Conductas Disruptivas y Familias Disfuncionales
Conductas Disruptivas y Familias Disfuncionales
Conductas Disruptivas y Familias Disfuncionales
Resumen:
El objetivo teórico del presente trabajo es definir las conductas disruptivas como
un constructo que agrupa un conjunto signosintomatológico de orden
neuropsicosociocognitivo que determina un estilo de comportamiento disfuncional,
caracterizado por agresividad, impulsividad e hiperactividad (sin trastornos de
atención). En segundo lugar definir la función ejecutiva desde una perspectiva
neuropsicológica dinámica, y la influencia de las figuras parentales en su constitución.
Sobre la base de una investigación empírica en una muestra de niños entre 10 y
12 años se concluye que el niño con conductas disruptivas no inhibe sus conductas
agresivas, su impulsividad y su hiperactividad dado desde el aspecto neurobiótico
porque sus lóbulos prefrontales aún no han madurado; desde el punto vista psicosocial,
la dinámica familiar no ha facilitado la estructuración de la instancia superyoica, ni ha
ejercido desde la perspectiva neuropsicológica, la función ejecutiva. El niño,
incapacitado de reflexionar sobre sus impulsos destructivos proyectará su agresión al
mundo externo, generando encuentros fugaces que trastocan el orden temporal y se
tornan recuerdo falseado. Se carga más de recuerdo de fracaso que de éxito; y esto, en
dialéctico movimiento, retroalimenta la construcción de la conciencia de sí mismo
sentida como existencia frustrada. Se ha observado, tanto en la clínica como en las
investigaciones llevadas a cabo, que los adultos con su conducta negadora no
amortiguan el desborde pulsional infantil y por lo tanto coadyuvan a la manifestación de
las conductas disruptivas.
1.- INTRODUCCIÓN
Por esta razón, las Naciones Unidas han proclamado el año 2000 “Año
Internacional de la Cultura de Paz”. A partir de ello, la convocatoria transdisciplinar
para contribuir a promover actitudes, valores, pensamientos y conductas en todos los
planos de la sociedad para que se hallen soluciones pacíficas a los problemas de
violencia.
2.- DESARROLLO
A pesar que desde hace más de un siglo se investiga y estudia sobre esta
temática, aún no se ha logrado un consenso que posibilite abordajes integrales que a su
vez prevengan conductas disociales y antisociales en adolescentes y adultos
respectivamente. Sin embargo, a pesar de la denominación actualmente aceptada de
acuerdo a los criterios internacionales, según constan en las clasificaciones como el
DSM- IV (1994) y DSM-IVTR de la Asociación Psiquiátrica Americana (2002) y el
CIE 10 (1992) de la Organización Mundial de la Salud (OMS), existen conductas que se
encuentran en un zona poco delimitada y que muchas veces se asocian a otras
manifestaciones psicopatológicas sin llegar a ser un trastorno de conducta como se
describe en dichos manuales. En la bibliografía citada se considera trastornos de
conducta a las siguientes manifestaciones: agresiones físicas, destrucción de bienes
materiales, robo, fraude y violación grave de las normas sociales.
Por otro lado, las conductas disruptivas han sido definidas de formas disímiles,
lo que nos llevaa definir con mayor precisión qué consideramos en la presente
investigación como trastornos de conducta disruptiva.
Estos autores resaltan que las conductas disruptivas son frecuentes en más de la
mitad de los pacientes pediátricos con epilepsia, impactan sobre su funcionamiento
psicosocial global y provocan el rechazo de la sociedad. Pero es necesario señalar que
no todas las manifestaciones disruptivas pertenecen a cuadros epilépticos. Por otro lado,
otros investigadores consideran las conductas disruptivas presentes en cuadros clínicos
como los síndromes del espectro autista (Camino León, López Laso, 2006) y los
retardos mentales (Bastos, 2006), entre otros.
Sin embargo, y a los efectos de este trabajo, consideraremos las que no resulten
manifestaciones sindrómicas de patologías neurológicas y/o psicopatológicas definidas.
2.3.1.- De la Agresividad
Klein (1927) va más atrás en el desarrollo y analiza lo que sucede con las
tendencias agresivas en los estadios más tempranos. De este modo, nos muestra que
tales tendencias existen en todos los niños, prueba de ello es su pasaje por estadios
sádicos (oral y anal), que, de todos modos no son más que la repetición ontogénica de la
evolución de la especie; en los pueblos primitivos: canibalismo y tendencias asesinas de
la mayor variedad. Esta parte primitiva de una personalidad contradice totalmente su
parte aculturada, que es la que realmente engendra la represión. La autora postula la
existencia de un super-yo más temprano y primitivo cuyas manifestaciones ya se hacen
presentes durante el segundo año de vida, dando paso al advenimiento del Complejo de
Edipo. Como los objetos que odia son al mismo tiempo objetos de su amor, el conflicto
que surge es intolerable para el débil yo; teniendo como única alternativa el único la
huida a través de la represión, y la entera situación conflictiva, que de este modo nunca
es elaborada y permanece activa en la mente inconsciente.
