El Aerodromo de Lorca en La GCE
El Aerodromo de Lorca en La GCE
El Aerodromo de Lorca en La GCE
EL AERÓDROMO DE LORCA
EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA
Aeródromo Aerodrome
Lorca Lorca
Guerra civil española 1936-1939 Spanish Civil War 1936-1939
Piloto Pilot
Ejército del Aire Army of the Air
Escuela de Aviación School of Aviation
Aviones Planes
Avionetas Light aircrafts
Militar Military man
RESUMEN ABSTRACT
Durante la guerra civil española de 1936 a 1939, During the Spanish Civil War from 1936 to 1939,
se estableció una escuela de aviación militar en there was established a school of Military Aviation
territorio lorquino. Desde aquí varias promocio- in Lorca. From here several promotions of applied
nes de aplicados y valientes pilotos realizaron su and brave pilots realized his instruction and car-
instrucción y llevaron a cabo misiones decisivas ried out decisive missions in the contest. Some acci-
en la contienda. Algunos desafortunados acci- dents during the flights of learning caused falls in
dentes durante los vuelos de aprendizaje provo- the aerodrome. Aviators, pupils and rest of person-
caron bajas en el aeródromo. Aviadores, alumnos nel of aviation were living in Lorca. His daily life
y resto de personal de aviación vivían en Lorca. out of the instruction was to enjoy the cinema in the
Su vida cotidiana fuera de la instrucción era dis- Guerra Theatre and the walks along the city. The
frutar del cine en el Teatro Guerra y de los paseos aerodrome of Alcanara and Torrecilla, with the
por la ciudad. El aeródromo de La Alcanara y La tracks and hangars, are a testimony of the vicissi-
Torrecilla, con sus pistas y hangares, son testimo- tudes of those peoples in these years.
nio de los avatares de aquellas gentes en esos años.
* mspuchol@gmail.com
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Por eso desde el principio se instalaron en esta zona los centros de reclu-
tamiento generales de la aviación Republicana, como la Escuela de
Capacitación Teórica a la que llegaban los aspirantes a piloto, y que se ubicó
en el Monasterio de los Jerónimos, en La Ñora. También varias escuelas de
aviación fueron situándose en la provincia de Murcia a lo largo de 1937 y
1938, alcanzando al final la totalidad de las disponibles en la España repu-
blicana. No podemos olvidar que la República se formó al principio en
escuelas de aviación en Francia y en Rusia.1
Allá por 1917, el Ejército de Tierra situó una base aeronaval junto al pueblo
de Los Alcázares, con el ingeniero de aviación Luis Melendreras Sierra (el
mismo que diseñó los edificios del cuartel de Artillería de Lorca) dotándola
de unos edificios de corte colonial, que llegaron a la guerra civil en perfecto
estado. Ya desde antes de la guerra, se instaló en ella la Escuela de Tiro y
Bombardeo, y luego otras como la de Navegantes y Observadores. El aeró-
dromo Burguete fue codificado como el 211, es decir, 2.ª región, 1.er sector,
aeródromo n.º 1.
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pre por estos Zapatones, con resultados de carácter mediocre, pero que bas-
taron para frenar el trabajo de formación y entrenamiento que allí se llevaba
a cabo. Toda la infraestructura de pistas estaba intacta, no así los hangares,
pero este objetivo estaba ya bien localizado y era arriesgado continuar con
sus actividades. Pronto fueron a trasladarse a otro lugar más oculto, y no
valían los aeródromos conocidos o los que hay en el eje de la carretera nacio-
nal N-340. Las Cuevas de Reyllo estaba lleno de bombarderos Katiuska
en el mes de octubre de 1938. Y en ese momento, final de mes, surge otra
opción nueva, el campo de aviación de Lorca, el nuevo, bien oculto a los
ojos de todos, casi en medio del valle, La Alcanara. Aunque habían empe-
zado los traslados a otros aeródromos el día 21 de septiembre (El Palmar y
Alcantarilla), se decidía el mes siguiente el emplazamiento de esta escuela y
su cuadro eventual, y esta vez iba a ser un lugar mucho más discreto y aleja-
do. Así, el 29 de octubre ya llegaban aquí los primeros aviones, y no era un
mero tránsito, venían para quedarse.
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camuflados con los árboles. Los trajes de los pilotos, los paracaídas y otros
accesorios de vuelo se guardaban en el hangar. Todo estaba las 24 horas del
día vigilado por una compañía de aviación, y no se le permitía el paso a nadie
civil. Pero eso solo fue al principio. Ya al final de la guerra, la compañía de
vigilancia fue más necesaria por otros lares y fue remplazada por personal
movilizado de la llamada «quinta del saco», a los que los propios profeso-
res y mandos del campo de aviación, tuvieron que entrenar en el manejo de
armas para los que se les acompañaba al monte a tirar un poco. El jefe de
mecánicos, el capitán García y el jefe de taller, sargento Jover, siempre fue-
ron de los más serviciales.
