de estudiar a edades tempranas. Para las familias, con que sus hijos supieran
leer y escribir era suficiente para su incorporación al mundo laboral. Entre las familias de
clase obrera del primer tercio del siglo XX, salvo excepciones, no había mucho interés en
la formación de sus hijos. Aunque suene duro, cuando un niño cumplía doce o catorce
años, o menos en algunos casos, se convertía en una persona que podía llevar un salario
a casa y aliviar un poco la situación económica de las familias obreras con su pequeño
salario, importando poco que abandonase la escuela. De hecho, si el menor deseaba seguir
estudiando tenía que hacerlo fuera de la jornada laboral, en horarios vespertinos o
nocturnos. Retomando a Luis, de esta manera nos describe el trabajo que realizaba en su
domicilio:
“La verdad es que yo he trabajado desde bien pequeño. Yo no habría cumplido los
catorce años y hacía plomos que me compraban mis hermanas. Mis hermanas cosían y
en los faldones de las batas ponían unos plomos para, que cuando hiciera aire, no se
levantaran las faldas. Los plomos eran de tres medidas y mi padre fue el que hizo los
moldes. También de pequeño hacia paletas para freír y hacía agujas de llanta de coche
para un vecino que se dedicaba a coser sacos. A éste le cobraba un duro cada aguja.
Hice también encendedores de cocina. Los hacía con dos chapitas y un tubito de gasolina.
107
La verdad que siempre he sido un poco manitas. Ya más mayor, cuando tenía que
arreglar un coche, si no tenía la pieza, la fabricaba yo”.
“Comencé a trabajar a los catorce años en un taller de motos en Barcelona. Allí lo pasé
fantástico porque allí me hice mecánico. Allí empecé a perfeccionar la mecánica y, sobre
todo, comenzó mi afición a la moto. (…) Aprovechaba las noches para ir a la Escuela
Industrial donde empecé a estudiar Mecánica”.
La muerte de la madre de Francisco Meroño hizo que tuviera que irse con su padre a
trabajar en la construcción de un embalse en el Río Mundo, en la provincia de Albacete.
Allí comenzó vida laboral realizando las más variopintas actividades, tal como describe
en su relato. Continúa Francisco haciendo mención a la dureza, ya conocida, de los
trabajos de construcción de embalses y presas. Ahí se forjará laboralmente hasta el inicio
de la Guerra Civil. Debido a sus inquietudes, Francisco estudiará por correspondencia,
graduándose en el Instituto de Topografía de Sevilla:
“La muerte prematura de mi madre el día 26 de Agosto de 1931 deja en mí la mella más
profunda que jamás pueda sentir, vacía mi corazón de todas las ilusiones infantiles,
esperanzas y creencia en todo. Mi padre me lleva consigo a la construcción de un
pantano en un apartado rincón de la cuenca del Río Mundo.
Aquí aprendo un poco de todos los oficios: acarreo cántaros de agua y tubos de hierro,
abro zanjas, amaso cemento, golpeo con el macho los hierros candentes de la fragua,
muevo los fuelles de la herrería. Por las tardes arranco el motor que mueve la dinamo
para dar luz a los edificios donde se baila, juega y bromea mientras yo lloro al son de
esa algarabía y griterío, que hasta mí llega confuso, lejano e inaccesible. Estudio por
correspondencia en ese revoltijo de contradicciones19.
19
Se graduó en el Instituto Topográfico de Sevilla.
108
Aquí todo es trabajo duro dentro de este cerco de grandes montañas, todo pedregoso y
sin vida, todo negro quemado por el sol, del mismo color que el porvenir de estas gentes
pobres. Los otros montes, los que dan vista a las casas de la administración, son más
bajos y más verdosos, cubiertos de pinares y matas de esparto, vienen desde muy lejos
como el lomo de una gran serpiente haciendo altos y bajos con sus picos y ensenadas”
(MEROÑO PELLICER, FRANCISCO: 2010, 14).
El futuro piloto de caza, José García Lloret, comenzó a trabajar como el resto de los casos
descritos desde temprana edad. En el punto dedicado a la actividad laboral de su padre ya
se ha comentado que José ayudaba a aquél en los negocios familiares, como era el trabajo
de transporte con el carro, la taberna o las huertas que poseía la familia. Aparte del trabajo
en el marco familiar, José García tuvo otras ocupaciones hasta su incorporación como
combatiente durante la Guerra Civil. Comenzó trabajando en el horno de pan de su tío.
Nos describe cómo era el trabajo y la dieta que consumían mientras trabajaban:
“En aquellos tiempos solía ayudar a mi tío Engracio, que era panadero, y tenía el horno
al lado de mi casa. Amasábamos y confeccionábamos los panes por la noche y de
madrugada empezábamos a meterlos en el horno. El manejo de la pala se me daba
bastante bien. Recuerdo lo buenas que estaban las tortas con tocino o con sardinas que
nos hacíamos para almorzar. Por entonces los hornos funcionaban con leña, que en parte
la traían diariamente los arrieros con sus mulos desde la sierra. Este tipo de leña le daba
al pan un aroma natural proveniente de las hierbas de la montaña”.
109
José también trabajó en las actividades relacionadas con el cultivo de la naranja, desde la
recogida de ésta en los campos hasta la construcción de cajas de madera para el embalaje
y posterior exportación hacia Europa. Hay que recordar que la agricultura valenciana de
exportación, basada en la naranja y la almendra, era de las más desarrolladas de España,
no existiendo problemas sociales graves, como sucedía en Andalucía y Extremadura,
porque la mayoría de los propietarios eran de tamaño medio, no existiendo el latifundio
tal como lo entendemos. Al hacer mención del trabajo de José en relación con la
explotación del cultivo de la naranja volvemos al tema del trabajo infantil, en este caso
referido a la agricultura, en el que los niños, desde edades muy tempranas, antes de lo que
marcaba la ley de 1900, iban a trabajar al campo:
“Como era costumbre en los pueblos de la zona, la mayoría de los niños de unos diez
años de edad ya íbamos a trabajar en la recogida de la naranja. Los mayores iban
recogiendo las naranjas con unos alicates especiales y cuando tenían el capazo lleno nos
lo ponían en la cabeza para que lo lleváramos a la esquina del campo. Allí nos esperaba
otra persona mayor que nos cogía el capazo de la cabeza y arrojaba las naranjas a un
montón. Al final de la jornada las naranjas almacenadas se tapaban con un toldo para
que no se helaran con la escarcha. En otras ocasiones, había carros esperando para
cargar los capazos y llevarlos al almacén. A los niños también nos hacían subir a los
árboles para que cogiéramos las naranjas en los sitios de difícil acceso. Mi padre
trabajaba llevando los carros de las naranjas. La jornada empezaba temprano, y como
sigue siendo costumbre en nuestros días, a eso de las nueve de la mañana parábamos a
almorzar. Encendían una hoguera y se asaba tocino, longanizas, butifarras o lo que
hubiera. Lo normal era que la bota de vino pasara de mano en mano continuamente.
Cuando terminaba la jornada y ya de regreso a casa me entretenía recogiendo hierbas
que había debajo de los naranjos para que mi madre las condimentara e hiciera con ellas
empanadillas al horno, que me gustaban mucho”.
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instrucción de los niños: Los menores de nueve años que supieran leer y escribir podían
comenzar a trabajar a los 9 años. Es decir, que si bien esta ley las posteriores regulaciones
y la creación de la inspección de trabajo, ayudaron a humanizar y regular el trabajo
infantil, el sistema permitía salidas por la tangente en ciertos ámbitos como los citados.
Por tanto, esto concuerda con la situación que describe José en los campos de naranjos en
la época de la recolección. Él afirma que eran niños de unos 10 años, pero seguramente
que los habría más pequeños, pero lo sorprendente es que no se estaría incumpliendo la
ley. La ventaja de contratar niños era su menor coste salarial; ganaban mucho menos que
una persona adulta. A esto hay que añadir que, en muchos casos, hacían trabajos
correspondientes a personas mayores, situación muy perjudicial para los pequeños en
relación con su salud en general.
Pero al igual que Gregorio Gutiérrez, a José Lloret no le gustaba trabajar el campo como
actividad principal, así que sus padres le mandaron a la localidad de Játiva con un tío
suyo. En Játiva, entró como aprendiz en el negocio del ya citado tío. Era un
establecimiento que se dedicaba a la venta de tejidos, donde realizaba las actividades
típicas de un aprendiz, sobre todo limpiando o llevando bultos de un sitio a otro. Destaca
de este trabajo que aprendió a relacionarse de forma comercial con los clientes,
especialmente con las mujeres:
“Como no tenía afición a trabajar en el campo, mis padres intentaron buscarme alguna
colocación. Por este motivo, pasé una temporada con mi tío Daniel en Játiva. Allí entré
de aprendiz en la tienda de tejidos donde él trabajaba. Aquel trabajo duró muy poco y de
lo único que me acuerdo es que todas las mañanas tenía que barrer y rociar la calle con
111
una regadera. El resto de la jornada me la pasaba subiendo y bajando escaleras cargado
de piezas de tejidos. Allí adquirí cierta experiencia en las relaciones que se producían
entre el dependiente-vendedor y las compradoras, y digo bien compradoras, porque salvo
un sastre que era cliente, en la tienda solo entraban mujeres”.
José García Lloret, al mismo tiempo que trabajaba, siguió estudiando, en su caso
cuestiones de carácter administrativo y mecanografía. Debido a la realización de sus
estudios de administrativo, hizo prácticas en una Comunidad de Regantes, institución
muy común en la huerta valenciana para la gestión del agua entre los agricultores. Esta
112
es una entidad que tiene un gran poder de decisión en estos temas; para muestra, el
Tribunal de las Aguas de Valencia, que aún sigue funcionando. Estas prácticas laborales
le permitieron conocer ambientes diferentes del propiamente rural y, por otra parte, nos
cuenta que, como joven que era, intentó cortejar a la hija del encargado de la central
hidroeléctrica que tenía la Comunidad de Regantes:
“Hablar de mi juventud en tiempo de paz parece algo difícil ya que cuando se produjo el
alzamiento militar franquista, el 18 de Julio, hacía menos de un mes que había cumplido
dieciséis años. En todo, caso podríamos hablar de juventud adelantada dentro de la
adolescencia que fue bastante intensiva. Entre los diez y los dieciséis años compaginé
constantemente lo mejor que pude el trabajo y los estudios.”
Otros, como es el caso del valenciano Miguel Chasán, no trabajaron en un lugar u oficio
específico a sueldo de una persona o empresa sino que lo hicieron ayudando en las labores
que el padre realizaba. Miguel Chasán lo explica de una forma clara:
113
un profesional que era muy amigo de mi padre y me iba con él cuando yo tenía tiempo.
Y en eso es en lo que trabajé, la verdad que poco”.
Dentro del grupo de los que empezaron a trabajar a corta edad se cuenta también con otros
testimonios que, aunque más reducidos, son importantes para el conocimiento de la
realidad laboral de los futuros aviadores, antes de la Guerra Civil. En el caso de Vicente
Beltrán20 que trabajó antes de la guerra en los Altos Hornos de Sagunto, como el padre
de Pedro Muñoz, para después incorporarse con 18 años a la aviación republicana.
También el de Jacinto Montero Muñoz21, que trabajó como vendedor ambulante con una
furgoneta, con la que también realizaba portes; como los demás, tuvo que dejar su trabajo
con el comienzo de la guerra. Albino Garrido, por su parte, fue a la escuela hasta los once
años y, posteriormente, estuvo trabajando con su padre en canteras de granito y en las
labores del campo22.
Ángel Sanz tuvo como ocupación antes de la guerra el negocio familiar, al igual que
Francisco Cortés, con la diferencia de que este último dejó el negocio familiar para
ingresar muy joven como voluntario en el ejército, antes del inicio de la guerra. De esta
manera Ángel Sanz trabajó en la empresa familiar desde los 14 años hasta que comenzó
la contienda. Ángel retrata una realidad habitual entonces: los dueños de los negocios, en
cuanto sus hijos tenían la edad de trabajar, los ocupaban en sus establecimientos,
ahorrándose de esta manera el sueldo de un adulto. No es el caso de Ángel, pero tomando
como base la ley de 1900, en los establecimientos familiares los niños podían trabajar
antes de los 10 años, era una de las válvulas de escape de la ley. Aunque trabajaba en la
ferretería de su padre, Sanz siguió estudiando en la Escuela de Artes y Oficios para
ampliar su formación. En el testimonio cita una fuga. Esto fue una travesura de
adolescente por la cual se fue de su casa a los quince años con un amigo en bicicleta a
Valencia con la intención de embarcarse hacia América. Evidentemente no lo
consiguieron, comenzando una ruta que los llevó por la costa valenciana hasta Cataluña,
luego subieron a los Pirineos para terminar en Calatayud, donde fue a buscarles el padre
de Ángel para que regresasen a Madrid:
20
Revista Ícaro, (nº 61), 1999
21
Revista Ícaro, (nº 86), 2006
22
Revista Ícaro, (nº 88), 2006
114
“Estuve yendo a la escuela hasta los 14 años. Entonces los padres, cuando tenías esa
edad, enseguida te empleaban, ya que tú podías reemplazar a un empleado, y así empecé
a trabajar con mi padre. Después de la fuga volví a trabajar con mi padre y por la tarde
me iba a estudiar a la Escuela de Artes y Oficios. Y de esta manera estuve hasta que
empezó la guerra”.
Juan Pedro García Ortiz, en la semblanza que hace de él Celestino Díaz, fue el
primogénito de una familia numerosa. Éste dejó sus estudios y desde bien joven tuvo que
ponerse al volante del camión propiedad de su padre para ayudar a la economía familiar:
“Eran seis hermanos, lo que se dice una familia numerosa. Por ser el primogénito
enseguida se dio cuenta de que debía ayudar a mantener el sostén del negocio, y en tal
sentido dejó sus estudios y, como quiera que tenían un camión, no esperó a tener la edad
para obtener el carné de conducir y desde entonces tomó el volante del vehículo para el
servicio propio y atender a los clientes”23.
Un caso especial es del de Ernesto Marimón. Éste, una vez terminados sus estudios de
bachiller ganó una oposición de administrativo en el Ayuntamiento de Alicante. Por tanto,
cuando estalló la guerra era funcionario del mencionado Ayuntamiento. Una vez
terminada la guerra, como otros muchos funcionarios leales a la legalidad republicana,
fue depurado y separado del servicio, perdiendo su ocupación de funcionario por persona
no afecta al régimen. Al tiempo que relata su inicio en la vida laboral, hace una reflexión
sobre la Guerra Civil y sus consecuencias, pero con la altura de miras de no centrarse
exclusivamente en el bando perdedor, al cual perteneció, sino extendiendo la reflexión
acerca de la tragedia al conjunto de la sociedad española:
“A los dieciocho años, una vez terminado el bachiller, hice oposiciones al Ayuntamiento
de Alicante y saqué plaza. Luego comenzó la guerra, esa guerra inútil, fratricida, no
deseada por nadie y que arruinó a España y causó el dolor y la desesperación de las
familias españolas, que costó la vida a toda una generación de jóvenes, una valiosísima
generación perdida inútilmente por culpa de unas mentes enfermas y sedientas de poder
y de sangre, de unos malditos "salvapatrias" que arruinan a los pueblos y los llenan de
23
Revista Ícaro, (nº 90), 2007
115
luto, odio, tristeza y miseria. Cuando terminó la guerra ya no me admitieron en el
Ayuntamiento”.
El ejército de la República en el que ingresaron como voluntarios las personas citadas fue
el resultado de las reformas iniciadas por Azaña como Ministro de la Guerra en el primer
bienio republicano y con la finalidad de modernizarlo y adaptarlo a la nueva legalidad
republicana. El ejército heredado de la monarquía era deficiente en su preparación
técnica, con malas instalaciones, peor equipado y con un número excesivo de oficiales
respecto al número total de soldados. Javier Tusell (TUSELL, JAVIER: 1994, 57) afirma
que el sueldo de los oficiales se llevaba un 50 por ciento del presupuesto de las fuerzas
armadas, hecho que lastraba cualquier intento de reforma con la finalidad de que llegara
a ser un ejército moderno. Este conjunto de realidades que caracterizaban al ejército de la
monarquía fue la causa de los repetidos fracasos24 en la guerra de Marruecos contra las
cábilas de rifeños, en especial la lucha contra Abd-el-Krim. El problema marroquí
quedaría resuelto finalmente en tiempos de la dictadura de Primo de Rivera a raíz del
desembarco de Alhucemas y la inestimable colaboración francesa. De esta manera, se
terminó con el problema militar en el Protectorado que había traído de cabeza a los
24
Los fracasos más rotundos del ejército español en las campañas marroquíes fueron respectivamente, el
del Barranco del Lobo en 1909 que hizo que se llamara a reservistas dando lugar a la Semana Trágica en
Barcelona, y de Annual en el año 1921, que hizo peligrar incluso la propia ciudad de Melilla. La derrota de
Annual sería uno de las causas más importantes de la crisis sufrida por la monarquía de Alfonso XIII y
una de las razones fundamentales del advenimiento de la dictadura del general Primo de Rivera a causa de
la petición de responsabilidades por el desastre.
116
gobiernos de la monarquía desde que se comenzó a principios de siglo la penetración en
lo que sería el Marruecos español.
Además, era un ejército que intervenía en política. No se debe olvidar que el mismo origen
de la monarquía alfonsina está en el pronunciamiento militar de Martínez Campos en
Sagunto. De esta manera, salvo las excepciones republicanas, los miembros más
destacados del ejército se van a identificar con la monarquía y ésta, a su vez, con el
ejército. Alfonso XIII, en concreto, era un rey soldado. El ejército de la monarquía era
una institución a la que no le gustaba que la tutelaran, y, además, se arrogaba ciertos
derechos de intervención en la vida política que no cabían en un ejército que, en teoría,
estaba subordinado al poder civil. Uno de los hechos más palpables de esta intervención
de los militares en la vida pública fue el caso de la revista satírica catalana Cu-Cut,
acaecido en 1905. Ante una crítica a los militares en la citada publicación, éstos asaltaron
la revista y exigieron al gobierno que toda ofensa o delito cometido contra la nación o
contra el ejército fuera juzgado por los propios militares. En su pugna con los militares,
dimitiría el jefe de gobierno, el liberal Montero Ríos. El pulso entre el poder civil y el
militar se decantó a favor de este último promulgándose posteriormente, bajo la presión
del estamento militar, la Ley de Jurisdicciones en la que se recogían las demandas
intervencionistas de los militares.
Por otra parte, el ejército fue tomando posturas antiliberales a causa de los fracasos en la
campaña marroquí. Estos fracasos hacían aflorar críticas al ejército por diversos sectores
sociales. Así, va a aparecer una nueva casta militar en el ejército español, la de los
africanistas. Es decir, todos aquellos que habían hecho su carrera militar en las campañas
117
africanas, y que constituirán la base de los sublevados en 1936 contra el régimen
republicano. Frente a los africanistas había un sector del ejército, los llamados junteros25,
que se oponían a los africanistas, pero su oposición no era ideológica, sino corporativa.
Los junteros, frente a los africanistas, se oponían al sistema de ascensos por méritos de
guerra, y exigían a los gobiernos de la monarquía una modernización del ejército y una
mejora de las remuneraciones. Ambos grupos tenían en común el apoyo incondicional a
la monarquía alfonsina.
Frente a este ejército intervencionista, Azaña, con sus reformas, intentó crear unas fuerzas
armadas modernas y profesionalizadas, equilibradas en sus plantillas y que estuvieran al
margen de la vida política del país y sometidas al poder civil. Para llevar a buen término
su plan, desarrolló una serie de medidas consistentes en ofrecer retiros voluntarios con el
sueldo íntegro a los militares que lo desearan y con la doble finalidad de adelgazar las
plantillas de oficiales y conseguir, en principio, la lealtad al nuevo régimen republicano
de los que permanecieran en el ejército; medidas administrativas en el sentido de eliminar
los ascensos por méritos de guerra, reorganizar el mapa militar con la creación de las
Divisiones orgánicas, la unificación de las escalas de oficiales y la supresión de algunos
organismos de carácter militar como la Academia General de Zaragoza entre otros, y en
el terreno legislativo la derogación de la Ley de Jurisdicciones. Algunas de estas medidas
fueron vistas por un sector de los militares como una agresión, en particular los
africanistas, y desde este momento se posicionarían frente al régimen republicano.
25
Se les denomina junteros porque fueron un grupo de oficiales, peninsulares, que crearon las Juntas de
Defensa. Estas Juntas de Defensa fueron uno de los grupos de presión en la crisis de 1917, pero en cuanto
se organizó la Asamblea de Parlamentarios en Barcelona, exigiendo reformas constitucionales, y se declaró
la huelga general, se pusieron sin ningún género de dudas al lado de la monarquía.
118
creándose nuevos aeródromos para acoger a las nuevas escuadrillas que se iban
incorporando a la aviación española. Ya en 1920 se crearían cuatro zonas aeronáuticas,
cada una con un aeródromo de referencia. En concreto, estas zonas fueron Madrid,
Zaragoza, León y Sevilla. La aviación militar dependió del Cuerpo de Ingenieros hasta el
año 1915 en que pasó a depender orgánicamente directamente del Ministerio de la Guerra.
Posteriormente, se regularían los diferentes grados militares relacionados con la aviación
creando lo que se denominaría la escala del aire26 ya en plena dictadura de Primo de
Rivera, concretamente en 1925, siendo este el primer intento de que la aviación fuese casi
autónoma.
26
Los aviadores llevarían un uniforme verde para distinguirlos del resto de cuerpos de las Fuerzas Armadas.
119
internacional para la adquisición de nuevos aviones, pero no se resolvió debido al inicio
de la Guerra Civil.
“Como ya he dicho estuve trabajando con mi padre hasta los 18 años. Cuando cumplí
los 18 le dije a mi padre que no quería seguir en la calderería y que quería marcharme
al ejército. Esto sería a primeros de 1936, no había empezado la guerra todavía. Yo la
idea de irme al Ejército del Aire ya la tenía. En aquellos tiempos, en mi pueblo, si te ibas
voluntario al ejército estaba mal visto. Si te ibas por tu quinta no se veía mal, pero
voluntario no se veía bien. Mi padre no quería dejarme marchar al ejército. Me costó
mucho que me diera permiso para poder ingresar en el ejército, pero al final pude
convencerlo después de una semana de lucha para que me diese el permiso. Me dijo que
me lo firmaba pero que estaba seguro de yo no iba a ir, que no me iban a llamar. Yo le
dije que firmara y que ya veríamos. Y me llamaron, y cuando me iba para Madrid mi
padre se dio cuenta de que era realidad que me marchaba”.
120
Juan Francisco inicio su carrera militar en la base de Cuatro Vientos, en Madrid. Cuatro
Vientos fue el primer aeródromo militar que se habilitó en España, inaugurándose en el
año 1911. Hasta el año 1939, fecha de la finalización de la Guerra Civil, fue el aeródromo
más importante de España. Además de acoger diferentes escuadrillas de aviones militares,
integraba en su seno escuelas de formación de diferentes especialidades: escuela inicial
de pilotos, Escuela de Observadores, Escuela de Mecánicos, Escuela de Transformación,
Escuela Superior de Aeronáutica, Jefatura de Aviación, así como otros organismos
relacionados con la aviación (SANCHEZ CARMONA, JOSÉ R: 1986, 41). De esta
manera recuerda Juan Francisco Gómez su llegada a Cuatro Vientos acompañado de su
padre:
En Cuatro Vientos estuvo unos veinte días, destinándole posteriormente a Los Alcázares
donde consiguió entrar en el curso de Bombardero-ametrallador. La gran ilusión de
Francisco era volar, pero, como ya se ha comentado, lo de hacerse piloto era muy difícil
en aquellos tiempos, así que inició su andadura en el citado curso y pudo cumplir su
ilusión, volar, no como piloto, pero volaría. Mientras realizaba el curso, comenzó la
guerra y fue trasladado a la base de Getafe ya con el grado de sargento:
“En Cuatro Vientos estaría alrededor de quince o veinte días, y después me destinaron a
Los Alcázares. En Los Alcázares se formaban los ametralladores y los observadores. Yo
tenía mucha ilusión de volar, sabía que hacerme piloto era imposible, pero quería volar.
Entonces tuve la ocasión de entrar en el curso de Ametrallador-Bombardero. Y estando
haciendo el curso fue cuando empezó la guerra. Terminé el curso y salí con el grado de
sargento. Ya comenzada la guerra fui destinado a Getafe”.
El lugar donde fue destinado Juan Francisco Gómez, el aeródromo de Los Alcázares, es
otro de los aeródromos históricos en el desarrollo de la aviación militar española. Creado
en 1915 de la mano del entonces Director de la Aeronáutica Militar, coronel Pedro Vives,
participó de la doble naturaleza de ser aeródromo terrestre y para hidroaviones, siendo el
primero de esta naturaleza que hubo en España y también el primero de carácter terrestre
121
que hubo después de los creados en Madrid y sus cercanías (Cuatro Vientos, Alcalá de
Henares y Guadalajara). De hecho, el primer vuelo que se realizó en hidroavión, pilotado
por el oficial Roberto White, partió de esta base de Los Alcázares (AMURRIO, JESÚS:
1983, 86).
Pues bien, Juan Francisco, una vez en Los Alcázares, ingresó en la Escuela de Combate
Aéreo previa realización de los exámenes preceptivos. Los estudios allí impartidos eran
teóricos y prácticos; las clases teóricas se impartían en las aulas, dándose conferencias de
las diferentes especialidades. Los ejercicios prácticos se hacían con el avión de
entrenamiento Hispano-Suiza E-30, aparato desde el cual se lanzaban las bombas sobre
blancos situados en bollas sobre el mar. De los testimonios recogidos, los que recibieron
las enseñanzas quedaban muy satisfechos, pues se consideraron muy preparados. Esto lo
explica detalladamente Juan Francisco:
“Las prácticas en Los Alcázares las hacíamos con un avión que se llamaba E-30. Las
prácticas de bombardeo las hacíamos con unos pesos de hierro, más bien bolas de hierro,
y en el mar había una bolla. Nosotros volábamos por encima de la bolla, según la altura
y la velocidad que llevabas hacías tus cálculos y bombardeabas la bolla. Las bolas iban
122
colgadas de los planos del avión, tirabas y se soltaba la bola de hierro que caía sobre el
mar. Además, tú indicabas al piloto por donde debía ir; según unas señales, el piloto
llevaba el rumbo que le marcaba el ametrallador. Allí, en la escuela, teníamos clases
teóricas de varias disciplinas, así como las prácticas de bombardeo y ametrallamiento.
De allí salíamos muy preparados. Allí estaba también la escuela de observadores y los
profesores eran casi los mismos que nos daban clase a nosotros”.
De este modo, Francisco Cortés en el negocio familiar realizaba las tareas que le
encomendaban relacionadas con la tienda de ultramarinos, tales como despachar, cobrar,
pero también, en los meses de invierno, ayudaba en la tarea de la matanza. En su
descripción de los géneros que vendían en la tienda nos podemos hacer una idea de la
dieta consumida por la población de entonces:
123
“En la tienda se empezaba a despachar muy temprano, la gente madrugaba mucho. Por
aquel entonces no había horario, por lo menos en Pozuelo. Mi madre y yo, a partir de
las diez de la mañana, nos quedábamos solos en la tienda, pues mi padre se marchaba
al campo con el trabajador que teníamos en la casa para realizar las labores que hubiera
que hacer en las tierras de labor. Como ya he dicho, yo me ocupaba de la tienda con mi
madre y, mis hermanos, como eran pequeños todavía, no trabajaban. Yo, siendo un
chaval, despachaba y cobraba a la gente divinamente, ya tenía mucha práctica en el
despacho de alimentación.
En 1932, decide ingresar como voluntario en el arma de aviación y, como Juan Francisco
Gómez, lo hace en Cuatro Vientos, siendo luego destinado al aeródromo de Los Alcázares
a realizar el período de instrucción:
“El uno de Noviembre de 1932 ingresé en el Ejército del Aire en la Base de Cuatro
Vientos. Me tomaron filiación y me comunicaron el traslado, junto con 30 soldados más,
a la Base Aérea de Los Alcázares, en Murcia, para hacer el período de instrucción”.
124
Havilland DH-9, avión en el que hizo su primer vuelo, y con los míticos hidroaviones
Dornier J Wall, el mismo modelo del avión Plus Ultra que cruzó el Atlántico27, con el que
hizo varios viajes a Melilla. Como se puede apreciar todos eran modelos bastante
anticuados, de la década de los veinte. En aquellos momentos el parque aeronáutico
militar español estaba muy atrasado respecto a las potencias de nuestro entorno como
Francia o Reino Unido. Así relata sus experiencias Francisco Cortés:
“En la base aérea había un brigada que mientras hacíamos las guardias nos contaba sus
aventuras de vuelo. Una de las anécdotas que recuerdo era que nos decía que cuando
iba en formación y se pasaba tenía que dar marcha atrás para alinearse con los
compañeros y volver a la formación. Lógicamente se trataba de bromas que nos gastaba
a los más nuevos, puesto que es imposible dar marcha atrás en vuelo con un avión. La
verdad es que pasábamos buenos ratos. (…) La duración del período de instrucción fue
de dos meses y al tercero juramos bandera y fidelidad a la República.
El ejército, en aquellos momentos, y se podría decir que también en éstos, era un mundo
que ofrecía oportunidades de formación y un plan de vida. Oportunidades que, quizás en
la vida civil, hubieran sido mucho más esquivas, o por lo menos, más difícil de acceder a
27
Vuelo histórico realizado entre Palos de la Frontera (Huelva) y Buenos Aires (Argentina) en diferentes
etapas con un hidroavión Dornier DO J Wall en el año 1926. Los tripulantes fueron los pilotos Ramón
Franco, Julio Ruiz de Alda, Juan Manuel Durán y Pablo Rada.
125
ellas. Por ejemplo, obtener permisos de conducción de forma gratuita, aprender a manejar
ciertos aparatos o máquinas o realizar cursos de diferentes especialidades profesionales
que podían servir luego en la vida civil, una vez licenciado, o en la misma vida militar si
se optaba por seguir en la milicia como militar profesional. Francisco Cortés optó por esta
segunda vía, aprovechando su estancia en el ejército para formarse con la intención de
continuar en él como profesional. De esta manera se introdujo en el mundo de la mecánica
y de la conducción de vehículos, solicitando un traslado a las cocheras de la base de Los
Alcázares. En esta línea de hacerse profesional de aviación, se apuntó para realizar el
curso de cabo y dejar de ser un simple soldado; era la forma de comenzar a escalar en el
ejército para aquéllos que no pasaban por las academias de oficiales. Se puede deducir de
estos casos que una persona de clase trabajadora que tuviera ciertas inquietudes y una
cierta formación previa, como era el caso de Francisco, podía medrar en el ejército,
alcanzar una cierta graduación dentro del escalafón y unas expectativas de vida más
atractivas que las que le podía proporcionar su trabajo en el pueblo:
126
Durante una temporada, por las tardes, iba a los servicios de telégrafos donde había dos
cabos. Con ellos, aprendí el alfabeto Morse y electricidad para el manejo de la radio”.
Tras dos años de servicio en Los Alcázares, Francisco pidió el traslado a Cuatro Vientos,
pero le fue denegado, siendo destinado finalmente al aeródromo de Alcalá de Henares
donde tuvo la ocupación de conductor, haciéndose más tarde responsable de la
ambulancia del campo. Pasado un tiempo, una vez superado el curso de armero en la
Escuela de Mecánica de Cuatro Vientos, sería nombrado maestro armero del campo de
28
Automóvil de la empresa Ford que se comenzó a construir en 1908 y que estuvo fabricándose hasta bien
entrada la década de los veinte. Fue el primer modelo de automóvil de la historia que se construyó en serie.
127
Alcalá de Henares. El aeródromo de Alcalá de Henares es otro de los campos de aviación
pioneros en la historia de la aeronáutica militar española. El interés del Ayuntamiento de
Alcalá de Henares por ubicar en su término municipal un aeródromo data de 1913, cuando
el Ministerio de Fomento convocó un concurso para ubicar la futura Escuela de Aviación
para formar pilotos civiles. El Ayuntamiento alcalaíno se presentó, pero su candidatura
fue desechada en favor de la presentada por Getafe que ofreció la Dehesa de Santa
Quiteria, donde se situaría la Escuela Nacional de Aviación (ENA). Este aeródromo, de
origen civil, con el tiempo se convertiría en la base de aviación militar de Getafe.
Este primer tropiezo se remediaría pronto porque el coronel Pedro Vives, jefe del servicio
de la Aeronáutica Militar, estaba interesado en instalar un campo de aviación en la
localidad de Alcalá de Henares para formar a los futuros pilotos militares del ejército y
de la marina. En concreto, estaba interesado en unos terrenos cerca de la carretera de
Daganzo que utilizaban fuerzas de caballería para hacer sus maniobras. Estos terrenos se
conocían popularmente como “El Campo del Ángel” porque antaño había existido allí
una ermita dedicada al Santo Ángel de la Guarda. De esta manera, el 1 de Septiembre de
1913 se creaba el aeródromo de El Campo del Ángel en la localidad de Alcalá de Henares
(SÁNCHEZ MÉNDEZ, JESÚS y RODRIGO TOBAJAS, JUAN J.: 2013, 179). En este
aeródromo, se estarían formando pilotos hasta mediada la década de los años treinta. El
campo fue creciendo con el paso del tiempo y sus infraestructuras se fueron quedando
pequeñas para las necesidades que demandaba una más moderna aviación. En el año
1926, se concibió la idea de la construcción de un nuevo campo, en el mismo municipio
de Alcalá de Henares, que sustituyera al viejo Campo del Ángel. El proyecto y
construcción del nuevo campo fue un proceso lento. No sería hasta el año 1934, ya en
tiempos republicanos, cuando se crearía el nuevo aeródromo en un lugar diferente, pero
dentro del municipio de Alcalá de Henares. El nuevo aeródromo se llamó Barberán y
Collar en homenaje a los dos pilotos desaparecidos en Méjico, cuando volaban desde
Cuba29. En este nuevo aeródromo, se ubicó la Escuela de Vuelo y Combate.
Por las fechas que maneja Francisco Cortés, debió ser destinado al nuevo campo Barberán
y Collar, en el que como ya se ha comentado comenzaría como conductor y, después de
realizar los cursos preceptivos en Cuatro Vientos y Los Alcázares, sería el maestro armero
29
Los pilotos Mariano Barberán y Joaquín Collar desaparecieron en Méjico tras el vuelo sin escalas que
hicieron desde Sevilla a Cuba a bordo del avión “Cuatro Vientos” en el año 1933.
128
del campo. Francisco relata cómo fue la prueba de ingreso, destacando de ella su dureza.
Además, indica un dato interesante, la gran cantidad de personas que se presentaron para
unas pocas plazas que se ofertaban para el curso de armeros y artificieros. De lo descrito
por Francisco Cortés en relación con las pruebas que había que superar para conseguir el
ingreso en la Escuela, se deduce que había que tener una preparación previa, ya fuera
concerniente a temas teóricos o puramente prácticos. Superados los exámenes de ingreso
la formación se realizaría, primeramente, en la Escuela de Cuatro Vientos, pasando
posteriormente a Los Alcázares, en la Escuela de Tiro y Bombardeo. Una vez terminado
el curso, volvería a Alcalá de Henares donde estaría destinado cuando comenzó la Guerra
Civil:
“Al cabo de dos años de servicio en este aeródromo solicité el traslado a Cuatro Vientos,
pero no había plazas, y me destinaron a la base de Alcalá de Henares como conductor.
En el año mil novecientos treinta y cinco, como se licenciaron conductores, me dieron la
ambulancia del aeródromo y, en ese tiempo, tuve mucho roce con el personal de vuelo.
A los pocos meses de estar con este servicio en Alcalá de Henares, salió la convocatoria
que estaba esperando para el Curso de Armeros y Artificieros. Me presenté y saqué plaza.
Fue un examen muy duro. El examen se hizo en Cuatro Vientos. Al examen se presentaron
unas novecientas personas para veinticuatro plazas. La prueba que nos hicieron consistía
en forjar una pieza de un lanzabombas, no muy grande, pero difícil de hacer. Lo primero
que nos dieron fue una hoja de papel barba, un equipo de dibujo y un calibre para medir
la pieza que más tarde entregaríamos como modelo. Una vez hecho el dibujo en el papel
barba había que pasar al taller para confeccionar la pieza. Nos dieron un trozo de hierro
dulce para forjarlo en la fragua y hacer la pieza. Luego, había que rebajarla a lima para
dejarla en su medida exacta. En esta operación, fracasaron muchos.
129
Otro futuro armero será el catalán Demetrio Soret Falgas. Éste ingresaría, como soldado
voluntario, en aviación en el año 1933, en el aeródromo del Prat de Llobregat. La razón
de su alistamiento fue su afición a la aviación y, como él mismo confiesa, por la casi vana
esperanza de pilotar un avión. El aeródromo del Prat de Llobregat era un aeródromo de
carácter mixto en el que operaban tanto aviones civiles como aeronaves militares.
Fundado en la segunda década del siglo XX, llegará a ser el aeródromo de cabecera de la
zona Nordeste ya en época republicana. Antes, había existido el aeródromo de La
Volatería, donde hacía escala la compañía francesa Latecoere en sus vuelos comerciales
hacia África. Demetrio describe las labores que realizaba en el aeródromo, así como su
excitante experiencia de vuelo en un De Havilland DH-9:
“Yo ingresé en la aviación militar el año 1933 como voluntario en el aeródromo del Prat
de Llobregat, con la vana ilusión de llegar a pilotar un avión. Arrastrar aeroplanos,
enjabonarlos, quitar y poner calzos, limpiar hangares y hacer guardias de cuartel fue
todo lo que conseguí. Pude escapar de este pilotaje en la oficina de la Plana Mayor,
rellenando estadillos, ayudando a instruir quintos y otros menesteres que correspondían
a la compañía, aunque no pude escapar de las guardias e imaginarias.
130
seguramente para darme ánimos, y acto seguido aceleró el motor. El avión empezó a
rodar cada vez más toscamente, acusando lo irregular del suelo, hasta que al cabo de
unos segundos noté que dejábamos tierra suavemente. A partir de ese instante dejé de
temblar y aquella sensación de angustia fue sustituida por otra de completa felicidad y,
así, se lo indiqué al piloto en uno de sus giros de cabeza hacia mí. Fue un vuelo delicioso
y el día más feliz de mi vida hasta entonces.
Después de ese día continué cumpliendo mis guardias de cuartel e imaginaria y otras de
cuartel retribuidas por algún soldado de cuota, trabajando en la oficina, ayudando a
instruir quintos, volando de acompañante de tanto en cuanto y aprovechando algún
permiso de fin de semana. Con todo ello y con algún que otro remojón en la playa, fue
transcurriendo el tiempo sin esperanza de cumplir lo que había soñado”30.
Para mejorar su situación personal en el aeródromo, decidió realizar los cursos para
ascender a cabo. Una vez hechos los cursillos, consiguió el ascenso a cabo.
Posteriormente, se presentó a los exámenes para optar al curso de armero que iba a
realizarse en Cuatro Vientos y Los Alcázares. En su zona aérea, se convocaron cuatro
plazas para las que se presentaron veinte personas. Él consiguió una de ellas y, tras
aprobar el curso de armero, volvió al Prat donde se dedicó al mantenimiento del
armamento de los aviones. Al contrario que Cortés o Juan Francisco Gómez, Demetrio
realizó este curso con el objetivo de buscar una oportunidad en la vida civil con los
conocimientos adquiridos en el ejército. Como a los otros, el inicio de la guerra le cogió
como militar en activo de aviación:
“A mediados de 1934, asistí a unos cursillos para cabo organizados por el teniente
Ferrándiz, hoy general retirado del Ejército del Aire. Después de unos meses de estudios
previos, conseguí el nombramiento de cabo, mejorando con ello mi situación militar.
Casi coincidiendo con este nombramiento, en el año 1935, se anunció una convocatoria
para cubrir unas plazas de especialista en armamento para todas las regiones aéreas de
la aviación militar, correspondiendo a esta región cuatro plazas. Hice la solicitud junto
con una veintena de aspirantes y, después de unos primeros exámenes sobre cultura
general, conseguí ser uno de los cuatro alumnos que deberían asistir a los cursos de
ajuste y práctica en los talleres de los aeródromos de Los Alcázares y Cuatro Vientos.
30
Revista Ícaro (nº 96), 2009
131
Tras cuatro meses de estudio y prácticas, superé el curso con aprovechamiento, junto
con mi amigo Cáceres, aunque los otros dos compañeros no lo consiguieron.
El asturiano Justo César Sol será de los que más tempranamente ingrese en el ejército,
pues sólo tenía 14 años cuando se alistó en el aeródromo de Getafe. Abandonó sus
estudios en el colegio religioso de Getafe donde asistía para incorporarse a la aviación
como voluntario en la banda del cuartel y por consejo de su tutor. Justo manifiesta que su
entrada en el ejército le hizo cambiar su carácter, hacerle más responsable, de hecho
estando en el ejército comenzó a estudiar el bachiller, cosa que no había hecho en el
colegio. No pudo terminar sus estudios ya que comenzó la Guerra Civil estando él
prestando servicios en el campo de Getafe. Como ya se ha mencionado, Getafe en origen
fue un aeródromo civil; se construyó para que alojara la escuela de pilotos civiles, la ENA,
en el año 1913. Más tarde, ya en la década de los veinte, sería el aeródromo desde donde
operarían en Madrid las líneas aéreas comerciales que fueron apareciendo sucesivamente.
Con el paso del tiempo albergaría también escuadrillas de naturaleza militar, terminando,
en los primeros tiempos de la República, por ser un aeródromo exclusivamente militar.
La faceta civil de Getafe se trasladaría al recién creado aeropuerto de Barajas, en el año
1931. Barajas, a partir de ese momento, sería el aeropuerto civil de referencia en Madrid.
El aeródromo de Getafe ha estado muy vinculado a la empresa de construcciones
aeronáuticas, CASA, creada en la década de los 20 y dedicada mayoritariamente a la
construcción de aviones bajo licencia. El aeródromo de Getafe tendrá una importancia
fundamental en la derrota de los sublevados en 1936 en Madrid, ya que sus aviones serían
los que bombardearían los cuarteles levantados en armas contra el gobierno. De esta
31
Revista Ícaro (nº 96), 2009
132
manera, iniciaría su andadura militar Justo César, que tendría su continuación durante la
guerra:
“Y entonces, como no podían hacer carrera de mí, mi tutor decidió que ingresara en
aviación. Así que ingresé en aviación antes de la guerra. Entré como voluntario en la
base de Getafe porque él allí tenía muchas amistades entre los oficiales de la base. Y eso
fue mi salvación porque yo no había estudiado ni bachiller ni nada y en casa estaban
todo el día insistiéndome para que estudiara y yo no hacía nada. Mi madre siempre dijo
que yo cambié totalmente cuando dejé el colegio y entré en aviación. Total que entré en
aviación cuando tenía catorce años, se entraba entonces como educando de banda.
Estando en aviación comencé a estudiar el bachiller, pero en esto llegó la guerra. Desde
que entré en aviación hasta que comenzó la guerra habían pasado cuatro años, había
entrado con catorce y tenía dieciocho cuando empezó la guerra. En esos años, yo había
cambiado de mentalidad, de comportamiento, allí, en el cuartel, nunca tuve ningún
problema”.
A diferencia de Juan Francisco Gómez y Francisco Cortés, Justo César Sol no inició en
aquellos primeros años de su vida militar ningún tipo de formación relacionada con la
aviación. Lo haría después, ya comenzada la guerra. En Getafe fue un simple soldado
que, como ya se ha referido, intentó estudiar el Bachiller. De su estancia en Getafe antes
de la guerra nos relata algunas anécdotas relacionadas con su vida de soldado y puede
llegar a conseguir el anhelo de muchos como él, volar:
“En Getafe, estando de soldado, llegué a volar en los Breguet XIX. Tú hablabas con algún
piloto y, si te dejaba subir con él, pues te dabas una vuelta en el avión el tiempo que
estaba él volando, pues era el vuelo que hacías tú. A mí me gustaba el avión, pero hoy ha
dejado de gustarme y eso que los aviones de hoy en día son más seguros. La verdad es
que en aquellos tiempos también eran seguros, pues en todos los años que estuve en
Getafe nunca vi un accidente mortal. Recuerdo que una vez llegaron a Getafe unas
avionetas que venían de un concurso de alta acrobacia, me parece que eran
checoslovacas. Esta gente hizo una exhibición allí, en Getafe. Había allí un teniente que
se llamaba Mediavilla. Éste era un piloto magnífico, así que cogió un Nieuport y se puso
a hacer acrobacias. El remate de todo esto fue que él se tuvo que tirar en paracaídas y
el Nieuport reventó contra el suelo. No le arrestaron, me imagino que diría que le había
fallado el motor o cualquier otra historia”.
133
En la etapa republicana, la política lo impregnaba todo y esto no pasaba desapercibido
para el joven Justo César, que identifica en su relato qué oficiales aviadores de los que él
vio pasar por el aeródromo eran de izquierdas o de derechas, de hecho cita a los
republicanos Antonio Camacho, Hidalgo de Cisneros o Cascón y al conservador Apolinar
Sáenz de Buruaga, del que no tiene muy buena opinión.
“Mi padre ingresó en aviación con catorce años en la base de Cuatro Vientos como
mecánico. Le encantaba la cosa de los aviones, le tiraba desde niño. El entró en Cuatro
Vientos como aprendiz de mecánico, como un aprendiz civil, pero parece ser que él
siempre quiso ser aviador, cosa que a su madre le daba mucho miedo. Él sabía mucho
de aviones, ya que había estado desde los catorce años entre sus motores. Así que en
cuanto empieza la guerra enseguida se hace piloto y va a al frente”.
“Mi marido ingresó en aviación para hacer la mili y luego ingresar en la Guardia Civil.
Creo que en aviación se incorporó en el aeródromo de Cuatro Vientos. De Cuatro Vientos
le destinaron a La Ribera que, por entonces, era una base de hidros”.
“Corría el año 1933 cuando los dos ingresamos como voluntarios en aviación, en la
Primera Escuadra Aérea de Getafe. Posiblemente con la ilusión de alcanzar una mejora
134
de vida social, que en aquellos tiempos no era muy propicia para una juventud. Supimos
encuadrarnos en el aprendizaje de una vida disciplinada, ordenada en servir y obedecer
y estos fueron los pilares que nos dieron nuestros instructores superiores”32.
CONCLUSIONES
Del repaso de la vida laboral de los aviadores antes de la guerra se puede afirmar que la
mayoría de ellos comenzó a trabajar en edad temprana, entre los 12 y los 14 años, incluso
algunos comenzaban antes, cuando se trataba de negocios familiares o de trabajos
agrícolas ya que la ley lo permitía. Otros muchos optaron por ingresar en el ejército por
tres razones fundamentales: Buscar una vida mejor en el ejército, una vía hacia el ingreso
32
Revista Ícaro (nº 85), 2005
33
Revista Ícaro (nº 86), 2006
135
en las fuerzas de seguridad del Estado, o formarse en las academias de aviación para luego
poder aplicar los conocimientos en la vida civil, una vez dejaran el ejército.
Cabe destacar también, y esto ya lo hemos comentado en un punto anterior, que muchos
de ellos, cuando terminaban su jornada laboral, realizaban estudios de diferente índole,
casi siempre de carácter técnico.
136
D.- IDEOLOGÍA Y PARTICIPACIÓN POLÍTICA DE LOS
AVIADORES ANTES DE LA GUERRA
La adolescencia y la primera juventud de los aviadores llegó en un momento de gran
efervescencia política en España. Es el período final de la monarquía de Alfonso XIII con
el colapso de la dictadura de Primo de Rivera en 1930 y los inicios y desarrollo de la II
República proclamada el 14 de Abril de 1931. Los partidos políticos y sindicatos llegaron
a tener afiliaciones altísimas en estos momentos. Por ejemplo, la UGT y la CNT
sobrepasaron el millón de afiliados. A este clima de agitación política y social no fueron
ajenos los aviadores pero, curiosamente de lo que se podría esperar de los casos
estudiados, no hay muchos en los que antes del comienzo de la Guerra Civil haya una
militancia clara de izquierdas. La guerra llevará a tomar conciencia política a la mayoría
de ellos, inclinándose sin ninguna duda hacia ideologías y participación política en el
marco de las izquierdas.
Gregorio Gutiérrez comenzó a tener conciencia social desde muy joven, casi de niño, al
ver cómo vivía el hombre que su familia tenía contratado para llevar a cabo las labores
del campo. No le gustaba cómo vivía aquel hombre. Más tarde, y con unas ideas
izquierdistas muy difusas como punto de partida, se afilió a Izquierda Republicana, el
partido que lideraba Manuel Azaña, como una forma de canalizar esas inquietudes
políticas. Podía haber sido el Partido Socialista o un sindicato, pero fue Izquierda
Republicana porque el padre de su novia de entonces estaba afiliado a este partido de
centro izquierda. Indica, por otro lado, que una parte de su familia era conservadora, en
concreto, su hermana pequeña:
“Al quedarse viuda, mi madre contrató a un hombre al que había que pagarle también.
Yo recuerdo que el pobre hombre que ayudaba a mi madre con la labor ganaba cuatro
137
pesetas al día. El hombre ese vivía en una especie de chabola. Siendo yo tan pequeño
todavía me acuerdo y ya empecé a tener conciencia de la cuestión social.
“Yo, entonces, estaba afiliado a Izquierda Republicana, de Azaña. ¿Por qué era yo de
Izquierda Republicana? Por la sencilla razón de que el padre de mi novia era de
Izquierda Republicana y me dijo, oye ‘¿Tú no estás afiliado a ningún partido? Digo, no’.
Mis simpatías han sido siempre de izquierdas, siempre, siempre, no solamente yo, sino
mis hermanos, siempre de izquierdas. En cambio, tenía una parte de mi familia más
conservadora, mi hermana, por ejemplo, la que nació la última”.
Otro militante ugetista de antes de la guerra fue el catalán Antonio Vilella. En su relato
nos explica detalladamente las razones que le llevaron a afiliarse a la UGT y no al
sindicato anarquista, la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Abunda en la
34
Sindicato confesional vasco de filiación católica, pero de carácter reivindicativo y exclusivamente obrero
frente a otros sindicatos católicos que agrupaban en su seno a obreros y patrones.
138
práctica moderada y pactista de la UGT frente a la violencia cenetista. Pero el socialismo,
una vez perdidas las elecciones de 1933, se había ido radicalizando, con un discurso cuasi
revolucionario, lejos de la tradicional práctica política socialista de carácter templado. De
hecho, a Largo Caballero, que era el que controlaba los aparatos sindical y político del
socialismo en aquellos momentos, se le denominaba el “Lenin” español. Había
conseguido separar de la dirección a la fracción más moderada liderada por Julián
Besteiro. La espiral ascendente de carácter radical del socialismo llegaría a su cénit con
la fracasada revolución de Asturias de 193435. Este hecho fue la excusa perfecta de las
derechas, en el gobierno desde 1933 tras ganar las elecciones generales de ese año, para
iniciar una política legislativa agresiva de carácter antisocial y una acción represiva muy
dura contra las organizaciones de izquierda y nacionalistas. Esta radicalización del
discurso socialista hizo aumentar el interés por la política de las masas, que exigían a la
República cambios palpables en sentido progresista. Este interés que había por la política
en general lo describe muy bien Antonio Vilella cuando describe el ambiente político de
la escuela industrial donde él estudiaba; afirma que estaban muy politizados, que había
un gran entusiasmo por la política. Entusiasmo que se traducía en que la política podía
sacar a España de su marasmo y de su atraso y con el fin de llegar a una sociedad más
justa. En estas ideas se plasmaba la afección de esta juventud militante de izquierdas
durante la II República:
35
La revolución de Octubre de 1934 fue un movimiento popular radicado en Asturias protagonizado por la
llamada Alianza Obrera en la que participaban socialistas, comunistas y anarquistas. Fue sofocada por el
ejército de África, tras una enconada resistencia de los obreros asturianos que sufrieron una represión
terrible.
139
Como ya he dicho, nosotros, en la Escuela estábamos muy politizados y, allí, teníamos
un grupo de la UGT y de socialistas. Por entonces, no había ingresado aún en el Partido
Socialista, sólo estaba en la UGT. Me gustaba la idea socialista porque para mí, cuando
me hablaron del socialismo, lo que me convenció fue que era un partido social porque
socialista quiere decir que se preocupa de lo social, del aspecto social de las personas,
y aquello fue lo que a mí me entusiasmó”.
“Yo, sin embargo, no he militado nunca en ningún partido. El Partido Socialista nunca
me ha parecido bastante socialista y, además, lo está demostrando cada vez más y el
Partido Comunista tampoco me ha gustado porque como se ha visto siempre se convierte
en una dictadura y yo soy un hombre demócrata. Las dictaduras las odio. No soy
partidario de la imposición ideológica, sea de un sector o de otro. Pero las ideas mías
son las de mi padre (su padre era del ala izquierda del socialismo). Cuando yo era joven,
los socialistas estaban mucho más a la izquierda que ahora. Para empezar eran
marxistas, los socialistas de hoy han renunciado al marxismo y se han hecho
socialdemócratas. En realidad no se deberían llamar socialistas, sino socialdemócratas.
Total, que nunca he pertenecido a un ningún partido político”.
140
Juan Francisco Gómez menciona su pertenencia al Partido Comunista antes de la guerra.
Por entonces, el Partido Comunista era un partido minoritario de la izquierda, muy devoto
de las directrices que emanaban de Moscú y, por tanto, de carácter estalinista. Había sido
muy combativo con el socialismo, pero el cambio de política de Stalin con su estrategia
de Frentes Populares le había acercado a la izquierda republicana y al socialismo, aunque
estas fuerzas tenían muchas suspicacias acerca de sus verdaderas intenciones. Su
importancia política, y el aumento sensible de militantes, se hará realidad ya comenzada
la guerra debido a la ayuda militar que la Unión Soviética proporcionó a la República.
Juan Francisco se había afiliado al partido en su pueblo. Como él mismo indica no era un
militante muy activo, solamente asistía a algunas reuniones. A su padre no le gustaba que
estuviera en el seno del Partido Comunista. Juan Francisco confiesa que su padre tenía
miedo, pero aquél no renunció a su militancia:
141
muy joven entonces, pero en su discurso nos encontramos de nuevo con el interés de la
sociedad de entonces por la política y que las personas estaban muy influidas por ese
ambiente de efervescencia e ilusión política que se vivía. Aunque dando un giro a su
reflexión, regresa a posiciones más mundanas, afirmando que como joven que era le
gustaba más ir al baile:
“Yo, como carpintero, ingresé en la CNT, pero a raíz de la creación del Frente Popular
y la unificación de las Juventudes Socialistas y las Juventudes Comunistas ingresé en la
JSU. Por aquellas fechas, muy inesperadamente para mí, por cierto, en la reunión del
Sindicato de la CNT del pueblo fui elegido secretario del sindicato. El local del Sindicato
lo teníamos en un piso alquilado al que por las tardes solíamos ir a tomar café. El café
era un lujo en aquellos tiempos pero nosotros lo recibíamos a sacos del sindicato vía
Carcagente.
José Sancho confiesa que se unió a la CNT porque consideraba que tenía un aspecto más
sindicalista que otros sindicatos. Se define como un hombre de izquierdas, en general,
pero sin militancia partidista concreta. Afirma que ya en la posguerra ayudó a distribuir
Mundo Obrero36 por Alicante, haciéndolo por amistad y no por militancia en el PCE.
Apunta que el Partido Comunista fue la organización que más trabajó durante la guerra y
también durante la dictadura en su oposición a ella. Este es un lugar muy común en el
imaginario colectivo de la izquierda pero, sin ninguna duda, es también una realidad
histórica. El PCE, durante la guerra, adoptó una actitud radicalmente pragmática: antes
había que ganar la guerra que hacer la revolución y fue un elemento de estabilidad en el
régimen republicano en el período bélico. Ya en la dictadura se mostraría como la fuerza
política más combativa y organizada frente al régimen. Mucho más que los socialistas,
36
Publicación oficial del Partido Comunista de España que a lo largo de su historia ha tenido distintas
periodicidades.
142
que se replegaron mucho en su actividad opositora con la finalidad de mantener vivas sus
organizaciones, sobre todo, a raíz de la muerte del dirigente Tomás Centeno, en el año
1953. Reflexiona también acerca del cambio político habido en la sociedad valenciana,
de existir una mayoría histórica de izquierdas a pasar a una mayoría conservadora en la
actualidad, mayoría plasmada en el Partido Popular:
“En el tema sindical yo estaba afiliado a la CNT por su carácter sindicalista, pero yo
nunca he sido anarquista. Recuerdo que pagaba diez céntimos al sindicato, y en paz. Yo
nunca he estado metido en política, ni entonces, ni ahora. En Alicante y Valencia, por
entonces, había mucha gente de izquierdas, de hecho salió de Alicante para el frente un
batallón que se llamaba ‘Alicante Rojo’. Parece mentira que hubiera antes tanta gente
de izquierdas por estas tierras y que ahora esté el Partido Popular. Pero de lo que sí me
di cuenta durante la guerra y después de la guerra fue que los comunistas eran los que
más hacían, los que más se lo trabajaban. De hecho, después de la guerra, yo colaboré
con ellos teniendo una multicopista y ayudando a distribuir Mundo Obrero, pero tengo
que decir que yo tampoco he sido comunista. Esto lo hacía por ayudar a mis amigos.
Pero lo que tengo claro es que soy un hombre de izquierdas”.
143
Pedagógicas o la Universidad Popular. Con la victoria de los sublevados, siguió
funcionando en la clandestinidad y fue el modelo en el que se inspiraron los estudiantes
de los años sesenta en sus protestas contra el franquismo. José Bravo informa también de
los enfrentamientos que tenían con jóvenes de ideología derechista y del desconocimiento
que tenía de lo que estaba ocurriendo en Asturias o en Cataluña con la proclamación del
Estat Catalá por parte de Companys:
Por las tardes, iba a pasear con mis amigos y una novia que tenía, por la calle de Alcalá,
en el tramo comprendido entre la calle Peligros y Cibeles, zona frecuentada también por
los de derechas, con los que manteníamos a menudo algún que otro altercado. No tenía
por aquel entonces mucha conciencia de lo que estaba pasando con las sublevaciones en
Asturias o Barcelona” (BRAVO, JOSÉ MARÍA y DE MADARIAGA, RAFAEL: 2007,
41-43).
144
CONCLUSIONES
La toma de conciencia política, ya fuera simplemente a escala de ideas o ir más allá y dar
el paso adelante y afiliarse y militar en un partido o sindicato, en muchos casos fue
producto de la experiencia de la guerra. De hecho, mucha de la militancia que acudió al
PCE estuvo originada en la experiencia de la guerra.
145
E.-AFICIONES, INTERESES E INQUIETUDES DE LOS
AVIADORES ANTES DE LA GUERRA
Ya se ha comentado en capítulos anteriores que la formación adquirida antes de la guerra
por los futuros aviadores había sido crucial para la superación de los exámenes de ingreso
en las diferentes academias de las distintas especialidades por las que pasaron cada uno
de ellos; y, por supuesto, para comenzar y culminar los estudios en el seno de ellas. El
capítulo dedicado a la educación ha estado centrado en lo que podría llamarse enseñanza
reglada, o por lo menos, lo que más se acerca a ella en aquellos años, utilizando una
terminología moderna. Pero los aviadores, además de su educación reglada, por lo
general, eran personas muy inquietas intelectualmente. Incluso los que se habían
incorporado tempranamente al mundo del trabajo, siempre tenían intereses e inquietudes
que desarrollar al margen de su vida laboral cotidiana. Esas aficiones, intereses e
inquietudes que titulan el presente capítulo se sustancian en un cajón de sastre en el que
caben actividades de muy diversa naturaleza, tales como una vaga o firme afición juvenil
por la aviación, el interés por la mecánica y la electricidad o electrónica, las actividades
de tiempo libre, o los deportes, entre otras. El desarrollo de alguna de estas actividades
será también parte fundamental de la formación y posterior desarrollo profesional en el
marco de las Fuerzas Aéreas de la República en tiempo de guerra.
Gregorio Gutiérrez es el arquetipo de persona autodidacta. Una vez que abandona los
estudios reglados, ante la imposibilidad de continuar el bachillerato, comenzará a
aprender mecanografía y, más adelante, temas relacionados con la electricidad y
electrónica, dedicándose a la reparación y posterior fabricación de receptores de radio.
Gregorio era un espíritu inquieto y aún sigue siéndolo, pues a pesar de su edad mantiene
una gran actividad intelectual. Como se ha dicho, una vez dejados los estudios reglados
comenzó a estudiar mecanografía por las noches y empezó a hacer sus primeros pinitos
con la electricidad y la electrónica fabricando radios de galena que vendía entre la
clientela de la taberna regentada por su madre. Afirma que fue totalmente autodidacta,
que nadie le ayudó, que todo lo que sabe lo ha hecho por si mismo:
“Yo iba por la noche a aprender a escribir a máquina, el caso era darme una ocupación.
Mi ilusión era, sobre todo, la tecnología, la técnica, la electricidad, la radio. Por eso a
mí la radio siempre me ha gustado mucho y entonces, cuando mi madre compró un
aparato de radio, empecé a deshacerlo y me dije, esto lo hago yo. Yo no he tenido nunca
146
a nadie que me haya guiado y me haya dicho haz esto o lo otro, en todo soy autodidacta.
Entonces, yo mismo cogí y dije, ah, pues bueno, las cajas las hago con cajas de puros;
las cajas de puros me las guardaba un primo mío que tenía un estanco y los hilos y todo
aquello me busqué un sitio en El Rastro donde vendían barato. Así hacía mis aparatos
de galena y entre la clientela de la taberna vendía radios”.
147
estudiadas por Gregorio, de las que cita el nombre e, incluso, el precio que tenían en
aquella época. Asimismo, cuenta que se reunía con radioaficionados (él mismo se
convirtió en uno de ellos), con los que intercambiaba información técnica. Toda esta base
de conocimiento le serviría para abrir poco después su propio taller y, en los primeros
momentos de la guerra, dedicarse a las transmisiones en el ámbito militar:
“Así fui aprendiendo radio. Yo me hartaba de leer libros, sobre todo de radio, revistas
de radio, de electricidad. Todos estos libros me los compraba yo y si me daban propina
la guardaba para comprar más libros. Mi hermana mayor en la taberna, de vez en cuando
me cogía y me daba dinero sabiendo que no lo iba a gastar en chucherías. Llegó un
momento en que yo me hacía mis aparatos de radio, y vendía aparatos a otros. Un día
digo: ahora voy a hacer un aparato de lámparas, de cuatro válvulas. Yo estaba muy
documentado por las revistas, compraba Radio Sport y Radio Técnica. Estas revistas
costaban una peseta. De esta manera me fui metiendo en la radio sin profesor, sin nadie
que me enseñara, solamente algunos radioaficionados que nos juntábamos y nos
transmitíamos conocimientos. De esa forma llegué a ser un radioaficionado. Así que
empecé a hacer el primer receptor de válvulas. Las válvulas me las pagó mi hermana.
Recuerdo que las válvulas costaban entonces alrededor de veinte o treinta pesetas. Las
compré en la Calle Desengaño esquina con la Calle Valverde, la tienda se llamaba
Nacional Radio. Yo calculo que serían las Navidades de 1933, pues quería inaugurar la
radio para las Navidades del 33. Después de la cena de Nochebuena fuimos a probar la
radio y no funcionaba. Se fueron a la cama. Después descubrí el fallo, lo reparé, lo monté
en una caja y lo vendí. En aquella época me dieron 400 pesetas”.
Pero Gregorio Gutiérrez, al margen de su afición por la tecnología, tenía una gran
conciencia de tipo social. Esto lo había interiorizado cuando era un niño, al ver en el lugar
donde vivía la persona que trabajaba las tierras de su familia como asalariado. Esa
conciencia social va a llevar a Gregorio Gutiérrez y a otras personas allegadas a él a crear
una asociación de tipo cultural que cubriría un espectro amplio de actividades, desde la
alfabetización hasta el excursionismo.
Las personas de extracción social humilde, los trabajadores, tenían en aquellos momentos
un ocio, podríamos decir, que muy limitado, muy pobre. Como muy bien relata Gregorio,
los obreros, cuando salían de su centro de trabajo, generalmente después de una larga
jornada, lo que hacían era ir a la taberna a beber vino y a jugar, en algunos casos, lo que
148
no tenían. Esta situación él la comprendía perfectamente, la tenía interiorizada, porque lo
veía a diario en la bodega que regentaba su madre. Esta situación ya la habían denunciado
los sindicatos en sus escritos, de hecho Largo Caballero hace mención de ello en sus
memorias. Por esta razón los sindicatos, en concreto la UGT en las Casas del Pueblo,
comenzaron a desarrollar actividades de carácter cultural y educativo para sacar a los
obreros de las tabernas. Se impartían clases de alfabetización, se daban cursos de
formación profesional, se ofrecían conferencias de muy diversa temática y se crearon
también clubs deportivos, todo ello con la finalidad de que no fueran a las tabernas, ya
que se veía el alcohol como una forma más de alienación de la clase trabajadora. Gregorio,
en su exposición, afirma que los chicos, una vez llegada cierta edad, hacían lo mismo que
los adultos, y era precisamente eso lo que él y los que le acompañaron en la aventura de
la asociación querían prevenir. Gregorio expone de forma clara y breve la situación:
“En aquella época las casas, estoy hablando del año treinta y tantos, no eran como las
que tenemos ahora. No había calefacción, ni había sillones, ni cuarto de estar como
tenemos ahora. Los maridos, cuando salían del trabajo, se iban directos a la taberna. En
la taberna la costumbre era echar la partida. Había quien se jugaba la consumición,
pero había quien se jugaba más. Pues esa misma costumbre la íbamos cogiendo los
jóvenes que íbamos detrás. Consecuencia de esto, que desde muy pequeños hacíamos lo
que hacían los mayores y, efectivamente, nos metíamos en la taberna. Nos poníamos en
un rincón, porque entonces las tabernas eran muy grandes y estaban llenas de mesas y
enseguida repartían barajas. Nosotros, los jóvenes, lo que nos jugábamos era una
consumición, generalmente cerveza con gaseosa. No se iba para beber alcohol, pero lo
que uno iba cogiendo era la costumbre de ir a la taberna. Librerías no habría, pero
tabernas, desde mi barrio hasta Ventas, yo no sé las que había, muchas, a derecha e
izquierda”
Una vez tomada conciencia de la situación, deciden, como ya se ha comentado líneas más
arriba, crear una asociación para llevar a cabo actividades de tipo educativo y fomentar
un ocio alternativo a la taberna, dándole a todo el proyecto un tinte social, que es lo que
realmente lo caracterizaba:
“Ante esto se nos ocurrió lo siguiente. Digo esto para dar cuenta de que, siendo tan
jóvenes como éramos, y el sentido que teníamos de la cuestión social. La iniciativa
consistía en hacer una asociación cultural a imagen y semejanza de una que ya había y
149
que estaba formada por personas entre veinticinco y treinta años. Estos se dedicaban
exclusivamente a la cuestión cultural, se reunían y hacían obras de teatro muy bien
interpretadas. Además tenían unos locales magníficos. Era gente que estaba trabajando
y disponía de dinero para pagarse el local. No había ninguna subvención por mucho
beneficio social que tuviese.
Entonces, como se decía antes, se nos ocurrió hacer una cosa parecida, hacer una
asociación. Teníamos 16 o 17 años. Enfrente de una casa había una parcela. La acotamos
con ramas que traíamos del Jarama para hacer una especie de vallado. Dentro pusimos
una mesa para un ambigú y poder sacar dinero. Al principio íbamos los amigos más
íntimos y sus familiares. La música sonaba con un organillo que se alquilaba por 15
pesetas toda la tarde. En resumidas cuentas, que vendíamos bebidas no alcohólicas y
galletas de vainilla. Como sólo pagábamos el organillo, íbamos sacando algún beneficio
y lo íbamos acumulando. Y entonces pensamos ya en coger un local”.
150
represiva hará que, en el programa del Frente Popular para las elecciones de Febrero de
1936, uno de los puntos principales sea el de la amnistía para los presos políticos. Así
cuenta Gregorio cómo funcionaba la asociación:
“Después de la parcela alquilamos un local que no tenía ventanas. Era todo interior, no
tenía más entradas que las de la puerta. El alquiler era muy barato y, además,
acondicionar el local no era problema ya que nos lo hacíamos todo, ya que uno era
albañil, el otro pintor, el otro …, al final lo dejamos bordado. Más tarde nos cambiamos
a otro local. Fue cuando legalizamos la asociación. Se redactaron unos estatutos.
Manolo Viejo era el presidente y yo era el secretario. El nuevo local daba a la misma
Carretera de Aragón, lo que es ahora la Calle de Alcalá, era un buen sitio para el barrio.
El nuevo local era una vivienda y pagábamos 60 pesetas de alquiler al mes. Hicimos
obras, entonces los caseros daban toda clase de facilidades. Cuando había una asamblea
de la asociación había que dar parte a la Dirección General de Seguridad y, entonces,
mandaban a un policía que presenciaba todo lo que se trataba en ésta. La asociación era
cultural y apolítica, pero todo el mundo era de izquierdas. La prueba está en que cuando
salíamos de excursión la canción que más cantábamos era La Internacional. La
asociación se llamaba Amistad y Cultura”.
151
pedagógicas que se desarrollaron a finales del siglo XIX y principios del XX, y a ello le
dedicaba mucha atención la Institución Libre de Enseñanza, la Escuela Nueva o la
Escuela Moderna. Estas ideas de contacto con la naturaleza fueron transferidas a la
sociedad en general. En un primer momento, evidentemente, las actividades de ocio
estaban reservadas a las clases más adineradas, pero conforme avanzaba el siglo XX, el
ocio fue extendiéndose hacia otros sectores sociales más desfavorecidos. La llegada del
ocio a las clases populares está relacionada con los avances sociales y políticos
conseguidos por las fuerzas obreras: léase, principalmente la reducción de la jornada
laboral y el aumento de salarios. Por tanto, “El tiempo libre disponible amplió su abanico
social y la paulatina superación de los umbrales de subsistencia de amplios sectores de
las sociedades urbanas favorecieron la aparición de nuevas prácticas sociales y focos de
interés para la ocupación de un tiempo de ocio recién conquistado” (OTERO
CARVAJAL, LUIS ENRIQUE: 2003, 175). Una de estas nuevas formas de ocio para las
clases populares fue el excursionismo que pasó de ser una actividad de exclusivos clubs
que iban a la sierra de Madrid a pasar el día a una actividad popular apoyada por este tipo
de asociaciones, ya fueran dependientes de alguna organización política o al margen de
ella. Muy importante en la democratización del excursionismo fue el desarrollo de los
medios de transporte, en particular el de viajeros por carretera que abarató los precios y
disminuyó sensiblemente el tiempo de los recorridos. Por tanto, las actividades de ocio y
tiempo libre, en particular el excursionismo, era una forma de alejar a los trabajadores del
ocio improductivo y ponerlos en contacto con el campo, la montaña o los lugares con
interés turístico o histórico, era también una forma de desarrollo personal. La vida de la
asociación terminó, como otras muchas cosas buenas en la España de entonces, con el
inicio de la Guerra Civil:
“Una de las cosas que organizamos fue enseñar a leer a la gente que no sabía. También
el que tenía una profesión podía enseñar y podía aportar unos conocimientos
determinados. Yo era uno de los que estaba dando clase; había mucho analfabetismo,
había mucha gente que no sabía leer ni escribir. Juntamos a mucha gente. Te das cuenta
con esto que lo que conseguimos fue quitar público a las tabernas. La asociación era un
centro de reunión, cuando salíamos de trabajar íbamos siempre allí. Hacíamos también
excursiones. En las excursiones iban dos personas mayores con nosotros. Hacíamos
excursiones a Aranjuez, a Guadarrama, etc. La asociación duró hasta que comenzó la
guerra”.
152
Miguel Chasán nos confiesa su afición por el fútbol y la aviación. En lo relacionado con
el fútbol, cuenta que era portero de un equipo y que llegó a recibir ofertas del Mestalla,
que era el equipo filial del Valencia. Por entonces, el fútbol era ya un deporte de masas,
y existía en España una estructura federativa muy consolidada y con competiciones del
más alto nivel como era la Copa de España o la Liga de clubs. El deporte, conforme
discurrían los años del siglo XX, se iba extendiendo y afianzando entre las clases más
populares, en la doble vertiente de espectáculo o de práctica deportiva. Fue un fenómeno
general que a medida que avanzan los tiempos, el deporte se democratiza. Como afirma
Alvaro Rodríguez, “La historia del deporte occidental del siglo XX ha sido una paulatina
ampliación de las prácticas desde las clases sociales superiores a las inferiores, de los
ricos a los pobres, de los hombres a las mujeres, de los blancos a los negros”
(RODRÍGUEZ DÍAZ, ÁLVARO: 2005, 3). Es decir, el fútbol, fue un elemento más de
esa sociedad de masas que se estaba conformando desde principios de siglo y que tenía
otros referentes en el mundo de la política o los medios de comunicación. De hecho, todos
los grandes clubs de fútbol españoles nacieron entre finales del siglo XIX y principios del
XX como agrupaciones de gente acomodada que dedicaba su tiempo libre a jugar al
fútbol. La situación sería radicalmente diferente entrados los años treinta en los que el
fútbol se había convertido en un espectáculo y tenía ya sus propios ídolos populares.
Miguel Chasán afirma que fue muy aficionado a la aeronáutica desde joven, que estaba
muy bien informado de los raids aéreos en los que participaron aviadores españoles en
las décadas de los veinte y los treinta, como fueron el raid aéreo Melilla-Canarias de 1924,
la aventura del Plus-Ultra de 1926, el vuelo de la Patrulla Elcano a Filipinas en el mismo
año, el trágico vuelo de Barberán y Collar en 1933, etc. La afición de Miguel Chasán por
la aviación perduraría hasta después de la guerra pilotando avionetas:
“Por aquella época empecé a jugar al fútbol, era portero. Era bueno porque a última
hora yo ya tenía propuestas del Mestalla; el Mestalla era el equipo del Valencia para
infantiles. Quería probarme como portero. Yo tenía una afición tremenda por el fútbol.
Entonces formaba parte de un equipo. Claro, todo esto fue antes de la guerra, yo ya
tendría unos 16 años o 17 años. La guerra cortó de raíz todo el tema del fútbol.
La afición mía había sido la aviación. Yo tenía mucha afición a la aviación antes de la
guerra. Yo conocía, por ejemplo, todas las anécdotas de Barberán y Collar, la aventura
153
del Plus Ultra. Todo aquello lo leía con mucho interés porque tenía esa cosa por la
aviación”.
También aficionado a la aviación desde joven fue Juan Francisco Gómez. Su interés por
ella venía dado porque veía pasar a los aviones que en la ruta de Madrid a Valencia
sobrevolaban su pueblo, Motilla del Palancar. Tanta fue su afición que, como ya hemos
visto, se alistó como soldado voluntario en el arma de aviación:
“Yo veía a los aviones que volaban de Madrid a Valencia, los veía pasar por el pueblo a
todos porque por Motilla del Palancar pasaba la carretera principal. En aquellos
tiempos algunos aviones no llevaban brújula y la orientación la daba la carretera
principal que iba de Madrid a Valencia, era la referencia que tenían. Por esta razón
pasaban muchos aviones por mi pueblo. Por esa razón a mí me gustaba mucho la
aviación”.
Simón Fiestas, en su juventud, unió una gran afición al deporte y a la aviación. En relación
con el deporte fue tanta su devoción que era uno de los deportistas que iban a participar,
en la especialidad de gimnasia, en la Olimpiada Popular de Barcelona37 que iba a tener
lugar en esa ciudad en julio de 1936 y que no llegó a celebrarse por la sublevación de los
militares del 18 de ese mismo mes. La Olimpiada Popular de Barcelona se organizó como
un evento alternativo a las olimpiadas oficiales que se iban a celebrar en la Alemania
gobernada por los nazis, con Hitler a la cabeza. Fue una forma de politización de la
actividad deportiva. Las organizaciones políticas obreras, en especial socialistas y
comunistas (los anarquistas entendían la actividad deportiva y el ocio de otra manera),
enseguida estuvieron interesadas en la actividad deportiva por dos razones fundamentales
y complementarias una a la otra: Que las clases trabajadoras realizaran actividades de
ocio saludables y organizadas y, por otra parte, era una forma de atraer personas a las
organizaciones políticas y sindicales. De esta manera, comunistas y socialistas crearon
sus propios clubs deportivos. Pero la visión comunista del deporte fue mucho más
ideológica y política que la de los socialistas (OTERO CARVAJAL, ENRIQUE, 2003,
189). Así, el tratamiento que daba al deporte la publicación comunista Mundo Obrero era
diferente a la que hacía El Socialista. El Socialista hacía una información deportiva más
cercana a las publicaciones periodísticas generalistas, mientras que la de Mundo Obrero
37
Las fechas previstas de las Olimpiadas Populares de Barcelona eran entre el 19 y el 26 de julio de 1936.
154
hacía continuas distinciones entre el deporte popular y el burgués, añadiendo ciertas dosis
de crítica al deporte profesionalizado.
Asimismo, Simón Fiestas, tenía también una gran afición por el excursionismo y los
deportes de montaña. De hecho, cuando comience la guerra se alistará en un regimiento
de montaña antes de formarse como aviador. Afirma también que su afición a la aviación
ha sido de siempre y que la ha mantenido toda su vida:
“Por aquel tiempo tenía mucha afición a los deportes de montaña, excursionismo,
fotografía y, sobre todo, la aviación. Podría definir mi afición por la aviación como una
obsesión que ha durado toda mi vida. He sido asiduo a los salones internacionales de
aeronáutica de París o Londres y, por tanto, he vivido y he seguido de cerca los avances
de la aviación en general.
Francisco Cortés tuvo afición hacia la aviación desde muy joven. Como ya se ha visto,
desde muy niño trabajó en el comercio de ultramarinos de carácter familiar que su familia
tenía en el municipio madrileño de Pozuelo de Alarcón. El interés por la aviación tuvo su
origen en el hecho de que sobre los cielos de Pozuelo, se realizaban las prácticas de los
cursos de pilotos impartidos en el aeródromo de Cuatro Vientos. Esta afición por la
aeronáutica le llevará a construir, primero, una maqueta de un dirigible. Mas tarde, junto
con un amigo, construirán un artefacto volador autopropulsado. La experiencia de diseño
aeronáutico no terminó de la mejor manera. El ingenio fabricado por los muchachos entró
en barrena al poco de despegar causando un gran estrépito. Ambos terminaron siendo
155
multados por el juez del pueblo, que incluso deseaba encerrarlos en los calabozos
municipales.
“En esta época era muy amigo de un muchacho que se llamaba Tomás. Su padre era el
herrero del pueblo. Nos reuníamos cuando teníamos tiempo libre. Los domingos solíamos
ir a misa a las diez de la mañana. Después nos poníamos a hablar de la aviación, ya que
en aquellos tiempos había cursos de pilotos en Cuatro Vientos y de allí iban a Pozuelo a
hacer prácticas, ya que era una zona muy libre. Mi amigo y yo nos hicimos muy
aficionados a la aviación y, sobre todo, yo en particular. De este modo me decidí a hacer
un dirigible de un metro y veinte centímetros de longitud. Fue una maqueta que tuve
colgada en la tienda unos dos años”.
“Un día hablando con otro amigo que se llamaba Julio Sánchez, que en aquellos tiempos
estaba colocado en la taberna de Doña Eustaquia, me dijo que tenía un cohete sin usar.
Yo le propuse que podíamos construir un avión y que el cohete serviría de motor para
lanzarlo al espacio. Me dijo que sí, que estaba de acuerdo con el proyecto, y nos pusimos
manos a la obra y terminamos construyéndolo. Nada más terminarlo procedimos a
lanzarlo al espacio. El edificio donde estaba la taberna de Doña Eustaquia tenía planta
alta. En el sobrado había una claraboya para salir al tejado. Pusimos el artefacto en la
claraboya para lanzarlo al espacio. Lo colocamos para lanzarlo, encendimos el cohete y
salió disparado hacia el lado derecho. Se inclinó tanto que entró en barrena y cayó en
un solar cerca de la taberna. Cuando llegó al suelo explotaron los petardos que llevaba.
Sonaron como si fuera un arma de fuego, alterando al público que estaba alrededor. La
gente se imaginó que habíamos sido nosotros. El Señor Juez, que vivía en este barrio,
quería meternos en el calabozo del Ayuntamiento del pueblo, pero no se llegó a esto. Nos
puso una multa de cinco duros a cada uno y ahí se terminó la aventura”.
156
amigo, cuyo padre era músico de una de las bandas del pueblo, Francisco entró en
contacto con el ambiente musical y empezó a recibir clases de música. Fue un alumno
aventajado y su debilidad musical era el clarinete. Pero era un instrumento muy caro y no
podía comprárselo. En un momento dado de su vida tuvo que elegir entre la música y la
aviación; hay que recordar que Francisco Cortés entró como voluntario en aviación.
Elegiría esta última opción a pesar de que su padre le ofreció hacer el esfuerzo de
comprarle un clarinete, si renunciaba a ingresar en el ejército. Francisco hizo esto último
dejando de lado una posible carrera musical:
“En Pozuelo había dos bandas de música, una, que la llamaban la ‘Vieja’ y, la otra, que
era la municipal, que pertenecía al Ayuntamiento. La Banda Vieja era una banda
particular, privada, se pagaba una cuota mensual. Tenían un piso alquilado en Pozuelo
que servía como academia de música. Tenían un maestro que venía dos veces por
semana.
Por mediación de mi amigo Tomás empecé a estudiar música. El padre de Tomás era
músico de la Banda Vieja, tocaba allí un instrumento y, al estar su padre allí, Tomás
empezó a estudiar solfeo. A mí me dijo un día que por qué no me animaba a estudiar
solfeo. Yo le contesté que para mí era muy difícil y que no entendería nada. Me dijo que
yo iba a estudiar la lección que iba a poner y que vería como la asimilaba. Me dijo
también que la música era el arte de combinar el sonido con el espacio. Me escribió una
partitura y me fui dando cuenta de cómo funcionaba un pentagrama. Me compré un
método y, con este método, me fui instruyendo poco a poco. Tomás iba más adelantado
que yo en estas cuestiones, él iba ya por las lecciones de corcheas, pero a los tres meses
de empezar ya me había puesto a su altura en esta cuestión. En la calle donde yo vivía
habitaba un señor que era músico de la Banda del Hospicio y se ofreció a ayudarme con
el tema de la música. Mi maestro de música venía dos veces por semana y me ponía dos
lecciones, pero con la ayuda de este señor podía dar cuatro o cinco lecciones el día que
venía el maestro a casa; así, de esta manera, me puse a la altura de Tomás.
Yo tenía interés por tocar el clarinete que. por cierto, mi maestro trajo uno muy moderno.
Antes, los que había eran de catorce llaves, que así se decía, pero éste era mucho más
moderno. Me gustaba mucho la música, pero había un inconveniente, que yo quería
entrar en aviación al año siguiente y otro inconveniente era que no podía comprar el
157
instrumento. Mi padre me dijo que si me quedaba me lo compraba, pero yo le dije que
deseaba marcharme al ejército, que era el trabajo que yo quería”.
“En Invierno se vendía mucho tomate en conserva y este producto se recibía en cajones
de madera. Eran cajones de tablas finas que me venían muy bien para la caldera de la
matanza. Yo propuse a Tomás hacer con estas tablas una carroza y un avión para
exhibirlo en las próximas fiestas de carnaval. Lo hablamos con los padres y no se
opusieron, nos dijeron que hiciéramos lo que quisiéramos. Construimos dicha carroza y
un avión tipo caza para dos plazas. Hicimos el fuselaje y los planos de dos alas con dos
cabinas en el fuselaje para ir uno delante y otro detrás. El que iba en la parte delantera
tenía una manivela para hacer girar la hélice y entre los dos empujaríamos la carroza.
El primer día salimos e hicimos un recorrido por varias calles del pueblo hasta llegar a
casa. El segundo día no pudimos salir con la carroza porque el día anterior habíamos
sudado mucho a consecuencia de las muchas cuestas que hubo que subir. No nos dejaron
salir por si cogíamos una pulmonía. Hacía mucho frío y era peligroso sudar. Se sudaba
mucho porque el artefacto que habíamos construido pesaba mucho”.
“Yo tenía interés en hacerme mecánico. Cuando tenía un rato libre lo aprovechaba para
hacer prácticas en el taller de mi amigo Tomás, prácticas que más tarde me sirvieron
para pasar el examen en la base de Cuatro Vientos”.
Otro entusiasta de la mecánica fue el barcelonés Antonio Vilella. Aficionado a ésta desde
niño menciona que jugaba con un juego mítico que aún se vende en las jugueterías, El
Mecano. El Mecano era un juego muy popular compuesto de piezas metálicas, tuercas,
tornillos y, en algún modelo, se incorporaba un pequeño motor eléctrico con el que los
158
niños realizaban pequeñas construcciones metálicas de todo tipo. Como dice Vilella, daba
mucho pie para la imaginación. Además, hace una reflexión sociológica importante en
relación con el juego y la formación de los niños y adolescentes actuales. Sin mencionar
a las nuevas tecnologías, viene a decir que, con este tipo de juguetes manuales, se
estimulaban las potencialidades de niños y adolescentes frente al actual juego infantil y
adolescente basado en artilugios tecnológicos donde casi todo está hecho y no requiere
del esfuerzo mental del menor. Termina su reflexión acerca del tema abordando la crisis
actual no sólo desde el punto de vista económico sino desde el de los valores:
“Ya desde joven me entusiasmó la mecánica. Recuerdo que yo tenía un juego de mecano
que era la manera de empezar a disfrutar de la mecánica. Aquel juego era una buena
introducción para hacerte mecánico. Yo lo he visto también en compañeros míos, que
también tenían un mecano y con él jugábamos a construir y a inventar. Esto es algo que
la juventud debería conocer y vivir, inventar es algo muy importante. Es algo que se
necesita hoy en día, hoy en día se necesita esto, crear, inventar, optimismo, entusiasmo,
ilusión, y de eso hay ahora una crisis enorme, mucho más nefasta que la crisis económica
porque los principios que hacen nobles y dignos a las personas son la base de la vida
posterior y del éxito o fracaso de las personas”.
José García Lloret fue otro de los futuros aviadores interesado por la técnica y por el
deporte desde joven, en concreto el ciclismo y el fútbol. Como se ha comentado líneas
más arriba, el ocio en general y el deporte en particular se fueron democratizando
conforme avanzaba el siglo XX.Y, al igual que la práctica de actividades de ocio se fueron
extendiendo hacia las clases populares, esta misma tendencia se dio también en sentido
horizontal, es decir, pasó de ser un fenómeno predominantemente urbano a llegar, de
forma lenta, eso sí, al entorno rural, que es el medio donde se desarrolló la vida de José
Lloret en su infancia y juventud hasta el comienzo de la guerra. Hubo deportes que en su
práctica apenas salieron, en este primer tercio del siglo XX, de las clases más favorecidas,
léase el tenis o la esgrima. Pero otros se hicieron verdaderamente populares y
constituyeron fenómenos de masas tanto en su faceta de espectáculo como de práctica
deportiva. Estos deportes fueron, por supuesto, el fútbol, pero también el ciclismo y el
boxeo. Una muestra de este trasvase de la ciudad al medio rural de la práctica deportiva
lo encontramos en José Lloret, cuando afirma que practicaba de forma habitual el fútbol
159
y el ciclismo. A esto hay que añadir, como ya se ha dicho, su afición por la técnica, que
le hacía construir artefactos que probaba con un amigo de su pueblo:
“Mis preferencias iban por otros derroteros como podían ser las bicicletas o todo lo
relacionado con la técnica. En el mencionado corral de mi amigo había un lavadero por
donde pasaba la acequia. Desde el tejado del lavadero, que estaría a menos de metro y
medio de altura del suelo, nos lanzábamos utilizando objetos que hacían de paracaídas,
primero una rama seca de dátiles y luego conseguimos un paraguas con el cual la
maniobra nos salía mucho mejor.”
Durante unos años jugué al fútbol de interior derecho con el equipo de colegio hasta que
me torcí un tobillo y abandoné. De todos modos, mi afición favorita era la bicicleta. A
los ocho años tuve la primera bicicleta mediana y, en mis ratos libres, ayudaba a un
amigo que tenía un taller de bicicletas”.
El navarro Juan Goicoechea en su niñez, en Alsasua, tenía una imprecisa inclinación hacia
la aviación. Le confesó a su padre que él algún día volaría a lo que éste le contestó con
una frase llena de escepticismo, cuyo fondo estaba en la condición social obrera de la
familia de Juan. Nadie de la clase trabajadora, salvo alguna excepción, podía permitirse
el lujo de ser piloto porque no disponían de recursos para formarse como tal. Su padre
nunca pudo ver volar a Juan porque moriría en el frente durante la guerra civil. Falleció
luchando con el bando gubernamental en el frente del Norte:
“Así que los domingos y fiestas los dedicábamos a ir al monte. Íbamos muchas veces para
hacer leña para el invierno. Al sitio donde íbamos había muchas aves con unas alas
enormes que parecían águilas reales. Yo le decía a mi padre que si yo pudiera matar un
ave de aquellas, le quitaría las alas, me las pondría yo y me tiraría de la peña para volar
igual que aquellas águilas. Un domingo que mi padre llevó la escopeta, la cargó y me
dijo que disparara a las águilas. Me quedé debajo de un árbol y, cuando aparecieron,
apunté y disparé. Debido al retroceso de la escopeta me desplacé un metro hacia atrás
con un fuerte golpe en la mandíbula y en un dedo. No vi águila ni cosa que se le pareciera,
pero la ilusión de volar no se me quitó. Se lo dije a mi padre aquel día, que algún día
volaría y él me dijo: ‘¿Tú, volar? Con que montes en carro y en el burro te basta’, y mis
ilusiones de volar, aunque tarde, llegaron. Sentí que mi padre nunca me viera volar,
murió en la guerra, durante un bombardeo en un monte entre Santander y Bilbao”.
160
Otra afición de Juan Goicoechea era más tradicional e interclasista, la caza. En las zonas
rurales era habitual que hubiera armas de caza en las casas, ya fuera en el marco de la
legalidad, o como actividad furtiva para ayudar a los escasos ingresos familiares. El caso
es que había mucha afición a la caza en toda la geografía española. Evidentemente, no
era lo mismo la práctica de la caza realizada por los sectores sociales acomodados, pues
para ellos era una práctica deportiva cuyas jornadas cinegéticas se convertían en un
episodio de la vida social, que la practicada por las clases populares mucho más enfocada
al autoconsumo. Otra diferencia entre la caza llevada a cabo por la aristocracia o la
burguesía y las clases populares eran las piezas cobradas. Los primeros se dedicaban a la
caza mayor mientras que los segundos se dedicaban primordialmente a la caza menor.
Hay un apunte de carácter sociológico en el testimonio de Juan cuando relata el episodio
de las culebras. Era habitual que los ayuntamientos dieran pequeñas recompensas por la
caza de lo que entonces se denominaban alimañas, ya fueran lobos, zorros o culebras,
entre otras especies. Se ofrecían estos pequeños premios en metálico por el mal que estas
especies hacían, ya fuera directamente a las personas o a la hacienda de éstas. Juan era un
consumado cazador de culebras. Así, relata su experiencia:
Por aquella época había muchos reptiles por allí, de todo tipo. Recuerdo que yo cogía
las culebras y las metía en un caldero para que se pelearan. Se defienden enroscándose
una a la otra. Es bonito verlas luchar. Una vez el Ayuntamiento lanzó un bando por el
cual por cada culebra que se cogiera te daban en el Ayuntamiento cinco pesetas. Se me
ocurrió ir en busca de culebras. El primer día me presenté en el Ayuntamiento con 15
culebras. Al día siguiente con 11 y había gente que entregaba una o dos. A éstos que
venían con una o dos el Secretario del Ayuntamiento les pagaba, pero a mí me decía que
ya me pagaría. Ya un día le dije que, o me pagaba o soltaba las culebras que llevaba ese
día, que debían ser unas 15. Como no pagaba las solté. Y le dije que si no me pagaba en
el momento me iba a mi casa y ahí se quedaban las culebras. Me pagó inmediatamente y
me puse a recoger las culebras. Según las atrapaba las mataba y las iba contando, pero
me faltaba una. Y que no aparecía. Me dijo el Secretario y un funcionario que había allí
con él que mientras no apareciera la última que de allí no salía. Al final apareció, era
una víbora, la maté y ya me pude ir con el dinero. Pero no sólo cazaba culebras, cazaba
todo tipo de animales como lagartos, lagartijas o sapos”.
161
También aficionado a la caza fue el futuro piloto de caza Ernesto Marimón. De familia
acomodada de ideología progresista y republicana, la caza había sido algo consustancial
a su persona desde niño ya que su padre y su abuelo habían sido muy aficionados a esta
actividad. Ésto se transmitió a Ernesto, que también ha sido un gran aficionado a la caza
durante toda su vida:
“Tanto mi abuelo materno como paterno eran cazadores, y tanto en una casa como en
otra he visto desde bien pequeño perros de caza, y en las temporadas de perdices,
conejos, liebres, tórtolas, torcaces, tordos, codornices, toda clase de caza menor y en el
recibidor de la casa había una gran cabeza de ciervo con muchas puntas que mató mi
abuelo en una montería. Con esta escuela, fue natural que yo también me aficionase a la
caza y desde bien joven he tenido escopetas de varios calibres, adecuadas a la edad. Esta
afición la han tenido también mis dos hijos varones que la han vivido en casa, lo mismo
que yo la viví en la casa de mis mayores”.
Francisco Meroño en el tiempo que pasó trabajando en la construcción del embalse, como
residía allí mismo, se dedicaba también a la actividad cinegética y a lo que actualmente
se denomina el senderismo. Le encantaba pasear por las montañas disfrutando de la
naturaleza. Su hija, Dolores Meroño, afirma que en la obra ya le llamaban el aviador por
la afición temprana que se despertó en Francisco:
“Mi única distracción son la pesca y la caza por la inmensa belleza de estos montes,
cubiertos de pinos; camino sin cesar embriagado por los perfumes del campo, siempre
encuentro variedad en los árboles, en las piedras, en los arbustos” (MEROÑO
PELLICER, FRANCISCO: 2010, 15 ).
José Bravo, de familia de clase media progresista, fue un joven aficionado a las
actividades al aire libre, llámese excursionismo, montañismo o esquí. También era
aficionado a la natación. Este interés por las actividades al aire libre ya le venían de
familia. Su tío, José Zabala, fue uno de los fundadores de la Sociedad Deportiva Peñalara
(BRAVO, JOSÉ MARÍA y DE MADARIAGA, RAFAEL: 2007, 36). Y llegó a construir
un refugio junto a la Laguna de Peñalara, en la sierra madrileña, llamado refugio Zabala.
Por tanto, José Bravo es partícipe de esa afición por el ocio en la naturaleza que
desarrollaron las clases acomodadas al principio del siglo XX y que se canalizaban vía
clubs selectos que desarrollaban actividades de montañismo, esquí o excursionismo:
162
“Mi madre se sentía atraída, como el resto de la familia, por la vida al aire libre y los
deportes. Este ambiente influyó mucho en mi formación temprana, por lo cual me aficioné
pronto a tales deportes como el esquí, la natación y el montañismo. Las actividades
deportivas de toda la familia nos llevaban frecuentemente a Navacerrada o la Fuenfría”
(BRAVO, JOSÉ MARÍA y DE MADARIAGA, RAFAEL: 2007, 34).
Celestino Díaz cuenta que lo de ser aviador ya le venía desde niño pero, como se ha
comentado, era algo difícil. Tristemente, la guerra le proporcionaría la posibilidad de
serlo:
“Mi vocación por ser aviador data de mi más tierna infancia. Sueño que siempre lo
consideré utópico, pero aquel malvado golpe de Estado del verano de 1936 vislumbró la
posibilidad de convertir en realidad algo tan difícil. Entonces me estaba preparando para
ingresar en la Escuela Superior de Comercio”38.
Con mucho interés por la aviación también desde temprana edad son los futuros aviadores
Josep Capellades y Francisco Viñals. David Iñiguez, a propósito de la presentación de
las memorias de Josep Capellades, afirma que, desde muy pronto Josep tuvo inclinación
por la mecánica y la aviación comercial, pero le pasó lo que a muchos otros que tenían
pasión por la aviación, que era un objetivo inalcanzable cuando se procedía de sectores
sociales no acomodados:
También David Iñiguez, en la semblanza que hace de la vida Francisco Viñals cita la
precoz afición por la aviación de Francisco asistiendo a conferencias acerca de la aviación
comercial y siendo miembro del Aeroclub Popular de Barcelona:
38
Revista Ícaro (nº 86), 2006
39
Revista Ícaro (nº 100), 2010.
163
“Mucho antes de este episodio Viñals vivió otros muchos más en su longeva existencia y
en su larga trayectoria como aviador de la República. Entusiasta de la aviación desde
muy joven había tomado contacto con la aeronáutica civil antes de la guerra gracias a
las conferencias realizadas en 1933 y 1934 en la Escola Industrial de Barcelona de vuelo
sin motor. Y como socio del Aero Club Popular de Barcelona, una entidad promotora de
la aviación y cuyas instalaciones se hallaban en el aeródromo militar del Prat. Este
bagaje anterior le servirá de experiencia para su futura formación”40
CONCLUSIONES
1.- Los futuros aviadores eran personas generalmente muy inquietas, cultural y
educativamente hablando y sentían gran interés por los más diversos y variados temas.
2.- Una gran parte de estas personas ya sentía afición por la aviación desde muy jóvenes,
aunque siendo conscientes de que, debido a su condición social, era muy difícil que algún
día llegaran a pilotar un avión.
3.- Muchos de ellos realizaron actividades de ocio y tiempo libre relacionadas con el
deporte o el excursionismo. Esta sería otra expresión de ese espíritu inquieto del que ya
se ha hablado.
40
Revista Ícaro (nº 104), 2011
164
III.- LA PARTICIPACIÓN DE LOS AVIADORES EN
LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA
1º) El inicio de la Guerra Civil. Expresado de forma general sería el tiempo comprendido,
diferente en cada persona, entre su incorporación a la guerra como sujeto activo de ella
hasta su ingreso en alguno de los centros de formación de habilitados por la aviación
republicana, ya fuera para la formación de pilotos o en cualquier otra especialidad. En
este punto se incluyen las experiencias de aquellos que eran civiles antes del comienzo
del conflicto o de los que ya eran militares pero realizaron sus estudios para alcanzar el
grado de formación militar que fuera pertinente en el marco del conflicto bélico. Habrá
excepciones como aquellos otros que, en el momento de comenzar la guerra, ya
pertenecían a las Fuerzas Armadas de la República y ya habían culminado sus estudios
como especialistas en la aviación republicana. De estos últimos analizaremos sus
primeras experiencias bélicas en el conflicto civil español. Habrá otras personas a las que
no se las mencionará en este punto, pero que aparecerán en los subsiguientes, porque
ingresaron directamente en las academias, ya comenzada la Guerra Civil, sin pasar
previamente por el campo de batalla. El objetivo fundamental de este apartado sería
comprender las circunstancias de todo tipo que condicionaron o determinaron a estas
personas para sumarse al bando republicano al inicio de la guerra, y por supuesto, el por
qué de su elección del bando gubernamental: las razones políticas, vitales, geográficas, o
de cualquier otra naturaleza.
2º) Los estudios en las diferentes academias militares. Sería el período de tiempo en el
que los sujetos activos del estudio permanecerán en las distintas academias militares
formándose en las diferentes especialidades. En este punto se analizará
pormenorizadamente las experiencias en los distintos centros de formación militar. Como
en el período anterior, la ubicación en los centros de formación militares en el marco
temporal de la guerra será diferente según la persona, ya que algunos miembros se
formaron al comienzo de la guerra, otros lo harían al final de la misma y, de hecho, no
165
terminaron su formación ya que antes de culminarla devino el final de la contienda
española. En este apartado no aparecerán las personas que ya tenían sus estudios militares
finalizados antes de comenzar la contienda.
166
1935). La nueva mayoría de derechas de las Cortes puso todo su empeño, más que en
gobernar, en destruir todo lo que se había legislado en clave progresista en los dos
primeros años republicanos. A ello, hay que añadir que la crisis de Octubre de 1934
acentuó aún más el sesgo conservador de las derechas, traduciéndose esta actitud en una
política, en exceso represiva, contra la izquierda en general, incluso hacia los más
moderados. La crisis abierta por los casos de corrupción en el Partido Radical 41 y la
negativa del presidente de la República, Alcalá Zamora, a entregar el gobierno a Gil
Robles, líder de la CEDA42, llevaron al citado Alcalá Zamora a la disolución de las Cortes
y a la convocatoria de unas elecciones para el 16 de Febrero de 1936. En el ínterin entre
la disolución de las Cortes y la celebración de las elecciones hubo un gobierno de carácter
centrista presidido por Portela Valladares. Alcalá Zamora pretendió crear una tercera vía,
de orientación centrista, en torno a la personalidad política de Portela, que se situaría en
el mapa político español entre el bloque de las derechas y el de las izquierdas,
experimento que, como la realidad demostró, resultó un sonado fracaso a la vista del
resultado obtenido en las elecciones de 1936. La sociedad española, por entonces, ya
estaba en exceso polarizada tanto social como políticamente para ensayos de esa
naturaleza.
Los republicanos y la izquierda fueron a las elecciones de febrero de 1936 con otro talante
y con la lección aprendida de la derrota electoral de 1933. Las razones del fracaso del
centro-izquierda republicano y de las izquierdas en las elecciones de 1933 tenían su
origen, básicamente, en dos causas: 1ª) que habían ido desunidas a la convocatoria
electoral y 2ª) que las organizaciones anarquistas habían pedido de forma activa la
abstención. La derrota electoral había hecho reflexionar profundamente a todo el espectro
político que había sido derrotado en 1933 y había prendido en todas estas organizaciones
la idea de volver a presentarse unidas a unos comicios electorales. Por tanto, las
organizaciones republicanas de centro-izquierda y el abanico de opciones de izquierda
decidieron presentarse a las elecciones en coalición, lo que sería el Frente Popular, con la
41
El Partido Radical, liderado por el veterano líder Alejandro Lerroux, siempre había sembrado dudas
acerca de su honorabilidad por su relación con las corruptelas administrativas. Pero, en el año 1935,
aparecieron dos casos de corrupción protagonizados por elementos del partido que terminaron con la carrera
política de su líder: El caso del estraperlo y otro relacionado con una compañía naviera.
42
CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas). Coalición de carácter derechista liderada por
Gil Robles que incluía en su seno desde conservadores moderados hasta gentes que filtreaban con el
corporativismo fascista o el conservadurismo de carácter clerical-católico tan tradicional en la historia
política española. Las que si evolucionaron hacia posturas filofascistas fueron sus juventudes, las JAP
(Juventudes de Acción Popular), muchos de cuyos componentes ingresarían en Falange Española.
167
finalidad de llevar adelante un programa reformista y de progreso y, de paso, frenar en
las urnas la ofensiva conservadora. Como ellos mismos proclamaban, había que recuperar
la República. Además, para la convocatoria electoral de 1936, los anarquistas no dieron
instrucciones de carácter abstencionista, por lo que muchos votos decisivos de esta
facción política fueron a parar al Frente Popular.
La victoria del Frente Popular en las elecciones de Febrero de 1936 supuso una explosión
de júbilo en una parte muy importante de la población, no tan significativa como la del
14 de abril de 1931, pero sí que expresó la esperanza de muchos ciudadanos en que
comenzaría un nuevo período de reformas que hicieran avanzar a España hacia la
modernidad y un nuevo modelo de justicia social. Alcalá Zamora entregó la jefatura del
gobierno a Manuel Azaña que lo conformó en base a elementos republicanos, no
participando en el ejecutivo ningún partido de izquierdas de los que formaban parte del
Frente Popular.
43
Una vez conocida la victoria del Frente Popular personajes como Gil Robles, Calvo Sotelo o el general
Franco (Jefe del Estado Mayor) presionaron al presidente del gobierno, Portela Valladares, para que
declarase el estado de excepción, a lo que éste se negó. Hubo también una conspiración de tipo militar que
no prosperó por la negativa de la Guardia Civil y la Guardia de Asalto a participar en la intentona golpista.
En ésta estaban implicados los generales Franco y Goded con una importante participación de personajes
civiles provenientes de partidos de la derecha.
168
97). En esta tesis también ha abundado Pierre Villar, afirmando que, para las fuerzas
tradicionales y conservadoras, la República, desde su inicio, fue algo anómalo que había
que extirpar de la manera que fuese para volver a lo de siempre (VILAR, PIERRE: 1988,
8), es decir, al dominio socioeconómico de la oligarquía que había controlado todos los
resortes del poder desde 1875 hasta el 14 de abril de 1931.
44
Komintern: III Internacional o Internacional Comunista.
45
Es opinión común que si Indalecio Prieto hubiera ocupado la Jefatura del Gobierno cunado fue designado
por Azaña, quizás el golpe de Estado urdido por los militares podría haberse evitado, ya que el líder
169
republicano Casares Quiroga que, a la postre, le tocaría lidiar en los primeros momentos
con la futura insurrección militar, frente a la cual se mostró totalmente incapaz. En
palabras de Manuel Tuñón de Lara, la destitución de Alcalá Zamora fue un error que
aumentaba las discrepancias entre las fuerzas políticas de izquierda y de derecha, es decir,
que llevaba al traste cualquier intento de consenso político (TUÑÓN DE LARA:
MANUEL, 1996, 36). De esta manera, la rebeldía de los militares cobraría una nueva
dimensión incluyéndose en la lista de conspiradores contra el gobierno algunos generales
que hasta el momento habían tenido una clara trayectoria republicana, como serían los
casos de Cabanellas o Queipo de Llano (GONZÁLEZ CALLEJA, EDUARDO: 2012,
148).
Por otro lado, los meses transcurridos entre Febrero y Julio de 1936 estuvieron preñados
de actos desestabilizadores, de carácter violento, protagonizados por la derecha con la
finalidad de que a la República se la identificara con el desorden público y la inseguridad
ciudadana. A la violencia de los grupos políticos de derechas habría que añadir, en el otro
espectro ideológico, la impaciencia de los campesinos por la aplicación de la reforma
agraria que hizo que se produjeran ocupaciones de tierras de forma espontánea por parte
de jornaleros sin tierra. También se produjo la convocatoria de algunas huelgas por parte
de los sindicatos, sobre todo de la CNT, que no fueron demasiado oportunas para el
momento político que estaba viviendo el país. Estas movilizaciones en el campo y las
huelgas fueron explotadas por las derechas para exigir, ya de forma clara, un golpe de
estado militar que llevara el orden público al país. Por otra parte, no fue nada oportuno
para la situación socio-política en que se encontraba la República ante el acoso
conservador, el lenguaje revolucionario, casi bolchevique46, del líder del socialismo
español en aquellos momentos, Francisco Largo Caballero. Era poco coherente porque la
política real desarrollada por el socialismo español por aquellos días era de carácter
moderado, ubicada en el marco del Frente Popular y apoyando sin fisuras a los gobiernos
republicanos.
socialista hubiera puesto más energía en combatirlo en los momentos de su preparación que Casares
Quiroga.
46
A Francisco Largo Caballero le llamaban por entonces el “Lenin español” debido a sus manifestaciones
políticas en exceso extremistas para lo que había sido la trayectoria histórica del Partido Socialista. Este
discurso radical en lo político y en lo social, no sustanciado en práctica revolucionaría, asustó a muchos
sectores conservadores de la sociedad española que veían en el líder socialista un agente de la revolución
comunista.
170
Sería a partir de Abril de 1936, y bajo la dirección y coordinación del general Emilio
Mola, cuando comenzaron a tomar verdadera forma las diferentes conspiraciones
militares que se estaban tramando contra la República. Con el apoyo de Renovación
Española47, de los carlistas48, la Falange49 y de amplios sectores de la CEDA, una buena
parte del ejército comenzó a confabularse contra el gobierno de la República. Tras meses
de preparación, a inicios del verano de 1936 convergieron tres movimientos conspirativos
distintos que fructificarían en Julio de 1936: el de la UME50, el de la Junta de Generales
que funcionaba en Madrid y la conspiración organizada por Mola en Navarra
(GONZÁLEZ CALLEJA, EDUARDO: 2012, 151). Destacar, al respecto, que Mola,
desde el primer momento, dejó claro en sus instrucciones que era un movimiento
esencialmente militar y que las milicias51 de partidos y los civiles que participaran en el
golpe serían fuerzas complementarias y, por supuesto, siempre a las órdenes de los
militares.
El golpe de Estado que preparaban los militares contra el gobierno era casi un secreto a
voces, pero Casares Quiroga no quiso hacer caso a las personas y organizaciones que le
estaban advirtiendo de que se urdía una seria y grave intentona golpista. Incluso le pasaron
listas en las que se indicaba que elementos estaban implicados en la conspiración. Un
papel muy importante en esta labor de intentar desactivar el golpe desde dentro del
estamento militar lo tuvo la UMRA52, que estuvo denunciando ante el gobierno de forma
continuada los preparativos de la insurrección militar (BEEVOR, ANTONY: 2005, 46).