En tanto ese super-yo temprano está directamente ligado a las propias tendencias
sádicas del niño, le provocan ansiedad, lo que estimula violentos mecanismos
defensivos aéticos y asociales. Si el desarrollo libidinal del niño avanza del modo
esperado, el sadismo disminuye y con ello también cambian las funciones de ese
superyó que provoca menos ansiedad y hace surgir el sentimiento de culpabilidad. Esto
activa mecanismos defensivos que forman la base de la actitud moral y ética y el niño
comienza a sentir consideración hacia sus objetos y a responder a los sentimientos
sociales (Klein, 1933).
2.3.2.- De la Impulsividad
Otra de las características, según nuestra experiencia clínica, es que una vez
efectuada la conducta impulsiva puede haber o no arrepentimiento, autorreproches o
culpa, pero en todos los casos, los niños refieren la dificultad de controlar los impulsos
que la motivaron (Mas Colombo et al., 2003, Risueño, 2004). Al referirnos a conductas
impulsivas, y siendo fieles a su definición, observamos que las mismas no son dominio
exclusivo del adulto, ni de aquel que está bajo los efectos de una sustancia.
2.3.3.- De la Hiperactividad.
Resulta oportuno en este punto dar una visión integrativa funcional de las
conductas disruptivas para poder, a partir de la descripción de las regiones cerebrales
involucradas, comprender la conducta del niño y explicar sus alteraciones en el plano
social y cognitivo.
De este modo, las características temperamentales del niño juegan un papel tan
importante en la regulación de estos primeros intercambios, como la capacidad de los
padres de "atemperarlas", tanto sean éstas excesivamente activas como excesivamente
pasivas, a los efectos de ponerlas en "sintonía" con los requerimientos del medio físico
y social (Díaz-Herrero, Pérez-López, Carranza- Carnicero, 2002, Risueño, Motta, 2003).
Los niños con conductas disruptivas carecen de la posibilidad de regular sus reacciones
temperamentales pero también sus progenitores, por lo general, se encuentran
restringidos en su capacidad de atemperarlas.
Los lóbulos prefrontales (LPF) son los que analizan la ubicuidad de la conducta.
Esto queda demostrado en la “Teoría de la Función de la Corteza Prefrontal” (Fuster,
2001), la cual afirma el papel fundamental que cumplen estas formaciones nerviosas en
la estructuración temporal de la conducta. Las conexiones cortico-subcorticales que
establece con otras áreas corticales y con el sistema límbico en particular, le permiten
construir a través del tiempo la significación y el sentido de la conducta. Esta
información que llega al LPF se debe a las proyecciones reticulares que, a su vez, a
manera de circuito reverberante, retroproyecta a las estructuras subcorticales. Las áreas
secundarias de corteza posterior brindan el almacenamiento de la información percibida
sensorialmente, en tanto que el sistema límbico carga pulsional y afectivamente esa
información almacenada con relación a las experiencias vividas. Las regiones
prefrontales son de maduración tardía, dependiendo de elementos como la plasticidad,
la mielinización, el establecimiento de nuevas rutas sinápticas, la función de ciertos
neurotransmisores, aprendizajes, etc. (Mas Colombo et al., 2003). En esta organización
funcional del SNC va la organización de la temporalidad. Es así como los sistemas
situados por delante de la cisura central dan cuenta del futuro en tanto los sistemas
posteriores son componentes esenciales de los procesos neurales relativos al pasado. La
evocación y la planificación están siempre atravesadas por el afecto, lo que remite a la
íntima relación entre ellos para concordar en conductas valoradas, desde sistemas
funcionales complejos, aunque anatómicamente dispersos.
Diversos autores han definido esta neuroplasticidad como “la propiedad del SNC
de cambiar, modificar su funcionamiento y reorganizarse en compensación ante
cambios ambientales o lesiones” (Gómez Fernández, 2000) Sin embargo, esta
plasticidad no se manifiesta solamente ante cambios ambientales o lesionales, sino que
puede ser resultado de las consecuencias del comportamiento originado por el propio
niño para modificar el medio como resultado de motivaciones que exceden el ámbito de
lo biofuncional y se relacionan con lo más puramente humano que es lo psicoestructural
y lo sociocognitivo (Mas Colombo et al., 2004).
Es así, como podemos decir que la corteza posterior nos conecta con el mundo y
la anterior nos proyecta hacia él (Risueño, 2004). En la clínica se observa que los niños
con conductas disruptivas decodifican inadecuadamente el mundo que los rodea y sus
propias sensaciones corporales, lo que los lleva a respuestas inadecuadas. Los estímulos
presentados a su conciencia se traducen como estímulos caóticos, difíciles de organizar
por su corteza frontal-prefrontal vivenciándolos como amenazantes. Cuando desde sus
primeras experiencias vitales, la percepción toma este cariz deja registros mnémicos
faltos de organización y sistematización. Es así como se construye también su yo
psíquico, falto de organización y con características conductuales de impulsividad.
3.- CONCLUSIONES
Podemos, entonces, dar cuenta que existe una relación cada vez más estrecha
entre debilitamiento de las relaciones familiares y las conductas disruptivas y por ende
de las fallas en la construcción de la función ejecutiva.