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9 ARRÁEZ CERDÁ, Juan. «Las escuelas de caza de La Gloriosa». Revista Soldiers. Núm. 29.
1997.
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En la fase final había varios profesores, además del teniente Olmos esta-
ban el teniente Rodrigo Rodríguez Pineda, y en diciembre de 1938 llegó
también el sargento Tomás Saladrigás Guardia. En 1939 llegó el capitán
Iglesias. El comandante Besonía, jefe del aeródromo de La Alcanara, lo
era del Cuadro Eventual también, organizando que sus pilotos estuvieran
volando constantemente en espera del destino definitivo. Al ser Lorca una
instalación pequeña, dispuso que solo un grupo de unos diez estuvieran en
Lorca, mientras el resto se mantendrían en La Ribera, rotando cada quince
días. En 1939 empezaron otras rotaciones marcadas por los traslados a La
Aparecida, campo que se construyó a escasos kilómetros de Cartagena, y en
el que la defensa de costas tenía aparatos para repeler los continuos bombar-
deos al Arsenal y la base. A ellos se unían algunos Chatos de los del campo
de Lorca, en traslados quincenales.
Lámina 3. Imagen actual
en la que se marca la zona
del aeródromo de Puerto
Lumbreras, paraje de
Puerto Adentro. Google
Maps.
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tos de caza que se formó en Rusia, pero tuvieron que hacer un cursillo de
reentrenamiento ya en España, y que hicieron en Lorca.
El 5.º sector trasladaba su base al edificio del Huerto Ruano, en plena ave-
nida de Espartero, y en sus salones y habitaciones desplegaba por el palacete
todas sus secciones. Pero en pocos días se incautan diversos lugares para los
aviadores. Los pilotos se hospedaron en el hotel Comercio, y muchos recor-
daban la calle Lope Gisbert, el salón del hotel donde había una pianola que
estaba en perfecto estado, la Corredera por donde paseaban los domingos, o
la pastelería de los Cuatro Cantones. También iban al cine pero en el Teatro
Guerra, e incluso a los bailes del Casino. Como no decir que hubo varios
matrimonios entre los pilotos del campo de aviación y lorquinas. El hotel
Comercio era el más grande y en sus salones había charlas. En esos meses
finales de la guerra se facilitaban pocos permisos, y como mucho daban para
ir a Murcia. Por cierto, el dueño del hotel en estas fechas era Martorell, ama-
ble con estos jóvenes, y amante de la música.
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Cada mañana y en autobús, los alumnos y pilotos iban desde Lorca al aeró-
dromo de La Alcanara, y en función del grupo al que pertenecían, empe-
zaban unas u otras prácticas. Los pilotos que en cada momento había en el
cuadro eventual iban directos a los Chatos, donde se practicaban esos com-
bates a «cara de perro», entre ellos mismos o contra los profesores que no
perdían oportunidad de «derribar» a los nuevos. Se formaba un cuadro
en el centro del campo, los aviones a un lado, y los alumnos y profesores
situados en frente, y los cronometradores en un tercer lugar. A unos 25 o 30
metros, en la zona de vuelo, se colocaban los paineles blancos que marcaban
las zonas del aterrizaje, en función del viento; eran las conocidas T. Así se
conformaba el cuadro de vuelo.
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Una patrulla de Chatos podía levantar una enorme polvareda con sus pati-
nes de cola, justo en el momento de despegar, lo cual provocaba el despegue
sin formación (y lo de los motores). Estos pilotos veteranos solían llamar a
los camiones rusos que arrancaban los Chatos por la hélice, como las arañas.
En La Alcanara había dos.
12 GESALÍ BARRERA, David. «El avión Grumman CC&F G-23 Delfín en la guerra civil
española». Escuadra 7, 2005.
13 Relatado por Luis Monente Navarro en una carta de 1998, y corroborado en el registro civil de
Lorca.
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Los aviones volaron en alguna ocasión sobre el casco urbano de Lorca, sobre
la plaza de toros de Sutullena, realizando piruetas acrobáticas para el deleite
de los lorquinos. Y un día de partido en el campo de fútbol de San José, entre
los equipos J. S. U. y Estudiantes Universitarios, tres I-15 de la base pilota-
dos por Monente, Velló y Carreras, hicieron varias pasadas en rasante sobre
gradas y césped, donde incluso se les disparó por ello. El árbitro del partido
era otro piloto: Dorca. Hubo al volver al campo los Chatos, un follón con-
siderable por las pasadas. Tenían que volar dirección a Puerto Lumbreras 30
minutos, y no lo que hicieron. El teniente Olmos se llevó una bronca, pero
los tres pilotos fueron al calabozo tres días. Estas trifulcas eran constantes, y
algún piloto resultó despedido debiendo abandonar la aviación.