47
Partido político de ideología monárquica, liderado por Calvo Sotelo, que había evolucionado claramente
hacia posturas corporativas de carácter autoritario.
48
Los carlistas eran los herederos políticos de aquellos absolutistas que se habían levantado en el siglo XIX
contra el Estado liberal. En la década de los treinta del siglo XX, seguían teniendo su pretendiente al trono
de España y profesaban una ideología ultraconservadora de carácter clerical católica. Su importancia para
los golpistas radicaba en que disponían de una milicia organizada, el Requeté, que se puso en el momento
del Golpe de Estado de julio de 1936 al servicio de los sublevados contra el Gobierno de la República.
49
Partido político de carácter fascista creado en 1933 por José Antonio Primo de Rivera, hijo del dictador
que había regido los destinos de España entre 1923 y 1930. Falange Española se fusionaría después con las
JONS (Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista) para formar Falange Española y de las JONS. Crearían
su propia milicia y sería una de las fuerzas políticas más desestabilizadoras en el primer semestre del año
1936 siendo protagonista de una larga serie de atentados contra militantes de izquierda.
50
UME: Unión Militar Española. Organización militar clandestina de carácter conservador formada
mayoritariamente por jefes y oficiales que conspiraba contra la República. Fue muy operativa en las
diferentes unidades militares para captar adeptos al golpe de Estado del 18 de julio.
51
Nos estamos refiriendo fundamentalmente a las milicias de Falange y al Requeté carlista.
52
UMRA: Unión Militar Republicana Antifascista. Organización militar en la que participaban también
elementos pertenecientes a las fuerzas de orden público de carácter republicano e izquierdista.
171
Tradicionalmente, los libros de historia dan como fecha de inicio de la Guerra Civil
Española el 18 de julio de 1936. Esta fecha, la más importante en el ideario de los
sublevados, se convertiría en la fiesta nacional del régimen nacido de la victoria de los
sublevados en la guerra civil y, por supuesto, en el máximo icono de la memoria colectiva
de los vencedores durante los años que duró el régimen franquista. Realmente, el golpe
se inició en la tarde del 17 de julio de 1936 en el Protectorado de Marruecos,
prolongándose los días 18, 19 y 20 de julio. A partir de entonces, España, a grandes
rasgos, quedaría dividida, geográfica y políticamente, en dos partes durante los casi tres
años siguientes.
No constituye éste un trabajo para entrar en la crítica acerca del análisis de las causas
coyunturales o estructurales de la Guerra Civil. Hay muchas y muy buenas
investigaciones de autores españoles y extranjeros que entran en este tema, ya sea desde
posturas conservadoras53, progresistas54, o lo que se ha denominado últimamente la
tercera vía55, que intenta superar los enfoques de las dos anteriores (ZARAGOZA
PELAYO, RAFAEL: 2007, 167-168). Seguramente se seguirá investigando sobre los
orígenes, cercanos o lejanos, de la Guerra Civil, si prevalecieron los factores ideológicos,
políticos, económicos o sociales, pero, lo que está claro, es que no fue un enfrentamiento
inevitable ya que “… si un grupo de conspiradores militares hubiera mantenido la
fidelidad al juramento de lealtad a la República que pronunciaron en su día, nunca
habría comenzado una guerra entre españoles; habrían ocurrido otras cosas, pero no
una guerra. No hay por tanto que ir mucho más allá de la insurrección militar de
mediados de julio de 1936 para comenzar a entender la catástrofe que a partir de esas
fechas se abatió sobre los españoles” (JULIA, SANTOS: 1999, 13-14). En contra de la
inevitabilidad de la guerra se expresan también los historiadores Javier Tusell y Gabriel
53
La historiografía conservadora asociada a la Guerra Civil considera el conflicto como inevitable debido
a que las izquierdas, desde el comienzo de la experiencia republicana, tomaron una actitud sectaria respecto
al resto de las opciones ideológicas que existían en el país, sumando al criterio anterior que hicieron uso de
la violencia para conseguir sus objetivos. Argumentan esta postura con los hechos de 1934 o las contínuas
ocupaciones de tierras por parte de los campesinos sin tierra (ZARAGOZA PELAYO, RAFAEL: 2007,
169).
54
Éstos inciden más en las causas estructurales, basando el origen del conflicto en fenómenos económicos
y sociales. El ejército fue el sujeto agente de las fuerzas conservadoras para recuperar el poder perdido el
14 de Abril de 1931 y que desembocaría en una Guerra Civil debido a la resistencia popular (ZARAGOZA
PELAYO, RAFAEL: 2007, 172).
55
La denominada “tercera vía” en la historiografía vinculada a la Guerra Civil intenta, con mayor o menor
éxito, ser equidistante con ambos bandos, viendo la guerra como una lucha entre dos formas de
autoritarismo que arrastraron al resto de la población al conflicto (ZARAGOZA PELAYO, RAFAEL:
2007, 172-173).
172
Jackson. El primero afirma que, si el comportamiento de Casares Quiroga hubiera sido
otro ante la crisis o si hubiese sido sustituido por Martínez Barrio, el desarrollo de los
acontecimientos podría haber sido otro (TUSELL, JAVIER: 1994, 423). El segundo
argumenta, por otra parte, que en España no había ambiente de guerra civil; que las
madres en el mes de julio se llevaron a sus hijos a casas de veraneo o los enviaron a
campamentos de vacaciones; que Largo Caballero se había ido a Londres a una reunión
de la Internacional Socialista o que hubo militares que se habían ido a las Olimpiadas de
Berlín. En fin, Gabriel Jackson concluye que en la sociedad española no había ambiente
de guerra ya que si no había ocurrido nada en febrero, no iba a suceder tampoco nada en
Julio (JACKSON, GABRIEL: 1987, 210).
El inicio de la guerra estalló como una bomba entre las manos a los futuros aviadores
republicanos en plena juventud. El hecho bélico dejó aparcados sus incipientes planes de
vida, empujándoles a una incierta contienda de la que, en aquellos momentos, no se sabía
como se saldaría. Comienza, de esta manera, el conflicto que va a marcar sus vidas para
siempre, al igual que para el resto de los españoles. Muchos, demasiados, dejarían sus
vidas en los campos de batalla de esa “incivil guerra”, como la definen algunos de los
protagonistas de este estudio, muriendo por la defensa del régimen republicano y de la
democracia.
173
una resistencia a ultranza en la defensa de la República por parte de los grupos sociales
que la habían apoyado desde el principio, léase el abanico social que va de la burguesía
progresista hasta el proletariado, ya fuera urbano o campesino, pasando por todas las
capas intermedias de la escala social. Las milicias constituirían la plasmación de esa
participación activa de la población en el conflicto, ya que sin milicias no hubiera habido
guerra civil (AROSTEGUI, JULIO: 1989, 113). De esta manera, el golpe no triunfó pero
el gobierno de la República tampoco pudo abortar la intentona militar por lo que España
se abocó a la Guerra Civil.
A la hora de abordar los testimonios de los futuros aviadores acerca de cómo fue el inicio
de la guerra para cada uno de ellos, se ha optado por clasificarlos por zonas geográficas
que sigan una coherencia. La razón de esta categorización tiene la finalidad de
comprender mejor el comienzo de la guerra en cada un de los territorios, ya que el golpe
y la reacción al mismo fueron diferentes en cada uno ellos. Precisamente, estas dos
variables van a influir en la respuesta de los protagonistas al hecho de la sublevación de
los militares. Las citadas zonas geográficas son las siguientes: Madrid, Cataluña-Aragón,
Levante-Murcia, Castilla-La Mancha, Extremadura-Andalucía, Cornisa Cantábrica-
Navarra56, Islas Baleares y Marruecos. Se podrá observar que alguna otra región española
no aparece. La razón estriba en que no se poseen testimonios de personas que iniciaran la
guerra en alguna de estas regiones, como pueden ser la actual Castilla-León, Galicia o las
Islas Canarias.
56
Incluye las actuales comunidades autónomas de Asturias, Cantabria, País Vasco y Navarra.
174
primeros momentos de la guerra abundaron en la zona republicana y que llevaron a cabo
acciones execrables contra las personas que, según su criterio, no eran afines al bando
gubernamental. Más tarde, Joaquín Calvo, debido a la experiencia de la guerra, comulgará
con las ideas republicanas. No hay que olvidar que el golpe dejó al Estado republicano
desarticulado y sin medios para combatir esa represión espontánea que brotó a comienzos
de la guerra. Ante esta situación de violencia sin control, el gobierno Giral57 creó el
Tribunal Especial de Madrid en Agosto de 1936, que sería el origen de los posteriores
Tribunales Populares a los que correspondería perseguir los delitos contra la seguridad
del Estado republicano (TUÑÓN DE LARA, MANUEL y GARCÍA NIETO, MARÍA
DEL CARMEN: 1989, 285).
“Cuando comenzó la guerra me incorporé a filas. Como éramos más bien una familia
católica pues había que significarse, entonces yo fui un poco el chivo expiatorio, que con
los 17 años me incorporé ya al ejército, a las milicias, estuve en la XXXII Brigada, que
la mandaba Mangada. Ya entonces había en la familia un miembro también que era
republicano. Por tanto estuve en la Columna Mangada con 17 años.
No tenía carné de ningún partido. Me alisté porque en la familia ya había alguien que
era republicano. Más bien fue el seguro de la familia, pero aquello ya me tiró un poco y
como se iban los chicos de mi edad, yo también me fui. Ingresé en el mes de Agosto o
Septiembre del 36. Al crear el Ejército Popular en el mes de octubre o así, la columna
Mangada pasó a ser la XXXII Brigada. Yo estaba en Navalperal de Pinares, y después,
cuando prosperé en la vida y fui a mejor, entonces tuve ocasión y compré un chalet en
Navalperal de Pinares porque me tiraba, me recordaba el año 36, me recordaba todo
aquello; estuve allí en el frente”.
57
Tras el golpe de Estado, Casares Quiroga, al verse incapaz de enfrentarse con los sublevados, presentó la
dimisión. Entonces Manuel Azaña encomendó la formación de un gobierno a Diego Martínez Barrio el 18
de Julio, pero fue un gobierno nonato pues no llegó ni siquiera a funcionar como tal. Al final, se hizo cargo
de la Jefatura del Gobierno Giral (Izquierda Republicana), el 19 de julio de 1936 con un gabinete compuesto
exclusivamente de republicanos para enfrentarse a un escenario ya de guerra civil.
175
decir, cuando los batallones de milicias se convirtieron en unidades militares
regularizadas, los menores de edad no podían permanecer en ellas. Al final, él se quedaría,
pero el oficial al mando le mandó de escribiente, lejos de la línea de fuego. Joaquín Calvo
participó en los combates que se produjeron en la Sierra de Gredos (Ávila) durante el
avance de los sublevados hacia Madrid por el Oeste. El nivel cultural de nuestro
protagonista le valdría para que fuera propuesto para ingresar en una de las academias
habilitadas por la República para formar especialistas, en este caso, radiotelegrafistas. De
esta manera lo cuenta Joaquín:
La creación del nuevo ejército de la República fue obra de Largo Caballero y su génesis
tuvo carácter evolutivo, de las milicias a un ejército regular. Como se ha comentado
anteriormente, la resistencia al golpe fue obra de las masas que salieron a la calle
reclamando armas para combatir a los militares golpistas. En un primer momento, el
gobierno de Casares Quiroga se negó a entregárselas pensando que podría solucionar el
tema ciñéndose estrictamente a la legalidad republicana y, por supuesto, entendiendo el
peligro de que la entrega de las armas a la población podría significar la revolución social,
algo inadmisible para un liberal burgués como era él. Siguiendo esta línea de actuación,
176
el jefe de gobierno respondería al golpe mediante decretos, teniendo muy claro que no
entregaría las armas al pueblo (GÓMEZ ORTIZ, JUAN MARÍA: 1977, 34-35). Entre los
decretos que promulgaría Casares para terminar con el golpe, el más importante sería
aquél por el que disolvía el ejército y exoneraba de la debida obediencia a soldados y
mandos. Este decreto fue acompañado por otro por el que destituía de sus puestos de
responsabilidad a los generales golpistas. La disolución del ejército fue fatal para la
República porque se produjeron numerosas deserciones y la mayoría de las limitadas
unidades militares organizadas leales al gobierno quedaron totalmente desarticuladas e
inoperativas. Sería el gobierno presidido por Giral quien tomaría la decisión de entregar
armas a las organizaciones del Frente Popular lo que, como ya se ha dicho, tuvo como
consecuencia la liquidación del golpe en muchos lugares de España. Por otro lado, la
entrega de armas al pueblo estuvo en el origen de un proceso revolucionario (ROJO, JOSÉ
ANDRÉS: 2012, 367) que los sucesivos gobiernos republicanos habidos en la guerra
tuvieron que ir controlando y encauzando conforme pasaba el tiempo. Aún
manteniéndose, en teoría, la legalidad republicana aparecieron poderes locales por toda
la zona controlada por el gobierno que, en algunos casos, pusieron seriamente en
entredicho el poder del Estado republicano58. España se había partido, territorialmente,
en dos a causa del levantamiento de los militares y, este hecho, se traducía en una división
sociológica de los bandos enfrentados, existiendo algunas significativas excepciones. La
España más urbana, industrializada y moderna se quedó al lado de la República, hecho
que, comparado con los resultados por regiones de los comicios de febrero de 1936,
coincidía con las regiones que habían apoyado al Frente Popular. Mientras, por otro lado,
la zona que quedó bajo control de los sublevados era la España rural y conservadora,
donde la Iglesia tenía una gran influencia y, haciendo la misma analogía anterior,
representaba el granero de votos de la derecha española. Notables excepciones a esta regla
fueron la provincia de Santander o Euskadi, zonas eminentemente conservadoras y
católicas, que quedaron en manos del gobierno de la República; en el otro bando, las
excepciones más sobresalientes fueron Sevilla, con gran ascendencia comunista, y
Zaragoza, uno de los puntos neurálgicos de la CNT.
58
Al comienzo de la guerra aparecieron multitud de poderes y juntas locales que asumieron las antiguas
facultades que se arrogaban el Estado o los municipios. Estos poderes locales tendieron a concentrarse y a
unirse en entidades más grandes. De esta manera se crearon el Consejo de Aragón, el Comité de Milicias
Antifascistas, el Consejo de Asturias-León, Santander-Palencia, entre otros. Todos ellos fueron
desapareciendo conforme pasaba el tiempo y la autoridad del Estado republicanos era restaurada. Algunas
de estas instituciones creadas en el fragor de la guerra fueron muy reacias a disolverse.
177
Por tanto, el gobierno Giral tuvo que empezar de cero en su esfuerzo de organizar y
controlar las fuerzas que permanecían fieles al gobierno. De esta manera, los militares
profesionales leales a la República, en especial los pertenecientes a la UMRA, se pusieron
manos a la obra para militarizar y disciplinar en lo posible las milicias, con la finalidad
de convertirlas en unidades operativas. Este hecho desató algunas desavenencias entre las
milicias y los militares profesionales, ya que las primeras desconfiaban de la lealtad hacia
el gobierno de los mandos provenientes del ejército. En esta línea de reorganización
militar, se explica la creación de la Inspección General de Milicias y el Teatro de
Operaciones del Centro con la finalidad de articular a todas las fuerzas leales al gobierno.
El paso definitivo para la creación del Ejército Popular de la República fue obra de Largo
Caballero. Para comprometer a todas las fuerzas políticas leales a la República en el
esfuerzo de guerra, en el mes de septiembre de 1936, Azaña cesó a Giral y encomendó la
jefatura del gobierno al socialista Francisco Largo Caballero. Éste incorporó a su gabinete
a todos los partidos políticos y sindicatos que apoyaban a la República59, salvo los
anarquistas. Luego, en una posterior remodelación de su gobierno en noviembre de 1936,
incorporaría a aquéllos a su gobierno60. El gobierno de Largo Caballero, entre los meses
de septiembre y octubre de 1936, encaminó sus pasos, de forma firme, a la creación del
Ejército Popular de la República y otras instituciones tendentes a la formalización de un
ejército regular perfectamente organizado, tales como el Consejo Superior de Guerra o el
Comisariado General de Guerra. Asimismo, se crearon las Escuelas Populares de Guerra
para la formación de nuevos oficiales. El nuevo ejército se basó en lo que se denominaron
las Brigadas Mixtas61. Era un ejército sociológicamente nuevo, ya que, como afirma el
profesor Tuñón de Lara, tenía una matización popular y democrática; ello porque sus
componentes originarios eran de milicias y sus mandos, aunque provenientes del ejército
profesional, habían optado por defender a la República y, por último, porque entre sus
mandos intermedios, de batallón e incluso de brigada, había personajes de lo que se
llamaba entonces de milicias; en todo caso la República hará el primer llamamiento de
59
El 4 se septiembre se constituyó el primer gobierno de Largo Caballero. En el estaban presentes el Partido
Socialista, Izquierda Republicana, Partido Comunista, Esquerra Republicana de Catalunya, Unión
Republicana y el Partido Nacionalista Vasco.
60
Los ministros anarquistas fueron Juan López Sánchez y Federica Montseny.
61
“…venía a ser una pequeña gran unidad dotada de un conjunto de armas y servicios que la venían a hacer
como una especie de ejército en miniatura. Era, por un lado, la derivación lógica de las columnas que habían
estado presentes en los campos de batalla hasta el momento, pero también se trataba de una unidad militar
flexible y más avanzada que la vieja división en regimientos y batallones. Los especialistas, en general,
consideran muy oportuno este tipo de organización” (TUSELL, JAVIER: 1994, 492).
178
quintas ya en el año 1937 (TUÑÓN DE LARA, MANUEL y GARCÍA NIETO, MARÍA
DEL CARMEN: 1989, 332).
Al igual que había sucedido con el Ejército de Tierra, el gobierno de Largo Caballero
cambió la estructura orgánica del Arma de Aviación suplantando la antigua denominación
de Escuadra por la de Región Aérea. Además, se establecieron ocho regiones aéreas, cada
una de ellas divididas en sectores con un número variable de aeródromos asignados a
éstos62.
Hasta principios del mes de noviembre de 1936, fecha del comienzo de la batalla por
Madrid, las fuerzas sublevadas habían ido de victoria en victoria, Mérida, Badajoz,
Talavera de la Reina, Toledo, Seseña, hasta llegar a la capital de España. Esto fue debido,
fundamentalmente, a dos causas: 1ª) A la desorganización total y absoluta del ejército
republicano al principio de la contienda, resuelta, sobre la marcha de los acontecimientos,
con la creación del Ejército Popular de la República. Éste (realmente lo que quedaba de
él), al inicio del conflicto, se vió privado de la mayoría de los mandos intermedios63, tan
importantes para llevar a cabo las acciones militares sobre el terreno y, aunque tuvo la
superioridad en aviación y marina, no produjo el efecto deseado porque, por un lado, la
marina carecía de mandos profesionalizados en los barcos, ya que éstos fueron destituidos
por las tripulaciones, que permanecieron fieles a la República64 y, por otro, la aviación
española ya estaba obsoleta por entonces. Todos eran viejos aparatos65, cuya operatividad
no tenía nada que ver con los modernos aeroplanos que trajeron a España alemanes e
62
1ª Región (Madrid, Toledo y Guadalajara); 2ª Región (Murcia y Almería); 3ª Región (Cataluña, Zaragoza
y Huesca); 4ª Región (Valencia, Castellón, Alicante y Teruel); 5ª Región (Ciudad Real, Badajoz y
Córdoba); 6ª Región (Euskadi, Santander y Asturias); 7ª Región (Albacete y Cuenca); 8ª Región (Jaén,
Granada y Málaga). Fuente: Carlos Saiz Cidoncha.
63
Me estoy refiriendo a los oficiales y jefes del ejército y, concretamente, a los grados que van desde alférez
hasta coronel.
64
El oficial radiotelegrafista Balboa, con destino en el Ministerio de Marina, en Madrid, interceptó un
mensaje de Franco a los barcos para que se sublevasen informando de este hecho al Gobierno
inmediatamente. El mismo Balboa envió un mensaje a los barcos en el sentido de que si se observaba alguna
maniobra sospechosa tendente a la sublevación contra el Gobierno entre los oficiales de los barcos, las
tripulaciones deberían desobedecer sus órdenes y hacerse cargo de las naves. La “contrasublevación” de
las tripulaciones en palabras de Michael Alpert no fue algo espontáneo. Ya existían células en los barcos
que vigilaban a la oficialidad, perteneciente al Cuerpo General de la Armada (muy conservadores y
tradicionales en el sentido político y social de los términos), acerca de sus intenciones golpistas contra la
República (ALPERT, MICHAEL: 2007, 27).
65
El Gobierno de la República había convocado un concurso para modernizar el parque aeronáutico militar
español, en 1935, pero la guerra interrumpió el programa de sustitución de los aparatos de las fuerzas aéreas.
179
italianos para apoyar a los sublevados66 y que, a fin de cuentas, serían vitales en los
primeros momentos de la contienda67. 2ª) La superioridad militar de los sublevados se
basaba en que tenían a su lado a los, aproximadamente, 40.000 efectivos del ejército
colonial (Legión y Regulares) que eran las únicas unidades militares con preparación y
experiencia de combate, a lo que se unía que eran las mejor equipadas. Fueron estas
fuerzas militares las que, por el oeste peninsular, llegaron hasta Madrid, unas, siguiendo
el valle del Tajo y, las otras, por la zona de Ávila. La columna en la que estaba integrado
Joaquín Calvo fue una de las que combatió a estas fuerzas en las sierras de Ávila, pero,
como afirma él, siempre en retroceso hacia Madrid.
“En El Escorial hice el curso de telegrafista y entonces estando allí es cuando empecé a
ver los aviones y a leer las revistas que se llamaban ‘Estampa’ o ‘Ahora’ que venían con
crónicas de aviación. A mí ya me gustaba la aviación. Como vivía en Canillejas, yo ya
me había acercado a Barajas y ya tenía una cierta familiaridad con los aviones. No fui
maquinista, pero fui piloto. En El Escorial, una vez terminado el curso de telegrafista,
no me incorporé al frente porque me destinaron a la III División como teniente de
transmisiones y esta división estaba ubicada en El Escorial”.
66
El ejército de África pudo pasar el Estrecho de Gibraltar gracias al puente aéreo que organizaron los
alemanes con los aviones de transporte y bombardeo Junkers J-52 y con la protección de los bombarderos
italianos Savoia.
67
Los sublevados comenzaron a recibir la ayuda de la Alemania nazi y de la Italia fascista prácticamente
desde el inicio del conflicto bélico, hecho que no se dio en el bando republicano, que desde el primer
momento padeció numerosas trabas para recibir material bélico, primero y unilateralmente, por parte de
Francia y, más tarde, debido a la política de No Intervención patrocinada Francia e Inglaterra.
180
El futuro piloto de bombardero, Gregorio Gutiérrez, tuvo noticia del inicio de la guerra
en su domicilio del barrio de Ciudad Lineal, en Madrid. Como otros muchos españoles
se enteró por la radio de que el ejército de África se había sublevado contra el gobierno.
Al ser un hombre de izquierdas, el anuncio del golpe le hizo sentirse muy intranquilo y
preocupado, la misma sensación que debieron sentir la mayoría de los demócratas
españoles en aquellos infaustos momentos y, como él mismo afirma, no pudo dormir
aquella noche. Al día siguiente, como militante de Izquierda Republicana, se dirigió a la
sede del partido para ofrecerse en lo que pudiera ser útil. Allí le dieron un fusil y estuvo
realizando labores de patrulla y vigilancia. Del testimonio de Gregorio se infiere ya la
descomposición del Estado republicano; las milicias de los partidos y organizaciones
afines al Frente Popular asumen funciones (patrullas de vigilancia) que debían
corresponder a las diferentes fuerzas de orden público. Este tipo de patrullas actuaban de
forma totalmente autónoma y el Estado republicano ejercía muy poco o ningún control
sobre ellas, en la mayoría de los casos. Esta situación dio lugar a que se produjeran abusos
en el ejercicio de la represión en el bando republicano en los primeros momentos del
conflicto.
Gregorio cita la formación de las primeras unidades de milicias que salieron al frente, en
concreto la más afamada y disciplinada de ellas, el Quinto Regimiento, creada por el
Partido Comunista. Pero también dibuja en su testimonio la tragedia de la guerra. En un
momento dado comienzan a llegar los primeros muertos del frente, conocidos y
desconocidos. Aparece la muerte como la otra cara de la moneda de la faceta heroica y
romántica de la guerra; los milicianos iban al frente llenos de entusiasmo, de valor, con
la fuerza de los ideales y el convencimiento de que la razón estaba con ellos. Creían los
milicianos que, con valor e ideas, bastaría para vencer, pero, al mismo tiempo, iban con
la carga de la ignorancia de lo que se iban a encontrar realmente en la línea de frente:
muerte y desolación. Pensaban que la asonada de los militares iba a ser algo temporal,
que no cambiaría radicalmente sus vidas. Tenían la certeza de que se terminaría con la
sublevación en un tiempo relativamente corto, pero, conforme se desarrollaban los
acontecimientos, los ciudadanos de ambas zonas comenzaron a asumir que el conflicto
corría el peligro de alargarse en su duración, como, tristemente, así sucedió. De esta
manera lo describe Gregorio:
181
“Cuando estalló la sublevación de Marruecos la seguí escuchando por la radio. No
dormí, aquella noche no dormí. Me tiré toda la noche escuchando todo aquello. Yo
entonces estaba afiliado a Izquierda Republicana, de Azaña.
Poco más tarde, Gregorio Gutiérrez decide que puede ser más útil alistándose en una
unidad de transmisiones, debido a sus conocimientos en relación con la fabricación y
reparación de aparatos de radio. Por esta razón, pide el ingreso en el que entonces se
denominaba Centro de Transmisiones y Estudios Tácticos de Ingenieros 69, cuya sede
estaba en el Cuartel de Conde-Duque, en el centro de Madrid. Al ser una unidad militar
tan específica, Gregorio tuvo que demostrar que tenía las aptitudes técnicas necesarias
para poder desempeñar las funcionas asignadas a dicha unidad. Esto último lo consiguió
gracias a un certificado expedido por una de las tiendas donde él compraba el material
que utilizaba en su trabajo antes de la guerra. En el certificado se especificaba que había
estado ocupado en el citado comercio como un empleado externo. Del testimonio de
Gregorio se deduce que algunas unidades militares regulares seguían operando de forma
organizada; por ejemplo, y viene al tema que nos ocupa, en la mayoría de los aeródromos
fieles al gobierno, la estructura y organización militar permaneció en pie, pudiendo, de
esta manera, actuar contra los sublevados desde los primeros momentos de la sublevación,
ya fuera utilizando los medios aéreos contra cuarteles sublevados, ya fuera funcionando
como tropas de tierra, asaltando in situ algunas guarniciones sublevadas. Gregorio
subraya que no pertenecía a las milicias, que se había alistado en una unidad militar,
68
Se refiere al paso del Estrecho de Gibraltar por las tropas golpistas, compuestas fundamentalmente de
legionarios y regulares.
69
Unidad militar creada en el año 1931 y que actualmente es el Regimiento de Transmisiones nº 22, con
sede en Prado del Rey, Madrid. (Página Web del Ministerio de Defensa).
182
recalcando que realizaba la instrucción y que le habían proporcionado el uniforme
correspondiente a la unidad. Además, una vez integrado en transmisiones, aprovechó para
formarse realizando cursos referidos a las transmisiones en el ámbito militar:
“Me fui a Transmisiones. Yo lo que me dije fue, ¿Cómo puedo ser más útil? La cuestión
es que yo me alisté voluntariamente en el Centro de Transmisiones del Ejército, que
entonces estaba en el Cuartel de Conde Duque. Yo tenía que demostrar que mi profesión
era ésta porque yo me alistaba para ocupar un puesto de radio. Entonces las
transmisiones se hacían por Morse y yo sabía construir, reparar, pero para ingresar yo
no podía presentar nada que justificara que yo había trabajado en algún lado. Lo que
hice entonces fue ir a una tienda donde yo compraba material, en la Calle de San
Bernardo, cerca de Santo Domingo, y allí me hicieron un certificado como que había
trabajado para ellos como trabajador externo. Con el certificado, inmediatamente
ingreso. Allí estábamos todo el día con el morse, desde por la mañana. Allí en Conde
Duque hice un curso de transmisiones. Cuando no estábamos transmitiendo, hacíamos
instrucción en la Calle Vallehermoso, que entonces era todo campo. En el Cuartel de
Conde Duque estábamos acuartelados. Allí me dieron el uniforme del Ejército, del
Cuerpo de Transmisiones, yo no era de milicias”.
Gregorio va a ser una de esos miles de personas que van a defender Madrid ante el avance
imparable de los sublevados desde Extremadura hasta la capital de España. El golpe había
fracasado en Madrid, terminando la intentona golpista en la capital con la toma del Cuartel
de la Montaña el día 20 de julio por un conglomerado de masas populares y fuerzas de
orden público. En la citada guarnición se había refugiado y hecho fuerte el general Fanjul,
con elementos militares y un puñado de falangistas. El general golpista sería detenido,
sometido a consejo de guerra y fusilado posteriormente. Gregorio, el día 6 de noviembre,
fecha en la que las columnas golpistas llegaron a Madrid, estaba apostado en las trincheras
para defender la ciudad. Para los sublevados, era de primordial importancia conquistar
Madrid porque la toma de la Villa significaría el reconocimiento internacional; era,
además, el centro administrativo y financiero más importante del Estado, así como el
principal nudo de comunicaciones del país. Además, a escala psicológica, la caída de la
ciudad en manos de los militares levantados sería una inyección de moral tremenda para
ellos (CARDONA, GABRIEL: 1989, 215). Frente a la actitud de las tropas que avanzaban
hacia Madrid, cuya moral era altísima a causa de las contínuas victorias obtenidas en su
183
marcha, el mando gubernamental estaba desmoralizado, de hecho, el presidente de la
República había fijado su residencia en Barcelona y el gobierno, entre los días 6 y 7 de
noviembre, se había trasladado a Valencia, dejando en Madrid a la Junta Defensa bajo la
presidencia del general Miaja. Ésta estaba compuesta por miembros pertenecientes a los
partidos y sindicatos que apoyaban al gobierno. Pero, contra todo pronóstico, Madrid
resistió el embate de las tropas africanas, debido a una acumulación de causas que se
dieron simultáneamente: la primera y principal, el pueblo de Madrid estaba dispuesto a
resistir, la población se movilizó en el esfuerzo de defensa de la capital70; segunda, había
comenzado a llegar a la zona republicana el material militar soviético, tanto para el
ejército de tierra como para las fuerzas aéreas. Con este material, se equiparon las
primeras brigadas mixtas e hicieron posible la articulación de las iniciales escuadrillas de
caza para hacer frente a los aviones alemanes e italianos; tercera, el Jefe de Estado Mayor
del general Miaja, Vicente Rojo, estaba enterado del plan de ataque de los sublevados
sobre Madrid porque, casualmente, se había encontrado dicho plan entre las pertenencias
de un oficial rebelde que había caído en los días previos; cuarta: la llegada de las brigadas
internacionales, que más que importancia militar, que la tuvieron y mucho, dieron, sobre
todo, una inyección de moral a los defensores de la capital. Esta situación la describe en
pocas líneas Gregorio Gutiérrez, protagonista en primera línea de aquellos sucesos:
“Allí estábamos todos los días. Veíamos que se iban acercando71, veíamos los Junker que
bombardeaban toda la zona de Argüelles. Fue cuando incendiaron el Palacio de Liria,
que estaba cerca del Cuartel de Conde Duque, sin embargo al cuartel no le alcanzó
ninguna bomba.
El día 6 de Noviembre ya entran en la Casa de Campo. Nos cogen a todos y nos dicen,
‘ni curso ni leches’, un fusil a cada uno y a las trincheras. Me acuerdo cuando cruzamos
la Carretera de La Coruña por el Puente de San Fernando. Lo cruzamos de noche y en
camión rápidamente porque ya estaba batido, lo estaban batiendo desde el Cerro
Garabitas.
70
El pueblo de Madrid se lanzó a una desesperada construcción de defensas militares para frenar el avance
de los sublevados, asimismo los civiles acudían a los diversos frentes de la ciudad a llevar municiones a los
defensores y les aprovisionaban de comida que se condimentaba en los domicilios particulares.
71
Se refiere al avance del Ejército rebelde desde Extremadura hacia Madrid.
184
La noche del 7 de Noviembre la defendió todo el pueblo, de eso tengo constancia porque
yo estuve allí. Los sindicatos, todos los sindicatos, mandaban gente. Yo recuerdo que
había zonas en la cual estaban los peluqueros, que los llamábamos “los fígaros”, los
ferroviarios tenían otra zona que defender…. Previamente, el Sindicato de la
Construcción ya había mandado hacer trincheras en los puntos clave. Así que aquella
noche pegando tiros en la Casa de Campo”.
Maite Eiroa detalla el perfil de estos brigadistas, de los que dice que fueron un ejército
proletario (pero no organizado premeditadamente desde Moscú; eran personas que no
tenían, en su gran mayoría, formación militar previa), ya que predominaban en sus filas
los elementos de la clase obrera, frente a los que podíamos llamar intelectuales; que, como
ya se ha expuesto, en sus filas había un mayor número de comunistas, pero que había
también un buen porcentaje de otras ideologías de izquierdas; que los motivos principales
de su alistamiento fueron el antifascismo, el pacifismo, la injusticia, una reacción contra
la No Intervención, la solidaridad de clase, y algunos, simplemente, el gusto por la
aventura. Destacar, por ser poco conocido, el hecho de que, en las Brigadas
Internacionales, se alistaron también mujeres que realizaron labores de tipo sanitario y
administrativo, teniendo prohibido su presencia en el frente (EIROA, MAITE: 2012, 267-
268). El 22 de octubre de 1936 se crearon oficialmente las Brigadas Internacionales 72 y,
72
El presidente del Gobierno, Francisco Largo Caballero y los anarquistas pusieron algunas objeciones a
la creación de las Brigadas Internacionales por su fuerte componente comunista.
185
al igual que el Ejército Popular, fueron encuadradas en brigadas mixtas73. En cuanto a su
número la mayoría de los autores coinciden en que fueron alrededor de unos 35.000,
afirmando Matilde Eiroa que nunca hubo más de 15.000 ó 16.000 hombres en acción
simultáneamente, calculando sus bajas a lo largo de la guerra en una horquilla que va del
treinta al cuarenta por ciento del total de sus efectivos. Se ha exagerado la importancia de
las Brigadas Internacionales en el seno del Ejército Popular, sobre todo por la
historiografía conservadora. Es verdad que tuvieron un papel de carácter militar muy
importante en la defensa de Madrid durante el mes de noviembre de 1936 o en la posterior
Batalla del Jarama, pero no fueron decisivos. Su importancia fue, sobre todo, de carácter
psicológico, tal como puntualiza Gregorio Gutiérrez, que afirma que dieron una moral
extraordinaria a la población madrileña y a los combatientes que la defendían. Así lo
certifica Gregorio Gutiérrez:
73
Se les asignaron los números de la XI a la XV brigada mixta.
74
El húngaro Emile Kléber fue designado como jefe de la XI Brigada Mixta. Fue la primera de las Brigadas
Internacionales en entrar en combate, albergando en su seno voluntarios de diferentes nacionalidades.
186
“Total que a mi me tocó una tarea muy difícil. Tirar cable para instalar teléfonos para
la comunicación, mientras todo estaba batido por la artillería. Las he pasado putas.
Miedo lo tiene uno siempre. Lo que pasa es que, una vez que estás metido allí, tienes que
salir de la situación en que estás. Miedo se tiene en todos los sitios. En aviación pasa lo
mismo. Yo pasaba más miedo cuando estaba tomando un servicio que en el momento en
que lo estaba haciendo. Esto era porque yo me decía, vamos a ver lo que nos
encontramos, Messerschmitt, artillería antiaérea….
Un día había que instalar unos teléfonos en el puesto de mando de Kléber, que estaba en
la Quinta Camarines, a la izquierda de la Cuesta de las Perdices. Era una finca grande,
creo que sigue estando allí. Estando allí, en la comandancia, había un capitán polaco.
Éste me dice que no hay teléfonos. Entonces veo yo un montón de teléfonos y el capitán
me dice que están estropeados. Le dije que aquellos teléfonos los arreglaba yo. No solo
les arreglé los teléfonos sino que les puse también en marcha un grupo electrógeno que
tampoco funcionaba. Entonces me tenían en la comandancia y fui ascendiendo de
categoría, no de graduación, ya me consideraban de otra forma. Llevaba todo el tema de
las transmisiones en la comandancia”.
Gregorio participó en la defensa de Madrid hasta que fue llamado a presentarse a los
exámenes como candidato a formarse como piloto. Prestando servicio en el frente de la
Carretera de La Coruña tuvo un percance que estuvo a punto de costarle muy caro.
Estando él y un compañero al cargo de un teléfono con centralita en la citada línea de
frente, decidieron, a causa del fuego de la artillería enemiga, trasladarse del chalet donde
estaban ubicados a otro edificio que tenía un sótano, siendo este último lugar más seguro.
Se turnaban para atender al teléfono, pero en una de los turnos su compañero se durmió.
Mientras su compañero estaba dormido, los sublevados lanzaron un ataque. Como ellos
no contestaban a las llamadas, desde la comandancia mandaron a un grupo de soldados a
buscarles. Los hallaron en el citado sótano, y la primera reacción del oficial al mando, un
polaco de las Brigadas Internacionales, fue fusilarles allí mismo. Tras un tira y afloja, la
situación se arregló y fueron confiados a su oficial al mando, un tal capitán Galino. El
episodio sufrido por Gregorio deja traslucir la tensión del combate y la rigidez militar que
caracterizaba a las Brigadas Internacionales, dentro de las cuales se decía que se
practicaba una disciplina muy dura. El citado capitán Galino se los llevó, en calidad de
detenidos, a Madrid, en concreto a la nueva ubicación de Transmisiones, en la Calle
187
Fernán González (Barrio de Salamanca). Allí estuvieron un tiempo hasta que se olvidaron
de ellos y, por decisión propia, se trasladaron a unas habitaciones que había en el piso
superior del edificio. No existía ningún control sobre ellos, ya que Gregorio cuenta que
fue a su casa a buscar un aparato de radio y que charlaban con una chica que vivía en la
casa que estaba enfrente de las habitaciones que ocupaban ellos. Más tarde, serían
localizados por el capitán Galino que los necesitaba para llevar a cabo unos trabajos con
una bobina de cable. Una vez localizados, el citado capitán los enviaría a cocina y, más
tarde, Gregorio sería destinado a la zona de Reina Victoria (Oeste de Madrid), cerca del
frente del Hospital Clínico, donde serviría en una de las centralitas por donde comunicaba
el Estado Mayor republicano responsable de la defensa de Madrid. Su estancia en los
cuartos que ocuparon en Transmisiones y su paso por la cocina le fueron muy útiles a
Gregorio Gutiérrez para preparar el examen de ingreso para ser piloto. Así lo relata
Gregorio:
“Cuando acabamos de rebobinar todo aquello, el capitán Galino dijo ‘¿Y ahora a dónde
los mandamos?’ Y dice no sé quién, ‘mándalos a la cocina’. Pues no nos podían haber
mandado a un sitio mejor. Nos mandaron de pinches de cocina. Allí comíamos bien, de
todo. Pero, mientras, yo aprovechaba el tiempo preparándome para lo de los pilotos. En
cierta ocasión llegó un teniente a la cocina y me vió leyendo y me dijo ‘¿Qué lees
muchacho?’ Le enseñé el libro y le expliqué para lo que era. Entonces me quiso llevar a
Transmisiones para haber enseñado allí. El estar en la cocina fue un período en el cual
me dio tiempo para la preparación.
75
En esos momentos Vicente Rojo no era general, sino teniente-coronel.
188
morir de pie que vivir de rodillas! son producto de la épica de la defensa de la capital de
España. Madrid, tras contener a los sublevados, se convertirá en el principal lugar de la
memoria de los republicanos. Luego habría otros como Teruel, la batalla de Guadalajara
o la del Ebro, pero Madrid siempre estará en el imaginario republicano, en el pedestal
más alto en el ámbito de la memoria colectiva republicana. A raíz de la defensa de Madrid
nació una gran simpatía hacia la URSS. El vuelo de los cazas soviéticos enfrentándose y
derribando aviones alemanes e italianos fue otra de las inyecciones de moral de los
defensores; se había terminado la impunidad de alemanes e italianos en sus bombardeos
sobre Madrid. La capital fue el antecedente de los bombardeos masivos que sufrirían las
ciudades en la Segunda Guerra Mundial, tales como Londres, Coventry, Hamburgo,
Dresde…, Madrid sufrió un bombardeo continuo durante cuarenta y ocho horas
(FRASER, RONALD: 2007, 365). El mecánico de aviación civil antes de la guerra76,
Carlos Ibáñez Padín, detalla lo que sintió el pueblo de Madrid cuando en sus cielos
aparecieron los cazas soviéticos. La ciudad experimentó una catarsis social en cuanto a
mentalidad, pues se pasó de una actitud de derrota sin paliativos a un espíritu de
resistencia a toda costa que sorprendió a propios y extraños, tanto en España como en el
extranjero. A los adversarios les ocurrió lo contrario, experimentaron un sentimiento de
frustración e impotencia ante la repentina y numantina resistencia de los madrileños77.
Así describe Carlos Ibáñez el ambiente de la capital:
“En un día del noviembre histórico, encontrándome en mi casa con unas horas de
permiso, la suerte me deparó el poder presenciar el cuadro más emocionante de mi vida.
De pronto, se escuchó un ruido extraño hasta entonces desconocido, incluso para mí,
profesional de la aviación. Subí a la azotea de mi casa situada cerca de la Calle de Goya
76
Durante la guerra fue el mecánico del DC-2 con un piloto soviético que tenía su base en Los Llanos
(Albacete).
77
Los sublevados daban por sentado que conquistarían la capital a la primera embestida, como habían
venido haciendo desde que las columnas africanas comenzaron a avanzar hacia Madrid desde Andalucía y
Extremadura. De hecho, ya tenían planeadas las misas, los desfiles, los consejos de guerra, la futura
administración, etc. Todo ello quedó truncado a las puertas de la Ciudad Universitaria.
189
y pude observar que en el cielo de Madrid, a gran altura, unos aviones desconocidos
biplanos muy rápidos y de gran maniobrabilidad atacaban a los aviones fascistas. Estos
aviones, de forma achatada, por lo cual el pueblo los bautizó inmediatamente con el
nombre de ‘chatos’, eran como se supo después los I-15 de fabricación soviética.
No tengo palabras para explicar lo que sintió el pueblo de Madrid en aquellos momentos,
pero yo que me encontraba en la azotea de una casa de ocho pisos, pude ver
perfectamente que todas las azoteas, tejados, ventanas y balcones se llenaron de
espectadores con las miradas dirigidas hacia el cielo siguiendo las vicisitudes del
combate que se desarrollaba.
Es claro que el enemigo, acostumbrado a ser el dueño del cielo de Madrid, al sentir sobre
sí mismo el plomo certero de estos aviones defensores del pueblo, trató de oponer
resistencia, pero fueron puestos en fuga desordenada con bastantes bajas, por supuesto.
Cada baja del enemigo era acompañada de formidables ovaciones de toda la población,
puesto que en las calles estaban llenas de personas que abandonaron los refugios para
participar del espectáculo.
Son rusos, son rusos, gritaban las gentes cuyo corazón les decía que solamente la URSS
era el único país capaz de poner en manos del pueblo español tales medios de defensa78”.
El también madrileño Ángel Sanz se alistó voluntario en las filas republicanas cuando los
sublevados se acercaban a Madrid. En su descripción del inicio de la contienda, narra
78
Alas Gloriosas (nº 3-4), 1979
190
como su padre, perteneciente al Partido Socialista, era de la opinión, común entre una
gran parte de la población, de que la guerra iba a durar poco, ya que el gobierno resolvería
la situación rápidamente, como había sucedido con la intentona de Sanjurjo en 1932. A
propósito del golpe de Estado del 18 de julio, reflexiona en torno a la inestabilidad
permanente por la que discurrió la vida de la República, tanto en el plano político como
en el social, responsabilizando de la intranquilidad en la que se vivía a las sucesivas
conspiraciones de los elementos conservadores contra aquélla, culpando también a la
Iglesia como cómplice de los golpistas. De esta manera lo cuenta Ángel:
“Después de la fuga, volví a trabajar con mi padre y por la tarde me iba a estudiar a la
Escuela de Artes y Oficios. Y, de esta manera, estuve hasta que empezó la guerra. Cuando
estalló la guerra, mi padre decía que no iba a pasar nada, que ya había intentado
Sanjurjo dar un golpe de estado y había fracasado y, por tanto, con Franco iba a pasar
lo mismo, pero la cosa se puso sería y resultó que la cosa no se acababa tan fácilmente
como decía mi padre. La República no disfrutó de ninguna tranquilidad para poder
gobernar y sacar al país del atraso. Los golpes de Estado no cesaban y mantenían al país
junto con la Iglesia, en tanto que cómplices, en una intranquilidad permanente”.
Un año antes del inicio de la guerra, la familia de Ángel Sanz se había trasladado de su
domicilio original en Vallecas a otro, más céntrico, en la zona del Puente de Segovia. A
pesar del hecho de la guerra, el negocio familiar de la ferretería seguía funcionando en
Vallecas. Por esta razón, Ángel recorría en bicicleta, a diario, el trayecto desde el Puente
de Segovia hasta la ferretería. Cuenta que, al pasar por las mañanas por la Pradera de San
Isidro, veía tirados los cadáveres de los asesinados la noche anterior, por los grupos de
incontrolados que aparecieron en Madrid y en otros lugares de España al comienzo de la
guerra. Los asesinatos se producían al amparo de la noche. A las víctimas se les daba lo
que se llamaba, coloquialmente, “el paseo”. Ángel hace una declaración contundente en
contra de estas prácticas, afirmando que el gobierno de la República no era el responsable
de los asesinatos y que, de hecho, estaba en contra de la represión indiscriminada,
aseverando, en concordancia con lo que han afirmado muchos autores acerca del tema,
que el gobierno, debido al colapso sufrido en materia administrativa, judicial y coercitiva
a causa de la sublevación militar, fue incapaz de controlar la violencia desatada,
espontáneamente, por algunos elementos de la población. Asimismo, manifiesta que la
191
represión ejercida por los franquistas no tiene comparación, en sentido negativo, con la
ejercida en la zona gubernamental. De esta forma lo cuenta Ángel:
“Un año antes de empezar la guerra nos habíamos cambiado de casa. Nos habíamos ido
a vivir al Puente de Segovia y yo todas las mañanas iba en bicicleta desde el Puente de
Segovia hasta el Puente de Vallecas para trabajar con mi padre en la ferretería. Total
que cuando iba con la bicicleta tenía que pasar por la pradera de San Isidro y allí veía
cadáveres que habían sido fusilados la noche anterior. Por aquella época había unos tíos
que daban mucha leña por la noche. Iban en coche y se les conocía como la Patrulla del
Amanecer. Estas personas eran las que se dedicaban a los fusilamientos nocturnos. Yo
siempre he sido enemigo de esto, a mí nunca me ha gustado que se fusilara a la gente,
pero eso no fue nada en comparación con lo que hizo Franco después. De aquellos
asesinatos no se puede culpar al gobierno de la República, eran obra de incontrolados.
Seguro que el gobierno odiaba también que se fusilara a la gente, pero en aquellos
momentos era difícil hacerse con ellos”.
192
“Como respuesta a estos crímenes por vía aérea79, aparecían unos tipos indeseables que
se paseaban con unos coches negros, la mayor parte, recuerdo, estaban marcados en las
puertas con las letras CNT, FAI, PATRULLA DEL AMANECER, etc. Estos individuos se
dedicaban a entrar en las casas de ciertas personas, que ellos consideraban sospechosos
y, sin juicio alguno, las ejecutaban por la noche” (SANZ, ÁNGEL: 2000, 38).
79
Se refiere a los bombardeos que sufría Madrid de forma periódica.
193
poseedoras, con las armas en la mano, a las reivindicaciones y conquistas de derechos por
parte de obreros y campesinos con toda su secuela de huelgas y levantamientos
producidos a lo largo de la historia de la República. Como afirma Santos Juliá, la violencia
practicada en la zona insurgente tenía como finalidad la construcción de un poder
totalitario altamente centralizado (JULIÁ, SANTOS: 1999, 26). Para la consecución de
este objetivo, era necesaria la dominación de los grupos sociales que se oponían a los
sublevados; dominio impuesto mediante una represión brutal que llegaba en muchos
casos a la aniquilación física del adversario político, en este caso a todas las ideologías
no afines a los militares insurgentes y sus socios conservadores. Por tanto, la represión
planificada desde arriba y caracterizada por la violencia contra las personas fue uno de
los instrumentos básicos en la construcción del nuevo Estado.
Ángel Sanz no fue de los que se alistaron en el momento de comenzar la guerra, como sí
pudieron ser los casos de Gregorio Gutiérrez o Joaquín Calvo. Lo hizo posteriormente,
cuando interiorizó que los fascistas realmente se acercaban a Madrid. No se integró en un
batallón de milicias sino en uno de carácter militar, el Batallón Antigases. Ingresó en este
batallón por mediación de un amigo suyo llamado González. Este batallón realizaba
labores pedagógicas entre otras unidades militares para adiestrarles en cómo actuar en el
caso de que el enemigo utilizara gases tóxicos en la batalla, por ejemplo, la utilización de
las máscaras antigases o qué tipos de gases se empleaban en la guerra y cómo proceder
frente a ellos. Más tarde, el batallón sería enviado al frente combatiendo en diversos
lugares. El último de ellos fue Talavera de la Reina, en la provincia de Toledo, donde se
enfrentaron a las columnas de legionarios y regulares que avanzaban por el Valle del Tajo.
Desde esta posición fueron retrocediendo hasta llegar a Madrid, concretamente, al Barrio
de Usera. Poco antes de llegar a la ciudad, un amigo de su padre, que era guardia de asalto,
le reconoció, procediendo a enviarle, inmediatamente, a casa aprovechando que
trasladaban a un herido a retaguardia. No había problemas por esto, no se caía en un
posible delito de deserción, ya que los menores de edad no tenían obligación de ir al
frente. De esta manera, terminó el primer episodio de la experiencia bélica de Ángel y,
más tarde, comenzaría el segundo, ya como aviador de la República. Así lo cuenta Ángel:
“Y así estuvimos unos cuantos días, siempre retrocediendo camino de Madrid. Siempre
perdiendo terreno. Así de esta manera llegamos al Barrio de Usera, en Madrid. Ya en el
Barrio de Usera se estabilizó la situación. Pero antes de llegar al Barrio de Usera uno
194
de los guardias de asalto me dio un golpe en el cogote y me dijo qué coño hacía yo allí.
Era un amigo de mi padre que era guardia de asalto. Le dije que estaba apuntado en un
batallón y que había llegado hasta allí. Me preguntó si sabía algo mi padre, a lo que le
contesté que mi padre no sabía nada. Al final el amigo de mi padre me dijo ‘Me cago en
la puñeta, mira, te vas a coger el fusil, y te vas a largar. Te vas a largar de aquí, no te
quiero ver por aquí. Ve a quitarte los piojos que llevas encima y lávate’. En eso hirieron
a uno en una pierna y me dijo que me fuera con él a la retaguardia, que dejara el fusil y
que me fuera para casa. Eso se podía hacer, no pasaba nada. Ese mes había cumplido
dieciocho años. Así que llegué con el herido, lo dejé allí, dejé el fusil y me fui para casa.
No me dijeron nada, lo único que me dijeron es que dejara el fusil”.
El futuro piloto de caza Francisco Álvaro Horcajada se unió a las milicias nada más
comenzar la guerra. Como miliciano estuvo luchando en el frente extremeño de
Navalmoral de la Mata, recalando después en Madrid, tras las continuas retiradas de las
fuerzas republicanas en el verano-otoño de 1936 hacia la capital de España motivadas por
el empuje de las columnas africanas. Resulta herido y, una vez recuperado, se alista en el
5º Regimiento, participando activamente en la lucha por la defensa de Madrid. La
resistencia de capital le hizo concebir ilusiones de victoria, sintiéndose, por otra parte,
muy orgulloso de servir a la República. Así lo narra Francisco:
El madrileño Eusebio Ortega se incorporó a la lucha cuando habían transcurrido casi dos
años de contienda. Perteneció a la denominada “Quinta del Biberón”. Se la llamó así
porque estaba compuesta por jóvenes de entre 17 y 18 años que fueron llamados a quintas
(Eusebio era de la quinta del año 1941) para reforzar el ejército de la República que había
quedado muy tocado tras el avance de los sublevados por tierras de Aragón. La ofensiva
se había iniciado una vez que los sublevados reconquistaran la ciudad de Teruel, que
80
Revista Ícaro (nº 83), 2005.
195
había sido tomada previamente por las fuerzas republicanas a finales de 1937 en una
durísima batalla invernal con temperaturas glaciales. El resultado del ataque de los
sublevados por tierras de Aragón supuso la llegada al Mar Mediterráneo de las fuerzas
rebeldes a la altura de la provincia de Castellón, concretamente en la población de
Vinaroz81. Este hecho tendría fatales consecuencias para el gobierno de la República, ya
que Cataluña quedaba aislada del resto del territorio gubernamental, suponiendo esta
división de la zona controlada por los republicanos el principio del fin de la derrota
definitiva.
Volviendo a Eusebio, éste, una vez llamado a filas, se incorporó a la 67ª Brigada Mixta.
Más tarde, ingresaría en las Fuerzas Aéreas, después de la última convocatoria para
formar pilotos que hizo la República:
Antonio Arias, tal como relata su buen amigo Juan Lario en la semblanza biográfica que
le dedica, antes de comenzar la guerra, era un trabajador de artes gráficas. Al iniciarse la
lucha, se une a un batallón de milicias en Madrid. Más tarde, en el mes de octubre de
1936, ingresaría en Aviación. Así lo relata Juan Lario:
“En el período anterior a la Guerra Civil Española, Antonio reside y trabaja en Madrid,
en Artes Gráficas. Al iniciarse la contienda, se integra a la lucha en una compañía de
milicias populares y en octubre de 1936, ingresa en las Fuerzas Aéreas de la
República”83.
81
Los sublevados alcanzarían la costa de Castellón a mediados de Abril del año 1938.
82
Revista Ícaro (nº 82), 2005.
83
Revista Ícaro (nº 35), 1994.
196
Mola desde el Norte para conquistar Madrid. Participaría, posteriormente, en la defensa
de la capital una vez los sublevados llegaron a ésta. Así lo cuenta su biógrafo:
“Fiel a su ideal, que le llevó cuando era aún adolescente, a trasladar a la sierra los
cañones de artillería de Getafe, a cuya captura había contribuido antes, después, en la
sierra, luchó en la defensa de Madrid, en los tiempos en que se conocía a Madrid como
“capital de la gloria”, y así continuó tanto en España como en la URSS; su ideal siempre
lo mantuvo sin que influyeran en nada los episodios que hasta su muerte fueron
sucediendo84”
Los siguientes casos que vamos a estudiar los componen, al igual que los anteriores,
personas que al comienzo de la guerra se encontraban en Madrid, pero con la
particularidad de que ya eran militares en el momento de comenzar la guerra. Por tanto,
sus primeras experiencias bélicas se van a producir enmarcados en unidades militares
regulares, no en las milicias. Todos ellos estaban encuadrados en lo que constituía el
Arma de Aviación y pertenecían a las clases de tropa o, como máximo, como suboficiales.
Juan Francisco Gómez, cuando comenzó la guerra, estaba destinado en Los Alcázares
donde había realizado el curso de bombardero-ametrallador ostentando, por entonces, el
grado de sargento. Había pasado poco tiempo desde el inicio de la guerra cuando fue
destinado a la base de Getafe para servir como bombardero-ametrallador en los Breguet
XIX85. Sería a bordo de este avión donde recibiría su bautizo de fuego, bombardeando el
Alcázar de Toledo. En ese momento, sede de la Academia de Infantería, se había
atrincherado tras sus muros el militar sublevado, coronel Moscardó, con algunos oficiales,
guardias civiles y paisanos que apoyaban el golpe. El Alcázar fue sitiado por las fuerzas
republicanas, pero nunca sería conquistado por éstas, sino que serían las tropas africanas
del general Franco que avanzaban por el Valle del Tajo las que levantarían el asedio,
retirándose las tropas republicanas hacia Madrid86. De esta forma relata Juan Francisco
Gómez su accidentado estreno en la guerra:
84
Revista Ícaro (nº 65), 2000.
85
El Breguet XIX era un avión biplaza con un piloto y un observador que hacía al mismo tiempo de
ametrallador y bombardero.
86
Existe la opinión generalizada de que la decisión del general Franco de desviarse de su ruta hacia Madrid
para liberar a los sitiados en el Alcázar, hizo que los defensores de Madrid ganaran tiempo para fortificarse;
si Franco se hubiese dirigido directamente sobre Madrid, es posible que hubiera caído.
197
“El primer servicio que hice fue de Getafe a Toledo, como bombardero-ametrallador en
un Breguet XIX, a bombardear el Alcázar. En este primer servicio nos atacó la caza
enemiga y el avión mío quedó acribillado a balazos. Cuando nos atacaron los aviones
enemigos yo iba totalmente distraído haciendo los cálculos para realizar el bombardeo.
Había que calcular la altura, la velocidad, la entrada, etc. Así que cuando la caza
enemiga nos atacó yo no me di cuenta. Me di cuenta cuando ya terminé de bombardear
y el piloto metió un picado. Si no llego a ir sujeto en el avión, me salgo del aparato.
Cuando llegamos a Getafe y aterrizamos el piloto me dijo que había nacido con camisa,
que había tenido mucha suerte, que mirara el avión, que estaba completamente
agujereado por las balas. Y este fue el primer servicio que hice”.
Los gobiernos se la República fueron conscientes de que había que renovar el parque
aeronáutico militar español. Para ello, se convocó un concurso en el año 1934. Se
presentaron dos ofertas, una británica87 y otra procedente de Estados Unidos88. En lo
87
La oferta británica incluía el caza biplano Hawker Fury y el biplano de bombardeo ligero Hawker Osprey.
88
La oferta norteamericana incluía el caza monoplano Boeing P-281 y el bombardero Martin 139-W.
198
referente a calidad era mejor la propuesta norteamericana, pero el gobierno de la
República se decidió por la británica porque era más barata. La compra de los aviones
nunca llegó a término por el inicio de la Guerra Civil que la dejó en suspenso. Por tanto,
al inicio de la guerra ambos bandos utilizarán los obsoletos aviones de la fuerza aérea
española. Estos anticuados modelos desaparecerán de los cielos de España con la entrada
en la contienda de los más modernos aviones de las potencias que van a apoyar a ambos
bandos: alemanes, italianos y rusos. Así mismo, los contendientes harán uso militar de
aviones civiles de diferentes tipos y modelos, destacando en este sentido los DC-2 de la
LAPE89.
Juan Francisco, en su relato, cuenta que estuvo unos cuatro meses sirviendo en los
Breguet XIX para, posteriormente, pasar a incorporarse a los aviones franceses Potez-54.
Éstos procedían de las exiguas compras que el gobierno francés había permitido a la
República española. Una vez desatadas las hostilidades, el gobierno republicano pidió
ayuda a Francia para que le suministrara material bélico, petición basada en un acuerdo
bilateral que había entre ambos países. En un principio, el gobierno francés, presidido
por el socialista Leon Blum90, se mostró partidario de suministrar armas al gobierno de la
República. Pero los problemas de suministro de material militar comenzaron pronto. El
cuerpo diplomático destinado en la embajada española en Francia se puso del lado de los
sublevados, llevando a cabo desde el inicio de la guerra una labor de boicot hacia el
gobierno de la República. Las acciones emprendidas por los diplomáticos españoles
dieron sus frutos rápidamente, paralizando la entrega de armas al ejército de la República.
Por otro lado, el gobierno inglés no tuvo el menor interés en apoyar al gobierno del Frente
Popular para no irritar a Italia y Alemania, conforme a su política de apaciguamiento. De
esta manera, el gobierno británico consiguió convencer al gobierno francés de que era
mejor no vender armas al gobierno de la República para no irritar a las potencias fascistas,
estando en estas maniobras diplomáticas el origen de la política de No Intervención que
tanto daño haría a la República en el plano internacional. El gobierno francés se plegó a
la posición británica, pero, a pesar de ello, permitió el envío de algunos aviones, siempre
que el gobierno de la República negociara directamente con las empresas fabricantes de
los citados aviones, negociación en la que no interferiría el ejecutivo francés. Pero las
89
LAPE: Líneas Aéreas Postales de España. Compañía pública de aviación civil fundada en 1932.
90
Al inicio de la Guerra Civil Española, al igual que en España, gobernaba en Francia una coalición de
centro-izquierda denominada, como en España, Frente Popular, siendo su líder y jefe de gobierno el
socialista Leon Blum.
199
derechas francesas, al enterarse de este nuevo giro de los acontecimientos, pusieron el
grito en el cielo y exigieron que los aviones fueran enviados a España desarmados, aunque
el armamento sería transportado por tierra a España, donde se montaría posteriormente
en los aviones91 importados del país vecino. Pero una vuelta de tuerca en la presión de los
conservadores franceses sobre Leon Blum, hizo que éste bloquease en la frontera
pirenaica el envío del armamento que debía equipar a los aviones comprados por la
República, por lo que hubo que armarlos en España de forma deficiente. Este suceso
mermó muchísimo su efectividad en la guerra y, por eso no fue ni mucho menos la
deseada por el gobierno republicano.
Juan Francisco, una vez llegados a España los bombarderos Potez, fue destinado a uno de
ellos. Con estos aviones Juan Francisco participó en la mayoría de los frentes abiertos en
el inicio de la Guerra Civil, tal como refleja en su relato. De los aeroplanos franceses
piensa que eran unos aparatos deficientes y lentos, opinión también compartida por otros
expertos, de hecho fueron un fracaso y, a finales de la década de los treinta eran
notablemente inferiores a otros aviones de su segmento. Así cuenta Juan Francisco su
experiencia con estos aviones, afirmando sobre la marcha que ha sido un hombre con
suerte, ya que en toda su larga trayectoria bélica nunca fue herido:
“Estuve volando con el Breguet XIX unos cuatro meses o algo menos. Hice servicios por
todos los sitios. De los Breguet XIX pasé a los Potez. El Breguet XIX lo llevamos a Los
Alcázares y lo entregamos allí para que fuera utilizado como avión de entrenamiento.
Como despedida de aquel avión me hice una foto abrazado a él y pensé que bien se había
portado, como había aguantado. Como he dicho pasé a los Potez, con base en Manises,
en Valencia. El Potez era un avión muy malo, iba muy despacio, no tenía velocidad, era
de madera. En estos aviones había que tirar las bombas con las piernas, las llevabas
dentro del avión y las dabas patadas para que cayeran. Los Potez llegaban a bastante
distancia, estuvimos en todos los frentes, había que ir a bombardear a tal sitio y allí
íbamos. En aquellos tiempos no se llevaba escolta de caza, íbamos solos. Tanto con el
Breguet como con el Potez hice vigilancia de costas. Vigilábamos la zona de los
Alcázares contra la flota enemiga. También estuve haciendo lo mismo en el Norte, en
91
Los acuerdos entre el gobierno de la República española y las empresas aeronáuticas francesas dieron
como resultado el compromiso de exportación de cazas Dewoitine y bombarderos Potez y Marcel Bloch.
En la llegada de estos aviones a España tuvo un protagonismo especial el escritor Marcel Malraux que se
ocupó de reclutar pilotos franceses para hacer llegar los aviones a España, ya que el gobierno francés
prohibió que pilotos militares franceses se ocuparan de trasladarlos a España.
200
Asturias, allí protegíamos a los barcos que desembarcaban suministros en el puerto de
Gijón. Nunca tuve ningún incidente, siempre observando y echar hacia el mar a los
barcos de guerra enemigos. Yo siempre he tenido suerte en el aire, ni siquiera he estado
herido. Lo único que me pasó fue que, cuando comencé a volar aviones de caza en la
Unión Soviética, me tuvieron que hacer dos operaciones de hernias, nada más”.
Francisco Cortés, al inicio de la guerra, era cabo armero de las fuerzas aéreas de la
República con destino en Alcalá de Henares. En este aeródromo, sólo quedaban algunos
viejos aviones de entrenamiento, pero la oficialidad era fuertemente opuesta a la
República (SAIZ CIDONCHA: 2006, 93). En su relato, Cortés cuenta una parte de lo
sucedido en Alcalá de Henares, tras el golpe de los militares. Alcalá de Henares, en un
primer momento, fue tomada por los sublevados, pero, posteriormente, recuperada por
las fuerzas gubernamentales. Cortés narra la secuencia de acontecimientos que se
sucedieron en al aeródromo de Alcalá de Henares y acerca de su ignorancia de que sus
máximos responsables estaban comprometidos con la sublevación. Esta situación se dio
en muchos acuartelamientos. Hubo excepciones, ya que en algunas unidades militares
existió una organización previa preparada para hacer colapsar el golpe si llegaba a
producirse, tal como sucedió en Getafe. Después de controlar el aeródromo las fuerzas
leales al gobierno, se hizo cargo de la base el comandante Gómez Spencer. De esta manera
relata Francisco Cortés “su” inicio en la guerra:
201
Mata, me trasladara inmediatamente con el coche Ford Sedán a la puerta de Mayoría.
Cuando llegué con el coche a la puerta de Mayoría, me dijeron que esperase órdenes del
capitán Mata. Esperé unos minutos y salieron los cuatro capitanes. Los dos capitanes de
infantería se subieron en su coche y los dos capitanes de aviación en el mío. El capitán
Mata me ordenó que siguiera a los capitanes de infantería. Fuimos a parar a la
Comandancia Militar de Alcalá de Henares. Mientras esperaba en la puerta de la
Comandancia, salió un sargento de infantería y me comunicó que, por orden del capitán
Mata, me subiera al aeródromo, que ya se me avisaría. Ese aviso nunca llegó. Según
informes, habían quedado detenidos el capitán Mata y el capitán Moro. Al capitán Mata
le mandaron a su casa en calidad de detenido y al capitán Moro le mandaron al cuartel
de Guadalajara y a los pocos días lo mataron en la cárcel.
Más tarde se montó una gorda. El diecinueve de Julio nos comunicaron que los dos
capitanes se habían levantado contra el gobierno de la República y que se habían
refugiado en el cuartel del Batallón Ciclista y, con ellos, todos los oficiales y sargentos
de dichos cuarteles. Desde la base comunicamos todos los acontecimientos a la base de
Getafe. Pasaron dos días y no querían entregarse por lo que el alto mando decidió
bombardear el cuartel del Batallón Ciclista. Ese mismo día se entregaban a las
autoridades todos los sublevados y no se volvió a saber nada de ellos”.
Tras los acontecimientos acaecidos en Alcalá de Henares, una vez asegurada la base aérea
para la República, Francisco Cortés siguió destinado en ella, refiriendo que enviaron a
mucha gente al frente, por lo que la base se quedó muy reducida en efectivos. Así mismo,
en aquellos primeros meses de guerra fue ascendido al grado de sargento. El caso de
Cortés es el típico de una persona no penetrada por la ideología que pretendía,
simplemente, ser un militar profesional, limitándose a cumplir órdenes. Haciendo
ficción, si la base hubiera caído en manos de los sublevados, quizás él habría obedecido,
igualmente, las órdenes que le hubieran dado, pero tal vez ésta sea una postura
equivocada, pues nunca podremos saberlo. De esta manera continúa su relato:
202
Justo César Sol, al inicio de la guerra, se encontraba destinado en la base de Getafe como
soldado de aviación. Siendo niño, a la muerte de su padre, había emigrado junto con su
madre a Getafe, donde ingresó en aviación una vez que hubo salido del colegio en el que
había estudiado. La guerra separaría a madre e hijo cuando los sublevados, en su avance
hacia Madrid en los primeros meses de la guerra, tomaron Getafe, quedándose la madre
residiendo en la localidad madrileña el resto de la contienda. En su relato, describe la
toma del cuartel de artillería de Getafe, sublevado contra la República, realizada
conjuntamente entre las tropas de aviación y las milicias populares. La base de Getafe era
la más importante de Madrid, ya que allí radicaba la jefatura de la Escuadra nº 1 y, por
supuesto, en ella había un importante componente golpista entre los oficiales. Pero en
este aeródromo, como relata Saiz Cidoncha (SAIZ CIDONCHA, CARLOS: 2006, 86),
las cosas no fueron nada fáciles para los sublevados debido a las medidas que habían
tomado previamente el general Núñez de Prado e Hidalgo de Cisneros para prevenir
cualquier intento golpista en la base92. Además, existía una organización paralela cercana
al Partido Comunista en la que participaban oficiales, suboficiales y tropa y obreros de la
fábrica CASA que vigilaban el cuartel de artillería. Al final, los elementos golpistas
decidieron desistir de su actitud insurgente, cambiando de táctica, dedicándose, cuando
era posible, a llevarse aviones en vuelo a la zona sublevada. Algunos de ellos serían
destituidos y detenidos, llevándolos presos a Madrid. Ya se ha mencionado que el cuartel
de artillería de Getafe se sublevó contra el gobierno, que procedió a cañonear la base
aérea. Ante esta situación, los soldados de aviación y las milicias populares,
conjuntamente, mandados por oficiales profesionales de Getafe, asaltaron el cuartel de
artillería, que, previamente, fue bombardeado por aviones despegados de la base.
Una vez tomado el cuartel de artillería de Getafe, los aviones y soldados participaron en
el asalto de los cuarteles sublevados en Campamento. Todos estos hechos los vivió Justo
César Sol como soldado de aviación destinado en Getafe y por eso reflexiona acerca del
miedo, de la juventud y de la muerte:
“La guerra me pilló en Getafe. Además, la guerra nos separó a mi madre y a mí pues,
cuando los nacionales tomaron Getafe mi madre se quedó en el otro lado y yo con los
fieles al gobierno. En Getafe, había un regimiento de artillería y todas las
92
El capitán Cascón, destinado en Getafe, tenía a su mando un retén armado de suboficiales y soldados
republicanos dispuestos a intervenir al menor intento de sublevación.
203
comunicaciones de ellos pasaban por las de aviación. Por esa razón, sabíamos que se
iban a situar en el Cerro de los Ángeles y tratar de bombardear desde allí. En aquellos
momentos ya las milicias se acercaron al cuartel y los aviones salieron antes de que
comenzaran a bombardear desde el Cerro de los Ángeles. Luego, nosotros llegamos al
cuartel de artillería y entramos allí. Los oficiales rebeldes se arremolinaron allí, pero
fueron detenidos. Luego vendría un autobús y se los llevaría a Madrid. Después de
asaltar el cuartel de artillería de Getafe, estuve en la zona de Campamento asaltando
otros cuarteles que se habían rebelado. Yo, en aquellos momentos no tenía miedo, a los
veinte años no tienes miedo. Sabíamos que podíamos morir, que te podían atacar, que te
podían pegar un tiro. Tuve suerte en este sentido, nunca recibí una herida en toda la
guerra”.
Más tarde, una vez sofocados los focos de sublevación de la ciudad de Madrid y de
localidades cercanas, Justo fue enviado al frente de la sierra, concretamente a
Somosierra93. Los sublevados que se acercaban a Madrid procedían de dos puntos
diferentes: el ejército de África por el Oeste y, por el Norte, las fuerzas del general Mola,
que se había sublevado en Navarra. Éstas últimas, al llegar a los puertos del Sistema
Central, se encontraron con una resistencia encarnizada por parte de las milicias y de las
pocas unidades organizadas del ejército y de las fuerzas de orden público que aún
permanecían en pie. Justo se había incorporado a la batalla con una compañía de aviación.
Fue una lucha muy reñida, al igual que sucedió en el Alto del León, donde los sublevados
lograron coronarlo, pero no consiguieron romper las líneas republicanas en su camino
hacia Madrid. Estos frentes de la sierra madrileña quedarían estabilizados, con la
excepción de alguna ofensiva republicana en la cara segoviana del Puerto de Navacerrada,
hasta el final de la guerra. En su relato, Justo critica la medida tomada por el gobierno de
Casares Quiroga de licenciar a los soldados y, por lo tanto, liberarlos de la obediencia
militar al comienzo de la sublevación porque esto implicaba dejar a la República
desarmada, con sus fuerzas armadas desorganizadas, a merced de un ejército disciplinado
como era el de los sublevados. Describe también como actuaban las milicias populares al
principio. Los grupos de milicianos, en ocasiones, funcionaban como querían94, sin orden
93
Unidades del Arma de Aviación participaron, además de en los combates de la Sierra, también en la
recuperación de Alcalá de Henares y de Guadalajara por parte de los republicanos. Asimismo, oficiales de
aviación comandaron fuerzas milicianas. Cabe destacar también la muerte en combate del ingeniero
aeronáutico y capitán de Aviación Arturo González Gil.
94
Había milicianos, al principio de la contienda, que al llegar la noche abandonaban el frente y se iban a
dormir a casa. Así mismo carecían de la más mínima formación militar y, en no pocos casos, no respetaban
204
ni disciplina, problema que se zanjó con la militarización de las mismas y la posterior
creación del Ejército Popular de la República. En cuanto a las fuerzas de milicias, cita la
presencia de mujeres en el frente de batalla, circunstancia que sucedió, sobre todo, al
principio de la guerra. Con el tiempo, se fue retirando a las mujeres a posiciones de
retaguardia. La participación de ellas en los frentes de batalla en primera línea, en pie de
igualdad con los hombres, era un hecho revolucionario desde el punto de vista social95:
las mujeres se igualaban con los hombres en algo que había sido exclusivamente
masculino desde hacía siglos.
Justo describe también la dureza de los combates que se dieron en las sierras madrileñas
y menciona el gran número de bajas en ambos mandos. Indica la aparición de la aviación
para apoyar las acciones de las tropas de tierra y señala la baja calidad de los aparatos que
la República había comprado, sin indicar explícitamente su origen francés, pero sí
calificando a los aparatos como un desastre. Refiere, finalmente, la ventaja republicana
en aviación al principio del conflicto, respecto a los sublevados, ventaja que se revertiría
pronto a favor de los segundos por las ayudas italiana y alemana. Así cuenta Justo César
su experiencia en la sierra:
la disciplina que llevaba consigo una situación bélica. Tampoco tenían cuadros cualificados que los
dirigieran de una forma eficiente, por lo que desde los primeros momentos militares profesionales leales a
la República fueron encargados de asesorar e instruir a los milicianos. La mayoría de las unidades de
milicias llevaban en su seno militares profesionales que asesoraban a sus jefes en temas militares. Una
excepción fue el Quinto Regimiento, organizado por el Partido Comunista, en el cual desde el primer
momento se inculcaron a los milicianos las ideas de disciplina y orden y, además, se les proporcionó
instrucción militar de carácter profesional.
95
“En realidad, poco se había avanzado fuera de las ciudades aunque, al principio, las mujeres fueron a
combatir al frente en pie de igualdad con los hombres (el embajador alemán no daba crédito a sus ojos
cuando un día Franco ordenó ejecutar a unas milicianas capturadas y, luego, siguió almorzando
tranquilamente). Estos avances hacia una participación igualitaria fueron cercenados por la dirección,
cada vez más autoritaria, del esfuerzo de guerra, al paso que se deterioraba la situación militar. Hacia
1938 la propaganda republicana había dado un vuelco de 180 grados y las mujeres habían vuelto a
desempeñar un papel estrictamente auxiliar que, poco a poco, las fue acercando a su rol tradicional”.
(BEEVOR, ANTONY: 2005, 95).
205
lo que querían hasta que el gobierno de la República se impuso sobre las milicias, pero
cuando eso ocurrió ya habían pasado cuatro o cinco meses. En el frente de Somosierra
estaban las fuerzas de Franco que venían de Burgos y, en nuestras líneas, estaban las
milicias y alguna unidad del ejército disciplinada, con mandos, como la nuestra. En las
milicias también había mujeres. Allí hubo combates muy fuertes. Llegamos a tomar la
cima del puerto, allí había mucha gente muerta, soldados y oficiales. Pero las fuerzas de
Franco se reorganizaron y tuvimos que recular otra vez hasta Buitrago. Y allí estuvimos
todo el tiempo. Allí nos bombardeaban con artillería y aviación, pero la aviación la
teníamos casi toda nosotros porque las bases buenas eran las de Getafe, Barcelona,
Sevilla, aunque Sevilla cayó en manos de ellos. En Getafe, en aquellos momentos, estaba
la escuadra de caza, la escuadra de bombardeo y una serie de aparatos que había
comprado el gobierno y que eran un desastre. Muchas veces se tiraban las bombas y no
explotaban porque estaban pasadas, eran bombas de la guerra de África”.
Justo hizo amistad con Francisco Galán en el frente de Somosierra. Éste era hermano del
protomártir republicano, el capitán Fermín Galán, condenado y fusilado por los sucesos
de Jaca en 1930. Francisco Galán era un oficial de la guardia civil de ideología comunista
que había participado en la creación del Quinto Regimiento. En los primeros momentos
del conflicto fue nombrado jefe de las fuerzas de milicianos encargadas de detener el
avance de los sublevados en el puerto de Somosierra. Más adelante, llegaría a mandar
grandes unidades militares republicanas. Describe Justo una situación que, al principio de
la guerra, fue muy común en las unidades en las que convivían milicianos y militares
profesionales. Los milicianos no confiaban en la lealtad de los militares de carrera 96, no
se fiaban de ellos, pues podían ser unos traidores en potencia a la República; pensaban
que podían desertar en cualquier momento. Hay muchos casos de militares profesionales
simpatizantes con los sublevados que, debido a que el pronunciamiento fracasó en sus
destinos, hicieron ver que eran leales al gobierno cuando realmente no lo eran, pasándose
a las filas de los insurgentes en cuanto tenían oportunidad. Esta desconfianza mutua fue
motivo para que se dieran algunos conflictos graves entre los milicianos y los militares
profesionales. Esta actitud de desconfianza hacia el estamento militar profesional leal a
la República tenía unas profundas raíces sociológicas y políticas. Tradicionalmente, el
96
Carlos Saiz Cidoncha afirma que, al contrario que sucedía con otras armas del Ejército en las que los
milicianos miraban con recelo a los oficiales profesionales, en el Arma de Aviación los oficiales siempre
fueron bien vistos por los combatientes milicianos (SAIZ CIDONCHA, CARLOS: 2006, 122).
206
grueso del ejército y de la Guardia Civil, al igual que la Iglesia, se habían puesto siempre
de parte de las clases poseedoras en los momentos de crisis social o política97 y llevaban
a cabo tareas de represión contra la clase trabajadora; las más próximas, la dura represión
ejercida contra los revolucionarios de octubre del 34 y la que estaban llevando a término
los sublevados en las zonas controladas por éstos. Por tanto, el reflejo mental básico de
los trabajadores que constituían las milicias era de desconfianza profunda frente a
aquellos militares profesionales que los dirigían, ya que podían ser traicionados por éstos
en cualquier momento y ponerlos en manos del enemigo. El hecho de que Francisco Galán
se fuera a dormir con la compañía de Justo era por un tema de seguridad. Se sentía más
seguro entre tropas regulares que entre los milicianos por las razones argüidas
anteriormente. Pero los militares profesionales republicanos no sólo recelaban de los
milicianos por motivos de seguridad personal, sino también por su inadaptación a la
disciplina que exigía una guerra. Esta situación conducía a una cierta inoperancia militar
de las milicias en los primeros momentos, en los que el valor, la audacia y el idealismo
de la lucha les proporcionaron algunas victorias, pero también sufrieron una serie de
derrotas en cadena que llevaron al ejército sublevado a las puertas de Madrid. Así relata
Justo su relación con Francisco Galán en Somosierra:
“En Somosierra hice amistad con Francisco Galán. Este Francisco Galán era hermano
del que fusilaron en Jaca, Fermín. Estos eran tres hermanos, Fermín que era militar,
Francisco que era capitán de la Guardia Civil y otro que se llamaba Miguel que era del
Cuerpo de Carabineros, eran una familia de militares. A Miguel le conocí de vista pero
sin ninguna amistad. Francisco siempre venía a dormir con nosotros, yo siempre he
pensado que venía a dormir con nosotros porque nosotros pertenecíamos al ejército
regular y no le íbamos a hacer nada. Yo creo que él no se fiaba de la gente que mandaba,
temía que le pudieran hacer algo por su condición de militar. Francisco mandaba una
columna en el frente. Cuando íbamos a comer y a cenar nos juntábamos y charlábamos.
También dormía al lado de él. A este Francisco Galán le dieron otro cargo y me quiso
llevar con él, me dijo que me haría teniente. Le dije que no y creo que acerté quedándome
en aviación porque no hubiera hecho nada entonces y suponiendo, además, que no me
97
El ejército o, en su lugar, la Guardia Civil, había actuado duramente contra los trabajadores en momentos
de crisis como fueron la Semana Trágica, la Huelga General de 1917, el Trienio Bolchevique en Andalucía
y la persecución de la militancia anarquista en Barcelona, a principios de la década de los veinte por parte
del general Martínez Anido, entre otros.
207
hubieran matado. Se llevó a otro compañero mío y de éste ya no supe nada, no sé si
vivirá”.
Del frente de Somosierra, Justo César fue destinado al aeródromo de Los Llanos, cerca
de la ciudad de Albacete. El origen de este aeródromo, según fuentes del Ejército del
Aire98, radica en la creación, en el año 1928, de una Escuela Civil de Pilotos de la
Compañía Española de Aviación99. En este centro de formación aeronáutica aprendieron
a pilotar tanto pilotos civiles como militares. Estuvo funcionando hasta el año 1932, fecha
en que dejó de tener actividad, pero se siguió manteniendo el material y las instalaciones.
Al inicio de la guerra, en 1936, el aeródromo fue ocupado, al igual que Albacete, por las
tropas sublevadas, pero fue recuperado a los pocos días por las fuerzas republicanas, que
lo mantendrían ya hasta el final de la guerra. La Republica aumentó la extensión de la
base aérea uniendo a ésta la finca del Marqués de Larios. Este aeródromo fue utilizado
desde el primer momento para la recepción del material militar que la Unión Soviética
estaba enviando a España para equipar a las fuerzas armadas de la República, tras la
negativa de las potencias occidentales a suministrar material bélico amparándose en la
No Intervención.
Justo César relata, de forma somera, cómo era la vida en el aeródromo de Los Llanos y
la buena relación que tenían con los rusos que habían acompañado al material enviado
desde la Unión Soviética. Esta es una tónica general en todos los aviadores que
mantuvieron contacto directo con los militares soviéticos, ya fuera en las academias
soviéticas o en España, es decir, la buena imagen que tienen de ellos; los consideraban
una gente estupenda, aunque Justo menciona que había personas que se aprovechaban de
ellos; la picaresca española siempre tiene que aparecer por algún lado. Justo César estuvo
en Los Llanos hasta que solicitó el curso de radiotelegrafista, razón por la que fue
destinado a Santiago de la Ribera para realizarlo. Así describe Justo su paso por el
aeródromo albaceteño:
“Por entonces Los Llanos era un aeródromo sin importancia ninguna, me parece que no
había más que un barracón y éste lo usaban los rusos, que ya empezaban a llegar para
montar los aviones que venían desmontados y ponerlos en vuelo. Recuerdo que los
98
Página Web oficial del Ejército del Aire de España.
99
La Compañía Española de Aviación fue una empresa de carácter privado dedicada al transporte de
viajeros creada en la década de los veinte en España.
208
aviones viejos, malos, los ponían allí para que los bombardearan, pero nunca
bombardearon allí. Hubo una noche que estuvieron bombardeando Albacete muy
duramente y yo siempre he dicho que donde nosotros estábamos había miles de toneladas
de bombas, miles de toneladas de gasolina, armamento…, todo ello ruso y allí nunca
bombardeaban. Y, además, la gente lo sabía y el día del bombardeo no tiraron ni una
bomba. Además, allí estaba también el Estado Mayor ruso. Otra cosa que sucedía era
que todos los días a las doce del mediodía aparecía un avión de los fascistas que decían
que era el hermano de Franco. Nosotros estábamos en la finca del Marqués de Larios,
que estaba junto a Los Llanos. Era una finca muy grande y se empezó a utilizar para
almacenar material militar. Recuerdo que en aquella finca había mucha caza, conejos,
ciervos, corzos, pero no dejaban cazarlos, estaba prohibido.
La relación con los rusos en Los Llanos fue estupenda. Yo fui una vez con ellos a cargar
material que venía de Rusia y, que por cierto, no lo cargamos porque no había llegado
el barco. Los rusos eran una gente espléndida, aunque allí hubo personas que se
aprovecharon de ellos. Eran gente magnífica, no se metían en nada, se dedicaban
exclusivamente a su trabajo. Eran muy buenos profesionales, había de todas las
profesiones, desde ingenieros a mecánicos”.
Se puede afirmar, sin género de duda, que sin la ayuda extranjera ninguno de los dos
bandos hubiera podido soportar el esfuerzo de guerra durante tres años. En este sentido,
se debe destacar que la diferencia entre los envíos de armamento de italianos y alemanes
a los insurrectos, en comparación con las remesas de armas remitidas por los soviéticos
al gobierno republicano, en palabras de Ángel Viñas, fue abrumadora a favor de los
primeros (VIÑAS, ANGEL: 2012, 260). Centrándonos en el número de aviones
entregados por las potencias extranjeras, Ángel Viñas da la cifra de 1.518 aviones
enviados por las potencias fascistas a los franquistas frente a los 648 aparatos remitidos
por la Unión Soviética al gobierno de la República. Afirma, también, que la historiografía
pro-franquista ha intentado inflar los números de aviones soviéticos en España, al sumar
a los anteriores los que se fabricaron en España. Pero, aún incluyéndolos, la cifra siempre
quedaría lejos del material entregado por los nazi-fascistas.
209
para poder procurárselas. Como afirma Josep Puigsech, la ayuda militar soviética a la
República fue producto de una petición realizada por el gobierno republicano ante las
autoridades soviéticas. Fue una relación puramente comercial: un país necesita comprar
armas y otro decide vendérselas, con la particularidad que el canal de la venta se hizo a
través de vías diplomáticas100. No hubo, en ningún momento, un intento de penetración o
sovietización del Estado español por parte de la Unión Soviética. La sovietización sería
un proceso posterior a la Segunda Guerra Mundial. Stalin siempre tuvo la idea de
mantener como régimen político en España la República liberal y democrática
(PUIGSECH, JOSEP: 2012, 239). La primera remesa de armas soviéticas llegadas a
España se produjo el 4 de Octubre de 1936 en el puerto de Cartagena. La lejanía de España
respecto a la Unión Soviética sería un grave problema para un suministro de armas
constante. Esta carencia no la sufrieron los sublevados debido a la cercanía geográfica de
alemanes e italianos y, por supuesto, a la desinteresada colaboración de Portugal para
prestar su territorio como lugar de entrega de materiales de guerra.
100
Los envíos de armas desde la Unión Soviética a España fueron organizados en aquél país por un
subgrupo del Comisariado del Pueblo para Asuntos Interiores, denominado Sección X.
101
La política soviética en relación con el tema de sus pilotos en España, fue siempre de que había que
sustituir lo más rápido posible a los pilotos soviéticos por españoles, de ahí el origen de las convocatorias
de cursos en la URSS para formar a los pilotos republicanos españoles en el manejo de los aviones
soviéticos. Pero no solo llegaron pilotos, también acudieron asesores, mecánicos, ametralladores,
observadores, entre otras especialidades.
102
Este sería el origen de la leyenda montada por los vencedores de la contienda acerca del famoso “oro de
Moscú”. Los sublevados verían en el depósito del oro del Banco de España en la Unión Soviética la prueba
irrefutable de la subordinación de la política republicana a los dictados del Kremlin; mito que se alimentó
210
barco, llegando a Odesa el 6 de Noviembre de 1936. A mediados de Octubre comenzarían
a llegar los primeros aviones soviéticos a los puertos de Cartagena y Alicante para ser
montados, posteriormente, en diversas localizaciones del Levante español. En Los Llanos
se centralizaron todas las tareas de organización del material llegado desde la Unión
Soviética.
Por tanto, la relación de Justo César con los soviéticos viene del importante papel que se
asignó a Los Llanos en relación con los equipos soviéticos que llegaban a España. El
material volante que los soviéticos enviaron a la República estaba compuesto por los
cazas Polikarpov I-15 “Chato”, Polikarpov I-16 “Mosca”, los aviones de reconocimiento
y bombardeo ligero Polikarpov R-5 “Rasante” y Polikarpov RZ “Natacha” y, por último,
el bombardero rápido Tupolev SB-2 “Katiuska”.
durante los años que duró el régimen del general Franco y que sería desmentido por las pruebas aportadas
por los investigadores dedicados al tema.
211
diplomáticas que, a la postre, serían un pesado lastre en la defensa del régimen
democrático y que conducirían a su derrota final.
Justo reflexiona sobre la necesidad que tenía la República de mandos militares, pero,
sobre todo, de mandos que hubieran tenido ya experiencia militar. Piensa que fue
ascendido a cabo, estando destinado en Los Llanos, como reconocimiento o
compensación por haber estado en el frente de guerra, y también por la necesidad de
mandos profesionalizados fogueados en la guerra. Poco después sería ascendido a
sargento tras pasar unos exámenes en la misma base de Los Llanos:
“Cuando regresé del frente de Somosierra nos hicieron una especie de compensación por
la cual a mí me ascendieron a cabo, a otros a sargentos, etc…, el caso es que el ejército
no tenía mandos y había que tenerlos y de esta manera se funcionaba. Siendo ya cabo en
Los Llanos hubo unos exámenes para promocionar a sargento. Yo me presenté y, al cabo
de dos o tres meses, no recuerdo bien, aparecí en el Boletín Oficial como sargento. Yo
fui a la escuela siendo cabo todavía, pero estando allí fue cuando aparecí en el boletín y
cuando acabé el curso ya era sargento. Tenía entonces 19 años”.
212
aprobado para hacer el curso de piloto, el día 24 del citado mes saldría, desde la Base
de San Javier con rumbo a Barcelona como alumno Piloto”103.
“En Julio del 36 yo estaba de permiso en Madrid con mi madre y después de un acelerado
desenredo en mi mollera de lo que estaba sucediendo, me incorporé inmediatamente al
aeródromo de Getafe, cuyo jefe era entonces el comandante Camacho y los jefes de
escuadrilla Tourné y Martín Luna.
No puedo recordar aquellos tiempos sin emoción. ¡Cuanta hombría, cuanto valor, cuanto
desprecio al peligro entre aquellos pocos magníficos pilotos que habían quedado fieles
a la República! Aquella españolísima cocina a que ya me refería antes, de muchos huevos
y poca salsa, estaba en pleno auge en aviación. Si los huevos ocupaban el 99% del plato,
103
Alas Gloriosas (nº 33-34), 1984.
213
a la salsa le quedaba solamente el 1%, teniendo en cuenta que a la salsa de marras se
refieren la preparación y organización detallada de cada operación o servicio militar.
Seguro que cada piloto o jefe, más o menos, pensaban para sí: “¿Prepararme para el
vuelo al frente? ¡Que barbaridad! ¡Se van a figurar que tengo miedo!”104.
Morquillas hace una serie de comentarios críticos, de carácter sociológico, acerca del
talante de los nuevos pilotos incorporados a la aviación republicana. Concretamente, les
reprocha que estaban cayendo en los mismos malos hábitos que los que ya lo eran de años
anteriores, a saber, el elitismo, el señoritismo, como el mismo lo define, el creerse por
encima de los demás. A lo manifestado anteriormente, añade, que no ayudaban en nada
al personal de tierra, por lo que exige a los pilotos, en su recriminación, que colaboraran
con mecánicos, armeros y otros especialistas de tierra, ya que cooperando entre todos se
llegaría a la máxima eficacia. No hay que olvidar que hasta la llegada de la Guerra Civil,
el hecho de ser piloto, salvo algunas raras excepciones, estaba reservado a personas con
una condición social determinada. La gente corriente no podía ni siquiera albergar la
esperanza de que algún día podría convertirse en piloto, a lo máximo que podía llegar la
gente común era a convertirse en un suboficial especialista. Por tanto, los pilotos
constituían una élite dentro de las Fuerzas Armadas, hecho que la guerra cambió
totalmente, pues pudieron formarse como pilotos jóvenes pertenecientes a las clases
populares que antes de la guerra ni por asomo hubieran soñado con poder dirigir un avión
de caza o un bombardero. El cambio social que se estaba operando en el ejército
republicano en todas sus armas, no solo en aviación, era realmente revolucionario en
muchos sentidos, configurando, por tanto, una nueva mentalidad militar. Así reflexiona
Morquillas acerca del asunto:
“Ya que me he metido en crítica, quisiera hacer constar un desgraciado factor que nos
perjudicó no poco. La aviación española de aquellos tiempos –no se como estará ahora-
estaba impregnada de señoritismo, especialmente la oficialidad de vuelo. Como todo lo
malo se pega pronto y bien, ese señoritismo, aunque claro está en mucho menor grado,
se les pegó de herencia a los nuevos cuadros, a la juventud recién llegada a la aviación
durante la guerra. Cada piloto creía su deber y no se preocupaba de más que de ocupar
la cabina, dar motor y salir ‘pa alante’ para jugarse el pellejo en la contienda. El
aparato, el motor, el armamento y su reglaje, la clase de municiones y otras
104
Alas Gloriosas (nº 25), 1983.
214
“pequeñeces” por el estilo, eran cosas que incumbían exclusivamente a los mecánicos,
armeros y otros especialistas técnicos. Terminados los servicios, los señoritos pilotos, en
vez de ayudar al personal de tierra, regularizar su trabajo y prepararse ellos mismos
como es debido para los vuelos del siguiente día, en dependencia de la situación en el
frente, se arreglaban los bigotes y salían pitando para la ciudad más próxima a pasar el
tiempo lo mejor posible en algún buen café y aún mejor compañía. Una aviación seria y
combativa no puede tolerar actitud y comportamientos semejantes.
A mí parecer, que como buen español considero indiscutible, la aviación siendo el arma
más moderna y desde el punto de vista técnico más complicada, exige de cada uno de sus
especialistas volante o terrestre, sin excepción, un trabajo diario, duro y escrupuloso;
solamente así se puede combatir con la eficacia necesaria”105.
El aragonés, afincado en Cataluña, y futuro piloto de caza, Simón Fiestas, iba a participar
en las Olimpiadas Populares de Barcelona cuando fueron suspendidas debido a la
sublevación de los militares107. Simón Fiestas, como se ha citado en un punto anterior,
era una persona muy aficionada al deporte, por lo que cuando comenzó la guerra se alistó
105
Alas Gloriosas (nº 25), 1983.
106
Es famosa la escena del coronel de la Guardia Civil, Antonio Escobar, poniéndose a las órdenes del
Presidente de la Generalitat Lluis Companys. El coronel Escobar era un hombre conservador y católico que
fue fiel hasta el final al gobierno de la República. Hecho prisionero al término de la guerra sería fusilado
por los franquistas en el año 1940.
107
Un buen número de atletas extranjeros de los que iban a participar en la Olimpiada Popular, al producirse
el golpe en Barcelona, se unieron a las luchas callejeras en Barcelona contra los insurgentes. Representaron
una premonición de lo que serían posteriormente las Brigadas Internacionales.
215
en un regimiento de montaña debido su vocación por las actividades deportivas al aire
libre, en concreto, el esquí. Así describe Simón su comienzo en la guerra:
108
Unidad militar creada por la Generalitat de Cataluña encuadrada en el Ejército Popular. Fue constituida
en el mes de Noviembre de 1936 incluyendo en su seno una compañía de esquiadores. Esta unidad más
tarde se integrará en la 43ª División del Ejército de la República
109
Tomando en cuenta el número de afiliados, la UGT en Cataluña, en comparación con la CNT, era un
sindicato minoritario, y, aunque, no existen cifras concretas, pero sería como una décima parte de la
confederación anarquista.
110
La CNT y la FAI rechazaron la toma del poder por un factor puramente ideológico. En el caso hipotético
de que hubieran instaurado una dictadura de carácter libertario, y tenían que haberla instaurado, pues un
buen porcentaje de la población no comulgaba las ideas anarquistas, hubieran caído en una contradicción
flagrante con lo que ellos predicaban; los anarquistas rechazaban el poder en si mismo, por tanto no podían
tomarlo. Fue uno de los debates más agrios que tuvieron las organizaciones anarquistas en el transcurso de
la guerra.
216
la revolución libertaria en letras mayúsculas. Pero la revolución estaba en el día a día de
la economía catalana con el proceso de colectivizaciones de las empresas radicadas en
aquella región. En Barcelona se estaban ensayando, en muchos casos con considerable
éxito, experimentos de gestión empresarial de carácter autogestionario, donde los obreros
eran los verdaderos protagonistas en la administración de las empresas. Tal era la fuerza
del impulso colectivizador que la Generalitat no tuvo más remedio que legalizarlo a través
del Decret de Collectivitzacions i Control Obrer d’Industries i Comerços, promulgado el
26 de octubre de 1936. Barcelona estaba viviendo un gran experimento sociológico,
político y económico dirigido por los militantes anarquistas, sin precedentes en la historia
de España; lo más aproximado a lo que estaba aconteciendo en Cataluña sería la gestión
integral de los recursos llevada a cabo por la Alianza Obrera en la Revolución de Octubre
de 1934 en Asturias.
217
comunistas del PSUC y de la UGT111, lo que se tradujo un aumento exponencial de
afiliados en ambas organizaciones en poco tiempo. La causa del crecimiento es que estos
empleados, tenderos, pequeños propietarios y profesionales liberales veían en los
comunistas un partido de orden frente a los que ellos consideraban el desorden libertario.
111
La UGT, siendo un sindicato de raíz socialista, en Cataluña estaba dominada por los comunistas
estalinistas del PSUC.
218
Lo realmente importante y destacable de las columnas libertarias que marchaban hacia
Aragón, al margen de ganar territorios a los sublevados en el plano militar, fue su intensa
actividad en materia de colectivización de las propiedades agrarias en las localidades de
Aragón que iban ocupando en su camino. Fue otro gran experimento socio-económico.
La experiencia colectivizadora aragonesa fue continuación y complementaria a la que se
estaba realizando en Barcelona. En el desarrollo de la colectivización agraria existieron
diferencias según las localidades o comarcas donde se aplicó. Sobre sus resultados y
funcionamiento hay diferentes opiniones: las fuentes cercanas o dentro del ámbito
ideológico y cultural libertario afirman que la colectivización agrícola en Aragón fue un
éxito y que los agricultores, salvo muy pocas excepciones, se unían a ella
voluntariamente; otras, más cercanas al ámbito ideológico del Frente Popular, consideran
que fue un relativo fracaso y que entorpeció el normal curso de las acciones militares al
dar más importancia a la revolución que a buscar la victoria en la guerra, aunque en
algunas de las colectivizaciones participaron elementos socialistas y comunistas que
trabajaron en común con los anarquistas. El impulsor de todo este movimiento
colectivizador fue el Consejo de Aragón112. Este organismo, en un primer momento,
estaría compuesto exclusivamente por miembros de ideología anarquista, si bien,
posteriormente, se abrió, tras el reconocimiento de su autoridad por el jefe de gobierno
Largo Caballero, al resto de las fuerzas que defendían la legalidad republicana. La
realidad es que este organismo siempre estuvo bajo el control efectivo de la CNT ya que
los anarcosindicalistas disfrutaron de una mayoría clara. El Consejo de Aragón sería
suprimido en el año 1937 cuando era presidente del Consejo de Ministros el Doctor
Negrín, en el marco de la política de recuperación de competencias que el gobierno de la
República estaba llevando a cabo para terminar con todos los poderes locales o regionales
paralelos al oficial que habían surgido en la zona republicana a raíz del estallido del
conflicto.
Volviendo a Antonio Vilella, aunque fue convencido por su padre para no marchar hacia
Aragón con las columnas anarquistas, él pudo persuadir, a su vez, a su padre para alistarse
en aviación, con la intención de ser piloto:
112
El Consejo de Aragón se constituyó en la localidad de Fraga en el mes de octubre de 1936 y se ubicó,
posteriormente, en Caspe (Zaragoza). El Consejo de Aragón llegaría a convertirse en un ente autónomo
dentro del Estado republicano que asumió las competencias que antes tenían las provincias y las
diputaciones provinciales.
219
“Entonces comenzó en Barcelona un verdadero movimiento revolucionario entusiasta.
Empezaron los camiones a ir cargando a los voluntarios que querían ir a Zaragoza y yo
me quería apuntar también a subir a un camión de aquellos. Recuerdo que aquellos
camiones llevaban colchones y escopetas. Entonces le dije a mi padre ‘yo quiero ir a
ayudar a recuperar Zaragoza, quiero participar en la guerra porque no veo otra
solución, tengo que participar’. Mi padre me contestó que si me creía que con una
escopeta iba a ganar una guerra. Yo le contesté que los que sentíamos aquello teníamos
que participar en la guerra. La conversación concluyó diciéndome mi padre que no me
daba permiso para irme. Al cabo de dos días le dije a mi padre que había encontrado la
solución, que si no me dejaba ir a Zaragoza había descubierto que en la Aviación podría
ser más útil porque en la Aviación, si yo era piloto de caza, podría maniobrar, podría
atacar, podría esquivar, que podría hacer un buen papel y que no sería tan peligroso. Al
final mi padre me dijo: Bueno, haz lo que te dé la gana”.
220
“Yo fui a la guerra con 16 años recién cumplidos, nací en 1920, marché al frente de
Aragón en Azaila, con mis dos hermanos, Jesús de 22 y Mariano de 26. Mi madre nos
traía algo de comida, viajaba en el camión que hacía el reparto de las municiones, en
uno de esos viajes me llevó un periódico donde un anuncio solicitaba 150 plazas de
mecánicos de vuelo.
“Yo era en 1936 un joven frío pero alegre, alumno de la Escuela de Trabajo de Barcelona
de Oficios Artísticos, y afiliado por mi quinta a la Marina de Guerra de la República.
Estalló el 17 de Julio la sublevación militar, y unos meses más tarde, el aire juvenil de
aventura junto al democrático de mi familia, penetró en mi mente la voluntad de
adelantar mi defensa al bando republicano ingresando voluntario en las Fuerzas Aéreas
de la República”114.
113
Revista Ícaro (nº 109), 2012
114
Revista Ícaro (nº 79), 2004.
115
Alas Gloriosas (nº 19), 1982.
116
El aeródromo de Sariñena fue planeado a finales de julio de 1936, y debe el origen de su denominación
a que estaba cerca de la localidad aragonesa del mismo nombre. Comenzó siendo un aeródromo con
221
profeso para dar cobertura aérea a la ofensiva de las milicias que desde Cataluña
avanzaban por Aragón en los comienzos de la guerra. Fue la base desde la cual se
realizaban las operaciones aéreas en el frente de Aragón contra los sublevados, en
concreto Zaragoza y Huesca; los ataques aéreos republicanos dirigidos a Teruel se
hicieron desde el aeródromo de Manises, en Valencia. En aquellos primeros momentos
de la guerra, la superioridad aérea de la aviación gubernamental en Aragón era
indiscutible. En Sariñena estaba destinada la famosa escuadrilla “Alas Rojas”117, llamada
así porque en las alas y en el fuselaje de los aviones que la componían se pintaron unas
franjas de color rojo para identificarse frente a los aviones de los sublevados118. Fue una
base donde desde el primer momento se estableció la disciplina militar, y, como ejemplo
de ello destaca el hecho de que a diario se izaba y se arriaba la bandera republicana (SAIZ
CIDONCHA, CARLOS: 2006, 150), lo que contrastaba con la relativa desorganización
e indisciplina militar de las milicias anarquistas presentes en Aragón. En esta línea, el
hijo119 del que fuera jefe de la escuadrilla “Alas Rojas”, Isidoro Giménez, cuenta que su
padre tuvo que imponer la disciplina militar entre los milicianos destinados en la base.
Esta actividad de control e imposición de la disciplina militar a las milicias, al menos,
salvó la vida de dos personas que vivían en el cercano pueblo de Albalatillo120. El sargento
armero destinado en Sariñena, Antonio Ráfeles, afirma que en el aeródromo se comía
bien, que en 1936 todavía había de todo en los bares y comercios de la localidad
(RÁFELES, ANTONIO: 1998, 52). El campo de Sariñena se convertiría con el paso del
tiempo en un lugar de la memoria de la aviación republicana, un lugar emblemático,
simbólico por los valores que se defendían, y esta naturaleza especial del lugar la describe
muy bien el citado Antonio Ráfeles: “Sariñena fue y sigue siendo para mí el símbolo de
la Aviación de la Libertad. Aquellos meses que viví allí constituyeron los tiempos más
instalaciones muy básicas, pero con el tiempo sería dotado de las infraestructuras propias de una base aérea.
Su primer jefe fue el Comandante Reyes. Caería en manos de las tropas sublevadas en marzo de 1938.
117
La escuadrilla “Alas Rojas” estaba compuesta por diversos modelos de aviones: Hispano-Nieuport,
Breguet XIX, Vickers Vildebeest, Fokker, Dragon Rapide, entre otros.
118
Los colores que se establecieron para los aviones estacionados en Sariñena posteriormente serían los
que identificarían a todos los aparatos de la aviación republicana.
119
El hijo del piloto Isidoro Giménez se llama Ángel Giménez y se ha ocupado, al igual que otros hijos de
otros tantos pilotos, de mantener viva la memoria de su padre en particular, y de la aviación republicana en
general.
120
Cuenta Ángel Giménez, residente con su familia en una casa del pueblo de Albalatillo, que cuando su
padre estaba destinado en Sariñena, un grupo de anarquistas de la FAI, en concreto de Los Aguiluchos,
intentó llevarse al cura del pueblo y al padre de un amigo de Ángel, también residente en la localidad,
piensa él porque era católico o que había por medio alguna venganza personal. Isidoro Giménez, en ambos
casos, pistola en mano, impidió que se los llevaran, amenazándoles con aplicarles la disciplina militar con
todo su rigor, increpándoles duramente, afirmando que donde deberían estar era en el frente, luchando
contra los sublevados y no en la retaguardia deteniendo a personas inocentes.
222
importantes de toda mi vida. Mi admiración y mi respeto hacia todos quienes hicieron
posible aquella realidad surgida de la nada: al personal volante, a los especialistas, a la
tropa… siempre me he sentido orgulloso de haber estado en Sariñena y haber conocido
a sus hombres, que lo dieron todo por la República y la Libertad” (RÁFELES,
ANTONIO: 1988, 58). Josep Capellades, más tarde, sería destinado a Lleida, donde
tendría conocimiento de la convocatoria del curso de mecánicos. En una semblanza
biográfica realizada en la revista Ícaro se describen sus primeros tiempos en la guerra:
“Sin poder acceder a las pruebas para integrarse en la Aeronáutica Naval de Barcelona,
Josep decidirá alistarse en el Batallón Nº 1 desplegado en el aeródromo de Sariñena, en
octubre de 1936, importante base aérea de Alas Rojas destinada a cubrir el frente
aragonés, pasando posteriormente al campo de aviación de Lleida, Alfés, en abril de
1937. Su destino como escribiente le permitirá consultar los diarios oficiales y, de este
modo, conocer la convocatoria para el curso de mecánicos de la aviación publicada el
19 de julio de 1937 en la que se inscribirá”121.
121
Revista Ícaro (nº 100), 2010.
223
“En Noviembre de 1936, se alistó como voluntario en Aviación. En Diciembre fue
aceptado y enviado al campo de aviación (todavía en construcción) de Lleida. Allí estuvo
un par de semanas incluyendo una estancia en el hotel Regina del balneario de Vallfogna
de Riucorb, ingresado por problemas gástricos.
122
Revista Ícaro (nº 77), 2003.
123
Las obras del aeródromo de Alcantarilla se inician ya comenzada la Guerra Civil, concretamente en
agosto de 1936, se ubicarán allí las escuelas de vuelo elemental con aviones De Havilland, I-15 e I-16
(GARCÍA, ÁNGEL: 2006, 7).
224
describe todo el operativo desde la descarga del material en Cartagena hasta la puesta en
vuelo de los aviones camino del frente:
“Cuando tenía dieciocho años un amigo mío y yo les dijimos a nuestras madres que nos
íbamos al cine y nos vinimos a Madrid. Y fue estando en Madrid cuando comenzó el
movimiento de los militares contra la República. Por tanto, la guerra a mí me pilló en
Madrid. Estando en Madrid fuimos a la Base de Cuatro Vientos y allí en Cuatro Vientos
ingresamos en Aviación. Allí nos dieron un pasaporte y nos dijeron que nos fuéramos a
Murcia. Una vez en Murcia fuimos al convento de Los Jerónimos. Allí en Los Jerónimos,
salíamos en camiones a Cartagena para descargar el barco ruso KOMSOMOL124. El
barco ruso traía bombas y los primeros Chatos. Las bombas las llevábamos a las minas
que había en el pueblo de La Unión y los aviones, que venían en unas cajas grandísimas,
los descargábamos y en tren se llevaban a la base de Alcantarilla. Por aquellas fechas
los fascistas estaban a las puertas de Madrid, sería el seis o el siete de Noviembre de mil
novecientos treinta y seis. Así, que los primeros Chatos los montamos en Alcantarilla y
se mandaron a Madrid. Aquellos aviones fueron volando a Madrid. La llegada de
aquellos Chatos al frente de Madrid fue una de las razones por la cual los fascistas no
entraron en Madrid. En Alcantarilla también se montaron Rasantes. Los Rasantes tenían
cuatro ametralladoras. Recuerdo que eran unos treinta y dos Rasantes que se repartieron
entre Quintanar de la Orden, Santa Cruz de la Zarza y Villamayor de Santiago”.