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Los alumnos utilizaban varios tipos de avionetas como las Moth, Tiger
Moth y las Caudron Aiglon, muy acrobáticas y de fácil manejo. Ellos igual-
mente practicaban cada mañana y el esfuerzo se les exigía como al que más.
Siempre duros, trabajaron dando lo mejor aunque entre ellos se produjo el
mayor número de accidentes en La Alcanara, ocurriendo casualmente algu-
nos de ellos siempre en sábado (hecho curioso que destacaron numerosos
pilotos entre sus recuerdos).
El primero de los accidentes mortales fue por el choque del tren de aterri-
zaje de un avión en fase de despegue, con un avión que estaba aparcado al
final del campo. Ocurrió este hecho el sábado 31 de diciembre de 1938, con
el sargento Joaquín Giménez Velarrubia de 19 años. El segundo se produjo
el sábado 7 de enero de 1939, en el que en una patrulla de las prácticas, una
de las Moth tocó la cola de otra, haciendo que esta se desplomase contra el
suelo, resultando fallecido en el acto el sargento Antonio Diestro Goy, de
22 años, cerca del campo de vuelo. Increíblemente hubo un tercer accidente
el domingo 15 de enero de 1939, pura mala suerte, pues un piloto bajó de
una avioneta viendo que un pedal de mando estaba bloqueado. Mientras
se dirigía a comentarlo a la caseta de vuelo (donde se registraban todos los
datos tanto para diarios personales como para el propio aeródromo), otro
piloto se montó y nada más despegar, cayó en picado. Ese día fallecía en el
aeródromo el sargento Rafael Pastor Segui, de 22 años. El cuarto y último es
el relatado antes, solo tres días más tarde. Los cuatro están corroborados en
los libros del Registro Civil de Lorca. No son los únicos accidentes pero sí
son los cuatro con fallecidos que hubo. Otro día una Caudron se desplomó
muy cerca del suelo, al realizar el piloto una maniobra para enderezar el apa-
rato, pero solo resultó herido leve.
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Nieuport CN-011
Caudron EA-001, EA-002, EA-004, EA-005, EA-006, EA-009
EA-010, EA-011, EA-012, EA-014, EA-017
Tiger Moth EP-001, EP-003, EP-008, EP-010
Romano ER-005, ER-007, ER-008
14 ARRÁEZ CERDÁ, Juan. «Las escuelas de caza de La Gloriosa». Revista Soldiers. Núm. 29.
1997.
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En marzo de 1939, y en previsión de las posibles huidas con los aviones del
aeródromo, el jefe de mecánicos Jover, quitó los «ruptores de los magne-
tos» de las Moth, Tiger Moth y Caudron, y se los dio a su esposa para que
los pusiera a buen recaudo. El día 23 el teniente Olmos oyó que uno de los
Chato estaba a punto de ser reparado, y Jover se lo ofreció lleno de gasolina.
Pero antes de que se montara, el teniente Mora le llamó para irse con ellos
unos días después. Olmos subió al avión y voló durante 45 minutos, pero
volvió a Lorca, diciendo que el Chato no funcionaba bien; sin embargo, no
era verdad, estaba perfecto.
Una mañana el personal de tierra notó que faltaba una Caudron Aiglon, y
pronto se descubrió que uno de los mecánicos que había aprendido mucho,
había desertado llevándosela a Melilla.
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15 ARRÁEZ CERDÁ, Juan. «Aviones recuperados en el sureste al final de la guerra civil».
Revista Española de Historia Militar. Núm. 1. 2000.
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AGRADECIMIENTOS
Lo mejor del trabajo de investigación pasó hace años, pues esto del aeró-
dromo de Lorca empezó muy pronto, en el Colegio de San José a principios
de los 80, gracias a un maravilloso maestro del que recuerdo sus anécdotas
del campo de aviación: don José Pallarés Carrasco, quien contaba cómo de
pequeño y paseando con su bicicleta había visto a los aviones en el campo.
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Los contactos con los pilotos que habían estado aquí en 1938 y 1939 empe-
zaron a producirse, y así las historias, los datos y las anécdotas brotaron a
cientos. Juan me enganchó con ADAR, una asociación de los pilotos de la
aviación de la República que siempre me ayudó a localizar a estos jóvenes de
espíritu, como eran todos a los que conocí. Fueron buenos tiempos.
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del Aire que me han ido despejando pistas que fueron surgiendo en la tarea
de recopilación, y que me han ayudado a borrar errores, como Roberto Plá
Aragonés y Manuel Gil Alcántara.
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