124
Barco mercante soviético que trajo material de guerra para ayudar al Ejército de la República. En uno
de sus viajes a España sería hundido, concretamente el 14 de Diciembre de 1936.
225
partían de una base de milicias de partido o sindicato, y ésta era una de las tantas que
fueron apareciendo. Más adelante, el Batallón Pablo Iglesias nº 2, que debe ser en el que
se integró Pedro, formaría parte de la 86ª Brigada Mixta. Su hermano mayor, que fue
oficial del ejército de la República, moriría en el frente de Cataluña. Se había alistado
antes que sus hermanos en el primer Batallón Pablo Iglesias. Yendo hacia el frente de
Pozoblanco con el Batallón Pablo Iglesias nº 2 fue cuando decidió presentarse a las
pruebas para formarse como piloto:
“Cuando estalló la guerra, como he dicho, tenía dieciocho años y me fui con mi hermano
Manolo a Valencia. Estuvimos concentrados casi una semana en la plaza de toros. Era
un grupo anarquista y salimos para Teruel. Pero al pasar por Sagunto mi hermano y yo
nos tiramos de los camiones donde íbamos porque pensamos que nosotros no teníamos
nada que ver con los anarquistas. El caso es que este grupo haciendo la instrucción en
un pueblo la guardia civil los ametralló y mató a siete muchachos del Puerto de Sagunto.
Nosotros nos salvamos porque no quisimos saber nada de los anarquistas.
El que iba a ser piloto de caza de la República125, José Lloret, casi un adolescente, se
alistó como voluntario en su pueblo de Valencia para luchar contra los sublevados. Cuenta
cómo la Guardia Civil, en su mayor parte, se mostró leal con el gobierno. Entre la Guardia
Civil y las milicias que se configuraron a raíz del golpe, en su pueblo se montaron las
patrullas de control y vigilancia que habían aparecido por toda España. Al ser menor de
edad no le permitieron ir al frente por lo que se quedó con las patrullas que actuaban en
la retaguardia. Como ya se ha observado en otros casos, la República, al inicio de la
125
José Lloret nunca llegó a volar con los aviones de caza de la República pues al pertenecer a la 4ª
promoción de Kirovabad, el final de la guerra le sorprendió en la academia y debido a esto él y sus
compañeros no pudieron volver a España, pasando algunos miembros de esta promoción verdaderas
calamidades en la Unión Soviética, cuestión de la que se tratará más adelante en este trabajo.
226
guerra, fue bastante escrupulosa con el tema de los menores que se alistaban para al ir al
frente, enviándolos de vuelta a casa. Así lo explica José Lloret:
José Lloret hace mención de la represión que se ejerció sobre la Iglesia católica en la
comarca en la que él residía. Las represalias que sufrieron los miembros del clero, tanto
en el País Valenciano como en el resto de la zona gubernamental, salvo Euskadi126, fue
una reacción que, básicamente, respondió a dos motivos: 1) La actitud hostil de carácter
espontáneo de las masas de izquierda contra la iglesia a causa de la tradición secular del
clero católico de estar siempre al servicio de las clases poseedoras. 2) La animadversión,
cuando no oposición declarada, de la Iglesia católica al régimen nacido el 14 de abril de
1931 debido a la supresión de los privilegios que mantenía aquélla desde hacía largo
tiempo, lo que se tradujo en un señalado apoyo de las instituciones eclesiásticas a las
opciones políticas más conservadoras y antirrepublicanas. José Lloret, por otro lado,
afirma que hubo personas, él cita a elementos del Partido Comunista, que no compartían
la violencia que se estaba ejerciendo contra la Iglesia y que fueron muy prudentes y
disciplinados en base a las situaciones que él describe; viene a decir que no hay que
generalizar la actitud agresiva frente a la Iglesia por parte de los elementos de izquierda,
que había individuos que no compartían las maneras violentas contra el clero.
126
Euskadi fue el único lugar de la España republicana donde las iglesias permanecieron abiertas de forma
habitual debido a que la fuerza política dominante en aquella región era el Partido Nacionalista Vasco,
formación política que se definía en sus estatutos como católica. El gobierno vasco, surgido de la concesión
del Estatuto de Autonomía a Euskadi en octubre de 1936, estaba presidido por el PNV en la persona del
lehendakari Aguirre, el cual, en todo momento, protegió al clero y a los católicos en general.
227
Ya se ha dicho que la Iglesia había sido, durante todo el período republicano, beligerante
contra el nuevo régimen, así que cuando llegó el momento del alzamiento de los militares
aquélla no dudó en darle su apoyo incondicional. La Iglesia, tal como afirma Hilari
Raguer, deseaba una intervención del ejército, que se derribara al gobierno del Frente
Popular, de hecho, aunque el clero no participó directamente en la preparación del golpe,
había eclesiásticos que tenían noticias de lo que se tramaba (RAGUER, HILARI: 2012,
447). Sin embargo, los militares golpistas nunca pensaron en una guerra religiosa, ni, por
supuesto, en una cruzada; en ninguno de los manifiestos127 emitidos por los militares
insurgentes se hacía referencia a contenido religioso alguno; los sublevados asumirían
como suya la cuestión religiosa más tarde. En un primer momento, eran proclamas de
carácter anticomunista, contrarrevolucionarias, antiseparatistas, antigubernamentales, en
resumen, una política de “orden”, basada en unos principios de autoridad (TUÑÓN DE
LARA, MANUEL y GARCÍA-NIETO, MARÍA DEL CARMEN: 1989, 383). Los
sublevados asumirían la defensa de la religión como elemento legitimador de su
alzamiento y de la guerra misma, es el momento en que la Iglesia califica la guerra como
una cruzada128. Pasado un tiempo, concretamente en julio de 1937, y bajo la presión de
Franco, la Iglesia publicará “La Carta Colectiva de los Obispos Españoles a los Obispos
del Mundo Entero”129, en la que los obispos explican y justifican las razones de su apoyo
al bando franquista en la Guerra Civil con una doble intención: 1) Ganar el apoyo de la
opinión pública católica internacional para los sublevados y 2) Desactivar las críticas que
habían surgido en ciertos sectores católicos hacia los militares golpistas a causa de la
represión indiscriminada que se realizaba en la zona franquista, en especial por el
fusilamiento de sacerdotes vascos, pero también porque estaban en desacuerdo en que a
127
La dictadura que pretendían crear los militares golpistas era republicana y laica; incluso Franco hizo
referencia a la aconfesionalidad futura del nuevo Estado (TUSELL, JAVIER: 1994, 430)
128
El calificativo de cruzada dado a la Guerra Civil aparece en la pastoral del obispo Pla y Deniel, “Las dos
ciudades”, publicada en otoño de 1936. Fue una pastoral escrita a propósito de un texto redactado por el
Papa Pío XI, el 14 de septiembre de 1936, que repartió entre unos 500 refugiados españoles en su residencia
de Castelgandolfo. En el citado texto, al mismo tiempo que deploraba la persecución religiosa que se estaba
dando en la zona republicana, expresaba su horror por la Guerra Civil y la violencia empleada por los
militares, no decantándose en esa declaración por ningún bando. Este texto llegaría a la zona nacional
censurado, pues obviaba lo que de crítico podía haber en él hacia los sublevados; deja solamente las
reprobaciones por las persecuciones en la zona gubernamental. A la zona republicana llegó el mismo texto
censurado, por lo que en ambas zonas se dio por hecho el apoyo del Vaticano a la causa de los sublevados,
aún cuando el Papa nunca utilizó el término de cruzada referido a la Guerra Civil (RAGUER, HILARI:
2012, 454).
129
La pastoral fue redactada por el Cardenal Gomá, a instancias de Franco, con la intención de que fuera
firmada por la totalidad de la jerarquía eclesiástica española. La verdad es que fue signada por la gran
mayoría de los obispos, pero hubo algunos prelados que no la firmaron: Torres Ribas (obispo de Menorca),
Pedro Segura (obispo de Orihuela-Alicante), Mateo Múgica Urrestarazu (obispo de Vitoria) y, el caso más
significativo, el cardenal Vidal y Barraquer (arzobispo de Tarragona).
228
la Guerra Civil Española se la tildara de cruzada. El texto fue un éxito político para los
insurrectos. Pusieron a la mayoría de los católicos, a escala internacional, de su parte, ya
que puso énfasis en la persecución religiosa que se estaba perpetrando en la zona
republicana. Este texto, a nivel político, supuso que la religión católica sería una de las
bases fundamentales del futuro nuevo Estado, es decir, sería algo inherente a la nación
española; de este modo se asiste al origen de lo que se conocerá como el nacional-
catolicismo130, a pesar de las reticencias de algunos elementos de Falange (TUÑÓN DE
LARA, MANUEL y GARCÍA-NIETO, MARÍA DEL CARMEN: 1989, 388).
Piensa José Lloret que la población, en general, no era antirreligiosa y que él y su familia
siempre fueron tolerantes con otras fuerzas políticas. Pone como ejemplo el caso de su
propia familia, donde convivían en armonía miembros de diversas ideologías:
“Los primeros días de la sublevación fascista reinaba mucha confusión, pero poco a poco
se fueron tranquilizando los ánimos. Al principio, como la jerarquía eclesiástica apoyaba
descaradamente a las fuerzas derechistas, la reacción anticlerical fue muy fuerte y
culminó con el desalojo total de la iglesia del pueblo que pasó a ser almacén de abastos
130
El nacional-catolicismo será una de las bases del nuevo Estado tras la derrota del bando republicano; se
va a identificar, como su propio nombre indica, lo nacional con lo católico; España, a partir de 1939, se
convierte en un Estado confesional de carácter católico, ocupando la religión todas las esferas de la vida,
tanto lo público como lo privado.
229
del ayuntamiento. Lo que menos me gustó de este episodio de desalojo fue que obligaran
a los devotos a retirar los santos de los altares. En las comarcas valencianas existía
también bastante ambiente anticlerical. Recuerdo que tenía gran difusión la revista ‘La
Traca’, sin embargo yo no diría que la población fuese antirreligiosa. Tuve la ocasión
de conocer a un compañero de Almusafes que, junto con un grupo de milicianos y por
encargo del Partido Comunista de Valencia, recogieron a la Virgen de los
Desamparados y la pusieron a salvo. También es conocida por todos la actuación que
tuvo Dolores Ibárruri cuando en Octubre de mil novecientos treinta y seis salvó una
imagen de la Virgen de los Dolores en Madrid. No quiero que esto se entienda como una
defensa a ultranza de los comunistas; lo que estoy diciendo es lo que vi a mi alrededor y,
en mi opinión, dentro del follón de aquellos días, los comunistas fueron más prudentes
que otros, debido, seguramente, a que estaban más disciplinados.
Yo pertenecía a una familia muy numerosa y como era lógico pertenecíamos a las más
diversas tendencias políticas. Desde mi primo Rafael, que era de Falange Española hasta
mi tío Engracio que era medio anarquista. Yo, como ya he dicho, era de las Juventudes
Socialistas Unificadas, es decir había de todo en la familia, sin embargo tengo que decir
que entre nosotros nunca hubo choque de ningún género y siempre nos hemos respetado
mutuamente”.
“Cuando llegó la campaña de la naranja tuvimos que alternar las guardias en los puestos
de vigilancia con el trabajo en el almacén ya que había que seguir exportando naranjas
para conseguir divisas. También hicimos viajes en camiones cargados de naranjas hasta
La Roda y Tarazona de la Mancha para hacer llegar ayuda de nuestro pueblo a los
combatientes de las Brigadas Internacionales que vinieron a luchar a nuestro lado en
230
defensa de la República y contra el fascismo. Durante esos viajes nos ocurrieron cosas
dignas de contar. En uno de los viajes, después de descargar en Tarazona, nos metimos
por un camino vecinal para visitar una aldea en la que teníamos previsto acordar el
intercambio de naranjas por trigo para el pueblo. El camión se atascó en un barrizal y
decidimos dejarlo hasta que helara por la noche y sacarlo por la mañana. Así lo hicimos
y por la mañana no tuvimos ningún problema. Lo mejor de todo fue la cena de esa noche
en una casa de la aldea. Nos recibieron estupendamente y para cenar nos pusieron una
sartén con jamón y huevos fritos acompañados de pan casero riquísimo y excelente vino
de La Mancha.
En otro de los viajes, después de entregar la carga, nos invitaron a probar vino en una
bodega y tuvimos que quedarnos a dormir allí de la borrachera que teníamos.
Regresando de uno de los viajes, entre Albacete y Chinchilla, se nos rompió el cable del
acelerador. Estábamos en invierno y hacía mucho frío, alrededor de cinco grados bajo
cero. Durante unos kilómetros, hasta llegar a Chinchilla, tuve que ir montado en el
estribo del camión dando gas directamente con la palanquilla. A pesar de llevar guantes
la mano se me quedaba helada. Creo que nunca he pasado tanto frío, ni siquiera en
Rusia”.
231
iniciativa privada, que aún perduraba, hacia el control estatal o, directamente, al control
obrero de la economía en sus diversas formas131.
El basculamiento de la guerra hacia el Este peninsular hizo que José Lloret tuviera que
incorporarse ya, definitivamente, a filas para partir hacia el frente. Tras la conquista de
Teruel por parte de las fuerzas republicanas a finales de Diciembre de 1937, la
contraofensiva de los sublevados rompió el frente en Aragón, lo que llevó a que los
franquistas emprendieran una ofensiva que, a mediados de Abril de 1938, había alcanzado
el mar a la altura del pueblo castellonense de Vinaroz, de modo que la España republicana
quedó partida en dos. La guerra hacía su aparición con toda su crudeza en zonas donde
no se había pegado ni un tiro desde el inicio de la guerra. Es verdad, que algunas zonas
habían sufrido bombardeos, pero no habían padecido el hecho de la guerra como si les
había pasado a otras zonas de España, léase, por ejemplo, Madrid o la cornisa cantábrica.
Por tanto, a causa de esta ofensiva, José Lloret se presentó voluntario, y fue encuadrado
en una unidad de carabineros132 y enviado a la zona de Teruel:
“Las dificultades creadas por la Guerra Civil en nuestra comarca apenas se notaron
hasta finales de mil novecientos treinta y siete o principios de mil novecientos treinta y
ocho. A principios de mil novecientos treinta y ocho se nos vino encima el frente y, como
ya he dicho, comenzaron las dificultades. Fue entonces cuando pidieron voluntarios para
detener a los franquistas que se acercaban a la provincia de Castellón. En esos días un
grupo de amigos nos presentamos voluntarios en el centro de reclutamiento de Valencia
de la JSU. Nos encuadraron en el Cuerpo de Carabineros y nos enviaron a Castellón.
Ese día me acuerdo que nos dieron para comer una lata de carne argentina y pasamos
la noche en un centro cultural donde dormí debajo de un piano de cola. En este grupo de
voluntarios estábamos Pepe Masclet, Ramón Cueves, Luis Suñer, yo mismo y alguien más
de mi pueblo que no recuerdo.
131
Las formas de control obrero de las empresas o de la agricultura eran variadas: el mantenimiento de la
propiedad privada de la empresa con un comité obrero de control, la colectivización pura y dura, la
socialización y control por parte de los sindicatos de empresas o de ramas de la producción completas y la
nacionalización, que incluía también un comité obrero de control.
132
Los carabineros eran un cuerpo especial de las fuerzas de orden público creado en el primer tercio del
siglo XIX cuya misión era el control de fronteras y aduanas, entre otras atribuciones. Al producirse el
levantamiento militar, la mayoría del cuerpo de carabineros se mantuvo fiel a la República, y se convirtió
con el tiempo en una de las fuerzas de élite del ejército de la República. Este cuerpo sería suprimido por el
general Franco ya terminada la Guerra Civil y sus miembros fueron asimilados por la Guardia Civil.
232
Al día siguiente, ya estábamos cerca de Onda donde empezaron a instruirnos en el
manejo de las armas. A la semana siguiente, comenzaron a distribuirnos por las unidades
que estaban en la segunda línea de frente para que nos fuéramos acostumbrando. Luego
fueron enviándonos a primera línea para reforzar las unidades que estaban cerca de la
provincia de Teruel. Recuerdo muy bien la primera noche en el frente ya que estuvo
lloviendo sin parar y me tocó estar encima de un algarrobo de observación. En aquellos
días había poca actividad en nuestro frente y los disparos que hacíamos supongo que
tendrían por objeto hacer notar nuestra presencia. Así estuvimos un par de semanas en
las que no tuvimos que participar en batallas importantes”.
A los pocos días de estar en Oliva se llevaron a Ramón Cueves al Estado Mayor que
estaba en Orihuela. Luego vinieron pidiendo carpinteros y nos presentamos Masclet y
yo. Aquí empezó mi aventura en aviación. El caso es que al día siguiente nos mandaron
a una nave grande en Bellreguart para hacer aviones de camuflaje. Seguíamos
encuadrados en la Escuela de Ametralladoras de Oliva pero todos los días íbamos a
233
Bellreguart a construir aviones. Los primeros días nos hacíamos el camino andando pero
un domingo que fuimos de permiso a Cárcer nos trajimos la bicicleta y ya tuvimos más
libertad de movimientos. Más tarde supe que los aviones que hacíamos de chapa de
madera fueron utilizados con éxito para que la aviación franquista los bombardeara
como si fueran auténticos “Moscas”. Siempre había sentido gran admiración por la
aviación y cuando hoy día pienso en aquellos tiempos comprendo por qué no me
conformé con hacer los aviones de madera para camuflar los aeropuertos y de esa
manera poder haber estado cerca de mi casa”.
Luis Figueroa ya era militar cuando estalló el conflicto. Estaba destinado en La Ribera
como conductor con el grado de sargento de aviación y tenía responsabilidades en el
ámbito de los automóviles de la base. En la Ribera, sintió la necesidad de ser piloto, pero
no pudo serlo, ya que, según cuenta su viuda, había que pasar dos meses en el frente como
mínimo para poder optar a una plaza de piloto. Por tanto, no tuvo la opción de serlo. Así
describe su viuda, Felicitas, la labor de su marido en la base de La Ribera:
Blas Castejón Esparza cuenta que, antes de ser piloto de aviación, llegó a sargento de
transmisiones de la 108 Brigada Mixta, donde prestó servicios en diversos frentes, tales
234
como Extremadura, Aragón o Madrid. Tras la batalla de Brunete, en la que participó
activamente, solicitaría el ingreso en aviación. Así describe sus primeros tiempos en la
Guerra Civil:
“El cuartel de la Guardia Civil de Agramán (Albacete) se ha liquidado; casi todos los
guardias de la guarnición mueren en la refriega, corta, pero encarnizada. Nosotros
también tenemos caídos. Cogimos fusiles y municiones. Ya tenemos algo. El otro foco
está en Hellín. ¡A por ellos! Gritan voces y la multitud, ciega de odio, corre, se va hacia
allí limpiando de fascismo todo lo que encuentra a su paso.
A la entrada del pueblo las balas nos reciben silbando locas por entre los olivos,
amenazando negra tormenta, pero el pueblo no se amedrenta. En la confusión de los
disparos acude nueva gente, el fuego se reanuda con mayor ímpetu, se rehace el orden y
133
Revista Ícaro (nº 89), 2006.
235
de nuevo al ataque. ¡A por ellos! ¡A por ellos! Los primeros ya se subieron a los tejados
de los cuarteles fascistas y desde allí les echan fuego con botellas de líquido inflamable.
El humo de los incendios anima al combate, crece la saña. Por una de las del cuartel
aparece el jirón de un trapo blanco amarrado al palo largo de una escoba. La gente,
noble y confiada, sale de los escondites creyendo en la honrosa rendición y, al momento,
desde allí suena una descarga. Varios de los nuestros caen segados por el plomo. Las
armas las cogen los que esperan el momento de la muerte y se continúa avanzando. La
voz de un hombre grande de tez curtida, encaramado en un árbol que le sirve de tribuna,
dice: ¡Camaradas!... La guerra es civil, fratricida, de hermanos de sangre, por eso es
más encarnizada, aquí no hay perdón que valga, es a vida o muerte, no confiaros de
promesas fingidas, ellos ya las pisotearon. Hemos sabido que en otros pueblos y ciudades
el fascismo ha sido vencido, hay muchos momentos de heroicidad entre nuestros hombres
y mujeres. No decaer, camaradas. La victoria está cerca. ¡A por ellos!
Unos minutos después, cuando ya casi habíamos arrancado la victoria a los fascistas,
una bala loca, perdida, salida de no sé dónde, tropieza con mi rodilla izquierda, caigo al
suelo polvoriento, sucio, respiro fuerte el olor de la tierra, me levanto y vuelvo a caer…
En la cama del hospital tengo tiempo de sobra para pensar en lo ocurrido. Me olvidé de
mis quimeras infantiles. Me olvidé de que tengo que ser aviador, pero lo fundamental hoy
no es eso” (MEROÑO, FRANCISCO: 2004, 18-19).
Tras pasar una temporada reponiéndose de la herida en la rodilla coge un tren y se dirige
a Madrid con la intención de alistarse en aviación en el aeródromo de Cuatro Vientos.
Quedará asombrado por lo que encuentra en la capital, sus edificios, sus teatros, pero
también le sorprenderá ver tanta gente armada, los sacos terreros para proteger los
monumentos de los bombardeos y las barricadas instaladas en la calles ocupadas por
milicianos. Madrid, en las vísperas de la arremetida de los sublevados del mes de
noviembre por su control, en palabras de Antony Beevor, tenía todo el aspecto de una
ciudad en plena revolución, luego, con el paso de la guerra, cambiaría y, con la marcha
de los milicianos al frente, recobraría su ritmo más o menos habitual, con sus bares, cafés
y restaurantes funcionando. En su descripción de las personas que habitaban la capital,
afirma que las americanas, las corbatas y los sombreros tradicionales de las clases más
acomodadas habían desaparecido. La vestimenta común era el mono azul con pañuelos
anudados al cuello con los colores rojo o rojo y negro, según fuera la filiación política de
236
la persona y, por supuesto, mucha gente armada, tanto los hombres como las mujeres
(BEEVOR, ANTONY: 2005, 91). Pero la ciudad estaba viva; a tenor de lo narrado por
Francisco Meroño existía plena actividad, con su tráfico rodado y la gente deambulando
por las calles. Con el paso del tiempo y el alargamiento de la guerra, Madrid iría perdiendo
su alegría, comenzarían las penurias, el racionamiento, el hambre y el frío, los constantes
bombardeos que hacían de la vida un permanente huir para refugiarse. Así vio Francisco
Meroño la capital de España cuando arribó a ella:
“Por sus calles tortuosas y angostas, entro en ese mar de gentes que se mueven como
colmena de abejas perdidas. Paso sin tener tiempo de ver nada. De vez en cuando fijo la
mirada en los altos edificios, en las grandes plazas, los cines y los teatros con tanto
colorido de carteles, en los montones de sacos que cubren los monumentos. Hombres y
mujeres vestidos con monos azules y armados con escopetas de dos cañones, fusiles de
cañón corto, pistola al cinto.
Miro el rascacielos de la telefónica asombrado, él mira también a Madrid por los dos
boquetes que le hicieron los obuses en los pisos altos, no menos asombrado de tanta
fiereza. Levanto la cabeza y me pierdo entre la multitud. En la esquina de la calle una
mujer armada de escopeta del calibre 16 vende castañas asadas y billetes de lotería. Le
pregunto ¿Por qué parte de la ciudad cae el aeródromo de Cuatro Vientos? Ella, de mala
gana, después de soltar un prolongado bostezo, me indica apuntando con el dedo, negro
de remover las castañas.
Sigo la Gran Vía toda llena de coches, carros tirados de burros y tartanas pintadas de
rojo, relucientes, con caballos adornados de borlas y cascabeles. Tengo que pasar al
otro lado de la calle. La gente se apelotona en los pasos de peatones, con ella cruzo. En
las bocacalles se ven barricadas por donde asoman las bocas negras de las armas de
fuego. El frente se encuentra cerca, a veces se escucha el duelo de la artillería, pero la
gente no se altera, continúa recostada sobre los mostradores de los cafés tomando el
vaso de vino o la botella de cerveza sin darle importancia al obús que silba por encima
de las cabezas y estalla en la calle próxima. Allí se apiña la multitud y, de entre ella,
sacan dos camillas con las victimas de la explosión, los que quedaron con vida: un niño
con la pierna segada por la metralla un poco más arriba de la rodilla y una mujer sin
brazo con la cara salpicada de sangre. Ella va en estado de coma; el niño, en silencio,
con una mueca de admiración, mira pasmado de una parte a otra. ¡Todavía no sabe qué
237
fue lo que le ocurrió! Los muertos quedaron debajo de los escombros. En casi todas las
calles por donde paso, los mismos cuadros patéticos y conmovedores: grupos, casas
destruidas, muertos, muchos muertos y muchos heridos, gentes enloquecidas, gritos de
madres llamando a sus hijos y de hijos buscando a sus madres.
Sin saber cómo, dando vueltas y más vueltas por la ciudad, a la caída de la tarde llego a
la entrada del aeródromo ‘Cuatro Vientos’ Las piernas flaquean, cuando paso los
umbrales de la puerta, la de mi destino” (MEROÑO, FRANCISCO: 2004, 19-20).
Una vez en Cuatro Vientos, los forman y los aleccionan acerca de lo que significa ingresar
en aviación. Allí les comunican que no todo el mundo es o puede llegar a piloto, que se
necesitan también mecánicos, armeros o ametralladores, pero, sobre todo, lo que hace
falta son soldados. Por tanto, al día siguiente, Francisco Meroño, junto con otros
voluntarios, son enviados a Murcia en tren, concretamente son destinados al convento de
Los Jerónimos134 que ha sido habilitado como cuartel de aviación. Hace una descripción
pormenorizada de su viaje desde Madrid hasta su destino, donde no falta detalle y reseña
incluso los puestos de venta ambulante de verdura y otros productos que se encontró por
el camino, señal de que todavía no habían empezado las penurias relacionadas con la
alimentación. El convento de Los Jerónimos, en Murcia, será un lugar común de muchos
de los aviadores en el inicio de su carrera militar en el Arma de Aviación. Así narra
Francisco Meroño su viaje a Murcia:
“Por la tarde del siguiente día ya montamos en los camiones que nos conducen a la
estación del ferrocarril, la que al momento reconozco ser a la que yo llegué, pero como
el tiempo ha sido tan copioso ya casi no me acuerdo cuándo fue eso. La segunda noche
hago el recorrido en dirección contraria a la anterior, documentado con una lista de
soldados de la República, en cumplimiento de servicio especial.
134
El convento de Los Jerónimos, en Murcia, es un conjunto monumental que data de principios del siglo
XVIII, pero procedía de uno anterior edificado en el siglo XVI. Sus moradores, monjes jerónimos fueron
expulsados y el convento pasó a manos del Estado debido al proceso de la desamortización del siglo XIX.
Tras pasar diversos avatares, entre ellos su vuelta a su antigua función de establecimiento religioso, la
aviación republicana lo ocupó al inicio de la guerra como centro de instrucción.
238
En la estación de Alcantarilla recibimos la orden de apearnos del expreso. Nos esperan
camiones, que al parecer, son aquellos que nos condujeron hasta la estación de partida.
Los tomamos y salimos con rumbo desconocido. Nos acompaña el sargento Martínez,
hombre que parece nació ya militar, su aire castrense no deja lugar a dudas sobre su
antigüedad. El nos guía desde el camión de cabeza, por el centro del pueblo, donde a
derecha y a izquierda forman hileras los puestos de ventas ambulantes de los más
variados productos: carretones con pepinos verdosos, zarzos de cañas cubiertos de
rozados tomates, apios, acelgas, perejil, sacos de garbanzos torrados formados como
soldados a los largo de toda la calle, verdaderas montañas de lechugas. El pavimento
está todo cubierto de despojos, estiércol y polvo.
Salimos a la carretera ancha, empedrada, por ambos lados elevan al cielo sus ramas
árboles centenarios que forman un inmenso túnel natural de varios kilómetros de largo
por entre los cuales el solo penetra con dificultad. Después de algunos kilómetros,
viramos hacia la izquierda para entrar en un camino estrecho, pédreo y polvoriento,
adornado de moreras, cuyos frutos negros y rosados cuelgan apetitosos de sus ramas.
De tramo en tramo casuchas de adobes ocultas entre las arboledas, y a las puertas, sobre
los zarzos, brillan al sol miles de gusanillos de seda.
Los motores aceleran su marcha para franquear un pequeño montículo que se interpone
en el camino; al descender por el lado opuesto nuestros transportes meten las narices
frente a un mohoso y rancio edificio. Esta fortaleza, similar a los castillos de la
antigüedad, marca la meta de nuestro recorrido. El convento de los Jerónimos (La Ñora).
Saltamos a tierra entumecidos y comenzamos a estudiar los contornos. Frente a la
fachada principal se encuentra la joroba de la cordillera que se pierde en el horizonte.
La parte posterior se hunde en una frondosa y oscura arboleda para ir a parar a la
repentina cueva del río Segura, que sirve de retaguardia a la ciudadela. Sitio sombrío y
lúgubre que no parece augurar nada bueno” (MEROÑO, FRANCISCO: 2004, 21).
Una vez en Murcia comienzan la instrucción militar que hará de ellos soldados del ejército
de la aviación republicana. Aquello es un cuartel, no tiene nada que ver con la indisciplina
reinante en las unidades de milicianos. El tema va tan en serio que incluso realizarán el
acto de jura de bandera y fidelidad a la República. Francisco, envuelto en la ideología, se
proclama soldado de la revolución, cuando realmente la tendencia por parte del gobierno
y, en particular, de los comunistas, era dejar de lado las conquistas revolucionarias y
239
concentrarse, sobre todo, en ganar la guerra. Y, para eso, hacía falta un ejército
disciplinado e instruido; en ese trabajo estaban los responsables militares de la República
y, por esta razón, la disciplina reinaba en Los Jerónimos. El razonamiento era simple, un
ejército de milicianos sin organización militar no se podía enfrentar con garantías de éxito
al ejército profesional, disciplinado y jerarquizado de los sublevados. En relación con la
disciplina militar, Francisco refiere una anécdota en la cual una serie de soldados, entre
ellos él, se vistieron con ropas de obispo, curas, monaguillos, y comenzaron una procesión
entonando canciones revolucionarias. Este hecho, totalmente comprensible por el
ambiente anticlerical que se respiraba en la España republicana, fue cortado de raíz por
un tal capitán Urzaiz, que empleó medidas disciplinarias. Estos hechos marcaban un
cambio de tendencia en el seno de las fuerzas armadas republicanas, en el sentido de la
disciplina y el respeto. En estas fechas, Francisco se presentará a las pruebas de mecánico
de aviación y realiza los correspondientes exámenes y reconocimientos médicos, pero sin
éxito. Así cuenta su experiencia en Los Jerónimos Francisco Meroño:
A medida que pasan los días la disciplina es más rigurosa. El convento de verdad se va
transformando en cuartel. Nos visten de uniforme de aviación y nos ponen en manos del
sargento Martínez, el que se encarga de nuestra instrucción y de descuajar de nuestros
cuerpos las costumbres civiles. Varias horas al día zapateamos la falda de la montaña
con idas y venidas, vueltas y más vueltas, derechas e izquierdas. Nos hacemos tiradores.
Aprendemos las ordenanzas.
240
Pasan los días monótonos de guardias y fatigas en el cuartel. Tiene lugar una pequeña
escaramuza cuando piden voluntarios para mecánicos de aviación. Brilla un rayo de luz
a mi futuro. Me presento inmediatamente. Empleo cada oportunidad que pueda
acercarme más a los aeroplanos. Sufro el reconocimiento médico, el examen teórico y
práctico, empero, pasa el tiempo y no me llaman. Se sublima el rayo de la esperanza”
(MEROÑO, FRANCISCO: 2004, 23-24).
Más adelante, el capitán Urzaiz, hará formar a los soldados para solicitar voluntarios que
deseen hacerse pilotos. Muchos darán el paso al frente, y, para discriminar, lo que hace
el citado capitán es dividir la formación en dos partes. Los componentes de una de ellas
será la destinada a realizar trabajos en el cercano aeródromo de Alcantarilla, básicamente,
ayudar en el montaje de los aviones rusos. En este lugar, siguiendo a Francisco, estaban
las cajas con los aparatos soviéticos, con su respectivo personal, también soviético. Allí
se montaban los aviones para ser tripulados por los pilotos rusos. Según Meroño, éstos
serán los aviones que irán a defender Madrid de la acometida de los sublevados. Francisco
seguía destinado en Los Jerónimos, pero su actividad la realizaba en Alcantarilla:
“Se oye la voz de mando y, a lo lejos, la silueta del ‘currito’ aparece, como siempre, con
su largo palo empuñado, cual si fuera su cetro. Sin preámbulos descarga a bocajarro: El
que quiera hacerse piloto, un paso al frente. (…) Tengo que dar más de un paso para
aparecer a la cabeza de los muchos que lo desean. (…) Mi breve trastorno tiene fin
cuando el capitán Antonio Urzaiz alza su “cetro”, y con él, al igual que si fuéramos un
queso manchego, corta en dos trozos la columna. Yo quedo del lado derecho hacia donde
el capitán da la voz de mando: ¡Derecha!... ¡Marchen! Y los dichosos salimos hacia los
camiones que esperan en el patio. Jamás me pareció tan hermoso el contorno.
Pese a que ha sido exfoliado el árbol de nuestras ilusiones, me siento alegre, porque veo
revelarse el horizonte en el boceto de mis aspiraciones. El futuro se ilumina con una
antorcha más.
241
Empujar las cajas y sacar los diminutos aeroplanos ya significa un placer no solamente
para mí, sino también para aquéllos que aspiramos a ser aviadores.
Cada mañana nos tocan diana antes de despuntar el alba. Desde este momento todo se
convierte en movimientos acelerados, siempre corriendo. Entramos en el comedor donde,
en tiempos pasados, los frailes, antes de sentarse a tomar el desayuno, rezaban. El rincón
oscuro, que forman las dos paredes, todavía está marcado con el contorno blanquecino
del Cristo, que quitamos hace unos días. Lo demás, todo negro por el tiempo y el humo.
Sobre la mesa larga de tablas gordas los cocineros de guardia alinearon los platos de
porcelana ennegrecida, los jarros del mismo metal, medio chusco de pan blanco militar.
En el centro de la mesa, ensaladas de lechugas, arroz cocido y café de achicoria.
Golpeamos las cucharas sobre los platos invertidos al compás de canciones
revolucionarias mientras sirven la mesa.
Después de desayunar, tomamos los camiones que esperan al otro lado de la puerta del
convento, antes cerrada con candado de media arroba, ahora custodiada por un
centinela que pasea de un umbral al otro.
El producto de la labor pronto está distribuido por el perímetro del campo de despegue.
Doce aviones nuevecitos de los que los rayos del sol extirpan vigorosos destellos.
Después llegan otros hombres, también soviéticos, los que cabalgan esas máquinas
voladoras. Observamos su trabajo con admiración y cariño. Van vestidos con trajes de
cuero y sus cabezas ceñidas con pasamontañas forrados de seda blanca. Sus nombres
para nosotros son tan desconocidos como todo lo que les rodea. Suben a las cabinas y
242
ponen en marcha los motores. El ronroneo de éstos sobresalta a toda la población del
contorno que afluye, cual torrente humano desbordado, desde todas las direcciones.
Uno a uno, como mandados por el palo mágico, corren los aviones sobre la húmeda y
verdosa hierba, acelerando más y más su indómita carrera. Unos saltitos acompañados
de pequeños contoneos casi imperceptibles, y, dejando densas nubes de polvo ígneo,
salen al aire con penetrante resonar. (…) Mañana el cielo madrileño levantará su velo
para demostrar el segundo acto de su función. La ayuda soviética se verá en las alturas
y la gente presenciará atónita el trabajo realizado por nuestro Partido Comunista y la
amistad hispano-soviética. ¡Mañana los ‘cuervos’ fascistas no matarán impunes!”
(MEROÑO, FRANCISCO: 2004, 25-27).
Pasado un tiempo, Francisco Meroño, será trasladado a Los Llanos donde junto con otros
compañeros se ocuparán de crear un polvorín donde almacenar las bombas de aviación:
“Al campo de Alcantarilla llegan nuevas cajas, mayores que las anteriores. De ellas
arrastramos aviones bimotores, plateados y muy bonitos. Yo no puedo tomar parte en el
montaje de estas fortalezas aéreas, lo siento, pero hay que subordinarse al nuevo destino:
estamos en guerra. (…) Con rumbo hacia la aurora de la esperanza partimos el día 10
de octubre de 1936 un grupo de compañeros hacia Los Llanos, provincia de Albacete,
para transformar la finca en arsenal de bombas de aviación. (…) Transportamos durante
el día bombas de aviación y por las noches hacemos guardia al lado de tan lúgubres y
tenebrosos vecinos, como son las pilas de hierro preñado de dinamita. Cumplimos
cantando y riendo, con osadía, cual si custodiáramos flores” (MEROÑO, FRANCISCO:
2004, 40).
243
la plaza de toros de Badajoz donde fueron masacradas impunemente miles de personas135,
o lo acaecido en Mérida, por citar las más importantes. La localidad natal de Modesto fue
una de las que cayó en manos de los sublevados, lo que haría que tuviera que huir, junto
con otros habitantes del pueblo, hacia la localidad de Peñarroya para evitar las terribles
represalias que estaba llevando a cabo el ejército de África. Ya en Peñarroya, consigue
un salvoconducto con la intención de llegar a Madrid y alistarse en aviación. Hace una
reflexión de carácter militar en el sentido de que él acude a enrolarse en la aviación porque
entiende que su estructura militar es más sólida y profesionalizada que la del ejército de
tierra, formado en su mayor parte, en aquellos momentos, por las milicias. Debido a que
un buen porcentaje de su personal fue fiel a la República, la estructura militar de la
aviación republicana no sufrió los quebrantos de otros cuerpos militares y ofreció una
imagen de disciplina y orden. Tras la crisis que supuso el golpe de Estado, retomó su
actividad militar de forma organizada. Así queda el relato de Modesto de aquellos
terribles primeros compases de la guerra en Extremadura:
“Al iniciarse la sublevación militar por los generales Franco y Mola el 18 de julio de
1936, mi pueblo Azuaya, como toda su provincia de Badajoz, se mantuvo leal al gobierno
de la República que democráticamente había sido elegido por todos los españoles. El 24
de septiembre de 1936, mi pueblo, Azuaya, fue ocupado por el ejército sublevado y, una
gran mayoría de sus vecinos, entre ellos yo, tuvimos que huir para no sufrir las
represalias y el terror que las fuerzas moras que luchaban con los sublevados venían
realizando una vez conquistados los indefensos pueblos de nuestra región extremeña.
135
“Una vez que las tropas seguían su marcha, llegaba una segunda oleada de muerte, más intensa aún,
nada espontánea y muy ideologizada, a cargo de los falangistas o, en determinados lugares, de requetés que
llevaban a cabo una sangrienta purga no sólo entre las masas obreras, sino también entre la clase media
progresista que no apoyaba el golpe” (BEEVOR, ANTONY: 2005, 76).
244
táctica y la estrategia de los militares profesionales. Pude conseguir que el Comité de
Guerra de Peñarroya, a quien expuse mi situación de huido de Azuaya y mi profesión de
mecánico, me facilitara un pasaporte para viajar en ferrocarril a Madrid y, allí, en
Cuatro Vientos hacer mi ingreso voluntario”136.
136
Revista Ícaro (nº 99), 2009.
137
Revista Ícaro (nº 99), 2009.
245
Larios, lindante con Los Llanos. Describe con detalle cómo era la finca en general y a
que se dedicaba cada zona de ella, desde el palacete residencial, hasta las caballerizas y
casas del antiguo personal de la finca. Se recrea en la descripción del interior del palacete,
del que destaca los trofeos de caza allí expuestos, así como las menciones de altas
personalidades que iban a aquella hacienda de montería. Era el típico lugar de asueto de
la nobleza y de la alta burguesía española. En otro plano, hace mención a un gran
bombardeo que sufrió la ciudad de Albacete por parte de la aviación sublevada, al que
hace mención otro aviador, en concreto, Justo César Sol, que tuvo un gran coste tanto en
vidas humanas como en daños materiales:
“Posteriormente, fui trasladado a las oficinas del Estado Mayor de aviación. Estas
oficinas estaban situadas en un palacete de una gran finca llamada ‘La Torrecita’, junto
al aeródromo de Los Llanos de Albacete, finca que pertenecía al Marqués de Larios, y
que expropiada por el gobierno de la República, se había cedido al Aeródromo de Los
Llanos para sus servicios auxiliares. Esta finca tenía un lujoso edificio estilo “palacete”
con amplias salas lujosamente decoradas y amuebladas y en una de ellas, en la parte
superior de sus paredes se exponían muchas cabezas de ciervos y jabalíes como trofeos
con los rótulos de las altas personalidades de la realeza española que en sus monterías
los habían capturado. En las salas de este palacete se instalaron las oficinas del Estado
Mayor de Aviación de la República que lo comandaban por aquella fecha el Coronel D.
Ignacio Hidalgo de Cisneros y un Jefe de Aviación ruso llamado ‘Douglas138 del que
dependían los militares rusos que prestaban sus servicios en la aviación española.
138
Se refiere al general ruso Yakov V. Shumshkievich, que tendría el cargo de asesor jefe de aviación y
comandante de los aviadores soviéticos en España. Se le conocía como general Douglas porque el Estado
republicano le concedió un DC-2 para sus traslados por la geografía española.
246
exactitud la fecha, sobre las doce horas, la aviación enemiga realizó un terrible y
sangriento bombardeo de varias horas sobre Albacete capital y el aeródromo de Los
Llanos. En el aeródromo no ocasionaron víctimas ni daños materiales, ya que disponía
de unos buenos refugios subterráneos y los aviones estacionados en el campo de
aterrizaje sobre los que lanzaron las bombas eran imitaciones hechas de cartón y madera
de los aviones de guerra, previsto para estas ocasiones. Pero, en Albacete, capital muy
poblada en aquella fecha de personal huido de pueblos y ciudades, sin refugios ni defensa
antiaérea para protegerse, hicieron muchísimos muertos y heridos de personal civil
(mujeres, personas mayores y niños), ya que los aviones atacantes lanzaban, en pequeños
paracaídas, unas bengalas que en aquella noche oscura iluminaban como en pleno día
la capital de Albacete, para que fueran más eficaces y destructivos en vidas y
edificaciones los objetivos bombardeados”139
139
Revista Ícaro (nº 99), 2009.
247
por los insurgentes fue una de las más castigadas al comienzo de la contienda, junto con
Extremadura y otras comarcas andaluzas, por la brutal represión desatada por las
autoridades sublevadas140. Así lo relata Alonso Torrico:
140
En Córdoba, al principio de la guerra, se hizo célebre el comandante de la Guardia Civil Bruno Ibáñez
Gálvez, más conocido como “Don Bruno”, el cual llevó a cabo una represión brutal en la ciudad y
alrededores contra todo aquel que hubiera manifestado simpatías por el Frente Popular.
248
luchando por la II República, por lo que deciden trasladarse a San Javier (Murcia),
desplazándose posteriormente a Valencia y luego a Vic (Gerona) donde, como
consecuencia de una explosión de un proyectil, pierde parte importante de la audición
del oído izquierdo la hermana Ángela Agustina, lo que tiempo más tarde le crearía serios
problemas en el mundo laboral por su condición de mujer y su incapacidad para oír
correctamente. También en esta localidad fallece Isabel, la mujer de Juan, dejando
huérfanos a dos hijos de corta edad.
A medida que se desplazaba el frente, así se trasladaba la familia Torrico; tras la caída
de Cataluña, los ocho miembros supervivientes (padres, hermanos, nietos) pasan junto a
miles de españoles a Francia, a los campos de concentración que los franceses habían
habilitado para ellos en los Pirineos Orientales, custodiados generalmente por tropas
francesas de ultramar”141.
Juan Goicoechea, natural de Alsasua (Navarra), tuvo que huir de su ciudad, monte a
través, a Guipúzcoa; esta última provincia había quedado en manos del gobierno de la
República. Rememora, con detalle, la entrada de los requetés y la Guardia Civil en el
pueblo, la huida de sus gentes, fundamentalmente hacia Guipúzcoa, y el inmediato inicio
de la represión por parte de los requetés. Describe el éxodo de las gentes que huían con
lo puesto y, que en su fuga, abarrotaban las carreteras. Huían del terror que estaban
141
Revista Ícaro (nº 107), 2012.
142
El caso de Oviedo es muy conocido. Fue una argucia del jefe militar de la plaza, el coronel Aranda. Este
engañó las fuerzas del Frente Popular al proclamar su fidelidad al gobierno y al instar a que las milicias
presentes en Oviedo fueran a Madrid a luchar contra los sublevados. Una vez hubieron marchado los
milicianos, declaró el estado de guerra y se puso de lado de los golpistas.
249
instaurando los requetés y la Guardia Civil en las localidades que iban tomando en su
avance. Navarra fue una región donde, mayoritariamente, se apoyó el golpe de Estado a
causa del fuerte componente católico, tradicionalista y carlista de su población y, por
tanto, no hubo apenas oposición a aquél. Aún así, la represión fue terrible, ya que se
llevaron a cabo muchos asesinatos, principalmente en la zona del Sur de la comunidad
foral. Juan, tras escapar de su pueblo, se unirá a las milicias de defensa que se estaban
formando en Guipúzcoa:
“Cuando ya tenía resuelto todo, con veinte años, cuando estaba en lo mejor de mi vida,
estalla la Guerra Civil Española en Julio de 1936. Al pueblo llegaron seis o siete
camiones cargados de guardias civiles y, detrás, otros tantos camiones con requetés.
Llevaban fusiles y ametralladoras. Con los requetés, venía un comandante. En el
momento de entrar los requetés, la gente estaba paseando por la carretera, mujeres,
niños, todos. En esto que llegaron unos guardias civiles, comandantes me parece que
eran, y echaron el alto a tres chicos, les ordenaron que levantasen la mano, que hiciesen
el saludo fascista. Dos la levantaron y otro echó a correr. El que echó a correr se fue a
su casa. En la casa vivían los padres y dos hermanos, que se llamaban Apolinar
Goicoechea y Miguel Goicoechea. Aquel mismo día cogieron, a dos de los tres que iban
cuando les dio el alto la Guardia Civil, y de noche los llevaron a la base del Monte
Echarri Aranaz. Allí los mataron y estuvieron un mes sin enterrarlos. A los cadáveres
fueron cuervos y otros animales. Al final fue un camión con un tractor, hicieron una fosa
y los enterraron allí. El tercero, que era uno de los hermanos se escapó, desapareció.
Nadie sabía dónde había ido. A Argentina se fue, primero pasó a Francia y de Francia a
Argentina y ya no estuvo en la guerra.
250
una furgoneta y nos llevó a Beasain y la carretera estaba llena de gente, no podíamos
pasar con el coche de la cantidad de gente que había”.
“En Beasain nos juntamos unos doscientos jóvenes. Allí, en camiones, nos fuimos a Éibar
a por armas y en Éibar pasaba lo mismo que en Beasain, todo lleno de gente, no se podía
pasar. En Éibar, fuimos a un sitio donde estaban repartiendo armas. Cuando me
preguntaron que arma quería, les respondí que quería bombas de mano, me dieron ocho
bombas de mano. De Éibar, ya con armas, fuimos en camiones a San Sebastián, a tomar
los Cuarteles de Loyola, que se habían sublevado y estaban en manos de los fascistas.
Cuando llegamos a los cuarteles, ya había mucha gente, estaban rodeando los cuarteles.
Nosotros nos escondimos detrás de unos laureles. Pensábamos que las balas no
traspasaban los laureles. En aquellos tiempos no pensabas en estas cosas. Y de repente
empezaron a tirar obuses, uno de ellos nos pasó por encima y cayó muy cerca de donde
estábamos nosotros. Y luego poco después nos cayó otro. Entonces decidimos, los que
teníamos bombas, ir a silenciar a aquellos cañones, fuimos seis o siete con bombas de
mano y bombas incendiarias. Arrastrándonos, conseguimos llegar donde estaban los
cañones y que dejaran de dispararnos.
143
En San Sebastián hubo luchas callejeras muy duras hasta que los milicianos consiguieron reducir los
reductos sublevados en la ciudad, entre ellos el Cuartel de Loyola, que cayó el día 28 de julio de 1936,
perdida la esperanza de que las tropas de Mola levantaran el sitio.
251
se bombardearía el cuartel. Ante la amenaza de bombardeo, el cuartel se rindió y fue
tomado por las tropas leales al gobierno de la República”.
Más tarde, su batallón fue trasladado al frente de Irún, por donde ya amenazaban los
requetés de Mola, que intentaban tomar la ciudad fronteriza. Allí se encontró con su padre
que estaba luchando también con una unidad de milicianos. Por él, se enteró que uno de
sus hermanos había muerto en combate. Estuvo luchando en Irún hasta que los sublevados
consiguieron tomar la ciudad144. En la retirada, quedó separado de su unidad por lo que
decidió ir a Irún, mezclarse con la gente, e intentar pasar a Francia cruzando el río
Bidasoa. Consiguió cruzar el río a nado, a pesar de que estuvo a punto de morir, pues
mientras nadaba a la orilla francesa fue disparado por soldados de las tropas de Mola. En
la frontera, se acumulaba la gente intentando huir por el puente internacional hacia
Francia. Así refiere, Juan Goicoechea, la aventura de su huida a Francia:
“Al pasar las dos semanas nos organizaron de nuevo y nos llevaron al frente de Irún, a
San Marcial, a luchar contra los requetés. Antes de ir a Irún, pasamos por San Sebastián.
Allí me encontré con mi padre, también había mucha gente de Alsasua. Hablando con mi
padre me dijo que a ellos también los mandaban a San Marcial, que el frente estaba allí.
Me dijo que tuviera cuidado, que habían matado a mi hermano Julián. Yo no sabía nada
entonces. Nadie me había dicho nada, me dio una tremenda rabia y pena la muerte de mi
hermano. En San Marcial, tuvimos muchas bajas debido a la artillería que nos estaba
144
Irún caería el 3 de septiembre de 1936 en manos de los sublevados, lo que permitió que se cortara la
comunicación entre la franja cantábrica republicana y Francia. La ofensiva combinada del ejército de Mola
con los requetés navarros continuó hasta la conquista de San Sebastián poco tiempo después. A partir de
ese momento, los frentes en el Norte quedaron más o menos inactivos hasta el mes de marzo de 1937, fecha
en la que los sublevados, convencidos de que no podrían tomar Madrid, tras las batallas del Jarama y de
Guadalajara, acaecidas en el primer trimestre del año, decidieron iniciar la conquista de la cornisa
cantábrica.
252
machacando durante todo el día. Al tiempo que nos bombardeaba la artillería fascista
nos quedamos sin munición. Un día por la noche llegamos a entrar a bayoneta calada.
Tuvimos muchas bajas nosotros, pero también ellos. Al final se dio la orden de retirada
y, cuando nos retirábamos, seguían tirándonos obuses, murieron bastantes de los
nuestros. Pero uno de los obuses cayó cerca de mí y algo me dio en el muslo. Me dejó
todo dormido del culo para abajo, creí que me había cortado la pierna. Me eché la mano
al muslo, ni sangre ni nada, pero me dolía mucho. Lo que realmente me había dado en
el muslo era una piedra que había levantado la explosión del obús. Pero los nuestros ya
iban muy lejos, así que le dije a un amigo mío que estaba allí conmigo, Goyo Aznar, que
teníamos que irnos de allí. Andando llegamos al cementerio de Irún, llovía mucho e
íbamos muy mojados. Decidimos quedarnos a dormir en el cementerio y nos pusimos
debajo de un panteón y allí estuvimos durmiendo hasta las cuatro de la mañana. Bajamos
a Irún y ya estaban allí las tropas de Franco. En Irún estaba toda la gente en la calle,
todo lleno de gente. Nos mezclamos entre la gente y fuimos en dirección al Puente
Internacional del Bidasoa. Delante de nosotros un chico se tiró al Bidasoa y le mataron
de dos tiros unos soldados fascistas que había allí. Una mujer que había allí les recriminó
que no había derecho a que mataran así a gente desarmada. Mi amigo y yo nos
separamos y mi compañero tuvo suerte porque pudo subir a una lancha con otras cinco
personas y cruzaron el Bidasoa. Yo lo que hice fue tirarme al río de cabeza. Me
dispararon dos veces pero no me dieron. Al final conseguí llegar hasta la otra orilla.
Lleno de barro me ayudaron a salir del río tres chicas francesas. Ya en Francia, al lado
de la frontera había mucha gente francesa y española”.
Por tanto, una vez alcanzada la margen francesa del Bidasoa, fue ayudado por tres chicas
francesas. Conducido por éstas a una fábrica de pan, en este lugar se pudo calentar y
vestirse con ropa seca que le habían llevado las muchachas. Asimismo, le proporcionaron
comida. Formaban parte de una familia muy solidaria, pues el padre quiso acogerlo en su
casa, al creer el buen hombre que la guerra sería corta. El padre daba a entender que el
gobierno de la República pondría orden enseguida y que derrotaría a los sublevados; bien
equivocado estaba aquel hombre. Pero esta impresión, al principio del conflicto, la tenían
también muchos españoles, tanto en el bando gubernamental, como en el bando
sublevado. Este relato de guerra corta impreso en el imaginario de ambos contendientes,
al inicio del conflicto, se convertiría en una larga guerra de casi tres años. Que el conflicto
no se resolviera rápidamente, en una dirección u otra, hizo que cambiara la actitud mental
253
de ambos bandos hacia la contienda; había que mentalizarse para una guerra larga. Juan
rechazó el ofrecimiento de la familia francesa, ya que puso por encima de todo la fidelidad
a la República y tomó la decisión de volver a España a seguir luchando:
“Una vez que me sacaron del río, las tres chicas me llevaron a una panificadora que
estaba por allí cerca, en Hendaya. En aquella fábrica hacía mucho calor, me ayudó
mucho aquella temperatura, estaba helado de frío. Me dieron allí ropa nueva: ropa
interior, pantalón, camisa y unas botas de goma. Me dieron de comer un bocadillo.
Querían llevarme a su casa, me dijeron que les había dicho su padre que me llevaran a
su casa, que la guerra no iba a durar mucho; la gente pensaba que aquello solo iba a
durar unas semanas, pero no fue así, duró tres largos años. Les dije que no iba a ir a su
casa, que tenía que ayudar al gobierno de la República y, así, me despedí de aquellas
chicas tan amables”.
Una vez recuperado, en Hendaya se unió a otros compañeros y en tren consiguieron llegar
a España por Cataluña, a Barcelona, donde se presentaron a las autoridades militares. En
Barcelona, se unió a una columna integrada básicamente por vascos y catalanes que fue
enviada al frente de Madrid:
“En Hendaya, me junté con otros compañeros y nos fuimos en tren a Barcelona pasando
la frontera por Port Bou. Fuimos al Cuartel de Garellano. En Port Bou, también había
mucho movimiento de gente, unos entrando, otros saliendo, ya fuera a pie o en coche o
en camiones. En Barcelona nos organizamos otra vez y se creó la Columna Vasco-
Catalana y nos enviaron al frente de Madrid”.
Una vez en Madrid, se dispuso que su unidad se trasladara a la zona de la Sierra de Gredos,
en los límites entre las provincias de Madrid y Ávila. Con su batallón, estuvo luchando
en la zona correspondiente a los pueblos de Chapinería, Aldea del Fresno y Pelayos de la
Presa. Su unidad se estableció en Pelayos de la Presa, ya que había sido relevada en el
frente. En el citado pueblo se presentó voluntario con otras cuarenta personas más para ir
a la Sierra de Gredos. Allí permanecieron destinados más de un mes pasando algunas
penurias, según nos cuenta el mismo. Lo que se deduce del testimonio de Juan
Goicoechea de su paso por la Sierra de Gredos es que su batallón no estaba bien
organizado; por ejemplo, no tenían un servicio de intendencia para llevarles el alimento.
Se alimentaban de higos y uvas que encontraban en el campo; afirma también que había
254
personas que no sabían moverse por entornos montañosos; él, en ese sentido, no tenía
problema pues se había criado en una zona de montaña, por lo que estaba como pez en el
agua en los ambientes serranos. Por tanto, vista la organización militar, bastante hacían
con resistir las embestidas de un ejército profesional:
“Una vez hecho el relevo, el comandante pidió cuarenta voluntarios para ir a Gredos.
Me presenté voluntario y, a la mañana siguiente, de madrugada, salíamos. Nos guió un
chico de Chapinería que cuidaba vacas. Por aquel terreno se andaba muy mal y eso que
yo estaba muy acostumbrado a andar por el monte. Había personas que no sabían andar
por la montaña y lo pasaban muy mal. Por el camino vimos algunas viñas que se habían
comido los muflones y encontramos una chabola donde había dos cubas con vino de
moscatel que no probamos por si estaba envenenado. Nadie bebió nada de aquellas
cubas. Por allí también pasaba un río que tenía un agua muy fría, casi no se podía ni
beber. Era un río de montaña que nacía en la Sierra de Gredos. Allí estuvimos unos
cuarenta días y la mayoría de los días comimos uvas e higos”.
Ante el avance de los militares insurgentes, los avisaron para que se retiraran de las
posiciones de Gredos, que Pelayos de la Presa había caído y que su unidad se encontraba
en Chapinería. Una vez llegados al último pueblo, se alojaron en la casa de una familia
que les ofreció cama y comida. Sería estando en esa casa, cuando el dueño les anunció
que los soldados rebeldes estaban entrando en el pueblo, así que tuvieron que huir
corriendo para ir al encuentro de su batallón, que ya había abandonado el pueblo sin
avisarles. Hay que insistir acerca de la desorganización de las unidades de milicianos; se
retiraban y dejaban a sus miembros atrás, aislados ante un ejército enemigo; en muchas
ocasiones los batallones de milicias no tenían información de dónde estaban las demás
unidades a las que acompañaban en una operación militar, de ahí que en los primeros
tiempos de la guerra, en este frente, la constante siempre fuera una continua retirada hacia
Madrid:
“Un día llegó un enlace y nos dijo que había que iniciar la retirada, que Pelayos de la
Presa había caído. En la vuelta vimos unos cuantos camiones enemigos en la carretera
con unas motos delante. Los nuestros, en aquellos momentos, se encontraban en
Chapinería. Al entrar en Chapinería, nos dieron el alto. Al pedirnos el santo y seña les
dijimos que no lo sabíamos, que éramos los que veníamos de la Sierra de Gredos. Y nos
dejaron pasar. En el Ayuntamiento de Chapinería estaba instalado el Estado Mayor de
255
la unidad. El comandante nos recibió, estuvo hablando con nosotros y nos preguntó qué
cómo lo habíamos pasado. Estábamos muy cansados y teníamos mucha hambre y ganas
de descansar. Fuimos dos compañeros y yo a una casa donde vivían un matrimonio con
dos hijas. Nos dieron un tazón de leche de cabra a cada uno. Bebimos la leche con unas
ganas. Mas tarde, nos pusieron un colchón en la planta de abajo de la casa, tenía dos,
en la superior dormían los dueños de la casa. Cuando mejor nos encontrábamos, a eso
de las dos de la mañana, nos despertó el señor de la casa y nos dijo que estaban entrando
las tropas franquistas en el pueblo. Me pongo las botas a medio abrochar y salimos. La
plaza estaba llena de gente, estaba todo Chapinería fuera. Allí había unos chavales y les
preguntamos por dónde se habían ido las tropas del gobierno de la República y nos
indicaron por dónde se habían ido. Corrimos, pero no dimos con nuestras tropas, así que
nos pusimos debajo de una higuera hasta que amaneciera.
256
Boadilla del Monte. Una vez contactó de nuevo con sus compañeros en Boadilla, continuó
su camino hasta Madrid. En Madrid, fue destinado al frente de La Moncloa,
concretamente, estuvo luchando en la Casa de Campo, el área por la que los sublevados
comenzaron la fracasada ofensiva frontal sobre la capital de España.
De su estancia en Madrid cita al Hogar Vasco donde acudía con asiduidad y también que
salían a pasear y alternar por la ciudad cuando estaban de permiso. La vida en Madrid, a
pesar de la tragedia que estaba viviendo la capital, seguía, dentro de unos límites, con su
ritmo habitual. Había otro mundo a la espalda de las trincheras: los bares y restaurantes
seguían abiertos, la gente paseaba, había gente ociosa en la retaguardia que no se sabía
por qué no estaba en el frente, situación que describe muy bien Juan en una anécdota que
le sucedió en Madrid:
“Recuerdo que en el año 1936, en Madrid, cuando estaba en las trincheras, nos dieron
un permiso para ir a Madrid. Nos dieron dos días libres. Así que cogimos una guitarra y
nos fuimos tocando por la Gran Vía. Nos metimos en un bar que tenía de nombre “El
Negresco”. Había mucha gente en el bar y allí había unos chulos, debían ser unos
fascistas que estaban en la retaguardia, que se metieron con nosotros. Mi compañero, el
que estaba tocando la guitarra, la cogió y se la metió por la cabeza a uno de aquellos.
Le dejó la guitarra colgando por el cuello. Salieron corriendo, no los volvimos a ver más.
En el grupo que íbamos había navarros, guipuzcoanos y catalanes. Éramos todos uno,
nos queríamos como si fuéramos hermanos. Me despedí de todos ellos cuando aprobé el
ingreso para piloto”.
El madrileño José María Bravo comenzó su andadura militar en Asturias, debido a que el
inicio de la guerra coincidió con las vacaciones veraniegas que pasaba con su familia. Se
unió voluntariamente a las patrullas de control nocturnas que estaban montando en las
carreteras los milicianos asturianos. Su padre, al comenzar las hostilidades, a causa de su
cargo en la empresa de ferrocarriles, fue llamado a Madrid, a donde se trasladó en avión.
José María y su madre no le acompañaron y se quedaron en Asturias, aunque
posteriormente viajaron a la ciudad de Santander:
“Mi madre y yo habíamos ido a veranear a Asturias, como solíamos hacer cada año, dos
días antes de que se conociera el comienzo de la contienda. Por esa razón, el 17 de julio,
cuando se inició la sublevación, nos hallábamos en La Franca, una playa próxima a
257
Unquera, localidad limítrofe con Santander. Mi padre, que en aquel momento ocupaba
un alto cargo en los ferrocarriles, consiguió llegar a Asturias en el último tren que salió
de Madrid, y si no lo detuvieron en el camino fue porque iba en un vagón especial
destinado a los altos funcionarios de la empresa.
Al cabo de unos días, César fue reclamado desde la capital para incorporarse de nuevo
a las oficinas de ferrocarriles en Madrid, a donde regresó en avión desde Llanes,
mientras mi madre y yo continuamos en el hotel La Franca, uno de los dos que había en
la playa. Allí comencé mi experiencia militar, haciendo guardia con los milicianos por
las noches, para evitar que pasara por la carretera gente sin controlar. Pero, realmente,
ni mi madre ni yo teníamos nada que ver hacer en aquel lugar y decidimos trasladarnos
a Santander capital” (BRAVO, JOSÉ MARÍA y DE MADARIAGA, RAFAEL: 2007,
47).
145
El aeródromo de La Albericia fue creado en la segunda década del siglo XX en unos terrenos cedidos
por el Ayuntamiento de Santander. Fueron utilizados en un primer momento por una empresa de
construcción aeronáutica denominada CECA. Luego sería un aeródromo deportivo para las clásicas
competiciones aeronáuticas que se celebraban en los primeros tiempos de la aviación.
258
“Allí, ella se incorporó al trabajo en los ferrocarriles y por mi parte comencé a actuar
como voluntario en los servicios de aviación del aeródromo de La Albericia, aduciendo
como experiencia previa que había practicado el vuelo sin motor poco tiempo antes. (…)
Más tarde, al cabo de algunas semanas de guerra y después de su actuación en el
aeródromo de Getafe, llegó a La Albericia el capitán Manuel Cascón, en calidad de jefe
de la base. Los aparatos que volaban estos pilotos eran un Breguet XIX, algunos
Nieuport52, un Fokker trimotor y algunos DC-2 de la LAPE –Líneas Aéreas Postales
Españolas- , que servían de enlace entre Madrid y el Norte y permanecían allí
estacionados entre vuelo y vuelo. Como dibujaba bastante bien croquis, actué de
delineante para hacer los planes de vuelo de los pilotos. Comencé a volar realizando mi
primera salida con el teniente Fernando Hernández Franch, en su Dragón Rapide a
principios de Septiembre y fui repitiendo la experiencia en varias ocasiones. Poco a poco
se fue afianzando mi experiencia como tripulante, y fue con José María Carreras,
destacado piloto de la compañía nacional LAPE, socio de Canudas en el aeródromo de
Barcelona, con el que realicé unos treinta servicios de reconocimiento y bombardeo.
También volé un Potez 540 con los tenientes Mellado, Coterillo y Moreno, que
intervinieron más tarde en el bombardeo del acorazado España en El Ferrol, lanzando
una bomba de 500 kilos que no impactó.
259
adaptarlos a la actividad militar. Relata cómo los especialistas, ya fueran armeros o
mecánicos, se las ingeniaban para que aviones de uso civil pudieran convertirse en
aparatos de combate: ajustaban rampas para que se deslizasen las bombas, hacían orificios
en el fuselaje de los aviones para el lanzamiento de aquéllas o para instalar ametralladoras
de protección, entre otras tareas. En un bombardeo al sublevado cuartel de Simancas, en
Gijón, tuvo un fallo de cálculo, y la bomba lanzada cayó en zona gubernamental, y la
responsabilidad de aquello fue del propio Bravo. Este hecho le granjeó problemas, pero
fueron solucionados gracias al jefe de la base, el capitán Cascón que salió en su defensa.
“Como personal volante que era, ya que actuaba de hecho como ametrallador-
bombardero, vivía en el Hotel Continental de Santander. Cascón, hombre enjuto,
tremendamente frugal, que comía poco y mal, debido a una úlcera de estómago que
padecía y que probablemente le causaba su constante mal genio, era tremendamente
serio y estricto. Un buen día decidió que todo el personal a sus órdenes, incluidos los
pilotos, tenía que tomar la misma comida, rancho, ya que no había por qué hacer
distinciones. Pronto se dio cuenta de su error y rectificó, al comprender que la gente que
vuela tiene que alimentarse bien y así yo con mis diecinueve años también volví a comer
normal”. (BRAVO, JOSÉ MARÍA y DE MADARIAGA, RAFAEL, 2007: 49-50).
Como les pasó a otros muchos, José María Bravo, al ser menor de edad, fue retirado de
filas, ya que, como se ha apuntado, el gobierno de la República no permitía luchar a los
menores de edad en los frentes. Tras ser licenciado, Bravo marchó con su madre a Bilbao
donde pasaron una temporada. Allí sería testigo de los primeros bombardeos de la
260
aviación sublevada sobre la capital vasca. A primeros de noviembre de 1936 consiguieron
embarcar en un navío militar inglés146, el cual, tras pasar algunas vicisitudes, los
desembarcó en las cercanías de San Juan de Luz, en el País Vasco Francés. De San Juan
de Luz viajaron hasta Barcelona. En la Ciudad Condal, tiempo después, se reuniría la
familia al completo, ya que su padre se trasladó a la capital catalana procedente de
Madrid.
Los ingleses querían desembarcar a los pasajeros en zona nacional, ya que en el barco
iba gente que tenía como objetivo pasarse al bando enemigo, y nos costó bastante trabajo
a quienes no estábamos de acuerdo con tal decisión convencerlos de lo contrario. Fuimos
a parar a la costa cerca de San Juan de Luz, donde vista la imposibilidad de atracar nos
sacaron del barco mediante unos cables. De allí, con la ayuda del Partido Comunista
francés, logramos llegar en tren a Barcelona el 7 u 8 de noviembre, en pleno cerco de
Madrid. Mi abuela, con ochenta y seis años, y mi tía, que permanecían junto con mi padre
y mi tío Félix en la capital, lograron reunirse con nosotros al cabo de algún tiempo. De
haber estado en Madrid, yo me habría incorporado con mis amigos al Batallón Alpino
146
Los barcos neutrales eran los únicos que podían navegar con las garantías necesarias para no ser
apresados por las marinas de guerra de ambos bandos.
261
de Guadarrama” (BRAVO, JOSÉ MARÍA y DE MADARIAGA, RAFAEL: 2007, 50-
51).
Raimundo Greciano era personal militar antes de comenzar la guerra y estaba destinado
en la base de Pollensa, en la isla de Mallorca. Raimundo vivió los primeros y terribles
momentos de la guerra a la vuelta de un permiso que había disfrutado en Madrid. En la
capital, se había enterado del asesinato, a manos de agentes de la Guardia de Asalto, del
líder monárquico Calvo Sotelo. Al producirse el golpe de Estado, el jefe de su unidad, el
capitán Beneyto, se declaró fiel a la República, a pesar de que toda la isla había quedado
en manos sublevadas al mando del general Goded. Se prepararon para la defensa por si
soldados rebeldes iban a atacarles. Evidentemente, llegaron fuerzas insurgentes para
conminarles a rendirse y, después de un tiroteo, consiguieron reducir a los atacantes. Ante
lo desesperado de la defensa, decidieron escapar en una barca con la que se adentraron en
alta mar donde, tras pasar muchas penurias, fueron recogidos por un submarino de la
marina republicana. Antes, habían estado a punto de ser rescatados por un barco de la
marina de guerra que estaba comprometido con la sublevación, y que, de haberlos
rescatados, hubieran terminado siendo presos por los rebeldes en el Puerto de Alcudia.
Según relata Eusebio, la tripulación del barco que no los recogió fue entregada por su
capitán a las autoridades golpistas. Así cuenta su accidentado arranque de la guerra
Raimundo Greciano:
Después de sostener un violento choque con los rebeldes en el que perdieron la vida el
alférez jefe de la expedición rebelde y nuestro gran compañero Ramón Crespo Biosca, y
fueron heridos dos más de ellos, no teníamos otra alternativa, si no queríamos caer en
262
poder del enemigo, que la de lanzarnos seis hombres en un bote a remo a alta mar, donde
permanecimos toda la noche del 18 al 19 de julio, hasta que por la tarde de este último
día nos recogió el submarino B-2 de la Escuadra de Guerra de la República”147.
“Nuestra preocupación era manifiesta ante hechos tan graves como acababan de
suceder. Cogí a hombros el cadáver de Ramón Crespo, depositándolo en la mesa de billar
de un bar cercano, e iba a hacer lo mismo con el del alférez rebelde, pasando por entre
un grupo de turistas extranjeros, oyéndoles murmurar entre sí (y con razón) que éramos
unos salvajes, matándonos hermanos contra hermanos. Estaban tan visiblemente
preocupados que, uno de ellos, se me acercó para decirme que tenían mucho miedo
viendo lo que estaba pasando y si aquellos acontecimientos podían tener alguna
repercusión sobre ellos. Traté de tranquilizarles, asegurándoles que, respecto a nosotros,
nada tenían que temer, y en cuanto a lo del miedo, nosotros teníamos mucho más que
ellos”148
Pero el hecho de que los rescatara el submarino republicano no significó que los
problemas hubieran terminado. La gran mayoría de los oficiales de la flota estaban
comprometidos con la sublevación. Como ya se ha referido, gracias a los oficios del
oficial radiotelegrafista Balboa, que se comunicó con las tripulaciones de los barcos, la
mayoría de los mandos de los navíos de la flota de guerra fueron destituidos por sus
subordinados, en algunos casos con mucha violencia. Esta situación se dio en el
submarino donde iban Greciano y sus compañeros; la tripulación redujo a los oficiales
golpistas y se hizo cargo del submarino mientras ellos dormían, no enterándose de los
graves incidentes que habían sucedido a bordo del submarino. El sumergible, una vez en
147
Revista Ícaro (nº 8), 1988
148
Revista Ícaro (nº 18), 1990
263
manos de la tripulación, puso rumbo a Mahón, en la isla de Menorca149. Pero no pudieron
entrar en el puerto de la ciudad. La razón estribaba en que se estaba luchando por el
control de la isla entre los sublevados y los gubernamentales. Al final, la lucha se saldó
del lado de los leales al gobierno y el submarino pudo entrar en el puerto.
(…) Y ahora estábamos esperando cerca ya de las dos horas en la bocana del puerto de
Mahón, para que nos dieran entrada a la Base Naval, tardanza que se estaba
prolongando más de lo normal, debido a que los oficiales de la misma también se habían
sublevado; y lo mismo había sucedido con los oficiales y jefes de la guarnición de tierra.
Los suboficiales y clases de tropa de tierra, con la excepcional ayuda del Comandante
Militar de la ciudadela, lograron sofocar rápidamente la rebelión de las fuerzas de tierra,
encarcelando al General Bosch y a 112 oficiales. Con todos los efectivos disponibles se
dirigieron rápidamente hacia la Base Naval, peor situada estratégicamente que la
guarnición de tierra, que predomina sobre ella.
149
Menorca fue la única de las Islas Baleares que quedó en poder del gobierno de la República tras el golpe.
Permanecería en manos republicanas casi hasta el final de la guerra.
264
Comunicando una y otra vez y otras muchas los de tierra a los navales a que se rindieran,
ya que no tenía razón de ser su actitud, ni tampoco tenían posibilidades de éxito, lograron
convencerlos.
Todos estos hechos parecían truculentos; era como si se tratara de una película, que
había que tomar a risa, a no ser por las fatales consecuencias que llevaban implícitos.
150
Hubo un intento de reconquistar la isla de Mallorca por parte de fuerzas leales al gobierno en una acción
aeronaval, pero la operación fue un fracaso y tuvieron que retirarse, por lo que la isla quedó en manos
sublevadas el resto de la guerra. Durante lo quedaba de conflicto sería una de las bases desde las que
operaría la aviación italiana en sus bombardeos sobre la costa mediterránea leal a la República.
151
Revista Ícaro (nº 22) 1991.
265
La aventura de Greciano terminó en Los Alcázares, a donde fue trasladado en un barco
destinado a desguace en el que entraba agua por todas partes. Llegó a Cartagena y desde
esta ciudad viajó en un camión militar hasta Los Alcázares:
152
Revista Ícaro (nº 22), 1991.
266
“El 17 de Julio de 1936 estaba prestando servicio como sargento telegrafista en el
aeródromo de Ahhamara (Larache). Hizo una llamada a una patrulla de Breguets en
vuelo de Sevilla para que vinieran a bombardear el aeródromo, llamada que fue oída por
la estación de radio y sin darle tiempo a nada se lo llevaron a la prisión de Nador
(Larache). Como iba con vestimenta de trabajo (mono azul), se quitó los galones y esto
fue lo que le salvó la vida. Después de una temporada en Nador, se lo llevaron al Ancho
(Ceuta). Al cabo de unos meses lo enrolaron en un tabor de regulares para ir a Asturias.
Cumplimentadas todas las formalidades, pidió un permiso de 24 horas, se fue a la base
de hidroaviones de Ceuta y el cabo Ojeda que era adepto a Franco, ignorando su
problema, le facilitó el transporte a Larache (el cabo Ojeda fue fusilado por esta acción),
de donde, con la complicidad de los ferroviarios del ferrocarril Larache-Tanger, lo
metieron en una caja para facilitarle el traslado a Tánger, donde llegó casi asfixiado.
Inmediatamente se puso en contacto con las autoridades republicanas y, una vez
repuesto, de la semi-asfixia, se incorporó a la zona republicana en Valencia, donde hizo
la campaña de abnegación y desvelo hasta el final de la guerra…”153
CONCLUSIONES
De todo lo expuesto en líneas anteriores por los protagonistas podemos extraer las
siguientes conclusiones:
1.- El estallido de la guerra truncó los diversos proyectos de vida que habían puesto en
marcha en plena juventud para lanzarse a un futuro lleno de incertidumbres en una guerra
en defensa de la República.
153
Revista Ícaro (nº 25), 1992.
267
3.- Siempre fueron partidarios de la creación de unas fuerzas armadas donde imperaran
la organización y la disciplina, frente a la desorganización e indisciplina de los batallones
de milicias y con el objetivo de hacer frente, de una forma efectiva, al bien pertrechado y
estructurado ejército de los sublevados.
5.- La mayoría de las personas estudiadas ya sentían alguna inclinación hacia el mundo
de la aviación antes del comienzo de la guerra.
6.- No se conformaron con ser simples soldados, todos ellos eran personas con
inquietudes, algunas de ellas muy profundas, que deseaban progresar en el mundo de la
aviación. Salvo algunos casos, el primer objetivo era ser piloto militar. Si no se conseguía,
se podía derivar hacia estudios de otras especialidades.
7.- Sin ser comunistas, muchos de ellos sentían una gran admiración y respeto por la
Unión Soviética, debido a la ayuda militar que estaba prestando a la España republicana.
8.- Todos los que mantuvieron contacto directo con los militares soviéticos que vinieron
a España a ejercer diferentes funciones manifiestan que las relaciones con el personal ruso
fueron excelentes. La mayoría califica a los soviéticos como personas encantadoras.
268
B.- LA FORMACIÓN EN LAS ACADEMIAS MILITARES
DE AVIACIÓN
Por tanto, en base los testimonios de los aviadores del estudio se va a seguir su trayectoria
formativa inserta en el marco temporal de la Guerra Civil; no se incluyen en este punto a
los que ya habían concluido su formación militar antes de iniciarse la contienda. Para una
mejor comprensión del tema y para no caer en la dispersión, se han agrupado los
testimonios en tres especialidades: Pilotos, observadores / bombarderos-ametralladores y
mecánicos. Para otras especialidades como los armeros154 o los radiotelegrafistas155 se
pueden consultar las fuentes indicadas.
Antes de la guerra, las Fuerzas Aéreas de la República tenían configurada una red de
centros de formación militar para cada una de las especialidades, de los cuales podemos
citar algunos a modo de muestra: en Alcalá de Henares se encontraban la Escuela de
Vuelo y Combate y la Escuela de Polimotores; en el aeródromo de Cuatro Vientos se
hallaba la Escuadrilla de Instrucción Y-1 con nueve Breguet XIX; en Cuatro Vientos se
hallaban también la Escuela de Observadores, la Escuela de Mecánicos y la Escuela de
Radiotelegrafistas; la Escuadrilla de Instrucción Y-2, también con nueve Breguet XIX, se
hallaba en Los Alcázares, así como la Escuela de Tiro y Bombardeo y la Escuela de
Hidroaviones del Arma de Aviación; por su parte, la Aeronáutica Naval disponía en
Barcelona de la Escuela de Vuelo y, en San Javier, se hallaba la Escuadrilla de Instrucción
(SAIZ CIDONCHA, CARLOS: 2006, 983).
Una vez comenzadas las hostilidades todas las escuelas de aviación permanecieron en
manos gubernamentales. La sublevación de los golpistas hizo que todo el complejo
154
Ver biografía del armero Salvador Marzana en la Revista Ícaro (nº 49), 2001.
155
Ver historia de vida de Justo César Sol.
269
dedicado a la instrucción militar en el Arma de Aviación quedara trastocado por diferentes
razones, todas ellas vinculadas a la insurrección de los militares. Por esta razón, las
Fuerzas Aéreas de la República tuvieron que comenzar un proceso de reestructuración en
la formación de los aviadores en sus distintas especialidades a partir de las infraestructuras
y personal existentes en ese momento.
Al poco de comenzar la guerra, se creó una Escuela de Pilotaje en Alcalá de Henares bajo
la dirección del entonces comandante Alejandro Gómez Spencer156; también se organizó
un curso de pilotaje en La Ribera. Se hizo otro intento de organizar cursos de vuelo para
el personal de aviación en el aeródromo de Barajas y, en el aeródromo de Canudas
(Barcelona) bajo el amparo de la Generalitat, se llevaron a cabo cursos de vuelo
elemental. Con la llegada del material soviético, fueron destinados a los Alcázares un
número determinado de Chatos con la finalidad de que fueran dedicados a la formación
de pilotos españoles. Allí se formarían los aviadores de la denominada Escuadrilla Lacalle
y otros que, rápidamente, irían a combatir al frente del Norte. En relación con otras
especialidades hubo intentos de poner en marcha la Escuela de Mecánicos de Cuatro
Vientos y se realizaron cursos de bombarderos-ametralladores y de observadores en Los
Alcázares. El hecho de la cercanía del frente a Madrid hizo que se tomara la decisión de
llevar todo el complejo de escuelas de formación del Arma de Aviación republicana a la
zona de Levante-Murcia. Era una zona que estaba relativamente alejada de los frentes y
con buenas líneas de comunicaciones. A partir de este momento, los cursos de formación
se impartirían en su mayor parte en esta región de España. Ya fuera por los avatares de la
guerra o por decisiones del mando con el objetivo de optimizar recursos, algunas escuelas
y academias fueron cambiando su ubicación conforme pasaba el tiempo157.
Al mismo tiempo que se llevaban a cabo los cursos ya mencionados, se había encargado
al entonces teniente-coronel y eminente científico Emilio Herrera Linares158, que
156
Alejandro Gómez Spencer fue nombrado jefe de la Escuela de Pilotaje de Alcalá de Henares poco tiempo
después de comenzar la guerra. Más tarde, cuando las escuelas de pilotaje se trasladaron a Murcia, Emilio
Herrera nombró a Gómez Spencer jefe de todos los aeródromos murcianos dedicados a la formación de
pilotos.
157
Fuente: Carlos Saiz Cidoncha: Aviación Republicana: Historia de las Fuerzas Aéreas de la República
(1931-1939). Tomo III (Apéndices). Madrid: Almena, 2006; y Rafael Madariaga: Escuelas de Caza
Republicanas. En Aeroplano (nº 12), 1994.
158
Emilio Herrera Linares fue nombrado oficialmente responsable de la Jefatura Superior del Servicio de
Instrucción el 3 de diciembre de 1936, pero ya venía realizando estas labores con antelación a su
nombramiento oficial.
270
rediseñara todo el entramado formativo del Arma de Aviación, cuya labor comenzó
aproximadamente el mes de septiembre de 1936159.
Los primeros pilotos que se formaron, una vez comenzada la guerra, lo hicieron en las
escuelas de vuelo que tuvo que improvisar el gobierno de la República ante la emergencia
bélica. Se formarían, fundamentalmente, como ya se ha comentado, en la Escuela de
Vuelo de Alcalá de Henares, luego trasladada a San Javier, y en Los Alcázares. En este
último lugar comenzó el entrenamiento de pilotos cuando llegaron los primeros I-15
“Chatos” para instrucción.
159
En la página nº 1001 del tomo III de la obra de Carlos Saiz Cidoncha acerca de la aviación republicana
durante la Guerra Civil aparece una lista de todas las escuelas que durante el mandato de Emilio Herrera
hubieran impartido cursos relacionados con la aviación, ya fuera en España o en el extranjero.
271
“A finales de octubre tomé parte en el último vuelo de bombardeo de los Breguet
republicanos en el frente de Madrid. Despegamos cinco aparatos en cuña para
bombardear Peguerinos, tras la Sierra. Volaba yo con el sargento Valls, y todos como
voluntarios, ya que íbamos a uno de aquellos servicios de los que no se vuelve, ya que
nuestro aeródromo de Alcalá estaba a la vista de las alturas de la Sierra ocupadas por
el enemigo. Efectivamente, sobre el objetivo se nos echó encima una escuadrilla de Fiat,
de la que derribamos el primero, que se metió en el centro de la cuña. Regresó de ese
servicio, solamente, un avión y sin ametrallador que en el combate salió catapultado y
descendió en paracaídas. Nosotros, con el piloto Valls herido, y yo, con dos agujeros en
el ‘mono’, tomamos tierra o mejor dicho, caímos en un sembrado, con el aparato hecho
cisco. Vi que se nos acercaba gente armada y subiendo a la torreta eché mano de la
ametralladora, pero con alegría comprobé que eran nuestros milicianos. Me metieron en
un coche con dirección a Madrid y, por el camino, casualmente, recogimos a Lecha que
también había sido derribado; a Valls se lo llevó una ambulancia. Nos recibió en la
Jefatura Hidalgo de Cisneros, que después de recibir nuestro parte nos preguntó como
podía recompensarnos. Le contesté que ya era hora de hacerme piloto y después de tres
derribos poder dar algo de cambio a los de Hitler y Mussolini. Hidalgo dio su
conformidad y de esa manera pasamos a la escuela de pilotos Lecha y yo en diciembre
de 1936”160.
“En diciembre de 1936 mi buen amigo Lecha y yo llegamos a aquel maravilloso sitio de
la siempre floreciente Murcia, que se llama La Ribera. Allí estaba emplazada la escuela
160
Alas Gloriosas (nº 25), 1983
272
de pilotos. La escuela la mandaba entonces el que todos llamamos con justeza Padre de
la Aviación Española, teniente-coronel Spencer, al que tuve la feliz ocasión de dar un
fuerte abrazo dos años atrás. Estaba integrada la escuela por tres o cuatro decenas de
diferentes aviones, bichos raros y exóticos, de toda clase de nacionalidades, que no me
decido a nombrarlos.
El entrenamiento con todos aquellos diferentes aparatos, el mejor recuerdo de los cuales
fueron las avionetas Flit y Caudron, terminaron con el Breguet XIX y el Nieuport 52 y…
al frente, a defender la República. Resumiendo, el método de enseñanza se caracterizaba
por absoluta falta de disciplina y absoluta independencia de acción, método, repito,
españolísimo, que, indiscutiblemente, no se practica en ninguna escuela de ningún país
del mundo, pero que a pesar de defectos de calidad, no hay duda de que formó a pilotos
de gran iniciativa y caligrafía aérea muy personal”.161
161
Alas Gloriosas (nº 25), 1983
273
Morquillas, una vez finalizado su período de instrucción como piloto, sirvió primero en
los anticuados aviones de caza Nieuport 52, para después ser destinado al frente del Norte
en una escuadrilla de Chatos, tras pasar un breve período de reentrenamiento.
Otro de los futuros pilotos formados durante los primeros meses de la guerra fue Félix
Martínez Pardo. Éste se instruyó como piloto en la Escuela de Vuelo de San Javier. Hace
una descripción muy breve de su etapa de formación. Destaca, como lo hacen otros
alumnos, el gran papel del teniente-coronel Gómez Spencer en su labor de dirección de
la escuela de vuelo. Al teniente-coronel lo llega a tildar de compañero por la humanidad
que derrochaba:
Entre los pilotos formados en España, según el modelo diseñado por Emilio Herrera, se
encuentra el alicantino Ernesto Marimón. Ernesto era funcionario del Ayuntamiento de
Alicante tras ganar una oposición poco antes de comenzar la guerra. En su testimonio
hace un comentario que refleja la situación que se daba en muchos lugares de España,
donde hasta muy avanzada la guerra no hubo sensación de que se estaba inmerso en ella.
Las gentes que vivían en estas zonas no eran conscientes de lo que les estaba sucediendo
162
Alas Gloriosas (nº 18), 1981.
274
a sus compatriotas en otros lugares de la geografía española. Fue el caso de Valencia o
Murcia, en la zona gubernamental, o de comarcas de la Submeseta Norte, en la zona
sublevada.
Parecía que en algunos territorios no había guerra; la vida cotidiana continuaba como si
no existiese aquélla. En este sentido Rafael Abella hace una descripción muy ilustrativa
de cómo se vivía en el Levante español los primeros meses de la guerra: “Para el que
saliera de Madrid en aquellos días en que la ciudad estaba sujeta a la herida del frío, del
hambre y del fuego, la llegada a Levante, evasión natural del asedio, era algo así como
salir del infierno y alcanzar el paraíso. La dulzura del clima, la caricia del sol, el
ambiente en calma lejos del estruendo de las bombas y del peligro de morir hacían creer
en un mundo en paz. Y además estaba la animación, el bullicio de una multitud
despreocupada y para quien la guerra era un hecho que sólo existía en los periódicos.
(…) El buen vivir valenciano brindaba tranquilidad, buenos alimentos y espectáculos
para todos los gustos” (ABELLA, RAFAEL: 2004, 163-166). Además, en Valencia, el
golpe militar se había sofocado sin pegar un solo tiro. Ernesto fue testigo de esa aparente
tranquilidad, ya que debido a su edad no fue al frente en los primeros meses de la guerra
sino que siguió con su ocupación habitual. Pero, sintiendo ya cercana la llamada de su
quinta para incorporarse a filas, decidió presentarse a los exámenes de ingreso para
formarse como piloto en las Fuerzas Aéreas de la República. Tras aprobar el examen
teórico sin dificultad, al pasar el examen físico tuvo un pequeño contratiempo: se tenía
que operar de una desviación del tabique nasal. Una vez resuelto este problema, ingresaría
sin problemas en la academia para comenzar su formación como piloto de la República,
como así sucedió:
275
el mío, que sin dudar un momento me decidí por el aire. Me informé de todo lo
concerniente para solicitar el ingreso en el Arma de Aviación y así lo hice. La próxima
convocatoria estaba cerca, de modo que empecé a repasar todo lo concerniente al
examen cultural al que debería presentarme en la Escuela de Vuelo y Combate de La
Ribera. Así que estando trabajando en el Ayuntamiento solicité ingresar en la Academia
para hacerme piloto.
276
las diferentes escuelas hasta terminar su adiestramiento como piloto de caza fue el
diseñado el año anterior por Emilio Herrera. El camino de un aspirante a piloto pasaba
por diferentes fases (SAIZ CIDONCHA, CARLOS: 2006, 986): 1) Examen teórico y
examen físico; en este último, se descartaba a la mayoría de los aspirantes; era un examen
muy duro. 2) Instrucción y teoría en Los Jerónimos (Murcia). 3) Escuela Elemental
(Alcantarilla y El Palmar); allí pasaban aproximadamente un mes. 4) Escuela de
Transformación en San Javier, también llamada La Ribera; aquí, la formación duraba
unas dos semanas y comenzaban los ejercicios de acrobacias. A los que no eran capaces
de soportar las acrobacias se los enviaba a la Escuela de Polimotores que se encontraba
también en Murcia, concretamente en la localidad de Totana, para formarse como pilotos
de bombarderos. 5) Una vez superada la Escuela de Transformación, se ingresaba en la
Escuela de Caza que estaba también en La Ribera. Esta fase de la formación estaba
dedicada a la alta acrobacia, a las formaciones, al tiro, etc. Se hacían incluso ya
simulacros de combates aéreos. 6) Una vez se superaban todas las fases anteriores los
alumnos-pilotos comenzaban a practicar con los Chatos en Los Alcázares. 7) Terminada
su formación como pilotos pasaban, a lo que se llamaba el “cuadro eventual”, en espera
de destino. En estos “cuadros eventuales” se realizaban prácticas de reentrenamiento
antes de incorporarse a las escuadrillas de combate.
A lo largo de todo este ciclo formativo, los aspirantes a pilotos volaban un buen número
de aviones diferentes, muchos más que los que fueron a Francia o a la Unión Soviética.
Ernesto afirma que llegó a volar 18 modelos de aviones diferentes, lo que, sin duda, ofrece
una mayor experiencia en el vuelo.
Ernesto comenzó su formación en Los Jerónimos. Allí recibió, sobre todo, instrucción
militar y preparación física. Era un lugar, tal como lo relata, donde uno se endurecía como
persona y se sentía preparado para hacer frente a lo que se pusiera por delante:
“El grupo del cual tuve que separarme a causa de la operación de nariz fue enviado a
Rusia. Era el segundo curso que se formó allí y yo tenía que haber pertenecido a él. No
pudo ser y, además, no lo lamento, porque mi formación se desarrolló en La Ribera,
Alcantarilla, El Palmar y Lorca con profesores españoles y a cien kilómetros de mi casa.
Mi familia venía a verme con frecuencia hasta que me trasladé a Cataluña. Además, los
que nos formamos en España tuvimos la satisfacción de volar dieciocho tipos de aviones
diferentes, incluidos dos tipos de hidroaviones. Los que no hicieron el curso de hidros
277
volaron dieciséis tipos de aviones, que en aviación es mucho variar ya que, aunque todos
ellos se basaban en los mismos principios, cada uno de ellos se comportaba de forma
diferente en el despegue, en el vuelo y en la toma de tierra, y no cabe duda de que esa
variación de aviones y ese tener que adaptarte a cada uno de ellos te enseñaba mucho.
Una vez finalizado su paso por Los Jerónimos, fue destinado al aeródromo de
Alcantarilla, donde se encontraba la Escuela de Vuelo Elemental. Adscrito al aeródromo
de Alcantarilla estaba el cercano campo de El Palmar donde también se realizaban
prácticas de vuelo. En esta escuela, los alumnos tomaban contacto, por vez primera, con
los aviones. Eran aparatos de entrenamiento con doble mando en los que iban el instructor
y el alumno y representaba el bautismo del aire que recibían los aspirantes a pilotos. En
el caso de Ernesto, fue con el piloto de caza Juan Sayós. Más adelante, los alumnos
experimentarían el gran y verdadero bautismo del aire, el primer vuelo en solitario, sin
instructor. Ese constituía el gran momento para un alumno-piloto, el más emocionante,
pues tenían que enfrentarse al reto de volar un avión por si mismos. Así narra Ernesto
Marimón su primera experiencia de vuelo:
278
una visita a los hangares como primer contacto con los aviones. En días sucesivos
recibimos lecciones prácticas explicativas de las partes de que se componía un avión
exteriormente, los mandos del avión y el funcionamiento de éstos, la subida y bajada a
las cabinas, los paracaídas, la colocación del mismo en la espalda o el asiento. Este
bautismo del aire con Sayós y Vallés duró ocho días en vuelos de quince a veinte minutos
para irnos familiarizándonos con el avión antes de comenzar con el capitán Gastañondo
las verdaderas clases de vuelo de doble mando con vuelos de más duración y aterrizajes
en cada circuito. Hubo sesiones de setenta minutos de vuelo con dieciséis tomas de tierra
y, la última, de sesenta y cinco minutos de vuelo y quince tomas de tierra.
Por fin, el día veinte de Noviembre de mil novecientos treinta y siete tomamos tierra,
rodamos hasta el cuadro y cuando me fui a quitar el cinturón para bajarme del avión, el
capitán me hizo una seña de que me mantuviera quieto. Se apeó del aparato, se acercó a
mi cabina y me dijo que iba a volar solo. El corazón me dio un vuelco, la emoción me
embargó y en un instante pasó ante mí el cúmulo de ilusiones, proyectos, esperanzas que
en mis sueños me había forjado. Por fin, iba a poder volar solo. Me dijo el capitán que
si estaba dispuesto y le contesté que sí. Me dijo también que no me preocupara, que iba
a volar solo porque tenía la seguridad de que estaba preparado para ello, que actuara
como si le tuviera a él delante de mi cabina y que vería como todo iba a salir bien.
Rodé hasta la zona de despegue, metí gases a fondo y despegué. Lo que sentí al
experimentar aquel momento de volar no es para describirlo, no me siento capaz de
hacerlo. Gritaba de alegría y me iba diciendo a mí mismo que estaba volando solo. Puse
mis cinco sentidos en mi primer viraje y toda la atención del mundo en la primera toma
de tierra. Continué volando, haciendo circuitos hasta las cuatro tomas de tierra que me
había ordenado el capitán Gastañondo. Llevé el avión hasta la zona de estacionamiento
y me bajé del aparato. La primera felicitación fue la de mi profesor y luego los abrazos
y felicitaciones de mis compañeros y las preguntas de los que no habían volado solos
todavía. Luego, por la noche, ya en la cama, fui repasando con fruición todo lo que me
había acontecido en aquel hermoso día y llegué a la conclusión de que todas esas
emociones tan intensas sólo se podían sentir cuando la aviación, los aviones, todo lo
concerniente a esa atracción por las cosas del aire, son vocacionales. La mía la tenía
desde niño, todas mis ilusiones de futuro pasaban necesariamente por mi deseo de ser
piloto, y por fin lo había conseguido. Mi suelta fue una de las primeras, me soltaron a
279
las cinco horas cincuenta y un minutos de pilotaje con doble mando. Hasta mi suelta
transcurrieron veintidós días volando pocos minutos cada día, hubo días de diecinueve
minutos, otros de treinta y dos minutos y algunos de ocho, catorce u once. Hubo otros
también de sesenta y cinco y setenta y ocho minutos”.
“Todo ello era preciso y obligado hacerlo así. Mientras no volabas estabas viendo volar
a tus compañeros, observabas atentamente sus despegues, sus tomas de tierra y
comentabas cuando se hacen sobre tres puntos, o dando saltos como un saltamontes o
cuando el avión te hace un caballito, o cuando te tragabas el campo y tenías que meter
gases a fondo y hacer otro circuito. Escuchabas las felicitaciones o las broncas de tu
profesor según te hubieras comportado. Te ibas familiarizando con el ambiente, la
aviación ocupaba toda tu mente durante todo el día porque, después de los vuelos, venían
los comentarios con los compañeros, te ibas percatando de todo lo que concernía a lo
que más te gustaba. Visitabas los hangares, veíamos los aviones de caza Nieuport, todos
metálicos, que en los hangares parecían monstruos de lo grandes que eran. Al principio
los veías y te decías a ti mismo que era imposible que algún día pudieras pilotar un
aparato de aquellos. Y así transcurrieron los veinticuatro o veinticinco días que duraba
280
el curso. En ese tiempo, te habían imbuido de la idea de la aviación hasta la médula que
era lo que se necesitaba para ser piloto.
Por eso, esas seis horas, en mi caso, como las ocho, diez o doce horas de otros
compañeros, era preciso distribuirlas en veinte o treinta días. Eran pocas de doble
mando, pero también eran casi seiscientas horas de vivir la aviación minuto a minuto,
que es lo que necesitabas para familiarizarte y meter dentro de ti esa maravilla que es la
aviación.
La enseñanza seguía su curso normal, ya había volado solo, ya era capaz de pilotar una
avioneta, pero eso no era más que el comienzo, no tenías ni seguridad ni práctica, por lo
que al día siguiente, el primer vuelo lo volvías a hacer con el profesor. Hacías con él
varios circuitos y varias tomas de tierra y luego volvías a volar solo. Así sucedía durante
varios días hasta que llegaba una mañana en la que, desde el principio, te hacías cargo
del avión y ya no necesitabas el doble mando. Poco a poco, te ibas sintiendo piloto e ibas
adquiriendo seguridad, ibas corrigiendo tus propios defectos, si es que pensabas que los
tenías, perfeccionabas en lo posible tanto los despegues como los aterrizajes. Ponías la
máxima atención en ello. Luego venía otra vez el doble mando para efectuar virajes de
cuarenta y cinco grados o más de cuarenta y cinco grados. El viraje era muy necesario
dominarlo y había que hacer los ejercicios hasta que lo consigues sin hacer derrapes ni
pérdidas de altura, sobre todo en los sesenta grados, aguantando el avión en la horizontal
e incluso ganando altura”.
Una vez terminado el curso de vuelo elemental, Ernesto Marimón dejó Alcantarilla y El
Palmar y pasó a San Javier para llevar a cabo los cursos de transformación y de caza, con
lo que su formación como piloto se daría por terminada. El hecho de finalizar como apto
el curso de vuelo elemental llevaba consigo que Ernesto fuera ascendido a cabo. El curso
de transformación incluía el manejo de nuevos aviones y, una vez terminado, el alumno
piloto era ascendido a sargento. Relata Ernesto en su testimonio como era la vida
cotidiana en la base en la que se mezclaba la enseñanza aeronáutica con la actividad
cotidiana de cualquier acuartelamiento. Así explica Ernesto Marimón su paso por la
Escuela de Transformación:
“Con la terminación del Curso Elemental de Vuelo fui ascendido a cabo y seguidamente
fui trasladado a La Ribera para efectuar el Curso de Transformación con Aviones de
281
Guerra el día doce de Diciembre de mil novecientos treinta y siete. Se comenzó con el
avión Breguet XIX. Era totalmente diferente el vuelo de las avionetas, como se
comprenderá fácilmente, comparándolo con los aviones de guerra. El comportamiento
de los aviones con motores de gran potencia era distinto y ello te iba dando poco a poco
experiencia. El examen de este curso de transformación consistía en efectuar veinte
pasos por la vertical de uno de los hangares, en cuyo tejado había una abertura que
contrastaba si el paso había sido correcto o no. El curso tenía una duración de veinte
días, con veinticuatro horas de vuelo y ciento cuatro aterrizajes, en mi caso particular.
Incluido en este curso se hacía, con avioneta, el viaje de navegación cuya ruta tenías que
trazar tú mismo en el mapa. Mi viaje fue La Ribera, Murcia, Alicante, La Ribera, con dos
horas de duración, con toma de tierra y despegue en Alicante.
Una vez realizado el curso de transformación, Ernesto fue seleccionado para ser piloto de
caza. Ernesto comenzó su formación como piloto de caza, pero en un momento dado, el
curso se suspendió sin poder terminarlo. Debido a esta inusual situación, se pidió a los
alumnos-piloto que solicitaran la baja voluntaria para poder reincorporarse cuando se
reanudara de nuevo el curso en un futuro próximo. Ernesto fue destinado al cuadro
eventual de Celrá, situación que aprovechó para realizar un curso de pilotaje de
hidroaviones porque, según decían, iban a llegar unos nuevos aparatos de este tipo
procedentes de Estados Unidos destinados a la protección de costas. Pero los hidros
norteamericanos no llegaron nunca. La falta de suministro constante de material bélico
fue una de las causas fundamentales de la derrota de la República. Siempre, desde el
mismo inicio de la guerra, se habían presentado dificultades en la llegada de los pertrechos
militares a la España republicana: si no era el bloqueo de la No Intervención, era el cierre
282
de la frontera francesa, o el hundimiento de los buques mercantes que traían el material a
la Península por barcos de guerra o submarinos de las potencias fascistas. Sin embargo,
los sublevados nunca padecieron una situación parecida ni por asomo. Material bélico de
toda índole les era suministrado siempre a tiempo a los militares golpistas por sus aliados,
lo que hacía cada vez más grande la brecha en materia de armamentos entre un bando y
otro, siempre a favor de los insurgentes. Así comenzó Ernesto su curso de caza:
“Después vino el curso de caza que se componía de cuatro grupos con diferentes aviones
y profesores. Los combates entre nosotros resultaban muy emocionantes ya que los
hacíamos con aviones de caza Nieuport. En los cursos de acrobacia se realizaban toda
clase de ejercicios, empezando por el más elemental que era el looping, llamado en
nuestro idioma el rizo, y siguiendo por toneles, medios toneles, barrenas, combinaciones
de medio rizo con medio tonel o viceversa. Era para nosotros una verdadera diversión.
Luego realizábamos tiro contra tierra, formaciones de patrullas con dos o tres aviones.
Los profesores del curso de caza fueron los tenientes Roig, Gil, Fernández, Robledano,
Rodrigo, Olmos y los capitanes Piedra y Besonías. El capitán Giménez fue,
posteriormente, jefe de la escuela.
Los aviones volados fueron Moth Major, Hispano E-30, Farman, Breguet XIX, Caudron
Aiglon, Koolhoven, Morane, Avro Kadet, Luciol, Caudron 59, Hanriot. En total 18 tipos
de aviones diferentes. He de decir a este respecto que esa diversidad de aviones que
volamos los que hicimos el curso en España nos proporcionó, sin duda alguna, una
experiencia muy importante. Cada avión tenía un comportamiento distinto. Todos se
basaban en los mismos principios, pero cada uno de ellos se comportaba en el aire de
forma diferente, y ello te proporcionaba una experiencia que en mi caso, considero, fue
muy enriquecedora y que me sirvió mucho como piloto.
El curso de caza no terminó porque se cerró la escuela sin decirnos los motivos y se nos
rogó que pidiéramos la baja voluntaria para poder continuar el curso cuando se abriera
de nuevo la escuela. Esto tuvo lugar el veintisiete de Enero de mil novecientos treinta y
ocho.
El día uno de febrero de mil novecientos treinta y ocho soy destinado al Grupo de
Reentrenamiento y Eventualidades de Gerona, campo de aviación de Celrá, llamado
entre nosotros el cuadro eventual. Algunos de nosotros no soportábamos aquella
283
inactividad y, en consecuencia, cuando solicitaron voluntarios para un curso de vuelo
nocturno nos apuntamos casi todos los que procedíamos del curso de caza suspendido
cuando estábamos a punto de terminarlo. Al final, el curso de vuelo nocturno que se iba
a realizar en Los Alcázares al mando del teniente Walter no se realizó por la falta de
entrenamiento de algunos de los que lo solicitaron. El veintidós de Marzo de mil
novecientos treinta y ocho fuimos a La Ribera a realizar un período de reentrenamiento
que duró hasta el veintinueve de Abril de mil novecientos treinta y ocho.
Por entonces hubo noticias de que de Estados Unidos iban a llegar unos hidroaviones
muy modernos con los cuales cubriríamos los servicios de protección de costas y otros
relacionados con el mar. Pidieron voluntarios para un curso de hidroaviones y me
presenté. El curso se inició el uno de Mayo de mil novecientos treinta y ocho y terminó
el once de Julio de mil novecientos treinta y ocho permaneciendo en el cuadro eventual
de Hidros en espera de la llegada de los nuevos aviones hasta el veintinueve de Julio de
mil novecientos treinta y ocho. Este curso lo realicé con aviones Machi 18 y Savoia S-
62. Los modernos hidroaviones americanos anunciados no llegaron nunca”.
Tras pasar por Celrá, Ernesto fue llamado de nuevo a La Ribera para terminar el curso de
caza que había tenido que abandonar tiempo atrás. Pero, a pesar de que ya había realizado
una buena parte del curso, tuvo que repetirlo entero. Ernesto Marimón terminó con éxito
su curso de caza, a lo que añadió el curso de hidros realizado cuando estaba en Celrá.
Todo ello tendría como resultado una formación muy completa y variada. Tras terminar
sus estudios de piloto fue destinado a Cartagena, en servicio de protección de la ciudad.
Primer destino de una serie que se prolongaría hasta el final de la guerra:
“Se había iniciado ya la apertura del nuevo curso de caza, de modo que decidimos, de
conformidad con lo acordado con el capitán Piedra, jefe de la Escuela de Caza, reanudar
nuestro interrumpido curso de caza. He de referir que durante el curso de hidros, sobre
mediados de Junio de mil novecientos treinta y ocho, el capitán Piedra pereció en un
accidente. Iba volando con un alumno una avioneta Caudron Aiglon cuando se les
desprendió un plano y se mataron ambos tripulantes.
Suponíamos que puesto que ya habíamos volado en caza los tres primeros grupos,
reanudaríamos el curso en el cuarto grupo, o sea volando Nieuport. Pero no fue así, nos
hicieron repetir los vuelos en todos los grupos, como si de nuevos alumnos se tratara, de
284
modo que adquirimos una enorme práctica al repetir de nuevo todo el curso de caza.
Éramos pues unos pilotos con una doble formación completísima a la que se unía el
conocimiento de un curso de hidroaviones. El resumen de nuestra formación es el
siguiente: diecinueve tipos de aviones volados, incluidos los dos tipos de hidros; ciento
ochenta y una horas de vuelo y ochocientos diecisiete aterrizajes. El nuevo curso de caza
comenzó el dos de Agosto de mil novecientos treinta y ocho y terminó el veintiséis de
Octubre del mismo año”.
Fernando Santos Monteagudo es otro piloto, al igual que Ernesto Marimón, de los que se
formaron en España siguiendo el esquema diseñado por Emilio Herrera Linares. Fernando
Santos, antes de ingresar en aviación, ya había estado combatiendo en algunos frentes de
batalla, hasta que en el año 1937 realizó la solicitud para presentarse a las pruebas de
aspirantes a piloto, terminando su formación como piloto de caza. De su testimonio cabe
destacar su paso por la Escuela de Vuelo Nocturno de El Carmolí a la que accedió tras
pasar por el cuadro eventual de Celrá163. La creación de la Escuela de Vuelo Nocturno
fue iniciativa de Emilio Herrera y a ella eran enviados aquellos pilotos que demostraban
poseer una mayor agudeza visual durante la noche. En los primeros ejercicios que se
realizaban en esta escuela, se utilizaban los aviones Breguet y Hanriot. Luego se pasaba
a volar el avión holandés Koolhoven FK 51. Durante el curso, los alumnos-pilotos hacían
prácticas de altura, de visión y de tomas de tierra sin luz. Los egresados de la Escuela de
Vuelo Nocturno podían pasar, posteriormente, a formar parte de las escuadrillas
nocturnas de caza y bombardeo (SAIZ CIDONCHA, CARLOS: 2006, 994). En El
Carmolí se encontraba también la Escuela de Alta Velocidad. El objetivo de esta escuela
era adiestrar a los pilotos que terminaban su formación en la Escuela de Caza de San
Javier en el manejo de los Polikarpov I-16, “Moscas”. También en la Escuela de Alta
Velocidad se preparaba a los aviadores que ya volaban los Chatos y pasaban a manejar
los Moscas. Además, se reentrenaban los que se habían adiestrado como pilotos de
Moscas en Kirovabad. En su programa se incluían vuelos, tomas de tierra, acrobacias,
prácticas de tiro164 y combates fingidos165 (SAIZ CIDONCHA, CARLOS: 2006, 994).
Era, por tanto, un aeródromo muy importante en materia de adiestramiento de pilotos,
163
Es un aeródromo cercano a Los Alcázares y formaba parte del complejo de campos de aviación ubicados
en la provincia de Murcia. La Escuela de Alta Velocidad y la Escuela de Vuelo Nocturno se crearon a
mediados del año 1937.
164
Se realizaba con una técnica muy innovadora: Se tiraba a un blanco que era remolcado por un avión.
165
Los combates fingidos se realizaban a veces entre los aviones de caza gubernamentales con dos Fiat
CR-32 capturados a los sublevados.
285
fundamentalmente en la tarea de ampliación de las capacidades y habilidades de aquéllos.
Así describe Fernando Santos su paso por el cuadro eventual y su posterior destino en la
Escuela de Vuelo Nocturno de El Carmolí, haciendo al final una triste reflexión acerca de
la guerra:
Y aquí se acaba toda esta historia, que no ha tenido otro fin que servir de recuerdo
nostálgico a todos los que la vivimos, y que desgraciadamente nos quitó lo mejor de
nuestra juventud, dejándonos una cicatriz moral que no nos desaparecerá mientras
vivamos”166.
Otros pilotos que realizaron su formación según los planes diseñados por Emilio Herrera,
y, cuyos testimonios son muy clarificadores de cómo era la formación de pilotos en
España durante la Guerra Civil, fueron Patrocinio Romero Vallhonrat167 y Simón
Fiestas168.
166
Revista Ícaro (nº 7), 1988
167
Ver revista Alas Gloriosas (nº 19), 1982.
168
Ver historia de vida.
286
quedara incomunicada por tierra con el resto del territorio republicano. Por esta razón, el
gobierno de la República creó diferentes organismos relacionados con las Fuerzas Aéreas
en la aislada Cataluña. En el marco de esta política, se creó el centro de reentrenamiento
de Celrá y la Escuela de Capacitación de Pilotos de Caza de San Sadurní, dependiente de
la Escuela de Capacitación de Sabadell. Los requisitos para ingresar en la citada escuela
consistían en haber estado como mínimo seis meses en el frente y superar los exámenes
culturales y médicos que se hacían en Barcelona169. Escoriguel describe brevemente su
paso por la Escuela de Capacitación de San Sadurní, dando un barniz nostálgico a su
estancia en la escuela170
169
Los exámenes médicos se hacían en la Clínica Platón y los complementarios se realizaban en la Escuela
Industrial de Barcelona.
170
Ver revista Alas Gloriosas (nº 25), 1983.
287
republicana. En todo caso, así de duro y directo es el testimonio de Julio Marcote acerca
de su paso por Celrá:
“Cada día éramos tres o cuatro chavales que iban a la oficina a retirar el pasaje para ir
a Celrá. De paso a ver a sus respectivas familias; visita que significaría la despedida por
meses, por años, o quizá, en caso de fatalidad, dejar un doloroso recuerdo para quienes
habían puesto en él su amor, su ilusión y su esperanza. Y fuimos llegando a trancas y
barrancas, como si nuestro uniforme y el pasaje que exhibíamos sólo sirvieran para
cargar personalmente una maleta hasta Gerona. Recuerdo que llegué solo, de noche. Ya
otros se habían adelantado y el llamado cuadro de Natachas comenzaba a engrosar. Un
compañero, llamado Fenollosa, me dio la bienvenida. Pero lo sobresaliente es que el
teniente habilitado ya no se encontraba en el hotel y al comedor había que pasar
entregando un vale. Fenollosa, me prestó el vale que le devolví al día siguiente y pasé al
comedor a devorar, porque ya comenzaban a sonar unas palmadas y una voz anunciando
que el autobús que iba a Celrá saldría en escasos minutos.
A los últimos que habíamos llegado nos llevaron a una nave de la estación de ferrocarril
que fue habilitada para dormitorio. Allí, el ruido de trenes, ruido de maniobras, que
alguien trató de hacernos soportables diciendo que era el material que llegaba de
Francia, incluidos los aviones para nosotros. Pese a todo, como jóvenes que éramos,
dormimos como lirones hasta la hora de diana, que alguien dio a gritos entrando en
aquella nave.
Otra vez el autobús y al campo para conocerlo. No acababan las sorpresas, porque una
vez en el campo pregunté dónde estaban los aviones. La respuesta fue de lo más
decepcionante: ‘Son aquellos, ¿No los ves al final del campo?’. Fuimos caminando hasta
llegar al lado de aquellas cosas. Me explicaron que eran los Caudron que nos había
vendido Francia, sobrantes de algún saldo basurero, puro fiasco, pero que para
entrenamiento igual nos servían. En los primeros días pude convencerme de que los
Caudron, a los que con razón quiénes ya los volaron los llamaron ‘morlacos’. Eran unas
máquinas que, además de fuera de época y gastadas, tenían ‘instintos criminales’.
¿Quién no recuerda lo del ‘Circo Krone’ en el Norte? Lo de Krone ya pertenecía a otros
hechos, y ahora para calificar a aquel grupo de chatarra, lo correcto sería hablar del
‘tubo de la risa’ que, con demasiada frecuencia, se truncaba en valle de lágrimas. Hay
que tener veinte años, no cabe duda, para meterse entre aquellas tablas pestilentes, con
288
alambres que se entrecruzaban por todas partes. Creo que el oficial al mando del grupo
que manejaba aquellos desperdicios era un tal Momblona (¿?). Nombró los turnos de
trabajo. Me dijo: ‘Como acabas de llegar te quedas en el cuadro mirando porque hoy ya
no hay turno para ti. Y desde la línea contemplé deslizándose por el campo ‘Morlacos’
que, por la forma de desplazarse, parecían una amanga de langostas, dando saltos entre
la hierba. En el aire, causaban aun más asombro. Nadie duda de la habilidad de los
chavales manejando aquellas ‘cosas’. Lo que sí me llamó la atención es que no había
manera de verlos en formación. Parecían todos espantados por una perdigonada.
Durante los días que estuve allí, vi caer para siempre a varios pilotos y sus paquetes que
también lo eran, de cuyos nombres, ahora en la lejanía, no recuerdo. Uno de ellos, vecino
de aquellos lugares, entró en una barrena plana, a poca distancia del campo, y casi a la
vista de su propia familia, y con el terror e impotencia vimos todos como se acercaban
al suelo, vuelta a vuelta hasta quedar destrozados entre unos álamos. Y fueron varios los
289
que, con toda su ilusión, dejaron la vida de una manera absurda. No es lo mismo luchar
contra nuestros enemigos y caer en la lucha, que ser vencido por tener que mezclarse
entre aquella basura. (…)
Tales eran los ‘morlacos’ que los comerciantes y técnicos del gobierno Blum nos
vendieron a los demócratas que luchábamos para defenderlos a ellos de lo que venía,
como más tarde todo el mundo pudo comprobar, aunque el miedo y la indiferencia, al
pronto, los volvió ciegos”171.
Como se puede observar éste es un testimonio muy contundente acerca de las condiciones
en las que los pilotos se desenvolvían en aquel campo. Pero, como ya se ha comentado
más arriba, esta valoración está desmentida por otro piloto, Juan Olmos Genovés, el cual,
en base a datos objetivos, va desmontando la narración de Julio Marcote:
171
Revista Ícaro (nº 28), 1992.
172
Se refiere a Julio Marcote.
290
Que yo recuerde (y también la memoria me puede fallar), en Celrá hubo una Escuela de
reentrenamiento, después del corte, con algunas Tiger Moth y unos Chatos sin
ametralladoras. Las primeras se trasladaron al sur en el verano de 1938 y los Chatos en
los primeros días de enero de 1939. (Yo trasladé uno de cada de estos aviones al sur).
También sirvió este campo para los Katiuskas, y los Gourdou, Letov y otros aviones en
el Grupo de Defensa de Costas”173.
173
Revista Ícaro (nº 30), 1993.
291
de 1938, primeramente a Archena para pasar, posteriormente, a Alcantarilla y, por último
a Lorca. La gran tragedia de la aviación republicana fue que en los primeros meses de
1939 tenía una gran cantidad de pilotos formados, pero no aviones para que aquéllos
pudieran volarlos. Todo esto enlaza con el sentimiento de indignación e impotencia al
que se hacía mención líneas más arriba y que puede llevar a la deformación de algunos
testimonios.
Los primeros alumnos que marcharon a Francia lo hicieron a finales de 1936 tras pasar
los correspondientes exámenes teórico y físico-médico. La formación se realizaba en
diferentes aeroclubs y escuelas francesas174 de carácter privado. Durante los cursos los
alumnos volaban entre 40 y 50 horas en el espacio temporal de unos seis meses. En
opinión de Rafael de Madariaga (DE MADARIAGA, RAFAEL: 1994, 65), en las
escuelas francesas se perdió mucho tiempo a la hora de formar a los nuevos pilotos, en
opinión compartida por alumnos que siguieron aquellos cursos. Una vez terminada su
formación en Francia, los pilotos españoles volvían a nuestro país y se integraban en el
sistema de formación vigente en España. Por tanto, ingresaban en San Javier, donde
realizaban el curso de transformación para convertirse en pilotos de combate. Los cursos
serían suspendidos a finales del año 1937 por el gobierno francés al tiempo que se cerraba
la frontera entre la España republicana y Francia.
El futuro piloto de Natachas, José Torrecillas, hace una descripción muy detallada de su
paso por la escuela de aviación francesa de Esbly. José Torrecillas fue seleccionado en
La Ribera donde superó los pertinentes exámenes teórico y médico y, además, según
narra, los aspirantes seleccionados debían tener conocimientos de francés. Por esta razón,
174
Los alumnos-pilotos fueron enviados a centros de formación ubicados en Boisy le Chatel, Esbly, Orly,
Royan, Villeneuve sur Lot, Bourges, entre otros.
292
como él cuenta, la mayor parte de los que fueron en su expedición eran estudiantes muy
jóvenes con una formación previa. Incluso, había alguno con 17 años que falsificó sus
datos para poder marchar a Francia a ser piloto. La excepción eran los tres sargentos que
iban en la citada expedición, él mismo era uno de ellos. Así narra el origen de su
experiencia francesa:
De San Javier fue trasladado junto a sus compañeros a Valencia y, de esta ciudad, a
Barcelona para tomar el tren que los llevaría a Francia. Del viaje a Francia desde
Barcelona narra un par de anécdotas divertidas relacionadas con la gastronomía, pero que
traen a colación el esfuerzo de adaptación, a todos los niveles, que tenían que hacer unos
jóvenes españoles que, en muchos de los casos, el viaje más largo que habían hecho en
su vida fue a la cabecera de comarca a la que pertenecía su pueblo o a la capital de
provincia. Los viajes al extranjero, por aquellas fechas, estaban reservados
exclusivamente a ciertas clases sociales adineradas. Así mismo, el hecho de entrar en un
vagón restaurante de un tren y ver aquella cantidad de viandas, algunas de ellas
desconocidas para estos jóvenes, debía asombrarles en comparación con la vida de
relativas privaciones que se llevaba por entonces en una España inmersa en la guerra. De
una forma desenvuelta y divertida cuenta José el viaje con sus compañeros de Barcelona
a París, en concreto a la Estación del Quay d’Orsay:
175
Alas Gloriosas (nº 21-22), 1982.
293
“Al salir de La Ribera hicimos parada en Valencia para comprarnos el vestuario
necesario y proseguimos hasta Barcelona, en espera de los pasaportes. Ya una vez
obtenidos, partimos hacia la frontera de Port Bou, Cerbere, para tomar el expreso hacia
París. Tuvimos que esperar en Cerbere a nuestro jefe de grupo que marchó a Perpignan
a recoger el dinero para continuar nuestro viaje. Aquel mediodía cada uno se las tuvo
que arreglar como pudo para comer; yo, por mi parte, recuerdo que con el dinero que
cambié en francos, sólo tuve para comprar una barra de pan, una lata de sardinas en
aceite y un paquete de cigarrillos ‘Gitane’, pero mi sorpresa fue mayúscula, ya que al
abrir la lata de sardinas el aroma que despidió no era el acostumbrado en esta conserva,
entonces leí que era con aceite de cacahuete, al que nosotros no estamos habituados, me
recordó cuando era niño y me purgaban con aceite de ricino, me dio tal sensación de
asco que no las probé. Me comí el pan y a esperar el regreso de nuestro amigo Jesús.
Una vez llegados a París, fueron trasladados en autobús a la cercana localidad de Esbly,
lugar donde se encontraba la escuela de vuelo. En teoría, los españoles que viajaban al
extranjero para formarse como pilotos lo hacían de incógnito, ya fuera haciéndose pasar
por turistas, por estudiantes, o por lo que hiciera falta. Pero, a pesar de los cuidados y la
discreción que se intentaba mantener en torno a los viajes, en ocasiones la información se
176
Alas Gloriosas (nº 21-22), 1982
294
filtraba y, cuando llegaban a sus lugares de destino, ya se sabía que era un grupo de
jóvenes españoles republicanos que se iban a formar como pilotos de guerra para luego
regresar a España una vez adiestrados. En el caso francés, tanto la derecha como la
extrema derecha, desde el inicio de la Guerra Civil Española, habían optado claramente
por el bando sublevado y, en esta línea, siempre intentaban boicotear cualquier acción
favorable del gobierno francés a favor del legítimo gobierno de la República española.
Este rechazo por parte de los sectores conservadores franceses hacia los republicanos
españoles lo sintió José Torrecilla, por propia experiencia, en el pueblo de Esbly, pues
cuando llegaron el grupo político de extrema derecha francés Croix de Feu (Cruz de
Fuego) había hecho una labor previa de boicot y de mala prensa contra la expedición
española, a la que se conocía popularmente como “los pilotos de Largo Caballero”. A
pesar de esta inesperada e incómoda situación, los pilotos fueron aceptados y se
integraron, participando en las actividades cotidianas de la localidad como por ejemplo
la asistencia al baile que se organizaba en el pueblo los sábados:
“Ya en el autobús que nos esperaba nos trasladó al pueblo de Esbly. Era mediodía y nos
extrañó, su calle principal vacía, no se veía alma viviente transitando por ella: la
propaganda del partido fascista francés ‘Cruces de Fuego’ había hecho un buen trabajo,
si observamos y a la vez éramos observados tras los visillos que no llevábamos rabo ni
otros apéndices como se nos había pintado en su propaganda de mala fe. Un grupo de
jóvenes bien vestidos y en franca camaradería iba a poner las cosas en su sitio. Ya
instalados en el hotel la clientela fue en aumento por la curiosidad de ver y estar entre
los futuros pilotos republicanos de ‘Largo Caballero’, como nos decían y algunos con
buenas o malas intenciones, nos pronosticaban que no quedaríamos muchos para
contarlo. El primer sábado que fuimos al baile, no estaba muy concurrido en cuanto a
elemento femenino se refiere, no pudimos permitirnos el lujo de elegir pareja pero esto
cambió en bailes sucesivos; yo sólo sabía mover un poco los pies y me decidí a aprender
en nuestras horas libres, pensé en mi amigo Samper, buen bailarín, él se comprometió a
enseñarme y para que la enseñanza fuera en serio me comprometí a regalarle un paquete
de cigarrillos ‘rubio’ a la semana. Así, en un par de meses, me lancé a bailar todo lo
bailable”177.
177
Alas Gloriosas (nº 21-22), 1982.
295
Torrecillas y sus compañeros asistían a clase de lunes a sábado por la mañana. Allí se
iniciaron en la aviación tripulando una avioneta Potez-60 para pasar más tarde al Morane-
Saunier 230 con el objeto de realizar acrobacias. En otras escuelas se utilizaron Caudron
o Hanriot. Hace mención en su narración al hecho de que murió un alumno-piloto debido
a un accidente en una escuela cercana a Esbly. En las escuelas de formación siempre había
alguna tragedia de este tipo debido a diferentes causas: a la poca pericia del alumno, a
malas condiciones climatológicas, a fallos mecánicos o a errores de los instructores. José
reflexiona acerca de ello y afirma que, hasta que se enteraron de la muerte del compañero,
el aprendizaje se lo habían tomado como algo deportivo. Estaban tan ilusionados por volar
que todo su pensamiento se centraba en la aviación, abstrayéndose del resto de las cosas.
Así explica José Torrecilla cómo eran las clases en Esbly:
La división política radical que se vivía España no era privativa de nuestro país. En
Francia, se estaban viviendo a escala política unos momentos muy duros a causa del
enfrentamiento entre la derecha y la izquierda; la diferencia es que la resolución del
178
Alas Gloriosas (nº 21-22), 1982.
296
conflicto no se resolvió en una guerra civil como sucedió en España. A causa de la crisis
económica, la derecha francesa, al igual que había pasado en otros países europeos, estaba
en una deriva filofascista. Esta postura se traducía en un ataque directo a la Tercera
República Francesa como régimen de libertades. La tensión política entre derecha e
izquierda llegó a su culmen con los sucesos de 1934, en los que la derecha se echó a la
calle causando graves y violentos desórdenes callejeros179 que el gobierno tuvo que
reprimir de forma contundente. En cuanto a las causas, “los orígenes de las
manifestaciones no son completamente conocidos. Se cree que formaban parte de un
intento organizado y deliberado de dar un coup d’etat. Esta creencia unió por fin a las
fuerzas de izquierda” (ROBERTS, JOHN M.: 1980, 386). Este escenario de amenaza real
al régimen republicano democrático forzó la alianza del centro izquierda francés en un
Frente Popular en el que se unieron radicales, socialistas y comunistas180. En el plano
social, la fundación del Frente Popular tenía como objetivo dar salida a las demandas de
la pequeña burguesía y de las clases trabajadoras con el fin último de que no engrosaran
las filas de la extrema derecha, como había sucedido en Alemania e Italia. El Frente
Popular (Front Populaire) triunfaría en las elecciones de Mayo de 1936, siendo el líder
socialista, Leon Blum, el encargado de formar gobierno. En este enrarecido panorama
político aterrizaron José Torrecilla y sus camaradas en Esbly. Debido a su procedencia
republicana, la tensión política que se vivía en Francia iba a afectarles en su vida
cotidiana. Afirma José que los elementos conservadores del pueblo recogieron firmas
para que se marcharan. Alegaban, para ello, que los españoles podían ser origen de
disturbios en la localidad. En este sentido, Torrecilla reflexiona acerca de la situación
política francesa y narra un suceso del que fueron protagonistas en una localidad cercana
a Esbly, donde en un baile, organizado por las derechas, fueron invitados a marcharse:
“Tengo que decir que, por entonces, la situación política en Francia estaba muy dividida,
hicieron presión para prohibir nuestra estancia en dicho pueblo, alegando que
causaríamos disturbios. Esto lo supimos por los mismos individuos del pueblo ya que
recogieron firmas para evitarlo. A nosotros se nos aconsejó que, por lo menos, fuésemos
179
Los sucesos ocurrieron el 6 de febrero de 1934 en la Plaza de la Concordia, en París, y en los
enfrentamientos hubo 15 muertos y más de 1.000 heridos. El objetivo de los manifestantes era entrar en la
Asamblea Nacional francesa donde el primer ministro Edouard Daladier estaba presentando su programa
de gobierno (VILLARES, RAMÓN y BAHAMONDE, ÁNGEL: 2012)
180
La réplica de la izquierda francesa al ataque a la República por parte de la extrema derecha en febrero
de 1934 fue una gran manifestación celebrada el 14 de julio del mismo año, considerando ésta el pistoletazo
de salida para la creación del Frente Popular francés.
297
en grupos de tres como mínimo, en más de una ocasión pasaban en coche gritando ‘vivre
Franco’, ‘mort Largo Caballero’ y acelerar rápidamente para no oír nuestros
improperios; hasta los bailes estaban politizados. En cierta ocasión visitamos una
población llamada Lagny y entramos a un baile pagando nuestra entrada
correspondiente; al cabo de cierto tiempo y ya con nuestras parejas respectivas
quedamos sorprendidos, ya que nos invitaban a abandonar el local al enterarse que
éramos de la parte de ‘Largo Caballero’, como decían ellos; alegaban que el baile lo
habían organizado los de derechas, se armó el revuelo consiguiente, las chicas
protestaban a la misma vez que nosotros y cómo habíamos pagado, estábamos en nuestro
derecho de no marcharnos y, si nos echaban, ellas abandonarían el baile con nosotros.
Cuando se calmaron los ánimos vinieron las explicaciones y las excusas, nuestro
comportamiento había sido correcto, pero ya esto nos molestaba, el saber donde nos
habíamos metido por ignorancia, así antes de terminar el baile nos marchamos por
nuestro gusto, excusándonos con las chicas que tan bien se habían portado con nosotros.
Como se verá, la división política en Francia era un hecho real”181.
Pero también muestra la cara amable de la estancia en Francia: las amistades, las
relaciones con las chicas y hasta el amor que, según José, hizo que uno de los alumnos se
quedara en Francia, al enamorarse de una muchacha francesa. Uno de los temas que le
interesa a José Torrecilla son las obligaciones de los alumnos-piloto. En este sentido,
afirma que un mal aprovechamiento de las clases podía dar lugar a la eliminación, es decir
a la expulsión del curso. A esto añade un argumento poderosísimo: el coste del curso por
alumno (250.000 francos-oro182). Desde luego, era un gran motivo para pensar el buen
aprovechamiento del curso. A pesar de los problemas mencionados, José Torrecilla hace
un balance positivo de su estancia en Francia:
“La República pagaba por cada uno de nosotros 250.000 francos-oro y, por tanto,
nuestro aprovechamiento en las clases teóricas y prácticas y en otros aspectos de la vida
cotidiana darían motivo para ser eliminado y regresar a España. Así vinimos bien
preparados para ser destinados donde nuestra presencia fuese necesaria, durante
nuestra permanencia hicimos muy buenas amistades que, después, sirvieron como
181
Alas Gloriosas (nº 21-22), 1982.
182
Saiz Cidoncha, en su obra acerca de la aviación republicana en la Guerra Civil Española, aporta el mismo
dato acerca del coste del curso por alumno en las escuelas francesas (SAIZ CIDONCHA, CARLOS: 2006,
990).
298
salvoconducto para salir de los campos de concentración franceses tras la caída de
Cataluña, algunos incluso se casaron con sus novias que dejaron al marchar a España.
Yo, por mi parte, recibí algunas tarjetas postales de una buena amistad, que era la hija
del dueño del hotel, mademoiselle Marcelle Henaux, por mediación de ella pudimos
conseguir que las comidas se fueran haciendo más a nuestro paladar. (…) El curso
transcurrió felizmente y, en junio de 1937 vino la orden de nuestro regreso a España;
hubo lágrimas, besos, abrazos y entre el elemento femenino se oía la palabra en francés
‘reste-ici avec moi’, Quédate aquí conmigo. Tan sólo uno del grupo lo aceptó y no
regresó a España”183
En Junio de 1937, se dio la orden de volver a España, realizando el mismo camino que se
hizo en la ida. Los pilotos llegaron en tren hasta Port Bou y luego en camión hasta
Valencia, trayecto que estuvo a punto de terminar no demasiado bien a causa de algunos
incidentes durante el trayecto. Desde Valencia continuaron en tren hasta San Javier,
donde siguieron con su formación antes de ser destinados a sus respectivas escuadrillas:
“Al llegar a Port Bou, primera estación de la frontera española, nos propusieron a todos
los que supieran conducir llevar un coche cisterna hasta Valencia, ya que no disponían
de chóferes suficientes para llevar toda la caravana. Nuestro buen amigo Ortiz se ofreció
a conducir uno y, como ayudantes, fuimos Enrique García y el que suscribe. La verdad
no íbamos muy tranquilos, nuestro conductor hacía bastantes meses que no había tocado
un volante, el pasar los Pirineos hasta Figueras era un tramo harto peligroso, un
pequeño despiste y se acabaron las vistas maravillosas y el mar allá abajo era un puntito.
Nos encomendamos al Santo de nuestra devoción y, en una curva, cuesta abajo, nuestro
amigo Ortiz confundió el pedal del freno con el acelerador, ya nos veíamos al borde del
precipicio cuando un rápido viraje nos llevó a la cuneta de la falda del monte; no
recuerdo quién fue el que viró el volante, fue todo tan rápido, pero el susto fue
morrocotudo. Escapamos por un pelo, a mi todavía no se me ha olvidado; podíamos
haber hecho el viaje de regreso tranquilamente en tren pero nuestra ansia de aventura y
de ser útiles a nuestros ideales pudo más. Recuerdo en este viaje que hubo más de un
tropiezo, por ejemplo el problema que se le presentó a un carabinero que aprovechó el
viaje con un permiso ‘antiaéreo’ y que, al chocar su coche con un árbol, se le partió el
fusil, lloraba como un niño a lágrima viva sin preocuparse de sus heridas, leves por
183
Alas Gloriosas (nº 21-22), 1982
299
fortuna y exclamaba qué voy a hacer ahora. Para él, era el fin del mundo sin permiso
oficial y con el fusil partido se encontraba entre la espada y la pared, creo que se quedó
en Barcelona. Continuamos viaje hasta Valencia entregando los coches cisternas en el
Parque de Automovilismo, más o menos enteros. El viaje terminó en tren hasta llegar a
La Ribera, meta final de nuestro destino, era el último tercio del mes de junio de 1937.
Continuamos haciendo prácticas hasta que fuimos destinados, no sin antes cobrarse la
‘parca’ la primera victima del grupo, en trágico accidente, a nuestro compañero
Soriano….”184.
Juan Sayós, futuro piloto de I-15, al comenzar la guerra decidió alistarse en aviación para
ser piloto. Acudió al aeródromo de El Prat pero allí no le dieron noticia alguna de la
convocatoria para ingresar como alumno. En esa tesitura vio un cartel en el que se
anunciaba la escuela de aviación del POUM185. Debido a su vocación, no dudó en
acercarse a la dirección que aparecía en el cartel. El POUM había montado una pequeña
escuela de aviación que, en principio, solo impartía clases teóricas y que Juan siguió con
mucho interés. Allí estudió mecánica de aviación, aerodinámica, geografía y navegación
aérea. Pero esta escuela tenía un problema, los futuros aspirantes a pilotos militares no
tenían ni aviones ni aeródromo donde poner en práctica sus conocimientos teóricos, es
decir, no había ni aparatos ni campo donde aprender a volar. Así que algunos dirigentes
del POUM decidieron ocupar el aeródromo privado de Canudas, cercano a Barcelona.
Juan Sayós, en su amor por la aviación, acompañó a los militantes del POUM en la acción
de asaltar el aeródromo. Según cuenta él mismo, el “asalto” consistió en llegar allí y
encontrarse a un mecánico trabajando que les dijo simplemente que los aviones no eran
suyos; que hicieran lo que quisieran, que él se tenía que ir a comer. No había transcurrido
mucho tiempo desde la ocupación cuando se presentaron en el campo de aviación agentes
de la Generalitat que conminaron a los ocupantes a abandonar el aeródromo. Los
militantes del POUM abandonaron el campo sin problemas. La Generalitat,
posteriormente, convertiría Canudas en una escuela elemental de vuelo en la que los
alumnos que asistían a ella, una vez formados, pasaban a la Escuela de Transformación
de San Javier. El hecho de la ocupación, aunque anecdótico y libre de violencia, ilustra el
184
Alas Gloriosas (nº 21-22), 1982
185
POUM: Partido Obrero de Unificación Marxista. Se trataba de un partido comunista no estalinista
implantado mayormente en Cataluña que era producto de la unión de otros dos partidos comunistas no
estalinistas, el Bloque Obrero y Campesino e Izquierda Comunista Española. Sus máximos dirigentes eran
Joaquín Maurín y Andreu Nin. Este último fue asesinado durante la guerra por agentes estalinistas tras los
sucesos de Barcelona de mayo de 1937.
300
ambiente revolucionario que se vivía en Barcelona en los inicios de la guerra donde la
ocupación y colectivización de empresas llevadas a cabo por la CNT y apoyada por el
POUM estaban a la orden del día.
A pesar del fiasco de la escuela de aviación del POUM, Juan Sayós no desistió en su
intención de ingresar en aviación, y tras algunas indagaciones, se enteró de que el
gobierno de la República había hecho pública una convocatoria para formarse como
piloto. Rellenó la instancia y esperó a que le comunicaran el día de las pruebas. Conocida
la fecha, cogió un tren y se trasladó a la provincia de Murcia para realizar los exámenes.
Una vez superadas las pruebas, Juan Sayós llegó a coincidir en La Ribera con los
componentes de la 1ª Expedición a Kirovabad, de la que no formó parte por una cuestión
de tiempo. Su grupo, en principio, sería de los que se formarían en las escuelas españolas
de vuelo, pero en un momento dado pidieron personas que supieran francés para seguir
un curso de pilotaje de carácter civil. Su francés no es que fuera “muy avanzado”, pero se
presentó al examen y lo aprobó. De esta manera, fue enviado a una escuela de vuelo de
carácter privado en Francia, concretamente, en la localidad de Coulommiers. En su
testimonio menciona a un diputado socialista francés, dando a entender que este político
tenía algo que ver en la organización de los cursos de pilotaje en Francia. A pesar de la
posición oficial del gobierno Blum como sostén básico de la política de No Intervención,
la izquierda francesa, en general, estaba de parte del gobierno de la República en su lucha
contra los sublevados. Por consiguiente, muchos políticos franceses, un socialista en este
caso, solían hacer gestiones para facilitar las cosas en determinadas cuestiones. De hecho,
durante el transcurso de la guerra en España, la militancia de base de los partidos de
izquierda franceses se manifestó de forma constante en actos públicos de apoyo a la
República en su lucha contra los insurgentes. Eran habituales también la realización de
colectas a favor de la España republicana y, en algún caso, la compra de material militar
de forma clandestina por parte de organizaciones obreras para enviarlo a España. Actos
de apoyo de este tipo se produjeron en muchos lugares de Europa donde la democracia
estaba activa. Así, Sayós,una vez seleccionado para viajar a Francia para formarse, fue en
tren hasta Barcelona y, desde allí, en ferrocarril hasta su destino francés. Como es habitual
en los testimonios de otros pilotos, menciona la algarabía formada por los españoles en
el tren mientras atravesaban Francia, y eso que era una misión secreta, pues el hecho de
la expedición, en principio, era una violación de los principios de la No Intervención:
301
“Cuando yo ingresé allí, en La Ribera había ya casi doscientos alumnos preparados para
ir a seguir un cursillo en Rusia y éstos embarcaron en Cartagena, en el Ciudad de Cádiz.
(…) Por una diferencia de pocos días, no pude partir con aquella expedición y no es
necesario añadir cuanto envidiaba la oportunidad de aquel viaje exótico. Mi grupo tenía
que permanecer en el país, pero en el último instante nos dijeron que los que hablasen
francés podrían ir a Francia para realizar un curso de aviación civil y volver después a
España para completar la parte militar. A pesar de que entonces yo apenas sabía el
presente de indicativo del verbo avoir, tuve la desfachatez de presentarme a examen y la
suerte de aprobar. Aclaremos que, en aquellos tiempos, el estudio de los idiomas no era
tan popular como hoy y no tardé en descubrir que la inmensa mayoría de los compañeros
seleccionados sabían, más o menos, tanto francés como yo, cosa que no dejó de
tranquilizarme. (…)
Una vez llegados a Coulommiers, en las cercanías de París, fueron alojados en un caserío
perteneciente a un particular que lo acondicionó como residencia para los alumnos
españoles. Según Sayós, la casa no era un cúmulo de comodidades, pero había que
adaptarse a lo que había. Como en el caso de José Torrecillas en Esbly, la prensa de
derechas de la comarca comenzó a atacar desde sus páginas a la expedición española, por
lo que, al igual que otros compañeros, tuvieron que sufrir en sus carnes la tensión política
que se vivía en Francia en aquellos momentos.
En cuanto a la vida cotidiana hacían lo que cualquier joven de 20 años: ir al baile, intentar
mantener relaciones con las chicas de los alrededores, aspirando con ello, como
maliciosamente manifiesta Sayós, que las relaciones hispano-francesas fueran más
íntimas. Según cuenta, consiguieron una buena integración en el lugar donde residían.
302
Hubo un incidente, un caso de muerte en accidente de un alumno, que marcaría la
expedición a Coulommiers. Aquello se convirtió en una muestra de duelo, a ojos de
Sayós, excesiva. Por eso, medita acerca de la muerte y el hecho de enfrentarte a ella. Lo
que había transcurrido hasta ese momento, un período de tiempo agradable y satisfactorio,
casi festivo, fue interrumpido por el deceso de este alumno. La crítica que hace Sayós es
que, aún doliéndole mucho la muerte de su compañero, en España estaban muriendo a
miles a diario y no se producían esas manifestaciones de duelo; reclama que hay que ser
más racional con la muerte y, que el hecho de que muriera un compañero en accidente de
vuelo, no debe determinar a las personas en su actividad, que no hay que asustarse; hay
que asumir la muerte con naturalidad. Realmente, lo que les pasó fue descubrir que el
volar en un avión no sólo es divertido y emocionante, sino también peligroso y que un
fallo te puede llevar a la muerte. Esta revelación es muy dura para un joven de 20 años,
edad en la que la idea de la muerte no está presente en sus pensamientos. Al respecto,
menciona que el entierro de Ruibó, que así se llamaba el alumno fallecido, se convirtió
en una gran manifestación de duelo a la que acudió el personal de la embajada española
en Francia, alumnos de otras escuelas, así como autoridades locales:
“La consternación producida por aquella muerte fue terrible. Había compañeros que
lloraban y otros que estaban aterrorizados. Era el contraste brutal entre la realidad y un
sueño agradable y placentero.
Se organizaron turnos para velar el cadáver y eran tantos los que insistían en hacerlo
incluso cuando no les correspondía que les cedí mi puesto. Apreciaba mucho a Ruibó,
pero aquel sentimentalismo desaforado a causa de algo que era ya imparable, me pareció
excesivo. En los frentes de España los hombres a millares, y diariamente caían aviones
sin que se les tributase honor alguno. Allí estaríamos nosotros dentro de breve tiempo y,
convencido como estaba de que yo no saldría con vida, no quería concederle demasiada
importancia a la muerte. Raurell, un muchacho de Blanes, que era mi compañero
inseparable, compartía este criterio y ello nos granjeó una cierta impopularidad.
Por mi parte, no podía asustarme aquel accidente, ya que, pocos días antes de solicitar
mi ingreso en los cursos de pilotaje, uno de los mejores amigos que tenía en las cuatro
casas que formaban mi pueblo había muerto mientras volaba en su puesto de
ametrallador-bombardero sobre el frente aragonés. Tenía dos años más que yo y estaba
cumpliendo el servicio militar como soldado de aviación cuando estalló la guerra.
303
Cuando pidieron voluntarios para ocupar el puesto de ametrallador, ese chico valiente
y generoso fue el primero en presentarse y uno de los primeros en caer. Para una
imaginación infantil, aquella epopeya era un poderoso estimulante, y al compararla con
mi vida gris, junto con el dolor, sentía un poco de envidia.
Tras pasar algo más de cinco meses en Coulommiers llegó la hora de volver a España con
las tareas ya hechas. Critica Juan que en ese período de tiempo sólo habían podido volar
unas cincuenta horas y, de forma irónica, hace recaer las culpas sobre uno de los
responsables del curso. Viene a definir éste como un período vacacional, mientras en
España la guerra continuaba. Tras terminar el curso, pasó unos días en París, donde se
celebraba la Exposición Universal. En la citada Exposición Universal se presentó, en el
pabellón español, el Guernica de Picasso. En su relato, hace mención a los pabellones de
la Unión Soviética y de la Alemania nazi y que se encontraban frente por frente. Sobre
esto hace una analogía con lo que ocurría en España. Volvió a la Península desde París
en avión. Afirma que le impresionó mucho la miseria que vio en Barcelona en
comparación con lo que había vivido en París. En este sentido, Rafael Abella describe los
comienzos de los serios problemas de abastecimiento186 que iba a padecer la zona
gubernamental desde el año 1937 y, que irían en aumento conforme avanzase la guerra y
que se traducirían en las innumerables privaciones sufridas entre las gentes que
soportaban la guerra: “Y junto al horror de la guerra empezaba a delinearse el fantasma
de la penuria alimenticia. En Barcelona, el problema del abastecimiento seguía siendo
fuente de malhumoradas protestas. De poco sirvió la llegada con sospechoso
oportunismo del barco soviético Rion, cargado de harina. El 2 de marzo de decretó el
racionamiento de pan a razón de 250 gramos diarios por persona. (…) Las colas habían
186
Una de las causas de la falta de abastecimiento en las poblaciones republicanas fue el acaparamiento y
la ocultación de alimentos por parte de ciertas personas. Esta situación dio lugar a un gran aumento de los
precios de los artículos de primera necesidad y a la aparición del mercado negro de alimentos. El gobierno
de la República lanzó medidas para combatir los males mencionados, pero le faltaron recursos para hacer
cumplir de forma realmente efectiva su propia normativa acerca del tema de los abastecimientos (ABELLA,
RAFAEL: 2004, 230)
304
adquirido carta de naturaleza, se habían convertido en un fenómeno social, en centro de
reunión apto para el comadreo, la discusión, el bulo y el alboroto” (ABELLA, RAFAEL:
2004, 230). Así narra su retorno al país Juan Sayós:
“Debíamos regresar a España en tren, pero antes de marcharnos nos dijeron que tres de
nosotros podríamos hacer el viaje en un avión que el piloto instructor, Doulet, debía
conducir a Barcelona. Echamos a suertes quién se desplazaría por vía aérea y, a pesar
de que no me tocó a mí, uno de los agraciados que no tenía prisa me cedió su plaza y así
fue como una mañana, en un aeródromo auxiliar situado en la Bonlieue de París, tres
españoles, el instructor y el diputado barbudo subimos a bordo de un pequeño bimotor
que nos llevó hasta Tolouse, donde almorzamos, y después reanudamos el viaje al caer
la tarde. En vista de que no pasábamos por los trámites aduaneros y en el libro de
registro del aeropuerto se hizo constar que regresábamos a París, pensé, mientras nos
dirigíamos hacia el Sur, que si lo que certifica un notario fuese equivalente a lo que
certifica un diputado, los contratos mercantiles serían todavía más divertidos.
Al no llevar radio, para evitar confusiones una vez cruzada la frontera, aterrizamos en
un campo de aviación habilitado en aquellos tiempos en Celrá, para solicitar la entrada
desde allí al aeropuerto de Barcelona. Contestaron que esperásemos un poco, puesto que
en aquellos momentos se había dado la alarma a causa de la aviación enemiga.
Oscurecía ya y, debido a este retraso, tuvimos que aterrizar en El Prat en plena noche.
(…) El contraste entre las iluminaciones de la exposición de París y la oscuridad y la
miseria reinantes en Barcelona era violento. (…) Después de las delicias gastronómicas
con las que el diputado nos había obsequiado unas horas antes en Tolouse, las primeras
lentejas que comí en Barcelona me parecieron repugnantes, pero apechugué con ellas
con el pensamiento fijo en los mártires de nuestra independencia” (SAYÓS, JUAN:
1999, 37-38)
Manifiesta Juan que en su grupo de alumnos hubo alguna defección, es decir, que no
volvieron a España, sin mencionar las causas específicas de cada caso. Achaca el hecho
de quedarse a que por entonces, ellos, jóvenes de 20 años, no tenían todavía muy claras
sus opciones políticas y, además, deja claro que en el proceso de selección no se tuvo en
cuenta la firmeza de las ideas políticas de cada uno. Se sabe que existía algún tipo de
control para que no se enrolaran personas contrarias a los postulados democráticos que
defendía la República, pero no se buscaban personas por el simple hecho de tener unas
305
convicciones políticas muy fuertes. Sigue con el tema y hace una breve mención a la
composición social de los componentes de su grupo, destacando que sólo había un par de
obreros. Éstos, debido a su condición social, salvo excepciones, no tenían acceso a una
educación adecuada y, por tanto, era complicado para ellos aprobar el examen teórico al
que eran sometidos para ingresar como alumnos-pilotos. El gobierno de la República
suavizó los exámenes para permitir que las personas procedentes de las clases sociales
populares pudieran acceder a las academias de vuelo. Así razona Juan Sayós sobre las
defecciones y acerca de los componentes de su expedición:
Tras volver a España, como todos los que habían pasado por las escuelas francesas,
ingresó en la Escuela de Transformación de San Javier para formarse como piloto militar.
A partir de este momento siguió el itinerario formativo habitual terminando como piloto
de caza. Una vez acabados sus estudios, el futuro de Sayós fue un poco diferente al de
otros compañeros suyos, porque la dirección de San Javier le pidió que se quedara como
instructor de vuelo, actividad que desarrolló durante un período de tiempo. Pero a Juan le
apetecía volar en una escuadrilla de combate, así que pidió su pase al cuadro eventual, en
espera de destino, dejando la base de San Javier en Diciembre de 1937.
306
El tercer lugar donde se formaron los pilotos republicanos durante la Guerra Civil fue la
localidad de Kirovabad187, en la extinta Unión Soviética y hoy día República de
Azerbaiyán. La instrucción de los pilotos españoles en Kirovabad quedó incluida en los
acuerdos suscritos en materia de suministros de material bélico entre el gobierno de la
República y la Unión Soviética. De hecho, la formación de los aviadores era pagada con
cargo a la cuenta abierta que tenía la República Española con la Unión Soviética. En total,
fueron a prepararse como pilotos a la Escuela de Kirovabad unos 800 aspirantes188,
divididos en cuatro promociones o expediciones189 de unos doscientos individuos, más o
menos, por cada una de ellas. El ritmo de aprendizaje en Kirovabad era muy acelerado,
tenían que salir formados como pilotos en unos seis meses, ya que la República tenía
urgente necesidad de nuevos pilotos para manejar los aviones soviéticos. El itinerario
formativo que hacían los pilotos españoles en seis meses lo llevaban a cabo los alumnos
soviéticos en tres o cuatro años. Los pilotos españoles egresados de la Escuela de Vuelo
de Kirovabad fueron adiestrados en el manejo de los aviones soviéticos que volaban en
España: los cazas I-15 “Chato” e I-16 “Mosca”, los aviones de reconocimiento y
bombardeo R-5 “Rasante” y RZ “Natacha” y el bombardero rápido Tupolev SB-2
“Katiuska”.
José María Bravo fue uno de los pilotos que se formó en la Primera Promoción de
Kirovabad. En sus memorias, narra que, en principio se estaba preparando para ingresar
en la escuela de observadores, pero que el piloto de la LAPE, José María Carreras, con el
que había servido en el frente del Norte al principio de la guerra, le convenció para que
se presentara a la convocatoria de pilotos que había hecho el gobierno de la República a
finales del año 1936. El examen se realizó a finales de diciembre del mismo año en Los
Alcázares y a él se presentaron unos tres mil jóvenes para unas doscientas plazas. En
paralelo con otros testimonios, afirma que el examen teórico era fácil para una persona
con estudios. Saiz Cidoncha manifiesta que entre los aspirantes había muchos estudiantes
universitarios, en especial de ingeniería (SAIZ CIDONCHA, CARLOS: 2006, 991). Al
igual que en ocasiones anteriores, ya fuera para el ingreso en las escuelas de vuelo de la
Península o las francesas, la gran criba se hizo en el examen físico-médico en el cual eran
rechazados un porcentaje altísimo de aspirantes. José María narra la artimaña que utilizó
187
Actualmente la ciudad de Kirovabad se denomina Ganja.
188
Aquí hay que incluir los que se formaron como observadores en Jarkov (Ucrania).
189
Las expediciones se fueron dando consecutivamente desde el mes de enero de 1937 hasta el año 1939.
307
para poder superar el examen médico, ya que, según él, la persona que tenía cicatrices en
el vientre no podía pasar el examen, y él había sido operado de apendicitis. Se hacía
cualquier cosa por superar los exámenes y aspirar a ser piloto. Las razones por las que
aquellos jóvenes deseaban iniciar su carrera aeronáutica radicaban en unir “el idealismo
hacia la causa republicana con el interés romántico hacia el arma aérea y la curiosidad
por conocer el país diferente a los demás del que tanto se hablaba” (SAIZ CIDONCHA,
CARLOS: 2006, 991). Así cuenta José María Bravo como fue el examen:
“Debido a mis estudios, la buena preparación que tenía en matemáticas y física me vino
muy bien para aprobar los exámenes de ingreso al curso de observadores, al que me
presenté en Barcelona. Allí me volví a encontrar con Carreras, a quien habían ascendido
a capitán asimilado, quien me aconsejó que no se me ocurriera hacerme observador,
confiando mi suerte a algún piloto carente de experiencia. De acuerdo con la sugerencia
del que era para mí un ídolo, cambié la solicitud por la de un curso de pilotos, para el
cual acababa de anunciarse la convocatoria. En el viaje a Los Alcázares, que es donde
habrían de realizarse las pruebas, coincidí con Jaime Mata, que luego sería mi
compañero y amigo durante muchos años. También volví a encontrar allí a Eduardo
Claudín. Los exámenes teóricos eran bastante sencillos, como correspondía a la
preparación de los aspirantes, la mayoría de ellos obreros o campesinos. En cambio, el
reconocimiento médico era muy estricto. Menos mal, que alguien me dijo que si tenía
alguna cicatriz en la parte abdominal no me darían por apto, y como efectivamente sí la
tenía, a consecuencia de la operación de apendicitis que había sufrido de niño, tuve que
recurrir al truco de cubrirme mis partes con las manos, como si me diera vergüenza,
ocultando de ese modo la cicatriz, lo cual me dio resultado. De este subterfugio se sirvió
también Mata, a quien también habían puesto sobre aviso” (BRAVO, JOSE MARIA y
DE MADARIAGA, RAFAEL: 2007, 51).
Una vez aprobados ambos exámenes, José María Bravo embarcó en Cartagena en el
vapor Ciudad de Cádiz en dirección a la Unión Soviética. Al inicio de la travesía, fueron
escoltados por destructores de la armada republicana, los cuales, llegados a un
determinado punto, giraron sobre sus pasos y volvieron a la Península. Hicieron la ruta
atravesando el Mar Mediterráneo de Oeste a Este. En su travesía, el barco pasó por los
Dardanelos y el Bósforo hasta llegar al Mar Negro, donde les sorprendió una tempestad.
Finalmente, desembarcó en el puerto soviético de Feodosia. Allí, cogieron un tren y
308
fueron trasladados a Kirovabad. El envío de los aspirantes a pilotos a la Unión Soviética
era un asunto llevado con el mayor secreto, pues no debía saberlo nadie. La expedición
estaba inmersa en un halo de secretismo para que no se enteraran las potencias fascistas
ni el Comité de No Intervención. No podían comunicarse con ninguna persona. Prueba
de ello es que, a los aspirantes se les rusificaron los nombres y en el mismo tren se
despojaron de sus ropas de paisano, sustituyéndolas por uniformes militares soviéticos.
Como acompañamiento a la expedición, destinaron a cuatro aviadores de probada
fidelidad republicana como eran el comandante Manuel Cascón y los capitanes Isidoro
Giménez, Aurelio G. Villímar, José González Montero y Gumersindo Areán, ejerciendo
el mando el primero de ellos. Así narra José María Bravo el viaje desde Cartagena hasta
Kirovabad:
Al entrar en el Mar Negro, nos cogió una tormenta horrorosa que hizo que la mayoría
de los pasajeros se mareasen. Al cabo de cinco días desde la salida de España, llegamos
al puerto de Feodosia situado en Ucrania, muy cerca de Simferopol, en la pequeña
península que separa el Mar Negro del Mar de Azov. Allí, desembarcamos y fuimos
introducidos, tal y como íbamos vestidos, en un tren que nos estaba esperando y en el
que nos pusieron ropa de soldados soviéticos. Nuestra misión era ultra secreta y nadie
debía saber que se trataba de españoles. Nos dieron a todos nombres rusos; a mí me
correspondió el de Iosif Bravi. De Feodosia hasta nuestro destino, la ciudad azerbaiyana
de Kirovabad, fuimos en tren atravesando el Cáucaso. Allí nos alojaron en una
residencia que había sido antes una escuela” (BRAVO, JOSE MARIA y DE
MADARIAGA, RAFAEL: 2007, 52-53).
Una vez en Kirovabad, comenzaría el acelerado aprendizaje al que serían sometidos los
alumnos españoles. La elección de Kirovabad como lugar donde ubicar la escuela de
309
vuelo no había sido aleatoria. Concurrían dos causas para su ubicación: 1) La lejanía de
Europa y, por tanto, se podría mantener mucho mejor el secreto. 2) El clima era muy
parecido al de España y, de esta manera, los alumnos se adaptarían mejor a su nuevo lugar
de residencia. La escuela de vuelo de Kirovabad fue denominada 20ª Escuela de Aviación.
La Escuela estaba compuesta de varios edificios en diferentes ubicaciones de la ciudad
con cinco campos de vuelo para realizar las prácticas; cada uno de ellos estaba dedicado
a una actividad y un aparato diferentes. Bravo, en su narración, se centra, sobre todo, en
los aviones en los que se formó hasta salir con el título de piloto de caza. Todos los
aspirantes a piloto comenzaban con el avión de entrenamiento U-2 para luego pasar al
modelo R-5. A partir de este momento los instructores decidían que alumnos iban a caza
y cuales a bombarderos. Los que iban a caza comenzaban a entrenar con un caza ya
anticuado, precursor del I-15, el modelo I-5, para pasar luego a los I-15 o I-16. Para poder
volar el I-16, previamente, había que volar con el UTI-4, que era una versión de doble
mando del I-16. Los que eran destinados a bombarderos, una vez superado el paso del R-
6 pasaban a volar los Natachas y los Katiuskas. La suelta en estos últimos aviones era la
más complicada, ya que no había Katiuskas con doble mando y, por tanto, el instructor
tenía que estar muy convencido de la preparación del alumno para dejarle volar solo.
Además de las prácticas de vuelo, los alumnos recibían clases teóricas relacionadas con
temas de aviación en las que era fundamental la presencia de traductores. Todo este
programa tan denso se llevaba a cabo en seis meses. Sin embargo, Rafael de Madariaga
afirma que el período para aprender a volar era tan corto “que no tenían tiempo más que
para volar, estudiar, comer y dormir. No hubo nada de vida social ni de salidas ni trato
apenas con los pobladores locales. (…) Aunque parezca mentira se dedicaron en cuerpo
y alma a volar y a aprender por la vía más dura. Los profesores no hablaban español;
todo era a través de intérpretes, el aprendizaje del vuelo y los conocimientos teóricos
necesarios para conocer a duras penas las aeronaves que trataban de dominar. Los
horarios eran draconianos; se levantaban de noche y bregaban todo el día hasta caer
rendidos cuando se ponía el sol” (BRAVO, JOSE MARIA y DE MADARIAGA,
RAFAEL: 2007, 54). En resumidas cuentas, fue una experiencia con mucho estrés para
los aspirantes a pilotos debido a la premura del tiempo. Así describe el futuro piloto de I-
16 su experiencia formativa en Kirovabad:
310
nosotros se habían seleccionado, en una estepa llana y con escasa vegetación, cinco
campos que no distaban uno de otro más que unos pocos kilómetros. El clima era el de
una llanura reseca como las de Aragón, con fuertes vientos y temperaturas bajas por la
noche y muy elevadas por el día. El llamado Campo número 1, al que los mismos alumnos
quitaron las piedras y prepararon para poder volar, era un aeródromo pequeño,
destinado a avionetas ligeras para enlace y traslados de unos aeródromos a otros.
La formación de los aviadores era secreta, pero, aún así, era muy difícil que pasaran
desapercibidos y que no establecieran algún tipo de relación con los residentes en
Kirovabad. Simplemente, el hecho de ir en formación de los dormitorios al comedor, que
estaba ubicado en un edificio diferente, hacía que los locales los vieran y que alguna vez
los escucharan hablar esa lengua tan diferente a la de los azeríes o los rusos. En esta línea,
José María narra que, la disciplina, muy dura al principio, se fue relajando un poco con
el paso del tiempo y que los dejaron salir a unos baños que había en la ciudad:
“Con el tiempo se relajó algo la vigilancia pero inicialmente la misión era ultra secreta.
Salimos un día de la residencia donde vivíamos para ir a unos baños públicos que había
en la ciudad de Kirovabad. Íbamos vestidos de soldados rusos pero hablábamos una
lengua extraña, desconocida para los pobladores. Nos miraban muy extrañados…”
(BRAVO, JOSE MARIA y DE MADARIAGA, RAFAEL: 2007, 56).
311
Una vez finalizado el curso, los alumnos fueron volviendo a España por grupos según su
nivel de capacitación, los más avanzados volvían primero. El viaje de vuelta se realizó
por el Norte de Europa en vez de por el Sur. Así, una vez terminado el curso, José María,
acompañado de algunos compañeros, viajó en tren hasta Moscú. En la capital soviética
pasaron unos días coincidiendo, casualmente, con la selección española de fútbol que en
aquellos momentos estaba de gira. En Moscú, como jóvenes que eran, se lanzaron a
mantener relaciones con las chicas rusas. Para parecer más atractivos a las moscovitas se
hicieron pasar por los futbolistas de la selección. Una vez transcurridos los días de
permiso en la capital rura, se trasladaron en tren a Leningrado, donde embarcaron hasta
el puerto francés de El Havre. José María narra una anécdota acerca de su paso por la
embajada francesa en Moscú para solicitar el visado de tránsito por Francia para su vuelta
a España en la cual el funcionario francés le dio a entender que tenía clarísimo que eran
pilotos españoles que volvían a España y no trabajadores que desarrollaban su labor en la
Unión Soviética. Desde El Havre fueron en tren hasta Barcelona, donde disfrutó unos días
de permiso con su familia. Una vez pasados los días de asueto, viajó a Los Alcázares,
siendo destinado posteriormente a la Escuela de Alta Velocidad de El Carmolí para llevar
a cabo actividades de reentrenamiento con el I-16:
312
Por orden ministerial de 30 de julio de 1937, fuimos nombrados cabos pilotos con
antigüedad del 31 de marzo y sargentos pilotos militares con fecha 30 de abril del mismo
año. Después de unos días de permiso, nos incorporamos a Los Alcázares. En las
siguientes semanas fueron llegando en grupos de treinta a cincuenta alumnos, el resto de
los componentes de la que se ha dado en llamar Primera Promoción de Kirovabad. Los
oficiales que viajaron con nosotros volvieron cada uno con uno de los distintos grupos”
(BRAVO, JOSE MARIA y DE MADARIAGA, RAFAEL: 2007, 58).
313
148). Por tanto, las diversas promociones que fueron enviadas a Kirovabad reflejaron la
pluralidad política que caracterizaba a las fuerzas que apoyaban la legalidad republicana
durante la Guerra Civil Española. De esta manera, no se dio en ningún momento prioridad
a los comunistas a la hora de optar a las plazas de piloto por el hecho de serlo. En el
proceso de selección, hay que entender, además, que las autoridades republicanas
recabaran alguna información política sobre los aspirantes. Esto se explica en base a no
permitir la entrada en los cursos a personas no afines a la legalidad democrática. En esta
línea, es razonable pensar que, en el momento de la selección, se buscaran individuos
comprometidos con la lucha por la democracia que la República estaba librando contra
los sublevados. Así describe a los aspirantes Francisco Meroño:
Al igual que José María Bravo, Meroño embarcó en el navío Ciudad de Cádiz, en el puerto
de Cartagena, camino a la ciudad de Feodosia, a orillas del Mar Negro. Ya se ha relatado
que la misión era ultrasecreta y de ello hace mención Meroño al citar las órdenes dadas
por el comandante Cascón, jefe de la expedición: una vez embarcados no se debe aparecer
por cubierta para evitar las miradas curiosas. Especialmente, la orden iba dirigida a
impedir que los servicios de espionaje franquistas pudieran recabar información acerca
de la expedición que se preparaba a la Unión Soviética. A pesar de la claridad de las
órdenes, según la narración de Meroño, en una actitud totalmente irresponsable, casi
infantil, una serie de futuros pilotos se escaparon del barco para disfrutar de lo que podía
ofrecer de bueno la ciudad de Cartagena. La escapada estuvo a punto de ser castigada
duramente por el comandante Cascón190. Meroño hace mención a los profesores
españoles que los acompañaron en el viaje y que les impartían lecciones sobre la cubierta
del barco. Relata, al igual que Bravo, lo mal que lo pasaron en su travesía por el Mar
190
Francisco Meroño, en sus memorias, cuenta una anécdota por la cual el barco hizo un amago de salir de
puerto simplemente para aprovisionarse de algunas materias, volviendo luego a su lugar de partida. Al estar
algunos de los futuros alumnos de Kirovabad en tierra cuando el barco zarpó, allí se quedaron. No pasó
nada, pues el barco volvió a puerto, amenazando el comandante Cascón con dejarlos en tierra por la falta
que habían cometido (MEROÑO PELLICER, FRANCISCO: 2004,45).
314
Negro debido a las tempestades que tuvieron que sufrir. No podían ni comer, ya que,
debido a los mareos, vomitaban todo lo que ingerían.
Como en el caso anterior, tras llegar a Feodosia, tomó un tren que lo llevó a un apeadero
del Cáucaso y, después, ya en camiones, hasta Kirovabad. Meroño es más explícito que
José María Bravo en lo referente a lo que fueron los hechos cotidianos del viaje y en la
descripción de todo lo que pudiera ser novedoso para los futuros pilotos respecto a lo que
conocían en España. En este sentido, hace una descripción de las viandas que les
ofrecieron en el vagón restaurante del tren en el que viajaban. En todo momento,
Francisco Meroño resalta el buen ambiente que reinaba en la expedición, recalcando las
risas y la algarabía entre los viajantes. Durante el viaje, de nuevo se asiste a un acto de
indisciplina por parte de los soldados republicanos en relación al hecho de ser discretos
en el viaje. En una de las estaciones, les dejaron bajar para estirar las piernas con la
condición de permanecer callados, pero, una vez más, se saltaron las normas que se
habían establecido para el viaje. Se pusieron a hablar en alto y a montar jolgorio en la
estación. La situación dejó a los mandos españoles en una posición comprometida
respecto a los militares soviéticos en materia de disciplina militar. Esta manifestación de
indisciplina llevará como castigo la prohibición de salir del tren durante lo que restaba
del viaje. Así refiere Francisco Meroño el viaje desde Feodosia hasta Kirovabad:
“En completo silencio y en fila de a uno vamos saltando sobre la helada tierra y nos
dirigimos hacia el tren. Aquí entregamos las ropas de paisano y recibimos el equipo de
soldado. Así vestidos continuamos el viaje en buena armonía y llenando el espacio de
estruendosas carcajadas.
Todo el personal responde con gran amabilidad. Sonia, la traductora, está muy solicitada
y no puede atender a todos. (…) Hacemos la primera comida en el vagón comedor, por
tandas. Huele a hinojo mezclado con algo desconocido. (…) Sobre las mesas, tacitas con
mostaza, saleros aldeanos con florecitas dibujadas, pan blanco y negro. Los más golosos
pronto se hacen bocadillos con productos incógnitos: pan negro y mostaza. (…) Nos
sirven una sopa de col con mucha grasa. (…) Al segundo día de marcha, cuando coincide
la toma de combustible de la máquina con el día, recibimos permiso para salir y estirar
un poco las ‘patas’, con la condición de no hablar ni una sola palabra en español, pero
el paseo termina con poco éxito, el carácter impulsivo español no es capaz de resistir
semejante suplicio. Saltamos de los vagones y cada salida es acompañada de carcajadas
315
y algarabía. En lo sucesivo ya no tenemos más paseos ‘mudos’. La violación de la
disciplina ha sido tan desagradable para nuestros jefes ante el mando soviético, que ha
quedado prohibido salir de los vagones” (MEROÑO PELLICER, FRANCISCO: 2004,
51-52).
Una vez en la escuela de vuelo, Meroño, en sus memorias, se dedica a describir con detalle
el edificio de la escuela donde se van a hacer pilotos. Deja una imagen de lugar pulcro,
limpio, donde impera el orden, en definitivas cuentas un sitio agradable para estar. Los
profesores españoles que habían viajado con ellos vuelven a España, salvo un tal
Rendueles, profesor de aerodinámica:
“Llegamos al edificio de la escuela donde nos esperan camas alineadas a lo largo de las
paredes y separadas por mesillas de noche. Mesas con manteles blanquísimos. Ajedreces,
dominós. Todo es nuevo para nosotros, muchos son los cambios sufridos en tan pocos
días, pero tenemos que aclimatarnos sobre la marcha, aquí todo está planificado para
hacer un curso relámpago. Los profesores españoles regresan a España y son sustituidos
por instructores soviéticos, excepto Rendueles, profesor de aerodinámica” (MEROÑO
PELLICER, FRANCISCO: 2004, 53).
Nada más llegar comienzan las clases. Los alumnos-piloto son distribuidos en grupos de
cinco o seis alumnos, siendo un instructor el responsable de cada grupo. Meroño
reflexiona acerca del importante papel que tienen los instructores y las grandes
dificultades a las que se tenían que enfrentar, entre ellas, la más importante, la del idioma.
Al problema de la lengua habría que añadir que las costumbres y la psicología españolas
eran totalmente diferentes a las rusas. En este sentido, Meroño es crítico con los
traductores, pero resalta, a la vez, lo muy importantes que eran. No los considera lo
suficientemente preparados para su labor, ya que algunos no dominaban bien el idioma
español. A esta pega habría que sumarle que no conocían la materia de la que se estaba
hablando en las clases, ya fueran teóricas o prácticas. Acerca de los traductores o
“perivoches” existe toda una colección de anécdotas, chascarrillos y malas
interpretaciones que han dado lugar a muchas horas de risas. De esta manera repasa
Francisco el método de enseñanza en la escuela:
“Cada uno de los instructores de vuelo ya tiene anotados en su libreta cinco o seis
nombres, con los que tendrá que compartir el destino en el aire, educar, disciplinar,
316
amaestrar en el complicado manejo de los aviones, legar sus experiencias, infundir la
ardiente saña al enemigo en el aire y el amor entusiasta al deber, comprender la
psicología individual de cada uno para aplicar el tratamiento por separado, formar y
desarrollar altas facultades morales, indispensables para salir victoriosos de la
tremenda prueba del combate aéreo, querer, mimar y castigar, a la vez que hacerse
querido. Todo esto y otras cosas más, imposibles de explicar, ya que son ‘instintos
volátiles’, con casi todo lo que esos hombres se adjudican sin conocer: ni nuestro idioma,
ni nuestros hábitos, ni nuestro carácter. Para hacer llegar hasta nosotros la completa
penetración de las mencionadas virtudes, el instructor tiene que habérselas con un grupo
de traductores, que si no todos hablan bien el español sí se puede decir con certeza que
ninguno de ellos conoce la materia que se va a tratar. Este personal es el más deficiente
y solicitado del curso, por eso los instructores recurren al ‘idioma’ de los gestos y
señales” (MEROÑO PELLICER, FRANCISCO: 2004, 54).
317
¡Lenin! (…) A través de bosques pantanosos pasa la línea de ferrocarril que une Moscú
con Leningrado, último tramo de nuestro recorrido por tierra soviética. En el puerto nos
aguarda el barco ‘María Ulianova’ y de nuevo a bordo de la nave marítima, surcando
las aguas, esta vez del mar Báltico. (…) Después de la Francia engalanada, laqueada,
apática y coqueta, encontramos a nuestra querida patria desgarrada y demacrada, pero
sí erguida y valiente. Pasamos la frontera en mayo de 1937” (MEROÑO PELLICER,
FRANCISCO: 2004, 58-60).
De la Primera Promoción de Kirovabad son interesantes los datos aportados por Héctor
de Diego191, de la mano de David Gesalí, en el sentido del control político al que eran
sometidos los alumnos en la academia y la asunción de la disciplina imperante en
Kirovabad. También, por su contenido humano, es muy interesante lo que escribe Jaime
Mata acerca del piloto de Katiuskas fallecido en combate, Mariano Brufau192.
191
Revista Ícaro (nº 100), 2010
192
Alas Plegadas (nº 5), 1975.
318
“En El Escorial, una vez terminado el curso de telegrafista, no me incorporé al frente
porque me destinaron a la III División como teniente de transmisiones y esta división
estaba ubicada en El Escorial. Entonces, solicité hacer el curso de piloto, y ya terminado
el curso de transmisiones, me mandaron la citación para venir a Madrid, al Ministerio
de Marina y Aire, que así se llamaba entonces, para hacer el examen para ingresar en el
curso de pilotos. El jefe de la III División no me quería dejar ir a hacer el curso de piloto
porque decía que acababa de terminar el curso de telegrafista. Ante esto, yo indagué y
me mandaron a un tal Conesa, que era el Comisario Político de la División; este hombre
me parece que era socialista y creo que luego le asesinaron en el mes de Marzo. A Conesa
le dije que tenía el problema de que yo había hecho la solicitud para hacer el curso de
piloto, que tenía que ir a examinarme para hacer el ingreso pero que el Jefe de la División
me había dicho que ¡Narices!, que yo ya era telegrafista y que de allí no me soltaba. El
Comisario de la División llamó al capitán de transmisiones y le preguntó que, para él,
qué era más importante, un piloto o un telegrafista. El capitán contestó: ‘Hombre, un
piloto’. El Comisario aprovechó la ocasión y consiguió el permiso para que yo viniera a
Madrid a hacer los exámenes de ingreso. Fuimos muchísimos al examen de ingreso. Una
de las preguntas del examen consistía en hacer una transformación de medidas de
capacidad, en concreto de una que se llamaba galón, no sabía lo que era, era la primera
vez que yo oía esa palabra, galón como medida de capacidad; entonces en el papel donde
estaba haciendo el examen tuve la honradez de escribir que desconocía esa medida. Creí
que me habrían suspendido por eso, pero luego resulta que debí hacerlo todo bien menos
eso y aprobé”.
Una vez aprobada la prueba teórica, le dieron unos días de permiso antes de trasladarse a
La Ribera para someterse al examen médico. Joaquín coincide, con el resto de aspirantes,
en que el examen médico era donde el proceso selectivo se hacía más duro y el momento
donde más gente se eliminaba. Una vez superado también este escollo, Joaquín, ya como
alumno-piloto, fue destinado a Los Jerónimos, donde estuvo dedicado a la instrucción
militar. Así lo narra Joaquín:
“Ya no volví a El Escorial, me quedé de permiso en Madrid ya que estaba con permiso
para hacer los exámenes. Una vez aprobados los exámenes me mandaron a Albacete y
de Albacete a La Ribera, Santiago de La Ribera que se llamaba. En La Ribera nos
hicieron el examen médico y fue donde más gente excluyeron. Nos presentaríamos miles
319
al examen de cultura, en este examen ya hicieron una criba muy grande, pero luego el
médico hizo una criba aún mayor. Una vez pasado el examen médico ingresamos como
soldado alumno-piloto y nos mandaron a Los Jerónimos, que está en los alrededores de
Murcia. Allí estuvimos haciendo la instrucción hasta que llegó el momento de irnos a
Rusia. Estando en Los Jerónimos, un buen día vino Lacalle, que era un piloto muy famoso
y le habían separado para que descansara y fue el que vino luego como jefe de la
expedición nuestra. Nos fuimos unos 100 ó 150 a Rusia en el mes de Mayo o Junio de
1937”.
El hecho positivo de haber superado los exámenes teórico y físico-médico para el ingreso
en las escuelas de pilotos, tuvo como contrapartida negativa que perdió su anterior
condición de teniente de transmisiones. Varió de ser un oficial del Ejército Popular de la
República a ser un simple soldado, es decir, pasaba a ser un soldado alumno-piloto. La
ruta para llegar a la Unión Soviética cambió respecto a la 1ª Expedición. En esta 2ª
Expedición viajaron de Murcia a Valencia y, desde esta última ciudad, a Barcelona. De
Barcelona se trasladaron en tren hasta Marsella donde se embarcaron en el barco de
pasajeros Theophile Gautier con rumbo a Odesa. Una vez llegados a Odesa, después, en
tren hasta Moscú. El viaje desde Murcia a Moscú lo relata de forma breve:
Una vez en Moscú, hubo otra novedad respecto a la expedición anterior: se tuvieron que
volver a someter a otro examen médico, esta vez llevado a cabo por los militares
soviéticos. Este nuevo examen supuso una nueva criba entre los expedicionarios; no
pasaron el examen unas cincuenta personas que fueron enviadas a Jarkov, en Ucrania, a
realizar el curso de observador de bombardero. Joaquín, como la mayoría de los alumnos-
pilotos enviados a la Unión Soviética, quedó hipnotizado por la belleza de Moscú y la
educación de sus habitantes. En realidad para la mayoría de aquel grupo de españoles,
residentes temporales en la Unión Soviética, la estancia fue una experiencia inigualable,
320
muy positiva en todos los sentidos. Joaquín llega a afirmar que él se hizo hombre por su
experiencia con los rusos. Cita Joaquín Calvo su amistad con el hijo del Doctor Negrín,
Rómulo Negrín, también alumno-piloto de la 2ª Expedición y futuro piloto de I-15 en la
guerra española. El Presidente del gobierno de la República estaba casado con una mujer
rusa. Por esta razón, Joaquín Calvo acompañó a Rómulo Negrín a visitar a los abuelos
maternos de éste en Moscú. En su estancia en esta ciudad, antes de partir a Kirovabad,
coincidió con la selección vasca de fútbol, que estaba haciendo una gira por la Unión
Soviética. Joaquín y sus compañeros, para parecer más atractivos a las muchachas
soviéticas, se hicieron pasar por jugadores de la citada selección, lo que dio lugar, en
algún caso, a ciertos malentendidos de carácter simpático. Así describe Joaquín Calvo su
estancia en Moscú:
“En Moscú no estuvimos muchos días, solo estuvimos unos cuantos días allí. Nosotros
éramos del segundo curso y nos juntamos con los últimos que quedaban del primer curso
en Moscú. Ellos que venían y nosotros que íbamos. Estuvimos viviendo juntos en el mismo
lugar. Moscú, me acuerdo perfectamente, fue maravilloso para mí. A mi me hicieron
hombre en la URSS. Sí, me cambiaron por completo; yo era un chico muy travieso, muy
alegre, muy vivaracho y muy irresponsable y cuando vine era todo lo contrario, era una
persona sensata, a mi me convirtieron allí.
Tuve de compañero en Kirovabad a Rómulo Negrín, el hijo de Negrín, que luego también
fue piloto de Chatos. El hijo de Negrín se llamaba Rómulo Negrín Majailov porque la
madre era rusa, la esposa de Juan Negrín era rusa. Eran tres hermanos, Rómulo, el
mayor, el segundo que era Juan Negrín, que también ha llegado a ser una eminencia
como su padre en Medicina, porque su padre era una eminencia, y el pequeño, me parece
que se llamaba Tomás. Yo no me podía comparar con Rómulo Negrín ni equipararme
con él cuanto a cultura y en cuanto a preparación, pero en cambio, él sí que me acogió
como mi hermano mayor, o sea, como mi amparo. Yo acudía a él cuando tenía dudas.
Bueno, pues cuando fuimos a la URSS, el hermano pequeño de Negrín estaba con los
abuelos maternos en Moscú y, entonces, Rómulo fue a ver a sus abuelos y al hermano
pequeño y me invitó a que fuera con él a ver a sus abuelos en el viaje de ida.
También coincidimos en Moscú con un equipo de fútbol. Era una selección vasca, eran
Lángara, Chirri, Gorostiza… que estaban haciendo una tournée por el mundo y en ese
momento estaban en la URSS. Entonces, nos dijeron que aprovechando que en aquella
321
época, esto era el mes de Mayo o Junio, creo que Mayo del 37, España estaba de moda,
que cuando anduviéramos por la calle y nos preguntaran que dijéramos que éramos
futbolistas. Y, claro, nos preguntaban los nombres y uno decía que era Lángara y otro
jugador…. Se dio el caso un día que nos juntamos con los futbolistas porque coincidimos,
ya que fuimos a verlos jugar y decían que se había dado el caso de que a algún futbolista
que le habían preguntado qué quién era y contestaba ‘Yo soy Lángara’ y las chicas le
decían que no era Lángara porque a Lángara ya le conocían y, claro, era uno de
nosotros, porque cuando hablábamos con las chicas nos dijeron que dijéramos que
éramos futbolistas”.
De Moscú viajó en tren, en compañía del resto de la expedición, hasta Kirovabad. Como
ya se ha mencionado, el sistema de aprendizaje, había cambiado, simplificándolo,
haciéndolo más operativo. Joaquín Calvo cuenta como era la vida en la academia con sus
horarios, que, en esencia, eran los que ya se habían establecido en la Primera Promoción.
Destaca de su preparación, la disciplina existente y la sistematización de la enseñanza de
la que eran protagonistas, sistematización que se traducía en que los alumnos-pilotos, a
lo largo del día, sabían perfectamente lo que había que hacer en cada momento. Menciona
que no recibieron nunca una clase de política y, por ende, ninguna presión de ese tipo
favorable a la ideología comunista o al sistema soviético. Así lo narra Joaquín:
“En la Escuela, en Kirovabad, en la que estuvimos unos cuantos meses, desde Julio hasta
Diciembre, me parece, no nos dieron nunca ni una sola clase de política, en absoluto.
Allí estaba todo medido, teníamos todo el tiempo, todos los minutos y las horas medidas,
todo cubierto. Si estabas descansando no nos dejaban abrir un libro. Pero cuando
estábamos haciendo los estudios o las prácticas en los campos la dedicación era
completa. Allí las semanas constaban entonces de cinco días de trabajo y el sexto de
descanso, no era lunes, martes, miércoles, jueves…, y las 24 horas del día también las
teníamos distribuidas de tal manera que teníamos una hora libre y, en esa hora, no
permitían que abriésemos ni un cuaderno”.
Se centra luego en los aviones en los que aprendió a volar y en como se organizaba la
instrucción en el vuelo. En este sentido, menciona que la escuela tenía varios aeródromos
donde se realizaban las prácticas. El sistema era igual que el anterior, cinco o seis alumnos
por instructor. Se comenzaba con el U-2 y, según la especialidad, se iban volando el resto
de los aviones. Como a casi todos jóvenes, por no decir todos, que pasaron por las escuelas
322
de aviación, ya fueran españolas, soviéticas o francesas, el hecho de volar fue una
sensación maravillosa para Joaquín, una de las mejores experiencias de su vida. Habían
alcanzado algo que jamás pensaron que podían tocar con la mano. Además, vuelve a
elogiar la experiencia vital experimentada en la URSS como algo iniciático, algo que iba
a cambiar su vida para siempre:
323
que cuando veníamos lo hacíamos todo matemático: los movimientos, los tiempos, las
horas. Cuando llegamos a España, nos dijeron que allí había unos autobuses que nos
estaban esperando para llevarnos a Barcelona, que es donde estaba el gobierno. Y fue el
primer fracaso que tuvimos, ya que estábamos acostumbrados a que todo fuera justo. Es
que los autobuses tardaron tres o cuatro horas en llegar a por nosotros y entonces
dijimos: ‘ya estamos en España’. Y desde allí a Barcelona, ya estaba el gobierno en
Barcelona, y entonces fuimos a Fuerzas Aéreas y nos tomaron medida, para hacernos
los uniformes y nos dieron un permiso de 8, 10 o 15 días, no recuerdo bien. Me vine a
Madrid, a casa con la familia y, después, ya nos tuvimos que reincorporar a Barcelona,
otra vez al Ministerio. Y, ya allí, cada uno teníamos nuestro uniforme de sargento, ya
teníamos la categoría de sargento. El viaje de Barcelona a Madrid era por Valencia y
venir a Madrid por carretera y a la vuelta de nuevo a Valencia y luego a Barcelona”.
Joaquín Calvo, una vez pasado su permiso en Madrid, fue destinado al aeródromo de
Celrá, al cuadro eventual, para, posteriormente, incorporarse a la 2ª Escuadrilla de Chatos
en la que permanecerá hasta el final de la guerra.
“Estando allí193 me llega el oficio de Fuerzas Aéreas para que me dieran permiso para
trasladarme a La Ribera para hacer el examen. Me hacen un salvoconducto, pero no me
dan de baja en la unidad porque había que esperar. Para llegar a La Ribera tenías que
buscarte la vida por tu cuenta. Hasta Albacete fuimos en convoyes militares y ya desde
Albacete en tren a Torrepacheco y de ahí, luego a La Ribera. Llego a La Ribera y me
193
Se refiere a la centralita sita en la Calle Reina Victoria.
324
encuentro un montón de gente allí. Allí estuve viendo los aviones, vi un Katiuska; me
encantó nada más verle porque era un avión precioso. ¿Quién me iba a decir que luego
iba a llevar uno de ellos? Allí llegaríamos en el mes de Abril. Yo allí conocí el mar, conocí
el mar en el Mar Menor. Nos podíamos bañar y todo”.
Gregorio describe, paso por paso, la prueba teórica a la que fue sometido en la base
murciana194. Reconoce, como ya lo han hecho otros que fueron también aspirantes, que
el examen no era difícil y que iba dirigido a personas sin estudios universitarios. Una vez
superado el examen teórico, pasó a la prueba físico-médica en la cual tuvo algún problema
con los oídos. Gregorio Gutiérrez relata con bastante detalle en qué consistía esta prueba
médica:
“Por la tarde, después de ver las listas, nos hicieron el reconocimiento médico. Era un
reconocimiento médico muy fuerte. Ahí todavía eran más exigentes, por lo más mínimo
te podías quedar fuera. Yo no creí que iba a pasar porque yo era delgadito, pero en mi
caso se dio lo siguiente. Cuando entrábamos en el reconocimiento médico se iba pasando
de uno en uno. Cada uno llevábamos una especie de expediente e íbamos pasando de
especialidad en especialidad. El examen médico tardaba una hora o más porque era muy
exhaustivo. Como he dicho, el caso mío fue excepcional por lo siguiente: El primer
examen que hacían era el de vista. Llego y ponen las clásicas letritas, los cuadraditos,
que unos estaban abiertos hacia arriba, otros hacia abajo, derecha, etc… En el suelo
había una línea marcada y cada vez me hacían dar un paso hacia atrás hasta que llego
a la pared y yo lo seguía viendo todo. Se quedó tan asombrado el oftalmólogo que estaba
que llamó a los demás médicos y dijo: Mirad como ve este hombre, es un caso de vista
extraordinaria este muchacho. Por este hecho los médicos se volvieron más tolerantes
conmigo porque yo siempre he tenido problemas en el oído y quizás me hubiesen echado.
Conmigo hicieron lo que no hicieron con nadie. Llegar a hacer el test de oído y me dicen,
‘pues mira, te vas a ir al pabellón aquel que hay allí y preguntas por el cabo’, no recuerdo
el nombre, ‘y que te limpie los oídos’. Total que volví y parecía que oía mejor. De los
oídos era de lo que flojeaba más, desde pequeño he padecido yo de los oídos. Y, después,
la Neumología, la capacidad torácica y todo eso. Todo esto lo sobrepasé, digamos un
poquito apurado, pero yo lo iba pasando todo”.
194
Consultar historia de vida.
325
Durante su estancia en Los Jerónimos, a él y a todos los que iban a marchar a Kirovabad
en la 2ª Expedición les hicieron las fotos para los pasaportes. Como todas las expediciones
de alumnos-pilotos al extranjero ésta también era una misión secreta y, por tanto, el jefe
de la expedición era el responsable de los pasaportes. Una vez cubierto el tiempo de
permanencia en Los Jerónimos, partieron hacia la Unión Soviética. En Barcelona se
pasaron un mes entero alojados en diferentes hoteles de la ciudad sin realizar actividad
alguna. Gregorio hace una comparación entre las dos grandes urbes españolas, Madrid y
Barcelona, pues afirma que el ambiente de Barcelona le sorprendió gratificantemente. En
general, las ciudades republicanas, hasta bien avanzada la guerra, mostraron una gran
vitalidad en materia de cultura y de ocio. Frente a las adversidades de la guerra, “las
ciudades demostraban unas poderosas ansias de vivir, distraerse, de olvidar
evasivamente la sensación del riesgo y la incertidumbre del destino. (…) Y como reactivo
a los acontecimientos, los espectáculos se veían concurridos, llenos de un público
popular, militar, infantil, sediento de diversión y propenso a la risa” (ABELLA,
RAFAEL: 2004, 339). Barcelona era una ciudad más avanzada que Madrid en muchos
aspectos y, quizás, el de las costumbres era uno de los más importantes. A Gregorio le
sorprende, por ejemplo, que las chicas salieran por la noche con libertad. El triunfo de los
anarcosindicalistas, en las jornadas de julio de 1936 sobre los sublevados, había
conducido a un cambio en las costumbres de la población. Una de las más importantes
fue el inicio de la liberación de la mujer, cuyos pasos iniciales ya los había dado la misma
República al aprobar las Cortes el voto femenino y la Ley del Divorcio. Pero en
Barcelona, más avanzada en estas cuestiones que otras poblaciones españolas, la cultura
libertaria profundizó en esta línea. Se hablaba mucho entonces del amor libre y de las
uniones libres; el matrimonio quedó en un segundo plano a favor de la unión espontánea
de las personas. Este ambiente más liberal de la Ciudad Condal lo captó muy bien
Gregorio. Para él, Madrid era como un pueblo en materia de costumbres en comparación
con Barcelona. Por tanto, el mes pasado en Barcelona por Gregorio fue como unas
vacaciones, en las no se puso ni el uniforme. Así fue la estancia de Gregorio en Barcelona:
“Una vez en Barcelona, en vez de cruzar la frontera, nos alojan en diferentes hoteles,
dispersados. Nos tiramos un mes en Barcelona sin hacer nada de nada. El motivo de esto
me parece que fue por lo siguiente: Había que ir a Marsella a coger un barco y me parece
que ya no llegábamos a tiempo a esa salida. Porque no tenía ningún sentido sacar a la
gente de Los Jerónimos, llevarla a Barcelona y dejarla allí en hoteles. Allí sí que no
326
teníamos obligación ninguna. Barcelona me asombraba porque Madrid era como un
pueblo. En Barcelona las chicas tenían libertad, salían de noche. Yo allí salí con una
chica que era de un partido independentista. Además, desde que abandonamos Los
Jerónimos, íbamos siempre de paisano, no nos poníamos los uniformes”.
Una vez finalizadas las “vacaciones” pasadas en Barcelona, Gregorio, junto con sus
compañeros, viajó a Marsella en tren donde tomarían el barco rumbo a la Unión
Soviética. Hace una descripción detallada de la travesía de Marsella hasta Odesa.
Menciona la comida, los bailes, las relaciones con las chicas. Según relata, fue un crucero
de placer, aunque hace la salvedad de las chicas que se les acercaban pues podían ser
espías y, por esta razón, no debían hablar para nada de su misión con las mujeres con las
que se relacionaban. Así relata Gregorio Gutiérrez aquel viaje de placer por el
Mediterráneo:
“El barco era un paquebote de lujo. A nosotros nos metieron en la clase segunda
preferente. En primera, que estaba en cubierta, iban los ricos. Al principio, cuando
llegamos, allí la gente se escondía y huía, pues ya se habían enterado de que habíamos
llegado. Llegamos tanta gente y juntos y con lo escandalosos que éramos los españoles
siempre a los sitios allá donde íbamos que… Nos acoplaron a la mayoría de cuatro en
cuatro, pero en algunos camarotes había cinco o seis. Las comidas las hacíamos en dos
turnos, pues éramos muchos. Para nosotros, el comedor era un lujo asiático. Todo
servido, que si se terminaba el vino te llenaban la copa, que si terminabas un plato,
inmediatamente te ponían otro, el te a las cinco en cubierta. De venir del frente y estar
ahí, la verdad es que…
El baile en el barco se daba en primera clase. Allí había una orquesta que actuaba en
directo. Pero en la cubierta en que estábamos nosotros había unos altavoces y se
retransmitía lo que tocaban en primera. Al no haber chicas con las que bailar, pues
bailábamos entre nosotros. Entonces, las chicas que estaban en primera se dieron cuenta
de que abajo había mucha gente joven, se largan de arriba y se nos meten abajo. Éramos
muy simpáticos y agradables. Se corrió la voz de que allí había espías. Por lo visto, había
una mujer griega a la que era muy fácil seducir y, por esto, sencillamente había muchas
sospechas de que podía ser una espía y, que por supuesto, no debíamos decir nada de
nada”.
327
Una vez desembarcados en Odesa fueron alojados en una residencia de descanso para
trabajadores. En la extinta Unión Soviética, el Estado había habilitado residencias en las
costas del Mar Negro para que los trabajadores pudieran disfrutar de vacaciones
veraniegas. Así mismo, allí se encontraban las famosas dachas195 de los dirigentes del
Kremlin donde pasaban los días de asueto. A pesar del advenimiento de la República, en
general, la sociedad española era una sociedad recatada, incluso timorata en algunos
aspectos de la vida. Por esta razón, a los aviadores españoles los sorprendió el ver
personas desnudas en las playas soviéticas. En aquella época, incluso hasta tiempos
relativamente cercanos, la práctica del nudismo en España hubiera sido motivo de
escándalo y, a la postre, de multa o de terminar esposado en un cuartel de la Guardia
Civil. Alaba también la preparación cultural y artística de los obreros soviéticos por su
dominio de la música y, en particular, de los instrumentos y, de nuevo, hace una
comparación con la España de su tiempo, en la que poca gente sabía tocar un instrumento
musical. Así fue la estancia de Gregorio en la casa de reposo:
“En Odesa nos alojaron en unas casas de reposo que había allí para trabajadores. Eran
casas, sobre todo, para trabajadores de las profesiones más duras, como los mineros.
Esta gente tenía derecho a un período de vacaciones en aquellas casas. Allí salíamos a
la playa y nos sorprendió ver gente en la playa desnudos completamente. Nos llevaron
también a ver a unos pioneros. De éstos una de las cosas que más nos sorprendió fue su
dominio de los idiomas. Había un chaval que estaba estudiando español, nos acompañó
y nos estuvo enseñando muchas cosas de allí. Durante el viaje en el barco habíamos
coincidido con unos pilotos rusos que habían estado cinco o seis meses combatiendo en
España y regresaban a su país. Estos pilotos rusos hablaban el español correctamente y
nos enseñaron palabras y frases rusas.
En la residencia donde estábamos, los trabajadores nos hicieron una velada. Allí,
cualquier empleado sabía bailar, cantar o tocar un instrumento. No veas los bailes y
canciones que los propios trabajadores interpretaban. Nosotros con tanto flamenco y
tanta leche, pero ninguno sabía tocar un instrumento. Solo había un compañero que era
profesor de piano. Era un chaval que tenía la edad de nosotros, pero tocaba el piano
maravillosamente. A los rusos les extasiaba, era el único que podía hacer algo”.
195
Una dacha es una residencia de descanso típica de la Unión Soviética.
328
Tras la estancia en Odesa, fueron trasladados en tren a Moscú. Las autoridades soviéticas
les hicieron todo un “tour” turístico por Moscú. Les fueron mostrados todos los avances
que había conseguido el régimen soviético de la mano de Stalin. Gregorio quedó
maravillado de la ciudad en su vertiente arquitectónica, pero también le asombró la
limpieza y el civismo y educación de los moscovitas en comparación con la suciedad de
las poblaciones españolas. La Unión Soviética, en aquellos momentos, estaba inmersa en
un proceso de desarrollo industrial sin precedentes. Stalin, a partir de 1928, había lanzado
los planes quinquenales para la reindustrialización del país, con la finalidad de hacer de
la Unión Soviética una gran potencia, objetivo que cumplió con creces. Al mismo tiempo
que se producía la transformación para convertir a la URSS en un país industrializado, la
colectivización forzada del campo ruso estaba en marcha. El proceso de colectivización
llevó a la muerte o al desarraigo a millones de campesinos. Cualquier oposición a la
colectivización agrícola fue liquidada de forma contundente por parte del Estado. Esta
agricultura debía suministrar los cereales necesarios para alimentar a los trabajadores
empleados en las nuevas industrias o en las grandes obras públicas, como el Canal del
Volga, citado por Gregorio. Al mismo tiempo que Stalin forzaba la máquina en materia
económica, comenzó lo que se llamaron las “purgas”. Estas fueron de carácter
estrictamente político y afectaron, sobre todo, a la vieja guardia bolchevique que había
hecho la revolución y la posterior guerra civil. El objetivo de Stalin fue asentar,
definitivamente, su poder dentro del partido y del Estado soviético. Desató, para ello, una
política de terror contra cualquier persona o grupo que pudiera oponerse a su liderazgo.
Stalin, con las purgas, había terminado con cualquier posibilidad de oposición política.
En este ambiente de reindustrialización, represión y culto a la personalidad del dirigente,
se produjo la estancia en Moscú de Gregorio y sus compañeros. Así cuenta su estancia en
Moscú:
“Llegamos a Moscú en pleno verano, sería junio o julio. (…) Allí nos enseñaron Moscú;
vimos la Plaza Roja, museos y muchas más cosas. Pero no es solo eso, nosotros llegamos
a Moscú en el año 1937 y se celebraba el XX Aniversario de la Revolución. En aquella
época había una revista que se llamaba ‘La URSS en Construcción’ y allí se reflejaban
todos los progresos que se iban haciendo. Era meteórico, aquello era meteórico. Por
entonces, hicieron el metro de Moscú y nos llevaron a verlo. El metro era un palacio,
aquello era el Palacio de Versalles. Nos llevaron también a ver las obras del canal del
Volga, con cuya obra se podrían trasladar barcos desde el Báltico al Mar Negro. El
329
tiempo libre que teníamos, o nos íbamos al Parque Gorki o a otro parque o nos íbamos
a bailar. Yo era un buen bailarín por la Asociación que habíamos tenido en España.
Resulta que cuando fuimos por primera vez al baile, pues nos aburrimos un poco porque
había muy pocas chicas con quien bailar. Pero cuando las chicas rusas se enteraron de
que íbamos al baile aquello estaba lleno de chicas; a fin de cuentas, que conseguimos
estar con las chicas. Como nos trataba aquella gente, nos llevaban a su casa, nos
presentaban a sus padres. Hubo quien las decía que se las iba a llevar a España y se lo
creían, eran muy ingenuas, todo lo que les decías se lo creían.
Una de las cosas que más me sorprendió sucedió un día estando en un parque, allí, en
Moscú. En Rusia, los cigarrillos, los llamados papirosas, tienen mucha boquilla y poco
tabaco. Esto es así porque en invierno los guantes abultan mucho y para coger los
cigarrillos es mejor que tengan mucha boquilla, así que todo lo que supone boquilla es
para el guante, entonces solo fumas un trocito de cigarrillo. Nosotros fumábamos
papirosas de esos y, mientras hablábamos en el parque, fumábamos y cuando los
terminábamos, pues la costumbre de aquí, tirarlo al suelo. Entonces vemos a un señor
que viene, recoge todas las colillas que habíamos tirado y las echa en una papelera sin
decir ni media palabra. Ellos no tiraban ni las cerillas. Las cerillas de madera cuando
las encendían las volvían a meter en la caja de otra forma distinta para distinguirlas de
las nuevas. La verdad es que la ciudad estaba limpísima.
Otra cosa que me sorprendió mucho en Moscú fueron las colas de los trolebuses. En
Moscú había trolebuses y tranvías. Yo no conocía los trolebuses. Yo recuerdo que en
Madrid, cuando el tranvía llegaba, se subía a lo bestia, el que más podía. En los
trolebuses, además del conductor, iba otra persona que hacia de cobrador. Cuando
llegaba el trolebús a la parada, esta persona miraba los sitios que quedaban, cuatro,
cinco, seis, tres, los que fueran y, entonces, de los que había en la cola, por ejemplo, solo
entraban tres, los asientos que quedaban libres y los demás se quedaban esperando en
la cola y no decían nada. Claro, nos quedamos sorprendidos por estas cosas. Educación
cívica se llama. En general, nos sorprendieron maravillosamente todas estas cosas.
330
Una vez en Kirovabad, Gregorio menciona que la correspondencia que mantenían con
España estaba controlada. Ellos podían enviar cartas a sus familias o amigos pero no
podían recibir correo. La razón estribaba en que las misivas enviadas desde la retaguardia,
si contenían malas noticias, podían dañar la moral de los alumnos-piloto. Alude a la
instrumentación política que se podía hacer de ellos en la escuela. Ante esta cuestión,
manifiesta que sólo se hablaba de política los festivos y muy poco. Las charlas políticas
las impartía el comisario político Mirov. Aparte de las charlas, iban a proyecciones de
películas soviéticas sin mencionar los títulos de éstas. Así mismo, describe la dieta del
desayuno y las asignaturas impartidas en la escuela:
“Estábamos en plan interno, allí no salía nadie para nada. Nos hacían escribir una carta
a nuestras familias todas las semanas (las semanas laborales en Rusia eran de cinco días
de trabajo y uno de descanso, cinco días de trabajo y uno de descanso) para que supieran
de nosotros, pero a nosotros no nos entregaban ninguna carta enviada por las familias.
Las cartas de nuestras familias no las entregaban por la siguiente razón: estábamos en
guerra y lo más fácil es que recibiéramos una mala noticia como que Fulano había
muerto en un bombardeo, que a otro le había pasado tal... Había que mantener la moral
bien alta, no había que pensar más que en lo que se estaba.
El desayuno era a base de alimentos sólidos y cacao, cacao con leche. El cacao venía en
botes como la leche condensada, cogía uno el bote y te hacías el cacao. Si queríamos
café lo podíamos comprar. Luego, nos íbamos a clases teóricas, porque al principio no
volábamos, solo teníamos clases teóricas. Se daban clases de motores, de armamento,
aerodinámica, meteorología, paracaídas, de instrumentación del avión..., bueno, el curso
era bastante completo y los profesores muy buenos. Teóricamente ya sabíamos cómo
funcionaba un avión. Nos metían muy poca política, eso solamente los festivos, los días
festivos, en el comedor, el comisario nos daba una charla y nos ponían películas
soviéticas”.
Gregorio Gutiérrez afirma, al igual que sus otros compañeros, que en la academia no se
perdía ni un solo minuto, ya que todos los instantes eran aprovechados debido a la
premura de tiempo para la formación196. En este sentido, explica que, cuando se estaban
196
Gregorio Gutiérrez hace una extensa descripción de cómo se desarrollaban las clases en su historia de
vida.
331
realizando las prácticas de vuelo, el resto se dedicaba a recibir clases teóricas en el mismo
aeródromo:
“Cada instructor tenía un grupo de cinco alumnos. Mientras el instructor volaba con uno
con doble mando, los otro cuatro, para aprovechar más el tiempo, en unas cajas en las
que venían los katiuskas y en las que se ponían unas tablas cruzadas para sentarse
recibían una clase teórica; no se perdía ni un minuto de tiempo. Cuando el alumno que
estaba en el aire bajaba, se incorporaba a la clase teórica y otro subía al avión. Bueno,
pues de esta manera íbamos rotando”
La rígida disciplina se plasmaba hasta en las tareas más cotidianas, no en balde era
obligatorio lavar el avión todos los días después de realizar las prácticas de vuelo.
También, a pesar de que el método impregnaba cada acción, los soviéticos intentaron
hacer la vida más fácil de los españoles, incorporando en la dieta, por ejemplo, el aceite
de oliva o la tortilla de patata:
“Una vez se terminaban los vuelos, había que lavar el avión de arriba abajo, se lavaban
a diario. Estoy hablando de los aviones pequeños. Estaban sucios de la grasa del motor.
Los aviones se lavaban con jabón líquido, yo no conocía el jabón líquido, en mi casa mi
madre hacía el jabón con sosa. El motivo de lavar el avión a diario era que, al lavarlo,
si hay alguna fisura o cualquier otro defecto, se ve. Si no lavas el avión no ves nada
porque está oculto entre la grasa y el polvo. Los aviones se lavaban rápidamente y,
después, el comisario hacía la revisión. Siempre decía que tal avión era el más limpio.
Era una forma de estimularte, ya que unos días decía un avión y otros días otro.
Una vez terminábamos de lavar el avión, a la ducha otra vez. Y, después de la ducha, a
comer. Era una comida más fuerte. En el comedor les habían enseñado a hacer comida
española, incluso llevaron aceite de oliva y otras cosas. Pero la tortilla de patata, por
ejemplo, en lugar de cuajarla como todos sabemos, la metían al horno y la cuajaban en
el horno”.
332
“Este tren era bastante mejor que en el que habíamos ido de Moscú a Kirovabad, que era
aquel tren de madera en el cual tardamos tres días y cuatro noches. Mientras la ida había
sido en verano, ahora, la vuelta, era en invierno, en diciembre. La climatología en
Azerbaiyán, en Kirovabad concretamente, era benigna, igual que España, que había días
que hacía frío, pero vamos, frío siberiano, de eso nada. (…) Total, que nos metimos en el
tren. Este tren ya era mullido, en lugar de las otras literas, en éste creo que eran
departamentos de cuatro. Todos los ferrocarriles rusos llevaban una empleada por
vagón. Esta empleada tenía un pequeño ‘chisconcillo’ donde constantemente estaba
preparando té y lo iba repartiendo por los compartimentos. Además, se encargaban de
mantener el vagón limpio, hacer las camas, preparar las literas y todas esas cosas. En
nuestro caso no hizo falta la empleada, ya que fuimos todo el viaje en plan litera, íbamos
todo el tiempo tumbados leyendo. La comida la hacíamos en el vagón restaurante.
Pasábamos por unos paisajes maravillosos, llanuras todas nevadas, aldeas de pequeñas
casas, caballos tirando de los trineos. Una de las cosas que no había visto nunca eran
las casas antiguas hechas con troncos de madera; por lo visto, luego, interiormente eran
bastante confortables. (…) Todos los vagones llevaban su calefacción, teníamos unos
veintitantos grados, o sea, que íbamos bien. Pues al cruzar de vagón a vagón por el fuelle,
que sería un par de metros, se sentía muchísimo frío”.
333
por el gobierno español a Kirovabad197, en el cual se describían “tanto las circunstancias
personales como las actividades y estado de ánimo de algunos pilotos de las dos primeras
promociones enviadas a la URSS” (CALVO JUNG, CARMEN: 2009, 145). Así describe
Gregorio sus días en el gélido Moscú de finales de 1937:
“En esa estancia de esos días en Moscú, la comida era extraordinaria. Porque cuando
estábamos en la escuela la comida era, poco más o menos, que comida cuartelera,
aunque un poco cuidada. Pero en Moscú aquello nos parecía imposible. Es que
empezábamos a comer allí y había primero mantequillas de varias clases, caviar a
cucharadas en todos los sitios, caviar rojo y negro. Y, luego, había una serie de aperitivos
como eran el salmón ahumado, arenque y toda esa serie de cosas. Luego, algo caliente
como sopas. Cada plato de sopa llevaba un muslo de pato y, después de eso, pues café o
cacao y bollos. Aquello era un banquete. (…)
Pasados los días de asueto en Moscú, Gregorio se embarcó en Leningrado como primera
etapa para volver a España. Del viaje destaca el trayecto sobre el Báltico helado y la mala
mar que sufrieron en el Mar del Norte. A la salida de Leningrado, su barco llevaba delante
un buque rompehielos para poder navegar. Recuerda también la fiesta que se hizo en el
barco para celebrar la toma de Teruel por las tropas republicanas:
“Entonces aprovechamos una de estas detenciones para hacer una fiesta la tripulación,
las personas que íbamos de pasaje y el capitán del barco y su mujer. Entre los rusos
cualquiera sabe tocar un instrumento, lo mismo un acordeón que una balalaika,
cualquier cosa. Y los bailes, todos bailaban magníficamente. Nosotros, pues alguno que
197
Francisco Meroño lo menciona en sus memorias afirmando que fue de los profesores que se quedaron
en Kirovabad (MEROÑO PELLICER, FRANCISCO: 2004, 54)
334
sabía cantar un poco de flamenco. Mientras el personal que estaba de servicio de la
tripulación seguía tocando la sirena cada cinco minutos. Durante la fiesta nos enteramos
de la toma de Teruel y lo celebramos también en el barco.
Había zonas por donde pasábamos con las luces apagadas porque se temía a los
submarinos alemanes, que de un pepinazo nos mandaran al fondo. Si hubiésemos seguido
la ruta tendríamos que haber pasado por el Canal de Kiel, pero nosotros no lo íbamos a
atravesar sino que nos metimos hacia la Península de Jutlandia, hacia el Norte, para
cruzar los estrechos; por ahí pasamos, todo esto para salir al Mar del Norte”.
Una vez en Barcelona, Gregorio cobró las pagas atrasadas y decidió darse un lujo, dormir
en el Hotel Ritz. A la postre fue un fiasco porque pasó mucho frío. El testimonio de
Gregorio Gutiérrez sobre su estancia en Barcelona refleja algo que se estaba dando en la
mayoría del territorio en manos gubernamentales conforme avanzaba la guerra: la pérdida
de calidad en las condiciones de vida básicas, sobre todo, las que estaban en primera línea
de combate, como podía ser el Madrid sitiado desde el mes de noviembre de 1936. Porque
las ciudades que todavía no habían soportado el impacto de la guerra de forma directa, en
forma de combates, como Barcelona o Valencia, aunque comenzaban a pasar privaciones,
no era comparable con lo que estaba sucediendo en Madrid. Por esta razón, en Barcelona,
cualquier persona, si tenía algo de dinero, se podía divertir. Gregorio y sus compañeros
tuvieron un pequeño problema con la policía por esta misma razón, ya que a los agentes
les extrañaba ver a unos jóvenes vestidos de paisano pasándoselo bien por la ciudad
cuando por su edad debían estar en el frente. Así lo narra Gregorio:
Una de las cosas que nos ocurrió en Barcelona fue que llegamos allí una serie de gente
determinada y con dinero y nos diseminamos por la ciudad; nos metíamos aquí y allá.
Entonces la policía dijo ¿Estos quiénes son? Era corriente que la policía te parara y te
335
pidiera la documentación. Claro, inmediatamente nos dábamos a conocer, pero allí, en
aquellos días fuimos sospechosos todos”.
Gregorio dejaría Barcelona para ir a Madrid a ver a su familia, vía Valencia. Llegaría a
Madrid, al domicilio familiar, justo el día 31 de diciembre por la noche, poco antes de
Fin de Año. Tras pasar una semana en Madrid con su madre y sus hermanos fue destinado
a la 2ª Escuadrilla de Katiuskas, en la base de Los Llanos. Más tarde se incorporaría a la
4ª Escuadrilla de Katiuskas en la que terminaría la guerra.
“De que luchaban en el aire como fieras ya lo había comprobado durante mis
observaciones de los combates aéreos desarrollados sobre los tejados de Madrid; pero
eso de luchar lo hacíamos todos, de una forma o de otra. Lo que más me sugestionaba
era aquello de ‘castigar’ a las chiquillas que se arrimaban más fácilmente a un uniforme
de la Aviación que a un modesto y sucio traje de infantería, artillería o… (LARIO
SÁNCHEZ, JUAN: 1973, 94).
336
amigablemente con aquella simpática gente. Tuvimos cicerones de diverso grado que,
con suficiencia, nos explicaban sus cosas y sus barcos. En aquella ocasión en la bahía
permanecían anclados gran número de unidades navales de toda clase. (…) El día vivido
en Cartagena transcurrió lleno de emociones nuevas: barcos de guerra, oficiales y
marineros uniformados de blanco incólume, bares, tabernas, prostíbulos, tiempo
maravilloso, baños de mar. ¿Qué más podía pedir, para empezar una carrera, un
aprendiz de piloto de aviación?” (LARIO SÁNCHEZ, JUAN: 1973, 97).
198
Los denominados “Sucesos de Mayo” acaecieron entre el 3 y el 6 de mayo de 1937.
199
“La insurrección había costado unos quinientos muertos y cerca de dos mil heridos; la sensación
causada en España y en el mundo era grande. Franco quiso atribuírselo, diciéndole al embajador Faupel
que ‘los combates callejeros de Barcelona habían sido desatados por sus agentes’ (que no pasaban de 13,
según su hermano Nicolás), con lo cual contribuía involuntariamente a la tesis comunista, elaborada en
Moscú, de que la insurrección era obra del POUM al servicio del nazismo y del franquismo, según los
cánones estalinianos de la época” (TUÑÓN DE LARA y GARCÍA NIETO, MARÍA DEL CARMEN:
1989, 361).
337
consecuencias más importantes de las violentas jornadas de mayo consistieron en la caída
del gobierno de Largo Caballero y su sustitución en la presidencia del Consejo de
Ministros por Juan Negrín, lo que supuso un reforzamiento del poder del gobierno central
sobre todos los poderes que habían surgido en la España republicana a partir del
alzamiento militar, el principio del ocaso de la CNT y la FAI en territorio gubernamental
y, por último, la ilegalización del POUM. Este último hecho llevó a la persecución de los
líderes poumistas a instancias de los comunistas estalinistas del PCE-PSUC. Juan Lario
vivió en Barcelona la resaca de estos acontecimientos. En este sentido, afirma que en el
Frente Popular había muchas contradicciones y que era muy peligroso que se abrieran
frentes en la retaguardia porque lo único que se conseguía era reforzar al enemigo:
“El espacio de cuatro semanas vividas en Barcelona lo consideré como un período que
venía a ratificar las profundas contradicciones existentes en el interior del Frente
Popular. Yo diría que se produjo la apertura de un segundo frente en la misma
retaguardia gubernamental, más peligroso, por decirlo así, que el frente de combate”.
(LARIO SÁNCHEZ, JUAN: 1973, 103).
“Realizamos una visita a una gran fábrica de aviación. Esto era lo nuestro. Con
anterioridad no teníamos noción de lo que representaba una fábrica que produce en
serie aviones militares, modernos. Aquellos aparatos que nosotros veíamos en montaje
serían los que andando el tiempo tendríamos que pilotar en la Unión Soviética y en
España.
338
Diplomático. Le vimos a la perfección así como a Molotov, Voroshilov, Budionni,
Beria,… Stalin vestía su característica guerrera de antiguo revolucionario; Molotov y
Beria de paisano; Voroshilov y Budionni, uniformados militarmente.
Advertimos que algunas de las personas situadas en el extremo derecho de la tribuna del
mausoleo de cuando en cuando dirigían curiosas y furtivas miradas hacia nuestro
extenso grupo. Cuchicheaban entre sí muy disimuladamente y sonreían. Pensamos que
nuestra presencia había sido advertida. Quizá fuese la primera vez en la historia que
había españoles en la Plaza Roja. Yo creo que así ocurrió. (…)
Un día celebramos una reunión con dos miembros de nuestra embajada en Moscú.
Deseaban informarnos sobre los últimos acontecimientos ocurridos en España. A la hora
prevista acudieron dos personas que dijeron ser funcionarios de la embajada española.
Uno de ellos, con marcado aspecto de intelectual, sacó de un portafolios unas cuartillas
que inmediatamente comenzó a leer y comentar aquello que iba diciendo con clara y alta
voz. Nuestro interés iba en aumento a medida que oíamos los sucesos ocurridos en los
veinte últimos días. Creo que pronto nos olvidamos de la situación privilegiada que
disfrutábamos en Moscú y en los placeres que gratuitamente alcanzábamos con la mano.
En sesión simultánea alternábamos la guerra con la paz y naturalmente preferíamos la
guerra. Difícil se pusieron las cosas a nuestro amable informador. Con frecuencia
surgían preguntas reclamando una justificación de tal o cual acontecimiento” (LARIO
SÁNCHEZ, JUAN: 1973, 109-112).
Una vez en Kirovabad, Juan Lario, en sus memorias, señala algunas salidas al exterior
que otros pilotos formados en la academia soviética no mencionan, tales como paseos
colectivos al parque de la ciudad los días festivos y excursiones a Tblisi y a Gori200, en la
República de Georgia. Esto último, como premio a los grupos que primero se “soltaran”
en solitario. Así vio su estancia en Kirovabad :
200
Gori es la localidad georgiana donde nació Stalin. En la excursión que hicieron visitaron la Casa-Museo
del líder soviético.
339
determinar quiénes debieran ir, el mando decidió que se designaran a los dos alumnos
de cada grupo que primero consiguiesen volar individualmente. Para nuestro profesor,
Rómulo y yo constituíamos la ‘columna vertebral’ del grupo de cinco alumnos. Los dos
puestos para ir a la excursión fueron ganados a pulso y hacia allá fuimos” (LARIO
SÁNCHEZ, JUAN: 1973, 116).
“Un día fuimos invitados al Gran Teatro para presenciar la ópera ‘Carmen’. En aquel
tiempo me ocurrió lo que generalmente suele suceder a las personas que por vez primera
asisten a un espectáculo de tal envergadura. Años después he asistido a casi todos los
teatros de ópera y ballet existentes en la URSS, viendo y oyendo todo el amplio repertorio
de óperas y ballets que se representan lo que ha transformado totalmente mi opinión
primitiva” (LARIO SÁNCHEZ, JUAN: 1973, 121).
Juan Lario, una vez pasado el permiso en Madrid en compañía de su familia, partió hacia
Sabadell para incorporarse a la 4ª Escuadrilla de Chatos.
“De la experiencia de la Unión Soviética tengo que decir que no vimos la Unión Soviética
porque estábamos en una escuela de donde sales al exterior lo justo. Los días que
estuvimos en Moscú fueron formidables, no sé qué decir, las chicas, la gente de Moscú,
cuando veían a un español pues parecía que veían a un ángel. Nos tenían mucha lástima
a los españoles por la guerra que estábamos pasando. Las chicas te rodeaban, te llevaban
al cine, te llevaban al baile, todo con mucho cariño, otra cosa no se puede decir.
340
En la escuela, los instructores nos trataban con una gran amabilidad, yo creo que no
trataban tan bien a los rusos como a nosotros. En la escuela estaba prohibido jurar en
ruso para que los españoles no aprendiéramos juramentos. Casualmente, en una ocasión
en que me quedé limpiando los aviones, oí a un mecánico que dijo a otro un juramento
y, al día siguiente, se me ocurrió decir el mismo juramento en el aeródromo. Cuando los
rusos me oyeron, enseguida montaron el escándalo; se reunieron para ver de dónde
había sacado yo eso. Yo, más tarde, he sacado la conclusión, cuando ya me fui a la Unión
Soviética para ser ciudadano soviético, que en los idiomas también había que aprender
las malas palabras para saber cuando te estaban insultando y también para saber cuando
estabas haciendo las cosas bien y cuando hacías las cosas mal”.
Pedro, una vez llegado a España, se fue a Sagunto a visitar a sus padres. Tras una estancia
de 15 días en la localidad valenciana, fue destinado al cuadro eventual en Rabasa, donde
estaba ubicada la Escuela de Polimotores. En la citada base, permaneció unos seis meses
que aprovechó para formarse en el pilotaje de otros aviones polimotores como los Fokker
o los Dragon Rapide. Concluido su tiempo en Rabasa, fue destinado a la 4ª Escuadrilla
de Katiuskas, para terminar finalmente en la que sería su escuadrilla definitiva, la 2ª de
Katiuskas.
341
“Así que me fui del Barrio de Usera201 a Atocha y, en Atocha, cogí el metro y me fui al
Puente de Vallecas a ver a mi padre. En el metro me encontré con mi amigo Luciano. Le
conté que venía del frente y que veníamos desde Talavera de la Reina perdiendo terreno
hasta llegar a Madrid. Él me dijo entonces que se iba a hacer piloto. Le pregunté que
cómo se hacía uno piloto y me dijo que había que tener como mínimo dieciocho años, yo
los había cumplido en el mes de Julio, llevar un certificado de que eras de izquierdas y
una autorización de tu padre, ya que en aquella época la mayoría de edad se alcanzaba
a la edad de veintiún años. Lo primero que hice fue ir a la Alcaldía a que me hicieran el
certificado de que era de izquierdas, cuestión que se hizo al momento. Cuando fui a pedir
a mi padre la autorización me dijo que no quería que fuera piloto y que no me haría la
autorización y no me la hizo. Para resolver este problema, no sé si alguien me orientó
previamente, pero yo me fui al Juzgado del Puente de Vallecas, que estaba en Pacífico,
y les conté que quería apuntarme para ser piloto y necesitaba una autorización de mi
padre por ser menor de edad, pero que mi padre no podía hacerlo puesto que se había
quedado en Talavera de la Reina. Llevaba entonces trescientas pesetas que me habían
pagado por el mes que había estado de soldado y las puse encima de la mesa y le dije a
uno que estaba allí: ‘Hágame este favor porque sino voy a estar muy fastidiado al no
poder resolver esta situación’. El tío cogió las trescientas pesetas y vino con otro señor
que me preguntó cómo me llamaba yo, mi padre y mi madre. Me hizo una filiación y,
después, me llevó ante una persona que debía ser el juez. El juez certificó que me
conocían desde hacía muchos años y que todo lo que había dicho era cierto. Bueno, el
caso es que lo certificó. Y eso me sirvió para presentar la solicitud”.
Una vez presentada la solicitud, Miguel realizó el examen cultural en Madrid. Tras
superar la prueba, fue enviado a La Ribera para someterse al examen médico-físico, que
también consiguió vencer. De La Ribera fue destinado al aeródromo de Sabadell. En este
campo de aviación tuvo un par de altercados con un sargento y un teniente. La causa
radicaba en una orden dada a Ángel por la que tenía que limpiar unos aviones. Él no
estaba dispuesto a limpiar aviones en razón de lo que él consideraba su nuevo estatus. La
situación vivida por Ángel hace volver a la idea, ya mencionada en relación con otros
aspirantes, de que el saber que uno se va a convertir en piloto, llevaba aparejada la
sensación de que se había subido un peldaño en la escala social. Cada uno de los
201
En el madrileño barrio de Usera, Ángel Sanz abandonó la unidad militar a la que pertenecía a instancias
de un conocido de la familia.
342
testimonios lo refleja de diferente manera, pero todos conducen a lo mismo: la nueva
realidad de poder llegar a ser piloto militar iba unida a un reconocimiento de carácter
social. De Sabadell se dirigió a Barcelona, donde pasó unos días alojado en un hotel en
espera del traslado hacia Francia para coger el barco en Marsella que lo llevaría a la Unión
Soviética. Afirma que su vida había cambiado radicalmente, había pasado de los piojos
de las trincheras a un hotel de lujo en Barcelona. Así lo cuenta Ángel:
“Al poco de llegar202, ya tuve el primer tropiezo en tanto que militar. Un sargento de la
base subió a la sala donde estábamos descansando y nos cogió a tres para limpiar
aviones que había en el hangar. Yo me negué aludiendo que yo había ingresado en
aviación para ser piloto y no para limpiar aviones. Insistió dos o tres veces y yo me negué
otras tantas. Desapareció y al cabo de un rato subió con un teniente, al cual le repetí que
me negaba. El tío sacó la pistola que llevaba y como había subido con dos soldados
armados, dio orden de arresto. El argumento de la pistola es el que más me convenció y,
efectivamente, limpié aviones.
Al día siguiente, vino el teniente a por mí y me ordenó seguirlo. Como regalo, me llevó a
un jardín donde tenían verduras plantadas y me entregó un azadón para que diera la
vuelta a la tierra hasta nueva orden. Aquel día llegué a la conclusión de que las pistolas
convencen más que las palabras” (SANZ, MIGUEL ANGEL: 2000, 45-46).
“Por las noches hacían fiesta con orquesta en 1ª clase, pero a nosotros nos autorizaron
a sacar el piano a cubierta de 2ª clase, un piso más bajo. Armábamos una fiesta entre
‘Furqui’, que era un gran pianista; Guirao el ‘Carlos Gardel’ de la expedición, con su
guitarra, más otros dos que también llevaron otra guitarra y un violín, la gran fiesta y la
‘clase’. Los señores que iban en primera, eran como todos los señores que van en los
cruceros. De cierta edad, pues en la gran mayoría de los casos es cuando se consigue
202
Se refiere al aeródromo de Sabadell, en la provincia de Barcelona.
343
hacer economías. Todas las chicas jóvenes que iban con ellos empezaron a bajar, poco
a poco, para oír cantar tangos a Guirao. Después, para bailar unos pasodobles toreros,
que las inglesas y francesas que venían en el barco se ‘chupaban los dedos’. (…) Que
vida de millonario. Comer como no habíamos comido la mayoría en nuestra vida…
Vivíamos durante el crucero como para hacerte antiproletario” (SANZ, MIGUEL
ANGEL: 2000, 50).
Aunque venían de una España que, precisamente, no estaba sobrada de comida, Ángel
relata una anécdota relacionada con las viandas que les brindaban los soviéticos en la casa
de reposo de Odesa. Los españoles no estaban habituados a las delicias culinarias rusas,
por lo que no supieron valorar lo que les estaban poniendo sobre la mesa. En el caso que
nos ocupa era caviar. En orden a los hábitos y los comportamientos, Ángel Sanz señala
que a los futuros pilotos españoles les llamaron la atención por no lavarse las manos antes
de comer. Por entonces, en los domicilios españoles no se daba, de forma generalizada,
el uso de lavarse las manos antes de comer como un hábito higiénico. Todo esto lo cuenta
Ángel Sanz:
“Bueno, total que llegamos a Odesa. En Odesa, nos recibieron muy bien en una casa de
reposo de obreros. La directora del establecimiento nos enseñó las instalaciones, dónde
estaban las habitaciones, dónde los comedores, las duchas y así todas las dependencias.
Además nos dio una lección: la señora nos dijo que nos iban a dar un refrigerio y nos
ofreció sentarnos en las mesas. Así que nos sentamos todos, y cuando ya estábamos
sentados llegó la señora y nos dijo: ‘¿En España no se lavan ustedes las manos antes de
comer?’. Fue un corte. Por entonces, los españoles nos creíamos que todo el mundo tenía
que aprender de nosotros, pero nosotros no teníamos que aprender de nadie. Nosotros
éramos los grandes conquistadores del mundo, ¿Cómo se podía permitir un país medio
salvaje darnos lecciones de higiene a unos españoles? Fue toda una lección la que nos
dio aquella mujer. Salimos y nos levantamos con la cara muy triste y esas cosas. Además,
luego metimos la pata ya que nos dieron caviar, cosa que no habíamos visto nunca, no
sabíamos ni que existía. Así, que allí se empezó a comentar qué guarrería era aquella,
que si serían guarros estos tíos por comer esas bolas negras… Así, que empezamos a
tirarnos el caviar unos a otros y empezamos a pedir huevos fritos con patatas. Desde
entonces ya no nos dieron más veces caviar, nos dieron huevos fritos con patatas”.
344
Una vez llegado a Kirovabad, Ángel Sanz explica cómo era la vida en la escuela, en sus
diferentes aspectos203. Una vez de vuelta a España, pasaría unos días de permiso con su
familia en Madrid para incorporarse posteriormente a la 4ª Escuadrilla de Moscas.
Miguel Chasán perteneció a la 3ª Expedición que viajó a Kirovabad. Por su edad, todavía
no había tenido que ir al frente, pero sabía que, tarde o temprano, le iba a tocar por su
quinta, por lo que decidió, debido a su vocación aeronáutica, presentarse a las pruebas
para ingresar en las escuelas de vuelo de la República. Solamente tenía un problema, su
padre no quería que fuese piloto, por lo que, en connivencia con su hermano mayor, se
presentó a las pruebas sin saberlo su padre. Decidió hacerlo porque, debido a su formación
y preparación física, se vio en condiciones de superar los exámenes celebrados,
sucesivamente, en Godella y en Valencia:
“Cuando estalló la guerra me encontraba en Castellar. A los cuatro días toda la juventud
se tenía que ir al frente porque, claro, se necesitaban voluntarios. La afición mía había
sido la aviación. Yo tenía mucha afición a la aviación antes de la guerra. Yo conocía,
por ejemplo, todas las anécdotas de Barberán y Collar, la aventura del Plus Ultra. Todo
aquello lo leía con mucho interés porque tenía esa cosa por la aviación. Y, por entonces,
yo me tenía que alistar para irme al frente. Y, entonces, me propuse ser piloto. En los
periódicos del día, entonces, aparecían anuncios donde se solicitaban pilotos. Yo vi que,
con los estudios y la preparación que tenía, podía hacerlo y, además, físicamente me
encontraba bien para superar las pruebas físicas. Yo, para prepararme y reforzar los
estudios que tenía, me subía a un cuarto que teníamos en la planta de arriba de mi casa
con el objetivo de presentarme y aprobar. Pero yo tenía un inconveniente y es que mi
padre no quería que me presentara. El único que lo supo, y a última hora, fue mi hermano
mayor. Mi hermano mayor me apoyaba, pero le dije que, por favor, que no se lo dijera a
mi padre”.
Tras aprobar los exámenes204, fue destinado a Los Jerónimos y, desde allí, comenzaría su
viaje a la Unión Soviética. Cubierto el tiempo de estancia en Los Jerónimos, Miguel y sus
compañeros fueron trasladados en autobús a Valencia, donde en una breve parada pudo
ver por última vez a su familia y a su novia antes de partir. Según manifiesta Miguel,
ellos, realmente, no sabían a dónde los llevaban. Había mucha prevención a la hora de
203
Ver historia de vida de Ángel Sanz.
204
Ver historia de vida para conocer como fue su paso por los exámenes selectivos para ser piloto.
345
filtrar información debido a la acción del espionaje, ya que se podía descubrir cuál era el
verdadero motivo del viaje, y el objetivo era siempre evitar el conflicto con la No
Intervención. Tras despedirse de su familia y su novia, Miguel Chasán descansó en un
cuartel en Valencia. Al día siguiente, partía hacia Barcelona en autobús en un accidentado
viaje. Y es que a la altura de Vinaroz, un avión italiano, concretamente un Savoia, los
ametralló en la carretera, hiriendo y matando a varios de los que viajaban en el autobús.
Tal era el amor y la ilusión por hacerse pilotos que tenían aquellos jóvenes que un amigo
de Miguel Chasán fue herido por el avión italiano en el trasero y no dijo nada para que
no le mandaran al hospital. El hecho de trasladarle al hospital hubiera supuesto no poder
viajar para formarse como piloto. Este joven sería curado por unos tíos de Miguel que
residían en la Ciudad Condal. Durante el año 1937, a causa de la creciente ayuda que los
nazis y los fascistas ofrecían a los sublevados en materia de aviación, los bombardeos de
la costa mediterránea afín a la República se hicieron más regulares y destructivos. La
mayoría de los bombarderos que asolaban las costas mediterráneas tenían su base en
Palma de Mallorca, desde la que actuaban en varios frentes. Asimismo, se produjeron
bombardeos realizados por buques pertenecientes a la marina de los sublevados, de hecho
Barcelona fue cañoneada desde el mar, así como Almería, que recibió un severo castigo
artillero por parte de navíos alemanes. En Barcelona, como había sido costumbre en otras
expediciones a la Unión Soviética, ya fuera en el viaje de ida o en el de vuelta, fueron
alojados en el Cuartel de Pedralbes. Se dio permiso para pernoctar fuera del cuartel a los
que tuvieran familia en Barcelona, como era el caso de Miguel. Estuvieron en Barcelona
unos ocho días. Así fue el viaje de Valencia a Barcelona narrado por Miguel Chasán:
“Nos fuimos a dormir a un cuartel de por aquí205, en La Alameda y, antes del amanecer,
cogimos los autocares, y a Barcelona. Pero, antes de llegar a Vinaroz, nos salió un
Savoia italiano y nos ametralló. Todos nos tiramos a la cuneta. Allí murió al que
llevábamos de encargado, era un sargento que se llamaba Luis Lobato. Fue herido
también un amigo mío que venía de Alberique. Este amigo mío tenía tanta afición como
yo por la aviación. Nos unimos por entonces y estuvimos toda la guerra juntos. Estuvimos
allí tirados en la cuneta. El avión pegó varias pasadas, no nos mató a todos de
casualidad. Mató a tres o cuatro personas. A mi amigo le entró una bala por el culo, pero
no en vertical, sino en horizontal, fue como un ‘reenganchón’, tenía todo el pantalón
205
Se refiere a la ciudad de Valencia.
346
lleno de sangre. Una vez terminado el bombardeo y el ametrallamiento nos reunimos,
contamos las bajas: tres o cuatro muertos y gente herida. Mi amigo, entonces, me dijo
que no comunicara que estaba herido, ya que si lo descubrían y lo llevaban de allí no
podría ser piloto. Las autoridades se hicieron cargo de los muertos y los heridos y
nosotros seguimos camino a Barcelona.
“En Barcelona estuvimos unos ocho días y de ahí nos fuimos a Marsella en autocar. En
el puerto de Marsella embarcamos en un buque español que había allí. Como había que
disimular por aquello del espionaje, a media noche pasamos a un buque francés y, en el
barco francés, por todo el Mediterráneo hasta Rusia. Llegamos directamente a Odesa.
Por cierto, que antes de llegar tuvimos una noche fatal de barco, tuvimos mucho oleaje.
En Odesa nos hospedaron en un hotel y nos dieron muy bien de cenar y, al día siguiente,
salimos en tren hacia Moscú”.
347
En Moscú, pasarían unos quince días, como había ocurrido con las dos anteriores
expediciones. Tal como había sucedido en la 2ª Expedición, se les realizó un nuevo
reconocimiento médico en Moscú y, como consecuencia de esta revisión médica, varios
fueron trasladados a Jarkov a realizar el curso de observador. En esta expedición, los
observadores tuvieron más suerte que la promoción anterior, ya que, además del curso de
observadores, realizaron el de vuelo elemental con el avión de entrenamiento U-2 en
Kirovabad (SAIZ CIDONCHA, CARLOS: 2006, 998). Por tanto, a su vuelta a España,
tenían el título de observador y, además, sabían pilotar un avión206. Miguel, junto con
unos amigos, se dedicó a visitar Moscú en pleno invierno, con temperaturas glaciales.
Como en las otras expediciones, en sus correrías por la ciudad hicieron amistades del sexo
femenino recreándose con las muchachas soviéticas en las habilidades del baile207.
Tras pasar los quince días en Moscú, viajaron a Kirovabad en ferrocarril para iniciar su
formación como pilotos. Miguel se detiene en explicar cómo era la vida cotidiana en la
escuela de vuelo. De sus palabras se deduce una sensación de orden, de disciplina y de
buen hacer; todo funcionaba como un engranaje en el que no fallaba ningún elemento.
Casi todas las facetas de la vida de los alumnos-pilotos estaban controladas. Hasta el
hecho de pedir una cebolla a la hora de las comidas como algo extra tenía que validarlo
el equipo médico de la escuela. Destaca, además, la circunstancia de que los trataban muy
bien, que la atención prestada a los alumnos-piloto siempre fue buena:
“Allí, nos repartieron en grupos, teníamos una cama y una taquilla para cada uno y,
también, teníamos intérpretes, aunque ya nosotros empezábamos a hablar alguna
palabrita suelta en ruso pero mantener una conversación no podíamos. Allí, nada más
levantarnos, antes de amanecer, teníamos la gimnasia en el patio y, luego, nos
duchábamos y nos afeitábamos y pasábamos revista en posición de firmes. Eso es lo
primero que hacías todos los días. Si no te afeitabas lo sabían, a mi me pasó, no sé cómo
se enteraban de que no te habías afeitado si yo no tenía apenas barba. Allí, cada uno
estaba clasificado y, según la especialidad que tenías de vuelo, así te daban de comer.
206
“En lo que se refiere a los observadores de Jarkov, hicieron uno de los cursos más completos de su
especialidad (nueve meses y medio, los soviéticos lo realizaban en dos años), faltándoles sólo el curso de
fotografía. Al regresar a la España republicana fueron a Los Alcázares a realizar este curso, integrándose
en el 9º curso de observadores dado allí. Acabaron el 15 de enero de 1939, y tras un breve permiso se
concentraron, junto con otros observadores formados en España, en los cuadros eventuales de la Zona
Centro-Sur en espera de los Katiuskas del último envío soviético, que los franceses no dejaron pasar”.
(SAIZ CIDONCHA, CARLOS: 2006, 998)
207
Ver historia de vida de Miguel Chasán.
348
Porque a mí me pasó una cosa. A mí me gusta mucho la cebolla, la cebolla cruda, yo
ahora en cada comida me tengo que comer una cebolla o una cabeza de ajos, a mí eso
me encanta. Y, allí, un día en la comida, mientras estaban sirviendo le hice saber a uno
que quería una cebolla. Se fue y a los tres o cuatro días me vino con una bandeja y una
cebolla peladita y cortada. Me dijo que, si quería más, que me serviría las que quisiera.
Esto lo tuvo que consultar con los médicos, y los médicos autorizaban o no este tipo de
cosas. Allí las cosas iban así de controladas. La comida y el trato allí siempre fueron
buenos, nos trataban bien”.
De su estancia en Kirovabad menciona que llegó a volar los Superchatos cuando éstos
aún no habían participado en la guerra española. El Superchato era un modelo de Chato
mejorado. Al hilo de la mención a este modelo de avión, Miguel hace una crítica a la No
Intervención y al hecho de que los franceses no dejaran pasar los aviones soviéticos que
tenían retenidos en la frontera. Mantiene una postura firme en una cuestión que es
meridianamente clara: la puesta en práctica de la política de No Intervención fue una de
las causas de la derrota de la República. Ésta padeció, siempre, de falta de material bélico
para culminar las ofensivas. Por otra parte, la No Intervención fue, en todo momento,
mucho más laxa con los sublevados:
“Las últimas prácticas que se hacían en la escuela eran de combate aéreo. Las prácticas
las hacían un profesor y un alumno. Esto era lo último que te enseñaban. La práctica se
hacía de la siguiente manera: primero, se elegía una ruta, había que alcanzar una altura
349
de tres mil metros con el avión, y, en tal sitio, tenías un campo, tenías que bajar a mil
metros, dar una pasada, no aterrizar y, después, volver al punto de salida a la misma
altura de tres mil metros y por la misma ruta. Pero esta misión tenía una condición, que
ya fuera yendo o viniendo, te encontrarías un avión que se tenía que considerar como
enemigo. Entonces, al encontrarse los aviones, comenzaba un combate simulado y tú
tenías que acertar. Una vez terminado el combate con el avión que te encontrabas, que
era el del profesor, tú tenías que seguir con la misión que llevabas. Esto se hacía para
ver si te despistabas. En un combate real te despistas, porque cuando terminabas no
sabías ni dónde estabas. Pero enseguida te orientabas un poco y ponías el rumbo
correcto. Para todo esto nos entrenaban. Una vez acabada la misión llegabas al campo
y tomabas tierra. Una vez terminado el ejercicio el instructor te comentaba cuestiones
acerca de la misión. Nos enseñaban muy bien para el objetivo que teníamos nosotros:
ser pilotos de guerra en España”.
“Yo, en la escuela, no tuve ningún percance, pero claro que había percances; había
alumnos e instructores que se mataban. En mi curso hubo uno que, cuando tuvo que hacer
la demostración de la barrena a tres mil metros, no la podía hacer. Siempre ponía
excusas. Y eso era miedo que tenía. Entonces, llegó un momento en que los instructores
le dijeron que, o hacía la barrena o le expulsaban de la escuela. Así que llegó un día en
que ya tuvo que hacer el ejercicio, subió a los tres mil metros, inició la barrena, una
vuelta, dos vueltas, tres vueltas, cuatro vueltas…, y no sacó la barrena y saltó en
paracaídas. Hay que ver que bien estaban alineados los aviones, entonces me di cuenta
de eso. El avión, cuando el alumno dejó libre los mandos, salió por si mismo de la
barrena y se fue en un picado. Es decir, que si el piloto hubiera soltado los mandos, el
avión habría salido de la barrena y él hubiera vuelto a coger los mandos lo habría sacado
de la barrena, pero no, se había tirado en paracaídas y, entonces, el avión se estrelló,
explotó. El alumno, claro, fue expulsado de la escuela. Por eso digo que había algunos
percances en la escuela. Yo no he tenido nunca nada en el avión, nada, ni allí ni aquí”.
350
Una vez llegó a Barcelona, se presentó en el Ministerio. Le dieron seis o siete días de
permiso. Posteriormente, sería destinado a la 1ª Escuadrilla de Chatos, mandada en aquel
momento por el capitán Vicente Castillo Monzó.
“Cuando yo estaba en el frente de Madrid, salió una orden del gobierno de la República
por la que se solicitaban pilotos. El que deseara ser piloto se tenía que presentar en el
Ministerio del Aire tal día. Eché la solicitud y me preparé, con un profesor, las pruebas
de ingreso. Recuerdo que el profesor se llamaba Salinas. Pedí permiso al comandante
del batallón para que me dejara ir por las tardes a estudiar a Madrid. Me dieron el
permiso y, al mes, ya estaba muy bien preparado. Estando un día en el frente, vino un
comandante que era de San Sebastián para decirnos que los que habíamos solicitado lo
de aviación teníamos el examen al día siguiente. De los que estábamos allí iríamos al
examen unos cuarenta. De los cuarenta que fuimos solo aprobamos tres el examen
cultural. Una vez aprobado el examen cultural, otro día nos convocaron para el examen
físico. El reconocimiento nos lo hicieron en Atocha, en el Hospital de San Carlos. Allí,
todos desnudos, nos miraron todo. Hasta nos depilaron los sobacos; nos echaron una
cosa de color rojo y al ducharte se te caían los pelos del sobaco. Era una depilación
rápida”.
Una vez superados los exámenes, fue destinado a Los Jerónimos, en Murcia, donde
permaneció un tiempo con el fin de agrupar a todos los que iban comenzar el viaje. De
Murcia, en el viaje ya conocido, se trasladó a Francia, atravesando la frontera por Port
Bou. Una vez en Francia, se encaminó hacia Marsella, ciudad en la que embarcó en un
buque de pasajeros con dirección a Odesa. La travesía por el Mediterráneo, según cuenta
Juan, fue bastante azarosa. A la altura de Cerdeña, los detuvo un barco de guerra italiano
para hacer una inspección dentro del marco de la No Intervención. Los viajes que hacían
los futuros alumnos-piloto eran totalmente de incógnito para poder saltar todos los
controles de la No Intervención que pudieran aparecer en el camino a la Unión Soviética.
351
Asimismo, tuvieron muy mala mar en el Mar Negro. Así cuenta Juan el incidente con el
barco italiano:
“En Murcia estuvimos un tiempo y de allí nos llevaron a la frontera francesa. Salimos de
España por Port Bou. De Port Bou fuimos a Marsella. En Marsella embarcamos en un
barco de pasajeros, atravesamos el Mediterráneo, pasamos por Córcega, Cerdeña,
Italia, Grecia, Estambul, el Mar Negro, hasta llegar a Odesa. Llegando a Cerdeña se
acercó un barco de guerra italiano. Miraron todo el barco. Entraron dos oficiales del
barco de guerra italiano. Yo tenía un pasaporte en el que ponía que era Ingeniero de
Caminos y Carreteras; a otros les ponía otra cosa. Yo pensaba en aquellos momentos
que, si aquellos hubieran sabido quiénes éramos y a dónde íbamos, la cosa hubiera sido
muy diferente. Pasamos unos momentos bastante malos”.
De su vuelta a España, cuenta un incidente que hubo en el tren que los llevaba de El Havre
a Port Bou por el cual les robaron todo lo que de valor había en las maletas. Según Juan
Goicoechea, los ladrones fueron cuatro compañeros que luego se fugaron con el botín a
la zona sublevada. Pasaron a España por la frontera de Irún. Termina su narración en
torno a Kirovabad con la afirmación de que vinieron de la escuela a España bien formados
y preparados para entrar en combate. Manifiesta también que, si no hubiera sido por la
ayuda italiana y alemana, a los insurrectos la guerra les hubiera durado poco tiempo. Así
lo explica Juan Goicoechea:
“En Kirovabad estuve ocho meses. Una vez terminado el curso de Kirovabad fuimos a
Moscú y de Moscú a Leningrado y, en Leningrado, embarcamos. Luego, navegando por
el Mar del Norte, llegamos al puerto francés de El Havre. De El Havre fuimos a Port Bou
y de Port Bou a Barcelona. Pero a la vuelta nos pasó que nos quitaron todas las maletas.
En Moscú tú podías comprar lo que quisieras para traerlo a España, allí las cosas eran
más baratas que aquí. Fueron cuatro de los nuestros. En un momento dado, nos dimos
cuenta que no estaban algunos de nosotros, pensábamos que les habría pasado. De
repente, yo vi una maleta abierta con todo tirado, otra más allá, todo tirado por el suelo
del vagón del tren en el que volvíamos de El Havre a Port Bou. Nos desvalijaron, fueron
unos canallas, no sé qué hubiera pasado si los llegamos a coger. Nos robaron nuestros
propios compañeros. Los ladrones, en vez de ir hacia Port Bou, se fueron hacia Hendaya.
Eso nos lo dijeron unos gendarmes que los habían visto. Allí tenían amigos, pasaron
352
después a Irún. De dos me acuerdo perfectamente, uno de ellos era un chulo, parece que
los estoy viendo todavía, mala gente era aquella.
Volvimos a España como buenos pilotos, bien preparados para entrar en combate contra
los enemigos españoles, italianos y alemanes. Si no hubieran venido a España los
alemanes y los italianos, la guerra hubiera durado pocos días, pero duró tres años. Los
alemanes y los italianos veían venir la guerra europea y vinieron aquí a probar sus
aviones en España. Aquí los alemanes probaron los Heinkel, los Dornier, los
Messerschmitt y los Junker y los italianos los Savoia y el caza Fiat CR-32. Contra todos
estos luchamos los aviadores de la República en contra del fascismo”.
Una vez en España, como sargento piloto, fue destinado a la 5ª Escuadrilla de Moscas
donde serviría hasta el final de la guerra.
“Estando de servicio como ametrallador en los Katiuskas salió una orden en aviación
por la que todo aquel que tuviera más de cien servicios, no horas, sino servicios, podía
ir a la Unión Soviética a formarse como piloto. En aquel grupo estuvimos siete personas,
cuatro observadores y tres ametralladores”.
353
Una vez que Juan Francisco fue elegido para formar parte de los alumnos-piloto que
partirían hacia la Unión Soviética, fue trasladado, primeramente, a Barcelona y, luego, a
Sabadell. Desde Sabadell marchó en autocares hasta la frontera francesa. Ya en territorio
francés, tomó un tren que lo llevaría hasta Marsella. En Marsella permanecería dos días
hasta que se embarcó, junto con otros compañeros, en un buque soviético. Desde Marsella
navegaron, esta vez no por el Mediterráneo, sino por el Océano Atlántico, hasta
Leningrado y, desde esta ciudad soviética, hasta Kirovabad en tren. No hubo en esta
ocasión parada en Moscú. Así cuenta su viaje Juan Francisco:
“Una vez me escogieron para hacer el curso en Rusia nos llevaron a Barcelona, al
Ministerio de Aviación y de allí pasamos a Sabadell. En Sabadell montamos en unos
autobuses y nos llevaron hasta la frontera francesa y, luego, ya desde allí, en tren hasta
Marsella. En Marsella estuvimos dos días hasta que llegó el barco soviético. El barco
soviético traía unos cuantos pilotos españoles ya formados En ese barco embarcamos
nosotros y estuvimos ocho días de viaje hasta que llegamos a Leningrado.
Desembarcamos y nos encontramos allí con cuatro o seis señores que fueron a
recibirnos. Nos llevaron en autobús a la Estación del Ferrocarril y ya fuimos directos a
Kirovabad. No paramos en Moscú como otros habían hecho, fuimos directamente a
Kirovabad, pasando cerca de una semana en el tren”.
208
La comisión de Moscú llegó a Kirovabad el 11 de mayo de 1939 (CALVO JUNG, CARMEN: 2009,
169).
354
en el ámbito civil o militar, o cursar los estudios que se deseara, ofreciendo, incluso, la
nacionalidad soviética. 2) El permiso de salida de la Unión Soviética al país de su elección
a las personas que optaran por esta posibilidad. Las preferencias de los españoles
residentes en la escuela de vuelo eran, sobre todo, Méjico y Francia. En el caso de Juan
Francisco, él anhelaba ir a luchar a China contra los japoneses en la guerra que enfrentaba
a ambas naciones asiáticas. En el conflicto chino-japonés, Stalin apoyó con material de
guerra a los chinos frente al expansionismo japonés.
Pero conforme pasaba el tiempo, la situación se fue complicando para aquéllos que
deseaban salir de la URSS. Como primera medida, las autoridades soviéticas dividieron
a los españoles de Kirovabad en dos grupos, tal como narra Juan Francisco. El primer
grupo sería el de los que decidieron quedarse en la Unión Soviética, voluntariamente, y
rehacer su vida en un nuevo país. El segundo grupo estaba compuesto por los que
esperaban salir de la URSS. Los componentes del primer grupo se integrarían,
progresivamente, en la vida soviética en diferentes ocupaciones. Algunos de ellos
participaron en la II Guerra Mundial a raíz de la invasión de la Unión Soviética por parte
de la Alemania nazi en el verano de 1941. Con el paso del tiempo, debido a las presiones
soviéticas, algunos de los pertenecientes al segundo grupo se unieron al primero y,
también, se afincaron en el nuevo país de acogida. Los irreductibles, los que nunca dieron
su brazo a torcer en su afán de salir de la URSS, pronto comenzaron a tener problemas
con las autoridades soviéticas. En su testimonio, Juan Francisco los menciona de forma
breve. Afirma que se volvieron muy rebeldes y, que esta actitud, tendría consecuencias
fatales para ellos. Carmen Calvo, hija de uno de aquellos pilotos españoles que no
renunció a su idea de marchar de la Unión Soviética, afirma que en la mente de los
gobernantes soviéticos nunca estuvo la idea de permitir la salida de la Unión Soviética de
los alumnos-piloto, ya que “querían aprovechar al máximo a estas personas para formar
valiosos cuadros profesionales y políticos” (CALVO JUNG, CARMEN: 2009, 173). Otra
razón muy importante para no dejarles salir de la URSS la lanza un marino 209 español
que, al igual que los pilotos, deseaba salir de la Unión Soviética. Este marino manifiesta
que a los soviéticos no les importaba dar visados de salida a los antifascistas españoles
que desearan volver a España; lo que no comprendían era que los españoles tuvieran
209
Además de los pilotos españoles formados en Kirovabad a los que les sorprendió el final de la guerra en
la Unión Soviética, existía un grupo de marinos españoles, tripulantes de los barcos mercantes que hacían
la ruta por el Mediterráneo entre la Unión Soviética y España a los que les ocurrió lo mismo.
355
anhelos de emigrar a Francia o Méjico, países capitalistas. Este hecho enfadaba mucho a
las autoridades soviéticas (IORDACHE, LUIZA: 2013, 86).
210
Los pilotos españoles de Kirovabad que deseaban salir de la Unión Soviética pasaron, consecutivamente,
por las residencias de Planernaia (Escuela de la Komintern), Monino, Oplija. Fuente: Calvo Jung, Carmen:
Los últimos aviadores de la República: La Cuarta Expedición a Kirovabad. (179-190).
211
“Así en mayo y octubre de 1940 se autorizó la salida de 53 marinos y en abril de 1941 de 78 españoles,
de los cuales 53 eran marinos, 18 pilotos y el resto personal educador de los niños de la guerra”.
(IORDACHE, LUIZA: 2013, 89)
212
Se refiere a los pilotos de Kirovabad y a los marinos españoles. (La nota es mía).
356
Alemania nazi y, a causa de los requerimientos que habían hecho para su salida de la
URSS en las diferentes embajadas establecidas en Moscú, fueron considerados como
antisoviéticos, contrarrevolucionarios o espías. La situación condujo a su internamiento
en campos de trabajo en los que algunos de ellos morirían, en medio de grandes
penalidades. Hay que destacar que “la política represiva hacia los españoles no fue nada
nuevo, ya que hunde sus raíces en los años treinta, en el escenario del Gran Terror,
cuando se promulgaron una serie de decretos contra los extranjeros en calidad de
posibles ‘espías, terroristas y desviacionistas’ “ (IORDACHE, LUIZA: 2013, 96). De
todo esto fue testigo y protagonista Juan Francisco Gómez. Así narra como se vivió el
final de la Guerra Civil en la Escuela de Vuelo de Kirovabad:
357
que la puerta estaba abierta y, que, si se volvía a cerrar, no saldría de allí. Esa fue la
explicación que le dieron”.
En relación con este asunto, Carmen Calvo hace una crítica a Juan Negrín en el sentido
de que abandonó a los aviadores de la 4ª Promoción a su suerte, ocupándose
exclusivamente de su hijo, Rómulo Negrín, que sí pudo salir de la Unión Soviética gracias
a los buenos oficios de su padre. Según Carmen Calvo, “es muy probable que, si Negrín
hubiera solicitado al embajador soviético que ordenara la salida de la URSS de los
alumnos-pilotos, esto podría haber sido interpretado como un gesto de desconfianza
hacia los diputados comunistas, a quienes necesitaba para que le votasen en su
confirmación como jefe del gobierno republicano en el exilio. (…) Además, Negrín, tal
vez pensaba que una petición de salida del personal militar republicano de la ‘gran
Unión Soviética’ hubiera supuesto poner en peligro el beneplácito de la URSS para que
su gobierno obtuviera el todavía pendiente reconocimiento como Gobierno en el exilio
por parte del Kremlin. Negrín consideraba que su deseo personal, volver a tener a su
hijo a su lado, era algo que Moscú no podía negarle” (CALVO JUNG, CARMEN: 2009,
153).
358
Javier. Allí mismo, en La Ribera, comenzaría con las clases teóricas 213. Así relata José
Lloret cómo fueron sus primeros pasos para hacerse piloto:
“Cuando aún estábamos por la zona de Onda me presenté a una convocatoria para
alumnos pilotos y cuando ya me había olvidado de ello, me llamaron para que me
presentara en el Monasterio de los Jerónimos, cerca de Murcia. Emprendí el viaje en un
camión que iba en aquella dirección y me detuve en Orihuela para ver a Ramón, que
estaba en el Estado Mayor. Después continué mi camino hasta Alcantarilla y, desde allí,
andando hasta los Jerónimos. Cuando hice la solicitud para aviación pensaba que habría
pocos atrevidos como yo, pero cuando llegué a registrarme ya habían pasado más de
doce mil aspirantes y, entre ellos, me encontré con Rafael Estrela 214, hermano de mi
amigo Pepe, de Villanueva de Castellón. Nos alegramos mucho ambos por encontrarnos.
Tuvimos que esperar un tiempo en Los Jerónimos haciendo instrucción y pasando calor”.
Menciona los bombardeos que sufrían en San Javier a cargo de los hidroaviones italianos
que despegaban desde la isla de Mallorca y la serenidad con la que se enfrentaban a ellos.
Arguye que esto era debido a que la mayoría de los aspirantes a piloto ya habían estado
en el frente y, por tanto, ante situaciones de alarma sabían comportarse de forma
ordenada. Así cuenta la visitas de los hidroaviones italianos:
“Con cierta frecuencia recibíamos la visita de algún hidroavión fascista que venía de las
Baleares a lanzarnos bombas incendiarias. En cierta ocasión vino por la noche y
estábamos durmiendo. A la señal de alarma salimos corriendo, pero en los corredores se
armó un follón, pues los de la Quinta Columna habían puesto bancos atravesados en los
corredores y caímos en la trampa. A pesar del follón, nuestra gente ya había vivido la
experiencia del frente y actuó con mucha serenidad, saliendo con tiempo suficiente para
apagar los focos del incendio. En otra ocasión estábamos celebrando una fiesta en el
club y habían venido los jefes. Durante el concierto, cuando Rafael estaba en el escenario
tocando el violín, sonó la alarma y se apagaron las luces. Rafael siguió tocando el violín
y los demás salimos ordenadamente y, una vez fuera del local, fuimos corriendo a sofocar
el fuego que habían causado las bombas incendiarias que nos habían lanzado las
“Pavas”, que así llamábamos a los hidroaviones italianos”.
213
Ver historia de vida de José Lloret para la narración de cómo pasó los exámenes.
214
Ramón y Rafael Estrela eran amigos suyos de la infancia.
359
Tras el tiempo en La Ribera, José viajaría en avión a Sabadell. En esta ciudad pasó una
buena temporada hasta que el grupo en el que iba a viajar a Kirovabad estuvo completo.
Según cuenta, en Sabadell no aprendieron casi nada, aunque se impartían clases de
aeronáutica. Tenían bastante tiempo libre que pasaban en Sabadell o trasladándose a la
cercana Ciudad Condal. Su narración descubre los problemas de abastecimiento que
estaba sufriendo Barcelona, situación que se extendía a la práctica totalidad de las
ciudades que se mantenían en la zona gubernamental. El gobierno de la República había
optado, para primar el esfuerzo de guerra, por sostener a la vanguardia en sacrificio de la
retaguardia215, lo que había causado que, sobre todo en las zonas urbanas, el hambre
apareciera como un fenómeno común (ABELLA, RAFAEL: 2004, 359). En el año 1938,
el racionamiento216 estaba totalmente generalizado en el territorio republicano. La escasez
alimentaria había llevado a las gentes a cultivar hortalizas en huertos urbanos, así como
a la cría de gallinas y conejos en las ciudades. La carne era un elemento raro en los platos
de las ciudades republicanas. Por esta razón, era habitual que las personas comieran
palomas y otros animales urbanos. La dieta se había vuelto, conforme pasaba el tiempo,
más vegetariana. Ante la situación de extrema escasez, los productos que antes eran de
desecho o utilizados para alimentar a los animales, ahora se recurría a ellos como forma
de alimentación humana: las mondas de las patatas o las naranjas condimentadas de
diferentes formas, la utilización de diferentes hierbas, los cardos borriqueros, las hojas de
violeta, los cacahuetes y su cáscara, etc. Al tiempo que la población urbana pasaba
grandes necesidades alimentarias, en las zonas rurales se acaparaban y escondían
alimentos, ya fuera para su propio consumo o para especular con ellos en el mercado
negro (ABELLA, RAFAEL: 2004, 358). Bajo este triste panorama residió José en
Sabadell y así lo cuenta:
“La espera fue bastante prolongada y aburrida porque no aprendíamos casi nada. Había
tiempo para ir a Barcelona y en una de las visitas me topé casualmente con mi amigo
Batiste Monar que estaba en Carabineros y formaba parte de la patrulla de escolta del
Doctor Negrín, Jefe del gobierno de la República. Iba en una Harley Davison preciosa.
215
José Lloret, como militar que era, estaba mejor alimentado que la población civil. Debido a esta
situación, era habitual que los soldados compartieran su comida con la población civil. José menciona que
el repartía el chusco que le daban en el cuartel con la chica que había conocido en Barcelona.
216
“El racionamiento se componía de lentejas, de arroz, de aceite en cantidades exiguas”. Debido a los
problemas alimentarios de la población urbana, era habitual el fraude en las cartillas de racionamiento. Uno
de los más comunes era mantener la cartilla de los fallecidos para complementar la dieta de las familias
(ABELLA, RAFAEL: 2004, 359).
360
Antes de salir de España fui a despedirme de ellos. Más tarde me encontré con otro
paisano que se llamaba Maina que fue la última persona de mi pueblo que vi antes de
marcharnos fuera de España.
La escuela de aviación estaba en un antiguo cuartel de la Guardia Civil. Por las mañanas
nos daban algunas clases de aeronáutica. Las tardes las teníamos libres y pasábamos el
tiempo tomando café con sacarina y jugando al billar en el casino. Hice amistad con una
joven que trabajaba de tejedora en una fábrica local. Su padre estaba en el frente y su
madre trabajaba en la misma fábrica. Como tenían dificultades de abastecimiento, yo les
daba a menudo mi chusco o la mitad de él. La verdad es que pasábamos más hambre que
en San Javier. La comida diaria era una sopa que decían de lentejas217 pero éstas no se
veían”.
“El tiempo fue pasando y, en Diciembre, ya estaba todo el grupo en Sabadell. Estrela
vino haciendo escala en el aeródromo de Carlet, donde conoció a nuestro buen amigo
Manuel Gisbert, de Tabernes de Valldigna, que volaba en una escuadrilla de Chatos. La
217
Coloquialmente a las lentejas la población las llamaba las “píldoras del Doctor Negrín”.
361
situación se agravaba por momentos y no había ninguna seguridad de que fuéramos a
salir para la URSS. Un día, nos trajeron monos para todos y nos dijeron que, en breve,
partiríamos para el frente pero, cual no sería nuestra sorpresa, cuando por la noche nos
hacen vestirnos de paisano y el día seis de Enero de mil novecientos treinta y nueve, por
la mañana, salíamos en dos autobuses rumbo hacia Francia. Bordeando la Costa Brava
fuimos despidiéndonos de nuestra patria que no volvería a ver en veintiocho años. En
Port-Bou, subimos al tren y, después de atravesar un túnel, llegamos a Francia.
Pasada la frontera tomamos un tren hasta París. En la estación nos recibieron unos
señores que debían ser de la Embajada de España. Nos llevaron, más tarde, a comer a
un restaurante donde comimos como hacía mucho que no lo hacíamos y, después de
tomar un auténtico café con azúcar, fuimos a la estación a coger el tren rápido “Flecha
Azul” que nos llevó a Ruan. A la orilla del Sena nos esperaba el buque “Kooperasia”
para llevarnos rumbo a Leningrado. Aunque el barco no salió hasta el día siguiente no
pudimos ver la ciudad y tuvimos que conformarnos con ver el ambiente del puerto desde
las escotillas. Los jefes tenían órdenes concretas de evitar que nos descubrieran los
agentes del famoso Comité de No Intervención y, por eso, jamás volveríamos a ver
nuestros pasaportes, que nos fueron recogidos una vez pasada la frontera francesa. Al
día siguiente cruzamos el Canal de la Mancha y navegamos río arriba el Támesis y
atracamos en uno de los muelles de Londres”.
La escala en Londres fue toda una aventura para José Lloret. Evidentemente, les habían
ordenado que no podían salir a tierra a causa del riesgo de ser descubiertos y poner en
peligro la expedición. Pero la curiosidad por conocer la capital británica y el ímpetu
juvenil hizo que José, junto con algunos compañeros, se escapara en tres ocasiones del
barco con el fin de conocer la ciudad. Muy pocas personas de la España de entonces tenían
la oportunidad de conocer Londres o cualquier otra gran capital europea. Tuvieron un
pequeño incidente con una mujer joven que llevaba encima unos folletos de propaganda
favorables a los franquistas que hacían referencia a la campaña de Cataluña. La anécdota
ocurrida a José y sus amigos con la citada muchacha británica es una muestra de la
internacionalización de la Guerra Civil. A grandes trazos, las opiniones públicas de los
países de nuestro entorno se dividieron entre los que apoyaban la causa republicana y los
que tenían sus predilecciones por los sublevados. Al igual que las fuerzas progresistas y
de izquierda apoyaron a la República durante toda la contienda, las fuerzas conservadoras
362
de todo pelaje dieron soporte a los insurrectos contra el gobierno de la República.
Asimismo, lo sorprendió la educación de los habitantes de Londres en una acción tan
simple como la de respetar los semáforos. Así fue la aventura londinense de José Lloret:
“Antes de llegar, cuando navegábamos por el río y pasábamos por debajo de los puentes
nos dimos cuenta de lo enorme que era la ciudad. Antes de amarrar el barco nos
advirtieron también que no podíamos pasear por Londres, pero algunos, con el pretexto
de ver el puerto, hicieron alguna escapada a la ciudad. Entre esos listillos figurábamos
Barceló, Ramos del Oso y un servidor. El primer día, salimos los tres por la tarde sin
alejarnos demasiado por miedo a perdernos. No disponíamos de ningún mapa y no
sabíamos inglés ninguno de los tres. Solamente Barceló, que había estado con su familia
un tiempo en Marruecos, sabía algo de árabe; pensó que se entendería con los policías
urbanos. Este primer día no hubo problemas, pues no nos alejamos demasiado del río, y
con este punto de referencia volvimos al buque sin ningún percance que destacar.
El segundo día que salimos por Londres ya anduvimos mucho más. Nos alejamos
bastante del río admirando las calles de la ciudad. Tuvimos una aventurilla que pudo
haber acabado mal y solo quedó en un pequeño susto. Íbamos paseando, cuando nos
encontramos con una chica guapota a la que Ramos del Oso no pudo evitar echarle un
piropo. Todo iba bien hasta que Barceló se dio cuenta de que la chica llevaba un fardo
de folletos con la foto de Franco en portada y con alguna frase aludiendo a la toma de
Barcelona. A los pocos segundos, los folletos caían por los suelos y nosotros salíamos
corriendo por el primer callejón. Corrimos tanto, que al final nos perdimos. Intentamos
preguntar al alguien para ver cómo llegar al río. Después de muchos intentos dimos con
una persona que, al parecer, nos entendió algo y nos indicó el camino. Fuimos un rato
andando por donde nos había dicho y, en vez de llegar al río Támesis, llegamos a la
redacción del periódico ‘Times’. Por fin, preguntando a la gente por señas, dimos con el
río y más tarde con el buque.
El tercer día de salida ya éramos casi unos expertos. Tuvimos tan buena suerte que
llegamos al centro y vimos el Parlamento y algunos monumentos. No hubo ningún
problema para volver, ya que entramos en el vestíbulo de una estación ferroviaria y había
un mapa de la ciudad por el que nos orientamos perfectamente. Cuando ahora pienso en
aquellas salidas me parece que fuimos unos insensatos, pues no poseíamos ninguna
documentación ni tampoco dinero en el bolsillo. Hay que ver de lo que es uno capaz de
363
hacer a los dieciocho años. Entre las cosas que me impresionaron de esos paseos por
Londres fue el ver a casi toda la gente con paraguas y su actitud disciplinada para cruzar
las calles. Todo el mundo esperaba pacientemente a que el semáforo se pusiera en verde”.
218
Ver historia de vida de José Lloret para tener más datos sobre la travesía.
364
recibimiento con todos los honores. De hecho, cuando estábamos contemplando el
aspecto triste del ambiente invernal del muelle, vimos llegar a un grupo de militares del
Ejército Rojo con los gorros en punta y con orejeras a lo Budiony. Se pararon en
formación enfrente del buque y resultó ser una banda de música que empezó a tocar para
recibir a los marinos. Durante el espectáculo, me sorprendió el ver que de los
instrumentos de viento salía humo. Después lo entendí pues en aquellos momentos habría
una temperatura de unos veinticinco o treinta grados bajo cero. A los veintiocho marinos
los recibieron con aplausos”.
Sin conocer la ciudad de Leningrado, fueron llevados a unos vagones de tren para
comenzar el viaje que los llevaría, directamente, a Kirovabad, sin hacer la preceptiva
parada, como en otras ocasiones, en Moscú. En la capital soviética, solamente, se hizo
una escala para cambiar de tren.
Una vez en Kirovabad, el ya conocido comisario Mirov profirió una arenga político -
militar en la que destacaba el papel que estaba desempeñando la Unión Soviética en la
lucha contra el fascismo y, en particular, en la ayuda que se estaba proporcionando a
España. Remarcó en su discurso que había que estar atentos a los espías y, de esta manera,
transmitía a los alumnos las manías persecutorias que caracterizaban al sistema estalinista
en cuanto que se sentía un régimen acosado por los traidores internos y amenazado por
los enemigos externos. Todo esto se traducía en un ambiente de sospecha permanente y
en una represión indiscriminada contra el pueblo soviético. Así fue la arenga de Mirov:
“En realidad el jefe de la Academia era un general, pero el comisario era el que dirigía
a los alumnos españoles. El general jefe de la Academia dirigía a los instructores,
oficiales y demás personal militar. Al lado del comisario estaba Clarita, una de las
traductoras, que nos dijo que el camarada comisario quería saludarnos. En su alocución,
nos dijo que habíamos llegado a la Unión Soviética, patria de la Revolución de Octubre,
que ayudaba al pueblo español en su lucha contra el fascismo y que el personal de la
Academia pondría todo de su parte para que, contando con nuestra voluntad y la estricta
observancia de la disciplina militar, en el breve plazo de seis meses pudiéramos regresar
a España bien preparados para defender a nuestro pueblo. Nuestro comisario nos
remarcó la importancia que tenía el que nadie se enterara de que éramos españoles y,
por lo tanto, teníamos que extremar la vigilancia ante los agentes de los servicios de
espionaje enemigos. (…) La arenga terminó dando vivas a la República Española, al
365
Frente Popular, al Partido Comunista de España y al camarada Stalin, guía y amigo de
los trabajadores de todo el mundo”.
José describe de forma detallada como eran los hábitos y las rutinas alimentarias de los
alumnos-piloto, refiriendo las horas de cada comida y qué se ingería. De su testimonio se
deduce que estaban muy bien alimentados. Narra una anécdota, típica de la gente joven y
con ganas de vivir, consistente en que, cuando volvían de la cena en formación cerrada
para irse a dormir a la escuela, le compraban a un bodeguero una botella de vino sin que
se enterasen los oficiales soviéticos que iban con ellos en formación. De esta forma
explica José los hábitos alimentarios en su período de formación en Kirovabad:
“La comida en la Academia era buena y abundante. Hasta se guisaba con aceite de oliva
con la finalidad de que notáramos lo menos posible las diferencias con nuestra
alimentación española. Claro que no había tantas verduras como en Valencia. Hacíamos
cuatro comidas diarias, el desayuno en el comedor, el almuerzo en el aeródromo, y la
comida y la cena en el comedor. Todas las comidas eran copiosas y, dada nuestra
juventud, arramblábamos con todo e, incluso, podíamos repetir algún plato. Esto último
lo aprendimos pronto pues los alumnos se habían inventado utilizar el signo ‘ + ‘ para
pedir más. Lo hicieron muy fácil, pues bastaba decir ‘plus’ que equivalía al signo de la
suma en ruso. El desayuno estaba basado en huevos, mantequilla, entremeses y café con
leche. En el comedor siempre ocupábamos el mismo sitio en mesas de cuatro plazas. El
almuerzo era en el aeródromo y lo traían en una camioneta especial y, generalmente, se
trataba de un plato caliente de carne y macarrones o algo por el estilo. La comida
constaba de un primer plato, que siempre se trataba de alguna sopa, un segundo de carne
y, para postre, alguna fruta del tiempo o compota de fruta o alguna pasta. La cena era,
quizás, la comida más floja, pero comíamos un buen plato de carne o pescado y alguna
pasta con leche. El regreso de la cena en formación al cuartel era el momento en el que
aprovechábamos para comprar alguna botella de vino. Nuestro truco era el siguiente: al
pasar por delante de la bodega, uno de la fila se salía y entraba en la bodega, mientras
los demás adelantábamos un puesto de tal manera que cuando el otro volvía con las
botellas en el bolsillo se incorporaba al final de la fila. El oficial que mandaba la
formación siempre iba por la parte izquierda. Más tarde, cuando ya conocíamos al
bodeguero, solíamos hacerlo más fácil: uno de los primeros le daba el dinero y él nos
daba la botella a alguno de las últimas filas”.
366
Con la finalización de la Guerra Civil se cortó de raíz la formación en Kirovabad. Como
ya se ha mencionado, sería el comisario político Mirov el que anunciaría a los alumnos-
piloto que la República había perdido la guerra y que, temporalmente, no podían volver
a España. José Lloret indica, cosa que no hace por ejemplo, Juan Francisco Gómez, la
visita del dirigente del PCE, Pedro Martínez Cartón a Kirovabad219. Achaca a la presencia
de este cuadro comunista la división de los aviadores que aún permanecían en Kirovabad
en dos grupos: los que deseaban salir de la URSS y los que querían quedarse. Afirma que
las dos partes nunca llegarían a estar enfrentadas. Esta opinión contradice lo sostenido
por la hija de José Calvo, Carmen Calvo Jung, que en respecto a este problema manifiesta
que “el fraccionamiento de los pilotos en dos grupos opuestos habría contribuido ‘a
ahondar más las diferencias que pudieran haber existido previamente’ “ (CALVO
JUNG, CARMEN: 2009, 161). Cita, también, José Lloret el ofrecimiento de que los que
desearan salir de la URSS podrían hacerlo sin problemas. Lloret afirma que el grupo
mayoritario era el formado por los que pretendían rehacer su vida en la Unión Soviética.
Así relata José Lloret aquel momento tan difícil en el cual se dieron cita en su persona
dos frustraciones que iban de la mano, la primera y principal, se había pedido la guerra;
la segunda, también muy importante a escala vital, que ya no podría ser piloto:
“En la segunda mitad del mes de Abril de mil novecientos treinta y nueve se vinieron
abajo todos nuestros planes. En aquellos días nos reunieron para anunciarnos que
nuestra guerra había terminado con la derrota de la República. Todas nuestras ilusiones
se derrumbaron.
219
Carmen Calvo Jung cita en su libro la visita que hizo el miembro del Comité Central del Partido
Comunista de España, Pedro Martínez Cartón, a los aviadores de Kirovabad a la que hace alusión José
Lloret. Carmen Calvo es muy crítica con la visita del citado dirigente comunista, afirmando que “Los pilotos
debían comprender, prosiguió Cartón, que fuera del Partido todos eran ‘traidores’ y si no querían serlo,
deberían demostrarlo, poniéndose bajo las órdenes del gobierno soviético. Con ello expresaba un reproche
capital hacia los alumnos aviadores republicanos que se opusieran a dicha argumentación, y abría para
ellos la posibilidad inevitable de ser culpabilizados y sometidos a las depuraciones estalinistas” (CALVO
JUNG, CARMEN: 2009, 164).
367
Unión Soviética, ya que las autoridades de este país prometían trabajo o estudios a los
que optaran por quedarse. Los otros, que eran minoría, acogiéndose a la promesa de
dichas autoridades de que ayudarían a marchar al extranjero a quien lo solicitara,
preferían irse a otros países, fundamentalmente a América Latina donde tenían
familiares o amigos”.
El fin de la guerra y, por ende, la suspensión de las clases fueron, en cierto sentido, una
liberación para José Lloret. La disciplina militar se relajó y, con ello, los alumnos-piloto
se hicieron más osados. José Lloret, de forma clandestina, comenzó a salir en compañía
de algunos compañeros por la ciudad de Kirovabad. Las salidas eran nocturnas y, como
él mismo menciona, las escapadas no sólo servían para divertirse sino también para
conocer la ciudad y la realidad soviética en directo. Viene a decir que las condiciones de
vida de la gente común en la Unión Soviética no eran el paraíso descrito por el comisario
Mirov en sus charlas políticas, pero que, en general, la población estaba satisfecha.
Afirma, también, que la gente era muy amable con ellos por el hecho de ser españoles.
De esta manera lo explica José Lloret:
“De la noche a la mañana todo cambió. Se suspendieron los vuelos y las clases teóricas
de la Academia y se empezaron a dar unas clases de carácter político que nunca podrían
sustituir el interés que todos poníamos en los vuelos. El comportamiento de los alumnos
cambió notablemente y, particularmente, se notó en la caída en picado de la disciplina
cuartelera. Los más atrevidos empezaron a salir por la noche a pasear por la ciudad y
asistir a los bailes que había por los parques. Yo fui uno de los primeros en salir a la
ciudad. Había distintos métodos para salir del recinto. Unos saltaban por encima del
paredón donde practicábamos el tiro al blanco. En la otra parte del paredón había un
jardín de una finca particular y, aunque había un perro, no era muy fiero, y, dándole
algo de comer, se le callaba enseguida. De la Academia solíamos salir por parejas para
sentirnos más seguros. El método que utilizaba yo para salir era más arriesgado y
requería cierta agilidad. Para empezar, nos vestíamos de paisano con pantalones y
camisa y, encima, nos poníamos el mono ligero de vuelo, mientras que el mono de piel
que utilizábamos para vuelos de altura lo metíamos en la cama debajo de la manta
simulando que estábamos durmiendo. El cuartel tenía dos lados cerrados con vallas en
ángulo que daban a dos calles, otro lado era el que daba al jardín del vecino, detrás del
muro de tiro y el otro lindaba con las paredes de una Escuela de Peritaje. En una de las
368
vallas se encontraba la salida principal con centinelas permanentes. En la otra valla, al
lado de la Escuela de Peritaje, había un portón por donde entraban y salían los coches
y los camiones y que también estaba vigilado por un centinela que iba y venía
continuamente a lo largo de ambas vallas. Nuestra tarea consistía en saltar por encima
del portón y, en unos segundos, meternos en el portal de la vecina Escuela, mientras el
centinela hacía el recorrido por la otra valla. El segundo paso ya era más fácil, pues
esperábamos a que diera otra vuelta el centinela y nosotros salíamos disparados a
meternos en otra calle. Cerca del comedor, había un jardín y nos quitábamos los monos
y los escondíamos entre los matorrales. Nuestro método resultó ser bastante seguro y, en
cierta ocasión, lo teníamos ya tan asimilado que nos fuimos de fiesta al campo con unas
chavalas.
Estas escapadas nos sirvieron de mucho y no solo como diversión. Yo ligué con una chica
rusa llamada Nina. Esta chica hablaba algo de francés y llegué a entenderme bastante
bien con ella. Por las escapadas vimos la vida real de los habitantes de la ciudad e,
incluso, nos llegamos a enterar de que la hija de Bujarin estaba allí deportada con su
madre. Su padre, como es sabido, fue acusado de traidor a la patria y, más tarde,
fusilado. El país que esta gente nos dibujaba parecía algo distinto al que nos explicaba
el comisario Mirov. Me imagino que esto influiría de algún modo a la hora de decidir
nuestro futuro, pero la verdad es que la gente con la que nos relacionábamos en la calle
se la notaba satisfecha y no se quejaba. Hay que destacar que, desde el primer momento,
en estas escapadas pudimos comprobar la actitud amistosa que tenía la población hacia
nosotros. Episodios similares los he podido observar a lo largo de mi prolongada
estancia en la URSS”.
José Lloret pertenecía al grupo de los que decidió salir de la Unión Soviética,
concretamente su deseo era viajar a Méjico. Según su testimonio, los que adoptaron la
decisión de residir en la Unión Soviética se los denominó el grupo de los “buenos” porque
aceptaron los criterios de las autoridades soviéticas. Los que tomaron la determinación de
emigrar a otros países fueron considerados como el grupo de los “malos”, ya que no
seguían las directrices establecidas por los soviéticos acerca de como debía ser el futuro
de los antiguos alumnos-piloto. A partir de ese momento, su vida da un cambio radical.
Tras permanecer el grupo de los “malos” una temporada en Kirovabad, fueron trasladados
en ferrocarril a Moscú. Más tarde, fueron llevados a la residencia de Planiernaia –cerca
369
de la capital soviética-. En esta casa de reposo residían también excombatientes
republicanos que habían pasado previamente por los campos de concentración sitos en
Francia y en el Norte de África y, que gracias a los oficios de la diplomacia soviética,
habían conseguido la libertad y, por ende, emigrar a la URSS. Estas personas, la mayoría
de ideología comunista, no entendían la actitud de los que deseaban abandonar el país.
Los llegaron a tildar de traidores. Además, salieron a la luz, de nuevo, las viejas disputas
entre comunistas y anarquistas. A José Lloret (lo afirma sin dramatizar) esa situación tan
tensa no le afectaba, él se dedicaba a salir con chicas y a divertirse en Moscú. José
sospechaba que algunas de las muchachas con las que entablaba relaciones fueran
realmente espías del NKVD, la policía política soviética, que se acercaban a ellos para
sonsacarles lo que pensaban y lo que pretendían hacer con su futuro. De sus andanzas por
Moscú quedó sorprendido por la riqueza arquitectónica y el lujo del ferrocarril
metropolitano, así como por su limpieza. También le impresionó, de forma positiva, que
muchas de las personas que viajaban en el metro fueran leyendo. Así lo relata José:
“Al final se presentó en el cuartel una comisión gubernamental soviética que se encargó
de hablar personalmente con todos los alumnos y determinar la voluntad de cada uno.
Como resultado de la consulta, más de cincuenta, de los trescientos alumnos, solicitaron
la salida hacia diferentes países. En ese grupo estábamos Estrela y yo que pedimos ir a
Méjico donde vivía un tío suyo. La comisión terminó su tarea y se marchó. Al día
siguiente nos dividieron en dos grupos y nos cambiaron de habitaciones. El grupo
mayoritario, considerado como los buenos chicos, fue marchándose, primero en
pequeños grupos, que luego supimos que tenían un destino especial, y el resto del grupo
lo enviaron a una residencia de reposo en las cercanías de Jarkov. Nuestro grupo,
llamado erróneamente de los malos, siguió en el cuartel de Kirovabad. Pasamos nuestro
tiempo aprendiendo a conducir camiones en los cursos que la dirección organizó
especialmente para nosotros. Esto hizo que fuera más llevadero el tiempo de espera hasta
que por fin, el tres de Mayo de mil novecientos treinta y nueve salimos en tren hacia
Moscú.
370
estaba limpio y aseado, tanto las estaciones como los vagones. Nos llamó la atención que
la mayoría de los pasajeros del metro iban leyendo libros, periódicos o revistas.
Planiernaya está a unos treinta kilómetros de Moscú y allí nos esperaban en una
residencia de descanso algunos miembros de las Brigadas Internacionales que habían
estado luchando en España. El recibimiento fue respetuoso por ambas partes y la primera
impresión fue positiva y, más aún, porque pensábamos que nuestra estancia allí sería
muy corta antes de partir al extranjero. Las cosas se complicaron a los pocos días,
cuando llegaron los emigrados políticos españoles que venían de los campos de
concentración de Francia y del Norte de África. Desde el primer día, estos compañeros
de lucha no entendían el porqué queríamos abandonar el país que les había sacado a
ellos de aquellos horribles campos de concentración. Unos intentaban convencernos
para que nos quedáramos, mientras que otros nos condenaban, abiertamente, como
traidores y, en algunos casos, llegaron hasta a acusar de fascistas a compañeros de
nuestro grupo por el simple hecho de ser anarquistas, como ocurrió con Vicente Monclús,
que era aragonés y Francisco Pac, que era de Barcelona. En cierto modo, era
comprensible la actitud que adoptaron los emigrados políticos españoles, pues ellos eran
conocedores de la traición de la Junta de Casado que junto con las fuerzas que dirigía
el anarquista Cipriano Mera entregaron Madrid a los franquistas. Esta situación me
afectaba poco, pues estaba muy lanzado con las chavalas y todos los días estaba por
Moscú. En la capital iba a tomar café al restaurante del Hotel Metropol, donde siempre
había extranjeros y, por aquel entonces, había muchos alemanes con motivo del Pacto
de No Agresión entre Alemania y la URSS. La firma del dicho Pacto fue muy mal recibida
por los emigrados españoles que hacía apenas unos meses habían estado luchando
contra los fascistas alemanes en España.
Cuando salíamos del Hotel Metropol, ya estaban esperándonos las jóvenes soviéticas
estudiantes de español. Para nosotros resultaba muy cómodo tener una guía-intérprete y
ligue a la vez. Después procuraba ir con rusas que no sabían español pues de esta manera
iba aprendiendo algo el ruso y, además, era menos probable que fueran del NKVD.
Entonces, ya suponíamos que nos tenían bien vigilados y, quizás por eso, yo me
presentaba como Enrique”.
371
casi todos los días. Lo que realmente le interesaba en aquellos momentos, tenía entonces
19 años, era pasárselo bien y salir con chicas. Pero, a pesar de llevar una vida más o menos
cómoda y distraída, José no era ajeno a las presiones de las que eran objeto para que se
quedaran en la Unión Soviética. Debido a estas presiones, al final, él y su amigo Estrela
decidieron quedarse. En concreto, José decidió ponerse a estudiar idiomas; José Lloret, a
partir de este momento, comenzaría su vida en la Unión soviética donde permanecería
largos años, antes de regresar a España.
372
métodos que iban apareciendo en aquellos años” (YANIZ VELASCO, FEDERICO:
2012, 55).
“Algunos de los que soñaban con volar, aún reconociendo los sinsabores de nuestra
guerra civil, han de agradecer a esa contienda que sus sueños se hicieran realidad. Pero
no todos consiguieron deleitarse con el vuelo en solitario, que es la imitación más
aproximada al que realizan las aves cuando revolotean con absoluta independencia.
Muchos vieron frustradas sus ilusiones en el examen teórico, otros quedaron eliminados
al no superar el reconocimiento médico, y aquellos que fueron admitidos como alumnos
pilotos los destinaron a diferentes escuelas de España, Francia y la URSS. Casi todos
querían ser pilotos de caza, y, por eso, algunos a quienes se les impuso prácticas en
aviones de reconocimiento o en polimotores se sintieron defraudados, contrariedad que
actuó de forma negativa, solamente superada por la exigencia impuesta por una
disciplina militar propia de la nueva situación como aspirantes. Si analizamos con
ecuanimidad las circunstancias citadas, es lógico reconocer que la función de proteger
encomendada a los aviones de caza, motiva con más fuerza moral al piloto encargado de
evitar que el enemigo ataque y destruya; todo lo contrario sucede al referirnos a un
servicio de bombardeo, cuya eficacia está en relación directa con la máxima destrucción
373
de los objetivos militares del enemigo. Cometido un tanto enojoso para los tripulantes,
aunque responda a una obediencia al mando por razones bélicas, y, en consecuencia, no
se sientan responsables; pero en algunos casos supone un peso moral difícil de
superar”220.
“Al volver al tema de las frustraciones, los que más sufrieron las consecuencias
desalentadoras fueron algunos de los componentes de la segunda promoción, que, al
llegar a la URSS y sin la menor explicación justificativa del porqué y cómo habían
realizado la selección, les dijeron ustedes parten para Jarkov, lo que significaba truncar
sus esperanzas, no tener opción a tripular un monoplaza, para así poder disfrutar con
toda intensidad el placer de volar. Para esos hombres fue un golpe que lo aceptaron a
220
Revista Ícaro (nº 19), 1990.
374
regañadientes, al arrebatarles un derecho adquirido como tales alumnos piloto al poseer
el certificado como aptos por haber superado las pruebas establecidas en la convocatoria
al efecto. Después comprendieron que la evolución de la guerra y los nuevos aviones con
más velocidad y autonomía que se esperaban recibir, exigían más gente experimentada
en los últimos avances en materia de Navegación Aérea. Este hecho incuestionable
implicaba el reconocimiento de que iban a cumplir un cometido necesario e importante
y, en definitiva, resultaba tranquilizador para los que tenían motivos para sentirse
discriminados”221.
Celestino Díaz enaltece la actitud de aquellos que vieron truncadas sus ilusiones de
hacerse pilotos. Deja claro que la razón última de su traslado a Jarkov fue de índole
práctica: hacían falta observadores, ya que los cursos que se realizaban en España no
cubrían la demanda exigida por las Fuerzas Aéreas y ya que, como se ha comentado, se
exigía título universitario para su realización; y, en aquellos momentos, en España no
había un gran número de titulados universitarios. Así lo explica Celestino:
“Sean mis primeras palabras para expresar mi más sincero reconocimiento a la correcta
actitud de los cincuenta alumnos que, aún poseyendo el certificado de aptos como
alumnos pilotos tras un examen médico en Moscú, fueron destinados a la Escuela
Superior de Aeronáutica de Jarkov, sin ninguna explicación por parte del mando. Sin
embargo, los afectados obedecieron, ante lo que consideraron una descortesía, con todo
el respeto a las órdenes superiores.
Al día siguiente, los cincuenta afligidos jóvenes partimos en tren hacia Ucrania. Durante
el viaje el cabreo fue insoportable, más que nada por no haber recibido la menor
explicación de este trato discriminatorio. Por ello algunos lo atribuyeron al examen
médico, así opinaban la mayoría de los destinados a Kirovabad, otros suponían que
fueron razones políticas de cada cual y no faltó quien dedujo que respondía al examen
teórico al saber que se presentaron muy pocos a la convocatoria del primer curso de
observadores, debido a la exigencia de ser universitarios. Finalmente, el capitán Miguel
Franco, piloto de la promoción de 1932, al hacerse cargo como jefe de este grupo, lo
aclaró de manera satisfactoria: ‘sólo fue una orden de la superioridad, pues era urgente
221
Revista Ícaro (nº 19), 1990.
375
preparar a 100 observadores entre los alumnos que iban destinados para pilotos, sin
determinar las preferencias’”222.
Con el paraguas de explicar su primer día como alumno en la Escuela de Jarkov, Celestino
Díaz da detalles acerca de cómo eran algunas de las dependencias de la escuela y el
desarrollo de las actividades que iban a desarrollar en ésta:
“Tras salir de Moscú, hacia las diez de la noche, la llegada a la Escuela de Observadores
de Jarkov fue alrededor de las 8 de la mañana del día siguiente y se entró directamente
en el centro médico sanitario. Allí, después de una ducha, nos uniformaron y, sin más
demora, fuimos a desayunar. Seguidamente, nos acoplaron en la compañía que constaba
de un cuarto, aseo, oficina y el Rincón Rojo (este rincón servía para pasar el rato, tenía
unas mesas con tablero fijo de ajedrez y un mostrador para servir las bebidas y algunos
caprichos) que nos servía de entretenimiento al finalizar la jornadas de prácticas hasta
las del descanso nocturno. Hacia el mediodía nos recibió el Director de la Escuela en el
salón de actos, donde expuso con detalle en qué consistía el curso y a la vez nos presentó
a los profesores e intérpretes. Así llegó la hora de comer y, tras la comida, un relax de
unas horas. Por la tarde se inició un recorrido por todas las aulas con los profesores de
cada una de las asignaturas. Ese fue el inicio del curso. De esa jornada existe un
recuerdo difícil de olvidar, se trata del simulador de navegación aérea, que consistía en
un tapiz fotográfico en relieve que representaba la zona por donde se realizaban las
prácticas de navegación y en la que se apreciaban poblaciones, ríos, cruces de carreteras
y demás puntos geográficos más significativos. Este tapiz estaba situado en una planta
más baja que los alumnos y circulaba en dirección contrario a la posición de éstos. Este
movimiento daba la sensación de estar en vuelo y el profesor marcaba con una luz el
objetivo por la ruta establecida. En esta primera lección, el bombardeo lo realizaba el
profesor, justo en el punto del objetivo previsto”223.
En otra narración sigue con los pormenores de cómo era la rutina diaria de un alumno-
observador en la base de Jarkov. Se detiene en algunos detalles de las actividades que
llevaban a cabo:
222
Revista Ícaro (nº 100), 2010.
223
Revista Ícaro (nº 100), 2010
376
“Son las 6:30 de la mañana del día siguiente a la llegada a Ucrania. Una vez aseados,
bajamos al patio de la Compañía, donde nos esperaba un capitán monitor para iniciar
unos ejercicios de gimnasia y desentumecer los músculos. Después, una caminata por la
avenida de la base, que tendría unos cuatrocientos metros. Una vez finalizada la segunda
vuelta, nos aproximamos al comedor para desayunar un guiso parecido al de los días
anteriores desde que llegamos a la URSS.
Como es lógico, había que aprovechar el tiempo para realizar ese curso en pocos meses
(cuando lo habitual por lo menos eran dos años o más). Esto exigía no pensar en las
musarañas, aunque siempre con descansos cada dos horas de estudio. Los que realizaron
primero el curso de observadores, y más tarde obtuvieron el título de piloto, saben muy
bien el tiempo dedicado a la teoría entre una actividad y otra. Los observadores precisan
conocimientos teóricos de navegación, y el pilotaje más horas de vuelo práctico.
El reloj marca las 8:30 de la mañana. Los profesores e intérpretes nos reciben en las
respectivas aulas a las que acuden diferentes grupos de alumnos, ya que los cien que
componían el total del alumnado se separan en cuatro asignaturas diferentes. Enseguida
surge la primera sorpresa, que supone el enfrentarnos con un alfabeto de caracteres
cirílicos tan diferente al nuestro. Por lo tanto, en primer lugar, es preciso aprender la
pronunciación figurada de cada letra o palabra, máxime en vuelo donde no nos puede
ayudar el intérprete”224.
Celestino Díaz volvería a España a finales de 1937. La ruta seguida fue de Jarkov a
Moscú, de la capital soviética a Leningrado y, en barco, hasta el puerto francés de El
Havre, para terminar el viaje en Barcelona. Una vez en la Península, fueron enviados a
Los Alcázares para realizar un cursillo de ampliación para observadores. Concluido el
cursillo, sufriría una segunda decepción. Esta nueva frustración llegó como consecuencia
de que la República sólo les reconocía como ametralladores-bombarderos con el empleo
de cabo. No se olvide que los observadores preparados en España salían de la academia
con el grado de teniente. El gobierno rectificó esta situación y, en abril de 1938, les fue
reconocido el título de observadores con el grado de sargento, lo que suponía una notable
mejora en su situación dentro del escalafón militar del Ejército de la República. Celestino
224
Revista Ícaro (nº 102), 2010
377
Díaz resume toda aquella situación, en la que afirma, de forma sarcástica, que fueron los
ametralladores que más caros salieron al gobierno:
“Nos envían a Los Alcázares para hacer un cursillo de ampliación para observadores.
(…)El diario oficial del Ministerio de Defensa nº 44 del 21 de febrero de 1938, publica
una circular concediéndonos el título de ametralladores-bombarderos y el empleo de
cabo a los 50 de Jarkov, con antigüedad del 11 de noviembre de 1937, fecha en que
terminaron el curso correspondiente.
El D.O. nº 85 de 9 de abril de 1938, debido a la ampliación del curso citado, nos concedía
el título de observadores de aviación con el empleo de sargento con antigüedad del 11
de marzo de 1938. Sin comentarios”225.
El caso Lluis Negra Escuder es similar al de Celestino Díaz. Aprobó los exámenes para
seguir los cursos de piloto y fue enviado a realizarlos en Kirovabad. Al igual que
Celestino, en un principio fue integrado en la 2ª Expedición, pero tras pasar el
reconocimiento médico en Moscú fue enviado a Jarkov a realizar el curso de observador.
La actitud de Lluis ante la contrariedad de no poder hacerse piloto fue más positiva que
la de Celestino. Lo asumió y, según el mismo manifiesta, el contenido de las asignaturas
del curso de observador fue para él muy gratificante y útil para el resto de su vida. Así
describe su primer vuelo, como algo maravilloso, pues tuvo una gran sensación de
libertad:
“Pasamos unos días en la capital de Rusia, bien tratados y queridos por la población,
sobre todo por el elemento femenino. Nuevo reconocimiento médico en la capital de las
Rusias. ¡Decepción! No sería ya piloto sino observador. Argumentaron los rusos que en
la lucha se necesitan tanto pilotos como observadores y que mi carácter era propicio a
ser un buen observador. La expedición quedó dividida en dos grupos, pilotos al Cáucaso
y observadores a Ucrania. Yo, con la expedición de observadores a Ucrania al mando
del teniente Franco, excelente militar y gran humanista. Pasó aquella primera decepción
y fui tomando cariño al curso al desarrollar materias tan interesantes como son la
225
Revista Ícaro (nº 14), 1990. El texto que aparece en la revista no aparece firmado, pero por su título, el
estilo utilizado y los temas tratados deja claro que fue escrito por Celestino Díaz.
378
navegación aérea, el bombardeo, la telegrafía, la fotografía, el tiro con blancos móviles,
etc., asignaturas que en la vida actual todavía me tienen interesado.
El punto culminante, el bautizo del aire. ¡Qué sensación de libertad! ¡Qué bienestar en
la altura cara al aire fresco y sano de la atmósfera! ¡Ya era aviador, mi ilusión!”226.
Manuel Gallardo siguió el mismo camino que Celestino Díaz y Lluis Negra. Perteneciente
también a la 2ª Expedición a Kirovabad, su historia es idéntica a la de Celestino y Lluis.
Su testimonio es una continua queja; por un lado, porque no comparte los criterios de
selección que los soviéticos utilizaron para enviar a unos a Kirovabad y a otros a Jarkov.
Critica, además, que a los observadores, según su opinión, se les tenga en baja estima.
Ante esta idea negativa acerca de los observadores, argumenta en positivo, que éstos eran
los tripulantes básicos y necesarios de los Katiuskas227”.
Alfredo Salas Viu, formado también en la primera tanda de observadores en Jarkov hace
una matización crítica acerca de los observadores formados en la Unión Soviética en
comparación con los que lo hacían en España, decantándose, claramente, por la opción
soviética:
“Cuando llegué a Denia, pensando que era teniente, decidí casarme con Carmen.
Teníamos 18 años. No podía suponer que en Los Alcázares me esperaba la sorpresa de
tener que revalidar mi carrera militar.
En Los Alcázares, algunos salieron para el frente para volar en los pocos aviones
disponibles, pero la mayoría quedamos en la Academia de Aviación –las diferencias
entre la escuela soviética y la española eran abismales. Tanto en Kirovabad como en
Jarkov contábamos con toda clase de medios, mientras que en Los Alcázares todo era
primitivo, empezando por los anticuados aviones de prácticas y el sistema de bombardeo,
con bolas parecidas a las usadas en el lanzamiento de pesas, sin ningún cálculo, ni
visor”228.
Amancio Baltanás, una vez comenzada la guerra, a la vista de las convocatorias hechas
públicas por el gobierno de la República, presentó instancias para formarse como piloto
226
Alas Gloriosas (nº 3-4), 1979.
227
Revista Ícaro (nº 84), 2005.
228
Revista Ícaro (nº 97), 2009.
379
y como bombardero-ametrallador. Sin pisar el frente, fue llamado para marchar a Los
Alcázares donde ingresó en la Escuela de Tiro y Bombardeo. Describe brevemente los
contenidos del curso que realizó en la localidad murciana, donde, en consonancia con el
testimonio de Alfredo Salas, queda patente la precariedad de medios de que disponían las
escuelas españolas en comparación con las soviéticas. Para el entrenamiento, tenían el
avión Hispano E-30, ya anticuado en aquellos años y, a la hora de bombardear, tiraban
con la mano bolas de hierro sobre blancos establecidos en el mar. Hizo también prácticas
de tiro con la ametralladora. Terminaría su formación con el empleo de cabo. Con la
graduación de cabo bombardero-ametrallador sería enviado al frente del Norte, donde
estaría destinado en los Breguet XIX. Más tarde, sería ametrallador en los bombarderos
soviéticos Katiuska. Así relata Amancio su aprendizaje como bombardero-ametrallador:
“Una vez empezada la guerra, vi un anuncio en el que se solicitaba gente para ingresar
en Aviación y tenía un amigo que le gustaba también esta cosa del aire y los dos lo
solicitamos. Yo solicité para piloto y bombardero-ametrallador. A mi me llamaron
enseguida para la cosa de bombarderos-ametralladores. A él tardaron más. Ya había
terminado yo mi curso cuando a él le llamaron para piloto. Se fue a Rusia a hacer el
curso. En ese tiempo yo ya estaba haciendo la guerra del Norte.
Yo fui a la Escuela de Tiro y Bombardeo de Los Alcázares, en Murcia. Yo soy del cuarto
curso que hicieron, pero del primero de gente de la calle del curso de bombarderos-
ametralladores. Entré en la escuela a primeros de Octubre, pues me llamaron enseguida.
Estuve allí como unos tres meses. En la escuela aprendíamos tiro y bombardeo. Las
bombas que teníamos para practicar en la escuela eran unas pelotas de hierro que tenían
unos tres kilos y las tirábamos con la mano para darle a una bolla que había en el mar.
Volábamos a mil metros, no se volaba más alto. En la escuela volábamos con el E-30.
Era un avión de escuela que teníamos allí. No nos ponían las bombas en las alas ni nada,
las llevábamos nosotros y, como ya he dicho, las tirábamos con la mano, únicamente las
podíamos colgar. Allí hicimos bastantes vuelos. Primero de acomodación, luego de
prácticas con las ametralladoras con unos blancos que había en tierra. Los libros de la
parte teórica todavía los tengo por casa. Para todo esto teníamos instructores que nos
corregían. Cuando terminamos el curso nos dijeron que estábamos útiles para esto.
380
tanto de soldado como para entrar en las escuelas. Nosotros empezábamos de soldados
y, cuando terminábamos el curso, nos hacían cabos. De sargentos salían los pilotos y los
observadores. A los observadores es a los que más pedían, les pedían algún título
académico de alguna materia. El observador era casi el más importante, era el que
llevaba la navegación, había que saber navegación, había que saber todas esas cosas.
Allí a nosotros también nos enseñaban navegación y nos daban un libro de navegación
aérea”.
Una vez comenzadas las hostilidades, en julio de 1936, el entonces Director General de
Instrucción, Emilio Herrera Linares, decidió llevar la Escuela de Mecánicos de Cuatro
Vientos a la localidad de Godella231, en las proximidades de Valencia. El motivo, al igual
que otros traslados que tuvieron lugar, se debió a lo expuesta que estaba la base de Cuatro
229
Desde su fundación en 1919 hasta el año 1930 se sucedieron 15 promociones de mecánicos en la Escuela
de Cuatro Vientos. Fuente: José Parejo Linares: Escuelas de Especialistas de Mecánicos. En Aeroplano (nº
17), 1999.
230
Fuente: José Parejo Linares: Escuelas de Especialistas. Escuela de Mecánicos. En Aeroplano (nº 17),
1999.
231
Emilio Herrera nombró a Mariano de la Iglesia Sierra director de la Escuela de Mecánicos de Godella.
381
Vientos a causa de la cercanía de la línea de frente. La Escuela de Godella dejaría de
funcionar con el fin la Guerra Civil.
“Hacia Octubre de mil novecientos treinta y seis salió una convocatoria para mecánicos
de aviación en Barcelona. Aquello fue un aldabonazo para que todo el mundo se apuntara
a la aviación. Yo, desde el primer momento, pensé que, aunque la convocatoria fuera
para mecánicos, el día de mañana podría pasar a ser piloto, que era lo que yo soñaba.
Así, que de momento, me apunté para ser mecánico. La prueba me la hicieron en la
Escuela Industrial de Barcelona. La prueba consistió en que ponían un banco largo en
el taller lleno de tornillos y a cada aspirante le daban un trozo de hierro y una lima y
entonces el profesor iba detrás de cada alumno y se fijaba en la pose, en la manera de
232
Siguiendo la numeración de las promociones, Antonio Vilella perteneció a la 16ª Promoción de
Mecánicos.
382
coger la lima de cada aspirante y ahí se veía si había sido mecánico o no, o por lo menos
se veía el que tenía algunas nociones. Allí mismo, te decían si servías o no servías para
ser mecánico. Entonces, si no valías, te decían que te dedicaras a otra cosa. Por el mes
de Diciembre de 1936 salió una convocatoria para pilotos y me tuve que ir a San Javier,
en Murcia, a hacer las pruebas. Me impresionó mucho el ambiente febril y atronador que
allí reinaba. Allí, al hacerme el examen físico, me descartaron al realizarme el
reconocimiento de la vista por un margen mínimo. Era un examen físico muy riguroso el
que se hacía a los aspirantes a piloto, había que ser físicamente perfecto. Hoy en día
todavía continúa siendo así. Cuando me echaron abajo, salí llorando de la sala donde
me habían hecho el reconocimiento. Al no aprobarme en San Javier me volví para mi
casa a Barcelona. Al llegar a Valencia me fijé que se había abierto la oficina de
reclutamiento para mecánicos y que yo era uno de los aprobados. Yo había superado las
pruebas de mecánico. Puedo asegurar que fue una de las grandes alegrías de mi vida, ya
que si no podía ser piloto, al menos podría quedarme en la aviación como mecánico. Esta
fue una etapa muy gratificante”.
Una vez seleccionado para ingresar en la Escuela de Mecánicos, fue enviado a Los
Jerónimos donde recibió instrucción militar y tomó clases de carácter teórico general:
“En Valencia se reclutaba a los que habían pasado el examen y te mandaban a la Escuela
de Mecánicos. Antes de ir a la Escuela de Mecánicos, a los 152 alumnos elegidos nos
llevaron al convento de Los Jerónimos, en Murcia, el dieciséis de Enero de mil
novecientos treinta y siete. Allí, seríamos sometidos a un intenso programa de ejercicios
físicos e instrucción militar. Allí también recibimos clases de Matemáticas, Física y
Electricidad”.
Es lugar común de los que pasaron por la Escuela de Godella describir el centro de
formación como un lugar donde imperaba la excelencia, tanto por la gran profesionalidad
del profesorado, como por las instalaciones. Este hecho sería luego subrayado, una vez
terminada la Guerra Civil, por las nuevas autoridades franquistas233. Antonio, tomando
233
“Para hacernos una idea del grado de eficacia alcanzado en tan críticas circunstancias y con tan pocos
medios, a los pocos días de terminada la Guerra Civil, el Jefe de los Servicios de Recuperación Industrial
envía el siguiente escrito al Jefe del Estado Mayor del Aire: (…) Resumiendo lo anteriormente expuesto,
puede decirse que es una dependencia que, caso de que en los proyectos de la Superioridad entrase
establecer en Godella una Escuela de Especialistas de Aviación, trayendo de Hellín los efectos que de
Godella se llevaron, se contaría con edificios, instalaciones, talleres, dependencias y todo lo relacionado
con el servicio adecuado para tal asunto” (PAREJO, JOSÉ: 1999, 147).
383
como pretexto una visita a Godella de un grupo de diputados británicos, hace gala de la
admiración que siente hacia la Escuela y de la que se siente partícipe:
En la descripción de su paso por la Escuela, hace ver que los profesores, para los alumnos,
eran algo más que simples transmisores de conocimientos, eran personas que estaban muy
al tanto de los estudiantes, no sólo en la faceta académica. Menciona en su testimonio una
visita que hizo Alejandro Gómez Spencer a la Escuela. En ella, realizó una propuesta
consistente en que los diez primeros números de la promoción se irían con él, una vez
terminada su formación como mecánicos. Esto daría lugar, según Antonio, a una
competencia por estar entre los diez primeros. Él sería uno de los que se iría con el
afamado aviador, pues terminó con el número siete de la promoción. En San Javier,
Gómez Spencer pidió voluntarios para ir al aeródromo de Alcantarilla, donde se
encontraba la Escuela Elemental de Vuelo, y allí fue Antonio. Más adelante, serviría en
escuadrillas presentes en el frente de guerra. Así lo cuenta Antonio:
“Allí, en la Escuela de Godella, estábamos muy hermanados los jefes con los alumnos.
En aquellos momentos, los que estaban por encima de ti eran como un padre o como un
384
hermano, eran personas que velaban por tu bien y, ante todo, eran tus profesores. Un
día, apareció por Godella el Director de las Escuelas de Vuelo, que estaban en Murcia,
Alejandro Gómez Spencer. Este hombre es un personaje histórico de la Aviación, fue un
gran profesional y una gran persona. Volviendo a la visita de Alejandro Gómez Spencer
a la Escuela de Godella, éste nos dijo que los diez primeros mecánicos que por sus
calificaciones salieran de la Escuela se irían con él. Así que empezó una competición por
estar entre los diez primeros. Cada semana había un tablero en el que subías o bajabas
y es que salir entre los diez primeros de una promoción era muy importante porque en
Aviación se ascendía por el escalafón, no había otra manera de ascender. Por tanto,
había una competencia terrible y, en aquellos meses que duró nuestro curso, todos
perdimos peso por la tensión. Yo me levantaba a las seis de la mañana y, antes de
empezar las clases, me iba a un bosquecillo cercano y allí estudiaba y, cuando llegaba
la hora de la clase, yo soltaba la lección como un papagayo.
Bueno, yo acabé el curso con el número siete, que no estuvo nada mal y, como estaba
entre los diez primeros, me mandaron a San Javier, junto con los nueve restantes. Una
vez allí, Don Alejandro Gómez Spencer nos puso en círculo y empezó a dispararnos con
preguntas de un nivel técnico elevado; a cada uno le hizo una pregunta, ya que él era un
técnico de primera. Hasta me acuerdo de la pregunta que me hizo a mí: ‘¿Qué voltaje
tiene el segundo de la magneto?’. Bueno, cada uno respondió perfectamente a su
pregunta. Comentó que estaba muy satisfecho y, después, pidió tres voluntarios para
Alcantarilla. El número uno de la promoción, el número diez y yo, que era el número
siete, éramos muy amigos, nos miramos y le dijimos que nosotros tres nos iríamos
voluntarios a Alcantarilla. Los voluntarios se llamaban Pedro Fernández, Enrique Piñol
y yo mismo”.
El mecánico Antonio Bañón, en relación con su paso por la Escuela, en la línea esbozada
por Antonio Vilella, desea destacar el papel jugado por los profesores. En referencia a
éstos, se deshace en elogios respecto a la actividad desarrollada por los docentes en la
Escuela, tanto en la faceta puramente académica en su labor de formadores, como en el
aspecto humano, en su papel de forjadores de personas, todo ello con la finalidad de
conseguir un centro de formación a la altura de las circunstancias históricas que se estaban
viviendo. De esta forma tan hermosa describe Antonio Bañón a sus profesores:
385
“Recordar esta Escuela de Mecánicos Especialistas es de tal valor sentimental que a mis
84 años, tengo derecho en alardear la abnegación y tenacidad de trabajo que se
desarrollaba en la preparación de especialistas mecánicos de alta cualificación, que en
aquellos difíciles momentos la Aviación militar necesitaba para el mantenimiento de sus
aviones de alta tecnología.
Estos recordados profesores, como personas eran extraordinarios, como técnicos, unos
fuera de serie y, como educadores, siempre a la altura de las circunstancias, imprimiendo
una educación castrense patriótica digna de todo encomio que, sin ambigüedades,
inculcaron a sus alumnos, siendo una labor abnegada y espejo que nunca deformó el
espíritu de lucha de este centro militar. Entre estos profesores son meritorios de relatar
su director, Rogelio Lorenzo; profesores: López Egea, Rafael Fernández, José Rubio,
Gregorio San Martín, Valeriano Torija, Justo Arruego, Eugenio Villana, Baca, Jiménez,
y otros que no recuerdo. (…)
Pero conseguir esta necesidad de Estado en aquellos momentos, no fue tarea fácil, era
imprescindible y necesario disponer de un cómputo de factores que pudieran revitalizar
esta necesidad y, para ello, el Ejército del Aire eligió lo mejor que tenía; una buena
dirección de esta ejemplar Escuela, hombres de reconocida valía moral, técnica y
humana, y no olvidar que estos elegidos tenían que reunir unas características de valores
patrióticos altamente demostrados, a fin de no correr riesgos innecesarios y
peligrosos”234.
Antonio Bañón, una vez finalizados sus estudios de mecánico en Godella, sirvió en la 3ª
Escuadrilla de Katiuskas.
234
Revista Ícaro (nº 69), 2001.
386
5.- CONCLUSIONES
De todo lo expuesto en el presente capítulo por los protagonistas del estudio, en relación
con su formación como especialistas de las Fuerzas Aéreas de la República, se pueden
extraer las siguientes conclusiones:
1.- Del caso particular de los pilotos se deduce que, entre ellos, existía una sensación de
que se habían elevado en la escala social al convertirse en pilotos, sobre todo, de los que
proceden de sectores sociales más humildes.
2.- Dentro del marco psicológico, tanto entre los pilotos como en los observadores, todos
ellos experimentaron como una gran experiencia vital el primer vuelo, primero
acompañados por el instructor y, luego, ya solos. Se podría expresar como una práctica
iniciática para todos ellos el hecho de volar, de suspenderse en el aire y se podría describir
como una sensación muy intensa de felicidad.
3.- Es lugar común en todas las especialidades destacar la gran cantidad de personas que
se presentaban a las pruebas para acceder a las diferentes escuelas del Arma de Aviación
de la República.
4.- En el caso de los pilotos, en relación con las pruebas de ingreso en las academias de
pilotaje, la mayoría coincide en que el examen teórico estaba al alcance de cualquier
persona con una cultura relativamente básica. Ponen todos ellos el acento en que la gran
dificultad estaba en el examen médico-físico, que era donde se eliminaba a la mayoría de
los aspirantes.
5.- Entre los observadores que se formaron en Jarkov (Ucrania) existe en todos ellos un
sentimiento de frustración por no haber conseguido acceder a los estudios de pilotaje y,
por ende, por no haber podido convertirse en pilotos militares. Frustración que se puede
leer en clave psicológica en dos ámbitos: a) la no consecución del objetivo marcado
debido a causas ajenas a su voluntad. En este caso, las autoridades militares soviéticas. b)
la percepción de que nunca se les reconoció el importante papel que, en su opinión,
jugaron a bordo del avión como el tripulante indispensable. Por otro lado, el hecho de la
frustración se puede entender también en clave sociológica, en el sentido de que, al no
convertirse en pilotos, no ascendieron el peldaño social que suponía ser piloto militar.
387
6.- La percepción generalizada en todas las especialidades estudiadas de la gran calidad
del profesorado que impartió los cursos en los diferentes ámbitos, ya fuera en España,
Francia o en la Unión Soviética.
7.- Entre los mecánicos, casi se podría hablar de idealización de la Escuela de Mecánicos
de Godella, tanto por las características de las instalaciones, como por la calidad de los
profesores de la citada academia. Respecto a los docentes, los mecánicos que se formaron
en Godella destacan sus aptitudes como enseñantes, así como la actitud, casi paternalista,
en el buen sentido de la palabra, que tuvieron hacia los alumnos en el ámbito personal.
9.- En relación con los pilotos instruidos en España, existe la opinión generalizada de que
la formación recibida por ellos en nuestro país fue más completa que la que recibieron los
que se trasladaron a la Unión Soviética o Francia. La razón estriba en la mayor cantidad
de modelos de aviones que volaron durante el período de aprendizaje.
10.- En general, se observa una gran admiración por la Unión Soviética a causa de la
ayuda militar prestada a la República durante la guerra, opinión muy extendida entre los
aviadores republicanos, y no circunscrita a los militantes o simpatizantes comunistas. En
el mismo sentido, se percibe una imagen muy positiva de las realizaciones conseguidas
por régimen soviético, no expresándose ninguna crítica al sistema político imperante.
11.- Los asistentes a los cursos en la Unión Soviética, por lo general, opinan que no se
produjo manipulación política por parte de las autoridades soviéticas hacia los que
participaron en la formación. Una minoría sí cree que hubo un intento por parte de los
comisarios políticos soviéticos de plantear la política de los comunistas como la única
acertada, tanto en la Unión Soviética como en España.
12.- Los alumnos-piloto que asistieron a las escuelas francesas sufrieron en sus carnes la
crisis y la división política que se vivía en Francia en los años treinta. División agravada
por la victoria del Frente Popular francés en las elecciones de 1936.
388
C.- LA VIDA EN LAS ESCUADRILLAS DE COMBATE DE
LA AVIACIÓN REPUBLICANA DURANTE LA GUERRA
CIVIL
Tras pasar por las diferentes academias, los aviadores republicanos se fueron
incorporando a las distintas unidades de combate donde prestarán servicio el resto de la
guerra. En cuanto a la organización de la aviación republicana durante la contienda, la
unidad básica era la escuadrilla235 y, salvo algunas excepciones236, estaba compuesta por
aviones del mismo modelo, ya fuera de caza o de bombardeo. El número de aviones por
escuadrilla era, por regla general, entre 9 y 12. A escala operativa la escuadrilla estaba
dividida en patrullas, integradas por tres aviones cada una. A su vez, un conjunto de
escuadrillas formaban los denominados Grupos que, como se puede deducir, estaban
formados por aviones del mismo tipo237. Finalmente, por encima de los Grupos se
encontraba la Escuadra, que aglutinaba a los diferentes Grupos de un determinado tipo de
avión: así estaba la Escuadra de Bombardeo o la Escuadra de Caza. Cada parte de esta
estructura jerárquica tenía un jefe que mandaba, respectivamente, sobre la patrulla, la
escuadrilla, el Grupo y la Escuadra.
En sus testimonios, los aviadores citan la composición de las escuadrillas donde prestaron
sus servicios. Juan Sayós, en sus memorias, nos describe de una forma sencilla cómo
estaban compuestas una escuadrilla y cómo funcionaban en relación con los pilotos.
Refiere que los pilotos novatos que se unían a las escuadrillas se incorporaban a la
dinámica del combate gradualmente, ya que, y esto es opinión común de la mayoría de
los pilotos, eran presa fácil durante los primeros combates para los pilotos enemigos más
experimentados. Hace una afirmación, que también es lugar común entre los pilotos, que
se traduce en que tenían un concepto casi de propiedad del avión que volaban y que no
les gustaba que otros manejaran su avión. Así lo relata Juan Sayós:
235
Las escuadrillas eran denominadas por números correlativos, léase, 1ª, 2ª, 3ª…, y así sucesivamente.
236
Hubo algunos momentos en la guerra en que se formaron escuadrillas con aviones de diferentes tipos.
A este tipo de escuadrillas se las denominaba coloquialmente “Circo Kronen”.
237
Los Grupos, al igual que las escuadrillas, se denominaban por números. Así el Grupo 24 era el formado
por los bombarderos Katiuskas, el Grupo 21 era el de los aviones de caza I-16 Mosca o el Grupo 26 era el
de los I-15 Chatos; otros modelos de avión tenían otras denominaciones. Los números de los Grupos, en
algunos casos, variaron durante la guerra debido a las reconfiguraciones que se hicieron dentro del Arma
de Aviación para hacerla más operativa.
389
“Cuando estaba completa, cosa que sólo sucedía en rarísimas ocasiones, una escuadrilla
de cazas se componía de tres –y alguna vez de cuatro- patrullas de tres aviones cada una.
Cada patrulla estaba mandada por un jefe de patrulla, o comandir svina, como decían
los rusos. Debido al personal que iba saliendo de las escuelas de vuelo, el número de
pilotos era muy superior al de los aparatos disponibles y en cada escuadrilla había a
menudo dos o tres chavales preparados para cubrir las bajas que se produjeran. Puesto
que hasta el momento de entrar en fuego éstos eran más bien un estorbo que una ayuda,
se procuraba incorporarlos gradualmente en vez de relevar a los que estaban en servicio.
Además, los que teníamos un avión asignado lo apreciábamos como si lo hubiésemos
pagado de nuestro propio bolsillo y no nos agradaba que un recién llegado pusiera en él
sus manos, aunque fuese para proporcionarnos un descanso” (SAYÓS, JUAN: 1999, 61-
62).
“Para esta docena escasa de aviones, el personal o ‘escalón de tierra’ estaba formado
por un centenar de personas, entre mecánicos, ayudantes, chóferes de los automóviles,
390
los camiones y las cisternas de gasolina, personal de cocina, soldados para la vigilancia
de los terrenos de vuelo y los alojamientos, y mujeres contratadas para servir la mesa y
lavar la vajilla y la ropa. Éramos una especie de circo ambulante que iba de un lugar a
otro llevando consigo hasta el último bramante, y en el que los pilotos desempeñábamos
el papel de artistas encargados de la tarea peligrosa y, por ese motivo, tratados con las
mayores atenciones. Debido a la abundancia de personal y material, resultaban bastante
laboriosos los traslados de un aeródromo a otro, si es que cabe llamar aeródromos a los
páramos. Más o menos explanados, que en tiempo de guerra fueron habilitados en tantos
lugares” (SAYÓS, JUAN: 1999, 62-63).
Joaquín Calvo hace referencia a las consecuencias del corte producido por las tropas
sublevadas en Abril de 1938 por el que Cataluña quedó aislada del resto de la zona
republicana. Este hecho hizo que la estructura de la escuadrilla tuviera que doblarse: una
parte en Cataluña y otra en la denominada zona Centro-Sur. Por supuesto, esto constituía
una complicación y una duplicación de efectivos. Así describe la situación Joaquín Calvo:
“No teníamos destino fijo, se iba variando. La escuadrilla era fija en cuanto a la dotación
de la misma: mecánicos, pilotos, armeros, todo eso. Cuando los nacionales llegaron al
Mediterráneo, que dividió nuestra zona en dos partes, nosotros teníamos el doble de
personal, una plantilla al Norte, o sea en Cataluña y otra en el resto de España. Nosotros
sí pasábamos de una zona a otra, estábamos tan pronto en el Ebro, por ejemplo, o
bajábamos al Sur. Pero nuestro personal, los mecánicos, los chóferes, los armeros, se
quedaban en uno de los lados, es decir, teníamos dos escalones rodados238, uno en una
zona y otro en la otra. La nuestra, la titular, cuando llegaron al Mediterráneo se quedó
en Cataluña”.
Las escuadrillas realizaban multitud de servicios y tenían un trabajo ingente. Las salidas
al frente se redoblaron conforme avanzaba la guerra, debido a la penuria de material que
vivió el ejército republicano por la acción de la No Intervención. La escasa recepción de
nuevo material volante hizo que la tasa de reposición de los aviones derribados o
averiados fuera muy reducida. Esta permanente actividad la describe breve, pero muy
claramente, el piloto de Chatos Joaquín Calvo:
238
El mecánico Antonio Vilella define perfectamente en qué consistía un tren rodado: “Un tren rodado
consistía en todos los elementos de que se componían una escuadrilla para su buen funcionamiento:
Coches, camiones, y todo el material necesario para poder desarrollar las actividades de los aviones”.
391
“Nosotros trabajábamos mucho. Yo he hecho muchas veces la comparación, y nosotros
éramos como las chicas de servir, que algunas valen para todo, nosotros igual. Hacíamos
reconocimientos, hacíamos bombardeos alguna vez, pocas veces; algunas veces nos
ponían cuatro bombitas pequeñas de 10 kilos que no valían para nada. Íbamos también
de protección, pero no con los Katiuskas porque corrían más, con los katiuskas iban los
Moscas. Con los Moscas íbamos muchas veces en combate”.
Juan Sayós también abunda en el tema de los servicios, y en relación con esto nos ilustra
cómo era la situación en un día cualquiera en un aeródromo para un piloto republicano,
en su caso de caza:
“Los que no estaban de guardia yacían debajo de los aparatos dispersados en el campo
y procuraban descansar de los servicios de la jornada, pero con la atención fija
involuntariamente en la caseta de la comandancia, desde la cual se daban las órdenes
de salida avisando previamente si ésta era ordinaria, o disparando unos cohetes de
señales que nosotros llamábamos ‘raquetas’ –del inglés rocket- si se trataba de una
salida de emergencia. Una raqueta especial movilizaba a la patrulla de guardia cuando
había peligro de bombardeo en el aeródromo, pero los servicios de observación eran tan
deficientes que a menudo se disparaba la raqueta cuando llovían ya las bombas y, debido
a ello y por lo que a nosotros respectaba, no cesábamos de escudriñar el cielo, confiando
en más en nuestros ojos que en los ajenos” (SAYÓS, JUAN: 1999, 78).
Continuando con el tema de los servicios, Juan Lario, de una forma resumida, explica
cual era el protocolo que seguían los pilotos, una vez regresaban de sus respectivos
servicios. Completada la misión que les habían asignado, la escuadrilla se reunía en la
caseta del Estado Mayor, donde se resumía y comentaba lo que le había sucedido a cada
piloto:
“En las formaciones de regreso a la base no es imprescindible que cada piloto ocupe
rigurosamente su puesto. Puede, si lo aconsejan las circunstancias, formar en otra
escuadrilla distinta y en cualquier patrulla; aunque se procura conservar el orden si no
existen causas que lo impidan. En caso de regresar con avería lo aconsejable es tomar
tierra en el aeródromo más cercano. (…) Según las normas vigentes, después de tomar
tierra, nos concentramos en la caseta de nuestro Estado Mayor (común para las dos
392
escuadrillas)239. Teníamos que efectuar el resumen del servicio de guerra. Cada piloto,
por orden de patrullas, exponía todo lo observado y realizado” (LARIO, JUAN:
1973,171).
“Cuando una escuadrilla se deshace, no tiene objeto que exista, ya no hay aviones para
ello. Entonces mientras no tenías aviones, o sea, no tenías lugar a donde ir, te enviaban
a una escuela de reentrenamiento para no perder la práctica de vuelo. Esta escuela se
encontraba en Rabasa, en Alicante. Así que me mandaron a Rabasa. Cuando llegué todos
mis compañeros estaban allí, es decir, no estaban en las escuadrillas, estaban esperando
destino allí. Allí no había katiuskas para practicar, allí había otros aviones polimotores.
Los aviones que teníamos allí eran los dragones. El Dragón Rápido fue el modelo que
llevó a Franco, era un avión inglés. Dentro de los dragones había dos tipos, el lento y el
rápido. Primero volábamos en los lentos y luego ya volábamos en los rápidos. Y ahí
estuvimos haciendo prácticas hasta que llegara el nuevo material”.
Juan Sayós se refiere al cuadro eventual de Celrá con cierta ironía por la buena vida,
según sus propias palabras, que se daban los allí destinados. Conoce la situación porque
él tuvo una breve estancia en el citado aeródromo de Celrá:
“En Gerona, los del Cuadro Eventual se daban una vida espléndida. Se albergaban en el
Hotel Peninsular, en el centro de la población, y su actividad consistía en trasladarse
239
Se refiere a la 2ª y 3ª escuadrillas de Chatos.
393
por la mañana a Celrá, donde había un terreno de entrenamiento, y realizar un breve
vuelo a días alternos. Regresaban al Hotel para almorzar; asistían a alguna clase
teórica, más bien formularia y después se dedicaban a destrozar corazones del elemento
femenino, entre el cual la aviación ha gozado siempre de un prestigio muy considerable.
Por desgracia, mi estancia en aquella Capua fue tan corta que no me permitió comprobar
si era capaz de resistir a sus tentaciones” (SAYÓS, JUAN: 1999, 53).
En lo tocante con las salidas que hacían los pilotos hacia las zonas de combate para
enfrentarse a la aviación enemiga, José María Bravo se queja de que no recibían
información, por parte de la Jefatura de Aviación, de las características y de las
debilidades de los aviones enemigos, pues ello hubiera permitido aumentar la efectividad
de las escuadrillas republicanas. Termina su breve disertación quejándose de la
organización de la aviación republicana:
“De nuestros grandes jefes españoles no recibimos nunca la menor información acerca
de las características de los aviones enemigos, especialmente alemanes, sobre los que
ellos disponían indudablemente de datos, ya que eran muchos los aviadores prisioneros
y varios los aviones que habían caído en nuestro poder. Nunca nos dijeron cuáles eran
sus puntos débiles –que los tenían-, para facilitar su derribo con nuestro débil
armamento. Y en el numeroso Estado Mayor no podía faltar un departamento que se
ocupase de ello. Me admira cada vez más que con semejante organización lográramos
resistir casi tres años” (BRAVO, JOSÉ MARÍA y DE MADARIAGA, RAFAEL: 2007,
150).
“Todo funcionaba como un reloj. Cuando los pilotos regresaban del frente con los
aviones hacías una revisión completa al avión. A menudo, venían con agujeros y para
eso ya teníamos preparados unos parches de la misma tela del avión y tapábamos los
agujeros. Asimismo mirábamos que no hubiera algún agujero que hubiera afectado
394
alguna pieza vital del aparato para poder repararla. Si no pasaba esto, simplemente
tapábamos los agujeros, y a volar otra vez. Lo que me impresionaba sobre todo era la
disciplina con la que todos actuaban. En cuanto se había revisado el avión, pasaba el
jefe de mecánicos y preguntaba si el avión estaba en vuelo y respondíamos si estaba o no
estaba en vuelo y cuántos estaban averiados. Una vez hecho esto, el jefe de mecánicos
daba parte al Estado Mayor de la escuadrilla. A la hora de repostar los aviones, éstos
repostaban gasolina y aceite. El depósito de la gasolina en el Chato iba en la parte
delantera, delante del piloto. Así, que a la hora de repostar, se llenaba el depósito de
gasolina y también el de aceite, ya que los aviones gastaban también mucho aceite. Las
cisternas que abastecían a los aviones estaban divididas en dos, una parte con aceite y
otra con gasolina. Una vez que el avión ya había repostado estaba en condiciones de
salir al aire. A mí esto me gustaba horrores, era joven y era fantástico porque tenías
ilusión, entusiasmo y más aquello que te gustaba, lo que habías soñado siempre”.
Asimismo, Antonio refiere las actividades que se realizaban por la mañana, antes de la
primera salida de los pilotos al frente. Incide, sobre todo, en que eran muy concienzudos
en su trabajo, muy metódicos, que no dejaban nada a la improvisación, ni los mecánicos
ni los armeros, a los que cita también. Así pues todo estaba planificado para que los
aviones cuando salían al combate fueran en las mejores condiciones:
“De noche, dos horas antes de levantarse los pilotos, los mecánicos, después de tomar
café nos dirigíamos al campo para probar el motor y las ametralladoras de los aviones.
Nos sentábamos en la cabina con el chaquetón de cuero y, cuando era pleno invierno,
nos caían los chorros de agua por encima del cuerpo a medida que el calor del motor
fundía el hielo acumulado en los planos. La puesta a punto de las cuatro ametralladoras
del Chato era un espectáculo de luz y sonido. Cuando las balas incendiarias y las
trazadoras salían de los aparatos desperdigados por el campo, formaban brillantes rayas
multicolores y se entrecruzaban. Terminadas las pruebas, repostábamos y realizábamos
otra concienzuda inspección al aparato”.
Antonio describe también el equipo con el que contaban los mecánicos en la escuadrilla
para llevar a cabo su trabajo. En referencia al material utilizado, se refiere a él en forma
positiva, ya que no existe una sola queja acerca de la calidad del utillaje del que disponían
en los aeródromos:
395
“Un camión-taller con repuestos servía perfectamente para solucionar las reparaciones
menores. Para las más importantes, cada Grupo disponía de un impresionante coche-
taller, de los cuales seis fueron adquiridos en Estados Unidos y estaban equipados con
el mejor utillaje y las máquinas más modernas. Dicho camión medía unos doce metros
de longitud y poseía tornos, máquinas de perforar, limadora, máquina de serrar,
fresadora, equipo de soldadura eléctrica y autógena; todo ello movido por un potente
grupo eléctrico. Los mecánicos estábamos maravillados con aquellas selectas
herramientas.
“El piloto y el mecánico en las escuadrillas de caza se querían como hermanos. Cuando
llegaba el piloto había que ayudarle a salir de la cabina de tan agotado que llegaba
después de un combate, la tensión a la que estaban sometidos en un combate, yo lo
comprendía, era terrible y aunque el combate durara una hora, que era el radio de acción
que tenía el Chato, era una hora agotadora. El piloto con el que yo estaba se llamaba
López y ahora vive en Méjico”.
Por su parte, José María Bravo hace mención al mecánico que le acompañó durante casi
toda la guerra:
396
“Mi primer mecánico y casi el único que tuve fue Álvaro Padín, que me acompañó
durante toda la guerra, y del que no quise separarme nunca, al principio en la 1ª
Escuadrilla, a continuación en la 3ª y, finalmente, en el Grupo. Esto no era muy habitual;
los mecánicos acompañaban a las escuadrillas en el llamado escalón rodado, pero
siempre podía conservar un piloto a su mecánico durante muchos meses, como en mi
caso” (BRAVO, JOSÉ MARÍA y DE MADARIAGA, RAFAEL: 2007, 80).
Otro elemento muy importante para el óptimo funcionamiento de los aviones eran los
armeros. Éstos se ocupaban de revisar el armamento y de cargar la munición que llevaba
el avión antes de salir al combate. Al igual que los mecánicos, ya fuera antes del primer
servicio o a la vuelta de alguno, siempre tenían que revisar los distintos dispositivos y
recargarlos si fuera preciso, léase las balas para las ametralladoras o las bombas para los
aviones de bombardeo. Pero es que, además, realizaban otro tipo de servicios
complementarios fuera de los aeródromos. Por ejemplo, desactivar las bombas que no
habían hecho explosión o transportar materiales explosivos de un lugar a otro. A este tipo
de servicios se refiere Francisco Cortés en su testimonio. En uno de ellos, cuando estaba
destinado en Málaga, tuvo que desactivar, en la zona más céntrica de la capital andaluza,
una bomba que no había explotado:
“Estando en Málaga en el año mil novecientos treinta y siete recibí un oficio del Estado
Mayor ordenándome un servicio peligroso. Varios días antes nos visitó una patrulla de
aviones alemanes de la Legión Cóndor. Se trataba de nueve Heinkel He-111 que
bombardearon la calle Larios. Nos mandaron a un mecánico y a mí a sacar dos bombas
sin explotar de cincuenta kilos que estaban en el sótano de una casa de la Calle Larios.
Estas habían atravesado unas cuantas plantas de un edificio. Rápidamente ordenaron la
evacuación para la seguridad de los ciudadanos hasta que los artefactos fueran extraídos
y desactivados. Las bombas estaban enterradas y tenían una longitud de dos metros,
desde la ojiva hasta el estabilizador. Con mucha precisión, fui quitando tierra hasta
llegar a la ojiva, pero la espoleta no estaba en esta zona. Seguí desenterrando
procurando no dar ningún golpe, quitando tierra hasta descubrir la primera espoleta que
estaba en la panza de dicha bomba. Estas bombas llevaban dos espoletas. Tuve que poner
los cinco sentidos en esta operación, debido a su peligrosidad”.
Refiere que, en otra ocasión, destinado en el frente de Extremadura, tuvo que hacer un
servicio de transporte muy peligroso, por la facilidad con la que podía explotar. Detalla
397
el estado de las carreteras de entonces y los movimientos a los que el vehículo, debido a
esta circunstancia, estaba sometido y, por tanto, el peligro que conllevaba de que se
produjese un estallido. Así refiere el viaje desde Extremadura a la provincia de Jaén con
aquel material tan sensible:
“Varios días después tuve que hacer un servicio peligroso. Tuve que transportar en un
coche, en concreto un turismo, una carga de cebos para bombas de cincuenta kilos, nada
menos que a Andújar, en Jaén. Los cebos estaban hechos de un material muy peligroso,
era un material que explosionaba con un simple cambio de temperatura o un ligero golpe.
Como he dicho, los transportábamos en un turismo otro compañero y yo. Viajamos los
dos solos por carreteras muy malas, con muchos baches. Teníamos que aminorar la
marcha a cada momento pero conseguimos llegar. Cuando llegamos a Andújar, el
maestro armero que encontré era un compañero de mi curso llamado Pereda. Me
contaba Pereda que, en aquellos días, estaban en plenos bombardeos contra el santuario
de la Virgen de la Cabeza. Al segundo día de mi estancia en Andújar recibimos un
bombardeo por parte de los alemanes en nuestro propio campo. Nos tiraron más de cien
bombas incendiarias, pero tuvimos la fortuna de no tener ninguna desgracia personal”.
Del personal que servía en la escuadrilla, los pilotos y los especialistas no pernoctaban en
los aeródromos. Lo hacían en alojamientos habilitados para ello: hoteles, pensiones o
casas particulares relativamente cercanas al campo. Juan Sayós afirma que los pilotos
solían hospedarse y alimentarse separados del resto del personal de la escuadrilla por un
tema de seguridad. Se reafirma en los estrechos lazos que unían a los pilotos entre sí
debido a que se jugaban la vida a diario. Así explica la situación Juan:
398
“Para evitar posibles indiscreciones y señalar la diferencia entre el personal auxiliar y
el combatiente, los pilotos solíamos hospedarnos separados del resto del personal de la
escuadrilla. También comíamos aparte, en el mismo campo por la mañana y al mediodía,
y cenábamos en nuestro alojamiento cuando los servicios habían quedado
cumplimentados. Constituíamos una comunidad estrechamente unida por los riesgos que
afrontábamos juntos, y más o menos todos habíamos salvado el pellejo alguna vez
gracias a la ayuda de otro, cosa tan natural que ni siquiera era mencionada” (SAYÓS,
JUAN: 1999, 90).
José María Bravo hace mención también a que residían cerca del aeródromo debido a
que, si se producía una emergencia, pudieran salir con los aviones en el menor tiempo
posible:
“Los pilotos vivíamos cerca del campo donde estaban nuestros aviones, tan cerca como
para poder salir en pocos minutos tras la señal de la ‘raqueta’, que así llamábamos, con
su nombre en ruso, a la bengala, que enviada desde el puesto de mando, indicaba el
despegue inmediato para cumplir una misión o enfrentarse a un súbito bombardeo. El
resto del personal de apoyo también ‘vivaqueaba’ próximo al campo en el pueblo más
cercano” (BRAVO, JOSÉ MARÍA y DE MADARIAGA, RAFAEL: 2007, 64).
Pero no sucedía lo mismo en todas las escuadrillas. Por ejemplo, en la unidad que servía
Antonio Vilella, todos los elementos de la escuadrilla hacían vida en común, no existiendo
la separación que menciona Juan Sayós en su testimonio. Al respecto, Antonio afirma que
la comida en la escuadrilla era buena y que comían lo mismo que los pilotos. Menciona
esto porque a los pilotos, debido a su frenética actividad, se les proporcionaba una mejor
alimentación que al resto. Antonio destaca, además, la buena organización que existía en
la escuadrilla en el tema del abastecimiento:
“La alimentación en la escuadrilla era estupenda, los mecánicos comíamos lo mismo que
los pilotos. En la Cuarta Escuadrilla de Chatos comíamos todos en una mesa, pilotos,
mecánicos, sanitarios, armeros, técnicos, responsables del combustible, todo el personal
en la misma mesa, era muy democrático. Era de las pocas escuadrillas en la que se hacía
este sistema de comer todos juntos. Para atender los alojamientos y las comidas, había
cinco camareras que nos acompañaron hasta el final de nuestras actuaciones. Allí nunca
faltaba un bidón de cerveza con un serpentín con hielo. Lo que no faltaban tampoco eran
399
las lentejas, lentejas casi cada día, pero ya se sabe que unas lentejas bien cocinadas son
un buen manjar y más en aquella época con la necesidad que había. Yo me admiraba de
la organización de la escuadrilla, allí en Villafamés. Cuando los mecánicos
trabajábamos reparando los aviones, nunca nos faltaba la comida, puntualmente y
abundante. Ese sector de Intendencia funcionó perfectamente gracias a su encargado
Amat”.
El piloto de caza Ernesto Marimón abunda también en la buena alimentación que recibían
y que, cuando se trasladaban, siempre se encontraban con todo preparado. Enumera con
cierto detalle los alimentos que consumían en su escuadrilla. Afirma, agradecido, que no
les faltaba de nada:
400
Juan Sayós fue un piloto de caza que convivió en una de estas escuadrillas mixtas. En sus
memorias, relata el día que se incorporó a la escuadrilla en la que había integrantes
soviéticos. Afirma que la acogida fue buena y el problema venía por el idioma, aunque se
solventaba con los traductores o ‘periboches”:
“Los pilotos residían en una casa de campo de las afueras y cuando llegamos allí los dos
novatos, era ya la hora de cenar. La acogida que nos dispensaron los rusos fue muy
cordial. Llevaban tiempo allí y, más o menos, todos ellos hablaban un poco el castellano.
En el peor de los casos, un intérprete o periboche, sudamericano pasado por la URSS,
aclaraba las dificultades idiomáticas. Nos sentamos todos juntos a la mesa” (SAYÓS,
JUAN: 1999, 55).
Asimismo, refiere que aunque los jóvenes pilotos españoles no tuvieran muchas cosas en
común con los soviéticos, éstos sabían aceptar sus travesuras y bromas:
“Pero, puesto que por otro lado no tenían nada que no compartiesen fraternalmente con
nosotros y sabían soportar las travesuras e incluso bromas pesadas que les gastábamos
los críos que éramos nosotros, los españoles no tardamos en apreciarlos” (SAYÓS,
JUAN: 1999, 93).
José María Bravo se expresa de forma parecida a la de Juan Sayós, en el sentido de tener
una buena opinión de los rusos que vinieron a luchar a España; enfatiza, sobre todo, el
que daban buenos consejos a la hora de volar y luchar:
“Con quienes mayor y más fructífero contacto mantuvimos fue con los consejeros y
pilotos soviéticos. Los generales Ptujin (José) y Smushkievich (Douglas), el comisario
jefe, también piloto, Martín Agaltsov, el consejero jefe de la Escuadra de Caza, Katrov,
y tan destacados pilotos como Serov, Újov, Yeriómenko, Smirnov, Devótchenko, Gúsiev,
Gritseviéts, con quien volé mucho, ya que era jefe de una de nuestras escuadrillas, la 2ª.
Las reuniones con ellos eran siempre positivas, pues nos daban magníficos consejos
respecto a la forma de comportarse en el aire y combatir” (BRAVO, JOSÉ MARÍA y
DE MADARIAGA, RAFAEL: 2007, 149).
En la misma línea, pero con su lenguaje heroico y pasional, Francisco Meroño hace un
elogio muy poético de la actividad desarrollada por los aviadores soviéticos en España.
Alaba su actitud desinteresada y generosa, al venir a luchar a España dejando atrás todo
401
lo que les es más cercano (familia, amigos, patria). En el relato de Meroño, la ideología
transpira por todas partes. Es un comunista convencido (se afilia al PCE durante la
guerra), lo que hace que idealice la intervención soviética en España vistiéndola de
internacionalismo:
“…ya conocemos bien el entusiasmo y la tenacidad que durante el curso demostró todo
el personal soviético en el empeño de hacernos aprender la complicada técnica de guerra
y como aquí, en España, pilotos como nuestro jefe, que hasta sus verdaderos nombres
dejaron allá, al otro lado de las fronteras, con un adiós vacilante a su patria, esposas e
hijos, para venir en nuestra ayuda y morir sin condiciones, amparados por su
pseudónimo nacional. Así recordaremos en la lucha y en la paz a esos ‘Antonio’, ‘José’
y ‘Pedro’, que anónimos caen en nuestros campos para servirnos de bandera y ejemplo
en nuestra conducta de comunistas. Ellos ya lo son, nosotros tenemos que demostrarlo”
(MEROÑO, FRANCISCO: 2004, 71).
Juan Sayós entra también el tema político, pero desde otra perspectiva. Afirma que los
soviéticos nunca expresaron opinión política alguna. Simplemente, repetían las consignas
que les eran dadas por sus superiores. Juan comprende la situación debido a la realidad
que se estaba viviendo en la URSS en aquellos momentos. La Unión Soviética estaba
inmersa de lleno en las purgas de Stalin, cuyas víctimas, una buena parte de ellas,
formaban parte del ejército rojo. Así habla Juan de los rusos y de la política:
“Los españoles todavía no habíamos logrado que ni uno solo de ellos se atreviera a
franquearse en cualquier cuestión política. Como máximo, se limitaban a repetir, como
gramófonos, la última consigna que habían recibido. Es preciso recordar que nos
hallábamos en la época más tenebrosa del período estalinista, la de las ‘purgas’ que
diezmaron al ejército rojo, incluidos muchos de los elementos que estuvieron en España”
(SAYÓS, JUAN: 1999, 90).
Juan afirma que los rusos eran unos excelentes compañeros y muy disciplinados, pero
vuelve al asunto del temor político de los aviadores soviéticos, cuando afirma que los
pilotos, que demostraban su valentía a diario en los combates aéreos contra los
sublevados, se acobardaban ante el comisario político que los acompañaba en el momento
en que éste les echaba alguna reprimenda. Volvemos a la inquietud de carácter político
402
que se vivía en la Unión Soviética de Stalin, donde una opinión contraria a la línea oficial,
por leve e inofensiva que fuera, podía costar muy caro, incluso la vida:
“En otros aspectos, los rusos resultaron, en general, unos excelentes compañeros, un
tanto ingenuos, muy disciplinados y con un miedo tremendo a su comisario político, un
individuo bilioso que, de vez en cuando venía a la escuadrilla y por un quítame allá esas
pajas dedicaba a los infortunados tovaritch unas broncas de campeonato. Los tenía
acobardados hasta un punto inverosímil e incluso los más valientes en los combates
temblaban cuando hablaba el comisario y no se atrevían a comentar ningún punto
delicado por temor a comprometerse” (SAYÓS, JUAN: 1999, 91).
Se detiene Juan en sus memorias en el aspecto exterior de los pilotos rusos que había en
su escuadrilla; se refiere, en particular, a la ropa de paisano que utilizaban cuando salían
de paseo. Realiza una descripción de sus vestimentas de las que destaca su mala
confección, y, con ironía, afirma que a los soviéticos no se les habían pegado los vicios
burgueses. Asimismo, destaca que, cuando visitaban las ciudades, se quedaban extasiados
cuando veían los escaparates de las tiendas españolas, los tristes escaparates de tiempo de
guerra, como los describe Juan:
“El aspecto de los rusos, al llegar a nuestro país, demostraba que el socialismo no se
había contaminado con los lujos burgueses. A pesar de sus trajes de paisano, parecían
reclutas en el día de su llegada al cuartel y del reparto de los uniformes. Sus ropas, de
horrenda confección, les colgaban por todas partes, pero la excesiva longitud de las
mangas tenía la ventaja de disimular la ausencia de relojes de pulsera, y la ancha visera
de la gorra, que al principio llevaban encasquetada hasta los ojos, les confería un
aspecto de conspiradores muy apropiado para la desconfianza y reserva con la que nos
observaban.
403
piloto españoles en la academia de Kirovabad. De nuevo vuelven a sorprenderse. Hay
varios testimonios de los aviadores españoles sobre el tema:
Por ejemplo, Joaquín Calvo cita que cuando se incorporó a su escuadrilla, en el momento
en el que fueron a desayunar, comieron “al estilo de los rusos, media docena de huevos y
yo que sé…, y en vez de beber agua bebíamos coñac y cosas de esas”. Juan Sayós también
comenta acerca de las comidas que hacían los rusos, al afirmar que “la comida nos
extrañó, puesto que en ella no había nada que pudiera considerarse cocinado. Consistía
en botes de leche condensada, bandeja con huevos duros, mermelada y carne asada. Ni
una sola gota de vino; sólo coñac. Todos se servían a discreción lo que más les apetecía”
(SAYÓS, JUAN: 1999, 55).
José María Bravo comenta el hecho por el cual, cuando los soviéticos enviaban un nuevo
motor de avión embalado, dentro de la caja siempre iba un regalo en forma de alimentos
que luego se repartían entre los miembros de la escuadrilla:
En la vida diaria de las escuadrillas no todo era combatir, quedaba tiempo para la
diversión, sobre todo cuando la mayorí a de sus componentes tenían unos veinte años.
Las diversiones que citan los aviadores son las comunes de la juventud: salir con chicas,
bailar, dar una vuelta en grupo por la ciudad o el pueblo de turno, ir al teatro o al cine,
donde los hubiera, es decir, aprovechaban los pocos momentos libres que les dejaban los
servicios que hacían en el frente para disfrutar de su juventud.
Antonio Vilella refiere alguna de las diversiones de las que disfrutaba cuando su
escuadrilla estuvo destinada en aeródromos situados por la zona de Valencia. Nos cuenta
los bailes con las chicas del Socorro Rojo. La organización “Socorro Rojo Internacional”
fue creada en el año 1922 en base a una resolución del IV Congreso de la Internacional
404
Comunista (Komintern) para llevar a cabo acciones solidarias con las clases trabajadoras.
Con el paso del tiempo se fueron creando filiales nacionales, una de ellas en España. La
organización como tal desaparecería en el año 1942. Durante la Guerra Civil Española,
llevó a cabo una gran labor, tanto en el plano social como en el sanitario. En palabras de
Laura Branciforte, el Socorro Rojo durante la Guerra Civil fue uno de los pilares de la
sanidad militar republicana (BRANCIFORTE, LAURA: 2011, 21)240. En esta
organización las mujeres jugaron un papel esencial en el desarrollo de su actividad.
Además de divertirse bailando con las muchachas del Socorro Rojo, Antonio narra el
buen momento pasado en Utiel, en la provincia de Valencia, cuando el tren rodado de su
escuadrilla recaló en la citada localidad:
“De Villafamés nos trasladamos al campo de Alcublas, que estaba en Valencia. Recuerdo
que hubo una semana de cielos encapotados y lluvias y eso nos brindó la oportunidad de
hacer varios viajes de “relax” a Valencia. Todavía recuerdo con emoción aquellos bellos
momentos de distensión de la dura lucha. Algunas veces, grupos de chicas del Socorro
Rojo de Valencia nos organizaban festejos muy atractivos en los que no faltaba el baile
y, si había suerte, alguna muchacha nos prodigaba su admiración y afecto. Allí conocí a
una muchacha llamada Carmen que era la encargada del Socorro Rojo. Carmen moriría
poco después de fiebres tifoideas en su casa, en Gandía. Carmen es uno de los recuerdos
más hermosos que guardo de nuestra desgraciada guerra.
El piloto de caza Ernesto Marimón relata que, cuando estaban destinados en el aeródromo
de Els Monjos, iban a Barcelona a pasar ratos de asueto. En la capital catalana, se daban
240
“El Socorro fue, en sus comienzos, desde 1923, un organismo clandestino con fines sobre todo de
propaganda política en el adverso clima de la dictadura militar de Primo de Rivera. La metamorfosis en
la principal organización volcada en la ayuda y socorro de los detenidos políticos y de sus familias se
verificó tras el detonante de octubre de 1934. Finalmente, fue durante la Guerra Civil cuando acabó
constituyéndose en la verdadera base del sistema sanitario militar republicano y cuando se empezó a
conocer más extensamente la acción que desarrollaba” (BRACIFORTE, LAURA: 2013, 21).
405
cita gran número de militares de todas las armas cuyo objetivo era descansar y relajarse
de la tensión bélica. Debido a esta situación, se prodigaban las casas de citas, a las que
hace referencia Ernesto. Menciona también los establecimientos, como por ejemplo las
“taxi girls”. En este tipo de lugares de diversión los hombres iban a bailar, pero con una
particularidad, pues había que pagar por bailar con las chicas. Es decir, se compraban
unos vales y, cuando un hombre deseaba bailar, elegía la chica, le entregaba el vale y
bailaban ambos. Este tipo de establecimiento perduró hasta después de la guerra, ya en
época franquista. No debemos confundir las “taxi-girls” con la prostitución, ya que estas
chicas sólo bailaban y. por ello, se les pagaba. Ernesto, en su testimonio, nos indica que
las chicas que estaban con los militares del ejército de tierra se iban con ellos cuando
hacían aparición por el local. Con este hecho, se vuelve a la idea ya expresada del estatus
social de los pilotos. Un piloto tenía más estatus social que un militar de tierra y esto
atraía a las chicas. Así narra Ernesto sus andanzas por Barcelona:
“Ese mismo día, por la noche, nos dijeron que había que preparar el equipaje porque,
cuando regresáramos del primer servicio, tomaríamos tierra en otro campo. Nos
trasladamos al campo de Els Monjos de Santa Margarita. Tengo buenos recuerdos de
ese campo, estuvimos en él casi todo el mes de Enero de mil novecientos treinta y nueve.
Como era pleno invierno, se hacía muy pronto de noche y ello nos permitía irnos a
Barcelona. Allí visitábamos, a instancias de algunos, que no de mí, porque no me
gustaban algunos de los sitios donde se nos recibía muy bien y con mucha deferencia.
‘Son los pilotos, son los aviadores’, decían, y nos pasaban a un salón preferente y
privado, donde la dueña nos invitaba a tomar café y licores. Después, nos íbamos a un
salón de taxi-girls a tomar algo y a bailar el que quería. A veces, en las mesas estaban
algunos oficiales del Ejército de Tierra con algunas chicas de las del salón. Entonces,
muchas veces, al vernos dejaban a estos oficiales de tierra y se venían con nosotros. Los
oficiales de tierra protestaban y uno de ellos vino a nuestra mesa a preguntarnos qué
teníamos nosotros más que ellos para que ocurriese aquello. Nosotros le dijimos que no
lo sabíamos, que se lo preguntara a las chicas y que ellas dijeran el motivo. Nos reímos
y acabamos todos en una misma mesa”.
406
que, aunque las ciudades estaban padeciendo grandes penurias, había que seguir
divirtiéndose. La gente acudía a los teatros y los cines, a pesar de que en cualquier
momento podía haber un bombardeo que afectara a la sala. Dentro del dislocamiento vital
que produce una guerra, las personas intentaban, dentro de lo posible, ya fueran civiles o
militares, llevar una vida “normal”; y evadirse un poco de la terrible realidad diaria. Para
el personal de las escuadrillas, el que anocheciera antes, que la pista estuviera
impracticable por el barro, el mal tiempo o el cielo nublado, eran oportunidades de
diversión, porque ni ellos ni el enemigo podían volar en aquellas condiciones. Por tanto,
se aprovechaba para salir y disfrutar unos momentos lejos del combate. Así cuenta Juan
Sayós cómo se divertían en Barcelona:
“Íbamos al campo a primera hora de la mañana, con los automóviles –cada patrulla
disponía de uno-, para comprobar que, al intentar pasar por la pista de vuelo, se hundían
hasta los ejes. Telefoneábamos al teniente coronel jefe de la escuadra de caza, que residía
en Valls, que nuestro campo estaba impracticable y él nos daba permiso para que la
escuadrilla, con la excepción de una patrulla, fuese a distraerse en Barcelona. No es
necesario explicar con cuánto entusiasmo se cumplía esa orden, jóvenes, sanos y
poseedores de un relativo dinamismo, con la vida pendiente de un hilo y cuatro meses de
sueldo en el bolsillo, que no habíamos gastado por falta de ocasiones, si dijese ahora que
nos dedicábamos a visitar bibliotecas y museos es seguro que el lector no me creería.
(…) Los rusos iban por su cuenta y nosotros por la nuestra y, además, a fuer de buenos
españoles, nos mostrábamos marcadamente individualistas. Sólo coincidimos en una
cosa, y fue en quedar totalmente arruinados antes de que transcurriera una semana.
Para la mayoría de los compañeros, Barcelona era una ciudad forastera, sin más
atractivos que las diversiones de vía rápida que podía ofrecerles y entre las cuales la más
confesable era una sala de baile de la calle Muntaner. Yo no he tenido nunca vocación
de bailarín y, puesto que para abrazar a una muchacha me molestaban las escenas
musicales, prefería ir a pasear por la ciudad o bien asistir a alguna sesión de teatro.
Todavía recuerdo complacido una representación de la comedia de Bernard Shaw, El
discípulo del diablo, por la compañía Vila-Daví, y muy en particular la escena del juicio
militar, interpretada por Pío Daví en el papel de Richard Dudgeon y por Antoni
Gimbernat en el del general Bugoyne. Desde el punto de vista teatral fue deliciosa, pero
me dejó un tanto pensativo” (SAYÓS, JUAN: 1999, 87-88).
407
En sus narraciones, los aviadores nos ofrecen su percepción de las ciudades en diferentes
momentos de la guerra. En este sentido, es muy ilustrativo el testimonio de Francisco
Meroño acerca de la visión que él tuvo de la ciudad de Valencia en dos situaciones muy
distintas: la primera, al principio de la guerra y, la segunda, ya en el mes de marzo de
1938 en plena ofensiva de los sublevados sobre Aragón, que amenazaba de forma directa
a la capital valenciana. Valencia fue una especie de oasis de paz en la retaguardia
republicana en la primera parte de la guerra para luego sufrir el castigo que habían
padecido otras ciudades españolas que estaban cerca de los frentes. Valencia soportó,
sobre todo, los bombardeos procedentes de las bases franquistas en Mallorca. De esta
manera nos describe Francisco Meroño la ciudad de Valencia, cuando él pasó por allí la
primera vez:
“Los cafés están repletos de gentes bien vestidas, de caras finas y manos limpias de
callos. Nadie viste mono ni lleva armas como en Madrid; juegan al dominó en las mesas
los mismos señoritos de ayer. Por las aceras pasean jóvenes de edades comprendidas
dentro del llamamiento militar. Al lado de mostradores se agrupan hombres y mujeres,
beben, bromean, como si la guerra fuera otra vez en Abisinia” (MEROÑO,
FRANCISCO: 2004, 86).
Pero comparemos este testimonio con su descripción del mes de marzo de 1938, fecha en
la que de nuevo estuvo en la ciudad del Turia:
“…la ciudad ha comenzado a vivir la guerra, va tomando aspecto bélico; en las calles se
ven más militares, los edificios han tapado sus ventanas con cortinas de papel negro; los
cristales se untaron de cruces de tiras de papel amarillo; se ven refugios en las plazas,
zanjas en los patios, sacos de arena apilados delante de los edificios. Las ráfagas de los
cañones y ametralladoras se familiarizaron con los habitantes. Los coches taparon sus
faros; los víveres escasean, pero todavía se ven repletas de gentes ociosas y
elegantemente vestidas, los cafés, bares, chocolaterías, cines, teatros. Por sus calles
pueden verse gentes de caras alegres en los días negativos para la República”
(MEROÑO, FRANCISCO: 2004, 139).
Juan Sayós entra también en una triste descripción de Barcelona allá por el año 1938.
Barcelona, salvo los primeros días de la guerra, había sido una ciudad, relativamente
408
tranquila. Prueba de ello es que el gobierno de la República se trasladó a esta ciudad para
dejar atrás Valencia. Pero, a partir de 1938, la situación cambia, pues comienzan los
problemas de abastecimiento y aumenta la frecuencia de los bombardeos de la aviación
sublevada sobre la ciudad. Esta es la percepción que nos da Juan de Barcelona, en 1938:
En relación con la salud de los miembros de las escuadrillas, cada tren rodado llevaba un
equipo sanitario (médico y practicante) que incluía una ambulancia para los casos de
emergencia. Las heridas no demasiado graves se curaban en la misma escuadrilla. Cuando
revestían más gravedad, los heridos eran trasladados241 a los hospitales más cercanos para
ser tratados. Es famosa la Clínica Platón, en Barcelona, citada por más de un informante,
ya que en ella se atendía a los miembros de las Fuerzas Aéreas heridos de gravedad. En
muchos casos, para terminar su recuperación se enviaba a los heridos a casas de reposo
como la de la Malvarrosa en Valencia o la del Pino en Murcia 242. Pero también los
aviadores tenían enfermedades comunes, unas contraídas por motivos puramente
naturales, pero otras, como las venéreas, inducidas por los contactos con mujeres
dedicadas a la prostitución.
Francisco Cortés cita como contrajo el paludismo un teniente de Estado Mayor por no
seguir los consejos de prevención dados por los sanitarios. En palabras de Francisco
Cortés les hacían ingerir quinina para prevenir la enfermedad:
241
Había habilitado un servicio de evacuación aérea de los heridos en el frente. Véase: Doctor Javier Paulino
Pérez, www.sbhac.net.
242
Fuente: Doctor Javier Paulino Pérez, www.sbhac.net
409
“Nosotros tuvimos que actuar unos días en la zona de Andalucía, para ser más exactos
en Pozoblanco. Era pleno verano y había mucho paludismo. Teníamos que tomar una
pastilla de quinina. A todos nosotros nos hacían tomar de forma obligatoria la pastilla
de quinina, pero hubo un teniente de estado mayor que no se la quiso tomar, con tan mala
suerte que cayó enfermo y tuvo que ser ingresado en un hospital. Este teniente lo pasó
muy mal”.
En un tono semicómico, José María Bravo, en sus memorias, cita que como consecuencia
de una serie de visitas a locales “no muy recomendables”, contrajeron una enfermedad
venérea de carácter benigno: chancros. Las enfermedades venéreas eran un problema
serio en los ejércitos. Las relaciones sexuales no controladas con prostitutas llevaban a
que los soldados las contrajeran con relativa facilidad. Hubo campañas dentro del ejército
favor de la prevención frente a las enfermedades venéreas y existen carteles fechados
durante la guerra que advierten acerca de este tipo de enfermedades243. José María explica
de forma breve, pero muy clara, cómo eran las labores de desinfección para curarse de la
citada enfermedad venérea:
“En los lugares de alterne, no muy recomendables, que frecuentábamos, debido a nuestra
inexperiencia juvenil, pescamos una enfermedad benigna, chancros. Por cierto, que
Velasco, que jamás había mantenido contacto con mujer alguna, se las agenció para
coger ladillas, insecto totalmente desconocido para él, cuando una vez terminado el
curso, regresábamos a España en la nave soviética más limpia que uno puede imaginar.
243
Existe un cartel de Rivero Gil patrocinado por el gobierno de la República en el que se previene contra
este tipo de enfermedades.
410
Uno de los problemas graves que tenía la aviación republicana era el espionaje. En
muchas ocasiones, cuando salían a cumplir una misión, el enemigo ya estaba informado
y les estaba esperando, con lo que el servicio estaba condenado al fracaso. Asimismo, al
contrario, los enemigos, muchas veces, sabían perfectamente el momento en que los
aviones estaban estacionados y en qué aeródromo para dirigirse allí y bombardearlos o
ametrallarlos. Los testimonios de los aviadores citan casos de servicios en los que el
espionaje actuó de una forma clara. No se debe olvidar que militares profesionales de
antes de la guerra que actuaron con el gobierno republicano no eran realmente fieles a la
República. En su fuero interno, estaban con los sublevados, pero por una razón
exclusivamente geográfica, el inicio del conflicto les cogió en el bando equivocado y
tuvieron que servir en él por miedo a las represalias. Algunos de estos militares realizaron
actividades de espionaje para el campo franquista, formaban parte de la Quinta Columna.
De hecho, ya se verá más adelante cómo el espionaje de los sublevados estaba imbricado,
incluso, en los estados mayores de algunos cuerpos de ejército: léase el caso del Coronel
Casado y sus contactos con la Quinta Columna en Madrid o el caso de la sublevación de
Cartagena.
Gregorio Gutiérrez, piloto de Katiuskas, afirma que el enemigo estaba dentro y que
saboteaban el equipamiento de los pilotos, como por ejemplo los paracaídas. También
acusa al espionaje de conocer sus servicios. Pero, a pesar de que tenían conciencia de que
podían sabotearles o esperarles en su destino, ellos siempre salían a cumplir la labor
encomendada:
411
“Aparte de eso, teníamos el enemigo en casa, metido dentro. Se han dado casos de tener
que utilizar el paracaídas y no abrirse porque estaban saboteados. Ha habido
compañeros que no han podido abrirlo. Pero es que no sólo era eso, sino que cuando nos
mandaban un servicio, siempre estaba la caza esperándonos y los antiaéreos graduados
a la altura que llevábamos nosotros. En resumidas cuentas, que es que teníamos metido
el espionaje, su servicio de información, porque es que lo sabían todo. Bueno, pues
hicimos muchos servicios de éstos”.
“De tan alevosas muertes culpan al espejismo de las aguas del Mar Menor, pero más
tarde se aclara la verdadera causa de la catástrofe: un sargento mecánico que hacía el
mantenimiento de los aviones se pasó al enemigo y allí hizo jactancia del ‘heroísmo’,
confesando él haber cortado, intencionadamente, los cables de mando de los timones,
por cuya causa se precipitaron los dos aviones al mar. Más tarde nos enteramos de que
el traidor había caído prisionero en uno de los frentes y fusilado” (MEROÑO,
FRANCISCO: 2004, 64).
El piloto de Katiuskas, Pedro Muñoz, recuerda que, cuando oían las alocuciones del
general golpista Queipo de Llano desde Sevilla, en cierta ocasión, tras realizar un servicio
ese mismo día, escucharon al general franquista relatar sus nombres uno por uno. Más
tarde, descubriría que uno de los miembros del Estado Mayor de su escuadrilla era un
espía:
“Por la noche, como acostumbrábamos a oír la radio y nos reíamos mucho con Queipo
de Llano, hay que darse cuenta hasta donde llegaba el espionaje, porque aquella noche
Queipo dio el nombre de todos los que habíamos volado en aquella acción y de paso nos
condenaba a muerte cogiese donde nos cogiese. Más tarde, estando ya en el campo de
concentración de Argelés-sur-Mer, en Francia, nos enteramos que a uno de los miembros
del Estado Mayor de la escuadrilla los fascistas le habían ascendido a capitán cuando
con nosotros era sargento. O sea, que cada vez que nosotros salíamos al frente los
fascistas ya estaban informados”.
412
Juan Sayós abunda en la idea de que los sublevados conocían en muchas ocasiones donde
estaban ubicados y la mejor hora para atacarles:
“No cabía duda de que el enemigo conocía exactamente, no sólo nuestra situación, sino
incluso las horas más oportunas para visitarnos, o sea, aquellas en las que la vigilancia
se relajaba un tanto, y esta clase de informes sólo podían darlos personas con las que
convivíamos” (SAYÓS, JUAN: 1999, 191).
“En Villar del Arzobispo viví el peor bombardeo de toda la guerra. Resulta que aquel día
los pilotos estaban en la caseta de mando y yo estaba al lado del avión por si había
alguna emergencia. En esto que vimos que por la parte del Este venían cuatro o cinco
bombarderos y ya se había dado la alarma. Allí, el jefe de Estado Mayor de la escuadrilla
llevaba una pistola de señales que tiraba cartuchos de diferentes colores, según el color
del cartucho, era alarma o era un vuelo normal. Enseguida, vi que salía de la caseta de
mando el piloto ruso, que era enorme, se puso el paracaídas, saltó encima del aparato,
lo pusimos en marcha y el avión salió disparado. Vi al ruso dar unos saltos enormes
porque el campo estaba lleno de cráteres y yo pensaba que se iba a matar, pero al final
pudo despegar. Yo ya estaba viendo que las bombas estaban cayendo a diez o quince
metros de mí, me tiré al suelo, escarbando en el suelo para ver si podía hacer un agujero.
Pasé el peor rato de la guerra en aquellos momentos, en aquellos segundos. Me cayó una
bomba delante y luego otra me cayó a unos dos metros, no me tocó, pero lo impresionante
es que yo no lo sentía, sentía solo como un soplido fuerte y cada soplido de la bomba te
hacía levantar medio metro y caías al suelo otra vez. Yo saltaba, me levantaba, la onda
expansiva te levantaba, era tremendo. Los aviones que nos bombardeaban eran Heinkel
HE-111 y no sé si venían también un par de Savoias. Varias bombas cayeron en un
barracón donde estaban trabajando varios mecánicos. Murieron dos mecánicos y otros
quedaron heridos. A mí me impresionó mucho aquello, porque me dio la impresión de
que iban a bombardear algo concreto, habían hecho un estudio. La verdad es que los
mecánicos éramos objetivo de los bombarderos porque perder un mecánico para el
413
gobierno representaba un problema mayor que perder un piloto, porque un piloto si
reunía las condiciones físicas necesarias con un curso relativamente corto de formación
iba para el frente, sin embargo, a un mecánico costaba más tiempo formarle”.
Juan Lario, al igual que sus dos compañeros anteriores, se reafirma en la idea de que los
servicios de espionaje franquistas vigilaban de forma constante las acciones de la aviación
republicana. Juan se refiere tanto a las misiones que realizaban los republicanos sobre
objetivos franquistas como a las que realizaban los franquistas sobre los gubernamentales
en el marco del Mar Mediterráneo:
“Hacía algún tiempo que venía observando algunos síntomas que se presentaban como
casuales; pero que bien examinados no poseían carácter de tales sino que eran el
resultado de una esmerada vigilancia por parte de los agentes secretos incrustados en
nuestras filas.
Cuando nuestros aviones se hallaban bien distribuidos a todo lo largo del litoral
patrullando durante todo el día en espera del enemigo, éste no se presentaba ni poco, ni
mucho, ni nada. Pero, en cuanto se producía cualquier alteración, por insignificante que
fuese, comenzaba el acoso a objetivos bien definidos a cargo de los ya famosos ‘patos’
enemigos (sobrenombre adjudicado a los hidroaviones procedentes de Palma).
¿Cómo comprender la rareza experimentada en casi todos los vuelos sobre Palma
ejecutados por nuestros Katiuskas? Siempre estaba la caza enemiga esperando a sobre
nivel para lanzarse sobre las cerradas formaciones aéreas” (LARIO, JUAN: 1973, 233).
414
“Uno de los profesores de El Palmar, que tenía a su familia en la zona franquista, intentó
convencernos a mí y a Piñol de que la guerra estaba perdida. Que si nos pasábamos al
otro bando con él y dos avionetas, una la tripularía él y la otra yo, seríamos bien
recibidos. Nos sorprendió su proposición y pensamos en denunciarlo, pero reflexionamos
y decidimos no hacerlo, debido a que era un buen profesor y era apreciado por sus
compañeros y por nosotros. Con la excusa de que teníamos a nuestra familia en
Barcelona rehusamos su proposición. Obviamente, sin nuestra colaboración no pudo
llevar adelante su plan. Por extraño que parezca, él siguió cumpliendo como magnífico
profesor, mientras nosotros actuábamos como si hubiésemos olvidado aquel
desagradable e incómodo suceso”.
El armero Francisco Cortés podría haber tenido grandes problemas, ya que estuvo en vías
de ser acusado de sabotaje. Ocurrió que a un avión, una vez había levantado el vuelo, se
le dispararon las ametralladoras y se le soltaron las bombas que llevaba. El avión, a causa
de este suceso, se vino abajo, quedando el piloto malherido. Por aquel suceso, el mecánico
y Francisco fueron detenidos provisionalmente hasta que se aclarara el incidente. Al final,
se despejaron las dudas sobre ellos y se descubrió que todo había ocurrido debido a una
avería y que no había existido el sabotaje. Así narra el incidente Francisco Cortés:
“En estos días, los aviones se cargaban con ocho bombas de diez kilos en las alas
inferiores y cuatro ametralladoras con tres mil cartuchos. En estas operaciones, ocurrió
un accidente desagradable: Cuando despegaba un avión de mi escuadrilla, a unos cien
metros del suelo, de repente, empezaron a disparársele las ametralladoras y con la
vibración que llevaba el aparato se soltaron las bombas. Al llegar las bombas al suelo
explotaron y el avión se vino a tierra. Inmediatamente, salimos el mecánico y yo hacia el
aparato. El piloto se partió el fémur de la pierna izquierda y le brotaba mucha sangre.
Yo llevaba una cuerda de un metro y medio de largo y le hice un torniquete en el muslo
para detenerle la hemorragia. El practicante acudió de inmediato, le puso una inyección
y le subió a la ambulancia para el traslado al hospital. El aparato estaba a cargo del
mecánico y de mí. Se pensó que aquello había sido un sabotaje y que el mecánico y yo
éramos sospechosos del accidente. Así, nos retiraron del servicio y nos detuvieron
provisionalmente. Nos llevaron a la casa que teníamos en el campo y nos metieron en
una habitación en calidad de detenidos hasta averiguar qué había pasado. Yo tenía
miedo pues el mando era ruso y éstos no se andaban con chiquitas. Pasaron cinco horas
415
hasta que se presentó el jefe de Estado Mayor de la escuadrilla con buenas noticias. Ya
sabían por qué había tenido lugar el accidente. Al parecer la causa fue la hélice del
avión. Al intentar despegar hay que revolucionar el motor al máximo para tomar
velocidad y despegar. En esta operación, se partió un trozo de hélice y esto hizo que
apareciese una vibración que movió los mecanismos. Por esta causa se disparaban las
ametralladoras y se soltaron las bombas. Mandaron buscar alrededor de donde había
caído el avión para encontrar el trozo de hélice que faltaba, pedazo de hélice que
encontraron. A partir de ese momento quedamos libres de sospecha”.
“La cuestión de los secretos militares era verdaderamente curiosa. A nosotros nos tenían
prohibido que citásemos en la correspondencia el lugar donde nos hallábamos. Sólo se
admitía la mención de la unidad, y los del servicio de información tenían que ocuparse
de que las cartas llegasen a nuestro poder, aunque a veces fuese al cabo de un par de
meses, como sucedió con una de mis padres durante la temporada que pasé en Valencia.
Si los combatientes del frente queríamos saber dónde se hallaban los de otra escuadrilla,
era inútil que lo preguntásemos a los oficinistas, ya que éstos consideraban que nos
apresuraríamos a facilitar el dato al enemigo. La única manera de enterarnos con toda
seguridad y rapidez consistía en encargar a alguien obligado a desplazarse a Sabadell
que lo preguntase a las señoritas que formaban el elenco de casa Maruja. Eran todas
ellas tan amables y comprensivas que no negaban nada a nadie y, en justa
correspondencia, tampoco el personal de aviación les ocultaba nada a ellas. A la verdad
la representan desnuda y sospecho cual debe ser el motivo” (SAYÓS, JUAN: 1999, 156).
416
ciertos sectores sociales que, por su propia condición nunca hubieran podido llegar a ellos
en el desarrollo normal de sus vidas. La contienda abrió el ejército a las clases populares,
de hecho, algunos altos mandos de las grandes unidades militares eran de origen social
humilde, ya que habían iniciado su carrera militar como jefes de milicias al principio de
la guerra.
Uno de los sectores del ejército donde más clasismo existía antes de la guerra era en la
aviación. Ya hemos comentado que, salvo algunas excepciones, todos los pilotos de
preguerra procedían de familias acomodadas. La razón estribaba en que las clases
populares, evidentemente, no podían sufragar los costes que conllevaba la formación de
un piloto. Al igual que otros sectores del ejército, la guerra democratizó la fuerza aérea.
Las sucesivas convocatorias para ingresar en las academias de formación de pilotos
fueron cubiertas en una buena parte por elementos procedentes de sectores sociales más
enraizados en la clase trabajadora. Los alumnos egresados de las diferentes academias,
ya fueran de España, Francia o la URSS, fueron integrándose en las distintas escuadrillas
de combate cambiando la faz de las Fuerzas Aéreas de la República. Pero, en el Arma de
Aviación, existían oficiales profesionales que ya lo eran antes de la guerra. Según la
opinión de algunos de los nuevos aviadores, estos antiguos oficiales tenían todavía una
mentalidad, vamos a denominarla “clasista”, en relación con las nuevas hornadas de
pilotos que habían salido durante la guerra. Además, muchos de estos antiguos oficiales
se habían refugiado en puestos burocráticos rehuyendo las escuadrillas de combate, lo
que hacía que no fueran bien mirados por los jóvenes pilotos que estaban jugándose la
vida a diario en el frente.
Para echar más leña al fuego, el gobierno de la República sacó un decreto por “el que se
creaba dentro del cuerpo de aviación la Escala del Aire, que estaría formada por los
pilotos y observadores que poseyeran el título con anterioridad al 18 de julio de 1936, y
aquellos que lo hubiesen obtenido con fecha posterior tendrían la consideración de
personal de tierra al que, provisionalmente, se le otorgaba ‘el honor’ de ejercer los
servicios que correspondían al personal de vuelo” (SAYÓS, JUAN: 1999, 149). Esta
normativa encendió mucho los ánimos entre los nuevos pilotos que amenazaron con no
coger los aviones sino se cambiaba la legislación aludida.
417
José María Bravo hace mención en su relato a toda esta serie de problemas que surgieron
entre los antiguos y los nuevos pilotos incorporados en el fragor del combate. De esta
manera nos explica los asuntos a los que se ha hecho mención:
“De vez en cuando tropezábamos en algunos aeródromos con los ‘caballeritos’ oficiales
de preguerra, cómodamente asentados en destinos de retaguardia y que, como
comentábamos desabridamente entre nosotros, parecía que esperaban mullidamente
instalados en estupendos destinos muy lejos del combate el final de la guerra;
aguardaban que el conflicto terminara en tablas y que les reconocieran sus grados y
antigüedad. Otra prueba de estos argumentos fue la publicación de una directiva sobre
escalafones, en la cual todos los grados de antes de la guerra prevalecían por encima de
los ganados durante la misma, directiva que tuvo que ser cancelada precipitadamente
ante la amenaza de los jóvenes pilotos, sargentos y tenientes, de dejar de volar de
inmediato. Es realmente curioso pensar que en la zona republicana la guerra en el aire
la realizamos, en una proporción muy abultada, jóvenes de 18 a 21 años que nos hicimos
pilotos durante la contienda, mientras que los oficiales de aviación de antes del conflicto
ocupaban puestos burocráticos o exclusivamente de mando.
Llegaron incluso a amenazarnos con arrestarnos, aunque no se atrevieron, pero, eso sí,
nos denunciaron a su superior el teniente coronel Cascón que en aquel momento era jefe
de la Región Aérea de Levante. Este no tardó en presentarse en Los Alcázares y después
de echarme una reprimenda por la forma en que íbamos ataviados infringiendo según él
las normas establecidas y denigrando al Arma de Aviación, me amenazó con arrestarnos
a lo que respondí que él sería responsable si aparecía la aviación enemiga y los Moscas
no interveníamos” (BRAVO, JOSÉ MARÍA y DE MADARIAGA, RAFAEL: 2007, 100-
101).
José María Bravo vuelve a referirse al tema de los antiguos y nuevos pilotos al reivindicar
a los aviadores de su generación en el sentido de que en un momento dado de la guerra
los jefes de escuadrilla y de Grupo fueron jóvenes de 20 ó 21 años que habían ascendido
en el escalafón por méritos de guerra:
“Las unidades de caza estuvieron mandadas por algunos escasos pilotos de caza de antes
de la guerra, suboficiales hasta el 18 de julio de 1936. Y desde que regresaron de
Kirovabad, los jefes de escuadrillas y Grupos fueron muchachos de 20 ó 21 años
418
ascendidos por méritos de guerra a tenientes, capitanes o incluso mayores, que antes de
la contienda no podían ni soñar con hacerse pilotos. En mayor medida hubo más pilotos
de preguerra mandando unidades de bombardeo rápido o ligero, de reconocimiento o de
hidroaviones” (BRAVO, JOSÉ MARÍA y DE MADARIAGA, RAFAEL: 2007, 151).
En la línea de José María Bravo, pero en un tono más contundente, Juan Sayós entra en
el tema de la contraposición entre el personal combatiente y el burocrático y menciona
también que los antiguos pilotos veían a los jóvenes egresados de las academias de guerra
como unos intrusos en el Arma de Aviación. De esta manera se explaya Juan Sayós en
relación con los temas de la dicotomía militar combatiente / militar en puesto burocrático
y con el clasismo que aún existía en las Fuerzas Aéreas de la República:
“Al parecer, durante la guerra, el arma de aviación llegó a contar con casi veinte mil
individuos, pero muy pocos de éstos eran personal de vuelo y, dentro del personal de
vuelo, únicamente una reducida proporción actuaba en los frentes de guerra: unos
doscientos, como término medio, lo que significa que por cada combatiente auténtico
había un centenar de personas que lucían las alas de aviación con un riesgo
extraordinariamente reducido. Eran tantos y algunos de ellos se pavoneaban de tal modo
que el natural antagonismo que siempre existe entre el personal combatiente y
burocrático llegó a adquirir matices graves.
Los ‘enchufados’ de categoría eran los que disponían a su antojo y se repartían los
cargos y los ascensos por méritos de amistades y especialmente de influencias políticas,
mas a pesar del poco aprecio en que tenían a los pilotos y bombarderos novatos, a los
que consideraban unos intrusos en el cuerpo, puesto que alguien tenía que jugarse el
físico no les quedaba más remedio que tolerarlo. Por su parte, los combatientes se daban
perfecta cuenta de que eran la justificación y el parachoques de la existencia de los
burócratas y no desperdiciaban oportunidad para demostrárselo. En este sentido, ni
siquiera los pilotos rusos se quedaban atrás” (SAYÓS, JUAN: 1999, 147-148).
Me gustaría terminar este punto abordando la mentalidad con la que encaraban el combate
y, con ello, el sentimiento del miedo y la percepción de la muerte. En una guerra, ésta
llega a convertirse en un acto cotidiano. En la aviación, la muerte podía llegar de
diferentes formas: en combate con el enemigo, en un mal aterrizaje, en un fallo mecánico
419
del aparato o incluso en un entrenamiento. Por consiguiente el hecho de morir siempre
estaba presente y es algo que se deduce de los testimonios de los aviadores.
“Este ruso nos llevó al campo de Monjos que es donde estaba la Segunda y allí es donde
íbamos destinados. Cuando llegamos, el jefe de escuadrilla era Morquilla, pero no
estaba; estaba en Madrid, había ido a ver a su madre y entonces estaba haciendo de jefe
uno del primer curso de Rusia que se llamaba Vicente Castillo Monzó. Cuando fuimos
allí, pues nada, nos presentó el ruso y dijo: ‘Estos vienen destinados a esta escuadrilla’.
Era la Segunda y en ella terminé. El que estaba haciendo de jefe de escuadrilla, que era
Vicente Castillo Monzó, me dijo que cogiera un avión y que despegara y que hiciera algo
para verme y luego tomé tierra. Entonces subió el otro, éste, Llargués, y Llargués hizo lo
mismo que yo pero al tomar tierra se estrelló y se mató. Y el primer servicio mío, porque
tenía el uniforme limpio y nuevo, fue atender a los padres, que eran catalanes, de este
Llargués. Vinieron a Villafranca del Penedés, a Monjos, y mi primer servicio fue
acompañar a los padres durante el entierro y todas esas cosas. No sé qué le pasaría, se
mató con el mismo avión que había dejado yo, un accidente. Y mi primer servicio fue ése,
acompañar a los padres, el padre, la madre y una hermana, y como yo tenía el uniforme
limpio me dijeron que los acompañara y todas esas cosas hasta que se le enterró. Y a
partir de ahí hasta el día 29 de Marzo de 1939 en que me parece que llegamos a Madrid”.
Juan Lario, sin mencionarla, discurre sobre la muerte y sobre el espíritu que anidaba en
los corazones de los jóvenes pilotos. Utiliza un lenguaje muy duro, llega a decir que, en
el momento del combate, se convertían en lobos sedientos de sangre. Así reflexiona sobre
el tema Juan:
420
“Para nosotros no existía un futuro firme, ni siquiera un hoy que garantizara el despertar
del siguiente día. El aviador no vive ni el hoy ni el mañana; vive el ‘ahora’ creando un
lejano e incierto futuro que quizás no llegue a ver. Y todo esto, en la vida humana, es
atractivo y bello porque las incógnitas constituyen lo más sugestivo e interesante de
nuestro inquieto espíritu.
Cuando los clarines dejan de sonar, el guerrero se transforma en hombre que piensa en
la paz y en el bienestar de los suyos, en el laborioso trabajo y en la armonía colectiva.
Pero cuando los ojos se colman de sangre se convierte en fiera, en la peor de las fieras,
porque ataca o se defiende con inusitada inteligencia, destruyendo, de paso, su obra.
Juan Sayós reflexiona acerca de la muerte y de la cobardía. No la llama por éste nombre,
la denomina malicia. En este sentido, afirma que los jóvenes, salvo alguna excepción, no
tenían este tipo de “malicia”. Este defecto, y entramos otra vez en el conflicto combatiente
/ puesto burocrático, sólo lo tenían las personas que se encontraban en puestos de
retaguardia. De esta manera lo explica Juan Sayós:
“En aquel grupo de muchachos acostumbrados a jugarse la vida cada día, no se concedía
gran importancia al hecho de que matasen a alguno o que otro obtuviese una victoria,
Eran simples gajes del oficio” (SAYÓS, JUAN: 1999, 95).
“En nuestras unidades de pilotos voluntarios no se planteaba, por suerte, este caso,
porque éramos muchachos jóvenes y en esa edad, salvo raras excepciones, uno lo entrega
todo sin cálculos egoístas. La malicia es cosa de gente experimentada y, si algún joven
la tenía con carácter prematuro, no estaba entonces jugándose cada día la piel como lo
hacían los pilotos en el frente. En la retaguardia, e incluso dentro de la propia aviación,
sobraban los puestos para aquellos que pretendían dárselas de listos sin arriesgarse”
(SAYÓS, JUAN: 1999, 86).
Ernesto Marimón hace una breve referencia muy conmovedora al miedo que sentían los
pilotos cuando se dirigían al combate. Lo hace en el momento en que respondió a la
421
pregunta de una niña en un colegio que habían ido a visitar un grupo de aviadores. En la
respuesta está todo:
“Una de las tardes que teníamos libres fuimos andando a visitar un colegio, creo que de
huérfanas ferroviarias, que estaba cerca de la casa de campo donde vivíamos. Las
monjas iban vestidas de calle y allí residían niñas y también algunas chicas de mayor
edad, ya jovencitas. Castillo les ofreció ayuda en todo lo que necesitaran y las monjas le
pidieron algunas cosas. Las niñas nos preguntaban si éramos nosotros los que
conducíamos los aviones que pasaban por encima del colegio. Nos decían que éramos
muy valientes y nos preguntaron que si teníamos miedo. Yo les dije que sí, que teníamos
miedo, pero nos lo aguantábamos. Nos reímos y nos despedimos de aquellas buenas
personas”.
CONCLUSIONES
1.- Es opinión común entre casi todos los pilotos que los novatos debían ir integrándose
poco a poco en el combate aéreo, pues podían morir en manos de aviadores enemigos
más experimentados.
2.- Los pilotos tenían un acendrado sentido de la propiedad del avión que pilotaban, lo
consideraban suyo y no les gustaba que otro lo manejara.
3.- Existe la percepción generalizada de que la vida en los Cuadros Eventuales era relajada
en comparación con la vida de las escuadrillas de combate.
4.- En general, hay sensación de que, en las escuadrillas, se funcionaba bien, con método.
Que todo estaba muy estructurado y planificado en cada una de las actividades que se
llevaban a cabo; no se dejaba nada a la improvisación.
5.- Había una buena relación entre los diferentes especialistas que integraban una
escuadrilla. Cabe destacar, en este sentido, la relación especial que podía existir entre el
piloto y su mecánico y su armero, que podía llegar a ser muy profunda.
6.- Tanto los pilotos, como los diferentes especialistas de las escuadrillas, nunca
pernoctaban en los aeródromos sino que lo hacían en lugares, relativamente, cercanos
como podían ser las casas particulares, las pensiones, los hoteles o cualquier otra
edificación que pudiera utilizarse como lugar de residencia.
422
7.- Por razones de seguridad, salvo algunas excepciones, en el momento del alojamiento
y de la manutención, se separaba a los pilotos del resto de los componentes de la
escuadrilla. Es decir, los pilotos cuando no estaban de servicio, hacían vida aparte del
resto de los integrantes de las escuadrillas.
8.- Las escuadrillas de combate, por lo general, cambiaban muy a menudo de ubicación
geográfica por el desarrollo de las operaciones militares en el frente.
9.- En el caso de las escuadrillas mixtas donde estaban integrados los pilotos españoles y
soviéticos, la opinión de los primeros respecto de los segundos es siempre buena y
destacan su buen hacer y gran profesionalidad.
10.- En los momentos de asueto de los aviadores las diversiones más habituales consistían
en salir con chicas, bailar, ir al cine, al teatro y a las casas de citas.
11.- Los aviadores poseen, en general, una percepción muy triste de las ciudades
españolas por las que pasan debido a las penurias que se están padeciendo en a la guerra.
12.- Había una clara toma de conciencia clara sobre el espionaje y que el enemigo estaba
dentro de sus filas. Sabían que estaban siendo espiados por los sublevados, pero a pesar
de ello realizaban con abnegación los servicios que les encomendaban, asumiendo el
peligro que conllevaba el que se supiera las intenciones de las misiones que abordaban.
13.- Es tónica general entre los aviadores, en especial entre los pilotos, la percepción de
un clasismo procedente de los antiguos oficiales. Las nuevas hornadas de pilotos
egresados de las escuelas habilitadas durante la guerra son consideradas por los pilotos
profesionales de antes de la guerra como unos intrusos.
14.- La mayoría de los aviadores muestra un rechazo hacia el personal burocrático del
Arma de Aviación, el que está lejos del frente. Piensa que se han refugiado en las oficinas
para evitar el peligro que conlleva servir en las escuadrillas de combate. Además, es
opinión común entre los aviadores entrevistados que, este personal burocrático, en
especial los oficiales, los miraban por encima del hombro.
423
D.- EL FINAL DE LA GUERRA CIVIL
El fracaso de la ofensiva del Ebro244 por parte del ejército republicano, que se tradujo en
una retirada hacia sus posiciones de partida en la ribera izquierda del citado río, se puede
considerar como el comienzo del fin de la guerra y, por añadidura, de la Segunda
República. La batalla había dejado exhausto al ejército de Cataluña, el más preparado y
profesional de las fuerzas republicanas. Las provincias catalanas llevaban aisladas del
resto de la zona gubernamental desde la llegada de los sublevados a la costa mediterránea,
a la altura de Vinaroz, en el mes de abril de 1938. El panorama que se auguraba para
Cataluña no era nada alentador en vísperas de una ofensiva sobre aquélla por parte de las
fuerzas franquistas. A principios de diciembre de 1938, el Grupo de Ejércitos de Cataluña
contaba con unos 220.000 hombres, de los cuales sólo unos 140.000 estaban encuadrados
en brigadas mixtas. Pero, aún teniendo esta cantidad de hombres, existía un déficit en
aviación, en artillería y en blindados en comparación con el ejército de los sublevados.
En palabras del general Rojo era, realmente, un ejército de menos de 100.000 hombres.
Frente a ellos, se disponía un ejército de entre 250.000 y 300.000 soldados perfectamente
equipados (TUÑÓN DE LARA, MANUEL y GARCÍA NIETO, MARÍA DEL
CARMEN: 1989, 488-489).
Ante la inminencia del ataque franquista a Cataluña, y a la vista del desgaste de las fuerzas
republicanas en esa región, el general Rojo “había previsto una maniobra de distracción
para retrasar el ataque a Cataluña hasta que llegara nuevo armamento. Consistía en tres
operaciones combinadas: una acción anfibia para amenazar Málaga y el Sur de
Granada, un ataque en el frente Córdoba-Peñarroya y otro complementario en el frente
de Madrid” (CARDONA, GABRIEL: 1989, 254). Al final, las ofensivas proyectadas no
se llevaron a cabo a causa de la oposición del general Miaja y del almirante Buiza. Sólo
se llevó a cabo una operación en Extremadura en los primeros días de 1939, que en un
principio sorprendió a los franquistas, pero, como había sucedido en otras ocasiones, la
ofensiva republicana quedó encallada ante las fuerzas de Queipo de Llano. En palabras
de Gabriel Cardona, “la ofensiva murió por las causas de otras veces: los republicanos
eran siempre una fuerza en proceso de organización, con poca técnica y escasos medios”
(CARDONA, GABRIEL: 1989, 256). El día 23 de diciembre de 1938 comenzaba la
ofensiva de Cataluña por parte de los sublevados, operación que culminaría el 13 de
244
La Batalla del Ebro se desarrolló entre los meses de julio y noviembre de 1938.
424
febrero de 1939 con la absoluta derrota del ejército republicano que tuvo que atravesar la
frontera francesa. No obstante, “pese a la abrumadora superioridad de las fuerzas
atacantes en cobertura aérea, artillería y cifras absolutas, la retirada republicana nunca
llegó a convertirse en una desbandada” (PRESTON, PAUL: 2014, 31).
Será en este ambiente de retirada continua en el frente catalán, entre el final de 1938 y los
inicios de 1939, cuando terminará la guerra, como derrotados, para algunos de los
aviadores presentes en este estudio. Las historias y experiencias vividas por los aviadores
en la retirada de Cataluña hacia la frontera francesa son muy parecidas. Ya sea a pie o en
avión, el final común de todas ellas será el internamiento en un campo de concentración
en territorio francés. La retirada de Cataluña es una de las grandes tragedias de la Guerra
Civil porque junto a las fuerzas republicanas en retirada iban cientos de miles de civiles
de toda clase, desde niños hasta ancianos, huyendo de la represión que acompañaba a las
fuerzas de ocupación franquistas. Estos ciudadanos españoles, al igual que el personal
425
militar, fueron internados en los campos de concentración que se habilitaron tras la
frontera para la recepción de los desplazados.
Ese último día, cuando iba a despegar camino de Francia, un alemán me tiró a un metro
del suelo, la verdad es que no sé si había despegado todavía o no, pero el caso es que
estando despegando me vino un Messerschmitt por detrás y me dió. Pero él tocó el suelo
y se estrelló. El alemán se cortó las piernas, y murió allí mismo. Yo fui a auxiliarle con
otro compañero y le cogimos uno de cada brazo para sacarle de la cabina y vimos que
se quedaban las piernas debajo, se había cortado las dos piernas y además un ojo lo
tenía colgando de un hilito. Cuando lo cogimos estaba todavía vivo, porque yo intenté
245
Los aeródromos de Vilajuiga y Figueras, ambos en Gerona, fueron los últimos aeródromos republicanos
en servicio antes de la retirada definitiva tras la frontera francesa.
426
desatarle y no supe hacerlo y le dije que se desatase él y todavía tuvo fuerzas para
desatarse, todavía le funcionaba la cabeza. Ese día la escuadrilla de Messerschmitt que
nos había atacado había hecho una sangría con nosotros, nos habían estado
ametrallando y habían matado no sé cuantos pilotos de los nuestros. No teníamos defensa
frente a ellos, no había defensa antiaérea, nunca hemos tenido defensa antiaérea. Yo,
pasado el tiempo, he hablado con algún aviador de ellos y les he dicho que podían haber
llegado a nuestros aeródromos con bombarderos y tíos con ametralladoras y que nos
podían haber cogido los aviones y se los podían haber llevado. Si hubiera bajado alguien
con una ametralladora de un avión enemigo, los pilotos teníamos que haber salido
corriendo porque nosotros el único arma que llevábamos era una pistolita pequeña, o
sea que con la pistolita no hubiéramos hecho nada”.
“Cuando salíamos al frente, sabíamos que éramos muchos menos que ellos, pero
estábamos llenos de entusiasmo. Había veces que nosotros íbamos veinte o treinta, por
ejemplo, y ya sabíamos que íbamos a tener enfrente ciento cincuenta enemigos, mas los
Messerschmitt que iban por encima. (…) Nunca llegamos a sentir la inferioridad, yo
hasta el último día, hasta el día de perder la guerra, yo tenía ánimo, no podía creer que
perdiéramos la guerra”.
427
“Yo, por mi parte, pasé andando a Francia por la frontera. (…) Una vez en Francia,
todos fuimos al campo de concentración. Nosotros creíamos que los franceses nos iban
a tratar como reyes. También fueron al campo de concentración los que habían tomado
tierra en Agen. Nos ingresaron a todos en el campo de Argelés-sur-Mer guardados por
moros, senegaleses y guardias móviles”.
El piloto de Katiuskas, Pedro Muñoz fue otro de los que cruzó la frontera por sus propios
medios. Es un poco más explícito que Ángel Sanz en cuanto a las circunstancias que vivió
en la retirada hacia Francia. Pedro Muñoz se había quedado sin avión porque cuatro
aparatos de su escuadrilla se habían incorporado a la Cuarta Escuadrilla de Katiuskas.
Ante la embestida de los rebeldes en Cataluña, estuvo ocupado en dirigir el tráfico en las
atestadas carreteras que se dirigían a los pasos fronterizos catalanes. Cuenta la anécdota
de que Hidalgo de Cisneros, comandante en jefe de las Fuerzas Aéreas de la República,
los hizo formar para agradecerles sus servicios y darles la libertad de quedarse en España
o pasar la frontera con el resto del ejército. En su testimonio se refleja que la retirada, tal
como se ha comentado más arriba, nunca fue una desbandada, sino una operación
organizada que salvó muchas vidas. Ante las opciones presentadas por Hidalgo de
Cisneros, Pedro Muñoz optó por pasar la frontera:
“Tras un bombardeo a La Cenia en el que hubo mucho follón ya que tres aviones de
nuestra escuadrilla fueron derribados. De esta manera la escuadrilla se quedó sólo con
tres aviones. Nuestros tres aviones se los pasaron a la Cuarta Escuadrilla, la que
mandaba Jaime Mata, y nosotros nos quedamos sin aviones. Nosotros, entonces, nos
dedicamos a guardar el orden en las carreteras porque en aquellos momentos la
infantería se estaba retirando hacia Francia y había que mantener el orden como fuera.
Recuerdo que hubo un andaluz muy gracioso, que era un soldado de infantería, que me
dijo que aproximadamente al día siguiente o al otro pasaría un cañón grande, y que
cuando pasara ese cañón que empezara a correr porque detrás iban los fascistas.
Antes de pasar a Francia, Hidalgo de Cisneros ordenó al personal de aviación que nos
concentrásemos en una explanada y allí nos dio las gracias por el trabajo a todos los que
habíamos luchado en aviación. Nos dio las gracias por haber cumplido con nuestro
deber, pero que la guerra había terminado, y nos dijo que el que quisiera que se quedase
y sino que atravesara los Pirineos camino de Francia como pudiera. En aquellos
momentos nosotros teníamos la escuadrilla muy bien organizada con Miñana al frente,
428
así que tomamos rumbo hacia Los Pirineos. En dos o tres días cruzábamos Los Pirineos
y entrábamos en Francia”.
Al igual que el resto de sus compañeros, nada más pasar la frontera fue desarmado por
gendarmes franceses e internado en Argelés-sur-Mer. Cita en su narración el material
soviético destinado a la República y que los franceses tenían almacenado en la frontera y
que no habían dejado pasar a España, en su afán por la terminación de la guerra. Mucho
de ese material era el que había negociado Hidalgo de Cisneros en Moscú en los últimos
meses de 1938. De esta manera, cuenta como fue el paso a Francia, la entrega de las armas
y su internamiento:
“Cuando entramos en Francia nos estaban esperando los gendarmes y nos pidieron las
pistolas. Yo cogí la mía, la desarmé y la tiré lejos de mí. Yo pensaba en los ciento y pico
aviones nuestros que había en la frontera francesa esperando y que si hubieran pasado
podríamos haber seguido combatiendo. Yo les dije, que si llegaban los alemanes a
Francia, se iban a joder como nos habíamos jodido nosotros y bien jodidos que quedaron
ellos con la invasión alemana. Pasada la frontera nos llevaron a Argelés-sur-Mer. Allí,
en aquel campo de concentración, nos cuidaban unos negros que no sabían ni llevar el
fusil, no llevaban ni balas en los fusiles”.
En su libro de memorias, Juan Lario describe con gran nitidez como fueron los últimos
días de la campaña de Cataluña para el ejército republicano y, en particular, para los
aviadores. Se detiene a explicar los continuos bombardeos de los rebeldes sobre los pocos
aeródromos republicanos que aún funcionaban, como Vilajuiga o Figueras. Se refiere a
lo complicado de la situación y a la penuria de armamento en la que se encontraban las
fuerzas republicanas:
“La situación era espantosa. Acabábamos de ser aniquilados como poderosa fuerza
después de largos meses de cruenta y tenaz lucha. Hacía solamente dos escasas horas
constituíamos todavía un núcleo bélico respetable y, en aquel instante, habíamos sido
convertidos a la nada. No teníamos armas para seguir luchando” (LARIO, JUAN: 1973,
326).
429
En su relato hace mención al material bélico que los franceses tenían retenido en la
frontera y que dejaban pasar con cuentagotas. Si ese material hubiese llegado a manos
republicanas, quizás la campaña de Cataluña se hubiera desarrollado de otra manera:
“Cuando circulábamos por las inmediaciones de la estación del ferrocarril que une Port-
Bou con Figueras, al través de Vilajuiga, dicho mecánico fue el primero en ver a un
mercancías paralizado cuya humeante locomotora, quizá, esperase la orden de ponerse
en movimiento. (…) Con ansiedad, nuestras miradas traspasaron rápidamente los
cristales empañados de nuestro autocar viendo sobre una cadena de plataformas las
siluetas enmascaradas por fuertes lonas, de algunos Chatos y Moscas, amén de otras
armas terrestres que bien podrían ser tanques o cañones” (LARIO, JUAN: 1973, 32).
Juan Lario sería otro de los pilotos que pasaría la frontera francesa a pie. Hace recaer las
responsabilidades de la derrota sobre los políticos que administraron la República durante
el tiempo de guerra. Incide, sobre todo, en la división del bando republicano en facciones
políticas enfrentadas entre sí y con objetivos diferentes. Sin mencionarlo se puede estar
refiriendo a los rifirrafes continuos entre comunistas y anarquistas, que se extendían a las
unidades militares, o a los problemas de entendimiento entre el gobierno central y los
gobiernos autonómicos vasco o catalán en cuanto a la administración de sus territorios o
al desarrollo de la guerra, por no hablar del estado de casi autonomía que se vivía en la
zona centro-sur republicana tras la ruptura de la zona gubernamental y el aislamiento de
Cataluña, donde residía el gobierno de la República. Frente a la incapacidad de los
políticos, destaca la capacidad técnica del ejército republicano, al que libera de cualquier
responsabilidad por la derrota:
“Una vez en mi alojamiento, creí conveniente asearme para no restar tiempo al matutino
sueño. Preparé un pequeño maletín con algunos objetos íntimos y me acosté pensando
dormir profundamente, después de aquella ajetreada jornada. (…) Permanecí largo rato
con los ojos cerrados, pero no había manera de conciliar el sueño. Empecé entonces a
discurrir un poco acerca de nuestro fracaso en la contienda. (…) Con inusitada velocidad
pasó por mi mente todo el camino recorrido por los inestables e irresponsables
personajes que administraron los asuntos gubernamentales de la zona republicana
durante aquellos treinta meses. Pensé que hubiera sido imposible perder la guerra si
aquellos hombres que dirigían las actividades de las fuerzas armadas hubieran
abandonado sus posiciones partidistas e individuales, intereses, metas y tácticas distintas
430
para formar un homogéneo equipo dejando a un lado las rencillas y escándalos políticos
que pusieron de manifiesto, una y otra vez, la poca voluntad de hacer las cosas bien. (…)
Juan describe la marcha hacia los Pirineos en perfecto orden hasta arribar a la frontera
francesa donde los desarmaron. Pasó por varias poblaciones del Sur de Francia hasta
llegar a Argelés sur Mer donde fue internado en compañía de otros combatientes. En su
relato reflexiona acerca de lo que se deja atrás al pasar la frontera. Se lamenta del trato
dispensado por la policía francesa a los refugiados. Por otro lado, agradece la actitud de
la población francesa cuando los veían pasar por los diferentes pueblos, camino del campo
de concentración:
“Con nuevas energías, reanudamos la suspendida marcha. No éramos los únicos que
caminábamos por los sinuosos senderos montañosos. Nutridos contingentes de tropas se
habían puesto en marcha desde diferentes puntos cercanos a la frontera, quizá a la misma
hora que nosotros.
Hay que tener en cuenta que el día anterior fue impartida la orden, general para todo el
ejército del Este, para que organizadamente todas las unidades cruzaran la línea
fronteriza. La guerra en la región catalana se consideraba terminada.
A partir de aquel día, todos los accesos que conducían a territorio francés fueron
inundados por interminables columnas de combatientes que arrastraban tras de si todo
el material bélico que utilizaron en los campos de batalla y que ahora servía para
testimoniar que la lucha no finalizó con los brazos en alto sino en forzado repliegue.
431
estrecho y tortuoso sendero serpenteaba ladera arriba perdiéndose en el relieve para
después aparecer de nuevo cerca de la cúspide. Era el único paso de nuestra ruta. (…)
A las dos de la tarde terminamos de escalar con cierto sofoco. (…) Contemplamos
largamente la parte española. Mentalmente cada cual se despedía a su manera de aquella
tierra que le llenaba los ojos. Allí quedaba lo que más queríamos. Patria, hogar, padres,
hermanos, amigos… Todo, absolutamente todo. (…)
A las once y media de la mañana arribamos a la pequeña villa de Argelés. (…) Nuestro
éxodo había concluido después de efectuar una marcha de unos 70 kilómetros en unas
dieciocho horas de intenso caminar” (LARIO, JUAN: 1973, 337-348).
El fin de la guerra de José María Bravo fue calcado al de otros combatientes. Retirada,
cruce de la frontera francesa a pie (avión inutilizado durante un bombardeo) e
internamiento en Argelés-sur-Mer. En este caso, el guión seguido es distinto, pues José
María consiguió fugarse del campo, junto con otros internados:
“Después de pasar la noche en las montañas, llegamos a Argelés sur Mer cuando no
había ni siquiera alambradas. Vigilaban el campo ‘espahis’ marroquíes y enormes
senegaleses, negros como el carbón. Visto el panorama, decidimos escaparnos un
pequeño grupo formado por Montilla, Fierro, Bascuñana, destacado jefe de un batallón
432
de ametralladoras del ejército del general Modesto, un comisario, al que llamaban
‘colchones’, y yo. Lo hicimos ya casi de noche, cargados con el tronco de un árbol, como
si tratáramos de acarrear leña. Viéndonos tan bien trajeados, los senegaleses no nos
prestaron atención.
Fuimos los primeros en escaparnos. La gente normal que estaba en el campo no tenía
recursos, pero los más audaces podían fugarse fácilmente durante la noche” (BRAVO,
JOSE MARÍA y DE MADARIAGA, RAFAEL: 2007, 157).
Una vez huidos, José María y sus compañeros marcharon a la localidad de Perpiñán donde
se presentaron a la policía francesa. En el Consulado español, se encontraron con Hidalgo
de Cisneros quien, además de darles dinero, les aconsejó que se marcharan de la ciudad.
Se ofrecieron como combatientes al gobierno chino en su lucha contra los japoneses, pero
la idea no se pudo hacer realidad. Con el reconocimiento del gobierno de Franco por parte
de Francia y Gran Bretaña246, tras la caída de Cataluña, vieron su posición en peligro, ya
que pensaban que podían ser devueltos a España, con todo lo que ello conllevaba si eran
atrapados por las autoridades franquistas. Vista la situación, decidieron volver a Argelés
sur Mer por propia voluntad. Esta fue la aventura de José María Bravo:
Una vez en el interior del Consulado, encontramos a nuestro jefe, el general Hidalgo de
Cisneros, que después de entregarnos una ayuda de 500 francos nos aconsejó abandonar
la ciudad lo más pronto posible, ya que nuestro deseo de regresar a España a
246
Francia y Gran Bretaña reconocieron al gobierno de Franco el 27 de febrero de 1939. Al día siguiente,
Manuel Azaña presentaba su dimisión como Presidente de la República.
433
incorporarnos al ejército que continuaba resistiendo en el Centro era totalmente
irrealizable.
(De Perpiñán se trasladaron a Tolouse) Volvimos a encontrar a nuestro general, que nos
repitió que nos alejáramos de la ciudad, que estaba saturada de refugiados, y era por
tanto peligrosa, y esta vez con billete, nos dirigimos a Burdeos, donde permanecimos
bastantes días, alojados en un hotel económico del puerto. Aprovechamos para
presentarnos en el consulado chino, ofreciendo nuestros servicios y el del resto de
nuestros compañeros que se encontraban en Argelés. Nos dijeron que teníamos que
pagarnos el pasaje en barco hasta China, a lo que les respondimos que si dispusiéramos
de esas cantidades no habríamos recurrido a ellos.
Juan Sayós, en sus memorias, relata como terminó para él la guerra. Había sido herido en
las postrimerías de la Batalla del Ebro. Se hallaba ingresado en la Clínica Platón de
Barcelona recuperándose de sus heridas, cuando comenzó la ofensiva de los franquistas
sobre Cataluña. Trasladado con el resto de los heridos hacia la frontera francesa debido a
la presión de los rebeldes, posteriormente pasaría a Francia con la ilusión de ser tratado
allí médicamente, pero se encontraría con una realidad muy diferente. Refiere los
padecimientos sufridos por los heridos. Se muestra muy crítico con el gobierno francés
cuando afirma que recibieron a los refugiados españoles “por prudencia” y no por una
cuestión de solidaridad. Menciona, asimismo, a las masas de civiles que huían de la
represión franquista que se avecinaba. En un plano estrictamente militar, no veía factible
la resistencia de la zona centro-sur una vez caída Cataluña, debido a su aislamiento. El
final de su viaje, como el de casi todos los que huyeron a través de la frontera franco-
catalana, sería el campo de Argelés sur Mer. Así narra Juan Sayós como vivió el final de
la guerra:
434
la repulsión que les inspirábamos. Fue un corto relevo antes de instalarnos en una finca
situada sobre el pueblo de Vilallonga de Ter, cerca de Camprodón y junto a la frontera.
Era la etapa preparatoria del exilio. (…) La única incógnita era el lugar al que
finalmente nos dirigiríamos, pero circulaban rumores de que sería a algún país de
América. La posibilidad de que la zona central republicana, prácticamente bloqueada,
pudiera sostenerse durante largo tiempo era tan utópica, que sólo podían acariciarla los
visionarios.
Caídos ya Vic y Gerona, la inmensa avalancha de personas que, por uno o por otro
motivo, temían la represión de los ‘nacionales’, llegó a la frontera francesa, la cual, al
principio, nuestros vecinos pretendían mantener cerrada, pero aquella masa de seres
desesperados y acostumbrados a la guerra era tan imponente que optaron por disfrazar
de piedad lo que posiblemente era prudencia. Empezó la emigración general y, por lo
que a nosotros respecta, el día cinco de febrero todo el personal hospitalizado en
Vilallonga, junto con los sanitarios, fue trasladado en camiones y ambulancias hasta el
propio Coll d’Ares, lugar donde terminaba la carretera de Molló para convertirse en
estrecha pista de montaña. Puesto que venían vehículos detrás y era preciso dejar sitio,
a medida que los coches se iban vaciando, los chóferes los lanzaban a un barranco
inmediato. Había algunos vestigios de nieve, pero brillaba el sol y el frío no era excesivo
para tratarse de aquel lugar. Algunos gendarmes, situados en la línea fronteriza,
vigilaban que nadie entrase en Francia armado.
Muchos creían que en el otro lado se habría organizado algo para atender a los heridos,
pero lo único que encontramos fue un sendero de varios kilómetros de longitud y que,
desde el Coll d’Ares, bajaba en zig-zag por la montaña, hasta llegar a Prats de Molló,
población situada en una hondonada. Para ayudar a los que no podían caminar, unos
cuantos heroicos voluntarios tuvieron que transportarlos en camillas por aquel camino
extenuador. Yo usé la mano izquierda para transportar mi equipaje, reducido a un
maletín, y dominando el dolor y a fuerza de altos para reposar, por la tarde conseguí
llegar hasta las casas del pueblo. Sin embargo, no se me permitió entrar en ellas y fue un
corral de ganado el lugar que me ofreció la acogedora Francia.
A la mañana siguiente, unos camiones condujeron a los heridos más graves hasta
Perpinyá, y a los demás al campo de fútbol de Arlés-sur-Tech. En medio de aquel terreno
de juego pasamos el día, sin comer. Cuando ya oscurecía, se apiadaron de nosotros y
435
nos encaminaron hacia la estación, donde tuvimos las salas de cemento como camas. Por
último, nos trasladaron a la playa de Argelés, hoy lugar de placer transformado por los
recursos fabulosos del turismo, pero que en aquel entonces no era más que un inmenso
desierto de arena rodeado por soldados senegaleses y en el que se iban acumulando los
españoles fugitivos” (SAYÓS, JUAN: 1999, 200-201).
“Los tanques fascistas están a pocos kilómetros de Figueras. Prendemos fuego a todo lo
que queda útil: aviones, coches rotos, cajas con municiones…
Los aviones alemanes están tirando bombas por todas partes. La gente corre de un lado
para otro, escuchan la nueva tanda de bombas y vuelven a correr.
Por la mañana, cesa la lluvia y esclarece el cielo para darles otra oportunidad a los
fascistas. Las fuerzas se agotaron, quedan solamente las escasas para arrastrar los pies
en el tramo postrer lleno de barro y sangre que nos queda para llegar a Francia, subir y
bajar los Pirineos.
Sin almuerzo, nerviosos, comenzamos a enterrar a los muertos del bombardeo nocturno.
No hay ataúdes, el cementerio está lejos y los tanques enemigos cerca. Los obuses ladran
el camino y los estallidos llegan hasta nuestros oídos. En las mismas zanjas que nos
sirvieron de refugio, colocamos los cadáveres en filas de a dos, uno al lado de otro. Una
vieja, con el rosario en la mano, cuenta: dos, cuatro, seis… Mujeres y niños lloran en
silencio, se oyen voces amargas. La zanja va disminuyendo…
Aquí hemos enterrado a treinta y seis cadáveres, en el pueblo hay centenares. Se llenaron
las zanjas, hacemos otras. En un pozo enterramos a los que no tienen familiares ni
amigos. Sobre la tierra fresca y removida no dejamos nada; ni cruces, ni lápidas, ni
flores. Si fuera verano, las cogeríamos en el campo, ahora todo está muerto.
436
Todos ayudan en la macabra tarea. Una mujer bajita, de rodillas, con las manos remueve
la tierra al lado de los muertos, quita las piedras gordas y pone arena fina, levanta la
mirada al cielo y cruza los brazos en una oración. (…)
La caballería mora árabe sube en nuestra persecución por el camino que dejamos
sembrado de coches, camiones, maletas, muertos, heridos y agotados, que ya no pudieron
continuar más. Los moros embriagados se mofan de todo, se ensañan con los que
agonizan en las cunetas. Sus carcajadas sarcásticas llegan hasta nosotros como golpes
de verdugos.
En un lenguaje épico, relata de forma breve que ellos han cumplido con su deber durante
la guerra. Han luchado contra un enemigo militarmente mucho más fuerte y mejor
pertrechado en todos los sentidos. Se queja amargamente de la recepción propiciada por
los franceses. Pasada la frontera, está su destino, Argelés sur Mer. Asi lo narra Francisco:
“Volamos y combatimos por los aires de toda España, cumpliendo con el deber de la
patria. No sentimos ningún sonrojo ante nuestros antepasados, porque hemos luchado
como un valiente gallo contra la hiena fascista mil veces más fuerte. Pasamos la frontera
de Francia con la cabeza bien alta.
Mañana nos dispersaremos por el mundo de las adversidades, tal vez para jamás
entrevistarnos. Pero nunca olvidaremos a nuestros amigos y compañeros de armas a los
que las balas fascistas segaron sus tiernas vidas en la lucha justa que libramos. (…)
Se aproxima la noche. Llevamos todo el día caminando. Dejamos las casas, los árboles,
el río, la carretera asfaltada y el camino pedregoso. Entramos en una playa arenosa
437
donde se hunden los pies. La columna pasa entre dos camiones: Es la entrada. Varios
soldados y gendarmes, a pie y a caballo, custodian la puerta. (…) Los soldados y
gendarmes empujan, la gente rechaza, se resiste. No vienen encima caballos, soldados
blancos y negros, gendarmes con sables. Todo se confundió: el mar, el cielo, la playa,
los niños, los enfermos, las mujeres, los heridos. Gritos, quejidos, llantos, llamadas. Éste
perdió al amigo, aquél al pariente, los hijos a los padres, la madre al hijo, la mujer al
marido… (…) No hay pan, ni medicinas, ni agua, ni un granito de consideración entre
los millones de granitos de estas playas, aquí sólo hay alambradas de púas con fusiles
apuntando al infinito” (MEROÑO, FRANCISCO: 2004, 244-246).
El piloto Blas Castejón, futuro habitante de Argelés sur Mer, sería otro de los que pasaría
a pie la frontera francesa. En su relato, destaca los sufrimientos padecidos por los huidos
en su viaje hacia Francia y la sensación de humillación que sintieron como combatientes
al tener que entregar sus armas:
“Cataluña entera venía detrás de nosotros: hombres, mujeres, niños, heridos, enfermos,
andando hacia la cima de los Pirineos, llenos de nieve y frío, una marcha sin piedad. En
el silencio de la noche, oías por todas partes los gritos procedentes de la gente que no
podía seguir la gran columna formada para llegar a la frontera. Allí nos esperaban los
gendarmes franceses, junto a un montón de pistolas, fusiles y otros pertrechos. Esta era
la nueva tragedia que nadie esperaba; los oficiales tenían que entregar sus pistolas y
algunos se negaban a hacerlo y se ponían a llorar. Aquellos hombres lucharon por la
libertad de todos; nos sentimos despreciados y humillados; nadie pudo imaginar la
tragedia que vivimos.
Gente de toda clase tirada en aquellas playas de Argèles sur Mer y otras. Éramos sujetos
inanimados, como perros sin amo. Todo esto requeriría muchas páginas para contarlo.
Todo nuestro sufrimiento moral detrás de las alambradas, con senegaleses que nos
custodiaban”247.
247
Revista Ícaro (nº 89) 2006.
438
gendarmes, fueron alojados en un hotel y no internados en un campo de concentración
como les había ocurrido a los que cruzaban la frontera a pie. Transcurridos unos días,
serían conducidos a una base militar francesa. Aquí les fue hecha una propuesta para
enrolarse en la aviación francesa y partir a luchar a Indochina248. Hasta el momento de la
propuesta, la situación de Ernesto Marimón y sus compañeros había sido buena: buen
trato, buen alojamiento y buena comida. La negativa de los pilotos españoles a alistarse
para participar en la guerra de Indochina cambió su destino de forma drástica. De estar
disfrutando de un trato deferente, fueron trasladados en autobús para ser ingresados en el
campo de concentración de Vernet d’Ariege. Sería aquí donde comenzaría el calvario de
Ernesto Marimón. Así narra Ernesto sus últimos días como piloto de las Fuerzas Aéreas
de la República:
“El día cinco de Febrero se recibió la orden de pasar en vuelo a Francia. Los
preparativos los hicimos precipitadamente porque la orden era que había que partir
cuanto antes. El campo de Figueras sufrió varios bombardeos y parecía desde el aire un
paisaje lunar. Para despegar y tomar tierra había que señalar una línea entre cráteres
de bombas para no caer en uno de ellos. Mi mecánico pudo colocar mi maletín con lo
imprescindible en el avión y me dejé en la casa que habitábamos, muy cerca del campo,
una maleta llena de ropa, libros y diversos objetos.
Despegamos sin novedad y pusimos rumbo a Francia. Una vez cruzados los Pirineos y
volando ya sobre la inmensa llanura que se extiende al Sur de Francia, se nos acercaron
unos aviones muy rápidos. La fuerza de la costumbre al divisar aviones nos hizo a todos
comenzar un alaveo de advertencia. Los aviones pasaron por encima de nosotros y se
pusieron a nuestra cola, cosa que no me gustó nada. Seguimos volando como si nada
hubiera pasado y en un momento dado se puso a mi derecha uno de ellos. Le saludé
llevando mi mano al pasamontañas y el otro piloto correspondió a mi saludo. Volaron a
nuestro lado unos segundos, metieron gases y se perdieron de vista por delante de
nosotros. Eran unos aviones monoplanos de ala baja que, seguramente vendrían de un
aeródromo de los alrededores de Tolouse. Posteriormente, supe que los aviones eran
unos Dewoitines 510 con un motor de cerca de novecientos caballos y una velocidad de
crucero que sobrepasaba los cuatrocientos kilómetros por hora. Al final, tomamos tierra
248
Indochina era en aquellos momentos una colonia francesa donde había prendido el sentimiento
anticolonialista.
439
en Carcasonne. Lo primero que hicieron los franceses fue registrarnos a nosotros y a
nuestro pequeño equipaje y, por supuesto, desarmarnos, todos llevábamos pistola. A
Carcasonne llegó la escuadrilla completa. Dejamos los aviones nuevecitos, sin una señal
de ráfaga de ametralladora ni de cascote de antiaéreo. Una pena, se me saltaron las
lágrimas.
440
Extranjera Francesa para tomar parte desde el aire en la guerra de Indochina. Se nos
ofrecía, al que lo deseara, la nacionalidad francesa y no sé cuántos beneficios más, con
tal de que aceptáramos. Naturalmente nuestros jefes les contestaron que, si bien en
principio ellos no estaban conformes con la propuesta, tenían que consultarlo con
nosotros, que habríamos de ser los protagonistas de esa expedición. Marcharon los
franceses para darnos tiempo a pensar y discutir esa proposición. Lo discutimos,
cambiamos impresiones y, por unanimidad, rechazamos la propuesta. Así lo
comunicaron nuestros jefes cuando volvieron los franceses para conocer nuestra
opinión”.
En base a la información proporcionada por el piloto Jaime Torn, éste siguió los mismos
pasos que su compañero Ernesto Miramón. Salió en vuelo de Cataluña con los
Superchatos y, ya en Francia, tomaría tierra en Carcasonne. Jaime reflexiona acerca de la
guerra y del papel que cada bando ha jugado en ella. Contrapone la doctrina totalitaria de
los sublevados con el papel jugado por aquellos que defendieron “una República nacida
entre risas, flores y alegrías de una mañana de abril”. Se lamenta profundamente de la
superioridad militar de los sublevados:
441
abrumadora era que casi resultaba inútil oponerse a los continuos ataques contra lo que
quedaba de nuestras desorganizadas fuerzas, aéreas o terrestres ya camino del exilio”249.
Una vez en Carcasonne, la peripecia de Jaime Torn fue diferente y más amarga que la de
Ernesto. Jaime Torn y sus compañeros fueron detenidos en el aeródromo donde habían
tomado tierra. De allí fueron trasladados a Tolouse, para definitivamente ser ingresados
en el campo de concentración denominado SeptFonds. Relata también que los aviones
republicanos también fueron llevados en vuelo a Tolouse donde serían recogidos
posteriormente por pilotos franquistas para ser llevados a España. Así lo cuenta Jaime
Torn:
“Fueron enseguida los pilotos detenidos y conducidos a una sala del edificio principal,
mientras los aviones quedaban bajo la custodia de los gendarmes. Aquí termina lo que
de vida militar y de combatiente habían llevado unos muchachos cuya principal
inculpación en este país sería el haber luchado por la libertad de su Patria.
249
Revista Ícaro (nº 72) 2002.
250
Revista Ícaro (nº 72), 2002
251
Negrín llegaría a Alicante el día 10 de febrero en avión procedente de Tolouse.
442
Cataluña, la República comenzó a descender por una pendiente de descomposición que
culminará con el golpe de Estado del coronel Casado contra el gobierno de la República,
a primeros de marzo de 1939, y la posterior capitulación por parte de aquél ante las fuerzas
del general Franco a finales del mismo mes.
252
El 13 o 14 de febrero de 1939 se reunió en la base de Los Llanos con los mandos del ejército. El 2 de
marzo Negrín se reunió en Elda con Casado y Matallana. Fuente: TUÑÓN DE LARA, MANUEL y
GARCIA NIETO, MARÍA DEL CARMEN: La Guerra Civil. En Historia de España (vol. 9). Barcelona:
Labor, 1989
443
Joaquín Calvo, piloto de la 2ª Escuadrilla de Chatos, se hallaba destinado en el campo de
La Rabasa (Alicante) en estas críticas fechas. Viendo ya perdida la guerra, él y sus
compañeros pensaron volar hacia Argelia para no caer en manos del ejército franquista.
En esas estaban cuando el mando les obligó a ir a Albacete, en teoría para realizar un
servicio. Por esta razón, ya no tuvieron la posibilidad salir hacia Orán debido a que la
autonomía del Chato era limitada, no era como la de los aparatos de bombardeo que tenían
más radio de acción y podían volar más horas. En general, la primera idea que se les venía
a la cabeza a los pilotos republicanos al ver cercano el final de la guerra era huir con el
avión. Pero las circunstancias impidieron a un grupo considerable no poder hacerlo y, por
tanto, cayeron en manos de las tropas sublevadas. Una vez en Albacete, fueron
convencidos de que debían entregarse a las autoridades franquistas porque con su decisión
salvarían muchas vidas.
El origen de esta orden está en el ya citado golpe del coronel Casado contra el gobierno
republicano del 5 de marzo de 1939. La justificación del golpe se basaba en que su
objetivo era prevenir un posible golpe comunista que venía corroborado por una serie de
ascensos a militares comunistas como Líster, Modesto o Cordón (AROSTEGUI, JULIO:
1989, 112). En la misma línea van las argumentaciones de Paul Preston en el sentido de
que Casado hizo que “el final de la Guerra Civil Española fuese casi idéntico al
comienzo. Como habían hecho Mola, Franco y los demás conspiradores de 1936, Casado
dirigió a una parte del ejército republicano en una revuelta contra su gobierno.
Aseguraba, como habían hecho los anteriores, y también sin fundamento alguno, que el
gobierno de Negrín era una marioneta del Partido Comunista y que se avecinaba un
golpe de Estado inminente para instaurar una dictadura comunista” (PRESTON, PAUL:
2014, 11). El resultado del golpe fue la instauración del denominado Consejo de Defensa
que fue apoyado por algunos sectores anarquistas (Cipriano Mera) y socialistas (Besteiro
y Wenceslao Carrillo) y militares profesionales al mando de los ejércitos de la zona
Centro-Sur (Miaja, Matallana, Menéndez) que no veían viabilidad a la continuación de la
guerra. Hubo oposición al golpe entre los mandos comunistas de la zona Centro-Sur como
Ascanio o Barceló, pero fueron derrotados por las fuerzas del Consejo de Defensa al
mando del anarquista Cirpriano Mera253. Tras una conversación entre Casado y Negrín,
253
“Aquella guerra civil ‘interna’ había costado la vida de 2.000 españoles más, entre el temor y la
indiferencia de la mayoría de la población madrileña, literalmente agotada tras casi tres años de guerra”
(TUÑÓN DE LARA, MANUEL y GARCÍA NIETO, MARÍA DEL CARMEN: 1989, 522 ).
444
este último se dio por vencido y abandonaría España el 6 de febrero de 1939. Con Juan
Negrín fuera de juego, todo el poder cayó en manos de la junta casadista cuyo objetivo
principal era llegar a un acuerdo con Franco para finalizar la guerra. Hay que destacar
que Casado ya mantenía contactos con la Quinta Columna franquista en Madrid con la
intención de llegar a un acuerdo que pusiera fin a la Guerra Civil antes de dar el golpe de
Estado. Una vez en el poder Besteiro y Casado pensaron que podrían negociar una
rendición con Franco. Pero las conversaciones mantenidas por miembros del Consejo de
Defensa los días 23 y 25 de Marzo con los sublevados demostraron que éstos no querían
otra cosa que la rendición incondicional de las fuerzas republicanas (TUSELL, JAVIER:
1994, 540).
“Al acabar la guerra pensamos salir de España con los aviones, pero no pudimos salir
porque cuando nos pilló todo esto…, la entrega de los aviones, nos dijeron que fuéramos
a hacer un servicio a Albacete. La Comandancia de Aviación, la Jefatura de Aviación
estaba en Albacete y entonces nosotros estábamos en Alicante y desde Alicante nosotros
hubiésemos pasado muy bien a Orán porque volando alto sobre Alicante veíamos ya la
costa de África. Lo que pasa es que desde Albacete no podíamos. Nosotros como mucho
podíamos volar…, quizás podíamos llegar a hora y media. Normalmente nosotros no
estábamos nunca más de una hora en vuelo porque nos quedábamos sin gasolina. Un
combate dura como mucho diez o quince minutos, no hay autonomía y, sobre todo, con
lo que chupan los motores cuando van al máximo. Nos dijeron que íbamos a hacer un
servicio y que fuésemos nueve nada más. Y, cuando llegamos a Albacete, nos dijeron que
nos teníamos que entregar, que salvábamos no sé cuantas vidas, no sé que… Que
254
En las conversaciones entre la Junta de Defensa y el gobierno de Burgos se llegó al acuerdo de que la
aviación se entregaría el día 25 de marzo y el 27 lo haría el resto del ejército republicano, pero hubo que
posponer las fechas.
445
nosotros desde allí nos hubiésemos ido, lo que pasa es que no podíamos. Yo llamé por
teléfono a La Aparecida, que era un campo de aviación que estaba en la parte donde está
ahora Cartagena. Pero al descolgar el teléfono me dijeron…., yo llamaba desde
Albacete, pues de todas formas no nos fiábamos de que íbamos a salvar muchas vidas. Y
entonces, al descolgar el teléfono las primeras palabras fueron ‘¡Arriba España! ¡Viva
Franco!’ y yo dije, ¡Coño!, y ya no hubo manera. Y los mismos jefes nuestros Chacón o
Camacho, que era jefe de aviación, nos animaban a que salvaríamos muchas vidas y nos
comieron el coco un poco. Porque yo llamé a La Aparecida con el fin de que nos
repostaran y salir. Y ya fue el venirnos a Barajas. Nos comieron el coco y así fue”.
Sigue su relato Joaquín Calvo explicando cómo entregaron los aviones una vez llegados
a Barajas y sus respectivas conversaciones con el jefe de la Legión Cóndor Richtoffen y
con el Infante de Orleans:
Richtoffen se apeó del Chato y se marchó. Luego, al poco rato, llegó en coche el Infante
Don Alfonso de Orleáns y Borbón que era coronel entonces y estuvo hablando con los
jefes de escuadrilla de Natachas y Katiuskas, que eran de bombarderos y se podían haber
ido y huido. Algunos jefes de escuadrilla eran mayores, no eran viejos, tenían veintitantos
años ya y algunos ya eran profesionales de antes de la guerra. Y entonces preguntó por
446
el jefe de los Chatos, y claro, yo dije, ‘Viñals que te llaman’. Viñals era el jefe de
escuadrilla de Chatos, no yo, yo era el segundo jefe de escuadrilla, pero entonces Viñals
me mandó a mí y yo me presenté a él. El Infante Don Alfonso de Orleáns, que tendría dos
metros de altura, y yo, que era un ‘chinorri’ y, además, un niño me dijo: ‘Usted es un
mierda y un mocoso’. Bueno pues esta frase luego entre los profesionales, muchos años
después, me ha servido allí como pasaporte, porque a todos les ha extrañado. Aquello de
que me dijese eso a mí, eso ha sido para mí luego un pasaporte a la fama. Pero vamos
eso fue todo en la entrega.
Al día siguiente, vino el coronel Don Alfonso de Orleáns con un capitán ayudante y le
dijo al capitán, eso fue delante de nosotros, lo recuerdo, pues a éstos los manda a su casa
cada cual y ya…. Entonces el capitán que venía, que era bajito, estuvo hablando en voz
baja con él. Total, que en consecuencia, en vez de irnos cada uno a nuestra casa como
nos había dicho, nos llevaron a todos al día siguiente a la cárcel de Porlier. Allí nos
clasificaron. Estando yo allí, en la cárcel, también me hice un hombrecito, porque
aprendí hasta a jugar al ajedrez”.
Al igual que Joaquín Calvo, el piloto de Katiuskas, Gregorio Gutiérrez, entregó su avión
en Barajas el día 29 de marzo. En su testimonio acerca de los últimos días de la guerra,
hace una dura crítica a la política del coronel Casado y afirma de forma rotunda que los
sublevados no deseaban ninguna negociación. Asimismo, describe una acción
documentada en la cual su escuadrilla fue encargada de bombardear posiciones
comunistas en su lucha contra la Junta de Defensa de Casado, a lo que ellos se negaron.
Tiraron las bombas en un campo. Lo que sucedió fue que, ante la realidad del golpe de
Estado y de la actitud visceralmente anticomunista de la Junta de Defensa, el I Cuerpo de
Ejército del Centro, mandado por Barceló y la 100ª División de Guerrilleros se pusieron
en marcha hacia Madrid, tomando la “Posición Jaca”, para posteriormente entrar en
Madrid. Pero un ataque de los franquistas en el frente de la Casa de Campo y una tregua
ofrecida por aquéllos a Cipriano Mera en el frente de Guadalajara, hizo que este se
volviese a Madrid y tomase por sorpresa a los comunistas que, de esta manera, fueron
derrotados. El 11 de marzo había cesado toda resistencia (SAIZ CIDONCHA, CARLOS:
2006, 922). Así describe Gregorio aquella situación de guerra civil dentro de la guerra
civil entre los comunistas que apoyaban al gobierno de Juan Negrín y los golpistas de la
Junta de Defensa:
447
“Iba transcurriendo el tiempo. Mientras tanto, la consigna de Negrín era resistir, resistir
porque se esperaba que estallase la II Guerra Mundial. Y entonces es cuando vino el
levantamiento del coronel Casado que quería establecer negociaciones. Pero no eran las
circunstancias para hacer una rendición. El enemigo era implacable, llevaban un odio
encima porque esperaban que les saliese bien el golpe de Estado y tenerlo todo terminado
en cuatro días y por la defensa que hicimos nosotros lo retrasaron casi tres años.
Entonces venían con mala uva. Mientras nosotros estábamos allí hubo conversaciones,
pero lógicamente en las circunstancias en que nos encontrábamos y con la superioridad
de nuestro adversario, pues aquí a rendirse incondicionalmente. Realmente el coronel
Casado quería hacer una rendición. A esto se oponía el Partido Comunista y, por esta
razón, se liaron a tiros. Los comunistas tenían en Madrid su cuartel general en la
posición Jaca, que estaba en la zona Alameda de Osuna-Ciudad Lineal, precisamente
junto a mi casa. En esto recibimos la orden de bombardear la posición Jaca. Nosotros
no tiramos las bombas contra nuestros compañeros, eran nuestros hermanos. Total, que
hicimos el servicio, recuerdo que vi mi casa y todo. Las bombas las tiramos en un campo,
es decir, hicimos acto de presencia, pero ahí no se tiró ni una bomba. Evidentemente,
aquel servicio era contra los comunistas, contra los que se habían levantado contra el
coronel Casado”.
“A todo esto mandaron a los jefes a Los Llanos, que es donde estaba la Jefatura de
Aviación. Allí los mantenían informados de cómo iban las negociaciones. Allí les dijeron
que se estaba preparando la entrega de los aviones porque una de las condiciones que
ponían los nacionales era la entrega de la Aviación. Todos nosotros teníamos la
intención, lo debimos haber hecho, de irnos a Orán, lo teníamos a dos pasos y
previamente los observadores ya habían trazado el rumbo. Iba pasando el tiempo y los
jefes nuestros todavía continuaban en Los Llanos. En principio la entrega se iba a hacer
448
en Getafe, luego en Barajas. En esto se produjo el levantamiento de Cartagena. Allí
fueron los Natachas.
Las condiciones que le pusieron a nuestro jefe, Cecilio Rodríguez, para la entrega era
que lleváramos la gasolina justa para llegar a Barajas para que no nos pudiésemos
evaporar. Cecilio dijo que no, que gasolina a tope y el armamento igual. ‘¿Cómo voy a
justificar yo que nos hemos entregado voluntariamente?’ dijo. Si no llevábamos gasolina
para marcharnos, pues lógicamente teníamos que ir a Barajas. El argumento de Cecilio
fue: nos entregamos, pero la gasolina a tope.
Nosotros fuimos al campo a coger el avión. Los mecánicos ya nos tenían los motores
calientes y entonces nos dan un abrazo, ‘bueno muchachos, que tengáis suerte’ y uno de
los mecánicos me dice a mí que llevábamos los depósitos de gasolina llenos, como
diciendo, si te quieres largar llevas los depósitos de gasolina llenos. Me subo al avión y
veo, efectivamente, que los depósitos, los manómetros de los depósitos marcaban lleno.
El ametrallador hizo unas ráfagas de prueba, comprobando por tanto que llevaba
munición. Yo ya le había advertido al ametrallador que si veía que alguno se volvía que
449
me lo indicara, porque detrás hubiéramos ido nosotros. Y con uno que se hubiera vuelto,
nos hubiéramos vuelto todos, porque lo hicimos de muy mala gana. De todos modos
teníamos ganas de que esto terminara en realidad. Sabíamos que, si nos íbamos, era el
final de nuestra carrera. La cuestión es que cogimos los aviones y los llevamos a Barajas.
Junto a nosotros, iba como jefe de aviación para hacer la entrega un coronel, me parece
que era Cascón. Este era un militar profesional. Le decían, te van a coger y lo primero
que van a hacer es fusilarte, y, efectivamente, lo fusilaron”.
Gregorio es más explícito que Joaquín en explicar cómo fue la entrega de los aviones.
Llega más al detalle en ciertas cuestiones en relación con la comida, el frío o el saqueo al
que fueron sometidos antes de ser enviados a la prisión de Porlier. Relata también las
anécdotas de Richtoffen y el Infante de Orleans que no voy transcribir, pues son
prácticamente calcadas de las de Joaquín Calvo:
“A todo esto, todavía estábamos con los trajes de vuelo e incluso con la pistola. Llegó
allí uno que en una bandeja llevaba un montón de huevos fritos, así que hubo que coger
uno y comerlo. Fue lo único que comimos, ni más ni menos, ni pan nos dieron. Pero es
que llega la noche y nos meten en los que era el aeroclub, entonces en Barajas no había
nada y además la parte de lo que era el aeroclub era un edificio que no tenía ni cristales
ni nada. Total, que nos meten allí y nos ponen vigilancia. Pensé ‘¿Dónde nos hemos
metido?’ Era el día 29 de Marzo por la noche y hacía mucho frío, todo ese tiempo estuvo
haciendo frío. No nos daban de cenar y menos mal que conservábamos los equipos de
vuelo. Allí hubo quien hizo una fogata en el centro de donde estábamos con los muebles
que había allí rotos. Allí eché un sueñecillo.
Al día siguiente por la mañana, a primera hora, se presenta allí el Infante de Orleáns, un
tipo alto, grande. Ordena que formemos. A todo esto llevábamos el equipaje, las maletas
y todo eso. Nos revisan las maletas. Ellos que ven lo que llevábamos nosotros y, cuando
vieron todo aquello, dijeron que las maletas las cargaran en un camión. Se las llevaron
y se quedaron con todo. Claro, de eso no apareció nada. La cuestión es que el Infante
dice que nos manden a casa y que ya nos irán llamando, o sea, que nos soltaran y ya nos
irían llamando. Se sabe que cuando éstos hacían una ocupación, una cosa era esto y otra
cosa lo que hacía luego la Falange, que eran los que hacían las sacas, los paseos y todo
eso. Cuando se va éste viene un sargento, me parece que era, no estoy seguro, y nos dice
que nos quitemos la ropa, que no nos va a hacer falta para nada. Nos dejaron sin nada:
450
sin ropa, nos habían quitado las maletas y los trajes de vuelo. Nos metieron en unos
camiones de pie y a la cárcel de Porlier. Todo esto era el día 30 de Marzo por la mañana,
a primera hora”.
“Y así esperando, esperando hasta el día que nos dijeron que aquello se terminaba. ¿Qué
hacíamos? Unos decían que se quedaban y otros decían que nos marchábamos. En mi
escuadrilla querían irse. Nos íbamos a ir a Orán, pero luego nos quedamos. No nos
fuimos por las discrepancias esas que había de que algunos se querían ir y otros que no
se querían ir. Luego había una cosa muy importante, que los jefes nos decían que dónde
nos íbamos a ir, que pensáramos lo que estaban haciendo los franceses con los españoles
que habían salido por Cataluña. Una tarde estuvimos montados en los aviones
preparados con destino a Orán, pero llegó un motorista y nos dijo que nos bajáramos,
que esa noche dormíamos en el pabellón. Eran las cinco de la tarde cuando ocurrió esto.
Cuando estábamos cenando nos dijeron que al día siguiente había que levantarse
temprano para entregar los aviones en Barajas. Pues a Barajas. Nos dijeron que si
alguno no quería ir que se quedara allí o que hiciera lo que quisiera. Yo de ir a Barajas
nada. Yo me hubiera ido a Orán o a cualquier otro sitio. Yo les dije a ellos que por qué
no nos íbamos a Francia, que podíamos pasar a Francia y tomar tierra en París,
teníamos gasolina suficiente. Algunos se fueron a Orán y los aviones luego volvieron
porque el gobierno francés se los devolvió al gobierno de Franco. Así que de esta manera
acabamos la contienda”.
451
porque el Consejo de Defensa y el Comité Internacional de Coordinación habían decidido
que este puerto sería el lugar de partida de los barcos que saldrían hacia el exilio. En esta
confusa situación, los italianos entraron en Alicante255. La Comisión Internacional intentó
crear una zona internacional para poder evacuar a los que deseaban salir de España, pero
la idea no prosperó porque ningún gobierno extranjero iba a apoyar aquello (TUÑÓN DE
LARA, MANUEL y GARCÍA NIETO, MARÍA DEL CARMEN: 1989, 529). Al final,
la mayoría de las personas que esperaban en el puerto de Alicante fueron capturadas por
el ejército vencedor, ya que los barcos que las evacuarían no llegaron nunca.
Posteriormente serían trasladadas al tristemente célebre campo de concentración de Los
Almendros. De esta manera relata Simón Fiestas los días previos a la entrega en Barajas:
“El veintisiete de Marzo de mil novecientos treinta y nueve nos convocó el jefe de
escuadrilla, teniente Viñals, para informarnos de que se estaba negociando una ‘paz
honrosa’ y que, para esto, se exigía la entrega anticipada de la aviación gubernamental.
Para hacer la entrega, nos presentamos nueve pilotos voluntarios. Despegamos de
Rabasa y la visión del puerto de Alicante era terrible. Allí se acumulaban miles de
combatientes que esperaban inútilmente que llegara algún barco para poder salir del
país. Llegamos a Los Llanos, en Albacete, y allí captamos un cierto nerviosismo entre los
miembros del Estado Mayor del Ejército del Aire, pues las conversaciones de paz habían
resultado un fracaso. Analizamos la situación entre los pilotos de la Segunda Escuadrilla
y decidimos parlamentar directamente con el cuartel general de los sublevados en
Burgos. Nos dieron instrucciones de que los aviones llevaran un distintivo blanco en
muestra de buena voluntad y para evitar un posible combate aéreo. De esta manera
salimos de Los Llanos hacia Barajas para hacer entrega de los aviones”.
255
Los italianos entraron en Alicante el día 30 de marzo de 1939.
452
“Recordaréis que, cuando nuestro comandante Jefe, Romero, del G. 30 nos vino a hablar
sobre la entrega en vuelo al enemigo, nos dijo: ‘De vosotros depende que el gobierno de
Burgos mantenga su compromiso de ocupar por zonas nuestro territorio, para dar tiempo
a que el personal responsabilizado con la República pueda marchar al extranjero’. Nos
hizo muchas consideraciones y terminamos con el ¡Viva la República! más emocionado
que quizá dimos en nuestra vida. Nosotros cumplimos con nuestro deber hasta las últimas
consecuencias. ¿Pero sirvió de algo?
Cuando después de explicarnos las condiciones en que se nos pedía el último servicio a
la República, y de no exigírsenos nada ni no optar libremente entre entregarnos o no, al
primero que se le preguntó fue a un compañero observador, cuyo nombre no recuerdo, y
dijo que no. Después todos dijimos que sí. ¿Cómo reflejar el estado de ánimo de aquel
compañero y amigo cuando vio que todos sus compañeros en bloque aceptaban la
responsabilidad del servicio en el que no se respondía ni tan siquiera de nuestras vidas?
Su reacción fue tajante, ¡Yo también voy!... No había plaza. Tuvo que quedarse”257.
Otro grupo de aviadores vivió el final de la guerra en las bases que las Fuerzas Aéreas de
la República tenían en la zona mediterránea, en el arco que va de Valencia hasta Murcia.
La experiencia del final de la guerra de los aviadores de la zona levantina es muy variada:
unos pudieron huir hacia Argelia, otros se volvieron directamente a sus casas o
simplemente fueron detenidos en sus destinos y enviados a prisión.
El piloto de Chatos, Miguel Chasán, tuvo un final de guerra que se podría definir como
“tranquilo”, si es que puede existir la tranquilidad en el final de una contienda como la
256
Alas Gloriosas (nº 1), 1979.
257
Alas Gloriosas (nº 8), 1980.
453
acaecida en España. En las postrimerías del conflicto, Miguel se hallaba destinado en una
de las bases murcianas. Allí, el coronel Cascón les indicó que debían llevar los aviones a
Madrid, es decir, a Barajas, pero que daba libertad al que deseara irse. Miguel Chasán,
ante la tesitura, decidió marchar a la casa de sus padres, en Valencia, donde estuvo hasta
que, pasado un tiempo, se entregó voluntariamente a las autoridades franquistas. De esta
forma tan sencilla y clara describe Miguel Chasán su final en la contienda:
“Al final de la guerra nos llamó el Coronel Cascón, nos llamó a unos hangares de El
Carmolí o de Los Alcázares, no recuerdo bien si en un lugar o en otro, para darnos a
entender que la guerra se había terminado. Nos dijo que sería conveniente que las
escuadrillas se presentaran en Madrid y se entregaran allí en Madrid y que también él,
como jefe, se quedaba. Nos dijo que ahí teníamos los aviones, que él que quisiera irse
que se fuera, pero que él se quedaba. Esas fueron las últimas palabras de Cascón.
Cuando se terminó la guerra en Valencia, se formó un tribunal especial de aviación y a
los cuatro días lo juzgaron y lo fusilaron enseguida.
454
que después de vivir dos años de aventuras juntos ya no volveríamos a vernos, como así
fue. Por entonces el personal de la escuadrilla había ido desapareciendo poco a poco,
quedando al final solo dos conductores y once mecánicos. Allí había quedado todo el
material, allí estaba la cuba del combustible, un autocar fantástico que teníamos, un
camión al que llamábamos el hospital porque se utilizaba para hacer curas por si había
algún accidente o por si alguien se ponía enfermo. Yo, de los que quedaban allí, era el
más antiguo, así que dije que los mecánicos nos íbamos a hacer cargo de todo el material
y que íbamos a hacer una entrega que fuera una lección para ellos, que vieran que
éramos un ejército disciplinado. Ya, por la mañana, yo había distribuido a la gente para
ponernos en marcha, a uno le había colocado en la ambulancia, a otro en el coche taller,
a otros en las puestas en marcha, en fin que estaban ya todos distribuidos. Y de esta
manera salimos de madrugada hacia Manises. Nos pusimos la caravana en movimiento
y llegamos a Manises. Entonces les dije a todos: ‘Ahora vamos a hacer una demostración
de como actúa el Ejército de la República. Vamos a poner todo el material en una hilera
ordenadamente y cada conductor se situará delante del coche correspondiente y cuando
pase el responsable que venga a hacerse cargo de todo esto, lo saludáis’. Había que
demostrarles que no éramos una pandilla de desgraciados. Una vez organizado todo, fui
a una caseta donde estaba el responsable. Me salió un falangista desastrado diciendo
que él era el responsable. Yo pensé ‘A este individuo le vamos a entregar el material, y
estos han ganado la guerra’. Bueno, total que formamos y le dije ‘Tengo el honor de
entregarle el material de la Cuarta Escuadrilla del Grupo Veintiséis’. Aún me emociono
cuando me acuerdo de la situación. Y el falangista, simplemente, contestó que ya
podíamos marcharnos, sin más. Le dije que nos hicieran unos salvoconductos para poder
regresar a casa. Fuimos a la caseta, nos hicieron los salvoconductos y cada uno se fue a
su casa. Yo terminé la guerra de teniente porque en Octubre de mil novecientos treinta y
ocho el jefe de la Escuela de Mecánicos pasó por las escuadrillas diciendo que los diez
primeros que habíamos salido de las escuelas habíamos ascendido a tenientes. Yo guardo
todavía las estrellas en casa, pero nunca me las puse, me dije que hasta que no saliera
publicado en el boletín no me las pondría. Otros compañeros míos se las pusieron antes.
Pero ocurrió que nunca salimos publicados en el boletín, por lo que consta que terminé
la guerra como sargento”.
455
incorporarse a la factoría que había fabricado los Chatos en Sabadell. Mientras trabajaba
en la fábrica, fue requerido para ser juzgado en consejo de guerra:
Terminada la guerra, una vez en casa, me enteré de que en Sabadell seguían trabajando
con los Chatos. En Sabadell se encontraba la fábrica de los Chatos. Fui a Sabadell con
dos compañeros a la fábrica a buscar trabajo. Me presenté allí y me salió un sujeto
lamentable que me preguntó qué es lo que sabía hacer. Yo le contesté que de mecánico
lo que fuera. Me dijo que lo único que había era de chapista y le dije que yo quería
trabajar de lo que fuera. Se lo dije a mis compañeros y ellos dijeron que no querían
porque solo sabían montar y desmontar motores, ellos no eran especialistas. Yo siempre
he sido un mecánico completo y lo digo con orgullo, por lo que decidí quedarme en la
fábrica. El responsable de la fábrica de Sabadell era un ruso blanco que no era una mala
persona. Le dije que nosotros sobre todo éramos competentes en el cambio de motor. El
hombre aceptó la propuesta y los tres nos pusimos a cambiar y montar motores. Y les
dimos una lección, porque nosotros cambiábamos el motor en tres horas y ellos
necesitaban un día. Todos ellos eran mecánicos del bando nacional. Nosotros estábamos
muy orgullosos de hacerlo en tres horas y así estuvimos en la fábrica hasta que llegó un
día en que se acabó el trabajar allí”.
El armero Francisco Cortés, al igual que Antonio Vilella, se encontraba en Carlet cuando
finalizó la guerra. Del mismo modo que Antonio tuvo que entregar el material en Manises,
por su parte, tuvo que servir el material del que era responsable en el mismo aeródromo
valenciano. Antes de llegar a su casa en Pozuelo, en la provincia de Madrid, pasó por
456
alguna peripecia, ya que en el momento de la entrega del material fue llamado por un
teniente jurídico del ejército franquista para que declarara. Tuvo la gran suerte, según sus
propias palabras, de que era un hombre amable y le facilitó mucho las cosas para poder
regresar a Madrid con sus padres. Más tarde, ya residiendo en Madrid, fue juzgado, pero
no llegó a pisar la cárcel debido al indulto concedido por el dictador, ya que su pena
entraba dentro de los límites del citado indulto. En su narración aparece el sentimiento de
la solidaridad de los tiempos difíciles personificado en una familia que lo acogió y en
antiguos compañeros con los que se encontró:
El día de la entrega del material, el oficial de los nacionales me ordenó que me presentase
en la oficina de aviación en Valencia, que era la misma que había funcionado con la
República. Me presenté a un teniente jurídico nacional que me preguntó varias cosas
acerca del servicio que había prestado. Me tomó la filiación de forma muy amable, luego
estuvimos charlando y le dije que según informaciones que yo tenía, la gente que se
457
presentaba en la Plaza de Toros de Valencia la mandaban a sus respectivos pueblos. El
teniente me contestó inmediatamente y me dijo que no se me ocurriera hacer tal cosa
porque el asunto no era así. Una vez contestadas las preguntas, me preguntó si tenía
algún sitio para estar unos días. Le contesté que tenía una familia conocida de Pozuelo,
mi pueblo. El teniente me recomendó esperar unos días para ver que giro tomaba la
situación, así que le di las señas de la casa de esta familia de Pozuelo.
La casa en la que me hospedé era de una familia de Pozuelo. Esta familia se portó muy
bien conmigo. Les dije que necesitaba dormir unos días en su casa y que, para comer, ya
me las arreglaría pues no quería molestar. Yo llevaba puesto el pantalón azul del
uniforme, camisa, corbata y un jersey marrón. La americana no me la podía poner, pues
tenía los distintivos del uniforme. El dinero que me había sobrado de los cinco duros se
lo di a esta familia, ya que estaban muy escasos de dinero.
Tres días más tarde bajaron a Valencia varios compañeros de mi escuadrilla para
llevarme a Carlet, pues todos los de la escuadrilla se habían colocado en el pueblo. Cada
vecino del pueblo hospedó a uno y querían que me fuera con ellos pues tenían hospedaje
para mí.
Más tarde, fui a la oficina de aviación de Valencia, pues la familia que me había
hospedado se marchaba a Madrid y tenían que dejar el piso donde vivían lo antes posible,
pues los dueños se lo reclamaban. El teniente jurídico me dijo que fuese al día siguiente
a la oficina, que ya tendría el salvoconducto para que me pudiera ir a Madrid. Al día
siguiente fui y me dio el salvoconducto para irme a Madrid”.
458
Justo César Sol, en el momento del desenlace de la guerra, estaba destinado en el campo
de El Carmolí sirviendo como radiotelegrafista en un avión de fabricación
norteamericana llamado Vultee V-1A. En su testimonio, hace mención de los sucesos de
Cartagena acaecidos a primeros de marzo de 1939. Los hechos ocurridos en esta ciudad
fueron el preámbulo de lo que luego ocurriría en Madrid tras la instauración del Consejo
de Defensa del coronel Casado. Fue una guerra civil dentro de la guerra civil, pero en este
caso, a diferencia del anterior, había elementos quintacolumnistas que participaron en la
revuelta para poner la ciudad a disposición del ejército franquista. La sublevación
cartagenera contra el gobierno republicano estalló el día 4 de marzo, en vísperas del golpe
de Casado. En ella, se mezclaron elementos casadistas y franquistas. Los franquistas
llegarían a dominar todas las baterías de costa y la emisora de radio de la flota. Ante la
amenaza de cañoneo por parte de las baterías de costa a los barcos republicanos fondeados
en el puerto, el almirante Buiza, jefe de la flota republicana, abandonó Cartagena con
dirección al puerto tunecino de Bizerta. La República se había quedado sin su Armada,
lo que hubiera sido fundamental para la evacuación vía marítima de los que hubieran
deseado abandonar España (TUÑÓN DE LARA, MANUEL y GARCÍA NIETO,
MARÍA DEL CARMEN: 1989, 514). Ante el hecho de la sublevación, el gobierno de la
República reaccionó y envió a la 206ª Brigada y al Batallón nº 7 de tropas de aviación
para sofocar la rebelión. Poco a poco, se fueron recuperando las baterías de costa que
habían caído en manos franquistas y el día 7 de marzo las tropas republicanas dominaban
ya la ciudad. En el marco de estos hechos se produjo un acontecimiento luctuoso: el
cañoneo del buque de transporte de tropas Castillo de Olite el 7 de marzo de 1939. En la
creencia de los franquistas de que ya dominaban la ciudad enviaron hacia Cartagena una
serie de barcos de transporte de tropas para que desembarcaran con la finalidad de
dominar definitivamente la ciudad. Lo que no sabían es que había vuelto a manos
republicanas. Así, desde las baterías de costa se cañoneó al Castillo de Olite. Éste se
hundió perdiendo la vida 1.467 personas. Los supervivientes fueron recogidos en la costa
y hechos prisioneros. El resto de los barcos abandonarían la rada de Cartagena acosados
por la aviación republicana (SAIZ CIDONCHA, CARLOS: 2006, 917-919).
459
a Madrid con otras dos personas. Una vez en Madrid, sería testigo de la entrada de las
tropas de Franco. En la capital de España se pondría en contacto con su familia, residente
en la localidad de Getafe. El que había sido su tutor le aconsejó que se entregara a las
autoridades; se entregó en una comisaría al mando de un guardia civil que tenía amistad
con el citado tutor. Pasado un tiempo, compareció ante un consejo de guerra del que
saldría indemne gracias a las amistades de antes de la guerra. De esta forma relata Justo
César el final de la contienda para él:
“Recuerdo que un día de Marzo, la cosa ya estaba muy mal, empezaron a pasar camiones
y más camiones cargados de soldados hacia Cartagena, a la base de Cartagena.
Nosotros teníamos un enlace que era marino y que estaba en contacto con la escuadrilla
nuestra. Este era el que nos ponía en contacto con todos. Y éste nos dijo que había que
marcharse, que había que marcharse al extranjero, que se habían apoderado de tal
posición, que los barcos habían abandonado Cartagena. Y entonces nosotros nos fuimos
a Valencia como si fuera un traslado de la escuadrilla a Valencia.
460
Por entonces estaban reclamando a la gente que había estado con la República para que
se presentara y la llevaran a los campos de concentración. A mí me dijeron que si me
presentaba me iban a meter en un campo de concentración y que, una vez que entrabas,
no se sabía cuando se salía de allí. Yo no había hecho nada, así que mi tutor me llevó a
un chalé del Paseo del Cisne, en Madrid, que en aquel momento estaba siendo usado por
la policía. Allí estaba al mando un comandante de la Guardia Civil. Mi tutor conocía al
comandante y le dijo que le traía un aviador rojo. El comandante me dijo que me pusiera
de guardia en la puerta. En aquel lugar estaría quince o veinte días, no sé. Allí estuve
bien atendido, iba y venía cuando quería, no tenía obligación ninguna. A aquel sitio
llegaba gente detenida continuamente, pero no se quedaban, se los llevaban otra vez. Los
detenidos eran gente que tenía denuncias, la llevaban allí y luego se la deberían llevar a
la cárcel o a donde fuera.
Después de aquellos días en aquel cuartel, me fui a casa. Al cabo de unos meses tuve el
consejo de guerra, el consejo de guerra sumarísimo acusado de auxilio a la rebelión.
Tuve suerte y me sobreseyeron el caso. Por aquel entonces las cosas ya se habían
tranquilizado un poco. En el juzgado en el que me estaban procesando había un sargento
de los de Franco que era el secretario del juzgado y que me conocía de aviación,
habíamos tenido buenas relaciones. Este hombre debió hablar con el tribunal porque yo
salí sin pena. El juez me dijo que a mí cualquier día me detendrían porque al no tener
pena me llevarían a un campo de concentración donde la pena mínima era de seis meses
de internamiento, pero el juez no sabía cual era la estancia máxima. Entonces fui a mi
casa a contarlo. Mi tutor fue a hablar con el auditor de guerra. Le dijo que lo que estaban
llevando a cabo era una forma de hacer rojos y allí mismo rompió el oficio diciendo que,
aquello era una injusticia, que una persona que no había hecho nada no había por qué
condenarle, a lo que el auditor le dijo que yo tendría una condena de permanencia
máxima en un campo de concentración. Al final se solucionó todo y no fui al campo de
concentración”.
Otros al finalizar la guerra no tuvieron tanta suerte como Justo, pues la derrota de las
fuerzas republicanas los llevó directamente a los centros de internamiento de prisioneros
habilitados por los vencedores en sus diferentes formas: castillos, cuarteles, prisiones,
establecimientos religiosos o campos de concentración.
461
El navarro Juan Goicoechea, piloto de Mosca, en el momento del fin de la guerra, estaba
destinado en el campo de El Carmolí. Al igual que otros muchos, pensó huir volando
hacia Orán, en Argelia. Pero los aviones que había en el aeródromo habían sido
inutilizados por los mandos y no pudo escapar. Describe la entrada de los franquistas en
el aeródromo, sus malos modales y la falta de educación y, como era habitual en estas
situaciones, la rapiña de los objetos personales por parte de las tropas vencedoras. El
saqueo al que eran sometidos los aviadores republicanos de sus objetos personales, una
vez que se entregaban, era una forma más de denigrar al vencido. Lo peor de todo era que
se hacía con total impunidad, con la absoluta aquiescencia de los oficiales al mando. Aún
así, los combatientes republicanos tenían algún arranque de dignidad que, según que
circunstancias, les podía costar muy caro. Uno de estas reacciones la tuvo Juan cuando le
requirieron su reloj y se lo arrojó al suelo al militar franquista que lo pedía.
Posteriormente, sería trasladado a Cartagena donde comenzaría su periplo penitenciario.
De esta manera describe la experiencia de rendición que le tocó vivir:
Yo quería escaparme para África, a Orán, con algún avión. Así que una vez que nos
quedamos solos otra vez, por la noche, le dije a un compañero, Tabares se llamaba, que
fuéramos a coger un avión. Bajamos con una linterna y llegamos hasta donde estaban
los aviones. Cuando llegamos los aviones estaban sin hélice. Les habían quitado las
hélices a los aviones, estaban los Moscas sin las hélices. No podíamos escaparnos. Había
462
allí también un trimotor francés. Era un avión de pasajeros. Subimos a él e intentamos
ponerlo en marcha. Pero nada, que no podíamos. Habían hecho lo mismo que con los
otros aviones, lo habían inutilizado, le habían quitado una pieza y el avión no se ponía
en marcha. Nos podíamos haber escapado, estábamos solos, pero sin aviones ¿A dónde
ibas? Ya entró la mañana y que seguían sin venir. Y a las doce volvieron a aparecer los
mismos, nos preguntaron si estábamos bien, a lo que contestamos que sí. En esta visita
nos quitaron la ropa de vuelo, las gafas de sol, y un traje de gala de las Fuerzas Aéreas
de la República. Una vez que nos quitaron las cosas se volvieron a ir. A las cinco de la
tarde volvieron, nos metieron en un camión y nos llevaron a una lonja de pescadores.
Otra vez nos dejaron allí solos. Al poco tiempo nos llevaron a Cartagena, al Fuerte
General Fajardo”.
Un caso parecido al de Juan Goicoechea fue el de Patrocinio Romero. Este piloto estaba
en el campo de Rabasa, en Alicante, cuando terminó la guerra. Su idea, como la de
muchos, era marchar a Orán en vuelo, pero hubo un rifirrafe con los mecánicos, pues
éstos se negaron a repostar los aviones con los que los pilotos se hubieran escapado. Los
mecánicos argüían que si se iban los pilotos, los franquistas podrían tomar represalias
contra ellos. Por tanto, una vez ocupado el campo por los sublevados, Patrocinio fue
hecho prisionero y llevado al castillo de Santa Bárbara, en Alicante. Al igual que sus otros
compañeros, fueron despojados de todo lo que podía ser de valor con absoluta impunidad.
De esta manera relata el final de la guerra:
Una vez efectuada esta entrega de aviones y de personal, yo pasé en compañía de otros
compañeros al Castillo de Santa Bárbara de Alicante, donde fuimos despojados de los
463
efectos personales que les apetecieron a los que se hacían cargo de nuestra custodia,
posteriormente pasamos al ruedo de la plaza de toros, durmiendo en la arena con sólo
una manta que compartía con mi buen amigo y compañero Ramón Sellabona, uno de los
muchos catalanes extraordinarios que yo he conocido en mi vida y que siempre recordaré
con mucho cariño”258.
“Cuando llegan en la vida momentos como aquellos, en que nos han despojado de todos
los atributos que nos conceden categoría y autoridad, hay que atrincherarse, para
enfrentarse con la realidad adversa, en la condición más primitiva e íntima que debe ser
congenital en el hombre, es decir, hay que apoyarse en la hombría.
El último vuelo de la 3ª Escuadrilla de Chatos fue corto, fue muy corto. Desde la Señera
(Valencia) a la Rabasa (Alicante), o sea, poco más de un cuarto de hora. Y sin embargo,
fue proyectado para ser mucho más largo: estaba todo dispuesto para salir hacia
Francia. Este viaje, que en circunstancias normales hubiera sido descabellado, entonces
no pasaba de ser una aventura, una aventura más de la guerra.
Todos los factores a tener muy en cuenta y determinantes de riesgos muy notorios, como
eran: el atravesar en pleno día la zona enemiga, la mucha distancia, dado el mal estado
mecánico de algunos aviones, el tiempo que pudiéramos encontrar en los Pirineos, etc.;
optamos por considerarlos como ‘imponderables’ y meterlos en el ‘saco de la suerte’.
Pero repito, era la guerra, y sobre todo era el final de la guerra. No había para nosotros
más imperativo inmediato que el de salir de España; sabíamos lo que nos esperaba si no
lo lográbamos.
Todo a punto para despegar cuando me llamaron por teléfono, diciendo que Viñals había
ido a Barajas y que fuéramos a Rabasa donde repostaríamos y nos iríamos juntos a Orán.
Nada más aterrizar en Rabasa, me di cuenta que habíamos caído en una ratonera. En
258
Alas Gloriosas (nº 19), 1982.
464
cuanto paramos los motores, empezaron a entrar en el campo, por distintos puntos,
falangistas con metralletas: estaban esperándonos…”259.
Casos similares a los anteriores fueron los de Celestino Díaz260 y Salvador Marzana261
que se entregaron en sus respectivas bases para ser recluidos luego en prisiones
franquistas.
Pero hubo otros aviadores que sí pudieron pasar a Argelia, concretamente a Orán,
escapando de la represión que estaba ejerciendo el bando vencedor sobre la población y
los combatientes republicanos. Entre éstos tenemos al mecánico Luis Sancho. En los
últimos días de la guerra, Luis Sancho estaba destinado en el aeródromo de Lorca. Entre
los pilotos y los mecánicos que allí había planificaron escapar con los aviones de
entrenamiento hacia Argelia. Éstos eran de doble mando, por lo que podían viajar dos
personas. Luis Sancho refiere la persecución que sufrieron los comunistas al final de la
guerra, concretamente a partir del golpe de Estado del coronel Casado. La Junta de
Defensa, desde el mismo momento de su instauración, llevó a cabo una política de
persecución de los comunistas, fusilando a algunos y encarcelando al resto. De hecho,
cuando los franquistas entraron en Madrid había todavía militantes comunistas detenidos
en las cárceles madrileñas. Saiz Cidoncha afirma que Casado encarceló a los comunistas
con la intención de ofrecérselos a Franco en los días que habrían de llegar, de cara a una
negociación con Burgos (SAIZ CIDONCHA, CARLOS: 2006, 922). Paul Preston abunda
también en la idea del anticomunismo de Casado que llega a comparar con el que
manifestaba Franco. En esta línea, precisa que no se entiende el golpe de Estado de
Casado contra Negrín sino es por este anticomunismo visceral, ya que la promulgación
por parte del gobierno de Burgos de la Ley de Responsabilidades Políticas “hacía
culpables a todos los republicanos del delito de rebelión militar” (PRESTON, PAUL:
2014, 60) y, por tanto, los márgenes de negociación acerca de una paz pactada con el
enemigo no eran posibles; Franco sólo deseaba la rendición incondicional de los ejércitos
republicanos. Luis Sancho y los que huyeron con él tuvieron que engañar y reducir por la
fuerza a algunos elementos de la base para poder escapar a Argelia. Una vez llegados a
Argelia, lo que hubiera parecido que era un pasaporte hacia la libertad, huyendo de la
represión de los vencedores, se convertiría, como veremos en el próximo capítulo, en un
259
Alas Gloriosas (nº 21-22), 1982.
260
Revista Ícaro (nº 89), 2006.
261
Revista Ícaro (nº 61), 1999.
465
calvario en los campos de trabajo que habilitaron los franceses en África para los
republicanos españoles huidos:
“Casi al final de la guerra nos trasladaron de San Javier a El Palmar y, por último, a
Lorca. En Lorca, me enteré por el jefe de la base, que era un capitán, de que había una
orden de detener a todos los comunistas. Cuando me enteré, se lo comuniqué a un amigo
mío de la base de Lorca que era comunista. Le dije que iban a detener a todos los
comunistas. Para que no se escapase nadie, eran ya los últimos días de la guerra, el
capitán ordenó que quitáramos una pieza de cada uno de los aviones de entrenamiento
llamada aparato de ruptura de la magneto y que se las entregáramos a él en una bolsa
y, cuando fueran los aviones a volar de nuevo se les pondrían otra vez, y así todos los
días. En esto nos reunimos los pilotos y los mecánicos y decidimos escaparnos en los
aviones hacia Argelia. Lo que no había previsto el jefe de la base era que en los
almacenes había piezas de recambio de las que nos había ordenado quitar. Así que
decidimos ir al almacén y coger piezas de repuesto y ponerlas en los aviones. De esta
manera, un día quitamos los aparatos de ruptura de los aviones y se los entregamos al
capitán. Cuando se fueron a comer en el autobús, nosotros nos escondimos. Allí, en la
base, cogimos al teniente, al sargento y a todos los soldados y los metimos en una
habitación y los encerramos allí. Le dijimos al teniente que nosotros no queríamos
hacerles nada malo, que lo que queríamos era salir de allí, cuanto antes mejor. Así que
mientras estaban encerrados, los mecánicos nos pusimos a montar el aparato de ruptura
de la magneto que faltaba en los motores de los aviones y que habíamos cogido del
almacén. Mientras nosotros montábamos las piezas, los pilotos llenaban de gasolina los
depósitos de los aviones. Nos escapamos seis pilotos con seis mecánicos. Al ser aviones
de entrenamiento eran de doble mando por lo que podían ir dos personas. En su uso
normal iban el alumno y el profesor. Salimos con seis avionetas de entrenamiento. Los
pilotos eran todos voluntarios que habían terminado el curso de piloto y estaban
pendientes de salir destinados al frente. La guerra la perdimos, además de por los temas
militares, por la división que había entre los diferentes partidos políticos. Entonces había
muchas envidias, el día que se elimine la envidia en España este país será otra cosa.
Además estaba la quinta columna, en San Javier estaba por todos los sitios, allí se
sospechaba de todos.
466
Salimos de Lorca y nos dirigimos a África, a Argelia. La idea era llegar a Orán pero nos
desviamos, no encontrábamos Orán y fuimos a parar, si miramos un mapa de Argelia, a
la izquierda de Orán. La verdad es que no íbamos preparados, no llevábamos cartas de
navegación ni nada. Allí no había lugar para tomar tierra, así que aterrizamos en una
villa. El avión en el que iba yo no tuvo ninguna avería. La villa donde aterrizamos era
de un español de Almería y aquel hombre nos aconsejó que tuviéramos cuidado, que
estaban persiguiendo a los comunistas en Argelia”.
El piloto de Natachas, Emilio Gazol, en los días finales de la guerra, estaba destinado en
el aeródromo de Tomelloso, libre de realizar servicios. Detalla de forma breve como era
la vida cotidiana de los aviadores en este pueblo y su relación con los vecinos que residían
aquí. A pesar de las penurias de la guerra, la gente seguía con su vida e intentaba divertirse
en medio de la desolación:
Debido a los sucesos de Cartagena, la escuadrilla de Emilio Gazol fue trasladada a San
Pedro del Pinatar, en Murcia, para ayudar a sofocar la sublevación que había estallado a
primeros de marzo de 1939. No llegaron a intervenir directamente en la ciudad de
Cartagena, pero si participaron en el hostigamiento a los barcos franquistas de transporte
262
Alas Gloriosas (nº 5-6), 1979.
467
que pretendían desembarcar tropas en la citada ciudad. En San Pedro del Pinatar, los
superiores les indicaron que tenían que ir a Tablada a entregar los aviones, a lo que ellos
se negaron. Esta escuadrilla decide que no se va a entregar a los franquistas y que va a
marchar en vuelo hacia Argelia. Relata Emilio los problemas que hubo para poder huir,
ya que fueron presionados por elementos del ejército de tierra destinados en Cartagena
para que los sacaran de España y los llevaran. También tuvieron problemas con los
mecánicos y armeros que intentaron evitar que huyeran. Hay que comprender la
desesperación de las personas ante la disyuntiva de no poder huir y de enfrentarse a las
consecuencias de ser apresado por las tropas franquistas. Al final, los pilotos de Natacha
se conjuraron con sus observadores y pudieron escapar a Argelia, concretamente a Orán.
Así describe la huida hacia Argelia:
“Pues bien, al día siguiente se nos requiere a primera hora para que recojamos nuestras
cosas del hotel en que estábamos alojados, pues había traslado de la escuadrilla. No nos
notifican el destino y, una vez en el aire, se pone rumbo a San Pedro del Pinatar. (…) Al
aterrizar y sin haber descendido del avión, viene corriendo un armero que había llegado
con antelación (el cuerpo de tren salía con seis u ocho horas de adelanto) y me dice: ‘No
baje, hay que cargar con urgencia los aviones de bombas y repostarlos para actuar sobre
Cartagena, pues se han sublevado las fuerzas’. ¡Qué sorpresa tan sorprendente! No se
llegó a bombardear Cartagena, aunque en días posteriores tuvimos que hacer
reconocimientos en el mar y bombardeos a la flota enemiga que merodeaba por el puerto
de Cartagena con la idea de desembarcar tropas. (…)
En uno de los últimos días de nuestra estancia nos reunió el jefe de la escuadrilla para
hacernos saber que el mando superior, habiendo contactado con las fuerzas de Franco
sobre armisticio y habiéndose llegado a un acuerdo, ordenaba que los aviones
republicanos tomasen tierra en zona nacional y que a nosotros nos tocaba tomar tierra
en Tablada (Sevilla). Uno de los pilotos, y quizás el más caracterizado por estar más al
tanto de los acontecimientos de la guerra, García Genovés, recriminó a nuestro jefe,
diciéndole que era un iluso, puesto que él sabía confidencialmente que no había
armisticio y que, por tanto, su avión no tomaría tierra en Tablada, sino que pondría
rumbo a Argelia. La mayoría nos solidarizamos con García Genovés.
No hubo lugar a grandes polémicas y así quedó la cuestión. A los dos días y siendo las
seis de la mañana, aparecieron por nuestra residencia los mandos de una división del
468
Ejército de Tierra y que pertenecían al Cuerpo que mandaba el coronel Galán. Nos
intimidaron para que abandonásemos España, que ellos nos acompañarían y que, para
evitar desmanes entre el personal (solamente nos habían convocado a los pilotos), no
dijésemos nada a los observadores, puesto que las plazas de avión las ocuparían ellos.
Por mi parte diré que con la prudencia necesaria, contacté con algunos de mis
compañeros observadores, diciéndoles: Preparaos que nos vamos.
Era el 28 de marzo. Nos trasladamos cada piloto a su avión; allí se hallaba una escuadra
de soldados y algún comisario, cabo o sargento, para evitar que nadie tocase el avión
hasta que llegase el comandante. A mi avión llegó el capitán o comandante Tapia (supe
su nombre en Orán) y ordenó la retirada de la escuadra. El bombardero y compañero
desconectó las espoletas de las bombas para lanzarlas y evitar, así, el peso de las mismas
y no tener que lanzarlas al mar, a la vez que se aligeraba la carga del avión. Con las
prisas, quedó una agarrada, que la dejamos, pues no suponía riesgo al aterrizar.
El piloto M. Borge fue otro de los que consiguió alcanzar Argelia, concretamente en un
avión francés Latecoere. La parte más importante de su testimonio la dedica a reflexionar
de forma crítica sobre el hecho de la entrega de los aviones y si esa acción era realmente
un sacrificio o un suicidio, ya que en su opinión no se podía esperar nada de los
vencedores, pues no habría magnanimidad para los vencidos. Es muy crítico con las
negociaciones de la Junta de Casado con el gobierno de Burgos. En este sentido, asevera
que el nunca creyó en una paz honrosa y le duele que algunos compañeros se dejaran
263
Alas Gloriosas (nº 5-6, 1979)
469
convencer por aquellos cantos de sirena. Pero dejemos que M. Borge explique con sus
propias palabras su opinión acerca del fin de la guerra:
“Según describen los que realizaron la entrega de los aviones, parece que habían
recibido órdenes de la Junta de Gobierno, es decir, de la Junta de Casado como la
llamamos nosotros, y ellos consideran que era un último sacrificio que les pedía la
República, como un último acto de obediencia y disciplina; otros lo veían como un acto
de caballerosidad del vencido al vencedor, que el primero entrega la espada a su
adversario es un acto de gallardía para unos, o para obtener su indulgencia para otros.
Existían también otros que deseaban hacer méritos ante sus nuevos amos. Esta bien claro
que los compañeros que han escrito los artículos realizaron ese acto con la mayor buena
fe y ellos mismos describen que bien caro lo pagaron, ya que lejos de la acogida que ellos
esperaban, que si no era con flores, tampoco era que les recibiera la ‘Legión Cóndor’
maltratándoles de palabra y allí mismo les despojaron de los equipos de vuelo y otras
cosas personales. Ni que decir tiene que, tanto yo como la mayoría de los compañeros
que me rodeaban en Los Alcázares, no compartíamos esa opinión de entrega, no
esperábamos nada de la ‘magnanimidad’ de nuestros enemigos y, como sólo teníamos
un avión capaz de varias horas de autonomía, en lugar de entregarlo, al contrario, nos
concertábamos para aprovecharlo en salvar al mayor número de compañeros posible y
así evitar represalias que seguramente vendrían por haber mantenido nuestra lealtad y
nuestra fidelidad a la República. Por lo que es de las transacciones de la Junta de Casado
y comparsas, cuando hablaban de una ‘paz honrosa’ no creímos naturalmente ni una
palabra, pero hubo desgraciadamente algunos compañeros que picaron y yo mismo oí a
alguno decir que a los profesionales nos dejarían en Aviación y que nos dejarían con los
mismos grados que habíamos obtenido. Este criterio contribuyó grandemente a que
muchos compañeros que hubieran podido salir no lo hicieron y pagaran con su vida esa
creencia, y otros con muchos años de cárcel, no quiero citar nombres, pero cada uno de
nosotros mantiene en su mente algunos casos. También el miedo a lo desconocido, a salir
de nuestro país que naturalmente no es cosa fácil”264.
264
Alas Gloriosas (nº 19), 1982.
470
despegar. Esta acción fue algo común en muchos aeródromos republicanos para evitar las
fugas de última hora.
“El 15 de marzo de 1939 ante el continuo avance de las fuerzas enemigas, tanto en los
frentes de guerra del Norte como del Sur y para evitar más derramamiento de sangre, el
coronel Don Segismundo Casado, mediante un golpe de Estado en Madrid, tomó el poder
del gobierno de la República y formó un Consejo Nacional de Defensa que derrocó en
sus funciones al gobierno comunista que presidía el doctor Negrín, que por aquella fecha
tenía su sede en Valencia.
El 15 de marzo de 1939, el coronel Casado como Jefe del Consejo Nacional de Defensa,
dio la orden de que todo el personal especialista del Ejército de Aviación de la República
en situación de disponible, por no tener aviones a los que prestar servicio, se
concentraran en el Aeródromo de Alcantarilla (Murcia) y esperasen allí el desenlace que
tuvieran los acuerdos sobre la rendición del ejército republicano, y en este aeródromo,
al mando de nuestros respectivos jefes superiores, esperamos con nerviosismo la
terminación de la guerra…
El coronel Casado, para evitar más derramamiento de sangre inútil, proponía una paz
honrosa, con las condiciones de dar un plazo de 6 días para que el personal que lo
deseara se pudiera marchar al extranjero.
471
aviones y en los frentes de guerra se rindieran todos sus mandos, sin condiciones de
ninguna clase, considerándose como ‘prisioneros de guerra’ “265.
CONCLUSIONES
Una vez informados de los diversos “finales de la guerra” por parte de los aviadores
protagonistas de los hechos, se pueden extraer las siguientes conclusiones:
1.- A pesar del desarrollo de la guerra contrario a los intereses de la República, la mayoría
de ellos, salvo alguna excepción, siempre adoptaron una actitud positiva ante el conflicto.
Hasta el último momento pensaron que la victoria era posible y mantuvieron el
entusiasmo por la causa hasta su final mismo. Hay que destacar, en relación con esta
actitud tan positiva, que la edad de los aviadores ayudaba mucho en la conservación de
ese espíritu combativo hasta el último momento con el espíritu y la actitud que los
ayudaría posteriormente a afrontar una realidad despiadada.
3.- En relación con lo anterior, deploran la postura francesa de no dejar pasar el material
bélico que tenían almacenado en la frontera catalana, justo en el momento de la ofensiva
sobre Cataluña a finales de 1938.
4.- Todos tienen plena conciencia de que su causa era la justa: por la democracia y la
libertad frente al fascismo. Están absolutamente convencidos de que llevaban la razón en
el conflicto, sintiéndose defraudados por las democracias occidentales.
265
Revista Ícaro (nº 101), 2010.
472
5.- De algunos testimonios se desprende la idea de que la derrota no fue culpa de los
combatientes sino de los políticos que no hicieron bien las cosas (sobre todo la división
política de la República). Todos se muestran muy orgullosos de su paso por las Fuerzas
Aéreas de la República y creen que cumplieron con su deber hasta el último momento.
6.- En los momentos finales en la mente de la mayoría de los aviadores, estuvo la idea de
huir de España para escapar de la represión franquista.
7.- Salvo una excepción que he citado, todos muestran un rechazo del golpe de Estado
del coronel Casado contra el gobierno de Negrín. Ninguno creía en las bondades de una
paz pactada sin represalias. De ahí la conexión de este punto con el anterior en el sentido
de que la mayoría pensaba huir de España para evitar ser encarcelados o algo peor.
8.- En los casos en los que los protagonistas son detenidos en las bases donde estaban
destinados por parte de las tropas franquistas, fueron sometidos a todo tipo de saqueo de
sus objetos personales con total impunidad y como una forma de denigrar al enemigo
vencido.
9.- Todos los que terminaron la guerra en Cataluña informan de la sensación de orden en
la retirada del ejército republicano hacia la frontera francesa.
11.- Mencionan el desencanto absoluto por la recepción y el trato dado en Francia a los
refugiados españoles tras la retirada de Cataluña y destacan la falta de humanidad y de
respeto hacia personas que han luchado por la democracia justo en la patria de los
derechos del hombre. En todos los que fueron internados en Argelés sur Mer está la
imagen de los soldados senegaleses que vigilaban el citado campo de concentración como
representación de la ignominia a la que fueron sometidos los españoles que estaban tras
las alambradas.
473
474
IV.- LA REPRESIÓN PADECIDA DESPUÉS DE LA
GUERRA POR LOS AVIADORES
Para el colectivo de los aviadores republicanos, así como para otros combatientes o civiles
inmersos en el conflicto, la guerra terminó en dos momentos diferentes. Un primer
momento corresponde a la retirada de Cataluña por parte de las fuerzas republicanas, por
la cual los miembros de las Fuerzas Aéreas de la República que se encontraban en aquella
región pasaron a Francia en febrero de 1939, antes de que los ejércitos franquistas
ocuparan la totalidad de aquel territorio. Un segundo momento, coincide con el final
definitivo de la guerra a finales de marzo de 1939. De todos es conocido que el último
parte de guerra del general Franco, dando por finalizada la guerra con la derrota de la
República, lleva fecha de 1 de abril de 1939, data que se ha dado como oficial de la
finalización de la contienda civil.
Los que atravesaron la frontera franco-catalana en febrero de 1939, una vez ya en Francia,
se llevaron un gran fiasco. Ya se ha visto en el capítulo anterior que no fueron recibidos,
por decirlo de un modo amable, con muy buenas maneras por las autoridades francesas.
Todo lo contrario, fueron recluidos en campos de concentración. Primero de forma
improvisada y, más tarde, ya sistemática, en condiciones infrahumanas266. Según
Francisco Moreno, en cifras, unos 470.000 españoles habían traspasado la frontera
francesa en febrero de 1939 tras la retirada total de Cataluña, a los que hay que sumar los
45.000 que ya estaban desde finales de 1938 y otros 12.000 que consiguieron salir del
puerto de Alicante antes de que se cerrara, definitivamente, la posibilidad de huir por
barco de aquella ciudad levantina. De este contingente de refugiados, 170.000 eran
mujeres, niños y ancianos. De la citada cantidad de refugiados, regresarían a España
aproximadamente la mitad (MORENO, FRANCISCO: 1999, 282). De modo parecido se
trató a los españoles republicanos que huyeron hacia Argelia267 en los últimos días de
marzo, concretamente hacia Orán, donde serían recluidos en campos de concentración y
obligados posteriormente a realizar trabajos forzados. Francisco Moreno describe de
forma clara y rotunda la situación de los refugiados españoles en Francia: “El miedo a las
266
Los franceses, para alojar a los españoles que huían de la represión franquista, habilitaron más de una
decena de campos en el Sur del país. Algunos de los campos fueron tristemente más célebres que otros;
aquí se citan algunos ejemplos: Argelés-sur-Mer, Gurs, Vernet d’Arriege, Septfonds, Latour-de Carol,
Saint-Cyprien, Bacares, Rivesaltes, entre otros.
267
Argelia, en aquellos momentos, era una colonia francesa.
475
represalias de los vencedores motivó, en gran medida, aquel exilio masivo de españoles.
Miles de personas, abatidas y exhaustas, creyeron encontrar amparo al otro lado de
nuestras fronteras; pero se equivocaron. Un cúmulo de calamidades sin cuento se cebó
con aquellos españoles, convertidos en apátridas errantes, perseguidos por la sombra
del fascismo en toda Europa” (MORENO, FRANCISCO: 1999, 283). Si utilizáramos el
lenguaje actual estaríamos hablando de una auténtica catástrofe humanitaria de refugiados
tal como la que están sufriendo los habitantes de Siria que huyen de la guerra.
El piloto de caza, Juan Sayós, había llegado herido al campo de concentración de Argelés-
sur-Mer. Este campo se hizo célebre por las lamentables condiciones en las que se
apiñaban los miles de españoles allí internados. Se situó sobre una playa, por lo que los
internos estaban expuestos a la humedad procedente del mar y al inclemente viento
Mistral, también conocido como cierzo en Aragón. En el campo estaban desprovistos de
todo lo básico de modo que los internados se encontraban en una situación de
subalimentación que conllevaba la aparición de enfermedades que llevaron a la muerte a
muchos de ellos. Asimismo, había déficit de agua dulce, tal como lo atestiguan los
informantes que afirman que se bebía agua del mar extraída con unas bombas que habían
instalado los franceses, lo que causaba diarreas que derivaban en disentería y, que, en
muchos casos, producía la muerte. Todo este terrible panorama estaba aderezado con las
tropas senegalesas y marroquíes que vigilaban a los refugiados a los que, por su situación,
se los podía considerar prisioneros y no refugiados. De esta manera tan explícita describe
Juan Sayós como era la situación en el campo de Argelés-sur-Mer:
“Cuando ya se apiñaban allí más de ochenta mil y los franceses pudieron calcular la
superficie que ocupaban, levantaron a su alrededor una red de alambres de espino y
clavaron en la arena, a pocos metros del mar, una cuantas bombas de accionamiento
manual que extraían un agua espesa y salobre, único líquido con el que podíamos calmar
la sed, si bien, lo pagábamos con unas diarreas violentísimas. Para alimentarnos, los
primeros días adosaban unos camiones al lado externo de las alambradas y nos
arrojaban panes por encima de éstas, como quien da de comer a las fieras. La gente,
enloquecida por el hambre, asaltaba los camiones y peleaba para conseguir los panes, y
mientras los más fuertes obtenían varios, los demás se morían de miseria. Un espectáculo
denigrante para todos y, en este caso, no hablo de los franceses. No había nada para
protegernos contra el frío en aquellas noches de febrero, y nos vimos obligados a
476
afrontarlas al aire libre. El único recurso consistía en excavar hoyos en la arena y
meterse en ellos. Cada mañana se descubrían personas a las que el hoyo les había servido
de tumba” (SAYÓS, JUAN: 1999, 201-202).
También refiere Juan Sayós en sus memorias cómo las personas encerradas en el campo
de Argelés saltaban las alambradas que rodeaban al recinto habilitado para buscar madera
o cualquier otro material con el que hacer algo parecido a un alojamiento con el que
guarecerse del frío y de la humedad. Por otra parte, lleva a cabo una mirada crítica acerca
del variopinto personal que se amontonaba en el campo:
“Obligados por la necesidad, algunos construían lamentables barracas con las cañas,
hierbas y maderas que, exponiéndose a los castigos, podían recoger en el otro lado de
las alambradas y, al poco tiempo, el aspecto del campo fue el de un poblado salvaje. Un
aduar en el que se amontonaban los ejemplares humanos más antagónicos: profesores
de universidad, pistoleros, campesinos, artistas, militares profesionales, obreros, cacos,
maestros de escuela… todos mezclados entre la misma arena y compartiendo idénticas
miserias, pero el juego de la afinidad y las repulsiones no tardó en hacerse notar y
también el de la picaresca y las influencias”. (SAYÓS, JUAN: 1999, 203).
Es lugar común en los testimonios de los aviadores que, cuando llegaban a un campo de
concentración, se buscaran entre ellos en busca de apoyo y de solidaridad. En situaciones
tan dramáticas como las que tuvieron que vivir los aviadores republicanos refugiados en
Francia, el rodearse de personas de su ámbito y con las que se comparte muchas cosas en
común ayudaba a sobrellevar esa situación excepcional. En el caso de los aviadores en
Argelés, en palabras de Juan Sayós, éstos fueron organizados y disciplinados por el
coronel Urzaiz. El citado coronel consiguió algunas mejoras para los aviadores,
mencionadas por Sayós:
“Urzaiz hizo valer su autoridad para reunir a todo el personal de aviación entrado por
diferentes lugares de la frontera y alojarlo ordenadamente en un ángulo del arenal,
demostrando en cualquier ocasión que se trataba de un cuerpo militar auténtico, sin
punto de semejanza con la gente que se negaba a aceptar la disciplina. Nos presentaba
en correcta formación cuando venía a visitarnos algún oficial francés y, de este modo,
consiguió algunas mejoras para nosotros. De momento, improvisamos tiendas de
campaña con telas de los paracaídas procedentes de un camión de aviación que, una vez
477
cruzada la frontera, consiguió llegar hasta Argelés, donde fueron conducidos también
los pilotos que, en el último instante habían entrado volando con sus aparatos y tomado
tierra en el aeródromo de Tolouse” (SAYÓS, JUAN: 1999, 203).
El piloto de caza Juan Lario, como el resto, fue internado en Argelés-sur-Mer en cuanto
cruzó la frontera hispano-francesa. Decidido a no soportar las condiciones miserables de
vida que se daban en aquel campo tomó la decisión de fugarse. Según lo escrito en sus
memorias, no era difícil fugarse de Argelés, ya que al principio no tenía ni alambrada.
Tras una serie de peripecias por el Sur de Francia, por la que deambulaban los huidos
republicanos españoles, y conseguir hacerse con un pasaporte en el Consulado español en
Perpiñán, fue detenido de nuevo por las autoridades francesas y devuelto a Argelés. A los
españoles refugiados no se les dejaba circular libremente por Francia; Juan Lario afirma
que una de las cosas que los franceses habían concedido a los refugiados era que si alguien
se hacía responsable del alojamiento y manutención de la persona, ésta podría residir
fuera de los campos de concentración y tener una relativa libertad de movimientos.
Describe con precisión como los franceses iban organizando el campo para terminar con
el desbarajuste que se había vivido en los primeros días y como se había integrado con
sus compañeros aviadores. Asimismo, detalla la dieta que consumían los recluidos en el
campo:
Para el arma de aviación, fue destinado un sitio bastante privilegiado con respecto a las
diversas especialidades del ejército de Tierra. Situado en el límite Oeste y adyacente a
la entrada principal, en cierto modo se encontraba defendido de la fresca brisa del mar,
que azotaba implacablemente las primeras improvisadas tiendas de campaña cercanas
a la orilla.
478
Al llegar allí me encontré con una gran cantidad de amigos pilotos y mecánicos, amén
del personal de mi escuadrilla, que decidieron aguantar desde los primeros momentos
de su llegada a la playa, acoplándose como mejor pudieron. Los míos habían levantado
una tienda de campaña con una agujereada lona que consiguieron en el asalto a uno de
los camiones que, con frecuencia, llegaban al campo procedentes de España.
Otros pilotos, evacuados de Figueras con los vehículos de sus respectivas escuadrillas,
cruzando la frontera por Le Perthus, consiguieron transportar diversidad de materiales,
entre los que se contaban gran cantidad de paracaídas. Desplegados y bien sujetos con
las cuerdas y un mástil central, cortado de dos cercanos árboles, estas tiendas eran las
más confortables. En tiempo lluvioso aguantaban eficazmente y, además, no dejaban
pasar el aire, que azotaba a casi todas las horas del día.
Mi gente ofreciéronme una plaza en la improvisada tienda de campaña, que acepté con
sumo gusto. También me informaron que ya hacía dos días que se había organizado una
cocina, proporcionando por la mañana café, y al mediodía una comida caliente,
consistente en unas cuantas lentejas caldorras cogidas de nuestra intendencia. El agua
para la condimentación era extraída por medio de unas bombas aspirantes instaladas en
la misma playa. Como puede suponerse, el líquido era extraordinariamente salobre, pues
no era ni más ni menos que agua de mar infiltrada en las capas arenosas de la playa. Sin
duda se creerá que estos alimentos ya constituían algo dirigido a mitigar las penalidades
de los primeros días. Sin embargo, las autoridades francesas ignoraban, quizá, que
habían puesto a punto un nuevo método para martirizar simultáneamente a decenas de
miles de seres (en el campo de Argelés había unas cien mil personas)” (LARIO, JUAN:
1973, 359-360).
Juan Lario refiere, asimismo, las insalubres condiciones de higiene que se vivían en el
campo:
479
Juan Lario volvió a evadirse por segunda vez del campo de Argelés con el objetivo de
llegar a París y, de nuevo, fue detenido por los gendarmes franceses que lo devolvieron
por segunda vez al campo de concentración. De esta tercera etapa de residencia en el
campo, incide en la actividad cultural que se desarrollaba en aquél y que era promovida
por la gente de la cultura allí recluida. En el fondo, se seguía con la tradición republicana
de apoyo a la cultura y a la educación en general:
“En el terreno de nuestra organización interior, necesario es hacer destacar que los
mayores esfuerzos fueron dirigidos al desarrollo de toda clase de actividades
informativas, culturales, físicas y artísticas.
Uno de los primeros núcleos en lanzarse por estos senderos fueron los excombatientes
de las brigadas internacionales que, desde los primeros instantes de su permanencia en
los campos de concentración, se manifestaron como excelentes y disciplinados
organizadores.
El piloto José María Bravo, también internado en Argelés, abunda en lo dicho por sus
compañeros, subrayando que, a pesar de los cambios que los franceses habían ido
480
introduciendo en el campo de concentración, “Argelés seguía siendo un desastre para los
más desprotegidos y más débiles, que no tenían otro remedio que comer lo que les daban,
obedecer y sufrir la ominosa opresión de los vigilantes negros y marroquíes. (…) Las
noticias eran muy alarmantes, ya que las autoridades francesas procuraban por todos
los medios presionarnos para que volviéramos a España, cosa a la que no estábamos
dispuestos, ya que sabíamos lo nos esperaba allí” (BRAVO, JOSÉ MARÍA y DE
MADARIAGA, RAFAEL: 2007, 159).
“Nosotros, más o menos, todos los días hervíamos la ropa con agua de mar para que no
tuviera piojos en unas cazuelas que se habían traído de las cocinas. Recuerdo que a los
guardias de asalto que había allí con su uniforme azul les corrían los piojos por la
espalda, por encima del uniforme. Allí había mucha disentería y los negros que nos
guardaban, que como he dicho no llevaban balas pero llevaban la bayoneta puesta, nos
pinchaban en el culo porque te ponías a hacer tus cosas ya que allí había muchas
diarreas. Luego pusieron unas letrinas, pero la gente iba donde podía. Pero cuando
hacías eso, los negros te pinchaban en el culo. Ahora lo piensas y te ríes, pero fueron
momentos terribles, eso hay que vivirlo. La gente se ponía enferma y no había con que
curarla, se morían de tifus, se morían de todo”.
Ramón Ros Pérez, acerca de su estancia en Argelés, realiza una crítica muy dura a la
democrática Francia por el trato recibido por los republicanos españoles refugiados en
ese país. La reflexión que realiza ilustra la imagen que, de Francia, tenían en aquellos
momentos la mayoría de los españoles huidos:
481
En los días de Argelés Sur Mer, alguien a quien todos recordamos escribió: ‘Yo amaba
a Francia, porque la creía humana, espiritual y gloriosa: los Derechos del Hombre;
París, y ese soberbio solitario que es la Revolución Francesa fulgurando en el índice
evolutivo de la humanidad. Pero acabo de saber que este país es el más inhumano de
nuestro inhumano planeta’. Se refería al trato canallesco que recibimos los cerca de
400.000 españoles tirados en pleno invierno por las playas francesas. ¿Quién tuvo culpa
de esto? Seguramente el demonio”.268
Siguiendo la estela del testimonio anterior, el aviador Francisco Sauri hace un canto
heroico y de resistencia, pero sobre todo reivindicativo, de los refugiados españoles en
loss campos de concentración franceses. Es un modelo de actitud y pensamiento
extensible a la mayoría de los aviadores españoles recluidos en los camps:
“Y desde allí, cerrando los ojos ante la inmensa ingratitud humana y abierto el corazón
a la esperanza, emprendimos la marcha hacia el inhóspito campo de concentración de
Argelés sur Mer.
Interminables horas, días y semanas, sin más techo que el cielo frío y triste del invierno,
sin más alimentos que los que escaparon a la vista del gendarme francés, sin más carne
que la ofrecida por los famélicos jamelgos dispersos por el campo, sin más calor que el
de las pestilentes hogueras alimentadas con los trozos de neumático de nuestros
vehículos, sin más agua que dada por unas miserables bombas clavadas a escasos metros
de la playa; salitrosa, repugnante, foco de mortales trastornos intestinales, sin pan, sin
instalaciones sanitarias. ¡Sin nada, como bestias!
268
Revista Ícaro (nº 42), 1995.
482
Y dentro de este infierno de escarnio, una multitud con su pecho desnudo supo darle cara
al fascismo internacional y a sus secuaces, durante casi tres años, apenas sin armas ni
alimentos, con la fuerza sublime emanada de una causa justa”269.
La primera etapa de Ernesto Marimón en Francia no había sido tan mala como la de sus
colegas de armas. Como ya se ha señalado en el capítulo anterior, él y sus compañeros
habían sido tratados con una cierta deferencia por las autoridades francesas hasta que se
negaron a enrolarse en la Legión Extranjera y partir hacia Indochina. Conocida la negativa
por parte de los militares franceses, éstos decidieron internarlos en el campo de
concentración de Vernet d’Ariege. Por lo que cuenta Ernesto, ni el trato ni las condiciones
en las que se encontraron fueron tan denigrantes como en Argelés-sur-Mer; de hecho
llegaron, incluso, a vacunarles. Ernesto describe de forma breve su paso por Vernet
d’Ariege:
“Los resultados fueron inmediatos, nos metieron en unos autobuses, en esta ocasión no
de lujo como los que utilizaron para llevarnos a la base militar, sino con barrotes de
hierro en las ventanillas, por si tratábamos de escapar por ellas. El destino fue un
pequeño campo de concentración llamado Vernet D’Ariege, que no disponía más que de
una cabina de madera donde se guarecían los militares que custodiaban el campo, una
cantina y un médico. A nosotros nos instalaron en unas grandes tiendas de campaña muy
sólidas y muy bien construidas en las que había un jergón para cada persona. En cada
tienda cabía una escuadrilla. Nos instalamos por separado las tres escuadrillas de Super
Chatos y allí estuvimos mientras se terminaba de construir el enorme campo de
concentración de Gurs, al que, posteriormente, seríamos trasladados. En Vernet
D’Ariege nos vacunaron a todos. Tengo entre mis documentos el certificado de
vacunación de este campo. La estancia en este campo no fue muy larga”.
269
Alas Plegadas (nº 1-bis), 1974.
483
Ángel Sanz, como otros muchos miles de españoles republicanos, pasó la frontera
catalana hacia Francia en el mes de febrero de 1939. Una vez en territorio francés, fue
detenido y llevado al campo de Argelés sur Mer. En el citado campo, estuvo recluido
hasta el mes de abril en que fue trasladado al campo de Gurs, situado en Los Pirineos,
cercano a la frontera con la provincia de Huesca. Gurs, junto con Argelés-sur-Mer, fue el
campo de concentración, lamentablemente, más célebre en el que estuvieron recluidos los
republicanos españoles. Según los testimonios de varios aviadores, en Gurs internaron a
los integrantes de las Fuerzas Aéreas de la República, del Ejército Vasco (gudaris) y de
las Brigadas Internacionales. Posteriormente, ya comenzada la II Guerra Mundial, Gurs
fue un campo de internamiento para judíos. Muchos de ellos, avanzada la II Guerra
Mundial, serían reenviados a los campos de exterminio nazis situados en el Este de
Europa. El campo de Gurs estaba más ‘preparado’ para recibir a los refugiados que los
improvisados campos de internamiento que los franceses habían montado sobre la marcha
tras el éxodo de Cataluña. Así describe Ángel este campo:
“El campo de Gurs ya tenía barracas, en cada barraca estaríamos unos cuarenta
aproximadamente; se dormía en el suelo con una manta. Allí, en Gurs, yo empecé a
buscarme la vida inmediatamente. (…) La vida en el campo de concentración era una
vida de perros, muriéndote de hambre. Y lo aliviabas algo porque, en la zona de servicios,
había algún piloto que era el que traía los suministros y, en el Hospital, estaba empleado
Zambudio270. Siguiendo con el campo de concentración, pues lo que nos podemos
imaginar, miseria, piojos, ratas y hambre. (…) Para dormir más cómodamente, nos
hacíamos una especie de cama con madera y alambres de espino que robábamos; nos
enseñaron a hacerlas los de las Brigadas Internacionales. A estos alambres de espino le
quitábamos la espina y con este alambre hacíamos el colchón. Yo estos colchones los
perdía, porque cada vez que me escapaba271 me lo quitaban y tenía que volver a hacer
otro. Si no iba a estar mucho tiempo en el campo de concentración no me lo hacía y
dormía en el suelo”.
Ángel Sanz llegó a construir una vida al margen del campo de concentración. Es decir,
consiguió residir en domicilios particulares y obtener trabajos remunerados. Confiesa
que, algunas veces, la policía le atrapaba y le devolvían al campo de concentración. En
270
Miguel Zambudio era un piloto de caza republicano compañero y amigo de Ángel Sanz.
271
Ángel Sanz afirma que se escapó once veces del campo de Gurs.
484
una de las escapadas, fue detenido por la policía francesa, pero esta vez no fue devuelto
a Gurs sino que fue llevado a la cárcel de la ciudad de Pau. En el presidio de esta ciudad
conoció a un joven judío con el que hizo una gran amistad y al que, posteriormente,
ayudaría a fugarse para que no fuera trasladado por los nazis a los campos de exterminio.
En su testimonio, hace una descripción muy dura de la cárcel de Pau y que deja muy mal
parado al sistema penitenciario francés de entonces:
“Así que me llevaron a la cárcel de Pau. La cárcel de Pau era de lo más indecente que
había, mucho peor que el campo de concentración. Allí había piojos a miles, nada más
tumbarte en la cama los piojos te comían. Además, por la noche, la cabeza se te llenaba
de liendres; en una noche la cabeza se te llenaba de liendres. Fue algo horrible. Me
condenaron a ocho días nada más, pero fueron mucho peor que el año que estuve en
Pamplona272. El trato en la cárcel de Pau era inhumano, los guardianes eran unos
bestias, verdaderos sanguinarios, fue algo horrible y de allí salí con otra persona, un
chico muy joven, tenía dieciocho años y era judío. Le habían cogido pasando de la zona
ocupada por los alemanes a la Francia libre y le habían metido en la cárcel. Le
condenaron a un mes de cárcel y justo cumplió su condena cuando a mí me tocaba salir
y, entonces, él como judío, también tenía que ir al campo de concentración. Recuerdo
que se llamaba Luis Gasca. Luego, después, me lo encontré en París”.
Tras la derrota del ejército francés en 1940 a manos del ejército alemán, un nuevo
gobierno francés, encabezado por el mariscal Petain, firmó un armisticio con los alemanes
por el cual Francia quedaba dividida en dos partes: una controlada directamente por el
ejército alemán y otra, denominada la Francia de Vichy273 (llamada así porque el gobierno
se instaló en esta ciudad), nominalmente independiente pero muy vinculada a la Alemania
nazi. El armisticio significó el final de la Tercera Republica Francesa. El vínculo con
Alemania llevó a Petain, nombrado jefe del Estado de Vichy, y a su primer ministro,
Pierre Laval, a una política antisemita. En el marco de la política de persecución de los
judíos en Francia, el campo de Gurs fue utilizado para recluir a los judíos. Ángel Sanz
fue testigo de estas actuaciones de persecución de los judíos. En líneas anteriores se ha
comentado que en la cárcel de Pau había conocido a un joven judío con el que había hecho
amistad y que, al salir ambos de la cárcel, habían sido enviados de nuevo a Gurs. En una
272
Ángel Sanz, una vez vuelto a España, estuvo internado en la cárcel de Pamplona.
273
Fue un Estado de muy corta vida de claras connotaciones fascistas en el cual se persiguió a los partidos
de izquierda.
485
de sus escapadas, Ángel Sanz se enteró de que estaban deportando judíos hacia Alemania,
a los campos de exterminio, y decidió ayudar a su amigo a fugarse para que no cayese en
manos alemanas. Así fue la peripecia seguida por Ángel para salvar a su buen amigo
judío:
“Otra de las veces que me escapé, estando en Oloron, me enteré de que a los judíos los
estaban sacando del campo de concentración de Gurs y, en vagones de ganado, se los
estaban llevando a Alemania a otro campo de concentración y que allí los mataban a
todos. Y en eso me acordé de Gasca y pensé que a ese pobre hombre se lo iban a llevar
y lo iban a matar. Así que, entonces, un día cogí un paquete con un poco de comida y me
fui al campo de concentración a solicitar una visita con Luis Gasca. Estaba temeroso, yo
estaba escapado y encima con el acento francés que tenía yo, pero los gendarmes no me
detuvieron. Solicité ver a Luis Gasca y al poco tiempo salió él. Le dije a Gasca que le
llevaba un paquete de comida y que tenía que escapar del campo porque estaba en
peligro, que se estaban llevando a los judíos a Alemania y que allí los mataban a todos.
Le hice un dibujo por donde tenía que escaparse. El lugar de escape era la zona de
servicios porque por aquella zona el espesor de la alambrada era menor. Además, le di
un papel donde le indicaba en qué lugar me escondía para que fuera allí cuando se
fugase. A los dos o tres días llegó Gasca con otro prisionero a las seis de la mañana a
donde yo vivía. Allí los tuve escondidos”.
“Gasca me había contado que tenía familia en Cannes, en la Costa Azul y por Oloron
pasaba un tren con el cual se podía llegar a Cannes. Pero el problema es que la estación
de Oloron estaba llena de alemanes y policías franceses, o sea, que no había manera de
pasar por allí. Pero me fijé que cuando el tren llegaba a la estación y paraba, la cola del
tren se quedaba en un paso a nivel. Era un paso a nivel en una carretera y también para
los peatones. Entonces estuve observando unos días y vi que el tren se paraba cinco
minutos y a los cinco minutos tocaban un pito y enseguida arrancaba. Pensé que podía
escapar en aquel tren. Así que nos pusimos de acuerdo, él se quedó en una esquina, un
poco retirado y yo me acerqué a la barrera del paso a nivel. Llegó el tren y paró los cinco
486
minutos de siempre y, cuando tocó el pito de salida, le dije a Gasca que viniera, cruzó y
eran vagones con puertas, cada departamento tenía una puerta, eran de aquellos vagones
antiguos que ya no existen. Abrimos una puerta, se coló en el departamento. Total, que
consiguió llegar a Cannes y logró salvarse”.
274
De esta manera fueron extraditados por los nazis a España personalidades como el presidente de la
Generalitar Lluis Companys o los políticos socialistas Cruz Salido o Julián Zugazagoitia. Los tres serían
juzgados en consejo de guerra y fusilados.
487
Refiere Ángel Sanz que sería detenido e interrogado un par de veces por la Gestapo en la
población de Oloron. En una de estas detenciones, los alemanes, al registrar la casa donde
vivía, encontraron el libro de vuelo y descubrieron que había sido piloto republicano.
Asimismo, le hicieron preguntas acerca de personas relacionadas con la resistencia
francesa. Debido a esta presión por parte de la policía alemana, decidió huir hacia España
en compañía de un policía francés al que había conocido en Oloron. Esta vez se escaparía
del campo de Gurs definitivamente. Así explica Ángel Sanz cómo se escapaba del campo:
Tras pasar varias peripecias, Ángel Sanz y el policía francés consiguieron cruzar de forma
clandestina la frontera y pasar a España. Cuando viajaban en un autobús fueron detenidos
por la Guardia Civil. Una vez que se separaron, el policía francés se unió a los partidarios
de De Gaulle que había en España y Ángel fue internado en la prisión de Pamplona:
“El autocar paró, pero dentro del autocar estaba la Guardia Civil y ahí me cogieron.
Pasó que en el autocar, al lado del guardia civil, iba una señora que no hacía más que
mirarnos y cuchichear con el guardia. Así que el guardia civil se me acercó y me dijo
275
Primero los franceses y luego los alemanes sacaron a los republicanos españoles de los campos de
concentración y los utilizaban como mano de obra para la realización de trabajos de fortificación militar.
488
que aquella señora era la mujer del sargento del puesto de la Guardia Civil y que le
había dicho que nos pidiera los papeles, que estaba segura que nosotros dos veníamos
de Francia. El hombre se vio obligado a pedirnos la documentación. Me detuvo, pero
antes me dijo que si podía ayudarme en algo que se lo dijera a él. Le dije que sí, que
avisara a mi padre y que le dijera donde iba a estar, en el cuartelillo, o donde me fuera
a llevar, así que le di el teléfono de mi padre en Madrid. Al día siguiente, apareció mi
padre, por lo que el guardia civil había llamado. Le dije qué le debía por las conferencias
a Madrid, contestándome que nada, no me quiso cobrar por las conferencias. Me abracé
a mi padre, me despedí de él y me llevaron a la cárcel. Tengo que decir que era un
guardia civil bueno. Respecto al francés que venía conmigo le dije que era un policía y
que quería establecer contacto con los representantes de De Gaulle en España; por
entonces ya había representantes de De Gaulle en España. Había que hacerlo así porque
sino la policía española te devolvía a Francia, te cogían los alemanes y te fusilaban. Yo
fui a la cárcel de Pamplona”.
Ernesto Marimón, tras pasar por el campo de Vernet d’Areige, fue trasladado a Gurs. Allí
se instalaría en uno de los barracones, en unión de los compañeros de su antigua
escuadrilla de caza. Ernesto, al describir la precaria situación en Gurs, es escueto pero
muy claro:
“La vida en Gurs era, sobre todo, pasar hambre. Nos daban muy mal de comer y todos
perdimos muchos kilos. A pesar de lo delgados que estábamos, jugábamos todos los días
a Voley Ball. Hacíamos campeonatos entre barracones y, cuando decidí venirme a
España, no querían que me marchara porque íbamos ganando el campeonato y yo, por
mi altura, era el principal pívot del equipo. En Gurs, estuve cerca de siete meses”.
489
alimentos y tabaco que repartía con sus compañeros. Así habla de la solidaridad Ernesto
Marimón:
“Yo tenía familia en Argel, contacté con ellos y me mandaron algo de dinero, con lo cual,
y siempre contando con mis compañeros, comprábamos tabaco en la cantina y nos
repartíamos los cigarrillos de la marca Gaulois o los paquetes de tabaco de hebra y
papel de fumar. Pero lo principal era que, de vez en cuando, comprábamos patatas y
huevos en la cantina y nos hacíamos tortillas de patatas, lo que para nosotros era un
exquisito manjar. No estaban tan buenas como las de casa porque las patatas estaban
fritas con grasa vegetal que pedíamos a los compañeros que estaban en la cocina. Nos
dejaban también una sartén y, en el espacio que había entre los barracones, hacíamos
con piedras un hogaril y allí nos cocinábamos nuestra tortilla. (…) A pesar de las
estrecheces que pasamos, no tengo un mal recuerdo de Gurs. Allí conocí una nueva etapa
de mi vida, había mucho apoyo y solidaridad entre nosotros en unos momentos en que
más lo necesitas. Recibías ese apoyo y también lo dabas, y pensabas que no estabas solo.
Eso era muy bonito y no lo olvidas nunca”.
Ernesto Marimón presintió que las cosas se estaban poniendo muy feas en Europa con el
inicio de la guerra mundial, por lo que decidió volver a España. Podía haber ido a Argel,
donde residía un hermano de su madre y desde esta ciudad pasar a Cuba. Pero, al estar su
madre y su hermana en España, decidió regresar a su país. Así que planteó sus intenciones
a la dirección del campo de Gurs, a las que ésta dio el sí, facilitándole los billetes para
viajar hasta la frontera de Irún y, de esta manera, poder entrar en España, donde todavía
le quedaba sufrir una temporada de prisión.
“Los barracones estaban recubiertos por fuera con cartón asfaltado que, con su negrura,
les confería un aspecto marcadamente funerario. Dentro de cada uno de ellos, podían
alojarse hasta unos cincuenta hombres que disponían, como único mobiliario, de una
colchoneta de paja colocada directamente sobre el suelo. Esta región es muy lluviosa y
ello nos obligaba a pasar días y días apiñados en el interior de las barracas, convertidos
en manojos de nervios, mas, a pesar de una convivencia tan incómoda, las peleas no eran
490
muy frecuentes, tal vez porque estábamos reunidos por unidades y la guerra había creado
entre nosotros unos vínculos más estrechos de lo que pudiera parecer. En el fondo,
seguíamos considerándonos aviadores en activo, como si la derrota hubiese sido un
episodio superable” (SAYÓS, JUAN: 1999, 207).
Juan hace mención a la salud física y, sobre todo mental, de los internados en el campo
de Gurs. Refiere una situación terrible para alguna de las personas que no pudieron
soportar la presión de la reclusión y terminaron, desgraciadamente, muy mal. Destaca que
el apoyo mutuo y la actividad física y mental eran las mejores armas para combatir los
desequilibrios en la personalidad que podían surgir a causa del internamiento. La escasa
alimentación y los sufrimientos hacían mucha mella en los españoles recluidos en los
campos en todos los ámbitos de su salud. Así lo refiere él:
“Inactivos y mal alimentados –aunque peor sería más tarde- vivíamos todos en un estado
de frenesí y hubo quien, debido a la anemia y a la tensión, llegó a enloquecer.
Observamos que el que se aislaba de los compañeros y se pasaba el día echado en su
yacija, aparentemente desinteresado de todo, acababa por sufrir un ataque de locura que
obligaba a llevarlo a la enfermería y reducirlo. El mejor sistema para evitarlo consistía
en crearse gran número de ocupaciones. Personalmente, no temía que me ocurriese
ningún accidente de esta índole, porque, junto con los compañeros supervivientes de la
escuadrilla, formábamos un grupo estrechamente unido para ayudarnos mutuamente.
Ellos se dedicaban preferentemente a los trabajos mecánicos, y yo a intentar recuperar
el movimiento del brazo276 y al estudio intensivo de la electrónica. A pesar de todo, el
tiempo nos parecía petrificado” (SAYÓS, JUAN: 1999, 208).
276
Se refiere a la herida sufrida durante la guerra.
491
y todos los de aviación se presentaron inmediatamente, al igual que muchos pilotos que
no lo eran, pero que, en los barracones y con limas que pudieron obtener, se adiestraban
en ajustar piezas de hierro. Era preciso realizar una prueba de taller del mismo campo
y los que tenían cierta habilidad manual, si no se calificaban a la primera vez lo hacían
a la tercera. Poco a poco desfilaron muchos, en su mayor parte destinados a la fábrica
Dewoitine, de Tolouse, y a mediados de otoño sólo quedamos en el campo, entre los
aviadores poco diestros y los tarados a consecuencia de enfermedades o de heridas de
guerra, los cuales, a pesar de la ya evidente indiferencia de los franceses, seguíamos
cultivando lo que en términos militares se denomina espíritu de cuerpo. (…) A partir de
aquella fecha unos, encuadrados en compañías enviadas a construir inútiles
fortificaciones en el norte de Francia, y otros en fábricas de material de guerra, íbamos
a cubrir una etapa que, en ciertas ocasiones, sería tan dura como las que habíamos
atravesado antes, pero que ya no tendría ningún punto de contacto con la aviación. (…)
Hubo compañeros que, con el tiempo, consiguieron situarse satisfactoriamente en
Francia y crear una familia. Otros tendríamos que arrastrarnos varios años por campos
de concentración mucho peores que los descritos y alguno, más desdichado, terminó sus
días en las cámaras de exterminio alemanas” (SAYÓS, JUAN: 1999, 210-213).
492
“Siendo más intensivos los contactos con el exterior, logramos organizarnos con más
perfección y efectividad. También pudo conseguirse, a fuer de intensas presiones sobre
las autoridades francesas, una oficina postal, que permitió ponernos en contacto con
amigos y familiares en España. Gracias a esta concesión, nuestra aislada existencia se
hizo más llevadera, al conocer el destino de propios y extraños. (…)
Llevadas así nuestras actividades, conseguimos distribuir por todos los barracones los
impresos necesarios con objeto de elegir el país al cual se deseaba emigrar (Méjico,
Argentina, URSS, etc.)
El piloto de Katiuska, Pedro Muñoz, también interno en Gurs, relata cómo los militares
franceses iban al campo con la intención de reclutarlos y llevarlos a Indochina como
pilotos. Era la repetición de la oferta, que ya le habían hecho a Ernesto Miramón y a sus
compañeros al poco de llegar a Francia. Al igual que ellos, Pedro Muñoz rechazó la oferta.
Al ejército francés le interesaban pilotos ya fogueados en combate y, por esta razón,
estaba tan interesado en ellos. Describe también como intentaron convencerlos mejorando
sensiblemente la alimentación. Al final, como se negaron, la dieta volvió a lo de siempre,
es decir, a la subalimentación. De esta forma narra Pedro Muñoz aquel intento de
reclutamiento en Gurs:
“A Gurs iban jefes y oficiales de las fuerzas aéreas francesas porque los jóvenes
españoles éramos muy golosos. Ahora explico por qué. Entonces, Francia tenía una
guerra en Indochina, era cuando estaba empezando el follón en Indochina, y necesitaban
pilotos y todos los días venían volando cuatro o cinco Dewoittines. Esos días nos trajeron
carne, garbanzos, lentejas y, la verdad, es que comimos bien. Lo que querían era que nos
apuntáramos como voluntarios a la Legión Extranjera Francesa para ir a Indochina a
luchar. Nos querían llevar porque todos ya habíamos combatido en el frente y teníamos
experiencia. Un día, un compañero, Zarauza, le dijo a un teniente coronel francés que en
493
la frontera había cuatro o cinco Moscas, que armaran a uno de ellos y que él iba a luchar
con dos o tres Dewoittines también armados, a ver quien ganaba y que de esa manera
aprenderían a combatir. Los franceses dijeron de Zarauza que estaba loco y ya no
volvieron. Al día siguiente de aquello ni carne, ni garbanzos, ni nada. Nadie se apuntó a
la Legión Francesa. Zarauza era un gran tipo, siempre decía que el que quisiera
aprender a combatir aprendía en la guerra, ahí era donde se aprendía a combatir.
Zarauza tenía razón porque a combatir se aprendía en el aire cuando te jugabas la vida,
no cuando estabas en tierra, cuando te enseñaban la teoría. Zarauza decía que había que
combatir para aprender a combatir y que sino combatías te derribaban”.
El piloto Francisco Alférez Jiménez narra otra ocasión en la que una serie de oficiales del
ejército francés fueron a Gurs con la finalidad de alistar pilotos españoles para la Legión
Extranjera. Según relata, debió ser después de lo narrado por Pedro Muñoz, porque,
siguiendo el relato de Francisco, los alemanes ya habían invadido Bélgica y se
encaminaban hacia la frontera francesa, habiendo sobrepasado ya la Línea Maginot.
Según el testimonio de Francisco Alférez, les obligaron a elegir, o volver a España o
engancharse como pilotos con el ejército francés. Acordaron los pilotos españoles aceptar
la oferta y ofrecerse para luchar contra los alemanes. Días más tarde pasaron el
reconocimiento médico pertinente para poder ponerse a disposición de las autoridades
militares francesas. Pero la rapidez de la invasión por parte alemana dio al traste con el
proyecto, rechazando, como es lógico por otra parte, las nuevas autoridades de Vichy el
reclutamiento de los pilotos republicanos españoles, ideológicamente no fiables:
“La guerra europea había comenzado hacia un mes y medio. Más o menos, y estábamos
a mediados de octubre de 1939 en el campo de Gurs (Oloron Saint Marie) en el
departamento de los Pirineos Atlánticos. En este campo, nos encontrábamos toda la
aviación republicana: pilotos, mecánicos, armeros, etc.., además de las Brigadas
Internacionales y de los carabineros.
Los alemanes habían invadido Holanda y Bélgica, y Francia estaba amenazada por el
Oeste, dejando atrás la Línea Maginot.
494
pasando, pero llegando al final, vimos con estupor dos letreros, a la derecha ‘España’ y
a la izquierda ‘Legión extranjera’. Teníamos que escoger, después de consultar con el
teniente coronel que nos representaba, qué camino deseábamos elegir. Entre todos
acordamos ofrecernos al gobierno francés para luchar contra los alemanes. Así se lo
hizo saber nuestro jefe al capitán de la gendarmería que mandaba en el campo. Este
comprendió nuestra situación y nos liberó de la obligación impuesta, quedando que ya
nos daría la respuesta después de consultar con sus superiores. Pasaron unos días y una
mañana oímos ruido de motores de aviación. Casi sin darnos cuenta, una patrulla de
‘Moran Saunier’, cazas monoplanos franceses, pasaron a gran velocidad y en vuelo
rasante. Podéis haceros una idea de la alegría que sentimos al pensar que, con esta
demostración, habían aceptado nuestra propuesta. Pasaron los días y nosotros,
expectantes, esperábamos noticias, las cuales, por suerte, llegaron pronto. Tres días más
tarde acudió al campo un grupo de médicos de la aviación francesa que nos reconocieron
pronto (a los pilotos) para ver si estábamos aptos para volar (¡Vaya si lo estábamos!),
pero había una condición: teníamos que crear la aviación de la legión extranjera puesto
que un extranjero no podía entrar en el ejército de los franceses. Finalmente aceptamos,
pero, nuestro gozo en un pozo.
Los alemanes invadieron rápidamente la mitad del país y toda la costa atlántica. El nuevo
gobierno de Vichy acabó con nuestras ilusiones de volver a volar. Por eso y de la misma
manera las Fuerzas Aéreas de la la República Española ‘FARE’ 2 se hubieran convertido
en Fuerzas Aéreas de la Legión Extranjera ‘FALE’ “277.
Muy dura sería la experiencia del mecánico Eusebio Pérez Martín, el cual, tras pasar por
el campo de concentración de Gurs, terminó siendo internado en el campo de exterminio
nazi de Mauthausen. Estando en Gurs, fue destinado a una compañía de trabajo
militarizada que fue enviada a realizar trabajos en la región de Cognac. Ante el avance
alemán, el oficial francés al mando les liberó de sus obligaciones. Les ofreció dos
posibilidades: marchar con él en retirada o dirigirse a otro lugar o quedarse donde estaban,
es decir, hacer lo que ellos desearan. Eusebio decidió quedarse donde estaban:
277
Revista Ícaro (nº 69), 2001.
495
“Salimos de allí278 como compañía militarizada de trabajo un grupo compuesto por 150
hombres, chóferes, radiotelegrafistas, mecánicos, oficiales de aviación. (…) Allí metimos
pico y pala en invierno para hacer la carretera de entrada a un campo de aviación.
Al cabo de un mes, los hermanos Demarret, empresarios, tenían el contrato para armar
un hangar cuádruple y las edificaciones posteriores que eran los talleres. Ellos nos
vieron trabajando como esclavos y contactaron al oficial de aviación que nos mandaba
y le solicitó personal para contratarlo. Y así fue, nos contrató a ocho, eso fue, a
conveniencia de él y del oficial al mando, cuestión de dinero.
Nos fuimos ocho a montar hangares, conseguimos buena comida hasta que llegaron los
alemanes, que ya estaban cerca de Cognac. El teniente que estaba al cargo de la
compañía, que era un oficial de aviación, nos reunió y nos dijo: ‘Señores, los alemanes
están cerca, y les eximo de su responsabilidad, ustedes pueden hacer lo que quieran, la
compañía va a evacuar, nosotros vamos a ir para el sur y para y el oeste, los que quieran
venir con nosotros pueden hacerlo, los que se quieran ir por su cuenta también pueden
hacerlo’. Y efectivamente, al día siguiente la compañía partió y nosotros decidimos
quedarnos allí, regados, unos trabajando en casas de campo y otros sin hacer nada, pero
estuvimos unos días escondidos en casa de un belga”279
Eusebio pensaba que no habría represalias por parte de los alemanes, ya que los paisanos
del lugar decían que se estaban portando bien con la población. Por esta razón, Eusebio
salió de su escondite. La situación se complicó a causa de la muerte de un militar alemán
por un disparo. Se corrió el rumor de que podían haber sido españoles, por lo que fueron
detenidos por gendarmes franceses. Fueron trasladados a la ciudad de Angulema donde
fue obligado a entrar en un tren en compañía de otros españoles procedentes de otro
campo de concentración. Pensaba que iban a dirigirlos hacia algún lugar de Francia, pero
fueron llevados a Alemania. De Alemania partirían hacia Austria donde serían internados
en el campo de Mauthausen. Describe el desarrollo del viaje y, cómo al llegar al campo
de exterminio, fueron separados los hombres y los muchachos ya de cierta edad de las
mujeres y los niños. Eusebio saldría de Mauthausen una vez fue liberado el campo de
concentración por las tropas aliadas. Así relata Eusebio el viaje hasta Mauthausen:
278
Se refiere al campo de Gurs.
279
Revista Ícaro (nº 110), 2013.
496
“Nos llevaron a Angulema. Era un tren de pasajeros; cuando llegó a una doble vía con
un tren de mercancías al lado, nos dijeron que debíamos pasarnos para el otro tren, que
pasáramos a buscar comida y cobija. Íbamos bastante bien, en cada vagón, nos dieron
pan, queso, salchichón y la idea era que nos iban a llevar para la zona libre, pero cuando
arrancamos, de noche, llevábamos guardias delante y comenzaron a aparecer las dudas,
¿Qué pasará? ¿A dónde vamos? Imaginábamos que, como llevábamos mujeres y niños
que habíamos recogido en Angulema, iríamos a la zona libre, había más de dos mil
españoles en familia en Angulema provenientes del campo de concentración de Les
Alliers.
Nosotros fuimos en el tren como gente civil, que si nos llevaban a trabajar a la frontera
para los planes de guerra era la versión que había, pero cuando pasamos la frontera y
nos metimos ya en Alemania, entonces circuló un rumor de que había un convenio
alemán-ruso y nos estaban reclamando los rusos y nos iban a dar entrada libre a la Unión
Soviética. Llegamos a Munich de noche y allí nos dieron un plato de sopa, que la tomó
quién quiso pues todavía nos quedaba comida.
Había familias, niños de todas las edades. Mucho tiempo estuvo el tren parado tanto de
día como de noche hasta que llegamos una noche a una estación. Allí nos quedamos
durmiendo en el vagón y, a la mañana siguiente, nos despertaron unos gritos en alemán;
yo me asomé por la ventana, a la rejilla y vi fusiles montados en los hombros de soldados,
capos que batían a prisioneros a palo limpio. Yo me volví al vagón y dije: ‘Señores hemos
llegado a nuestro destino’. Todo el mundo se asomó y decían, ‘¡No! ¡Que va! No puede
ser’, mientras yo pensaba, de aquí nosotros no pasamos. Y efectivamente, a las 8:30 de
la mañana rodearon el tren y a las 9:00 nos trajeron unos calderos con comida, comida
buena, no como la del campo que era agua. Y a las 9 o algo así llegaron unos oficiales,
uno por cada vagón, abrieron las puertas, y por estatura nos obligaron a bajar.
Agarraban muchachos de 13 o 14 años que eran desarrollados y también los bajaban
como hombres, y a las mujeres y a los menores los dejaron en el tren.
Eso fue un horror, cuando nos formaron a culatazo limpio en filas de cinco en la estación
y nos dijeron: ‘Marchen’. Ese tren era bueno, horrible…, la gritería de las madres, hijos,
hermanas, de los que quedaron en el tren. En el trayecto hacia el campo me saqué la
cartera, tenía la documentación que me identificaba como suboficial de la aviación
republicana, fui rompiendo todo y tirándolo al suelo sin que me vieran, porque tenía unos
497
SS al lado. Cuando llegamos al campo ¡que impresión! Y no era tanto pues sólo había
alambradas, no había todos esos torreones pues todos los hicimos nosotros, los
españoles, con piedras subidas de la cantera al hombro por la escalera de los 186
escalones”280.
Paul Preston, en relación con el tema de los españoles internos en los campos de
concentración nazis, asevera que lo sucedido con los españoles en los campos de
exterminio sólo fue posible “gracias a la aquiescencia del gobierno de Franco al recibir
noticia de las capturas. (…) Por consiguiente, los prisioneros españoles fueron tratados
como apátridas y trasladados desde los campos habilitados en el frente a diferentes
campos de concentración. (…) Alrededor de un 60 por ciento de los republicanos
españoles internados en campos alemanes perdieron la vida en Mauthausen”
(PRESTON, PAUL: 2011, 668).
Otro punto de destino de los españoles republicanos que huían de España fue Argelia,
concretamente la ciudad de Orán. Hacia allí partieron barcos que salieron de los puertos
280
Revista Ícaro (nº 110), 2013.
498
levantinos y, en esa dirección, volaron también algunos pilotos que se negaron a entregar
los aviones a las tropas franquistas, tal como exigía el Consejo de Defensa de Casado.
Este contingente de refugiados saldría de España coincidiendo con el final de la Guerra
Civil. El recibimiento ofrecido por los franceses a los españoles en Argelia fue muy
parecido al que ya habían vivido en la metrópoli los huidos por Cataluña, es decir, no
fueron tratados con “amabilidad”. Una de los aviadores que voló hacia Argelia huyendo
de las tropas franquistas fue el mecánico alicantino Luis Sancho. Ya se ha indicado que
éste había llegado a la costa africana como acompañante de un piloto en un avión de
entrenamiento de dos plazas. Al poco de pisar la tierra argelina, fue detenido por las
autoridades francesas y llevado a prisión. De lo que es la prisión hace una descripción
muy negativa, no tanto del trato recibido, ya que les permitieron asearse y fueron
vacunados contra el tifus. Por otra parte, en su testimonio cita a un barco con refugiados
españoles anclado en la rada de Orán del cual no dejaban desembarcar a los pasajeros.
Podría tratarse del Stanbrook281, uno de los últimos barcos que consiguieron salir de
Alicante hacia África con refugiados españoles. Además, hace una dura crítica a los
organismos de ayuda que la República dispuso para asistir a los refugiados españoles en
el exilio como fueron el JARE282 y el SERE283. Así relata Luis Sancho sus primeros
tiempos en Orán:
“Nos cogieron los franceses en el pueblo donde habíamos caído y los gendarmes
franceses nos llevaron a la cárcel de Orán. ¡Vaya cárcel aquélla! Era una cárcel
horrible. Eran espacios como de diez metros por veinte con cuatro agujeros para hacer
nuestras necesidades. Estaba construida toda de cemento. No había ni camas ni nada.
Allí las pasamos muy mal. La comida en la cárcel era muy mala, pero el trato que nos
dieron no fue demasiado malo. Recuerdo que, cuando llegamos a la cárcel, nos hicieron
desnudarnos y había allí una mujer muy gorda que estaba dándonos con una vara en la
espalda para que nos laváramos bien. Allí, en la cárcel, también nos pusieron vacunas.
En la cárcel de Orán estaríamos unos dos meses. Cuando estábamos en la cárcel nos
281
Laura Gassó, hija del piloto Antonio Gassó, en el prólogo del libro dedicado al diario de su padre, refiere
que Antonio Gassó fue uno de los pasajeros que iba en el Stanbrook. Siguiendo a Laura Gasso, el barco
estuvo retenido en el puerto de Orán durante un mes largo, hasta que, por una epidemia de tifus, permitieron
el desembarco de las personas que iban a bordo (3.028 pasajeros). Los pasajeros, durante el mes largo que
estuvo, padecieron muchas penalidades, ya que no tenían ni alimentos ni agua suficiente. Sólo alivió su
situación la solidaridad de los civiles oraneses que se acercaban al barco llevando viandas, agua y
medicinas. (GASSO, LAURA: 2013, 22).
282
Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles (JARE).
283
Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles (SERE).
499
comentaban que había un barco de españoles refugiados en el puerto de Orán que había
venido de Alicante y que no les dejaban desembarcar284. La comida se la llevaban por la
noche y la subían por la popa del barco. También las personas que estaban en el barco
las pasaron muy mal. No sé los meses que estuvieron para desembarcar. En Argelia no
nos ayudó nadie, había una oficina del JARE y otra del SERE, pero no hicieron nada por
nosotros. Queríamos que nos llevaran a Méjico o a Rusia, pero no lo hicieron. Sólo una
vez nos dieron siete u ocho botes de leche, nada más que eso. No nos ayudaron, era como
si no hubiésemos existido. Nos dejaron morir allí, porque allí murieron muchos
españoles. Pero yo tuve suerte, hubo amigos míos que se quedaron en España al acabar
la guerra y que decían que a ellos no les iba a pasar nada y, al final, los cogieron y los
fusilaron. Unos que han ganado una guerra no perdonan nada”.
Tras salir de la cárcel en Orán, Luis Sancho sufrió una suerte de “turismo”, llamémosle
“concentracionario”, a causa del cual pasó por una serie de campos de concentración
hasta terminar en uno de muy triste recuerdo para los españoles internados en él, llamado
Bou Arfa. Este sería el campo base a partir del cual los presos españoles iniciarían la
construcción del tren Transahariano, que debía llegar hasta el río Níger. La situación
padecida por los españoles en los campos africanos fue mucho peor que en la metrópoli.
Al respecto, Francisco Moreno afirma que en “los campos de concentración del Norte de
África se cometieron excesos más inhumanos si cabe. En este caso sí podemos afirmar
que la Francia del gobierno de Vichy practicó una auténtica política de exterminio”
(MORENO, FRANCISCO: 1999, 285). Así detalla Luis Sancho su itinerario por los
diferentes centros de reclusión hasta llegar a Bou Arfa, en Marruecos:
“Después de estar en la cárcel, nos metieron en un tren y nos llevaron a un pueblo que
se llamaba Boghar. Y de ese pueblo fuimos andando a un monte donde había un campo
de refugiados donde anteriormente habían estado rusos blancos que habían escapado de
la Revolución Rusa de 1917. Aquel era el campo de Suzzoni. Allí estuvimos un tiempo y
nos teníamos que ir hacia el desierto del Sáhara. Fuimos después al campo de Camp
Morand que estaba más al Sur. Aquel era un campo muy grande y nos metieron en
barracones de madera. Allí estuvimos un tiempo y, desde allí, una vez nos organizaron,
nos llevaron en tren a Oujda y desde Oujda, en camiones, a Bou Arfa”.
284
Los barcos de refugiados republicanos que llegaron a Orán procedentes de Valencia o Alicante tenían
que pasar un tiempo de cuarentena en el puerto.
500
Como ya se ha señalado, las condiciones en los campos de trabajo saharianos eran
inhumanas y el trato que se ofrecía a los reclusos era despiadado285. Luis Sancho describe
la organización de los campamentos a medida que se avanzaba en la construcción del
Transahariano. Asimismo, refiere los productos alimenticios que constituían la misérrima
dieta de los trabajadores que construían el tren. Como en otras muchas ocasiones, Luis
apela a la dignidad para no rebajarse a sus carceleros franceses:
“Y desde allí286 teníamos que atravesar el desierto del Sáhara hasta el río Níger para
construir el ferrocarril. Para la construcción del ferrocarril, se organizaban
campamentos cada cinco kilómetros. Cada campamento de éstos tenía unas treinta o
cuarenta tiendas de campaña de ésas que tienen un palo en medio. Cada campamento
construía los cinco kilómetros que le correspondían. Cuando se terminaban esos cinco
kilómetros te llevaban más adelante. Por obligación, cada grupo de tres personas tenía
que picar tres metros cúbicos de tierra todos los días. Cuando terminabas, volvías al
campamento. Había algunos que si se les había dado bien a las cinco de la tarde volvían;
había gente de campo que picaba de miedo. Allí estábamos gente de todas las
profesiones, había mecánicos, electricistas, médicos, ingenieros, de todo había allí.
Comíamos cebollas, arroz, sardinas, nabos. Allí no podías guardar el pan en las tiendas
de campaña y, si lo guardabas, tenías que enrollarlo en un trapo porque sino se secaba
y no había quien lo comiera. Para beber, nos daban un litro de agua para todo el día.
Cuando empezó a funcionar el tren, algunos maquinistas eran españoles y nos daban
agua y también nos decían en broma que no dejáramos el tren sin agua. Un compañero
escribió una carta a Argel pidiendo, por favor, que le mandaran bicarbonato para el
estómago. Le enviaron un saco entero, tuvimos bicarbonato para todos. Cuando no había
bicarbonato y teníamos molestias en el estómago, nos tomábamos polvos de arena del
desierto. Había algunos que, por estar un poco mejor, se rebajaban a los franceses. Uno
de los que hacía esto era un diputado andaluz. Este le limpiaba los pies al capitán
francés; que sinvergüenza, simplemente por estar un poco mejor”.
Relata Luis cómo era la situación personal de los que allí trabajaban, y la define de forma
rotunda: eran presos y, además, “peligrosos”. Refiere también las condiciones de
285
“Las condiciones de vida en los campos eran duras, poca y deficiente comida, agua escasa,
temperaturas extremas sin protección, trabajos forzados, humillaciones, palizas, disciplina, cárcel, campos
de castigo…” (GASSO, LAURA: 2013, 22).
286
Se refiere al campo de Bou Arfa.
501
vigilancia a las que eran sometidos por parte de los militares franceses. Otro aspecto
terrible citado por Luis Sancho era la incomunicación con los familiares en España por
medio del correo. Afirma que había veces que los sobres que llegaban a los presos estaban
vacíos porque la censura franquista los había interceptado. La causa radicaba en que, a su
juicio, no era pertinente lo que iba escrito en la misiva. Por otro lado, pone una nota de
humor en relación a un sello con la efigie de Franco al revés, ya que la posición del sello,
según algún compañero, podía significar que la caída de Franco estaba cercana. Así narra
en primera persona Luis la situación en la que vivía en el desierto:
“Allí estábamos como presos. Además los refugiados españoles estábamos considerados
como peligrosos. En estos campos nos vigilaban senegaleses, marroquíes y franceses.
Los senegaleses siempre llevaban la vigilancia exterior, mientras que los franceses se
comunicaban con nosotros ya que había algunos que sabían hablar algo de castellano.
En el desierto la vigilancia era menor porque aunque te escaparas no llegarías a ningún
sitio. Nunca salíamos de los campamentos porque la ciudad más cercana estaba a setenta
u ochenta kilómetros. En el desierto solo había arena y cielo. La arena quemaba. Da
lástima la cantidad de españoles que murieron en el desierto, ¿Por qué? y ¿Para quién?
Hacer todas estas cosas para quién. Cuando llegaba el cartero con el correo y decía el
nombre de las personas, mucha gente se quedaba llorando porque cuando abrían el sobre
para sacar la carta se encontraban con que no había nada dentro. El sobre llegaba, pero
vacío. Lo que hacían en España era abrir las cartas que iban hacia África, las miraban
y, si lo consideraban pertinente, la censura dejaba vacío el sobre. No teníamos
información de nada. Recuerdo una anécdota por la que, en una ocasión, le llegó un
sobre a un compañero con el sello puesto al revés. Entonces en los sellos aparecía la
imagen de Franco. Mi compañero decía que, si su mujer había puesto el sello al revés,
eso quería decir que Franco había caído o estaba a punto de caer y nosotros nos lo
creíamos”.
502
desembarco aliado de noviembre de 1942 propició la liberación de los españoles de los
campos de concentración y fue el punto de partida para que Luis Sancho abandonara el
África francesa para dirigirse de nuevo a España:
“Estando trabajando en el ferrocarril me enteré de que hacían falta mineros para las
minas de Jerada, en Marruecos, y allí nos apuntamos unos cuantos. Yo de mecánico y el
resto de compañeros míos de mineros. Estas minas se encontraban justo en la frontera
entre Marruecos y Argelia. Allí estuve trabajando bastante tiempo. Como he dicho en las
minas estuve de mecánico y estuve reparando los motores diésel de las máquinas que
tiraban de las vagonetas de carbón de la mina y también estuve trabajando reparando
averías eléctricas. En la mina se comía bien, pero no nos pagaban nada. En las minas
siempre estábamos vigilados, si uno se fugaba lo perseguían. En aquellos momentos en
Francia, con la II Guerra Mundial, una parte de Francia estaba ocupada por los
alemanes y otra era la Francia libre de Vichy en la que gobernaba Petain. Pues en la
mina perseguían a los que eran comunistas. Yo tenía un compañero que era comunista y
lo escondimos para que no lo cogieran. Si lo llegan a coger, lo hubieran matado a palos.
Recuerdo que en el comedor había una foto de Petain y le tirábamos de todo, tomates o
lo que hubiera. Estando en la mina cogimos el tifus tres o cuatro españoles. Nos llevaron
a un hospital de la Legión Extranjera que estaba en Sidi Bel Abbes, en Argelia. Teníamos
una fiebre altísima y allí nos ponían inyecciones contra el tifus. Estando en el hospital se
presentó un enfermero catalán que nos dijo que se había enterado de que había cuatro
españoles en el hospital. Nos dijo que no nos preocupáramos y, desde que conocimos a
este catalán, empezamos a mejorar notablemente. Nos alimentaba muy bien, iba a la
cocina, cogía lo que podía y nos lo traía a nosotros. Para que digan de los catalanes, yo
nunca podré hablar mal de los catalanes.
Una vez que salimos del hospital, volvimos a la mina de carbón a Jerada. Aquello era ya
casi la última hora de nuestra estancia en Marruecos y Argelia. Llevaríamos allí unos
cuatro años o poco más. Así que decidimos volvernos para España. Pensábamos que,
como no habíamos hecho nada malo, podríamos volver a España sin miedo. Así que un
chico de Soria y yo decidimos volver a España”.
Luis Sancho volvió a España, en concreto a su domicilio en Alicante, tras pasar una
pequeña odisea hasta que consiguió llegar a su destino. Se presentó a la policía
acompañado de un cura amigo de la familia. Fue juzgado en Rabasa pero no sufrió pena
503
de prisión, sino que lo único que tenía que hacer era presentarse periódicamente en
comisaría. Lo que sí le endosaron fue que tenía que hacer el servicio militar en el ejército
franquista, ya que como él mismo dice había hecho la guerra pero no había realizado el
servicio militar. Destinado en Cádiz, una vez terminado aquel, reinició su vida.
La otra faceta de la represión tuvo lugar al terminar la guerra dentro de nuestras fronteras.
Ya se ha citado en el capítulo anterior que los esfuerzos, primero del Doctor Negrín y
después del coronel Casado, para llegar a una paz negociada en la que no hubiera
represalias cayeron en saco roto porque lo único que deseaba el general Franco era la
rendición incondicional del ejército de la República. Este hecho supuso el inicio de uno
de los períodos más ominosos de la historia de España, caracterizado por una cruel
represión y por ansias de venganza por parte de los vencedores sobre los vencidos. Para
los derrotados, el final de la guerra no trajo la paz, todo lo contrario, para los vencedores
“la guerra contra la República iba a prolongarse por otros medios; no en los frentes de
batalla, sino en los tribunales militares, las cárceles, los campos de concentración, los
batallones de trabajo, e incluso entre los exiliados” (PRESTON, PAUL: 2011, 615). Lo
que realmente les sucede a los franquistas es que “al llegar la posguerra, los vencedores
aún no sienten segura la consecución de sus objetivos: han desarticulado los partidos y
las organizaciones obreras, pero falta la aniquilación completa. (…) falta la demolición
total del movimiento obrero, del que aún temen que sea capaz de reverdecer y
reorganizarse. Esto es lo que pretende evitar con una feroz persecución: la
reorganización futura del oponente”. (MORENO, FRANCISCO: 1999, 277). En
resumidas cuentas, nos hallamos ante una situación en la cual los triunfadores del
conflicto civil tienen como objetivo básico barrer de la faz española los ideales que
alumbraron la República española del año 1931, utilizando para ello todos los resortes del
Estado, incluida la eliminación física del adversario. Francisco Moreno utiliza el
concepto, que a mí personalmente me gusta mucho, de “racismo cultural” contra el
hombre moderno, progresista, laico, liberal o marxista que la España tradicional,
conservadora y católica no podía admitir (MORENO, FRANCISCO: 1999, 289).
504
campos de concentración con el objetivo de ser clasificados en diferentes categorías para
ejercer sobre ellos el nivel de represión que el régimen considerase pertinente; a algunos
simplemente los asesinaban. En cuanto a los presos internados en las cárceles, el número
máximo se dio en el año 1940, cuando la cifra ascienda a 280.000 (MORENO,
FRANCISCO: 1999, 288). A partir de esta fecha, el número de los reclusos republicanos
en las prisiones iría disminuyendo paulatinamente debido a la política de adelgazamiento
del número de presos llevada cabo por el nuevo régimen.
Este régimen surgido de la guerra civil, desde el primer momento, instituyó una serie de
mecanismos jurídicos, policiales y administrativos para desarrollar la labor de represión:
La Causa General, la Ley de Responsabilidades Políticas, el Tribunal para la Represión
de la Masonería y el Comunismo y la Delegación del Estado para la Recuperación de
Documentos, que sería base del futuro Archivo de la Guerra Civil de Salamanca. En el
fondo de todo, lo que subyace es un afán de venganza social y de clase por parte de los
vencedores. Las clases poseedoras volvían a manejar los resortes políticos, sociales y
económicos del nuevo Estado, pero esta vez con su enemigo de clase postrado, vencido,
encerrado en cárceles y en campos de concentración. En palabras del profesor Tuñón de
Lara, “Sociológicamente la España de los años cuarenta significaba pura y llanamente
que se había restaurado la situación anterior a 1931” (TUÑÓN DE LARA, MANUEL:
1976, 111). Todo este entramado del nuevo régimen nació legitimado por la Iglesia.
Este negro panorama fue el que tuvieron que afrontar los aviadores que se habían quedado
en España, ya fuera obligados o por propia voluntad. El piloto de Katiuskas, Gregorio
Gutiérrez, como ya se sabe, era uno de los que había entregado el avión en Barajas en
base a los acuerdos del Consejo de Defensa de Casado con el gobierno de Burgos. Una
vez desarmados y desvalijados, los aviadores fueron llevados en autobuses a la prisión de
Porlier, en Madrid. Las condiciones de las prisiones en la posguerra española eran
terribles, ya que el sistema penitenciario español no estaba preparado para recibir tal
cantidad de presos. La realidad de los centros de reclusión, ya fueran prisiones o campos
de concentración, se puede resumir en tres palabras: hacinamiento, insalubridad y
malnutrición, lo que suponía un alto porcentaje de muertes por enfermedad dentro de los
centros de reclusión. Gregorio nos describe muy acertadamente el escenario que se
encontró cuando fue internado en Porlier:
505
“Aquello no era una cárcel, era un colegio de una orden religiosa y los cristales de las
ventanas no existían. En las aulas o habitaciones donde nos metieron, había unas
colchonetas arrugadas con más mugre que…, eran colchonetas de esparto, de paja de
esparto y, mientras nosotros estuvimos allí, nadie se preocupó de que iba a venir la noche
y que teníamos que arreglarnos con lo que teníamos allí. Llega la hora de comer y no
hay que comer, no hay comida, pues claro, para los que estaban allí antes sí tenían
comida, ya que esto no es un hotel sino que tienen que darte de alta, luego pasar a
suministros y hasta que llega esto estuvimos dos días y pico. Entonces, cuando les llega
el rancho a los comunistas que están allí, la mayoría lo despreciaban. La comida
consistía en unos guisantes con una capa de grasa encima y cosas negras. Las cosas
negras eran los gusanos, eran los bichos que tienen los guisantes dentro, flotaban allí,
porque todos los guisantes tenían bichos. Lo que es el instinto de conservación; allí todo
el mundo se tiraba a las calderas y con lo que se tenía en las manos comían. Llegó la
noche y, en la habitación donde yo estaba, las ventanas de arriba no tenían cristales y
por la noche hacía un frío terrible y, como no teníamos nada con que cubrirnos, y allí
apiñados unos con otros nos dábamos calor”.
Relata Gregorio la red de solidaridades que se creó en torno a los presos republicanos,
tanto dentro de la cárcel como las externas, léase compañeros en el interior de la prisión
o la familia y los amigos en el exterior, así como la forma de hacer llegar mensajes a los
allegados para que tuvieran noticia de su situación carcelaria burlando los controles
penitenciarios. Gregorio tuvo suerte porque su familia residía en Madrid y podía enviarle
comida (que repartía entre sus compañeros) y ropa limpia de vez en cuando. El que las
familias pudieran hacer llegar los paquetes de comida a los presos era un gran esfuerzo
para ellas en un período como es el de la posguerra en el que las carencias de todo tipo
eran moneda común entre las clases trabajadoras. Así narra Gregorio cómo se puso en
contacto con su familia:
“Me dice que no me preocupe, que él se encarga287. Éste y los otros ya debían llevar
bastante tiempo dentro por el hecho de que la familia ya le llevaba ropa limpia. Entonces,
entre los dobladillos de las camisetas, en papel de fumar, escribían notas y se metían
dentro. La familia sacaba la nota y… Total, que me dice que no me preocupara, que él
287
En la cárcel de Porlier, Gregorio Gutiérrez se encontró con un antiguo cliente de la taberna que regentaba
su familia y que, además, vivía en las cercanías de su casa. Este hombre será el que ponga en contacto a
Gregorio con su familia en Madrid.
506
se ocupaba. Al poco tiempo me llaman y era un paquete para mí: una manta, un paquete
cuarterón de tabaco y un pan con una tortilla. En resumidas cuentas, pues aquello tuve
que repartirlo entre todos. Entonces mi familia ya sabía que estaba yo allí”.
La presión ideológica sobre los presos era tremenda para buscar, en última instancia, su
“arrepentimiento” e integración en lo que los vencedores llamaban el nuevo Estado. En
este sentido y en palabras de Mirta Núñez, “en el micromundo carcelario el
procedimiento estaba integrado por numerosas estaciones de bombeo ideológico, tanto
político como religioso y moral. El sistema carcelario se transformaba en laboratorio
para probar la permeabilidad de la población a la acción gubernamental. Ésta tocaba
dos teclas, la física y la espiritual, para presionarlas o aporrearlas, en función de los
objetivos buscados” (NÚÑEZ, MIRTA: 2004, 15). Los medios para llevar a cabo esta
presión y conducir al preso a la degradación y, por ende, a su desmovilización, eran la
sumisión física, el hambre, la desatención médica y la suciedad corporal; a estos factores
hay que añadir la utilización de la incertidumbre como arma, sobre todo en los casos de
los condenados a muerte. Es decir, estamos ante una “acción deliberada, planificada,
estudiada para el aniquilamiento, la destrucción física y moral de los vencidos”
(NÚÑEZ, MIRTA: 2004, 25). La Iglesia jugaba un papel fundamental en este aspecto de
la presión ideológica sobre el recluso. El hecho de que un preso se prestara al juego de
los vencedores, tenía su recompensa (por ejemplo, ir a misa en la prisión), tal como lo
especifica Gregorio Gutiérrez en su testimonio:
“El Director de la cárcel era Don Amancio Tomé, era un santurrón. Organizó todo
aquello. Lo primero que hicieron fue que aprendiéramos a cantar el Cara al Sol y todo
el mundo a cantar el Cara al Sol. El domingo a misa. Había gente que se apuntaba al
coro para cantar canciones en la misa y de esa manera se les daba un trato de favor. A
mi me gustaba ir los domingos a misa porque había una orquesta, o llámale como
quieras, que a mi me sonaba muy bien, o sea, que debía haber bastantes instrumentos y
durante el tiempo que duraba la misa tocaban música clásica. Yo, es que desde pequeñín
he sido un melómano y, además, como mi afición fue la radio y en aquella época lo que
se retransmitía por radio, más que nada, era zarzuela y música clásica y como yo era un
aficionado a la música clásica, era lo que más oía. Notaba que era un descanso para mi
interior oír a Beethoven o cualquier otro”.
507
De la prisión de Porlier Gregorio fue trasladado a Valencia, en concreto a la Cárcel
Modelo para ser sometido a consejo de guerra. Allí tuvo la suerte de entrar en contacto
con la novia de un compañero de Porlier que le proporcionó comida y le lavaba la ropa.
Volvemos a encontrarnos con las solidaridades, tan importantes en momentos tan duros.
De la Modelo de Valencia Gregorio habla de su masificación y de la gran cantidad de
piojos que había. Describe cómo era el locutorio de la cárcel, que tal como lo describe,
debía ser una inmensa jaula de grillos:
“En Julio o Agosto, no me acuerdo bien, tengo la documentación en casa, nos trasladan
a Valencia, a la Cárcel Modelo para hacernos el Consejo de Guerra allí. El Tribunal de
Aviación estaba en Valencia.(…) Una vez estando ya en Valencia con más plomo288
que…, los sacábamos a puñados, los pisábamos…, allí no teníamos quién nos lavara la
ropa. Cuando un día me llaman al locutorio. El locutorio era lo siguiente: Había una
alambrada, una separación y otra alambrada con una separación de un metro o más.
Entonces la gente se apiñaba de un lado y en el otro lado pues lo mismo. Todo el mundo
chillaba, allí no había quien se entendiera. Es que había mucha gente, éramos cuatro mil
allí metidos. En Madrid éramos menos, uno entraba en el locutorio y podía hablar
tranquilamente, pero en Valencia era tal el follón que había… Total, en resumidas
cuentas, que cuando ya me llaman empiezo a mirar, no nos conocíamos. Era una chavala,
una chica magnífica, muy maja. Me llama ‘¿Eres Gregorio?’ Le contesto que sí y me dice
que le saque la ropa para que me la lave. Desde entonces esta chica, que se llamaba
Maruja, muy valenciana ella, me mandaba comida y me lavaba la ropa. Me preparaba
unas comidas extraordinarias, ella misma me preparaba las comidas. Yo salí de la cárcel
en el año 1941 y esta mujer no dejó ni un solo día de mandarme la comida”.
En el consejo de guerra a que fue sometido, fue condenado a pena de muerte que, más
tarde le sería conmutada. Como era habitual en aquellos juicios sumarísimos, los reclusos
republicanos eran juzgados en grupos sin matizar demasiado los cargos que se les
imputaban289, de hecho en estos juicios colectivos, algunos reos tenían cargos diferentes.
Realmente eran farsas legales que buscaban la represalia política del vencido en las que
se llevaba a cabo lo que el ministro y cuñado de Franco, Ramón Serrano Suñer, denominó
288
Se refiere a los piojos.
289
Francisco Moreno afirma que “todo era esperpéntico en el desarrollo de los juicios, un mero trámite
para la eliminación física, sin aportación de pruebas, sin esfuerzo por esclarecer los hechos y sin apoyos
por parte del defensor, un miembro del tribunal que no cumplía misión alguna” (MORENO, FRANCISCO:
1999, 322).
508
la “justicia al revés”290 . Se los acusaba del delito de “rebelión militar” de acuerdo con el
Código de Justicia Militar, cuando realmente los que se habían levantado contra el
gobierno legalmente establecido por unas urnas eran los vencedores de la Guerra Civil.
El hecho de que fueran juzgados por tribunales militares era debido a que en España el
gobierno de Franco, a pesar de haber terminado la Guerra Civil, mantuvo la declaración
de estado de guerra que había proclamado en julio de 1936. El estado de guerra lo dilataría
hasta el año 1948. Gregorio describe muy brevemente su paso por el consejo de guerra:
“Lo del Consejo de Guerra fue una farsa completamente. Nos llevaron en camiones
descubiertos con las manos atadas custodiados por la Guardia Civil, que además se
enteraron que éramos aviadores y la Guardia Civil había sufrido un bombardeo en el
cuartel de Cabra, en la provincia de Córdoba y habían muerto algunos guardias civiles.
Nos apretaban las manos y nos decían, “tu serás, tú habrás sido alguno de los que habrán
bombardeado Cabra”. Cuando llegamos al juicio, nos desataron. El juicio me
correspondió con varios compañeros como Cecilio o Arquímedes, casi todos de
Katiuskas. En el juicio me dicen ‘¿Usted por qué no se pasó a nuestro bando?’ Digo,
‘hombre de Dios, por la misma razón de que los que estaban volando con ustedes no se
pasaron al nuestro’. Todo aquello era una farsa. Condenado a muerte, eso ya lo
sabíamos”.
290
El profesor Santos Juliá en un artículo escrito acerca de la represión franquista reproduce lo que Serrano
Súñer entendía por justicia al revés: “Se estableció que los ‘rebeldes’ eran los frente-populistas, olvidando
que la rebeldía contra una situación que se estimaba injusta –rebeldía santa en la idea de muchos- estaba
jurídicamente en el Alzamiento Nacional. Razón de la que resulta que los rebeldes contra el Gobierno del
Estado constituido –republicano- eran, a tenor del Código de Justicia Militar, los que se alzaron y todos
los que les asistimos y colaboramos, y que no podían ser jurídicamente tales quienes estaban con el
Gobierno ‘constituido’ “ (JULIA, SANTOS: 2008, 385-410).
509
espantoso momento de las sacas en las celdas para llevar a los reos condenados al
paredón:
“Cuando empezaban a sacar gente yo miraba por el periscopio291 y decía, vienen a por
tal, están en tal celda…, venían el oficial de prisiones y la Guardia Civil. Había gritos y
lamentaciones, mis hijos… En esas circunstancias estábamos. (…) Muchos de ellos, la
mayoría, habían sido denunciados292 por nada. Había otros que decían, yo me he
cargado a Fulano y sé que me van a fusilar. Había de todo. En una de las sacas, dependía
del oficial, si serían cabrones, llegaban con la lista y empezaban Antonio…. y se
quedaban parados, un nombre muy corriente, es fácil que hubiera varios, con ese
recochineo, era terrible. Otras veces llegaban y abrían una vez, y pensabas, han pasado,
ya no vuelven; pero al rato volvían a abrir para llevarse a otro. Una vez el chaval
jovencito, el cojo, le dice a un oficial, oiga ‘¿Quiere usted hacer el favor de mirar los que
haya de esta celda? Mire si hay alguno más y nos quedamos tranquilos los demás’. El
otro pasa la vista por la lista y dice, no de aquí ya no. Bueno, vale, menos mal y nos
preparamos para hacer cualquier cosa. Al poco rato vuelven y dicen, Fulano de tal, y
sale el chico de la muleta; no he visto salir una persona con ese valor, coge sus muletas
y dice ‘chachos, que tengáis más suerte que yo’, con una entereza, que vamos…..”.
291
Gregorio Gutiérrez se hizo un periscopio casero para poder ver a través del ventanuco el pasillo sin que
le vieran a él.
292
“Desde las instancias oficiales se alentó la denuncia entre la población, un factor crucial para engrosar
el corpus de pruebas, hasta el punto de que no delatar invitaba a la ‘sospecha’. (…) Cualquier denuncia,
por rocambolesca que fuera, desembocaba en arrestos, interrogatorios, tortura y, a menudo, ejecuciones.
(…) En estas actitudes se reflejaba en la práctica la homogeneización de la culpa, que era el mensaje
subyacente de la Causa General: todos los vencidos eran culpables de todos y cada uno de los crímenes
cometidos durante la guerra en la zona republicana” (PRESTON, PAUL: 2011, 652).
293
Cuando utilizo la palabra legales me refiero a que las condenas a muerte fueron impuestas por un tribunal
militar, lo cual no quiere decir que estuvieran sujetas a derecho.
510
“Sería el mes de octubre o noviembre de 1939. En una estrecha y oscura celda de la
Cárcel Modelo de Valencia, concretamente en la 31, estábamos encerrados como
condenados a muerte, tres aviadores, Ferrer, Lizaga y yo, juntamente con otras trece
personas, todas ellas civiles, y en su mayoría vecinos de Castellón de Rugat, Ayelo del
Malferit y Albaida.
A fuerza de ver un día y otro abrirse la puerta de la celda y aparecer la siniestra figura
del oficial de turno, leyendo los nombres que figuraban en un papel que ufanamente
mostraba y que debían salir para ser fusilados, y sin que ni una ni otra vez oyéramos
pronunciar el nuestro, los tres nos íbamos haciendo a la idea de que el temido momento
nunca, nunca llegaría para nosotros. En nuestro interior teníamos la esperanza de no
tener que traspasar el dintel de la puerta encaminándonos a ‘capilla’. Esperanza fundada
en que ninguno de los aviadores que estábamos condenados había sido ejecutado.
Una noche cerraron del todo las puertas de las celdas de la planta baja, las de los
condenados a muerte. Esta acción preludiaba, como siempre, que ‘había saca’, que irían
celda por celda nombrando uno, dos, tres, cuatro… para llevarlos a Paterna y allí ser
ejecutados. En la celda que yo estaba, en la 31, por esta sola vez tuvimos la suerte de no
oír descorrerse el cerrojo ni tampoco la voz grave y al mismo tiempo alegre del oficial
de turno. Pensábamos todos que teníamos una noche más de vida, que un día más
veríamos la luz del amanecer. Nuestras alegres, si así se pueden llamar, y
esperanzadoras ilusiones se vieron turbadas en el impresionante silencio que reinaba,
por una llamada diciendo ‘Lizaga, Ferrer, Montoya, que tengáis mejor suerte que yo’.
Quién eres, preguntamos. Arquímedes nos respondió. Dónde vas, insistimos y entre el
ruido producido por sus pasos al echar a andar, nos contestó ‘ya os lo podéis figurar,
que tengáis más suerte que yo’.
Sus últimas palabras nos sumieron en un mar de confusiones. Llegamos a sentir miedo.
Vimos acercarse nuestro final. Hasta ahora a ningún aviador habían fusilado. Toda la
noche la pasamos sin dormir. ¡Pobre Arquímedes!, nos decíamos. Nos parecía una
pesadilla todo lo que había ocurrido hacía sólo unos minutos”294.
294
Alas Gloriosas (nº 7), 1980.
511
Pero volvamos a la historia de Gregorio. Estando en la galería de los condenados a muerte
de la Modelo de Valencia, recibió la noticia de que la pena de muerte a la que había sido
condenado por el consejo de guerra había sido conmutada por una de reclusión de 25
años. Por esta razón, fue trasladado para cumplir su condena a la prisión de San Miguel
de los Reyes. Allí se encontró con antiguos compañeros de armas y decidió ponerse a
estudiar para aprovechar el tiempo. Las clases las daban profesores que estaban presos.
Gregorio, de esta manera, comenzó a recibir clases de Matemáticas y Física. Asimismo,
organizaban tertulias antes de acostarse. Apunta en su testimonio una cuestión muy
interesante: comenta que desde su casa le mandaban libros técnicos, pero que antes de
que le llegasen a él tenían que pasar el visto bueno del cura de la prisión. En este sentido,
la prisión tenía un doble objetivo: administrar el “castigo merecido” por haber
pertenecido al ejército de la República, pero también, como ya se ha comentado
anteriormente, ejercer una presión ideológica con la finalidad de que los menos
recalcitrantes en sus ideas pudiesen abjurar de ellas, al menos en las formas. La Iglesia
jugaba un papel fundamental en este terreno y uno de sus elementos era, por supuesto, el
control de las lecturas de los presos, todas acordes con la doctrina imperante en el nuevo
Estado. En sentido contrario, los presos republicanos que tenían las ideas más claras, para
defenderse de esta ofensiva de tipo ideológico y moral se organizaban y se mantenían
unidos, porque el aislamiento podía llevarte a lo que buscaban las autoridades franquistas,
“el desfallecimiento moral” como lo define Mirta Núñez. De este modo narra Gregorio
como se dedicó a formarse en la cárcel:
“San Miguel de los Reyes era otro tipo de prisión. Allí la gente ya estaba condenada y
allí no era nada más que transcurrir el tiempo, pasar el tiempo. Cuando ingreso en San
Miguel de los Reyes veo a muchos compañeros. (…)Yo siempre he sido de las personas
que me he acoplado a todas las situaciones, no me valen de nada las lamentaciones, si
yo hubiera hecho esto o si yo hubiera hecho lo otro. Yo me encontraba en esas
circunstancias y había que pensar cómo se podía pasar mejor. Me dijeron que había unas
clases, que había unas aulas en las que los profesores eran reclusos también, pero que
eran profesores de verdad. A estos profesores les venía muy bien, porque tenían ciertos
beneficios y, además, no perdían la práctica de dar clase. Yo tenía entonces mucha
formación práctica, pero me faltaba formación teórica, sobre todo en Matemáticas y
entonces me apunté a Matemáticas y a Física. Las clases se daban en unas aulas con sus
pupitres y pizarra y el material que necesitabas te lo vendían allí como los lápices y
512
cuadernos. Las clases eran gratis, el profesor no cobraba nada y a la dirección de la
prisión le interesaba mucho más tener a la gente empleada en algo, ocupada a fin de
cuentas. Cuando se abría la matrícula, el aula se llenaba, cabríamos unos treinta. Pero
a medida que iba transcurriendo el tiempo, la gente lo iba dejando y al final quedábamos
cuatro; eso ocurrió varias veces. Yo estaba disfrutando. No tenía ni tiempo para escribir
una carta a casa porque le habíamos dicho al profesor que nos pusiese ejercicios para
fuera de las clases. No tenía tiempo más que para hacer ejercicios y coger libros. Ahí
aprendí Álgebra, Geometría, Trigonometría, ecuaciones, logaritmos… A mí,
particularmente, me enseñó mucho. Otra cosa eran las tertulias de por la noche antes de
acostarse. Se formaban corrillos en unas naves grandes que había y los corrillos se
transformaban en tertulias. Había abogados, ingenieros…. Estas tertulias eran muy
interesantes”.
“Pero allí había un gran hacinamiento de personas y se declaró una epidemia de tifus
por el hacinamiento y la falta de higiene. No veas la cantidad de gente que empezó a salir
de allí con los pies por delante, muchos. Se creyó que la epidemia vino de un pozo que
teníamos allí por lo que lo cerraron, pero al agua del grifo le echaron tal cantidad de
cloro que el agua sabía a lejía, aquello no había quien lo bebiera. (…) Pero al poco
tiempo caí yo. Pero yo caí por otra cosa, tuve paludismo. Allí había campos de arroz
encharcados y había mosquitos a montones y te picaban; total que enfermo de paludismo.
Entonces, el paludismo era una enfermedad corriente entre la población, pero una cosa
513
es estar libre y otra es estar metido en una cárcel donde no hay higiene ni nada. El
paludismo se combatía con quinina. A mí incluso me llegaron a poner unas inyecciones”.
Debido a un indulto de los que concedía Franco, en este caso para penas inferiores a 12
años, Gregorio Gutiérrez saldría de la cárcel en libertad condicional en el año 1941.
Debido a que tenía que incorporarse a filas para realizar el servicio militar en los
batallones disciplinarios, decidió alistarse a la Legión, y a partir de ahí rehacer su vida,
pero esa ya es otra historia.
“Cuando un preso viene de otra cárcel, como era mi caso, lo ponían en prevención por
si tenía alguna enfermedad y, además, le cortaban el pelo. Así que yo llegué a San Miguel
y me metieron en el cuarto. Íbamos unos cinco o seis, de pilotos iba yo solo. Llamaron a
uno, entró, pelo al rape, llamaron a otro, pelo al rape y así sucesivamente. Pero cuando
me iba a tocar a mí entró un auxiliar con un cesto de comida y me lo entregó. En San
Miguel los pilotos mandaban mucho. Casi mandaban más que el Director. Los
compañeros sabían que había llegado y me mandaron el cesto de comida porque sabían
que en el Puig se comía muy mal. (…) En la cárcel de San Miguel de los Reyes habría
unos 10.000 presos y en aquella prisión los pilotos eran los más influyentes, se decía que
si se quería conseguir algo que se hablara con los pilotos. Fue llegar allí y al día
siguiente estaba trabajando con ellos como un piloto más”.
514
Al igual que Gregorio Gutiérrez, Miguel Chasán se benefició de los indultos y en el año
1941 saldría de la cárcel.
Francisco Cortés, tras finalizar la guerra, fue interrogado por un teniente jurídico del
ejército de Franco, pero, al igual que le sucedió a Miguel Chasán, tuvo suerte porque
adoptó una buena actitud con él teniendo en cuenta el ambiente represivo y de venganza
que se vivía al final de la guerra. El teniente jurídico le proveyó de un salvoconducto y le
dijo que se condujera a Madrid. Cortés, en aquellos momentos, estaba en situación de
procesado, por lo que cuando llegó a Madrid se presentó en la Jefatura de Aviación donde,
por suerte, no lo detuvieron. Siguió viviendo en casa de sus padres ganándose la vida en
el negocio familiar. Habían pasado varios meses cuando fue llamado a juicio para
someterse al consejo de guerra acusado, como todos los que pasaban por los tribunales
militares, de auxilio a la rebelión. Describe brevemente, pero con claridad, cómo se
desarrolló el consejo de guerra, que puede ser considerado de libro, ya que no tuvo
ocasión de intervinir para defenderse. Destacar también que estos tribunales no hacían
indagación alguna sobre las acusaciones que pudieran afectar a los procesados, a lo que
se puede añadir el papel nulo, por lo que se desprende de los testimonios de los aviadores,
que jugaban los abogados defensores que, en muchas ocasiones, se ponían en contra del
encausado. Fue condenado a seis años, pero no pisaría la cárcel:
515
un día quedaban en prisión atenuada. Esta formalidad consistía en estar bajo vigilancia
de las autoridades en el propio domicilio sin necesidad de ingresar en prisión”.
El piloto navarro de Moscas Juan Gocicoechea, una vez detenido en una de las bases de
aviación murcianas, fue trasladado a la ciudad de Cartagena donde fue internado en el
Fuerte General Fajardo. Allí estuvo preso un año. Como en casos anteriores, la
subalimentación y la falta de un sistema de higiene mínima era lo que caracterizaba al
establecimiento penitenciario en el que penaba Juan Goicoechea. Él ilustra de una forma
rotunda ambos temas, pero, además, agrega un terrible comentario acerca de lo poco que
valía la vida de un recluso republicano en relación con un caso de “tiro al blanco” en un
ejercicio total de impunidad por parte del guardián:
“En el General Fajardo nos tuvieron un año. Allí solo comíamos garbanzos, lentejas,
nabos y cebollas cocidas y, muchos días, sin pan. Allí, cuando teníamos que hacer
nuestras necesidades, íbamos a un bidón de doscientos litros que habían puesto en medio
del fuerte y, para hacer nuestras cosas, teníamos que subirnos a una barra y desde esa
barra hacerlas. Todos los días sacábamos el bidón de los orines por las mañanas entre
cuatro reclusos. Lo llevábamos con una barra de hierro, dos de cada lado. Siempre
llevábamos dos soldados de escolta que nos vigilaban. Recuerdo que una noche se corrió
la barra y un recluso se cayó dentro del bidón. Como el bidón estaba lleno de orín, el
acido le escocía y el recluso venga a chillar. Así que le quitamos la ropa, le lavamos bien
con agua y con una manta le hicimos una chaqueta en forma de abrigo. Se lo pudimos
hacer porque allí había sastres presos, gracias a eso pudimos vestirlo bien. Unos días
después de aquello, un compañero nuestro fue víctima de un disparo en la cabeza por
parte de un soldado de la guarnición del Fuerte. El soldado disparó por una ventanilla
del Fuerte cuando mi amigo estaba paseando con otro compañero de la prisión. Al otro
no le mataron porque era más bajo, de esa forma se salvó”.
De Cartagena fue enviado a la prisión provincial de Murcia donde fue testigo de un hecho
que era habitual en las prisiones y en los campos de concentración. Volvemos a
reflexionar acerca de que la vida de los republicanos españoles no valía nada, te la podían
dar o quitar en cuestión de minutos. En el caso que nos atañe, según cuenta Juan, hubo
un intento de fuga. Los intentos de fuga, generalmente, se pagaban con la vida, aunque
había veces que “sólo” quedaban en palizas e imposición de un castigo muy duro. En el
presente suceso, se procedió al fusilamiento de cinco reclusos por el citado intento de
516
fuga. Había veces que ni siquiera los fusilados eran los responsables del hecho
inculpatorio, pero había que dar un escarmiento y, éste, la mayoría de las veces, se daba
con la presencia del resto de la población penitenciaria para que todos aprendieran la
lección:
“Las setenta presas que venían conmigo eran de Málaga y las traían a Pamplona. Esto
lo hacían con la finalidad de que las familias no pudieran ir a verlas por la larga
distancia que había entre ambas ciudades. Esto hacían, si en la guerra se llega a luchar
contra otro país no se hubiera obrado de forma tan cruel”.
517
Juan fue sometido a consejo de guerra en Pamplona y condenado a catorce años y once
meses de prisión, pero, por los beneficios de un indulto, solamente pasó dos años y medio.
De la cárcel de Pamplona vuelve a citar las ejecuciones que se producían y se escandaliza,
con razón, de que hubiera personas, sobre todo mujeres, que se acercaban a presenciar las
ejecuciones. Esto no era raro al principio de la guerra en el bando de los sublevados.
Muchas ejecuciones de republicanos se realizaban en lugares públicos. Fueron
tristemente célebres las ejecuciones públicas en Valladolid al comienzo de la guerra que
podían ser comparadas, salvando las distancias espacio-temporales, con los espectáculos
que montaba la Inquisición cuando ejecutaba a los herejes en las hogueras en los autos de
fe. Así relata Juan Goicoechea estos tristes sucesos, realizando una comparación muy
pedagógica con el mundo de los animales:
“En la cárcel de Pamplona, se comía mejor que en las cárceles que había estado
anteriormente. En cuanto al trato, era similar que el de las otras cárceles. Casi todos los
días, por la mañana temprano, sacaban a ocho o diez reclusos para fusilarlos. Había
gente de la calle para ver la ejecución, particularmente mujeres, no sé de qué casta
serían, pero los animales son mejores que las personas. Yo he presenciado cómo actúan
los animales. Recuerdo una vez que había un puente que parte de él se lo había llevado
el agua. Quedó el puente con una pasarela estrecha. Entonces, llegaron unas vacas,
debían ser unas veinte aproximadamente. Se paran y se ponen en fila india, a ninguna se
le ocurrió pasar en grupo y es más, en los sitios peligrosos no se cornean nunca, tienen
un conocimiento que no tenemos las personas. Y, si por casualidad, una cae, la otra
empieza a llamarla. Esto lo digo por aquello que vi en la prisión, aquella gente que iba
a ver los fusilamientos no eran buenas personas. Y voy a decir una cosa, para conocer
bien a las personas lo primero que hay que hacer es pasar por tres sitios: la guerra, la
cárcel y un hospital. Ahí es donde se ven los verdaderos amigos y las buenas o malas
personas”.
Tras salir de la cárcel, Juan Goicoechea volvió a su pueblo, a Alsasua. Al poco tiempo,
como no había hecho el servicio militar con el ejército de Franco, tuvo que realizarlo en
los Batallones Disciplinarios de Soldados Trabajadores, ya que se le consideraba no
afecto al régimen. Esta era otra forma de castigar a los que habían luchado con la
518
República. Les obligaban a hacer un servicio militar295, cuando ya habían hecho una
guerra de casi tres años. Esta medida, cuanto menos, es cruel y vengativa. De esta manera
“el soldado, con su vida civil pospuesta indefinidamente hasta mandato superior, no
siempre quedaba al servicio de la Patria, sino del mando de turno que le utilizaba para
labores domésticas o negocios particulares. A todo ello, por supuesto ‘chitón’ si no se
quería acabar aún peor de lo que se estaba” (NÚÑEZ, MIRTA: 2000, 13)296. Gutmaro
Gómez Bravo da la cifra de 50.000 jóvenes menores de 25 años como integrados en los
citados batallones, todos ellos, por supuesto, clasificados como desafectos (GÓMEZ
BRAVO, GUTMARO: 2012, 586). Los jóvenes incluidos en estos batallones
disciplinarios se dedicaban a hacer obras públicas o fortificaciones militares a un coste
mínimo.
Juan Goicoechea tuvo que presentarse en la localidad alavesa de Nanclares de Oca y luego
le trasladaron al Cuartel de Unamuno. Tiene muy mal recuerdo del paso por este cuartel
donde recibió malos tratos por parte de un oficial. Los soldados de los batallones
disciplinarios estaban sometidos a una dura disciplina y eran comunes los malos tratos
físicos y psicológicos. Así narra Juan sus primeros días en el batallón disciplinario y su
primer episodio de maltrato, porque habría más:
“Nos presentamos y nos dijeron que, al día siguiente, teníamos que presentarnos en
Nanclares de Oca al Batallón Disciplinario. Allí estuvimos unos diez días y luego nos
llevaron al Cuartel de Unamuno. Allí lo pasamos fatal. Recuerdo un día estando en
formación para coger la comida, a un compañero mío le dio por coger comida una
segunda vez, tenía mucha hambre. Yo le hice una seña y le dije que se pusiera delante de
mí, pero al llegar a la perola, un chivato le dijo al capitán que mi compañero iba coger
rancho por segunda vez y que yo había sido quien le había dejado ponerse otra vez en la
fila. A mi compañero le llenaron el plato y a mí me sacaron de la fila. El capitán le dijo
al cabo que trajera un palo y que me diera dos golpes en la espalda. Al darme el primer
golpe hice un gesto de dolor y entonces el capitán dijo que me dieran cuatro golpes más.
Me los dio y me dejó marcada la espalda durante unos cuantos días. Después me hicieron
dar diez vueltas al patio, cada vuelta tenía un kilómetro y yo di once vueltas. Al llegar
donde estaba el capitán me preguntó que cuántas vueltas había dado, a lo que le contesté
295
El servicio militar en los Batallones Disciplinarios de Soldados Trabajadores duraba aproximadamente
tres años (NÚÑEZ, MIRTA: 2000, 13).
296
Mirta Núñez escribe el prólogo de la obra de Rafael Torres, “Los esclavos de Franco”.
519
que once. Le dije que no había parado en la vuelta diez por si acaso, que más vale que
sobrara. Me mandó a prisión y el mismo día a las cuatro de la tarde llegó un sargento y
me dijo que le acompañara, que el comandante quería hablar conmigo. (…) No había
manera de abrirme el apetito, estuve unos días sin comer mucho, no tenía hambre”.
“Otro día, estando en Gorbea, había allí unas monjas que tenían ganado de leche,
algunos cerdos y una finca sembrada de remolacha para los ganados. Un día se les
ocurrió a unos cuantos coger unas cuantas remolachas para comérselas y, claro, se las
comieron. Las monjas que, se enteraron, se lo dijeron a los jefes y estos pusieron un
castigo muy severo a los que se habían comido las remolachas. Les pusieron un saco de
cuarenta y cinco kilos en la espalda durante el día y la noche. Algunos acabaron en el
Hospital de Zumaya, de éstos creo que dos terminaron tuberculosos. Como me
licenciaron antes que a ellos no se qué pasó realmente con estas personas”.
Una vez licenciado de los batallones disciplinarios, Juan Goicoechea volvería a la vida
civil con la intención de comenzar una nueva vida.
Amancio Baltanás, también supo lo que era el “turismo” penitenciario, pues desde su
primer ingreso en prisión pasó por diferentes centros de reclusión. Amancio fue de los
aviadores que se entregaron en Barajas y, por tanto, conducido a la prisión de Porlier. Fue
juzgado en Madrid y, según sus palabras, le procesaron dos veces. Fue condenado a
muerte sin saberlo, nadie se lo comunicó. Sería afortunado porque luego su pena fue
conmutada por una de 30 años. Hemos hablado ya de la incertidumbre como arma, pues
aquí se presenta de nuevo. Los reclusos republicanos vivían en una permanente
incertidumbre, no sólo los condenados a muerte a la espera de la ejecución de la sentencia,
520
también los que esperaban la celebración del consejo de guerra, ya que la mayoría de las
veces no sabían ni cuándo se iba a celebrar ni qué cargos había contra ellos. El caso de
Amancio es más terrible aún, pues no tuvo conocimiento de la pena a la que había sido
condenado. A fin de cuentas, era un sistema judicial viciado desde sus fundamentos en el
que no se respetaba ninguna garantía jurídica de los procesados. De esta manera narra
Amancio Baltanás su paso por el consejo de guerra:
Una vez condenado, en primera instancia iba a ser enviado a la prisión del Hacho, en
Ceuta, pero gracias a compañeros que trabajaban en las oficinas de la prisión, hicieron
desaparecer el expediente y fue enviado al hospital de Segovia. Hubo dos razones para
enviarle a esta ciudad: la primera, que tuviera un mejor destino y, la segunda, que
organizara allí a los elementos del Partido Comunista, del que era militante. A pesar de
la terrible represión que sufrieron los diversos partidos políticos que habían apoyado a la
República y, en especial, el Partido Comunista, inmediatamente comienzan a
reorganizarse para mantener viva la llama de la oposición a la dictadura. Se organizaron
521
en las cárceles, en los campos de concentración, en las ciudades. Eso sí, con estructuras
muy endebles que la policía desarticulaba con relativa facilidad. Cuando caía la dirección
o una simple célula de un partido o un sindicato, nuevamente se rehacía para dar
continuidad a la acción política. La oposición más seria al franquismo dentro de nuestras
fronteras en los años de la posguerra fue protagonizada por las guerrillas (comunistas,
socialistas y anarquistas), llamadas coloquialmente “los maquis”. Actuaron en diversas
provincias de España hasta bien entrada la década de los cincuenta, sin inquietar
seriamente en ningún momento la estabilidad del régimen franquista. En la situación
particular de Amancio vuelven a entrar en juego los apoyos y las lealtades para afrontar
mejor las situaciones complicadas que se les presentaban a los presos republicanos:
522
En el penal de Burgos, fue seleccionado para ir destinado a una colonia penitenciaria en
Asturias donde trabajaría en una mina gestionada por los jesuitas. El servicio de Colonias
Penitenciarias Militarizadas fue creado el 8 de septiembre de 1939. En un principio fueron
creadas para “llevar adelante los proyectos de obras públicas como las presas de los ríos
Guadiana, Tajo, Guadalquivir y Jarama” (PRESTON, PAUL: 2011, 659). Pero los
trabajadores forzados también se utilizaron para trabajar en la empresa privada, como
puede ser el caso de Amancio. Como afirma Mirta Núñez, “económicamente se trataba
de utilizar esa masa de un cuarto de millón de encarcelados en la inmediata posguerra
para la realización de obras de infraestructuras estatales pero donde también estuviera
presente la empresa privada, para darle un bocado de la tarta carcelaria. Empresas
privadas muy conocidas construyen su enorme fortuna con el sudor de los presos”
(NUÑEZ, MIRTA: 2000, 21). El régimen de la colonia penitenciaria era más abierto que
el de la prisión, por lo que los presos lo preferían a la cárcel. Había que trabajar nueve
horas diarias, pero tenían cierta libertad para salir. Amancio sería castigado en la colonia
penitenciaria y devuelto a la prisión de Burgos donde estuvo estudiando inglés y
contabilidad. Así narra Amancio su experiencia en la colonia penitenciaria:
“Estando en Burgos me dicen que me habían nombrado para ir a trabajar. Como vieron
que era joven me llamaron. Estuve en Asturias en una mina de carbón trabajando nueve
meses. Era una colonia penitenciaria. La mina era propiedad de los jesuitas, que eran
los que pagaban al Estado por nuestro trabajo. Allí trabajábamos nueve horas diarias,
siete de jornada y dos extraordinarias. A los nueve meses un guardián se enfadó conmigo
y me castigaron. No sé por qué se enfadaron conmigo. Dijeron que le había faltado al
respeto o no sé qué. El caso es que era un domingo y no tenía trabajo y me fui con unos
compañeros y regresé a la una de la noche con un tal Reina, que era de Granada. Allí
podíamos entrar y salir libremente. Bueno, pues a mí y a Reina los guardianes nos
mandaron de nuevo a Burgos castigados y a los otros dos que venían con nosotros no los
castigaron y los dejaron allí. Yo creo que el castigo pudo venir porque los guardianes
querían que me encargara, aparte del trabajo de la mina, de temas de papeleos de la
colonia penitenciaria y yo les dije que no, que si tenía que ir a la mina no iba a trabajar
en el papeleo”.
El régimen franquista, ante la gran cantidad de prisioneros internos en sus cárceles, pensó
que había que rentabilizar económicamente aquella masa carcelaria utilizando a los
523
presos como mano de obra barata para la realización de trabajos de la más diversa índole,
ya fueran empresas de carácter público o privado. Hubo diversas modalidades de trabajos
forzados por parte de los presos: Batallones de Trabajo, Regiones Devastadas, Colonias
penitenciarias, Batallones Disciplinarios de Soldados Trabajadores y, el más elaborado y
desarrollado de todos, que fue el Patronato de Redención de Penas por el Trabajo297. Este
último, para Mirta Núñez, constituyó “la fachada magnánima y piadosa que el régimen
necesitaba”. El Patronato fue concebido como una gracia y destinado a “aquellos presos
políticos, hombres y mujeres, ‘libres de delitos de sangre’, que podían desempeñar un
trabajo con alguna remuneración allí donde fueran destinados. (…) No sólo se trataba
de lograr un rendimiento económico de los encarcelados sino también de aligerar las
prisiones del colapso que sufrían como consecuencia de la política oficial” (NÚÑEZ,
MIRTA: 2004, 38-39). La diferencia entre los encuadrados en el Patronato y el resto de
fórmulas de trabajos forzados, era que los primeros tenían una pequeña retribución298 y
que por cada día trabajado redimían pena.
Amancio Baltanás salió de la cárcel el 5 de junio de 1946, pasando en prisión más de siete
años. El tiempo que permaneció en prisión siguió con su militancia en el Partido
Comunista. Volvió a Ciudad Real, a la casa de sus padres.
El piloto de caza Simón Fiestas, tras entregar su avión en Barajas a finales de marzo de
1939, fue ingresado en la prisión de Porlier junto a sus compañeros. Trasladado a
Valencia, fue ingresado en la cárcel Modelo a la espera del juicio que se celebró, como él
mismo cuenta, el 29 de octubre de 1939. Salió del consejo de guerra con una condena de
veinte años. Comenzó, como el resto de sus compañeros aviadores, un periplo carcelario
que le llevó a conocer distintas cárceles como Santa María del Puig y San Miguel de los
Reyes y, por último, la prisión de Capuchinos en la localidad de Teruel. En esta última
prisión, le concederían la libertad condicional con destierro incluido. Del testimonio de
Simón conmueve cuando cuenta que, para trasladarles a la estación de ferrocarril de
Valencia para tomar el tren con destino a Teruel, fueron en cuerda de presos a través de
las calles de Valencia. La escena parece sacada de una película medieval. Pero eso es lo
que buscaban las autoridades franquistas, la humillación del vencido, pasearle por la
297
Se creó en plena Guerra Civil, en el mes de octubre del año 1938.
298
El sueldo era de dos pesetas al día, de las que 1,50 quedaba para el Estado en concepto de manutención
del preso y los 50 céntimos restantes se pasaba a la familia del preso para ayudar a su mantenimiento. El
salario subía hasta las 4 pesetas si el recluso estaba casado y 1 peseta más por hijo. Fuente: Francisco
Moreno: La represión en la posguerra. En “Víctimas de la Guerra Civil” (337).
524
ciudad degradado y arrebatarle su condición de persona. El destierro, al que fue
condenado Simón Fiestas, era otra de las fórmulas de castigo, una vez se había cumplido
la pena en prisión. El destierro conllevaba desarraigar al preso, que se veía socialmente
aislado y, por ende, con muchas más dificultades para encontrar trabajo y rehacer su vida,
ya muy complicada de por sí por el simple hecho de haber luchado en el bando
republicano. Lo dejaban alejado de su familia y allegados y, por tanto, la solidaridad
familiar o de las amistades se hacía mucho más difícil al tener cientos de kilómetros por
medio. Así narra su peripecia carcelaria Simón Fiestas:
Una vez salió de prisión, decidió vivir en Teruel. Se le ocurrió hacer un viaje por sorpresa
a Tarrasa para a ver a su familia, pero una vez en la citada localidad fue denunciado por
haber transgredido la orden de destierro, por lo que tuvo que volver a ingresar en prisión.
Tras salir nuevamente de prisión, fue llamado para realizar el servicio militar en los
Batallones Disciplinarios de Soldados Trabajadores. Estuvo destinado en Lora del Río.
Tras pasar los tres años pertinentes, fue licenciado, volviendo a su casa en Terrasa:
“Me fui a vivir a Teruel a una pensión. Entonces llevaba cuatro años sin ver a mi familia
por lo que hice un viaje sorpresa a Terrasa en la Navidad de 1942. Pero me denunciaron
y me volvieron a detener por haber violado la situación de destierro. Pero una vez en la
calle tuve otra desagradable sorpresa, tenía que hacer el servicio militar. Me llevaron a
un campo de concentración a Lora del Río, provincia de Sevilla, a un batallón de
trabajadores hasta que me licencié en el año mil novecientos cuarenta y seis”.
525
Joaquín Calvo fue ingresado en la madrileña cárcel de Porlier, después de haber entregado
su avión en Barajas. Relata Joaquín que, al tener el empleo de oficial (terminó la guerra
como teniente), fue llevado a las plantas superiores de la prisión que era el lugar donde
instalaban a los militares con graduación y a los políticos. Allí conocería al líder socialista
Julián Besteiro, el único componente de la Junta de Defensa del coronel Casado que se
quedó en Madrid una vez finalizada la guerra:
“Nos metieron en Porlier. Eran tres o cuatro plantas. En la última planta estaban los
políticos más famosos y militares ya con graduación y, entonces, a nosotros, a los de
aviación, a los oficiales, nos metieron en esa planta. Yo ya era teniente y Viñals era
teniente también. Los que éramos oficiales nos subieron con los políticos que estaban
allí. Eran socialistas, estaba Julián Besteiro. A mi me enseñó a jugar al ajedrez Julián
Besteiro, que estaba siempre en cama. Yo conviví con todos aquellos políticos. Luego a
algunos de ellos los fusilaron. Don Julián Besteiro era un hombre fabuloso, más que un
político parecía un cura de buena fe, era un hombre tan modoso, y a mí me enseñó a
jugar al ajedrez. Yo no sabía jugar, y como estaba allí, y como yo era tan jovencillo en
comparación a todos ellos, me tenían todos mucha simpatía. Don Julián Besteiro siempre
estaba en cama, en una cama que era un catre, pero allí conviví con ellos. Había allí
muchos políticos más, algunos después desaparecieron”.
Joaquín fue trasladado de Porlier a la ciudad de Valencia (cárcel Modelo) para ser juzgado
en consejo de guerra en esta última ciudad, al igual que muchos de sus compañeros. Como
sus camaradas de armas, sufrió un juicio colectivo, tal como eran la mayoría de los
consejos de guerra. Cita el papel jugado tanto por el fiscal como por el abogado defensor
de entre los diferentes miembros que componían el tribunal299. Menciona que apareció en
el juicio una tía suya que era monja y él piensa que la pena que pidió el fiscal estuvo
condicionada por la labor que pudo llevar a cabo la citada monja en su favor. En aquellos
momentos de extrema represión, estaba muy en boga una palabra, “aval”. Cuando los
republicanos eran detenidos e internados, ya fuera en prisiones o en campos de
concentración, los prisioneros tenían derecho a buscar personas que “avalaran” que no
299
“Los tribunales militares podían ser permanentes (los de capitales y pueblos importantes) y ambulantes
(celebraban sesiones de pueblo en pueblo). La composición de estos tribunales era la siguiente: un
presidente, tres vocales, un ponente, un fiscal y un defensor. En total, siete miembros, todos militares, salvo
rara excepción. (…) El presidente del tribunal era casi siempre un jefe (comandante, teniente coronel o
coronel) y, además personas de probados méritos ante el régimen”. (MORENO, FRANCISCO: 1999,
317)
526
habían cometido delitos de sangre o que, simplemente, hablaran bien del recluso con la
finalidad de que el tribunal lo tomase en consideración. Un buen aval podía salvar la vida
del republicano preso. Los avales más comunes eran los miembros del clero (el cura del
pueblo o del barrio si era una ciudad), la Guardia Civil, las autoridades locales y las
personas de derechas influyentes en su ámbito. De hecho “todos eran culpables mientras
los avales y los informes favorables no demostraran lo contrario” (MORENO,
FRANCISCO: 1999, 279). Por tanto, Joaquín Calvo tuvo su aval en su tía monja, a la
que, probablemente, le deba que no le pidiesen la pena de muerte. Por otro lado, afirma
que sus propios compañeros comenzaron a insultarle, a llamarle fascista y otros
improperios por el tema de su tía y porque sólo le habían pedido doce años de condena.
Así relata Joaquín Calvo su paso por el tribunal en Valencia:
Una vez condenado por el consejo de guerra, fue trasladado a San Miguel de los Reyes.
Allí, para recibir un trato mejor, se apuntó a cantar en el coro:
“En la cárcel vivía como un preso cualquiera. Nosotros, en San Miguel de los Reyes,
teníamos que buscar la manera de comer mejor, más de lo que nos daban. Entonces nos
enchufábamos en destinos y, como cuando fuimos nosotros, claro, los destinos estaban
300
Era el jefe de la 2ª Escuadrilla de Chatos, donde volaba Joaquín Calvo.
527
todos ocupados. A mi me metieron en el coro a cantar porque nos daban dos cazos de
comida. Yo fui cantante del coro. En la cárcel conocí personajes y hombres ilustres, hasta
toreros. (…) En el trato a los presos había de todo. Había carceleros que eran más
humanos y otros menos, por eso procurábamos enchufarnos en lo que pudiésemos, en
destinos y esas cosas”.
Joaquín Calvo era de origen valenciano y, por tanto, tenía familia en aquella provincia.
Por esta razón, tuvo la gran suerte de recibir paquetes de comida con los que aumentar la
precaria dieta que les daban en el penal. Relata la solidaridad y la amistad que existía
entre los miembros presos de la aviación republicana. Esta unión y hermandad era el arma
que tenían los presos para resistir el acoso que recibían por parte de las instituciones para
anularlos mentalmente:
“Como soy valenciano y tenía familia en Valencia, entonces mis primos y familiares me
llevaban la cesta, es decir, me llevaban comida de lo que podían y los que no tenían pues
lo repartíamos con ellos. Teníamos mucha humanidad y los de aviación, que éramos unos
cuantos, teníamos una gran hermandad, nos llevábamos muy bien”.
Al igual que sus compañeros, se benefició de las rebajas de condena que decretaba
Franco. Debido a ésta le quedaron ocho años por lo que fue trasladado a Santa María del
Puig. Las rebajas de pena y los indultos que concedía Franco no eran a causa de su
humanidad, sino de la necesidad que había de ir aligerando el hacinamiento que sufrían
los centros penitenciarios y, además, esto disminuía el gasto en mantenimiento y
alimentación. Estando en Santa María del Puig, por equivocación, le enviaron a Barcelona
como si fuera arquitecto para participar en la construcción de unos cuarteles. Una vez
resuelto el entuerto con el comandante responsable, fue internado en la prisión de San
Elías, en la misma ciudad de Barcelona. Lo que hacía era que durante el día se iba a casa
de un primo suyo que residía allí y, luego por la tarde, regresaba a la prisión a dormir.
Pasado un tiempo, ya no pudo salir y le dieron un destino en la citada cárcel, el cual
consistía en leer las listas de los presos que iban a comunicar con las visitas. Debido a
que contrajo el paludismo dentro de la prisión, le pidió al director que le dejara que le
tratara un primo médico que vivía en Barcelona. El director dio su permiso y fue el punto
de partida para una muy buena relación entre el director y Joaquín, lo que le conllevó
beneficios penitenciarios. Joaquín saldría de prisión en el año 1941 desde donde se
528
encaminó a su casa en Madrid. De esta manera relata Joaquín su experiencia en la cárcel
de San Elías:
Una vez en Madrid, Joaquín Calvo fue llamado a realizar el servicio militar en los
Batallones Disciplinarios de Soldados Trabajadores. Tuvo más suerte que otros
compañeros, pues se pudo colocar en la oficina de la compañía y, por tanto, no tuvo que
soportar el duro trabajo físico que conllevaba el estar destinado en uno de estos batallones.
Hace una descripción detallada de cómo fue su paso por el batallón y cómo eran las
condiciones de vida en él, tales como la retribución de los soldados trabajadores, la
vigilancia a la eran sometidos, el régimen de permisos, el tipo de obra que hacían, los
lugares donde estuvo destinado y el tiempo que pasó allí. En suma, destaca que, aunque
las condiciones no eran buenas, se estaba mejor que en la cárcel. Así relata su paso por
los batallones:
“Y entonces me fui a hacer el servicio militar porque en el año ese se incorporaban las
quintas del 40 y del 41 de zona roja que llamaban. Yo era del 40, y como yo tenía ya la
condena y todas esas cosas, entonces fui a un batallón de trabajadores, batallón
disciplinario de soldados trabajadores penados. Cuando se incorporó la quinta, que fue
529
en el año 41 o 42, me incorporé yo. Cuando llegamos allí, a la Caja de Reclutas, a
nosotros, a mí, a los que estaban en mis condiciones, como ya he dicho, nos mandaban a
unos batallones especiales que llamaban batallones disciplinarios de soldados
trabajadores penados. Bueno pues allí fui. No teníamos ni fusiles ni esas cosas. Quintos
de nuestra misma época hacían de vigilantes nuestros y entonces estuve hasta que
licenciaron a la quinta del 40, que me parece que fue en el año 45. Ya en el batallón y al
ver la cultura mía, me coloqué en la oficina del batallón y terminé siendo yo el jefe del
batallón. Era soldado trabajador disciplinario, es decir, que no teníamos permiso ni
nada, pero yo me venía a Madrid porque era casi el jefe del batallón. Era el oficinista,
pero ya todos descansaban sus obligaciones en mí. Los soldados trabajadores
trabajaban, pero estaban mejor que en la cárcel, qué duda cabe. Teníamos vigilantes que
eran otros soldados, pero esos sí que salían, nosotros no teníamos permiso. El capitán
de la compañía y el comandante del batallón tenían tanta confianza en mí que hasta
hicieron que imitase la firma porque ni siquiera iban.
Yo, de trabajador, nada. Siempre en la oficina, nada más llegar como ya he dicho.
Estuvimos en Rota, en el Pirineo, en Orgañá, cerca de Francia. Allí se hacían trabajos
militares, instalaciones de artillería, siempre trabajos militares. Las obras se hacían a
través de encargados de obras civiles. Entonces, lo que correspondía a sueldos de
trabajadores se traspasaba a los soldados que tenían una mejora. Así en vez de los dos
reales de rancho y sobra, pues entonces tenían dos o tres pesetas y tenían una ayuda,
pero dependíamos de la disciplina militar. Yo, como me puse en la oficina y el
comandante y el capitán confiaron en mí y yo llevaba bien todo pues yo era el amo.
También algunas veces que venían cosas en contra de alguien, como yo lo veía antes que
ellos lo tapaba y, de ese alguien, no se enteraban que venía para que se lo arrestase o
que eran informes peligrosos. Yo lo archivaba, lo ocultaba.
Estuvimos hasta el año 45, me parece. Habíamos ingresado en el 42, que es cuando se
movilizaron las quintas del 40 y 41 de zona roja y la del 42 y 43 normales. A nosotros
nos llamaban la “Quinta del Mes que Viene” porque decían que el mes que viene nos
licenciamos, de tantas veces que lo dijeron”.
El mecánico Antonio Vilella tuvo suerte porque no llegó a pisar la cárcel. Fue sometido
a consejo de guerra, pero sólo lo condenaron a cuatro años, por lo que no fue enviado a
prisión a causa de una rebaja de penas dictada por el gobierno de Franco. Como todos,
530
luego fue llamado a realizar el servicio militar y destinado en los Batallones de Soldados
Trabajadores. Él reflexiona sobre la época de su paso por los batallones como muy triste,
pero que se mantuvo firme en sus ideales y que no pudieron arrebatárselos:
Ángel Sanz y Ernesto Marimón fueron dos pilotos que vivieron experiencias
penitenciarias en Francia y en España. Su paso por los campos de concentración franceses
ya se han citado líneas más arriba. Por una cuestión de método no incluí en su momento
el internamiento de ambos en España, una vez volvieron a nuestro país procedentes de
los campos franceses. Por tanto, voy a hacer mención de ellos y de su experiencia en las
cárceles españolas.
Como se recordará, Ángel Sanz, cuando volvió de Francia, fue detenido y llevado a la
prisión de Pamplona. En la capital navarra prestó declaración, pero nunca fue llevado ante
un consejo de guerra. Además, tuvo la suerte, como Joaquín Calvo, de que le avaló un
cura de Vallecas y los informes que envió la Falange no fueron negativos. A pesar de
todo, estuvo un año preso en Pamplona. No habla mal de la cárcel y de esta manera refiere
su estancia aquí, donde se puso a estudiar:
531
de eso estuve un año encerrado en la cárcel de Pamplona. La cárcel de Pamplona era
una cárcel muy humana. El servicio penitenciario español era más humano que el
francés. En temas penales los franceses tenían que aprender de los españoles. En las
colonias han tenido unos penales terribles, metían a la gente para morir. Las cárceles
francesas son horribles, allí nadie limpiaba. En Pamplona, estábamos obligados a
limpiar todos los días y a dejarla como un espejo. Además no había piojos en la cárcel.
Allí, en la cárce,l hacían escuelas. Los que daban las clases eran profesores y
catedráticos que estaban presos y yo recibí clases de Don Nicolás, que era el catedrático
que teníamos allí. Recuerdo que, en cierta ocasión, nos hizo un dictado y uno puso error
con “h” y Don Nicolás dijo ‘Hay errores que parecen horrores’. Allí aprendí
Contabilidad, terminé el curso de Contabilidad, lo terminé con Don Nicolás”.
Una vez fuera de la cárcel, fue reclamado para realizar el servicio militar en los Batallones
de Soldados Trabajadores, pero no acudió a la llamada. Se escondió en Madrid con la
ayuda de su familia, iniciándose en su vida una nueva etapa llena de incertidumbres que
terminaría con una nueva vuelta a Francia.
Como Ángel Sanz, Ernesto Marimón, por razones distintas a las del primero, decidió
volver a España, tras pasar por los campos de concentración franceses. Cuenta que fue su
madre a buscarle a la frontera, pero la mujer estaba en San Sebastián pues le habían dicho
que los trenes salían desde la capital donostiarra. Pero Ernesto partió de Irún y, por esa
razón, no se encontraron e hicieron el viaje separados. Menciona también que tardó tres
días en llegar hasta su ciudad, Alicante, hecho que demuestra en qué estado estaban
todavía las comunicaciones ferroviarias en España después de la guerra:
“Mi madre, por su parte, había decidido ir a recogerme, pero ella se fue a San Sebastián
a buscarme pues le habían dicho que muchos iban a coger allí el tren, pero yo partí de
Irún, así que no nos vimos. Fue una pena que hiciéramos el viaje cada uno por nuestra
cuenta, ya que ella llevaba comida para los dos. El viaje hasta Alicante duró tres días
porque había que esperar en las salas de las estaciones, en muchas ocasiones. Los trenes
eran de mercancías y pasajeros y, por tanto, eran lentísimos”.
Una vez en Alicante, se presentó ante el Gobernador Militar, tal como le habían indicado
en Irún. Pensó en no presentarse, pero los amigos le aconsejaron que lo hiciera. El
gobernador, de malos modos, decidió enviarle a prisión aún cuando era acompañado de
532
un amigo que era falangista, es decir, que llevaba un buen aval para haber podido evitar
que lo enviaran a prisión. Así relata Ernesto Marimón el momento de su detención en
Alicante:
“De Irún yo traía una documentación en la que se decía que tenía que presentarme ante
el Gobernador Militar de la plaza. Estuve pensando si presentarme o no, pero los amigos
me aconsejaron que era mejor que fuera. Lo cierto era que cabían dos posibilidades, que
de Irún hubieran mandado la documentación y, por tanto, me estuvieran esperando, o
que no la hubieran mandado. Ante la duda, me presenté con uno de mis amigos que era
falangista y muy influyente. Cuando me vio y examinó la documentación, el Gobernador
Militar estalló en cólera manifestando que cómo era posible que un piloto rojo estuviera
en la calle. Inmediatamente, sin avisar a mi familia, sin ropa y sin nada, desde allí mismo
me llevaron a la cárcel. El amigo que me acompañaba, que era falangista, discutió con
el gobernador, casi se pegan. Al final, el Gobernador Militar ordenó a mi amigo que
fuera a mi casa para decirle a mi familia que ingresaba en la cárcel por orden suya”.
La familia de Ernesto Marimón, como hacían la mayoría de las familias que tenían presos,
comenzaron a mover los hilos que fueran pertinentes para sacar a Ernesto de la cárcel de
Alicante o, por lo menos, mejorar su situación penitenciaria. Su hermana consiguió
ponerse en contacto con un sacerdote conocido de Ernesto que intercedió por él y, por lo
menos, pudo sacarle de la cárcel y llevarle a los fosos del castillo de San Fernando. En la
parte negativa del traslado hay que mencionar que le pegaron la sarna:
“Mi familia removió cielo y tierra para que yo pudiera salir de allí, y al cabo de estar
allí un mes, mi hermana decidió contarle mi situación a un sacerdote que había sido
profesor mío de francés en el Instituto y que era conocido de mi familia. Este sacerdote
se había embarcado al principio de la guerra en un barco que salió de Alicante con curas,
monjas y falangistas y que desembarcó en Cádiz, que era zona nacional. Este profesor
me apreciaba mucho e intercedió para que me trasladaran de la cárcel a los fosos del
castillo de San Fernando. En los fosos del castillo, por lo menos, estabas al aire y al sol.
Allí me pegaron la sarna porque me tocó dormir al lado de un chico joven que la tenía.
En la cárcel, la familia me traía comida que yo compartía con mis compañeros porque
el rancho allí era malísimo. También me trajeron ungüentos para que se me quitara la
sarna”.
533
El mencionado sacerdote siguió presionando hasta que consiguió la libertad
condicional301 para Ernesto Marimón. La libertad condicional, junto con los decretos de
rebaja de penas o indultos, era un recurso jurídico para reducir el hacinamiento en las
cárceles (NÚÑEZ, MIRTA: 2004, 42). Pero no era fácil obtenerla sino se tenían unos
buenos avales. Francisco Moreno, en relación con este tema, afirma que “en la concesión
de la libertad condicional todo dependía del llamado ‘trío local’ (alcalde, jefe de Falange
y comandante de puesto de la Guardia Civil. También intervenía el cura párroco). Según
los informes que remitían a la prisión, así se resolvía el expediente del preso”
(MORENO, FRANCISCO: 1999, 299). Aún cuando el preso obtenía la libertad
condicional, su vida no era fácil, ya que, en muchos casos, la concesión de la libertad
condicional iba acompañada de una orden de destierro. A este hecho se unían también la
falta de trabajo302, el rechazo de los vecinos, la vigilancia continua de la Guardia Civil
ante la que había que presentarse con mucha asiduidad, y de las autoridades de los
pueblos. Todos estos condicionantes, en demasiadas ocasiones, hacían la vida imposible
para los que disfrutaban de la libertad condicional (NÚMEZ, MIRTA: 2000, 13). De esta
manera relata Ernesto la consecución de su libertad condicional:
“En los fosos estuve dos meses más y, durante ese tiempo, el cura amigo estuvo haciendo
gestiones para que me sacaran, pero no le hacían caso, hasta que un día cansado de esta
situación se fue al Gobierno Militar. Allí les comunicó que había una persona que había
sido alumno suyo y que deseaba que le soltaran en libertad provisional. Aquel sacerdote
siguió presionando diciendo que si a mí no me soltaban que le cogieran preso a él porque
si él daba la cara por un alumno suyo y no le hacían caso es que él no era una persona
de fiar y que, por esa razón, él tenía que estar en la cárcel también. A las veinticuatro
horas ya estaba en casa. Salí en libertad provisional presentándome en comisaría una
vez a la semana; así estuve dos meses. Luego, una vez al mes y al segundo mes, me dijeron
que no volviera más. Como he dicho antes, estaría unos tres meses en la cárcel. En total
estaría, entre los dos sitios, unos tres meses en la cárcel”.
301
Las libertades condicionales, las rebajas de pena o los indultos no llevaban consigo la supresión de los
antecedentes penales, que se mantenían. Es decir, no era una amnistía (NUÑEZ, MIRTA: 2000, 13).
302
Era mucho más difícil para un excombatiente republicano o simplemente ser una persona que había
manifestado simpatías por la República encontrar trabajo. La etiqueta de “rojo” era como un sambenito que
hacía la vida muy difícil en aquellos terribles años cuarenta.
534
mencionado y de sus amigos falangistas consiguió que le condenaran a una pena menor.
Además, no tuvo que ir a hacer el servicio militar, como sí lo hicieron otros compañeros
suyos, a los Batallones Disciplinarios de Soldados Trabajadores, ya que era hijo de madre
viuda:
“Durante los primeros años de la era franquista, me cupo la suerte de poder viajar por
distintas regiones de nuestra patria, siempre a cuenta del Estado y protegido por
miembros de la Benemérita.
Generalmente debía hacerlo con las manos juntas, como si implorara algo, aunque, para
mi comodidad, me las sujetaban en esta posición con unos brazaletes-anillas o pulseras
niqueladas que resultaban más vistosos que cómodos.
535
Mis viajes se iniciaron en el puerto de Alicante; Campo de los Almendros; Albatera (leer
Max Aub); Porta-Coelli; Castillo del Puig; Torrijos (Toledo); provincial de Oviedo;
Algeciras; Lora del Río y, finalmente, la mal llamada ‘libertad’.
Sirvan estas palabras como preámbulo al canto que quisiera hacer al hermoso
comportamiento y compañerismo que ha existido entre todos los que habíamos tenido la
dicha de militar en el Arma de Aviación.
Aquel grupo, cuando tenía cierta entidad por su número, era el comentario del resto de
la población penal. Generalmente la admiración y, en algunas ocasiones, hasta la
envidia.
Ni la marina, ni la infantería, ni otra arma alguna, conservaron los nexos de unión que
mantuvimos nosotros los aviadores.
536
Creo que éstos, y otros muchos, admiraron más en nosotros al compacto grupo de
infortunio que formábamos que nuestras hazañas aéreas, contadas mil veces y
exageradas en más de una ocasión.
Quizás nuestra actuación en la campaña no fue tan heroica como ahora pensamos y
relatamos. O quizá, qué duda cabe, pudiera haber sido más eficaz. Hoy la contamos no
tal como fue, sino más bien tal y como ahora quisiéramos que hubiese sido. Todos somos
conscientes de que nuestro trabajo pudo ser más efectivo.
Pido excusas a este otro gran número de compañeros que tuvieron la fortuna de poder
exiliarse y cuyo comportamiento, según me consta, ha sido parejo, dentro de las distintas
características históricas y vitales, al de los que fuimos prisioneros del franquismo. Pero
el canto de gloria que ellos se merecen no puedo hacerlo yo, sino quienes compartieron
con ellos la zozobra y el riesgo del peregrinaje por todos los países del mundo, o quienes
fueron testigos del sacrificio de muchos de ellos, que, en la posterior confrontación
537
contra el fascismo, dieron sus vidas en los frentes de Europa, lejos siempre de su amada
patria”303.
CONCLUSIONES
De este modo, en cuanto al tema de la represión posterior a la guerra sufrida por los
aviadores podemos extraer las siguientes conclusiones:
3.- Entre los miembros del Arma de Aviación existió un espíritu de cuerpo en sentido
positivo que se mostraba por el orgullo que mostraban los aviadores de pertenecer a la
aviación republicana. Siempre se sintieron aviadores sin aviones, lo que les ayudó a
mantener la dignidad en unas condiciones terribles.
5.- En el caso de los que padecieron reclusión en los campos de concentración franceses,
ya fuera en la metrópoli o en las posesiones del Norte de África, hay un sentimiento de
irritación muy grande por el tratamiento dado por las autoridades francesas a los
refugiados republicanos españoles.
6.- Todos se hacen eco de las condiciones miserables en las que desenvolvieron ya fuera
en las cárceles o en los campos de concentración en España o en Francia.
303
Alas Plegadas (nº 7), 1976.
538
7.- Todos denuncian el maltrato que observaron en las cárceles y en los campos de
concentración, así como la proliferación de enfermedades que llevaban a la muerte a
muchísima gente, sin que las autoridades penitenciarias, francesas o españolas, hicieran
algo para evitarlo. Algunos de los pilotos padecieron algunas de las enfermedades
endémicas de las cárceles como el tifus o el paludismo.
8.- Todos, sin excepción, fueron sometidos a consejo de guerra bajo la acusación de
auxilio a la rebelión lo que los dejaba perplejos, cuando ellos habían sido fieles al
gobierno legalmente establecido.
9.- Todos se beneficiaron de las rebajas de penas y los indultos decretados por el general
Franco, por lo que, salvo alguna excepción, salieron en libertad en un tiempo
relativamente corto.
10.- Salvo algunas excepciones, la mayoría tuvieron que realizar el servicio militar en el
ejército de Franco al salir de la cárcel. Al ser considerados no adictos al régimen, fueron
enviados a realizar trabajos forzados en los denominados Batallones Disciplinarios de
Soldados Trabajadores.
11.- Es posible que sus memorias estén algo idealizadas, tal y como sugiere el último de
los protagonistas al que me he referido, pero en todo caso la autenticidad y fuerza de sus
revelaciones queda patente.
539
540
V.- EPÍLOGO
AMANCIO BALTANÁS
Tras salir de la prisión, volvió a Ciudad Real con su familia. Con sus antecedentes
republicanos, nadie le daba trabajo, así que decidió trasladarse a Murcia. Allí se puso a
trabajar con su hermano en el negocio de la fruta. Realizó diversas tareas en este ámbito,
desde el envasado en cajas para la exportación, hasta su transporte a diversos lugares de
España para su comercialización.
Después de pasar unos años como frutero, volvió a Murcia donde se colocó en una finca
como portero por mediación de su hermana. Se jubiló en Murcia.
JOAQUÍN CALVO
A la finalización del servicio militar en los Batallones Disciplinarios de Soldados
Trabajadores volvió a su casa y, al poco tiempo, se empleó como ordenanza en la Editorial
Aguilar, en Madrid. En esta empresa, desarrollaría toda su carrera profesional jubilándose
en la citada editorial.
FRANCISCO CORTÉS
Con el final de la guerra, volvió a su pueblo natal, Pozuelo de Alarcón, en la provincia de
Madrid. En Pozuelo, se reincorporó al negocio familiar: una tienda de alimentación.
Pasado un tiempo, dejó el negocio familiar e intentó entrar en la compañía Iberia como
conductor, pero las plazas vacantes eran para excombatientes del ejército de Franco. Al
541
fallar lo de Iberia, en compañía de un socio, montó una empresa de cerámica. La empresa
no duró mucho, pues los socios no se entendieron bien.
Mientras tenía la fábrica, hizo un curso de electricidad y electrónica y, una vez terminado,
se dedicó a la reparación y construcción de aparatos de radio. Esta actividad la realizaba
cuando le dejaba tiempo libre las ocupaciones relacionadas con la fábrica.
Más tarde, ya en solitario, creó otra empresa dedicada a la misma actividad que la anterior.
Aquí estaría trabajando unos 15 años con su hermano. Por diversas razones, decidió dejar
la empresa y se colocó como dependiente en una tienda de ultramarinos en Vallecas. Su
vida laboral terminará en la empresa de transporte de viajeros Llorente donde se jubilará.
MIGUEL CHASÁN
Tras cumplir la pena de prisión impuesta, fue requerido para realizar el servicio militar
en los Batallones Disciplinarios, pero no atendió al requerimiento y, sorprendentemente,
las autoridades dejaron de molestarle.
Intentó ingresar en Iberia como piloto civil a través de una convocatoria realizada por la
compañía de aviación. Le rechazaron porque las horas de vuelo las había realizado en el
bando republicano.
Tras el fiasco de hacerse piloto civil, se compró un camión y se dedicó a la actividad del
transporte de mercancías por carretera. Llegó a tener tres camiones.
Más tarde, un par de empresarios, uno catalán y otro venezolano, le propusieron ser el
encargado de un autolavado que iban a establecer en Caracas y, además, como
complemento le cedieron un local para montar el negocio que al le pareciera más
conveniente. Fue una tienda de repuestos de automóviles. Por tanto, era el encargado del
autolavado y regenteaba el negocio de repuestos.
542
Muerto Franco, volvió a España donde se jubiló.
LUIS FIGUEROA
Pasó por los Batallones Disciplinarios y, una vez licenciado, volvió a Madrid. Consiguió
un trabajo como conductor asalariado en un taxi. Años después le compraría el taxi a la
persona para la que había trabajado. Se jubilaría trabajando su taxi.
JUAN GOICOECHEA
Tras licenciarse de los Batallones disciplinarios, comenzó a trabajar en la construcción de
la fábrica de Orbegozo en Zumárraga. Más tarde, con la misma empresa, desarrolló su
actividad en una cantera.
Mientras trabajaba en esta fábrica, se enroló en el ejército soviético para combatir a los
alemanes. Primero estuvo como guerrillero y luego, tras superar un pequeño curso, como
piloto de caza de las fuerzas aéreas soviéticas.
Tras la finalización de la guerra, fue licenciado del ejército. Poco después consiguió un
empleo en la ciudad de Padols, concretamente, en una fábrica de máquinas de coser.
543
Pasado un tiempo marchó a Cuba para trabajar en la compañía soviética de aviación civil
Aeroflot. Allí permaneció seis años, tras los cuales volvió a Moscú. De nuevo en Moscú,
trabajó en la Embajada de Cuba en la Unión Soviética como jefe de abastecimientos. Juan
Francisco se jubiló en la URSS, volviendo posteriormente a España una vez muerto el
dictador.
GREGORIO GUTIÉRREZ
Tras finalizar la condena de prisión, Gregorio, con tal de no ir a los Batallones
Disciplinarios a realizar el servicio militar, se alistó a la Legión como voluntario. En este
cuerpo militar estuvo tres años.
JOSÉ LLORET
José Lloret perteneció a la 4ª Promoción de Kirovabad, por lo que se tuvo que quedar en
la Unión Soviética. En un primer momento, tenía decidido salir de la URSS, pero al final
tomó la decisión de quedarse. Comenzó a trabajar en la ciudad de Voroshilovgrado en
una fábrica de locomotoras.
Dejó la fábrica y marchó a Jarkov donde ingresó en la universidad para estudiar idiomas.
Con la invasión alemana de 1941, se alistó al ejército soviético en un batallón contra
tanques. Fue herido y trasladado a retaguardia. Mientras se recuperaba, hizo un curso de
monitor instructor fisioterapeuta. Este curso le valió para colocarse como monitor en un
hospital militar.
544
Pasada su etapa en el Socorro Rojo, comenzó a trabajar en una fábrica de aviones, también
en Tblisi. Tras dos años en esta fábrica, fue trasladado a Moscú. Mientras estaba en la
fábrica, ingresó en la Escuela Superior de Aeronáutica de Moscú.
Dejó la fábrica para poder volver a España, pero el retorno se demoró 10 años. En este
período de tiempo estuvo trabajando, primero, en una fábrica de conjuntos hidráulicos y,
después, como traductor en una editorial.
ERNESTO MARIMÓN
Tras salir de la cárcel, realizó estudios de Contabilidad. Después, sería contratado en la
empresa de papelería que regentaba su tío en Alicante donde permanecería toda su vida
laboral. En la citada empresa de papelería se jubilaría.
PEDRO MUÑOZ
El piloto de katiuskas Pedro Muñoz tras ser liberado del campo de concentración de Gurs,
emigró a la Unión Soviética. Una vez pasada una temporada de descanso en Jarkov,
marchó a la ciudad de Rostov a trabajar en una empresa de maquinaria agrícola.
Seis meses antes de terminar la guerra, Pedro fue licenciado del ejército soviético y
enviado a trabajar a una fábrica de aviones en Moscú.
304
NKVD: Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos.
545
Tras un intento por regresar a España de forma legal, el gobierno de Franco le negó la
entrada en el país. Como se había despedido voluntariamente de la empresa de aviación
para volver a España se tuvo que buscar un nuevo empleo: comenzó a trabajar en otra
empresa de mecánico.
Posteriormente, sería enviado a la Cuba de Fidel Castro como traductor para temas
técnicos y militares. En la isla permanecería dos años. Una vez de nuevo en Moscú se
reincorporó a la Agencia Tass.
Pasado un tiempo, recibió una oferta para volver a trabajar en Cuba en una fábrica de
automóviles con tecnología soviética.
LUIS SANCHO
Una vez liberado de los campos de trabajo de Argelia y Marruecos, retornó a España,
concretamente, a Alicante. Como otros muchos compañeros de armas fue obligado a
realizar el servicio militar con el ejército de Franco. Tuvo la suerte de que no fue enviado
a los Batallones Disciplinarios, sino que se incorporó a una unidad de infantería,
concretamente en ametralladoras, en Cádiz.
Una vez licenciado, regresó, de nuevo, a Alicante y se puso a trabajar en una empresa de
envasado de caballa. Pasado un tiempo, cambió de trabajo y se empleó en una fábrica de
cerámica.
546
Mientras trabajaba en la construcción de la citada fábrica, salió un anuncio en la prensa
por el que solicitaban mecánicos electricistas para ir a trabajar a Guinea. Se presentó a
los exámenes y aprobó. Marchó a Guinea Ecuatorial, entonces colonia española, y
comenzó a trabajar en una empresa dedicada a la telefonía llamada Torres Quevedo. Más
tarde, pasó a una empresa de desguace de buques. Pasado un tiempo, entró como personal
civil del Ministerio del Aire trabajando en el aeropuerto, concretamente, en la central
eléctrica.
ÁNGEL SANZ
Tras salir de la cárcel de Pamplona, fue requerido para realizar el servicio militar en los
Batallones Disciplinarios. Decidió no ir y se escondió, aunque fueron varias veces a
buscarle. Mientras era buscado para que cumpliera el servicio militar, realizó unos cursos
de técnico de radio y, cuando los terminó, comenzó a construir y vender receptores de
radio.
547
Tras pasar cinco o seis meses en CASA, se empleó en la fábrica de Telefunken, también
en Getafe. Mientras trabajaba en esta empresa, preparó las oposiciones para el Servicio
de Vigilancia Especial de Tasas. Una vez aprobada la oposición, fue destinado a Cuenca
y después a Jaén.
En Jaén, con el tiempo, sería profesor interino en la Escuela de Ingeniería y en una escuela
de Formación Profesional, ya que, mientras trabajaba, había realizado estudios
universitarios. Asimismo montó con un compañero de carrera una oficina de proyectos.
En Jaén se jubilaría.
ANTONIO VILELLA
Tras terminar la guerra y pasar por los Batallones Disciplinarios, fue chatarrero,
anticuario, taxista y, por último, en compañía de unos socios, fundó una empresa de
camiones que trabajaba en el Puerto de Barcelona.
548
VI.- CONCLUSIONES: IDEALES DE LIBERTAD Y
DEMOCRACIA Y MEMORIA COLECTIVA
VIVIDA DE LOS AVIADORES REPUBLICANOS
No cabe duda de que la Guerra Civil Española marcó la vida de todos y cada uno de los
españoles que tuvieron la desgracia de padecerla, ya fuera en primera línea de combate o
en la retaguardia. En el caso que nos ocupa, la contienda supuso una experiencia
traumática y al mismo tiempo heroica, para toda una generación de jóvenes que asomaban
con ilusión a la vida; ésta es la llamada, por Santiago Carrillo, “generación de la guerra”.
A esta generación pertenecen los aviadores republicanos protagonistas de nuestro estudio.
Fueron de esos miles de españoles que vivieron la guerra en sus propias carnes, siendo, a
la postre, víctimas de ella por partida doble: primero, por haberla padecido y, segundo,
por pertenecer al bando perdedor.
549
pudieran incorporarse al ejército republicano; la segunda, que tradicionalmente eran
regiones donde la tasa de analfabetismo era muy alta y, por tanto, no tenían la preparación
suficiente para presentarse a las pruebas de acceso. Es un tema que queda abierto y en el
que se podría profundizar en un futuro.
Pero su interés por el conocimiento no es privativo del período anterior a la Guerra Civil.
Una vez terminada la contienda y, mientras cumplían las penas impuestas por los consejos
de guerra, un buen número de aviadores continuaron estudiando en las prisiones donde
estaban internados. Las clases recibidas en la prisión eran de carácter más académico que
técnico (Lengua, Matemáticas, Contabilidad, Idiomas) y estaban impartidas por reclusos
que anteriormente habían sido docentes.
Esta personalidad activa y dinámica de los aviadores se plasma también en su afición por
las actividades de ocio y tiempo libre. De las narraciones se deduce la práctica de deportes
como el ciclismo, el fútbol e, incluso, el esquí, o el gusto por el excursionismo de fin de
semana o el senderismo en la montaña. En el mundo de las aficiones o intereses de los
aviadores en el período de preguerra existe una nota común: la atracción, más o menos o
marcada pero generalizada, por el mundo de la aviación. Pero de los testimonios se extrae
que este universo, entendido en el sentido de cómo alcanzar la condición de piloto, estaba
lejos de sus posibilidades debido a la clase social a la que pertenece la mayoría. Algunos
de estos aviadores, por ejemplo, para acercarse al universo aeronáutico, se alistaron como
soldados voluntarios en el Arma de Aviación antes de la guerra.
550
De todo lo anterior se puede inferir que la situación económica de las familias de los
aviadores era, en líneas generales, desahogada; evidentemente, cabe matizar que unas
familias más que otras en función de los ingresos. No es la misma renta la que recibe un
trabajador especialista de una fábrica que un miembro de la clase media o el que regenta
un pequeño negocio. Pero de los relatos no se desprende la existencia de angustias
económicas graves en los aviadores. Esta situación de relativa tranquilidad económica
familiar hace que los futuros militares, aunque tengan una tarea laboral desde una edad
temprana, se puedan dedicar a actividades culturales y formativas, así como a la
realización de prácticas de ocio y tiempo libre. Es decir, en sus familias no existe la
presión que tenían que soportar otras acuciadas por las penurias socioeconómicas, léase
por ejemplo los jornaleros andaluces y extremeños. Por tanto, si no se hubieran dado las
condiciones socioeconómicas de solvencia económica en las familias de los aviadores, la
mayoría de ellos, posiblemente, no hubieran alcanzado los empleos que consiguieron
durante la guerra en el Arma de Aviación.
Los años treinta en España estuvieron cargados de ideología y a ello no fueron ajenos ni
los aviadores ni los padres y madres de éstos. De las narraciones se extrae que más de la
mitad de los padres sobre los que se ofrece información acerca de sus posiciones políticas
entrarían en lo que se podría llamar el cosmos progresista, en nuestro caso concreto,
socialista o republicano de izquierdas. Esta inclinación hacia las posturas políticas citadas
no quiere decir que esto se tradujera en una militancia activa en alguna organización
política, aunque si se dan algunos casos de ello. Cabe destacar también que no existe
ningún testimonio donde se afirme de forma rotunda que se trata de una familia
conservadora en el plano político. De entre los que no se definen de izquierdas, se puede
deducir que eran personas no comprometidas políticamente o que sus hijos no tenían
conocimiento en qué lugar del espectro político se alineaban sus padres.
La ideología paterna, en casos concretos, va a influir en los hijos que, desde su juventud,
se van a identificar, de forma clara, con los postulados de izquierda. Postura ésta que, en
algunos casos, llevará a los futuros aviadores a militar en sindicatos de clase y en partidos
de izquierda. Es de destacar algunos testimonios en los que los informantes afirman no
tener una idea clara de la política, situación que puede parecer paradójica en una sociedad
altamente politizada e ideologizada como era la de la II República Española. Pero una
cuestión sí que está clara: aún en el caso de no tener muy definidas las ideas políticas,
551
todos los aviadores presentes en el estudio acudieron en defensa de la República en el
momento del golpe de Estado. Esto supone la existencia, en los menos politizados, de un
poso ideológico de carácter progresista que hace que al inicio de la guerra se decanten
por las ideas de libertad y progreso, no participando de los postulados de los sublevados
ni cayendo en la indiferencia ante los dos bandos contendientes.
Al factor ideológico hay que sumar el sociológico en el sentido de que la mayoría procede
de clases sociales populares, muy penetradas por la izquierda, y los pertenecientes a la
clase media formaban parte de la burguesía ilustrada republicana laica y progresista, y es
por eso que sin pensarlo, se pusieron a disposición del gobierno de la República. Además,
se puede afirmar que la experiencia de la guerra y de la postguerra los reafirmará en las
posiciones de izquierda, incluso en los que las tenían más difusas. Este compromiso con
las ideas generales del progresismo en todas sus variantes las mantendrán hasta la
actualidad como una de las señas de identidad básicas de los aviadores republicanos; ideas
políticas que no son patrimonio de ningún partido en concreto sino del progresismo y de
la izquierda en general.
552
De las narraciones se desprende que todos eran partidarios de la creación de un ejército
regular profesionalizado y disciplinado que pudiera hacer frente, de una manera eficaz, al
más preparado ejército sublevado. De hecho, nunca van a criticar la disciplina cuartelera,
sino que están a favor de ella como un medio para hacer que el ejército funcione mejor.
En el caso que nos atañe, especialmente los pilotos, pero también los observadores van a
ser partícipes directos de la citada revolución sociológica. Hasta el momento de la guerra,
salvo muy contadas excepciones, la aviación, tanto la civil como la militar, era un coto
cerrado para las clases acomodadas. El mundo de los observadores, sin ser tan exclusivo
como el de los pilotos, también tenía sus limitaciones, ya que para entrar en las academias
españolas hacía falta estar en posesión de un título universitario, condición que reducía
sensiblemente los posibles candidatos. Pero, en el Arma de Aviación, donde se va a
producir un cambio radical en el origen social de sus miembros es en el ámbito de los
pilotos. La mayoría de los componentes de las nuevas hornadas de pilotos republicanos
formados durante la guerra procedían de clases populares que se encuadraron, junto con
los antiguos pilotos profesionales de carrera de antes de la guerra, en la renovada Arma
553
de Aviación de la República. Es decir, las nuevas academias militares de este Arma
facultadas fueron un factor importantísimo de democratización de las Fuerzas Armadas,
ya que fueron el lugar en el que convergieron personas de diferentes orígenes sociales
escogidas por su aptitud y no por una determinada posición social, como había ocurrido
anteriormente en el ejército español. En efecto, hasta ese momento, la mayoría de los
oficiales de carrera del ejército provenían de familias de orígenes sociales acomodados
que funcionaban casi como una casta. En las academias militares de preguerra, ingresaban
las familias que lo habían hecho siempre, pues las dinastías militares se reproducían a lo
largo del tiempo. La guerra va a acabar con esta situación en la zona republicana en la
que las escuelas se van a abrir a todo el abanico social, siempre que fueran fieles al ideario
republicano. El hecho de la democratización no se va a dar sólo en aviación, sino también
en otras armas, con el establecimiento de las escuelas de guerra en las que se formaban
los oficiales que iban a comandar las nuevas unidades del ejército republicano.
Por tanto, la guerra va a abrir un horizonte profesional a las clases populares en el ejército.
Recordemos que hasta ese momento su papel en la milicia había sido el de servir como
tropa o como clases de tropa y que éstos pasados muchos años alcanzaban el empleo de
suboficial. En el mejor de los casos, los más preparados ingresaban en las escalas de
especialistas desarrollando la mayor parte de su carrera militar como suboficiales en sus
respectivos cuerpos. En aviación y en la marina, donde existen un buen número de
empleos para especialistas, la mayoría de ellos fueron fieles a la República en el momento
del golpe. Por ejemplo, el origen de que la mayoría de la flota quedara en manos
republicanas radica en una causa de orden social, ya que sería la suboficialidad la que se
haría responsable de los barcos, frente a una oficialidad de mentalidad muy reaccionaria.
Al nutrirse esta suboficialidad de personas de origen social popular, su mentalidad era
republicana y, por eso, reaccionaron ante el hecho del golpe de Estado destituyendo a los
mandos de sus respectivos barcos.
Aún siendo un ejército muy democratizado, de las narraciones se extrae un cierto disgusto
por parte de los nuevos pilotos respecto a los que ya lo eran antes del inicio de la
contienda, ya que percibieron que existían ciertas actitudes clasistas por parte de los
“antiguos pilotos”. De hecho, algunos jóvenes tenían la percepción de que los de carrera
de antes de la guerra los consideraban como de segunda clase, que no tenían el pedigrí
que poseían ellos. Otro punto de fricción que aparece en los relatos se refiere a que los
554
pilotos de preguerra, generalmente pasados los primeros meses de la contienda, van a ir
ocupando puestos de carácter burocrático en la retaguardia, sin que ocupen los puestos de
combate que serán tomados por los jóvenes egresados de las academias durante la guerra,
cuestión ésta que a los últimos no les parece de recibo. A esta situación hay que añadir
que, cuando iban a realizar gestiones de tipo administrativo, los pilotos dedicados a tareas
burocráticas y por tanto, alejados del frente, mantenían una actitud altiva respecto a los
jóvenes pilotos que estaba luchando en el frente. Es decir, existía un espíritu clasista y
corporativo en el marco de la aviación de la República por parte de algunos pilotos de
carrera. Pero el fenómeno al que se alude no ocurría con otros empleos de especialistas,
ya que éstos, históricamente, habían sido ejercidos por elementos de las clases populares.
Me refiero, claro está, a los armeros, mecánicos, radiotelegrafistas, conductores, etc.
Este clasismo podría sacar a la luz una brecha social entre ambos sectores de pilotos. No
en balde el clasismo y el corporativismo activo entre los pilotos anteriores a la guerra se
puede interpretar como una resistencia a la citada democratización de las Fuerzas
Armadas que se estaba produciendo muy rápidamente y que los militares de carrera no
podían digerir fácilmente. Les costaba asumir que un chaval de 20 años alcanzara, por
ejemplo, el grado militar de oficial en un período relativamente corto de tiempo por
méritos de guerra. Mientras que ellos, para llegar a ser oficial, habían pasado un
determinado número de años en la academia militar correspondiente y seguir un estricto
orden de ascensos, en base al escalafón de cada cuerpo o arma. Por tanto, es posible que
los consideraran unos intrusos o unos advenedizos y que no debían tener los mismos
derechos en materia de ascensos que ellos, cuya condición era la de militares de carrera.
Una plasmación de este espíritu corporativo fue la publicación de una normativa por la
cual, a la hora de los ascensos, tenían prioridad los pilotos de antes de la guerra, lo que
motivó un gran malestar entre los jóvenes que se jugaban la vida a diario y que reclamaban
igualdad de trato ante los ascensos. Como ya se ha citado, ante la amenaza de plante de
los pilotos formados durante la guerra, la normativa se reformó, pero, aún así, mantuvo
sus tintes corporativistas a favor de los pilotos de preguerra. No se puede olvidar que
alcanzar la condición de piloto suponía un ascenso en la escala social y que los nuevos
pilotos, quizás, inconscientemente, estaban interiorizando su nueva situación en la
Fuerzas Armadas de la República: no es lo mismo ser un soldado de tierra que un piloto
militar. Es un tema sobre el que se debería profundizar para hallar más claves sobre él, ya
555
que pocos pilotos han mencionado la citada cuestión; parece como si hubiera un manto
que la ocultara para que no salga a la luz.
En general, todos tienen una percepción muy positiva del profesorado que impartía las
clases en las diferentes academias, ya fuera en España o en el extranjero (Unión Soviética
o Francia). Los aviadores opinan que los profesores eran muy buenos profesionales y que
tenían una gran calidad, tanto en su faceta docente como en la humana. Este hecho hacía
que una formación que, en general, solía ser muy acelerada y estresante, fuera llevada por
los alumnos mucho mejor, pues la consideraran muy gratificante. En el caso de la Escuela
de Mecánicos de Godella, los testimonios de sus antiguos alumnos casi llegan a su
idealización, sobre todo cuando se refieren a sus instalaciones, al sistema de enseñanza y
al profesorado. Se deduce de las informaciones dadas que existía un sentimiento
paternalista, en el mejor sentido de la palabra, por parte del equipo docente de Godella
hacia sus alumnos, a los que trataban casi como a sus propios hijos.
La guerra supuso para los combatientes del ejército republicano la entrada en contacto
con una realidad muy diferente a la española: me refiero a la llegada de los militares rusos
a las unidades militares republicanas en el papel de asesores o de combatientes. En el caso
de los aviadores, la relación con los soviéticos, en algunos casos, viene de los primeros
momentos de la actuación soviética en España, con la llegada del material militar a la
Península a través de los puertos levantinos. La relación de los aviadores españoles con
los soviéticos se produjo en dos escenarios diferentes: 1) las academias militares
soviéticas y 2) la convivencia con los rusos en las escuadrillas de combate.
De los testimonios, se extrae que la relación con los soviéticos, tanto en las academias
militares como luego en las escuadrillas de combate, siempre fue buena. Los aviadores
destacan de los soviéticos su abnegación, su profesionalidad y la disciplina que
manifestaban. Además, nunca hubo problemas políticos con ellos ya que en España se
556
ceñían al guión que les indicaba su comisario político y, es opinión generalizada, que
tanto en Jarkov como en Kirovabad no se presionó políticamente a los alumnos en la línea
prescrita por el gobierno de Moscú. De esta manera, se puede concluir que la relación
entre los españoles y los soviéticos en el Arma de Aviación fue afable y de leal
colaboración.
En relación también con la Unión Soviética, cabe destacar que los días pasados en Moscú
por los aviadores, ya fuera en la ida o en la vuelta hacia las academias, fue una experiencia
iniciática para muchos de ellos. Todos volvieron impresionados de los logros de la Unión
Soviética, así como de la afabilidad y la educación de sus habitantes. Es más, no existe
ningún comentario negativo acerca del régimen soviético, máxime cuando la mayoría de
los testimonios son de personas no afines al Partido Comunista: así pues, se explayan en
las bondades del régimen. Hay pocas menciones a las purgas de carácter político llevadas
a cabo por el régimen estalinista. Lo que subyace en la idealización que hacen los
aviadores se puede reducir a dos cuestiones: por un lado, que era la única potencia
extranjera que estaba ayudando de forma eficaz a la República y, por otro, que, para la
gran mayoría, era la primera vez que salían de España y todo lo que es distinto y novedoso
impresiona y, más, cuando eres joven.
Existe una nota psicológica positiva entre los pilotos y los observadores: la experiencia
del primer vuelo. Si nos hemos referido a la experiencia de Moscú como iniciática, la del
primer vuelo de los futuros pilotos y observadores no fue menor. De todos los testimonios
se extrae que fue una vivencia única, irrepetible e, incluso, algunos llegan a manifestar
que se sentían como “Dios en el cielo”. Todos los relatos referidos a este tema reflejan
una gran emoción y una gran felicidad por el objetivo conseguido.
Por otra parte, también existe la nota psicológica negativa por parte de los observadores
en relación con la formación en Jarkov. De sus testimonios se extrae, salvo alguna
excepción, que experimentaron una gran frustración por el hecho de no conseguir hacerse
pilotos. A esto hay que unir que, una vez terminada su formación en la academia
ucraniana y al llegar a España, no se les reconoció, como ellos esperaban, el grado militar
de teniente. En un primer momento, les dieron el empleo de cabo para después, rectificar
y otorgarles el de sargento. En resumidas cuentas, no consiguieron el empleo de oficial
como era su deseo. Pero, en el fondo, lo que subyace, al margen de la frustración
profesional de no alcanzar el objetivo perseguido, es una frustración de tipo social. Y es
557
que no han alcanzado el estatus que tiene un piloto cuando ha sido algo que han tenido al
alcance de la mano, y se lo han arrebatado en el último momento. Por tanto, es un
colectivo con un cierto resentimiento a causa de no haber alcanzado la condición de piloto
y porque según él, no se le ha reconocido el importante papel que jugó como tripulantes
encargados de la navegación de los bombarderos, mientras que sí se otorgó siempre el
papel de protagonistas a los pilotos.
Las ideas del miedo y de la muerte son algo consustancial al universo vital del personal
volante del Arma de Aviación. No las mencionan demasiado en sus relatos y, cuando lo
hacen, es para admitir que sentían miedo, pero que había que sobreponerse a él. Algún
piloto llega a confesar que experimentaba más miedo antes de subirse al avión cuando la
misión ya había sido encomendada que en el momento de la ejecución de la misma, ya
que se estaba tan concentrado que en lo que menos en que se pensaba era en el miedo. En
cuanto a la muerte, la perciben como algo cotidiano, como lo que tiene que ocurrir en
tiempo de guerra, al igual que las victorias y las derrotas: se está inmerso en una guerra y
es algo inherente a ella.
Un aspecto muy importante a considerar entre los aviadores fue su estado de ánimo y la
moral durante la guerra. Conforme pasaban los meses, la contienda se fue poniendo muy
cuesta arriba para las armas republicanas, ya que se iba perdiendo terreno
irremisiblemente y, por tanto, las opciones de victoria se escapaban. A pesar del resultado
adverso de la lucha, la mayoría de los aviadores, salvo alguna excepción, siempre
mantuvieron una actitud positiva hacia el conflicto. En su fuero interno pensaban que la
victoria era posible y que había posibilidades de ganar con tal de que los franceses dejasen
pasar el material militar soviético que retenían en las fronteras franco-españolas. Todavía,
a principios de 1939, con Cataluña ya en manos de los sublevados, albergaban esperanzas
en la victoria y, sobre todo, en la resistencia. En la fe en el triunfo final influía mucho la
edad de los informantes. En efecto, la circunstancia de tener 20 años de edad hacía que el
espíritu combativo se mantuviera vivo y que las esperanzas permanecieran en pie. Esta
actitud y el espíritu de lucha los ayudaría en un futuro próximo a encarar una realidad
dura y despiadada como la que se encontrarían al término de la guerra. Pero en todo caso,
los testimonios de los aviadores la fe en la victoria, indica el alto grado de idealismo que
profesaban.
558
A pesar de la derrota final de los ejércitos de la República, los aviadores nunca tuvieron
un sentimiento de inferioridad técnica frente al enemigo. En este sentido, no creen que el
material bélico utilizado por la República fuera inferior al de los sublevados. Los
aviadores siempre han mostrado una buena opinión de carácter técnico en relación con
los aviones que su ejército dispuso para el combate. Lo que denuncian la mayoría de ellos
es la falta de aparatos suficientes para enfrentarse a la aviación sublevada. A este hecho,
unen una actitud muy crítica con Francia a la que culpan en gran parte de la falta de
suministros a que estuvo sometida la República. Tienen muy claro que, si durante la
ofensiva de Cataluña, Francia hubiera dejado pasar el material inmovilizado en la
frontera, el resultado de la misma quizás hubiera sido diferente. En este caso, lo que ponen
sobre la mesa es que, si la República hubiera resistido unos meses más, se hubiera
enlazado con la II Guerra Mundial, con lo que hubiera cambiado la actitud de las
democracias occidentales, en particular Francia e Inglaterra, hacia la República. Nunca
se sabrá, porque llevando a cabo un ejercicio de adivinación de intenciones, no sabemos
si Hitler hubiera invadido Polonia antes de dejar cerrada la Guerra Civil Española. El
comienzo del gran conflicto internacional entre las democracias y las potencias fascistas
siempre fue la gran esperanza de Negrín para salvar a la República, de ahí su política de
resistencia a ultranza.
Además, psicológicamente, los aviadores se sentían muy fuertes. Tienen plena conciencia
de lo justo de su causa: la lucha de la democracia y la libertad contra el fascismo y, por
tanto, no alojaban ninguna duda sobre la legitimidad de su causa. En torno a esta
legitimidad aparece, de nuevo, su disgusto por lo que consideran una deslealtad la actitud
de las democracias con la República. Se rebelan con impotencia ante el hecho consumado
de la No Intervención, no entienden por qué Francia e Inglaterra dieron la espalda al
gobierno legítimo cuando en el suelo español estaban en juego todos los valores ligados
a la democracia.
559
y denuncian la división política que sufría la República, situación que, precisamente, no
ayudó a ganar la guerra a las armas leales.
560
unidades militares que funcionaban con método, no dejando nada a la improvisación.
Cabe destacar, al respecto, que los aviadores se sentían bien en este ambiente donde
reinaba el rigor, el orden y la disciplina. La guerra y, en particular, el contacto con el
Arma de Aviación habían hecho que se imbuyeran de la mentalidad militar. No hay que
olvidar que son personas que, en su mayoría, procedían del ámbito civil y, que si no se
hubiese producido la guerra, ni por asomo, se hubieran alistado al ejército, incluso me
atrevería a decir que hubieran tenido cierta aversión a todo lo que supusiera la disciplina
militar. Por tanto, la contienda va a moldear su personalidad de tal manera que interiorizan
la mentalidad militar con absoluta naturalidad. Ya se ha mencionado que con total
seguridad, si la República hubiese triunfado en la contienda, muchos de los aviadores
hubieran continuado su carrera militar en las Fuerzas Aéreas de la República dejando a
un lado sus ocupaciones anteriores a la guerra.
Al buen hacer que imperaba en el funcionamiento de las escuadrillas hay que añadir el
ambiente de sana camaradería que existía entre los componentes de las mismas. El
personal de las escuadrillas estaba imbuido de un alto espíritu de abnegación y sacrificio
y la solidaridad era un valor muy interiorizado entre sus integrantes. Prueba de lo anterior
son las relaciones fraternales que se llegaron a establecer entre los pilotos y sus mecánicos
o armeros o entre los mismos pilotos. Se iba más allá de la profesionalidad, que ya estaba
implícita, pues existía ese sentimiento de solidaridad ya mencionado que hacía que las
labores técnicas desarrolladas fueran encaminadas siempre a proteger la vida del piloto
y, a su vez, el piloto cumplía la misión de proteger la vida de los demás a los mandos de
su avión.
561
Por tanto, nos encontramos con un ejército de nuevo cuño, organizado y operativo, que
luchó hasta el último momento en condiciones muy desfavorables. Este nuevo ejército
siempre adoleció de dos problemas durante toda la guerra: la falta de suministro constante
de material bélico y una permanente falta de oficialidad intermedia (alféreces, tenientes
o capitanes) realmente preparada para la guerra ofensiva. La República hizo un esfuerzo
constante para paliar el déficit de oficiales a través de las escuelas de guerra que eran los
centros donde se formaban los oficiales del Ejército Popular de la República, pero nunca
fue suficiente. Estos dos factores lastraron de forma notable las ofensivas que lanzó el
ejército de la República contra los sublevados que, en sus primeros momentos rompían
las líneas enemigas y avanzaban sobre el terreno, pero al cabo del tiempo se estancaban
en un punto determinado de la geografía no llegando nunca a alcanzar los objetivos
previstos. Sin embargo, fue un ejército que siempre se mostró firme y eficaz en la guerra
defensiva donde obtuvo grandes éxitos como la defensa de Madrid o la ofensiva sobre
Valencia.
562
puestos en la retaguardia, el germen del posible conflicto está servido entre ambos grupos
de aviadores.
Pero, durante el período de guerra, no todo era luchar en la vida de los aviadores
republicanos, ya que tenían su tiempo para el esparcimiento. De los testimonios se puede
sacar la conclusión de que las diversiones con las que aprovechaban el poco tiempo libre
del que disponían eran las clásicas de un joven de 20 años de edad, es decir, ir al cine o
al teatro, pasear con chicas, ir a bailar, y, por supuesto, las ubicuas casas de citas que
estaban por todos lados. En su recorrido por las localidades en busca de diversión, cabe
destacar la triste percepción que tienen de ciudades como Valencia o Barcelona, ya muy
castigadas por los meses de guerra, en particular por el tema de los suministros y los
continuos bombardeos procedentes de la cercana isla de Mallorca.
El final de la guerra, con la consiguiente derrota, supuso para los aviadores la reclusión o
el exilio. El exilio, en la mayoría de los casos, también supuso un período más o menos
largo de reclusión. Se pueden indicar cuatro ubicaciones geográficas donde los aviadores
estuvieron internados: 1) las cárceles y los campos de concentración españoles; 2) los
campos de concentración franceses; 3) los campos de concentración y de trabajos
forzados en Argelia y Marruecos, entonces colonias francesa y 4) los campos de
exterminio de la Alemania nazi. De los testimonios se deducen las condiciones
miserables, en el sentido más amplio del término, en las que vivieron los aviadores presos,
ya fuera en las cárceles o los campos de concentración, sin hacer distingos de
nacionalidad, ya fueran españoles, franceses o alemanes. Estremecen los relatos de
enfermedades no tratadas, la subalimentación, las pésimas condiciones higiénicas, los
malos tratos y la denigración. Toda esta situación llevaba a la muerte a una gran cantidad
de presos y era otra forma de la pena de muerte, simplemente distinta a la que se imponía
en los consejos de guerra.
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de familiares y amigos y unas fuertes convicciones ideológicas, no se sometieron nunca
a la presión ejercida por las autoridades franquistas. Se mantuvieron firmes en sus
principios republicanos sin ninguna adscripción política concreta que se dilataron en el
tiempo hasta la llegada de la democracia a España en la década de los setenta tras el
fallecimiento del dictador. Además, como ya se ha indicado, se mantuvieron activos en
el plano intelectual asistiendo a clases en sus períodos de reclusión y organizando tertulias
donde se discutía de los temas de actualidad. De todo esto se puede sacar la conclusión
de que soportaron con gran dignidad y entereza las arremetidas ideológicas de las
autoridades franquistas que buscaban el desarme ideológico de los presos, que se
derrumbaran. En mi opinión, al margen de la experiencia de la guerra que creó redes
solidarias muy importantes, la experiencia carcelaria, con todas sus conexiones de
carácter fraterno, está en la base de lo que sería luego el movimiento asociativo que
llevarían a cabo los aviadores republicanos con un sustento ideológico muy claro que se
reforzó en los años de reclusión. Es decir, el franquismo nunca consiguió, como sucedió
en otros colectivos del espectro republicano, asimilar ideológicamente a los aviadores de
la República, que se mantuvieron firmes en sus convicciones democráticas.
564
Al tratarse de un grupo específico encuadrado en unos marcos espacial y temporal
concretos con unas ideas, experiencias e intereses afines compartidos por la mayoría de
ellos y al estar sus componentes organizados en una asociación, era lógica la existencia
de una memoria colectiva.
En efecto, las ideas básicas de las que se nutre el colectivo es la del espíritu de cuerpo.
Éste nació de la experiencia de la guerra y, más tarde, de la reclusión en cárceles y en
campos de concentración. Este espíritu de cuerpo se tradujo, con el paso de los años, en
unos sentimientos de amistad, de compañerismo y de solidaridad muy fuertes. Cuando
reconstruyen el pasado en su memoria colectiva, tanto en los testimonios como en los
artículos aparecidos en sus diferentes publicaciones, a lo que dan más importancia es a
los sentimientos citados anteriormente. Junto a éstos, surge también el de la abnegación
en el servicio de unos jóvenes de 20 años que, en muchos casos, pagaron con la muerte
su fidelidad a la República.
565
todo el universo de la aviación republicana. El archivo y la continuidad de la asociación
realizan una función fundamental en la transmisión y el mantenimiento de la memoria
colectiva de los aviadores a las siguientes generaciones. La memoria de los aviadores es
una memoria vivida, lo que intenta reconstruir y transmitir ha sido experimentado por los
protagonistas de los hechos. Pero en estos momentos, esa memoria colectiva vivida se ha
transmitido a las siguientes dos generaciones, por lo que, para éstas, se ha tornado en
memoria adquirida con todo lo que de cambio puede suponer este hecho.
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La memoria colectiva reconstruye el pasado con una visión o interés de futuro. Pues bien,
la memoria colectiva de los aviadores va a actuar como un catalizador a la hora de exigir
sus derechos como miembros de las Fuerzas Aéreas de la República, una vez establecido
el nuevo régimen democrático de 1978. Traducido a su vertiente práctica, sería el
reconocimiento de sus grados militares y el derecho a una pensión por haber sido
integrantes del ejército de la República. La reivindicación radicaba, fundamentalmente,
en que exigían los mismos derechos que habían tenido los combatientes del ejército
sublevado en 1936. Es otra de las facetas más importantes de su memoria colectiva: el
sentirse miembros de un ejército perfectamente constituido y que servía los intereses del
gobierno legítimo de la República. Por tanto, en su condición de militares profesionales,
reivindicaron los mismos derechos que los miembros del ejército franquista como uno de
los aspectos prácticos del mencionado espíritu de la reconciliación.
Toda memoria colectiva va creando sus propios mitos y sus lugares de la memoria para
potenciar el recuerdo en el trabajo de reconstrucción del pasado. En cuanto a los mitos,
hay personajes de la aviación republicana que han alcanzado ese estatus y de los que, con
cierta asiduidad, aparecen artículos referentes a ellos por motivos diversos. Los más
aludidos son, sin duda, Emilio Herrera Linares e Ignacio Hidalgo de Cisneros. Hechos de
la Guerra Civil que se han convertido en mitos y que aparecen con frecuencia en las
publicaciones son la defensa de Madrid de noviembre de 1936 y la batalla del Ebro305.
Elevados a la categoría de mitos en la memoria colectiva republicana son también los
aviones soviéticos que formaron parte de la aviación republicana, en especial tres modelos
el I-15 “Chato”, el I-16 “Mosca” y el bombardero SB-2 “Katiuska”. En este sentido, cabe
destacar que existe una gran ligazón afectiva entre los aviadores y sus aparatos, en
especial los pilotos. El avión forma parte de su existencia, de hecho muchos de ellos
tienen reproducciones en casa de los aviones que pilotaron durante la guerra. Pero no sólo
se han convertido en un mito para la memoria colectiva de los aviadores, sino que ha
traspasado ese ámbito y se puede decir que forman parte de la iconografía republicana,
como unos agentes que desde el aire defendieron aquella legalidad frente al fascismo.
Otro mito, aunque no tan desarrollado, es el de la Unión Soviética. En todos los relatos
hay una imagen idealizada del Estado soviético de los años treinta. En su memoria
1
Cabe destacar, en este sentido, el acto de homenaje a los caídos en la Batalla del Ebro que se celebra cada
año en la localidad de Gandesa.
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colectiva, solo quedan imágenes de una Unión Soviética ideal, de juventud. Además, en
las narraciones cuando se cita a la Unión Soviética o a los asesores y combatientes que
vinieron a España, siempre es en sentido positivo. Es el rescoldo que queda en la memoria
en el sentido de que fue el único país que ayudó a la República en los momentos difíciles.
En el fondo, supone una vuelta la juventud, en la medida que están reconstruyendo una
vivencia de cuando tenían 20 años en la vejez.
En relación a los lugares de la memoria, los aeródromos donde estuvieron ubicadas las
escuadrillas de combate republicanas ocupan un lugar privilegiado en este sentido, léase
los aeródromos de Sariñena, Celrá, Els Monjos, Rabasa, entre otros muchos. En algunos
de estos lugares, se han colocado placas conmemorativas de la presencia de la aviación
republicana durante la guerra. Al mismo nivel, se encuentran algunas escuelas que están
en el imaginario colectivo de los aviadores, como puede ser la Academia de Kirovabad o
la Escuela de Mecánicos de Godella.
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puede afirmar con rotundidad que la experiencia de la Guerra Civil Española y sus
secuelas posteriores no pudieron vencer a aquellos jóvenes e intrépidos aviadores que, en
base a una gran hermandad y solidaridad entre ellos, se mantuvieron siempre firmes en
sus ideales de libertad y democracia, ya fuera en el exilio o bajo el negro manto de la
dictadura en España.
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